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EL FIN DE LOS TIEMPOS MODERNOS.

La imagen que el hombre antiguo y medieval tienen del mundo es de una estructura
limitada, con una forma exacta, gráficamente lo perciben como una esfera. Sin embargo,
estos hombres se diferencian uno del otro en diversos aspectos. En primera instancia
hablaremos del hombre de la antigüedad, quien no se sale del mundo, pues no le interesa
saber lo que posiblemente exista fuera o encima de la Tierra, y esta forma de pensamiento,
se da gracias a una voluntad arraigada a la ética antigua, donde no es permitido traspasar
los límites.
El hombre antiguo se esfuerza por pensar una realidad absoluta divina, sin ningún defecto.
No obstante no logra ir más allá del mundo, pues tampoco desea hacerlo. Además ‘‘vive
dentro del mundo por el sentimiento y la representación, por su comportamiento y sus
obras. Todos los movimientos que realiza, aun los más osados, que lo llevan a las esferas
más remotas, se desarrollan en el interior del mundo’’. (Guardini R. 1950. P.11). Este
hombre no ve el mundo desde una perspectiva externa, sino interna, lo cual le impide a
diferencia del hombre medieval, asignar un lugar a cada ser, y reedificar el mundo como un
todo.
Por otro lado, el hombre medieval piensa el mundo de una forma divina y religiosa, por lo
tanto cree que sí existe algo fuera de la Tierra, y ese algo es Dios, el ser supremo que se
encuentra por encima de nosotros y es el creador de todo lo que yace en el universo.
Para el hombre del medioevo, los símbolos están presentes en todas partes, pues para él,
‘‘la existencia no está hecha de elementos, energías y leyes, sino de formas. Las formas
tienen una significación propia, pero más allá de las mismas, designan algo diferente, algo
más elevado y, en última instancia, lo elevado en sí, Dios y las cosas eternas’’. (Guardini R.
1950. P.25).
La búsqueda de la verdad se convirtió en un objetivo para el hombre medieval, por lo tanto
era de suma importancia todo aquel que fuese ilustre y tuviera grandes conocimientos. Sin
embargo, esa voluntad de conocimiento carecía de formas de investigación modernas, lo
cual ocasiona que la existencia se construya espiritualmente, y a partir de la meditación de
la verdad. Esta verdad tiene como base la autoridad: la autoridad divina.
Para las personas del medievo, el sentimiento de la existencia tiene su unidad en el hombre
mismo, por lo tanto no concibe que la autoridad sea una cadena, sino que la ve como una
relación con el todo, como una permanencia de lo absoluto en la Tierra. Pero este
pensamiento cambió durante la segunda mitad del siglo XIV y parte del XV, pues ‘‘el
sentimiento de la vida se transforma. Entonces nace la existencia de la libertad individual
de movimiento y, en consecuencia, el sentimiento de que la autoridad es una cadena’’.
(Guardini R. 1950. P.27).
Pasando ya al mundo moderno, se puede decir que se produce un impulso por conocer la
realidad de las cosas, donde el hombre moderno busca conocer por sí mismo a través de la
experiencia, sin seguir ningún modelo. Y esto se confirma en el ámbito de la economía con
la creación del capitalismo; en las ciencias naturales, en la tradición, en la vida social, la
política, y en la cultura, donde se percibe que la ciencia se aparta de la ley por la cual era
regida, y se independiza de la religión.
‘‘El mundo comienza a extenderse y hace saltar sus contornos. El hombre descubre que se
prolonga por todas partes, desaparece la antigua voluntad de afrontar formas limitadas, que
era la que determinaba el carácter de la vida y de la actividad, y ocupa su lugar otra
voluntad, en la cual estas dimensiones nuevas se sienten como una liberación. La
astronomía comprueba que la tierra gira alrededor del sol; luego, la tierra deja de ser centro
del universo.’’ (Guardini R. 1950. P.31).
Para los tiempos modernos, el hombre deja de ser el centro, ya no está bajo la mirada de
Dios, en vez de eso, ahora es autónomo, con la libertad de hacer lo que le plazca, por ende
es considerado como cualquier otra parte del mundo, indistinguible de un animal o planta.
Con lo anterior, Dios ya no tiene lugar en el universo, y por ende el hombre tampoco.
Gracias a las ansias de conocimiento que adquirió el hombre en la época moderna, se
perdió la ética del bien y lo verdadero, dado que ahora prima la subjetividad, la autenticidad
y la sinceridad del hombre que se centra en la importancia de sí mismo; el yo, el cual se
convierte en el valor de la vida.
Por último, en este período empiezan a surgir dudas sobre la existencia y el lugar que ocupa
Dios en el universo, por lo cual se empieza a hesitar sobre las normas correctas de la vida,
la salvación y la condenación, lo cual genera contradicciones íntimas del hombre entre la
necesidad de verdad y la subversión contra ella, entre lo bueno y lo malo, se aplican con
mayor fuerza a la experiencia. Se evidencia todo lo problemático con lo que vive el
hombre.

Fuente. Guardini Romano. 1950. El fin de los tiempos modernos.

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