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El hombre antiguo nada sabe de lugar alguno exterior al mundo, por lo cual
tampoco puede llevar a cabo ningún intento de contemplarlo y darle forma
desde dicho punto exterior. Es decir, que vive en él con su sentimiento y
concepciones. No contempla el mundo desde fuera, en ningún sentido del
concepto. La imagen es el resultado de una autolimitación que se hace de él,
que rechaza lo caótico infinito y renuncia lo que supera toda medida, y de un
sentimiento de armonía, siente lo existente como cosmos, como algo
estrictamente ordenado.
Para los griegos, la religión está asociada a los mitos. Los mitos ofrecen al
hombre la posibilidad de orientarse en la existencia; constituyen una unidad
del orden vital porque permanecen en un flujo constante, se desarrollan, se
desplazan, se funden unos con otros, cambian de aspecto. Los poderes
divinos no son contrapuestos al mundo sino que constituyen su orden
supremo.
A eso hay que agregar una conciencia elemental del contenido simbólico de
la existencia. El hombre medieval ve símbolos en todas partes. Para el la
existencia no consta de elementos, energías y leyes, sino de formas. Estas
formas son manifestaciones de si mismas, pero por encima de su propio ser
revelan algo diverso, de categoría superior en último término, la grandeza
intrínseca, dios y las cosas eternas. Así toda forma se convierte en símbolo;
remite a algo que la trasciende. Se puede decir también, que tiene su origen
en algo que está por encima, mas allá de ella. Estos símbolos se encuentran
en todas partes: en el culto, y en el arte, en la misma vida social.
Griegos:
Unidad cosmos.
Inmanencia
Dioses (politeísmo)
.Hado o destino
El primer principio filosófico: algo perfecto dentro del cosmos. Polis=
cosmos humano.
Eterno retorno de lo mismo.
Fin último del ser humano: Polis
Razón = filosofía
Racionalidad hacia las cosas.
Medievales:
Toma de notas:
Platón interpreta la unidad como principios absolutos que son las ideas. Para
Aristóteles la unidad es una inteligencia que forma parte del cosmos.
En el mundo griego hay una cantidad limitada de materia que se mantiene
constante. El número de las cosas que hay en el cosmos es finito por ente
inteligible. Es inmanente, no hay nada que lo mire por fuera, todo lo que hay
está dentro del cosmos. La voluntad de los dioses está regida por un destino
inexorable que somete a las mismas voluntades de los dioses.
El “ser” se equipara con un dios que habla y que trasciende la razón humana.
Ya no hay un destino porque la única forma de explica que “dios crea” es que
sea dueño de si ( y de su destino). El ser humano es imagen y semejanza y
puede él mismo sustraerse al destino, puede quererlo o no. Tiene capacidad
de autodeterminación que es fuente de decisiones únicas.
San Agustín
El problema de la certeza:
Antes de convertirse, era san Agustín partidario de la nueva academia y del
escepticismo, así como del materialismo. Su conversión intelectual fue una
transición del escepticismo a la certeza y del materialismo al reconocimiento
de la realidad espiritual.
Le preocupaba profundamente la cuestión de si es que podemos estar ciertos
de algo. Y si es así, ¡de que podemos estar seguros?
Refutación al probabilismo académico “no podemos conocer algo con
verdad, todos nuestros conocimientos son probables” Respuesta de
Agustín: El probabilismo atestigua en lugar de negar el conocimiento.
Los académicos creían que toda certeza era imposible. San Agustín escribió
contra los académicos de cicerón, e intento mostrar lo absurdo de tal
posición y afirma que podemos conocer muchas cosas con certeza, aun
acerca del mundo físico; por ej que hay un mundo o muchos y que si hubiera
muchos su número es finito o infinito. También estamos ciertos, además, de
que el mundo ha tenido principio en el tiempo o no lo ha tenido. Pues es
evidente que podemos no estar seguros de cual de tales alternativas es la
verdadera, pero ya son verdaderas las propias proposiciones disyuntivas.
Supongamos que los escépticos replican que ni si quiera podemos estar
seguros que el mundo existe, ya que no podemos confiar en nuestros
sentidos; pues bien, al menos estamos ciertos de que el mundo se nos
aparece tal como lo percibimos. Por lo tanto, nuestros sentidos son
fidedignos pues nos muestran las cosas tales como deben mostrarlas aunque
nuestra mente a veces juzgue, incorrectamente, que la realidad es tal como
parece ser.
El hombre sabio comprobara como lo hacían los platónicos, que el
conocimiento proporcionado por los sentidos solo da opiniones acerca de la
realidad y no la verdad. Para conocer la verdad, debemos distinguir entre la
realidad y las falsas imágenes de tal realidad. Los sentidos son incapaces de
hacer esta distinción, como se ve claramente al considerar lo que elaboran
durante los sueños o los estados de locura, por lo que debemos llegar a la
conclusión de que mediante los sentidos no podemos alcanzar la certeza de
la verdad. Más bien hemos de hallar el juicio de verdad en el intelecto y en la
mente interior.
Refutación contra el escepticismo de los académicos al decir que los
sentidos nos engañan y no pueden ser fuente de conocimiento:
Aun aceptando que los sentidos no nos dan la certeza, la verdad es posible.
En efecto, un estado de duda absoluta es contradictorio, pues al menos
estamos seguros de que somos y pensamos. San Agustín dice: es que somos y
sabemos que somos y estimamos nuestro ser y el conocimiento de que el
tenemos. En estos tres conceptos que he mencionado no hay falsedad que
nos perturbe con alardes de verdad, pues a diferencia de lo que ocurre con
las cosas que están afuera de nosotros, a estos tres no lo captamos con
ningún sentido corporal… sino libres de todo fantasma o representación
engañosa. Estoy absolutamente seguro de que soy y de que conozco y
aprecio esto; y estas verdades se mantienen firmes y sin vacilación frente a
los argumentos de los académicos.
Tercera respuesta a los académicos: La propia existencia constituye
verdades tan básicas que contradicen el escepticismo. “Soy, percibo que
soy, conozco que soy, percibo mi ser”
Tanto san Agustín como descartes tuvieron que superar el escepticismo al
comienzo de sus careras, y ambos lo lograron estableciendo su propia
existencia como la primera y más cierta de todas las verdades. San Agustín
buscaba una sabiduría que estuviera más allá de la filosofía, y su victoria
sobre el escepticismo abrió su mente a las infinitas posibilidades de esta
sabiduría.
EL interiorismo es uno de los rasgos más característicos del pensamiento de
san Agustín y se nos revela por su manera de superar el escepticismo.
Hallamos en él no solo el interiorismo común a todos los místicos y
pensadores religiosos, sino también un interiorismo filosófico que es, más
exactamente, platónico, pues san Agustín, el hecho de conocer va hacia
adentro, hacia uno mismo y no hacia afuera, hacia las cosas materiales. Para
descubrir la verdad, debemos entrar en nosotros mismos y conocernos. Los
seres humanos estamos hechos para ser felices, esto presupone el
conocimiento de la verdad, si no hay verdad no puede haber felicidad para el
ser humano. A la filosfia de Agustín se la denomina interiorismo porque la
verdad no está fuera del alma sino dentro del alma, y es a través de la
introspección que se la puede conocer.
Cuando el hombre mira hacia adentro de sí mismo, no solo está seguro de
que existe y conoce sino que encuentra también allá adentro otras verdades.
Dentro del alma hay verdades que tienen forma de proposición:
proposiciones matemáticas, éticas y lógicas.Las verdades que están dentro
del alma es la necesidad, la inmutabilidad y la eternidad.
¿Cómo habremos de explicar la presencia de este verdadero conocimiento en
nuestra alma?¿ es causado por las cosas sensibles?
1) Difícilmente, pues estas son cambiantes y contingentes, mientras que la
verdad es necesaria y sin cambio.
2) Tampoco puede mi propia mente ser la fuente de este conocimiento, ya
que también ella está sujeta a cambio. En efecto, mi mente se somete a la
verdad y está regida por la verdad, la cual está en mi mente y también sobre
mi mente.
3) Además, la verdad no puede ser causada por mi mente individual, ya que
la verdad es publica y abierta a la mirada de todos, así como los objetos
sensibles pueden ser vistos por todos aquellos que los miren. Cuando digo
algo verídico y tu concuerdas con lo que digo, ¿Dónde estamos viendo que es
verdadero? Tu no lo ves en mí, ni yo lo veo en ti, ambos lo vemos en la propia
verdad que trasciende sobre nosotros. Po eso, estamos seguros de que la
verdad existe sobre la mente humana y que es necesaria, inmutable y
eterna. Estas cualidades son precisamente atributos de dios, y probar la
existencia de la verdad es así, al mismo tiempo, probar la existencia de
Dios, que es la verdad.
La verdad es una realidad que estando en el alma la trasciende y no es
producida por ella. El alma descubre la verdad a traves de Dios.
Tal es la senda que san Agustín prefiere para llegar a dios: desde el mundo
externo retorna hacia adentro sobre si mismo, y aquí descubre la verdad,
cuya única razón suficiente halla en un dios trascendente. Con su habitual
precisión nos señala las etapas de dicho itinerario: el camino hacia dios va del
exterior a lo interior y de lo inferior a lo superior.
El conocimiento
Conocimiento Sensible
El concepto que san Agustín se formó del hombre tuvo importantes
consecuencias para su doctrina del conocimiento. Vemos que un cuerpo
tiene color y oímos que otro es golpeado ¿cómo nos damos cuenta de tales
sensaciones? No debemos pensar que el cuerpo imprime su imagen sobre el
alma, pues esto es imposible, ya que el alma es espiritual y el cuerpo es
material, y la materia no puede obrar sobre el espíritu, ni lo inferior actuar
sobre lo superior. Tampoco debemos suponer que el cuerpo produce ningún
otro efecto sobre el alma, como si ésta fuese material y receptiva de la
influencia del cuerpo. En resumen: el alma no es pasiva ni receptiva en el
acto de la sensación, sino que es más bien activa.
¿Qué es, entonces la sensación? Ya hemos visto que el alma anima al cuerpo
y está presente en él para su atención vital, manteniendo sobre él constante
vigilancia. Por lo tanto, la sensación es la concentración especial del alma
para atender a las perturbaciones del cuerpo. Es decir, que es un acto
espiritual del alma, y no una pasiva recepción de imágenes procedentes del
mundo externo. Tanto las imágenes sensoriales como las nociones
intelectuales correspondientes a ellas son causadas por el alma misma, que
las forma a su propia sustancia.
Conocimiento intelectual -Iluminación
San Agustín recuerda la famosa prueba de platón de que el aprender es
recordar las ideas conocidas en una vida anterior, pero no acepta tal
explicación, sino que escribe: debemos creer más bien que la naturaleza de la
mente intelectual ha sido hecha de tal manera que, por estar naturalmente
sujeta a las realidades inteligibles, de acuerdo con el ordenamiento de su
creador, ve esas verdades por ej las de la geometría dentro de cierta luz
incorpórea de peculiar cualidad, así como los ojos del cuerpo ven las cosas en
torno de él dentro de esta luz corpórea.
Sustituye san Agustín la teoría de platón de la reminiscencia por su propia
doctrina del descubrimiento de la verdad mediante la iluminación divina. Así
como nuestros ojos están naturalmente bañándose de luz física, nuestra
mente esta análogamente bañándose en la luz inteligible, y gracias a esta luz
ve la verdad. No puede dudarse de que dios es la fuente de esta luz, pues la
sagrada escritura nos dice que dios es el padre de las luces.
Tres elementos deben tomarse en cuenta en esta doctrina agustiniana del
conocimiento:
1) Dios es luz espiritual e ilumina a todos los hombres. Tal iluminación les
es dada a todos, aunque en grados diversos.
2) Hay un mundo de verdades inteligibles iluminadas por dios.
3) Hay mentes que conocen este mundo de verdades sometidas a la
iluminación divina.
Para los intérpretes de san Agustín es dificultad persistente el conocer
precisamente la naturaleza de estas verdades inmutables. No pueden
serlo las criaturas, ya que éstas son mutables y la verdad es inmutable.
Tampoco pueden serlo dios mismo ni sus ideas, pues nosotros vemos la
verdad, pero excepto en estado extraordinarios, como el éxtasis, no
podemos ver a dios ni sus ideas que son idénticas a él. Sin embargo, la
iluminación divina de la verdad funciona a través de las ideas divinas.
Cuando conocemos la verdad, estas ideas actúan sobre nuestra mente
imprimiendo sus imágenes en ella, como el sello deja su imagen sobre la
cera. Esta impresión ¿nos da nuestras ideas? Agustín va a decir que la
mente recoge su conocimiento de las cosas corpóreas mediante los
sentidos corporales y en cuanto a las ideas por ejemplo la noción de
sabiduría o justica dice que la mente las adquiere a través de si misma.
Los filósofos medievales posteriores estuvieron muy interesados en
resolver el problema del origen de nuestras ideas. Pero el problema de
san Agustín es diferente, pues lo que a él le interesa no es tanto el origen
de nuestras ideas o la distinción entre las ideas y los juicios que ellas
implican, sino el saber cómo nosotros, criaturas contingentes y mutables,
podemos hacer juicios necesarios e inmutables. Y propone a la
iluminación, divina para explicar este hecho extraordinario. Gracias a esta
iluminación, siempre que hacemos un juicio verdadero, nuestra mente se
pone en contacto con las verdades inmutables y necesarias de la mente
de Dios; y aunque tal contacto no nos permite todavía ver las ideas
divinas, responde por la inmutabilidad y necesidad de nuestro
conocimiento.
El conocimiento, para ser verdadero, debe ser estable (de objetos estables y
permanentes) y esa misma estabilidad permite retenerlo bajo la mirada del
espíritu. De hecho, nos explica San Agustín, que el alma encuentra en sí
misma conocimientos que versan sobre objetos de este tipo. Así ocurre
siempre que aprehendemos una verdad porque la misma es el
descubrimiento, mediante la iluminación divina, de una regla que se somete
a ella por el pensamiento.
San Agustín pensaba que no podemos percibir las verdades inmutables de las
cosas a menos que éstas se hallen iluminadas como por la luz del sol. Ésta es
una luz divina, pues procede de Dios, fuente de todo conocimiento. Es esta
luz, a través de la cual y por la cual se hacen inteligibles todas aquellas cosas
que son inteligibles para el intelecto. Así como la luz del sol hace visible al ojo
las cosas corpóreas, así la iluminación divina hace visibles a la mente las
verdades eternas.
San Agustín toca poco la cuestión del origen de nuestras ideas porque lo que
a él le interesa es saber cómo nosotros -criaturas contingentes y mutables-
podemos hacer juicios necesarios e inmutables y propone a la iluminación
divina para explicar este hecho extraordinario. Plantea que la mente recoge
su conocimiento de cosas corpóreas mediante los sentidos corporales y, en
relación a las ideas no empíricas (noción de sabiduría, justicia) dice que la
mente las adquiere a través de sí misma, gracias a la iluminación porque cada
vez que hacemos un juicio verdadero, nuestra mente se pone en contacto
con las verdades inmutables y necesarias de la mente de Dios; y -aunque tal
contacto no nos permite aún ver las Ideas divinas- responde por la
inmutabilidad y necesidad de nuestro conocimiento.
Naturaleza de dios
La presencia de la verdad en nuestro intelecto nos confirma la presencia
interior de dios, pues la verdad es eterna e inmutable, y solo dios tiene
estas cualidades. En resumen: dios es la verdad, dios está, por tanto,
dentro de nosotros; pero también está sobre nosotros, trascendiendo y
rigiendo nuestra mente.
Él está presente en nosotros, pues de otro modo no podríamos conseguir
el verdadero conocimiento; pero su naturaleza escapa a nuestra
comprensión. Lo conocemos mejor cuando reconocemos que ignoramos
su naturaleza, pues no solo es superior a nuestra mente, sino que es
aquello sobre lo cual no se conoce nada superior.
El sistema platónico de las ideas ahora esta en la mente de dios. En él hay
una pluralidad de ideas que dios imprime en el alma para que ésta pueda
conocer la verdad. Para conocer la verdad es importante que Dios este
iluminando para que las ideas se reflejen en el alma y ésta conzoca.
Dios es el ser mismo. ¿Pero cuál es el significado del ser? :
El verdadero ser es algo que persiste sin cambio. Por tanto, decir que dios
es el ser es afirmar que es inmutable; él es siempre el mismísimo, es
eterno. De aquí que la propia sustancia de dios es la eternidad. Además,
porque dios existe en el máximo modo posible de existir, es la entidad
máxima, por lo cual es inmutable.
Se ve claramente así que el ser, en el auténtico sentido de este término,
significa para Agustín aquello que es inmutable e idéntico a sí mismo. Lo
que cambia no es auténtico ser, pues contiene algún elemento del no-ser,
ya que a la vez es y no es. Es lo que es en el momento actual, pero no es
todavía lo que será en el futuro. Todo lo existente en el tiempo carece de
auténtico ser, y mejor puede ser descrito como devenir.
De plotino heredo san Agustín esta noción de ser: pero difiere de los
grandes neoplatónicos al adscribir el ser al principio primero del universo.
Según plotino, el primer principio es lo uno, y éste está sobre el ser.
La creación:
El pensamiento de San Agustín está dirigido constantemente a explicar
que la propia mutabilidad de las cosas exige un ser eterno e inmutable
como causa de ellas. La mirada agustiniana nunca permanece fija sobre el
mundo cambiante, sino que se desvía en seguida hacia el mundo
trascendente, que es su base eterna y estable.
Las propias formas y perfecciones que descubrimos en las criaturas no son
sino leves reflejos de las ideas eternas existentes en la mente de dios;
éstas son los modelos conforme a los cuales ha creado dios todas las
cosas. Hay ideas divinas no solo de las especies, sino también de cada
individuo. Es así como preexisten en Dios todas las cosas en su forma de
ideas inteligibles, análogamente a como una obra de arte preexiste en la
mente del artista. San Agustín no se preocupa del problema de reconciliar
la unidad de dios con la multiplicidad de sus ideas. San Agustín no ve
dificultad alguna en adscribir a dios múltiples ideas y en identificarlas con
él.
Dios creo el universo no solo a través de sus ideas- es decir
inteligentemente- sino también con absoluta libertad. ¿Por qué prefirió
crear el universo? Lo hizo en razón de su bondad y de su deseo de
compartir con las criaturas parte de su bondad. En este punto también se
opone Agustín a los neo platónicos. Según plotino, el universo emana
necesariamente de lo Uno, y no fue creado por la libre elección de Dios,
sino que es una difusión eterna de lo uno.
Según san Agustín, sino que dios, inteligente y libremente, creo el
universo de la nada. La propia materia es una criatura de dios, quien no
solo impuso la forma a la materia al crearla, sino que hizo surgir de la
nada a la propia materia de que están hechas las cosas. Por eso, la
materia es buena, pues nada de lo creado por dios puede ser malo. Como
resultado de esto hay en el pensar de san Agustín un optimismo que
contrasta con el pesimismo de los maquineos, quienes consideraban que
la materia era sustancialmente mala, y también contra los neoplatónicos,
que veían en la materia el principio del mal y de la imperfección.
San Agustín distingue, al igual que los neoplatónicos, entre la materia
formada y la no formada o informe, pero ambas han sido, según él,
creadas de la nada. La materia informe es algo intermedio entre el ser y el
no ser; es “casi nada”. Tiene una realidad mínima, pero realidad al menos.
Dios no creo esta materia informe como tal, sino que la doto
inmediatamente con las diversas formas que le dieron orden, armonía y
belleza. Además de esta materia corporal del universo visible, san Agustín
dice que hay materia espiritual en los ángeles y en las almas humanas.
Puesto que el mundo fue creado, tuvo su principio en el tiempo; y
también éste es una criatura, y ninguna criatura es eterna. Según San
Agustín, Dios lo creo todo a la vez, aunque no todo en el mismo estado de
perfección. Desde el principio, algunas cosas existieron en forma perfecta,
mientras que otras fueron creadas en embrión o en semilla y solo más
tarde alcanzaron su desarrollo total. Por tanto, originalmente el mundo
estaba lleno de semillas o de cosas por venir. San Agustín denomina esto
“principios seminales”. San Agustín nunca hablo de evolución, según la
cual una especia ha evolucionada de otra, pues la opinión agustiniana era
que dios implanto en la materia el principio seminal de cada especie, para
que, con el transcurrir del tiempo y bajo circunstancias favorables, cada
especie pudiera llegar, por así decirlo, a su desenvolvimiento total.
Según san Agustín, todas las formas naturales han sido creadas por dios
como principios seminales y así preexisten en la materia; y ningún agente
creado tiene poder para introducir formas en la naturaleza, pues solo
puede excitar a las ya existentes para que alcanzar su ser perfecto. El
jardinero planta y riega su jardín, pero en realidad no hace nada, pues es
dios quien le da crecimiento. Dios está trabajando continuamente en la
naturaleza, activando los principios seminales para desarrollar las formas
visibles que nos rodean.
Es constante la tendencia de san Agustín a minimizar todo lo posible la
eficacia de las criaturas para así exaltar mejor el poder y la actividad
creadora de Dios. Ya hemos visto esta tendencia en su explicación del
conocimiento: que la causa real de la verdad no es la mente humana, sino
la acción divina del iluminar; pues bien, la doctrina de los principios
seminales muestra el mismo empeño en asegurar la supremacía y poder
de dios y en subrayar la flaqueza y nadedad de las criaturas. Análoga
tendencia encontraremos en la ética.
Las nociones éticas
La moral.
La clave de la Ética para San Agustín es el amor que es la fuerza que lo atrae
hacia el centro que es Dios (“mi peso es mi amor”, criptograma agustiniana).
Lo que “reúne” es el amor y la ética basada en él está en lo más íntimo del
agustinismo.
Ser feliz es el objetivo final de todo ser humano; para serlo, cada uno tiene
que volverse hacia el Soberano bien, quererlo y adherirse a él. Se impone la
necesidad de ser libre. En vez de obrar así, el hombre se ha vuelto a espaldas
de Dios para gozar de sí y hasta de las cosas que le son inferiores: en esto
consiste el pecado. Como trasgresión a la ley divina, el pecado original ha
tenido por consecuencia la rebelión del cuerpo contra el alma, de dónde
proviene la concupiscencia y la ignorancia. El cuerpo del hombre no es la
prisión de su alma, sino que lo ha llegado a ser a consecuencia del pecado
original, y el primer objeto de la vida moral consiste en liberarnos del él.
La ciudad de Dios
Vivificado así por dios, quedan los hombres unidos a él por el amor, a la
vez, que mediante su común amor de dios, se unen entre sí. Forman de
este modo una sociedad o pueblo que san Agustín denomino: asociación
de seres racionales unidos por su unánime concordancia en las cosas que
aman. El amor, pues está en la base de esta sociedad y la hace diferente
de cualquier otra. Básicamente hay dos amores: el amor de dios y el amor
de si mismo y del mundo. Estos dos amores producen dos sociedades: el
amor de dios reúne a los hombres en una ciudad de dios, mientras que el
amor del mundo los reúne en la ciudad del mundo.
La historia de estas dos ciudades, desde la aurora de la creación hasta el
fin del mundo constituye el tema de la obra de san Agustín.
En la primera parte de la escritura de ciudad de dios, Agustín refuta el
cargo que hacían los paganos de que roma había caído por culpa de
cristianos, mostrando que la desgracia de roma no era única en la historia
y que todos los grandes imperios del pasado también habían perecido;
que la decadencia y caída de los imperios terrenales se deben a sus
propios vicios, y que en el caso de roma ya está corrompida antes de que
apareciera el cristianismo.
También arguye san agustina que la doctrina cristina lejos de hacer malos
ciudadanos, los produce muy buenos y no prohíbe a ninguno que se
entregue al servicio del estado o que muera en defensa de su país. El
cristianismo no podía ser condenado por la caída del imperio, sino que el
propio paganismo agonizante debía cargar con tal responsabilidad.
En la segunda parte de la ciudad de Dios desarrolla san Agustín su tesis
principal. Examina la naturaleza de la sociedad y traza la historia de las
dos grandes sociedades fundadas por los hombres desde el comienzo del
mundo hasta su fin: la ciudad de dios y la ciudad del mundo. Se descubrirá
si un hombre pertenece a una ciudad o a otra viendo cuál es su amor. La
ciudad de dios es una sociedad espiritual cuya cabeza es Cristo; sus
miembros son todos aquellos que aman a dios en cristo y están
predestinados a reinar eternamente con él en el cielo. En cambio la
ciudad del mundo abarca a quienes aman al mundo y a sí mismo más que
a dios, y han de sufrir castigo eterno con los demonios.
La oposición entre ellas es absoluta, sin embargo, en esta vida andan
entremezclados los miembros de ambas, y hemos de esperar hasta el
juicio final para que se haga su completa separación. La ciudad del mundo
no es idéntica con el estado o la sociedad civil, pues también pertenecen a
sociedades temporales los miembros de la ciudad de Dios. Tampoco la
ciudad de dios es idéntica con la iglesia, pues algunos miembros de ésta
pueden caer fuera de la fe y no alcanzar amas el cielo. Es propósito de san
Agustín no distinguir entre iglesia y el estado ni definir sus relaciones. Lo
básico para él es diferenciar a la luz de la eternidad, a estas dos
sociedades separándolas por lo que es más íntimo en ellas: su amor.
Es que la dirección del pensamiento de san Agustín es siempre la misma:
examinar la historia o la naturaleza humana, no las estudia por si mismas
ni en su dimensión temporal, sino desde el punto de vista de lo supra
temporal y eterno. Vista con esa luz, la ciudad de dios se presenta como la
auténtica razón de la creación, y la historia toda es el desarrollo del plan
de dios para construir la ciudad celestial en el triunfo final, al terminarse
el mundo.
La ciudad de dios tuvo enorme influencia. Sirvió de modelo para la
teología de la historia, es decir: el enfoque total de la historia a la luz de la
doctrina cristiana, tal como la seguirán muchos futuros historiadores.
También dio la inspiración de que los hombres organizasen la tierra en
una sola sociedad, hecha a imagen y semejanza de la ciudad celestial.
Cuatros siglos después de san Agustín, Carlos magno fundamento su
imperio como la realización de la ciudad de dios en la tierra.
Comparación Santo tomas y Agustín:
Es difícil comprarlos, por ser sus puntos de vista tan diferentes.
Filosóficamente, lo que se destaca en seguida es el platonismo en san
Agustín y el aristotelismo en santo tomas. Cada uno de esos pensadores
se apodera de una de las grandes filosofías de Grecia, la transforma y la
deja lista para ser usada en las tareas de la sabiduría cristiana.
Ningún cristina ha platonizado jamás con mayor valentía ni cautela que
san Agustín. Su buen sentido teológico le permitía usar el platonismo a la
vez que evitaba los tropiezos que se presentaba, san Agustín parecía
conocer por instinto cuales de las opiniones platónicas eran válidas para el
saber cristiano, cuales debían ser modificadas y corregidas y cuales, en fin,
había que rechazar.
Cualquier estudiante que se acerque a san Agustín con algún conocimiento
de los teólogos escolásticos y de los filósofos del siglo xiii, buscara en vano las
esperadas distinciones entre la teología y la filosofía y aun entre las diversas
ramas de la filosofía misma. Este estudiante debe tener en cuenta que tales
distinciones tajantes de los escolásticos solo fueron logradas bajo la
influencia de Aristóteles y durante el siglo xiii. La propia opinión que tiene
Agustín de dios y del mundo no esta medida por tales distinciones, ve toda
las cosas, no a la luz especifica de la filosofía ni aun de la ciencia teológica,
son a la luz de la más elevada sabiduría cristiana y de l
Santo Tomas
Filosofía y teología
Santo tomas condena como teólogo las doctrinas que juzga falsas, y a su vez
es apasionadamente curios en lo tocante a extraer de la filosofías más
diversas el alma de verdad que puedan contener.
Una doble condición domina el desarrollo de la filosofía tomista: la distinción
entre la razón y fe, y la necesidad de su concordancia. El ámbito entero de
la filosofía proviene exclusivamente de la razón; es decir, que el filósofo no
debe admitir nada más que lo que sea accesible a la luz natural y
demostrable por sus solos recursos. La teología, por el contrario, se basa en
la revelación, o sea, en fin de cuentas, en la autoridad de Dios. Los artículos
de la fe son conocimientos de origen sobre natural, contenidos en formulas
cuyo sentido no nos es enteramente penetrable, pero que debemos aceptar
como tales, aunque no podamos comprenderlos. Así, pues, un filoso
argumenta siempre buscando en la razón los principios de su argumentación;
un teólogo argumenta siempre buscando sus principios primeros en la
revelación. Delimitados así los dos dominios, es necesario constatar, que
ocupan en común un determinado número de posiciones. En primer lugar, la
armonía de derecho entre sus conclusiones ultimas es cosa cierta. Ni la
razón (cuando la usamos correctamente) ni la revelación (puesto que tiene
su origen en dios= pueden engañarnos. La concordancia de la verdad con la
verdad es necesaria. Es por tanto, cierto que la verdad de la filosofía se
ajustaría a la verdad de la revelación por una cadena ininterrumpida de lazos
de unión verdaderos e inteligibles, si nuestro espíritu pudiese comprender
plenamente los datos de la fe. Siempre que una conclusión filosófica
contradice el dogma, nos hallamos ante un signo de que tal conclusión es
falsa. La razón debidamente advertida tiene que criticarse en seguida a sí
misma y encontrar el punto en que se ha producido el error. Tenemos el
deber de llevar lo más lejos posible la interpretación racional de las
verdades de la fe, de ascender por la razón hacia la revelación y de volver a
descender desde la revelación hacia la razón. Partir del dogma como de un
dato, definirlo, desarrollar su contenido, e incluso esforzarse en mostrar
por donde nuestra razón puede rastrear el sentido del dogma; tal es el
objeto de la ciencia sagrada. Pero las cosas suceden de muy distinto modo
cuando el trabajo lo hace la razón partiendo de sus propios principios. Así
puede determinar ante todo la suerte de las filosofías que contradicen los
datos de la fe. Puesto que el desacuerdo en cuestión es un indicio de error, y
ya que el error no puede encontrarse en la revelación divina, es necesario
que se encuentre en la filosofía. Por tanto, o bien debemos mostrar que esas
filosofías se equivocan, o mostraremos que han querido probar en una
materia en que la prueba racional es imposible, y donde por consiguiente, la
decisión debe pertenecer a la fe. En semejante caso, la revelación no
interviene más que pare señalar el error; pero no lo hace en su nombre, sino
exclusivamente en el de la razón.
Una segunda tarea- esta es positiva y constructiva- incumbe a la filosofía. En
las enseñanzas de la escritura existe el misterio y lo indemostrable, pero
también existe lo inteligible y lo demostrable. Ahora bien, es mejor entender
que creer, siempre que nos sea permitido elegir. Dios ha dicho: ego sum qui
sum. Esta palabra basta para imponer al ignorante la fe en la existencia de
Dios; pero no dispensa al metafísico, cuyo objeto propio es el ser en cuanto
ser, de buscar que es lo que semejante formula nos enseña acerca de lo que
Dios es. Hay, dos teologías específicamente distintas, que, si no se continúan
con todo rigor para nuestros espíritus finitos, pueden al menos concordar y
complementarse; la teología revelada que parte del dogma y la teología
natural que es elaborada por la razón.
La teología natural no es toda la filosofía; solo es una parte su
“Coronamiento”; pero es la parte de la filosofía que santo tomas elaboro más
profundamente. Cuando se trata de física Santo tomas es un discípulo de
Aristóteles pero lo que trata de dios de la génesis de las cosas y de su retorno
a dios santo tomas es el mismo. Sabe por la fe, hacia donde se dirigen y sin
embargo, no progresa sino mediante los recursos de la razón. La teología
proporciona el plan.
Sus obras sistemáticas son sumas de teología y que, por consiguiente, la
filosofía que exponen nos es ofrecida según el orden teológico. Las primeras
cosas que conocemos son las sensibles, pero lo primero que Dios ha revelado
es su existencia; así pues, se comenzara teológicamente por el punto al que,
filosóficamente, se llegaría tras una larga preparación. La teología natural nos
invita a contemplar al universo tal como es, con dios como principio y fin.
Dios- Que es y como lo demostramos
La demostración de su existencia es necesaria y posible. Necesaria, porque la
existencia de dios no es algo evidente; la evidencia en semejante materia
solo sería posible si tuviéramos una noción adecuada de la esencia divina,
entonces su existencia aparecería como necesariamente incluida en su
esencia. Pero Dios es un ser infinito, y como no tenemos concepto del
infinito, nuestro espíritu finito no puede ver la necesidad de existir que su
infinitud misma implica; nos es preciso concluir por vía de razonamiento esta
existencia que no podemos constatar. Hay que buscar en las cosas sensibles,
cuya naturaleza es proporcionada a la nuestra, un punto de apoyo para
elevarnos a Dios.
De dios salen las cosas ( exitus) y a dios vuelven las cosas( reditus) El hombre
dios es el mediador. Con respecto a la naturaleza divina, nosotros tenemos
que hacer el esfuerzo para demostrar que dos existe. Tomas labora cinco
pruebas que dan cuenta de su existencia. La estructura de las pruebas es
demostrar por medio de una cadena de causas que lleva a necesitar la
búsqueda e una causa primera. Es decir el punto de partida siempre es un
aspecto evidente del ente y por una cadena de causalidad demostrar la
existencia de Dios.
Todas las pruebas tomistas ponen en juego dos elementos distintos: la
constatación de una realidad sensible que requiere una explicación y la
afirmación de una serie causal, que tiene por base a esta realidad sensible y
por cima Dios.
La vía más manifiesta es la que parte del movimiento (prueba)- Evidencia: el
ente. Existe movimiento en el universo, es el hecho que hay que explicar, y la
superioridad de esta prueba es que es la más fácil de captar. Todo
movimiento tiene una casa y esta causa debe ser exterior al ser que está en
movimiento; efectivamente, no se puede ser, a la vez y bajo el mismo
aspecto, el principio motor y la cosa movida. El motor debe ser movido por
otro, y éste por otro. Consiguientemente, debe admitirse, o bien que la serie
de las causas es infinita y no tiene un primer término (pero entonces nada
explicaría que haya movimiento) o bien que la serie es finita y existe un
primer término, y este primer término es Dios.
Queda por saber en qué momento ha sido creado el mundo. Los filósofos
árabes pretender interpretar el pensamiento de Aristóteles diciendo que el
mundo es eterno y que dios sería la primera casa de todas las cosas, pero
esta causa existe desde toda la eternidad, y produjo su efecto desde toda la
eternidad.
Otros como San Buena Aventura, pretende demostrar racionalmente que el
mundo no ha existido desde siempre. Tomas estima que ninguna de las dos
hipótesis es susceptible de una demostración. Dice que cualquiera que sea la
solución que se desee establecer, solo se puede buscar el principio de su
demostración en:
1) las cosas mismas
2) en la voluntad divina que las creado.
Pero ninguna encuentra nuestra razón fundamento para una verdadera
prueba.
Si partimos de la esencia de las cosas que se contienen en el universo creado,
veremos que así como es por sí mismo distinta de su existencia, toda esencia,
considerada en sí misma, es indiferente a cualquier consideración de tiempo.
Las definiciones de la esencia del cielo, del hombre, de la piedra, son
intemporales, como todas las definiciones, en modo alguno nos ilustran
acerca de si el cielo, la piedra, o el hombre son o no son.. Por lo tanto no
encontraremos ayuda alguna en la consideración del mundo. Tampoco nos
sirve de nada la consideración de la causa primera que es Dios. Si dios ha
querido libremente el mundo, nos es absolutamente imposible demostrar
que lo haya querido necesariamente en el tiempo más bien que en la
eternidad.
El único fundamento que nos queda para establecer nuestra opinión es que
Dios nos ha manifestado su voluntad por la revelación, en la que se funda la
fe. Puesto que la razón no puede decidir, y ya que Dios nos instruye sobre
ello, debemos creer que el mundo ha comenzado, pero no podemos
demostrarlo y rigurosamente hablando, no lo sabemos.
La imperfección del mundo:
Si el universo debe su existencia a una causa inteligente, y además, perfecta,
resulta que la imperfección del universo no es imputable su creador. Dios ha
creado el mundo en tanto en cuanto implica una determinada perfección y
un determinado grado de ser; pero el mal no es nada. Más que un ser es una
carencia de ser; el mal deriva de la limitación inevitable que lleva consigo
toda criatura; decir que Dios ha creado no solamente el mundo, sino también
el mal que en el mundo hay equivaldría a decir que Dios ha creado la nada.
En realidad, la creación supone desde el primer momento una separación
infinita entre Dios y las cosas; y ninguna criatura recibe la plenitud total de la
perfección divina, porque las perfecciones no pasan de Dios a la criatura sino
realizando una especie de descenso. El orden según el cual se efectúa este
descenso es la misma ley que regula la constitución del universo: todas las
criaturas están dispuestas conforme a un orden jerárquico de perfección,
yendo de las más perfectas, que son los Ángeles, a las menos perfectas, que
son los cuerpos, y de tal manera que el grado más bajo de cada especie
superior linda con el grado más alto de cada especie inferior.
En la cúspide de la creación se encuentran los ángeles. Son criaturas
incorpóreas e inmateriales. Para situar el primer grado de la creación lo más
cerca posible de Dios, tanto tomas quiere conceder a los ángeles la más alta
perfección que sea compatible con el estado de criatura, la simplicidad
acompaña la perfección. Esta simplicidad, evidentemente, no puede ser total,
porque si los Ángeles fuesen absolutamente carentes de toda composición,
serian el acto puro mismo, serian Dios. Por ser criaturas, los ángeles han
recibido de dios la existencia; están sometidos como todas las criaturas a la
ley que impone a todos los seres participados la distinción real entre su
esencia y su existencia. Esta decisión es suficiente para colocarlos por debajo
de dios. Carecen de materia, y por tanto, de principio de individuación; cada
uno de ellos es, más que un individuo, una especie y constituye por sí solo un
grado irreductible en la escala descendente que conduce a los cuerpos; cada
uno de ellos recibe del ángel inmediatamente superior las especies
inteligibles, primera fragmentación de la luz divina, y cada uno de ellos
transmite esa iluminación, amortiguándola y fragmentándola para adaptarla
a la inteligencia angélical inmediatamente inferior.
En esta jerarquía descendente de la criatura, la aparición del hombre y de la
materia señala un grado característico. Por su alma, el hombre pertenece
todavía a la serie de los seres inmateriales, pero su alma no es una
Inteligencia pura, como lo son los ángeles, no es más que un simple intelecto.
Intelecto, porque es aún un principio de intelección y porque puede conocer
un determinado inteligible; pero no INTELIGENCIA, porque es esencialmente
unible a su cuerpo. El alma es, efectivamente, una sustancia intelectual, pero
a la que es esencial ser forma de un cuerpo y constituir con él un compuesto
físico de la misma naturaleza que todos los compuestos de materia y forma.
Por eso el alma humana está situada en el último grado de los seres
inteligentes, es la más alejada de todas las perfecciones del entendimiento
divino. Por lo contrario, en cuanto que es forma de un cuerpo y lo domina y
supera de tal modo que el alma humana señala los confines, la línea divisoria
entre el reino de las puras inteligencias y el de los cuerpos.
A cada manera de ser le corresponde una manera de conocer. El alma
humana no tiene la capacidad de la aprehensión directa de lo inteligible. El
entendimiento agente que posee toda alma humana es, de nuestras
facultades normales, aquella por la que más nos aproximamos a los ángeles.
Sin embargo, nuestro entendimiento no nos proporciona ya especies
inteligibles completamente elaboradas; el haz de luz blanca que proyecta
sobre las cosas es capaz de iluminarlas, pero él mismo no proyecta ninguna
imagen. Su más elevada función es el conocimiento de los primeros
principios; estos preexisten en nosotros en estado virtual y son las primeras
concepciones del entendimiento. La perfección del entendimiento agente
estriba en contenerlos virtualmente y en ser capaz de formarlos; pero su
debilidad consiste en no ser capaz de formarlos sino a partir de las especies
abstractas de las cosas sensibles. Así, el origen de nuestro conocimiento se
halla en los sentidos; explicar el conocimiento humano es definir la
colaboración que se establece entre las cosas materiales, los sentidos y el
entendimiento.
El hombre compuesto de un cuerpo y de la forma de este cuerpo, se
encuentra colocado en un universo compuesto de naturaleza, es decir, de
cuerpos materiales, cada uno de los cuales tiene su forma. El elemento que
particulariza e individualiza a estas naturalezas es la materia de cada una de
ellas; el elemento universal que contienen es, por el contrario, su forma.
Conocer consistirá en separar de las cosas lo universal que en ella se
encuentra contenido. Tal es la operación que se llama “abstracción”. Los
objetos sensibles actúan sobre los sentidos por medio de las especies
inmateriales que en éstos imprimen; dichas especies, ya despojadas de
materia, llevan consigo, los vestigios de la materialidad y de la particularidad
de los objetos de que provienen. No son, propiamente dicho inteligibles;
pero pueden hacerse inteligibles si las despojamos de los últimos residuos
de su origen sensible. Tal es la misión del entendimiento agente.
Volviéndose hacia las especies sensibles y proyectando sobre ellas su rayo
luminoso, las ilumina y las transfigura, como participa él mismo de la
naturaleza inteligible, descubre en las formas naturales y abstrae de ellas lo
que aún conserva de inteligible y universal. Entonces se establece, entre el
entendimiento y las cosas, una especie de relación a la vez proporcionada e
inversa. En cierto sentido el alma humana está dotada de un entendimiento
agente, en otro sentido está dotada de un entendimiento posible.
Efectivamente el alma racional esta en potencia con respecto a las especies
de las cosas sensibles; estas especies le son presentadas en los órganos de los
sentidos adonde aquellas llegan, en los órganos las especies representan a la
cosa con sus propiedades individuales. Las especies sensibles, son pues,
inteligibles en potencia no en acto.
A la inversa, en el alma racional y una facultad activa capaz de hacer
actualmente inteligibles las especies sensibles: es el llamado entendimiento
agente. Y hay en ella una actitud pasiva para recibir las especies sensibles
con todas sus determinaciones particulares: es lo que se llama
entendimiento posible. Este desdoblamiento de las facultades del alma le
permite, a un mismo tiempo, entrar en contacto con lo sensible en cuanto tal
y hacer de él un inteligible.
Conocimiento:
De un objeto individual concreto tenemos una imagen individual y
concreta, el problema del conocimiento es como pasamos de una imagen
a un concepto. Esa actividad se llama abstracción. La que abstrae es la
inteligencia. Para poder abstraer tiene que contar con dos funciones:
Intelecto agente: Hace posible ver las cosas universalmente, pero él
mismo no conoce, para que haya conocimiento tiene que haber un
concepto, y el que forma el concepto es el intelecto posible que es el fruto
de lo concebido. El concepto universal reemplaza “la cosa” es de
naturaleza lógica.
La inteligencia esta en potencia de conocer, lo inteligible está en potencia
de ser conocido. La inteligencia es una luz en acto que puede actualizar
los inteligibles para conocerlos. La inteligencia posible es la que forma el
concepto.
La inteligencia iluminando la imagen tiene que separar lo individual y
abstraer el universal, lo que hace posible la inteligencia es pasar de lo
inteligible universal en potencia: porque lo inteligible no está como lo
universal sino particularizado, y cuando actúa el intelecto agente se pasa
al “acto” es decir se hace universal.
Lo universal esta potencialmente en la cosa pero actualizado en la mente.
Toda forma es naturalmente activa. En un ser desprovisto de conocimiento la
forma no tiene más inclinación que la de la realización completa de ese ser.
En un ser dotado de inteligencia, la inclinación puede dirigirse hacia todos los
objetos que aprehende, y esa es la fuente de la actividad libre y de la
voluntad.
El objeto propio de la voluntad es el Bien en cuanto tal,; por eso la voluntad,
siempre que sospecha la presencia del bien y el intelecto le suministra alguna
imagen de él, tiende espontáneamente a abrazarlo. Lo que la voluntad busca
detrás de todos los viene que persigue es el BIEN EN SI, del cual participan los
bienes particulares.
Nosotros no vemos directamente la perfección suprema por ello nos vemos
reducidos a buscarla mediante un esfuerzo incesantemente renovado del
entendimiento y a determinar entre los bienes que se nos ofrecen aquellos
que se vinculan al SOBERANO BIEN con una conexión necesaria. Y en eso
consiste, nuestra libertad. Puesto que nos es negada la inmutable adhesión al
SOBERANO BIEN, nuestra voluntad no puede optar nunca más que entre
bienes particulares; puede, quererlos o no quererlos y preferir este o aquel.
De este modo el destino total de hombre se anuncia desde esta vida por la
inquietud permanente y fecunda de un más allá. Para el hombre existe un
soberano bien relativo, al que debe tender durante su vida terrena.
A la moral incumbe hacérnoslo conocer y facilitarnos el acceso a él. Conocer
y dominar las pasiones, desarraigar los vicios, adquirir y conservar las
virtudes, buscar la felicidad en la operación más elevada y más perfecta del
hombre, es decir, en la consideración de la verdad por el ejercicio de las
ciencias especulativas: esa es la felicidad real, aunque imperfecta, a que
podemos aspirar aquí abajo. Pero nuestro conocimiento, por muy limitado
que sea, es suficiente para permitirnos adivinar y desear lo que le falta. Nos
lleva hasta la existencia de Dios, pero no nos permite alcanzar su esencia
Agustín y tomas decían que la estructura del acto humano siempre es fina
listica y siempre consideramos que esos fines son buenos. Si nosotros
consideramos todos los actos vemos que están conectados con un sentido y
lo que buscamos es el “bien. Lo que buscamos cuando obramos es el bien
más allá de que éste sea así. Como queremos un bien general, no nos
satisfacemos con un bien particular.
Para tomas, somos seres cognoscentes y tenemos voluntad.
La voluntad es un apetito que sigue a la razón. En los seres siempre está
presente el conocimiento y el apetito. La voluntad es libre no está
determinada por las cosas materiales. No sufre coacciones.
La voluntad tiene un aspecto que es necesario: siempre tiende a un fin “el
bien”. Ésta es una tendencia constitutiva a la inclinación del bien general. Esa
inclinación necesaria no hace que sea coactiva (no hay algo externo que me
obliga a querer ese fin) porque si hay coacción quedaría abolida la voluntad.
La inclinación al bien general no se reduce a una acción. Nosotros en los
bienes particulares estamos buscando un bien general. Los medios son
medios para un fin. Cuando elegimos estamos aspirando a un bien absoluto,
lo sepamos o no.
Hay una asimetría entre el bien general y las acciones particulares, la
voluntad debe elegir los medios para un fin, no hay ningún medio que sea el
“único elegible” para conseguir un fin. La razón delibera, evalúa las diferentes
opciones que tiene, va estimando y luego de deliberar realiza un último juicio
práctico y la voluntad lo elige. La razón manda según el último juicio practico
y la voluntad ejecuta.
Como no todos los medios tienen la misma jerarquía de ahí surge la
moralidad. La inteligencia se puede equivocar en sus juicios. La
indeterminación de la razón con los medios va de la mano con la
indeterminación de la voluntad para elegir. La voluntad puede no elegir lo
que la inteligencia propone, debido principalmente a las pasiones “motores
de los actos humanos sub-racionales” que influyen no sobre la voluntad sino
sobre la inteligencia.
El fin de la vida huma es gozar del bien general supremo. Hay una inclinación
natural a un fin absoluto y ello ordena las acciones. Una decisión inteligente
es cuando la razón manda a la voluntad. Pero no hay un determinismo moral.
La voluntad puede hacer algo malo aunque la inteligencia le muestre otra
cosa, y la causa de ello es por las pasiones que no son racionales. Estas
pasiones influyen no sobre la voluntad (porque si no sería coacción) sino que
influyen sobre la inteligencia para que modifique su juicio y pierda la
objetividad.
De este modo el bien general se va conociendo en mayor medida por
acciones inteligentes.
Novedades de la doctrina de tomas:
En primer lugar se invita a la razón a abstenerse de determinadas
especulaciones: se le hace saber que su intervención en las cuestiones
teológicas más elevadas no puede sino comprometerla con la causa que
define.
Se arranca a la razón humana de la dulce ilusión de que conoce las cosas en
sus razones eternas y ya no se le habla más de esa íntima presencia y de esa
consoladora voz interior de su DIOS. Se vincula la razón humana al cuerpo,
del que es directamente forma. Esta alma raciona, que es la forma única del
cuerpo, sobrevive al cuerpo y no pertenece a él. Reducida por esta nueva
situación a sacar de lo sensible todos sus conocimientos, incluso los
inteligibles, el alma ve cerrare todos los caminos directo que conducen al
conocimiento de dios.
Se acabó la evidencia directa que prueba su existencia: se acabaron
intuiciones directas que nos permiten leer, a través de las cosas, el
transparente misterio de su esencia.
Santo tomas retuvo la filosofía aristotélica y le asignaba un sentido nuevo al
incorporarse a su propia doctrina. Todo lo que Aristóteles había dicho acerca
del ser, en cuanto sustancia cuya forma es el acto, se encontraba en la
doctrina tomista integrado y subordinado a la metafísica del ser concebido
como una sustancia cuya forma misma esta en potencia respecto de su acto
de existir. El dios de santo tomas no es el acto puro de pensamiento que
presidia el mundo aristotélico, sino el acto puro de existir que ha creado de la
nada el mundo cristiano de los individuos actualmente existentes, cada uno
de los cuales, estructura compleja de potencia y de acto, de sustancia, de
facultades y de operaciones diversas, recibe su unidad del acto propio de
existir, por el cual es todo eso juntamente y que, por derivar de este acto
existencial el poder de obrar, trabaja incesantemente en perfeccionarse
según la ley de su esencia, en un esfuerzo constante por unirse de nuevo a su
causa primera que es Dios. Al trascender así al aristotelismo, santo tomas
introducía en la historia una filosófica, que era irreductible a cualquiera de
los sistemas del pasado.
Santo tomas había afirmado decididamente dos tesis fundamentales.
Primero, al aceptar íntegramente la ontología aristotélica de la sustancia,
había definido al individuo como forma pura, en el caso de los seres
inmateriales, o como la unión de materia y forma en los seres materiales. En
el orden de la sustancia, la forma es el acto supremo y único por el que el
individuo es lo que es. Santo tomas había, admitido la unicidad de la forma
sustancial en el compuesto; la había admitido incluso en el caso del
compuesto humano, en el que el alma racional venía a ser el acto y la forma
única del cuerpo humano.
Forma aristotélica y esse tomista
Aristóteles ha acuñado la forma que designa el objeto mismo de la
metafísica. La ciencia filosófica suprema versa, por tanto, sobre el ente en
cuanto ente, tratando de discernir aquellos principios o elementos que
establecen y constituyen al ente como ente. Del ente, como “tal o cual “
ente, se ocuparían las distintas ciencias particulares. Asi la biología estudiara
el ser vivo, en tanto que tiene vida y no en tanto que es un ente.
La metafísica, por ende, abarca con su mirada todo lo real y lo contempla en
tanto que ES. Y lo mira, para ver lo que es, para saber lo que es un ente. Pero
saber lo que es el ente equivale para Aristóteles a interrogar por la ……,
siguiendo las huella de su maestro Platón, para ambos filósofos la……..
Designa la realidad, lo que es verdaderamente real. Platón estimaba que lo
real ha de ser inmutable, idéntico e inteligible. Estos tres caracteres se
implican mutuamente, ya que si una cosa varia, pierde su identidad consigo
misma y deja, por ello, de ser cognoscible. Y como Platón advierte que el
mundo inmediato, el objeto de los sentidos, no reúne los requisitos de lo que
él entiende por “realidad”, establece la existencia de un mundo arquetípico
de esencias o formas, que constituyen la genuina realidad.
Para Aristóteles, por el contrario no hay más realidad que la sensible y, por
ello, la….. Señala cada una de las cosas o entes que nos circundan. El termino
sustancia vierte justamente este primer sentido de la …… al indicar lo
individual y concreto.
Pero también resulta real, para Aristóteles, lo que el ente es, a saber, la
essentia. Mientras la sustancia indica el ente en su facticidad, la esencia
constituye el ente en su intimidad. La primera resulta objeto de percepción
sensible, en tanto que la segunda, de percepción intelectual. Los dos indican
al ente, pues como sustancia el ente es siempre algo individual y concreto y
como esencia es siempre tal o cual ente.
Para Aristóteles la materia es una potencia, o sea un elemento
indeterminado que necesita de una forma que lo actualice para alcanzar su
configuración. La forma resulta entonces, el acto de la materia, aquello que
lo perfecciona, determina y especifica forjando junto con ella el ente. La
forma hace que el ente sea lo que él es, al actualizar la materia, confiriéndole
de esa manera su rostro inteligible. La realidad del ente depende, por ello, de
la forma, porque ella es como el fundamento o raíz ultima del ente. Al
hacerlo ser lo que es, la forma constituye la entidad misma del ente,
establece al ente en su entidad. De aquí, que lo real sea, en última instancia,
la forma, pues gracias a ella el ente es un ente.
Por tal motivo, la formula forma day esse condensa para santo tomas la
ontología aristotélica. Y en efecto, la forma le da el ser al ente, pero no el ser
sin más, el ser en el sentido fuerte del término, ya que no lo hace existir, sino
tan solo ser Tal o Cual ente. Pero, al hacerlo ser tal o cual ente, le da al ente
todo su ser, el único, por otra parte, que el posee y que es el ser tal o cual
ente. Para Aristóteles no hay ninguna diferencia, entre hacer que el ente sea
y hacerlo ser lo que es. De aquí que la forma se confiese como el único ser
del ente y que ser, para un ente, solo signifique ser lo que es. La forma
resulta así la raíz última de la sustancia. En tal sentido, el ser del ente indica
lo que el ente es, a saber su esencia, lo que hace que el ente sea tal o cual
ente, es decir, su forma.
Ente: Está compuesto por la esencia:
-Lo que es definible.
-Lo inteligible.
-La estructura que le confiere un género y una especie.
-Principio que determina a una cosa en su ser “tal cosa”.
-Es lo conceptualizable.
Acto de ser: Lo que hace que una cosa “sea” es decir exista
-es conocido en un juicio existencial “algo es”
-No es conceptualizable.
-Es el acto último del ente.
No puede haber ser sin esencia, porque son finitos, peri no hay esencia sin
ser porque sería nada. En tomas visualizamos un realismo muy acentuado
porque el existir es un principio.
En el ente no puede haber esencia sin acto de ser. El existir SOTIENE el
devenir temporal, pero el existir en sí mismo no es temporal.
La esencia más el ese forman los principios constitutivos del ente, la
composición metafísica. La composición física está dada por la materia y la
forma.
Lo único que no es ente es dios porque es puro acto de existir.
Para los griegos el núcleo de la existencia es la forma, su acto último es la
forma.
Tomas dice que la forma específica el tipo de ser, pero si yo miro la forma
aparte de eso “el ser existe” y en la forma no hay ningún principio indicio de
existencia, por eso tomas más allá de la forma ve el existir y lo agrega a su
entidad.
Para Platón: El ser son solo las formas, o sea las ideas.
Aristóteles: El ser es la forma más la sustancia.
Agustín: se mantiene en el plano de la esencia. Dios es el acto de ser, el ser
divino, es un ser inmutable. Metafísicamente retoma a Platón, se centraba en
la esencia “la forma”.
Tomas de Aquino: La sustancia explica que “es la cosa” pero la sustancia no
alcanza para explicar por sí mismo el existir, entonces el ser es sobre todo
“acto de ser” más esencia. Para tomas el existir es lo más difícil de entender
porque es lo más evidente y por ende no se puede demostrar.
Va por un camino cada vez más realista, mas anclado en el existir. Los griegos
piensan que son las cosas, como son las cosas, porque son eternas, la
“existencia” cobra importancia en lo medieval, ya que se rompe la
inmanencia griega (el griego da por supuesta la existencia porque piensa
desde una inmanencia).
El actus essendi
Santo tomas asumió el esquema metafísico aristotélico que acabamos de
exponer pero no se quedó dentro de sus límites, sino que lo excedió, al
discernir, en el seno de lo real, la presencia de otro principio constitutivo del
ente, que él designa con el infinitivo del verbo ser, esto es, el esse.
Si en virtud de la forma, el ente es lo que es, merced al esse, el ente es o
existe. La forma hace que el ente sea lo que es, el esse hace que sea, en el
sentido existencial del término. La forma sigue siendo principium essendi, en
tanto que principio constitutivo de lo real y también causa al hacer que lo
real sea lo que es. Pero según la nueva óptica tomista, la forma no es la raíz
última de la realidad, pues lo que establece al ente en su entidad misma
resulta ahora el esse. La forma permanece siendo el acto que actualiza la
materia, pero no es el acto último, ni supremo del ente, pues más allá de la
forma, y en otro orden, el acto de ser actualiza el ente y le otorga así su
misma realidad existencial.
El acontecimiento filosófico mas importante que se haya producido desde el
fin de la filosofía griega, es probablemente, la distinción introducida por
Santo Tomas entre dos órdenes de la actualidad, el de la forma, que
corresponde la especificación de los seres, y aquel del esse, que corresponde
a su existencia.
Dos órdenes de actualidad se dan, por lo tanto, en el ente. El primero es el de
la forma, que, al actualizar la materia, hace que el ente sea tal o cual y que se
inscriba, por ello, en el ámbito de una determinada especie. El segundo es el
esse, que, al actualizar la esencia, compuesta de materia y forma, hace que el
ente exista.
Si bien la forma hace que el ene sea lo que es, teniendo ahora en cuenta la
presencia del esse, santo tomas afirma que el papel de la forma es el de
constituir una sustancia susceptible del acto de ser.
La forma, en consecuencia, habilita al sujeto a recibir el esse, el cual adviene
al entre a través de ella.
El esse es un acto: pero un acto de naturaleza distinto al de la forma, pues
mientras esta última posee un carácter únicamente esencial, al hacer que el
ente sea lo que es, el acto del esse es de raigambre existencia, ya que gracias
a él el ente existe.
La materia y la forma constituían, por ende, para Aristóteles, todo el ente, y
en tal sentido, la esencia agotaba ontológicamente lo real, pues lo real es una
esencia y esta se halla compuesta por materia y forma. Dentro de la esencia
que es el ente, la forma se confesaba como el fundamento ultima de la
misma, o sea como su acto. Pero sobrepujando el plano esencial, santo
tomas estima que el esse actualiza la materia y a la forma, o sea a la esencia
misma, haciendo d ella un ente real y existente.
Para santo tomas por ente la esencia no agota ontológicamente lo real, pues
además de su materia y de su forma el ente tiene acto de ser. De este modo,
la esencia, integrada por la materia y la forma, y el esse que la actualiza se
componen metafísicamente para constituir el ente. Pero de estos dos
principios que forjan lo real, solo la esencia resulta conceptualizable, en tanto
que el esse es reacio al orden lógico y no podemos formarnos un concepto
del esse, porque el concepto visualiza la esencia de una cosa, y como el esse
no es una cosa, no tiene esencia, y al no tenerla resulta esquivo al
aprehensión conceptual. Esto no significa, por otra parte, que el esse no sea
pensable, ni cognosible, sino tan solo que es a-lógico.
El esse es el acto constitutivo último de toda cosa; el mismo no podría
entonces ser una cosa.
En tal sentido, se puede afirmar que el esse no es conceptualizable, pero si
pensable, inteligible y cognoscible. Si no fuera asi, santo tomas no habría
podido destacarlo como el ingrediente fundamental de las cosas existentes.
Por otro lado, el hecho de que el esse desborde el plano del concepto, por no
ser “algo”, no implica que no exista una concepción metafísica de e, tal como
asegura su aturo.
Que el esse pueda ser concebido, pero no conceptualizado quiere decir
hablando concretamente, que no podemos definir lo que significa, para un
ente, su acto de ser.
Y de este modo, la metafísica tomista se enfrenta con el misterio del ser, al
reconocer en el seno del ente la presencia de un dato inefable en virtud del
cual los entes existen.
La noción del ente:
El ente como tal siendo para santo tomas lo mismo que para Aristóteles, el
objeto supremo dela filosofía metafísica. Pero el ente se define ahora como
“lo que tiene ser”. Para Aristóteles, el ente indicaba lo que es, pero el “Es”
solo apuntaba a su esencia, o sea “lo que es tal o cual cosa”. Para santo
tomas, el ente también puede verterse por “lo que es”, pero aquí el “es”
señala el acto mismo de ser que el ente ejerce. De esta manera, el ente
designa lo que tiene el acto de ser y no solamente lo que la cosa es.
Tanto para Platón como para Aristóteles el ente es “tal o cual cosa”. Según la
óptica tomista, en cambio, que el ente sea, quiere decir que el ente está
ejerciendo el acto de ser. El ente es lo que es, pero además de ser tal o cual
ente está ejerciendo el acto de ser. No solo es tal o cual ente sino sobre todo
principalmente el ente ES Y EXISTE.
“Ser es ante todo para Aristóteles ser alguna cosa que gracias a su forma
poseen en si la razón suficiente de lo que ellas son.
De esta manera la filosifa griega clásica se detuvo en el umbral del ser, ya que
son ontologías de la esencia, sin divisar el fundamento ultimo de lo real.
La ontología peripatética versa exclusivamente sobre lo que es, osea sobre el
sujeto portador del es. Encambio, la ontología tomista, sin descuidar lo que
está siendo, ha subrayado con todo vigor, que el ente es o está siendo,
destacando así el acto de ser que el ente ejerce.
La noción tomista de ens, en consecuencia, connota fundamentalmente el
acto de ser. El ente es o existe gracias al ser, que es su acto y el cual habita
íntimamente en el seno de lo que es.
El ente designa por lo tanto lo que es o está siendo y el ser ( esse) señala el
es o estar siendo de ese “lo que”, o sea del ente.
Pero el ser del ente h sido determinado por Santo tomas, no como el mero
estar siendo del ente, sino como el acto de ser que el ente ejerce y en virtud
del cual existe. El esse tomista señala por cierto el ser del ente pero no es
simplemente su estar siendo, sino su acto. En este sentido, el acto de ser
respalda y funda el estar siendo del ente, pero es mucho más que es, ya que
ha sido concebido como el acto de la esencia, o sea como aquello que, al
actualizar la esencia, hace de ella y con ella, un ente real y existente.