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«Érase una vez un rey que tenía tres hijos. Un día les dijo:
- Hijos míos, ha llegado el momento de entregar la corona. El que consiga la flor del
linoral, tendrá el reino.
Al día siguiente, partieron con sus caballos. Cuando llegaron a un viejo puente, vieron a
lo lejos una pobre y hambrienta viejecita. Esta se acercó y suplicó al hermano mayor:
- Sí, tome usted la mitad, que yo me las arreglaré con lo que quede.
La vieja dijo:
Él respondió:
La vieja le aconsejó:
- Sigue este camino, que te conducirá hasta un castillo, en él habrá un hermoso y gran
naranjo que tiene tres relucientes naranjas. Coge la que se encuentra en el medio, que
esta flor del linoral. Tendrás que salir del castillo antes que den las doce. Si no
consigues salir, te quedarás encerrado eternamente.
La vieja se marchó y el pequeño siguió el camino, tal como le había indicado ella. Al
llegar al castillo, vio el naranjo, y cogió exactamente la naranja indicada por la vieja. De
pronto empezaron a sonar las doce campanadas. El muchacho subió a su caballo, y a
toda prisa salió del castillo.
- ¿Dónde meteré la flor del linoral para que mis hermanos no la vean? -se preguntó-,
¡ah, ya, la meteré en el zapato!
Él respondió:
- No, no la he encontrado.
Los hermanos volvieron al castillo de sus padres. Al llegar dijeron a su madre que
preparase la comida pues traían mucha hambre.
La madre preguntó por el hermano menor. Ellos respondieron que se había quedado
atrás. Preocupada se fue en busca de su hijo pequeño. Cuando llevaba un rato
caminando, se detuvo y vio una tumba recién hecha con una caña sobre ella. Se
arrodilló y agarró la caña. De repente se oyó una suave voz que decía así:
La madre volvió llorando al castillo y muy apenada, pero no dijo nada al rey. Éste, al
verla llorar tanto, pensó que era por su hijo menor, y también él salió a buscarlo. A lo
lejos vio una tumba, se acercó, agarró la caña, y de nuevo se oyó la voz que decía:
El rey y la reina estuvieron una semana llorando por su hijo. Al cabo de un año, llegó al
castillo el hijo pequeño. Los padres quedaron sorprendidos. El chico les contó lo
sucedido. La caña que estaba clavada en la tumba era la viejecita a la que él había
ofrecido la mitad de su comida. Como sus hermanos no le mataron del todo, ella le curó
y ahora les traía la flor del linoral.
El rey, como hombre de palabra que era, cumplió su promesa y entregó la corona a su
hijo pequeño, que reinó en paz durante muchísimos años y llegó incluso a perdonar a
sus hermanos.