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Examen de Historia

Temas:
1) Introducción a los estudios históricos y sus problemas metodológicos.
2) América Indígena y la Época Colonial (siglos XVI al XIX).
3) La Revolución Hispanoamericana.
4) El período Artiguista y la consolidación de la Independencia (1811-1830)
5) El Uruguay comercial, pastoril y caudillesco (1830-1868)
6) El Uruguay de la Modernización (1868-1903)
7) El Uruguay de las Reformas y del Estado Benefactor (1903-1958)
8) El Uruguay Contemporáneo (1958 a nuestros días)

Introducción a los estudios históricos y sus problemas


metodológicos
La Historia es la ciencia que estudia e interpreta la vida del hombre como ser
social en el tiempo y en el espacio. Es una ciencia porque utiliza método
científico, formula hipótesis, elabora una teoría y obtiene conclusiones. La
Historia forma parte de las llamadas Ciencias Sociales.
El objeto de estudio de este es el hombre, pero no se estudia al hombre
aislado, sino como integrante de un grupo al que denominamos sociedad. Se
considera que la historia comienza en la época de Grecia antigua, en el siglo
V a.C. y que Heródoto es el primer historiador, por eso se le conoce como “el
padre de la Historia”. Durante los primeros tiempos, los historiadores se
limitaban a hacer narraciones de hechos ocurridos en épocas anteriores.
La Historia comienza a ser ciencia a partir del siglo XVIII. A partir del siglo
XIX, utilizando métodos propios, comienza la búsqueda del pasado para
comprender el presente y construir un futuro mejor.
Durante el siglo XX, las diversas tendencias historiográficas lograron fundir
en un mismo relato histórico, la formación técnica (erudición), la capacidad
teórica (interpretación) y la parte expositiva (narración). Dando lugar a la
aparición de diferentes escuelas. En Europa Occidental, las dos escuelas más
influyentes hasta los años 80’ del siglo XX fueron la francesa de los
“Annales” y la inglesa de orientación marxista.
Los principales representantes de la escuela francesa fueron Marc Bloch y
Lucien Febvre que fundaron en 1929 la revista “Annales”. Su gran desarrollo
tendría lugar en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, bajo la
dirección de Fernand Braudel. Las principales propuestas de esta escuela se
centraron en dos objetivos. Por un lado la superación de la llamada “historia
de los acontecimientos” que se centraba en los aspectos políticos que se
pretendía sustituirla por un análisis histórico en diálogo con otras ciencias
sociales.
Por otro lado, el concepto de “tiempo histórico”, que Braudel definió al
marca la diferencia entre el tiempo corto (el acontecimiento), el tiempo
medio (la coyuntura) y el tiempo largo propio de las estructuras, por ejemplo
cambios lentos de una sociedad dada.
La escuela anglosajona alcanzó su mayor influencia desde finales de la
Segunda Guerra Mundial, gracias al desarrollo de la Historia Económica,
como Nueva Historia Económica o Cliometría, practicada sobre todo en
Estados Unidos, con autores como R. Fogel. Sin embargo, la amyor
influencia historiográfica provino del grupo de historiadores británicos y los
estudios sobre la revolución industrial.
En las últimas décadas del siglo XX se fueron perfilando nuevas corrientes
historiográficas que trataban de atender campos descuidados por las
escuelas anteriores. Al respecto debemos mencionar cuatro grandes
tendencias: La microhistoria: se trata de un grupo de historiadores italianos
que pretenden una reducción de la escala de estudio y que intentan
incorporar al método histórico procedimientos propios de la antropología.
La historia cultural: pretende analizar las formas en que cada sociedad
interpreta y narra su pasado. En este caso tiene gran influencia la lingüística,
pues es muy importante la interpretación de las metáforas y símbolos que
usa cada sociedad. La historia de nuevos sujetos: se ocupa de grupos sociales
desatendidos. La historia ecológica: su objetivo es aplicar al estudio de la
historia conceptos procedentes de la ecología y el medio ambiente.
Ante todo esto, el pasado del Hombre se reconstruye a través de las llamadas
Fuentes de la Historia (documentos escritos, relatos orales, restos
materiales y fósiles, documentos audiovisuales).
Para ser histórico un hecho debe tener carácter social. Por eso los
protagonistas de la Historia son todos los hombres.
Los hechos los encuentra el historiador en los documentos pero no todos los
acerca del pasado son hechos históricos. Cada hecho histórico se ubica en el
tiempo y en el espacio. Es el tiempo en el que transcurre la vida de las
sociedades, desde la aparición de los primeros hombres hasta hoy. Para
medir el tiempo, utilizamos “unidades de tiempo”: segundos, minutos,
horas, días, meses, años, lustros, décadas, siglos, milenios, eras.

América Indígena y la Época Colonial (siglos XVI al XIX)

A fines del siglo XV y principios del XVI, las tierras que actualmente
denominamos continente americano estaban pobladas por varios por varios
millones de indígenas, de un desigual desarrollo tecnológico, cultural, social
y político. Los primeros migrantes, que inicialmente no pasaron de unas
cuantas decenas o, a lo sumo, de algunos cientos, fueron incrementando su
número con el correr del tiempo, a medida que aumentaban su control sobre
el medio circundante. Los estudios demográficos, la mayor parte de los
académicos, se basan en trabajos que tienen en cuenta la ecología y la
producción de alimentos, estiman entre los 60 y 80 millones de habitantes,
de los que entre 40 y 65 millones corresponderían a los territorios de lo que
luego sería el Imperio español. Las regiones más pobladas eran México
(cerca de 25 millones) y la zona andina (entre 10 y 15 millones). En ese
momento, las sociedades más estructuradas y avanzadas eran los imperios
inca y azteca. A fines del siglo XV, la gran diversidad existente se observaba
en las múltiples y diferentes identidades, pueblos, culturas, lenguajes,
costumbres y creencias.
La expansión europea en el Nuevo Mundo y la consolidación de los imperios
español y portugués, así como la presencia de otras potencias europeas,
harían una homogeneización a casi todo, un único rey, una única y militante
religión, el cristianismo, el idioma español como lengua franca del imperio
más extenso del continente, monedas comunes que permitían la existencia
de circuitos comerciales de larga, mediana y corta distancia, etc.
A todo esto nos hace cuestionar cuál es el origen del hombre en América,
pese a la existencia de algunas teorías más o menos simpáticas o
disparatadas, hoy sabemos con bastante certeza que durante millones de
años los seres humanos fueron ocupando otras partes del planeta.
También se da por prácticamente seguro que los primeros habitantes que
alcanzaron sus costas lo hicieron a través de movimientos migratorios
procedentes de Asia.
El inicio de un nuevo período interglaciar, con el consiguiente aumento de
las temperaturas, derritió mucho de los hielos polares y con ello las aguas
subieron de nivel, cerrando la ruta terrestre que había permitido la
población del Nuevo Mundo trasladarse. Desde entonces, en torno al año
8000 a.C., y hasta 1492, el continente y sus habitantes, conocidos
posteriormente como amerindios o indios americanos, quedarían
totalmente aislados del resto del planeta, salvo por algunos contactos
esporádicos de provenientes de la Polinesia, o la llegada de algunas naves
vikingas entorno al año 1000 de nuestra era.
Algunas bandas de cazadores y recolectores, por lo general no mayores de 30
personas, llegaron a tierras americanas durante el período glaciar. Estas
bandas tenían una gran movilidad y utilizaban utensilios rudimentarios de
piedra, hueso y madera.
En torno al año 10000 a.C., ciertos grupos indígenas vivieron un proceso de
cambio tecnológico, gracias al cual pudieron convertirse en cazadores de
grandes animales herbívoros, mientras que otros grupos no se adaptaron y
mantuvieron el mismo nivel de vida que tenían cuando llegaron a América.
Con anterioridad a su instalación en América y durante milenios, el hombre
solo pudo acercarse a las grandes presas, teniendo alguna ocasión de
matarlas cuando se accidentaban o quedaban inmovilizadas en el fango, en
los pantanos o algunas otras situaciones similares. Gracias al método de
ensayo y error, la tecnología disponible comenzó a evolucionar y se empezó
a tallar la piedra, aumentando con ello las posibilidades de control y dominio
del entorno. Aunque los útiles de piedra eran más eficaces, continuaron
utilizándose también otros de hueso y madera.
En esa época se formaron a lo largo y ancho de todo el continente americano
pequeñas bandas de cazadores, una de cuyas características era seguir sus
presas durante sus largos desplazamientos. Sin embargo, ni todas las
regiones de América ni todas las sociedades allí establecidas se
especializaron en la caza de grandes mamíferos. De este modo, mientras en
algunas regiones la recolección continuó siendo el sistema preferido por la
mayor parte de los grupos americanos para la obtención de sus alimentos
dadas las grandes facilidades existentes en su entorno, en otras, algunas
bandas comenzaron a especializarse en la caza de pequeños mamíferos,
mientras que aquellas que vivían a la orilla del mar se orientaron a la
recolección y pesca de mariscos. La época de cazadores terminó en torno al
7500-7200 a.C., cuando el clima se volvió más seco y caluroso que causó la
extinción de la mayoría de las grandes especies cazadas por el hombre. Esta
situación provocó que muchas bandas de cazadores desaparecieran junto
con sus presas, sin embargo, debieron haber sido la mayoría las que
pudieron reconvertirse y adaptarse rápidamente a las nuevas circunstancias.
Con respecto a la agricultura, los datos que aún manejamos sobre el inicio de
éste en América son bastante escasos, los que nos impide elaborar teorías
muy sofisticadas sobre su evolución inmediata. Los restos más antiguos de
actividad agrícola se han encontrado en el año 4000 a.C., siendo las
principales especies vegetales desarrolladas: la yuca, la batata, el maíz y el
frijol.
El calendario agrícola comenzó a influir en la conducta y hábitos de los
pueblos que más destacaron en la domesticación de especies vegetales. Así
fue como la actividad humana se hizo más sedentaria en los períodos donde
la actividad en los terrenos de labor era mayor (primavera y verano). Por lo
contrario, en aquellos momentos (otoño e invierno) en que la falta de
recursos agrarios los obligaba a recurrir a recursos energéticos adicionales,
debían de partir en busca de sus presas tradicionales y tenían que recuperar
algunos hábitos de nomadismo. Las técnicas agrarias básicas se
desarrollaron muy pronto, y este proceso estuvo marcado por la aparición de
la coa o palo cavador.
El método más común de cultivo era el de tumba y quema o roza. La roza
requería la quema de árboles y arbustos en el área del bosque, con un doble
propósito: limpiar la zona haciéndola apta para el cultivo y utilizar las
cenizas de las especies vegetales quemadas como abono.
En esta época también surgió la cerámica, cuyo uso se generalizó varios
siglos más tarde, así como el tejido, especialmente de algodón.
A medida que se fue incrementando el número y la variedad de especies
cultivadas por los pueblos prehistóricos y que las reservas disponibles,
abundantes y seguras, estuvieron en condiciones de garantizar la
subsistencia, la caza fue perdiendo importancia. En esa época se produjeron
algunos progresos tecnológicos vinculados al regadío y la intensificación de
las prácticas agrarias; se comenzaron a producir acequias para el riego de las
tierras de cultivo, diques para controlar, almacenar y regular la utilización
del agua y terrazas en las laderas de las montañas para un mejor
aprovechamiento de la tierra.
Hablando de los indios, el origen de los aztecas es todavía un misterio. La
dominación azteca se caracterizó por movimientos demográficos, de los que
surgieron algunas ciudades estado, con continuos cambios de alianzas y
enfrentamientos entre los distintos grupos.
En América del Sur, los incas, originarios de la región Huari, se establecieron
en el valle del Cusco a finales del siglo XIII.
La base económica de los incas, como la de los aztecas, era la agricultura
intensiva. Los principales cultivos eran la papa, el maíz, la quinua, los
frijoles y la calabaza. Un extendido sistema de terrazas y una avanzada
tecnología hidráulica favorecieron su éxito agrícola, que se combinó
eficazmente con la ganadería de llamas y alpacas.
Los incas no practicaban el comercio a larga distancia ni tenían monedas ni
tributos pagados en especies, pero todos debían donar parte del trabajo de
las comunidades al gobierno, a los sacerdotes y a los curacas.
El 12 de octubre de 1492 no fue solo el principio de la aventura europea en el
continente americano, sino también el final de un largo proceso expansivo.
Para que el viaje de Colón fuera posible, hubo numerosos cambios de
mentalidad europea, comenzando por el a veces cuestionado concepto de
redondez de la tierra. Su necesidad fue espoleada por el mayor control del
Mediterráneo por los turcos.
El descubrimiento de América fue posible por la acumulación de avances
tecnológicos en los siglos anteriores. Buena parte del comercio europeo
descansaba en el oro y la plata, metales preciosos que Europa no producía,
salvo en escasas cantidades. Como las importaciones de los productos de lujo
provenientes de Oriente (sedas, damascos, perfumes, vidrio y especias,
además de esclavos) se solían abonar en oro, el déficit de metales preciosos
era crónico en los circuitos mercantiles europeos y su abastecimiento se
convirtió en una necesidad. El fracaso de la ruta del Sahara, vital para el
aprovisionamiento de oro guineano, de esclavos negros y de otros productos
de lujo a los mercados europeos, fue un incentivo más para llegar a los
centros productores de forma marítima.
En 1492 los Reyes Católicos conquistaron Granada. Esto sirvió a castellanos y
portugueses para comenzar a crear estados modernos y fuertes, sumamente
centralizados, dejando atrás algunas de las improntas más características
del feudalismo, basadas en el poder de la nobleza. Esta situación, unida a la
gran tradición marinera, habían facilitado para explorar el océano Atlántico.
Los portugueses aprovecharon su gran fachada atlántica para iniciar antes la
aventura, y la pesca del bacalao lo llevó a Terranova. Otro impulso
importante para la expansión fue el comercio de sal y posteriormente la
guerra naval en alianza con Inglaterra contra Francia y Castilla. La
expansión atlántica de los reinos ibéricos se asentó en la necesidad de frenar
una posible contraofensiva musulmana, para lo cual el control de ciertos
puntos de la costa africana resultara esencial.
Pronto comenzó la competencia entre castellanos y portugueses por el
control del golfo de Guinea. A fin de consolidar sus posiciones, la monarquía
portuguesa acudió al Papa, que otorgó una serie de bulas favorables a sus
intereses. Estas bulas sentaron un precedente importante para Castilla,
cuando intentó consolidar sus títulos para la conquista del Nuevo Mundo.
En la cuarta y última etapa, iniciada en 1482, hubo que superar un régimen
de vientos aún más complicados. Entonces se desarrolló la doble volta, una
especie de ocho que permitió franquear el océano Atlántico y, tras dejar atrás
África, internarse en el Índico, en dirección a la India y China.Los viajes de
Bartolomé Días en la India en 1498 mostraron claramente la trayectoria a
realizar.
América se descubrió por un error de apreciación de Colón y de sus socios,
los Reyes Católicos, que a finales del s. XV querían llegar a la India
navegando hacia el oeste, para aprovisionarse de oro y especias, dos
productos esenciales para Europa. Cuando Colón arribó a Guanahani, en las
hoy islas Bahamas, se encontró con unos seres primitivos, que desconocían
la utilización de la rueda, carecían de herramientas de hierro, no sabían lavar
el oro y andaban prácticamente desnudos. Pese al desencanto inicial, los
resultados pasaron sus expectativas. Si bien no se llegó a Asia, en su lugar se
encontró un continente que le permitió la expansión de algunas potencias
europeas, empezando por España y Portugal, pero incluyendo también
Inglaterra y Francia.
Después de algunos esfuerzos para armar esta expedición, zarpó del Puerto
de Palos el 3 de agosto de 1492. Las tres embarcaciones, Las Carabelas, La
Pinta y La Niña y la nao Santa María, perteneciente a Juan de la Cosa,
pusieron proa hacia Canarias, adonde arribaron el 6 de agosto. Un mes
después elevaron anclas rumbo a lo desconocido.
El primer viaje de Colón tuvo su punto de máxima intensidad el 12 de octubre
de 1492, cuando tras 36 días de navegación marcados por la incertidumbre
de no arribar a ninguna parte, lo que estuvo a punto de provocar un motín.
Se llegó a una isla, aunque todavía no se sabe a ciencia cierta de cuál se trata,
se sospecha que fue una de las Lucayas.
Tras tomar posesión de la isla en nombre de los reyes, Colón continuó
explorando y dos semanas después desembocó en el norte de Cuba, conocida
como Juana, donde invirtieron más de un mes explorando sus costas y su
interior. Colón estaba convencido de haber llegado a una isla cercana a la
costa asiática y al divisar Cuba pensó que ésta formaba parte del litoral
chino y que la India estaba al alcance de la mano.
El 16 de enero de 1493 decidió regresar a España. No llevaba lo prometido
pero sí una noticia revolucionaria: su teoría de que se podía circunnavegar el
globo navegando mar adentro hacia el oeste se presentaba como correcta.
Los monarcas recibieron con entusiasmo la existencia de tierras al occidente
de Europa y las perspectivas económicas y estratégicas que se les abrían, por
lo que ordenaron una segunda expedición, costeadas por ellos y compuesta
por 17 naves, 1500 hombres (ni una sola mujer), 13 sacerdotes y 20 caballos.

La Revolución Hispanoamericana

En el primer cuarto del siglo XIX los dos grandes imperios ibéricos en
América atravesaban una coyuntura política delicada, a tal punto que hacia
1825, excepto Cuba, Puerto Rico y Filipinas, las colonias se habían
emancipado de su metrópoli. De este modo, la independencia americana
supuso un cataclismo político, donde tuvo lugar un complicado proceso de
nuevos Estados nacionales. El disparador de este fue la invasión napoleónica
de la península Ibérica, a lo que hay que agregar las consecuencias de las
reformas borbónicas y las pumbalinas, con sus importantes
transformaciones en la organización de la administración y la economía
colonial, que afectaron incluso a las relaciones sociales. Pese a la
coincidencia cronológica, la emancipación de la América española se
diferenció de la de Brasil por la intensidad y la violencia de los
enfrentamientos y porque Brasil mantuvo su unidad territorial y política y se
convirtió en una monarquía parlamentaria.
Durante casi tres siglos el Imperio español se había mantenido unido bajo el
mando protector de la monarquía hispana. La primera pregunta es por qué
las colonias españolas se emanciparon de su metrópoli después de tanto
tiempo de intensas relaciones. Se buscaba una épica y una continuidad nada
evidentes entre las luchas indígenas contra los invasores europeos y la
emancipación, intentando fraguar explicaciones inmanentes y teleológicas
justificativas de los proyectos nacionales posteriores al nacimiento
republicano. En algunos casos estamos cerca de posturas próximas al
indigenismo, que buscan legitimarse a partir de una tradición permanente
de lucha contra los conquistadores ibéricos y sus sucesores.
La invasión napoleónica, la acefalía y el vacío de poder crearon el marco
político institucional para el estallido emancipador. Pero es en la coyuntura
americana y en los cambios ocurridos en las colonias durante el s. XVIII,
especialmente las reformas educativas y administrativas, donde hay que
buscar los elementos necesarios para interpretar el funcionamiento de las
élites coloniales y la independencia.
Desde la perspectiva americana, la invasión napoleónica tampoco es
fundamental para explicar la independencia porque cada colonia respondió
de distinta manera a la guerra española y a la invasión de la Península y que
la diferencia entre ellas dependió del vínculo político entre el gobierno y las
élites y entre las mismas élites que variaba de una colonia a otra.
Las reformas borbónicas habían intentado modernizar la administración
colonial para aumentar los ingresos metropolitanos. Desde esta perspectiva,
una administración colonial más centralizada y eficiente implica menor
libertad de acción para las colonias y los colonos. Puede entenderse como
una mayor explotación de los colonos que fue clave en el deterioro del marco
político y jurídico y del clima de convivencia que condujo a la emancipación.
A esto se añade la legislación impulsada por los liberales, como la libertad de
prensa, la abolición del tributo indígena, de los privilegios jurisdiccionales o
de la pureza de sangre para ingresar en el ejército. El retorno de los liberales
al poder en España durante la constitución de 1812 amenazó la continuidad
de aquellas políticas que garantizaban el mantenimiento de los privilegios
oligárquicos, lo que condujo a estas élites a considerar que había llegado el
momento de emanciparse. Era una especie de salida que intentaba algo para
que la composición social de las antiguas colonias no se vieran afectadas.
El conflicto entre criollos y españoles americanos y españoles europeos se
suele presentar como una de las principales causas de la independencia.
La coyuntura independentista fue muy lábil y estuvo marcada por la
aparición de nuevas tendencias políticas y permanentes cambios de bando:
liberales, absolutistas, constitucionalistas, autonomistas, independentistas,
monárquicos, etc.
Las cosas empezaron a cambiar a partir del proceso emancipador. En las
zonas controladas por los independentistas, que comenzaron a llamarse
patriotas, la guerra apartó a los peninsulares de los cargos políticos
importantes, aunque solía aplicarse una excepción que obliga a relativizar el
enfrentamiento entre criollos y peninsulares: todos los peninsulares, y
fueron muchos, que reconocían a los gobiernos revolucionarios, apoyaban la
independencia y pagaban sus impuestos eran considerados americanos. La
condición de peninsular solo se mantenía si no se acataba la nueva legalidad
y a las nuevas autoridades.
Es evidente que no fue una revolución económica, ya que en líneas generales
las estructuras productivas y de comercialización siguieron siendo las
mismas, y si bien las guerras de independencia y las guerras civiles
produjeron importantes daños materiales, ninguno fue irrecuperable y en
pocos años las economías regionales retomaron a los niveles productivos
previos a la emancipación. Las guerras de independencia supusieron un
enorme consumo de riqueza para financiar los gastos de armamento y
mantenimiento de los ejércitos. La guerra también supuso la destrucción de
parte del aparato productivo: fábricas, molinos o campos de labor arrasados
por los combates, aunque la devastación no fue tan tremenda como se pensó
y la vuelta a la normalidad se produjo en menos tiempo de lo pensado.
Tampoco fue una revolución social, la desvinculación de la metrópoli tuvo
efectos no deseados en las relaciones sociales, debido en parte a la
movilización popular en los bandos enfrentados por las guerras de
independencia, en algunos casos verdaderas guerras civiles. También
asistimos a la agudización de los conflictos entre indios y blancos y entre
ricos y pobres. Pero, en general, los grupos que condujeron el proceso
emancipador se resistieron a introducir cambios sociales, o jurídicos de
consideración, ya que en lo fundamental se mantuvo el marco institucional
hispánico, que garantizaba las posiciones de los grupos dominantes. Los
cambios se produjeron por la vía de los hechos, dada la necesidad de
construir ejércitos más fuertes y numerosos. Para tener más soldados había
que reclutarlos entre las clases menos pudientes o ganarse el favor de indios,
mestizos y negros, atrayéndolos con promesas que implicaban abolición
total o parcial del tributo o la esclavitud.
En realidad, estamos frente a una revolución política originada en el
nacimiento ciudadano y de la ciudadanía, que propició en las antiguas
colonias la construcción de nuevas formas de organización política basadas
en una nueva legitimidad.

El período Artiguista y la consolidación de la Independencia


(1811-1830)

La Banda Oriental del río de la Plata no fue un objetivo señalado y deseable


en la empresa de la conquista americana y por ello no tiene asociado su
ingreso en la historia el nombre de ningún capitán de gesta. Más que la
bravía hostilidad del charrúa le marginó su extrañeza de los móviles
impulsores de la conquista. Los exploradores del plata apenas señalaron su
perfil ribereño en cartas y relaciones esquemáticas trazadas o redactadas,
más que sobre la realidad geográfica, sobre el mapa impreciso y vacilante del
nuevo mundo colombino, obstáculo interpuesto a la ambición hispánica de
un camino propio hacia el Oriente.
Hubo un largo proceso de desaciertos políticos y diplomáticos de España con
respecto a Colonia, admitiendo desde el comienzo, la discusión de derechos
que le correspondían del modo más legítimo.
En 1716, el nuevo gobernador Barbosa procedía a la nueva construcción y
población de la abandonada ciudad. En el año siguiente Felipe V impartió
instrucciones al nuevo gobernador del Río de la Plata, Mauricio de Zabala,
para que procediera a la mayor brevedad, a poblar y fortificar los puertos de
Maldonado y Montevideo. Por diversas razones demoraron el cumplimiento
del mandato.
Montevideo había sido en el largo conflicto luso-hispánico, la clave decisiva
para definir el pleito por la “banda-frontera”.
Montevideo fue una ciudad murada, el cuadrado fortificado de la ciudadela,
cuya construcción se efectuó desde 1742 hasta 1780, fue el eje del sistema
donde partía la línea sinuosa de la muralla. El vecindario del período
fundacional sufría la estrecha condición de la vida militar, los asedios y
zozobras de los indios minuanos y los conflictos entre los comandantes.
Militares y Cabildos, reiteradamente se solicitaría a la Corona que elevara la
ciudad a la categoría de gobernación con castellano propietario.
Con las fundaciones de ciudades y pueblos, se pasa del sistema caótico de la
vaquería a de la estancia. La vaquería (cacería de animales) implica la
existencia de ganado cimarrón o sin dueño y es independiente de la
propiedad de la tierra y las bestias.
Los pobladores de Montevideo recibieron en donación media legua de frente
por una y media de fondo, que implica una receptividad de 900 reses
mínimo. La tierra se recibe con cargo de trabajo y población, el hacendado
vive en el campo y realiza faenas que implica al menos un comienzo de un
sistema racional de explotación. Con todo esto hubo un gran
desaprovechamiento de las carnes y el conjunto de los problemas que las
condiciones económico-sociales habían creado en el medio rural dio origen
a la llamada cuestión del “arreglo de los campos”, era un tema primordial en
la preocupación de las autoridades de la época y factor importante del
descontento colectivo que estalló en 1811.
La vasta generalidad de los temas involucrados incluye la inseguridad y el
desorden en el medio rural y el problema de la estabilización de la frontera y
la contención de los portugueses que usurpaban tierras españolas y
desalojaban vecinos establecidos. A raíz de los avances portugueses, los
apoderados del Gremio de Hacendados con el refrendo del Cabildo
promovieron una gestión que constituye un testimonio de época.
Enumera las depredaciones de los indios infieles que asaltaban las estancias
de los vecinos.
Estos inconvenientes que las autoridades españolas encontraron con
gravedad inusitada, demostrando que solo una situación revolucionaria
hubiera permitido solucionarlo.
El primer antecedente del pensamiento artiguista que dio origen al
“Reglamento Provisorio” de 1815 es pues, la conciencia española y colonial
del problema, iba creando un ambiente favorable.
El principal objetivo de los planes españoles para “el arreglo de los campos”
era la defensa de la soberanía hispánica. Ello no impedía atender otros
problemas de índole económico o social.
Este reglamento ya mencionado, para los españoles se transformará en lo
fundamental, aunque tampoco Artigas descuidará la defensa de la frontera.
Todos los planes evidencian una actitud escasamente respetuosa del derecho
de propiedad de los particulares. No solo proponen la subdivisión de los
latifundios improductivos o de propietarios ausentistas, sino que ni siquiera
hacen una sola referencia a cualquier forma de indemnización.
A Artigas se le confió la tarea de fraccionar para chacras y estancias los
campos comprendidos entre la frontera y el monte grande, desalojando a los
portugueses que los detentaban ilegalmente.
El plan de fundaciones de 1800 fue así la verdadera escuela donde Artigas
estudió la realidad rural que ya había vivido. En el panorama de la revolución
hispanoamericana, el levantamiento oriental de 1811 fue una revolución de
multitudes campesinas.
El afán por la igualdad llegó a ser casi obsesivo para Artigas y esta solo podía
estar cimentada en una organización nacional no monárquica, en las
autonomías militares, económicas y políticas de los conglomerados
provisionales y, dentro de la Banda Oriental, en una distribución más justa
de la tierra.
El movimiento que comenzó en 1811 agrupó a toda la población de la
campaña, sin distinción de razas ni posiciones sociales. Los primeros años
de lucha (1811-1813) fueron un idilio entre grupos sociales antagónicos. Pero
a medida que la lucha contra el español se complicaba con una lucha contra
el porteño, a medida que el caudillo que la dirigía se dejaba más y más influir
por el espectáculo de sacrificio personal y pobreza de las multitudes gauchas
e indias que lo seguían, el frente único que mantenía solidarios a los grupos
se rompía, y la revolución se radicalizaba en la práctica y en la teoría.
Los grandes hacendados, en general, no estaban dispuestos a hipotecar el
porvenir de sus establecimientos en una lucha que parecía no tener fin.
Artigas se quejaba amargamente del retraimiento de la clase superior del
país en defender la Revolución. Este mismo grupo social se referirá al
período artiguista, en el Congreso Cisplatino, como el “Teatro de la
Anarquía”.
Los dos sitios soportados por la ciudad de Montevideo desarticularon los
términos tradicionales de la economía oriental, la campaña productora y la
ciudad exportadora. Fracturado el circuito económico tradicional, la primera
consecuencia fue la ruina de las grandes casas de comercio montevideanas.
La salida de trabajo y cueros, la entrada de negros todo ello se vio perturbado
por las fuerzas sitiadoras que, debilitando las relaciones entre el campo y la
ciudad-puerto, privaban a ésta de su moneda de cambio con el comerciante
extranjero y a aquel de la salida natural para su producción.
Fue motivación fundamental aunque no única para dar salida a la
producción de una campaña asfixiada ante la ruptura con el tradicional
puerto de Montevideo, que en las Instrucciones del año XIII se menciona la
necesidad de habilitar los puertos de Maldonado y Colonia.
La crisis también afectó a los saladeros ubicados en los extramuros de la
ciudad y pertenecientes, en su mayoría, a españoles del partido peninsular.
La endémica anarquía que predominó en la campaña de la Banda Oriental
durante el período de la Colonia, se vio agravada por el proceso
revolucionario y las incursiones porteñas y portuguesas.
Emigrados españoles que dejaban sus estancias huyendo de los ejércitos
patriotas y se refugiaban en Montevideo cuando toda la Provincia Oriental
fue ocupada por los artiguistas.
El saqueo de las estancias y la confiscación de las propiedades fueron las
armas políticas de esta guerra civil. Las consecuencias sobre la producción
fueron catastróficas.
Si las autoridades revolucionarias no se abocaban de inmediato a la solución
de este problema, los hacendados abandonarían a Artigas en busca de una
fuerza política más eficaz, que les garantizara el goce tranquilo y pacífico de
sus estancias. El reglamento Provisorio responde, en parte, a esta necesidad,
aunque no se agota en ella. Sin embargo, la casi inmediata invasión
portuguesa en 1816, al impedir su cabal aplicación, replanteará brutalmente
la crisis de producción.
Un factor lateral contribuyó a desorganizar la producción, la falta de mano
de obra para las faenas rurales, los peones, los agregados y los gauchos
sueltos fueron los primeros en convertirse en soldados improvisados.
Por todo esto, las primeras medidas que toman las autoridades orientales
cuando se constituyen por primera vez en Gobierno Provisional, a raíz del
Congreso de abril de 1813, están determinadas a proporcionar seguridad a los
hacendados y a fomentar una riqueza ganadera peligrosamente debilitada.
Para defender la riqueza ganadera se reprimieron las actividades de los
Changadores que tenían talada la campaña, matando cuanto ganado
encuentran por aprovechar el sebo y pieles, que venden a cualquier precio a
los extranjeros.
El Reglamento Provisorio de 1815 retomaba la tradición española en cuanto a
planes para el “arreglo de los campos”, con el derecho de distribución de la
tierra.
Para Artigas el derecho de propiedad aparecía vinculado a la Justicia
revolucionaria, era un precio dado a los valerosos gauchos, indios y
mestizos, que habían expuesto sus vidas y haciendas en la lucha, era un
castigo contra el mal europeo.
La realidad económica de la Banda ORiental durante la dominación española
fue fundamentalmente ganadera. Esto no impidió, sin embargo, que
surgiera un problema agrícola, debido en parte a las mismas carencias de
este rubro y también al particular estilo de explotación que caracterizó a la
débil agricultura colonial.
La fuerza de producción ganadera engendró fuerza de los hacendados y su
predominio sobre la escasa agricultura y los débiles agricultores.
En octubre de 1828 se hizo la Convención Preliminar de la Paz por los
gobiernos de las Provincias Unidas y Brasil.
En noviembre de ese mismo año, integrada con 28 miembros, la Asamblea
General Constituyente y legislativa del Estado se instaló en la villa de San
José.
Tuvo que enfrentar dos problemas: uno, relativa organización y
administración del nuevo Estado y otro, las rivalidades personales de los
caudillos que buscaban tener el predominio en la Asamblea.
La Asamblea designó una comisión especial para la redacción de la
Constitución.
Finalmente la constitución fue aprobada en 1830, para que el país sea
independiente, en el cual, quiere garantizar una vida civilizada y asentar la
estabilidad.

El Uruguay comercial, pastoril y caudillesco (1830-1868)

Empecemos por el hombre. En un padrón de 1830, se estimó la población


total en 74.000 habitantes. 14.000 en Montevideo y el resto en campaña.
Hubo una escasa urbanización, la pobre sociabilidad rural en campos casi
desiertos y el debilismo mercado interno, incapaz de sostener ninguna
industria.
Desde el punto de vista social, el nuevo país tenía un dualismo marcado:
Montevideo-campaña.
La ciudad europeizada frente a una campaña semi-bárbara, la ciudad
comerciante frente al campo productor, eran rasgos generadores de un
agudo antagonismo, que se tradujo a las largas luchas entre “caudillos” y
“doctores”.
La campaña estaba habilitada por el gaucho, habituado a la libertad y con
pocas necesidades para satisfacer. La carencia de una clase media de
agricultores y estancieros pequeños que dieron estabilidad al medio, la
soledad de los campos creada por los numerosos latifundios, la facilidad de
la obtención del alimento, el desorden provocado por décadas de guerra, el
odio a la autoridad, siempre represiva; todo ello contribuyó a crear un clima
de hostilidad a la ciudad, de donde venían las órdenes, los reglamentos, las
trabas a una libertad personal que se consideraba como el máximo bien, en
una escala de valores reducida.
El gaucho se expresó por el caudillo, suma de pericia y coraje, que se adhería
por admiración varonil y espontánea. Él fue el centro de autoridad aceptada
en el campo, tanto más que se oponía o tamizaba a la que provenía de la
capital. Si caudillo y gobernante eran la misma persona (Fructuoso Rivera),
el Estado se hacía obedecer, si no lo era, la vida política de la ciudad y de la
campaña corrían por carriles separados y con frecuencia se enfrentaban.
En la ciudad, la actividad comercial, que fue su esencia, marcó la vida
económica, política y cultural.
En cuanto a la comunicación del país, a pesar de no tener accidentes
geográficos relevantes, la falta de caminos y puentes era casi total y durante
el invierno las carretas, diligencias y hombres a caballo no podían sortear
muchos ríos.
En la economía correspondía la explotación ganadera, que determinaba la
estructura económica del país. A la caza del ganado libre, sucedió la estancia
cimarrona. Algunos estancieros introdujeron tímidas prácticas de rodeo,
castración y marcas, que producían vacunos destinados a los saladeros. En
cualquier caso, la ganadería extensiva y los latifundios predominaron en el
campo, desarrollando una explotación donde había un vacuno por hectárea,
y un hombre cada 3, 4 ó 5000 vacunos. Las guerras revolucionarias habían
acentuado el desorden en la propiedad de la tierra y del ganado: ausencia de
títulos, límites imprecisos, propietarios españoles emigrados que
reclamaban sus tierras.
La agricultura era mínima, pues el alimento básico y casi único en el interior
era la carne vacuna.
La industria se limitaba a pocos saladeros que elaboraban los cueros, carne
salada o seca y sebos para la exportación. El ganado criollo era huesudo, de
cuero pesado y resistente, lo que convenía a esta primitiva industrialización.
Los cueros iban a Europa y las carnes saladas servía de alimento a los
esclavos negros de Brasil y Cuba. Desde su origen fue monoproductor y
dependiente.
La situación financiera del naciente Estado se correspondía con los pobres
recursos del país. Ante una población escasa y en su gran mayoría indigente,
las fuentes impositivas se angostaban. Solo quedó como gran recurso el
comercio exterior.
Con respecto a la política, la Constitución de 1830, que los doctores
elaboraron, era inadecuada a la realidad social, que se quería ignorar o
superar. Negarle el derecho de voto al peón jornalero y al analfabeto, por
citar un ejemplo, era anular políticamente a la mayoría del país y reservarse
para sí, para las pocas familias privilegiadas económica y culturalmente.
El país todo carecía de madurez política: salvo el Cabildo, el período colonial
no había ofrecido posibilidades de desarrollar experiencia de gobierno,
durante la Revolución ello fue posible en algunas oportunidades, pero la
guerra devoró todo el tiempo disponible el escaso nivel cultural de toda
sociedad conspiró contra una experiencia política de gobierno propio, se
confundió gobierno con caudillo, y autoridad con constitución.
Tampoco había conciencia de nacionalidad. No podía haberla cuando los
vínculos con las Provincias Unidas seguían siendo estrechos y sus problemas
se confundían con los problemas orientales.
El Uruguay de la Modernización (1868-1903)

La primera modernización en 1876 a 1903 con un estado oligárquico y


modelo ganador exportador. En su faceta económico-social, estuvo centrada
en el medio rural y su resultado no fue una transformación sino la
confirmación, aunque renovadora, del modelo agroexportador con base en el
predominio de la ganadería latifundista y extensiva. El Código Rural
sancionado en 1876 y reformado en 1879 estableció el marco jurídico de un
nuevo orden rural. La modernización rural operada en el período militarista
(1876-1886) consistió en la definitiva afirmación de la propiedad privada de
la tierra mediante el estímulo y la casi imposición del alambramiento de las
unidades productivas y la regularización y registro de los títulos de
propiedad de la tierra así como las marcas y señales sobre el ganado.
Consecuentemente se puso fin a la precariedad de un mercado de tierras que
hasta entonces había coexistido con la volatilidad y relativa indefinición de
la propiedad de la tierra y los ganados que en ella pastaban.
Al mismo tiempo, el alambramiento de las estancias liberó mano de obra al
separar del factor tierra a gran número de hacendados sin títulos que hasta
entonces habían permanecido como simples poseedores y ocupantes de
tierras. Complementariamente el Estado creó policías rurales sobre las
formas de sobrevivientes alternativas a la contratación laboral de los
desposeídos de la tierra reprimiendo la vagancia y el abigeato. Sin embargo,
esto no condujo a la completa creación de un mercado de trabajo. Ello se
debió a que, por un lado, la demanda de trabajo rural asalariado, dadas las
condiciones propias de la ganadería extensiva, se mantuvo en niveles bajos
salvo variaciones estacionales. y, por otro lado, la economía urbana, con una
más que incipiente manufactura preindustrial, tampoco generaría una
demanda de trabajo que pudiere canalizar la disponibilidad de mano de obra
generada por el alambramiento. Por otra parte, la inmigración europea
abundante en las últimas décadas del s. XIX y las primeras del s. XX,
satisfacería preferentemente la demanda de trabajo urbano.
Esta incompleta formación del mercado trabajo a escuela nacional explica a
su vez la incompleta formación del mercado interno. Si bien en el último
cuarto del s. XIX comienza a delinearse la integración espacial del territorio
uruguayo a través de la expansión del tendido de líneas de ferrocarril, las
limitaciones al desarrollo del consumo derivadas de la precaria vinculación
de una parte de la población rural al mercado de trabajo así como la
importancia del autoconsumo, limitarían seriamente la constitución de un
mercado interno de bienes a escala nacional. Por último, tampoco el
mercado de capitales tendría una dimensión nacional en este período. El
desarrollo de un sistema bancario a partir de mediados del s. XIX se limitó a
la capital Montevideo y se asoció fuertemente a la actividad comercial y a la
especulación con deuda pública.
En su faceta política la modernización operada durante el período militarista
tuvo en el fortalecimiento del estado su elemento central. El estado
uruguayo logró centralizar el poder político al tiempo que se
institucionalizó. Alcanzó el (casi) monopolio de la fuerza física, logrando por
primera vez centralizar e imponer su autoridad sobre todo el territorio
nacional estableciendo el orden interno a partir de la modernización de su
aparato militar y de la instalación y aprovechamiento de una infraestructura
mínima de transportes y comunicaciones, al tiempo que se modernizaba y
racionalizaba. Con el militarismo, el estado desarrolla una fuerza y presencia
propias que refuerzan el lugar ya preeminente que ocupaba aún en tiempos
convulsionados.
Con los gobiernos civilistas que ocupan el último tramo del s. XIX aquella
tendencia expansiva hacia funciones de tipo secundaria ya insinuada bajo el
militarismo se amplía y asume una notoriedad que habilita a considerar este
período como el antecedente más firme de la fase batllista del desarrollo del
estado uruguayo en sus dimensiones sociales y económicas. La crisis
económica de 1890 estimuló la reflexión acerca de la condición dependiente
y precaria de la estructura económica nacional, dando lugar a un conjunto de
diagnósticos y proyecciones que navegaron en un clima general de
conciencia a nivel del mundo intelectual y del elenco gobernante acerca del
necesario protagonismo del estado como elemento central en cualquier plan
de superación de la crisis y de desarrollo económico de largo aliento. Esta
idea se concretó en diversas iniciativas que terminaron en la asunción por
parte del Estado de un conjunto de actividades económicas: la construcción y
administración del puerto montevideano, la generación y distribución de
energía eléctrica en la capital, la fundación del Banco de la República, entre
otras iniciativas. El resultado es que el siglo terminaba con un Estado
uruguayo que ya se desempeñaba como agente económico en ciertas áreas
claves de la aún precaria estructura económica nacional.

El Uruguay de las Reformas y del Estado Benefactor


(1903-1958)

El batllismo, al hacerse cargo de la conducción de aquel estado en los


primeros años del S.XX, vino a profundizar un proceso de expansión que
estaba en curso. Hacia 1903 el estado uruguayo ya era un estado
intervencionista. El proceso de construcción del estado empresario y del
estado social ya se había iniciado algo más que tímidamente en el último
cuarto del s. XIX. Los equipos gobernantes que habían llevado adelante la
conducción del país durante el último tramo del s.XIX evidenciaron en su
obra una ruptura pragmática con el liberalismo económico.
El rol del primer batllismo (1903-1916) fue la expansión del estado
intervencionista en lo económico y lo social. El aporte específico de este fue
agregar a ese intervencionismo ya existente, una orientación preferencial
hacia lo que podríamos identificar como los sectores populares urbanos de
aquel Uruguay de principios de siglo, más específicamente con la fuerza
laboral urbana. Con el batllismo no nació el estado intervencionista sino el
estado deliberadamente interventor y popular.
Este impulsó una amplia política de industrialización, nacionalizaciones y
estatizaciones que hicieron del estado un agente económico de primer orden
para las dimensiones de la estructura económica del país. Al mismo tiempo
la apuesta a la diversificación productiva como vía para romper el
predominio ganadero se concretó en el impulso del desarrollo agrícola y la
industrialización. Mientras que el primero fracasó, la segunda se concretó
parcialmente. Salvo el caso de la industria frigorífica, que se instaló y
desarrolló a partir de 1905, se trataba de una industria cuya modalidad
predominante era el pequeño taller manufacturero con baja dotación de
trabajadores y escasa incorporación tecnológica. La política de
nacionalizaciones y estatizaciones se desarrolló con particular ímpetu entre
1911 y 1915. Operándose un gran crecimiento del sector público de la
economía. La modernización económica operada bajo el primer batllismo
estuvo centrada en la dinamización de la economía urbana industrial y en el
crecimiento de las empresas públicas aunque, al fracasar en sus planes de
reforma rural y fiscal, no alcanzó a trastocar las bases del modelo
agroexportador heredado del s. XIX. Allí están las bases del creciente peso
social y político de los sectores populares y medios urbanos. La clase obrera
manufacturera y el funcionariado público se expandieron al son del
incipiente crecimiento de la industria manufacturera y del desarrollo del
aparato del estado.
En el plano social el estado conducido por el batllismo desarrolló una amplia
legislación social y laboral al tiempo que instrumenta efectivamente un giro
en la ubicación del estado frente al conflicto social en un momento de
florecimiento del sindicalismo uruguayo. El estado asume un rol franca y
declaradamente neutral frente a los conflictos sociales y se manifiesta
abiertamente favorable a la organización colectiva de los trabajadores y a la
mejora de la condición social de los mismos siempre y cuando se canalice
dentro de la normativa legal vigente. En tal sentido en el estado se despega
de la connivencia represiva con las patronales y asume un rol de
equidistancia práctica aunque con discurso de apoyo a los reclamos obreros.
Al mismo tiempo, abundan los proyectos de legislación laboral y social que
se impulsan en las cámaras legislativas y aunque muchos de ellos quedan
varados en la discusión parlamentaria y no saltean las vallas que se les
presentan, igualmente es amplia la legislación sancionada en la materia. En
tanto el batllismo dio renovado impulso al intervencionismo con un fuerte
tono popular, los sectores acomodados y conservadores de la sociedad
uruguaya se vieron impelidos a abandonar su tradicional prescindencia
política y encaran su organización y movilización. La articulación exitosa de
los sectores conservadores de ambos partidos tradicionales con las
organizaciones gremiales de las clases acomodadas inquietadas por el
impulso batllista, lograron poner freno al mismo y obligar al batllismo a
entrar en una “política de pactos y compromisos” (Nahum 1975) que en los
años 20 significó un verdadero congelamiento, que no retroceso, del
impulso estatista que tuvo su punto culminante entre 1911 y 1915. La derrota
electoral del batllismo en 1916 dio pie al “alto” del presidente Feliciano Viera
a las reformas económicas y sociales, en principio no más que un anuncio
público que se concretaría en el curso de los años siguientes dando lugar al
advenimiento de una “república conservadora” (Barrán – Nahum 1987;
Caetano 1991 y 1992). Al tiempo que el “alto de Viera” de 1916 frenó el
reformismo social y económico del primer batllismo, y con él el avance del
estado social y empresario de orientación deliberadamente popular, el
sistema político vivió a partir de 1916 una profunda modernización de signo
democratizador. La renovación política encontró su cause legal en la reforma
de la Constitución de 1830 y en la revisión de la legislación electoral que se
completaría en los años siguientes. La Segunda Constitución (1917) supuso,
conjuntamente con el andamiaje legal que fue configurando el nuevo
sistema electoral, una notable reformulación de las instituciones políticas
uruguayas. Bajo el nuevo formato institucional el viejo orden político,
hegemónico y excluyente, encontró su final y dio paso a una modernización
en una clave doblemente democrática: como ampliación de la participación
política y como consagración del pluralismo político. En primer lugar, la
marginación política de los sectores populares fue superada parcialmente al
establecerse el sufragio universal masculino eliminándose de esa forma las
exclusiones de orden social, económico y cultural. En los años veinte el
sistema político uruguayo completó su configuración electoral y la política
uruguaya se electoralizó rápidamente con una participación ciudadana
sostenidamente incrementada. En segundo lugar, se consagró y aseguró el
pluralismo político a través del establecimiento de un sistema de garantías
que rodearon al nuevo sistema electoral (voto secreto entre otros) y a la
adopción de la representación proporcional para la adjudicación de los
cargos legislativos y de formas de representación (aunque no
proporcionales) en el poder ejecutivo que pasó a tener una instancia
colegiada. De esta forma quedó asegurando el acceso de la minoría
nacionalista a los órganos de gobierno y la posibilidad cierta de desafiar el
predominio colorado y alternarse en el ejercicio del gobierno y en el control
del estado.
Observando en conjunto el período 1903-1933, la modernización política
operada en el mismo reconoce dos fases. En la primera, correspondiente al
“primer batllismo” (1903-1916) el componente central de esa renovación
estuvo en la creciente expansión de los atributos y del aparato del estado. En
la segunda, correspondiente a la “república conservadora” (1916-1933) el
elemento central de la modernización política está en la democratización del
sistema político. Llamativamente la modernización no supuso un recambio
del sistema de partidos políticos tradicionales, sino que por el contrario los
viejos partidos sobrevivieron y se volvieron también partidos modernos.
Paradójicamente la segunda modernización política confirmó la
“permanencia y fortalecimiento del tradicionalismo político” (Caetano –
Rilla 1991), la supervivencia remozada y tonificada de los viejos bandos
blanco y colorado, transformados en partidos políticos modernizados. Entre
1903 y 1916 el fuerte impulso reformista en materia económica y social se
desarrolló en el marco de un sistema político aún excluyente y hegemónico.
La modernización económica y social tuvo como correlato político un gran
redimensionamiento del rol del Estado. Las novedades políticas que se
procesan a partir de 1916 constituyen una profunda modernización del
sistema político uruguayo caracterizada por la ampliación de la
participación política ciudadana y la institucionalización del pluralismo.
Puede decirse con toda propiedad que la reformulación institucional de 1917
marcó el nacimiento de la democracia uruguaya. Al mismo tiempo entre 1916
y 1930 el batllismo se vio obligado a entrar en una política de pactos y
compromisos con otras fracciones políticas de su propio partido y de fuera.
El reformismo económico y social y con él la expansión del estatismo se
detuvo casi completamente. El tipo de relaciones
estado-economía-sociedad anudado bajo el primer batllismo se cristalizó,
en tanto ni se desanda el camino ni se avanza, aunque la intención y el tono
popular y hasta obrerista del intervencionismo fue relevado por el primado
de la preferencia hacia los reclamos de los sectores patronales
conservadores. Mientras que el sistema político se democratizó, el
reformismo económico y social entró en una fase de casi congelamiento y en
esta doble y paradójica realidad reside la clave de la “república
conservadora” uruguaya. El año 1930, cuando las costas uruguayas se vean
visitadas por los primeros vestigios de la depresión capitalista internacional
desatada por el crack neoyorkino de 1929, el que marcará el inicio de un
segundo impulso reformista viabilizado políticamente por la alianza política
del batllismo neto y el nacionalismo independiente (Jacob 1983). Pero este
viraje político que de concretarse probablemente hubiera llevado hacia un
nuevo punto las relaciones estado-economía-sociedad, se vio prontamente
frenado por el golpe de estado de 1933 que lejos, una vez más, de revertir los
tímidos avances estatistas de los años previos, los congeló y por lo mismo
los perpetuó en sus rasgos esenciales. De esta forma la segunda
modernización llegaba a su fin y el Uruguay iniciaba con el “terrismo”
(1933-1942) un nuevo ciclo político y económico.
El Uruguay Contemporáneo (1958 a nuestros días)

La tercera etapa de la historia del Uruguay en el s. XX (1959-1985), estuvo


caracterizada por la crisis y el estancamiento económico y en sus años finales
(1973-1985), por la caída de las instituciones democráticas y la instalación de una
dictadura militar, aparentemente insólita, observadas las características de la
historia de la larga duración en el Uruguay, pero reveladora de la gravedad de la
situación.

Las modificaciones de la economía mundial, en especial la formación del Mercado


Común Europeo (1957) y la sustitución de la hegemonía británica por la
estadounidense en América Latina, dejó a las producciones exportables uruguayas
a la deriva. El país, por ejemplo, dependía financieramente de una nación (EEUU.)
con una economía competitiva y no complementaria de la suya, mientras su
tradicional mercado europeo se cerraba a sus carnes. El estancamiento de la
ganadería y el fin del proceso de industrialización, completaron el panorama
negativo que se tradujo en una disminución permanente del ingreso.

Los diversos sectores sociales, los sindicatos obreros y de empleados públicos, y las
gremiales empresariales, lucharon entre sí por la distribución de una riqueza cada
día menor en medio de una inflación que nada parecía detener.

Los partidos tradicionales se alternaron en el poder (gobiernos blancos de 1959 a


1967 y colorados de 1967 a 1973) y se fraccionaron. La izquierda se unificó y surgió
así el Frente Amplio en 1971. El gobierno de Jorge Pacheco Areco (1967-1972)
funcionó ya dentro de esquemas autoritarios pues decretó la suspensión de las
garantías individuales casi durante todo su mandato y, del otro lado, ciertos
sectores de la izquierda con el Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros) a
la cabeza, también descreyeron del sistema democrático impulsando la lucha
armada.

El proceso de deterioro de las instituciones fue vivido dramáticamente por una


sociedad que sólo con lentitud dejó de tener fe en ellas, y culminó con el Golpe de
Estado que las Fuerzas Armadas protagonizaron el 27 de junio de 1973, disolviendo
las cámaras legislativas y asumiendo, bajo la cobertura del presidente civil Juan
María Bordaberry (1972-1976), la totalidad del poder público hasta febrero de 1985.

Los 12 años de la dictadura militar estuvieron signados por la represión de todas las
fuerzas políticas, particularmente dura con las de izquierda, por el encarcelamiento
de todos los dirigentes sindicales y la prohibición de la actividad gremial a obreros
y empleados, y por la expulsión de los funcionarios públicos, especialmente los
docentes, sospechosos de cualquier inclinación izquierdista.
Desde el punto de vista económico, el gobierno militar, asesorado por técnicos de
ideas neoliberales, procedió a cierta apertura de la economía al exterior,
procurando atraer al capital extranjero y limitar la intervención del Estado. El
deterioro del salario real tuvo consecuencias imprevistas en un gobierno
conservador ya que forzó la entrada masiva de la mujer al mercado del trabajo fuera
del hogar, estrategia familiar de sobrevivencia que adoptaron los sectores
populares y la clase media.

Las resistencias de la sociedad al régimen militar tuvieron su expresión más clara


en el rechazo de la Constitución autoritaria que el gobierno promovía, ocurrido en
el plebiscito del 30 de noviembre de 1980 cuando "el NO" recogió el 57,2% del total
de sufragios, y eso en medio de una censura militar casi completa de los medios de
comunicación.

La crisis financiera y económica de 1982, que aceleró la inflación y sobre todo la


desocupación, y esas resistencias sociales aludidas, que también condujeron a la
reorganización del movimiento sindical, llevaron a los militares a ceder el poder a
la sociedad civil, aunque con ciertas limitaciones, de las que dio cuenta el llamado
Pacto del Club Naval concluído el 3 de agosto de 1984.

En elecciones en que hubo candidatos todavía vetados por las Fuerzas Armadas,
surgió como presidente constitucional el líder colorado Julio Maria Sanguinetti.
Bajo su presidencia (1985-1990) y la de su sucesor, Luis A. Lacalle (1990-1995) se
fortificaron las instituciones democráticas, el clima de tolerancia recíproca renació
y políticamente el país tendió a dividirse en tercios: colorados, blancos y
frenteamplistas.

Los militares lograron que la Ley de Caducidad y el posterior referéndum popular


que la consolidó (1989) impidiera su persecución judicial ante las violaciones de los
derechos individuales acaecida bajo la dictadura.

En 1991, Uruguay pasó a fundar e integrar el Mercosur, alianza económica


aduanera que lo incluye junto a Brasil, Argentina y Paraguay.

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