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Paleo río, Lucía Bianco, n direcciones, Buenos Aires, 2022, 43 págs.

En Paleo río, el último poemario de Lucía Bianco, lo poemas llevan, debajo del título,
una notación numérica que podría ser la indicación de un año. Pero esta probable
referencia temporal llama la atención porque también remite al modo en que se escribe
una altura con respecto al nivel del mar (“Hay un animal que mira (por raro) al cielo”/-
9.300”). Marcar el tiempo así, como en la datación paleontológica o en la geográfica,
entrecruza las convenciones que usamos para representar el tiempo con las del espacio.
Desde el título del libro, desde los títulos de cada poema, desde cada poema suelto y
desde la serie que compone, desde las imágenes, desde el ritmo, Paleo río piensa al
tiempo. Aunque lo hace de un modo diferente a como lo haría la filosofía o, por
supuesto, las ciencias sociales o naturales, porque se construye con los medios del
poema. Por eso, también nos ayuda a entender qué clase de saber sobre la historia puede
producir la escritura poética.
Una peculiaridad de este conocimiento es que despliega un tiempo inmersivo y en
movimiento. Así como no vemos al viento, sino su huella en el pasto que se balancea, si
la pregunta fuera dónde leer o encontrar al tiempo, los poemas dirían que por todas
partes y sin orden. No se trata de la representación del tiempo estratificado, compuesto
por secuencias de capas que se erosionan entre sí, se distorsionan o invierten. En
cambio, la escritura poética complejiza la temporalidad (“Decir que hay médanos es
medio también una pavada/ Hay ese montón de indistinción/ de piedras pequeñas juntas,
pasajeras. / La antigüedad en años del montículo, otorgada por capricho, / es lo que
tarda en estar siendo volado por el viento.”). Y detecta sus señales y el modo en que se
mezclan, se tocan -a veces fundiéndose, a veces no- en el aire, en una ola, en la arena
que forma un médano, en el cuerpo. Cada poema funciona como un remolino
descronologizador: si la datación en los títulos propone un orden, avanzar en la lectura
es divertirse viendo a ese orden ser tragado por los versos, aunque su huella no se borra
porque forma parte, también, de la historia (“No importan los kilómetros por hora/ -
8.000”: “[…] Cuando llegue el 2020, un camión/ de modelo no acorde con la época,/
tendrá tatuado: El viento/ es más viejo, pero sigue soplando.”). Una de las formas en
que esto ocurre es el desplazamiento constante de un punto 0 a partir del cual empezar a
contar, procedimiento que también cuestiona el verosímil de la representación poética
(“cuando se escriba esto”; “ya habrá tiempo para que”; “donde algún día será el fin/ de
lo conocido como Nación// Ni eso ahora.”)
Entonces aparece la otra gran peculiaridad con respecto a los relatos historiográficos: la
presencia del deseo como motor de la historia. Un deseo que los poemas registran como
impulso para empezar una acción o para interrumpirla, y que se nomina como
curiosidad, ganas, risa. La escritura logra captar su movimiento escurridizo a través de
la exposición de elementos mínimos, de percepciones, de conversaciones hipotéticas
(como la propuesta casi amorosa que le hace una planta de espartina a Magallanes en
“La Victoria/ 1.522”). Detalles que componen la vida en un espacio que imaginamos al
sudoeste de la provincia de Buenos Aires, entre el río y el mar.
Como dijimos, además todo esto se lee en un ritmo que parece como venido de otra
parte. Así como podría inscribirse en una tradición dentro de la poesía argentina (la que
encontraría en Lamborghini uno de sus puntos salientes), también suena muy
contemporáneo, aunque no se iguala a los modos de escribir que hoy más se escuchan.
Un poco porque el remolino se extiende al lenguaje: Paleo río registra el habla del
presente (“estoy en una”; “es medio una pavada”) y la mezcla con formas de decir más
antiguas, con rimas y versos infantiles tradicionales, junto a un vocabulario técnico para
nombrar diferentes aspectos de la naturaleza. En el poema “Conversación/1.859”, la
estructura pregunta/respuesta, la rima y el ritmo nos hacen escuchar una payada o una
copla. En “Maqueta de la Fortaleza/1.832”, encontramos la reescritura de una popular
canción para niñes que, a la vez, puede leerse como una hipótesis sobre ese trabajo del
tiempo y de la historia: “Este tensó los cueros. /Este entrecerró los ojos/y divisó nieve
en la ventana de las sierras./ este plantó el zapallo pionero./ Este se lo comió/ y puso un
huevo”. Sin dudas, Paleo río es un libro clave para conocer los movimientos profundos
que está produciendo una zona de la poesía argentina en el presente.

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