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Así, los dos cuartetos y los dos tercetos que dan forma el poema de Góngora, se
articulan tal y como exigían las preceptivas para el soneto, pues, el análisis de su
macroestructura, en términos de Van Dijk (La ciencia del texto, Paidós, 1983), indica que
Góngora, gran conocedor de la tradición, construye una unidad en los dos cuartetos que
concluirá en los tercetos.
El poeta barroco no inventará “ex nihilo”, sino que reconocerá en este y en el resto de
su obra la “auctoritas”, es decir, el conjunto de obras que él mismo deconstruye para volverlas
a construir después, provistas de un nuevo sentido y de acuerdo a los ideales del Barroco.
Reconocemos en el texto de Góngora alusiones a Garcilaso de la Vega que, junto con Boscán
y Herrera, acomoda a las letras castellanas una estructura fija italiana como el soneto.
Comienza, pues, el poeta con el recurso de la apóstrofe con el que se dirige a doña Mª
Osorio Pimentel, esposa de don Pedro de Toledo, hermano del duque de Alba. Misma alusión
que encontramos en la Égloga III de Garcilaso para expresar un manido tópico literario ya en
el Renacimiento y al que los poetas del Barroco también sabrán sacarle beneficios. Este tópico,
“colige, virgo, rosas” de Ausonio, comparte muchos aspectos con el “carpe diem” horaciano.
Pero de estas ideas totalizadoras, se desprenden otras como las del “tempus fugit”, el “quotidie
morimur” o el de la “vita flumen”. Porque el hombre barroco, a través de la insistencia en ellas,
transformará el equilibrio renacentista en angustia por el paso del tiempo y en lo insustancial
de las cosas mundanas (aspecto ya trabajado por la mística española y europea).
Pero, aunque todo el ideario de Góngora esté encajado en un solo enunciado, tal y como
hemos admitido, el poeta, siguiendo las preceptivas retóricas, hará evolucionar la unidad
temática sirviéndose para ello de las posibilidades que los cuartetos y los tercetos le ofrecen.
Hace uso de los cuartetos (donde quedan patentes los tópicos “collige, virgo rosas” y “carpe
diem”) para la descripción de la juventud femenina, que, a diferencia del equilibrio de Garcilaso
en la Égloga III, en Góngora alcanzará cotas hiperbólicas. Ofrece, así, el poeta la descripción
de las mejillas mediante la metáfora homérica de la “Aurora de rosados dedos” (“en tus mejillas
la rosada aurora”), la de la mirada a manos del dios de la luz y la belleza (“Febo en tus ojos”
v.4) y la del pelo (vv. 7 y 8) mediante los ríos de Arabia o las arenas del Tajo (locativos
recurrentes también en la poesía barroca, no por poco el mismo Cervantes indica en el
“Prólogo” del El Quijote que para todo el que quisiera mostrarse en una historia como erudito,
habría de introducir en la misma el nombre del río Tajo). Pero poco tiempo va a hacer durar el
poeta estas bonitas cualidades en el rostro de la mujer. Encajan todas ellas y con insistencia en
el adverbio anafórico “mientras” (v.v. 2 y 5), que aporta, frente a los implacables “antes” de
los tercetos (v.v. 9 y 12), un aspecto de durabilidad y calma. Porque es en los tercetos donde se
hace patente la angustia del paso del tiempo (que desemboca en tópicos como “tempus fugit”,
“quotidie morimur” o “vita flumen” a los que antes aludiamos) ya que hallamos los referentes
a los que aludía en los cuartetos con marcas de fatiga y aburrimiento. De tal manera,
encontraremos ya una mirada oscurecida a través de un “Febo eclipsado”, v.9; unas mejillas ya
no rosadas en el momento en que “huya la Aurora del mortal nublado” y unos cabellos ya no
dorados pues, en ellos, la nieve ha impuesto su blancura.
La idea del fluir de las cosas también va a quedar reflejada en la isotopía semántica de
los verbos “huya” (v. 11) y “venza” (v. 13), en el adverbio “hoy”, o en el participio “vuelto”
(v. 9). Todos los elementos colaboran de la angustia. Pero esa angustia se verá también
reflectada en la rima encadenada que presentan los tercetos, pues, como indica Domínguez
Caparrós en Análisis métrico y comentario estilístico (UNED, ed. 2019), las rimas
encadenadas que presentan nuestros tercetos (CDC : EDE), colaboran en el soneto con la idea
de la fluidez y, por extensión, con lo caduco. Por su parte, las rimas abrazadas de los cuartetos
(ABBA : ABBA), aproximan la lectura al detenimiento y la reflexión.
Como hemos podido ver, son muchas voces las que resuenan en los versos de Góngora.
Van estos ecos desde la antigüedad clásica (Homero, Horacio, Ausonio), a poetas del
Renacimiento de corte petrarquista, o místicos como San Juan de la Cruz. Esta polifonía que
en este caso tiene que ver con la transtextualidad, ya la acepta Quevedo, cuando asume esta
imagen del diálogo con la literatura del pasado en sus versos: “vivo en conversación con los
difuntos y escucho con los ojos a los muertos”. Pero dicha transtextualidad no se queda en el
Seiscientos, sino que, según cuenta R. Adrados en El río de la literatura (Ariel 2012), llega a
nuestros días en todas y cada una de las obras en las que la angustia se adueña de un autor.