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Las verdades de la razón

Para empezar, la pregunta nunca puede nacer de la pura ignorancia. Si no supiera nada o no
creyese al menos saber algo, ni siquiera podría hacer preguntas. De modo que la razón no
es algo que me cuentan los demás, ni el fruto de mis estudios o de mi experiencia, sino un
procedimiento intelectual crítico que utilizo para organizar las noticias que recibo, los
estudios que realizo o las experiencias que tengo, aceptando unas cosas y descartando otras,
intentando siempre vincular mis creencias entre sí con cierta armonía.
La esencial universalidad de la razón significa, primero, que la razón es universal en el
sentido de que todos los hombres la poseen, incluso los que la usan peor, de modo que con
atención y paciencia todos podríamos convenir en los mismos argumentos sobre algunas
cuestiones; y segundo, que la fuerza de convicción de los razonamientos es comprensible
para cualquiera, con tal de que se decida a seguir el método racional, de modo que la razón
puede servir de árbitro para zanjar muchas disputas entre los hombres. Detestar la razón es
detestar a la humanidad, tanto a la propia como a la ajena, y enfrentarse a ella sin remedio
como enemigo suicida.
Ortega y Gasset distinguió entre ideas y creencias: son ideas nuestras construcciones
intelectuales, mientras que constituyen nuestras creencias esas certezas que damos por
descontadas hasta el punto de no pensar siquiera en ellas. La razón nos sirve para examinar
nuestros supuestos conocimientos, rescatar de ellos la parte que tengan de verdad y a partir
de esa base tantear hacia nuevas verdades.
Para el escéptico, todo supuesto conocimiento humano es cuando menos dudoso y a fin de
cuentas nos descubre poco o nada de lo que pretendemos saber. No hay conocimiento
verdaderamente seguro ni siquiera fiable cuando se lo examina a fondo. Lo peor del
escepticismo no es que nos pida afirmar algo verdadero sino que incluso nos prohíbe decir
nada falso.
Según Kant, lo que llamamos “conocimiento” es una combinación de cuanto aporta la
realidad con las formas de nuestra sensibilidad y las categorías de nuestro entendimiento.
Hay tantas verdades como culturas, sexos, clases sociales, intereses y como caracteres
individuales. Lo único que está a nuestro alcance en la mayoría de los casos, según Popper,
es descubrir los sucesivos errores que existen en nuestros planteamientos y purgarnos de
ellos. De este modo, la tarea de la razón resultaría ser más bien negativa que afirmativa.
La razón no exige nada especial para funcionar, ni fe, ni preparación espiritual, ni pureza de
alma o de sentimientos, ni pertenecer a un determinado linaje o a determinada etnia: sólo
pide ser usada. Razonar no es algo que se aprende en soledad, sino que se inventa al
comunicarse y confrontarse con los semejantes: toda razón es fundamentalmente
conversación. No solo tenemos que ser capaces de ejercer la razón en nuestras
argumentaciones sino también debemos desarrollar la capacidad de ser convencidos por las
mejores razones, vengan de quien vengan.
El animal simbólico
Los rasgos distintivos de la especie humana son la capacidad técnica de controlar las
fuerzas naturales, poniéndolas a nuestro servicio; la habilidad para cazar o domesticar a la
mayoría de los demás seres vivientes; la posesión del lenguaje y del pensamiento racional;
el ingenio para protegerse de las inclemencias climáticas; la previsión del porvenir y sus
amenazas, preparando de antemano remedios contra ellas; la cura de muchas enfermedades
y sobre todo la facultad de utilizar bien o mal tantas destrezas.
Parece que siempre se ha intentado definir lo humano por contraposición con lo animal y
con lo divino. Es humano quien no es ni animal ni Dios. Digamos como primera
aproximación que la razón es la capacidad de encontrar los medios más eficaces para lograr
los fines que uno se propone. En este sentido, también los animales tienen sus propias
razones y desarrollan estrategias inteligentes para conservar sus vidas y reproducir su
especie.
En los animales la inteligencia parece estar exclusivamente al servicio de sus instintos, que
son los que les dirigen hacia sus necesidades o fines vitales básicos. Es decir que su
conducta sólo responde a un cuadro de situaciones que vuelven una y otra vez, cuya
importancia proviene de la vida de la especie y no de la elección de cada uno de los
individuos. Los animales parecen nacer sabiendo ya mucho más de lo que aprenderán en su
vida, mientras que los humanos se diría que aprendemos casi todo y no sabemos casi nada
en el momento de nacer.
El lenguaje humano es más profundamente distinto de los llamados lenguajes animales que
la propia fisiología humana de la de los demás primates o mamíferos. Gracias al lenguaje
cuentan para los humanos aquellas cosas que ya no existen, o que todavía no existen. Los
llamados lenguajes animales se refieren siempre a las finalidades biológicas de la especie,
quizá somos los primates con una infancia más prolongada, porque necesitamos mucho
tiempo para hacernos con todos los símbolos que después configuran nuestro modo de
existencia. De cierto modo, siempre seguimos siendo niños porque nunca dejamos de
aprender símbolos nuevos.
Como nuestra principal realidad es simbólica, experimentamos a veces la tentación de creer
que todo lo real es simbólico, que todas las cosas se refieren a un significado oculto que
apenas podemos vislumbrar.

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