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INTRODUCCION

La historia de la reflexión sobre Dios describe las variaciones del concepto «Dios» a través del
tiempo y del espacio, pero no los cambios y vaivenes de su realidad objetiva. Es la historia de
sus objetivaciones mentales y formulaciones categoriales, quedando fuera de este proceso su
ser y realidad. Dios en sí mismo no cambia. Es inmutable. En este largo proceso histórico, un
hecho aparece en toda su evidencia: la preocupación incesante del ser humano por el más allá
de la realidad histórica. Se trata de una inquietud que emerge en formas distintas en los
momentos cruciales de la humanidad, cuando percibe más hondamente la necesidad de sentido
y cobra conciencia de lo irreversible. Las diferentes afirmaciones sobre Dios revisten entonces
el carácter de aproximaciones graduales y complementarias a una instancia o entidad misteriosa
que confiere sentido pleno a la existencia humana y fija el destino de la historia. Semejante
realidad se presenta también como el punto de referencia de toda teoría y el horizonte de toda
praxis, que, además de justificar el orden eticosocial, ofrece marco válido de comprensión de la
realidad global, del ser en su conjunto. Asimismo es preciso reconocer que la extrañeza que
causan en nuestros contemporáneos algunas de las formas de presentar la divinidad hoy
suscitan diversas actitudes que van desde el rechazo del tema, por anacrónico, hasta el intento
sincero de reformarlo y traducirlo en categorías y fórmulas inteligibles para el hombre de
nuestro contexto cultural. Hasta muy entrada la Edad Moderna, el Dios de la tradición
judeocristiana, ser trascendente y personal, ostentó el privilegio de dotar de sentido a la vida
humana y de dar coherencia racional al pensamiento. Pero no siempre ha sido así desde
entonces. A partir del siglo XVIII, la filosofía revisionista de M. Kant (1724-1804) socavóLa
historia de la reflexión sobre Dios describe las variaciones del concepto «Dios» a través del
tiempo y del espacio, pero no los cambios y vaivenes de su realidad objetiva. Es la historia de
sus objetivaciones mentales y formulaciones categoriales, quedando fuera de este proceso su
ser y realidad. Dios en sí mismo no cambia. Es inmutable. En este largo proceso histórico, un
hecho aparece en toda su evidencia: la preocupación incesante del ser humano por el más allá
de la realidad histórica. Se trata de una inquietud que emerge en formas distintas en los
momentos cruciales de la humanidad, cuando percibe más hondamente la necesidad de sentido
y cobra conciencia de lo irreversible. Las diferentes afirmaciones sobre Dios revisten entonces
el carácter de aproximaciones graduales y complementarias a una instancia o entidad misteriosa
que confiere sentido pleno a la existencia humana y fija el destino de la historia. Semejante
realidad se presenta también como el punto de referencia de toda teoría y el horizonte de toda
praxis, que, además de justificar el orden ético social, ofrece marco válido de comprensión de la
realidad global, del ser en su conjunto. Asi mismo es preciso reconocer que la extrañeza que
causan en nuestros contemporáneos algunas de las formas de presentar la divinidad hoy
suscitan diversas actitudes que van desde el rechazo del tema, por anacrónico, hasta el intento
sincero de reformarlo y traducirlo en categorías y fórmulas inteligibles para el hombre de
nuestro contexto cultural. Hasta muy entrada la Edad Moderna, el Dios de la tradición
judeocristiana, ser trascendente y personal, ostentó el privilegio de dotar de sentido a la vida
humana y de dar coherencia racional al pensamiento. Pero no siempre ha sido así desde
entonces. A partir del siglo XVIII, la filosofía revisionista de socavó los presupuestos
epistemológicos de aquella convicción, llegando a cuestionar más tarde con los epígonos
kantianos y Nietzsche la misma consistencia objetiva metahistórica del Dios de la religión.
PREGUNTA POR DIOS

Tradicional

Contexto tradicional de la pregunta por Dios Dos han sido los procedimientos o vías que se han
seguido tradicionalmente en el planteamiento del problema de Dios: el antropológico y el
cosmológico. El camino antropológico parte del análisis de la experiencia de la relación del
hombre con el mundo y con los demás hombres y abarca una amplia gama de vivencias
integrada por conocimientos, voliciones, sentimientos, afectos, comportamiento ético y
conciencia histórica. Este análisis lleva al convencimiento de que la vida humana sobre la tierra,
tomada en toda su amplitud y profundidad, es inexplicable sin la presencia de un ser
desconocido, totalmente otro, que polariza y da sentido a la propia experiencia. Ante sus ojos,
el hombre carece de sentido si no se trasciende en uno mayor que él situado más allá del tiempo
y del espacio. La vía cosmológica, llamada también ontológico-metafísica, procede del
conocimiento del cosmos y tiene en cuenta las características comunes de todos los seres del
universo. Comprende el amplio marco de realidades de las que tenemos noticia. Al igual que el
análisis anterior, este último pone en evidencia la precariedad del mundo en su estado actual y
la imposibilidad de explicarse por sí mismo, así como la necesidad de otra realidad de distinto
orden que posibilite su existencia.

Moderno

El hombre de nuestra cultura, preferentemente científica, ha desvelado los misterios del mundo
y, aunque todavía le restan parcelas insondables, sabe lo que puede dar de sí su conocimiento
de la realidad. Conoce cada vez mejor el comportamiento de la naturaleza, así como los factores
que influyen en él y las leyes que lo rigen. Pero se vale de este pretexto para no aceptar a Dios
como hipótesis de trabajo porque la considera encubridora de la ignorancia de épocas pasadas.
Escudado en la ciencia y en la técnica, cuyas carencias actuales serán subsanadas
indudablemente mañana, el hombre de hoy, situado en su mayoría de edad, se refugia en la
seguridad de lo inmediato y prescinde de todo fundamento trascendente. Crea así un mundo
tecnificado, cuyas características principales son la profanidad y el propósito intencionado de
comprenderse a sí mismo y al mundo que lo rodea prescindiendo de lo meta empírico y
trascendente. Hechura del mismo hombre, este mundo deja de transparentar a Dios y, en su
lugar, devuelve la imagen del mismo hombre, que se proyecta como autor de la realidad y de la
historia Por este motivo, en los últimos ciento cincuenta años, la pregunta por Dios, como
fundamento último de todo, se ha hecho irrelevante en amplios sectores de nuestra cultura,
como lo reconoce el mismo M. Heidegger: Quien haya experimentado cuáles han sido los
orígenes de la teología, tanto de la fe cristiana como de la filosofía, preferirá hoy, en el ámbito
del pensar sobre Dios, guardar silencio

Dios en las culturas antiguas

Conviene recordar que los especialistas no entienden la historia de las religiones como simple
recuento de hechos religiosos acaecidos en los distintos tiempos y lugares. Su intencionalidad
explícita es descubrir al hombre mismo en el corazón de los hechos relatados. Un pionero en
este campo fue el historiador rumano Mircea Eliade, que cambió la finalidad de la investigación
histórica de la religión, al descubrir que la vivencia de lo sagrado se presenta como la experiencia
esencial del hombre. El homo religiosus no es un ser alienado, sino el hombre integral que ha
encontrado el verdadero sentido de su existencia. Las modalidades son diferentes según se trate
del hombre religioso de cultura arcaica, de las grandes culturas o de las religiones monoteístas
históricas. Lo importante es que a través de estas diferencias se puede llegar a saber qué
concepto tiene el hombre de sí mismo. De ahí la importancia concedida últimamente a la
hermenéutica de lo sagrado '. El método empleado es el estudio de las hierofanías y de los
símbolos religiosos. En efecto, el comportamiento del hombre religioso se organiza en torno a
lo sagrado, entendido como mundo aparte y distinto del natural y ordinario. Es el mundo de las
mediaciones de la divinidad (seres, objetos, acontecimientos, personas, lugares y tiempos), que
suscitan en el sujeto humano la conciencia de una realidad totalmente otra, en la que hallan
cumplimiento el mundo y la historia. Cuando el hombre percibe esta nueva dimensión, se hace
religioso y adopta una conducta peculiar por la que crea una cultura específica, la religiosa. En
todo caso juegan papel importante en todo esto el mito y el símbolo. Son las representaciones
concretas del misterio, mediante las cuales

Búsqueda de Dios desde el dinamismo de la conciencia colectiva de la humanidad

Por «dinamismo de la conciencia colectiva de la humanidad» no entendemos lo mismo que los


pensadores reseñados en el apartado anterior cuando hablan de la subjetividad humana. Nos
referimos, más bien, a la tendencia irreversible, tanto del individuo como de la humanidad, hacia
un más ser de sí mismos. Clasificamos en tres grupos diferentes a los pensadores que emplean
este procedimiento, porque se advierte en ellos una gran diversidad de matices. El primer grupo
está formado por H. Bergson, M. Blondel, M. Scheler y X. Zubiri. Desde el análisis de la existencia
humana llegan, si bien por distintos caminos, a Dios como fundamento y meta de la misma. Al
segundo pertenecen M. Heidegger y K. Jaspers, que, aunque no logran remontar el estado de
problematicidad de la conciencia, intentan seriamente una explicación convincente de la misma.
Los integrantes del tercer grupo se fijan más en la dimensión social del existente humano y en
su proyección de futuro. Unos, como Feuerbach y Nietzsche, se decantan por el ateísmo, al no
divisar en lontananza otra realidad absoluta que el hombre colectivo y el superhombre. Otros,
en cambio, apuntan a la trascendencia como única posibilidad de irreversibilidad de lo humano,
si bien con matices completamente distintos: trascendencia histórica en E. Bloch, y
trascendencia real ontológica en Teilhard de Chardin.

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