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R.

Horacio Etchegoyen

Los fundamentos
de la técnica
psicoanalítica
Amorrortu editores
Indice general

11 Introducción y reconocimientos

17 Primera parte, Introducción a los problemas Je la técnica


19 1. La técnica psicoanalítica
30 2. Indicaciones y contraindicaciones según el diagnóstico y
otras particularidades
44 3. Analizabilidad
57 4. La entrevista psicoanalítica: estructura y objetivos
66 5. La entrevista psicoanalítica: desarrollo
76 6. El contrato psicoanalítico

91 Segunda parte. De la trasferendo y la contratrasferencia


93 7. Historia y concepto de la trasferencia
102 8. Dinámica de la trasferencia
112 9. Trasferencia y repetición
124 10. La dialéctica de la trasferencia según Lacan
137 11. La teoría del sujeto supuesto saber
144 12. Las formas de trasferencia
158 13. Psicosis de trasferencia
167 14. Perversión de trasferencia
178 15. Trasferencia temprana: 1. Fase preedípica o Edipo
temprano
189 16. Trasferencia temprana: 2. Desarrollo emocional primitivo
200 17. Sobre la espontaneidad del fenómeno trasferencial
208 18. La alianza terapéutica: de Wiesbaden a Ginebra
219 19. La relación analítica no trasferencial
228 20. Alianza terapéutica: discusión, controversia y polémica
236 21. Contratrasferencia: descubrimiento y redescubrimiento
248 22. Contratrasferencia y relación de objeto
259 23. Contratrasferencia y proceso psicoanalítico

Tercera parte. De la interpretación y otros instrumentos


273 24. Materiales e instrumentos de la psicoterapia
¿84 25. El concepto de interpretación
295 26. La interpretación en psicoanálisis
112 27. Construcciones
Î26 28. Construcciones del desarrollo temprano
142 29. Meta psicología de la interpretación
355 30. La interpretación y el yo Introducción y reconocimientos
366 31. La teoría de la interpretación en la escuela ínglesu
381 32. Tipos de interpretación
396 33. La interpretación mutati va
417 34. Los estilos interpretativos
433 35. Aspectos epistemológicos de la interpretación psicoanulític»,
Gregorio Kltmovsky

457 Cucina porte. De la naturaleza del proceso analitico


No es fácil escribir un libro y menos, puedo asegurarlo, un libro de
459 36. La situación analítica técnica psicoanalítica. Al preparar este me di cuenta de por qué hay
470 37. Situación y proceso analíticos muchos artículos sobre técnica pero pocos libros.
479 38. El encuadre analítico Freud presentó sus imperecederos escritos al comienzo de los años
491 39. El proceso analítico diez, pero nunca llegó a escribir el texto muchas veces prom etido. L a in­
499 40. Regresión y encuadre terpretación de los sueños habla largamente de técnica, lo mismo que las
514 41. La regresión como proceso curativo obras de Anna Freud y Melanie Klein sobre el psicoanálisis de niños, pe­
526 42. Angustia de separación y proceso psicoanalítico ro nadie los considera, y con razón, libros de técnica. Tam poco lo son
543 43. El encuadre y la teoría continente/contenido Análisis del carácter y E l yo y ios mecanismos de defensa, a pesar de que
influyeron decididamente en la praxis del psicoanálisis, como también lo
553 Quinta parte. De las etapas del análisis hizo diez años antes The developm ent o f psycho-analysis (1923), donde
555 44. La etapa inicial Ferenczi y Rank abogaron m ilitantemente por una práctica en que la
564 45. La etapa media del análisis emoción y la libido tuvieran su merecido lugar.
576 46. Teorías de la terminación El solitario volumen de Smith Ely Jelliffe, The technique o f psycho­
587 47. Clínica de la terminación analysis, publicado en 1914, y que tradujo de la segunda edición inglesa
597 48. Técnica de la terminación del análisis al castellano en 1929 nada menos que Honorio Delgado, es sin duda el
primer libro sobre la m ateria; pero ha sido olvidado y nadie lo tiene en
607 Sexta parte. De las vicisitudes del proceso analitico
cuenta. Yo lo leí en 1949 (¡hace treinta y seis años!) y hace poco lo repasé
con la prem editada intención de citarlo, pero no encontré cómo hacerlo.
609 49. El insight y sus notas defínitorias Si se exceptúa este m onum ento abandonado, el prim er libro de técni­
619 50. Insight y elaboración ca es el de Edward Glover, The technique o f psychoanalysis, que se editó
633 51. Metapsicología del insight en 1928. Glover dictó un curso de seis conferencias sobre el tema en el
645 52. Acting out (I) Instituto dé Psicoanálisis de Londres, que aparecieron en el International
656 53. Acting out (II) Journal o f Psycho-Analysis, de 1927 y 1928 y en seguida en form a de
666 54. Acting out (III) libro. Antes, en verdad, en 1922, David Forsyth había publicado The
682 55. Reacción terapéutica negativa en technique o f psychoanalysis, que no tuvo m ayor trascendencia y yo sólo
692 56. Reacción terapéutica negativa (II) conozco por referencias bibliográficas.
707 57. La reversión de la perspectiva (I) Un curso similar al de Glover dictó Ella Freeman Sharpe para los can­
717 58. La reversión de la perspectiva (• ) didatos de la Sociedad Británica en febrero y marzo de 1930, que publicó
724 59. Teoría del malentendido el International Journal (volúmenes 11 y 12) con el título de “ The techni­
738 60. Impasse que o f psychoanalysis” . Estas excelentes clases se incorporaron después
a sus Collected papers.
753 Epílogo En 1941 Feniche] publicó su Problems o f psychoanalytic technique,
757 Referencias bibliográficas que desarrolla y expande su valioso ensayo de 1935, donde había recogi­
do los aportes de Reich y de Reik, criticándolos penetrantem ente. El de
Fcnichel es de verdad un libro de técnica, ya que se ubica con nitidez en
esa área, abarca un amplio espectro de problemas y registra las principa­
les inquietudes de su ¿poca.

10
Un lustro después apareció Technique o f psychoanalytic therapy Com o los argentinos, los analistas franceses han contribuido con im­
(1946), de Sandor Lorand, obra concisa y clara, que trata brevemente los portantes trabajos de técnica pero con pocos libros. Yo conozco el
problem as generales y se dedica especialmente a la técnica en los diferen­ Guérir avec Freud (1971) de Sacha N acht, donde este influyente analista
tes cuadros psicopatológicos. expone sus principales ideas, sin llegar a escribir un tratado, lo que tam ­
Tras un largo interregno Glover se decidió a ofrecer en 1955 una se­ poco es, por cierto, su propósito. O tra contribución es el libro 1 del semi­
gunda edición de su obra, que mantiene la línea general de la prim era, si nario de Jacques Lacan, titulado Les écrits techniques de Freud, dictado
bien la am plia y la arm oniza con los avances de la teoría estructural de en 1953 y 1954 y publicado en 1975, donde este original pensador lleva
Freud. Puede afirmarse que esta edición es el libro de técnica de Glover adelante una profunda reflexión sobre el concepto de yo. En las antípo­
por antonom asia, un clásico que, com o el de Fenichel, ha tenido durade­ das de Nacht, el jefe de L 'E cole freudien im pugna la concepción del yo
ra influencia en todos los estudiosos. de A nna Freud y de H artm ann, a la que contrapone su concepto de suje­
Siguiendo a Glover viene Karl Menninger con su Theory o f psycho­ to; pero la técnica del psicoanálisis para nada está en su mira.
analytic technique (1958), que Fernando Cesarman tradujo al castellano, Un m anual breve y conciso donde se tratan la gran mayoría de los
donde se estudia con lucidez el proceso analitico en las coordenadas del problem as de la técnica es el de Sandler, Dare y H older, The patient
contrato y la regresión. and the analyst (1973), que se presentó simultáneamente en castellano
Los psicoanalistas argentinos contribuyeron a lo largo de los años en una inteligente traducción de Max Hernández. Pulcro y claro, escri­
con artículos im portantes de técnica, pero sólo con un libro, los Estudios to con un gran acopio bibliográfico, donde todas las escuelas psicoanalí-
sobre técnica psicoanalítica de Heinrich Racker, que se publicó en ticas tienen su sitio, no falta por cierto en este m anual la opinión perso­
Buenos Aires en 1960. Entre otros temas, esta obra desarrolla las origina­ nal de Sandler, destacado discípulo de A nna Freud, teórico vigoroso y
les ideas del autor sobre la contratrasferencia. A veinticinco años de su lector infatigable.
publicación, hoy puede afirm arse que los Estudios son una contribución
perdurable y los años fueron m ostrando su creciente influencia —no
siempre reconocida— en el pensamiento psicoanalítico contem poráneo; Con esta recorrida sobre los pocos textos publicados, he querido sin
pero, por su carácter de investigación, no llegan a conform ar un libro de duda justificar la aparición de este libro; pero tam bién definirlo com o un
técnica, un texto com pleto, a pesar de lo cual, sin duda por sus excelen­ intento de abarcar, si no todos, buena parte de los problem as de la técni­
cias, en m uchos centros psicoanaliticos se los ha utilizado como tal. (Re­ ca psicoanalitica, tratándolos con detenimiento y ecuanim idad.
conociendo sus méritos, Karl había invitado a Heinrich a la Clínica M en­ Mi propósito es ofrecer al lector un panoram a completo de la m ateria
ninger como Sloan visiting professor en 1960; pero Racker declinó la en su problem ática actual, con las lineas teóricas que la recorren desde el
invitación porque en esos días le habían diagnosticado el cáncer que lo pasado hasta el presente y desde este hacia el futuro como podemos aho­
llevó a la m uerte.) La valiosa obra Lenguqje y técnica psicoanalítica ra imaginarlo. Sigo p o r lo general un m étodo histórico para exponer los
(1976a), de nuestro recordado David Liberm an, presenta las originales temas, viendo cómo surgen y se desarrollan los conceptos y cómo se van
ideas del autor, y en especial su teoría de los estilos, sin que llegue a ser, anudando y precisando las ideas, m ostrando tam bién cóm o a veces se di­
ni se lo proponga, un libro de técnica. fuman o se confunden. El conocimiento psicoanalítico no siempre sigue
A los Estudios sigue un intervalo de más de un lustro hasta que apare­ una línea ascendente y no es sólo el fruto del genio de unos pocos sino
ce The technique and practice ofpsycho-analysis (1967), donde con su re­ también del esfuerzo de muchos. Cuanto más leo y releo, cuanto más
conocida erudición Ralph R. Greenson aborda un grupo de temas funda­ pienso y observo al analizado en mi diván, menos inclinado me siento .
mentales, com o la trasferencia, la resistencia y el proceso analítico en un a las posiciones extremas y dilemáticas y más lejos me mantengo del
primer tom o prom isorio; y es por cierto una pena que este esfuerzo haya eclecticismo complaciente y de la defensa cerrada de las posiciones
quedado a m itad de camino, ya que el gran analista de Los Angeles escolásticas. Al ñnal he llegado a convencerme que la defensa a todo tra­
murió antes de term inarlo. po de las ideas viene más de la ignorancia que del entusiasmo y como
aquella por desgracia me sobra y este todavía no me falta, lo uso para le­
M ientras Greenson presentaba su texto com o vocero autorizado de la
er más y disminuir mis falencias. Me gusta a veces decir que soy un
ego-psychology, aparecía en Londres The psychoanalytic process (1967),
kleiniano fanático para que no me confundan; pero la verdad es que
donde Donald Meltzer recoge en form a original y rigurosa el pensamien­
to de Melanie Klein y su escuela. Si bien esta pequeña obra m aestra Klein no necesita ya que nadie la defienda, como tam poco lo necesita
no abarca todos los problem as de la técnica, nos presenta esclareci­ Anna Freud. Cuando leo los textos polémicos de los años veinte puedo
mientos im portantes con relación al desarrollo del proceso analítico identificarme con aquellas dos grandes pioneras y apreciar tanto su ele­
entendido en el marco de la teoría de las posiciones y de la identificación vado pensamiento como sus hum anas ansiedades, sin sentirme ya en la
necesidad de tom ar partido.
proyectiva.
Como la mayoría de los autores, pienso que la unión de la teoria y la pecialización más estricta y una profundidad a la que no puede aspirar
técnica es indisoluble en nuestra disciplina, de m odo que en cuanto nos una sola persona. Decidi finalmente, sin em bargo, sacrificar estos atra­
internam os en un área pasamos sin sentirlo a la otra. En cada capitulo he yentes objetivos a la unidad conceptual del libro. Me propuse m ostrar
tratado de m ostrar de qué form a ambas se articulan, y a lo largo del libro cómo pueden entenderse coherentemente los problem as, sin el am paro
he procurado, asimismo, que se aprecie cómo los problem as se agrupan del eclecticismo o la disociación. No dejé de tener en cuenta, por otra
y se inñuyen entre sí. Esto me h a resultado más sencillo, creo yo, porque parte, que tratados de ese tipo se escribieron últim am ente varios (y muy
el libro se escribió como tal y sólo por excepción algún trabajo previo buenos) bajo la dirección de Jean Bergeret, León Grinberg, Peter L.
pasó a integrarlo. Giovacchini, Benjamin В. W olman, etcétera. La única excepción es,
Tal vez valga la pena contarle brevemente al lector cómo se gestó esta también, para un hom bre excepcional, Gregorio Klimovsky, que escribe
obra. Desde el comienzo de mi carrera analítica en la década de 1950, me el capítulo 35, «Aspectos epistemológicos de la interpretación psicoanalí­
sentí atraído por los problem as de técnica. C uando a alguien le gusta una tica», sin duda el mejor ensayo que conozco sobre el tema.
tarea se interesa por la form a de hacerla. Tuve la fortuna de realizar mi C uando me puse a escribir no pensé, por cierto (¡y por suerte!) que el
análisis didáctico con Racker, que en esos años estaba gestando la teoría proyecto me iba a llevar más de cinco años, y sólo ahora me doy cuenta
de la contratrasferencia, y me reanalicé después con Meltzer, cuando de lo necesario que fue el aliento y la confianza de mis hijos Alicia, L aura
escribía E l proceso psicoanalítico. Creo que estas propicias circunstan­ y Alberto, y mis hijos políticos Cristina Berisso y Ramón Torres Loyarte,
cias reforzaron mi imprecisa afición inicial, lo mismo que las horas de lo mismo que el intercambio con mis amigos Benito y Sheila López, Ele­
supervisión con Betty Joseph, Money-Kyrie, Grinberg, H erbert Rosen- na Evelson, León y Rebe Grinberg, Rabih, Polito, Cvik, Guiard, Reggy
feld, Resnik, H anna Segai, M arie Langer, Liberm an, Esther Bick y Pi­ Serebriany, Elizabeth Bianchedi, Painceira, Zac, Guillermo Maci, Sor,
chón Rivière a lo largo de los años. W ender, Berenstein, M aría Isabel Siquier, Yampey, Gioia y el siempre
En 1970 empecé a dictar Teoría de la técnica, para los candidatos de recordado David Liberm an, entre muchos otros, tanto como el estímulo
cuarto año de la Asociación Psicoanalítica Argentina, y seguí después a distancia de Weinshel, M aría Carm en y Ernesto Liendo, Zim merm ann,
la misma tarea en la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires. Tuve Pearl King, Limentani, Lebovici, Janine Chasseguet-Smirgel, Blum,
suerte, porque los alumnos se m ostraron siempre interesados por mi en­ Green, Yorke, Grunberger, Vollmer, Virginia Bicudo, Rangell y m u­
señanza y, con el correr del tiempo, con ellos, y de ellos, fui aprendiendo chos más.
a descubrir los problem as y a enfrentar las dificultades. El Instituto de A mis discípulos los quisiera nom brar uno por uno, porque los re­
Form ación Psicoanalítica de mi Asociación comprendió este esfuerzo y cuerdo en este m om ento y les debo mucho. N ada puede com pararse, sin
asignó un espacio mayor a la asignatura, que ahora ocupa un seminario embargo, con la presencia permanente de Elida, mi esposa, que nunca se
en los dos últimos años. El estímulo generoso de alumnos y discípulos, cansó de alentarme y me acompañó de veras en esas largas horas en que
amigos y colegas, me fue haciendo pensar en escribir un libro que resu­ se redacta y vuelve a redactar y en los duros m om entos en que se lucha en
m iera esa experiencia y pudiera servir al analista para reflexionar sobre vano por pensar lo que se quiere escribir y por escribir lo que se ha logra­
los problem as apasionantes y complejos que form an la colum na ver­ do pensar. Más que dedicárselo, debería haberla reconocido como co­
tebral de nuestra disciplina. autora. Reina Brum Arévalo, mi secretaria, realizó eficazmente y con
Con el paso de los años mi enseñanza se fue despojando de todo afán cariño su ardua tarea —sin angustia y sin enojo, com o diría Strachey—.
de catequesis, en la m edida que fui capaz de distinguir entre la ciencia y A todos, ¡muchas gracias!
la política del psicoanálisis, esto es, entre las exigencias inalterables de la
investigación psicoanalítica y los compromisos siempre contingentes Buenos Aires, 2 de febrero 1985.
(aunque no necesariamente desdeñables) del m ovimiento psicoanalítico.
Si este libro llega a tener algún mérito será en cuanto ayude al analista a
encontrar su propio camino, a ser coherente consigo mismo aunque no
piense como yo. He cambiado más de una vez mi form a de pensar y no
descarto que mis analizados, de los que siempre aprendo, me lleven toda­
vía a hacerlo más de una vez en el futuro. Sólo aspiro a que este libro sirva
a mis colegas para encontrar en sí mismos el analista que realmente son.

Decidida ya la tarea, pensé cuidadosam ente si no sería en realidad


más conveniente buscar colaboradores y com poner con ellos un tratado.
Amigos para ello no me faltan y de esa form a podría alcanzarte una es-
Primera parte. Introducción a los problemas
de la técnica
1. La técnica psicoanalítica

1. Delimitación del concepto de psicoterapia

El psicoanálisis es una form a especial de psicoterapia, y la psicotera­


pia empieza a ser científica en la Francia del siglo x ix , cuando se de­
sarrollan dos grandes escuelas sobre la sugestión, en Nancy con Liébeault
y Bemheim y en la Salpetriére con Jean-M artin Charcot.
P or lo que acabo de decir, y sin ánimo de reseñar su historia, he ubi­
cado el nacimiento de la psicoterapia a partir del hipnotismo del siglo
X IX . E sta afirmación puede desde luego discutirse, pero ya veremos que
tiene tam bién apoyos im portantes. Se afirm a con frecuencia y con razón
que la psicoterapia es un viejo arte y una ciencia nueva; y es esta,
la nueva ciencia de la psicoterapia, la que yo ubico en la segunda mitad
del siglo pasado.\El arte de la psicoterapia, en cambio, tiene antecedentes
ilustres y antiquísimos desde Hipócrates al Renacimiento. Vives (1492­
1540), Paracelso (1493-1541) y Agripa (1486-1535) inician una gran reno­
vación que culmina en Johann Weyer (1515-1588). Estos grandes pensa­
dores, que promueven, al decir de Zilboorg y Henry (1941), una primera
revolución psiquiátrica, traen una explicación natural de las causas de la
enfermedad mental pero no un concreto tratam iento psíquico. A P ara­
celso asigna Frieda Fromm-Reichmann (1950) la paternidad de la psico­
terapia, que asienta a la vez —dice ella— en el sentido común y la
comprensión de la naturaleza hum ana; pero, si fuera así, estaríamos
frente a un hecho desgajado del proceso histórico; por esto prefiero
ubicar a Paracelso entre los precursores y no entre los creadores de la
psicoterapia científica. Con el mismo razonam iento de F rieda
Fromm-Reichmann podríam os asignar a Vives, Agripa o Weyer esa
paternidad.
Tienen que pasar todavía cerca de tres siglos para que a estos renova­
dores los continúen otros hombres que, ellos sí, pueden ubicarse en los
albores de la psicoterapia. Son los grandes psiquiatras que nacen con y de
Id Revolución Francesa. El mayor de ellos es Pinel y a su lado, aunque
en otra categoría, vamos a ubicar a Messmer: son precursores, aunque
no todavía psicoterapeutas.
En los últimos años del siglo x v iu , cuando im planta su heroica refor­
ma hospitalaria, Pinel (1745-1826) introduce un enfoque hum ano, digno
y racional, de gran valor terapéutico en el trato con el enfermo. Más ade­
lante, su brillante discípulo Esquirol (1772-1840) crea un tratam iento re-
guiar y sistemático en que confluyen diversos factores ambientales y psí­ M ientras llegan al máximo desarrollo los métodos científicos de la
quicos, que se conoce desde entonces como tratam iento morel. psicoterapia sugestiva e hipnótica se inicia una nueva investigación que
El tratamiento moral de Pinel y Esquirol, que estudió criticamente ha de operar un giro copernicano en la teoría y la praxis de la psicotera­
Claudio Bermann en las ya lejanas Jornadas de Psicoterapia (Córdoba, pia. H acia 1880, Joseph Breuer (1842-1925), al aplicar la técnica hipnóti­
1962), mantiene aún su im portancia y frescura. Es el conjunto de medi­ ca en una paciente que en los anales de nuestra disciplina se llamó desde
das no físicas que preservan y levantan la m oral del enfermo, especial­ entonces Anna O. (y cuyo verdadero nom bre es Berta Pappenheim ), se
mente el hospitalizado, evitando los graves artefactos iatrógenos del encontró practicando una form a radicalmente distinta de psicoterapia.1
medio institucional. El tratam iento m oral, sin em bargo, por su carácter
anónim o e impersonal, no alcanza a ser psicoterapia, es decir, pertenece
a otra clase de instrumentos.
Las audaces concepciones de Messmer (1734-1815) fueron exten­ 2. El método catártico y los comienzos del psicoanálisis
diéndose rápidam ente, sobre todo desde los trabajos de James -Braid
(1795-1860) hacia 1840. Cuando Liébeault (1823-1904) conviene su hu­ La evolución que lleva en pocos años desde el m étodo de Breuer hasta
milde consultorio rural en el más im portante centro de investigación del el psicoanálisis se debe al genio y al esfuerzo de Freud. En la prim era dé­
hipnotismo en todo el m undo, la nueva técnica, que veinte años antes h a­ cada de nuestro siglo el psicoanálisis se presenta ya como un cuerpo de
bla recibido de Braid, un cirujano inglés, nom bre y respaldo, se aplica al doctrina coherente y de am plio desarrollo. En esos años, Freud escribió
par com o instrum ento de investigación y de asistencia; Liébeault la usa dos artículos sobre la naturaleza y los métodos de la psicoterapia: «El
para m ostrar «la influencia de la m oral sobre el cuerpo» y curar al enfer­ método psicoanalítico de Freud» (1904л) y «Sobre psicoterapia» (1905o).
m o; y es tal la im portancia de sus trabajos que la ya citada obra de Zilbo- Estos dos trabajos son importantes desde el punto de vista histórico y, si se
org y Henry no vacila en ubicar en Nancy el comienzo de la psicoterapia. leen con atención, nos revelan aquí y allá los gérmenes de las ideas técnicas
Aceptaremos con un reparo esta afirm ación. El tratam iento hipnóti­ que Freud va a desarrollar en los escritos de la segunda década del siglo.
co que inaugura Liébeault es personal y directo, se dirige al enfermo; Vale la pena m encionar aquí un cambio interesante en nuestros cono­
pero le falta todavía algo para ser psicoterapia; el enfermo recibe la cimientos sobre un tercer artículo de Freud, titulado «Tratam iento psí­
influencia curativa del médico en actitud totalm ente pasiva. Desde este quico (tratam iento del alma)», que durante mucho tiempo se dató en
punto de vista más exigente, el tratam iento de Liébeault es, pues, perso­ 1905, cuando en realidad fue escrito en 1890. El profesor Saul Rosen-
nal, pero no interpersonal. zweig, de la W ashington University de Saint Louis encontró, en 1966,
Cuando Hyppolyte Bemheim (1837-1919), siguiendo la investigación que este articulo, que se incluyó en la Gesammelte Werke y en la Stan­
en Nancy, pone cada vez más enfásis en la sugestión como fuente del dard Edition como publicado en 1905, en realidad se publicó en 1890 en
efecto hipnótico y m otor de la conducta hum ana, se perfila la interacción la prim era edición de Die Gesundheit (La salud), un m anual de medicina
médico-paciente que es, a mi juicio, una de las características definí to rías con artículos de diversos autores. En 1905 se publicó la tercera edición de
de la psicoterapia. En sus N uevos estudios (1891) Bemheim se ocupa, esta enciclopedia.2 A hora que sabemos la fecha real de su aparición, no
efectivamente, de la histeria, la sugestión y la psicoterapia. nos sorprende la gran diferencia entre este artículo y los dos que a conti­
Poco después, en los tra b a o s de Janet en París y de Breuer y Freud nuación vamos a com entar.
en Viena, donde la relación interpersonal es patente, resuena ya la pri­ El trabajo de 1904, escrito sin firm a de autor para un libro de LOwen-
mera melodia de la psicoterapia. Como veremos en seguida, es mérito de
feld sobre la neurosis obsesiva, deslinda clara y decididamente el psico­
Sigmund Freud (1856-1939) llevar a la psicoterapia al nivel científico,
análisis del m étodo catártico y a este de todos los otros procedimientos
con la introducción del psicoanálisis. Desde aquel m om ento, será psico­
de la psicoterapia.
terapia un tratam iento dirigido a la psiquis, en un marco de relación in­
A partir del magno descubrimiento de la sugestión en Nancy y la Sal-
terpersonal, y con respaldo en una teoría científica de la personalidad.
petrière se recortan tres etapas en el tratam iento de las neurosis. En la
Repitamos los rasgos característicos que destacan la psicoterapia por
primera se utiliza la sugestión, y después otros procedimientos de ella de­
su devenir histórico. P o r su m étodo, la psicoterapia se dirige a la psiquis
rivados, para inducir una conducta sana en el paciente. Breuer renuncia a
por la única vía practicable, la comunicación; su instrumento de comuni­
esta técnica y utiliza el hipnotism o, no para que el paciente olvide sino
cación es la palabra (o m ejor dicho el lenguaje verbal y preverbal),
«fárm aco» y a la vez mensaje; su marco, la relación interpersonal
médico-enfermo. P o r último, la finalidad de la psicoterapia es curar, y 1 Strachey inform a que el tratam iento de Anna O. se extendió desde 1880 a 1882. (Véase la
todo proceso de comunicación que no tenga ese propósito (enseñanza, «Introducción» de Jam es Strachey a los E studios sobre la histeria, en S. Freud, Obras coni-
pieles, Buenos Aires; A m orrortu editores, 24 vols., 1978-85, 2, pág. 5 [en adelante, A E \).
adoctrinam iento, catequesis) nunca será psicoterapia. 1 Véase J. Strachey, «Introducción», en Л Я , 1, págs, 69-75.
para que exponga sus pensamientos. A nna О., la célebre enferm a de siempre hay una técnica que configura una teoría, y una teoría que fun­
Breuer, llam aba a esto la cura de hablar («talking cure»). Breuer dio así dam enta una técnica. Esta interacción perm anente de teoría y técnica es
un paso decisivo al emplear la hipnosis (o la sugestión hipnótica) no para privativa del psicoanálisis porque, como dice H artm ann, la técnica deter­
que el paciente abandone sus síntomas o se encamine a conductas más sa­ mina el m étodo de observación del psicoanálisis. En algunas áreas de las
nas, sino para darle la oportunidad de hablar y recordar, base del m éto­ ciencias sociales se da un fenómeno similar; pero no es ineludible como
do catártico; y el otro paso lo dará el mismo Freud cuando abandone el en el psicoanálisis y la psicoterapia. Sólo en el psicoanálisis podemos ver
hipnotismo. cómo un determ inado abordaje técnico conduce en form a inexorable a
una teoría (de la curación, de la enferm edad, de la personalidad, etc.),
En los Estudios sobre la histeria de Breuer y Freud (1895) puede se­ que a su vez gravita retroactivam ente sobre la técnica y la modifica para
guirse la herm osa historia del psicoanálisis desde Emmy von N ., donde hacerla coherente con los nuevos hallazgos; y así indefinidamente. En es­
Freud opera con la hipnosis, la electroterapia y el masaje, hasta Elisabeth to se basa, tal vez, la denominación algo pretensiosa de teoría de la técni­
von R ., a la que ya trata sin hipnosis, y con quien establece un diálogo ca, que intenta no sólo dar un respaldo teórico a la técnica sino también
verdadero, del que tanto aprende. La historia clínica de Elisabeth señalar la inextricable unión de am bas. Veremos a lo largo de este libro
m uestra a Freud utilizando un procedimiento interm edio entre el m étodo que cada vez que se trata de entender a fondo un problem a técnico se pa­
de Breuer y el psicoanálisis propiam ente dicho, que consistía en estimular sa insensiblemente al terreno de la teoría.
y presionar al enferm o para el recuerdo.
Cuando l i historia clínica de Elisabeth term ina está terminado
tam bién el m étodo de la coerción asociativa como tránsito al psicoanáli­
sis, ese diálogo singular entre dos personas que son, dice Freud, igual­ 3. Las teorías del método catártico
mente dueñas de sí.
En «Sobre psicoterapia» (1905o), una conferencia pronunciada en el Lo que introduce Breuer, pues, es una modificación técnica que lleva
Colegio Médico de Viena el 12 de diciembre de 1904, que se publicó en la a nuevas teorías de la enferm edad y de la curación. Estas teorías no sólo
Wiener Medical Presse del mes de enero siguiente, Freud establece una se pueden verificar con la técnica sino que, en la medida en que se refutan
convincente diferencia entre el psicoanálisis (y el m étodo catártico) y las o se sostienen, inciden sobre ella.
otras formas de psicoterapia que hasta ese m om ento existían. Esta dife­ La técnica catártica descubre un hecho sorprendente, la disociación
rencia introduce una ruptura que provoca, como dicen Zilboorg y Henry de la conciencia, que se hace visible a ese m étodo en cuanto produce una
(1941), la segunda revolución en la historia de la psiquiatría. P ara expli­ ampliación de la conciencia. La disociación de la conciencia cristaliza en
carla, Freud se basa en ese hermoso modelo de Leonardo que diferencia dos teorías fundamentales, y en tres, si se agrega la de Janet. Breuer pos­
las artes plásticas que operan per via di porre y p er via di levare. La pin­ lula que la causa del fenómeno de disociación de la conciencia es el esta­
tura cubre de colores la tela vacía, y así la sugestión, la persuasión y los do hipnoide, mientras que Freud se inclina a atribuirlo a un trau m a.3
otros métodos que agregan algo para m odificar la imagen de la persona­ La explicación de Janet remite a la labilidad de la slnresispsíquica, un
lidad; en cambio el psicoanálisis, como la escultura, saca lo que está de hecho neurofisiológico, constitucional, que apoya en la teoría de la dege­
más para que surja la estatua que dorm ía en el mármol. Esta es la dife­ neración mental de M orel. De este m odo, si para que una psicoterapia
rencia sustancial entre los métodos anteriores y posteriores a Freud. Des­ iiea científica le exigimos arm onía entre su teoría y su técnica, el
de luego que después de Freud, y por su influencia, aparecen métodos método de Janet no llega a serlo. En cuanto sostiene que la disociación
como el neopsicoanálisis o el ontoanálisis que tam bién actúan p er vía di de la conciencia se debe a una labilidad constitucional para lograr la
levare, es decir, que tratan de liberar a la personalidad de lo que.le está síntesis de los fenómenos de conciencia, y adscribe esa disociación a la
impidiendo tom ar su form a pura, su form a auténtica; pero esta es una doctrina de la degeneración m ental de Morel, es decir a una causa bioló­
evolución ulterior que no nos im porta discutir en este m om ento. Lo que gica, orgánica, la explicación de Janet no abre camino a ningún procedi­
sí nos interesa es diferenciar entre el m étodo del psicoanálisis y las otras miento psicológico científico sino, a lo sumo, a una psicoterapia ínspira-
psicoterapias de inspiración sugestiva, que son represivas y actúan per cíonal (que por lo demás a la larga actuará per via d i porre), nunca a una
via di porre, piicoterapia coherente con su teoría, y por tanto etiológica.
Surge de la discusión precedente que hay una relación muy grande La teoría de Breuer y sobre todo la de Freud, en cambio, son psicoló-
entre la teoría y la técnica de la psicoterapia, un punto que el mismo
Freud señala en su artículo de 1904 y que Heinz Hartm ann estudió a lo lar­ ' Para mayores detalles, véase la «Com unicación preliminar)* que Breuer y Freud publi-
go de su obra, por ejemplo al comienzo de su «Technical implications of M fon en 1893, y que se incorporó com o capitulo I en los E studios sobre la histeria (/4E, 2,
pági, 27-43).
ego psychology» (1951). En psicoanálisis es este un punto fundamental:
Lucy y sobre todo con Elisabeth von R ./y esta nueva técnica, la coerción
gicas, La teoría de los estados hipnoides postula que la disociación de la
asociativa/lo enfrentó con nuevos hechos que habrían de modificar otra
conciencia se debe a que un determ inado acontecimiento encuentra al in­
vez sus teorías .У .
dividuo en una situación especial, el estado hipnoide, y por esto queda
La coerción asociativí/le confirm a a Freud que las cosas se olvidan
segregado de la conciencia. El estado hipnoide puede depender de una ra­
cuando no se las quiere recordar, porque son dolorosas, feas y desagra­
zón neurofisiológica (la fatiga, por ejemplo, de modo que la corteza
dables, contrarias a la ética y /o a la estética/E se proceso, ese olvido, se
queda en estado refractario) y tam bién de un acontecimiento emotivo,
reproducía tam bién ante sus ojos en el tratam iento, y entonces encontra­
psicológico. De acuerdo con esta teoría, que oscila entre la psicología y la
ba que Elisabeth no quería recordar, que había una fuerza que se oponía
biología, lo que se logra con el m étodo catártico es retrotraer al individuo
al recuerdo. Así hace Freud el descubrimiento de la resistencia, piedra
al punto en que se había producido la disociación de la conciencia (por el
angular del psicoanálisis. Lo que en el momento del traum a condicionó
estado hipnoide) para que el acontecimiento ingrese al curso asociativo
el olvido es lo que en este m om ento, en el tratam iento, condiciona la re­
normal y, consiguientemente, pueda ser «desgastado» e integrado a la con­
sistencia: hay un juego de fuerzas, un conflicto entre el deseo de recordár
ciencia.
y el de olvidar. Entonces, si esto es así, ya no se justifica ejercer la coer­
La hipótesis de Freud, la teoría del trauma, era ya puram ente psicoló­
ción, porque siempre se va a tropezar con la resistencia. M ejor será dejar
gica, y fue la que en definitiva los hechos empíricos apoyaron. Freud de­
que el paciente hable, que hable libremente. Así, una nueva teoría, la
fendía el origen traum ático de la disociación de la conciencia: era el
teoría de la resistencia, lleva a una nueva técnica, la asociación libre, p ro ­
acontecimiento mismo que, por su índole, se hacía rechazable de y po r la
pini del psicoanálisis, que se introduce como un precepto técnico, la regla
conciencia. El estado hipnoide no había intervenido, o habría interveni­
fundam ental.
do subsidiariamente; lo decisivo era el hecho traum ático que el individuo
Con el instrumento técnico recién creado, la asociación libre, se van a
segregó de su conciencia.
descubrir nuevos hechos, frente a los cuales la teoría del traum a y la del
De todos modos, y sin entrar a discutir estas teorías,4 lo que im porta
recuerdo ceden gradualm ente su lugar a la teoría sexual. El conflicto no
para el razonam iento que estamos haciendo es que una técnica, la hipno­
sis catártica, llevó a un descubrimiento, la disociación de la conciencia, y es ya solamente entre recordar y olvidar, sino tam bién entre fuerzas ins­
a ciertas teorías (del traum a, de los estados hipnoides), que, a su vez, lle­ tintivas y fuerzas represoras.
A partir de aquí los descubrimientos se m ultiplican: la sexualidad
varon a modificar la técnica.
infantil y el complejo de Edipo, el inconciente con sus leyes y sus conteni­
Según la teoria traum ática, lo que hacia la hipnosis era ampliar el cam­
po de la conciencia para que el hecho segregado volviera a incorporársele; dos, la teoría de la trasferencia, etc. En este nuevo contexto de descubri­
pero esto podría lograrse también por otros métodos, con otra técnica. mientos aparece la interpretación como instrum ento técnico fundam en­
tal y en un todo de acuerdo con las nuevas hipótesis. En cuanto sólo se
proponían recuperar un recuerdo, ni el m étodo catártico ni la coerción
asociativa necesitaban de la interpretación; ahora es distinto, ahora hay
4. La nueva técnica de Freud: el psicoanálisis que darle al individuo informes precisos sobre sí mismo y sobre lo que le
pasa, y que él sin embargo ignora, para que pueda com prender su reali­
Freud siempre se declaró m al hipnotizador, tal vez porque ese méto­ dad psicológica: a esto le llamamos interpretar.
do no satisfacía su curiosidad científica; y fue así como se decidió a aban­ En otras palabras, en la prim era década del siglo la teoría de la resis­
donar la hipnosis y ^ e la b o ra r una nueva técnica para llegar al traum a/ tencia se amplía vigorosamente en dos sentidos: se descubre por una p ar­
más acorde con su idea de la razón psicológica de querer olvidar el acon­ te lo inconciente (lo resistido) con sus leyes (condensación, desplazamien­
tecimiento traum ático. Pudo dar este intrépido paso cuando recordó la to) y sus contenidos (la teoría de la libido) y surge, por otro lado, la
famosa experiencia de Bernheim de la sugestión poshipnótica5 y, sobre teoría de la trasferencia, una form a precisa de definir la relación médico-
esta base,, cambió su técnicasren lugar de hipnotizar a sus pacientes empe­ paciente, ya que la resistencia se d a siempre en térm inos de la relación
zó a estimularlos, a concitarlos al recuerdo^ Así operó Freud con Miss con el médico.
Los primeros atisbos del descubrimiento de la trasferencia, como ve­
4 Gregorio Klimovsky ha utilizado las teorías de los Estudios sobre la histeria para ana­
remos en el capítulo 7, se encuentran en los Estudios sobre la histeria
lizar la estructura de las teorías psicoanalíticas. (1895¿0; y en el epílogo de «D ora», escrito en enero de 1901 y publicado
5 C uando Bernheim daba a una persona en trance hipnótico la orden de hacer algo en 1905,6 ya Freud comprende el fenómeno de la trasferencia práctica­
luego de despertar, la orden se cumplía exactam ente, y el autor no podía explicar el porqué mente en su totalidad. Es justam ente a partir de ese momento cuando la
de sus actos y apelaba a explicaciones triviales. Sin embargo, si Bernheim no se conform aba
con esas racionalizaciones (como las llam aría Jones m uchos años después), el sujeto termi­
naba por recordar la orden recibida en trance. 6 «Fragm ento de análisis de un caso de histeria», A E , 7, págs. 98 y siga,
nueva teoría empieza a incidir en la técnica e imprime su sello a los «C on­ ciera cada vez más estricto y, consiguientemente, m ás idóneo y confiable.
sejos al médico» (1912e) y a «Sobre la iniciación del tratam iento» Nos hemos detenido en la interacción entre teoría y técnica porque es­
(1913c), trabajos contem poráneos de «Sobre la dinámica de la trasferen­ to nos permite com prender la im portancia de estudiar simultáneam ente
cia» (19126). ambos campos y afirm ar que una buena formación psicoanalítica debe
La inm ediata repercusión sobre la técnica de la teoría de la trasferen­ respetar esta valiosa cualidad de nuestra disciplina, en la que se integran
cia es una reform ulación de la relación analítica, que queda definida en armoniosam ente la especulación y la praxis.
términos precisos y rigurosos. El encuadre, ya lo veremos, no es más que
la respuesta técnica de lo que Freud había comprendido en la clínica
sobre la peculiar relación del analista y su analizado. P ara que la trasfe­
rencia surja claramente y pueda analizarse, decía Freud en 1912, ei ana­ 5. Teoría, técnica y ética
lista debe ocupar el lugar de un espejo que sólo refleja lo que le es
m ostrado (hoy diríamos lo que el paciente le proyecta). Cuando Freud Freud dijo muchas veces que el psicoanálisis es una teoría de la perso­
form ula sus «Consejos», la belle époque de la técnica en que invitaba con nalidad, un m étodo de psicoterapia y un instrum ento de investigación
té y arenques al «H om bre de las Ratas» (Freud, 1909<í) se ha clausurado científica, queriendo señalar que por una condición especial, intrínseca
definitivamente. de esta disciplina, el m étodo de investigación coincide con el procedi­
Se comprende la coherencia que hay en este punto entre teoría y técni­ m iento curativo, porque a medida que uno se conoce a sí mismo puede
ca; el médico no debe m ostrar nada de sí: sin dejarse envolver en las redes m odificar su personalidad, esto es, curarse. Esta circunstancia no sólo
de la trasferencia, se limitará a devolver al paciente lo que él ha colocado vale como un principio filosófico sino que es también un hecho empírico
sobre el terso espejo de su técnica. P or esto dice Freud (1915a) al estudiar de la investigación freudiana. P odría no haber sido así; pero, de hecho,
el am or de trasferencia, que el análisis debe desarrollarse en abstinencia, el gran hallazgo de Freud consiste en que descubriendo determinadas
y esto sanciona el cambio sustancial de la técnica en la segunda década situaciones (traum as, recuerdos o conflictos) los síntomas de la enferme­
del siglo. Si no existiera una teoría de la trasferencia, no tendrían razón dad se m odifican y la personalidad se enriquece, se amplia y se reorgani­
de ser estos consejos, del todo innecesarios en el m étodo catártico o en el za. Esta curiosa circunstancia unifica en una sola actitud la cura y la in­
primitivo psicoanálisis de la coerción asociativa. Vemos aquí pues, vestigación, como lo expuso lúcidamente H anna Segal (1962) en el «Sim­
nuevamente, esta singular interacción entre teoría y técnica que señala­ posio de factores curativos» del Congreso de Edim burgo. También Ble-
mos como específica del psicoanálisis. ger abordó este punto al hablar de la entrevista psicológica en 1971.
Hemos tratado con cierto detalle la teoría de la trasferencia porque Así como hay una correlación estricta de la teoría psicoanalítica con
ilustra muy claramente la tesis que estamos desarrollando. A medida que la técnica y con la investigación, tam bién se da en el psicoanálisis, en for­
Freud tom a conciencia de la trasferencia, de su intensidad, de su com ple­ ma singular, la relación entre la técnica y la ética. H asta puede decirse
jidad y de su espontaneidad (aunque esto se discuta), se le impone un que la ética es una parte de la técnica o, de otra form a, que lo que da
cambio radical en el encuadre. El laxo encuadre del «H om bre de las Ra­ coherencia y sentido a las norm as técnicas del psicoanálisis es su raíz éti­
tas» podrá incluir té, sándwiches y arenques, pues F reud no sabe aún ca. La ética se integra en la teoría científica del psicoanálisis no com o una
hasta dónde llega la rebeldía y la rivalidad en la trasferencia paterna.7 simple aspiración moral sino como una necesidad de su praxis.
La modificación del encuadre que se hace más riguroso en virtud de Las fallas de ética del psicoanalista revierten ineludiblemente en fa­
la teoría de la trasferencia permite a su vez una precisión m ayor para lencias de la técnica, ya que sus principios básicos, especialmente los que
apreciar el fenómeno, en cuanto un encuadre más estricto y estable evita configuran el encuadre, se sustentan en la concepción ética de una rela­
contam inarlo y lo hace más nítido, más trasparente. ción de igualdad, respeto y búsqueda de la verdad. La disociación entre
Este proceso no fue lento y siguió después de Freud. Basta releer la lu teoría y la praxis, lam entable siempre, en psicoanálisis lo es doblem en­
historia de Ricardito, analizado en 1941, para ver a Melanie Klein depu­ te porque daña nuestro instrum ento de trabajo. En otras disciplinas es
rando su técnica, y la de todos nosotros, cuando llega con un paquete pa­ hasta cierto punto factible mantener una disociación entre la profesión y
ra su nieto y se da cuenta de que su paciente responde con envidia, celos y la vida, pero esto le resulta imposible aJ analista.
sentimientos de persecución (sesión 76). Comprende que ha cometido un Nadie va a pretender que el analista no tenga fallas, debilidades,
error, que eso no se debe hacer (M. Klein, 1961). Sólo un largo proceso dobleces o disociaciones, pero sí que pueda aceptarlas en su fuero interno
de interacción entre la práctica y la teoría llevó a que el encuadre se hi- por consideración al m étodo, a la verdad y al enfermo. Es que el analista
tiene como instrum ento de trabajo su propio inconciente, su propia per­
1 Veáse, respecto de esto, el trabajo de David Rosenfeld presentado al C ongreto de sonalidad; y de ahí que la relación de la técnica con la ética se haga tan
Nueva York, de 1979, y publicado en el international Journal o f Psycho-Analysis f a 1980, upremiante e indisoluble.
Uno de los principios que nos propuso Freud, y que es a la vez técni­ Lo que acabo de exponer no es sólo un principio técnico y ético sino
co, teórico y ético, es que no debemos ceder al fu ro r curandis; y hoy sa­ también u n a saludable m edida de higiene m ental, de protección para el
bemos sin lugar a dudas que el fu r o r curandis es un problem a de analista. Como dice Freud en «Sobre el psicoanálisis "silvestre” »
contratrasferencia. Este principio, sin embargo, no viene a m odificar lo (1910/:), no tenemos derecho a juzgar a nuestros colegas y en general a
que acabo de decir, porque no hay que perder de vista que Freud nos pre­ terceros a través de las afirmaciones de los pacientes, que debemos es­
viene del fu r o r curandis, diferente del deseo de curar en cuanto significa cuchar siempre con una benevolente duda critica. En otras palabras, y es­
cumplir con nuestra tarea.8 to es rigurosamente lógico, todo lo que dice el paciente son sus opiniones
El tem a del fu r o r curandis nos vuelve al de la ética, porque la preven­ y no los hechos. No se me oculta lo difícil que es establecer y mantener
ción de Freud no es más que una aplicación de un principio más general, esta actitud en la práctica, pero pienso que en la medida que lo com pren­
la regla de abstinencia. El análisis, afirm a Freud en el Congreso de Nu­ demos nos es más fácil cumplirlo. La norm a fundam ental es, otra vez, la
remberg (1910d) y lo reitera muchas veces (1915a, 1919a, etc.), tiene que regla de abstinencia: en cuanto una inform ación no viola la regla de abs­
trascurrir en privación, en frustración, en abstinencia. Esta regla se tinencia es pertinente y es simplemente m aterial; si no es así, la regla de
puede entender de muchas formas; pero, de todos modos, nadie dudará abstinencia ha sido trasgredida. A veces, es sólo el sentimiento del analis­
de que Freud h a querido decir que el analista no puede darle al paciente ta, y en últim a instancia su contratrasferencia, lo que puede ayudarlo en
satisfacciones directas, porque en cuanto este las logra el proceso se de­ esta difícil discriminación.
tiene, se desvía, se pervierte. En otros términos, podría decirse que la sa­ El principio que acabo de enunciar no debe tom arse nunca de m anera
tisfacción directa quita al paciente la capacidad de simbolizar. Ahora rígida y sin plasticidad. Alguna inform ación general que puede darnos el
bien, la regla de abstinencia, que para el análisis es un recurso técnico, paciente colateralm ente puede ser aceptada como tal sin violar las no r­
p ara el analista es una norm a ética. P orque, evidentemente, el principio mas de nuestro trab ajo ,9 del mismo m odo que puede haber desviaciones
técnico de no dar al analizado satisfacciones directas tiene su corolario en que no configuren una falta, en cuanto están dentro de los usos cultura­
el principio ético de no aceptar las que él pueda ofrecernos. Asi como no­ les y se dan o se reciben sin perder de vista el movimiento general del p ro ­
sotros no podem os satisfacer la curiosidad del paciente, por ejemplo, ceso. Pero queda en pie la norm a básica de que ninguna intervención del
tam poco podemos satisfacer la nuestra. Desde el punto de vista del ana­ analista es válida si viola la regla de abstinencia.
lista, lo que el analizado dice son sólo asociaciones, cumplen la regla fun­
dam ental; y lo que asocia sólo puede ser considerado como un inform e
pertinente a su caso.
Lo que acabamos de decir abarca el problem a del secreto profesional
y lo redefine en una forma más estricta y rigurosa, en cuanto pasa a ser
para el analista un aspecto de la regla de abstinencia. En la medida ел
que el analista no puede tom ar lo que dice el analizado sino com o m ate­
rial, en realidad este nunca le inform a nada; nada que haya dicho el p a­
ciente puede el analista decir que ha sido dicho, porque el analizado sólo
ha dado su m aterial. Y material es, por definición, lo que nos inform a
sobre el m undo interno del paciente.
La atención flotante implica recibir en la misma form a todas las aso­
ciaciones del enfermo; y en cuanto el analista pretende obtener de ellas
alguna inform ación que no sea pertinente a la situación analítica está
funcionando mal, se ha trasform ado en un niño (cuando no en un per­
verso) escoptofílico. La experiencia m uestra, además, que cuando la
atención flotante se perturba es que está operando, en general, alguna
proyección del analizado. P or tanto, el trastorno del analista debe ser
considerado un problem a de contratrasferencia o de contraidentificación
proyectiva, si seguimos a Grinberg (1963, etc.)

* Sobre la propuesta de Bion (1967) de que el analista trabaje «sin m em oria y tin
deseo», algo tendrem os que decir m ás adelante, lo mismo que del «deseo del analflta» de
Lacan (1958). 9 P or ejem plo, que el analizado nos inform e que el ascensor no funciona.
2. Indicaciones y contraindicaciones influye, de hecho, en las prioridades del tiempo del analista, en fo rm a ta i
que quizá pueda justificar algún tipo de selección. Cuando los candida­
según el diagnóstico y otras particularidades tos tom aban enfermos gratuitos (o casi gratuitos) en la Clínica Racker de
Buenos Aires, había selección; pero no la hacía el terapeuta sino la clíni­
ca, que d aba preferencia a maestros, profesores, enfermeros y otras per­
sonas cuya actividad las ponía en contacto con la com unidad y que, por
lo tanto, gravitaban especialmente en la salud m ental de la población. La
selección del propio analista, en cambio, es siempre riesgosa, ya que
puede complicarla un factor de contratrasferencia, que en casos extre­
Las indicaciones terapéuticas del psicoanálisis son un tema que vale la mos linda con la megalomanía y el narcisismo.
pena discutir, no solamente por su im portancia práctica, sino porque a Siempre dentro de las indicaciones que dependen del individuo y no
poco que se lo estudia revela un trasfondo teórico de verdadera com­ de la enferm edad, Freud considera que la edad pone un límite al análisis
plejidad. y que las personas próximas a los cincuenta años carecen ya de suficiente
plasticidad; por otra parte, la masa del m aterial a elaborar es de tal
m agnitud que el análisis se prolongaría indefinidam ente. Freud ya había
hecho estas mismas observaciones en «La sexualidad en la etiología de
1. Las opiniones de Freud las neurosis» (1898a), donde afirm a que el análisis no es aplicable ni a los
niños ni a los ancianos (A E , 3, pág. 274).
Indicaciones y contraindicaciones fueron fijadas lúcidamente por Estos dos factores se contem plan hoy con ánimo más optimista. No
Freud en la ya m encionada conferencia en el Colegio Médico de Vicna, el hay duda que los años nos hacen menos plásticos; pero tam bién puede un
12 de diciembre de 1904. Empieza allí Freud por presentar la psicoterapia joven ser rígido, ya que esto depende en gran medida de la estructura del
como un procedimiento médico-científico y luego delimita sus dos m oda­ carácter, del acorazam iento del carácter, diría Wilhelm Reich (1933).
lidades fundamentales, expresiva y represiva, tom ando el bello modelo La edad es, pues, un factor a tener en cuenta, sin ser decisivo p or sí mis­
de Leonardo de las artes plásticas. mo. En su minucioso estudio de las indicaciones y contraindicaciones,
En el curso de su conferencia Freud hace hincapié en las contraindica­ Nacht y Lebovici (1958) aceptan en principio que la edad im pone un lími­
ciones del psicoanálisis, para reivindicar finalmente su campo específico, te al análisis, pero señalan enfáticam ente que la indicación siempre de­
las neurosis (lo que hoy llamamos neurosis). . pende del caso particular. P o r otra parte, hay que tener en cuenta que la
En esta conferencia, y tam bién en el trabajo que escribió poco antes expectativa de vida cambió notablem ente en los últimos años.
por encargo de Lôwenfeld, Freud afirm ó, y es un pensamiento muy ori­ Menos aún consideramos actualmente com o un obstáculo el cúmulo
ginal, que la indicación de la terapia psicoanalitica no sólo debe hacerse de material, ya que el propio Freud nos enseñó que los acontecimientos
por la enferm edad del sujeto, sino también por su personalidad. Esta di­ decisivos abarcan un núm ero limitado de años —la amnesia infantil— ; y,
ferencia sigue siendo válida: el psicoanálisis se indica atendiendo no me­ por otra parte, esos acontecimientos se repiten sin cesar a lo largo de los
nos a la persona que al diagnóstico. ûflos y concretamente en esa singular historia vital que es la trasferencia.
Al considerar el individuo, Freud dice con franqueza (y tam bién con Si bien las prevenciones de Freud no nos obligan hoy tanto como
cierta ingenuidad) que «debe rechazarse a los enfermos que no posean antes, de todos m odos la edad avanzada plantea siempre un problem a
cierto grado de cultura y un carácter en alguna medida confiable» (AE, delicado, que el analista debe encarar con equilibrio y conciencia. Al re­
7, pág. 253). Esta idea ya había sido expuesta, como acabamos de ver, en solverse a dedicar su tiem po a un hom bre m ayor o reservarlo para otro
el trabajo para el libro de Lôwenfeld, donde dice que el paciente debe po­ de más larga expectativa de vida, el analista se enfrenta con un problem a
seer un estado psíquico norm al, un grado suficiente de inteligencia y un hum ano y social. Com o es la regla en análisis, aquí tam poco podremos
cierto nivel ético, porque si no el médico pierde pronto el interés y ve­ dar una norm a fija. La indicación dependerá del paciente y del criterio
rá que no se justifica su esfuerzo. Este punto de vista, sin em bargo, sería del analista, porque la expectativa de vida es determ inante para el de­
hoy revisable desde la teoría de la contratrasferencia, porque si el ana­ m ógrafo pero no para este últim o, que sólo debe m irar a la persona
lista pierde su interés debe suponerse que algo le pasa. P o r otra parte, concreta. ¿Hay un m om ento en que socialmente ya no es justificable pa­
se lo podría refutar hasta con argumentos del mismo Freud, que muchas ro un viejo el análisis? Tam poco aquí podem os hacer ninguna inferencia
veces afirmó que nadie sabe las potencialidades que pueden yacer en un definitiva, porque alguna gente muere pronto y otra muy tarde. Kant
individuo enfermo. publicó la Crítica de la razón pura cuando tenía 57 años y ya se había ju ­
Desde otra vertiente, sin embargo, el valor (social) del Individuo bilado de profesor en Kônigsberg, de modo que si este modesto profesor
de filosofia retirado me hubiera venido a ver para analizarse por una fronterizo al «H om bre de los Lobos», que desarrolló después una clara
inhibición para escribir, tal vez yo, muy seguro de mf mismo, ¡lo habría psicosis paranoide por la que hubo de tratarlo R uth Mack-Brunswick a
rechazado por su avanzada edad! fines de 1926 por unos meses, como inform a su trabajo de 1928. Dicho
P o r suerte, nuestro criterio se ha ido m odificando, se ha hecho más sea de paso, Freud mismo hizo el diagnóstico e indicó el tratam iento, que
elástico. Hay un trabajo de H anna Segal (1958) donde relata el análisis comentó con satisfacción en «Análisis terminable e interminable»
de un hom bre de 74 años que tuvo un curso excelente, y Pearl $. King (1937c). Las opiniones de Freud, pues, deben considerarse con sentido
(1980) trató el tema en su relato del Congreso de Nueva York con una crítico, como lo hace Leo Stone (1954). Una prueba del criterio amplio
profundidad que no deja dudas sobre la eficacia del análisis en personas de Freud para indicar el tratam iento podemos encontrarla, sin ir más
de edad. King hace sobre todo hincapié en que los problemas del ciclo vital lejos, en la misma conferencia del 12 de diciembre de 1904, cuando pone
de estos pacientes aparecen nítidamente en la trasferencia, donde se los el ejemplo de una (grave) psicosis maníaco-depresiva que él mismo trató
puede aprehender y resolver por métodos estrictamente psicoanalíticos. (o intentó tratar).
Este tema fue abordado hace muchos años por A braham (I919Ò). A Digamos, para term inar, que las indicaciones de Freud son por demás
diferencia de Freud y de la m ayoría de los analistas de entonces, sensatas; los casos francos de psicosis, perversión, adicción y psicopatía
Abraham sostenía «que la edad de la neurosis es más im portante que la son siempre difíciles y hay que pensar detenidamente antes de tom arlos.
edad del paciente» (Psicoanálisis clínico, cap. 16, pág. 241) y presentó Son pacientes que ponen a prueba al analista y que sólo en circunstancias
varios historiales de personas de más de 50 años que respondieron muy muy felices pueden llevarse a buen puerto. (Volveremos sobre esto al tra­
bien al tratam iento psicoanalítico. tar los criterios de analizabilidad en el capitulo 3.)
En sus dos artículos de comienzos de siglo, Freud señala que los casos
agudos o las emergencias no son de resorte del psicoanálisis; menciona,
por ejemplo, la anorexia nerviosa como una contraindicación. (Por ex­
2. Indicaciones de Freud según el diagnóstico tensión, lo mismo podríam os decir del enfermo con tendencias suicidas,
el melancólico, principalmente.)
Con respecto a las indicaciones del análisis según el diagnóstico clíni­ En su conferencia de 1904 Freud afirm ó que el análisis no es un méto­
co, es admirable la cautela con que Freud las discute. Concretam ente, do peligroso si se lo practica adecuadamente, lo que merece un momento
considera el psicoanálisis com o m étodo de elección en casos crónicos y de reflexión. Yo creo que Freud con esto quiere decir algo que es cierto
graves de histeria, fobias y abulias, es decir, las neurosis. En los casos en para los prevenidos médicos que lo escuchan en el Colegio de Viena: el
que hay factores psicóticos ostensibles la indicación del análisis no es pa­ análisis no es peligroso porque no lleva a nadie por el mal camino, no va
ra él pertinente, aunque deje abierta para el futuro la posibilidad de un a trasform ar a nadie en loco, perverso o inm oral; y es necesario subrayar
abordaje especial de la psicosis. Tam poco lo recomienda en casos agudos que Freud dice que el análisis no puede dañar al paciente si se lo practica
de histeria y en el agotam iento nervioso. Y descarta, desde luego, la dege­ adecuadamente. Es innegable, sin em bargo, que el psicoanálisis mal
neración m ental y los cuadros confusionales. practicado hace mal, mucho mal a veces, desgraciadam ente.1
E n resumen, sólo el núcleo nosográficam ente reducido pero epide­
miológicamente extenso de la neurosis es accesible al análisis: Freud, en
este sentido, fue term inante y no varió su posición desde estos trabajos
hasta el Esquem a del psicoanálisis (1940ff), donde vuelve a decir, al co­ 3. El simposio de Arden House de 1954
mienzo del capítulo VI, que el yo del psicòtico no puede prestarse al tra ­
bajo analítico, al menos hasta que encontremos un plan que se le adapte Convocado por la Sociedad Psicoanalítica de Nueva York, este sim­
mejor. (A E , 23, pág. 174). posio, The widening scope o f indications fo r psycho-analysis (La am plia­
Es innegable, sin embargo, que algo h a cambiado en lo que va del ción del campo de indicaciones del psicoanálisis), tuvo lugar en mayo de
siglo, y que se abrieron caminos im portantes a partir del psicoanálisis in­ 1954. Participaron Leo Stone, el principal expositor, Edith Jacobson y
fantil (que propició entre otros su hija Anna) y las nuevas teorías de la Anna Freud.
personalidad que abarcan el prim er año de la vida y dan posibilidades de El trabajo de Stone tiene sin duda un valor perdurable. Más que opti­
acceso a las enfermedades que, desde Freud y A braham (1924), se sabía mista es realista, ya que no ensancha los límites de las indicaciones sino
que tienen su punto de fijación en esa época. que muestra cómo siempre se trató legítimamente de sobrepasar esos lí-
Aunque Freud insistió siempre en que sólo había que tratar a los
neuróticos, sus propios casos al parecer no siempre lo eran. Con funda­ 1 El lema de la iatrogenia en el análisis b a merecido reflexiones acertadas de Lìbertnan a
m ento podríam os diagnosticar a «D ora» de psicopatía histérica, y de lu largo de to d a su obra.

H
mites. Recuerda que en la década del veinte, y ya antes, Abraham empe­ por otras técnicas más sencillas o con los medios farmacológicos de la
zó a tratar pacientes maníaco-depresivos con el apoyo decidido de Freud2 psiquiatría m oderna, punto de vista que también sostienen Nacht y Le-
y m enciona también los intentos de Ernest Simmel con adictos alcohóli­ bovici (1958). Ya veremos que en este punto A nna Freud planteó su úni­
cos y psicóticos internados, así com o los de Aichhorn en Viena, con su ca discrepancia con Stone.
juventud descarriada, hacia la misma época. Agreguemos que Abraham En Arden House habló tam bién Edith Jacobson (1954a) sobre el tra­
escribió la historia de un fetichista del pie y del corset para el Congreso tam iento psicoanalítico de la depresión severa. Considera casos que
de Nuremberg en 1910, y Ferenczí estudió profundam ente el tic en 1921, pueden variar desde las depresiones reactivas más intensas hasta la psico­
tem a que tam bién ocupó a Melanie Klein en 1925. sis circular en sentido estricto, pasando por los fronterizos, que son los
Antes de pasar revista a las indicaciones que rebasan el m arco de la más frecuentes. En todos ellos la autora encuentra que las dificultades en
neurosis, Stone señala los límites del psicoanálisis mismo como método. el desarrollo y el análisis de la trasferencia son muy grandes, pero no im­
Dice, con razón, que una psicoterapia orientada psicoanalíticamente, pero posibles. Considera que los resultados más satisfactorios se obtienen
que no se propone resolver los problemas del paciente en la trasferencia y cuando pueden recuperarse y analizarse en la trasferencia las fantasías
con la interpretación, no debe considerarse psicoanálisis, mientras que si pregenitales más arcaicas (pág. 605).
se m antienen esos objetivos, a pesar de (y gracias a) que se recurra a los El com entario de A nna Freud (1954) coincide básicamente con Stone
parám etros de Eissler (1953), no estaremos fuera de nuestro m étodo. Se­ y apoya en su propia experiencia con caracteropatías' graves, perver­
ñalemos que para Stone, lo mismo que para Eissler, el parám etro es váli­ siones, alcoholismo, etc.; pero, como analista lego, no ha tratado casos
do si no obstaculiza el desarrollo del proceso y ulteriorm ente, una vez re­ psicóticos o depresiones severas. A nna Freud considera que es válido y
movido, puede analizarse con plenitud la trasferencia. de interés tratar todos estos casos y concuerda con la opinión de Stone
Leo Stone considera que los criterios nosográficos de la psiquiatría, sobre el uso de parám etros para hacerlos accesibles al m étodo, aunque
con ser imprescindibles, no son suficientes, ya que debe completárselos piensa también que el excesivo esfuerzo y el prolongado tiempo que de­
con toda una serie de elementos dinámicos de la personalidad del poten­ m andan los casos difíciles debe pesarse en el m om ento de las indica­
cial paciente, tales como narcisismo, rigidez, pensamiento dereístico, ale­ ciones. Con un criterio que antes hemos llam ado social, A nna Freud con­
jamiento y vacío emocional, euforia, m egalomanía y muchos más. sidera que los casos neuróticos deben tenerse muy en cuenta (pág. 610).
Una afirmación im portante de Stone —con la que coincido plena­ Es de destacar que cuando Anna Freud volvió a discutir las indicaciones
mente— es que la indicación del tratam iento psicoanalítico apoya en ücl análisis en el capítulo 6 de su N orm ality and pathology in childhood
ciertos casos en el concepto de psicosis de trasferencia: «Se puede hablar (1965) refirmó sus puntos de vísta del Simposio de Arden House.
justificadam ente de una psicosis de trasferencia en el sentido de una En la conferencia de Arden House, en conclusión, nadie cuestionó la
variante aún viable de neurosis de trasferencia en las formas extremas», validez teórica de aplicar el m étodo psicoanalítico a los trastornos psicó-
(1954, pág. 585). Lo que se amplía, pues, y sobre bases teóricas que con­ genos que rebasan los límites de la neurosis, si bien todos coincidieron en
sidero firmes, es el concepto de neurosis de trasferencia, que discutire­ que esa tarea es por demás difícil.
mos en el capítulo 12.
Stone concluye que las neurosis de trasferencia y las caracteropatías a
ellas asociadas siguen siendo la primera y mejor indicación para el psico­
análisis; pero que los objetivos se han ampliado y abarcan prácticamente 4. HI informe de Nacht y Lebovici
todas las categorías nosológicas de naturaleza psicògena (pág. 593), punto
de vista que inform a coincidentemente todo el libro de Fenichel (1945o). Kn El psicoanálisis, hoy, Nacht y Lebovici (1958) dividen las indicacio­
Vemos así que Leo Stone planteó las indicaciones con am plitud; y, nes y contraindicaciones del psicoanálisis en función del diagnóstico clínico y
paradójicam ente, afirmó que los trastornos neuróticos de m ediana gra­ en función del paciente, siguiendo a Freud (1904o) y a Fenichel (1945a).
vedad que pueden ser resueltos con métodos psicoterapéuticos breves y Con referencia a las indicaciones p o r el diagnóstico, estos autores
sencillos no configuran una indicación para el análisis, que debe reser­ delincan, como Glover (1955), tres grupos: los casos accesibles, los casos
varse para los casos neuróticos más graves o los que no puedan resolverse moderadam ente accesibles y los débilmente accesibles. N acht y Lebovici
consideran aplicable el psicoanálisis a los estados neuróticos, o sea, a las
1 Hace un m om ento señalé que Freud no trepidó en ensayar su m étodo en una psicosis neurosis sintomáticas, pero mucho menos a las neurosis de carácter;
circular de evolución severa. A veces se olvida que Freud tom ó en análisis a una joven ho­ 11» perturbaciones de la sexualidad, esto es la impotencia en el hom ­
m osexual con un serio intento de suicidio, el caso que publicó en 1920; y que cuando deci­
dió interrum pir el tratam iento p o r la intensidad de la trasferencia paterna negativa, sugirió bre y la frigidez en la m ujer, son indicaciones frecuentes y aceptadas,
a los padres que si querían continuarlo buscaran para su hija una analista m ujer (A E , 18, mientras que en las perversiones las indicaciones son más vidriosas y difí­
pág. 157). ciles de establecer.
Si bien Nacht y Lebovici parten del principio (bien freudiano por cier­ Cuando G uttm an abrió el Simposio expuso un criterio restrictivo en
to) de que no existe una oposición absoluta entre neurosis y psicosis, se cuanto a las aplicaciones del psicoanálisis con un razonam iento que me
inclinan a pensar que en los casos francos de psicosis el tratam iento ana­ parece un tanto circular. Dijo que el psicoanálisis como m étodo consiste
lítico es de difícil aplicación, mientras que los casos no demasiado graves en el análisis de la neurosis de trasferencia, de m odo que si esta no se de­
anim an a intentar el análisis. sarrolla plenamente mal se la podrá resolver con métodos analíticos y,
En cuanto a las indicaciones p o r la personalidad, hemos dicho que por tanto, el psicoanálisis no será aplicable. A hora bien, continúa G utt­
Nacht y Lebovici aceptan el criterio de Freud sobre la edad y ponen un lí­ m an, dado que las únicas enfermedades en que p o r definición se instaura
mite aún más estricto, ya que consideran que sólo el adulto joven que una neurosis de trasferencia son justam ente las neurosis de trasferencia,
no pase de los cuarenta años es de incumbencia del análisis (pág. 70), si es decir la histeria en sus dos formas de conversión y de angustia y la
bien admiten excepciones. neurosis obsesiva, con los correspondientes trastornos caracterológicos,
Estos autores consideran que el beneficio secundario de la enferme­ entonces sólo estas son indicaciones válidas. Es clara acá la petición de
dad, si está muy arraigado, es una contraindicación o al menos un factor principios, porque lo que está en discusión es si los otros enfermos
a tener en cuenta como grave obstáculo. Asimismo, estudian detenida­ pueden desarrollar plenamente fenómenos de trasferencia de acuerdo
mente la fuerza del yo como un factor de prim era im portancia, en cuanto con la naturaleza de su enfermedad y de sus síntom as, y si estos pueden
a que el narcisismo, el masoquismo en sus formas más primitivas, las ten­ resolverse en el análisis.
dencias homosexuales latentes que imprimen su sello al funcionamiento Los pacientes psicóticos, fronterizos, perversos y adictos sólo podrán
del yo y los casos con marcada facilidad para el paso al acto (acting-out) analizarse, dice G uttm an, cuando el curso del tratam iento perm ita el de­
son factores negativos que deben tenerse en cuenta, lo mismo que la debi­ sarrollo de una neurosis de trasferencia o cuando se descubran los
lidad mental, que pone un obstáculo a la plena comprensión de las in­ conflictos neuróticos encubiertos en la conducta del paciente.
terpretaciones. Como veremos más adelante, la neurosis de trasferencia debe enten­
derse como un concepto técnico, que no implica necesariamente que los
otros cuadros psicopatológicos no puedan desarrollar análogos fenó­
menos. Acabamos de ver que Stone admite para los cuadros severos una
5. El Simposio de Copenhague de 1967 trasferencia psicòtica; y muchísimo antes, en su brillante trabajo de 1928
titulado «Análisis de un caso de paranoia. Delirio de celos», Ruth Mack-
En el XXV Congreso Internacional se realizó un simposio, Indica­ Brunswick habla concretam ente de una psicosis de trasferencia y muestra
tions and contraindications fo r psychoanalytic treatment, que dirigió la forma de analizarla y resolverla. La experiencia clínica parece de­
Samuel A. G uttm an, con la participación de Elizabeth R. Zetzel, P. C. mostrar que cada paciente desarrolla una trasferencia acorde con su p a­
Kuiper, A rthur W allenstein, René Diatkine y Alfredo Namnum . decimiento y con su personalidad. En este sentido, conviene reservar el
Si contrastam os el simposio de 1954 con este, veremos claramente término de neurosis de trasferencia para las neurosis mismas y no exten­
que la tendencia a am pliar las indicaciones del psicoanálisis se revierte, se derlo a las otras situaciones.
estrecha. Como dice Limentani (1972), hay prim ero un proceso de ex­
pansión y luego uno de retracción, a partir de las circunspectas afirm a­
ciones de Freud a comienzos del siglo. Limentani considera que la ten­
dencia a volver a pautas restringidas depende al menos parcialmente de 6. Algunas indicaciones especiales
los criterios más selectivos de los institutos de psicoanálisis para adm itir a
los candidatos, que fue imponiéndose en todo el m undo desde la época de Un tem a de la m ayor actualidad es la aplicación del psicoanálisis en
la Segunda Guerra Mundial. Es evidente, concluye Limentani, que en estos lili enfermedades orgánicas donde participan notoriam ente los factores
modelos más rigurosos está implícito el reconocimiento de que el trata­ psíquicos, y que se han dado en llam ar, con razón, psicosomáricas. Con­
miento psicoanalítico no llega a resolver todos los problemas psicológicos. vergen acá problemas teóricos y técnicos que conviene estudiar crítica­
Junto a una m ayor prudencia en los alcances del m étodo, el Simposio mente. Si bien es- cierto que desde el punto de vista doctrinario vale el
de Copenhague destacó entre otros un factor im portante, la motivación concepto de que toda enfermedad es a la vez psíquica y somática (o si se
para el análisis, que aparece explícitamente en el trabajo de Kuiper (1968) quiere psíquica, som ática y social), los hechos empíricos muestran que la
pero inform a tam bién los otros. gravitación de estos factores puede ser muy dispar.
El tem a central de Copenhague es, sin duda, la analizabilidad, que La indicación del psicoanálisis variará en prim er lugar según la m ayor
desarrolló con rigor Elizabeth R. Zetzel. P o r su im portancia, nos ocupa­ participación de los factores psicológicos; en segundo lugar, según la res­
remos de él en el próximo capitulo. puesta a los tratam ientos médicos previamente efectuados y en tercer lu*
gar según el tipo de enferm edad. La colitis ulcerosa, por ejemplo, aún en mo indicar el análisis com o un m étodo profiláctico, como un m étodo pa­
sus form as m ás graves, es una enferm edad que responde casi siempre sa­ ra m ejorar el rendim iento y la plenitud de la vida de un hom bre por lo de­
tisfactoriam ente al psicoanálisis, m ientras que la obesidad esencial, la más norm al. Si bien es cieno que, en principio, nadie apoya abiertam en­
diabetes y las coronariopatias no ofrecen por lo general una respuesta fa­ te este tipo de indicación, caben ciertas precisiones.
vorable. El asma bronquial y la hipertensión roja se benefician a veces El hom bre norm al es, por de pronto, una abstracción; y la experien­
(no siempre) del análisis, y menos la úlcera gastroduodenal. En los últimos cia clínica dem uestra convincentemente que presenta trastornos y proble­
años he visto regularizarse la presión arterial de pacientes que no consulta­ mas casi siempre im portantes. Quien se analiza sin estar formalm ente en­
ban por hipertensión sino por problemas neuróticos, y a quienes los clíni­ fermo, como es el caso de m uchos futuros analistas, en general no se
cos que les atendían dieron de alta en vista de su favorable evolución. arrepiente: en el curso del análisis llega a visualizar, a veces con asom bro,
Hay que tener siempre en cuenta que no todos los enferm os psicoso- los graves defectos de su personalidad ligados a conflictos, y a resolverlos
m áticos tienen una respuesta similar al psicoanálisis, como tam poco la si es favorable la m archa de la cura.
tienen los neuróticos. Además, hay enfermedades en que la psicogenésis Es innegable que el sentido común más elemental nos advierte que
puede ser relevante; pero, una vez puesto en m archa el proceso patológi­ hay que pensar mucho antes de indicar profilácticam ente una terapia di­
co, ya no se lo puede detener con medios psíquicos. Así, por ejemplo, fícil y larga como el psicoanálisis, que exige una inversión grande en es­
hay m uchos estudios que prueban convincentemente que el factor psico­ fuerzo, en afecto y angustia, en tiempo y en dinero. La persona que se
lógico gravita en la aparición del cáncer, pero es harto im probable que, analiza emprende un camino, tom a una decisión; el análisis es casi una
una vez producido, se lo pueda hacer retroceder removiendo los factores elección de vida por m uchos años. Pero esta elección vital abarca tam ­
psicológicos que participaron en su aparición. Es posible, sin embargo, bién la de querer analizarse y buscar la verdad que, si es auténtica, a la
que el tratam iento analítico en algo pueda coadyuvar a una m ejor evolu­ larga va a justificar la empresa.
ción de esta enferm edad. Donde más se plantea en la práctica este tipo de indicación es en el psi­
De cualquier-modo, habrá que com pulsar en cada caso todos los fac­ coanálisis de niños, porque allí la expectativa de vida es amplia y los
tores m encionados, y tal vez otros, antes de decidirse por el psicoanálisis; problemas del desarrollo norm al apenas se distinguen de la neurosis
y, de hacerlo, será aclarando al paciente que debe seguir con los trata­ infantil.
mientos médicos pertinentes. En ningún caso esto es más notorio que en la
obesidad, en la cual la ayuda psicológica es plausible y muchas veces efi­
ciente, pero nunca puede ir más allá de lo que dicte el balance calórico.
Es evidente, tam bién, que si la enferm edad psicosomàtica puede resol­ 7. Algo más sobre los factores personales
verse por medios médicos o quirúrgicos más sencillos que el largo y
siempre trabajoso tratam iento psicoanalitico, el paciente debería optar Hemos dicho ya reiteradam ente que la indicación del psicoanálisis no
por ellos, si sus síntomas propiam ente mentales no fueran muy relevan­ debe hacerse solamente atendiendo al tipo y al grado de enferm edad del
tes. Aquí está presente, de nuevo, el tem a de la motivación. paciente sino también a otros factores, que son siempre de peso y a veces
Más adelante, en el capitulo 6, cuando hablemos del contrato, discu­ decisivos. Algunos de ellos dependen de la persona y otros (que casi nun-
tiremos el problem a técnico que plantea el tratam iento médico o quirúr­ cu se tienen en cuenta) de su entorno.
gico de un paciente en análisis; pero digamos desde ya que si se delimitan Ya hemos considerado el valor social de la persona como criterio de
bien los papeles y cada uno cumple su función sin salir de su cam po, el Indicación. Quien ocupa un lugar significativo en la sociedad justifica
proceso analítico no tiene por qué verse entorpecido. si está enfermo— el alto esfuerzo del análisis. Hemos dicho, también,
Es bien sabido que la esterilidad femenina y la infertilidad masculina, que este factor no implica un juicio de valor; y al incluirlo entre sus crite­
cuando no se deben a causas orgánicas, responden a veces al análisis. rios de selección el analista debe estar seguro de que no se deja llevar por
Mucho antes de que se analizara a este tipo de pacientes, el doctor Rodolfo d prejuicio o por un factor afectivo (contratrasferencia) sino por una
Rossi señalaba en su cátedra de Clínica Médica en La Plata que las parejas evaluación objetiva de la im portancia del tratam iento para ese individuo
estériles tenían a veces su primer hijo con posterioridad a la adopción. y de este individuo para la sociedad.
Dentro de los factores que ah ora estamos considerando está la actitud
psicológica del paciente frente a la indicación del análisis. Es algo que ya
Hemos dicho que, hasta cierto punto, el significado de una persona tenfa en cuenta el trabajo de Freud de 1904 y que tam bién señalan como
para la sociedad puede pesar en la indicación de su análisis. Esto nos fundamental los autores actuales.
lleva a otro problem a de im portancia teórica y de proyección social, el Nunberg descubrió hace m uchos años (1926) que todo paciente trae al
análisis del hom bre normal. En otras palabras, hasta qué punto es legíti- tratam iento deseos neuróticos y no sólo deseos realistas de curación y,
desde luego, la resultante de am bos m ostrará los aspectos sanos y enfer­ Quizá quien ha planteado este problem a con más rigor es Janine
mos, que habrán de desarrollarse como neurosis de trasferencia y alianza Chasseguet-Smirgel (1975), en sus estudios sobre el ideal del yo. Dice esta
terapéutica. A veces los deseos neuróticos (o psicóticos) de curación autora que, más allá del diagnóstico, hay dos tipos de pacientes en cuan­
pueden configurar de entrada una situación muy difícil y conducir inclu­ to a su com portam iento en el tratam iento psicoanalítico. Están los p a­
sive a lo que Bion ha descripto en 1963 como reversión de la perspectiva. cientes con un conocimiento espontáneo e intuitivo del m étodo psicoana­
Lo que aquí estamos considerando, sin embargo, está más allá de los lítico, con un auténtico deseo de conocerse a sí mismos y llegar al fondo
deseos de curación que tenga una persona, y que al fin y al cabo el análi­ de los problemas, que buscan la voie longue de un análisis completo y ri­
sis puede m odificar: es algo previo y propio de cada uno, el deseo de em­ guroso. O tros, en cambio, buscarán resolver sus conflictos siempre por
barcarse en una empresa cuya única oferta es la búsqueda de la verdad. la voie courte, porque son incapaces de captar la gran propuesta hum ana
Porque, sea cual fuere la form a en que se proponga el análisis, el pacien­ que el análisis form ula y carecen del insight que les perm ita tom ar con­
te se da cuenta siempre que le estamos ofreciendo un tratam iento largo y tacto con sus conflictos. Se trata, pues, como vemos, de una actitud freti-
penoso, como decía Freud (1905a), cuya premisa básica es la de conocer­ te al análisis (y diría yo que también frente a la vida), que gravita honda y
se a sí mismo; y esto no para todos es atractivo y para nadie es agradable. defmidamente en el proceso y, por su índole, no siempre puede modifi­
Desde esta perspectiva me atrevería a decir que hay una vocación para el carse con nuestro método.
análisis, como la hay para otras tareas de la vida. No debe confundirse la motivación para el análisis con la búsqueda
Freud prefería los casos que vienen espontáneam ente, porque nadie de un alivio concreto frente a un síntom a o a una determ inada situación
puede tratarse a partir del deseo del otro. Si bien las expresiones mani­ de conflicto. Esta últim a actitud, como señalara Elizabeth R. Zetzel en
fiestas del paciente son siempre equívocas y sólo con la m archa misma Copenhague, implica una motivación muy laxa, que se pierde con la di­
del análisis se podrán evaluar, la actitud mental profunda frente a la ver­ solución del síntom a y conduce de inmediato a un desinterés en la conti­
dad y al conocimiento de sí mismo influye notoriam ente en el desarrollo nuidad del proceso, cuando no a una rápida huida a la salud.
del tratam iento psicoanalítico. A esto se refiere sin duda Bion (19626), A veces «stos problemas pueden presentarse en form a muy sutil. Un
cuando habla de la función psicoanalítica de la personalidad. analista didáctico recibe un candidato muy interesado por su formación
El factor que estamos estudiando es difícil de detectar y evaluar de y apenas preocupado por sus graves síntomas neuróticos. Luego de un
entrada, porque un enfermo que pareció venir al tratam iento en forma breve período de análisis en que el candidato se hizo cargo de que el tra­
espontánea y muy resuelta puede revelarnos después que no era así; y, vi­ tam iento le ofrecía una posibilidad cierta de curación, empezó a aparecer
ceversa, alguien puede acercarse pretextando un consejo o una exigencia en los sueños el deseo de ser considerado un paciente y no un colega, ju n ­
fam iliar y, sin em bargo, tener un deseo auténtico. A veces, por últim o, la to con un vivo tem or de ver interrum pido su análisis al haber cambiado
falta de espontaneidad, de autenticidad, está engarzada en la patología su objetivo. En este caso, la auténtica m otivación en búsqueda de sí mis­
misma del paciente, como en el caso de la as i f personality, de Helene ino estaba encubierta por otra menos valedera, que pudo ser abandonada
Deutsch (1942), y entonces es parte de nuestra tarea analizarla y resol­ gracias al análisis mismo. Como era de suponer, aquel candidato es hoy
verla en la m edida que nos sea posible. Este problem a también puede ver­ un excelente analista. P or desgracia, la situación inversa en que el trata­
se desde la perspectiva de la renuncia altruista de A nna Freud (1936), en miento sólo es pretexto para acceder a la categoría de psicoanalista es
cuanto estos individuos sólo pueden tener acceso al análisis en función de mucho más frecuente.
otros y no de si mismos, tema al que tam bién se refiere Jo an Rivière en su Un factor del entorno social o familiar que influye en la posibilidad y
artículo sobre la reacción terapéutica negativa, de 1936. De todos modos, el desarrollo del análisis es que el futuro paciente disponga de un medio
en estos casos, la indicación es siempre más vidriosa y peor el pronóstico. Adecuado que lo soporte cuando falta el analista, es decir entre sesión y
Cuando Bion estuvo en la Asociación Psicoanalítica Argentina en 1968, nenión, en el fin de sem ana y en las vacaciones. U na persona que está to­
supervisó un caso que venía m andado por su m ujer. ¿Y este hombre talmente sola es siempre difícil de analizar. Desde luego que esto varia
siempre hace lo que le m anda su m ujer?, preguntó el sagaz Bion. con la psicopatologia del paciente y con las posibilidades de cada uno de
En el Simposio de Copenhague, Kuiper (1968) afirm a acertadam ente «tcontrar com pañía, fuera o dentro de sí mismo. E n el neurótico, por de­
que la m otivación para el análisis y el deseo de conocerse a si mismo son finición, existe internam ente este soporte; pero aun asi tam bién se necesi­
decisivos, más tal vez que el tipo de enferm edad y otras circunstancias, si te un minimo de apoyo familiar, que justam ente por sus condiciones in­
bien se declara decidido partidario de no extender los alcances del psico­ ternas el paciente se procura en la realidad.
análisis sino de retraerlos a los cuadros neuróticos clásicos. A um entar los Con los niños y mucho m ás con los psicóticos, los psicópatas, adictos
limites de las indicaciones, dice Kuiper, conduce a peligrosas variaciones 0 perversos, si el medio fam iliar no presta una ayuda concreta, aunque
de la técnica, lo que es nocivo para el analista ya form ado y m ás para el más no sea formal y de tipo racional, la empresa del análisis se hace casi
candidato. Imposible. Cuando el futuro paciente depende de un medio familiar ho*~
til al análisis, la tarea será más difícil, y tanto más si esa dependencia es psycho-analytical treatment o f children, la autora extiende mucho este
concreta y real, económica, por ejemplo. En nuestra cultura, un marido límite y piensa que son analizables los niños de prim era infancia, desde
que mantiene a su familia y quiere analizarse en contra de la opinión de los dos años.4
la mujer será un paciente más fácil que una mujer que depende económica­ Melanie Klein, p or su parte, siempre pensó que los niños podían ana­
mente del marido, considerando igual para ambos el monto de la proyec­ lizarse en la prim era infancia, y de hecho trató a Rita cuando tenía 2 años
ción de la resistencia en el cónyuge. Estos factores, aunque no hagan a la y 9 meses.
esencia del análisis, deben pesarse en el momento de la indicación. Si dejamos de lado la apasionada polémica que tiene uno de sus pun­
tos culminantes en el Simposio sobre análisis infantil de la Sociedad Bri­
tánica de 1927,5 podemos concluir que la mayoría de los analistas que si­
guen a A nna Freud y a Melanie Klein piensan que el análisis es aplicable
8. Las indicaciones del análisis de niños a niños de prim era infancia y que todos los niños, normales o perturba­
dos, podrían beneficiarse con el análisis. El análisis del niño norm al, sin
Las arduas controversias sobre indicaciones y contraindicaciones del em bargo, dice sabiamente A nna Freud (1965, cap. 6), se asigna una tarea
análisis de niños y adolescentes se fueron m odificando y atenuando en el que pertenece por derecho al niño mismo y sus padres.e En cuanto al lí­
curso de los años, no menos que los desacuerdos sobre la técnica. mite de edad, Anna Freud señala con toda razón en el capítulo 6 recién
Freud fue el primero en aplicar el m étodo psicoanalítico en los niños, citado, que si el niño ha desarrollado síntomas neuróticos es porque su
tom ando a su cargo el tratam iento del pequeño H ans, un niño de cinco yo se ha opuesto a los impulsos del ello, y esto permite suponer que esta­
años con una fobia a los caballos (Freud, 1909a). Como todos sabemos, rá dispuesto a recibir ayuda para triunfar en su lucha.
Freud realizó ese tratam iento a través del padre de Hans; pero lo hizo Uno de los casos más notables de intento de un análisis tem prano de
desplegando los principios básicos de la técnica analitica de aquellos la bibliografía es el de A rm inda Aberastury (1950), que estudió a una ni­
tiempos, esto es, interpretándole al pequeño sus deseos edípicos y su an­ ña de 19 meses con una fobia a los globos. La fobia, que hizo eclosión al
gustia de castración. Al com entar el caso al Final de su trabajo, Freud comienzo del nuevo em barazo de la m adre, fue evolucionando significa­
subraya que el análisis de un niño de prim era infancia ha venido a corro­ tivamente hasta tra sfo rm a le en una fobia a los ruidos de cosas que
borar sus teorías de la sexualidad infantil y el complejo de Edipo y, lo explotan o estallan, a medida que la gestación de la m adre iba llegando a
que es más im portante para nuestro tem a, que el análisis puede aplicarse su término. En ese m om ento la analista realizó una sesión con la niña,
a los niños sin riesgos para su culturalizacíón. donde pudo interpretar los principales contenidos de la fobia, al parecer
Estos avanzados pensamientos freudianos no fueron después retom a­ con buena recepción por parte de la dim inuta paciente, que después de
dos a lo largo de su obra. Sólo al final de su vida volvió al tem a del análi­ esa única sesión no retornó al tratam iento.
sis infantil en las N uevas conferencias (1933o), donde dice otra vez que el También parece haber term inado la polémica sobre el alcance del psi­
análisis de los niños sirvió no sólo para confirm ar en form a viva y directa coanálisis de niños, que parece aplicable tanto a las neurosis infantiles
las teorías elaboradas en el análisis de adultos, sino también para demostrar como a los trastornos no neuróticos (trastornos del carácter y la conduc­
que el niño responde muy bien al tratamiento psicoanalitico, de modo que se ta, niños fronterizos y psicóticos).
obtienen resultados halagüeños y duraderos. (Conferencia n° 34; «Es­
clarecimientos, aplicaciones, orientaciones, A E , 22, págs. 126 y sigs.).
Los primeros analistas de los años veinte discrepaban en muchos pun­
tos de la técnica para analizar niños y en la edad a partir de la cual el tra­
tam iento puede ser aplicado. Hug-Hellmuth sostenía en su pionera pre­
sentación al Congreso de La Haya que un análisis estricto con arreglo a
los principios del psicoanálisis sólo puede llevarse a cabo desde los siete u
ocho año s.3 En su Einführung in die Technik der Kinderanalyse (Intro­
ducción a la técnica del análisis de niños), publicada en 1927 sobre la b a­
se de cuatro conferencias que dio un año antes en la Sociedad de Viena,
Anna Freud también considera que el análisis sólo puede aplicarse a
los niños a partir de la latencia y no antes. En la segunda edición de su * Writings, vol. 1: «Introduction», pág. viii.
libro, sin embargo, publicada en Londres en 1946 con el titulo de The * El Simposio tuvo lugar el 4 y el 18 de m ayo y se publicó en el International Journal de
tM tnlim o aflo (vol. 8, pâgs. 339-91). Participaron Melanie Klein, Joan Rivière, М . N.
K rtrl, Ella F. Sharpe, Edw ard Glover y Ernest Joncs.
3 International Journal o f Psycho-Analysis, vol. 2, 1921, pág. 289, * Writings, vol. 6, pág. 218.
3. Analizabilidad El establecimiento de firmes relaciones de naturaleza diàdica con la
m adre y el padre independientemente crea las condiciones para plantear
y, en el mejor de los casos, resolver la situación edipica, sobre la base de
la confianza básica de Erickson, ya que equivale a la posibilidad de dis­
tinguir entre realidad externa y realidad interna. Como se comprende,
distinguir realidad interna y realidad externa im porta tanto en el trata­
miento psicoanalítico com o deslindar la neurosis de trasferencia de la
alianza terapéutica. Esta capacidad de discriminación se acom paña de
una tolerancia suficiente frente a la angustia y la depresión del complejo
de Edipo, con lo que se abre la posibilidad de renunciar a él, de supe­
Vimos en el capitulo anterior que la indicación del psicoanálisis,
rarlo. Es en este sentido que la doctora Zetzel (1966, pág. 77) establece
cuando no hay una contradicción específica e irrecusable, es siempre un
un vinculo entre sus ideas y la confianza básica de Erickson (1950), así
proceso complejo en el que hay que com putar una serie de factores. Nin­
como tam bién con el concepto de posición depresiva de Melanie Klein
guno de ellos es de por sí determ inante, sí bien algunos pueden pesar más
(1935, 1940).
que otros. Sólo después de evaluar ponderadam ente todos los elementos
surge como resultante la indicación. Veremos de inmediato que las cosas Las personas que no pudieron cumplir estos decisivos pasos del de­
son todavía más complejas, porque los conceptos de analizabilidad y ac­ sarrollo serán inanalizables, en cuanto tenderán continuam ente a con­
cesibilidad, que ahora discutiremos, están más allá de las indicaciones. fundir al analista com o persona real con las imagos sobre él tras fétidas.
En los dos primeros congresos panamericanos la doctora Zetzel había
expuesto en form a clara sus criterios de analizabilidad. Su trabajo « The
analytic situation» (1964), presentado al primero de estos certámenes
1. El concepto de analizabilidad (México, 1964) y publicado dos años después,1 consigna las funciones
básicas para desarrollar la alianza terapéutica, y que son: 1) la capacidad
El Simposio de Copenhague m ostró, como hemos dicho, una tenden­ de mantener la conñanza básica en ausencia de una gratificación inme­
cia general a estrechar las indicaciones del tratam iento psicoanalítico. v diata; 2) la capacidad de m antener la discriminación entre el objeto y el
este intento tom ó su form a más definida en el concepto de analizabili­ self en ausencia del objeto necesitado: y 3) la capacidad potencial de ad­
dad, introducido por Elizabeth R. Zetzel, uno de los voceros más autori­ mitir las limitaciones de la realidad (pág. 92).
zados de la psicología del yo. Con este trabajo culmina una larga investi­
gación de la autora sobre la trasferencia y la alianza terapéutica, que se
inicia con el trabajo de 1956 (presentado un año antes al Congreso de Gi­
nebra) y se despliega en sus relatos a los tres congresos panamericanos de .
2 La buena histérica
psicoanálisis, que tuvieron lugar en México (1964), Buenos Aires (1966) y
Nueva York (1969). En este, que fue por desgracia el último de la serie, Sobre estas bases, Elizabeth R. Zetzel sostiene que, a pesar de que la
pude discutir con ella la primera sesión de análisis (Etchegoyen, 1969). hiiteria es por excelencia la neurosis de la etapa genital (o m ejor dicho fá-
Si bien el trabajo de la doctora Zetzel en Copenhague se refiere exclu­ Пев), muchas veces la genitalidad es sólo una fachada detrás de la cual el
sivamente a la histeria femenina, asienta en criterios que marcan los lími­ dualista va a descubrir fuertes fijaciones pregenitales que harán su trab a­
tes de la analizabilidad en general (Zetzel, 1968). jo sumamente difícil, cuando no del todo infructuoso.
El punto de partida de Zetzel es que las relaciones de objeto se es­ Con hum or recuerda la doctora Zetzel una canción infantil inglesa, la
tablecen antes de la situación edipica y son de naturaleza diàdica. En la de lo niña que, cuando es buena, es muy pero muy buena, pero cuando es
etapa preedípica del desarrollo, pues, el niño establece una relación obje­ inala, es terrible, para diferenciar a las mujeres histéricas justam ente en
ta] bipersonal con la m adre y con el padre, que son independientes entre M ai dos categorías, buena (analizable) y mala (inanalizable).
sí. Consolidar este tipo de vinculo es un requisito indispensable para que lín realidad, Zetzel distingue cuatro formas clínicas de histeria feme­
se pueda enfrentar después la relación triangular del complejo de Edipo. nina en punto a la analizabilidad.
Lo que falla por definición en el neurótico es justam ente la relación edi­ líl grupo 1 corresponde a la buena histérica, la verdadera histérica
pica, que es la que se alcanza por vía regresiva en el análisis como neuro­ que ic presenta lista para el análisis. Se trata por lo general de una mujer
sis de trasferencia. Porque para Zetzel (como para Goodm an) la neurosis joven que ha pasado nítidamente su adolescencia y ha completado sus
de trasferencia reproduce el complejo de Edipo, mientras que la alianza
terapéutica es pregenital y diàdica (1966, pág. 79).
' к, E. Litman (1966).
estudios. Es virgen o ha tenido una vida sexual insatisfactoria, sin ser imposible la alianza terapéutica, base para que se instaure una neurosis
frígida. Si se ha casado, no ha podido responder cabalmente en su vida de trasferencia analizable. A pesar de la apariencia, a pesar del manifies­
de pareja, m ientras que en otras esferas puede m ostrar logros muy positi­ to erotismo, la estructura es pseudoedípica y pseudogenital. Son pacien­
vos (académicos, por ejemplo). Estas mujeres se deciden por el análisis tes que tienden a desarrollar prem aturam ente una intensa trasferencia
cuando com prenden, de pronto, que sus dificultades están dentro de ellas erotizada, ya desde las entrevistas cara a cara, observación que habrem os
mismas y no afuera. El análisis m uestra que la situación edipica se plan­ de considerar cuando discutamos el concepto de regresión terapéutica.
teó pero no se pudo resolver, muchas veces por obstáculos externos rea­ La historia de estas personas revela alteraciones de im portancia en los
les, como la pérdida o separación de los padres en el acmé de la años infantiles, como ausencia o pérdida de uno de los padres o de am ­
situación edipica. bos en los primeros cuatro años de la vida, padres severamente enfermos
El grupo 2 es el de la buena histérica potencial. Se trata de un grupo con un m atrim onio desafortunado, enfermedad física prolongada en la
clínico más abigarrado que el anterior, con síntomas dispares. Son m uje­ infancia o ausencia de relaciones objetales significativas con adultos de
res por lo general un poco más jóvenes que las del prim er grupo y ambos sexos.
siempre más inm aduras. Las defensas obsesivas egosintónicas que pres­
tan unidad y fortaleza a las mujeres del grupo anterior no se estructura­
ron satisfactoriam ente en este, de m odo que hay rasgos pasivos en la
personalidad y menos logros académicos o profesionales. El problem a 3. El obsesivo analizable
m ayor de este grupo en cuanto al análisis es el período de comienzo, en
que pueden sobrevenir regresiones intensas que impiden establecer la Cuando el tema de la analizabilidad vuelve a plantearse en el libro
alianza de trabajo, o una huida hacia la salud que lleve a una brusca in­ pòstum o de Elizabeth R. Zetzel,3 publicado en colaboración con Meiss-
terrupción. Si estos riesgos pueden sortearse, el proceso analítico se de­ ner, se confirman y precisan sus anteriores puntos de vísta. En el capítulo
sarrollará sin mayores inconvenientes y la fase terminal pod rá resolverse 14 de este libro, Zetzel vuelve a plantear su teoría sobre la analizabilidad
en form a satisfactoria. de la histeria, pero agrega interesantes consideraciones sobre la analiza­
El grupo 3 ya pertenece a la so called good hysteric y sólo puede ser bilidad de la neurosis obsesiva.
analizable a través de un tratam iento largo y dificultoso. Se trata de ca- En primer lugar, nuestra autora sostiene que el neurótico obsesivo
racteropatías depresivas que nunca pudieron movilizar sus recursos o re­ analizable no presenta dificultades para entrar en la situación analitica,
servas ante cada crisis vital que debieron enfrentar. A su baja autoestim a pero sí para desarrollar una neurosis de trasferencia franca y analizable
se sum a el rechazo de su femineidad, la pasividad y el desvalimiento. A durante el prim er tiem po de análisis. Los pacientes histéricos, en cambio,
pesar de estas dificultades, se trata de mujeres atractivas y con innegables desarrollan con facilidad y rapidez una franca neurosis de trasferencia,
méritos, que encubren su estructura depresiva con defensas histéricas pero les cuesta establecer la situación analítica (alianza terapéutica). En
organizadas alrededor de la seducción y el encanto personal. Consultan otras palabras, la neurosis obsesiva tiene dificultades con el proceso ana­
por lo general más tarde que los grupos anteriores, derrotadas ya y lítico y la histeria con la situación analítica.
con un considerable menoscabo de sus funciones yoicas. Si estas pacien­ 1л decisivo para determ inar la analizabilidad de los pacientes obsesi­
tes entran en análisis m uestran bien pronto su estructura depresiva, vos es que sean capaces de tolerar la regresión instintiva, para que se
con una fuerte dependencia y pasividad frente al analista. El proceso constituya la neurosis de trasferencia sin que por ello sufra la alianza te-
analítico se hace difícil de m anejar, en cuanto la paciente no logra discri­ mpéutica. En otras palabras, el obsesivo tiene que poder tolerar el
minar entre la alianza de trabajo y la neurosis de trasferencia. La etapa conflicto pulsíonal entre am or y odio de la neurosis de trasferencia, dis­
final del análisis lleva a serios problem as, cuya consecuencia es el análisis tinguiéndolo de la relación analítica.
interm inable. Así como los síntomas histéricos no son una prueba suficiente de
El grupo 4 comprende la más típica e irredimible so called good hyste­ aunluabilidad, tam poco podemos basar nuestra indicación terapéutica
ric. Cuadros floridos con acusados rasgos de apariencia genital, de­ en lo presencia de síntomas obsesivos. El paciente obsesivo analizable
m uestran en el tratam iento, sin em bargo, una notoria incapacidad para muestra siempre que alcanzó a establecer una genuina relación indepen­
reconocer y tolerar una situación triangular auténtica. La trasferencia diente (diàdica) con cada padre, y que sus problem as derivan del irresuel­
asume precozmente, con frecuencia, un tono de intensa sexualización to conflicto triangular edipico. Cuando las formaciones reactivas y en
que apoya en un deseo tenaz de obtener una satisfacción real.2 Incapaces general las defensas obsesivas aparecieron antes de la situación edipica
de distinguir la realidad interna de la externa, estas histéricas hacen genital, entonces el paciente será obsesivo, pero no analizable. Si estas

1 Esta singular configuración será estudiada con detalle en el capitulo 12. 1 U doctora Zeticl murió a fines de 1970, a la edad de 63 artos. El libro se publicó en 1974.
El paciente de difícil acceso que describe Betty Joseph no responde a
una peculiar categoría diagnóstica, si bien la autora vincula su investiga­
ción con la personalidad como si de Helene Deutsch (1942), el falso El último tema que vamos a discutir es muy apasionante, y es el
self de W innicott (1960a), la pseudomadurez de Meltzer (1966) y los problem a de la pareja analitica. Analistas de diversas escuelas creen fir­
pacientes narcisistas de Rosenfeld (1964b). Se trata, más bien, de un tipo memente en que la situación analítica, en cuanto encuentro de dos perso­
especial de disociación por el cual una parte del paciente —la parte nalidades, queda de alguna m anera determ inada por ello, por ese en­
«paciente» del paciente, como dice la autora— queda mediatizada рог cuentro, por la pareja; otros, en cambio, y yo entre ellos, no lo creen y
otra que se presenta como colaboradora del analista. Sin embargo, esta piensan que este concepto no es convincente.
parte, que aparentem ente colabora, no constituye en verdad una alianza El concepto de analizabilidad, ya lo hemos visto, es algo que se re­
terapéutica con el analista sino que, al contrario, opera como un factor fiere específicamente al paciente; y sin em bargo, como acabam os de ver,
hostil a la verdadera alianza.4 Parecen colaborar, hablan y discuten en en última instancia puede tam bién com prender al analista. El concepto
form a adulta, pero se vinculan como un aliado falso que habla con el de accesibilidad es más vincular: sería difícil decir que un paciente no es
analista del paciente que él mismo es. El problem a técnico consiste en lle­ accesible p er se; más lógico es decir que en la práctica el paciente no lo ha
gar a esa parte necesitada que permanece bloqueada por la otra, la sido para mí y, por tanto, que estoy involucrado en su fracaso. Sin em­
pseudocolaboradora. bargo, al menos como yo lo entiendo, el concepto de la pareja analítica
Lo que aparece en estos casos como asociación libre es simplemente en cuanto a la indicación va mucho más allá de esa responsabilidad com­
un acting out que intenta guiar al analista, cuando no lo impulsa a «inter­ partida, porque nadie podría discutir que en una empresa como el análi­
pretar» lo que el paciente quiere; otras veces, una interpretación verdade­ sis el buen o el mal éxito pertenece a ambos integrantes. Lo mismo se di­
ra se utiliza para otros fines, para saber las opiniones del analista, para ce, y con igual razón, del m atrim onio.
recibir su consejo o aprender de él. El analizado malentiende las interpre­ Lo que vamos a discutir, sin em bargo, es algo más específico: si real­
taciones del analista, tom ándolas fuera de contexto o parcialmente. mente determ inado paciente va a responder m ejor a un analista que a
En otras ocasiones, la parte del yo con la que debemos establecer con­ otro, o, lo que es lo mismo, que un analista puede tratar mejor a unos pa­
tacto se hace inaccesible porque se proyecta en un objeto, que puede ser cientes que a otros. Sólo si esto es cierto, entonces el concepto de la pare­
el analista mismo. El resultado es que el analizado permanece sumamen­ ja analítica se sostiene.
te pasivo y el analista, si cede a la presión de lo que se le ha proyectado, Entre nosotros, Liberm an y los Baranger se declaran partidarios del
asume un papel activo y siente deseos de lograr algo, lo que no es más concepto de pareja analítica, si bien con diverso soporte teórico, y en Es­
que un acting out contratrasferencial. tados Unidos lo apoyó resueltamente Maxwell Gitelson (1952).
A lo largo de todo su trabajo, Joseph insiste en la necesidad de tratar Liberman parte de sus ideas sobre los estilos lingüísticos complemen­
el material más desde el punto de vista de la forma en que surge que del tarios. La psicopatía es a la neurosis obsesiva, p or ejemplo, lo que el len­
contenido, para aclarar cuáles fueron las partes del yo desaparecidas y guaje de acción (estilo épico) es al lenguaje reflexivo (estilo narrativo).5
dónde hay que ir a buscarlas. Las interpretaciones de contenido son las HI tratamiento de una neurosis obsesiva empieza a ser exitoso cuando el
que más se prestan a que el paciente malentienda, muchas veces porque Individuo puede apelar más al lenguaje de acción; y, viceversa, una psi­
en ellas hay un error técnico del analista, esto es, un acting out de lo que copatía empieza a modificarse cuando el paciente puede reflexionar,
el paciente le proyectó y que el analista no supo contener adecuadamente cuando empieza a darse cuenta, de repente, que ahora tiene «inhibi­
dentro de sí. De esta form a, el analista queda identificado con una parte ciones». y tiene que pensar .6
del self del paciente, en lugar de analizarla. Hntiendo que Liberman habla de estilos complementarios, más que
El concepto de accesibilidad, en conclusión, surge del trabajo analiti­ el aspecto psicopatológico, en el instrum ental: para interpretar a un
co y se propone descubrir las razones por las que un paciente se hace O bm ivo hay que instrum entar un lenguaje de acción, un lenguaje de
inaccesible o casi inaccesible al tratam iento psicoanalítico, pensando que logrot, como gusta decir Bion; viceversa, una buena interpretación para
el fenómeno debe explicarse en términos del narcisismo y de tipos espe­ un pticópata es simplemente detallarle, en form a ordenada, lo que ha
ciales de disociación; pero no es útil para predecir lo que va a suceder en tiecho, m ostrándole las secuencias y consecuencias de su acción; esto que
el curso de la cura, lo que tam poco se propone, a diferencia de los crite­ no parece una interpretación es la más cabal interpretación par?, ese caso.
rios de analizabilidad.
1 (1970-72), vol. 2, cap. VI: «Los datos iniciales de la base em pirica», y cap. VII: «Pa-
(tfntfi con perturbaciones de predom inio pragm ático. Psicopatías, perversiones, adic­
io n e s , psicosis m aniaco-depresivas y esquizofrenias».
* Pude seguir p a io a paso este proceso fascinante en un psicópata que traté hace afioi
4 Compárese con la pseudoalianza terapéutica de Rabih (1981), [l'trhegoyen, I960).
La teoría de los estilos complementarios de Liberm an es un valioso estudio de la contratrasferencia, con m uchas reflexiones sobre la concor­
aporte a la técnica y a la psicopatologia; pero instrum entar operacional- dancia entre analista y paciente, sobre todo al comienzo del análisis. Si­
mente las distintas cualidades yoicas no quiere decir, sin más, que exista guiendo, como R appaport (1956), la inspiración de Blitzsten, Gitelson se
la pareja. Lo que hace el analisca cabal es form ar la pareja que corres­ ocupa del significado que puede tener, para el proceso analítico, la apari­
ponde; y p ara esto, como dicen Liberman et al (1969), el analista debe te­ ción del analista en persona en el prim er sueño del analizado, y una de las
ner un yo idealmente plástico. P or este camino, a mi juicio, la idea de la consecuencias que deriva de esta circunstancia es que, a veces, correspon­
pareja m ás se refuta que se confirm a, porque resulta que cuantas más ri­ de un cambio de analista. E n este caso, pues, el concepto de pareja analí­
quezas tonales tenga un analista en su personalidad, m ejor analista será. tica se sustenta en una peculiar configuración del fenómeno de trasferen­
Cuanto más tenga uno esta plasticidad, m ejor va a poder hacer la pareja cia y contratrasferencia.7
que le corresponda con las notas que al paciente le faltan. En conse­ Se podría pensar que la idea de rêverie de Bion (1962b) apoya el
cuencia, en este sentido, la buena pareja la form a siempre el m ejor ana­ concepto de pareja analítica. Lo que postula Bion es una capacidad de
lista. resonancia con lo que proyecta el paciente; pero esto no tiene por qué de­
Lo que dicen los Baranger (1961-62, 1964) en realidad es diferente. pender de determ inados registros, sino de una capacidad global de la per­
Parten de la teoría del cam po y el baluarte. El campo es básicamente una sonalidad. El analista recibe al paciente tanto más cuanto más rêverie
situación nueva, ahistórica, recorrida por líneas de fuerza que tanto par­ tiene, en otras palabras, cuanto m ejor analista es. Lo que pone un límite
ten de uno de los componentes como del otro. En un m om ento dado, el a nuestra tarea es la capacidad de entender; pero esta capacidad no es ne­
campo cristaliza alrededor de un baluarte, y esto implica que el analista cesariamente específica, no está probado que ella se refiera a un determi­
es más sensible a determ inadas situaciones. La teoría del baluarte supone nado tipo de enferm o. Se puede pensar válidamente que es, más bien,
que el analista contribuye siempre a su creación, ya que el baluarte es un una m anera general de funcionar del analista. Estos argumentos con­
fenómeno de campo. Si bien el paciente lo construye, el baluarte está vienen todavía más a la idea de holding de W innicott (1955), que se pre­
siempre ligado a las limitaciones del analista. La pareja fracasa por lo senta claramente como una condición que no depende especialmente del
que uno ha hecho y por lo que el otro no ha podido resolver. paciente. El concepto de holding, a mi juicio, sugiere menos la pareja
En «La situación analítica como campo dinámico» (1961-62), los es­ que el de rêverie.
posos Baranger definen claramente lo que entienden por campo biperso­ Hay otras razones para descreer de la pareja. E n realidad, la función
nal de la situación analitica y afirm an que es un campo de pareja que se analítica es muy compleja y, a la corta o a la larga, el analizado siempre
estructura sobre la base de una fantasía inconciente que no pertenece so­ encuentra el talón de Aquiles del analista. Este, finalmente, va a tener
lam ente al analizado sino a ambos. El analista no puede ser espejo, si que dar la batalla en los peores lugares, porque allí la planteará aquel; y
más no fuera porque un espejo no interpreta (1969, pág. 140). saldrá airoso en la medida en que pueda superar sus dificultades persona­
No se trata meramente de entender la fantasía básica del analizado bi­ les y sus limitaciones técnicas y teóricas. Com o dice Liberman (1972), el
no de acceder a algo que se construye en una relación de pareja. «Esto paciente retroalim enta no sólo los aciertos del analista sino también sus
implica, naturalm ente, una posición de m ucha renuncia a la om nipoten­ et reres, de modo que, tarde o tem prano, la dificultad aparecerá. Si a mí
cia de parte del analista, es decir, una limitación m ayor o m enor de las no me gusta tratar neuróticos obsesivos, porque los encuentro aburridos
personas a quienes podemos analizar. No hace falta decir que no se trata t) carentes de imaginación, simpatía o espontaneidad, al cabo de un cierto
de la ‘sim patía’ o ‘antipatía’ posible que podam os sentir a prim era vis­ tiempo todos mis pacientes tendrán rasgos obsesivos, porque justam ente
ta con un analizado, sino de procesos mucho más complicados» (ibid., no supe resolverlos. O, peor aún, todos mis pacientes serán histéricos se­
pág. 141). ductores o psicópatas divertidos que reprimieron la neurosis obsesiva
E sta posición es bien clara, y sin embargo no se acom paña de una pietente en cada uno de ellos. Más allá de que mi paciente reprima o re­
explicación satisfactoria sobre estos procesos «mucho más complica­ fuerce esos rasgos, creo que sobreviene una especie de «selección natu-
dos»; porque podría ser que la complejidad tuviera que ver con las sutile­ tal» : si yo analizo bien los rasgos histéricos, los esquizoides y los perver­
zas del análisis, que ponen siempre a prueba al analista, y no específica­ tí» pero descuido los obsesivos, estos síntomas van a ser cada vez más
mente con la interacción. H abría que dem ostrarlo, y mientras esperamos prevalen tes. Recuerdo un colega distinguido que me consultó una vez
esa dem ostración podemos seguir pensando que el m ejor analista es el porque muchos de sus pacientes tenían fantasias de suicidio. Estudiando
que m ejor salva las asechanzas continuas e imprevisibles del proceso ana­ el material de sus pacientes llegué a la conclusión de que él no los analiza-
lítico, el que m ejor desarm a los baluartes. bu bien en ese punto, en agudo contraste con su buen nivel de trabajo.
Partiendo de supuestos teóricos diferentes, Gitelson es también un
decidido partidario de la im portancia de la pareja analitica, como puede ' Volveré sobre ¡m ideo» de Gitelson el hablar del am or de trasferencia y en lo» capítulo!
verse en su recordado trabajo de 1952. Este ensayo es, ante todo, un t oltte com rfttraiferenci».
Me dijo entonces que él tratab a de no tom ar pacientes con tendencias Hemos discutido esto teóricam ente; pero todavía hay que agregar
suicidas, porque su herm ano m ayor se había suicidado cuando él era una objeción práctica im portante, y es que no es fácil darse cuenta, en
adolescente. Cuando empecé mi práctica tem ía al am or de trasferencia, y una o dos entrevistas, de la personalidad profunda del futuro paciente.
todas las pacientes se enam oraban de mí. Como decía Ham let, y Freud nos lo recuerda, no es fácil tañer el instru­
La experiencia tiende a m ostrar que los pacientes que fracasan con un mento anímico. Me inclino a pensar que muchas de estas selecciones se
analista vuelven a plantear los mismos problem as con otro; y depende de hacen sobre bases endebles y poco científicas, y a veces hasta demasiado
la habilidad del nuevo analista que el problem a se resuelva o no. Algunas simplistas.
veces se observa, desde luego, que un paciente que fracasó con un analis­ Distinto es que el paciente lo pida. Si viene un paciente y me dice que
ta o con varios (y en la misma form a) evoluciona favorablemente con quiere analizarse con un analista joven o viejo, hom bre o m ujer, argenti­
uno nuevo. D ejando de lado la idoneidad, hay aquí que considerar varios no o europeo, yo trato de complacerlo para no violentarlo y para no
elementos. Prim ero, que el o los análisis anteriores pueden haber prom o­ agregar otra resistencia en la fase de apertura de su análisis, pero no pien­
vido determinados cambios positivos; y, segundo, la posibilidad de algu­ so que asi se constituirá una pareja m ejor. En ese caso, sólo se podrá
na situación específica. Si uno es el cuarto hijo, a lo m ejor solamente en constituir una buena pareja cuando se analice la fantasía inconciente que
el cuarto análisis se pone de m anifiesto un funcionam iento mejor. De motiva dicha predilección. No hay que olvidar que el análisis es una ex­
manera que el paciente no es el mismo y la situación puede ser otra. periencia honda y singular, que nada tiene de convencional. Un colega
eminente, un psiquiatra brillante, me m andó una vez una m uchacha ho­
mosexual, convencido de que necesitaba un analista varón. El epicentro
de mi relación con la enferm a, sin embargo, fue la trasferencia m aterna.
MI padre sólo apareció con fuerza al final del tratam iento, cuando el
7. Pareja analítica y predilecciones complejo de Edipo directo alcanzó su plena intensidad; la perversión ha­
bía remitido mucho antes.
No hay que confundir el problem a de la pareja analítica con las predi­ Puede asegurarse que cuantas más exigencias tiene el paciente para
lecciones que uno puede tener por determ inados casos o enfermedades. elegir analista, más difícil va a ser Su análisis; pero eso es algo que depen­
Esta disposición es sana y razonable, y no tiene que ver con la contratras­ de de su psicopatologia, no de la pareja. Una mujer que se hallaba algo
ferencia. Que un analista elija para trata r un caso de la enferm edad que más allá de la crisis de la edad media de la vida me vino a pedir que la
está estudiando no tiene nada de particular. Si se me ofreciera la oportu­ analizara porque le habían hablado bien de mí amigos comunes. Le dije
nidad de tratar a un perverso fetichista, probablem ente lo tom aría con fi­ que no tenía hora, pero que la podía derivar. Aceptó en principio, pero
nes de investigación; pero no creo que eso fuera a gravitar específicamen­ me advirtió que ella quería analizarse con un analista hom bre que no
te en mi contratrasferencia, ni que haría con él m ejor pareja que con otro fuera judío. La remití a un colega de prim era línea de familia italiana,
analizado. Se han dado, simplemente, condiciones en las que gravita un pero no quiso saber nada. No podía comprender que la hubiera m andado
legítimo interés conciente; y hablo de interés conciente para destacar que u ese analista que era un desastre, que no se daba cuenta de nada. Agregó
este tipo de elección es racional. El interés que puede despertar un caso, que lo había pensado nuevamente y que había decidido no analizarse. Un
el entusiasmo incluso, gravitan de hecho en la m archa de un análisis, pe­ tiempo después vino a decirme que de nuevo había decidido analizarse;
ro en una form a más racional y menos específica que lo que supone la te­ peto sería conmigo e iba a esperar el tiempo necesario. Comprendí la gra­
oría de la pareja analítica. Hace tiempo vino a verme una colega joven vedad de su estado y decidí hacerme cargo. C ontra mis propias suposi­
que me dijo que quería hacer conmigo su análisis didáctico. Entre las ciones (o prejuicios), esa m ujer hizo al principio un excelente análisis que
razones que expuso fue la de que soy vasco, como ella. Me pareció una refutó todas mis hipótesis. H abía en su historia un serio intento de suici­
razón atendible y sim pática, y en realidad lamenté no tener hora para dio y era una enferma realmente muy grave; y, sin embargo, el hecho de
complacerla. No creo, sin embargo, que por esa razón hubiéramos for­ (]uc hubiera elegido su analista y que este le respondiera parecía haber fa ­
mado una pareja mejor. cilitado la tarea. Finalmente, sin embargo, y cuando yo pensaba que la
La idea de la pareja analítica lleva, a veces, a un tipo de selección sin­ tltuuvión estaba estabilizada de m anera definitiva, interrumpió de un
gular. Que un homosexual latente o m anifiesto prefiera a un analista de dlu para otro, ¡y por lo tanto me hizo equivocar dos veces y no
su sexo o del sexo contrario, o que un hom bre envidioso rehúse tratarse Utiul
con un analista de prestigio, son problemas que deben resolverse dentro Cuando uno tom a un paciente debe pensar que tom a muchos pacien­
del análisis y no antes, buscando un analista que «haga juego». Porque te», y que este «muchos pacientes» que es el paciente en realidad nos exi­
la teoría que estamos discutiendo se basa en buscar un analista que se girá que seamos todos los analistas posibles: esta es, tal vez, la m ayor ob*
adecúe a la personalidad del paciente. jeción que yo hago a la idea de la pareja analítica.

«
En resumen, no sólo hemos estudiado la idea de la pareja analítica, 4. La entrevista psicoanalítica:
sino que hemos hecho su crítica y hemos visto otro aspecto, el de las pre­
dilecciones del paciente y del analista que, a m odo de las afinidades elec­
estructura y objetivos
tivas de Goethe, debe tenerse en cuenta. Esto no es ya, sin embargo, algo
que tenga que ver con el diálogo analitico, sino con la situación conven­
cional que el análisis empieza siendo y deja pronto de ser.

Hemos seguido hasta este m om ento, creo, ил curso natural en el de­


sarrollo de nuestros temas: empezamos por definir el psicoanálisis, nos
ocupamos luego de sus indicaciones y ahora nos toca estudiar el instru­
m ento para establecerlas, la entrevista. Vamos a seguir muy de cerca el
trabajo de Bleger (1971), claro y preciso, verdadero m odelo de investiga­
ción, 1

1. Delimitación del concepto


El término entrevista es muy amplio: todo lo que sea una «visión»
entre dos (o más) personas puede llamarse entrevista.2 Parece, sin em bar­
go, que la denom inación se reserva para algún encuentro de tipo especial,
no para contactos regulares. «Vista, concurrencia y conferencia de dos o
más personas en lugar determ inado, para tratar o resolver un negocio»,
dice el Diccionario de la lengua española de la Real Academ ia (1956). Es­
ta vista, pues, tiene por finalidad discutir o desbrozar alguna tarea
concreta entre personas determ inadas que respetan ciertas constantes de
lugar y de tiempo. U na entrevista periodística, p or ejemplo, consiste en
que un reportero vaya a ver a una persona, digamos un político, para re­
cabar sus opiniones respecto de un tem a de actualidad. En este sentido,
es necesario delim itar a qué entrevista nos vamos a referir nosotros en es­
ta sección del libro.
Como lo dice el título, nos ocuparemos de la entrevista psicoanalítica,
entendiendo por ello la que se hace antes de emprender un tratam iento
psicoanalitico. Su finalidad es decidir si la persona que consulta debe
realizar un tratam iento psicoanalitico, lo que depende d e lo que ya estu­
diamos, las indicaciones y contraindicaciones.
Esta definición, sin embargo, que es la más estricta y consiguiente­
mente la más precisa, adolece de la falla de ser, justam ente, un poco

1 Hl trabajo de Bleger fue publicado en 1964 por el D epartam ento de Psicologia de la


Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, de donde Bleger fue emi­
nente profesor, y pasó luego a integrar, en 197], el libro Temas d e psicología, publicado
poco antes de su lam entada m uerte.
1 Para sim plificar la exposición, nos referim os a la entrevista m ás simple, la que tiene lu-

ft«r entre un entrevistado y un entrevistador, sin desconocer que el núm ero puede variar en
m dos polos.
estrecha. P or esto muchos autores, siguiendo a H arry Stack Sullivan, cálmente distintos de los de la psicoterapia, un punto en que muchos
prefieren hablar de entrevista psiquiátrica, que tiene un sentido más autores, como Bleger (1971) y Liberman (1972), insisten con razón. En
am plio . 3 De todos m odos, el adjetivo crea problem as, ya que la entrevis­ un caso, el objetivo es orientar a una persona hacía una determ inada ac­
ta puede term inar con el consejo de que no corresponde emprender un tividad terapéutica; en el otro, se realiza lo que antes se indicó. De m odo
tratam iento psicoanalítico o psiquiátrico. P or esto, Bleger se inclina por que la prim era condición es delimitar con rigor los fines de la entrevista.
entrevista psicológica, acentuando que el objetivo es hacer un diagnósti­ Asi podremos decir que solamente será legítimo lo que contribuya a con­
co psicológico, que su finalidad es evaluar la psiquís (o personalidad) del sum ar esos fines.
entrevistado, más allá de que esté sano o enfermo. U na norm a básica de la entrevista, que en buena m edida condiciona
Si bien es cierto, entonces, que entendemos por entrevista psicoanalí- su técnica, es la de facilitar al entrevistado la libre expresión de sus proce­
tica la que tiene como principal objetivo decidir sobre la procedencia de sos mentales, lo que nunca se logra en un encuadre forma] de preguntas y
un tratam iento psicoanalítico, nos reservamos un rango de elección más respuestas. Como dice Bleger, la relación que se procura establecer en la
amplio. De modo que no vamos a limitarnos a decirle al entrevistado que entrevista es la que da a] sujeto la m ayor libertad para explayarse, para
debe analizarse o que no debe hacerlo porque, en este último caso, es m ostrarse como es. De ahí que Bleger subraye la gran diferencia entre
probable que ofrezcamos alguna alternativa, como otro tipo de psicote­ anamnesis, interrogatorio y entrevista. El interrogatorio tiene un objeti­
rapia o un tratam iento farmacológico; y entonces la entrevista que se ini­ vo más simple, rescatar inform ación. La entrevista, en cambio, pretende
ció como analítica term ina por ser psiquiátrica. ver cómo funciona un individuo, y no cóm o dice que funciona. Lo que
Desde el particular punto de vista que estamos considerando, el me­ hemos aprendido de Freud es, justam ente, que nadie puede dar una in­
jo r título para esta sección quizá podría ser, simplemente, «L a entrevis­ formación fidedigna de sí mismo. Si pudiera, estaría de más la entrevista.
ta», sin adjetivos. El interrogatorio parte del supuesto de que el entrevistado sabe o, si
Estas precisiones son pertinentes; pero hay que señalar que califican queremos ser más ecuánimes, el interrogatorio quiere averiguar lo que el
la entrevista por sus objetivos, y no por su técnica o por quien la realiza. entrevistado sabe, lo que le es conciente. La entrevista psicológica parte,
Con este otro enfoque podremos decir válidamente que una entrevista es en cambio, de otro supuesto; quiere indagar lo que el entrevistado no sa­
psicoanalítica cuando se la lleva a cabo con los métodos del psicoanálisis y be, de m odo que, sin descalificar lo que él nos pueda decir, más va a
(si queremos ponem os más formales) cuando la realiza un psicoanalista. ilustrarnos lo que podam os observar en el curso de la interacción que
promueve la entrevista.
La entrevista psicológica es, pues, una tarea con objetivos y técnica
determ inados, que se propone orientar al entrevistado en cuanto a su sa­
2. Características definitorias lud mental y al tratam iento que m ejor pueda convenirle, si eventualmen­
te le hace falta.
Acabamos de ver que la entrevista es una tarea que puede entenderse Asi delimitada, la entrevista psicológica persigue objetivos que se re­
por sus objetivos o por su método. fieren al que consulta; pero tam bién puede abarcar otras finalidades, si
Como cualquier otra relación hum ana, la entrevista puede definirse a fuera otro el destinatario de sus resultados. Es que nosotros estamos con­
partir de la tarea que se propone, de sus objetivos. Estos están siempre siderando que el beneficiario de la entrevista es el potencial paciente que
presentes y, aunque no se los explicite ni se los reconozca formalmente, consulta; pero hay otras alternativas, como que la entrevista se haga en
gravitan, cuando no deciden, el curso de la relación. beneficio del entrevistador, que está llevando a cabo una labor de investi­
Los objetivos, a su vez, se rigen por pautas, pautas que siempre exis­ gación científica; o de terceros, como cuando se selecciona el personal de
ten aunque no se las reconozca. P o r esto se hace necesario definir una empresa o los candidatos de un instituto de psicoanálisis. Si bien es­
siempre explícitamente las pautas al comienzo de Ja entrevista, más allá tui finalidades pueden combinarse y de hecho no se excluyen, lo que cali­
de que se advierta o no alguna duda por parte de la persona entrevistada. fica a la entrevista es su objetivo prim ordial.
No menos im portante es definir la entrevista al comenzar a estu­ Hay otra característica de la entrevista que para Bleger tiene valor de­
diarla, porque de esta form a se aclaran problemas que a veces confun­ finitorio, y es la investigación: la entrevista es u n instrum ento que, al par
den. Digamos para comenzar que los objetivos de la entrevista son radi- que aplica el conocimiento psicológico, sirve tam bién para ponerlo a
prueba (1972, pág. 9).
3 H arry Stack Sullivan, sin duda uno de los m ás grandes psiquiatras de nuestro siglo,
form ó con Karen H om ey y Erich From m el neopsicoanátisis de los años treinta. Su perdu­ Cuando centra su interés en la entrevista psicológica, Bleger tiene
rable libro La entrevista psiquiátrica se publicó pòstum am ente en 1954, con el patrocinio de también el propósito de estudiar la psicologia de la entrevista misma.
la Fundación Psiquiátrica W illiam A lanson White, tom ando p o r base las conferencias que «Queda de esta m anera limitado nuestro objetivo al estudio de la entre­
Sullivan pronunció en 1944 y 1945, con algunos agregados de sus clases de 1946 y 1947. vista psicológica, pero no sólo para señalar algunas de las reglas prácticas

«
que posibilitan su empleo eficaz y correcto, sino tam bién para mos a desvirtuar el sentido de la entrevista, con virtiéndola en un diálogo
desarrollar en cierta medida el estudio psicológico de la entrevista form al, cuando no en una chabacana conversación. Puede resultar, en­
psicológica» (ibid., pág. 9). Una cosa son las reglas con que se ejecuta la tonces, que al tratar de consolidar con estos m étodos la relación pa­
entrevista (técnica), y otra las teorías en que esas reglas se fundan (teoría guemos un precio muy alto, m ás alto del que pensábam os. A los analistas
de la técnica). principiantes hay que prevenirlos, más bien, de lo contrario, una actitud
demasiado profesional y hermética, que causa confusión, ansiedad y
enojo en el desorientado interlocutor.
La alternativa interrogatorio o entrevista, sin embargo, no debe ser
3. El campo de la entrevista considerada como un dilema inevitable, y es parte de nuestro arte am al­
gamarlos y complem entarlos. Y para esto no hay norm as fijas, todo de­
La entrevista configura un cam po, lo que para Bleger significa que pende de las circunstancias, del campo. A veces puede ocurrir que una
«entre los participantes se estructura una relación de la cual depende to­ pregunta ayude al entrevistado a hablar de algo im portante, pero sin ol­
do lo que en ella acontece» ibid., pág. 14). La prim era regla —sigue Ble­ vidar que m ás im porta todavia por qué fue necesaria esa pregunta para
ger— consiste en procurar que este campo se configure especialmente por que el sujeto pudiera hablar.
las variables que dependen del entrevistado. P ara que esto se cumpla, la Sullivan insistió muchísimo en los procesos de angustia que se dan en
entrevista debe contar con un encuadre (setting), donde se juntan las la entrevista, tanto a partir del entrevistado cuanto del entrevistador. La
constantes de tiempo y lugar, el papel de ambos participantes y los obje­ angustia del entrevistado nos inform a desde luego de prim era mano
tivos que se persiguen.4 sobre sus problemas; pero a veces es necesario, como diría Meltzer
Hemos estudiado hasta ahora, siguiendo a Bleger, las finalidades (ob­ (1967), m odular la ansiedad cuando ha alcanzado un punto crítico. D u­
jetivos o metas) de la entrevista, su m arco y encuadre, y ahora el campo rante la entrevista esto puede ser muy pertinente, porque la tarea del
donde se desarrolla la interacción que conduce a las metas. entrevistador no es analizar la ansiedad, y entonces a veces hay que m ori­
P ara Bleger, «campo» tiene un sentido preciso, el de un ám bito ade­ gerarla para que la finalidad perseguida se cumpla.
cuado para que el entrevistado haga su juego, lo que se llama «dar Con respecto a la angustia inicial de la entrevista, corresponde acep­
cancha» en nuestro lenguaje popular. P ara lograrlo, el entrevistador tra­ tarla y no interferirla; pero no si es el artefacto de una actitud de excesi­
ta de participar lo menos posible, de m odo que tanto m ejor está el campo va reserva del entrevistador. Como decía M enninger (1952), el entrevista­
cuanto menos participe. Esto no significa, por cierto, que no participe o do dio el prim er paso al venir, y es lógico (y hum ano) que el entrevistador
pretenda quedar afuera, sino que deja la iniciativa al otro, al entrevista­ dé el siguiente con una pregunta (neutra y convencional) sobre los m oti­
do. De ahí la feliz expresión de Sullivan —que, por otro lado, es el crea­ vos de la consulta, para rom per el hielo.
dor de la teoría de la entrevista— de observador participante, que tanto
le gustaba al m aestro Pichón Rivière. De m odo que por observador parti­
cipante yo entiendo aquel que mantiene una actitud que lo reconoce en el
campo como un interlocutor que no propone temas ni hace sugerencias y 4. Encuadre de la entrevista
frente al cual el entrevistado debe reaccionar sin que se le dé otro estímulo
que el de la presencia, ni otra intención que la de llevar adelante la tarea. Como veremos en la cuarta parte de este libro, el proceso psicoanalí-
En resumen, el entrevistador participa y condiciona el fenómeno que lico sólo puede darse en un determ inado encuadre. También la entrevista
observa y, como dice Bleger con su precisión característica, «la máxima tiene su encuadre, que no puede ser otro que el m arcado po r su objetivo,
objetividad que podemos lograr sólo se alcanza cuando se incorpora al en decir, recoger inform ación del entrevistado para decidir si necesita tra­
sujeto observador como una de las variables del cam po» (ibid., pág. 19). tamiento y cuál es el de elección. A hora bien, el encuadre se constituye
Esta actitud es la más conveniente para alcanzar los fines propuestos, cuando algunas variables se fijan (arbitrariam ente) como constantes. A
la que m ejor nos permite cumplir nuestra labor, que no es otra que ver si partir de este m om ento y de esa decisión se configura el campo y se hace
a esta persona le conviene o no analizarse o, con más am plitud, si re­ posible la tarea.
quiere ayuda psiquiátrica o psicológica. Si nos involucramos más allá Hemos dicho en el parágrafo anterior que en la entrevista están por
que lo que nuestra posición de observador participante dictam ina, sea Igual comprometidos entrevistado y entrevistador y ahora tenemos que
preguntando demasiado (interrogatorio), dando apoyo, expresando m a­ eatudiar las norm as que regulan el funcionamiento de ambos. Debemos
nifiesta sim patía, dando opiniones o hablando de nosotros mismos, va- icftalar en qué form a debe conducirse el entrevistador, que ya sabemos
que participa en la entrevista, para estudiar objetivamente a su entrevis­
4 Más adelante veremos cómo estas ideas pueden aplicarse al tratam iento [M¡eo*naUtico, tado. La idea de objetividad inspira a la psicología no m enoi que a lai
ciencias físicas o naturales, pero desde sus propias pautas. El «instru­ 5. Técnica de la entrevista
m ento» del psicoanalista es su mente, de m odo que en la entrevista no­
sotros vamos a investigar en qué form a se conduce el entrevistado frente Al fijar los parám etros en que se encuadra la entrevista hemos es­
a sus semejantes, sin perder de vista que nosotros mismos somos el seme­ tablecido, implicitamente, las bases de su técnica.
jante con el cual esta persona se tiene que relacionar. La mayoría de los autores sostiene que la técnica de la entrevista es
El encuadre de la entrevista supone fijar como constantes las variables propia y singular, distinta de la de la sesión de psicoanálisis o de psicote­
de tiempo y lugar, estipulando ciertas normas que delimitan los papeles de rapia. No sólo los objetivos de una y otra son distintos, lo que forzosa­
entrevistado y entrevistador con arreglo a la tarea que se va a realizar. El mente va a repercutir en la técnica, sino también los instrum entos, ya que
analizado debe saber que la entrevista tiene la finalidad de responder a una la asociación libre no se propone y la interpretación se reserva para si­
consulta suya sobre su salud mental y sus problemas, para ver si necesita tuaciones especiales.
un tratamiento especial y cuál debería ser ese posible tratamiento. Esto de­ Sin recurrir a la asociación libre, que de hecho requiere otro encuadre
fine una diferencia en la actitud de ambos participantes, ya que uno tendrá que el de la entrevista y sólo se justifica cuando tiene su contrapartida en
que m ostrar abiertamente lo que le pasa, lo que piensa y siente, mientras el la interpretación, podemos obtener los inform es necesarios con una téc­
otro tendrá que facilitarle esa tarea y evaluarlo. nica no directiva que deje al entrevistado la iniciativa y lo ayude discreta­
La situación es, pues, asimétrica, y esto surge necesariamente de la mente en los momentos difíciles.
función de cada uno, hasta el punto que no es preciso señalarlo sistemáti­ Un simple mensaje preverbal, como asentir ligeramente con la cabe­
camente. U na actitud reservada pero cordial, contenida y continente pe­ za, m irar amablemente o form ular algún com entario neutro es, por lo ge­
ro no distante form a parte del rot del entrevistador, que este conservará neral, suficiente para que el entrevistado restablezca la interrum pida co­
después durante todo el tratam iento psicoanalitico si se lo lleva a cabo. municación. Rolla (1972) m ira al entrevistado que se ha quedado en si­
La entrevista se realiza siempre cara a cara y el uso del diván está for­ lencio y lo estimula moviendo la cabeza, diciendo suavemente «sí».
malmente proscripto. P or esto es preferible que los dos participantes se Ian Stevenson (1959), que escribió sobre la entrevista en el libro de
sienten frente a un escritorio o, m ejor aún, en dos sillones dispuestos si­ Arieti, estimula al entrevistado con gestos ligeros, palabras o com enta­
m étricamente en un ángulo tal que les perm ita m irarse o desviar la m ira­ rios neutros, y hasta con alguna pregunta convencional que surge del m a­
da en form a natural y confortable. Si no se dispone de otra comodidad, terial del cliente.
el entrevistado se sentará en el diván y el entrevistador en su sillón de Hay una experiencia por demás interesante de Mandler y Kaplan
analista, lo que tiene el inconveniente de sugerir el arreglo de la sesión y (1956), citados por Stevenson, que m uestra hasta qué punto el entrevista­
no de la entrevista. do es sensible a los mensajes del entrevistador. Se le pidió a los sujetos de
P ara iniciar la reunión pueden solicitarse, por de pronto, los datos de la experiencia que pronunciaran al acaso todas las palabras que acu­
identidad del entrevistado, luego de lo cual se le indicará el tiem po que dieran a su mente, m ientras el experim entador permanecía escuchando y
durará la entrevista, la posibilidad de que no sea la única, y se lo invitará profería un gruñido de aprobación cada vez que el sujeto pronunciaba,
a hablar. La entrevista no responde, por cierto, a la regla de la asociación por ejemplo, una palabra en plural. Bastaba ese estímulo para que
libre, como la sesión psicoanalítica. aum entara significativamente el núm ero de plurales. Es de suponer cuán­
No soy personalmente para nada partidario de una apertura ambigua to habrá de influir, entonces, nuestro interés, explícito o implícito, en la
y reñida con los usos culturales, en la que el entrevistador se queda en si­ elección de los tópicos por el entrevistado.
lencio m irando inexpresivamente al entrevistado, que no sabe qué hacer. La experiencia de M andler y Kaplan viene a justificar convincente­
Siempre recuerdo la experiencia que me contó un cahdidato (hoy presti­ mente lo que todos sabemos, la im portancia que puede tener en la entre­
gioso analista) en su prim era entrevista de admisión. Saludó a la analista vista un gesto de aprobación, una m irada o la más ligera sonrisa, igual
didáctica que lo entrevistaba y, con la nerviosidad del caso, pidió perm i­ que el ¡hum! u o tra interjección por el estilo. Lo mismo se logra con la
so para fum ar y encendió un cigarrillo. M uda y con cara de póquer, la vieja técnica de repetir en form a neutra o levemente interrogativa las últi­
entrevistadora lo m iraba fijam ente m ientras él recorría con la vista la ha­ mas palabras del entrevistado:
bitación buscando en vano un cenicero. Tuvo que levantarse por ñn,
abrir discretamente la ventana y arrojar el cigarrillo a la calle. Una acti­ «Las dificultades, me parece, comenzaron allí.» (Silencio breve.)
tud así es por demás exagerada y opera simplemente como artefacto, no «A llí...».
como estimulo para expresarse. Me hace acordar de aquella anécdota del «Sí, allí, doctor. Porque fue entonces q u e...» .5
profesor de psiquiatría que, para dem ostrar a sus alum nos del hospicio la
característica frialdad afectiva de los esquizofrénicos, le dijo a un catatò­
nico que su m adre había m uerto, y el m uchacho se desmayó. 1Todas estai tícn icai form an el cuerpo teórico de la psicoterapia no directiva de Roger,
6. De la interpretación en la entrevista xis perm anente y concreta en el “ aquí y ah o ra” de cada campo señala­
do» (ibid ).
Hemos dicho repetidam ente que es necesario y conveniente discrimi­ Creo por mi parte, corno Bleger, que la interpretación en la entrevista
nar entre la entrevista y la sesión de psicoterapia. Digamos ahora que una es legítima si apunta a remover un obstáculo concreto a la tarea que se es­
diferencia notoria entre ellas es que en la entrevista no operam os con la tá realizando. No la empleo nunca, en cambio, para m odificar la estruc­
interpretación. Liberman es muy estricto en este punto y tiene sus razo­ tura del entrevistado (o lo que es lo mismo para darle insight), simple­
nes; también las tienen los que no lo son tanto y, en algunas circunstan­ mente porque ese, por loable que sea, no es el propósito de la entrevista
cias, interpretan. ni lo que el entrevistado necesita. El sujeto no viene a adquirir insight de
Liberm an es severo en este punto porque entiende que el setting de la sus conflictos sino a cum plim entar una tarea que lo inform e sobre un te­
entrevista no autoriza el empleo de ese instrum ento y tam bién porque ma concreto y circunscripto, si debe hacer un tratam iento y qué trata­
quiere destacar la entrevista como lo que él llam a una experiencia miento le conviene.
contrastante, que justam ente le haga comprender al sujeto, cuandp se A veces empleo la interpretación com o una prueba para ver cóm o re­
analice la diferencia entre aquello y esto. Si el contraste no se logra, Li­ acciona el entrevistado. La interpretación que uso en ese caso es siempre
berm an teme que las prim eras interpretaciones de la trasferencia negativa sencilla y superficial, casi siempre genética, uniendo los dichos del sujeto
sean decodificadas como juicios de valor del analista. Supongo que Li­ en una relación de tipo causal, en el estilo de «¿N o le parece a usted que
berman quiere señalar que la diferencia entre lo que pasó antes y lo que esto que acaba de recordar podría tener alguna relación co n ..,?» . Es una
pasa ahora, en la sesión, le da al analizado la posibilidad de entender el especie de test que a veces puede inform ar sobre la capacidad de insight
sentido del análisis como una experiencia no convencional en que el analis­ del entrevistado.
ta no opina sino interpreta. Liberman dice que «el haber efectuado entre­ En resumen, el famoso y controvertido problem a de interpretar du­
vistas previas a la iniciación del tratam iento psicoanalitico posibilitará rante la entrevista debe resolverse teniendo en cuenta los objetivos que
que, una vez comenzado el mismo, el paciente haya incorporado otro ti­ nos proponemos y el m aterial a nuestro alcance. No debe resolverse lisa y
po de interacción comunicativa previa, que funcionará como “ experien­ llanamente por sí o por no.
cia contrastante” de valor inestimable para las prim eras interpretaciones
trasferenciales que podremos sum inistrar» (Liberman, 1972, pág. 463).
M ientras que Liberman es muy estricto al proscribir el uso de la in­
terpretación en la entrevista, Bleger considera que hay casos determ ina­
dos y precisos en que la interpretación es pertinente y necesaria, «sobre
todo cada vez que la comunicación tienda a interrum pirse o distorsionar­
se» (Bleger, 1972, pág. 38). Esta idea continua la línea de pensamiento de
Pichón Rivière (1960) que en sus grupos operativos unía el esclarecimien­
to a la interpretación de la resistencia a la tarea. P or esto Bleger dice que
el alcance óptim o es la entrevista operativa, cuando el problem a que el
entrevistado plantea se logra esclarecer en la form a en que concretam ente
se materializa en la entrevista.
Vale la pena señalar aquí que todas nuestras ideas en este punto par­
ten de Pichón Rivière, más de su permanente magisterio verbal que de
sus escritos. Entre estos puede mencionarse el que publicó en Acta, en
1960, en colaboración con Bleger, Liberman y Rolla. Su teoría en este
breve ensayo tiene su punto de partida en la angustia fren te al cambio,
que para Pichón es de dos tipos, depresiva por el abandono de un vínculo
anterior y paranoide por el vínculo nuevo y la inseguridad consiguiente
(Pichón Rivière et al., 1960, pág. 37).
La finalidad del grupo operativo (ibid., pág. 38) es el esclarecimiento
de las ansiedades básicas que surgen en relación con la tarea. La técnica
de los grupos operativos (y, agreguemos, de la entrevista como un tipo
especial de ellos) se resume en estas palabras: «La técnica de estos grupos
está centrada en la tarea, donde teoría y práctica se resuelven en una pra-
5. La entrevista psicoanalítica: desarrollo vista fue Sullivan, y lo hizo sobre la base de las operaciones que se reali­
zan para dom inar la ansiedad.
Depende en gran medida de la habilidad del entrevistador que la an ­
siedad en la entrevista se m antenga en un limite aceptable. Si es muy baja
o está ausente, el entrevistado va a carecer del incentivo más auténtico y
el vehículo m ás eficaz para expresar sus problem as; si es muy alta, el p ro ­
ceso de comunicación sufrirá y la entrevista tenderá a desorganizarse.
Una especial dificultad de la ansiedad en la entrevista es que el entre­
vistador no debe recurrir a procedimientos que la eviten, com o el apoyo
o la sugestión, y tam poco puede resolverla con el instrum ento específico
Dijimos en el capítulo anterior que en la entrevista se configura un de la interpretación.
campo, porque los dos, entrevistado y entrevistador, participan, porque En general la ansiedad del entrevistado tiende a aum entar en la entre­
los dos son miembros de una misma estructura; lo que es de uno no vista en razón directa, más que del silencio y la reserva del entreyistador,
puede entenderse si se prescinde del otro. Lo mismo sería decir que la de la ambigüedad de sus consignas. De aquí la im portancia de explicar al
entrevista es un grupo, donde los dos protagonistas se encuentran in­ comienzo los objetivos y la duración de la entrevista, antes de invitar al
terrelati onados, dependen y se influyen de m anera recíproca. entrevistado a que hable de lo que le parezca. El entrevistador debe ser en
El grupo de la entrevista y el campo donde ese grupo se inserta sólo este punto explícito, claro y preciso, sin abundar en detalles y consignas
pueden estudiarse a partir de los procesos de comunicación que toda rela­ que puedan perturbar la libre expresión de su cliente. Las m ás de las ve­
ción hum ana entraña; y por comunicación se entiende aquí no sólo la in­ ces la abundancia de consignas es una defensa obsesiva del entrevistador,
teracción verbal en que se cambian y emplean palabras, sino también la como su excesiva am bigüedad una form a esquizoide de intranquilizar al
comunicación no-verbal que se hace a partir de gestos y señales, asi como otro. Una participación digna y m oderada que responda al m ontante de
también la comunicación para-verba! que se canaliza a través de los ele­ angustia del entrevistado será la m ejor m anera de motivarlo a la par que
mentos fonológicos del lenguaje, como el tono y el timbre de la voz, su de m odular su ansiedad. Al mismo tiempo, como decía Sullivan, el entre­
intensidad, etcétera. De esto vamos a ocuparnos dentro de un m om ento, vistador tendrá que confrontar a su cliente con situaciones de ansiedad,
con los estilos de comunicación. ya que un encuentro en que el entrevistado esté siempre cómodo y tran ­
quilo difícilmente pueda merecer la denominación de entrevista psi­
quiátrica.
Como ya hemos dicho, to d a la concepción sullivaniana de la entrevis­
1. La ansiedad de la entrevista ta parte de su idea de la ansiedad. La ansiedad surge siempre de esa rela­
ción hum ana que la entrevista necesariamente es; y, frente a la ansiedad,
Una situación nueva y desconocida donde se lo va a evaluar y de la actúa el sistema del y o de la persona con sus operaciones de seguridad,
que puede depender en buena parte su futuro tiene necesariamente que I.a ansiedad es, pues, para Sullivan, lo que se opone a que en esa si­
provocar ansiedad en el entrevistado. Por parejos motivos, aunque por tuación social que es la entrevista se establezca un proceso libre y recípro­
cierto no tan decisivos, también el entrevistador llega al encuentro con co de comunicación.!
una cuantía no despreciable de angustia. Si bien es posible que haya Rolla (1972) describe diferentes modalidades de la ansiedad en el dé­
hecho muchas entrevistas en su carrera profesional, sabe que cada vez la lai rollo de la entrevista. Está primero la ansiedad del comienzo (que este
situación es distinta y por tanto nueva, y que de ella depende en cierto «tutor llama «de abordaje»), que tiene que ver con estrategias explorato-
grado su futuro, no sólo porque el futuro de un profesional se pone en ilni y con la curiosidad. Al o tro extremo, al final de la entrevista, dom ina
juego cada vez que opera, y más en este caso, en que puede ser que se U angustia de separación. D urante el desarrollo de la entrevista sobre­
com prom eta por muchos años con el tratam iento de una persona, sino vienen tam bién, por cierto, momentos de angustia, crisis de angustia que
porque sabe que la entrevista es un desafio del que ningún analista puede pueden inform arnos específicamente acerca de áreas perturbadas en la
estar seguro de salir airoso. En otras palabras, un entrevistador respon­ M tructura mental del entrevistado. A esta angustia critica Rolla la deno­
sable debe estar ansioso por su entrevistado, por su tarea y por sí mismo. mina «confusional», térm ino que no me parece conveniente por las reso­
A todos estos motivos comprensibles y racionales de ansiedad se agre­ nancias teóricas que puede tener.
gan todavía otros, que resultan ser más im portantes y derivan del
significado que cada uno de los actores asigne de m anera inconciente
a la cita. 1 1 * «obre « t u b u e s que Sullivan va a erigir su concepción de la psiquiatría m odera*.
Como ya hemos dicho, quien primero desarrolló la teorie (le la entre-

бб
2. Problem as de trasferencia y contratrasferencia la sobrecarga contratrasferencial d u puede ser sino intensa; pero de ella
puede obtener el entrevistador una in formación que le permita operar
El tem a de la ansiedad nos lleva de la m ano al de los fenómenos de con la máxima precisión.
trasferencia/contratrasferencia que tienen lugar en la entrevista. Una observación de estos autores es que en tres momentos queda el
El entrevistado reproduce en la entrevista conflictos y pautas de su entrevistador especialmente expuesto a la identificación proyectiva, a sa­
pasado que asumen una vigencia actual, una realidad psicológica inme­ ber: apertura, cierre y form ulación del contrato. Esta tercera alternativa,
diata y concreta donde el entrevistador queda investido de un papel (rol) de hecho, no pertenece formalmente a la entrevista, sino a esa tierra de
que estrictamente no le corresponde. A través de estas «trasferencias» nadie en que la entrevista terminó y el tratam iento no ha empezado. Por
podemos obtener una preciosa inform ación sobre la estructura mental otra parte es en ese momento que las fantasías mágicas de curación y de to­
del sujeto y el tipo de su relación con el prójim o. do tipo quedan contrastadas con la realidad de una tarea larga e incierta.
El entrevistador, por su parte, no responde a todos estos fenómenos
en form a absolutam ente lógica, sino también en form a irracional e in­
conciente, lo que constituye su contratrasferencia. Este tipo de reacción,
por su índole, puede desde luego perturbar su tan anhelada objetividad; 3. Evolución de la entrevista
pero, al mismo tiem po, si el entrevistador lo registra y puede derivarlo
del efecto, que el entrevistado opera sobre él, logrará no sólo recuperar su Un punto original e im portante del trabajo de Liberman (1972) es que
por un m om ento perdida objetividad sino también alcanzar un conoci­ la entrevista tiene una evolución y que de ella podemos derivar valiosas
miento profundo y seguro de su entrevistado. Como instrum ento técnico predicciones. En cuanto experiencia previa al tratam iento psicoanalítico,
en la entrevista, pues, la contratrasferencia es sum am ente útil; si bien la entrevista inform a sobre hechos fundamentales. El analista, por de
Bleger nos advierte, con razón, que no es de fácil m anejo y requiere pre­ pronto, fijará el criterio de analizabilidad de esa persona con respecto a
paración, experiencia y equilibrio (1971, pág. 25). sí mismo; el futuro paciente, por su parte, saldrá de la entrevista con una
Del tem a de la contratrasferencia en la entrevista inicial se ocuparon experiencia que, a su debido tiem po, podrá contrastar con la sesión para
López y Rabih en un trabajo todavía inédito. Estos autores empiezan por obtener una prim era comprensión del m étodo psicoanalítico. La entre­
señalar que, p or su estructura, su técnica y los objetivos que persigue, la vista, pues, nos permite evaluar lo que podemos esperar del potencial
entrevista inicial es radicalmente distinta del tratamiento analítico. La analizado y, recíprocamente, qué necesitará él de nosotros.
entrevista tiene importancia en si misma y también porque ejerce una pro­ Si un problem a que se planteó al principio evoluciona favorablem en­
funda influencia en el tratamiento psicoanalítico que la puede continuar. te, hay derecho a pensar que el entrevistado tiene recursos para supéra­
P ara estos autores, una particularidad de la entrevista es la cuantía de las situaciones críticas o traum áticas —las crisis vitales, com o dice Liber­
la angustia que moviliza, que estudian a la luz de la teoría de la identifi­ man— . Si sucede lo contrario, y el problem a resulta al final peor que al
cación proyectiva (Melanie Klein, 1946) y de la contratrasferencia. Por principio, tenemos derecho a sentar un pronóstico menos optimista.
sus características, la entrevista inicial deja al analista especialmente sen­ Esta evolución puede darse desde luego en una sola entrevista; pero es
sible, y en muchas ocasiones indefenso, frente a las identificaciones pro- más posible y detectable en dos. P or esto Liberm an insiste en que la uni­
yectivas de su cliente. P ara López y Rabih esta situación puede explicarse dad funcional es de dos entrevistas y no una. En este punto estoy plena­
por diversas razones, de las cuales destacan la intensa comunicación mente de acuerdo con Liberman y por varios motivos. P or de pronto,
extraverbal que usa el entrevistado, justam ente para evacuar su ansiedad porque puede apreciarse a veces esa evolución favorable (o desfavorable)
en una situación por demás ansiógena. Frente a este fuerte im pacto, el de un determ inado conflicto o crisis. Hay que tener en cuenta, además,
entrevistador no puede usar el legítimo recurso de la interpretación que, que el entrevistado cambia por lo general de una a otra entrevista y el
en otras condiciones, ayudaría al analizado al par que resolvería la sobre­ entrevistador mismo puede cambiar y aun reponerse del impacto que
carga de angustia contratrasferencial. Y no puede hacerlo, com o ya lo puede haberle significado el primer encuentro. Por últim o, creo conve­
hemos dicho, porque no lo autorizan sus objetivos ni se h a dispuesto un niente darle al entrevistado un tiem po para pensar su experiencia, antes
encuadre donde la interpretación pueda operar. Como dice Bleger, «toda de doria por term inada. En su comentario sobre el trabajo de Liberman.
interpretación fuera de contexto y de timing resulta una agresión» (Ble­ } léctor G arbarino (1972) piensa que no siempre es necesaria una segunda
ger, 1971, pág. 39). O, agreguemos, una seducción. entrevista; pero yo creo que eso puede ser cierto sólo en casos muy espe­
Cuanto m ayor sea el m onto de ansiedad del entrevistado, m ayor será cíeles. Berenstein (1972), por su parte, en su comentario sobre el trabajo
su tendencia a «descargarse» en la entrevista, trasform ándola, como di­ de Liberman, se declara partidario de varias entrevistas: «Hacer dos o tres
cen López y Rabih, en una psicoterapia brevísima, con un engafloso ali­ entrevistas permite ver cómo ese paciente y ese analista registran la separa-
vio que puede movilizar una típica huida hacia la salud. En estos casos, dón y el encuentro» (pág, 487). Coincido con Berenstein en la im portando


de la evaluación la m anera en que el entrevistado responde a la sepa­ quien consideremos que sí puede tener una conjunción de factores que
ración. hagan más favorables las condiciones para que se desarrolle un proceso
Cuando hablam os de la entrevista, pues, nos estamos refiriendo a psicoanalítico» (Liberm an, 1972, pág. 466).
una unidad funcional. En general nunca debe hacerse una sola, sino to­ Los indicadores que ofrece Liberm an para diagnosticar prospectiva­
das las que sean necesarias para cumplir con la tarea em prendida. En re­ mente la com patibilidad de la pareja asientan en lo que acabam os de ver
sumen, conviene pues decir de entrada que esa entrevista no será la única y sobre la evolución de la entrevista. Si durante las entrevistas se reproduce
eventualmente hacer hincapié en que las entrevistas no son un tratamiento una crisis vital y, paradigm áticam ente, la que está cursando el entrevista­
(ni trasform arlas nosotros en tratam iento prolongándolas en demasía). do, la que en alguna m anera lo llevó a la consulta, y esa crisis se resuelve
Durante las entrevistas tenemos oportunidad de estudiar algunas de bien, hay derecho a suponer que el curso de ese análisis va a seguir ese
las crisis vitales que atravesó el entrevistado en el curso de su vida, y la m odelo favorable. El isomorfismo entre los motivos de la consulta y los
que más nos interesa, la actual, la que necesariamente atraviesa el sujeto conflictos que realmente tiene el paciente sientan tam bién un pronóstico
durante la época én que consulta. Si no logram os detectar esta crisis vital auspicioso. Del mismo m odo, cuanta m ayor capacidad tenga el analista
con sus elementos inconcientes e infantiles, afirm a Liberm an, corremos para captar los mecanismos de defensa movilizados por el paciente, en
el riesgo de empezar un análisis a ciegas. mejores condiciones estará para tratarlo, lo mismo que si en el curso de
P ara detectar la evolución que se da en la serie de entrevistas, Liber­ las entrevistas esos mecanismos cambian. Ya hablam os hace un m om en­
m an echa m ano a las funciones yoicas por él descritas y tam bién a su te­ to de las alternativas del registro estilístico como una pauta ñ n a y precisa
oría de que esas funciones se corresponden con determ inados estilos: para medir la evolución del proceso.
reflexivo con búsqueda de incógnitas y sin suspenso, lírico, épico, narra­ Los instrum entos que enum era Liberm an miden sin duda la analiza­
tivo, dram ático con suspenso y dram ático con im pacto estético. A través bilidad del sujeto y /o la capacidad del analista; pero, ¿miden de veras 1c
de los cambios de estilo durante el curso de las entrevistas, Liberman que Liberman se propone descubrir? Si no hay isomorfismo entre los
puede llegar al conflicto inconciente, la ansiedad y las defensas, detectan­ motivos que el sujeto aduce y sus verdaderos conflictos (como los ve, su­
do cómo se m odifican, sea diversificándose y ampliándose cuando la pongamos que correctamente, el analista), lo único que se puede inferir
evolución es favorable, sea estereotipándose y restringiéndose si la es que ese paciente está muy perturbado. Viceversa, cuando el analista
m archa es negativa. capta rápida y penetrantem ente los mecanismos de defensa de su pacien­
te potencial, puede inferirse que es un analista competente; pero habría
todavía que probar que esa competencia depende de un sistema de com u­
nicación específico entre am bos, porque de no ser así estaríamos d.
4. Indicadores prospectivos de la pareja analítica nuevo frente al hecho trivial de que la mejor pareja se alcanza cuando с
paciente distorsiona poco y el analista com prende m ucho.
Hemos dicho ya que entre entrevistado y entrevistador (lo mismo que La grave patología del paciente, dice Liberm an, puede hacer que él se
entre analizado y analista) existe una interacción que configura un cam­ descalifique para preservarse y no dañar su instrum ento de trabajo. ¡Se­
po. Es evidente, pues, que los problemas psicopatológicos no pueden si­ ria lindo preguntarle a quién m andaría ese enfermo que a él, nada me­
quiera pensarse sino a través de una teoría vincular, de una teoría de las nos, podría dañar! Es evidente que aquí Liberm an está hablando lisa y
relaciones de objeto, que en el tratam iento psicoanalitico se llam a teoría llanam ente de indicaciones y analizabilidad, lo que nada tiene que ver
de la trasferencia y de la contratrasferencia. El proceso no se da exclusi­ con la pareja, máxime cuando afirm a que «generalmente son los analis­
vamente en el paciente sino en la relación. tas que se inician en su práctica aquellos que se harán cargo de los pacien­
Cuando discutimos las indicaciones del psicoanálisis hablam os con tes más difíciles y que han sido descartados por los otros» (ibid., pág.
cierto detenimiento de la pareja analítica, y ahora tenemos que volver 470), El hecho de que sean los analistas más capaces los que tienen, por
al tema en el marco de la entrevista. P ara el caso de que exista la pareja lo general, los enferm os más analizables es una de las grandes y doloro-
analítica, ¿es posible predecirla en el m om ento de la entrevista? Liber­ íns paradojas de nuestra práctica.
man cree que esto es posible si se utilizan los indicadores que él propone. Encuentro, en cambio, plausible y legítimo el caso opuesto, esto es,
Decidido partidario de la pareja analítica, Liberman utiliza las entre­ que un analista principiante y conciente de sus limitaciones se haga a un
vistas para evaluar hasta qué punto la interacción que se establece entre coatado frente a un caso difícil y lo derive a un analista de gran experien­
entrevistador y entrevistado será curativa o iatrògena. En el prim er caso cia, como era Liberm an. En este caso es obvio, sin embargo, que no se ha
asumiremos la tarea que se nos propone, esto es, elegiremos a nuestro p a ­ operado con el criterio de una pareja analítica sino simplemente con el
ciente; en el segundo sabremos descalificarnos a tiem po, p ara darle al (¡ue yo propongo, es decir que, si se m antienen las otras variables, el me­
entrevistado «una nueva oportunidad remitiéndolo a otra persona con jor analista form a siempre la mejor pareja. Creo personalmente que un
analista tiene todo el derecho de no hacerse cargo de un determ inado ca­ se le planteó un problem a bastante peliagudo. Pensó si no sería m ejor p a­
so, simplemente porque no le gusta о lo considera muy difícil; pero debe­ ra el paciente derivarlo a un colega que no reprodujera «realmente» tan
ría hacerlo sin am pararse en la confortadora idea de pareja. desdichadas circunstancias. P or otra parte, no se le escapaba que la elec­
Hay otros analistas que, sin emplear el sofisticado arm am ento de ción estaba fuertemente determ inada por la trágica hom onimia.
Liberman, se dejan llevar simplemente por el «feeling» que les despierta De hecho, se le presentaban varias alternativas: derivar al paciente, o
el entrevistado; pero yo desconfío mucho de este tipo de sentimientos. tom arlo en análisis sin tocar para nada el delicado asunto, delegándolo
Son más aplicables al m atrim onio o el deporte que al análisis. Si después prudentem ente al proceso que habría de iniciarse. La analista, sin em bar­
de term inada una entrevista me digo que me gustaría analizar a este tipo go, pensó que ambas posibilidades postergaban para un futuro incierto
o, viceversa, que no me gustaría, pienso que se me ha planteado un lo que estaba sucediendo aquí y ahora. Decidió plantear el problem a en
problem a de contratrasferencia que tengo que resolver. No hay duda que la segunda entrevista y lo hizo como si fuera un tem a contingente y ca­
derivarlo, si me resulta desagradable, le ofrece a mi desdichado persóna­ sual. El entrevistadó reaccionó vivamente y reconoció que, cuando deci­
te la posibilidad de encontrar un analista que simpatice más con él de dió consultar, no había reparado en esa circunstancia. Y, empero,
antrada; pero no resuelve el problema de los sentimientos que despierta en com prendía que el nom bre de la analista podía tener algo que ver con su
los otros. El tema surgirá fatalmente en el análisis y sólo allí podrá resol­ elección. Pasado ese brevísimo m om ento de insight, volvió a negar el
vérselo. Nadie piensa, por cieno, que una dam a que ha caído víctima del conflicto y afirm ó que la circunstancia señalada no iría a gravitar en la
amor de trasferencia debe cambiar de analista y tratarse con una mujer. m archa de su análisis. La analista le respondió que era un dato a tener en
Yo creo, finalmente, que el problem a de la pareja analítica parte cuenta y no vaciló en tom arlo, sabiendo para sus adentros que estaba
siempre del error de pensar que la relación entre analizado y analista es enfrentando una tarea difícil. Insistir, contra la (fuerte) negación del
simétrica. Se olvida que, por muchos problemas que el analista tenga y paciente, en un cam bio de analista, pensó, reforzaría la om nipotencia
por mucho que lo afecte su insalubre profesión, está tam bién protegido destructiva de aquel hom bre, habría sido como darse por muerta.
por su encuadre. Si subrayamos la psicopatologia del analista vamos a Digamos tam bién, para term inar de com entar este interesante caso y
creer en la im portancia de la pareja; y si acentuamos las habilidades del aclarar mi form a de pensar, que yo habría hecho lo que hizo esta analista
analista opinarem os que cuanto m ejor analista es uno, mejor analiza. A (y no Jo habría m andado a un analista de nombre distinto, como tal vez
mí juicio, esta diferencia metodológica puede explicar, tal vez, él contex­ hicieran un Gitelson o un Rappaport). Distinta sería mi conducta, por
to en que surge el problem a, aunque no lo resuelva. La diferencia entre la supuesto, si el paciente se hubiera decidido por otro analista. En ese ca­
habilidad del analista y su psicopatologia no radica simplemente en el én­ so, lo habría complacido sin la m enor vacilación, absteniéndome de
fasis con que se plantea esta opción dilemática, dado que de nada valdrá emplear la interpretación para convencerlo. La «interpretación» en ese ca­
una buena capacidad para analizar que esté vinculada radicalm ente con so no sería para mí más que un acting out contratrasferencial, ya que el p a­
la psicopatologia del analista. El destino de la relación analítica se define ciente nunca podría recibirla en esas circunstancias como una información
por la psicopatologia del paciente y por las cualidades del analista. imparcial destinada a darle mejores elementos de juicios para decidir.
No hay que confundir, por último, algunos aspectos convencionales Hay todavía otra alternativa a considerar. Así como la analista de mi
del comienzo del análisis con sus problemas sustanciales. Más allá de lo ejemplo (que era una técnica de m ucha experiencia) decidió tom ar al p a­
coyuntural, una vez que se establezca el proceso todo eso desaparecerá y ciente, podría haberse excusado por no sentirse capacitada. En ese caso,
sólo gravitarán la psicopatologia del paciente y la pericia del analista. sin embargo, el analista debe reconocer sus limitaciones y recom endar
Al abandonar la idea de la pareja, renuncio a la posibilidad de hacer otro de mayor experiencia. De esta m anera le daría al futuro analizado
predicciones acerca de cómo va a influir en el proceso el específico víncu­ una prueba de honestidad y le inform aría, implícita pero formalm ente,
lo entre un determ inado analista y un determ inado analizado; pero lo ha­ de su grado de enferm edad, todo lo cual no se lograría, por cierto, di­
go porque considero que la variable en estudio es ilusoria, o tan compleja ciendo que la dificultad reside en la hom onimia, la «pareja». En el pri­
que no puede considerársela válidamente. mer caso, le inform o al paciente de mis limitaciones y de las suyas; en el
otro, las dos quedan eludidas.

5. Un caso clínico espinoso


6. La entrevista de derivación
Hay casos que plantean por cierto una situación muy particular. Muy
perturbado p o r el suicidio de su esposa, un hom bre se decidió a consultar
La entrevista de derivación abarca una tem ática muy restringida y
a una analista que tenía el nom bre de la m uerta. A la analista consultada ni parecer sencilla; y sin embargo no es así. Plantea en realidad pro­
blemas complejos que pueden crear dificultades en el manejo práctico, Yo creo que el futuro analizado elige de hecho y de derecho a su ana­
aunque sirven también a una m ejor comprensión de la teoría de la entre­ lista, aunque bien sé que la m ayoría de las veces lo hace por motivos muy
vista en general. pocos racionales; y sé qué poco podemos hacer para evitarlo. Las razo­
La entrevista de derivación es por de pronto más compleja que la nes por las cuales fuimos elegidos, junto a las fantasías neuróticas de cu­
otra, ya que debemos obtener de ella una inform ación suficiente para ración que Nunberg estudió en su clásico ensayo de 1926, sólo aparecen,
sentar una indicación y, al mismo tiem po, evitar que el entrevistado se li­ por lo general, mucho después del comienzo del análisis.
gue demasiado a nosotros, lo que puede poner en peligro nuestro propósi­ P or más que nos duela, la verdad es que nosotros le ofrecemos
to de m andarlo a un colega. Hay todavía una tercera dificultad en este ti­ nuestros servicios al futuro paciente y él siempre tendrá derecho de acep­
po de entrevista, y es la prudencia con que se deben recibir los informes tarlos o rehusarlos. La idea de que yo tengo tam bién derecho a elegir a
(cuando no las confesiones) y recabar datos de alguien que, por defini­ mis pacientes me resulta inaceptable, ya que veo siempre mi sentimiento
ción, no va a ser nuestro analizado. de rechazo como un problem a de mi contratrasferencia. No me refiero
Liberman insiste en su trabajo en que el entrevistador en estos casos aquí, por supuesto, a las consideraciones que realmente pueden decidir­
debe dar un solo nom bre, para que no se refuerce en el entrevistado la me a no tom ar un paciente, en términos de predilecciones y convenien­
idea de que es él quien entrevista. Recuerdo vivamente y no sin cierta cias conciernes, como vimos en el capítulo 3.
am argura a algunas personas que entrevisté cuando me instalé en Buenos
Aires en 1967, de regreso de Londres. Provenían todas de colegas genero­
sos y amigos que me habían recom endado. Algunos de estos entrevista­
dos no tenían más que mi nombre; en otros casos, yo venía incluido en una 7. La devolución
lista de algunos analistas posibles. Los que venían con su lista a veces me tra­
taban como quien está realizando una selección de personal (¡y para peor lo Todos los analistas coinciden en que al térm ino del ciclo de las entre­
hacían seguros de su gran habilidad psicológica!). En fin, hay muchos ana­ vistas algo tenemos que decir al entrevistado para fundar nuestra indica­
listas que de buena fe dan varios nombres para ofrecer al futuro analizado la ción. Hay analistas (y yo entre ellos) que prefieren ser parcos en sus razo­
oportunidad de elegir, para que pueda decidir cuál es el analista que les con­ nes, porque piensan que un inform e muy detallado se presta más a ser
viene; pero creo, con Liberman, que están equivocados. malentendido y facilita la racionalización. Otros, en cambio, como los
Recuerdo en cambio a un hom bre de mediana edad derivado por un Liendo (1972), son más explícitos.
colega que sólo le había dado mi nom bre. La prim era entrevista fue dura Yo pienso que la devolución no debe ir más allá del objetivo básico de
y difícil y quedamos en vernos nuevamente una semana después. Dijo en­ la tarea realizada, esto es, aconsejar al entrevistado el tratam iento más
tonces con m ucha sinceridad que yo le había parecido —y le seguía pa­ conveniente, la indicación con sus fundam entos, siempre muy sucintos.
reciendo— antipático, rígido y altanero, de m odo que pensó no volver En realidad, y sin considerar la curiosidad norm al o patológica, los
más y recurrir al doctor R. (el colega que me lo mandó) para pedirle motivos que sientan la indicación en principio no están dentro de lo que
otro analista, más cordial y simpático. Luego pensó las cosas nueva­ el paciente necesita saber.
mente y decidió que él necesitaba un médico capaz de tratarlo (como el
doctor R. le había dicho que yo lo era sin lugar a dudas), y no un ami­
go bonachón y atrayente. ¡Era un paciente capaz de dejar conform e has­
ta a la doctora Zetzel!
Coincido, pues, completamente, con las advertencias de Liberman en
este punto, y siempre doy al futuro paciente que derivo un solo nombre.
Acostum bro a pedirle, al mismo tiempo, que me comunique cómo le fue
en la entrevista que va a realizar y quedo a sus órdenes para cualquier di­
ficultad que pudiera surgir. Con esto dejo abierta la posibilidad de que
vuelva a llamarme si no le gusta el analista al que lo mandé, sin reforzar
sus mecanismos maníacos, ni fom entar una reversión de la perspectiva.
No coincido en cambio para nada con la idea de que el analizado elige
a su futuro analista tanto como este a aquel. Creo que Liberman super­
pone aquí dos problemas, seguramente por su declarada adhesión a la teo­
ría de la pareja analítica: que el analizado no debería nunca realizar la
«entrevista» de su futuro analista no quiere decir que no lo elija»
6. El contrato psicoanalítico te el curso de la terapia, puedan surgir ambigüedades, errores o malos en­
tendidos. Digamos m ejor, para no pecar de optimistas, que el convenio
sirve para que cuando la ambigüedad se haga presente —porque los m a­
lentendidos surgirán en el tratam iento, inevitablemente— se la pueda
analizar teniendo como base lo que se dijo inicialmente. Desde ese pun­
to de vista, se podría decir que, en cierto m odo, el proceso analítico
consiste en cumplir el contrato, despejando los malentendidos que impi­
den su vigencia.
Con esto queda dicho que lo que más vale es el espíritu de lo pactado,
Así com o el tem a de las indicaciones y las contraindicaciones se conti­ mientras que la letra puede variar de acuerdo con la situación, con cada
núa naturalm ente con el de la entrevista, hay tam bién continuidad entre enfermo y en cada m om ento. Es justam ente atendiendo a ese espíritu que
la entrevista y el contrato. Ubicada entre las indicaciones y el contrato, la algunas estipulaciones se tienen p or ineludibles y otras no. Esto se
entrevista debe ser, pues, el instrum ento que, por una parte, nos perm ita desprende de la lectura de los dos ensayos que Freud escribió en 1912 y
sentar la indicación del tratamiento y, por otra, nos conduzca a formular 1913, donde form uló con toda precisión las cláusulas del pacto analítico.
el contrato. Una de las estrategias de la entrevista será, entonces, preparar En los «Consejos al médico sobre el tratam iento psicoanalítico»
al futuro analizado para suscribir el metafórico contrato psicoanalítico. (1912e) y en «Sobre la iniciación del tratam iento» (1913c) Freud form ula
las bases teóricas del contrato, es decir su espíritu, a la vez que establece
las norm as fundamentales que lo componen, es decir sus cláusulas.
Freud tenia una singular capacidad para descubrir los fenómenos y
1. Consideraciones generales al mismo tiempo explicarlos teóricamente. Cada vez que se lo piensa,
vuelven a sorprender la precisión y la exactitud con que él definió los tér­
Tal vez la palabra «contrato», que siempre empleamos, no sea la me­ minos del pacto analitico y sentó con ello las bases para el establecimien­
jo r, porque sugiere algo jurídico, algo muy prescriptivo. Sería quizá me­ to del encuadre. Porque para com prender el contrato hay que pensarlo
jo r hablar del convenio o el acuerdo inicial; pero, de todos m odos, la pa­ con referencia al encuadre, y al revés, sólo puede estudiarse el encuadre
labra contrato tiene fuerza y es la que utilizamos corrientemente.* Sin con referencia al contrato, ya que, evidentemente, es a partir de determina­
embargo, y por la razón indicada, cuando llega el m om ento de form u­ dos acuerdos, que no pueden llamarse de otra m anera que contractuales,
larlo, no se habla al paciente de contrato; se le dice, más bien, que sería cómo ciertas variables quedan fijadas como las constantes del setting.
conveniente ponerse de acuerdo sobre las bases o las condiciones del tra­ Estos dos trabajos definen las estrategias que hay que utilizar para
tam iento. Un amigo mío, discípulo entonces en M endoza, me contó lo poner en marcha el tratam iento y, previo a dichas estrategias, los acuer­
que le pasó con uno de sus primeros pacientes, a quien le propuso «hacer dos a que hay que llegar con el paciente p ara realizar esa tarea singular
el contrato». El paciente, abogado con una florida neurosis obsesiva, vi­ que es el análisis. También está incluida en la idea de contrato la de que el
no a la nueva entrevista con un borrador del contrato a ver si al médico le tratam iento debe finalizar por acuerdo de las partes; y por esto, si sólo
parecía bien. La palabra, pues, debe quedar circunscripta a la jerga de uno de los dos lo decide, no se habla de term inación del análisis sino de
los analistas y no a los futuros pacientes. Digamos, de paso, que mi joven interrupción. Desde luego, el analizado tiene libertad para rescindir el
discípulo de entonces, hoy distinguido analista, cometió dos errores y no contrato en cualquier m om ento y en especialísimas circunstancias tam ­
uno. Empleó inadecuadam ente la palabra y creó además una expectativa bién el analista tiene ese derecho.
de ansiedad para la próxim a entrevista. Si se aborda el tem a del contrato, Cómo bien dice Menninger (1958) toda transacción en la cual hay al­
debe resolvérselo de inmediato y no dejarlo para la próxim a vez. Frente gún tipo de intercambio se basa en un contrato.2 A veces, este es muy
a esa espera angustiosa, un abogado obsesivo puede responder como lo ínevc o implícito, pero siempre existe y a él se remiten las partes para re­
hizo aquel hombre. alizar la tarea convenida, tanto más cuando surgen dificultades. Si bien
El propósito del contrato es definir concretamente las bases del trab a­ el contrato psicoanalítico tiene sus particularidades, sigue M enninger,
jo que se va a realizar, de modo que am bas partes tengan una idea clara rn última instancia no se diferencia sustancialmente del que uno puede
de los objetivos, de las expectativas y tam bién de las dificultades a que wtublecer cuando va de com pras o encarga alguna tarea a un operario o
los compromete el tratam iento analítico, para evitar que después, duran­ profesional.

*(1958), cap. II: «El contrato. La situación del tratam iento psicoanalítico com o una
1 Freud prefería la palabra pacto, que en nuestro medio tiene una clara connotación psi­
Irtutaccíün de dos partes contratantes».
copática.
U na vez explicitadas las cláusulas de un contrato, sea cual fuere, que soportar que lo m iren, han llegado a ser indispensables para nuestra
queda definido un tipo de interacción, una tarea; y por esto im porta técnica. Aquí, claramente, lo que Freud introduce como algo propio de
siempre exponerlas claramente. Sólo si se estipularon correctamente las su estilo es, de cabo a rabo, una norm a técnica universal. Pocos analistas
norm as con que se va a desenvolver una determ inada labor podrán supe­ lo discuten; Fairbairn (1958), por ejemplo.
rarse las dificultades que surjan después. P or lo general, casi todos los psicoanalistas que dejan de serlo porque
Vale la pena señalar, tam bién, que el contrato psicoanalítico no sólo cuestionan los principios básicos de nuestra disciplina empiezan por re­
implica derechos y obligaciones sino tam bién riesgos, los riesgos inheren­ mover el diván de su consultorio, como Adler, que busca que su paciente
tes a toda empresa hum ana. Si bien el contrato se inspira en la intención no se sienta inferior. Esto puede ser fundam ental para un psicólogo
de ofrecer al futuro analizado la m ayor seguridad, no hay que perder de individual, pero nunca para un psicoanalista que reconoce en el sen­
vista que el riesgp nunca se puede elim inar por completo, y pretenderlo timiento de inferioridad algo más que una simple posición social entre
im plicaría un error que podríam os calificar de sobreprotección, control analizado y analista.
omnipotente, manía o idealización, según el caso. Oi comentar alguna vez P or esto no creo convincentes las reflexiones de Fairbairn en «O n the
que una de las mejores analistas del mundo, ya de avanzada edad, al tomar nature and aims o f psycho-analytical treatment» (Sobre la naturaleza y los
a un candidato le advirtió el riesgo que corría por esa circunstancia. objetivos del tratamiento psicoanalítico), recién citado. Fairbairn previene
a los analistas contra el peligro de que una adhesión muy estricta al método
científico les haga olvidar el factor hum ano, indispensable e insoslayable
en la situación analitica. A partir de esta tom a de posición, el gran analis­
2. Los consejos de Freud ta de Edim burgo llegará a desconfiar de la validez de ciertas restricciones
de la técnica analítica, com o el tiem po fijo de las sesiones y el uso del di­
En los dos trabajos m encionados Freud dice concretamente que va a ván. D uda si conviene que el paciente se tienda en un diván y el analista
dar algunos consejos al médico, al analista. Estos consejos, que de­ se coloque fuera de su cam po visual,3 herencia fortuita de la técnica hip­
m ostraron ser útiles para él, pueden sin embargo variar y no ser iguales nótica y de ciertas peculiaridades de Freud. Así es que Fairbairn aban­
para todos, aclara prudentem ente. Si bien es cierto que Freud no se pro­ donó finalmente el diván, aunque al parecer no sin cierto conflicto, ya
pone darnos norm as fijas sino más bien sugerencias, la verdad es que los que aclara que no aboga por una técnica cara a cara como la de Sullivan
consejos que da son universalmente aceptados y, en alguna medida, (que así realiza su fam osa entrevista psiquiátrica) sino que él se sienta en
implícita o explícitamente, son lo que nosotros le proponemos a los pa­ un escritorio y ubica a su paciente en una silla confortable no a su frente si­
cientes, porque son la base de la tarea. no de costado, etcétera, etcétera. P ara alguien que como yo tiene sim pa­
Cuando Freud dice que sus consejos se ajustan a su form a de ser pero tía y respeto por Fairbairn, estas precisiones hacen sonreír brevemente.
pueden variar, abre una discusión interesante, y es la de la diferencia Si rescato la diferencia entre lo general y lo particular, entre la técnica
entre el estilo y la técnica. Si bien no todos los analistas hacen esta distin­ y el estilo es porque a veces se confunden y llevan a discusiones acalo­
ción, yo me inclino a creer que la técnica es universal y que el estilo cam­ radas e inútiles. En otras palabras, podemos elegir nuestro estilo, pero
bia. No se me oculta que hay aquí una cierta ambigüedad, porque los lec­ las normas técnicas nos vienen de la comunidad analítica y no las
tores podrían preguntar qué entiendo yo por estilo, y qué por técnica. podemos variar.
Pueden objetar, tam bién, que depende de mis predilecciones personales, La m odalidad con que yo recibo a mis pacientes, por ejemplo, y la
de mi arbitrio, que clasifique algo dentro de la técnica o del estilo. Todo torm a en que les doy entrada al consultorio pertenecen por entero a mi
esto es completamente cierto: cuanto más digo yo que determ inadas nor­ estilo. O tro analista tendrá su m odalidad propia y a no ser que fuera muy
mas form an parte de mi estilo, más circunscribo el campo de la técnica disonante con los usos culturales ninguna podría considerarse inferior.
como patrim onio universal de todos los analistas y viceversa; pero, de to­ Consiguientemente, nadie podría dar una norm a técnica al respecto.
dos modos, yo creo que hay diferencia entre las cosas que son personales, Cuando uno se m uda de consultorio es probable que cambíen algunas
propias del estilo de cada analista, y otras que son universales, que de estas formas.
corresponden a un campo en que todos en alguna form a tenemos que es­ De todos m odos, y es im portante señalarlo, una vez que yo he adop­
tar de acuerdo. Creo realmente que es una diferencia válida, si bien no ig­ tado mi propio'estilo, eso pasa a ser parte de mi encuadre y de mí técnica.
noro que siempre quedarán algunas norm as cuya ubicación en uno u otro Cuando discutimos la técnica de la entrevista, señalamos que Rolla
campo será imprecisa. Considero que estas imprecisiones deben aceptar­ (1972) se inclina a estipulaciones muy estrictas en cuanto a cómo saludar,
se como parte de las dificultades intrínsecas a nuestra tarea. cómo sentarse y cóm o hacer sentar al paciente, etcétera. Yo creo que esas
Algunos consejos de Freud, que él piensa que son eminentemente per­
sonales, como el de pedir a sus pacientes que se acuesten para no tener
norm as son parte de un estilo personal y no elementos estándar de la ineludible, que está en la mente del entrevistado cuando se le da la indica­
entrevista. Se propone, por ejemplo, que el entrevistador y el entrevista­ ción de analizarse: en qué consiste el tratam iento. Se form ule o no, esta
do se sienten en sillones que guarden un cierto ángulo entre sí, para que pregunta nos ofrece la oportunidad de proponer lo más im portante del
no queden frente a frente. Esta prescripción es, a mi juicio, parte de un contrato. Podrem os decir, por ejemplo: «El tratam iento consiste en que
estilo; y nadie podría decir que si alguien tiene un sillón giratorio está in­ usted se acueste en este diván, se ponga en la actitud más cóm oda y sere­
curriendo en un error técnico. na posible y trate de decir todo lo que vaya apareciendo en su mente, con
Volviendo a los consejos de Freud, diremos que configuran las cláusu­ la m ayor libertad y la m enor reserva, tratando de ser lo más espontáneo,
las fundamentales del contrato analitico, en cuanto apuntan a la regla fun­ libre y sincero que pueda». Así, introdujim os la regla fundam ental y el
dam ental, el uso del diván y el intercam bio de tiem po y dinero, esto es, uso del diván, luego de lo cual se puede hablar de horarios y honorarios.
frecuencia y duración de las sesiones, ritm o semanal y vacaciones. La norm a de que cuando el paciente no viene tiene que pagar la sesión
es conveniente introducirla de entrada, pero, si el entrevistado se m uestra
muy ansioso o desconfiado, puede dejársela de lado y plantearla a partir
de la prim era ausencia. E sta postergación, sin embargo, trae a veces
3. Formulación del contrato problem as, ya que el paciente puede considerarla una respuesta concreta
a su ausencia, y no una regla general.
Sobre la base de los items básicos que Freud estableció y que acaba­ Otras norm as, en cambio, no deberían proponerse en el prim er m o­
m os de enum erar, corresponde form ular el contrato. Es preferible m ento, es decir en la entrevista, sino cuando surjan en el curso del tra ta ­
centrar la atención en lo fundam ental y no es ni prudente ni elegante ser miento. Un ejemplo típico podría ser el de los cambios de hora o los rega­
demasiado prolijo o dar muchas directivas. La regla fundam ental puede los. Son normas contingentes, que tienen que ver más con el estilo del
introducirse con muy pocas palabras y con ella el empleo del diván. analista que con la técnica; sólo se justifica discutirlas llegado el caso. Si
Luego vienen los acuerdos sobre horarios y honorarios, el anuncio de fe­ un paciente empieza a pensar en hacerle un regalo al analista, o lo sueña,
riados y vacaciones y la form a de pago. N ada más. este podrá, en tal caso, exponer su punto de vista.
Cuando subrayam os que lo esencial es el espiritu del contrato y no la
letra teníamos presente que ni aun las cláusulas esenciales tienen por
fuerza que introducirse de entrada y, viceversa, otras pueden incluirse
según las circunstancias. 4. Contrato autoritario y contrato democrático
La regla de la asociación libre puede plantearse de muy distintas m a­
neras, y aun no explicitarse de entrada. Com o decia Racker (1952) en una En cuanto va a regular el aspecto real de la relación entre analizado y
nota al pie de su Estudio 3, la regla fundam ental puede no ser com unica­ analista, el acuerdo tiene que ser necesariamente justo y racional, iguali­
da de entrada pero, de todos m odos, pronto se la hará conocer al analiza­ tario y equitativo. De aquí la utilidad de diferenciar el contrato dem ocrá­
do, por ejemplo al pedirle que asocie o que diga todo lo que se le ocurre tico del contrato autoritario o el demagógico. El contrato democrático es
sobre un determ inado elemento del contenido m anifiesto de un sueño el que tiene en cuenta las necesidades del tratam iento y las armoniza con el
(pág. 80). Nadie duda de que es m ejor comunicar sin dilación la regla interés y la comodidad de ambas partes.
fundamenta], pero puede haber excepciones. A un paciente muy ase­ He observado repetidamente que los analistas jóvenes tienden a pen­
diado con pensamientos obsesivos habrá que tener cuidado al planteárse­ sar de buena fe que el contrato obliga más al futuro analizado que a ellos
la, para no crearle de entrada un problem a de conciencia demasiado mismos, pero están por entero equivocados. Así piensan, desdt luego,
grande. En cambio, un paciente hipom aníaco —y ni que hablar si es lodos los pacientes, lo que no es más que parte de sus conflictos. En reali­
m aníaco— no necesitará un estimulo muy especial p ara decir todo lo que dad, el analizado sólo se compromete a cumplir determ inadas consignas
piensa. Del mismo m odo, acentuar con un psicópata que tiene la libertad que hacen a la tarea, y ni siquiera a cumplirlas, sino a intentarlo. No es
de decir todo lo que quiera, puede ser simplemente la luz verde para su autoritario que el analista vele por estas consignas, porque debe custo­
acting out verbal. diar la tarea convenida como cualquier operario responsable de su oficio.
Con esto he querido señalar que aun en la convención que llamamos Por otra parte, a cada obligación del analizado corresponde simétrica­
fundamenta] —la regla de la asociación libre— pueden plantearse cir­ mente una del analista, A veces los pacientes se quejan de que el analista
cunstancias especiales que nos aconsejen seguir un camino distinto del fije el período de vacaciones, por ejem plo, pero nada hay en esto de
habitual, sin que con esto quiera decir en absoluto que podemos ap a rtar­ autoritario o unilateral: todo profesional fija su período de descanso y,
nos de la norm a. además, si esa constante quedara a discreción del paciente se desordena­
Las cláusulas fundamentales del contrato responden a una pregunta rla la labor del analista.
El contrato es racional en cuanto las consignas se ajustan a lo que se ha lo que le im porta al analista es ver de qué se trata: el analista va a enfren­
determinado como más favorable para que el proceso analítico se de­ tar el incumplimiento no con una actitud norm ativa (y menos punitiva)
sarrolle en la mejor forma posible, de acuerdo con el arte. La regularidad y sino con su específica cualidad de comprensión.
estabilidad de los encuentros no sólo se justifican por el respeto recíproco Es distinto que yo le diga al paciente que se acueste en el diván, a que
entre las partes sino porque son necesarias para el desarrollo de la cura. le diga que tiene que acostarse, о que no le diga nada. Sólo en el primer
Desde estos puntos de vista, no me resulta difícil definir el contra­ caso queda abierto el camino para analizar. En el tercer caso, yo no
to autoritario como aquel que busca la conveniencia del analista antes podría hacer nunca una interpretación del voyeurismo, p o r ejemplo. El
que preservar el desarrollo de la tarea. Cuando el contrato busca com­ paciente diría, con toda razón, que no es por voyeurismo que no se
placer o apaciguar al paciente en detrim ento de la tarea, debe ser tildado acuesta sino porque yo no le dije que tenía que hacerlo. Si lo dejé librado
de demagógico. a su criterio y su criterio es quedarse sentado, no hay nada más que decir.
Si las entrevistas se desarrollaron correctamente y culm inaron con la En cam bio, si le he dicho que se acueste y hable, y el paciente me dice que
indicación de analizarse, ya al fundar esta indicación el analista enun­ no le gusta estar acostado porque siente angustia o porque no le parece
ciará los objetivos del tratam iento, explicará al entrevistado que el psico­ natural hablar acostado a alguien que está sentado, o lo que fuere, enton­
análisis es un m étodo que opera haciendo que el analizado se conozca ces ya está planteando un problem a que puede y debe ser analizado. Es
m ejor a sí mismo, lo que tiene que darle mejores oportunidades para m a­ decir, sólo una vez que el analista ha form ulado la norm a puede anali­
nejar su mente y su vida. De aquí surge la pregunta que ya mencionamos, zarla si no la cumple el paciente. Desarrollé este tem a con cierta exten­
en qué consiste el tratam iento; y, consiguientemente, las norm as de có­ sión en un trabajo presentado al Congreso Panam ericano de Nueva
mo, cuándo y dónde se va a realizar ese trabajo que es el análisis. York, en 1969.
Surgen así naturalm ente, por un lado, la regla analítica fundam ental, La tolerancia frente al incumplimiento de la norm a nada tiene que
es decir cómo tiene que com portarse el analizado en el tratam iento, cómo ver, a mi juicio, con la ambigüedad. Evito ser ambiguo, prefiero decir las
tiene que inform arnos, cómo debe darnos el material con el que nosotros cosas taxativamente y no dejar que el paciente las suponga. Si, por
vamos a trabajar y en qué consiste nuestro trabajo: en devolver inform a­ ejemplo, el paciente me pregunta en la prim era sesión si puede fum ar, yo
ción, interpretando. Así se introduce la regla de la asociación libre, que le digo que sí, que puede hacerlo y que ahí tiene un cenicero .4 Algunos
se puede form ular de muy diversas maneras; y luego las constantes de analistas prefieren no decir nada, o interpretar el significado de la pre­
tiempo y lugar, frecuencia, duración, intercam bio de dinero y de tiem po, gunta. Yo creo que esto es un error porque una interpretación sólo es po­
etcétera. Todo se da, pues, naturalm ente, porque si yo le digo a alguien sible cuando se fijaron antes los términos de la relación. El paciente no lo
que va a realizar un trabajo conmigo, inm ediatam ente me va a preguntar entiende como una interpretación sino como mi form a de decirle que
cuántas veces tiene que venir y a qué hora, cuánto tiempo vamos a traba­ puede o no puede fumar. Si le digo, por ejemplo, «usted quiere ensuciar­
jar, etcétera. E n este contexto es de rigor que el futuro analizado pregun­ me», entenderá que no lo dejo; si le digo «usted necesita que le dé permiso»,
te por la duración del tratam iento, a lo que se responderá que el análisis entenderá que no necesita pedírmelo, que no me opongo. Ni en un caso
es largo, lleva años y no se puede calcular de antem ano lo que va a durar. ni en otro habrá recibido una interpretación. P or esto, yo prefiero no ser
Se puede agregar, tam bién, que en la medida en que uno ve que su análi­ ambiguo. Si después de esa aclaración el paciente vuelve a plantear el
sis progresa se preocupa menos por su extensión. problem a, ya no cabe otra actitud para el analista que interpretar. Justa­
No hay que perder de vista que, por su índole singular, las cláusulas mente haber sido claro al comienzo permite después ser más estricto.
del contrato psicoanalítico no son inviolables, ni exigen del paciente otra Lo mismo vale para la asociación libre. La regla fundam ental debe
adhesión que la de conocerlas y tratar de cumplirlas. El analítico no es un darle al paciente, y con claridad, la idea de que él tiene, en primer lugar,
contrato de adhesión, como se dice jurídicam ente para caracterizar el la libertad de asociar, que puede asociar, que puede decir todo lo que
contrato en que una parte impone y la otra tiene que acatar: las dos par­ piensa; pero, al mismo tiem po, debe saber que el analista espera que no
tes contratantes suscriben (metafóricamente) este convenio, porque lo se guarde nada, que hable sin reservas mentales. No le digo que tiene la
consideran conveniente. obligación de decir todo lo que piensa, porque sé que eso es imposible:
P o r esto dijimos antes que el contrato es im portante como punto de nadie dice todo lo que piensa ni siquiera en la última sesión del más
referencia de la conducta ulterior del paciente. Nosotros descontamos cumplido análisis, porque siempre hay resistencias, represiones. T rato,
desde ya que el analizado no lo va a cumplir, no va a poder cumplirlo. La entonces, de hacerle ver al paciente no sólo que tiene libertad para decir
norm a se form ula no para que sea cumplida sino para ver cómo se com­ todo lo que piensa sino también que debe decirlo aunque le cueste, en
porta frente a ella el analizado. Lo que muchas veces se ha llam ado la ac­
titud permisiva del analista consiste, justam ente, en que la norm a se ex­ 4 Pertenece por entero al estilo d d analista que deje fum ar a sus pacientes o les ruegue
pone pero no se impone. Cuando surja un im pedimento para cum plirla, que se abstengan de hacerlo.
form a tal que ¿1 sepa que la norm a existe y que su incumplimiento va a pero ese proceder tam bién corresponde a mi juicio a la técnica activa.
ser m ateria de mi trabajo. M ejor será analizar por qué el paciente piensa asi (¡o por qué no piensa
C uando al comienzo de mi práctica no introducía claramente la nor­ así, si ocurriera en Buenos Aires!). Un hom bre joven, que era ejecutivo
m a de acostarse en el diván, la m ayoría de mis pacientes se quedaban sen­ de una casa im portante y tenía malos manejos con el dinero, venía
tados y yo no sabía qué hacer. Un ejemplo más risueño todavía es el de muchas veces con el cheque de su sueldo y quería trasferirm elo. A veces
aquel alum no mío que me consultó porque todos sus pacientes se que­ pretendía que le hiciera de banco y le devolviera lo que del cheque exce­
daban callados. P or más que él ya había leído su Análisis del carác­ día mis honorarios. Nunca acepté este tipo de arreglos y preferí siempre
ter y les interpretaba el silencio, no lograba absolutam ente nada. Su esperar a que él lo descontara y entonces me pagara, aun sabiendo que
difícil y enigmática situación sólo pudo resolverse cuando explicó cómo corría el riesgo de que gastara el dinero en el interregno. Cuando pasó a
form ulaba la regla fundam ental: «Usted puede decir todo lo que piensa y ser socio de la firm a, entonces sí aceptaba el cheque de la empresa, si era
tam bién tiene el derecho de quedarse callado». Con esta consigna, los pa­ por el im porte justo de mis honorarios, aunque venía firm ado por el con­
cientes optaban por lo más sencillo. Esta form ulación, dicho sea de paso, tador de la empresa y no por él.
es un ejemplo típico de contrato demagógico. Nunca acepto pago en m oneda extranjera ni a cuenta de honorarios,
Esto nos vuelve al punto de partida. Dijimos que el contrato analítico pero puedo cam biar esa norm a en ciertas circunstancias. Un analizado (o
debe ser justo y equitativo. En el caso recién citado, el contrato era de­ analizada) vino preocupado a su últim a sesión antes de las vacaciones
magógico, ya que se le daba al paciente más libertad de la que tiene. La porque había calculado m al mis honorarios y ya no le alcanzaba el dinero
regla fundam ental es, por cierto, una invitación generosa a hablar con li­ que tenía disponible para pagarme. Me preguntó si podía abonarme el pe­
bertad, pero es también una severa solicitud en cuanto pide sobreponerse queño saldo en dólares, o si yo prefería que me lo pagara en pesos a la
a las resistencias. P o r esto no creo que la atm ósfera analítica sea permisi­ vuelta. Le dije que hiciera como m ejor le pareciera y centré mi atención
va, como se dice con frecuencia. El contrato analítico supone responsabi­ en las angustias de separación —de las que, entre paréntesis, el paciente
lidad, una grande y com partida responsabilidad. tenía conciencia por prim era vez, después de haberlas negado invariable­
mente muchos años— . Variaciones como esta no son, a mi juicio, un
cambio de técnica, y no pueden com prom eter en absoluto la m archa del
tratam iento.
5. C ontrato y usos culturales Si un analizado se enferm a y falta al análisis por un tiempo, el analis­
ta puede modificar coyunturalmente la norm a de cobrar las sesiones. De­
Las consignas del contrato, en cuanto norm as que establecen la rela­ penderá de las circunstancias, de lo que el paciente proponga y también
ción entre las partes, tienen que ajustarse a los usos culturales. El psico­ de sus posibilidades. No es lo mismo un hom bre pudiente que otro de es­
análisis no podría nunca colocarse fuera de las norm as generales que ri­ casos recursos; no es lo mismo el que pide se considere esa situación que
gen la relación de las personas en nuestra sociedad. El analista debe tra­ quien no la plantea. La norm a puede variar dentro de ciertos límites.
tar de respetar los usos culturales en cuanto tienen validez. Si no la tienen Hay siempre un punto de toda relación hum ana en que es necesario saber
y eso puede afectarlo, entonces podrá denunciarlo y discutirlo. P ara escuchar al otro y saber qué es lo que desea y espera de nosotros, sin que
ejemplo de lo que quiero decir, tomemos el pago de los honorarios con eso nos obligue a complacerlo. Aceptar la opinión del paciente no
cheque. En nuestro país existe el uso cultural de pagar de esta form a, y en siempre significa gratificarlo o conform arlo, del mismo m odo que no
este sentido, no sería adecuado no aceptar un cheque del analizado, uceptarla no tiene por qué ser siempre un desaire o una frustración.
siempre que sea de su cuenta y no, por supuesto, de terceros, porque esto Los viajes plantean un problem a interesante. U na solución salom òni­
implica ya un abuso de confianza cuando no un acto psicopático. Si un ci!, que aprendí de H anna Segal cuando vino a Buenos Aires en 1958, es
analista le pide a sus pacientes el pago en efectivo porque le es más cóm o­ cobrar la m itad. Esto implica, por un lado, un compromiso del paciente,
do está en su derecho, es su estilo. Yo no lo hago porque me parece que i porque sigue haciéndose cargo de su tratam iento aunque no viene; y, por
no va con las costumbres y no va con mi estilo personal. Si un analista me otro lado, cubre en alguna form a el lucro cesante del analista, en cuanto
dijera que no recibe cheques porque el cheque sirve para negar el vínculo «no es un mal negocio» cobrar la m itad por horas que uno puede dispo­
libidinoso con el dinero, yo le diría que está equivocado. Si un paciente ner libremente. U na persona muy acaudalada no sabía si empezar su aná-
piensa que al pagar con cheque no paga o no ensucia la relación, o lo que [liis antes o después de las vacaciones de verano. Me había hecho la sal­
fuera, corresponde analizar estas fantasías y la implícita falla en la sim­ vedad de que se iba a E uropa y me preguntó si le cobraría esas sesiones en
bolización, sin recurrir a un recaudo que sería propio de la técnica activa. ceso de empezar. Le dije que si empezaba antes le cobraría la m itad del
Un analista europeo dijo una vez en nuestra ciudad que él exige que le pa­ valor de las sesiones en las que estuviera ausente por el viaje. Esto quedó
guen con cheque para que el paciente no piense que él elude sus réditos, com o norm a para el futuro; pero en una ocasión se ausentó inopinada-
mente por unos días a un balneario, a pesar de que yo le interpreté el sen­ bios anteriores y también este de ahora antes de darle una respuesta. Este
tido que tenía hacerlo. Esa vez no le concedi la franquicia, para que ejemplo sirve para señalar la im portancia de la norm a, porque en este ca­
quedara en evidencia que era una decisión unilateral y yo no estaba de so la norm a era que yo le «tenía» que cambiar el horario. Con la persona
acuerdo. de los viajes, en cambio, la norm a era que ella era responsable de la hora,
No hay que perder de vista que el dinero no es lo único que cuenta en aunque yo podía contem plar el caso particular.
estos casos, ni siquiera lo más im portante. P ara la persona recién citada, Hay que tener siempre presente que el contrato es un acto racional,
que disponía de dinero para viajar cuantas veces quisiera y que limitó sus entre adultos. De ahí que la ecuanimidad con que se haga sienta las bases
viajes a lo indispensable durante su prolongado tratam iento, la reduc­ del respeto mutuo entre analista y analizado, lo que también se llam a
ción de los honorarios tenia más bien el carácter de un reconocimiento de alianza de trabajo.
mi parte de que sus viajes eran justificados. Del mismo m odo una perso­
na puede pedir qué se cancele una sesión o que se cambie la h o ra para no
sentirse en falta y no por el dinero de la consulta o p ara m anejar psicopá-
ticámente al analista. 6. Los límites del contrato
Un aspecto interesante es el de la influencia de la inflación sobre los
honorarios. Entre nosotros se ha hecho ya clásico el trabajo que presen­ El contrato establece un pliego de condiciones con las obligaciones
taro n Liberm an, Ferschtut y Sor al Tercer Congreso Psicoanalítico Lati­ que tienen el analizado y el analista. Estas relaciones son recíprocas y, tal
noam ericano, reunido en Santiago de Chile en I960.5 Este trabajo es vez más que recíprocas, tienen que ver con el tratam iento mismo como
im portante porque m uestra que el contrato analítico sella el destino del persona jurídica (si me permiten usar esta expresión los abogados). Hay,
proceso y está a su vez subordinado a factores culturales com o es en es­ sin embargo, derechos y obligaciones que el analista y el analizado tienen
te caso la inflación. Sobre este tema volvió recientemente Santiago como personas, que no hacen al contrato. No siempre es fácil discriminar
Dubcovsky (1979), m ostrando convincentemente el efecto que tiene la en este punto y veo vacilar a mis alumnos y también, para ser sincero, a
inflación sobre la práctica analítica y las posibilidades de neutralizarla no mis colegas.
tanto con medidas pretendidam ente estabilizadoras sino con acuerdos Un analista puede tener el deseo de supervisar a uno de sus pacientes;
flexibles y razonables, que respeten los principios del m étodo y tengan es un derecho que todo analista tiene, incluso una obligación, si es un
en cuenta las necesidades y posibilidades de ambas partes contra­ candidato; pero de ninguna m anera puede eso quedar incluido en el
tantes. contrato. Alguna persona del ambiente, algún analista que me ha tocado
H ay que tener mucho cuidado en estas cosas y no deslizarse a una ac­ tratar, me ha dicho algo así, que quiere o no quiere que controle su caso,
titud superyoica, irracional. A mí me lo enseñó mí primer paciente, que pero yo nunca he respondido, no me he sentido de ninguna m anera en la
ahora es un distinguido abogado platense y que se trató conmigo por una necesidad de hacerlo. Cuando el paciente se refiere a algo que tiene que
im potencia episódica que a él lo preocupó m ucho y que atribuía, no sin ver con el contrato, en cam bio, corresponde responderle. Si me pregunta
cierta razón, a un padre muy severo. Entonces, en aquel lejano tiempo, si voy a ser reservado con lo que él me diga, yo le contesto que sí, que ten­
mi encuadre era mucho más laxo que ahora y yo no tenía idea de lo que go la obligación de guardar el secreto profesional, aunque esto él debiera
significaba su estabilidad. Mi paciente me pedía siempre cambios y repo­ saberlo y su pregunta tuviera otros determinantes. No me siento obligado
siciones de hora cuando tenía que dar examen o estudiar, y yo siempre se a contestar, en cambio, cuando son cosas que hacen a mi propia discre­
los concedía sin nunca cuestionármelo ni tam poco analizarlo, ya que la ción, a mi arbitrio. Si un colega me pidiera supervisar al cónyuge de un
«norm a» era simplemente que, en esos casos, se llegara a un acuerdo paciente mío, o en general a un familiar cercano, no lo haría; pero no
sobre la hora de la sesión. Después que term inó su carrera y que estaba considero esa decisión como parte del contrato con mi paciente. Si este
muy com ento porque había superado su impotencia, se fue un par de me lo planteara alguna vez no me sentiría en la obligación de aclarárselo.
días con una chica a divertirse. Me pidió como siempre un cambio de ho­ Tampoco me gusta supervisar pacientes con los que me liga un vinculo de
ra y yo le dije que no se lo iba a conceder, porque la situación era distin­ amistad. Una vez descubrí, supervisando un caso de homosexualidad,
ta. Me dijo entonces, categóricamente, que yo era igual o peor que el que el partenaire de aquel hom bre era alguien que yo conocía desde joven
padre: cuando me pedía un cambio de hora para estudiar yo siempre se lo y asi me enteré sin proponérm elo de su perversión. Creo que la m ayoría
concedía; pero p ara salir con una chica, no. Tenía razón, al menos desde de los analistas acepta este tipo de limitaciones, pero no se las debe consi­
su punto de vista. Yo debería haber analizado con más esmero sus cam* derar de ninguna m anera cláusulas del contrato. Un analizado supo que
yo era el supervisor de un candidato que tratab a a su cónyuge y me pre­
guntó sí yo supervisaría ese caso. Decidí responderle que no lo haría pero
s Se publicó en el núm ero extraordinario del volumen 18 de la R evista d e Psicoanálisis,
en 1961. no consideré ese planteo com o parte del contrato.
Segunda parte. De la trasferencia
y la contratrasferencia
7. Historia y concepto de la trasferencia

La teoría de la trasferencia es uno de los mayores aportes de Freud a


la ciencia y es también el pilar del tratam iento psicoanalítico. Cuando se
repasan los trabajos desde que aparece el concepto hasta su total de­
sarrollo, llama la atención el breve lapso de esta investigación: es como si
la teoría de la trasferencia hubiera nacido entera y de un solo golpe en
la mente de Freud, aunque siempre se ha dicho lo contrario, que la fue
elaborando poco a poco. Tal vez estas dos afirmaciones no se contradi­
gan, sin embargo, si la prim era se refiere a lo central de la teoría y la se­
gunda a los detalles.

1. El contexto del descubrimiento


Una relectura reciente del trabajo de Szasz, «The concept o f transfe­
rence», hizo que me replanteara este pequeño dilema, interesante sin du­
da desde el punto de vista de la historia de las ideas psicoanalíticas. Co­
mo todos sabemos por Jones (1955) y por la «Introducción» de Strachey
al gran libro de Breuer y Freud (A E , 2, págs. 3-22), el tratam iento de
Anna O. tuvo lugar entre 1880 y 1882 y terminó con un intenso am or de
trasferencia y contratrasferencia (y hasta deparatrasferencia, podríamos
decir, por los celos de la señora de Breuer). Los tres protagonistas de este
pequeño dram a sentimental lo registraron como un episodio hum ano
igual que cualquier otro. Cuando Breuer refirió a Freud el tratam iento de
Anna O. a fines de 1882 (el tratam iento había finalizado en junio de ese
año), hizo mención del traum ático desenlace; pero, al parecer, tampoco
Freud estableció de momento una conexión entre el enamoram iento y la
terapia. Cuando poco después se lo com entaba en una carta a M artha
Bernays, entonces su novia, Freud la tranquilizaba diciéndole que eso
nunca le iba a pasar a él porque « /o r that to happen one has to be a
Breuer» (Szasz, 1963, pág. 439).
A comienzos de la década del noventa, como señala Jones, Freud ins­
tó a Breuer a comunicar los hallazgos sobre la histeria y observó que la
reticencia de Breuer se apoyaba en su episodio sentimental con Anna O.
Freud pudo convencerlo diciéndole que tam bién a él le pasó algo similar,
por lo cual consideraba que el fenómeno era inherente a la histeria.
Estos detalles nos permiten afirm ar, ahora, que, en el lapso de algo
más de diez años trascurrido desde que finalizó el tratam iento de la CÔ-
lebre paciente hasta la «Comunicación preliminar» de 1893, Freud fue со y el enfermo; y la cooperación se restablece con la aclaración necesa­
m adurando las bases de su teoría de la trasferencia. ria. Freud incorpora ya aquí a sus teorías, aunque implícitamente, la idea
de realidad interna, la sentida por el paciente, lo que im porta mucho pa­
ra la futura teoría de la trasferencia.
La segunda form a de resistencia externa proviene de un tem or muy
2. Trasferencia y falso enlace especial del paciente, la dependencia, el temor a perder su autonom ía y
hasta a quedar atado sexualmente al médico. Digamos de paso que es sin­
En las historias clínicas de los Estudios sobre la histeria (1895c0 se ve gular que Freud no vea aquí de momento un falso enlace a partir de su
aparecer una y otra vez alguna observación sobre las características sin­ entonces vigente teoría de la seducción. En este caso, el paciente niega su
gulares de la relación que se establece entre el psicoterapeuta y su pacien­ colaboración para rebelarse, para evitar caer en esa situación tem ida y
te, comentarios que, en el caso de Elisabeth von R ., resultan por demás peligrosa; y también aquí la aclaración pertinente (en últim a instancia el
claros. Cuando Freud escribe «Sobre la psicoterapia de la histeria», el ca­ análisis de ese temor) lo resuelve.
pítulo IV de este libro fundam ental, la idea de la trasferencia como una El tercer tipo de resistencia extrínseca es el enlace falso, donde el pa­
singular relación hum ana entre el médico y el enfermo a través de un fa l­ ciente adscribe al médico representaciones (displacenterasj que emergen
so enlace queda definida categóricamente. durante la tarea. A esto le llama Freud trasferencia (Über íragú ng), y se­
El razonam iento de Freud al descubrir la trasferencia parte de una ñala que se lleva a cabo por medio de una conexión errónea, equivocada.
evaluación sobre la confiabilidad de la coerción asociativa. Hay tres cir­ Freud expone un ejemplo convincente, que vale la pena consignar en for­
cunstancias —dice— en las que el m étodo fracasa; pero las tres no hacen ma textual: «Origen de un cierto síntoma histérico era, en una de mis p a ­
sino convalidarlo. La primera se da cuando no hay más material a inves­ cientes, el deseo que acariciara m uchos años atrás, y enseguida remitiera
tigar en un área determ inada y, como es obvio, mal se podría decir que a lo inconciente, de que el hom bre con quien estaba conversando en ese
fracasa la coerción asociativa donde no hay nada más que investigar. momento se aprovechara osadamente y le estam para un beso. Pues bien,
(Recordarán ustedes que, en este punto, para apreciar lo que realmente cierta vez, al término de una sesión, afloró en la enferma ese deseo con
pasa, Freud observa la actitud del paciente, su expresión facial, la sereni­ relación a mi persona; ello le causa espanto, pasa una noche insomne y
dad de su rostro, su autenticidad.) en la sesión siguiente, si bien no se rehúsa al tratam iento, está por comple­
La segunda eventualidad, descripta por Freud con el nom bre de resis­ to incapacitada para el trabajo» (1895ef, A E , 2, págs. 306-7). Y agrega
tencia interna es, sin duda, la más típica de este m étodo y la que justa­ Freud: «Desde que tengo averiguado esto, puedo presuponer, frente a
mente llevó a comprender la lucha de tendencias, es decir el punto de cualquier parecido requerimiento a mi persona, que se han vuelto a p ro­
vista dinámico, el valor del conflicto en la vida mental. En estos casos, ducir una trasferencia y un enlace falso».
afirm a Freud, y nuevamente con razón, el método sigue siendo válido, ya Debe destacarse que Freud advierte al remover el obstáculo que el de­
que la coerción asociativa falla solamente en la medida en que tropieza seo trasferido que tanto había asustado a su paciente aparece acto se­
con una resistencia; pero es precisamente por intermedio de esa resisten­ guido como el recuerdo patógeno más próxim o, el que exigía el contexto
cia que se conseguirá llegar, por vía asociativa, al material que se lógico: es decir, en lugar de ser recordado, el deseo apareció con directa
busca. referencia a él, Freud, en tiempo presente. De esta form a, y a pesar de
La tercera, por últim o, la resistencia externa, marca otro aparente que la incipiente teoría de la trasferencia queda explicada como el resul­
fracaso del m étodo, cuya explicación debe buscarse en la particular rela­ tado (mecánico) del asociacionismo, ya Freud la ubica en la dialéctica del
ción del enfermo con su psicoterapeuta, de ahí que sea externa, extrínse­ presente y el pasado, en el contexto de la repetición y la resistencia.
ca, no inherente al m aterial. Aquí Freud distingue tres casos, que pode­ Vale la pena subrayar que, ya en este texto, Freud señala que estos
mos rotular ofensa, dependencia y falso enlace. enlaces falsos de la trasferencia constituyen un fenómeno regular y cons­
Cuando el paciente ha sufrido una ofensa por parte del médico, algu­ tante de la terapia y que, si bien im portan un incremento de la labor, no
na pequeña injusticia, alguna desatención o desinterés, algún desprecio, imponen un trabajo extra: la labor para el paciente es la misma, es decir,
o cuando ha escuchado un com entario adverso sobre su persona o su mé­ vencer el desagrado de recordar que tuvo en cierto momento un determi­
todo, se entorpece su capacidad de colaborar. M ientras la situación per­ nado deseo. Conviene observar que Freud habla aquí concretamente de
siste, falla la coerción asociativa; pero, en cuanto se aclara el punto de deseo y de recuerdo pero no advierte todavía la relación entre ambos, que
controversia, la colaboración se restablece y el procedimiento vuelve a ocupará su atención en «Sobre la dinám ina de la trasferencia» (1912b).
funcionar con toda eficacia. No im porta, precisa Freud, que la ofensa Cuando se releen con atención esas dos páginas admirables de «Sobre
sea real o simplemente sentida por el paciente: en ambos casos se erige un la psicoterapia de la histeria», se impone al espíritu la idea de que toda la
obstáculo frente a la coerción asociativa en cuanto trabajo entre el médi- teoría de la trasferencia estaba ya potencialmente en el Freud de 1895, y
con ella todo el psicoanálisis, esto es, la idea de conflicto y resistencia, la aplicando las ideas de Guntrip (1961), podemos pensar que, en los Estu­
vigencia de la realidad psíquica, la sexualidad. Veremos de inmediato dios y en el epílogo de «D ora», Freud expone una teoría personalistica de
que, de hecho, en el epílogo del caso «D ora»,! la teoría queda expuesta la trasferencia, y en el capítulo séptimo da cuenta del mismo fenómeno
en form a completa. con un enfoque procesal, es decir, de proceso m ental. Coincido en este
punto con Strachey que, en una nota al pie de la página 554 (AE , 5),
explica que Freud empleó la misma palabra para describir dos procesos
psicológicos diferentes aunque no desconectados entre sí.
3. Trasferencia del deseo
En el parágrafo C, «A cerca del cumplimiento de deseo», del capítulo
séptimo de L a interpretación de ¡os sueños (1900a), Freud emplea la pa­ 4. La trasferencia en «Dora»
labra trasferencia para dar cuenta del proceso de elaboración onírica. El
deseo inconciente no podría llegar nunca a la conciencia ni burlar los En el epílogo del análisis de «D ora» (publicado en 1905, pero sin du­
efectos de la censura si no adscribiese su carga a un resto diurno precon­ da escrito en enero de 1901), Freud desarrolla una teoria amplia y
ciente. A este proceso mental Freud le llama también trasferencia comprensiva de la trasferencia, donde se hallan ya todas las ideas que crista­
( Übertragung). Aunque no diga en ningún momento que emplea la mis­ lizarán en el trabajo de 1912, que discutiremos en el próximo capítulo.
ma palabra porque el fenómeno es el mismo, muchos autores dan por D urante el tratam iento psicoanalítico, dice Freud, la neurosis deja de
cierta la identidad conceptual. Entre nosotros, Avenburg (1969) y Cesio producir nuevos síntomas; pero su poder, que no se ha extinguido, se
(1976) opinan de esta form a. Avenburg dice, por ejemplo, que la trasfe­
aplica a la creación de una clase especial de estructuras mentales, casi
rencia no es otra cosa que utilizar al analista como resto diurno, en
siempre inconcientes, a las cuales debe darse el nombre de trasferendosi
sí mismo indiferente, com o soporte del deseo inconciente y su objeto Estas trasferencias son impulsos o fantasías que se hacen concientes
infantil. Cesio, por su parte, apoya su razonam iento en las dos formas
durante el desarrollo de la cura, con la peculiaridad de que los personajes
en que Freud utiliza la palabra trasferencia y, aplicando con estrictez pretéritos se encarnan ahora en el médico. Así se reviven una serie de ex­
a la trasferencia los mecanismos de elaboración onírica, concluye que es
periencias psicológicas com o pertenecientes no al pasado sino al presente
evidente la identidad.
y en relación con el psicoanalista. Algunas de estas trasferencias son
Jacques-Alain Miller (1979), exponente distinguido de la escuela de prácticamente idénticas a la experiencia antigua y a ellas, aplicándoles
Lacan, piensa que el térm ino trasferencia aparece en La interpretación de
una m etáfora tom ada de la im prenta, Freud las llam a reimpresiones;
los sueños y sólo después tom a su significado más especializado (es decir otras, en cambio, tienen una construcción más ingeniosa en cuanto
clínico). Este autor va un poco más allá, porque apenas si tiene en cuenta sufren la influencia m odeladora de algún hecho real (del médico o de su
la teoría del enlace falso de los Estudios. Este punto de vista, sin duda al­ circunstancia) y son entonces más bien nuevas ediciones que reimpre-
go parcial, se entiende porque lo que le interesa a Miller es apoyar la idea siones, productos de la sublimación.
de Lacan sobre el significante: el sueño se apodera de los restos diurnos,
La experiencia m uestra consistentemente, prosigue Freud, que la
los vacía de sentido y les asigna un valor distinto, un nuevo significado.
trasferencia es un fenómeno inevitable del tratam iento psicoanalítico:
«Allí es donde Freud habla por prim era vez de trasferencia de sentido,
nueva creación de la enferm edad, debe ser com batida como las ante­
desplazamiento, utilización por el deseo de formas muy extranjeras a él, riores. Si la trasferencia no puede ser evitada es porque el paciente la usa
pero de las cuales se apodera, que carga, que infiltra y que dota de una como un recurso a fin de que el material patógeno permanezca inacce­
nueva significación» (pág. 83). sible; pero, agrega, es sólo después de que se la ha resuelto que el pacien­
Es de hacer notar, sin em bargo, que otros autores estudian y exponen
te llega a convencerse de la validez de las construcciones realizadas du­
la teoría de la trasferencia sin tener en cuenta para nada el parágrafo rante el análisis. Vemos, pues, que ya aquí aparece la trasferencia con sus
С que estamos considerando. Señalo esta diferencia porque creo que dos vertientes, obstáculo y agente de la cura, proponiéndose así como un
tiene que ver con problemas teóricos de fondo sobre la naturaleza del fe­ gran dilema a la reflexión freudiana.
nómeno trasferencial.
P o r mi parte, considero que la utilización de la misma palabra en los
dos contextos señalados no implica necesariamente que para Freud hu­ 2 «En el curso de una cura psicoanalitica, la neoform aciún de síntom a se suspende (de
biera entre ellos identidad conceptual. De todos modos, sin em bargo, manera regular, estamos autorizados a decir); pero Ja productividad de la neurosis no se ha
extinguido ел absoluto, sino que se afirm a en la creación de un tipo particular de form a­
ciones de pensam iento, las más de las veces inconcientes, a las que puede darse el nom bre de
1«Fragm ento de análisis de un caso de histeria», A E , 7, págs. 98 y'sigs. Irinferencias» (A E , 7, pág, 101 ).
Freud no duda de que el fenómeno de Ja trasferencia complica la ferencìa, en cuanto fenómeno del sistema lee, pertenece a la realidad psí­
m archa de la cura y la labor del médico; pero es también claro que, para quica, a la fantasía y no a la realidad fáctica. Esto quiere decir que los
él, no agrega esencialmente nada al proceso patológico ni al desarrollo sentimientos, impulsos y deseos que aparecen en el m om ento actual y en
del análisis. En última instancia, la labor del médico y del enfermo no di­ relación con una determ inada persona (objeto) no pueden explicarse en
fiere sustancialmente si el impulso a dom inar se refiere a la persona del térm inos de los aspectos reales de esa relación y sí en cambio si se los re­
analista o a otra cualquiera. fiere al pasado. P or eso dice Greenson (1967) que los dos rasgos funda­
Freud afirm a en el epílogo, y lo afirm ará siempre, que el tratam iento mentales de una reacción trasferencial son que es repetitiva e inapropiada
psicoanalítico no crea la trasferencia sino que la descubre, la hace visible, (pág. 155), es decir irracional.
igual que a otros procesos psíquicos ocultos. La trasferencia existe fuera A partir de esta caracterización freudiana, podemos decir que la m a­
y dentro del análisis; la única diferencia es que en este se la detecta y se yoría de los autores trata de comprender a la trasferencia en la dialéctica
la hace conciente. De esta form a, la trasferencia se va desarrollando y de fantasía y realidad. Como ya señalaron Freud en diversos contextos,
descubriendo continuam ente; y Freud concluye con estas palabras perdu­ Ferenczi en 1909, Fenichel (1941, 1945a) después, y más recientemente
rables: «La trasferencia, destinada a ser el máximo escollo para el psico­ Greenson (1967), el hecho psíquico es siempre la resultante de esta dialéc­
análisis, se convierte en su auxiliar más poderoso cuando se logra cole­ tica, es decir, una mezcla de fantasía y realidad. U na reacción trasferen­
girla en cada caso y traducírsela al enfermo» (A E , 7, pág. 103). cial nunca lo es en un cien por ciento, y tam poco lo es la acción más justa
y equilibrada. Como dice con rigor Fenichel (1945a), cuanto m ayor sea la
influencia de los impulsos reprimidos que buscan su descarga a través de
derivados, más estará entorpecida la correcta evaluación de las diferen­
5. Características definitorias cias entre el pasado y el presente y m ayor, tam bién, será el com ponente
trasferencial en la conducta de la persona en cuestión. Debemos conside­
Con lo que ha dicho Freud en el epílogo de «D ora», estamos en con­ rar, pues, que la trasferencia es lo irracional, lo inconciente, lo infantil de
diciones de caracterizar la trasferencia. Se trata de un fenómeno general, la conducta, que coexiste con lo racional, conciente y adulto en serie
universal y espontáneo, que consiste en unir el pasado con el presente complementaria. Como analistas no debemos pensar, por cierto, que
mediante un enlace falso que superpone el objeto originario con el ac­ todo es trasferencia sino descubrir la porción de ella que hay en todo
tual. Esta superposición del pasado y el presente está vinculada a objetos acto m ental. No todo es trasferencia pero en todo hay trasferencia, que
y deseos pretéritos que no son concientes para el sujeto y que le dan a la no es lo mismo.
conducta un sello irracional, donde el afecto no aparece ajustado ni en Volveremos más adelante sobre este tem a por demás complejo para
calidad ni en cantidad a la situación real, actual. tratar de precisar la relación entre realidad y fantasía en la trasferencia,
Si bien en el epílogo de «D ora» Freud no remite este fenómeno a la así como tam bién el interjuego entre trasferencia y experiencia, que me
infancia, ya que dice por ejemplo que Dora hace en un m om ento una parece fundam ental para una definición más precisa del fenómeno.
trasferencia del Sr. K. hacia él, en todo momento aparece en su razona­
miento la existencia y la im portancia de la trasferencia paterna, es decir
que la refiere al padre, aunque no necesariamente al padre de la infancia.
Puede leerse un acertado resumen de las ideas de Freud sobre la tras­ 6. Aportes de Abraham y Ferenczi
ferencia en las cinco clases que dio en setiembre de 1909 en la Clark Uni­
versity, de M assachusetts, invitado por G. Stanley Hall, y publicadas al La teoría de la trasferencia que expone Freud en el epílogo de «D ora»
año siguiente. En su quinta conferencia Freud habla de la trasferencia, despertó el interés de sus primeros discípulos. Freud mismo, en su artícu­
subraya su función de aliado en el proceso analítico y la define rigurosa­ lo de 1912, com enta un escrito de Stekel de 1911 y, por su parte,
mente a partir de tres parám etros: realidad y fantasía, conciente e incon­ Abraham y Ferenczi habían publicado poco antes dos trabajos im portan­
ciente, presente y pasado. La vida emocional que el paciente no puede tes que com pletan y am plían las ideas de Freud.
recordar, concluye, es revivenciada en la trasferencia, y allí es donde El trabajo de Abraham, «Las diferencias psicosexuales entre la histeria
debe ser resuelta. y la demencia precoz», es de 1908. Abraham retoma las ideas de Jung
En este punto, pues, la teoría freudiana de la trasferencia debe consi­ Hübre la psicología en la demencia precoz de un año antes y centra la dife-
derarse completa y cumplida. La trasferencia es una peculiar relación de t encía entre la histeria y la demencia precoz en la disponibilidad de la libi­
objeto de raíz infantil, de naturaleza inconciente (proceso prim ario), y do. La demencia precoz destruye la capacidad del individuo para una tras-
por tanto irracional, que confunde el pasado con el presente, lo que le da lerenda sexual, es decir para el am or objetal. Esta sustracción de la libido
su carácter de respuesta inadecuada, desajustada, inapropiada. La tras- de un objeto sobre el cual en una oportunidad estuvo trasferida con parti-
cular intensidad es típica, porque la demencia precoz implica justam ente el tía de la misma mide el grado de enfermedad. Establece así, claramente,
cese del am or objetai, la sustracción de la libido del objeto y el retom o al la dialéctica de la trasferencia entre fantasía y realidad y logra apoyar el
autoerotism o. Los síntomas que presenta la demencia precoz, estu­ fenómeno en los mecanismos de proyección e introyección, un tem a que
diados por Jung, son para A braham una form a de actividad sexual auto- será esencial en la investigación de Melanie Klein, su analizada y dis-
erótica. dpula. Estos dos aportes de Ferenczi son, sin lugar a dudas, fundam en­
El trabajo de A braham acentúa la capacidad de trasferir la libido, pe­ tales.
ro descuida la fijación en el pasado. Así, la diferencia entre am or «real»
y trasferencia no queda clara, P o r su interés en diferenciar dos tipos
de procesos, neurosis y psicosis, A braham sacrifica la diferencia de pre­
sente y pasado en la relación de objeto, nítida en la epicrisis de «Dora».
Es im portante señalar que A braham delimita aquí, prácticamente,
los dos grandes grupos de neurosis que Freud describirá en 1914 en
«Introducción del narcisismo».
Creo, pues, que el aporte de A braham en este trabajo es relevante
para la psicología de la psicosis, pero no así para la teoría de la trasfe­
rencia.

Un año después, Sandor Ferenczi continúa la investigación de Jung y


A braham . Subraya Ferenczi la im portancia y la ubicuidad de la trasfe­
rencia y la explica como el mecanismo por el cual una experiencia típica
olvidada es puesta en contacto con un evento actual a través de la fanta­
sía inconciente. Esta tendencia general de los neuróticos a la trasferencia
encuentra en el curso del tratam iento analítico las más favorables cir­
cunstancias para su aparición, en cuanto los impulsos reprimidos que
gracias al tratam iento se van haciendo concientes se dirigen in siatu nas­
certeli a la persona del médico, que obra como una especie de catalizador.
Ferenczi comprende claramente que la tendencia a trasferir es el rasgo
fundam ental de la neurosis o, como él dice, que la neurosis es la pasión
por la trasferencia: el paciente huye de sus complejos y, en una total su­
misión al principio del placer, distorsiona la realidad conform e a sus
deseos.
Esta característica de los neuróticos permite distinguirlos claramente
del demente precoz y el paranoico. De acuerdo con las ideas de Jung
(1907) y Abraham (1908), el demente precoz retira, sustrae completa­
mente su libido (interés) del m undo externo y se hace autoerótico. El pa­
ranoico no puede tolerar dentro de sí los impulsos instintivos y se libera
de ellos proyectándolos en el m undo externo. La neurosis, en cambio, en
el polp opuesto de la paranoia, en vez de expulsar los impulsos desagra­
dables, busca objetos en el m undo exterior para cargarlos con impulsos y
fantasías. A este proceso opuesto a la proyección, Ferenczi le dará el per­
durable nombre de introyección. Mediante la introyección, el neurótico
incorpora objetos a su yo para trasferirles sus sentimientos. Así, su yo SO
ensancha, m ientras el yo del paranoico se estrecha.
M ientras que el trabajo de A braham es un jalón decisivo para dife*
ren d ar neurosis de psicosis y discriminar dos clases de libido (auto y alo*
erótica) en términos de relaciones de objeto, el de Ferenczi se ocupa espe*
ciflcomentc de la teoria de la trasferencia, dejando en claro que la cuan*
8. Dinámica de la trasferencia ferencia. Aunque Freud no establezca esta diferencia, va de suyo que es
necesaria si se quiere definir con precisión la trasferencia.
Volvamos ahora a la exposición de Freud. Si la necesidad de am or de
un individuo no se encuentra enteram ente satisfecha en su vida real,
dicha persona estará siempre en una actitud de búsqueda, de espera,
frente a quien quiera que conozca o encuentre; y es muy probable que
am bas porciones de la libido, la conciente y la inconciente, se apliquen a
esa búsqueda. De acuerdo con la definición recién propuesta, la porción
conciente de la libido se aplicará a esta búsqueda en form a racional y rea­
En este capítulo nos ocuparemos de «Sobre la dinámica de la trasferen­ lista, m ientras que la o tra lo hará con la sola lògica del proceso prim ario,
cia», que Freud escribió en 1912 e incluyó en sus trabajos técnicos. Es, en en busca de descarga.
realidad, como señala Strachey,1 un trabajo esencialmente teórico y de alto El analista no tiene por qué ser una excepción en tales circunstancias
nivel teórico. Freud se propone resolver dos problemas: el origen y la y, por tanto, la libido insatisfecha del paciente se dirigirá a él tanto com o
función de la trasferencia en el tratam iento psicoanalítico. Es necesario a cualquier otra persona, como ya lo dijo Ferenczi en su ensayo de 1909.
destacar que, en este estudio, la trasferencia es para Freud un fenómeno Si excede en cantidad y naturaleza lo que podría justificarse racional­
esencialmente erótico. mente, es porque esta trasferencia se apoya justam ente más en lo que ha
sido reprimido que en las ideas anticipatorias conciernes.2
En punto a naturaleza e intensidad, pues, Freud es claro y definido, y
m antendrá en todos sus escritos idéntica opinión: la trasferencia es la
1. Naturaleza y origen de la trasferencia misma en el análisis que fuera de él; no debe atribuirse al m étodo sino a
la enferm edad, a la neurosis. Recuérdese lo que dice, por ejem plo, de los
El origen de la trasferencia ha de buscarse en ciertos modelos, este­ sanatorios para enfermos nerviosos.
reotipos o clisés, que todos tenemos y que surgen como resultante de la
disposición innata y de las experiencias de los primeros años. Estos m o­
delos de com portam iento erótico se repiten constantemente en el curso
de la vida, si bien pueden cambiar frente a nuevas experiencias. A hora 2. Trasferencia y resistencia
bien, sólo una porción de los impulsos que alimentan estos estereotipos
alcanza un desarrollo psíquico completo: es la parte conciente, que se di­ El otro problema que se plantea Freud es más complejo: ¿por qué la
rige a la realidad y está a disposición de la persona. Otros impulsos, dete­ trasferencia aparece durante el tratamiento psicoanalítico como resistencia?
nidos en el curso del desarrollo, apartados de la conciencia y de la reali­ AI principio del ensayo, encuentra para este problem a una respuesta cla-
dad, impedidos de toda expansión fuera de la fantasía, han permanecido iü y satisfactoria; pero ya veremos cómo después las cosas se complican.
en lo inconciente. La explicación de Freud parte de que es condición necesaria para que
Quiero detenerme un m om ento en este punto para destacar que Freud uirja la neurosis el proceso descripto por Jung como introversión, según
distingue aquí dos fenómenos que vienen del pasado: el que alcanzó un el cual la libido capaz de conciencia y dirigida hacia la realidad disminu­
desarrollo psíquico completo y queda a disposición de la conciencia (del ye, se hace inconciente, se aleja de la realidad y alim enta las fantasías del
yo, en térm inos de la seguna tópica), y el que queda apartado de la con­ 4ii)eto, reactivando las imagos infantiles. E l proceso patológico se consti­
ciencia y de la realidad. En esta reflexión freudiana se apoya mi idea de la tuye a partir de la introversión (o regresión) de la libido, que reconoce
trasferencia como contrapuesta a la experiencia. Quiero decir que los es­ ti Oh factores de realización: 1) la ausencia de satisfacción en el m undo
tereotipos se componen de dos clases de impulsos: los concientes, que le ICnl y actual, que inicia la introversión (conflicto actual y regresión), y
sirven al yo para comprender la circunstancia presente con los modelos ¿) la atracción de los complejos inconcientes o, m ejor dicho, de los ele­
del pasado y dentro del principio de realidad (experiencia), y los incon­ mentos inconcientes de esos complejos (conflicto infantil y fijación).
cientes que, sometidos al principio del placer, tom an el presente por pa­ lin cuanto el tratam iento psicoanalítico consiste en seguir a la libido
sado en busca de satisfacción, de descarga (trasferencia). Los estereoti­
pos de la conducta, pues, son siempre modelos del pasado en que están * Ya «cebo de decir que, a mi juicio, si se quiere deslindar la trasferencia de la totalidad
presentes en serie complementaria estos dos factores, experiencia y tras* N arlo de conducta, debemos considerar que «las ideas anticipatorias conciernes» no le
JWWMcen. Hasta llego a pensar que no hacer esta discrim inación lleva a Freud a dificulta-
1 A E , 12, pág. 95. |1n tróiicaa.
en este proceso regresivo para hacerla nuevamente accesible a la concien­ el mismo razonam iento se dice que la resistencia causa la trasferencia (la
cia y ponerla al servicio de la realidad, el analista se constituye de hecho idea trasferida llega a la conciencia porque satisface a la resistencia), y lo
en el enemigo de las fuerzas de la regresión y de la represión, que operan contrario, que la idea trasferida llega a la conciencia para movilizar la re­
ahora como resistencia. Aqui la relación entre resistencia y trasferencia sistencia (y es defendida con la m ayor tenacidad).
no puede ser m ás neta: las fuerzas que pusieron en m archa el proceso p a ­ Freud no parece advertir su am bigüedad (o lo que yo llamo su am bi­
tológico apuntan ahora contra el analista en cuanto agente de cambio güedad) y da la impresión de inclinarse p o r la segunda alternativa, esto
que quiere revertir el proceso. Esto lo había advertido Ferenczi (1909), al es, que se utiliza la trasferencia para prom over la resistencia. El enlace
decir que los impulsos liberados por el tratam iento se dirigen al analista, trasferencial, señala Freud, al trasform ar un deseo en algo que tiene que
que actúa como agente catalítico. ver con la persona misma a la cual ese deseo se dirige, lo hace más difícil
E sta reflexión, que trasform a una explicación procesual en la explica­ de adm itir.4 De esta form a, parece que Freud quiere decir que el impulso
ción personalistica que le corresponde, es la misma que siempre usó (o el deseo) se trueca en trasferencia p ara poder así ser ulteriorm ente
Freud para establecer la analogía entre represión y resistencia. Más aún, resistido.
es en el fenómeno vincular (personalistico) de la resistencia donde se apo­ En resumen, el punto de vista de Freud en este trabajo podría expre­
ya Freud para justificar su teoría (procesal) de la represión. Piensó, en­ sarse diciendo que la trasferencia sirve a la resistencia porque: 1) la tras­
tonces, que esta reflexión es suficiente para dar cuenta de la relación ferencia es la distorsión más efectiva, y 2) porque conduce a la resistencia
entre trasferencia y resistencia. Freud, sin embargo, no queda satisfecho más fuerte. De acuerdo con el punto 2, la trasferencia es sólo una táctica
y se hace otra pregunta: ¿por qué la libido que se sustrae de la represión que emplea el paciente para resistirse y, si así fuera, ya no podría decir­
durante el proceso curativo ha de enlazarse al médico para operar como se que la cura no la crea.
una resistencia? O, en otros términos, ¿por qué la resistencia utiliza la De todos m odos, si quisiéramos aclarar este difícil problem a con los
trasferencia como su m ejor instrumento? instrumentos que nos da Freud en Inhibición, síntoma y angustia
El tratam iento analítico, sigue Freud, tiene que vencer la introversión (1926e0, diríamos que la emergencia de un recuerdo (angustioso) pone en
(regresión) de la libido, m otivada por la frustración de la satisfacción, marcha una resistencia de represión que lo trasform a en un fenómeno
por una parte (factor externo), y por la atracción de los complejos incon­ vincular, que cuaja inmediatamente en la resistencia de trasferencia. Tal
cientes por otra (factor interno); así, cada acto del analizado cuenta con vez sea esto lo que quiere decir Freud en 1912 cuando afirm a, primero,
este factor de resistencia y representa un compromiso entre las fuerzas que nada m ejor que trasferir para evitar el recuerdo y, a renglón segui­
que tienden a la salud y las que se oponen (A E , 12, pág. 101). C uando se­ do, que la trasferencia es lo que condiciona la resistencia más fuerte, p o r­
guimos un complejo patógeno hacia el inconciente, entram os pronto en que lo más difícil es reconocer algo que está presente en el m om ento. Es-
una región donde la resistencia se hace sentir claramente, de m odo que tu explicación, sin em bargo, es tan válida com o la contraria, es decir, que
cada asociación debe llevar su sello: y es en este punto donde la trasferen­ el deseo surgido en la trasferencia reactiva el recuerdo, com o decía el
cia entra en escena (ibid.) A poco que algún elemento en el m aterial del mismo Freud en 1895,
com plejo se preste a ser trasferido a la persona del médico, esta trasfe­ La contradicción que yo creo advertir deriva de que Freud habla a
rencia tiene lugar y produce la próxim a asociación que se anuncia como veces de la trasferencia en función del recuerdo y otras en función del
una resistencia: la detención del flujo asociativo, por ejemplo. Se infiere deseo. En punto a recordar, la m ejor resistencia será la trasferencia, por-
de esta experiencia que el elemento del material del complejo que se pres­ cjue trasform a un recuerdo en algo presente, en vivo y en directo, como
ta a ser trasferido ha penetrado a la conciencia con prioridad a cualquier dice la gente de la televisión. Desde el punto de vista del deseo, en cam-
otro posible porgue satisface a la resistencia. Una y o tra vez, cuando nos Wo, será su actualidad lo que ha de despertar la resistencia más fuerte.
acercamos a un com plejo patógeno, la porción de ese complejo capaz de Krrud no hace en ningún momento esta distinción entre resistencia al re-
trasferencia aparece en la conciencia y es defendida con la m ayor obsti­ fuerdo y resistencia al deseo y por esto incurre, a mi juicio, en contradic-
nación . 3 rióti; pero, eso sí, en ningún m om ento pierde de vista la complejidad del
Hay aquí un punto que siempre me ha resultado difícil de compren» fcnómeno. Porque aunque no pueda desprenderse del todo de la idea me-
der en el razonam iento de Freud. Si la porción del complejo capaz de t'ttltlcista de enlace falso, ya en su ejemplo de «Sobre la psicoterapia de
trasferencia se moviliza porque satisface a la resistencia, no puede ser, al li histeria» percibe claramente el interjuego entre esos dos factores y se-
mismo tiem po, lo-que despierta la resistencia más fuerte. Es que en tmlo que la remoción de la resistencia de trasferencia conduce rectamente
M¡ tm ic rd o patógeno. .
I,o que más se acom oda a la resistencia al recuerdo, repitámoslo, es
3 «Siempre que uno se aproxim a a un com plejo patógeno, primero se adelanta h a s tt le
conciencia la p a n e del com plejo susceptible de к г trasfonda, y es defendida con la m áxlm t
tenacidad» {AE, 12, pág. 101). * Com párese con lo dicho anteriorm ente, que la labor para el paciente es la misma.
sin duda la trasferencia, en cuanto es a través de ella que el enferm o no porque la trasferencia es a la vez el pasado y el presente: cuando se re­
remem ora, no recuerda. ¿Qué puede ser m ejor para no recordar que tro ­ suelve se solucionan tas dos cosas, no una. El inconciente es atem poral y
car el recuerdo en actualidad, en presencia? P ara esto, es obvio, habrá de la curación consiste en darle tem poralidad, es decir en redefínir un pasa­
penetrar en la conciencia el elemento del complejo patógeno que más se do y un presente. En este sentido, cuando tiene éxito, el análisis resuelve
adecúe a la situación actual, de m odo que perm ita que el complejo se re­ dialécticamente los tres estasis del tiempo de Heidegger. Recuerdo, tras­
pita en lugar de ser recordado. Ninguna ocurrencia puede ser m ejor para ferencia e historia son en realidad inseparables. El analista debe hacer
evitar el recuerdo que la ocurrencia trasferencial: en el momento en que que el pasado y el presente se unan en la mente del analizado superando
yo iba a recordar la rivalidad con mi padre, empiezo a sentir rivalidad las represiones y disociaciones que tratan de separarlos.
con mi analista, y esta trasferencia me sirve a las maravillas para no ha­ P ara term inar este parágrafo, tal vez sea conveniente recordar que el
cerme cargo del recuerdo. Es lo que observa Freud en el «H om bre de las concepto de resistencia de trasferencia no pertenece al Freud de 1912,
Ratas» (1909ûf), y lo dice concretam ente. sino más bien al de 1926. En el capítulo xi, sección A de Inhibición,
Cuando afirm am os en cambio que la ocurrencia trasferencial es la síntoma y angustia, especialmente en la página 150, cuando hace su cla­
que condiciona la resistencia más fuerte es porque ya no pensamos en el sificación de las tres resistencias del yo, Freud define con precisión la
recuerdo sino en el deseo, ¿Qué situación puede sernos más embarazosa resistencia de trasferencia (A E , 20, págs. 147-54). C onsidera que la re­
que reconocer un deseo cuando está presente su destinatario? sistencia de trasferencia es de la misma naturaleza que la resistencia de
represión, pero tiene efectos especiales en el proceso analítico, desde que
logra reanim ar una represión que solamente debiera haber sido recorda­
d a.5 Esta frase es, de nuevo, ambigua. Puede entenderse que la resisten­
3. La resistencia de trasferencia cia de trasferencia es lo mismo que la resistencia de represión, únicamen­
te que referida al analista y a la situación analítica; o, al contrario, que la
P ara resolver la compleja relación entre resistencia y trasferencia que (resistencia de) trasferencia reanim a una represión que debiera solamente
aborda Freud en 1912, he propuesto verla desde dos ángulos distintos, haber sido recordada. En el prim er caso Freud diría que la resistencia de
que son en cierto m odo inconciliables y sin embargo operan de consuno, represión es lo mismo que la resistencia de trasferencia, sólo que vista
sirviendo uno como resistencia del otro. P or eso decía sabiamente Fe­ desde otra perspectiva; en el segundo, la obliteración del recuerdo provo­
renczi en alguna parte que cuando el paciente habla del pasado nosotros ca la trasferencia.
debemos hablar del presente y que cuando nos hable del presente le
hablemos del pasado.
Si lo que buscamos es recuperar el recuerdo patógeno, la trasferencia
opera com o la m ejor distorsión, de m odo que, en la medida en que 4. El enigma de la trasferencia positiva
aumente la resistencia al recuerdo, el analizado va a tratar de establecer
una trasferencia para evitarlo. Pero si consideramos el deseo, la pulsión, Tal vez el m ayor problem a que se le plantea a Freud en 1912 es por
entonces será al revés. Porque siempre será más difícil confesar un deseo qué la trasferencia, que es un fenómeno básicamente erótico, está en el
presente, un deseo dirigido al interlocutor, que recordar que se lo experi­ Análisis al servicio de la resistencia, lo que no parece suceder en otras te­
mentó con otra persona en el pasado. El problem a está vinculado, pues, mplas. No hay que olvidar que, para resolver este enigma (si lo es), Freud
a la antinom ia entre el recuerdo y el deseo. Esta antinom ia, vale la pena dosifica la trasferencia en positiva y negativa, a1 p ar que divide la prime-
señalarlo, atraviesa desde el comienzo al fin la entera praxis del análisis. Ш en erótica y sublimada. Sólo las trasferencias negativa y positiva de
P o r esto me he detenido en este punto, porque creo que encierra un gran Impulsos eróticos actúan com o resistencia; y son estos dos componentes,
problem a teórico. Lo que he considerado una contradicción en el pensa­ ligue Freud, los que nosotros eliminamos haciéndolos conciernes;
m iento de Freud deriva en últim a instancia de sus dudas sobre la natura­ mientras que el tercer factor (la trasferencia positiva sublimada) persiste
leza últim a del fenómeno trasferencial. Esta duda no es sólo de Freud; siempre «y es en el psicoanálisis, al igual que en los otros métodos de tra-
aparece continuam ente en muchas discusiones sobre la teoría de la técni­ temlento, el portador del éxito» (A E, 12, pág. 103). Desde esta perspecti­
ca. Como señala Racker (1952) en «Consideraciones sobre la teoría de la va, Freud acepta que el psicoanálisis opera en últim a instancia por suges­
trasferencia», hay analistas que consideran la trasferencia sólo como re­ tión, si por sugestión se entiende la influencia de un ser hum ano sobre
sistencia ( al recuerdo) y hay quienes creen que los recuerdos sirven úni* «tro por medio de la trasferencia.
camente para explicarla. En otras palabras, hay analistas que utilizan la
trasferencia para recuperar el pasado y otros que recurren al pasado para
1 <i... y, asf, reanim ar com o si fuera fresca una represión que meramente debía ser re-
explicar la trasferencia. Esta antinom ia, sin embargo, es inconsistente, HitcUda» (A E , 10, pág. 150).
Quizá valga la pena recordar aquí los postulados del ensayo de Fe­ La necesidad que siente Freud de explicar por qué la trasferencia ope­
renczi de 1909, sobre todo de la segunda parte, que estudia el papel de la ra en el análisis com o un obstáculo, como una resistencia muy fuerte, es­
trasferencia en la hipnosis y la sugestión. Sin conceder gran im portancia tá basada en una premisa que el mismo Freud rechaza y en realidad no se
a las diferencias entre estos dos fenómenos (hipnotismo y sugestión), Fe­ sostiene: la trasferencia no es más fuerte en el análisis que fuera de él . 7
renczi apoya el punto de vista de Bernheim de que la hipnosis es sólo una Como dice Freud en muchas oportunidades, el análisis no crea estos
form a de la sugestión.® Recuérdese la mujer a quien el gran húngaro tra ­ fenómenos; ellos están en la naturaleza hum ana, son la esencia de la en­
tó prim ero con hipnotism o y luego con psicoanálisis. Con el segundo ferm edad. Ferenczi (1909), decía que el quantum de trasferencia es el
tratam iento surgió el am or de trasferencia y entonces la paciente confesó quantum de enferm edad, de neurosis. Tomemos un paciente de carácter
que iguales sentimientos había tenido durante la cura anterior y que si pasivo-femenino que recurre a la homosexualidad como defensa frente a
había obedecido a las sugestiones hipnóticas había sido por am or. Fe­ la angustia de castración, un ejemplo muy sencillo y muy cierto. En reali­
renczi concluye, pues, que la hipnosis opera porque el hipnotizador des­ dad, ¿qué agrego yo a esto como analista cuando movilizo la defensa?
pierta en el hipnotizado los mismos sentimientos de am or y tem or que es­ Doy acceso al analizado a algo que siempre estuvo presente, porque su
te tuvo frente a los padres (sexuales) de su infancia. L a sugestión es, para homosexualidad evita la angustia de castración pero al mismo tiempo la
Ferenczi, una form a de trasferencia. El médium siente por el hipnotiza­ realiza, porque de hecho un homosexual pasivo no usa su pene, o al me­
dor el am or inconciente que sintió de niño por sus padres. El ensayo de nos lo usa mal. Sólo desde el punto de vista económico es cierto que al
Ferenczi term ina con un párrafo por demás concluyente: «La sugestión y remover su defensa (la homosexualidad) aum entó su angustia de castra­
ia hipnosis según las nuevas ideas corresponden a la creación artificial de ción. Más exactamente, su angustia no aum entó, se hizo patente en cuan­
condiciones donde la tendencia universal (generalmente rechazada) a la to el análisis removió una form a específica de m anejarla , 8
obediencia ciega y a la confianza incondicional, resìduo del amor y del
odio infantil-erótico hacia los padres, se trasfiere del complejo paternal a
la persona del hipnotizador o del sugestionador» (Psicoanálisis, vol, 1,
pág. 134, las bastardillas son del original). 5. Función de la trasferencia
Dejando de lado por el m om ento el apasionante problem a teórico de
la relación entre trasferencia y sugestión, que discutiremos más adelante, Otra form a de com prender lo que estamos diciendo es preguntarse
todo hace suponer que, en este punto, la inusitada intensidad del fenó­ hasta qué punto es pertinente la explicación funcional de determ inados
meno trasferencial, de la que ni Freud ni sus discípulos se habían hecho fenómenos, hasta qué punto es útil el funcionalism o en psicoanálisis. C o­
cargo todavía, conmueve por un m om ento el sólido marco teórico que mo es sabido, el funcionalismo trata de explicar los hechos sociales y en
pudo ser construido en el epílogo de «Dora». especial antropológicos por su fu n ció n , es decir por el papel que desem­
Freud opera en este caso, en realidad, con un criterio más psicotera­ peñan dentro del sistema social a que pertenecen.9
pèutico que psicoanalítico. Es cierto que la trasferencia positiva de Sin entrar a discutir sus fundam entos epistemológicos, el funcionalis­
impulsos eróticos (sometimiento, seducción, atracción hetero y homose­ mo no parece ser muy aplicable al psicoanálisis, por el tipo de hechos que
xual, etcétera), que no se toca con la psicoterapia, juega a favor de la cu­ trata nuestra disciplina. Freud nos enseñó que el síntom a expresa siempre
ra, si por cura entendemos reprim ir mejor los conflictos; en el psicoanáli­ todos los términos del conflicto; nunca es simple, es com plejo. En esta
sis, en cambio, en cuanto se la analiza, se trasform a en resistencia. No enseñanza se inspira el principio de la múltiple función de W aelder
hay, sin embargo, ninguna necesidad de explicar por qué la trasferencia (1936), que viene pues a decirnos que el funcionalismo es siempre equívo­
se pone al servicio de la resistencia en el análisis y no en los otros méto­ co en psicoanálisis, donde no hay una causalidad lineal y simple, donde
dos, porque esto no es cierto; es sólo que allí se la pone en evidencia, la función varía con la perspectiva del observador. Según la «teoría» fun-
como nos enseñó el mismo Freud. Sí yo practico una psicoterapia que cionalista de nuestro hipotético analizado, la hom osexualidad cumple la
utiliza el sometimiento homosexual de mis pacientes (masculinos) para función de protegerlo de la angustia de castración; pero para mí, que soy
hacerlos progresar y m ejorar, desde luego que puedo decir qiie a mí no se su analista, cumple la «función» de enferm arlo.
me plantean problemas de resistencia de trasferencia; pero la verdad es
que yo establezco un vínculo perverso con mis pacientes y nada más.
7 En este error cae tam bién Raclcer (1952), a mi juicio, cuando quiere explicar por qué es
ian fuerte la irasferencía en el análisis, recurriendo a lo que llam a abolición del rechazo.
6 Com o todos sabemos, Freud (1921 с) se va a pronunciar finalm ente en contra de * Dejo aquí de lado el problem a de si la angustia o en general los sentim ientos pueden
Bernheim to, lo que es lo mismo, a favor de Charcot), afirm ando que la sugestión es una ser inconcientes, porque n o hace al desarrollo de mi razonam iento.
form a de la hipnosis: el hipnotizador tom a el lugar del ideal del yo (superyó) del hipnotiza­ 9 M alinowski y Radcliffe-Brown son los principales intérpretes de esta orientación, que
do, y asi se ejerce su influencia. discute am pliam ente Nagel en el apartado 2 del capitulo XIV de su obra (1961).
La idea de explicar la trasferencia en fu n ció n de la resistencia lleva, De esta manera Freud abre el nuevo tema de su investigación, la tras­
entonces, tal vez, a un planteo demasiado sencillo. El criterio funcional ferencia com o un fenómeno repetitivo, que lo va a ocupar por muchos
no sólo es insuficiente en psicoanálisis sino que tam bién, a veces, puede años. Efectivamente, dos años después, estudia la trasferencia a partir
hacernos equivocar el camino. En cuanto al desarrollo de la cura, por del concepto de repetición, que antepone al de recuerdo.
ejemplo, hay que discriminar entre las expectativas de cóm o se debe También en la Conferencia n° 27 de las Conferencias de introducción
cumplir y el hecho real de cómo se desarrolla. Son dos cosas distintas. Al al psicoanálisis (1916-17), cuando expone nuevamente sus ideas sobre la
final de su ensayo, dice Freud que el analizado quiere actuar (agieren) sus trasferencia, subraya que la neurosis es la consecuencia de la repetición.
impulsos inconcientes, en lugar de recordarlos «como la cura lo desea». El análisis de la trasferencia permite trasform ar la repetición en memo­
Sin embargo, la verdad es que la cura (o para este caso el analista) no ria, y así la trasferencia pasa, de constituir un obstáculo, a ser el mejor
tiene por qué desear nada. El proceso psicoanalítico se desarrolla con instrum ento de la cura.
arreglo a su propia dinám ica, que nosotros como analistas debemos res­
petar y en lo posible com prender.
En este sentido, se podría decir que mucho depende del énfasis que uno
ponga en los fenómenos, de la perspectiva en que uno se coloque para ver
el problema. Es cierto, por una parte, que el am or de trasferencia se instru­
menta para no desarrollar la cura, para convertirla en un affaire, en una
pura satisfacción de deseos; realmente obstaculiza. No hay que olvidar
también, por otra parte, que este obstáculo es la enfermedad misma, que
consiste precisamente en que ese paciente no puede aplicar su libido a si­
tuaciones reales, a objetos reales; de modo que el amor de trasferencia, en
este sentido, no es un obstáculo, sino la m ateria misma de la cura.
El razonam iento que acabo de hacer para comprender el empeño de
Freud de explicar la trasferencia en función de la resistencia me lleva más
adelante a objetar la clasificación de la trasferencia que propuso Lagache
en su valioso inform e de 1951. Adelantémonos a decir que la clasifica­
ción de la trasferencia en positiva y negativa debe ser fenomenològica, es
decir por el afecto (como hizo Freud en 1912), y no por el efecto, por la
utilidad, com o propone Lagache, justam ente para evitar la connotación
funcional que, como acabam os de ver, es muy equívoca.

6. Trasferencia y repetición
AI final de este subyugante artículo, Freud da una vivida descripción
del tratam iento psicoanalítico y nos indica el rum bo que va a seguir su in­
vestigación. Señala que, en la m edida en que el tratam iento se interna en
el inconciente, las reacciones del paciente revelan las características del
proceso prim ario, que lo llevan a valorar sus impulsos (o deseos) como
actuales y reales, m ientras que el médico trata de ubicarlos en el contexto
del tratam iento, que es el de la historia vital del paciente. Del resultado
de esta lucha, concluye Freud, depende el éxito del análisis; y, si bien es
cierto que esta lucha se desarrolla plenamente en el campo de la trasfe­
rencia y le ofrece al psicoanalista sus mayores dificultades, tam bién le da
oportunidad de m ostrar al paciente sus impulsos eróticos olvidados, en la
form a más inm ediata y concluyente, ya que es imposible destruir a un
enemigo in absentia o in effigie.
9. Trasferencia y repetición puede vencerse in absentia o in effigie, con lo que señala que, en reali­
dad, la concepción del tratam iento que él tenía hasta ese momento va a
cambiar hasta cierto punto; y va a cambiar justam ente al com prender el
significado de la trasferencia.
A Freud le interesa explicar la intensidad que adquiere la trasferencia
en la cura psicoanalítica y por qué sirve a los fines de la resistencia, en
abierto contraste con lo que (aparentemente) pasa en los otros tratam ien­
tos de enfermos nerviosos —punto de vista, ya lo hemos dicho, harto
discutible—.
Freud parte de que en nuestras modalidades de relación am orosa se
1. Resumen de los dos capítulos anteriores dan determinadas pautas, estereotipos o clisés que se repiten conti­
nuam ente toda la vida; es decir que cada uno enfrenta una situación
Vale la pena reiterar que cuando escribió el epílogo al análisis de
am orosa con todo el bagaje de su pasado, con modelos que, reproduci­
«D ora», seguramente en enero de 1901, Freud tenía una idea concreta de
dos, configuran una situación en la cual el pasado y el presente se ponen
la naturaleza de la trasferencia y de su im portancia, aunque después el
en contacto.
desarrollo de su reflexión llegue a veces a puntos oscuros y /o discutibles.
Freud señala tam bién claram ente que hay en este fenómeno dos nive­
L a trasferencia debe ser continuam ente analizada, dice; y agrega que só­
les o dos componentes, porque una parte de la libido se ha desarrollado
lo cuando la trasferencia ha sido resuelta el paciente adquiere verdadera
plenamente y está al alcance de la conciencia, mientras otra ha sido repri­
convicción de las construcciones que se le hicieron. Esto es muy claro y mida. Si bien contribuye al m odo de reacción del individuo, la libido
hoy todos lo suscribimos plenamente. Creo, por mi parte, que el pacien­
conciente no será nunca un obstáculo para el desarrollo, sino, al contra­
te no sólo adquiere convicción una vez que se analiza la trasferencia sino
rio, el m ejor instrum ento para aplicar lo que se ha aprendido en el pasa­
que, además, tiene todo el derecho de que sea así, porque sólo la trasfe­
do a la situación presente.
rencia le dem uestra que realmente repite las pautas de su pasado: todo lo
La otra parte de la libido, en cam bio, la que no ha adquirido su pleno
demás nç> pasa de ser una m era comprensión intelectual que no puede lle­
desarrollo, es víctima de la represión, a la vez que resulta atraída por los
gar a convencer a nadie. complejos inconcientes. P o r este doble mecanismo, esta libido sufre un
Recordemos tam bién, brevemente, el artículo de 1912, donde Freud proceso de introversión —según el término de Jung que Freud en ese m o­
da una explicación teórica del fenómeno de la trasferencia, poniéndolo mento propugna—. Esta libido inconciente, sustraída a la realidad, es
en relación con el tratam iento y con la resistencia. la que provoca fundamentalmente (y a mi criterio exclusivamente) el
Con respecto al tratam iento, Freud reafirm a lo que ya dijo en 1905, fenómeno de trasferencia.
que el tratam iento no crea la trasferencia sino que la descubre. Es este un
A partir de este modelo teórico, Freud explica convincentemente la
concepto muy freudiano (y muy im portante), que a veces se olvida cuan­
relación de la trasferencia con la resistencia. En cuanto la acción del mé­
do se discute la espontaneidad del fenómeno, como veremos al hablar del
dico se encamina a que esta libido sustraída a la conciencia y apartada de
proceso psicoanalítico. En este sentido, Freud es categórico: la trasferen­ la realidad vuelva a,ser liberada, los mismos factores que produjeron
cia no es efecto del análisis, sino más bien el análisis el m étodo que se
su introversión van a actuar ahora como resistencia (de trasferencia). En
ocupa de descubrir y analizar la trasferencia. En este sentido, puede de­
ese sentido, puede decirse que el conflicto mental que trae el paciente se
cirse, lisa y llanamente, que la trasferencia es en sí misma la enfermedad: (rus l'orma en un conflicto personalistico, cuando el analista interviene
cuanto más trasferimos el pasado al presente más equivocamos el presen­ para movilizarlo.
te por el pasado y más enfermos estamos, más perturbado está nuestro Estas ideas tienen plena vigencia en el psicoanálisis actual. En lo único
principio de realidad. que cabría modificarlas es en su extensión, ya que se deben aplicar a todo
El otro problem a que se plantea Freud en 1912 es la relación de la tipo de relación de objeto y no sólo a la vida am orosa. Sin por esto des­
trasferencia con la resistencia. Este tem a merece por cierto un esfuerzo merecer en nada la im portancia de la libido en la teoría de la relación de
de atención. En términos de su concepción de la cura de aquel m om ento, objeto, diríam os ahora que el otro tipo de impulso, la agresión, también
Freud opina, y lo va a reiterar dos años después en «Recordar, repetir y lufre este mismo proceso.
reelaborar» (1914g), que en tanto el tratam iento se propone descubrir las Freud no se da con esto por conforme al explicar la relación entre
situaciones patógenas pasadas, rem em orar y recuperar los recuerdos, la tmsfcrencia y resistencia. Dice algo más, que la trasferencia empieza a
trasferencia opera como resistencia porque reactiva el recuerdo, lo hace operar en el m om ento en que se detiene (por resistencia) el proceso de re­
vigente y actual, con lo que deja de serlo. Sin embargo, Freud dice tam ­ memoración, que se pone en m archa justam ente al servicio de ese proce-
bién en este artículo, y lo reiterará muchas veces, que un enemigo no

m
so resistencial: en lugar de rem em orar el paciente empieza a trasferir, y
en otro trabajo de Freud del mismo año, «Introducción del narcisismo»,
para ello escoge de todo el complejo el elemento más apto para la trasfe­
donde neurosis de trasferencia se contrapone a neurosis narcisistica.
rencia. En otras palabras, de las varias posibilidades que su complejo le
P ero volvamos a la repetición. El concepto de repetición no es nuevo,
ofrece, y puesto que no quiere recordar, el paciente utiliza com o resisten­
ya que está implícito en el de trasferencia, en cuanto algo vuelve del pasa­
cia el elemento que m ejor pueda engarzar en la situación presente. De to­
do y opera en el presente. Vale la pena señalar, sin em bargo, que la idea
do el com plejo, pues, el elemento que prim ero se moviliza como resisten­
de enlace falso de 1895 no supone necesariamente la repetición, como
cia es el más apto para la trasferencia, porque la m ejor distorsión es la
la de estereotipo o clisé.
distorsión trasferencial.
Freud contrapone en este artículo recuerdo a repetición y no hay que
Ya hemos señalado que aquí Freud parece debatirse en una contradic­
perder de vista que si se da la repetición es porque no está el recuerdo, ya
ción, que también lo alcanza en el capítulo tercero de M ás allá del princi­
que este es el antídoto de la repetición. Vale la pena señalar entonces que,
pio de placer (1920g), en cuanto a si la trasferencia es el elemento resis­
en 1914, Freud utiliza el concepto de repetición con un criterio preciso,
tencial o el resistido, si la resistencia causa la trasferencia o, al contrario,
porque lo contrapone a recuerdo. H asta 1912 esta diferencia conceptual
la trasferencia causa la resistencia.
no es tan definida. En el trabajo de este año, la dinámica de la trasferen­
P ara unir las dos afirmaciones de Freud, dijimos en el capítulo an ­
cia se entiende por la resistencia al recuerdo; pero en 1914 el recuerdo
terior que el elemento del complejo* que primero se emplea com o re­
reprimido se repite en la trasferencia. De esta form a, el concepto de re­
sistencia (al recuerdo) es el elemento trasferencial y que este elemento,
cuerdo se enlaza más claramente con el de experiencia, porque es ju sta­
una vez que se lo emplea, desencadena la resistencia más fuerte (en el
mente cuando uno puede disponer de su acervo de recuerdos que posee
diálogo analítico). experiencia.
El concepto de repetición del año 1914, pues, no es sustancialmente
distinto que el de 1912 o 1905, aunque sea más formal y esté contrapuesto
a recuerdo. Vamos a ver muy pronto que en 1920 la idea de repetición
2. Recuerdo y repetición
cambia: lo que hasta entonces era un concepto descriptivo y en todo subor­
dinado al principio de placer se trasform a en un concepto genético y expli­
El concepto de neurosis de trasferencia, que se introduce en «Recor­
cativo más allá del principio del placer. Ese va a ser el gran giro del pensa­
dar, repetir y reelaborar» (1914g), tiene una doble im portancia. Freud se­
miento de Freud al comienzo de la década del veinte.
ñala, prim ero, que al comienzo del análisis, en la prim era etapa, llam ada
a veces luna de miel analítica, se produce una calma que se traduce en
una disminución y hasta una desaparición de los síntomas, que no
equivale por cierto a la curación. Lo que ha sucedido, en realidad, es una
3. La repetición como principio explicativo
especie de trasposición del fenómeno patológico, que ha empezado a dar­
se a nivel del tratam iento mismo. Lo que antes era neurosis en la vida co­
El cambio de Freud frente a la teoría de la trasferencia, en Más allá
tidiana del individuo se trasform a en una neurosis que tiene com o punto
del principio de placer (1920#), surge en el contexto de una honda refle­
de partida (y de llegada) el análisis y el analista. A este proceso, que se da
xión sobre el placer y.la naturaleza hum ana. La pregunta que se form ula
espontáneam ente al comienzo del tratam iento, lo llama Freud neurosis
Freud es si hay algo más allá del principio del placer; y luego de pasar re­
de trasferendo y lo adscribe a un mecanismo ya m encionado en 1905 y
vista a tres ejemplos clínicos —el juego de los niños, los sueños de la
sobre todo en 1912, la repetición.
neurosis traum ática y la trasferencia— se responde que si, que lo hay.
Al establecer el concepto de neurosis de trasferendo, Freud señala un
Lo que Freud afirm a concretamente en el capítulo tercero de Más
hecho clínico, y es el de que los fenómenos patológicos que antes se da­
allá, es que la trasferencia está m otivada por la compulsión a la repeti­
ban en la vida del paciente empiezan ahora a operar en esa zona interm e­
ción, y que el yo la reprime al servicio del placer.
dia entre la enferm edad y la vida que es la trasferencia, con lo que asienta
La trasferencia aparece ahora cabalmente al servicio del instinto de
un concepto técnico. Es im portante subrayarlo porque ya hemos visto
muerte, esa fuerza elemental y ciega que busca un estado de inmoviliza­
cóm o el concepto de neurosis de trasferencia conduce a algunos analistas
ción, una situación constante, que no crea nuevos vínculos ni nuevas re-
a una posición restrictiva en el campo de las indicaciones (o analizabili*
tüciones, que lleva, en fin, a un estado de estancamiento. Basta poner
dad), en cuanto lo utilizan en sentido nosográfico y no técnico, apoyados
juntas estas dos ideas para darse cuenta de algo que pasa muchas veces
Inadvertido: la trasferencia (que es por definición un vínculo) está al ser­
1 Freud ha sustituido la idea de recuerdo por la de com plejo, m ás am plia, que recogt vicio del instinto de m uerte (que por definición no crea vínculos sino que
de Jung. lot destruye).
La repetición se convierte ahora en el principio explicativo de la tras­ 4. Trasferencia de impulsos y defensas: la solución de
ferencia. Regida por la repetición y el instinto de muerte, la trasferencia A nna Freud
pasa a ser entonces lo resistido (y no la resistencia); y el yo, que se opone
a la repetición, reprime la trasferencia, porque la repetición es para el yo En «Sobre la dinám ica de la trasferencia» (1912i>) Freud establece
lo aniquilante y destructivo, lo am enazante. un nexo im portante entre trasferencia y resistencia, que ya hemos estu­
La repetición trasferencial, ciega las más de las veces y dolorosa siempre, diado, según el cual la trasferencia sirve a la resistencia. Hemos dicho
muestra y demuestra que existe un impulso (impulso que muchas veces que la relación entre una y otra no siempre es clara, y tratam os de resol­
Freud llamó demoníaco) que tiende a repetir las situaciones del pasado ver ese enigma en función del recuerdo y del deseo. Acabam os de ver que
más allá del principio del placer. Es justam ente el m onto de displacer que esta dinámica cambia sustancialmente en Más allá del principio de pla­
se da en esas condiciones lo que lleva a Freud a postular la compulsión a cer, cuando la trasferencia se concibe como un impulso tanático contra el
la repetición como un principio y el instinto de muerte com o un factor cual el yo, al servicio del placer, moviliza el instinto de vida para repri­
pulsional de la misma clase que el eros. La repetición, como principio, m irlo. Muchos analistas, si no todos, se han preocupado desde entonces
re-define la trasferencia como una necesidad de repetir. por resolver este dilema de si la trasferencia es lo resistido o la resistencia.
Si la trasferencia implica una tendencia a repetir adscripta al instinto de Yo creo que esta alternativa quedó resuelta sabiamente hace muchos
muerte, lo único que puede hacer el individuo es oponerse a través de una años por Anna Freud en el segundo capítulo de E l y o y los mecanismos de
resistencia a la trasferencia que, esa sí, estará movilizada por el princi­ defensa (1936). Allí se dice, salomónicamente, que la trasferencia es las
pio del placer, por la libido. La libido no explica ya la trasferencia sino la dos cosas, a saber, que hay trasferencia de impulsos y trasferencia de
resistencia a la trasferencia. Si com param os esta teoría con la de 1912 y defensas.3
1914, se ve que es diametralmente opuesta, porque antes la trasferencia De esta manera, Anna Freud estudia la trasferencia con el método
era lo resistido, un impulso libidinoso, y la defensa del yo se le oponía co­ estructural de la segunda tópica, gracias a lo cual se hace claro desde un
m o resistencia de trasferencia. La teoría de la trasferencia ha dado un gi­ principio, que tanto el ello como el yo pueden intervenir en el fenómeno
ro de 180 grados. trasferencial. El cambio teórico que propone Anna Freud es a mi juicio
P ara evaluar adecuadamente este cambio es menester no olvidar que sustancial y resuelve con tanta precisión y naturalidad el problema, que a
Freud toma el tema de la trasferencia como un ejemplo clínico que funda­ veces no se lo nota. La concepción de Anna Freud es más abarcativa y más
m enta su teoría de que existe un instinto de muerte cuyo atributo princi­ coherente que las anteriores: nos viene a decir que no sólo hay trasferencia
pal es la repetición; pero no hace de hecho una revisión de su teoría de la de impulsos positivos y negativos, de am or y de odio, de instintos y afec­
trasferencia. Y cuando se repasan los escritos de Freud posteriores a 1920 tos, sino también trasferencia de defensas. Mientras la trasferencia de im­
ninguno hay que parezca implicar esta m odificación. P or ejemplo, cuan­ pulsos o tendencias corresponde a irrupciones del ello y es sentida como
do habla del tratam iento psicoanalítico en las Nuevas conferencias de extraña a su personalidad (adulta) por el analizado, la trasferencia de de­
introducción al psicoanálisis (1933o), dice que en cuanto a la teoría de la fensas repite en la actualidad del análisis los viejos modelos infantiles del
curación no tiene nada que agregar a lo dicho en el año 1916 (AE, 22, funcionamiento del yo. Aquí la sana práctica analítica nos aconseja ir del yo
pág. 140). Tam poco en el Esquem a (1940a) m odifica la idea de la trasfe­ al ello, de la defensa al contenido. Es esta, quizá, sigue Anna Freud, la labor
rencia como algo que está dentro del principio del placer. Es diferente la más difícil y a la vez njás fructífera del análisis, porque el analizado no per­
actitud de Freud en otras áreas de su investigación, como por ejemplo el cibe este segundo tipo de trasferencia como un cuerpo extraño. No resulta
m asoquism o.2 fácil convencer al analizado del carácter repetitivo y extempóraneo de estas
Si aceptamos realmente la hipótesis de que la trasferencia está ads­ reacciones, justamente porque son egosintónicas.
cripta al instinto de m uerte, entonces toda la teoría del tratam iento analí­
tico requiere una profunda revisión.
De hecho, esta revisión no se ha efectuado porque, a mi entender, con
el correr del tiem po, ni Freud ni sus continuadores pusieron nunca la teo­ 5. El aporte de Lagache
ría de la trasferencia bajo la égida del instinto de muerte.
El otro problema que deja planteado Freud en 1920 es, como dijimos
hace un momento, el de la naturaleza de la repetición trasferencial. Antes
lie 1920 (y seguramente también después), la repetición es para Freud só-

1 En «Pegan a un niño» (1919e) el m asoquismo es secundario; en «El problem a econó­ 5 A nna Freud distingue un tercer tipo de trasferencia, la actuación (acting out) en Is
mico del masoquismo» (1924c) es prim ario (instinto de muerte). irm ferencia, que nos ocupará m ás adelante.
lo un principio descriptivo, mientras que la dinámica de la trasferencia se El principio del que parte Lagache es claro, m uestra nítidamente lo
explica por las necesidades instintivas que buscan permanentem ente sa­ que él quiere decir cuando afirm a que se repite una necesidad y no que
tisfacción y descarga, según el principio del placer/displacer. En 1920 la hay una necesidad prim aria de repetir: se repite la necesidad de term inar
repetición se eleva a principio explicativo de la trasferencia, que pasa a la tarea, de cerrar la estructura. En la repetición trasferencial late siempre
ser ahora una instancia de la com pulsión a la repetición, que expresa al el deseo de completar algo que quedó incompleto, de cerrar una estructu­
enigmático, al m udo instinto de muerte. De estas dos tesis freudianas, ra que quedó abierta, de lograr una solución para lo que resultó in­
en realidad antitéticas, parte la lúcida reflexión de Lagache (1951, 1953). concluso. Tom ando el ejemplo más sencillo, un hom bre que repite su
Lagache resume y contrapone las dos postulaciones de Freud en un ele­ situación edipica directa lo hace no sólo con el deseo de poseer a su
gante aforismo: necesidad de la repetición y repetición de la necesidad. La­ madre, sino tam bién con la intención de encontrar una salida al dilema
gache no acepta que la repetición pueda erigirse como principio explicati­ que se le plantea entre el deseo incestuoso y la angustia de castración, sin
vo, como causa de la trasferencia; piensa, al contrario, que se repite por m encionar los impulsos a reparar, etcétera.
necesidad, y esa necesidad (deseo) es contrarrestada por el yo. El conflicto Apoyado en conceptos estructuralistas y guestálticos, Lagache tra­
es, entonces, entre el principio del placer y el principio de realidad. baja con el supuesto de que la mente opera en busca de ciertas integra­
La trasferencia es un fenómeno donde el principio del placer tiende a ciones, de ciertas experiencias que le faltan y que deben ser completadas
satisfacer el impulso que se repite; pero el yo, al servicio de la realidad, y asumidas. Destaquemos desde ya que estas ideas tienen una clara inser­
trata de inhibir ese proceso para evitar la angustia, para no recaer en la ción en las grandes teorías psicoanalíticas. Se hace evidente que la m adu­
situación traum ática. Es propio del funcionam iento yoico, sin embargo, rez consiste, desde este punto de vista, en trabajar con tolerancia a la
buscar la descarga de la pulsión y el placer, de modo que en cada repeti­ falta, a la frustración. A medida que es más m aduro, el hom bre adquiere
ción hay una nueva búsqueda: se repite una necesidad para encontrar instrumentos para aceptar la frustración cuando una tarea queda in­
una salida que satisfaga el principio del placer, sin por ello desconocer el completa y para finalizarla cuando la realidad lo haga posible.
principio de realidad. A hora bien, los problemas inconclusos que van a plantearse en la
Este punto de vista es el que apoya implícitamente A nna Freud en trasferencia son justam ente, por su índole, por su im portancia, los que,
1936 y el que a mi juicio adopta Freud cuando vuelve al tem a en Inhibi­ por definición, quedaron inconclusos en las etapas decisivas del de­
ción, síntom a y angustia (1926d). Su concepto de la trasferencia es el de sarrollo y necesitan una relación objetal para su cumplimiento.
antes, que se repiten necesidades. La trasferencia condiciona una de las A partir del efecto Zeigarnik, Lagache logra entender la trasferencia,
resistencias del yo, análoga a la resistencia de represión, m ientras que el más allá de sus contenidos, impulsos y manifestaciones, con una teoría
principio de la compulsión repetitiva queda integrado en la teoría como de la motivación y de las operaciones que cumple el individuo para dar
resistencia del ello. El ello opone una resistencia al cambio, que es inde­ por satisfecha la motivación, la necesidad. Resuelve así, con lucimiento,
pendiente de la trasferencia, de la resistencia de trasferencia. el dilema de la naturaleza de la repetición trasferencial, un aporte decisi­
vo a la teoría de la trasferencia, que es como decir al psicoanálisis.

6. El efecto Zeigarnik
7, Trasferencia y hábito
Lagache tom a como punto de apoyo de su razonam iento la psicología
del aprendizaje (o del hábito); y recurre a una prueba experimental para En la nueva etapa de su reflexión, Lagache hace ingresar la idea de
explicar la trasferencia, el efecto Zeigarnik. hábito para dar cuenta de los objetivos de la repetición trasferencial. La
En 1927 Zeigarnik hizo una experiencia muy interesante: tom ó indivi­ trasferencia debe inscribirse en una teoría psicológica más abarcativa,
duos, los puso a hacer una tarea y la interrum pió antes de llegar a su fin, lu del hábito: ¿qué es la repetición trasferencial sino el ejercicio de un h á­
Com probó que estas personas quedaban con una tendencia a tratar de bito que nos viene de antiguo, de nuestro pasado?
com pletarla. Otros dos psicólogos, Maslow y M itellman, aplicaron estol La trasferencia está vinculada a determinados hábitos, y siempre
resultados no sólo a la psicología experimental sino a la psicología gene­ enfrentam os una nueva experiencia con el bagaje de nuestros viejos hábi-
ral, y en esto apoya Lagache su explicación del origen de la trasferencia. los, con nuestras experiencias anteriores. Todo consiste en que utilice­
El soporte teórico que Lagache encuentra en la teoría del aprendizaje lo mos instrumentalmente aquellos hábitos para encontrar la solución del
obtiene tam bién de la teoría de la estructura, ya que el efecto Zeigarnik pioblem a que se nos plantea, o no.
es, en últim a instancia, una aplicación de la ley de la buena form a de Ifi Para reform ular la teoría de la trasferencia a partir de los hábitos,
psicología de la Gestalt. I agache se ve llevado a abandonar, y al parecer sin pena, la clasificación
de la trasferencia en positiva y negativa según su contenido de pulsiones sitiva no se hace una referencia a su valor para el tratam iento. Es L a­
o afectos; y, remitiéndose a la teoría del aprendizaje, nos dice que la tras­ gache el que la hace.
ferencia positiva supone la utilización efectiva о positiva de hábitos anti­ Lagache propone entonces que, en lugar de una clasificación en tér­
guos para aprender y la trasferencia negativa consiste en la interferencia minos de emociones, de afectos, se clasifique la trasferencia en términos
de un hábito antiguo con el aprendizaje. de efectos y que se hable, como en la teoría del aprendizaje, de trasferen­
No vaya a pensarse que lo que Lagache propone es un mero cambio cia positiva cuando un hábito antiguo favorece el aprendizaje y de trasfe­
de nom enclatura en la clasificación de la trasferencia. La verdad es que rencia negativa si lo interfiere. En términos de la teoría del aprendizaje se
este autor nos plantea un cambio conceptual, un cambio en nuestra mane­ habla también de facilitación e interferencia.
ra de pensar, y él lo sabe muy bien. Quiero anticipar desde ya que, en lo Una vez afirm ado en su teoría, Lagache puede asimilar la trasferencia
que sigue, no estaré en absoluto de acuerdo con Lagache. negativa a la resistencia, mientras que la trasferencia positiva es la que
La clasificación de la trasferencia en positiva y negativa, dice L a­ facilita el desarrollo del análisis.
gache, debe ser abandonada por varios m otivos. En prim er lugar, la tras­ Lo que el análisis le propone al paciente, prosigue Lagache, es el hábito
ferencia nunca es positiva o negativa sino siempre m ixta, ambivalente; y de la libre asociación. En última instancia, lo que tiene que aprender el pa­
hoy sabemos, por otra parte, que no se trasfíeren sólo sentimientos de ciente en el análisis es a asociar libremente, capacidad que implica al fin y a
am or y odio sino tam bién envidia, adm iración y gratitud, curiosidad, la postre la curación. Entonces, propone Lagache, llamemos trasferencia
desprecio y aprecio, toda la gama de los sentimientos hum anos. Así pues positiva a la de aquellos hábitos del pasado que facilitan la libre aso­
resulta un poco m aniqueísta y esquemático esto de hablar de trasferencia ciación, como la confianza; y trasferencia negativa a los que la interfieren.
positiva y negativa. Esta objeción, sin em bargo, no es decisiva, ya que, La propuesta de Lagache es, pues, clasificar la trasferencia en fun­
más allá de la ambivalencia y de la variedad de sentimientos, la teoría de ción de su finalidad y no de su contenido. Así, Lagache logra, por cierto,
los instintos solamente reconoce dos pulsiones: am or y odio, eros y tá- incluir la trasferencia en la teoría del aprendizaje pero no resuelve, me pare­
natos. ce, los problemas de la teoría psicoanalítica que en este punto enfrenta.
O tra objeción de Lagache es la de que clasificar la trasferencia en ne­ En cuanto explicamos la trasferencia positiva como los aprendizajes
gativa y positiva implica siempre deslizarse hacia algún tipo de axiolo- del pasado que nos permiten cumplir con la libre asociación, estamos
gía. Aparte de que no conviene hacer juicios de valor sobre lo que pasa hablando de un proceso que se ajusta a la situación real y, por tanto, no
en el tratam iento, en realidad ese valor es siempre muy discutible, porque es ya trasferencia. De esta forma, el concepto de trasferencia positiva
la trasferencia negativa no es negativa ni la trasferencia positiva es positi­ queda en el aire, resulta anulado, superpuesto totalmente a la actitud ra ­
va en cuanto a los fines de la cura. Tam poco esta crítica de Lagache me cional del paciente ante el análisis como tarea.
parece consistente. Es cierto que los términos positivo y negativo (¡que El concepto de trasferencia negativa también sufre, en cuanto queda
él, al fin y al cabo, no remplaza!) se prestan a ser utilizados como juicios totalmente atado al de resistencia —aunque la resistencia, como todos
de valor; pero esto es sólo una desviación de la teoría y ya sabemos que sabemos, tiene tam bién un lugar legítimo en el tratam iento— . El juicio
cualquier teoría puede ser desvirtuada con fines ideológicos. P ara evitar de valor que se evitó para las pulsiones se aplica ahora a las operaciones
este riesgo, la clasificación de Lagache lleva el problem a del valor a la yoicas. Se vuelve al criterio de Freud (1912) de 4 ue la trasferencia se ali­
teoría misma: es ahora el analista quien califica a la respuesta del pacien­ menta en la resistencia. Lagache dice, concretamente, que la trasferencia
te como positiva o negativa, según cuadre con sus expectativas. negativa implica una interferencia asociativa en el proceso de aprendiza­
La clasificación de la trasferencia en negativa y positiva según los je, por cuanto resulta un com portam iento inadecuado que no cumple
contenidos es sin duda muy esquemática, porque las pulsiones o afectos con la asociación libre. Esto vale tanto como decir simplemente que el
que se trasfieren no son nunca puros. El mismo Freud lo señala en paciente tiene resistencias.
«Sobre la dinámica de la trasferencia» y afirm a que a la trasferencia se Por otra parte, como queda dicho, la repetición de hábitos antiguos
aplica ajustadam ente el térm ino ambivalencia recién creado por Bleuler, que se ajustan a la situación real y actual, por definición, no es ya trasfe­
Esta clasificación, por otra parte, es puramente observacional, no diná­ rencia, y es preferible llamarlo experiencia. Un hábito antiguo que nos per­
mica, pero de todos modos es útil, nos orienta; y además se refiere al pa- mite un buen ajuste a la realidad actual es un nuevo desarrollo donde no se
cíente. La de Lagache, en cambio, se refiere al analista; y justam ente ese repiten las pautas del pasado, sino que se las aplica; no se retoma algo in­
es el problem a. Es obvio que, como dice Lagache, la trasferencia negati­ terrumpido, para decirlo desde el punto de vista del efecto Zeigarnik. Si
va del paciente, es decir la hostilidad, puede ser muy útil a los fines del deseamos seguir explicando la trasferencia por el efecto Zeigarnik, tal co­
tratam iento, del mismo m odo que una trasferencia positiva erótica inten* mo nos lo enseñó Lagache, entonces veremos que no es aplicable a lo que
sa es siempre perniciosa. Acá la crítica de Lagache, sin em bargo, suens Lagache propone llamar trasferencia positiva, ya que por definición no
como una petición de principios: cuando se habla de una trasferencia po* hay allí una tarea del pasado que quedó incompleta.
La clasificación de Lagache falla, a mi juicio, porque no distìngue flotando insatisfecha tiende a la introversión, a cargar las imagos incon­
entre trasferencia y experiencia. Es por esto que, cuando definí la trasfe­ cientes para obtener una satisfacción que la realidad no da. Esto es lo que
rencia, la contrasté con la experiencia, en donde el pasado sirve para se llama conflicto actual, siempre vinculado a una situación de privación,
comprender la nueva situación y no para equivocarla. P or definición, só­ que a su vez depende del conflicto infantil, porque cuanto más fijada esté
lo llamamos trasferencia a una experiencia del pasado que está interfi­ la libido a los objetos arcaicos, más expuesto va a estar uno a la frustra­
riendo la com prensión del presente. Los recuerdos son nuestro tesoro, ción. En otras palabras, cuanto más intenso es ese proceso de introver­
lejos de interferir nos ayudan, nos hacen más ricos en experiencia y más sión de la libido, más disponibilidad para trasferencia tiene el individuo;
sabios. La experiencia supone tener recuerdos y saber utilizarlos. y, por el contrario, cuanto mayor sea la cantidad de libido que no sufre
En resumen, a partir de una clasificación que, repitámoslo, importa un ese proceso, m ayor posibilidad de adaptación real tendrá aquel en las
intento de integrar la trasferencia en la teoría del aprendizaje, Lagache relaciones eróticas.
tiene que m odificar el concepto de trasferencia incorporándole el de
adaptación racional a la nueva experiencia, con lo que incurre en una
contradicción, y hasta se desdice de sus aportes más valiosos. La libido a disposición del yo es la que permite enfrentar la situación
actual con un bagaje de experiencia que hace posible acceder a la reali­
dad. En esto es decisivo, para mí, la realidad de la tarea, que surge del
contrato —o del pacto inicial, como decía Freud— . Lo que me dicta la
8. Trasferencia, realidad y experiencia razón (y la realidad) es que esa mujer que está sentada detrás de mí trata
de resolver mis problemas y ayudarm e; por tanto, yo tengo que cooperar
Hemos partido en este capítulo del concepto de repetición para expli­ con ella en todo lo que pueda. Mi relación con mi analista, si yo estoy en­
car la trasferencia y creo llegado el momento de estudiarlo en función de cuadrado en la realidad, no puede ser otra que la realidad del tratam ien­
la realidad y la experiencia. Estas relaciones son, desde luego, complejas, to. En cuanto mi libido infantil insatisfecha pretende aplicarse a esta
pero podemos intentar explicarlas tom ando como punto de partida la m ujer, ya estoy desbarrando. Ahí me falla el juicio de realidad. La tarea
idea de los clisés y las series complementarias de Freud. es, entonces, a mi juicio, lo que nos guía para pensar la realidad, el ancla
La libido, dice Freud, tiene dos partes: la conciente, que está a dispo­ que a ella nos am arra; y todo lo que no esté vinculado a la tarea puede
sición del yo para ser satisfecha en la realidad, y la que no es conciente, considerarse, por definición, trasferencia, ya que se da en un contexto
porque está fijada a objetos arcaicos. Del balance de estos dos factores que no es el adecuado.
depende la prim era serie complementaria, la (pre)disposición por fija­ De esta manera, al establecer un vínculo entre la tarea (o el contrato) y
ción de la libido, que configura el conflicto infantil. La segunda serie los objetivos que se buscan, se puede comprender la relación entre trasfe­
complementaria depende de la prim era, como disposición, y de la priva­ rencia, realidad y experiencia. Lo que da sentido y realidad a mis objetivos
ción (conflicto actual). C uando sobreviene el conflicto actual, que y a mis sentimientos es que están enderezados a cumplir la tarea propuesta.
siempre se puede reducir en este esquema a una privación, una parte de la El ajuste con la realidad que aquí se señala pertenece al individuo, al suje­
libido que estaba aplicada a un objeto de la realidad (sea este el cónyuge, to, La realidad es, entonces, subjetiva, pertenece al analizado y no puede
el trabajo o el estudio) tiene que aplicarse a otro objeto y, si esto falla, ser definida desde afuera, es decir desde el analista, sin que incurramos en
emprende el camino regresivo. Este es el fenómeno al que Jung llamó un abuso de autoridad, como muy bien precisa Szasz (1963).
introversión de la libido.
Sobre la base de este esquema, yo creo que la porción de libido que
busca en la realidad sus canales de satisfacción tiene que ver con la expe­
riencia y no con la trasferencia. Esta idea se aplica a todos los aconteci­
mientos humanos no menos que al encuentro erótico, donde siempre
intervienen elementos de la experiencia. ¿Cóm o va uno a conquistar y có­
mo va a relacionarse con su pareja si no es sobre la base de las experien­
cias pasadas? En la medida en que estas experiencias operen como<
recuerdos a disposición del yo y sean conciernes tendremos más posibili­
dades de operar en form a realista. La otra parte de la libido, ligada a las
imagos inconcientes, está siempre por definición insatisfecha, y busca
descargarse sin tener en cuenta los elementos de la realidad.
Cuando la situación actual crea una privación, esa libido que quedü
10. La dialéctica de la trasferencia según Lacan predisposición a la trasferencia a la vez que una posibilidad de realiza­
ción, es decir que los dos elementos intervienen. Esta solución, sin em­
bargo, evita más que resuelve el problema. No hay duda que hay una se­
rie com plem entaria entre la situación que ofrece el encuadre analítico y la
predisposición que trae el paciente; pero el verdadero problema está en
ver cuál de estos elementos es el decisivo. Yo digo, por ejemplo, que de
no existir el complejo de Edipo el setting analítico no despertaría nunca
el am or de trasferencia sino, en todo caso, un am or como cualquier otro:
lo decisivo es el complejo de Edipo del paciente ; 1 y más aún, el encuadre
está planeado para que pueda surgir la trasferencia sin ser perturbada, y
1. Recopilación
no al revés.
En cuanto al segundo tema, la naturaleza de la repetición, debemos a
Para hacer una síntesis de lo hasta aquí estudiado, podría decir que,
Lagache el estudio más sesudo, verdadero modelo de investigación clínica.
cuando se lo considera a nivel teórico, el tema de la trasferencia plantea
Que la trasferencia es un fenómeno repetitivo nadie lo duda, tal vez
dos interrogantes fundamentales, alrededor de los cuales giran todos los
con la sola excepción de Lacan en 1964; pero de lo que se trata es saber
estudios: 1) la espontaneidad del fenómeno trasferencial o, como también
cómo juega en ella la repetición. Aquí la posición de Freud es ambigua:
se dice, en qué grado lo determina la situación analitica, y 2) la naturaleza
cambia y vuelve a cambiar desde «Sobre la dinámica de la trasferencia»
de la repetición trasferencial. Sin perjuicio de que tal vez haya otros, son
(19126) al tercer capítulo de Más allá del principio de placer (1920g); y
estos, sin duda, dos puntos esenciales. Miller (1979) afirma que la trasfe­
puede agregarse todavía, con buenas razones, que también cambia en
rencia queda enlazada a tres temas fundamentales: la repetición, la resis­
1926, cuando en Inhibición, síntoma y angustia, refiere la idea de repeti­
tencia y la sugestión, enfoque que coincide con el que recién se ha expre­
sado. ción a un impulso del ello, que conceptúa com o resistencia, mientras que
De la espontaneidad del fenómeno trasferencial hemos hablado sufi­ la trasferencia opera como un factor que promueve una específica defen­
cientemente y señalamos que Freud tiene aquí una posición muy clara: sa del yo, la resistencia de trasferencia, que queda hom ologada a la resis­
no se cansa de insistir en que la trasferencia no depende del análisis, que tencia de represión. Es difícil decidir si esta posición de Freud vuelve a su
el análisis la detecta pero no la crea, etcétera. Esta opinión se registra idea anterior o implica un tercer momento en la marcha de su investiga­
desde el epílogo de «D ora» hasta el Esquema del psicoanálisis. ción, como yo me inclino a pensar. Las llamadas resistencias del yo en la
Algunos autores han señalado, y no sin cierta razón, que cuando clasificación de 1926 coinciden con la prim era explicación de 1912, es de­
Freud habla en 1915 del am or de trasferencia afirm a que es un fenómeno cir con la teoría de que la trasferencia aparece como respuesta a la activi­
provocado por el tratam iento, y así trata de demostrárselo a la analizada; dad del analista que se opone a la introversión de la libido; la resistencia
pero yo creo que esto no contradice lo anterior. Porque lo que quiere de­ del ello incluye, a la vez que circunscribe, el principio de la repetición se­
cir Freud es que las condiciones del tratam iento hacen que este proceso gún se concibe en 1920. Sea cual fuere nuestra posición al respecto,
(que pertenece a la enfermedad) se haga posible: el tratam iento lo desen­ quedan en pie las dos alternativas de Freud: una, que la trasferencia está al
cadena pero no lo crea. Tanto es así, que la participación del analista servicio del principio, del placer, y consiguientemente del principio de la
tiene el claro nom bre de seducción contratrasferencial, para denunciar su realidad; otra, que la trasferencia expresa el impulso de repetición del ello
incuria. que el yo intenta impedir en cuanto es un fenómeno siempre doloroso.
En cuanto a la posición contraria, el trabajo más lúcido es, sin duda, Esto ya lo discutimos ampliamente, y sólo podríam os decir, no para
el de Ida Macalpine, de 1950. Es, tam bién, el más extremo, en cuanto cerrar la discusión sino para recordar los elementos de juicio de que dis­
sostiene que el fenómeno trasferencial es una respuesta a las constantes ponemos, que la idea de Más allá del principio de placer no es la que
del encuadre, y lo define como una form a especial de adaptación, por vía Freud utiliza en general después de 1920 cuando se refiere a la trasferen­
regresiva, a las condiciones de privación sensorial, frustración y asi­ cia. Así, Freud cambia drásticamente, por ejemplo, su concepción del
metría de la situación analítica. No es el momento de discutir este punto masoquismo después de ese año, pero no hace lo mismo con la trasferen­
de vista, que nos ocupará más adelante; pero diré que los elementos que cia. De todos modos, hay aquí un punto im portante de controversia y es­
propone Ida Macalpine son para mí harto discutibles, como trato de de­ ta controversia, como veíamos en el capítulo anterior, quien mejor la ha
m ostrar en mi trabajo «Regresión y encuadre» (1979), incorporado a este
libro como capítulo 40. 1 No tengo aquí en cuenta la contratrasferencia por razones de método y de simplicidad.
Lagache y otros autores, como por ejemplo Liberman (1976a), adop­ Que el analista participe con sus propios conflictos edípieos no cam bia la naturaleza del fe­
tan una posición contem porizadora y ecléctica, diciendo que hay una nòmeno, aunque lo complique.
desarrollo dialéctico en el que se van dando determ inadas tesis y antíte­
planteado es sin duda Lagache (1951), con ese prieto apotegma de necesi­
sis; y afirm a que este hecho no es casual ni es tam poco producto de una
dad de la repetición versus repetición de la necesidad.
necesidad metodológica: responde a la estructura misma del caso (y de
Com o el lector recordará, Lagache se inclina decididamente por la re­
todos los casos).
petición de la necesidad, en cuanto apoya toda su explicación en el efecto
La primera tesis que presenta D ora, como todos sabemos, es el grave
Zeigarnik de que cuando hay una necesidad tiene tendencia a repetirse. Si
problem a que para ella significan las relaciones ilegitimas de su padre
se entiende, en cambio, que la trasferencia está al servicio del instinto de
con la Sra. K. Esta relación existe, es visible, es incontrovertible; y lo
muerte, entonces por fuerza se concluye que hay una necesidad de repetir.
que más le preocupa a ella, a Dora, porque la afecta directamente, es
P ara valorar el juicio de Freud sobre la trasferencia en este punto, va­
que, justam ente para encubrir esa relación, el padre hace caso omiso de
le la pena tener en cuenta que los conceptos de 1920 no se refieren pro­
los avances con que el Sr. K. la asedia. D ora se siente así m anejada por
piam ente a la trasferencia. Como los sueños de la neurosis traum ática y
una situación que le es ajena. Freud opera aquí la primera inversión
el juego de los niños, Freud la utiliza para fundam entar clínicamente la
dialéctica, cuando le pide a D ora que vea cuál es su participación en esos
idea de un instinto de muerte; pero no se propone en ningún momento re­
acontecimientos, con lo que revierte el proceso: Dora propone una tesis
visar su teoría de la trasferencia.
(yo soy juguete de las circunstancias) y Freud le propone la antítesis de
De todos modos, Lagache está decididamente a favor del primer
que ella no es pasiva como pretende. Esta prim era inversión dialéctica
Freud (del prim ero y el último, diría yo), en cuanto entiende que la tras­
confronta a D ora con una nueva verdad.
ferencia, bajo la égida del principio del placer, trata de repetir una si­
tuación para encontrarle un m ejor desenlace. En este intento se apoya, al D ora, entonces, tiene que reconocer que ella participa en todo eso y
que se beneficia, por ejemplo, con los regalos del Sr. К. y con los de su
fin y al cabo, la posibilidad de un tratam iento psicoanalítico.
padre, que la situación de ella con el Sr. K. no se denuncia por las mismas
razones, etcétera. Aparece entonces como actora y no com o víctima.
En este m om ento Dora estalla súbitamente en celos con respecto a su
2. La dialéctica del proceso analitico padre, y esta es la segunda situación que ella plantea, su segunda tesis:
¿cómo no voy a tener celos yo en estas circunstancias? ¿Qué hija que
quiere a su m adre podría no tenerlos? Freud, sin em bargo, tam poco se
Lagache presentó su valioso trabajo en el Congreso de Psicoanálisis
de las Lenguas Rom ances en 1951; y ahí Lacan expuso sus ideas sobre la deja engañar, y nuevamente revierte el argumento operando la segunda
inversión dialéctica. Le dice que no cree que sus razones sean suficientes
trasferencia. En principio, refrenda a Lagache y, a partir de allí, de­
sarrolla sus puntos de vista .2 para justificar sus celos, por cuanto la situación ya le era conocida; sus
celos deben responder a otras causas, a su conflicto de rivalidad con la
La idea de la. cual parte Lacan es la de que el proceso analítico es esen­
Sra. K., no tanto como am ante del padre sino como mujer del Sr. K.,
cialmente dialéctico (y quiero aclarar que se refiere a la dialéctica hege­
liana). El análisis debe ser entendido como un proceso en que tesis y antí­ que es quien a ella le interesa. «La segunda inversión dialéctica, que
tesis conducen a u na nueva síntesis, que reabre el proceso. Freud opera con la observación de que no es aquí el objeto pretendido de
El paciente ofrece la tesis con su m aterial; y'nosotros, frente a ese m a­ los celos el que da su verdadero motivo, sino que enmascara un interés
terial, tenemos que operar una inversión dialéctica proponiendo una an­ hacia la persona del, sujeto-rival, interés cuya naturaleza mucho menos
títesis que enfrente al analizado con la verdad que está rehuyendo —que asimilable al discurso común no puede expresarse en él sino bajo esa for­
sería lo latente— . Esto lleva el proceso a un nuevo desarrollo de la ver­ ma invertida» (Lectura estructuralista de Freud, pág. 42). De donde sur­
dad y al paciente a una nueva tesis. ge, entonces, un nuevo desarrollo de la verdad, la atracción de D ora por
En la m edida en que este proceso se desenvuelve, la trasferencia no la Sra. K.
aparece ni tiene por qué aparecer. Este es, a mi juicio, el punto clave, la En cuanto al segundo desarrollo de la verdad, que surge de los celos
tesis fundamenta] de Lacan: el fenómeno trasferencial surge cuando, por de Dora por las relaciones del padre con la Sra. K., Freud propone en
algún motivo, se interrum pe el proceso dialéctico. verdad dos explicaciones: 1) enamoram iento edipico del padre y 2) ena­
P ara ilustrar esta teoría, Lacan tom a el análisis de «D ora», donde es­ m oram iento de K, Dora manifiesta sus celos pretendiendo que está celo­
te movimiento se ve claramente. Dice Lacan que nadie ha señalado, y es sa del padre como hija; pero la segunda inversión dialéctica de Freud
llamativo, que Freud (1905a) expone el caso «D ora» realmente como un tiene en realidad las dos antítesis que acabo de enumerar. Freud le
muestra a Dora, en primer lugar, que sus celos del padre son eróticos,
identificada con las dos mujeres del padre (la m adre de D ora y la Sra.
2 Otro trabajo de Lacan sobre el lema, también de los Ecrits, es «L a dirección de la cura K.). En segundo lugar, que ella está enam orada de К. y que si ha reforza­
y los principios de su poder», presentado al C oloquio Internacional de R oyaum ont de 1958, do el vínculo filial con el padre es para reprimir su am or por K ., su tem or
donde se m antiene lo dicho en 1951.
a no resistir sus galanteos. Como surge claramente de la interpretación rencìa tom a su sentido del m om ento dialéctico en que se produce y que
del primer sueño y de lo que Freud dice en el capítulo primero (AE, 7, expresa comúnmente un error del analista (ibid.). Freud piensa, más
pág. 52), el am or infantil por el padre se había reactivado para reprimir bien, que debería haberle dado a D ora una interpretación trasferencial
el am or por K. . concreta, esto es, que ella le im putaba las mismas intenciones que K. Esta
Le faltó operar a Freud una tercera inversión dialéctica, que hubiera interpretación trasferencial no es del agrado de Lacan, ya que D ora la
llevado a D ora desde el amor del Sr. K. al vínculo homosexual con la habría acogido con su habitual escepticismo (desmentida); pero, por la
Sra. K. «oposición misma que habría engendrado habría orientado probable­
De esta form a queda claro que Lacan busca una rectificación del su­ mente a Dora, a pesar de Freud, en Ja dirección favorable: la que la
jeto con lo real, que se da como una inversión dialéctica. Este procedi­ habría conducido al objeto de su interés real» (ibid.). No es, pues, una
miento muestra que la paciente, Dora en este caso, no está desadaptada, interpretación «trasferencial» lo que pone en m archa el análisis, sino la
como diría H artm ann (1939), sino, por lo contrario, demasiado bien reversión dialéctica del proceso, que, en este punto concreto, llevaría a
adaptada a una realidad que ella misma contribuye a falsificar. Dora a tom ar contacto con su am or por la Sra. K.
La ceguera de Freud está vinculada con su contratrasferencia, que no
le permite aceptar que Dora no lo quiera a él como hombre. Identificado
con el Sr. K., trata de convencer a D ora de que K. (que es él mismo) la
3. Trasferencia y contratrasferencia quiere bien y, al mismo tiem po, intenta despertar el am or de Dora por K.
( = Freud), cuando en ese m om ento la libido de D ora es básicamente ho­
Si Freud no pudo cumplir este tercer paso es, para Lacan, porque su mosexual. El enganche surge, pues, por un problem a de contratrasferen­
contratrasferencia lo traiciona. cia: la imposibilidad de Freud de aceptarse como excluido. En la medida
Es bien cierto que en el epílogo, en una nota al pie (AE, 7, pág. en que el problem a contratrasferencial lo ciega, Freud queda atrapado y
104-5), Freud dice concretamente que falló porque no fue capaz de el proceso se corta.
comprender la situación homosexual de Dora con la Sra. К ., y hasta Puesto que esta situación tiene para Lacan validez universal, se sigue
agrega que, mientras no descubrió la im portancia de la homosexualidad que la trasferencia resulta ser el correlato de la contratrasferencia. Si
en las psiconeurosis, no pudo nunca comprenderlas cabalmente. Sea por Freud no hubiera estado cegado en este punto por su contratrasferencia,
lo que fuere, Freud de hecho no llegó a operar esta tercera inversión habría podido mantenerse al margen de esos avalares, enfrentando a Do­
dialéctica; tendría que haberle dicho a Dora que, detrás de sus celos por ra con sus sentimientos homosexuales. Es a partir del analista, entonces,
el Sr. K. estaba su am or por la m ujer. De haberlo hecho, Dora se hubiera que se produce el estancamiento del proceso y aparece la trasferencia co­
visto confrontada con la verdad de su homosexualidad, y el caso se mo un enganche por el cual el analista queda incluido en la situación. P a­
habría resuelto. En lugar de hacer esto, dice Lacan, Freud trata de hacer ra que esto no le pase, el analista debe devolver al analizado sus senti­
conciente a Dora de su am or por K. y, por otra parte, también insiste en mientos a través de una reversión dialéctica. O tal vez sería mejor decir,
que el Sr. K. podría estar enam orado de ella. Ahí Freud se engancha en la al revés, que si el analista no sucumbe a su contratrasferencia, podrá
trasferencia y no hace la reversión del proceso. oponer la antítesis que corresponda.
Si Freud se coloca en el lugar del Sr. K., sigue Lacan, es porque un fe­ Según este punto de vista, Lacan describe la trasferencia como el m o­
nómeno de contratrasferencia le impide aceptar que no es a él, identifica­ mento de un fracaso en el contexto de las relaciones dialécticas de la cu­
do con K., sino a la Sra. K. a quien Dora ama: «Freud en razón de su ra: cuando falla el proceso dialéctico aparece la trasferencia como un en­
contratrasferencia vuelve demasiado constantemente sobre el am or que ganche, como un obstáculo.
el Sr. K. inspiraría a Dora», dice Lacan (pág. 45); y comenta acto se­ En el caso de D ora esto es patente, porque el mismo Freud reconoce
guido que es singular que Freud toma siempre las variadas respuestas de que su error fue no decirle a D ora que la pulsión inconciente más podero­
Dora como confirmación de lo que él le interpreta. sa en su vida mental era su am or homosexual por la Sra. K. Freud llegó
Dos páginas después señala Lacan: «Y el hecho de haberse puesto en a señalarle que era sorprendente que no le guardara rencor a quien a to­
juego en persona como sustituto del Sr. K. habría preservado a Freud de das luces la había acusado; pero no fue más allá.
insistir demasiado sobre el valor de las proposiciones de m atrim onio de
aquel» (ibid., pág. 47). De esta form a, Lacan abre el problema del valor
de la interpretación trasferencial en el proceso analítico. Es evidente que,
para Lacan, la interpretación trasferencial cumple una función que
podríamos llam ar higiénica, en cuanto preserva al analista pero «no re­
mite a ninguna propiedad misteriosa de la afectividad» (ibid.). La trasfe*
com o un paso genético, aunque sea claram ente una fase previa al Edipo,
sino como un intento de dar cuenta del narcisismo prim ario en términos
La tercera inversión dialéctica, dice Lacan, debería haber enfrentado a estructurales. El estadio del espejo implica una situación diàdica entre la
Dora con el misterio de su propio ser, de su sexo, de su feminidad. Ella ha m adre y el niño, donde este descubre su yo espejado en ella: es en su
permanecido fijada oralm ente a la m adre y en ese sentido expresa el esta­ reflejo en la m adre donde el sujeto descubre su yo, porque la prim era no­
dio del espejo, donde el sujeto reconoce su yo en el otro (Lacan. 1949. ción del yo proviene del otro (Lacan, 1949, 1953a).
1953o). D ora no puede aceptarse com o objeto de deseo del hombre. El yo es sustancialmente excéntrico, es una alteridad: el niño adquiere
La inversión dialéctica que Freud no operó hubiera llevado a D ora a la prim era noción de su yo al verse reflejado en la m adre, es decir en el
reconocer lo que la Sra. K. significaba para ella. Lacan insiste en que otro, porque la m adre es el otro, y este otro es un otro con minúscula;
cuando K. le dice a D ora en el lago que su m ujer no significaba nada para después va a aparecer el Otro con mayúscula, que es el padre de la si­
él rom pe torpem ente el hechizo de lo que él significa p ara D ora, el víncu­ tuación triangular.
lo con la m ujer. De ahi esa cachetada que ha pasado a la historia del psi­ Dentro de la relación con la m adre, que siempre es diàdica, se da un
coanálisis. Lacan m uestra acá, finamente, que la brusca reacción de Do­ nuevo desarrollo del estadio del espejo cuando aparecen los herm anos, y
ra tiene otro determ inante que los casi m anifiestos celos por la institutriz con ellos los celos primordiales y la agresividad. En esta situación,
de los chicos de los K., en cuanto expresa la ruptura de esa relación im a­ aunque hay fenomenològicamente tres, en realidad sigue habiendo dos,
ginaria que D ora m antiene con la Sra. K. a través de su m arido. Sin em­ porque la relación del niño con su herm ano se da en función del deseo de
bargo, la escena del lago y la cachetada que D ora propina a su seductor ocupar el lugar que él tiene al lado de la m adre, en cuanto es deseado o
no pueden explicarse, a mi juicio, sin tener en cuenta los celos heterose­ querido por ella.
xuales del com plejo de Edipo. El «parto» de D ora a los nueve meses de Sólo después de este segundo m om ento del estadio del espejo sobre­
esta escena fuerza el razonam iento de Lacan, que tiene que decir: «El viene, cuando aparece el padre, una ruptura fundamental de la relación
fantasm a latente de em barazo que seguirá a esta escena no es una obje­ diàdica. El padre irrum pe y corta ese vínculo imaginario y narcisista,
ción para nuestra interpretación: es notorio que se produce en las histéri­ obligando al niño a ubicarse en un tercer lugar, la clásica configuración
cas justam ente en función de su identificación viril» (pág. 46). H ago este del complejo de Edipo, que sujeta al niño al orden simbólico, es decir lo
com entario porque creo que la técnica lacaniana de la reversión dialécti­ hace sujeto arrancándolo de su m undo imaginario, haciéndole aceptar el
ca del material para «desengancharse»-de la trasferencia sólo puede sus­ falo com o significante que ordena la relación y la diferencia de los sexos.
tentarse en la idea de que hay siempre un sólo problem a a resolver y no Lacan entiende la relación de D ora con el Sr. K. como imaginaria, es
varios. Preud, en cambio, no duda de que la cachetada del lago fue un decir, diàdica: el Sr. K. es un herm ano con el cual ella tiene un problema
impulso de celosa venganza {AE, 7, pág. 93). de rivalidad (y de agresión) por la m am á, representada por la Sra. K. En
Si Freud hubiera enfrentado a D ora con su vínculo homosexual con este contexto, también el padre de D ora es para ella un herm ano rival.
la Sra. K., operando la tercera inversión dialéctica que Lacan le reclama, (El padre de D ora es débil y no sabe imponerse como tal.)
no se habría puesto en el lugar del Sr. K., víctima de su contratrasferen- En el estadio del espejo el niño, que obtiene su prim era identidad
cia, ni habría sentido la necesidad de hacer que Dora reconociera su reflejado en la madre, para mantener esa estructura diàdica y ser querido
am or p or el Sr. K., con quien él se identifica. en form a narcisista, se identifica con el deseo de ella. A hora bien, en la
Hay aquí, sin embargo, a mi juicio, una nueva simplificación de La- teoría freudiana, el deseo de la m adre, como el de toda m ujer, es tener
can: nada descarta que si Freud hubiera procedido com o se sugiere, Dora pene; y el chico se im agina (y esta palabra es em pleada en su sentido más
pudiera haberse sentido rechazada, identificando por ejemplo a su an a­ literal) como el pene que la m adre quiere tener. Es en este sentido que el
lista con un padre débil que la cede a la mamá. No se explica por qué La­ niño es el deseo del deseo, porque su único deseo es ser deseado por la
can, que es escéptico sobre la interpretación de la trasferencia, que Dora madre. En el estadio del espejo, pues, hay una relación imaginaria en la
habría acogido con su habitual desm entida, cree en cambio que su terce­ cual objeto y sujeto se espejan, son en el fondo iguales.
ra reversión dialéctica hubiera tenido m ejor destino. La relación imaginaria del niño con la m adre cuaja, pues, en una si­
tuación (narcisista) en que el pequeño se convierte en la parte fallante de
la m adre, en el pene que ella siempre ansió tener y siempre am ó, también
en forma narcisista. El niño es el deseo de ella, deseo del deseo, donde se
5. Breve reseña de algunas ideas de Lacan da la situación imaginaria de que el pequeño puede colmar el deseo (de
tener un pene) de la m adre. Es aquí, justam ente, donde el padre aparece
Dentro de las teorías lacanianas, com o es sabido, el estadio del espejo en el escenario y se configura la situación triangular.
es un momento fundante de la estructura del yo. No hay que entenderlo
7. Espejismo de la trasferencia

Lacan distingue en el complejo de Edipo tres etapas. En la prim era, el Hice esta breve reseña de algunas ideas de Lacan para com prender
padre está ubicado en la condición de un herm ano, con todos los proble­ m ejor sus fundam entos al discutir la técnica de Freud con D ora. Lacan
mas de rivalidad propios del estadio del espejo, es decir, es para el niño piensa que Freud podría haber solucionado la neurosis de D ora, y agrega
un rival más que pretende ocupar el lugar del deseo de la madre. H asta con fina ironía, ¡qué prestigio no habría ganado Freud de haber resuelto
este m om ento el pequeño vive en un m undo imaginario de identificación esta tercera situación dialéctica que presentaba Dora! Por una falla de
con la m adre, donde el padre no cuenta. contratrasferencia Freud comete un error y, en lugar de enfrentar a D ora
En la segunda etapa del Edipo, el padre opera la castración: separa al con su conflicto de homosexualidad con la Sra. K., trata de em pujarla
niño de la madre y le hace sentir que no es el pene de la m adre (y a la por el camino de la heterosexualidad hacia el Sr. K., con el cual ob­
m adre, que el hijo no es su pene). Aquí es donde el padre aparece funda­ viamente se ha identificado.
mentalmente como (superyó) castrador. Esta castración es absolutam en­ Uno de los supuestos teóricos de Lacan, que se desprende de la reseña
te necesaria para el desarrollo, según Lacan (y según todos los analistas). de sus teorías, es que la relación de D ora con la Sra. K. está signada por
Una vez que el padre ha consum ado la castración y ha im plantado su el estadio del espejo: fijación oral y homosexualidad vinculada a querer
Ley, una vez que ha puesto las cosas en su lugar separando al hijo de la ser el pene de la m adre. El Sr. K. es el rival de Dora en la posición de un
madre al rom per la fascinación especular que los unía, sobreviene la ter­ igual, de un herm ano. Y cuando Freud se identifica con el Sr. K. se colo­
cera etapa en la cual el padre es permisivo, es dador, y facilita al niño una ca en una situación imaginaria en todo el sentido de la palabra, porque es
identificación vinculada no ya al superyó, sino al ideal del yo: es el m o­ algo que Freud im agina pero que no es verdadero; y es im aginaria, tam ­
m ento en que el niño quiere ser como el padre. Cuando el hijo reconoce bién, en cuanto Freud empieza a reverberar an una relación diàdica, esto
que el padre tiene el falo y comprende que él no es el falo, quiere ser co­ es, de imágenes iguales, sin operar el corte simbólico que tendría que h a­
mo el padre (que, dicho sea de paso, tam poco es el falo deseado por la ber efectuado desde una posición de padre. Lo que debería haber hecho
m adre, porque el padre tiene el falo, pero no es el falo). Esto permite que Freud en ese m om ento es im poner la Ley del Padre y separar a D ora de
el niño pase de una situación en que su dilema es ser o no ser el falo (se­ la Sra. K.
gunda etapa), a otra, la tercera etapa, en la cual quiere tener un falo, pe­ Tal .como se acaba de conceptuar, el fenómeno de trasferencia es
ro no ya serlo.3 siempre una falla del analista, que se engancha en una situación imagina­
Este pasaje implica el acceso al orden simbólico, porque Lacan adm i­ ria. La situación de trasferencia en términos de tú y yo es algo desprovis­
te, como Freud (1923e, 1924d, 1925j), una etapa fálica, donde la alterna­ to de significado que no hace más que reproducir indefinidam ente la fas­
tiva fálico-castrado, esto es, la presencia o ausencia del falo, es lo que va cinación imaginaria. De aquí que Lacan deplore el excesivo énfasis del
a determ inar la diferencia de los sexos. En el momento en que se opera la psicoanálisis actual en el hic et nunc (aquí y ahora).
castración, el chico reconoce con dolor esta diferencia: él no es el falo, la En conclusión, la trasferencia no es real (en el sentido de la realidad
m adre no tiene falo, y sobre ese eje se establecen todas las diferencias con simbólica) sino algo que aparece cuando se estanca la dialéctica analítica.
el falo como símbolo, como expresión de una singularidad que lo erige en El arte y la ciencia del analista consisten en restablecer el orden simbóli­
prim er significante. co, sin dejarse capturar por la situación especular. Interpretar la trasfe­
Este cambio sustantivo y sustancial que ordena la relación entre los rencia, dice bellamente Lacan, «no es otra cosa que llenar con un espejis­
sexos, entre padre e hijos (y entre todos los hombres), surge del remplazo mo el vacío de ese punto m uerto» (pág. 47). Según esta opinión, y de
de un hecho empírico por un significante-, el pene como órgano anatóm i­ acuerdo con todo el razonam iento de Lacan, la interpretación trasferen­
co queda sustituido por el falo como símbolo. A esto llama Lacan, con cial no opera por sí misma; es un espejismo, algo que nos engaña doble­
propiedad, la metáfora paterna: en cuanto aparece como símbolo de las mente, porque nos m antiene en el plano imaginario del estadio del espejo
diferencias, el falo es una m etáfora, y esta m etáfora es la Ley del Padre, V porque no nos deja operar la inversión dialéctica que el m om ento hace
la ley que sujeta al individuo al orden simbólico obligándolo a aceptar la necesaria.
castración y el valor del falo como símbolo: el individuo se hace sujeto, se Esta opinión tan original como extrema se atenúa por el efecto, diría
sujeta a la cultura. yo, de artefacto que tiene para Lacan la interpretación trasferencial.
Reproduzco la cita anterior de la página 47 en forma más completa:
«¿Qué es entonces interpretar la trasferencia? No otra cosa que llenar
3 Isidoro Berenstein (1976) ha señalado muchas veces que el desenlace del com plejo de
con un espejismo el vacío de ese punto m uerto. Pero este espejismo es
Edipo implica que el hijo renuncia a ser el padre pero no a ser c o n o el padre, quien en IU Util, pues aunque engañoso, vuelve a lanzar el proceso». Compárese con
m om ento renunció a su m adre en lugar de casarse con ella. leí que dije antes sobre la interpretación trasferencial que Freud hubiera
querido dar a D ora (AE, 7, pág. 103), que (sólo) por oposición podría el orden simbólico» (pág. 311). Y agrega acto seguido que enfrentar al
haberla orientado en la dirección favorable. sujeto con la castración es específicamente una función paterna. Es de­
Es necesario recordar en este punto que, para Lacan, lo im aginario es cir, el analista siempre interviene para rom per el espejismo de la diada
siempre engañoso y, por otra parte, lo real es una estructura diferente de m adre-niño.
la realidad fáctica o empírica. Lacan llam a realidad, siguiendo a Hegel, a
la realidad que vemos a través de nuestra propia percepción estructura­
da. Así como la m áquina o la fábrica producen la trasform ación de la
energía, decía Hegel, también nosotros nunca vemos la realidad fáctica o 9. El manejo lacaniano de la trasferencia
empírica sino una realidad estructurada. A esta realidad se remite
siempre Lacan, a lo real que es racional. Las ideas de Lacan que acabam os de exponer se proyectan en su téc­
nica, que a mí me parece severa y rispida. Digamos para empezar que, así
como Lacan tom a el caso «D ora» para ilustrar su tesis de la trasferencia
como falla del analista, tam bién se la podría tom ar para m ostrar que el
8. Trasferencia e historicidad enfoque dialéctico de Lacan es insuficiente. Hay que tener en cuenta, por
de pronto, que Freud construye con D ora su teoría de la trasferencia, de
El análisis es, repitámoslo, un proceso dialéctico que investiga la his­ m odo que no es este caso, precisamente, el que más se presta para estu­
toria del paciente y donde la trasferencia surge en el m om ento en que el diar cóm o opera esta teoría en el tratam iento. Lo que piensa el mismo
analista deja de ofrecer la antítesis que corresponde. La trasferencia Freud es que falló porque no prestó suficiente atención a las primeras ad ­
queda así definida com o resistencia y más precisamente como resistencia vertencias y que la trasferencia lo tom ó de sorpresa {AE, 7, pág. 104), y
del analista. Lacan im agina un proceso analítico en el cual, idealmente, no que se dejó enganchar, com o afirm a Lacan. La única form a de desen­
podría no existir la trasferencia: si el analista entendiera todo, el proceso gancharse de la trasferencia es interpretarla desde el lugar del objeto que
seguiría su curso y la trasferencia no tendría por qué aparecer. el analista tiene asignado en el m om ento. La Dora que imagina Lacan
Lacan dice textualmente: «¿Qué es finalmente esa trasferencia de la posee, me parece, un grado muy alto de racionalidad para mantenerse en
que Freud dice en algún sitio que su trabajo se prosigue invisible detrás del la línea que él le propone.
progreso del tratamiento y cuyos efectos por lo demás “ escapan a la de­ La teoría de la trasferencia de Lacan tiene sin duda su soporte teórico
m ostración” ? ¿No puede aquí considerársela como una entidad totalmen­ en la diferencia entre lo imaginario y lo simbólico. En tanto la trasferencia
te relativa a la contratrasferencia definida como la suma de los prejuicios, es siempre un fenómeno imaginario, lo que tiene que hacer el analista es
de las pasiones, de las perplejidades, incluso de la insuficiente información romperlo, trasform ar la relación imaginaria en simbólica. Es de notar que
del analista en tal momento del proceso dialéctico?» (págs. 46-7). esta cura «quirúrgica», de corte; de ruptura, no depende del nivel que ha
A tenuando empero esta tajante opinión, su «Intervención» term ina alcanzado el proceso, sino enteramente del analista, hasta el punto de que
con estas palabras: «Creemos sin embargo que la trasferencia tiene no hacerlo es siempre un fenómeno de contratrasferencia. Desde este pun­
siempre el mismo sentido de indicar los m om entos de errancia y tam bién to de vista el concepto de holding (W innicott, 1958) no cuenta, ni parece
de orientación del analista, el mismo valor para volvernos a llam ar al o r­ tampoco escucharse la voz de Freud, que una y otra vez nos aconseja no
den de nuestro papel: un no actuar positivo con vistas a la ortodram ati- interpretar antes de que se haya creado un rapport suficiente.
zación de la subjetividad del paciente». Lacan insiste en la idea de ruptura y esta idea (este significante, diría
Lacan insiste m ucho en este tem a. En su artículo de 1958, por él) debe reconocerse com o una imagen plástica de su concepción técnica.
ejemplo, Lacan dice que la resistencia parte del analista, en cuanto es Así lo plantea también Baranger en el trabajo ya citado, una de cuyas
siempre este quien obstruye el proceso dialéctico. Lo que le interesa a La­ conclusiones es que el Edipo tem prano de Melanie Klein ha llevado «a
can es reconstruir la vida del paciente como historicidad; y este proceso considerar la situación analítica como el marco de maternaje en el cual se
queda interferido cada vez que la trasferencia cambia el pasado en ac­ despliegan relaciones duales y no triádicas» (1976, pág. 314), La teoría
tualidad. La consecuencia técnica es, pues, que en este proceso dialéctica continente-contenido de Bion (1962b), sin embargo, se introduce como
de reconstrucción, el analista debe desengancharse de esa situación dual un factor de pensamiento, y no tiene por tanto una referencia especular.
o im aginaría, y para esto opera siempre concretamente como padre, Hn su discurso de Rom a de 1953, Lacan distingue la palabra vacía y la
Willy Baranger (1976) señala en su trabajo sobre el complejo de Edipo pnlnbra (tena. Allí donde la resistencia se hace máxima frente al acceso
que «la función específica del analista nos parece ubicarse en un registro posible a la palabra reveladora, el discurso da un vuelco, un desvío hacia
esencialmente paterno (cualquiera sea el sexo efectivo, naturalm ente), ya ln palabra vacia, es decir, la palabra como mediación, como enganche en
que se sitúa en el límite mismo que separa y define el orden im aginario y Cl interlocutor. Este enganche con el otro (con minúscula) impide el acce­
so al Otro (con mayúscula). P o r esto dice Lacan que la resistencia es
siempre algo que se proyecta en el sistema yo-tú, el sistema imaginario. 11. La teoría del sujeto supuesto saber
En el momento en que se produce ese vuelco se asienta el soporte de la
trasferencia.
Si la resistencia cristaliza en el sistema especular yo-otro (con m inús­
cula), en cuanto el analista considera el yo del paciente como aliado (en el
sentido de la alianza terapéutica), cae en la tram pa especular en que se
encuentra el paciente mismo; queda encerrado en esa relación dual e im a­
ginaria. El enfoque actual de la técnica, opina Lacan, pierde de vista que
la resistencia es resistencia de algo a lo que el sujeto no quiere acceder,
y no resistencia del otro. De aquí la crítica de Lacan a la interpretación El pensamiento de Lacan es complejo y tiene vitalidad. No es por
preferente del hic et nunc de la trasferencia. La relación analítica no debe lo tanto extraño que cambie; y más todavía en un tem a como la tras­
concebirse como dual, como diàdica, sino como integrada por un tercer ferencia, que lo ocupó en muchas ocasiones a todo lo largo de su extensa
térm ino, el Otro (con mayúscula), que determ ina la historicidad simbóli­ obra.
ca. La trasferencia, en fin, es un espejismo del que el analista se tiene que Hasta aquí la trasferencia había quedado ubicada en la tópica de lo
desenganchar. imaginario, donde analista y paciente se espejan uno en el otro y quedan
Digamos, para term inar este punto, que la técnica que propone La- prisioneros de su fascinación narcisistica. Desde esta perspectiva el pro­
can parece sólo aplicable al caso neurótico, en cuanto da por sentado que ceso psicoanalítico sólo se va a constituir en el m om ento en que el analis­
es siempre posible el acceso al orden simbólico, es decir, que el analizado ta trasform e esa relación dual en simbólica, para lo cual es necesario que
está desde el principio en condiciones de abandonar el orden de lo imagi­ rom pa la relación diàdica y ocupe un tercer lugar, el lugar del código, el
nario y diferenciarse del objeto. lugar del gran Otro.

1, El sujeto supuesto saber


En Les quatre concepts fondam entaux de la psychanalyse (1964), el
libro 11 de sus seminarios, Lacan va a ofrecer una nueva hipótesis, que
asigna a la trasferencia un lugar en el orden simbólico. Esta propuesta,
a la que se conoce с о т о й teoría del sujeto supuesto saber (S.S.S.), tiene
como punto de partida una reflexión sobre el conocimiento y el orden
simbólico.
El punto de partida de la argumentación de Lacan es un estudio sobre
la función del analista. Una cosa es que el analista quede incluido en la re­
lación dual del estadio del espejo y otra muy distinta que ocupe el tercer
lugar que exige el orden simbólico.
A partir de esta diferencia, Lacan se plantea la cuestión de la posición
del analista en la situación analítica no menos que la posición del análisis
en la ciencia.
La función del analista es desaparecer en tanto que yo (moi) —dice
Miller (1979, pág. 23)— y no permitir que la relación imaginaria domine
Id situación analítica. El analista debe estar en el lugar del Otro. Miller
expresa esta concepción del proceso analítico con un esquema sencillo,
con una cruz en uno de cuyos ejes se inscribe la relación imaginaria y re­
ciproca del yo y el a (otro con minúscula) y en el otro eje están el sujeto y
el Kfan Otro.
que no hay en el sentido real un S.S.S. (pág. 125), y subraya a conti­
nuación que este proceso en que se evacua el S.S.S. al final del tratam ien­
to coincide con la pérdida del objeto, el duelo por el objeto tal com o lo
plantea Melanie Klein (1935, 1940).
Sujeto ■ -O tro En otras palabras, según la teoría del S.S.S., el analizado intenta de
entrada establecer una relación im aginaria con el analista, ya que al atri­
buirle el saber de lo que le pasa está asumiendo que el analista y él son
uno. Cuando el analista no se deja colocar en ese papel y le hace
yo com prender al analizado que el único que sabe lo que a él le pasa (cuál es
su deseo) es él mismo, se alcanza el nivel simbólico.
La ciencia supone separar lo simbólico de lo imaginario, el significan­ Esta idea no sólo es cierta sino que todos la aceptamos. El analizado
te de la imagen. El significante, dice Miller en la página 60 de su tercera nos atribuye un conocimiento de él que no tenemos, y nuestra tarea es
conferencia, puede existir independiente de un sujeto que se exprese por rectificar ese juicio, que proviene de una fascinación narcisista. Wínni-
su interm edio.' Sin embargo, cada vez que el progreso de la ciencia crea cott (1945, 1952) diría que tenemos que ir desilusionando al paciente,
una nueva invención significante nos sentimos llevados a pensar que esta­ hasta hacerle com prender que ese objeto que todo lo sabe no existe más
ba allí desde siempre y entonces la proyectamos en un sujeto supuesto sa­ que en su imaginación.
ber. Descartes hizo posible la ciencia porque puso a Dios como garante Como una prim era aproximación a esta teoria podemos decir que, al
de la verdad, con lo que pudo separarlo del conocimiento científico. La comienzo de la cura, el analizado supone que el analista posee el saber
ciencia se presenta, pues, como un discurso sin sujeto, como un discurso que le concierne y que, con el correr del tiem po, va abandonando esta su­
impersonal, el discurso del sujeto supuesto saber en persona (Miller, posición. Ya hemos dicho que el S.S.S. es la consecuencia inm ediata de
1979, pág. 66). que el analista introduzca la regla fundam ental en el m om ento de empe­
P ara Lacan «algo de Dios persiste en el discurso de la ciencia a partir zar el tratam iento. No debe deducirse de esto sin más, sin em bargo, que
de la función del S.S.S.», dice Miller (pág. 70), «porque es m uy difícil el S.S.S. surge de que el paciente le atribuye al analista la omnisciencia,
defenderse de la ilusión de que el saber inventado por el significante no un saber om nímodo que todo lo abarca y lo alcanza. Cuando se da este
existe desde siempre», que desde siempre estaba allí. fenómeno en estado puro estamos ya frente a la psicosis: el paciente cree
que el analista conoce sus pensamientos (paranoia) e inclusive los provo­
ca, como en el delirio transitivista de los esquizofrénicos. En estos casos
extremos la trasferencia funciona al máximo y el S.S.S. emerge en toda
2. El sujeto supuesto saber en la trasferencia su magnitud; y acotemos que, de esta form a, con o sin intención, viene
Lacan a definir con elegancia la psicosis de trasferencia.
Sobre la base de estas ideas se articula la nueva teoría de la trasferen­ En los otros casos, más comunes y menos graves, cuando el analista
cia de Lacan. Al introducir la regla de la asociación libre, el analista le di­ introduce la regla fundam ental y da con ello al paciente la garantía de
ce al paciente que todo lo que diga tendrá valor, tendrá sentido; y de este que todo lo que diga podrá ser interpretado, el analizado por lo general
m odo, a partir del dispositivo del tratam iento, el analista se trasform a se m uestra escéptico y teme más bien poder engañar al analista. Lacan
para el paciente en el sujeto supuesto saber. propone un sencillo ejemplo: un paciente que oculta su sífilis porque te­
Si bien por esta circunstancia el analista hace en la cura de sujeto su­ me que eso conduzca al analista a una explicación organicista y lo desvíe
puesto saber, lo que Lacan afirm a es que la experiencia psicoanalítica de lo psicológico (1964, pág. 238 de la ed. castellana). El paciente puede
consiste precisamente en evacuarlo. Estructuralm ente, el S.S.S. aparece pensar, entonces, no sólo que el analista sabe todo sino, al revés, que el
pues con la apertura del análisis; pero la cuestión está al final y no al co­ analista será engañado si le proporciona ciertos datos.
mienzo. El final del análisis significa eyectar el S.S.S., com prender que Es necesario señalar que la teoría del S.S.S., en cuanto atribuye la
no existe. P or esto, el análisis ocupa un lugar especial en la ciencia, por­ trasferencia a la constitución misma de la situación analítica, a su estruc­
que sólo en él puede el S.S.S. quedar incluido en el proceso y ser al final tura —que Lacan gusta llam ar el discurso analítico— , le reconoce a la
evacuado. Si hay una ciencia verdaderam ente atea, sentencia Miller, es el trasferencia un lugar propio y ya no la podrá denunciar, me parece, co­
psicoanálisis (pág. 68). mo el m om ento de errancia del analista. La trasferencia surge del pacien­
El análisis de la trasferencia consiste en descubrir —afirm a Miller— te en el m om ento mismo en que el analista introduce la regla fundam en­
tal; y cuanto más enfermo esté el paciente, más verá al analista como al
1 C om párese con la idea de Bion (1962¿) del aparato para pensar los pensam iento!. S.S.S. en persona, como es el caso del paranoico, por ejemplo. Ya Fe-
renczi había dicho en su ensayo de 1909 que la cuantía de la trasferencia la interpretación trasferencial, me parece que es más fácil de pensar que
es directam ente proporcional al grado de enfermedad. de ejecutar en la praxis concreta del consultorio.
De esta forma, creo que la teoria del S.S.S. implica que cada vez que Es necesario señalar aquí que, para Lacan, siempre es el oyente el que
enunciamos una antítesis y operam os una reversión dialéctica estamos decide sobre el sentido; en todo diálogo, el que calla detenta el poder por
apoyando implícitamente la creencia de nuestro analizado de que somos cuanto otorga significación a lo que el otro dice; pero, en cuanto el oyen­
el S .S .S ., lo que nos obliga a interpretar esta creencia, es decir, a integrar te pasa a ser hablante, ese poder de hecho se reparte. El diálogo analítico,
a la antítesis que hemos propuesto el elemento transferencial con que la en cam bio, es com pletam ente asimétrico, ya que el analista siempre calla
recibe el paciente. Si esto es así, entonces la técnica debe variar y acercar­ y si habla es para sancionar la significación de lo que dijo el analizado.
se a la que usa la interpretación trasferencial como un instrum ento indis­ De esta form a, el poder lo tiene solamente el analista. Desde este punto
pensable y cotidiano. Por todo esto pienso que las dos teorías de Lacan de vista, el discurso (situación) analítico es constitutivamente un pacto
sobre la trasferencia no son fácilmente conciliables. entre el analista y el paciente donde este le reconoce a aquel el lugar del
gran Otro.

3. La trasferencia y el orden simbólico


4. Efecto constituyente y efectos constituidos
Este gran cambio del pensamiento de Lacan puede advertirse en Los
cuatro conceptos ya antes de que proponga su teoría del S.S.S., cuando El pivote de la trasferencia, lo que la funda, es pues la forma singular
en el capítulo xi (pág. 152) dice que «la trasferencia es la puesta en acto en que se establece el discurso analítico a partir de la invitación a asociar
de la realidad del inconciente». Con esta afirmación Lacan se acerca a la libremente, que configura un diálogo asimétrico. Este nivel es constituti­
opinión de todos los analistas en general, esto es, que la trasferencia es vo, trasfenoménico y estructural. No se trata aquí de una vivencia sino de
un fenómeno universal y que deriva básicamente del funcionamiento del una estructura. Por esto Lacan insiste en que no se debe confundir el
inconciente, del proceso prim ario. De acuerdo con lo que Freud nos ha efecto constituyente de la trasferencia (estructura) con los efectos consti­
enseñado, sigue Lacan, la realidad del inconciente es sexual, es el deseo. tuidos (fenómenos) que derivan de aquel. La estructura está más allá de
Y este deseo que pone en acto la trasferencia, concluye Lacan, es el deseo los fenómenos y consiste en que el analista se coloca en el lugar del signi­
del otro, es decir el deseo del analista. Por esto, la presencia del analista es ficante para el sujeto. En el plano fenomenològico, esta situación estruc­
para Lacan muy importante, y a ello dedica el capítulo x del libro. Y ese tural puede originar diversos sentimientos (vivencias): el desprecio, la
deseo del analista, bien singular por cierto, es el de no identificarse con el credulidad, la adm iración, la desconfianza, etcétera.
otro, respetando la individualidad del paciente (Miller, 1979, pág. 125). Deseo reiterar, en este punto, porque me parece un concepto laca-
Volviendo a lo anterior, el discurso analítico (la situación analítica) niano de real valor, que al form ular la teoría de la trasferencia no hay
tiene para Lacan, sin embargo, otra vertiente. Si al pedirle al paciente que confundir la dimensión fenoménica con la estructural. La teoría del
que hable y que diga todo lo que pasa por su cabeza instaura por un lado S.S.S. no se refiere a una vivencia del analizado sino a un supuesto que
el S.S.S. como columna vertebral de la trasferencia, por otro otorga al surge de la estructura misma de la situación. De aquí que, como vimos h a­
analista un poder sobre el sentido de lo que el analizado dice. Su posición ce un momento, el 'fenómeno pueda ser exactamente el contrario, a saber,
de intérprete convierte al analista en el am o de la verdad, afirm a Lacan, que el analizado piense que el analista no sabe, que puede ser engañado.
en tanto decide retroactivam ente la significación de lo que le es dirigido. Esta diferencia entre lo estructural y lo fenomenal en el discurso ana­
En este m om ento y en cuanto sujeto que se supone saber el sentido, el lítico es, sin duda, un factor básico para comprender no sólo la nueva
analista es ya el O tro, Aquí se establece pues, claramente, una diferencia teoría de Lacan sobre la trasferencia sino la teoría de la trasferencia en
entre el O tro que sabe verdaderamente y el sujeto supuesto saber; y todo general. Los fenómenos que Freud deslindó, descubrió y estudió en la
me hace suponer que esta diferencia es la misma que va del orden imagi­ trasferencia, y que para Miller son la repetición, la resistencia y la suges­
nario al orden simbólico. En cuanto garante de la experiencia analítica, tión, giran sobre el eje estructural y trasfenoménico del S.S.S. P or esto
el analista es el gran O tro, y este es el punto en que la trasferencia se hace ya en su discurso de Rom a de 1953, que es como el punto de partida de su
simbólica. investigación, Lacan distingue los efectos constituyentes de la trasferen­
El nivel simbólico de la trasferencia aparece entonces, evidentemente, cia de los consecuentes efectos constituidos; y al incorporar este trabajo a
cuando el analista, en lugar de ocupar el lugar del S.S.S. que el paciente sus Escritos en 1966, en una nota al pie afirm a que con la diferencia entre
le asigna ocupa el lugar del Otro. Cómo se cubre ese trayecto sin caer en efectos constituyente y constituidos queda definido lo que luego habría
el autoritarism o ni incurrir en afirmaciones ideológicas, si se prescinde de de designar como el soporte de la trasferencia, es decir, el S.S.S.
La teoría simbólica de la trasferencia se apoya en lo que Lacan llamó,
al comienzo de su investigación, el pacto analítico —la alianza analítica
de Freud—, En su discurso de Rom a Lacan habla, efectivamente, de que En resumen, podríam os decir que el tema de la trasferencia ocupa un
el paciente cree que su verdad está en nosotros, que nosotros la conoce­ lugar muy im portante en el pensamiento de Lacan y, en su obra escrita
mos desde el m om ento en que él ha cerrado su pacto inicial con nosotros. cristaliza en dos m om entos por lo menos, en dos teorías que unen la tras­
Así se configuran para Lacan los efectos constituyentes de la trasferencia ferencia al orden de lo imaginario y al orden simbólico.
con su índice de realidad (págs. 125-6). La teoría imaginaria de la trasferencia, enunciada en 1951, la concep­
El efecto constituyente de la trasferencia, en cuanto depende de la túa com o un proceso diàdico, especular y narcisistico en que falta el ter­
estructura del discurso analítico, tiene una relación con lo real y lo sim­ cero, el O tro que remite al código y redistribuye los papeles de la cupla
bólico y no está vinculado a la repetición, m ientras que los efectos consti­ madre-niflo imponiendo la Ley del Padre, Si el analista no se coloca co­
tuidos que se siguen de esa estructura son repetitivos. De esta form a, en mo el tercero que tiene que operar el corte (castración), ingresa a un cam ­
su nivel simbólico, la trasferencia queda desvinculada de la repetición, po imaginario en donde reverbera indefinidam ente en la situación tú-yo.
un punto en que insiste especialmente Oscar M asotta (1977), en su prólo­ Esto es lo que le pasa a Freud con Dora; identificado con el Sr. K., Freud
go a L o s cuatro conceptos. quiere ser querido por D ora en lugar de señalarle su vínculo homosexual
Dice Lacan: «De hecho esa ilusión que nos em puja a buscar la reali­ con la Sra. K.
dad del sujeto más allá del m uro del lenguaje es la misma por la cual el Muchos años después, en 1964, Lacan propone una serie de ideas que
sujeto cree que su verdad está en nosotros ya dada, que nosotros la cono­ articulan la teoría simbólica de la trasferencia. Según ella el discurso a n a ­
cemos p or adelantado, y es igualmente por eso por lo que está abierto a lítico es una estructura que queda definida al comenzar la relación, cuan­
nuestra intervención objetivante. do el analista introduce la regla fundam ental. Desde ese m om ento el an a­
»Sin duda no tiene que responder, por su parte, de ese error subjetivo lista ocupa un lugar determ inado en la estructura recién form ada, y es el
que, confesado a no en su discurso, es inm anente al hecho de que entró lugar del S.S.S.
en el análisis, y de que ha cerrado su pacto inicial. Y no puede descuidar­ Es evidente que en cuanto le asigna al analista la posición de S.S.S., el
se la subjetividad de este m om ento, tanto menos cuanto que encontra­ analizado intenta establecer una relación im aginaria y narcisista: si el p a ­
mos en él la razón de lo que podríam os llam ar los efectos constituyentes ciente afirm a que el analista sabe lo que le pasa a él, al paciente, es p or­
de la trasferencia en cuanto que se distinguen p o r un índice de realidad de que analista y paciente son uno; pero si el analista no se deja colocar en
los efectos constituidos que les siguen» (19536, págs. 125-6). Hay aquí esa posición y la denuncia como un mero supuesto del paciente, entonces
el llam ado al pie de página ya citado, donde Lacan acota que allí se en­ se alcanza el nivel simbólico. De esta form a, como todos sabemos, la
cuentra definido lo que designó más tarde como el soporte de la trasfe­ función del analista es quedar finalm ente excluido de la vida y la mente
rencia, el sujeto supuesto saber. del analizado.
Y dice en el párrafo siguiente, para hacer más claro el anterior, que
Freud insistía en que dentro de los sentimientos aportados a la trasferen­
cia debe distinguirse un factor de realidad, «y sacaba en conclusión que
sería abusar de la docilidad del sujeto querer persuadirlo en todos los ca­
sos de que esos sentimientos son una simple repetición trasferencial de la
neurosis» (ibid., pág. 126).
Me parece que de esta forma, al introducir io real en la trasferencia,
Lacan se acerca, aunque ciertamente por un camino bien distinto, al con­
cepto de alianza terapéutica de los psicólogos del yo. En cuanto apoya en
el pacto analítico que el paciente sella al aceptar la regla fundam ental, la
teoría simbólica de la trasferencia corresponde al plano de la realidad, no
al repetitivo. Cabe aqui preguntarse, sin embargo, si podemos todavía se­
guir llam ándole a esto trasferencia, si no es ya m ejor llamarle lisa y llana­
mente alianza terapéutica o pacto psicoanalítico. En otras palabras, el
efecto constituyente de la trasferencia, en cuanto se distingue por su índice
de realidad, pertenece al orden simbólico; pero ya no es más trasferencia,
al menos en la form a estricta que en su m om ento la hemos definido. Sólo
los efectos constituidos a partir de allí merecen a mi juicio ese nom bre.
12. Las formas de trasferencia* sam iento, las más de las veces inconcientes, a las que puede darse el
nom bre de trasferencias» {AE, 7, pág. 101).1
De estas citas se desprende claramente, a mi juicio, que Freud concibe
la neurosis de trasferencia como un efecto especial de la iniciación de la cu­
ra psicoanalítica en que cesa la producción de nuevos síntomas y surgen en
su reemplazo otros nuevos que convergen hacia el analista y su eniorno.
Quien m ejor definió la neurosis de trasferencia en su vertiente técnica
fue, a mi juicio, Melanie Klein en el Simposio de 1927, Señala allí con
vehemencia que, si se sigue el método freudiano de respetar el setting ana­
Neurosis de trasferendo es un térm ino bifronte que Freud introdujo lítico y se responde al material del niño con interpretaciones, prescindien­
en dos trabajos perdurables de 1914. En «Recordar, repetir y reelaborar» do de toda medida pedagógica, la situación analítica se establece igual (o
lo define com o un concepto técnico, en cuanto señala una modalidad es­ mejor) que en el adulto y la neurosis de trasferencia, que constituye el
pecial del desarrollo del tratam iento psicoanalitico, según la cual la en­ ám bito natural de nuestro trabajo, se desarrolla plenamente. Por supues­
ferm edad originaria se trasform a en una nueva que se canaliza hacia el to, en aquel m om ento Klein hablaba de neurosis de trasferencia porque
terapeuta y la terapia. En «Introducción del narcisismo», en cambio, todavía no sabía que en los años siguientes, y en buena parte gracias a su
neurosis de trasferencia se contrapone a neurosis narcisistica y es, por propio esfuerzo, el fenómeno psicòtico en particular y el narcisismo en ge­
tanto, un concepto psicopatológico (o nosográfico). neral iban a incorporarse al campo operativo del m étodo psicoanalítico.
Vale la pena trascribir aquí las afirmaciones rotundas de Melanie
Klein: «En mi experiencia, aparece en los niños una plena neurosis de
trasferencia, de m anera análoga a como surge en los adultos. Cuando
1. Algunas precisiones sobre la neurosis de trasferencia analizo niños observo que sus síntomas cambian, que se acentúan o dis­
minuyen de acuerdo con la situación analítica. Observo en ellos la abre-
Las dos valencias del térm ino que acabo de señalar no se discriminan acción de afectos en estrecha conexión con el progreso del trabajo y
po r lo general, entre otras razones porque el mismo Freud pensó siempre en relación a mí. Observo que surge angustia y que las reacciones del ni­
que las neurosis narcisísticas carecían de capacidad de trasferencia y ño se resuelven en el terreno analítico. Padres que observan a sus hijos
quedaban por tanto fuera de los alcances de su método. cuidadosamente, con frecuencia me han contado que se sorprendieron al
Si procuram os ser precisos, sin em bargo, lo que Freud afirm a en «Re­ ver reaparecer hábitos, etc., que habían desaparecido hacía m ucho. No
cordar, repetir y reelaborar» (1914^) es que, con el comienzo del trata­ he encontrado que los niños expresen sus reacciones cuando están en su
miento, la enferm edad sufre un viraje notable que la hace cristalizar en la casa de la misma m anera que cuando están conmigo: en su m ayor parte
cura. Dice Freud, en su hermoso ensayo: «Y caemos en la cuenta de que reservan la descarga para la sesión analítica. P or supuesto, ocurre que a
la condición de enferm o del analizado no puede cesar con el comienzo de veces, cuando están emergiendo violentamente afectos muy poderosos,
su análisis, y que no debemos tratar su enferm edad como un episodio algo de la perturbación se hace llamativo para los que rodean al niño, pe­
histórico, sinç como un poder actual. Esta condición patológica va ro esto es sólo tem porario y tam poco puede ser evitado en el análisis de
entrando pieza por pieza dentro del horizonte y del campo de acción de la adultos» (Obras completas, vol. 2, págs. 148-9).2
cura, y mientras el enferm o lo vivencia como algo real-objetivo y actual,
tenemos nosotros que realizar el trabajo terapéutico, que en buena parte 1 « ft m ay be safely said that during psycho-analytic treatm ent the fo rm a tio n o f new
consiste en la reconducción al pasado» (AE , 12, pág. 153). w m ptom s is invariably stopped. B ut the productive powers o f the neurosis are by no means
Adelantando el mismo concepto, ya en 1905 había dicho en el epílo­ extinguished; they are occupied in the creation o f a special class o f m ental structures, f o r
the m ost p art unconscious, to which the nam e o f transferences may be given» (Standard
go de «D ora»: «En el curso de una cura psicoanalítica, la neoform ación I dition [SE j 7, pág. 116).
de síntom a se suspende (de m anera regular, estamos autorizados a decir); 1 «In m y experience a f u ll lransference-neurosis does occur in children, in a m anner
pero la productividad de la neurosis no se ha extinguido en absoluto, sino analogous to that in which it arises with adults. When analysing children I observe that
que se afirm a en la creación de un tipo particular de formaciones de pen^ their sym ptom s change, are accentuated or lessened in accordance with the analytic si­
tuation. f observe in them the abreaction o f affects in d o se connection with the progress o f
the work and in relation to m yself. I observe that anxiety arises and that the children’s reac­
tions work them selves o u t on this analytic ground. Parents who watch their children care­
* T rabajo presentado al XII Congreso Latinoam ericano de Psicoanálisis de M íxicü oí fully have often told m e that they have been surprised to see habits, etc. wich had long di­
21 de febrero de 1978. Publicado en versión am pliada en Psicoanálisis, vol. 2, n° 2, de don ia/itieared, come back again. I have not fo u n d that children work o f f their reactions when
de se lo trascribe con modificaciones mínimas. tk*y are at hom e as well as when with m e; f o r the m ost part they are reservedfor abreaction
Así pues, tos síntomas cambian (disminuyen o aum entan) en relación
persona que desarrolla una neurosis de trasferencia (en sentido estricto),
con la situación analítica, los afectos y en especial la ansiedad se dirigen
y 2 ) es analizable toda persona con un nùcleo sano del yo que le permita
al analista, recrudecen viejos síntomas y hábitos, las reacciones afectivas
configurar una alianza terapéutica. Son dos cosas distintas: que en el
tienden a canalizarse en el análisis (y no afuera). La neurosis de trasfe­
neurótico sea más fuerte y más nítida la parte sana del yo no implica que
rencia, en fin, se define com o el reconocimiento de la presencia del ana­
en los demás no exista. N o debemos, pues, confundir neurosis de trasfe-
lista y del efecto del análisis. rencia con parte sana del yo.
Si se me permite ofrecer una concisa definición de la neurosis de tras­
Es esta otra razón para explicar por qué se ha puesto tanto énfasis en
ferencia en su sentido técnico diría que es el correlato psicopatológico de la neurosis de trasferencia y por qué no se ha corregido este concepto a la
la situación analítica. Quiero decir que la situación analítica se establece luz de los hechos.
cuando aparece la neurosis de trasferencia; y, viceversa, cuando la
neurosis de trasferencia se dem arca de la alianza terapéutica queda cons­
tituida la situación analítica.
3. Narcisismo y trasferencia
Que las neurosis narcisísticas de Freud (1914) sean o no capaces de
2. Neurosis de trasferencia y parte sana del yo trasferencia es un problem a de la base empírica, no de definición como
en cierto m odo lo plantean algunos psicólogos del yo, por ejemplo Sa­
Con esto llegamos a otro punto de nuestra reflexión. A veces se sos­ muel A. G uttm an en el Sim posio sobre indicaciones del Congreso de Co­
tiene que para que se constituya la situación analítica (y se ponga en penhague de 1967.
m archa el proceso) es necesario que exista básicamente, como hecho pri­ Si contemplamos retrospectivamente los largos y fecundos años de
m ario, el fenómeno neurótico, pantalla en la cual se pueden insertar trabajo que nos separan de 1914, la conclusión de que tas llamadas
eventualmente situaciones psicóticas, perversas, farm acotím icas, psico­ neurosis narcisísticas presentan indudables fenómenos de trasferencia se
páticas, etcétera. La neurosis de trasferencia no puede estar ausente; si impone con vigor a nuestro espíritu.
existiera una psicosis pura, no podría haber análisis: debe existir una No es del caso seguir aquí el laborioso desarrollo de todas estas inves­
neurosis que de alguna manera la contenga. tigaciones. Baste decir que, afluyendo desde distintos campos, conflu­
En «Sobre la iniciación del tratam iento» (1913c), Freud señaló que la yen, primero, en afirm ar la existencia de fenómenos de trasferencia en la
fase de apertura del análisis se caracteriza porque el paciente establece un psicosis, para visualizar más tarde la form a peculiar de la «neurosis» de
vínculo con el médico. Y es un gran mérito de los psicólogos del yo haber trasferencia en los perversos, los psicópatas y los adictos, etcétera. En to­
desarrollado una teoría coherente y sistemática de la indispensable pre­ dos estos casos, lo que muestra invariablemente la clínica psicoanalítica
sencia de una parte sana del yo para que pueda desarrollarse el proceso es una verdad de perogrullo: que la «neurosis» de trasferencia de un psi­
analítico. Esta línea de investigación, que parte de Freud, de Sterba cópata es psicopática, de un perverso, perversa, y así sucesivamente. P or
(1934) y de Fenichel (1941), pasa por Elizabeth R. Zetzel (1956a), Leo esto el título de este capítulo alude a las fo rm a s de trasferencia.
Stone (1961), Maxwell Gitelson (1962) y Ralph R. Greenson (1965a), pa­ P ara ser más preoiso, debería decir que el gran conflicto teórico se
ra no citar más que a los principales. Estos autores piensan que es inhe­ planteó siempre con la psicosis, ya que las otras entidades clínicas, es de­
rente a la neurosis como entidad clínica la presencia de una parte sana del cir, la psicopatía, la farm acotim ia y la perversión se consideraron
yo, que muchos homologan al área libre de conflicto de Hartmann (1939), siempre, en la práctica, form as de neurosis .3
en la que asienta la alianza terapéutica (Zetzel) o de trabajo (Greenson), Joseph Sandler et ai. (1973) hablan de «formas especiales» de trasfe­
Con otro enfoque teórico, Salomón Resnik (1969) prefiere hablar de rencia para referirse a las variedades que no encajan en la norma, esto es,
trasferencia infanti}, que expresa la capacidad de relación del paciente en en la neurosis de trasferencia; y se inclinan a pensar que el fenómeno psicò­
un nivel lúdrico. El niño que habita en el adulto —dice Resnik— es fuente tico da colorido a la trasferencia pero no la conform a. Sin embargo, sólo si
esencial de comunicación de todo ser hum ano (1977, pág. 167). tomamos a la neurosis de trasferencia como norm a hay tipos especiales.
Hay, empero, dos criterios de analizabílidad: 1) sólo es analizable Ift Dije que fue en el cam po de la psicosis donde pudo estudiarse por pri­
m era vez la trasferencia narcisistica .4 Digamos también que este des-
m the analytic hour. O f course it does happen that at times, when very pow erful a ffe c ts йП
violently emerging, som ething o f the disturbance becomes noticeable to those with whom 1 Hoy, en cam bio, hay una tendencia cada vez más franca a aproxim arlas a la psicosis
the children are associated, but this is only temporary and it cannot be avoided In the atUlly * Deberíamos señalar que el hermoso ensayo de Freud sobre L eonardo inaugura el estu
sis o f adults either» (Writings, 197Í, vol. 1 pág. 152), ilto Je la relación narcisista de objeto en 1910, y lo hace en el terreno de la perversión.
cubrimiento no se impuso de golpe. A parte de los avanzados aportes de dependencia es difícil de com prender como fenómeno trasferencial y no
Jung a la psicología de la demencia precoz de comienzos de siglo y de los simplemente psicòtico. H asta una analista tan fina y sagaz como From m -
trabajos de los años cuarenta de H arry Stack Sullivan y sus continuado­ Reichmann no captó lo que pasaba, el pedido de que lo alim entara, de
res, com o Frieda From m -Reichmann, tuvo que pasar mucho tiempo p a­ que no se alejara. (¡En realidad, ella podría tal vez haberle dado esta in-
ra que Rosenfeld (1952a y b) y Searles (1963) hablaran abiertam ente terpretación u otra similar, que era la leche que él buscaba!)
de psicosis de trasferencia. Antes, sin embargo, en 1928, Ruth Mack- Del ejemplo que acabo de recordar se sigue una consecuencia general:
Brunswick utilizó con propiedad el térm ino y expuso claramente su fo r­ si uno entiende estas formas no como especiales sino como la norm a de la
m a de enfrentar y resolver la psicosis de trasferencia con su instrum ental trasferencia misma, puede responder más adecuadam ente y dar con la in­
analítico. En su ensayo sobre las indicaciones del psicoanálisis, Leo Sto­ terpretación correcta. En el caso de Fromm -Reichm ann, el im pacto de la
ne (1954) introduce tam bién, concretamente, el término. Más reciente­ angustia de separación sobre la contratrasferencia impulsó a una analista
mente, Painceira (1979) señala el paso inevitable por la psicosis de trasfe­ muy experimentada a un tipo de realización simbólica, el vaso de leche,
rencia en el análisis de los pacientes esquizoides. que el analizado, más riguroso que cualquier profesor de técnica psico-
Tam bién merece destacarse en este punto la investigación larga y pro­
analítica, rechazó airadam ente.
funda de Kohut sobre el narcisismo. En general, dice Kohut (1971), U n acercamiento a los fenómenos según esta propuesta nos pone más
siempre se ha asum ido que la existencia de relaciones de objeto excluye el a cubierto, creo yo, de la actuación contratrasferencial.
narcisismo; pero la verdad es que muchas de las experiencias narcisísticas En una paciente homosexual a la cual me referí en otros trabajos
más intensas se refieren a objetos (pág. XIV). Como es sabido, este autor (1970, 1977, 1978), hubo una larga época en la que la situación analítica
distingue dos tipos de trasferencia narcisistica, la trasferencia idealizada tenia un sesgo perverso, sadom asoquista. Con el tono airado, provocati­
y la trasferencia especular, frente a las cuales la estrategia del analista de­ vo y polémico propio de la perversión,б ella se quejaba de que yo la ata­
be ser abrir al paciente eLcamino hacia su narcisismo infantil, a las nece­ caba con mis interpretaciones y yo se lo interpretaba en el marco de la
sidades insatisfechas de su infancia, gracias al desarrollo de una plena trasferencia negativa con más rigor y severidad de lo conveniente; y así
trasferencia narcisistica. Si bien Kohut recurre en cierta medida al mismo (como pudo com probarse después) satisfacía su masoquismo. Había,
modelo que Lacan, el espejo, la actitud técnica es bien diferente. Allí pues, una relación que no se podría conceptuar sino com o perversa de la
donde Lacan5 interviene como el Otro que rom pe la fascinación especu­ trasferencia y la contratrasferencia, y tardé en darm e cuenta de lo que
lar del tú y el yo, Kohut abre el camino, p ara que el paciente regrese y re­ pasaba; sólo entonces pude salir de la perversión (sadismo contratrasfe­
pare los daños que su self sufrió en el proceso de desarrollo. rencial), que movilizaba en ese momento la paciente.
Si se repasan los trabajos recién citados y otros de los mismos auto­ De acuerdo con este ejemplo, me inclino a pensar que tam poco debe­
res, así como los no menos pioneros de H anna Segal (1950, 1954, 1956) y mos concebir la neurosis de contratrasferencia (Racker, 1948) como la
Bion (1954, 1956, 1957), se ve uno llevado a concluir que el fenómeno norm a. En cada caso, la respuesta del analista tendrá el signo de la tras­
psicòtico aparece alim entado por la trasferencia y radicalmente vincula­ ferencia, un punto al que volveré en su momento.
do a ella; y no (como más bien piensa Sandler) que la psicosis sólo impri­ Un aporte fundam ental al tem a que estamos estudiando son los tra­
me su colorido a la trasferencia. bajos de Bion sobre las características de la trasferencia psicòtica (o de la
Dejando de lado la influencia que la opinión de Freud tuvo en todos parte psicòtica de la personalidad): lábil, intensa, precoz y tenaz: si uno
los investigadores, si se tardó tanto en com prender (o en ver) los fenóme­ tiene en cuenta estas condiciones, puede captar el fenómeno con rapidez
nos trasferenciales de la psicosis es porque responden a un modelo distin­ y colocarse en el centro de la trasferencia. Lo que desorienta en el psicòti­
to, extremo y, aunque parezca paradójico, mucho más inmediato y vi­ co es, repitámoslo, que los fenómenos de trasferencia sean tan intensos,
sible. No es que la trasferencia no exista, como creyeron A braham (1908) tan prem aturos, tan rápidos. Recuerden ustedes aquella paciente de
o Freud (191 le, 1914c): al contrario, es tan abrum adora que nos arredra Freud de la drom om anía que se le fugó en una semana, según nos dice en
y nos envuelve por completo. Me acuerdo de un ejemplo de Frieda «Recordar, repetir y reelaborar». Escuchemos a Freud una vez más:
Fromm-Reichmann en aquel hermoso trabajo de 1939, «Transference «Puedo mencionar, como ejemplo extremo, el caso de una dam a anciana
problems in schizophrenics». Al término de una sesión prolongada en que repetidas veces, en un estado crepuscular, había abandonado su casa
que empieza a ceder un cuadro de estupor, le ofrece a su paciente catatò­ y a su m arido, y huido a alguna parte, sin que nunca le deviniera concien­
nico un vaso de leche, que él acepta; lo va a buscar y, cuando vuelve, el te un motivo para esta “ evasión” . Inició tratam iento conmigo en una
paciente se lo tira a la cara. Es de suponer que el paciente no pudo tote trasferencia tierna bien definida, la acrecentó de una m anera ominosa-
гаг el fin de la sesión, el alejamiento de la analista (pecho). Tan extrema
6 Los trabajos de Betty Joseph (1971), Clavreul (1966) y los míos recién citadcw
5 <t Intervention sur le transfert» (1951). muestran que esta es una característica de la perversión de trasferencia.
m ente rápida en los primeros días, y al cabo de una sem ana también se cia asume un carácter psicòtico, adictivo, perverso o psicopático,
“ evadió” de mí, antes que yo hubiera tenido tiempo de decirle algo ca­ complementario al de la trasferencia. P or razones teóricas y especialmente
paz de impedirle esa repetición» (AE, 12, pág. 155).7 por lo que me enseña la experiencia clínica apoyo la segunda alternativa
De esta form a, si se cambia el marco conceptual, se tiene una doble —y supongo que Racker también lo haría— . Pienso, pues, que es
ventaja. P o r un lado, no se obliga a los pacientes a desarrollar una natural que la respuesta del analista tenga el mismo signo que la trasfe­
neurosis de trasferencia, no se los mete en ese lecho de Procusto (el diván rencia del analizado.
de Procusto, diría yo); y, por otro, puede percibirse más fácilmente lo En el ejemplo de páginas anteriores se configuró una perversión de
esencial. Porque, verdaderamente, en una perversión, por ejemplo, los contratrasferenda que se prolongó un tiem po y sólo pudo ser resuelta
fenómenos neuróticos de trasferencia son siempre adjetivos, casi una cuando acepté interiorm ente su realidad psicológica y pude consecutiva­
form a de desviar nuestra atención. mente interpretar.
Esta apertura nos lleva, inevitablemente, a rever los modos de in­ Creo que esto es inevitable para llegar a captar plenamente la si­
terpretar. El contenido, la forma y la oportunidad (timing) de interpretar tuación: el analista tiene que quedar incluido en el conflicto; y tiene, por
cambian según el tipo de trasferencia, porque la interpretación tiene supuesto, que rescatarse con la interpretación. Lo que a mí me llevó un
mucho que ver con las ansiedades que fijan el punto de urgencia. Dice tiempo por cierto muy largo, podría haberlo hecho en un m inuto si la pri­
Benito López (1972) que la formulación de la interpretación exige al ana­ mera vez que se dio ese juego de airada provocación y polémica latente
lista en ciertos casos (neurosis de carácter) una acertada correlación entre hubiera advertido mi desagrado y un impulso hostil.
«el significante verbal con los aspectos paraverbal y no-verbal de la co­ P ara estudiar más a fondo este delicado tema se puede recurrir a los
municación del paciente» (pág. 197); y agrega que las m aneras de in­ conceptos de posición y ocurrencia contratrasferencial de Racker
terpretar varían desde los cuadros neuróticos (donde hay un mínimo de (1953).8 Si bien la posición contratrasferencial implica un mayor
participación contratrasferencial) hasta la psicosis, pasando por los tras­ compromiso del analista, posición y ocurrencia no deben entenderse co­
tornos del carácter. mo fenómenos distintos en su esencia. C uanto más fluida sea la respuesta
Mientras que la organización neurótica permite mantener las contratrasferencial más fácil será naturalm ente para el analista com pren­
interpretaciones al nivel de nuestro modelo habitual de comunicación, derla y superarla.
las estructuras perversa, psicopática y de adicción, y más aún la psicòti­ También resulta operante para explicar este tipo de relación el con­
ca, hacen necesario un modelo distinto, una manera de decir que nos se­ cepto de contraidentificación proyectiva de Grinberg (1956, 1963,
para cada vez más de lo habitual. Tocamos aquí el atrayente campo de 1976a), Con este soporte teórico tenemos que concluir que el paciente p o ­
los estilos interpretativos, abierto por la investigación de David Liber- ne en el analista una parte suya, que será presumiblemente perversa en el
man (1970-72, 1976a). perverso o psicopática en el psicópata, etcétera; y que el analista se hace
cargo de esa proyección inevitablemente, pasivamente. -
O tto Kernberg (1965) señala con razón que la reacción contratrasfe­
rencial se da com o un continuo en relación con la psicopatologia del p a­
4. Sobre la neurosis de contratrasferencia ciente y va así desde el polo neurótico del conflicto al psicòtico, de modo
que cuanto más regresivo sea el paciente m ayor será su contribución en la
Espero que el desarrollo de este capítulo haya dejado en claro que se reacción contratrasferencial del analista. Y agrega que en los pacientes
propone una redefinición de la neurosis de trasferencia para hacer este fronterizos y en general en los muy regresivos, el analista tiende a experi­
concepto más preciso y más acorde con los hechos clínicos. Si esto es así, mentar emociones intensas que tienen más que ver con la trasferencia
se comprende sin más que el fecundo concepto de neurosis de contratas« violenta y caótica del paciente que con los problemas específicos de su
feren d o de Racker (1948, 1953) debe redefinirse paralelamente. pasado personal.
Se puede considerar que el correlato de la trasferencia del paciente es El fetichista de Betty Joseph (1971) tam bién provocaba fenómenos
siempre una neurosis de contratrasferencia o bien que la contratrasferen- contratrasferenciales en su eximia analista. La perversión de trasferencia
consistía básicamente en colocar en los otros la excitación y él quedar co­
7 Digamos, de paso, que este prístino ejem plo m uestra concluyentemente en q u i conili- mo un fetiche inerte. Dice Joseph en su trabajo que tenía que prestai
te la neurosis de trasferencia para Freud: en que cesa la producción de nuevos síntom a! (la
enferm a ya no se fuga de la casa) y aparece u n nuevo orden de fenómenos referidos al ans* m ucha atención al tono de su voz y a su com postura como analista, por­
lista y su setting, p o r lo que la paciente abandona a Freud. A m ayor abundam iento p uedt que era muy fuerte la presión que ejercía el paciente para que ella se exci­
apreciarse aquí que Freud no trepida en poner de paradigma de la «neurosis» de trasferiti* tera interpretando. Nuevamente, está aquí claro el momento de perver­
cía un síntoma psicòtico, que por lo demás cumple con las particularidades definitoria! d*
Bion. * h 1.ludio VI, parág. IV,
sión contratrasferencial y la form a en que, con su maestria habitual, prem atura y la labilidad de la trasferencia m uestra un m arcado contraste
Betty Joseph lo resuelve. La form a en que ella lo conceptúa, sin em bar­ con la tenacidad con que se la m antiene. «La relación con el analista es
go, podría ser más precisa si tuviera presente el concepto de perversión de prem atura, precipitada e intensamente dependiente» (Second thoughts,
contratrasferencia. El cuidado de Miss Joseph por no m ostrarse excita­ 1967b, pág. 37).
da, en realidad ya anuncia en la contratrasferencia la interpretación que Debemos pensar, pues, que hay varias formas de am or de trasferen­
ella misma hará poco después, que él pone la excitación en ella y que la cia, y polarmente dos: neurótico y psicòtico. P ara discriminarlos,
siente excitada. Dicha interpretación surge, evidentemente, de un m o­ se habla a veces de trasferencia erótica y trasferencia erotizada. Esta
mento de excitación (perversa) que el analista siente y trasform a en una diferenciación se debe a Lionel Blitzsten, que nunca la publicó; pero sus
interpretación. Creo que siempre es lógico y prudente cuidarse de no in­ ideas fueron recogidas por otros analistas de Chicago, como Gítelson y
currir en error, pero deseo destacar en este punto que ese cuidado ya ad ­ Rappaport.
vierte al analista sobre el conflicto que debe interpretar. Si el analista ce­ Ernest A. R appaport presentó un trabajo im portante en el Congreso
de simplemente a ese cuidado incurre sin quererlo en la perversión via Latinoam ericano de Psicoanálisis realizado en Buenos Aires en agosto
desm entida {Verleugnung)\ siente y reniega (o desmiente) a la vez la exci­ de 1956.9 Su comunicación desarrolla las ideas de Blitzsten acerca de las
tación, mecanismo típicamente perverso. En cambio, cuando se interpre­ causas y las consecuencias de la trasferencia erotizada y sobre cómo de­
ta, com o lo hace prestam ente y con agudeza Joseph, se sale de la perver­ tectarla a partir del prim er sueño del análisis.
sión y ya no se necesita en realidad cuidarse de nada. La tesis básica de Blitzsten es que si el analista aparece en persona en
En un trabajo reciente, presentado en las Terceras Jornadas T rasan­ el primer sueño, el analizado va a erotizar violentamente el lazo trasfe-
dinas de Psicoanálisis (octubre de 1982) Rapela sostiene, al contrario, rencial y su análisis será difícil cuando no imposible. Esa presencia en el
que el fenómeno contratrasferencial no depende tanto de la form a de la primer sueño indica que el analizado es incapaz de discriminar al analista
trasferencia sino de la disposición del analista. Se inclina a pensar que la de una figura significativa de su pasado o bien que el analista por su apa­
propuesta que yo hago debería limitarse a los casos en que el com prom i­ riencia y conducta realmente se parece a dicha figura. En estas circuns­
so contratrasferencial es muy notorio y persistente. tancias, el análisis se va a erotizar desde el comienzo. Entiende por erotiza-
ción una sobrecarga de los componentes eróticos de la trasferencia, que
para nada significa gran capacidad de am or sino, al contrario, una defi­
ciencia libidinal que se acompaña de una gran necesidad de ser amado.
5. El am or de trasferencia Blitzsten dice, según la cita de Rappaport: «En una situación tras-
ferencial el analista es visto como si fuera el padre (o la madre) mien­
El famoso am or de trasferencia, el de alto linaje en la tradición psí- tras que en la erotización de la trasferencia es el padre (o la madre)»
coanalítica, puede servir para poner a prueba las ideas de este capitulo. (1956, pág. 240).
P o r am or de trasferencia entendemos muchas cosas. En todo análisis, Blitzsten concluye que, en estos casos, cuando el analista aparece en
por de pronto, tienen que existir momentos de am or, de enamoramiento, persona en el prim er sueño del analizado, la situación debe ser elaborada
p or cuanto la cura reproduce las relaciones de objeto de la tríada edipica, inm ediatamente o debe derivarse al paciente a otro analista.
y es por tanto inevitable (y saludable) que así ocurra. Guiard lo htt Si bien no apoyaría a Blitzsten totalm ente en estos recaudos técnicos,
m ostrado claramente en una serie de im portantes trabajos (1974,1976) y, las ideas de este capítulo coinciden en principio con las de él, en cuanto
más recientemente, tam bién Juan Carlos Suárez (1977). Este autor pien¡ separa la trasferencia erótica como fenómeno neurótico del fenómeno
sa que, en el caso que presenta, la fuerte y persistente contratrasferencia psicòtico de la trasferencia erotizada. Es un hecho clínico siempre
erótica que sobrevino hacia el final del tratam iento fue un factor no sóle comprobable que, en un análisis que evoluciona norm alm ente (y aquí to ­
útil sino también necesario en el proceso que culminó en la feminidad mo por norm a la neurosis), la trasferencia erótica se va arm ando y desar­
de su paciente. mando en form a gradual y tiende a alcanzar su clímax, como dice Guiard
Sin em bargo, el am or de trasferencia que más preocupa a Freud en nu (1976), en la etapa final. En los cuadros que estudiara Blitzsten, en cam­
ensayo de 1915, por su tenacidad irreductible, por la forma súbita en quo bio, el am or de trasferencia o, como él decía, la trasferencia erotizada,
aparece, por su intención destructiva, por la intolerancia a la frustración aparece de entrada.
que lo acom paña, parece más ligado a un tipo psicòtico que neurótica (!| En un trabajo ya clásico sobre la posición emocional del analista,
trasferencia. Los rasgos clínicos que Freud señaló en 1915 cast se super» Maxwell Gitelsón (1952) también había seguido las ideas de Blitzsten,
ponen a los que Bion habrá de describir m ucho después. Asi, ¡ли
ejemplo, en «Development of schizophrenics thought» dice Bion (1W6) 4 En ese mismo año, el trabajo fue publicado en la R evista d e Psicoanálisis m ientras
*1no, luego de tres afios, apareció en el International Journal o f Psycho-Analysis.
que la relación de objeto de la personalidad psicòtica es precipitatili Jf
aunque su ensayo plantea problem as más amplios, que hacen a la teoría
En un trabajo clínico muy docum entado Bleichmar (1981) pudo se­
de la trasferencia y contratrasferencia en general.
Gitelson afirm a que cuando en el primer sueño del analizado aparece el guir la evolución del am or de trasferencia en una m ujer adulta joven y
analista en persona hay que suponer una grave perturbación; y, siguiendo ver cómo fue evolucionando desde los niveles pregenitales, donde lo de­
a Blitzsten, sostiene que dicha perturbación puede provenir del paciente, cisivo era la relación con objetos parciales y con la figura com binada,
por su escasa capacidad de simbolización, o del analista, que habría come­ hasta las fantasías edípicas genitales, donde los padres aparecen ya
discriminados y la analizada se m uestra dispuesta a enfrentar sus conflic­
tido un error técnico de magnitud, o bien que podría exhibir, por alguna
tos preservando el tratam iento. No hay contradicción entre los dos nive­
cualidad especial, un real parecido con el padre o la madre del paciente.
De las tres alternativas que plantea Blitzsten, la prim era, la grave per­ les —concluye Bleichmar— y la tarea principal del analista consiste en
discriminarlos y elaborar a cada instante una estrategia precisa para deci­
turbación del paciente, cuestiona la indicación en térm inos de analizabili-
dir cuál nivel debe abordarse.
d a d ;10 la segunda, la falla del analista, a este lo cuestiona: habría que
aconsejar un cambio de analista y, eventualmente, el reanálisis del analis­
ta, a no ser que fu era una falla casual; la tercera no me parece demasiado
significativa. No sé si basta un notorio parecido del analista con los pro­
genitores para que se condicione este tipo de respuesta. En todo caso, si
6. Formas clínicas de la trasferencia erotizada
lo condiciona, no creo que alcance a sentar una contraindicación de esa
Dentro del am or de trasferencia psicòtico o, para seguir a Blitzsten,
especial pareja analitica. La contraindicación y con ella el cambio de
dentro de la trasferencia erotizada es evidente que podem os destacar va­
analista sólo surge, a mí juicio, si el analista comete un error y /o se deja
rias formas. La más típica es la que expuse antes, la que la m ano m aestra
envolver tan gravemente como para que aparezcan estos elementos en el
de Freud describió como tenaz, inusitada e irreductible, sintónica con el
prim er sueño. (Vuelve aquí un tem a muy interesante, la pareja analítica,
yo y que no acepta subrogado alguno, características en las que llegó a
que no es el caso discutir ahora.) Si tom am os un ejemplo clínico de
ver Bion años después la m arca del fenómeno psicòtico. Son casos en
R appaport, veremos que lo que descalifica al analista no es que se parez­
que, como dice Freud, p or lo general el enam oram iento es sintónico y
ca a la m adre de su paciente sino que sea, como ella, desordenado, desor­
aparece precozmente. Podríam os agregar en este punto que cuanto más
ganizado y sin ningún insight sobre cómo pueden estas condiciones per­
precozmente haga su aparición, peor el pronóstico.
turbar a los demás. (Me refiero al candidato que presenta un caso a un ate­
Otros casos entran en lo que Racker (1952) llamó con acierto ninfo­
neo, donde aparece él en el prim er sueño del paciente. Cuando contó el
manía de trasferencia. Hay mujeres que quieren seducir sexualmente al
sueno con sus apuntes desparram ados por la mesa y algunos en el suelo,
analista como a cualquier hom bre que conocen: estos casos son formas
era obvio para todos menos para él que su paciente lo indentificaba con
larvadas o visibles de ninfom anía, y hay que entenderlos com o tales.
su desordenada madre.)
La ninfom anía es un cuadro difícil de delim itar, y su ubicación taxo­
La observación de Blitzsten es interesante; y creo que la aparición del
nómica varía con los acentos que tenga y hasta con la perspectiva con que
analista en persona en los sueños implica siempre, en cualquier m om ento
uno la mire. A veces, la ninfom anía está alim entada por un delirio eróti­
del análisis y no sólo al comienzo, que hay un hecho real en juego, sea
co (erotomania), una form a de la paranoia de Kraepelin al mismo título
una actuación contratrasferencial, pequeña o grande, o simplemente una
que el delirio persecutorio o el delirio celotípico; otras veces puede ser la
acción real y racional, como por ejemplo una inform ación sobre los as*
expresión sintomática de un síndrome maniaco; otras, por fin, cuando la
pectos formales de la relación (cambio de horarios o de honorarios, por
perturbación es más visible a nivel de la conducta sexual que en la esfera
ejemplo). E n todos estos casos es probable que el analista aparezca como
del pensamiento, la ninfom anía se presenta como unq perversión con
tal. Estos sueños implican que el paciente tiene un problem a con el ana­
respecto al objeto sexual, si queremos remitirnos a la clasificación del pri­
lista real, y no como la Figura simbólica de la trasferencia. Este tipo'do
mer ensayo de 1905. Hay, también, una ninfom anía que tiene todas las ca­
sueño, pues, debe advertirnos siempre de alguna participación nuestra
racterísticas de la psicopatía, en cuanto la estrategia fundamental de la p a­
real, que el paciente nos alude personalm ente.il
ciente es la inoculación en el analista para llevarlo a actuar (Zac, 1968).
Puede haber, pues, form as psicóticas (delirantes y maníacas), formas
10 Es evidente que en estos casos falla, p o r definición, la exigencia de Elizabeth R. Zet*
zel (1956, 1968), esto es, que el futuro analizado sea capaz de separar realidad de fantasía O,
lo que es lo mismo, delim itar el área de la neurosis de trasferencia d e la alianza terapèutici. bolización, la aparición de sueflos con el analista, en cuanto denuncia ese déficit, implica
’1 Siguiendo esta tesis, M anuel Cálvez, Silvia Neborak de D im ant y Sara Zac de Pile tam bién un pronóstico reservado. Hn los pacientes donde no falla la sim bolización, los
presentaron al II Simposio de la Asociación Psicoanalitica de Buenos Aíres (1979) un* autores confirm an y precisan la tesis inicial, en cuanto distinguen cuatro eventualidades:
cuidadosa investigación, donde clasifican a los sueños con el analista en dos grande) g iu v) modificación y /o alteración del encuadre; b) com prom iso contratrasferencial im portan­
pos, según la capacidad de simbolizar del paciente. Si el paciente tiene un déficit en la llm- te; c) informaciones sobre la persona del analista, y d) m omentos de dificultades graves que
causan un anhelo de encuentro con el analista.
perversas y formas psicopáticas del vínculo trasferencia] dentro del lla­ instinto de m uerte (o de la envidia) que elaboraban todo este sistema de
m ado am or de trasferencia. Tuve ocasión de ver en mi práctica hace años voracidad, insaciabilidad, exigencias concretas, labilidad, etcétera, que
un cuadro muy singular que ahora me anim aría a clasificar, retrospecti­ lleva muchas veces el análisis a su punto de ruptura.
vamente, como un amor de trasferencia con todos los caracteres estructu­ Vemos así cómo, dentro de la nom enclatura general de am or de tras­
rales de la toxicomanía, de la adicción. E ra una paciente ya entrada en ferencia (o de erotización del vínculo trasferencial), se agrupan cuadros
años, distinguida, espiritual y culta, que nunca había sabido quién fue su muy disímiles.
padre. Consultó por un cuadro de distimia crónica, intensa y rebelde a
los psicofárm acos. A poco de iniciar el análisis desarrolló un intensísimo
am or de trasferencia, según el cual me necesitaba como a un bálsamo o
un calm ante, del que no podía estar separada más de un cierto tiempo. El
vínculo fuertemente erotizado e idealizado con el pene del padre como
fuente de todo bienestar y sosiego (al par que de todo sufrimiento) asu­
mía, a través de la persistente fantasía de fellatio, todos los caracteres del
ligamen del adicto con su droga. A pesar de mis esfuerzos y de la buena
disposición (conciente) de la enferma, el tratam iento term inó en fracaso.
Otras veces, cuando la situación no es tan manifiesta, este tipo adicti-
vo de am or de trasferencia lleva al impasse y al análisis interm inable,
recubierto a veces de un deseo m anifiesto de analizarse «todo el tiempo
que sea necesario».
En un trabajo interesante, Eisa H. Garzoli (1981) advierte sobre el pe­
ligro de adicción del analista frente a los sueños que le suministra el p a­
ciente. En el caso que presenta, la analizada (que exhibía claros síntomas
de adicción a la leche, el café y la aspirina, asi como también al alcohol y a
las anfetaminas), le ofrecía con un tono de voz agradable y vivaz sueños
de veras fascinantes, a veces de tonalidad terrorífica y frecuentemente
coloreados, sobre todo en rojo y azul. La analista empezó a notar que,
con estos sueños, la analizada había establecido un ritmo estereotipado en
las sesiones, al que ella misma no era ajena en cuanto se dejaba llevar
más por lo atractivo de los sueños que por el proceso —que, por lo de­
m ás, se había detenido—. Como advierte sagazmente la autora, por
nuestra dependencia real del sueño como innegable material privilegiado,
vía regia al inconciente, la asechanza de caer allí en una actitud de adic­
ción es muy grande. 12

E n resumen, el am or de trasferencia es una fuente inagotable de co*


nocimientos por su complejidad y la sutileza de los mecanismos que lo
anim an, д1 par que una dura prueba para el analista, su habilidad y su
técnica. Algunos de los enigmas que sorprendían a Freud están ahora re*
sueltos, o al menos más claros. A esto apuntaba Racker (1952) cuando,
com entando el bello trabajo de 1915, decía que esa gran necesidad de
am or que Freud asignaba a estas enfermas, hijas d e la naturaleza que le
planteaban el interrogante de cómo podían coexistir el amor y la enferme­
dad, es más aparente que real: son, al contrario, mujeres que tienen muy
poca capacidad de am ar (lo mismo decía Blitzsten), y que es a través del

!2 Para un enfoque psicoanalítico m oderno e integral de la adicción, víase el libro Ф*


Susana Dupetit (1982).
13. Psicosis de trasferencia Brunswick publicó en 1928 y que vamos a com entar al hablar de la trasfe­
rencia tem prana en el capítulo 15.1
A partir de la década del treinta el estudio de la psicosis y de la posibi­
lidad de su tratam iento psicoanalítico se desarrolla sim ultáneam ente en
Londres (Melanie Klein), Estados Unidos (Sullivan) y Viena (Fedem).
Estos pensadores no sólo em prendieron el estudio de la psicosis sino que
sostuvieron tam bién que la psicosis se acom paña de fenómenos de trasfe­
rencia, por difícil que sea detectarlos. En el capítulo anterior estudiamos
los aportes de Frieda From m -Reichm ann y de los discípulos de Melanie
En el capítulo anterior discutimos el concepto de neurosis de trasfe­ Klein para arribar al concepto de psicosis de trasferencia, que logra ocu­
rencia y sostuvimos que es m ejor reservarlo para los fenómenos de natu­ par un lugar propio en el cuerpo teórico del psicoanálisis a mediados del
raleza estrictamente neurótica que aparecen en el tratam iento psicoanalí- siglo, y ahora veremos con más detalle los aportes de diversos autores.
tico y no para todos los síntomas que, de una u otra m anera, adquieren U n trabajo que merece citarse entre los precursores es el de Enrique J.
una nueva expresión en la terapia. Esta propuesta tiende a diferenciar la Pichón Rivière, «Algunas observaciones sobre la transferencia en los pa­
técnica de la psicopatologia, con lo que a mi juicio se evita más de un cientes psicóticos», que presentó en la x iv Conferencia de Psicoanalistas
equívoco. de Lengua Francesa, reunido en noviembre de 1951.2 Con un lúcido apro­
vechamiento de las ideas kleinianas, Pichón Rivière sostiene que la tras­
Nos toca ahora estudiar la psicosis de trasferencia, esto es cómo se re­ ferencia en los pacientes psicóticos, y en especial en el esquizofrénico, de­
convierten los síntomas psicóticos durante el tratam iento psicoanalítico be entenderse a la luz del mecanismo de la identificación proyectiva. El
para lograr allí su m odo de expresión. esquizofrénico se aleja del m undo en un repliegue defensivo de extrema
intensidad, pero la relación de objeto se conserva, y sobre esa base debe
ser entendida e interpretada la trasferencia. La tendencia a tom ar contac­
to con los otros es intensa, pese al aislamiento defensivo; y, por esto, la
1. Algunas referencias históricas trasferencia debe ser interpretada, lo mismo que la angustia que determi­
na el alejamiento del m undo de objetos.
Cuando estudiamos la form a en que se fue desarrollando el concepto
de trasferencia, señalamos el empeño de A braham (1908) para establecer
las diferencias psicosexuales entre la histeria y la demencia precoz. La li­
bido permanece ligada a los objetos çn la histeria, m ientras se hace auto- 2. Las teorías de la psicosis y el abordaje técnico
erótica en la demencia precoz. Incapaz de «trasferencia» esta libido con­
diciona y explica la inaccesibilidad del enferm o, su radical separación del Todos los autores coinciden en que la psicosis tiene que ver con los es­
m undo. Siguiendo el mismo esquema, un año después Ferenczi propuso tadios pregenitales del desarrollo y con los prim eros años de la vida; pero
una división tripartita de los pacientes que va desde el demente precoz divergen en las explicaciones teóricas y el abordaje práctico.
que retira su libido del m undo externo (de objetos), pasa por el para­ A riesgo de simplificar excesivamente los problemas propondré que
noico que proyecta la libido en el objeto y llega finalm ente al neurótico hay dos grandes teorías y dos form as de conducirse en la práctica. En
que introyecta el m undo de objetos. Estos trabajos van a ser reform ula- cuanto a las teorías, están los que piensan como Melanie Klein que la re­
dos por F reud cuando en 1914 introduce el concepto de narcisismo y pro­ lación de objeto se establece de entrada y que sin ella no hay vida mental
pone las dos categorías taxonóm icas de neurosis de trasferencia y neuro­ y los que postulan, com o Searles, M ahler y W innicott que el desarrollo
sis narcisi sticas. parte de un momento en que sujeto y objeto no están diferenciados y
Si bien esta línea de investigación sostenía que la psicosis carecía de la existe, por lo tanto, una etapa de narcisismo prim ario. En los años veinte
capacidad de trasferencia, otros autores pensaron que estos fenómenos esta discusión se daba geográficamente entre Viena y Londres, que es
existían, y entre ellos uno de los primeros fue Nunberg (1920), citado por tam bién decir entre A nna Freud y Melanie Klein; pero en la actualidad
Rosenfeld (19526), que presentó sus observaciones de un paciente catató* las posiciones no son tan definidas y hay algunas formas de tránsito.
nico, donde las experiencias de la enfermedad tenían un nítido colorido
trasferencial. 1 No hay que olvidarse que en ese mismo año la a u to ra publicó tam bién el análisis del
brote psicòtico del «H om bre de tos Lobos» que le había confiado Freud.
H asta donde yo sé, la primera vez que aparece la expresión psicosis d i 2 Se publicó en la Revista de Psicoanálisis diez años después.
trasferencia es en el «Análisis de un caso de paranoia» que Ruth Mack>
De estos dos enfoques doctrinarios se siguen sendas m odalidades de rar la teoría de las posiciones y con el valioso concepto de identificación
la praxis, la de los autores para quienes la psicosis de trasferencia debe proyectiva.
ser interpretada y a través de la interpretación se irá m odificando y los U na de las primeras contribuciones fue el caso Edward, que Segal
que sostienen que los fenómenos pertenecientes al narcisismo primario publicó en 1950, cuando todavía no se habían registrado casos de es­
no responden a la técnica interpretativa clásica y es m ejor entonces dejar quizofrenia tratados con la técnica psicoanalítica clásica. La m archa del
que se desarrollen en el tratam iento cumpliendo etapas no alcanzadas en análisis m ostró que ese abordaje técnico resultó operante; y fue este en­
el desarrollo tem prano.3 fermo, entre paréntesis, el que le permitió a Segal hacer sus valiosas
contribuciones a la teoría del simbolismo en 1957. Las únicas diferencias
técnicas que introdujo Segal fue que el análisis se inició en el hospital y. en
la casa y no se le pidió al analizado que se acostara en el diván y asociara
3. La psicosis de trasferencia y la teoría kleiniana libremente. L a terapeuta m antuvo en todo m om ento la actitud analítica,
sin recurrir al apoyo o a otras medidas psicoterapéuticas, interpretando a
El punto de partida de esta investigación es el análisis de Dick, un ni­ la par las defensas y los contenidos, la trasferencia positiva y la negativa.
ño de 4 años con un desarrollo mental que no sobrepasaba los 18 meses y Paralelos a los aportes recién mencionados tenemos los de H erbert A.
que había sido diagnosticado como demencia precoz.4 Klein empleó con Rosenfeld, que publica «Transference-phenomena and transference-analy-
Dick su técnica del juego, interpretando las fantasías sádicas del niño sis in an acute catatonic schizophrenic patient» (1952b), donde sobre la
frente al cuerpo de la m adre y la escena prim aria, sin otro parám etro que base de un material clínico muy ilustrativo postula que el psicòtico de­
el de dar el nom bre de papá, m am á y Dick a los autitos de juguete a fin de sarrolla fenómenos de trasferencia positiva y negativa, que el analista
poner en m archa la situación analítica. Sobre la base de este caso, Klein puede y debe interpretarlos y que el paciente com prenderá y responderá a
propuso una nueva teoria del símbolo y de la psicosis, no menos que una esas interpretaciones, a veces confirm ándolas y a veces corrigiéndolas.
técnica para abordarla con instrumentos estrictamente analíticos.5 En un trabajo de ese mismo año, «Notes on the psycho-analysis of
Fueron los discípulos de Melanie Klein y no ella misma los que en los the superego conflict in an acute schizophrenic patient» (1952a), Rosen­
últimos años de la década del cuarenta se anim aron a tratar form alm ente feld refirm a que si interpretam os los fenómenos trasferenciales positivos
pacientes psicóticos empleando ¡a técnica clásica, esto es dejando que se o negativos que aparecen espontáneam ente, evitando estrictamente pro­
desarrolle una «psicosis de trasferencia» y analizándola sin parám etros. mover una trasferencia positiva con apoyo directo o expresiones de
Así com o Melanie Klein había sostenido que en el niño no menos que en am or, las manifestaciones psicóticas se ligan a la relación con el analista
el neurótico debe interpretarse imparcialmente la trasferencia positiva y y, «en la misma form a en que se desarrolla una neurosis de trasferencia
negativa sin para nada recurrir a medidas pedagógicas o de apoyo, la en el neurótico, tam bién en el análisis de los psicóticos se desarrolla lo
misma actitud se adoptará con el psicòtico, sin temer que el análisis de la que podemos llam ar una psicosis de trasferendo». Como Segal y Bion,
agresión pueda entorpecer el tratam iento o perjudicar al paciente. Fe­ también Rosenfeld piensa que el concepto de identificación proyectiva
dera había dicho, en cambio, en su clásico artículo «Psicoanálisis de las abre un nuevo campo para la comprensión de la psicosis.
psicosis» (1943), que la trasferencia positiva debe ser m antenida por el M ientras Segal estudia el simbolismo en la psicosis y Rosenfeld depu­
analista y nunca dísuelta si no se quiere perder la influencia sobre el pa­ ra la técnica de su abordaje, Bion se ocupa preferentemente del lenguaje
ciente.6 Es la misma filosofía que propuso A nna Freud en su libro sobre y el pensamiento esquizofrénico, caracterizando la trasferencia —ya lo
el análisis de niños en 1927 y que Klein discutió ardorosam ente en el Sim - hemos visto— como prem atura, precipitada y de intensa dependencia.
posio sobre análisis infantil de la Sociedad Británica. Estos estudios lo habrán de conducir a diferenciar en la personalidad dos
Cuando H anna Segal, Bion y Rosenfeld se deciden a analizar psicótU
partes, psicòtica y no-psicótica, y a una teoría del pensamiento.
eos cuentan con los utensilios teóricos que Klein había forjado al elabo­

3 Un estudio critico y exhaustivo de la psicosis de trasferencia puede encontrarse СП


W allerstein (1967),
4 Hoy, sin duda, lo diagnosticaríam os de autism o precoz infantil. 4, Simbiosis y trasferencia
5 «The im portance o f sym bol-form ation in the developm ent o f the ego» fue presentado
al Congreso de Oxford en 1929 y publicado el año siguiente. Mientras Mahler profundiza su rigurosa y lúcida investigación sobre el
6 « La trasferencia es útil en el análisis de los conflictos que están en la base de la p listi desarrollo infantil, la psicosis de la infancia y el proceso de separación-in­
sis, pero nunca debe el psicoanálisis deshacer una trasferencia positiva; el analista perderli
asi toda su influencia, ya que no puede continuar trabajando con el psicòtico en lo» f'?'
dividuación, Harold F. Searles trabaja en el Chestnut Lodge siguiendo la
riodos de trasferencia negativa como puede hacerlo con los neuróticos» (págs. 162-3 de !■ tradición de Frieda Fromm-Reichmann, Searles es no sólo un gran analista
versión castellana [véanse las «Referencias bibliográficas» al final de la obra)). sino tam bién un observador sagaz y un teórico creativo y cuidadoso.
Searles (1963) acepta plenam ente el concepto de psicosis de trasferen­ D urante esta fase, que puede extenderse meses o años, el paciente y el
cia que propuso Rosenfeld (1952e y b) o de trasferencia delirante de M ar­ terapeuta no llegan a establecer una relación afectiva m utua y lo más
garet Little (1958) y señala que no es fácil descubrirla en el material del aconsejable para el analista es m antener una actitud serena y neutral, sin
paciente por muchas razones, y entre ellas porque la vida cotidiana del pretender aliviar aprem iantem ente el sufrim iento del enferm o, como
psicòtico consiste de hecho en ese tipo de reacciones. La psicosis de tras- suele hacer el analista novato. El psicoanalista más experim entado no se
ferencia no se hace patente porque el funcionam iento del yo psicòtico devana lo sesos tratando de com prender el silencio de su paciente y, antes
sufre un serio menoscabo en la capacidad para diferenciar la fantasía de bien, deja que sus propios pensamientos sigan su curso, cuando no hojea
la realidad y el presente del pasado, características defmitorias del fenó­ un diario o lee algún artículo que le interesa.
meno trasferencial. Cuando Searles le sugirió a una m ujer con una es­ A m edida que analista y paciente empiezan a estar en contacto se ini­
quizofrenia paranoide que ella encontraba muy semejantes a las personas cia la segunda etapa del tratam iento, la fa se de ¡a sim biosis ambivalente.
en el hospital, y a él entre ellas, con las de su infancia, ella le contestó con El silencio y la am bigüedad de la com unicación ha ido debilitando los lí­
impaciencia que cuál era la diferencia. Falta entonces la distancia psico­ mites del yo del paciente y el analista y los mecanismos de proyección e
lógica que nos hace posible discrim inar el objeto originario y la réplica.7 introyección por parte de am bos operan con gran intensidad, prestando
La trasferencia expresa una organización yoica muy primitiva que se una base de realidad a la trasferencia sim biótica, que en este período se
rem onta a los prim eros meses de la vida, cuando el lactante se relaciona caracteriza por una fuerte ambivalencia. El analista lo percibe en la co­
con objetos parciales que no llega a discriminar del self, m ientras que el municación verbal y no verbal del paciente no menos que en su
neurótico se relaciona con objetos totales y en una relación triangular. contratrasferencia, que fluctúa rápidam ente del odio al am or, del apre­
Esta situación corresponde a los mecanismos esquizoides de Melanie cio al rechazo.
Klein y a lo que Searles prefiere llam ar, como M ahler (1967), fa se sim ­ U na característica de esta etapa es que la relación con el paciente ad ­
biótica. La trasferencia que se remite a esta fase no sólo se hace con obje­ quiere una im portancia excesiva y absorbente para el analista, que siente
tos parciales sino tam bién con las partes del self que se relacionan con peligrar sus relaciones dentro del hospital y hasta en el seno de su familia.
ellos; y, para complicar más las cosas, estos dos tipos de trasferencia se La hostilidad alcanza un grado muy alto, y justam ente lo decisivo de esta
alternan rápidam ente. etapa es que analista y analizado com prueben que sobreviven al odio del
A partir de su experiencia clínica, que coincide con la investigación de otro y de uno mismo, asumiendo alternativamente el papel de m adre mala.
M ahler (1967, etcétera), Searles distingue cinco fases evolutivas en la psi­ Entonces empieza a instalarse insensiblemente la fa se de la simbiosis
coterapia de la esquizofrenia crónica, a saber: fase fuera de contacto, fa­ preambivalente (o simbiosis total) en que el analista empieza a aceptar su
se de simbiosis ambivalente, fase de simbiosis pream bivalente, fase de re­ papel de m adre buena para el paciente y, recíprocam ente, su dependencia
solución de la simbiosis y fase tardía de individuación. infantil ante el paciente que es para él tam bién la m adre buena. Los senti­
Searles piensa que la etiología de la esquizofrenia debe buscarse en mientos no son ahora predom inantem ente sexuales sino más bien de tipo
una falla de la simbiosis m adre-niño o antes aún si esa simbiosis no llega m aternal. Es necesario, dice Searles, que analista y paciente depositen en
a form arse por la excesiva ambivalencia de la madre; y sostiene que una el otro la confianza del niño pequeño que hay en cada uno. E sta fase de
trasferencia de tipo simbiótico es una fase necesaria en todo análisis y la terapia reproduce una experiencia infantil feliz con una m adre buena
m ucho más para el caso psicòtico. en form a concreta en la relación con el terapeuta. Alcanzada la etapa del
La fa se sin contacto corresponde a la etapa autistica de Mahler am or pream bivalente, no existe ya el tem or a perder la individualidad y
(1952), donde se origina la psicosis hom ónim a. Son los niños que nunca surge una actividad lúdicra gozosa entre analista y paciente, que cam bian
llegaron a participar de una relación simbiótica con la m adre. El fenóme* sus lugares sin tem or y exploran traviesam ente todos los campos de la ex­
no trasferencial existe, sin embargo, en cuanto el analista queda de hecho periencia psicológica.
identificado errónea y bizarram ente con un objeto del pasado. Aquí ei Sigue luego la fa se de la resolución de la simbiosis, donde vuelven a
donde más se aplica el concepto de trasferencia delirante de LLttle, y el surgir las necesidades individuales de am bos participantes. El analista co­
mayor problem a de la contratrasferencia es sentirse persistente y radical» mienza a delegar en el paciente la responsabilidad de curarse o la decisión
mente ignorado. La contrapartida de la trasferencia delirante es que d de seguir toda la vida en un hospital psiquiátrico. Aquí es decisivo que la
paciente mismo se sienta erróneam ente identificado por las otras perso­ contratrasferencia del analista no le haga temer por el futuro del paciente
nas. En este contexto, por lógica, el analizado siente que el analista no ta y por su propio prestigio profesional y com prenda que la últim a palabra
está hablando a él mismo sino a otro. estará siempre verdaderam ente a cargo del enferm o. En este m om ento
suelen intervenir los familiares y los miembros del equipo terapéutico p a­
7 El mismo concepto puede encontrarse en el artículo d e From m -Reichm ann «Traniflf* ra evitar que el paciente se convierta en una persona separada, con lo que
rence problems in schizophrenics» (1939). ellos perderían la gratificación de una relación simbiótica.
La etapa fin a l del tratam iento, la individuación, se alcanza cuando se año siguiente en el Bulletin o f the M enninger Clinic, se fue im poniendo
ha resuelto la simbiosis terapéutica. Esta etapa se prolonga siempre un en el psicoanálisis de Estados Unidos prim ero y luego en el resto del m un­
tiempo largo, mientras el paciente va estableciendo genuinas relaciones do una nueva entidad clínica, el fronterizo, a medio camino entre la psi­
de objeto y enfrenta los problemas propios del análisis del neurótico. cosis y la neurosis. Gracias al esfuerzo de m uchos autores, entre los que
La agudeza clínica de Searles, su capacidad para captar los matices se destaca O tto F, Kernberg, el fronterizo no es ya el cajón de sastre donde
más delicados de la relación con el paciente y trasmitírselos al lector no van a parar los casos de diagnóstico difícil o impreciso sino una entidad clí­
nos debe hacer olvidar la distancia que hay entre su m étodo y el trata­ nica con derecho propio. P ara señalar esa individualidad, para subrayar
miento estándar, que él no ignora, por cierto, y la poca confianza que que se trata de algo específico y estable, Kernberg (1975, cap. 1) prefiere
dispensa a la interpretación. Searles cree firmemente que basta vivir ple­ hablar, justamente, de organización fronteriza de la personalidad.
nam ente prim ero y gozosamente después la simbiosis para que sin pa­ En el trabajo liminar de Knight (1953) se afirm aba que el fronterizo
labras el enferm o evolucione y cambie. Piensa, efectivamente, que el des­ no se adapta al tratam iento psicoanalítico, porque su yo sumamente lábil
tino del paciente psicòtico en análisis consiste en poder reproducir en la queda expuesto a desm oronarse frente a la natural e inevitable regresión
trasferencia la relación simbiótica y esto se logra a través de un vínculo que promueve el tratam iento clásico. Knight se inclinaba, entonces, por
no verbal, donde rara vez llega el m om ento para hacer interpretaciones trata r a estos pacientes con una psicoterapia de apoyo de inspiración ana­
trasferenciales. Searles se inclina a pensar que los analistas que, como lítica, buscando restaurar las perdidas fuerzas del yo. Solamente si esto
Rosenfeld, tienden a dar al analizado interpretaciones verbales de la psi­ se logra queda abierto el camino para un tratam iento psicoanalítico en
cosis de trasferencia sucumben a una resistencia inconciente: eluden regla. Otros autores, en cambio, como H erbert A. Rosenfeld, León
enfrentar el periodo de simbiosis terapéutica. Recurrir a las interpreta­ Grinberg y H anna Segal, por ejemplo, piensan que el paciente fronterizo
ciones verbalizadas antes que se haya atravesado con buen éxito la fase es accesible al tratam iento psicoanalítico clásico, si bien no dudan ni por
simbiótica de la trasferencia es claram ente un error: equivale a que el un m om ento que planteará problemas mucho más difíciles que los del
analista emplee la interpretación trasferencial com o un escudo que lo neurótico común o estándar.
protege del grado de intim idad psicológica que le reclama el paciente, del En una posición intermedia entre estos dos extremos, Kernberg se
mismo m odo que el paciente utiliza su trasferencia delirante para no ex­ pronuncia a favor de una form a especial de psicoterapia psicoanalítica
perim entar la plena realidad del analista como persona presente. m odificada.
Los riesgos que señala Searles son muy ciertos pero tampoco se salvan Lo que caracteriza para Kernberg (1982) al paciente fronterizo es la
absteniéndose de interpretar; y, por otra parte, la actitud de no hacerlo difusión de la identidad, en cuanto no están claram ente delimitadas las
puede ser igualmente un escudo para los conflictos de contratrasferencia. representaciones del self y del objeto, el predominio de mecanismos de
Searles nos ofrece generosamente en sus trabajos ricas ilustraciones defensa primitivos basados en la disociación y, por último, la conserva­
clínicas de su form a de trabajar, que lo pintan invariablemente com o un ción de la prueba de realidad, que falta precisamente en la psicosis.
analista sagaz, profundo y com prom etido. Si me atreviera a opinar sobre La estructura recién descripta lleva a un tipo especial de trasferencia
la base de lo que él nos m uestra, diría que Searles se preocupa en general que Kernberg (1976b) llam a trasferencia primitiva, donde la relación de
más por el bienestar del enferm o, por no herirlo y por m ostrarle su sim­ objeto es parcial. «La trasferencia refleja una m ultitud de relaciones ob­
patía, que por interpretar lo que le pasa. jétales internas de aspectos disociados del s e lf y aspectos altam ente dis­
Creo que vale la pena traer ahora a colación a otro gran investigador de torsionados, fantásticos y disociados de las representaciones de objeto»
la psicosis, Peter L. Giovacchini, quien ha trabajado sobre el tem a m u­ (Revista Chilena de Psicoanálisis, pág. 30).
chísimos años y, com o Searles, con la trasferencia simbiótica como Kernberg estableció en 1968 los principios que a su juicio deben regir
principal instrum ento. Giovacchini, sin em bargo, cree que lo decisivo en el tratam iento de este tipo de enferm os, a p artir de la idea de que «cuan­
el destino de la simbiosis terapéutica es justam ente que el analista la in­ do reciben tratam iento psicoanalítico, se suele observar en ellos una pe­
terpreta, com o lo dice en todos sus trabajos y muy especialmente en «The culiar form a de pérdida de la prueba de realidad, e incluso ideas deliran­
symbiotic phase» (19726). tes que se manifiestan sólo en la trasferencia —en otras palabras, de­
sarrollan una psicosis trasferencial y no una neurosis trasferencial»
(1968, pág. 600). Vale la pena señalar aquí que Kernberg emplea el térm i­
no «psicosis trasferencial» para denotar una eventualidad (o complica­
5. La trasferencia del paciente fronterizo ción) del tratam iento psicoanalítico, como también lo hace M argaret
Little, y no como se lo emplea en este libro.
A partir de «Estados fronterizos», el perdurable trabajo que R obert Kernberg piensa (como Knight) que los pacientes fronterizos no tole»
P . Knight leyó en Atlantic City el 12 de mayo de 1952 y que se publicó el ran la regresión que tiene lugar en el análisis porque su yo es muy débil y
por su elevada propensión al acting out. De ahí que el fronterizo deba 14. Perversión de trasferencia*
tratarse con una form a especial de análisis apoyado en diversos pará­
m etros técnicos o, simplemente, con una psicoterapia psicoanalítica m o­
dificada, donde más que hablar de parám etros es preferible hablar lisa y
llanamente de modificaciones técnicas {ibid., pág. 601). Entre las m odifi­
caciones técnicas que Kemberg propone está el ritm o de tres sesiones ca­
ra a cara, la elaboración de la trasferencia negativa sin intentar su recons­
trucción genética y la «desviación» de la trasferencia negativa mediante
su examen sistemático en las relaciones del paciente con los demás, la
estructuración de una situación terapéutica que pueda contener el acting
La tesis de este capítulo es que la perversión posee individualidad clí­
out, estableciendo límites estrictos para la agresión no verbal que se ad­ nica y configura un tipo especial de trasferencia.
m itirá durante las sesiones, utilizando los factores del ambiente que
puedan prom over una m ejor organización de la vida del paciente y del
tratam iento. P or otra parte, Kernberg se declara partidario de utilizar la
trasferencia positiva en cuanto m antenga la alianza de trabajo, sin tocar 1. Consideraciones teóricas
resueltamente las defensas que podrían hacerla tam balear.
Al term inar su im portante trab ajo de 1968, Kernberg resume su enfo­ No fue sencillo captar la unidad psicopatológica de las perversiones y
que terapéutico en estos términos: «Esta particular form a de psicoterapia señalar sus características definitorías. El estudio fenomenològico
expresiva de orientación psicoanalítica es un abordaje terpéutico que di­
no basta, ya que una conducta no puede estar definida por sí como per­
fiere al psicoanálisis clásico en que no permite el total desarrollo de la versa, aparte que clasificar las perversiones por su form a es com o enca­
neurosis trasferencial ni se vale sólo de la interpretación para resolver la sillar los delirios p or su contenido. E ra necesario llegar a com prender la
trasferencia» (ibid., pág. 616). perversión desde sus propias pautas; y esto sólo h a empezado a realizarse
En su Object relations theory and clinical psychoanalysis (1976a)
en los últimos años.
Kernberg vuelve al tem a al estudiar la trasferencia y contratrasferencia
La polaridad neurosis-psicosis es tan clara y rotunda que los otros
en el tratam iento del paciente fronterizo, m anteniendo y precisando sus
cuadros psicopatológicos tienden a caer finalm ente en su órbita; y las vi­
puntos de vista. Insiste en que la trasferencia negativa de los pacientes
gorosas pinceladas con que Freud trazó la línea divisoria en sus dos ensa­
fronterizos debe ser interpretada solam ente en el aquí y ahora, ya que las
yos de 1924 reforzaron sin proponérselo ese dualism o fundam ental.
reconstrucciones genéticas no pueden ser captadas por pacientes que de
El prim er intento de com prender la perversión partió de la neurosis
hecho confunden la trasferencia con la realidad, y que los aspectos de la
con el célebre aforism o freudiano de que la neurosis es el negativo de
trasferencia positiva de origen menos primitivo no deben ser interpreta­
la perversión, todavía vigente en cierto m odo, com o dice con razón
dos para favorecer el desarrollo de la alianza terapéutica. Los aspectos
Gillespie (1964).
más distorsionados de la trasferencia deberán ser atacados en prim er lu­
Después de los Tres ensayos de teoría sexual (1905d), sin em bargo, se
gar, para llegar después a los fenómenos trasferenciales que se vinculan
fue im poniendo un punto de vista estructural, cuyos jalones son el estu­
con experiencias reales de la infancia.
dio sobre Leonardo (1910c), «Pegan a un niño» (1919e) y el trabajo de
La m eta estratégica de su terapia, dirá Kernberg en 1976, consiste en
H ans Sachs de 1923. Según este enfoque, el acto perverso tiene la estruc­
ir trasform ando la trasferencia prim itiva en reacciones trasferenciales in ­
tura de un síntom a, especial porque es egosintónico y placentero pero
tegradas (1976b, pág. 800). Esto se consigue con el análisis sistemático de
síntom a al fin, con lo que se borraron los límites entre perversión y
las constelaciones defensivas, que m ejoran el funcionam iento del yo y
neurosis. Sin em bargo, recorrer este largo cam ino para llegar a que el sín­
permiten trasform ar y resolver la trasferencia primitiva, como dice Kern­
tom a perverso es como cualquier otro, no era todavía proponerse el
berg en su últim o libro (1980, especialmente caps. 9-10),
problem a de la perversión misma.
La irreductible diferencia de los hechos clínicos, la dificultad de anali­
Las reglas que da Kernberg sobre la técnica tienen sin duda coheren­
zar al perverso hizo después abordar la perversión desde el polo opuesto.
cia con los supuestos teóricos con que él opera; y, sin embargo, cabría pre­
guntarle si no paga un precio muy alto para aplicar su técnica en lugar de
confiar en la que todos manejamos. No debe olvidarse que las limitaciones * Este trab ajo apareció en su versión com pleta en León Grinberg, ed.. Prácticaspsico-
que Kernberg impone a su paciente y que se impone a sí mismo pueden agra­ analíticas comparadas en la psicosis. A quí se reproduce, con ligeras m odificaciones, el resu­
var a la corta o a la larga las mismas dificultades que él aspira a evitar. men que se leyó en el XXX Congreso Internacional de Jerusalén, aparecido en el ln ttrn e m
lional Journal y en Jean Bergeret, éd., La cure psychanalytique sur le divan (1980).
Freud vislumbró en 1922 que la perversión puede tener que ver con Lacan y sus discípulos sostienen que la explicación de las perversiones
impulsos agresivos y no sólo libidinosos; y en su ensayo sobre el fetichis­ debe buscarse en este particular mecanismo de defensa, Verleugnung,
m o (1927e) señala en estos enfermos u n a peculiar form a de acceder a la distinto esencialmente de la represión, Verdràngung, (propia de la neuro­
realidad. Tam bién M elanie Klein (1932) subrayó la im portancia de las si­ sis) y de la Verwerfung, exclusión, forclusión, base estructural de la psi­
tuaciones de ansiedad y de culpa vinculadas a los impulsos agresivos en el cosis .4 Lacan (1956) sostiene que el fetichista ha pasado p or la castra­
desarrollo de la perversión. ción pero la desmiente. Reconoce la castración; pero «presentiñcando»
Sobre estas bases, Glover (1933) afirm a que muchas perversiones son, la imago del pene femenino, im agina lo que no existe. La «presentifica-
por decirlo así, el negativo de la psicosis, en cuanto intentos de cerrar las ción» es la otra cara de lo renegado. El fetiche, dice Lacan plásticamente,
brechas que quedaron en el desarrollo del sentido de la realidad. presenta (encama) y vela al mismo tiempo el pene femenino. En el estadio
Los continuadores de Melanie Klein (Bion, H anna Segal, Rosenfeld, del espejo, el niño es el falo faltante de la madre, el objeto del deseo (de te­
etcétera), al estudiar la personalidad psicòtica (o la parte psicòtica de la per­ ner un falo) de la m adre. En el momento culminante del complejo de Edi­
sonalidad), llegaron a la conclusión de que es muy fuerte en el perverso. po el padre interviene reubicando al niño en un tercer lugar: el niño no es el
Así se acuñó un nuevo aforism o, según el cual la perversión no es ya falo de la madre y, desde entonces, el fa lo es un símbolo (y no un órgano).
el «positivo» de la neurosis sino el negativo de (una defensa contra) la El fetiche, afirm a Rosolato (1966), es la contraparte de la escisión del
psicosis,1 u na form a de huir de la locura. sujeto. El fetiche aparece cortado de su dependencia corporal y a la vez
Debe aceptarse sin reservas que la perversión tiene mucho que ver con en continuidad (metonimica) con el cuerpo (faneras, vestidos). Si por es­
la parte psicòtica de la personalidad; pero proponerla com o una simple ta continuidad el fetiche es una m etonimia, en cuanto representa («pre-
defensa contra la psicosis, una espede de mal menor (para decirlo en for­ sentifíca») el pene faltante de la m adre es tam bién su metáfora.
m a que denuncie su raíz ideológica), connota más un juicio de valor sobre Con el soporte teórico de la psicología del yo, Gillespie (1956, 1964)
la salud mental que una fórmula psicopatológica. Cuando vemos los elabora una clara y amplia teoría de la perversión donde tam bién ocupa
hechos clínicos sin este prejuicio, nos damos cuenta de que la perversión un lugar destacado la disociación del yo, si bien no llega a reivindicar la
puede ser tanto una defensa contra la psicosis como una de sus causas. Verleugnung como especifica. D entro de la misma línea de pensamiento,
Bychowsky (1956) considera que el yo homosexual sufre un proceso de
disociación, que explica en función de los introyectos.
Tam bién para M eltzer (1973) ocupa un lugar preponderante la diso­
2. El yo perverso ciación del yo perverso, que asum e una form a especial, el desmantela-
m iento. Este autor ha hecho un valioso aporte para distinguir la sexuali­
Sólo en los últimos años la perversión empezó a m ostrar su indivi­ dad del adulto (de base introyectiva) de la infantil y perversa, am bas de
dualidad, cuando la investigación convergió en un tem a esencial, la divi­ base proyectiva pero con diferentes procesos de disociación en la estruc­
sión del y o perverso. tura yoica, vinculados a la angustia y la envidia.
El punto de partida se encuentra en «La organización genital infan­
til» (1923e), donde Freud afirm a que, frente a la prim era (y honda) A su regreso de las prim eras vacaciones una paciente homosexual
impresión ante la falta de pene en la m ujer, el niño verleugnet (reniega, expresó plásticamente la disociación del yo (y el mecanismo básico de la
reprueba, desmiente) el hecho2 y cree que ha debido ver un pene. En desmentida) diciendo que se encontraba mal porque se le había caído un
otros trabajos de la misma época usa el sustantivo Verleugrtung coh refe­ lente de contacto y su m adre lo había pisado mientras lo buscaban. Des­
rencia a la castración, la diferencia de los sexos o cierta realidad penosa.3 cartada la posibilidad de recurrir a sus anteojos, tenia que usar un solo
Al aplicar estos conceptos a la comprensión del fetichismo, en 1927, lente de contacto y ver las cosas bien con un ojo y mal con el otro. En la
Freud afirma que el fetichismo reprime el afecto (es decir el horror a la sesión siguiente, expresó el tem or de que yo hubiera cam biado durante
castración) y desmiente la representación. La desmentida, en cuanto conser­ las vacaciones trasform ándom e en un mal analista.
va y descarta la castración, define para Freud la escisión del y o en el proceso
defensivo, que estudia en dos obras inconclusas de 1938 (Freud, 1940 a y e).
4 En «Las neurosis de defensa» (1894a, cap. 3) dice Freud: «A hora bien, existe una m o­
dalidad defensiva m ucho más enérgica y exitosa, que consiste en que el yo desestima fver-
1 U na lúcidadiscusión del ¡nterjuego entre neurosis, perversión y psicosis puede hallarte
werfen) la representación insoportable ju n io con su afecto y se com porta com o si la repre­
en Pichón Rivière (1946, pág. 9).
sentación nunca hubiera com parecido» (A E , 3, pág. 59). En la Standard E dition encontra­
2 Strachey usa el verbo disavow y el sustantivo disavowal paia verleugnen y Verteugnung mos: «Here, the ego rejects the incom patible idea together with its affect and behaves as i f
(renegar y renegación; reprobar y reprobación, desmentir y desm entida).
the idea had never occurred to the ego at all» (SE, 3, pág, 58). Según señalan Laplanche y
3 A diferencia deE lisabeth von R., que es neurótica, una paciente psicòtica hubiera des­
Pontalis (1968), aquí Strachey traduce el verbo verwerfen por reject, Pero en «Neurosi* y
m entido la m uerte de la hermana (SE, 19, pág. 184. A E , 19, pág. 194),
psicosis» (1924¿) Freud usa Verleugnung (disavowal) y no Verwerfung (rejection
El cam bio de los anteojos por lentes de contacto había sido uno de los trabajo fundam ental. Estos mecanismos, sigue Betty Joseph, no son sólo
prim eros progresos que notó la paciente y lo ocultó durante un tiempo defensas por medio de los cuales el paciente trata de desembarazarse de
tem iendo que yo se lo envidiara. Sólo al regreso de las vacaciones pu­ sus impulsos y de sus (dolorosos) sentimientos, sino tam bién ataques
do venir al consultorio con los lentes de contacto (con un lente) y con­ concretos contra el analista. Identificado proyectivamente el pezón con
tó el risueño episodio. la lengua, la palabra es alimento, al par que el pezón-pene mismo queda
roto y sin fuerza, para ser estimulado por un diálogo vacío que trata de
excitarlo y atorm entarlo.
Después de unas largas vacaciones, un paciente fro teu r que acos­
3. La perversión de trasferencia tum braba a hablar largam ente y en tono intelectual soñó que volvía en
barco y tenia juegos sexuales con una joven. L e daba un beso y , al sepa­
Este rodeo teórico permite volver a la sustancia de este capítulo, la for­ rarse, la lengua de ella se alargaba y alargaba de m odo que permanecía
m a especial de relación que, por fuerza, habrá de desarrollar en el análisis siempre en su boca.
el perverso para que se constituya y resuelva la perversión de trasferencia. En su interesante ensayo sobre el fetichismo, Luisa de Urtubey (1971­
Con esta denominación propongo unificar los diversos fenómenos clínicos 72) habla de la «fetichización» del vínculo trasferencial y la ilustra con­
que se observan en el tratamiento de este grupo de pacientes. vincentemente. El sutil esfuerzo del perverso para arrastrar al analista
C oncepto técnico, la perversión de trasferencia tiene el mismo rango aparece plásticamente descripto en el riguroso trabajo de Ruth Riesen-
que la neurosis de trasferencia, y permite estudiar a estos pacientes sin berg (1976) sobre la fantasía del espejo: la capacidad de observar y
hacerlos entrar en un lecho de Procusto. describir de la analista corre peligro de ser trasform ada en escoptofilia.
El fecundo concepto freudiano de que la enferm edad originaría se El persistente im pacto de los sutiles mecanismos perversos en el an a­
vuelve a presentar en el cam po de la cura psicoanalítica y pasa a ser el ob­ lista ha sido estudiado profundam ente por Meltzer (1973, cap. 19), quien
jeto de nuestra labor («Recordar, repetir y reelaborar», 1914b), puede subraya que muchas veces el analista se da cuenta de que el proceso anali­
extenderse a otros grupos psicopatológicos, con lo que la neurosis de tico ha sido subvertido cuando ya es demasiado tarde. El análisis se de­
trasferencia propiamente dicha se precisa y delimita. Esto implica aceptar sarrolla, entonces, en un m arco de esterilidad, y la esterilidad es la razón
que el grupo patológico que Freud contrapuso a las neurosis de trasferen­ de ser de toda perversión. En los casos extremos, el analista actúa direc­
cia en «Introducción del narcisismo» (1914g) tiene también un correlato tam ente su contratrasferencia a través de pseudointerpretaciones. Puede
trasferencial, como parece desprenderse de la experiencia clínica . 5 iniciarse así un daño perm anente en su instrum ento analítico (Liberman,
Mi propuesta implica deslindar el concepto técnico de neurosis de 19766). Como es lógico, concluye Meltzer, la decadencia de un grupo
trasferencia de sus consecuencias psicopatológicas (o nosográficas) y se analítico sigue por este camino.
ubica, pues, en la misma línea de pensamiento que llevó a Rosenfeld En una breve comunicación (1973) sobre los problemas técnicos que
(1952) y a Searles (1963) a reconocer la individualidad de la psicosis de crea la ideología del paciente cuando se la utiliza proyectivamente con fi­
trasferencia; y recoge, tam bién, los valiosos aportes de la investigación nes defensivos (y ofensivos), pude ilustrar cómo un impulso se trasform a
actual que ha sabido iluminar las relaciones narcisistas de objeto, base teó­ en ideología y se proyecta. Si bien esa comunicación se refería al vegeta­
rica para acceder a las perversiones, y destacar lo específicamente per­ rianism o, el trastorno descripto, esto es, la trasform ación de un malen­
verso en el vínculo trasferencial. En form a cuasi diabólica, estos pacien­ tendido (Money-Kyrle, 1968), en ideología del analista a través de la
tes tratan de pervertir la relación analítica y ponen a prueba nuestra tole­ identificación proyectiva (Melanie Klein, 1946) es en esencia perverso, (Y
rancia; sin embargo, si la perversión es lo que es, no podemos esperar lo era el paciente de mi com unicación.) Llegué entonces a la conclusión
otra cosa. de que el perverso no siente el llam ado del instinto; sólo tiene com unica­
A unque no hable explícitamente de perversión de trasferencia, Betty ción con su cuerpo a través del intelecto. Supongo que es principalmente
Joseph (1971) ilustra sus modalidades más significativas y afirm a que la la envidia enlazada al sentimiento de culpa lo que lleva al perverso a sen­
perversión sólo podrá resolverse en la medida en que el analista la des­ tir su instinto no como deseo sino como ideología. Reflexiones estas que,
cubra e interprete en la trasferencia. La erotización del vínculo, la utiliza­ quizá, puedan contribuir a aclarar el enorme potencial creador de la
ción de la palabra o el silencio para proyectar la excitación en el analis* estructura perversa. Se com prende asimismo por qué para el perverso,
ta, la pasividad para provocar su impaciencia y lograr que la actúe con encerrado en un m undo de ideologías, la polémica sea tan vital.
interpretaciones (o pseudointerpretaciones) aparecen claramente en este Según mi experiencia, son mecanismos perversos la erotización del
vínculo y el planteo «ideológico» de la vida sexual (y de la vida en gene­
5 Es sabido que este punto de vista no es com partido p o r m uchos analistas (G utm ann, ral), acom pañado siempre de una nota de rebeldía y un tono polémico. Si
1968; Zetzel, 1968). estas características aparecen en pacientes neuróticos es porque está en
juego un aspecto perverso de la personalidad, como tam bién se observa em bargo, la locura surge del re-contacto con la realidad: descubrir el
la trasferencia neurótica en pacientes perversos, porque los cuadros clíni­ m undo en su infinita variedad y riqueza es como un error de los sentidos:
cos nunca son puros. la realidad tiene que resultar enloquecedora para guien vive en un m undo
Con un diferente soporte teórico, los autores franceses llegan a simi­ de alucinaciones negativas. En este sentido, la perversión no es una de­
lares conclusiones. Rosolato (1966) sostiene que la perversión fetichista fensa contra la psicosis sino la psicosis misma» (Etchegoyen, 1970).
entraña siempre una ideología, y concretam ente la ideología gnóstica:® la Reproduzco este párrafo porque concuerda con Clavreul en cuanto al
perversión es al gnosticismo como la neurosis obsesiva a la religión ri­ sentido de realidad en las perversiones y con la idea de desmantelamiento
tual. El perverso desmiente de la Ley del Padre en cuanto impone el acce­ de Meltzer, Si no se tom a en cuenta esta especial distorsión, se incurre en
so al orden simbólico sancionando la diferencia de los sexos, y la susti­ errores técnicos que confirm an al perverso en su creencia de que el análi­
tuye por la ley de su deseo. Clavreul (1963, 1966), por su parte, señala las sis es una form a sutil de adoctrinam iento.
características peculiares de «la pareja perversa», y considera que to d a la Al finalizar el prim er año se sentía m ejor, lo que se expresó en el sin­
trasferencia se im pregna de una nota de desafío. Su discurso sobre el gular proceso de disociación que estamos describiendo: aum entó su con­
am or (y sobre todas las cosas) asume siempre un carácter de alegato, de fianza en mí y temía que le envidiara su progreso. Sólo podía sentirse
desafío, de rebelión. bien, afirm aba, a condición de no tener ningún tipo de vida sexual para
Estas coincidencias son interesantes porque m uestran que la práctica no ser envidiada.8 ¡Era como si conociera al dedillo el concepto de afani-
analítica, aun sobre bases teóricas diferentes, revela un conjunto de xis y la teoría de la envidia tem prana!
problem as que hacen a la esencia misma de la perversión. Sus afirmaciones rotundas y contradictorias me provocaban descon­
cierto e intranquilidad. Cuando quería reducirlas interpretando sus obvias
contradicciones, tropezaba con una resistencia irreductible y con reproches
de que le estaba imponiendo mis ideas. (Y en parte tenía razón.)
4. M aterial clínico AI comienzo del segundo año de análisis tuvo su prim era relación he­
terosexual y se sintió «loca de alegría». Vino confundida, m areada y con
Ilustra lo dicho el material clínico de una joven que se analizó p or su ganas de vom itar: sólo al final de la sesión, y con vivo tem or a que la cen­
hom osexualidad y p or una atorm entadora sensación de vacío interior. surara, pudo comunicármelo.
D urante los prim eros meses del análisis se le fue imponiendo la viven­ A partir de esa sesión tenía que vencer una fuerte resistencia para ve­
cia de que podía cam biar y que estaba cam biando: el m undo liso y entrò­ nir; se sentía humillada por el progreso del tratam iento. A veces llegaba
pico de la hom osexualidad en cuanto form a de borrar las diferencias (de con buena disposición, pero en cuanto me veía pensaba que no debía de­
sujeto y objeto, de hom bre y m ujer, de adulto y niño) empezó a hacerse jarse engañar, que ella venía para luchar y que yo sólo quería derrotarla y
más vivo y contrastante, más heterogéneo. Esto hizo renacer su espe­ hum illarla. (Desafío, alegato.)
ranza y, al mismo tiem po, reforzó un preexistente temor a la locura. La sesión siguiente ilustra su tono polémico y desafiante. Llega de un
A firm aba que no era que cam biara sino que yo le metía cosas en la cabe­ examen y cree que le fue bien. Sigue confundida y con tendencia a m are­
za. Y, en m om entos de paz interior nunca antes experim entada, le apare­ arse. Pensó que si el examen se prolongaba y no podía venir, el lunes le
ció a m odo de imperativo categórico el deseo de rebelarse en contra de mí iba a ser muy difícil hacerlo y tal vez no vendría m ás. Recuerda que con
acostándose con una m ujer. (La norm a se trasform a en impulso.) la doctora X (analista anterior) empezó a faltar a consecuencia de un exa­
El tem or a la locura emergía en contextos diferentes y la relación men y después abandonó.
entre perversión y psicosis no era m eram ente de defensa y contenido. La
locura tenía diversos significados: la vivencia de progreso la conducía a A : Tal vez tiene deseos de interrum pir el tratam iento y no venir más: te­
la exaltación m aníaca o al delirio persecutorio; otras veces la psicosis se me que se repita la situación con la doctora X.
vinculaba a la erotización de la trasferencia;7 o a una regresión m asiva e P: Usted me mete ideas en la cabez^que me son completam ente extrañas.
indiscrim inada a la infancia (ecmnesia). «En su form a más específica, sin No siento de ninguna m anera que quiera no venir más.
A : H abrá que ver por qué siente usted como extrañas estas ideas, a pesar
6 El gnosticismo se sustenta ел un saber consolidada y objetivo que considera a la divi­ de ser simplemente las suyas: usted dijo que, de no venir hoy, le hubiera
nidad como el alma del m undo y admite u n a visión directa de su espíritu, un conocim iento costado mucho volver el lunes.
absoluto, directo de Dios (Guillerm o M aci, com unicación personal). P : (Con énfasis y arrogancia): Eso lo digo pero no lo siento, lo pienso pe­
7 Soflé que viajaba en un colectivo con Am érico, el ex novio de Delia (su herm ana me­ ro no lo siento.
nor), sentada sobre él, cara a cara. Am érico tenía la bragueta abierta y me penetraba;
hablábam os com o si no pasara n ad a, p ara que los otros pasajeros no se dieran cuenta. (All
vivía en ese m om ento el diálogo analítico.) 8 Recuérdese el episodio de los lentes de contacto.
A : Pero ese argumento es muy equívoco: en cuanto usted decide que lo terpretación era considerada una descalificación, con lo que a su vez me
que dice no lo siente, yo ya no puedo interpretar nada. (Justam ente por­ descalificaba. A firm aba que era definida y definitivam ente homosexual
que se coloca en esa actitud esta interpretación no vale.) y que se había casado exclusivamente para conquistar mi am or (¡de
padre!). Simultáneamente me caracterizaba com o una m adre anticuada y
Meses después aparece la misma actitud polémica a propósito de un egoísta que sólo busca casar a sus hijas para desentenderse de ellas. Yo
sueño, pero yo puedo com prenderla m ejor. E ra un m om ento en que al­ debería haber visto hasta qué punto era ficticia la relación con Pablo e in­
ternaba entre la homosexualidad y la heterosexualídad, con vivo tem or a terpretarla. No lo hice porque quería curarla a toda costa. Si lo hubiera
la locura y a la penetración genital. En el sueño ella va a dar examen hecho —reconocía— me habría vivido como su eterno prohibidor.
acompañada p o r una compañera que habla dorm ido en su casa. En el ca­ Su convicción de tener que complacerme a toda costa era compatible
m ino encuentran un levantamiento popular y regresan asustadas. Queda con la no menos fírme de que yo no aceptaba su vuelta a la homosexuali­
disconform e p o r haberse asustado. Interpreté que el sueño parecía expre­ dad, a pesar de que siempre interpreté esta nueva experiencia —porque
sar su conflicto entre la hom osexualidad (la com pañera que duerm e en la así lo sentía—10 com o un deseo de decidir por sí misma el destino de su
casa) y la heterosexualídad (el examen). Le sugiero que el levantamiento identidad sexual. Le recordé sueños en que había huido de la hom ose­
popular debe ser la (temida) erección del pene: no puede enfrentarla y se xualidad com o de una cárcel dejando a un herm ano en su lugar (Etchego-
refugia en un lugar seguro, la casa, la m adre, la com pañera. yen, 1970, págs. 466-71), y le dije que había vuelto para lograr un de­
Acepta con una sonrisa cordial; pero... otro analista hubiera podido senlace más honesto y auténtico.
interpretar algo muy distinto, quizá que rehuye la responsabilidad social. El diálogo analítico le resultaba difícil y una voz interior la prevenía
De ahí que siempre le parezca insuficiente el psicoanálisis. No es que mi in­ de que sólo me contara lo que me complacía. (¡ Lo único que no cabía en
terpretación sea incorrecta, es insuficiente; no abarca toda su problemática. su necesidad de complacerme era asociar libremente!)
Luego de vacilar un m om ento dice que tiene, en realidad, un gran Empezó a darse cuenta de que ni la homosexualidad ni la heterose-
conflicto con el pene, conflicto cuya nota principal es la decepción. Des­ xualidad la satisfacían y que, a fuerza de ponerse en el lugar del otro para
pués de haberle temido tanto tiem po, ah ora se excita y lo desea; pero el complacerlo (o desafiarlo), nunca encontraba el propio.
pene le falla porque nunca la penetra bien en erección. Es siempre dema­ Cuando la nueva experiencia homosexual se agotó por sí misma, vol­
siado chico, o su vagina grande; y queda insatisfecha . 9 vió a tener la sensación de estar curada. Su relación con la homosexuali­
Sugiero que trata mi interpretación como un pene demasiado pequeño dad, decia, había cam biado: ya no era algo malo y abom inable sino
que la deja insatisfecha; pero insiste en que yo dejo de lado lo social. simplemente cosa del pasado. D urante esos meses había sentido que
Respondo que, así como ella critica e incluso hasta desprecia mi in­ dentro de ella se reconstruía una imagen de hom bre que la orientaba ha­
terpretación porque es pequeña e insuficiente, también cree que yo cia un futuro heterosexual.
desprecio su m aterial dejando cosas de lado, (Considero esta interpreta­ Cumplidos nueve años de análisis sus síntomas habían remitido, sus
ción acertada porque corrige la proyección de su peculiar disociación: relaciones de objeto eran más m aduras y no rehuía com o antes sus senti­
Verleugnung, desm antelam iento.) mientos depresivos.i* Su tipo de relación trasferencial m ostraba, sin em­
Reconoce que ella tiende a pensar que soy sectario y tendencioso. En bargo, aunque atenuadas, las características de siempre. A firm aba
otro tono, dice que la m uchacha del sueño debe ser homosexual y agrega rotundam ente que n<? iba a darle el alta o bien que iba a hacerlo para sa­
material confirm atorio sobre su tem or al pene erecto. cármela de encima; y oscilaba de una a o tra convicción en form a brusca y
versátil, sin que sus afirmaciones previas pudieran servirle de fe e d back.
C uatro años después estaba casada y empezaba a considerar la posi* Estas características se fueron haciendo más egodistónicas y rectificables
bilidad de term inar su tratam iento, cuando el m arido le anunció que hasta que, a mediados de un mes de mayo, acordam os term inar a fin de
quería separarse luego de casi tres años de vida en com ún. Reaccionó con ese año, lo que le despertó m ucha angustia.
extrem a desesperación, porque pensaba que sin él no podría vivir. Al mes de este acuerdo llegó un viernes muy tarde y dijo que no tenía
C onsum ada la separación, sintió que todo se venía abajo. Tem ía una ganas de venir. Reconoció que estaba enojada y se sentía infantil, egoís­
recaída en la hom osexualidad, que sobrevino. D urante esta época, su to­ ta. Antes creía que yo estaba dispuesto a todo con tal de atenderla po r­
no desafiante y polémico me obligaba a ser muy cauto al interpretar ob­
servando atentam ente mi contratrasferencia para evitar en lo posible U 10 Libre del deseo de «curarla», en ese m om ento me sentía dispuesto a que la enferm a
contraidentificación proyectiva (Grinberg, 1956, 1976o). C ualquier in- efectivamente tom ara su propio camino. Esto había sido difícil para mi porque su alegato
se dirigía en el fondo a dem ostrarm e que, por el solo hecho de haberla tom ado en análisis,
yo denunciaba mi prejuicio frente a la hom osexualidad.
9 El trastorno opuesto al vaginismo, menos frecuente y estudiado. (G arm a m e lo señaló 11 En los comienzos del tratam iento solía tildarme de ideólogo de la depresión, con lo
en una comunicación personal.) que daba en el talán de Aquíles de mi ideologia científica.
que ella y yo éramos uno. A hora, en cambio, tenía que hacer un esfuerzo Esta interpretación puede aceptarla sin conflicto y la com pleta dicien­
para que yo la analizara. C uando se separó de Pablo empezó a romperse do que, al sentirse loca, vuelve a colocarme en la necesidad de seguir
esa ilusión de unidad, ya que lo hizo siguiendo su propio impulso y cre­ cuidándola.
yendo que yo me oponía. En la sesión siguiente, sin em bargo, refractaria y angustiada, afirm a
que si consiento su alta es porque quiero separarm e de ella y no la quiero.
P: C uando me separé de Pablo empecé a sentir que usted no es todo para Se siente infantil y tonta. (Lo infantil puede expresarse ahora; pero no
mí y yo no soy todo p ara usted. Yo no sé desde dónde decido lo que a us­ dom ina al yo.) Temía, al mismo tiem po, que yo m odificara mi posición
ted lo va a complacer. Siempre he estado muy segura de lo que le iba a al verla mal. Le digo que la idea de que no le iba a dar nunca de alta la
gustar o disgustar de mi; pero ahora caigo en la cuenta de que esta opi­ preservaba de la desilusión que ahora siente (W innicott, 1953).
nión es muy subjetiva. (Considero que estas asociaciones muestran una
rectificación importante.) P : Es como si hubiera vivido diez años para analizarm e y para usted.
A : Separarse de Pablo era tam bién separarse de mí abandonando esa Tengo miedo de que ese espacio vuelva a reconstruir el vacío de mi vida
idea de absoluto acuerdo que nos unificaba. ( Una de las razones del ale­ anterior y que todo pierda sentido. Creo que en el fondo de mi corazón
gato, es justam ente, restituir esta unidad.) siempre pensé que usted nunca me dejaría ir.
La sesión siguiente vino tarde, hostil y angustiada, diciendo que le re­
sultaba muy difícil hablarm e.
5. Consideraciones finales
P (con énfasis)'. Hoy usted para mí no es un analista sino alguien que
quiere que yo venga aquí todos los días de mi vida, todos los años que me He presentado este m aterial con el deseo de ofrecer datos empíricos
quedan de vida. (Silencio.) Al escucharme pienso que estoy loca, que no sobre el desarrollo de la perversión de trasferencia, los recaudos técnicos
puede ser que yo sienta esto. Sin embargo, es lo que siento. Al mismo que permiten resolverla y los errores más frecuentes en su manejo.
tiem po pienso que estoy tratando de desnaturalizar todo, porque no sé La erotización del vínculo analítico, un tipo peculiar de relación nar­
por qué no quiero pensar que, en realidad, usted me ha dicho que yo me cisista de objeto que trata de construir perm anentem ente una ilusoria
puedo ir. (El trastorno es el mismo, Verleugnung, desmantelan!iento; p e­ unidad sujeto-objeto, la utilización de la palabra y el silencio para provo­
ro ahora es egodistónico.) car excitación e impaciencia en el analista son rasgos que aparecen con
A : De alguna parte h a de derivar esa idea. (Prefiero estimular su aso­ regularidad cronom étrica en el análisis de estos pacientes, lo mismo que
ciación antes que saturarla con una interpretación, p o r otra parte obvia.) una actitud polémica y desafiante, latente por lo general, que debe ser
Я: Creo que no puedo entender que usted me dice que me puedo ir. P o r­ descubierta1y referida a la disociación del yo, a la confusión sujeto-
que, ¿qué sentido va a tener mi vida cuando yo no venga más aquí? En­ objeto y a la trasform ación de la pulsión en ideología. P ara el analista,
tonces... hay o tro paso que me lleva a sentir que usted no me quiere ayu­ este últim o factor es decisivo.
dar, que quiere m antenerm e aquí encerrada. Es im portante señalar que la disociación yoica, los problem as ideoló­
A : Ese paso parece ser el m om ento en que usted coloca en mí su propio gicos, el alegato y el desafío persisten durante toda la marcha del análisis.
deseo de venir siempre. (Empiezo a corregir la proyección.) Me llamó la atención que, hasta último momento, la paciente mantuvo las
Pi Yo no siento mi propio deseo de venir siempre. P o r eso lo siento a us­ características perversas de la trasferencia, aunque en un nivel que se
ted como alguien que quiere tenerme encerrada, en lugar de sentirme yo acercaba más y más a la norm alidad. Ella permanecía fiel a sus propias
como alguien que no quiere dejarlo a usted en paz, que es lo que debiera pautas, m ientras yo, dom inado por la idea de «neurosis de trasferencia»,
sentir. (Angustia depresiva.) Tengo miedo de sentirme desprotegida si no esperaba en vano que, con el progreso de la cura, la trasferencia pasara
estoy encerrada. de lo perverso a lo neurótico. Razón muy convincente, a mi juicio, para
A : C uando usted siente que yo quiero hacerla venir toda la vida se en­ sostener el concepto de perversión de trasferencia.
cuentra encerrada, pero más protegida que cuando le digo que se vaya.
P: Cuando digo que usted me quiere m antener encerrada digo una locu­
ra; pero la verdad es que usted se trasform a en ese momento en otro.
A: Me trasform o en otro cuando usted se mete dentro de sí para quedar
protegida y encerrada. (Aquí puedo interpretar concretamente la identi­
ficación proyectiva y la consiguiente pérdida de identidad y claustro­
fobia.)
realidad, todo lo que pueda legítimamente reforzarla será bueno, siempre
que no se confunda reforzar con estimular.
El tem a de este capítulo, la trasferencia temprana, implica una nueva
am pliación del concepto de trasferencia (o de neurosis de trasferencia).
Es otra «form a especial» de trasferencia, que ya no tiene que ver con la
configuración psicopatológica sino con el desarrollo, con criterios evolu­
tivos.
P ara empezar, conviene darse cuenta de que, por el solo hecho de tra­
tarlo, ya estamos tom ando una posición frente a este tem a, es decir que
1. Repaso pensamos que esta trasferencia existe y que se la puede definir, caracteri­
zar y estudiar con los métodos del psicoanálisis. Si bien es este un punto
En los capítulos previos revisamos el concepto de neurosis de trasfe­ de vista todavía controvertido, pienso que hay una franca tendencia a
rencia procurando darle un sentido más específico al com pararlo y aceptarlo cada vez más.
contrastarlo con otras formas psicopatológicas. Como seguramente el
lector recordará, hay autores que prefieren hablar de neurosis de trasfe­
rencia y formas especiales de trasferencia, como por ejemplo Sandler et
al. (1973). No existe para ellos propiam ente una psicosis de trasferencia, 2. La neurosis infantil
sino una neurosis de trasferencia donde la psicosis pone un sello especiàl.
Nosotros tomamos una posición opuesta y afirmam os que el fenómeno La neurosis del adulto, ha dicho reiteradam ente Freud, y después
trasferencia! en la psicosis está basado en su especial y autóctona psicopa­ tam bién Wilhelm Reich en su Análisis del carácter (1933), tiene siempre
tologia. Si queremos entender la trasferencia en el psicòtico y al psicòtico su raíz en la infancia, en la llam ada neurosis infantil-, y esta es la que apa­
mismo, tenemos que descubrir la form a específica de trasferencia que le rece en análisis como neurosis de trasferencia en sentido estricto.
corresponde. A hora bien, la neurosis de trasferencia está indisolublemente ligada a
Este concepto tarda en imponerse y, sin embargo, una vez com pren­ la situación edipica. Se alcanza el nivel de integración neurótica cuando
dido, uno se da cuenta que no podría ser de otra form a. ¿Qué se puede se logra superar una etapa del desarrollo —larga no tanto en tiempo
esperar de un adicto sino que trate de m antener con el analista el vínculo cuanto en esfuerzo— que nos lleva hasta el punto en que ya se puede di­
propio de su enfermedad tom ándolo por una droga? ferenciar el yo del objeto y también los objetos entre sí, en que se puede
Dijimos, además, que nunca existe un cuadro de neurosis pura sino reconocer que hay un padre y una m adre, frente a los cuales tenemos que
que hay siempre, en cada caso, una mezcla de aspectos neuróticos y psi- establecer una estrategia relacional. A este tipo de vínculo, que, com o de­
cóticos, psicopáticos, adictivos y perversos; y, consiguientemente, mostró Freud, está muy ligado a factores instintivos, es a lo que se le
siempre va a haber una psicosis de trasferencia y una psicopatia de trasfe­ llam a complejo de Edipo, Como dice Elizabeth R. Zetzel (1968) sólo
rencia, etcétera, concomitantes a la neurosis de trasferencia en sentido cuando se ha logrado superar el nivel diàdico del desarrollo es que puede
estricto. Los ingredientes cambian en cada caso y tam bién de m om ento a plantearse verdaderamente la situación edipica. Desde este punto de vis­
m om ento, de sesión a sesión, de m inuto a m inuto, y esto nos obliga a es­ ta, el complejo de Edipo implica un grado de m aduración muy grande,
tar siempre atentos, prestando preferente atención a los fenómenos que en cuanto significa haber resuelto los problemas con cada uno de los
dom inan el cuadro clínico, que de hecho lo caracterizan en cada circuns­ padres por separado y estar en condiciones de establecer una relación con
tancia. La otra m etodología, en cambio, es más peligrosa por cuanto nos ambos simultáneamente. A este nivel de desarrollo corresponde estricta­
puede llevar a imponer al paciente el tipo neurótico de funcionam iento mente, repitámoslo, la neurosis de trasferencia.
cuando no es el que le cuadra. En otras palabras, si somos más precisos Muchos autores, sobre todo psicólogos del yo, piensan que sólo cuan­
al describir los hechos, m ejor podremos com prender a nuestros pacien­ do se alcanza este grado de m aduración es factible el tratam iento psico­
tes. analitico, porque entonces el futuro analizado será capaz de distinguir
Puede ser que, por razones tácticas, en un m om ento dado tratem os entre realidad y fantasía, entre lo externo y lo interno o, en términos más
de reforzar los aspectos neuróticos de la trasferencia, que son los más ac­ técnicos, entre la neurosis de trasferencia y la alianza terapéutica. Si esa
cesibles; pero tendremos que ser plenamente concientes de que estamos etapa del desarrollo no ha sido alcanzada, el individuo será inanalizable,
haciendo algo que tiene que ver con el manejo de la situación trasferen- porque no va a poder colaborar con nosotros y porque, desde luego, los
cial y no estrictamente con su análisis. P or otro lado, siendo por defini­ azares de la relación analítica lo van a llevar, por vía de la regresión, a los
ción la neurosis de trasferencia la parte del paciente más cercana a le problemas no resueltos del comienzo de su vida.
tiene el orgasmo más intenso que recuerda, u n a convulsión de todo su
cuerpo seguida, un m om ento después, de la misma reacción de parte de
Nadie duda, por cierto, que hay un desarrollo psicológico que se ex­ su herm ana. Luego Luisa la tom a con am or entre sus brazos y la abraza
tiende desde el nacimiento (o antes) hasta que el niño ingresa al conflicto estrecham ente. £1 sueño posee una sensación de absoluta realidad»
edipico tal como acabam os de describirlo; pero ¿qué pasa, entonces, an­ (1928Ô, pág. 627).
tes del complejo de Edipo? Se ubica allí, justam ente, la llam ada etapa Más adelante recordó que cuando estuvo de vuelta en la casa a los 5
preedípica, que abarca los dos primeros años de la vida y corresponde a años los juegos sexuales con la herm ana asum ieron otro carácter, con es­
los estadios pregenitales del desarrollo, oral y anal. tim ulación vagina] (y no sólo clitoridiana).
Es clara para todos, por cierto, la im portancia de esta etapa. Freud se Al sentar sus conclusiones sobre este caso Mack-Brunswick consi­
ocupó de ella reiteradam ente, en especial en sus trabajos sobre la sexuali­ dera que el ligamen de la paciente con la herm ana ocurrió en un punto
dad femenina (1931¿>, 1933a, conferencia n° 33), donde afirm a que en la muy precoz del desarrollo, cuando tenia un año de edad, época en que,
mujer asume un carácter particularm ente im portante; pero quien inició p o r la enferm edad de la madre, la herm ana se hizo cargo de su crianza.
form alm ente su estudio fue R uth M ack-Brunswick con su caso de delirio Afirma la autora, asimismo, que «el punto más sorprendente en este ca­
de celos, publicado en 1928. so es la ausencia total del complejo de Edipo» (pág. 649). E l material es radi­
Se tratab a de una m ujer de 30 años, casada, que fue rem itida al análi­ calmente preedípico y el padre no interviene para nada. No se trata de una
sis por fuertes sentimientos de celos y un serio intento de suicidio. E ra la regresión a partir del complejo del Edipo, precisa Mack-Brunswick, sino de
m enor de cinco hermanos y su m adre había m uerto cuando ella tenía tres una fijación a un estadio anterior, lo que sólo puede explicarse por el trauma
años. Su herm ana m ayor, que le llevaba diez, la había criado como homosexual precoz y profundo que sobrevino en el nivel preedípico.
m adre sustituía. Débil mental y prom iscua, esta herm ana, Luisa, fue to ­
da la vida enurética y m urió de parálisis juvenil en un hospital psiquiátri­
co de Viena.
La paciente se casó a los 28 años y poco después comenzó el delirio de 4. La fase preedípica de relación con la m adre
celos con la idea de que su esposo había tenido relaciones con la
m adrastra. Estas ideas pronto la dom inaron por completo y empezó a Mack-Brunswick siguió su investigación por una década en estrecho
sentirse observada p or la gente en la calle. contacto con Freud y la publicó en el núm ero donde el Psycho-Analytic
Poco después de la m uerte de su prim era esposa, el padre se había Quarterly conm em oró la m uerte del m aestro. P ara su au tora, el punto de
vuelto a casar, y con la llegada de la m adrastra la paciente fue enviada a partida de su investigación es el delirio de celos de 1928, que «reveló una
vivir al campo con unos parientes lejanos, donde estuvo desde los 4 a los rica e insospechada inform ación concerniente a un período hasta ahora
11 años. C uando tenía 5, sin em bargo, fue traída del campo para pasar desconocido, precedente al com plejo de Edipo, siendo denom inado en
un tiempo en su casa. Tres años después de su regreso definitivo al hogar, consecuencia preedípico» (Revista de Psicoanálisis, vol. 1, pág. 403).
su herm ana, entonces de 24, ingresó al hospital psiquiátrico donde murió En este trabajo, «La fase preedípica del desarrollo de la libido»,
un lustro después. Mack-Brunswick define con precisión esta etapa como «el período durante
El análisis fue breve, ya que sólo duró dos meses y medio; pero fue sin el cual existe una relación exclusiva entre el niño y la m adre (ibid., pág.
duda intenso y la analista no dejó de utilizár la técnica activa cuando le 405). El niño reconoce, p o r cierto, a otros individuos en el m undo exte­
pareció necesario. A partir de los sueños y de la trasferencia se pudo re­ rior, y especialmente al padre; pero no todavía como rival.
construir una época de juegos sexuales con la herm ana, que se iniciaron Al comienzo, lo que m ejor define la relación de objeto es la polaridad
cuando la paciente tenía 2 años y se interrum pieron a los 4, al ser sacada activo-pasivo. El papel de la m adre es activo, no femenino; y tan to el ni­
de la casa. Los juegos, que consistían en m asturbación clitoridiana re» ño como la niña dan por sentado que todos los seres tienen un genital co­
cíproca en la cama y en el baño, se reprodujeron en muchos de los sueños
mo el suyo. Es la etapa que Jones llamó protofálica en el Congreso de
del análisis, facsimilarmente en uno de ellos, que se trascribe: «U na per* Wiesbaden de 1932.1 Con el descubrimiento de que hay seres que tienen
sona a quien la paciente llam a Luisa pero que por todos los otros aspee*
un órgano genital distinto se establece un segundo par de antítesis, fálico-
tos soy yo, la acuesta en la cama con ella. La paciente se acuesta con la
castrado (etapa deuterofálica de Jones). P ara Mack-Brunswick el pe­
cabeza sobre los pies de la herm ana para alcanzar m ejor los genitales.
ríodo fálico comienza al final del tercer año, cuando el niño está interesa­
Luisa tiene alrededor de doce años y la paciente alrededor de dos y es
do en la diferencia de los sexos y se desarrolla el complejo de E dipo, con
muy pequeña. Se m asturban recíprocamente, en form a sim ultánea. las particularidades que Freud establece para el niño y la niña.
Luisa le enseña a m antener con u n a m ano los labios abiertos y a frotar el
clitoris con la otra. Todo el acto tiene lugar bajo las cobijas. De pronto 1 Jones, «The phallic phase» (International Journal, 1933).
Si bien sigue de cerca las ideas de Freud sobre la fase fálica (1923e) y 6. Los orígenes de la trasferencia
la sexualidad femenina, Mack-Brunswick propone cambios significativos
que la acercan en ciertos puntos a Klein, por ejemplo su afirm ación de Conviene recalcar que el concepto de trasferencia tem prana se apoya
que el deseo de un bebé es en ambos sexos previo al deseo (de la mujer) de para Klein en hechos de la base empírica, en lo que ella descubre en los
tener un pene,2 si bien Mack-Brunswick lo explica por una identificación años veinte con su tècnica del juego; pero la formalización de sus hallaz­
(primaria) con la m adre activa y, en consecuencia, no tiene que ver con el gos tardó en llegar. El artículo que se titula «The origins o f transference»
complejo de Edipo ni con la pulsión genital.3 fue presentado en el Congreso de Amsterdam de 1951 y se publicó en el
La tercera polaridad, la de masculino-femenino, sólo se alcanza para International Journal del año siguiente. Es claro y sistemático como po­
Mack-Brunswick con la m aduración sexual de la adolescencia y el des­ cos de Melanie Klein y es el único que escribió sobre el tema.
cubrimiento por ambos sexos de la vagina. No deja esto de ser llamativo, porque, con o sin razón, una de las m a­
yores objeciones que se le hacen a Klein es que interpreta dem asiado la
trasferencia. Los analistas que en Buenos Aires o M ontevideo abandona­
ron la teoría kteiniana para, volver a Freud o dirigirse a Lacan, registran
5. El complejo de Edipo tem prano ellos mismos que uno de sus prim eros cambios fue empezar a poner me­
nos énfasis en la trasferencia. Este cambio en la praxis se sustenta con va­
Un poco antes de la investigación de Ruth Mack-Brunswick se de­ rios argumentos teóricos, por ejemplo, que hay que atender más a la his­
sarrolla la de Melanie Klein. En varios de sus trabajos ella describe los toria que al presente, es decir, que hay que reconstruir más que interpre­
conflictos del niño en los primeros dos años de la vida. Entre otros de la tar, que hay que interpretar las trasferencias con las figuras im portantes
misma década sobresale en este punto el que presentó al Congreso de de la realidad no menos que con el analista, etcétera. Esta controversia
Innsbruck en 1927, «Early stages of the Oedipus conflict», que apareció debe quedar para más adelante, cuando estudiemos la interpretación; pe­
en el International Journal del año siguiente. ro aquí cabe decir que en estos planteos hay m ucho de ideológico. La ver­
Klein usa el térm ino desarrollo temprano y no preedípico, porque pa­ dad es que nunca se debe interpretar sobre la base de supuestos y es igual­
ra ella el complejo de Edipo aparece antes de lo que decía Freud: lo mente equivocado interpretar la trasferencia donde no está que pasarla
describe al final del primer año de la vida (1928), en la m itad del primer por alto.
año (1932) y a los tres meses (1945, 1946). P ara diferenciarlo del que A poyada en la clásica definición de Freud en el epílogo al caso «D o­
Freud describió a los tres años se le llama a este compiejo de Edipo ra», Klein sostiene que la trasferencia opera a lo largo de la vida entera e
temprano, donde los objetos no son totales, el padre y la m adre no están influye en todas las relaciones hum anas. En el análisis el pasado se va re­
discriminados y todo el dram a trascurre en el cuerpo de la m adre con la viviendo gradualm ente y cuanto más profundam ente penetremos en el
llam ada pareja combinada, el cuerpo de la m adre que contiene el pene inconciente y más atrás podam os llevar el proceso analítico, tanto m ayor
del padre. En otras palabras, el niño para Klein establece una relación será nuestra comprensión de la trasferencia.5 De esta form a, Klein d a un
muy precoz con el cuerpo de la m adre y en cuanto empieza a discriminar valor universal al fenómeno de trasferencia y aboga por llevar su estudio
un objeto especial que está allí dentro, que es el pene del padre, ya ingre* a los niveles más arcaicos de la mente.
sa en la situación edipica. La afirm ación básica de este trabajo es que las etapas tem pranas del
En Innsbruck Melanie Klein proclam a que el complejo de Edipo se desarrollo aparecen en la trasferencia y, p or tanto, podemos captarlas y
inicia hacia el final del primer año de la vida y describe la relación del ni­ reconstruirlas. Esta aseveración inform a implícitamente toda la obra
ño con el cuerpo de la madre donde, al compás del establecimiento de la kleiniana, no es nueva; pero aquí se la expone concretamente: la trasfe­
fase anal y la catexia de las heces, se instaura lo que ella llam a la fa se f f r rencia es un instrum ento idóneo, sensible y confiable, para reconstruir el
menina de valor fundam ental en el desarrollo de ambos sexos. pasado tem prano. Pocos años después, en el primer capítulo de Envidia
El concepto de trasferencia tem prana es el corolario natural de estai y gratitud (1957) va a llam ar «memories in feelings», recuerdos de senti­
hipótesis, si bien la idea se va redefmiendo y precisando a lo largo de los m ientos (o sensaciones), a estas reconstrucciones prim eras. En ese capi­
años.4 tulo, y apoyada en el Freud de «Construcciones» (1937d), afirm a que el
m étodo reconstructivo del psicoanálisis es válido para desbrozar la rela-
2 «Contrary ¡o our earlier ideas, the penis wish is not exchanged f o r the baby with
which, as we have seen, has indeed long proceeded il» ( The psycho-analytic reader, pAg,
245). Melanie Klein da un concepto original de la trasferencia, del que nos ocupamos oportuna­
3 Para una comparación más detallada entre Mack-Brunswick y Klein, véasí R, H, mente, según el cual la trasferencia tiene que ver con la personificación, un doble mecanis­
Etchegoyen et al. (1982b). mo de disociación y proyección, gracias al cual el yo logra disminuir el conflicto interno con
el superyó y el ello, colocando en el analista las imagos internas que le provocan ansiedad.
J Es importante señalar que ya en 1929, en «Personification in the play o f chìldrtsi»,
5 Writings, vol. 3. pág. 48.
ción del niño con el pecho. En esto reposa, justam ente, su discutida afir­ Klein afirm a enfáticam ente en su trabajo que ha sostenido esta teoría
mación de que existe una envidia prim aria al pecho, porque ella la ve por muchos años, pero la verdad es que sólo aquí se pronuncia explícita­
aparecer en la trasferencia y de allí la reconstruye.в mente. Es probable que Klein haya vacilado más de lo que ella misma
piensa en abandonar la teoría del narcisismo prim ario o al menos en
proclam arlo. Cuando a m ediados d é la década del treinta, viajó Joan Ri­
vière a Viena para leer el 5 de mayo de 1936 «On the genesis o f psychical
7. Narcisismo y relación de objeto conflict in earliest infancy » 7 se ve que le cuesta abandonar la hipótesis del
narcisismo prim ario; pero lo más significativo es que, cuando en 1952
La base teórica de este artículo es que la relación de objeto aparece de publica ese trabajo en D evelopments in psycho-analysis, todavía sigue
entrada, con el comienzo de la vida. Klein expone así, por prim era vez, vacilando. Si, como parece legítimo, tom am os a Rivière como un vocero
una discrepancia con Freud y con A nna Freud que viene de lejos. No sólo autorizado de la escuela kleiniana, quiere decir que las dudas persistían
rechaza sin contemplaciones la teoria del narcisismo prim ario sino que va poco antes del Congreso de Am sterdam. Cuando interviene en la memo­
más lejos todavía al proclam ar que la vida mental no puede darse en el rable polémica de Joan Rivière y Robert Wàlder, Balint (1937) dice que la
vacío, sin relación de objeto: donde no hay relación de objeto tam poco teoría del narcisismo prim ario unifica en alguna form a a Viena (Anna
hay, por definición, psicología. Hay, pues, estados autoeróticos y narci- Freud) y Londres (Melanie Klein). Es la escuela de Budapest (Ferenczi) la
sísticos pero no estadios: states, no stages. que no tiene tem or en denunciarla, con lo que Balint llama, siguiendo a
«The hypotesis that a stage extending over several m onths precedes Ferenczi (1924), am or objetal primario.
object-relations implies that — except f o r the libido attached to the in­ Yo creo, en fin, como Balint, que la decisión de abandonar el narci­
f a n t ’s own body— impulses, phantasies, and defenses either are not pre­ sismo prim ario como hipótesis se da antes en Budapest que en Londres.
sent in him, or are not related to an object, that is to say, they would ope­ Aunque toda su obra esté orientada en esa dirección, Klein no se decide
rate in vacuo. The analysis o f very young children has tought m e that fácilmente a abandonar las teorías freudianas .8
there is no instinctual urge, no anxiety situation, no m ental process
which does not involve objects, external or internal; in other words,
object-relations are at the centre o f em otional life. Furthermore, love
and hatred, phantasies, anxieties, and defenses are also operative fro m 8. Trasferencia y fantasía inconciente
the beginning and are ab initio indivisibly linked with object-relations.
This insight showed me many phenom ena in a new light» ( Writings, vol. Cuando se aplica la teoría de la fantasía inconciente para explicar la
3, págs. 52-3). trasferencia, el campo se amplía notoriam ente. Esta teoría, formalizada
Esta firme tom a de posición se inicia con lo que Klein observó en sus por Susan Isaacs en las Controversial discussions de la Sociedad Británi­
primeros años de labor con la técnica lúdicra y llega a ser finalmente un ca de 1943 y 1944 (y publicada en el International Journal de 1948), es la
planteo epistemológico y form al, que intenta dar cuenta del problem a re- columna vertebral de la investigación kleiniana. Según Isaacs, la fantasía
definiéndolo. Si bien es cierto que yo me inclino a seguir a Klein en este inconciente está siempre en actividad, está siempre presente. Si esto es
punto, considero que el problem a está lejos de ser resuelto. La verdad es así, entonces podrem os interpretar toda vez que captemos como está
que, a medida que nós acercamos a los orígenes, las dificultades son m a­ operando en un momento dado la fantasía inconciente. De este m odo, el
yores y el m étodo analítico por excelencia, esto es, la reconstrucción del analista tiene mayor libertad para interpretar, sin necesidad de que haya
pasado a través de la situación trasferencia!, se hace cada vez más falible. una ruptura del discurso, como por ejemplo va a decir Lacan. El analista
P or otra parte, no hay que confiar que otros métodos puedan poner cer­ kleiniano no tiene que esperar esa ruptura del discurso, porque la fanta­
co al problema, porque a ellos les falta, justam ente, lo que es la esencia sía subyace en el contenido m anifiesto más coherente. Más allá de que yo
del psicoanálisis, la trasferencia, el fenómeno intersubjetivo. No quiero hable con lógica irreprochable, debajo de lo que digo están mis fantasías
esto decir, de ninguna manera, que los otros métodos sean desdeñables: a nivel de proceso prim ario.
valen por sí mismos y pueden ser una ayuda importante para el psicoanàli* A hora bien, como expresión típica del sistema Icc.la fantasía incon­
sis, pero no podemos endilgarles lo que es inherente a nuestra disciplina. ciente siempre opera, en algún nivel, con los objetos prim arios y con esa

*-Sin proponérmelo, estoy rebatiendo a los que dicen que Melanie Klein interpreta y no 7 Se publicó en International Journal de ese mismo aflo y en D evelopm ents in psycho-
reconstruye. La verdad es que Klein reconstruye, reconstruye mucho y a veces demaslido, analysis, en 1952. La nota en que Rivière refirm a aunque atenúa sa adhesión a la hipótesis
sólo que sus reconstrucciones no siempre son como las de Freud, que no tienen en cuenta el del narcisismo prim ario figura en la página 4Í del libro y está fechada en 1950.
desarrollo temprano. Cuando reconstruimos el desarrollo temprano no recuperarne! tt e P a ra más detalles, léase mi artículo «N otas para una historia de la escueta inglesa de
cuerdos (encubridores) verbales sino engramas. psicoanálisis» (1981a).
porción de libido insatisfecha que los ha vuelto a cargar por vía regresiva tienen que ver con el pecho, con el pene, con la figura com binada. El
(introversión). De esto se sigue, silogísticamente, que la trasferencia está campo se h a am pliado, pues, notoriam ente.
siempre aludida y, aunque en grado variable, siempre presente. P o r esto La convergencia de estos tres factores, entonces, la acción continua
dice Klein en Am sterdam que la trasferencia opera no sólo en los m o­ de la fantasía inconciente, la interpretación de la trasferencia negativa y
m entos en que el paciente alude en form a directa o indirecta al analista la existencia de una trasferencia tem prana explican por qué los analistas
—o en las rupturas del discurso, agreguemos— , sino perm anentem ente y kleinianos interpretam os la trasferencia más que los otros. Se pueden
que todo es cuestión de saber detectarla. cuestionar desde luego estos tres principios pero no reprocham os incon­
sistencia entre nuestros principios y la praxis.
En el parágrafo siguiente veremos cómo concibe Klein esa trasferen­
cia llam ada tem prana.
9. Pulsiones y objetos en la trasferencia
Con lo que acabam os de ver, se com prende por qué los analistas
kleinianos interpretam os m ás la trasferencia, pero hay más todavía. Los 10. Angustias paranoides y depresivas en la trasferencia
analistas de esta escuela atendemos más que los otros la trasferencia ne­
gativa y abarcam os, tam bién, el desarrollo tem prano. La tesis central del trabajo de Am sterdam es que la trasferen­
Es distintivo de la técnica kleiniana el énfasis en la trasferencia ne­ cia arranca de las angustias persecutorias y depresivas que inician el
gativa, Sus detractores la critican porque insiste m ucho en ella; los que desarrollo.
la defienden dicen que simplemente no la rehuyen. Más allá de esta con­ Al comienzo de la vida, el niño tiene una relación diàdica con el
troversia, queda en pie que los kleinianos interpretan más la trasferencia pecho de la m adre donde predom inan los mecanismos de disociación,
negativa. que determ inan la división del objeto en dos, bueno y m alo, con la consi­
Desde sus primeros trabajos Melanie Klein sostuvo que la trasferen­ guiente escisión en el yo y los impulsos. Las pulsiones de am or se dirigen
cia negativa debe ser interpretada sin dilación ni v a c i l a c i o n e s . 9 Es este un y a la vez se proyectan en el pecho bueno, que se trasform a en el centro
punto donde su polémica con A nna Freud se hizo más patente. A nna del am or del bebé y fuente de la vida, m ientras que el odio se proyecta en
Freud dijo en su Einführung in die Technik der Kinderanalyse (1927) que el pecho malo, que despierta la angustia persecutoria y (lógicamente) la
la trasferencia negativa debe ser evitada en el análisis de niños, que es agresión. D urante este período, que configura la posición esquizo-
imprescindible reforzar en el niño los sentimientos positivos y encauzarlo paranoide y abarca los tres o cuatro primeros meses de la vida, el sujeto
con medidas pedagógicas. M elanie Klein, en cambio, va a decir desde sus es básicamente egocéntrico y la preocupación por el objeto es nula . 11
primeros trabajos y no cam biará el resto de su vida que el analista debe La teoría de la relación (tem prana) de objeto de Melanie Klein puede
interpretar siempre imparcialmente tanto la trasferencia positiva como la resumirse, pues, en una sola frase: el niño siente toda experiencia como el
negativa, sea su paciente un niño o un adulto, un neurótico o u n psicòti­ resultado de la acción de objetos. De esto se sigue que, lógicamente, los
co. Es interesante señalar que, en este asunto, A nna Freud tom a una po­ objetos serán clasificados en buenos o malos según sus acciones sean sen­
sición muy estricta: cuando Hermine von Hug-H ellm uth leyó su trabajo tidas como positivas o negativas, beneficiosas o maléficas, con su corre­
pionero al VI Congreso Internacional de La H aya en setiembre de lato en el sujeto, la disociación del yo y la polarización de los instintos de
192010 abogó por interpretar tanto la trasferencia positiva com o la nega­ vida y de m uerte. Este tipo de relación en que predom ina la angustia per­
tiva. A nna Freud coincide con Hug-Hellmuth, en cambio, en que las me­ secutoria y la escisión (splitting), se acom paña de sentimientos de extre­
didas pedagógicas son necesarias en el análisis de niños, lo que Klein ma om nipotencia y mecanismos de negación y de idealización del objeto
com bate ardorosam ente en el Sym posium on Child-А nalysis que tuvo lu­ bueno (para contrarrestar la persecución).
gar en mayo de 1927 en la Sociedad Británica. Esta situación cambia a m edida que van afianzándose los procesos de
Al entender el fenómeno trasferencial con el instrum ento teórico de Id integración. El pecho bueno que da y el pecho malo que frustra se van
fantasía inconciente, Klein afirm a por último, como ya lo hemos dicho» aproxim ando en la mente del bebé y, por consecuencia, los sentimientos
que se pueden recobrar en la trasferencia aspectos ligados al desarrollo de am or por aquel empiezan a juntarse con los de odio por este, lo que
psíquico tem prano. Esto implica que hay áreas de la trasferencia que trae un cambio radical frente al objeto, que Melanie Klein llam a posición
depresiva. Lo que mejor define a las dos posiciones kleinianas es, sin du-
9 Lo mismo decía en su Seminario de Técnica de Viena Wilhelm Reich esos gftoi, peu
cierto con otro background teórico. 11 C om o es sabido, en su ensayo de 1948 sobre los orígenes de la ansiedad y la culpa,
10 Publicado en el International Journal en 1921: «On the technique of child-analytìl*. Klein atenuó esta afirm ación.
da, la naturaleza de la ansiedad, centrada prim ero en el temor a la
destrucción del yo y luego en el tem or a que el objeto (bueno) sea
destruido, y, con él, el mismo yo.
P ara M elanie Klein la posición depresiva es básica p ara el desarrollo,
estructura el psiquismo y la relación del sujeto con el objeto, con el m un­
do. Implica la capacidad de simbolizar y de reparar, de separarse del ob­
jeto y concederle autonom ía.
Conjuntam ente con la posición depresiva se inicia el complejo de E di­
po (tem prano), ya que los procesos de integración que acabam os de
describir implican, por una parte, la autonom ía del objeto y, por la otra, 1. Introducción
el reconocim iento del tercero.
Como vimos en el capítulo anterior, el térm ino trasferencia temprana
Desde otro punto de vista, podemos decir que el desarrollo asienta abarca los aspectos más arcaicos, más rem otos del vínculo trasferencial.
para Klein en los procesos de proyección e introyección que operan desde Es un tem a complejo y controvertido porque no hay para nada acuerdo
el comienzo de la vida: aquellos condicionan la relación con el objeto ex­ entre los investigadores del desarrollo tem prano. Además, sea cual fuere
terno y la realidad exterior; estos con el objeto interno y la realidad psí­ ese desarrollo, todavía hay que ver, después, si es susceptible de ser cap­
quica (fantasía). Y am bas se influyen m utuam ente, ya que la proyección tado y resuelto en el análisis.
y la introyección funcionan de continuo. Seguimos el itinerario de dos grandes investigaciones, que inician en
Es justam ente bajo la égida de estos dos procesos fundantes que se los últimos años de la década del veinte M elanie Klein y R uth Mack-
constituye la relación de objeto y se dem arcan sus dos áreas, el m undo Brunswick. No creo ser parcial si afirm o que la o b ra de Klein es m ás tras­
externo (realidad) y el m undo interno (fantasía). Se entiende, entonces, cendente que la de M ack-Brunswick, que por la enferm edad y la m uerte
que para Klein la trasferencia tenga que ver con mecanismos introyecti- no llegó a desarrollarse plenam ente.
vos y proyectivos, com o en su m om ento afirm aron Ferenczi (1909) y La ruta que abre Melanie Klein con sus trabajos de las décadas del
N unberg (1951), y que sostenga, tam bién, que la trasferencia se origina veinte y del treinta gracias al instrum ento que ella misma se procuró, la
en los mismos procesos que determ inan la relación de objeto en los esta­ técnica del juego, culmina en la m itad del siglo con «The origins o f trans­
dios más tem pranos del desarrollo. 12 Se entiende, por esto, que Klein lle­ ference» (1952o). A unque se la com batió vivamente, la presencia del te­
gue a la conclusión de que la trasferencia debe entenderse no solamente m a en el psicoanálisis actual parece darle la razón. No hay que olvidar
como referencias directas al analista en el material del analizado, ya que la que A nna Freud, la o tra gran figura del psicoanálisis de niños, pensaba
trasferencia tem prana en cuanto hunde sus raíces en los estratos más pro­ que de ninguna m anera era posible tener acceso a esta área, y así lo afir­
fundos de la mente lleva a ver el fenómeno como mucho más amplio y m aron muchos esclarecidos analistas, com o por ejemplo Robert W àlder
abarcad v o .13 (1937) en su viaje a Londres.
Después de Melanie Klein ha habido por cierto otros investigadores
que se ocuparon del tema, corroborando algunos de sus puntos de vista y
rectificando o refutando otros. Mencionemos entre los principales a Win*-
nicott, Meltzer, M argaret M ahler, Bion, Kohut, Bleger, Kernberg,
Esther Bick y Balint. De ellos vamos a tom ar como eje de nuestra exposi­
ción a W innicott, que ofrece un desarrollo original y atrayente, m ientras
que consideraremos a los otros en su oportunidad, esto es, cuando se re­
lacionen con la técnica psicoanalítica.
Sin ánim o de reabrir polémicas que ya están clausuradas, voy a decir
que en tres m om entos de su carrera tropezó Melanie Klein con u n a fuerte
oposición del establishment psicoanalítico: cuando presentó sus prim eros
trabajos en Berlín al com enzar la década del veinte, unos diez años des­
pués al introducir el concepto de posición depresiva y, p o r fin, cuando en
los últim os años de su existencia propuso la teoría de la envidia pri­
12 Writings, vol. 3, pág. 53. m aria.
13 Ibid., pág. 55. El énfasis que ponía Klein en el sadismo oral y su form a de interpre»
tar directam ente a los niños las fantasías sexuales causaron mucho re­
vuelo en Berlín, a pesar de que Klein no hacía más que confirm ar los
hallazgos de A braham , jefe indiscutido de los analistas alemanes. Estas
tensiones, sin em bargo, duraron poco, porque Klein dejó Berlín y se ins­ W innicott separa nítidamente el desarrollo emocional primitivo del
taló en Londres en 1926, poco después de la m uerte de A braham en la resto del desarrollo hum ano. El desarrollo emocional primitivo
Navidad de 1925. com prende los primeros seis meses de la vida, y esos primeros meses son
En Londres hubo u na época en que toda la Sociedad estaba alrededor muy im portantes. Los plazos para W innicott no son para nada fijos.
de M elanie Klein, hasta mediados de la década del treinta; pero, cuando W innicott critica a Klein su form a demasiado fija y precoz de d atar el de­
escribe «A contribution to the psychogenesis o f manic-depressive states» sarrollo; él, por cierto, no tiene nada de obsesivo.
para el Congreso de Lucerna de 1934, hubo ya muchos que no la siguieron, La etapa prim era, la que corresponde al desarrollo emocional prim iti­
entre otros Glover, que se declaró abiertamente en desacuerdo, consideran­ vo, está signada por el narcisismo prim ario y, por tanto, no hay relación
de objeto, ni hay, tam poco, estructura psíquica. Esta es una diferencia
do que se había apartado por completo de Freud y el psicoanálisis.
El tercer m om ento de tensión sobrevino en 1955, cuando presentó en fundam ental entre W innicott y Klein, que en un momento dado de su in­
el Congreso de Ginebra su trabajo sobre la envidia. Allí se apartaron re­ vestigación rom pe resueltamente con la hipótesis del narcisismo prim ario
sueltamente Paula Heim ann, que había sido su m ano derecha durante y que además siempre había sostenido que existe un yo de entrada.
muchos años, y W innicott, que es quien en este m om ento nos interesa. W innicott mantiene (o vuelve a) la idea de narcisismo prim ario y esto
C uando en m arzo de 1969 se realizó en la Sociedad Británica el llamado significa, en primer lugar, que va a aseverar decididamente que sí duran­
Simposio sobre envidia y celos, que nunca se publicó, W innicott declaró te los primeros meses de la vida no hay una estructura psíquica, mal se
form alm ente que, a partir de ese m om ento, tenía él una discrepancia m a­ puede explicar el comienzo del desarrollo en términos de impulsos o fan­
yor con Melanie Klein; que no quería ser injusto y desagradecido pero tasías, De ahí deriva, con m ucha coherencia teórica, la idea de que el chi­
co requiere al comienzo de la vida un ambiente adecuado y que el destino
creía que con ese trabajo Melanie Klein había tom ado un camino equivo­
cado: la idea de envidia prim aria es insostenible . 1 Como es sabido, Win­ del desarrollo emocional primitivo está totalm ente ligado a los cuidados
nicott nunca había aceptado la teoría del instinto de m uerte, y no puede m aternos. Es interesante ver qué consecuencias saca W innicott de esta
form a de entender el desarrollo para dar cuenta de los fenómenos que se
sorprender, entonces, que no adm itiera una envidia prim aria.
dan en la trasferencia. D ado que esta parte del desarrollo se puede decir
La idea básica de M elanie Klein en general era que el chico puede sen­
que no es mentalizada, W innicott va a llegar a pensar que el desarrollo
tir envidia por el pecho que lo alim enta y que lo alim enta bien. Esta idea
emocional primitivo estará vinculado con alguna función del analista que
fue y sigue siendo muy com batida, hoy tal vez menos que antes. Freud
es isomórfica con la de los cuidados m aternos.
había dicho algo similar con respecto a la envidia del pene en la m ujer,
Sin desconocer que los cuidados m aternos son im portantes, Klein
pero no había levantado objeciones tan fuertes. P aula Heim ann dice en
el mismo Simposio, cuando se separa de Melanie Klein, que la introduc­ cree, en cambio, que el niño participa de entrada. W innicott no lo pien­
sa, ya que el chico no tiene mente. Según él, la mente aparece para com ­
ción del concepto de envidia al pecho cambia sustancialmente la teoría de
pensar la deficiencia de los cuidados m aternos. Con esto empalma una de
la libido, p o r cuanto los afectos vienen a ocupar el lugar de los instintos.
las ideas más im portantes de W innicott, la de fa lso self, que desarrolla a
Porque la envidia, en todo caso, es un afecto, un sentimiento; y ella no la
lo largo de toda su obra y en especial en «Ego distortion and the true and
puede seguir a Klein en esa flagrante desviación de la teoría instintiva.
false self» (1960a), El falso self es siempre consecuencia de u na falla de la
P aula Heim ann, en realidad, podría haberle dicho eso mismo a Freud
crianza, y a tal puntò que, a poco que las circunstancias externas perm i­
cuando introdujo la teoría de la envidia del pene p ara explicar la psicolo­
tan abandonar esa situación, el individuo lo va a hacer. Si el analista sabe
gía de la mujer. Sin embargo, las cosas no son puram ente científicas. Ni
conducir el análisis y le da al paciente la oportunidad de regresar, el indi­
P aula Heim ann ni W innicott se sienten incompatibles con Freud, a pesar
viduo vuelve para atrás y empieza de nuevo su camino. W innicott sos­
de que podrían estarlo tanto o más que con Klein.
tiene, no sin cierto optimismo, que nacemos con un deseo de crecer puro
Podría decir, en conclusión, que Glover deja de ser kleiniano con la
y que, si el medio no interfiere demasiado, ese deseo nos lleva hacia ade­
teoría de la posición depresiva y W innicott con la teoría de la envidia pri*
lante. Klein, en cambio, es más escéptica; piensa que toda persona quiere
m aria. Em pero, lo que a nosotros nos interesa, no es absolver posiciones
crecer y quiere no crecer, o, para decirlo en sus propios términos, hay un
sino señalar la ubicación y el punto de partida de W innicott, autor que
impulso a la integración pero también un impulso a la desintegración, en
hace un desarrollo muy personal y creativo a partir de Melanie Klein.
consonancia con su declarada adhesión a la teoría dualista de los instin­
tos. Es evidente que el conflicto entre crecer y no crecer, entre avance y
1 C ito de m em oria pero creo que fidedignam ente, ya que pude leer el Simposio pero no retroceso, entre integración y desintegración aparece continuam ente en el
trascribirlo, porque no es un docum ento público. consultorio; pero podría ser que W innicott tuviera razón al fin y a lü
postre, que el impulso originario a crecer existía sin conflicto en el princi­ La concepción winnicottiana presenta en este punto algunas diferen­
pio de la vida y que fueron las malas experiencias las que lo sofocaron. cias con Freud. El narcisismo que sostiene Freud me parece m ás estricto,
Estas hipótesis son, por su índole, com o se com prenderá, de difícil refu- mientras que W innicott postula que la idea del objeto está dentro del in­
tabilidad. (Volveremos sobre este tem a en el capítulo 41, cuando hable­ dividuo y no proviene, por tan to , del prim er engram a de satisfacción.
mos de la regresión como proceso curativo en el setting analítico.) Freud pone el punto de partida del desarrollo en la huella m némica de la
prim era experiencia de satisfacción. W innicott prescinde de la teoría de
la huella mnémica y piensa, además, que su concepto de ilusión es previo
al de fantasía inconciente de Klein e Isaacs, que ya implica al objeto. Hay
3. El narcisismo prim ario según Winnicott m ás aparato psíquico p ara Susan Isaacs que para W innicott, aunque la
diferencia es para mí aleatoria en este punto y sirve quizá más para clasi­
En el capítulo anterior dedicamos un tiem po a los fundam entos con ficar a los analistas por escuela que para caracterizar los hechos.
que Melanie Klein rechaza la hipótesis del narcisismo prim ario. Dijimos La distancia entre la fantasía inconciente de Isaacs y la alucinación de
que, para ella, hay estados narcisistas, esto es, m om entos en que se aban­ W innicott no me parece muy larga, y a lo m ejor existe m ás en las p a­
dona la relación con el objeto externo y se paralizan los procesos de pro­ labras que en las teorías. Los etólogos no dudarían en calificar la alucina­
yección e introyección; pero no una etapa narcisista en que la libido car­ ción de W innicott como un conocim iento filogenètico del H o m o sapiens,
ga al yo antes de aplicarse al objeto, como dice Freud. Digamos, de paso, y yo personalm ente no alcanzo a com prender qué diferencia hay entre la
que Klein recuerda que Freud vacila en este punto y cita el artículo de la alucinación de W innicott y la preconcepción de Bion, salvo que los dos
Enciclopedia (1923a), para concluir que su desacuerdo con A nna Freud pertenecen a distintas escuelas de pensam iento. Me parece que Winnicott
es más radical que con el padre del psicoanálisis. llam a alucinación a lo que es ya una idea del pecho; pero tal vez aquí yo
Más cerca en este punto de A nna Freud que de Melanie Klein, Winni­ mismo no hago más que profesar mi propio credo. A poyada en el Freud
cott dice, de hecho, concretam ente, que existe una etapa de narcisismo de los Tres ensayos, Susan Isaacs (1943) sostiene que fin y objeto son ca­
prim ario, que coincide con lo que él llama desarrollo emocional prim iti­ racterísticas definitorias del instinto; que instinto, mecanismo y objeto
vo. Hay, sin em bargo, un punto en el que W innicott se acerca a Klein, están indisolublemente ligados. Lo distintivo del pensamiento kleiniano
porque le reconoce al niño en ese estado una capacidad creativa. El chico es que la realidad exterior sólo va a confirm ar o refutar un dispositivo
tiene la capacidad de crear el objeto, en el sentido de imaginar que hay al­ instintivo genético.
go en lo cual su ham bre puede ser satisfecha. A su vez la m adre es capaz Fiel a la hipótesis del narcisismo prim ario, W innicott dice que la idea
de proveer el objeto real (y acá real querrá decir objetivo, lo que no es de objeto todavía no está cuando el niño alucina el pecho corno algo que
imaginado). Si la m adre acerca el pecho y le da la leche, ofrece un punto tiene que existir para su im pulso. Este punto de vista es muy discutible y
de coincidencia que lleva al niño a pensar que él ha creado ese objeto. En con él la teoría del narcisismo prim ario que sustenta W innicott, ¿P or qué
ese sentido, dice W innicott, ese objeto es parte del chico, es decir que no dice W innicott que el objeto todavía no está? Si yo alucino que «hay algo
se ha m odificado la estructura narcisistica; pero, al mismo tiem po, se ha que», ¿por qué no llamar «objeto» a ese algo que? Me es difícil pensar
creado algo nuevo, que W innicott llam a el área de la ilusión. que cuando el niño alucina el pecho no tiene ya una relación con ese obje­
W innicott emplea dos expresiones, que tom a de la psiquiatría, para to, cuyo conocimiento viene con el genoma. De esta form a, el área de la
dar cuenta de este proceso: alucinación e ilusión. Ball definió la alucina­ ilusión, que es sin duda un concepto básico de la psicología de W innicott,
ción com o una percepción sin objeto, m ientras que en la ilusión el objeto sería una prim era contrastación con el objeto externo, con la realidad.
existe pero su percepción está distorsionada. El chico prim ero alucina el Pero dejemos por un m om ento la teoría y veamos cómo se traduce todo
pecho y, cuando la m adre se lo da, tiene la ilusión de que ese objeto ha si­ esto en la trasferencia.
do creado por él. En otras palabras, el bebé alucina el pecho com o algo
que tiene que existir para su im pulso y, luego que la m adre le da el pecho,
como el objeto ahora existe en la realidad, la alucinación se trasform a en
ilusión, en el sentido psiquiátrico de estas palabras. P or esto dice Winni­ 4. Una clasificación psicopatológica
cott bellamente que la fundam ental tarea de la m adre es ir desilusionan­
do paulatinam ente a su bebé, con lo cual va trasform ando la situación, A los fines del abordaje técnico, W innicott (1945, 1955) divide a los
inicialmente alucinatoria y luego ilusoria, en real. De esta form a se es­ pacientes en tres tipos, que en últim a instancia pueden reducirse a dos.
tablece la relación de objeto: en el m om ento en que yo me doy cuenta de E stán, por un lado, los enfermos neuróticos en los cuales se ha alcanzado
que el pecho no es producto de mi creación sino que tiene autonom ía, un alto grado de m aduración. Se relacionan con objetos totales, diferen­
habré hecho el pasaje del área de la ilusión a la de la relación de objeto. cian objeto y sujeto, distinguen el adentro del afuera, lo interno de lo
externo. Son las personas que sufren a nivel de las relaciones interperso­ una persona, un individuo. El niño no tiene impulsos y fantasías. No es
nales y de las fantasías que colorean esas relaciones. Después están los sólo que W innicott rechace la idea de instinto de m uerte o de envidia pri­
enferm os que no pudieron superar lo que W innicott llam a etapa del con­ m aria, T oda la vida puLsional del niño está puesta en ese m om ento entre
cern, es decir la posición depresiva; son enfermos depresivos, m elancóli­ paréntesis. Sin desconocerlo, incluso el sadismo oral se ve desde otra
cos o hipocondríacos, en los que está fundam entalm ente en juego el perspectiva. W innicott va a decir que en la etapa de preconcern, que
m undo interno del paciente, no estrictamente las relaciones objetivas in­ corresponde al desarrollo emocional primitivo, la actitud despiadada y
terpersonales. Si bien este grupo es distinto del anterior, se le puede apli­ cruel del chico, que él llam a ruthlessness2 no tiene que ver con deseos sá­
car todavía la técnica clásica, la que Freud nos enseñó. Y, por fin, están dicos sino con necesidades que el niño tiene y que la m adre es capaz de
los enfermos en que lo perturbado es el desarrollo emocional primitivo. com prender. El desarrollo emocional primitivo se cumple si y sólo si la
En ellos existe una trasferencia temprana que no es en m odo alguno su- m adre le da al hijo, y en una form a adecuada, lo que necesita: la gratifi­
perponible a la neurosis de trasferencia de los otros casos. Conviene des­ cación necesaria y tam bién la frustración necesaria. U na m adre dem a­
tacar que W innicott está empleando la expresión neurosis de trasferencia siado solícita anula el desarrollo del hijo porque lo mantiene en la etapa
en un sentido am plio, como lo que cristaliza en el tratam iento. De modo de narcisismo prim ario.
que hay, pues, dos formas de trasferencia: la neurosis de trasferencia tí­ El recién nacido no puede hacerse cargo de sus impulsos, porque en la
pica (regular) en la cual se reproducen situaciones del pasado en el pre­ etapa del narcisismo prim ario los impulsos provienen de afuera; y
sente, com o dice Freud en 1914, y la trasferencia tem prana, que corres­ la m adre tiene que contem plar esa situación: el niño no ap orta conflictos,
ponde al desarrollo emocional prim itivo. E n esta, dice W innicott, no es el conflicto le viene de afuera; y en la m edida en que la m adre cum pla
que el pasado venga hasta el presente (o se reproduzca en el presente) si­ m edianamente bien su tarea, en la m edida en que sea, dice W innicott,
no que el presente se h a trasform ado lisa y llanam ente en el pasado: el fe­ una madre suficientem ente buena (no una m adre perfecta), su hijo se va
nóm eno trasferencial tiene aquí una realidad inm ediata, y esto obliga al a desarrollar bien. Es cuando la m adre falla que sobrevienen obstáculos
analista a enfrentarlo no ya con su bagaje convencional interpretativo si­ en el desarrollo. A estos obstáculos W innicott les llam a impingement,
no con actitudes. que quiere decir algo así como perturbación o hacer impacto.
Si bien es cierto que no siempre es claro qué actitudes preconiza W in­ U na m adre suficientemente buena es la capaz de ponerse en ese difícil
nicott, es evidente que piensa que el desarrollo emocional prim itivo es punto donde convergen la alucinación y la realidad en la ilusión del niño
inaccesible a la interpretación, que no es cuestión de com prenderlo sino de haber creado ese objeto; y la capaz, tam bién, de ir desilusionando po­
de rehacerlo (o, más aún, de dejar que espontáneam ente se rehaga). De co a poco a su bebé. E sta desilusión consiste en que el bebé se vaya dando
esto volveremos a hablar cuando tratem os la regresión en el setting; pero cuenta de que el objeto no ha sido creado por él. La resultante de este
digamos desde ya que el planteo de W innicott abre a mi juicio dos proceso es la constitución de un vinculo. En otras palabras, el área de la
interrogantes: 1) ¿en qué consiste esa actitud que remplaza a la interpre­ ilusión se trasform a en un vínculo, en una relación de objeto.
tación?, y 2) ¿cuándo y por qué va uno a decidir que la técnica conven­ Es comprensible que los autores que aceptan el narcisismo prim ario
cional (interpretativa) ya no es operante y que hay que disponerse a pro­ den m ás im portancia a la agresión del am biente que a la del sujeto en ese
ceder de otra forma? m om ento del desarrollo. W innicott cree que, a poco que no lo perturben,
el chico va a crecer bien, como si el impulso al desarrollo fuera anterior e
independiente del área de conflicto, lo que es cuanto menos discutible.
T oda ganancia implica una pérdida: ¿a quién no le gustaría estar en el
5. La m adre suficientemente buena {«.good enough mother») útero y a quién no le gustaría salir de allí? El útero es muy cóm odo pero
aburrido; afuera es difícil pero más divertido.
Com o hemos dicho en el parágrafo 2, el punto clave de toda la doctri­
n a de W innicott es la función de la m adre. El desarrollo emociona!
prim itivo no es concebible sin ella. Más allá de su impulso a crecer, a m a­
durar, el niño depende enteram ente de la m adre para transitar ese difícil 6. Los procesos de integración
m om ento que va del narcisismo prim ario hasta la relación de objeto. En
realidad, W innicott plantea aquí una posición m etodológica que deriva Uno de los trabajos principales de W innicott es «Primitive em otional
coherentem ente de sus teorías: si el niño cursa un período de narcisismo development» (1945), donde se exponen los procesos fundamentales del
prim ario en que, p o r definición, no se diferencia de la madre, entonces es yo tem prano, que son la integración, la personalización y la realización.
lógicamente imposible estudiarlo separadam ente de ella. En ese primer
m om ento de su desarrollo, el niño no es todavía lo que puede llamarse 3 Ruthless quiere decir sin piedad, cruel, inmisericorde.
W innicott postula un estado prim ario de no-integración y lo diferen­ 7. El desarrollo emocional primitivo en la trasferencia
cia de la desintegración como proceso regresivo. El estado prim ario de
no-integración provee una base p ara que se produzca el fenómeno de. la Hemos hecho una reseña breve e incom pleta de las teorías de W inni­
desintegración, sobre todo si falla o se retrasa el proceso de integración cott no para exponerlas rigurosamente sino sólo corno una necesaria
prim aria. La diferencia decisiva entre estos dos procesos es que la no- introducción a lo que verdaderam ente nos interesa en un libro com o este,
integración se acompafia de un ánim o tranquilo m ientras la desintegra­ la técnica de W innicott.
ción produce miedo. En el trabajo que presentó en el Simposio sobre la trasferencia en el
El estado primario de integración es, pues, un aspecto fundam ental Congreso de Ginebra de 1955, W innicott (1956) sostuvo que cuando ha
del desarrollo em ocional prim itivo, que se va construyendo en los prim e­ fallado el desarrollo emocional prim itivo lo que nosotros tenemos que
ros meses de la vida a partir de dos tipos de experiencias: la técnica de los hacer como analistas es darle al paciente la oportunidad de reparar esas
cuidados m atem os y las experiencias agudas instintivas que tienden a fallas. En cambio, en los neuróticos y aun en los depresivos, que alcanza­
ju n tar la personalidad desde ad en tro .з ron en alguna form a la posición depresiva, la técnica clásica puede ser
El proceso de personalización, que consiste en que la persona esté en m antenida. Como veremos al hablar de la regresión y el encuadre, el pa­
su cuerpo, corre parejo con el de integración, igual que la despersonaliza­ ciente que tiene perturbado su desarrollo emocional prim itivo requiere
ción con la desintegración. La despersonalización de la psicosis se rela­ una experiencia concreta que le perm ita regresar e iniciar de nuevo su ca­
ciona con el retardo de los procesos tem pranos de personalización. mino.
P o r últim o, el proceso de adaptación a la realidad o de realización P ara com prender en este punto a W innicott hay que recordar el con­
consiste en el encuentro de la m adre y el bebé en esa área de la ilusión que cepto de fa lso s e lf C uando la m adre no sabe conform ar el am biente que
ya hemos descripto.4 su bebé necesita, porque en lugar de responder adecuadam ente a sus ne­
Me parece que W innicott supone infinitas posibilidades dentro del cesidades las interfiere, obliga al niño a un desarrollo especial y aberrante
narcisismo prim ario, que sólo ulteriorm ente se van organizando. Inicial­ que lleva a la formación de un falso self, que la suplanta en sus deficien­
m ente narcisismo prim ario implica no-integración, en el sentido de que cias. El falso self, dice W innicott (1956), es sin duda un aspecto del ver­
cuando yo siento ham bre soy un chico frenético, enojado, y cuando rne dadero self, al que protege y oculta como reacción a las fallas en la adap­
han dado el pecho soy un chico tranquilo. En este sentido, yo no necesito tación. El falso self, de este m odo, se desarrolla com o un patrón de
integrar estos dos aspectos y, consiguientemente, puedo ser en un m o­ conducta que corresponde a la falla ambiental.6
m ento esto y en otro m om ento aquello sin que haya un proceso de di­ Si nosotros comprendemos que esta es la real situación del paciente,
sociación. W innicott distingue rigurosamente no-integración de diso­ podrem os darle la oportunidad de volver al punto de partida e iniciar un
ciación, lo que M elanie Klein no hace. W innicott dice que los fenómenos nuevo desarrollo de su self verdadero. En esto es decisiva la comprensión
de no-integración no están necesariamente acom pañados de angustia, en del analista y la capacidad de no interferir con el proceso de regresión. Si
cambio ios de disociación si, porque en la disociación ya está la persecu- nos prestamos a acom pañar al paciente en este difícil tránsito hasta las
sión o la pérdida. En este punto las ideas de W innicott son muy convin­ fuentes debemos estar dispuestos a equivocarnos, nos alerta W innicott,
centes, m ientras Melanie Klein fluctúa entre la no-integración com o pro­ porque no hay analista por competente que sea que no interfiera. C uan­
ceso del desarrollo y la disociación com o defensa. Este punto, que no se do así sea, el paciente percibirá nuestro error y entonces, p or prim era
llega a resolver en Melanie Klein, reaparece en el pensamiento vez, se enojará. Este enojo, sin embargo, se refiere no al error que el ana­
poskleiniano a partir del trabajo de Esther Bick (1968) sobre la piel que lista acaba de cometer sino a un error de su crianza, frente al cual el pa­
contiene al self. M eltzer dice en el capítulo IX de Explorations in autism ciente reaccionó configurando un falso self, porque obviamente no esta­
ba entonces en condiciones de protestar. La clave es que el paciente utili­
(1975) que el trabajo de 1968 abrió el problem a de la no-integración en za el error del analista para protestar por un error del pasado, y asi debe
contraste con la desintegración y lo relacionó con un objeto continente considerárselo.7
defectuoso^ pero la verdad es que W innicott ya lo había planteado en En este sentido, la trasferencia de los estadios tem pranos del de­
«Prim itive em otional development» en 1945, P ara ser más exacto quiero sarrollo tiene paradójicam ente un significado real. El analizado está re­
señalar que la idea parte de Glover con sus núcleos del yo, trabajo al cual accionando por algo que le pasó en su infancia enojándose por un error
Klein se refiere desestimándolo en su escrito en torno a los mecanismos real que cometió el analista; y lo que el analista tiene que hacer es respe­
esquizoides de 1946. tar ese enojo, que es cierto y justificado. Es real porque se refiere a un

3 Winnicott (1945), pág, 140.


4 Ib id ., pág. 141. s Pág. 387.
5 Pág. 234. 7 Ibid., pá«. 388,
error que yo cometí en mi tarea, y lo que yo tengo que hacer es admitirlo técnicas que inicialmente se proponían com o distintas y distantes pueden
y, si es necesario, estudiar mi contratrasferencia, pero nunca interpre­ alternar no sólo en el mismo analizado sino en la misma sesión. De esta
tarlo porque, si lo hiciera, estarla utilizando la interpretación en form a form a, la clasificación pierde consistencia y la técnica adquiere, a mi
defensiva, para descalificar un juicio certero de mi analizado.8 Al finali­ juicio, un sesgo demasiado inspiracional. P o r otra parte, es inevitable
zar su ponencia en Ginebra,® W innicott diferencia con rigor el trabajo que, cuando se introducen medidas de excepción para los casos más difí­
clínico con las dos clases de pacientes que está considerando. ciles, surja el deseo de aplicarlas a los más sencillos pensando que quien
El paciente que presenta fallas en su desarrollo emocional prim itivo puede lo más puede lo menos.
tiene que pasar por la experiencia de ser perturbado y reaccionar con
(justificada) rabia. P ara esto usa las fallas del analista. En esta fase del
análisis, prosigue W innicott, lo que se podría llam ar resistencia cuando
se trab aja con pacientes neuróticos indica aquí que el analista ha cometi­
do un error, y la resistencia continúa hasta que el analista descubre y se
hace cargo de su error, ю
El analista tiene que estar alerta y dar con su error cada vez que apa­
rezca la resistencia; y tiene que ваЪег, además, que es sólo usando sus
propios errores que puede prestar su m ejor servicio al paciente en esta fa­
se del análisis, esto es, darle la oportunidad de que se enoje por prim era
vez sobre los detalles y faltas de la adaptación que produjeron la pertur­
bación de su desarrollo.
Se com prende que, desde este punto de vista, W innicott sostenga que,
en estos casos, la trasferencia negativa del análisis del neurótico queda
remplazada por un enojo objetivo sobre las fallas del analista, lo que im­
p orta u n a diferencia significativa entre los dos tipos de tra b a jo .11
W innicott considera que estos dos tipos de análisis no son incom pa­
tibles entre sí, al menos en su propio trabajo clínico, y que no es dem a­
siado difícil cam biar de uno al otro, de acuerdo con el proceso mental
que tiene lugar en el inconciente del analizado. 12
Q ueda para el futuro, dice W innicott al cerrar su im portante articulo,
el estudio detallado de los criterios por los cuales el analista puede saber
cuándo surge u na necesidad del tipo de las que se deben m anejar por me­
dio de una adaptación activa, por lo menos con un signo o m uestra de
adaptación activa, sin perder nunca de vista el concepto de identificación
prim aria.
Con estos últimos com entarios W innicott viene a m ostrar que las dos

8 A unque no sea ésta la oportunidad de discutir esta idea, deseo señalar que ni en este
caso ni en algún otro la interpretación debe descalificar lo que, m al o bien, piensa el anali­
zado. La interpretación no debe ser una opinión sino una conjetura del analista sobre lo
que piensa el paciente, es decir, sobre su inconciente.
9 El trabajo de G inebra se publicó en el International Journal de 1936 con el titulo «O n
transference», y en Through Paediatrics to Psycho-Analysis (1958) como «Clinical varieties
o f transference» (cap. 23).
10 International Journal, 19S6, pág. 338.
11 Ibid., pâg. 388.
12 « I have discovered in my clinical work that one kind o f analysis does not preclude the
other. I fin d m yself slipping over from one to the other and back again, according to the
trend o f the patient’s unconscious process» [ibid.. pág. 388). (Esta cita fue ligeramente
cambiada en la recopilación de 1958, pero el sentido, para mi, sigue siendo el mismo.)
13 Ibid., pág. 388.
17. Sobre la espontaneidad del (el m enor recientemente) y tam bién de sus analistas anteriores. Habían
sido varios y todos la habían ayudado. H ablaba de ellos con respeto y
fenómeno trasferencial gratitud, sin excesos y sinceramente.
Durante estas entrevistas no hice otra cosa que escucharla con aten­
ción e intercalar circunspectamente alguna pregunta o comentario para
facilitar el desarrollo de su relato. Si bien ella se ubicó en el diván (y no
en un sillón simétrico al mío que tengo para las entrevistas) permaneció
sentada y habló con espontaneidad y franqueza pero sin asociar libre­
mente. El materia] onírico sólo apareció muy contingentem ente. Yo, por
mi parte, no hice absolutam ente ninguna interpretación. No venía al caso
Deseo reseñar a continuación dos breves experiencias que me parecen
para el tipo de psicoterapia que me había propuesto realizar.
apoyan la idea de que la trasferencia aparece espontáneam ente y desde el
Luego de las primeras entrevistas, digamos al finalizar el primer mes
comienzo. Son dos casos muy particulares, similares en parte y en parte
de tratam iento, dijo sentirse mucho mejor, aliviada de su angustia y
opuestos, donde la trasferencia se impone de inm ediato sin que ni el set­
ting ni mis «teorías» parezcan haber gravitado. Por tratarse de dos cole­ depresión, lo que era visible. Ella atribuyó su m ejoría a mi psicoterapia,
que le había permitido hablar con alguien de sus problemas y ser es­
gas tendré que om itir ciertos datos, que hubieran apoyado también la te­
cuchada, Yo le recordé que podía deberse, tam bién, al efecto de la
sis que sostengo.
ímipramine que había empezado a tom ar antes de venir a verme, ya que
este medicamento tiene un período de latencia para empezar a actuar; pe­
ro ella se sintió más inclinada a su propia explicación que a la mía.
Material clínico n° 1 Si bien es cierto que yo no hice ningún tipo de interpretación durante
los dos primeros meses del tratam iento (si así puede llamársele), deseo se­
ñalar que mi com portam iento fue por completo analítico en cuanto a las
Hace ya varios años, a fines de un mes de octubre, me consultó tele­
clásicas norm as del encuadre: la atendí puntualm ente, las entrevistas d u ­
fónicamente una colega que se encontraba muy deprimida después de la
raron 50 m inutos, guardé la distancia y la reserva de siempre, etcétera.
muerte de su única herm ana. (Un herm ano dos años m enor que ella ha­
P or su parte, la paciente se adaptó sin inconvenientes a este tipo de rela­
bía m uerto al nacer.) Quería realizar algunas entrevistas antes de las va­
ción y no pretendió m odificarla por su condición de colega y de ex alum­
caciones de verano y consideraba que yo era el más indicado. Acepté
na del Instituto.
verla, a pesar de mis escasas disponibilidades de tiempo, seguro de que
no iba a pasar de una psicoterapia breve, de tiempo limitado por las va­ La prim era sesión quincenal de enero fue el jueves 5 y en ella se repi­
tió el desarrollo de las entrevistas anteriores. Habló de su ansiedad por su
caciones tres meses después, a la manera de crisis intervention.
Con este plan en mente consentí en tener con ella una entrevista, donde próximo viaje, de que su tía la había llam ado desde larga distancia para
pedirle que fuera pronto porque el padre se hallaba delicado de salud, et­
le señalé mi escaso tiempo y ella aceptó verme una vez cada quince días.
Confiaba que eso le bastaría para superar su estado de depresión y an­ cétera. Me preguntó si yo podría darle más horas en enero como le había
prom etido y le repuse que sí, aunque no disponía del horario en ese m o­
gustia. Quedó bien claro que, en caso de que pensara reanalizarse en el
futuro, no habría ninguna posibilidad de que yo pudiera disponer del m ento. Le pedí que me hablara ese fin de semana para convenir una hora
tiempo para hacerlo. Convenimos en un horario fijo semana por medio y para la próxim a. Me preguntó, tam bién, si habría alguna posibilidad de
le dije que tal vez en enero pudiera darle una entrevista por semana. que yo dispusiera hora para analizarla después de las vacaciones o más
Quedó también acordado el m onto de mis honorarios, que decidió pagar adelante y le respondí que, por desgracia, nada había cambiado en cuan­
cada vez que venía. Con esto creo que ella misma acentuaba el carácter to a mis disponibilidades de tiempo libre, que ella ya conocía. Suponía
esporádico de los encuentros. que iba a ser así; pero, dado que le gustaría de veras analizarse conmigo,
D urante noviembre y diciembre la atendí, efectivamente, como h a­ quiso preguntárm elo concretam ente. Agregó que podría esperarm e si yo
bíamos convenido, jueves por medio. Durante esas sesiones, unas cuatro así lo dispusiera. H abía pasado su crisis —com entó— y no creía tener
o cinco en total, ella habló extensamente de su hermana fallecida, de su ningún problem a urgente como para analizarse de inm ediato. Diré entre
madre, m uerta hacía ya muchos años, de su padre y una tía (herm ana del paréntesis que por la form a que planteó el problem a en ese m om ento
padre) que vivían lejos de Buenos Aires y a quienes planeaba ir a visitar confirmé mi prim era impresión de que se tratab a de un caso neurótico y
durante las vacaciones de febrero. Me contó del carácter de su padre y de no grave, una de las buenas histéricas de Elizabeth R. Zetzel.
su tía y de los temores que tenía de que la convencieran de que se quedara No me habló ese Fin de sem ana y vino a su hora de costum bre la pró­
a vivir eon ellos. Habló de su marido (fallecido), y de sus hijos ya casados xima, el jueves 19 de enero. Se disculpó porque no pudo hablarm e, se di*
jó estar, se olvidó y finalmente no lo hizo. Fiel a la técnica que yo me tuales, su padre, su tía, su viaje, sus amigos (que son m uchos y buenos),
había im puesto, no interpreté nada al respecto y, cuando me pidió una su trabajo. De aquí pasó a algunos com entarios sobre la crisis institu­
hora para la semana entrante, le di el lunes 23 a una hora que le resultaba cional. Desde el prim er m om ento se alineó con el grupo independiente y
conveniente. Empezó entonces a hablar extensamente del padre, de sus no la hizo dudar al respecto su buena relación con el doctor X, del que
conflictos con él y de la necesidad que tenia de re-analizarse para resol­ fue ayudante en un seminario y a quien aprecia como m aestro y colega.
verlos. M ientras hablaba de estos tem as, ya comunes a entrevistas ante­ Un tiem po antes ese colega le había preguntado cuál era su posición. Fue
riores, empezó a llorar copiosamente. A ella le llamó mucho la atención un m omento muy tenso; pero pudo decírselo con franqueza. Al día si­
su llanto, más que a mí, que no la conocía dem asiado. Dijo que las sajo­ guiente, cuando se encontró con él en la Asociación, vio con dolor que le
nas com o ella rara vez lloran. No se explicaba este llanto y no recordaba había dado vuelta la cara para no saludarla. Como es de esperar, no hice
haber llorado así en muchos años. El tem a de su viaje y de las vacaciones com entario alguno sobre este tem a y no lo pensé ligado al material ante­
volvía sin cesar en su m aterial, regado con un llanto generoso e incoer­ rior. (No hay que olvidar que yo no estaba pensando en interpretar
cible. No se podía explicar lo que le estaba pasando. Trataba de enlazar lo que oía.)
sus fuertes sentimientos de pena y de dolor con sus numerosos duelos Acordam os en que tendríam os una nueva entrevista el viernes 27 y le
(presentes, pasados y futuros) pero no se sentía satisfecha ella misma con ofrecí o tra más si lo deseaba, para cerrar el ciclo.
esas autointerpretaciones. El viernes 27 vino con mucho entusiasmo y volvió a m ostrarse intere­
Como la situación no cedía, me resolví entonces a hacer la prim era in­ sada en la intensidad de su reacción por las vacaciones. Reiteró que nun­
terpretación de este peculiar e interesantísimo tratam iento. En form a ca lo había sentido en form a tan viva y contundente. Si bien no tenía
muy tentativa, dado que yo mismo no lo creía del todo, le pregunté si no duda de que su llanto se refería concreta e inequívocamente a mis vaca­
estaría llorando porque se acercaba el fin de las entrevistas y por la sepa­ ciones, no se explicaba su calidad y su intensidad. Nunca había llorado
ración que nos im pondrían las vacaciones, máxime después de que en la así antes en todos sus años de análisis; más aún, en toda su vida, quizás.
sesión anterior habíam os vuelto a la idea de que no dispondría yo de El llanto que sintió sólo lo puede com parar, ahora, con el de un recuerdo
tiem po para hacerme cargo de su tratam iento en caso de que quisiera re- de sus cinco o seis años. Sus padres se fueron de vacaciones a la playa y a
analizarse. ella la dejaron en casa castigada. Sintió entonces el mismo dolor y resen­
Aceptó sin cortapisas la interpretación y notó que se calm aba súbita­ timiento que había sentido el jueves 19 conmigo; y lloró entonces tan co­
mente. Dejó de llorar y a su angustia sobrevino un sentimiento de piosa y desconsoladamente como ahora.
asom bro por lo que le había pasado. En todos sus años de análisis no h a­ Aquí ya no tuve yo ninguna duda de que era una repetición (trasferen-
bían faltado por cierto interpretaciones sobre la angustia de separación, cial) de aquel episodio (recuerdo encubridor) de los cinco o seis años. P ara
sea a propósito de fines de semana o de las vacaciones; pero nunca le ha­ resolver el enigma sólo restaba ver por qué había sido castigada entonces y
bían sonado tan ciertas como esta. ¿Cóm o podía ser que fuera justam en­ ver si había recibido un castigo similar de parte mía.
te esta vez que una interpretación oída tantas veces (y tantas veces form u­ Dijo que no podía recordar para nada el motivo de la penitencia, pero
lada por ella misma como analista) repercutiera de esta forma? sí sus vivos sentimientos de entonces.
El halago implícito en sus asociaciones, que yo pudiera haber in­ Me contó al pasar que se irla afuera a lo de uno amigos en los prime­
terpretado mejor que los otros, no tenia mucho lugar. Fue la m ía una ros días de la sem ana entrante, antes de partir para lo de su padre, con lo
interpretación de rutina, impuesta por lo inmediato de la situación y que entendí que estábamos realizando nuestra última entrevista. H a­
luego de que las explicaciones más justificables (las autointerpretaciones bíamos quedado que, a su regreso, me hablarla para volver a reunim os y
sobre sus diversos duelos) se habían m ostrado inoperantes. Supuse, pues, a discutir quién podría ser su analista. Ella había pensado en algunos co­
que habría coincidido algo más para que cuajara una reacción tan fuerte legas y cam biaríam os ideas al respecto.
en mi colega (y digo colega porque lo era más que paciente para mi en ese C uando nos íbam os a despedir, me recordó que yo le había prom eti­
momento). do una ho ra más antes de las vacaciones y le señalé que no se la ofrecía
De todos m odos, cuando luego de este episodio volvió a hablar de mis por su viaje al Uruguay. Me respondió que si yo disponía de esa hora
vacaciones y de la separación conmigo, volvió a llorar, casi como una postergarla del sábado al lunes su viaje a M ontevideo. Le propuse enton­
comprobación experimental de que era eso lo que efectivamente le pasaba. ces que viniera el día siguiente, el sábado 28, para no trastornar sus
El lunes 23 vino nuevamente tranquila, como en las sesiones ante­ planes de viaje.
riores, cuando ya había m ejorado, y volvió a com entar con asom bro lo El sábado 28 me dijo que no había podido recordar el motivo de la
que le había pasado. Nunca antes había sentido en forma tan inm ediata y penitencia de aquel viaje de los padres a la costa; pero, en cam bio, recor­
convincente la famosa angustia frente a la separación como el jueves pa­ daba claram ente algo que le pasó en la misma época. Viéndolo bien,
sado. V seguía sin explicarse por qué. Volvió luego a sus tem as habi- podría haber sido el motivo de la penitencia. O no. No estaba segura; pero,
de todos modos, me iba a contar lo que recordó. En esa época le contó a D urante el prim er mes de este singular tratam iento le cancelé una de
la tía (la herm ana del padre) que la madre a ella no la quería y que la tra ­ las entrevistas. Lo hice sin m ayor preocupación por el laxo encuadre en
taba siempre mal y con injusticia. La tía no aceptó su historia y lo co­ que habíam os definido la relación. Ella aceptó de buen grado y no con­
m entó con los padres. El padre.le dijo que esas cosas no se dicen «fuera sintió en venir a o tra h o ra p ara no molestarm e. Dijo que concurriría la
de la familia» y ve todavía plásticam ente la m irada llena de pena de su si­ sem ana siguiente a la hora de costumbre.
lenciosa m adre. Quizá haya sido por esa desobediencia y esa traición que Llegó muy abatida y dijo que su depresión se había acentuado. Son las
los padres la castigaron no llevándola. alternativas del trabajo de duelo —sentenció, mientras yo desechaba de mi
Se quedó en silencio y le pregunté en qué m edida ella podría haberme conciencia la «absurda» idea de que pudiera haber influido en su estado de
hecho a mí algo así, algo que reprodujera aquellos sentimientos de rebel­ ánimo la cancelación del lunes anterior. Me reaseguré a mí mismo dicién-
día infantil frente a los padres. Y de traición, agregó ella. dome que su duelo era muy reciente y que las entrevistas que estábamos te­
Se quedó en silencio y dijo que no acertaba a explicárselo. Le pedí niendo no podían gravitar de esa manera en su estado de ánimo.
que asociara libremente y su prim era asociación ya no me sorprendió. Volvió a su tem a habitual, habló de su m arido, de la enferm edad que
Me dijo que se sentía a veces incóm oda frente a mí porque no se había lo llevó a la tum ba, de recuerdos y anécdotas con él de los últimos años.
pasado a la nueva Asociación; pero ese no podía ser el motivo. Pensaba Tam bién comentó la pena de sus dos hijos, ya casados, por la m uerte del
pasarse más. adelante, etcétera. Además sabía qúe eso no podía influir en padre. Sus hijos y sus nueras la ayudaban, acotó: y eso la hacía no sentir­
mí, conociéndome com o me conocía. se tan sola. Volvió a soñar con Ricardo (su marido): «Soñé que estába­
Le dije que su asociación era muy pertinente y que de hecho ella sen­ mos cruzando el canal de la M ancha en un barco, de Inglaterra a F ran ­
tía que yo me iba de vacaciones sin ella para castigarla por su «traición» cia, de Dover a Calais. Ricardo venía detrás de mí con un traje Príncipe
al no pasarse a la nueva Asociación. A hora se explica, agregué, por qué de Gales que le quedaba muy bien y un m ontón de valijas. Pero entre él y
en la sesión del lunes 23 habló extensamente de sus desencuentros con X. yo se interponía un m ontón de gente. Yo me siento en un banco, que cu­
A través de esas asociaciones, me estaba diciendo que pensaba que yo riosamente se extiende a lo largo de la cubierta del barco. En la parte en
también le había dado vuelta la cara por su «traición». que yo me siento, ese banco tiene una form a acodada muy particular, de
Recordó de inmediato claramente que, cuando pensó en hacer conmi­ m odo que Ricardo y yo quedábam os casi frente a frente. M iro, pero Ri­
go estas entrevistas, tuvo el tem or de que yo no quisiera concedérselas cardo no está. Empiezo a buscarlo con la m irada y no lo encuentro.»
por no pertenecer a la nueva Asociación. Ni bien escuché el sueño tuve una ocurrencia contratrasferencial que
De vuelta de su viaje tuvimos una últim a entrevista. Me pidió consejo descarté de inmediato: pensé si el Ricardo del sueño no podría ser yo
para elegir su nuevo analista y aceptó el que yo le sugerí. Con su nuevo que no le di su últim a sesión. Razoné de inm ediato que sólo una irritante
análisis tengo entendido que resolvió su problem a con los padres, que tan deform ación profesional podía hacerme pensar de esa m anera, ningún
espontánea y candorosam ente me había trasferido. analista en sus cabales iba a pensar asi, cuando todavía no se había cons­
tituido la relación analítica, ni se iba a configurar, por otra parte, de
acuerdo a lo concertado. Ricardo era de veras el nom bre de su m arido
recién fallecido. Ella, adem ás, me llam aba a mí H oracio, com o todos
M aterial clínico n° 2 mis amigos; y apenas si recordaría que mi prim er nom bre es Ricardo. Le
pedi asociaciones.
Quiero relatar ahora el sueño de otra colega a quien traté muy infor­ Asoció entonces, com o era de esperar, con su m arido. Su m uerte ha­
malmente por una crisis depresiva después de la muerte de su m arido. Es bía venido a frustrar un viaje ya planeado a Europa. Querían ir a Ingla­
un caso bastante diferente del anterior, porque esta vez se trataba de una terra a visitar Londres una vez m ás y tenían el propósito de llegar a la pe­
amiga. Cuando su depresión arreció, como no quiso volver a su analista, queña ciudad donde había nacido su padre, que m urió cuando ella era
prefirió pedirme a mí que la ayudara. Acepté su propuesta sabiendo que pequeña. Tam bién irían a Italia; y por supuesto a Francia. ¿Cóm o se
no iba a trabajar en las mejores condiciones porque éramos amigos; pero puede concebir un viaje a E uropa que no pase por París? París la encan­
ella pretendía una ayuda más am istosa que psicoterapèutica. ta, es una ciudad sin par. También le gusta Londres. Y Florencia. H a es­
Convenimos en vernos una vez por sem ana, los lunes a la noche, y yo tado leyendo últim am ente a los autores franceses y nota que cada vez le
rehusé cobrarle honorarios, a pesar de que ella lo hubiera preferido. El gustan más. No diría Lacan, que es tan difícil; pero si Lebovici y Nacht,
tratam iento sólo duró unas cuantas semanas y lo suspendimos de común Laplanche y Pontalis. Leyó recientemente un trabajo hermoso de
acuerdo cuando ella notó que había rem ontado lo más difícil del trabajo Widlücher. Se ha ido alejando insensiblemente en los últimos años de la
de duelo y pensó (con razón a juzgar por lo que pasó después) que ya es­ escuela inglesa, ¡qué pensaré yo! Su supervisión conmigo, a pesar de loa
tab a en condiciones de seguir por su cuenta. años que pasaron, sigue siendo para ella un m om ento clave de SU de
sarrollo, me reaseguró. Leyó hace poco un libro sobre la creatividad que to siendo ella pequeña, cuando había entrado a su dolorosa latericia y di­
le pareció excelente. Cree que es de Janine Chasseguet-Smirgel. jo finalm ente que sí, que el sueño se refería a mí y que se sentía aliviada.
Me atreví ahora a interpretar el sueño en la trasferencia (!). Le dije que Sintió espontáneam ente acto seguido necesidad de aclararm e que, cuan­
sin poner para nada en duda que este sueño era un intento de elaborar el do había hablado de la m uerte de su padre en nuestra prim era charla h a­
duelo por la pérdida de su m arido, tanto más dolorosa cuanto que vino a bía cometido un error, un pequeño acto fallido cuyo significado le era
tronchar un viaje hermoso y ya planeado, yo pensaba que el Ricardo del ahora por completo fácilmente comprensible. Me dijo que su padre m u­
sueño era también yo mismo. Aunque ella me llam aba Horacio no ignora­ rió a los SO años, lo que no es así. Murió m ucho más joven, a los 40. El
ba por cierto que mi primer nombre era el de su marido. Aceptó que era que murió a los 49 años era su m arido.
así, y que siempre nos identificaba en alguna m edida por ser tocayos. Considero que, en este m aterial, la aclaración del acto fallido sobre la
Alentado p or esta prim era respuesta proseguí mi interpretación. Le m uene del padre es probatoria, porque m uestra el m om ento de insight
dije que tal vez al cancelarle yo la h o ra del lunes anterior, le había procu­ en que el padre, el m arido y el analista se unen y se discriminan.
rado sin proponérm elo una nueva situación de duelo. En el estado en que Lo mismo digo de cuando se levanta la represión sobre el color
te encuentras —agregué— tal vez no es tan trivial como los dos creimos de los sillones del sueño. P or la form a en que fue ofrecido y el con­
saltar una sesión y una sem ana. texto en que aparece es para mí concluyente sobre el com ponente
Aceptó nuevamente esta sugerencia pero me recordó que no era pará trasferencial del sueño. C onfío en que esta opinión será com partida por
tanto, que yo mismo le había ofrecido com pensarla y ella no había acep­ la m ayoría de los analistas.
tado para no sobrecargarm e. No había que perder de vista, me dijo con
su habitual cordialidad, que nuestros encuentros eran más una cita de
amigos que un tratam iento, etcétera. Es decir, repitió las razones (o ra ­
cionalizaciones) que yo mismo me había dado un m om ento antes.
Con más seguridad insistí en mi punto de vista. Le dije que com partía
p or cierto sus razonam ientos y que no iba a considerar mi ausencia del
lunes anterior com o una falla de nuestro amistoso setting. (Recordé aquí
para mis adentros a su analista anterior, al que ella no había querido vol­
ver a ver, fam oso entre sus amigos por los vaivenes de su encuadre.) Sin
embargo, tu sueño —le insistí— parece que alude varias veces a mí co­
m o el ausente. La posición de ese singular asiento en el barco me recuer­
da mucho a la posición que tienen los dos sillones en los que estam os sen­
tados. Y tus asociaciones sobre tu alejamiento de la escuela inglesa están
plásticam ente expresadas con la travesía del canal de la M ancha. T anto
es así que tuviste que agregar que siempre recordarás tu supervisión con­
migo, en que aprendiste justam ente los fundam entos de la técnica
kleiniana. Y tu preferencia por París sin desmerecer a Londres.
H ubo un m om ento de silencio tenso, en que yo volví a pensar que me
había excedido, pensé que mi interpretación era demasiado pro funda y
trasferencial, y maldije internam ente a Melanie Klein com o si ella tuviera
la culpa de todo. Entonces mi am iga habló de nuevo con esa voz pausada
y profu n d a que parece la m arca de fábrica del insight. Me dijo que había
vuelto a su conciencia la escena del sueño, la había visto claram ente por
un m om ento y había reparado en un detalle que no estuvo presente cuan­
do lo recordó esa m añana y cuando me lo contó en la sesión. El color del
asiento del sueño era exactamente el de los sillones de mi consultorio. Re­
cordó entonces vivamente que cuando le hablé por teléfono para cancelar
la hora recordó alguna m ala experiencia con su analista didáctico. Lo si­
gue estim ando como siempre, pero prefirió no volver justam ente por su
im puntualidad; yo, en cambio, era más “ inglés” en este punto. Recordó
de inm ediato con emoción a aquel otro inglés, su padre, que había muer-
18. La alianza terapéutica: de Wiesbaden a Ginebra labora con el analista y la que se le opone; aquella es la que está vuelta
hacia la realidad; esta com prende los impulsos del ello, las defensas del
yo y los dictados del s u p e r y ó . 3 La disociación terapéutica del yo se debe a
una identificación con el analista, cuyo prototipo es el proceso de form a­
ción del superyó. Esta identificación es fruto de la experiencia del análi­
sis, en el sentido de que, frente a los conflictos del paciente, el analista re­
acciona con una actitud de observación y reflexión. Identificado con esa
actitud, el paciente adquiere la capacidad de observar y criticar su propio
funcionam iento, disociando su yo en dos partes.
Vale la pena señalar las coincidencias entre los ensayos de Sterba y de
En los capítulos anteriores estudiamos la trasferencia y no vacilamos en Strachey, publicados uno junto al otro en el mismo núm ero del Interna­
señalarla como el factor más im portante de la terapia psicoanaJítica. Afir­ tional Journal de 1934. M ientras para Sterba lo decisivo en el proceso
mamos también que sólo puede entendérsela si se la com para con algo que analítico es la disociación terapéutica del yo, para Strachey la clave está
no es trasferencia, como sostuvo Anna Freud en el Simposio de Arden en que el psicoanalista asum a el papel de un superyó auxiliar, discrimi­
House de 1954, De esta m anera, resulta obvio que la trasferencia ocupa só­ nándose del superyó arcaico. A pesar de sus diferencias, estos dos exi­
lo una parte del universo analítico (y lo mismo puede decirse de cualquier mios trabajos apoyan en la idea de que el tratam iento analítico se funda
experiencia humana). Como ya dije en un capítulo anterior, en este punto en una peculiar disociación instrum ental del self; y los dos apuntan a des­
coincido con Fenichel (1945o) y Greenson (1967). tacar un hecho todavía no bien com prendido en aquel tiem po, la im por­
Cuando sostengo que no todo lo que aparece en el proceso analítico tancia de la interpretación de la (resistencia de) trasferencia.
es trasferencia quiero decir que siempre hay algo m ás, no que falte la Al comienzo de su ensayo, Sterba define con precisión la trasferencia,
trasferencia, que es bien distinto: la trasferencia está en todo pero no to ­ diciendo que es dual, que com prende a la vez al instinto y a la represión
do lo que está es trasferencia. AI lado de la trasferencia se encuentra (defensa). A partir del estudio de la resistencia de trasferencia, dice Ster­
siempre algo que no es trasferencia, y a este algo lo vamos a llam ar provi­ ba, sabemos que las fuerzas de la represión se incluyen en la trasferencia
sionalmente alianza terapéuticaJ Digo provisionalmente porque, como no menos que las fuerzas instintivas.4 Esta idea, que da una solución
en seguida veremos, el concepto de alianza terapéutica es más complejo al enigma que Freud plantea sin resolver en «Sobre la dinám ica de la
de lo que parece. trasferencia» (1912b), la desarrolla poco después A nna Freud (1936),
cuando habla de trasferencia de impulsos y trasferencia de defensas.5
Frente a estas dos vertientes de la trasferencia que amenazan desde
flancos opuestos la m archa del análisis, surge un tercer factor derivado
1. La disociación terapéutica del yo de la influencia correctora del analista. Al interpretar el conflicto trasfe­
rencial, el analista contrapone los elementos yoicos que se conectan con
El concepto de que m ás allá de sus resistencias el paciente colabora la realidad y los que tienen una catexia de energía instintiva o defensiva.6
con el analista es típicamente freudiano y lo vemos atravesar toda su De esta m anera, el analista logra una disociación dentro del yo del pa­
obra; pero el postulado de que el yo está destinado a disociarse como ciente, que le permite establecer una alianza contra las poderosas fuerzas
consecuencia del proceso analítico se debe incuestionablemente a Sterba, del instinto y la represión (véase la nota 2). P or lo tanto, cuando se inicia
que lo presentó en 1932 en el Congreso de W iesbaden y lo publicó en el un análisis que va a term inar con buen éxito, el inevitable destino que le
International Journal de 1934 con el título «The fate o f the ego in analy­ espera a! y o es la disociación.
tic therapy» (El destino del yo en la terapia analítica). Este trabajo habla
concretam ente de alianza terapéutica,2 y la explica sobre la base de una 3 En un trabajo de 197Î, Sterba recuerda que su presentación no gustó en W iesbaden ni
disociación terapéutica del y o en la que se destacan dos partes, la que co- en la Sociedad de Viena, donde la volvió a leer después del Congreso, a fihes de 1932. Se le
criticó allí, duram ente, el térm ino tkerapeutische Ich Spaltung, que sólo podría aplicarse a
la psicosis. La única que apoyó a Sterba ел la discusión fue Апла Freud. Sin em bargo, po­
1 Vamos a preferir el térm ino «alianza terapéutica» que introdujo Zetzel (1956a) si­ cas semanas después de la acalorada discusión de Viena, salieron a la luz las Nuevas confe­
guiendo a Sterba (1934), y que consideramos sinónimo de trasferencia raciona] (Fenichel, rencias de introducción el psicoanálisis (1933a), donde Freud afirm a categóricam ente que el
1941), trasferencia m adura (Stone, 1961), alianza de trabajo (Greenson 1965o) y otros. yo se puede dividir y volver a ju n ta r en las más diversas form as.
2 «This capacity o f the ego fo r dissociation gives the analyst the chance, by means o f his 4 Sterba (1934), pág. 118.
interpretations, to effect an alliance with the ego against the powerful forces o f instint and s De este m odo, cabe reconocerle a Sterba un a lúcida aproxim ación al problem a que po­
repression and, with the help o f one part o f it, to try to vanquish the opposing forces» (Ster­ co después resuelve A nna Freud.
ba, 1934, pág. 120). <• Sterba (1934), pég. 119.
Como hemos dicho, para Sterba la actitud del analista que reflexiona e tividad instintiva que se ha reactuaüzado en la trasferencia. to Al ayudar
interpreta es fundamental, porque le da al paciente un modelo a partir del al yo del analizado que se siente am enazado p or su ello, el analista le
cual sobreviene la identificación y queda sancionada la disociación tera­ ofrece la posibilidad de una identificación que satisface el test de realidad
péutica del yo. El prototipo de la disociación terapéutica del yo es el proce­ que necesita el y o , И y esta identificación es posible por el hecho de que el
so de formación del superyó, pero con la diferencia de que tiene lugar en analista observa la situación psicológica y se la interpreta al paciente. La
un yo maduro y de que su demanda no es moral, ya que se encamina a actitud de trabajo del analista y la form a en que le habla a su analizado,
adoptar una actitud de observación contemplativa y serena. Para Sterba, es decir, su uso del «nosotros» y su constante llamado a la tarea, son una
la parte del yo que se orienta hacia la realidad y se identifica con el analista permanente invitación para que el paciente se identifique con él. De esta
es el filtro a través del cual debe pasar todo el material trasferencia] que el form a, y valiéndose de la interpretación, el analista le ofrece al analizado
yo, gracias a su función sintética, irá gradualmente asimilando. la oportunidad de una identificación que es la condición necesaria del
De acuerdo con estas ideas, Sterba puede describir el proceso psico- tratam iento analítico.
analítico com o la resultante de dos factores yoicos: la disociación que h a­ He querido reproducir lo esencial de este trabajo, no siempre recor­
ce posible la tom a de conciencia de los contenidos inconcientes y la fun­ dado, porque contiene en germen la teoría principal del funcionam iento
ción sintética que permite incorporarlos. El proceso analítico queda así yoico que Sterba va a exponer después en W iesbaden. Junto a otros tra­
explicado por una dialéctica de disociación y síntesis del yo. bajos de esos años, como los que presentaron Ferenczi y Reich al
Congreso de Innsbruck y el de Strachey ya citado, el ensayo de Sterba
inicia un cambio radical en la técnica, que va a centrarse cada vez más en
la interpretación de la trasferencia.
2. La resistencia de trasferencia
P ara pesar en to d a su m agnitud la contribución de Sterba es necesario
recordar aquí, en este punto, su denso artículo «Zur Dynamik der Bcwül- 3. Regresión y alianza terapéutica
tigung des Obertragungswiderstandes» (Sobre la dinámica de la domi­
nación de la resistencia de trasferencia), publicado en el Internationale En julio de 1955 se realizó en Ginebra el XIX Congreso Interna­
Zeitschrift fü r Psychoanalyse de 1929.7 De acuerdo con el modelo cional, donde tuvo lugar una Discusión sobre problem as de trasferencia.
freudiano de 1912, del que Sterba parte, la trasferencia se establece como Allí leyó Elizabeth R. Zetzel su «C urrent concepts o f transference», que
resistencia al trabajo de investigación del análisis, ya que el paciente ac­ apareció en el International Journal de 1956, donde la trasferencia se en­
túa para no recordar una experiencia infantil, lo que promueve una de­ tiende com o el conjunto de la neurosis de trasferencia y la alianza tera­
fensa del yo frente al analista trasform ado en representante de las mis­ péutica. El articulo replantea lúcidamente una discusión que arranca en
mas tendencias a las que el yo del analizado se tiene que oponer.8 1a controversia de los años veinte entre Melanie Klein y A nna Freud
El trabajo del analista consiste, dice Sterba, en superar la resistencia sobre técnica del análisis de niños, y que llega hasta nuestros días.
de trasferencia que obstruye el avance del proceso. El analista se en­ Mientras Melanie Klein presta especial atención a la angustia y la in­
cuentra, pues, en una difícil situación, porque se ha trasform ado en el terpreta sin dilaciones, la ego-psychology pone el acento en las funciones
destinatario de la repetición emocional que opera en el paciente para obs­ del yo en cuanto al contralor y la neutralización de la energía instintiva.
truir justam ente los recuerdos que el analista busca.® Aquí la influencia de la famosa monografia de H artm ann de 1939 es deci­
Cuando el analista interpreta la resistencia de trasferencia contrapone siva, en cuanto se reconoce que el conflicto originario, por obra y gracia de
el yo del analizado (en cuanto órgano en contacto con la realidad) a la ac- la autonom ía secundaría, queda divorciado total o parcialmente de la fan­
tasía inconciente. De esta form a se explica la relativa inoperancia de las in­
7 Apareció años después, en 1940, en el Psychoanalytic Quarterly: «T he dynamics of terpretaciones precoces de la trasferencia y también los Umites de la efica­
the dissolution o f the transference resistance», de donde tom arem os las citas de este capitu­ cia del análisis si la autonom ia secundaría se ha hecho irreversible.12
lo.
8 «Because the transference serves the resistances, the patient acts out infantile expe­
10 « When on analyst interprets the transference resistance, he opposes ¡he ego o f the pa­
riences to avoid conscious remembrance o f them. This leads on the part o f the ego to a de­
fense which is directed against the analysis because the analyst has become, in the transfe­ tient, as the organ controlling reality, to the Instinctual activity rS enacted in the transferen­
ce» (Ibid., págs. 370-1).
rence, the representative o f the emotional tendency against which the ego has to defend It­
11 « The analyst assists the ego, attacked by the id, offering it the possibility o f an identi­
self» (1940, págs. 368-9).
fication which satisfies the reality texting needs o f the ego» (ibid., pág. 371).
9 «The analyst thereby fin d s himself in a difficult situation, fo r he is the object o f the
12 «H artm ann has suggested that in addition to these prim ary attributes, other ецо cha­
emotional repetition operating in the patient in order to hinder the recollections fo r which
racteristics, originally developed f o r defensive purposes, and the related neutralized instine.
the analyst asks» (ibid., pág. 369).
Siguiendo a Sterba (1934) y a Bibring (1937), este yo sufre un proceso que las manifestaciones regresivas aparecidas en la situación analítica
de splitting, que lleva a Zetzel a distinguir teóricam ente la trasferencia implican una profundización del proceso, indican disminución más que
como alianza terapéutica de la neurosis de trasferencia, que considera reforzam iento de la resistencia.
una manifestación de la resistencia. 13 De este m odo, la alianza terapéuti­
De acuerdo con esta teoría, la regresión com o mecanismo de defensa
ca queda definida com o parte de la trasferencia, aunque se la haga de­ frente al setting analítico es lo que hace posible la reversión de las defen­
pender de la existencia de un yo suficientemente m aduro, que no existe sas rígidas del yo, para que vuelvan al área de conflicto.
en los pacientes severamente perturbados y en los niños pequeños.*4 De
esto puede deducirse desde ya lo que esta autora dirá en trabajos poste­
riores en cuanto al origen de esta parte sana del yo: será previa a la eclo­
sión del conflicto edipico. 4. De Sterba a Zetzel
P ara Zetzel, como para la mayoría de los ego-psychologists, el análisis
del yo consiste en el análisis de la defensa; respetan el consejo de Freud de A pesar de su reconocida apoyatura en Sterba, la doctora Zetzel p ro­
que el análisis debe ir de lo superficial a lo profundo, de la defensa al im­ pone un pensam ento original, que a mi juicio la aleja tal vez más de lo
pulso. En la prim era etapa del análisis la interpretación profunda de los que ella piensa ciel ensayo de W iesbaden. Sterba sostiene que el tra ta ­
contenidos puede ser peligrosa e inoperante; la de la defensa tampoco es miento psicoanalítico se hace posible por un proceso de disociación del
aconsejable: la energía instintiva a disposición del yo m aduro ha sido yo, una de cuyas partes, la que está vuelta hacia la realidad, sella una
neutralizada y se ha divorciado de sus fuentes inconcientes. Sólo una vez alianza con el analista para observar y com prender a la otra, la instintiva
que las defensas del yo fueron minadas y los conflictos instintivos ocultos y defensiva; y un punto fuerte de su razonam iento es que esta disociación
se movilizaron, puede desarrollarse la neurosis de trasferencia. 4 se hace posible porque el analista interpreta. Toda su concepción se apo­
La neurosis de trasferencia es una formación de compromiso que sir­ ya en la tarea interpretativa del analista que opera sobre el acting out del
ve al propósito de la resistencia y debe quedar nítidamente separada de conflicto trasform ándolo en pensamiento, en palabras, a la par que le
ciertas manifestaciones trasferenciaJes precoces que aparecen al comien­ sirve como modelo de identificación al analizado.
zo del proceso analítico m ás como consecuencia de fenómenos defensi­ Si reproduje, tal vez prolijam ente, el trabajo de 1929 fue porque
vos que por un auténtico desplazamiento de contenidos instintivos sobre deseaba subrayar la im portancia que le da Sterba a la interpretación en
el analista. Se mantiene así la diferencia propuesta por Glover (1955) esa doble vertiente de lenguaje y tarea.
entre trasferencia flotante y neurosis de trasferencia. El m aterial clínico de la ponencia de W iesbaden permite com prender
La clave del razonam iento de Zetzel consiste en considerar que la las ideas de Sterba y su form a de trabajar. Recordemos a aquella m ujer
neurosis de trasferencia sólo es posible a través de un proceso de regre­ que trasfiere a su analista una experiencia altam ente traum ática de su ni­
sión. Ella opina, com o Ida Macalpine (1950), que la situación analítica ñez con un otorrinolaringólogo, que la sedujo prim ero con buenos tratos
fom enta la regresión, la indispensable regresión que es condición necesa­ y caramelos para después practicarle de sorpresa una tonsilectomía. La si­
ria del trabajo a n a litico .^ De acuerdo con Zetzel, entonces, la división tuación que se le plantea a Sterba es que la m ujer lo identifica como
terapéutica del yo postulada por Sterba y p or Bibring sólo puede lograr­ aquel médico traidor, en quien había concentrado todo su conflicto in­
se a partir del proceso de regresión terapéutica que tiene lugar en los pri­ fantil con el padre. Lógicamente, la resistencia de trasferencia consistía
meros meses de tratam iento y gracias al cual se delimitan las áreas de la literalmente en no abrir la boca.
neurosis de trasferencia y la alianza terapéutica. En cuanto m anifesta­
El análisis se inició, pues, con un silencio pertinaz y hostil. Al final de
ción de la resistencia, la regresión opera como un mecanismo primitivo
la segunda hora, sin embargo, la paciente le dio a Sterba una valiosa pis­
de defensa que el yo emplea en el contexto de la neurosis de
ta. Le preguntó si no tenía en su consultorio un guardarropas donde p o ­
trasferencia.*7 L a escuela kleiniana, en cambio, piensa Zetzel, considera
der cambiarse al salir de la sesión, ya que se levantaba del diván con el
tua! energy at the disposai o f the ego, m ay be relativity or absolutely divorced fr o m uncons­ vestido muy arrugado. En la sesión siguiente dijo que al salir el día ante­
cious fantasy. This n o t only explains the relative inefficacy o f early transference interpreta­ rior tenía que encontrarse con una amiga, a quien seguramente le llam a­
tion, but also hints at possible limitations in the potentialities o f analysis attributable to se­ ría la atención verla con la ropa en ese estado y pensaría que había tenido
condary autonom y o f Ike ego which is considered to be relatively irreversible» (Zctzel, relaciones sexuales. Sterba define esta configuración como una clara si­
1956a, pág. 373).
tuación edipica trasferencial con un padre sádico (el gargantólogo, Ster­
13 Ibid., pág. 370.
14 Ibid. ba) y una m adre que censura. Creo que la opinión de Sterba sería com­
15 Ibid., pág. 371. partida por todos los analistas.
16 Ibid., pág. 372. Aquí Sterba no dudó en interpretar el significado de la defensa; y
17 Ib id
agrega claramente: «Con esta interpretación nosotros habíam os cometí"
zado el proceso que yo he dado en llam ar disociación terapéutica del que repite la necesidad para tratar de resolverla, esto es la del Lagache de
yo». 18 1951; pero ¿qué vamos a hacer con la otra regresión, la que postula
He reproducido con cierto detalle el breve historial del trabajo de Freud en M ás allá del principio de piacer? Frente a ella seria difícil supo-
Sterba, para m ostrar la diferencia de su teoría con la de Zetzel. Para ner que la conducta del analista debiera ser la misma que nos proponen
Sterba no es necesaria la teoría de la regresión terapéutica, y la alianza Zetzel y M acalpine, y en general los psicólogos del yo, esto es fo m en ta r la
empieza a form arse justam ente cuando el analista interpreta, A diferen­ regresión. P ara ello, lógicamente, no hay respuesta en Ginebra. Pero la
cia de las buenas histéricas de Zetzel, la paciente de Sterba estableció de habrá más adelante y nosotros ya la sabemos por el capítulo 3, la inanaliza-
entrada una fuerte trasferencia erótica de subido color sado-m aso quista, bilidad. Sin embargo, y por m ás que los criterios de analizabilidad se
que él pudo sin embargo resolver cumplidamente. puedan apoyar en hechos clínicos valederos, es obvio que de ninguna ma­
nera podrían dar cuenta de los problem as que aquí quedan planteados.

5. Dos tipos de regresión


6. Después del Congreso de Ginebra
Com o la regresión ocupa un lugar central en la teoría de la alianza te­
rapéutica de la doctora Zetzel, vale la pena detenerse un momento en este La ponencia de la doctora Zetzel en el Congreso de Ginebra que aca­
punto, tanto más si se piensa, como yo, que ofrece dificultades. No es fá­ bamos de com entar es el punto de partida de una investigación penetran­
cil com prender, por de pronto, cómo puede ser que la regresión tera­ te sobre el papel que cumple en el proceso psicoanalítico la alianza tera­
péutica se conceptúe como un mecanismo de defensa y a la vez se la invo­ péutica. De la com paración y el contraste entre esta alianza terapéutica y
que como el factor que moviliza las defensas. ¿H abría que concluir que la neurosis de trasferencia surgen los criterios de analizabitidad y la hipó­
la regresión lleva al yo a una situación anterior a la de su autonom ía se­ tesis de una regresión terapéutica en respuesta a las particularidades que
cundaria? Si esto fuera así, ya sería difícil entender a la neurosis de tras­ ofrece al analizado el comienzo del tratam iento analítico. Simultáne­
ferencia como una m anifestación de la resistencia; y entonces su diferen­ amente se advierte en este empeño el intento de integrar a las teorías de
cia con la alianza terapéutica se volvería más aleatoria. Así, el concepto H artm ann algunos aportes de Melanie Klein. Este esfuerzo es patente en
de regresión de W innicott (1955) parece más explicativo y convincente. «An approach to the relation between concept and content in psycho­
Zetzel comprende que hay aquí un punto delicado de su teoría y trata analytic theory», coetáneo del trabajo de Ginebra, y en «The theory of
de resolverlo distinguiendo dos tipos de regresión en la situación trasfe­ therapy in relation to a developmental model o f the psychic apparatus».
rencial. Este trabajo, que apareció en el nùmero del International Journal de
El concepto de regresión en la trasferencia puede considerarse como 1965 festejando los 70 años de H artm ann, lo dice expresamente: «Traté
un intento de elaborar experiencias traum áticas infantiles o de volver a en esta form a de reducir la brecha entre el concepto de H artm ann acerca
un estado anterior de gratificación real o fantaseada. Desde el primer de la autonom ía secundaria del yo y las teorías que enfatizan las rela­
punto de vista, el aspecto regresivo de la trasferencia debe ser considera­ ciones de objeto tem pranas mediante un modelo del desarrollo que atri­
do com o un paso prelim inar y necesario para elaborar el conflicto. Desde buyen funciones yoicíis mayores en su iniciación en la tem prana relación
el otro, en cambio, debe atribuírselo a un deseo de volver a un estado an­ m adre-niño» (Revista Uruguaya, vol. 7, pág. 352).20 Y al comienzo de es­
terior de descanso o gratificación narcisistica, que busca un statu quo de te mismo trabajo dice inequívocamente que en «Concept and content»
acuerdo con la concepción freudiana del instinto de muerte. 19 Sobre la com paró las contribuciones de H artm ann, Kris, Lûwenstein y R apaport
base de estos dos tipos de regresión en cuanto aspectos opuestos de la con las de Klein y su escuela {ibid., pág. 326).
compulsión a la repetición que estudió Lagache, Zetzel concluye que am ­ Los resultados de esta tarea se pueden encontrar en el libro que escri­
bos se observan en todo análisis. bió con Meissner, y que apareció después de su m uerte. En ese libro el
Esta solución demasiado ecléctica deja, sin em bargo, bastante que
desear. Como vemos, Zetzel tiene que unir al Freud de 1912 con el de 20 v i have thus tried to narrow the gap between H artm ann's concept o f secondary auto­
1920 para dar cuenta de dos tipos de regresión, aunque ni Freud ni La* n o m y o f the ego and theories emphasizing early object relations by a developm ental
gaché se ocupan de la regresión sino de la trasferencia. Aun así, de todos m odel which atributes m ajor ego fu n c tio n s to their initiation in the early mother-
modos, la regresión en el setting que ella piensa no puede ser o tra que la child relationships» (InternationaI Journal, vol. 46, pág. 51). P ropondría la siguiente tra­
ducción: «He tratado, pues, de reducir la brecha entre el concepto de H artm ann sobre la
autonom ía secundaría del yo y las teorías que subrayan las tem pranas relaciones de objeto
18 Sterba (1934), pág. 124. mediante un modelo del desarrollo que atribuye la iniciación de las funciones mayore» dsl
19 Zetzel (1956o), pág. 375. yo a la tem prana relación m adre-niño».
psicoanálisis es concebido a la vez como una teoría de la estructura y el regresión en el setting que form ulé en mi trabajo de 1979, que se incluye
desarrollo, mientras que el tratam iento analítico se entiende como la más adelante como capítulo 40.
dialéctica de la neurosis de trasferencia y la alianza terapéutica. La dife­ El libro de 1974 ( págs. 303 y sigs. de la ed. cast.) refirma que la
rencia entre am bas, sin em bargo, ya no es tan notoria y tajante. regresión analítica sirve para reabrir el conflicto fundamental que clausu­
La alianza terapéutica se sigue entendiendo como asentada en las fun­ ró la personalidad al term inar el período edipico, con lo que se ofrece la
ciones autónom as del yo, y concretamente en la autonom ía secundaria; posibilidad de elaborarlo y resolverlo. Se reitera, tam bién, lo que se dijo
pero se la remite a las primeras relaciones de objeto del niño con los en 1956, que hay dos tipos de regresión. Los dos tipos que ahora se pro­
padres, en especial con la madre. De esta m anera, uno de los dilemas ponen, sin embargo, no son ya los que discutió Lagache en su ensayo de
planteados por la autora en 1956 parece resolverse reconociendo ahora 1951, por cuanto se dice que «en el proceso analítico debemos distinguir
Una im portancia mayor a la relación tem prana de objeto: «Las diferen­ entre regresión instintual y regresión del yo» (ibid., pág. 305).
cias en la interpretación del papel del analista y de la naturaleza de la Se afirm a, asimismo, que la regresión instintiva se sigue de un aumen­
trasferencia surgen del énfasis, por una parte, en la im portancia de las re­ to de energía en el sistema cerrado, lo que moviliza a su vez la angustia
laciones tem pranas de objeto y, de la otra, por una atención preferente señal; pero se decide ahora, claramente, un punto oscuro (al menos para
en el papel del yo y sus defensas», había dicho en G inebra.21 mí) del ensayo de Ginebra: «Esta liberación regresiva de energía es com ­
En 1974 se mantiene íntegramente el concepto de que la alianza tera­ patible con la conservación de una autonomía secundaria, siempre que las
péutica es la base indispensable del tratam iento analítico y se la vuelve a funciones fundamentales del yo permanezcan intactas» (ibid, pág. 305).
definir como una relación positiva y estable entre el analista y el paciente De donde se concluye que «la regresión instintual es esencial en el proceso
que permite llevar a cabo la labor de análisis (pág. 307). Como en otros analítico y puede considerarse potencialmente favorable a la adaptación.
trabajos anteriores, se sostiene que la alianza terapéutica es pregenital y En cambio, la regresión del yo impide el proceso analítico y debe consi­
diàdica pero su límite con la neurosis de trasferencia se hace más fluido, derarse como peligrosa» (ibid,, págs. 305-6). Ya en su trabajo de 1965,
más coyuntural y funcional. «En primer lugar, y como ya se ha indicado, Zetzel adm itía estos dos tipos de regresión. Decía allí, siguiendo a H art­
aquellos que subrayan el análisis de la defensa tienden a establecer una m ann, que las características definitivas del yo que poseen autonom ía se­
diferenciación nítida entre la trasferencia como alianza terapéutica y la cundaria son más estables que las defensas del yo, pero dejando bien en
neurosis de trasferencia com o formación de compromiso que sirve a los claro que esas cualidades pueden estar sujetas a regresión en determ ina­
fines de la r e s is te n c ia » .22 Estas afirmaciones se suavizan mucho (al me­ das circunstancias.23 Más adelante, siempre en el mismo ensayo, vuelve
nos así me parece a mí) en 1974. «Com o esas facultades del yo están tan sobre el tem a y reitera que «hasta los individuos cuyo equipo básico es
íntimamente ligadas a la resolución de conflictos pregenitales experimen­ esencialmente sano continúan sujetos a procesos regresivos que afectan
tados en el contexto de una relación unilateral, no sorprende que, cuando su autonom ía secundaria en situaciones específicas de tensión. Esta
el analista se aproxim a al nivel de los conflictos pregenitales, la relación regresión en la situación analítica debe ser diferenciada de la regresión
que constituye la base de la alianza terapéutica esté ella misma incluida instintiva que es un acom pañante aceptable del análisis trasferencial».24
en el análisis de la trasferencia» (1974; págs. 308-9 de la ed. cast., 1980). Y Con esta reiterada y categórica afirmación de que la autonom ía se­
en la página 310: «C uando el análisis de trasferencia comienza a lle­ cundaria debe quedar al margen del proceso de regresión terapéutica
gar a esos niveles de conflictos pregenitales, la neurosis de trasferencia y (que no era tan clara en 1956), también se desliga de hecho el postulado
la alianza terapéutica tienden a mezclarse, a veces hasta un punto tal que de la regresión terapéutica de las teorías de H artm ann, aunque nunca lo
no es posible distinguirlas». Estas afirmaciones podrían ser aceptadas, diga en estos térm inos la doctora Zetzel.
creo yo, por más de un analista kleiniano. Las teorías de H artm ann serian aplicables si el proceso de regresión
terapéutica movilizara la energía ligada a la autonom ía secundaria y la
arrojara al caldero en ebullición del proceso prim ario, para usar la plásti­
ca m etáfora de David Rapaport en su clásico ensayo de 1951; pero esta
7. Algo más sobre la regresión analítica posibilidad, acabamos de verlo, ha quedado definidamente rechazada.
Llegados a este punto, podemos prever que la doctora Zetzel va a
En un parágrafo anterior señalé que el concepto de regresión analitica buscar apoyo en las teorías que subrayan la im portancia de la tem prana
(o terapéutica) enfrentaba al ensayo de 1956 con sus dificultades más relación de objeto, y así es en efecto. «He sugerido como premisa mayor
fuertes. No hacía más que reiterar así las objeciones a la teoría de la de esta discusión - dice Zetzel— que la relación de objeto prim era y más

11 Zetzel (1956o), pág. 369. Zetzel (1965), pág. 41.


11 Ibid., pig. 371. 24 Ibid., pág. 46.
significativa, la que conduce a una identificación del yo ocurre en la 19. La relación analítica no trasferencial
tem prana relación m adre-niño. La naturaleza y la cualidad de este logro
tem prano se relaciona con la iniciación de la autonom ía secundaria» (tra­
ducción personal). 25
Si bien la regresión es un acom pañante inevitable del proceso analíti­
co, concluye la autora, el paciente debe retener y reforzar su capacidad
para la confianza básica y la identificación positiva del yo. Este es un
prerrequisito esencial del proceso analítico que depende de la regresión
potencialm ente al servicio del yo.26
Luego de establecer claram ente que la alianza terapéutica depende de 1. Trasferencia y alianza
la autonom ia secundaria y esta de la (buena) relación de objeto con la
m adre, Zetzel llega a la conclusión de que la regresión terapéutica está al Freud com prendió claram ente en sus trabajos técnicos la naturaleza
servicio del yo. Con esto ya se hace difícil m antener que la neurosis de altam ente compleja de la relación que se establece entre el analista y el
trasferencia es un mecanismo de defensa del yo y que la regresión es analizado y pudo form ularla rigurosamente en su teoría de la trasferen­
una m anifestación de la resistencia, como se dijo en el Congreso de cia. Desde el punto de vista de la m archa de la cura, discriminó tam bién
G inebra.27 Volveremos a este apasionante tem a en la cuarta parte de este dos actitudes del analizado, dispares y contrapuestas, de cooperación y
libro. resistencia. Seguramente por su firme convicción de que hasta los más
elevados rendim ientos del espíritu hunden su raíz en la sexualidad, Freud
prefirió incluirlas en la trasferencia. Así, cuando hizo su clasificación en
«Sobre la dinámica de la trasferencia» (19126) dijo que las resistencias se
alim entan tanto de la trasferencia erótica cuando asume un carácter se­
xual com o de la trasferencia negativa (hostil), dejando separada de ellas
a la trasferencia positiva sublimada, m otor de la cura tanto en el análisis
como en los otros métodos de tratam iento.
Algunos autores lam entan esta decisión freudiana y piensan que si
hubiera separado m ás resueltamente am bas áreas, la investigación ulte­
rior se habría simplificado. La postura de Freud, sin em bargo, puede ser
que tenga que ver con la inherente dificultad de los hechos que se le plan­
teaban y que nosotros todavía estamos discutiendo.
Nadie duda, por de pronto, que la alianza terapéutica tiene que ver
muchas veces con la trasferencia positiva y hasta con la negativa (cuando
factores de rivalidad, por ejemplo, llevan al paciente a colaborar), si bien
es legítimo el intento de separar conceptualmente am bos fenómenos.
Apresurém onos a decir que, para este empeño, se pueden transitar varios
caminos teóricos, el de la sublimación que sigue Freud, el área libre de
conflictos de H artm ann y otros.
La verdad es que, con pocas excepciones, los autores siguen el criterio
de Freud y visualizan la alianza terapéutica como un aspecto especial de
la trasferencia.

25 « I have suggested as a m ajor prem ise o f this discussion that the fir s t and m ost signifi­
cant object relation leading to an ego identification occurs in the early m other- 2. Las ideas de Greenson
:hild relationship. The nature and quality o f this early achievement has been correlated with
the initiation o f secondary ego autonom y» (1965, págs. 48-9). Cuando con toda la pasión de que era capaz Greenson empieza a es­
26 Ibid., pág. 49.
17 (1956a), pág. 372.
tudiar el problem a en los años sesenta, entiende que su alianza de trabqjo
es un aspecto de la trasferencia que no se ha separado claram ente tip
otras formas de reacción trasferencial.1 «La alianza de trabajo —dirá ca­
de trasferencia y la alianza de trabajo, ambas de pareja importancia.5 En el
tegóricamente dos años después— es un fenómeno de trasferencia relati­
capítulo 3 de su libro de técnica, sin embargo, establece una relación dis­
vamente racional, desexualizado y desagrcsivizado».2
tinta, porque habla, por un lado, de alianza de trabajo (parág. 3.5) y, por
En su trabajo de 1965 recién citado, Greenson define la alianza de
otro, de la relación real entre paciente y analista (parág. 3.6).
trabajo como el rapport relativamente racional y no neurótico que tiene
el paciente con su analista.3 Real, para Greenson, significa dos cosas: lo que no está distorsionado
y lo genuino. Las reacciones trasferenciales no son reales en el primer
De la misma form a la describe en su libro: «La alianza de trabajo es
sentido de la palabra, ya que están distorsionadas; pero son genuinas, se
la relación relativamente racional y no neurótica entre paciente y analista
las siente verdaderam ente. Al revés, la alianza de trab ajo es real en el pri­
que hace posible para el paciente trabajar con determinación en la si­
mer sentido del térm ino, esto es, acorde con la realidad (objetiva), apro­
tuación analítica».4 La alianza se form a, como ya dijo Sterba, entre el yo
piada, no distorsionada; pero, en cuanto surge como un artefacto de la
racional del paciente y el yo racional del analista, a partir de un proceso
cura, no es genuina.
de identificación con la actitud y el trabajo del analista, que el paciente
La división tripartita de Greenson poco agrega, a mi juicio, al tema
vivencia de prim era m ano en la sesión.
que estamos discutiendo. Si la tom áram os al pie de la letra, tendríam os
P ara Greenson, la alianza de trabajo depende del paciente, del analis­
que dividir en tres frentes nuestro campo de trabajo, fom entando lo que
ta y del encuadre. El paciente colabora en cuanto le es posible establecer
un vinculo relativamente racional a partir de sus componentes instintivos nos ayuda del analizado aunque no sea genuino, aceptando que colabore
con nosotros por motivos espurios.
neutralizados, vínculo que tuvo en el pasado y surge ahora en la relación
con el analista. El analista, por su parte, contribuye a la alianza de trab a­ Creo que Greenson se equivoca en este punto porque trata de plasm ar
jo por su consistente empeño en tratar de comprender y superar la resis­ en teoría la com plejidad a veces confusa de los hechos.
tencia, por su empatia y su actitud de aceptar al paciente sin juzgarlo o
dom inarlo. El encuadre, por fin, facilita la alianza de trabajo por la fre­
cuencia de las visitas, la larga duración del tratamiento, el uso del diván y
el silencio. Los factores del encuadre, dice Greenson citando a Greenacre 4. Greenson y Wexler en el Congreso de Roma
(1954), promueven la regresión y también la alianza de trabajo.
La diferencia entre la neurosis de trasferencia y la alianza de trabajo En el XXVI Congreso Internacional de 1969, acom pañado esta vez
no es absoluta. La alianza puede contener elementos de la neurosis infan­ por Wexler, Greenson da un paso decisivo en su investigación: divide la
til que requieran eventualmente ser analizados (1967, pág. 193). En reali­ relación analítica en trasferencial y no trasferencial. Quedan en pie las
dad, la relación entre una y otra es múltiple y compleja. A veces una acti­ dos partes de siempre, la neurosis de trasferencia y la alianza de trabajo
tud claram ente ligada a la neurosis de trasferencia puede reforzar la (o terapéutica); pero esta últim a se segrega conceptualm ente de aquella.
alianza de trabajo y, viceversa, la cooperación puede usarse defensiva­ La alianza de trabajo queda por fin definida como una interacción real (a
mente para mantener reprim ido el conflicto, como pasa a veces con el veces con comillas y otras sin ellas para m ostrar la vacilación de los auto­
neurótico obsesivo, siempre aferrado a lo racional. res), que puede requerir por parte del analista intervenciones distintas
La alianza de trabajo contiene siempre, pues, una mezcla de elemen­ que la interpretación.
tos racionales e irracionales. Com o recuerdan los autores, todo esto ya lo había puntualizado con
su proverbial claridad A nna Freud en el Simposio de A rden H ouse de
1954: el paciente tiene una parte sana de su personalidad que mantiene
una relación real con el analista. Dejando a salvo el respeto debido al
3. Una división tripartita estricto manejo de la situación trasferencial y su interpretación, hay que
darse cuenta de que analista y paciente son dos personas reales, de igual
Como ya hemos visto, Greenson postuló en su trabajo de 1965 que el rango, con una relación tam bién real entre ellas. Descuidar este aspecto
fenómeno trasferencial (y por ende el tratamiento analítico) debe entender­ de la relación es tal vez el origen de algunas reacciones de hostilidad de
se como una relación entre dos fuerzas paralelas y antitéticas, la neurosis parte de los pacientes, que nosotros después calificamos de tras f e n d a s i
Como toda relación hum ana, la relación analítica es com pleja y en
ella hay siempre una mezcla de fantasía y realidad. Toda reacción trasfe­
1 (1965a), pág. 156. rencial contiene un germen de realidad y to d a relación real tiene algo de
2 (1967), pág. 207.
3 (1965o), pág. 157.
4 (1967), pág. 46. 5 (1965a), pág. 179.
* Writings, vol. 4, pág. 373. Tam bién en E studios psicoanallticos, pág. 42,
trasferencia. El pasado siempre influye en el presente, porque no hay la confianza básica el infante no sobrevive y y sin la trasferencia básica el
nunca un presente puntiform e e inm ediato, sin apoyo pretérito; pero esto analizado no emprende el análisis.
solamente no significa que haya trasferencia,7 La discrepancia de Heim ann en este punto es categórica, pero sólo se­
Si sostenemos que el analista es un observador imparcial que se ubica mántica: ella prefiere llam ar lisa y llanamente trasferencia básica a lo que
equidistantem ente frente a todas las instancias psíquicas, entonces debe­ Greenson y Wexler aíslan como alianza de trabajo.
mos asumir que el analista debe reconocer y trabajar con las funciones Los reparos técnicos de P aula Heim ann van más al fondo del asunto
yoicas que incluyen el test de realidad.8 y a ellos nos referiremos en el próxim o parágrafo.
Creo que las ideas de Greenson y Wexler que acabo de resumir son
ciertas y casi diría que indiscutibles. Se puede cuestionar, desde luego,
qué vamos a entender por trasferencia y qué por realidad; pero, una vez
que dejemos de discutir sobre esto, tendrem os que reconocer que nuestra 5. De cómo reforzar la alianza terapéutica
tarea consiste en contrastar dos órdenes de fenómenos, dos áreas de fun­
cionamiento m ental. Podrem os llam arlas, según nuestras predilecciones La alianza de trabajo no sólo existe sino que puede ser reforzada o
teóricas, verdad m aterial y verdad histórica, fantasía y realidad, tópica inhibida. Si no existe, m arca para Greenson el límite de la inanalizabili-
de lo imaginario y lo simbólico, área de conflicto y yo autónom o; pero dad. Tenerla en cuenta y fom entarla puede trasform ar en analizables p a­
siempre estarán. cientes muy perturbados.
Antes de ir a Rom a, Greenson y Wexler podrían haber encontrado Como ya se ha dicho, la contribución más im portante del analista a la
muchas de sus justas admoniciones en la introducción de The psycho­ alianza terapéutica proviene de su trabajo diario con el paciente, de la for­
analytical process de M eltzer, ya escrito para ese tiempo. Meltzer afirm a m a en que se com porta frente a él y su material, de su interés, su esfuerzo y
que, en m enor o m ayor grado, siempre existe en cada enferm o, aunque su compostura. Al mismo tiempo, la atmósfera analítica, hum anitaria y
no siempre sea asequible, un nivel más m aduro de la mente que deriva de permisiva, al par que m oderada y circunspecta, es tam bién decisiva.
la identificación introyectiva con objetos internos adultos, y puede ser C ada vez que se introduce una medida nueva es necesario explicarla,
llam ado con razón la «parte adulta». Con esta parte se constituye una y más si es disonante con los usos, culturales, sin perjuicio de analizar
alianza durante la tarea analítica. Un aspecto de la labor analítica que cuidadosam ente la respuesta del analizado.
alim enta esta alianza consiste en indicar y explicar la cooperación re­ Un elemento que refuerza notablem ente la alianza de trabajo es la
querida, al par que estim ularla.9 El lenguaje es distinto y diferentes los franca admisión por parte del analista de sus errores técnicos, sin que ello
supuestos teóricos; pero las ideas son las mismas. implique para nada ningún tipo de confesión contratrasferencial, proce­
En la discusión en Rom a las objeciones al trabajo de Greenson y dimiento que Greenson y Wexler critican severamente.
Wexler pueden clasificarse en teóricas (cuando no semánticas) y técnicas. Estos son los recaudos principales que proponen Greenson y Wexler
Estoy convencido de que cuando se superponen sin advertirlo estos dos as­ para fortalecer la alianza de trabajo que —reiteran— nada tienen que ver
pectos, la discusión se hace confusa y también más exasperada. Algunos con las técnicas activas o algún tipo de role playing.
analistas parecen tener tem or de que con la llave (¡o la ganzúa!) de la Hay un com entario zum bón de Paula Heim ann que puede ser el pun­
alianza terapéutica se reintroduzcan en su severa técnica los siempre pe­ to de partida para discutir algunos de los recaudos con que Greenson y
ligrosos métodos activos. El riesgo existe y hay que tenerlo en cuenta; pe­ Wexler buscan reforzar la alianza de trabajo.
ro no por esto vamos a tirar al niño con el agua del baño. Greenson afirm a que hay que reconocer nuestros errores y fallas
Como m oderadora de la discusión, Paula Heim ann (1970) propuso cuando el analizado los advierte y P aula Heimann le pregunta por qué no
algunas cuestiones, de las cuales la fundam ental parece ser su opinión de hacemos lo mismo cuando el analizado nos elogia. Greenson sale del p a­
que la definición de trasferencia de Greenson es muy estrecha. Freud, re­ so diciendo que, por lo general, los elogios del paciente son exagerados y
cuerda Heim ann, reconoció la trasferencia positiva sublimada como un poco realistas, pero ese no es el caso. ¿Aceptaríam os, acaso, el elogio si
factor indispensable de la cura. Este aspecto de la trasferencia se liga a la fuera cierto y ajustado?
confianza y a la sim patía que form an parte de la condición hum ana. Sin A diferencia de Greenson yo creo que no corresponde reforzar o rectifi­
car el ju id o de realidad del analizado. Sigo pensando, como Strachey (1934),
7 «O ne can hardly argue the question that the pa st does influence thepresent, b u t this is que, aunque suene paradójico, la mejor manera de restablecer el contacto
n o t identical to transference» (Greenson y Wexler, 1969, pág. 28). En este p unto, la form u­ del paciente con la realidad es no ofrecérsela por nosotros mismos.
lación de Greenson y Wexler es casi idéntica a la que yo hice al com parar trasferencia y ex­ Tomemos el ejemplo que propone Greenson (1969), el del paciente
periencia.
* Ibid., pág. 38. Kevin que sólo al final de un exitoso análisis se atreve a decirle a su ana­
* Meltzer (1967), pág. xiii. lista que a veces habla un poco más de la cuenta. Justam ente porquo Ke*
vin consideraba que su juicio era certero le resultaba difícil emitirlo. Sabía lo dicho. Concluí que había cometido un error; una verdadera locura, me
que Greenson toleraría sin perturbarse un exabrupto de su parte, todo lo pareció; algo que no estaba de acuerdo con m i técnica. Interpreté, enton­
que viniera con su asociación libre; pero temía herirlo al decir esto, pen­ ces, que ella pensaba que el felpudo era efectivamente el de mi consulto­
sando como pensaba que era cierto y suponiendo que el propio Greenson rio y que, al verlo ahora en otro sitio, pensó que era como si yo le hubiera
tam bién lo pensaría. Greenson le repuso que estaba en lo cierto, que ha­ querido comunicar que allí estaba mi casa. Conociendo ella como cono­
bía percibido correctam ente un rasgo de su carácter y que acertaba tam ­ cía mi estilo como analista, agregué, y habiéndom e criticado alguna vez
bién en que le era doloroso que se lo señalaran. Al aceptar el correcto por parecerle rígido, sólo podía pensar que yo me había vuelto loco, y me
juicio de Kevin, Greenson produce lo que él llama una m edida no analíti­ lo decía afirm ando que ella estaba loca. Pasó como por encanto la angus­
ca, que debe diferenciarse de medidas antianalíticas, las que bloquean la tia de la paciente y yo mismo me sentí tranquilo. Repuso serenamente
capacidad del paciente para adquirir insight. que lo advirtió el prim er día y no lo pudo creer pensando que yo no iba a
Ignorar el juicio crítico de Kevin pasándolo por alto o tratándolo me­ salirme en esa form a de mi técnica. Agregó entonces, bondadosam ente,
ramente como asociación líbre o como un dato más a ser analizado habría que seguramente lo habría puesto mi m ujer sin que yo lo advirtiera. De
confirm ado su tem or de que el analista no podía reconocer derechamente ahí a la escena prim aria ya no había más que un paso.
lo que le decía. O bien habría pensado .que sus observaciones y juicios Creo, com o Greenson, que escam otear un problem a de este tipo con
eran sólo material clínico para el analista, sin valor intrínseco, sin mérito el pretexto de preservar el setting es rotundam ente antianalítico, lo mis­
propio. O, peor todavía, habría concluido que lo que dijo creyéndolo mo que salir del paso con una interpretación defensiva, que descalifica y
cierto no era más que otra distorsión trasferencial. no interpreta. Los recursos no analíticos de Greenson, sin em bargo, no
Pasar por alto la observación de Kevin o responder con una «interpre­ son tan inocuos com o parecen. Tienen el inconveniente de que nos hacen
tación» que la descalificara sería, por cierto, como dice Greenson, un asumir como analistas la responsabilidad del juicio o la percepción del
grave error técnico (y ético), tanto m ás lamentable cuando el analizado analizado, lo que nunca es bueno; y, por poco que sea, nos hacen ab an ­
podía emitir por fin un juicio a su parecer certero, que había silenciado donar por un m om ento el m étodo. T al vez por esto Greenson y Wexler le
por años. reprochan a Rosenfeld cuando dice que, si falla con su interpretación,
Estas dos alternativas no son, sin embargo, las únicas posibles. Podría piensa en principio que era esta y no el m étodo lo que estaba equivocado,
darse con una interpretación que m ostrara a Kevin su temor a que el ana­ a pesar de que, en este punto, Rosenfeld no hace más que cumplir con las
lista no tolere el dolor de algo que siente que es cierto, tal vez porque eso expectativas de cualquier com unidad científica.
mismo le pasa a él en este particular momento del análisis en que tiene la
capacidad de ver las fallas propias y ajenas y le duele. Una interpretación
como esta, que según mi propio esquema referencial apunta a las angustias
depresivas del paciente, respeta su juicio de realidad sin necesidad de apro­ 6. La alianza terapéutica del niño
barlo. Decirle, en cambio, que siente envidia por mi palabra-pene (o
pecho) o que quiere castrarme sería, eso sí, descalificatorio, como dice P or la naturaleza especial de la mente infantil, se com prende que la
Greenson; pero, en realidad, una intervención de ese tipo no es una in­ alianza terapéutica tenga en los niños características especiales. Vamos a
terpretación, sino simplemente un acting-out verbal del analista. seguir en este parágrafo la discusión de Sandler, Hansi Kennedy y Tyson
Recuerdo una situación similar con una paciente neurótica que estaba con A nna Freud (19Й0).
saliendo de un largo y penoso período de confusión. Llegó muy angus­ «La alianza de tratam iento es un producto del deseo conciente o in­
tiada y me dijo que creía estar loca porque había visto junto a la puerta conciente del niño para cooperar y de su disposición a aceptar la ayuda
de un departam ento del mismo piso que el consultorio el felpudo que yo del terapeuta para vencer sus dificultades internas y sus resistencias».'о
usaba en mi consultorio anterior. (Hacia poco que había m udado el con­ Esto equivale a decir que el niño acepta que tiene problemas y está
sultorio, y mi m ujer había puesto ese felpudo en el departam ento donde dispuesto a enfrentarlos a pesar de sus resistencias y de las que pueden
ahora vivíamos.) Refrené apenas el deseo de decirle, creo que de buena provenir desde afuera, de la familia. A unque es siempre difícil trazar una
fe, que había visto bien, que ese era el felpudo del consultorio. Pensé que línea divisoria neta entre la alianza terapéutica y la trasferencia, siempre
retener esa inform ación no era ni honesto ni bueno para una enferm a que es posible intentarlo. A veces el niño expresa claramente su necesidad de
tanto dudaba de su juicio de realidad. Asocié de inmediato que, cuando ser ayudado frente a sus dificultades internas, otras la alianza es un as­
mi esposa puso aquel felpudo frente al nuevo departam ento, estuve a pecto de la trasferencia positiva y el analista sólo un adulto significativo
punto de decirle que no lo hiciera porque algún paciente podría recono­ por el cual el niño se deja llevar y con el cual está dispuesto a trab ajar o
cerlo y enterarse así de mi domicilio particular. Recordé que no lo hice
para no llevar al extremo la reserva analítica y lamenté ahora no habérse­ 10 Sandler, Kennedy y Tyson (1980), pág. 45.
una figura m aterna que lo va a ayudar. A esto se agrega la experiencia alianza terapéutica y prestar atención a los indicadores clínicos que
misma del análisis, donde el niño se encuentra con una persona que lo puedan descubrirla.
com prende y le despierta sentimientos positivos. Rabih considera que la pseudoalianza terapéutica es una expresión de
Desde el punto de vista de las instancias psíquicas la alianza de tra ta ­
lo que Bion (1957) llam a personalidad psicòtica (o parte psicòtica de la
miento no depende sólo de los impulsos libidinales y agresivos del ello si­ personalidad), que asume a veces la form a de la reversión de la perspecti­
no que surge tam bién del yo y del superyó. va (Bion, 1963). Una de las características de la reversión de la perspecti­
No es por cierto lo mismo la alianza que surge del reconocimiento de va, recuerda Rabih, es la aparente colaboración del analizado.
las dificultades internas (conciencia de enferm edad y necesidad de ser En cuanto expresa la parte psicòtica de la personalidad, la pseudo­
ayudado) que la que nace de la trasferencia positiva. En el pasado, el alianza terapéutica oculta bajo una fachada de colaboración sentimien­
buen desarrollo del análisis se centraba en la idea de trasferencia positi­ tos agresivos y tendencias narcisistas, cuya finalidad es justam ente atacar
va; pero hoy esos factores se evalúan con reserva. De aquí nace ju sta­ el vínculo y entorpecer la labor analítica.
mente la idea de diferenciar la alianza de tratam iento y la trasferencia. Esta configuración psicopatológica de narcisismo y hostilidad que se
L a fam osa luna de miel analítica no es más que el resultado de un análisis controlan y a la vez se expresan en la pseudocolaboración, con rasgos de
que comienza en trasferencia positiva. hipocresía y complacencia, provocan como es de suponer una grave
Así como el superyó participa en la alianza de tratam iento haciendo sobrecarga en la contratrasferencia. El analista se encuentra preso en una
que el niño asum a la responsabilidad de no faltar a las sesiones y de tra ­ difícil situación, ya que percibe que su trab ajo está seriamente am enaza­
b ajar con el analista, también los padres que lo estimulan a em prender y do por alguien que a la vez se presenta como su aliado. P o r esto Rabih
continuar el tratam iento form an parte de la alianza. De este m odo, la sostiene que uno de los indicadores más preciosos para detectar el
continuación del tratam iento puede residir más en los padres que en el ni­ conflicto y poder interpretarlo ajustadam ente es prestar atención a la
ño, con lo que la evaluación de la alianza de tratam iento se hace más difí­ contratrasferencia. Si el conflicto contratrasferencial se hace dom inante,
cil que en el adulto. C uando falla la alianza terapéutica el adulto deja de es posible que la pseudocolaboración del analizado encuentre su contra­
venir, pero el niño puede seguir haciéndolo m andado por los padres. partida en las pseudointerpretaciones del analista.
La alianza de tratam iento puede definirse (y conceptuarse) en dos
form as distintas. Descriptivamente se com pone de todos los factores que
m antienen al paciente en tratam iento y le permiten seguir adelante a pe­
sar de la resistencia o de la trasferencia negativa. Según una definición
más estrecha se basa específicamente en la conciencia de enferm edad y en
el deseo de hacer algo con ella, que se liga con la capacidad de tolerar el
esfuerzo y el dolor de enfrentar las dificultades internas. La definición
am plia incluye los elementos del ello que pueden apuntalar la alianza de
tratam iento, mientras que la segunda tiene en cuenta estrictam ente lo que
depende del yo.
Ya mencionamos, al hablar de las indicaciones del análisis, que Jani­
ne Chasseguet-Smirgel (1975) considera que la alianza reside, en buena
parte, en el ideal del yo, que fija sus objetivos al analizado.

7. Pseudoalianza terapéutica
Muchos autores, com o Sandler et a i (1973), Greenson (1967) y otros,
señalan que, frecuentemente, la alianza terapéutica y la trasferencia se
confunden, que a veces la alianza reposa en elementos libidinales y, me­
nos frecuentemente, agresivos; y otras la alianza misma se pone al servi­
cio de la resistencia impidiendo el desarrollo de la neurosis de trasferen­
cia. A partir de estas observaciones clínicas, Moisés Rabih (1981) consi­
dera que debe tenerse siempre en cuenta la form ación de una pseudo-
20. Alianza terapéutica: discusión, m o Greenson y Wexler, yo tam bién separo la alianza terapéutica de la
controversia y polémica trasferencia; pero a am bas, y en un todo de acuerdo con Melanie Klein,
las hago arrancar de las relaciones tem pranas de objeto, de la relación del
niño con el pecho, a lo que tam bién llega finalm ente Zetzel por su propio
cam ino. T oda vez que el sujeto utilice el m odelo de m am ar del pecho y
los otros no menos im portantes del desarrollo para entender y cumpli­
m entar la tarea que se le presente habrá realizado una alianza de trabajo.
T oda vez que pretenda utilizar la labor que se le plantea en el presente pa­
ra volver a prenderse al pecho incurrirá en flagrante trasferencia. 1
Se piensa que, por lo general, la alianza terapéutica es más conciente
La idea de alianza terapéutica es fácil de entender intuitivamente, pe­ que la neurosis de trasferencia, pero no tiene que ser necesariamente así.
ro cuesta ponerla en conceptos. Tal vez sea p o r esto que, cuando discuti­ En la m ayoría de los casos el paciente subraya su colaboración y entonces
mos el tem a, todos tenemos una cierta tendencia a absolver posiciones, nosotros tenemos que interpretar la o tra parte, la resistencia; pero la si­
ya que siempre es más fácil la polémica que el sereno examen de los tuación puede ser opuesta en un melancólico o en un psicópata, donde
problemas y sus complejidades. P o r otra parte, un tem a que toca tan de puede estar reprim ida la alianza terapéutica, porque es lo más inacep­
cerca a nuestra praxis y que hunde sus raíces en la historia del psicoanáli­ table, lo más tem ido, lo inconciente. En este caso puede discutirse, desde
sis se presta para la discusión frontal y apasionada. Al term inar su po­ luego, si lo que se interpretó es la alianza terapéutica o simplemente
nencia en el Congreso de R om a, Greenson y Wexler recuerdan palabras la trasferencia positiva; pero esto se podría resolver discriminando
de A nna Freud en el Simposio de A rden House para señalar que tal vez en la medida de lo posible el com ponente racional que es verdaderam en­
sea por esto que el relato de ellos tiene un tono algo desafiante y polém i­ te la alianza terapéutica, donde las experiencias pasadas están al servicio
co. Yo quisiera que lo que voy a decir pueda servir para pensar y no de la tarea actual, y el irracional en el cual está contenida la trasferencia
para discutir; pero, desde luego, no puedo estar seguro de mí mismo. positiva. Más frecuentemente sucede, que se interpreta la trasferencia
C uando en capítulos anteriores traté de precisar y delimitar el concep­ (positiva o negativa) y que con eso se afianza la alianza terapéutica.
to de trasferencia oponiéndolo al de experiencia por un lado y por otro al Es evidente que si nosotros decimos que hay analistas que sólo ven la
de realidad, señalé explícitamente que el acto de conducta, el proceso trasferencia y que desestiman la realidad estamos afirm ando, simplemen­
mental o como quiera llamársele es la resultante de esos dos elementos: te, que esos analistas están equivocados, cuando no psicóticos —ya que
siempre hay en él un poco de irrealidad (trasferencia) y un poco de reali­ es el psicòtico el que no ve la realidad— . Basta leer un par de sesiones de
dad; y siempre el pasado se utiliza para com prender el presente (experien­ Ricardito para ver hasta qué punto Klein (1961) atiende los aspectos de la
cia) y para equivocarlo (trasferencia). realidad, sea la enfermedad de la madre, la licencia del hermano que lucha
Será, entonces, una cuestión a decidir en cada caso, en cada m om en­ en el frente, la invasión de Creta, el bloqueo del M editerráneo, etcétera.
to, si acentuarem os lo uno o lo otro; pero, en últim a instancia, una Conviene reconocer, p ara ser justos, sin em bargo, que ni Melanie
buena apreciación de la situación (y esta apreciación se llam a en nuestro Klein ni sus discípulos, con la sola excepción quizá de M eltzer, tienen en
quehacer «interpretación») tiene que contem plar las dos cosas. Es un cuenta el concepto qle alianza de trabajo. Lo dan p o r entendido y por ob­
problem a más de nuestra táctica que de nuestra estrategia que subraye­ vio, pero ni lo integran a su teoría ni creen necesario hacerlo. A pesar de
mos una u otra, ya que la situación está integrada siempre por estos dos esta falla teórica, esta fa lta como diría Lacan, todos los analistas
factores. kleinianos (y nadie más, tal vez, que Betty Joseph) analizan continua y ri­
Estos dos aspectos coinciden con lo que hemos llam ado en estos ca­ gurosam ente las fantasías del paciente con respecto a la tarea analítica.
pítulos neurosis de trasferencia y alianza terapéutica (o de trabajo). Bion, a quien nadie va a considerar un psicólogo del yo, habló ya en 1961
Es a mi juicio ilusorio ver una sin la otra y baste decir que cuando con­ de grupos de trabajo y grupos de supuesto básico, com o lo hizo tam bién
tem pla la realidad interna el analista no puede sino contrastarla con la en esa época y antes Enrique Pichón Rivière en Buenos Aires. Bion, sin
otra para diferenciarla. embargo, nunca se ocupó de trasegar al proceso analítico aquellas fecun­
L a alianza de trabajo se establece sobre la base de una experiencia das ideas. Diré de paso que en el capítulo III de su libro de técnica (1973),
previa en la que uno pudo trabajar con otra persona, com o el bebé Sandler recuerda hidalgamente a Bion en este punto; y, sin em bargo, en
con el pecho de la m adre, para remitirnos a las fuentes. A este fenómeno el mismo párrafo dice poco menos que los kleinianos nos llevamos por
yo no le llamo trasferencia, en cuanto es una experiencia del pasado que
sirve para ubicarse en el presente y no algo que se repite irracionalm ente 1 Utilizo equi el m odelo del b e b í con el pecho p or simplicidad, pero mi esquem a te tpll>
del pasado perturbando mi apreciación del presente. De esta form a, co- ca a cualquier relación de objeto, al entrenam iento es fintenano, p o r ejem plo.
delante la realidad y sólo vemos en las comunicaciones y com portam ien­ Si tom am os el trabajo de Susan Isaacs sobre la fantasía o el de la in­
tos del paciente trasferencia de actitudes y sentimientos postulados como terpretación trasferencial de P aula H eim ann en el Congreso de Ginebra
infantiles. ¿Cree mi amigo Sandler, por ventura, que si en el Buenos de 1955, es decir, antes que se ap artara de esa escuela, y todos los traba­
Aires de hoy algún paciente me dice que no puede pagar mis honorarios jos de la misma Melanie Klein referidos a este tem a, veremos que señalan
completos yo le interpreto que me quiere castrai o que tiene envidia a mi perm anentem ente que hay una unidad indestructible entre lo interno y lo
pecho? ¿O piensa, m ás benévolamente, que le rebajo los honorarios? Se­ externo, que uno ve la realidad a través de proyecciones que son tam bién
ria lindo no tener en cuenta la realidad. Pero es por desgracia imposible. percepciones. El proceso de crecimiento (e igualmente el que se da en
Paula Heim ann dijo en Rom a que algunos postulados de Greenson y la cura) consiste en ir m odificando el juego de proyecciones e intro-
Wexler coincidían con las enseñanzas freudianas más obvias y elem enta­ yecriones para que gravite cada vez menos la distorsión. Desde este pun­
les; pero esto también puede ser injusto, porque todo depende del énfasis to de vista, pues, ningún psicoanalista que siga a Melanie Klein puede
con que nosotros nos expidamos. Ni Greenson, ni Wexler, ni los demás interpretar sin tener en cuenta la realidad. No hay que perder de vista
autores que plantean a partir de Sterba la idea de alianza terapéutica pen­ que, por definición, la interpretación m arca siempre el contraste entre lo
sarían nunca que ellos han propuesto algo que no estaba en el pensam ien­ subjetivo y lo objetivo, entre lo interno y lo externo, entre fantasía y re­
to de Freud. Lo que se discute es si estos autores llam aron la atención alidad. Es este un punto que está muy claro en el trabajo de Strachey de
sobre algo que pasa en general inadvertido. 1934 y se refirm a en el recién citado de P aula Heim ann más de veinte
Una diferencia fundam ental podría ser que sólo los psicólogos del yo años después. No podría ser de otra form a. C uando yo le digo al paciente
parten de la idea de área libre de conflicto de H artm ann; pero, cuando se que él ve en mí a su padre, estoy implicando que yo no soy ese padre, que
estudian con mucho cuidado todos estos trabajos, se ve que la m onogra­ hay un padre otro que no soy yo. Si no fuera así, mi interpretación no
fia de 1939 los inspira pero no los apoya. A un en su trabajo del núm ero tendría sentido.
de hom enaje a H artm ann, Elizabeth R. Zetzel asienta más su concepto En resumen, si queremos discutir este tem a o cualquier otro sin el
de yo autónom o en la buena experiencia de la relación diàdica con la apasionam iento a que nos puede conducir la posición teórica de cada
m adre que en el área libre de conflicto. Me parece, aunque tal vez me uno, debemos ver qué dice realmente cada au to r y no hacerle decir algo
equivoque, que la gran analista de Boston rinde hom enaje a H artm ann con lo que no vamos a estar después de acuerdo.
pero se refugia en Melanie Klein. Y en Freud, al fin y al cabo, cuando de­ Las críticas que se hacen recíprocamente las escuelas son justas sola­
finió al yo com o un precipitado de pasadas relaciones de objeto. mente en el sentido de que cada teoría lleva implícita la posibilidad de
La escuela kleiniana, de cualquier m anera, no acepta para nada que errar por un camino más que por otro. El énfasis teórico en los mecanis­
haya algo en la mente que esté separado del conflicto. mos de adaptación puede hacer perder a H artm ann la visión del m undo
Lacan critica a los psicólogos del yo m ordazm ente, cruelmente, interno; pero de ninguna manera este riesgo es ínsito a la teoría misma. La
siem pre más lacerantemente que a Klein. ¿Quienes son los egopsycholo- form a amplia con que Klein entiende la trasferencia expone a sus discípu­
gists, dice indignado, para arrogarse el derecho de enjuiciar la realidad? los a ver la trasferencia más de la cuenta y descuidar la realidad; pero la
¿Y a qué llaman ellos realidad? La realidad para Lacan, com o p ara H e­ teoría no dice que la realidad no exista.
gel, es ante todo una experiencia simbólica: todo lo real es racional, todo Lacan apostrofa a H artm ann porque se arroga el derecho de decidir
lo racional es real. Sólo la razón puede dar cuenta de los hechos; pero, en qué es la realidad, de sentirse con derecho de discriminar entre la neuro­
cuanto lo hace, ya los hechos se trasform aron por obra de la razón. La sis de trasferencia y la alianza de trabajo, sin advertir que él corre un ries­
realidad para mí es que me he reunido con un grupo de colegas para estu­ go parecido cuando decide si su paciente está en el orden de lo im aginario
diar la alianza terapéutica; pero pregunten ustedes a la m uchacha y va a o en el orden de lo simbólico. A mi juicio, el riesgo de Lacan es m ayor,
decir que, en realidad, hay un grupo de personas reunidas para charlar, porque él se cree con derecho de interrum pir la sesión cuando le parece
tom ar café y ensuciar el salón. La realidad que ella ve es bien distinta en que el paciente incurre en lo que llam a la palabra vacía.
cuanto la simboliza de otra m anera. La realidad cam bia, las trasform a­ La teoría de la alianza de trabajo lo protege a Greenson de no ser ar­
ci ones son distintas. La crítica lacaniana a la psicología del yo parte bitrario, de aceptar lo que el paciente ve realmente, cuidándose de no
de que no podem os adscribir a ese hipotético yo autónom o la capacidad descalificarlo. Si un paciente dice que me ve más canoso y yo le retruco
de enjuiciar la realidad, porque tenemos que ponernos de acuerdo sobre que me confunde con su padre (o m ejor diría con su abuelo), es más que
qué es la realidad: no hay realidad que no esté mediatizada p or la razón, probable que yo quiera negar una percepción real que el paciente tiene;
por el orden simbólico.? instrum ento una teoría cierta, la teoría de la trasferencia, para negar la
realidad, Greenson tiene completa razón cuando señala que es siempre
1 La critica lacaniana va en verdad m ucho m ás allá, porque cuestiona de raíz al yo en s! fuerte para el analista la tentación de utilizar la teoría de la trasferencia
mismo: lo considera ilusorio, im aginario, es decir, propio del estadio del espejo, que para negar los hechos; somos hum anos, esto es evidente. El mal uso de lft
contrapone al sujeto y al orden lím bóíico.
teoría de la trasferencia puede conducir a este tipo de descalificación, y o ideólogos. Como dice por ahí Bion, el analista no tiene que ver con los
este riesgo es m ayor en la teoria de la trasferencia de M elanie Klein en hechos sino con lo que el paciente cree que son los hechos.
cuanto es mucho más abarcativa. Es típico de m uchos movimientos disidentes del psicoanálisis reivindi­
Una cosa es utilizar la interpretación para com prender lo que le pasa car la im portancia de la realidad social. Así pasó con el psicoanálisis cul-
al paciente y o tra muy distinta usarla p ara descalificar lo que el paciente turalista de los años treinta y tam bién en Buenos Aires en la década del
ha visto, lo que el paciente ha percibido. Digamos, tam bién, que este es setenta. La bandera que levantaron estos disidentes era que el análisis
un punto clave del trabajo de Paula Heim ann (1956). kleiniano era ideológico. Yo pienso, personalmente, que un buen analis­
En general, cuando la interpretación descalifica se form ula, com o de­ ta, un analista auténtico, siempre tiene en cuenta la realidad.
cía Bleger, como una negación. U na cosa es que yo le diga al paciente que Dentro de la escuela kleiniana, es Meltzer (1967) quien hace más hin­
me ve canoso porque me confunde con su padre y otra que le diga que al capié en la idea de alianza terapéutica a través de lo que llama la parte
verme canoso le recuerdo al padre. En este últim o caso ni siquiera en­ adulta. A la parte adulta, no se le interpreta, se le habla. Hay que tener
juicio la percepción del paciente. Me limito a decir que en cuanto me ve en cuenta que «parte adulta» es, para M eltzer, un concepto metapsicoló-
canoso me identifica con el padre. P odría yo no tener canas y valer lo gico, es la parte del self que ha alcanzado un nivel mayor de integración
mismo la interpretación. y, consiguientemente, de contacto con el m undo de objetos externos. De
Con esto nos acercamos a un problem a que considero fundam ental y esta form a, Meltzer propone un concepto de alianza que en la práctica se
del que ya dije algo cuando hablé de la form a que tiene Greenson de fo­ parece al de los psicólogos del yo, aunque tenga un diferente soporte
m entar la alianza terapéutica. Sostengo que aceptar la percepción o el doctrinario. Meltzer propone, por ejemplo, que las prim eras interpreta­
juicio del paciente com o reales cuando así nos parece, tam poco m odifica ciones sean form uladas con suavidad y acom pañadas con explicaciones
sustancialmente las cosas, como cree Greenson. La verdad es que una in­ amplias de la form a en que el análisis difiere de las situaciones ordinarias
tervención que tienda a respaldar la percepción de mis canas es tan per­ de la vida en la casa y en la escuela.3
turbadora como la que busca negarla. P orque lo que en realidad se trata Es posible que otros analistas de su misma escuela piensen que M elt­
es de respetar lo que el paciente ha percibido (o cree haber percibido) y zer habla «dem asiado» con la parte adulta, pero esto no quita que, cuan­
hacer que él asum a la responsabilidad de esa percepción. do la situación lo impone y con todos los cuidados del caso, debemos
Es a través de grietas com o esta, pequeña pero innegable, que las crí­ hablar con nuestros pacientes. La cantidad y la form a en que lo hagamos
ticas de Lacan contra los psicólogos del yo encuentran justificación. de hecho va a variar, porque esto es ya cuestión de estilo. La verdad es
Aquí podría decir Lacan, con aspaviento, que Greenson im pone a Kevin que el diálogo analítico nos impone, a cada m om ento, una decisión
su juicio de realidad. M ás allá de estas situaciones límites, sin em bargo, sobre quién habla en el paciente, lo que nunca es fácil pero tam poco
yo creo que los únicos que im ponen su criterio de realidad al paciente son imposible.
los analistas malos (o muy novatos) de todas las escuelas; y alguna vez La actitud que debe tener el analista va a depender siempre, se­
tam bién, concedámoslo, los más experim entados en m om entos que gún Meltzer, de lo que verdaderam ente surja del m aterial. Si el paciente
sufren una sobrecarga muy fuerte en la contratrasferencia. Si un paciente habla con su parte adulta, habrá que responderle como adulto; si es con
me dice que yo lo saludo con un tono distante o despectivo, refutarle o la parte infantil, lo que corresponde es interpretar a nivel del niño que en
confirmarle es en realidad lo mismo: es como si yo creyera que puedo ese m om ento es. t
dictam inar sobre la realidad de su percepción; y no es así. Recuerdo un Puede criticársele a Meltzer que a veces uno le habla a la parte adulta
paciente que, ya al final de su análisis, me planteaba un problem a de este y el que escucha es el niño. Este riesgo, sin em bargo, es inherente a todo
tipo. Se quejaba de que yo no reconocía lo que él había percibido en mi intento de discriminar las partes del self.4 También existe el peligro
(y que entre paréntesis era muy obvio). En lugar de apoyar su percep­ contrario y, como dice M eltzer, no escuchar a la parte adulta puede ope­
ción, que ya dije que me parecía cierta, le interpreté que él quería depen­ rar negativamente como artefacto de regresión. Un paciente me dijo cier­
der de mí y no de lo que le inform aban su juicio y sus sentidos. Al re­ ta vez que «tenía la fantasía» de que Fulano era m ejor analista que yo.
querirme esa ratificación, volvía a delegar en mí su propia decisión sobre Le dije simplemente que eso era lo que él creía realmente y se angustió.
la realidad. Le señalé, tam bién, la fuerte idealización que eso implicaba: Como bien dice Greenson, al paciente le es mucho más fácil hablar desde
daba p o r sentado que yo le iba a decir la verdad, que yo no podía enga­ la perspectiva de su neurosis que desde lo que siente com o la realidad. Sa­
ñarlo ni engañarm e. E n últim a instancia, el paciente está tan capacitado be, como el paciente de Greenson, que el analista va a ser sereno y
como el analista para percibir lo que a este le pasa —y aun más si hay un
problema de contratrasferencia— . Este aspecto es importante y a veces no 3 Meltzer (1967), pág. 6.
se lo tiene en cuenta. Es inevitable que en cuanto creemos que podem os 4 Bleger lo llt decir que, a veces, el analizado rota, de m odo que cuando le habíam e* a
su p arte neurótico noi contesta la parte psicòtica y viceversa.
apreciar la realidad m ejor que los otros nos trasform am os en m oralistas
ecuánime con su neurosis de trasferencia, pero que se puede perturbar si lo le pertenecen a él. Eso depende del punto de vista que adopte cada
se le habla de hechos que pueden ser reales. uno. El paciente puede quejarse, por ejem plo, de que el analista lo
O tro aspecto vinculado al tem a de la alianza terapéutica es el de la frustra porque sólo interpreta y nunca habla de sí mismo. P ara el analis­
asimetría de la relación analítica, punto que toca a la ética. No siempre se ta, en cambio, es siempre una gran frustración tener contacto durante
advierte que el tipo de relación a nivel de la neurosis de trasferencia es ra ­ años con una persona, el paciente, y no poder nunca participarle algún
dicalmente distinto al de la alianza de trabajo. Es im portante saber que la hecho im portante de su vida. Esto es tan cierto que muchos analistas no
asim etría corresponde exclusivamente a la neurosis de trasferencia, lo soportan. La regla de abstinencia rige por igual para am bos lados. La
mientras que la alianza terapéutica es simétrica. En cuanto el analista uti­ asim etría no impone supremacía sino el reconocimiento de la polaridad
liza la asim etría de la relación analítica para m anejar aspectos de la si­ de los roles, necesaria para desarrollar cualquier tarea y no solamente el
tuación real (que p o r definición pertenecen a la alianza terapéutica) está análisis. La analizada que quiere ser la mujer de su analista y se siente
dem ostrando su vena autoritaria. Esta confusión es muy frecuente y hay frustrada porque no se la complace, olvida que la mujer del analista no
que tenerla en cuenta. Sólo en cuanto el analista se ocupa de la neurosis puede ser su analizada. Es un misterio quién de las dos sale ganando; pero
de trasferencia del paciente la situación es asimétrica; y esa asim etría, sin estoy convencido que es mucho más fácil ser buen analista que marido.
em bargo, es com plem entaría, doble, con lo que se vuelve a sancionar la
igualdad inherente a toda relación hum ana.
Un colega joven le canceló una sesión de un día para otro a un empre­
sario. El paciente se molestó y reclamó porque no se le había avisado con
un poco de tiem po, ya que entonces hubiera podido utilizar ese día para
un corto viaje de negocios. El candidato intepretó la angustia de separa­
ción del paciente: que él no podía tolerar la ausencia, etcétera. Esa in­
terpretación resultó p o r de pronto inoperante y el m aterial del paciente
dem ostró que había sido vivida —no sin razón, creo yo— como cruel. En
otras palabras, si no queremos perturbar el juicio crítico y la capacidad
de percibir del paciente debemos cuidarnos de utilizar la asimetría de la
relación trasferencial para borrar la simetría de la alianza terapéutica.
Siempre recuerdo con cariño a un paciente que analicé hace muchos
años cuando llegué a Buenos Aires. Era un hombre de negocios, de modes­
tos negocios, neurótico o mejor fronterizo, con una envidia al pecho como
pocas veces he visto, que me enseñó muchas cosas de psicoanálisis. Cuan­
do llevaba un año de tratamiento, y después de las vacaciones de verano le
inform é, com o hago de rutina, mi plan de trabajo del año, incluyendo las
vacaciones de invierno y las del próxim o verano. Me preguntó con
asom bro si ya sabia yo que p ara esa época iban a ser las vacaciones esco­
lares de invierno. El no habla leído todavía ningún aviso del M inisterio al
respecto. Le contesté muy suelto de cuerpo que había fijado mis vaca­
ciones de invierno sin tener en cuenta el feriado escolar. Saltando de fu­
ria en su div&n me apostrofó: «¡A h, sí! ¡Claro! ¡Desde luego! ¡P or su­
puesto que usted, que es tan om nipotente y que ya con los años que tiene
no va a tener chicos en edad escolar, se tom a las vacaciones cuando se le
ocurre. Y sus enferm os, que revienten!».
A unque mis amigos norteam ericanos no lo crean, le dije que tenía ra ­
zón y que iba a reconsiderar lo que había hecho. H ubiera podido in ­
terpretarle muchas cosas y todas ciertas (¡y vaya si lo hice a su debido
tiem po!), pero antes reconocí la justicia de su reclamo.
P or otra parte, en el área de la neurosis de trasferencia la asim etría no
es más que la sanción de una realidad, de una justa realidad, la diferencia
de roles; y no es cierto, com o piensa el paciente, que las frustraciones só-
21. Contratrasferencia: descubrimiento y En cuanto a progreso interno, Freud m enciona entre los aspectos te­
óricos el simbolismo y a nivel técnico la contratrasferencia. Se h a llegado
redescubrimiento a com prender en estos años, dice, que tam bién es un obstáculo para el
progreso del psicoanálisis la c o n tr a tr a s fe r e n c ia y la describe com o la
respuesta emocional del analista a los estímulos que provienen del p a­
ciente, como el resultado de la influencia del analizado sobre los senti­
mientos inconcientes del médico. Es decir que la define, como yo creo
que es lógico, en función del analizado.
Se ha dicho siempre que Freud consideró la contratrasferencia sólo
como un obstáculo; pero si la introdujo pensando en el porvenir era p or­
En los capítulos anteriores hemos visto cóm o Freud llegó a una idea que suponía que el conocimiento de la contratrasferencia se ligaba al fu­
de la relación médico-paciente nada convencional con su teoría de la tras­ turo del psicoanálisis. Se puede sostener, pues, que Freud presum ía que
ferencia, y pudim os seguir el desarrollo del concepto desde los prim eros la com prensión de la contratrasferencia significaría un gran progreso pa­
atisbos sobre el falso enlace en los Estudios sobre la histeria (1895d) has­ ra la técnica psicoanalítica.
ta que se configura la teoría general en el epílogo de la historia clínica de No cabe negar, sin em bargo, que Freud menciona la contratrasferen­
«D ora» (1905e), donde Freud define la naturaleza repetitiva del fenóme­ cia com o un obstáculo que, justam ente en tanto obstáculo, debe ser re­
no (reediciones) y se da cuenta del grave trastorno que significa para la m ovido. La experiencia prueba claram ente, dice, que nadie puede ir más
cura y, a la vez, de su insustituible valor en cuanto le d a al paciente con­ allá de sus puntos ciegos; y agrega, nos hallamos inclinados a exigir al
vicción, con lo que puede convertirse de m ayor obstáculo en el auxiliar analista, como norm a general, el conocimiento de su contratrasferencia
más poderoso de su m étodo. Con razón dice Lagache (1951) que el genio y su vencimiento com o un requisito indispensable p ara ser analista. Es
de Freud consiste en trasform ar los escollos en instrum entos. interesante subrayar que la solución de Freud en 1910 para superar los
puntos ciegos de la contratrasferencia es el autoanálisis. Dos años des­
pués, sin embargo, en «Consejos al médico sobre el tratam iento psico-
analítico» (1912e), bajo la influencia de Jung y el grupo de Zürich, Freud
1. Origen del concepto propicia ya concretam ente el análisis didáctico.

Es nuevamente mérito de Freud haber definido la relación analítica Se ve que el tem a rondaba la mente de Freud, porque lo considera
no solamente desde la perspectiva del paciente sino tam bién del analista, nuevamente ese mismo aflo unos meses después. En una carta a Ferenczi
es decir como una relación bipersonal, recíproca, de trasferencia y del 6 de octubre (y que figura en el segundo tom o de la biografía de J o ­
contratrasferencia. Freud observó este nuevo y sorprendente fenómeno nes, págs. 94-5), habla nuevamente de la contratrasferencia, y esta vez
tam bién tem pranam ente y lo conceptuó con precisión. de su contratrasferencia. Ese año Ferenczi y Freud habían hecho un via­
Como todos sabemos, el térm ino contratrasferencia se introduce en je de vacaciones a Italia, y Ferenczi había estado algo cargoso, asediando
«Las perspectivas futuras de la terapia psicoanalítica», el hermoso a r­ a Freud con preguntas y diversas dem andas; estaba seguram ente celoso,
tículo del II Congreso Internacional de Nuremberg, en 1910. Seguramen­ quería tener una situación de discípulo predilecto (que en realidad tenía,
te Freud lo leyó el 30 de m arzo, al inaugurar el certamen. porque estaba pasando las vacaciones con el m aestro) y pretendía que
Dice Freud en su artículo que el porvenir de la terapia psicoanalítica Freud le contara todas las cosas de su vida. De regreso, Ferenczi le escri­
se apoya en tres grandes factores: el progreso interno, el incremento de bió a Freud una larga carta, tipo autoanálisis, expresando el tem or de
autoridad y la repercusión general de la labor de los analistas. P o r haberlo fastidiado y lam entándose que Freud no lo hubiera reprendido
progreso interno Freud entiende el avance de la teoría y de la práctica psi- para restablecer la buena relación. En su serena respuesta del 6 de oc­
coanalíticas; incremento de autoridad significa que el análisis irá m ere­ tubre Freud le replica: «Es bien cierto que esto fue u n a debilidad de
ciendo con el tiempo el respeto y el favor del público de los que aún no mi parte. Yo no soy el superhom bre psicoanalítico que usted se h a for­
gozaba, y, finalmente, en la medida en que el psicoanálisis influya en el jado en su im aginación ni he superado la contratrasferencia. No he
medio social y cultural, tam bién eso repercutirá como efecto general en podido tratarlo a usted de tal m odo, como tam poco podría hacerlo con
su propio progreso. Acotemos ahora, más de setenta años después, que mis tres hijos, porque los quiero demasiado y me sentiría afligido por
esos tres puntos de vista resultaron ciertos. Si bien los avatares de la so­
ciedad actual pueden desdibujarlo por momentos, nunca podrá escribirse 1 López liilleitero s tradu jo Gegenübertragung por trasferencia reciproca, sin advcrlfi ti
la historia de nuestro siglo sin tener en cuenta a Freud y al psicoanálisis. sentido especifico tie Ib palebra. Este error no se repite en la edición de A m orrortu,
ellos». Es decir que Freud hace aquí una referencia concreta a la Es sabido que en esos años Reik desarrolla una teoria del insight del an a­
contratrasferencia, en este caso claram ente una contratrasferencia pater­ lista basada en la sorpresa, y afirm a que el analista debe dejarse sorpren­
n a y positiva, que le impedía un determ inado curso de acción, que lo h a­ der por su propio inconciente. No habla para nada de contratrasferencia,
cía ser débil y equivocarse. aunque su idea lleva implícita la de ocurrencia contratrasferencial de
Desde otro punto de vista, tal vez no desligado de lo anterior, llam a la Racker (1953, Estudio VI, parág. IV). Sin em bargo, para decir que esto
atención con qué libertad se utiliza el conocimiento analítico en el trato es una teoria de la contratrasferencia hay que forzar el razonam iento y
personal. Actualm ente, nosotros nos cuidamos m ás, porque sabemos extender indebidamente los conceptos. Reik sostiene que la m ejor form a
que esas referencias son en general complicadas. Recordemos de paso de captar el m aterial del analizado es a través de la intuición ofrecida por
que, cuando Freud habla en «Análisis term inable e interminable» nuestro inconciente; pero no que esta intuición esté alim entada por un
(1937c), de aquel paciente que le reprochaba no haberle interpretado la conflicto del analista prom ovido a su vez p o r el conflicto trasferencial del
trasferencia negativa (y al cual Freud le decía que si no se la había in­ enferm o. Esto no lo dice Reik, no está dentro de su teoría del proceso.
terpretado era porque no aparecía), está m encionando a Ferenczi, como C uando habla concretam ente de la contratrasferencia en «Some remarks
afirm a Balint (y el mismo Jones).2 Lo que en 1910 jugaba en un nivel de on the study o f resistances» (1924), Reik la considera una resistencia del
cordialidad y sim patía, después asumió otro carácter.3 analista (pág. 150), y afirm a que debe ser vencida por el autoanálisis. Es
Fuera de estas dos referencias muy concretas de 1910 y alguna que otra decir que, claram ente, no la tom a como la fuente de su intuición.
esporádica, Freud no volvió al tem a, y es evidente que nunca elaboró Tam bién en algunos trabajos de Fenichel, que culm inan en su libro de
una teoría de la contratrasferencia. Tampoco se ocuparon mucho de ella técnica de 1941, hay aportes a la receptividad analítica y a la intuición
otros autores, así que quedó de lado durante bastante tiempo. Podemos analítica, sobre todo cuando tercia en la famosa polémica entre intuición
afirm ar sin temor a equivocarnos que, fuera de algún aporte suelto, la (Reik) y sistematización (Reich); pero no a la contratrasferencia como
contratrasferencia no se estudió hasta mediados de siglo. instrum ento para com prender al analizado.
En todos estos trabajos late sin duda el tem a de la contratrasferencia;
pero ninguno la llega a considerar com o un instrum ento del analista. Fal­
taba que alguien tom ara la idea de Freud, que m ostró la existencia de la
2. La contratrasferencia en la prim era m itad del siglo contratrasferencia (y la denunció como un obstáculo de la cura) y, al m is­
mo tiem po, la idea de Reik sobre la intuición como el instrum ento mayor
Los cuarenta años que corren desde que Freud la descubre hasta que del analista para que de la síntesis cuajara una teoría de la contratrasfe­
se la vuelve a estudiar no puede tampoco decirse que pasan en vano; y, sin rencia; pero eso sólo viene mucho después y por otras rutas.
embargo, es cierto tam bién que no aportan algo sustancialmente nuevo Del mismo m odo, algunas referencias de Wilhelm Reich a sus propias
al estudio de la contratrasferencia. reacciones afectivas com o analista aparecen com o intuiciones, incluso
No hay duda de que, en algunos de sus trabajos, como «New ways in como súbitas intuiciones; pero no es Reich (1933) sino Racker (1953)
psycho-analytic technique», publicado en 1933, Theodor Reik esboza quien, al estudiarlas nuevamente, las considera producto de la
una teoría de la contratrasferencia a partir de la intuición; pero en reali­ contratrasferencia. Frente a las quejas reiteradas de aquel paciente
dad no llega a form ularla, com o tam poco en sus famosos trabajos sobre pasivo-femenino que le decía que el análisis no le hacia nada, que nada
el silencio y la sorpresa (1937). Son estos, p or cierto, estudios im portan­ cambiaba, que no mejoraba, etcétera, de pronto Reich tiene, como un ra­
tes en el desarrollo de la teoría de la técnica, en cuanto intentos de siste­ yo, la intuición de que en esa forma el paciente actúa todo su conflicto de
m atizar la intuición del analista y de dar respaldo a la idea de atención fracaso e impotencia en la trasferencia, castrando y haciendo fracasar al
libremente flotante, pero no se los puede considerar escritos sobre la analista. La súbita com prensión de Reich, dice Racker (1953), no puede
contratrasferencia. nacer sino de la vivencia contratrasferencial de fracaso que le produce el
En todos sus trabajos, Reík señala que si uno tiene una actitud recep- paciente: los hechos son los mismos, la teoría distinta. Reich piensa que
tíva y confía más en la intuición que en el m ero razonam iento, de repente su intuición (experiencia, oficio) le permite comprender la trasferencia
puede captar m ejor lo que está pasando en el inconciente del analizado, del analizado pero no que esté en juego su contratrasferencia; com o tam ­
en cuanto hay, en últim a instancia, una captación intuitiva de inconcien­ poco había valorado el período anterior, en el que no pudo operar, como
te a inconciente, que el mismo Freud señaló en «Lo inconciente» (1915e). efecto de una inhibición (impotencia contratrasferencial ) . 4
1 Lo dice B«lint explícitamente en el simposio titulado P roblem s q f psycho-analytic
training, del Congreso Internacional de Londres {International Journal, 1954, pág. 160). 4 «Los significados y usos de la contratrasferencia» (1953), E studio VI, parág, V. El ca­
1 P er* un desarrollo más com pleto de la relación entre ambos pioneros puede consultar­ so de Reich figura ел su trab ajo presentado al Congreso de Innsbruck, de 1927, «Sobro 1*
se el trabnjo de Etchegoyen y C atri (1978). técnica del a n ilitii del carácter», incorporado a su obra Análisis del carácter como cap. 4 (1 № К
En cuanto la teoría de la intuición recurre a una explicación en térm i­ hondura y complejidad del fenómeno trasferencial, los alcances .
nos de experiencia, de ojo clínico, de oficio (metier), se define com o in­ de la interpretación, la trascendencia del encuadre y mucho más.
dependiente de la contratrasferencia, del conflicto que está sufriendo el eso se logra gracias a Melanie Klein y A nna Freud, gracias a Fere.
analista. La teoría de la contratrasferencia, tal com o la form ulan Rac- Reich, Reik y Fenichel, gracias a Sterba y Strachey, para citar a algui.
ker, P aula Heim ann y otros, en cambio, dirá que el metier del analista protagonistas.
consiste en escuchar y escrutar su contratrasferencia, que eso es su in­ Como analistas no vamos a dejar de lado los factores inconcientes
tuición. Al establecer un vínculo entre la intuición y la contratrasferen­ que gravitaron en ese retardo, A nadie le va a resultar grato ver y recono­
cia, no se afirm a que toda interpretación se origine de este m odo, ya que cer su esencial identidad con el paciente que trata, abandonando la có­
no es posible descartar que, m ientras el analista conserve plenam ente su m oda, la ilusoria superioridad que ha creído tener. P ara los pioneros, es­
capacidad de com prender, no intervenga su contratrasferencia. Es po­ to no sólo resultaba inevitable sino hasta conveniente porque, de no ser
sible sostener, al menos fenomenològicamente, que la intuición surge así, la com plejidad de los hechos los habría abrum ado. Como acabo de
cuando no estamos decodificando bien, porque si no, no la llamamos in­ señalar, sin embargo, el factor inconciente, con ser im portante no fue el
tuición: llamamos intuición a un m om ento de ru p tu ra en que de repente único. Era necesario esperar que la técnica progresara lo suficiente como
se im pone algo inesperado a nuestra com prensión. C uando estudiemos el para que descubriera sus falencias, para que aquella definición consola­
trabajo de López (1972) sobre la form a en que se construye la interpreta­ dora de que el quehacer psicoanalítico transcurre entre un neurótico y un
ción, veremos tres niveles, el neurótico, el caracteropático y el psicòtico, sano pudiera ser revisada.
en los cuales los mecanismos de codificación varían y con ellos el gra­ La ciencia, dice Kuhn (1962), evoluciona p or crisis. H ay momentos
do en que participa la contratrasferencia para d ar con la interpretación. en que la com unidad científica aplica sosegadamente sus teorías para re­
Es legítimo, pues, suponer que la intuición no se puede separar de la forzar el conocim iento y expandirlo; otros en que aparece un m aíestar
contratrasferencia (del conflicto), y que esto es tam bién aplicable a las creciente porque las anom alías al aplicar la teoría son cada vez más fre­
otras ciencias, porque la intuición del físico o del quím ico opera en la cuentes y flagrantes; por fin estalla una revolución y cambia el paradigma.
misma form a en el contexto del descubrimiento. Yo creo realmente que algo así sucedió con el reconocim iento de la con­
En resumen, según acabam os de ver, la teoría de la contratrasferencia tratrasferencia en la m itad del siglo.
no participa en el desarrollo de la teoría de la técnica en la prim era m itad
del siglo y brilla por su ausencia en la fam osa polém ica de Reik y Reich.
Hay que destacar, en cambio, un antecedente de relieve de esa época,
que ha pasado hasta donde yo sé totalm ente inadvertido. Me refiero a la 3. La contratrasferencia como instrumento
contribución de Ella F. Sharpe al Simposio sobre análisis infantil en
1927. Todo el razonam iento teórico de la autora gira alrededor de sus re­ Hn los años cincuenta aparecen de pronto una serie de trabajos en que
acciones (contratrasferenciales) al trata r a una adolescente de 15 años; la idea de contratrasferencia se considera concretam ente; y no sólo com o
pero, en lugar de construir una teoría sobre la contratrasferencia como problem a técnico sino tam bién como problem a teórico, es decir, replan­
instrum ento, Sharpe se ocupa de com prender las resistencias de los an a­ teando su presencia en el análisis y su significado.
listas al m étodo de Melanie Klein, lo que es natural en el contexto del Los aportes m ás.im portantes para la teoría de la contratrasferencia
simposio. El autoanálisis que hace Sharpe de sus reacciones frente a su que nace en esos años son, sin duda, los de Heinrich Racker en Buenos
paciente es un m odelo de investigación psicoanalítica sobre la angustia Aires y de Paula Heim ann en Londres. Fueron aportes sim ultáneos, y to ­
contratrasferencial y los conflictos del analista con su superyó, proyecta­ do hace suponer que ni P aula H eim ann había oído de la investigación de
do en el paciente y sus padres, así com o tam bién el m anejo del sentimien­ Racker ni Racker de la de P aula H eim ann.í El trabajo líminar de Paula
to de culpa p or medio de mecanismos de negación y proyección. La reac­ Heim ann se publicó en el International Journal de 1950. Tres años des­
ción del analista, concluye esta autora, es de vital im portancia en estos pués publica Racker en esa misma revista «A contribution to the problem
casos (Sharpe, 1927, pág. 384). o f countertransference», que aparece en 1955 en \&Revista de Psicoanáli­
Expuse con algún detalle la investigación de Sharpe no sólo porque sis con el mismo nom bre, «A portación al problem a de la contratransfe­
resalta en un m om ento singular de la evolución del psicoanálisis sino rencia»; pero, en realidad, este trabajo, que se incorporó a los Estudios
tam bién porque es un ejemplo de que aun los más lúcidos pueden pasar con el núm ero cinco y el nom bre de «La neurosis de contra­
por alto un gran problem a cuando no están dadas las condiciones para transferencia», fue presentado en la Asociación Psicoanalitica Argentina
enfocarlo. Antes que se pudiera descubrir la contratrasferencia como un
problem a de la praxis y se lograra form ularlo teóricam ente era necesario
5 Recuerdo haber oido com entar a Racker m uchas veces, en esos años, la c o in c id e n ti
que las premisas de la técnica cam biaran, que se com prendiera m ejor la entre su t trtb a jo l y lo t de Heim ann y la autonom ía de las ideas de am bos.
en setiembre de 1948. La presentación de Racker, pues, fue previa a la
que la trasferencia se resuelve, decía Freud, el paciente queda en condi­
publicación del trabajo de P aula Heim ann; pero es de suponer que ella lo
ciones de enfrentar sus problem as en form a diferente a la de antes, a pe­
habrá com unicado o preparado en esa misma época. Si, como parece ju s­
sar de que el analista quede nuevamente excluido.
to, el descubrimiento (o redescubrimiento) se les asigna salomónicamente
Sobre la base de este triple modelo freudiano, Racker afirm ará que
a los dos, hay que decir tam bién que los estudios de Racker son más siste­
tam bién la contratrasferencia opera en tres form as: como obstáculo (pe­
máticos y completos. Fuera del artículo de 1950 y de otro que escribió ligro de escotomas o puntos ciegos), como instrumento para detectar qué
diez años después, P aula Heim ann no volvió más al tem a o sólo lo hizo es lo que está pasando en el paciente y como campo en el que el analizado
de paso; Racker, en cam bio, publicó una serie de trabajos en los que fue puede realm ente adquirir una experiencia viva y distinta de la que tuvo
estudiando aspectos im portantes de la contratrasferencia, que alcanzó a originariamente. Seria para mí más preciso y ecuánime decir de la que
articular en una teoría ÿa coherente y am plia, antes de m orir en enero de cree haber tenido. Me inclino cada vez más a pensar que la «nueva» expe­
1961, meses después de publicar sus Estudios. riencia se hace siempre sobre la base de o tra que fue positiva en su m o­
Si he adjudicado a P aula Heim ann y Racker el m érito de descubrido­ mento o, más exactamente, de un aspecto positivo de la experiencia
res es porque pienso que son los que subrayan el papel de instrum ento de completa original, lo que m onta tanto como decir, con W aelder (1936),
la contratrasferencia, lo propiam ente nuevo; y no porque deje de lado que los actos psíquicos son multideterminados.
otros trabajos de esos años, tam bién de valor. Hay, por cierto, otros a r­ En últim a instancia, el análisis no haría nada más (¡y nada menos!)
tículos en esa época que merecen ser considerados, como el de W innicott que restituir al paciente su pasado, incluyendo tam bién lo que fue bueno
de 1947 y los de Annie Reich y M argaret Little, publicados en el Interna­ de su pasado, aunque él lo haya distorsionado o mal entendido. Es este
tional Journal á t 1951. un problema teórico de gran densidad, que abordaré más adelante.6 Di­
Los aportes de todos estos autores, y de otros que ya iremos consideran­ gamos desde ya que este problem a tiene un aspecto técnico (cuándo
do, introducen de pronto, incisivamente, el tema de la contratrasferencia y vamos a decir que la nueva experiencia buena es original; cuándo tra­
m arcan en cierto m odo una especie de revolución, que no se tarem os de remitirla al pasado) y un aspecto epistemológico que, en
realizó sin luchas. Cuando en 1948 Racker presentó su trabajo en la Aso­ cuanto incluye el problem a de los cuantificadores universales, exige un
ciación Psicoanalítica Argentina causó malestar, y un analista importante enfoque especial.
dijo airadamente que lo ipejor que puede hacer un analista al que le pasan Si se comprenden los tres factores estudiados por Racker, se puede re­
«esas cosas» es ¡volver a analizarse! Como acabo de decir, y no creo estar form ular la teoría de la contratrasferencia, como correlato de la trasfe­
exagerando, los trabajos de contratrasferencia en esos años promueven un rencia, diciendo que el analista es no sólo el intérprete sino tam bién el ob­
cambio de paradigma; desde entonces la labor del analista ha quedado más jeto de la trasferencia. Esto es obvio, pero a veces lo olvidamos. La idea
cuestionada y mejor criticada. Vale la pena subrayar, también, las claras de la intuición, por ejemplo, se refiere a un analista intérprete; pero
afirmaciones de Lacan en su «Intervention sur le transfert», que es también cuando el analista es sólo eso no participa del proceso, no lo padece, no
de esa época (1951), donde señala la importancia de la contratrasferencia en tiene pasión; y justam ente, sin em bargo, tal vez lo más valioso de la tarea
el establecimiento de la trasferencia. Lacan no piensa, sin embargo, en la del analista es que siendo el objeto pueda ser el intérprete, ese es su méri­
contratrasferencia como instrumento. to, como lo señaló Strachey en su famoso trabajo de 1934.
Lo que distingue los trabajos de Racker, de P aula Heim ann y de
otros autores de aquel m om ento es que la contratrasferencia ya no se ve
sólo com o un peligro sino también com o un instrum ento sensible, que
puede ser muy útil p ara el desarrollo del proceso analítico. A esto agrega 4. El concepto de contratrasferencia
Racker que la contratrasferencia también configura, en cierto m odo, el
cam po donde se va a dar la m odiñcación del paciente. Intentemos ahora precisar y dem arcar el concepto de contratrasferen­
Si se com para con lo que en su m om ento se dijo de la trasferencia, se cia. Los tipos que vamos a discutir dependen mucho del concepto; y, vi­
verá que es exactamente lo mismo: la trasferencia es un (grave) obstácu­ ceversa, en la m edida que distinguimos tipos diversos, podemos obtener
lo, un (útil) instrum ento y, a la vez, en últim a instancia, el campo que ha­ un concepto amplio o restringido.
ce posible que el paciente cambie realmente; la trasferencia es el teatro de Joseph Sandler et al. (1973) dicen, con razón, que en la palabra
las operaciones. En la conferencia n c 27 de las Conferencias de introduc­ contratrasferencia el prefijo contra puede entenderse con dos significa­
ción al psicoanálisis (1916-17), qiie trata de la trasferencia, Freud expone dos distintos que, cuando se habla de contratrasferencia, de hecho se
esta idea nitidam ente. La trasferencia no sólo es obstáculo e instrum ento
de la cura sino que tiene, tam bién, la cualidad de dar un destino distinto 6 En mi trab ajo de Helsinki (1981Ô) expongo algunas ideas sobre este tema. (Víase el cap.
a la antigua relación de objeto que tiende a repetirse. En el m om ento en 28).
tienen en cuenta: opuesto y paralelo. En el prim er significado, «contra» una reacción. Esta definición es operativa pero no autoritaria como
es lo que se opone: por ejemplo, dicho y contradicho; ataque y contraata­ podría parecer. Es autoritario creer que el analista reacciona siempre ra ­
que; en la otra aceptación el prefijo se emplea com o lo que hace balance cionalm ente u olvidar que al definir la participación del analista en el
en busca de equilibrio: punto y contrapunto (ibid., cap. 6). proceso como hemos propuesto no hacemos otra cosa que señalar su p a­
Estas dos acepciones operan continuam ente y a veces contradicto­ pel sin pronunciam os sobre su salud mental.
riam ente en las definiciones. C uando hablam os de contratrasferencia en Lo que acabo de decir, creo, coincide con lo que W innicott (1960b)
el prim er sentido, querem os decir que, así com o el analizado tiene su llam a la actitud profesional del analista.
trasferencia, el analista tiene tam bién la suya. De esta form a la
contratrasferencia se define por la dirección, de aquí hacia allá. La otra
acepción establece un balance, un contrapunto, que surge del com pren­
der que la reacción de uno no es independiente de lo que viene del otro. 5. Contratrasferencia y encuadre
Con estas dos form as de concebir el proceso empieza una gran
controversia para definir la contratrasferencia y delim itarla de la trasfe­ Lo que justifica que se discriminen trasferencia y contratrasferencia
rencia. La mayoría de los analistas piensa, como Freud, que los senti­ es pues, en últim a instancia, el encuadre. El encuadre ordena los fenóm e­
mientos y las pulsiones de la contratrasferencia surgen en el inconciente nos: sí no fuera así, hablaríam os solam ente de trasferencia o de trasfe­
del analista como resultado de la trasferencia del analizado. Un investi­ rencia recíproca, como prefirió traducir Gegettübertragung Luis López-
gador tan riguroso como Lacan, sin em bargo, afirm a exactam ente lo Ballesteros y de Torres.
contrario, como ya vimos al estudiar su «Intervention sur le transfert» de No es simplemente un juego de palabras o una petición de principio
1951. Cuando se pregunta qué es la trasferencia se responde: «¿N o puede poner al encuadre como elemento ordenador. Porque el encuadre se ins­
aquí considerársela como una entidad totalm ente relativa a la contratras­ tituye para que existan realm ente estos fenóm enos, para que el paciente
ferencia definida com o la suma de los prejuicios, de las pasiones, de las desarrolle su trasferencia y el analista lo acom pañe en el sentido del
perplejidades, incluso de la insuficiente inform ación del analista en tal contrapunto musical, resonando a partir de lo que inícialmente es del p a­
m om ento del proceso dialéctico?» (Lectura estrueturalista de Freud, ciente: si esta condición no se da, tam poco se da el tratam iento analitico.
págs. 46-7). Ya hemos criticado esta opinión algo extrem a, que se m odi­ El encuadre opera com o una referencia contextual que perm ite que se dé
fica después con la nueva teoría de la trasferencia de Lacan, la teoría del este juego de trasferencia y contratrasferencia; es la estructura sintáctica
sujeto supuesto saber. donde los significados de trasferencia y contratrasferencia va a adquirir
Lo único que podem os hacer para resolver este dilema es fijar u n a a r­ su significación.
bitraria dirección del proceso, lo que de hecho hace Freud (y hace tam ­ El encuadre ordena una relación distinta y particular entre el analista
bién Lacan con el signo contrario). Esta decisión deja de ser arbitraria, y el paciente, una relación no convencional y asimétrica. El paciente co­
sin embargo, en cuanto se funda p or entero en las constantes del en­ m unica todas sus vivencias (o al menos lo intenta) y el analista sólo res­
cuadre. El encuadre y dentro de él la reserva analítica justifican que lla­ ponde a lo que dijo el analizado con lo que cree pertinente. De esta form a
memos p or definición trasferencia a lo que proviene del paciente y y sólo de esta form a queda definido el tipo de relación con sus papeles de
contratrasferencia a la respuesta del analista y no al revés. Si fuera al re­ analizado y analista. Si consideráram os que la contratrasferencia es un
vés, la situación analítica no se habría constituido. No se aparta de esta proceso autónom o én todo igual a la trasferencia, no quedaría configura­
opinión Lacan, según mi parecer, p or cuanto considera que los fenóme­ da la situación analítica. No es casual, a mi juicio, que el laxo encuadre
nos de contratrasferencia aparecen cuando se interrum pe el proceso de Lacan coincide justam ente con u n a explicación teórica que revierte los
dialéctico que es para él la esencia del análisis. térm inos del proceso.
E sta decisión define el cam po, el área del trabajo analítico. Llam ar a Si bien los roles de analista y analizado quedan así definidos contrac­
un fenóm eno trasferencia y al otro contratrasferencia implica que el pro­ tualmente (como al fin y al cabo en cualquier tipo de relación hum ana) no
ceso analítico se inicia con la trasferencia, como el contrapunto musical, debe perderse de vista que este acuerdo previo a la tarea se sustenta, tam ­
donde hay prim ero un canto al que responde el contracanto. El térm ino bién, y grandemente, en que el encuadre ayuda al analista a cumplir su p a­
contratrasferencia implica, pues, que el punto de partida es la trasferen­ pel, a m antener un equilibrio mayor que el del paciente, más allá de que su
cia del paciente. Inclusive, lo que se pretendió en un prim er m om ento de análisis didáctico y su formación lo pongan en ventaja. De esta form a, el
la historia del psicoanálisis es que sólo existía la trasferencia; y que el concepto de asimetría viene a depender ante todo del encuadre y sólo se­
analista respondía siempre racionalm ente; y si no, estaba en falta. Des­ cundariamente de la salud mental del analista. Como todos sabemos, el
pués se vio que no era así y que no podía ser así: un análisis en el cual el analista que se analiza funciona diferentemente en ambas circunstancias.
analista no participa seria imposible y quizás equivocado: tiene que haber El analista podría responder a la trasferencia del paciente en una for«
m a absolutam ente racional, m anteniéndose siempre, por así decirlo, a contratrasferencia. Su esquem a sufre, sin duda, además, porque explica
nivel de la alianza de trabajo; pero los hechos clínicos prueban que el en este punto la dinám ica de las identificaciones sobre la base de la pro­
analista responde en principio con fenómenos irracionales en que se yección y la introyección, sin recurrir a la identificación proyectiva, un
movilizan conflictos infantiles. En este sentido, se tra ta claram ente de punto que tom arán muy en cuenta Grinberg y Money-Kyrle, como va­
un fenómeno trasferencial del analista; pero este fenómeno, si hemos mos a ver en el próxim o capítulo.
de preservar la situación analítica, tiene que ser una respuesta al pacien­ El concepto de identificación proyectiva nos lleva de la m ano a otro
te, si no tendríam os que decir que no estamos dentro del proceso analíti­ tem a im portante, que Racker tiene en cuenta sólo colateralm ente, sin lle­
co, sino reproduciendo lo que pasa en la vida corriente entre dos perso­ gar a conceptuarlo plenamente: la diferencia entre objetos parciales y to­
nas en conflicto. tales. Dice Racker: «C uanto mayores sean los conflictos entre las propias
partes de la personalidad del analista, tanto mayores serán las dificulta­
des para realizar las identificaciones concordantes en su totalidad» (pág.
161). Es evidente que la identificación que Racker tiene in m ente es la
6. Contratrasferencia concordante y complementaria concordante con un objeto total; pero entonces lo que vale es la integra­
ción más que la concordancia.
Preocupado por su fenomenología y por sus dinamismos, Racker cla­ Creo personalmente que la com prensión o em patia del analista no de­
sificó la contratrasferencia en varios tipos. pende de que se identifique concordante o com plem entariam ente sino del
Así, en prim er lugar distinguió dos clases de contratrasferencia según grado de conciencia que tenga del proceso, de la plasticidad de las identi­
la form a de identificación (Racker, 1953. Estudio VI, parág. II). En la ficaciones y de la naturaleza objetal del vínculo.
contratrasferencia concordante el analista identifica su yo con el yo del Llegamos aquí a otro punto en que se hace cuestionable la clasifica­
analizado, y lo mismo para las otras partes de la personalidad, ello y su­ ción de Racker, ya que la contratrasferencia concordante es la que más se
peryó, En otros casos, el yo del analista se identifica con'los objetos in­ presta a un vínculo de tipo narcisista. El mismo Racker lo advierte cuan­
ternos del analizado, y a este tipo de fenómeno Racker le llama do señala que la contratrasferencia concordante anula en cierto sentido
contratrasferencia complementaria, siguiendo la nom enclatura de Hele­ la relación de objeto, lo que no sucede en la com plem entaría (pág. 163).
ne Deutsch (1926) para las identificaciones. Es que, en verdad, son las identificaciones concordantes (narcisísticas)
Racker piensa que las identificaciones concordantes son por lo gene­ las que implican el m ayor m onto de participación contratrasferencial.
ral empáticas y expresan la com prensión del analista, su contratrasferen­
cia positiva sublimada. En cambio, la contratrasferencia com plem enta­
ria implica un m onto m ayor de conflicto. En la m edida en que el analista
fracasa en la identificación concordante se intensifica la comple­
m entaria. Señala Racker, asimismo, que el uso corriente del término
contratrasferencia se refiere a las identificaciones com plementarias y no
a las otras, si bien considera que no deben separarse, ya que en am bos ca­
sos están en juego los procesos inconcientes del analista y su p asado.7
E sta clasificación merece ciertos reparos. Desde un punto de vista un
poco académico podría señalarse que la identificación concordante con
el superyó del analizado es una identificación con el objeto interno. Co­
mo esto Racker no lo ignora, por cierto, debe concluirse que la identifi­
cación del analista con el superyó del analizado es concordante cuando
hay coincidencia en la apreciación de lá culpa y com plementaria cuando
el analista cumple la función de censor. Más difícil es sostener los puntos
de vista rackerianos frente a un paciente con autorreproches, porque allí
la identificación concordante no podría ser nunca la más empática.
Tal vez el m odelo del aparato psíquico que usa Racker p ara su clasifi­
cación (la segunda tópica) no sea el más apto para clasificar la

1 Aquí Racker se decide claram ente por incluir la com prensión del analista (em patia, in­
tuición) en ta contratrasferencia.
22. Contratrasferencia y relación de objeto de calidad distinta. Aunque se lo pueda ubicar en una escala creciente de
perturbaciones, se ubica más allá del punto en que un cambio cuantitati­
vo se hace de cualidad.
Las ideas de Grinberg se asientan en hechos clínicos fácilmente obser­
vables, bien registrados por el autor. El concepto de contraidentificación
proyectiva es útil y operante. Aceptarlo no obliga, sin em bargo, a com ­
partir la opinión de que en estos casos opera solamente el analizado (y no
el analista), lo que a mi juicio es discutible y difícil de dem ostrar. La
discriminación entre la contratrasferencia com plem entaria y la contra­
En el capítulo anterior rastream os el concepto de contratrasferencia identificación proyectiva no resulta difícil desde el punto de vista clínico
desde que Freud lo introdujo en 1910 hasta la segunda m itad del siglo, si se las separa cuantitativam ente. Si queremos separarlas como dos p ro­
en que empieza a estudiárselo con otro enfoque, en otro paradigm a: cesos de indole distinta, la diferenciación se hace más ardua y no sé si te­
como una presencia ineludible, en cuanto instrum ento no menos que nemos indicadores para decidirlo, a pesar de la cuidadosa investigación
obstáculo. de Grinberg. Si el m étodo no nos da instrum entos para discrim inar clíni­
Vimos que Racker estudió la contratrasferencia desde la perspectiva camente, tam bién desde la teoría se puede argum entar que, por fuerte
de los fenómenos de identificación y describió dos tipos, concordante y que sea la proyección del paciente, el analista no tiene que sucum bir ne­
com plem entaria. Dijimos que esa clasificación presenta algunos proble­ cesariamente a ella; si sucumbe es porque hay algo en él que no le permite
mas, y los señalamos. La clasificación de Racker se apoya en una teoría recibir el proceso y devolverlo.
de la identificación, que ahora vamos a estudiar más detenidam ente, si­
guiendo sobre todo a Grinberg y Money-Kyrle.
2. El desarrollo de la investigación de Grinberg

1. La contraidentificación proyectiva El concepto de contraidentíficación proyectiva tiene no sólo im por­


tancia técnica sino tam bién teórica y plantea un problem a abierto y ap a­
Con su concepto de contraidentificación proyectiva León Grinberg sionante, el de la comunicación pre o no-verbal. Vale la pena, entonces,
ha hecho un aporte de valor a la teoría general de la contratrasferencia o, que tratem os de estudiarlo más detenidamente siguiendo paso a paso el
como él piensa, más allá de esta teoría, ya que se ocupa «de los efectos pensamiento del autor.
reales producidos en el objeto p o r el uso peculiar de la identificación pro­ El prim er trabajo de Grinberg sobre el tem a, «Aspectos mágicos en la
yectiva proveniente de personalidades regresivas» (1974, pág. 179). transferencia y en la contratransferencia», fue presentado a la Aso­
El pensamiento de Grinberg apoya y continúa el de Racker, y uno de ciación Psicoanalítica Argentina el 27 de marzo de 1956 y se publicó en
sus méritos principales es que, a diferencia de este, Grinberg tiene muy 195S. Es un estudio de la magia a la luz de los mecanismos de identifica­
en cuenta la identificación proyectiva. Establece una gradación que va de ción, donde el fenómeno queda definido con las palabras siguientes: «La
la contratrasferencia concordante a la com plem entaria para llegar a la “ contraidentificación proyectiva” , se produce específicamente com o re­
contraidentificación proyectiva. Lo que postula específicamente G rin­ sultado de una excesiva identificación proyectiva del analizado que no es
berg es que hay diferencia sustancial entre la contratrasferencia comple­ percibida concientemente por el analista, y que, com o consecuencia se ve
m entaria, en la cual frente a determ inada configuración trasferencial el “ llevado” pasivamente a desempeñar el rol que, en form a activa —aun­
analista responde identificándose con los objetos del paciente, y el fenó­ que inconciente— el analizado “ forzó dentro suyo” » (1958, págs.
m eno que él mismo describe en el cual el analista se ve forzado a desem­ 359-60). Un mes después de esa ponencia, en el Simposio sobre técnica
peñar un papel que le sobreviene: es la violencia* de la identificación psicoanalítica de la Asociación Psicoanalítica A rgentina, que presidió
proyectiva del analizado lo que directamente lo lleva, más allá de sus Heinrich Racker en abril de 1956, Grinberg presentó su trab ajo « P ertu r­
conflictos inconcientes, a asumir ese papel. Grinberg llega a ser tan cate­ baciones en la interpretación por la contraidentíficación proyectiva», que
górico que dice que aquí no está para nada en juego la contratrasferencia publicó en 1957, donde estudia especialmente el efecto de la contraidentifi­
del analista, y hasta señala pacientes que con diversos analistas (que él tu­ cación proyectiva en lo que es la labor esencial del analista, interpretar.
vo oportunidad de supervisar) configuraron la misma situación. Anteriorm ente, Grinberg había publicado «Sobre algunos problem as
El aporte de Grinberg destaca, pues, una form a especial de respuesta de técnica psicoanalitica determ inados por la identificación y contradden­
del analista, donde el efecto de la identificación proyectiva es m áxim o, ti ficación proyectivas», que apareció en la Revista de Psicoanálisis (le
1956. La segunda parte de este trabajo de 1956 apareció en 1959 con el tí­ teoría de la contraidentificación proyectiva es que en estos casos no inter­
tulo «Aspectos mágicos en las ansiedades paranoides y depresivas» y vienen los conflictos específicos del analista, que es llevado pasivamente
en ella refiere Grinberg el caso de una paciente que, en la prim era sesión, a desempeñar el papel que el paciente le asigna. Melanie Klein describió
le hizo sentir que estaba analizando un cadáver, lo que coincidía con el la identificación proyectiva (1946) com o una fantasía om nipotente en la
suicidio de una herm ana cuando la paciente era niña. C on este ilustrativo que el sujeto pone en el objeto partes suyas con las que queda consiguien­
caso Grinberg vuelve a algo en que insistió desde el comienzo y es que el tem ente identificado. Desde entonces, el progreso de la investigación fue
proceso parte del analizado y origina en el analista una reacción específi­ m ostrando el valor de la identificación proyectiva en el proceso de com u­
ca, por la que se ve llevado inconciente y pasivamente a cumplir los pape­ nicación, y así fue abriéndose paso la idea de que la identificación p ro­
les que el paciente le asignó. Se trata pues de un caso muy especial de la yectiva opera en el objeto. Grinberg se enrola decididamente en esta idea
contratrasferencia. M ientras que lo característico de la respuesta contra­ y así lo dice en 1973: «Es parte im portante de la teoría de la identifica­
trasferencial es que el analista tome conciencia del tipo de su respuesta y la ción proyectiva patológica, que esta produce efectos reales sobre el re­
utilice como instrum ento técnico, en el fenómeno de la contraidentifica­ ceptor, y que, por lo tanto, es m ás que una fantasía om nipotente (que es
ción proyectiva el analista reacciona como si real y concretamente hubiera com o M. Klein define la identificación proyectiva)».2
asimilado los aspectos que se le proyectan. Entonces es como si el analista Cuando Bion (19626) introduce el concepto de la pantalla beta seña­
«dejara de ser él para trasfo rm an e, sin poder evitarlo, en lo que el p a­ la que, gracias a ella, el paciente psicòtico provoca emociones en el
ciente inconcientemente quiso que se convirtiera (ello, yo u otro objeto analista,3 y esta afirm ación coincide claram ente con la teoría de G rin­
interno)» (1957, pág. 24).1 berg, que en uno de sus últimos trabajos la menciona p ara caracterizar la
En uno de los ejemplos clínicos del trabajo del Simposio, el analiza­ peculiar m odalidad de la identificación proyectiva que él ha descripto
do, que se había sentido muy sorprendido cuando las interpretaciones del (1974). Se puede suponer, entonces, que estas emociones son, hasta cier­
analista detuvieron un despeño diarreico, empezó a hablar de música en to punto, independientes de la contratrasferencia del analista.
términos técnicos con lo que logró provocar adm iración y envidia al an a­ La idea fundam ental de Grinberg, pues, es que en el fenómeno de la
lista, sentimientos que él mismo había sentido después de la suspensión contraidentificación proyectiva el analista no participa con sus conflictos
de su diarrea. sino que queda dom inado p or el proceso proyectivo del paciente.
A partir de estos trabajos Grinberg estudia en los años siguientes el Desde el punto de vista práctico la teoría de Grinberg nos ayuda en
efecto de la contraidentificación proyectiva en la técnica y en el de­ los casos, frecuentes, en que el analista se siente m ás invadido que
sarrollo del proceso analítico; y, cuando en 1963 vuelve sobre el tem a en com prom etido en la situación analítica. E n cuanto a la teoría del proceso
«Psicopatologia de la identificación y contraidentificación proyectivas y analítico Grinberg nos ofrece una hipótesis estimable para com prender
de la contratrasferencia», se interesa especialmente en el valor com unica­ los sutiles medios de comunicación que se establecen entre el analizado y
tivo de la contraidentificación proyectiva, proceso que considera de su analista. Como hemos dicho antes, la delimitación teórica entre la
central im portancia. En ciertas situaciones «la identificación proyectiva contratrasferencia com plem entaria y la contraidentificación proyectiva
participa de un m odo más activo en la comunicación de los mensajes no es fácil de precisar. Siempre puede pensarse que el analista en últim a
extra ver bales, ejerciendo una influencia m ayor en el receptor; en nuestro instancia participó, a pesar de que se haya sentido forzado u obligado
caso, el analista» (1963, pág. 114). por la identificación proyectiva del paciente. P or fuerte que haya sido la
Intentando precisar la diferencia de la contraidentificación proyecti­ identificación proyectiva recibida, podría el analista haber sido capaz de
va con la contratrasferencia com plem entaria de Racker, señala que en es­ introyectarla activamente y responder en form a adecuada. No puede des­
ta el objeto del paciente con el que el analista se identifica se vivencia co­ cartarse, entonces, que si se ha dejado dom inar por el im pacto proyecti­
mo propio —es decir, representa un objeto interno del analista—. La si­ vo es por la neurosis de contratrasferencia. En otras palabras, la pasivi­
tuación es, entonces, que en el caso de la trasferencia com plem entaria el dad del analista puede resultar una form a «activa» de no com prender o
analista reacciona pasivamente a la proyección del analizado pero a par­ de preferir que lo invadan. En este punto, la teoría de Grinberg resul­
tir de sus propias ansiedades y conflictos. En la contraidentificación pro­ ta difícil de com probar con nuestros métodos clínicos.
yectiva, en cambio, «la reacción del analista resulta en gran parte inde­ Cuando se estudian los casos concretos en que se observa sin lugar a
pendiente de sus propios conflictos y corresponde en fo rm a predom inan­ dudas la fuerza del im pacto que señala Grinberg (en el m aterial de super­
te o exclusiva a la intensidad y calidad de la identificación proyectiva del visión, por ejemplo) el talón de Aquiles del analista a veces se descubre y
analizado» (ibid., pág. 117). otras no.
El aspecto m ás original (pero tam bién, tal vez, el m ás discutible) de la
I G rinberg (1976b), cap. l í , pág. 277.
1 «Perturbaciones en la interpretación por la contraidentificación proyectiva» (1937). 3 Cap. 10.
Uno de los casos de Grinberg (1959), de los primeros en que advierte el colocar en los dos lugares. Este doble mecanismo se realiza p o r la identi­
fenómeno y un puntó de partida de toda su reflexión, es el de la enferma ficación proyectiva del yo infantil del analista en el paciente y p or la iden­
que coloca en él su parte muerta, la hermana que se suicidó. Lo que Grin­ tificación introyectiva de la figura parental. En la contratrasferencia
berg percibe inicialmente, a la m anera de una ocurrencia contratrasferen- norm al el analista asume el papel del padre, proyectado por el niño; y,
cial de corte humorístico, es que «esta me quiere encajar el m uerto a mí». por otra parte, puede com prender el papel de niño no sólo gracias a esa
Que hay de parte de la enferm a una decidida y total proyección de lo posición de padre, sino tam bién a partir de una identificación proyectiva
m uerto en el analista y que éste recibe ese im pacto pasivam ente, es por de su yo infantil en el paciente, movilizada por su tendencia a reparar.
demás ostensible. No se puede descartar, sin em bargo, el conflicto Resulta ahora más claro que el talón de Aquiles de la clasificación de
contratrasferencial del analista, si más no fuera porque todo analista Racker reside en que habla de un proceso de identificación sin discrimi­
tiene siempre la sensación de asum ir una gran responsabilidad en la pri­ nar su mecanismo, que puede ser introyectivo y proyectivo. P ara fun­
mera sesión de un tratam iento. Esa pesada responsabilidad, ese fardo, se cionar en la m ejor form a posible, el analista necesita, dice Money-Kyrle,
llam a en nuestro argot «cargar con el m uerto». Con su perspicacia habi­ una doble identificación, que a mi entender incluye las dos de Racker,
tual, Grinberg advirtió de entrada la actitud cadavérica de la enferm a y, concordante y com plem entaria. Si la identificación concordante se hace
después de su prim era interpretación, percibió que había sido exacto pe­ con el yo infantil sufriente del analizado sin tener para nada en cuenta el
ro más superficial de lo que el dram a del m om ento exigía. Fue allí que se objeto parental, lo más probable es que el analista haya utilizado la iden­
sorprendió con la fantasía de estar analizando un cadáver y de inm ediato tificación proyectiva no para com prender el yo infantil de su analizado
siguió su ocurrencia hum orística. No creo que, con este hermoso m ate­ (empatia) sino para desembarazarse de un aspecto infantil suyo que no
rial, se pueda descartar la participación contratrasferencial (en sentido puede tolerar dentro de sí.
estricto) del analista. Money-Kyrle señala resueltamente en su trabajo que el conflicto
contratrasferencial del analista no sólo proviene de su propio inconciente
sino también de lo que el paciente le hace (o le proyecta), a la m anera de las
series complementarias. En este punto Money-Kyrle concuerda con Rac­
3. La contratrasferencia normal ker, a pesar de que es evidente que no lo ha leído, ya que no lo cita. La sutil
interacción entre analizado y analista se estudia en el artículo de Money-
Money-Kyrle escribió un solo trabajo sobre contratrasferencia, en Kyrle con todas las filigranas del contrapunto musical. Siguiendo a M arga­
1956, donde introduce el concepto de contratrasferencia norm al, esto es, ret Little (1951), nuestro autor señala que el analizado no es sólo respon­
algo que se presenta regularm ente y que interviene por derecho propio en sable (en parte) de la contratrasferencia del analista sino que también pa­
el proceso psicoanalítico. Llama contratrasferencia norm al a la del ana­ dece sus efectos. La única solución que tiene el analista es analizar primero
lista que asume un papel parental, complementario al del paciente: como su conflicto, ver después de qué manera el paciente contribuyó a crearlo y
la trasferencia consiste en reactivar conflictos infantiles, la condición que por último advertir los efectos de su conflicto en el paciente. Sólo cuando
m ás conviene a la contratrasferencia es la parental. Se entiende que nor­ este proceso de autoanálisis se haya cumplido, estará el analista en condi­
m al quiere decir aquí la norm a y no que el proceso sea totalm ente subli­ ciones de interpretar; y entonces no tendrá ya necesidad de hablar de su
mado y libre de conflicto. El analista asume esa actitud contratrasferen­ contratrasferencia sino básicamente de lo que le pasa al analizado.4
cial a partir de una vivencia inconciente en la que se siente el padre o la
m adre del paciente. Agreguemos que es nuevamente el setting lo que nos
favorece y nos pone al resguardo de desarrollar una fo lie à deux. L a si­
tuación asim étrica que impone y define el encuadre perm ite dar u n a res­ 4. Un caso clínico
puesta adecuada a lo que el paciente h atrasferid o ; pero nuestra respuesta
inicial es sentir inconcientemente el impacto de la trasferencia, que nos Hemos visto a lo largo de esta exposición que p ara resolver el proble­
ubica en un papel parental. m a que nos propone la trasferencia del paciente debemos com prender lo
Salta a la vista que este criterio es opuesto al de Racker, ya que aquí que le pasa a él (identificación concordante) pero tam bién lo que pasa a
se atribuye la m ayor em patia a una contratrasferencia de tipo comple­ su objeto (identificación com plem entaria). Hemos cuestionado la hipóte­
m entario. sis de Racker de que la com prensión o empatia del analista deriva de las
A partir de ese modelo claro y simple, Money-Kyrle avanza un paso identificaciones concordantes. Digamos ahora que, en general, es el prin­
más y afirm a que la contratrasferencia puede ser adecuadamente instru­ cipiante quien tiende a las identificaciones concordantes, porque piensa
m entada a partir de una doble identificación, con el sujeto y su objeto,
porque el analista, en realidad, para cumplir bien su tarea, se tiene que 4 Volveremos sobre este tem a al final del próxim o capitulo.
como el empleado de comercio que el cliente siempre tiene razón. El ver­ mente los estribos y le daba de puntapiés. (La paciente empleó acá expre­
dadero trabajo analítico es bastante diferente de ese tipo de acuerdo, y siones más vulgares que denotaban la carga sádico-anal del conflicto.)
exige a veces ubicarnos en otra perspectiva que la del analizado, equidis­ N ada respondería yo, por supuesto, porque no iba a darle la razón. Su
tantes de él y de sus objetos. tono desafiante siguió a dos o tres interpretaciones que hice en relación
U na m ujer algo más allá de la edad media de la vida y con un conflic­ con la chica adolescente que era ella en la sesión. E ran interpretaciones,
to grande con la m adre, que empezó a resolverse casi al final del análisis, al menos así lo creo, convincentes y bien form uladas; pero su tono no
plantea en una sesión el problem a que le crea su hija adolescente, «que la cambió. Sentí aquí un m om ento de irritación y desaliento y di de inme­
tiene loca», m ientras que su hijo varón está con aftas en la cama. diato con la interpretación que creo correcta. Le dije entonces que ella en
Com o antecedente diré que, a partir del desarrollo del último año de ese m om ento se había tirado al suelo con la boca llena de aftas, de dolor
su análisis, habíam os llegado al acuerdo de que, en principio, su tra ta ­ y de resentimiento y que no había form a de hablar con ella, de ayudarla.
miento podría term inar ese año o el próxim o. A pesar de que se alegró Pataleaba en el suelo con la esperanza de que yo, como m adre, com pren­
mucho cuando así lo convinimos y aunque fui claro al decirle que la ter­ diera su dolor, y tratando a la vez de perturbar mi ecuanimidad para que
m inación ya se anunciaba pero que yo no creía que pudiera ser muy yo realmente le diera de puntapiés. La interpretación le llegó, y, por su­
pronto, se había abierto una grieta profunda entre ella y yo, y esto impli­ puesto, se resolvió mi contratrasferencia, quedé tranquilo.
caba una catástrofe. El ejemplo m uestra que, a veces, una buena comprensión proviene
Sin ningún contacto con mi (creo que prudente) com entario de que el fundam entalm ente de una contratrasferencia complementaria. No hay
análisis podía term inar en no m ás de un par de aflos y sin rectificar su que olvidarse que mis interpretaciones anteriores, concordantes con su
persistente idea de que yo la iba a tener en análisis toda la vida, vino en la dolor (las aftas) y su rebeldía al tener que separarse de la m adre, term inar
sesión que comento con el problem a de sus dos hijos. Sobre la base de al­ el análisis y ser ella misma, habían encontrado su más recalcitrante repul­
gunas asociaciones significativas, le dije que la grieta abierta entre ella y sa. Cuando la tensión bajó y fue ostensible que la interpretación había
yo era otra vez el nacim iento de su herm ana cuando ella estaba en plena hecho efecto, me acuerdo que le dije, porque ella es una m ujer con hu­
lactancia; la m adre, tal vez, pudo haber tenido en esas circunstancias m or: «¡Qué razón le doy a doña Fulana (la m adre), cuando le daba de
grietas en el pezón. Esta interpretación parece que algo le llegó, porque puntapiés en el suelo!» Respondió entonces con insight que ella misma le
reconoció a regañadientes que la alegraba la perspectiva de irse de alta había dicho a Fulanita (la hija), poco antes de la sesión, que «hoy tenía
pero no podía dejar de sentirse mal cuando pensaba en que alguien ganas de pegarle una p atada en el culo».
vendría a ocupar su sitio en mi diván. El material es interesante, a mi juicio, porque el conflicto se da en to­
De inmediato trató de alejarse de sus celos infantiles y volvió a las a f­ dos los niveles: en la trasferencia, en la actualidad y en la infancia; pero,
tas de su hijo y a la adolescencia de la niña, que interpreté com o aspectos estoy convencido, la comprensión principal estaba vinculada a reconocer
de su relación conmigo: el conflicto con su hija adolescente expresa su re­ e interpretar la acción de la paciente sobre el objeto para quitarle su
beldía y las aftas del hijo son, quizás, el correlato de las supuestas grietas ecuanimidad y su capacidad de ayuda, y con la esperanza tam bién, rem o­
del pezón de su madre. Le sugerí que, a lo m ejor, en el m om ento del des­ ta pero viva, de que la pudieran comprender.
tete, ella había tenido aftas y quién sabe cómo habría sido todo aquello, No sé si Grinberg tom aría este caso como un ejemplo de contraidenti­
si el pecho se había agrietado o era que su boca se había llagado. Se con­ ficación proyectiva. Hay varios elementos para pensarlo así: que el deseo
movió nuevamente y volvió a m encionar una (pequeña) grieta en la pared de colocar en el objeto analista la imagen de la m adre impaciente (por no
del consultorio que ya había aparecido en sus asociaciones anteriores (lo decir sádica) es muy fuerte, es muy violento. H asta vale la pena señalar
que fue para m i un indicio valedero del clima de la trasferencia); pero de que fenomenològicamente la situación se parece a la citada en su trabajo
inm ediato se rehizo y dijo con arrogancia que estas eran sólo interpreta­ al Simposio de 1956. Me refiero al caso del doctor Alejo Dellarossa, so­
ciones psícoanallticas, lucubraciones mías. Volví a interpretar este juicio metido a una fuerte tensión por un paciente que lo provocaba (masoquís-
suyo en el doble nivel de la relación adolescente con la m adre en la pers­ ticamente) en form a constante, p ara que lo echara del consultorio a pun­
pectiva de la rivalidad edipica directa y de la relación oral con el pecho tapiés. (Grinberg, 1957, págs. 26-7.)
que se retira. Le señalé sobre todo el tono mordaz de su com entario, ca­ De cualquier form a, a mi juicio, el proceso todo está vinculado a la
paz de agrietar el pezón analítico. contratrasferencia: ninguno de estos conflictos es ajeno a mi propia
Entonces surgió un recuerdo encubridor muy im portante. Me dijo de­ neurosis y a mi posibilidad de ubicarm e en el lugar de la adolescente re­
safiante que qué sabia yo de su m adre, que cómo iba yo a resolverle ese belde, en el lugar del lactante, en el lugar del pecho atacado y agrietado,
problem a insoluble, que qué me pensaba yo, si ahora recordaba, y nunca en el lugar de la niña provocando por resentimiento y venganza a la
me lo habia dicho antes, que cuando estaba en su latencia (ella, desde m adre y, por fin, en el lugar de la m adre que no sabe qué hacer con su hi­
luego, no empleó este término) y se tiraba al suelo, la m adre perdía total- ja rebelde, sin dejar de com prender que, en última instancia, tam bién elle
tiene razón en cuanto a que, sea lo que fuere lo que ella haga, no es cues­ fallido, sin em bargo, m uestran la relación. Recuérdese aquella ocurren­
tión de tom arla a puntapiés. Hay to d a una serie de identificaciones pro- cia contratrasferencial de Racker cuando salió un m om ento del consulto­
yectivas e introyectivas, que se hacen a partir de la contratrasferencia; no rio para buscar cambio. El paciente le había entregado un billete de mil
de la fría razón, porque mi capacidad de com prender lo que pasaba y de pesos (¡cuántos años pasaron desde aquella sesión!) y le había indicado el
resolverlo partió de un m om ento de dolor, irritación y desaliento. vuelto que le tenía que dar. Racker dejó el billete en su escritorio y salió
Vale la pena destacar que, después de la interpretación de la trasfe­ pensando que al volver los mil pesos no estarían más y que el analizado le
rencia m aterna negativa, el material m ostró ostensiblemente que otro de­ iba a decir que él ya los había recogido, mientras el analizado, solo ante
term inante del conflicto trasferencial era ver cóm o me com portaba yo sus queridos mil pesos, pensó en guardárselos o en darles un beso de des­
con mi hija rebelde a m odo de role playing, para aprender de mí y m ane­ pedida (Estudio VI, págs. 169-70).
jarse m ejor con su propia hija. En este plano, que apareció después de in­ Com o en este caso, las ocurrencias contratrasferenciales no implican
terpretada con buen éxito la trasferencia m aterna negativa, estaba intac­ por lo general un conflicto muy profundo, y así como afloran de pronto
ta una buena imago de la m adre, la trasferencia positiva y, me atrevería a a la conciencia del analista también aparecen con cierta facilidad en el ma­
agregar, también la alianza terapéutica. terial del analizado. Lo peligroso — dice Racker— es desecharlas cuando
se presentan, en lugar de tom arlas en consideración a la espera del m ate­
rial del paciente que las confirme. Si así sucede, se puede interpretar con
un alto grado de seguridad. Si la ocurrencia contratrasferencial del ana­
5. La neurosis de contratrasferencia lista no aparece confirm ada por el material del analizado no corresponde
usarla p ara una interpretación; y por dos m otivos, porque podría no te­
El casa clínico recién presentado para ilustrar los aportes de Grinberg ner que ver directamente con el paciente o porque está muy lejos de su
y de Money-Kyrle sirve tam bién para volver a Racker y a un concepto su­ conciencia.
yo, audaz y al mismo tiempo riguroso, la neurosis de contratrasferencia. A diferencia de la ocurrencia, la posición contratrasferencial indica ca­
De esta m anera, Racker define el proceso analítico en función de sus das si siempre m ayor conflicto. Aquí los sentimientos y las fantasías son más
participantes. hondos y duraderos y pueden pasar inadvertidos. Es el caso del analista
Freud (1914g) señaló que las trasferencias del analizado cristalizan que reacciona con enojo, angustia o preocupación frente a un determinado
durante el tratam iento en la neurosis de trasferencia. Racker (1948) apli­ paciente. A veces este aspecto de la neurosis de contratrasferencia es muy
ca el mismo concepto para el analista, sin perder de vista las diferencias sintónico y pasa por completo inadvertido. Recuerdo que, en mis comien­
que van de un caso a otro: «Así como en el analizado, en su relación con zos, cuando no me parecía un gran problema cancelar o cambiar la hora a
el analista, vibra su personalidad total, su parte sana y neurótica, el pre­ algún paciente, me sorprendió uno de ellos de carácter pasivo-femenino di-
sente y el pasado, la realidad y la fantasía, así también vibra et analista, ciéndome que, como él era sumiso, seguramente yo le cambiaba la hora
aunque con diferentes cantidades y cualidades, en su relación con el ana­ cuando se me ocurría, sin im portarm e nada. Tenía razón.
lizado» (Estudios sobre técnica psicoanalítica, pág. 128). O tto F. Kernberg (1965), coincidiendo en general con las ideas de
En el Estudio V, que acabam os de citar, y en el siguiente, «Los signi­ Racker, describe un caso especial de posiciones contratrasferenciales
ficados y usos de la contratrasferencia», Racker caracteriza la neurosis donde la participación del analista es mayor y tiene que ver con la grave
de contratrasferencia a partir de tres parám etros: contratrasferencia con­ patología del paciente. Lo llam a fijación contratrasferencial crónica y
cordante y com plem entaria, contratrasferencia directa e indirecta, considera que se configura cuando la patología del paciente, siempre
ocurrencias y posiciones contratrasferenciales. De los tipos concordante y muy regresivo, reactiva patrones neuróticos arcaicos en el analista, de
complementario de contratrasferencia nos hemos ocupado ya con cierto modo que analizado y analista se complem entan de tal form a que pare­
detalle; en el capítulo siguiente vamos a hablar de la contratrasferencia cen recíprocamente ensam blados. Kernberg atribuye esta dificultad, que
directa e indirecta, según que el analista trasfiera el objeto de su conflicto es persistente y difícil de solucionar, a la fuerza de la agresión pregenital
a su paciente o a otras figuras de especial significación: el paciente deri­ que moviliza en ambos, analista y paciente, el mecanismo de identifica­
vado al candidato p o r su (admirado) analista de control, por ejemplo. ción proyectiva, con límites cada vez más borrosos entre sujeto y objeto.
Vamos a detenernos un m om ento en el tercer parám etro de Racker. A La fijación contratrasferencial crónica aparece con frecuencia en el tra ta ­
veces, cuando el conflicto contratrasferencial del analista es fluido y ver­ miento de psicóticos y fronterizos, pero también en períodos regresivos
sátil, suele aparecer com o ocurrencia contratrasferencial. El analista se de pacientes de tipo menos grave.
encuentra de pronto pensando en algo que no se justifica racionalm ente
en el contexto en que aparece o que no suena com o algo que tenga que
ver con el analizado. Las asociaciones del analizado, un sueño o u n acto
6. Más allá de la contraidentificación proyectiva 23. Contratrasferencia y proceso
psicoanalítico
Deseo terminar este capítulo con una nueva consideración de la investi­
gación de Grinberg. En sus últimos trabajos, este autor ha procurado utili­
zar el concepto de contraidentificación proyectiva para dar una visión
más amplia —más tridimensional dice siguiendo a Enid Balint— de la in­
teracción dinámica que sin duda es la piedra angular de la relación analítica.
En su introducción al panel L os afectos en la contratrasferencia del
XIV Congreso Latinoam ericano de Psicoanálisis, que se titula justam en­ Dijimos en un capítulo anterior que el estudio de la contratrasferencia
te «M ás allá de la contraidentíficación proyectiva», (Grinberg, 1982) ex­ empieza verdaderam ente cuando deja de vérsela com o un obstáculo y
pone con su habitual claridad nuevos pensamientos. con actitud norm ativa o superyoica y se la acepta como un elemento ine­
El térm ino contraidentificación proyectiva, recuerda, quiso desde el vitable e ineludible de la praxis. H om ologándola con la trasferencia,
comienzo subrayar que la fantasía de identificación proyectiva provoca Racker decía que la contratrasferencia es a la vez obstáculo, instrum ento
efectos en el receptor, en el analista. Este reacciona, entonces, incorpo­ y campo.
rando real y concretamente los aspectos que se le proyectaron. En la ac­ Uno de los grandes temas que siempre se plantea al estudiar la
tualidad, dice Grinberg, «pienso que la “ contraidentificación proyecti­ contratrasferencia es en qué m edida el proceso depende del paciente, esto
va” no tiene por qué ser necesariamente el eslabón final de la cadena de es de la trasferencia, y en qué m edida de otros factores. Este problem a se
complejos acontecimientos que ocurren en el intercambio de las comuni­ ha discutido muchas veces y nosotros lo estudiaremos a continuación a
caciones inconcientes, con pacientes que, en momentos de regresión, p artir de una clasificación, la que distingue dos tipos de contratrasferen­
funcionan con identificaciones proyectivas patológicas» (Grinberg, cia, directa o indirecta.
1982, págs. 205-6).
De esta form a, la contraidentificación proyectiva le ofrece al analista
«la posibilidad de vivenciar un espectro de emociones que, bien
com prendidas y sublimadas, pueden convertirse en instrum entos técnicos 1. Contratrasferencia directa o indirecta
Utilísimos para entrar en contacto con los niveles más profundos del m a­
terial de los analizados, de un m odo análogo al descripto por Racker y C uando el objeto que moviliza la contratrasferencia del analista no es
por P aula Heim ann para la contratrasferencia» (ibid., pág. 206). P ara el analizado mismo sino otro, se habla de contratrasferencia indirecta.
que esto se logre, agrega Grinberg de inmediato, el analista debe estar
La que proviene, en cam bio, del paciente es la contratrasferencia directa.
dispuesto a recibir y contener las proyecciones del paciente.
Ejemplos típicos de contratrasferencia indirecta es el analista didáctico
Con estas reform ulaciones, la contraidentíficación proyectiva no se
pendiente de su prim er candidato p o r lo que va a decir la Asociación y el
ubica ya fuera de la contratrasferencia, ni la posición del analista es fren­
candidato pendiente de su prim er caso por lo que van a decir el Instituto,
te a ella puramente pasiva. Antes bien, la disposición de recibirla y
su supervisor, su analista didáctico. Todos sabemos hasta qué punto gra­
com prenderla como mensaje debe reconocerse como uno de los m ás altos
vita sobre nuestra contratrasferencia el paciente que, por algún m otivo,
rendimientos de nuestra actividad profesional.
despierta el interés de amigos, colegas o de la sociedad en general. Es esta
Creo que con los cambios mencionados Grinberg depura y precisa su
una circunstancia tan evidente que muchas veces crea una incom patibili­
pensamiento anterior, superando algunas fallas, que yo justam ente traté
dad para el análisis desde el punto de vista del encuadre.
de señalar hace un m om ento. Esto realza el punto decisivo de su contri­
La diferencia entre contratrasferencia directa e indirecta la propuso
bución, el factor comunicativo de la identificación proyectiva en los
Racker en sus primeros trabajos sobre el tema, como puede apreciarse en
estratos más arcaicos de la mente del hombre.
«La neurosis de contratrasferencia», el quinto de sus estudios, que leyó
Cuando hablemos en el capítulo 44 d é la relación diàdica de analista y
en 1948. En el estudio seis, «Los significados y usos de la contratransfe­
paciente, veremos que Spitz y Gitelson aceptan también una contratras­
rencia» (1933), al hacer una puesta al día de los últimos aportes, Racker
ferencia norm al, que denom inan diatrófica, y aparece para ellos desde el
se ocupa del trabajo de Annie Reich (1951), que distingue dos tipos de
comienzo del análisis.
contratrasferencia: la contratrasferencia propiam ente dicha y la utiliza­
ción de la contratrasferencia para fines de acting out. La contratrasferen­
cia propiam ente dicha de Annie Reich corresponde a la directa de ReC'
ker, m ientras que la utilización de la contratrasferencia para fines de ac­ 2a. Reacciones al paciente como totalidad
ting out corresponde a la indirecta. Si lo que yo quiero es ser am ado por
mi analizado mi contratrasferencia es directa; pero, si mi relación con el En algunos casos, la actitud de neutralidad y de em patia que debe te­
analizado se ve influida por mi deseo de ser am ado por mi supervisor, en­ ner el analista se pierde y, si el analista no lo puede superar, significa que
tonces mi contratrasferencia es indirecta, en cuanto utilizo a mi analiza­ el paciente le h a reactivado un potencial trasferencial neurótico que no lo
do com o un instrum ento de mi relación con el supervisor. hace adecuado para ese caso particular.
La clasificación de la contratrasferencia en directa e indirecta es váli­ Gitelson cita un caso personal, una m ujer joven que vino a analizarse
da desde el punto de vista fenomenològico, pero discutible para la me- por sus dificultades m atrim oniales. Desde el comienzo del análisis de
tapsicologia. En el ejemplo que acabo de citar, el del candidato que le in­ prueba abundaba en quejas sobre las injusticias que había soportado en
teresa más su supervisor que su paciente, habría que preguntarse si no su vida, que había sido muy difícil. En la últim a de sus ocho semanas de
existe ante todo un conflicto con el paciente mismo, que queda desplaza­ análisis trajo un sueño que decidió la conducta de Gitelson.
do sobre el supervisor. P odría ser que el candidato siente celos de su ana­ En el sueño aparecía Gitelson en persona 1 ju n to con una figura que
lizado y tra ta de ponerlo en el lugar del tercero excluido, por ejem plo. De representaba con nitidez a la colega que le había remitido el caso. La p a­
esta form a, el candidato estaría exteriorizando su conflicto edipico con ciente aparecía como niña, pero claram ente identificada. Los dos adultos
su paciente o sus celos fraternales. Aun en este último caso, en que el del sueño estaban en una cama estim ulando a la niña con sus pies. Gitel-
analizado es el herm ano rival y el supervisor la imago parental, siempre son concluye que su aparición en el sueño en persona indicaba que él, co­
cabría suponer que si el supervisor ocupa el lugar más im portante es por­ m o analista, había introducido un factor perturbador de la situación
que el joven analista desplaza su conflicto principal de un plano al otro. analítica que venía a repetir una situación interpersonal típica de la in ­
De todos modos, las diferencias entre contratrasferencia directa e in­ fancia de la paciente, esto es, la lucha por su tenencia entre los dos padres
directa y especialmente las inteligentes reflexiones de Annie Reich nos cuando se divorciaron. Gitelson agrega que esta experiencia clínica era
van a ocupar dentro de un m om ento, cuando hablemos de las relaciones consecuencia directa de un potencial neurótico trasferencial suyo no re­
entre acting out (del analista) y contratrasferencia. suelto en aquella época, que perturbaba sus sentimientos in foto frente a
No todos los casos de trasferencia indirecta, sin em bargo, pueden a la paciente. No era una respuesta episódica, subraya Gitelson, sino su re­
mi juicio calificarse de acting out. Como vamos a ver más adelante, el ac­ acción a la paciente como persona.
ting out del analista implica algo más que un simple desplazamiento de Gitelson sostiene que este tipo de reacción no se puede llam ar
un objeto a otro; este es un factor necesario pero no suficiente de acting contratrasferencia, ya que el paciente se ha convertido por com pleto, en
out. su totalidad, en un objeto trasferencial para el analista y, además, el p a­
Adelantemos desde ya que vamos a definir el contra-acting out, es de­ ciente se d a cuenta de que es así, como lo dem uestra esta paciente con su
cir el acting out del analista, como un tipo especial de contratrasferencia sueño. Agrega Gitelson que la paciente pudo hacer un buen análisis con
vinculado a un perturbación de la tarea. En este sentido cabe m antener la el analista al que él la remitió.
definición de contratrasferencia que dimos al comienzo y señalar que, El ejemplo dos de Gitelson se refiere a un analista joven y una anali­
cuando la contratrasferencia no es la respuesta a la trasferencia del anali­ zada que pasa sus primeras sesiones hablando mal de sí misma afirm an­
zado, configura un acting out del analista. En este caso sí el paciente es do que nadie gusta ni puede gustar de ella. El analista le sale al paso para
sólo un instrum ento para que el analista desarrolle un conflicto que no reasegurarla: a él le ha causado una buena im presión. A la sesión siguien­
pertenece básicamente al paciente. De esto vamos a hablar más adelante. te la analizada trae un sueño en que aparece el analista exhibiendo su pe­
ne fláccido. Esta paciente abandonó el análisis durante el período de
prueba . 2
Gitelson concluye refirm ando su punto de vista de que estas reac­
2. Gitelson y las dos posiciones del analista ciones totales frente a un paciente deben considerarse trasferencias del
analista y atribuirlas a la reactivación de una antigua trasferencia poten­
Como vimos al estudiar las formas de trasferencia en el capítulo 12, cial. Pueden referirse a una clase de paciente o a un paciente en particular
Gitelson (1952) distingue dos posiciones del analista en la situación analí­ y pueden ser positivas o negativas. Lo que las caracteriza es que se re-
tica y sólo a una de ellas le llam a contratrasferencia.
1 Véase el cap. 12, «Las form as de la trasferencia».
A veces, dice Gitelson, el analista reacciona frente al paciente como 2 Gitelson se declara p artidario del período de prueba durante el cual se puede teite&r, «
totalidad y esto implica un com prom iso muy grande que lo descalifica su juicio, no sólo la analizabilidad del paciente sino tam bién las posibilidades de funciona*
p ara ese caso, mientras que otras veces la reacción del analista es sobre m iento de esa determ inada pareja analítica. (Sobre este punto, véase lo dicho en el Oíp- 0,
aspectos parciales del paciente. «El contrato».)
tentar resolverlos es lo que en últim a instancia definirá el destino de la re­
fieren a la relación en su totalidad y que aparecen siempre precozmente
lación. T odo depende de la capacidad y del valor del analista para
en el análisis. (De aquí la im portancia que Blitzsten asigna al primer
enfrentar y resolver el problem a. Estas clasificaciones, com o dice Rac­
suefio.)
ker, en cuanto implican diferencias cuantitativas, sólo dem uestran que
hay una disposición y una exposición en el fenómeno de contratrasferen­
cia, a la m anera de las series complementarias de Freud. Este esquema
2b. Reacciones a aspectos parciales del paciente abarca, a mi entender, tam bién la contraidentificación proyectiva de
Grinberg, como un caso especial en que la disposición tiende a cero y la
Aquí la participación del analista no es total. Son reacciones que apa­
exposición a infinito.
recen más tarde que las otras y surgen en el contexto de una situación ana­
Digamos para señalar las limitaciones de la posición de Gitelson que
lítica ya establecida, m ientras que en el caso anterior la relación analitica
en su primer ejemplo él mismo reconoce explícitamente la parte que
no se había llegado a establecer. A estas reacciones Gitelson las considera
juega el paciente en su reacción como cam po en que luchan los dos
en sentido estricto contratrasferencia. Son reacciones del analista a la
padres que se están divorciando. P or más «total» que sea la reacción de
trasferencia del paciente, a su material o a la actitud del paciente frente al
Gitelson, entonces, el enferm o tuvo algo que ver en su configuración.
analista como persona.
La contratrasferencia del analista así descripta y delimitada prueba
siempre que está presente un área no analizada del analista; pero, en
cuanto puede ser resuelta, no descalifica al analista ni hace imposible la
continuidad del análisis. Son, para Gitelson, simplemente una prueba de
3. La contratrasferencia según Lacan
que nadie está perfectamente analizado y que por eso mismo el análisis es
A diferencia de otros autores, y como hemos visto en el capítulo 10,
interm inable.
Com o se ve, la clasificación de Gitelson intenta deslindar dos áreas en en su «Intervention sur le transfert» (1951), Lacan sostiene que la trasfe­
la posición emocional del analista, restringiendo sólo para una de ellas el rencia se inicia cuando la contratrasferencia obstruye el desarrollo del
térm ino de contratrasferencia. No hay en la investigación de Gitelson, proceso dialéctico. Es en el m om ento en que Freud no puede aceptar el
vínculo homosexual que liga a D ora con la Sra. K, porque su contratras­
subrayémoslo, ninguna referencia a las posibilidades de utilizar la
contratrasferencia com o instrum ento, sino simplemente los límites para ferencia le hace intolerable sentirse excluido (identificado con K.) que el
removerla como obstáculo. proceso se estanca. Es allí donde Freud empieza a insistir para que Dora
Gitelson se declara francam ente partidario del análisis de prueba y lo se haga conciente de que lo quiere а К . y aun de que hay elementos de
considera no sólo un test de la analizabilidad del paciente sino tam bién juicio para pensar que K. la quiere a ella. Desde luego que aquí Freud se
de la situación analítica en su totalidad, para el paciente y para el analis­ aparta de su propio m étodo, ya que d a opiniones y hace sugerencias; pe­
ta. Gracias al análisis de prueba el analista puede ver si está en condi­ ro no es esto lo que ahora im porta subrayar, sino que la tesis lacaniana
ciones de incluirse en ese particular aspecto de la vida que el paciente le de que la trasferencia es el correlato de la contratrasferencia se articula
propone. con los puntos claves de la teoría lacaniana del deseo y de la constitución
En la página 4 de su ensayo, luego de describir las cualidades perso­ del yo y del sujeto. Así como el niflo es el deseo del deseo, así com o el de­
nales del analista, Gitelson afirm a que el predominio de unas cualidades seo de la histérica es el deseo del otro, del padre, del mismo m odo es el
en detrim ento de otras da el cuadro final del analista com o persona y co­ deseo del analista lo que vale para Lacan.
mo terapeuta. Y agrega que en ese registro total y según el predominio de E sta concepción me parece unilateral porque pienso que el proceso es
los factores descriptos radica la razón de que un analista determ inado m ás com plejo. La contratrasferencia de Freud no es algo que viene p u ra­
pueda tener cualidades especiales para un tipo de paciente y falle en otros. m ente del deseo de Freud sino también de lo que D ora le hace sentir. P o r­
La división que hace Gitelson entre lo que él llama la trasferencia del que, ¿quién que sepa lo que es el complejo de Edipo, el am or, los celos, el
analista y la contratrasferencia ha sido acertadam ente criticada por R ac­ dolor y el resentimiento que lo acompaflan, podría sostener que el víncu­
ker y otros autores, que no consideran que pueda mantenerse esta divi­ lo homosexual de D ora con la Sra. K. nada tiene que ver con el padre?
sión tajantem ente. Nadie duda, en cambio, que se trata de dos tipos de Entre muchas otras determ inantes, el apego de D ora por la Sra. K. tiene
reacciones que implican un compromiso distinto del analista (y /o del pa­ el objetivo de frustrar al padre-Freud, de vengarse de él y de hacerle sen­
ciente) de gran valor diagnóstico y pronóstico. De esto nos hemos ocupa­ tir celos. El conflicto de contratrasferencia de Freud no proviene sola­
do al hablar de la trasferencia erotizada en un capítulo anterior, el 12. Si mente de los prejuicios de este hom bre de la Viena del fin de siglo, sino
bien es cierto que hay grados en el fenóm eno contratrasferencial, tam ­ tam bién de cómo opera sobre él D ora, la histérica (¡y tam bién la psicópa>
bién es verdad que la capacidad del analista para reconocerlos y para in­ tal). L a com prensión que a Freud le falta p ara operar la tercera reventón
dice que es partidaria de explicitar la contratrasferencia, se ve que no es
dialéctica que con vehemencia y no sin ingenuidad Lacan le exige no pro­ del todo así. Dice expresamente que no se trata de confesar Ja contratras­
viene solamente del deseo de Freud sino del deseo de D ora que, además, ferencia sino de reconocerla y de integrarla en la interpretación.
no es el sino los deseos de Dora. Si Freud queda enganchado y sucumbe a
El análisis trata de devolver al paciente su capacidad de pensar, resti­
su contratrasferencia es porque también D ora influye sobre él frustrán­
tuyéndole confianza en su propio pensamiento. Esto se hace levantando
dolo y rechazándolo. Este rechazo de D ora no es solamente (como afir­
las represiones y corrigiendo las disociaciones, no dándole la razón o di-
m a Lacan) por la relación pregenital (especular, diàdica, narcisista) de
ciéndole que era cierto lo que pensó de nosotros. No se trata de aclarar lo
Dora con la Sra, K. (madre) sino también por sus intensos celos en el
que el analista ha sentido sino cómo lo ha sentido el paciente y respetar lo
complejo de Edipo directo. No duda Freud ni un solo momento de que
que él pensó. Cuando en un acto de sinceridad avalamos lo que el pacien­
interrum piendo su tratam iento D ora lo hace objeto, vía acting out, de
te pensó de nosotros no le hacemos ningún favor porque, en últim a ins­
una venganza en todo com parable a la tam osa cachetada en el lago.
tancia, volveremos a hacerle pensar que nosotros tenemos la última p a ­
Quisiera-discutir esto mismo en un plano más modesto y más inme­
labra. El paciente debe confiar en su propio pensamiento y debe saber,
diato, en relación con la sesión que describí con mi paciente. Yo pienso
tam bién, que su pensamiento puede engañarlo tanto como puede enga­
que cuando mi paciente afirm a desafiantemente que yo debería saber que
ñarle el pensamiento ajeno.
cuando ella se tiraba al suelo en un berrinche la m adre le daba de punta­
En este punto, el tem a de la contratrasferencia se pone en contacto
piés, operar la inversión dialéctica diciéndole que ella debería ver cuál era
con la interpretación. El contenido y sobre todo la form a de la interpre­
su participación en aquellos episodios no hubiera sido suficiente, porque
tación expresan a veces la contratrasferencia, porque la m ayoría de
ella no ignoraba que era su berrinche lo que sacaba de sus casillas a su
nuestras reacciones contratrasferenciales, cuando no sabemos trasfor-
m adre. Creo que la situación sólo puede resolverse si se acepta plenam en­
marlas en instrum entos técnicos, las canalizamos a través de una m ala in­
te el hic et nunc de la trasferencia. Que no basta remitirla al pasado sino
terpretación o de una interpretación mal form ulada. P o r lo general es en
hacerle ver tam bién lo que está en el presente. Estoy convencido de que si
la formulación donde va muchas veces el conflicto.
yo me hubiera limitado a decirle a mi paciente que por algo la m adre le
Con el problem a de la confesión o de la comunicación de la
daba de puntapiés cuando se tiraba al suelo (y por algo, tam bién, se tira­
contratrasferencia linda el que plantea W innicott (1947) en cuanto a los
ba al suelo mi paciente) ella hubiera m alentendido lo que yo le decía: me
sentimientos reales en la contratrasferencia. Este autor habla especial­
habría visto como una m adre que la castiga o como un padre sometido a
mente del odio que el psicòtico provoca en el analista y que es un odio re­
la m adre, por ejemplo; pero nunca como un analista que quiere rom per
al. Es un tema que merece ser discutido porque justam ente, por defini­
la fascinación del momento y remitirla a su historia.
ción, la trasferencia y la contratrasferencia no son «reales».

4. De la comunicación de la contratrasferencia
5. Las ideas de W innicott sobre la contratrasferencia
Un problem a que siempre se discute y que es quizás el m ejor p ara ter­
Poco antes ,de que aparecieran los trabajos de Racker y de Paula
m inar este ciclo es el de la confesión o, p ara decirlo en térm inos más
H eim ann habló W innicott de la contratrasferencia en una reunión de la
neutrales, de la comunicación de la contratrasferencia.
Sociedad Británica el 5 de febrero de 1947.3 El aporte de W innicott es in­
En general, los autores piensan que no hay que comunicar la
teresante, sobre todo porque ofrece cierta inform ación sobre su técnica
contratrasferencia, que la teoría de la contratrasferencia no viene a cam ­
con los psicóticos y psicópatas. No se refiere, sin embargo, considerado
biar la actitud de reserva que es propia del análisis. Cuando estudiamos
estrictamente, a la contratrasferencia como instrum ento técnico sino,
la alian 2 a terapéutica dijimos que el proceso analítico exige una rigurosa
más bien, a ciertos sentimientos reales que pueden aparecer en el analis­
asimetria a nivel de la neurosis de trasferencia, pero también una comple­
ta equidistancia en cuanto a la alianza de trabajo. El encuadre exige que ta, especialmente el odio.
sólo hablemos del paciente pero esto no implica que neguemos nuestros Winnicott clasifica los fenómenos contratrasferenciales en tres tipos:
errores u ocultemos nuestros conflictos. Reconocer nuestros errores y
1) los sentimientos contratrasferenciales anormales que deben consi­
conflictos, sin embargo, no quiere decir explicitarlos. Nadie, ni aun los
que más decididamente abogan por la franqueza del analista, están de derarse como una prueba de que el analista necesita más análisis;
acuerdo con m ostrarle al paciente las fuentes de nuestro error y nuestro
conflicto, porque eso equivale a cargarlo con algo que no le corresponde. 3 El trabajo se publicó en el International Journal de 1949 y después en ТН пирЯ
paediatrics to psycho-analysis.
Si se lee con atención el trabajo de M argaret Little (1951), de quien se
2 ) los sentimientos contratrasferenciales que tienen que ver con la ex­ decir que el paciente despierta un odio objetivo en el analista, entonces se
periencia y el desarrollo personal del analista y de los que depende el tra­ plantea el difícil problem a de interpretarlo. Cuestión delicada que exige
bajo de cada analista, y la más cuidadosa evaluación; pero un análisis será siempre incompleto si
3) la contratrasferencia verdaderamente objetiva del analista, es de­ el analista nunca ha podido decirle al paciente que sintió odio p or él
cir el am or y el odio del analista como respuesta a la personalidad real y cuando estaba enferm o. Sólo después que esta interpretación sea for­
al com portam iento del paciente, y que se basan en una observación obje­ m ulada el paciente puede dejar de ser un infante, es decir alguien que no
tiva. puede comprender lo que le debe a su m adre.

De acuerdo con esta clasificación, W innicott se inclina por un con­


cepto muy amplio de contratrasferencia que engloba los conflictos no re­
sueltos del analista, sus experiencias y su personalidad y, tam bién, sus re­ 6. Comentarios y reparos
acciones racionales, objetivas.
Sostiene sobre esta base que el analista que trata pacientes psicóticos La form a en que W innicott plantea el problem a de la contratrasferen­
o antisociales debe ser plenamente conciente de su contratrasferencia y cia es muy original, y saltan a la vista las diferencias con los otros auto­
debe ser capaz de diferenciar y estudiar sus reacciones objetivas frente al res. Al incluir en la contratrasferencia el sentimierito objetivo y justifica­
analizado .4 En el análisis del psicòtico la coincidencia del am or y el odio do que puede tener el analista, modificamos la definición corriente de
aparece continuam ente dando lugar a problemas de manejo tan difíciles trasferencia y contratrasferencia; los sentimientos objetivos no se inclu­
que pueden dejar al analista sin recursos. «Esta coincidencia de am or y yen en ellas com o no sea por extensión; cuando pensamos que ningún
odio a la cual me estoy refiriendo es una cosa distinta del com ponente sentimiento es absolutam ente objetivo, implicamos que debe haber una
agresivo que complica el impulso primitivo de am or e implica que en la parte no objetiva que no proviene de la realidad sino de la fantasía y el
historia del paciente hubo una falla ambiental en el momento en que sus pasado. Esta es, em pero, una objeción un poco académica. Al fin y al ca­
impulsos instintivos buscaban su primer objeto » , 5 bo, las definiciones comúnm ente aceptadas no siempre son las mejores.
Dejando sin discutir por el momento las apodícticas afirmaciones de Las ideas que estamos com entando pueden, sin em bargo, cuestionar­
W innicott sobre el desarrollo, interesa señalar que la configuración de se tam bién de o tra m anera, preguntándose hasta qué punto es objetivo el
am or y odio recién señalada despierta un odio justificado en el analista, juicio de cualquier analista —incluso de la talla de W innicott— sobre la
quien debe reconocerlo en su fuero interno y reservarlo hasta que llegue naturaleza de sus sentimientos. ¿No puede ser, acaso, que el analista
el momento en que pueda ser interpretado. «El trabajo principal del ana­ tienda a justificar sus reacciones? ¿Quién pone al analista a resguardo de
lista frente a cualquier paciente es mantener la objetividad con respecto a la tendencia a racionalizar? Estos son problemas que con nuestro
todo lo que el paciente trae, y un caso especial de esto es la necesidad del m étodo no podem os salvar m uy fácilmente; pero, si pudiéram os, surgiría
analista de ser capaz de odiar al paciente objetivamente».® otra pregunta: ¿cuánto hay de artefacto en la técnica winnicottiana? Si
El ejemplo que aporta Winnicott no es quizás el mejor para discutir fuera justificado el odio de W innicott para su rapaz de nueve años habría
su técnica, ya que se trata de un niño de nueve años con graves problemas que preguntarse si es racional llevárselo a su casa. El mismo W innicott
de conducta, a quien albergó tres meses en su casa. De todos modos, señala el gesto generoso de su esposa al adm itirlo, y habría que probar
W innicott afirm a que su posibilidad de decirle al niño que lo odiaba cada que esa generosidad del m atrim onio W innicott —encomiable como
vez que le provocaba esos sentimientos, le permitió seguir adelante con expresión hum ana— estaba libre de todo compromiso neurótico, lo que
la experiencia. es harto im probable. No es necesario conocer de cerca a un m atrim onio
Así como la m adre odia a su bebé, y por múltiples razones, el analista determ inado para suponer que cuando deciden introducir un tercero en
odia a su paciente psicòtico; y si esto es asi, no es lógico pensar que un la casa es porque quieren tener problemas o porque ya los tienen y pien­
paciente psicòtico en análisis pueda tolerar su propio odio contra el ana­ san de esa m anera resolverlos. P o r otra parte, la decisión de los W inni­
lista a menos que el analista pueda odiarlo a él . 7 cott de albergar al niño no surge solamente de sus sentimientos genero­
W innicott piensa, en conclusión, que sí es cierto lo que él sostiene, es sos, que sería difícil cuestionar, sino también de un Qegítimo) deseo de
investigar y poner a prueba sus teorías y, en tal caso, la relación de W in­
* a l suggest that i f an analyst is to analyse psychotics o ra n ti socials he m ust be able to nicott con el niño es más egoísta (o narcisista) de lo que parece y su odio
b t so thorougly aware o f the counter-transference that he can sort out and study his o bjeti­
ve reactions to the patient» (International Journal, 1949, pág. 70).
no me resulta ya tan objetivo.
3 Ibid., pág. 70. Desearía plantear esta discusión en términos más rigurosos y decir
4 Ibid. que la idea de un odio objetivo en la contratrasferencia tropieza con trp»
7 Ibid., pág. 74. dificultades. La prim era, que acabam os de considerar, es de definición*
porque trasferencia y contratrasferencia se definen, justam ente, p o r su 7. Nuevas ideas de W innicott
falta de objetividad. En segundo lugar debe aplicarse aquí el principio de
la función múltiple de W alder y decir, entonces, que ningún sentimiento En un simposio sobre la contratrasferencia que tuvo lugar en la So­
es objetivo ni deja de serlo, siempre es las dos cosas. Esto nos obliga a te­ ciedad Psicoanalitica Británica el 25 de noviembre de 1959, W innicott
ner en cuenta m uchos factores, de m odo que cuando llegue la ocasión de volvió sobre el tem a m ostrando que sus ideas variaron bastante. Dice,
decirle al paciente (y aunque sea en la m ejor oportunidad concebible) que por de pronto, que «la palabra “ contratrasferencia” debería ser devuelta
una vez sentimos p or él un odio justificado, será siempre una simplifica­ a su acepción originaria» (1960b, segunda parte, cap. 6 , pág. 191).
ción y, mucho me tem o, tam bién una racionalización, porque ni W inni­ W innicott piensa que el trabajo profesional difiere por completo de la
cott va a estar exento de estas fallas. Entonces, si voy a ser verídico com o vida corriente y que el analista se encuentra sometido a tensión al m ante­
me pide W innicott, tendré que decirle no sólo que lo odié «objetivam en­ ner una actitud profesional (ibid., pág. 193). El psicoanalista «debe per­
te» hace tres años p or su insufrible com portam iento sino tam bién que en manecer vulnerable y, pese a ello, conservar su papel profesional durante
aquel m om ento me llevaba mal con mi m ujer, que estaba preocupado las horas de trabajo» (ibid., pág. 194). Y agrega poco después: «Lo que
рот mi situación económica, que habían rechazado un artículo mío en el se encuentra el paciente es con toda seguridad la actitud profesional del
Internationat Journal, que el dólar había subido otra vez, que Reina se­ analista, y no los hom bres y mujeres inestables que los analistas somos en
guía faltando, que no me salía bien la clase de contratrasferencia y eso nuestra vida particular». W innicott m antiene, p uts, firmemente que
me ponía en conflicto con mi analista Racker y con mi amigo León y... «entre el paciente y el analista se halla la actitud profesional de este, su
Dios sabe cuántas cosas m ás por el estilo. Todas ciertas y objetivas. técnica, el trabajo que hace con su mente» (ibid., pág. 195). Gracias a
Dije que tenía una tercera objeción p ara W innicott y es la siguiente: su análisis personal, el analista puede permanecer profesionalm ente
yo no creo que sentir odio contra un paciente por más agresivo, violento, com prom etido sin sufrir una tensión excesiva.
cargoso o maldito que sea es una reacción objetiva. Será justificada, total­ Sobre esta base, W innicott aboga por una idea bien delim itada y cir­
m ente justificada, pero no objetiva. Porque lo único objetivo es que yo cunscripta de la contratrasferencia, cuyo significado «no puede ser otro
tom é al paciente para ayudarlo a resolver sus problem as y cuento con mi que «los rasgos neuróticos que estropean la actitud profesional y que
setting para m antener mi equilibrio. Si no lo m antengo, pierdo mi objeti­ desbaratan la m archa del proceso analítico tal como lo determ ina el
vidad, lo que es más que hum ano y comprensible, pero nunca objetivo. Y paciente» (ibid., págs. 195-6).
es que aquí, com o en todos los casos, la objetividad se tiene que medir Frente a este concepto restrictivo y riguroso que vuelve a definir a la
con arreglo a los objetivos. Si estos se pierden aquella queda en el aire. contratrasferencia como obstáculo, W inniçott señala que, en realidad,
En este punto» pues, la objetividad de W innicott no tiene otra medida hay dos tipos de pacientes, frente a los cuales cambia sustancialm ente el
que su subjetividad. papel del analista.
Si he podido ser claro en lo que expuse se podrá com prender que mi La inmensa mayoría de las personas que acuden al tratam iento, sigue
desacuerdo con la idea de contratrasferencia objetiva de W innicott cues­ W innicott, pueden y deben ser tratados en la form a ya dicha. Hay otro
tiona por extensión su técnica del m anejo, su hipótesis básica de que las grupo de pacientes, sin embargo, reducido pero no por ello menos signi­
alteraciones del desarrollo emocional primitivo deben resolverse con ac­ ficativo, que alteran por completo la actitud profesional del analista. Se
tos (manejo) y no con palabras (interpretación). Es justam ente porque trata del paciente con tendencias antisociales y del paciente que necesita
W innicott se cree en la obligación (y con derecho) de atender a los hechos una regresión. Él paciente con tendencias antisociales «se encuentra
reales y objetivos que su respuesta contratrasferencial tiene lógicamente en un estado perm anente de reacción ante una privación» (ibid., pág.
que term inar por ubicarse también en ese plano: al decir que sus senti­ 196), de modo que el terapeuta se ve obligado a «corregir constan­
mientos son objetivos, W innicott percibe correctamente algo que podría temente la falta de apoyo del yo que alteró el curso de la vida del pacien­
deducirse lógicamente de su praxis. te» (ibid., pág. 196).
Con esto tiene que ver tam bién, según yo lo veo, la teoría del de­ En el otro tipo de paciente la regresión se hace necesaria, porque sólo
sarrollo de W innicott, cuando afirm a que la psicosis es una falla am bien­ a través de un pasaje por la dependencia infantil pueden recuperarse; «Si
tal. Creo que el gran analista inglés es, en este punto, más severo con los se quiere que el verdadero self que se halla oculto entre en posesión de lo
que estuvieron a cargo de ese niño que con él mismo com o analista. Si­ suyo, no habrá más remedio que provocar el colapso del paciente como
guiendo a M elanie Klein, yo creo que esa triste creación que es la psicosis parte del tratam iento, con la consiguiente necesidad por parte del analis­
proviene juntam ente del niño y de sus padres (y de m uchos otros factores ta de hacer de m adre del niño en que se habrá convertido el paciente»
que aquí no vienen a cuento ) . 8 (ibid., pág. 197).
La necesidad prim itiva del paciente lo lleva a atravesar la técnica del
1 Me refiero concretam ente a los factores biológicos y sociales. analista y su actitud profesional, que son para este tipo particular de СП11
fermos un obstáculo, estableciendo por fuerza una relación directa de ti­
po prim itivo con el analista.
Tercera parte. De la interpretación y otros
W innicott separa finalmente estos casos de otros en los que el analiza­ instrumentos
do irrum pe en la barrera profesional y puede prom over una respuesta
directa del analista. W innicott opina aquí que no cabe hablar de
contratrasferencia sino simplemente de una reacción del analista fren­
te a la especial circunstancia que trasgredió su ám bito profesional: em­
plear para hechos distintos la misma palabra solam ente puede traer con­
fusión.
En conclusión, W innicott mantiene sus conocidas ideas sobre el m a­
nejo de los pacientes regresivos; pero algunas de sus afirmaciones de
1947 (que hace un m om ento critiqué) parecen haberse m odificado sus­
tancialm ente, con lo que se vuelve a una concepción clásica de la
contratrasferencia.

8. Resumen final
Si bien la presencia de la contratrasferencia como un factor im por­
tante del proceso analítico estuvo siempre presente en la mente de los
analistas, como lo prueba el ejemplo sobresaliente de Ella Sharpe, es in­
negable que sólo a partir de la m itad del siglo la contratrasferencia se or­
ganiza en un cuerpo de doctrina com pleto. A partir de ese m om ento, la
contratrasferencia nos hace más responsables de nuestra labor y destruye
con argum entos valederos (y analíticos) la idea de un analista que puede
mantenerse incontam inado al margen del proceso. Al contrario de lo que
se pensaba antes, la idea que tenemos ahora es que la contratrasferencia
existe, debe existir y no tiene por qué no existir. Tenemos que tenerla en
cuenta y, como dice M argaret Little (1951), el analista impersonal
es simplemente un mito.
El cambio sustancial que viene de esos años no es sin em bargo este
que acabo de señalar, sino que la contratrasferencia no sólo se acepta co­
m o un ingrediente ineludible del proceso analítico sino tam bién com o un
instrum ento de com prensión. Esta idea, com o hemos visto, es lo que fun­
dam entalm ente traen P aula Heimann y Racker, y es por esto que le he­
mos dado una ubicación especial en este desarrollo.
24. Materiales e instrumentos de la
psicoterapia

La parte principal de las lecciones que ahora empezamos es el estudio


de la interpretación, el fundam ento de la terapia psicoanalítica. Sin em­
bargo, nadie duda de que la actividad del analista no está estrictamente
circunscripta a interpretar, y que siempre hacemos algo más que eso.
Con un sentido m ás abarcativo, pues, lo que vamos a estudiar son los
instrum entos de la psicoterapia, entre los cuales la interpretación ocupa
el lugar principal. Al mismo tiem po, debemos tener en cuenta que la in­
terpretación no es privativa del psicoanálisis, ya que todas las psicotera­
pias mayores la utilizan.
Es necesario empezar, pues, ubicando la interpretación en el contexto
de todo el instrum ental con que debe operar el psicoterapeuta y explicar
por qué este instrum ento tiene una im portancia especial. P or otra parte,
hay tam bién que delim itar el concepto de interpretación, porque según lo
tomemos en sentido lato o estrecho llegaremos a diferentes conclusiones
en cuanto a la tarea del analista, si sólo interpreta o hace otras cosas,
porque a veces este problem a es simplemente de definición. Lógicamen­
te, si se le asigna al concepto un sentido muy amplio, todo puede rotular­
se de interpretación; pero tal vez no sea este el m ejor criterio.
Vamos a empezar estudiando la interpretación com o el instrum ento
principal que utilizan todos los métodos de psicoterapia m ayor (o pro­
funda); después, en un segundo paso, tratarem os de ver cuáles son las ca­
racterísticas esenciales de la interpretación en psicoanálisis.

1. Psicoterapia y psicoanálisis
P ara abordar este tema es ineludible un breve comentario sobre las di­
ferencias entre psicoanálisis y psicoterapia. Con el correr de los años, la
poética idea de Freud (1904a) de dividir la psicoterapia como Leonardo las
artes plásticas, ha resultado ser la más rigurosa de todas las clasificaciones.
Freud afirm aba que el m étodo descubierto por Breuer, la psicotera­
pia catártica y el psicoanálisis desarrollado a partir de ella operaban p er
vio di levare, no p e r via di porre como las otras. Esta idea aparece en casi
todos los trabajos (que son cientos), donde se intenta deslindar el psico­
análisis de la psicoterapia.
El lector recordará, sin duda, los trabajos de Robert P . Knight, entri*
los que se destaca desde el punto de vista que estamos considerando o de apoyo. Digamos siendo estrictos que el psicoanalista utiliza de
«Una evaluación de las técnicas psicoterapéuticas» (1952), en el que hecho los recursos que Bibring llama técnicos, sin por ello concederles un
se reconocen dos tipos de psicoterapia: de apovo v exploratoria. O­ lugar del todo legítimo en su método.
tros autores prefieren hablar de'psicoterapia represiva y expresiva.
M erton M. Gill (1954), destacado estudioso de la psicología del yo, ha­
bla de psicoterapia exploratoria y de apoyo y define al psicoanálisis en es­
tos términos: «El psicoanálisis es aquella técnica que, empleada por un 2. Materiales e instrumentos
analista neutral, tiene como resultado el desarrollo de una neurosis de
trasferencia regresiva y la resolución final de esta neurosis solamente por La reflexión de Bibring nos abre el camino hacia una segunda preci­
medio de técnicas de interpretación» (Aportaciones a la teoría y técnica sión que debemos hacer para abordar finalm ente nuestro tem a, y es la di­
psicoanalítica, pág. 215). ferencia entre materiales e instrum entos de la psicoterapia, siguiendo bá­
U n enfoque similar es el de Edw ard Bibring en su clásico artículo de sicamente a Knight. Es una diferencia un tanto geométrica y pitagórica,
1954. Bibring dice que hay cinco tipos de psicoterapia: sugestiva, abreac- según la cual lo.que surge del paciente se llama material, y el analista ope­
tiva, m anipulatíva, esclarecedora e interpretativa. No necesito aclarar a ra sobre ese material con sus instrumentos.
qué se refiere Bibring con psicoterapia sugestiva o abreactiva ; 1 por m ani' T anto el concepto de m aterial co m a el de. mstrumenta-exigenjLlgunas
putativa define a la psicoterapia en la cual el médico participa tratando aclaraciones. Con respecto aj mdteríaU yo diría que debemfìs tiuainscci-
de dar una imagen que sirva como modelo de identificación. Las psicote­ birlo a lo que el páctente da con la intención (conciente o inconciente)-de
rapias de esclarecimiento y las interpretativas operan a través del insight; inform ar al analista sobre su estado m ental; De esta form a,-quedaría"
las otras no. Es interesante este punto de vista, porque sólo Bibring dice fuera lo que el paciente hace o dice no para inform ar sino para influir q
que el esclarecimiento produce insight. El resto de los psicoanalistas dom inar al terap eu ta. Esta parte del discurso debe ser conceptuada com o
piensa que el insight se liga exclusivamente a la interpretación, aunque acting oifi'vèrbal y no verdaderam ente com o m aterial. Com o veremos
puede haber aquí un problem a semántico, ya que tal vez el insight en que con más detalle al hablar de acting out, es más exacto decir que siempre
piensa Bibring es el descriptivo y no el ostensivo en el sentido de Rich­ el 'discurso tiene a la vez las dos partes y, consiguientemente, com prende
field (1954). Cuando en el próxim o capítulo consideremos la form a en a am bas. Si toda com unicación del paciente incluye estos dos factores,
que define Lüwenstein la interpretación, veremos que lo hace, justam en­ será entonces parte de la técnica analítica discrim inar entre lo que el p a­
te, en función del insight. ciente da para inform am os de lo que nos hace con su com unicación. Y
j iib ring concluye, y.me parece interesante, .que el psicoanálisis es una esta discriminación no cambia si lp que «hace» el p acipnte. puede ser-tras-
psicoterapia que utiliza estos cinco instrum entos, es decir, la sugestión, la form ado рог'ёГanalista y com prendido como material, porque la clasifi­
abreacción, la manipulación, el esclarecimiento y la interpretación. H ay, cación no es funcional sino dinámica, es decir, tiene que ver con eTBéseó*
sin embargo, una diferenciaque Lo caracteriza y tam bién lo"des’t a ç à Tren­ del paciente, con su fantasía inconciente. En otras palabras, sin tener in­
te a las otras, sigue Bibring, y es que usa los tres prim eros como recursos tención de com unicar, el acting out del analizado puede inform arnos.
técnicos y sólo los dos últimos com o recursos terapéuticos. yPara el psico- En cuanto, a. los instrum ento^ tam bién cjçbe establecerse la misma
an^liaJüa. esláperm itido usar la sugestión, la abreacción y la m anipulación diferencia y privar de ése carácter a las jntçrvencjqnes del analista
como recursos para movilizar al paciente y facilitar el desarrollo del p ro ­ que no tengan p or Finalidad desárrollar el proceso terapéutica. A estas"’
ceso analítico; pero los únicos recaudos con los cuales opera com o facto­ intervenciones debe llamárselas, para ser justos, acting out del analista
res terapéuticos son los que producen insight. Esta idea de Bibring a mí (contra-acting out).
me parece correcta porque lo que díFereñcííTel psicoanálisis de las psico­ No es este un problem a ocioso, porque muchas discusiones sobre el
terapias en general (y me refiero específicamente a las psicoterapias acting out están vinculadas a esta diferencia. En mi opinión, y adelantán­
exploratorias o expresivas) es justamente que en estas la sugestión, la abre- dom e al tem a, el acting out no es m aterial, porque el paciente no lo
acción y la m anipulación se utilizan como recursos terapéuticos, esto es, da con la intención de inform ar, de colaborar con la tarea. Que el psico­
esenciales. El paradigm a podría ser la reeducación emocional de Alexan­ terapeuta pueda sacar de él una determ inada conclusión es otra cosa. C o­
der y French (1946), donde se recurre a la m anipulación de la trasferencia mo dice Elsa Garzoli (comunicación personal), el acting out nocom unica
para darle al paciente una nueva experiencia que corrija las defectuosas здвдие inform e.
del pasado. La verdad es que en cuanto tratam os de corregir la imagen El сопсериГЭе m aterial debe circunscribirse más todavía, porque hay
del pasado en esta forma, ya empezamos a operar con factores sugestivos que considerar una tercera dimensión del discurso: cuando_el.analizadíL
no asocia sino habla,
1 La abreacción ocupa un lugar singular, com o vamos a ver m ás adelante. Nos ocupamos indirectamente de este tem a a propósito de la a llo n u
terapéutica al estudiar las contribuciones de Greenson y de Meltzer. La Son métodos por cierto limitados, pero pueden tener un efecto curativo,
parte adulta habla, afirm a M eltzer; y cuando el paciente h a b la (o nos que es muy legítimo en algunas formas (menores) de psicoterapia.
habla), lo que corresponde es contestarle, no interpretar.
i^jJrÉeñson y W exïePffl 969,1970) sostienen a m i parecer la m ism a idea P or apoyo entendemos una acción psicoterapèutica que trata de darle
cuando discrim inan entre asociación lib re ó lo que no lo es. Sostienen que al paciente estabilidad o seguridad, algo así como un respaldo o un bas­
tom ar por asociaciones libres lo que se expone com o real (que para ellos tón. Aquí las expresiones plásticas de m antenerse en pie o de seguir cami­
tiene el doble significado de lo no distorsionado y lo genuino) daña el nando son ineludibles, porque el concepto está intrinsecamente ligado a
juicio JI&Iá-i¿jJida"d-deI analizado. (Récuérdese el ejemplo de Kevin.) la idea de algo que sostiene. Existen diversos tipos de apoyo, como las me­
( E ríresu m eiv si queremos sêrêstrictos y evitar equívocos debem os cir­ didas que tienden a aliviar la ansiedad tratando de alejarla de la conciencia
cunscribir el térm ino material a lo que el analizado com unica en obedien­ (represión, negación), las que tienden a reforzar la buena relación con el
cia a la regla fundam ental y poner entre paréntesis lo que él mismo deja otro, para lo cual el psicoterapeuta se coloca en el lugar de un objeto (su­
afuera inconcientemente (acting out verba]) o concientemente, es decir, peryó) bueno, sobre lo cual habló Strachey en su trabajo de 1934, y las que
cuando habla (o cree que habla) com o adulto, tenga o no que ver para él tienden a subrayar (tendenciosamente) ciertos aspectos de la realidad.
con el tratam iento. El apoyo es el instrum ento más común de la psicoterapia, el que está
Conviene aclarar que las precisiones recién propuestas se refieren ín­ más al alcance del médico general (o, simplemente, de todo el que tenga
tegramente a lo que el analizado siente, a sus fantasías, y no a juicios del que ver con relaciones interpersonales) y el que se usa más libremente.
analista. Es parte de la labor del analista señalar al analizado con qué (o Sin em bargo, a pesar de ser el más común, no es el más adecuado, ya que
desde qué) fantasías está hablando, sobre todo cuando advierta una dis­ puede crear una situación viciosa, porque estimula una dependencia difí­
cordancia entre lo que el analizado asume manifiestam ente y sus fan ta­ cil de resolver y, en cuanto no es verdadero, puede aum entar la inseguri­
sías inconcientes. En otras palabras, el analista debe reconocer lo que el dad. Lógicamente, esto depende de a qué vamos a llam ar apoyo. Me re­
analizado asume explícita o implícitamente cuando habla, sin por ello su­ fiero al apoyo como algo que se le ofrece al paciente desde afuera para
jetarse a esas estipulaciones. mantenerlo a toda costa en equilibrio. Com o señala Glover (1955), a ve­
Dejando para otra oportunidad una discusión más detenida de este ces el apoyo está fuertemente determ inado por la contratrasferencia. Si,
tem a, que para mí es fundam ental, a continuación vamos a estudiar los en cambio, entendemos por apoyo una actitud de simpatia^ de cordia­
instrum entos de que se vale el psicoterapeuta y que, para un m ejor de­ lidad y de receptividad frente al paciente, desde luego este apoyo es un
sarrollo de nuestra exposición vamos a dividir en cuatro grupos: 1) ins­ instrumento ineludible en toda psicoterapia. Para diferenciar las dos alter­
trum entos para influir sobre el paciente, 2 ) instrum entos para recabar nativas se prefiere hablar en estos casos de contención (holding), siguiendo
inform ación, 3) instrum entos para ofrecer inform ación y 4) parám e­ a W innicott (1958,pdss;m), como veremos al estudiar el proceso analítico.
tro de Eissler (1953). En cuanto a la influencia de la angustia contratrasferencial en la necesi­
dad de dar apoyo conviene señalar que el analista no debe confundir el apo­
yo que se da coyunturalmente con algo que pretende ser de valor perdurable.
Meltzer (1967) señala que el adecuado mantenimiento y manejo del setting
3. Instrumentos para influir sobre el paciente puede modular la ansiedad; pero sólo la interpretación la resuelve.
" E l apoyo en el* tratam iento psicoanalítico mereció la atención de
El psicoterapeuta dispone de varios instrumentos para ejercer una muchos autores. Glover lo trata en su libro de técnica (1955, págs. 285­
influencia directa sobre el paciente con el propósito de hacer que cambie, 90). M elitta Schmideberg habló del tem a en la Sociedad Británica en
que mejore. Este cambio puede consistir en que los síntomas se alivien febrero de 1934 y su trabajo se publicó el año siguiente. C onsidera que el
o desaparezcan, que su estado mental se modifique, que su conducta se apoyo es un m étodo de dosar la ansiedad, y como tal legítimo en psico­
haga más adaptada a la realidad en que vive, etcétera. Hay muchos p ro ­ análisis si se lo usa prudentem ente y se lo com bina con la interpretación.
cedimientos para alcanzar estos fines, como el apoyo, la sugestión y En la discusión del trabajo hablaron entre otros Glover, Ella Sharpe,
la persuasión. Paula Heim ann y la madre de M elitta, que la apoyó (Glover, pág. 288),
Todos d ios se proponen alcanzar, pues, un cambio directo, inm e­
diato, que apunta más a la conducta que a la personalidad y se'dïïerèn- Otro instrum ento de la psicoterapia, del que tam bién voy a hablar
çïan de los otros métodos que vamos a estudiar porque están al servicio brevemente, es la sugestión. Como indica su nom bre, sugestión, «subges-
de la psicoterapia represiva. Ni el apoyo, ni la sugestión, n fla persuasión tar», es algo que se hace, se gesta desde abajo (la raíz latina es suggestio).
tienen com o finalidad abrir el campo o, si queremos decirlo en términos El fundamento del m étodo sugestivo es introducir en la mente del enfer­
de la teoría psicoanalitica, levantar la represión, sino todo lo contrario. m o, subyacentemente de lo que piensa, algún tipo de juicio o afirm ación
que pueda operar luego desde adentro con el sentido y la finalidad de 4. Instrumentos para recabar inform ación
m odificar una determ inada conducta patológica. Baudouin distingue dos
tipos de sugestión, pasiva y attiva, llam ando aceptividad a la pasiva y Los instrum entos del prim er grupo que acabam os de estudiar buscan
a la activa sugestibilidad. En el primer caso el individuo se deja pene­ influir sobre el paciente, operar en form a directa y concreta sobre su con­
trar por la sugestión sin hacer ningún esfuerzo para recibirla e incorpo­ ducta y, por esto, están conceptualm ente ligados a los métodos represi­
rarla. Es la menos eficaz y la más condenable. En cambio, en la sugestibi­ vos de psicoterapia, aunque ya hemos dicho que a veces los usa el analis­
lidad, el paciente participa en el proceso, que por eso mismo resulta más ta, con o sin razón, fuera de aquella cuestionable afirmación freudiana
perdurable y eficaz. de que la sugestión es una parte indispensable del procedimiento analiti­
P ara algunos autores, el psicoanalista ejercita una form a sutil e indi­ co, en cuanto la usamos para que el paciente venza sus resistencias.
recta de sugestión, y Freud mismo siempre m antuvo esta idea. Decfj-i q u e, A continuación vamos a estudiar dos grupos de instrum entos que,
en últim a instancia, la diferencia entre la psicoterapia analítica y las otras opuestos por sus objetivos, son hermanos en su fundam ento, que es la in­
es que utiliza la influencia del médico, es decir la sugestión, para que el form ación. Veremos prim eram ente los que sirven para obtener inform a­
paciente abandone sus resistencias y nú para inducirle determ inado tipo ción y luego los que se la ofrecen-al-paciente. Estos dos tipos de recursos,
de conducta. En esto se apoya el trabajo de Ida Macalpine (1950) sobre la digámoslo desde ya, son por su índole totalm ente compatibles con los
trasferencia, que arranca para ella de un fenómeno subyacente de suges­ métodos de la psicoterapia m ayor y del psicoanálisis más estricto.
tión, y aun de hipnosis.
Si el apoyo es criticable en cuanto crea un vínculo que es en cierto m o­ Entre los instrum entos p ara recabar inform acióniel niás sencillo y di­
do ortopédico (ya dijimos que el símil del bastón es inevitable), también recto es la pregunta* C u a n d o .u a Ji r i d o s escuchado* no hem os entendido
la sugestión (aun la form a activa de Baudouin) es peligrosa, porque la o deseamos conocer algún dato que nos parece p e r t i n e n t e ^ l a s a s n ,
influencia que ejerce es muy grande y puede ser perturbadora. La posibi­ cíaciones del analizado, así ro m o Cuando creemos ncccsaric_sabçt.qué
lidad de conducir demasiado al paciente y de ejercitar la demagogia o significado le d a eLpadente a lo q.ue e s tí diciendo, corresponde p e g u n ­
la superchería son riesgos inherentes a la sugestión, sin que esto la desca­ tar — siempre que no haya elementos que nos aconsejen interpretar o
lifique, ya que todos los instrum entos, incluida la interpretación, tie­ simplemente callarnos— . No es por cierto gxçluyente form ular la pre­
nen sus riesgos. Cuando el apoyo y la sugestión se ubican en el lugar gunta y tam bién interpretar; y dependerá del arte analítico que en un ca­
que les corresponde y cuando el psicoterapeuta sabe con qué instrum en­ so se pregunte, en otro se interprete o se hagan las dos cosas.
tos está operando son legítimos y pueden ser útiles en ciertas form as de No hay reglas fijas, no puede haberlas: todo depende del material del
psicoterapia (menor). paciente, del contexto, de lo que pueda inform ar la contratrasferencia.
Un caso singular es el publicado p o r Ruth Riesenberg (1970), donde la
La persuasión de Dubois apunta a la razón y asum e distintas m oda­ perversión de trasferencia consistía en querer poner a la analista de ob­
lidades, intercam biando ideas, argum entando y hasta polemizando con servadora, como la gente en una fantasía de la paciente con el espejo.
el paciente .2 P or fortuna, la hábil analista se dio cuenta y se abstuvo de preguntar,
Dubois trató siempre de diferenciar su m étodo del apoyo y de la su­ cuando hacerlo habría sido obviam ente un error. P ara ser más preciso, la
gestión, afirm ando que la persuasión está ligada al proceso racional, a la analista hizo al comienzo alguna pregunta; pero justam ente la respuesta
razón del paciente. Aunque aparente tener un m atiz racional, el m étodo de la paciente en esas ocasiones es lo que la llevó a cuidarse, a pensar por
de Dubois siempre está cargado de afectividad; sus argumentos son más qué la paciente respondía en una form a tan particular a las preguntas
racionalizaciones que razones. Lo mismo cabe decir de algunas psicote­ que, por otra parte, a la analista le parecían de lo más naturales para
rapias de inspiración pavloviana que surgieron hace algunos años, y que esclarecer el m aterial. De m odo_qiieJ como enseña ese trabajo, caria.v^y
asi como surgieron pasaron. Entre nosotros uno de sus cultores fue José que uno pregunta debe"estar atento para ver si está realm en teje çab ando
A. Itzingsohn, cuya evolución fue, sin embargo, de un creciente acerca­ infnrm adón o si se ha dejado llevar a una situación q ue ;ncrecería .ser
miento al psicoanálisis. En todos estos m étodos, la idea de «psicoterapia analiz^cU gn sf rímma,,
racional» está más ligada a la form a que al fondo m ientras que el psico­ En el caso regular, la pregunta tiene por finalidad obtener una infor-
análisis, como bien decía Fenichel (1945a), es racional aunque maneje m ación precisa y se entiende que se la form ula sin otros propósitos, sin
fenómenos irracionales. segundas intenciones, porque de lo contrario ya estaríam os haciendo
otra cosa, influyendo sobre el analizado, m anejándolo, apoyándolo,
etcétera. Justam ente una dificultad de preguntar es que, sin dam os cuen­
1 L s logoterapia de Franici (1933) esa m i juicio una form a de psicoterapia persuasiva, ta, tengamos segundas intenciones у / o que el analizado nps las adjudi*
m à i m oderna y e iij ten d al; pero coincidente en el fondo con ta de Dubois. que. De hecho esto último se puede analizar.
El otro inconveniente de preguntar es que, en alguna m edida, pertur­ p l señalamiento (observación^ t ieade-a, hacerse ditiendoi/yese o.no te
bamos la asociación libxe. A esto se refirió Lówenstein en el panel sobre que, o algo así; es decir, realmente señalando un hecho, señalando algo
variaciones técnicas del Congreso de París de 1957. Las preguntas tienen que no ha sido advertido por el analizado y que no sabemos si es concien­
un lugar legítimo en la técnica para obtener detalles y precisiones, como te para él. No es necesario que el paciente no tenga conciencia; puede te­
hizo Freud con el «H om bre de las Ratas»; pero sólo en casos especiales nerla y por esto es contingente la inform ación que da el analista en el se­
se justifica interrum pir el flujo asociativo para preguntar. Coincido ñalam iento: lo característico es, de todos m odos, que el señalamiento
en este punto con LOwenstein (1958) ya que cuando el paciente asocia contribuye a circunscribir un área determ inada para la investigación ulte­
libremente no vale interrum pirlo, aunque todo depende del contexto y de rior. En los actos fallidos el señalamiento cumple a veces sim ultáneam en­
las- circunstancias. te la misión de llam ar la atención del analizado y de hacerlo conciente, de
Si preguntam os con otro propósito que el de obtener inform ación es­ inform arle que tuvo un lapso que él no advirtió.
tamos introduciendo un factor en la situación, y esto siempre es compli­ Cuando luego de contar su prim er sueño D ora ofrece sus aso­
cado. De este tem a se ha ocupado Olinik (1954), quien emplea las p re­ ciaciones, Freud le dice: «Le ruego que tom e buena nota de sus propias
guntas "concretamente como un parám etro. expresiones. Quizá nos hagan falta. H a dicho que p o r la noche podría
(C uando el paciente está angustiado o confundido, cuando no puede pasar algo que la obligase a salir» (AE, 7, pág. 58); y, acto seguido, al pie
hablarUbrem ente, C)fínik.considera que resulta legítimo .hacer, preguntas, de página, explica Freud por qué subraya estas palabras, es decir, por
sea para dar soporte al j o o reforzar su contacto con la realidad, o bien qué hizo a D ora este señalam iento . 3
conio un intento dé m ejorar el nivel de colaboración del paciente, prepa­ E n el señalamiento el analista no lleva el propósito de inform ar espe­
rándolo* eventualmente para la interpretación. cíficamente al paciente sino de hacerle fijar la atención en algo que ha
' E sté'u so de las preguntas como parám etro me parece discutible. El aparecido y que, en principio, el terapeuta mismo no sabe qué significa­
ejemplo de Olinick, la m ujer joven que empieza su análisis esforzándose en do' puede tener. En la nota al pie de su señalamiento F reud dice que el
m ostrar su admiración por la m adre y el desprecio por el padre, así como rrtatërial es amBiguo y que esa am bigüedad puede conducir a las ideas to ­
un gran deseo de impresionar al analista, fue resuelto con una serie de pre­ davía ocultas tras el sueño. Si el analista conoce con seguridad de qué se
guntas sobre sus relaciones parentales. Si bien el material es muy escueto trata, entonces el señalamiento es superfluo y debe interpretar. Podría
para dar una opinión personal, tam poco es demostrativo de que el agudo argüirse que, au n canoaiendo con cierta seguridad el contenido latente, VI
conflicto no podría haberse resuelto interpretando sin parámetros. analista puede preferir en.çjerto m om ento el señalam iento a la interpreta-
Aquí interviene el arte analítico porque, evidentemente, cuando el ción. pensandonnr.eifjnnlcL . íjue el analizado nQ .está-túdavíaen candi--
analista está con una persona muy angustiada y no acierta con la in­ ciones para com prender o tolerar la interpretación. Discutiremos este
terpretación, puede preguntar para alivia/ m om entáneam ente la angus­ punto cuando hablemos de la interpretación profunda; pero digamos,
tia; pero tiene que saber que esta pregunta es una form a de apoyo y no desde ya, que esta prudencia del analista plantea un problem a teórico.
tiene por finalidad obtener inform ación.
, Dentro del esquema que estam os desaecollando, el otro instrum ento
(P tro instrumenlQ para recabar inform ación es el señalamiento (ob­ gara recoger inform ación es la co n fro n ta ció n Como su nom bre lo indi­
servación). P ara mí la observación se superpone por entero al señala­ c a , la confrontación m uestra al paciente dos cosas contrapuestas con-la
m iento, son sinónimos, no alcanzo a ver en qué se diferencian. intención de colocarlo ante un dii e m a n a r a que advierta u n a contradic­
гЕ 1 señalam iento, como su nom bre indica, señala algo, circunscribe un ción. Un paciente decía que estaba muy bien y cerca por tanto del fin del
área fl ^observación, llam a la atención, con el objetivo dé"qüe"erpacíente tratam iento, mientras expresaba fuertes temores de m orir de un infarto
observe y ofrezca más inform ación. Si quisiéramos libicar este instru­ de miocardio. H abía p or cierto varias interpretaciones posibles, pero la
m ento en la tabla de Bion (1963), lo pondríam os en las columnas 3 (nota­ gran contradicción que él no advertía entre estar bien y tener un infarto
ción) y 4 (atención). me hicieron preferir confrontarlo con ese hecho singular, y ponerm e así a
El señalam iento implica siempre, es cierto, un grado de inform a­ cubierto de que una interpretación pudiera ser m alentendida en térm inos
ción" que el analista le da al paciente al llam ar su atención; pero creo que de una opinión de mi parte, por ejemplo, teniendo en cuenta justam ente
esto e* sólo adjetivo: lo que define este instrum ento es que busca recibir la sorprendente negación de sus temores.
información. t Otro paciente que quería sinceramente dejar de fum ar, cada vez que
Conio en el caso de la pregunta, la observación puede tener segundas se ponía a analizar el problem a encendía un cigarrillo. En una de esas
Intenciones o puede soportar elementos interpretativos. Siempre hay lu­
gares de tránsito, son inevitables; pero lo que im porta es discrim inar los 3 Las bastardillas en el lexto de Freud son expresión tipográfica de la necesidad de
distintos ingredientes del caso particular. Halar.
oportunidades yo lo confronté simplemente con ese hecho, le dije que la que no me anim aba a interpretarlos, le hacía preguntas sobre el conteni­
situación era singular, que quería analizar su hábito de fum ar para dejar do m anifiesto, que él recusaba por tendenciosas: «¡Claro! Usted me pre­
de hacerlo, y m ientras tanto encendía un cigarrillo. La confrontación, gunta eso para que le diga que es hom osexualidad (sic) o que esa m ujer es
entonces, destaca dos aspectos distintos, contradictorios en el material. su esposa, o mi madre». En realidad tenía razón, porque esa era mi in­
Al paciente le fue realmente útil, porque le hizo com prender toda una se­ tención, y hubiera sido tal vez m ejor interpretar directam ente y señalarle
rie de autom atism os, de contradicciones en su conducta, inclusive la fun­ que él quería que yo le interpretara «eso» para después acusarme. Es evi­
ción que cumplía para él el cigarrillo cuando debía acometer una tarea, dente ahora para mí que yo le tenía miedo a sus respuestas paranoides 5 y
etcétera. quería hacerle decir a él lo que y o tenía que decir. En este caso mi falla
No siempre es fácil deslindar la confrontación del señalamiento, ya técnica es notoria y no sirve, entonces, para refutar a LOwenstein; pero
que aquella puede considerarse un caso especial de este en que llamamos señala, de todos m odos, un riesgo de la prudencia. En fin, volvemos a to ­
la atención sobre dos elementos contrapuestosl Hay, sin em bargo algu­ car aquí el tem a de la interpretación profunda.
nas diferencias, que no deben por cierto considerarse como incues­
tionables. Podríam os decir, por de pronto, que, en general,
m iento tiene que ver con la percepción y lg confrontación cQn el juicio.
T al vez ía imagen plástica que antes usamos, la de que el señalamiento
circunscribe un área, pueda servir para establecer una diferencia.
yM ientras el señalamiento ¿entra la atención en un punto determ inado pa­
ra investigarlo, en la confrontación lo fundamental es enfrentar al p a ­
ciente con úna contradicción. C onfrontar es poner frente a frente dos
elementos sim ultáneos y contratastantes, que pueden darse tanto en el
m aterial verbal como en la conducta. M uchas veces, com o en el caso del
fum ador recién m encionado, se contraponen la conducta y la palabra.

Creo que vale la pena señalar, para evitar m alentendidos, que las
¿incriminaciones que. hemos hecho en. este parágrafo son dinámicas, me-
tapsicológicas y no fçnomen alógicas. L o fundam ental no es la form a; un
señalamiento, una confrontación y aun una interpretación pueden hacer­
se form alm ente con una pregunta; y, aj^ contrario, muchas veces se le da
fo rm ajifijniçrpretaciôn a lo que sólo es un com entario del analista,
'^■“tôw enstein 't i 951) habla de estos tres instrum entos como"prepara­
torios de la interpretación, pero en mi exposición quise darles más
autonom ía: en cuanto son instrum entos para recabar inform ación no son
necesariamente pasos previos a una interpretación. Los ejemplos de Ló­
wenstein son distintos de los míos, sin duda porque él está interesado en
m ostrar algunos fundam entos de su técnica. En prim er lugar, Lówen­
stein distingue momentos preparatorios y momentos finales en еП 5гасеГо
interpretativo porque piensa," com o’muchos autores, que es artificioso
hablar de le interpretación, cuando en realidad la actividad del analista
es compleja y no se la debería separar en com partim ientos .4 P o r o tra par­
te, Lówenstein piensa que es fundamental ir graduando el acceso del an a­
lizado 111m aterial Inconciente y, en este sentido, se entiende su em peño en
diicrtmiftttf ctme loi pasos previos y el cierre final. Esta prudente actitud
tleilí *in dnlÜKfjiü titi bemoles, y hasta puede ser tendenciosa, ya que se
родии* щи* «I HiufilUfidO llegue por sí solo a lo que ya el analista sabe.
Me «iHieríUí lit Ш1 hombre joven, inteligente y desconfiado que fue
uno de mie рпш р’м pudente?». Tenia sueflos muy poco censurados y yo, s Grinberg diría con m ás precisión que m e habfa contraidentificado con su parte UUItS"
da por las revelaciones que el análisis tenia que hacerle.
4 All ptenttt pi* frullìi» Inm uto (llüla (IV7Ï).
25. El concepto de interpretación ga un dato que le hace falta y del que carece p o r m otivos que fundam en­
talmente le son ajenos, esa inform ación es pertinente y puede ser útil.
vNo se me oculta, por supuesto, el riesgo que se corre al dar este tipo
de mi orm aci<?n. El p aciente puede m alentenderla por apoyó¿ seducción,
deseo de influirlo o efe ccmirofarjo, etcétera; p irô / З ё todos m odûsr si
el analizado sufre de una ignorancia que lo afecta y nosotros le aporta­
mos el conocimiento que le falta al solo intento de m odificar esa si­
tuación, pienso que estamos operando legítimamente, conform e al arte.
Se podrá decir por rierto que, en tales casos, siempre es viable sum i­
E n el capítulo anterior nos ocupam os de los instrum entos de la psico­ nistrar el mismo inform e a través de una interpretación que lo contenga;
terapia, que dividimos en cuatro grupos de los cuales estudiam os los que pero esto para mí es un artificio que no se compadece con la técnica y me­
sirven para influir sobre el paciente y p ara solicitarle inform ación. A hora nos con la ética. Es valerse de nuestra herram ienta más noble para fines
nos corresponde estudiar el tercer grupo que com prende los instrum entos que no le competen y que no pueden sino m enoscabarla. No hay que per­
para inform ar, dentro de los cuales se encuentra la interpretación. Como der de vista que el analizado va a captar, a la corta o a la larga, que esta­
se recordará, existe todavía una cuarta categoría, los parám etros. mos trasm itiéndole un dato determ inado a través de un artificio, y enton­
ces podrá suponer que siempre operamos con segundas intenciones sin
que nosotros podam os limpiamente interpretarle su desconfianza (para­
noica) o su desprecio (maníaco).
1. Instrum entos para inform ar E ^ p eçg 5 ⣠jiL â^âcar аЧи^ 4ue mc refiero a un desconocimiento del
analizado que no "tiene que ver con él contrato'. poplsLeqcuadre, çonjo
De todos los instrum entos que form an el arsenal del psicoterapeuta preguntas sobre un dia feriado, vacaciones, honorarios, etcétera, porque
hay tres que tienen una entidad distinta y tam bién una distinta dignidad: en este caso esTclaro que la inform adói^esjnjludible. Me refiero a cues­
la inform ación, el esclarecimiento y la interpretación. Estas tres herra­ tiones qué no tienen q ü e T e fc o ñ las cqnstantgs.de!. encuadre y sobre las
m ientas son esencialmente una y única; pero conviene distinguirlas, más que el analista puede no sentirse en la obligación de inform ai.
que p or sus características por su alcance. ' A veces se justifica, por ejem plo, darle alguna inform ación médica a
un analizado que no la tiene y ni siquiera sabe que no la tiene. En la mis­
En un extremo está la información, que opera como un auténtico ins­ m a sem ana que su m ujer ingresó en el climaterio, un analizado que envi­
trum ento de psicoterapia si la ofrecemos para corregir algún error. Si la diaba siempre las prerrogativas del sexo débil tuvo una pequeña he­
neurosis en alguna form a proviene de un'error de inform ación, y especí­ m orragia rectal. Interpreté este síntom a como el deseo de ser él ahora el
ficamente de errores de inform ación en térm ino de relaciones interperso- que tenía la m enstruación, en la doble perspectiva de su reconocida envi­
neles1, cvlérgicorpertsar qúe“cualquier afirmación que perpetúe o ahonde dia a la m ujer y de su deseo de reparar. Pude al mismo tiem po poner este
los errores perpetúa y ahonda la enferm edad; y, viceversa, cualquier dato material válidamente en la línea de su trasferencia homosexual y tam bién
que aporte m ejores elementos para comprender la realidad (o la verdad) de su deseo de liberarse de mi terminando repentinamente el análisis como
tiene que tener un carácter terapéutico. si fuera un aborto. Le inform é al mismo tiempo que la sangre en las m a­
En su sentido estricto, Га inform ación se refiere a algo que el paciente terias fecales podía ser un síntom a de enfermedad orgánica y le pedí que
desconoce y debería conocer, es decir, intenta corregir un error que p ro ­ consultara. Por desgracia, mi temor se confirmó y una semana después lo
viene de la deficiente inform ación del analizado. Se explica a mi juicio, operaban por un carcinom a de sigmoide.
por definición, a conocimientos extrínsecos* a datos de la realidad o d ^ No sjempre, pero_ si. tal vez en casos especiales, si no .legítimo puede,
mundo, no lid paciente mismo. Así delim itada, la inform ación incre­ ser al menos perdonable darle a un colega en análisis, que quiere hacer la
menti! el conocimiento del analizado, pero no se refiere específicamente a carrera, algún dato general sobre ciertos reqü ísíto s/p o r ejemplo que=*l
sus prublemru, ilno й un desconocimiento objetivo que de alguna form a perío3o de las entrevistas se abre y se cierra en plazos definidos, aunque
lo Influya Un CMOi muy especiales (y digamos que tam bién muy lo más probáble en estos casos es que haya que interprelaTál aspirante
e*CftlOitìi gl й11й1Ый pufrde legítimamente dar esa inform ación, corregir los motivos neuróticos de su desinformación.
etc em»r No iHfuil rncontrai ejemplos en la práctica, en nuestra p ro­ Un paciente puede consultar por lo que él llam a eyaculación precoz y
pia '* l() i¿iiii>r<() (]Ut pensamos bajo la influencia del severo su- tratarse de un desajuste de otro tipo. Tomé en análisis hace m uchos año*
paryó O «Ni que lim o s cometido una trasgresión; y, sin a una m ujer «frígida» y luego, cuando pude obtener datos sobre su vide
embargo, ti (fonili* № й Intuì tnactòn con el objeto de que el paciente ten- sexual durante el tratam iento, me enteré que su m arido eyaculaba Jd
portas. Fue un error, entonces, no preguntarle en las entrevistas por qué пег en claro lo que el paciente ha dicho. El esclarepjm iento-nogrgmneve
consideraba ella que era frígida, a qué llam aba ella frigidez. Si bien es a m i parecer insight sino sólo un reordenamiéntoi d ejajn fp rm acién ; депо
cierto que la m ujer en cuestión necesitaba el análisis era por otros m oti­ esta opinion no" es la ele Bibring (1954), para quien el proceso implica el
vos, entre ellos por su desconocimiento de la vida sexual, por la idealiza­ Vencimiento de una resistencia (seguramente en el sistema Prcc).
ción del m arido y por sus autorreproches casi melancólicos. En el esclarecimiento la inform a c i^ T k pertenece al naciente.bero_él ,
No hace mucho tiem po, un o una colega joven com entaba con entu­ no la puede aprehender, no la puede captar.
siasmo que, al salir de la sesión, iría al seminario de un eminente analista
que iba a visitarnos. Yo sabía que el viaje se había cancelado a último
m om ento y preferí darle esa inform ación a mi analizado/a en lugar de
dejar q ue se costeara a la Asociación para sólo entonces enterarse. Esta 2. La interpretación
anécdota, al parecer intrascendente contiene, em pero, toda una teoría de
la inform ación en el setting analítico. Yo rio estaba, evidentemente, obli­ En el otro extremo _de,e$te esp.£ÇtC0 , la i n t e r p r p t n r i á p se refierç
gado a suplir su déficit de inform ación, pero sabía que no era él el único siempre, a mi juicio, tam bién por definición, a alg o , q u e pertenece al .
ignorante de la suspensión a últim o m om ento del viaje. Yo mismo había paciente pero de lo que él no tiene conocimiento* No uso la palabra
dado la orden de que se avisara a miembros y candidatos de la imprevista conciencia, porque deseo definir estos tres instrum entos en términos apli­
circunstancia y suponía que no a todos podría haberse avisado. Me pare­ cables a cualquier escuela psicoterapèutica y no sólo a nuestra metapsico-
ce que, pesando todas las circunstancias, no darle el inform e hubiera sido logía. Los ontoanalistas, p o r ejemplo, no adm iten de hecho una diferen­
descomedido de mi parte. cia entre conciente, preconciente e inconciente, pero no objetarán si digo
t En muchos de estos casos sç Jçjjlautea al analista.una situación deli­ conocimiento o empleo la palabra conciencia en el sentido genera) de te­
cada, porque estas fallas «objetivas» de inform ación son frecuentemente ner conciencia, de hacerse cargo o saber de sí mismo. La infoopaciói^se
producto de la represión, la negación u otros mecanismos de defensa. En refiere a algo aue.çl paciente ignora del m undo exterior, de la,realidad, -
estos casos es desde luego más operante (y más analítico) interpretar que algo que no le p erten ecería interpretad t'inceri çam hio, jçûala. siem pte
el sabe algo que no quiere ver (represión), cuya existencia niega (nega­ algo que le pertenece en propiedad al paciente, y de lo д д к ф , у п ещЬаг-
ción) o que quiere que yo (o efq ü e sea) sepa p or él (proyección, identifi­ go, по tiene conocim iento. La diferencia es muy grande, y nos va a servir
cación proyectiva). ■ para definir y estudiar la interpretación.
- -Nuevamente, no hay regla fija en estos casos. Todo depende del m o­ . Se dice a veces que la interpretación puede referirse n o tó lo a algo que
m ento, de las circunstancias, de muchos factores^ No estaremos en falta pertenece al individuo sino t ambién a su ambiente. Es esta una extensión
si lo a uç buscamos es ш 1'рдпдг.а 1 analizado y n a congraciam os con él, dei concepto que yo no com parto. P o r esto insistí en definir y legalizar
apoyarlo o influirlo, y siempre que pensemos que su déficit de inform a­ la inform ación propiam ente dicha, para no confundir el concepto
ción debe ser corregido, d iru tam en te y no interpretado, que de esta m a­ de interpretación. Sólo al paciente se lo interpreta: las «interpretaciones» .
nera ampliamos el diálogo analítico en lugar de cerrarlo. a sus familiares o amigos son interpretaciones silvestres.
« Se comete un lamentable error cuando se cree que al dar este tipo de Del mismo m odo, cuando W innicott (1947) dice que el analista debe
información contribuimos a un cambio en el paciente. Sólo le damos la interpretarle al psicòtico el odio objetivo que alguna vez le tuvo, utiliza la
oportunidad de ver sus problemas desde otra perspectiva, al tiempo que evi­ idea de interpretafción muy laxam ente. Con arreglo a las precisiones que
tamos que vea nuestro silencio como confirmación de lo que él pensaba. estamos estableciendo, lo que se hace en esas circunstancias es inform ar
P ara term inar quiero recordar el mejor ejemplo que yo recuerdo de algo que en su m om ento sentimos, pero nunca interpretar. Interpretar se­
mis lecturas. En el clásico trabajo de Ruth Mack-Brunswick, «Análisis ría decirle que, en aquellas circunstancias él hizo algo para que yo
de un caso de paranoia. Delirio de celos» (1928¿>), donde se m uestra por lo odiara, o que él sintió que yo lo odiaba; pero decirle que yo lo odié
prim era vez la fijación patológica de una mujer a la etapa preedípica, la es sólo una inform ación . 1
paciente com enta muy suelta de cuerpo que las perras no tienen vagina y Años atrás me consultó un colega sobre una m ujer que estaba en un
su analista le d a la inform ación pertinente (pág. 619 de la vers. cast.). evidente impasse porque no había form a de hacerla conciente de que su
m arido la engañaba. El analista le había interpretado reiteradam ente, y
El esclarecimiento busca iluminar algo que el individuo sabe pero no sobre là base de hechos objetivos, este engaño notorio y los mecanismos
distintam ente. El conocimiento existe; pero, a diferencia de la inform a­ de defensa de la paciente para no hacerse cargo. «Usted no quiere ver que
ción, aquí la falla es algo m ás personal. No es que le falte un conocim ien­
to de algo extrínseco sino que hay algo que no percibe claram ente de sí
1 No estam os aquí discutiendo la validez de la técnica de W innicott, sino precisando el
mismo. Bn estos casos la inform ación del terapeuta está destinada a po- concepto de interpretación.
su m arido la engaña. Usted le d a la espalda a la realidad, no quiere ver lo
3. Inform ación e interpretación
evidente. Nadie puede pensar que un hom bre que sale todas las noches y
vuelve a la m adrugada con los más diversos pretextos, que se arregla en
Hemos tratado de acercarnos al concepto de interpretación a partir
exceso para ir a hacer diligencias, que desde hace meses ha suspendido su
de q'ue es una manera' especial de inform ar. E ñ tanlo'qilé in Forma, ^ I n ­
vida conyugal con usted», etcétera. Le dije por de pronto a mi joven co­
terpretación tiene que sçr ante todn-vem z. Si una inform ación no es .ve­
lega que la paciente tenía razón al no aceptar sus puntos de vista, que él
raz, no es objetiva* no es, cierta, obviam ente deja de serlo por definición,
llam aba interpretaciones.
"'f^mbién está dentro de sus notas deñnitorias que su finalidad no sea
Estas pretendidas interpretaciones no son más que opiniones (y las
o tra que la de inform ar, que la de im partir conocim iento.-Por esto insisto
opiniones son algo que pertenece al que las emite, no al receptor) o, en el
yo en que la interpretación debe ser desinteresada. Si tenemos otro inte­
m ejor de los casos, inform aciones (en cuanto pertenecen al m undo exte­
rés que el de dar conocimiento, entonces ya no estamos estrictamente in­
rior, a la realidad objetiva). A lo sum o mi joven colega habría podido
terpretando sino sugestionando o apoyando, persuadiendo, m anipulan­
decirle a su empecinada paciente: «Deseo inform arle que hay una alta in­
do, etcétera. Conviene aclarar éq u id o s cosas im portantes. Prim ero, que
cidencia de engaño m atrim onial entre los hom bres que tienen todas las
me estoy refiriendo^, la. actitud que.tiçne el emisor, el analista; poco o na­
tardes reunión de directorio o las mujeres que salen solas y bien arregla­
da jm porta gara el caso lo que haga el receptor. El analizado puede darle
das los sábados a la noche». Basta ponerlo así para que todos nos demos
à nuestras palabras otro sentido, pero eso no las cambia. Si el destinata-
cuenta de que una intervención de este tipo no tiene sentido, es ridicula.
rio utiliza mal el conocim iento que yo 1c di* tendré que volver a.interpre­
Las «interpretaciones» de mi colega no sonaban ridiculas pero eran to tal­
tar, y seguramente apuntaré ahora al cambio de sentido que operó mi es­
mente ilógicas, carecían de m étodo (y de ética), ya que él no podía saber cucha. Segundo, me refiero a] objetivo básico de la comunicación /sir]
de verdad si este hom bre andaba con otras m ujeres, ni tam poco el análi­
pretender un analista quím icam ente p ino , Ubre de to d a contam inación y .
sis se ocupa de averiguarlo. en posesión de un lenguaje ideal donde no existan el equívoco o la impre-
De todos modos, mi colega consultaba porque el caso estaba detenido.
cisián^A veces son estas inevitables notas agregadas a la interpretación
Después de las «interpretaciones» su paciente interpelaba a su marido, él ne­
en sentido estricto lo único que capta el analizado para criticar con m a­
gaba y ella terminaba por creerle, para desesperación de su analista.
yor o m enor razón una Interpretación.
C uando yo inicié esa supervisión, le señalé a mi colega su error m eto­ En el concento d ein tern reta ci 6 n (y en .gçueiâl de inform ación) coinci­
dológico y, por mi parte, no me hice ninguna conjetura sobre si el m arido
den él m étodo psicoanalítico, l¿i teoría "y I3 ética, en cuanto nos es dado
engañaba a su mujer o no. En realidad no puedo saberlo y tam poco me
interprefáf* pero no dictam inar sobre la conducta ajena. Eso sólo lo
incumbe como analista (o para el caso com o supervisor).
puede decidir cada uno, en este caso el paciente. Razón tiene Lacan
El analista empezó a prestar más atención a la form a en que la pa­
(1958), que protesta cuando el analista quiere ser «1 que define la ad ap ta­
ciente contaba las salidas del esposo, que pronto le dieron una pauta. ción («La dirección de la cura», pág. 228 y pàssim de la vers. cast.).
Lo esperaba presa de intensísima angustia y gran excitación, asediada
.Además de v çrazj. desinteresada, la interpretación debe ser, tambiérr,
por la imagen de verlo en la cam a con otra m ujer. Al fin de esta larga
una inform ación pertinente, esto es» dada en un contexto donde pueda
agonía, term inaba m asturbándose. Es decir, todo eso le provocaba un ser operativa, utilizablé," aunque finalmente no lo sea. La interpretación
placer escoptofílico y m asoquista muy intenso. C uando así se le inter­ tiene que ser oportuna, tiene que tener un mínimo razonable de oportuni­
pretó hubo un cam bio dram ático, en prim er lugar porque la m ujer se hi­
dad. Estoy introduciendo aquí, pues, otra nota definitoria de la interpre­
zo cargo de lo que le pasaba a ella y luego porque pudo plantear de o tra tación, la pertinencia (oportunidad), que para mí no es sinónimo de tim­
form a las cosas con su m arido. Asi, lentamente, empezó a ponerse en ing. El concepto de.jjmiiift £s.mᣠrestringido y más preciso que el de
m archa de nuevo el análisis. Vale la pena señalar aquí, de paso, el oportunidad, que es más abarcativo. Una interpretación TuéYS _
conflicto de contratrasferencia, en cuanto el paciente colocaba a su an a­ íng» no deja de serlo; una intervención imperiïnehté'fTcr ÎÜ ^ j p o r dpff
lista en la posición del tercero que imagina la escena prim aria.
nición. La oportunidad se refiere, pues, al contacto con el m aterial, a la
1 La interpretación no puede sino referirse al paciente, y por varios m o­
ubicación dél analista frente al paciente.
tivos. Ante todo, porque ni metodológicamente, ni éticamente nosotros "HèmòV deîinîa07°'pires, la'ínterpretación como una inform ación ve­
podemos saber lo que hace el otro. N osotros sólo sabemos lo que pasa en raz, desinteresada y pertinente que se refiere al receptor.
el h i c e t n u n c , en el aquí y ahora, sólo nos consta lo que nos dice el p a­
ciente. E lie posición no cambia en absoluto si el analista pudiera tener
acceso a lo realidad exterior (objetiva), ya que esa realidad no es perti­
nente, lo único pertinente es lo Que proviene del analizado.
4. Interpretación e insight eso estar entre las finalidades inmediatas del analista cuando interpreta.
Com o veremos dentro de un m om ento,^! efecto buscado por la mterpçûr
P or un camino diferente al que nosotros hemos recorrido, Lôwen- tación es lo decisivo cuando la definimos operacionalmente._j
stein llegó en 1951 (es decir, hace más de veinte definición de
la interpretación similar a la recién expiiesta/J.ÿwen^jj ^ ftstinpiie las in­
tervenciones preparatorias del analista ena?ra!wfcrS“a liberar las aso­
ciaciones del analizado (es decir, a re c a ta r inform ación), de la interpre­ 5. Interpretación y significado
tación propiam ente dicha, intervención especial que produce los cambios
dinámicos que llamamos insight. La interpretación es una explicación En un intento por definir la interpretación desde otra perspectiva
que el analista 'dàU 'pacienfe” ( p a r t i r de lo que este le comunicó) para que complem enta la anterior, prestemos ahora atención a su valor se­
aportarle un nuevo conocimiento de sí mismo. Lòwenstein dice, pues, en mántico. El analista, señala David Liberm an (1970-2), da un segundo
resumen, que la interpretación es una inform ación (conocimiento) que se sentido al m aterial del paciyite. El nuevo sentido que otorga la interpre­
le da al paciente, que se refiere al paciente y que provoca los cambios que tación aí material me lleva a com pararla con la vivencia delirante prim a­
conducen al insight. ria (Jíisp e r^ lS JJ)-
Esta definición sólo difiere de ]a dimos en el parágrafo anterior ев, Jaspers definió genialmente la vivencia delirante primaria como una
q u e j QigTuye el efecto de la interpretación..C oincido eu. este..piintp pon nueva conexión de significado; de pronto el individuo, inexplicablemente
^ S án ale f^ í al. (1973), cuando dicen que sería mejor definir la intem reta- para Jaspers (pero no para Freud), es decir, ep una form a en que la. empa­
4 jó a -p o rs u s intenciones y n o poMUfeefectes. En este sentido, la defini­ tia resulta imposible para el observador fenomenològico porque efectiva­
ción de Lòwenstein sería más aceptable si dijera que la interpretación e s­ mente en el plano d é la conciencia sería incomprensible, aparece una nueva
tá destinada (o tiene la intención) de producir insight y no que tiene que relación, una TQueva^conexión de si^niJîcado% un^jÿxaÀs^àSicaàôn.
producirlo. Porque, de hecho, hasta la interpretación m ás perfecta puede \La interpretación es tamBiTri’una nueva conexión de significado. El
ser inoperante sí el analizado así lo quiere. Es mejor entonces, en conclu­ analista tom a diversos elementos de las asociaciones libres del" paciente y
sión, que la definición se apoye en la inform ación que da el analista y no produce una síntesis que da un significado distinto a su experiencia. Esta
en la respuesta del paciente. nueva conexión es desde luego real, simbólica y no por supuesto delirante.2
En conclusión, Sandler, Dare y Holder proponen, с о т о alternativa, En contraste con la vivencia delirante prim aria, la interpretación lle­
que la interpretación está destinada a producir insight. Concuerdo, en­ ga a un significado pertinente y realista; además, y esto me parece decisi­
tonces, con la sugerencia de ellos ya que, para el caso, inform ar es lo mis­ vo, la interpretación tiene dos notas que nunca pueden aparecer con la vi­
mo que procurar que el paciente adquiera insight. vencia delirante prim aria, la cual siempre descalifica y no es rectificable.
La relación con el insight, con ser im portante, es compleja y es por es­ La interpretación no descalifica; si lo hiciera ya no sería interpreta­
to que preferí no incluirla en la definición. Si asumiéramos el deseo de ción sin o tina m era m aniobra defensiva del analista (negación, identifica­
que el analizado responda con insight perdenà1mósìiTg61fe nuestra acti» ción proyectiva, etcétera) más próxim a a la vivencia delirante prim aria
tud de I m p ^ îa ïïH a a .’ "ЁГ Insight debe ser algo que surja por obra de que a la inform ación. La interpretación nunca descalifica; la vivencia de­
nuestfa labo'r sífí que nosotros lo busquemos directamente. Salvados es­ lirante prip\aria •
tos reparos y con las precisiones de Sandler et al. podemos agregar como En medio de una grave crisis m atrim onial, el analizado afirm a que no
una de sus notas definitorias que la interpretación está destinada a pro­ se divorcia por sus hijos. Apoyado en un material am plio y convincente,
ducir insight. el analista le interpreta que proyecta en los hijos su parte infantil que no
A parte de los aspectos metodológicos que me parecen decisivos, la re­ quiere separarse de la m ujer, que representa a la m adre de su infancia.
lación entre la interpretación y el insight es muy compleja. Tal vez nueda ¿Qué quiere decir esta interpretación, qué busca con ella el analista? In­
incluso sostenerse que no toda interpretación está destinada a producir tenta dar al analizado una nueva inform ación sobre su relación con su
tnilght, al menos el insight ostensivo. El insight es un proceso muy espe- m ujer y sus hijos; pero no descalifica sus preocupaciones de padre.
clfiéti* cullili linci â n de una íéríéTíe momentos de elaboración a través de Puede ser que el paciente resuelva ese conflicto dejando de proyectar en
Utl targo IrAlanJo intorpnjUUixp. Es este un tem a apasionante que discuti- sus hijos su parte infantil, y que, sin em bargo, decida finalmente no di­
rcino» т ы mídante, especialmente en el capitulo 50, y que no hace estric- vorciarse pensando en cóm o quedarían sus vástagos.
Шггмис « к ргм-ТЛС tliicuslón, Estamos buscando las notas definitorias O tra diferencia con la vivencia delirante prim aria es que la interpreta­
del csnt&¡iU« Uè liitKpreiftclón, sin pronunciam os todavía sobre sus rela­
cione# СОП (fi IltWiJlhi VIn ffínhornción. Оде modo de pensar apoya nueva­ } Кмa definición puede encuadrarse perfectam ente en las ideas de Bíon (1963) lobrt U
mente 111 UlW Ф tit№ el til ti gil t flgute entre las notas definitorias sin por conjunción conitanic y el hecho seleccionado.
ción es siempre una hipótesis, y en cuanto tal rectificable. La idea deli­ guérit». No es otro el sentido con que dam os al paciente la interpreta­
rante no se rectifica; la hipótesis, en cam bio, si seguimos a Popper (1953, ción, actitud de l i b e r ta d o r a el otro, no de coacción: de desinterés, no de
1958, 1962, 1972), nunca es confirm ada y sigue válida hasta que se la re­ exig enqftTNóbáy en esta actitud para nada desinterés afectivo, porque la
futa. La interpretación, pues, puede considerarse una proposición cientí­ inform ación se da con afecto, con el deseo de que el analizado se haga
fica, una sentencia declarativa, una hipótesis que puede ser justificada o cargo de la inform ación para que después y por su cuenta reajuste, reaco-
refutada, y esto la separa totalm ente de la vivencia delirante prim aria. mode o replantee su conducta. La m odificación de la conducta no está
En resumen, en cuanto nueva conexión de significado, la interpreta­ incluida en nuestra intención al inform ar, y esta es, tal vez, la esencia del
ción inform a y da al analizado la posibilidad de organizar una nueva fo r­ trabajo analítico.
ma de pensam iento, de cam biar de punto de vista (Bion, 1963).

7. Interpretación У sugestión i
6. Definición operacional de la interpretación
En este sentido, como'cfije antes, pienso que lo que define el psico­
H asta ahora hemos definido la interpretación en dos form as distintas análisis es que prescinde de la sugestión. El psicoanálisis es la única psi­
y en cierto m odo coincidentes, como un tipo especial de inform ación y coterapia que no usa placebos. Todas las psicoterapias usan en alguna
com o una nueva conexión de significado. Desde el prim er punto de vista form a la comunicación como placebo, en cambio nosotros renunciam os
la interpretación es una proposición científica, un punto que estudió hace a ello. Y esta renuncia define al psicoanálisis, que por eso tam bién es más
ya algunos años Bernardo Alvarez (1974); desde la otra perspectiva la difícil. N uestra intención no es m odificar la conducta del paciente sino su
interpretación se caracteriza porque tiene un valor sem ántico, porque inform ación. Bion lo ha dicho con su habitual precisión: el psicoanálisis
contiene un significado. no pretende resolver conflictos sino prom over el crecimiento m ental.
i Debem os ahora considerar una.tercera form a de .definir la interpreta- - El paciente puede tom ar nuestra inform ación com o sugestión, apoyo,
ción, y es la operacional. Com o bien dice Gregorio Klimovsky en el capí­ orden o lo que fuere. No digo que eso el paciente no lo pueda hacer y ni
tulo 35, la interpretación no es sólo una hipótesis que se construye el siquiera digo que esté mal que lo haga\ Es la actitud con que nosotros da­
analista sino una hipótesis que está hecha para ser dada, para ser com u­ mos la inform ación, no la actitud con'qúe la recibe el analizado, lo que
nicada. Si bien en casos especiales podemos’ retener la interpretación, la define nuestro quehacer. Es parte de nuestra tarea, además, tener en
condición de tener que com unicarla al paciente es inevitable porque, en cuenta la actitud con que ¿Tpacíente puede recibir nuestra inform ación y
tanto hipótesis, la única form a de testearla es com unicándola. Está, en lo posible predecir su respuesta, evitando cuando esté a nuestro alcan­
pues, incluida en la definición de interpretación que debe ser com unica­ ce ser mal entendidos* Inclusive podem os abstenernos de interpretar si
da; pero al ser com unicada es tam bién operativa, es decir, prom ueve al­ pensamos que no vamos a ser com prendidos, si prevemos que nuestras
gún cam bio, que es lo que nos permite testearla. De esta form a se reabre palabras van a ser distorsionadas y utilizadas para otros fines. En el m o­
el debate del parágrafo 4 y se com prueba la razón de Sandler cuando mento en que estamos proponiendo un aum ento de honorarios, una in­
incluye entre las cualidades defm itorias de la interpretación su intención terpretación de las tendencias anal-retentivas difícilmente va a ser recibi­
(más que su efecto, como Lówenstein) de producir insight. d a como tal. Lo más probable es que el analizado la vea como un intento
Estas tres notas, pues, la inform ación, la significación y la operativi- de justificarnos o cosa parecida y no com o una interpretación.
dad, son los tres parám etros en que se define la interpretación. Creo haber aclarado, entonces, que información, esclarecimiento e in­
Como dijim os antes, la definición operacional de la interpretación no terpretación form an una categoría especial de instrum entos por la inten­
implica que ese efecto sea buscado por el analista en form a directa. El ción con que se los utiliza, intención singujai,^ue podría resum iise^icien-
analista sabe empíricamente, porque su praxis se lo ha dem ostrado do que es la de que no operen corng’placebos sino comfHSÏormacïSh.
muchas veces, que si la interpretación es correcta y el analizado la admite Si queremos utilizar el esquema clásico de la prim era tópica; podemos
va a operar en su m ente. Esto no cambia, sin em bargo, la actitud con que concluir que inform ación, esclarecimiento e interpretación corresponden
el analista interpreta. Su actitud sigue siendo desinteresada, en cuanto lo a procesos conciernes, preconcientes e inconcientes respectivamente.
que se propone es d ar al analizado elementos de juicio p ara que pueda
cam biar, sin estar pendiente de sus cambios, sin ejercer ninguna otra
influencia que la del conocim iento. La inform ación del analista es desin­
teresada en la form a en que Freud lo planteaba en los «Consejos al médi­
co» con la fraK aquella del cirujano que decía: «Je le pansai, Dieu le
26. La interpretación en psicoanálisis
Hemos tratado de definir con el m ayor rigor posible los múltiples ins­
trum entos de que dispone el analista porque de allí surge espontánea­
mente la esencia de la praxis. Hemos llegado a m ostrar sobre la base de
qué argum entos puede afirm arse que el psicoanálisis nada tiene que ver
con la sugestión.
Conviene dejar en claro que al deslindar diversos instrum entos no es­
tam os sugiriendo que en la práctica siempre nos sea posible discrimi­
narlos. En la clinica las cosas no son nunca sencillas y aparecen zonas
En el capítulo anterior hicimos fundam entalm ente dos cosas: em pla­
intermedias e imprecisas en las que un instrum ento se cambia por otro in­
zamos la interpretación en el lugar que le corresponde entre los variados
sensiblemente. Estos cambios son de lo más comunes; pero no p o r esto
instrum entos de la psicoterapia y luego tratam os de llegar a ella por
vamos a decir que las diferencias no existen. C uándo un señalamiento se
los dispares caminos de la comunicación, la semiología y el operaciona-
trasform a en confrontación, cuándo una confrontación empieza a tener
lismo, pensando que en el punto de su convergencia deben por fuerza en­
ingredientes interpretativos o viceversa, es algo que lo tenemos que deci­ contrarse las notas defmitorias.
dir siempre en cada caso particular.
H ablam os entonces ubicados de intento en el campo am plio de la psi­
Si he insistido en que existen a disposición del analista varios instru­
coterapia; y ahora nos toca una tarea distinta, com plem entaria pero dis­
m entos y no solam ente la interpretación, es p ara darle a esta su dignidad tinta, que es el estudio de la interpretación en psicoanálisis.
plena, para evitar que se desvirtúe el concepto de interpretación englo­
El psicoanálisis es, por cierto, un m étodo entre otros de la psicotera­
bando en ella todo lo que hace el analista o, viceversa, pensando que pia mayor; pero tiene pautas que lo singularizan, como el lugar privile­
entre la interpretación y los otros instrum entos no hay m ayor diferencia. giado que concede a la interpretación. Con razón dicen Laplanche y
Creo que es artificial trasform ar en interpretación lo que debería ser Pontalis en el Diccionario (1968, pág. 207) que el psicoanálisis se puede
una pregunta o una orden. En estos casos, a pesar de que nosotros poda­ caracterizar por la interpretación.
mos decir que hemos interpretado, en realidad el paciente lo decodifica
como lo que es, y yo creo que tiene razón. T rasform ar en interpretación
algo que tendría que ser otra cosa es siempre artificial y, más aún,
contrario al espíritu del análisis, porque la interpretación, como hemos 1. La interpretación en los escritos freudianos
dicho, no debe prom over una conducta.^
Hay zonas intermedias en las que uno puede inclinarse hacia un lado En la obra de Freud la interpretación se define básicam ente como el
u o tro, por una confrontación o por una interpretación, por ejem plo. Si camino que recorre la com prensión del analista p ara ir desde el contenido
en el paciente que analizaba con todo entusiasmo su hábito de fum ar m anifiesto a las ideas latentes. La interpretación es el instrum ento que
mientras encendía un cigarrillo, hubiera descubierto una actitud de hace conciente lo inconciente. En L a interpretación de ios sueños la in­
burla, hubiera hecho una interpretación no una confrontación. terpretación es igual y contraria a la elaboración: la elaboración va desde
Todo esto apunta, entonces, a destacar cuál es el lugar legítimo que las ideas latentes al contenido manifiesto; la interpretación desanda ese
pueden tener el señalam iento, la confrontación y las preguntas en nuestra mismo camino.
técnica. Son pasos preparatorios o de m enor significado que la interpre­ P ara Freud, la interpretación es, ante todo, el acto de dar sentido al
tación; pero a veces respetan más las reglas del juego en cuanto no intro­ material, com o aparece en el título mismo de su obra cum bre, que lo ubi­
ducen elementos que pueden ser equívocos. ca no entre los que estudiaron los sueños «científicamente» sino entre
Estas diferencias permiten reivindicar la autonom ía de estos instru­ quienes les asignan un sentido. Interpretar un sueño es descubrir su senti­
mentos y respetar los principios básicos de nuestro quehacer. do, La definición de Freud, pues, es semántica, com o se aprecia al co­
mienzo del capítulo II de la obra: « ... “ interpretar un sueño” significa
Indicar su “ sentido” ». La interpretación se inserta como un eslabón más
en el encadenamiento de nuestras acciones anímicas, que así cobran
sentido.
1 C u a n d o un paciente me pregunta si puede turnar durante la sesión, prefiero decirle Ш icnlido que rescata la interpretación varía paralelam ente con loi
que pueda h u e r t o , en l u p i de «Interpretarle» q u t me está pidiendo perm iso o está tratan ­ d litln to i momentos que se van perfilando en la investigación freudiana,
do de ver i l y o la p io lilb o . ('am o voremoi dentro de un m om ento, Didier Anzieu (1969) diitlngut
sos, pues, la palabra interpretación aparece cargada de sus notas menos
tres grandes concepciones del proceso de la cura y, consiguientemente,
confiables.
tres tipos de interpretación; pero, a los fines de nuestro interés en este
m om ento, diremos que la interpretación tiene que ver siempre con el
conflicto y el deseo. Los recuerdos se recuperan pero no se interpretan.
Porque hay instintos que cristalizan en deseos contra los que se erigen de­
fensas, se hace necesaria la interpretación. En cuanto instrum ento especi­
2. Com prender, explicar e interpretar según Jaspers
fico para desentrañar el conflicto, la interpretación queda engarzada, ya
En la segunda parte de su Psicopatologia general (1913), que trata de
lo veremos, en el trípode topográfico-dinám ico-económ ico de la metapsi-
la psicología comprensiva, Jaspers distingue dos órdenes de relaciones
cología.
comprensibles, com prender y explicar. La comprensión es siempre gené­
Lo que Freud piensa de la interpretación puede deducirse con sufi­
tica, nos permite ver cómo surge lo psíquico de lo psíquico, cómo el ata­
ciente aproxim ación releyendo unos de sus escritos técnicos, «El uso de
cado se enoja y el engañado desconfía. La explicación, en cam bio, anuda
la interpretación de los sueños en el psicoanálisis» (191 le). El sueño, co­
mo el síntom a, se explican aprehendiendo sucesivamente los distintos objetivam ente los hechos típicos en regularidades y es siempre causal.
fragmentos de su significado y «hay que darse por satisfecho si al princi­ Entre comprensión y explicación hay, para Jaspers, un abismo insupe­
pio se colige, merced al intento interpretativo, aunque fuera una sola no­ rable.
ción de deseo patógena» (AE, 12, pág, 89). 1 Según lo que se vislumbra E n las ciencias de la naturaleza las relaciones son causales y sólo
en esa cita, para el Freud de los escritos técnicos interpretar es explicar el causales, y se expresan en reglas y leyes. En la psicopatologia podemos
significado de un deseo inconciente, traer a la luz una determ inada pul­ explicar así algunos fenómenos, como la herencia recesiva de la oligofre­
sión. nia fenil-pirúvica o de la idiocia am aurótica de Tay-Sachs, establecer una
relación legal cierta entre la parálisis general y la leptomeningitis sifilítica
Laplanche y Pontalis señalan que la palabra interpretación no es su-
o remitir el mogolismo a la trisom ía del crom osom a 21.
perponible a D eutung, cuyo sentido se aproxim a más a explicación y
En psicología podemos conocer no sólo relaciones causales (que son
esclarecimiento. La palabra latina «interpretación», en cambio, sugiere
las únicas cognoscibles en las ciencias naturales) sino tam bién un tipo dis­
por m om entos lo subjetivo y lo arbitrario.
tinto de relaciones cuando vemos cómo surge lo psíquico de lo psíquico
Freud mismo, sin embargo, utiliza la palabra con estas dos connota­
de una m anera para nosotros comprensible. La concatenación de los
ciones cuando com para la interpretación psicoanalítica con la del para­
hechos psíquicos la comprendemos genéticamente.
noico en la Psicopatologia de ¡a vida cotidiana (1901ft), tal como ya lo
La evidencia de la com prensión genética es, para Jaspers, algo últi­
hemos visto al definir la interpretación como una nueva conexión de sig­
m o, algo que no podem os perseguir más allá; y en esa vivencia de eviden­
nificado.
Los autores del Diccionario citan, por su parte, el empleo que hace cia últim a reposa toda la psicología comprensiva. «El reconocimiento de
esta evidencia es la condición previa de la psicología comprensiva, así co­
Freud en el capítulo VII de Sobre el sueño (1901b), donde la palabra ad­
mo el reconocimiento de la realidad de la percepción y la causalidad es la
quiere esa connotación arbitraria. Al introducir el concepto de elabora­
condición previa de las ciencias naturales» (Jaspers, 1913, pág. 353 de
ción secundaria, Freud dice allí que es un proceso tendiente a ordenar los
la edición española de 1955).
elementos del sueño proveyéndolos de una fachada que viene a recubrir
Jaspers atenúa sus afirmaciones, m e parece, cuando aclara acto se­
en algunos puntos al contenido onírico, a m odo de una interpretación
guido que una relación comprensible no prueba sin más que sea real en
provisional. Cuando emprendemos el análisis de un sueño, lo primero
un determ inado caso particular o que se produzca en general. Cuando
que tenemos que hacer es sacarnos de encima ese intento de interpreta­
Nietzsche afirm a que de la conciencia de debilidad del ser hum ano surgen
ción, dice Freud,
la exigencia m oral y el sentimiento religioso porque el alm a quiere satis­
Com o todos sabemos, Freud atribuye la elaboración secundaria al in­
facer de esa m anera su voluntad de poder, experimentamos de inmediato
tento de que el sueño resulte comprensible (miramiento por la com prensi­
esa vivencia de evidencia de la que no podem os ir más allá; pero cuando
bilidad) y la explica por una actividad del soñante que aprehende el
Nietzsche aplica esa com prensión al proceso singular del origen del cris­
m aterial que se le presenta a partir de ciertas representaciones de espera
tianismo puede estar equivocado si el material objetivo con el que es
(Erwartungsvorstellungen), que lo ordenan bajo la prem isa de que es
comprensible, con lo que sólo logra muchas veces falsearlo.2 En estos ca­ com prendida la relación no ha sido bien tom ado. De esta form a, toda la

nica de Freud, cuando le da al analizado ciertos inform es sobre la teoría psicoanalìtica pare
1 one m utt be content If the attempt at interpretation brings a single pathogenic que operen en esa forma. Donde más puede observarse este modus operandi es en la hiltOli#
wishful Imputai to light» (AE, 13, pig. 93). clínica del «H om bre de las Ratas».
1 Ht concepto tí» tapiuen u cio n ei de espera es interesante porque inspira a veces la téc-
psicología comprensiva de Jaspers reposa en la vivencia, pero es distinto Dentro del sistema adleriano, la interpretación no puede hacer otra
cuando se aplica al hecho particular. cosa que descubrir las intenciones que surgen teleológicamente de la m eta
Jaspers afirm a ahora, sobre estas bases, que «todo com prender de final ficticia (Adler, 1912, 1918). En Freud el soporte teórico es com ple­
procesos reales paniculares es por tanto más o menos un interpretar, que tam ente distinto, porque las intenciones inconcientes que capta la in­
sólo en casos raros de relativamente alto grado de perfección puede llegar terpretación final tienen su punto de partida en la pulsión, con su corola­
al material objetivo convincente» {ibid., págs. 353-4). rio de deseo inconciente o fantasía. Bernfeld, que por cierto conoce
Podem os hallar comprensible (vivencialmente) una relación psíquica bien esta diferencia, podría destacar con rigor el contraste entre el psico­
libre de to d a realidad concreta, pero para el caso particular sólo pode­ análisis y la psicología individual, sin cuestionarle al prim ero el derecho
mos afirm ar la realidad de esa relación comprensible siempre que existan de interpretar los fines.
los datos objetivos. Cuanto menores sean los datos objetivos y más laxa­
mente susciten la comprensión, más interpretamos y menos comprendemos. La interpretación fu n cio n a l apunta a descubrir qué papel cumple una
De esta form a, y en realidad con definiciones, Jaspers se inclina a determ inada acción, para qué le sirve al sujeto. Cuando decimos que
descalificar como arbitraria a la interpretación en general. La dificultad una m ujer no sale a la calle para no dejarse llevar por sus deseos incon­
m ayor de la psicología comprensiva jasperiana es cóm o unir esa eviden­ cientes de prostitución, podem os decir que la claustrofobia cumple en ese
cia de la comprensión genética con lo que llam a m aterial objetivo. Esta caso la fun ció n de evitar esa tentación y sus peligros.
dificultad epistemológica no se le plantea, por suerte, al psicoanálisis. Com o señala Bernfeld, no siempre es fácil distinguir entre interpreta­
ción finalista y funcional, ya que muchas veces la función del acto en estu­
dio es justam ente cumplir un objetivo; pero otras veces la diferencia salta
a la vista. Cuando trasform o el sonido del despertador en el trino de un
3. La clasificación de Bernfeld pájaro para seguir durm iendo, puede interpretarse que el sueño cumple
la función de preservar mi reposo y su finalidad es satisfacer mi deseo de
Siegfried Bernfeld, uno de los grandes pensadores del psicoanálisis, seguir durm iendo.
escribió en 1932 un extenso ensayo sobre la interpretación.3 Es uno de los Bernfeld advierte que la interpretación funcional tiene dos significa­
pocos intentos de precisar el concepto de interpretación con un criterio dos diferentes.4 En general se la emplea para establecer una relación
metodológico dentro de la bibliografía psicoanalítica. entre dos hechos, como cuando decimos que tenemos ojos para ver, con
Bernfeld parte de las definiciones de Freud recién m encionadas, en una clara connotación teológica. Otras veces la interpretación funcional
cuanto interpretar es develar el sentido de algo, incorporándolo al con­ se usa para denotar una relación entre el todo y las partes, como cuando
texto global de la persona que lo produjo, y propone tres clases de in­ decimos que x es una función de y. En este último caso la interpretación
terpretación: finalista, funcional y genética (reconstrucción). funcional permite caracterizar un hecho en el contexto al que pertenece.
Bernfeld considera, con razón, que en cuanto la relación funcional
La interpretación finalista descubre el propósito o la intención de una requiere que se dem arque el universo al que se aplica se vuelve imprecisa
determ inada acción, la sindica com o eslabón de la cadena de aconteci­ y aleatoria en psicoanálisis donde, justam ente, hay siempre m uchos con­
mientos que constituyen el contexto intencional de una persona. Este textos, donde siempre opera el principio de la función múltiple de
contexto intencional es, desde luego, inconciente y a él apunta la in­ Waelder (1936). « P ara las formulaciones funcionales del psicoanálisis, la
terpretación final. «La interpretación final remite ai contexto intencional “ persona” como esencia de todos los m om entos personales, es excesiva­
al que pertenece un elemento en cuestión que prim ariam ente aparece mente ambigua para constituir la “ totalidad” a la que dichas form ula­
aislado o incorporado a otro contexto» (1932, pág. 307). ciones se refieren» (ibid., pág. 320).
El inconveniente de las interpretaciones finales, dice Bernfeld, es que La interpretación genética (reconstrucción) es, para Bernfeld, el m é­
son más fáciles de aceptar que de probar, de m odo que muchas veces se todo fundam ental del psicoanálisis. El psicoanálisis se propone siempre
presupone que la intención tiene que estar y finalmente se la encuentra. la reconstrucción de los procesos psíquicos que sucedieron concretam en­
Es lo que pasa, sigue Ilcrnfelú, con la psicología individual de Adler. te. Esta reconstrucción es posible, afirm a Bernfeld, porque el proceso
Con un tono polémico iln duda más justificado entonces que ahora, psíquico a reconstruir deja huellas y porque existe una relación regular
Bernfeld sostiene quo >e trato de que la psicología establezca un determi­ entre los hechos psíquicos y sus huellas.
nado nexo sino que descubra el existente y oculto {ibid., pág. 309).
4 Volveremos sobre el tema de las explicaciones funcionales en psicoanálisis sobre todp
3 м[)ег UegrttT det "D w tim * " in (In t'»ydiunnily»e». C'ito Ib traducción que aparece al hablar de acting o ut. V éase tam bién el capítulo S, donde se d iscute la función de la t r e if t.
en E l psIeoanàlUir y lâ n im m lA n шИЧяыЮ/ИвПа. renda.
Es que el psicoanálisis es, para Bernfeld, la ciencia de las huellas y, ve al psicoanalista com o el traductor de un texto, de m odo que la in­
por tanto, «puede caracterizarse el m étodo fu n d a m en ta l de la investiga­ terpretación psicoanalitica es al fin y al cabo una hermenéutica. En desa­
ción psicoanalítico com o la reconstrucción de acontecimientos persona­ cuerdo con esa concepción, Anzieu piensa que el psicoanalista es un in­
les pasados a partir de las huellas que dejan tras sí» (ibid., pág. 326). Y térprete vivo y hum ano que traduce el «idioma» del inconciente para
adelantándose un lustro a Freud concluye que es preferible llam ar re­ otro ser hum ano; y, como el intérprete que vuelca una idioma a otro, el
construcción que interpretación al m étodo fundam ental del psicoanáli­ analista no opera nunca como m áquina o robot, justam ente porque toda
sis, «subrayando que la reconstrucción utiliza muy a m enudo la interpre­ traducción es sólo una equivalencia, una aproxim ación.
tación final y funcional» (ibid., pág. 326). La reconstrucción psicoanaliti­ M ás allá de la hermenéutica y de la lingüística, la interpretación
ca puede denom inarse tam bién, de todos modos, interpretación recons­ tiene para Anzieu un significado que coincide con la interpretación del
tructiva o genética.5 artista. El analista interpreta en el mismo sentido en que el músico in­
Bernfeld señala tam bién, con acierto, que lo reconstruido no es pro­ terpreta su p artitura o el actor su papel, esto es, com prendiendo y expre­
piam ente el proceso tal com o fue, sino únicamente un modelo del proce­ sando las intenciones del autor. El intérprete en estos casos respeta y
so (ibid., pág. 327). conserva el texto pero lo reproduce a su m anera. Com o el músico y el ac­
El ensayo de 1932 term ina con una síntesis muy clara: la interpreta­ tor, el analista interpreta con su personalidad. «La interpretación psico­
ción finalista apunta a las intenciones del sujeto, la interpretación analitica —dice Anzieu— testim onia el eco encontrado en el analista, no
funcional se refiere al valor de un fenómeno en el nexo de una totalidad, tanto por las palabras com o por las fantasías del paciente» {ibid., pág.
m ientras que la reconstrucción establece el nexo genético de un fenóm e­ 272). La interpretación surge, pues, de lo que siente el analista, de lo que
no que ha quedado separado (ibid., pág. 329). en él resuena del paciente.
En el denso ensayo titulado «Elementos de una teoría de la interpre­
tación» (1970), Didier Anzieu va recubriendo de significado la interpre­
tación a m edida que se desarrollan las teorías de Freud, con frecuentes
4. Aportes de los Anzieu referencias al trabajo de W idlücher Freud y el problem a del cambio
(1970), que distingue tres concepciones sucesivas del ap arato psíquico y,
Didier y Annie Anzieu se han ocupado de la interpretación en una se­ consiguientemente, del cam bio en el tratam iento.
rie de im portantes trab ajos,6 que aportan elementos valiosos para de­ La prim era concepción com prende las ideas de Breuer y Freud en los
limitar la interpretación psicoanalítica. Estudios sobre la histeria (1895d) y alcanza el período siguiente, en que
Didier Anzieu (1969) considera que es difícil estudiar la interpreta­ Freud sienta las bases del psicoanálisis. La ecuación fundam ental, dice
ción porque lo m uestra al analista en su totalidad, racional y tam bién W idlücher, es que el síntom a es el equivalente del recuerdo displacentero
irracional. No cree por cierto Anzieu que la interpretación surja lim­ y olvidado; y el síntom a se resuelve cuando la cura (catártica) recupera
piam ente del área libre de conflictos del analista y se dirija al área libre de el recuerdo.
conflictos del analizado, como a veces parecen sugerir los tres artículos En dos sentidos se hace aquí necesaria la interpretación. Desde el
del P sycho-Analytic Quarterly de 1951 de H artm ann, Lüwenstein y Kris, punto de vista tópico, para resolver la doble inscripción entre los (dos)
y tam poco suscribe la conocida frase de Lagache cuando dice que con la sistemas de funcionam iento propuestos por Breuer, de energía libre y li­
asociación libre le pedimos al paciente que desvaríe, pero con la interpre­ gada. Desde el 'punto de vista dinámico que introduce Freud, para
tación lo invitamos a razonar juntos. Anzieu cree, al contrario, que la in­ denunciar el conflicto y levantar la represión.
terpretación expresa el proceso secundario del analista infiltrado de pro­ Siempre dentro de esta concepción, la interpretación se dirige al proce­
ceso prim ario, puesto que «la interpretación no podría alcanzar el incon­ so prim ario, que tiende a la identidad de percepción desplazando la ener­
ciente si le fuera radicalm ente extraña» (Revista de Psicoanálisis, 1972, gía del polo m otor al im aginario, con lo que falla la descarga y la
pág. 255). situación se repite {ibid., pág. 109). En estas circunstancias, la interpreta­
Siguiendo al Freud de los sueños, los actos fallidos y el chiste, Lacan ción debe promover un proceso en que esa tendencia repetitiva y autom á­
tica que está subordinada al principio del placer, pueda m odificarse. El
4 V«t«MOI mil uUclank que, в partir de su teoría de las huellas, Bernfeld va a dar una proceso secundario cumple esa función, en cuanto tiende a la identidad
vlilAn original d f II tnttudologla del psicoanálisis, que Weinshel y otros autores utilizan pa­ de pensamiento contrastando la imagen placentera con la realidad,
r t ctractfrlMU *1 p r o m n anali tico confrontando la percepción y el recuerdo.
4 D hllít Л It#1*11, u P K Iiu lta d ft Ür un estudio plicoanalitico sobre la interpretación» Un punto de singular im portancia en el pensamiento de Anzieu tiene
(1969). «illcniafttnf it* Utlt (furi* d r la Interpretación» (1970). Annie A nzieu, «L a interpre­
tación: III M Ctttlll y HI rutón pm ft pacienta» (1969). Didier y Annie A nzieu, «La
que ver con una división dentro del proceso secundario que caracteriza ni
in te r p r e ta d a rn p tim n a [w uim a» (19ГГ) sistema percepción-conciencia: «Freud introduce en el interior del proas
so secundario una subdivisión que com plem enta la distinción breueriana anterior, a la reposesión del objeto perdido: fusión del lactante con el
entre sistema libre y sistema ligado. Esta subdivisión deriva de una dife­ pet:ho m aterno, unificación narcisita del sujeto con su Yo im aginario»
renciación relativamente tardía del proceso secundario. Trátase de la (ibid., pág. 143).
atención. Caracteriza lo que Freud denom ina, a partir de 1915, el sistema
percepción-conciencia» (ibid., pág. 111), Es entonces la conciencia, el ór­ Los tres m om entos de la doctrina freudiana que propone Anzieu si­
gano que permite percibir las cualidades psíquicas, el agente de cambio: guiendo a Widlücher esclarecen muchos puntos oscuros en el estudio de
«Es a la conciencia del paciente a donde se dirige la interpretación del la interpretación, m ostrando no sólo que interpretam os desde una deter­
psicoanalista, haciendo que aquel “ atienda” al funcionam iento de su m inada teoría sino que el concepto mismo de interpretación depende de
propia realidad psíquica» (ibid., pág. 113). ese m arco en que se la libica.
La prim era concepción de Freud que acabo som eramente de reseñar A la rigurosa investigación de los Anzieu le falta, a mi juicio, una a r­
(la descripción de Anzieu es, por cierto, más rica y más com pleja) es bási­ ticulación entre insight e interpretación, con lo que tal vez podrían in­
camente intelectualista, dice Anzieu; y reconoce que Freud la refirm a al tegrar Deutung y Durcharbeiten sin necesidad de anteponerlos.
final de su vida en el E squem a del psicoanálisis (1940a), donde reitera
que la actividad interpretativa del analista es un trabajo intelectual.
En la segunda concepción freudiana de la cura y del aparato psíquico,
«la interpretación es concebida como productora del desplazam iento de 5. Algunas ideas de Racker
la catexia libidinal» (ibid., pág. 128). El síntom a ya no es únicamente el
símbolo de un recuerdo perdido; el síntom a sirve a los intereses del sujeto La interpretación fue un tema central en la investigación rackeriana,
y su resolución exige un desplazam iento de las catexias que han de cam ­ que se ocupó de su fondo y de su form a, de las resistencias p ara interpre­
biar su. objeto y sus m odos de satisfacción. tar, del uso de la interpretación com o un medio de eludir la angustia p or
A hora ya la interpretación no es más el acto intelectual que comunica via del acting out, de la relación del analizado con la interpretación y de
a la conciencia. «L a interpretación sólo aporta al paciente una represen­ muchos aspectos más. En este parágrafo vamos a estudiar algunas ideas
tación de palabra, siendo la representación patógena, reprim ida e incon­ sobre cuánto, cuándo y qué interpretar, que Racker planteó en su relato
ciente, una representación de cosa» (ibid., pág. 129). El paciente debe oficial al II Congreso Latinoam ericano, que tuvo lugar en San Pablo,
hacer que ambas coincidan a través de un duro trabajo de elaboración. Brasil, en 1958, cuando estaba en el cénit de su carrera científica.
La D eutung cede así su lugar a la Durcharbeiten. Es que ahora al psico­ El tema de la ponencia, «Sobre técnica clásica y técnicas actuales del
análisis no sólo le concierne el representante-representativo sino también psicoanálisis» (1958b) lleva a su relator a form ular algunas precisiones
el quantum de afecto en la trasferencia. «Aquí operan, además de la in­ sobre la interpretación, que sirven para ubicarla en el contexto general de
terpretación, la actitud del psicoanalista en la situación analítica, su si­ la teoría y la técnica del psicoanálisis. El trabajo figura en el libro como
lencio, sus interdicciones, sus intervenciones respecto de las norm as, ho­ Estudio II y a nosotros nos interesa el capítulo sobre la interpretación,
rarios, honorarios, com o igualmente im portantes e incluso con frecuen­ que discute los tres adverbios de m odo ya m encionados. Donde con más
cia decisivas» (ibid., pág. 130). Aquí, sin duda, encuentra su principal porfía divergen las escuelas es, aunque parezca paradójico, en el proble­
apoyatura teórica la interpretación en prim era persona (Anzieu y An­ m a de la cantidad, porque es allí donde se dirimen la actividad del analis­
zieu, 1977). ta y el valor técnico del silencio.
La tercera concepción freudiana íntegra dos ideas principales, el Cuánto interpretar se refiere a un problem a que hace especialmente a
automatismo de repetición y los sistemas de identificación que inter­ la contraposición sobre la técnica clásica y las actuales, porque hay un lu­
vienen en la estructura del aparato psíquico. En este tercer estadio de las gar com ún que nadie se anim a a tocar y que Racker discute, sin em bargo,
teorías freudiana», ta interpretación va a operar según entendam os sus y es que el analista clásico es muy silencioso y su interpretación llega
pOltuladOl principales. SÍ seguimos a Bibring y pensamos que dentro de siempre para culminar un largo proceso de silencio. Si fuera así, ap unta
la compulsión de repetición hay una tendencia restitu iv a, entonces la in­ Racker, habría que concluir que Freud no está entre los analistas clási­
terpretación tiene que (lar cuenta de esos dos aspectos del autom atism o cos. Freud era muy activo. Con el «H om bre de las Ratas», por ejemplo,
de repetición y llevar a cabo la restitución. Si entendemos la repetición dialoga, inform a, explica. Freud realmente participa m ucho. Esto es evi­
pulliunel wuu» un Intento de volver a un estado anterior, de recuperar el dente. En todos sus historiales Freud se muestra como un analista que
objeto pertlUitt, « iio n en nuestra Interpretación tendrá que dirigirse a ese dialoga, y seguramente debe de haber trabajado siempre así. En ¿Pueden
plano attuilo - d* llu priineres relaciones de objeto, sea la separación del los legos ejercer el análisis? (192Çe), por ejemplo, dice que el analista no
nifto y la ma»»' y itti» turtle In separación del sujeto y su imagen especu­ hace m ás que entablar un diálogo con el paciente y en los h isto ria l^
lar. «tin ам№> > , Ir ipiMtU'lòn pulslonal tiende al retorno al estado muestra en qué form a concebía ese diálogo. «M uestran, ante todo, con
cuánta libertad Freud desplegaba toda su personalidad genial en su labor sidades, que son biológicas, pero no el deseo, en tanto acto psicológico.
con el analizado y cuán activamente participaba en cada acontecimiento El deseo tiene que ver con el desplazamiento de la cadena de significantes
de la sesión, dando plena expresión a su interés. Hace preguntas, ilustra y es ese corrimiento metonimico lo que le da significado, instaurando la
sus afirmaciones citando a Shakespeare, hace com paraciones y hasta re­ falta de ser en la relación de objeto. A cada dem anda que yo le haga, mi
aliza un experimento (con “ D o ra” )» (E studios, pág. 44). N ada escribió analista va a responder siempre «tirándose a m uerto» (este giro lunfardo
Freud, después de sus historiales, para suponer que modificó ulterior­ me parece aquí particularm ente justo) porque, en últim a instancia, todas
mente esa actitud. Alguien podrá sostener que cambió después, en la se­ mis dem andas no son más que el discurso que yo tengo que recorrer paso
gunda década del siglo, al darse cuenta de los problem as del setting y de a paso hasta com prender que no tengo nada que esperar, que mi deseo no
la im portancia de la trasferencia; pero Racker no encuentra una sola pa­ va a ser ni puede ser satisfecho.8
labra de Freud que apoye esta presunción. C ada teoría, pues, es consecuente con su praxis, donde no porque sí
Lo concreto es que los analistas que se llaman freudianos hablan po­ aparecen diferencias. Los adeptos a la psicología del yo piensan que el
co; y puede decirse, tam bién, que una ruptura de Melanie Klein con el analista debe ser silencioso y debe interpretar prudentem ente, sin atosi­
psicoanálisis clásico fue no sujetarse a esa norm a de silencio. Al tom ar gar al paciente con interpretaciones, ni gastar pólvora en chimangos, co­
como punto de partida la ansiedad del analizado en la sesión (punto de m o advierte el sabio dicho criollo: hay que dar en el blanco y ser preciso.
urgencia), Klein se ve llevada naturalm ente a hablar más. Los lacanianos no pueden interpretar m ucho porque darían la impresión
Es evidente que los que siguen a A nna Freud y H artm ann, y que des­ de que se puede responder a la dem anda, lo que es un espejismo. En cam­
pués de la diàspora del grupo de Viena van a desarrollarse como Grupo bio, los kleinianos, y en general todos los autores que aceptan la relación
A en la H am pstead Clinic de Londres y como la escuela de la psicología tem prana de objeto, en cuanto atienden prim ordialm ente el desarrollo de
del yo en Estados Unidos, son analistas muy silenciosos. Sobre todo al la angustia durante la sesión, intervienen m ás, dándole al proceso analíti­
comienzo del tratam iento, la norm a general es no interpretar absoluta­ co mas bien un carácter de diálogo.
mente nada; pueden hacer observaciones o com entarios pero no estric­ P ara salvar la distancia innegable que hay entre la form a de analizar
tam ente interpretaciones. 7 de Freud y la de quienes más se creen sus discípulos directos, a veces se
Lo mismo hacen los analistas del campo freudiano que inspira Lacan. afirm a que los escritos técnicos se dirigen al principiante, a quien Freud
No interpretan durante meses y, sin intervenir, dejan hablar al paciente le d a algunos consejos que él mismo no necesita cumplir. Esto es, desde
para que desarrolle su discurso y denunciar lo que ellos llaman la palabra luego, discutible; pero en cambio no hay duda de que a p artir de los escri­
vacía hasta que el paciente pueda hablar significativamente. Tam poco en tos técnicos de Freud de la segunda década las divergencias en la praxis
este último caso, que se ha esperado tanto, lo decisivo de la técnica laca- son cada vez m ayores.9
niana va a ser una interpretación que responda a las palabras significati­ U na de estas líneas es la que encarna Theodor Reik en «La significa­
vas del analizado sino, más bien, una puntuación en el discurso interrum ­ ción psicológica del silencio», donde no sólo postula que el analista debe
piendo la hora para m arcar la im portancia de lo dicho, cuando no un ser silencioso sino que la dinàmica de la situación analítica se basa funda­
¡hum! aprobatorio. Así como en poética la escansión mide el verso, así m entalm ente en el silencio del analista, más en lo que el analista no dice
tam bién la técnica lacaniana consiste en escandir el discurso del analiza­ que en lo que pueda decir. En su recién citado artículo com o en otros de
do para detectar el significante, evitando el peligro del espejismo de la in­ su libro The inner experience o f a psychoanalyst (1949), entre los que se
terpretación, cuidando de no responder con ella a la dem anda imposible destaca «In the beginning is silence» (pág. 121), Reik sostiene que el pro­
del que habla. ceso analitico se pone realmente en m archa cuando el paciente se da
En «La direction de la cure et les principes de son pouvoir» (1958), así cuenta no sólo de que el analista no habla sino que ha enmudecido, que el
como también en otros trabajos, Lacan com para al analista con el muer­ analista no habla de propósito, que tiene la voluntad de no hablar. Es en
to del bridge. HI paciente es el que rem ata y juega; el analista es su com­ ese m om ento que el paciente siente más necesidad de hacerlo él mismo
pañero que pone sus certas en la mesa. El paciente tiene que movilizar para cam biar ese m utism o de su analista. Esto Racker lo discute y critica,
sua caria» y ltu de iu analista, silencioso y pasivo por definición. porque si en eso estriba la instauración de la situación analítica lo que se
Hita actitud técnico te respalda en los postulados básicos de Lacan
lobro Ol llniboUtmu y la comunicación, no menos que en su teoría de la 8 Sería interesante escandir aquí Us similitudes y las diferencias entre L acan y Bion, pe­
demaiulR У el dcieo. Un buen analista tiene que estar siempre com o el ro nos alejaría de nuestro tem a.
muortoi pcmjUfc ri desco nunca se puede satisfacer; se satisfacen las nece- 9 La contradicción q ue R acker descubre entre F reud y los analistas «clásicos» es pora mí
algo más que anecdótica. Se la encuentra, tam bién, en otras áreas, y pasarla por alto lleva a
veces a endurecer las controversias. En et punto que ahora estam os discutiendo, por
’ IU yt»«)M *lW ii itu* ■ v*wi ta e la v t de etia técnica no es el silencio sino el no ejem plo, creo lógico que M elanie Klein se empecine en que es ella la que sigue a Freud у ПО
¡n t e i p t t t t f, В lit п р л * it# l|H» i f n l d b lf A ï ta ntu ro m regresiva de trasferencia. los que propician el silencio.
ha logrado es crear una situación fuertem ente persecutoria y esencial­ silencio son por sí mismos una actuación ni son tam poco un acto instru­
mente coercitiva, que ha sido provocada y opera como artefacto, no co­ m ental. En general, podemos decir que, cuando la palabra o el silencio
m o algo espontáneo. son instrum entales, los dos son igualmente válidos; y, viceversa, en la
Tal como queda explícitamente definida en los artículos m enciona­ medida en que la palabra o el silencio están destinados a perturbar el de­
dos, la dinámica de la situación analítica consiste para Reik en que el sarrollo de la sesión, son actuaciones. Como siempre en la técnica psico­
analizado vivencia el silencio de su analista com o una am enaza que lo analítica, aquí tam bién hay matices. Si el paciente tiene una ansiedad que
fuerza a nuevas confesiones. «Se obtiene así —dice Racker— la im pre­ lo está desbordando, puede ser legítimo hablar para procurarle un alivio
sión de que la actitud silenciosa del analista es determ inada, en buena m om entáneo, mientras se busca la interpretación que podrá resolverla.
parte, por la idea de que la confesión en sí es un factor muy im portante o Puede afirm arse en suma que el problem a de cuánto interpretar es de
aun decisivo en el proceso de curación, lo que representa una idea muy singular trascendencia porque nos enfrenta con dos técnicas distintas y a
cristiana, pero no del todo psicoanalítica» (E studios, pág. 45). Lo que veces opuestas. La cantidad de interpretaciones tiene que ver más con las
cura en psicoanálisis, dice acto seguido, es hacer conciente lo inconcien­ teorías del analista que con su estilo personal o el material del paciente.
te, para lo que se necesita la interpretación. Los otros dos interrogantes que se form ula Racker con referencia a la
Con lucidez y coraje, Racker enfrenta después en su relato el signifi­ oportunidad y al contenido de lo que se interpreta son también importantes.
cado que pueden tener el interpretar o el callar del analista, señalando Con respecto a cuándo interpretar, los problemas que se plantean si­
que tanto lo uno como lo otro puede ser una actuación; en realidad las guen desde luego vinculados a las teorías y al estilo personal del analista;
dos cosas pueden ser buenas o m alas. C ontra la opinión clásica —aunque pero aquí la influencia del analizado es m ayor, con su reclamo latente o
hemos visto que este epíteto es discutible— piensa que el callar del analis­ manifiesto gravitando sobre la contratrasferencia del analista.
ta está más intrínsecamente ligado a la actuación. En tanto la tarea del Más allá del material y de la naturaleza especial del vínculo analítico
analista es interpretar, no se podría decir que cuando la cumple está ac­ en un m om ento dado, las teorías del analista gravitan perm anentem en­
tuando (en el sentido del acting out). De esta form a, Racker tiende a va­ te en su decisión de interpretar. Si seguimos a Klein atendiendo preferen­
lorar la interpretación como la única acción válida del analista, frente a temente la form a en que se presenta la ansiedad durante la sesión, pensa­
todas las otras que, en principio, serian actuación. En este punto el razo­ remos que es lógico interpretar cada vez que la angustia se eleva crítica­
namiento de Racker se me hace discutible y los términos generales no mente. En este sentido, la técnica de Klein está ligada p o r entero al pu n to
bastan nunca para resolver el caso concreto. Racker dice que la tarea de urgencia que m arca el timing de la interpretación; y, más aún, el
esencial del analista es interpretar, y tiene razón; pero también escuchar punto de urgencia no sólo nos autoriza sino que tam bién nos obliga a in­
es parte esencial de nuestra tarea. Entonces, en este sentido, sólo el caso terpretar sin dilación. Si la angustia sube excesivamente y no la resolve­
concreto permite decidir cuándo callar o interpretar son lo que corres­ mos a tiem po, perturbarem os la situación analítica. Estas afirmaciones
ponde y cuándo son una actuación. de Klein salen de su práctica con el niño, que deja de jugar cada vez que
Si contrastam os interpretar con callar, como hace Racker, entonces surge la ansiedad y no la interpretam os. E n el adulto, consonantem ente,
implícitamente nos pronunciam os a favor de interpretar; pero si la alter­ aparece un obstáculo en la comunicación que perturba la asociación libre
nativa es entre hablar y escuchar ya es distinto, porque siempre que une y el analizado se calla o empieza a asociar en form a trivial. Si se va de la
interpreta habla, pero no siempre que uno habla interpreta. A veces uno in­ sesión en esas condiciones queda predispuesto al acting out.
terpreta para no escuchar, con el objeto de que el paciente no siga hablando Cuando habla de timing en el Congreso de París, Lowenstein (1958)
de algo que nos crea ansiedad, que no podemos aguantar, o también con la señala la im portancia de que la interpretación sea dicha en el m om ento
idea de calmarlo. En estos casos, en realidad la así llamada interpretación no justo, cuando el paciente está m aduro para recibirla; pero reconoce que
es m is que una forma neurótica que emplea el analista para negar que no es difícil definir en qué consiste ese m om ento y se deja llevar por el tacto,
puede hacerse «irgo de la ansiedad del paciente o de sí mismo, que no tiene sin tener para nada en cuenta las precisiones de Melanie Klein sobre el
instrumente»* para tolcrurla y para interpretarla. Del mismo modo, cuando punto de urgencia y olvidando que el «tacto» hunde siempre sus raíces en
el analista Interpon puro que el paciente no piense que no lo entiende, como la contratrasferencia.
scflnltt Шоп (1461, 1V70); uiinque revista lo que dice con el ropaje de la in- En cambio, si pensamos que sólo cuando aparece una resistencia que
terp№t(ldÓ!l, cil el tundo » un acting out. Lo que debería hacerse aqui sería interrum pe el flujo asociativo ha llegado el momento de interpretar, en­
ver primen) poi q u i y» pienso que cl analizado está pensando que yo no lo tonces decidiremos que es m ejor que el paciente siga hablando y quedar­
Còmpfwmìo У ШПК> fMIffîlnur ini contratrasferencia para ver por qué deseo nos callados.10 En este sentido se ve que la teoría influye sobre el m om en­
yo qufr til un íiii dtP pis i-u limtm. to de la interpretación. Lo mismo si pensamos que antes de interpretar
Etti ГШШнп. lit ultf'ìllltUva (l* Interpretar y callar se dispone en cuatro
áreos dUthlïHl ImUlMZ - callar y escuchar. Ni la palabra ni el 10 A quí Racker recuerda que asi procedió Freud con D ora, pero tuvo que arrepeatffs»-
tenemos que esperar (y hasta fom entar con nuestro silencio) la neurosis nunca el parám etro, por ejem plo, com prom eter la reserva analítica hasta
de trasferencia a p artir de un proceso de regresión en el setting. un punto que hiciera después imposible restablecerla para continuar el
P o r fin, y ya para term inar este tem a, nos queda por considerar el análisis según arte.
contenido de las interpretaciones, qué interpretar. Sobre las cuatro condiciones del parám etro no hay mucho que decir,
El contenido de las interpretaciones varía en cada m om ento y en cada hablan p or sí mismas. Es obvio que una m edida de este tipo sólo se ju sti­
caso. H ay muchas variables, que dependen del m aterial y de las vicisitu­ fica cuando el analista entiende agotados sus recursos regulares y la
des del diálogo analítico, así com o tam bién de lo que nosotros teórica­ introduce con la m ayor circunspección y parsim onia. Más allá de esos
mente pensamos del inconciente, y obviam ente, como dijo A nna Freud estrechos límites se agitan las aguas procelosas del acting out. Es también
en el Congreso de Copenhague de 1967, ciertas interpretaciones que no se comprensible que, en tanto m edida de excepción, el parám etro debe lle­
daban antes, se dan ahora porque conocemos más. var en su entraña la necesidad de eliminarse a sí mismo cuando su uso ya
no sea necesario. Si decidimos proponerle a un analizado que mantiene
un recalcitrante silencio a pesar de nuestros esfuerzos y de los de él mis­
mo que se siente en el diván y pruebe de hablar en esa form a, es lógico
6. Los parám etros técnicos que una vez que esta resistencia ceda a nuestra actividad interpretativa el
analizado volverá a acostarse. El parám etro se introdujo, de hecho,
Dijimos que los instrum entos que usa el psicoterapeuta para realizar explícitamente, para darle una oportunidad de resolver la dificultad de
su labor son de cuatro órdenes y hasta ahora hemos estudiado sólo tres, hablar en la posición de acostado, pero no para cam biar de m étodo.
los que influyen sobre el paciente, los que recaban inform ación y los que La tercera condición de Eissler, sin em bargo, no es aplicable por defi­
la proporcionan, dentro de los cuales se destaca la interpretación. Nos nición a uno de los parám etros más comunes, el que empleó justam ente
toca ahora referirnos al que nos faltaba, el parám etro técnico. Freud con el «H om bre de los Lobos», fijar una fecha de term inación del
Este concepto fue introducido por K. R. Eissler en su ensayo «The tratam iento. Este parám etro no puede eliminarse antes de que el tra ta ­
effect o f the structure o f the ego on psychoanalytic technique» publicado miento termine (Freud, 1918b).
en 1953. Eissler volvió al tem a en el Congreso de París de 1957 en el panel Apoyo personalmente la actitud de Eissler al introducir el concepto de
titulado Variaciones en la técnica psicoanalitica clásica, donde actuó como parám etro aunque no el parám etro mismo. La actitud es plausible en
m oderador Ralph R. Greenson. cuanto im porta un sinceramiento de la técnica. P odrá ser bueno o malo
Eissler dice que la técnica analítica depende de tres factores: la perso­ introducir un parám etro; pero lo que es malo sin atenuantes es no darse
nalidad del paciente, la vida real y la personalidad del analista. Su trab a­ cuenta de que se lo introdujo o negarlo. Esto nos pasa más de una vez y de
jo se ocupa exclusivamente del primero. eso nos pone a cubierto Eissler. El honesto uso del parám etro nos previene
Así com o un analizado ideal puede m anejarse exclusivamente con la de practicar un análisis silvestre cubierto con falsas interpretaciones.
interpretación, otros necesitan que el analista haga algo más que in­ Reconociéndole este valor a la técnica de Eissler debo expresar ahora
terpretar, Tom em os como ejemplo el fòbico en que, aparte de la in­ mi desacuerdo con la introducción de parám etros y por varios m otivos.
terpretación, puede hacerse necesario el consejo cuando no la orden de O tal vez por uno solo y fundam ental, que no confío en la objetividad del
que se exponga a la situación tem ida. Este procedim iento, ese «algo analista cuando decide que el modelo básico de la técnica ya no es sufi­
más» que el paciente requiere es lo que Eissler llam a parám etro técnico: ciente. La experiencia me ha m ostrado reiteradam ente que, cuando se re­
El parám etro se define, pues, como una desviación cuantitativa o curre a un parám etro, al comienzo se lo aplica en casos excepcionales y
cualitativa del modelo básico de la técnica que reposa exclusivamente en después se lo va insensiblemente generalizando, lo cual es por demás lógi­
la interpretación, Y este parám etro se sustenta para Eissler —recal- co. Si encontram os un recaudo que nos permitió resolver un caso sum a­
quém oilo en una deficiente estructura del yo del analizado. mente grave, ¿qué mal habría de aplicarlo a otros más sencillos?
Iiluler no (dio ha definido el parám etro, dando un sitio en la técnica Recuerdo una conversación de hace muchos años con un colega que
o la que a vecen ne lince y no se reconoce, sino que tam bién ha fijado cla­ estaba em pezando a aplicar el ácido lisérgico. A mis reparos respondió
ramente Ifc* condicione* en que resulta legítimo introducirlo: 1) debe advirtiéndom e que era una técnica por demás excepcional, que él sólo
ulano Cliwmu el modelo técnico básico se ha dem ostrado insuficiente; 2) empleaba en los caracterópatas m ás duros, esos que no se movilizan ni
debo tmtjifrdl: Ib tícnlen regular el mínimo indispensable, y 3) sólo debe con veinte años de análisis. Le contesté que en un lapso no muy largo, un
utiltuine tnituwltí w îf dcitlnado a eliminarse a sí mismo. año o dos, estaría usando LSD con todos sus analizados. Desgraciada­
A entiu 1Ш Hlisler agrega una cuarta y es que el efecto mente tuve razón y sólo me excedí en el plazo calculado.
del pitrAineúO «siíiP lu ttlnrUSn trnsferenciol debe ser de tal índole que Desde luego que distingo perfectam ente la distancia que va entre a d '
puedft abolii*» iltcihímirtUP rail una Interpretación adecuada. No podría m inistrar drogas alucinógenas y sugerir sentarse en el diván. P ara este ú t
timo caso las perturbaciones que se pueden presentar siempre serán pe­ interpretar que él nunca habla de ese tem a, etcétera. Del mismo m odo, en
queñas, más allá de la form a én que reaccione un paciente determ inado. lugar de estim ular al fòbico a que enfrente la situación que le provoca an­
Pero yo no estoy haciendo aquí cuestión de grado sino sentando el princi­ gustia puede interpretársele que se resiste a hacerlo o algo por el estilo.
pio general de que, com o analistas, no tenemos m ejor form a de ayudar a Eissler restringe tam bién su teoría originaria introduciendo la idea de
nuestros clientes que permaneciendo fieles a la técnica. pseudoparàm etro. Algunos recursos que de acuerdo con las definiciones
Al discutir este tem a conviene aclarar un aspecto que pasa m uchas ve­ clásicas no podrían denom inarse interpretación operan sin embargo co­
ces inadvertido. Considero que sólo debe llam arse parám etro al que m o si lo fueran. El pseudoparàm etro puede usarse, p o r ejem plo, en casos
introduce el analista en la inteligencia de que va a encontrar en él un legí­ donde la interpretación provoca insuperables resistencias y el pseudopa­
timo auxiliar de la técnica. N unca será parám etro sino acting out lo que ràm etro puede introducirla de contrabando (Eissler, 1958, pág. 224).
el analista haga al m argen de un objetivo técnico, terapéutico; y tam poco Un chiste a tiempo puede ser un recurso de este tipo.
lo será lo que provenga del paciente. De esta form a, me parece, la teoría del parám etro queda reducida, y
En cuanto al acting out del analista recuerdo lo que me contó un p a­ aun cuestionada, por su propio creador.
ciente que vino a pedirm e que le recom endara un analista luego de in­ Si lo que Eissler llam a pseudoparàm etro no es más que un recurso
terrum pir un tratam iento. Estaba asociando con un plom ero muy efi­ form al de decir las cosas con respeto y con tacto, en nada se ap arta de la
ciente que le había resuelto un problem a difícil de las cañerías de su casa técnica clásica. Si lo que pretende es meter algo de contrabando yo nun­
y, en ese m om ento, el analista, que por lo que parece tam bién tenía gra­ ca lo utilizaría y, en tal caso, prestaría atención a qué conflicto de
ves problemas en sus cañerías, lo interrum pió para pedirle el nom bre de contratrasferencia me está llevando a usar ese procedimiento tan poco
ese técnico tan confiable. El analizado se lo dio de inm ediato y acto se­ católico.
guido le dijo que no iba a continuar el tratam iento.
El parám etro es algo que hace el analista p ara superar u n a deficiencia
en la estructura yoica del paciente que no puede ser resuelta con la técni­
ca regular. El parám etro es un recurso que em plea el analista para sortear
un obstáculo que viene del paciente. La teoría del parám etro supone que
sin él no podría seguir el proceso analítico según arte, y de esto se deduce
que el analista se siente en la obligación de abandonar por un m om ento
su técnica. P o r esto pienso yo que no es parám etro lo que decide por su
cuenta el analizado.
C uando yo le digo al paciente silencioso que se siente en el diván para
ver sí así puede vencer su mutismo es porque pienso que, de esta m anera,
se va a m odificar su hasta entonces incoercible resistencia. Es com pleta­
mente distinto que el analizado por sí mismo decida sentarse en un m o­
m ento dado, porque piensa que así va a hablar m ejor o por lo que sea.
Parám etro sería aquí contrariarlo o m ostrarm e de acuerdo con lo que ha
hecho. Respetar la decisión de mi paciente sin abdicar para n ad a de mi
derecho a analizarla es m antenerm e enteram ente dentro de mi técnica.
Al hablar del contrato dije algo que coincide plenam ente con lo que
acabo de exponer. El analista tiene que introducir la norm a en el contra­
to. Si el analizado no puede o no quiere cum plirla el analista no la im ­
p ondrá pero tiene ya el derecho de analizarla.
En el Congreso de París de 1957 se discutió extensam ente el tem a de
la$ variaciones de la técnica psicoanalítica.
En esa ocasión Eissler (1958) vuelve sobre su teoría del parám etro co­
mo un recurso que está al m argen del instrum ento típico del análisis, la
interpretación. Creo advertir, sin em bargo, dos restricciones de la teoría.
Por una parte, lïissler considera que muchas veces el parám etro se
puede trasformar en una interpretación. Asi, por ejem plo, en lugar de
pedirle a un paciente que hable de cóm o se llevan sus padres se le puede
27. Construcciones 2. Construcción e interpretación
N o es fácil p o r cierto decir en qué consiste la diferencia entre cons­
trucción e interpretación, pero puede buscársela desde distintos ángulos:
en la form a o la esencia, en la teoría o la técnica.
Es por de pronto indudable que, com o indica su nom bre, la construc­
ción supone ju n ta r varios elementos p ara form ar algo y, p o r esto, desde
un punto de vista form al, tendem os a pensar que las construcciones son
más amplias y porm enorizadas que las interpretaciones, que pueden ser
1. Introducción escuetas, asertivas y hasta contundentes. Esta diferencia, sin em bargo,
es poco satisfactoria. Una construcción puede ser concisa y lacó­
En los dos capítulos anteriores traté de ofrecer en la form a más clara nica, m ientras que hay interpretaciones largas, sea por el estilo del an a­
y rigurosa que me fue posible las notas definitorias de К interpretación lista o por la com plejidad del tema. El aspecto form al, entonces, esto
en general, y en particular de la interpretación psicoanalítica. Vimos que es, la m anera en que se form ula una interpretación o una construcción no
la interpretación puede entenderse de varias m aneras. Desde el punto de parece servir dem asiado, a pesar de que Freud lo tiene en cuenta al dar su
vista de la com unicación es una inform ación de características especiales; ejemplo en «Construcciones en el análisis»: «Usted, hasta su año x, se ha
en semiología se la define por su contenido semántico, y, por últim o, la considerado...», etcétera.
hemos entendido tam bién operacionalm ente p or sus efectos, que sirven Casi siempre se subraya que si la construcción busca ju n ta r varios ele­
para testearla. mentos para form ar un to d o es porque tiene siempre un sesgo histórico.
Dijimos también que cuando Freud la define en el libro de los sueños La construcción se refiere al pasado, intenta develar u n a situación histó­
y en «El uso de la interpretación de los sueños en el psicoanálisis», atien­ rica, algo que pasó y fue determ inante en la vida del sujeto. La circuns­
de especialmente al sentido, a la significación. Dice, por ejemplo que la tanciada referencia a la historia se ve siem pre com o propia en la cons­
D eutung (interpretación) de un sueño consiste en determ inar su Be- trucción, m ientras que la interpretación puede om itirla. Sin em bargo,
deutung (significación). esta diferencia es relativa y contingente, porque existen excepciones en un
Tam bién vimos en los capítulos anteriores que, siendo la interpreta­ caso y en otro. H ay interpretaciones que tienen en cuenta el pasado y,
ción el instrum ento principal del análisis, hay otros que tam bién se por otra parte, hay un tipo especial de construcción que no lo hace. Me
emplean aun dentro de la técnica más estricta, y que no es ahora el caso refiero a lo que LOwenstein (1951, 1954, 1958) llam a reconstrucción ha­
de recordarlos. cia adelante (reconstruction upwards), donde ciertos acontecim ientos de
C on el conjunto de todas esas herram ientas, sin em bargo, no cues­ la infancia sirven p ara ilum inar el presente, y no al revés com o es lo clási­
tionam os para nada la preem inencia de la interpretación psicoanalítica. co. Asi por ejem plo, un hom bre que se sintió molesto por los honorarios,
A hora, en cambio, con la construcción vamos a hacerlo: la construcción, comienza el análisis idealizando al analista y con sueños hostiles hacia un
en efecto, se pone a la par de la interpretación y, para algunos autores, hom bre que él mismo identifica con su padre ya fallecido, LOwenstein in­
hasta por encima de ella. terpreta que su hostilidad se dirige al analista y la refiere al m onto de los
Interpretación y construcción son entonces, por de pronto, dos instru­ honorarios (1954, pág. 191).
mentos distintos pero de la misma entidad, de la misma clase. P ara ambas A veces se confunden la form a y el fondo. «A usted lo destetaron con
son aplicables las características definitorias ya estudiadas, ambas están acíbar» es una construcción, aunque suene a interpretación p o r breve y
destinados a darle al paciente una información sobre sí mismo, que es perti­ concisa. Parecería u n a construcción, en cam bio, si dijéram os: «A mí me
nente, que 1c pertenece por entero y de la cual no tiene conciencia. Así defi­ parece que, dado que cada vez que llega el fin de sem ana usted siente gus­
nirne» la Interpretación y asi podemos definir, en principio, la construc­ to am argo en la boca, empieza a fum ar en demasía, tiene angustia y pre­
ción. Si tu» atenemos a esta definición, entonces, tenemos que concluir fiere los alim entos dulces, todo lo cual se calma con la sesión del lunes a
que Interpretación y construcción pertenecen a una misma clase, con lo la m añana, podría pensarse que a usted lo destetaron con acíbar». Estas
que n(M llnllimio* fíente u un gran problema; ¿de qué m anera se dife­ dos formulaciones, sin embargo, son sustancialm ente idénticas.
rencian cuite ll? Si dejam os entonces de lado los aspectos formales, para establecer la
diferencia tendrem os que rem itirnos al soporte teórico con que se in­
terpreta o se construye, pues el m ayor énfasis de la construcción es la his­
toria y el de la interpretación el presente; pero tam bién esto, lo acabam os
de ver, es de lo m ás relativo. La única diferencia nítida es que la reforest'
cia al pasado puede faltar en la interpretación. Esta, sin em bargo, puede la fantasia la supone com o un m o d o de elaboración que se apoya parcial­
dirigirse al pasado y hasta el punto de que una de las formas de clasificar mente en lo real, com o sucede en las «teorías» sexuales infantiles. De esta
las interpretaciones es en históricas y actuales. Si deseamos que, de todas m anera, el térm ino adquiere un sentido más teórico que técnico.
form as, quede en pie que una interpretación histórica no es igual a una Tam bién David Maldavsky, que ha estudiado el tem a con insistencia,
construcción, nos veremos en figurillas para diferenciarlas. le da al concepto de construcción un sentido especialmente teórico, que
Freud lo intentó en el capítulo II de «Construcciones», señalando que lo lleva a una posición en cierto m odo opuesta a la de Laplanche y Ponta-
la interpretación se refiere a un elemento simple del m aterial, como lis. El concepto de construcciones —afirm a— debe conservarse porque
puede ser un acto fallido, un sueño o una asociación, m ientras la cons­ ocupa el centro de toda la reflexión psicoanalítica como un articulador
trucción abarca un fragm ento íntegro de la vida olvidada del paciente. indispensable entre la teoría, la clínica y la técnica. P ara Maldavsky es, al
Sandler et al. no se m uestran para nada de acuerdo con esta definición, contrario, el concepto de interpretación más bien el que sobra, en cuanto
que les parece un tanto extraña (1973, pág. 93л.). Coincido con Sandler postula «que una interpretación cualquiera supone una construcción
en este punto y supongo que Freud tuvo que recurrir a una definición os­ subyacente en el terapeuta, lo adm ita este o no» (1985, pág. 18). C ual­
tensiva de la construcción («Usted, hasta su año x, se ha considerado el quier intento de interpretar supone una teoría de cóm o se ha producido
único e irrestricto poseedor de su m adre. Vino entonces un segundo la manifestación del paciente y esto es ya una construcción. Hay para
h ijo ...» , etcétera) porque no disponía de suficientes elementos concep­ Maldavsky dos tipos de construcciones, las que tienen que ver con viven­
tuales para establecer las diferencias. cias y las que nacen de procesos puram ente internos como los afectos, las
P o r otra parte, es más que discutible que la interpretación sea parcial fantasías y los pensamientos inconcientes. De esta form a, el concepto de
y la construcción totalizadora. Basta releer algunos ejemplos de sueños construcción se amplía hasta abarcar no sólo los recuerdos sino también
y actos fallidos analizados por Freud, como el sueño de la m onografía la actividad toda del proceso prim ario hasta lo reprimido prim ordial, y
botánica o el olvido del nom bre Signorelli, para ver hasta qué punto entonces es lógico sostener que la construcción es el epicentro de la labor
esas interpretaciones reconstruyen amplios fragm entos de la historia si psicoanalítica, que para este autor tiene que ver con lo que llam a la fan­
no la vida entera. tasia m asoquista prim ordial, donde convergen el complejo de Edipo, la
Lo que Freud llam a construcción en el capítulo 11 se podría llamar castración y las pulsiones parciales (fijaciones). A este conjunto hetero­
también interpretación completa, y entonces ya estaríamos en un proble­ géneo de hechos psicológicos apunta en primer lugar la construcción
ma semántico, de definición. Son los analistas que aceptan sin reservas la (1985, pág. 20), que abarca tam bién los procesos ulteriores defensivos
delimitación de Freud recién m encionada los que consecuentemente cre­ que surgen de ese conjunto y que van a ir desplegándose con el tiem po en
en que es mejor construir que interpretar. Las diferencias técnicas (y una sutil y compleja com binatoria a lo largo de todo el período de la-
teóricas), sin embargo, se comprenden mejor si se discute la forma en que tencia.
cada analista utiliza el pasado y el presente en su quehacer clínico, tema al Luego de leer muchas veces el artículo de Freud, creo que el concepto
que volveremos más adelante. de construcción se sostiene más en el m étodo que en la teoría, la técnica o
Una delimitación que puede parecer muy categórica es que la in­ la clínica. La característica de la construcción es que puede com pararse
terpretación tiene que ver con el deseo y la construcción con la historia; con los recuerdos del paciente, con su historia. No puede ser casual que
pero, en realidad, esta diferencia falla por la base porque no hay aconte­ Freud parta en su artículo de la m etodología. En el prim er capítulo m en­
cimientos sin deseos ni deseos desvinculados de acontecim ientos. (A esto ciona Freud el com entario irónico de que el psicoanalista siem pre tiene
volveremos al tratar los tipos de interpretación.) razón: si cara, gano yo; si ceca, pierdes tú.
SI el camino que llevamos recorrido hasta ahora es correcto no apare­ Freud responde que la respuesta explícita del paciente no es lo que
cen claros diferencias entre interpretación y construcción ni de form a ni más interesa, sino la que viene indirectamente del m aterial. Ni siquiera el
de fondo, Laplanche y Pontalis (1968) piensan que es difícil y hasta poco cambio de los síntomas es concluyerite. El empeoramiento de los sínto­
conveniente conservar el térm ino construcción en el sentido restringido mas en un paciente en el cual hemos detectado en otras oportunidades
que le (lio Freud en 1937 (1968, pág. 99) en cuanto supone el poco ase­ una reacción terapéutica negativa puede hacernos suponer que acerta­
quible ideili de uno rememoración completa de todo lo que yace en la am- mos; y, al revés, la complacencia del analizado puede hacerlo m ejorar
neiltt Infunili, ya que Aun cuando no resurjan los recuerdos la construc­ luego de una construcción (o interpretación) errónea.
ción pOice de lOUOl tnodoi una eficacia terapéutica si se acom paña de la De todos modos, Freud acepta tam bién, de buen grado, que no
Пппо convicción (leí fiiinlluido. Dan ел cambio im portancia a la cons­ siempre tomamos la negativa del paciente como una prueba de que esta­
trucción laWUi uitft iiilieniutclón del material patógeno y citan lo que dice mos equivocados, más bien pensamos que se tra ta de u n a resistencia que
Freud СП lo? Л «¡laiw ï ®1 ti abajo de reconstrucción de una fantasía que de un error nuestro. Desde luego que esta actitud en la que pueden parti­
Freud rettlìrii n i sl'PjWt al UU alno» (1919r). La concepción freudiana de cipar conflictos de contratrasferencia es muy peligrosa no sólo defde
el punto de vista metodológico sino tam bién clínico; y muchos episte- Hemos dicho que la construcción se puede confirm ar de diversos m o­
m ólogos, com o Popper, se basan en esto p ara negarle validez científica dos: con un recuerdo, con datos que la com plem entan, con sueños o con
al psicoanálisis. actos fallidos; y digamos tam bién por los resultados. Porque no hay que
Lo que Freud tom a aqui com o punto de partida de la discusión es que olvidar que como analistas operam os con la teoría de que una construc­
la respuesta convencional del paciente no es lo que más im porta. Puede ción (o interpretación) si es acertada y aceptada, va a arrojar resultados.
interesarnos en cuanto asociación, en cuanto m anifestación de una con­ Como dijimos en el capítulo anterior, no tenemos la intención de m odifi­
ducta que debemos estudiar; pero lo realmente significativo como car directam ente la conducta, pero confiam os en obtener resultados: una
confirm atorio o denegatorio de una construcción es lo que espontáne­ vez que la construcción (o la interpretación) ha sido asimilada como in­
amente surge en el m aterial del analizado. Eso nos inform a en general form ación, tiene que operar sobre la vida mental del paciente. Si no
con bastante seguridad sobre la validez o el error de una construcción. fuera así no tendría objeto el análisis.
E sta afirm ación de Freud sigue siendo correcta y hoy sólo la com pleta­
ríam os diciendo que tam bién nos orienta lo que nos inform a nuestra
contratrasferencia. Podem os decir, en conclusión, que hay toda una serie
de indicadores de que la construcción que se le ofreció al paciente fue 4. Evaluación de los indicadores
acertada. A hora bien, ¿en qué form a se dan estos indicadores?
Hemos pasado revista a los principales indicadores clínicos que nos
inform an sobre la validez de nuestras construcciones e interpretaciones,
señalando las particularidades que presentan en un caso y el otro. Dedi­
3. Los indicadores quém onos ahora, por un m om ento, a evaluarlos.
Los indicadores que estudiamos van desde las respuestas más inme­
Digamos para empezar, que la cuestión de los indicadores es distinta diatas a las más alejadas, y son estas últimas las que p or lo general tienen
si se trata de una interpretación o de una construcción, porque en esta m ayor valor en cuanto mensajes no convencionales del inconciente.
hay un tipo de indicador preciso y precioso que en aquella no existe, y es Las respuestas afirm ativas del paciente, sobre todo cuando son fáci­
la ecforización de un recuerdo pertinente a la construcción que se ha p ro ­ les y explícitas, no deben valorarse en demasía, porque muchas veces p ar­
puesto. Otras veces no aparece el recuerdo pero el paciente agrega de­ ten del deseo de agradar o de m ostrarse inteligente. Un paciente con un
talles que com plem entan la construcción form ulada cuando no la ador­ gran complejo de castración que desplazaba a su inteligencia, durante
nan con elementos a los que el analista nunca podría haber tenido acceso mucho tiem po me m antuvo intrigado por la form a en que respondía a
porque no los conoce. Si yo le digo a un paciente que a los cinco años de­ mis interpretaciones. Las recibía con respeto, se m ostraba interesado y
be haber pensado que no era hijo de sus padres y él responde que ahora atento, a veces me pedía alguna aclaración, siempre pertinente, y term i­
recuerda que a esa edad justam ente el padre se fue de la casa y la m adre naba por hacer un com entario sobre lo que yo le había dicho, a veces
vivió con un hom bre por un tiem po, eso que realm ente yo no conocía com plem entado con una atinada reflexión. Yo percibía algo singular en
confirm a suficientemente la exactitud de mi construcción. A veces las co­ su conducta pero me costó llegar a com prenderla, sobre todo teniendo en
sas suceden realm ente así y todos los analistas atesoram os aciertos de este cuenta que el análisis m archaba regularmente. Luego de analizar a lo
tipo; pero no siempre tenemos esa suerte. A parte de este tipo de respues­ Reich durante un largo tiem po la actitud con que recibía mis interpreta­
ta que se da vía recuerdos que se ecforizan o detalles que complem entan ciones obtuve una respuesta convincente. Me dijo que él sabía que yo era
el recuerdo y /o la construcción, tam bién los sueños prestan a veces una un profesor eminente (sic) y que, por tanto, procuraba entender lo que le
confirm ación. Lo que el paciente recordó en el caso hipotético que acabo decía, dando por sentado que no me podía equivocar y que él, p or su p ar­
de decir, podría haberlo soñado y ese sueño hubiera tenido prácticam en­ te, no se consideraba muy inteligente. Así pues, la interpretación no era
te tanto valor confirm atorio com o su recuerdo. para este ingenuo analizado una inform ación y una hipótesis sino la ver­
En cuanto a la respuesta del paciente, pues, hay diferencia entre in­ dad revelada que él tenia que esforzarse en aprehender, a la p ar que un
terpretación y construcción. O tra diferencia es que la respuesta es más test para medir su inteligencia (como había medido el tam año de su pene
m anifiesta, en general, más abierta frente a la interpretación; el paciente en sus juegos con los com pañeritos de la latencia). Más inconcientemente
va a decir sí o no. En cambio, frente a una construcción, si no se respon­ estaban la complacencia, la seducción y el apaciguamiento como defen­
de con un recuerdo que la confirma, el analizado más bien la tom a a bene­ sas homosexuales frente a su (inmensa) rivalidad edipica con el padre.
ficio de inventario, postergando su juicio. Con la interpretación, la res­ C uando la interpretación o, menos frecuentemente, la construcción
puesta tiende en general a ser m ás viva, más inm ediata. Esta diferencia operan en un nivel concreto, el m otor de la respuesta es al acto mismo de
sin embargo no ei tan sustancial como la anterior. interpretar y no el contenido inform ativo de lo que hemos dicho. B l el
caso de una histérica grave que, por ejem plo, siente la interpretación de
dos los elementos nos puede llevar a decidir con suficiente seguridad qué
sus angustias genitales com o un pene que realm ente la penetra. En este
de lo que dice o hace el paciente apoya o refuta la interpretación. Lo que
caso lo único que podem os asegurar es que la interpretación ha sido
im porta aquí señalar es que hay indicadores, que la construcción y tam ­
rechazada porque se la consideró com o un acto violatorio, como un pene
bién la interpretación pueden ser refutadas, a pesar de que Popper (1953)
que se introduce violentamente. Esto, sin embargo, nada nos dice sobre el
pone al psicoanálisis com o ejemplo de una teoría no científica porque sus
valor de la refutación, no sólo porque falta la verbalizatión sino porque el
hipótesis, como las de la astrologia, no pueden ser refutadas.2
problem a se ha desplazado y la paciente no responde al contenido infor­
Los dos primeros parágrafos de «Construcciones» se ocupan del mé­
mativo de la interpretación sino al acto de interpretar. Es cierto que en un
todo, cómo puede ser validada una construcción, qué elementos tenemos
caso como el de este ejemplo se podría inferir válidamente que la interpre­
para saber si es correcta, verdadera. Freud señala que ni la aceptación, ni
tación fue correcta, ya que fue rechazada igual que el temido pene; pero es­ el rechazo formal, conciente, pueden decidir sobre la validez. Lo que real­
ta inferencia sólo es una hipótesis ad hoc que habría que dem ostrar. mente im porta es lo que surge en el material asociativo o en la conducta a
La aparición o la desaparición de un síntom a som ático com o respues­ partir de la construcción form ulada. En ningún caso más que en este se­
ta a u na interpretación es siempre interesante, pero el significado puede ñala Freud la índole verdaderam ente hipotética de la comunicación del
variar en cada caso. Yo diría que, en general, si la respuesta corporal del analista; y es que la palabra construcción sugiere fuertemente la idea de
paciente implica m ejoría, lo tom aría com o una probable confirm ación hipótesis, de algo construido. No hay duda empero de que la interpreta­
de la interpretación; pero si el paciente reacciona con un síntom a som áti­ ción también es u na hipótesis, aunque s> la pueda form ular en términos
co o de conversión yo no diría que es porque la interpretación fue eficaz, más asertivos.
sino más bien porque fue nociva, salvo el caso especial de la RTN.
En resumen, el rechazo de u na construcción o de una interpretación
puede tener que ver con la trasferencia negativa o con la angustia, antes
que con el contenido inform ativo; la aceptación puede tam bién 5. Realidad material y realidad histórica
ser equivoca si el deseo del analizado es agradam os, engañam os o de­
m ostrarnos que com prende lo que le decimos. Del mismo m odo, el cam ­ «Construcciones» es un breve trabajo que consta de tres parágrafos,
bio en la conducta y /o la m odificación de los síntom as son siempre inte­ el último de los cuales plantea un problem a im portante, el de realidad
resantes pero no decisivos. Ya Glover (1931) escribió sobre el efecto tera­ histórica y realidad material.
péutico de las interpretaciones inexactas. Si algo distingue la interpretación de la construcción es que esta inten­
Freud, hay que decirlo, fue siem pre m uy cauto y perspicaz frente a la ta recuperar un acontecimiento del pasado. La construcción busca el pa­
respuesta del analizado. No retrocedía ante u n a negativa ni se dejaba lle­ sado, la interpretación lo encuentra.
var así nom ás por la aprobación. En «Observaciones sobre la teoría y la La influencia del pasado en el presente es un tem a que preocupa a
práctica de la interpretación de los sueños» (1923c) estudia los sueños Freud desde sus primeros trabajos, desde la época de su colaboración
confirm atorios y de complacencia. A firm a que uno de los m otivos por con Breuer. Este tem a es por cierto fundam ental. Ya en el parágrafo 2 de
los cuales una persona puede tener un sueño que confirm e una interpre­ la tercera parte del Proyecto, Freud (1895í/) habla de realidad exterior y
tación es el de congraciarse con el analista o com placerlo; y llega tan lejos de realidad del pensamiento (cogitativa) como dos alternativas que hay
en este sentido que piensa que hasta la elaboración prim aria del sueño que discrim inar, que hay que diferenciar (A E , 1, págs. 420-4), y dice que
puede estar encam inada a com placer.1 la cantidad extem a (Q) se m antiene siempre apartada de 4* (psi) es decir
Un ejemplo sutil de cómo se puede refutar al analista es el sueño de la de Qn. En Tótem y tabú (1912-13) habla de realidad psíquica y de reali­
m ujer del carnicero con el salmón ahum ado, en que renuncia al deseo de dad fáctica. Al referirse a este punto (AE, 1, pág. 421 n. 38), Strachey se­
dar una com ida pero satisface el deseo de no satisfacer al de su amiga- ñala que, en sus escritos ulteriores, Freud llama material a la realidad
rival y refuta al mismo tiem po la teoría de la satisfacción de deseos del fáctica, por ejemplo en M oisés y la religión monoteísta (1939a), donde
sueño, que es el deseo de Freud (A E , 4 , págs. 164-8). Freud cita a conti­ habla de verdad histórica y verdad material (A E , 23, pág. 124). En las
nuación el sueño de o tra paciente, la más inteligente de sus soñantes, di­ páginas 73 y 74, en cambio, se habla de realidad exterior y realidad psí­
ce, que veranea con su odiada suegra sólo para dem ostrar que la teoría quica (o interior). En «La verdad histórico-vivencial» (parte II, aparta­
del deseo es errónea (ibid., pág. 169). do G, pág. 123) Freud se pregunta p or qué la idea de un dios único se im­
De m odo que, en conclusión, sólo un análisis muy cuidadoso de to­ pone a la mente de los mortales y recuerda que la respuesta de la religión
es que esa percepción es parte de la verdad, de la verdad eterna de que
1 V 4 o « la fw m n (un poco sevtra, a m i ju icio len que Freud ( !920a) ei aliia los sucflo* ite
su paeientt 1юто»?чив1. 1 En el cap. 35, el d octor Klimovsky estudia este problem a en profundidad.
hay un solo dios. El hom bre ha sido creado para que pueda captar las El punto de vista de Avenburg y Guiter, sin em bargo, tiene sus lim ita­
verdades esenciales: si la idea del m onoteísm o se impone firmemente al ciones porque la verdad material no la podem os conocer si no es a partir
espíritu es porque el hom bre capta la realidad «m aterial» de que efectiva­ de la estructura del individuo, de m odo que es difícil contraponer el con­
mente hay un solo dios. Freud, que por cierto es escéptico sobre la capa­ cepto de realidad interior/exterior con el de verdad histórica/m aterial.
cidad del hom bre para descubrir la verdad, no piensa que estemos con­ Como analistas nos ocupamos de la realidad interior (psicológica),
form ados para recibir naturalm ente la verdad revelada. Su experiencia nos im porta cómo ha asimilado el individuo la experiencia; pero, en la
de psicoanalista le m uestra que el hom bre se deja llevar más p o r su deseo m edida en que le m ostram os al analizado cómo incorporó determ inada
que por la voz de Dios. La historia prueba que el hom bre creyó en el experiencia, vamos logrando que la realidad interior se contraste con la
correr del tiem po en muchas cosas y se equivocó. El simple hecho de que realidad fáctica.
los hombres crean algo no es garantía de que corresponda a la verdad. El trabajo analítico consiste en que el sujeto revise su realidad interior
Si la religión m onoteísta ha concitado una adhesión tan fuerte entre (o lo que es lo mismo su verdad histórica) y se vaya dando cuenta que lo
los hombres no es porque corresponda a una verdad eterna, m aterial, que él considera los hechos es sólo su versión de los hechos. De esta m a­
concluye Freud, sino porque responde a una verdad histórica. Esta ver­ nera el analizado tendrá que adm itir que su deseo imprimió (e imprime)
dad histórica que vuelve del pasado y se impone a nuestro espíritu es que, su sello a la experiencia y de esta form a él h a ido m odificando y
en los tiempos primitivos, había ciertam ente una persona que aparecía re-creando la realidad exterior.
grande y poderosa: el padre. En el parágrafo I de «Construcciones», Freud dice que el propósito
Este tem a ya había sido desarrollado por Freud más de veinte años del análisis es lograr una imagen de los años olvidados que sea a la vez
antes en Tótem y tabú (1912-13), donde estudia la relación del padre con verdadera y completa (A E , 23, pág. 260). Yo creo que este objetivo se
la horda prim itiva. Y, sin ir tan lejos, aparece regularm ente en la infan­ cumple si se puede construir un cuadro del pasado en que el paciente re­
cia: en cuanto todos hemos tenido un solo padre, estamos predispuestos conozca su propia perspectiva y sepa que no es la única ni la m ejor, que
a aceptar la idea de un solo dios. Lo que me lleva a sentir como verdadera los otros pueden tener una versión distinta de los mismos hechos.
la idea de que hay un solo dios es la realidad histórica de que yo tuve sólo P ara obtener una imagen verdadera y com pleta del pasado no bastan
un padre y no que así sean los hechos m ateriales.3 los recuerdos ni tam poco los datos «objetivos» que pudiéram os recoger,
De esto Freud concluye que, frente a toda experiencia hum ana que se ya que tendríam os que incluir entre ellos la compleja y sutil interacción
acom paña de una fuerte convicción habría que considerar la posibilidad en un m om ento dado, esto es, el núcleo de verdad de cada versión, un
de que esté respondiendo a una verdad histórica (aunque no a una verdad punto que se estudia con acierto en el trabajo de Avenburg y Guiter. Lo
material). Es en este sentido que vuelve a la verdad que hay en el delirio e que im porta realm ente es el valor simbólico de la conducta, la estructura
insiste, entonces, en que tal vez la vía de com prenderlo e incluso de resol­ de la conducta, ya que la verdad material sólo se puede definir por con­
verlo analíticam ente, sería a partir, no de sus groseras distorsiones (que senso, o lo que es lo mismo, cuando podem os ver las cosas desde diversas
corresponden a la realidad m aterial) sino de su parte de verdad histórica, perspectivas.
que de hecho existió, y le da su fuerza irreductible. Este es el tema principal Quien m ejor ha hecho, tal vez, este tipo de discriminación es Lacan,
del trabajo de Avenburg y Guiter para el Congreso de Londres de 1975. cuando en su seminario sobre Les écrits techniques de Freud (1953-54),
Avenburg y Guiter entienden por construcción «establecer nexos separa tajantem ente la rem em oración de la reconstrucción. El recuerdo
entre los fenómenos que hasta ese momento aparentemente no los tenían» pertenece para Lacan al plano de Io imaginario, m ientras que la recons­
(1976, pág. 415) y piensan que la labor del analista es reconstruir la cons­ trucción del pasado apunta a restablecer la historicidad del sujeto, el o r­
trucción, rehacerla, rescatarla de la represión. Consideran que Freud den simbólico. Lo que se evoca viven cialmente, pues, no es más que un
juega con dos pares de conceptos: realidad psíquica y realidad exterior; plano de superficie, un contenido m anifiesto a partir del cual se deben
verdad material y verdad histórica; y se inclinan a pensar que el concepto reconstruir los elementos simbólicos. La reconstrucción concierne a los
de verdad histórica es más abarcativo que el de realidad interior, ya que hechos simbólicos que están en la tram a de lo evocado .4
cuando nosotros tratam os de establecer la verdad histórica con nuestras Desde este punto de vista, el artículo de Freud nos enseña, pues, en
construcciones, tratam os de ver no sólo cómo asimiló el individuo deter­ definitiva, que la distorsión que el individuo opera sobre los hechos sólo
m inadas experiencias sino tam bién qué grado de realidad tuvieron las ex­ se puede m odificar reconociendo su núcleo de verdad histórica y no
periencias mismas. aportando hechos objetivos.
La confirm ación que pueden brindar los hechos exteriores tiene sólo
1 En el d u o de los m itos de la hum anidad, parece que Freud prefiere la alternativa de un valor relativo. A veces son útiles, y no cabe duda de que nos da una
verdad m ateriel y verdad histórica; y, en cam bio, en la historia individual la alternativa es
entre realidad material y iculídad psíquica.
4 Repito aquí las enseñanzas de mi amigo Guillerm o A. Maci.
gran satisfacción cuando una construcción se confirm a con hechos rea­ Avenburg, dice que estamos intoxicados de trasferencia. Esa admonición
les, que el paciente incluso recaba de la fam ilia. Freud nos advierte, sin tal vez sea justa para ciertos analistas, de entonces y del m om ento actual,
embargo, que nosotros no operam os a partir de este tipo de com proba­ que interpretan la trasferencia donde no está. No deja de ser cierto el ca­
ciones, sobre la base de hechos que m aterialm ente existieron: lo que real­ so opuesto, por ejemplo el candidato que, abrum ado por las pulsiones
mente cuenta es la convicción (subjetiva) del analizado. En su docum en­ que le dirige el paciente, trata de que piense en su infancia.
tado trabajo sobre construcciones, Carpinacci (1975) parte del concepto Todo m étodo tiene virtudes y defectos; pero no deben confundirse las
de verdad histórica que «consiste en la conform idad entre lo que afirm a dificultades inherentes a un m étodo con sus errores. Si se pone interés en
sobre un hecho histórico y el suceso histórico mismo» (1975, pág. 269), la trasferencia existe el riesgo de no apreciar la historia; si nos dirigimos
Esa verdad histórica, sigue Carpinacci, puede ser interpretada científica y preferentemente al pasado corremos el riesgo de no ver la trasferencia. El
objetivam ente (verdad material) o ideológica y desiderativam ente (ver­ analista debe abarcar en su tarea las dos cosas, presente y pasado. No es
dad eterna). casual que Freud señale en su trabajo de 1937 la im portancia de la con­
vicción del analizado, y fue Freud tam bién el que dijo en el epílogo de
«D ora» que la convicción surge de la situación trasferencial.
La alternativa entre construcción e interpretación puede inspirar legí­
6. Construcción e interpretación histórica timamente el estilo de cada analista; pero es distinto si se pretende llevar
la discusión al plano de la técnica, porque la técnica analítica exige que
Com o veremos más adelante, hay dos tipos de interpretaciones, his­ am bas se integren y se com plem enten . 6
tóricas y actuales, del pasado y del presente. Esta clasificación se refiere Estas reflexiones son también aplicables al problem a de interpretar la
al contenido de la interpretación, es fenomenològica, porque desde el realidad exterior. Tam bién la realidad exterior se tiene que integrar en
punto de vísta dinám ico toda interpretación apunta de alguna form a al nuestra tarea, porque justam ente lo que da convicción y lo que realmente
pasado. La teoría de trasferencia reposa, com o hemos visto, en que el cura es que yo me dé cuenta que aquí con mi analista, con mi m ujer y mis
pasado y el presente se superponen, en que el pasado está contenido en el hijos en casa y con mis padres y hermanos en la infancia repito el mismo
presente. A través de la trasferencia podem os tener acceso al pasado, y pattern, soy el mismo.
to d a interpretación de la trasferencia es histórica en cuanto descubre la H ubo un tiempo en Buenos Aires, seguramente por la experiencia de­
repetición. Desde este punto de vista, podem os definir la construcción rivada de la psicoterapia de grupo, que se subrayaba mucho lo actual, el
com o un tipo especia] de interpretación en la cual se le d a un énfasis espe­ aquí y ahora; y hasta se llegó a pensar que la situación analítica era ahis-
cial a lo histórico. Así lo estableció Bernfeld un lustro antes que Freud. Si tórica. Como veremos en su m om ento, la situación analítica puede expli­
bien por razones coyunturales, esto es tácticas, podem os circunscribirnos carse con la teoría del campo, pero el proceso analítico es una situación
al presente o al pasado, una interpretación com pleta tiene en cuenta los trasferida e histórica. Cuando vino H anna Segal a Buenos Aires en 1958
dos, ya que se referirá siempre a lo que pervive del pasado en el presente. com batió esa postura, y recuerdo haberla oído decir que la insistencia en
En el m om ento actual hay una gran discusión, que viene de lejos, interpretar exclusivamente en términos de la situación trasferencial lo
entre los que reivindican la construcción com o el verdadero instrum ento que hace al fin de cuentas es satisfacer el narcisismo del analista y crear
del análisis y los que, al contrario, la descalifican o no la tienen en cuen­ una situación de megalomanía donde el analista es todo para el enferm o,
ta. Esta discusión, em pero, debería ser racional y menos apasionada. cuando en realidad refleja un objeto que viene d d pasado.
Antes que nada conviene destacar que hay, evidentemente, estilos dis­ De cualquier m odo, es cierto que algunos analistas piensan que una
tintos para trab ajar, legitimas preferencias que deberíamos aprender a vez resuelto el conflicto aquí y ahora lo demás sale solo, el pasado cam ­
respetar. Yendo ahora al fondo de la cuestión, diré que hay sin duda di­ bia por añadidura y deja de perturbar. Esta tesis no es cierta porque olvi­
vergencias técnicas entre los analistas que ponen el énfasis en lo actual y da que puede haber mecanismos de disociación o represión que rom pen
los que prestan atención preferente al pasado. Aquellos interpretan (e in­ la continuidad del pasado y el presente. No hay disociación más peligrosa
terpretan fundam entalm ente la trasferencia), estos construyen. Existen pora mi que la de padres malos en la infancia y un analista idealizado en
p or cierto dos tipos polares de analistas, que Racker (1958b) caracterizó rl momento actual.
com o los que usan la trasferencia para com prender el pasado y los que l.u diferencia no hay que buscarla, pues, entre los que interpretan y
usan el pasado para com prender la trasferencia.
ti? Itln it P, Schuil (coordinador), Ricardo Avenburg, Gilberta Royer de G arcía Reinoso,
En la mesa redonda que se realizó en la Asociación Psicoanalítica A r­
iMvIll I |hrrtil*n y 1 rim ai do Wcncler. Apareció en el volumen 27 de la R evista de P sk o -
gentina en 1970,3 un decidido partidario de las construcciones como Í(H|Á* '
f l * il i lini dlMUtlón mii detallada, víase mi trab a jo presentado al Congreso de H eliln-
1 M era rtdbntla ¡ o h r f* ( 4ntirucrlonr.i rn r l análisis» de S. Freud, con la participación Mi ím lillilit ionio u p í* d r fitto obra.
los que construyen sino, más bien, en la form a en que se articulan estos
dos instrum entos: hay analistas que reconstruyen a partir de la situación
trasferencial y otros que proponen una construcción para después anali­ En las últimas páginas de su ensayo, y a partir de los recuerdos
zarla. Esto último es lo que hacía a veces Freud; pero m uchos analistas ultraclaros, Freud hace algunas reflexiones sobre el delirio. Se pregunta
actuales no lo hacen (yo entre ellos) porque complica y a la vez descuida si la fuerza de convicción del delirio no puede ser porque contiene un
la situación trasferencial. Si en un m om ento dado el analizado nos reco­ fragm ento de verdad histórica que echó raíces en la infancia. La tarea del
noce en nuestro papel, si nos ve com o analista, entonces se nos hace p o ­ analista debería consistir, quizás, en liberar ese núcleo de verdad históri­
sible reconstruir el pasado; pero cuando el pasado ha irrum pido ocupan­ ca de todas las deform aciones que se le han im puesto. Concluye con una
do el presente (trasferencia), esa posibilidad se reduce y hasta se anula. afirmación singular: «Las formaciones delirantes de los enfermos me
La situación analítica es com pleja y no se presta a un esquema. Fe­ aparecen como unos equivalentes de las construcciones que nosotros edi­
renczi decía que cuando el paciente habla del pasado nosotros tenemos ficamos en los tratam ientos analíticos, unos intentos de explicar y de res­
que hablar del presente y al revés, para que no cristalice la tendencia a di­ taurar, que, es cierto, bajo las condiciones de la psicosis sólo pueden
sociar el pasado del presente. A veces el paciente habla del pasado o de lo conducir a que el fragm ento de realidad objetiva que uno desmiente en el
actual para evitar el conflicto trasferencial; otras veces al revés. Un p a­ presente sea sustituido por otro fragm ento que, de igual m odo, uno h a­
ciente viene y dice que está muy preocupado por lo que yo le dije ayer, bía desmentido en la tem prana prehistoria» (A E , 23, pág. 269).8 Agrega
una trivialidad; y después resulta que un rato antes de la sesión le llegó que si la construcción es efectiva porque recupera un fragm ento perdido
una nota qije lo pone al borde de la quiebra o de perder su empleo. Un de la existencia, también el delirio debe su poder de convicción al elemen­
buen trabajo analítico implica corregir este tipo de represiones o diso­ to de verdad histórica que ocupa el lugar de la realidad rechazada.9
ciaciones. La única técnica adecuada es la que contem pla los problem as
Releyendo no hace mucho la Psicología de la vida cotidiana (19016)
en su m agna com plejidad .7 El mismo criterio tiene Kris en «The recovery advertí que Freud com para las interpretaciones delirantes de los para­
of childhood memories in psychoanalysis» (1956Й), donde dice: «Tanto
noicos con las suyas de los actos fallidos y los sueños. A firm a que el pa­
que el paciente hable continuam ente del pasado com o su persistente ranoico tiene una comprensión del m aterial inconciente en un todo an á­
adherencia al presente pueden funcionar como resistencia» (pág. 56). loga a la del analista. La diferencia estriba en que el paranoico se queda
Entiendo que la tarea del analista com prende dos funciones funda­ con su interpretación y no ve todo lo demás {AE, 6, pág. 248). De modo
mentales: hacer conciente al enferm o de sus pulsiones y hacerle recuperar que mi idea de definir la interpretación com parándola con la vivencia
determ inados recuerdos. Sé muy bien que una cosa y la otra son indiso­ prim aria de Jaspers tiene un apoyo en Freud.
lubles y por eso creo que no hay y no puede haber una diferencia neta
entre interpretaciones y construcciones. Diría provisionalm ente que
cuando se pone énfasis en los impulsos se hacen interpretaciones y, cuan­
do acentuam os los recuerdos, construcciones. Pero, com o ningún acon­
tecimiento está desgajado de los impulsos y ningún impulso puede darse
sin acontecim ientos, se com prende por qué es difícil delim itar estos dos
conceptos y tal vez no corresponda hacerlo.
Quiero term inar este capítulo recordando al m aestro Pichón Rivière,
que nos inculcó el concepto de una interpretación com pleta en la cual se
atienda lo que se d a en la inm ediatez de la trasferencia tanto com o lo que
pasa en la realidad exterior y lo que viene del pasado.
8 «T he delusions o f patients appear to m e to be the equivalents o f the constructions
which we build up in the course o f an analytic treatm ent — attem pts al explanation and cu­
re, though it is true that these, under the conditions o f a psychosis, can d o no m ore than
replace the fragm ent o f reality that is being disavowed in the present by another fra g m e n t
r De № 0 3} t)«n o tu p td o miK'hui veces los Liendo, que observan cómo la situación que that had already been disavow ed in the remote past» (SE, 23, pág. 268).
M de aluna W ffptm lucv fu rl BtiilisK en generai corno signo opuesto. (Víase, por ejemplo, ^ «Así com o nuestra construcción produce su efecto por restituir un [ragniento de
(I v jjí 6 d f Sftriltiltitto fH liiiunulituv, por Mafia Carmen Geai y E rnesto C, L iendo, 1974). biografía (Lebengeschichte, «historia objetiva de vida») del pasado, así tam bién el delirio
Hn UH lltlí» m it 1Л1Я11», tir Inlfw ablc facture, escrito en colaboración con Melvyn A. Hill debe $u fuerza de convicción a la parte de verdad histórico-vivencial que pone en el lugar de
СЯ I M I , Ift. 1 iñtdn M utilan li e * tfu c lu » «(Jom as oquis ta de la situación analitica y la realidad rechazada» (A E, 23, págs, 269-70). «Just as our construction is only effective be­
m u ts trttl (filli!! V IHFWnla У w r n i n a r u « tru c fu ra , señalando al mismo tiem po las estra­ cause it reco ven a fra g m en t o f lost experience, so the delusion owes its convincing p o w e r to
tegia! y le* & nli et цн» pninltm mnlvnla the elem ents o f historical truth which it inserts in the piece o f the rejected reality» (Si(, 2Д,
pág. 268).
28. Construcciones del desarrollo temprano* 3) A veces es posible apreciar los tres polos (tem prano, infantil y ac­
tual) del conflicto engarzados en una misma estructura.
4) Los informes que el analizado ofrece de su desarrollo tem prano de­
ben considerarse recuerdos encubridores, creencias y mitos familiares,
que de hecho cambian en el curso del tratam iento.
5) El m étodo psicoanalítico revela la verdad histórica (realidad psí­
quica), la form a en que el individuo procesa los hechos y cómo los
hechos gravitaron en el individuo, pero no la verdad m aterial, inasible en
sus infinitas variables.
El tratam iento psicoanalítico se propone reconstruir d p asad a bo­ 6 ) N o existe incom patibilidad entre interpretación y construcción, d a­
rrando las lagunas del recuerdo de la prim era infancia, que son produc­ do que interpretar la trasferencia implica com parar en form a de contra­
to de la represión. Lo consigue levantando las resistencias y resolvien­ punto el presente y el pasado como miembros de una misma estructura,
do la trasferencia a través del análisis de los sueños, los actos fallidos y 7) La historia vital del paciente es siempre la teoría que él tiene de
los recuerdos encubridores, no menos que de los síntomas y el carácter. sí y que el análisis reform ulará en términos más precisos y flexibles.
Las teorías que con este m étodo form uló Freud sobre el desarrollo, la se­ 8 ) El concepto de situación traum ática debería reservarse para lo eco­
xualidad infantil y el complejo de Edipo se vieron fuertem ente apoyadas nóm ico, puesto que el conflicto dinámico se da siempre entre el sujeto y
no sólo p or los resultados del tratam iento sino por el psicoanálisis de ni­ su medio en serie com plem entaria.
ños, que puede ver estos mismos fenómenos in status nascendi. 9) El m anejo adecuado y riguroso de la relación trasferencial permite
E n el niño pequeño, carente de instrum entos verbales de coipunica- analizar el conflicto tem prano sin recurrir a ningún tipo de terapia activa
ción, los problem as a investigar no pueden ser alcanzados directam ente a ni regresión controlada, porque el análisis no se propone corregir los
través del lenguaje pero queda la posibilidad de verlos reproducidos en ía hechos del pasado sino reconceptuarlos.
trasferencia e interpretarlos, a la espera de que las asociaciones del p a­ 10) Si se acepta que existe una trasferencia tem prana capaz de desple­
ciente nos apoyen o refuten. garse plenamente en el tratam iento y susceptible de ser resuelta con m éto­
A los fines de esta presentación, vamos a llam ar desarrollo (o conflic­ dos psicoanalíticos, se abre la posibilidad de usarla como teoría presu­
to) temprano al período prev erbai en que no hay registro preconciente de p u esta 1 para investigar el desarrollo tem prano y testear las teorías que
los recuerdos, y que abarca aproxim adam ente la etapa preedipica tratan de explicarlo, tem a este que no abarca mi relato.
descripta p or Freud (19316, 1933a) y Ruth Mack-Brunswick (1940), y lo
vamos a distinguir del desarrollo (o conflicto) infantil que corresponde al Quiero hablar de un paciente, el señor Brown, que analicé nueve años
complejo de Edipo, descubierto por Freud, entre los 3 y 5 años. y medio, p ara ilustrar la form a en que un conflicto de los prim eros meses
Apoyado en material clinico, voy a sostener los puntos siguientes: de la vida se expresa en la personalidad y aparecen en la trasferencia . 2
Cuando vino a verme tenía 35 años y había estado tres en análisis,
1) El desarrollo tem prano se integra a la personalidad y puede recons­ hasta que su analista falleció. D urante la entrevista me advirtió que era
truírselo durante el proceso analítico, ya que se expresa en la trasferencia un enferm o grave, y detalló sus síntomas: incapacidad para pensar y con­
y resulta conprobable a través de la respuesta del analizado. centrarse, tendencia a beber y a tom ar psicoestimulantes, dificultades se­
2) El conflicto tem prano aparece en la situación analítica preferente­ xuales (falta de deseos, impotencia) y sentimientos antisemitas a pesar de
mente como lenguaje preverbal o paraverbal, es decir, no articulado sino ser judío. Señaló tam bién su bloqueo afectivo y puso com o ejemplo su
de acción, y tiende a configurar el aspecto psicòtico de la trasferencia indiferencia por la m uerte de su analista.
en función de objetos parciales y relaciones diádicas y edípicas tem pra­ Sobre el diagnóstico baste decir que se trata de un enferm o fronterizo
n al, mientra» que el conflicto infantil se expresa sobre todo en represen- con una fuerte estructura farm acotím ica y una perversión m anifiesta
lüclone» verbnlcft y recuerdos encubridores, es decir, com o neurosis de —fro teu r— : para alcanzar el orgasmo refregaba sus genitales en la m ujer
trcifcrencln. evitando el coito. No era conciente de esta perversión, que racionalizaba
a veces burdam ente.
* A tlttgo til Incutili in itp ttld o n e i, he decidido Incluir en este punto mi trab a jo p re ­
m u ti l o t i ('o ilfitfá l t k lUUlnkl, «Validez de к interpretación transferencia! e n e i "a q u í y
' P or teoria presupuesta entiendo aquí un instrum ento que se aplica sin cuestionar de
Ahoil" putt Ik tflftiMK№\Mn (Id d m r r o ü o pdqulco tem prano», donde discutí m uchos de m om ento su validez, com o por ejem plo la teoría óptica del telescopio para el astrónom o,
lof líifiitpi (|U Лтш>0>! m nía p a tlt (tri libio. Agngo al final un estudio de la reconstrucción 1 Los aspectos técnicos fueron discutidos en un sem inario que dirigió Betty J o u p h en
d tl d 041Kollo tmiptlIRH {HMltWtii «lt un tu rilo di 1‘teud. inspirado en la lectura de Schur y enero de 1974 en Buenos A íro . A nteriorm ente discuti este caso con León Orlnberg.
de Blum.
Dijo que no recordaba nada de su infancia, aunque refirió sin em o­ que analizarse para él era concretam ente alimentarse de los pensamientos
ción que cuando tenia dos meses casi se muere de hambre porque la del analista; pero, incapaz de tolerarlos, los expulsa como heces que
madre perdió de golpe la leche. luego vuelve a incorporar por alim entos. ¡El paciente respondió diciendo
Este acontecimiento no había sido nunca valorado por el señor que se le hacía agua la boca! Agregó con viva resistencia, que esto le pasa
Brown. Fue su analista anterior quien dedujo que probablem ente había muchas veces con los olores nauseabundos, incluida su m ateria fecal.
sufrido ham bre de niño. El paciente respondió con el inform e m enciona­ Com o efecto de esta sesión se sintió angustiado, con ganas de llorar y
do, y quedó sorprendido p or el acierto del analista, al que desde entonces pidiéndom e internam ente ayuda. De inm ediato tuvo rabia porque el tra ­
tomó más en serio, aunque nunca llegó a estim arlo. tam iento no lo curaba y volvió a pensar en interrum pirlo. A firm aba con­
Conm igo, en cambio, simpatizó de entrada, si bien considerándom e tinuam ente que el psicoanálisis no es una relación hum ana sino una fría
un novato. Sabiendo por el colega que me lo confió que yo acababa de transacción comercial.
venir de Londres, estaba seguro de que era mi prim er paciente, cuando Las fantasías coprofágicas y las defensas m aníacas, siempre enlaza­
no el único de toda mi carrera. Al interpretar sus celos de los herm anos das al trastorno del pensam iento, ocuparon un largo tram o del análisis.
frente a este tipo de m aterial, lograba sólo una condescendiente sonrisa; Sim ultáneam ente, se iban analizando sus celos edípicos, su rivalidad con
y ni me escuchaba cuando le decía que él estaba poniendo en mí su nece­ el padre y sus impulsos homosexuales. Su deseo de chupar el pene del
sidad, esto es, que me veía ham briento de pacientes. analista aparecía en sueños y fantasías, para gran humillación del señor
D urante los prim eros meses se m antuvo frío y distante; a veces se d o r­ Brown, que tem ía ser homosexual. El análisis de todos estos conflictos
mía súbitam ente cuando le interpretaba algo que podía resultarle nuevo. logró remover los principales síntomas e hizo aparecer procesos sublima-
Frecuentem ente sentía ham bre antes o después de la sesión, y entonces torios ligados al conflicto tem prano.
aparecieron fantasías coprofágicas de inusitada claridad. Soñó que en un Luego de esta evolución, que ocupó unos tres años, el conflicto oral
pequeño restaurante le servían guiso de gato. Sentía un asco terrible, p e ­ se hace patente. Sueña, por ejemplo, que se saca tres hilos gruesos que le
ro alguien le decía que lo comiera, que no se habría dado cuenta si se lo salen d e ta garganta y asocia con tentáculos. Este sueño se interpreta co­
hubieran presentado p o r liebre. E l guiso olía a excremento de gato. Este mo su deseo de aferrarse y m am ar del pecho analítico, lo que parece con­
sueño sirvió para m ostrarle su desconfianza del analista, que le hace p a­ firm ar otro de la misma noche: Soñé, también, con una nenita que quería
sar gato por liebre, y su deseo de alim entarse de sus propias heces para no chupar desesperadamente m i cigarrillo. Yo se lo saco de la boca y ella se
depender. estira desesperadamente para chupar. A quí su oralidad se ha proyectado
El tono jactancioso que A braham (1920) derivó de la idealización de y él es un padre que frustra la necesidad de su parte infantil femenina.
las funciones emunctoriales y las excretas era el centro de su sistema de­ Que existen sentimientos voraces y agresivos por el pene del padre dentro
fensivo, muchas veces ligado a la m asturbación anal (Meltzer, 1966). del cuerpo de la m adre queda expresado por un tercer sueño en que entra
Su rebelde aerofagia, que años más tarde habría de ser un expresivo a un banco (cuerpo de la madre) y quieren que mate at cajero ¿ e n e del
indicador de su traum ática lactancia, aparecía com o motivo de hilaridad padre). Se niega, pero otros lo hacen y , cuando lo detienen, niega toda
y burla. Recordó que eructaba con su analista anterior y, cuando este se vinculación con el crimen y logra huir.
lo señaló, le respondió que él pagaba por sus eructos. C uando interpreié En oportunidad de un pago de honorarios atrasados recuerda la épo­
que sentía orgullo p or sus eructos y su dinero, recordó que com enzó a ca en que pasó ham bre en su lactancia, cuando casi se muere porqu e la
analizarse justam ente porque tenia gases y meteorism o, así com o males­ madre no se daba cuenta de su necesidad, a pesar de que él lloraba y gri­
tares gástricos y dificultad para estudiar. P or estos síntom as, un psi­ taba el día entero.
quiatra, el doctor М ., le indicó el análisis. Vale la pena com parar esta versión con la de la entrevista, porque
Meses después soñó que estaba en un bar y le servían una gaseosa con aquí se agrega que él lloraba y gritaba el día entero. Esta m odificación
una mosca atravesada en la tapita. Dudaba entre bebería o reclamar al m uestra, a mi juicio, que su bloqueo afectivo se ha movilizado, lo que
mozo y finalm ente optaba p o r reclamar. A propósito de estesueño recor­ implica, tam bién, que los informes referentes al desarrollo psíquico
dó otro de lu análisis anterior: Soñé que estaba fre n te a la clínica del doc­ tem prano deben conceptuarse como recuerdos encubridores (Freud,
tor M. y habla un grupo que com ía carne humana. Uno de ellos tomaba 1899a), a pesar de que se narren como hechos reales, como historias verí­
un cráncO medio putrefacto, le pasaba un trozo de pan p or dentro y co­ dicas trasm itidas por padres y familiares.
mía los m a s untados en ese pan. Superado el bloqueo afectivo, ahora llora y grita el día entero: mis
AamiiÓ con un momento en que estuvo por interrum pir el análisis por honorarios son muy altos, el psicoanálisis es puro bla-bla-bla, si no
resone* ^v,iíAmlfrtf y M. le propuso que hiciera psicoterapia de grupo. puede pagarm e es p o r sus dificultades, de las que yo tam bién soy respon*
Lo dijo (11» "■un lueno* explicaban en porte sus dificultades para pensar sable. Este agudo conflicto trasferencial culm ina con este sueño: ÉsfÚV
y concíntrwt»’ 4, l'teud (1917*) y A braham (1924), agregué en su consultorio, usted sentado a m i lado como un m édico cííni&fk
Acongojado, le digo que sufro m uchísim o porque he abierto mis senti­ Este material ilustra la tesis principal de mi trabajo: el desarrollo
mientos a los demás. Usted parece com penetrado de mi dolor y tiene tem prano no queda desgajado del resto de la personalidad y puede re­
también una cara de intenso sufrim iento, tal vez un po co excesivo. E n ­ construírselo a partir de datos ulteriores, que básicam ente tienen su mis­
tonces irrumpen en la habitación tres personas, un hom bre contrahecho m a significación. Que lo preverbal sea después resignificado, como pro­
y una mujer; no recuerdo al tercero. Eran amigos suyos que venían a j u ­ pone Freud (19186), o que de entrada tenga significación, no es decisivo:
gar a las cartas o a hacer psicoterapia de grupo. Yo m e había cam biado la basta con que una experiencia adquiera significado a posteriori para que
ropa y buscaba mis calzoncillos para que no los vieran sucios de caca. sea licito sostener que podem os alcanzarla y reconstruirla: el m aterial su­
Encontraba unos que tal vez fueran suyos. Usted m e acariciaba y m e to ­ giere fundadam ente que la fantasía del período de latencia del señor
caba para calmar m i congoja. Asocia la m ujer del sueño con la que vio Brown (el niño alim entado de agua) es isom órfica con su experiencia de
días atrás en el consultorio y le dio celos. M ás conciente de sus necesida­ lactante.
des, es ahora vulnerable al dolor: quiere que lo calme, pero tem e acercar­ C onsidero, tam bién, que interpretación y construcción son fases
se y sentir celos y /o atracción homosexual. P ara que no descubran sus com plem entarias de un mismo proceso . 3 Si trasferencia implica superpo­
cosas sucias, se confunde conmigo mediante la identificación proyectiva ner pasado y presente, entonces no podem os pensar que una interpreta­
(Melanie Klein, 1946), metido en mis calzoncillos. ción del aquí y ah ora pueda darse sin la perspectiva del pasado, ni tam ­
Reconoce por m om entos que su única com pañía es el análisis y siente poco que pueda restaurarse la historia sin responder al siempre presente
entonces deseos de destruirm e. Sus atrasos en el pago tienen ahora un com prom iso trasferencial. En otras palabras, no sólo es imprescindible
matiz de provocación y rivalidad, al tiem po que quiere quedarse con mi dilucidar lo que pasa en el presente para desbrozar el pasado sino tam ­
dinero para no sentirse solo. Cuando dice que mi dinero lo acom paña se bién utilizar los recuerdos p ara ilum inar la trasferencia. Racker (1958í>)
le hace agua la boca. Al conseguir un aum ento de sueldo, lo que prim ero decía con hum or que hay analistas que ven la trasferencia sólo com o un
piensa es que tiene que pagarm e y le da rabia. obstáculo para recobrar el pasado y otros que tom an el pasado com o un
Cuando está p or com prar un departam ento para vivir solo, sueña que mero instrum ento para analizar la trasferencia (pág. 59); pero, como
y o estoy analizándolo sentado en la calle bajo un arco de triunfo: él acabo de señalar, hay que hacer las dos cosas. «B oth the pa tien t dwelling
habla a los gritos porque estamos m uy separados. M ientras se analiza se on the past and his persistent adherence to the present can fu n ctio n as re­
va acercando con m ovim ientos rápidos, siempre acostado. Este sueño, sis tence», dice Kris (19566, pág. 56). H ay que lograr, en cam bio, com o
donde el acercam iento se ve plásticamente, fue interpretado en términos sugiere Blum (1980), una acción sinèrgica entre el análisis de la resisten­
del complejo de Edipo completo: lo atrae el genital de la m adre (arco de cia y la reconstrucción (pág. 40) para restaurar la continuidad y la cohe­
triunfo) custodiado por el pene rival del padre, que tam bién lo excita. rencia de la personalidad (pág. 50). Entendido de esta m anera, el análisis
La com pra del departam ento, su ascenso en la empresa y la m ejoría de la trasferencia deslinda el pasado del presente, discrimina lo objetivo
de su vida erótica le hacen sentir que adelanta, lo que le provoca rabia y de lo subjetivo. C uando esto se logra, el pasado ya no necesita repetirse y
miedo: teme destruirm e con sus progresos y teme confiar. Interpreto este queda como una reserva de experiencias que podem os aplicar para
tem or como basado en una confianza inicial al pecho que luego lo com prender el presente y predecir el fu tu ro , no para m alentenderlos.
defraudó; responde con un recuerdo que considero básico: a los 7 и 8
años una sirvienta le contó que un niño murió de inanición porque la madre A partir de la historia del niño alim entado con agua, el m eteorism o lo
le daba agua cuando lloraba de hambre, lo que lo calmaba sin alimentarlo. acosaba; y su vientre hinchado le hacía pensar en un bebé desnutrido.
Este recuerdo es sin duda una nueva versión de su lactancia y no es A um entó cinco kilos en un mes y acentuó su tendencia a dorm irse cuan­
casual que aparezca en un m om ento en que se ha acercado al analista y do recibía una interpretación. L a envidia ocupa ah ora un lugar im por­
empieza a sentir la confianza básica de Erickson (1950). Este m aterial fue tante; p rogresa para despertar envidia en los demás y limita sus progresos
interpretado no sólo en la perspectiva del conflicto tem prano y en térmi­ para no provocarla. Con su som nolencia regula la sesión p ara controlar
nos reconstructivos («usted debe haber sentido de pequeño que su m adre su envidia (y tam bién para expresarla); al m ismo tiem po pone en mí su
le daba dgua en lugar de leche») sino también en el aquí y ahora, como ham bre y su desesperación, su bebé desnutrido.
uno tipien roilitcncia de trasferencia: «Cree que progresa por el análisis y Tiene ahora este sueño: Soñé que estábamos en c a m a y usted m e revi­
quiere confiar en mi; pero algo lo lleva a pensar que el alimento analítico saba la barriga, dolorida y llena de gases. Usted me palpaba y hacia un
ПО CI nlftl quo flgUtt». Le recordé sus recientes deseos de ver un médico m ovim iento circular para aliviar m i dolor, mientras decía, con su voz
clínico №1) (lo* Inyecciones todo lo va a arreglar» y sus reiteradas grave, que y o estaba mal, q u e era una «somatización».
nfimmtiMiie* dH|U§ Ait&lllli es puro bla-bla-bla, asi como una fantasía
que eolito dlftt aliteli Vay a una estación deservicio donde m e m eten aire
1 Dice Phyllis Greenacre: «A ny clarifying Interpretation generally includa some r t j t
por el t r w m a ¡tm m tu ¡iara limpiarme. rence to reconstruction» (197J, p4g. 703).
Asoció con el o tro sueño en mi consultorio de un año y medio antes; y de gerente impulsó el filtrado de aire y pronto llegó a ser un renom brado
subrayó que yo procedía com o médico y no había nada erótico; una vez especialista .4
de niño tuvo dolor de barriga y su padre le dijo que se hiciera m asajes. Cuando inicia el sexto año de tratam iento se vincula con una m ujer
Interpreté que me necesita como padre para aliviar su dolor: siente que le merece confianza y lo atrae sexualmente, con la que se casa des­
que yo puedo sacar de su cuerpo con mi m ano-pene el aire malo que puso pués. Vive esta decisión com o un gran logro del análisis. En una sesión
allí el pecho vacío de su m adre —que soy yo mismo cuando hablo en va­ en que expresa estos sentimientos aparece el m eteorism o. Interpreto que
no— . Sugerí reconstructivam ente que, cuando estuvo a punto de m orir me ve como una m adre que lo está pariendo sano y me quiere im itar. El
de ham bre, de alguna form a el padre lo ayudó. meteorismo cede dram áticam ente, y esto le despierta sentimientos
Sin entender lo esencial de la interpretación, acepta que debe existir contradictorios de confianza y rivalidad. Poco después, en una sesión en
un deseo homosexual, y se duerme. Interpreto que hizo ahora real el que se duerm e, sueña que está con una m ujer vieja y mala con pechos va­
sueño: estamos durm iendo juntos en la cam a, y el bebé desnutrido se cíos de los que sólo sale aire.
trasform a en la m adre em barazada. La interpretación anterior apunta al Al compás de sus progresos su sistema defensivo se hizo poco menos
vinculo de dependencia; esta, a su erotización. que impenetrable: se autointerpreta, se duerme cuando yo hablo, repite en
Al año siguiente, cuando lleva cinco de análisis, la m ayoría de sus sín­ voz alta mi interpretación con lo que pasa a ser suya, etcétera; frecuente­
tom as ha remitido: no aparecen ya sus fantasías coprofágicas, no le h a­ mente me interrumpe y completa por su cuenta Jo que yo iba a decir. Es
cen agua la boca los olores nauseabundos y no expulsa sus pensamientos, ahora el ejemplo cabal del paciente de difícil acceso (Betty Joseph, 1975).
es decir, puede prestar atención y estudiar, si bien con dificultades; su vi­ Como sus síntomas abdom inales arrecian, consulta a un clinico que
da sexual se ha regularizado y hasta llega a ser satisfactoria. En el análi­ prom ete curarlo en una semana. Esto lo alegró porque iba a dem ostrar
sis, en cambio, la situación dista de ser fácil. Si bien su olímpico despre­ que yo estaba equivocado; pero tam poco al clínico le dio la satisfacción
cio ya no está, se resiste vivamente a confiar y sus exigencias y rivalidad de curarlo. En la sesión anterior yo había vuelto a interpretar su m ete­
jaquean continuam ente el setting analítico. orism o como em barazo, sin que me escuchara. Esta vez tuvo que recono­
Recordó que a los cinco años solía jugar con una compañerita a la cer, sin embargo, que su esposa tenía un pequeño atraso m enstrual, pen­
bailarina y el diablo. Este juego, que coincide con el m om ento culm inan­ só que estaba em barazada y sintió celos del niño, como yo le había in­
te del com plejo de Edipo, tiene que ver con la m asturbación frente a la terpretado días a trá s.5
escena prim aria y ensambla con un recuerdo encubridor de la misma épo­ El modelo del meteorismo como identificación con la m ujer em bara­
zada aparecía ahora vinculado más a la envidia que a los celos. Quiere ser
ca: creía que había diablos y brujas entre su dorm itorio y el de los padres.
él —le digo— quien tenga el niño, pero sin ser fecundado por mis in­
El demonio es a la vez el ham bre de su lactancia, el pene del padre que lo
calma o excita y el bebé dentro de la m adre que despierta sus celos; en terpretaciones. Responde con asom bro que ha disminuido su tensión a b ­
dom inal y que desapareció el m eteorism o . 6
otras ocasiones el demonio era su trasero, el objeto espurio de Money-
En esta época tuvo un sueño muy significativo. Llega con m eteorismo
Kyrle (1971), alternativa del pecho. El juego de la bailarina y el diablo
y molestias abdom inales, mientras continúa la am enorrea de su m ujer.
fue interpretado tam bién a lo Rosenfeld (1971), com o dos partes de su
Soñé que tenia el auto descompuesto y lo llevaba al taller. Decían que el
self: infantil dependiente (bailarina) y narcisista om nipotente (diablo),
compresor andaba m al y habla que revisarlo a fo n d o para ver si era gra­
Al prom ediar el quinto año de análisis trajo un sueño im portante p a­ ve. M e llamaba la atención po rq u e m i auto no tiene compresor. Pensaba
ra evaluar su colaboración. E ra un momento en que el tratam iento le in­ que serla algo m uy grave, equivalente a un cáncer.
teresaba y quería curarse. Soñé que estaba con Carlos trabajando con en­ Este sueño expresa el conflicto en todos sus niveles: tem prano, infan­
tusiasmo sobre filtr o s de aire. N o s habíamos independizado de la em pre­ til y actual. El conflicto actual del señor Brown es que cree que ha em ba­
sa y nos iba m uy bien. Habíamos construido el prim er filtro absoluto del razado a su m ujer y va a ser padre; esto lo obliga a ser más adulto y res­
país y estábamos p o r fabricar un contador de partículas, que m ide la efi­ ponsable. El conflicto infantil tiene que ver con el com plejo de E dipo y
cacia de los filtros. Asoció que en el sueño se sentía como sí hubiera ter­ los celos fraternales. Esta vez recordó los vivos sentimientos de desola­
m inado el análisis curado; su problem a sexual no está resuelto; el filtro ción de sus cinco años cuando nació su (única) herm ana. P o r últim o, el
absoluto esteriliza el aire.
Interpreté el sueño como un deseo de curarse con mi ayuda (Carlos)
del aire malo que le provoca meteorismo (alianza terapéutica) y a la vez * A este punto me refería al hablar de sus sublimaciones.
como un juego sexual m asturbatorio entre herm anos, que hace estéril el 5 E ste aparente insight n u c h a s veces sólo significaba que él (y n o yo) era quien lo decís.
* P ara com prender lo inexpugnable de su sistema defensivo téngase presente que It In­
análisis (pseudoalianza). terpretación fé r til de este m om ento puede irasform arse después en un bia-bla-bla que If lit
El sueño se refiere a un im portante progreso: desde su nuevo puesto na otra vez el abdom en de gases (em barazo imaginario).

,1 .ia
conflicto temprano aparece prístinam ente expresado por el compresor, En la unidad de esta historia apoya nuestra tesis de que las experien­
pecho introyectado que insufla aire en lugar de alim entar. cias tem pranas dejan su m arca y se expresan luego fidedignamente en las
Su m eteorismo como em barazo de aire se representa por partida ideas latentes de los mitos familiares y las fantasías del sujeto, en recuer­
doble: por el com presor y porque piensa que su auto no lo tiene. Esta dos encubridores y rasgos de carácter no menos que en los síntomas y la
doble representación conviene tam bién a] em barazo de su m ujer, imagi­ vocación.
nario porque no está confirm ado y por su am bivalencia; a la vez que sim­ La otra tesis es que estas experiencias tem pranas son accesibles a la
boliza la pseudociesis del señor Brown, con un com presor (útero) que no técnica psicoanalítica clásica, si bien resolverlas es sum am ente difícil.
existe en su cuerpo de varón. La m ayoría de los psicólogos del yo piensa que los conflictos tem pra­
En cuanto representación del proceso analítico, el sueño m uestra con nos no son analizables. Elizabeth R. Zetzel (1968) afirm a que sólo si se
descarnada precisión el m om ento que cursa: estam os investigando algo resolvieron los conflictos diádicos con la m adre y el padre separadam ente
que no existe, que sólo es aire, palabras que se lleva el viento; y que, sin pueden delimitarse la neurosis de trasferencia y la alianza terapéutica,
em bargo, es grave com o un cáncer. El proceso analítico estaba detenido, condición necesaria de analizabilidad. Si bien acabo de decir que las rela­
no tenía profundidad y se había trasform ado en un juego sexual perverso ciones tem pranas son analizables, com parto en la práctica las preven­
(fro teu r), a pesar de todos mis esfuerzos. Carentes de significado em o­ ciones de la psicología del yo, sin dejar de pensar que en todo paciente
cional, las interpretaciones eran agua o aire que hinchan el vientre del be­ aparecen conflictos tem pranos y mecanismos psicóticos.
bé y lo condenan a m orir de ham bre. No podría emplearse nunca con Otros autores, en cambio, consideran analizables los conflictos
más dolorosa propiedad la expresión popular «hablar al cuete». Durante tem pranos variando la técnica. Si está afectado el desarrollo em ocional
este período no sólo se identificaba con la m adre em barazada y el bebé prim itivo, dice W innicott (1955), el trab ajo analítico debe quedar en sus­
desnutrido: con frecuencia proyectaba al bebé m uerto de ham bre en el penso, « management being the whole thing» (pág. 17). A nteriorm ente,
analista, y yo me sentía entonces desvalido y desalentado, a veces con la escuela de Budapest había sostenido ideas similares a partir de la técni­
somnolencia. ca activa de Ferenczi (1919Й, 1920) y de su teoria del trau m a (1929, 1931,
Es im portante señalar que esta impasse repite con sorprendente clari­ 1932) que inspira el new beginning de Balint (1937, 1952) para dar cuenta
dad el conflicto de la lactancia, m ientras que el conflicto edipico se re­ del am or objetal prim ario. E n esta línea se ubican A nnie y Didier Anzieu
cuerda y revive en o tro nivel de comunicación. Se aprecian así dos fo r­ (1977), p ara quienes las fallas graves del desarrollo exigen cam bios técni­
mas de organización, neurótica y psicòtica (Bion, 1957). El conflicto cos, porque sólo experiencias concretas las pueden paliar; en cuanto acto
neurótico contiene la situación triangular de un niño de cinco años celoso específicamente simbólico, la interpretación nunca puede llegar a lo que
por el nacim iento de una herm ana, la intensa angustia frente a la escena no se ha simbolizado.
prim aria a través del recuerdo encubridor de las brujas y los dem onios, la Estos argumentos tienen el definido apoyo del sentido común; sin em ­
m asturbación infantil (el diablo y la bailarina) y los juegos sexuales con bargo, la historia de la ciencia muestra que el sentido común puede extra­
sirvientas y com pañeritas —que recordó ahora vivamente— . viarnos. En el caso presentado, una experiencia altamente traum ática de
El conflicto con el pecho se expresa de otro m odo, con un lenguaje de los primeros meses de la vida se incorporó a la personalidad del paciente y
acción, sin representaciones verbales ni recuerdos; y lo mismo el comple­ adquirió un valor simbólico, al que pudimos llegar con la interpretación.
jo de E dipo tem prano (Melanie Klein, 1928, 1945). El análisis los alcan­ Es que el lactante de dos meses que «no puede entender nuestro lenguaje»
za, sin em bargo, si bien los avatares de la técnica son otros, y el analista, es parte de un nifto y un adulto que nos comunican co r él.
en el vórtice de la repetición, se ve trasform ado en el pecho vacío que in­ El corolario es que no necesité dar a este paciente la oportunidad de
sufla flatos a su bebé-paciente. Que sea este un proceso muy doloroso p a­ regresar. Volvió a vivir plenam ente en el setting analítico clásico su
ra el analista, no desmerece p ara nada la belleza de nuestro m étodo, la conflicto de lactante, sin ningún tipo de terapia activa o regresión co n tro ­
confiabilidad de nuestras teorías. lada. Com o analista apliqué con rigor mi m étodo y, cuando p o r error lo
abandoné, traté de recuperarm e a través del análisis silencioso de mi
A los fines de este capítulo im porta que el conflicto tem prano en­ contratrasferencia, sin concesiones para mis desaciertos . 7
cuentra diversas form as de expresión que m uestran su coherente unidad
con la vida y la historia: el adulto que consultó por aerofagia es el niño C orresponde discutir, por fin, la evaluación teórica de las experien­
del período de latencia que se im presiona por el relato del bebé alim enta­ cias traum áticas de la infancia. E n el caso expuesto aparece u n a situación
do con agua y oye contar la historia de su desafortunada lactancia, tanto am biental que puso realm ente en peligro la vida del sujeto; y, sin em bar-
como el lactante que creyó recibir aire (flatos) en lugar de alim ento, el
hom bre de las fantasías coprofágicas que confunde heces con comida y 7 Mi tolerancia en et pago podría considerarse un parám etro (Eisslcr, 1953); pero no fú t
eructos con palabras, el especialista en filtrado de aire. algo que yo introduje, y Lo analicí com o otro tin t orna cualquiera.
go, si vamos a seguir utilizando consecuentemente la teoría de la trasfe­ f u e con el biberón que pasó hambre porque le daban m enos ración que la
rencia para com prender el pasado, debemos advertir que las cosas no son ordenada p o r el médico. E sta nueva versión responde, a mi entender, a
sencillas. En la repetición trasferencial encontram os un bebé-paciente un cambio estructural: ahora hay un pecho bueno que alimentó y un bi­
que opera continuam ente sobre el padre y el pene, la m adre y el pecho, la berón m alo; y el padre (médico) es una figura protectora, como se insi­
escena prim aria. Se dirá, y con razón, que lo hace para trasform ar en ac­ nuaba en un m aterial an tenor. 8
tiva aquella experiencia catastrófica; pero ¿puede esto excluir una acción El análisis no se propone corregir los hechos del pasado, lo que p or lo
más compleja entre el niño y los padres? Así como se duerme en la sesión dem ás es imposible, sino reconceptuarlos. Si lo logra y el paciente m ejo­
para no recibir la interpretación, pudo haberse dormido sobre el pecho, ra, la nueva versión es más ecuánime y serena, menos m aniqueísta y per­
condicionando en parte la agalactia. Esta hipótesis es lógica y nada hay en secutoria. El sujeto se reconoce actor, agente además de paciente; apre­
el material que la refute. No digo que con esto quede apoyada la teoría de cia en los otros mejores intenciones, no sólo negligencia y mala fe; la cul­
la envidiá prim aria de Melanie Klein (1957), porque podrían ofrecerse p a queda más repartida; se asigna un papel m ayor a las inevitables adver­
otras explicaciones igualmente atendibles; pero sí pienso que el conflicto se sidades de la vida.
da siempre entre el sujeto y el medio hum ano con que interactúa, a m odo C ada uno de nosotros guarda un conjunto de inform es, recuerdos y
de las series complementarias de Freud (1916-17). Mirsky et al. (1950, relatos que, a modo de mitos familiares y personales, se procesan en una
1952) dem ostraron que la alta concentración de pepsinógeno de algunos serie de teorías, con las que enfrentam os y ordenam os la realidad, así co­
lactantes gravita en que se sientan insatisfechos y condiciona el tipo de mo nuestra relación con los demás y con el m undo. Empleo la palabra
madre rechazante descripto por Garma (1950, 1954). Como dice Brenman «teoría» en sentido estricto, una hipótesis científica que pretende expli­
(1980), el «complejo de Edipo» de Edipo debe entenderse como la resul­ car la realidad y que puede ser refutada por los hechos, com o enseña
tante de sus propias tendencias edípicas y del ambiente (el abandono de sus Popper (1962); y que, a mi juicio, coincide con el concepto psicoanalìtico
padres, los cuidados vicariantes de los reyes de Corinto, etcétera). de fantasía inconciente. La neurosis (y en general la enferm edad mental)
A pesar de las advertencias de Freud (1937rf), a menudo se confunde puede definirse desde este punto de vista como el intento de m antener
la verdad histórica con la m aterial. La verdad material son los hechos ob­ nuestras teorías a pesar de los hechos que las refutan (vínculo menos К de
jetivos que tienen infinidad de variables y consiguientemente de explica­ Bion, 1962b); y lo que llamamos en la clínica trasferencia es el intento de
ciones, Lo que es accesible al m étodo psicoanalítico es la verdad histórica que los hechos se adecúen a nuestras teorías, en lugar de testear nuestras
(realidad psíquica), que es la form a en que cada uno de nosotros procesa teorías con los hechos.
los hechos. P o r esto creo que es m ejor hablar de realidad psíquica y reali­ El proceso psicoanalítico se propone revisar las teorías del paciente y
dad fáctica como hace Freud en el Proyecto de 1895 (1950c) y en el cuar­ hacerlas a la par más rigurosas y flexibles. Esto se alcanza con la in­
to ensayo de Totem y tabú (1912-13) o de realidad y fantasía siguiendo a terpretación y especialmente con la interpretación m utativa (Strachey,
Susan Isaacs (1943) y H anna Segal (1964a). 1934), en que se unen por un m om ento el presente y el pasado para de­
m ostrarnos que nuestra teoría de considerarlos idénticos era equivocada.
El inform e que da un paciente de sus situaciones traum áticas y en ge­
neral de su historia es u n a versión personal, un contenido m anifiesto que
se debe interpretar, y que de hecho cambia en el curso del análisis.
Hemos visto que, al levantarse el bloqueo afectivo, el señor Brown El sueño «Ñori vixit» y el psiquismo temprano
m odificó la versión del traum a de su lactancia. Dos años después del
sueño del com presor, cuando la impasse había cedido y el análisis se en­ En los últimos años, varios autores han descubierto que uno de los
cam inaba a su term inación, sobrevino un nuevo cam bio. En esa época el sueños de Freud en La interpretación de los sueños puede servir para
analizado, más conciente de su avidez y desconsideración, tem ía cansar­ ilustrar el tem a de las reconstrucciones preedípicas. Se trata del que tras­
me. De regreso de las vacaciones soñó que tenía juegos sexuales con una curre en el Laboratorio de Fisiología del profesor Emest Brücke y que en
jo ven : le daba un beso, y la lengua de la chica creciendo enormemente la jerga psicoanalítica se conoce como el sueño «N on vixit». Freud lo
permanecía en su boca al separarse. Interpreté que erotiza el vínculo ana­ analiza cuando habla del valor de las palabras en el sueño en el capítulo
lítico negando la separación de las vacaciones, y agregué que la lengua de VI y vuelve a él más adelante. Los personajes principales son Ernst
la chica era mi pezón complaciente que le permite estar siempre prendido Kleischl von Marxow y Josef Paneth, dos compañeros de Freud en el L a­
al pecho, p ara que no se repita su catastrófico destete. Com entó con pre­ boratorio, y su gran amigo Fliess. El texto del sueño es el siguiente:
ocupación su nuevo atraso en el pago y recordó de pronto que el trastor­
* Tres anos después de term inado el análiíis, en una entrevista de seguimiento, cambió
no en su lactancia no fu e que su madre perdió la leche y que él pasó una vez más el recuerdo y dijo que pasó ham bre con el biberón porgue la dosis Indicada por
hambre hasta que empezaron a darle el biberón sino justam ente al revés: el m édico era insuficiente, incorporándose tal vez una queja por la term inación del g n tllltf
«H e ido de noche al laboratorio de Briicke y abro la puerta, después
que golpearon suavemente, al (difunto) profesor Fleischl, quien entra funta. (Pauline se llam aba también la sobrina de Freud, hija, com o John
[Hans], de Emmanuel.)
con varios amigos y luego de algunas palabras se sienta a su mesa. Sigue
otro sueño: M i amigo Fl. (Fliess) ha llegado a Viena en julio, de incógni­ Freud recordó que las palabras «non vixit» figuraban en el pedestal
to; lo encuentro p o r la calle en coloquio con mi (difunto) amigo P ., y voy del m onum ento al em perador José. Al com pararlo con el José em pera­
con ellos a alguna parte, donde se sientan a una pequeña mesa fre n te a dor y con el colega hom enajeado, Freud levantaba entonces un monu­
fren te, y y o en la cabecera, sobre el lado más angosto de la mesita. Fl. m ento a su amigo Joseph Paneth, a quien al mismo tiempo, m ataba en
cuenta acerca de su hermana y dice: "E n tres cuartos de hora quedó el sueño con la m irada. Freud recordó que alguna vez Paneth dio
muestras de impaciencia esperando la m uerte de Fleischl para ocupar su
m uerta”, y después algo com o “Ese es el um bral’’. C om o P. no le en­
puesto, pero su mal deseo no se realizó, ya que m urió antes. Cae aquí
tiende, Fl. se vuelve a m i y m e pregunta cuánto d esú s cosas he com unica­
Freud en la cuenta de que sus encontrados sentimientos por su amigo
do entonces a P. Y tras eso yo, presa de extraños afectos, quiero com uni­
pueden resumirse en una frase com o esta: «Porque era inteligente lo
car a Fl. que P. (nada puede saber porque él) no está con vida. Pero digo,
honro, porque era ambicioso lo m até», igual en su estructura a la que di­
notando y o m ism o el error; “ Non vixit” . M iro entonces a P. con intensi­
ce Bruto luego de asesinar a Julio César.
dad, y bajo mi mirada él se torna pálido, difuso, sus ojos se ponen de un
A partir de estos elementos Freud puede hacer una prim era interpre­
azul enferm izo... y p o r últim o se disuelve. Ello m e da enorm e alegría,
tación del sueño; concluye que los aparecidos (revenants) del sueño,
ahora com prendo que también Ernst Fleischl era sólo un aparecido, un
Fleischl y Paneth, fueron sus rivales en el L aboratorio de Fisiología, co­
resucitado, y hallo enteram ente posible que una persona así no subsista
mo su sobrino John fue su rival en la infancia. Como es sabido, este fue
sino p o r el tiem po que uno quiere, y que pueda ser eliminada p o r el deseo
el inseparable com pañerito de juegos de Sigmund hasta los tres años,
del otro» (A E , 5, págs. 421-2).
cuando Emmanuel Freud y familia salieron de Leipzig para M anchester.
U na coincidencia, que Freud recuerda de inm ediato, viene a prestar
Por diversas circunstancias bien establecidas y que no es del caso apoyo a esta interpretación, y es que cuando Freud tenía 14 años vino
aclarar, puede asegurarse que este sueño tuvo lugar circa del 30 de oc­ Emm anuel con su familia de visita a Viena y entonces Sigmund y Hans
tubre de 1898, en medio de varios acontecimientos significativos. representaron en un auditorio infantil a Bruto y César, tom ados de una
El 23 de octubre, por de pronto, se habían cum plido dos años de la obra de Schiller. «Desde entonces mi sobrino John —dice Freud— en­
m uerte de Jakob Freud y unos días artes, el 16 de octubre, había tenido contró muchas encarnaciones que revivían ora este aspecto, ora estotro,
lugar en el peristilo de la Universidad un hom enaje a Fleischl, a cuya me­ de su ser fijado de m anera indeleble en mi recuerdo inconciente» (AE, 5,
m oria se erigió un busto. En esa oportunidad Freud recordó no sólo a ese pág. 425). Freud afirm a categóricamente que su relación infantil con
gran amigo y bienechor suyo sino tam bién a otro que lo ayudó, Joseph John fue determ inante para todos sus sentimientos posteriores en el trato
P aneth. Si Paneth no hubiera m uerto prem aturam ente, pensó, también con personas de su edad (ibid., págs. 424-5).
él tendría su m onum ento en el peristilo. Lo que no dice Freud en su penetrante interpretación, pero sí Anzieu
C uando Freud renunció al Laboratorio en 1882, Paneth fue ju sta­ (1959), Grinstein (1968), Schur (1972), Julia Grinberg de Ekboir (1976) y
m ente el que ocupó el cargo; pero su prom isoria carrera científica se Blum (1977) es que Freud tuvo un hermanito que se llamó Julius. Este ni-
tronchó cuando m urió de tuberculosis en 1890, un año antes que fio nació a fines d£ 1857 y murió el 15 de abril de 1858, cuando Sigmund
Fleischl. estaba por cumplir los 2 años (el 6 de mayo).
O tro acontecim iento no menos im portante era que en esos días Fliess A partir de este hecho se aclaran algunos enigmas del sueño y ciertos
se sometió en Berlín a una operación quirúrgica y Freud estaba realmente datos biográficos de Freud, así como también el alcance de las reconstruc­
preocupado porque los primeros inform es, que le llegaron por los ciones preedípicas, que es lo que a nosotros nos interesa en este momento.
suegros de Wilhelm, no eran muy halagüeños. Freud se había sentido Es singular que en las cartas heroicas del verano de 1897 (es decir un
además muy ofendido porque los familiares del enferm o le habían reco­ año antes del sueño «N on vixit»), cuando Freud le com unica a Fliess el
m endado no com entar las noticias, como si dudaran de su discreción. descubrimiento del com plejo de Edipo habla de Julius, John y Pauline;
Freud reconocía, sin em bargo, que en una ocasión había com etido una pero un año después Julius queda olvidado por completo y para siempre.
indiscreción con Fleischl y otro Joseph (seguramente Breuer), y por eso En la Carta 70 del 3 de octubre de 1897 Freud recuerda a su herm ano y
se sentía más molesto por esta recomendación. sus sobrinos sin nom brarlos en estos términos: «...q u e luego (entre los
Rosa, la herm ana de Freud, tuvo familia el 18 de octubre y a fines de dos años y los dos años y medio) se despertó mi libido hacia matrem, y
agosto nació una hija de Fliess, que se llamó Pauline com o una herm ana ello en ocasión de viajar con ella de Leipzig a Viena, en cuyo viaje per­
de Wilhelm que murió joven. Al felicitarlo por ese grato acontecim iento, noctamos juntos y debo haber tenido oportunidad de verla nudam (tú
Freud le dijo que la nueva Pauline sería pronto la reencarnación de la di- hace tiempo has extraído la consecuencia de ello para tu hijo, como me Id
dejó traslucir una observación tuya); que yo he recibido a mi herm ano esa etapa justam ente los meses en que vivió Julius. De esta form a, a p ar­
varón un año m enor que yo (y m uerto de pocos meses) con malos deseos tir de los instrum entos teóricos de la psicología del yo, se pueden explicar
y genuinos celos infantiles, y que desde su m uerte ha quedado en mí el no sólo el desarrollo temprano sino también los fenómenos trasferenciales
germen para unos reproches. De mi com pañero de fechorías cuando yo que corresponden a esa época. Freud mismo ha reconocido más de una
tenía entre uno y d o s años, hace mucho que tengo noticia: es un sobrino vez, y lo hace precisamente en sus com entarios de este sueño, que todos
un año mayor que yo que ahora vive en M anchester, nos visitó en Viena sus conflictos adultos con sus pares estuvieron siempre vinculados a su
cuando yo tenía 14 años. Parece que en ocasiones ambos tratábam os sobrino John (y nosotros podemos agregar ahora a su hermano Julius). El
cruelmente a mi sobrina, un año m enor que yo. A hora bien, este sobrino trabajo de Blum estudia penetrantemente los sentimientos del niño en esa
y este hermano mío m enor com andan lo neurótico, pero también lo in­ difícil etapa del desarrollo y subraya la im portancia crucial de la relación
tenso en todas mis amistades. Tú mismo has visto en ñ o r mi angustia a del niño con la m adre, y más todavía en el caso especial de Freud, con
viajar» (AE, 1, págs. 303-4). una m adre que está cursando el duelo por su hijo Julius, m ientras espera
En este párrafo Freud describe por prim era vez el complejo de Edipo a A nna, que nace en diciembre de 1858.
y lo hace sobre la base de su propia historia, dejándolo enlazado a sus ce­ Al destacar el valor dem ostrativo de este sueño, Blum afirm a que la
los infantiles y a la culpa por sus deseos hostiles contra el herm anito re­ reconstrucción de los estados preedípicos es posible, y lo atribuye al ge­
cién nacido. nio de Freud. En este punto, sin em bargo, creo que Blum le otorga a
El asesinado en el sueño, pues, no es sólo John sino también Julius y a Freud méritos que en rigor le corresponden a Melanie Klein: fue ella
él se aplica más estrictamente «non vixit» (no vivió) que a John o a cual­ quien insistió denodadam ente en que el complejo de Edipo se inicia
quier otro. Puede deducirse tam bién, como hacen todos los autores m en­ m ucho antes de lo que dice la teoría clásica, sin ser nunca escuchada por
cionados, que Fliess, nacido en 1858, y Paneth, que era, como Julius, de el creador; y ella, tam bién, la que antedató drásticam ente los orígenes del
1857, representaban más al herm ano que al sobrino. Freud atribuye su superyó, señalando el inmenso sentimiento de culpa del niño pequeño
lapso en el sueño cuando dice «non vixit» en lugar de «non vivit» (no vi­ por sus ataques sádicos al cuerpo de la m adre y sus contenidos, bebés,
ve) a su tem or a llegar a Berlín para recibir la ingrata nueva de que penes y heces. ¡Sorprende de veras advertir, por otra parte, que el des­
Wilhelm no vive ya, y lo asocia con sus llegadas tarde al Instituto de Fi­ cubrimiento del complejo de Edipo de Freud por Freud corresponde
siología, cuando tenía que soportar la m irada penetrante y reprobatoria estrictamente al Edipo tem prano de Melanie Klein!
de los ojos azules del gran Brücke, que lo aniquilaban. Si com o dije hace un m om ento siguiendo el hilo del pensamiento de
Max Schur señala con precisión que el conflicto actual del sueño Schur, la reconstrucción del desarrollo infantil con John y Pauline sirve
«Non vixit» es la operación de Fliess y la creciente ambivalencia de Freud para reprim ir el desarrollo tem prano de Freud, donde el conflicto de ce­
frente a su amigo y su regocijo por sobrevivirlo quedando dueño del los con Julius (y poco después con Anna) ocupa un lugar principal, en­
terreno frente a la fantasía de su muerte, como de veras sucedió al morir tonces se puede suponer válidamente que la teoría del complejo de Edipo
Julius. Schur sostiene que Freud presta atención al m aterial infantil en su de Freud sufre por estas razones y de allí que peque de cierta rigidez. Si
interpretación no sólo por sus intereses teóricos del m om ento sino tam ­ no fuera por esas dificultades personales, es probable que el crea­
bién p ara eludir el conflicto actual con Fliess. «El trabajo del sueño —di­ dor no hubiera necesitado recurrir a su complicada teoría del après-
ce Schur— puede operar genéticamente en dos direcciones —del presente coup para explicar la escena prim aria del «H om bre de los Lobos», a los
al pasado y viceversa—» (1972, pág. 167). 18 meses.
Siguiendo esta línea de pensamiento, quiero sugerir que el conflicto El sueño «Non vixit», por último, apoya además, sorprendentem en­
infantil de Freud con John y Pauline sirve, a su vez, para evitar el te, la teoría de Meltzer (1968) sobre el terror que producen los bebés
conflicto temprano con Julius, empleando estos términos en la forma m uertos en la realidad psíquica, que reaparecen com o revenants, como
que propuse al comienzo de este capítulo. fantasmas.
En este punto creo que se confirm a una de las tesis de mi recién repro­
ducido trabajo de Helsinki, la de que el conflicto tem prano y el conflicto
infantil aparecen unidos en una misma estructura y que aquel puede ser
recuperado en la trasferencia.
Cuando Harold Blum (1977) retom a este tem a en un trabajo excelen­
te, «The prototype o f proedipal reconstruction», explica el conflicto pre-
edípico de Freud con la perspectiva del período de reacercamiento de Mar­
garet Mahler (1967, 1972д, 1972b), la tercera subfase de la etapa de indi­
viduación y separación, que es entre los 18 y los 24 meses, Sigmund cursó
do Freud repetía el relato de la madre a la muchacha lo que obtenía no era
29. Metapsicología de la interpretación que esta recordara sino que cayera en un nuevo ataque histérico, hasta el
punto que terminó en un cuadro de amencia y pérdida total de la memoria.
Y aquí agrega Freud: «Fue preciso entonces quitar al saber como tal el sig­
nificado que se pretendía para él, y poner el acento sobre las resistencias
que en su tiempo habían sido la causa del no saber y ahora estaban apron­
tadas para protegerlo. El saber conciente era sin duda impotente contra
esas resistencias, y ello aunque no fuera expulsado de nuevo» (ibid.).
En los escritos técnicos Freud insiste en que el tratam iento debe pro­
curar la expresión de lo reprimido a través del vencimiento de la resisten­
De acuerdo con la más clásica definición psicoanalítica, la interpreta­ cia y señala una y o tra vez que el análisis debe partir siempre de la super­
ción es el instrumento para hacer conciente lo inconciente, lo que por otra ficie psíquica. Así p or ejemplo, en «El uso de la interpretación de los
parte coincide con la teoría de la curación. Si bien en principio preferimos sueños en el psicoanálisis» (191 le) dice que la interpretación de los
definir la interpretación sin basarnos en la teoría del inconciente para que sueños debe subordinarse a las norm as generales del m étodo, porque
conviniera a todas las escuelas de psicoterapia mayor, no dudamos ni por «para el tratam iento es del máximo valor tom ar noticia, cada vez, de la
un instante de que la escueta fórmula freudiana resulta inobjetable. superficie psíquica del enferm o, y mantenerse uno orientado hacia los
La interpretación, pues, busca hacer conciente lo inconciente; pero, complejos y las resistencias que por el m omento puedan moverse en su
en cuanto aceptamos esta formulación, se nos plantea el problem a de ver interior, y hacia la eventual reacción conciente que guiará su com porta­
en qué sentido usamos la palabra inconciente. Porque lo inconciente miento frente a ello» {AE, 12, pág. 88 ). Esta m eta terapéutica, sentencia
tiene diversas acepciones, que m archan al compás de la m etapsicología y Freud, nunca debe ceder su lugar al interés por la interpretación onírica.
amplía su alcance con los puntos de vista de la metapsicología.

2. El punto de vista económico


1. Tópica y dinámica de la interpretación
En la segunda m itad de la década del veinte el Seminario de Técnica
La terapia catártica, que buscaba ampliar la conciencia vía sueño hip­ Psicoanalítica que dictaba Wilhelm Reich en Viena inicia una revisión
nótico, está signada fundamentalmente por el punto de vista tópico (o to­ que pronto habría de cristalizar en cambios significativos. Esa gran a­
pográfico) de lo que después va a ser la metapsicología, si bien Breuer y pertura se hizo con la llave del factor energético, esto es, el punto de
Freud advirtieron desde el primer momento que la descarga de efecto (esto vista económico, que integraba el trípode metapsicológico de la prim era
es lo económico) era fundamental para el logro de los resultados buscados. tópica de 1915.
Al abandonar el método catártico y descubrir el conflicto dinámico La investigación de Reich se apoya sin duda en los numerosos e im­
de las fuerzas inconcientes Freud pudo comprender que el pasaje to­ portantes trabajo^ Que P3™ esa época habían escrito A braham , Jones y
pográfico de un sistema a otro no es suficiente para obtener resultados, y Ferenczi sobre caracterología psicoanalítica, en especial el de A braham ,
así apareció el punto de vista dinámico que atiende a la acción de la resis­ «Una form a particular de resistencia neurótica contra el m étodo psico-
tencia. Este paso, que es por cierto fundamental, Freud lo explicita en analítico» (1919a).1 Coincido con Robert Fliess (1948) quien, al presen­
«Sobre la iniciación del tratam iento» (1913c). Recuerda allí que en los tar los trabajos de Reich y luego de recordar los aportes de Freud a la ca­
primeros tiempos de la técnica analítica lo guiaba una actitud mental in- racterología psicoanalítica, subraya que las premisas en que Reich va a
telectualista que le hacía creer muy im portante que el paciente alcanzara basar su análisis del carácter están contenidas en el trabajo de 1919 recién
el conocimiento de lo que había olvidado por represión. Los resultados citado (Fliess, 1943, págs. 104-5).
obtenidos de esa form a eran por completo desalentadores. Esto es, al H ay enfermos —dice A braham — que no cumplen con la regla funda­
trasm itirle al paciente noticias de los traum as infantiles obtenidos por la m ental ni tam poco con las otras norm as del encuadre, hasta el punto de
anamnesis de los familiares, la situación no variaba y el paciente se con­ que no parecen entender que han venido al tratam iento para curarse. Es­
ducía como si no supiera nada nuevo. Relata Freud el caso de una te recalcitrante incumplimiento se trasform a en la palanca de acceso a es­
muchacha histérica cuya m adre le reveló una vivencia homosexual, sin tos casos, donde se descubren acusados rasgos caracterológicos víncula-
duda determ inante de los ataques de la enferm a (A E , 12, pág. 142). La
madre misma había sorprendido la escena, que se desarrolló en los años in­ 1 Sobre este trabajo volveremos al hablar de la reacción terapéutica negativa.
mediatos a la pubertad y fue por completo olvidada por la enferma. Cuan-
dos a la rebeldía, la envidia y la om nipotencia. Son pacientes que tienen actitud de confianza y colaboración en el comienzo de un análisis,
una perm anente actitud de desobediencia y provocación, aunque a veces concluye escépticamente Reich, es necesariamente convencional. En
su resistencia se oculta detrás de una apariencia de buena voluntad. Son cuanto empezamos a ponerla en duda cam bia nuestra visión del período
particularm ente sensibles a todo lo que pueda lesionar su am or propio, es de apertura y se nos hace clara la resistencia de trasferencia. (Pensemos,
decir que son narcisistas; y esto los lleva, por una parte, a identificarse por ejemplo, en la actitud de Freud en el análisis de «D ora».)
con el analista y, por otra, a desear superarlo, con lo que pierden de vista De aquí que la primera resistencia trasferencial sea para Reich la clave,
el objetivo del tratam iento. En su afán de rivalizar suelen recurrir entre ya que surge de un conflicto real, racional, la natural desconfianza que
otras tácticas a un autoanálisis que tiene un claro contenido de rebeldía puede uno tener frente a un extraño, y lleva de la mano a los conflictos
m asturbatoria. A braham term ina su trabajo señalando que la fingida profundos en que esta desconfianza se alim enta, en cuanto el analista se
complacencia con que estos pacientes encubren su resistencia los hace define como una persona que está ahí para perturbar el equilibrio neuró­
de difícil acceso. tico.
Se puede decir, entonces, que la prim era resistencia trasferencial
siempre asum e un carácter de trasferencia negativa (desconfianza), y co­
mo esta trasferencia negativa por lo general no se exterioriza, no se m ani­
3. La trasferencia negativa latente fiesta, Reich dice que la prim era resistencia trasferencial configura una
trasferencia negativa latente. Es a partir de ella que se tiene acceso a la
En junio de 1926 Reich presentó el prim ero de una serie de trabajos estructura caracterológica, porque no se da en los contenidos: en reali­
fundam entales en el Seminario de Viena. Se titula «Sobre la técnica de la dad, si se m anifestara en los contenidos, ya no sería latente sino patente.
interpretación y el análisis de la resistencia» y apareció en el Interna­ Se traduce ora en una actitud de obediencia y franca colaboración,
tionale Zeitschrift f ü r Psychoanalyse el año siguiente; es el capítulo terce­ afable y confiada, ora en una actitud formal y cortés, que le dan a uno
ro del Análisis del carácter (1933). Reich empieza recordando las dificul­ mala espina, y que entre paréntesis corresponden al carácter histérico y al
tades del período de apertura del análisis y señala que con frecuencia se carácter obsesivo, respectivamente. Estas dos actitudes, y otras que
pasa p or alto la trasferencia negativa oculta detrás de las actitudes positi­ pueden presentarse, se acom pañan siempre de algo que las denuncia, y es
vas convencionales y de esta m anera se llega casi invariablem ente a una la falta de afecto, la falta de autenticidad.
situación caótica, donde el paciente ofrece m aterial de distintos estratos y De este m odo, Reich describe y descubre las resistencias del analizado
gira en un círculo vicioso . 2 que no se expresan en form a directa e inm ediata, las que se encubren con
La trasferencia negativa latente es la clave de este trab ajo de Reich. una actitud de cooperación convencional tras la cual acecha la temida
Se presenta con frecuencia y con frecuencia se la pasa por alto. La tras­ trasferencia negativa latente. En los pacientes excesivamente afables,
ferencia negativa, latente o m anifiesta, en general no se analiza, a­ obedientes y confiados (que pasan por buenos pacientes), lo mismo que
firm a Reich. en los convencionales y correctos y los que presentan bloqueo afectivo o
O tro punto de vista que introduce Reich en este artículo es que deben despersonalización es de presumir la trasferencia negativa latente.
evitarse al comienzo las interpretaciones profundas, en particular las P ara descubrir la prim era resistencia trasferencial Reich se fija, pues,
simbólicas, y hasta llega a decir que a veces es necesario suprim ir el m ate­ en el com portam iento del paciente, y esto lo llevará m uy p ronto a una te ­
rial profundo que aparece dem asiado pronto (1933, pág. 38). oría general del carácter.
La trasferencia negativa latente lleva de la m ano a prestar m áxim a Al analizar estas formas de la trasferencia negativa latente, Reich en­
atención a la prim era resistencia trasferencial. Se la observa a veces direc­ cuentra que son en verdad muy complicadas, descubre que cada una de
tam ente cuando el paciente afirm a que no se le ocurre de qué hablar, co­ estas defensas tiene diversos estratos y, justam ente, el análisis sistemático
m o decia Freud en «Sobre la iniciación del tratam iento» (A E , 12, pág. de la resistencia permite un acceso ordenado a esos estratos, con lo que
138); otras veces no aparece m anifiestam ente pero se la puede detectar en se evita la situación caótica. Porque no hay que olvidar que la reflexión de
la fo r m a en que el paciente desarrolla su relación con el analista. Reich parte de la situación caótica, hecho concreto y ominoso de la praxis
A un p o r motivos reales, no neuróticos, es lógico que el paciente tenga de su época (y a veces de la nuestra). Si no respetamos la estratificación de
al comienzo desconfianza y dificultad p ara entregarse a la tarea del análi­ la defensa, vamos a producir algo asi como un cataclismo, vamos a tener
sis; y esta actitud, hasta cierto punto racional, se trasform a en resistencia una zona de fractura, de falla, hablando en términos geológicos.
a poco que el tratam iento empiece a conm over el equilibrio neurótico. La De esta m anera, Reich cambia en este trabajo el concepto de superfi­
cie psíquica, ya que para él no sólo comprende los contenidos más p ró­
^ Recordemos que A braham había insistido m ucho en ta m áscara de com placencia de ximos a la conciencia sino también la fo rm a en que estos contení*
lo t pacientes que describe. dos se ofrecen.
dos a la rebeldía, la envidia y la om nipotencia. Son pacientes que tienen actitud de confianza y colaboración en el comienzo de un análisis,
una perm anente actitud de desobediencia y provocación, aunque a veces concluye escépticamente Reich, es necesariamente convencional. En
su resistencia se oculta detrás de una apariencia de buena voluntad. Son cuanto empezamos a ponerla en duda cam bia nuestra visión del período
particularm ente sensibles a todo lo que pueda lesionar su am or propio, es de apertura y se nos hace clara la resistencia de trasferencia. (Pensemos,
decir que son narcisistas; y esto los lleva, por una parte, a identificarse por ejemplo, en la actitud de Freud en el análisis de «D ora».)
con el analista y, por otra, a desear superarlo, con lo que pierden de vista De aquí que la primera resistencia trasferencial sea para Reich la clave,
el objetivo del tratam iento. En su afán de rivalizar suelen recurrir entre ya que surge de un conflicto real, racional, la natural desconfianza que
otras tácticas a un autoanálisis que tiene un claro contenido de rebeldía puede uno tener frente a un extraño, y lleva de la m ano a los conflictos
m asturbatoria. A braham term ina su trabajo señalando que la Fingida profundos en que esta desconfianza se alim enta, en cuanto el analista se
complacencia con que estos pacientes encubren su resistencia los hace define como una persona que está ahí para perturbar el equilibrio neuró­
de difícil acceso. tico.
Se puede decir, entonces, que la prim era resistencia trasferencial
siempre asume un carácter de trasferencia negativa (desconfianza), y co­
mo esta trasferencia negativa por lo general no se exterioriza, no se m ani­
3. La trasferencia negativa latente fiesta, Reich dice que la prim era resistencia trasferencial configura una
trasferencia negativa latente. Es a partir de ella que se tiene acceso a la
En junio de 1926 Reich presentó el prim ero de una serie de trabajos estructura caracterológica, porque no se da en los contenidos: en reali­
fundam entales en el Sem inario de Viena. Se titula «Sobre la técnica de la dad, si se m anifestara en los contenidos, ya no seria latente sino patente.
interpretación y el análisis de la resistencia» y apareció en el In te m a ­ Se traduce ora en una actitud de obediencia y franca colaboración,
ttonale Zeitschrift f ü r Psychoanalyse el año siguiente; es el capítulo terce­ afable y confiada, ora en una actitud formal y cortés, que le dan a uno
ro del A nálisis del carácter (1933). Reich empieza recordando las dificul­ m ala espina, y que entre paréntesis corresponden al carácter histérico y al
tades del período de apertura del análisis y señala que con frecuencia se carácter obsesivo, respectivamente. Estas dos actitudes, y otras que
pasa p o r alto la trasferencia negativa oculta detrás de las actitudes positi­ pueden presentarse, se acom pañan siempre de algo que las denuncia, y es
vas convencionales y de esta m anera se llega casi invariablem ente a una la falta de afecto, la falta de autenticidad.
situación caótica, donde el paciente ofrece material de distintos estratos y De este m odo, Reich describe y descubre las resistencias del analizado
gira en un círculo vicioso . 2 que no se expresan en form a directa e inm ediata, las que se encubren con
La trasferendo negativa latente es la clave de este trab a jo de Reich. una actitud de cooperación convencional tras la cual acecha la tem ida
Se presenta con frecuencia y con frecuencia se la pasa por alto. La tras­ trasferencia negativa latente. En los pacientes excesivamente afables,
ferencia negativa, latente o m anifiesta, en general no se analiza, a­ obedientes y confiados (que pasan por buenos pacientes), lo mismo que
firm a Reich. en los convencionales y correctos y los que presentan bloqueo afectivo o
O tro punto de vista que introduce Reich en este artículo es que deben despersonalización es de presumir la trasferencia negativa latente.
evitarse al comienzo las interpretaciones profundas, en particular las P ara descubrir la prim era resistencia trasferencial Reich se fija, pues,
simbólicas, y hasta llega a decir que a veces es necesario suprim ir el m ate­ en el com portam iento del paciente, y esto lo llevará m uy pronto a una te­
rial profundo que aparece dem asiado pronto (1933, pág. 38). oría general del carácter.
Al analizar estas formas de la trasferencia negativa latente, Reich en­
La trasferencia negativa latente lleva de la m ano a prestar m áxim a
cuentra que son en verdad muy complicadas, descubre que cada una de
atención a la prim era resistencia trasferencial. Se la observa a veces direc­
estas defensas tiene diversos estratos y, justam ente, el análisis sistemático
tam ente cuando el paciente afirm a que no se le ocurre de qué hablar, co­
de la resistencia permite un acceso ordenado a esos estratos, con lo que
m o decía Freud en «Sobre la iniciación del tratam iento» {A E , 12, pág.
se evita la situación caótica. Porque no hay que olvidar que la reflexión de
138); otras veces no aparece m anifiestam ente pero se la puede detectar en
Reich parte de la situación caótica, hecho concreto y ominoso de la praxis
la fo rm a en que el paciente desarrolla su relación con el analista.
de su época (y a veces de la nuestra). Si no respetamos la estratificación de
Aun p or m otivos reales, no neuróticos, es lógico que el paciente tenga
la defensa, vamos a producir algo así como un cataclismo, vamos a tener
al comienzo desconfianza y dificultad p ara entregarse a la tarea del análi­
una zona de fractura, de falla, hablando en términos geológicos.
sis; y esta actitud, hasta cierto pu n to racional, se trasform a en resistencia
De esta m anera, Reich cambia en este trabajo el concepto de superfi­
a poco que el tratam iento empiece a conm over el equilibrio neurótico. La
cie psíquica, ya que para él no sólo comprende los contenidos más pró*
ximos a la conciencia sino también la fo rm a en que estos conteni­
^ Recordemos que A braham había insistido m ucho en la m áscara de com placencia de dos se ofrecen.
lot p a cien to que describe.
Рага no pasar por alto la trasferencia negativa latente Reich propone A hora bien, hay dos métodos para que el paciente cumpla la regla fun­
reglas estrictas al interpretar. P ara empezar, hay que partir siempre del damental: el método pedagógico de enseñarle en qué consiste la asociación
análisis de la resistencia, y en especial de la resistencia trasferencial; pero, libre y estimularlo para que la practique y el m étodo analítico, que consiste
además, hay que tener una táctica en la tarea interpretativa, que debe ser en interpretar el incumplimiento de la regla fundamental como si fuera un
ordenada, sistemática y consecuente. síntoma (que lo es). Si se aplica el segundo método, el que propone Reich,
La interpretación debe ser ordenada porque no debe saltar estratos o y que ya había sugerido Abraham casi diez años antes, se accede de pron­
quem ar etapas; no sólo debe empezar por la superficie psíquica, como to, inesperadamente, al análisis del carácter. Porque el cumplimiento de la
tantas veces dijo Freud; debe tam bién atender los estratos que se organi­ regla fundamental tiene que ver con el carácter, algo que subraya clara­
zan de acuerdo con la evolución de la neurosis. Si en una histérica apare­ mente Abraham en el trabajo ya citado y en cierto m odo también Freud en
ció prim ero la seducción frente al padre p ara reprim ir (como D ora) la ho­ la conferencia para el Colegio Médico de Viena de 1904.4
mosexualidad frente a la m adre, sería un error interpretar esta antes que A diferencia del síntom a, el rasgo de carácter es sintónico, gracias a
aquella. A esto le llam a Reich una interpretación ordenada del m aterial. que está fuertem ente racionalizado, y se pone al servicio de ligar la an ­
No basta ser ordenado con la interpretación: hay tam bién que ser sis­ gustia flotante con lo que Reich llam a coraza caráctero-muscular, la
temático, persistir en el orden. Ser sistem ático para Reich es no apartarse expresión de la defensa narcisista.
de un estrato antes de haberlo resuelto. Es a nivel de las estructuras caracterológicas donde Reich encuentra
Reich considera, por fin, que la tarea interpretativa debe ser conse­ que están congelados los conflictos, y aquí la palabra congelado expresa
cuente en cuanto debemos volver al punto de partida ante cada dificultad y plásticamente el factor económico. Porque la energía del conflicto ha
no saltar etapas. Lo que quiere decir Reich es que, en general, cuando el quedado ligada a la estructura del carácter y nuestra tarea principal será
paciente enfrenta un nuevo conflicto, recurre a sus viejas técnicas defensi­ entonces liberarla. M ientras no consigamos movilizar esa energía las co­
vas y a estas debe remitirse en primer lugar el analista. P or supuesto que si sas seguirán igual por más que el enferm o adquiera un conocimiento
uno procede consecuentemente, la duración del análisis de la resistencia va (punto de vista topográfico) y capte el conflicto (punto de vista dinám i­
a ser esta vez más breve; pero lo que le im porta a Reich es que sólo por este co), ya que le faltará el m otor para el cambio, los impulsos libidinosos
camino vamos a llegar al conflicto que realmente queríamos alcanzar. absorbidos en la estructura del carácter.
En resumen, lo que hasta ese momento era para Reich el estudio de la
resistencia y sus estratos, ahora se trasform a en una situación más comple­
ja y más rica, el análisis del carácter. Se puede concluir, pues, que la difi­
4. La resistencia caracterológica cultad para asociar libremente traduce prístinamente la estructura del ca­
rácter: lo que antes se llamó análisis ordenado, sistemático y consecuente
El X Congreso Internacional se realizó en la herm osa Innsbruck en de la estratificación defensiva se llama ahora análisis del carácter. A partir
1927. Allí presentó Reich un nuevo trabajo, titulado «Sobre la técnica de este momento, Reich distingue dos tipos de resistencias, las resistencias
del análisis del carácter», que se publicó en el Internationale Zeitschrift corrientes o comunes y las resistencias que operan continuamente y ante
del año siguiente y-constituye el capítulo cuarto de su libro. todos los conflictos y que son las resistencias caracterológicas.
En este articulo Reich desarrolla lúcidamente la metapsicología de la H ay que tener en cuenta que, para esa época, ya algunos autores co­
interpretación. Señala la im portancia del punto de vista tópico con sus m o Glover y Alexander, apoyados en el escrito de Freud de 1916, «Al­
estratos inconciente, preconciente y conciente; luego el punto de vista di­ gunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico», ha­
námico, que consiste en analizar prim ero la resistencia para después lle­ bían distinguido dos tipos de neurosis, sintom áticas y asintomáticas o ca­
gar al contenido; y, por fin, el punto de vista económico, que es el centro racterológicas.
de su reflexión. El punto de vista económico se puede definir, en princi­ Reich va a decir ahora, y con razón, que la neurosis de carácter es
pio, como el orden en que se debe analizar la resistencia . 3 previa a la neurosis sintom ática y que el síntom a es sólo una eflorescencia
El punto de partida de Reich es que el analizado no se presenta acce­ de la estructura de carácter, asienta siempre en el carácter. ¿Qué diferen­
sible de entrada y que de hecho no cumple la regla fundam ental. Es decir, cia habrá, entonces, entre analizar un síntom a y un rasgo de carácter? O ,
lo que había observado A braham en casos particulares (y muy notorios) en otras palabras, ¿qué distingue una resistencia cualquiera y una resis-
Reich piensa, con razón, que está presente en todos los casos en m ayor
o m enor grado. 4 Vale la pena destacar en este punto q u e ia alternativa entre m étodos analíticos o m éto­
dos pedagógicos para realizar к tarea analitica que Reich plantea en el Congreso de ln n t-
1 Com o procuro m ostrar m ás adelante, Reich n o deja de lado el p unto de visla estructu­ bruck, se había discutido en tos m ismos térm inos si bien con m ayor apasionam iento en el
ral, propio de la segunda tópica. Sim posio sobre análisis Infantil el 4 y el 18 de m ayo de ese mismo aflo (international J o u r’
nal, vol. 8, 1927), en que Melanie Klein llevó a la voz cantante.
tencia caracterológica? La diferencia fundam ental, encuentra Reich, es D ada la persistencia y complejidad de la resistencia caracterológica,
que el rasgo de carácter tiene una estructura m ucho más com pleja. Origi­ Reich insiste siempre en la im portancia del orden al interpretar y en cómo
nariam ente fue un síntom a lo que se ha incorporado a la estructura del seleccionar el material, centrando 1a tarea en los múltiples significados
carácter a través de identificaciones en el yo y de procesos de racionaliza­ trasferenciales de las resistencias de carácter. Mientras persistan las resis­
ción que lo hacen sintónico. Este proceso que lleva del síntom a al rasgo tencias caracterológicas, las interpretaciones profundas deben ser cuidado­
de carácter implica una m ayor com plejidad en la estructura del aparato samente evitadas. Desde este punto de vista, lo que Reich llama selección
psíquico. Si el síntom a está siempre m ultideterm inado, más lo estará en­ del material podría entenderse como una mayor atención al conflicto en la
tonces el rasgo de carácter. trasferencia, o lo que es lo mismo, de la resistencia trasferencial.
Este es, pues, el enfoque económico que trae Reich para com plem en­
tar los otros dos niveles en que un proceso debe hacerse conciente. Sólo si
atiende a estos tres factores puede la interpretación ser un arm a eficaz
para prom over los cambios estructurales que el análisis pretende. 6. Las falencias de la técnica reichiana
La actitud con que Reich analiza el rasgo de carácter es estrictamente
analitica. Despojada de todo intento de educar o conducir al paciente,
5. Los supuestos teóricos de Reich trata de llegar a las raíces infantiles del rasgo de carácter a partir de su
significado en el conflicto actual. Sin em bargo, la estricta división entre
La tesis principal de la técnica interpretativa reichiana se asienta en interpretaciones de form a (carácter) y de contenido irroga dificultades te­
dos soportes teóricos, la estasis libidinosa y la teoria del carácter. El con­ óricas y técnicas de im portancia. Reich llega a decir que, en caso de que
cepto de estasis libidinosa pertenece por entero a la teoría de la libido en el material «profundo» insista en aparecer, será legítimo desviar la aten­
térm inos de un proceso evolutivo que, a través de las conocidas etapas, ción del paciente; y aquí es donde, a mi juicio, se aparta del sano m étodo
debe conducir a la prim acía genital, donde la sexualidad pregenital queda analítico que él mismo ha defendido con inteligencia.
finalm ente subordinada a la consecución del orgasmo. La teoría del ca­ Las falencias de la técnica de Reich aparecen tam bién, más claram en­
rácter de Reich sostiene que cada rasgo de carácter es el heredero de una te, en su form a de atacar las defensas caracterológicas que cristalizaron
situación de conflicto en la infancia. El desenlace de la neurosis infantil en la coraza narcisistica o caráctero-m uscular. Así por ejemplo, frente a
es la constitución de una fobia durante la etapa del com plejo de Edipo y, un paciente con pronunciado bloqueo afectivo, Reich lo confronta conti­
a partir de allí, el yo intenta trasform ar esa fobia en rasgos egosintónicos nuam ente, durante meses, con ese rasgo de carácter, hasta que el pacien­
que configuran el carácter. Esta teoría del carácter implica que los sínto­ te llega a sentirse fastidiado, y en ese punto cree Reich que empieza a
mas de la neurosis del adulto son consecuencia del carácter neurótico y modificarse la situación. La agresión del paciente, sin em bargo, está más
aparecen cuando la arm adura caracterológica comienza a resquebrajar­ vinculada a un artefacto de la técnica que a una m odificación de la resis­
se. Apoyado en los recién citados trabajos de Glover (1926) y Alexander tencia. Reich lo reconoce sin darse cuenta cuando dice que el análisis
(1923, 1927), Reich sostiene, entonces, que la neurosis sintom ática es consistente de la resistencia provoca siempre una actitud negativa hacia
simplemente una neurosis de carácter que ha producido sintonías. el analista. También tiene algo (o mucho) de artefacto la indignación
El análisis del carácter requiere, por consiguiente, más habilidad y narcisista del paciente frente a la persistente interpretación de la form a
persistencia que el análisis de los síntomas. Lo que se busca es aislar el en que habla, de su lenguaje afectado o am anerado, del uso de térm inos
rasgo de carácter para que se vuelva egodistónico, y para esto es necesa­ técnicos para ocultar sus sentimientos de inferioridad frente al analista,
rio enlazarlo en todas las formas posibles con el material del paciente y etcétera. Actualm ente sabemos con seguridad que actitudes como estas,
con su historia infantil. vinculadas siempre a situaciones de conflicto profundo, no pueden ser
El conjunto de los rasgos de carácter form a para Reich la armadura resueltas si no es con interpretaciones que alcancen ese nivel.
caracterológica o caráctero-m uscular, que opera com o la principal de­ Si bien las objeciones que acabo de h acera Reich en cuanto a los arti­
fensa en el análisis. Esta arm adura tiene una definida función económi­ ficios de su procedimiento son a mi juicio bien fundadas, dejan intacto
ca, ya que sirve para dom inar tan to los estímulos externos com o los in­ su m érito de haber am pliado el alcance de la interpretación sobre la base
ternos o instintivos. Freud dem ostró que los síntomas ligan la angustia de una teoría metapsicològica consistente y perdurable, denunciando al
libre; Reich aplica el mismo concepto al rasgo de carácter, que al fin y al mismo tiem po como no analítica la técnica de utilizar la sugestión, que es
cabo es un síntoma. La coraza caráctero-m uscular establece un cierto siempre un aspecto de la trasferencia positiva, para vencer las resisten­
equilibrio, que el sujeto mantiene por razones narcisísticas, y del cual de­ cias. Creo que, en este punto, Reich rectifica y tam bién supera a Freud.
riva la resistencia trasferencial.
7. El uso de la trasferencia positiva para vencer la resistencia no se trasform a en un conflicto trasferencial y el paciente adopta una ac­
titud pasiva dejando al analista toda la carga del análisis. Así se llega al
punto culm inante porque el análisis corre el peligro de fracasar y el an a­
La obra de Reich adquiere su más alta significación, ya lo hemos
lista empieza a desinteresarse del caso. Es para recobrar el am or del an a­
dicho, cuando denuncia el uso de la trasferencia positiva para vencer la
resistencia. lista que el paciente vuelve a tom ar parte activa en el trabajo analítico.
Reich critica enérgicamente esta visión del trabajo analítico. En total
En el capítulo II del Análisis del carácter (1933), «El punto de vista
coincidencia con Reich y a la luz de los conocimientos actuales, no vaci­
económico de la terapia analítica», Reich da una visión muy clara de su
lo en afirm ar que la teoría de la curación de Nunberg asienta en una
técnica, que considera un desarrollo lógico del método freudiano del
errónea evaluación del conflicto de trasferencia/contratrasferencia, que
análisis de la resistencia. Lo que agrega Reich es el análisis del carácter
deja intactos los aspectos psicóticos de la personalidad.
como resistencia, que implica pasar del análisis de los síntomas al análisis
de la personalidad total.
El punto de vista económico que propone Reich supone incorporar a
la técnica el factor cuantitativo, la cantidad de libido que debe ser descar­
gada; y este factor tiene que ver con la economía libidinosa y el concepto
8. Aportes de Fenichel
de impotencia orgástica, que elimina en últim a instancia la neurosis ac­
En un artículo que apareció en el Internationale Zeitschrift de 1935,
tual (o de estasis) com o núcleo somático de la psiconeurosis.
Fenichel realiza un estudio crítico de los aportes de Reich a partir de un co­
Este objetivo no puede alcanzarse, afirm a Reich, mediante la educa­
mentario al trabajo de Kaiser publicado en la misma revista un año antes.5
ción, la «síntesis» o la sugestión, sino exclusivamente resolviendo las
Fenichel expresa en su escrito, como tam bién en su libro de técnica
inhibiciones sexuales ligadas con el carácter.
que aparece seis años después, sus acuerdos y sus desacuerdos con Reich
Al final del capítulo Reich expone sus divergencias con Nunberg, cu­
y digamos desde ya que son más sus acuerdos que sus desacuerdos.
yo libro Principles o f psychoanalysis se había publicado un año antes, en
Es necesario señalar que Fenichel se declara de entrada a favor de la
1932, Si bien Reich com parte con Nunberg la idea de que los cambios que
existencia de una teoría de la técnica psicoanalítica y com bate las concep­
promueve el análisis deben explicarse en los térm inos de la teoría estruc­
ciones de Reik (1924,1933) que, com o sabemos, se oponen a cualquier ti­
tural, difiere radicalmente en punto a la actividad del analista y en el uso
po de sistematización de la técnica, reivindicando el valor de la intuición
de la trasferencia positiva para lograr esos cambios.
y la sorpresa.
La posición de Nunberg se expone en el capítulo XII de su libro, que
Fenichel toma, pues, partido a favor de Reich, sosteniendo que Reik
trata de los principios teóricos de la terapia analítica. El analista debe
confunde la naturaleza irracional del inconciente con la técnica para co­
movilizar contra las resistencias la trasferencia positiva. Esto es algo que nocerlo. Si el analista sólo puede operar con su intuición, que es por defi­
siempre señaló Freud, y por esto creo que las ideas de Reich cuestionan
nición irracional, entonces su técnica no puede ser más que un arte, pero
no sólo a Nunberg sino también al propio creador del psicoanálisis.
nunca una ciencia.
Reich tiene más m érito de lo que él mismo supone.
Fenichel considera que el mérito de Reich ha sido prevenirnos contra
P ara movilizar las resistencias Nunberg considera que el analista debe
esa actitud m eram ente intuitiva basándose en principios metapsicológi-
infiltrarse en el yo del paciente y destruirlas desde esa posición, logrando
cos y especialmertte económicos. Desde el punto de vista dinám ico Fe­
así, por fin, reconciliar el ello con el yo.
nichel piensa, com o Reich, que la interpretación siempre se inicia en lo
Reich critica esta postura señalando, con razón, que al comienzo del
que está en la superficie p s í q u i c a : ^ las actitudes defensivas del yo siempre
tratam iento no existe nunca una auténtica trasferencia positiva y que, al
son más superficiales que las pulsiones instintivas del ello. En esto repo­
contrario, es sólo a través del análisis de la trasferencia negativa y de las sa la fórm ula freudiana de que la interpretación de la resistencia tiene
defensas narcisísticas que puede alcanzarse una verdadera trasferencia que ir siempre antes que (a interpretación del contenido, esto es, el punto
positiva. La relación que pretende Nunberg y que él com para a la de hip­ de vista dinám ico-estructural. Fenichel presta su acuerdo a las ideas de
notizado e hipnotizador sólo crea una trasferencia positiva artificial, fic­
Reich sobre las resistencias caracterológicas y el punto de vista económi­
ticia y peligrosa para la m archa del análisis. Cuando se establece este tipo co. Concluye que los principios de Reich en nada se apartan de los pos-
de trasferencia hipnoide lo que hay que hacer, afirm a Reich, es desen­
m ascararla como resistencia y eliminarla lo antes posible. 5 El trabajo d e Fenichel apareció en ínglís, «C oncerning the theory o f psycho-analytical
La marcha de la cura que describe Nunberg m uestra hasta qué punto technique», en sus Collected papers, prim era serie, cap. 30, y en Psychoanalytic clinical in­
cree este autor que la solución del conflicto se logra a través de un refor­ terpretation, págs. 42-64,
zamiento de la trasferencia positiva —y además, agreguemos, narcisisti­ * Fenichel critica al pasar la técnica tic Melanie Klein (1932), que procura un contacto
directo con el inconciente.
c a - . A m edida que el trabajo progresa, dice Nunberg, el conflicto inter-
tulados freudianos, pero les reconoce tam bién originalidad y piensa cuando afirm a que el análisis de la arm adura caracterológica puede tras-
que son renovadores, en cuanto son más sistemáticos y consistentes que form arse a su vez en una resistencia. Esto depende de la form a en que
las reglas, más generales, propuestas por el m aestro. puede vivirla el paciente. P o r ejemplo, si el paciente siente que el analista
Fenichel expresa tam bién diferencias teóricas y técnicas con Reich. está tratando de rom per su organización narcisistica en térm inos muy
En prim er lugar, no está de acuerdo con la idea de estratificación del m a­ concretos, puede configurarse una fantasía sádico-anal perversa en la
terial, que le suena algo esquemática porque no atiende a los detalles. El trasferencia. Recuerdo una anécdota de mi propio análisis con Racker
material está ordenado sólo en form a relativa y no siempre la situación cuando yo le exigía (sic) que él interpretara mis resistencias caracterológi­
caótica es producto de una técnica inconsistente y errática; hay también cas. Racker me interpretó, por supuesto, mi deseo de controlarlo om ni­
situaciones caóticas espontáneas, simplemente porque los estratos psicoló­ potentem ente y de ponerm e en su lugar identificado con Reich. También
gicos se han ro to . 7 Fenichel expresa su desacuerdo retom ando el modelo Fenichel pone algunos ejemplos en los cuales el análisis de la defensa ca-
geológico de los estratos. Todos sabemos sin ser geólogos que la corteza racterológica queda incluido en las m aniobras defensivas del analizado,
terrestre se ha estructurado a través de sedimentos que se fueron deposi­ que pretende controlar al analista e inclusive inducirlo a actitudes perver­
tando en capas y sabemos, también, que a veces esa disposición queda alte­ sas o psicopáticas.
rada por movimientos tectónicos, cataclismos que sacuden la estructura. Un desarrollo singular y extremo del análisis del carácter se encuentra
De modo que la confianza de Reich en que las capas de la personalidad que en el estudio de Kaiser (1934), que Fenichel discute en el trabajo que esta­
se fueron organizando durante el desarrollo tienen que aparecer una por mos com entando. El razonam iento de Kaiser es lógico y simple (y tam ­
una es demasiado optimista. Un acontecimiento posterior, un traum a, bién simplista). El trabajo del analista es remover las resistencias, dice
puede modificar los estratos. Reich podría contestar, por su parte, que Freud; p or tanto no tenemos que hacer otra cosa que interpretar las resis­
esos cataclismos no podrían estudiarse sino a partir de lo que quedó y el tencias. Si la interpretación de la resistencia es correcta lo reprimido a p a ­
psicoanalista, no menos que el geólogo, tendrá que buscar los destruidos recerá espontáneam ente, sin necesidad de que nosotros lo llamemos, es
estratos sedimentarios en medio de las perturbaciones tectónicas. decir que nosotros lo convoquemos y lo designemos. Si no sucede así es
Fenichel tam bién critica la excesiva selección del material que propo­ porque la interpretación ha fallado y habrá que com pletarla o corregirla.
ne Reich, si más no fuera porque puede ser que el m aterial subsiguiente Sin negar que en determ inadas circunstancias u n a interpretación de con­
dem uestre que lo dejado de lado resultó al final lo más pertinente . 8 tenido puede tam bién eliminar represiones, Kaiser cree que desde el p un­
Si los sueños nos pueden conducir a interpretaciones de contenido de­ to de vista teórico esto sólo se puede explicar por un efecto colateral, en
satendiendo la defensa caracterológica es m ejor ignorarlos. Hay, efecti­ cuanto una interpretación de este tipo puede llam ar la atención del p a­
vamente, situaciones, responde Fenichel, en que la interpretación del ciente sobre sus resistencias y puede corregirlas. No acepta Kaiser, por
contenido de los sueños está contraindicada por cuanto el hecho mismo cierto, que una idea anticipatoria puede ser operante en el sentido que al­
de interpretar el sueño tiene un significado especial para el paciente; pe­ guna vez dijo Freud, es decir que cumpla el mismo efecto que la indica­
ro, si no es este el caso, nada hay que pueda ayudar m ás a la com prensión ción que da el profesor de histología al estudiante que va a ver el prepara­
del paciente, incluso de sus defensas caracterológicas, que el atento y do en el microscopio. Un impulso reprimido, objeta Kaiser, no está en el
cuidadoso estudio de sus sueños. sistema Prcc y, por tanto, ninguna indicación puede ayudar al sujeto en
Fenichel marca otros dos desacuerdos en cuanto a la técnica del análi­ la búsqueda de algo que no está ubicado en el espacio que le es asequible.
sis del carácter. En prim er lugar cuestiona el dosaje del ataque a la arm a­ Esta idea extrema supone que el sistema lee es impermeable y que de nin­
dura caracterológica, que a veces puede ser muy violento. La interpreta­ guna m anera tenemos acceso al impulso: lo único que podem os hacer es
ción consistente de los rasgos de carácter hiere el narcisismo del paciente dejar que aparezca cuando las condiciones dinámicas se lo perm iten. Fe­
más que cualquier otra m edida técnica. Coincidimos en esto con Fe­ nichel rechaza este argumento señalando que las interpretaciones de
nichel, y ya denunciamos esta actitud como un artefacto de la técnica contenido no designan al impulso inconciente sino a su derivado precon­
reichiana. El m anejo de la coraza caracterológica es agresivo y las pa­ ciente. Freud (1915e) nos enseñó que el impulso inconciente produce fo r­
labras que usa Reich son de por sí significativas: ataque, disolución, li­ maciones sustitutivas usando ideas preconcientes a las que se asocia para
quidación, etcétera. así emerger en la conciencia. La defensa del yo opera contra los deriva­
La otra objeción de Fenichel va al corazón del m étodo de Reich, dos (retoños) de lo reprim ido, y el destino de los derivados varía según
sea el interjuego dinámico-económico de la fuerza en cada mom ento: a ve­
7 M uchos años después, Bion (1957) daría sustento teórico a esta opinión al estudiar la ces llegarán a la conciencia, otras serán nuevamente reprimidos. P or esto
parte psicòtica de la personalidad y el ataque al aparato de pensar. dice Fenichel que el tratamiento analítico puede ser descripto como una
" Estos problem as, que no se solucionan con ta técnica de Reich, son los que educación del yo para que tolere derivados cada vez menos distorsionados.
sim ultáneam ente está tratando de resolver Klein con sus ideas de punto de urgencia e in­
terpretación p rofunda, según se expone en el capitulo 31. No se trata, pues, concluye Fenichel, de no interpretar núnca el inconcien»
te, porque eso ni siquiera lo podemos hacer: los que están a favor de in­ 30. La interpretación y el yo
terpretar los contenidos, entre los que se cuenta el mismo Freud, no pre­
tenden llegar a las pulsiones reprimidas sino a sus derivados preconcientes.
A través de su trabajo interpretativo el analista dem uestra al paciente
las falencias de su yo en cuanto a la percepción y el juicio de la realidad,
de m odo que el yo se escinde en una parte observadora y en una parte vi-
vencial que aquella empieza a considerar irracional. De esta form a se
produce un cambio en la dinám ica de la defensa, según ha descripto Ster­
ba (1929, 1934).
El aporte más im portante de Fenichel a la teoría de la técnica es, tal
1. La técnica psicoanalítica en crisis
vez, operar con el concepto de derivado y no simplemente de contenido.
La introducción de este concepto es de mucho valor, puesto que contribu­
En el capítulo anterior estudiamos con cierto detalle los trabajos de
ye a aclarar la diferencia entre represión prim aria y represión secundaria o
Reich, que culminan con la aparición del A nálisis del carácter en 1933.
represión propiamente dicha. En la represión primaria ( Verdrangung, Ur-
Tendrem os que volver ahora a ellos para entenderlos com o una respuesta
verdrangung), la representación ideational del instinto no puede entrar a la
a la crisis en que se debatía la práctica del psicoanálisis de los años veinte
conciencia por contracarga; en la represión secundaria (Nachdrangung,
y que alcanzaba a las dos grandes metrópolis de entonces, Viena y
Nachverdrangung) el yo opera por contracarga y por sustracción.
Londres, ya que Berlín había resignado su magisterio después de la m uer­
te irreparable de A braham en 1925. En este capítulo nos vamos a ocupar
de Viena, dejando para el próximo los aportes de la Sociedad Británica.
A partir de 1920 los analistas em pezaron a encontrarse con dificulta­
9. El carácter y la teoría de la libido des. Sentían que los principios sentados en los escritos técnicos de la se­
gunda década no bastaban y buscaban algo nuevo. Enfre la gente que es­
Los trabajos de Reich vinieron a dem ostrar el valor de las ideas de
tá en Viena rodeando a Freud antes de que se inicie el sombrío ascenso de
Adler en E l carácter neurótico (1912) a la par que sus limitaciones, en H itler, mucho antes de la diàspora obligada por la ocupación nazi,
cuanto Adler intentó oponer la teoría del carácter a la teoría de la libido.
sobreviene una diàspora teórica y se abren dos caminos. Algunos creen
Siguiendo en este pu nto los estudios de Freud y sus prim eros discípulos, que la crisis a que está enfrentada la técnica del psicoanálisis no se puede
Reich confirm a que el carácter es una estructura hom eostática y teleolo­
resolver sino reviendo sus postulados, creando nuevos soportes teóricos
gica com o lo quería Adler, pero no por ello independiente del instinto:
y, consiguientemente, otros instrum entos psicoterapéutícos. Esto se
es, al contrario, a partir del control del instinto que se organiza el carác­ expresa muy claramente en el grupo que form an en 1934 Erich From m ,
ter. El carácter es finalista com o dijo A dler, pero se constituye sobre las H arry Stack Sullivan y Karen H om ey para fundar el neopsicoanálisis o
bases que le dicta la pulsión y esto es lo que Adler nunca pudo aceptar. psicoanálisis culturalista, como también en el desarrollo del pensamiento
En el sistema adleriano la interpretación tiene siempre el objetivo de de Ludwig Binswanger que en esa época crea el análisis existencial. En
descubrir la m eta final ficticia y deshacer los «arreglitos» que llevan a la cambio, los que consideran válida la doctrina básica del psicoanálisis, es
neurosis, m ientras que la interpretación en psicoanálisis puede ser finalis­ decir, en últim a instancia, el complejo de Edipo y la teoría de la libido,
ta (teleologica) cuando descubre los recursos hom eostáticos a nivel del sostienen que para dar cuenta de los problem as sólo hay que rever los
carácter, pero nunca puede dejar de ser causal al dirigirse a la pulsión.4 principios de la técnica, que la técnica debe perfeccionarse.
Hn la década del veinte quizá nada expresa m ejor ese m om ento de cri-
lli que el famoso libro de Ferenczi y R ank E l desarrollo del psicoanálisis,
aparecido en 1923.1Ferenczi y R ank se declaran partidarios de u n a técni­
ca que facilite la expresión del afecto. En aquel momento la alternativa se
{tilinteaba entre recordar o repetir en la trasferencia, siguiendo el ensayo
(le Kreud «obre el tema. El libro, que despertó controversias y algunas
Itlipítñciltl en Abraham y J ones, era un intento de asegurar un desarrollo
ílliW vivo del proceso analítico a partir de los instrumentos que en ese mo*
шгшо relit mu,
* Hablam os m ás definidám ente de este tema en el capitulo 26, cuando desarrollam os las
td e u de Bernfeld (1932) sobre la interpretation final. 1 li t ò l t a *n IM I.
2. La respuesta de Wilhelm Reich no exquisitamente vivencial, afirm a que ese «shock» específico del psico­
análisis es la sorpresa. La sorpresa consiste, para Reik, en el encuentro,
Cuando Reich plantea el análisis de la resistencia como prioritario al en un m om ento inesperado o en una inesperada circunstancia, con un
de los contenidos, en principio no hace más que refirm ar el postulado hecho cuya expectativa se ha hecho inconciente . 3 La sorpresa es siempre
freudiano de que hay que partir siempre de la superficie psíquica; pero en la expresión de nuestra lucha contra algo que se nos presenta y que sa­
dos puntos va más allá de Freud. En prim er lugar pone énfasis en la bíamos pero sólo inconcientemente. Yendo concretamente a la experien­
estructura del carácter. Lo que para el Freud de los escritos técnicos era cia analítica, la lucha contra el reconocimiento de una parte del yo que
superficie psíquica, y más tarde será yo, para Reich es carácter, no sola­ alguna vez conocimos pero que ahora es inconciente.
mente yo sino las fo rm a s operativas del yo que configuran el carácter. En El insight más efectivo, dice Reik, es el que contiene este elemento de
E l carácter neurótico (1912) Alfred Adler se había servido del carácter sorpresa, y la m etapsicología de la interpretación reposa en este hecho
para descartar la teoría de la libido y proponer una psicología ideológi­ fundam ental.
ca. A hora el carácter se reintegra a la teoría psicoanalítica gracias princi­ La interpretación o la reconstrucción del analista no operan solam en­
palmente a Reich, sin para n ada apartarse de la explicación causal, pul- te desde el punto de vista topográfico haciendo conciente lo inconciente.
sional, de la teoría de la libido. Hay, tam bién, un desplazamiento energético com o el que Freud estudió
Es este un elemento fundam ental, que no está formalm ente en Freud, en el chiste (1905c) que tiene que ver con lo económico, y, p or fin, un
ni siquiera en Ferenczi, Abraham y Jones, que hicieron una teoría del ca­ efecto dinámico, en cuanto el insight permite apreciar al analizado cómo
rácter pero no una teoría de la defensa caracterológica. Eso le correspon­ coincide lo que estaba reprim ido con la realidad material del m om ento,
de a Reich. cuando el analista pone en palabras lo reprimido.
El otro elemento es la sistematización de la técnica. Reich introduce La sorpresa con que el analizado recibe una interpretación acertada
la idea de que no basta la técnica, tam bién hay que tener u n a estrategia. tiene algo de la vivencia m ágica al ver que lo esperado aparece efectiva­
E sta idea deriva de la otra, porque así como el yo ha ido pergeñando una mente, en la misma form a en que nos sorprendem os cuando después de
estrategia defensiva que cristaliza en el rasgo de carácter, el analista tiene haber pensado en un amigo que hace mucho no vemos se nos aparece en
que proveerse de una estrategia contrapuesta. la calle. La interpretación produce sorpresa en esta form a, en cuanto es
Desde sus primeros trabajos en el seminario de Viena, Reich abogó un mensaje concreto que trae a la conciencia del paciente algo con lo que
no sólo p o r una interpretación ordenada (antes la defensa que el conteni­ el estaba muy familiarizado: siente que la interpretación coincide con al­
do, siguiendo el consejo de Freud), sino tam bién (este es su propio apor­ go que pensaba, aunque no de manera conciente.
te) porque ese tratamiento de la defensa fuera sistemático y consecuente. Si la interpretación opera de esta form a, debe llegarse a que todo in­
tento de sistematizar la técnica está destinado al fracaso; y más aún, es
teóricam ente imposible y radicalmente antianalítico. La asociación libre
está destinada justam ente a crear las condiciones en que el analista p ro ­
3. Por la intuición y la sorpresa mueve con su interpretación ese m om ento de sorpresa, ese m om ento en
que el analizado reconoce algo con lo cual había estado siempre en con­
tacto pero que nunca se le aparecía, y que ah ora le llega desde afuera a
Si dejamos de lado a los que siguen los nuevos caminos del culturalis­
través de las palabras del analista.
mo y el ontoanálisis, apartados como de hecho están del psicoanálisis y
T heodor Reik decía en este famoso artículo que la interpretación
de su técnica que es la m ateria de nuestro estudio, veremos que la otra
píicoanaHtica tiene mucho que ver con la técnica del chiste, donde a par­
respuesta la da Theodor Reik abogando p or una técnica que no sea siste­
m ática y se deje llevar por la intuición. tir üa un contenido m anifiesto hay una regresión estructural al proceso
Las ideas principales de Reik pueden leerse en el relato que llevó al
prim ario que trata el material a través de mecanismos de condensación y
Congreso de Wiesbaden de 1932 y publicó en el International Journal al
desplazam iento, p ara que em erja nuevamente pero en form a distinta. Es­
año siguiente, que su mismo autor considera su prim er trabajo de técnica te procoso supone un ahorro energético que produce una descarga libidi­
después de veinte años de práctica. nota. Pava lo mismo con la técnica psicoanalítica, que es un intento de
«La esencia del proceso psicoanalítico —empieza Reik— consiste en
iceoger el m aterial del paciente, dejar que se internalice en nosotros y que
una serie de “ shocks” que el sujeto experimenta al tom ar conocimiento tliego 1C noi aparezca nuevamente como una interpretación. C uando se
de sus procesos inconcientes, y cuyo efecto se hace sentir mucho des­
ü comuniquemos al paciente le habrem os dado una visión de sí mismo
pués » .2 Luego de subrayar que llama tom ar conocimiento a un fenóm e­ ¿{tir Jttir lucrata lo tiene que sorprender.

* Reik (1933, pág. 322).


Reik dice algo más todavía y es que tam bién el analista debe dejarse
tanto la praxis de la interpretación) estrictamente en térm inos de la teoría
ganar p o r la sorpresa, porque sólo p o d rá verdaderam ente operar a través
estructural.
de la sorpresa con que recibe en su propia conciencia el proceso de elabo­
El interés fundam ental de A nna Freud es el yo, su funcionamiento,
ración que tuvo lugar en su inconciente. Se com prende sin más que Reik
su m odo de operar frente а Га angustia. Siguiendo el esquema de las tres
alerte contra to d a sistematización de la técnica.
servidumbres del yo en el último capítulo de E l yo y el ello (1923), Anna
No hay duda de que con su inteligente al par que apasionada de­
Freud distingue tres tipos de angustia: neurótica (instintiva), real (objeti­
fensa de la intuición del analista, Reik se oponía con todo derecho a la
va) y sentimiento de culpa (frente al superyó). La angustia real es objeti­
sistematización a priori del m aterial, al intento (frecuente en aquella épo­
va en cuanto se refiere al m undo de objetos, a la realidad con sus peligros
ca) de intelectualizar, de resolver los problem as po r vía puram ente ra ­
y sus inevitables frustraciones. Las otras dos son, en cambio, subjetivas.
cional. A esto contribuía a veces Freud, estoy convencido, con sus repre­ Es obvio, sin embargo, y lo dice A nna Freud, que hay tam bién una rela­
sentaciones de espera, Erwartungsvorstellungen. ción dialéctica entre angustia subjetiva y objetiva, aunque más no sea
Las justas adm oniciones de Reik, sin em bargo, no implican necesa­
porque las angustias que son ahora subjetivas fueron objetivas en otro
riam ente que el analista no pueda dar prioridad a determ inados proble­ momento del desarrollo. Es decir, la angustia frente al impulso tiene una
m as, que es lo que en realidad pretendía Reich. Con la perspectiva que historia, porque en algún m om ento de la infancia la pulsión se encontró
dan los cincuenta años que pasaron, los postulados de Reik no me resul­ con una represión real, es decir que hubo un momento en que este im pul­
tan inconciliables con los de su oponente. so fue motivo de una angustia externa que después se internalizó y se
Al margen de la polémica de Reik y Reich en Viena, M elanie Klein de­ trasform ò en angustia neurótica, subjetiva.
sarrollaba en Londres su técnica del juego que la iba a llevar a nuevas El libro de Anna Freud, a mi parecer, recoge sin duda las ideas de
propuestas sobre la interpretación y la trasferencia, de las que vamos a Reich, pero introduce un cambio sustancial. Ella no piensa que el análisis
ocuparnos más adelante. de la resistencia deba ser prioritario y sistemático; postula, más bien, que
el análisis debe oscilar com o un péndulo entre la resistencia (yo) y el im­
pulso (ello). La tarea del analista consiste básicamente, pues, en este con­
tinuo equilibrio entre el análisis del yo y el análisis del ello. De esta for­
4. Las ideas de A nna Freud ma, la técnica de A nna Freud introduce un cambio im portante: el analis­
ta debe estar más atento al material que aparece que a sus ideas de cóm o
La A nna Freud que publica E l y o y los mecanismos de defensa en manejarlo y ordenarlo. En general, lo que surge del material es primero
1936 es ya una analista m adura y una investigadora penetrante, que ha una fracción del yo (la defensa) y, cuando se la interpreta, una porción
aprendido m ucho de su padre y de sus pacientes; pero tam bién, así lo del ello, el impulso, precisamente el impulso que la defensa no dejaba
creo yo, de sus colegas de Viena, Reich y Fenichel entre ellos, y de su po­ adorar.
lémica con M elanie Klein la década anterior. En conclusión, la técnica de Anna Freud es más libre y versátil que la
El antecedente más inm ediato a los nuevos aportes que va a hacer A n­ ele Reich y atiende m ejor al natural desarrollo del proceso analítico.
n a Freud es para mí el trabajo de Fenichel (1935), que apoya y critica a
Reich com o ya hemos visto.
El libro es, desde luego, heredero de los trabajos en que F reud en la
tercera década de nuestro siglo destaca el yo como instancia psíquica. 5. Conflicto íntrasistémico y conflicto intersistémico
Como es sabido, el concepto se perfila en M ás allá del principio de placer
y adquiere su fisonom ía estructural en E l y o y el ello tres años m ás tarde. AI libro de Anna Freud sigue la fam osa m onografía de H artm ann, L a
C uando después de otros tres años Freud retom a el tem a en Inhibición, psicología del y o y el problem a de la adaptación (1939). La estructura y el
síntom a y angustia, es para m ostrarnos que ese yo es a la vez paciente y funcionamiento del yo son la tarea de H artm ann; su credo científico es la
agente de la angustia: padece la angustia traum ática y adm inistra la an­ 'Litaptftdón y su objetivo el desarrollo de una psicología psicoanalítica.
gustia señal. Mttttmnnn distingue dos partes diferentes en el yo: la que tiene que ver
Vale la pena señalar aquí que, para Lacan y su escuela, el yo es más ШП el t>(inflicto (y consiguientemente con los mecanismos de defensa) y
pasivo de lo que «él» se cree, que su actividad es un espejismo y tam bién «пси que constituye el área libre de conflicto.
lo son su adaptación y juicio de realidad. En este punto se destacan los Hobn» cettti bases, H artm ann entiende que el yo tiene dos tipos de
lúcidos estudios de Guillermo A. Maci en La otra escena de ¡o real KiUiitíUH Im m lstém ico, con las otras Instancias, ello ysuperyó; intrasis-
(1979), libro claro y riguroso. íAW/fWi г*Ш parte* de si mismo. Ei conflicto íntrasistémico por antono*
Et y o y los mecanismos de defensa define la tarea del analista (y por Situile №| (MW Hartm ann, desde luego, el que trascurre entre el ¿reo d i

m
un lugar destacado en este desarrollo, lo mismo que Fenichel; de modo
conflicto y el área libre de conflicto; pero no es el único. H ay tam bién
que una vision que no los tenga en cuenta siempre va a ser, en mi sentir,
conflicto intrasistémico entre las autonom ías prim aria y secundaria. La
parcial. Bueno es decir, sin embargo, que esta posición no encuentra
escisión defensiva del yo que Freud (1940e) estudió a partir del fetichis­
apoyo en el gran libro de A nna Freud. Por el contrario, en el capítulo ter­
mo (1927e) y la disociación terapéutica del yo de Sterba (1934) son tam ­
cero, «Las actividades defensivas del yo com o objeto del análisis», dedi­
bién conflictos intrasistémicos.
ca preferente atención al acorazamiento del carácter, de Reich.
Cuando más de diez años después H artm ann (1951) pasa revista a las
El psicoanálisis es una disciplina, dice H artm ann, en la que hay una
consecuencias técnicas de la psicología del yo, distingue dos tipos de in­
permanente interacción entre la teoría y la técnica; y, sin embargo, entre
terpretaciones, según atiendan al conflicto intersistémico o intrasistémi­
los escritos técnicos de la segunda década y la teoría estructural que se for­
co. Las interpretaciones que se dirigen a los mecanismos de adaptación
mula en la siguiente hay un innegable deslizamiento. En los artículos técni­
intersistémicos son preferentemente de tipo dinámico-económico; però
cos, la insistencia de Freud en el concepto de superficie psíquica muestra
las que responden a los conflictos intrasistémicos son por esencia de na­
que ya tiene la idea de un yo que todavía no ha descubierto teóricamente.
turaleza estructural.
El concepto de superficie psíquica importa, efectivamente, que hay una de­
Este esquema de funcionam iento yoico explica un efecto singular que
fensa y un impulso, que la defensa es superficial y el impulso subyacente:
destaca H artm ann en la interpretación. A unque dirigida por lo general a
de esta forma quedan definidos implícitamente el ello y el yo.
un punto concreto, la interpretación se ramifica en la mente del analiza­
H artm ann tiene razón sin duda cuando dice que los escritos técnicos
do y puede alcanzar otras zonas. A esto le llam a H artm ann m ultiple ap­
de Freud preanuncian la psicología del yo. Sus principios técnicos no se
peal de la interpretación, que me gustaría traducir por resonancia m úl­
pueden entender si no se los contempla desde la perspectiva de una ins­
tiple de la interpretación. Lòwenstein (1957) ofrece un ejemplo de este
tancia que en alguna form a adm inistra el conflicto; y esa instancia ob­
efecto indirecto de la interpretación. Un paciente recuerda su fuerte sen­
viamente es el yo. Freud se adelanta, efectivamente, en los escritos técni­
timiento de inferioridad cuando un hombre m ayor lo vio desnudo en la
cos a los que va a form ular teóricamente con más precisión años después.
pileta y lo explica porque tenía un lunar en el muslo que le daba vergüen­
A esto hay que agregar que, como ya lo dije, la década del veinte m ar­
za. Luego de un período de análisis en que aparecieron claramente en la
ca una crisis de la técnica; y yo personalmente creo que algunos cambios
trasferencia sus sentimientos competitivos y su inferioridad frente al ana­
teóricos de Freud tienen que ver con esa crisis. Las ideas de instinto de
lista, volvió a contar el recuerdo de la pileta, pero ahora conectó directa­
muerte, necesidad de castigo, masoquismo moral y reacción terapéutica
mente su vergüenza a la com paración de su pene con el del hom bre gran­
negativa como mecanismos punto menos que imposibles de solucionar
de que lo estaba m irando. Las interpretaciones sobre la angustia de
expresan, a nivel del contexto de descubrimiento, las dificultades técnicas
castración y la rivalidad con el analista-padre operaron sobre otra área
en que se encontraba el psicoanálisis. La verdad es, pues, a mi entender,
de la mente.
no sólo que la técnica se había adelantado a la teoría (estructural) como
dicen H artm ann, LOwenstein y Kris, sino también que la técnica no h a­
bía evolucionado al compás de la teoría de la trasferencia que el mismo
Freud ya había establecido. La inseguridad y la confusión con que
6. La revisión de 1951 enfrentan este problem a Ferenczi y Rank en su ensayo de 1923, así como
el revuelo que provocan, m uestran a las claras las dificultades para apli­
En el primer núm ero del Psychoanalytic Quarterly de 1951 se publicó
car a la clinica el rico concepto de trasferencia. Cuando Freud habla de la
el artículo de H artm ann que estamos com entando y otros de LOwenstein
trasferencia en M ás allá del principio d e placería, explica por un im pulso
y Kris. Estos tres trabajos representan una revisión a fondo de la teoría
demoníaco a repetir: ¿Cómo es posible que el paciente quiera repetir ex­
de la interpretación desde el punto de vista de la psicología del yo en los
periencias dolorosas, humillantes, frustradoras, desagradables en todo
Estados Unidos. sentido, si no es porque lo mueve una fuerza que está más allá del princi­
Los tres artículos 4 hacen pie reconocidamente en El yo y los mecanis­
pio del placer? En ese momento Freud capta el drama pero no se hace car­
m os de defensa, tratando de m ostrar que la técnica interpretativa en la mi­
go de la Intensidad del vinculo trasferencial. El dram a es realmente que el
tad del siglo se debe básicamente a los aportes de A nna Freud. Estos auto­
analizado repite porque estásu jeto a su historia, a su pasado. Me atreve-
res establecen una línea de desarrollo que parte de los escritos técnicos de
t tu a decir que al considerarlo más allá del principio del placer no se ad­
Freud, se continúa con los escritos teóricos que en la década del veinte fun­
vierte que el paciente está dispuesto a hacer un esfuerzo enorm e al repetir
damentan la teoría estructural y culmina, por fin, en el libro de 1936.
en Ib trasferencia las experiencias dolorosas pero ineludibles de su pasa­
Como dije al comienzo de este capítulo, considero que Reich ocupa
do. Ili la fuerza del deseo y la terca esperanza de llegar de alguna m anera
я tciolverlo lo que lleva a la repetición de la necesidad que, en últim a Ins ­
4 H artm ann (1951); Kris (1951); LOwenstein (1951).
tando, hace posible el tratam iento psicoanalítico.
H artm ann considera en su artículo la obra de Reich pero más que to­ del yo, entendidas com o actividades que participan del conflicto no me­
do para desmerecerla. A firm a que la psicología de Reich es preestructu- nos que los impulsos del ello. Siguiendo sus ideas sobre el proceso mental
ral, que sólo se m aneja con estratos que están más cerca o más lejos de la preconciente expuestas un año antes, Krís considera que el trabajo sobre
conciencia. En este punto, H artm ann establece una antinom ia muy cor­ las defensas del yo es una parte esencial del quehacer analítico, porque
tante entre estratos y estructuras. Los estratos corresponden a la división permite reordenar a nivel del sistema Prcc las energías previamente inmo­
de inconciente, preconciente y conciente de la prim era tópica; a la según- vilizadas por el conflicto. Kris no desestima los aportes de Reich sobre la
da tópica, en cambio, corresponden las estructuras funcionales de ello, estratificación, pero afirm a que Anna Freud da un paso ad d a n te cuando
yo y superyó. Por otra parte, la estratificación varia con el curso de la vi­ considera que la resistencia del yo es una parte esencial del trabajo anali­
da y, por tanto, no se puede establecer una secuencia correcta en la in­ tico y no un mero obstáculo.
terpretación, como sugiere Reich. Kris sostiene que antes de llegar al elio se im pone una tarea explorato­
H artm ann llega a decir que fue Freud y no Reich el que propuso el ria del yo, durante la cual se van descubriendo diversas actividades (con­
análisis sistemático de las resistencias (1951, Essays..., pág. 143), al tiem ­ ductas) del yo que operan como mecanismos de defensa, y piensa que la
po que afirm a que la tajante oposición que propone Reich entre impulso interpretación más eficaz es la que establece un vínculo entre la defensa
y defensa ya no se sostiene; que ha perdido la claridad que en un m om en­ del yo y la resistencia del paciente durante el análisis.5
to pudo tener. Es decir, H artm ann le critica a Reich el defecto de ser sis­ El artículo de LOwenstein, por fin, se ocupa preferentem ente del con­
temático y le reconoce a Freud el m érito de serlo. cepto de interpretación, que deslinda de las otras intervenciones del an a­
La diferencia entre instinto y defensa, sigue H artm ann, ha ido per­ lista, como vimos en capítulos anteriores, sobre todo el 25.
diendo su carácter de oposición absoluta, ya que el impulso puede usarse
com o defensa, al par que una defensa puede tom ar un carácter impulsivo
(defensa sexualizada o «agresivizada»). Esto, sin em bargo, no lo ignora
Reich. Al contrario, es él justam ente quien con su psicología de los estra­ 7. Los aportes de LOwenstein
tos nos m uestra cóm o el yo (y el yo de la teoría estructural) opera estraté­
gicamente usando los impulsos para la defensa, como ya hemos visto: el LOwenstein es, sin duda, uno de los investigadores que más se ha ocu­
carácter pasivo-femenino, por ejemplo, usa los impulsos homosexuales pado de la interpretación, tratando de definirla y contrastarla con lo que
para ocultar su agresión y su rivalidad, etcétera. Es que los estratos supo­ no es interpretación. Creo que este es el m om ento oportuno para exponer
nen, para Reich, una organización que es ineludiblemente yoica. algunas de sus ideas.
Si entendemos por estrato una parte del yo que se ha ido organizando a N o todo lo que hacemos es interpretar, dice LOwenstein, y es obvio.
través de la historia del sujeto en lucha con el ambiente, como postula P or esto, habla en 1951 de mom entos preparatorios y m om entos finales
Reich, entonces la teoría de la defensa caracterológica da cuenta aproxi­ de la tarea interpretativa y coloca entre aquellos al señalam iento y la
m adam ente de los mismos hechos que después habría de considerar confrontación, que yo preferí clasificar como instrum ento para recabar
H artm ann partiendo del cambio de función y de la autonom ia secunda­ inform ación en el capitulo 24, parágrafo 4. Los autores que afirm an que
ria. E n 1939 H artm ann dice que hay sectores del área de conflicto que se todo lo que debe hacer el analista es interpretar no es que desconozcan
hacen autónom os, que se independizan de sus fuentes instintivas y pasan las otras intervenciones, pero les restan im portancia y no las tienen en
a engrosar el área libre de conflicto, a título de autonom ía secundaria. cuenta desde el punto de vista del proceso terapéutico; no les parecen sig­
Esto tiene lugar a p artir de lo que H artm ann llam a cambio de función. nificativas. Sin em bargo, como el proceso psicoanalítico es sutil y
Estas ideas de H artm ann son más amplias, tal vez, que las de Reich, ya com plejo, es m ejor n o dejar cosas afuera porque a la larga pueden ser de­
que abarcan la psicología norm al y no sólo la patológica; pero sí se las cisivas. P o r esto, es siempre útil estudiar los otros instrumentos que con­
considera con serenidad, sin dejarse llevar por los com prom isos escolás­ figuran las intervenciones no estrictamente interpretativas del analista
ticos que siempre influyen en el movimiento psicoanalítico, se verá que como les llamó P errotta (1974). En el Simposio del Congreso de Paris
son muy similares. La autonom ía secundaría reform ula la teoría de sobre las variaciones de la técnica psicoanalítica, LOwenstein (1958) trazó
Reich sobre el rasgo de carácter en tanto estructura que se ha desarraiga­ la linea divisoria entre interpretaciones e intervenciones, ubicando entre
do de sus bases instintivas. Para ambas teorías, la función del analista parece estas últimas al parám etro.
ser la misma: operar sobre la autonomía secundaria (rasgo de carácter) y A mi no me parece conveniente poner en una misma categoría a las in­
retrotraerla al área de conflicto (hacerla nuevamente egodistónica). tervenciones no interpretativas y al parámetro. Es preferible destacar bien
n este último, en cuanto im porta una actividad del analista que se decide a
El artículo de Kris, «Ego psychology and interpretation in psycho­
analytic technique», se ocupa especialmente del análisis de las defensas
La metapsicología de la interpretación tiene que ver entonces, dice
modificar coyunturalmente su setting, y llamar a aquellas preparatorias o
Yorke, con una com pleja cadena de eventos metapsicológicos. P ara que
tácticas como hizo Lowenstein en 1951, si no se les quiere dar autonomía
un derivado se haga conciente la interpretación debe remover la anticate-
como es mi propuesta (instrumentos para recabar información).
xia y restaurar la catexia de atención (1965, pág. 33). L a represión priva a
M ientras las interpretaciones preparatorias (1951) o intervenciones a
secas (1958) tienen para Lówenstein un valor táctico, la interpretación la representación de cosa de su conexión con la palabra; y la función de
configura la estrategia del analista y se define como una explicación que la interpretación es justam ente restaurarla (ibid., pág. 34).
Como otros m uchos autores, Yorke sostiene que la interpretación
el analista d a al paciente sobre sí mismo a partir de su m aterial.
^ Cuando distingue la interpretación de las intervenciones preparatorias, opera en las dos fases (tipos) de represión, es decir, en el límite entre los
sistemas Prcc-Cc y Prcc-Icc. El analista trabaja prim eram ente en el límite
Lówenstein señala que el límite es impreciso. Es difícil a veces decidir el
entre el preconciente y el conciente haciendo que el analizado tom e con­
momento en que se pasa de un nivel a otro, pero esto no quita que la dife­
rencia exista. Las intervenciones preparatorias sirven para tantear la dispo­ tacto con la representación de palabra, hasta que pueda por fin acercarse
sición del analizado. Por esto Lówenstein habla de una distancia óptima al representante instintivo que sufrió el proceso de represión prim aria,
cuando el paciente no está demasiado alejado afectivamente ni tampoco una vez que se ha acercado suficientemente al sistema Prcc. Com o decía
excesivamente involucrado en la situación que se va a interpretar. Fenichel (1935), a m edida que avanza el proceso analítico los derivados
Con el concepto de distancia óptim a Lówenstein plantea el problem a sufren menos distorsión.
del timing en el marco teórico del funcionam iento del yo y sus resisten­ Yorke piensa que la función de la verbalización se com prende m ejor a
cias. Esto em palm a con el papel que este autor asigna a las intervenciones partir de la idea de un m undo representacional, en especial de la repre­
preparatorias, que a veces asum en, en mi criterio al menos, el carácter de sentación del self. Com o postuló Jacobson (1954Í»), la representación del
interpretaciones tácticas para ir tanteando el grado de receptividad del self puede ser catectizada con energía instintiva no menos que una repre­
paciente y su insight. En este punto se comprende que al definir a la in­ sentación objetal. La palabra y el símbolo form an parte del m undo de
terpretación por su efecto de insight, Lówenstein va a definir a fo rtio ri representaciones y pueden ligarse con las representaciones del self y del
una interpretación que no produjo insight como preparatoria, lo cual no objeto. U na parte del trabajo analítico consiste en m odificar a través de
deja de tener sus inconvenientes. la interpretación la distorsión de las representaciones que proviene de las
dem andas del yo, de la realidad y de los introyectos. Se sigue que la in­
terpretación imprime cambios en las representaciones del m undo externo
y de los introyectos que pueden conducir a m odificaciones im portantes
8. Confluencia de las dos tópicas freudianas en la representación del self.6
De esta m anera, Yorke busca una síntesis entre represión prim aria y
Quizá la critica más rigurosa que se le puede hacer a la revisión de represión propiam ente dicha, que conduce a una m ejor integración de las
1951 desde sus propias pautas es que se inclina demasiado a buscar sus teorías de la prim era y la segunda tópica para dar cuenta de la m etapsico­
fundam entos teóricos en el punto de vista estructural de la seguna tópica, logía de la interpretación.
con lo que descuida la prim era. El trabajo de Clifford Yorke sobre la me-
tapsicología de la interpretación, publicado en 1965, intenta integrar los
dos aspectos.
Yorke parte de la conocida diferencia que Freud establece en sus en­
sayos metapsicológicos de 1915 entre las dos fases (o tipos) del proceso
de represión. Está primero la represión primaria (Urverdrangung), que
consiste en rechazar de la conciencia al representante de la pulsión por
medio de una anticatexis, y luego la represión secundaria o represión
propiamente dicha ( Verdrângung) que recae sobre los derivados (o «reto­
ños», como otros prefieren llamarles) del representante reprimido en el
sistema Prcc form ados por un proceso simultáneo de repulsión y atrac­
ción. Como es sabido, en la represión propiam ente dicha operan a la vez
la anticatexia y el retiro de la catexia de atención (hipercatexia, sobrein-
vestidura). En otras palabras, el proceso de represión propiam ente dicho
se inicia por un retiro de la catexia de atención sobre el derivado precon-
cicntes, que entonces queda a merced de la anticatexia. • Yorke (1963, pág. 36).

m
31. La teoría de la interpretación en la Berlín y se analiza con A braham , Klein utiliza el instrum ento interpreta­
tivo con una convicción y una audacia que no se encuentran fácilmente
escuela inglesa en otros analistas. Ella misma lo evoca en 19SS, cuando describe la técni­
ca del juego y com para el cauto proceder de la m ayoría de los analistas de
la década de 1920 con su propia form a de operar: «C uando comencé mi
trabajo era un principio establecido que se debía hacer un uso muy limi­
tado de las interpretaciones. Con pocas excepciones, los psicoanalistas
no habían explorado los estratos más profundos del inconciente —en ni­
ños, tal exploración se consideraba potencialm ente peligrosa— . Esta
cautela se reflejaba en el hecho de que entonces, y p or mucho tiem po, el
En los capítulos anteriores estudiamos con detenimiento la metapsi- psicoanálisis era considerado adecuado solamente para niños desde el pe­
cologia de la interpretación, tratando de com prenderla a la luz de la pri­ ríodo de latencia en adelante» (The Writings, vol. 3, pág. 122; Obras
mera tópica y de la teoria estructural, a lo largo de u n cam ino que, a p ar­ completas, vol. 4, pág. 21). Recordemos que así lo sostuvieron, por
tir de Freud, pasa por Reich y Fenichel, por A nna Freud y H artm ann, ejemplo, Hug-H ellm uth (1921) y Anna Freud (1927).
hasta llegar a los autores más modernos de la psicología del yo en Ingla­ En el trabajo de 1955 recién citado, Klein tam bién recuerda que,
terra y Estados Unidos. cuando se decidió a analizar a Fritz, al ver que el esclarecimiento sólo no
A riesgo de simplificar, haré una caracterización geográfica y diré era suficiente, se desvió de algunas reglas hasta entonces aceptadas in­
que esa línea de investigación corresponde a la escuela de Viena, que voy terpretando lo que le parecía más urgente en el m aterial, de m odo que de
ahora a contrastar con la escuela inglesa. P o r escuela de Viena entiendo pronto encontró que su interés se centraba en la ansiedad y las defensas
aquí a la que se formó alrededor de Freud entre los años veinte y treinta y frente a ella.
se prolongó en Inglaterra y los Estados Unidos después de la diàspora Puede decirse, pues, que casi desde el comienzo de su práctica Klein
que provocó el Anschluss de 1938. Por otra parte, como traté de definirla reconoció siempre la interpretación com o el instrum ento esencial del psi­
en un trabajo anterior (Etchegoyen, 1981a), la escuela inglesa es la que coanálisis y la aplicó sin vacilar cuando creyó oportuno. P o r esto no deja
funda y dirige Jones al frente de la British Psycho-Analytical Society y de ser llamativo que nunca se sintiera obligada a fundam entar su teoría
donde Melanie Klein ocupa un lugar preeminente desde que llega a de la interpretación, a pesar de advertir que su form a de interpretar dife­
Londres en 1926. Cuando hacia el final de la Segunda G uerra M undial ría notoriam ente de la de los otros analistas de su época. Es posible, em­
sobreviene una ruptura definitiva en la Sociedad Británica y se form an pero, que este reconocim iento haya sido tardío y no se le im pusiera a ella
bajo la presidencia de Sylvia Payne los grupos A y B, ya no corresponde en sus primeros años de labor.
hablar de u n a escuela inglesa sino de tres núcleos en el seno de esa So­ Si bien es cierto que Klein nunca escribió específicamente sobre la in­
ciedad: el de A nna Freud, el de Melanie Klein y el grupo independiente terpretación, los escritos de Strachey (1934, 1937) y P aula Heim ann
(middle group). (1956), p o r todos reconocidos como de prim era línea, se gestaron sin lu­
En este capítulo vamos a ocupam os preferentem ente de Melanie gar a dudas bajo su inspiración.
Klein, en un intento de aprehender lo original y propio de su empleo de la
interpretación.

2. Los primeros trabajos


1. Algunos antecedentes Las primeras interpretaciones de Melanie Klein pueden rastrearse en
la segunda parte de «El desarrollo de u n niño» (1921), que se titula «L a
Resulta difícil estudiar la teoría de la interpretación en Melanie Klein resistencia del niño al esclarecimiento sexual».1 Cuando advierte que so­
porque ella nunca la expuso formalmente. Hay que rastrearla entonces lamente esclarecer no basta, porque el niño se resiste al conocim iento se-
en sus escritos, pero esa búsqueda no es sencilla y lleva cada vez más has­
ta el comienzo de su obra. Si se leen con atención sus primeros trabajos 1 «El desarrollo de un niflo» se publicó en 1921 en Im ago y en 1923 en el International
ya se la ve interpretar con esa frescura, originalidad y arrojo que serán Journal, y consta de d o i paites. La prim era, « L a influencia del esclarecimiento sexual y la
cltim lnudün de la autoridad sobre el desarrollo intelectual de los niños», pertenece al pe­
después la m arca inconfundible de su estilo y su credo científico, tanto
riodo Inicial de Klein, que fue breve y se desarrolló en Budapest. La segunda parte corre»»
como la piedra del escándalo p ara sus detractores. p o n d t a una com unicadún a la Sociedad de Berlin en febrero de 1921, poco d e sp u íf d«hft>
Es indudable que ya antes de llegar a Londres, cuando ejerce en berie establecido en esa ciudad.
xual que se le ofrece, com prende que el único recurso válido p ara levan­ se anim a a nom brar los órganos y las funciones traduciendo los símbo­
tar las represiones es la interpretación. los, en lugar de m encionarlos alusivamente. Esta actitud define una teo­
C uando presentó este caso a la Sociedad H úngara en 1919,2 A nton ría, una técnica y una ética: la teoría de que el niño com prende el valor
von Freund sostuvo que las observaciones de Melanie Klein eran por cier­ sem ántico de la interpretación, la técnica de que hay que remitir los sím ­
to analíticas, pero no sus interpretaciones, que sólo tocaban los aspectos bolos a su origen, la ética de que es necesario decirle al niño sin oculta-
conciernes del m aterial. Ella rechazó esa crítica y sostuvo que era sufi­ mientos la verdad.
ciente tratar los problem as concientes si no había razones en contrario;
pero poco después, al escribir su trabajo, le daba plenam ente la razón
(The Writings, vol. 1, pág. 30; Obras completas, vol. 2, pág. 44). En esta
pequeña anécdota puede apreciarse directam ente la rápida evolución de 3. H ans, «D ora» y Fritz
su pensam iento psicoanalítico.
Si pensamos que Von Freund tenía razón y que al comienzo de su labor Acabam os de ver cómo evoluciona la técnica interpretativa de Klein
con Fritz nuestra autora esclarecía pero no interpretaba, entonces pode­ en su primer trabajo. Sus interpretaciones son al principio de la misma
mos afirm ar que la prim era interpretación que consignan los escritos de hechura que las del padre de H ans, es decir Freud, pero pronto van ad­
Klein aparece en la segunda parte del trabajo que estamos considerando. quiriendo otro carácter. En cuanto atienden el funcionam iento del proce­
Días después de que Melanie Klein se anim a (¡por fin!) a explicarle el so prim ario y sus peculiares m odos de expresión se hacen más profundas,
papel del padre en la procreación, Fritz narra su sueño-fantasía del m o­ y más com prom etidas porque tratan de tom ar contacto con el lee. Pienso
to r grande y el m otor pequeño que chocan con el tren eléctrico, y dice que estas características son patrim onio de la form a de trab ajar de Klein,
tam bién que el m otor chico queda entre el grande y el tren eléctrico. de su estilo, que no se aparta, sin em bargo, del espíritu con que el mismo
Klein le explica entonces «que el m otor grande es su papá, el coche Freud interpretaba. A D ora, p or ejemplo, le dice que ella piensa que su
eléctrico su m am á y el m otorcito él m ismo, y que él se h a puesto entre p a­ padre está im potente (no tiene recursos) e imagina que sus relaciones con
pá y m am á porque le gustaría mucho apartar a papá del todo y quedarse la Sra. K. son p e r os, luego de lo cual le interpreta que ella se identifica
solo con su m am á y hacer con ella lo que sólo a papá le está perm itido ha­ con las dos mujeres del padre (su m adre y la Sra. K.) para satisfacer sus
cer» (Obras completas, vol. 2, págs. 48-9). Esta interpretación, vale la pena deseos incestuosos y le agrega que sus celos son los de una m ujer enam o­
señalarlo, va entre paréntesis en el texto y Melanie Klein la llama explica­ rada. No sólo Freud interpreta la afonía de D ora como una expresión de
ción. De hecho es muy parecida a la que form ula el padre a H ans (Freud, pena por la ausencia del am ado, el Sr. K., sino que la pone tam bién en re­
19096), cuando le dice que al estar en G m unden en la cam a con la m am á lación con sus fantasías inconcientes d e fellatio, lo mismo que su tos y el
pensó que él era el papá y le tuvo m iedo, a lo que H ans responde conm o­ cosquilleo de su garganta.
vedoram ente: «tú sabes todo» (A E , 10, pág 75). Del m ism o tipo es la in­ En este punto, justam ente Freud le sale al paso a sus detractores, que
terpretación del padre en la página 77: «Te gustaría ser el papi y estar ca­ im agina horrorizados. Dice que la mejor m anera de hablar de estas cosas
sado con m am i, te gustaría ser tan grande com o yo y tener un bigote, y te es directa y secamente, sin malicia ni reriiilgos, llam ando al pan, pan y al
gustaría que m am i tuviera un hijo». vino, vino. J ’appelle un chat, un chat, dice Freud.
En form a similar interpreta Klein, en principio, el com plejo de E dipo Tam poco vacila Freud, por cierto, en echar m ano al simbolismo
negativo de F riti: «Le dije que él se había im aginado a sí mismo en el lu­ cuando le interpreta a D ora su prim er sueño y su excitación sexual, com ­
gar de su m am á y quería que su papá hiciera con él lo que hace con ella» parando su sexo con el cofre.
(The Writings, vol. 1, pág. 41; Obras completas, vol. 2, pág. 53). Aquí,
sin em bargo, Klein sigue adelante y llam a a las cosas por su nom bre, p o r­
que le dice claram ente a Fritz: «Pero tiene miedo (como im agina que su
m am á también tiene miedo) de que si este palo —el pipí de p ap á— se m e­ 4. El Congreso de Salzburgo
te en su pipí él quedará lastim ado, y después dentro de su panza, en su es­
tóm ago, todo quedará destruido también» (Obras com pletas, vol. 2, En los dos trabajos que publica en 1923, «El papel de la escuela en el
pág. 53).3 Creo que en este punto hay un cambio sustancial, porque Klein desarrollo libidinoso del niño» y «Análisis infantil», no hay referencias
explícitas a su m odo de interpretar; pero se aprecia que la com prensión
3 Klein leyó su trabajo «Notas sobre el desarrollo intelectual de un niño» en julio de de las fantasías del niño se ha hecho más intrépida y profunda y tiene ya
1919 en la Sociedad Húngara. Esta conferencia es la base de la primera parte del trabajo
que «tam os considerando, aunque también contribuyó otro, leído en diciembre de 1920 en
wt— gets into his wìwi h e w ill be hurt a n d then inside his belly, in his stom aciI, everything
Ib míim a Sociedad, titulado «Contribución al análisis en la temprana infancia».
will be destroyed, too» {The Writings, vol. 1, pág. 41).
* «B ul he is afraid (as he imagines his m am m a to be too} th a t i f this stic k — p a p a 's w -

m
un sello decididamente «kleiniano» en cuanto se apoya en una referencia analizó domiciliariamente en 1923, operó un cambio sustancial en su
continua al valor simbólico del juego o la palabra. pensamiento y su praxis. Así como puede decirse que A nna O. inventó la
En 1924 se realizó en Salzburgo el VIII Congreso Psicoanalítico talking cure, tam bién cabe afirm ar que la pequeña R ita creó la técnica lú­
Internacional, donde el 22 de abril M elanie Klein leyó su trabajo «L a téc­ dicra con sus juguetes y su famoso osito superyoico.
nica del análisis de niños pequeños», que nunca fue publicado. Sólo co­ No sin cierta nostalgia, recuerda Klein en 1955 su primera sesión con
nocemos de él un resumen aparecido en el Boletín de la Asociación Psi­ Rita en aquella primavera berlinesa de 1923. Apenas quedaron solas, la ni­
coanalítica Internacional.4 ña se m ostró ansiosa, permaneció en silencio y pidió salir al jardin. La ana­
E sta comunicación m uestra ya nítidamente cómo opera la técnica del lista consintió y salieron mientras la madre y la tía las miraban de lejos con
juego y la form a en que Klein emplea la interpretación. La técnica lú­ escepticismo, seguras de que el intento fracasaría. Sin embargo, aquella
dicra consiste en aplicar las reglas de la interpretación onírica a los analista de tan poca experiencia y tanto talento ya había decidido que la
juegos, testeando su validez a través de la respuesta del niño, que se trasferencia negativa estaba dominando el cuadro. Al verla más tranquila
contrasta asimismo con sus fantasías, sus dibujos y el conjunto entero de en el jardín y tom ando en cuenta ciertas asociaciones, le dijo que temía que
su conducta. ella le hiciera algo al estar solas en el cuarto y ligó ese tem or a sus terrores
P ara esa época Klein ya había llegado a comprender que el mecanis­ nocturnos, cuando Rita pensaba que una mujer m ala la atacaría en su ca­
mo fundam ental del juego de los niños es la descarga de fantasías m as­ ma. Minutos después Rita volvió confiada a su habitación.
tu rbatorias.5 De esto se sigue que las inhibiciones en el juego tienen su Esta interpretación es por muchas razones histórica. Podem os d a­
origen en la represión de estas fantasías, que siempre nos remiten a la es­ tarla con seguridad y ofrece las características propias del trabajo de
cena prim aria. A iguales conclusiones había llegado Klein al estudiar el Klein: se dirige a la angustia, tom a en cuenta la trasferencia, incluyendo
papel de la escuela en el desarrollo libidinal del niflo en 1923. la de signo negativo, y la vincula con los síntomas y el conflicto. Estos
Nunca se puede sobrestim ar, afirm a Klein (1926), la im portancia de elementos enlazados, señala P eto t,8 exhiben la originalidad de esta técni­
la fantasía y de su trasform ación en actos en la vida del niño, bajo la ca. Melanie Klein misma lo dice en su trabajo de 1955: su abordaje de Ri­
im pronta de la com pulsión a la repetición,6 ta es típico de lo que vendría a ser después su técnica (The Writings, vol.
3, pág. 123; Obras completas, vol. 4, pág. 22).
Klein apoya su labor interpretativa en un hecho empírico derivado de
su trabajo clínico, y es que el niño tiene más contacto con la realidad de
5. La experiencia con Rita lo que el adulto supone. Muchas veces la alegada deficiencia se debe no a
que sea incapaz de percibirla sino a que la desmiente, la repudia: es que el
El trabajo de Salzburgo inspiró sin duda «Los principios psicológicos criterio decisivo del juicio de realidad del niño y por ende de su capacidad
del análisis infantil», donde Klein desarrolla con más am plitud su técnica de adaptarse dependen de su tolerancia a la frustración y en especial a la
del juego y su teoría de la interpretación.7 Adelantándose a lo que va a frustración edipica. De ahí que con frecuencia nos sorprende la facilidad
exponer en «La personificación en el juego de los niños» (1929), des­ con que a veces acepta la interpretación y hasta goza con ella:9 en el niño
cubre que la asignación de roles enei juego permite al niño separar las di­ la comunicación entre los sistemas Ce e lee es más fácil que en el adulto.
ferentes identificaciones que tienden a presentarse en bloque. Es fácil P o r esto la interpretación tiene en él un rápido efecto, a veces sorpren­
com prender que esta concepción del juego lleva naturalm ente a interpre­ dente, por más que pueda no darse por aludido: su juego se reinicia o
tar sin dilación los papeles que aparecen y a prestar un interés creciente a cambia, su angustia cae o sube bruscam ente, aparece nuevo m aterial, la
la interpretación trasferencial. Desde este punto de vista, ya están, pues, relación con el analista se hace más viva y estrecha. Al levantar las repre­
perfiladas las características que van a distinguir a Melanie Klein por su siones, la interpretación prom ueve un cambio económico que se traspa-
form a de interpretar. renta prístinam ente en el placer con que el niño juega.
Petot (1979) señala con razón que el caso Rita, que Melanie Klein Aquí Klein se permite discrepar directam ente con Freud, que en su
historia del «H om bre de los Lobos» (1918) afirm ó que, en contra de lo
4 International Journal , vo!. Î, pág. 398. que podría parecer, el material que ofrece el niño resulta al fin y al cabo
5 Véase The Writings, vol. l.p á g . 135, roía 2, donde se reseñan algunas ideasdel traba­ inferior al del adulto, ya que a aquel le faltan palabras y pensam ientos
jo de Salzburgo.
6 «/л general, in the analysis o f children we cannot over-estimate the im portance o f
phantasy and o f translation into action at the bidding o f the com pulsion to repetition» {The * Petot (1979, pá«. 121).
Writings, vol. 1, pág. 136; Obras completes, vol. 2, pág. 134). * * We are often surprised at the facility with which on some ocassions our interpretations
’ Este articulo fue leído en la Sociedad Psicoanalitica de Berlín en diciembre de 1924 art accepted: sometimes children even express considerable pleasure in them» (The Wri
( Elia del Valle, 1979, vol. 1, pig. SS) y publicado dos aflos después. tings, vol. I, pig. 134; Obrascomptetas, vol. 2, pág. 132).
que tiene que recibir prestados. Esta afirm ación va a ser com partida ro­ de trazo delirante» (ibid., pág. 301), que rompe totalm ente con la m eto­
tundam ente por Anna Freud. El m aterial del niño, dirá ella, no nos lleva dologia de Freud y el psicoanálisis. Opiniones tan extremas como esta,
más allá del lenguaje, cuando su pensamiento empieza a parecerse al sirven más para la polémica y el rechazo que para un posible cotejo de las
nuestro. Es que en el niño fallan los dos métodos que nos perm iten re­ ideas contrapuestas.
construir la prehistoria en el paciente adulto, la asociación libre y la tras­ E n verdad, a mi juicio, poco tenía Klein de rutinaria y mecánica en su
ferencia.10 Klein replica que si se sabe observar atentam ente su juego y se m anera de trab ajar. Coincidiendo con todos los psicoanalistas, ella con­
lo ubica en el contexto de su conducta total, el niño ofrece un rico m ate­ sideraba que la interpretación sólo debía darse sobre la base de un m ate­
rial, sobre todo si lo entendemos en su valor simbólico: las fantasías, los rial adecuado; pero, a diferencia de otros, sostuvo que los niños de hecho
deseos y las experiencias del niño quedan representadas en el juego gra­ presentan ese m aterial, a m enudo sorprendentem ente rápido y en gran
cias al simbolismo, ese lenguaje arcaico y olvidado que nos viene de la fi­ variedad (The Writings, vol. 1, pág. 134; Obras completas, vol. 2, pág.
logenia, así com o también de los otros medios de expresión que Freud 132). La diferencia no hay que buscarla, pues, en este punto, en la teoría
descubrió en el trabajo del sueño. El simbolismo —dirá en el Simposio— de la interpretación sino, más bien, en lo que se entiende por m aterial o,
es la palanca del análisis del niño (The Writings, vol. 1, pág. 147; Obras lo que es lo mismo, en el alcance que se le va a dar al concepto de fantasía
completas, vol. 2, pág. 144). inconciente.
C on esto llegamos a uno de los principios básicos de la interpretación Klein concluye su im portante trabajo de 1926 com parando la si­
kleiniana, tal vez el más controvertido, la utilización de los símbolos. tuación analítica en el adulto y el niño. D ado que los medios de expresión
Cuesta aquí un poco separar con ecuanimidad los problem as propiam en­ son diferentes, la situación analítica parece muy distinta; pero, en reali­
te científicos, teóricos o técnicos, de los que irrum pen desde la ideología dad, es en esencia igual: «Así com o los medios de expresión de los niños
y el prejuicio, así com o de los legítimos e irrecusables estilos personales. difieren de los de los adultos, así tam bién la situación analítica en el aná­
Es exacto afirm ar que un rasgo distintivo del abordaje kleiniano es que lisis de niños parece ser enteram ente diferente. Sin em bargo, es en am bos
np vacila en interpretar directam ente los símbolos, pero sin olvidar que el casos esencialmente la misma. Interpretaciones adecuadas, resolución
simbolismo es sólo una parte del material de que ella se vale, atenta gradual de las resistencias, y persistente descubrimiento p o r la trasferen­
siempre a todas las sutiles form as de expresión del proceso prim ario. cia de situaciones anteriores —esto constituye en los niños tanto com o en
A diferencia de otros analistas más cautos (¡entre los que se incluyen los adultos la situación analítica correcta» (Obras completas, vol. 2, pág.
tam bién algunos autores poskleinianos!) la verdad es que todo lo que 134; The Writings, vol. 1, pág. 137).
hace Klein es no dejar de lado el simbolismo y recurrir a él tanto com o a
los otros modos de expresión inconciente. Que este procedim iento la ex­
ponga al error de traducir m ecánicamente los símbolos sólo prueba que
Melanie Klein puede equivocarse como cualquier otro analista. Los que 6, El Simposio sobre análisis infantil
critican el uso de los símbolos siempre piensan que se los traduce estere­
otipadam ente, nunca jam ás con agudeza y talento. M ás allá de las predi­ El 4 y el 18 de mayo de 1927 tuvo lugar en la Sociedad Británica el
lecciones personales y del estilo de cada analista, creo yo que es tem erario Simposio sobre análisis infantil, donde hablaron Melanie Klein, Joan Ri­
afirm ar, com o a veces se hace, que la técnica de Klein consiste en u n a tra­ vière, M .N . Searl, Ella F. Sharpe, Edward Glover y Ernest Jones. Todos
ducción directa de los símbolos. Así piensa, sin embargo, Maurice Dayan los trabajos tienen un tono polémico y no escatiman Jas criticas a A nna
en un trabajo reciente (1982), que entiende la técnica de Melanie Klein Freud y a su recién publicada obra Einführung in die Technik der Kinder-
com o una sistem ática y directa traducción de sím bolos, con total pres- analyse. En este momento no me interesa reabrir aquella ardorosa polé­
cindencia de todo lo demás. Dice Dayan: «De tal suerte que ancla en el mica, que llegó a m olestar al propio Freud, sino extraer los rasgos que
sujeto la convicción de que el contenido m anifiesto de sus actividades lo- perm itan dibujar con más realismo el perfil de la interpretación
cutorias, gráficas y lúdicras no tienen ninguna im portancia, y que sólo kleiniana.
cuentan las significaciones latentes que el intérprete reencuentra inm odi- En el simposio se enfrentan n o sólo dos pioneras jóvenes y creadoras,
ficadas bajo las representaciones más diversas» (pág. 272). P ara D ayan, no sólo dos escuelas y dos polos de gravitación científica —Viena y
Melanie Klein interpreta con una certeza inconmovible en un «discurso Londres— sino tam bién dos tem peram entos. Si A nna Freud ve al niño
diferente del adulto es porque piensa en el yo; Klein los ve parecidos po r­
que m ira el inconciente.
19 « B u l so f a r as m y experience goes, and with the technique I have described, il does
Cuando en 1966 habló en Chicago, invitada por K ohut, sobre «El ini»
not lake us beyond the boundaries where verbalization begins — that period, in other
Words, when his thought processes begin to approxim ate our ow n» (T h e Writings o f A n n a tituto psicoanalítico ideal», A nna Freud se mostró disconform e con el tí*
F rtud, vol, 1, pâg. 52). tulo de su conferencia, porque no le interesa lo ideal a no ser que pu&liA
trocarse en realidad, y recordó que de niña sólo le interesaban los cuentos Klein (1927) cree firmemente que una actitud ansiosa u hostil por p ar­
que podían ser verdad. En cuanto aparecían elementos con carácter te del niño expresa la trasferencia negativa (The Writings, vol. 1, pág.
sobrenatural, su interés decaía, N o es extraño que una niña como 145; Obras completas, vol. 2, pág. 142), m ientras que A nna Freud (1927)
aquella, con un apego tan fuerte a la realidad, estudiara de grande el yo y considera que una reacción de este tipo en un niño pequeño puede deber­
sus mecanismos de defensa. No tengo una anécdota de la pequeña M ela­ se a su buen vínculo con la m ad re.1* Antes al contrario, sigue A nna
nie para contraponerla a esta que acabo de recordar, pero me la imagino Freud, son precisamente los niños que gozaron de poco cariño en el ho­
escuchando absorta los cuentos de hadas y brujas de sus prim eros años gar los que establecen más pronto una relación positiva con el an alista.12
de vida. Klein replica, a su turno, que la clínica «ha confirm ado mi creencia
En el capítulo 3 de su libro, A nna Freud (1927) presenta los argum en­ de que si inm ediatam ente explico este rechazo como sentimiento de an ­
tos teóricos que la hacen dudar de la técnica lúdicra. N o todo lo que el ni­ gustia y de trasferencia negativa, y lo interpreto como tal en conexión
ño hace en el juego puede tener el valor simbólico que le asigna Klein; con el m aterial que el niño produce al mismo tiem po, y luego lo retrotrai­
puede ser tam bién algo inocente, algo que tiene que ver con una experien­ go a su objeto original, la m adre, inm ediatam ente puedo com probar que
cia presente e inm ediata, al modo —diría yo— de los restos diurnos del la angustia disminuye» (Obras completas, vol. 2, pág. 142; The Writings,
sueño. Klein responde que ella no interpreta directamente (o silvestremen­ vol. 1, pág. 145). Unas líneas más abajo, Klein afirm a com plem enta­
te), sino que tiene en cuenta toda la situación en conjunto. No me intere­ riam ente que si la actitud del niño hacia nosotros es am istosa y juguetona
sa aquí señalar quién tiene razón (y de hecho pienso que esta crítica de estamos justificados en asum ir que existe una trasferencia positiva y ha­
Anna Freud a veces es justa y otras no), sino señalar cóm o define Klein cer uso de ella sin hesitar en nuestro trabajo (The Writings, vol. 1, págs.
en este punto su actividad interpretativa: cuando h a llegado a com pren­ 145-6; Obras completas, vol. 2, pág. 143).
der ciertas conexiones, «entonces interpreto estos fenómenos y los enlazo El debate sobre si la trasferencia aparece tem pranam ente y si tem pra­
con el inconciente y con la situación analítica. Las condiciones prácticas nam ente habrá de interpretarse sigue casi con el mismo fragor en
y teóricas para la interpretación son precisamente las mismas que en el nuestros días. No es este el m om ento de entrar en la polémica, pero sí de
análisis de adultos» (Obras completas, vol. 2, pág. 144; The Writings, señalar que no se discute si hay que interpretar la trasferencia sino el m o­
vol. 1, pág. 147). Esta cita de Klein es para mí importante porque apoya lo m ento de su aparición.
que dije antes, que el uso de la interpretación es el mismo en el niño que en el El otro gran tem a de controversia es el origen del superyó. Anna
adulto y lo que varia es el concepto de material, que tiene que ver a su vez Freud piensa, como su padre, que el superyó se form a con la declinación
con el alcance de la fantasía. del complejo de E dipo, mientras Klein postula que el superyó se form a a
El sistema Ice predom ina en el niño. Es dable esperar, por esto, que el lo largo del com plejo de E dipo y no en form a crítica al final. De esta for­
m odo de representación simbólica prevalezca en su mente y que p ara to ­ ma cree no estar m odificando las teorías de Freud. Klein parte de un
m ar contacto con el niño debamos recurrir a la interpretación. hecho de observación en sus primeros análisis (Fritz, Félix), y es que el
Si queremos penetrar en el inconciente del niño debemos estar atentos sentimiento de culpa aparece antes que decline el complejo de Edipo. Es­
a sus m odos de expresión para detectar lo antes posible la ansiedad y la tos primeros atisbos clínicos se ven para ella fehacientemente confirm a­
culpa, porque sólo interpretándolas y aliviándolas podrem os tener acce­ dos cuando emplea con Rita, Inga o Pedro la técnica de juego. Los terro­
so al inconciente. «Entonces si llevamos hasta el fin el simbolismo que res nocturnos del .segundo o tercer año de vida se constituyen claram ente
sus fantasías contienen, pronto veremos reaparecer la angustia y podre­ a partir de la escena prim aria y persisten sin solución de continuidad en el
mos así garantizar el progreso del trabajo» (Obras completas, vol. 2, complejo de Edipo de la etapa fálica.
pág. 145; The Writings, vol. 1, pág. 148). Sobre esta base clínica, Klein va a sostener que el complejo de Edipo se
inicia al comienzo del segundo año de la vida («The psychological p rin­
ciples o f early analysis», 1926) o en la segunda m itad del prim er año ( The
psycho-analysis o f children, 1932, capítulo I). Con la teoria de las posi­
7. Los puntos claves de la controversia ciones, cuando el com plejo de Edipo queda por fin enlazado a la posi­
ción depresiva, la fecha de su comienzo se corre al segundo trim estre del
Si se com paran las ponencias del simposio con el libro de A nna Freud prim er año. Pero entonces el superyó esquizoparanoide aparece antes
se observan de inm ediato m uchas divergencias. Digamos desde ya que no
11 «The more tenderly a little child is attached to his own mother, the fewer friendly im­
todas ellas se habrán de mantener en el curso del tiem po y no siempre pulses he has toward strangen» (The Writings o f Anna Freud, vol. I , pág. 45).
tienen relación directa con lo que aquí estudiam os, esto es la interpreta­ 12 и It is especially with children who art accosturned to little loving treatment at home,
ción. Las diferencias más notables se advierten en la extensión que se le and are not used to showing or receiving any strong affection, that a positive relatlotuhlp it
da a la trasferencia (y, en términos más am plios, a la fantasía) y en cómo u/trn most quickly established» (ibid.).
se concibe el origen y la estructura del superyó.
del com plejo de E dipo y lo determ ina, con lo cual la teoría de Klein dice Así como es necesario interpretar cuando el niño está expresando sus
justam ente lo opuesto a la de Freud. fantasías, lo que para Klein implica un m om ento de trasferencia positiva
En este punto preciso, pues, viene a tener razón a la larga A nna (o podríam os m ejor decir un m om ento en que está operando suficiente­
Freud, si bien el enfoque clásico de la form ación del superyó tropieza mente la alianza terapéutica) y antes que nuestra dilación haga subir la
con más de una dificultad, como procuré dem ostrarlo en un trabajo en angustia y la resistencia, del mismo m odo tam bién hay que interpretar
colaboración presentado al XIV Congreso de Psicoanálisis de América sin titubeos la trasferencia negativa, que m uchas veces se expresa en una
L atina (1982). actitud de timidez, desconfianza o vergüenza. En este punto Klein coinci­
de con Reich (1927, 1933) en cuanto a la im portancia de la trasferencia
negativa latente, aunque su estrategia sea diam etralm ente opuesta. El
propone atacar sistemáticamente la resistencia caracterológica; ella bus­
8. La interpretación en El psicoanálisis de niños ca tom ar contacto con la fantasía inconciente.
Un postulado básico del efecto de la interpretación para Klein es que
E l psicoanálisis de niños, que Klein publicó en 1932, consta de una sólo a partir del alivio de la angustia en los niveles profundos de la mente
parte técnica y o tra clínico-teórica que estudia el efecto de las situaciones se pueda analizar válidamente el yo del niño y su relación con la realidad.
tem pranas de ansiedad sobre el desarrollo del niño. A los fines de nuestro «Este establecimiento de la relación del niño con la realidad, así com o el
estudio interesa la prim era parte y sobre todo el capítulo segundo, «La reforzam iento de su yo, se logran sólo muy gradualm ente y son el resul­
técnica de análisis tem pranos», donde la interpretación ocupa un lugar tado, y no la condición previa, del trabajo analítico» (Obras com pletas,
destacado. (El prim er capítulo del libro se basa en el trabajo ya com en­ vol. 1, pág. 155; The Writings, vol. 2, págs. 25-6). Con esta rotunda a­
tado de 1926.) firmación creo que se entiende lo que Klein quiere decir con interpreta­
Al comienzo del capítulo 2, con el caso de P edro, de tres años y nueve ción directa y profunda; así como tam bién en qué consiste su estrategia
meses, Klein nos m uestra cómo interpreta la escena prim aria, los celos de tom ar contacto con el inconciente.
por el nacim iento del herm anito y los juegos sexuales, basada en la activi­ Melanie Klein se ap arta aquí prim a fa c ie del Freud de «Sobre la ini­
dad lúdicra del niño y sus asociaciones. Pregunta, com puta la respuesta ciación del tratam iento» (1913c) que aconseja form alm ente no empezar a
del niño, tantea su receptividad y finalmente interpreta. Lo hace con pa- interpretar hasta que se haya establecido una efectiva trasferencia, un
1labras sencillas pero inform ando detallada y detenidam ente, sin ahorrar apropiado rapport con el paciente, *4 P odría argilirse, sin em bargo, que
las referencias concretas a los órganos y sus funciones, así com o a los ob­ Klein no desoye el consejo, en cuanto supone que ese rapport existe si el
jetos (padre, m adre, herm anos y otras personas del am biente). Klein in­ niño juega o le habla; pero es indudable que en este punto la trasferencia
siste más de una vez en que la interpretación no debe ser simbólica, esto tiene para Klein un alcance distinto al que le d a el creador del psicoanáli­
es, alusiva. Los símbolos deben ser traducidos literalm ente y sin eufemis­ sis. Ella se aparta, p o r lo demás, de la confiada cautela de Freud, quien
m os. No basta decirle com o el padre a Juanito que él quiere tener un bi­ piensa que ese necesario rapport se logra con sólo darle tiem po al anali­
gote como el suyo si lo que se quiere decir es que el bigote representa el zado si el médico exhibe un interés genuino, elimina las resistencias ini­
pene. Com o dice en una nota al pie de este capítulo, si queremos tener ac­ ciales y evita cometer ciertos errores. Klein piensa, en verdad, exacta­
ceso al inconciente del niño, y por supuesto que sólo lo podem os hacer mente lo contrario: que el rapport sólo se obtiene interpretando.
con el lenguaje y a p artir del yo, entonces debemos evitar circunloquios y
usar palabras simples (The Writings, vol. 2, pág. 32; Obras completas,
vol. 1, pág. 161).
Klein señala en este capítulo que en cuanto el niño le da m aterial para 9. La interpretación en el período de latencia
interpretar lo hace inmediatamente. P arte de la base de que si el niño se
comunica bien es porque está en trasferencia positiva y entonces corres­ La teoría de la interpretación de Klein se desarrolló a partir de su ex­
ponde interpretar antes de que sea tarde, esto es antes que aparezca la an ­ periencia en el análisis de niños pequeños, donde u n a rica vida de fanta­
siedad, Si la interpretación se hace a tiem po —y p ara Klein esto quiere sía y una aguda ansiedad facilitan el acceso al inconciente. En el período
decir en cuanto sea posible— entonces el analista evita o, m ejor dicho, de latencia no se cuenta con esas (favorables) circunstancias y, p o r tan to ,
regula la emergencia de la ansiedad: «A sí, con una interpretación hecha a
tiem po —es decir, cuando se interpreta el m aterial tan pronto com o es m ils— the analyst can cut short the child's anxiety, or rather regulate it» ( The W ritingt,
posible— , el analista puede cortar la ansiedad del niño o re d u cirla...» .13 vol. 2, pág. 25; Obras com pletas, vol. 1, pág. 155),
M «La respuesta sólo puede ser esta: No antes de que se haya establecido en el pad*nW
«na trasferencia operativa, un rapport en regla» (A£, 12, pig. 140).
•' « Thus by m aking a tim ely interpretation — that is to say as soon as the material p e r­
crecen las dificultades en el abordaje técnico. El yo del período de laten- terpretar prestam ente antes que sea demasiado tarde y el niño abandone
cia, por otra parte, no se ha desarrollado por com pleto, de m odo que el el tratam iento.
analista no cuenta con el deseo de curación del adulto ni con un de­ C uando resume las conclusiones del capítulo, Klein afirm a que en el
sarrollo del lenguaje que haga posible la asociación libre: en otras p a­ período de latencia es esencial establecer contacto con las fantasías in­
labras, el niño del período de latencia no juega com o el pequeño ni asocia concientes del niño, lo que se logra interpretando el contenido simbólico
com o el adulto. del material en función de la ansiedad y el sentim iento de culpa; pero, co­
La vía de abordaje que Klein encuentra en estas difidles circunstan­ m o la represión de las fantasías es más intensa en esta etapa del de­
cias tiene su punto de apoyo en la curiosidad sexual, donde la represión sarrollo que en la anterior, muchas veces tenemos que encontrar el acceso
del instinto epistemofílico dom ina todo el cuadro. A poco que el m aterial al inconciente a partir de representaciones que se presentan como entera­
se lo perm ite, Klein le interpreta al niño latente que está preocupado por mente desprovistas de fantasías. Sin em bargo, si el analista no se conten­
la diferencia de los sexos, el origen de los niños y la com paración con el ta con enfrentar este tipo de producto como una mera expresión de la re­
adulto, cuidando que estas prim eras intervenciones sean interpretaciones sistencia y lo trata como verdadero m aterial (esto es, com o contenido)
cabales y no explicaciones. C on la interpretación pronto se llega a la an ­ podrá abrirse cam ino al inconciente: «Prestando suficiente atención a
siedad y el sentim iento de culpa del niño, con lo que se establece la si­ pequeñas indicaciones y tom ando como nuestro punto de partida para la
tuación analitica, m ientras que las explicaciones intelectuales o la actitud interpretación la conexión entre el simbolismo, el sentimiento de culpa y la
pedagógica sólo logran remover el m aterial reprim ido sin resolverlo, con ansiedad, que acom pañan esas representaciones, siempre encontrarem os
lo que aum enta la resistencia. oportunidad de comenzar y efectuar la labor analítica» (Obras com pie-
Un caso p o r demás ilustrativo para com prender no sólo la técnica si­ tas, vol. 1, pág. 201; The Writings, vol. 2, pág. 73).
no tam bién la estrategia (o ideología) de Klein es el de Egon, un niño de A continuación Klein precisa qué quiere decir tom ar contacto con el
nueve años y m edio con graves problem as de desarrollo y dificultad para inconciente. El hecho de que en el análisis de niños nos pongamos en
establecer contacto con las personas y la realidad, que se relata en la p ar­ comunicación con el inconciente antes de que se haya establecido una re­
te final del capítulo 4. lación fructífera con el yo no significa que este haya quedado excluido
Al com enzar el tratam iento Klein invitó a Egon a usar el diván, lo que del trabajo analítico. Un tipo tal de exclusión sería imposible no sólo
el niño aceptó con su proverbial indiferencia, sin que pudiera estable­ porque el yo está estrechamente conectado con el ello y el superyó sino
cerse la situación analitica. La analista com prendió que la escasez de tam bién porque sólo podem os tener acceso al inconciente a través del yo.
material dependía de dificultades en la verbalización que sólo podrían re­ Lo que quiere decir Klein es que el análisis no se aplica al yo com o tal, co­
solverse con métodos analíticos. Lo invitó entonces a considerar la posibi­ mo hacen los métodos educacionales, sino que busca abrirse cam ino a las
lidad de jugar y, aunque Egon dijo como siempre que le daba lo mismo, agencias inconcientes de la mente, decisivas en la formación del yo
empezó un juego p o r demás m onótono y reiterativo con unos carritos. (Obras completas, vol. 1, pág. 201).15 U na actitud técnica que trate de es­
C onocedora de que uno de los factores que iniciaron las dificultades tim ular los intereses yoicos del niño no va a m odificar sustancialmente la
de Egon fue que, cuando tenia cuatro años, el padre reprimió su m astur­ situación, ya que sólo la interpretación pone en m archa el proceso analí­
bación y le exigió que por lo menos confesara cuándo lo había hecho, tico y lo m antiene en m ovimiento (Obras completas, vol. 1, pág. 202). ie
Klein trató de diferenciarse de ese padre severo y dom inante jugando a El análisis no se .dirige al yo con medidas educacionales sino que busca
los carritos con el niño durante varias sem anas en silencio, evitando toda abrirse camino al inconciente.
interpretación. C uando al fín se decidió a interpretar en térm inos de
coito de los padres, m asturbación y rivalidad edipica, el m onótono juego
empezó a cam biar, a hacerse m ás rico y m ovido, al par que tam bién se
m odificó la conducta del niño en la casa. 10. Algunas características de la interpretación kleiniana
El caso Egon resulta así poco menos que experim ental para Klein.
Todos los intentos de establecer la situación analítica tratando de lograr Llegados a este punto resulta fácil comprender que Klein interpreta
un rapport fracasaron, m ientras que la interpretación del m aterial lo en una form a especial y distinta a otros autores, aunque no sea sencillo
logró pronta y limpiamente. Klein concluye, pues, que fue tiempo perdi­ señalar en qué consiste su particularidad. Klein interpreta más frecuente-
do no interpretar el juego desde el comienzo y hasta piensa que si pudo
13 «Nevertheless, analysis does n o t apply itself to the ego as such fas educational
m antener esa actitud sin poner en peligro la continuidad del análisis fue methods do) but only seeks to open up a p ath to the unconscious agencies o f the m in d those
solam ente por la intensidad con que la angustia de Egon estaba reprim i­ agencies which are decisive f o r the fo rm a tio n o f the ego» (The Writings, vol. 2, p ig , 74).
da. En niños menos enferm os, dem orar las interpretaciones conduce por 16 «F or in child analysis it Is Interpretation alone, in m y experience, w hich i t e r a th*
lo general a la aparición de crisis agudas de ansiedad, que obligan a in- analytic process a n d keeps In going» {ibid., p ig . 75).
mente que otros analistas y su táctica consiste en interpretar (al menos en
el niño) tan pronto com o le sea posible. Si el paciente está aportando m a­
.
32 Tipos de interpretación
terial ella considera que esa actitud nace de su trasferencia positiva y que
dem orar la interpretación sólo va a conducir a situaciones de angustia y
resistencia. Si la angustia y la resistencia aparecen espontáneam ente, en­
tonces razón de más para interpretar con el fin de aliviar la prim era y re­
ducir la segunda.
Hay que recordar que toda esta teoría general de la interpretación
surge justam ente de la viva respuesta de los niños a la labor interpretati­
va. Estas respuestas eran de tal magnitud que la llevaron a consultar a
Abraham sobre el camino a seguir. Abraham le repuso que, dado que 1. Repaso breve
las interpretaciones producían alivio y el análisis iba progresando, le p a­
recía lógico no m odificar el m étodo.17 Iniciamos el estudio de la interpretación a p artir de los medios de que
Klein siguió entonces impertérrita su método que consistía al fin y al el terapeuta dispone para operar, medios a los cuales Knight llam a ins­
cabo en interpretar la fantasía que estaba operando (según ella lo creye­ trum entos, en contraposición al material que stirge del paciente y
ra) y la ansiedad que esa interpretación pudiera despertar. com prende todas sus m odalidades expresivas. Los instrum entos de que
Esta técnica ha sido com batida por m uchos, muchísimos autores, que dispone el psicoterapeuta son m uchos, y menos los del analista en razón
la consideran brusca y desconsiderada. A veces puede serlo, ya que Klein de lo riguroso de su técnica. P o r esto decíamos que sólo contam os con
no tiene dem asiado en cuenta los efectos colaterales de la acción de in­ tres herram ientas básicas, la inform ación, el esclarecimiento y la
terpretar. La interpretación «directa» puede ser decodificada por el an a­ interpretación. Recordemos tam bién que, a no ser que se dé al térm i­
lizado efectivamente como agresiva o seductora, y esto puede ser más no interpretación un sentido muy am plio (pero tam bién impreciso), de­
cierto todavía si el analista opera con un conflicto de contratrasferencia. berá reconocerse que, com o analistas, utilizam os otros elem entos, por de
En otras ocasiones, una traducción simple de los símbolos, al om itir los p ronto para recabar inform ación. Los recursos restantes, en cam bio, los
eslabones preconcientes del m aterial, puede llevar el proceso por vías de que sirven para influir sobre el paciente, com o el apoyo, la sugestión y la
la abreacción o la intelectualización. Todos estos son riesgos ciertos y en persuasión, no pertenecen a la técnica psicoanalítica. Se los po d rá usar, a
alguna medida inevitables de la interpretación kleiniana, que se deben lo sum o, decía Bibring (1954), com o recursos técnicos pero no terapéuti­
contrapesar con las virtudes innegables de este m odo de operar que con­ cos; y aún asi habrá que ver en el caso concreto si su empleo puede alguna
siste en interpretar sin otro com prom iso y objetivo que el de hacer con­ vez justificarse.
ciente lo inconciente, sin dejarse llevar jam ás por la complacencia y la Estudiam os después las diferencias entre interpretación y construc­
blandura, sin temer las consecuencias de decir lo que el analista considera ción, tem a que está sobre el tapete y fue debatido en los congresos inter­
que está pasando en la mente del analizado y que debe decir. nacionales de Nueva York (1979) y Helsinki (1981), y frente al cual caben
Si bien es cierto que la comprensión actual de las sutilezas del proceso varios enfoques teóricos. H ay autores que los piensan com o instrum en­
analítico, la complejidad de la relación inconciente entre el analista y anali­ tos sustancialm ente distintos; otros consideran que son en esencia lo mis­
zado que deriva de la teoría actual de la contratrasferencia y de la respues­ m o y sólo reconocen diferencias de grado con respecto a situaciones téc­
ta concreta del analizado a la interpretación (como fue expuesta por Lui­ nicas concretas no menos que a determ inados intereses teóricos que
sa G. Alvarez de Toledo, 1954; Racker, 1958c, y Liberm an, 1976a, entre pueda tener el analista.
muchos otros autores) nos obliga a ser muy cautos, los principios sentados En el capítulo 29 se ha estudiado de m anera especifica la in ­
por Melarne Klein siguen teniendo en mi opinión plena vigencia. terpretación en sus diversos aspectos y m odalidades. Sin proponérnoslo,
seguimos la evolución histórica de la técnica misma, donde el concepto
de hacer conciente lo inconciente (a través de la interpretación) se fue
enriqueciendo con los diversos enfoques metapsicológicos que Freud y
algunos de sus discípulos fueron descubriendo y describiendo.
Llegamos así a discrim inar en la interpretación tres niveles: el to­
pográfico, que corresponde a la fórm ula más antigua y simple de hacer
conciente lo inconciente; el dinám ico, es decir el de vencer u n a determ i­
nada resistencia, y, por fin, el económico, que tom a el material en el pun>
17 Véase «La técnica psicoanalitica del juego», 1955. to preciso en que (a juicio del analista, p o r supuesto), están cristalizando
en ese m om ento los afectos más fuertes. Este concepto económ icot í ] r Ué»
la técnica reichiana, volvió a aparecer en otro contexto teórico y con otra m odo que cuando se hace esta clasificación no se sanciona una diferencia
term inologia como liming de la interpretación y punto de urgencia en la fundam ental entre interpretar el pasado o ei presente, porque en ambos
obra de Melanie Klein. Si bien es cierto que el concepto de timing tiende casos se debe considerar al individuo en su conjunto.
más bien a señalar la im portancia de la ansiedad emergente, en cuanto es
esta lo más relevante para la tarea interpretativa, implica que está en
juego lo económico.
Estudiam os después la influencia de la teoría estructural en la in­ 3. Interpretación histórica
terpretación, para lo cual seguimos el camino que desde Reich y Fenichel
va hasta A nna Freud y su influencia en los psicólogos del yo de Estados A pesar de lo que acabam os de decir, la praxis m arca diferencias
Unidos y de Londres. entre interpretar la historia y la actualidad. Acentuarlas nos lleva insen­
En el último capítulo hicimos un intento de dar un perfil de la in­ siblemente a replantear el problem a de construcciones versus interpreta­
terpretación en Melanie Klein, tarea nada fácil por cierto, en cuanto se ciones, en cuanto la construcción siempre se refiere al pasado. Llamamos
suman las com plejidades teóricas con los conflictos de la lealtad escolás­ de hecho construcción a un tipo especial de interpretación histórica, por
tica, que confiam os com pletar en este capítulo y el que sigue. medio de la cual tratam os de recuperar una situación pasada, con sus
afectos, sus personajes y sus ansiedades, en la form a más com pleta y fi­
dedigna posible. De m odo que, a mi entender, la interpretación histórica,
en cuanto acentúa su carácter de tal e intenta una puesta en escena de
2. Tipos de interpretación todos los elementos que en un m om ento dado estuvieron en juego, se
llam a concretam ente construcción . 2 Como dice Phyllis Greenacre,
Luego de haber delimitado el concepto y estudiado la metapsicología «toda interpretación clarificadora incluye generalmente alguna referen­
de la interpretación, vamos ah ora a discutir sus tipos (clases). En reali­ cia a la reconstrucción».3
dad, hay varios si no muchos tipos de interpretación; pero vamos d Si es difícil deslindar conceptualm ente interpretación y construcción,
centrar la discusión en cuatro que abarcan los demás: interpretación his­ m ás lo es todavía separar construcción de interpretación histórica. Bem -
tórica y actual; trasferencial y extratrasferencial, como m uestra este pe­ feld (1932), com o ya vimos, no las distingue y acaba p or considerarlas si­
queño cuadro sinóptico: nónim os. Se puede decir que la construcción intenta recuperar aconteci­
mientos olvidados (reprimidos) y la interpretación pulsiones y deseos.
histórica Esta diferencia, sin em bargo, es más simpática y pedagógica que riguro­
trasferendal sa. Si los acontecimientos se olvidan es justam ente porque estaban
actual im pregnados de deseos y, viceversa, no puede haber deseos desgajados
del acaecer vital del que los tiene.
De todos m odos, los analistas que utilizan la construcción subrayan
Este cuadro engloba la m ayoría de las posibilidades interpretativas y el valor del pasado, convencidos de que lo fundamental es reconstruir la
está sustentado en dos teorías fundamentales: la teoría del conflicto (ac­ historia, devolviendo al analizado el lugar que ocupó en la tram a de su
tual, infantil) y la teoría de la trasferencia, esto es, la tendencia de los se­ propia vida, restaurando los m om entos en que esa historia se había roto.
res hum anos a repetir el pasado en el presente.* Desde luego que nuestro No voy a pretender que se termine esta m agna discusión pero quiero
cuadro sinóptico puede hacerse al revés sin que varíen los conceptos: in­ señalar que sean cuales fueren las teorías (y las predilecciones) con que el
terpretación trasferencial y no trasferencial histórica y actual. analista enfrenta su singular trabajo, no creo que haya analista alguno
La interpretación de la historia del paciente y la interpretación de su que en la práctica pueda ocuparse sólo de la trasferencia y prescindir de
vida actual, la interpretación referente al pasado o al presente, no son co­ las interpretaciones históricas o del conflicto actual; y, viceversa, ni aun
sas opuestas: somos historia y el presente es también parte de esa histo­ el analista que circunscriba toda su labor a hacer la más cuidadosa re­
ria, tanto como el pasado también es parte del presente. Somos tiem po construcción del pasado y entienda la trasferencia como un obstáculo del
además de nosotros mismos, dice Heidegger. A un sin esgrimir la teoría que hay que liberarse (una fascinación imaginaria de la que hay que de-
de la trasferencia, som os nuestro pasado: más allá de que lo repitam os o
no, en cada uno de nuestros actos se puede visualizar nuestro pasado. De 1 C om o vimos en su m om ento, el carácter hipotético de lz construcción d e ninguna ma-
U til le e t especifico; tam bién la interpretación es una hipótesis, y no sólo por la i decisiva!
I l/o n c i del m étodo sino tam bién po r las de la m odestia y el tacto.
’ Más adelante vam os a considerar otros tipos, com o interpretación superficial y p ro ­ * *Any clarifying interpretation generally includes some reference'to reconstruction»
funda, com pleta e incom pleta, etcétera. IH IH , pág. 703).

tu t
sengancharse, dice el Lacan de 1951, por ejemplo), va a pensar que podrá già del ontoanálisis es que los dos existentes puedan unirse, y esas in­
operar sin interpretaciones trasferenciales, aunque más no fuera para terpretaciones, entonces, no se dan en térm inos tácticos (para llegar a
remover el obstáculo. una situación distinta) sino que son la base misma del trabajo; son in­
terpretaciones estratégicas, porque la estrategia de su labor es buscar un
encuentro existencial. En cam bio, cuando yo com o analista interpreto el
conflicto actual, dado que estoy operando con la teoría de la trasferen­
4. Interpretación actual cia, doy esa interpretación tácticamente esperando que surja el vínculo
con el pasado.
Nuestros analizados no viven, por cierto (¡y por suerte!) en una torre P or otra parte, los psicoanalistas que piensan que en nuestro trabajo
de m arfil; y, por muy poderosa y estable que haya llegado a ser la neuro­ no hay o tra cosa que la situación de cam po, en realidad trasform an en
sis de trasferencia, el analizado tendrá conflictos y ansiedades con su am ­ estratégicas las interpretaciones del aguí y ahora. Creen que si se m odifi­
biente, que aparecerán en la sesión a poco que cum pla la regla funda­ ca el cam po cam bia necesariamente el m undo entero de objetos del anali­
m ental. A veces esos conflictos tienen más que ver con la trasferencia que zado. Esta posición es a mj juicio errónea por cuanto no tiene suficiente­
con el entorno, y entonces los llamamos acting out; otras veces se refieren m ente en cuenta los m ecanismos de disociación tem poral. A veces el
concretam ente a las personas que form an el grupo social, y entonces se conflicto trasferencial se «resuelve» idealizando al analista y culpando a
plantea el problem a de interpretarlos, cóm o y hasta dónde interpretarlos. los padres de la infancia.
U na crítica por demás frecuente en contra del análisis consiste en im ­ El problem a sólo puede solucionarse cuando el analista capta al an a­
putarle que olvida la realidad. Y esta crítica también la sufrimos de y la lizado en esa zona de brum a en que el pasado y el presente se superpo­
hacem os a los analistas con una orientación teórica distinta a la nuestra. nen, y con la interpretación delim ita esas dos áreas. Sólo entonces el pre­
P o r más que estemos muy atentos a la relación de nuestro analizado sente se hace presente enriquecido por todas las notas del pretérito y este,
con su am biente, no siempre es sencillo interpretarle su conflicto actual; a su vez, queda delim itado com o tal, como experiencia: no hay pues de
y es discutible que la interpretación de lo actual, de lo real en la vida del entrada dos áreas distintas, sino que quedan en rigor definidas com o p ro ­
paciente, pueda operar como instrumento de trasformación. Para la ma­ ducto del trabajo analítico. P ara el inconciente, decía Racker, el analista
yor parte de los psicoanalistas, la interpretación del conflicto actual es es el padre y el padre es el analista. Sólo después de la interpretación ad e­
más táctica que estratégica, preparatoria. No olvidemos, sin em bargo, cuada quedan esos dos objetos deslindados.
que el límite entre estas dos categorías es siempre azaroso, cuando no
ideológico. Al fin y al cabo, las tácticas y la estrategia del analista cambian
no sólo con su orientación teórica sino también (y así debe ser) con
las infinitas fluctuaciones del proceso analítico. 6. La interpretación trasferencial
La teoría de la trasferencia se mueve obligatoriamente entre dos polos,
d cam po ahistórico y la historicidad del sujeto. Podrem os subrayar un
5. Tácticas y estrategias interpretativas aspecto o el otro según nuestras inclinaciones doctrinarias, pero nunca des­
conocer uno de los dos. Com o acabo de señalar, el dilema no se supera con
Aunque no nos demos cuenta, al desarrollar nuestro pequeño cuadro la distinción entre tácticas y estrategias interpretativas, ya que estas depen­
sinóptico, tratam os no sólo los tipos (o clases) de interpretación sino den menos dé nuestras teorías que de las fluctuaciones del proceso analíti­
tam bién las tácticas y las estrategias interpretativas. Si aceptam os la no­ co. Tenemos que pasar del cam po ahistórico a la historia y viceversa en
ción de neurosis de trasferencia que propone «R ecordar, repetir y reela­ una especie de com prom iso doble; у, ел rigor, el dilema cesa si aplicam os
b orar», entonces la interpretación del conflicto actual será siempre, ya lo led am en te la teoria de la trasferencia, teoría según la cual la enferm edad
dijimos hace un m om ento, una interpretación táctica por definición, consiste en que tanto el pasado com o el presente se confunden en la m en­
m ientras que la estrategia subyacente será trasferencial. Y diría más; te del sujeto enferm o.
cuando las interpretaciones del conflicto actual se trasform an en estraté­ En su perdurable trabajo de 1956, Paula Heim ann subraya la im por­
gicas estamos saliéndonos del método del psicoanálisis, estamos enfocan­ tancia de la fu n d ó n perceptiva en la dinámica de la interpretación trasfe-
do desde un ángulo completamente distinto la situación terapéutica. ttncial. Heimann presentó su trabajo al Congreso de Ginebra de 1955 (y lo
Estam os haciendo, tal vez sin dam os cuenta, ontoanálisis, ya que al psi­ publicó en el International Journal del año siguiente). Es uno de los gran­
coanalista existential le interesa el encuentro existencial y le da lo mismo de* escritos sobre la interpretación, com o el de Strachey que com entarc-
que ese m om ento de encuentro sea dentro o fuera de la sesión. La estrate- шои más adelante. Tam bién nos ocuparemos ahora de un posescrito (ta

MI
Paula Heimann, que m odifica algunas de las ideas expuestas en Ginebra.4 analista debe dejar que el paciente torne la iniciativa, y le estará siempre
El punto de partida de Paula Heim ann es que la terapia analítica se vedado intervenir activamente con opiniones y consejos; y, al mismo
dirige al yo del paciente, cuya función prim ordial, de la que todas las tiem po, tendrá que analizar permanentem ente su contratrasferencia para
otras derivan, es la percepción. La percepción es al yo como el instinto al obtener de ella indicios de lo que le pasa al analizado, a fin de cumplir
ello, ya que la percepción supone que el yo catectiza activamente el obje­ con su difícil papel.
to , a través de mecanismos de proyección e introyección. De este m odo, Si el analista m antiene ese equilibrio, concluye Heim ann, su actividad
la función básica del yo, la percepción, queda indisolublemente asociada interpretativa puede ser su respuesta a una pregunta implícita: ¿qué está
a los procesos que sancionan la estructura y el desarrollo del yo y la rela­ haciendo el analizado ahora a quién y por qué?
ción de objeto. «La percepción inicia el contacto, y el contacto implica
los básicos mecanismos de introyección y proyección que construyen y
dan su form a al y o » .5
En la percepción opera el instinto de vida en busca de la unión y el 7. La interpretación extratrasferencial
contacto con el objeto, en prim er lugar el pecho de la m adre; mientras
que la finalidad del instinto de m uerte es evitar o destruir el contacto, la De toda la discusión anterior surge una y o tra vez un interrogante que
unión con el objeto. Es el instinto de vida, entonces, el que dirige el suje­ tiene siempre vigencia: ¿qué lugar ocupa en el psicoanálisis la interpreta­
to h a d a el objeto y engendra la percepción, y es a partir de este hecho ca­ ción extratrasferencial? P o r interpretación extratrasferencial se entiende
pital que podemos definir la tarea del tratam iento como la amplificación aquí, según lo ya estudiado, la que opera sobre el conflicto actual o el
del conocimiento de sí mismo a través de la relación emocional con el ana­ conflicto infantil.
lista. De esta form a, la trasferencia se convierte realmente en el campo de Si quisiéramos plantear este problem a en los térm inos de Paula
batalla donde van a dirimirse los conflictos del analizado, esos mismos Heimann podríam os decir que todo depende de los procesos perceptivos
conflictos que, en su m om ento, dieron su form a al yo (ibid., pág. 304). que están jugando en un m om ento dado en la situación analítica. Como
La tesis fundamental del trabajo es, por lo tanto, que el instrumento dice Lacan (1958), la interpretación que da el analista, sì la da, «va a ser
específico del tratamiento psicoanalítico es la interpretación trasferencial recibida como proveniente de la persona que la trasferencia supone que
(ibid., págs. 304-5), que permite al yo percibir su experiencia emocional y es» (Lectura estructuralista de Freud, pág. 223). Dentro de la técnica la-
hacerla conciente en el momento justo en que se despierta y en directo am iana, esta advertencia sin duda influye en la actitud de silencio del
contacto con el objeto. unalista, mientras que en la P aula Heim ann de 1955 y en general en todos
La otra tesis fuerte del trabajo de Heim ann es que la fantasia incon­ los analistas kleinianos opera como un llamado de atención p ara no pa-
ciente (tal como la definió Susan Isaacs) opera en todo m om ento. Desde 4ur por alto la trasferencia.
este punto de vista, la fantasía inconciente, causa de la trasferencia, no es Heimann tiende a pensar que sólo en raras ocasiones el analista es ca­
algo que irrum pe ocasionalmente en la relación del analizado con su ana­ li ulmén te el analista para el paciente. Son esos m om entos, señala, en que
lista y entonces interfiere con su razón y su deseo de cooperar, sino la vi paciente tom a conciencia de su historia y habla de sus objetos, de su
m atriz fértil de la que nacen sus motivaciones concientes e inconcientes, tnAilrc o su padre, y está realmente en unión con ellos; el analista pasa a
racionales y no racionales. Wl Uh testino privilegiado de ese encuentro, en que cristaliza y fructifica
La tarea del analista consiste en hacer concientes al analizado sus fan­ W píMsislentc labor en el campo de la trasferencia.
tasías inconcientes y esto se aplica tanto a la trasferencia positiva com o a 1*1 JiluWema que se le plantea más a la técnica, quizá, que a la estrate-
la negativa, tanto a su cooperación cuanto a su resistencia. kltt (‘tlfiüdo »c linee una interpretación histórica o actual es si la hace de ver­
Hay todavía una tercera tesis en el trabajo de H eim ann y se refiere a simi ffl analista o meramente el objeto que se le ha trasferido en ese m om en­
la función del analista. Com o decía Freud, el analista debe ser un espejo ti». HI e*t<? último es el caso, la intervención será para el paciente amenaza,
para el paciente, debe reflejarlo dándole así la oportunidad de percibirse ¡fgttOi'llc, complicidad, seducción: todo menos una interpretación, porque
a sí mismo en el otro: el analista asume el papel de un yo suplem entario li * ixitttló el centro de dispersión que estaba en la trasferencia.

p ara el paciente. P ara funcionar de esta m anera, concluye H eim ann, el 1*1 tIrsRO de las interpretaciones extratrasferenciales, entonces, reside
И1 í|li? íl paciente las reciba con una perspectiva trasferencial. E n térmí-
nm «if I Icimunn no habremos modificado la distorsión perceptiva del yo
* H*y que tener en cuenta que después de escribir este articulo, H d m a n n se apartó de la ■ici [Wlíntci habremos aum entado el m alentendido si preferim os hablar
escuela kleiniana, u*mo Money-Kyrle (1968, 1971). Este riesgo, sin embargo, no debe to-
1 «Perception initiates contact; and contact in volves th e main structural m echanism s o f Hlftlw como un obstáculo insalvable: siempre puede el analizado malefr
¡ntrojection and projection, which then build up and shape the ego» (H eim ann, 1956, pág. gmtfiit-f y siempre puede el analista corregir ese malentendido con UfW
303).
nueva interpretación. Y también podemos caer en el error contrario h a­ cibe a partir de la fantasía inconciente, lógicamente vamos a pensar que
ciendo una interpretación trasferencial cuando lo que hubiera correspon­ la realidad inm ediata de donde podemos partir es la trasferencia. Si sos­
dido era atender el conflicto infantil o el actual. Si queremos ser todavía tenemos, en cambio, que el conflicto a analizar se encuentra en un círcu­
más precisos tendremos que decir que toda interpretación va a ser bien lo cerrado al que sólo podemos acceder luego de un proceso de regresión,
com prendida p o r una parte del yo (el yo observador) y al mismo tiempo antes de intervenir tendremos que esperar en silencio hasta que eso suce­
distorsionada por el yo vivencial, de modo que cada vez que vamos a in­ da. Y más en silencio nos quedaremos todavía si sostenemos que la tras­
terpretar tendremos que pesar ambas posibilidades. Si el yo observador ferencia es un fenómeno imaginario del que nos debemos desenganchar
es suficiente (o, lo que es lo mismo, si contam os con una aceptable alian­ sin ceder a la dem anda.
za terapéutica) la posibilidad de que la interpretación sea operante es des­ Algunos analistas, entre los que se destaca Ricardo Avenburg (1974,
de luego mayor. Es en estas condiciones, justam ente, que aum enta su 1983), dicen que la trasferencia está tanto afuera como adentro de la se­
alcance la posibilidad de una interpretación extratrasferencial. sión y es indistinto entonces interpretarla en un sitio o en otro: mi trasfe­
Sin em bargo, ep también innegable que, por su indole, la interpreta­ rencia m aterna va a ser tanto con mi esposa y mis amigas como con la
ción trasferencial cuenta con mejores recursos para corregir la distorsión doctora que me analiza; y esto es cierto, absolutam ente cierto, un hecho,
perceptiva del yo (malentendido) porque se dirige a lo inm ediato, a lo da­ dicho sea de paso, que muestra la espontaneidad del fenómeno trasfe­
do; y, al mismo tiem po, el analista puede rescatarse m ejor en su condi­ rencial. Estos analistas no tienen en cuenta, sin embargo, que cuando mi
ción de tal al devolver el drama al verdadero tiempo de su historia. Estos doctora analiza mi trasferencia m aterna con mi m ujer o con una colega
dos elementos son im portantes, y porque sólo se pueden dar a partir de la puede no ser la analista para mi. Puede ser mi m am á, por ejemplo, una
interpretación trasferencial le confieren a esta un valor especial. mam á que no se hace cargo de su responsabilidad y me deja con «la niñe­
Si aceptamos sin cortapisas la teoría de la trasferencia podem os afir­ ra», cuando no una mam á que consiente el acting-out de que yo me vaya
m ar que, en la m edida en que corregimos la introm isión del pasado en el con la vecina o con la tía que mi m ujer está representando; o será mi p a­
presente, tenemos más oportunidades de operar com o analistas. Cada pá que me va a castrar por mi vínculo incestuoso; o mi herm anito celoso
vez que interpreto bien la trasferencia aum ento el ám bito desde donde de verme con m am á, etcétera. ¿Y, al fin y al cabo, quién le asegura a mi
puedo hablar com o analista. analista que mi mujer sea mi m am á en ese m om ento para mí? Puede ser
En resumen, la oposición dilemática entre interpretación trasferencial mi papá, por ejemplo. ¡Y hasta puede ser lisa y llanamente mi m ujer, sin
y extratrasferencial se resuelve respetando la com plejidad del m aterial sin distorsiones! P ara ser todavía más preciso debo decir que, en realidad,
am pararse en la com odidad de las opciones escolásticas. Como decia el cuando mi analista interpreta mi trasferencia m aterna con mi m ujer
maestro Pichón Rivière, una buena interpretación, una interpretación o con alguien afuera opera con dos inferencias teóricas: que mi m u­
completa, tiene que tom ar los tres ám bitos y m ostrar la identidad esen­ jer o quien fuera es mi m am á para mí y que ella, mi analista, es mi analis­
cial de lo que pasa en el consultorio con lo que sucede afuera y lo que se ta para mi. Estos dos supuestos pueden darse, por cierto; pero no deja de
dio en el pasado. Si tom am os una de estas áreas solamente, sea cual ser paradójico que, en ese preciso m om ento, yo distorsiono allá y no
fuere, com o si no existieran las otras dos, entonces ya no operam os con aquí. Si así fuera en efecto, habría que preguntarse en qué form a están
la teoría de la trasferéncia. operando los mecanismos de disociación.
En este punto se com prende la im portancia que otorga H eim ann al
fenómeno perceptivo, ya que siempre será más tácil para el analista ad ­
vertir y para el analizado corregir una distorsión perceptiva cuando se da
8. La interpretación completa en el campo. Más seguro es hablar de la (neurosis de) trasférencia que
uno ve que de las trasferencias que infiere. El error se hará ya inevitable
U na interpretación completa, acabam os de verlo, debe integrar todos cuando un problem a de contratrasferencia lleve a interpretar de esta m a­
los niveles que ofrece el material: conflicto infantil, conflicto actual y nera. Si el analista está realmente aludido y prefiere no obstante interpre­
trasferencia. En la medida en que utilizamos coherentemente la teoría de tar el conflicto actual o el conflicto infantil, es lógico suponer que lo está
la trasferencia, apoyados en los postulados psicoanalíticos más clásicos, tnflitycndo su contratrasferencia.
más freudiano5, salvamos la contradicción entre los diversos niveles de Muchas de estas reflexiones pueden aplicarse mutatis m utandi a L a­
operación que convergen hacia una situación total. cen, o más precisamente al Lacan de la «Intervención sobre la trasferen­
Lo decisivo para entender las diferencias escolásticas es deslindar en cia». No basta de ninguna m anera operar la inversión dialéctica del ma*
su real jerarquía los niveles de acción del analista. Esto depende de las te­ ter lai, desengancharse de la trasferencia y remitir al paciente a su histo-
orías pero tam bién de la clínica. ila, aunque más no fuera porque esa actitud del analista puede ser viitn
Si nosotros postulamos como P aula Heim ann que la realidad se per- }M>r el paciente desde su conflicto trasferencial. A sí, por ejemplo, epefttf

ЗЯЙ (ttí)
trasferencia es ineludible y privilegiado, porque nuestro enemigo jam ás
la inversión dialéctica (aunque desde luego no se digan estas palabras) se­ podrá ser vencido in absentia o in effigie, tam poco es concebible un a n á ­
rá para el analizado la hom osexualidad; remitirlo a la historia, sacarlo de lisis en que no se interprete el conflicto actual si vamos a ser consecuentes
la cama de los padres, etcétera. Me acuerdo de un paciente eritrofóbico con el concepto de elaboración; y no digamos el conflicto infantil, que es
que se ponía colorado cada vez que se usaba alguna expresión que (a ínsito a la trasferencia.
nivel de proceso prim ario) pudiera aludir a la hom osexualidad, como La verdad es que si somos receptivos, el m aterial del paciente nos va a
por ejemplo dar m archa atrás con el autom óvil, hacer una inversión llevar continuam ente de aquí para allá, girando en estas tres áreas. La
ban cad a, etcétera. objetividad analítica, medida en la atención flotante, supone tom ar
Todo esto explica por qué hemos establecido diferencias entre el nivel el material como viene y sin prevención. Sin memoria y sin deseo, dice Bion
táctico y el nivel estratégico de la interpretación, com o tam bién hace Ló­ con sencillez hiperbólica. La única prioridad es la asociación libre.7
wenstein. En form a esquemática querría proponer que, en térm inos de la Como ya hemos dicho, la mayor dificultad de la interpretación
situación analítica (esto es del campo), la interpretación trasferencial es extratrasferencial, y tam bién su riesgo, es que, por lo general, el analista
la estrategia del analista, m ientras que las interpretaciones del conflicto tiene asignado un papel en la trasferencia; y, en la medida en que ese
actual son tácticas o resultan de la elaboración que sigue a aquella: «Se papel sea fuerte, toda interpretación extratrasferencial está destinada al
com prende ahora por qué siente usted que su m ujer...». Desde la pers­ fracaso, a ser mal entendida. Cuando el analista es el analista para el p a­
pectiva del proceso psicoanalílico, en cambio, la interpretación trasfe­ ciente, y esto se mide en la cantidad de yo observador del paciente en un
rencial es táctica y se subordina a la estrategia de establecer su nexo con momento dado, entonces da lo mismo interpretar en la situación analíti­
el pasado, con el conflicto infantil. ca o afuera. No siempre tenemos esa suerte, sin embargo, lo que no
Más allá de estas líneas generales, sin em bargo, siempre debemos p ar­ puede llamar a nadie.la atención si nos atenemos a lo que dice la teoría,
tir de lo que aparece m anifiestam ente en el m aterial. Si lo que realmente que la libido del neurótico está ligada a figuras arcaicas y por tanto no
predom ina en el material es el conflicto actual, interpretarlo será en prin­ disponible para los objetos de la realidad. Es por esto que, probabilisti­
cipio lo m ás legítimo, m ientras que trasegarlo a la trasferencia com o hace camente, se puede afirm ar que no se nos da frecuentemente la ocasión de
a veces el analista novel («Y eso también le pasa conmigo») no será más interpretar fuera de la trasferencia. La probabilidad, sin em bargo, no
que un artefacto. Este artefacto se verá aparecer con más frecuencia, des­ puede regir la praxis concreta del consultorio y la alternativa opuesta
de luego, en los grupos analíticos que consideran fundam ental interpre­ también es valedera. No interpretar el conflicto actual o el conflicto in­
tar en la trasferencia y originan, por consiguiente, un superyó analítico fantil cuando corresponde, dando en su lugar una convencional interpre­
que presiona en esa dirección. De todos m odos, es probable, sin em bar­ tación en la trasferencia, es un error que refuerza los mecanismos de di­
go, que la interpretación del conflicto actual form ulada en estas condi­ sociación y contribuye a idealizar al analista.
ciones sólo cum pla la función táctica de reactivar el conflicto trasferen­ Los mecanismos de disociación complican y enriquecen la tarea del
cial, como decía Strachey.* unalista. Estamos habituados a descubrir que el paciente disocia cuando
La interpretación extratrasferencial del conflicto actual adquiere un hublü. de su conflicto actual o de su conflicto infantil para eludir el
valor distinto cuando queda integrada al proceso de elaboración. Com o i onflicto en la trasferencia; pero puede ser que haga justam ente lo
veremos al hablar de insight, el efecto de la interpretación debe entender­ um tiíirio, reforzando artificialm ente el conflicto con el analista para no
se a partir del proceso de elaboración, que en buena parte se cumple vct lo que 1c pasa afuera o para no hacerse cargo de su historia; y tam ­
m ostrándole al analizado hasta qué punto repite la m ism a situación en bién, desde luego, para complacer al analista que sólo ve la trasferencia.
contextos distintos (Fenichel, 1941). Esto sólo se alcanza atendiendo im- Aquí al nos quedamos enganchados en la trasferencia, en una situación
parcialm ente la trasferencia, el conflicto actual y el conflicto infantil, se­ llliwrtu, Imaginaria, como dice Lacan. Recuerdo un hom bre rico y muy
gún vayan apareciendo en el material. inteligente que hablaba vanamente de «su relación conmigo» el día que
Una interpretación completa es, entonces, la que abarca las tres áreas 1шЫп recibido la noticia de que una de sus principales em presas estaba
del conflicto. Y digamos que aquí, com o en la aritm ética, el orden de los í***! iJUfbror, No menos problem ático me resultaba aquel otro paciente
factores no altera el producto. Da lo mismo que sigamos el cam ino que silIP tillrütiiis se debatía en un conflicto trasferencial de inusitada intensi-
va de la trasferencia a la historia y de allí al conflicto actual u o tro cual­ iluii (Ift’ltì ((lie iba a hablar de mí ¡porque era el único tem a que a m í me
quiera. Todas las combinaciones son válidas y no hay, por tan to , u n a ru ­ НИИírtele I líütn predilección «mía» era ya motivo suficiente para que ac­
ta obligatoria. E n cuanto pretendemos aplicar un esquema estricto ya es­ lis ÉPjtiiltiO HtC Agraviara insultándome de arriba a abajo.
tam os en falla, porque ningún esquema puede abarcar la variedad infini­
ta de la experiencia del consultorio. Si bien es cierto que el pasaje por la
' pertinente» van в encontrarse en mi trabajo «Instances and alternative* of
i l « hiktprálAtlVf w oik » (1981c).
6 Л este interesante tem a volveremos al estudiar la interpretación m utativa.

JUt
En fin, tenemos por fuerza que aceptar la hermosa complejidad de la sión narcisistica de ser uno con sus padres am antes y revivir la confianza
situación analítica y pensar que nunca podem os estar seguros de nada, prim itiva de la cual depende un desarrollo favorable. Es en el interior de
receptivos al m aterial, atentos siempre a los cambios que puedan ocurrir. este equipo de trabajo donde se ubican los procesos de individuación, así
El proceso analítico es muy sutil y no lo vamos a simplificar con una po­ como el descubrimiento de las capacidades específicas del yo que pueden
sición tom ada de antem ano. corregir lo que andaba mal.
Uno de los factores que le d a a la interpretación trasferencial un valor Los cambios en la condición psíquica del paciente dependen de una
insustituible es su inmediatez y está implícito en las teorías de Strachey, tom a de conciencia de sí mismo y esto le viene de las interpretaciones del
com o veremos en su m om ento, que el setting analítico opera com o una analista; pero al evaluar la im portancia de una interpretación no pode­
realidad testeable. El setting es la condición necesaria del trabajo analíti­ mos descuidar el efecto del medio psicoanalítico, que por su constancia
co. La actitud m ental y emocional del analista son parte de su setting, representa una fuente de trasferencia positiva.
condiciones necesarias para el trabajo analítico, donde opera como único Lo que el analista ofrece con la interpretación y a veces con una pre­
factor suficiente la interpretación. Si la interpretación opera es, ju sta­ gunta o un ¡hum! es la percepción de un proceso que debe ser para el yo
mente, porque están dadas las condiciones para que el paciente la tom e un punto de partida. No le corresponde al analista ofrecer al paciente la
como interpretación. Porque si yo tengo rivalidad con mi paciente y le solución de sus problem as sino un esclarecimiento que agregue algo a lo
hago la m ejor interpretación del m undo sobre su rivalidad edipica, esa que el analizado ya sabía de sí mismo.
interpretación nunca va a ser operante. У tam poco es buena en realidad, El analista, en fin, debe estar atento al significado de la trasferencia
es una form a sofisticada de ejercitar mi rivalidad y nada más. Si la in­ pero tam bién a la im portancia de los acontecimientos fuera de la
terpretación resulta útil es porque las condiciones necesarias para form u­ situación analítica.
laria están dadas. El p o st scriptum de 1969 m arca un cambio evidente en el pensam iento
de Paula Heim ann. La interpretación com parte ahora con el milieu psi-
coanalítico las potencialidades curativas del m étodo y sus alcances
quedan muy limitados. No es ya una inform ación que am plía la capaci­
9. La enmienda de Paula Heimann dad perceptiva del yo sino un esclarecimiento que agrega algo a lo que el
analizado ya sabía de sí mismo. Sin pretender explicarlo todo, la in­
terpretación puede reducirse a un «hum », que tanto signifique com pren­
En el p o st scriptum que publicó el Bulletin de la Asociación Psicoana­
lítica de Francia en 1969, Paula Heim ann vuelve sobre su artículo de sión com o duda.
La trasferencia no es ya lo decisivo, y la interpretación debe ocuparse
1956 para señalar algunos cambios en esos casi quince años.
tam bién de la realidad exterior.
Ya no acepta la teoría freudiana de las pulsiones de vida y de muerte,
En cuanto a su alcance y profundidad, la interpretación se acerca
que abrazó con entusiasmo desde sus años de candidata. Hay una ten­
ah ora al esclarecimiento, y no es casual para mí que se la crea superpo-
dencia destructiva prim aria en el ser hum ano al lado de la libidinosa, pe­
ntble a esa fam osa interjección que puede trasm itir mucha com prensión y
ro no le parece ahora convincente la relación entre la hipotética pulsión
ul'ecto pero poca inform ación.
de m uerte y la tendencia destructiva prim aria.
H eim ann cree, tam bién, que su trabajo concedía una im portancia
exagerada a las relaciones de objeto y a los m ecanismos de introyección y
proyección que m odelan el crecimiento del yo, dejando en la som bra las
capacidades innatas del yo en cuanto potencialidades que im pulsan el de­ 10. Sobre el registro de la fantasía inconciente
sarrollo. Siguiendo a Hendrick, nuestra autora considera que los meca­
nismos del yo no son sólo defensivos sino también ejecutivos. Al apoyarse resueltamente en el concepto de fantasía inconciente de
Sigue pensando que la interpretación es la única herram ienta específi­ Huían Isaacs, el trabajo de Heimann da las razones teóricas que llevan a
ca del onállsllt pero da ahora más im portancia a la situación analítica y a lo» analistas kleinianos a interpretar con más amplitud y frecuencia la
lai concepcionei actuales que la describen en la doble vertiente de la 11ttHÍcrencia. Melante Klein misma lo había dicho en «The origins o f
alianza terapèutici! y Iti neurosis de trasferencia. La situación analítica иапяГегепсе» (1952a): «D urante muchos años —y esto es h asta cierto
en cuanto tnlllfU ofrece al analizado un am biente que semeja el medio plinto todavía cierto ah o ra— la trasferencia ha sido entendida en tèrm i­
familiar de lit Influida y, al mismo tiem po, es exquisitamente variable n i» (le referencias directas al analista en el material del paciente. Mi con-
y rico en catímuloa. rrp lu üe que la trasferencia tiene sus raíces en los estadios m ás tem pranos
lili aten to repite lit tndlleteneiación original entre el lactante y los ili'l dtMirrolIo y en los niveles más profundos del inconciente es m ucho
cuidado* rantPü ПО», íl metilo untilitico permite al paciente revivir la ilu- Ulta ampliti y e n tra ta una técnica por la cual los elementos in co n cie n te
de la trasferencia se deducen de la totalidad del material presentado » . 8 Esto lo lleva a nuestro autor a señalar que se descuida por lo general
Paula Heim ann desarrolla en su ensayo estas afirmaciones de Klein, el análisis de la trasferencia aquí y ahora al amparo de las interpreta­
en las que tam bién se basa el trabajo de López (1972) cuando estudia en ciones genéticas que tratan de remitir el conflicto trasferencial a los m o­
delos infantiles que lo originaron. Gill cae en la cuenta de que, al huir de
qué form a se puede descubrir la fantasía inconciente que alimenta la tras­
ferencia en la sesión y cómo se construye desde ahí la interpretación. la trasferencia hacia el pasado, analizado y analista se alivian de los per­
López se apoya especialmente en algunos elementos de la teoría de la turbados afectos del presente.
comunicación y en los inform es que el analista registra como contratras­ ' A partir de estas reflexiones, Gill propugna que debe ampliarse el
ferencia. En el paciente neurótico típico, dice López, la vía preferida de campo de la trasferencia en la situación analítica, atendiendo a las alu­
la comunicación es la verbal; pero en los caracterópatas buena parte siones encubiertas a la trasferencia en el m aterial del analizado y prestan­
de la comunicación trascurre por canales no verbales o paraverbales, do atención a las circunstancias reales de la situación analítica que deter­
que son justam ente los que más inciden en la contratrasferencia. La m inan el fenómeno trasferencial aquí y ahora, antes de recurrir a la in­
comprensión así obtenida «se completa mediante su correlación con el terpretación trasferencial genética. De esto se sigue, naturalm ente, que
significado verbal» (López, 1972, pág. 196). muchas asociaciones del analizado sobre hechos y personas de la realidad
Cuando el compromiso contratrasferencial es todavía mayor, como deben ser interpretados en térm inos de la trasferencia o como acting out.
en la psicosis, el analista por lo general tiene que interpretar sin atender C on su erudición habitual, Gill nos m uestra un Freud, verdadero рог
las alternativas del significante verbal. cierto, que desde la autobiografía de 1925 hasta L a interpretación de ios
En los casos intermedios de la clasificación de López, los trastornos sueños nos está alertando sobre que la situación analítica y el analista
del carácter, el analista puede a veces correlacionar el significante verbal mismo están aludidos perm anentem ente en el material asociativo del
con lo registrado en la contratrasferencia y llega entonces a construir analizado y que será así la fuente de inspiración del notable trabajo de
una interpretación que incluye al significante verbal (qué es lo que di­ Strachey sobre la naturaleza de la acción terapéutica del psicoanálisis
(ibid., pág. 159).
ce), el com ponente para verbal (cómo lo dice) y el no verbal (qué es lo que
hace) {ibid., pág. 198). GiU trata de diferenciarse de los analistas kleinianos asegurando que
estos no tienen en cuenta —como él— los rasgos reales de la situación
analitica presente; pero tal vez el talentoso investigador de Illinois podría
llegar a revisar esta to a n te afirmación si leyera con menos pasión çl tra­
11. La revisión de M erton Gill bajo de Strachey, que tanto adm ira, si recordara lo que dijo P aula
Heimann sobre el yo y la percepción y — ¡así b u t not ieast— si releyera
Recientemente, Merton M. Gill (1979) ha vuelto al tema de la trasfe­ sin prejuicio «The origins o f transference».
rencia, preocupado porque tiene la impresión de «que el análisis de la
trasferencia no se lleva a cabo de m anera tan sistemática y detallada co­
mo creo que podría y debería hacerse» {ibid., pág. 138). 9 Piensa Gill que
lo más descuidado es la interpretación de la resistencia a tom ar concien­
cia de la trasferencia, pero hay también un paso ulterior donde se debe
interpretar la resistencia a resolver el vínculo trasferencial. En el primer ca­
so el analizado se resiste a tom ar contacto con lo trasferido, en el segundo
se resiste a abandonarlo. «La interpretación de la resistencia a tom ar con­
ciencia de la trasferencia apunta a hacer explícita la trasferencia implicita,
mientras que la interpretación de la resistencia a la resolución de la trasfe­
rencia apunta a que el paciente comprenda que la trasferencia ya explícita
incluye sin dudu un determinante del pasado» (ibid., pág. 139).

• tF ü r ma fi* w e ft enri this Is up lo a point still true today— transference war under­
liv e d in tfftttt ttf iftw f rtftrrncta to the analyst in the patient's material. M y conception o f
m n i f r m t * (ft tüsiihJ In the writes! states o f development and in deep layers o f the un-
eotwrbm Í» mto'tl end m talb a nthnltflie by which form the whole material presented
the uuconwtou* rifiilfn ti n i Ih» (« inference are deduced» (The Writings, vol. 3, pág. 5S).
* t’ito In twHUilftllllPUttUia in rwoonálísls, p u » no poseo la versión inglesa ni tuve
le tu e t t t Ф Iflth lr * ¡frmjM À i u b t t t ttf Ih f tn n iftr v n c v . de Gill y Hoffm an.
33. La interpretación imitativa * recta influencia de la teoría estructural de Freud, y sobre todo del nove­
doso concepto sobre la sugestión que se proponía en Psicología de tas
masas y análisis del y o (1921c).
La contribución de Sachs (1925) sugiere que el cambio estructural que
provoca el análisis depende de u n a modificación del ideal del yo (super-
yó). El antiguo conflicto entre el ello y el yo se resuelve porque el superyó
del paciente se conform a a la actitud del superyó analitico y adopta una
actitud de sinceridad frente al im pulso que perm ite remover la represión.
Alexander (1925), p or su parte, también considera que el conflicto
El 13 de junio de 1933 Jam es Strachey leyó en la Sociedad Británica debe ser resuelto a partir de una m odificación del superyó; pero sus su­
una com unicación, «The nature of the therapeutic action o f psycho­ puestos van un poco más lejos que los de Sachs, ya que el superyó es para
analysis», que habría de dejar honda huella en el pensamiento psicoana- él una instancia arcaica que la cura debe demoler.
lítico. Es, sin duda, uno de los trabajos más valiosos de la bibliografía, y Alexander sostiene que el superyó no tiene acceso a la realidad ni el
hay quien dice que es de todos el más leído, naturalm ente si se excluye a yo contacto con el instinto. El yo es ciego a los estímulos internos y h a ol­
Freud. Apareció en el International Journal de 1934 y fue reeditado vidado el lenguaje de las pulsiones, m ientras que el superyó sólo entiende
nuevamente en 1969, al conm em orar la revista su quincuagésimo aniver­ ese lenguaje y todo lo que exige es el castigo del yo (1925, pág. 23). Sobre
sario. 1 En el núm ero anterior del mismo yolum en se publicaron las no­ la base de estas definiciones, se com prende que Alexander considere que
tas necrológicas de A nna Freud y W innicott por la m uerte de Strachey. 2 el superyó es una estructura anacrónica y postule que el proceso curativo
Poco después, el 4 de agosto de 1936, durante el XIV Congreso Inter­ consiste en demolerlo para que el yo se haga cargo de sus funciones, lo
nacional de M arienbad, Strachey habló en el Sym posium on the Theory que por cierto no se logra sin resistencias (ibid., pág. 25).
o f the Therapeutic Results o f Psycho-Analysis, ju n to a Glover, Fenichel, Este proceso se desarrolla en dos etapas y tiene que ver con la meta-
Bergler, N unberg y Bibring, todos por cierto analistas de prim era línea. psicología del tratamiento. A partii de la trasferencia, el analista toma pri­
Ese relato reproduce las ideas del anterior con algunas diferencias que se­ mero a su cargo las funciones del superyó; luego, a través de la labor in­
ñalaré más adelante. terpretativa y la elaboración, las reinstala en el yo del paciente. El papel
Como su nom bre lo indica, el trabajo de Strachey se interroga sobre de la trasferencia en el proceso analítico consiste, pues, en trasform ar el
los mecanismos que llevan a cabo los efectos terapéuticos del psicoanáli­ conflicto estructural entre el ello y el superyó en un conflicto externo
sis, y su respuesta es clara: la acción terapéutica del psicoanálisis depende entre el paciente (ello) y el analista (superyó).
de los cambios dinámicos que produce la interpretación y sobre todo un Tal vez valga la pena detenerse aquí, por un m om ento, en los postula­
tipo especial de interpretación, que él llam a mutativa. dos de Alexander, para señalar cuánto hay en ellos de petición de princi­
A cincuenta años de la lectura de su ensayo quiero rendirle hom enaje, pios. Porque si yo digo que el superyó es solam ente irracional y que todo
m ostrando hasta qué punto tiene actualidad y vigencia. lo racional está depositado en el yo, entonces está bien trasform ar el su­
peryó en yo, removerlo y subsumirlo en el yo. Este criterio lleva final­
mente a Alexander a su reeducación emocional. A diferencia de Alexan­
der, la gran m ayoría de los analistas piensa que el superyó tiene aspectos
1. Antecedentes del trabajo de Strachey positivos, aunque a veces se hable de él peyorativam ente. Freud siempre
lo recalcó y lo dice con elegancia al finalizar su ensayo sobre el hum or
El escrito de Strachey y el simposio de M arienbad tienen un antece­ (1927¿0. La teoría del superyó sólo indica que hay una instancia m oral
dente cierto en el VIII Congreso de Salzburgo (1924), donde fueron rela­ dentro del aparato psíquico, no que ella sea necesariamente irracional ni
tores Sachs, Alexander y R adó. Estos trab a jo s,3 a su vez, m uestran la di- tnmpoco irreversiblemente cruel.
Lacan (1957-58), que ha estudiado este problem a con insistencia,
* I ( titu b o mi 'rebujo ><A cincuenta ¿«ñоь. de la interpretación m utativa», publicado en considera al superyó com o estructura paterna prohibidora y al ideal del
la R tv ltta ('h llr tu n lr 1‘MctHinatna ile 1482 y también en el ¡nrernational Journul de 1983. yo como el representante de los aspectos dadores del padre con el que el
1 H1 otro ttnbüjo qu* mereció ese honor Tue el de E dw ard Bibring «The developm ent rtifio tiende a identificarse al final del com plejo de Edipo. M i superyó di­
and problem* Of th t theory oí the Intíinctt», aparecido prim ero en ¡m ago (1936) y después fe que con mi m am á no me puedo acostar, pero mi ideal del yo dice que
en el volumen Я lift t n t n national Journal l 1941).
1 Stmohiy u nirte a lo* 79 eflw f n ib rll de 1967. C u in d o le y ó su célebre paper tenia unos
puedo ser como mi padre y tener una m ujer, distinta a m am á . 4 Así, se
45 BftM.
1 Publkcdo* tn Л fñ № tn e tlH m il Jo u rn a l de 192?. 1 Л identico m u lta d o , y ru su propio cumino, llega la reflexión de Bereniteln (IW&l
puede decir, con Lacan, que el superyó es una instancia interdictora y objeto introyectado para convertirse en un verdadero superyó parásito.6
que el ideal del yo estimula, sin olvidar que los dos aspectos se dan en Este pasaje de catexias del superyó al objeto introyectado siempre es
realidad simultáneam ente y que ambos son necesarios. sólo parcial y por tanto precario; pero, de todos modos, el cambio eco­
De cualquier m anera, el superyó contiene un amplio sector arcaico e nómico trae como consecuencia que el superyó quede debilitado y el su­
infantil que constituye un real problem a en el análisis; y nadie duda que peryó parásito se fortifique transitoriam ente, es decir, mientras dure la
el analista tiene que enfrentarse con un superyó inm aduro e irracional. influencia del hipnotizador. A partir de los cambios económicos recién
descriptos, en la hipnosis se form a, concluye Radó, un nuevo superyó,
un superyó parásito, que es el doble del otro.
Este proceso, sigue Radó, reproduce el originario, dado que el super­
2. El superyó parásito de Radó yó se formó iniciaimente a partir de la introyección de los padres, que
condujo al retiro de las cargas incestuosas. En el neurótico este proceso
Radó (1925) expuso en Salzburgo los principios económicos de la téc­ no tuvo buen éxito, y es justam ente la libido reprimida del complejo de
Edipo la que inviste al hipnotizador, al superyó parásito. Esto reactiva el
nica analitica e introdujo el concepto de superyó parásito.
El punto de partida de su reflexión es el concepto de neurosis de tras­ masoquismo femenino del yo, lo que provoca una aguda modificación
del equilibrio energético del aparato psíquico, que queda neutralizado
ferencia que, com o Freud la describió en 1914, consiste en una neurosis
gracias a que el proceso de identificación desexualiza la relación entre el
artificial aparecida durante el tratam iento psicoanalítico y a cuya resolu­
yo y el objeto introyectado; este queda así trasform ado en un superyó p a­
ción se encamina nuestra técnica. En la terapia hipnótica, sigue Radó,
rásito al apropiarse de las catexias del superyó original.
hay tam bién una trasferencia de libido de los síntom as al hipnotizador,
Resumiendo, el hipnotizador tom a el lugar de un objeto, lo que reac­
que reproduce textualm ente la relación del niño con sus padres. En la
tiva el masoquismo del yo y desencadena un proceso defensivo de intro­
hipnosis se form a, pues, una neurosis de trasferencia hipnótica como
yección que provoca la idealización del objeto y refuerza su autoridad
producto artificial de la terapia.
frente al yo, con lo que se convierte en superyó ,7
Tam bién en el método catártico sobreviene para Radó una neurosis
No sabemos cómo habría descripto Radó la función del superyó en la
artificial, tal vez más aparente todavía que la anterior. Aqui influye un
neurosis de trasferencia, porque la segunda parte de su trabajo nunca se
nuevo factor y es que cambia la actitud del hipnotizador. En lugar de
publicó. Seguramente habría establecido alguna diferencia entre lo que
operar como un superyó que reprime los síntomas, esto es, el conflicto y
escribió para los métodos hipnóticos y lo que no llegó a escribir para el
la sexualidad infantil, el hipnotizador del m étodo catártico utiliza su
m étodo psicoanalítico preservando la línea de sus razonam ientos. Esto
influencia para que los instintos ligados a los síntomas se liberen de la
no lo sabemos; pero sí sabemos, en cambio, que Strachey tom a la idea de
represión. De este m odo, los síntomas ceden y la energía liberada cristali­
superyó parásito para poner en m archa su propia investigación.
za en la descarga afectiva que llamamos abreacción y que es estrictam en­
te un síntom a neurótico agudo. La abreacción es, p ara Radó, la contra­
partida artificial de un síntom a histérico. Quiero decir de paso que este
pensamiento me parece la objeción teórica más consistente sobre el valor
3. El superyó auxiliar
de la catarsis en psicoterapia.
Entre la neurosis artificial recién descripta del m étodo catártico de
C ontrariando a Bernheim, para quien la hipnosis era un producto de
Breuer y en la del m étodo propuesto después por Freud con el paciente
la sugestión, Freud (1921c) había sostenido que la sugestión se explica a
despierto, no hay para Radó una diferencia esencial.
partir de la hipnosis, esto es, a partir de la ubicación del hipnotizador en
La metapsicologia de todos estos procedimientos terapéuticos debe
buscarse en la explicación que da Freud (1921c) de la hipnosis: el hipnoti­
el lugar del ideal del yo del hipnotizado, del mismo m odo que el líder se
constituye dentro del yo de los componentes del grupo y desde allí opera
zador tom a el lugar del ideal del yo del hipnotizado, usurpando sus fun­
ciones a travéi de un proceso de introyección . 5 El hipnotizado ubica en
11 «Should il now succeed in attracting to itself the natural cathexis o f the topographi-
su yo una repreientación ideal del hipnotizador, que se m odifica de con­ <uliv differentiated super-ego, its sphere o f influence is thereby subjected to a new authority
tinuo dado que ligue recibiendo impresiones sensoriales del m undo exte­ and the hypnotist is p ro m o te d fr o m being an object o f the ego to the position o f a parasis-
rior y a Id par cetoxiue del mundo interno. Si de esta form a el objeto llc lupef-ego» (Radó, 1925, pág. 40).
introyw tadü logra Atraer las cetexias del superyó, su esfera de influencia ’ * The hypnotist fir s t O f all takes the place o f an object fo r the ego, turns to the /no­
tarli 1s t ic stale o f readiness in the ego, is quickly subjected to the defensive process o f intro-
aum entü reítuMidn pur elisi: el hipnotizador deja de ser simplemente un ircttuH which brings about his idealization and sirenghens his authority over the ego iUf
means u j th e super-ego» Iibid,, pág, 44),
’ No hiy íjU* «>№Itiliu i¡№ ?l fritti lit! yo Uel Bflo 1921 pasa a ser el superyó en 1923.

m
sobre ellos. Es, entonces, este proceso de introyección que se da en la hip­ sadismo como defensa, o un círculo «virtuoso» en que el objeto se hace
nosis el que condiciona la sugestibilidad. cada vez más bueno y protector, lo que tiene que ver con el avance de la
Esta idea de Freud, la relación entre sugestibilidad e hipnosis, que pa­ libido al plano genital.
rece vertebralizar las tres contribuciones de Salzburgo, tam bién inspira a El juego de proyecdón/introyección le sirve a Strachey para explicar
Strachey. Digamos que es, además, el punto de partida de muchas refle­ al mismo tiempo el mecanismo de la enferm edad y de la cura. El círculo
xiones sobre problem as técnicos. Ida M acalpine (1950), por ejemplo, vicioso descripto entorpece el crecimiento, estanca al individuo en los
explica la trasferencia a partir de la sugestión hipnótica. conflictos prim arios que le im piden el acceso a la etapa genital, donde las
Ya que Freud siempre pensó que, en última instancia, el analista pulsiones del ello son más tolerables y más tolerante el superyó. Si no­
opera sugestivamente sobre el analizado para que abandone sus resis­ sotros pudiéram os abrir brecha en este círculo vicioso, concluye
tencias, entonces, como un silogismo, se puede decir —concluye Stra­ Strachey, el desarrollo se restablecería espontáneam ente.
chey— que el analista funciona porque se ha colocado en el lugar del su­ C uando se encuentra con un nuevo objeto, el neurótico dirige hacia él
peryó del paciente. sus impulsos, a la vez que le proyecta sus objetos arcaicos. Esto pasa, por
Apoyado en Alexander, Strachey piensa que hay un prim er m om ento cierto, con el analista al comienzo del análisis, quien queda investido por
del proceso en que el analista tom a el lugar del superyó del analizado; pe­ los variados objetos que form an el superyó. Dado el com portam iento re­
ro no como dice el húngaro para demolerlo y devolverlo como integrante al del analista y en el supuesto de que el analizado tenga un mínimo con­
de la estructura yoica, sino para operar en una situación de ventaja. tacto con la realidad, este incorpora al analista como un objeto diferente
Strachey, dicho sea de paso, no concuerda con la idea de que el superyó del resto, y a esto Strachey le llama superyó auxiliar.
es enteram ente irracional e inconciente y que debe ser arrasado. Strachey sigue en este punto la inspiración de Radó; pero hay una di­
Lo que le interesa a Strachey de la m etapsicología de Alexander es, ferencia de fondo. Strachey no habla de un superyó «parásito» sino de
pues, que el superyó del analizado pasa al analista y que eso altera en al­ un superyó auxiliar, y esta diferencia no es sólo en la nom enclatura: la
guna m edida los térm inos del conflicto. Aquí, en este punto, valen para postulación de R adó es m ás energética (el parásito va chupando las ener­
Strachey los principios económicos de Radó, en cuanto a que el hipnoti­ gías del superyó y eso perm ite la curación), m ientras en Strachey sobresa­
zado introyecta al hipnotizador como superyó parásito, que absorbe le lo estructural, en cuanto piensa que este em plazam iento del analista
la energía y asume las funciones del superyó original. Este proce­ como superyó abre la posibilidad de rom per el círculo vicioso neurótico
so es siempre transitorio y no du ra más allá de la influencia del hipnotiza­ que perpetúa y refuerza los mecanismos de introyección y proyección,
dor; pero explica los cambios promovidos por el tratam iento sugestivo base de la relación de o b jeto . 8
hipnótico y la cura catártica, y también los resultados siempre tem pora­ Hay varias razones para que el analista com o objeto introyectado se
rios de esos métodos. diferencie en principio del superyó arcaico, entre las cuales Strachey des­
taca la actitud permisiva que supone introducir la regla fundam ental. El
superyó auxiliar autoriza al paciente a decir todo lo que le venga a la ca­
beza, lo que Racker (1952) llamó alguna vez abolición del rechazo. De es­
4. El círculo vicioso neurótico ta form a el nuevo superyó («puedes decir») funciona en sentido co n tra­
rio al antiguo («no debes decir») si bien la diferencia es muy fluida y en
A hora Strachey va a recorrer el camino que separa los transitorios cualquier m om ento el superyó racional puede trasform aíse dem andan­
m étodos hipnóticos de los cambios permanentes que puede alcanzar el do: «Si no dices todo dejaré de quererte, te echaré del consultorio, te
análisis, y lo va a hacer guiado por Melanie Klein. El ser hum ano fun­ castraré, te m ataré, te cortaré en pedazos», etcétera.
ciona a través de procesos continuos de introyección y proyección, que La única form a de rom per el círculo vicioso, dice Strachey, es que la
fundan la relación de objeto y la estructura del aparato psíquico. El su­ imagen proyectada no se confunda del todo con la real. P ara que esto sea
peryó aparece muy tem pranam ente y lleva la m arca del sadismo que el ni­ posible hay una condición necesaria, el setting analítico, y una condición
no proyecta en el objeto. Como dice Klein (1928), si el niño pequeño suficiente, la interpretación.
puede lentlrw aterrorizado frente a un superyó que destruye, m uerde y El superyó auxiliar no sólo se distingue del superyó arcaico m alo
corta en potlduos es porque proyectó en él sus im pulsos destructivos, más d d analizado sino tam bién del bueno, ya que su bondad se basa con­
alld lai carnctcrlltlcas agresivas y frustradoras de los padres de la in­ IUtente mente en algo que es real y actual, 9 lo que depende antes que nada
fancia. Ш objeto tobre el cual se proyectaron los impulsos se introyecta del encuadre.
deüpuife СОИ С31И curiitfteilfcticíis y la nueva proyección depende de ellas.
" Por esto no creo que Strachey marque la apoteosis d e u n a psicologia del im puU o, №
De cita forimi и 1p llH r m a r tin circulo vicioso, donde el objeto se hace mu iilirm a Klauber f1972)-
peligro*» pot «I rdttUiliu pioyccicdo que obliga a un reforzam iento del “ * l'ht m o st im portant characteristic o f the auxiliary super-ego is that its ad vie* to (Jfp
El encuadre, entendido aquí como la actitud neutral del analista, hace el signiñcado de algo que cambia la estructura psicológica, así como la
que este no quede demasiado involucrado en el conflicto y, a su vez, le m utación genética cambia la estructura celular.
permite al analizado ser más conciente de la deform ación que promueven Strachey llama pues interpretación m utativa a la que produce cam­
sus proyecciones. El encuadre, efectivamente, le da al paciente una opor­ bios estructurales, y dice que consiste en dos m om entos, que separa di­
tunidad realmente muy particular de proyectar y de ver que esas proyec­ dácticam ente en su descripción para hacerla más comprensible. No es
ciones no corresponden a la realidad, en cuanto el analista responde con necesario a la teoria, sin em bargo, que estas dos fases tengan una delimi­
una actitud imparcial. Pero esto solam ente, prosigue Strachey, segura­ tación tem poral; pueden'darse simultáneam ente, como tam bién quedar
mente no basta, porque la presión del superyó infantil (y en general del separadas; y es frecuente que la interpretación del analista abarque am ­
conflicto) hace que la tendencia a m alentender la experiencia real sea bas en una sola fórm ula.
muy grande. Como la diferencia entre el superyó arcaico y el auxiliar es Las dos fases no son nunca simples y pueden ser muy complejas; pe­
por demás lábil y aleatoria, no pasará mucho hasta que el analizado ro, desde el punto de vista genético, existirán siempre. La clave de la teoría
encuentre en su fantasía o en la realidad motivos más que suficientes estriba en que el analizado tom e conciencia de dos cosas: un im pulso ins­
para recorrer esa distancia, con lo que el nuevo superyó quedará subsu- tintivo y un objeto al que ese impulso no le cuadra.
mido en el antiguo.
El analista, sin embargo, dispone de un instrum ento singular para
que esa superposición no sobrevenga, y es la interpretación. I0 5.1. Primera fase
Strachey sabe de sobra que la idea de interpretación es ambigua y está
cargada de connotaciones afectivas, cuando no irracionales y mágicas; y es Com o ya se ha dicho, la prim era fase se cumple cuando el analizado
por esto que intenta precisarla con su concepto de interpretación mutativa. se hace conciente de la pulsión, o, como dice Strachey siguiendo a Freud
(1915d), de un derivado (retoño) de la pulsión. Esto puede alcanzarse di­
recta y espontáneam ente, es decir antes de interpretar, pero lo más co­
mún es que el analista intervenga con interpretaciones sucesivas p ara que
5. La interpretación mutativa el analizado se dé cuenta de que hay un estado de tensión y de angustia.
Así, habrá que interpretar la defensa del yo, la censura d d superyó y el im­
Los cambios económicos que supone la presencia del analista como pulso instintivo en diversas formas y en el orden que corresponda, hasta
superyó auxiliar permiten aflorar a la conciencia un determ inado im pul­ que el derivado llegue a la conciencia y se movilice la angustia en una dosis
so del ello que, en principio, será dirigido al analista. Este es el punto que será siempre moderada. Porque una característica esencial de la in­
crítico, ya que el analista no se com porta, de hecho, como el objeto origi­ terpretación mutativa es que la descarga de angustia sea graduada. Si la
nario, por lo cual el analizado podrá tom ar conciencia de que entre su dosis es demasiado baja, no se habrá alcanzado la primera fase; si es muy
objeto arcaico y el actual hay una distancia. «La interpretación se ha alta sobrevendrá una explosión de angustia que hará imposible la segunda.
hecho ahora m utativa, desde que ha producido una brecha en el círculo
vicioso neurótico».11 El analizado íntroyecta ahora un objeto distinto y
con ello cambia el m undo interno (superyó) y también el m undo externo, 5.2. Segunda fase
dado que la próxim a proyección será también más realista, menos distor­
sionada. El psicoanalista resurge del proceso interpretativo com o figura En esta fase juega un papel importante el sentido de realidad del
real, que es lo que más le im porta a Strachey en su artículo. Una interpre­ analizado para que pueda contrastar el objeto real con el arcai­
tación correcta lleva siempre implícita una afirmación del analista en su co (trasferido). Ya se dijo que este contraste es siempre por demás inse­
función, Digamos, de paso, que la palabra m utativa tiene para Strachey guro; el analizado puede trasform ar en cualquier m om ento el objeto real
(analista) en el arcaico. En otros términos, el paciente está siempre dis­
tgo li contítltntlv b a w ! upon real and contem porary considerations and this in itself serves
puesto a confundir al analista con el objeto de su conflicto y entonces el
lo dlfJtrtHtíalf it fro m the greater p a n of the original super-ego» (Strachey, 1934, pág, analista pierde la posición de privilegio que le permite efectuar la m uta­
140). ción, Es en este punto que se destaca la decisiva im portancia del en­
19 W t y l i Ш|Ш, recordando в Pichón Rivière, que la interpretación no sólo cuadre. Si el analista se aparta de su encuadre y de su papel consum ando
f| M tlH U niJliio, tino que lamhién «cura» al analista de su conflicto contratrasfe-
e o tilff algún tipo de conducta que no le conesponde (acting out), la inm ediata
remiti lift IrtUillUtm, p o tq u r titilli ver que uno hacc una interpretación se recupera corno
insiliti, fn !• infittiti (JUf Ir ilrvurlvc и! analizado Io que en verdad le pertenece. (y lógica) respuesta del analizado será incluirlo en la serie de sus objeto*
11 *Thf ttltH p w ttth HI t o t Hflt* btxfimea mulatlve one. since ir has produced a breach arcaicos, buenos o malos. De esta form a el analista queda inhabilitado y
In t h f n tu tW i* v h h m t t h U v Ita ia ihey, 1ЧН, ptg. 143). Ih icgunda fase no podrá llevarse a cabo. Aunque sea paradójico "(ItcB
Strachey en frase m em orable— la m ejor form a de asegurar que el yo sea Una interpretación es específica si es detallada y concreta, un punto
capaz de distinguir entre fantasía y realidad es privarlo de la realidad lo que tam bién subraya Kris (1951) cuando recuerda la necesidad de atender
más posible.12 Si bien se m ira, la paradoja de Strachey no es tal: al a los eslabones preconcientes del m aterial. Nuevamente, nada hay de
trasgredir su setting el analista se aparta de la realidad (que es su objetable en que una interpretación pueda ser vaga, general, imprecisa;
trabajo); y ah ora sabemos con seguridad lo que no se sabía en tiem po de y de hecho asi se interpreta por fuerza cuando se aborda un tema
Strachey, que estas trasgresiones tienen siempre una raíz en la neurosis de nuevo. M ientras no lleguemos a circunscribir el m aterial, sin em bargo,
contratrasferencia (Racker, 1948, Money-Kyrle, 1956). Al estudiar el tra­ hasta que no alcancemos a enfocar la interpretación en los detalles que
bajo de Strachey, Rosenfeld (1972) señala que cuando el analista se ocu­ sean relevantes, no podrem os nunca esperar un efecto m utante. La in­
p a de una realidad externa ajena al análisis sólo consigue que el analiza­ terpretación debe adaptarse exactamente a lo que está pasando, debe ser
do se perturbe y lo entienda mal. delim itada y concreta.
Por último, como acabamos de decir hace un momento en 5.1, la in­
terpretación m utativa debe atenerse al principio de la dosis óptim a, debe
ser progresiva, bien dosada, porque en caso contrario no se alcanza la
6. Características definitorias de la interpretación m utativa prim era fase o se hace imposible la segunda. Strachey nos enseña a des­
confiar de las interpretaciones apresuradas, que pretenden saltar etapas.
Según quedaron descriptas, las dos fases de la interpretación m utati­ Las conmociones no son m utaciones y los grandes cambios resultan ser,
va tienen que ver con la ansiedad: la prim era fase la libera, la segunda la al fin y a la postre, de efecto sugestivo y poco perdurables.
resuelve. C uando la ansiedad ya está presente, entonces cabe adm inistrar
directam ente la segunda fase. Puede ser que el analista prefiera en este
caso dar apoyo al paciente, pensando que el m onto de la angustia hace
im probable que se la resuelva interpretando. Esta conducta puede ser 7. La interpretación extratrasferencial
tácticamente plausible, aunque el analista debe tener entonces presente
que ha resignado p or un m om ento la posibilidad de enfrentar la ansiedad Uno de los mayores méritos del trabajo de Strachey es la evaluación
con m étodos específicamente analíticos. de la interpretación extratrasferencial, tema que va a considerar nueva­
Si querem os describir el procedim iento de Strachey en el lenguaje de mente en su relato de M arienbad. Strachey afirm a que, en principio, una
la segunda tópica, podrem os decir que la prim era fase se dirige al ello y interpretación que no sea trasferencial difícilmente pueda prom over la
trata de hacer conciente el derivado de la pulsión. L a tom a de conciencia cadena de efectos que hacen a la esencia de la terapia analítica. Su trab a­
del derivado se acom paña de angustia, y entonces la segunda fase se diri­ jo quiere poner de relieve la distinción dinám ica entre interpretación tras­
ge al yo. C on esta form ulación se hace claro que, en este punto, Strachey ferencial y no trasferencial . 13
parece adelantar aquí, en cierto m odo, el pensam iento de A nna Freud, La diferencia esencial entre estos dos tipos de interpretación depende
que en 1936 va a decir que la labor interpretativa tiene que fluctuar conti­ de que sólo en la interpretación trasferencial el objeto del im pulso del
nuam ente entre el ello y el yo. ello está presente. Esta circunstancia hace que una interpretación
Strachey considera que hay ciertas notas que son definitorias de la extratrasferencial difícilmente pueda dar en el punto de urgencia (fase
interpretación m utativa, que es siempre inm ediata, específica y progresi­ uno) y, de hacerlo, siempre será problem ático que el analizado pueda es­
va (bien dosada). tablecer la diferencia del objeto real ausente con el de su fantasía (fase
U na interpretación es inmediata cuando se aplica a un im pulso en es­ dos). Una interpretación extratrasferencial será, pues, siempre menos
tado de catexia. U na interpretación que inform a al analizado de la exis­ (.‘lectiva y más riesgosa.
tencia de un impulso que no está presente nunca podrá ser m utativa, aun­ H asta aquí el razonam iento de Strachey apunta a m ostrar que es fá c-
que pueda ser útil para preparar el terreno. U na condición necesaria de la Iteamen te imposible que una interpretación extratrasferencial sea m utati­
interpretación m utativa será siempre que tenga que ver con una emoción vi». aunque sea lógicamente posible. Sin em bargo, en una nota al pie del
que el analizado vivencie com o algo actual. P ara decirlo en otras p a­ hnul de su trabajo, Strachey da los argum entos teóricos que perm iten
labrai, la Interpretación tiene que ir siempre al pu nto de urgencia, com o
lo iettala Klein (1932) reiteradam ente. n « / í lo be understood that no extra-transference interpretation can set in m orion the
i ham o f events which / have suggested as being the essence o f psycho-analytical therapy?
th a t ti indeed m y opinion, and it is one o f m y m ain objects in writing this p aper to throw
11 *ltlH pOfeHüitdil¡O tt that the b a t w ay o f insuring that his ego shall b e able lo dis- iuta r r h fj what has, o f course, already been observed, b u t never, I believe, with enough
tin iu tlh b M W m /IMftWv, linii m l t t y U to w ithold reality fr o m him a s m uch as passible» fkftllt U nas - the dynam ic distinctions between transference a n d extra-trantferencf In*
{IbUu P * l UT) ffiprriatw ns» (ibid,, pág. 154).

•»(»
sostener que sólo una interpretación trasferencial puede ser m utativa. de que, con arreglo a esta caracterización, el apoyo no puede lograr nu n ­
El m ayor riesgo de una interpretación extratrasferencial es que la se­ ca un cambio estructural, esto es, permanente y de fondo. En cuanto
gunda fase quede seriamente perturbada. Puede ser, por ejemplo, que el fomenta la relación con el objeto idealizado, el apoyo no permite la segun­
impulso liberado en la prim era fase no se aplique a m odificar la imago a da fase de la interpretación, la que franquea el contacto con la realidad.
la que se lo remitió sino que se proyecte sobre el analista mismo. Esta La técnica activa de Ferenczi (1919¿, 1920) opera en el mismo senti­
proyección en el analista podrá sin duda darse en una interpretación tras­ do: facilita la prim era fase pero después se ve en figurillas para resolver
ferencial; pero el contexto es otro, porque entonces el objeto del impulso la segunda, porque justam énte la actividad trasform a al analista en un
y el que lo movilizó en la prim era fase son la misma persona. Es harto objeto idealizado —seductor, por ejem plo— .
probable, concluye Strachey (en la nota 32), «que la entera posibilidad de
efectuar interpretaciones m utativas pueda depender del hecho de que en
la situación analítica el que da la interpretación y el objeto del impulso 8.2. Interpretación superficial o interpretación profunda
del ello que se ha interpretado sean u n a y la misma persona » . 14 Si la fina­
lidad de la interpretación m utativa es prom over la introyección del ana­ Donde las precisiones de Strachey adquieren su mayor nitidez es al
lista com o objeto real (en el sentido de no arcaico) para que de esta m a­ discutir el problema, antiguo y siempre actual, de la oposición dilemática
nera el superyó original vaya cam biando gradualm ente, se sigue que el entre interpretación superficial y profunda. Desde su punto de vista, in­
impulso del ello que se interpreta deba tener al analista com o objeto. En terpretación superficial y profunda son dos formas equivocadas de
este punto Strachey cae en la cuenta de que todo lo dicho en su trabajo interpretar, porque sólo la interpretación m utativa está en el nivel co­
requiere una enm ienda y que el prim er criterio de una interpretación m u­ rrecto. Con esta perspectiva teórica, una interpretación será superficial
tativa es que debe ser trasferencial. La interpretación extratrasferencial si no toca el punto de urgencia y no libera suficiente energía instintiva;
sólo tendrá un valor coyuntural, preparatorio o táctico, que abre el cami­ y será profunda cuando promueve una descarga demasiado alta de an ­
no o realimenta la trasferencia. gustia sin llegar a resolverla, con lo que m arra el analista en su función de
Con estas últimas reflexiones el trabajo de Strachey alcanza su más al­ superyó auxiliar.
ta resonancia teórica. La interpretación trasferencial queda por Fin rede- Se puede decir que la interpretación superficial falla en la prim era fa ­
finida rigurosamente y a ella se adscribe el efecto m utante no ya como se y la profunda en la siguiente. En un caso el impulso no llega a la con­
posibilidad fáctica sino como posibilidad lógica (en el sentido de ciencia y en el o tro no se lo puede elaborar, no se lo puede contrastar con
Reichenbach, 1938). De esta m anera, Strachey viene a dar los fundam en­ la realidad: la intensidad de la angustia que despierta la pulsión hace que
tos teóricos que apuntalan la sabia reflexión de Freud (1912Ò) cuando el analizado no tenga en ese momento suficiente juicio de realidad para
afirm aba que no se puede vencer a un enemigo in absentia o in effigie. discriminar lo arcaico de lo real. P ara exponer con todo rigor el vigoroso
pensamiento de Strachey, voy a decir que, en cuanto hace una interpreta­
ción profunda en el sentido en que la acabamos de definir, el analista no
le da en verdad a su paciente una buena im ager real. La confusión del
8. Algunas aplicaciones del esquema de Strachey paciente entonces no es tal, ya que el terapeuta falló en su función de su­
peryó auxiliar y el analizado percibe correctam ente que el analista es en
Una vez establecido su esquema teórico, Strachey puede aplicarlo p a ­ ese punto tan irracional com o su objeto arcaico.
ra precisar los grandes problem as de la praxis psicoanalítica. Hagamos Creo que sigo fielmente el pensamiento de Strachey si afirm o que ca­
un intento de estudiarlos ordenadam ente. lificamos de superficiales y profundas a las interpretaciones que son lisa
y llanamente equivocadas, las que se basan más en el tem or o las teorías
del analista que en lo que está pasando en la sesión. Gracias a Strachey,
8.Ì. Interpretación mutativa y apoyo los conceptos de interpretación superficial y profunda descubren para mí
su trasfondo valorativo e ideológico. Son en verdad adjetivos que
Empecemos por discutir el concepto de apoyo, tal como lo entiende se emplean para decir con un eufemismo que la interpretación es correc­
Strachey. El apoyo trasform a al analista en un objeto bueno que se con­ ta o inadecuada. Si decimos que una interpretación es profunda o
funde con el objeto bueno arcaico (idealizado) del paciente. Se compren- superficial estamos reconociendo que no acierta con el nivel óptim o y es
por tanto mala.
14 * // ivtH ir r ita tik fly that th t whole possibility o f effecting m utative interpretations
m ay d tp tn d upon l¡Iti f a r t that In the analytic situation the giver o f the interpretation and
t h t o b jte t O f Ih» Id Impulr* Interpreted a rt o n t and the sam e person» (ib id ., p ig . 156).
perceptiva del yo: hasta dónde puede el paciente percibir la diferencia
8.3. Interpretación mutativa y material profundo entre el objeto arcaico y el real.
La recta aplicación de los esquemas teóricos de Strachey, como acaba­
mos de ver, nos ubica mejor en esa apasionada discusión (que viene de lejos) 8.4. Interpretación mutativa y abreacción
sobre interpretación superficial y profunda; pero su reflexión abarca tam ­
bién otro flanco del histórico problema, y es la conducta que debe mantener P or últim o, Strachey estudia el efecto de la abreacción, tem a que se
el analista frente a la emergencia espontánea de material profundo. discutía mucho en aquellos tiempos (y, aunque menos, todavía hoy).
Si bien es cierto que se pueden aplicar diversos conceptos m etapsico- H ay quienes afirm an que la abreacción es el agente esencial de todas las
lógicos para definir el m aterial profundo (lo más reprim ido, lo más in­ terapias expresivas incluyendo el análisis, m ientras otros pensamos, co­
fantil, lo más regresivo, lo más lejano en el tiem po, etcétera), es evidente m o Radó (1925), que la teoría de la abreacción es incom patible con la
que tam bién aquí se descubre la influencia de Klein en cuanto a la form a función del análisis. P ara Strachey la abreacción puede calmar la angus­
en que Strachey concibe el punto de urgencia y la im portancia de resolver tia pero nunca producirá un verdadero cam bio, a no ser que la angustia
la angustia. responda a un evento externo.
Strachey piensa que si el análisis sigue una m archa regular, el m aterial Considera Strachey que con la palabra abreacción se cubren dos p ro ­
profundo se va alcanzando paso a paso y, consiguientem ente, no tienen cesos diferentes, la descarga de afecto y la gratificación libidinosa. Des­
p o r qué aparecer magnitudes inm anejables de ansiedad. Sólo cuando los cartando de plano esta últim a, la abreacción como descarga de afecto
impulsos profundos aparecen antes de lo previsto, y esto tiene que ver puede considerarse un elemento útil para el análisis y hasta un acom pa­
con algunas peculiaridades de la estructura de la neurosis, el analista se ñante inevitable de la interpretación m utativa. De todos m odos, concluye
ve confrontado con una difícil situación, con un dilema. Si en esa cir­ Strachey, la parte que puede jugar en el análisis nunca será más que de
cunstancia ofrecemos al analizado una interpretación, podem os desenca­ naturaleza auxiliar.
denar una reacción explosiva de angustia que hará imposible operar la Si bien es cierto que se puede sostener dentro de la teoría de Strachey
segunda fase de la interpretación m utativa. Seria un error creer, sin em ­ que cada interpretación m utativa da la dosis óptim a de abreacción en
bargo, que el problem a se soluciona simplemente eludiendo el m aterial cuanto promueve la angustia y la resuelve, creo que actualmente pode­
profundo, interpretándolo en un nivel más superficial o dirigiéndose a mos dirim ir resueltamente este punto y decir que el análisis opera a través
otra capa del m aterial. Todas estas opciones son por lo general poco efi­ del insight y nada tiene que ver con la abreacción. La teoría de la abreac­
caces; y por esto Strachey se inclina finalm ente a pensar que la interpre­ ción es económica; la de Strachey, en cambio, es fundamentalmente
tación del im pulso, por profunda que sea, será lo más seguro . 15 estructural. Considero que Strachey no se decide del todo a abandonar la
De m odo que en este controvertido asunto Strachey no coincide con teoría de la abreacción porque no opera con el concepto de insight. Sólo
las adm oniciones de Wilhelm Reich (1927), cuando dice que, al comienzo contingentemente lo nom bra (en la página 145), pero más como una pa­
de un análisis, a veces es necesario ignorar el m aterial profundo y hasta labra del inglés común que com o un térm ino teórico. Y, sin em bargo,
desviar la atención del enferm o, 16 sino con M elanie Klein, que no trepi­ puedo afirm ar con fundam ento que la teoría de la interpretación m utati­
da en interpretar en estos casos. Es evidente, sin em bargo, que Klein n u n ­ va nos ofrece (aunque lo haga de m anera implícita) una rigurosa defini­
ca tuvo dem asiado en cuenta las precisiones de Strachey sobre la in­ ción del insight, ya que la m utación sobreviene en el preciso instante que
terpretación profunda. Y es una lástima, porque podría haber encontra­ el insight ostensivo rompe el círculo vicioso neurótico.
do allí las razones que le faltaron p ara explicar su form a de interpretar. Acabo de señalar com o una limitación teórica de Strachey, la única
Es necesario reiterar que el nivel óptim o no se define en la investiga­ quizá que yo le encuentro, su posición algo complaciente con la abreac­
ción de Strachey en térm inos simplemente económicos com o hace de ción, por lo menos en alguna de sus form as. De este tem a también se ocu­
hecho M elanie Klein al hablar del pu n to de urgencia. Es tam bién un con­ pa Herbert Rosenfeld (1972), quien trata de incorporar el concepto de
cepto estructural que tiene en cuenta la función del yo tanto para tolerar elaboración al pensamiento de Strachey. Cree Rosenfeld que la interpre­
la ansiedad cuanto para percibir la diferencia entre el objeto arcaico y el tación trasferencial puede poner en m archa el proceso m utante, pero que
real, lo que em palm a con lo que P aula H eim ann (1956) llam a capacidad e.sto debe ser seguido por un período de elaboración para que el de­
sarrollo m utativo pueda continuar y reforzarse . 17 La opinión de Rosen­
« It is possible, therefore, that, o f the tw o alternative procedures which are open to
the analyst fa c e d b y such a difficulty, the interpretation o f the urgent id-im pulses, deep
though they m ay be, will actually be the safer» (ibid., pág. 151). ! . ilústrales how transference interpretations can sel the m utative process in m otlon,
Ib El trab ajo de Reich so b re la técnica de la interpretación apareció originalm ente en el hut that this has to be fo llo w e d up b y working-through periods so that the m utative d»V#*
Internationale Zeitschrift f ü r Psychoanalyse y se incluyó en el A nálisis del carácter cotim lo /m itn t can continue and be strengthened» (p ig . 4Í7).
capítulo 3.
feld no coincide del todo a mi entender con lo que postula Strachey, para cos producidos sólo se hacen explicables cuando se presta suficiente aten­
quien el proceso m utante se cumple en el segundo paso de la interpreta­ ción a los mecanismos de introyección y proyección.
ción m utativa. Tal vez Rosenfeld busca com pensar el déficit teórico re­ De esta form a, siguiendo y depurando su trabajo anterior, llega aho­
cién señalado en punto a la elaboración; pero sacrifica de ese modo una ra Strachey a una explicación de la cura analítica en que los efectos de la
característica fundam ental de la interpretación m utativa, que por defini­ sugestión resultan p or completo excluidos.
ción incluye el proceso de elaboración.

10. Strachey en el momento actual


9. Strachey en M arienbad
Como m uchos otros psicoanalistas, yo considero que el aporte de
El circunspecto relato de Strachey en el Simposio del XIV Congreso Strachey es en verdad trascendente y que su influencia sigue siendo muy
Internacional suena en principio com o un simple resumen de su trabajo fuerte todavía, si bien los años no pasaron en vano y nuestras ideas no
mayor; pero, si se lo lee con atención, se nota que avanza por la linea teó­ son las mismas que en 1933.
rica que recién remarqué. En su nuevo trabajo, Strachey no siente la En los últimos años fueron varios los autores que se ocuparon con in­
necesidad de m encionar siquiera una vez la interpretación m utativa: terés de Strachey. P o r de pronto Klauber (1972), quien piensa que, al for­
habla simplemente de la interpretación trasferencial en la perspectiva de m ular nuestras teorías, deberíamos tener m ás en cuenta la personalidad
los procesos de introyección y proyección que estructuran el psiquismo a del analista. Se olvida a m enudo que desde los comienzos del psicoanáli­
la luz de la teoría de la relación de objeto. У distingue tajantem ente las sis se consideró que su acción terapéutica se debe no sólo a la interpreta­
interpretaciones de la trasferencia de la verdadera interpretación trasfe­ ción sino también al vinculo afectivo que desarrolla el paciente con el
rencial. P or la form a como la describe no hay duda de que la «verdade­ analista.*8 El interés de Klauber se dirige precisamente a ese vínculo, que
ra» interpretación trasferencial es la que antes llamó m utativa. T oda vez no contem plan las teorías de Strachey. La interpretación es heredera de
que interpretam os un im pulso que concierne al analista estamos hacien­ aquella psicobiologia freudiana que hunde sus raíces en Helm holtz vía
do una interpretación de la trasferencia, pero sólo si el im pulso es activo Brücke y tiene por ello un carácter reductivo que no incluye el insosla­
en el m om ento puede hacerse una interpretación trasferencial (esto yable sistema de valores siempre presente en esa com pleja relación hum a­
es, m utativa). na que el análisis es.
Strachey repasa y precisa los factores que hacen de la interpretación El ensayo de Strachey m arca para Klauber el apogeo de la psicobiolo-
trasferencial el instrum ento terapéutico esencial del análisis: 1) el pacien­ gía del impulso, en cuanto se propone descubrir y resolver las fuerzas la­
te puede establecer una com paración entre su pulsión y el com portam ien­ tentes que se expresan com o paquetes de energía del ello dirigidos hacia
to del objeto, ya que am bos están presentes, y 2 ) el que da la interpreta­ el psicoanalista; y, sin em bargo, cuando añ rm a que la m utación tiene lu­
ción es al mismo tiempo el objeto al que se dirige el impulso. En cambio, gar porque el paciente incorpora en su superyó la actitud del analista
si el analista refiere una determ inada pulsión a un objeto no presente frente a los impulsos, incurre en una contradicción radical: se reconoce al
aum enta la posibilidad de una respuesta inesperada del que está (por fin que la situación analítica queda im pregnada p o r el sistema de valores
ejemplo, que el paciente se enoje con el analista que le acaba de interpre­ del terapeuta, valores que no sólo se trasm iten por el contenido de las de­
tar, digamos, la agresión a su cónyuge, suponiéndolo su aliado). talladas interpretaciones de la trasferencia sino tam bién a través de for­
Que el objeto de la pulsión sea al mismo tiem po quien la interpreta es mas inconcientes de comunicación.
lo decisivo para Strachey (como lo señalaba en la nota 32 de su trabajo Sachs en Salzburgo, varios relatores en M arienbad y más de un estu­
anterior), ya que el fenómeno que se repite del pasado tiene esta vez un dioso de nuestro tiempo piensan, sí, que la cura analítica consiste en que
desenlace diferente, porque el proceso proyectivo/introyectivo con el el analizado se identifique con un analista tolerante; pero no Strachey.
objeto arcaico se m odifica a la luz de la experiencia actual. Es que Lo que dice Strachey es otra cosa y ya lo hemos visto: el analista debe
el m om ento en que se form ula la interpretación trasferencial es úni­ operar desde la posición de superyó que le asigna el analizado no para su­
co en la vida del paciente, en cuanto el destinatario del im pulso no se gestionarlo y educarlo sino p ara interpretarle su error, para m ostrarle la
com porta com o el objeto originario, sino que acepta la situación sin an­ fuerza de la repetición que siempre lo lleva a proyectar su objeto interno.
gustia y sin enojo.
Strachey concluye su relato reiterando que la interpretación, y en es­
11 « One o f the earliest descoveríes o f psychoanalysis was that a nother fa c to r кот in voi-
pecial la interpretación trasferencial (m utativa), es el factor determ inante
veti m therapy besides the interpretation o f the analyst. This н-as the developm ent b y th e
de los resultados terapéuticos del psicoanálisis y que los cambios dinámi- p a lim i o f strong feelings o f attachm ent» (pág. 385).
El analista no necesita pues imponerle al analizado su sistema de valores; y alli adquiere su significado, debemos ser en extremo cautos al evaluar
le basta con m ostrarle (y demostrarle) que se deja llevar más de la cuenta sus efectos . 19
por su subjetividad. Y cuando el analizado pretenda incorporar su siste­ Las opiniones de Klauber son sabias com o advertencias m etodológi­
m a de valores, lo que el analista debe hacer es denunciar ese intento co­ cas p ara no caer en el error de validar nuestras interpretaciones simple­
mo una nueva form a del malentendido y la repetición. mente por sus efectos pero no como refutaciones de Strachey. La doctri­
Es que Klauber da mucha importancia a lo que Strachey llama en algún na de Strachey se sostiene sin que necesite para nada de la sugestión. Al
momento interpretaciones mutativas implícitas y se apoya en Rycroft contrario, cada vez que nosotros logramos denunciar el efecto de la su­
(1956), quien afirma que la interpretación no opera solamente a través del gestión como algo que proviene de la necesidad del analizado de cumplir
contenido intelectual que comunica verbalmente, sino también porque so­ con las dem andas de un superyó en nosotros proyectado, logramos por
porta la actitud emocional del analista. En cuanto signo de interés y res­ definición un efecto m utante. Porque es el superyó arcaico y no el analis­
ponsabilidad, estos enunciados implícitos hacen que la comunicación sea ta el que quiere im poner su sistema de valores. Que no siempre funcione­
real no ilusoria, dice Rycroft. (Volveremos a esto en su m om ento.) mos con ese alto nivel de eficacia no es culpa de las teorías de Strachey si­
Del mismo modo que el niño establece un vínculo con las funciones no de nuestras fallas.
de la madre (y no sólo con la m adre misma), con lo que se pone a cubier­ Cuando afirm a que al lado de su contenido inform ativo toda in­
to de cambios en la relación de objeto, cabría pensar según Klauber que terpretación trasm ite la comunicación implícita de una actitud em o­
el buen resultado del análisis puede deberse a que el paciente establece cional, Rycroft señala taxativam ente que tal comunicación no verbal da
una relación con la función analítica. De esta form a, el efecto de la in­ un sesgo real a la relación en cuanto dem uestra que el analista está
terpretación pasa a depender de la afinidad del paciente con el método cumpliendo su función, que consiste en estar con el analizado, es­
analítico, y hasta cierto punto con la personalidad del analista en cuanto cucharlo y trata r de entenderlo . 20 Esta función por lo general no se in­
pueda ella reforzar la coherencia interna de una determ inada línea in­ terpreta, se dem uestra concretam ente en la tarea por aquello de que
terpretativa. La eficacia de la interpretación se hace así más contingente hechos son am ores, aunque puede y debe legítimamente interpretársela
de su contenido (informativo) y se acerca al plano de la sugestión. Sin ne­ cuando el analizado la cuestiona o no la percibe: («Usted ahora se ha
gar el valor de la interpretación, Klauber cree que la mente hum ana se sa­ callado porque necesita oír mi voz, porque desea ver si estoy vivo o enoja­
tisface, y en cierta medida se cura, por lo que siente como verdad. do», etcétera). Sólo si estas interpretaciones se omiten frente a elementos
En este punto vale la pena recordar el trabajo de Glover (1931) sobre que permiten considerarlas necesarias se podrá decir que estamos utili­
la acción terapéutica de las interpretaciones inexactas, las cuales pueden zando la com unicación implícita para operar vía sugestiva. De esta for­
operar de varias maneras, sea reforzando la represión sugestivamente, m a procede Olinick (1954), por ejemplo, cuando hace uso de las pregun­
sea ofreciendo mejores desplazamientos a las fuerzas en conflicto y acer­ tas como parám etro para dar un m om entáneo soporte al yo, reforzar su
cándose en alguna form a a la verdad, sea por fin en términos de expe­ contacto con la realidad o elevar el nivel de colaboración del paciente.
riencias concretas que ponen un obstáculo cierto en el camino hacia Veamos lo que quiero decir con un sencillo ejemplo clínico. El anali­
la objetividad. zado es un psicólogo de acentuada personalidad esquizoide que se m ane­
Es para mí evidente que la interpretación opera muchas veces por su ja frente a la frustración y a los celos con una retirada narcisista. Esta
efecto colateral; y lo que soluciona la angustia del momento no es enton­ estrategia defensiva, no siempre com prendida por el analista, había p ro­
ces el contenido inform ativo sino que el hecho mismo de interpretar ha vocado una impasse rebelde y prolongada que pudo resolverse con un
respondido a determinadas necesidades inconcientes del analizado, como trabajo más atento y sistemático sobre la recién m encionada coraza ca­
por ejemplo que el analista hable o muestre su interés. Teniendo en cuen­ racterológica. En la previa sesión, el lunes, se había vuelto a interpretar
ta esta posibilidad, se entiende que el alivio de la angustia no es suficiente la form a en que se alejaba del analista abandonándolo para no sentirse
para probar que una interpretación ha sido correcta; y que, cuando la abandonado. A la sesión siguiente llega diez minutos tarde y com enta
interpretación opera de esta form a, debemos considerar que su efecto
es sólo sugestivo, que actúa por su efecto placebo, com o dice Schenquer- 14 «Interpretation thus takes place in the context o f a relationship, and we therefore ha­
man (1978). ve to be cautious in determ ining its effects. H ow m uch is determ ined by the content o f the
En cuanto duda de que exista relación directa entre el contenido de la interpretations, how m uch b y the subtile understanding o f an unconciousiy agreed code,
interpretación y los resultados que logra el psicoanálisis, Klauber cues­ how much by the authority lent to the analyst b y his convinctions?» (1972, pág. 388).
«N o w this implicit statem ent is a sign o f the analyst's interest in and concern f o r the
tiona la tesis fundam ental de Strachey. Desde los tiempos de Strachey
¡mtient, o f his capacity to mantain an object-rtlatlonshlp, at least within the confines o f the
hasta ahora —dice Klauber— se ha ido imponiendo la idea de que la in­ 1 ontulting-room . i t telis the p a litn t the one thing that he needs to k n o w about the analyst,
terpretación opera en esa tram a compleja y por demás sutil de la relación md it и the analyst’s m ajor contribution to m aking the relationship between him self am i
de trasferencia/contratrasferencia. Y concluye que sí allí tiene lugar the patient a real and n o t an illusory relationship» (I9 Í6 , pág. 472).
con una nota de esperanza que estuvo conversando con dos colegas so­ validad de su paciente «sin angustia y sin enojo», lo que por lo general
bre la posibilidad de tener un lugar de trab ajo . De inm ediato se re­ sólo se logra luego de haber analizado el conflicto en la contratrasferen­
pliega y, al recuerdo de experiencias anteriores de fracaso y desen­ cia: estas son las condiciones necesarias para operar con eficacia. Si fal­
cuentro, resurge la desconfianza. H abla a renglón seguido con tono de tan, nunca podrem os resolver el conflicto p or más que lo interpretem os
celos de un amigo suyo y su m ujer. Luego dice: al parecer correctam ente, justam ente porque esa «interpretación» sólo
será el fragm ento de un acting out verbal: interpretam os correctam ente,
P: Bueno... El lunes, a raíz de algo del lunes me quedé pensando que por ejem plo, ¡para que el analizado reconozca nuestra superioridad!
algunas veces me molesta cuando usted no me contesta. No sé cómo to­ Con ser necesaria, la actitud de em patia y objetividad no es sin em bargo
m arlo, no sé si es aprobación, desaprobación o nada; pero creo que me suficiente: para que la situación m ute tendrem os que interpretarle al an a­
ha llegado a m olestar. Me desorienta. Siempre había escuchado que a los lizado su rivalidad hasta que él vea la distancia objetiva que media entre
pacientes les m olesta que el analista se calle. Yo no sé si no me había d a ­ el objeto arcaico y el actual. Q ueda en pie la tesis fundam ental de
do cuenta, pero me produce m ucha incertidum bre. (Brusco silencio. Ten­ Strachey, esto es, que sólo el efecto m utante de la interpretación rom pe el
sión en la contratrasferencia.) circulo vicioso neurótico. Si falta la interpretación el analizado repetirá su
conflicto y así, a la larga o a la corta, el analista quedará involucrado.
En este m aterial vuelven a plantearse con claridad los problem as bási­ Tam bién Jacques-Alain Miller (1979) sostiene que Strachey, siguien­
cos del paciente: su deseo de trab ajar en el análisis y su desconfianza de do a R adó, se aferra a la teoría freudiana de la hipnosis p ara entender có­
volver a experim entar el fracaso y la frustración, los celos frente a la pa­ mo opera el análisis, postulando que el analizado se cura cuando se iden­
reja, etcétera. Lo que más llam a la atención, sin em bargo, es que pueda tifica con el analista. No es esto para nada, a mi juicio, lo que propone
reconocer ahora que es un paciente com o todos y que el silencio del an a­ Strachey, sino más bien lo contrario: que el analizado proyecta en el an a­
lista le produce incertidum bre y malestar. lista su objeto arcaico (superyó) y pretende reintroyectarlo sin m odifica­
C uando de golpe se calla se le plantean al analista dos alternativas ciones, mientras que la situación se revierte justam ente cuando el analista
que, a mi juicio, son am bas equivocadas: hablar para que no vuelva a no se deja poner en el lugar de ese objeto y preserva su posición.
pasar lo mismo de siempre o callar a la espera de que el analizado se Me parece que las teorías de Strachey se pueden reform ular sin
sobreponga al silencio (y a la frustración). Ninguna de las dos me parece violencia en lenguaje lacaniano, porque nadie m ejor que Strachey con su
acertada: la palabra opera sugestivamente y a m odo de la reeducación interpretación m utativa se sabe poner en lugar del G ran O tro y nadie
emocional de Alexander y French (1946); y el silencio com o coacción pa­ logra m ejor que él discriminarse del objeto arcaico, el otro con m inúscu­
ra que el analizado se vea obligado a superar la frustración. H ay una ter­ la, que el analizado imagina ver reflejado en él.
cera posibilidad, sin embargo, y es la de interpretar el silencio como un O tro autor que se ocupó con detenimiento del ensayo de Strachey ha
deseo de ver si el analista com prende su conflicto y puede hacer algo para sido Rosenfeld (1972), con cuyas ideas coinciden por lo general las de es­
ayudarlo. U na interpretación como esta trata de evitar todo efecto suges­ te capitulo. P ara Rosenfeld el esquema de Strachey se enriquece cuando
tivo y abre un cam ino nuevo y distinto, ya que se dirige precisamente se le aplican conceptos más actuales, sin que por ello cambien su cohe­
al conflicto que se está planteando; intenta ser una interpretación es­ rencia y fuerza original. P o r lo que ahora sabem os, el analizado identifi­
trictam ente analitica, m ientras que las otras dos no vacilo en calificar­ ca proyectivam ente no sólo sus objetos internos, y en especial su super­
las como acting out contratrasferencial, por comisión o por om isión, yó, sino tam bién partes de su self, por lo que la tarea del analista se hace
hablando o callando. más compleja sin que por esto varíen para nada los principios de la in­
terpretación m utativa.
Klauber tiene razón sin duda cuando subraya la im portancia de la Desde los tiempos de Strachey, dice Rosenfeld con razón, aum entó
presencia del analista —com o dice N acht (1962, 1971)—; pero, a mi en­ nuestro conocimiento de los procesos de splitting, idealización y om nipo­
tender, tanto Klauber como N acht se equivocan cuando otorgan a ese ti­ tencia que interfieren con el desarrollo del yo y, al mismo tiem po, distor­
po de factores el mismo rango que a la interpretación. La presencia del sionan las relaciones objetales aum entando la distancia entre el objeto
analista (y le doy ahora a esta expresión su sentido más lato) es una con­ Idealizado y el objeto persecutorio. Estos mecanismos operan de conti­
dición necesaria para que el análisis funcione, pero la interpretación m u­ nuo en la m archa del proceso, influyendo considerablem ente en el fun­
tativa que porta el insight, en cam bio, es una condición suficiente: cionamiento del analista; pero sí es adecuado el registro de su contratras-
aquellos solas no bastan; esta opera si y sólo si las otras fueron cum plí' Iftcncia, le dan tam bién hondura y precisión en su labor interpretativa.
mentados. Рага resolver la rivalidad trasferencial, por ejemplo, es nece­
sario que el annlllta no lienta a su vez rivalidad, es decir no pretenda Quisiera term inar este capitulo señalando que si las ideas de Strachpv
ganarle a SU HnillMUlo, Temblén equivale a decir que puede tolerar la rl-
han tenido una vida tan larga es porque integran la teoría y la técnica en 34. Los estilos interpretativos*
una unidad convincente, donde la naturaleza de la acción terapéutica del
psicoanálisis queda explicada sobre la base de conceptos que son a la vez
claros y precisos. Gracias a Strachey venimos a saber por qué im porta
tanto en nuestra labor una interpretación ju sta, cuál es el lugar preciso
que ocupan en nuestra praxis la interpretación trasferencial y extratrasfe­
rencial, asi como tam bién las diferencias entre interpretación, sugestión
y apoyo. Agreguemos todavía que Strachey nos ayuda a distinguir las
interpretaciones superficiales y profundas de la interpretación del m ate­
rial profundo. 1. Algunos antecedentes
P or últim o, y junto a todo esto, la interpretación m utativa sentó en
su m om ento las bases para las futuras explicaciones que habrían de llevar Con la propuesta de los estilos interpretativos culmina la original in­
el insight y la elaboración a la posición de principales instrum entos teóri­ vestigación de Liberman que, desde que se publican «Identificación p ro­
cos del psicoanálisis de nuestros días. yectiva y conflicto m atrim onial» (1956), «Interpretación correlativa
entre relato y repetición» (1957) y «Autism o transferencia!» (1958), se
prolongó por más de veinticinco años. En estos trabajos, todos de exce­
lente factura clínica, campea ya el germen de las futuras ideas de Liber­
m an en cuanto al valor singular del diálogo en la sesión para fundam en­
tar la teoría psicoanalítica y dar cuenta rigurosamente de su praxis. Allí
se empieza a vislumbrar la im portancia que puede tener para la tarea in­
terpretativa un apoyo interdisciplinario en la teoría de la comunicación,
que m ás adelante tam bién se buscará en la semiología.
P ara ubicarla en el contexto al que pertenece, digamos para empezar
que la investigación de Liberm an recoge las preocupaciones de la escuela
argentina sobre las form as de interpretar com o un intento de resolver el
dilema de contenido y form a de la interpretación que nace en la teoria del
carácter de Reich y se desarrolla en autores como Luisa G. Alvarez de
Toledo, Geneviève T. de Rodrigué, Racker y otros. Todos esos trabajos
apuntan a que la fo rm a de la interpretación puede alcanzar directam ente
ciertas estructuras que quedaron cristalizadas en el diálogo analítico,
adonde debemos ir a rescatarlas. La form a en que uno interpreta, por
tanto, tiene que ser reconocida como un instrum ento de nuestra labor.
Oe estos trabajos, el que sin duda abre el camino es el de Alvarez de
Toledo, leído en la Asociación Psicoanalítica A rgentina a fines de 1953 y
publicado en 1954, que estudia el significado que tienen en sí mismos los
actos de interpretar, de hablar y de asociar, más allá de los contenidos
que puedan significar. T odo hablar es una acción y en esa acción se
expresan los deseos inconcientes y los conflictos del hablante en form a
directa y concreta, de m odo que se hacen muy accesibles a la interpreta­
ció n .1 La palabra tiene intrínsecamente un valor com o tal, y es necesario
llegar a las fuentes del lenguaje, desestructurar el lenguaje p ara que re­
aparezcan las pulsiones y las fantasías profundas de las que nació. Todo

* Reproduzco aquí, casi sin modificaciones, el articulo que presenté a la revista Psicoanáli­
sis para el núm ero en hom enaje al gran analista y al gran amigo desaparecido.
1 I.a fdea central de A lvarez de T oledo coincide notablem ente con la de J ohn R . Starle y
oí to t filósofos del lenguaje, que rescatan la im portancia del acto de habla. (Véase
1469.)
esto es una parte im portante del material que nos ofrece el analizado. que A braham ubicó las principales neurosis y psicosis en su ensayo de
D entro de esta misma línea de investigación, Racker (1958) señala 1924 van ahora a ser contem plados desde la teoría de la comunicación.
que buena parte de las relaciones de objeto del analizado se presentan en Adelantém onos a decir que el esfuerzo es encomiable y, más im portante
su relación con la interpretación. La interpretación aparece muchas veces todavía, convincente el resultado. Liberman encuentra una relación signi­
como el objeto del impulso y en ella cristaliza el deseo inconciente del ficativa entre los modos de comunicarse y los puntos de fijación de la libi­
analizado, de m odo que a veces nos permite un acceso directo al m aterial do; y estos, por otra parte, determinan también los momentos más desta­
reprim ido inconciente: la respuesta del analizado a lo que le dice el ana­ cados de la situación analítica. La regresión analítica se hará, entonces, a
lista, pues, es siempre significativa. los puntos de fijación más significativos en el desarrollo individual, según
Tam bién Geneviève T. de Rodrigué (1966) presta atención a cóm o se la dialéctica que Freud estableció en las Conferencias de introducción al
form ula la interpretación y la com para a la m anera en que la madre psicoanálisis de 1916-1917, especialmente en la conferencia 22.
atiende al niño. «La form ulación de una interpretación tiene que ser el Como en otros m om entos de su investigación, aquí Liberm an se apo­
recipiente adecuado para el contenido que expresa» (1966, pág. 109). A ya, tam bién, en conceptos de su m aestro, Enrique J. Pichón Rivière.
veces la disociación del analista en m adre buena y m adre mala se canaliza Pichón ha dicho que hay puntos de fijación principales y accesorios; y si
en la alternativa del contenido malo y la fo rm a buena (bella) de las aso­ aquellos definen el diagnóstico, en estos, en los puntos accesorios, reposa
ciaciones y las interpretaciones, y es allí justam ente donde se librará la el pronóstico. Si, por ejem plo, un neurótico obsesivo tiene rasgos histéri-
batalla decisiva.2 co.s su pronóstico será m ejor que si tuviera matices melancólicos o es­
Todos estos trabajos tienen que ver, sin duda, con el comienzo de la quizoides.4 Me acuerdo siempre de un paciente joven con un delirio per­
investigación de Liberm an, aunque es evidente tam bién que, a partir de secutorio que yo atendí en La P lata y term inó por remitir am pliam ente.
1962, cuando publica L a comunicación en terapéutica psicoanalítico, es­ Yo dudaba del diagnóstico entre una psicosis histérica y una esquizofre­
te autor da un paso teórico im portante porque empieza a utilizar un en­ nia paranoide y lo consulté con el doctor Pichón. El decidió el diagnósti­
foque multidisciplinario p ara form ular sus puntos de vista, para enten­ co por la esquizofrenia, pero señaló la nota histriónica del delirio («todo
der esa insustituible unidad de investigación que es para él la sesión psi- ritd preparado, todo es una farsa ridicula») como un elemento que en al-
coanalítica. Esta apoyatura será prim eram ente, en el libro de 1962, la te­ цо m ejoraba el pronóstico dentro de la gravedad del caso.
oría de la comunicación; y luego, en los años que siguen, la semiología, Sobre estas bases, Liberman ofrece seis cuadros característicos. El
que cristaliza en su Lingüistica, interacción comunicativa y proceso psi­ pi Imci o de ellos es la persona observadora no participante, fijada a la
coanalítico, que se publicó entre 1970 y 1972. {Miniera etapa oral, de succión, y que en la nom enclatura psiquiátrica es
«¡ ш Acter esquizoide. Son las personas que pueden observar con objeti-
írJííftü, captando la totalidad, m irando el conjunto. Liberm an señala aquí
tu Import Alicia de la envidia en el trastorno de comunicación de estos pa-
2. Teoría de la comunicación I en la ruptura y desintegración de la comunicación y las relaciones
--¡sift a lt unción con la teoría de las posiciones de Melanie Klein.
E n L a comunicación en terapéutica psicoanalítico Liberm an se p ro ­ I viene la persona depresiva, observadora participante, que
pone una gran tarea, volcar la teoría de la libido y de los puntos de fija­ tu punto de fijación en la etapa oral secundaria y cuyo proceso de
ción, que Freud y A braham establecieron en las prim eras décadas del i lírjHtiilcudón se centra en la trasmisión de los sentim ientos y la regula-
siglo, al molde de la teoría de la comunicación, tal como lo propuso j í i í i i ti» Ir ¡Autoestima.
Ruesch en su D isturbed com munication (1957). Los tipos o modelos de la I*ì toieer tipo que propone Liberman es la persona de acción que
comunicación —he aquí la tesis principal— tienen que ver con los puntos jtHimiHtiUit!1al psicópata y al perverso de la nom enclatura psiquiátrica,
de fijación y, consiguientemente, con la regresión trasferencial. in n mi jum tn de fijación en la prim era etapa anal (o anal expulsiva) y un
Siguiendo entonces el derrotero de los dos grandes creadores de la te­ iíMuMo MiopiAntico de adaptación. Aquí Liberman se aparta de
oría de la libido, Liberm an redefine los cuadros de la psicopatologia se­ AlliiillKiIk . C|Ue com o es sabido había asignado este nivel de fijación a la
gún loi modelos comunicativos de R uesch.3 Los puntos de fijación en рМ Ш И ш , í* o i varios motivos pienso que la m odificación de L iberm an es
que ni A braham ni Freud tuvieron nunca en cuenta a la
1 1‘n un lítb tjn d r 1983 Sara Zac de File estudia con acierto la función de los aspectos уДмркИНц idi form edad bastante descuidada p or los analistas clásicos
lánfetH (l#l Ifllguclf »n la interpreiaciùn y los señala com o parte im portante de! holding que wwi w 'p jïïu iii do Alchhorn. La paranoia, por su parte, a p artir del mis-
el tn tlltlli o ttfiP í l lü illfitd s , m arcendo la conveniencia de incluirlos en la interpretación.
* R u eeh (1917) iHoponti *n efecto, lo t tipos siguientes: persona demostrativa, persona
a ttm o tln u S i У hulilwa» nftíütf# lAglca, p eriona de acción, persona depresiva, persona in­ * tM vc t í w llf l'lfh o n Rivière io n parecidas « las que va a proponer d e sp u ij EU líbefh
funili, p e tw iiè :w#iv*aoi« *«> B K tlk lp a n te . P i IM I) м ы * l i b u in a hiltérica.
deseos propios y llevarlos a la práctica cuando existen perspectivas de sa­
El m ayor m érito de la persona de acción es que puede captar sus dese­ tisfacerlos, calibrando la necesidad y la posibilidad; 4) la capacidad de
os y llevarlos a la práctica, si bien su capacidad de reflexión siempre está utilizar el pensam iento como acción de ensayo, lo que implica para Li­
p o r debajo de la norm a. berm an la posibilidad de adaptarse a las circunstancias y a los vínculos
En la antípoda de la anterior, la persona lògica cuenta con la posibili­ familiares de tipo vertical (abuelos, padres e hijos) y horizontal, con sus
dad de utilizar el pensamiento com o acción de ensayo; pero tiende a diversos grados de intim idad, lo que tam bién im plica la capacidad de es­
quedarse atad a a sus reflexiones sin encontrar el m om ento de pasar al tar solo; 5) la capacidad de movilizar un m onto de ansiedad útil prep ara­
acto, de operar. " toria para la acción, y 6 ) la capacidad p ara enviar un mensaje donde ac­
L a persona atem orizada y huidiza tiene la virtud de poder movilizar ción, idea y afecto se com binen adecuadam ente . 7
la angustia en un grado útil que la prepara para la acción, siempre que no Este catálogo de funciones yoicas, como bien dicen Liberman et a!., di­
la rebalse y la paralice. Si funciona adecuadam ente, este tipo de persona­ fiere de la psicología del yo de H artm ann, donde las funciones yoicas si­
lidad es la que m ejor emplea la angustia com o señal. guen los derroteros clásicos de la psicología w undtiana.
P or últim o, la persona dem ostrativa es capaz de enviar un mensaje en Un proceso analítico que llega a buen térm ino tendrá que haber
condiciones tales que alcance el m ás alto grado de integración. corregido el exceso de cualesquiera de estas funciones yoicas, ap u n talan ­
do las que estaban en déficit.
Entre estas funciones hay ciertas polaridades peculiares y, al detec­
tarlas, Liberm an anuncia ya el derrotero futuro de su investigación:
4. Los modelos de la reparación los estilos.
U na de las polaridades m ás nítidas es entre la persona de acción (psi­
Una vez que Liberm an ha probado sus instrum entos teóricos en el copatía) y la persona lógica (neurosis obsesiva); o tra tam bién convincen­
cam po de la psicopatologia los podrá aplicar para discrim inar el concep­ te se d a entre la persona observadora no participante (esquizoide), que
to de reparación, sin duda uno de los más complejos y sugerentes de tiene desarrollada en exceso la función de abstraer y generalizar a costa
nuestra disciplina . 6 La obra de Melanie Klein, m uy frecuentada p o r Li­ de la disociación del afecto y la m otricidad, y la autoplastia histérica.
berm an, ejerce sin duda una influencia ponderable y persistente en En resumen, partiendo de las ideas de Melanie Klein (1935, 1940)
nuestro autor, y aquí especialmente. sobre la reparación com o desenlace de la posición depresiva, Liberm an et
L a tesis nuclear del trabajo que estamos com entando es que hay dife­ al. postulan la existencia de diversos m odos y los distinguen cuidadosa­
rentes m odos de reparación, que implican distintos desenlaces del proce­ mente, estableciendo «una correspondencia entre estructuras y procesos
so terapéutico. Así como cada apertura del tratam iento analítico m uestra jíilcopatológicos y estructuras y procesos de reparación» (1969, pág.
una problem ática diferente que apunta a una m eta distinta, el final del 117). C uando se logra reparar la pau ta que sufría el detrim ento m ás in­
análisis puede entenderse según el grado de acercam iento a ese objetivo. tento, se modifica la visión del pasado y sobrevienen cam bios en los esti­
P ara tipificar los distintos procesos de reparación, Liberm an estudia lo* lingüísticos de com unicación que em plea el paciente en la sesión.
las funciones yoicas, aplicándoles el esquema clasificatorio ya expuesto.
En cada uno de los seis tipos de personalidad recién descriptos se
com prueban pautas de com portam iento desarrolladas excesivamente con
detrim ento de otras. En esto consiste, justam ente, el desequilibrio del yo. Ldn estilos del paciente
Porque el yo detenta una serie de funciones, y su patología radica en que
unas crezcan en perjuicio de las restantes.
I Itícmmn siempre sostuvo que Freud descubrió dos cosas im portan-
Un yo normal, siguen Liberman et al., tendría que ser idealmente plás­ 4®&: d Inconciente y la sesión psicoanalitica com o unidad de investiga-
tico, de m odo que cada una de sus funciones ocupe el lugar que le corres­
t n 3 i ili cita últim a se desarrolla toda la indagación de nuestro autor.
ponde sin avanzar sobre las demás. w E lid ió de la lesión psicoanalitica condujo a Liberm an desde su refor-
E n relación a los seis tipos de personalidad que encuentra, Liberm an
filUÍti» Mn d t In psicopatologia psicoanalitica en térm inos de la teoría de
distingue sendos atributos en el yo: 1) la capacidad de disociarse y obser­
bt »w iìbiik^ción de Ruesch a su original descripción del funcionam iento
var sin participar, percibiendo la totalidad del objeto; 2 ) la capacidad de
i vu** y Ur lo i modelos de reparación, para llegar por fin a u n a clasifìca-
acercarse al objeto y verlo en sus detalles; 3) la capacidad de captar los
>4*41 tte fftllo i com unicativos. Tam bién aquí va a aplicar Liberm an
M<nu*tii-í№monte el gráfico de tos seis casilleros: Ц estilo reflexivo, 2)
6 E sta investigación fue realizada principalm ente por L iberm an en un grupo de estudio
com puesto рот J. A chával, N . Espiro, P, Grim aldi, I. В аф а! de Katz, S. L um erraann, B. ' И я и Й н к м ) №Uu«lm*Rtc d d trtbujo de 1969. pág. 124.
M ontevechio у N. Schlossberg, con quienes lo publicó en 1969.
pacientes que empiezan a hablar en voz Ьгуа, p ara adentro, y el lenguaje
estilo lírico, 3) estilo épico, 4) estilo narrativo, 5) estilo de suspenso y ' se va haciendo más y m ás críptico, cuando no em piezan a aparecer los
6 ) estilo estético. Vamos a trata r de caracterizarlos siguiendo principal­ neologismos. El analista está siempre intrigado, todo le parece insólito y
m ente el libro Lenguaje y técnica psicoanalítica, que Liberm an publi­ a veces term ina con dolor de cabeza. El terapeuta tiende a idealizarlo y el
có en 1976. paciente, por su parte, concibe al analista com o un sujeto que piensa y lo
Antes de empezar con el tratam iento especial de los estilos, conviene tiene muy idealizado, ya que estos pacientes sobrevaloran el pensar.
decir que Liberm an va a apelar al estudiarlos a la teoría del signo de «C on la estilística 1 el paciente sólo puede ser un óptim o receptor, pero
Charles Morris (1938). Como es sabido, este autor distingue tres áreas, se encuentra cercenado com o em isor» (Liberm an, 1976, pág. 28). «El
en relación con los tres factores que constituyen el proceso semiótico: el estilo reflexivo se caracteriza por el alto grado de generalidad de las
signo, el designatum, que es la cosa a la que el signo se refiere, y el in­ emisiones» {ibid., pág. 54), de m odo que los acontecim ientos vitales se
térprete o usuario. Así pues, la semántica estudia la relación del signo trasform an en incógnitas abstractas que se plantean y se persiguen sin
con el objeto al cual el signo se aplica (designatum), la pragmática se ocu­ suspenso. C ontem plando a su objeto sin afecto y sin vida, el individuo
pa de la relación del signo con el intérprete y la sintáctica de cóm o se vin­ pierde los limites de su personalidad, fusionado «con una totalidad
culan los signos entre sí. trascendente con la cual el vínculo es predom inantem ente cognitivo (en
Con esta apoyatura en la teoría de los signos, Liberman va a agrupar términos de certidum bre-incertidum bre)» {ibid., pág. 55).
los cuadros psicopatológicos según que en ellos predominen las altera­ Liberm an recuerda a una paciente esquizoide que estaba muy intriga­
ciones pragmáticas, semánticas o sintácticas. En térm inos generales da por las taza£ de café que a veces aparecían en su escritorio (cuando su
podríam os decir que en las grandes psicosis, la psicopatía, las perver­ hora seguía a u n a supervisión). Después de m ucho tiem po dijo cierta vez:
siones y las adicciones preponderan las perturbaciones de tipo pragm áti­ «Hay personas a las que les tengo que hablar en lenguaje notarial. Esos,
co, mientras que el trastorno predom inante en las esquizoidias y las ciclo- esos, esos que vienen a tom ar café». Su lenguaje notarial se refería, en­
timias, las organoneurosis, las hipocondrías y las diátesis traum áticas tonces, a que ella tenía que dejar sentado en un protocolo, com o hacen
es semántico; la sintáctica, por fin, está especialmente com prom etida los escribanos, que la analizada Fulana de Tal deja constancia que tiene
en las neurosis. especial interés en conocer qué vienen a hacer esos que salen del consulto­
rio cuando ella entra y con los que a veces conversa; y deja constancia
que se siente celosa y que esas tazas de café son un testimonio que queda
Estilo 1 (reflexivo) asentado en este protocolo, etcétera. El grado de deform ación es enor­
me. H ablar com o un protocolo (o por correspondencia) nos está
Como hemos visto anteriorm ente, la persona observadora y no parti­ m ostrando, en últim a instancia, que el paciente está lejos.8
cipante, el esquizoide de la psicopatologia clásica, tiene desarrollada en Lin relación con los niveles semióticos, el estilo reflexivo opera con
alto grado la capacidad de disociación, que le permite observar sin parti­ i’icrta precisión form al y abstracta desde el punto de vista sintáctico, con
cipar, es decir sin afecto y objetivam ente, en una especie de percepción unn escala de valores sem ánticos que giran de observar sin participar a
microscópica, «porque el yo se achica y los objetos se agrandan» (Liber­ wr observado participando; en cuanto a la pragm ática, el estilo reflexivo
m an, 1976, pág. 16). tiende a despertar en el usuario incertidum bre, desconfianza y desapego.
Todo lo que dijeron Fairbairn en 1941 y Klein en 1946 sobre la perso­
nalidad esquizoide en cuanto a control om nipotente, idealización y dis­
persión de las emociones se aplica aquí. Es el paciente que permanece ale­ lis tilo 2 (lirico)
jad o , que está afuera; el paciente más silencioso y con alteraciones en la
percepción de los cincuenta m inutos de la sesión. A veces la hora le ha re­ HI legundo tipo corresponde aJ cicloide de la psicopatologia clásica.
sultado muy corta (y a nosotros se nos hizo interm inable porque nos dio N# encuentra expuesto con claridad en los dos trabajos sobre la posi-
muy poco m aterial); a veces puede suceder lo contrario. h № i tlepretiva de M elanie Klein (1935, 1940) y tam bién en los estudios
Este tipo de paciente siempre se está planteando incógnitas, los gran­ lllA* ledente* iob re la simbiosis trasferencial de Bleger (1967) y M ahler
des problem as filosóficos de la vida, por ejem plo qué es la verdad, qué es llVft?}, Son loi pacientes que están literalm ente encim a de nosotros, se
la inteligencia, qué es la justicia, o tam bién el origen del m undo o de la MlrtjfiMlí presentan dificultades en la comunicación porque no tienen
vida. P ara él, analizarse es, justam ente, encontrar respuesta a esas cues­
tiones a partir de una incógnita central: qué es el análisis; pero lo hace en
form a fría, como quien observa desde afuera. Este paciente puede tener * 1ИПШ MW íjfm p lo y m uchas de las ideas expuestas en este parágrafo de la claie que
% М 1ИИШ1 ft t lo * i« n ln « rlo i de técnica de R abih, Ferschtut y Etchegoyen el 27 de nñ
la capacidad de ver objetivamente las cosas en su totalidad pero tiene un чЯМйЬюяЕ 1Ш ) frn t i A u d i c ió n Psicoanalítica de B uenos Aires.
serio problem a para hablar, porque hablar es com prom eterse. Son los
control de sus emociones, son los pacientes «im pacientes» que nunca ter­ En los últimos años, como ya he dicho, Liberm an se ocupó detenida­
m inan de com unicam os algo. Es que la impaciencia se ve invadida por el m ente de la enferm edad psicosom àtica.10
aspecto oral canibalístico. Son personas que, cuando hablan, dicen la m i­
tad y «se comen» el resto, porque no tienen una demarcación entre el
pensamiento verbal hablado y el pensamiento verbal pensado. El pacien­ Estilo 3 (épico)
te se oye a sí mismo y el im pacto de lo que va diciendo hace que se coma
sus palabras. Esto nos obliga a un gran esfuerzo de atención, a una espe­ El estilo épico, sin duda uno de los m ejor tipificados en el registro li-
cie de traducción, de lo que a veces no nos percatam os. Si grabam os la berm aniano, es el que corresponde a la persona de acción. Es el paciente
sesión no la entendem os, com o si el grabador anduviera m al; y es porque que actúa, el que recurre al acting out en la sesión —al acting in, como lo
el aparato registra exactamente lo dicho, lo emitido, sin com pletar lo llaman algunos— . El acting out es, para Liberm an, un pensamiento que
om itido. Son pacientes que nos exigen un gran esfuerzo, term inan no ha llegado a ser tal y se exterioriza m ediante u n a acción; el contenido
frustrándonos y a veces nos pueden producir sueño. latente del acting out es, pues, una frase que el sujeto no ha llegado
En contraposición al estilo 1, el self participa afectivam ente, pero a a estructurar.
costa de escindir los procesos de percepción. El com prom iso afectivo lle­ Estos pacientes concurren al análisis con una segunda intención, que
va a la percepción parcial del objeto en una suerte de percepción telescó­ por supuesto ocultan concientemente al analista, y en esto radica, como
pica. en seguida veremos, su principal característica.
El alto com ponente emocional que trasm ite el estilo lírico se canaliza El paciente con estilo épico es el que demuestra más convincentemente,
muchas veces a través del código paraverbal . 9 a mi juicio, el desarreglo en la relación del signo con el intérprete, esto es la
Mientras que la tem ática del estilo 1 gira sobre todo alrededor del co­ pragmática. La perturbación pragmática supone una m arcada distorsión
nocim iento, aquí los temas aluden a los sentimientos, el am or, la culpa y en el uso de los signos. El mensaje verbal no sirve al intercambio comuni­
la necesidad de ser perdonado. También estos pacientes buscan la fusión cativo sino que es un medio para influir secretamente sobre la voluntad del
pero no con un ente abstracto como los anteriores sino con el ser am ado, otro. El arte de la psicopatía consiste en la inoculación (Zac, 1973).
cuyo am or se desea poseer eternamente. Liberman h a estudiado tam bién los factores genético-evolutivos que
El estilo lírico se caracteriza por una profusa inclusión de calificado­ conducen a la distorsión pragm ática del estilo épico recurriendo a las se­
res del estado de ánim o en el área sintáctica y por la tendencia pragm áti­ ries complementarias de Freud y a los conceptos kleinianos de voracidad
ca a provocar fuertes respuestas afectivas en el usuario. y envidia. «Los pacientes con distorsión pragm ática presentan una p arti­
cular dificultad p ara ser abordados psicoanallticamente, com o conse­
cuencia de perturbaciones tem pranas que conspiran contra la necesidad
Adenda: E l estilo lirico del paciente infantil (organoneurótico) de adquirir nuevas form as de codificación en el curso del ciclo vital»
(1970-72, vol. 2, pág. 579).
La personalidad infantil, que Ruesch describió entre sus tipos bási­ Liberman encuentra que concurren varios factores para que se confi­
cos, se conserva en la clasificación de Liberm an que, por diversas razo­ gure la distorsión pragm ática del estilo épico. Hay, en prim er lugar, u na
nes, la ubica dentro de la persona depresiva (y consiguientemente en el huida envidiosa precoz del pecho con una acelerada m aduración m uscu­
estilo lírico). Tal vez se podría justificar esta inclusión señalando que el lar porque está interferida la posibilidad de depender de la figura m ater­
amplio registro de las emociones del estilo lírico, en cuanto tiene cone­ na (ibid., pág. 585). A esto se unen com o segunda serie com plem entaria
xión con el cuerpo, nos está llevando como de la m ano a este tipo de pa­ una m adre narcisista e infantil y un padre ausente.
tología. Coincidiendo con Phyllis Greenacre (1950), Liberm an considera que
El paciente organoneurótico tiene una adaptación form al a la reali­ lu tendencia al acting out tiene una de sus ralees en el segundo año de la
vida, cuando el niño se enfrenta con el aprendizaje de la m archa y el len­
dad pero sus emociones se canalizan hacia el cuerpo. En algo se parecen
guaje, ju n to con el dom inio esfínteriano. En el segundo año de la vida,
al psicópata, en cuanto no registran sus em ociones, pero son radicalm en­
óüttttdo está en su apogeo el proceso de separación-individuación de M ar-
te distintos porque nunca perjudican a terceros sino a ellos mismos, a
su cuerpo. p r e t Mahler (1967, 1975) y el niño empieza a hablarle a su m adre desde

4 Siguiendo a los teóricos de la com unicación, L iberm an distingue tres códigos: veibal, 10 1‘ota ш)А m editada exposición sobre este aspecto de la investigación liberm an ¡ana,
paraverbal y no verbal. Los componentes paraverbales son todos los ingredientes del habla •♦•W M cu trp o al sím bolo. Sobrtaáaptación y enferm edad psicosom àtica, que Liberm an
que n o se hallan incluidos en el m ensaje verbal, com o el tono, la altura, el ritm o y la intensi* Г«л № 16 f n colaboración c o n Elsa С rassano de Piccolo, Silvia Neb orak d e D im ani, L i a P ii»
dad, esto es lo fonético. 11-ùì il« (" o ttlA a i y P o la R oltm an de W osccboinik.

Ut
narración, para controlar los procesos mentales del receptor, fijando la
lejos, esta no te responde con palabras sino con gestos. Algo falla en es­ mente de este en un m undo conocido por el paciente en el cual los datos
tas madres, incapaces de pensar en función de la necesidad del niño. Son son ordenados de una m anera exclusiva p o r este» (ibid., pág. 520).
mujeres que sólo pueden pensar cuando lo que está en juego es su propia Como sabemos por los autores clásicos, la neurosi? obsesiva tiene su
ansiedad. M ientras el niño no habla no hay problem as, pueden atenderlo punto de fijación en la fase anal secundaría (o retentiva). Según Freud la
sin dificultad. Pero cuando el niño crece, se aleja y habla, la m adre res­ neurosis obsesiva aparece tipicamente en el período de latencia; pero, en
ponde con acciones y gestos. Si el niño tiene ham bre, ella va a la cocina y realidad, Klein (1932) ha m ostrado que las técnicas obsesivas se instauran
abre el mueble donde están las gaUetitas. El niño se ve llevado a perfec­ en el segundo año de la vida, en la época de la educación esfínteriana.
cionar sus técnicas de acción para meterse por los intersticios y termina El estilo cuatro corresponde a un sujeto que, en un m om ento determi­
por ser un pequeño ladroncito que ro ba comida. A lo largo de su vida es­ nado de su desarrollo, sufre una socialización precoz. El sujeto llega a ser
tas personas elaboran la teoria de que jam ás van a ser entendidos; esto los un niño ordenado y obediente, que se sobreadapta. Hace los m andados
lleva a una cosmovisión delirante del m undo. El analista es alguien que en­ para la m am á y los deberes para la m aestra, es siempre un buen alum no y
contró este «curro» del diván y de venir todos los dias para ganarse la vida recibe el premio al m ejor com pañero. Es que el estilo narrativo —conclu­
a costa de los demás y obtener beneficios. Son los pacientes que más ye Liberman— constituye la expresión empírica de los típicos mecanis­
problemas traen con el dinero y tienden a m anejar al analista con el pago. mos de defensa de la neurosis obsesiva: formación reactiva, anulación
y aislamiento. Como ha dicho Rosen (1967) el control anal retentivo
permite m antener la secuencia de un relato y, cuando falla, el discur­
Estilo 4 (narrativo) so «se ensucia».
A fuerza de ser un buen paciente, la persona lógica term ina por ser la
El paciente con estilo narrativo corresponde a lo que con el enfoque caricatura de un paciente. Si el analista tiene que cambiar o suspender
comunicacional se había descripto como persona lógica, es decir la una sesión elige a este tipo de paciente, porque cree que es el que m ejor lo
neurosis obsesiva de la psicopatologia. En estos pacientes, la lógica for­ va a tolerar, dejándose inducir p or los límites que con su control estable­
mal se erige en el instrum ento más idóneo para contrarrestar la lógica de ce. En realidad es un grave error, porque alterar el encuadre a un pacien­
las emociones, que el analista pretende alcanzar con sus interpretaciones. te de este tipo puede ser una cosa catastrófica.
La hipertrofia defensiva de las operaciones lógicas supone un amplio
predominio del proceso secundario, donde los rendimientos de la fanta­
sía inconciente tienden a quedar anulados por completo. Estilo 5 (suspenso)
El paciente con estilo narrativo se preocupa más por la form a en que
debe entender y debe hablar que por el contenido de Jo que dice o escucha. El estilo de la personalidad atem orizada y huidiza es el suspenso, que
Al cuidado excesivo en el vocabulario corresponde un tem or subyacente se caracteriza por el clima de asom bro, miedo y búsqueda. Los persona­
a equivocarse, a entender mal o ser mal entendido, que hunde sus ralees jes son nítidos y los signos se seleccionan para plantear incógnitas en las
en la om nipotencia del pensamiento y la palabra. Acostado y quieto en el cuales el sujeto se siente com prom etido y trata de com prom eter al analis­
diván, suele levantar los antebrazos m ientras habla para impedir que el ta. El discurso m uestra la típica evitación fòbica a nivel de palabras y
analista irrum pa y lo interrum pa. (1970-72, vol. 2, pág. 516.) giros verbales sin perder su coherencia y su orden. A veces el discurso
Son estos pacientes los que más se esfuerzan por deslindarse del ana­ principal se interrum pe y, al modo del «aparte» en la técnica teatral,
lista, los que más hablan y los que redactan m ejor. Si trascribimos a má­ ne intercala una secuencia independiente, luego de lo cual se vuelve al te­
quina una de sus sesiones, veremos que llena varias hojas. Son pacientes ma central.
que hacen crónicas organizadas en el tiempo y en el espacio: «El viernes, El estilo de suspenso m uestra una clara oposición entre el lenguaje
cuando salí de acá, me encontré en la esquina con Fulano. Y quedamos verbal, por un lado, y el paraverbal y el no verbal por el otro. Los dos úl­
en vernos a la noche para ir a comer con nuestras esposas. Y así lo hici­ timos registros son los más reveladores, los que m uestran las actitudes
m os». Ordenan su discurso y lo encabezan por un «le voy a contar». De leales del paciente, m ientras que el registro verbal tiende a ocultarlas.
esta form a nos controlan y nos desconciertan, cuando no nos fatigan, Hita discordancia m arca un engaño, pero mientras en el estilo épico el
fastidian o aburren. Mijfafto tiene al otro p or destinatario (y victima), aquí el engañado es el
El paciente con estilo narrativo aclara continuam ente a qué se está re­ tu opio emisor.
firiendo. Es característico de este estilo que el mensaje tienda a con­ I д tem ática de este estilo gira siempre alrededor del riesgo, lp. aventu-
centrarse en el contexto y en la función referencial: «Dicha función iiD y el descubrimiento, opuestos a la rutina, el conform ism o y la tran-
siempre remite al terapeuta a que se ubique en un contexto determ inado tlUllldml. Aparecen con frecuencia la competencia entre personae del
al cual el paciente trata de conducirlo utilizando las características de la
mismo sexo p or un objeto de am or heterosexual, como expresión típica
del complejo de Edipo positivo. Estas y otras em odones afloran clara­
Los seis tipos que acabo de describir tratando de ajustarm e fielmente
m ente en este discurso, m atizadas con las técnicas fóbicas de acercamien­
to y alejamiento, que describió M om (1956, etc.) y que circunscriben, a al pensamiento de Liberman nunca se dan en estado puro. Los estilos se
veces, un polo atractivo y peligroso y otro tranquilizador pero aburrido. mezclan, se superponen y también se contraponen. Si una persona tiene
Los pacientes del tipo cinco son los que m ejor movilizan la señal de de base un estilo reflexivo y trata de solucionar su aislamiento emocional
y su incomunicación em pleando técnicas histéricas, será entonces un his­
angustia que describió Freud en 1926. C uando fracasa esa función antici-
térico torpe, nunca un histérico elegante. Del mismo m odo un paciente
patoria del yo, se establece una relación objeta! con angustia que deriva
en la fobia. Cóm o los del tipo uno, son pacientes que están intrigados, que tiene una estructura básicamente obsesiva y, por tanto, estilo narrati­
pero procuran crear suspenso im primiendo a la sesión la expectativa de vo, pero que puede apelar a las técnicas dram áticas de la histeria, será al­
que algo va a pasar. Así, estos sujetos trascriben su fobia y estado de guien que cuenta cosas pero intercala diálogos: «Llegamos a la esquina y
ella me dijo: ¿Dónde querés ir? Y yo le dije: Vos siempre querés que sea
alerta al clima de la sesión. P ara este paciente, el analista puede ser un de­
tective que tiene la habilidad de encontrar al culpable, al objeto fobígeno. yo el que decida. No, esta vez decidí vos. Entonces ella se dio vuelta y en
Como dijimos hace un m om ento al describir el discurso de estas per­ ese m om ento llegaron los otros y dijeron: ¡Che! ¿O tra vez se están pele­
sonas, la alteración m ayor se encuentra a nivel sintáctico cuando la evita­ ando?». Es una crónica narrada en form a de libreto teatral, donde el su­
ción fòbica opera sobre las palabras y los giros verbales. La sem ántica no jeto, de alguna m anera, va actuando los papeles que nos va describiendo.
El elemento histérico le d a a la técnica narrativa más plasticidad.
está especialmente perturbada y, en cuanto a la pragm ática, lo más ca­
racterístico de este estilo, com o indica su nom bre, es el intento de crear De esta form a, el estilo nunca es simple; se le agregan otros registros
que, si bien lo complican y le hacen perder su nitidez, también lo enri­
suspenso en el receptor, a quien siempre se le adjudica un papel de obser­
quecen y lo diversifican.
vador no participante.
Un postulado básico de toda la reflexión liberm aniana es que los esti­
los no sólo se superponen sino que también se com plem entan, que cada
Estilo 6 (estético) estilo tiene otro que le es com plem entario y, p or tanto, en un m om ento
dado, será el que más se adecúe a su capacidad de receptor. El estilo
narrativo se complementa con el épico, el reflexivo con el dramático que
El paciente con estilo dram ático que provoca im pacto estético es la
crea suspenso.
persona dem ostrativa según los m odos comunicacionales, que corres­
ponde a la histeria de la clínica psiquiátrica. Aquí se aprecia «una óptim a Liberman expuso claram ente sus ideas sobre com plem entariedad esti­
sincronización de los códigos verbal, paraverbal y no verbal para trasm i­ lística en su colaboración a la Revista de Psicoanálisis en el núm ero con­
tir un mensaje» (Liberm an, 1976, pág. 58). Com o en el estilo anterior, el m emorativo de sus treinta años y en un artículo especial para la Revista
espado, el tiempo, los objetos y los personajes aparecen claramente deli­ Uruguaya en hom enaje a Pichón Rivière.11
mitados; pero la diferencia estriba en que aquí no hay cambios bruscos en La com plem entariedad estilística, dice Liberman (1978), deriva de las
las secuendas discursivas, ni se intenta crear la atm ósfera de suspenso, «si­ pautas de interacción en la psicoterapia,1 y agrega inm ediatam ente: «De­
no que se busca un óptimo grado de redundanda, sea porque los tres códi­ bemos com prender que com plem entariedad significa las diferencias de
gos trasmiten isomórficamente el mismo mensaje, o bien porque se articu­ los papeles y características de los mensajes, y que contrasta con la inte­
lan com plem entariam ente con este mismo objetivo» (ibid., pág. 58). racción simétrica, donde las similitudes predominan» {ibid., pág. 45, no­
Este tipo de paciente procura crear en el receptor un im pacto estético. tti al pie). Si el analista razona o discute con su paciente obsesivo estable­
Se deleita al emitir las señales y al recibirlas. H ay aquí, dice Liberman ce una interacción simétrica; si puede recurrir al estilo épico al interpre­
(ibid., pág. 59), una especie de placer funcional que coincide con temas tarle, podrá alcanzar la com plem entariedad, dándole al paciente lo que le
agradables de frecuente contenido erótico, con muchos elementos de IttlUi. Como corolario de estas reflexiones, Liberman llega a afirmar que
belleza y fascinación. los cambios del analizado durante el proceso psicoanalítico dependen del
Los pacientes del estilo seis son los que m ás provocan en el analista giudo en que se ajuste la organización verbal de la interpretación a las
un sentimiento de com odidad y agrado. La resistenda de trasferenda se condiciones receptivas del paciente y, por consiguiente, «cuanto m ayor
basa aquí en el exhibicionismo. Si el analista queda fascinado por los re­ Cu el tirado de adecuación entre la estructura de la frase que form ula la in-
cursos del paciente, la sesión se va a convertir en una espede de espectá­
culo y como es natural fracasará. El sentim iento de vergüenza y de feal* 11 «('om plem entariedad estilística entre el material del paciente y la interpretación»
dad, el tem or al ridículo son rasgos reconocidam ente histéricos derivados (IVM), mIU dlúlogo psicoanalítico y la complementariedad estilística entre analizado у ВЛА-
ibta» (1WS).
de la pulsión exhibicionista, que están en la raíz del estilo estético.
terpretación y el estado del paciente cuando la recibe, tanto m enor será la 35. Aspectos epistemológicos de la
distorsión» (ibid., págs. 45-6). El significado de este ajuste, dice Liber- interpretación psicoanalítica
man taxativamente, es la complementariedad estilística (ibid., pág. 46).
La interpretación debe ofrecer al analizado los modelos del pensamiento Gregorio Klimovsky
verbal que no pudo construir en su desarrollo y, por esto, «la interpreta­
ción ideal, la más exacta, será aquella que reúna en una sola oración
los com ponentes estilísticos de que el paciente carece» (ibid., pág. 48).
La interacción com plem entaria, concluye Liberm an, conduce al paciente
al insight.
En otras palabras, a lo que en términos fenomenológicos llamamos em­
patia, Liberman trata de darle un contenido lingüístico a través de la
complementariedad estilística. Lo que en la sesión surge como empatia 1. Introducción
aparece después, cuando se estudia la sesión, como complementariedad
estilística. El problem a que plantea la estructura lógica de la interpretación y su
Si bien la com plem entariedad estilística implica una tom a de posición contrastabilidad no es para nada fácil, y pocos son todavía los lógicos
teórica frente al analizado, frente a la trasferencia y frente al proceso que tienen afición por estos temas. Hemos tenido la oportunidad efe dis­
analítico, Liberm an no descuida los otros determ inantes y advierte que cutirlos por años con muchos psicoanalistas y, si alguna conclusión pro­
si se sobrevalora la idea de estilos complementarios se corre el ries­ m etedora hemos llegado a extraer finalmente, una parte im portante del
go de perder la espontaneidad, sometiéndose a la búsqueda de una mérito es de los amigos que han tenido intervención en esas discusiones.
complementariedad ideal. P or esto, «cuando alcanzamos un nivel ópti­ Vista por un lógico o un epistemólogo, la interpretación en psicoaná­
m o de trabajo, efectuamos sin prem editarlo la com plem entariedad esti­ lisis plantea problemas parecidos a los que se presentan cuando se quiere
lística» (ibid., pág. 48), fundam entar las teorías físicas y las razones para aceptarlas o recha­
zarlas, así como tam bién a los que se plantean en ciencias sociales, más
concretamente en disciplinas como la historia, cuando se les quiere apli­
car el concepto de explicación.
Quizás algunos de los debates más interesantes en la epistemología
contem poránea estén por este lado; también es donde menos acuerdo
hay, de m odo que, entre las analogías que nosotros vemos dentro de este
mosaico de dificultades, se podría decir que, más que resultados ciertos,
existen diversas variantes y posibilidades.
El primer problem a que se plantea es el de la naturaleza lógica de la
interpretación. ¿Qué es lo que ocurre cuando se lleva a cabo una in­
terpretación, qué estructuras encuentra en ella un lógico? De los varios
« 4pcctos que inm ediatam ente se encuentran com o características del acto
de interpretar, tres llaman la atención y llevan a problem as diferentes: el
explicativo, el semántico y la vertiente instrum ental. Nos vamos a referir
Huís ni prim ero que a los restantes, pero no debemos olvidar que los tres
«ili de interés.
Varias son las ocasiones en que hemos intentado precisar qué hay en
rl pioblem a de la interpretación desde el punto de vísta epistemológico,
Nio es cosa fácil porque los psicoanalistas mismos parecen no ofrecer una
MKiipleta unanim idad conceptual y un perfil claro de lo que ellos entien­
da» por Interpretación, de m anera que, a veces, no se sabe qué es lo que
W MtA discutiendo. Algo bastante curioso es que, en los largos, extensos
ff lUlul'lmos trabajos que signan la labor freudiana, la palabra interpre­
to! Iftll ttpurece poco, a pesar de ser u na de las nociones centrales de SU
Ш Нй, uno de .sus principales aportes.
Es evidente que m uchos de los usos que él hace de la interpretación en man una sentencia declarativa, o sea algo en lo que el psicoanalista puede
L a interpretación de los sueños (1900a) son más bien canónicos, donde estar equivocado o acertado. En la m ayoría de los casos, la afirmación
«interpretación» quiere decir algo así com o una clave explicativa de lo que constituye la interpretación es de carácter hipotético, porque la ver­
que está sucediendo en la psiquis o en la conducta del sujeto y no otra co­ dad o falsedad de lo que se está diciendo no es conocida. P or supuesto,
sa. Pero hay otros contextos en la obra de Freud donde la interpretación no lo es directamente por el paciente; pero tam poco lo es para el tera­
aparece más bien com o un instrum ento de la terapia psicoanalítica y de la peuta. La interpretación tiene en gran medida características de conjetu­
tarea clínica, com o algo peculiar que no es ya m eram ente de tipo episte­ ra y, com o tal, es más bien una especie de aventura que exigirá, como de­
mológico sino que posee tam bién las características de instrum ento de ac­ cía el profeta, que se la m ida por sus frutos. Sólo al conocer cuáles son
ción. No vamos a referirnos, sin em bargo, a las distintas concepciones los efectos de esa declaración podrá ponderarse su exactitud.
que sobre la interpretación tienen los mismos psicoanalistas, porque nos P ara entrar ahora a discutir el aspecto explicativo, empezaremos por
parece que esa es una tarea que les corresponde a ellos. Algo de esto se ve decir que desde un punto de vista lógico vale la pena distinguir dos tipos
en el libro de Louis P aul Psychoanalytic clinical interpretation (1963), de interpretaciones: las que se obtienen p o r lectura y las que surgen como
donde los artículos com paginados m uestran una atractiva variedad de hipótesis, p o r explicación.
concepciones acerca de la interpretación. P ara darnos a entender, hagamos previamente algunas alusiones de
Dijimos que en la interpretación psicoanalítica se superponen tres fe­ carácter epistémico. Prim eram ente, mencionemos una característica del
nómenos que siempre allí coexisten. tipo de teoría y de discurso que el psicoanálisis m aneja y que se relaciona
El primero es de orden epistemológico y se relaciona con el tipo de co­ con la evidente diferencia que hay entre un tipo de m aterial que episte­
nocimiento que la interpretación ofrece. U na interpretación es una especie m ológicamente podríam os llamar directo, que está más o menos próxi­
de teoría en m iniatura acerca de lo que hay detrás de un fenómeno mani­ m o a la descripción, a la observación, a la práctica clínica, y que corres­
fiesto. De este m odo, interpretar implica producir un modelo o una hipóte­ ponde al material empírico (en psicoanálisis es más corriente llamarlo
sis de m odo semejante a lo que haría un físico cuando quiere señalar qué «material manifiesto»); y, en segundo lugar, lo que epistemológicamente
hay detrás de un efecto. A esto lo podríam os llamar la vertiente gnoseolò­ podríam os llamar el material teórico, que no es directamente visible y ob­
gica de la interpretación, y plantea problemas epistemológicos típicos. servable, al que hay que llegar de m anera indirecta; aquí estaría el m ate­
La segunda faceta ligada al fenómeno de la interpretación es de tipo rial latente, inconciente.
semiótíco, tiene que ver con significaciones. Lo que aquí se hace es algo Lo que acabamos de señalar es una diferencia que se hace en ciertas
parecido a una captación de los significados que está ofreciendo el m ate­ disciplinas científicas entre lo que pudiéramos llam ar el lado empírico y
el lado teórico de la realidad estudiada, diferencia que por otra parte no
rial que la interpretación atiende. Aquí la labor se parece a la de un lin­
se va a encontrar en todas las disciplinas. H ay teorías que son puram ente
güista o un semiótico y es de un orden diferente al gnoseològico, si bien
empíricas, teorías que construyen grandes hipótesis, y muy ingeniosas,
no puede dejar de reconocerse que hay aspectos comunes.
pero sobre material detectable y observable. La teoría de la evolución de
El tercer aspecto es instrum ental y quizás, en cierto sentido, tera­
Darwin, tal como su autor la expone en la prim era edición de E l origen
péutico; y es que la interpretación en psicoanálisis es una acción: el que
de las especies, en 1859, por ejemplo, es de este tipo; teoría muy bien ar­
interpreta está haciendo algo con el fin de producir una modificación o
mada, ingeniosa y enormemente explicativa porque da cuenta de una
un determ inado efecto en el paciente.
cantidad de hechos, permite hacer predicciones y es a su vez explicada
por la genética, pero no hace alusión a material teórico; todas sus n o ­
ciones (características, variedad, determ inación, adaptación) se pueden
definir perfectamente de una m anera m anifiesta, de una m anera empíri­
2. El aspecto gnoseològico ca. No es así lo que ocurre en genética ni en química ni tam poco es lo que
ocurre en psicoanálisis.
Lo que prim ero se impone a nuestro espíritu al estudiar el fenómeno
Es verdad que un psicoanalista sabe que el material inconciente puede
de la interpretación es que es un acto de conocim iento; con ella intenta­
tam bién en cierto sentido observarse, detectarse y describirse; pero hay
mos obtener un conocimiento: es una afirm ación que el analista hace en Uliu diferencia bien clara: una cosa es hablar de la conducta del paciente,
relación con el m aterial ofrecido por el paciente, con el propósito de leer­ lid material manifiesto y o tra muy distinta hablar de su estructura psí­
lo, describirlo o explicarlo. P o r qué no utilizamos una sola palabra, quica, de sus fantasías, de su inconciente. Ahí hay realmente un salto
explicar, enseguida va a aclararse. De todos m odos, este es el aspecto teó­ Rtioieológico tan grande com o el que acomete el químico cuando deja de
rico, de conocimiento hipotético-deductivo implicado por la interpreta' hftlilnr del color del papel tornasol y te pone a hablar de la órbita de lo»
ción. Lo prim ero que queremos hacer n o tar es que en una interpretación
roñes en la estructura atóm ica y del desplazamiento de los clcctronet
el psicoanalista form ula una proposición, enuncia lo que los lógicos lia-
la garantía de que los instrum entos sirven, ya no va a discutir más proble­
en esas órbitas. En este sentido, lo que pasa dentro del aparato psíquico, mas de óptica cuando haga astronom ía o biología: acepta realmente que
lo que precisamente le interesa al psicoanalista, el corazón de lo que en
cuando observa ciertos fenómenos de este lado del aparato óptico es que
este sentido «ve», tiene bastante analogía con lo que le interesa a un hay tales o cuales cosas del otro.
químico en cuanto a la estructura interna de moléculas, átom os y electro­
Las leyes que correlacionan un tipo de variable con otro, el lado em­
nes. Desde este punto de vista son situaciones teóricas bastante pareci­
pírico con el no empírico, se suelen llamar en la jerga epistemológica
das. Un problem a que el psicoanálisis tiene en común con todas estas te­
regias de correspondencia. Son también hipótesis, son tam bién leyes que
orías de la ciencia natural es cómo se puede fundam entar nuestro conoci­ alguna teoría científica ha proporcionado y que correlacionan lo visible
m iento, cómo es posible lograr la ordenación, la sistematización de esa
con lo que no lo es, el material m anifiesto con el contenido latente, para
parte de la ciencia que no es directam ente accesible, directam ente ope­
emplear las clásicas expresiones psicoanalíticas que Freud introdujo al
rable, empíricamente tangible. estudiar el sueño.
El problem a de la interpretación involucra directam ente esta cues­ P ara entendernos acerca de la discusión que sigue, lo que estamos lla­
tión, porque el que interpreta (en la form a tradicional en que puede pen­ m ando material manifiesto, desde el punto de vista epistemológico es
sarse que la interpretación psicoanalítica existe, desde Freud en adelante) material observable, es lo que puede llamarse material empírico, el m ate­
no está ni describiendo, ni correlacionando, ni siquiera está colocando rial para cuyo conocimiento habría acceso hasta en el sentido conductís-
un hecho descriptivo en el contexto de otros hechos descriptivos. En rea­ tico de la palabra. Que el paciente ha dicho tal o cual cosa, o que no lo ha
lidad, en el sentido ordinario de la palabra, una interpretación trasciende dicho (esto a veces es tam bién im portante y para los lacanianos aún más),
siempre la conducta del paciente, el dato empírico, y cala mucho más es un hecho que puede registrarse; incluso si hubiese film adoras o ap ara­
hondo en estructuras primitivas que están en el inconciente, en hechos tos de registro oculto, allí estaría el hecho y no se podría negar. Al lado
reprimidos, en pulsiones instintivas y muchos otros elementos que de de esto tenemos lo que pertenece al sector inconciente del individuo, todo
ninguna m anera son gnoseológicamente comparables a lo que m anifies­ lo que es material latente, inobservable o no empírico, que los epistemó-
tan la conducta propiam ente dicha y el material verbal del paciente. Y logos suelen llam ar, usando una nom enclatura que no nos gusta pero que
aquí es donde viene la segunda cuestión: ¿cómo se hace p ara alcanzar está impuesta, los objetos «teóricos» (según la nom enclatura anglosajo­
con la interpretación el material al cual interesa llegar, cuál es el procedi­ na); esto quiere decir los objetos «que uno conjetura con auxilio de la
miento adecuado? teoría, pero que no son directam ente observables». P ara el psicoanálisis
la conducta es directamente observable, el inconciente no lo es, sólo es
conjetural o indirecto. Pero, precisamente, lo que al psicoanálisis le inte­
resa es llegar al inconciente, porque allí es donde está lo im portante, de
3. La interpretación-lectura modo que su problem a es cómo fundam entar lo que se conjetura, a par­
tir de la conducta directam ente observable. En este sentido, el psicoanáli­
En ciencia existen muchos procedimientos para poder acceder a lo sis es una disciplina con m ucha más osadía que el conductism o, porque
que no es directamente visible o epistemológicamente directo. Un tanto este no quiere saber de ese otro lado de la cuestión, que p ara él no es cien-
m etafóricam ente, pero no m ucho, podríam os decir que el microscopio y tifico; lo científico para el conductismo es quedarse sólo con lo que es di­
el telescopio son algo asi, porque permiten técnicamente llegar a observar lectamente observable. El psicoanalista piensa, en cambio, que lo cientí-
lo que no es directamente observable, lo que no está empiricamente da­ lieo será sustentar lo que se diga acerca del inconciente.
do. Sin embargo, para observar mediante el microscopio o el telescopio De esta m anera, se podrá distinguir entre material observable, que
es necesario tener previamente una teoría. Si no hubiera una teoría, Humaremos A , y material de tipo B , inobservable, conjeturable. Ÿ no ca­
podría uno reaccionar com o muchos colegas de Galileo: no queriendo be duda de que la interpretación es algo que trata de vincular el material
observar nada mediante ese instrum ento, que para elfos —debido a sus A con el B.
prejuicios— debía ser mágico, encantado y defectuoso. Si realmente no A veces lo observable A se vincula con lo conjeturado В mediante una
hubiera una teoría científica que lo justifique, el telescopio podría ser try que dice s M entonces В . O también: si ocurre A entonces ocurre B. Si
pensado como algo em brujado. Realmente no se vería por qué tiene que tenemos una form a redonda A de este lado del ocular, entonces, y en vir­
garantizar conocimiento. Existe afortunadam ente u na teoría, una teoría tud de que he aceptado las leyes de la óptica, tendremos B, una célula,
independiente de la biología o la astronom ía, que es la óptica, cuyas leyes t»u ejemplo, del lado del objetivo. En cierto modo, cuando estamos
correlacionan lo que está del lado de la vida cotidiana, de la práctica in­ (tente a A podemos entender, sí hemos internalizado la ley en cuestión
mediata (y que en el aparato está en el ocular), con lo que está del lado como decíamos antes— , que estamos ante В, o como si estuviéramoi
del objeliuj, que es precisamente lo que quiere conocerse. De modo que slMitlo Л, aunque en realidad lo único que vemos de verdad es A.
cuando alguien ha internalizado la óptica depositando en ella de buens fe

Al*.
Un epistemólogo em pirista muy a la inglesa aquí protestaría; nos di­ se ha dejado de hacer una acción que el contorno favorecía y que había
ría que, en realidad, desde el punto de vista más serio de la historia del interés m anifiesto por parte del agente en hacerla: está el muchacho, está
conocimiento y de su fundam entación, lo único que se puede decir es que la muchacha en las circunstancias apropiadas, ella deseosa y con el m a­
conocemos A: pero todos sabemos que el acto de conocer, com o tam bién yor beneplácito; a él le gusta la chica; pero no se sabe qué ha pasado, de
el acto mismo de percibir implican una mezcla inextricable y «guestálti- pronto él tom a un libro y se pone a leer. Estos son los datos, no el super­
ca» de aspectos empíricos y conceptuales. Aun la visión del libro que tene­ yó y su acción inhibitoria.
mos sobre la mesa es algo que se nos da com o dato empírico y en form a Sin embargo, el psicoanálisis ha llegado a una hipótesis como la que
totalm ente inm ediata, sin dividirse en una etapa en que hay un dato que pusimos de ejemplo basándose en los estudios de Freud; y esta hipótesis
después interpretam os. Evidentem ente, en form a ingenua, estamos ante puede estar muy bien contrastada, puede estar realmente muy apoyada
un libro, aunque, en realidad, lo que pasa es algo más com plejo en que por una empiria anterior, de m odo que un psicoanalista no la discute
percibimos una «Guestalt» formada por elementos sensibles y elementos más, porque tiene ya sobrados motivos para pensar que, con ese aparato
conceptuales que corresponden al concepto de libro. E n conclusión, si un teórico conceptual, él se desempeña bastante bien. (A fortunadam ente,
ningún científico prácticam ente está haciendo el planteo epistemológico
científico ha internalizado en su concepción del m undo ciertas leyes, in­
continuo de todo lo que hace, y creemos que los pacientes huirían despa­
dudablem ente cuando está frente a La m ancha o imagen del ocular,
«guestálticam ente» estará viendo lo que dice que ve y que está, en reali­ voridos ante la idea de que el psicoanalista está constantem ente reexami­
nando epistemológicamente la teoría que emplea para curarlo. De m ane­
dad, en el objetivo —la célula o el m icroorganism o— . C uando se inter­
naliza una ley de estas uno term ina por ver, por tener experiencias que ra que, en el tipo de ejemplo que dimos, hay siempre una tal ley que está
van más allá de la experiencia preteórica; dicho de otra m anera, las hipó­ incorporada al «autom atism o teórico» del psicoanalista. Pero, claro, si
tenemos ese tipo de ley, tenemos lo mismo que el biólogo cuando presu­
tesis del tipo que dijimos terminan, como los anteojos, por hacerle «ver» a
pone la óptica del microscopio; tenemos algo tal que, si estamos en el co­
uno lo que no podría realmente ver sin ellos.
Aquí hay una cosa interesante porque, con todo esto que dijim os, nocimiento de A, que aquí es la carencia de conducta positiva a la cual yo
podríam os estar insinuando que, a lo m ejor, los psicoanalistas tienen, me refería, y como sabemos que eso está relacionado con B, lo que pasa
por analogía a los biólogos, una especie de «óptico privado» que les pro­ en el inconciente, podem os hacer ese tipo de lectura «guestáltica», con­
ceptual, de la experiencia. Del mismo m odó que en la vida cotidiana te­
porciona un tipo de microscopio que les perm ite llegar al m aterial latente
a través del m aterial m anifiesto. Tal idea es totalm ente acertada, si bien nemos todo el derecho a decir que poseemos como dato que esto que está
en mi mesa es un libro, el psicoanalista dirá que tiene como dato la inhi­
la diferencia es que, m ientras los biólogos tuvieron la suerte de que los fí­
bición del yo por el superyó de la persona en cuestión.
sicos les proporcionaran el tipo de ley «si A entonces B» para utilizar el
En resumen, cuando la form a lógica de la relación entre una variable
m icroscopio, los psicoanalistas tuvieron que hacerse su propia óptica a
través de sus teorías. En realidad, es el psicoanálisis mismo el que llega al y otra es la que estamos considerando, efectuamos la «lectura» de B, que
como ustedes han notado no es visible, a partir de A que es lo visible.
tipo de ley «si A entonces B» que permite en fo n n a inequívoca, a través
Señalemos una vez más que si aplicamos la ley «si A entonces B», es
de un rasgo de conducta y de esa regla de correspondencia, com prender
qué está pasando internam ente en la persona estudiada. porque estam os suponiendo que las variables А у В están en una particu­
lar relación, de m odo que A implica B, suposición que se supone susten­
Los ejemplos que podam os dar seguramente pecarán de ingenuos co­
mo todos los que quieren ilustrar un cam po ajeno al especialista. Si to­ tada por una determ inada teoría psicoanalítica.
Este tipo de relación entre А у В que nos permite hacer una
mam os en consideración la form a en que Freud explica la estructura de
los fenóm enos patológicos en E l y o y el ello (1923b) y en Inhibición, sín­ «interpretación-lectura» consiste en que A es condición suficiente para
II, y, también, como dicen loj lógicos, В es condición necesaria para A.
tom a y angustia (1926d), podem os enunciar una ley que, expuesta
listo quiere decir que no puede darse A sin estar presente B. C uando una
simplemente, nos diga una cosa com o esta: si u na persóna está en la oca­
sión apropiada para desarrollar una acción para la cual m anifiesta inte­ ley como esta se ha incluido en una teoría, nos permite «leer» en el mate-
rés y deja sin em bargo de hacerla, entonces es que el superyó ha inhibido tlfil lo que iio veríamos sin la ley, en nuestro ejemplo la acción inhibitoria
la acción del yo. Se com prende que estamos ante una afirm ación del tipo del mperyó a través de la conducta peculiar del muchacho. Si tenemos
tuta ley que nos dice que cuando esa conducta está presente, entonces
«si A entonces B», porque estamos diciendo que si se da la carencia do
1ш /osam ente la inhibición debe estar presente, podemos decir que esta­
una acción por parte de un agente en circunstancias adecuadas entonces
ocurre que el superyó ejerce una acción inhibitoria. En realidad, desde el sili» leyendo la inhibición a través del dato manifiesto.
punto de vista epistemológico, el superyó y la acción inhibitoria no son Quien no dispusiera de la teoria, o simplemente no estuviera m uy ha­
m aterial m anifiesto, m aterial empírico. P ara u n a fundam entación episte­ bituado s utilizarla, no podría hacerlo; eso es cierto. Un lego no verla el
mológica del psicoanálisis, el superyó no es dato; lo que si es dato es que tu jH y ó Inhibiendo al yo; veria simplemente una conducta intrigante, tiv

día
acom pañándolo. El otro, el material latente, es la condición necesaria, y
com prensible. E n este sentido, repito, la teoría nos permite ver lo que sin
ella no podríam os ver: tiene, realm ente, el mismo efecto que una lente de es lo leído.
aum ento. No por repetida, la m etáfora deja de ser exacta. De igual m o­ Una m editación al margen en este m om ento es que, de todas m ane­
ras, para que esto sea posible, el intérprete tiene que haber incorporado
do, las reglas semióticas nos dicen cómo captar un significado de un m o­
las leyes, sea a través de su aprendizaje de la teoría psicoanalitica o, en
do análogo: si tenemos un signo A (constituido por rasgos visibles) y
querem os leerlo aprehendiendo su sentido B, las reglas que establecen form a no explícita, m ediante la referencia indirecta que le suministren
sus m aestros. Es decir, finalm ente, aunque nuestros m aestros pueden no
sentido nos enseñarán que «si se da el signo A entonces está el sentido
B», P o r esto es que estamos hablando de «leer», si es que hacer tal cosa ser la óptica por entero, serán al menos los anteojos que usam os; porque
es captar el sentido В a través del signo A. uno aprende de esta m anera muchas leyes, muchas regularidades, simple­
C uando el m aterial m anifiesto está ligado con el m aterial latente por mente porque la práctica dirigida se lo enseña. Vaya esto como una pe­
alguna relación legal del tipo que acabam os de decir, o sea por una hipó­ queña justificación del im portante papel que desempeña la teoría en el
aprendizaje, y esto va para los historiadores, para los sociólogos, para
tesis que dice que si este m aterial m anifiesto está tiene forzosam ente que
los psicólogos clínicos, para los psicoanalistas. Sin incorporar las hipóte­
acom pañarse de tal m aterial latente, estam os entonces autorizados a de­
sis que establecen este tipo de correlación, no habría posibilidad de hacer
cir, y para este caso solamente, que la interpretación es una lectura, que
nosotros estamos captando realm ente lo que ocurre en el inconciente a el tipo de lectura que en este caso es la interpretación psicoanalitica. Pero
este es tam bién el caso de la interpretación sociológica, que seria la lectu­
través de lo que observam os, a través del m aterial m anifiesto. M ás aún,
insistimos en que puede decirse, con toda naturalidad y sin reparos, que ra de una variable (o de un hecho) a través de indicadores, com o ellos di­
lo estamos viendo. Esto, entre paréntesis, produce cierto escándalo entre cen —y los indicadores se suponen variables o datos m anifiestos— .
los que no m editaron el problem a de la epistemología del psicoanálisis,
sobre todo porque a veces se habla de comunicación de inconciente a in­
conciente, de captar directam ente el inconciente del otro, y estas form as
de decir son siempre muy sospechosas para quien viene de afuera y estará 4. La interpretación-explicación
tentado a pensar en la telepatía, en relaciones mágicas, en algún tipo de
misterioso canal subterráneo universal que conecta dos mentes distintas. En nuestra opinión, sin em bargo, el caso típico de la interpretación
E n realidad, después de lo que hemos dicho no parece haber dificul­ psicoanalitica no es el que acabam os de caracterizar sino el inverso, do n ­
tad alguna desde el punto de vista lógico. El problem a está claro: si el psi­ de el contenido m anifiesto es la condición necesaria y el contenido latente
coanalista, a través de su teoría (y de su práctica), ha incorporado algún la condición suficiente. Esto quiere decir que la ley que esta vez el psico­
tipo de ley que relaciona el m aterial manifiesto con el latente de la m ane­ análisis nos da es que si В está presente en el inconciente, entonces tiene
ra que hemos caracterizado «si A entonces B», entonces es cierto que ac­ que ocurrir A en la conducta. Como puede apreciarse, el ejemplo está
cede legítimamente a la experiencia de estar viendo el inconciente del otro ahora al revés: antes teníam os que «si está A es que está acom pasado de
pero en el mismo sentido en que un biólogo no duda ni por un m om ento B»; ah ora decimos que si está В es que está acom pañado de A , pero A es
de que está viendo la célula con su microscopio; y así com o el biólogo no lo visible. P or consiguiente, ver A no nos permite ahora decir con seguri­
se hace el m enor problem a gnoseològico por su form a de hablar, tam po­ dad que estamos ante B. C uando esto ocurre, frente al m aterial m anifies­
co tiene por qué hacérselo el psicoanalista. to ya no podemos decir sin más que estamos leyendo el contenido latente,
Desde el punto de vista lógico, pues, el problem a es claro, aunque no pues esto sería com eter un error lógico fundam ental; es cierto que si uno
se nos escapa que puede haber dificultades técnicas im plicadas en este ti­ bebe cicuta entonces se muere, pero no es cierto que si alguien está m uer­
po de interpretación. No entrarem os a discutirlas, porque no son de to es porque bebió cicuta; hay muchas otras form as de m orirse . 1
nuestra competencia; pero queremos señalar q u i, aunque estas Frente a esta configuración, lo que podemos hacer es suponer que el
interpretaciones-lecturas puedan ser objetadas técnicamente por no ser contenido latente es B, porque estamos ante el m aterial A y la ley dice
instrum entales, porque facilitan una excesiva intelectualización o p or lo que si está В en el inconciente tiene que aparecer el material A en el con­
que fuere, no dejan de ser irreprochables para el lógico. tenido manifiesto. Sin em bargo, debe tenerse presente que a lo mejor hay
Nuestra prim era conclusión, entonces, es que hay un tipo de interpre­ otra causa С que puede estar promoviendo la presencia de A , en lugar de
tación que es una lectura, en la que el m aterial latente es leído a trávés del
m aterial m anifiesto, donde leído quiere decir detectado a través de una 1 Recordemos que la afirm ación «si В entonces A », así com o la anterior «si A entonces
ley. Cuando la ley es del tipo «si A entonces B», el m aterial m anifiesto es 1)» io n , de acuerdo con lo dicho más arriba, «reglas de correspondencia», es decir, ligan
lo que se llam a una condición suficiente, su presencia basta y sobra, es «onceptos y fenóm enos «em píricos» A con nociones y acontecim ientos «teóricos» B. Su pft.
pel en ciencia es m uy im portante, corno la presente discusión lo m uestra.
suficiente, para que colijamos la presencia de aquello que debe estar

•WI
В (pues tal vez tam bién sea cierta la ley «si se da С entonces se da A»). En la práctica clínica un psicoanalista no da los pasos que estamos ca­
P ara dar un ejem plo de este tipo podríam os partir de la clásica confi­ racterizando, por supuesto. El psicoanalista tiene internalizada la teoría
guración edipica y establecer, p ara el caso de un varón, una ley que dijera psicoanalitica, com o tam bién tiene internalizada la lógica del pensar
que si la imago del padre es agresiva entonces, según la teoría de la trasfe­ efectivo y práctico, igual que todos nosotros. Lo que decimos es que,
rencia, este hom bre tam bién tiende a ver en las figuras varoniles con las cuando un psicoanalista está ante el m aterial m anifiesto, m ediante un
cuales está en relación de dependencia una nota de agresividad. Con esta procedim iento un tanto rápido y autom ático, se propone varios modelos,
ley no sacam os, sin em bargo, del hecho que el paciente esté describiendo varias posibilidades de lo que internam ente ocurre, examina tam bién rá­
a alguien como agresivo, que le está trasfiriendo la figura del padre. pidam ente y en form a autom ática cuál de esos modelos es más apto para
P odría ser cierto to d o lo que dijim os; pero, a lo m ejor, hay o tra causa deducir de él la conducta efectiva que ya conoce y, al advertirlo, lo atra­
por la cual en este m om ento él está viendo a Fulano, m aterial m anifiesto, pa inm ediatam ente y decide que ese m odelo es explicativo. La interpreta­
com o agresivo. P odría, p or ejem plo, estar expresando un conflicto de ri­ ción, por consiguiente, se utiliza como hipótesis, la hipótesis de lo que
validad con un herm ano, podría estar proyectando en este Fulano su pro­ ocurre internamente.
pia agresividad contra la m adre y, desde luego, podría estar observando La ley que se aplica en estos casos viene del psicoanálisis, lo mismo
objetivam ente los hechos. Tenemos que lim itarnos entonces, en princi­ que las leyes que perm itían lecturas, otra vez form a parte del aprendiza­
pio, a decir que la tendencia de este paciente a ver una persona com o je, de la práctica teórica que el psicoanalista ha incorporado durante su
agresiva es por la hipotética existencia de la imago del padre o por alguna aprendizaje; para llevar a cabo la operación que nosotros acabam os de
otra razón. Qué ocurre exactam ente de veras no lo sabemos y, de todas describir hay que poseer realmente un m ínim o adiestram iento teórico,
m aneras, no podem os decir que estamos «leyendo» a través de su m ate­ aunque lo hagamos autom áticam ente, porque la capacidad de producir
rial m anifiesto la imago agresiva del padre. una gran cantidad de modelos y ver rápidam ente cuáles son los aptos p a ­
Sin em bargo, es muy probable que el psicoanalista, pese a todo, diga: ra explicar deductivamente el material así lo exige: el paciente hace
sí, pero es la figura del padre no m ás. C uando hace esto, el psicoanalista muchas cosas, todos los seres hum anos hacemos muchas cosas, y todas
no h a leído el m aterial latente, lo que realm ente ha hecho es form ular son en algún sentido interpretables; pero al psicoanálisis le interesa de al­
una hipótesis; la hipótesis, muy útil, de suponer que el m aterial latente es guna m anera atrapar aquellas que son susceptibles de una interpretación
así. Suponer esto le resulta explicativamente útil, porque dispone de una más significativa e interesante. P ara que dei torrente casi infinito de ac­
ley que dice que cuando ese m aterial latente está presente, tienen que tos que el paciente com o ser hum ano hace podam os a trap ar aquel que me
ocurrir tales o cuales cosas en la conducta m anifiesta. A partir de la hipó­ interesa como psicoanalista, tenemos que poseer el olfato teórico que
tesis de que la imago agresiva del padre gravita en este m om ento ;en el perm ita ver detrás de ese m aterial qué modelo podría haber que, conecta­
ánim o del paciente, más la ley que dice que esa imago inconciente se do lógicamente, term inara por ser una interpretación interesante de la
acom paña de tales o cuales referencias o de tal o cual m aterial, se explica conducta del paciente.
por qué el paciente ha ofrecido el m aterial que ofreció. Después de esta especie de apoteosis del papel de ia teoría para de­
El m odelo de lo que aquí ocurre es lo que se suele llam ar un diseño m ostrar cómo gravita en el acto de interpretar, tenemos que decir aquí,
explicativo, que tiene bastantes complicaciones, por cierto. No deseamos sin embargo, que hay una diferencia entre lo que es interpretación ahora
entrar ahora a caracterizar el llam ado m odelo de H em pel (1965) y su y lo que era interpretación en el prim er caso. Si no se discute el psicoaná­
estructura lógica en cuanto pauta de lo que es una explicación. Baste la lisis, si el psicoanálisis está incorporado com o teoría, en el prim er caso, el
idea de que en este tipo de interpretación prim ero se propone u n a hipóte­ de lectura, no hay nada que decir, se ha leído y basta. C uando a través
sis y, al ver que de la hipótesis, con ayuda de una ley, se puede deducirlo del material m anifiesto se llega al m aterial latente a partir de una relación
ya conocido (el m aterial manifiesto), decimos que lo hemos explicado. de lectura, tipo m icroscopio, sabemos que, forzosam ente, si el m aterial
Pensam os que esta form a de interpretar es la más habitual, porque manifiesto que vemos está ahí, es porque tiene que estar allá el m aterial
creemos que el psicoanálisis es más bien una teoría modelística: p ropor­ latente, y basta. Es verdad que se podría aquí observar que, quizás, el
ciona un modelo de funcionam iento del aparato psíquico del cual se psicoanálisis, aunque tiene más de modelo determ inista que probabilisti­
desprenden ciertas consecuencias sobre la conducta m anifiesta de los se­ co, tom a a veces las correlaciones dichas más bien como tendencia y p ro ­
res hum anos y en particular de los pacientes. E n este sentido, parece que babilidad que en form a rigurosa, y que no debe decir uno ni siquiera con
en psicoanálisis es m ás frecuente, aunque no obligatorio, que operen le­ la ley del tipo «sí A entonces B», que ha leído В inexorablemente a través
yes del tipo que estamos ahora estudiando: si ocurre internam ente algo de A: debería solamente decir que es probable. No queremos detenernos
del tipo B, es que se va a ver algo del tipo A . E n los casos que nos preocu­ dem asiado en el fondo de esta cuestión, que no es esencial p a ra el proble­
pan, por ende, interpretar será proponer una hipótesis y ver cóm o de ella m a que estamos discutiendo; además, con todas las precauciones del са­
sale deductivamente, con el auxilio de leyes, lo que queríam os explicar. ло, se entiende que es asi. Lo que im porta es que, рот este cam ino, la leo*
científico cuando se lo aplica al psicoanálisis; pero antes quiero señalar
tu ra es la lectura y es com o si uno hubiese ensanchado la base empírica: que, a veces, los dos tipos de interpretación que hemos estudiado se ju n ­
uno ve m ejor al paciente, en una perspectiva más amplia. tan y la ley es del tipo A si y sólo si B. E n este caso hay una conexión del
El otro tipo de interpretación, el explicativo, en que la correlación es tipo «condición necesaria y suficiente»: si está esto debe estar lo otro, si
«si В entonces A », es o tro problem a. La interpretación es una hipótesis está lo otro debe estar esto. C uando se presenta una situación tan conve­
acerca de lo que pasa con B, de lo que ocurre del lado interno de la cues­ niente, tenemos al mismo tiem po explicación y lectura. N o siempre las le­
tión. Es u na hipótesis que hacemos porque intentam os conocer al pacien­ yes son tan buenas, pero puede ocurrir.
te, lo queremos conocer m ejor, lo mismo que los científicos hacen hipó­ Con esto llegamos a ver que hay tres posibilidades gnoseológicas para
tesis porque quieren conocer la naturaleza del universo; pero las hipótesis la interpretación: explicación, lectura y sim ultáneam ente explicación y
hay que contrastarlas. ¿Cómo se puede valorar una hipótesis interpreta­
lectura.
tiva, es decir una interpretación?
En su «Introducción del narcisismo», por ejemplo, Freud (1914c) pare­
La contestación que daría un epistemólogo ingenuo es que u n a in­
ce utilizar un tipo de ley que es la siguiente: hay una especie de conexión
terpretación, lo mismo que cualquier hipótesis, se valida o contrasta a
del tipo «si y sólo si», condición necesaria y suficiente, entre la libido que
través de las consecuencias que tiene y de lo que podem os deducir de
está invistiendo la representación de un órgano o de un objeto externo o
ellas. C uando hacemos una hipótesis, de ella se pueden deducir conse­
de una estructura de la personalidad, por un lado (de carácter inconcien­
cuencias prácticas, clínicas, observables. Si las cosas resultan como afir­
te o latente) y afectividad conductual dirigida hacia un objeto, un órgano
m am os es que la interpretación es buena; en cambio, si no es así, la hipó­
o una parte estructural de nuestro ap arato psíquico. Si la libido está así,
tesis (la interpretación) es mala. Grosso m odo esto es lo que ocurriría. De
la conducta será así; si no, no. La conducta es «si y sólo si». Al sobreen­
paso sea dicho, no estaría mal recordar acá una especie de slogan del mé­
tender eso, Freud tiene un arm a de lectura y de explicación al mismo
todo científico y es que, por mucho que una hipótesis haya tenido buenas
tiem po. P or ejem plo, arm a de lectura, cuando ve un individuo muy inte­
consecuencias prácticas, clínicas y observacionales, eso no la dem uestra
resado p or sí m ismo, con gran sobrestim ación y preocupación por sí mis­
com o cierta: la razón es que los lógicos saben que, desgraciadamente, ra ­
m o, él entiende que la libido debe estar invistiendo al yo: la libido de este
zonando correctamente, de lo falso se puede deducir lo verdadero. Es una
hom bre está puesta en su yo porque este hom bre se está sobrestim ando.
tragedia lógica esto que estamos diciendo, pero no hay nada que hacerle.
E sta es la parte de lectura: con ver qué es lo que está haciendo el sujeto se
Los que inventaron la lógica se dieron perfecta cuenta de que las leyes ló­
d a cuenta dónde está la libido.
gicas sólo garantizan que si í.e parte de verdades se tiene que llegar a ver­
En algunas circunstancias, sobre todo en relación con la conducta
dades: esto es seguro, ahí la lógica se porta bien. En cam bio, si uno, parte
narcisistica, es al revés: si suponem os que la libido es narcisista podrem os
de falsedades, a la lógica no le im porta la cuestión porque, digam os, para
deducir que este individuo tiende a sobrestim arse. Estaríam os explicando
la lógica, el que parte de falsedades debiera ser com o el que se acuesta
su conducta.
con chicos y amanece m ojado, tiene que atenerse a las consecuencias. En
tal sentido, la lógica no garantiza n ada acerca de lo que pasa si uno parte
de falsedades. Desgraciadamente, entonces, a veces uno parte de falseda­
des y, sin em bargo, llega por deducción a verdades. C uando se parte de
una hipótesis, si esta es falsa perm itiría deducir consecuencias verdade­
5. Algunas dificultades específicas
ras. C laro que se podría prohibir tal cosa. P ero, ¿cómo se sabe que una
hipótesis es falsa? E sta es precisamente la dificultad. Pues la gracia de ¿Hay algo más que decir en contra de esto? Desgraciadam ente la si­
form ular una hipótesis es que uno no sabe si es verdadera o falsa; se su­ tuación es bastante más com plicada que lo puesto hasta ahora en eviden­
pone que es verdadera pero no se sabe a ciencia cierta lo que pasa. La his­ cia. En las ciencias sociales y en el psicoanálisis habría realm ente una di­
toria de la ciencia m uestra continuam ente esto. No es im posible, pues, ferencia especial que complica la cuestión y produce las dificultades que
que una interpretación falsa perm ita extraer consecuencias verdaderas; definen el meollo mismo de la epistemología de la tarea interpretativa. Es
de m odo que es perfectamente posible que u na interpretación sea apoya­ que la interpretación, com o ciertas hipótesis en las ciencias sociales, tiene
da p or el material m anifiesto y sea sin em bargo falsa. De cualquier m ane­ características que son un tanto negativas; form an parte d e lo que en el
ra esto es lo que opinaría un hipotético-deductivista, porque, al final de lenguaje de las ciencias sociales se llaman hipótesis auiopredictivas (o
cuentas, en este sentido, una interpretación no es muy diferente de cual­ «profecías autocum plidas») y tam bién hipótesis suicidas, según qué es lo
quiera otra hipótesis. Si realmente empieza a irle sistem áticam ente bien que ocurra.
en la práctica clinica posterior al m om ento en que se ha em itido, es una Es muy sabido por los sociólogos que una hipótesis, independiente­
buena señal a su favor; si le va mal, en cam bio, es señal en contra. mente de que sea verdadera o falsa, por el hecho de que se dice, desenca­
Vamos ahora a considerar algunas dificultades específicas del m étodo dena una serie de procesos que pueden term inar p o r su aparente conflr-
en realidad dice que el fósforo debe acercarse cuando n o hay u na pertur­
mación o por su aparente refutación. Es bastante claro el viejo ejemplo, bación de ese tipo. U na ley sólo se cumple en ausencia de perturbaciones
real sea dicho de paso, que cuenta Nagel en The structure o f science y hay que definir cuáles son las perturbaciones. Se com prende que una
(1961). Un periódico neoyorquino dijo que un banco, el Banco del E sta­ ley sociológica del tipo de las que estamos considerando diría que cuando
d o de Nueva York, un banco particular a pesar de su nom bre, estaba los bancos pasan por tal o cual dificultad, por ejemplo en momentos en
atravesando dificultades y era muy probable su quiebra. A la tarde, los que han colocado toda su inversión en inmuebles y no tienen liquidez, si
clientes atem orizados produjeron una corrida de tal m agnitud que el sobreviene un m om ento de iliquidez general, term inan p o r quebrar. Evi­
banco efectivamente quebró. Aparentem ente el diario tuvo razón, la hi­ dentem ente, u n a ley com o esta se podría contrastar observando qué es lo
pótesis fue corroborada; pero uno huele una tram pa en todo esto, por­ que ocurre con algunos bancos cuando todavía los periódicos no se han
que si çl diario no hubiera dicho lo que dijo, a lo m ejor el banco no hu­ hecho eco de sus dificultades. Hay una enorme cantidad de posibilidades
biera quebrado. En este sentido, la hipótesis está viciada porque es de investigación económica de este tipo. Esto está claro.
autopredictiva: por el hecho de que se la dice provoca consecuencias que Los problem as que se plantean con la interpretación son similares.
term inan por corroborarla. P o r de pronto el testeo de interpretaciones tiene a veces una contraparti­
Tam bién hay casos bastante obvios en que una hipótesis, por el hecho
da perfectamente posible y norm al, y es que el psicoanalista llegue a fo r­
de que se dice, puede term inar por ser refutada. Si un periódico hubiera
m ular in m ente la hipótesis interpretativa pero no se la com unique al p a­
dicho en otros tiempos, por suerte ya pasados, que corrían rum ores de
ciente todavía. No hay razón por la cual haya que contarle al paciente to­
que el general M engano y el general Z utano van a dar m añana un golpe
do lo que uno piensa acerca de él, de m anera que hay conjeturas sobre la
de E stado y van a apresar a todo el gobierno, es muy probable que a la
estructura interna del paciente que en cierto sentido se podrían llam ar hi­
tarde el gobierno hubiera metido en chirona a los generales en cuestión y
pótesis interpretativas aunque no se hayan dicho, las cuales, ellas sí,
entonces no se diera golpe de estado alguno. Esto, sin embargo, no es podrían ser contrastadas norm alm ente p or el m étodo hipotético-
una refutación de lo que el diario dijo; el diario podría sostener que si no
deductivo. Si proponem os una hipótesis con los datos que poseemos
hubiera dicho lo que dijo, si no hubiera cometido la infidencia, el golpe
acerca del paciente, podrían deducirse ciertas predicciones sobre su con­
se daba.
ducta futura que term inarán por corroborarse o refutarse. De m anera
Desde el punto de vista metodológico, acá hay ciertamente una difi­
que comenzaríamos por decir que, aun definiendo la interpretación co­
cultad. Y es que el valor de la hipótesis queda aparentem ente sin poder
m o el hecho concreto y explícito de form ular una hipótesis interpretativa
ponerse a prueba si esta situación, la de que la hipótesis se diga, se produ­
y adm itiendo que esto indudablem ente provoca una perturbación, esto
ce. Esto alcanza a la interpretación, que casi por definición es una(hipó­
no impide al psicoanalista de todas m aneras hacerse sus hipótesis in p etto
tesis que debe ser dicha, a la que el paciente va a reaccionar precisamente
acerca de cóm o es el paciente y tratar de verificarlas por medio de su con­
p or el hecho de que le es dicha.
ducta futura. La interpretación en ese sentido no es pues un escollo, al
No es esta en sí una dificultad insalvable, porque, volviendo al
contrario, puede estar bastante apoyada desde este costado del proble­
ejem plo sociológico de antes, consideraríam os que en esa situación no
ma. No es menos cierto, sin em bargo, y vale la pena señalarlo, que los
hubo contrastabilidad, ya que su posibilidad se frustró por el hecho de
efectos autopredictivos y suicidas de una interpretación existen evidente­
que la hipótesis fue dicha. Esto no quiere decir, sin em bargo, que cientí­
mente, com o señala W isdom (1967).
ficamente aquí no hay nada que hacer, porque hay leyes (las leyes de la
Sì el paciente tiene la am abilidad de corroborar nuestra hipótesis in­
propagación del rum or, no las leyes económicas de cóm o cierran los ban­
terpretativa antes de form ularla, si ya hubo suficientes indicadores com o
cos) que dicen qué es lo que pasa cuando se echan a correr ciertos rum o­
para considerar que hay corroboración, la interpretación se form ula por
res. E n nuestro ejem plo, el sociólogo ha visto cómo se corrobora la ley
fin con apoyo suficiente porque, como dijimos al principio, además de
que dice que un banco, cuando hay rum ores de que está en dificultades,
tener un carácter afirm ativo hipotético, la interpretación es instrum ento,
puede quebrar por una reacción tem erosa del pú blico /
es un arm a y no solam ente una hipótesis. Uno hace algo en el enferm o
L a relación que hay entre u n a hipótesis dicha y la reacción empirica
pura provocar un cambio. Perm ítasem e de paso señalar que utilizar un
que sobreviene al decirla no queda pues al m argen del m étodo científico.
instrum ento para producir eventos implica tam bién el conocim iento de
Es este un punto interesante que vale la pena señalar; y otro es que, de to­
leyes de correlación: uno tiene que saber que si se hacen ciertas cosas se
das m aneras, la hipótesis prim itiva no se ha refutado ni se ha hecho con
vftn a producir ciertos cambios. Insistamos u n a vez m ás: si uno no tiene
ella nada pertinente, porque se com prende que una ley científica rige sólo
¡tundente preparación teórica, si uno carece de práctica teórica en su for-
en ausencia de perturbación. Nadie contrastaría una ley científica si no es
■Uttdón, no sabrá que el uso instrum ental de ciertas cosas va a causar
en condiciones adecuadas. Si alguien quiere com probar inocentemente la
i tortol efectos.
ley de que al acercarle un fósforo encendido u n inflam able estalla, no la
Poro volvamos a lo que considerábam os. Es obvio, y así lo señalo
refuta si se pone el inflamable en un recipiente hermético, porque la ley
W isdom , que por obra de ciertos mecanismos de defensa, o simplemente por parte del paciente, y que dificultan la verificación, son, sin em bargo,
por sugestión, es perfectam ente posible que el paciente no sólo rechace maniobras peculiares que, de alguna manera, se podrían trasform ar en
explícitamente una interpretación sino que, adem ás, el m aterial emergen­ indicadores de la exactitud o inexactitud en su lado informativo.
te a continuación no se adapte a la interpretación; o, al revés, si a uno le A esto últim o apunta lo que señala W isdom, cuando propone evaluar
gustó la interpretación porque le sirve de pantalla para cosas m ás peligro­ la interpretación estableciendo el tipo de defensa que ad o p ta el paciente.
sas, empiece a arro jar m aterial empírico para corroborarla aparentem en­ La defensa debe abordarse con la misma teoría con que se form uló la pri­
te. Freud lo estudió concretam ente en «Construcciones en el análisis» m era hipótesis interpretativa, de m odo que el analista no podrá utilizar el
(1937rf), uno de sus últimos trabajos, donde insiste en que ni el sí ni el no m aterial asociativo (y defensivo) para form ular una interpretación ajena
del paciente sin más pueden tom arse com o corroboración y refutación. a la teoría que originó la prim era.
El hecho de que la interpretación tenga la característica de «hipótesis
dicha» lleva a la situación que hemos llam ado de hipótesis autopredictiva
o suicida, y ello plantea problem as bastante atractivos para el epistemó-
logo y para el m etodólogo. ¿Cóm o proceder realmente? Creemos que se 6. Los aspectos semánticos e instrumentales
pueden hacer muchas cosas. Aquí no hay una insalvable dificultad, hay de la interpretación
más bien un refinam iento. Prim ero está, com o ya lo hemos dicho, el
hecho de que hay oportunidades en que nuestras hipótesis interpretativas Dijimos al comienzo que la interpretación psicoanalítica debe con­
no form an parte de nuestras interpretaciones explícitas y las guardam os templarse por lo menos desde una triple perspectiva. Hemos visto ya, y con
para nuestra intelección privada del paciente, y a las que podem os poner cierto detenimiento, el aspecto gnoseològico de la interpretación y nos toca
a prueba m ediante los m étodos habituales con que una hipótesis se puede ahora ocuparnos de los dos restantes, el semántico y el instrumental.
contrastar; es parte de lo que pudiéram os llam ar «el costado silencioso» El aspecto semántico tiene que ver con la función simbólica o de signo
de la labor del psicoanalista. Segundo, parece bastante probable para que está contenida en la actividad del paciente. Interpretar en el sentido se­
m uchos psicoanalistas (pero para otros es totalm ente falso y hay detrás mántico implica un ejercicio de significación, un acto de asignar significado.
de esto una gran complicación) que, en realidad, la parte de la conducta Podría discutirse m ucho en cuanto al significado de la interpretación.
adaptative a las interpretaciones sea bastante estrecha y se limite a la con­ Digamos entre paréntesis que la semiótica contem poránea es una ciencia
ducta verbal m anifiesta y ostensible, a lo inm ediatam ente dado; que, en múltiple y con m uchas escuelas, de m anera que aquí tropezam os con una
realidad, haya muchísimos canales de comunicación con respecto al p a­ dificultad adicional por cuanto la idea misma de señal, significado, senti­
ciente y u na gran cantidad de elementos de carácter verbal, no verbal y do o símbolo va variando de teoría en teoría.
conductístico que resultan indicadores suficientes para exam inar lo que De acuerdo con el punto de vista que ah ora estamos considerando,
está realm ente pasando con el analizado (Benito M. López, com unica­ resulta que el m aterial m anifiesto no sólo tiene relaciones «legales» con el
ción personal). material latente, sino, además, relaciones de significación. Estas no son
En este sentido parece que, en gran m edida, el testeo de las interpreta­ exactamente lo mismo que las relaciones «legales», que en mis ejemplos
ciones está ahí de todas m aneras, en el m aterial empírico, clinico, que parecen ser algo parecido a correlación, a causa y efecto.
realm ente se posee. Sin contar que, adem ás, p or otra parte, hay muchas Lo que en realidad se quiere enunciar cuando se afirm a que el m ate­
veces cuestiones que hacen a datos históricos que pueden de alguna m a­ rial m anifiesto simboliza un m aterial de otro orden, inconciente o laten­
nera, indirectam ente, ser accedidos o conocidos por el psicoanalista pos­ te, es que opera com o indicador, que los elementos del lenguaje tienen
teriorm ente y que constituyen tam bién una suerte de indicadores. sentido para referirse a los objetos.
Perm ítanm e señalar, ya que este es un tem a erizado de obstáculos me­ ¿Qué puede querer decir todo esto? H ay aquí u n a disparidad muy
todológicos, que aun podría insinuarse que, si bien es cierto que la conduc­ Itrande de situaciones a contem plar. Señalaré dos o tres casos para ver
ta posterior del paciente puede ser particular y adaptative a la interpreta­ cuál es el problem a. En algunas oportunidades la relación que tiene un
ción, el psicoanalista puede distinguir, según el cuadro clinico, la estructu­ %tgno con lo significado es lo que se llam a una relación natural. Es, p or
ra interna y los problemas latentes del analizado, que el m odo de adaptarse ejemplo, el sentido en que se puede asertar que el trueno es signo de to r­
es distinto cuando la interpretación es correcta y cuando no lo es. P odría menta o que el hum o señala que hay fuego. Cuando es eso lo que se
decirse que el m odo de resistirse a una interpretación exacta no es el modo (julere decir, la señal se trasform a en un indicador de lo señalado, lo que
de resistirse frente a una interpretación que no lo es. De m anera que, final­ ño Introduce dem asiada novedad a nuestra discusión, porque son preci-
mente, habría lo que podríam os llam ar un interesante problem a de se­ intuente las relaciones a las que me referí cuando hablaba de condiciones
miótica y de canales de comunicación, que m ostraría que los m odos de re­ necesarias y suficientes. Sería el sentido de afirm ar, por ejem plo, que si
sistencia, las m aniobras dirigidas en contra o a favor de la interpretación к conducta impaciente de un analizado simboliza la avidez del bebó 01
terpretar no es m eram ente opinar acerca de lo que está pasando en o con
porque hay una condición necesaria y suficiente entre haber pasado por
el paciente, no es meram ente form arse un cuadro estructural acerca del
una emergencia de privación durante la fase oral y la presencia de este
paciente para guardárselo en silencio; uno lo dice, y al decirlo está evi­
m aterial en la trasferencia.
dentem ente obrando, está efectuando un m odo de acción, de operación.
Lo que introduce novedad aquí, una verdadera novedad, es que exis­
De m anera que la idea de interpretación está aquí indisolublem ente liga­
ten ciertas reglas implícitas que hacen que algo simbolice otra cosa, como
d a al hecho de que se trata de u n m odo de acción, de una form a de ins­
lo hace un código. P o r m ucho que se escarbe, la palabra «papá» no tiene
trum entar la relación con el paciente, y esto es cierto no solamente para
ningún elemento parecido con el padre cQtno realidad objetiva, no se la
el psicoterapeuta que interpreta buscando prom over un cambio en el p a­
puede conectar con lo que representa del m odo en que se enlazan el hum o
ciente sino tam bién para el analista que no busca otra cosa que el insight,
y el fuego, no aparece un carácter «legal» de causa a efecto. Habrá, sin
porque esta es, de todos m odos, una form a de operar sobre el paciente
duda, razones históricas, filológicas que llevaron a que ciertas com unida­
aunque sea, de hecho, muy distinta a la anterior.
des usen esa palabra y no otra, pero no es exactamente lo mismo. H a ha­
En este sentido surgen desde el punto de vista lógico todas las dificul­
bido una adopción, por así decir, de esa relación de simbolización.
tades m ás o menos ordinarias y complicadas que encuentran los juristas,
¿P or qué se dan estas relaciones de simbolización? Las hay de
cuando tratan de definir, por ejemplo, qué es una acción, qué es una con­
m uchas form as. H ay tam bién códigos naturales en este sentido, o sea que
secuencia de la acción, cuál es la responsabilidad de la acción, qué es un
el ser hum ano puede adoptar ciertos códigos porque tiene una propen­
efecto inherente y un efecto secundario de la acción, qué culpa y respon­
sión a hacerlo. Seria algo parecido a cóm o ciertos animales tienden a huir
sabilidad hay, etcétera. Estos problem as son indudablem ente muy intere­
de som bras que se mueven, porque su código genético los ha program ado
santes, pero sólo nos vamos a referir a ellos de m anera tangencial.
para eso. Es' lo que se puede llam ar «símbolos naturales». El psicoanáli­
Así com o el principal problem a en el área gnoseològica de la interpre­
sis no ha encontrado muchos, pero hay observaciones muy interesantes
tación es separar lo verdadero de lo falso, en el aspecto instrum ental lo
que m uestran que el ser hum ano tom a ciertos símbolos com o naturales,
decisivo es definir lo bueno y lo m alo. C on lo verdadero y lo falso nos re­
en relación con una determ inada situación. No son lingüísticos. Se han
ferimos al conocim iento del paciente, con lo bueno y lo m alo, en cambio,
realizado experiencias hipnóticas en distintas culturas y la reacción h a si­
tenemos en cuenta la finalidad de la terapia. Esta finalidad supone otra
do m uy pareja acerca de lo que es un símbolo fálico, por ejemplo, sin que
referencia teórica, que complica bastante las cosas.
medie ninguna convención lingüística.
En el aspecto instrum ental hay lo que podríam os llam ar una especie
O tro tipo de relación de simbolizaciones es la que se llama «por iso­
de código norm ativo ético detrás del proceso terapéutico y esto es lo que
m orfism o», por la cual la estructura del signo corresponde a la form a de
ociara la cuestión. La interpretación tiene siempre motivos instrum enta­
lo simbolizado. Esta es la razón por la cual los estructuralistas han creído
les, terapéuticos, y los aspectos valorativos subyacentes tienen que ver
encontrar una correspondencia muy fructífera entre la estructura de un
con la curación. N aturalm ente, esto a su vez implica una definición valo-
cuento, un relato o un sueño y la de un m ito o u na creencia profunda.
íativa de la curación y de lo que se considera norm al y patológico. Lo
Lo tercero es el caso de los códigos convencionales en los cuales el
mismo que en el caso del aspecto inform ativo, en este aspecto de la cues­
lenguaje es típico. H ay aquí una estructura simbolizando o tra por medio
tión, de todas m aneras, vamos a estar insertos en una teoría, una teoría
de ciertas reglas de convención.
dxiológica que requiere toda una serie de entendimientos iniciales. Así
El problem a que se le plantea al psicoanálisis es que, evidentemente,
com o tenemos que entendernos acerca de si es cierto o no que el paciente
n o es sólo el lenguaje el único operador con el cual el ser hum ano realiza
tttá lentado, que dijo tal cosa o no dijo tal cosa, que tiene o no tiene tal
convenciones según las cuales algo empieza a simbolizar otra cosa. Hay
síntoma, se supone que tam bién habrá que poseer un entendimiento pre­
una cantidad continua de códigos aleatorios e im puestos a través de los
cuales el hom bre va trasform ando objetos en símbolos convencionales de
vio sobre si tal cosa es deseable o no deseable. Esto, sin em bargo, no im ­
pide lo actitud neutral del psicoanálisis y del psicoanalista en su aspecto
otras cosas. Lo que hay que captar son esas convenciones. Nuevamente,
«4>gnoscitivo. A unque podam os estar en desacuerdo sobre los valores úl-
este es un terreno donde el psicoanalista se encuentra ante un problem a
(ímoi que hay que conseguir mediante la terapia analítica, de todas m a­
epistemológico muy serio, porque tiene que hacer dos cosas: prim ero ad­
tin Di, independientemente de esto, hay una cosa que es lógica y objetiva,
vertir el código ad hoc que en un m om ento determ inado ha adoptado el
V n (jue si aceptamos el valor VI y queremos alcanzar resultados que
paciente y luego reconocerlo en el devenir del proceso psicoanalítico. To­
1‘OtiMpondan a nuestro valor VI, tenemos que hacer uso de ciertas leyes
do esto constituye un campo epistemológico bastante complicado y sobre el
lie CAUia y efecto, leyes del psicoanálisis que dicen que, p ara producir V 1
cual hay m ucho que decir.
№?*y que producir la causa a. Si cambiamos de opinión y m ás que p ro d u ­
it VI (lucremos producir el valor V2, entonces acudiremos a otra ley que
Veamos por fin, brevemente, el aspecto instrum ental de la interpreta­ (b e-<|uc para obtener V2 primero hay que haber producido la causa b, dt*
ción psicoanalítica. Parece claro que una interpretación «hace» algo; in-

A€f\
la cual V2 será efecto. Hay pues, en conclusión, un aspecto del psicoaná­ Creemos que lo dicho basta para m ostrar las tres zonas en que se
lisis independiente de la cuestión valorativa, el de las relaciones de causa­ mueve la epistemología del psicoanálisis: el problem a de la teoría (expli­
lidad o las relaciones semióticas que hay entre las variables que constitu­ cación y lectura), el problem a de la acción racional (con la teoría que la
yen el motivo de la investigación psicoanalítica. respalda) y el inmenso problem a de cómo advertirnos la cualidad sim bó­
Sea cual fuere el sistema de valores que tengam os, las leyes causales lica (convencional o natural) que lleva del m aterial m anifiesto al latente.
están dadas con cierta independencia objetiva. Podem os discutir como Estos son los tres problem as, típicos pero de distinto orden, con lo que se
juristas si está bien o no m atar a alguien de un balazo; pero hay u na cosa enfrenta el epistemólogo frente a esta espinosa cuestión.
neutral que está más allá de las distintas posiciones éticas y es que el tiro Hemos tratado de m ostrar que el instrum ento interpretativo en psico­
fue causa de la muerte. análisis no es com o la aguja de un m anóm etro que se mueve y tom a dis­
Al considerar el lado instrum ental de la interpretación necesitamos tintas posiciones. La interpretación no es una señal simple y autom ática;
separar dos cosas: prim ero, lo que podríam os llam ar el background valo- requiere, por el contrario, como todo lo que es hipótesis y teoría, creati­
rativo, que está im plícito en la enseñanza de la interpretación y de sus va­ vidad e ingenio. P or esto, la libertad de pensamiento favorece la aptitud
lores instrum entales; y, segundo, una serie de problem as causales y no para interpretar. Un individuo propenso a reacciones estereotipadas no va
valorativos, que son propiedad «objetiva» de todos al mismo tiem po. Es­ a hacer, en general, buenas interpretaciones. Es que el ejercicio de in­
te es el sentido en que el aspecto no valorativo de las ciencias conñgura el terpretar es muy peculiar, es un acto de creación espiritual (desde el án­
patrim onio com ún de todos los puntos de vista, aunque sean valorativa- gulo lógico) y esto explica que la personalidad del psicoanalista se vaya
mente diferentes. Las leyes de la causalidad están al servicio de todos; enriqueciendo p or el hecho de ejercer la interpretación; pero esta es ya
cuáles de las relaciones causales vamos a usar y con qué propósitos, eso una hipótesis que habría que contrastar.
depende de posiciones ideológicas y de otros factores. Indudablem ente,
para que podam os aplicar valorativam ente una interpretación necesita­
mos conocer las relaciones causales entre la interpretación y la conducta.
De acuerdo con la teoría de la acción, entonces, la terapia tom a la in­ 7. Reflexiones finales
terpretación como un instrum ento, no para conocer al paciente sino co­
m o agente de cambio. Como teoría del aparato psíquico, el psicoanálisis se ubica frente a
Hay aquí una serie de cosas interesantes, que Freud discutió en 1937 otras teorías psiquiátricas o psicológicas y, por lo demás, parece difícil
en «Análisis term inable e interminable» y en «Construcciones». Lo que pensarlo com o una teoría, ya que hay temas muy diferentes estudiados
él encuentra primero es el modo en que un paciente responde a la in­ dentro del psicoanálisis. No es lo mismo la teoría del instinto que la te­
terpretación, que no tiene aleatoriedad com pleta respecto de lo que se di­ oría de los mecanismos de defensa, la teoría económica, la teoría estructu­
ce; y, además, algo que a nuestro entender es un asunto muy curioso, y es ral u otros puntos que podríam os recordar. Tom ando el psicoanálisis en
que hay alguna conexión entre el efecto instrum ental de la interpretación bloque, evidentemente Lacan, M elanie Klein y H artm ann son bastante
y sus excelencias gnoseológicas. Freud afirm a que la interpretación diferentes. Cada una de estas posiciones tiene, en cierto modo, un cuadro
equivocada causa un efecto de poca m onta frente al tipo de cambio o re­ teórico distinto, no sólo en bloque, sino tam bién en cuanto a los detalles
acción conductual que produce la interpretación acertada. L a reacción del funcionam iento del aparato psíquico. Quien está produciendo hipó­
del paciente ante la interpretación o construcción verdadera es mucho tesis interpretativas y las está contrastando, lo hace en un marco teórico
más notable y apropiada. Es un descubrimiento notable y no forzoso, global; no hay lo que pudiéram os llamar una interpretación aislada. P ara
porque la eficacia instrum ental dèi acto de interpretar no tiene por qué hacer interpretaciones no solamente es necesario contar con un arsenal
venir ligada a su verdad. En periodism o y en marketing p ara el caso de bastante grande de reglas de correspondencia del tipo de las que ya he­
distribución de un producto se sabe que el buen éxito de una inform ación mos señalado sino que es tam bién necesario estar insertado en una con­
o una cam paña publicitaria no está ligado a que sea verdadera, desgra­ cepción teórica del funcionam iento del aparato psíquico. S ino nos pone­
ciada situación que todos conocemos y que constituye la base de la teoría mos de acuerdo acerca de cuál es la posición en que estamos colocados la
de la ideología. discusión se hará difícil y hasta imposible; no tiene sentido hablar del tes-
El pensamiento de Freud en este punto afirm a, entonces, que la ide­ teo de las interpretaciones en el vacío.
ología del paciente (uso la palabra «ideología» en un sentido muy meta­ Aprovechamos la oportunidad para decir que, cuando se exam ina la
fórico y general, como todo lo que el paciente cree y le pasa, asi com o sus interpretación, en cierto sentido se testea todo el m arco teórico en el que
defensas y su sugestionabilidad, etc.) no puede ser suficiente com o para Ullo se ha colocado. Si bien esto es absolutam ente cierto, es oportuno
evitar que los efectos de la verdad se pongan en evidencia. Los epistemó- t (Cordar aqui que el psicoanalista (y en general el científico) no va a cue#;*
logos no han señalado todavía la im portancia que esto tiene. tlonnr su teoría a poco que el resultado del experimento fracase. H ay tO'
Sin em bargo, a pesar de que la diferencia existe, a nuestro entender, y
da clase de razones sociológicas y metodológicas para saber que de nin­ que cambian completam ente la táctica, el m odus operandi y la instru­
guna m anera lo prim ero que hace el científico ante un aparente contraste m entación de la teoría, nos atreveríam os a afirm ar que, en el fondo, tal
es echar por la borda sus grandes hipótesis. Dirá que la interpretación es diferencia no es tanta como parece. Porque, al final de cuentas, ¿cómo
m ala — ¡y más lo dirá si está juzgando la interpretación de otro, la in­ podrá avanzar el científico sino haciendo modelos de lo que pasa? Puesto
terpretación del colega!—. Sin em bargo, si llega a suceder que empiezan que la empiria viene muy complicada y con una gran cantidad de facto­
a ocurrir inconvenientes con las respuestas a las interpretaciones, si sin­ res, algunos de los cuales son ocultos, si uno no produce modelos, la em­
tiéndose uno bien preparado y experto empieza a fallar sistem áticam en­ piria misma o lo que es ostensible no basta. Entre paréntesis, la mejor de­
te, en un momento dado uno se pregunta de dónde viene este tipo de di­ fensa de lo que decimos es el psicoanálisis, en cuanto teoría cuyo mérito
ficultad y si no será que el m arco teórico en el que está colocado es lo que consiste en hacer hincapié sobre la mayor gravitación que tienen en sus
está estorbando la eficacia de las interpretaciones. Ese es el m om ento en aplicaciories el material inconciente o latente que el m aterial manifiesto.
que el analista puede pensar que lo que ocurre en su práctica de alguna Si es así, si de la producción de modelos se trata, no hay que escandali­
m anera le está m ostrando que es hora de cam biar algo dentro del cora­ zarse entonces de que haya muchos procedimientos para acceder a los
zón teórico mismo. modelos; será cuestión de m odalidad de carácter, habrá gente que tendrá
Esto que estamos diciendo se puede ver en la historia del pensamiento un tem peram ento más a lo anglosajón para producir modelos con va­
de Freud. A Freud en cierto m om ento le empiezan a fallar algunas cosas riables separadas y tratar de alguna m anera de discriminar las variables y
en su relación con los pacientes (la hipnosis catártica, por ejemplo) y, sin estudiar correlaciones y conflictos entre las variables; otros tendrán ten­
embargo, no es llevado a pensar de sí mismo que es un cham bón, y que dencia hacia los modelos biológicos; otros hacia el modelo cibernético y
aplicó mal el método (catártico). Curiosamente nunca perdió la fe en sus —por qué no— a lo que podríam os llam ar la producción de modelos sui
aptitudes como científico; más bien perdió la fe en algunas de sus hipóte­ generis рата el psicoanálisis. Porque, al final de cuentas, si el psicoanáli­
sis científicas pese a que en el fondo se podían readaptar. El ejemplo más sis se desarrolla como ciencia m adura, term inará por encontrar que los
típico al respecto —y el más heroico— es cuando hacia 1896 abandona la te­ modelos que le llevan al éxito son los que le son propios y no los que sa­
oría de la seducción, para construir luego la teoría de la libido. lieron por analogía a los de las otras disciplinas; y entonces, así como la
Todas las ciencias tienen algo en com ún y algo diferente. Tienen en biología tiene sus modelos homeostáticos y la sociología sus modelos
com ún lo que podríam os llam ar «las grandes estrategias de su problem á­ estructurales, el psicoanálisis tendrá sus modelospsicoanalíticos. En tal
tica». Cuando hablam os de ciencias en las que hay un aspecto fáctico que sentido, diremos que, en última instancia y lo mismo que en las otras cien­
de alguna m anera se relaciona p o r medio de las leyes lógicas con la te­ cias, la peculiaridad del material psicoanalítico no cambia la estructura
oría, las relaciones entre un aspecto y el otro se asientan en las propieda­ lógica profunda del problem a de la validación de las teorías; pero sí cam ­
des generales de la corroboración y la refutación. Pero diríam os tam bién bia el tipo de imaginación, el acto creativo del investigador para propo­
que, de ciencia en ciencia, cambia el tipo de material que se está estudian­ ner sus hipótesis, para form ar sus teorem as, sus teorías. Aquí es donde
do; y esto significa, prim ero, un cambio de naturaleza y, segundo, un nos encontram os con algo sui generis del psicoanálisis, y quien no haya
cambio en las leyes empíricas. La estrategia no cambia, pero sí la táctica trabajado en psicoanálisis y no com prenda bien su metodología no se da-
y en particular la metodología que hay que emplear. Evidentem ente, no (Л cuenta de cómo se producen sus modelos ni se hará cargo de las difi­
es igual el estudio de sistemas aislados o de cuerpos semiaislados, por cultades inherentes al problem a con que el psicoanálisis trata.
ejem plo, que el de un organism o vivo con partes interrelacíonadas. No Oigamos, pues, en conclusión, que el psicoanálisis se debe integrar a
puede ser lo mismo, el tipo de idea que hay que emplear cambia. Incluso si les otras disciplinas científicas subordinándose a las exigencias generales
no atendiéramos al ser humano y tuviéramos que com parar la mecánica de (til método, sin por ello abdicar de lo propio que hace a su particular
las bolas de billar y el funcionamiento de una computadora veríamos que Ulioüincrasia.
hay algo cualitativamente diferente. Esto no hace que el problema lógico 1 uego de dejar planteado este gran problem a, que surge conti­
de cómo se valida un m odelo sea muy distinto en un caso o en otro; pero nuamente cuando se discute la epistemología del psicoanálisis, quisiera
la técnica con que uno tom a el m aterial y produce hipótesis va cam bian­ ot'Upurme brevemente de otro, poco o nada considerado y en cierto m o­
do. E n tal sentido, los problemas generales que hacen a la teoría psico­ do %linétrico al anterior. Pocas veces, por cierto, alguien se hace la pre-
analítica, a la construcción de sus conceptos, a la delim itación de su em­ RWIlttt opuesta, si el psicoanálisis ha hecho algún aporte a la comprensión
pina, a la formulación de partes de la teoría, etcétera, no es muy distinto de tir In epistemologia general. Porque, indudablemente la fisica y la mate-
lo que ocurre en la epistemología de muchas otras disciplinas. En cuanto a lltAtlcn han hecho contribuciones a la epistemología que permitieron
las peculiaridades del material mismo que está en danza, el psicoanáli­ Wltievtr bastante la estructura lógica de las teorías. ¿H abrá algo en el
sis tiene más afinidad con lo que se puede encontrar en sociología, por Itlix(t) pilconnalítico de pensar que influya en la propia visión que el cpli»
ejemplo, que en quím ica o física.

АЛА
temólogo tiene de la m archa de la ciencia? Sin ser un experto* en Bion о Cuarta parte. De la naturaleza del proceso
Money-Kyrie, creo que estos autores, por ejemplo, han intentado de Al­ analítico
guna m anera, sistemáticamente, avanzar algo por este camino; y me p a­
rece que, precisamente, la peculiaridad de sus problemas y el modelo parti­
cular del psicoanálisis, de su pensar, pueda causar un efecto indirecto y
revolucionario en el estudio de cóm o se form aron los modelos científicos
en fìsica, en química y en las otras teorías, dando las razones profundas.
P orque, claro, se encuentran libros en que hay una descripción precisa de
cóm o se form aron los paradigm as y las teorías científicas y cómo dejaron
de ser; pero da la impresión que los psicoanalistas tendrán que decir algo
acerca de cómo las motivaciones inconcientes influyen de alguna m anera
en que aparezcan ciertos modelos y no otros en la formación de las te­
orías científicas. En este sentido, el psicoanálisis puede aportar algo de
m ucho valor, y muy suyo, para la comprensión del desarrollo de las de­
más disciplinas.
36. La situación analítica

Nos toca ahora internarnos en un tem a complejo y atrayente, el p ro ­


ceso psicoanalítico. Es algo que despierta el entusiasmo y hasta el apa­
sionam iento de los analistas, y así debe ser. Si el estudio de la técnica
tiene una finalidad fundam ental, no puede ser otra que la de contribuir a
que cada uno adquiera su estilo y su ser analítico, su identidad, que de­
pende de la congruencia entre lo que se piensa y lo que se hace, congruen­
cia que deriva en buena parte de cóm o se entienda el proceso psicoanalíti­
co. Siempre será preferible un analista que piensa en form a coherente
con lo que hace aunque su esquema referencial no sea de mi agrado que
otro que piensa como yo y no como piensa él mismo.
Al hablar de proceso analítico lo hago en térm inos amplios e inten­
cionalmente poco precisos para abarcar en su totalidad los hechos que
vamos a estudiar. Em pero, si queremos ser rigurosos, lo primero que de­
beremos hacer es discriminar entre el proceso y la situación analítica.

1. Intento de definición
El analista práctico utiliza estos dos térm inos, situación y proceso,
con suficiente precisión y rara vez va a cometer errores al emplearlos, ya
que están sancionados por nuestro lenguaje ordinario. Diremos, por
ejemplo, que la situación analítica se ha estabilizado o complicado y que
ei proceso m archa o se ha detenido; nunca al revés. Sin embargo, cuando
ttalam os de conceptuar lo que nos es de tan fácil discriminación, nos ve-
mo* en figurillas.
Según el Diccionario de la Real Academia, «situación» quiere decir
Acción y efecto de situar y «situar», del latín situs, es poner a una persona
i) cois en determ inado sitio o lugar. De esta form a podríamos decir, en
principio, que cuando hablamos de situación analítica con los términos
tifi lenguaje ordinario lo que queremos decir es que el tratam iento analí-
1ÍU0 tiene un aitio, u n lugar. Podem os decir en términos muy generales,
rtlUmcca, que e¡ análisis (o la cura) tiene «Lugar» en la situación analítica.
Hfiata aquí creo que todos los analistas podríamos estar de acuerdo,
he tratado de definir la situación analítica en términos muy
cnil tautológicos, analíticos en sentido kantiano. Las dificulta'
iWi Aparecen cuando queremos llenar de contenidos concretos este prí-
H№ Intento de definición.
Entendemos aquí p o r campo la zona de interacción entre el organis­
La situación analítica se ha definido como una particular relación mo y su medio, ya que estos dos factores no pueden separarse: las cualida­
entre dos personas que se atienen a ciertas reglas de com portam iento p a­ des del organism o derivan siempre de su relación con el conjunto de las
ra realizar una tarea determ inada que destaca dos papeles bien definidos, condiciones en que se encuentra. Como dice Lagache, «no hay organis­
de analizado y analista. La tarea que estas dos personas se proponen con­ mo que no esté colocado dentro de una situación, ni situación sin orga­
siste en la exploración del inconciente de una de ellas con la participación nismo». 3 Así como el cam po psicológico se define por la interacción del
técnica del otro. Gitelson propuso la siguiente definición en su trabajo de organism o y su am biente, del mismo m odo, «el campo analítico resulta
1952: «La situación analítica puede ser descripta como la configuración de la interacción del paciente y el am biente, que incluye la persona y el
total de las relaciones interpersonales y de los eventos interpersonales que rol del analista»,4
se desarrollan entre el psicoanalista y su paciente » . 1 M uy parecida es la
definición de Lagache, que usa la palabra «am biente» por situación: «El
ambiente analítico es el conjunto y la secuencia de las condiciones m ate­
riales y psicológicas en las cuales se desarrollan las sesiones de psicoanáli­ 3. La situación analítica como campo dinámico
sis» (Lagache, 1951, pág. 130).
Al definir la situación analítica como el conjunto de transacciones Siguiendo las huellas de Pichón Rivière, en la m ayoría de las publica­
que sobrevienen entre analizado y analista en función de la tarea que los ciones de los autores rioplatenses la situación analítica se entiende como
reúne estamos implicando que hay reglas que deben ordenar esa relación. un campo que es a la vez de observación y de interacción.
Debe establecerse, entonces, de qué reglas se trata. Son norm as que se U no de los primeros trabajos sobre el tem a, y tal vez el más com pleto,
han ido estipulando empíricamente en función del m ejor desarrollo en la es el de Willy y Madeleine Baranger titulado com o este parágrafo.5
tarea analítica, y siguen siendo, sin ninguna m odificación sustancial, las El punto de partida de los Baranger es que la situación analítica no
que Freud propuso en sus artículos de técnica en los años diez, sobre to­ puede ya entenderse como la observación objetiva de un analizado en
do en sus «Consejos al médico» de 1912 y 1913. Aquellas propuestas no regresión por un analista-ojo (1969, pág. 129). Semejante descripción peca
han sufrido básicamente ninguna modificación, y es im portante saber de unilateral dado que, más allá de su no discutida neutralidad, el analis­
que las admiten y respetan aun las escuelas más dispares. P odrá haber al­ ta interviene de hecho y de derecho en la situación que él mismo contri­
gunas excepciones; pero en general todo el m undo las acata .2 buyó a crear.
Los dos miembros de la pareja analítica están ligados com plem enta­
riamente y ninguno de los dos puede ser entendido sin el otro. Sobre esta
base los autores se proponen aplicar el concepto de cam po de la psicolo­
2. Situación y campo gía de la Gestalt y de M erleau-Ponty a la situación analítica. «La si­
tuación analítica tiene su estructura espacial y tem poral, está orientada
En cuanto empezamos a definir la situación analítica com o una rela­ por líneas de. fuerza y dinámicas determinadas, tiene sus leyes evolutivas
ción entre dos personas que se reúnen para llevar a cabo una determ inada propias, su finalidad general y sus finalidades momentáneas» {ibid., pág.
tarea, nos deslizamos insensiblemente de la situación al proceso. No 130). La observación del analista, en cuanto abarca al paciente y a sí m is­
podría ser de otra form a, porque toda tarea implica un desarrollo, una mo, «no puede sino definirse como observación de este campo» (Ibid.).
evolución en el tiem po, mientras que la situación, si vamos a respetar lo 1л idea básica de los Baranger es, pues, que la situación analítica cons­
que nos dice la palabra, es algo que está en su sitio y no se mueve. tituye un campo que debe ser explicado por las lineas de fuerza surgidas en
La diferencia entre situación y proceso reside fundam entalm ente, ? ir especial y novedosa configuración entre sus dos protagonistas, cada
pues, en que la prim era tiene una referencia espacial y el segundo incluye tino en su papel y con sus objetivos. Lo que distingue al campo psicoanall-
necesariamente el tiem po. Itro, dicen los Baranger, es que se configura como una fantasía inconcien­
A hora bien, si dejamos de lado el tiem po y definimos la situación te. Ilutas dos teorías, el campo y la fantasía inconciente, quedan conecta-
analítica (como ya lo hemos hecho) como el conjunto de transacciones itlU cuando se afirma que la fantasía inconciente que aparece en el campo
entre analizado y analista en función de los roles que cada uno cumple y П tem pre una fantasía en la cual participan sus dos integrantes.
de la tarea que losnreúne, decimos que la situación analítica es un campo,
* l • r i t i oí de lo i Elem ents de psychologie médicale de Lagache (195J), y yo la tom o de
1 « The analytic situation m ay be described as the total configuration o f interpersonal A h (ИМ. pág. 28).
relationships and interpersonal events which develop between the psychoanalyst a n d his pa­ ЧЬИ
tient» (19Î2, pág. 1). 'A jM tn lA Cn la Revista Uruguaya, de 1961-62, y se incluyó com o capítulo 7 del libro
2 Sobre la sesión de tiempo libre o abierto de Lacan hablaremos en el capitulo siguiente. fbtiMwtiM dri ram po pak-oanaitiico (1969).
fantasía com partida va a surgir et insight. H asta que no se logre esta fan­
Todos los que aceptan la teoria de la contratrasferencia que se expuso tasía com partida, el analista no hará más que teorizar acerca del pacien­
en el capítulo 21 y siguientes aceptarán en principio la propuesta de los te. Lo com partido en este ejemplo ha sido una situación traum ática de
Baranger en cuanto sostiene que el analista participa en la situación frialdad afectiva. Esta fantasía es un efecto del cam po y aquí «campo»
analítica, aunque se puede discutir el grado de esa participación. P ara los no es simplemente el lugar donde tiene lugar la situación analitica sino el
Baranger esta participación es de gran m agnitud, pues afirm an que la lugar de la interacción.
fantasía no sólo aparece en el campo sino que es una fantasía de campo El campo psicoanalítico tiene una estructura espacial y tem poral, que
en la cual ambos protagonistas están igualmente involucrados. Desde dem arcan el consultorio del analista y el acuerdo previo sobre la d ura­
luego es aquí donde la discusión puede hacerse más viva: ¿en qué medida ción y el ritm o de las sesiones. En ese m arco se da la configuración fun­
está involucrado el analista? cional del analizado y el analista, que asum e siempre una ambigüedad
La diferencia entre esta posición y la de Leo Rangell entre los psicólo­ irreductible. Lo esencial del procedim iento analítico, dicen los Baranger,
gos del yo es muy grande. En los congresos latinoam ericanos de 1964 y es que todo acontecimiento que se d a en el campo es al mismo tiempo
1966 Rangell (1966, 1968a) sostuvo que el proceso psicoanalítico se da en otra cosa (1969, pág. 133).
el paciente; en cambio, para los Baranger y los latinoam ericanos se da «Lo que estructura el campo bipersonal de la situación analítica es
entre el paciente y el analista .6 O tros psicólogos del yo, com o Weinshel esencialmente una fantasía inconciente. Pero seria equivocado enten­
(1983) y Loewald (1970), por ejemplo, conciben la situación analítica co­ derlo como una fantasía inconciente del analizado solo» (ibid., pág.
m o una interacción entre analista y analizado. Loewald dice que en psico­ 140). El analista, afirm an, no puede ser espejo porque un espejo no in­
análisis no cabe m antener la idea de un observador extraño al objeto de terpreta. P or tanto no podemos concebir la fantasía básica de la sesión
estudio; y agrega a continuación: «Nosotros nos convertimos en parte y sino como una fantasía de pareja, análoga a la que se da en la psicotera­
en participantes del campo y en el cam po en cuanto estamos presentes en pia analítica de grupo (ibid.). Por esto «no es lo mismo descubrir la fan­
nuestro papel de analistas» (1970, pág. 278). tasía inconciente subyacente a un sueño, o a un síntom a, que entender la
Los analistas latinoam ericanos sostienen que el proceso se d a entre fantasía inconciente de una sesión psicoanalítica» (ibid., pág. 141). En
analista y analizado. Los Baranger quieren subrayar este punto cuando resumen, la fantasía de campo se crea entre los dos miembros de la pare­
dicen que el campo psicoanalítico es dinámico; pero ellos lo conciben co­ ja analítica, «algo radicalm ente distinto de lo que son separadam ente ca­
m o una fantasía com partida: afirm an que cuando la fantasía que tiene el da uno de ellos» (ibid.). Esta fantasía inconciente bipersonal, objeto de la
analista con respecto a la situación analítica coincide con la del analizado interpretación del analista, «es una estructura constituida por el ínter-
se ha configurado una fantasía de pareja. juego de los procesos de identificación proyectiva e íntroyectiva y de las
El tratam iento psicoanalitico es una estructura, porque sus elementos contraidentificaciones que actúan con sus límites, funciones y caracterís­
tienen que ver los unos con los otros y cada uno define a los demás. Por ticas distintas dentro del analizado y del analista» (ibid., pág. 145).
esto los Baranger afirm an que la reacción del analizado sólo puede enten­ En resumen, al aplicar la teoría del campo a la situación analítica los
derse teniendo en cuenta que se da en función del analista, que en esa Baranger unen las teorías de la Gestalt y las ideas de M erleau-Ponty en
estructura hay un com prom iso de am bas partes, de donde surge una fan­ una explicación que se apoya en el concepto de fantasía inconciente de
tasia que les es com ún. Susan Isaacs, las dos modalidades de identificación (Íntroyectiva y proyecti­
El concepto de fantasía com partida se puede entender de varias for­ va) de Klein y la teoría de la contraidentificación proyectiva de Grinberg.
mas. La coincidencia puede reducirse a que analista y analizado piensen Digamos para term inar que, siguiendo también en este punto a
lo mismo; si no piensan lo mismo, mal puede haber un proceso de com u­ Pichón, los Baranger explican los cambios en el campo psicoanalítico co­
nicación. A mí me parece que los Baranger quieren decir algo más, que rno la dialéctica entre estereotipia y movilidad del cam po.7
en analista y analizado surja en un m om ento dado una misma configura­
ción, que se cree entre los dos una sola y misma fantasía. Refiriéndonos
al ejemplo del estornudo, el analista estornuda y entonces interpreta al
paciente que siente frío y que está abandonado. El paciente acepta esta in­ 4. Sobre el concepto de campo
terpretación, siente que es así y al analista se le pasan las ganas de estor­
nudar. En ese m om ento de la sesión analista y analizado sintieron lo mis­ Ш m érito de los Baranger es haber entendido la situación analítica co­
m o. Sólo es fecundo el trabajo analítico cuando se da este fenómeno de mo un campo, un cam po de interacción y de observación, un campo en
resonancia en que yo siento lo que siente mi paciente, y a través de esta i]lie no está solamente el analizado sino también el analista, un cam po en

r Volveremos sobre la fantasia de pareja al hablar d< insight.


6 En el C ongreso de M adrid (1983), sin em bargo, oí decir a Rangell q u e el proceso к da
entre analista y analizado.
que el analizado no está solo ya que lo acom paña el analista como obser­
vador participante, según decía Pichón siguiendo a Sullivan. E ntre los años 1950 y 1970 Elizabeth R. Zetzel desarrolló una obra
Aceptar esta idea no obliga sin embargo a acom pañar a los Baranger
im portante, de la que nos ocupamos al estudiar la alianza terapéutica. Al
en sus afirmaciones sobre la form a en que el analista participa ni a
contem plar la situación analítica desde esa perspectiva, dirá esta autora
refrendar su posición sobre la fantasía de pareja. que lo sustancial de la situación analítica es precisamente la alianza tera­
Otros autores piensan que la situación analítica configura efectiva­
péutica: la situación analítica es lo estable, lo real, lo que hace a la tarea;
mente un campo de interacción y observación, pero sostienen que lo dis­
y lo que sobre esta base estable aparece en el campo de trabajo es lo que
tintivo del campo psicoanalítico es que los datos de observación pro­
se llam a neurosis de trasferencia. El concepto de situación analítica
vienen del paciente, mientras que el analista —que observa y participa—
queda, pues, fuertem ente ligado al de alianza terapéutica; ambos llegan a
se abstiene rigurosamente de aportarlos. El objetivo de la situación analí­
ser la misma cosa,
tica es crear un campo de observación donde los datos son proporciona­
Al definir la alianza terapéutica como el núcleo de la situación analíti­
dos exclusivamente por el analizado (Zac, 1968, pág. 28).
ca contraponiéndola al proceso analítico con epicentro en la neurosis de
La diferencia con los Baranger es visible, porque estos no tienen sufi­
cientemente en cuenta el grado de participación de los dos miembros. P a ­ trasferencia, Zetzel (1966)8 tiene en cuenta la diferencia que hace David
ra ellos, la fantasía de pareja es igual en el análisis que en la psicoterapia R apaport en The structure o f psychoanalytic theory (1959) y en otros tra­
de grupo, aunque aquí la participación de los miembros es simétrica. bajos, cuando contrapone el ello y el yo como dos sistemas antagónicos
Lo mismo que Zac piensa Bleger cuando habla de la entrevista (véase en punto a la movilidad de la energía. Lo que caracteriza al ello es la
el capítulo 4 ) y dice que «la primera regla fundam ental a este respecto es energía móvil, lábil y cam biante, m ientras que en el yo los cambios ener­
tratar de obtener que el cam po se configure especialmente y en su m ayor géticos son sumamente lentos. No puede esto, por cierto, llam arnos la
grado por las variables que dependen del entrevistado» (Bleger, 1971, atención, porque, al fin y al cabo, desde este punto de vista, la fu ndón
pág. 14). Sin dejar de reconocer que «todo emergente es siempre reía- prim ordial del yo es justam ente controlar la energía —ligarla, para de­
cional o, dicho de otra form a, deriva de un cam po, tratam os en la entre­ cirlo en términos más técnicos—. Lo que en el ello com o sistema se m ani­
vista de que dicho campo esté determ inado predom inantemente por las fiesta como cargas libres, se trasform a en el sistema yoico en cargas liga­
modalidades de la personalidad del entrevistado» (ibid., pág. 15). das a partir de las contracargas, de las contracatexias. Es justam ente
A diferencia de lo que dicen Bleger y Zac, los Baranger no creen que sobre la base de estos postulados que R apaport insiste en que la introduc­
el analista pueda mantenerse en ese plano. ción de la psicología del yo implica un cambio cualitativo en la teoría psi-
coanalítica, que abandona por fin eso que a veces se le ha criticado sobre
todo al psicoanálisis de los primeros tiem pos, ocuparse fundam ental­
En un trabajo reciente escrito en colaboración con Jorge Mom para el mente del impulso, lo que ha dado en llamarse la teoría de la caldera en
Congreso de M adrid, los Baranger vuelven a reflexionar sobre el campo ebullición. En realidad, com o dice R apaport, la teoría de la caldera en
y los otros temas recién expuestos m odificando algunos de los puntos que ebullición es. un modelo aplicable al ello, no al aparato en conjunto, en
acabo de señalar como discutibles. La situación analitica no se define ya cuanto el yo es todo lo contrarío a una caldera en ebullición.
como en el trabajo antes citado ni como en el de México de 1964 sobre el Utilizando este modelo, entonces, Zetzel dice que la situación analíti­
insight. En el relato de México los Baranger llegan a decir que «la si­
ca tiene su base en la alianza terapéutica, donde existen cambios pero son
tuación analítica es simbiótica p o r esencia, prim ero porque reproduce si­
muy lentos; el proceso analítico, p or su parte, mucho más rápido y m ó­
tuaciones regresivas de dependencia simbiótica del niño con sus padres,
vil, corresponde a la m odalidad energética del inconciente, del ello, que
y, segundo, por estar dirigida hacia la producción de identificaciones
se plasma en la neurosis de trasferencia. Se puede decir, tam bién,
proyectivas» (1969, pág. 172). Volveremos sobre el tema más adelante.
que, desde el punto de vista de esta autora, el tratam iento analítico con­
En el reciente trabajo, en cambio, se dice que «una definición seme­
siste en que, gradualm ente, a m edida que son analizadas, ciertas áreas
jante sólo podría aplicarse, y ni siquiera con m ucha exactitud, a estados
que originariamente pertenecían a la neurosis de trasferencia se integren
extremadamente patológicos del campo: un campo caracterizado por
a la estructura yoica pasando a pertenecer a la alianza terapéutica. En es­
una simbiosis insuperable entre ambos participantes, o bien por la para-
te cambio, en realidad, estriba la esencia de la terapia analítica, lo que
sitación aniquilante del analista por el analizado (M. Baranger et al.,
xignifica tanto com o decir que, en la medida en que se analiza determ ina­
1982, pág. 531). Vale la pena señalar, tam bién, que estos autores no se
do conflicto en la neurosis de trasferencia y se lo puede hacer conciente,
refieren a sus propios puntos de vista según aparecen en los trabajos que
estamos considerando sino más bien a M elanie Klein, quien nunca conci­
bió la situación analítica como simbiótica. El concepto de simbiosis per­ * «El proceso analítico», presentado al II Congreso Panam ericano de P sicoanáliiii, ret-
tizado en Buenos Aires.
tenece a M ahler y Bleger, pero no a Klein.
pasa a ser patrim onio del yo, una nueva faceta del yo que establece una
participar de la neurosis de trasferencia. Esta regresión es, pues, un efec­
relación real con el analista, dado que si en alguna form a se puede definir
to deseado del proceso terapéutico. En este punto se aprecia claramente
la alianza terapéutica es como un tipo real de relación con el analista. Lo
que no se puede hom ologar la situación analítica con la alianza de trab a­
que estaba subsum ido en la vivacidad de la neurosis de trasferencia pasa
jo y el proceso analítico con la neurosis de trasferencia, ya que una tesis
a ser un aspecto estable de la relación entre el analista y el analizado, que básica de la ego-psychology es que la neurosis de trasferencia se form a
ahora pertenece a la alianza de trabajo. por vía regresiva y entonces habría que decir que la situación se convierte
De esta form a queda convincentemente definida la naturaleza de la ac­ en proceso, lo que es inconsistente con las ideas de Zetzel. Creo que esta
ción terapéutica del psicoanálisis como trasposición de un sector al otro, dificultad no la salva Zetzel porque no distingue situación analítica y en­
que aum enta la integración del yo y cambia los procesos energéticos. cuadre. Lo que dice la analista de Boston sobre la situación analítica, a
Pondré un sencillo ejemplo para que se com prenda este punto de vis­ mi juicio se refiere al encuadre, a la fijeza y estabilidad del encuadre, co­
ta. Si la neurosis de trasferencia de un analizado consiste en sentir una m o veremos en el próximo capítulo.
gran curiosidad sexual por el trabajo de su analista y este puede analizar
con buen éxito el conflicto, se habrá logrado que una tendencia escopto-
filica se trasform e en capacidad de observación. Entonces los impulsos
escoptofílicos van a quedar al servicio de la adaptación, configurando 6. El narcisismo primario de la situación analítica
una capacidad de observación realista, instrum ental. El im pulso vo-
yeurista se ha trasform ado, pasando de la neurosis de trasferencia a la En un informe presentado el 10 de noviembre de 1956 al Congreso de
alianza terapéutica. Digamos de paso que esto se logra siempre a través Psicoanalistas de las Lenguas Romances9 Béla Grunberger ofrece una vi­
de una identificación del yo del paciente coíi el yo del analista, com o se­ sión original de la form a en que se constituye la situación analítica y se
ñaló Sterba (1934), porque la solución del conflicto escoptofílico se al­ desarrolla el proceso. Su punto de partida es que la situación analítica de­
canza en el m om ento en que el paciente se da cuenta de que el analista lo be separarse de la trasferencia que recorre el proceso analítico en toda su
observa sin derivar de ese hecho una satisfacción libidinosa directa. extensión. Deslinda, siguiendo a Baudouin (1950), la trasferencia analíti­
C uando sobrevienen todos estos cambios, lo que antes pertenecía a la ca («le transfer d ’analyse») del rapport analítico («rapport d ’analyse»).
neurosis de trasferencia pasa a la alianza de trabaio; y, a partir de ese La fórmula que propone Grunberger, una vez que ha definido estos dos
m om ento, el analizado va a tener una m ayor posibilidad de observar sus conceptos, es analizar la trasferencia, esto es la resistencia, y dejar que el
procesos inconcientes, va a haber acrecentado su yo observador y su rapport opere por su cuenta. >0E sta diferencia supone, entonces, dos áre­
alianza de trabajo con el analista. <• as teóricas y simultáneamente dos actitudes técnicas, ya que la trasferen­
La dialéctica que postulan Zetzel y en general los psicólogos del yo cia queda definida com o una relación de objeto, m ientras que el rapport
entre neurosis de trasferencia y alianza terapéutica es clara y muy Se ubica en el campo del narcisismo.
congruente con las líneas básicas de esa doctrina. Más discutible me pare­ De esta form a, el papel del analista como espejo cobra un pu evo sen­
ce, en cambio, la propuesta de identificar la neurosis de trasferencia con el tido. El analista debe constituirse estrictamente en el alter ego del pacien­
proceso psicoanalitico y la alianza terapéutica con la situación analítica. Si te, espejo cuya única función es la de dejar que el paciente se vea allí
aceptamos que son homólogos, entonces ya no hay más que dos conceptos reflejado. P ara cumplir s a misión, e.l.analista debe ser sólo una función,
aunque empleemos cuatro palabras. Tal como se las ha definido reiterada­ sin soporte material,„invisible y siempre detrás del analizado, ya que 3e
mente, la alianza terapéutica y la neurosis de trasferencia son una relación otra m anera expulsajil analizado d e ja posición narcisista que le es prò-
de objeto y no pueden ser lo mismo que el sitio que las contiene. pia. 11 En la situaciónanalítica el analizado está solo, sin estarlo total­
C uando definimos hace un m om ento la naturaleza de la acción tera­ mente, ya que la situación analítica contiene virtualmente la relación de
péutica del psicoanálisis según la psicología del yo dijimos que consiste objeto, que se irá estableciendo gradualmente. El analizado es para
en que la neurosis de trasferencia se vaya resolviendo y se trasform e eft Orunberger un Narciso contemplándose en el agua, que tiene atrás al
alianza terapéutica. Las cosas, sin embargo, no resultan simples. Analista com o su ninfa Eco.
T al com o lo entienden los psicólogos del yo, la función esencial de la
alianza terapéutica es permitir el proceso regresivo que instituye la neuro­
sis de trasferencia, de m odo que lo que yo dije hace un m om ento es sólo * Se p ubllcó en la R evue Française de Psychanalyse de 1957 y form a el primer ensayo de
f # Mlrrlu irm * (1971).
parcialm ente cierto. El proceso curativo consiste en que la neurosis de 10 • Analyser le "transfert d ’analyse", c'est-à-dire la résistance et laisser agir le "rap-
trasferencia se trasform e en alianza terapéutica, y esto sigue siendo váli­ ■’ ( d'analyse", est certainement une bonne form ule, encore fau drait-il reconnaître ce S t­
do; pero la inversa no lo es del to d o , porque tam bién es necesario que de­ imi favteur ri bien le séparer du premier» [Le narcissisme, pág, Í6 , n° î).
term inados elementos estables, las defensas autom áticas del yo, entren a 11 Ibkl., p*g, 39.
fundo es porque piensa que la vida instintiva en sus múltiples y variadas
Con estos utensilios teóricos, Grunberger puede ahora dar su propia m anifestaciones hunde sus raíces en el narcisismo: la pulsión expresa y es
versión sobre el proceso de regresión durante la cura analítica, circunscri­ el instrum ento de acción del narcisismo y este, entonces, detenta el poder
biéndolo a la neurosis de trasferencia en cuanto relación de objeto (edipi­ fundam ental. La búsqueda de una satisfacción pulsional siempre se apo­
ca y preedipica), la cual debe deslindarse de los fenómenos narcisísticos ya en la necesidad de sentirse capaz de obtenerla y a veces basta sentirse
no objetales y aconflictuales de la relación analitica cuya expresión feno­ capaz de satisfacerse a uno mismo sin que sea preciso cumplir el deseo
m enològica esencial es la euforia, la elación.*2 Englobar estos dos órde­ pulsional mismo. «Poder hacer es lo esencial y hacer no sirve a menudo
nes de fenómenos en un solo concepto hace perder a la trasferencia su es­ más que para dar prueba de e l l o » . i 5
pecificidad, la trasform a en un térm ino de uso múltiple, un com odín que Si partim os del concepto de narcisismo que nos propone y aceptamos
parece ignorar que trasferencia implica justam ente un conflicto que se ha que trasferencia y rapport son dos cosas distintas, entonces la investiga­
trasportado de un objeto a otro. ción de Grunberger se nos presenta clara y rigurosa, prácticam ente inata­
La posición (o estado) narcisista que se acaba de describir aparece cable. Ya he señalado la form a convincente en que situación y proceso
desde el comienzo del análisis, m ientras que la trasferencia se establecerá quedan definidos y delimitados, la originalidad que cobra la m etáfora
lentamente y mucho m ás tarde; y opera, en realidad, en sentido contra­ freudiana del analista espejo y las precisiones estructurales con que este
rio: m ientras la trasferencia es fuente de resistencias (la resistencia de autor nos permite com prender mejor la función del yo ideal y del ideal
trasferencia), el estado narcisista se revela como el prim un m ovens del del yo en las com plejidades y sutilezas de la situación analítica. Agre­
proceso analítico (ibid., págs. 62-3). Es justam ente la elación concomi­ guemos ahora que las diferencias propuestas por G runberger apuntan
tante a la situación analítica lo que hace posible que los elementos edípi- también —y él no lo ignora— a ver desde otro prism a la dialéctica entre
cos ganen poco a poco la conciencia. neurosis de trasferencia y alianza terapéutica, con una revisión del con­
El precepto freudiano de que el análisis debe desarrollarse en frustra­ cepto de trasferencia fundam ental (basic transference) de Green-
ción se ajusta a los deseos edípicos, pero no al narcisismo. El placer nar­ асге (1954). La misma revisión abarca tam bién, me parece, otros con­
cisistico que el paciente deriva del hecho de estar en análisis es precisa­ ceptos que quieren dar cuenta de la estructura de la situación analítica,
mente la condición necesaria para que la situación analítica se establezca como la trasferencia flotante de Glover (1955) y la relación diàdica que
firmemente y la terapia tenga buen éxito . 13 estudió Gitelson en el Congreso de Edim burgo de 1961, apoyado en lo
G runberger considera que la catexia narcisista del analista al comien­ que Spitz (1956b) llamó la actitud diatrófica del analista en su ensayo
zo de la cura se debe a que el analizado le proyecta su yo ideal (M oi sobre la contratrasferencia.
Idéal). La originalidad del procedimiento freudiano reside en que no En contraposición a todos estos autores, y desde luego a los que
m antiene ese equilibrio narcisista, conduciendo al analizado a una rela­ rechazamos la teoría del narcisismo prim ario, Grunberger piensa, fiel a
ción más evolucionada, la relación de objeto. sus ideas, que ese tipo especial de relación entre analizado y analista es
C uando expone sus conclusiones al final de este original estudio, por definición anobjetal y aconflictual.
Grunberger vuelve a señalar que el elemento narcisista (por difícil que sea De esto deriva una praxis que restringe los criterios de analizabilidad
precisar el concepto) es el factor dinámico que proporciona su fuerza a pacientes neuróticos que puedan derivar una satisfacción narcisistica de
propulsora al proceso psicoanalitico. lu relación analítica (euforia, elación) y que presta una especial conside-
En la situación analítica el analizado se encuentra frente a sí mismo üición (excesiva a mi juicio) a los mecanismos primitivos, a la atm ósfera
por intermedio del analista y en circunstancias especiales que estimulan iinalitica, donde el silencio del analista llega a tener una gran relevancia;
u n a regresión narcisistica controlada que brinda la posibilidad de un de­ pasa a ocupar, prácticam ente, una posición estratégica en el diseño de la
sarrollo especifico, el proceso analitico. La libido narcisistica liberada es u n a . Salvo casos excepcionales, el silencio del analista no es en el fondo
la que provee a la situación analítica de la energía dinám ica que va a ope­ liuumatizante. «El analista —callándose— permanece de hecho en el
ra r a lo largo de todo el proceso . 14 Irtrcno narcisista aconflictual p o r d efin ició n » .^
Al concebir la situación analitica com o narcisista, G runberger tiene
lil inconveniente principal que yo veo a esta concepción técnica es
que replantearse el problem a de las pulsiones. Es que para este autor hay
que, aun en las manos de los analistas más experimentados com o Béla
un proceso paralelo, donde el material analítico descubierto trascurre en
í irimberger, puedan quedar sin analizar áreas muy peligrosas de idealiza-
un plano superficial, m ientras que el proceso energético subyacente cursa
нйи, No siempre el analizado logra darse cuenta de que el silencio del
en el plano profundo. Si Grunberger ubica el narcisismo en el plano pro­
atlillista com porta una actitud técnica y «es para su bien».

12 Ibid., págs. 61-2. lim i,, pág. 93 de la ed, cast.; ed. francesa, pág. 111.
13 Ibid., pág. 64. lt>ui„ pig . 74; ed. francesa, pág. 88.
14 Ibid., pág. 111.
37. Situación y proceso analíticos
Otros autores argentinos, como Bleger y Zac, proponen que la si­
tuación analítica se defina a partir del proceso. Bleger (1967) estableció
que el proceso psicoanalítico, como todo proceso, necesita un no-
proceso para poder realizarse y dijo que esa parte fija o estable es el en­
cuadre (setting). El encuadre queda así definido como un conjunto de
constantes gracias a las cuales puede tener lugar el proceso psicoanalíti­
co. A partir de estas definiciones estipulativas de Bleger se com prenderán
m ejor, espero, mis objeciones a la propuesta de Zetzel de hom ologar la
1. Repaso breve situación analítica a la alianza terapéutica definida como lo estable, en
cuanto así se la confunde con el encuadre.
En el capítulo anterior definimos provisionalm ente la situación anali­ C ontinuando la línea de pensamiento iniciada por Bleger, Joel Zac
tica com o el sitio en que se desarrolla el tratam iento en cuanto relación (1971) estudia justam ente esas constantes del psicoanálisis y las define en
entre dos personas que asumen papeles definidos para realizar una deter­ principio como factores variables que Freud estableció (o fijó) de acuer­
m inada tarea; y utilizamos com o base de nuestra discusión los trabajos do con ciertas hipótesis previas.
de los Baranger, Zetzel y Grunberger. En esos escritos la situación analí­ A partir de observaciones empíricas impecablemente registradas y de
tica se describe desde perspectivas bien distintas: para los esposos B aran­ ciertas generalizaciones que nacen de esas mismas observaciones, Freud
ger la situación analítica es un campo dinámico donde surge una fantasía pudo concebir cómo tenía que desarrollarse el tratam iento psicoanalíti­
com partida, m ientras que para Zetzel la situación analítica es lo estable, co, estableciendo así las hipótesis defmitorias del psicoanálisis, es decir
lo que form a la alianza terapéutica y se contrapone a la neurosis de tras­ los postulados sin los cuales el psicoanálisis no se puede dar, fuera de los
ferencia, y, por fin, para Grunberger la situación analítica es el remanso cuales el psicoanálisis nunca podría ser lo que es. De esas hipótesis defini-
narcisista que m otoriza el proceso. torias derivan las norm as que constituyen el encuadre y sin las cuales el
Los Baranger afirm an que la situación analítica debe definirse como tratam iento psicoanalítico no tiene «lugar». Por esto dice Zac que «no se
un campo donde opera una fantasía de pareja, una fantasía com partida podría definir el encuadre sin tener algunas hipótesis previas que enun­
entre el analista y el analizado, que se vehiculiza por un proceso m utuo cian que, de no fijarse ciertos factores variables com o constantes en fo r­
de identificación proyectiva. Cuando analista y paciente tom an concien­ m a definitiva, intervendrían ciertas leyes que im plicarían a su vez un de­
cia de la fantasía que com parten, nace el insight en el cam po. Hicimos la term inado tipo de consecuencias» (1971, pág, 593).
crítica a esta posición que nos parece extrem a y señalam os, tam bién, que La idea directriz de Freud al fijar las constantes del encuadre —sigue
en un trabajo reciente, escrito con M om para el Congreso de M adrid, Zac— es la de sentar las condiciones más favorables para el desarrollo de
nuestros autores m odifican algunos de sus puntos de vista. la cura. De ésta form a, el encuadre consiste en el conjunto de estipula­
Vimos tam bién que Zetzel sostiene que entre situación y proceso se ciones que aseguran el mínimo de interferencias a la tarea analítica, al
da la misma relación que entre alianza terapéutica y neurosis de trasfe­ par que ofrecen el máximo de inform ación que el analista puede recibir.
rencia. D ejando a un lado que esta clasificación reduce cuatro conceptos
a dos, la criticamos desde sus propias pautas, recordando que esta teoría
postula que el análisis consiste en que la neurosis de trasferencia se vaya
convirtiendo gradualm ente en alianza terapéutica, y esto vendría a signi­ 3. Las tres constantes de Zac
ficar que el proceso analitico se convierta en situación analítica, lo que es
inconsistente. A m ayor abundam iento, y puesto que se postula la alianza Zac sostiene que en el tratam iento analítico existen tres tipos de cons­
terapéutica como requisito para que se ponga en m archa el proceso de e n tes. Las primeras derivan de las teorías del psicoanálisis y son de las que
regresión que condiciona la neurosis de trasferencia, tendríam os que ncabamos de ocupam os. A estas constantes Zac las llama absolutas, p o r­
concluir que la alianza terapéutica es causa y consecuencia de la neurosis que aparecen en todo tratam iento psicoanalítico ya que guardan relación
de trasferencia. directa con las hipótesis defmitorias de nuestra disciplina. Frente a estas
La teoría de Grunberger es consistente y de una irreprochable cohe­ constantes absolutas están las relativas, que son de dos tipos, las que de­
rencia interna, si bien inseparable de la concepción del narcisism o de su penden de cada analista y las que derivan de la pareja particular que for­
autor, que infiltra no sólo la teoría del proceso y su praxis sino también man ese analista y ese analizado. Si bien estas constantes son relativas,
la idea de trasferencia. no dejan de ser fijas una vez que se han establecido.
aunque todas tendrán que ser respetadas y preservadas. Los analistas que
Entre las constantes relativas que dependen del analista podemos por razones técnicas prefieren no recibir regalos, por ejemplo, no van a
mencionar algunos rasgos de su personalidad, su ideologia científica y introducir esa norm a en el contrato, sería oficioso y hasta una form a de
otras más concretas com o el lugar en que tiene su consultorio, el tipo y inducir a hacerlos, p or aquello de que en el inconciente no existe el no.
estilo de sus muebles, así como tam bién las regulaciones de sus honora­ La explicitará cuando el m aterial del paciente lo justifique y no antes.
rios, feriados, etcétera. La época y la extensión de sus vacaciones son Las constantes del encuadre son, pues, norm as empíricas dictadas
constantes que dependen básicamente del analista. La estabilidad del rit­ por Freud a partir de su experiencia clínica, que lo llevó a poner un m ar­
m o de trabajo, en cambio, pertenece a las constantes absolutas, de modo co definido y estricto a su relación con el paciente para que el tratam iento
que el psicoanalista no podrá cam biar a su arbitrio el tiempo ya fijado de se desarrollara en la m ejor form a posible, con la m enor perturbación po­
sus vacaciones o de sus feriados, por ejemplo. A estas constantes relati­ sible. Algunas de estas norm as son las que rigen cualquier tipo de tarea
vas al analista se refiere sin duda el trabajo ya clásico de los Balint entre dos personas, como el intercam bio de tiempo y dinero, el lugar y el
(1939), que las señala como formas expresivas del analista. Alicia y tiempo del encuentro, etcétera, porque ninguna tarea puede realizarse si
Michael Balint llaman contratrasferencia a estas modalidades particula­ no se estipulan algunas reglas para llevarla a cabo; pero no son estas las
res del analista; pero, en realidad, vale más conceptuarlas como partes de que más nos interesan sino otras, las que derivan específicamente del tra ­
su setting en cuanto soporte real de la relación, sin perjuicio de que tam iento analítico, de esa singular relación que se establece entre el ana­
puedan revestirse de significados trasferenciales y contratrasferenciales. lista y su paciente; de ellas tendremos ahora que ocuparnos.
Zac distingue, por último, un tercer tipo de constantes, también relati­ P ara la época de los escritos técnicos, los descubrimientos de Freud
vas, que dependen de ¡apareja, no ya del psicoanálisis ni del psicoanalista, ya eran claros y déíinidos en cuanto a la im portancia del desarrollo de un
es decir de la pareja que forman concretamente un determinado analista y procesó singular en su relación con el enferm o, que desde 1895 había lla­
su analizado. Estas últimas, digamos de paso, son las que más prestan so­ m ado trasferencia. Justam ente porque Freud había descubierto este fe­
porte a los conflictos de contratrasferencia. Una constante de este tipo nóm eno es que las norm as especíñcas del tratam iento analítico apuntan
podría ser, por ejemplo, que la hora de la sesión se fije de acuerdo con las en su esencia a qué el fenómeno trasferencial pueda desenvolverse sin tro­
conveniencias de ambas partes; o que un analista que tom a vacaciones en piezos. Se sabe empíricamente que toda circunstancia que revele algo
febrero contemple el caso del abogado por la feria judicial de enero. perteneciente al ám bito personal del_ analista .puede pertu rb ai ese
Como acabam os de ver, la reflexión de Zac se encamina a estudiar desarrollo. El encuadre está destinado a proteger al enfermo de esas reve­
cuáles son las constantes que determ inan el encuadre. Al principio, como laciones y tam bién al analista de sus propios errores, que perturban el
dice el Génesis, era el caos, todas eran variables. Llega Freud y pone or­ proceso y, consiguientemente, perjudican al paciente y a él mismo. En
den: las sesiones van a ser seis por sem ana, una todos los días; esa hora le cuanto las norm as del encuadre están hechas para que la cura marche en
pertenece al paciente y ni este ni Freud la cambian, etcétera. Freud, la m ejor form a posible, implican no sólo u n a posición técnica sino tam ­
entonces, trasform ò arbitrariam ente algunas variables en constantes; bién ética p o r parte del analista.
podría haber fijado otras. Pero las que fijó son las que hacen posible el El encuadre es entonces el marco que alberga un contenido, el proce­
tratam iento analítico y por esto todo el m undo dice que expresan una vez so. Éntre el proceso analitico y el encuadre se da, pues, una relación con-
más su genio. Gracias a estas estipulaciones la cura puede tener lugar, tinente/conteíúdo en términos de Bion (1936).
porque el lugar de la cura, esto es la situación analítica, se encuentra ju s­ Este contenido consiste en la por demás singular relación de analista y
tam ente allí, entre esas constantes. analizado que, como estudiamos en la segunda parte de este libro, se
Una vez que se fijaron las variables para constituir el encuadre, las compone de tres elementos: trasferencia, contratrasferencia y alianza te­
otras variables contenidas inicialmente en la situación analítica van a ge­ rapéutica. También podem os decir que el contenido que estamos consi­
nerar el proceso psicoanalítico. derando configura la neurosis de trasferencia o, siguiendo a Racker
(1948), la neurosis de trasferendo y contratrasferencia. Este contenido es
esencialmente variable, cambiante, nunca igual; por esto Freud com pa­
m ba el análisis a la partida de ajedrez, donde sólo la apertura y el final
4. C ontrato y encuadre podrán ser pautados, nunca el medio juego. P ara que este proceso surja
y se desarrolle debe existir un max co lo más estable posible, el encuadre.
El conjunto de variables que quedaron fijadas, repitám oslo, constitu­
yen lo que se llama encuadre (o «setting»), porque son verdaderam ente el
marco en el cual se ubica el proceso. Algunas de estas norm as se form u­
lan explícitamente en el momento del contrato, como vimos en el capítu­
lo 6; otras se form ularán cuando llegue el m om ento y otras quizá nunca,
Un caso muy especial se plantea en los pacientes que viajan para ana­
5. Sobre las normas del encuadre lizarse y a los cuales no hay o tra solución que darles en un par de días las
cuatro o cinco sesiones. Es el caso de los candidatos que viajan para re­
Los consejos de Freud en los escritos técnicos se agrupan en dos cla­ alizar su análisis didáctico. Es posible que en estos casos, decididamente
ses. Algunos son consejos concretos y directos sobre los cuales poco o atípicos, la habilidad del analista didáctico y la fuerte motivación del
nada se puede argum entar. Se los puede aceptar o rechazar pero no dis­ candidato (cuando se sum an a una patología no demasiado severa)
cutirlos. Pertenecen a las constantes relativas que dependen del analista y puedan suplir las grandes desventajas de este diseño.
figuran entre estos los que tienen que ver con las regulaciones de horarios En cuanto a la extensión de las sesiones, pocos analistas cuestionan
y honorarios, feriados o vacaciones, etcétera. Algunos analistas pre­ que su duración debe ser poco más o menos que los clásicos cincuenta
fieren dar a cada paciente la misma hora todos los días pensando en sim­ m inutos. En algunos centros donde se practica la psicoterapia la unidad
plificar las cosas; otros no se atienen a esa regla y hasta consideran que, para la sesión es de treinta m inutos y eso m arca una diferencia cierta
variando las horas, pueden detectarse aspectos diferentes de la personali­ entre un m étodo y el otro. No acepto el análisis on dem and como el de
dad, ya que las personas no funcionan parejam ente en el curso del día. The piggle (W innicott, 1977) ni la sesión de tiempo libre de Lacan.
La frecuencia y la duración de las sesiones son constantes absolutas P o r razones que hacen a su teoría de la comunicación y a cómo conci­
más bien que relativas. La m ayoría de los analistas piensan que el ritmo be la estructura de la situación analítica, Lacan trab aja con lo que se lla­
más conveniente para el análisis es el de cinco sesiones por semana. m a tiem po libre o abierto. Cree que la sesión no debe term inar como un
Freud daba seis. En la Argentina, la inmensa m ayoría de los analistas acto rutinario sino significativo, sea para destacar el cierre de una estruc­
trabaja con cuatro sesiones, alegando por lo general razones económicas, tura o para denunciar la palabra vacía del analizado. Esta conducta téc­
lo que personalmente no me convence mucho. He visto variar al infinito nica ha sido duram ente com batida p or m uchos analistas. Sin desconocer
la economía argentina, pero nunca cam biar a su compás el núm ero de la incuestionable coherencia que en este punto existe entre la teoría y la téc­
horas por semana. O, dicho con más precisión, nunca vi aumentar el nú­ nica de Lacan, pienso que su fundam entación es insuficiente, ya que en
mero de sesiones en momentos de bonanza. todo caso lo que corresponde es interpretar y no sancionar la conducta
El núm ero de cinco —más allá de los muchos simbolismos que se del analizado por m edio de una acción que, por muy bien pensada que
puedan interpretar— me parece el más adecuado porque establece un pe­ estuviera, lleva en su entraña la pesada carga de un adiestram iento por
ríodo sustancial de contacto y un corte nítido en el fin de sem ana. P ara premios y castigos. Nótese por lo demás que en esta crítica le estoy conce­
mí es muy difícil establecer un verdadero proceso psicoanalítico con un diendo al analista lacaniano una objetividad que yo ni por asom o me re­
ritm o de tres veces por semana, aunque sé que m uchos analistas lo conozco a mí mismo. No confío dem asiado, por cierto, en la objetividad
logran. U n ritm o tan inconsistente y salteado como este análisis día por de mi contratrasferencia, menos que nunca en este caso donde la decisión
m edio, en mi opinión, no hace surgir con suficiente fuerza el conflicto de que tom e va a beneficiarme concretam ente alargando m i tiem po libre.
contacto y separación. Los tratam ientos de una o dos veces por semana Considero, por últim o, que, aunque asi no fuera, el analizado tendría to­
no alcanzan por lo general a configurar un proceso analítico, aunque así do el derecha de pensarlo, de lo que resultaría u na situación de hecho
se lo llame. Tiendo a creer que, en esos casos, el analista cree, sin duda de inanalizable. No parto en estas reflexiones de que las sesiones term inan
buena fe, que está haciendo un análisis pero el proceso exhibe los carac­ casi siempre antes y no después de los cincuenta m inutos, ya que seria
teres de la psicoterapia, esto es, dispersión u omisión de la trasferencia, igualmente contrario al arte que el analista inform e concretam ente, por
apoyo manifiesto o latente formulado como interpretación, descuido de la medio de su conducta, que está contento o siente desagrado. N o hay que
angustia de separación (que se interpreta convencionalmente o no se in­ ser muy suspicaz, sin em bargo, para pensar que los analistas que siguen a
terpreta), etcétera. __ Lacan son tan hum anos com o los otros. Un analista lacaniano que co­
Cuando el tratam iento se hace cuatro veces por semana es m ejor po­ nozco personalmente y de cuya inteligencia y probidad profesional tengo
ner las cuatro horas en días seguidos, aunque se prolongue asi el período pruebas directas, me contó una vez esta anécdota por dem ás interesante.
de separación. Cuando el tratam iento es con tres horas hay analistas que Llegó a su supervisión con uno de los analistas más distinguidos de la
las ponen seguidas para tener entonces un lapso en que se establece un Ecole, un fervoroso defensor de la sesión abierta o de tiem po libre, y vio
contacto pleno aunque siga después un intervalo muy grande. O tros, en con desmayo que había un núm ero im portante de pacientes en la sala de
cambio, prefieren dar las tres sesiones día p or medio. Yo me inclino por espera. Salió en una de esas el supervisor entre paciente y paciente y le di­
este últim o proceder porque, como ya dije, pienso que tres horas en dias jo que en menos de una hora estaría listo, y así fue. ¿Cómo podía sa­
continuos no siempre llegan a hacer un verdadero tratam iento psicoana­ berlo? Y no se diga que en este caso el analista fue infiel a sus teorías p o r­
lítico por más que busquen acomodarse a su form a. U na sesión día por que, justam ente, lo que yo sostengo es que con ideas como estas se está
medio le da al tratam iento un definido sabor a psicoterapia, lo que pare iiempre a merced de la contratrasferencia. H abría entonces que pensar al
mi se acom oda más a la realidad.
la insistencia de Lacan en que la resistencia parte del analista no puede te­ ga por una actitud m ás ecuánime y menos rígida en cuanto a la aplicación
ner un principio de explicación en esta singular norm a de su setting. de la abstinencia y la reserva. La aplicación estricta y sin matices de estas
Vale la pena señalar, por últim o, que m uchos discípulos de Lacan reglas —dice Stone— no siempre coadyuva a la estabilidad de la si­
piensan que la sesión de tiem po libre pertenece más al estilo del m aestro tuación analítica y hasta puede utilizarse por analizado y analista para
que a su técnica, por lo que en este punto no lo siguen. satisfacer deseos sadom asoquistas y /o cum plir ceremoniales obsesivos,
tanto m ás peligrosos cuanto más sintónicos. La relación analítica es
siempre contrapuntística y «la actitud analítica se com prende m ejor por
am bas partes como una técnica instrum ental con la cual un médico
6. De la actitud analítica com prom etido puede ayudar m ejor a su paciente» (pág. 33).
En este punto, com o en tantas otras áreas de la praxis, no hay reglas
Los consejos de Freud no sólo se refieren a las constantes del en­ fijas. Lo adecuado en un m om ento puede ser un grave error cinco m inu­
cuadre sino también a la actitud m ental del analista que, en últim a ins­ tos después. En cada caso tendrem os que escuchar lo que dice el analizad
tancia, les da a aquellas su sentido y valor. Se entiende por actitud m ental do, lo que estipula la teoría y lo que nos inform a la contratrasferencia.
del analista su disposición a trab ajar con el paciente realizando en la m e­
Hay dos form as pues de entender el encuadre, com o hecho de con­
jo r form a posible la tarea a la que se ha com prom etido y que consiste en
explorar sus procesos mentales inconcientes y hacérselos com prender. ducta o com o actitud m ental.
Desde un punto de vista fo r n a i o conductista, el encuadre es cierta­
Esta tarea es difícil para el analizado porque le provoca angustia y esto le
mente un acto de conducta y hasta un rito en el m ejor sentido de la p a ­
despierta resistencias y porque la exploración asum e un carácter real e in­
labra. Este aspecto, sin em bargo, con ser una condición necesaria del tra ­
m ediato a través del enigmático e insoslayable fenómeno de la trasferen­
bajo analítico, nunca será a mi juicio suficiente para que el proceso se de­
cia. Tam poco es sencilla la labor del analista que debe ser a la vez un ob­
sarrolle de veras.
servador sereno e im parcial pero com prom etido. El analista participa en
El encuadre es sustancialm ente una actitud m ental del analista,
la situación analítica (el campo) pero debe hacerlo en form a tal que los
concretam ente la actitud m ental de introducir el m enor núm ero de va­
datos de observación deriven del analizado, (Véase el capítulo anterior.)
riables en el desarrollo del proceso. A eso se le debe llam ar en últim a ins­
Freud tipificó la actitud m ental del analista en dos norm as, la regla de
tancia encuadre, y no sólo a una determ inada conducta. Si, en un m o­
abstinencia y la reserva analítica, condensada en la fam osa m etáfora del
m ento dado, cuando voy a saludarlo, el paciente trastabilla, yo voy a tra ­
analista espejo. En sus «Consejos» de 1912 dice Freud estas palabras me­
morables «El médico no debe ser trasparente para el analizado, sino, co­ ta r de hacer algo, en la form a más discreta posible, para que no se caiga.
m o la luna de un espejo, m ostrar sólo lo que le es m ostrado» (AE, 12, En este caso yo entiendo que no he m odificado mi encuadre; interna­
mente mí encuadre es el m ismo, hacerlo pasar sin exponerlo a ningún es­
pág. 117). Siguiendo esta herm osa m etáfora, hoy podríam os decir: que el
tímulo extem poráneo y p or tanto perjudicial p ara el proceso. P or esto es
analista refleje y no proyecte lo que el analizado pone en él; que sea el
analista un espejo plano, que se deje curvar lo menos posible por la que el encuadre debe concebirse fundam entalm ente como una actitud
contratrasferencia. La reserva analítica es necesaria, pues, para que la si­ ética.
tuación analítica se pueda establecer. Si no es así los fenóm enos de tras­ Recuerdo a u n a m ujer luego de una intervención ortopédica que le di­
ferencia se hacen tan inaprehensibles y tan incomprensibles que la si­ ficultaba notoriam ente cam inar y recostarse. E n el posoperatorio inm e­
tuación analítica se resiente de raíz. diato me habló para preguntarm e si yo consentiría en agregar algunos al­
La regía de abstinencia se refiere a que el analista no debe gratificar m ohadones a mi diván p ara que ella pudiera venir. La alternativa era
los deseos del paciente en general y desde luego particularm ente sus de­ perder un núm ero im portante de sesiones, lo que a ella no le gustaría. P a ­
seos sexuales. Esta regla, que en principio se aplica al analizado, alcanza recía muy dispuesta a aceptar lo que yo dispusiera. Le repuse de inm e­
inexorablem ente al analista y no podría ser de otra form a. En cuanto so­ diato que pondría el consultorio en las condiciones necesarias y ella vino
mos indulgentes con nuestros propios deseos, la regla ha dejado de apli­ al día siguiente acom pañada por u n a enferm era. La encontré en la sala
carse y no sólo por razones de ecuanim idad y de ética sino tam bién psico­ de espera del brazo de esta m ujer y yo mismo la conduje al consultorio y
lógicas: si consentimos que el analizado nos gratifique ya lo estam os tam ­ la ayudé a acom odarse en el diván. Preferí llevarla del brazo yo mismo al
bién gratificando. Si le hago a mi analizado una pregunta p ara satisfacer consultorio a pesar del contacto físico que ello suponía, antes que dele­
mi curiosidad, con su respuesta (o su negativa a responderm e, lo mismo garlo en la enferm era, lo que no era muy sintónico con m i setting, ya que
da) él ya está gratificándose. nunca ingresó otra persona a mi consultorio analítico. Es evidente que
Buena parte de la recom endable m onografía de Leo Stone (1961) Sf esta decisión es muy discutible y si o tro analista hubiera resuelto lo
ocupa de la regla de abstinencia y de la reserva analítica. Este au to r abO« contrario yo no pensaría nunca que estaba equivocado.
Lo que quiero señalar es que esta notoria alteración (formal o ritual) 38. El encuadre analítico
del encuadre, en cuanto estaba enderezada a no interrum pir más de lo in­
dispensable el proceso analítico, no provocó dificultades singulares.
Aparecieron las lógicas fantasías de dependencia en la trasferencia m a­
terna y de seducción por el padre, sin adquirir para nada las característi­
cas típicas que asume el material p ara el caso de un acting out contratras-
ferencial. P o r eso decía yo que el setting es ante todo una actitud mental
del analista. Entre paréntesis he podido observar que los analistas que
critican la «rigidez» del encuadre es en general porque no alcanzaron to ­
davía un cdnccpto claro de lo que el encuadre verdaderam ente es. 1. Recapitulación
Anunciamos al com enzar la cuarta parte que el concepto de situación
analitica es m ás fácil de captar intuitivam ente que de poner en conceptos,
y desgraciadamente lo estamos dem ostrando. Tam poco es sencillo, por
cierto, separar la situación analitica del proceso analitico.
En el capítulo anterior vimos la preocupación de Zac (1968, 1971) por
discrim inar entre situación y proceso, así como la form a nítida y convin­
cente con que estudia las variables y las constantes que configuran a la
par que hacen posible el proceso analitico.
En «Un enfoque metodológico del establecimiento del encuadre»
(1971), uno de los trabajos más rigurosos que he leído sobre el tem a, Zac
destaca que esas constantes están ligadas a una determ inada concepción
teórica, y todos reconocemos como un rasgo del genio de Freud haberse
dado cuenta de cuáles eran las variables que debían trasfo rm an e en cons­
tantes para que el proceso asumiera el carácter de analitico. Al estudiar
las constantes, Zac distingue las absolutas, que dependen de la teoría psi­
coanalitica, y las relativas que tienen que ver con el analista y con la pare­
ja analista/analizado.

2. Las tesis de Bleger


Vamos a ver ahora en qué forma Bleger (1967) intenta comprender el
proceso analitico con una dialéctica de constantes y variables.
Tanto Bleger como Zac y en general todos los autores argentinos que,
como Liberman (1970, especialmente el capítulo prim ero), estudiaron es­
te tem a se inclinan a aplicar la denom inación de situación analitica al
L'onjunto de relaciones que incluyen el proceso y el encuadre.
Como dice Bleger (1967), ningún proceso puede darse si no hay algo
dentro de lo cual pueda trascurrir, y esos carriles por donde se desplaza el
proceso son el encuadre: para que el proceso se desarrolle tiene qUe haber
un encuadre que lo contenga. En otras palabras, cuando hablam os de un
jtroivso analítico estamos considerando implicitamente que debe inscri­
birte en una totalidad más abarcativa, más amplia, la situación analítica.
litin tesis básica del artículo de Bleger es, pues, que la situación analítica
nm fixura un proceso y un no-proceso que se llam a encuadre.
De acuerdo con esta propuesta, situación y proceso quedan perfecta­
mente delimitados pero a costa de una definición estipulativa que le resta
autonom ía al concepto de situación analítica.1 C uando el encuadre se perturba, afirm a Bleger, pasa a ser proceso,
La otra tesis de Bleger es que la división entre constantes y variables, porque lo que define el setting es su estabilidad. Una experiencia que to ­
aleatoria p o r definición en cuanto tomamos por constantes las variables dos hemos tenido muchas veces es que, a partir de una ruptura del en­
que mejor nos parecen, también lo es en la práctica, pues a veces las cons­ cuadre, aparecen configuraciones nuevas en el m aterial, a veces de lo m ás
tantes se alteran y pasan a ser variables: el marco se convierte en proceso. interesantes. Coincido defm idam ente con Bleger en que esto no autoriza
La tercera tesis es que si bien las alteraciones del encuadre a veces nos en m odo alguno a m odificar el encuadre con fines experimentales.
dan acceso a problem as hasta ese m om ento inadvertidos no se justifica Quiero acotar tam bién, porque es muy im portante, que cuando digo
de ninguna m anera m odificar el encuadre para lograr esas finalidades. que el encuadre es estable quiero decir con m ás precisión que, a diferen­
Esa conducta técnica es inconveniente por dos razones: una, porque lo cia de las variables que cam bian continuam ente, el encuadre tiende a m o­
que surge es un artificio que va a carecer de to da fuerza probatoria y dificarse con lentitud y no en relación directa con el proceso sino con
nunca va a poder ser analizado limpiamente; y, dos, porque nunca puede norm as generales. En otras palabras, el encuadre cam bia lentam ente,
uno estar seguro de que el analizado va a reaccionar en la form a prevista. con autonom ía y nunca en función de las variables del proceso.
El experimento puede fallar y entonces quedarem os desguarnecidos fren­ Siempre que m odifiquem os el encuadre en respuesta a las c a r a c t é r i s é
te a la alteración que nosotros mismos propusimos. Estas dos razones le cas del proceso estam os recurriendo a la técnica activa. Sí una persona,
hacen a Bleger proclam ar que de ninguna m anera tiene el analista la li­ por ejemplo, tiene avidez, esa avidez debe ser analizada y no m anejada
bertad técnica y ética de m odificar el encuadre en busca de determ inadas aum entando o disminuyendo el núm ero de las sesiones. O tro ejemplo
respuestas, con lo que se pronuncia contra las técnicas activas y la reedu­ pueden ser los honorarios. Un aum ento o una disminución de honorarios
cación emocional. no deben hacerse nunca sobre la base del material que está surgiendo. El
El últim o postulado de Bleger es que en la inmovilidad del encuadre materia] puede m ostrar convincentemente que el analizado desea que se
se depositan predom inantem ente ansiedades psicóticas. H asta aquí los le aum enten los honorarios, o que se le disminuyan; pero n o debe ser a
principios de Bleger se pueden com partir desde diversas teorías; pero Ble­ partir de esa circunstancia que se tom a la decisión de proponer un cam ­
ger ahora da un paso más, muy coherente con su m anera de pensar, y es bio en el m onto de los honorarios, sino sobre la base de hechos objetivos,
que esa parte m uda que se deposita en el encuadre es la simbiosis. Más ajenos fundam entalm ente al material. No serán, pues, los deseos del p a­
adelante nos vamos a ocupar de la teoría del desarrollo que propone Ble­ ciente sino los datos de la realidad (por difícil que nos sea evaluarlos y
ger y de su concepto de psicosis, pero digamos desde ya que pueden no por m ás que nos equivoquemos al hacerlo) los que nos hagan aum entar o
com partirse en ese punto sus ideas y aceptar sin em bargo plenamente sus dism inuir los honorarios. Vale la pena señalar aquí que el error que p o ­
explicaciones sobre la dialéctica del encuadre psicoanalítico. dam os cometer al evaluar los hechos objetivos no afecta al m étodo y no
Podem os convenir, entonces, por de pronto, que el mutism o del en­ hace m ás que m ostrar una falla personal, siempre subsanable y anali­
cuadre debe ser atendido preferentem ente y considerado com o un zable. Yo pienso en cambio, firmemente, que si m odificam os el setting
problem a porque de hecho lo es. El mayor riesgo del encuadre es su m u­ respondiendo al m aterial cometemos un error que no vamos a poder an a­
tismo, porque como tendemos a darlo por fijo y estable, no lo considera­ lizar, simplemente porque hemos abandonado por un m om ento el m éto­
mos y no lo interpretam os adecuadamente. La m udez del encuadre se da do psiconalítico. El encuadre no debe depender de las variables.2 Lo mis­
por sentada, se tom a f o r granted y entonces nunca se discute, mo piensa Jean Laplanche (1982) cuando se pronuncia en contra de cual­
Bleger piensa, desde luego, como la mayoría de los autores, que cual­ quier m anipulación del setting. Toda m anipulación pretende ser una m a­
quier inform ación que reciba el paciente sobre el analista tiene un carác­ nera de comunicar m ensajes, pero lo único que logra es desestabilizar las
ter perturbador, y que es muchas veces en esas circunstancias que se m o­ variables sobre las cuales debería operar la interpretación (ibid., pág.
vilizan las ansiedades más fuertes y menos visibles; pero lo que a él le in­ 139). «Yo pienso — dice severamente Laplanche (y coincido con él)— que
teresa señalar es justam ente el caso opuesto, poco o nada estudiado. toda acción sobre el encuadre constituye un acting out del analista»
(ibid., pág. 143).
Es necesario señalar, tam bién, que este tipo de error no depende para

2 Recuerdo que cuando empecé mi análisis didáctico era bastante frecuente que se « in ­
terpretara» que el analizado quería o necesitaba que le aum entaran los honorarios. E stas
Interpretaciones, previas a un aum ento, se dirigían a la culpa o al deseo d e reparar pero
1 V o lv e r tm o i t o t o tod avía al final d e eite capitulo; y adelantém onos a decir que va- nunca, com o es natural, al m asoquism o; y desde luego sobrevenían uniform em ente en UIM
m o i ■ p ro p c flw o t i » « H H ó n . determ inada época del aflo (o del ciclo económico).

/en
nada del contenido de lo que hagamos ni tam poco de la buena voluntad m aestra era inteligente y generosa. Recordó a continuación varias anéc­
con que estemos procediendo. Lo que aquí im porta no son nuestras in­ dotas en que se la m ostraba ayudando con buena voluntad a sus alum ­
tenciones sino que hemos alterado las bases de la situación analítica. En nos. Un par de semanas después dijo que la situación en la fábrica había
este sentido, y en clara oposición a lo que siempre dice Nacht (1962, etcé­ m ejorado y que podía volver a pagarm e mis honorarios completos.
tera), pienso que de nada vale ser buena persona si se es mal analista. ¡Y Acepté.
habría que ver, todavía, qué clase de buena persona somos cuando pro­ Creo que mi conducta en este caso fue correcta y estrictamente analí­
cedemos de esta manera! tica. Al decidirla tuve en cuenta la intensidad de sus mecanismos proyec-
Esta norm a no es, sin em bargo, absoluta. A veces corresponde tener tivos. El paciente decía desde la prim era sesión y sin ningún pudor que yo
en cuenta ciertos deseos del analizado y por diversas razones, ya que el ie cobraba indebidam ente, que me aprovechaba de él y que mi deshones­
encuadre debe ser firme pero tam bién elástico. Esta condescendencia tidad era evidente. C uando él me pidió la reducción de honorarios lo hi­
tendrá que ser siempre m ínima, consultando la realidad no menos que zo, sin embargo, con una actitud de respeto, por mucho que tuviera de
nuestra contratrasferencia; y nunca debe hacerse con la idea de que a reactiva, y esgrimiendo razones reales, las dificultades financieras de su
partir de una m odificación de ese tipo vamos a obtener cambios estructu­ empresa y lo m agro de su presupuesto familiar. Luego de consultar mi
rales en el paciente. contratrasferencia, yo decidí aceptar su propuesta, plenamente conciente
E n resumen, pienso que el proceso inspira el encuadre pero no lo debe de que el pedido com prom etía mi encuadre, seguro que de hacer valer
determ inar. mis derechos (que por otra parte no estaban tan amenazados) o de in­
terpretarle su deseo de pagar de menos, sólo hubiera logrado dar contra
el muro de su recalcitrante proyección. Creo que lo hecho fue legítimo en
cuanto no se proponía corregir sus fantasías m ostrándole que yo era
4. Un caso clínico «bueno» sino acom odar mi setting a la rigidez de sus mecanismos de de­
fensa. Tuve en cuenta, asimismo, que yo no podía decidir hasta qué pun­
Recuerdo un hom bre de negocios, joven, inteligente y sim pático, cu­ to sus apreciaciones sobre la m archa de su fábrica eran correctas y, como
yos discretos rasgos psicopáticos no me pasaban inadvertidos. A p ropó­ dice la sabia m áxim a latina in dubio pro reo.
sito de un reajuste de honorarios, que ya estaba previsto por la inflación, El analizado respondió a mi (pequeña) generosidad con una generosi­
afirm ó que el honorario propuesto era más de lo que podía pagar. dad mucho m ayor, con el recuerdo encubridor de su latencia que me per­
Describió las dificultades que pasaba con su pequeña industria (y que yo mitió una vez más enfrentarlo con sus mecanismos psicopáticos (engaño,
conocía), me recordó que su m ujer tam bién se analizaba y term inó pi­ Inirla).
diéndom e una reducción de algo menos del diez por ciento. Acepté, no Deseo decir al pasar, aunque no viene al caso, que, por razones de
sin señalarle que, hasta donde yo podía juzgarlo, él estaba en condiciones incto, no me incluí en la interpretación de la m aestra generosa («y eso le
de hacerse cargo de mis honorarios completos. Se sintió muy contento y pasa conmigo a propósito de la reducción de honorarios»). Pienso, sin
aliviado cuando yo acepté su propuesta y siguió asociando con tem as ge­ embargo, que la interpretación que yo formulé en términos históricos
nerales. Un rato después dijo que había estado recordando los últimos i on tenía latentemente una auténtica resonancia trasferencial, que no creí
días una anécdota de su infancia que le provocaba un sentim iento singu­ oportuno explicitar en ese m om ento muy particular. Cuando poco des­
lar. C uando estaba en tercer grado juntaba figuritas, como la m ayoría de pués él me pidió volver a mis honorarios completos pude interpretar con
sus compañeros, y tam bién la m aestra tenía su álbum . A él le faltaba p a­ lodo detalle el conflicto trasferencial.
ra completar d suyo una de las figuritas difíciles y advirtió con gran exci­
tación que su maestra la tenía entre las repetidas. D ando por sentado que
ella no sabría el valor de esa figurita, le propuso un cambio y le ofreció
una cualquiera de las suyas. Ella aceptó, y fue así que él completó su co­
V La mudez del encuadre
lección y pudo cam biarla por aquella am bicionada pelota de fútbol que
lo acompaftó poi un largo tiem po de su infancia que, digámoslo entre pa- l.u ¡dea de Bleger sobre el m utism o del encuadre merece una discu­
rénteiU, IinWft lido bastante desolada, Le dije entonces que, tal vez, él se tían detenida. Su trabajo estudia la dialéctica del proceso psicoanalítico
m cuanto las constantes del encuadre pasan en un momento dado a ser
equivocata III Jlllgar a su m aestra. Es probable que ella supiera que la fi­
WUlftbles y subraya que cuando esa dialéctica no se cumple el analista
gurita (JUt* 61 nceoltaba era difícil de obtener, pero se la dio generosa­
tlPllP que estar muy atento.
mente, «ubiemiu etlAnto am bicionaba él aquella pelota de fútbol. Cam­
bió lûWtftliïcsiili* од tono hipom aníaco y dijo con insight que tal vez yo tu­ l'I ensayo de Bleger se pregunta qué pasa cuando el analizado cumplí
viera rturôtti. it»»» u lo habla pensado; pero tenía que reconocer que su *4% i*l encuadre. Por esto dice que va a estudiar el encuadre cuando no ei un

•tilt
problema, justamente para demostrar que lo es. El encuadre, como el amor su propia teoría de la psicosis y del desarrollo. Bleger piensa que al co­
y el niño, dice Bleger, sólo se siente cuando llora; y su investigación se dirige mienzo hay un sincitio, conjunto de yo y no-yo, form ado por un organis­
precisamente a ese encuadre que no llora, que es mudo. Tiene mucha razón, mo social que es la diada m adre-hijo. El yo se va form ando a partir de un
porque cuando el encuadre se altera el analista está sobre aviso, mientras que proceso de diferenciación. El requisito fundam ental del desarrollo es que
cuando no hay alteración tendemos a despreocuparnos. el yo esté incluido en un no-yo del cual se pueda ir diferenciando. Este
Bleger se refiere, entonces, a los casos donde el encuadre no se m odi­ no-yo, que funciona como un continente para que el yo se discrimine, es
fica para nada; cuando el analizado lo acepta por com pleto, total y táci­ precisamente el que se trasfiere al encuadre.
tam ente, sin siquiera com entarlo. Es ahí, nos advierte, donde pueden ya­ P ara esta teoría, entonces, la parte no diferenciada de la personalidad
cer las situaciones más regresivas, donde puede abroquelarse la defensa tiene su correlato más natural en el encuadre que, por definición, es el
más contum az. continente donde se desarrolla el proceso psicoanalítico. De acuerdo con
Bleger no pone en duda que el encuadre tiene que estar m udo; al las ideas de Bleger, el encuadre se presta excelentemente para que en él se
contrario se ha definido porque debe estarlo p ara que se pueda realizar la trasfiera y se repita la situación inicial de la simbiosis m adre-niño. Como
sesión, para que haya proceso; y h a dicho, tam bién, que n ada justifica ai puede verse, nuestro au to r es muy coherente con sus propias teorías.
analista que lo mueve para influir sobre el analizado y el proceso. Pero Aunque aceptemos otras ideas sobre el desarrollo y la psicosis,
Bleger sabe, como todos nosotros, que el encuadre no va a estar por sus precisiones sobre el proceso y el encuadre son de un valor permanente.
siempre inánime. Tiene que haber estabilidad pero los cambios son inevi­
tables: en algún m om ento el paciente va a llegar tarde o el psicoanalista
va a estar resfriado —para decir cosas triviales— . M ientras el psicoana­
lista no se enferm e, puede que las fantasías hipocondríacas queden fija­ 7. Significado y función del encuadre
das en el encuadre, que presta asidero «real» a la idea de un analista in­
vulnerable a la enferm edad. Se comprende ahora la razón que tiene Ble­ La idea de Bleger sobre el mutism o del encuadre, es, a mi juicio, una
ger al decir que hay aspectos del encuadre que permanecen mudos y que contribución original al estudio del proceso analítico, que adquiere toda-
hay que tener mucho cuidado, porque ese silencio implica u n riesgo, vlu más relieve al explicarlo en función de la psicosis. En los diez años
puede esconder una celada, una tram pa. lei Kos que nos separan de su prem atura m uerte3 llegamos a com prender
ntjto más el m udo lenguaje de la psicosis y ahora podemos form ular sus
Ulcus con mayor precisión.
Cuando Bleger nos previene sobre el riesgo de que el encuadre quede
6. Encuadre y simbiosis mudo se refiere a su significado pero no a su función. Conviene discrimi-
fliu estos dos factores. El encuadre tiene la función de ser mudo para que
Es notorio que Bleger paite de la hipótesis de que en el sujeto coexis­ tobre ese telón de fondo hable el proceso; pero creer que lo sea por entero
ten aspectos neuróticos y psicóticos. La parte neurótica de la personali­ Itionturía tanto como pensar que hay algo que, por su naturaleza, no
dad nota la presencia del encuadre y registra las vivencias que provoca (la purtlc ser recubierto de significado. Nosotros podemos penetrar el signifi-
sesión fue muy corta o muy larga, se lo atendió dos m inutos antes o des­ ntdo del encuadre sin por ello tocar sus funciones, más si lo pensamos co-
pués de la hora). Es la evaluación del encuadre que todos aceptamos y mo continente de ansiedades psicóticas. Hay que tener presente, entonces,
por supuesto también Bleger. Lo que él agrega a este esquema pertenece ¿IUp ticmpre existe una trasferencia psicòtica que aprovecha la estabilidad del
a la parte psicòtica de la personalidad — que le gustaba llam ar P P P —, ODCitndre para pasar inadvertida, para quedar inmovilizada y depositada.4
que aprovecha la falta de cambio en el encuadre a fin de proyectar la AI diferenciar entre la función y el significado se comprende que para
relación indiscrim inada con el terapeuta. No hay pues incom patibilidad i - titilli este no se necesita modificar aquella. Evidentemente, a veces al
entre el encuadre que habla y corresponde a los aspectos neuróticos y el iiuultllcarse la función se destaca el significado; pero ese significado
encuadre m udo de la psicosis: lo primero se verbaliza, m ientras lo otro ]Hm1itumos alcanzarlo a través del m aterial que trae el paciente sobre la
queda inm ovilizado y se lo reconoce sólo cuando el encuadre se altera. Illllr Uta del encuadre. En este sentido podemos concluir que no existe un
En otras palabras, los aspectos psicóticos de la personalidad aprovechan Nli URclre básicamente m udo, que el encuadre es siempre un significante.
la inmovilidad del encuadre para quedarse mudos. P ara decirlo con ma*
yor precisión, la m uda psicosis tiene por fuerza que adosarse al encuadre ' murió el 20 de junio de 1972, a una edad en que to d o hacía suponer q u e iba a
que ea, p o r definición, la parte del proceso analítico que n o habla. ■«•flüHUti tu obr* vigorosa m uchos aflos.
C uando Bleger Instato en que el encuadre se presta para recibir los aa» * m t n not Ilava i una discusión honda y difícil, la relación d é la situación y el proceto
pectos pitoótiooi que quedan allí m udos y depositados está pensando en fM 'M tIM iltkoi con los comienzos del desarrollo, que procuraré enfrentar m ás adelanta.

MI
Acerca de la mudez del encuadre recuerdo lo que me dijo un alum no, que yo era su valet, que le abría la puerta, entraba detrás de él, le lim­
que a veces el encuadre es m udo porque el analista es sordo. H abría que piaba el traste, etcétera. Esta fantasía, vinculada al encuadre, quedó in­
hablar, pues, de la sordom udez del encuadre, para incluir la contratras­ movilizada durante mucho tiem po, com pletam ente m uda. Evidentemen­
ferencia y tam bién las teorías del analista con respecto a la psicosis.
te, yo no estaba predispuesto a analizarla, porque doy p o r sentado que la
C uando se entiende el lenguaje no verbal de la psicosis el encuadre deja
form a de recibir al paciente no debe variar mucho y es parte de mi set­
de estar mudo y aparece con su valor significante. ting. Es cierto que la idea de valet aparecía en otros contextos, pero no
Actualm ente sabemos con bastante seguridad que la parte más a r­
con la fuerza y la convicción cuasi delirante que asumió el día en que yo
caica de la personalidad, que de hecho corresponde al período preverbal
tuve que cambiar ocasionalmente la form a de recibirlo.
de los primeros meses de la vida y tiene directa relación con el fenómeno Una paciente que lleva seis años de análisis y tiene muchísimo dinero,
psicòtico, se expresa preferentemente por canales no verbales y paraver-
a los tres días de un reajuste de honorarios que en nada difiere de otros
bales de com unicación, según lo expusimos al hablar de la interpreta­
anteriores, interrum pe el análisis. Sin decir nada se va de viaje a E uropa
ción.5 Se puede decir con propiedad que la psicosis es verdaderamente
y desde allí m anda una carta diciendo que ha com etido una locura y
m uda en cuanto se estructura con mecanismos que están m ás allá de la
quiere reanudar el tratam iento. La paciente tenía un hijo en análisis y
palabra. Cuando la psicosis empieza a hablar, deja de serlo.
con este aum ento, por prim era vez en seis años, había sobrepasado los
Detengámonos ahora, por un m om ento, en la noción misma de rup­
honorarios que pagaba por el hijo. En ese m om ento se movilizó una si­
tura del encuadre. Si queremos definirla objetivam ente, la ruptura del tuación psicòtica proyectada en el encuadre, y era que ella tenía siempre
encuadre consiste en algo que altera notoria y bruscam ente las normas que gastar menos en el tratam iento que su hijo, porque si gastaba más
del tratam iento, y modifica consiguientemente la situación analitica. A
era como sus padres, que siempre se habían preocupado de ju n tar dine­
veces la alteración proviene del analizado, configurando entonces un ac­
ro, sin interesarse por ella. Esto jam ás fue explicitado en el tratam iento y
ting out; otras veces de un error (o acting out) del analista, otras, por fin, jam ás tuvo el más mínimo problem a para pagar; además, el dinero poco
de una circunstancia fortuita, por lo general una inform ación no perti­
im portaba para ella. La sum a en sí no tenía ningún significado; pero bas­
nente que el analizado recibe de terceros. En todo caso, se conmueve el
tó una diferencia realmente ínfim a para que ella pasara a ser, por
m arco en que se desarrolla el proceso, se abre una grieta por la cual el
influencia del aum ento, la m adre que se ocupa más de sí misma que de su
analizado puede literalmente meterse en la vida privada del analista.
hijo, y dejó el tratam iento.6
Junto a esta definición objetiva, al hablar de ruptura del encuadre de­
Com o es de suponer, este tipo de conflicto con respecto a su relación
bemos tener en cuenta las fantasías del analizado. El paciente puede ne­
con los padres egoístas y a su función m aternal se exteriorizaba en diver­
gar que h a habido una ruptura del encuadre, como puede pensar que la
sos contextos; pero correspondía siempre a los niveles neuróticos de la re­
hubo donde no sucedió. Como siempre en nuestra disciplina, lo decisivo
lación con los padres, de cóm o habían m anejado ellos el dinero, la sensa­
será la respuesta personal del analizado. El encuadre es, pues, un hecho
ción de que el dinero les im portaba más que ella misma como hija y que
objetivo que el analista propone (en el contrato) y que el analizado irá re­
eso era lo que le producía una sensación perm anente de desvalorización,
cubriendo con sus fantasías.
etcétera. En la parte psicòtica, en cambio, el pago operaba com o si­
Desde una perspectiva instrum ental, el encuadre se instituye porque
tuación concreta que dem ostraba m ágicamente que ella no era con su hi­
ofrece las mejores condiciones para desarrollar la tarea analítica; y, cu­
lo como sus padres (según pensaba) habían sido con ella. Ese aspecto es-
riosam ente, buena parte de esta tarea consiste en ver qué piensa el pa­
tuba totalm ente escindido y puesto en el m onto de lo que ella pagaba p o r
ciente de esta situación que nosotros establecemos, qué teorías tiene
mi análisis y por el del hijo.
sobre ella. El encuadre es la lámina del Rorschach sobre la cual el pacien­
Kstos dos ejemplos ilustran suficientemente, creo yo, la form a en que
te va a ver cosas, cosas que lo reflejan.
In parte psicòtica queda inmovilizada en el encuadre. Creo que se advier­
te, tam bién, que esto sucede porque la psicosis no habla con palabras y a
vetes no la escuchamos. Con respecto a mi analizado, sólo después de
Aquel episodio pude darm e cuenta de que yo había analizado m uchas ve-
8. Otro material clínico
t'pii su actitud de superioridad frente a mí por pertenecer a una clase so­
rtiti superior a la mía; pero nunca que él creía realmente que esa circuns-
Recuerdo un pedente que apoyaba en el hecho de que yo lo atendiera
tfinda definía irrecusablem ente los papeles del señorito y el valet en
siempre en In milina forma una fantasía aristocrática (y omnipotente) de
Id tiusferencia.
Con respecto a la m ujer que hizo la «locura» de interrum pir el análi­
1 lílt* te m í « Д О М lltt«tt«de «n mi treb e jo to b re la reconstrucción del desarrollo psí­
quico tem p rin o ( I W t t . In tu id o rom o capitulo 28 de este libro.
* Сечи clinico presentado al Sem inarlo de T tcnica de 1975.
sis porque se había alterado un equilibrio sin fundam ento, el m aterial p a­ Si bien el campo de observación de Puget y W ender tiene límites
rece contener una nota querulante frente a los padres de la infancia que am plios que van de la ética a la técnica, de la contratrasferencia al en­
aparecía totalm ente encastrada en el m aterial neurótico de sus com pren­ cuadre y de la teoría al m étodo, he decidido estudiarlo en este punto
sibles frustraciones infantiles. com o un ejemplo privilegiado de las form as en que el encuadre psicoana­
En resumen, creo que, si som os capaces de escucharla, menos podrá lítico depende del ám bito social en que analista y analizado inevitable­
la psicosis acom odarse en el silencia del encuadre para pasar inadvertida. mente se encuentran.

9. Encuadre y metaencuadre 10. Nuevo intento de definición

Hemos estudiado detenidamente las relaciones del proceso con el en­ A lo largo de estos capítulos hemos podido ver que hay, de hecho, va­
cuadre y hemos suscrito la opinión de la m ayoría de los autores de que el rias alternativas para definir la situación analítica y establecer sus víncu­
encuadre no debe variar con los azares del proceso. los con el proceso analítico.
El encuadre recibe, en cambio, influencias del medio social en que el Como dijimos antes, la palabra situación del lenguaje ordinario denota
tratam iento se desarrolla. Esto es inevitable y también conveniente. De­ el lugar donde algo se ubica, el sitio donde algo tiene lugar. Según la pers­
term inadas situaciones del ambiente deben ser recogidas por el encuadre, pectiva teórica en que nos coloquemos, ese «sitio» puede entenderse como
que adquiere así su asiento en el medio social en que se encuentra. El en­ una estructura o Gestalt, como un campo o un encuentro existential.
cuadre debe legítimamente modificarse a partir de los elementos de la re­ Si la concebimos como una estructura, la situación analítica se nos
alidad a la que en última instancia pertenece. presenta como una unidad form ada por diversos miembros, dos, más
Al medio social que circunda al encuadre y opera en alguna medida precisamente, cada uno de los cuales sólo cobra sentido en relación con
sobre él, Liberman (1970) lo llama metaencuadre. Son contingencias que los demás. Con esta perspectiva se dice que la trasferencia no puede en­
no siempre contem pla estrictamente el contrato analitico pero gravitan tenderse desgajada de la contratrasferencia o que las pulsiones y los sen­
desde afuera, y que el encuadre tiene, a la corta o a la larga, que con­ timientos del analizado tienen que ver con la presencia del psicoanalista.
tem plar. Ejem plo típico, la inflación. Otro ejemplo podría ser el respeto Por esto Rickman (1950, 1951) subrayaba que la característica funda­
de los feriados im portantes: en esos días no es aconsejable trabajar. Los mental del m étodo freudiano es ser una «two-person psychology».
analistas argentinos que no trabajan los feriados nacionales (pero sí otros El concepto de Gestalt o estructura no difiere m ucho del de cam po, y
menos im portantes) se vieron frente a un pequeño conflicto cuando años de hecho los que definen la situación analítica como un campo se apoyan
atrás se dejó de considerar feriado nacional el 12 de octubre, el día del en ideas guestálticas y estructurales. Cuando la definimos de esta m anera
descubrimiento de América, que el presidente H ipólito Yrigoyen exaltó significamos que la situación analítica está recorrida por líneas de fuerza
com o Día de la Raza. Hace algunos años le habían quitado ese carácter que parten del analizado y del analista, que de este m odo quedan ubica­
que se le volvió a asignar recientemente, después del conflicto por las dos en un campo de interacción.
islas Malvinas. Sería un ejemplo típico de la «alteración» del encuadre La situación analítica podría por fin entenderse como un encuentro
que viene de afuera y corresponde al metaencuadre. existential entre analista y analizado. Si no la concebimos así es porque
Con el plástico nom bre de mundos superpuestos, Janine Puget y Leo­ no pertenecemos a esa línea de pensamiento; pero así la definen todos los
nardo W ender (1982) estudian un fenómeno ciertamente común que pa­ unalistas existenciales, más allá de las diferencias que puedan distin­
sa casi siempre inadvertido, y es cuando analista y analizado com parten guirlos. P ara todos ellos la sesión psicoterapèutica es un lugar de en­
una inform ación que es en principio extrínseca a la situación analítica y cuentro, del ser-en-el-mundo.
En las tres definiciones recién apuntadas veo un p ar de elementos
sin embargo se incorpora al proceso por derecho propio. En estos casos
decisivos: 1) la situación analítica se reconoce por sí misma, tiene
una realidad externa común en ambos surge en el campo analítico. «Su
autonom ía y 2 ) es ahistórica, atem poral, no preexiste al m om ento en que
presencia en el material es fuente de distorsiones y trasform ación en la es­
cucha del analista, asi como de perturbación en la función analítica» ЧС constituye.
Hay otra form a de definir la relación analítica que, a mi juicio, es
(pág, 520)< Ш analista se ve asi de pronto en una situación donde está
muy diferente d élas anteriores, aunque a veces se confundan. En este ca-
de hecho compartiendo algo con su analizado, lo que le hace perder la
40 la situación analítica se define estipulativamente a partir del proceso.
protecddn que lí brinda el encuadre y lo expone a fuertes conflic­
Pura llevarse a cabo, el proceso necesita por definición un no-proceso,
tos de eontrntrMforonclA que jaquean especialmente su narcisismo y
ф 1С es el encuadre; y entonces vamos a utilizar la p alab ra situación para
su eicoptofllla.
abarcar a am bos. La idea de que debe haber algo fijo para que el proceso
se desarrolle es lógica, es irreprochable; pero no por esto vamos a redefi­ 39. El proceso analítico
nir la situación analítica com o el conjunto de constantes y variables. Es
cierto que gracias a este arbitrio se resuelven las imprecisiones del len­
guaje ordinario, pero a costa de simplificar los hechos quitándole a la si­
tuación analítica toda autonom ia.
Si nos decidimos por m antener la vigencia conceptual de la situación
analítica, tenemos que reconocerla com o atem poral y ahistórica, pero
entonces vamos a contraponerla y com plem entarla con la noción de p ro ­
ceso, con lo que reingresa la historia.
P ara cerrar esta discusión con una opinión personal, diré que entre si­ 1. Discusión general
tuación y proceso hay la misma relación que entre el estado actual y la
evolución de la historia clínica clásica. O tam bién entre la lingüística En los tres capítulos anteriores estudiamos especialmente la situación
sincrónica y diacrònica de Ferdinand de Saussure (1916). La perspectiva analítica y, luego de pasar revista a diferentes formas de entenderla, nos
sincrónica estudia el lenguaje como un sistema, en un m om ento y en un inclinamos por conceptuarla com o un lugar, un sitio, un espacio sin
estado particular, sin referencia al tiem po. El estudio diacrònico del len­ tiempo, donde se establece la singular relación que involucra al analizado
guaje, en cam bio, se ocupa de su evolución en el tiem po. Esta discrimina­ y al analista con papeles bien definidos y objetivos form alm ente com par­
ción fue u n a de las grandes contribuciones de Saussure, porque le perm i­ tidos en cuanto al cumplimiento de una determ inada tarea.
tió distinguir dos tipos de hechos: el lenguaje com o sistema y el lenguaje Vimos también que la situación analítica requiere un m arco para es­
en su evolución histórica. tablecerse, que es el encuadre (setting), donde yacen las norm as que la
Aplicando estos conceptos, podrem os decir que la situación analítica hacen posible. Estas norm as tienen su razón de ser en las teorías del psi­
es sincrónica y el proceso analitico diacrònico, y p a ra estudiarlos debe­ coanálisis y del psicoanalista y surgen de un acuerdo de partes que consti­
mos discriminarlos cuidadosam ente, sin rehuir la m araña a veces inextri­ tuye el contrato analítico.
cable de sus relaciones. En su Esquema del psicoanálisis, escrito en 1938, poco antes de su
muerte, Freud llamó a este acuerdo Vertrag, que puede traducirse por
pacto, contrato. El analista debe aliarse con el debilitado yo del enferm o
contra las exigencias instintivas del ello y las dem andas morales del su­
peryó, concertando así un pacto, donde el yo nos prom ete la más
completa sinceridad para inform arnos y nosotros le ofrecemos a cambio
nuestro saber para interpretar los aspectos inconcientes de su m aterial
junto a la más estricta reserva. «En este pacto consiste la situación analí­
tica» (Freud, 1940й, A E , 23, pág. 174).
A partir de la situación analítica así concebida se desarrolla la tarea
Analítica a través del tiempo conñgurando el proceso psicoanalítico, al
Cual dirigiremos ahora nuestra atención.

lil concepto de proceso


Antes de ocuparnos específicamente del proceso psicoanalítico vamos
г considerar el concepto de proceso, siguiendo el artículo que Gregorio
tlüniovsky (1982) escribió sobre este tema.
Quizá la acepción más amplia y general de proceso, dice Klimovsky,
Л Ift que lo define en función del tiempo, es decir, para cada valor de la
'■"flleble tiem po se fija un cierto estado en el sistema en estudio. Lo que
Mii’tü e en el sistema en estudio (que para nosotros es el tratam iento pel-
toennlltlco) se da en función del tiem po, del mismo modo que ol volu
men de una masa de gas es función de la presión y la tem peratura en la Como dice Klimovsky, el proceso terapéutico para ser tal tiene que
ley de Boyle y M ariotte. Según esta acepción muy general «un proceso es provocar cambios, porque si así no fuera no sería un proceso en el senti­
una función que correlaciona, para cada instante de un determ inado lap­ do de la segunda y tercera acepción; y esos cambios son los que nosotros
so, un cierto estado o configuración característica del individuo o com u­ tratam os de propiciar con la interpretación. P ara operar de esta form a en
nidad que se está investigando» (pág. 7). Cuando nosotros disponemos el proceso psicoanalítico tenemos que saber en primer lugar qué si­
ciertos acontecimientos de la vida del analizado en un orden tem poral es­ tuaciones son posibles frente a una determ inada configuración en el cur­
tam os definiendo un proceso en cuanto ordenam os los acontecimientos so de la hora analítica, decidir después cuál nos parece la preferible (lo
en función del tiempo. Al consignar la enfermedad actual en la historia que supone un complejo problem a axiológico), y, por fin, qué curso de
clinica, por ejemplo, seguimos este m étodo, dado que vamos anotando acción habrem os de seguir para lograrlo. P or curso de acción se entiende
los síntomas y el momento de su aparición. A veces, este ordenam ien­ aquí qué interpretación nos parece la m ás adecuada o qué cosa
to cronológico de los síntomas basta para hacer un diagnóstico poco podríam os hacer en su remplazo si la cuestionáramos.
menos que de certeza de una determ inada dolencia. Piénsese, por ejem­ Sobre la base de este convincente esquema de Klimovsky vamos ah o ­
plo, en el síndrom e epigástrico y en el dolor en la fosa ilíaca derecha de la ra a pasar revista a las principales teorías que tratan de explicar el proce­
apendicitis aguda. so psicoanalítico, pero antes voy a detenerme un m om ento en un pro­
En una segunda acepción de la palabra proceso todo lo que va suce­ blem a quizás un poco académico, la naturaleza del proceso analítico,
diendo en el tiempo cobra unidad en punto a un estado final determ ina­ porque estoy convencido que nuestra praxis dependerá siempre, a la cor­
do. El proceso m archa hacia un objetivo y term ina cuando lo alcanza. En ta o a la larga, de cómo lo entendamos.
este sentido podríam os decir que el m étodo catártico consistía en un p ro ­
ceso que, a partir de la hipnosis, conducía a la recuperación de los recuer­
dos (la conciencia ampliada) y term inaba en la abreacción.
La tercera acepción de «proceso» que distingue Klimovsky tiene que 3. De la naturaleza del proceso psicoanalítico
ver con un encadenamiento causal. Es decir, los estados posteriores están
de alguna m anera determ inados por los anteriores, sea en form a conti­ Cuando tratam os de indagar cuál es la naturaleza del proceso psico-
nua o discreta. C uando tratam os de comprender el proceso analítico en analítico, esto es, cuál es su esencia o su raíz, llegamos a un punto donde
términos de progresión y regresión, cuando lo dividimos en etapas que aparecen dos concepciones opuestas y al parecer inconciliables. P ara una
dependen de determ inadas configuraciones que al resolverse conducen a de ellas, el proceso psicoanalítico surge espontánea y naturalm ente de la
otras nuevas y previstas estamos de hecho dando explicaciones de este ti­ situación analítica en que analizado y analista quedan ubicados; para
po. Un buen ejemplo es para el caso la teoría de las posiciones de Klein la otra, en cambio, el proceso es un artificio, p o r no decir un artefacto,
en su formulación genética,1 en cuanto supone una evolución procesal de de las rigurosas condiciones en que se desarrolla el análisis y a las cuales
la posición esquizo-paranoide a la posición depresiva. el paciente se tiene que adaptar (o «someter»).
H ay todavía una cuarta forma de usar la palabra proceso y es como Caracterizadas así, am bas posiciones se presentan como extremas e
una «sucesión de eventos con sus conexiones causales más las acciones intem perantes, al parecer sin que haya punto alguno de complemento
que el terapeuta va imprimiendo en ciertos momentos para que la secuen­ o convergencia.
cia sea esa y no otra» (i b i d pág. 8). Es comprensible que si nosotros C uando se sostiene que el proceso psicoanalítico es natural y se le
pensamos que cada estado depende de lo anterior, entonces tratarem os niega todo tipo de artificio, se está pensando en que la trasferencia es un
de hacer algo para lograr un cambio en la secuencia. Este modelo me p a ­ proceso básicamente espontáneo, que hay en todos nosotros una tenden­
rece que es el que más se adapta al proceso psicoanalitico y nos ofrece cia natural a repetir en el presente las viejas pautas de nuestro rem oto p a­
una convincente explicación de lo que hacemos. Frente a una determ ina­ sado infantil, que no es p ara n ada ijecesario presionar o inducir al anali­
da configuración del material y de la relación analitica podem os prever zado para que esto suceda, que nuestro m étodo, en fin, opera siempre
lo que va a suceder después (aum entará la angustia y /o la resistencia, per via d i levare y no d i porre. Se pasa p o r alto, ciertam ente, que todo
por ejemplo) y vamos a tratar de intervenir con la interpretación para proceso donde interviene la m ano del hom bre es artificial. Como lo defi­
que eso no suceda, ne el Diccionario de la lengua, «artificio» significa a la vez lo que es p ro­
ducto del arte y el ingenio hum ano y, en sentido figurado, lo que es falso.
1 1.a I rotin de Ibi p a iic io n n deh»entenderle desde tres perspectivas: com o una constela­
En esta discusión, p o r tan to , no debemos dejarnos llevar por la connota­
ción piioopttolòilot! co m o Гы«ш (Iti d '«arrollo (explicación genética) y com o u na estructu­ ción emocional de los vocablos.
ra, que Ilion II9 6 J) MtptfW tü ll 1 U h nación d e eli» miembros: P j ^ D. ta que para Melizer Quienes defienden la otra alternativa, en cam bio, y afirm an que el
(1978) tonfigli!R un pf!nH|>lti m in rim ti't (CT T h e K le tn m developm ent, vol. II, cap. 1.) proceso analítico es un producto artificial de nuestra técnica, empiezan
por decir que la relación que im pone el setting analítico a los dos partici­ revela que por lo que crea. Este punto está rigurosamente planteado en el
pantes de la cura es por demás rígida y convencional, carece de toda es­ recién citado trabajo de Loewald, que centra la discusión en el nuevo sig­
pontaneidad y es reconocidam ente asimétrica. ¿Qué diálogo puede ser nificado que adquiere la enferm edad en la neurosis de trasferencia. Darle
este en que uno de los participantes se acuesta y el otro está sentado, en un nuevo significado a la neurosis de trasferencia, dice Loewald, no sig­
que uno habla sin que se le perm ita am pararse en ninguna de las norm as nifica inventar un nuevo significado pero tampoco que meramente se le
de la conversación habitual y el o tro permanece im penetrable interpre­ revela al analizado un significado arcaico, sino que se crea un significado
tando por toda respuesta? N o, se afirm a, el proceso analítico trascurre por la interacción entre analista y paciente, interacción que tiene ten­
por caminos tan poco frecuentados que tiene un sello ineludible de ar­ siones dinámicas nuevas y engendra motivaciones nuevas, autóctonas y
más saludables (ibid., pág. 311). Me parece útil este planteo con tres va­
tificio. Si no fuera así, si el proceso analítico cursara naturalm ente, en­
riantes, pero sigo pensando, como dije en Helsinki (Etchegoyen, 1981Ò),
tonces el pasado tendría que repetirse sin cambios y no habría
verdaderam ente proceso. que el psicoanalista, antes que crearlos, rescata los significados perdidos.
Tal com o acabo de exponerlas, las dos posiciones se apoyan en argu­
m entos valederos, pero tienen tam bién sus puntos flacos. P ara salir de
estas ubicaciones extremas, que no resultan las mejores para discutir, di­
gamos m ejor que ciertos autores sostienen que el proceso analítico es na­
4. Reseña de las principales teorías
tural en cuanto busca poner en m archa el crecimiento m ental detenido
De acuerdo con las precisiones de Klimovsky expuestas en el parágra­
por la enferm edad. H ay en el ser hum ano u na potencialidad inherente a
fo 2, podríamos definir ahora el proceso psicoanalítico como un devenir
crecer, a desarrollarse —ya lo decía Bibring (1937)— y toda nuestra ta­
tem poral de sucesos que se encadenan y tienden a un estado final con
rea, bien hum ilde p or cierto, sólo consiste en levantar los obstáculos para
la intervención del analista. Digamos para ser m ás precisos que estos
que ese río heraclitiano que es la vida (o la mente) siga su m archa. N o­
sucesos se relacionan entre sí por fenómenos de regresión y progresión,
sotros no disponemos de ninguna bom ba impelente u otro aparato más
que el estado al que tienden es la cura (sea esta lo que fuere) y que la in­
m oderno que impulse el agua hacia adelante; tam poco lo necesitamos.
tervención del analista consiste básicamente (o exclusivamente) en el acto
Los que no se resignan con esta labor tan poco estim ulante, sostienen
de interpretar.
al contrarío que el proceso analítico es p o r definición creativo, original,
Hay varias teorías que tratan de explicar el desarrollo del proceso
irrepetible. El analista participa activa y continuam ente, cada interpreta­
analítico y de ellas la que a mi juicio goza de m ayor predicam ento es la
ción im pulsa el proceso, lo lleva por nuevos caminos y «hace cam ino al
teoría de la regresión terapéutica. De este tem a me ocupé con detenim ien­
andar». Lo que el analista diga o no diga, lo que el analista seleccione para
to en un trabajo anterior, «Regresión y encuadre» (1979), que será el
interpretar, la form a com o interpreta... todo le da al proceso analítico su
próximo capítulo de este libro.
sello; y de ahí que no haya dos análisis iguales ni ningún analizado sea el
Si bien la mayoría de los psicólogos del yo abrazan decididamente la
mismo para dos analistas.
teoría de la regresión en el setting, hay tam bién dentro de esa corriente de
Los argumentos podrían multiplicarse y, com o en todos los tem as de
pensamiento quienes no la aceptan, como Arlow y Brenner y Calef y
controversia, cada bando encontraría cómo ampararse en «lo que dijo
Weinshel, entre los principales. Weinshel, como otros psicoanalistas de
Freud». La trasferencia, decía Freud en «Recordar, repetir y reelaborar»
San Francisco, entiende el proceso analítico a partir de la idea (bien
crea una zona interm edia entre la enferm edad y la vida, donde la tran­
freudiana por cierto) de resistencia. El proceso analítico consiste para
sición desde una a la otra se hace posible. Como afirm a Loewald (1968),
Weinshel en resolver las represiones a través del trabajo común de anali­
Freud piensa que esta nueva enferm edad, la neurosis de trasferencia, no
zado y analista, en el contexto de una relación de objeto que involucra
es un artefacto, sino que deriva, más bien, de la naturaleza libidinal del procesos de identificación y trasferencia. Ya veremos que, en este contex­
ser hum ano (Papers on psychoanalysis, pág. 310). Así pues, la neurosis to, las ideas de regresión y alianza terapéutica no encuentran un lugar te­
de trasferencia es una tierra de nadie entre el artificio y la realidad. óricamente válido. T odo el razonam iento se apoya en un interesante y
En general, todos los analistas adm itim os que el análisis es un proce­ poco leído trabajo de Bernfeld, «The fact o f observation in psychoanaly­
so de crecimiento y también una experiencia creativa. T odo depende, en­ t i c publicado en 1941. Esto lo veremos en el parágrafo siguiente.
tonces, a cuál de estos dos aspectos preferim os darle el prim er lugar. Yo Los analistas kleinianos no se ocuparon nunca demasiado de la teo-
personalm ente me indino por la prim era alternativa y pienso q ue la esen­ Ila de la regresión en el setting, si bien es cierto que el cuerpo de dóc­
cia del proceso constate en levantar los obstáculos para que el analizado il Ine de esta escuela se presenta como básicamente incompatible con esa
tom e au propio camino. La creación del analista consiste, para mí, en ser fjiplieadón.
capaz de darle в iu unallxado ios Instrum entos necesarios p ara que ¿1 solo 1 и propuesta de la escuela kleiniana para dar cuenta de la dinàmica
se oriente y vuelva (i eer Й m im a . El analista es creativo m ás por lo que

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del proceso analítico debe buscarse, a mi juicio, en la angustia de separa­ bajan conjuntam ente y donde habrá relaciones de objeto, identifica­
ción. Es evidente que una autora que como Klein postula sin concesiones ciones y trasferencias (1984, pág. 67).
la relación de objeto de entrada debe apoyarse para entender el proce­ La posición de Freud nunca varió, señala Weinshel, en cuanto a que
so, a la corta o a la larga, en una dialéctica del contacto y la separación. la base del proceso analítico consiste en superar las resistencias, y ese
El libro de Meltzer (1967) sobre el proceso analítico está inspirado proceso es lo que lleva al insight a través de la interpretación. De esta for­
justam ente, com o veremos en su m om ento, en el ritm o de contacto y se­ m a, Weinshel articula el proceso con las resistencias y estas con la in­
paración, que se explica convincentemente a partir de la teoría de la iden­ terpretación y el insight. D entro de este m arco teórico, que sin duda la
tificación proyectiva. m ayoría de los analistas com parte, la trasferencia es para nuestro autor
Dentro de los autores poskleinianos, pienso que quien más se ocupó el principal vehículo para observar y m anejar las resistencias. El trabajo
del tem a ha sido W innicott, cuyas ideas transitan por un camino distinto analítico varia en relación inversa a la resistencia y, por esto, la colabora­
y original. P ara este autor, el setting analítico facilita y permite un proce­ ción del paciente fluctúa continuam ente. Es sobre esta base que Weinshel
so de regresión que es indispensable para desandar un camino equivoca­ cuestiona el concepto de alianza terapéutica (o de trabajo), que no es
do, para restañar las heridas del desarrollo emocional primitivo. algo que se consigue de u na vez para siempre. La alianza de trabajo se
En su trabajo al Congreso de Londres, André Green (1975) estudia el presenta como una estructura relativamente transitoria más que constan­
desarrollo del proceso analítico y señala la presencia de una doble an­ te, y por esta razón se convierte en un concepto potenrialm ente confuso y
siedad para explicarlo, sobre todo en los cuadros fronterizos, a saber: la poco útil, sobre todo si se la ve com o una entidad psicológica discreta
angustia de separación y la angustia de intrusión, de cuya dialéctica surge (ibid., pág. 75).
la psychose blanche.
En el poco frecuentado trabajo que Siegfried Bernfeld publicó en el
Journal o f Psychology de 1941, antes citado, encuentra Weinshel
los pensamientos que m ejor permiten com prender la naturaleza del p ro ­
5. Las observaciones de Weinshel ceso analítico.
Bernfeld piensa que si queremos descubrir en su raíz el m étodo cientí­
En un trabajo reciente, 2 Edward M. Weinshel propone un modelo in­ fico del psicoanálisis debemos partir del m odelo de la conversación ordi­
teresante del proceso analítico a partir del análisis de la resistencia, que es naria, ya que el método científico en general no es más que las técnicas
sin duda una constante del pensamiento freudiano, apoyado en ideas de ordinarias hechas más refinadas y verificables (ibid., pág. 75). El psico­
Bernfeld, que tanta influencia tuvo en los últimos años de su vida en los análisis es, p ara Bernfeld, una conversación especial, donde el paciente
grupos psicoanalíticos del oeste de los Estados U nidos.3 tiene que asociar libremente. En un m om ento dado de esta sofisticada
Weinshel tom a como punto de partida lo que Freud dice en «Sobre la conversación va a aparecer un obstáculo, que es lo que nosotros concep­
iniciación del tratam iento» (1913c): el analista pone en m archa un proce­ tuam os como resistencia y Bernfeld llama ocultar un secreto (the state
so, la solución de las represiones existentes, y es capaz de supervisarlo, o f hiding a secret), que puede ceder y seguirse de una confesión
prom overlo y aliviarlo de obstáculos, no menos que de interferirlo. U na (confession), facilitada por u n a intervención (interference, intervention)
vez iniciado, este proceso sigue su propio camino y no admite que se le del otro, que en nuestra práctica es la interpretación del analista. Luego
im ponga una determ inada dirección o secuencia. Y, com parándolo con de la confesión de su secreto, el analizado puede continuar su conversa­
el proceso de la gestación, dice Freud que el proceso psicoanalítico está ción. Esto se repite muchas veces, y en esta dialéctica entre secreto y con­
determ inado p or complejos sucesos del pasado y term ina con la separa­ fesión influida por la interpretación del analista consiste para Bernfeld el
ción del hijo de la m adre (A E , 12, pág. 132). proceso analítico. ,
Weinshel va a tom ar como punto de partida la clara posición de Este enfoque de Bernfeld coincide y amplía sus ideas sobre la in­
Freud, en cuanto a que el proceso analítico consiste en levantar las repre­ terpretación de su trabajo de 1932, que ya tuvimos oportunidad de discu-
siones existentes, lo que equivale a decir que nuestro trabajo consiste en lir. Allá Bernfeld definía al psicoanálisis com o una ciencia de las huellas.
resolver la resistencia del analizado. De esta form a, el proceso psicoana- No es ni la interpretación final ni la interpretación funcional el m étodo
Iftlco el algo que le da entre dos personas, analizado y analista, que tra- fundamental del psicoanálisis sino la reconstrucción o interpretación ge­
nética, que debe ir en busca de los orígenes a través de las huellas que to-
1 W d iu tid p r w m ó lit trabajo el 12 de «bri] de 1983 en su pals, y pocos días después en ilftvla persisten.^ El proceso que se ha de reconstruir dejó determinadas
la A io d td r tn iM roantlItlca «Jt llu tn o i Atre*, donde concurrió por invitación del presiden­ huellas y en su búsqueda se lanza el psicoanalista. De ahí que Bernfeld
te Polito. HI tw in (IfltnlltVO W 1ш jtubluado en T he Psychoanalytic Quarterly,
' B a m M d (119} 1MJ) tlttf • Нал Xundieo en 1937.
4 Víuse «El concepto de “ in te rp reta d ú n ” en el psicoanálisis», párag. i .
com pare la labor del analista con la del detective, que trata de recuperar
las huellas del criminal. P or esto dice Ekstein (1966) en su interesante es­
tudio de la interpretación: «El detective, como el arqueólogo, trabajan a
partir del presente rum bo al pasado y tratan de reconstruir los hechos».5
Vale la pena señalar que, para Bernfeld, la verificación en psicoanáli­
sis no tiene que ver con que la confesión sea real o correcta, esto es con su
contenido, sino con que el paciente diga lo que ha estado ocultando. Sin
descartar la posibilidad de una confesión falsa, Bernfeld considera que el
analista está en una posición ventajosa para verificar si la confesión fue
correcta, a poco que pondere adecuadamente los hechos de observación El propósito de este capítulo es estudiar cóm o se relacionan el en­
que se le ofrecen según el modelo resistencia-asociación libre. Lo que re­ cuadre y la regresión en el proceso psicoanalitico. Es este, a mi juicio, un
alm ente im porta es que el paciente haya confesado su secreto. P or esto es problem a de gran densidad teórica al que no todos los investigadores dan
que Weinshel piensa que el proceso analítico debe definirse más por el igual im portancia. C uando se lo contem pla desde la práctica de todos los
trabajo (de superar las resistencias) que por sus objetivos. dias, resulta simple y sin complicaciones: es inherente al proceso analíti­
co que haya momentos de regresión, y con*ellos se enfrenta de continuo
Com o tuve oportunidad de decirle a Weinshel en Buenos Aires, coin­ el analista. De esta form a, aceptamos sin más que el proceso tiene que
cido con su concepción del proceso analítico como un trabajo que reali­ ver con la regresión y lo consideramos un hecho empírico que no p ropo­
zan juntos el analizado y el analista para vencer las resistencias pero no ne m ayor reflexión teórica. Y sin em bargo, a poco que se discuta el nexo
con el esquema metodológico de Bernfeld. causal entre regresión y encuadre, nos hallamos de pronto en el centro de
Aparte de que me parece que la distancia entre la conversación ordi­ las grandes líneas del pensamiento psicoanalítico contem poráneo.
naria y el diálogo psicoanalítico es demasiado larga para que las poda­ Quienes más m editaron sobre este tem a han sido sin duda los psicólo­
mos poner en una misma clase, pienso también que el modelo secreto- gos del yo. A ellos no se les podría nunca criticar por no haber fijado su
confesión no es el que mejor se adapta a la técnica psicoanalítica. Creo posición. Apoyados lúcidamente en sus propias ideas, y con una gran
que la palabra secreto es aplicable <i lo conciente (o a lo sumo a lo precon­ coherencia entre la teoría y la práctica, definen el problem a y lo conside­
ciente) pero no al inconciente sistèmico, que es el área estricta de nuestro ran fundamental. Otras escuelas, sin embargo, no parecen haberle dedi­
trabajo. cado una atención suficiente.
P or otra parte, dejando de lado el esquema de Bernfeld, y yendo a la La regresión en el proceso psicoanalítico fue el tem a oficial del VII
misma concepción de Weinshel, el énfasis en las resistencias no siempre Congreso Latinoam ericano de Psicoanálisis, reunido en Bogotá en 1969.
parece hacer justicia a la complejidad del proceso analítico, donde la re­ Fueron relatores argentinos Avenburg, Madelaine Baranger, Giuliana
sistencia y lo reprim ido configuran un inextrincable par dialéctico y no Smolensky de Dellarossa, Rolla* y Zac. Si bien los autores mismos reco­
deben separarse tajantem ente. nocen de entrada las diferencias teóricas que los separan, coinciden en
H ay que tener én cuenta, por últim o, que las ideas mismas de secreto, que existe una' regresión «que contribuye al proceso, que lo constituye
confesión y resistencia van a ir adquiriendo significados especiales du­ en parte y es parte intrínseca e imprescindible de él». Distinguen dos ti­
rante el curso del proceso y ya no podrem os, entonces, operar con ellas pos de regresión, la regresión patológica característica de la enfermedad
limpiamente. Tendremos que analizar las fantasías que las están re­ que trae el paciente al tratam iento y tiene un carácter eminentemente de­
cubriendo» abandonando consiguientemente, al menos ese m om ento, la fensivo y la regresión útil, operativa o al servicio del yo que favorece la
dialéctica de Bernfeld y sus discípulos. tarea terapéutica.
Vale la pena recordar aqui lo que ha dicho Giovacchini (1972a) sobre Poco después del relato de Bogotá, e inspirado en él, Ricardo Aven­
las resistencia!. Analizar las resistencias no es lo mismo que vencerlas o burg (1969) estudió minuciosamente el tema de la regresión en el proceso
superarlos, ya que esto actitud puede crear una atm ósfera restrictiva y analítico en la o b ra de Freud, para dem ostrar que no aparece explícita­
mortLÜMinte quo no es buena para el proceso analítico y menos en los pá­ mente desarrollado.
ctente! mi* grove*. Digamos desde ya que, dentro del pensamiento freudiano, los con-
1cluni (le Weinshel, en fin, parecen ser más aplicables para el caso
neurótico qui» j>nin loa mfts severos. * Reproduzco con ligeras m odificaciones el trabajo que leí ел el Ateneo de la Aso-
im ciór Psicoanalítica de Buenos Aires el 9 de octubre de ¡979, que apareció en el volumen
I lie Psicoanálisis ese mismo аЛо. Algunas citas del original se hacen con más detalle esta
v r/ y, salvando una omisión de la versión anterior, agrego un parágrafo com entando a
1 Ukittltl (ÍMtn. J I M lllia lN 'ttM p ro n a o interpretativa», pág. 180. Aflow y Brenner (1964), cuyas ideas principales com parto.
ceptos de fijación y regresión son la clave explicativa de la psicopatolo­ puede llevar a la psicosis. Es pues ineludible que el analista trate la de­
gia; pero no fueron nunca trasportados a la situación analitica. Freud fensa involucrada en el conflicto sin atacar la autonom ía del valor de m o­
aplica el concepto de regresión exclusivamente a la enferm edad y no a la tivación. Así por ejemplo, una interpretación directa del sentido agresivo
terapia. Recordemos por ejemplo cuando expresa vivamente en «Sobre de la independencia reactiva desencadenó en un caso fronterizo un
la dinámica de la trasferencia» (1912d) que es un requisito indispensable cuadro de excitación catatònica {ibid., pág. 366).
para la aparición de una neurosis que la libido tome un curso regresivo, R apaport concluye «que la autonom ía, y en particular la autonom ía
mientras que el tratam iento analítico la sigue, la rastrea y busca hacerla secundaria, es siempre relativa, y que la embestida de la motivación pul-
conciente para ponerla al servicio de la realidad . 1 sional puede revertir la autonom ía, sobre todo si no queda bajo el
contralor de la ayuda terapéutica o si la favorece una actividad terapéuti­
ca excesiva^ provocando un estado psicòtico regresivo en el cual el
paciente queda a la merced de sus impulsos instintivos en una extensión
1. La regresión terapéutica demasiado grande» (ibid.).
Com o he procurado m ostrar al hablar de alianza terapéutica (capítu­
Es bien sabido que muchos psicólogQS del yo afirm an rotundam ente, lo 18) y tam bién en las lecciones sobre interpretación (especialmente
que el proceso analítico es de naturaleza regresiva, que tal regresión se el capítulo 25), las interpretaciones que tanto teme R apaport no son en
produce como respuesta al setting y es la condición necesaria para que realidad tales sino m aniobras descalificatorias del analista por ignorancia
se constituya una neurosis de trasferencia analizable. C on matices dife­ o por conflictos muy fuertes de contratrasferencia. Otras veces se trata
rentes, esta opinión se encuentra en casi todos los cultores de la psicolo­ de una reacción terapéutica negativa del analizado que busca dejar en
gía del yo del Nuevo y el Viejo M undo, así como tam bién en muchos falta al analista.
otros investigadores que no pertenecen a esa escuela. En la misma línea de pensamiento se coloca Elizabeth R. Zetzel
P ara entender la teoría de la regresión terapéutica de la psicología del (1956a), cuando dice en su ya clásico trabajo «C urrent concepts o f tran s­
yo tenemos que tom ar en cuenta principalmente dos factores: prim ero (y ference», que la neurosis de trasferencia se desarrolla después de que las
principal a mi juicio), el concepto de autonomía secundaria de H artm ann defensas del yo han sido suficientemente socavadas para que se movilicen
(1939); segundo, la función del encuadre. los conflictos instintivos ocultos hasta entonces (pág. 371). En la misma
Si releemos con atención «The autonom y o f the ego» de David Ra- página dice la autora que la hipótesis de los psicólogos del yo es que, en el
pap o rt (1951), vamos a ver claramente expuesto el principio de la auto­ curso del desarrollo, la energía instintiva al alcance del yo m aduro ha
nom ía secundaria, sobre todo en el parágrafo IV. Los aparatos de sido neutralizada y divorciada en form a relativa o absoluta del significa­
control que surgen del conflicto pueden hacerse independientes de su do de las fantasías inconcientes, y así se presenta el analizado al comien­
fuente de origen, y esto lo sabemos por de pronto porque en nuestra ta­ zo del análisis.
rea terapéutica encontram os defensas que no conseguimos derribar a En «El proceso analítico», presentado al II Congreso Panam ericano
pesar de que el análisis se prolongue mucho tiempo. A parte de esta consi­ de Psicoanálisis, reunido en Buenos Aires en 1966, dice la misma autora:
deración práctica, Rapaport insiste en que toda actitud contrafóbica y «Según nuestro punto de vista, la neurosis trasferencial depende de la
toda formación reactiva llevan concomitantemente un valor de m otiva­ regresión y la concom itante m odificación de las defensas autom áticas in­
ción (motivating valué) que, aunque surgió del conflicto, no se pierde en concientes que abre áreas que eran anteriorm ente inaccesibles » . 2
un análisis bien logrado. En suma, lo que se produjo como resultado del El segundo factor a tener en cuenta para entender la teoría de la,
conflicto, a la corta o a la larga se puede independizar de él, se puede vol­ regresión terapéutica de la psicología del yo es la afirm ación de que el en­
ver relativamente autónom o. cuadre en que se desarrolla el tratam iento psicoanalitico promueve el
En el parágrafo V del mismo trabajo, Rapaport diferencia, dentro de fenómeno de la regresión. Esta nueva teoría, que desde luego busca su
una misma formación psíquica, el aspecto autónom o de este valor de npoyatura en la clínica, hace juego con la anterior y es su corolario. Si la
m otivación del aspecto defensivo. La conclusión de R apaport és que, co­ neurosis de trasferencia depende de la regresión, ¿de qué m anera se
mo la autonom ía secundaria es siem pre relativa, el analista debe respe­ podría tra ta r a un paciente si no fuera gracias a algún artificio que pro­
tarla cuidadosamente para no provocar un proceso regresivo, que hasta duzca un desequilibrio en su autonom ía secundaria? Digo esto porque
¡íienso que esta necesidad de la teoría gravita en la apreciación de los
¡techos clínicos en que estos autores se apoyan.
1 «I.» libidi; (I!) lodo o tn ptr<() ic hn Internado p o ' el cambio de ta regresión y rcsntr
m a lit iM*#m |iU*i!llk‘- Y bit», 1 м ш alli sigue la cura analítica, que quiere pillarla, HI tratam iento psicoanalítico en cuanto tarea que el analista le propo-
v o lv r lt d i tttiMcl tttu tllltlí « 1» condendo y, p o r ultim a, ponerla al servicio de la realidad
objitlvt» МЛ 12, p i i ÍOdí 1 Psicoanálisis en tas Am éricas, 1968, p&g. 73.
Volviendo a M acalpine, deseo subrayar que la regresión en que ella
ne al paciente exige pues un pesado esfuerzo, que se resuelve mediante un
piensa es fundamentalmente una regresión tem poral, cronológica, en
mecanismo de defensa específico, la regresión. La atm ósfera analítica
cuanto considera que el encuadre infantiliza al paciente. Vale la pena
pone en tensión toda la estructura psicológica del analizado, y de ello re­
reflexionar sobre los quince ítem que ofrece la autora para apoyar su te­
sulta un proceso regresivo. (Ya nos enseñó Freud en el capítulo X X II de
sis: la limitación del m undo objetal (coincidiendo con los otros autores
sus Conferencias de introducción al psicoanálisis [1916-17], por ejemplo,
citados), la constancia del ambiente, la fijeza de las rutinas analíticas que
que el conflicto actual surge de una privación que pone en m archa un
le recuerdan las estrictas rutinas de la infancia (aunque podrían recor­
proceso regresivo.) Este proceso de regresión, se afirma, es distinto a ltfs
darle también las no menos estrictas rutinas de la vida adulta), el hecho
que puede sufrir el individuo en su vida de relación; y esta diferencia ra ­
de que el analista no conteste, las interpretaciones de nivel infantil que
dica en el setting donde tiene lugar.
estimulan conductas del mismo tipo, la disminución de la responsabili­
Los psicólogos del yo piensan que el encuadre fue diseñado por Freud
dad personal en la sesión analítica, el elemento mágico de toda relación
justam ente para provocar la regresión del paciente y para que pueda ser
médico-paciente que es en sí mismo un factor fuertemente infantil, la
regulada por el analista.
asociación libre que suelta la fantasía del contralor conciente, la autori­
D ejando a salvo diferencias personales que a veces llegan a ser im por­
dad del analista como padre, la atem poralidad del inconciente, etcétera.
tantes, todos ellos piensan que el encuadre implica privación sensorial,
Apenas si es necesario destacar que algunos de estos ítem se deben al ana­
frustración afectiva, limitación del m undo objetal y ambiente infantil.
lizado y no al encuadre, de modo que militán en realidad contra la tesis
Volvamos a citar a la doctora Zetzel en su relato al II Congreso, y en
de la autora. Me refiero al elemento mágico de la relación médico-
la misma página: «El silencio del analista, como ya se sabe, es un factor
paciente, la autoridad paterna del analista, la atem poralidad del incon­
im portante en esta regresión». Y agrega que la actividad del analista, en
ciente.
cam bio, «tiende a minimizar la regresión debido a su im pacto sensorial»,
Seducido y frustrado, el paciente de Macalpine se divorcia más y más
porque es posible que «una intervención activa desde el comienzo, cual­
del principio de la realidad y se deja arrastrar por el principio del placer.
quiera que sea su contenido, sea principalmente significante como expe­
La posición de Ida Macalpine es extrema, y a mi juicio harto reba­
riencia sensorial que limita la regresión en la situación analítica».
tible; pero autores más moderados opinan básicamente de la misma
La privación sensorial no sólo se refiere a lo auditivo sino tam bién a
form a. Joseph Sandler, destacado discípulo de A nna Freud, en el docu­
lo visual, de ahí que «el silencio del analista, lo mismo que su tem poraria
mentado libro escrito en colaboración con Dare y Holder (1973), da a la
invisibílidad, siguen siendo para muchos analistas un rasgo indispensable
palabra regresión el sentido específico de surgimiento de experiencias p a­
del proceso analítico» (siempre pág. 73).
sadas, a menudo infantiles, que aparecen com o una característica del
Aquí, nuevamente vamos a encontrar en R apaport algunos funda­
proceso analitico (págs. 25 de la ed. inglesa y 20 de la ed. cast.).
m entos teóricos para estas afirmaciones. En «The theory of ego auto­
Otro líder científico de la psicología del yo, Hans W. Loewald, par­
nomy: a generalization» (1957), apoyado en hechos experimentales, afir­
te de principios distintos en su famoso trabajo de 1960, pero se ve condu­
m a que la privación sensorial (en habitaciones perfectam ente oscuras y a
cido a las mismas conclusiones. Loewald afirm a que el proceso analítico
prueba de ruido —señalémoslo—) desencadena en los sujetos fantasías
se propone que el yo reasuma su desarrollo (interferido por la enferme­
autísticas y profundos fenómenos regresivos (parág. III, pág. 727).
dad) en relación con el analista como nuevo objeto. Concluye acto se­
Entienden además estos autores que la atm ósfera de privación en que
guido, sin embargo, que esto se logra por la prom oción y utilización de
necesariamente tiene que realizarse el análisis, la reserva del analista, la
una regresión controlada. E sta regresión es una aspecto im portante para
asimetría de la relación, etc., son factores que condicionan el proceso
poder entender la neurosis de trasferencia (pág. 17).
regresivo, en cuanto limitan o anulan la relación de objeto. }
A pesar de sus conocidos desacuerdos con la psicología hartm an-
Por fin, muchos si no todos los autores que estamos considerando niana, también Lacan (1958) acepta plenamente la teoría de la regresión
piensan, como Ida Macalpine (1950) y Menninger (1958), que la regresión
terapéutica. Básicamente de acuerdo con el estudio de Macalpine, al que
se debe a que el encuadre (valga el neologismo) infantiliza al paciente. califica de excepcional por su perspicacia (Ecrits, pág. 603), sólo difiere
Idfi Mucnlplne sostiene que (casi) todos los elementos del encuadre
en que no es la falta de relación de objeto sino la demanda lo que crea la
conducen inevitablemente a la regresión. Digo casi porque esta autora se
regresión (ibid., pág. 617). El analista se calla y con esto frustra
pregunte por ([lid la atm ósfera permisiva del análisis no im pide la regre­ ul hablante, ya que lo que este Te pide es, justam ente, que le responda.
sión, lia un punto que, efectivamente, no puede explicar su teoria y en
Sobemos que, en efecto, Lacan y su escuela se caracterizan por un riguroso
donde vn tt liíKst pie firme W innicott (1958), para desarrollar su original silencio en la situación analítica, que a mi juicio opera como un artefac-
enfoque tip lit ifeiríJlrtil como un proceso curativo, que el encuadre hace lo. Si no lo entiendo mal, esto mismo afirm a Lacan cuando dice que con
poalble tifrcdpwU» (ti ii»nll/ndo condiciones altam ente favorables para
lit oferta (de hablar) ha creado la dem anda (ibid.)
replantear y rm»lvi*r It» ( m e n s o * de »u desarrollo.
Con razonam ientos similares a los de Lacan, esto es, las expectativas
que se despiertan en el analizado por el silencio del analista, explica Men- 2. Discusión
ninger (1958), la regresión en el proceso psícoanalítico.
Similar a la de Lacan y M enninger es la actitud de Reik, según el cual P ara empezar la discusión de la teoría que acabo de exponer me diri­
el silencio es un factor dçcjàyfijjara que_$e instituya la situación analítica giré resueltamente al punto decisivo y diré que la regresión en el proceso
despertando en el analizado la obsesión de confesar.3 L o que~Kei kagrega psicoanalítico tiene que ver con la enfermedad y no con el encuadre. El
sin decirlo es la función de artefacto que cumple el analista que se ha paciente viene con su regresión, su enfermedad es la regresión.
puesto mudo. El encuadre no la fom enta, la regresión ya está; lo que hace el en­
Junto con la doctora Zetzel, fueron relatores del Panam ericano de cuadre es detectarla y contenerla. Por ello pienso que el concepto de hold­
Buenos Aires cinco autores argentinos, Grinberg, M arie Langer, Liber­ ing de W innicott (1958, pàssim) o continente de los autores klenianos
m an y los esposos Rodrigué (1966a). Con un distinto enfoque que el de la es valedero para explicar la dinámica del proceso analítico.
gran analista de Boston, estos autores entienden el proceso analitico en la Quiero ser preciso: el tratam iento psicoanalítico no_ prdm ueve la
dialéctica de progreso y regresión (una idea que inspira mis propias refle­ regresión más allá del côëTîcîërifé’entre equilibrio y desequilibrio' em o­
xiones), y se apoyan en el concepto de regresión al servicio del yo de Kris cional de la persona que lo enfrenta, como podrían hacerlo p ara el caso
(1936, 1938, 1950, 1956a); pero m antienen finalm ente que el encuadre in- otras experiencias vitales significativas y difíciles (casamiento o divorcio,
fantiliza al paciente (pág. 100), sin dar el paso que yo voy a intentar examen, nom bram iento en un cargo im portante, nacimiento o m uerte en
dentro de un m om ento.4 la familia).
Antes quiero m encionar el acuerdo de David Liberm an (1976a) con Examinemos con más detenimiento los factores del encuadre que
Ida M acalpine en cuanto a la im portancia de )a atm ósfera analítica en la condicíoriarlan la regresión, empezando por la privación sensorial. Toda
producción de la regresión trasferencial. Liberm an se declara muy cerca tarea que requiere esfuerzo y concentración mental trata de evitar los es­
de M acalpine en su m anera de concebir el desarrollo de la trasferencia, si tímulos que la perturben. Son las condiciones que nos procuram os cuan­
bien no deja de subrayar que esa autora señala que el paciente trae al do queremos leer, escuchar música o m antener una conversación seria. Si
análisis su disposición a trasferir (capitulo V, págs. 97-8). Lo que m ás in­ en estos casos se produce una regresión no la vamos a atribuir a la atm ós­
teresa al enfoque interaccional de Liberman no es, por cierto, dáTcuenta fera de recogimiento sino a la psicopatologia del sujeto. P ara com pren­
de la’ naturaleza de la regresión trasferencial sino dem ostrar que Tos com ­ derlo así basta pensar en el adolescente que se m asturba en el silencio de
portam ientos del paciente durante la sesión «dependerán de los com pon su cuarto de estudios o el creyente que tiene pensamientos profanos en el
tam ientos que el analista tiene para con él» (pág. 114). Esto mismo' sereno ambiente de su iglesia.
podría explicarse, sin em bargo, p or la relación trasferencia-contratrasfe- Por otra parte, la privación sensorial es muy difícil de cuantifícar, y
rencia en los parám etros de progresión y regresión, sin el apoyo de M a­ hay que preguntarse si al hacerlo no se incurre en una petición de princi­
calpine y la regresión en el setting. pios. Recuerdo un m om ento grato que nos procuró el sano humorismo
P o r últim o, deseo destacar que en «El proceso didáctico en psicoaná­ de un colega norteam ericano en el Congreso Panam ericano de Nueva
lisis», trabajo leído en el Pre-Congreso Didáctico de México (1978),"la York de 1969, cuando la doctora Zetzel y yo relatamos la primera sesión
doctora Katz señala lúcidamente que la disposición a trasferir propia de de análisis. Yo llevé un caso5 de los que había iniciado recientemente al
cualquier persona se observa en todo proceso docente, m ientras que el es­ llegar a Buenos Aires; ella el material de un supervisado. Discutíamos
tudiante de psicoanálisis —que desde luego no escapa a esta r e g l a - sobre la privación sensorial y las interpretaciones en la prim era sesión,
atiene la ventaja de tratar de descubrir las raíces de sus conductas y an­ cuando aquel colega señaló que las intervenciones del analista de Boston
siedades para irlas m odificando y para ir logrando la posibilidad de faci­ ¡eran tres veces más numerosas que las mías!
litar su aprendizaje». Coincido por com pleto con este punto de vista. De la m ano con la sensorial va la privación del m undo objetal, que
comprende dos casos, cuando el analista está en silencio o cuando habla.
El analista está siempre presenteen la sesión, ya que aunque esté callado
está escuchañaó. El an alízalo puede considerar ese silencio comò priva­
1 V illa , pur ÿttmplu, «In the beginning is silence» y «L a significación psicológica del ción si decide que la atención del analista no le basta; pero esto es ya un
iU«ncio»i rendimiento de su fantasía. En los casos extremos, como la técnica de
4 S i t o * t u to ie * d W íii, lürm át, que hey otro aspecto de la situación analitica que tam ­ Reik, de Lacan o de Menninger, opera un artefacto como dije antes: estos
bién Indue# Я I t tfgrttlA n У H *1 holding, que reproduce ta buena relación del analizado*
autores callan para forzar la regresión. Si el analista está mudo para que
b o b * eon t t s n e llita q u i lo M W t n i f y sm p ire , Y agregan: « L a regresión útil en el progreso
del р то в **# etifelltlto ¡ н о * 1 и * (te rm o s , de cite segundo aspecto de la situación analitica» el paciente regrese, entonces el analizado hace muy bien en regresar, es
(Pfe 100).
' Revista de Psicoanálisis, 1971.
con una florida histeria de aquellas de C harcot. Bn unos tres meses de
decir en buscar otro medio de comunicación al ver que no le sirve la tratam iento cara a cara dos veces por semana m ejoró notoriam ente y yo
palabra. Sólo que entonces ya no podremos hablar de regresión trasfe­ estaba muy satisfecho. Le interpretaba el sentido de sus síntom as, prefe­
rencial sino, al contrario, de una conducta real que responde a las pro­ rentem ente en términos de la rivalidad con las herm anas (creo recordar),
puestas del no-interlocutor.6 El analista es el m uerto, no se cansa de decir con algunas cautelosas referencias a su complejo de Edipo con los
Lacan, com parando el proceso analítico con el bridge. padres. La trasferencia no se veía por ninguna parte. En ese tiempo
En el otro caso, cuando el analista habla e interpreta la neurosis tras­ com pré mi diván. A la sesión siguiente le dije que sería m ejor para su tra ­
ferencial está claro que no hay más privación del m undo objetal que la tam iento que se recostara y hablara como siempre. Se acostó, quedó un
surgida de los deseos edípicos y pregenitales. Si quisiéramos hablar en breve tiempo en silencio y empezó una crisis de gran mal histérico por el
términos de la disociación del yo y la alianza terapéutica de Sterba estadio de los movimientos pasionales: suspiraba, hacía gestos eróticos y
(1934), Feniche! (1941), Bibring (1954), Zetzel (195бй), Stone (1961),
se subía las polleras; de pronto se levantó como una flecha y se arrojó a
Greenson (1965e) y otros diríamos que el yo vivencial sufre la privación mis brazos queriendo besarme. Sali com o pude de aquel mal trance,
de su objeto edipico, mientras el yo observador goza de una plena rela­ logré que se sentara en mi inm aculado diván y, más com puesto, le pre­
ción objetal con el analista que trabaja. gunté qué había pasado. Me dijo que creyó que yo la invitaba a tener re­
¿Qué decir de la frustración afectiva y el ambiente infantil (o infantiti-
laciones sexuales. Hacía ya mucho que se había enam orado de mí; pero
zante)! A veces los analistas olvidamos que la frustración es algo que sólo
no se anim aba a confesárm elo. Al estar los dos frente a frente, al m irar
se puede definir en un contexto determinado y es, al mismo tiempo, una
esos ojos que yo tengo (sic), ¡cómo no se iba a enam orar! Aquí pues, fue
opinión del sujeto. Los criterios en que nos apoyamos para decir que el en­
la posición frente a frente lo que desencadenó el am or de trasferencia.
cuadre frustra se ubican siempre en el contexto infantil, se someten entera­
Con más de treinta años de retraso podría ahora interpretarle que si yo la
mente al principio de placer del paciente, olvidados del principio de reali­
había enamorado m irándola caía a cara, ¿por qué no pensó que eran real­
dad; o, viceversa, definen la frustración objetivamente, desde afuera. Lo
mente ciertas mis palabras cuando le dije que se acostara en el diván para
que el encuadre frustra son determinadas fantasías infantiles, es decir
que su tratam iento se desarrollara en mejores condiciones? Pero no, para
regresivas, y en modo alguno el deseo real y básico por el cual una persona
ella sentada o acostada era lo mismo; no era el encuadre sino el complejo
emprende el tratamiento, el de ser analizado. Recuerdo la ocurrencia de
de Edipo lo que alim entaba su deseo.
una joven analizada en los comienzos de mi práctica, después de en­
Hace unos años me pidió con urgencia una hora de supervisión un re­
contrarse casualmente con mi mujer. Se puso muy celosa, declaró sin am­
sidente que había com enzado su análisis didáctico pero no era todavía
bages que quería ser ella mí mujer y acostarse conmigo, y de pronto acotó:
candidato. Tenía un homosexual en tratam iento cara a cara cinco veces
«Me imagino que a su mujer usted no la analizará». La «frustración» de
por semana (!). Era psicoterapia, me aclaró, y hasta su mismo analista le
aquella muchacha, pues, surgía de sus deseos edípicos, no de la realidad de
había sugerido que no usara el diván. Su paciente le había pedido, sin
la situación analitica. (Del mismo m odo, cualquier esposa de analista
rm bargo, seguir el tratam iento acostado porque la posición cara a cara le
podría «sentirse frustrada» por no ser la analizada de su m arido.)
despertaba fantasías homosexuales que ya le resultaban insoportables. El
Se insiste tam bién mucho que el diván analítico, el diálogo asimétrico
novel colega accedió y ahora venía muy preocupado porque su analista le
y la reserva del analista no pueden sino fomentar la regresión. Se vuelve a
hnliía interpretado esta decisión com o un acting crut, com o u n deseo de
confundir también aquí la realidad objetiva con las fantasías y los deseos
№ analista antes de tiem po. Lo único que iba a lograr, agregó el didacta,
infantiles del paciente. La confusión de la realidad objetiva con la reali*
» que el paciente hiciera una regresión homosexual que le sería imposible
dad psíquica, con la vida de fantasía es, quizás, el punto más débil de toda
m anejar. Así pues, vemos cómo los analistas a veces escuchamos m ás a
la argumentación de Macalpine. Si le digo a una person*, que tiene que
m ie\tras teorías que a los pacientes .7
reclinarse en un diván para realizar determinada tarea (analizarla, a u s ­
cultarla 0 palparla, darle un masaje, etcétera), que piense en una «scene Cuando describe la histérica no analizable en el Simposio de Co-
de violación « cosa de ella. JitwhuRLie, Zetzel (1968) la caracteriza, entre otras cosas, porque presenta
ÍÍWlrtmenos de trasferencia regresiva ya durante las entrevistas y antes de
Vale la pena lefialar que los hechos empíricos confirman conti*
nuam ente Olla* consideraciones generales. Ik’ttpnr el diván. En otras palabras, la regresión depende del grado de en-
Û m ô O recordar dos anécdotas de mi práctica. En una tenía treìniB IWiiiPtlnd, no del setting.
aíldlt la otrí» <t* reciente., iintre mis primeros enfermos tuve una m ujer iti Hctflcntcmente me comentaba Pablo Grinfeld (comunicación personal)
go mayor que ÿi), dpi ínfimo nombre que una de mis pequeñas hija i (i). (VIH Mipcrlencia simitar, aunque allí se ve que es justamente la conducta del
fU M ltk to en su setting lo que contiene la regresión. Después d e m ejorar

* R tÿ k ïi № № (IIfíU- 1 >ti¡ al criticar el m utlim o de Reik no sólo com o i n if M to


* 1 1 n n é í d n i i e r a en realidad m i s convincente, pero sólo a si puedo hacerla p ú b lle e .
lino tim b ü it пи»'.; {.till*» »ut !!*#>, r-,¡i ¡iá# 41).
apreciablemente con varios años de análisis, le decía una analizada: «Yo le Nada tal vez m ejor para term inar esta breve discusión de los factores
agradezco todo lo que hace por mí, su técnica y la form a en que usted me del setting que se invocan para explicar la regresión que citar a uno de los
trata; pero más le agradezco que me haya hecho acostar en el diván, más destacados defensores de esta teoría, Ralph R. Greenson (1967). M a­
ahorrándom e así la tortura de los deseos eróticos que me asediaron en mis calpine y otros autores, dice Greenson, han señalado de qué m anera ciertos
dos tratamientos cara a cara». También esta sincera enferma, por lo visto, elementos del encuadre y del procedimiento analítico promueven la regre­
atribuía sus fantasías eróticas al encuadre de estar sentada, sin pensar que sión y la neurosis de trasferencia. «Algunos de estos mismos elementos
en este tratam iento no se repitió el insoluble am or de trasferencia de los an­ ayudan también en la formación de la alianza de trabajo» (ibid., pág. 208).
teriores porque el analista lo interpretó sistemáticamente y sin dilación des­ Así, por ejemplo, la frecuencia de las sesiones y la duración del tratam ien­
de el comienzo, hasta desenmascarar los aspectos homosexuales del to analítico no sólo estimulan la regresión sino que indican, también, el al­
complejo de Edipo que encubría la trasferencia erótica genital. to rango de sus objetivos v la importancia de una comunicación íntim a y
Se afirm a reiteradam ente que la asociación libre invita a la regresión. detallada. El diván y el silencio ofrecen oportunidad para la reflexión y pa­
Esto depende de cóm o se introduzca y sobre todo de cómo se p íensela ra la introspección tanto como para la producción de fantasías.
regla fundam ental. Si los mismos elementos fomentan la neurosis de trasferencia y la
En el capítulo II de E l yo y los mecanismos de defensa, dice Anna alianza terapéutica, ¿no sería más lógico dejar de invocarlos?
Freud (1936) que mientras en la hipnosis del método catártico el yo queda­
ba excluido, en la asociación libre del psicoanálisis se le exige que se elimi­ Dijimos que la base teórica en que apoya la teoría de la regresión tera­
ne por sí mismo suspendiendo toda crítica a las ideas que se le ocurran, péutica es el concepto de autonom ía secundaria de H artm ann, y a él va­
descuidando la conexión lógica entre las mismas. A prim era vista, parece mos a referirnos a continuación para ver qué fundam entos presta a la
que esta invitación a la asociación libre fom enta la regresión. Sin embargo, teoría que estamos considerando.
como sigue A nna Freud, «la concesión sólo es válida para trasform ar los Hem os visto que R apaport (1951) sostiene que la autonom ía secunda­
contenidos en representaciones verbales, mas no para actuar a través del ria es siempre relativa y advierte que puede revertirse, un punto que
aparato m otor, intención que mueve a tales contenidos al emerger a la con­ siempre remarcó el propio H artm ann. Divide el yo en dos sectores y reco­
ciencia» (pág, 28 de la trad, castellana de 1949).8 Se olvida a menudo que mienda que el analista analice la defensa involucrada en el conflicto sin
la asociación libre, en cuanto verbalización, implica el ejercicio del proceso atacar la autonom ía del valor de motivación, si no quiere prom over un
secundario. P o r otra parte, tampoco es del todo exacto que con la aso­ proceso regresivo.
ciación libre se le pide al yo que se autoelimine: se le pide, más bien, al La preocupación teórica principal en ese trabajo es, pues, señalar dos
modo de la reducción eidètica de Htisserl, que preste atención a todo lo partes del yo que se ofrecen a la tarea clínica y a la interpretación, la que
emergente en la conciencia y haga el esfuerzo responsable y voluntario de cuando se extravía puede provocar una indeseable regresión. De esta for­
comunicarlo. La regla fundamental no es sólo una invitación a poner en li­ ma quedan planteadas dos preguntas: qué parte del yo debe emprender el
bertad el proceso primario sino también una exigencia, desde la perspecti­ camino regresivo en la neurosis de trasferencia y con qué tipo de regresión.
va de la alianza terapéutica. Allí donde el obsesivo dudará sobre lo que Son interrogantes a los que Elizabeth R. Zetzel responde en su trab a­
tiene que comunicar y cómo debe hacerlo, el depresivo se sentirá frente a jo de 1965, donde tra ta de reform ular el significado de la regresión en la
un problema de conciencia a poco que se le ocurran cosas hirientes y el psi­ situación analitica en térm inos de las distintas unidades funcionales del
cópata entenderá que le hemos dado piedra libre para insultam os. No sólo yo, del conflicto Íntrasistémico, como lo sugirió H artm ann en su «Tech­
el ello, sino también el yo y el superyó están involucrados en la asociación nical implications of Ego Psychology» en 1951; y postula un sistema
libre. Todo analista sabe que el paciente se acerca al inalcanzable ideal de cerrado donde se acantonan las fantasías, los deseos y los recuerdos cuya
la asociación libre cuando está próximo al fin del tratamiento y no cuando emergencia determ ina una situación interna de peligro (1965, pág. 40).
lo empieza. En otras palabras, sólo el yo sano puede cumplir, y a duras pe­ 1 a regresión terapéutica consiste en reabrir ese sistema cerrado, al com ­
nas, la regla fundamental. pás de la disminución gradual de las defensas inconcientes y automáticas
Siguiendo de cerca las ideas de Kris, dice Hartm ann (1952) que sólo el del yo. H abría que dem ostrar prim ero que ese sistema existe y después
yo adulto puede descartar en un m om ento dado alguna de sus altas fun­ que la llave que lo abre es la regresión. ¿Por qué no pensar que es la in-
ciones; y es justamente por no poder usar este mecanismo (entre otras ra- Ipipretación la m ejor llave para penetrar ese tipo de defensa?
zones) que el nino no puede asociar libremente (Essays, pág. 178). Hn este punto nuestra autora se ve llevada a distinguir la regresión que
íiivolucra al yo defensivo y los contenidos instintivos correspondientes y la
1 * T h f warrant tt valid only fo r th tir translation inte w ord representations: it d o ts n ot
Wjticsión que socava las capacidades básicas del yo (ibid., pág. 41).
entitle them to lake H int ral a] the m otor apparatus, which is their real purpose in em er­ I'odo me hace pensar que la doctora Zetzel se está refiriendo aquí a
ging» (WrillnMii M . 1, p i f 11). (Mr (loi partes del yo del trabajo de R apaport, ya que su razonam iento 10
apoya de inmediato en el concepto de autonom ía secundaria. A lo largo
de sus Essays on ego psychology (1964), H artm ann sostiene que las áreas
del yo que alcanzan la autonom ía secundaria son m ás estables que las Com o los procesos vitales que se estudian en biología, psicología y
defensas del yo, si bien no duda que en determ inadas circunstancias sociología, el análisis se desarrolla siempre con avances y retrocesos que
pueden disolverse, pueden regresar, perdiendo su cualidad principal, la se alternan y contraponen. Este curso le es propio, no lo crea el encuadre.
de operar con energía ligada, neutralizada. Este daño regresivo de la En términos generales, podemos considerar que este opera como conflic­
autonom ía secundaría frente a situaciones de tensión debe ser cuidadosa­ to actual, mientras que la disposición del paciente dará cuenta de los fe­
mente separado de la regresión instintiva, correlato indispensable del nómenos regresivos que van apareciendo, según la serie com plem entaria.
análisis de la trasferencia (Zetzel, 1965, pág. 46). En cambio, la actividad interpretativa del analista, si es acertada, lleva eD
U na vez que se ha llegado a diferenciar la autonom ía secundaría de la general el proceso hacia adelante en térm inos de crecimiento, integración
regresión instintiva para explicar (o justificar) la regresión terapéutica, o cura (a no ser que el paciente responda en form a paradójica, como en
no es de extrañar que se califique a esta últim a de regresión al servicio del la reacción terapéutica negativa). Es esto lo específico del análisis, por­
yo, siguiendo a Kris (1936, 1950, 1956a). que el conflicto actual con el encuadre no es más significativo qiie cual­
Sin em bargo, el concepto de regresión al servicio del yo nada tiene quier otro de la vida real. No hago aquí otra cosa que aplicar el concepto
que ver, a mi criterio, con la teoría de la regresión terapéutica. Es ante to ­ freudiano de la prim acía del conflicto infantil en la explicación de las
do una regresión formal que va del proceso secundario al prim ario y neurosis.
vuelve de este a aquel, y no la regresión tem poral que nos lleva desde el La diferencia radical entre la experiencia del análisis y otras de la vida
diván psicoanalítico a los primeros años de la vida. La regresión aJ servi­ cotidiana reside en que la conducta patológica del paciente recibe un trato
cio del yo supone que los procesos mentales preconcientes (que son el distinto. El paciente repite, el analista no. Esta enfática añrm ación no su­
punto de m ira de la penetrante investigación de Kris) se vitalizan de con­ pone una concepción especial del proceso; la creo aceptable para los que lo
tinuo volviendo p or un m om ento a la fuente, esto es al proceso prim ario. ubican en el paciente, en el campo, en la interacción, etcétera. Podemos di­
Es una regresión form al y tópica, pero no tiene, por definición, tem pora­ ferir, y mucho, en el grado y el tipo de participación del analista; pero to­
lidad. La regresión en el setting, en cambio, se ha definido im plícitam en­ dos consideramos que la relación es asimétrica, un punto que Liberman se­
te como tem poral y explícitamente como defensiva. ñaló a lo largo de toda su obra, y en especial en el primer capítulo de Lin­
La doctora Zetzel concluye que es necesario diferenciar el y o defensi­ güística, interacción comunicativa y proceso psicoanalítico (1970). Ningún
vo que debe regresar y el yo autónom o que debe m antener su capacidad analista pone en duda la necesidad de ser reservado y de no participar con
para una relación consistente con los objetos.9 De esta form a, se tiene opiniones, consejos, admoniciones y referencias personales.
que postular la existencia de un conflicto intrasistémico entre el yo de la Quizá la m ayor dificultad de la teoría de la regresión terapéutica no es
autonom ía secundaria y el yo defensivo. tanto que trasform a un proceso espontáneo en artefacto sino que puede
Al llegar a este punto, sin em bargo, se puede apreciar que toda la teo­ explicar cómo empieza un análisis pero jam ás de qué m odo term ina. Ida
ría pierde consistencia en cuanto tiene que renunciar al concepto de auto­ Macalpine y Menninger se plantean este problem a y reconocen la dificul­
nom ía secundaria y recurrir a la hipótesis ad hoc del sistema cerrado. tad. Consecuente con sus rigurosos puntos de vista, Macalpine se ve lle­
Porque este yo defensivo que «debe» regresar (y yo me pregunto cómo gada a concluir que muchos de los logros del análisis se dan después de la
hay que hacer con la técnica analítica para que se cumpla esta orden) no term inación. M enninger, por su parte, con encomiable honestidad, dice
necesita hacerlo en absoluto porque ya está en regresión: opera con ener­ que es este un punto que no ha podido integrar en su teoría.
gía libre (y no ligada), utiliza el proceso prim ario, se vincula con objetos La m ayor parte de los defensores de la regresión terapéutica, sin em­
infantiles edípicos o preedípicos, se m aneja con mecanismos de defensa bargo, no parecen considerar este problema. D an p o r sentado que, a me­
arcaicos, etcétera, ю dida que se va resolviendo la neurosis de trasferencia, el paciente se
ttccrca a la curación y al final del análisis, Pero entonces hay que concluir
ni que la regresión se debía a la enferm edad (que es lo que disminuyó) y
no al encuadre, que permanece constante.
A veces nos dejam os llevar por una especie de ilusión óptica y deci­
* «Such a dual approach impUts a developm ental differentiation between the defensive mos que tal conflicto (la dependencia de la m adre, el tem or de castración
ego which mutt rrgrtsi and the autonom ous ego which m u s t retain the capacity f o r сопз1з> Im ite al padre, la rivalidad con los hermanos) adquirió inusitada intensi­
tant object rrlationt» (ibid., p ág . JO ). La estructura de esta oración expresa с! trasfondo fied por la regresión trasferencial. Si observamos bien, veremos que el
preceptivo d * ls t sor l i .
10 De NM t t n t l П01 o c u p in io i ìambtén en el capitulo 18, «La alianza te ra p è u ti» d o d f
«inflicto ya existía, sólo que no se lo reconocía y estaba disem inado en
W ln b a d o n ■ Olnibu » . rntilt jptes relaciones de la vida real. La rivalidad fraterna, p or ejem plo, te


dará con los verdaderos herm anos, con los hijos, con los amigos, con los 4. Las ideas de Arlow y Brenner
com pañeros de trabajo, etcétera. Si esta rivalidad no estuviese activa, su
análisis estaría de más. Es la recolección (gathering) de la trasferencia, En su relato presentado en el Prim er Congreso Panam ericano, estos
como dice con precisión Meltzer (1967, cap. 1), lo que aum enta a m odo distinguidos investigadores desarrollaron el tem a «La situación analíti­
de sum atoria la intensidad del fenómeno trasferencial. P ara decirlo con ca», exponiendo ideas muy interesantes. Algunas de ellas las estudiare­
otras palabras, a m edida que disminuye el acting out gracias a nuestra la­ mos al hablar de situación y proceso, otras corresponden al tem a que
bor interpretativa, crece la trasferencia. ahora nos ocupa. Estos autores piensan, por de pronto, que la situación
En franca oposición a los que creen que el encuadre tiene por finali­ analitica ha sido diseñada con la intención de alcanzar los objetivos de la
dad prom over la regresión, yo pienso como muchos otros autores, que el terapia analítica, esto es, ayudar al paciente a lograr una solución de sus
encuadre detecta y denuncia, a la p,ar que contiene la regresión; y sosten­ conflictos intrapsíquicos a través de la com prensión, que le perm itirá m a­
go, además, que así lo fue diseñando Freud en la segunda décadfe del nejarlos en forma más m adura. De acuerdo con estos postulados, se es­
siglo, al escribir sus definitivos ensayos sobre técnica. Fue el descubri­ tablecen una serie de condiciones en la situación analítica, gracias a las
miento de la trasferencia, por ejemplo, lo que hace com prender a Freud cuales el funcionam iento de la mente del analizado, sus pensamientos y
que debe ser reservado y por eso nos sugiere (\9 \2 e) que seamos impe­ las imágenes que surgen en su conciencia están determ inadas endógena­
netrables para el enfermo. Sí se establecen confesiones recíprocas, dice mente hasta el límite en que es hum anam ente posible (1964, pág. 32).
Freud, abandonam os el terreno psicoanalítico y provocam os en el p a­ Estos autores ponen en duda que la regresión que se observa en el tra ­
ciente una curiosidad insaciable. Al darse cuenta de la curiosidad del p a­ tamiento derive del setting {ibid., págs. 36-7) y recuerdan que el analizado
ciente (que surge de la investigación sexual infantil), Freud introduce la no es enteramente pasivo, inm aduro y dependiente com o con frecuencia
regla y no es que se muestre reservado para despertar regresivamente la se dice, para term inar insistiendo en que la situación analítica se organiza
curiosidad del analizado. de acuerdo con la teoría psicOEyialítica del funcionam iento de la mente y
Coincido con Zac, cuando afirma que «el encuadre está pensado en for­ respondiendo a los objetivos del psicoanálisis como terapia.
m a tal como para que el paciente pueda realizar una alianza terapéutica con
el analista (una vez que aquel internalizó el encuadre)» (1971, pág. 600).
Cuando en la sesión 76a del análisis de Ricardito en 1941 Melanie
Klein llega con una encomienda para su nieto y el paciente la descubre, se
d a cuenta de que ha cometido un error técnico porque le despierta celos,
envidia y sentimientos de persecución, como dice en la nota de la pág.
387 (Melanie Klein, 1961). No es, pues, que el analista no hable de su fa­
milia para despertar celos; los celos están y no conviene reactivarlos arti­
ficialmente hablando de hijos o nietos o, para el caso, con encomiendas
reveladoras. U na «privación sensorial» en este punto le hubiera ahorra­
do a Ricardito un inoportuno ataque de celos.
H asta donde le es posible, el encuadre lejos de fom entar evita los f ^
nóm enosregresivos. De ahí que la palabra con tención sea muy adecuada
por su doble significado.
No es sólo en la experieacia de Freud y sus grandes seguidores que el
setting se va haciendo más riguroso a partir de la dura enseñanza que da
la clinica, sino también en el desarrollo individual de cada analista. Dolo-
roiamente vamos aprendiendo a respetar nuestro encuadre, al ver que
cuando lo pasamos por alto tenemos que enfrentar intensas reacciones
regresivas en nuestros pacientes.
En conclusión, el encuadre no fue diseñado para prom over la regr»*
slón elm;, al eontrnrlo, pars descubrirla y contenerla. No es que la neuro»
iti do tnutfenniúu ieri uno respuesta al encuadre sino que el encuadre es,le
respuesta пии válida y racional de nuestra técnica frente a los fenómeno»
de trnirçrwtrifti


41. La regresión como proceso curativo (ibid., pág. 542); pero los conceptos más actuales sobre la estructura del
aparato psíquico permiten pensar, sin dem asiada violencia, que pueden
darse fenómenos regresivos de naturaleza parcial, que la regresión no
tiene que operar necesariamente en bloque. Puede darse, entonces, un
proceso regresivo a nivel cronológico que no arrastre lo formal y puede
ser también que una regresión form al nos lleve del proceso secundario al
proceso prim ario sin que nos trasladem os en el tiem po, como de hecho
pasa en el chiste. C uando hacemos un chiste o cuando nos reímos del
chiste que nos cuentan utilizamos las formas expresivas del proceso pri­
m ario pero no por esto nos ubicamos en nuestro pasado. H asta me atre­
En el capítulo anterior discutimos con am plitud un tema apasionante vería a afirm ar que el chiste logra su efecto justam ente porque se m an­
y difícil, la teoría de la regresión terapéutica (o trasferencial), según la tiene esa disociación entre una regresión form al y el adulto que la percibe
cual el setting analítico promueve un proceso regresivo que instaura la y com prende (Freud, 1905c).
neurosis de trasferencia y hace posible el tratam iento psicoanalítico. Diji­ El concepto de regresión, pues, debe usarse en form a más rigurosa,
mos también que esta teoría no es la única que intenta explicar el proceso debe ser más restrictivo, porque a veces puede configurarse una regresión
analítico ni tam poco la única que propone una relación entre el setting tópica que no sea simultáneamente formal o cronológica; se pueden dar
(iholding) y la regresión. P ara muchos autores el setting (holding) permite muchas combinaciones, aunque en la práctica lo más frecuente es que los
(más que prümueve) una regresión que es un proceso curativo (y no pato­ tres tipos de regresión m archen juntos. Ejemplo excelente de estas diso­
lógico), Dentro de estos autores, el más sobresaliente es Donald W. W in­
ciaciones posibles es la técnica de Saura en L a prim a Angélica, donde la
nicott, y de sus ideas nos ocuparemos especialmente.
t egresión cronológica va sin la form al y la tópica. Lo que m ás im presiona
al psicólogo en la original técnica de Saura, creo yo, es que su artificio
corresponde a una realidad psicológica, porque cuando yo recuerdo el ni­
no que fui digamos a los tres años lo hago desde la perspectiva actual y
1. Sobre el concepto de regresión tío me traslado por com pleto a aquella situación. Si lo hiciera, tendría un
trastorno de la localización de la memoria qne se llam a eemnesia.
P ara entendem os en la compleja discusión que sigue, conviene
replantear el concepto mismo de regresión, tal como Freud lo introdujo
en el apartado В del capítulo VII de L a interpretación de los sueños
(1900л), donde distingue tres tipos de regresión: a) regresión topográfica,
2. La regresión al servicio del yo
que tiene que ver con un recorrido de adelante hacia atrás en el área de
los sistemas Ф; b) regresión temporal, que revierte el camino del tiempo y
Cuando .hablemos de insight estudiaremos con algún detalle las ideas
nos lleva al pasado, y c) regresión fo rm a l, donde se vuelve desde los mé­
tjue llevan a Kris desde «The psychology o f caricature» (1936) y «Ego de­
todos de expresión más m aduros a los más primitivos {AE, 5 , págs.
velopment and the comic» (1938) hasta su enjundioso estudio de 1950
541-2). Las mismas ideas inform an su «Complemento metapsicológico a
polire el proceso mental preconciente, en el que apoya su concepto de in-
la doctrina de los sueños» (1917d).
(1956o). En este m om ento sólo queremos señalar que Kris co n tra­
La clasificación de Freud sigue vigente, pero es indudable que, desde
pone el concepto de regresión patológica al de regresión útil, a la que На­
entonces, otros autores han propuesto conceptos distintos o, al menos,
ши regresión al servicio del yo. La regresión patológica es algo que le
matices que deberíamos tener en cuenta para discutir nuestro tem a con
tohrcvicne al yo, el yo queda dom inado por ella y todo lo que puede h a­
claridad. Asi pues, habría que precisar a qué regresión nos referimos
lf! es tratar de controlarla con sus mecanismos de defensa. L a regresión
cuando afirm am os que el proceso psicoanalitico es de naturaleza regresi­
III servicio del yo , en cam bio, es por de pronto un proceso activo, el yo se
va o cuando sostenemos lo contrario. Aqui y en todas partes, si seguimos
»ÍI ve de ella activamente, la promueve, la dirige y la usa. A mí me parece
un criterio laxo, el concepto será más aplicable pero menos riguroso,
№litrntc, y esta evidencia la pasan p or alto la m ayoría de los autores, que
SI bien 61 dcrto que, al introducir su clasificación en el libro de lo*
ÍK icfciesión de que habla Kris es siempre form al, a veces tópica y nunca
sueñoi, Kreutí Ito SOm ostraba muy partidario de separar las tres clases de
MDItológica: sin variar su orientación tem poral, el yo se dirige al ello y
regresión, poryuo eu o! Tondo las tres son una sola, yo pienso que a medí*
¡Hillf en marcha el proceso prim ario para restablecer su fuerza y su capa-
da que le investigación fue desgranando las formas las fue tam bién sepa*
rendo, Freud deem que la más viejo en el tiempo es lo más primitivo en Iti i&lltd creativa. Esta regresión form al se acom paña las más veces de una
formo y lo Mtd topeurAflcnmente más cerca del polo perceptual Ultmkta tópica, que puede faltar, sin em bargo, si el recurso al proceso


prim ario se hace a la luz de la conciencia. L a regresión tem poral, en cam ­
bio, no puede darse porque contraría por definición lo que Kris dice. no todos, marchan en términos de progresos y retrocesos. En este marco
¿P ara qué recurrir al proceso prim ario si no hay un yo adulto que lo p o n ­ amplio, los autores tratan de especificar las características del proceso
ga a su servicio? Si la regresión fuera tam bién cronológica, ya no habría analítico a partir de las ideas de regresión útil y regresión patológica. P re­
más que un yo infantil (regresivo) incom petente para usarla. cisando estos conceptos, llaman regresión patológica a la que el paciente
Las claves para com prender lo que Kris dice se encuentran en «On trae ai tratam iento; la regresión útil, en cambio, se refiere a ese movi­
preconscious mental process», que apareció en el Psychoanalytic Quar­ miento táctico en que se va hacia atrás para volver a dar un salto hacia
terly de 1950. Kris hace allí una serie de reflexiones muy interesantes para adelante, com o decía Lenin. Dicen estos autores: «Proceso analítico
explicar cóm o funciona el yo. P ara decir lo sustancial, la idea básica de implica progreso, pero entendemos el progreso com o un desarrollo don­
de la regresión útil en el diván sirve de palanca prim ordial» (ibid., pág.
Kris es que el yo, entre otras capacidades o habilidades, tiene tam bién4a
94). Estos autores postulan tam bién que hay una progresión en perjuicio
de regresar instrum entalm ente cuando le conviene. Es decir que, para es­
del yo.
te au tor, habría dos tipos de regresión. Una, que le sobreviene y está más
Las ideas de W innicott se aproxim an en algo a las de Kris, en cuanto
bien vinculada con sus actividades defensivas, que lo obliga a retroceder
asumen que el proceso de regresión es útil, pero se apoyan en otros so­
en el campo de batalla. Junto a esta regresión pasiva a la que el yo se ve
portes teóricos y surgen de su práctica con enfermos psicóticos. Winni­
arrastrado cuando no puede enfrentar u n a determ inada situación, hay
cott es un analista freudiano, un hom bre que conoce muy bien a Freud y
o tra en la cual el yo mantiene todas sus potencialidades m ientras regresa
que recibe una influencia im portante de Melanie Klein, de la que se sepa­
parcial y controladam ente con m iras a alguna finalidad estratégica. No
ra en un momento dado, como vimos al hablar de trasferencia tem prana.
siempre que un ejército retrocede es porque el otro lo está dom inando; a
Tiene afinidades con Anna Freud, a la que sigue por ejemplo en el con­
veces hay una m aniobra táctica de retroceso para atacar de otra form a o
cepto de narcisismo prim ario; pero no está especialmente interesado en la
p ara que el otro bando com eta algún error. En el mismo sentido, habría
inetapsicología hartm anniana. P or otra parte, com pletando lo que dije
u n a regresión útil, una regresión al servicio del y o , cuando el yo es capaz
en el parágrafo anterior, la regresión que estudia W innicott es ante todo
de prom over en sí mismo un proceso regresivo para enriquecerse con los
cronológica, tiene una proyección en el tiempo; y es básicamente la tem ­
aportes del proceso prim ario. Es interesante darse cuenta de que Kris
poralidad del proceso analítico lo que le permite desarrollarse y estable­
habla concretam ente, y así lo dice específicamente en su artículo, de una
cerse. Esta diferencia es para mí fundam ental, hasta el punto que me
regresión form al, donde el yo, que com anda el proceso secundario, hace
ul revería a afirm ar que la regresión de Kris tiene que ver con la situación
una regresión hacia el proceso prim ario, catectiza el proceso prim ario pa­
analitica y la de W innicott con el proceso analítico.
ra incorporarlo a su estructura y obtener m ayor am plitud, m ayor ener­
gía. De esta form a, las energías móviles específicas del proceso prim ario
pueden ser utilizadas por el yo que las trasform a en la energía ligada del
proceso secundario. Este punto me parece particularm ente im portante, .1. Breve repaso de las ideas de W innicott
porque si vamos a aceptar una regresión al servicio del yo, tendrem os que
conceptuarla como form al en cuanto el yo regresa al proceso prim ario y
Recordemos en esta sección, muy brevemente, algunos trabajos de
eventualmente tópica si se pasa de los sistemas Ce o Prcc al sistema lee, W mnicott que ya hemos estudiado en el capítulo 16 sobre la trasferencia
pero no cronológica. Agreguemos que es a partir de la función integrati­ trm prana.
va del yo que para Kris se puede realizar este proceso. Winnicott llegó al psicoanálisis desde la pediatría y, durante la Se-
M uchos autores pasan insensiblemente de la regresión terapéutica a la Hlimlu Guerra M undial, se dedicó a analizar psicóticos, de los que obtuvo
regresión al servicio del yo, con lo que incurren a mi juicio en error con­ Uttu gran experiencia. A partir de esta práctica, W innicott distingue tres
ceptual. La regresión terapéutica que postulan los psicólogos del yo es al­ UjHHi de pacientes en su valioso trabajo «Primitive em otional develop-
go que le sobreviene al yo en las duras condiciones del setting analítico, Ulftil», publicado en 1945. Esta clasificación tripartita va a mantenerse a
no es una regresión útil, en el sentido de Kris, aunque pueda ser utilizable <t«lo lo largo de su obra y se irá gradualmente precisando. Los pacientes
para el analista. ;M prim er tipo son los clásicos neuróticos que Freud describió, com-
Entre loi Intentos de aplicar las ideas de Kris a los fenómenos regresi­ ¿iirndló y trató. Son capaces de relacionarse con las personas como
vos propioi del proceso analitico se destaca el trabajo que presentaron 'di Jeto» totules y presentan fantasías concientes e inconcientes que enri-
Grinberg, Mftrle Longer, Liberman y los esposos Rodrigué al Congreso l» n c» y dificultan esa relación y están siempre ligadas al complejo de
PanamoriCBilO (Í0 Iiuenoi Aires de 1966 (1968). P ara estos autores el pro
ceso analitico n w n In luz de fenómenos de progresión y regresión, lo I oh pncientes del segundo tipo están preocupados p o r su m undo In­
que oí «moto aunque tal vet un poco amplio, ya que muchos procesos, ai c lito V orgunización interior; son los que estudió Melanie Klein Cfi lue
trabajos sobre el duelo,! donde la depresión y la hipocondría ocupan el
lugar más saliente. Si bien la estructura de estos pacientes es distinta a la
de los otros, la técnica sigue siendo la misma para W innicott, no es nece­ En el parágrafo anterior expuse algunas ideas de W innicott sin pre­
sario para nada cambiarla. tender abarcar todo el pensamiento de este autor sino solamente ver de
Una cosa bien distinta son los pacientes del tercer tipo, donde las rela­ dónde parte su concepto de regresión.
ciones de objeto son preedípicas, anteriores a la posición depresiva de Dado que la psicosis es una falla de la crianza que lleva al individuo a
Melanie Klein (o etapa del concern, de W innicott), y la técnica clásica ya configurar un falso self que protege al self verdadero, es lógico afirm ar
no se adapta. Son los pacientes en que falla el desarrollo emocional p ri­ que sólo tendrá remedio cuando el desarrollo emocional primitivo que se
m itivo y que tienen una estructura básicamente psicòtica. _ malogró y se desvió pueda ser reasum ido a trávés de una experiencia sin­
M ientras que el primer tipo de pacientes imagina que el analista tra­ gular que le perm ita al individuo volver atrás y comenzar de nuevo. El
baja por am or a él (el paciente), con lo que el odio queda desviado, el se­ setting analitico, expresa W innicott, ofrece al individuo el holding
gundo imagina que el trabajo del analista surge de su propia depresión adecuado, el sostén, que le hace posible esa regresión. La regresión del
(del analista), com o resultado de los elementos destructivos de su am or paciente en el setting analítico significa un retorno a la dependencia
mismo; pero en el tercer caso las cosas cambian radicalm ente y lo que el tem prana, donde el paciente y el setting se fusionan en una experiencia de
paciente necesita es que el analista sea capaz de ver su odio y su am or (del narcisismo prim ario, a partir de la cual el verdadero self puede por fin re­
analista) dirigidos coincidentemente sobre su objeto, el analizado.? P ara asumir su desarrollo.
estos pacientes, sigue W innicott, el fin de la hora y todas las regulaciones P or lo visto, entonces, lo que condiciona la regresión para W innicott,
y reglas del análisis expresan el odio del analista, así com o las buenas in­ es, más bien, el aspecto positivo del holding analítico. Es prácticam ente
terpretaciones su am or. lo opuesto a lo que hemos discutido previamente. Es justam ente lo que
Vimos al exponer las ideas de Winnicott sobre la contratrasferencia, tiene el holding analítico de permisivo y gratificante lo que puede prom o­
que este autor atribuye la psicosis a una falla am biental. A poyado en J o ­ ver un proceso regresivo que marcha hacia la curación vía la dependencia
nes (1946) y en C lifford M. Scott (1949) W innicott afirm a en «M ind and infantil. No es esto por cierto lo que tenía en cuenta la idea de regresión
its relation to the psyche-soma» (1949) que la mente no es en principio trasferencial. La idea de regresión trasferencial m ás bien tiene en cuenta
una entidad para el individuo que se desarrolla satisfactoriam ente; lo contrario y esto lo dice taxativamente Macalpine, cuando reconoce
es, simplemente, uña m odalidad funcional de su psique-som a (esquema que, en realidad, la atm ósfera permisiva y los aspectos gratificadores de
corporal). lu situación analitica no deberían condicionar una regresión; lo que con­
En algunos individuos, sin em bargo, la mente se diferencia com o algo diciona la regresión, dice ella, son los aspectos frustradores del setting
aparte, como una entidad con una falsa localización. Este desarrollo des­ que originan una respuesta adaptativa.
viado sobreviene como resultado de una conducta equivocada por parte Todas estas ideas alcanzan su más cumplida formulación en uno de
de la madre, especialmente una conducta errática que provoca exceso de los trabajos m ás famosos de W innicott, «Metapsychological and clinical
ansiedad en el niño. Se desarrolla entonces una oposición entre la mente Hspects of regression within the psycho-analytical set-up», leído en la Bri­
y la psique-soma que provocan un falso crecimiento, un falso self. tish Psycho-Analytical Society en marzo de 1954 y publicado el afto si-
Estas ideas, originales, sugerentes y audaces, se vuelven a exponer en Riticnte.
«Psychosis and child care» (1952).3 A quí se expone claram ente el papel lín los pacientes tipo 3, donde falló el desarrollo emocional prim iti­
del am biente (la madre) y sus perturbaciones (impingement), que lleva a vo, donde la madre no supo contener al hijo, el trab ajo analitico apli­
la formación del falso self cuando falla el área de la ilusión. cable a los grupos 1 y 2 debe dejarse de lado, a veces por m ucho tiempo y
M analista se limitará a permitir una intensa regresión del paciente en
litüca de su verdadero self y a observar los resultados.
lis necesario recalcar que W innicott entiende la idea de regresión
llfiltro de un mecanismo dé defensa del yo altamente organizado, que in­
volucra la existencia de un falso self.4
1 T ín g u t p tm n tt q u t titc eicfito de W innicott antecede en un año al de Klein sobre la»
m e c tn lim o t e tq u lfo ld c i. Hita concepción de W innicott se desprende de sus ideas sobre el de­
1« ToprvfrfiS further alo n i these lines, the patient who is asking f o r help In regard i© lft! rollo emocional prim itivo, que ya hemos expuesto, así como también
h it ¡triniti1Щ pte-dfprfttlv* relationship to objects needs his analyst to be able to see tht
analyst‘t u n d tifilu ffd and r e Incident love a n d hate o f h im » ( Through paediatrics Ш
psyehfwnatfek, ptf. Ml). * *11 will be seen that I am considering the idea o f regression within a highly organized
1 Auwjuf iM W lin i It* tsU lian to the piycht-ioma» se publicó en 1954, Tue leído «т» tU fin c t mechanism, o n e which involves the existence o f a fa lse self» ( Through рда.
1W9. ifbfrfct to psycho-analysis, pág. 281).
del postulado que el individuo es capaz de defender su self contra las En estos casos, la técnica no consiste en interpretar sino en acom pa­
fallas ambientales, congelando la situación con la esperanza de que lle­ ñar comprensivamente y sin interferirlo el inexorable proceso de regre­
gue una situación más favorable. De esto se desprende claram ente que, sión que emprende el paciente. El analista no debe interpretar, ni tampoco
para W innicott, la regresión es parte de un proceso curativo, un fenóme­ d ar apoyo, debe dejar que el proceso regresivo siga, cuidando a su p a­
no norm al que puede ser estudiado en la persona sana.í ciente. No siempre resulta claro en qué consiste en este punto la técnica
de W innicott: ¿basta con el silencio y la com pañía o debe llegarse a algún
C uando el individuo congela la situación que le está impidiendo m a­
tipo de contacto corporal?
durar para preservar su verdadero self en desarrollo, se organiza el falso
Tam poco es fácil definir hasta dónde llega el concepto de fracaso am ­
self. Este fa lso s e lf aparece com o un proceso «m ental», ya desgajado de
biental. W innicott acepta un período de narcisismo prim ario y cuando en
esa unidad psicosomàtica que hasta ese m om ento se había m antenida. El
1969 rom pe con M elanie Klein en el Simposio sobre «envidia y celos» de
falso self aparece, entonces, como una defensa muy especial para preser­
la Sociedad Británica, dice que el desarrollo emocional primitivo sólo
var el verdadero self y sólo puede ser m odificado a partir de un proceso
puede estudiarse considerando la diada madre-niño como una inseparable
de regresión. Sin embargo, sigue W innicott, el individuo nunca pierde
por com pleto la esperanza y siempre está dispuesto a volver para atrás, unidad. Puestas así las cosas, y si aceptamos el concepto de narcisismo
p ara empezar de nuevo el proceso de desarrollo desde el punto mismo en prim ario que sostiene W innicott, entonces su propuesta m etodológica
que lo interrum pió. Este proceso de regresión es un mecanismo de defen­ debe aceptarse como un juicio analítico y no sintético en térm inos de
Kant. Pero queda entonces por dilucidar qué papel desempeñan en esa
sa altam ente jerarquizado y extremadamente com plejo, al que el indivi­
duo está siempre dispuesto a recurrir a poco que las condiciones am bien­ diada los dos polos que la com ponen. Porque la afirmación metodológi­
tales le den cierta esperanza de que ahora las cosas se pueden desarrollar ca de que no se puede estudiar al niño separado de la m adre tam bién
de otra m anera. implica la opuesta, que no habrá de estudiarse el am biente, esto es la
m adre, separado del niño. Puesto que W innicott no deja nunca de consi­
derar el equipo genético del recién nacido, entonces resulta inevitable
pensar que el niño influye a su am biente (madre), con lo cual estam os ya
5. De la teoría y la técnica winnicottianas apoyando la idea freudiana de series complementarias que utiliza Klein,
cuestionando en su raíz la doctrina de una falla am biental en la que nada
C uando se ha dado un grave trastorno del desarrollo que llegó a per­ tiene que ver el niño.
turbar el desarrollo emocional prim itivo con la formación de un falso A la teoría de la regresión curativa de W innicott se le plantean varios
self, la única form a de corregirlo es dándole al paciente oportunidad de interrogantes, dos de ellos fundam entales, que hacen a la técnica y a
hacer una regresión, que no tendrá el sentido de la regresión útil, m o­ la teoría.
m entánea y formal al servicio del yo, sino una regresión tem poral y con C on respecto a la técnica, ¿en qué form a vamos a no interferir con
toda la profundidad que sea necesaria para llegar hasta el punto donde se ese proceso de regresión que el paciente emprende? Es difícil decirlo y
había congelado la situación, para empezar de nuevo. W innicott .nunca lo llega a aclarar concretamente. ¿Qué quiere decir
Así como a los enfermos del grupo 1 les conviene la técnica clásica W innicott cuando afirm a que el paciente no necesita interpretaciones si­
donde el setting sirve de soporte al proceso interpretativo, y así com o los no determ inados cuidados, cuidados concretos? Como ya dije al comen­
enfermos del grupo 2 tienen una integración suficiente como para que se tar (y criticar) lo que Winnicott llama los sentimientos reales en la
tes pueda aplicar la técnica clásica, la de Freud, la situación es completa­ contratrasferencia, es evidente p aram i que este autor supone que hay co­
mente distinta para el tercer grupo. W innicott postula que a mayor gra­ sas que están fuera de la subjetividad del analizado (o del niño).
vedad del trastorno, mayor y más precoz fue la falla en el medio; y que Con respecto a la teoría el interrogante m ayor es con referencia al
esas lesiones, esas injurias sobrevenidas al comienzo de la vida sólo se eterno dilema de naturaleza y cultura. En su teoría del desarrollo W inní-
pueden curar volviendo a plantearlas y empezando de nuevo. Aquí no cott pone el énfasis en una acción directa del medio sobre el desarrollo
hay más remedio que reparar lo dañado: se trata de ofrecer al analizado del individuo y no lo hace tan responsable como Klein.
las condicione! para que se instale el sano proceso de regresión, siempre P ara discutir en este punto a Winnicott es necesario recordar sus
disputate ft iniciarle, y marche todo el tiempo requerido y hasta la pro­ ideas sobie el desarrollo emocional prim itivo. W innicott habla de tres
fundidad tiçcowrlà, Para lograr que este proceso se realice, para no inter­ procesos —personalización, realización e integración—, que se dan en
ferirlo' hfiy íjuu tenti habilidad, dice W innicott, pues esto es muy difícil. contacto directo con la m adre. A algunos pacientes esto Ies ha faltado, y
la técnica del analista debe consistir, entonces, en permitir que el paciente
• Thè Mn/J> n Hir* to m i put /ш v e n i o j гц ге и ю п as pari o f heating process, in fact, a
obtenga del analista lo que le falta, una noción del tiem po, p or ejemplo»
norm al fbel p m i# rlv he uudied m the healthy person» {ibid.). que n o obtuvo inicialmente de su madre.
P or realización W innicott entiende el proceso de adaptación a la
dole lecturas. Luego de aprobar un examen sin encontrar una respuesta
realidad, que se hace en el área de la ilusión, donde convergen lo que el
favorable en su m arido empezó el período de regresión, que duró tres
niño alucina y lo que la m adre ofrece con su pecho. G radualm ente,
meses. Este período se inició con fantasías de suicidio como las que tuvo
el proceso se va enriqueciendo, de modo que, en cada nueva experiencia,
al iniciar el tratam iento, con un agudo sentimiento de falta de autoestim a
el niño dispone de lo que obtuvo en la anterior y puede ahora evocar. El
y una fuerte dependencia del analista, que la ayudaba en sus asuntos
contacto con la realidad externa es, pues, frustrador en cuanto quita la reales cada vez que ella se lo pedia.
ilusión, pero es tam bién altam ente gratificador en cuanto enriquece y
La emergencia del período de regresión se produjo después que la pa­
estimula. ciente tuvo otra vez fantasías de suicidio, pero ahora ella misma las con­
sideró un acto de agresión a su analista.
Después de este período la analizada se sintió más auténtica y pudo
enfrentar sus sentimientos de culpa frente a su madre por haberla dejado
6. Un ejemplo de M asud Khan en su país natal, donde m urió en las cámaras de gas.
La tercera parte del tratam iento duró unos seis meses y se inició con
Khan (1960) presenta el caso de Mrs, X, una paciente de unos 40 años un nuevo conflicto con el m arido, que pretendía que ella se hiciera cargo
con una neurosis de carácter y problemas de identidad, en quien la del hijo antes de lo convenido. La paciente desarrolló fuertes ideas para­
neurosis de trasferencia tom ó la form a de una regresión anaclitica en el noides contra el m arido y el analista confabulados en su contra. El ana­
setting analítico que gravitó con demandas específicas sobre lo personal lista no esperaba esta reacción y se encontró desarm ado, mientras la ana­
del analista. En la estructura de este caso era muy visible que el trastorno lizada seguía viniendo a las sesiones y hablando muy poco. H abía una
caracterológico tenía la función de cuidar el self y, por tanto, distor­ batalla en m archa y el analista empezó a sentir que ella lo estaba compe­
sionaba el desarrollo del yo y hacía imposible su enriquecim iento, mili­ liendo a odiarla, y así se lo interpretó. Agregó después que si ella se sentía
tando en contra de las experiencias emocionales genuinas y de la relación amenazada por el analista y el m arido conspirando en su contra con la
de objeto. idea de que se hiciera cargo del hijo era porque ella tenía impulsos asesi­
A los nueve meses de tratam iento Mrs. X empezó a retraerse de su nos hacia él. Ella recordó entonces algunas peculiaridades de su lactancia
medio social y tam bién del analista. Rechazaba las interpretaciones tras- y la envidia que sintió contra su herm anito m enor y los sentimientos de
ferenciales pero escuchaba con todo interés las interpretaciones de sus odio asesino contra él. Esto abrió el camino al análisis del sadismo oral,
sueños y fantasías. Se desarrolló entonces un estado hipom aníaco en que con lo que el tratam iento se aproxim ó a su fin.
la analizada se sentía dueña de su vida y de su análisis, sin que las interpre­ El caso tan bien relatado por Khan debe entenderse, según lo veo yo,
taciones de la trasferencia le hicieran mella. Este estado la ponía a cubier­ como una fuerte regresión frente a la separación de las primeras vaca­
to de todo sentimiento de dependencia frente a su medio social y al análi­ ciones de verano y en términos de una fuerte trasferencia negativa. Si se
sis: era justam ente lo opuesto a la regresión analítica (pág. 136). Aquí a hubiera interpretado en esa dirección en lugar de ofrecerse como una
mi parecer se desliza un nítido error conceptual, que im pregna to d a la madre buena que devuelve los libros y se hace cargo concretamente de su
teoría de la regresión curativa, al pensar que la defensa m aníaca que re­ «hija», el análisis podría haber trascurrido por canales más regulares, sin
vierte la situación de dependencia a partir de un m ovimiento que vuelve a tecurrir a la etapa de regresión. Creo, también, que la vivencia paranoide
la om nipotencia original no implica regresión. Del mismo m odo, y dicho d i la analizada en cuanto a que el analista quiere que se haga cargo del hijo
sea entre paréntesis, Zetzel piensa que el excesivo apego del neurótico ob­ encuentra su núcleo de verdad —como diría Freud— en esta técnica que
sesivo a la realidad opera contra el necesario proceso de regresión en el oscila tanto desde la más profunda regresión hasta la adultez más es­
setting, sin com prender que ese engañoso recurso a la realidad lleva en si plendida.
mismo la marca de la regresión.
Pocos dios antes de las prim eras vacaciones la analizada robó dos
libros y el analista 1C prestó a devolverlos, lo que la analizada acepto muy
agradecido. 7. La falta básica
Bn la leguttdb fnuc, que se inicia después de las vacaciones, y d u ra 1S
mese*, sobreviene un periodo de regresión gradual y controlada que la A partir de la técnica activa (Ferenczi, 19196, 1920) y de los princi­
analizada tie^ ibíft conio estado de no ser nada, y del que se recuperó. pio* de la relajación y la neocatarsis (Ferenczi, 1930), se desarrolla la lar­
Bii Ot* fecundo 4rto de an¿Usis la paciente empezó a entender cómo gii y pi o funda investigación de Michael Balint, que culmina en The basic
se repetían tu» одиШсЮя Infantiles en su matrim onio y su análisis. Se de­ (null (1968).
cidió a estudiar y el ittm llltR también aquí le dio ayuda concreta indicán- ( 'orno W innicott y en realidad como muchos otros autores, tam bién
Balint divide a los analizados en dos categorías, los que alcanzan el nivel en muchos aspectos de la de W innicott, en cuanto elude todo m anejo de
edipico genital y los que no lo lograron. la regresión, e inclusive de la que proponía en sus trabajos de los años
En el nivel edipico del desarrollo analista y analizado disponen de un trein ta.8 Aqui todo lo que el analista «hace» es tolerar la regresión del
mismo lenguaje: la interpretación del analista es una interpretación para analizado, sin pretender superarla con interpretaciones o m anejos que
el analizado, más allá que la acepte o la rechace, lo satisfaga o enoje. tratan de restablecer su om nipotencia. Si esta actitud debe entenderse co­
Cuando opera la falta básica aparece una brecha entre analizado y mo un m om ento de recogimiento y respeto p or el analizado y por nuestra
analista, que Ferenczi (1932) señaló nítidam ente como una confusión de propia labor, entonces la propuesta de Balint sólo viene a agregar un gra­
lenguaje entre los adultos y el niño en su presentación al Congreso de no de filosófica m odestia a nuestra técnica de todos los días — ¡lo que no
W iesbaden en septiembre de 1932.6 es poco!— .
En el nivel edipico hay, pues, un lenguaje común entre el sujeto y los
otros, que tiene que ver con una relación triangular, tripartita, con dos
personas y no una. En el complejo de Edipo propiam ente dicho esta
triangularidad tiene sus referentes en el padre y la madre; pero tam bién
se la encuentra en las etapas pregenitales, donde la leche o los excremen­
tos constituyen ese elemento tercero. U na característica definitoria de es­
ta etapa es que está ínsitamente ligada al conflicto.
Las características principales del otro nivel, el de la falta básica, es
que todos los acontecimientos que en ella tienen lugar trascurren entre
dos personas, no hay un tercero, no hay conflicto y el lenguaje adulto es
inútil cuando no erróneo . 7
Balint piensa que el análisis opera con dos instrum entos básicos e
igualmente im portantes, la interpretación y la relación de objeto; y, co­
mo se puede deducir de su propio argum ento, en el nivel de la falta básica
el factor realmente operante es la relación de objeto. Surge entonces el
interrogante sobre qué clase de relación de objeto habrá de ofrecer el
analista al analizado para reparar la falta básica.
Balint piensa que, para alcanzar ese tipo de relación de objeto que re­
quiere la falta básica, el analista debe responder a las necesidades del
analizado no con interpretaciones o palabras sino más bien con algún ti­
po de conducta actuada, que ante todo respete el nivel de regresión del
analizado a un área donde el hablar y las palabras carecen de sentido. El
analista se tiene que ofrecer como un objeto que pueda ser catectizado
por el am or prim ario. E n este punto, pues, la m ayor virtud del analista es
estar allí sin interferir. El analista debe renunciar por com pleto a su om­
nipotencia, p ara alcanzar una posición igualitaria con su analizado, don­
de la interpretación, el m anejo y la experiencia emocional correctiva son
igualmente extemporáneos. No debe olvidarse que en el área de la falta
básica no hay conflicto y, por tanto, n ad a hay que pueda resolverse.
La técnica de Balint, que acabo de reseñar sucintamente, difiere

4 Ferenexl m orirli poca deipué), el 25 de mayo de 1933, a los 60 años.


7 « Tht ch ty charwterlstlct o f the level o f the basic fault are л) all the events that hap­
pen In Hbtlong to an txtlutlvely two-person relationship - there is no third person present;
b) Chit two-p*non («iattonihlp ti o f a particular nature, entcrely different from the well*
known human tflttloiu h lp i of the Oedlpal level; c) ¡he nature o f the dynamic force opera-
ling at thU In ti it not that Vtfe conflict, and d) adult lan$ucge is often useless or misleading
Ut des&lbln$ tvtn lt e l thb hint, beteutr words have not always an agreed con ventional me' * V éue, por ejem plo, « Early development states o f the ego. Prim ary object love» {¡mo-
anUig* 1961, p ip . 1ft T). fri. IV17; International Journal, 1949),
de la regresión curativa y dijimos tam bién que no es, por cierto, una teo­
42. Angustia de separación y ria inatacable. Si bien ninguna teoria científica lo es, la idea de que es ne­
proceso psicoanalítico cesario regresar a las fuentes para tom ar desde allí un camino nuevo y
distinto, plantea problem as a nivel de la teoría y la praxis, e inclusive no
sé si a nivel de la ética. Discutí todo esto en el capítulo anterior y dejé allí
fijada mi posición personal, aceptando también que el tem a debe quedar
abierto porque, a mi juicio, el problem a no está decididamente resuelto.
Con respecto a W innicott, el autor que más brillantemente ha de­
sarrollado esta teoría, es evidente que establece una diferencia entre los
pacientes en quienes está afectado el desarrollo emocional prim itivo (y en
1. Resumen e intioducción los cuales se debe recurrir a algún tipo de m anejo) y los pacientes que lle­
garon a la etapa de concern, equivalente a la posición depresiva de M ela­
Venimos de una discusión interesante en la que intentam os establecer
nie Klein, o alcanzaron la situación triangular, donde es perfectam ente
algunas relaciones entre el proceso psicoanalítico y la regresión.
aplicable la técnica clásica.
Comenzamos exponiendo la teoría de que la regresión es función del
En todos sus trabajos, pues, W innicott reduce el m anejo —sea este lo
proceso y llamamos regresión terapéutica a esta explicación de los psicó­
que fuere— a un grupo reducido de enferm os. En qué consiste ese m ane­
logos del yo, según la cual el entorno analítico condiciona un proceso
jo es ya más difícil de decidir. Se puede responder de distintas m aneras, y
regresivo que es condición necesaria para abordar al paciente en el trata­
no creo estar del todo equivocado si afirm o que el mismo W innicott vaci­
miento psicoanalítico. Señalé que esta tesis es cuanto menos discutible y
la. Hay mom entos en que por m anejo, sugiere algo que sería común a
para mí equivocada. Muchos autores piensan como yo que la regresión la
todos nosotros; en otros el m anejo se parece a la realización simbólica de
da la psicopatologia del paciente y no el setting analítico, aunque no
Sechehaye y da la sensación de haberse apartado mucho de la técnica clá­
siempre se tom aron el trabajo de afirm arlo y de fundam entarlo. La críti­
sica.
ca que puede hacérsele a la teoría de la regresión terapéutica de los psicó­
logos del yo cabe en una pregunta ingenua y simple: ¿por qué si la in­
terpretación es capaz de desm oronar las defensas no es también capaz de
m odificarías? Esta crítica, hecha a partir de sus mismos argum entos, es
2. El concepto de holding
difícil de contestar para los psicólogos del yo. R apaport, que yo sepa,
nunca se la planteó. Si la interpretación puede lo más, tam bién debe po­
En este capítulo vamos a tom ar otro tema de discusión, ligado al an ­
der lo menos.
terior pero radicalm ente distinto, estudiando el proceso analítico en fun­
T ratam os después de contraponer a la regresión terapéutica (o regre­
ción de lo que lo sostiene, y de lo que lo hace posible. Si bien las teorías
sión en el setting, como también se le llama), otro concepto en que
discrepan en m uchos aspectos, la idea de que el análisis debe prestar al
la regresión se concibe com o un proceso curativo. Es una concepción
paciente determ inadas condiciones para que pueda analizarse, es algo
diam etralm ente opuesta a la anterior, porque si en aquella el setting in­
que está en todas ellas y que todas aceptan, porque en verdad es incues­
ducía en el analizado un proceso regresivo del cual al final el tratam iento
tionable. A hora el concepto de regresión ya no nos interesa; solam ente
lo va a curar, en esta el proceso de regresión se da gracias al setting y
nos im porta ver qué elementos del encuadre prestan al proceso el m arco
es esencialmente curativo, como un movimiento espontáneo hacia la cu­
natural de contención para que pueda desenvolverse.
ración, Entre los autores que defienden esta idea hemos estudiado espe­
El tema que nos va a ocupar está ligado a una modalidad de la angus­
cialmente a W innicott; pero tam bién Balint, Bruno Bettelheim y otros
tili, que es la angustia de separación tal como Freud la estudia en Inhibi­
piensan que el proceso de regresión es altamente curativo. Un trabajo de
ción, síntoma y angustia en relación con la ausencia del objeto (m adre), y
Bettelheim se llamo «Regression as progress» (1972) para subrayar que
de cóm o esta angustia deja una huella profunda en el proceso analítico.
lo que llamamos regresión es en ùltim a instancia un proceso progresivo.
I u! como nosotros lo concebimos, el proceso analítico trata de ser en al­
V&Ic la pona icfiolttr aquí que lo que dice este artículo no es idéntico a lo
guna Forma isom órfico con la realidad, y, entonces, esta angustia de se-
que lOItlcne Winnicott, ni a las propuestas de Balint con su idea del new
¡)iiración no es más que un tipo especial de modalidad vincular en la cual
beginnittjl prlm&ro (1937; 1952) y después (1968) de la falta básica; pero,
f l sujeto necesita que haya alguien a su lado. Si la angustia de separación
de todo* nitxJoi, tu Iclcn de que el proceso de regresión lleva en si el ger­
MUtc y se hace sentir en la situación analítica, entonces el analista tiene
men do 1a «u u et commi ft todo* estos autores; y, consiguientemente, el
Ш1в doble tarea, la d e prestarle una base de sustentación y al mismo tiem ­
anallitfi tlen*! цш jrijiom: y no interferir este movimiento.
po finalizarla.
Pant dlftmguirte* tí* 1a Otte, agrupamos a estas teorías bajo el rubro
Este es el tem a que nos va a ocupar en los capítulos que vienen, empe­ del m undo interno. Gracias a estos trabajos podem os interpretar la
zando por los aportes que hizo Meltzer al tem a siguiendo las ideas de angustia de separación más precisa y limpiam ente. E n general, las
Klein sobre la identificación proyectiva. A renglón seguido hablaremos interpretaciones en esta área no siempre se hacen en el nivel correcto. P o r
de otro Meltzer, el que parte de los estudios de Esther Bick sobre la piel y lo general, el analista novel tiende a ubicarse en un plano de m ayor
de los niños autistas. Después, en otro lugar, tratarem os de ver có­ integración del que en realidad tiene el paciente. Le dice, por ejem plo,
m o la teoría del holding de W innicott (o de la angustia de separación en que lo echó de menos el fin de sem ana y esa interpretación es a veces muy
general) puede adquirir un nivel de abstracción m ayor en las ideas de optim ista porque implica que el analizado es capaz de discrim inar entre
continente y contenido de Bion. La m oraleja del tema que hoy iniciamos sujeto y objeto. Lo más frecuente, sobre todo al comienzo del análisis,
será, finalmente, que la tarea del analista consiste, en buena medida, en es que la angustia de separación quede negada reforzando el narcisismo,
detectar, analizar y resolver la angustia de separación. Digamos desde ya que es la gran solución para todos los problem as. P o r esto dice Meltzer
que este proceso se da en todos los ciclos del análisis: de sesión a sesión, en los primeros capítulos de The psycho-analytical process que la identi­
de semana a semana (donde tal vez más lo podemos captar y donde Zac ficación proyectiva masiva es la defensa soberana contra la angustia de
hizo contribuciones relevantes), en las vacaciones y, desde luego, al final separación.
del tratam iento; y agreguemos que las interpretaciones que tienden a re­ E n los casos extremos, los que Meltzer estudió en su trabajo sobre la
solver estos conflictos son decisivas para la m archa del análisis y no masturbación anal y la identificación proyectiva de 1966, puede apreciarse
siempre sencillas de form ular. El analista a veces no comprende en toda u na estructura cuasi delirante, que tiene que ver con la pseudom adurez 1 y
su m agnitud este tipo de angustia y el paciente, por su parte, está total­ configura un grave problem a psicopatológico. En la pseudomadurez se re­
mente decidido a no com prenderla en cuanto para él asum irla lo lleva a curre a identificaciones proyectivas muy enérgicas que perturban la reali­
una situación de peligrosa dependencia del objeto, del analista. De modo dad y la autonom ía de los objetos internos para negar la angustia de sepa­
entonces que la posibilidad de interpretar con acierto la angustia de sepa­ ración en un tipo de funcionamiento prácticamente delirante.
ración es siempre reducida, lim itada. Los pacientes nos dicen con fre­ La eficacia de la identificación proyectiva m asiva para dar cuenta de
cuencia que las interpretaciones de este tipo les suenan rutinarias y con­ la angustia de separación reside, justam ente, en que la parte angustiada
vencionales; y muchas veces tienen razón, porque justam ente si hay algo del self se coloca resueltamente, violentamente en un objeto (externo o
que no se puede interpretar rutinariam ente son las angustias de separa­ interno). De esta m anera el analizado se presenta libre de angustia y nin­
ción: no es algo convencional sino lleno de vida. Cabe advertir tam bién, guna interpretación será operante mientras no logremos revertir el proce­
sin embargo, que es cuando se logran las mejores interpretaciones sobre so de identificación proyectiva. Si interpretam os sin tener esto en cuenta,
las angustias de separación que los pacientes más las resisten y más vehe­ lo más seguro es que demos la cabeza contra un m uro: el muro de la iden­
mentemente opinan que son convencionales. tificación proyectiva donde rebota nuestro esfuerzo. En realidad, esas in ­
Este fenómeno clínico es más notorio para el analista experimentado, terpretaciones no son sólo ingenuas sino también im prudentes y equivo­
esto es para quien ha aprendido a interpretar con acierto y a tiempo la an­ cadas, porque si el analizado metió dentro de mí o de su m ujer la parte
gustia de separación. Los que están todavía en el proceso de aprendizaje suya capaz de sentir el vínculo de dependencia, que yo le diga que me
no siempre lo advierten y a veces se desaniman por las críticas tercas y de­ cehó de menos es totalm ente falso: no me echó de m enos porque hizo al-
safiantes del analizado, como se observa en el proceso de supervisión. цо justam ente para no tener que echarme de menos.
Este fenómeno puede explicarse de varias maneras: por tem or a la de­ Lo que Meltzer nos enseña es que este tipo de dificultades sólo se
pendencia y a repetir los traum as de la infancia; porque hiere el narcisis­ puede resolver atendiendo a la alta complejidad de un proceso que a ve-
mo y la megalomanía del que se creía independiente y por envidia. Consi­ vcs adquiere un sesgo delirante, donde la confusión sujeto-objeto es muy
dero que todas estas alternativas existen y que entre ellas la envidia al lirunde y está al servicio de negar la angustia de separación.
analista como objeto que está presente y acompaña tiene un peso que no lin resumen, en cuanto movilizan mecanismos yoicos prim itivos, las
puede dejarse de lado. angustias de separación pueden utilizar la m asturbación anal p ara ejecu-
tur un acto que responde a un modelo de intrusión en el objeto que, en
(iltima instancia, pone al sujeto a cubierto de esa amenaza. U na vez que
№ ha consum ado este tipo de defensa, tendremos qüe ponernos a «bus-
3. Identificación proyccliva y angustia de separación « u » u nuestro paciente, com o dice Resnik (1967), perdido en un lugar del

A hora vuiiKll ûtnipatnc» de los autores que, como Meltzer y Resnik, 1 Meltzer llam a pseudom adurez a un conjunto d e hechos feriomen alógicos que c o rn a ­
interpreten Id ringttltlft lie reparación desde la teoría de la identificación tili) clínicamente con el fa lso s e l/ de W innicott y con h as i f personality de H elene D eutieh
proyç&iv* y I» ijltt lu üuhvncc, una teoria del espacio m ental, del espacio (IM I) y e lo que Karen H orney llam ara la imagen idealizada d el se lf en N eurosis a n d Лм*
men tra w th 11950).
infinito espacio donde lo encontrarem os dentro del objeto en que se me­ Creo que este concepto de la m asturbación como expresión de los ce­
tió; prim ero tendremos que encontrar al analizado y entonces traerlo a la los y sobre todo de la envidia es un rasgo distintivo de los analistas
sesión. Sólo entonces podremos hacer una interpretación en el aquí y kleinianos. La polémica siempre viva sobre si hay que interpretar de
ah ora porque, evidentemente, si el paciente no está «aquí», de nada vale entrada la trasferencia negativa remite en últim a instancia a cómo y
hacer una interpretación hic et nunc. cuándo se instalan las angustias de separación y a sus contenidos.
Es interesante rem arcar que estos mismos mecanismos operan tam ­
bién en los casos menos severos, esto es, las neurosis, donde deben ser
igualmente interpretados .2
5. Angustia de separación, tiempo y espacio
Más allá de los casos extremos que Meltzer describe com o pseudoma-
4. Papel de la m asturbación anal en la angustia de durez, puede afirmarse que siempre que se interpreta sobre la base de los
separación mecanismos de identificación proyectiva se está tocando no sólo la pseu-
dom adurez del paciente sino también su om nipotencia y su narcisismo.
Que la m asturbación es el remedio más usado para vencer la soledad P or consiguiente, es muy posible que el paciente responda colocándose
y los celos frente a la escena prim aria es algo que todos aprendim os de los por encima del analista para negar la dependencia. Hay que afinar enton­
analistas pioneros; pero, a partir del trabajo que Meltzer presentó al ces el instrum ento analitico para detectar en esa respuesta los indicado­
Congreso de A m sterdam , «The relation o f anal m asturbation to projecti­ res, a veces muy sutiles, que nos perm itan desbaratar esa defensa.
ve identification » , 3 el vínculo entre soledad, angustia de separación y Resnik procura dar respuesta a algunos de estos interrogantes con su
m asturbación adquiere otro significado, más profundo y complejo. énfasis en el espacio de la situación analítica. U na cosa es que yo le hable
M eltzer sostiene allí que la m asturbación anal tiene una relación íntim a e de la Russell Square a mi analista y otra cosa es que le hable desde allí. Si
ínsita con la identificación proyectiva: en el m om ento crítico de la sepa­ esto último es lo que ocurre, las posibilidades que tiene mi analista de co­
ración, el niño que ve a su m adre alejarse dándole la espalda, identifica el municarse conmigo son tan lejanas como la herm osa plaza frente al M u­
pecho con las nalgas de la m adre y estas con las propias; empieza enton­ sco Británico.
ces una actividad m asturbatoria en que introduce sus dedos en la am polla El aporte de Resnik es por esto interesante, en cuanto nos advierte
rectal, y así la m asturbación anal se convierte en el modelo de la identifi­ que, en casos como este, si queremos instrum entar m ejor nuestra técnica,
cación proyectiva. En pacientes no extraordinariam ente perturbados, no 1» prim ero que tendríamos que hacer, por de p ronto, es decirle al pacien­
claramente psicóticos, la m asturbación anal tiene un carácter críptico. Es te algo que lo pueda «traer» de la plaza al consultorio.
p o r esto que si el analista quiere integrar este cuerpo de teoría a sus in­ La identificación proyectiva implica por definición una concepción
terpretaciones sobre la angustia de separación tiene por fuerza gue detec­ del espacio; pero tam bién puede decirse que es a través de la identifica­
tarlo en el m aterial de los sueños o de la fantasía: la m asturbación genital tion proyectiva que se va adquiriendo esa noción. Problem a difícil que
es en general más manifiesta que la anal, lo que no implica que la des­ Resnik trata de resolver diciendo que no hay que confundir la identifica-
cuidemos al interpretar la angustia de separación. \ ión proyectiva, que ya supone un reconocimiento del espacio, con las
La teoría de la identificación proyectiva que emplea Meltzer sigue t»tolongaciones narcisistas al espacio extracorpóreo, que él considera co­
desde luego la tradición de los primeros trabajos de Melanie Klein, cuan* tilo un proceso previo a la identificación proyectiva. És decir que Resnik
do esta autora sostenía la universalidad del proceso de m asturbación y iMingue dos procesos: el de la identificación proyectiva propiam ente
recalcaba que la culpa que la acom paña está siempre ligada a los impul» tllrha y un proceso anterior, que caracteriza como seudópodos, en el sen­
sos agresivos contra los objetos. De este modo, al interpretar la angustia tido de que el seudópodo no implica conocer el espacio porque está
de separación hay que prestar atención no sólo a lo que se proyecta sino b font to del sujeto. Esta tepría de Resnik, ingeniosa pero discutible, parece
las consecuencias de la proyección. No es m eramente por la necesidad dt* *|Uf vuelve a la concepción clásica del narcisismo prim ario. A unque Me­
aliviar la atiguttla de separación que uno se mete en el objeto sino tam­ linite Klein no lo diga taxativamente, su teoría de la relación de objeto es
bién por motiven agresivos, para borrar las diferencias entre sujeto y ob» Ul!lll>l6n una teoría del espacio y, en este sentido, pretender que al comíen-
jeto. I*ft egresión, la envidia y los celos siempre participan del proceso» « i no hay espacio significa que tampoco hay objeto. Veremos más ade-
ttiHíP que al mismo tipo de problem as se ven enfrentados Bick y Meltzer,
itwmdo sostienen que prim ero es necesario crear un espacio p ara que cn-
1 V o lv tt* n i(i* in if ttm » « t un v ipliuto próximo, al hablar de las confusiones geogtttt
• м . IHIU'FI pueda operar la identificación proyectiva. Y o pienso en este punto
1 Я* publktk »ft «1 tüimñethUMi Journal de I<W>é. 1ф№> l i teorie de la identificación proyectiva se debe aceptar tal com o la
form uló Melanie Klein, como una teoría que lleva incluido el concepto d ò n proyectiva fue para la escuela kleiniana sinónimo de identificación
de relación de objeto que es inseparable del espacio, o si no abandonarla narcisistica. De esta form a, los dos tipos de identificación que Freud
p o r las teorías que parten del narcisismo prim ario. describe en E l y o y el ello (1923¿), la identificación prim aria y la identifi­
Este arduo problem a tam bién se plantea en un trabajo reciente de cación secundaria a un proceso de duelo, quedan hom ologados y subsu-
León y Rebeca Grinberg (1981) al estudiar las «M odalidades de rela­ midos en los de identificación introyectiva y proyectiva, Pero cuando
ciones objetales en el proceso analítico», donde las nociones de espacio y Esther Bick escribe en 1968 ese brevísimo trabajo de tres hojas que se lla­
tiempo ocupan un lugar destacado. U na mención especial merecen las ma «The experience of the skin in early object-relations» se abre un
reflexiones de los Grinberg sobre el vínculo denom inado por Bion «oí- nuevo panoram a.
one-m ent con el devenir O », un estado de unificación con O , que replan­ Bick propone allí, efectivamente, un nuevo tipo de identificación nar­
te a fuertem ente, hasta donde yo lo puedo entender, la hipótesis de un cisista y por consiguiente de relación de objeto, lo que implica una ruptu­
narcisismo prim ario. ra con lo que hasta ese m om ento se entendía a partir de la teoría de la
identificación proyectiva.
La idea básica del trabajo de Bick es que, más allá de la corporalidad
del objeto (es decir, postulando que el objeto tiene profundidad), hay
6. La identificación adhesiva otro tipo de identificación narcisista, m uy narcisistica si cabe la expre­
sión, en cuanto la superposición de sujeto y objeto es muy grande, en la
Los trabajos que discutimos en el parágrafo anterior se basan funda­ cual la idea de «meterse dentro» queda remplazada por la de ponerse en
mentalmente en la relación entre las angustias de separación y la identifica­ contacto. Este proceso —sigue la autora— es muy arcaico y aparece
ción proyectiva. Tanto Resnik como Meltzer son analistas que conocen siempre vinculado a un objeto de la realidad psíquica equivalente a la
profundam ente a Melanie Klein, siguen sus enseñanzas y operan conti­ pie!. Inicialmente el self se vivencia como partes necesitadas de un objeto
nuamente con la teoría de la identificación proyectiva. Ya vimos que Res­ que las contenga y las unifique, y este objeto es la piel como objeto de la
nik, sin embargo, piensa que hay algo antes que la identificación proyecti­ realidad psíquica. Este objeto piel debe ser tem pranam ente incorporado,
va (seudópodos mentales) que discutimos brevemente. Vamos a ver ahora porque si y sólo si se cumple esta incorporación pueden funcionar los me­
que también Meltzer, en un momento dado de su investigación, siente lo canismos proyectivos: mientras no haya un espacio en el self, dichos
mismo, que el desarrollo no comienza con la identificación proyectiva. Y mecanismos por definición no pueden funcionar (Bick, 1968, pág. 484).
creo que también los Grinberg se inclinan a una idea semejante. Como dice la misma E sther Bick en su perdurable trabajo, el aspecto
D urante muchos años la idea de identificación proyectiva ha ver­ continente de la situación analítica reside especialmente en el encuadre
tebrado el pensamiento todo de la escuela kleiniana y ha influido en las V por tanto la firmeza de la técnica en esta área resulta crucial (ibid.,
otras tal vez más de lo que parece. Quien más la ha usado, sin duda, pûg. 486).
dentro de los psicólogos del yo es O tto Kernberg (1969), quien puede Este trabajo plantea, entonces, la im portancia del encuadre psicoana-
discrepar con Klein en muchos aspectos pero la conoce y la respeta. luico y su firmeza en el proceso de desarrollo que es la cura analítica, te­
A partir de la introducción de este concepto en el trabajo sobre los niendo en cuenta que el análisis es una relación, y que esta relación no es
mecanismos esquizoides de 1946, la escuela kleiniana consideró a la iden­ continua sino discontinua. E n el proceso psicoanalítico hay, evidente­
tificación proyectiva como un prototipo que podía válidamente contra* mente, interrupciones, muchas interrupciones. La interrupción por las
ponerse a la identificación Íntroyectiva. P ara algunos autores este des­ vtcuciones, las reiteradas interrupciones del fin de semana y la peor de
cubrimiento m arca el cénit de la creación de Klein y justifica considerarle todas quizá, la que sobreviene de día en día, que significa una diferencia
un genio, no simplemente una investigadora de prim era línea como ttr ÍO minutos contra 23 largas horas.
otros. Es conveniente subrayar que la idea de identificación proycctive 1л novedosa teoría de la identificación adhesiva, que empieza con el
propone tam bién un concepto revolucionario de narcisismo, dado que Uahujo de Bick, se desarrolla y se expande después en el libro de M eltzer
son partes del self las que (junto con impulsos y objetos internos) se colo* y wis colaboradores, John Brenner, Shirley Hoxter, Doreen Weddell e Is-
can en ol objeto. Con este objeto m antiene el self una relación, en cuanto iH Wittenberg (1975) sobre el autism o, lleno de sugerencias, exploración
de alguna oscuro manera reconoce estas partes com o propias. Q ueda aif tUtlit¿ de los orígenes. A dónde van a llegar y a dónde nos van a llevar es-
definida ш т confusión entre sujeto y objeto o, si se prefiere, un tipo de im investigaciones, que de hecho plantean la posibilidad de una nueva
relación do objeto (¡onde hay un fuerte componente narcisista. Es decir, (W I lu del desarrollo, no es algo que tenga que discutirse en este libro,
una vea цт» yo tío puwtu algo mio on el objeto, mi relación con él se ro* |toi(iuc es más un problem a de la psicología evolutiva que especificamen-
fiere en p trtt я ml iniimn, № clr la técnica, si bien tam poco podemos eludirlo con una verónica
Durant# m unira (ШМ, dice Meltzer ( 1975), el concepto de identiflH* lltttmlológica.
Deseo señalar en este punto la notable coincidencia de estos trabajos de fenòmeno descripto por muchos autores, como Helene Deutsch (да i f
la escuela inglesa con las investigaciones de Didier Anzieu (1974) sobre le personality), W innicott (pseudoself), Bleger (personalidad fáctica), Melt­
moi-peau (el yo-piel). Con un soporte teórico distinto, Anzieu señala la bá­ zer (pseudomadurez). Cuando varios autores de distintas formas de pen­
sica importancia de la piel en el desarrollo tem prano y lo pone bellamente sar describen un mismo fenómeno es porque están viendo algo que exis­
en relación con el baño de palabras con que la madre envuelve al infante. te, que es universal. Lo que caracteriza a estos pacientes es una nota de
Si bien la teoría es la misma, las consecuencias técnicas varían notablemen­ inautenticidad que lleva a pensar que el proceso de identificación se hace
te, y allí donde la inglesa deriva la necesidad de un setting-piel firme, el realmente en form a superficial. Seduce pensar que esta superficialidad
francés se inclina por una actitud más tolerante y complaciente. corresponde al proceso dinámico de la identificación adhesiva; pero
En Explorations in autism (1975), cuando retom a el problem a de la podría no ser así. Ya hemos recordado que el mismo Meltzer introdujo el
identificación adhesiva, Meltzer habla de cuatro tipos de relación de ob­ concepto de pseudom adurez en su trabajo de 1966 y lo hace derivar de la
jeto, que son tam bién sendos tipos de concepción del espacio, de lo que él identificación proyectiva con los padres internos.
llama dimensionalidad, que tiene una historia, un desarrollo. Hay para De cualquier forma, todas estas teorías apuntan a un tipo especial de
Meltzer un espacio unidimensional que se define com o y por el impulso, reacción, que se caracteriza p or su inautenticidad. Su valor clínico es
que llega, toca y se va. Tiempo y espacio se funden en una dimensión li­ muy grande porque nos d a elementos preciosos para com prender a un ti­
neal del self y el objeto, en un m undo radial com o la am eba y sus seudó- po de pacientes. Sin estas teorías es más fácil reaccionar mal frente a
podos. Los objetos son atractivos o repelentes y el tiempo no se distingue ellos, con desprecio o con rabia, por ejemplo. Si un analizado se identifi­
de la distancia, un tiempo cerrado mezcla de distancia y velocidad. El ca conmigo por un detalle nimio de mi indum entaria es posible que me
m undo del autista es para M eltzer de este tipo, unidireccional y sin men­ sienta más molesto que si lo hace con un rasgo de mi carácter; pero en
te, una serie de eventos no disponibles para la memoria o el realidad en ambos casos está expresando una form a de identificación y
pensam iento.4 nada m ás. Los dos son procesos que deben ser comprendidos y no juzga­
El espacio bidimensional, el de la identificación adhesiva, es un espa­ dos axiológicamcnte.
cio de contactos, de superficies, tal vez el que Freud tiene in m ente en El Es necesario señalar que, frente a un material clínico determ inado
y o y el ello cuando dice que el yo es una superficie que contacta con otras deberemos siempre discriminar el tipo de la identificación, adhesiva, p ro ­
superficies. La significación del objeto depende de las cualidades sen­ yectiva o Íntroyectiva. P or otra parte, y com o siempre, el contenido m a­
suales que pueden captarse en su superficie, con lo que el self también se nifiesto del materia] nunca será lo decisivo. El mismo acto, el mismo sím­
vivencia como una superficie sensitiva. El pensamiento no puede de­ bolo pueden expresar distintos niveles del proceso. Recuerdo un paciente
sarrollarse en cuanto falta un espacio dentro de la mente «en el cual pu­ de hace muchos años que, a poco de iniciar su análisis, empezó a usar
diera tener lugar la fantasía com o una acción de ensayo y, por ende, chaleco, como yo. Unos años más tarde, sin embargo, el chaleco repre­
como un pensamiento experimental» (Explorations in autism, pág. 225; Explo­ sentaba para él el pecho y entonces el proceso tenía otro sentido. En estas
ración del autismo, pág. 199). Aquí Meltzer coincide notablemente con lo que difíciles tareas de discriminación, lo que tal vez más nos ayuda es, yo
sostiene Arnaldo Rascovsky desde que publicó en 1960 Elpsiquismo fetal. creo, una vivencia de contratrasferencia, cuando se siente que la identifi­
Después está el espacio tridimensional, donde dom ina la identifica­ cación es muy inautèntica o muy ingenua.
ción proyectiva y que surge una vez que el objeto se ha vivenciado como Finalmente, hay un espacio tetradimensional que incluye la noción de
resistente a la penetración y se constituye el concepto de orificios en el tiempo, que está vinculado a la identificación Íntroyectiva, es decir a la
objeto y en el self. El objeto se trasform a así en tridimensional y conti­ idea de que el tiempo pasa y no vuelve, como dice el tango. En este nivel
nente y el self adquiere también la tercera dimensión al identificarse con del desarrollo opera un nuevo tipo de identificación que Freud descubrió
él. El tiempo es ahora oscilatorio en tanto se concibe a través de la fantasía V describió en E l yo y el ello (la identificación Íntroyectiva de Klein?), que
de entrar y salir del objeto mediante la identificación proyectiva. «El yn no es más narcisita en cuanto se funda en una concepción del espacio y
tiempo, que no se podía diferenciar de la distancia en la unidimensional!* fl tiempo que reconoce la existencia y la autonom ía del objeto.
dad de lo desmentalización y que había adquirido cierta vaga conti* Las ideas de Bick y Meltzer son atractivas y directamente aplicables a
nuidnd o eircularldad al moverse de un punto a otro en la superficie dol rtcitns configuraciones del proceso analítico. En este sentido son útiles
mundo blcllmcniiloiial, comienza ahora a tener una tendencia direccional « i la práctica del consultorio, como he procurado mostrarlo en u n tráb a­
propia, un movimiento inexorable de adentro hacia afuera del objeto» lo que escribí con N orberto Bleichmar y Celia Leiberm an de Bleichmar
(pág. 226; i»Áii> 200). ¡mee algunos añ o s.5 A veces la cualidad del proceso identificatorio páre­
1л ldotttirfceckta adheiilvn viene a ofrecer una nueva explicación a un le1 advertirnos de que el analizado no busca meterse dentro del objeto si-

* C om pites» !и ijt№ itk f H nnlk tir loi (ruiJApoUos. ' «I’l lucho com o superficie de contacto» (1979).
no estar en contacto con él mediante una conducta im itativa, ingenua y está en mi m ente” o que “ el m ar está en mi m ente” (no que tengo la im a­
mimètica. Esto resultaba particularm ente claro en el caso presentado al gen de la plaza o del m ar), estoy negando la distancia que es tam bién ne­
Simposio sobre Sueños en 1979. Se trataba de una joven de 22 años afec­ gar la pérdida y la ausencia. Porque sólo puedo tener una imagen del m ar
tada de una dermatosis severa y con im portantes problemas psicológicos. cuando no está el m ar propiam ente dicho, cuando reconozco su ausen­
Su historia clínica sugería fuertemente un período de autism o infantil y cia. En este punto, las ideas de Resnik se em parentan con la teoría del
sus relaciones de objeto'fueron siempre adhesivas, superficiales y versáti­ pensamiento de Bion (1962o y b) así como con los trabajos de H anna Se­
les. Este tipo de vínculo aparecía en el análisis de varias m aneras pero gal (1957, 1978) sobre el simbolismo. Bion dirá que la Russell Square que
singularmente en el relato de los sueños utilizado como una superficie de está en la mente no puede ser procesada com o elemento alfa sino simple­
contacto con el analista, donde el sueño contado representaba exacta­ mente como elemento beta.
mente lo que Bick llama segunda piel, es decir un fenómeno que rempla­ Hay sin duda cierta diferencia entre la noción de espacio categorial y
za el contacto verdadero por otro postizo, artificial. Esta form a de casi ontològico de los existencialistas y el espacio que estudian Meltzer,
contacto provocaba reacciones contratrasferenciales de rechazo, hasta Resnik y más recientemente los Grinberg. El espacio al que se refieren
que la tarea interpretativa se centró en los intentos de la analizada de vin­ nuestros autores deriva de una teoría de las relaciones objetales que no se
cularse vía identificación adhesiva, con lo que cambió notoriam ente la pronuncia sobre las categorías de espacio y tiempo en las que piensa Kant
hasta entonces errática situación analítica. como formas a priori de la sensibilidad aptas para ordenar la experiencia.
La concepción del espacio que podría tener la am eba (de Resnik) debe
acercarse mucho a la del espacio unidimensional de Meltzer. Cuando la
experiencia consiste en emitir un seudópodo y retraerlo, la idea de espa­
7. Improvisaciones sobre las teorías del desarrollo cio debe ser lineal y la de tiempo estará por fuerza subsumida a la otra,
pues el tiempo es lo que tardo yo en emitir mi seudópodo y en retraerlo.
Las ideas que hemos estudiado en los dos últimos capítulos nos remi­ En conclusión, digamos que, en realidad, los procesos del comienzo
ten continuam ente desde las teorías del proceso analítico hasta las del de­ del desarrollo son muy difíciles de dilucidar, de aprehender. A medida
sarrollo; esto es a la psicología evolutiva, y más precisamente a la psico­ que nos acercamos a los orígenes más quedan los hechos subordinados a
logía evolutiva del prim er año de la vida. las teorías con que por fuerza tenemos que contemplarlos. Actualm ente
Freud fue capaz de elaborar una teoría del desarrollo infantil (el la solución se busca por otros caminos, la observación de bebés, la etolo­
com plejo de Edipo) a partir del análisis de hombres y mujeres adultos, a gia. Entre nosotros, José A. Valeros (1981) es el que más resueltamente
través de reconstrucciones y con su teoría de la trasferencia. Sus hipótesis ha difundido los nuevos estudios de observación del bebé, m ientras que
fueron después fuertemente apoyadas por los analistas de niños. Terencio Gioia ha aplicado lúcidamente los aportes de la etologia a la te­
A partir de su técnica lúdrica, M elanie Klein intentó reconstruir el de­ oría de los instintos (1977, 1983a) y a la explicación del desarrollo psí­
sarrollo tem prano, m ostrando que los instrumentos analíticos pueden quico tem prano (1983b). Yo los considero enteramente válidos pero no
darnos inform ación de los tiempos m ás remotos de la vida hum ana. P ara creo que vayan a resolver por sí solos los problemas y menos nuestros
seguirla o refutarla aparecieron después otros autores y otras investiga­ problemas, esto es los problem as de la ciencia psicoanalítica. Tendremos
ciones y de algunas de ellas, por cierto no de todas, nos hemos ocupado цие aplicarlos en nuestra área cuidadosamente, sin dejar nunca de pensar
en estos capítulos y en los correspondientes a la trasferencia tem prana. uue los problemas del psicoanálisis deben resolverse dentro del análisis,
Hemos expuesto algunas ideas de cómo se construye o se supone que aceptando desde luego con m odestia pero también con lucidez lo que nos
pueden construirse las nociones de espado y de tiem po en el niño. Si nos venga desde afuera. Lo que yo veo hasta ahora es que los psicoanalistas
atenem os a Bick y a Meltzer, tendríam os que pensar la noción de espacio utilizamos los nuevos estudios para llevar agua para nuestro m olino. Este
como una representación de características sui generis, com o alguna otra es el punto donde las discusiones terminan con un «yo pienso así».
cosa u objeto donde el resto de las representaciones quedan contenidas. Yo pienso que venimos program ados para percibir el espacio y el
Es lo que perece desprenderse de estos trabajos a partir de la descripdón iifm po, y que el tema a investigar es cómo opera la experiencia para que
inicial de Bick. ¿Tendremos adem ás que concluir que hay una evoludón w desarrolle esa noción del espacio y el tiempo que ya estaba potencial-
de lo unidimensional a lo tetradimensional? Son estas preguntas q u e no ttifiite en el código genético; pero dudo de que el desarrollo hum ano vaya
tienen una rcfpuetta cabal, temas que se están investigando. («mélicamente desde un m undo de una dimensión al de cuatro . 6
Resinili, por (U parte, con un pensamiento que yo veo próximo al de
Bion, nü» explica do qué modo pueden ingresar a la m ente las cosas como
ta la в condición de que concibamos la mente como un espacio donde '* v íase el recién citado trabajo con los esposos BleicKmar y el prólogo de la edición Ш -
pueden ublcari? с о ш . lin la medida que yo siento que "Russell Square tcllnnu del libro de Meltzer tt al. Exploración d tl autismo.

Ш
En general, cuando queremos dar cuenta de los orígenes caemos fácil­
mente en contradicciones. Así, por ejemplo, Bick sostiene que si no hay
Más allá de teorías y predilecciones, todos los analistas son testi­
una piel continente la identificación proyectiva funciona sin que nada la
pueda abatir, pero tam bién dice que la identificación proyectiva requiere gos contestes para afirm ar que el ritm o de contacto y separación propio
la creación previa de un espacio en el self. Es decir que dice dos cosas dis­ del proceso analítico influye grandem ente en la form a en que el analiza­
tintas: que si no se form a un espacio en el self mal puede funcionar la do se conduce. Esta influencia se ve más fácilmente con las vacaciones,
identificación proyectiva; que si no se form a ese espacio en el self conti­ luego con el fin de semana y por últim o de sesión a sesión. Son las tres
núa sin térm ino la identificación proyectiva. Cuando se refiere a este tra­ circunstancias provistas y previstas por el setting donde la alternativa del
bajo en su libro, Meltzer trata de salvar esta contradicción pero no sé si contacto y la separación se pone en juego.
lo logra. Yo creo que es una contradicción insoluble porque si sólo la Zac (1968) estudió detenidamente la form a en que aparece la angustia
introyección de un objeto-piel hace posible la creación de un espacio inte­ de separación en el fin de sem ana y las fluctuaciones que se observan a
rior, ¿dónde se aloja esa prim era introyección? m edida que trascurren las sesiones, así como también sus consecuencias,
La idea de la identificación adhesiva es valedera; pero ubicarla dentro lo mismo que la m anera y la oportunidad de interpretar.
de una teoría del desarrollo es difícil. Leonardo W ender, Jeanette Cvik, Natalio Cvik y G erardo Stcin
P ara Melanie Klein la identificación proyectiva inaugura el de­ (1966), por su parte, estudiaron con agudeza los efectos del comienzo y el
sarrollo. A mi juicio, esta teoría supone que el niño ya viene program ado final de la sesión en la trasferencia y la contratrasferencia. P ara estos
para captar el espacio y relacionarse con la m adre, viene con una precon- autores la sesión tiene un «precom ienzo», que es el lapso trascurrido des­
cepción de la m adre, como dicen Bion y Money-Kyrle. Esta tesis tiene, a de que paciente y analista tienen alguna percepción del otro (el llamado
mi juicio, una fuerte apoyatura etològica. del timbre, por ejemplo), hasta que se inicia form alm ente la sesión; y,
Iguales o similares dificultades, creo yo, se le plantean a Lacan y su asimismo, un «posfinal», que va desde que el analista da por term inada
palom a. Cuando introduce su fam osa teoría del estadio del espejo para la sesión hasta que cesa todo contacto con el paciente.
dar cuenta del narcisismo, Lacan (1949) se apoya en una referencia eto­ W ender et al. sostienen que en el «precomienzo» el analizado produ­
lògica: que la palom a ve su imagen en el espejo y ovula. Entonces él dice, ce y en alguna form a expresa la fantasía inconciente con que concurre a
y no sin razón, que el yo es imaginario y excéntrico, porque mi identidad la sesión, fantasía que se procesará durante la hora y que el «posfm al»
de palom a ovulante está dada por lo que veo ahí afuera —que es la recogerá para elaborar o tra fantasía, donde estará contenida la original y
m adre para el bebé, evidentemente—. El estadio del espejo, hasta donde su desarrollo en la sesión. El analista, p or su parte, producirá también al­
yo lo alcanzo a entender, está vinculado a la identificación prim aria de gunas fantasías que son el correlato de las otras. Son m om entos, pues, de
Freud como algo que es anterior a toda carga de objeto. Lacan usa ese tensión y regresión, donde el analista debe estar muy atento a sus fanta­
modelo del espejo, donde yo podría usar el de identificación adhesiva y sías (sus ocurrencias contratrasferenciales, diría Racker) y a todos los
proyectiva. Pero, de todos modos, ¿no está program ada la palom a para mensajes del analizado, que por lo general le llegarán por canales no ver­
ovular cuando ve a un individuo de su misma especie? F uera de toda du­ bales o par^verbales.
da, la palom a está program ada para ovular ante la visión y el reconoci­ En resumen, los autores aconsejan prestar m ucha atención a estos
miento de sus congéneres. La palom a no ovula cuando lo ve a Alain De­ momentos y advierten sobre el peligro de hacer más rígido el setting jus­
ion y menos a M arlon Brando. La conducta ovulatoria de la palom a está tamente para eludir la angustia.
incorporada a su genoma, a su información genética; pero no todas las Coincido plenamente con los puntos de vista de W ender et al., y la
especies ovulan cuando ven a su congénere. H ay, por cierto, muchas práctica me ha enseñado que fijar la atención en los movimientos de con-
otras formas de desencadenar la puesta ovular.. ¿Hay necesidad de d ed f tflcto y separación al comienzo y al final de la hora es sum am ente útil,
algo más? Yo no sé si es posible decir algo más, y no sé si es necesario más operante a veces que fijarse en las vacaciones o en el fin de sem ana.
ra el psicoanalista. No sé si necesitamos ver cómo empiezan las cosai, Me lo enseñó una enferm a cuyo material cantaba las angustias de separa­
porque algunas vienen fijadas ya filogenèticamente, para empezar. Lo ción al final de cada sem ana. Nunca jam ás, sin embargo, en varios años
otro seria un problem a de información genética, en qué m om ento se lid (le análisis me aceptó una interpretación de ese tipo. Como era de esas
incorporado al ADN una inform ación tal que le perm ita a la palom a, 0 ó Ш así-colegas de que habla Liberm an (1976b) en su trabajo al Congreso
lo que va в к г paloma, porque tal vez eso fue antes de ser paloma, y uno 9í de Londres y conocía las grandes teorías, siempre m e descalificaba por
paloma cuando la información genética le permite ovular en esta Гогшц klelniano. Afirm aba que yo insistía demasiado en ese punto. A pesar de
porque temblón cao significa que sólo si uno ovula puede tener palomo!. todo, yo volvía a interpretar, creo que adecuadamente, porque el m ale­
tín! me lo señalaba con nitidez, hasta que un día le interpreté la separa­
ción al final de la sesión. Esperé la crítica habitual de la enferm a, pero
ella me dijo sin hesitar que era asi, que era cierto. Entonces le repliqué, P ara Freud la angustia de separación es la contrapartida de la angus­
con toda ingenuidad, por qué aceptaba en ese m om ento que estaba an­ tia de castración. En Inhibición, síntom a y angustia se estudian dos tipos
gustiada porque se tenía que ir y cuando yo le interpretaba que lo mismo fundam entales de angustia: la angustia de castración que proviene de un
le pasaba el fin de sem ana me decía que no. «No, no diga pavadas», res­ ataque a la integridad corporal (la pérdida del pene), vinculada por defi­
pondió bruscamente. Sólo entonces com prendí, por fin, que parahélia la nición a una relación triàdica o triangular, es decir edipica; y la angustia
experiencia del fin de semana era tan abrum adora que no la podía elabo­ de separación, que florece en las etapas pregenitales y se liga a una si­
rar, no la podía aceptar: de día a día era viable; pero de viernes a lunes, tuación en que sólo intervienen un sujeto y un objeto. El objeto es prim e­
ya no. He aquí, dicho sea de paso, un buen ejemplo de una interpreta­ ramente la m adre; pero tam bién hay una relación diàdica con el padre.
ción clisé del fin de semana. C uando una persona ha recorrido con buen éxito el largo y espinoso ca­
De m odo pues que tenemos que interpretar las angustias de separa­ m ino que lo lleva a tener una relación diàdica realista con sus objetos pri­
ción como un aspecto im portante del proceso día a día, semana a sema­ mitivos de am or, cumple con uno de los criterios de analizabilidad de
na, en el m om ento de las vacaciones y, lógicamente, al final del análisis, Zetzel (1968), porque sólo cuando dio ese paso podrá plantearse válida­
cuando el tema vuelve a plantearse con fuerza inusitada. Sólo que, como mente el m anejo de las relaciones triádicas, el complejo de Edipo.
decía Rickm an (1950), al final del análisis la angustia de separación apa­ La recién m encionada diferencia que hace Freud entre angustia de
rece más ligada a las angustias depresivas, mientras que al comienzo apa­ castración y angustia de separación es aceptada por todas las escuelas,
recen angustias catastróficas, confusionales o paranoides. pero la form a de interpretar la angustia de separación varía. Si se acepta
Ni qué decir tiene que si las alternativas regulares del contacto y la se­ la teoría kleiniana la angustia de separación se interpretará en términos
paración ponen en tensión todo el sistema, cuánto más lo harán las irre­ de angustias persecutorias y angustias depresivas, suponiendo que, a me­
gulares. C uando el ritm o analítico se interrum pe imprevistam ente las dida que el proceso avanza, van a predom inar las angustias depresivas,
perturbaciones son siempre mayores y hasta corre riesgo el tratam iento, sin olvidar que esta escuela tam bién habla de angustias catastróficas y
tanto más cuanto más intempestiva sea la ausencia o la alteración. confusionales.
El setting analítico tiende pues a remarcar las angustias de separa­ W innicott piensa que cuando la angustia de separación se vincula a la
ción, sirve para detectarlas. Un psicólogo del yo (como la doctora Zetzel relación diàdica exige más un m anejo de la situación que una actitud in­
o Ida Macalpine) dirá que el setting analítico, con su ritm o constante y terpretativa. P o r su nivel'de regresión, estos pacientes no están capacita­
sus interrupciones regladas, reactiva por vía regresiva las angustias de se­ dos para com prender el mensaje verbal; consiguientemente, sólo a través
paración. P ara otros analistas, en cambio, el setting es sólo la lupa que de ciertas modificaciones del setting podrá el analista acercarse a ellos y
nos hace ver un fenómeno que ya está, que existe por derecho propio. Lo responder a sus reclamos. Se trata de problem as vinculados al desarrollo
que se llam a m anejo para Alexander sólo puede ser entendido a partir de emocional prim itivo, dentro del cual las necesidades esenciales del de­
¿quella alternativa. Alexander piensa que si yo m odifico el ritm o de las sarrollo deben ser satisfechas. De esta form a, el m anejo se convierte en la
sesiones voy a am ortiguar las angustias de separación. Los que pensamos base de nuestra conducta terapéutica y nos engañam os cuando con­
de la otra form a estamos convencidos de que, con el procedimiento de fiamos demasiado en la interpretación, en la palabra.
Alexander, la angustia de separación va a aparecer en algún otro lado y Desde una posición teórica coincidente, Baiint tam bién piensa que en
que sólo interpretándola puede cam biar. ri área de la falta básica hay que darle al paciente la oportunidad de un
C om o Romanowski y Vollmer (1968), yo pienso que la angustia de new beginning en su desarrollo, sobre todo cuando se plantea el m om en­
separación se reactiva durante el análisis por la intolerancia a la frustra* to crucial de la separación al final del análisis. La técnica de Balint, sin
ción, que aum enta la voracidad, y porque el analizado malentiende la № pmbargo, sigue confiando en la interpretación, que debe respetar el nivel
tabilidad del encuadre como un pecho idealizado que refuerza su omní' tic regresión del enferm o.
potencia y lo hace más sensible a la ausencia. M argaret M ahler piensa que la angustia de separación surge cuando
Si sabemos buscarla y detectarla, la angustia de separación aparece etl tfim ina la fase simbiótica y empieza la lucha por la individuación, y allí se
otras circunstancias y, por tanto, no es patrim onio de las condicione! lutee dram ática la dialéctica de progresión y regresión. Todo lo que pro­
del encuadre analitico, sino un ingrediente insoslayable de toda reladótl mueva ese desarrollo provoca angustia, las angustias del crecimiento; y,
hum ana. I-'crenczi lo puso de m anifiesto bellamente en su trabajo {Kit consiguiente, el paciente necesita que se lo com prenda y se le in-
«Neurosis del dom ingo» (1919a), que mereció después un estudio «fe JP!píete la angustia con que se inicia el doloroso proceso de separación e
A braham el mismo año (Abraham , 1919c). Individuación.
La s angustiai de separación están siempre inscriptas en una teoría (if HlcKcr utiliza un esquema sim ilar al m ahleriano, pero lo decisivo para
la rcladÜn de objeto; pero, como esta teoría cambia con los autor»» & ГЧ Interpretar el tem or a la disolución de la simbiosis en cuanto relación
temblón одгсЫа enfoque con que cada uno las entiende. m il d objeto aglutinado, cuya característica esencial es n o poseer diacri'
minación. Bleger sostiene que la movilización de este vínculo provoca
una ansiedad de tipo catastrófico y pone en operación a las defensas más 43. El encuadre y la teoría
primitivas. Hay un gran tem or a progresar hacia la independencia, en la continente/contenido
medida que el progreso representa la pérdida del objeto simbiótico.
En fin, las teorías sobre el desarrollo tem prano son muchas, y
muchas tam bién las formas de integrarlas al trabajo analítico. En la
práctica la m ayor diferencia entre los distintos autores se centra, a mi
juicio, en el lugar que ocupa la agresión en el desarrollo tem prano y, con­
siguientemente, hasta dónde se debe llegar en el análisis de la trasferencia
negativa. La hipótesis de la envidia prim aria implica una form a de in ­
terpretar la trasferencia negativa que, evidentemente, no apoyan otras lí­
1. Resumen
neas de pensamiento.
Vamos a ubicarnos frente a este tem a no tanto en función de la obra
compleja y tan llena de sugerencias de Bion, sino más bien en la línea de
E n resumen, existen fuertes y múltiples resistencias y contrarresisten-
lo que estamos estudiando, que es el proceso psicoanalítico. Recordemos
cias a analizar las angustias de separación en cuanto están vinculadas al
que, al iniciar este estudio, establecimos prim ero la relación del proceso
temor a tom ar conciencia de que existe un vinculo y de que ese vínculo
con el encuadre, cómo influye el encuadre en el desarrollo del proceso,
supone una dependencia de cada uno frente al otro. Tocamos en este
cómo influye específicamente, porque por supuesto todo encuadre influ­
punto un problem a del analista, de su contratrasferencia. £1 analista
ye en el desarrollo del proceso al que pertenece y, viceversa, ningún p ro ­
tendrá que reconocer que él también está implicado en el vínculo tera­
ceso puede darse si no es dentro de un encuadre. En este m om ento, por
péutico: la separación del paciente implica tam bién para nosotros una
ejemplo, yo estoy tratando de dar el encuadre adecuado que ubique a
ansiedad, porque nos quedamos sin nuestro objeto, aunque a veces la ne­
Bion dentro del capítulo, para no perdernos. Si no recordamos que
guemos desplazándola al tema profesional cuando no al económico. La
nuestro propósito es dar razón de las teorías que tratan de entender el
verdad es que la inasistencia de un solo paciente altera si no arruina
proceso analítico, podemos tom ar otro camino y llegar incluso a apren­
nuestro día de trabajo. Cuando el analista niega su vínculo de dependen­
der mucho de Bion, pero no de lo que realmente debemos estudiar.
cia con el analizado corre el riesgo de colocar proyectivamente en él su Vimos entonces que la relación del proceso psicoanalítico con los fe­
propia dependencia, que es una de las causas más frecuentes de la in­ nómenos de regresión y progresión inherentes a la definición misma de
terpretación clisé. proceso puede explicarse con dos enfoques teóricos: el que sostiene que
U na interpretación justa de la angustia de separación pone al rojo vi­ la regresión depende del encuadre y el que, al contrario, afirm a que la
vo el problem a tal vez más doloroso del hom bre, su vínculo con los de­ regresión deriva de la enfermedad. La prim era teoría entiende la regre­
m ás, su dependencia y su orfandad. Debemos saber entonces que toda sión como un producto artificial del setting, gracias al cual el tratam iento
vez que interpretam os la angustia de separación confrontam os a nuestro analítico puede ser efectuado, y por esto la hemos denom inado la teoría
analizado con la soledad y atacam os su omnipotencia. de la regresión terapéutica. La opuesta adm ite, en cambio, una regresión
psicopatológica, a la cual se acom oda en la form a más racional posible el
encuadre analítico.
Estudiamos después una tercera posibilidad según la cual hay una
regresión curativa que le da ai paciente la oportunidad de hacer borrón y
cuenta nueva. La curación consiste en que pueda desarrollarse un proce­
la üc regresión a partir del cual la natural tendencia del individuo a cre­
iti sanamente pueda restablecerse trasforinándose de virtual en real y ac-
Itllil. Esta teoría se apoya necesariamente en la tesis ad hoc de que nacemos
fìlli una disposición al crecimiento que va a cumplirse inexorablemente si
t) medio no la interfiere, Los que creemos, al contrario, que el crecimien-
■le e» en sí mismo un conflicto, jam ás podremos aceptar esta teo ría.1

1 í ’teo recordar de mis difusos estudios etológicos que cienos pichones seguirían reci-
UtMltt Indefinidam ente el alim ento d e sus solidtos padres sobreprotectores, ya que el dii-

S
ih) «nergético de abrir el pico es m ucho m enor que el de volar, si no fuera por algún
tuno picotazo parental.
La idea de holding en justicia pertenece a W innicott, pero se la en­ tos. Tam bién en esto converge la investigación de Didier Anzieu sobre lo
cuentra en casi todos los analistas de la escuela inglesa y está también que él llam a el yo-piel. Anzieu llega por su propio camino a una teoría
muy extendida en todo el m undo psicoanalítico. Yo diría que todos los muy similar a las de W innicott y Bick.
analistas que aceptan el papel decisivo de la m adre (o subrogados) en el
prim er año de la vida no pueden sino pensar que esa función m aternal se
vincula a algún tipo de sostén, y a eso W innicott le dio el nom bre acerta­
do de holding. El concepto se encuentra en muchos pensadores, pero el 2. Teoría continente/contenido
nom bre lo introdujo W innicott y con él una teoría consistente del papel
de la m adre en el desarrollo. W innicott afirm a con vehemencia que el de­ Siguiendo esta línea, vamos a aplicar ahora la fu n ció n continente de
sarrollo dei niño no puede explicarse sin incluir a la madre. Bion (19626, etc.) al proceso analítico. La idea es afín al concepto de hol­
Dejando por fin atrás las complejas relaciones entre el proceso, la ding de W innicott y al de piel de Bick, aunque también hay algunas dife­
regresión y el setting (o holding), luego utilizamos el concepto de hold­ rencias, que no sé si son verdaderam ente sustanciales. Form alm ente, da
ing para dar cuenta de otra form a de entender el proceso psicoanalítico, la impresión de que los conceptos bionianos de continente y contenido
donde la función continente del análisis y del analista perm ite que las a n ­ tienen un nivel de abstracción mayor que el de holding, que siempre evo­
gustias del individuo que se acerca al análisis puedan ser prim ero recibi­ ca un poco pañales y brazos de la madre, o el de piel, tan concreto. Bion
das y en segundo lugar devueltas. Este es, entonces, un enfoque muy dis­ procura ser abstracto, y hasta incluye signos para expresar sus ideas, los
tinto del anterior, que parte de que la regresión es un fenómeno psicopa- signos de hem bra y m acho representan el continente y el contenido, y di­
tológico que nuestra técnica debe enfrentar. Con estas premisas pasamos ce —no sin cierta picardía— que estos signos simbolizan y a la vez deno­
revista a los autores que tienen como punto de m ira el análisis de la an ­ tan los órganos sexuales y el coito. Es una idea que viene de la teoría de la
gustia de separación en el setting analítico y ahora nos proponemos estu­ genitalidad de Fereivczi (1924), cuando el coito se define com o un intento
diar otra teoría de este grupo, donde la piel de Bick y Meltzer, el holding de regresar al vientre de la m adre. El m acho identifica su pene con el be­
de W innicott y el espacio de Resnik se conceptúan con un nivel más alto bé que se mete adentro. Desde aquí, y por mucho que nos disguste, el coito es
de abstracción. estrictamente una operación de alto nivel de abstracción, para nada concreta.
Podríam os decir para aclarar las cosas que el concepto de holding no En realidad, de lo que Bion se ocupa con su teoría de continente y
diñere sustancialmente en todos los autores que estamos considerando, contenido es de la relación muy prim itiva —y yo diría tam bién que muy
pero se lo em plea con diferentes objetivos terapéuticos. En todos esos ca­ concreta— que el niño tiene con el pecho. Cuando tiene hambre, el niño
pítulos hemos señalado que, por su estructura y organización, el proceso busca algo que alivie su m alestar y el pecho resulta ser el continente don­
analítico enfrenta al sujeto con períodos de contacto y ausencia que con­ de puede volcar esa ansiedad y del cual puede recibir leche y am or, a la
dicionan un tipo especial de angustia, la angustia de separación, íunda* par que significación, en form a tal que esa situación sea m odificada. Es-
mental en el período tem prano de la vida. Con arreglo a este presupuesto l« idea de continente y contenido representados por el bebé y el pecho to-
teórico, el setting debe estar diseñado para que pueda servir de continen* trnidos en cuanto signos de una explicación es el punto de partida de to d a
te a los azares del contacto y la separación. tina serie de desarrollos bionianos sumamente im portantes, de los que
En el capítulo anterior vimos que los conceptos de identificación pro­ 4 Urge una teoría del pensamiento no menos que una teoría de la relación de
yectiva y adhesiva sirven para com prender y m anejar la angustia de sepa* objeto. Vamos a ver en qué cçmsisten estas dos teorías de Bion, para luego
ración cuando opera a través de mecanismos primitivos. El m ejor recur Bítitularlas con la práctica, porque estamos tratando de estudiar teorías
so frente a la angustia de separación parece ser la identificación proyecté que nos permitan captar la angustia de separación e interpretarla más allá
va, porque si uno puede meterse dentro del objeto no hay angustia do te líe las generalidades que no son nunca muy operativas, muy eficaces.
paración que valga. Sin embargo, en los prim eros estadios del desarrolla, l’ara explicar cómo se origina el pensamiento, Bion utiliza el concep­
cuando no se ha configurado todavía el espacio tridimensional, el únlt- j iti tic identificación proyectiva tal como lo planteó Melanie Klein. Bion
recurso frente a la angustia de separación consiste en tom ar contacto m mtnca habla de identificación adhesiva y es posible que no haya llegado a
díante la identificación adhesiva. En ambos tipos de identificación extf ir InOlicrsc en contacto con esa idea. A diferencia de Bick y Meltzer, al
una confusión de sujeto y objeto, y por esto las dos son narcisiste», ti Jbiblnr de continente y contenido, Bion da p or supuesta la tridimensiona-
bien Ib adhesiva no tiene la «hondura» de la proyectiva. iu M , el espacio. .
Como se com prenderá, el concepto de piel de Bick es distinto, p m - A partir de su trabajo al Congreso de Edim burgo de 1961, «A theory
tam bién coincidente con el de holding. Winnicott no hace hincapié <íh Ir ni ¡hlnking»,2 y luego de haber estudiado en la década anterior la psico­
piel lino tal vox en los brazos. De todos modos, am bos concepto» мм
boitante coinddcntei, «I bien responden a esquemas referencialet d b itit * ¡uililk'cS en cl International Journal de 1962, .cap. 9 dé Second Thoughts (1967),
sis y el pensamiento esquizofrénico, Bion inicia una nueva etapa de su re­ sin relación de objeto (1952a). Esta teoría no es por supuesto aceptada
levante labor que lo lleva al pensamiento y sus orígenes. por A nna Freud, M argaret Mahler y todos los que m antienen la idea del
Bion afirm a que nacemos con u n a preconcepción del pecho, algo que narcisismo primario.
liga al ham bre que podemos sentir con lo capaz de saciarla. A escrBion le
llama una preconcepción del pecho. El pecho de que hablamos aquí si­
guiendo a Melanie Klein, si bien es concretamente el pecho de la madre,
es también un concepto global y abstracto, y a él se remite Bion cuando 3. El rêverie materno
dice que hay una preconcepción del pecho. Cuando la m adre real res­
ponde a esa preconcepción que tiene el niño, entonces se constituye la Bion utiliza con m ano m aestra la teoría de la identificación proyecti­
concepción del pecho. En otras palabras, la concepción del pecho se va para dar cuenta de los primeros vínculos. Tal vez más que Melanie
alcanza cuando la experiencia real, la realization, del pecho se ju n ta con Klein, entiende la identificación proyectiva como un tipo arcaico de co­
la preconcepción que a priori la suponía. A su vez, esa concepción evolu­ municación. El concepto de rêverie m aterno está vinculado, justam ente,
ciona después como dice la tabla que Bion propone en sus Elements o f a los mensajes que dirige el bebé a la m adre poniendo dentro de ella, vía
psycho-analysis (1963). identificación proyectiva, partes de él en apuros. Al poner el acento en la
Hay sin em bargo todavía otra alternativa, y es la que pone en m archa vertiente comunicativa de la identificación proyectiva, Bion realza su va­
justam ente el proceso del pensamiento. Estamos aquí frente a uno de los lor en la tem prana relación de objeto.
aportes más hermosos de B ion.3 ¿Qué pasa —se pregunta Bion— hasta P ara responder a ese m étodo primitivo y arcaico de comunicación
que aparece el pecho, cuando el pecho está ausente? Porque siempre que es la identificación proyectiva del bebé, Bion supone en la m adre una
habrá un lapso, un intervalo, en que la necesidad existe y no queda satis­ respuesta especial que llama rêverie.4 Bion ha propuesto esta palabra sin
fecha. Esto es inevitable e inclusive, si no fuera así, se im pediría el de­ iluda porque evoca en nosotros una penum bra de asociaciones que
sarrollo. En esto coincide Bion con W innicott, quien dice que la m adre vienen a designar paradógicam ente su significado. Rêverie en francés
tiene que ir lentamente desilusionando al bebé, frustrándole para que de viene de sueño y significa ese estado en que el espíritu se deja llevar por
a poco vaya abandonando la ilusión de que él com anda el pecho, de que sus recuerdos y sus imaginaciones. En español, la palabra que más se le ase­
él crea el pecho. meja es ensoñar. La madre responde a su bebé como ensoñándolo, como
Bion dice que, en principio, el bebé siente no que falta el pecho sino estuviera flotando con sus sueños por encima.de los hechos. Salvadas
que hay un pecho malo dentro, un pecho malo presente que él quiere ex­ tus disputas escolásticas, el rêverie de Bion se asemeja mucho al área de la
pulsar; y, cuando viene el pecho, el bebé siente que, desde afuera, le faci* ilusión winnicottiana, al menos hasta donde yo lo entiendo.
litaron la expulsión de ese pecho m alo. (Este pecho malo presente que só­ La función rêverie así considerada presenta una fuerte similitud con
lo puede ser expulsado es lo que en la teoría de las funciones se llam a un tü formación del sueño, con el pasaje de proceso prim ario a la form ación
elemento beta.) tic imágenes oníricas, que Bion asigna en su teoria a la fu n ció n alfa. Es
Frenta a esta circunstancia, y esta es la clave de la reflexión bioniana, Algo bien distinto, por cierto, a la experiencia emocional del bebé, por-
se le plantea al individuo, al bebé y a todos nosotros también, una alter* i]Ur la experiencia emocional del bebé tiene que ser, en todo caso, signifi-
nativa dram ática, que es la de ignorar la frustración, evacuarla o negarle, lUdii por la madre: la m adre tiene que darle significación. Tiene que ha-
o bien reconocerla y tratar de modificarla. Al intento de m odificar la entonces, una fuerte identificación (Íntroyectiva) que permite a la
liím lt e sentir el bebé dentro de ella, sentir lo que él siente. Este proceso su-
frustración Bion lo llama sobriam ente pensamiento.
Esta explicación, donde interactúan la preconcepción y la concejo gl’ tr fuertemente, al menos para mí, el mecanismo de la elaboración pri-
ción, lo innato y la experiencia, la fantasía y la realidad, la frustración y ttlAi tft del sueño: el chico entra en la madre y la madre cambia el proceso
la satisfacción, todo en términos muy primitivos, viene a m ostrarnos qut> por el cual el niño e n tT a dentro de ella en proceso secundario.
hay una teoría de la relación de objeto en la raíz del pensar. Porque p a ti ( 'reo en conclusión que si Bion prefiere la palabra rêverie a otras más
Bion, no menos que para Melanie Klein y tal vez más, la identificación UHialch, como cuidados m aternos, es porque pretende alcanzar otro ni-
proyectiva es una relación de objeto tanto com o un mecanismo de deferí H*I, cjuiüá más abstracto, más subjetivo, más psicológico. La expresión
sa, Es sin duda la conjunción del impulso y el mecanismo, de la anguille Militados meternos sugiere demasiado los aspectos fácticos de la crianza,
con une relación de objeto, lo que lleva a Klein a abandonar la teoría-¿IH M i m de resonancia emocional; y lo que Bion quiere subrayar justam en-
narcilismo primario y i sostener que el desarrollo se centra en la relOfiOn
objetsh In relación de objeto es de entrada; y, más aún, no hay psicologi * Í'KTi»s> que la identificación proyectiva del bebé y el reverie de la m adre tienen una
•tH lM ffi'r trlactón con los fix e d action patterns y los innate releasing mechanisms de loi
* V 4 tM tJM tH ittbJrtM n *Kpffttnrr, fipccltlm ente caps. 11-12.
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JM
te es este aspecto de la cuestión, el contacto emocional intersubjetivo que Del splitting estático vamos a hablar cuando tratem os la reversión de
da significado a la relación m adre/niflo. la perspectiva. Este fenómeno (Bion, 1963) es una form a especial de re­
sistencia, donde el paciente da vuelta la situación analitica y las premisas
del análisis. Apoyado en sus propias premisas, p or supuesto inconcien­
tes, el analizado altera el proceso de una vez para siempre, de m odo que
4. Splitting forzado y splitting estático cada cosa que se le interpreta queda autom áticam ente dada vuelta. A ese
tipo de cambio sustancial que paraliza el proceso de introyección y p ro­
Bion no sólo estudia la función continente del pecho de la m adre, que yección le llam a Bion splitting estático.
después nosotros aplicamos modelisticamente al tratam iento analítico
haciéndola isomórfica con la función continente del encuadre, sino que
expone tam bién, algunos avatares psicopatológicos de este tipo de rela­
ción. Uno de ellos es el de nifi os que por diversas razones vinculadas a 5. Aplicaciones
problemas endógenos o exógenos (como la falta de rêverie m aterno o
la envidia del niño por el pecho que es capaz de proveerle todo lo que ne­ Las ideas de Bion tienen valor para interpretar las angustias de sepa­
cesita), pueden llegar a una situación en q,ue el proceso de la lactancia se ración teniendo en cuenta ciertos matices que se pueden presentar. Des­
ve interferido. El acto de m am ar es, para Bion, sum am ente com plejo, pués de todo el recorrido que hemos hecho, estamos lejos, creo, de la in­
por lo menos bifronte en cuanto supone incorporar la leche para satisfa­ terpretación clisé que se limita a afirm ar que el paciente se sintió mal por­
cer una necesidad física y al mismo tiempo introyectar el pecho en una que extrañó al analista en el fin de semana. Disponemos ahora de toda
experiencia emocional de vital im portancia. C uando este proceso queda una serie de matices que van de la relación dé objeto al deseo, de la vora­
interferido por algún factor com o la envidia, sea la que siente el niño por cidad y la envidia y los procesos de splitting a la pérdida, la dependencia
el pecho o la que viene desde afuera a partir del padre, de los herm anos o y la pena con los cuales podem os decirle al paciente lo que realmente le
de la misma m adre (porque la m adre puede sentir envidia del bienestar pasa y no simplemente una generalidad sentimental.
del bebé, com o un analista puede sentir envidia de que su paciente m ejo­ Recuerdo de u na supervisión el caso de una paciente que viene un lu­
re), el m am ón se ve ante una situación prácticam ente insuperable, por­ nes y habla largamente y con angustia de toda la serie de problem as que
que m am ar le despierta tanto m alestar que no puede hacerlo. Así queda­ se le fueron presentando desde la sesión del viernes: lo que le pasó con su
ría condenado a morirse de ham bre, y apela entonces a lo que Bion llama liíjo, la intempestiva llam ada telefónica de la suegra, la discusión con el
splitting fo rza d o : acepta de la m adre el alimento, pero niega la experien­ marido. La primera interpretación de la analista fue que ella necesitaba
cia emocional. Este splitting forzado aparece después en esos adultos vo­ ventar todas esas situaciones de tensión y ansiedad por las que había p a­
races y siempre insatisfechos, que no pueden entender nunca el valor sim­ tudo el fin de semana y que se le habían hecho difíciles de aguantar, para
bólico (o espiritual) de determ inadas experiencias. Son tipos insaciables, que la analista las reciba, se haga cargo y pueda ir devolviéndoselas de a
sólo afectos a lo material, sin gratitud y siempre insatisfechos. Si poco, de m anera tal que ella las pueda ir pensando. El objetivo de esta in­
com pran cuadros no será por sus inclinaciones estéticas, por el gusto de terpretación es que la paciente tome conciencia de la form a, legítima, por
tenerlos, sino como inversión o p ara no ser menos que el vecino. Estas ac rto , en que usa a su analista y, al decírselo, la analista no sólo
personas tienen siempre graves trastornos del pensamiento porque falla­ comprende lo que pasa sino que de hecho se hace cargo. Antes de hacer
ron en las bases, porque no pueden entender la experiencia emocional conciente esta situación de nada vale entrar en el contenido de los distin-
que se encuentra más allá de la satisfacción instintiva, condicionando toi problemas.
los procesos de pensamiento y de am or (Learning fr o m experience, ca­ Una interpretación como esta parece sencilla pero, en realidad, es
pitulo 5). complicada y sutil. Piénsese en el trasfondo teórico que la respalda y se
En estos casos, ignorando su voracidad, el individuo se siente -atado vetA que no es para nada simplista o convencional. La analista la hizo
al pecho o» m ejor dicho, atado por el pecho: siente que el pecho lo fuerza upoyada en el concepto de continente de Bion y en las teorías de la fun­
porque lo proyecte su voracidad, que le vuelve com o un bum erán y lo ha* ción alfa y del rêverie m aterno.
ce sentir ritntlo, aunque de veros lo ata su avidez. Días después de haber* 1л respuesta de la analizada fue un sueño de esa m añana al despertar:
me pedido venir (los veces por dia para term inar pronto su análisis, un nhoflé que estaba esperando que viniera la sirvienta para limpiar la casa y
paciente ш« roprochnba que nunca lo daría de alta porque yo era uno de niipezaba a entrar en desesperación porque no aparecía. Sabía que me
eio i eiutl!ít«ui tf№ perfeccionistas que nunca se conform an con lo» РШ necesaria, que si no está se me desorganiza todo el tiem po». El suefto
progreso» d r чи litmlbfldo. Digamos de paso que cuando empezó a anali* «infirm a que la interpretación fue correcta y resultó operativa, en cuan*
zarso sólo Ir ímrTcwjtÍMíi ni dinero y el coito. io alude sin mucha deform ación a la necesidad de que la analista la lint
pie y la organice, le ayude a pensar; confirm a que el punto de urgencia lar como quería Klein; pero que tam bién hay que dosificar. Conserva­
era la función continente del analista que, como tantas veces en los mos de Klein, entonces, la idea de que hay que resolver los problemas
sueños, aparece de sirvienta. La interpretación form ulada, que le hizo re­ con la interpretación y sólo con la interpretación; pero la teoría de un
cordar el sueño, fue m ejor que cualquier otra que, atendiendo los conte­ analista continente implica una mayor complejidad en la tarea interpre­
nidos, dejara de lado el m anejo proyectivo de la ansiedad. t i va. Como vimos en su m om ento, el nuevo enfoque está muy vincula­
Puede decirse también que la analista pudo pensar lo que pasaba y, al do, también, a los estudios sobre la contratrasferencia.
decírselo, le devolvió a su analizada la función alfa que le había proyec­ En su trabajo de Londres, ya citado, Green (1975) se plantea este
tado en el fin de semana. La analizada pudo entonces pensar y recordó el problema sobre la base de su esquema de dos tipos de angustia, de sepa-
sueño que confirm aba la hipótesis de la interpretación. P or lo rápido y I ación y de intrusión; y piensa que hablar mucho o callar mucho es igual­
ajustado de su respuesta se puede suponer que esta enferm a no es muy mente malo, ya que si hablam os mucho 'somos intrusivos y si callamos
grave, porque pudo responder bien, porque bastó una buena interpreta­ demasiado incrementamos la angustia de separación. P or esto Green
ción para que recuperara su capacidad de pensar; y, sin embargo, yo es­ piensa que una técnica com o la de W innicott es la m ás conveniente. A un
toy convencido de que si se le hubieran interpretado algunos de los conflic­ extremo está la técnica de Balint, que trata de intervenir lo menos posible
tos que traía el material no lo hubiera comprendido, porque necesitaba an­ para permitir y estim ular el new beginning bajo la benevolente protec­
tes que nada que alguien contuviera su ansiedad y la hiciera pensar. tion del analista. En el otro polo está la técnica kleiniana que, al contra-
O tro aspecto im portante de este m aterial, y en general de este capítu­ 11», trata de organizar la experiencia tanto como sea posible a través de la
lo, es que la idea de evacuación es distinta a la acepción peyorativa que le interpretación. Entre los dos extremos está W innicott, quien le da al set-
da comúnmente el lenguaje ordinario. Que ella homologue a su analista tmn su lugar adecuado y recomienda una actitud no intrusiva. «Si me
con la sirvienta expresa la trasferencia positiva, porque para ella la sir­ Mento en arm onía con la técnica de W innicott, y si aspiro a ella sin sentir­
vienta era muy im portante. Le había costado siempre tolerar una sirvien­ mi1 eapaz de m anejarla es porque, a despecho del riesgo de fom entar la
ta que la ayudara. dependencia, me parece la única que le da su lugar correcto a la noción
Si se hacen adecuadamente, como en este ejemplo, las interpreta­ de .lusencia» (Green, 1975, pág. 17).
ciones de la angustia de separación abren el camino al diálogo analítico, l’or lo que acabo de decir, creo que las reflexiones de Green llevan el
reconstruyen la relación comensal entre analizado y analista, restablecen pw bleina a un lugar distinto del que yo quise ubicarlo. El silencio y la
la alianza de trabajo y permiten, entonces sí, hacer una interpretación de jwl.ibra, estoy convencido, deben también ser interpretados.
los contenidos del material.
Deseo afirm ar por últim o, y sé que muchos analistas no estarán de
acuerdo, que una interpretación como esta que trata de hacer conciente
en el enfermo su necesidad de sostén, es superior al silencio comprensivo
y a toda m aniobra o m anejo que pretenda cumplir con la función de hoU
ding o reforzar la alianza de trabajo. Es m ejor porque lo que necesita en
ese momento el analizado no se actúa sino que se interpreta.

El empleo clínico de la teoría continente/contenido trae problemas


bastante complicados: ¿hasta dónde se recibe y desde cuándo se empieza
a devolver? No es sencillo decirlo. Sólo el m aterial del analizado, la exp©
rienda y la contratrasferencia pueden orientarnos. Es en general a travi»
del material del paciente y de la contratrasferencia que uno decide cuán­
do puede 0 debe intervenir. Evidentemente, la idea de continente implí»
ca( por definición, que no todo lo que dice el paciente debe serle devuelto
en forma de Interpretación. En este sentido puedo decir que la .teoria de ift
fundón continent», que parte indudablemente de Melanie Klein pero
quiere máe envergadura en W innicott, Bion, Esther Bick o Meltzer, viene
en alguna íoftiin u darle la razón a los psicólogos del yo cuando deáan
que Métante fctHn interpretaba demasiado, Creo, efectivamente, que №
sus primero* íiNiiíKw Klein devolvía demasiado pronto las proyección»
del ра&»Ш* Ah*»!H лИппо* que hay que interpretar, e incluso interprjF-

fil
Quinta parìe. De las etapas del análisis
44. La etapa inicial

En la cuarta parte de este libro estudiamos con algún detalle la natu­


raleza del proceso analítico. Empezamos por discrim inar situación de
proceso y después pasamos revista a las principales teorías que tratan de
explicarlo, con lo que tuvimos que considerar puntos de vista múltiples y
a veces divergentes, cuando no contrapuestos.
A hora nos toca una tarea menos com pleja y de m enor nivel teórico
pero no por ello menos interesante, y es la tipificación de las etapas del
análisis. En la m edida én que las vayamos recorriendo verá el lector su
im portancia práctica, no menos que el respaldo que da para entenderlas
el arduo estudio anterior.

1. Las tres etapas clásicas


Para iniciar este capítulo debemos plantear un problem a previo, y es
si existen realmente etapas en el tratam iento analítico, porque podrían no
existir. En realidad, la m ayoría de los autores piensa que existen y no sé si
hay quien lo ponga en duda; pero, de todos modos, la discusión es perti­
nente por más que pueda ser breve. C uando se dice que hay etapas lo que
*c quiere significar es que en la evolución del proceso psicoanalítico hay
momentos característicos, definidos, distintos de otros, momentos con
una dinámica especial que los distingue.
Freud (1913c) comparó el tratam iento psicoanalítico al noble juego
(Ici ajedrez para señalar lo que yo acabo de exponer. Decía que hay tres
Ctnpas en el juego del ajedrez y tres tam bién en el análisis. De ellas, por
iti» características intrínsecas, sólo la primera y la últim a pueden ser ense-
flntlus; la del medio, en cambio, se presta a tantas variantes, para decirlo
m términos ajedrecísticos, que es prácticam ente imposible estudiarla sis­
temáticamente. C uando Freud dice que se pueden sistematizar el com ien­
do y el final del proceso analítico, quiere decir que estas etapas (y por
H clusión tam bién la otra, la del medio), tienen mecanismos específicos.
Hito es cierto, hasta el punto de que se puede llegar a determ inar en el
(ìiottìcolo de una sesión psicoanalitica a qué etapa pertenece, lo que a ve-
гм un unalista experim entado puede hacer con bastante exactitud.
Otro circunstancia que habla de la especificidad de estas etapas es que
ilU'llulve en los casos donde el avance del análisis no ha sido lo suficiente»
MQilte satisfactorio com o para que se piense en una terminación, do
hecho si se la plantea se desencadenan ciertos mecanismos que son p ro ­ dio y un fin? Sin em bargo, al estudiar el proceso psicoanalítico en su
pios de esa fase, aunque se advertirán tam bién algunos indicadores de libro de 1967, Meltzer se ha anim ado a proponer una división más
que no se ha llegado verdaderam ente al ñnal. compleja y porm enorizada que consta de cinco etapas, porque la segun­
Las tres etapas que delimita Freud son las que clásicamente se adm i­ da y la tercera de la antigua se dividen en dos. P ara form ular esta pro­
ten como las típicas del tratam iento psicoanalitico, las mismas que estudia puesta, Meltzer se basa en dos instrum entos básicos de la doctrina
Glover en su conocido libro de técnica, publicado en 1955. kleiniana, los conceptos de identificación proyectiva e introyectiva, que
La primera etapa, la apertura del análisis, se inicia con la prim era se­ para el caso es lo mismo que decir posición esquizoparanoide y posición
sión y tiene por lo general una extensión lim itada, al menos para los ca­ depresiva. Obviamente, quien no acepta estos conceptos no va a tener en
sos típicos, que oscila entre dos y tres meses según la gran m ayoría de los cuenta esta división. Los otros, en cambio, los que suscriban la realidad
autores. Se caracteriza por los ajustes que surgen entre los dos participantes de estos mecanismos, pensarán que la propuesta de Meltzer permite una
mientras plantean sus expectativas y tratan de comprender las del otro. discriminación que otras teorías no alcanzan. __
La segunda etapa o etapa media es como se ha dicho la menos típica, la Aunque yo escribo para todos los analistas y no sólo para los de mi
más larga y creativa. Empieza cuando el analizado ha comprendido y escuela, voy a seguir a Meltzer en este punto, confiando en que el lector
aceptado las reglas del juego: asociación libre, interpretación, ambiente podrá apreciar las ventajas de esta clasificación aunque no la com parta
permisivo pero no directivo, etcétera. Se prolonga por un tiempo variable ni vaya a aplicarla en su práctica.
hasta que la enfermedad originaria (o su réplica, la neurosis de trasferen­ La prim era etapa del análisis, que Meltzer llam a la recolección de la
cia) haya desaparecido o se haya modificado sustancialmente. Esta etapa trasferencia, corresponde a la apertura de la división tripartita. Las
se distingue por las continuas fluctuaciones del proceso, con sus mareas de descripciones de Meltzer coinciden aquí con las de Glover, hasta el punto
regresión y progresión siempre regidas por el nivel de la resistencia. que le asigna p ara los casos típicos el mismo tiempo de duración, dos a
Entonces empieza la tercera etapa, la terminación del análisis, que para tres meses aproxim adam ente .2
los autores clásicos no se prolongaba mucho tiempo. Si en la prim era etapa La etapa m edia queda dividida en dos, según la form a y la intensidad
aparecían como inevitables coloridos la esperanza y la desconfianza, ahora en que actúe la identificación proyectiva. Al principio del análisis, en la
se harán presentes sin excepción cierta pena por la despedida, la alegría por etapa de las confusiones geográficas, la identificación proyectiva opera
haber llegado a la meta y la incertidumbre por lo por venir. masivamente co n tra la angustia de separación, provocando una confu­
Vemos, pues, en conclusión, que los tres tram os del tratam iento psi­ sión de identidad en la cual no se sabe quién es quién, quién es el analista
coanalítico existen por derecho propio, y cada uno de ellos ostenta rasgos y quién es el analizad o .3
distintivos. La duración total de la cura se h a prolongado m ucho, m uchí­ Cuando con el correr del tiempo y al compás del progreso del trata­
simo, desde que Freud decía en «Sobre la iniciación del tratam iento» que miento se m origera suficientemente la angustia de separación, se superan
se necesitan siempre períodos prolongados, de un semestre hasta un año los problemas de identidad; pero aparecen otros que, siguiendo a Erik-
por lo m enos ; 1 y, sin em bargo, las características descriptas siguen sien­ «m (1950), M eltzer llam a la etapa de las confusiones de zonas y de m o­
do las mismas. En conclusión, la división del tratam iento en etapas no es dos. Ahora-el analista y el paciente están diferenciados, cada uno en su
puram ente fenomenològica o m orfológica, en el sentido de que toda ta­ lugar. Ya no h a y una confusión de identidad, pero sí una confusión de
rea tiene un principio, un medio y un fin; se justifica, al contrario, por­ funcionam iento. E sta etapa, que es para Meltzer la más larga de la cura,
que es posible adscribirle a cada una de ellas características que le son consiste en q u e se vayan despejando las confusiones en las zonas eróge-
propias y esenciales. tius, con lo q u e se destacan más y más la relación con el pecho y la si-
tlinción triangular edipica.
ru a n d o esto se va logrando, empiezan por fin a predominar los proce­
do* introyectivos sobre los proyectivos y el analizado se acerca a la posición
2. La división de Meltzer depresiva. A quí Meltzer sigue de cerca a Klein cuando decía, en 1950, que
ln terminación del análisis se vincula con el resurgimiento de las angustias
La división tripurtita que nos viene de Freud, de Glover y de los otros depresivas, que ella ligaba específicamente a la pérdida del pecho.
autores clásicos nos es tan natural y previsible que resulta difícil pensar Tnmbién e n la tercera etapa o cierre del análisis Meltzer distingue dos
en cambiarla, ¿No tiene, acaso, cualquier proceso un comienzo, un me- ¡iwiuentos. El p rim ero de ellos se inicia cuando, gracias al predominio de

1 V» J e m yo q u e al hablar d e plazos en el tratam iento siempre lo hago en cifras prom e­


1 « 1 4 ü d tttrlo ( ti inmrfi mál íllrcctt: el psicoanálisis requiere siem pre lapsos m is pro- lile y ion un m a rg e n amplio de variación.
lo n g td o i, m edie altu o tino »un m il lirg o t de loj que esperaba el enferm o» (¿4& 1 Kfcuírdése l o dicho sobre el uso de la identificación proyectiva para vencer la a n g u itll
12, pág, t i l ) , ffp Itfutradón en l o s capítulos anteriores.
los mecanismos introyectivos, el analista es visto como un objeto de am or segunda etapa diciendo simplemente que es el momento en que los fenó­
que se puede perder. La om nipotencia ha cedido notoriam ente y el analiza­ menos trasferenciales del comienzo cristalizan en la neurosis de trasferen­
do reconoce el valor de su vínculo con el analista y depende de él. Como cia, momento en el cual se establece paralelamente la alianza terapéutica.
decía Klein en el trabajo recién citado, las angustias depresivas ocupan Estos autores distinguen conceptualmente en form a muy decidida entre las
ahora el centro del escenario y, como el predominio de las angustias depre­ trasferencias en plural y la neurosis de trasferencia.
sivas en el aparato psíquico es siempre precario e inestable, Meltzer le lla­ La diferencia entre las reacciones trasferenciales del comienzo y la
m a a esta etapa del análisis, la cuarta, el umbral de la posición depresiva. neurosis de trasferencia que después se instala se rem onta a las «Lectures
Cuando el analizado ha logrado internarse suficientemente en esta área on technique in pyscho-analysis» que Edward Glover dio en el Instituto
empieza a imponérsele la proximidad de una separación inevitable y no de- de Londres a comienzos de 1927.4 En e] capítulo V de esas conferencias,
seada, con lo que entra en el último período del análisis que, siguiendo el titulado «The transference neurosis», Glover habla de las reacciones
modelo kleiniano del desarrollo, Meltzer llam a el periodo dei destete. trasferenciales espontáneas, diferentes y previas a la neurosis de trasfe­
Las dos últim as etapas de Meltzer están, pues, bajo el signo del proce­ rencia, la cual se inicia cuando los conflictos del paciente convergen en la
so de duelo con que term ina el análisis para m uchos autores y no sólo p a­ situación analítica . 5
ra los kleinianos, de m odo que se las puede adm itir sin seguir estricta- A estos fenómenos Glover les va a llamar después en su libro trasfe­
mente el esquema referencial de este autor. Digamos, para term inar, que rencia flotante, una expresión por demás plástica y adecuada, en cuanto
estas dos etapas no siempre se distinguen claram ente, si bien es innegable recoge la gran movilidad del incipiente fenómeno trasferencial. Utilizan­
que hay un m om ento en que el analizado se enfrenta con la posiblidad de do un modelo que a mi me parece muy lindo, Glover com para el comien­
term inar la experiencia analitica y otro en que el desprendim iento real­ zo del análisis a la brújula, en el sentido que uno pone la brújula sobre la
mente se consuma. mesa y la aguja oscila muchísimo, pero cada vez menos, hasta que final­
mente se dirige hacia el norte, que para el caso es el analista. La trasfe­
rencia flotante va, pues, a desaguar a la neurosis de trasferencia.
Con estas caracterizaciones Glover no se apaTta, por cierto, de lo que
3. La apertura dice Freud en el ya com entado ensayo de 1913. Como todos recuerdan,
Freud aconseja allí taxativamente: «A hora bien, mientras las comunica­
Como acabamos de ver, hay una gran coincidencia entre los autores de ciones y ocurrencias del paciente afluyan sin detención, no hay que tocar
diversas escuelas sobre las características generales y la duración de la eta-> el tema de la trasferencia. Es preciso aguardar para este, el más espinoso
pa inicial del análisis; pero veremos en seguida que la form a en que se la de todos los procedimientos, hasta que la trasferencia haya devenido re­
conceptúa y la técnica con que se la enfrenta varían grandemente. sistencia» [AE, 12, pág. 140; las bastardillas son del original).
P or lo general, se le asigna a esta.etapa una d n ración que do va más En seguida Freud se pregunta cuándo habrá el analista de comenzar
allá de dos o tres meses para un paciente típico, esto es para el caso su tarea interpretativa y su respuesta es clara: «No antes de que se haya
neurótico. En tos pacientes muy perturbados (psicóticos y fronterizos, establecido en el paciente una trasferencia operativa, un rapport en regla.
perversos, adictos y psicópatas) este periodo puede presentar problem as La primera meta del tratam iento sigue siendo allegarlo a este y a la perso­
especiales y tener, desde luego, una duración mucho mayor. Recuerdo, na del médico. P ará ello no hace falta más que darle tiempo» {ibid.).
por ejemplo, el caso de una m ujer con una vida sexual prom iscua y fuerte Creo que no es atrevido suponer que la diferencia que establece Freud
homosexualidad latente que en las entrevistas iniciales expresó grandes entre rapport y resistencia de trasferencia coincide grosso m odo con la
dudas entre analizarse conmigo o con una colega a la que tam bién había trasferencia flotante y la neurosis de trasferencia de Glover; pero a esto
entrevistado. Se decidió al fin por mi, pero durante todo un largo año de vamos a volver dentro de un momento cuando examinemos el relato de
análisis ([largo al menos para mi contratrasferencia!) estuvo conti* Maxwell Gitelson al simposio sobre L os factores curativos en psicoanáli­
nuam ente pensando en cambiar de analista porque una mujer la sis del Congreso de Edim burgo de 1961.
com prendería m ejor que yo. Más de una vez consideré yo que el análisis
se habla puesto en m archa, cuando ella volvía a replantear el problem s til over ha descripto algunos elementos que permiten detectar el pasa­
previo (le 1& alceción de analista. Si bien es cierto que yo podía analizar je de la trasferencia flotante a la neurosis de trasferencia, esto es de la
estol fantotiü* y ella aceptar mis interpretaciones reconociendo implícita*
mente que eitabis de liecho analizándose conmigo, su reserva pendía co* 4 I’ditadas en el International Journal, son la base del libro de técnica.
mo una Dumodei lo b re la relación. ' «,.. when the ground o f the patient's conflict has been shifted, fr o m external situations
Loi autour* que c tw i циг el análisis tiene que ver con un proceso 'U internat m aladaptations o f a sym ptom atic sort, to th e analytic situation itself» (1928,
J4 S| 7; este texto está en bastardillas en el original).
regresivo pueden i m u i una Unen divisoria muy nítida entre la prim era y la
prim era a la segunda etapa. La atm ósfera analítica de los primeros tiem­ las relaciones sociales corrientes a la por demás singular situación analiti­
pos empieza a cambiar sutilmente y el analista encuentra que, en lugar de ca y es necesaria cierta tolerancia y m ucho tacto frente a un paciente que
ir cronológicamente hacia atrás en la historia del paciente, se encuentra está al comienzo del análisis y que no se da cuenta por desconocimiento o
ahora presionado hacia adelante por el creciente interés del paciente por por sus problemas psicopatológicos de las reglas del juego. Sin caer en la
el día de hoy.6 Se aprecia entonces que la libido del paciente se está diri­ demagogia del apoyo, siempre se puede ser cortés sin por eso dejar de ser
giendo cada vez más hacia el analista y la situación analítica y, a través de analista. A veces, un paciente novato form ula una pregunta frontal e in­
un sinnúmero de indicios sutiles, parece cada vez más claro que el anali­ genua que nunca se podrá contestar sin grave desm edro de la reserva ana­
zado está reaccionando frente a la situación analítica. Al dirigirse a su se­ lítica; pero, de todos modos, algo se le podrá responder sin dejarlo colga­
sión, el paciente puede tener ahora un ataque de ansiedad y las naturales do, desairado y sin que, desde ya, le contestemos lo que nos pregunta.
pausas durante la asociación libre se van alargando, hasta que la sesión
entera se trasform a en una grande y tensa pausa. D entro de este conjunto
de indicadores hay uno al que Glover le da una primerísima im portancia,
y es cuando el analizado expresa, por fin, que cree que ha llegado el m o­ 4. La relación diàdica
mento de que sea ah ora el analista el que hable.
Las observaciones de Glover son interesantes porque m uestran la Es difícil hacer justicia al rico trabajo que Gitelson presentó en Edim­
evolución típica de un análisis. Similares comentarios había hecho Freud burgo no sólo por la variedad de conceptos que m aneja sino tam bién
en «Sobre la dinám ica de la trasferencia» (19126), cuando decía que si porque son múltiples los objetivos del autor. Gitelson se propone, por
cesan las asociaciones es porque el analizado se halla bajo el dominio de una parte, fijar su posición en cuanto a los factores curativos del psico­
una ocurrencia que se refiere a la persona del médico; pero, en el ensayo análisis cuestionando severamente algunas actitudes que, so color de la
de 1913, Freud dice que la resistencia puede establecerse desde el primer humanización del procedim iento, abandonan su técnica; pero además in­
m om ento y entonces lo m ejor es atacarla decididamente, lo que no se vestiga el origen de la neurosis de trasferencia y la alianza terapéutica,
compadece del todo con su opinión de que primero hay que lograr el rap­ ubicándolas en el m arco de una teoría del desarrollo.
port del paciente y luego interpretar.7 Gitelson aplica el m odelo de la relación diàdica m adre/niño a la con­
La nom enclatura con que Meltzer designa a esta etapa, «recolección j u r a c i ó n que se observa al comienzo del análisis. Entre el analista com o
de la trasferencia», coincide con to d o lo dicho hasta ahora, en cuanto a uutdre y el paciente como bebé se estructura una relación diàdica que es
que los fenómenos trasferenciales están al comienzo desperdigados y el lo condición necesaria para que se establezcan la alianza terapéutica y la
analista tiene que ir juntándolos; pero esta tarea es más activa para los neurosis de trasferencia. Esta últim a es, para Gitelson, como en general
analistas kleinianos que para Freud o Glover. Meltzer no desestima, sin pera todos los psicólogos del yo, una relación triangular, la situación edí-
embargo, los aspectos convencionales de la situación analítica y el con­ plcu típica. Lo que ulteriorm ente se va a constituir como alianza de tra­
tacto con lo que él llam a la parte adulta de la personalidad del paciente, bajo, en la prim era etapa del análisis no es más que la relación diàdica
niño o adulto. Meltzer es partidario de unir, al comienzo del análisis, la Miti с un analizado que viene con sus necesidades m ás primitivas y un
interpretación con las necesarias aclaraciones sobre el setting y el proce­ Analista que responde adecuadam ente. A esa actitud del analista que res-
dimiento analítico. La ansiedad no sólo se debe m odificar a través de la jmmlc a las necesidades del analizado Gitelson la llama fu n ció n diatrófi-
interpretación sino también m odular con el setting. i«it *ii)iuicndo a Spitz. Este (19566) decía que, frente a las necesidades
Digamos, para term inar este parágrafo, que durante esta prim era eta* НШ'Ыеь del paciente, el analista responde con un fenómeno de
pa la relación analítica es muy Huida y pesan sobre ella fuertemente las itíllItBtrasferencia que constituye su respuesta diatrófica dentro de la si-
norm as convencionales. Cuando estas normas se abandonan puede afir* llHU'lAn diàdica. Aquí, como es fácil com prender, la contratrasferencia
m arse que la prim era etapa se ha sobrepasado. Entonces un patiente? SU t f entiende como un fenómeno perturbador sino al contrario, por
puede decirme que no le gusta un adorno de la sala de espera o una mujer S Hipido adecuado a las necesidades del paciente, similar a la respuesta
que le vino la menstruación, en la inteligencia de que yo entenderé ese* lin podres a los requerim ientos del niño.8 El niño incorpora la acti-
dichos com o asociaciones libres y no otra cosa. Hlti litoti ó fica de los padres al final de la relación analítica m ediante un
No siempre se puede pasar de golpe de una situación convencional de рМГПО de identificación secundaria, que se ubica en el prim er semestri:
M .¿jtundo afto de la vida e inicia para Spitz el camino de la socializa-
gfftfi t|UC lo conducirá a ser en su m om ento tam bién padre.9 Esta función
* • Ini/nd ttf tota# tuek wards chronologically In the patient's history we fin d oum tfrn
pn nstd forward bp the patltm'M Increasing concern with the present day» (Clover, 1 О Д
pЦ. t u t o M t á a n b u tartU lU ien Ы orijinol). Vpfií tln lv a i u Adjetivo del verbo griego que significa m antener o soportar.
7 R m iin íO * 3o (lluho *n f i capitulo 31 lo b re lo que piensa Klein al respecto. JfcÑtf it|u c «qui tu conocida teoria del desarrollo de las relaciones d e objeto del nttlÿ
adecuadamente sublimada es una condición necesaria del trabajo analíti­
co, un punto donde Spitz coincide con la idea de contratrasferencia nor­
mal de Money-Kyrle (1956). Dije que un propósito central del relato de Gitelson es defender el mé­
Siempre siguiendo a Spitz, nuestro autor piensa que la actitud diatró- todo psicoanalitico frente al de las psicoterapias, analíticas o no, y tam ­
fica del analista tiene su contrapartida en la relación anaclítica del niño bién frente a los analistas que hacen depender la m archa del proceso de la
con su madre en el estadio de identificación secundaria. En estas condi­ personalidad del analista y abogan por la hum anización de la cura. El
ciones, el paciente siente la necesidad de un soporte del yo (ego-support) y fondo de esta discusión es el lugar que vamos a dar en nuestras teorías a
el analista tiene, como la m adre, la función de un yo auxiliar para el pa­ la hum anidad del analista. Que opera como un factor necesario es para
ciente. A esto se le puede llamar con propiedad rapport, el sentimiento mí innegable y creo que nadie lo puede poner en duda. Lo que se discute
esperanzado de una respuesta diatrófica del analista. El rapport que es si la hum anidad del analista puede ser tam bién un factor suficiente en
Freud reclam aba como condición necesaria del análisis deriva de ese pri­ los resultados de nuestro m étodo. Si un analista carece de objetividad o
mer contacto entre analizado y analista que establece la ecuación de bondad, de piedad inclusive por los defectos del hom bre (no digo
anaclítico-diatrófica. El rapport, afirm a Gitelson, es el prim er represen­ comprensión, ni siquiera respeto, sino piedad) no puede ser analista. T o­
tante de la trasferencia flotante (pág. 199). dos estos factores, la probidad, la honestidad, nadie duda de que son
En un m om ento ulterior, y gracias al rapport, la trasferencia flotante fundam entales. Si no se dan estas condiciones es lógicamente imposible
se convierte en neurosis de trasferencia y el rapport queda com o alianza que el analista pueda dar con la interpretación, porque esta no surge de
terapéutica. Definiendo rigurosamente sus términos, Gitelson dirá que la un proceso intelectual, surge, por ejemplo, de la probidad que yo sea ca­
neurosis de trasferencia es anaclitica y la alianza de trabajo diatrófica. paz de tener frente a lo que el analizado me está diciendo o haciendo. Si
Si la ecuación anaclítico-diatrófica no se da espontáneamente, Gitelson el analista no es probo, si no es honesto o justo, nunca va a hacer la in­
no cree que se la pueda reconstruir; esta es para él, la condición necesaria terpretación correcta. No es esto, creo yo, lo que aquí se discute, sino la
para que el análisis pueda empezar. Si este basamento no está, no se va a idea de hum anizar la relación analítica para que sea de por sí un factor
poder cumplimentar esta etapa, no se va a llegar nunca a ese momento en curativo. Lo que dice Gitelson, que es tam bién lo que sostiene este libro,
que se delinean la alianza terapéutica y la neurosis de trasferencia. En este es que esos elementos no son factores curativos sino requisitos.
punto, Gitelson coincide con sus colegas de la ego-psychology, y no con los Se ataca la pasividad del analista, el silencio del analista, la restricción
que piensan que la situación originaría se puede reconstruir (Winnicott, que él mismo se impone de sólo interpretar y se propicia que hay que parti­
Balint) o se puede interpretar (Klein). P ara Gitelson la relación diàdica no cipar más. Este punto de vista ha sido elevado a la categoría de una teoría
es interpretable: si el paciente es capaz de establecerla (esto es, si es anali­ de la praxis por la psicoterapia existencial: lo que vale realmente es el en­
zable) y si nosotros sabemos no interferirla se desarrolla espontáneamente. cuentro existencial. Esos encuentros existenciales a veces son encuentros y
En este punto Gitelson sigue estrictamente a Freud cuando decía que si al в veces son desencuentros fabulosos, como el de Médard Boss cuando hace
comienzo del tratam iento el analista no perturba la m archa del proceso, pasar el hipo de su enfermo apretándole el cuello como estrangulándolo.
pronto el paciente lo adscribe a una figura benevolente de su pasado y allí <(Stelson reacciona a todo esto con mucha energía, lo que no hace más que
se inicia la neurosis de trasferencia. tarificar lo que todos los que lo conocíaíi afirman: su propia naturaleza
Gitelson opera en todo su ensayo con que el ser hum ano viene dotado bondadosa, su intachable probidad intelectual. Gitelson no quiere caer en
de un impulso al desarrollo. Esta idea proviene sin duda de Freud; pero une situación de apoyo, de encuentro existencial o de humanización
quien la desarrolló teóricamente fue Edward Bibring en su contribución simplista sin irse tampoco al otro extremo, el del analista rígido y distante
al Simposio sobre Ia teoría de ios resultados terapéuticos del psicoanálisis que cree estar cumpliendo con las reglas del arte cuando lo que hace real­
de M aríenbad (1936), mente es desplegar su neurosis obsesiva, cuando no su sadismo o su es-
Bibring habla en su ponencia de cómo operan los factores curativo# sjui/oidia. Con la teoría de una relación diatrófica-anaclítica, Gitelson se
desde el ello, el yo y el superyó; y, cuando habla del ello, dice que hay un IHopone despejar este campo sin caer en una humanización barata. Sabe-
im pulso al desarrollo que considera fundamental. HiOk que en esto incurrimos a veces en la práctica cotidiana del consultorio
У que hay también dentro del psicoanálisis clásico quien lo propicia. Tal
W íl esfuerzo más grande del trabajo de Gitelson es no hacer intervenir la
«llKfttión en la primera etapa del tratamiento y por eso critica las ideas de
t n tre i ДОрсШ e n u h jn a t, q u t va d a d o el nacimiento a la sonrisa del tercer mes; d t l o ttfr ta
p rtc u rn r, q u t l i w h a t tt la anguilla d tl octavo m e , y la etapa o b je ta l propiam ente d l í h t i Mudó (1925) en el Congreso de Salzburgo.
q u * и « t t Ititeli lia t t t | M d o» « A o t ï m e d io , donde el n iñ o alcanza el nivel del p c n s t m tn u i
lim b ó ltco «ffll #1 n o (Véante l a p n m l i r t an n ée d t la vie d e /'e n fa n t y « T r t i n t f l
re n e *; t h * t i u l y i U r l u n t a i « n d Iti p ro to ty p e » .
su «Introducción del narcisismo», Freud estableció una diferencia nítida
45. La etapa media del análisis entre neurosis de trasferencia y neurosis narcisistica, afirm ando que sólo
en las primeras hay una capacidad objetal de relación, es decir, una tras­
ferencia de libido que hace posible el tratam iento psicoanalitico. E sta
clasificación pertenece de hecho a la psicopatologia, y no a la técnica; pe­
ro lo que se discute, entonces, en realidad, es si estas dos clases son idén­
ticas, son superponibles. P ara algunos autores lo son y para otros no.
C uando hablam os de las indicaciones o contraindicaciones del trata­
miento psicoanalitico desarrollam os esta controversia, señalando que si
1. El concepto de neurosis de trasferencia aplicamos el concepto psicopatológico de neurosis de trasferencia a la clí­
nica, a la praxis, estamos fijando también, de hecho, una determ inada
Com o acabam os de ver en el capítulo anterior, la form a clásica de en­ posición frente a los alcances del m étodo. Se recordará que en aquella
tender la etapa media del análisis es siguiendo el concepto de neurosis de oportunidad, y lo mismo al hablar de las formas de trasferencia en el ca­
trasferencia, que Freud introdujo en «Recordar, repetir y reelaborar» pítulo 12, me incliné p o r distinguir ambos conceptos y definí a la neuro­
(1914g). Freud sostiene en este ensayo que al comienzo del análisis se es­ sis de trasferencia com o un fenómeno que se da en la práctica, como un
tablece un fenómeno muy particular: la neurosis que había traído al pa­ concepto técnico que abarca la reconversión del proceso patológico en
ciente al consultorio se estabiliza, no tiene tendencia a progresar, a pro­ función de la persona del analista y su setting, sin abrir juicio sobre la po­
ducir nuevos síntomas, incluso tiende a disminuir o aun a desaparecer, sibilidad de analizarlo. También Weinshel (1971) establece la diferencia
m ientras empiezan a aparecer otros síntomas, isomórficos con los de entre la neurosis de trasferencia como concepto técnico y como concepto
la neurosis originaria, que revelan una conexión con el análisis y /o psicopatológico, si bien el desarrollo de su pensamiento lo Ueva, a mi
con el analista, y a los que Freud llam ó, adecuadam ente sin duda, neuro­ entender, a superponer la neurosis de trasferencia con la trasferencia en
sis de trasferencia. general.
Como lo dije reiteradam ente, la neurosis de trasferencia debe enten­
derse como un concepto técnico, en cuanto postula que las condiciones
del tratam iento analítico, del proceso analítico, hacen que los síntomas,
antes agrupados en una determ inada entidad clínica, se trasform en en 2. Variaciones sobre el mismo tema
otros, nueva versión que siempre tiene referencia, directa o indirecta, con
el tratam iento y desde luego con el analista; y es justam ente esta nueva Discutir en qué consiste la neurosis de trasferencia, cuál es su n atura­
producción de la enferm edad la verdaderam ente atacable por el m étodo leza y cuáles son sus límites es el contenido manifiesto de una controver­
psicoanalitico. s a académica. Las ideas latentes que la determ inan, sin em bargo, tienen
En el trabajo de Freud no está dicho, sin embargo, en m odo alguno, que ver con formas distintas de entender el análisis y su praxis, cuándo
que los únicos síntomas que pueden sufrir este proceso de reconversión empieza y hasta dónde se extiende la trasferencia, cóm o opera la in­
son los neuróticos. Al contrario, lo que ha dicho Freud m uchas veces es terpretación, qué función cumple el setting.
que todos los síntomas que presenta el paciente son susceptibles de esta HI trabajo de Gitelson plantea estos problem as rigurosam ente, en
m utación, de esta alquim ia que los trasform a en trasferencia. En el tra* cuanto delimita y circunscribe la neurosis de trasferencia a una situación
bajo que estamos com entando, por ejemplo, Freud cita el caso de una ti (ungular y específicamente edipica, que puede ser alcanzada y m odifi­
m ujer m adura que sufría estados crepusculares en los cuales abandonaba cada por la interpretación. La relación diàdica del comienzo de la vida
su casa y su m arido y que lo «abandonó» tam bién a él luego de una sema» finite el niño y la m adre se reproduce siempre al comienzo del análisis pe­
na de tratam iento en que la trasferencia creció en form a inquietantemetk tti nunca jam ás será parte de la neurosis de trasferencia, esto es, interpre-
te rápida, sin darle tiempo para impedir tan catastráfica repetición {Ab, iitble y modificable. Spitz (1956) introdujo el concepto de actitud diatrófi-
12, pág. 155), Aquí, evidentemente, el cuadro no es neurótico sino pifc id para especificar una determ inada conducta espontánea e inconciente
cólico (estado crepuscular) y la trasferencia se presenta de todos modO*( itrl analista (por esto, justam ente, creo yo, la llam a contratrasferencia),
asumiendo un carácter de resistencia incoercible. щи responde a la posición anaclítica del paciente, pero ni él ni Gitelson
Cuando la trasferencia se hace esencialmente negativa com o en lu» que estos fenómenos pueden ser analizados. Piensan lo mismo
paranoico», dirá en otra oportunidad, cesa toda posibilidad de un trate* i|(ir Hlizabeth R. Zetzel, cuando dice que sólo el complejo de Edipo puede
miento analítico, Nto es, el fenómeno trasferencial existe, se presenta, pe» «4 i» y afirma que es condición necesaria para ello que el futuro paciente
ro no poetano* resolverlo. IU mismo año de este ensayo, sin embargo, en Ич*1М ya resueltos sus conflictos diádicos con la madre y el padre.
No siempre es fácil, por cierto, decidir en la relación inm ediata y vimos en su momento que cuando el analista aparece en persona en el
compleja del consultorio si una relación es diàdica о triàdica, más allá de prim er sueño del analizado es porque este no es analizable o aquel come­
que si siguiéramos estas reglas tan prístinas caeríamos en contradicción tió un imperdonable error. Como Blum no cometió para el caso ningún
con sólo decirle a un paciente que hom ologa la interpretación con la error, el paciente del sueño serla inanalizable, y sin embargo no lo fue en
leche de la m adre. Pacientes com o la que se le escapó a Freud en u n esta­ una versión todavía más grave de la que yo imagino. Fiel a sus teorías,
do crepuscular y hasta la misma D ora parecen m ostrar a las claras, que la ¿habría permanecido H arold en silencio frente a aquel sueño, esperando
actitud cauta de los analistas clásicos, de la gran m ayoría de los analistas que se estableciera el rapport y se instaurara la neurosis de trasferencia
franceses y europeos, de m uchos psicólogos del yo y de los analistas de la por vía regresiva? Yo creo (tal vez porque soy kleiniano) que el silencio
Cllnica de H am pstead no deja de tener sus bemoles. en esas circunstancias hubiera sido un error, cuando no un acting out
De esto parece darse cuenta un teórico tan competente como Loewald contratrasferencial, y que la única posibilidad era interpretar sin dilación
en su trabajo sobre el concepto de neurosis de trasferencia.1 Presenta allí la trasferencia.
el caso de una joven de 19 años cuya neurosis de trasferencia tuvo un de­
sarrollo rápido e intenso que lo obligó a interpretar tem pranam ente la
trasferencia, dejando para m ejor ocasión el análisis de las resistencias. La
mayor resistencia en este caso, dice Loewald, era la trasferencia misma. 3. La neurosis de trasferencia y contratrasferencia
Es que la neurosis de trasferencia que se va instalando lentam ente
m ientras el relajado analista cum ple el m andato de Freud de ir desbro­ En los dos parágrafos anteriores (y también al hablar en la tercera
zando las resistencias sin tocar para nada el espinoso tema de la trasfe­ parte de las formas de trasferencia) discutí el concepto de neurosis de
rencia es un ideal de nuestra práctica (y de nuestra neurosis de trasferen­ trasferencia y propuse de hecho su ampliación, en cuanto la nueva ver­
cia con Freud) que sólo nos es perm itido cuando estamos frente a un caso sión de la enfermedad que se da en el tratam iento no com prende sólo los
de neurosis no dem asiado severo. E n los otros, que son ahora los más síntomas neuróticos sino también otros que no lo son.
frecuentes, los fenómenos trasferenciales no tardan en presentarse, y lo Vamos ahora a considerar otra am pliación, la que propuso Racker en
mismo pasa siempre con adolescentes, púberes y niños. su trabajo titulado «La neurosis de contratrasferencia», presentado a la
Un caso singularmente explicativo es el que expone H arold P . Blum Asociación Psicoanalitica Argentina en septiembre de 1948.3
en su relato prepublicado para el Congreso de M adrid de 1983.2 Se trata Dentro del proceso psicoanalitico, la fu ndón del analista es a la vez
de un hom bre joven que antes de la prim era sesión habló para comunicar de intérprete y de objeto (E studios, pág. 127). La contratrasferencia
que su m adre había m uerto y que se pondría en contacto con Blum des­ influye en esas dos funciones facilitando o dificultando la m archa de la
pués del entierro. Un año y medio después volvió a verlo, le confesó que cura. La contratrasferencia puede indicarle con precisión al analista in­
le había m entido, que su m adre seguía viva y que ahora sí quería em pezar térprete qué debe interpretar, cuándo y cóm o hacerlo, así como puede in­
a analizarse. Blum lo tomó y pudo analizar cabalm ente aquella m entira terferir su com prensión del material con racionalizaciones y puntos
colosal y remitirla a los conflictos con la m adre viva (y enferm a) y el ciegos. También la función de objeto dependerá en cada momento, para
padre m uerto en su vehemente versión trasferencial. Conociendo las te­ bien o para mal, de la contratrasferencia.
orías de Blum y su envidiable capacidad técnica, yo me pregunto ahora No se puede pretender, dice Racker, que el analista se m antenga in­
qué habría hecho ¿1 si este paciente, en lugar de empezar el análisis com u­ demne a la contratrasferencia, porque eso m ontaría tanto como decir
nicando por teléfono la muerte de la madre hubiera venido a la prim era que el analista no tiene inconciente; pero es posible que si el analista ob-
sesión contando un sueño más o menos asi: «A noche soñé que mi madrft trrv a y analiza su contratrasferencia pueda utilizarla para llevar adelante
había m uerto. Yo le hablaba a usted por teléfono para decirle que mf< Ib marcha de la cura.
pondría en contacto con usted después del entierro, pero en realidad sólo Del mismo m odo que la personalidad total del analizado vibra en su
volvía a verlo un año y medio después». El paciente de Blum y el que yo Idación con el analista, tam bién vibra el analista en su relación con el
imagino no son lo mismo, ya sé, porque no es igual la pseudologia y el analizado, sin p o r esto desconocer las diferencias cuantitativas y cualita­
acting out a contar un sueño. El sueño que yo propongo, sin embargo» lt< tivas (ibid., pág. 128).
haría decir a Blitzsten y a sus discípulos que el análisis no sería viable: y» Racker sostiene que el analista sigue teniendo conflictos por m ás que
llnyu sido analizado y bien analizado y que su profesión misma se los
1 «Tfc* transform e* neurosi* : comm ents o n the conocpi and the phenomenon)» fug l*iSO {MUporciona continuam ente, y «asi como el conjunto de imágenes, senti-
en B oiton № 1968 y publicado e n el Journal o f the A m erican de 197t. Es el cap, 17 de i t illlflUos e impulsos del analizado hacia el analista, en cuanto son deter­
p t n on p ry c ke anolytit.
1 « T h * p *irtñ O in a Iy tk process and analytic Inference? a clinical study o f a I f * ttu l g
Io n » . 1 / Mullios sobre técnica psicoanalítica, V.
m inados p o r el pasado, es llam ado trasferencia y su expresión patológica 4. Las confusiones geográficas
es denom inada neurosis de trasferencia, así tam bién el conjunto de imá­
genes, sentimientos e impulsos del analista hacia el analizado, en cuanto A diferencia de Freud, de Glover y de la totalidad de los autores que
son determinados por su pasado, es llam ado contratrasferencia, y su se han ocupado de la etapa m edia com o unitaria, Meltzer distingue aquí
expresión patológica podría ser denom inada neurosis de contratrasferen­ dos etapas. Tal vez no sea necesario decir que, al establecerlas, Meltzer
cia (ibid., pág. 129). no propone una división tajante, sino un equipo teórico que, con una vi­
Racker m uestra en su Estudio cóm o se reproducen en la contratrasfe­ sión más bien retrospectiva, nos perm ita discriminar momentos diferen­
rencia el complejo de Edipo positivo y negativo del analista, así como tes cuando estudiamos el proceso ya afuera del mismo. No hay limites cla­
también sus conflictos preedípicos orales y anales. ros, como tampoco los hay, huelga decirlo, entre la; tres etapas clásicas.
Siguiendo entonces las ideas de Racker, nosotros vamos a llam ar a la Como ya lo hemos dicho, las dos etapas de Meltzer giran alrededor de
etapa media del análisis, neurosis de trasferencia y contratrasferencia, la identificación proyectiva. En la segunda etapa, que ah ora nos concier­
considerando que la participación del analista es inevitable. El proceso ne, el enferm o recurre a la identificación proyectiva masiva. De ahí que
analítico involucra tanto al analista como al analizado, aunque se pueda Meltzer la designe como la etapa de las confusiones geográficas, ya que
discutir el grado y la cualidad de esta participación, que obviamente no la «geografía» de la fantasía inconciente está radicalmente perturbada.
es idéntica en los dos casos. Justam ente, la condición necesaria para que Para decirlo en términos de identidad, la diferencia entre sujeto y objeto
el proceso psicoanalitico se establezca es que la interacción entre estas no ha sido alcanzada o se pierde, por cuanto la identificación proyectiva
dos personas, analista y analizado, sea de una form a determ inada y no se masiva implica una confusión sustancial entre sujeto y objeto. Esta con­
dé como en la vida corriente. Ya hemos dicho en su m om ento que la eta­ fusión es justam ente la carta de triunfo del paciente para resolver los
p a del comienzo del análisis consiste en que, frente a la actitud conven­ problemas que se le plantean en la relación analítica; para no reconocer la
cional que trae el paciente, a sus presupuestos y expectativas de que el diferencia con el analista es que el paciente recurre a ese proceso tan in­
analista va a reaccionar en la form a en que habitualm ente lo hacen todos tenso de identificación proyectiva. Como vimos al estudiar las teorías del
sus congéneres, el analista adopta una actitud que lo distingue porque no proceso, la perspectiva de Meltzer (como tam bién la de Zac) tiene su apo­
responde en la form a esperada. Pudimos decir también que, en el mo­ yatura en la angustia de separación. Esta teoría se liga con la idea de rela­
mento en que el paciente comprende esta diferencia, pasa a una nueva re­ ciones de objeto tem prana, porque implica que, desde el prim er momen­
lación, la relación propiamente analítica, en la cual ya no espera respues­ to que se establece la relación analítica, hay una relación de objeto.
tas com o las que está acostum brado a recibir, sino una respuesta muy es­ Meltzer, pues, es de los que entienden el proceso psicoanalitico en tér­
pecial, surgida de dos raíces fundamentales, la regla de abstinencia y la minos de las angustias de separación; para él la reiterada experiencia de
interpretación. En el momento en que la relación cambia y deja de ser contacto y separación que establece el ritm o de las sesiones analíticas
convencional para regirse por este nuevo código, comienza la segunda influye predom inantem ente sobre el proceso, simultáneam ente, desde
etapa del análisis. luego, con las expectativas que trae el paciente. De aquí la im portancia
M ientras que el desarrollo de la prim era etapa varía con el enfoque de de la regularidad de las sesiones, su ritmo y su núm ero: la estabilidad de
cada escuela e incluso de cada analista, en la que ahora estamos conside­ la situación analitica es la base para que realmente se pueda establecer el
rando las divergencias no son tan grandes. Si sobre la duración de la pri­ proceso. Esta idea es específicamente kleiniana en cuanto se apoya en
mera etapa hay u n a sorprendente coincidencia entre todos los autores, la una teoría de las relaciones tempranas de objeto, aunque ningún analista
que ahora estamos discutiendo, por su naturaleza misma no tiene plazos deja de considerar im portante el contacto y la separación. Sea cual fuere
determ inados. En esta etapa se desarrolla el proceso de trasferencia y hu soporte teórico, siempre va a tener que interpretarlo, que integrarlo a
contratrasferencia con todos sus infinitos matices, sutilezas, contradic* sus teorías, porque estos elementos se imponen en la clínica una y otra
dones y (por qué no decirlo) contrariedades, que no podremos nunca vez. Ya hemos visto la im portancia de interpretar con acierto las angus­
calcular. Todo lo mús que podemos decir es que durará años, nunca tias de separación y lo difícil que es hacerlo sin caer en interpretaciones
ses; y que su evolución dependerá de cómo participen los dos protagonii mecánicas y las más de las veces chatas, que los pacientes rechazan con
tai. Si en la primera etapa la habilidad del analista sólo es puesta a prueba tn/.ón. Dije también en su oportunidad que el paciente resiste fuertemen­
por loi pedentes mài irregulares, en la etapa media va a serlo en todo te estas interpretaciones porque tem e el vínculo que estamos tratando di­
momento. Dé ello dependerá, tanto como del grado de enferm edad y la ficultosamente de establecer, y lo hace la m ayor parte de las veces desea-
colaboración del paciente, el destino de la cura. lllicándonos. El paciente no es un juez muy confiable, pero es el único que
(memos, sus críticas pueden ser ciertas como también tendenciosas: cuan­
to más busque el paciente atacar el vínculo analítico, más severas serán sus
■'tilicas a nuestras (buenas) interpretaciones sobre el fin de semana,
tar la más grande organización homosexual del m undo, que estaba deba­
jo de una ciudad. Al bajar sentía necesidad de ir al baño, pedía permiso
para hacerlo y le señalaban dónde estaba. E ntraba al baño y veía que ha­
En la etapa de las confusiones geográficas, el analista debe funcionar bía allí una escalenta; bajaba y veía otro cuarto de baño y otra escalera;
y debe m ostrar que funciona como un continente de las ansiedades del así bajaba cinco veces, hasta que despertó. Me parece que en este sueño
analizado. La tarea analítica fundam ental de esta etapa es que el analista puede apreciarse cómo funciona para la paciente el setting analítico: las
contenga la ansiedad del paciente y a la vez la interprete. En la m edida en cinco sesiones la protegen de una vuelta masiva a la homosexualidad, co­
que este proceso se cumple, si el paciente deposita o m ejor evacua su an­ mo después de hecho sucedió. En este sueño aparece claramente la idea de
siedad (el térm ino tiene aquí sentido literal) y el analista es capaz de so­ que las cinco sesiones analíticas representan realmente el pecho inodoro.
portarla, se establece un tipo de relación en la cual el paciente siente al D urante la etapa de las confusiones geográficas la tarea interpretativa
analista como un objeto cuya función consiste en contenerlo. A este ob­ se puede definir, siguiendo a Meltzer, como yendo del mecanismo a la
jeto, cuya función es la de recibir lo que el paciente evacua o proyecta,
ansiedad. En esto estriba muchas veces la diferencia entre una interpreta­
Meltzer le h a llamado pecho inodoro, porque obviamente está ligado a
ción adecuada y otra que no lo es. P o r esto decíamos en el capítulo ante­
la etapa oral del desarrollo. De este m odo, la identificación proyectiva
rior que, cuando el analizado proyectó masivamente dentro de un objeto
masiva del paciente tiene su correlato en una actitud del analista que
su parte angustiada, lo único que podemos hacer es buscar, com o un
reproduce el tipo arcaico de la relación que se dio entre el bebé y la madre
detective, dónde está escondido el chico con angustia para ponerlo otra
com o continente de su ansiedad. Este objeto es parcial porque no repre­
vez en su lugar, dentro del paciente. Cuando el analista hace esto, enton­
senta la totalidad del pecho sino sólo su función continente, de ahí su
ces el paciente empieza a sentir angustia; la interpretación ha ido
nom bre, toiiet-breast.
del mecanismo a la ansiedad. En esta etapa, entonces, en la m edida en
A medida que este proceso se repite, el analizado desarrolla una cre­
que el analista interpreta adecuadam ente, va aum entando el nivel de an­
ciente confianza en el pecho inodoro y se va consum ando su introyec-
siedad del analizado.
ción. Puede decirse que, teóricamente, desde el m om ento en que este
De modo que lo sustancial en esta etapa es interpretar el mecanismo,
pecho toilette ha sido cabalmente introyectado, el paciente tiene dentro
la interpretación proyectiva masiva, para restablecer la relación de obje­
de sí un objeto donde puede volcar sus ansiedades y en ese m om ento ter­
to y la ansiedad, porque justam ente lo que hizo el mecanismo fue anular
m ina la segunda etapa del proceso analítico.
la relación de objeto para evitar la angustia.
P ara Meltzer es un momento clave, en cuanto se ha traspuesto el lími­
te que va de la salud m ental a la locura, de la cordura a la psicosis. Salta a
la vista la similitud de este concepto con la línea divisoria que trazaba
A braham (1924) entre la prim era y la segunda etapa anal para separar
psicosis y neurosis. Estos dos autores, Abraham y Meltzer, señalan,
6. La piel
pues, coincidentemente, un punto clínicamente significativo: en m om en­
Cuand.o Meltzer escribió The psycho-analytical process, en 1967, esta­
tos históricos distintos y con diferentes soportes teóricos encuentran que
ba apenas en sus comienzos la investigación de Esther Bick sobre la piel
cuando el individuo puede contener sus ansiedades y no tiene necesidad
com o objeto de la realidad psíquica, a la que nos referim os en un capítu­
de proyectarlas, ha traspuesto el límite entre la psicosis y la neurosis,
lo anterior. A hora bien, el concepto de pecho inodoro está pensado en
entre la salud m ental y la enferm edad en térm inos psiquiátricos.
tórminos del funcionamiento de la identificación proyectiva y no es apli-
Si el analista no es muy torpe y el paciente no es muy enferm o, Melt­
zer dice que este proceso se puede alcanzar en un año de trabajo, plato cuble, a mi juicio, a la identificación adhesiva de la que van a hablar Bick
y Meltzer en sus nuevos desarrollos. P ara dar cuenta de los nuevos fenó­
que a mí personalmente me parece algo corto. Todo depende, natural"
mente, de la habilidad que tenga el analista para detectar el mecanismo menos, tal vez Meltzer tendría que recurrir a un nuevo concepto o
de identificación proyectiva masiva e interpretarlo, lo que siempre Ampliar el anterior. Yo entiendo que el concepto de holding, de W inni­
aum enta con la experiencia clínica, y del grado y la frecuencia con que el cott, es el que mejor se adapta a las dos m odalidades de identificación
analizado lo emplee. El plazo puede entonces variar, pero yo me atreve­ ntircisista de M eltzer, ya que la palabra holding (sostén) se adecúa tanto a
rla a decir que el paciente habitual de nuestra consulta puede lograr eti« Itt piel com o a los brazos, el pecho o el cuerpo de la m adre.
en un pfir de aflos o algo más. Es fácil comprender, por o tra parte, que en Lo que hemos descripto hace un m om ento es claram ente un proceso
psicòtico*, pervortoi, drogadictos o psicópatas este plazo se alarga noto< tic tipo espacial. El pecho inodoro es un espacio en el cual «tiene lugar»
riamente, y a veces no вс puede cum plim entar jam ás. ln Identificación proyectiva. M ientras no exista esto n o puede haber ver-
Recuerdo ri m eno que tuvo al final de su primer año d e análisis une (ieticramente procesos de identificación proyectiva.
paciente homOMXUAl, cuyo см о publiqué en 1970. Soñaba que iba a vuk Л partir del ya com entado trabajo de Esther Bick (1968), la piel epa»
recia como un objeto fundante de lo psíquico. Antes que pueda haber 7. Las confusiones de zonas y de modos
una relación continente/contenido (adentro y afuera) tiene que haber
una relación bipersonal de contacto. Lo característico de la identifica­ El desarrollo del análisis en su etapa interm edia, la más prolongada y
ción proyectiva es su espacialidad, la identificación proyectiva presupone tal vez la más com pleja, durante la cual se desarrolla la neurosis de tras­
la existencia de un objeto con tres dimensiones. La relación que estudió ferencia y contratrasferencia, no es suceptible de sistematización pero sí
Bick en niños psicóticos y autistas, la que vio observando bebés y lo que de algunos com entarios de cóm o se puede entender todo este largo tra­
paralelam ente investigaron Meltzer y su grupo de estudios con niños yecto. Vimos prim ero las precisiones de Racker sobre la neurosis de tras­
autistas es un tipo de relación que no parece estar vinculado a un proceso ferencia y estamos ahora examinando los aportes de Meltzer. A medida
tridimensional, sino m eram ente de contacto. Es una identificación narci­ que se va construyendo el pecho inodoro en el m undo interno aparece
sista en cuanto borra la diferencia entre sujeto y objeto; pero no se mete otra configuración que es lo que Meltzer llam a la etapa de las co nfu­
sino que contacta, no hace más que tocar la superficie del otro. El proce­ siones de zonas y de m odos. La identificación proyectiva ha disminuido
so de identificación es superficial, no tiene consistencia, sin darle a estas notoriam ente y ya no va a regir sustancialm ente la dinám ica del proceso
palabras el sentido peyorativo que comúnm ente se les asigna. Estas per­ psicoanalitico. Si bien en lo s avatares del contacto y la separación se va a
sonas son individuos que dependen mucho de la opinión de los demás y recurrir siempre a la identificación proyectiva masiva, en el resto del p ro ­
en los que el proceso de identificación es mimètico, imitativo, no tiene ceso la tarea va a estar centrada m ucho más en el arreglo o el reordena­
densidad. Son personas a las que les preocupa mucho el status, el rol so­ m iento de las confusiones zonales y no en los problem as de identidad.
cial; les im porta más tener un título que ejercer su profesión. Si en la prim era etapa se iba del mecanismo a la ansiedad, en la segun­
También David Rosenfeld (1975) piensa que la piel desempeña un pa­ da, al revés, se pasa de la ansiedad al mecanismo. En la prim era etapa se
pel im portante en la constitución del esquema corporal y en las prim eras trata de consolidar la función continente del analista, permitiendo que
relaciones de objeto. Por un lado, la piel proporciona las experiencias el paciente lo introyecte como pecho toilette. La interpretación lleva del
de suavidad y calor que brotan de la más tem prana relación con la m a­ mecanismo a la ansiedad, justam ente porque la identificación proyectiva
dre; por otro, la piel cumple una función de sostén y de organiza­ masiva, en cuanto borra las diferencias de sujeto y objeto, pone al que la
ción de las partes dispersas del self, que guarda relación con el pene den­ utiliza a cubierto de sentirla. En la medida en que nosotros corregimos la
tro del pecho. confusión geográfica y volvemos a dar al César lo que es del César y a
En la clínica el fenómeno de la identificación adhesiva se advierte co» Dios lo que es de Dios, el paciente empieza a sentir ansiedad, porque sólo
m o una m odalidad especial de m anejar la angustia de separación. Son a partir de la diferenciación de sujeto y objeto se pueden em pezar a sentir
analizados que buscan estar en contacto, les interesa escuchar la voz del todas las vicisitudes del vinculo que antes de hecho no estaba.
analista o que lo escuchen, sin que el contenido del discurso cuente para En la etapa siguiente, la situación es distinta, p o r no decir diam etral­
ellos. Tienden a desmoronarse y en los sueños aparece a veces muy clara­ mente opuesta. El individuo se presenta angustiado y nosotros, al diluci­
mente la búsqueda desesperada de la compañía y el contacto. Como los dar sus confusiones zonales, le m ostram os el mecanismo que explica su
niños autistas de Kanner (1934) estos analizados no parecen escuchar­ ansiedad. En esta etapa el vinculo está, existe; y nosotros podem os ope­
nos: las palabras le entran por una oreja y le salen por la otra, como si rar con este vínculo y sus vicisitudes, haciéndole ver al sujeto que la con­
dentro de la cabeza no hubiera un espacio para contenerlas. secuencia de sus confusiones zonales es invariablemente la ansiedad. El
Según estas investigaciones, entonces, habría que pensar que la terce* paciente llega p o r ejemplo a la sesión angustiado y empieza a hablar en
ra dimensión es patrim onio de una etapa ulterior del desarrollo, que 50 torm a continua y excesiva. La interpretación señala que confunde su len­
inicia en un nivel bidimensional, como sostiene desde hace muchos allot gua con su u retra para orinar al analista. L a interpretación da al paciente
A rnaldo Rascovsky, a partir de su libro sobre E lpsiquism o fe ta l (I960). las razones de su angustia y tiene naturalm ente que aliviarla.
E sto implica, entonces, que la identificación adhesiva es previa a la Idefr Detrás de todas estas confusiones hay siempre p ara Meltzer una pre­
tificación proyectiva y que hay (o debe haber) una etapa previa a la et- misa básica, negar la diferencia entre el adulto y el niño; y a corregirla se
quizoparanoide de Melanie Klein, como sostienen Rascovsky (psiquisrnp dirigen, en últim a instancia, todas las interpretaciones en esta etapa. La
fetal) y Bleger (posición glishrocárica).4 Interpretación siempre se refiere a esta diferencia entre el funcionam iento
Adulto y el funcionam iento infantil, tema que desde o tra perspectiva ha
M tudiado profundam ente Janine Chasseguet-Smirgel (1975).
liste aspecto de la interpretación es por un lado ineludible y p or otro
«tempre doloroso. Es ineludible porque si no lo tenemos en cuenta estas
4 P in mil (ItttllfS) véMtmi «Introducción a la versión castellana»» dd libro EsplonP, Interpretaciones podrían ser decodificadas por el paciente com o si san*
etán d tl autbmo. d o lieran una igualdad allí donde debe existir u n a asim etría. Es en eitë
m om ento del análisis, tal vez, que el concepto de asim etría en la neurosis vínculo idealizado que, si se establece, lleva al análisis a la impasse,
de trasferencia adquiere su vigencia más plena, y nuestra tarea consiste muchas veces disfrazado de «final feliz».
en que el paciente la acepte, p o r dolorosa que p ara él sea. H ay muchas En la tercera etapa de Meltzer (que es la segunda parte de la etapa me­
m aneras de interpretar las diferencias entre funcionam iento adulto e in­ dia del análisis) la identificación proyectiva sigue funcionando frente a
fantil, así como también de socavar la idealización que es justam ente el las emergencias de separación como pueden ser el comienzo y el final de
mecanismo básico p or el cual la sexualidad infantil se equipara a la adul­ la hora, de la sem ana o las vacaciones y desde luego el finalizar del análi­
ta. N o basta decirle a un paciente en esta etapa, que él (o ella) quiere d ar­ sis; en el resto no opera ya en form a masiva y queda vinculada al ordena­
me un bebé con su parte femenina infantil, sino tam bién que sólo ideali­ miento de las zonas efectoras erógenas y los modos de la sexualidad.
zando la m ateria fecal puede creer que su bebé es igual al que hacen los Aparece entonces, mediada por la envidia y los celos, la necesidad de
padres. Este últim o aspecto de la interpretación es ineludible, m ás allá borrar las diferencias entre el adulto y el niño, cuando el chico confunde,
del tacto con que se la formule. U na interpretación que se limite a señalar por ejemplo, su lengua con el pezón o su producción anal con la capaci­
la producción de bebés fecales sin m odificar la idealización que presupo­ dad generativa de los padres. A hora interpretam os desde la ansiedad al
ne la confusión de excrementos y bebé no haría más que reforzar la idea­ mecanismo tratando de m ostrar que la ansiedad es el corolario ineludible
lización de la sexualidad infantil. Se podrá decir, por cierto, que en ge­ del mecanismo empleado; tratam os de hacerle ver al analizado que siente
neral el solo hecho de interpretar en esta dirección ya implica señalar las ansiedad porque está utilizando un mecanismo de defensa que ataca, des­
diferencias; pero n o siempre es así: cuando los mecanismos m aniacos son virtúa y perturba el funcionam iento del objeto.
más acusados, el intento de borrar la diferencia entre el grande y el niño Digamos, para term inar, que Meltzer asigna a esta etapa una dura­
es más fuerte, y entonces con más firmeza tendrem os que integrar ese as­ ción de tres a cuatro años en el adulto y dos o tres en el niño.
pecto en la interpretación.
P or todo lo dicho, se com prende que una configuración que se d a d u ­
rante esta etapa del análisis es lo que Meltzer llam a la genitalización difu­
sa, con los concom itantes problem as de excitación. C on esto se quiere se­
ñalar que una de las confusiones zonales más característica es que distin­
tos órganos del cuerpo puedan funcionar com o genitales. El niño utiliza
sus órganos com o efectores de su sexualidad, confundidos con sus genita­
les, porque, en realidad, la cualidad especial del orgasmo, adquisición tí­
pica de la vida sexual adulta, no ha sido alcanzada por él. Consiguiente­
m ente, sólo a partir de borrar esta diferencia se puede considerar la acti­
vidad sensual del niño equiparable a la del adulto.
O tro aspecto que señala Meltzer en esta etapa es el intento de tom ar
posesión del objeto. Se trata de una form a primitiva de am or, de fuerte
colorido egoísta y celoso, cuyo lógico corolario es creer que uno dispone de
las excelencias con las que va a poder conquistar al objeto. Aquí, nueva­
mente, la idea de confusiones de zonas y de m odos se m uestra de manera
evidente.
P or últim o, la configuración m ás frecuente y más difícil de manejar
en esta etapa, y a la cual parece que convergen todas las defensas, es un
intento persistente de establecer, a través de la seducción, un vínculo de
m utua idealización. En la m edida que esto se logra, el paciente puedo
mantener la idea de que es igual al analista, de que todo los une y nada
los separa. Se oblitera asi el acceso a la posición depresiva, porque, en ls
medida en que esta situación se consolida, el analizado n o va a llegar
nunca &ls verdadera dependencia y a la pérdida de objeto, los dos rasgOl
que definen le posición depresiva. El analista deberá m ostrar aquí toda
su capacidad para desbaratar el intento persistente, m onótono y multi*
forme del enpllwido en pos de este tipo de idealización. Es realmente dii!-*
cil lobrsponefMf a ette continuo embate del paciente en procura do un

fS
46. Teorías de la terminación m om ento vamos a discutir, pero digamos desde ya que John Rickman los
define muy acertadam ente en su pequeño y lúcido trabajo de 1950. Hay
además, otros indicadores que aparecen con m otivo de la term inación, es
decir, por el hecho de que la term inación se plantee; son consecuencia del
proceso de terminación: la decisión de term inar el tratam iento se acom ­
paña siempre, en efecto, de angustias depresivas y /o temores fóbicos o
paranoides de quedarse sin el analista, aun en caso de que el proceso no
hubiera llegado a la etapa de term inación. De m odo que, desde el punto
de vista clínico, distinguiremos los indicadores que nos advierten que el
1. P anoram a general proceso h a llegado al final y los que resultan de esta-f^se del proceso.
Debemos considerar, por últim o, los aspectos técnicos f с là termina--
Son tantos y tan variados los problem as que nos propone la term ina­ ción, cómo y cuándo operar la term inación. Aquí tencTremos que estu­
ción del análisis que se hace necesario enfrentarlos con una cierta siste­ diar el m om ento en que el paciente percibé~que su análisis ha entrado en
matización. Nosotros vamos a exponerlos intentando agruparlos desde la etapa final y nosotros coincidimos con esa apreciación. P o r lo general
tres puntos dfeVîslâ: teórico, clínico y técnicO>Estas áreas se superponen, t’sta alternativa configura dos m om entos distintos, porque una cosa es la
"desde luego, frecuentemente y no se pueden delimitar en form a absoluta; presunción y otra que el analista la com parta. La opinión del analista im ­
pero, a los fines de la exposición, es pertinente establecerlas. A esto va­ porta porque se introduce como un elemento real, como algo que se agre-
mos a agregar todavía el posanálisis como una etapa de singular im por­ Ha al contrato originario. Sólo cuando nosotros prestamos nuestro acuer­
tancia cuyo estudio, apenas em prendido, merece ampliarse. do se desencadena el nuevo momento dialéctico que podrem os llam ar
El problem a teóricj» consiste en ver a qué vamos a llamar final de aná­ con propiedad etapa de la term inación. Este tram o del proceso, apresuré­
lisis, lo que equiveféa decir cuáles van a'ser nuestros criterios de cura­ monos a señalarlo, dem orará un tiempo variable pero nunca breve, a mi
ción, a qué supuestos nos vamos a remitir frente al problem a siempTe inicio siempre superior a dos años, durante el cual sobrevendrán m om en­
difícil de resolver sobre la salud mental de un individuo, qué diferencias tos de avance e integración y otros de «inexplicable» retroceso. Es lo que
vamos a establecer entre salud y enfermedad. De esto se ocupa lúcida­ Melt/.er llama el um bral de la posición depresiva, que culmina con el pro­
mente Freud en su artículo «Análisis terminable e interm inable» (1937c), ceso del destete, donde surge en el analizado una aprem iante necesidad
que vamos a recordar más de una vez en este capítulo. Interesa seña­ do terminar, de llegar al fin. Esta nueva fase culm ina cuando se acuerda
lar que los criterios de curación van a ser diferentes según sean los sopor­ ima fecha de term inación, que no podrá ser nunca ni muy próxim a ni
tes teóricos con que nosotros tratemos de abordarlos. La psicología muy distante, que habrá de medirse en meses, no en semanas o años, p o r­
hartm anniana de la adaptación, p or ejemplo, conduce a pensar que la que, si fuera de semanas, habría que concluir que nos hemos dem orado
term inación del análisis implica reforzar el área libre de conflicto y un mucho en anunciarla y, si fuera de años, estaríamos adelantándonos a un
funcionam iento yoico suficientemente adaptativo, m ientras la escuela luturo muy lejano, donde la idea de desprendimiento no podría cuajar.
kleiniana va a hacer hincapié en la elaboración de las angustias depresi* Como una paradoja m ás de nuestra profesión im posible, y quién sabe
vas. Lacan dirá, desestimando àcidamente la psicología de la adaptación, ht más insoportable, el tratam iento psicoanalítico no termina sino des-
que un buen final sanciona la sujeción del sujeto al orden simbólico y ftues, cuando el analizado, ya solo y libre, así lo decide en el período que
W innicott sostendrá que el analizado h abrá adquirido su verdadero self se llama posanálisis.
y, aceptando suficientemente la desilusión, sabrá ahora cuánto le debe tt
la madre.
Aparte de este enfoque teórico hay aáe. dínicayÓc la term inación dfcl 2. ¿Es terminable el análisis?
análisis que tiene que ver fundam cntalm ente'cm 'el tem a de los indiçado1
res. P ara que se pueda hablar de una term inación del análisis, obviamen*- De los num erosos problem as teóricos que puede suscitar la term ina­
tc tenemos que encontrar clínicamente los signos que nos permitan ajlf i lòn del análisis dos son para mí los más im portantes: si existe verdadera­
mor» con tina razonable seguridad, que el analizado está por entrar çyw m ente una terminación del análisis y cuáles son los factores curativos.
ha entrado a la etapa de terminación. Nuevamente, estos indicadores clí­ Se ha discutido siempre, antes y después del fam oso artículo de 1937,
nicos dependen muchísimo de los supuestos teóricos antes m enrionadói' til pl análisis puede y debe term inar. Todo hace suponer que la polémiea
pero, de¡hnd(> w to de lado, todos los analistas entendemos que esto* ìli WKtiitó para siempre.
dlcadorea exilien y que nos perm iten detectar el estado del proceso anali I os principales argumentos de Freud en «Análisis term inable e inter-
tico en un m om ento dudo. Hoy, de hecho, muchos indicadores, que en «u

MI
minable» siguen todavía en pie. Más allá de los aspectos formales con
puedan discrepar en más de un punto. Freud, por ejemplo, se m ostraba es­
que de hecho term ina un análisis cuando analista y analizado cesan las
céptico en cuanto a poder reactivar los conflictos potenciales del analizado
entrevistas, hay también algunas razones teóricas para afirm ar que el
porque no veía más que dos alternativas igualmente impracticables: con­
análisis tiene que tener u n a term inación. El análisis, dice Freud, se inició
versar de ellos o provocarlos artificialmente en la trasferencia; pero Fe­
con ciertos objetivos y debe term inar cuando se los alcanza.
renczi piensa que puede alcanzárselos porque opera coti una teoría del ca­
Freud piensa, tam bién, que un buen análisis debe poner al sujeto a
rácter que no está en la mente de Freud en ese momento.
cubierto de una recaída, dándole las herram ientas suficientes para resol­
Ferenczi afirm a rotundam ente en su articulo que el análisis puede y
ver, dentro de ciertos límites, sus conflictos. C uando la vida los sobrepa­
debe term inar y agrega que una terminación correcta no puede ser brusca
se con su rigor y con sus injusticias no habrá que im putárselo lisa y llana­
sino gradual y espontánea. «La terminación correcta de un análisis se
mente al análisis. Que un proceso term ine no quiere decir que no pueda
produce cuando ni el médico ni el paciente le ponen fin, sino que, por
iniciarse nuevamente. Freud no dice en cam bio, qué habrem os de hacer si
decirlo así, se extingue por agotam iento...» (pág.75 ) . 1 Y agrega en se­
esos objetivos no se alcanzan. Pocas veces se plantea este tem a, quizá
guida: «Un paciente realmente curado se va liberando del análisis de una
porque entonces tendríam os que resolver un problem a no menos espino­
manera lenta pero segura; debe seguir concurriendo todo el tiempo que
so: ¿cuándo vamos a decir que un análisis ha fracasado? Esta pregunta es lo desee». Ferenczi describe esta etapa final como un verdadero duelo: el
difícil de contestar justam ente porque los límites del análisis nunca son analizado se va dando cuenta que sigue concurriendo al análisis por la
claros, como no son por cierto nítidos e inamovibles sus objetivos.
gratificación que le procura a sus deseos infantiles aunque ya no le rinde
Freud dice también que los analistas debieran reanalizarse cada cinco en términos de la realidad. En ese m om ento, con pena, deja de concurrir,
años, lo qué podría hacer pensar que duda al menos sobre la term inación buscando a su derredor fuentes más reales de gratificación (pág. 75). Fe­
del análisis didáctico. No hay que olvidar, sin embargo, que esta sabia renczi concluye con estas sabias palabras: «La renuncia al análisis consti­
advertencia se hace teniendo a la vista el trab ajo altam ente insalubre que tuye asi la conclusión final de la situación infantil de frustración que está
cumple el analista, de m odo que aquí rige el principio anterior sobre las en la base d é la form ación de síntomas» (pág. 75).
circunstancias de la vida futura del ex analizado. Puede ser que hoy tengamos propuestas diferentes sobre la formación
Tal vez sea este el m om ento de decir que las opiniones de Freud sobre de los síntomas, pero la idea fereneziana de que la term inación del análi­
la eficacia y los límites del tratam iento analítico en 1937 son equilibradas sis significa dar por term inados los modelos infahtiles de gratificación
y no difieren dem asiado de las que dio en toda su vida, desde los Estudios para dirigirse, con pena pero resueltamente, a satisfacciones más realis­
sobre la histeria hasta el Congreso de N urenberg, pasando por los artícu­ tas mantiene hoy, para mí, la vigencia más plena.
los de 1905, un punto que tam bién señala Wallerstein (1965). En manifiesto desacuerdo con su maestro (¡y con su analista!), Ferenc­
No hay que olvidar, por otra parte, que «Análisis terminable e intermi­ /4 sostiene que el análisis didáctico no debe ser para inform ar al futuro
nable» habla de tratamientos de duración muy breve, distintos de los análi­ analista de los mecanismos de su inconciente sino para dotarlo de los mejo­
sis actuales, sobre todo para los llamados análisis didácticos que Freud res instrumentos para su futura labor y que no es concebible que el análisis
concebía casi como un rito de iniciación. Llega a decir que, cuando el pa­ didáctico, dure menos que el terapéutico. En este punto el tiempo vino a
ciente ha tenido conciencia de que existe el inconciente y se ha hecho cargo darle la razón a Ferenczi —¡porque no siempre Freud tiene razón !— .2
del extraño fenómeno del retorno de lo reprimido, ya se ha logrado lo que La convicción de que eí análisis debe term inar, que com parten Fe-
se puede aspirar de un análisis didáctico. Actualmente nosotros n o pensa* icnczi y Freud igual que muchos analistas después de ellos, se asienta en
mos así, evidentemente; pensamos que el análisis didáctico debe encararse hechos clínicos bien com probados, si bien hay tam bién otros que apun­
como cualquier otro y ser profundo y prolongado. tan a lo contrario.
El articulo de Freud, conocido y reconocido por todos los analistas, El insoluble problem a debería llevarse, tal vez, a otro terreno, empe­
deberla leerse ju n to al que Ferenczi presentó al Congreso de Innsbruck zando por preguntarnos qué entendemos por term inación del análisis y
en septiembre de 1927, Freud se refiere a él continuam ente no sólo por- cuáles son los objetivos que tenemos en cuenta cuando pensamos en la
que en el ocaso de $u vida debe haber recordado m ucho a Sandor sino terminación. Pero esto nos lleva ya al o tro tem a de la teoría de la term i­
p or los grandes méritos del relato del húngaro. nación, el de los factores curativos.
En su ponencia Ferenczi insiste en que el análisis puede llegar a una ter En tanto proceso, el psicoanálisÍ3 debe tener p o r definición un térmi­
minación siempre que el analista tenga coraje y paciencia para deiar Que el no, porque cuando lo iniciamos fijamos por contrato un objetivo y nun-
proceso te desarrolle sin un preconcebido limite de tiempo y sepa ocuparse
a la par lo» almom&s y del carácter. Tam poco creo yo que haya q w
contrastar un ácido pesimismo de Freud con un optimismo radiante de IV 1 «LiJ problema de la term inación del análisis», Problem as y m étodos del psicoanálisis.
1 P»ra una discusión m is porm enorizada, véase el trabajo de Etchegoyen y C atrl
renczi. Píente q u t estos dos grandes trabajos son equilibrados, aunqu» * h « i il , Ferenczi y el análisis didáctico» (1978).

m
ca jam ás decimos que iniciamos ahora una tarea de aquí a la eternidad. siva. No es lo mismo que el analista acepte que el analizado se vaya pero
Si esta discusión se ha hecho interm inable es, entre otras cosas, porque diga com o Pilatos que el tratam iento ha quedado interrum pido a que lo
no se deslinda el proceso analitico que em prenden analizado y analista dé por term inado dejando a salvo que la term inación habría sido otra si
con el autoanálisis que, en tanto herram ienta personal, se aplicará toda la otras hubieran sido las circunstancias.
vida. Se term ina el estudio en la Universidad o en el Instituto de Psico­
análisis; el aprendizaje sigue después para siempre.

4. Los factores curativos


3. O b je tiv o s d e la c u ra El otro problem a vinculado a la teoría de la term inación del análisis,
no menos im portante que el anterior, es el de los factores curativos.
La gran mayoría de los analistas piensa actualmente que el análisis Lógicamente, si nosotros pensamos que el análisis es una tarea que ter­
como procedim iento que busca alcanzar determ inados objetivos debe di­ mina cuando se la ha cum plido, entonces surge inm ediatam ente qué
ferenciarse del análisis como un program a de desarrollo personal que d u ­ vamos a entender por el cumplimiento de esta tarea y eso nos lleva a los
ra toda ia vida y es de hecho interm inable. Son dos cosas distintas, si bien factores curativos.
en la práctica tienden a confluir, ya que los objetivos iniciales pueden va­ A hora bien, es evidente que no se puede hablar de los factores curati­
riar y es legitimo que así sea a m edida que el analizado va comprendiendo vos sin tener en cuenta la teoría de la enfermedad y de la curación con la
m ejor en qué consisten verdaderam ente sus dificultades y cuál es la ayu­ cual operamos; pero tam bién es cierto que cuando se analizan las dife­
da que el análisis puede realmente ofrecer. E sta am plitud de las miras de­ rencias escolásticas se encuentra que son tal vez más de form a que de
bería quedar siempre circunscripta por los objetivos iniciales del proceso, fondo, lo que por contrario imperio viene a m ostrar que el psicoanálisis
y el analista haría bien en recordarlos cuando el analizado, llevado por el es bastante confiable com o doctrina científica.
entusiasmo intelectual del descubrimiento y también, no lo olvidemos, Nos vemos así enfrentados con una serie de problemas que hacen a los
p or sus conflictos de trasferencia, quiera dejarlos de lado. fenómenos de integración y al desarrollo de la persona, que gravitarán
L a diferencia recién establecida seguirá vigente aun cuando pensemos fuertemente en lo que nosotros decidamos con respecto a la terminación.
que el psicoanálisis no debe costreñirse al m odelo médico de cura o tra ta ­ Como dije hace un m om ento, si bien la consideración de los factores
m iento. Podem os sostener que el psicoanálisis se propone el crecimiento curativos varía con las escuelas, no hay que dejarse llevar demasiado por
m ental, un cambio del carácter o la expansión de la personalidad sin por este tipo de discusiones, que a veces no tienen tanto valor como parece.
ello alterar los objetivos del proceso, que habrá de cesar cuando el anali­ En realidad, si se los exam ina con serenidad y desapasionam iento, los di­
zado se haya aproxim ado suficientemente a esas metas, logrando los ins­ versos criterios de curación que se proponen no son tan distintos. Va­
trum entos necesarios para proseguir por sí mismo. rían los soportes teóricos y la praxis para alcanzarlos; pero si uno los
Un análisis que se postulara como interminable apoyándose en el compara, se da cuenta inm ediatam ente de las coincidencias.
hecho cierto de que el crecimiento m ental, la integración, la salud mental Tomemos por ejemplo los criterios de curación de H artm ann, es decir,
o lo que fuere no se logran nunca por com pleto y que en su legitima bús­ rl reforzam iento del área libre de conflictos y, consiguientemente, una
queda siempre se puede ir más allá, caería en una contradicción radical, incjor adaptación a la realidad, y comparémoslos con lo que propone
porque ninguno de estos objetivos es com patible con una relación inter­ Klein cuando afirm a que hay que elaborar las angustias paranoides y
m inable con el que ayuda a conseguirlos. No puede haber crecimiento depresivas. Puestas así las cosas, la diferencia es notoria e irreductible.
m ental ni integración ni salud mental que sólo se alcancen a partir del Klein dijo siempre, sin embargo, siguiendo al Freud de «Duelo y melanco­
otro y no de sí mismo. Hay aqui, pues, una incompatibilidad que no es só­ lía», que uno de los elementos fundamentales de la posición depresiva es el
lo táctica sino tam bién lógica: p ara ser independiente no se puede depen­ contacto con el objeto, es decir con la realidad. El duelo, decía Freud, con­
der del otro hasta la eternidad. iu te en que la realidad nos muestra dolorosamente que el objeto ya no es­
Estos razonam ientos son obvios pero no siempre se tienen e n cuenta tá; y el duelo, para Klein, consiste en poder aceptar la realidad psíquica y
en el momento en que se plantea la terminación del análisis y tampoco externa tal como son. Si bien H artm ann no habla de duelo, su adaptación
cuando hay que tomar la difícil decisión de un final forzado p o r las exU %In realidad le viene de Freud. H artm ann y Klein, entonces, tienen que
gencias a veces inaplazables de la vida. Me refiero a circunstancias como m nvenir en que un analizado debería terminar su análisis con un m ejor
un nom bram iento, una beca o el m atrim onio cuando obligan al analiza* «intacto con la realidad que el que tenia antes de empezar.
do a optar entre1teguir el tratamiento o tom ar el otro camino. Aquf la Tomemos otro criterio, com o el de Lacan, por ejemplo, el acceso al
evaluación (lei analista en los términos recién presentados puede ser desb Hiilen simbólico. Lacan siempre se enoja con H artm ann y tiene sus razo*
nes pero no sé si tiene razón. Considerado pedestremente el criterio de 6 de abril John Rickman, H. Bridger, Klein y Sylvia Payne presentaron
adaptación de H artm ann suena sociológico y es para Lacan repugnante. sendas comunicaciones breves sobre el tema. Quiero comentar ahora la de
Yo, personalmente, tengo muchos desacuerdos con H artm ann pero no lo Rickman, que encierra en sus dos páginas toda una teoría de los criterios
creo un autor superficial ni un simple representante del Am erican way o f de terminación y de los indicadores.
life. Si uno juzga desapasionadam ente lo que dice Lacan cae en la cuenta P ara dar por term inado un análisis Rickman busca el pu n to de irre-
de que hay que abandonar el orden de lo imaginario, que es el orden de versibilidad en que el proceso de integración de la personalidad y la adap­
las relaciones duales y narcisísticas, para elaborar un tipo de pensamien­ tación han alcanzado un nivel que será mantenido luego de term inado el
to conceptual o abstracto que él llama con toda razón simbólico. Ese tratamiento —dejando a salvo, desde luego, circunstancias de enorme
pensamiento es el que permite el acceso al orden de lo real. Claro que lo stress—. Sobre esta base, Rickman propone una lista de seis ítem: 1) la
real para Lacan debe ser distinto que lo real para H artm ann; pero tam ­ capacidad de moverse con libertad del presente al pasado y viceversa, es­
bién es innegable que emplean la misma palabra. to es, haber removido la amnesia infantil, lo que incluye la elaboración
Son sólo ejemplos para m ostrar que, sin desconocer la diversidad de del complejo de Edipo; 2) la capacidad para la satisfacción genital hete­
las teorías, hay que ver siempre dónde discrepamos y hasta qué punto rosexual; 3) la capacidad para tolerar la frustración libidinal y la priva­
discrepamos. Un seguidor tan lúcido de Lacan como es Jacques-Alain ción sin defensas regresivas ni angustia; 4) la capacidad para trabajar y
Miller piensa que las ideas de Lacan sobre el acceso al orden simbólico también soportar no hacerlo; 5) la capacidad para tolerar los impulsos
son parecidas a las de Klein sobre la posición depresiva. Porque la fun­ agresivos en uno mismo y en los demás sin perder el am or objeta! y sin
ción del psicoanalista, dice Miller, consiste en desaparecer, en no permi­ sentir culpa, y 6) la capacidad para el duelo.
tir que la situación imaginaria domine el cuadro: el psicoanalista debe es­ Estos criterios deben valorarse en su conjunto, según se presentan
tar siempre en el lugar del gran O tro. Todo esto tiene que ver, para combinados y se contrapesan recíprocamente, y siempre en el caso perso­
Miller, y yo creo que está en la verdad, con la posición depresiva de M e­ nal, para decidir si alcanzaron el punto de irreversibilidad.
lanie Klein y la pérdida de objeto. Al considerar todos estos factores en términos de la relación de tras-
En resumen, si bien el tema de los factores curativos nos lleva inexo­ lerencia Rickman afirm a categóricamente: «La interrupción del fin de
rablem ente a los problem as teóricos más complicados de nuestra discipli­ semana, en cuanto es un hecho que se repite a todo lo largo del análisis, y
na y al punto en que las escuelas pueden quedar más enfrentadas, tam ­ цие contrasta con la interrupción más larga de las vacaciones, puede ser
bién es cierto que en la práctica del consultorio hay un acuerdo bastante usada por el analista cuando evalúe el desarrollo del paciente al estable­
am plio, que no deja de ser sorprendente, en cuanto a la evaluación de los cer el modelo de integración que se mencionó anteriorm ente».3
progresos del analizado. Por esto dice Rickman que la form a en que el analizado imagina a su
Analista durante el fin de semana puede ser un indicador sumamente sen­
sible y seguro de que se ha alcanzado ese punto de irreversibilidad: no es lo
mismo suponerlo atado como un esclavo a su consultorio estudiando todo
5. Punto de reversibilidad rl tin de semana que imaginarlo en el teatro o gozando de su vida familiar.
También Willy H of fer (1950) en el simposio ya mencionado establece
Los dos grandes artículos de Ferenczi y de Freud que comentamos t ítt criterios psicológicos para la terminación: el grado de conciencia de
abrieron una larga discusión teórica sobre la terminación del análisis que Ion conflictos inconcientes, la modificación de la estructura m ental rem o­
d ura todavía. Ferenczi decía que si el analista tiene paciencia y destreza viendo las resistencias y la trasmutación del acting out y la trasferencia
puede llevar el análisis a buen puerto y Freud aseveraba con su habitual (proceso primario) a recuerdo (proceso secundario).
rigor intelectual al final del parágrafo VII de «Análisis terminable e in* HI criterio de la term inación, dice H offer, puede definirse como la ca­
terminable»: «El análisis debe crear las condiciones psicológicas más fa­ pacidad de autoanálisis, que proviene de una identificación con el analis­
vorables para las funciones del yo; coa ello quedaría tram itada su tarea» ta ni .su función, es decir, con su habilidad p ara interpretar, para anali­
(AE, 23, p ig . 231). s i las resistencias y p ara trasform ar el acting out en recuerdos de los
Bntre lo* mucho* congresos y reuniones en que se discutió el tema de rcHiflictos y traum as infantiles p or medio de la trasferencia vivenciada
la term inación del análisis quiero recordar los que tuvieron lugar en agudamente e interpretada (1950, pág, 195).
1949. Un Ift Hrtttnh Society hubo un Simposio sobre la terminación dei
tratamiento ftíicuanalltlco el 2 de marzo de 1949 en que participaron
Michael littìitttt Vint ton Milner y Willy H offer, mientras Melanie Klein 1 * rhe wtek-end break, because it is an event repeated throughout the analysis, which is
habló «ObK Ы Im rn on el Congreso de Zurich, en agosto, y Annie Reich y ïttni punctuated b y the longer holiday breaks, can be used b y the analyst when m aking t h t
y n n m tiv e /¡altern before referred to in order to asses the developm ent o f the patient» (/л*
Edith Uuxhnum hni'lnil lf> propio en listados Unidos de Norteam érica. HI tft Hallo mil Journal, vol. 31. pág. 201).
Observa que cuando el análisis ha avanzado en form a significativa el p a­
E n el mismo simposio habló Balint (1950) para quien la term inación ciente espera y a menudo dem anda cierto tipo de gratificaciones de parte
de un psicoanálisis es un new beginning: el analizado abandona gradual­ del analista y tam bién de su medio. Si frente a estas demandas el analista
m ente su actitud suspicaz con el m undo exterior y en especial con el an a­ cumple estrictamente las reglas del análisis, el analizado responderá con
lista y, paralelam ente, emerge un tipo de relación de objeto muy particu­ frustración, rabia y sadismo, que lo precipitarán al m undo de las an­
lar que puede llamarse am or objeta!prim ario (arcaico, pasivo). Su rasgo siedades paranoides y depresivas de Melanie Klein. Al contrario, si para
característico es la expectativa incondicional de ser am ado sin tener la evitar esta catástrofe se satisfacen esos modestos deseos, se salta de la
obligación de dar n ada a cambio, de obtener la gratificación deseada sin sartén a las brasas y se instaura un estado prácticam ente maniaco, que
tener en cuenta los intereses del objeto. Esta gratificación se dem anda linda con la adicción o la perversión. No resulta difícil de prever que, en
con vehemencia y nunca ve más allá del nivel del placer preliminar. Estos cuanto se suspende o se dem ora ese anhelado tipo de satisfacción, sobre­
deseos, sigue Balint, nunca pueden satisfacerse plenam ente en el m arco viene incontenible la reacción antes descripta.
estricto de la situación analítica, pero deben ser bien com prendidos y Los deseos que el analizado quiere en realidad satisfacer —sigue Ba­
tam bién satisfechos en un grado considerable.4 Si esto se logra, entonces lint— son de hecho inocentes y hasta ingenuos: recibir alguna palabra es­
el analizado hará el new beginning desde el am or objetal prim ario al pecia] del analista, llam arlo por su nom bre de pila o recibir ese mismo
am or genital maduro, donde po d rá atender a sus propias dem andas no trato, verlo fuera de la situación analítica, que el analista le preste o le re­
menos que a las de su objeto de amor. gale algo, por insignificante que sea. A menudo estos deseos no van más
Cuando este proceso se cumple con buen éxito, el analizado siente que allá de querer tocar al analista o ser tocado o acariciado por él.
está cursando una especie de renacimiento (re-birth) a una nueva vida, con Estos deseos tienen dos cualidades especiales: se refieren a objetos (y
una sensación muy grande de libertad. Siente que se está despidiendo para de aquí el rechazo de la hipótesis del narcisismo prim ario) y no van nunca
siempre de algo muy querido y precioso, con toda la pena y el duelo consi­ más allá del nivel del placer preliminar. De esto se sigue consecuentemen­
guientes. Este dolor se alivia, sin embargo, gracias al sentimiento de segu­ te que, si la satisfacción llega en el m om ento oportuno y con adecuada
ridad que emerge de las nuevas posibilidades de una vida feliz. intensidad, la respuesta tam bién es adecuada y quieta. «Estos sentimien­
Las ideas de Balint pueden rastrearse hasta el XII Congreso Interna­ tos de placer pueden describirse con propiedad como un sentimiento de
cional (Wiesbaden, 1932), donde leyó su «Charakteranalyse und Neube- bienestar quieto y tranquilo» (International Journal, 1949, pág. 269).
ginn», publicado en el Internationale Zeitschrift de 1934. Dos años después, Todo esto tiene para Balint una historia, son reacciones a la frustra­
en el Congreso de Lucerna, Balint leyó «The final goal o f psycho-analvtic ción, y permiten una conducta psicoanalítica más ajustada y ecuánime,
treatm ent», que se publicó en el International Journal de 1936. que perm ita un «new beginning» y no una nueva frustración del am or
Balint considera que el new beginning es un fenómeno que aparece re­ objetal prim ario que habría de conducir nuevamente a la m ala solución
gularm ente al final del análisis y constituye un mecanismo esencial en el de la infancia, el recurso al narcisismo y la eclosión de los impulsos sádi­
proceso de la cura. cos. «El narcisismo observable en la clínica es, por tanto, siempre una
Una de las características de las pulsiones que se movilizan en el new protección contra el objeto malo o al menos rechazante» (ibid.).
beginning, y que fijan justam ente la posición teórica de Balint, es que Cuando el International Journal conmemoró en 1952 los 70 aflos de
Melanie Klein, Michael Balint contribuyó con un trabajo, «New begin­
siempre y sin excepción se dirigen hacia el objeto, esto es, el analista, y
no son, por tanto, pulsiones autoeróticas o narcisistas. El new beginning ning and the paranoid and the depressive syndromes», donde fija su p o ­
sición frente a la escuela kleiniana y expone con claridad sus ideas sobre
es, entonces, un nuevo intento de establecer una relación de objeto, de
anim arse a encontrar el objeto de amor que no se tuvo en la infancia. El el new beginning.
A diferencia de Klein y sus alumnos, Bàlint sostiene que el desarrollo
paciente se cura, dice Balint, cuando puede adquirir la posibilidad de in­
psicológico comienza con una etapa de amor objetal primario donde no in­
tentar el comienzo de amar nuevamente (Balint, 1936, pág. 216).
tervienen la agresión y la angustia persecutoria que es su correlato. Balint
Al año llgulente, Balint publicó en el volumen 23 de Im ago un nuevo
piensa que el sadismo y la angustia persecutoria no son inherentes al de­
aporte tobrc el tema, que apareció muchos años después en el Interna­
sarrollo sino (indeseadas) consecuencias de fallas en la crianza; y piensa,
tional J o u m e l (le 1949. Aquí Balint expone con más detalle el resultado
tumbién, que aquellas faltas iniciales se reproducen en el tratamiento en
de 1UI In v ia n d o n e » sobre la etapa final del tratam iento psicoanalitico.
busca de un new beginning, de un nuevo punto de partida que las repare.
Balint encuentra que algunos pacientes pueden resolver sus conflictos
4 *NaiUfr*ll* wMto* tan n tver b e fully m e t in th e fram ew ork o f the analytic jf- sobre los deseos del new beginning simplemente analizándolos, pero
tuation, b u t ' lo m t n p t r l m r t tkiy m u st b t fu lly understood and also m e t to
otros regresan a un estadio infantil en que están completamente indefen-
a consideratoti tiihrrrz [lUUm, IWO, pág. IW).
(hiljlosigkeil) en que no parecen capaces de com prender las ooiudd№
raciones intelectuales que puede trasmitirles la interpretación. En estos 47. Clínica de la terminación
casos, Balint y su paciente «acuerdan que algunos de estos deseos primi­
tivos que pertenecen a ese particular estado habrán de ser satisfechos
siempre que fueran compatibles con la situación analitica».5

En estos trabajos de Balint está ya contenida su teoría de la falta bási­


ca, que discutimos al hablar de la regresión com o proceso curativo en el
capítulo 41, hondam ente influida, por cierto, por la teoría del traum a ex­
puesta por Ferenczi en los últimos años de su vida.6 En 1968 la idea de
una regresión necesaria se form ula decididamente; pero Balint parece En el capítulo anterior estudiamos rápidam ente los problem as teóri­
menos dispuesto a satisfacerla que en los escritos que estamos conside­ cos que nos propone la term inación del análisis, preguntándonos prim e­
rando. Si bien nuestro autor es muy sobrio en las formas en que satisface ro si el análisis es de veras term inable y repasando después los objetivos
el am or objeta! prim ario, no puede pasarse por alto que este drástico de la cura. En este capítulo vamos a discutir los aspectos clínicos del final
apartam iento de la técnica puede tener un valor simbólico de gran magni­ del análisis, dejando para el siguiente la técnica de la term inación.
tud y complejidad para el analizado, que sea suficiente para poner en
m archa un proceso de disociación e idealización de paralela intensidad.
Esta objeción es —lo sé— muy kleiniana pero no por ello hay que dejarla
de lado. La técnica de Balint operará siempre en el nivel concreto de una 1. Tipos de terminación
experiencia emocional correctora, ya que se admite por definición que el
analizado no comprende en ese punto el valor simbólico de la palabra. No todos los análisis term inan en la misma form a, de m odo que se
De esta form a se sanciona una inevitable disociación entre los traum as podría hablar, com o en medicina interna, de las form as clínicas de la ter­
del pasado y la bendición del presente, entre los objetos que antes no minación del análisis.
com prendieron y el analista que fue capaz de hacerlo. Nadie puede ga­ Freud decía en «Análisis term inable e interm inable», no sin cierta iro ­
rantizarnos que en otras relaciones hum anas el ex analizado volverá a nia, que un análisis term ina cuando el paciente no viene m ás, lo que por
plantear su «new beginning» seguro de que habrá de ser nuevamente de pronto es difícil de cuestionar, aunque podríam os decir, al contrario,
complacido como lo hizo su analista. En este sentido, la experiencia con y Freud por cierto no lo ignoraba, que un análisis no term ina cuando un
Balint no me parece la mejor para enfrentar los sinsabores de la vida. paciente no viene más sino mucho tiem po después o tal vez antes. Em pe­
Por otra parte, si Balint se puede poner de acuerdo con su analizado ro, si term ina antes, está mal, de m odo que debe term inar siempre m ucho
sobre la gratificación que va a ser satisfecha (véase la nota 5) y, con­ después de haber term inado, es decir en el posanálisis. La boutade
siguientemente, le reconoce una capacidad para la abstracción y el freudiana de que el análisis term ina cuando el analista no ve más a su
pensamiento simbólico, ¿por qué no la utiliza para hacerle seguir el aná­ cliente sólo es cierta, entonces, desde el punto de vista descriptivo pero
lisis según arte? nü dinámico, porque un análisis que verdaderam ente term ina se prolon­
ga un tiempo apreciable después de la últim a sesión.
Pero volvamos, luego de esta digresión, a los tipos de la term inación.
De nuevo nos encontram os aquí con una p arad o ja y es que terminación
hay solo una, la que se logra por acuerdo entre el analizado y el analista,
[’ara los otros casos, cuando la decisión es unilateral o viene im puesta
por circunstancias ajenas a la voluntad de las partes, no se habla por lo
Iteneral de term inación sino de interrupción del análisis, o si se quiere de
terminación irregular.
Puede haber casos, los menos, en que factores externos im pidan a un
analizado seguir viniendo o a un analista seguir haciéndose cargo del pro-
vrso analítico ya comenzado. Ën nuestro país pasó esto más de una vez,
* e n d I tg r t td that som e o f the p rim itive wishes belotging to such a sta>
por desgracia, en los años de la dictadura de Vid eia; pero, si se salvan cir­
te should b f t e t n f t t d Ш to fa r e i they were com patible with ike analytic situation» (1932,
pág, 21 J). cunstancias tan excepcionales, los factores externos no son los más im ­
6 «Iti prliHfjrte it» 1ft irte!*t Itin y l« ntoatanis» ( 1929); «El análisis infantil en el análf' portantes o, al menos, coadyuvan con ellos los que vienen de adentro.
ili tf» tdultei» (tOll}, «I • («uifMlón tía Icnfiiajet entre tos adultos y el niño» (1933). Cuando la interrupción proviene de factores interno; hablam os de ГО*
sis ten d a. Lo más com ún es que la resistencia venga del analizado y que el 2. Los indicadores
analista no haya sido capaz de resolverla; pero puede nacer tam bién en el
analista. A veces un analista decide no continuar un análisis porque le Un im portante aspecto de la clínica de la term inación es justam ente
parece que el paciente no se va a curar y está perdiendo el tiem po o p o r­ cómo se la diagnostica, cóm o se evalúa la m archa del proceso analitico
que no puede tolerar la carga emocional que ese paciente le significa. Si para suponer que la term inación está próxim a. Es el tem a por dem ás in­
estos motivos le son concientes, entonces lo m ejor seria decírselos al ana­ teresante de los indicadores.
lizado, reconociendo nuestras limitaciones y dejándolo libre para inten­ Como es de suponer, para detectar y evaluar los indicadores influyen
tar un nuevo análisis, otro tratam iento o lo que fuera. Decir la verdad las teorías del analista, sobre todo sí son indicadores de alto nivel de abs­
puede ser muy doloroso p ara uno mismo y para el otro; pero sólo es malo tracción. Yo, sin em bargo, voy a tratar el tem a prescindiendo de las teo­
m entir y es malo tam bién no darse cuenta de nuestros deseos y actuarlos. rías, al menos de las grandes teorías. Los indicadores de alto nivel no son
Digamos tam bién, para ser más precisos, que si el analista decide no con­
los m ás útiles desde el punto de vista clínico y por esto no me interesan en
tinuar un análisis por m otivos racionales, sea porque piensa que el anali­ este m om ento de la exposición.
zado no se puede trata r o porque d a prioridad a otras circunstancias de la Freud decía, por ejem plo, que el objetivo terapéutico del psicoanáli­
vida de su paciente, no corresponde hablar de resistencia. sis es hacer conciente lo inconciente y tam bién borrar las lagunas mnési­
De las causales de interrupción que estamos considerando, la más fre­ cas del prim er florecimiento de la sexualidad infantil, del com plejo de
cuente es Ja que viene del analizado y se llam a resistencia incoercible. En
Edipo. Dijo tam bién que «donde estaba el ello tiene que estar el yo», en
realidad todas las resistencias son analizables hasta el m om ento que no 1q__ el sentido de una evolución desde el proceso prim ario al proceso secunda­
son más, y entonces se dice que son incoercibles. Proviene del analizado
rio. Estos objetivos son, por de pronto, com partidos por todos los an a­
pero eso no quiere decir que no influya sobre el analista. Ninguna resis­
listas. Tam bién todos suscribiríamos lo que propugnaba Ferenczi en 1927
tencia incoercible deja de influir al analista, ya sea porque contribuyó a
en cuanto a que el analizado debe m odificar su carácter y abandonar la
provocarla o porque no la supo m anejar. fantasía y la m entira por un acatam iento de la realidad. H artm ann pien­
El otro caso en que el análisis term ina irregularm ente es la impasse, -i
sa que lo decisivo es que el analizado haya consolidado el área de su auto­
donde el tratam iento no term ina realmente sino que se prolonga en for­
nomía prim aria y haya expandido la autonom ía secundaria, siempre rela­
m a indefinida. Ya hablaremos de esto en el capítulo 60, pero digamos
tiva pero no por ello menos im portante para un buen funcionam iento del
desde ya que en la impasse existe responsabilidad por ambas partes y en
sujeto. Lacan propicia el pasaje del orden de lo im aginario al orden sim­
general las dos lo adm iten. D ada su naturaleza insidiosa, la impasse dura
bólico. Melanie Klein, en fin, exigía que un análisis debe term inar cuan­
siempre mucho tiem po y mucho tiempo puede pasar inadvertida, hasta
do se han elaborado las angustias del primer año de vida, las angustias
que el paciente o el analista, y a veces de común acuerdo, comprenden
paranoides y depresivas.
que la situación ya no d a para más y se interrum pe de este m odo el trata­
Los objetivos de la cura que acabo de recordar, lo mismo que otros que
miento.
también se han propuesto, engarzan desde luego con las teorías de alto nivel
Se oye decir por ahí que la impasse del final del análisis no existe y lo
de abstracción que sostienen los distintos autores; pero no deben confundir­
que pasa es que ya no hay nada que analizar. Tal vez algo así pensaba Fe­
ía con los indicadores. Sobre la base de las teorías, es cierto, se definen y fí-
renczi cuando decía que el análisis debe term inar por extinción. Yo creo
jun los indicadores; pero no debemos confundir aquellas con estos. Ningún
que esta idea es equivocada, ya que siempre hay conflictos p ara analizar.
pudente nos va a decir, creo yo, que quiere terminar su análisis porque ya
En realidad, para reiterar algo que ya dije al hablar de la teoria de la ter*
clíiboró suficientemente sus angustias depresivas, o porque amplió noto-
afinación, el análisis com o proceso de desarrollo no term ina, lo que ter­
tuunente el área de la autonomía secundaria. Lo que interesa, pues, son los
mina "es la relación con el analista, justam ente en ei m om eirttreïfque ci
concretos indicadores clínicos que aparecen espontáneamente.
analizado cree (y el analista lo apoya) que puede seguir solo su camino,'
Uno de ellos, el m ás obvio y vulgar pero nada despreciable, es que se
cumplidos ya los objetivos que inicialmente se plantearon; y entre estos
huyan m odificado los síntom as por los cuales el paciente se trató. P o r
debe incluirse Ib ide» de que la tarea va a continuar a cargo del propie
linternas podemos entender aquí tam bién los rasgos caracteropáticos.
analizado. Nadie «ic recibe de analizado» y cree que ya n o tiene que pen­
I ni vez no sea este el m ejor criterio porque hay otros m ás finos; pero es,
sar m&s en tu inconciente.
n i cambio, un criterio ineludible. Si falta no tiene sentido pensar en los
otros: antes de plantearse que un análisis puede term inar hay que
com probar que los síntomas por los cuales comenzó y otros que puedan
Imbcr surgido durante su desarrollo se m odificaron suficientemente. No
llljio que se extirparon de raíz, porque en alguna emergencia angustiosa
e*l tin toma puede reaparecer. En realidad, lo que pretende el análisis C3
que los síntomas que antes significaban un sufrimiento y una dificultad que se da cuenta que la relación no es la de antes. Del mismo m odo, y
cierta, una presencia constante, ya no graviten como antes. U na cosa es también sin proponérnoslo, ganarem os otros, más en arm onía, tal vez,
tener ceremoniales obsesivos con cláusula de m uerte y otra m irar dos o con nuestros cambios interiores y nuestra realidad exterior. Entonces,
tres veces si la estampilla está en su lugar. La intensidad y la frecuencia m ientras haya conflicto manifiesto y difícil de m anejar con el ambiente
de los síntom as, así como tam bién la actitud que uno adopta frente a habría que pensar, en principio, que el análisis no está term inado. L a cir­
ellos será, entonces, lo que nos guiará en este punto. cunstancia opuesta no es para nada cierta, sin em bargo, ya que la falta de
La modificación de los síntomas como acaba de expresarse es un cri­ conflicto puede expresar simplemente sometimiento o m asoquism o. Te­
terio im portante pero no es, por cierto, el único. H ay otros criterios, por nemos aquí, dicho sea de paso, un indicador válido que puede explicarse
ejemplo la norm alización de la vida sexual. Los autores clásicos a partir por distintas teorías. Un psicólogo del yo dirá que se ha am pliado el área
de Freud, y más que nadie Wilhelm ReicK, insistieron siempre en que un libre de conflicto y es m ejor la adaptación del individuo; yo preferiría de­
análisis debe term inar cuando se h a logrado la prim acía genital, criterio cir que ha disminuido el m onto de la identificación proyectiva. Las te­
que tam bién sustentan los autores m odernos. En realidad este criterio si­ orías cambian, el indicador permanece.
gue siendo válido, siempre que no se trasform e la prim acía genital en una Los indicadores que registran las relaciones familiares son siempre
especie de m ito o de ideal inalcanzable. Que un individuo debe tener al fi­ sensibles y muy ilustrativos. A veces uno se divorcia gracias al análisis o
nal de su análisis una vida sexual regular, satisfactoria y no demasiado no se divorcia sino que cambia de m ujer con la que siempre tuvo, porque
conflictiva constituye un objetivo válido y asequible. No se trata, por la ve ahora desde una perspectiva distinta y sus defectos le resultan más
cierto, que el sujeto «haga sus deberes» y tenga la buena vida sexual que tolerables que antes. «Aquel que defectos ten g a,/ disimule los ajenos»,
directa o indirectamente le prescribe su analista, sino que la ejerza gozo­ decía sabiam ente M artin Fierro. No hay que perder de vista, además, que
samente en libertad, que las fantasías y los sueños que la acom pañan nuestros cambios influyen siempre en los otros haciéndolos progresar o
muestren a la libido expresándose afirmativamente, atendiendo siempre poniendo de m anifiesto sus dificultades. Cuando una m ujer con fanta­
también el placer del otro, la relación de objeto. No hay nada más au tó ­ sías promiscuas se cura la agorafobia, puede ser que el m arido se sienta
nom o y creativo que la vida sexual adulta del hom bre com ún. La vida se­ más atraído sexualmente por ella o, al revés, se ponga celoso cada vez
xual del adulto es Íntroyectiva (reflexiva) y polim orfa, dice Meltzer que ella sale de casa. Que aum ente la paranoia del m arido no tiene que
(1973), continuando y perfeccionando los clásicos trabajos de Reich ser necesariamente m alo; también podría servirle para tom ar conciencia
sobre la impotencia orgástica. de enferm edad y empezar a tratarse. Las posibilidades son realm ente in­
Las relaciones fam iliares tienen también que haberse m odificado, y finitas. Traté hace muchos años con el m étodo de Sackel al herm ano de
este es otro indicador im portante. Como el anterior vale-más si surge del un colega amigo con una form a simple que había pasado inadvertida
m aterial que si se lo dice en form a dem asiado directa. Si una persona muchos años. Perm anecía la m ayor parte de su tiempo en cam a, cuidado
habla muy bien de su vida sexual o dice que se lleva a las mil maravillas solícitamente por su m adre. La insulina y mi presencia m odificaron rápi­
con sus familiares, tendremos derecho a du d ar. Los indicadores son váli- dam ente aquella triste devastación afectiva, le empezaron a brillar los
dos cuando no se los proclam a. Más im portante será que diga al pasar ojos, dejó la cam a y empezó a pensar en retom ar sus estudios o al menos
que tuvo un buen encuentro con su cónyuge y cuente en la misma sesión incorporarse al negocio del padre. La m adre me dijo entonces que conve­
un sueño que lo confirme, o que diga que su pareja está m ejor ahora, o nía suspender por unos días el tratam iento porque su hijo estaba un poco
que su hijo adolescente, siempre tan rebelde, empieza a llevarse m ejor resfriado. Yo seguí con ímpetu adelante, pensando que la esquizofrenia
con sus hermanos. Síntom a patognom ónico de que la eyaculación precoz rs mucho más grave que un catarro estacional. L a m adre cayó entonces
está cediendo es que un buen día el analizado comente que su mujer está p i i cama, el paciente empezó a delirar y mi amigo me pidió que interrum ­
ahora m ás interesada en la vida sexual y le parece que no está tan frigida^ piera la cura. Así aprendí, con dolor, qué fuertes son los lazos familiares.
Estos datos serán siempre im portantes, sobre todo porque no se dicen La disminución de la angustia y la culpa son, desde luego, indicado-
para hacer buena letra. ffj» im portantes, aunque no se trata de que falten por com pleto sino que
También con respecto a las relaciones sociales interesan m ás los dato* «? las pueda enfrentar y m anejar. Un paciente le dijo cierta vez a Mrs.
indirectos que los dichos del sujeto. H ay qüe considerar, en principió, Bick que no sabía p or qué sentía tan ta angustia al m anejar su auto y ella
que li una persona tiene un nivel inm anejable de conflicto con su am> |p «interpretó» que era porque no sabía m anejar. A regañadientes el ana-
biente es porque no está bien. Si lo estuviera, ya encontraría la form a Úfc It/iido tomó unas lecciones y se le pasó la angustia. No está mal sentir an­
resolver cías dificultades o, simplemente, buscaría un ambiente mencu nuitili si ella nos advierte de un peligro real (chocar con el auto) o aun
conflictivo. subjetivo; m al está negar la angustia, proyectarla o actuarla. Lo mismo
A vecet, em no producto del análisis o porque asi es la vida, uno pier­ m bc para los sentimientos de culpa si ellos nos van a servir para advertir
de alguno* úmig(Mí (№n peno deberla ser, si estamos bien analizado») p o r llucMtos errores y m ejorar nuestra consideración p or los demás.
En su trabajo de Innsbruck, Ferenczi Le da m ucha im portancia a la
que es un niño desconocido о que se me escapa de la m ano habría que
verdad y a la m entira. Empieza, de hecho su relato, con el ta s o d r u n
pensar que no lo está.
hom bre que lo engañó sobre su realidad económica y afirm a que «un
Como vimos al hablar de los estilos en el capítulo 34, Liberman ha
neurótico no puede considerarse curado m ientras no ha renunciado al
elaborado toda una teoría de los indicadores lingüísticos. Postula un yo
placer de la fantasía inconciente, es decir, a la m endacidad inconciente» idealmente plástico como un logro básico del tratam iento psicoanalítiCo,
(Problemas y m étodos del psicoanálisis, pág. 70). Después Bion (1970),
yo que ha podido incorporar las cualidades o funciones que le fa lta b an ^ ,
que tantas veces parece seguir la ruta de Ferenczi aunque nunca lo advier­
morigerar las que tenía en exceso. H ay estilos complementarios y, en la
ta, tom ará el mismo problem a en A ttention and interpretation, cap. 11. medida que podam os utilizarlos contrapuntísticam ente, más cerca esta­
C uando hablam os del punto de irreversibilidad al final del capítulo
remos de la salud, esto es de la term inación del análisis.
anterior vimos que Rickman tom a com o un indicador im portante e! fin
Liberman expuso algunas de estas ideas en su comunicación al prim er
de semana, en cuanto mide la form a en que el analizado enfrenta la an­
simposio de la Asociación de Buenos Aires, «Análisis terminable e inter­
gustia de separación. Recordemos que Rickm an atiende no sólo al com ­
minable» cuarenta años después, realizado en 1978. Así com o Melanie
portam iento del analizado en el trance de la separación sino también a las
Klein observó que cuando un niño progresa en el análisis aparecen
fantasías que tiene sobre el otro, el analista.
nuevas maneras de jugar, del mismo m odo pueden apreciarse los cambios
Las ideas de Rickman fueron después retom adas por otros autores,
del adulto a través de su com portam iento lingüístico. «Esto lo observa­
sobre todo en Londres y Buenos Aires, para subrayar la im portancia de
mos cada vez que nuestros pacientes incrementan su capacidad y desem­
la angustia de separación en la m archa y el destino del proceso psicoana­
peño lingüístico (véase Chomsky, N ., 1965) en los m om entos de insight,
lítico, Vimos en su m om ento, por ejemplo, que Meltzer edifica en buena que surgen como epifenómeno de todo un proceso de elaboración que
medida toda su teoría del proceso en las estrategias de que se vale el ana­ ocurre dentro y fuera de la sesión . 1
lizado para elaborar o eludir la angustia de separación. Hacia la misma
Un indicador que puede ser particularm ente sensible y que en princi­
época, Grinberg (1968) estudia la im portancia de la angustia de separa­
pio se ofrece espontáneam ente es el com ponente musical del lenguaje, del
ción en la génesis del acting out, lo mismo que Zac (1968). L a separación que se ocupó penetrantem ente Fernando E . G uiard (1977). Las referen­
del fin de sem ana —dice Zac— deja al analizado sin el continente de su cias a la entonación y al ritm o pueden señalar cambios significativos, que
ansiedad, lo que m onta tanto com o sentir que el analista le inocula la an ­ hablan de una línea melódica profunda en la interacción com unicativa.
gustia y la locura, a lo que él responde con el acting out para restablecer
A través de este tipo de indicadores pueden apreciarse, com o nos enseña
el precario equilibrio anterior. Guiard, una gam a de sentimientos que no sólo sirven de indicadores de la
La m ayoría si no todos los analistas son solidarios con lo que dijo term inación sino que apuntan tam bién a las posibilidades sublim atorias
Freud en aquel trabajo, breve y herm oso, titulado «La responsabilidad del sujeto y a su adecuada captación de los sentimientos del analista.
moral por el contenido de los sueños» (en 192Si)> en cuanto ¡os sueños
son parte de nosotros mismos, somos de ellos siempre responsables. P ara
algunos autores, como Meltzer (1967), no sólo las ideas latentes del Sin perjuicio de que pueda haber otros que yo omití u olvidé, deseo
sueño son indicios im portantes sino tam bién el contenido m anifiesto, ya señalar que los indicadores aquí expuestos son útiles y confiables si se los
que puede expresar plásticamente lo que Meltzer gusta llam ar la geogra­ sabe valorar adecuadam ente. Uno seguramente no basta; pero, cuando
fia de la fantasía inconciente. aparecen varios, cuando surgen espontáneam ente y en distintos contex­
Si, como nos pide Freud en su corto ensayo, podemos aceptar que los tos, podemos pensar con seguridad que estamos en la buena senda.
deseos censurables que aparecen en nuestros sueños nos pertenecen, es
Deseo rem arcar una vez más que los indicadores valen si y sólo si se
porque somos capaces de observar sin distorsiones nuestra realidad psí­
los recoge del m aterial espontánea e indirectam ente, jam ás si se introdu­
quica, y estaremos entonces m ás cerca de la term inación del análisis. Lo
cen subliminalmente en el analizado como una ideología del analista. Re­
que dice Meltzer sigue en la misma dirección aunque es distinto ya que
cuerdo cuando comencé mi análisis didáctico en Buenos Aires al term i­
tom a el contenido m anifiesto. Si el soñante aparece representado p o r dis­
nar la década del cuarenta y el Análisis del carácter era muy valorado. La
tinto* personajes todos los cuales son p ara él afines a sí mismo, quiere idea de prim acía genital operaba para nosotros candidatos como una exi­
decir que ha logrado una integración de distintas facetas de la personali­
gencia superyoica, que realmente poco o n ada tenía que ver con el ejerci­
dad como pare considerar que el análisis está ya m uy avanzado. Yo cio de la sexualidad. Así, un indicador preciso y precioso como este, se
suefìo, por ejemplo, que voy con un niño de la m ano y digo que es mi desnaturalizaba p o r completo.
nieto 0 que llano una característica mía infantil, algo que yo tuve de nifio,
algo que yo *UmiO directamente que me representa, puede suponerse que
esa parte mía Infantil e t t i Incorporada a mi self; si yo dijera, en cam bio, 1 «¿Qué es lo que subsiste y lo que no de “ Análisis term inable e interm inable” »
(19780).
M uchos autores se han preocupado por el proceso posanalítico pero Si pretendemos estudiar el proceso posanalítico y tam bién evaluar los
ninguno, tal vez, con tanto rigor com o Fernando E. Guiard (1979), a resultados de un análisis, entonces tenemos que decidirnos por establecer
quien seguiremos en nuestra exposición. con el analizado antes de darlo de alta algún tipo de contacto futuro. En
No basta incluir el autoanálisis en el posanálisis: debemos «interesar­ general, el m étodo más lógico es el de entrevistas periódicas.
nos por el destino posterior de nuestros analizados y tratar de com partir Personalm ente soy partidario de establecer en la m ejor form a posible
con nuestros colegas, cuando sea posible, los datos obtenidos» —propo­ un acuerdo para hacer el seguimiento {follow up), pero esto no es sen­
ne Guiard (pág. 173)— . cillo. Por de pronto, depende com pletam ente del paciente, ya que exi­
P ara obtener datos del posanálisis contamos con tres posibilidades: las girle que com parezca sería no dar por term inado el análisis, m antener el
espontáneas, cuando el ex analizado nos escribe o nos visita; las accidenta­ vínculo. Además, en cuanto no podemos utilizar los instrum entos analí­
les, cuando nos enteramos de algo sobre el ex analizado por casualidad y ticos de observación, las entrevistas de seguimiento no son muy convin­
las programadas, que el analista propone con finalidades de fo llo w up. centes, muy confiables.
En los últimos años se advierte una tendencia creciente a darle una Yo les propongo a mis pacientes que vengan a los tres y a los seis me­
im portancia reai al período posanalítico. Leo Rangell (1966) sostiene que ses y después una o dos veces por año y por un tiempo variable. Algunos
debe considerárselo una etapa más del proceso psicoanalítico, es decir, cumplen con el program a propuesto y otros no. No hay que perder de
incluirlo y considerarlo parte de la cura. Guiard va m ás allá y cree que vista que uno es im portante durante el análisis porque hay un proceso de
debe dársele plena autonom ia, considerándolo como un acontecimiento concentración de la trasferencia (o de neurosis de trasferencia) que por
nuevo y distinto, al que propone llam ar proceso posanalítico, lo que a una parte se resuelve y lo que resta irremediablemente se pierde. El an a­
prim era vista me parece una ru p tu ra demasiado grande. Guiard piensa lista queda por fin com o una persona que ocupa su lugar, un lugar im ­
que se trata de un proceso de duelo, de cuyo desenlace dependerá el futu­ portante en el recuerdo pero ya no en la vida del paciente. El destino de
ro del análisis realizado y afirm a que «no es sólo una continuación del un buen analista es la nostalgia, la ausencia y a la larga el olvido.
proceso analítico, sino que es un nuevo proceso puesto en m archa por la En las entrevistas posanaliticas, sean espontáneas o acordadas, adop­
ausencia perceptual del analista» (1979, pág. 195). to una actitud afectuosa y convencional, sentado frente a frente con mi ex
Siguiendo los lincamientos generales de la teoría de la regresión tera­ analizado y sólo ocasionalmente interpreto. Coincido con Rangell que si
péutica, Rangell sostiene que el posanálisis es la cura de la neurosis de la interpretación es necesaria y esperada, el ex analizado la recibirá bien.
trasferencia y lo com para con el posoperatorio quirúrgico en que el ope­ Dejo librado al ex analizado la dirección de la entrevista y acepto que
rado se tiene que recuperar de la enferm edad originaria no menos que de me pague o no según su deseo. U na ex paciente muy seria y responsable
la enferm edad quirúrgica misma. Guiard com parte este criterio cuando’ que se ajustó estrictamente al program a de las entrevistas que habíamos
dice que el proceso posanalítico es como una convalecencia de la neurosis convenido nunca me pagó. En un caso, sin em bargo, me consultó angus­
de trasferencia, esa zona interm edia entre la enferm edad y la vida, como tiada porque iba a ser abuela. Se dio cuenta ella misma de que el aconte­
decía Freud (1914g); y, al mismo tiempo, de una nueva enfermedad oca­ cimiento le había reactivado el conflicto con la m adre, me pagó y se fue
sionada por la separación que hay que enfrentar en soledad. Quien no tranquila, no sin decir que le había cobrado muy barato. (D urante su tra­
admite como yo la teoría de la regresión en el setting, tam poco verá al tam iento siempre decía lo contrario.).
posanálisis como enferm edad iatrògena y convalecencia del proceso sino Volvió después a la últim a entrevista que habíam os program ado y se
com o la etapa natural y dolorosa en que culmina el análisis. La idea de despidió con mucho afecto y sincera gratitud. Poco después la vi en un
convalecencia de G uiard, dicho sea de paso, no apoya su propuesta de negocio y fue grande la alegría que sentí. Creo que a ella le pasó lo mis­
considerar al posanálisis como un proceso nuevo y distinto. mo. A bandonada en parte la reserva analitica le pedí que me llam ara p a­
La evolución del proceso posanalítico cursa para G uiard en tres etapas, tii vernos de nuevo. Prom etió hacerlo pero no lo hizo, aunque esto no sé
la etapa inicial en que se echa de menos al analista y se anhela su retorno, M adjudicarlo a su condición de ex analizada o simplemente de portefta.
otra etapa de elaboración en la cual el ex analizado lucha por su autonomie Algunos analistas aceptan que un ex analizado, sobre todo si es cole­
y acepta le soledad y la etapa del desenlace en que se alcanza la autonomía ga, los consulte ocasionalmente p ara ser ayudado a resolver algún
y la Imago del analista se vuelve más abstracta (ibid., pág. 197). ptoblem a de su autoanálisis. Un pedido asi puede complacerse circuns-
De acuerdo con esta perspectiva, Guiard recom ienda ser cauto y SO* iencialmente pero nunca en form a sistemática porque sería una form a
ber esperar durante el lapso en que trascurre el proceso posanalítico, y encubierta de seguir o reiniciar el análisis.
sólo Interrum pirlo con un nuevo an&lisis si se está seguro de que no va a 1л experiencia de la term inación debe ser concreta y poco am bigua,
desarrollarte convenientemente. (IrJando al analizado la libertad de volver si lo desea, m ás allá de la»
entrevistas program adas de seguimiento. Freud decía que el vínculo afec­ 48. Técnica de la terminación del análisis
tivo de intim idad que deja el análisis es muy valedero y es lógico que un
ex analizado quiera hablar con el que fue su analista frente a una deter­
m inada emergencia.
Toda alta analitica es a prueba, lo cual no quiere decir que se la da li­
vianam ente, sino que el analista puede haberse equivocado o el paciente
tener problem as que lo hagan ir para atrás. No podem os com parar el alta
analítica con la que da el cirujano después de una apendicectom ía, segu­
ro de que su paciente no va a volver a tener apendicitis, ¡ni aunque tenga
un divertículo de Meckel! Com o uno nunca sabe si el ex paciente va a ne­ 1. Introducción
cesitar analizarse de nuevo, es lógico m antener una cierta reserva; pero
estas precauciones variarán con los años y con lo que cada ex analizado Dijimos en los capítulos anteriores que cada etapa del análisis tiene su
prefiera. Tendrem os siempre derecho a preservar nuestra intim idad, pero dinámica particular, la cual se traduce en indicadores clínicos que nos
no a im poner nuestra idea de la distancia a los otros. permiten abordarla. Dijimos también que los indicadores de la term ina­
No soy partidario en principio de cam biar la relación analítica por ción aparecen gradual y espontáneam ente hasta adquirir bastante clari­
una relación am istosa, lo que a mi juicio tiene inconvenientes. C om pren­ dad, y estudiamos los fundamentales: la m orfología de los sueños, el tipo
do que puede haber u n a tendencia natural a que así sea y que alguna vez, de comunicación y las m odalidades estilísticas, el com portam iento con la
en el curso del tiem po, pueda irse desarrollando en form a espontánea pareja, la familia y la sociedad, el manejo de la angustia (de separación)
una am istad, pero no creo que todos mis pacientes tengan que term inar y la culpa y, desde luego, el alivio de los síntomas. El am or y el trabajo,
siendo mis amigos. P odría ser que esa am istad sea un rem anente de la siempre se ha dicho, son las dos grandes áreas donde se puede medir el
trasferencia y, aunque no lo fuera, deja al paciente desguarnecido, en grado de salud mental de los m ortales.
cuanto ya no tiene más analista si quisiera volver a analizarse. Nos toca ahora ocuparnos del tercer enfoque con que corresponde es­
tudiar el proceso de la term inación, el aspecto técnico, es decir el m odus
operandi con que se pone punto final a un análisis.
En el curso del proceso analitico veremos sin proponérnoslo, porque
va imponiendo espontáneam ente a nuestro espíritu, que el analizado
ha ido cam biando, y él mismo tam bién, a su m anera, lo observará. N o ta­
remos que sus síntomas ya no están más o disminuyeron m ucho, que ha
iceuperado su capacidad genital, que trab aja m ejor y puede tam bién go­
zar del ocio, etcétera. Esto se acom paña con la emergencia de los indica­
dores estudiados y, una vez que estos indicadores se presentan, surge el
pmblema de cómo va a ser el proceso de term inación.
Hay muchas form as de culminar un proceso analítico, lo que depende
ile las teorías y el estilo del analista, así como tam bién de las predilec­
ciones del paciente y hasta del medio social y de las circunstancias de la
vida.

Ì, Los modelos de terminación


Hemos dicho que hay indicadores clínicos de la term inación del análi-
tl* susceptibles de ser explicados por determ inadas teorías y tratam os de
№f)ulur que ellos existen por derecho propio y no deben superponerse а
lm hipótesis que pueden serles aplicadas. Digamos ahora que la term ina­
r á » plasma en modelos y que, si bien estos modelos varían infinitam ente
rutilo los casos de la práctica a los que se adscriben, convergen a la large
en dos fundam entales que parecen abarcar a los demás: el nacim iento y el ta dinámica profunda de la últim a etapa del análisis. Yo puedo tener el
destete. Nuevamente tenemos que advertir que no deben superponerse modelo de que term inar mi análisis es como recibirme de bachiller cr de
aquí los modelos con las teorías a las que nos remiten, ya que podemos médico o como aprender a nadar o a bailar, pero esto no quiere decir que
aceptar un modelo determ inado y no suscribir, sin em bargo, la teoría que aquella prom oción o este aprendizaje fue el punto de partida de mi vida
lo ha propuesto. m ental, mi carácter, mi neurosis.
El m odelo del nacimiento fue estudiado por Balint (1950) y Abadi La división que acabo de proponer tiene a mi juicio suficiente valor
(1960) entre otros. Estos autores piensan que la term inación del análisis metodológico, pero no se la debe pensar com o prístina y distinta. A veces
es isom órfica con la experiencia del nacim iento. En el capitulo 46 vimos el modelo y la teoría confluyen y resulta imposible deslindarlos. En un
que Balint com para la term inación del análisis con el pasaje del am or ob- trabajo conciso y elegante, Janine Chasseguet-Smirgel (1967) demostró
jetal prim ario al am or genital m aduro que representa un new beginning: convincentemente que los sueños de examen tiene que ver con los proce­
el analizado siente que nace a una nueva vida, donde se mezclan senti­ sos de m aduración, y no p or nada se le llam a «m atura» al examen del
mientos de pena p or la pérdida con la esperanza y la felicidad. bachillerato en los países germanos. En este caso, pues, recibirse de
Abadi (1960) usa tam bién el modelo del nacimiento para dar cuenta bachiller puede ser no sólo un modelo del proceso de term inar el análisis,
de la term inación del análisis según su propia teoría del desarrollo. La si­ en cuanto remite a una experiencia de vida concreta y singular.
tuación básica del ser hum ano gira alrededor del nacim iento: la vida del Sylvia Payne, por su parte, en su breve trabajo de 1950, señala que la
hom bre trascurre desde el cautiverio intrauterino hacia la libertad que es­ terminación del análisis se hom ologa a veces al tem or a crecer o ser gran­
tá afuera. La dinàm ica de esta situación depende de la prohibición de la de, a dejar la escuela o la universidad, renacer, destetarse o cumplir un
madre, que impide nacer, en conflicto con el deseo de libertad del niño y proceso de duelo, es decir, momentos críticos del desarrollo que obligan
la culpa que lo acom paña por el crimen com etido al nacer contra la a reorganizar el yo y los intereses libidinales del sujeto.
prohibición m aternal. Este conflicto cristaliza en el traum a del nacim ien­ En un trabajo breve y perdurable, «La dentición, la m archa y el len­
to . La tarea principal del analista es, pues, acom pañar a su analizado en guaje en relación con la posición depresiva» (1958), A rm inda Aberas-
su natural proceso de liberación. Esta perspectiva «convierte el psicoaná­ tury 1 articuló la teoría de la posición depresiva infantil con el lenguaje, la
lisis, en cuanto concepción del hom bre, en una ideología de la libertad» erupción dentaria y la deambulación, que aleja al niño del pecho y lo po­
(1960, pág. 167). ne a cubierto de su sadismo oral. C uando analicé a un hom bre que tardó
Melanie Klein, por su parte, cree firmemente que la experiencia de en caminar por una luxación congènita de la cadera, se impuso con fuer­
term inar un análisis exitoso es la réplica exacta del destete: finalizar el za el aprender a caminar como modelo de terminación del análisis.
análisis es literalmente destetarse del analista-pecho, es repetir aquella
experiencia fundante y fundam ental. D entro de la escuela kleiniana na­ Quien primero tomó el nacimiento como modelo de la terminación del
die discute este punto de vista, ya que se acepta que la posición depresiva análisis fue sin duda Otto Rank (1924), quien construyó después sobre esa
infantil se organiza básicamente alrededor de la experiencia de la pérdida hase una psicología profunda alejada ya del psicoanálisis ortodoxo, donde
del pecho. Siguiendo esta línea de pensam iento, Meltzer llama destete a todos los esfuerzos terapéuticos van a centrarse en el traum a del nacimien­
la últim a etapa del proceso psicoanalítico. to. Das Trauma der Geburt se publicó en Viena en 1924 y es evidente que
Conviene señalar, tam bién, que Klein considera que esta primera ex­ (.t>ntó en principio con el interés científico de Freud, que no acompañó a
periencia de duelo por el pecho se va a reactivar después ante las otrai kan к por cierto en sus postulaciones ulteriores.
crisis del crecimiento, como el entrenam iento esfmteriano, la pérdida de Rank parte de un hecho de frecuente observación —que ya he señala­
los objetos edípicos y todas las ulteriores situaciones de duelo en el curió do - y es que todos los pacientes simbolizan el final del análisis con el na-
de la vida. P ara Klein todo duelo es un duelo por todos los duelos. I imiento. Esta fantasía llegó bien pronto a ser para Rank no sólo un sím­
Arm inda Aberastury decía, con razón, que un duelo profundo, qu# bolo sino tam bién, y estrictamente, una repetición del nacimiento en el
se prolonga hasta la adolescencia, es el de la pérdida de la b¡sexualidad, i ut so del análisis. De ahi Rank deduce que el nacimiento configura la an-
del sonado herm afroditism o psíquico que nos es difícil de abandonar p a­ ytisiia prim ordial del ser hum ano, organizándose de ahí todas las demás,
ra term inar siendo secamente hombres o mujeres. un punto de vista que Freud adopta en Inhibición, síntom a y angustia.
Loi autore* que, como Rangell, no creen que las experiencias del pn Si bien existen dudas sobre la influencia de estas ideas de Rank sobre
mer año de lo vida sean recuperables podrán aceptar que la íerrninació» la segunda teoría de la angustia de Freud, como lo dice Strachey en su
del andli*U adopte oí nacimiento o el destete como m odelo pero nunyg nota introductoria al libro de 1926, lo más probable a mi juicio es que la
como lo repetición cabal de aquellos episodios lejanos e inasibles.
Loi motfoioi de la terminación no deben confundirse, pues, con ta* 1 t I trabajo se publicó originariam ente en la Revisto de Psicoanálisis cuando A rm inde
teoria» de atto nivel de ab*tracción que tratan de explicar a través de ellut ( invada con Pichón Rivière, pero yo lo incluyo en la bibliografía com o A b e ru tu ry .

<ulj
teoria de Rank sobre el traum a del nacimiento influyera en el Freud de com prender que su agresión se dirigía en ùltim a instancia al objeto que le
1926. Rank, por supuesto, derivó de ella una explicación de la neurosis y da la vida. El correlato de este momento fundante del desarrollo es que
de la cultura donde el traum a del nacimiento vino a ocupar el lugar del el analizado reconoce, por fin, la autonom ía y la función del analis­
com plejo de Edipo. ta. C uando esto se logra, dice Meltzer, se inicia la cuarta etapa del proce­
so analítico y, desde ese m om ento, la idea de la term inación pende como
la espada de Damocles sobre el analizado.
3. La terminación del análisis y el duelo Llama la atención, sigue Meltzer, y no deja de gravitar sobre la
contratrasferencia del desprevenido analista, que el reconocimiento del
Muchos autores consideran que el fin del análisis promueve un proce­ analizado es prim ero al m étodo que el analista mismo. Dirá que necesita
so de duelo, sin por ello pensarlo isom órfico al del niño por el pechó en el el análisis pero pondrá en duda que su analista sea el más indicado para
m om ento del destete com o postula Klein. proporcionárselo. Tam bién Money-Kyrle (1968) describe la misma confi­
En este contexto, Annie Reich (1950) señala, por ejemplo, que la ter­ guración, como veremos, al decir que la clase de analista bueno puede no
minación del análisis conlleva una doble pérdida, trasferencial y real. aplicarse al analista que uno tiene.
Aquella es inevitable, ya que aun en el análisis más logrado siempre Es esta una etapa de lucha en la que el impulso a la integración choca
quedan restos de trasferencia y nunca term ina fíor extinción como quería continuam ente con la retirada regresiva hacia el cómodo terreno de las
Ferenczi. Junto a esa pérdida p or los objetos trasferidos de la infancia, el confusiones de zonas y de modos. El psicoanalista tiene que esforzarse
analizado pierde tam bién al analista mismo, al analista en persona. Una realmente mucho para acom pañar a su analizado en el difícil tránsito de
relación que se ha prolongado mucho tiem po y que llegó a alcanzar un al­ la m aduración que implica reconocer y al mismo tiem po perder el pecho,
to grado de intimidad y confianza no puede dejarse sin pena. Teniendo simultáneamente con el dolor y los celos frente a la escena prim aria pre-
en cuenta la m agnitud de esta doble pérdida, Annie Reich aconseja fijar genítal y genital, que term inará por destacar el coito com o supremo acto
la fecha de term inación anticipadam ente y p or varios meses. de creación y placer, reconociendo por fin la función creativa y repara­
Ya hemos visto que Klein (1950) estableció una directa relación entre la dora del pene del padre y sus testículos.
posición depresiva infantil, decisiva para ella en la estructura de la mente, Como hemos dicho ya, el um bral de la posición depresiva se alcanza
con la terminación del análisis. Un análisis que ha cursado satisfacto­ para Meltzer, en el m ejor de los casos, en dos o tres años de análisis con
riamente debe desembocar en una situación de duelo por el analista que re­ los niños y en cuatro o cinco con los adultos, plazos que yo personalmen­
activa y revisa todos los duelos de la vida, a partir del primero y principal, te tardo más en alcanzar con mis analizados.
el duelo por el pecho. Los criterios de la terminación del análisis remiten En cuanto a la duración de esta etapa misma los plazos varían mucho
siempre, entonces, a una suficiente elaboración de las angustias paranoides 'iCgún el caso particular: las agónicas fluctuaciones entre integración
y depresivas del primer año de la vida. También Abraham (1924) habla V regresión se prolongan un tiempo variable; pero me atrevería a decir
postulado como punto insoslayable de la depresión en el adulto la existen­ que desde que aparece la idea de que el análisis está en su proceso de
cia de una depresión primaria o protodepresión, ligada al desenlace del terminación hasta que se plantea la term inación misma pasan siempre
complejo de Edipo. Las ideas de Klein se ubican desde luego en esta misma más de dos años.
linea de pensamiento, pero su propuesta es mucho más audaz y rigurosa en
cuanto ubica esa protodepresión mucho antes (ya a partir del segundo tri'
mestre del prim er año de la vida) y la erige en un momento ineludible del
desarrollo normal. 4. La fobia a la m ejoría
Puesto que las angustias depresivas son p or definición lábiles y cam ■
biantes, en su clasificación de las etapas del proceso analitico Meltzer lla­ Así como casi todos los autores conciben la term inación del análisis
m a a la que estamos estudiando el um bral de laposición depresiva. Nadie ionio un proceso de duelo, casi todos también piensan que en ese m o­
llega de hecho a la posición depresiva, que m ás que un logro es una atpi • tílenlo se reactiva el tem or fòbico de quedarse solo, abandonado, sin p ro ­
ración, que no es un sitio o una cosa sino u n a compleja constelación d* d ic ió n . Garm a (1974) le da a los temores fóbicos del final de análisis un
fantasía y realidad organizada en torno de la relación de objeto, fuerte* «¡Unificado muy original.
mente Inspirada por la urgencia d é la reparación. l’ara Garm a el duelo de la term inación es siempre contingente y en-
A medida Que ae van resolviendo las confusiones de zonas y de modt~-' «libre la mayoría de las veces una sutil estrategia defensiva, y lo que ver-
de la tercera etapa, el pecho nutricio aparece como el objeto princeps ae ihtdeíamente cuenta es la necesidad por parte del analizado de liberarse
la realidad pliqulca, y au confluencia con el hasta entonces disociada lír objetos malos, perseguidores, que le impiden avanzar en su m ejoría.
pecho Inodoro enfrenta al niño con la más fuerte angustia depresiva ■£ №configura así u na situación fòbica, donde el analizado no quiere llever
adelante su m ejoría por tem or a los objetos internos dañinos. Quede cla­ cación teórica distinta a las buenas observaciones clínicas de Garm a: el
ro que la fobia que describe G arm a no es la fobia que todos podem os de­ paciente reconoce las virtudes del análisis pero descree de su analista. Si
tectar como expresión de un sentim iento muy natural de miedo a quedar­ el analista remite la denigración a los objetos persecutorios que le impi­
se sin el analista y tener que enfrentarse con un m undo potencialm ente den al paciente increm entar su m ejoría, esto es, crecer, deja intacta la di­
hostil. Esta fobia es la com ún, mezcla de angustias no sólo persecutorias sociación y proyectadas en los objetos de la infancia las dificultades. £1
sino tam bién depresivas, la que todos adm iten. Lo que dice Garm a es peligroso corolario de esta disociación es que el analista que deja crecer
otra cosa. quede idealizado.
Si un tratam iento psicoanalítico llega a un final exitoso, surge en La mayor objeción que se le puede hacer a la teoria de G arm a es que
el analizado el deseo, bien lógico por cierto, de acrecentar su mejoría si son tan malévolos los perseguidores internos com o para que el duelo
para poder com portarse en form a capaz y adulta cuando llegue el m o­ por perderlos sea sólo una defensa, entonces habría que concluir en que
mento de separarse de su analista. A este deseo positivo, sin em bargo, se el m undo interno no ha cam biado suficientemente. La teoría de Garm a,
oponen los objetos internos perseguidores, proyectados a la sazón en el en conclusión, puede reforzar los mecanismos paranoicos y maniacos,
analista, que sólo permiten una m ejoría lim itada. Esta configuración lo que alguna vez Racker (1954) llamó manía reivindicatoría.
cristaliza en las tres resistencias básicas que describe G arm a: la fobia a la
m ejoría, la intensificación del proceso de duelo y el rebajam iento de la
capacidad del analista.
Una vez com prendida la dinám ica que nos propone G arm a, resulta 5. El desprendimiento
claro que la fobia de la term inación expresa el tem or a m ejorar y evita el
ataque de los objetos internos perseguidores: el analizado huye de la me­ Hay sin duda un m om ento en el curso de la term inación del análisis
jo ría para no tener que enfrentarlos. La fobia sanciona así, para G arm a, en que se impone a analizado y analista la idea de que se cumplieron sufi­
el sometimiento a los perseguidores internos y tam bién, desde luego, al cientemente los objetivos con que se inició el tratam iento y que ha llega­
analista que por proyección los representa. do el momento de decir adiós.
La m ejor estrategia para consolidar las defensas fóbicas recién Desde el punto de vista de la técnica pueden seguirse varios cursos
descriptas es la de intensificar las reacciones de duelo ante la futura sepa­ de acción según las predilecciones del analizado, el estilo del analista y las
ración; y lo que debe hacer el analista, entonces, es desenmascarar esa circunstancias reales. Puede fijarse una fecha concreta o puede operarse
estrategia aplacatoria en lugar de aceptar los falsos sentimientos de en dos pasos, afirm ando prim ero que el análisis no se prolongará m ás de
duelo. Com o la m ayoría délos autores, G arm a cree que hay sentimientos una fecha y fijando después el dia precìso en que se llevará a cabo la últi­
de pérdida y de pena al final del análisis; pero, cuando se desbroza el fal­ ma sesión.
so duelo defensivo, el final del análisis se acom paña esencialmente de Como ya hemos dicho, Meltzer le llama a esta etapa el destete, pero yo
una vivencia de afirmación y satisfacción. he preferido denominarla desprendimiento para no atarm e a un modelo
La tercera defensa a que recurre el analizado para evitar el conflicto particular por significativo que parezca. Personalmente no tengo ninguna
con sus objetos persecutorios en el m om ento de la terminación es la de* duda de que la posición depresiva es un momento fundante del desarrollo
nigración del analista. Al rebajar al analista el paciente logra dos grandes y gira alrededor del duelo p or la pérdida del pecho; pero creo también que
ventajas defensivas: si el analista es incom petente, entonces mal podrá la riqueza de los hechos clínicos nos obliga a considerar cada caso como
ayudarlo a increm entar su m ejoría y, al mismo tiem po, queda proyecta* particular y único, dispuestos siempre a descubrir lo ínepetible.
da en el analista la tendencia a denigrarse a sí mismo, a considerarse inca­ Arlow y Brenner (1964), para refutar la idea de que el proceso analíti­
paz de todo progreso. Estas tentativas de rebajam iento no tienen «como co reproduce los estadios tem pranos del desarrollo, citan el caso de un
finalidad librarse de sus propios rebajam ientos mediante su proyección hombre para quien la term inación del análisis representaba la pérdida del
(identificación proyectiva) en su analista, sino que tratan de conseguir prepucio antes que la del pecho. En este, com o en todos los casos, aplicar
que el analista sea de algún m odo inferior, como el analizado inconcíen» un esquema teórico al material del enfermo nos hubiera hecho perder lo
temente piensa que es él mismo» (1974, págs. 686-7). «pecifico de su sentimiento de pérdida. N o creo de ninguna m anera, sin
Coincido con Garm a en que el duelo p o r los objetos persecutorio» em bargo, que una experiencia como esta deba contraponerse a la otra,
que no dejan crecer es un falso duelo y lo m ejor que puede hacerse con Afirmando que para este hombre era el prepucio y no el pecho el objeto
ellos es expulsarlos para liberarse; pero, a diferencia d e G arm a, yo creo pftdido. Esto, para m í, no es más que una negación. Los objetos prim a-
que allí no termina el asunto sino que es allí, justam ente, donde empierJ ¡lo* ion intercambiables y quien tiene pena p o r haber perdido su prepu-
el verdadero fim i. Recuérdese que M eltzer señalaba al comienxo üd ¡!o también la tendrá por el no menos perdido pecho.
umbral de la posic ión depresiva una curiosa disociación que da una expii La gran paradoja, la gran tragedia de la terminación del análisis et
49. El insight y sus notas definitorias*

1. Consideraciones generales
Si el proceso psicoanalítico se propone el logro del insight, entonces
cl insight constituye por definición la colum na vertebral del proceso
psicoanalítico.
Esta idea no es de por sí polémica, porque la aceptan prácticam ente
lodos los analistas; pero se discute, en cam bio, si hay otros factores que
coadyuvan con el insight para determ inar la m archa del proceso. Hay
nquí, sin duda, un problem a de fondo que no es el m om ento de estudiar;
pero es necesario advertir que, a veces, las divergencias dependen del al-
cunce que se le dé a las palabras.
Nacht (1958, 1962, 1971) puede cuestionar la actitud de neutralidad
Ut* la técnica clásica y contraponerla a lo que llam a presencia del analista,
pero no llega a poner en tela de juicio la función del insight, com o puede
verse en su ponencia al Congreso de Edim burgo de 1961. De todos m o­
dos, y a diferencia de N acht, la m ayoría de los autores piensa que el in-
Mtfln se logra fundamentalmente a través de la interpretación psicoanaliti-
«I, aunque también aquí hay discusiones, por cuanto para algunos el in­
vigili puede alcanzarse tam bién con otros m étodos. Un hom bre tan rigu-
ï оно como Bibring (1954), por ejemplo, dice que el insight se logra no só­
lo u través de la interpretación sino también del esclarecimiento, a pesar
île que este sea, nuevamente, un problema de definición; y, como dice
Wallcrstein (1979), sea más fácil decirlo que discriminarlo en la práctica.
lín resumen, todos los autores piensan que el insight es el m otor prin­
cipili de los cambios progresivos que prom ueve el análisis, es decir, de la
tu ra; pero hay quienes tom an en cuenta otros elementos y /o cuestionan
Ink condiciones en que el insight opera.
Nadie duda, en cambio, que hay otros factores que pueden remover
I«*í .síntomas y aun prom over cambios en la personalidad, pero pertene-
m i ft las terapias sugestivas o supresivas, las que actúan p e r via di porre,
ПО como el psicoanálisis.

• I-Mc capitulo y los dos que siguen aparecieron con el título «Insighl» en el volum en 2
í # ttu b ejo det Psicoanálisis (1983).
primario a proceso secundario. En sus Ecrits (1966), Lacan da al texto
freudiano Wo Es war, soil Ich werden una traducción y un alcance distin­
«Insight» no es por cierto un térm ino freudiano; proviene en realidad tos: «Donde estuvo eso tengo que advenir», para expresar una idea
del inglés, y no sólo como palabra sino tam bién como concepto, ya que central de su teoría, esto es, la radical excentricidad del ser a sí mismo
son los analistas de esa lengua de Europa y América los que lo acuñaron. con que el hombre se enfrenta (¡’excentricité radicale de soi à lui-même
Pienso, sin embargo, que los autores que se dieron a utilizar esta palabra à Quoi l ’hom m e est affronté. Ecrits, pág. 524).1 Estas reflexiones son,
no lo hicieron con la idea de estar introduciendo un nuevo concepto; con­ sin duda, im portantes; pero no creo que m odifiquen el argum ento que
sideraron, más bien, que habían dado con un vocablo elegante y preciso estoy desarrollando.
para expresar algo que le pertenece po r entero a Freud. El análisis se p ro­ P or todas estas razones, entonces, pienso que el vocablo «insight»
pone dar al analizado un mejor conocimiento de sí mismo; y lo que se viene a recubrir con exactitud un concepto de Freud, aunque él no lo ha­
quiere significar con insight es ese momento privilegiado de la tom a de ya empleado en la form a con que lo hacemos nosotros.
conciencia. Dejemos en claro, sin embargo, que la palabra Einsicht,
equivalente al inglés insight, aparece rara vez en la obra de Freud, y, des­
de luego, no con el significado teórico que se le da actualmente.
A todo lo largo de su empecinada investigación Freud afirm a que en 3. Trasformaciones de la palabra insight
su m étodo lo fundamental es el conocimiento. En una época serán los re­
cuerdos, en otra los instintos; pero la m eta es siempre el conocimiento, la El vocablo «insight» se ha ido imponiendo hasta tra s fo rm a le de una
búsqueda de la verdad. palabra del lenguaje corriente en una expresión técnica. Nadie duda ac­
En la prim era tópica el conocimiento consiste en hacer conciente lo tualmente, cuando la emplea, que está utilizando un término teórico. Si
inconciente. Este célebre apotegma tuvo en principio el significado tópi­ In rastreamos en los escritos psicoanaliticos la vamos a ver aparecer desde
co de un pasaje del sistema lee al Prcc, pero a eso pronto se agregó el los años veinte, pero no con su sentido actual.
punto de vista dinám ico, en cuanto es a partir del vencimiento de las re­ En su trabajo sobre el tic, Ferenczi (1921) cita un paciente catatònico
sistencias que algo se hace conciente. De esta form a la idea se enriquece y inuy inteligente que poseía un notable insight.2 Sin embargo, cuando pre­
se recubre de un contenido metapsicológico, sin que cambie su esencia. sentó ese mismo caso en un trabajo an terio r^ no empleó Einsicht sino
El tercer punto de vista de la metapsicología, el económico, impo* Selbstbeobachtung, autoobservación.
ne que la tom a de conciencia se haga atendiendo al m ontante de excita Un uso particularm ente m oderno de esta palabra puede encontrar­
ción que surge en el proceso. La im portancia del factor cuantitativo en te en el clásico trabajo de Hermine von Hug-H ellm uth sobre la técnica
cuanto a la eficacia de la interpretación fue estudiada por Reich (1933) y lid análisis de niños, leído en el VI Congreso Internacional (La Haya,
p o r Fenichel (1941), aunque ya está presente, de hecho, en el método i MO) y cuya traducción apareció en el International Journal de 1921. Di­
tártico, cuando Breuer y Freud (1895tf) señalan que sólo cuando el r i esta autora que la finalidad del análisis es prom over el más pleno in-
cuerdo patógeno alcanza suficiente carga afectiva resulta eficaz para mo* «teht de los impulsos y sentimientos inconcientes.4 En este párrafo y‘en
dificar los síntomas neuróticos. iitioa del mismo trabajo el vocablo «insight» parece que se emplea con
El concepto económico es, pues, simultáneo (o previo) al topográfl* гч mismo rigor que actualmente.
co; el concepto dinámico, en cambio, no puede establecerse antes de q u t Nlempre es difícil decidir en qué momento una palabra del lenguaje
se formule la teoría de la represión. Müiiún se recubre de un significado teórico; pero, p ara el caso de «in­
En resumen, la regla de hacer conciente lo inconciente se va n vigili», tenemos dos puntos de referencia im portantes. En el XIV
cubriendo de los diversos significados que Freud despliega en su primera I 'uuitreso Internacional, que se realizó en M arienbad en agosto de 1936,
tópica, los cuales, cuando aparece el concepto de insight, se le apliuri H /n lugar el Sym posium on the theory o f the therapeutic results o f
con naturalidad y sin violencia. El vocablo insight se amolda, pues, iifi
fectamente a la m etodologia de los trabajos de 1915 y Freud bien 1 f I ’instance de la lettre dans l’inconscient». M a d (com um cadón personal) traduce la
haber dicho: el método psicoanalitico tiene por finalidad hacer conci; ¡u* te tu j-ilòii freudiana de esta form a: «mi ser es reubicarme cou respecta a ese O tro».
* r A very Intelligent catatonic patient w ho possessed insight to a remarkable degree».
lo Incendente у в eia tom a de conciencia la vamos a llamar insight . ttU r* M U e w l Journal, pág. S).
AAoi dftiplió», cuando introduce el punto de vista estructural, F'^uii ' d l'ln ijc klinische B eobachtungen bei der P aranoia und Paraphrenic» (1914). T anto en
emplea otro modelo, y entonces dice que la base del tratamiento p«it k t PV4t i *attributions (p ig . 295), como en Sexo y psicoanálisis (pág. 207), usan self-
analítica ce itue los procesos ideativos pasen de un sistema no organtiwúa tllon y autoobservación.
i * " tt hrm¿\ in the analysis of the adult, we aim at bringing about futt insight into uncons-
a otro df ftltu oiftftnlsndón, del ello al yo; donde e s t a b a el ello d e b a e t f a i a w impuhrs and feelings, in the cast o f a child, this kind o f avowal expressed, without
el yo, y c t r ¡w-<rtjr (ir alltómu supone, por cierto, un cambio dé pnw 1я ti t vmbotk act, is quite sufficient» (1921, pág. 296).
psycho-analysis, en que participaron seis de los grandes analistas de esa
época, Edward Glover, Fenichel, Strachey, Bergler, Nunberg y Bibring.s Cuando la palabra «insight» se aplica de este modo para definir el
Se barajaron allí diversas hipótesis en cuanto a la naturaleza de la acción instante en que accedemos a un conocimiento nuevo, pertenece todavía,
terapéutica del psicoanálisis; pero la palabra «insight» no aparece por a mi juicio, al lenguaje común. Así la emplea R apaport en el trabajo re­
ninguna parte. Strachey, que la menciona en su trabajo de 1934, cuando cién citado y así la vemos aparecer en m uchos escritos psicoanalíticos. En
dice que la segunda etapa de la interpretación m utativa se malogra si el 1931, en el prólogo de la tercera edición inglesa de la Traumdeutung, al
paciente no tiene insight y no puede discriminar entre lo que le está p a­ referirse a sus descubrimientos sobre los sueños, Freud dice que un in­
sando con el analista y lo que viene del pasado, no la emplea en Marien- sight com o el suyo sólo se tiene una vez en la vida .9 Se refiere, indudable­
bad, sin duda porque no le parece necesaria.6 mente, al acto de creación que supone com prender la diferencia que hay
Veinticinco años después, en 1961, se vuelve al tema en el XXII entre el contenido m anifiesto y el contenido latente del sueño, si así
Congreso Internacional que tuvo lugar en Edim burgo. El simposio se lla­ queremos describir aquel descubrimiento genial. También Melanie Klein
mó esta vez The curative factors in psycho-analysis y participaron Max­ (1955a) en su trabajo sobre la técnica del juego dice que el análisis de Rita
well Gitelson, Sacha Nacht y H anna Segal, junto a cuatro discutidores y de Trude, y más aún el de otros niños de esa época que duraron más
(Kuiper, G arm a, Pearl King y Paula Heimann). 7 Todo el interés de los tiempo, le dieron insight sobre-el papel de la oralidad en el desarrollo
expositores se centró en el insight, y nadie lo discutió como factor predo­ (W ritings, vol. 3, págs. 134-5).
minante (y tal vez ùnico) para explicar los factores curativos. Así, el lap­ Es evidente para mi que, en estas citas, R apaport, Freud y Klein se re­
so entre los dos simposios representaría el tiempo histórico en el cual la fieren al m om ento en que se adquiere un conocim iento científico, un co­
palabra «insight» se trasform a en un vocablo estrictamente técnico. nocimiento que pertenece al m undo y no al sujeto.
Yo creo, sin em bargo, que la palabra «insight» sólo llega a adquirir el
valor de un térm ino teórico del psicoanálisis cuando se la emplea en sen­
tido restringido. Está en el espíritu freudiano (y es la base de nuestro
trabajo clínico) que, cuando aplicamos la palabra «insight» al nuevo co­
4. Las acepciones del sustantivo insight
nocimiento que adquiere el paciente en el análisis, nos referimos a un
La palabra inglesa «insight» está compuesta del prefijo «in» que conocimiento personal. Hacer conciente lo inconciente significa que yo ha­
quiere decir interno, hacia adentro y «sight» que es vista, visión. Literal­ go (en mí mismo) conciente lo inconciente; es un proceso intrasferible, no
mente, pues, «insight» quiere decir visión interna, visión hacia dentro de se refiere a lo exterior. No todo nuevo conocimiento, pues, es insight, sino
sólo el que cumple con el postulado freudiano de hacer conciente lo in­
las cosas y más allá de la superficie, discernimiento. El diccionario dice
conciente. En este sentido, no debemos decir que cuando el analista se da
que es el poder de ver con la mente dentro de las cosas, la apreciación sú­
cuenta de lo que le pasa al analizado tiene insight. H ablando estrictam en­
bita de la solución de un problem a.8 «Insight», pues, significa conoci­
te, lo que adquiere en ese m om ento es un conocimiento que corresponde
miento nuevo y penetrante.
al analizado. El analista sólo puede tener insight de su contratrasferen­
Esto nos lleva a discutir qué extensión debemos darle en psicoanálisis
cia. En la com prensión que yo tengo de mi paciente, siempre hay u n trán­
a la palabra «insight», ya que se la puede tom ar con m ayor o menor
sito por mi vida interior, en que tom o conciencia de mi similitud o de mi
am plitud. En sentido lato significa conocimiento nuevo, conocimiento
diferencia con él a través de mi contratrasferencia: a ese m om ento sí lo
que, como dice R apaport (1942, pág. 100), va más allá de las apariencias.
llamo insight.
Insight siempre implica acceso a un conocim iento que hasta ese momento
Insight es, pues, el proceso a través del cual alcanzamos una visión
no era tal. E sta definición (amplia) puede referirse, sin embargo, tan to a
nueva y distinta de nosotros mismos. Cuando se emplea la palabra «in­
hechos extemos como internos. Si yo, com o el m ono de KOhler, m e doy
night» en psicoanálisis hay que hacerle honor al prefijo «in», porque
cuenta atando cabos que si meto un palo dentro de otro invento un nuevo
el insight es un conocimiento de nosotros mismos, no u n conocim iento
instrum ento, puede decirse que yo he tenido insight en cuanto he creado
cualquiera.
algo, porque fui capaz de ir más allá de lo dado, de lo manifiesto. El Ib*
sight seria ese m om ento de novedad, de creación.

3 International Journal o f Piycho-A wtysis, vol. 18, partes 2 y 3.


4 S« dijo ya an ti capitulo 33, y se reiterará m ás, sin em bargo, que el trab a jo de Straahqr
•obre Ib Interpretación imitativa es, tal vez, el que m ejor precisa el concepto d e insight.
7 International Journal of Psycho-Analysis, vol. 43 ,4 y 5 p aites.
* A. S. Umrtby, К V. O ttcnby y H . W akefield, The advanced learner’s dictionary fit 4 «U n insight com o este no nos cabe <n suerte sino una sola vez en la vida» [AE, 4,
current Knglbh, 1 Ì 1 ,
p in 27).
5. El insight y la teoría de la form a Aunque a French le interese la conducta adaptative del yo frente al
conflicto que le propone su deseo, no me parece conveniente entender el
A unque yo ше inclino a pensar, como Sandler et al. (1973), que «in­ insight como un problem a de conducta. Es m ejor pensar que hay insight
sight» es una palabra del lenguaje ordinano que se fue haciendo cada vez cuando el paciente se hace conciente de su deseo. Cóm o procede después
más técnica, debo decir que otros piensan que llega al psicoanálisis vía la si entra en conflicto con ese deseo no es el problem a del insight sino, en
psicología del aprendizaje y la psicología de la form a. todo caso, de la elaboración. ¡Es poco probable que cuando el póngido
Como es sabido, la teoría de la form a (Gestaltheorie) surge com o una come su banana satisfaga a la vez un deseo inconciente de fella tio !
reacción ante la psicología de los elementos, poniendo su atención en la
estructura, en los conjuntos. El asociadonisino no permite aprehender
la organización interna y la finalidad del hecho psicológico. La Gestalt
(form a) es algo más que la sum a de las partes; el todo tiene más dignidad 6. El insight como fenómeno de campo
que los elementos que lo com ponen, la estructura es el dato prim ero.
La teoría de la form a, que dio sin duda una explicación satisfactoria Para M adelaine y Willy Baranger (1961-62, 1964) el insight es un fe­
del fenómeno de la percepción, se aplicó tam bién a otros temas de la psi­ nómeno de campo. La situación analítica se define como un campo bi­
cología, aunque no siempre con la misma suerte. Se dijo, por ejemplo, personal alrededor de tres configuraciones básicas: la estructura determi­
que tam bién la memoria o el pensamiento se pueden com prender como nada por el contrato analítico, la estructura del material manifiesto y la
Gesfalten, sin recurrir a las explicaciones de análisis y síntesis que supone iantasia inconciente. El punto de urgencia de la interpretación, donde se
la teoría del ensayo y error. entrecruzan estas tres configuraciones, no depende sólo del paciente sino
Al estudiar la psicología del chimpancé, KOhler (1917) pudo observar lambién del analista; «El punto de urgencia es una fantasía inconciente,
algunos hechos singulares. Cuando se le propone un problema como el pero una fantasía de pareja. A pesar de lo “ pasivo” del analista, está in­
de apoderarse de una banána con un palo que no alcanza para golpear la volucrado en la fantasía del paciente. Su inconciente responde a ella, y
fruta, el animal se queda desconcertado como si estuviera pensando y, de contribuye a su emergencia y a su estructuración» (Problemas del campo
repente, en un acto de intuición, que KOhler llam a concretamente m- psicoanalítico-, 1969, pág. 166).
sight, se da cuenta de que metiendo un palo dentro de otro alarga sufi* La dinám ica de la situación analítica queda asi definida como una
cientemente su instrum ento para alcanzar la fruta, y así lo hace. KOhler situación de pareja, que «depende tanto del analista, con su persona­
quiere m ostrar con esto que el pensamiento no se logra a través del ensa* lidad, su m odalidad técnica, sus herram ientas, su m arco de referen­
yo y el error, y que es m ejor explicarlo a partir de una Gestalt. t i , como del analizando, de sus conflictos y resistencias, de toda su per­
La palabra «insight» que empleara KOhler, fue después trasegada do sonalidad» (pág. 167).
la psicologia de la form a a la teoría del aprendizaje (no se aprende pof El campo funciona a partir de las identificaciones del analista y del
ensayo y error sino por la captación de totalidades) y de allí llegó final­ jnulizado, si bien «cabe diferenciar la naturaleza de los procesos de identi-
mente al psicoanálisis.10 1icudón proyectiva e Íntroyectiva en el analista y en el analizando. Es esta
Thom as French escribió en 1939 un artículo, «Insight y distorsión en diferencia la que da cuenta del carácter asimétrico del campo» (pág. 169).
los sueños», donde utiliza la palabra «insight» en form a similar a la do A pesar de que los Baranger afirm an que la situación analítica es asi­
KOhler. French piensa que la diferencia entre el chimpancé de Kôhler y el métrica, toda su reflexión se organiza sobre la base de la fantasía de paré­
paciente en el diván no es tan grande com o parece. A pesar de que la te is, que yo no puedo entenderla más que como simétrica. E n «L a si­
oría del deseo sea distinta, porque el chimpancé sabe que desea la banane tuación analítica como campo dinámico» (1961-62) se lee: «Lo que estruc­
y el paciente no sabe lo que desea, una vez que el paciente logra insight tura el campo bipersonal d é la situación analitica es esencialmente una fan-
sobre su deseo inconciente, entonces se le plantea un problema parecido tttklu inconciente. Pero sería equivocado entenderlo como una fantasía in­
al del póngido, el de resolver el conflicto entre su deseo infantil y el reltp fondente del analizado solo. Es pan diario el reconocer que el campo de la
de su personalidad que lo rechaza o lo acepta sólo en determinadas con­ 4luttción analitica es un campo de pareja. Pero se admite que la estructu-
diciones. Ese proceso de integración es similar, pues, a la actividad QU* 1ЙС1Й11 de este campo depende del analizando, y se trata de actuar en conse-
tiene que cumplir el chimpancé de KOhler. La idea de insight en cuanto HlftKiu (preservando la libertad del analizando)» (1969, pág. 140).
capacidad guestáltlca de atar cabos se puede usar, concluye French, ttuiio Illtf propósito es absolutam ente digno de loas, dicen con ironía nuestros
en pslcoanállíls como en la psicología del aprendizaje. HUlotes, para agregar de inmediato: «Hechas estas restricciones, no po-
titfnoi concebir la fantasía básica de la sesión —o el punto de urgencia—
10 U na lúddfi IXpmleWn dt № • ¿ « a rro llo puede encontrarse ce la m onografie
lll№ gomo una fantasía de pareja (como en psicoterapia analítica de
Zac de Flic (197V). Sitipo. se habla de “ fantasía de grupo” , y con m ucha razón). L a fantasie
oasica de una sesión no es el mero entendimiento de la fantasía del anali­ El insight debe considerarse, entonces, com o el acto fundam ental­
zando por el analista, sino algo que se construye en una relación de pare­ mente personal de verse a sí mismo (Paula Heimann, 1962, pág. 231). El
ja» (págs. 140-1). A tenuando de inm ediato estas afirmaciones, los auto­ insight es una reflexión en el doble sentido de m editar y de doblar algo
res dicen que es indudable que los dos miembros de la pareja tienen un hacia adentro: el insight pertenece a la psicología procesal, no a la perso­
papel distinto y que el analista no debe im poner su propia fantasía, «pero nalistica (G untrip, 1961). Com o dicen los Baranger, la relación con ei ob­
tenemos que reconocer que para una “ buena” sesión, tienen que coinci­ jeto tiene im portancia, y m ucha, en el logro del insight; pero más allá de
dir la fantasía básica del analizando y la del analista en la estructuración lo que pueda surgir en el campo, el insight es siempre reflexión. P ara que
de la sesión analítica» (pág. 141). el fenómeno de campo (personalistico) se convierta en insight falta to­
Sobre estas bases, los Baranger concluyen que el insight es un fenó­ davía que la identificación introyectiva provoque un m om ento de refle­
meno del campo bipersonal, es obra de dos personas (1969, pág. 173). De xión en el sentido más estricto de la palabra.
allí que lo diferencien tajantem ente del insight como cualidad personal, Lo que acabo de decir debe considerarse u n a característica definitoria
como momento de auto-descubrim iento. La palabra es la misma pero los del insight. No es una precisión académica; tiene que ver con la form a
fenómenos radicalm ente distintos (pág. 173).11 en que este concepto engarza con la idea de hacer conciente lo inconcien­
te, que obviamente se refiere a uno mismo. Y, más im portante todavía,
define una form a de praxis, la que tiende a que el paciente se haga cargo
de sus problemas.
7. El insight y el proceso mental Esta diferencia conceptual, por otra parte, está avalada por los
hechos: la experiencia m uestra que puede aclararse una situación de cam­
La investigación recién expuesta tiene, entre otros, el doble mérito de ha­ po sin que surja el insight y que, m uchas veces, la comprensión no es si­
ber destacado la importancia de la pareja analítica en el desarrollo del in­ multánea en el analista y el paciente. Coincido en este punto con Liber­
sight, mostrando a su vez que el analista participa de ese proceso. Podemos man (1971), cuando dice que el insight puede darse en el analista fuera
coincidir con los Baranger en que para dar insight al paciente tenemos que de la sesión. 13
hacer insight en nosotros mismos, sin por ello seguirlos en su idea de que el Según los Baranger la fantasía del campo es por partida doble, parti-
insight es un fenómeno de campo, una luz que se enciende en un sitio desde i‘ipan paciente y analista. P ara defender esta posición se esgrime a veces
donde ilumina simultáneamente a los dos miembros de la pareja analítica. el argumento de la terapia de grupo, donde la fantasía (o el sueño) que
A mi parecer, el fenómeno de campo que describen los Baranger sienta la¿ aparece en uno de los miembros es realmente grupal; pero hay una dife­
bases para que sobrevenga el insight pero no es el insight mismo. rencia, en el grupo participan todos los miembros con aportes concretos.
El insight debe considerarse conceptualmente intrasferible: yo sólo MI análisis empero es una situación radicalmente asim étrica. Justam ente
puedo tener insight de mí mismo. E n el proceso analitico hay una si­ por eso podemos alcanzar los deseos o fantasías del paciente y operar p er
tuación especial pero que no cambia lo que acabo de decir, y es que, en wa di levare: lo que nosotros damos es el m arco adecuado para que el
general, la interpretación como agente del insight se construye no sólo analizado se exprese, nunca elementos de nosotros mismos. La idea de
sobre la base de nuestro conocimiento (de la teoría psicoanalitica, del pa­ una fantasía com partida, de una fantasia de cam po, es sin duda aplicable
ciente) sino tam bién a partir de un m om ento de insight de nuestro к la teoría de la psicología com pleja, porque los psicólogos jungianos
contratrasferencia. ricen que el analista debe comunicar al paciente sus ocurrencias y sus
Sin ser tan restrictivo como yo, puesto que piensa que el analista debo lueflos. Entonces sí se configura una fantasía de campo; pero nuestro
tener insight de las defensas del paciente, de sus conflictos y carácter, crfcft método no se basa en ese tipo de recaudos. Com o dice G rande (1978), el
que Blum (1979) se aproxima a lo que aquí se sostiene cuando afirma que ш п р о es lo que el paciente engasta en nosotros; y, teóricamente, el me­
«El insight analítico es necesario para la conducción del análisis clínico y li» analista será en este punto el que posea la estructura de óptima m alea­
la resolución de la contratrasferencia» (Psicoanálisis, págs. 1108-9). 1* bilidad donde el campo sea esculpido, si fuera posible, ciento por ciento
|w r el enfermo. Que nunca se alcance ese ideal no altera nuestros presu­
11 Problem as d i! campo psicoanalítico, capi. VII y VIII. puestos teóricos ni debe m odificar nuestra técnica.
11 « The analyst'* Insight, o fte n enriched and advanced b y creative patients, should JM
distinguished fr o m th t p a tie n t‘s Insight. The a m tyst m ust have insight in to the p a tttn t't
fe risti, c o n flitti, and character, The analyst's insight in neither sym m etrical noriynetiNjg
nous with that o f Ih t patient, and both precedes a n d perm its proper interpretation e n d M
construction. Analytic insight It necessary f o r ike conduct o f clinical analysis andrete jjg I in/tUÍMtica, interacción com unicativa y proceso psicoanalitico, vol. 1, esp. cap. II,
tlon o f counterirent/frenef* (Ibi/ehoanalytic explorations o f technique, H arold P. ilU V ^hantíón duram e las sesiones con d paciente y las sesiones como objeto d e investiga­
éd., p ig . 44). »4 i | » i

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8. El insight del analista: un ejemplo clínico 50. Insight y elaboración
Me acuerdo de una paciente que durante un tiempo bastante largo me
contaba sueños muy interesantes, que yo interpretaba con verdadero pla­
cer y «acierto» sin que el proceso adelantara. Entonces soñé que tenia
una relación anal con ella. Esto me provocó una dolorosa sorpresa y una
fuerte depresión, pero me llevó a com prender lo que me estaba pasando.
Pocos dias después, la paciente soñó que se acostaba en el diván boca
abajo y movía su trasero en form a excitante. Contó el sueño sin m ayor
angustia y con un tono casi divertido; le parecía raro y le gustaría saber 1. El insight como conocimiento
cómo iba yo a interpretarlo. Con estas asociaciones, y a partir del insight
que yo había tenido sobre mi contratrasferencia, le interpreté que el Acabamos de definir al insight como un tipo especial de conocimien­
sueño que ella me estaba contando era concretam ente su trasero; a ella to que reúne entre sus características la de ser nuevo e intrasferible. Diga­
le interesaba excitarme con el relato de su sueño más que indagar lo mos ahora que, como todo conocimiento, el insight implica una relación
que significaba. entre dos términos o miembros que puede ser de diversa naturaleza. A
En este caso, como en muchos otros, el m om ento de insight en la veces se trata de la aprehensión de un tipo especial de vínculo, esto es, có­
contratrasferencia precedió a la posibilidad de interpretar. Reconozco mo están relacionados dos términos en una explicación causal, la form a
que es un caso extremo, pero por eso mismo ilustrativo. No cabe duda en que se relaciona, por ejemplo, la ingesta de alcohol con la ebriedad.
de que en esa ocasión di más pasos que los habituales en el conflicto Tam bién puede tratarse de una relación instrum ental entre medios y fi­
contratrasferencial, y así surgió el sueño. Si hubiera captado antes mi nes, como la conducta apetitiva de un ave y el hallazgo de alimentos.
conflicto y lo hubiera utilizado para com prender a mi paciente, hubiera O tras veces, por fin, la relación es entre el símbolo y lo simbolizado,
podido decirle mucho antes el sentido que tenia p ara ella contarm e sus entre significante y significado. En cada uno de estos casos, el sujeto cap­
«hermosos» sueños. Tal vez eso hubiera sido suficiente, con lo que ta de pronto una relación que hasta entonces no le había sido inteligible y
habría evitado tener que soñarlo y sufrir el choque emocional que eso me
que cambia el significado de su experiencia.
significó. Ni qué decir tiene que la analizada resistió en principio mi in­ Siempre me ha parecido que, en este sentido, el insight ocupa un lugar
terpretación; pero después, en otro contexto, lo confirm ó, señalando que polar con la experiencia delirante primaria. Jaspers (1913) definió la expe­
tenía la idea de que su voz era para mí muy agradable. Sólo en ese m o­ riencia delirante prim aría como una nueva conexión de significado que se
mento tuvo ella insight de la situación. impone de pronto al paciente y es para el observador ininteligible, im po­
Este ejemplo sirve para diferenciar dos órdenes de fenómenos, la sible de empatia. Nosotros, desde luego, podemos aceptar la definición fe­
comprensión y el insight.* P ara lograr que el paciente alcance el insight, el
nomenològica de Jaspers, aunque como psicoanalistas tengamos empatia
analista tiene que partir de un proceso de insight en si mismq, que con los elementos inconcientes que llevan a esa nueva relación de significa­
siempre m onta tanto como resolver un conflicto de contratrasferencia. do. A mí me lo enseñó un paciente que vi hace muchos años en Mendoza,
con un delirio paranoico. El había ido a cazar a San Rafael, al sur de la
En resumen, entendemos por insight un tipo especial de conocimien­
provincia, con un amigo, los dos en una camioneta. De pronto el amigo
to, nuevo, claro y distinto, que ilumina de pronto la conciencia y so
accionó la palanca de cambios y le tocó la pierna; «y en ese momento —di­
refiere siempre a la persona misma que lo experimenta. Es un término
jo el enfermo— sentí una rara excitación y me di cuenta de que mi amigo
teórico d d psicoanálisis que pertenece a la psicología procesal, no a la per*
era el amante de mi mujer». Desde el punto de vista fenomenològico esta
sonatistica, en cuanto señala el proceso mental de hacer conciente lo in*
nueva conexión de significado puede dejarlo sin empatia al gran Jaspers;
conciente, que fue siempre para Freud la clave operativa de su método.
pero no al más modesto de los discípulos de Freud. Yo comprendí en ese
momento los mecanismos proyectivos de mi paciente y me sentí realmente
tocado por aquella demostración como de laboratorio.
Lo que yo quiero decir es que el insight es un fenómeno de la misma
categoría que la vivencia delirante prim aria, sólo .que se ubica en el otro
extremo de la escala. En el insight, la nueva conexión de significado sirve
Justamente para aprehender una realidad a la que no se había podido te­
ner acceso hasta ese m om ento. Si mi paciente d e M endoza se hubiera
dicho: «Entonces quiere decir que mi am istad con Fulano tiene un COm®

(ПЧ
ponente erótico, quiere decir que yo tengo algún tipo de sentimiento ho­ términos de esa relación que se capta en el m om ento de insight es una
mosexual hacia él, como lo prueba el hecho de que cuando me tocó la emoción. Si en un m om ento dado el paciente se hace cargo de que siente
pierna en la cam ioneta yo sentí un estremecimiento», aquel hom bre odio por el padre, en su insight la emoción aparece como contenido. Esta
habría tenido un m om ento de insight en lugar de la vivencia delirante p ri­ clase es poco significativa, porque con el mismo criterio se podría decir
m aria que puso en m archa su irreversible delirio celotípico. que un insight es infantil cuando se refiere a algo que pasó en la infancia.
Como la vivencia delirante prim aria, el insight es una nueva conexión Es un error semejante al de clasificar los delirios por su contenido y no
de significado que m odifica la idea que el sujeto tem a de sí mismo y de la por su estructura. O tra cosa es, en cambio, que el insight obtenido vehi-
realidad. Es difícil establecer en qué consiste la diferencia entre los dos culice determ inadas emociones, las ponga en m archa, las libere. El in­
fenómenos, pero digamos provisionalmente que la vivencia delirante pri­ sight, en este caso, consiste en que el sujeto se haga cargo de un hecho
m aria construye una teoría y el insight la destruye; pero esto es sólo una psicológico que le provoca una respuesta emocional.
aproximación a la que tendrem os que volver más adelante. Luego de haber esclarecido de esta m anera la doble relación entre el
P ara cerrar este párrafo deseo recordar que, en varias oportunidades, insight y el afecto, Reid y Finesinger proponen llam ar a ambos insight
Freud estableció una relación entre sus teorías y el delirio; baste recordar emocional, contraponiéndolos al insight intelectual al que denom inan
lo escrito al final de su trabajo sobre Schreber (1911c): «Queda para el neutro para evitar el pleonasm o de llamar intelectual a un proceso que
futuro decidir si la teoría contienq más delirio del que yo quisiera, o el de­ por definición siempre lo es.
lirio, más verdad de lo que otros hallan hoy creíble» (AE, 12, pág. 72). Preocupados como están por el papel del insight en psicoterapia,
Reid y Finesinger dicen que ninguno de estos dos tipos de insight, neutro
o emocional, da cuenta del problem a principal: por qué en algunas cir­
cunstancias el insight es operante y en otras no. Proponen entonces un
2. El insight dinámico tercer tipo, que llam an insight dinámico, y que tiene que ver con la teoría
de la represión: en el m om ento que se levanta una represión el insight es
A partir de estas ideas generales veremos ahora cómo se clasifica dinámico, el único realmente eficaz.
el insight, porque de ahí van a surgir esclarecimientos im portantes. La Podemos resumir, ahora, en un simple cuadro sinóptico la investiga­
clasificación más típica, la que se encuentra en todas partes, es la que ción de la Universidad de M aryland:
divide al insight en intelectual y emocional. Zilboorg (1950), por
ejemplo, la adopta; y además subraya enérgicamente que el verdadero [ neutro
insight es el emocional, lo que, como veremos, puede cuestionarse. l í la emoción como contenido
En la segunda m itad de nuestro siglo, por diversos motivos que no es Insight <emocional <
ahora el momento de ponderar, el estudio del insight adquirió un gran re­ / ( la emoción como resultado
lieve. Este proceso, com o ya dijimos, culmina en el Congreso de Edim­ l dinámico
burgo y sigue desde entonces sin declinar. Hay en aquellos años toda una
serie de estudios im portantes. A partir de Zilboorg tenemos primero el Como indica su nom bre, el insight dinámico se constituye cuando un
trabajo de Reíd y Finesinger (1952), después el de Richfield (1954) y, con conocimiento penetra la barrera de la represión en el sentido más estricta­
el intervalo de otros dos años, el de Kris (1956a). mente freudiano y hace que el yo se haga cargo de un deseo hasta enton­
Reid y Finesinger, que se juntaron en M aryland para realizar una in­ ces inconciente (1952, pág. 731).
vestigación interesante, criticaron la clasificación de insight intelectual y
emocional con argumentos que conviene recordar. La clasificación falla
por la base porque, de hecho, el concepto mismo de insight implica pro*
ceso cognitivo, proceso intelectual. De m odo que todo insight es esencial­ 1. Insight descriptivo y ostensivo
m ente intelectual y no puede haber insight que no lo sea. H ay u n a dife*
ren d a, sin embargo, y estos autores la encuentran en la relación del In­ Cuando Richfield retom a el tem a dos años después hace una crítica
sight con la emoción: hay veces que la emoción no es sustancial, no va vuledtra al trabajo recién comentado. Hay una petición de principio en la
más allò del componente afectivo de todo proceso intelectual; otras ve­ rlusificación de Reid y Finesinger, ya que vamòs a llam ar insight dinám i­
ces, en cambio, el Inilght está vinculado estrechamente a la emoción y en co ni que promueve un cambio y, si no lo logra, diremos retroactivam en­
dos form at que le podrían llamar de entrada o de salida, como contenido te t]u< ese insight fue solam ente neutro o emocional. Esto crea un círculo
o consecuencia. 1,0 primera de estas posibilidades es poco significativa, Al vidoho. Coincido con esta critica de Richfield; y agregaría que la idea de
insight te геПсге a tinn emoción, iu contenido es una emoción, uno de loa que cl insight sea efectivo no pertenece propiam ente a nuestro tem a, sino

n.»l
más bien al de factores curativos, que no es lo mismo. En este capítulo no sell y aceptan todos los filósofos analíticos de nuestro tiem po, son abso­
me propongo, en principio, dilucidar por qué el insight es operativo (о lutamente necesarios. Cuando se aplican al insight sancionan una diferen­
curativo), sino deslindar sus clases, todo lo cual quizá después va a per­ cia muy clara, pero no ya una supremacía, porque estos dos tipos de co­
mitir form ular más firmemente una teoría de la curación. nocimiento no se excluyen: hay que conocer las cosas palabra a palabra y
La clasificación de Reid y Finesinger puede objetarse tam bién en otra tam bién ostensivamente.
form a, y es que de los dos tipos de insight emocional que se mencionan,
el segundo, el que moviliza una emoción, siempre es dinámico; porque
solamente cuando se levanta la represión surge la emoción hasta entonces
reprimida. De m odo que, de hecho, no hay tres tipos de insight como 4. El concepto de elaboración
pretenden los de M aryland, sino dos. En otras palabras, el insight que
ellos llaman emocional es siempre o neutro o dinámico. Los dos tipos de insight de Richfield, descriptivo y ostensivo, nos van a
P ara evitar el riesgo de caer en un razonam iento circular pero siguien­ servir dentro de un m om ento para proponer una explicación que articula
do de cerca las precisiones de Reid y Finesinger, Richfield propone una el insight y la elaboración; pero por ahora nuestra intención es más direc­
nueva clasificación del insight, que es, yo creo, la m ejor. ta, ver qué se entiende por elaboración.
Richfield parte de la teoría de las definiciones de Bertrand Russell, Como todos sabemos, Freud introdujo el concepto de elaboración
cuando afirm a que las hay de dos tipos, de palabra a palabra y de pa­ (Durcharbeiten) en un ensayo de 1914 titulado justam ente «Recordar, re­
labra a cosa. A veces nosotros definimos algo con palabras, con otras p a­ petir y reelaborar». A partir de un ejemplo, Freud dice allí, en los párra­
labras, y esas son las definiciones verbales. Si sólo tuviéramos defini­ fos finales de su artículo, que muchas veces lo consultan analistas que se
ciones de palabra a palabra, sin embargo, estaríamos navegando en un lamentan «de haber expuesto al enfermo su resistencia, a pesar de lo cual
m ar de abstracciones. Tenemos que tener también definiciones donde ha­ nada había cambiado o, peor, la resistencia había cobrado más fuerza y
ya correlación entre la palabra y la cosa. A estas se les llama ostensivas, toda la situación se había vuelto aún menos trasparente» (A E , 12, págs.
porque se hacen m ostrando, señalando con el dedo. El ciego no puede al­ 156-7). Freud responde que hay que darle al paciente tiempo para elaborar
canzar una definición ostensiva del color, y va a tener allí siempre una ra­ su resistencia, continuando el tratamiento de acuerdo con las reglas del ar­
dical deficiencia. No im porta que él sepa m ejor que yo cuáles son las uni­ le hasta que llegue el momento en que esa pulsión, que se le había señalado
dades Am strong del espectro de cada color, ni que sepa cóm o empleó el y que él intelectualmente aceptó, se imponga en su conciencia. De acuer­
azul Picasso o el amarillo van Gogh; él podrá saber mucho de todo esto, do a su definición originaria, pues, la elaboración consiste en movilizar
pero si yo le digo: ¿qué es el am arillo?, no podrá nunca decirme ante un lus resistencias para que un conocimiento intelectual se recubra del afecto
cuadro de van Gogh esto es am arillo, porque obviamente carece d éla po­ que le pertenece. £1 analista didáctico puede decirle a su candidato que
sibilidad de una definición ostensiva.1 tiene rivalidad con sus compañeros de seminario en cuanto hermanos, y
H ay, pues, dos tipos de definiciones y, por consiguiente, de cono­ ¿I responder que sí, que en realidad es así; pero de ahí al momento en que
cimiento. Con las definiciones verbales obtenemos un conocimiento p o r realmente siente la pulsión hostil y se la puede remitir al conflicto infantil
descripción, siempre indirecto; las definiciones ostensivas, en cambio, con el recién nacido hay un largo trayecto, el camino lleno de obstáculos
nos dan un conocimiento directo, p o r fam iliaridad. de la elaboración.
Aplicando estos conceptos al insight, diremos que cuando se desert* lif lector recordará, sin duda, cuando Freud le dice al «H om bre de las
ben y comprenden con palabras los fenómenos psicológicos inconcien­ Rutas» en la sexta sesión del análisis que sus deseos de que el padre
tes hay insight descriptivo, o verbal, que va de palabra a palabra. Pero muera provienen de su infancia, etcétera. En la nota 18 al pie de la pági­
hay, tam bién, un insight ostensivo en el cual la persona que lo asume 10 na 144 (A E , 10) Freud dice que sus afirmaciones no tienen por objeto
siente de pronto en contacto directo con una determ inada situación piî» convencer al enfermo sino trasladar a su conciencia los complejos incon­
cológica. Esto es tan cierto qué, muchas veces, cuando nosotros interpret cientes para que surja nuevo m aterial reprim ido.2 A través del proceso de
tamos pensando que estamos trasm itiendo realmente un conocimiento «•Uboración estas representaciones de espera (Erwartungsvorstellungen) co­
ostensivo, le decimos al paciente: Ve, ahí lo tiene, eso es lo que yo le mí) Freud alguna vez las llamó, llevan la convicción al paciente. Aunque ya
ba diciendo, o .algo así. Y muchas veces hacemos el gesto con el dedo
de nuestro sillón. 1 «Producir convencimiento nunca es el propósito de tales discusiones. Sólo están desti­
Estos dos tlp o i de definición (y de conocimiento) que vienen de Rut n a titi a Introducir en la conciencia los complejos reprimidos, a avivar la lucha en to rno de
tlln t u b r e el terreno de la actividad anímica inconciente y a facilitar la emergencia de mate-
Itll nuevo desde lo inconciente. £1 convencimiento sólo sobreviene después que el enferm o
1 Para una dl»íUfldn a fatulo de ene tema, viese el cap. 1 , «M eaning and cl*i1nftlc№* )M rw lib o ra d c el m aterial readquirido, y m ientras sea oscilante corresponde considerar que
de John П о д о * (IMI) >1 Material no Ka sido agotado».
recurrimos a ese un tanto artificioso expediente técnico, de todos m odos, Yo creo que en esta descripción están implícitos los conceptos de insight
cuando hacemos la prim era interpretación de un tem a im portante, no es­ descriptivo (lo que el analista dice) y ostensivo (lo que resulta del trabajo
peram os que el analizado responda con un momento de insight emo­ sobre las resistencias), aunque Freud, desde luego, no Lo diga en estos tér­
cional, es decir con pleno afecto. H asta estaría mal que pensáram os así: minos. Lo que en 1914 Freud llam a elaboración no es pues otra cosa que
sería muy fácil y aburrido el psicoanálisis. Desde nuestra prim era in­ ese empinado repecho que el analizado debe recorrer desde el insight
terpretación hasta que el paciente reconozca dentro de sí el impulso pasa descriptivo hasta el insight ostensivo.
un largo tiempo. Como le dijo a Fenichel un analizado que había podido Es en este punto, justam ente, donde se puede articular la investiga­
tom ar contacto con sus deseos edípicos: yo sabía que el psicoanálisis era ción de Strachey. (1934). Si lo consideramos desde esta perspectiva, el se­
cierto, pero nunca pensé que fuera tan cierto. gundo paso de la interpretación m utativa configura un momento de in­
Cuando cierra su hermoso ensayo de 1914, Freud dice que la elabora­ sight ostensivo en que el analizado tom a contacto directam ente, no a tra­
ción es la heredera de la abreacción del m étodo catártico. En realidad es vés de palabras, con la pulsión y con su destinatario original. P o r esto de­
así, ya que en el m arco teórico del m étodo catártico la elaboración no es cía yo que la interpretación m utativa contiene la m ejor teoría explicativa
concebible. La terapia catártica supone que un determ inado recuerdo de cómo se logra el insight a través de la interpretación, y tam bién el me­
fuertem ente cargado de afecto ha quedado excluido del tránsito normal jor ejemplo de lo que se llam a insight ostensivo. Desde este punto de vis­
de la conciencia. Este recuerdo es algo asi com o una hernia psíquica; y en ta se puede afirm ar que, por definición, sólo la interpretación trasferen­
el m om ento que nosotros lo alcanzamos, lo debridamos, sobreviene una cial puede prom over un conocimiento directo, ostensivo.
descarga de afecto y pasa a ser m anejado como todos los otros recuerdos Repito, entonces, que el proceso de elaboración que Freud describe
que no quedaron segregados del tránsito de la conciencia, sufriendo allí la en el trabajo de 1914 conduce del insight intelectual, verbal o descriptivo,
inexorable usura del tiempo. C uando a partir de la teoría de la resistencia al insight ostensivo, que ahora si podemos decir que es tam bién siempre
se abandona el m étodo catártico, el concepto de abreacción no es ya más emocional. P orque cuando yo me hago cargo de m i pulsión, de mi deseo,
operable. siento el afecto consiguiente, y esto en el doble sentido de Reid y Finesin­
Algunos autores piensan que entre abreacción y elaboración hay sólo ger: revivo la emoción y asumo a la vez los sentimientos que ineludible­
diferencias de grado y que los momentos de elaboración, en cuanto su- mente despierta esa tom a de conciencia, sentimientos que, más allá de la
m atoria, vienen a representar la descarga total del afecto del m étodo ca­ emoción como contenido, surgen del insight como prom otor de un esta­
tártico. Yo no creo en absoluto que sea así, y no lo creo justam ente por­ do de conciencia .4
que el concepto ha cambiado. Es que entre el m étodo catártico y el psico­
análisis hay una diferencia esencial, un cambio de paradigm a, diría Kuhn
(1962).3
6. La otra fase de la elaboración
El movimiento que lleva del insight descriptivo al ostensivo, el que
5. Relaciones entre insight y elaboración describió Freud en 1914 al introducir el concepto de elaboración, es sólo
la prim era parte de un ciclo. La elaboiación tiene, a mi entender, una se­
La idea de que la finalidad del psicoanálisis es darle al paciente un es* gunda faje que ahora vamos a estudiar y en donde estriba su diferencia
p ed al conocimiento de sí mismo ha sido permanente desde los comienzos radical con la abreacción.
del m étodo y antes aún, desde la catarsis. La palabra insight condense En lo que hemos descripto hace un momento como la primera fase del
ese proyecto de conocimiento, y ahora nos toca estudiar la metapsicolo* proceso de elaboración, se m archa del insight descriptivo al ostensivo: a
gía del proceso que culmina en ese singular m om ento del insight, lo que través del lento trabajo sobre las resistencias procuramos remitir las pa­
nos conducirá rectamente al magno problem a de la elaboración. labras a los hechos. A partir del momento critico en que surge el insight to ­
La relación del insight con la elaboración queda de hecho planteada mamos el camino contrario tratando de dar significado a nuestros afectos,
en el m om ento en que Freud (1914;) introduce el segundo de estos con * poniendo nuestras emociones en palabras. Esta es una instancia de la ela­
сер tos. En aquol trabajo Freud describía la elaboración como el intecvalá boración en que los hechos se vuelcan en palabras, en que pienso mis em o­
que va desde quo el paciente tom a conocimiento de algo que le dice el ciones; me doy cuenta de su alcance y de sus consecuencias. Por algo dijo
analista hsita que, venciendo sus resistencias, lo acepta con convicción. d poeta que «las mejores emociones son los grandes pensamientos».

* D tiw llm o ta tti p un to con mia d«Ulle en *1 cap. 33, parág. 8, al hablar.de lnttrpr*i* * D entro d e la teoría kleiniana, com o veremos m ás adelante, estos sentim ientos se ligan
d ò n m u ta tiv i y « l i posición depresiva infantil.
El m om ento del insight ostensivo es sin duda fundamental; pero, pa­
afecto, queda en el sujeto una tendencia a reiterarla, sin haber asimilado
ra que perdure, debe trasegarse cuidadosam ente en palabras. Me atreve­
ría a decir que si este proceso no se cumple, el insight ostensivo, por muy el proceso que la provocó. Y este proceso digo yo que está vinculado a un
nuevo m om ento de elaboración, que va (o vuelve) del insight ostensivo al
emocional y auténtico que sea, queda como un proceso abreactivo que
insight descriptivo.
no lleva a la integración.
Así se resuelve la divergencia que surge cuando se trata de ubicar el in­
El momento del insight ostensivo tiene que ver con el proceso prim a­
sight respecto de la elaboración. Algunos autores dicen que el insight es
rio, con la vivencia. A partir de allí, esa vivencia empieza a recubrirse de
primero y pone en m archa la elaboración; otros, que primero debe de­
palabras. L a vivencia es por cierto fundam ental, si no está todo lo demás
sarrollarse el proceso de elaboración, a cuyo térm ino cristaliza el insight.
no es válido; pero por sí sola no basta, es necesario integrarla al yo y al
proceso secundario, recubrirla de palabras y ver qué consecuencias se si­ Hemos caracterizado la posición del Freud de 1914 (creo que con
buenos argumentos) com o sosteniendo el prim er punto de vista. La m a­
guen de ella.
yoría de los autores que estudiaron el tem a, como Klein (1950), Lewin
Con esto espero haber aclarado en algo la relación del insight con la
(1950), Kris (1956 a y b) y Phyllis Greenacre (1956) se alinean en esta p o ­
elaboración, al m ostrarlos como dos fenómenos indisolublemente liga­ sición. Greenson (19656), en cambio, abraza decididamente la segunda,
dos y, lo que es más im portante, procurando precisar el vínculo entre
que parece ser la del mismo Freud después de 1920.
ambos, que es complejo, que es doble, de ida y vuelta. Hay, pues, un
P ara Greenson el análisis tiene dos m omentos, antes y después del in­
proceso continuo de elaboración con pequeñas o grandes crisis que se sight, y sólo a este últim o corresponde llamarle elaboración. Veamos có­
pueden llam ar insight. El nom bre es arbitrario porque dónde term ina la
mo se expresó el analista de Los Ángeles: «No consideramos como elabo­
elaboración y empieza el insight es una cuestión de gusto, de definición. ración el trabajo analítico antes de que el paciente tenga insight, sólo des­
La elaboración es un proceso diacrònico, un proceso que tiene una dura­ pués. La meta de la elaboración es hacer al insight efectivo, esto es, pro­
ción en el tiem po, una m agnitud que recorre la abscisa. El insight, en
mover cambios significativos y duraderos en el paciente. Al hacer del in­
cambio, es un punto que corta verticalmente como la ordenada; es sight el pivote, podemos distinguir entre las resistencias que impiden el
sincrónico.
insight y las que le impiden al insight prom over cambios. El trabajo an a­
Si uno espera y espera hasta dar con la interpretación precisa y acerta­ lítico sobre el primer tipo de resistencias es el trabajo analítico p ro ­
da, lo que obtiene es una crisis, como cuando Freud le dice a Elisabeth
piamente dicho, no tiene una designación especial» (trad, personal ) . 5
von R ., que ella quería que se muriese su herm ana para casarse con su cu­
Como creo haber m ostrado, este problem a no está bien form ulado,
ñado. Hay ahí un momento de insight típico y crítico {AE, 2, pág. 171). ya que no tiene en cuenta que hay dos tipos de insight y no uno, así como
Con la técnica actual, nosotros tratam os de evitar que esas crisis sean también dos fases en el ciclo elaborativo.
muy pronunciadas, a través de una tarea más asidua, que pone al anali­
zado a cubierto de una ansiedad excesiva (y a nosotros de su excesiva en*
vidia) y que hace al proceso m ás suave. Sin embargo, y a pesar de que la
m archa del análisis pueda hacerse menos áspera, siempre habrá estas dos
7. Dos conceptos de elaboración
situaciones, sincrónica y diacrònica, que definen respectivamente el in-
sight y la elaboración.
H asta ahora hemos operado con el concepto de elaboración que
En resumen, apoyado en que existen dos tipos de insight, he podido
Freud introdujo en 1914 y que tiene que ver con la resistencia en términos
establecer una relación de doble vía entre el insight y la elaboración que
de la teoría de los dos principios. Como todos sabemos, sin embargo, es-
permite ver a ambos conceptos con más claridad, sin rehuir las compleji­
lc concepto cambió radicalm ente después que M ás allá del principio de
dades de su sutil articulación.
placer (1920g) introdujo la hipótesis de un instinto de muerte. Cuando
Podemos fundam entar ahora m ás convincentemente lo que dijim ot
culmina la teoría estructural en inhibición, síntoma y angustia (1926с/),
en el apartado 4, en cuanto a la esencial diferencia entre la abreacción y
Freud diagram a una nueva versión de la resistencia con cinco tipos, uno
la elaboración. A diferencia del método catártico, el psicoanálisis no d$<
de los cuales es la resistencia del ello.
pende de la descarga de un cuanto de excitación, sino del cam bio dinóml*
со y estructural que va de las palabras a los hechos, es decir del insight
1 « W e do not regard the analytic work as working through before the patient has in-
descriptivo al oitemivo; y, lo que es más im portante en este punto, del i l | Л/, only after. I t is the goel o f working through to m ake insight effective, i.e., to m ake
insight oitenilvo al descriptivo. Este últim o paso es para mí decisivo para tlgnificant and tasting changes in the patient. B y m aking insight the pivotal issue we can
comprender en dónde falla la teoría catártica y también las teorías ncoCR» distinguish between those resistances which prevent insight and those resistances which pre­
tàttica* que №» han venido desarrollando a partir de Ferenczi (19196, ete-|i vent Insight fo r m leading the change. The analytic w ork on the fir s t set o f resistances is the
itnalyiic work proper; it has no special designation» (Greenson, 1965b, pàg. 282). D e e ite
Las técnico* abreaetlviu fallan porque, una vez que se hace la descarga dei turni», Greenson se acerca al concepto de elaboración de Freud en 1926.
El concepto de elaboración que surge en 1914 com o el necesario par La conclusión que surge de este estudio es que si replegamos el proce­
dialéctico de la compulsión a la repetición, en 1926 viene a cumplir con la so de elaboración al área del ello tenemos que m odificar al yo con argu­
finalidad de oponerse al instinto de muerte. mentos racionales que no son otra cosa que psicoterapia y más precisa­
En un breve trabajo que escribí en 1982 en colaboración con Ricardo J. mente psicoterapia existencial.
Barutta, Luis H . Bonfanti, Alfredo J. A. Gazzano, Fernán de Santa Colo­
m a, Guillermo H. Seiguer y Rosa Sloin de Berenstein, «Sobre dos niveles
en el proceso de elaboración», señalamos los riesgos de no puntualizar cla­
ramente las diferencias entre estos dos conceptos de elaboración.
8. El insight y la posición depresiva infantil
La concepción de Freud de 1914 asienta en que las leyes del principio
del placer provocan una compulsión a repetir que configura el campo de
Casi todos los autores coinciden en com parar la elaboración con el
la trasferencia. El concepto de neurosis de trasferencia se liga desde su
proceso de duelo. Esta idea es nítida en Fenichel (1941), pero puede en­
nacimiento a la compulsión a la repetición, cuya contrapartida es la ela­
contrarse, tal vez, en trabajos anteriores y la recogen después otros como
boración. La elaboración es el instrum ento terapéutico que «a partir de
Bertrand D. Lewin, Ernest Kris, Phyllis Greenacre y Ralph R. Greenson.
profundizar en las resistencias (aquí del yo), term ina por hacer concien­
Todos ellos piensan que la elaboración se cumple, como el duelo, a través
tes y por resolver los impulsos que las generan» (ibid., pág. 2 ).
de un proceso, de un trabajo. Esto tam bién lo acepta Klein, que va más
Cuando Freud retom a el concepto de elaboración doce aflos después,
lejos, sosteniendo que el insight mismo supone un m om ento de duelo.
luego del cambio teórico producido en el intervalo, «la com pulsión de re­
Los trabajos de Klein sobre la posición depresiva infantil (1935, 1940)
petición se ha erigido en principio explicativo y, por su conexión con la
describen un m om ento para ella fundante del desarrollo: el niño recono­
pulsión de muerte, se ha trasform ado de consecuencia en causa del
ce un objeto total en el que convergen lo bueno y lo m alo, hasta entonces
conflicto» (ibid., pág. 3). El concepto de elaboración se adscribe a la lucha
separados por los mecanismos esquizoides. Este proceso de síntesis del
contra las resistencias del ello. La elaboración cambia al compás del con­
objeto tiene su correlato en la integración del yo, que soporta vivos senti­
cepto de repetición y queda ahora más allá del principio del placer.
mientos de dolor al hacerse cargo de que sus impulsos agresivos se diri­
Como señala el trabajo que estoy com entando, la consecuencia más
j a n en realidad a su objeto de am or. Con una gran angustia (depresiva)
significativa de este cambio teórico es que Freud tiene que separar repre­
por el destino del objeto am ado, el yo tom a así contacto con su odio y sus
sión de resistencia y adscribir al yo una actitud teleológica en cuanto a re­
impulsos agresivos. Dentro de este marco teórico, el insight queda defini­
signar sus resistencias: «Hacemos la experiencia de que el yo sigue
do como la capacidad de aceptar la realidad psíquica, con sus impulsos
hallando dificultades para deshacer las represiones aun después que se de amor y de odio dirigidos hacia un mismo objeto.
formó el designio de resignar sus resistencias, y llamamos “ reelabora­
Como Freud (1917e) y A braham (1924Ò), Klein (1950) piensa que el
ción” (Durcharbeiten) a la fase de trabajoso em peño que sigue a ese loa­
duelo es consecutivo a la pérdida del objeto; pero esta pérdida no es sólo
ble designio» (AE, 20, pág. 149). Siguiendo esta dicotom ía, Meltzer dirá
lu consecuencia del com portam iento del objeto externo sino tam bién de
en el capítulo VIII de The psycho-analytical process (1967) que la fun­
lu ambivalencia del sujeto frente al objeto interno que representa los ob­
ción de decidir el abandono de las resistencias corresponde al insight y al
jetos prim arios.6 El reconocimiento de que el objeto bueno interno h a si­
com prom iso de responsabilidad que asienta en la parte adulta de la
do (o puede ser) atacado y destruido pone en m archa el proceso de duelo,
personalidad, al par que term inar con las represiones corresponde a]
con su cortejo de angustias depresivas y sentim ientos de culpa, que a su
cambio operado en los niveles infantiles de la personalidad.
ve/ despiertan la tendencia a la reparación, la cual lleva en su entraña la
Volviendo a Freud, es evidente que el designio de resignar las resisten"
p^peranza.
cias pertenece al yo, y cabría afirm ar que al yo conciente, mientras que el
Para Klein, pues, el insight resulta de la introyección del objeto y de
proceso de elaboración tiene que ver con el ello. Que la decisión de a b a l ­
In integración del yo que caracterizan la posición depresiva. Como dice
donar las resistencias nos remite al yo conciente parece desprenderse d(f
rn su trabajo sobre la terminación del análisis recién citado, el dolor
la form a en que Freud se expresa: «Hacemos conciente la resistencia todíi
depresivo es la condición necesaria del insight de la realidad psíquica
vez que, como es tan frecuente que ocurra, ella misma es inconciente û
a su turno, contribuye a una m ejor com prensión del m undo exter-
raíz de su nexo con lo reprimido; si ha devenido conciente, o después que
11» .7 Un cuanto el insight cam bia la actitud del individuo frente al objeto,
lo ha hechOi le contraponem os argumentos lógicos, y prometemos al ys»
ituinenta su am or y responsabilidad. Meneghini (1976) advierte que
ventaja* y premios si nbondona la resistencia» (ibid., pág. 149). Este tex­
to sugiere fuertemente que hay que recurrir a m aniobras psicoterapèuti-
cas pare gflURrjUM ln colaboración del yo, mientras el conflicto y su cid' * Writings, vol, 3, pág. 44.
boración qucüfm locuH/suto* en el ello. ’ Ibtd.
muchas de las ideas de Klein sobre la relación entre insight, elaboración y pués organizando el m undo de las representaciones, para comenzar a es­
duelo pueden rastrearse hasta su primer trabajo, «The development o f a tablecerse los límites entre el yo y el no-yo. De esta form a logra el niño
child» (1921), donde siguiendo a Ferenczi describe la lucha entre el senti­ una prim era clasificación de sus experiencias, altam ente subjetiva por
m iento de om nipotencia y el principio de realidad. cierto, donde las vivencias placenteras se adscriben al yo, y al no-yo las
En su ya clásico trabajo al Congreso de Edim burgo, H anna Segal otras. Tal vez en este m om ento estamos ante una form a muy primitiva de
(1962) destaca firmemente el papel del insight en el proceso psicoanalíti­ autoobservación, aunque todavía carece el niño de ese ojo interno que
co. También para ella el insight cuaja en la situación de duelo que sobre­ hace la autoobservación posible. Este tipo de funcionam iento abarca to ­
viene cuando se corrigen los mecanismos de identificación proyectiva y da la etapa preverbal, m ientras que la gradual adquisición del lenguaje a-
de disociación que operan en la posición esquizoparanoide. celera notablem ente el desarrollo cognitivo. Es en este m om ento que el
El insight, que para Segal consiste en adquirir conocimientos sobre el niño adquiere un grado suficiente de estructura en su aparato mental co­
propio inconciente, opera terapéuticam ente por dos motivos: 1) porque mo para ser capaz de ejercitar una rudim entaria capacidad de autoobser­
produce el proceso de integración de las partes escindidas del yo y 2) por­ vación que lo hace accesible a la experiencia del tratam iento psicoanalíti­
que trueca la om nipotencia en conocimiento. P ara esta autora, el insight co, aunque todavía esté lejos de un logro pleno de constancia objetal,
no sólo es conocimiento de las partes del self (que se habían perdido por que requiere el reconocimiento de que el objeto tiene sus propias necesi­
identificación proyectiva) sino también incorporación de las experiencias dades y deseos. Siguiendo a Rees (1978), Hansi Kennedy afirm a: «H asta
pasadas, lo que refuerza el sentimiento de identidad y el poder del yo. los seis o siete años, el niño es egocéntrico desde el punto de vista cognos­
Al recuperar a través del insight las partes perdidas de su self y las ex­ citivo y su comprensión de los demás se limita a experiencias subjetivas»
periencias olvidadas y /o distorsionadas, el individuo puede reestructurar СPsicoanálisis, vol. 4, pág. 49). Si se tiene en cuenta que el insight depen­
y fortalecer su yo, confiar en los objetos buenos que pueden ayudarlo y de de la función integradora del yo, como sostiene Kris (1956o), entonces
disminuir su om nipotencia y omnisciencia. hay que concluir que el niño de la primera infancia y el período de laten-
cia está muy lejos todavía de utilizar la experiencia del insight como lo
hace el adulto. D urante la prim era infancia la capacidad de autoobserva­
ción del niño es escasa y proviene de la internalización de las demandas
9. El insight y las líneas de desarrollo parentales, de su aprobación. Esta capacidad de autoobservación se va
afianzando gradualm ente, si bien va siempre de la m ano con la tendencia
Siguiendo el concepto de líneas del desarrollo de A nna Freud (1963), del niño a «externalizar» sus conflictos. Por lo demás, es raro encontrar
algunos de sus discípulos com o C lifford Yorke, Hansi Kennedy y Stanley on un niño de menos de cinco años un verdadero insight sobre la form a
Wiseberg han estudiado el insight en función del crecimiento de la mente i*n que el pasado afecta la experiencia actual.
infantil. En el período de latencia el niño tiene de hecho capacidad para el in­
Los analistas de la Ham pstead Clinic establecen una diferencia clara sight por cuanto el superyó ya está form ado y los conflictos se internali­
entre el insight propiam ente dicho, la autoobservación (self-observation) zaron. En este momento del desarrollo la represión y otros mecanismos
y los estadios todavía más primitivos que registra la m aduración del apa* de defensa operan p ara contener los derivados instintivos inaceptables,
rato m ental. La autoobservación, p or de pronto, es un requisito para el lín este período, pues, la autoobservación y la reflexión están asegura-
insight pero no siempre conduce a él. La autoobservación puede quedar dus; pero, de todos modos, el niño lucha contra el insight y tiende a ale­
al servicio de la gratificación del ello, corro de la severa crítica del supet* jarse de su m undo interno extem alizando sus conflictos. El niño atribuye
yó y aun de los mecanismos de defensa, sancionando u n a disociación pa­ 4tis problemas a causas externas y busca solucionarlos también en el
tológica en el yo. inundo exterior y no a través de la comprensión.
Dentro de esta escuela de pensamiento, se com prende que el bebé, 10* til adolescente, en cambio, es por definición muy introspectivo y
m etido a los vaivenes más inmediatos del proceso prim ario, no puede tvi icflexivo, pero la intensidad de sus deseos sexuales y agresivos lo aterro-
ner insight. De acuerdo con el reinado del principio de placer, la formfl ti/un, de m odo que lucha enérgicamente con el reconocimiento de sus
más prim itiva de discriminación experiencial debe consistir en una rii. conflictos internos y su reaparición en el presente.
m a alternativa entre lo placiente y lo no placentero.8 De la inevitable iti ¡ Sólo en el adulto la autoobservación se consagra como una función
teracción de loi Impulsos del niño y las limitaciones de la realidad, j *¡ HUtónoma, con lo que se logra un grado óptim o de autoobservación ob­
compás de 1(U pautas constitucionales de m aduración del yo, se van (ta i jetiva y, con ello, un deseo de conocerse a sí m ism o.9

1 C o m o vlmo* #n «I p a rá fía fo anterior, К lein dale el desarrollo del infante m ucho * Reproduzco los conceptos vertidos por C lifford Yorke en el Sem inario de Técnica Psi-
y no и m u te r a m u y (Ilip u H lá ■ t*çoaocer etapas en la adquisición'del insight. »nana litica de la Asociación de Buenos Aires en 1982.
En resumen, los niños de prim era infancia tienen u na limitada capaci­
dad de autoobservación que lleva a percibir los propios deseos y senti­
51. Metapsicología del insight
mientos y a reconocer dificultades, que son justam ente la m arca de un in­
sight objetivo. Durante la latencia el niño dispone de los instrum entos
para el insight, pero la capacidad de colaborar con el analista fluctuará
intensam ente y las resistencias a la introspección y el insight serán muy
fuertes. En la adolescencia, por fin, hay una natura] actitud introspectiva
junto a una capacidad para com prender los motivos inconcientes de la
conducta, con lo cual se dan ya plenamente las condiciones para el verda­
dero insight, aunque en ellos sigue la predisposición de ver siempre lo in­
1. Insight y proceso mental preconciente
m ediato y presente, con detrim ento del interés por el pasado y la influen­
Siguiendo las grandes lineas de la psicología del yo, Kris (1956a)
cia que puede ejercer sobre el presente, que sólo parece ser prenda del es­
explica algunas de las vicisitudes del insight a partir del concepto de carga
píritu adulto.
libre y fijada, es decir, de las diferencias conceptuales entre proceso
primario y secundario. Brilla en este trabajo la más pura psicología hart-
manniana, junto a los aportes del propio Kris sobre el pensamien­
to mental preconciente, que parten de sus estudios de la caricatura (1936)
y lo cómico (1938) y culminan en 1950 con su trabajo «O n preconscious
mental process».
P ara ser más exactos, Kris utiliza para explicar el insight no sólo la
dialéctica de proceso prim ario y secundario sino tam bién el m odelo del
aparato psíquico que Freud propuso en 1923. Desde el punto de vista
estructural, Kris piensa el insight como un fenómeno bifronte que tiene a
la vez asiento en el yo y en el ello: hay una form a incorporativa (oral) y
una form a anal del insight (regalo, tesoro), que son claramente modelos
instintivos, es decir, del ello.
Lo más distintivo del aporte de Kris es, sin duda, su explicación del
proceso de elaboración. La elaboración consiste en que las cargas libres del
proceso primario se modifican y se reordenan en form a tal que, organiza­
das como proceso mental preconciente, quedan depositadas en el sistema
Prcc, hasta que, en un momento dado, surgen de pronto como insight.
El razonam iento de Kris tiene su punto de partida en lo que él llama
lu hora analítica satisfactoria (¡de la cual, creo yo, todos los analistas
contamos alguna en nuestro haber!). Son sesiones que, en realidad, no
comienzan favorablemente ni m archan sobre rieles; trascurren, más
bien, en una atm ósfera pesada y tensa; la trasferencia tiene predom inan­
temente un signo hostil, el ambiente es de pesimismo cuando no de derro­
to. De pronto, sin embargo, y con frecuencia hacia el final, todo parece
acomodarse y las cosas se ensamblan com o piezas de un rompecabezas.
Hiista entonces una breve interpretación del analista para que todo quede
perfectamente claro; y a veces esa interpretación cabe en una simple pre­
gunta» cuando no la hace obvia el paciente llegando por sí mismo a
lili conclusiones.1

1 bsia descripción de Kris me recuerda lo que dice Freud e n sus «Observaciones sobre la
t*m le y la práctica de la interpretación de los suejios» (1923c): hay prim ero un período en
l)Uf el material se va expandiendo, h ai la que de repente empieza a concentrarse y se srm a
liillU) un rom pecabezas que m uestra claram ente las ideai latentes del sueño.
Estas sesiones salen tan bien —sigue Kris— que parecen preparadas sintética del yo y función integradora. La función sintética tiene que ver
de antem ano. No puede pensarse, por cierto, que esta elaborada configu­ con el proceso prim ario; en cambio, la función integradora es propia del
ración provenga de la tendencia de lo reprim ido a alcanzar el nivel de la proceso secundario. Esta hipótesis ad-hoc, más fácil de exponer que de
conciencia sino de las funciones integradoras del yo, de la mente precon­ probar, viene a m ostrar por contrario imperio una dificultad de la me-
ciente. Todo el trabajo de las sesiones anteriores se ha ido organizando tapsicología hartm anniana.
en el preconciente y de pronto surge. Kris llama, pues, elaboración al pro­ En resumen, hay tres tipos de sesión satisfactoria engañosa y sendos
ceso que reorganiza a nivel del sistema Prcc las cargas del Ice. El insight tipos de falso insight: uno que tiene que ver con la trasferencia positiva y
en que culmina la sesión satisfactoria es el producto de la labor analítica tra ta de complacer al analista; otro con la trasferencia negativa de lle­
que ha liberado las energías contracatécticas ligadas al m aterial reprimi­ varle la contra; el tercero es una form a de aplicar el m étodo psicoanaliti­
do poniéndolas a disposición de la energía ligada del proceso secundario. co mecánicamente, cuando a partir de un solo hecho (que puede ser real)
Junto a la sesión satisfactoria, Kris va a describir tam bién la sesión se pretende dar cuenta de todos los problem as. En los tres casos el deseo
satisfactoria engañosa. Se presenta parecida a la auténtica pero se la de com prender no es auténtico, queda subordinado a los afectos que do­
puede diferenciar porque el insight surge demasiado rápidam ente, sin esa minan la trasferencia. El vínculo es L, H o menos K, pero no К — diría
previa labor ardua y difícil que vimos hace un m om ento. Las aso­ Bion (1962b)—.
ciaciones brotan con facilidad y el insight llega como por arte de magia, Los tres tipos de falso insight de Kris tienen valor y hay que tenerlos
como un don de los dioses (o del analista). Es que este insight no resulta en cuenta en la clínica, discrim inando en cada caso cuánto hay de autén­
de un proceso de elaboración: las funciones integradoras del yo obran só­ tico y cuánto de espurio. En el insight más auténtico habrá siempre un
lo al servicio de seducir al analista, de ganarse su am or. Es fácil presagiar deseo de complacer al analista y, del mismo m odo, hasta en el más envi­
que este espurio insight no durará más allá de la fase positiva de la rela­ dioso im pulso al autoanálisis existirá siempre un m atiz de legítima inde­
ción trasferencial. P or otra parte, podría agregarse que si un analizado pendencia. Los actos mentales no son nunca simples, ya nos lo advirtió
busca complacer al analista es porque existe el tem or de que aparezcan Waelder (1936), y en todos los casos habrá que considerar un aspecto y el
cosas que no se quieren m ostrar. Complacer es entonces aplacar.2 otro. L a diferencia entre el insight genuino y el espurio, pues, no siempre
En un segundo caso de sesión satisfactoria engañosa el insight está al es fácil de establecer. P ara hacer las cosas todavía más complicadas, a ve­
servicio de un deseo de independizarse del analista, de competir con el re* ces el verdadero insight puede ser usado como defensa o gratificación.
curso del autoanálisis. Si alguien tiene insight al solo efecto de llevarle la U na gran parte de la labor analítica se lleva a cabo en la oscuridad,
contra a su analista, entonces poco ha de valerle la comprensión obteni­ dice sentenciosamente Kris. El camino se alum bra aquí y allá por algún
da. Ese insight no va a ser nunca eficaz, porque lo que verdaderamente destello de insight, luego de lo cual surgen nuevas zonas de angustia, aso­
im porta es demostrarle al otro que uno sabe más que él, que interpreta man otros conflictos en el material y el proceso sigue. De esta m anera,
m ejor que él. La verdad intrínseca que puede haber en lo que este anali» los cambios de largo alcance que promueve el análisis pueden lograrse sin
zado diga, en última instancia no le llega ni le atañe, porque él no está in> que el paciente llegue a tener plena conciencia del camino recorrido.
teresado en la verdad de lo que le pasa, sino en dem ostrar que sabe mA* C uando el insight es verdadero y genuino se lo reconoce p or sus fru ­
que su analista. En este punto, el contexto de descubrimiento opera CCi* tos: decrece la tendencia al acting out y se am plía el funcionam iento del
mo una hipótesis suicida en el contexto de justificación. Así es el* Area libre de conflicto gracias al aum ento de la autonom ía secundaria. El
compleja la epistemología del psicoanálisis. insight moviliza nuevos repertorios de conducta, con una tendencia a
Hay todavía un tercer tipo de hora satisfactoria engañosa, cuando l t t producir respuestas adaptadas de tipo vanado. La habilidad para ofrecer
funciones integradoras del yo parecen proliferar y la vida entera del pfc* estas respuestas constituye, según Kris, un criterio válido a los fines de
ciente se ve desde una perspectiva simplista y unilateral. Todo deriva {It evaluar la marcha d é la labor analítica y eventualmente su terminación.
un modelo determinado', de un cataclismo tem prano de la infaman* El insight se inserta en un proceso circular: sin los cambios dinámicos
C uando obra esta tendencia, pronto se advierte cierto tironeo en lt# y estructurales yadescriptos el insight nunca se podría dar; pero, recípro­
datos y fáciles trasformaciones de lo que debiera ser un logro trabcOt*1 camente, una vez instalado, el insight promueve cambios en la estructura
so de la comprensión. Para dar cuenta de este fenóm eno de la m ente.3
que dicho sea de paso se comprende sin dificultades con la idea hlib Hay algunos puntos en que la investigación de Kris guarda cierta se­
niana de vinculo menos K, Kris apela a una diferencia entre fundón mejanza con la de Klein, com o, por ejemplo, en lo referente a los modelos

1 Detde mi punto üt vUta, el deieo de com placer al analista tiene u n sólo lugar legnimi! ' T am bién Blum (1979) subraya como ciracterística la interacción circular entre el de­
y nada mái qu« uno «n cl liulf ht genuino, y es cuando aparece a consecuencia del <M sarrollo del insight у «I tra b a jo analítico que condiciona cam bios estructurales que facilitan
¡m ight, lurgitndtf d ri Im p u to a la reparación. jt Inulght.
arcaicos, los prototipos del ello en el insight. En la fantasía de tipo oral nuestros autores es el que W innicott postuló en 1955 como un comple­
que destaca Kris, el conocimiento se equipara en el ello a un alimento que jo sistema de defensas, una capacidad latente a la espera de las con­
puede ser incorporado y m etabolizado. De esta form a, el prototipo oral diciones favorables que perm itan una vuelta al pasado para re-iniciar
del insight se acerca bastante a la relación del niño con el pecho, tal como un nuevo proceso de desarrollo. El proceso psicoanalítico es un esta­
la describe Klein. O tra zona de contacto entre las dos teorías puede en­ do de m oratoria, dice Erikson (1962), que hace posible la regresión para
contrarse en el tem a de la integración. Kris concibe los cambios estructu­ empezar de nuevo.
rales que prom ueve el insight como un cambio en la función integradora En su intento de síntesis, nuestros autores conjugan las ideas de W in­
del yo. Tam bién las explicaciones de la escuela kleiniana asignan la m a­ nicott con las de Kris (1936, 1938, 1950) sobre la regresión al servicio del
yor im portancia a la integración del yo, pero en esta teoría la integración yo. Este acercamiento no parece del todo convincente, sin em bargo, p o r­
depende del logro de la posición depresiva. que W innicott habla de una regresión tem poral y la regresión útil de Kris
En resumen, si bien nadie duda de que el insight tiene que ver con el es ante todo form al, de proceso prim ario a secundario.
proceso secundario y con los engram as verbales, el valor de la investiga­ En su relato al Congreso Grinberg eí al. definen el proceso analítico
ción de Kris reside en que propone para esa afirm ación u n a explicación con los mismos instrum entos conceptuales que antes la elaboración;
coherente con su propio m arco teórico. De este m odo, la relación entre el «Proceso analítico implica progreso, pero entendem os el progreso co­
insight y la verbalización queda inscripta en una determ inada teoría mo un desarrollo donde la regresión útil en el diván sirve de palanca
sobre la organización del pensamiento m ental preconciente. En la medi­ prim ordial» (1966a, pág. 94).
da en que, al levantarse la represión, se pasa del proceso prim ario al se- Como el trabajo de duelo al que se la com para, la elaboración re­
cundario, las cargas liberadas de sus fijaciones pueden ser utilizadas al quiere tiem po, tiene que ser lenta y penosa. En esto se apoyan nuestros
servicio de la función integrativa. autores para concordar con Melanie Klein, quien ubicó el insight en el
centro de la posición depresiva, es decir, cuando surge el dolor por el
objeto dañado, a lo que se agrega el dolor por las partes dañadas del
self (Grinberg, 1964).
2. Dialéctica regresión/progresión
G rinberg, Langer, Liberm an y los Rodrigué (1966b) escribieron un
breve ensayo para la Revista Uruguaya donde el proceso de elaboración 3. Insight y conocimiento científico
se explica «como la resultante dinám ica de un movimiento dialéctico
entre regresión y progresión» (pág. 255). C uando los mismos autores ex* Con los instrum entos conceptuales que hemos ido desarrollando po­
pusieron ese mismo año sus puntos de vista sobre el proceso analítico eñ demos intentar ahora establecer una relación entre el insight y el conoci­
el II Congreso Pan-Am ericano de Psicoanálisis, volvieron sobre estai miento científico. En cuanto investigación del inconciente, el m étodo psi­
ideas, com pletándolas y precisándolas.4 Estos trabajos son interesante! coanalítico es una parte del método científico. Cuando el analista traba­
porque, ensam blando un gran núm ero de teorías psicoanalíticas, logran ja, si lo hace cabalmente, no hace o tra cosa que aplicar el m étodo cientí-
establecer una relación clara entre insight y elaboración. Псо; en eso consiste la búsqueda del insight.
U na tesis central de estos autores es que entre insight y elaboración no La investigación científica consiste en aplicar y contrastar las teorías.
hay una división tajante. El insight es un m om ento específico del procfrú I,a esencia del m étodo científico, dice Popper (1953), reside en que las te­
de elaboración; insight y elaboración son inseparables. orías se van testeando y refutando. N o puede haber una teoría irrefu-
La elaboración, ya lo hemos dicho, queda definida para estos a u to m tiible, porque de serlo dejaría de ser científica.
como la resultante dinámica de un m ovimiento de progresión y re g n i Podemos concebir el proceso analítico en los mismos térm inos y afir­
sión. E l aspecto progresivo d e esta dialéctica surge de la superación d& ítu m ar que, básicamente, consiste en que analista y paciente investigan las
defensas reiterativas y estereotipadas, del paulatino abandono de la Còmi teorías que el paciente tiene de sí mismo y las van testeando. Cuando estas
pulsión a repetir modelos arcaicos de descarga instintiva. teorías quedan fehacientemente refutadas, el analizado p o r lo general las
El elemento regresivo de la elaboración no se atribuye, sin embftrjwr Vtmbia p or otras más adaptadas a la realidad. Si el analizado tiene tantas
como podría pensarse, a las defensas reiterativas recién descriptaJ, а иДО telisi en cias a abandonar sus teorías es porque las nuevas casi siempre lo
modelos de descarga instintiva que impone la com pulsión a la repetición ] Jlivorecen algo menos, con desmedro de su om nipotencia. P or «teo-
sino al proceso curativo mismo. El concepto de regresión que |Ibv> entiendo aquí todas las explicaciones que uno tiene de sí mismo,
(Ir #u familia y de la sociedad; las explicaciones con que cada uno de no-
*01 tos da cuenta de su conducta o de sus trastornos; y tam bién, desde
4 Psicoanáltiti u t fot A mtr hai, 1968, pigi. 93-106.
luego, las teorías que uno tiene sobre su historia personal, como procuré 4. Algunas precisiones sobre el insight y el afecto
m ostrar en el capítulo 28.
Como pasa en la investigación científica, el proceso analítico pone a El m om ento de insight ostensivo es, por definición, ahora se com ­
prueba continuam ente las teorías que el analizado tiene de sí mismo y lo prende, un m om ento afectivo, no sólo p or los sentimientos de depresión
lleva a enfrentarlas con su contenido de realidad. Según sea la prueba de que mencioné antes sino por lo que puede venir después: la gratitud, la
los hechos, la teoría que el paciente tiene de sí mismo se confirm a (y esto esperanza, la alegría, el deseo de reparar, la preocupación... C uando el
es siempre m om entáneo porque ninguna teoría es definitiva) o se refuta. insight se convierte en la nueva teoría, ya está desprovisto de afecto. Este
M ientras los hechos confirm an la teoría del paciente no hay insight; punto, creo yo, no ha sido com prendido por los autores que valoran más
pero en el m om ento en que la teoría se refuta el insight aparece y surge un el insight emocional que el intelectual. En realidad, am bos tienen su
nuevo conocimiento. El insight, no lo olvidemos, es siempre un descubri­ tiempo y eficacia. Lo que ahora es intelectual, no lo fue sin duda cuando
m iento, una nueva conexión de significado. P or eso dije antes que el in­ se lo adquirió en su m om ento. No se debe, pues, descalificar el insight in­
sight destruye una teoría y la vivencia delirante prim aria la construye. telectual; debemos pensar, al contrarío, que no hay un insight más va­
Es ese m om ento de ineludible orfandad, y por varios m otivos. Perder lioso que otro. Com o pasa con las teorías científicas, cada m om ento de
una teoría es quedarse sin arm as para enfrentar los hechos y, desde insight nos acerca más a la verdad; pero el hecho de que una teoría cientí­
luego, es una m erm a de la om nipotencia. Ya hemos dicho, tam bién, que fica venga a refutar a otra no quiere decir que la prim era no haya tenido
la nueva teoría resulta siempre menos favorable al sujeto que la antigua valor.
—que para eso estaba—. De esta m anera, y a partir de otros elementos, Cuando ponemos el insight emocional p o r arriba del intelectual esta­
hemos venido a describir el m om ento de integración de la posición depre­ mos en realidad trazando una línea divisoria que no es la m ejor. En cier­
siva donde florece el insight. to m odo, estamos afirm ando que lo que ya se sabe no tiene valor; que só­
Tal como se lo acaba de definir, el insight como tom a de conciencia lo vale lo que se sepa a partir de este m om ento. Esto no es justo ni cierto.
implica el abandono de determ inadas hipótesis explicativas que hasta ese Espoleados por la práctica, vamos en busca de un insight que está ade­
m om ento nos habían sido útiles, o al menos confortadoras y satisfacto­ lante; pero olvidamos que el insight que el sujeto tiene ahora fue un p ro­
rias; y esto se acom paña, necesariamente, de un duelo, pequeño o gran­ ceso dinám ico en su m om ento. En lugar de contraponerlos, vale más
de, por u na concepción de la vida, con su lógico efecto de dolor. Desde pensar que el insight ostensivo (afectivo, dinámico) y el insight descripti­
este punto de vista podríam os decir que el insight desencadena un duelo vo (intelectual, verbal) form an parte de un mismo proceso y es solam ente
en el vínculo К (Bion) no menos que en los vínculos L y H (Melanie el m om ento en que se insertan lo que los diferencia. A partir de este
Klein). A esto agrega Rabih (comunicación personal), con razón, la pér* núcleo de ideas pudo Pablo G rinfeld (1984), en un docum entado trabajo,
dida del analista com o objeto de la trasferencia, que es el corolario de Ib rescatar el valor de los aspectos intelectuales de la interpretación psico­
interpretación m utativa. analitica.
Desde el punto de vista que lo estamos considerando, el duelo que
precipita el insight se vincula a la pérdida de una teoría. A partir de ese
m om ento, empieza uno a interrogarse sobre el significado que ahora
tienen las cosas y a construir una nueva teoría. E n la medida en que este 5. Insight espontáneo
proceso se va cum plimentando se pasa (o m ejor dicho se vuelve) del in
sight ostensivo al descriptivo, los nuevos hechos se integran a la persone* Consideraciones com o las recién form uladas son, creo yo, lo que le
lidad y se empieza a testear la teoría nueva. Richfield dice algo similar, Imcen afirm ar a Segal (1962) que el insight es un proceso específicamente
cuando afirm a que este es un tram o necesario de la elaboración, si es que wmtíUco. Muchos autores, com o los Baranger (1964), por ejemplo, son
no queremos vivir continuam ente de emoción en emoción. (le la misma opinión. Valorar el insight espontáneo com o de m enor cali­
P ara las ideas que estoy desarrollando no es im portante que en el mti­ llad que el analítico no es más, para mi, que una posición ideológica. Di­
mo m om ento en que se abandona una teoría se cree otra. Puede haber fia incluso más; el insight que uno adquiere trabajosam ente antes de em-
cierta distancia entre la pérdida de una teoría y la construcción de la Otra, [)C/Jtr el análisis es tal vez el más decisivo, porque sin él se hubiera tenido
L o que verdaderam ente me interesa señalar es que, a p artir de ese ma Unn vida tan deform ada com o para no pensar nunca en acercarse a un
mento de iniight ostensivo, se crea un instrum ento conceptual que e t la wmlista.
nueva teoria. l,o que nadie duda es que el setting analítico da las mejores condi­
I limes para que se produzca el insight. Nos da la posibilidad de ver
illicit го pasado en el presente y reverlo; nos hace com prender cómo
¿(jttello que sólo teóricam ente teníamos en cuenta está operando en este
preciso m om ento y cóm o, a través de la interpretación, el analizado llevaban mal porque la herm ana era egoísta. Al cabo de un cierto .tiempo
puede introyectar ese proceso en un acto de real trascendencia. T odo es­ de análisis, apoyado en lo que veía en la trasferencia, yo le propuse una
to, evidentemente, el análisis lo ofrece en form a m ucho m ayor que cual­ nueva teoría, la de que su hostilidad con esa herm ana, más allá del egoís­
quier otro tipo de relación hum ana, y no es por lo demás ninguna gracia, mo que pudiera tener, era porque había nacido inoportunam ente. Esta
porque el análisis se ha hecho justam ente para eso: el setting analitico es­ interpretación, es decir mi teoría, en principio fue totalm ente rechazada.
tá diseñado para que se den las mejores condiciones de adquirir insight a Ella no era celosa ni recordaba celos en su infancia.
través de esa experiencia singular donde el paciente repite y el analista in­ Sin em bargo, a medida que fue sintiendo celos de mis otros analiza­
terpreta. De este m odo, la experiencia originaria puede volver a exami­ dos, de mis familiares y de mis amigos, aun sin conocerlos, mi teoría fue
narse con más objetividad y las teorías del analizado se prueban y even­ finalmente aceptada. Entonces, una nueva teoría vino a remplazar a la
tualm ente se modifican. Todo esto, sin embargo, puede darse tam bién antigua. Sus problem as quedaron explicados porque la m adre la abando­
fuera del m arco analítico. Será más azaroso, y menos elegante; pero no nó por esta herm ana y la obligó a crecer prem aturam ente, ya que no se
imposible. Como dijo G uiard en el prim er Simposio de la Asociación de daba abasto para atender a las dos niñas. La nueva teoría llegó por mo­
Buenos Aires (1978), hay hombres sabios que, sin haberse analizado, mentos a parasitar el análisis como en el tercer tipo de seudoinsight de
tienen un conocimiento de la vida y de sí mismos que más quisiéramos Kris. Esa era la verdad, to da la verdad, la única verdad. La que tres años
nosotros, analistas, tener. antes se había reído de lo que yo le decía, afirm ando de buen hum or (y a
Cuando Bion (1962b) sostiene la idea de que existe en todo individuo veces de mal hum or) que sólo un analista ortodoxo y fanático como yo
una función psicoanalítica de la personalidad, ¿no está acaso diciendo en podía pensar que una nena de quince meses sintiera celos de su recién na­
términos muy precisos lo mismo que yo acabo de decir? El psicoanálisis cida herm anita, me decía ahora que yo no me quería convencer de que
no hace más que desarrollar una función que ya estaba. Lo que hace el aquella experiencia la marcó para siempre, ya que no tuvo la suerte de te­
analista al interpretar es lo mismo que hizo la m adre o el padre (con rêve­ ner una m adre que la com prendiera.
rie) cuando com prendieron al niño. El análisis propone la m ejor form a Esta persona no es del am biente analítico, pero vive en la ciudad,
para alcanzar el insight; no la única. Creo que Hansi Kennedy (1978) de* tiene inquietudes y sabe lo que pasa. Cuando a mí me nom braron para
be ser de la misma opinión en cuanto piensa que los padres pueden influir un cargo ella en alguna form a se enteró y dio p or descontado que yo la
en la capacidad de los niños para la autoobservación y el insight según iba a desatender, cuando no que le interrum piría el tratam iento. Feliz­
cómo les enseñen a m anejar sus impulsos y sentimientos (Psychoanalytic mente, yo pude seguir atendiéndola com o siempre; ella, entonces, empe­
explorations o f technique, pág. 26). zó a sentir envidia p or mi capacidad de atender mis nuevas ocupaciones y
Yo creo, pues, que no hay diferencias fundam entales entre el insight a ella. Pudo ahora remitirse al conflicto trasferencial al pasado: le dije
analitico y el espontáneo. Inclusive la idea de diferencia fundam ental me que de niña debió haber sentido por su m am á algo parecido a lo que sen­
da mala espina, me resulta por demás sospechosa. Si la aceptáram os de tía ahora conmigo. Más de una vez había dicho que la m am á era muy efi­
verdad tendríamos que concluir que el análisis nos hace diferentes y supe­ ciente; pero nunca pensó que esa eficiencia pudiera haberla molestado. Si
riores a los demás mortales, lo que obviam ente no es cierto. He visto por en realidad ella tenía tanto odio contra su m adre, concluí, no era sólo
experiencia que este tipo de idea se da en los grupos psicoanalíticos recién porque no le podía nunca perdonar que le hubiera dado esa herm anita
form ados y los perturba en su desarrollo. H asta se llega a creer que uíl prem aturam ente, sino también porque no había podido tolerar su habili­
analista sólo puede hablar con analistas, o al menos con analizados, ¡0 dad para m anejarse con las dos pequeñas. Com o es de im aginar, esta
que trasform a al grupo en una logia. Lo cierto es que no tenemos cu&lb teoría tam bién fue totalm ente rechazada por la analizada; pero, final­
dades diferentes de la gente no analizada, si bien hemos tenido la oportür mente, tuvo que llegar a reconocer que, efectivamente, le m olestaba mi
nidad de pasar por una experiencia que nos da una ventaja, pero natía capacidad de atenderla bien a pesar de mis otras ocupaciones. Así se fue
m ás. Después de una buena experiencia analítica som os siempre m ejoría acercando gradualmente a la conclusión de que ella había tenido una
que nosotros mismos, pero no necesariamente que los demás. madre buena al fin y al cabo, más allá de todos sus errores y de las cir­
cunstancias adversas de la vida. C uando pudo aceptarlo así, ya estaba al
final de su análisis.5
Esta breve historia clínica sirve también p ara ilustrar que la diferencia
6. Una viñeta clinica entre insight intelectual y emocional se sustenta en un error de la perspec­
tiva en el tiem po. Tenemos la tendencia a ver el proceso hacia adelante, y
U na pftiiiento que analicé muchos años tenia una m ala relación con no podría ser de otra form a; pero eso nos puede equivocar. Cuando yo
única herm ana, que habla nacido cuando tenia quince meses. Vlm «I
analisi* con une «toarla» de su relación con esta hermana: sostenía qu i ' Más detalles en Etchegoyen (1981c).
me propongo hacerle ver a la paciente que la m adre de su infancia no fue dad: el objeto no está, la teoría falló, cayó mi om nipotencia, soy m ás cul­
tan m ala como ella piensa (y me lo propongo al ver que eso surge de la pable de lo que creía; pero en el mismo m om ento en que asumí ese duelo,
trasferencia), entonces yo, como analista, pienso que lo más im portante me doy cuenta de que el análisis puede darm e un conocimiento que yo no
es que ella vea esta situación. C uatro años antes, sin em bargo, a mí me tenía y una vida m ejor; y entonces brota la esperanza.
parecía que lo realmente im portante era que ella se diera cuenta de que el El dolor depresivo es, pues, una condición necesaria del insight, un
nacim iento de su herm ana la perturbó verdaderam ente, m ientras ella de­ punto sobre el que ha insistido Gregorio G arfinkel (1979). El insight no
cía que no, que lo que yo decía era ridículo. Es que cuando yo estoy en un puede ser sin dolor. Pasado ese m om ento de dolor, sin em bargo, va a
m om ento determ inado del proceso analítico, lo único que vale para mi es surgir un sentimiento de paz interior, donde germ inarán la alegría y la es­
el punto al que me dirijo. Esto es, sin em bargo, porque yo hago una divi­ peranza, que paga con creces el dolor que existió.
sión arbitraria. Si no hubiera tenido ella insight sobre sus celos infantiles Este tránsito por el dolor es ineludible hasta en el caso en que se llegue
respecto del nacimiento de su herm ana, este de ahora hubiera sido a recuperar un m om ento de la verdad histórica que alivie de alguna culpa
imposible. cargada injustificadam ente. Si el proceso se ha hecho auténticam ente y
Desde esta perspectiva queda más claro por qué no com parto las afir­ no en términos de reivindicación m aníaca, se verán para el caso otros de­
maciones de Reid y Finesinger sobre el papel del insight en psicoterapia. terminantes a través del altruism o. Porque si alguien asume una culpa
No es cierto que haya insights que son curativos y otros no, todos lo que no le corresponde es porque de alguna form a conviene a sus resisten­
fueron en su m om ento. Tomemos el caso que traen Reid y Finesinger, el cias asum irla.6
del hipotético paciente que tiene dispepsia después de que se pelea con la
m ujer en la mesa. Ellos dicen que cuando el paciente piensa que las pe­
leas con la m ujer en la mesa le dan dolor de estómago, tiene sólo un in­
sight intelectual; y el que realmente vale es el insight dinámico de su pasi­ 7. El insight y los objetos internos
vidad oral, de su envidia o avidez, de su complejo de Edipo. Yo pienso
que los dos m om entos de insight son igualmente valiosos. Cuando este Cuando discutimos el insight como fenómeno de campo dije que, para
paciente llega a la consulta, su insight del efecto de las peleas en la me­ m¡, el insight es intrasferible y que conviene considerarlo dentro de la psi­
sa sobre su dispepsia ya es intelectual; pero en el m om ento que lo tuvo cología procesal y no de la personalistica. A hora nos toca reabrir esa dis­
por prim era vez seguramente no lo fue. Me atrevería a afirm ar que, sin cusión pero a partir de la teoría de los objetos internos y, más precisa­
aquel insight prim ero, probablem ente hubiera desarrollado una paranoia mente, de las cualidades de los objetos del self.
y habría venido a la consulta diciendo que la mujer quería envenenarlo. Cuando estudiamos la parte que lé corresponde en ei insight al proceso
Sólo el aprem io de nuestra tarea, sólo la necesidad de resolver el proble» mental preconciente vimos que, a través de la interpretación, las cargas
m a entre m anos nos hace pensar que el insight emocional está por delante libres del proceso primario se liberan de sus fijaciones y se reorganizan en
y que atrás sólo queda lo intelectual. Es parte del inexorable avance de la el sistema Prcc. Va de suyo, entonces, que la verbalización es inherente al
elaboración que, cuando alcanza su clímax ostensivo, el insight pasa de* insight, porque mientras no haya una representación verbal no hay proce­
pues a ser intelectual, porque uno no está todo el día agarrándose de lo» do secundario y no se cumple el principio de que el insight surge cuando lo
pelos como aquellas histéricas de Freud que sufrían de reminiscencias. que estaba en el sistema inconciente pasa al preconciente. El insight, pues,
A veces se confunde el insight intelectual con la intelectualizadóni implica verbalización, lo que equivale a decir que el insight está ínsitamen­
que no es lo mismo. Una vez que mi analista interpretó mi angustia de te vinculado al proceso de simbolización, porque es una form a de simboli­
castración y yo lo acepté, puedo levantar ese conocimiento com o un* zar o de conceptuar la experiencia lo que realizamos en el momento del in-
bandera para no ver, por ejemplo, mis tendencias homosexuales y nú tlglit. Cuando no se da este proceso no se d a tampoco el insight. P o r esto,
com plejo de Edipo negativo. Que una teoría pueda ser utilizada en la Klein (1932) es muy categórica al decir que el análisis de un niño tiene que
lum na 2 de la tabla de Bion (o com o un vínculo menos K) no le quite «1 terminar con la verbalización de los conflictos y que, mientras eso no se al­
valor que originariamente tuvo. El analizado tiene el derecho de utiltSftr cance, no ha term inado el análisis. También Liberman (1981) señala la im­
mal sus teorías; nosotros, c o n o analistas, por nuestra parte, tenemoi tu portancia de lo que él llama insight verbalizado.
obligación de percibir (y denunciar) cuándo una teoría que ha sido vAltde En resumen, palabra, proceso secundario y simbolización son los in­
se trasforma en una rémora para el conocimiento. Siguiendo la teoria cittì dispensables ingredientes del acto de insight. El insight sanciona el acce­
conocimiento de Bion, Grinberg (1976c) señaló que hasta el complejo a»1 do ni orden sim bólico, si queremos decirlo en términos de Lacan (1966).
Edipo puedo servir como defensa frente al complejo de Edipo mismo.
Tal como lo hemos descripto, el momento del insight ostensivo ne * hito se aplica exactamente al concepto de culpa prestada, que Freud introduce en el
puede sino acomjjiifiiuie de una situación de duelo, de pérdida, de Offfen itpliulo V de Et yo y et ello cuando estudia la reacción terapéutica negativa.
Esto implica dotar de un equipo nuevo a los objetos internos, como 52. Acting out (I)
dice Meltzer (1967). Por equipo, Meltzer quiere decir una determ inada
cualidad del objeto interno. Equipo y cualidades del objeto son aquí, me
parece, sinónimos, pero la palabra equipo es plástica. M ientras el self in­
fantil identifica proyectivam ente sus tendencias hostiles en los padres in­
ternos y trata de dañarlos, de controlarlos y de impedir su unión creativa,
sus ataques (m asturbatorios) están ligados a fantasías om nipotentes; pe­
ro, a medida que los ataques van m enguando, y obviamente decrecen
porque uno va adquiriendo más conciencia del daño al objeto y más
deseos de repararlo, los objetos internos logran una m ayor libertad de 1. Panoram a general
acción; y entonces pueden realizar realmente las tareas que necesita el su­
jeto y que antes realizaban los objetos de la realidad exterior. Esto se Luego de estudiar largamente el proceso analítico y sus etapas nos es­
acom paña con un proceso de identificación introyectiva, a partir del cual tamos ahora ocupando de las vicisitudes que ofrece la m archa de la cura,
el sujeto siente que recibe de esos objetos sus buenas cualidades.7 Desde los factores que la hacen progresar o la entorpecen. En los tres capítulos
este punto de vista, el insight consiste en un proceso de asimilación de los anteriores estudiamos el insight y la elaboración considerándolos como
objetos internos. P ara com prender el insight es im portante subrayar el los propulsores del tratam iento psicoanalítico, y nos toca ahora ocupar­
procesa introyectivo. C uando el analista interpreta, le da al paciente nos de la patología del proceso, esto es de lo que puede detenerlo o h a­
nuevos elementos de juicio para corregir una determ inada concepción cerlo fracasar.
que él tenía de sí mismo, le permite refutar una teoría anterior; pero, al Si la propuesta esencial del análisis es obtener insight, entonces pode­
mismo tiem po, el paciente introyecta esta acción de haber interpretado y rnos decir por definición que llamaremos patología del proceso a todo lo
así va incorporando dentro de él un analista con ciertas cualidades, un que esté obstaculizándolo. Hay para mi tres áreas en las cuales el proceso
analista que es capaz de recordar, de contener, etcétera. Consiguiente­ encuentra obstáculos y son el acting out, la reacción terapéutica negativa
mente, el insight no sólo significa cambiar la concepción que nosotros y la reversión de la perspectiva. Los dos prim eros, m ás conocidos, fueron
teníam os de los hechos, sino tam bién incorporar el objeto que h a hecho estudiados inicialmente p o r Freud; el otro es un aporte que debemos a
posible el cambio; y es a partir de la introyección de este objeto que no­ Bion, si bien se puede encontrar una referencia concreta en Klein, como
sotros vamos a funcionar cada vez con m ayor autonom ía. Equipos y veremos oportunam ente.
cualidades del objeto son prácticam ente lo mismo. En estos tres mecanismos o, como yo prefiero llamarles, estrategias se
La idea de que mediante el proceso de introyección el sujeto incorpo* resume a mi juicio toda la patología del proceso. Lo común a las tres es
ra las cualidades del objeto que p o rta el insight vuelve a plantear un que impiden que el insight cristalice; lo que las distingue es que operan
problem a básico de la teoría de la curación, es decir, cuánto proviene d d cada una a su m anera, de m odo especial. El acting out perturba la tarea
insight y cuánto de la relación analítica. Esta disyuntiva aparece clarea analítica, que es tam bién la tarea de lograr insight, la reacción terapéuti­
m ente en el ya citado trabajo de Wallerstein (1979), quien delim ita rigu» ca negativa, como su nom bre lo indica, no impide la tarea pero perturba
rosamente el área específicamente analítica del insight de otras form as de los logros del insight, que se pierde o no se consolida. En la reversión de
cura, com o la reeducación emocional de Alexander. W allerstein cree, Cs* la perspectiva, p or fin, el insight no se alcanza porque el paciente no se lo
mo Loewald (I960), que el tratam iento analítico le d a al paciente la pOw» propone y en realidad busca otra cosa. En resumen, el acting out opera
bilidad de redescubrir las pautas de su pasado en su nueva relación con el w bre la tarea, la reacción terapéutica negativa sobre los logros y la rever­
analista. También para la teoría kleiniana de los objetos internos el pro­ sión de la perspectiva sobre el contrato. Al menos esta es la form a en que
ceso introyectivo supone un m om ento de duelo en que £l objeto se in tí» yo veo las cosas y he procurado sistematizarlas.
yecta en función de una nueva relación con él. Nada tiene este proceso* Pienso, tam bién, que cada vez que uno de estos procesos se mantiene
pues, de sugestivo o pedagógico. y resulta imposible resolverlo se llega al callejón sin salida de la impasse.
l‘n ese sentido, la impasse no es un fenómeno de la misma clase de los
trrs señalados, es distinto (Etchegoyen, 1976).

7 Hn oito punto crio advertir yo cierta consonancia teórica éntrelos padre* In tsin m d l
la teoría kltinlan# y «1 (lian Otro de I acan.
2. Acting out, un concepto impreciso pero por cierto muy interesante. No pretendemos resolver este magno
problema; pero nos gustaría m ostrar por qué es difícil delim itarlo, seña­
De todos los conceptos con que Freud construyó el psicoanálisis, nin­ lando cómo se lo puede entender según la perspectiva desde donde se lo
guno tal vez resultó más discutido, con el correr del tiem po, que el de ac­ contemple. En otras palabras, es necesario preguntarse a qué vamos a
ting out. Algunos atribuyen estas discrepancias a que la noción de acting llam ar acting out, tratando al mismo tiempo de fundar nuestras opi­
out se fue am pliando indebidam ente, otros a que no fue clara desde el niones. Creo, en principio, que buena parte de las disensiones surgen
inicio; pero nadie pone en duda que en pocos temas hay m ayor desacuer­ porque no todos decimos lo mismo cuando hablam os de acting out.
do. Pareciera que el único acuerdo posible en este punto es que no haya
dos opiniones coincidentes.
Al iniciar su estudio, Sandler et al. (1973) dicen que de todos los con­
ceptos clínicos considerados en el libro, «el de acting out es el que ha 3. Introducción del término
sufrido la mayor am pliación y cambios de significado desde que fue
introducido por Freud» (Elpaciente y el analista, pág. 81).1 Tam bién en En el acting out todo es discutible, ¡hasta el m om ento en que aparece
su clásico artículo de 1945, Feniche] empieza por una definición provi­ en la o b ra de Freud! Muchos autores consideran que puede rastreárselo
sional, que él mismo tacha de insuficiente, y agrega que es m ejor si una hasta la Psicopatologia de (a vida cotidiana (19016); otros, en cam bio, lo
definición rigurosa es el resultado de una investigación y no su punto de hacen nacer en el «Epílogo» del «Fragm ento de análisis de un caso de
partida; su artículo empero no llega a cumplir ese program a. En el sim­ histeria» («Dora») (1905rf).
posio de la Thom Clinic (1962), Peter Bios se quejaba de que el concepto Phyllis Greenacre (1950) y Eveoleen N. Rexford (1962), entre otros,
de acting out estuviera sobrecargado de referencias y significaciones, parten, p ara com prender el acting out, de las conductas m otoras erradas
añorando la claridad que tenia treinta años antes, cuando era considera­ (parapraxias, actos fallidos) que Freud estudió en la Psicopatologia,
do una defensa legítima y analizable. P o r su parte, A nna Freud (1968), donde describe actos o acciones equivocadas com o producto de un
en el Congreso de Copenhague, señaló tam bién la expansión del concep­ conflicto psíquico, que resulta en una lucha de tendencias. Estos actos
to, y su relato se esfuerza en darle m ayor precisión. En el mismo Congre­ tienen un sentido psicológico, que gracias al m étodo psicoanalítico puede
so, Grinberg (1968) empezó su ponencia señalando la penum bra de aso­ descubrirse. Son, sobre todo, los que estudia en el capítulo IX y llama ac­
ciaciones que rodea al concepto de acting out, denunciando la connota­ tos sintomáticos y casuales los que después habrían de llamarse acting out.
ción peyorativa con que a veces se lo recubre. Como se recordará, en esta clase de actos fallidos no se sospecha ninguna
Si bien todos los analistas pueden tener ideas distintas sobre el acting finalidad, por lo que se diferencian de los que la tienen pero se malogran
out, pocos, muy pocos, le restan im portancia. La opinión general es que por alguna torpeza en la ejecución. En estas acciones casuales Freud des­
el acting out es una idea que pesa en la praxis psicoanalítica y en la teoría. cubre siempre un propósito inconciente que las convierte en sintomáticas.
Como dice Greenacre (1950), el acting ou t es un fenóm eno clínico fre­ Es conveniente precisar que para describir este tipo de conductas
cuente, tiene una gravitación a veces decisiva en la m archa del proceso Freud usa en la Psicopatologia la palabra handeln, actuar, m ientras que
analítico y es difícil de detectar y m anejar.2 en el Epílogo prefiere agieren, que tam bién quiere decir actuar. Es evi­
Algo que lo distingue de los otros psicoterapeutas es que el analista dente que sólo si pensamos que Freud cambió de vocablo sin una precisa
opera con el concepto de acting out, es decir, entiende algunas conductas intención teórica podrem os sostener que el concepto de acting out está ya
del analizado que aparentem ente no tienen que ver con el tratam iento co­ presente en 1901. Si preferim os pensar, en cam bio, que Freud utilizó otra
mo pertenecientes a él. Ningún otro terapeuta procede así. De ahí que palabra p ara diferenciar los dos conceptos, parapraxia y acting out,
nos dé una sensación de identidad analítica detectar el acting out, discri­ concluiremos que el handeln de 1901 es distinto al agieren de 1905, Esta
minándolo de situaciones que no lo son. Porque, com o es obvio, no todo discusión aparentem ente fútil contiene ya el problem a de fondo: si el ac­
lo que hace un paciente es acting out. ting out es nada m ás que o algo más que un acto neurótico.
E n loi tres capítulos que vamos a dedicar a este tem a tratarem os de
contribuir & aclarar el concepto de acting out, tarea para nada sencilla;

1*Qj all theclinical concepts considered in this book, acting o u t has probably suffered
4. Acto neurótico y acting out
the greatest ektension end change o j meaning since it was first introduced by Freud» (771*
pattern and the anobir, pág. 94). La diferencia entre acto neurótico y acting out preocupa con razón a
1 * N o t v tfy mueh to * been written abo u t the problem s o f acting o u t in the c o u ru t t f Fenichel en su ensayo de 1945, al que todos volvemos para calibrar
analysts, although íA#¥ ate moni difficult to deal with, frequently interfere with analyth, nuestro instrum ental teórico, Fenichel subraya la acción com o nota d eli'
and som etim es « rìfm ф№:Мап unteti and uniti they become flagrant» (1950, p ig . 455).
nitoria (ya contenida en el nombre); y esta acción no es m eramente un fenomenal de la resistencia y/о de la trasferencia, restringimos grande­
simple movimiento o una expresión mímica sino una acción compleja, mente la posibilidad de aprehender el acto psicológico en su magna
una conducta. Los síntomas (y Fenichel está pensando aquí, m anifiesta­ complejidad.
mente, en los actos compulsivos) pueden también involucrar acciones,
pero son por lo general de extensión lim itada y siempre egodistónicos. Si
son de gran complejidad y se racionalizan hasta el punto de ser egosintó-
nicos, entonces cabe llamarles lisa y llanamente acting out. 5. Un sencillo ejemplo clínico
Como vemos, lo que para Fenichel diferencia el acting out del sínto­
m a compulsivo (o en general de las parapraxias), más allá del factor pura­ Una mujer llega a su sesión un viernes I o preocupada porque al salir
mente cuantitativo de su com plejidad, es solamente la sintonía con el yo. de su casa, un poco precipitadam ente para no llegar tarde y hacerme es­
Tal vez por esto piensan las autoras antes citadas que las acciones sinto­ perar, olvidó sobre la mesa el dinero del pago. Se disculpa sinceramente y
máticas y casuales, que son sintónicas, se acercan más al acting out que lam enta que no va a poder pagar hasta el lunes. Le señalé en principio
los actos fallidos propiam ente dichos, donde la distonia salta a la vista que el plazo convenido no vencía ese viernes ni siquiera el próximo lunes.
com o torpeza. Ella sabía que era así; pero, de todos m odos, no le gustaba hacerme espe­
N o se alcanza de esta form a a distinguir, por cierto, el acting out del rar. Le repetí, entonces, la consabida interpretación del fin de semana,
acto neurótico, de la conducta neurótica. Si nos fuéram os a conform ar que siempre rechazaba, diciéndole que, con su olvido, daba vuelta la si­
con lo que dice Fenichel, el acting out dejaría de pertenecer al cuerpo te­ tuación y era yo esta vez el que se quedaba esperando durante el fin de se­
órico del psicoanálisis, lo que es sin duda una legítima aspiración de los m ana. Dijo que era así, efectivamente, notó que su molestia p o r el olvido
que piensan que este concepto está indisolublemente ligado a preceptos había desaparecido como por encanto y agregó que, por prim era vez,
morales e ideológicos que lo hacen inconciliable con el psicoanálisis co­ com prendía «esto del fin de semana».
m o disciplina y como técnica. O tros piensan, sin embargo, y yo entre El ejemplo es trivial y todos los analistas tendrán experiencias como
ellos, que el concepto de acting out debe conservarse como una pieza esta. La paciente olvidó el dinero y esto constituye sin lugar a dudas un
fundam ental del psicoanálisis, sin arredrarse p or las dificultades que nos acto fallido, es decir, un acto neurótico que expresa un conflicto incon­
plantee ubicarlo teóricamente ni por el peligro (cierto) de usarlo mal en la ciente. Ella prefirió explicarlo p or su apuro de llegar a tiempo y no hacer­
práctica. me esperar. Su racionalización, sin em bargo, contenía la base del conflic­
Ciertos autores que definen el acting out fenomenològicamente, sea to: hacerme esperar. Y la próxim a asociación fue con el fin de sem ana.
en form a manifiesta o críptica, no se deciden a dejar de usarlo en su len­ Al olvidar el dinero trató de no tom ar conciencia de la angustia del fin de
guaje científico. Esta inconsecuencia no puede, por cierto, im putársele a semana colocándola en mí. Cuando yo interpreté estaba casi seguro de
Gioia cuando afirm a con toda claridad: «Su característica definitoria, que esta vez la interpretación iba a llegar, porque ella habló de olvido, de
que lo diferencia específicamente del resto de las manifestaciones trasfe- enojo, de molestia, de fin de semana, de espera.
renciales y /o resistenciales, es puram ente fenoménica» (1974, pág. 977). Con todos estos elementos era difícil pensar en un acting out. H abía,
Lo que me interesa señalar aquí es que la postura teórica de todos los además, otros convincentes elementos de juicio. La analizada recordó y
autores que definen al acting out fenomenològicamente (y que desde comunicó su olvido, aunque form alm ente no necesitaba disculparse; te­
luego es legítima) debiera llevar necesariamente a proclam ar que el con­ nía tiem po de sobra para pagar. Mi contratrasferencia, por otra parte,
cepto de acting out no tiene autonom ía y no pertenece estrictamente a la ine inform aba que podía confiar en las asociaciones de la paciente y que
teoría psicoanalítica. Esto es muy difícil de hacer, sin embargo, porque el no había grandes obstáculos en el proceso de comunicación.
lenguaje ordinario es en este punto muy determinante. Ел mis treinta En resumen, confundir este acto fallido con un acting out sería un gran
años largos de analista jam ás he oído a un colega que no emplee la pa­ error y una injusticia. El olvido tenía fundamentalmente una actitud co­
labra acting out para caracterizar la conducta neurótica de un paciente municativa y estaba al servicio del proceso. No vale llamarlo acting out, ni
que interrum pe de la noche a la m añana el tratam iento ¡y se va sin pagarl siquiera acting out parcial como haría Rosenfeld (1964c). Empero, si la
Creo, sin ironía, que el lenguaje ordinario de los analistas sanciona aqut analizada hubiera omitido comunicarme su olvido y yo lo hubiera rescata­
la realidad de una discriminación teórica. do a pesar suyo del material, me habría inclinado a pensar, en principio,
Lo que yo quiero decir con esto es que el acting out es una conducta que podía tratarse de un acting out, y en este caso seguramente una in­
neurótica, pero no toda conducta neurótica es un acting o u t. En otras pa* terpretación sobre el fin de semana habría resultado inoperante.
labras, el acting out debe definirse metapsicológicamente, es decir, como
un concepto teórico del psicoanálisis, y no sólo com o un fenómeno de In
psicologia de In cotidenda. Si reducimos el acting o u t a la sola apariençift
La relación entre recuerdo y repetición se vuelve m ucho más sutil y
compleja. Con la nueva técnica (del análisis de las resistencias), «...el
Freud emplea p or prim era vez el verbo agieren para caracterizar la analizado no recuerda, en general, nada de lo olvidado y reprim ido, sino
conducta neurótica del analizado en el «Epílogo» del caso «D ora», don­ que lo actúa. No lo reproduce como recuerdo, sino como acción; lo repi­
de dice textualmente: «De tal m odo, actuó (agieren) un fragmento esen­ te, sin saber, desde luego, que lo hace» (A E , 12, págs. 151-2). D urante
cial de sus recuerdos y fantasías, en lugar de reproducirlo en la cura» todo el curso del análisis el paciente sigue bajo esta compulsión a la repe­
(A E , 7, pág. 104).3 En esta prim era definición, Freud contrapone clara­ tición y el analista comprende, al fin, que esta es su m anera de recordar
mente el acting out (agieren) a los recuerdos y las fantasías que se repro­ (ibid., pág. 152). En esta nítida afirmación freudiana se apoyan válida­
ducen en la cura. Adelantándom e a la amplia discusión que nos im­ mente los que sostienen que, en cuanto form a especial del recuerdo, el
pondrá el tem a, voy a decir que esta definición se ajusta perfectamente a acting out no es más que una resistencia como cualquier otra, y que com o
lo que para mí debe considerarse acting out. tal debe evaluarse y ser analizada.
Como hipótesis de trabajo vamos a considerar, entonces, que sólo las H ay, sin embargo, elementos, también valederos, para pensar que la
conductas neuróticas que tienen el sentido específico de no reproducirse relación entre repetición, trasferencia y acting out no llega a definirse sa­
en el tratam iento, com o dice Freud en el «Epílogo», deben considerarse tisfactoriam ente en el ensayo de 1914, ni tam poco en los escritos poste­
acting out. Si esta diferencia (o alguna otra) no se sostiene, desaparece de riores de Freud.
hecho toda justificación para seguir hablando de acting out, que pasa a Como acabam os de ver, por momentos Freud hom ologa acting out y
ser sinónimo de acto neurótico. trasferencia; otras veces parece discriminarlos com o cuando sugiere que
Creo no equivocarme cuando afirmo que Freud distingue en el caso gracias al ligamen trasferencial se puede lograr que el analizado no ejecu­
«D ora» la trasferencia del acting out. Una cosa es la trasferencia de Do­ te actos repetitivos, utilizando como material sus intenciones de hacerlo
ra, que Freud no interpretó a tiempo (¡pues no había leído, com o noso­ in statu nascendi. Indudablemente, la relación entre el acting out y la tras-
tros, el «Epílogo»!) y otra la solución que encuentra Dora vía acting out. ferencia no es clara para Freud; a veces superpone los dos conceptos y a
Yo personalmente entiendo el acting out de D ora como creo que Io veces no.4
entiende Freud cuando dice que ella actuó un fragmento de sus fantasías P ara com prender las vacilaciones de Freud es necesario señalar, en
y recuerdos en lugar de reproducirlo en el tratam iento. Subrayo «en lu­ prim er lugar, que el cambio de la técnica (en el sentido de analizar las re­
gar de» porque en esto reside para mí la principal característica del acting sistencias) no cuestiona de m om ento el objetivo del tratam iento, que si­
out. La trasferencia es una form a de recordar; el acting o u t es una form a gue siendo recuperar los recuerdos. En segundo lugar, el recién form ula­
de no recordar. . do principio de compulsión a la repetición puede aplicarse por igual al
acting out y a la trasferencia, sin que esto im porte necesariamente que es­
tos dos procesos tengan que ser idénticos. Acting out y trasferencia son
sin duda lo mismo genéticamente, porque los dos derivan de la compul­
7. Acting out, recuerdo y repetición sión a la repetición; pero podrían ser distintos en su estructura y signifi­
cado. Aunque nazca de la repetición, como la trasferencia, podría ser
La diferencia tajante que acabo de proponer se hace innegablemente que el acting out sea algo especial, tenga una estructura particular.
menos clara si seguimos de cerca cómo se desenvuelve la investigación
freudiana sobre la trasferencia y el acting out.
Freud desarrolla estos conceptos en su ensayo «Recordar, repetir y
reelaborar» (1914g), donde introduce la idea de repetición para dar cuen­ 8. O tro ejemplo clínico
ta del fenómeno trasferencial. Si bien el modelo de los clisés de 1912 y el
de nuevas ediciones y reimpresiones de 1905 ya lo habían alejado de la te­ Veamos ahora un ejemplo de algo que para mi configura claramente un
oria asociacionista del falso enlace de 1895, ahora introduce el concepto acting out y que es polarmente opuesto al acto fallido recién comentado.
de compulsión a la repetición, que va a jugar un papel im portante en sut U na mujer de muy buena posición económica dice que se va a Europa
nuevas teorías. por dos meses y no va a pagar esos honorarios porque el m arido se niega
rotundam ente a hacerlo. Ella no está de acuerdo con su esposo en este
1 « ¿ htu *ttt aetfd out an essential p art o f her recolltctions and phantasies Instead Ц/ punto; pero no puede hacer nada al respecto. P o r la estructura total de la
reproducing it tfi t h t treatment» (Standard Edition, 7, pig. 119). La traducción de Lòp et situación, que por de pronto se presenta com o hecho consum ado del cual
Balleiltrot» iilfnog Ddcdlgna peto muy sorprendente, dice asi: «La padcnte vivió u f (It
nuevo un fitg m in to t w u i a l tir recuerdos y fantasías en lu g ar de reproducirlo veibtl
* Véase G uillerm o Lancello (1974).
mente en I t cutan (ОЬнп tumpIfNt, vol. 1\ pág. 109).
la analizada no se siente para nada responsable, era presumible suponer cias son todavía el acting out. P ara ir adelantando la tesis principal de es­
un acting out. D urante el mes siguiente, el analista interpretó en diversos tos capítulos, quiero decir que el acting out de la paciente no consiste en
contextos que el m arido era una parte de ella misma (identificación pro­ proyectar su deseo de no pagar en el m arido; el acting out empieza preci­
yectiva), sin que al parecer nada cam biara. La analizada rechazaba samente cuando la paciente descarta la posibilidad de analizar esa si­
com pletam ente ese tipo de interpretaciones y las otras que se le form ula­ tuación (que una vez proyectada ya no le pertenece) y exige, al contrario,
ban, m ientras el analista m antenía con firmeza su línea interpretativa y que el analista se acom ode a esa «realidad» y no pretenda analizarla con
no dejaba de interpretar cada vez que la ocasión se presentaba. La anali­ su lam entable rigidez.
zada se quejaba de la rigidez del analista, a pesar de que nunca en reali­ Lo que surgió claram ente a la vuelta del viaje era que ella quería que
dad le había planteado problem a alguno y se había lim itado a anunciarle el analista se equivocara, para así dejar el tratam iento, acusándolo p or el
que su m arido no le iba a pagar. Si el analista no consideraba la situación error cometido. Como apareció en esa época en un convincente material
tendría que interrum pir el tratam iento, am enazaba. onírico, el error que ella esperaba era tanto que el analista le cobrara (ri­
Cerca ya del dia de la partida, llegó a una de aquellas difíciles sesiones gidez) cuanto que no lo hiciera, porque así dem ostraría lo que ella ya sa­
muy conm ovida y contó lo que le había pasado en su clase de gimnasia. bia, que era capaz de cualquier cosa p ara retenerla. E sta últim a intención
Pagaba allí mensualmente, en form a regular. C uando le anunció a la de la analizada puede despenar cierto escepticismo, porque en general
secretaria que iba a estar ausente y ella le dijo que tenía que pagar igual, preferimos pensar que los analizados no com prenden cabalmente las
se puso com o loca. Gritó y dijo violentam ente que no pagaría de ninguna reglas del juego, es decir nuestra técnica, antes que reconocer que pueden
m anera por los dos meses en que iba a estar ausente. Esta vez le fue fácil juzgarnos con exactitud e implacable justicia. Sin em bargo, si el analista
al analista hacerle ver hasta qué punto la anécdota confirm aba las in­ de nuestro ejemplo hubiera cedido y, aceptando com o un hecho de la
terpretaciones sobre el pago de sus honorarios. realidad la opinión del m arido, hubiera consentido en no cobrar las se­
Cuando el (muy competente) analista de esta enferm a me consultó, se siones del paseo y la viajera no hubiera vuelto, ningún analista dejaría de
sentía preocupado. Consideraba que la situación era realmente difícil y pensar que la paciente había hecho bien y que la culpa de la interrupción
se daba cuenta de que estaba soportando una carga especial en su era del analista. P or reducción al absurdo creo que queda así probado
contratrasferencia. Pensaba que si no cedía en alguna form a, la analiza­ que la analizada tenía, inconcientemente, el deseo de equivocar al analista.
da podía cumplir su amenaza de no seguir el análisis; y sabía también, Al mismo tiem po, ¡oh paradoja!, todos pensaríamos tam bién que lo que
por otra parte, que complacerla sin más era abandonar claram ente el mé­ hizo ella fue un acting out. La contradicción se resuelve, sin em bargo, si
todo. Nótese que la contratrasferencia advertía al analista sobre el pe­ consideramos que la decisión de no venir más hubiera sido lógica y ra­
ligro que corrían el tratam iento de la paciente y su propia técnica. La cional teniendo en cuenta el error del analista, pero que tal error habia si­
analizada, en cam bio, se preocupaba manifiestam ente sólo por el dinero. do m otivado por un acting out de la m ujer.
En este ejemplo se ve que la estructura del acting out siempre es Recuerdo ahora un episodio de hace algunos años, que puede ilustrar
com pleja. El análisis de la situación antes y después del incidente en la lo que digo. Era el comienzo del análisis de una m ujer de m ediana edad,
academia de gimnasia mostró que la conducta neurótica de la analizada más melancólica que bella, que en medio de una sesión se levantó del di­
tenía muchos determinantes. El analista pudo ir descubriendo los va­ ván para ir a buscar sus cigarrillos. Con la proverbial m entalidad psico­
riados motivos que tenía la paciente, sin perder de vista que, al anun­ analítica yo la vi recorrer los cuatro o cinco pasos desde el diván al escri­
ciarle con mucho tiem po lo que iba a hacer, la analizada le estaba pres­ torio donde estaba su cartera y volver a acostarse. Episodios com o este
tando la cooperación que podía. El analista se m antuvo firme, esto es, son más que frecuentes en la práctica de todos los analistas y, por lo ge­
sin actuar, hasta que sus interpretaciones hicieron efecto y, finalmente, neral, se agotan en alguna interpretación convencional. Lo inesperado en
la analizada recuperó la posibilidad de colaborar. Digamos para ser pre» uquel caso fue la muy vivida fantasía que yo tuve: me ponía de pie, iba a
cisos que lo que calificamos de acting out en este m aterial clínico es la de­ su encuentro y la abrazaba y la besaba sin m iram ientos. Vuelta al diván
cisión puesta en el m arido de no pagar las horas perdidas por el viaje. Б1 lu paciente habló una vez más de uno de sus tem as preferidos: yo le resul­
incidente en la academia de gimnasia, en cambio, es una acción neurótica taba insoportable por mi frialdad, mi severidad y mi técnica. Soy una
pero no un acting out, en cuanto coadyuva con el proceso de elaboración m áquina, un robot al que sólo le im porta cumplir no se sabe qué absur­
en lugar de entorpecerlo. dos postulados. Prefería mil veces a su analista anterior que, aunque in­
Mientras Ib situación estaba totalm ente proyectada en el m arido, y le competente, era por lo menos hum ano. Y agregó algo que me im presionó
paciente lo presentaba como hecho consum ado, el problem a era difícil Ü6 Inertemente: «C uando me levanté del diván pensé fugazmente que usted
resolver. Un esto ceso, como en muchos otros, la identificación proyectl* iba a pretender tocarm e y besarme y entonces sí que yo lo dejaba planta­
va es el instrumento que emplea él acting out, como dicen Grinberg (196Й) do alti mismo y no volvía más».
y Zac (1968,1V^0)¡ рею ni ls identificación proyectiva ni sus consecuozi» Una persona puede levantarse del diván para ir a buscar los cigarrillo!
simplemente porque tiene ganas de fum ar y esto puede ser una acción ra ­ el Esquema del psicoanálisis (1940a). A veces Freud parece que los
cional (dejando de lado los motivos neuróticos o psicóticos del hábito de contrapone, otras que los hom ologa y otras, tal vez, que los confunde.
fum ar). Si la impulsa, en cam bio, un deseo de aliviar su angustia o dis­ Un primer paso para evitar equívocos será, entonces, comparar ambos
traer su atención, podremos decir que se trata de un acto neurótico. Em ­ términos, acting out y trasferencia. Trasferencia es más amplio, más abar-
pero, si la fantasía inconciente es sacar literalmente de su sitio al analista, cativo. Todo lo que el analizado piensa, dice o hace movido por la compul­
como en este caso, entonces y sólo entonces corresponde calificar a esta sión a la repetición es trasferencia y, en principio, no cabe dudar que el ac­
acción de acting out. Digamos de paso que la paciente siguió quejándose ting out queda dentro de esta definición. Lo que se repite en el acting out
de mi frialdad y exigiéndome pruebas directas de afecto hasta que harta es, sin embargo, justamente, una intención de ignorar al objeto, de alejar­
de mi, dejó el tratam iento unos meses después. se de él, y esta será una de sus notas defmitorias. La trasferencia repite pa­
Nótese que el acting out de mi analizada es, según mi criterio, la in­ ra recordar, el acting out para no hacerlo; la trasferencia comunica, el ac­
tención de hacerme equivocar, el ataque a mi tarea, que por lo demás ella ting out no. Que el analista sea de todos modos capaz de descubrir el senti­
entiende muy bien. Lo que ella no quiere es que yo sea un analista com­ do de un acting out no implica que esa fuera la intención del analizado. La
petente y en cuanto lo logre dejará con toda razón de venir. Prefería mil trasferencia va hacia el objeto, el acting out se aleja del objeto.
veces la inconsistencia y los deslices de su analista anterior a mi técnica En resumen, podemos establecer ahora algunas conclusiones:
insoportable y deshumanizada. 1) tanto la trasferencia como el acting out derivan de la compulsión a la
Lo que presta al acting out su cualidad específica es, pues, a mi repetición; 2) la trasferencia es un concepto más abarcativo y, por tanto,
juicio, la intención (desde luego inconciente) de atacar la tarea, de ha­ todo acting out es una trasferencia, pero no al revés, y 3) el acting out res­
cerla imposible. Creo que en estos casos pueden registrarse todas las ca­ ponde a intenciones especiales, que hacen aconsejable m antenerlo como
racterísticas que distinguen el acting out de la conducta neurótica. Es ca­ un tipo especial de conducta repetitiva.
racterístico del acting out que pone en una situación com prom etida al En el próxim o capítulo tratarem os de ver hasta qué punto estas preci­
analista, lo que siempre crea fuertes conflictos de contratrasferencia. Co­ siones llegan a justificarse.
mo ya vimos, en nuestro primer caso esa situación era virtualmente inso­
luble, porque si el analista se apartaba del contrato dejaba de ser analista
y si no lo hacía tam bién, ya que entonces la analizada se iría porque su ri­
gidez le había im pedido com prender que ella no podía torcer la voluntad
de su terco m arido. Un rasgo definitorio del acting out es, pues, que pone
al analista ante hechos que lo obligan a actuar.
De esta form a volvemos a la prim era caracterización freudiana: que
D ora actuó una porción de sus recuerdos y fantasías en lugar de reprodu­
cirlos en la cura. P or esto digo yo que el acting out es fundamentalmente
un ataque a la tarea, algo que se hace en tugar de la tarea analítica — o de
la tarea a secas— . Es una acción que se opone a la que supuestam ente se
esperà. Zac (1968) considera que es característico del acting out el ataque
al setting. Yo coincido con esta opinión, si bien creo que el setting queda
atacado en cuanto garante de la labor analítica.
En otras palabras, para definir el acting out en térm inos metapsicoló*
gicos, es necesario referirlo al proceso analítico y al setting. Como el de
perversión, el diagnóstico de acting out no puede hacerse fenomenológb
cemente sino en términos metapsicológicos.

9. Acting out y trasferencia


ТЫ vez la relación entre el acting out y la trasferencia sea el punto
donde cuajan todo* lae controversias. Los dos conceptos aparecen
siempre Junto* an lo* trabajo* de Freud, desde el «Epilogo» (190S) hoitu
53. Acting out (II) El acting out puede ofrecer al analista un valioso conocimiento del
enfermo pero no resulta muy útil para la m archa de la cura y es difí­
cil de m anejar. Por esto el analista debe tratar de restringir el acting out
lo más posible, sea por medio de las interpretaciones analíticas o re­
curriendo a las no muy analíticas prohibiciones.2
Anna Freud separa el acting out como form a especial de la trasferen-
eia por dos razones: se sale del m arco de la cura y resulta difícil de m ane­
jar, hasta el punto de que a veces es necesario contrarrestarlo con prohi­
biciones. Si bien Anna Freud le da im portancia a que el acting out tras­
En el capítulo anterior tratamos de exponer cómo surgió el concepto de curre fuera del ám bito analítico, su criterio no es meramente espacial o
acting out en los escritos de Freud tom ando como punto de referencia los geográfico, ya que liga esa condición a un máximo de resistencia y un mí­
actos de térm ino erróneo (1901b), el «Epílogo» de «D ora» (1905e) y nimo de insight. Aunque tal vez esté llevando agua para mi molino, me
«Recordar, repetir y reelaborar» (1914g). Vimos también que la antinomia atrevería a afirm ar que Anna Freud señala como una característica del
recuerdo/repetición parece alimentar a la vez los conceptos de acting out y acting out su intención de no aportar inform ación.
trasferencia, que a veces se superponen y otras se separan en el pensamien­
to freudiano. Repasamos también el ensayo de 1945 donde Fenichel se es­
fuerza en deslindar los conceptos de trasferencia, acting out y acto neuróti­
co sin llegar cabalmente a lograrlo. Propuse, por último, algunas preci­ 2. Las últimas opiniones de Freud
siones discutibles y provisorias para orientarnos en nuestra discusión.
Creo que las reflexiones de A nna pueden haber influido en el pensa­
miento de su padre cuando volvió al tema en los últimos años de su vida.
Vale la pena estudiar con detenimiento lo que dice Freud en el Esquema
1. Los primeros aportes de A nna Freud dei psicoanálisis (1940a), no sólo porque están allí, sin duda, sus últimas
referencias escritas sobre el tem a, sino tam bién porque este ensayo, que
Unos aflos antes del ensayo de Fenichel, A nna Freud abordó el tema Freud escribió en 1938 y no llegó a term inar, se considera una exposición
del acting out y de la trasferencia en El y o y los mecanismos de defensa muy valedera y casi testam entaria del creador del psicoanálisis.3
(1936), más precisamente en el capítulo 2, «La aplicación de la técnica La parte II de la obra se ocupa de la práctica psicoanalítica y en el ca­
analítica al estudio de las instancias psíquicas». En este caso, como en to­ pitulo VI, «La técnica del psicoanálisis», habla de la situación analitica,
do su libro, A nna Freud aplica lúcidamente la doctrina estructural, tra­ de la trasferencia y del acting out. Estos dos últimos conceptos se expo­
tando de ordenar los conceptos con arreglo a la teoría y a la clínica. nen simultáneamente y Freud no salva, p o r cierto, esta vez, las oscurida­
Destaqué en su momento el aporte decisivo de A nna Freud al tem a de des que ya señalamos en escritos anteriores.
la trasferencia al distinguir entre trasferencia de impulsos y trasferencia Dice Freud textualmente: «Es muy indeseable para nosotros que el
de defensas en cuanto expresiones contrapuestas del ello y el yo. Me toca paciente, fuera de la trasferencia, actúe en lugar de recordar; la conducta
ahora mencionar que, junto a esas dos categorías, la autora distingue un ideal para nuestros fines sería que fuera del tratam iento él se com portara
tercer tipo, la actuación en la trasferendo (acting in the transference). Es de la m anera más norm al posible y exteriorizara sus reacciones anorm a­
esta una tercera form a de trasferencia, que Anna Freud prefiere distin­ les sólo dentro de la trasferencia» (AE, 23, págs. 177-8).
guir de las otras dos. Hay momentos en que se intensifica la trasferencia, En este texto creo yo advertir la influencia de A nna Freud cuando el
y el paciente se sustrae a las severas normas de la técnica analítica y co­ creador delimita una actuación que tiene lugar dentro de la trasferencia y
mienza a actuar en la conducta de su vida diaria tanto los impulsos ins­ otra que trascurre fuera, a la que califica de inconveniente.
tintivos como las reacciones defensivas contra los sentimientos trasferen- El párrafo es oscuro y puede ser leído de diversas formas; pero no hay
ciales. «A este proceso, que hablando con estrictez sucede fuera ya del
análisis, lo denominamos “ actuación en la trasferencia*’» {El y o y ¡os fence —a process in which, strictly speaking, the bounds o f analysis have already been
overstepped» ( Writings, vol. 2, pág. 23).
mecanismos de defensa, pág. 38).1 2 «ft is natural that he should try to restrict it asfa r as possible by means o f the analytic
interpretations which he gives and the nonanalytic prohibitions which he imposes» (ibid.,
1 «Atow an lttttni(ftcüilon oj the transference may occur, during which f o r th e time pág. 24).
being thtpalltnl m i f t to otnrrvf the strict ru b s o f analytic treatm ent a n d begins to act out ' Se discute si Freud inició el manuscrito antes de salir de Viena, pero se sabe con seguri­
In thr brhavior Of hit daily lift both the instinctual impulses a n d the defensive reaction! dad que, en su mayor parte, fue escrito poco después de su llegada a Londres.
which o n ttnb&tbrtì tu hit thtntftm d o f frets. This is what is know n as acting in the trantfb
duda de que Freud incurre en cieña inconsistencia cuando dice que es in­ Fenichel había separado el acting out de la trasferencia porque en uno
conveniente que el analizado actúe fuera de la trasferencia en lugar de li­ predomina la acción y en la otra los sentimientos, y había sostenido que el
m itarse a recordar. Debería haber dicho en lugar de limitarse a hacerlo acting out descansa en tres condiciones: disposición aioplàstica, quizá de
dentro de la trasferencia: fuera del tratam iento no se le pide al analizado naturaleza constitucional, fijación oral con elevadas necesidades narci-
que recuerde sino que no actúe. sísticas e intolerancia a la tensión y traum as tem pranos.3 Los traum as
Una página antes había dicho Freud: «O tra ventaja de la trasferencia tem pranos condicionan una conducta repetitiva en que el acting out ope­
es que en ella el paciente escenifica ante nosotros, con plástica nitidez, ra com o un mecanismo abreactivo similar al de las neurosis traum áticas.
un fragm ento im portante de su biografía, sobre el cual es probable que Greenacre sigue los pasos de Fenichel y agrega a estas tres condi­
en otro caso nos hubiera dado insuficiente noticia. P or así decirlo, actúa ciones otras dos, a saber: una tendencia a la dram atización a través de
(agieren) ante nosotros, en lugar de inform arnos» (AE, 23, pág. 176).4 una gran sensibilidad visual y una m arcada creencia inconciente en los
Se ve aquí claram ente que Freud piensa ahora que la repetición tras­ actos mágicos. Son personas que creen que basta con dram atizar algo p a­
ferencial, que en este contexto llam a agieren, es superior al recuerdo (es ra que se convierta en verdad. Si yo me hago pasar por m ultim illonario,
decir a lo que el paciente refiere), dado que escenifica ante nosotros un lo soy. En los individuos que tienen tendencia al acting out el sentido de
trozo de su pasado con plástica nitidez. El agieren, que es «muy inconve­ la realidad se m uestra particularm ente insuficiente.
niente fuera de la trasferencia» en la cita de las páginas 177-8, no lo era Greenacre ubica en el segundo aflo de la vida el m om ento en que
en la página anterior, donde hasta deja de ser una resistencia y resulta su­ puede organizarse la tendencia al acting out, en cuanto en ese m om ento
perior al recuerdo, que siempre es insuficiente. Puede pasar inadvertido confluyen tres circunstancias hondam ente significativas: locuela, deam ­
que, en este punto, se ha invertido el apotegm a de 1914: la resistencia bulación y entrenam iento esfinteriano.
consiste en que el analizado refiera (recuerde) en lugar de actuar en la Cuando se juntan las perturbaciones de los prim eros meses de la vida
trasferendo. que increm entan las pulsiones orales, disminuyen la tolerancia a la
Me he detenido en estas dos citas complejas y he señalado sus incon­ frustración y aum entan el narcisismo, con los conflictos del segundo
secuencias, porque pasarlas por alto lleva a discusiones inoperantes. En año, están dadas las condiciones para que aparezca la tendencia al acting
cuanto acentuemos ciertos párrafos del texto y dejemos otros de lado, out. El desarrollo del lenguaje queda inhibido y, paralelam ente, aum enta
quedará nuestra opinión personal apoyada por la autoridad de Freud. Lo la tendencia aloplástica a la descarga. «La capacidad para verbaüzar y
mismo vale para el ensayo de 1914 o para el epílogo de 1905. para pensar en térm inos verbales parece representar un avance enorme
Yo me inclino a pensar que la trasferencia y el acting out son dos tér­ no sólo en la economía de la comunicación sino también en el correcto
minos teóricos indispensables, que Freud form uló sin llegar a resolver to­ enfoque de las emociones que se asocian con el contenido del pensam ien­
dos sus enigmas. Lo im portante es que nosotros — concientes de nuestros to».6 Estas circunstancias, concluye la autora, son de capital importancia
límites— tratem os de seguir adelante, sin pretender que nuestro Freud para entender los problem as del acting out, donde existe siempre una
im aginario venga a resolver los problem as en una especie de après coup. desproporción entre la verbalización y la actividad motriz. Vale la pena
señalar aquí que esta línea de investigación coincide con la de Liberman
al estudiar la personalidad de acción y el estilo épico, como vimos en el
capítulo 34.
3. Acting out, comunicación y lenguaje
Un lustro después del escrito de Fenichel aparece la brillante contri*
bución de Phyllis Greenacre en el Psychoanalytic Quarterly. Siguiendo la 4. El acting out y los objetos primarios
definición de Fenichel, define el acting out como una form a especial de
recuerdo donde las memorias del pasado se reactualizan de m anera más 6 El acting out no es un tema que haya preocupado especialmente a
menos organizada y a menudo sólo apenas encubiertas (1950, pág. 456), Melanie Klein, aunque después sus discípulos lo estudiaron, en especial
Sin conciencia alguna de que su conducta está motivada por recuerdos, el Rosenfeld.
sujeto la encuentra plausible y apropiada, mientras resalta para los de­ Cuando analizó a Félix por su tic en los prim eros años de la década
más su desajuste. del veinte, antes de haber creado la técnica del juego, Klein le im pone
ciertas prohibiciones para asegurar la continuidad del análisis, ya que las
4 «A nother a d vanle t t о / transference, too, is that in it the patient produces before itt
with piatile tlarliy ОТ important part o f h is lift-story, o f which he would otherw ist kovt ' Collected papers, second series, págs. 300-1.
probably I tv m U* oit/y an Intu/flcirnt account. H t acts ii before us, as it were, Instead of *ibid., págs. 461-2.
reporting It to а»» W ft J i t t*№ П1
elecciones de objeto del niño tenían el propósito de huir de las fantasías y out está hablando del acting out excesivo, ya que «un poco de acting out
los deseos que en ese m om ento se dirigían a la analista en la trasferencia.7 es una parte im portante y necesaria de todo análisis» (i b i d pág. 201 ; R e­
En este punto Klein expone implícitamente su concepción del acting out, vista de Psicoanálisis, pág. 425),
a la que va a volver en 1952, también fugazmente, cuando escribe «The Rosenfeld cree que haciendo una diferencia cuantitativa entre un ac­
origins of transference». C uando afirm a que la trasferencia hunde sus ting out chico y un acting out grande salva las dificultades, pero en reali­
raíces en las etapas más tem pranas del desarrollo y en las capas más pro­ dad no es así. El punto débil de su argum entación es que unifica en un so­
fundas del inconciente Melanie Klein sostiene que el paciente tiende a lo concepto dos procesos diam etralm ente opuestos: el acting out parcial
m anejar los conflictos que se reactivan en la trasferencia con los mismos que expresa la colaboración del paciente y el acting out excesivo que pone
métodos que usó en su pasado. Una de las tesis de este conciso y vigoroso en peligro el análisis. P ara referirse al acting out excesivo Rosenfeld
artículo es que la trasferencia no debe ser entendida sólo en térm inos de emplea la palabra disastrous, por demás expresiva.9 Las palabras «p ar­
las referencias directas al analista en el m aterial. En cuanto hunde sus cial» y «excesivo» implican diferencias cuantitativas; pero los conceptos
raíces en las etapas más tem pranas del desarrollo y brota de las capas de Rosenfeld son cualitativos, y más aún, diam etralm ente opuestos.
profundas del inconciente, la trasferencia es más ubicua de lo que suele Veo otro inconveniente en la clasificación de Rosenfeld y no creo que
creerse y se la puede extraer de lo que el analizado dice, de los aconteci­ sea de poca m onta: cuándo vamos a clasificar a un acting out de parcial о
mientos de su vida diaria y de todas sus relaciones. Estas relaciones, afir­ excesivo. ¿Vamos a decir, acaso, que si el paciente llega dos m inutos ta r­
m a Klein, tienen que ver con la trasferencia; y es aquí donde hace una re­ de el acting es parcial y si llega veinte m inutos tarde es excesivo? Yo creo
ferencia concreta al acting out: «Porque el analizado tiende a m anejar que lo que tenemos que com prender es la estructura de esta situación y
los conflictos y ansiedades reactualizados frente al analista con los mis­ no el aspecto fenomenològico de la tardanza: veinte m inutos y dos m inu­
mos métodos que usó en el pasado. Es decir, se aleja del analista como tos pueden tener el mismo valor metapsicológico, aunque tal vez en el
intentó alejarse de sus objetos prim arios; trata de disociar la relación con primer caso el resultado para la sesión sea disastrous y en el otro no. P or
él tom ándolo ya sea como una figura buena o mala: desvía algunos senti­ la índole misma de su clasificación, Rosenfeld está más expuesto de lo
mientos y actitudes vivenciadas con el analista sobre otras personas de su que él cree a juicios subjetivos e ideológicos.
vida corriente, y esto es parte del “ acting ou t” ».8 Apoyado en lo que dijo Klein en 1952, Rosenfeld considera que el p a­
Estas referencias son demasiado sucintas para saber qué piensa Klein ciente repite con el analista la m anera en que se alejó de su objeto prim a­
del acting out, pero se puede afirm ar que lo ve como una form a especial rio y agrega que el acting out será parcial o excesivo según el grado de
de trasferencia que lleva al analizado a alejarse del analista como se alejó hostilidad con que el niño se alejó inicialmente del pecho de la m adre.
de los objetos primarios. Aquí Rosenfeld hace una contribución interesante al señalar que del
urado de hostilidad con que el niño se aleje del pecho dependerá el desti­
no de sus futuras relaciones; pero creo que vuelve a equivocarse al pensar
que todo alejam iento es un acting out. Dentro de la teoría kleiniana, ale­
5. Acting out parcial y excesivo jarse del pecho m arca un m om ento culminante del desarrollo infantil, el
pasaje del pecho al pene; y, en cuanto proceso necesario de la m adura­
Con su erudición habitual pero con menos precisión que otras veces, ción, configura un acto norm al (y racional), nunca un acto neurótico o
Rosenfeld (1964o) aborda el tem a del acting out apoyado en Freud y un acting out. Lo que dijo Klein en 1952, es que el alejam iento del analis­
Klein. ta reproduce el alejamiento del objeto prim ario y ese especial tipo de
Leyendo a Freud en una form a determinada, como hacemos todo*, trasferencia es parte del acting out. Cuando se alcanza la posición depre-
Rosenfeld no duda ni por un m om ento que repetición, trasferencia y Kiva el sujeto no se «aíeja» del objeto sino que lo pierde y pena por él.
ting out son lo mismo. Resuelto drásticam ente este problem a, se le plan» Klein se refiere a un alejamiento agresivo, prem aturo y patológico, que
tea a Rosenfeld otro al modo de retorno de lo reprim ido, que lo lleva A чиропе abandonar al objeto por odio, con om nipotencia y desprecio. Yo
clasificar el acting out en parcial y excesivo. El acting out parcial n o lólo creo, por tanto, que sólo cuando el proceso norm al del duelo por el
es Inevitable sino de hecho una p arte esencial de un análisis efectivo y I pccho no se cumple el alejamiento debe conceptuarse como acting out.
lo cuando aum enta y se hace excesivo pone en peligro al paciente y di
análisis СPsychotic states, pág. 200). Para mantener su clasificación, Ro*
senfeld dirà que cuando Freud se declara partidario de reducir el actittÿ

7 V éut « T h l piycllO |#n«i» o í tic*», 1925 ( IVritings, vol. 1, pág. 115).


* W rtllnft, vol. 1, |И ф 1 1 А * l*n la versión espafiola se lee «un nefasto acting out».
Hay una tercera posibilidad que im porta el fracaso de los esfuerzos
del analista, cuando el poder del pasado olvidado o, más bien, de la fuer­
En el XXV Congreso Internacional, que tuvo lugar en Copenhague za de los impulsos reprimidos sobrepasa los límites impuestos a la acción
en julio de 1967, se realizó un simposio sobre A cting out and its role in m uscular. En la trasferencia, esto puede significar la ruptura de la alian­
the psychoanalytic process (El papel del acting out en el proceso psico­ za de tratam iento y el punto final del análisis. El otro inconveniente de
analítico), del que fueron relatores A nna Freud y León Grinberg y donde este tipo de acting out es que no se limita a la situación analítica e invade
participaron otros analistas de prim era línea. En la comunicación de A n­ la vida ordinaria del paciente, lo que puede ser muy peligroso.
na Freud la inquietud principal está puesta en la delimitación del concep­ En resumen, al ubicar el concepto de acting out en el marco de las
to, m ientras que el escrito de Grinberg aporta un rico material clínico co­ teorías clásicas al comienzo de la Prim era Guerra M undial, Anna Freud
mo punto de partida de una discusión teórica donde la angustia de sepa­ distingue tres tipos o grados, que tienen que ver con la intensidad de la
ración va a ser entendida como un factor decisivo, a la luz de la teoría de resistencia y la estabilidad de la alianza de tratam iento, intentando dar
la identificación proyectiva. coherencia al pensamiento de Freud de aquellos años. Aunque no hom o­
En su intento de esclarecimiento Anna Freud parte de un hecho histó­ logue la trasferencia con el acting out, com o Rosenfeld o Gioia, nuestra
rico cierto, los términos teóricos del psicoanálisis varían con la extensión autora tiene que establecer dos (o tres) categorías distintas de acting out,
de las teorías mismas, lo que no siempre advertimos al usarlos. Recuérde­ donde la prim era ayuda al tratam iento y la segunda daña.
se, dice A nna Freud, el destino contrario que tuvieron el concepto de Luego de sus porm enorizadas reflexiones sobre los orígenes del térmi­
trasferencia, que se fue expandiendo hasta llegar a significar todo lo que no, A nna Freud afirm a que el concepto de acting out tuvo que irse expa-
pasa entre analista y analizado, y el de complejo, que inicialmente abar­ diendo al compás de las nuevas teorías. En cuanto se afianza el principio
caba una amplísima gama de sucesos para quedar restringido con el paso técnico de que el análisis de la trasferencia es el campo fundam ental de la
del tiempo al Edipo y a la castración solamente. terapia analítica, se va abandonando insensiblemente la dialéctica de re­
En «Recordar, repetir y reelaborar», el acting out queda definido en cuerdo versus repetición porque prevalece el pensamiento de que repetir
contraposición al recuerdo como una apremiante urgencia de repetir el pasa­ en la trasferencia es la form a más idónea de recordar. Del mismo m odo,
do olvidado, no sólo reviviendo (re-living) las experiencias emocionales tras- la creciente im portancia que ha cobrado en el análisis contem poráneo la
feridas al analista sino también en todo el ámbito de la situación actual. Se relación del niño con la m adre en el estadio preedípico del desarrollo re­
entendía que el acting out remplazaba la capacidad o el deseo de recordar en fuerza la im portancia de la conducta m otora, pues esos hechos no fueron
función de la resistencia, de modo que cuanto mayor sea esta más extensa­ verbales y sólo pueden comunicarse con actos (re-enactemení).
mente remplazará el acting out al recuerdo (А Е У12, pág. 153). O tro factor que ha contribuido a am pliar el concepto de acting out es
A nna Freud considera que esta definición es clara si se la entiende en que las nuevas teorías de los instintos prestan más im portancia que antes
el marco de las teorías de la época, donde la recuperación de los recuer­ a ¡a agresión, la cual por definición se canaliza especialmente por el siste­
dos todavía ocupa un lugar im portante, ju n to al conflicto dinámico de la ma m uscular, esto es por la acción. También el desarrollo de la psicolo­
lucha de tendencias. A veces, el pasado olvidado o los derivados de la pul­ gía del yo y la atención creciente en su funcionamiento ha llevado a
sión podían obtenerse interpretándolos, de modo que ingresaran a la observar con más detenimiento la conducta y el carácter de nuestros ana­
conciencia alcanzando el nivel del proceso secundario. lizados; lo mismo que el análisis de niños, adolescentes y psicóticos, don­
Otras veces, en cambio, los contenidos psíquicos reprimidos sólo de los conflictos se canalizan frecuentemente por vía de la acción.
pueden obtenerse reviviéndolos (in the fo rm o f being re-lived) en la tras­
ferencia. «El resultado será ana repetición del pasado en la conducta, re*
petición empero sobre la cual las reglas analíticas tendrán vigencia»
(1968, pág. 166). En este caso el acting out se limita a la vivencia (nf- 7. Los aportes de Grinberg
experiencing) de los impulsos y afectos y al restablecimiento de las de
mandas y actitudes infantiles; pero se detiene justo antes de que aparezca Los aportes de Grinberg, sin duda los más novedosos del simposio, in­
la acción muscular, dejando intacta la alianza de trab ajo . «D entro de tentan explicar el acting out y dar cuenta de sus mecanismos específicos.
estas limitaciones, el acting out en la trasferencia fu e reconocido desde Grinberg empieza por señalar que más allá de las connotaciones pe­
los primeros tiempos como un agregado indispensable al recuerdo» yorativas del término que tienden a homologarlo con la mala conducta
(ibid.). Como en el caso anterior, el objetivo del analista es también aquí del analizado, lo cierto es que hay autores que señalan el carácter malig­
captar las reviví Mencione* (revivals) en cuanto emergen, ahora com o con > ne del acting out, mientras que otros subrayan su naturaleza comunicati­
dúctil, para interpretarle* Incorporando el material que viene del ello ft va y adaptativa. Se ocupará especialmente del acting out masivo, que
los confines del yo. provoca fuertes reacciones contratrasferenciales.
La angustia de separación en el origen del acting out fue señalada рог
varios autores de esa época, como Bion (1962b), Greenacre (1962) y Zac A partir de Fenichel, muchos autores señalaron la participación del
(1968).10 Grinberg sigue resueltamente esa línea y afirm a que una de las analista en el acting out, desde Bird (1957) a Rosenfeld (1964a), y Grin­
raíces esenciales del acting out parte de experiencias de separación y de berg concluye que «los modos de funcionam iento de la identificación
pérdida, que determ inaron en su m om ento duelos primitivos no elabora­ proyectiva y de la contraidentificación proyectiva configuran mecanis­
dos. Cuando este tipo de conflicto se reactualiza en la trasferencia, el mos esenciales en la dinámica del particular tipo de relación objetal que
analizado utiliza al analista como objeto (continente) donde vuelca el do­ se establece en los fenómenos de acting out» (Revista de Psicoanálisis,
lor de la separación y la pérdida; pero cuando el analista no está se tras­ pág. 693). P ara subrayar la peculiaridad de este fenómeno Zac (1968,
form a en un elemento beta que tiene que ser evacuado en otro objeto, 1970) dice plásticamente que el acting out inocula al receptor.
con lo que se configura el acting o u t.11 A veces, el objeto continente está Al resumir la dinámica del acting out masivo, Grinberg señala la intole­
representado por el propio cuerpo y entonces aparecen síntomas psicoso- rancia al dolor psíquico frente a la experiencia de pérdida, que busca una
m áticos o hipocondría como equivalentes del acting out. Cuando es un descarga a través de la identificación proyectiva en un objeto que puede
sueño lo que funciona de continente tenemos lo que Grinberg llama responder a su vez con una actuación. Son pacientes narcisistas que m an­
sueños evacuativos, muy distintos de los sueños elaborativos.12 tienen vínculos idealizados donde alternan la admiración, la avidez y la en­
Como se desprende de lo anterior, Grinberg considera que la idenfi- vidia. Combinan en sus mecanismos defensivos actitudes maníacas de-
cación proyectiva es el mecanismo básico del acting out, en cuanto per­ nigratorias con una disociación entre el aspecto om nipotente del self y el
mite evacuar en el objeto las partes del self que no se pueden contener y self más adaptado a la realidad, que pueden también calificarse de parte
tolerar. Si el analista es capaz de tolerar dentro de sí las proyecciones del psicòtica y neurótica respectivamente, siguiendo a Bion (1957). Este tipo
analizado y se las devuelve adecuadamente, el proceso analítico sigue su particular de relación de objeto es sumamente lábil y entra en crisis ante la
curso, con el consiguiente desarrollo del insight y la elaboración. En primera experiencia de pérdida y frustración, que lleva a evacuar en el ob­
otras circunstancias, sin embargo, el desenlace es diferente y, entonces, el jeto la porción del self que porta los sentimientos penosos (parte
acting out «se mantiene y se agrava por un déficit especial en el inter- neurótica). Si bien el acting out proporciona información, cuando el men­
juego trasferencia-contratrasferencia» (Grinberg, 1968, pág. 6 91 ).13 Va­ saje de la parte neurótica queda anulado por el ataque de la parte psicòti­
rios motivos pueden explicar esta falla del analista, desde su falta de rê­ ca, el acting out configura un tipo especialmente tenaz de resistencia.
verie y su complicidad inconciente hasta una severidad que lo lleva a El acting out, concluye Grinberg, se construye como un sueño, en
prohibir en lugar de comprender e interpretar; pero en todos los casos cuanto ciertos elementos de la realidad se trasform an regresivamente en
opera el mecanismo de la contraidentificación proyectiva descripto por el proceso primario. En este sentido, el acting out es como un sueño dram ati­
mismo Grinberg (1956, 1957, etc.). zado y actuado durante la vigilia, un sueño que no pudo ser soñado.
Grinberg recuerda lo dicho por Phyllis Greenacre en su trabajo al
Simposio de Boston de 1962 titulado «Problems of acting out in the
transference relationship», quien había llegado a conclusiones similares a
partir de un esquema referencial p or cierto bien distinto: «...se pone a
prueba al analista en un esfuerzo agotador para com probar hasta dónde
llega realmente el límite de su tolerancia. Este desempeño adquiere una
form a de pataleta, pero de una clase especial en la cual hay una impla­
cable dem anda de reciprocidad y de descarga a través de, o con el otro, el
analista. Comprendemos aquí una significación especial del término
identificación proyectiva. A veces existe claramente u n a fantasía de calti*
go detrás de esa provocación» (A developmental approach to problem*
o f acting out, 1978, pág. 223, traducción personal).

10 L oi •tornitilo* bete de Bion sólo sirven para la evacuación a través de la identified


d ò n proyectiva y l i producción de acting out.
A 1 |ш 1 и «oneluilonei liete Za c en el trabajo recíín citado, cuyo m aterial clinico 81
sum tm vnt* lluitratlvo,
11 G rlnbatg f /e f , (1947).
El trabajo da (iHnbng I f publicó en le Revista de Psicoanálisis y en el Internattonti
Journal di 1061,
54. Acting out (III) El Vocabulaire recuerda que Freud afirm a en el Esquema (1940o) que
es indeseable que el analizado actúe fuera de la trasferencia; y, por esto,
dicho sea de paso, recom endaba no tom ar decisiones im portantes duran­
te el tratam iento.
A continuación dice el Vocabulaire: «Una de las tareas del psicoaná­
lisis sería la de intentar basar la distinción entre trasferencia y acting
out en criterios diferentes a los puram ente técnicos o meram ente espa­
ciales (lo que ocurre en el despacho del analista o fuera del mismo); esto
En los dos capítulos anteriores intenté exponer el concepto de acting supondría, sobre todo, una nueva reflexión sobre los conceptos de
out con una perspectiva histórica que nos llevó desde el «Epílogo» de acción, de actualización y sobre lo que define los diferentes modos de
«Fragm ento de análisis de un caso de histeria» y «Recordar, repetir y re- comunicación.
elaborar» hasta el Simposio de Copenhague. Incluí en esa reseña una se­ »Sólo después de haber esclarecido en form a teórica las relaciones
rie de aportes de prim era magnitud pero no fui capaz de integrar otros entre el acting out y la trasferencia analítica, se podría investigar si las
que sé no menos im portantes. estructuras descubiertas son extrapolabas fuera de toda referencia a la
En el presente capítulo empezaré por citar las opiniones de Laplanche cura; es decir, preguntarse si los actos impulsivos de la vida cotidiana no
y Pontalis, que considero una contribución significativa para aproxim ar­ podrían explicarse en conexión con relaciones de tipo trasferencial»
se a este complejo concepto, y luego trataré de proponer una síntesis de (ibid. , pág. 8).
lo que se piensa actualmente del acting out —o al menos de lo que pienso He reproducido las ideas del Vocabulaire porque proponen, creo yo,
que se piensa— . todo un program a para reubicar conceptualmente el acting out, recono­
ciendo que es una tarea sumamente difícil en que se juntan las compleji­
dades de la teoría y las sutilezas de la praxis con no pocos prejuicios.

1. El concepto de acting out en el Vocabulaire


En su Vocabulaire de la psychanalyse Laplanche y Pontalis (1968) 2. Acting out y acción
consagran dos entradas al acting out, tratando de señalar los grandes
problemas teóricos que plantea este concepto y las ambigüedades que se No son para nada sencillas las relaciones entre acting out y acción.
advierten en todos los autores que lo trataron, sin excluir por cierto a Razón tenía H artm ann (1947) cuando afirm aba al comienzo de «On ra ­
Freud. A puntando a delimitar el concepto Laplanche y Pontalis propo­ tional and irrational action» que no teníamos entonces (y seguramente
nen esta definición: «Término utilizado en psicoanálisis p ara designar ac­ tam poco hoy) u n a teoría psicoanalítica sistemática de la acción. H art­
ciones que presentan casi siempre un carácter impulsivo relativamente mann señaló en su ensayo que toda acción nace del yo, aun las que res­
aislable en el curso de sus actividades, en contraste relativo con los siste» ponden a demandas instintivas y afectivas, y tiene siempre un objetivo.
mas de motivación habituales del individuo, y que adoptan a menudo De m odo que el remplazo de la respuesta m otora por acciones organiza­
una form a auto o hetero-agresiva. En el surgimiento del acting ou t el pii* das es una parte esencial del desarrollo del yo, del remplazo del principio
coanalista ve la señal de la emergencia de lo reprimido. Cuando aparece del placer por el principio de la realidad. Si bien toda acción tiene su pun­
en el curso de un análisis (ya sea dm ante la sesión o fuera de ella) el ac­ to de partida en el yo, se puede definir una acción com o racional cuando
ting ou t debe comprenderse en la conexión con la trasferencia y, a menu» tiene en cuenta los objetivos y la realidad en que debe alcanzárselos,
do, como una tentativa de desconocer radicalmente a esta». (Diccionario sopesando al mismo tiempo las consecuencias, sea a nivel conciente o
de psicoanálisis, pág. 6). preconciente, así como tam bién valorando equilibradamente los medios
Según esta definición, el acting out puede existir independientemente disponibles. La acción racional pertenece al reino del proceso secundario
del tratam iento psicoanalítico y, cuando aparece en el curso del análisll, y el mayor grado en que una conducta pueda ser calificada de racional es
puede ser dentro o fuera de la sesión. Además, durante el análisis el №
ting out está ligado в la trasferencia y a veces configura una tentativa di ilt ciertas personas a reproducir sus recuerdos olvidados, actitudes y conflictos por medio
desconocerla radicalm ente.1 d i la acción y no de las palabras, sin tener conciencia de lo que les pasa. Distinguen el acting
out en la trasferendo, cuando el destinatario es el analista, del acting out fu e ra de ia trasfe-
rrncla, donde el fenóm eno se dirige a otras personas pero permanece ligado a la situación
1 Jingllih y ta «и Dicrintiurio, consideran que trasferencia y acting o u t toit la analítica,
misma с о м . Йй iu tilo * w y , Mourc у И н г (1968) definen el acting out como la tendinei*
cuando no sólo es sintònica con la realidad objetivam ente, sino también logo» y tam bién después, en 1914, cuando dice que el paciente actúa en
subjetivamente (pág. 50). lugar de recordar. Es cierto que unos renglones después Freud dice que
Después del Congreso de Copenhague, Daniel Lagache (1968) se ocu­ este acting out es la form a que tiene el paciente de recordar, con lo que
pó de las complejas relaciones entre acting out y acción, señalando que acting out y trasferencia se superponen. Intentando resolver este dilema
no se puede caracterizar el acting out como una acción tendiente a des­ dije ya que la trasferencia y el acting out se originan en un mismo fenó­
cargar impulsos porque toda acción implica descarga de impulsos. El ac­ meno, la repetición; pero se diferencian por la intención2; la trasferencia
ting out se refiere a acciones concretas y particulares que responden a un repite para recordar, el acting out en lugar de. Si no se acepta esta dife­
determ inado modelo latente, porque «el acting out no es un modelo psi­ rencia, el acting out queda en el aire, pasa a ser un concepto fenom enolò­
cológico sino m etapsicológico...» (pág. 784). gico, un tipo especial de trasferencia que se hace a través de la acción,
El modelo metapsicológico del acting out para Lagache es la parada, pero que no tiene especificidad y queda fuera de la metapsicología. D eja­
es decir, una representación de fantasías o recuerdos inconcientes por me­ ré para más adelante las dificultades que mi propuesta plantea.
dio de actos que dejan traslucir lo que ocultan. Con el vocablo parada Al definir al acting out com o algo que se hace en lugar de no me re­
Lagache denota las intenciones de m ostrar y representar com o en la para­ fiero desde luego exclusivamente al recuerdo, porque como dice A nna
da m ilitar o en la representación teatral; y aun podría decir que emplea la Freud (1968) hemos cam biado en este punto desde 1914 y le damos más
palabra como cuando nosotros aludimos en lenguaje popular a alguien im portancia que antes al conflicto trasferencial (sin desconocer la histo­
que m uestra lo que no tiene. En contraposición a la parada del acting ria y los recuerdos), sino tam bién al insight y la elaboración. «En lugar
out, Lagache propone la acción verdadera que realiza las intenciones o b ­ de» lo entiendo como lo que se opone a la tarea del análisis, sea esta recu­
jetivas y racionales que m arcan la relación entre el agente y su acción. perar recuerdos, ganar insight o (como yo creo) las dos cosas.
Las precisiones de Lagache son valederas en cuanto sindican al acting Como vimos en su m om ento, muchos autores reconocen com o una
out como concepto metapsicológico; pero no me parece feliz referirlo a de las características definitorías del acting out el ataque a la tarea o al
una fantasia inconciente de parada. La parada es aplicable a la histeria y encuadre, pero pocos lo señalaron con más precisión que Leo Rangell
no al acting out. Lo que para mi los diferencia es que la intención comu­ (1968b) en el Simposio de Copenhague. El punto de partida de Rangell es
nicativa de la histeria no pertenece al acting out. Si lo seguimos a La­ que se im pone distinguir el acting out de las acciones neuróticas, concep­
gache, la histeria y el acting out se superponen. Yo creo que la especifici­ to por cierto más abarcativo, y propone definirlo com o «las acciones que
dad metapsicológica del acting out debe buscarse en las intenciones con el paciente emprende p ara resistir el avance del proceso terapéutico»
que se realiza esa acción, cuáles son los objetivos que persigue. No hay (pág. 195). Rangell cree (y desde luego también yo) que esta definición es
que confundir, pues, el acting out con el despliegue teatral, que siempre consistente con la prim era form ulación de Freud en 1905 cuando dice
tiene intención comunicativa. que D ora actuó sus recuerdos y fantasías en lugar de reproducirlos en la
También Leopold Beliak (1965) basa la definición del acting out en lo cura. Luego de discrim inar el acting out de otras conductas neuróticas en
m otor, en la acción, cuando dice que el acting out es una aserción somtU la form a que acabam os de hacerlo, Rangell define al acting out en estos
tica de un contenido no verbal (somatic statem ent o f non-verbal términos: «El acting out es, por tanto, un tipo específico de acción
content), aunque este autor borra por completo, me parece, la diferencia neurótica dirigido a interrum pir el proceso de lograr un efectivo insight
entre acto neurótico, síntoma m otor y acting out. que, por tanto, aparece especialmente en el curso del psicoanálisis pero
también en cualquier otra parte» (ibid., pág. 197).
Rangell cree que siempre que existe fuera de la situación analítica una
posibilidad de insight puede sobrevenir una respuesta análoga al acting out
3. Las intenciones del acting out en el análisis; pero yo creo que el proceso es más amplio y frecuente: siempre
que hacemos algo en lugar de la tarea que tenemos entre manos estamos
P ara delimitar el concepto he partido de una premisa simple, que to­ incursos en acting out. Sandler et al. (1973) también se muestran dispues­
do acting out es un acto neurótico (irracional) pero no todo acto neurótt tos a extender el concepto de acting a situaciones distintas del tratam iento
co es acting out. Se puede afirm ar, por cierto, que no hay diferendfi analitico, siempre que se adviertan los cambios de significado que tal ex­
entre conducta neurótica y acting out; pero, entonces, ¿para qué seguir tensión pueda acarrear. Otros autores, en cambio, M oore y Fine entre
hablando de acting out? Si aceptamos en cambio que los dos conceptee ellos, piensan que el térm ino pierde precisión fuera del contexto de la si­
son dlltintoi, surge lógicamente esta pregunta: ¿qué trai form a al №№ tuación analítica.
neurótico en acting out? Si aceptamos que el acting out es un acto neurótico que se hace «en
Para responder a esta pregunta que es tam bién definir el acting oul(
yo hago hincapié en la frtsc «en lugar de», que Freud emplea en el «bpi î «Intención» quiere decir deseo inconciente o fantasía inconciente.
lugar de» una determ inada tarea, entonces cualquier conducta que se h a­ sueño. Yo le dije que el sueño tenia que ver con la m asturbación y, como
ce en lugar de lo que corresponde será un acting out. Si la misma conduc­ el contenido manifiesto y alguna de sus escuetas asociaciones se referían al
ta cumple con lo propuesto, entonces ya no es un acting out. Así como la fin de semana, le sugerí que tal vez se había sentido solo los últimos días
perversión sólo se puede diagnosticar metapsicológicamente, lo mismo el y se había masturbado. Le diagnostiqué, entonces, a través del sueño, que
acting out: sólo va a ser acting out el que, más allá de la conducta neuró­ se había m asturbado y cuándo lo había hecho. Respondió él, con hum or,
tica que siempre implica, tenga la intención de oponerse a la tarea pro­ que si hubiera sabido cómo iba a interpretar su sueño no habría tenido
puesta (recordar, ganar insight, com unicar o lo que fuere). tantas dudas al llegar, porque venía con la idea de decirme que se había
De esta form a, el concepto de acting out se m antiene, sin subsumirlo m asturbado pero no se anim ó.
en el de conducta neurótica о de trasferencia, ubicado en otra posición, ¿En qué sentido puede decirse que contar este sueño es un acting out?
perteneciendo a otra clase. Es una forma especial de trasferencia, una Yo digo que es un acting out porque él (y no yo) sentía que debía contarme
clase especial de estrategia del yo. También la reacción terapéutica nega­ que se había m asturbado y contó el sueño en lugar de. Decir que él me con­
tiva es una parte de la trasferencia; pero, sin desconocerlo, se la estudia tó el sueño simplemente para colaborar conmigo sería ingenuo: él no pensó
en o tro nivel y con otra metodología. en principio que yo j o iba a descubrir. P or esto creo que la idea de repetir
en lugar de recordar Co de comunicar^ es lo que define el acting out.
El ejem plo me parece valedero y por varias razones, sobre todo por­
que m uestra que si ligamos conceptuálmente el acting out con un ataque
4. Acting out y comunicación a la tarea podemos diagnosticarlo con precisión y con precisión interpre­
tarlo. Porque es sencillo y risueño, este ejemplo nos pone a cubierto de
Sabemos com o analistas que toda conducta nos expresa y todo lo que desviaciones ideológicas, de admoniciones superyoicas y, tam bién, de ser
diga o haga me puede ser válidamente interpretado. Como siempre pode­ demasiado rutinarios y convencionales en nuestra labor. P or mucho que
mos interpretar algo a nuestros analizados (¡y a veces acertam os!) sole­ sepamos que el sueño es el cam ino más directo aJ inconciente (y entre pa­
mos olvidar que a veces el paciente tiene la intención de no comunicarnos réntesis el ejemplo lo confirm a una vez más) aquí resulta que contarlo es
n ada.3 C uando decíamos hace un m om ento que el acting out se opone a claramente un acting out si tom am os en cuenta las intenciones del anali­
la tarea del análisis, sea esta el insight y la elaboración y /o la recupera­ zado. Son las intenciones lo que para nosotros cuenta y no los resultados,
ción de los recuerdos olvidados, deberíamos haber agregado que también porque no somos behaviouristas.
se opone a la tarea de comunicarse. El ejemplo muestra, también, que no es la magnitud sino el sentido
P o r esto tiendo a separar conceptual mente el acting out de la histeria. lo que define el acting out. Por muy pequeño, insignificante e intrascen­
Porque no hay que confundir la actuación en el sentido de despliegue te dente que sea, este es un acting out porque así lo planeó el paciente, a
atral (o parada) con el acting out, que son cosas distintas. El histérico pesar de que le haya salido el tiro por la culata y al contar el sueño le per­
tiene tendencia a dram atizar; lo que implica comunicación; tanto es aií mitió al analista hablar no sólo dé la masturbación sino también del acting
que cuando un histérico actúa decimos que quiere llam ar la atención, que out.
se «m anda la parte». La teatralidad histérica no es auténtica porque sóle Interpretar el acting out en este caso es decir simplemente que cuenta
tiene la pretensión de impresionarnos, pero no carece de intención comu» el sueño p ara no hablar de la m asturbación. Esta interpretación no la dio
nicativa. El acting out, en cambio, no persigue fin alguno de comunica» el analista sino el paciente mismo, sin que esto cambie para nada la argu­
ción sino de descarga y de inoculación. mentación. L a interpretación del acting out es por lo generai previa a las
otras .(erTcuanto busca denunciar una falta de colaboración del analizado)
y restablecer por medios analíticos la alianza de trabajo. Como analistas
debemos ser muy tolerantes: pero nunca ingenuos. Una vez despejada es­
5. Un risueño caso clinico ta situación básica se abre el cam ino para otras interpretaciones, ya que
la situación analítica siempre es compleja y se rige por el principio de la
Hace muchos años, cuando tenía muy poca experiencia aunque era К múltiple función de Waelder (1936).
veces capaz de Interpretar un sueño sencillo, llegó un lunes a su sesión un C uando el analizado reconoció que habia contado el sueño para no
hombre Joven que tenía dificultades sexuales. Venía c o n ia idea de qu*. hablar de la m asturbación, yo pude interpretarle no sólo la necesidad de
debería contarme que le había m asturbado, lo cual no era por cierto gra-> «cuitar la m asturbación en térm inos de la trasferencia paterna (o m ater­
to peni 61. Dùitdló finalmente dejar de lado el engorroso tema y contó utt na, no recuerdo ya) sino tam bién el deseo de engañarme, que aparecía li­
gado a su convencimiento de que con un sueño siempre me dejaba con­
1 E l u O tr.ííH «jUí, ifltt tfttúfl» c|Ur íl acting out паз Inform a pero n« nos c o m u n ità tento y no corría ningún peligro. Sólo entonces pude decirle que tam bién
existía en él un deseo de hablar de la m asturbación y por eso contó el (1962a y b) sobre la naturaleza y el origen del pensam iento, a la que ya
sueño. Una tarea interpretativa correcta y completa no podría nunca li­ me referí anteriorm ente.
mitarse a interpretar el acting out sin ver tam bién este otro aspecto. Se­ Bion sostiene que el bebé nace con una preconcepción del pecho y,
ría, sin embargo, un grave error decirle, por ejemplo, que el sueño era «en cuando se encuentra con el pecho mismo (realization), se construye una
el fondo» un deseo de colaborar. Esta interpretación es a todas luces in­ concepción del pecho. Lo que va a determ inar el prim er pensamiento pa­
correcta y, para mí, im porta tanto como presentarse como un padre idea­ ra Bion es la ausencia del pecho.4 Frente a esta emergencia decisiva el be­
lizado que permite y estimula la m asturbación. En otras palabras, (ìtb bé tiene dos alternativas, tolerar o evitar la frustración (ausencia). Si el
[terpretar el acting o ü u esjjásicam ente atender a un fragm ento de la tras-: bebé evita la frustración trasform a el pecho ausente en un pecho malo
gerencia neaativa.)No hay que perder de vista que si el joven ejecutivo de presente y lo expulsa como un elemento beta. En cam bio, cuando es ca­
mi ejemplo hubiera pensado que yo iba a descubrir la m asturbación a paz de refrenar la acción y tolera la frustración reconociendo al pecho
través del sueño podría no haber hablado ni de la m asturbación ni del com o ausente, ha construido su prim er pensamiento.
sueño. Digamos, por último, que no anim arse a hablar de la m asturba­ El acto por el cual, en lugar de pensar el pecho bueno com o ausente se
ción no era tan sólo la expresión de su tem or a la castración frente al an a­ lo expulsa como pecho malo presente en form a de elemento beta es, para
lista como padre en la situación edipica directa, sino también un conflicto mí, {el prototipo del acting out.) De este m odo, y gracias a las ideas de
más hondo con la joven esposa que ansiaba quedar em barazada. El Bion, he podido proponer una explicación d el acting out de acuerdo con
sueño m ostraba claram ente que no quería asum ir su rol de padre con su lo que he ido exponiendo en estos capítulos.(El acting out queda así liga-)
m ujer para privarla de la m aternidad y que ese conflicto se reproducía do a una form a de m anejarse con la realidad Que recurre a la acción en)
también en la trasferencia en cuanto no me contaba que se había m astur- lugar de pensar) Esto concuerda tam bién con el Freud de los dos princi­
bado para esterilizarme com o analista. En este caso concreto, y en cuan­ pios (19116) que hace nacer el pensamiento de la retención de la carga, de
to la masturbación se realiza en lugar del coito, corresponde calificarla de una acción diferida. En el acting out sobreviene el proceso inverso, un
acting out, con lo que pretendo m ostrar que el concepto puede emplearse movimiento regresivo que va del pensam iento al acto (y no del acto al
tam bién fuera del análisis sin perder su precisión. pensamiento).
En conclusión, nuestro ejemplo pretende mostrar que se puede m an­ El acting out surge de un intento regresivo de convertir el pensamien­
tener el concepto de acting out sin caer en las desviaciones ideológicas o to en acto, en no-pensam iento. El acting out representa, pues, una form a
moralistas que tanto temen (y con razón) los que lo com baten. U na teo­ especial de acción que(no d d a desarrollarle! pensam iento, idea que tiene
ría, sin em bargo, no se puede descalificar porque exponga a desviaciones que ver con el aprendizaje de la experiencia, el crecimiento mental y el
ideológicas, ya que estas son inherentes a nuestros prejuicios y no a la te­ conocimiento objetivo de Popper (1972), esto es, en qué medida se puede
oría misma. utilizar la acción para testear la realidad y no para imponerle nuestras
(omnipotentes) «teorías».
De esta form a se me aclara, tam bién, lo que decia Melanie Klein en
1952: cuando el bebé se aleja del objeto prim ario es parte del acting out.
6. Acting out, lenguaje y pensamiento Yo entiendo ahora esta afirm ación en el sentido de que, al alejarse, el be­
bé no cumple con su tarea, porque la tarea de m am ar es, por cierto, la ta­
Cuando Greenacre (1950) señala que en el acting ou t hay una pertur­ rea por antonom asia, l a prototarea del crecimiento, no sólo en el hom bre
bación que com prende a la vez la acción y la palabra d a un paso decisivo sino en todos los m am íferos. Que el niño se aleje del pecho no será de por
para com prender este fenómeno. En el acting out, dice Greenacre, existe sí un acting out, porque puede haber muchas razones para ello; sólo
un trastorno en la relación del acto con el lenguaje y el pensamiento ver* podremos calificar de acting out la conducta del niño que se aleja del
bal. La acción suplanta al lenguaje y la descarga ocupa el lugar de la co­ pecho p ara n o m am ar. P or esto la genitalización precoz configura un ac­
municación y el pensamiento (ibid., pág. 458). El lenguaje sirve más a lfi ting out del desarrollo, m ientras que nunca lo será el pasaje norm al del
descarga que a la comunicación y su función se degrada poniéndose &1 pecho al pene. Coincido en esto con Rosenfeld (1964a) cuando subraya la
servicio de tendencias exhibicionistas (ibid., pág. 461). Aquí podría agre­ importancia de la hostilidad en el alejamiento del objeto en los casos que
garse que no es lólo por razones exhibicionistas que la función comuni* él llam a acting ou t excesivo.
cativa del len¡tunJo te trueca en acción, sino también p o i otros m o tiv a ,
como № a tn ü r o inocular oí objeto. ^O bsérvese la coincidencia de Bion en este p unto con L acan, p a ra quien tam bién la)
Otro tento pueri# decirte en cuanto a la relación del acting out у о! (¿usencia del objeto pone en m archa la cadena de m.eto n im ico sju e van
pensamiento- HI Acting out puede explicarse como una forma especial de ¡fslriicturar el orden simbòlici). Véase, por ejem plo, Lacan: «L 'instance de la lettre dans
ia patologia del ]№vwmipntu. Seguiré en este pumo la teoría de BlCHi l'inconscient ou la raison depuis Freud» (1937)
P ara term inar, quisiera dejarme llevar por una especulación. Melanie tir, m ientras que el juego posee un com ponente simbólico y elaborativo.
Klein aplicó su teoría de la envidia prim aria, ya lo veremos en los próxi­ A partir del proceso de splitting descripto por Klein, el niño proyecta en
mos capítulos, a la reacción terapéutica negativa; Bion le hizo jugar un su juego sus experiencias dolorosas y, consiguientemente, sus malas rela­
gran papel en la reversión de la perspectiva. Nadie ha tratado todavía de ciones de objeto. De esta form a, el acting out se relaciona con la proyec­
entender el acting out desde este ángulo, pero yo estoy convencido de ción y sólo puede ser corregido mediante el trabajo interpretativo del
que, cuando lo hagamos, comprenderemos m ejor las relaciones del ac­ analista, que brinda la oportunidad de poner en m archa el proceso de
ting out con los estados confusionales, que Rosenfeld señaló en 1964, elaboración. Gracias a este proceso, el acting out se sujeta a la contraca-
con la trasferencia negativa y con las dificultades innegables que propone texia ÿ se va trasform ando en proceso secundario.
al desarrollo del proceso analítico. En conclusión, para Lebovici, en el campo de la metapsicología, el
C uando en el capítulo 6 de E nvy and gratitude (1957) Melanie Klein acting out es un puente entre la acción y la fantasía de la elaboración del
expone las defensas contra la envidia, recuerda lo dicho un lustro antes impulso.
sobre el alejamiento del objeto prim ario y vincula más nítidamente la en­ El acting out es antes que nada una form a de defensa contra el impul­
vidia con el acting out y dice: « ...a mi juicio^en la medida que el acting so y, en segundo lugar, una defensa insuficientemente elaborada pues no
out se usa para evitar la integración,(se convierte en una defensâ)contra la conduce a la producción de fantasías; pero, en cuanto implica una organiza­
ansiedad que se despierta cuando se aceptan las partes envidiosas del ción rudimentaria del yo, posibilita la interpretación (ibid., págs. 204-5).
self» (cap. 6).
Las precisiones de Lebovici son realmente útiles para discriminar dos
niveles distintos de la actividad lúdicra del niño, que pueden caracterizar­
se clínica y metapsicológicamente sin incurrir para nada en desviaciones
7. Acting out y juego ideológicas. Son dos áreas que existen y hay que diferenciar no sólo en
nuestra teoría sino tam bién en la práctica.
Serge Lebovici participó en el Congreso de Copenhague con una ex­
posición concisa y convincente, donde se declara partidario de distinguir
el acting out com o una form a especial de la compulsión a repetir, recor­
dándonos Io que Freud (1940a) dice en el Esquem a y tom ando como pun­ 8. Acting out y desarrollo temprano
to de partida de sus reflexiones el sugestivo campo det análisis infantil.
C uando el juego del niño expresa el acting out, dice Lebovici, debe En el parágrafo anterior sugerí que el acting out hunde sus raíces en
entendérselo como un fenómeno resistencial, en esencia diferente del los primeros estadios del desarrollo y lo relacioné con la tarea por anto­
juego como m étodo infantil de elaborar las fantasías. La diferencia entre nomasia de todos los m am íferos, m am ar del pecho. Tal vez la prerrogati­
am bos, el juego en sentido estricto y el acting out, puede ser difícil, y más va (y la pesadumbre —decía Rubén D arío—) del H om o sapiens es m a­
difícil todavía cuando el analista participa sutilmente con un problema mar y pensar el pecho. Alejarse del pecho para no sentir el dolor de la
de contratrasferencia. A veces una interpretación en que se le dice al nifio ausencia y pensarlo es el prototipo del acting out. Propuse así discrimi­
«tienes miedo» y él puede m alentender por «no te anim as», conduce al nar, desde el comienzo, la acción del acting out como dos procesos pola­
acting out, com o pasa más de una vez, a juicio del autor, con las in­ res y antitéticos, como las dos form as con que se pueden enfrentar la rea­
terpretaciones de la técnica kleiniana. Dado que este tipo de malentendu lidad y la ausencia.
do tiene que ver con la inm adurez del aparato psíquico del niño, Leboviu De esta form a el concepto de acting out queda restringido a una acti­
se inclina por una variación técnica en que el analista asum a la fu ndó n tud m ental, la de no cumplir con la tarea em prendida, mientras que la ac­
superyoica de introducir ciertas restricciones, ya que el analista de ñifla* ción neurótica queda m ás bien caracterizada por la versatilidad que la lie­
debe considerar que es un adulto frente a un niño todavía im potente ül vi! de un objetivo a otro, desde luego con desmedro del funcionam iento
que tiene que conducir a las posibilidades constructivas de la elaboración mental y las relaciones de objeto.
secundarla (1968, pág. 203). Con arreglo a estas ideas se com prende, tam bién, que los medios pre-
Dejando de lado et problema de fondo que plantea Lebovici, y que : ■. vcrbales de comunicación no deben considerarse acting out. Al hablar de
viene dbcutiendo desde el Simposio sobre análisis infantil de 1927, según Itti construcciones tem pranas en el capítulo 28 expuse un material clínico
se muestra en ol capitulo 31, la conveniencia de distinguir el juego pi*t que trata de m ostrar cóm o se reproducen en la trasferencia los aconteci­
píamente díciio del acting out es a todas luces una precisión metodológí mientos significativos del primer año de la vida y los comparé con las for­
ca que yo apoya dcrMdnmente. man que asume el conflicto infantil. Dije entonces que el conflicto
Lebovtel id inclina « peiuitr que el acting out tiende solamente a fop* temprano se vehiculiza a través de la acción y lo contrapuse como pil-
cosis de trasferencia a la neurosis de trasferencia del conflicto infantil. analizado tom a conciencia de que el analista es alguien distinto y separa­
El m ayor inconveniente que yo le veo a mi propuesta es que obliga a do, que m arca el derrum be de la om nipotencia con gran ansiedad por la
discriminaciones a veces muy sutiles, más todavía sí se tiene en cuenta pérdida del self. En este m om ento, sigue Gaddini, el acting out puede
que, dado que un acto psíquico es siempre m ultideterm inado, el caso aum entar peligrosamente, y crece con él la posibilidad de que el analiza­
concreto nos confronta en el consultorio con una evaluación muy cuida­ do decida interrum pir el tratam iento.
dosa, frente a lo que hace el paciente, para distinguir cuánto hay de acto Sin que sea necesario discutir la teoría del desarrollo de Gaddini de­
neurótico, cuánto de acting out y cuánto, p o r fin, de comunicación no seo señalar las coincidencias de los dos tipos de acting out de este con
verbal. Puedo decir en mi descargo que delimitaciones tan difíciles como lo que yo trato de caracterizar como acción y acting out en las prim eras
esta se nos plantean perm anentem ente en nuestra praxis. etapas de la vida.
También Eugenio Gaddini en su relato sobre el acting out p ara el
Congreso de Helsinki de 1981 busca la explicación del acting out en las
etapas m ás tem pranas del desarrollo sin subestim ar, por cierto, la 9. A favor del acting out
influencia de las experiencias posteriores. Gaddini usa el térm ino acting
out con am plitud y no cree necesario discriminar acción y acting out, A lo largo de tod a mi exposición hemos tenido oportunidad de ver las
aunque distingue rigurosamente el acting out que facilita y prom ueve el más variadas líneas de pensamiento sobre el acting out. Luego de absol­
proceso analítico del acting out que va contra el proceso. (A este último ver posiciones en los dos últimos parágrafos, puedo ahora decir que
es al que yo propongo llam ar estrictamente acting out.) muchísimos autores señalaron, y con buenas razones, los aspectos positi­
En el comienzo fue el acto, decía Freud en Tótem y tabú (1912-13) y, vos del acting out.
parafraseándolo, Gaddini dice que en el comienzo fue el acting out. T an­ P ara Ekstein y Friedm an (1957) el acting out es u na form a de recuer­
to en el desarrollo tem prano cuanto en el proceso psicoanalítico el acting do experimental. Estos autores consideran que el acting out es un precur­
out puede estar al servicio del desarrollo regulando las tensiones o fun­ sor del pensamiento, una form a prim itiva de resolver problem as, y el
cionar com o una defensa contra el desarrollo y contra el proceso psico­ juego contiene los gérmenes del acting out y del pensam iento. El juego,
analítico, eliminando las tensiones en lugar de regularlas, m anteniendo sin em bargo, requiere un cierto grado de m aduración yoica y sólo es p o ­
un estado de no integración que contrarresta el proceso de integración e sible, entonces, cuando se ha logrado una suficiente integración del yo.
impidiendo, por fin, el reconocimiento objetivo de uno mismo. El acting Antes de que se pueda estructurar el juego existen precursores, que los
out defensivo tiende «a evitar el reconocimiento de la propia autonom ía autores llam an p la y action y play acting.
y la propia dependencia real. El acting out deja fuera la realidad, pues Al comienzo de la vida, la adaptación consiste en la descarga impulsi­
es mágico y om nipotente» (1981, pág. 1132). va inmediata. Estas acciones impulsivas del comienzo de la vida se van
Gaddini piensa que el acting out está más al servicio de las necesida­ trasform ando en p la y action (acción-juego) que es una acción diferida en
des que de los deseos y lo remite a la experiencia básica de la separación punto a la realidad, de m odo que com bina la cuasi gratificación del juego
del niño con su madre. «Tal experiencia tiene menos que ver con el m o ­ con un prim er intento de resolver el conflicto, A m edida que sigue su cre­
m ento en que la m adre deja de am am antar al bebé que con el momento cimiento, el niño va rem plazando el juego-acción por la fantasía y por
abrum ador en que el niño debe tom ar conciencia de su existencia separa­ formas más elevadas de pensamiento, mientras se acerca al reino del p ro ­
da y con la capacidad para enfrentar este cam bio» {ibid., pág. 1132). Es ceso secundario.
en ese m om ento que sobrevienen las angustias más fuertes, porque el ni­ De esta form a los autores proponen una interesante graduación en los
ño trata de restablecer mágicamente la situación perdida y surge la an ­ estadios del desarrollo m ental, que comienza en la acción inm ediata, si­
siedad ante una posible pérdida del self. Cuando el self se organiza en for­ gue con la acción-juego, pasa por la fantasía, la actuación de juego (play
ma patológica el yo puede sufrir una coerción de tal m agnitud que lo deja acting) y llega a la dem ora en la acción y la dirección adaptativa.
sometido a las necesidades om nipotentes del self. Sobre la base de este es­ Sobre la base de este esquema Ekstein y Friedm an consideran que el
quema del desarrollo psíquico tem prano, Gaddini puede discriminar ucting out tiene dos componentes: 1) recuerdo experimental, dirigido al
entre et acting out que se pone al servicio del proceso analítico del que lo pasado e inapropiado a la realidad y 2) pensamiento elemental y test de
interfiere, que define en estos términos: «El acting-out, estabilizado co* realidad, dirigido al futuro.
mo deftmtfi, IO utiliza para poner lodo el aparato ejecutivo, incluyendo la En el caso clínico que sirve de base a este trabajo, los autores par­
concbnelli, til icrviclo tie la autarquía mágica y om nipotente del self, en tieron del principio de que el acting out, la acción-juego y la actuación de
lugar de lervlr a In Autonomia» {ibid., pág. 1134). juego eran, m ás que sustitutos del recuerdo, representaciones experimen­
Oadúlnl (|i>? liny u n t fa se crucial en el análisis, cuando d tóles del recuerdo, una m anera prim itiva del yo de producir la recon»-
trucción (del pasado) al servicio de la adaptación (1957, págs. 627-8). to de acting out el de acting in, queriendo connotar de esta m anera lo que
En el Congreso de Am sterdam de 1965, Limentani presentó un traba­ pasa dentro o fuera de la sesión. En este giro es notoria la gravitación del
jo conciso y coherente donde propone re-evaluar el acting out en relación adverbio out, ya que se quiere discriminar entre el fenómeno que se p ro­
con el proceso de elaboración.5 Limentani destaca el deseo del analizado duce dentro (in) a fu e ra (out) de la sesión. La diferencia tiene solamente
de comunicarse con el analista de una manera que no sea verbal. Sin des­ un valor fenomenològico o mejor dicho espacial. No se advierten para
conocer los aspectos negativos del acting out, Limentani piensa que el nada especificaciones dinám icas, metapsicológicas. No parece ser muy
acting out que aparece durante el proceso de elaboración puede tener distinto que un candidato le pida prestado un libro a su analista didáctico
una función de ayuda para la m archa del proceso analitico. P or otra p ar­ al salir del consultorio o cuando lo encuentra en la Asociación. A lo su­
te, Limentani considera que, a veces, el acting out puede evitar una seria mo se podría argum entar que, en el prim er caso, el analista está en m ejo­
enferm edad psicosomàtica y que entonces se hace necesario tolerarlo, res condiciones para interpretar la conducta del candidato; pero es muy
dándole tiempo a que vaya decreciendo gradualm ente, sin que ello impli­ relativo: lo más probable es que, en am bos casos, el analista interprete en
que complacencia o complicidad. la sesión que sigue al pedido.7
Limentani concluye que el acting out es un fenómeno complejo del Este equívoco, sin em bargo, no puede im putársele a Meyer A. Zeligs,
que puede haber más de una explicación; pero, a diferencia de la p ro­ que en 1957 introdujo el térm ino acting in para destacar ciertas actitudes
puesta de este libro, no se inclina a establecer categorías metapsicológicas posturales del analizado durante la sesión, que ubica a medio camino
dentro de este complejo fenómeno. entre el acting out y los síntom as de conversión. Lo que el analizado hace
También Zac (1968, 1970) piensa que el acting out opera como una con su cüerpo y con sus actitudes posturales en la sesión es algo interme­
válvula de seguridad, que pone a cubierto del desastre, si bien este autor dio entre el acting out y el recuerdo (o la verbalización), en cuanto es una
no deja nunca de considerar que la función prim ordial del acting out es form a de no verbalizar o recordar, pero más cercana a la simbolización,
atacar el encuadre. al pensamiento verbal. A medio camino entre el proceso prim ario (acting
out) y el proceso secundario (pensamiento) el acting in sería un m om ento
de tránsito, un paso evolutivo.
La propuesta de Zeligs sólo ha sido recogida por algunos autores; pero,
10. Acting out y acting in en general, no se la acepta, quizá p or los equívocos lingüísticos que m en­
cioné al comienzo y seguramente también porque la caracterización metap-
La palabra alemana agieren se tradujo al inglés por acting oui, que tu­ sicológica que propone no resulta muy convincente. De hecho, la necesi­
vo buena fortuna y fue adoptada por los analistas de lenguas romances. dad de prestar atención a las conductas del paciente y analizarlas nos viene
El verbo to act tiene en inglés varias acepciones, como ejecutar una de los autores clásicos y ocupó un lugar central en la técnica de Reich.
acción, funcionar adecuadamente, representar un papel en el teatro y si­ Una posición distinta a la de Zeligs es la de Rosen (1963, 1965) para
m ular.6 El adverbio out, por su parte, significa afuera y se utiliza para se­ quien el acting in caracteriza el fenómeno psicòtico, donde las acciones
ñalar la idea de distancia {he lives out in the country), apertura o libera­ externas surgen como respuesta a deseos y sueños del sujeto, sin contacto
ción {the secret is out, es decir descubierto), extinción o agotamiento ( the con la realidad. P ara Rosen la preposición «in» significa, entonces, lo
fir e has burnt out: el fuego ardió hasta extinguirse), hasta el final, que viene de adentro y desconoce la realidad. Según esta propuesta el ac­
completamente {he’ll be here before the week is out), error {I'm out in ting out debe reservarse para el fenómeno neurótico. Rosen llega a decir
m y calculations: me equivoqué en mis cálculos), claridad {speak out'. que el acting in se coordina con el acting out en la misma form a en que el
hable claro), etcétera. proceso prim ario con el proceso secundario o el inconciente con la con­
Estas múltiples significaciones del verbo compuesto to act o u t contri­ ciencia (1965, pág. 20). De esta form a, el fenómeno neurótico del acting
buyeron sin duda a que sean frecuentes los equívocos cuando se usa esta out se superpone a la acción racional y conciente.
expresión en psicoanálisis, aunque yo me inclino a pensar que la dificultad Rosen com para la psicosis con una pesadilla y entiende por acting in un
es mAs profunda y tiene que ver con la ambigüedad del concepto mismo, peculiar tipo de conducta en que el sujeto está preocupado con los aconte­
como temblón sostienen Laplanche y Pontalis y más recientemente Dota cimientos de su ambiente interno, que es un m undo oniroide, sin recibir
Bocsky (1981) en su documentado estudio para el Congreso de Helsinki» influencia alguna de los acontecimientos del ambiente externo. A esto le
Un tipleo equivoco en este sentido es cuando se contrapone al сопевр- llama Rosen acting in. Acting in es actuar como en un sueño, con referen-

1 «A re-wfttUAtldn o r « t i n i out in relation to w orking-through», International Juuf 7 Se entiende que este ejem plo es esquemático y presupone que el pedido sea efectiva­
nal, 19M. mente un acting out (lo q u e sólo podrfa afirm arse sobre la base del m aterial inconciente) y
4 Son lt£ t & f p t lu n n q ttt »ti [b e a d v a n m l learner's dictionary o f current iVig/irt d r d u t las otras variables fueran idénticas.
A .S . H o r iiliy , 1* V <líifc iü v if И W a k rfirk !
cia a un medio ambiente interno, desgajado por completo de la realidad. sísticas de tener con nosotros un analizado «bueno». Si reconocemos en
Rosen afirma que ese medio ambiente interno es la madre y esto lo condu­ cambio dos modalidades objetivas en nuestros pacientes y en nuestra
ce a su modo especial de tratar al psicòtico, el direct analysis, donde el mé­ praxis, frente a las cuales debemos aplicar rectamente nuestros im par­
dico asume el papel de una m adre adoptiva {foster m other). ciales instrum entos de trabajo, entonces la clasificación de bueno y malo
es científica, se refiere a los hechos y nos confronta con nuestro cotidiano
quehacer. Cuando el hematólogo dice que el recuento globular «está
mal» no se refiere al mal com portam iento del paciente o de sus eritroci­
11. Una propuesta de síntesis tos sino simplemente al hecho objetivo de que el núm ero de hematíes se
aparta de la norm a.
Después de haber recorrido el arduo camino de las controversias P o r muchas discusiones que haya sobre el desarrollo tem prano, todos
sobre el acting out me gustaría proponer una síntesis final de este tem a estamos de acuerdo que en esa etapa no existe un lenguaje verbal articu­
apasionante. lado y tam poco lo vamos a encontrar cuando se reproduce en la trasfe­
A pesar de las imprecisiones que lo envuelven, a pesar de ser contra­ rencia. Si esto es así, pretender que el analizado nos comunique algo por
dictorio y de estar sobrecargado de prejuicios y connotaciones ideológi­ definición inefable sería a la par necio y cruel. P ara operar como analis­
cas, el térm ino acting out sigue presente en el lenguaje ordinario de todos tas, entonces, tendremos que com prender este tipo de mensaje y devol­
los analistas y el concepto se discute una y otra vez en reuniones científi­ vérselo de alguna m anera al analizado, sabiendo que él se está com uni­
cas de todo nivel. Esta vigencia real y perdurable apoya la idea de que el cando en la única y por tanto la m ejor forma posible.
acting out es un concepto básico de la teoría psicoanalítica y debe m ante­ Algo polarm ente distinto es el otro tipo de acting out, o acting out a
nérselo, para lo cual es necesario redefínirlo en términos metapsicológi- secas, donde la acción aparece en lugar de la comunicación, el pensa­
cos, no simplemente de conducta. miento y /o el recuerdo. Aquí hay una intención (en el sentido de fantasía
El nom bre y el concepto de acting out están indisolublemente ligados inconciente) que va en contra de lo convenido y lo acordado. Desde este
a la acción, aun para el caso particular en que el acting out pueda consis­ punto de vista, el acting out queda definido como una acción hecha «en
tir en no hacer concretamente algo. Debe incluírselo, por lo tanto, en la ca­ lugar de» la tarea que se tiene que realizar. Esta tarea, para el caso del
tegoría, más amplia, de los actos neuróticos. T oda acción que, por obra análisis, será alcanzar el insight; pero también se puede afirm ar que el ac­
y gracia del conflicto, se desvía de los fines propuestos y de los objetivos ting out se opone al recuerdo, al pensamiento, a la comunicación о que
confesados es un acto neurótico. El acting out, desde luego, participa de ataca al encuadre o la alianza terapéutica, según sean nuestras predilec­
estas características, pero tiene otras que lo restringen y lo discriminan: ciones teóricas. En este sentido el acting out es un recurso regresivo que
todo acting out es un acto neurótico pero no todo acto neurótico es un se instrum enta para interferir con la tarea. El movimiento regresivo que
acting out. va del pensamiento al acto, del verbo al no-pensamiento es om nipotente
En tanto acto neurótico, el acting out depende del conflicto pero esla y omnisciente, sirve al narcisismo y no a la relación de objeto, quiere vol­
conflicto asume rasgos específicos por cuanto (consiste básicamente en) ver atrás en lugar de buscar el crecimiento o el desarrollo. Según los auto­
que el pensamiento)y)'el recuerdo, la comunicación y el verbo) quedan res esta m odalidad operativa podrá explicarse p o r la m ala relación con el
remplazados por la acción. pecho, donde juega un papel im portante la envidia prim aria, por dificul­
En este punto surge la m ayor controversia, ya que el remplazo de 1& tades en el proceso de individuación o con otros esquemas doctrinarios;
palabra por el acto puede ser un medio de expresarse o todo lo contrario. pero siempre quedará en pie que se trata de un movimiento regresivo que
Si aplicamos para estas dos finalidades el término acting out, como pare* reconduce del pensamiento al acto.
ce ser la preferente inclinación de la m ayoría de los autores, entonces te­ Por últim o, el acting out debe considerarse como una. form a especial
nemos por fuerza que discriminar dos tipos de acting out, el que favorece de trasferencia en cuanto confunde el pasado con el presente y opera a ni­
la comunicación, reconoce la relación de objeto y está al servicio de la in­ vel del proceso prim ario; pero, a diferencia de otras modalidades del mis­
tegración y el desarrollo, y el que se opone a esos fines buscando perpe* mo fenòm eno, (esta busca desconocer la relación, llevarla p o r o tros сагпь)
tuar la om nipotencia, la omnisciencia y el narcisism o. .ñós^ h acia otro destino jE l hecho cierto de que el acting out no sea otra
SI InduImCM am bas alternativas en el concepto de acting out parece cosa que un aspecto de la trasferencia no debe llevarnos a olvidar su espe­
que hacemos m&l Justicia a la innegable complejidad de los fenómenos, cificidad, del mismo modo que nadie duda que la reacción terapéutica
al par quo tïOS ponemos a cubierto de las valoraciones ideológicas que negativa es una m odalidad del vínculo trasferencial, pero todos conside­
pueden HavimiO* « calificar la conducta del analizado en buena y mala ramos que vale la pena respetar su autonom ía.
Esta caliiWífrimi, empero, ló lo ei ideológica si la sancionam os desde eJ
egocentrismo d*> m in tro curandis, de nuestras necesidades narci<
El progreso en el estudio del superyó y, por otra parte, la m ayor aten­
ción que se le ha ido dando a la RTN, son hechos que llevan a pensar que
sentimiento de culpa y RTN no son superponibles com o Freud los define
en un primer m om ento. A hora sabemos, efectivamente, que la RTN
puede asumir formas diversas y reconocer causas múltiples. Algunos
autores como Sandler et al., sin embargo, prefieren reservar la denom i­
nación de RTN al fenómeno clínico descripto inicialmente en E ! y o y e!
ello, esto es a la reaparición de los síntomas que proviene de la culpa ge­
nerada por una atm ósfera de aliento, optimismo y aprobación (1973,
1. Reacción terapéutica negativa y sentimiento de culpa págs. 92-3 de la versión inglesa; pág. 80 de la versión castellana).

La reacción terapéutica negativa (RTN) es un concepto más claio y me­


nos controvertido que el de acting out. El acting out es, ya lo hemos vis­
to, un concepto difícil de asir, de delimitar; el de RTN, en cambio, gra­ 2. El masoquismo del yo
cias a la form a magistral en que Freud lo expuso en 1923, resulta claro, lo
que permite un punto de partida firme para la discusión. La RTN ingresa en el cuerpo de teorías psicoanalíticas en 1923, pero
En el quinto capítulo de E l y o y el ello, «Las servidumbres del yo», la idea puede rastrearse en otros escritos antes de esa fecha y se la va a ver
Freud dice que ciertos pacientes no toleran el progreso del tratam iento o aparecer también después en los escritos de Freud y otros psicoanalistas.
las palabras de estímulo que, en un momento dado, puede creer el analis­ E n «El problem a económico del masoquism o», escrito un año des­
ta que corresponde ofrecerles, y reaccionan en una forma contraria a lo pués, Freud precisó algunos de sus puntos de vista. Señala que hablar de
esperado. Esta reacción no sólo surge cuando se Ies dice algo positivo res­ un sentim iento inconciente de culpa ofrece ciertas dificultades, ya que los
pecto a la m archa del tratam iento sino también cuando se ha realizado pacientes no adm iten así no más que puedan albergar en su interior una
algún avance en el análisis. En el m om ento en que queda resuelto un culpa que no perciben y por otra parte, hablando con propiedad, no exis­
problem a o vencida una resistencia, la respuesta del analizado, en lugar ten sentimientos en el sistema lee. P or estas razones Freud se inclina a
de ser una vivencia de progreso y de alivio, es todo lo contrarío. Son per­ cambiar la nom enclatura anterior y habla no de sentimiento de culpa si­
sonas, dice Freud, que no pueden tolerar ningún tipo de elogio o de apre­ no de [necesidad de castigo■)
cio, y responden en forma inversa a todo progreso de la cura. Estos dos conceptos, sigue Freud, no son totalm ente superponibles,
Freud introduce el concepto que estamos estudiando para explicar la porque el sentimiento de culpa tiene que ver con la severidad o el sadismo
acción del superyó y dice que este tipo de reacción está indisolublemente del superyó, m ientras la necesidad de castigo alude al masoquismo del
ligado al sentimiento de culpa, que opera a partir de una acción super- yo, si bien es obvio que estas dos características van siempre en alguna
yoica. Lo que conduce a esta respuesta contradictoria en el paciente, que m edida juntas. ,
em peora cuando tendría (para decirlo en términos superyoicos) todo el De todos modos, cuando Freud hace hincapié en que la RTN está vin­
derecho a m ejorar, es pues el superyó, que no le asigna ese derecho. La culada al m asoquismo del yo, abre otra perspectiva, porque entonces se
idea de que la reacción terapéutica negativa está vinculada al sentimiento puede discriminar entre el sentimiento de culpa y la necesidad de castigo.
de culpa es básica, pues, en el pensamiento de Freud. Como ya había observado Freud en 1916 en «Algunos tipos de carácter
Es gracias a la recién nacida teoría estructural que Freud puede expli­ dilucidados por el trabajo psicoanalítico», la necesidad de castigo es ju s­
car la extraña actitud de esas personas que se com portan en el tratam ien­ tamente una form a de defenderse del sentimiento de culpa: es para no te­
to de m anera por demás peculiar, de modo que empeoran cuando están ner el sentimiento de culpa, para no asum irlo, que uno prefiere castigar­
dadas las condiciones de un progreso. Algo se opone en ellos al avance, se. De aquí que una conciencia de culpa exacerbada puede llevar al sujeto
algo los lleva a ver la cura com o si fuera un peligro; y esa actitud no cam* al delito. «Por paradójico que pueda sonar, debo sostener que ahí la con­
bia luego de haber analizado la rebeldía en la trasferencia, el narcisismo y ciencia de culpa preexistía a la falta, que no procedía de esta, sino que, a
el beneficio lecundario de la enferm edad. Freud concluye entonces que la la inversa, la falta provenía de la conciencia de culpa» (A E, 14, pág.
«rpHeiiclAn (ib Encuentra en un fa ctor m oral, en up sentimiento delculpa) 338). Y agrega a renglón seguido que el trabajo analítico m uestra u n a y
¿lu cjp E f l t l l l V i g g l j ft.cnferm cdadjy que —en cuanto heredero de la reía* otra vez que ese sentimiento de culpa brota del complejo de Edipo. Fren­
cióñ con el pfiílre proviene de la angustia de castración, si bien quedan te a ese crimen doble y terrible de m atar al padre y poseer a la m adre,
en ¿I contenldlll III flltÿllltla del nacimiento y la angustia de la separación concluye Freud, el delito realmente cometido siempre será de muy poca
de la m adre protrtMom, monta.
En el artículo de 1916 Freud no sólo da este giro copernicano de la 4. Instinto de muerte y RTN
culpa al delito sino que tam bién establece una conexión entre fracaso y
sentimiento de culpa, ilustrando su tesis con el M acbeth de Shakespeare y Del quinto capítulo de E l y o y el ello a «El problem a económico del
con la Rebeca Gamvik del dram a de Ibsen. La relación entre el triunfo y masoquismo» no hay un cambio teórico decisivo sino, más bien, preci­
la culpa está también implicita en el trabajo de 1923 y en todo lo que va­ siones dentro de la recién forjada teoría estructural: la RTN se debe tanto
mos a ver a continuación, porque la RTN lleva siempre la m arca del al sadismo del superyó como al m asoquism o del yo; si aquel tiene que ver
triunfo y la derrota. principalmente con el sentimiento (inconciente) de culpa, este se refiere
al masoquismo m oral que, al fin y al cabo, es la versión yoica de la cul­
pa. En sus escritos posteriores, Freud volvió al tem a en varias oportuni­
dades.
3. Las primeras referencias En E l malestar en la cultura (1930ü), Freud entiende la civilización
con la perspectiva de la lucha entre eros y tánatos. La agresión, dice al fi­
Freud describió la RTN en 1923, pero la descubrió antes, y es fácil ad­ nal del capítulo VI, es una disposición instintiva original en el ser hum a­
vertir, por otra parte, que los psicoanalistas de los años diez percibían no y constituye el m ayor impedimento en el desarrollo de la civilización.
con nitidez en algunos de sus enfermos esa conducta singular que sólo en La civilización es un proceso que está al servicio de eros, cuya tendencia
la década siguiente habría de tipificarse. es unir y com binar a los hombres entre sí en familias, pueblos y naciones;
En «Recordar, repetir y reelaborar» (1914#), por ejemplo, Freud se pero el instinto agresivo propio de la naturaleza hum ana se opone al
refiere a los inevitables em peoramientos durante la cura y advierte que la program a civilizador, poniendo al hom bre contra todos los hombres y a
resistencia del paciente puede utilizarlos para sus propósitos. En estos co­ todos los hombres contra él.
m entarios hay sin duda una referencia al concepto, pero no es clara como En el capítulo siguiente Freud expone el m étodo a su juicio más im­
cuando aparece en el capítulo VI, «La neurosis obsesiva», del «Hom bre portante para inhibir la innata agresividad hum ana, y es introyectarla,
de los L obos».1 AUí señala Freud que, a los 10 años, y gracias a la internalizarla, m andarla de nuevo a donde se originó, esto es al yo. Una
influencia de su preceptor alemán, el paciente abandonó la práctica de la parte del yo la tom a a su cargo y, convertida en superyó, se coloca frente
crueldad con pequeños animales no sin antes reforzar por un tiempo esta al resto y lo am enaza con la misma hostilidad que antes ese yo dirigió
tendencia. Y agrega Freud: «También en el tratam iento analítico se com­ contra los demás. La tensión entre el severo superyó y el yo que a él se le
portaba de igual modo, desarrollando una “ reacción negativa” pasajera; somete se llama sentim iento de culpa, que se exterioriza com o necesidad
tras cada solución terminante, intentaba por breve lapso negar su efecto de castigo.
mediante un empeoramiento del síntoma solucionado» (A E , 17, pág. 65). El capítulo XXXII de las Nuevas conferencias de introducción (1933a),
En 1919 A braham se refirió al mismo tipo de problemas en un artícu­ que trata de la angustia, confirma la definición de 1923 y dice que las per­
lo adm irable, «U na forma particular de resistencia neurótica contra el sonas en que el sentimiento de culpa es extremadamente fuerte exhiben en
m étodo psicoanalítico». Su reflexión se endereza a la especial dificultad el tratamiento analítico la RTN frente a cada progreso de la cura.
de algunos pacientes que no pueden asumir su carácter de tales y que per­ C uando al final de su larga investigación escribe Freud «Análisis ter­
manentemente cuestionan y desconocen la función del analista. Dice minable e interm inable» (1937c), vuelve a señalar la im portancia del sen­
A braham , gráficamente, que estas personas no pueden com prender que timiento de culpa y la necesidad de castigo entre los factores que dificul­
la finalidad del tratam iento es la curación de su neurosis, y señala que el tan el buen éxito del análisis y pueden hacerlo interm inable. M enciona
narcisismo (y el am or propio como un aspecto del narcisismo), la rivali­ allí nuevamente el m asoquism o, la RTN y el sentim iento de culpa para
dad competitiva y la envidia son fuerzas impulsoras im portantes en ei de­ concluir que no es posible ya seguir afirm ando que los fenómenos psí­
sarrollo de este tipo de reacciones, que hacen muy difícil el análisis. quicos se hallen exclusivamente dom inados p o r la tendencia al placer.
Simultáneamente con otros autores de esa época, como Ferenczi, Jones, «Estos fenómenos apuntan de m anera inequívoca a la presencia en la vi­
Glover y Alexander, Abraham abre con este ensayo la teoría del carácter que lla anímica de un poder que, por sus metas, llamamos pulsión de agresión
va a desarrollar luego Wilhelm Reich, y pone al mismo tiempo la simiente o destrucción y derivamos de la pulsión de m uerte originaria, propia de
para lot Cltutiloi do la RTN que Freud después habrá de continuar. la m ateria anim ada» (AE , 23, pág. 244).
Vemos, pues, que Freud m antiene a lo largo de su obra sus ideas del
comienzo, pero se inclina cada vez más a entender la RTN como una expre­
sión del instinto de muerte.

1 El h iltu iltl Ills m 1Ч1Н; ptro, c d itiu es sabido, Freud lo redactó eo 1914.
radójico. Es lógico que cuando el analista le revela algo desagradable, el
analizado aum ente su resistencia y su hostilidad. Esta reacción, sin em­
En 1936 aparecen los trabajos de Karen Horney y de Joan Rivière bargo, ni para el analista ni para el analizado está fuera de lo esperado;
sobre la RTN, que contienen aportes significativos. y, por lo demás, el adelanto persiste, no queda anulado, si bien la resis­
En «The problem o f the negative therapeutic reaction», H orney seña­ tencia puede haber aum entado transitoriam ente. El paciente puede
la, en prim er lugar, que no hay que confundir la RTN con cualquier rechazar la interpretación o considerarla errónea o agresiva, sin que por
retroceso en la cura psicoanalítica. Es esta, a mí juicio, una precisión im­ ello anule necesariamente lo que le fue interpretado. En la RTN, en cam­
portante. Cuando la olvidamos, el concepto se diluye y se olvida la clara bio, la interpretación es reconocidam ente eficaz en un prim er momento
postulación freudiana. P or definición, el tratam iento psicoanalítico pero luego opera en sentido contrario. La diferencia es notoria, lo cual
avanza y retrocede, se ubica siempre en la dialéctica de progresión y no quita que frente al m aterial clínico pueda ser difícil establecerla. A ve­
regresión: mal podría decirse, entonces, que todo retroceso es una RTN ces las dos formas de reacción coinciden, se superponen; y entonces
si decimos que el proceso analítico necesita de la progresión y de la habrá que pesar el porcentaje de una y otra. Si el analizado se siente doli­
regresión. No podem os pues fundar el concepto de RTN en que el anali­ do porque le interpretaron la hom osexualidad, su tendencia al robo o sus
zado empeore. L a característica que señala Karen Horney siguiendo a deseos incestuosos, su reacción negativa es comprensible y la tarea del
Freud (y que después va a retom ar Melanie Klein) es que se trata de un analista no será tan difícil; consistirá en cierto m odo en darle tiem po pa­
em peoram iento paradójico, que sobreviene en el m om ento en que de­ ra que vaya elaborando su resistencia, como decía Freud en 1914. En el
biera existir un progreso o, más aún, com o ella misma subraya, en el mo­ otro caso la actividad interpretativa tiene que ser más definida y precisa,
m ento en que ha sobrevenido un progreso. porque estamos ante un problem a m ayor. En otras palabras, la RTN no
O tro aporte de Horney es que centra su estudio en la respuesta del pa­ tiene que ver con el contenido de la interpretación sino con su efecto. Es­
ciente a la interpretación. Esto tiene que ver con la form a en que yo per­ ta diferencia es para mi decisiva.
sonalm ente caracterizo a la RTN, algo que depende de los logros. La
RTN sólo es posible cuando la tarea ha sido cum plida, cuando hay un
logro. Es im portante señalar que este logro es reconocido p o r lo general
p or am bas partes; pero lo decisivo es que e! paciente lo reconoce com o tal 6. Los impulsos agresivos en la reacción terapéutica negativa
en alguna form a, explícitamente diciendo que la interpretación es correc­
ta, o en form a implícita porque tiene una sensación de alivio o porque Vimos que la reflexión freudiana se fue acercando gradualmente a una
registra un cambio positivo. Es justam ente a partir de ese m om ento de concepción más pulsional de la RTN, sin por cierto desdecirse de su prime­
alivio y progreso que empieza una crítica dem oledora por parte del pa­ ra explicación estructural (sentimiento de culpa). El mismo derrotero toma
ciente, que lleva a veces casi instantáneam ente a una situación paradóji­ Horney cuando estudia en su ensayo las raíces pulsionales de la RTN.
ca: lo que un momento antes había aliviado, resulta ah o ra una por­ H orney piensa que la RTN germina en un cierto tipo de persona, no
quería; y hay que decirlo con estos términos no muy académicos porque, en todas, y son aquellas en que predom inan el narcisismo y los rasgos sa-
en realidad, com o señaló A braham (1919e), el sadismo anal está muy li­ dom asoquistas, lo que condiciona una respuesta distorsionada frente a la
gado a este tipo de crítica dem oledora. El instrum ento que trasform a el interpretación, que los lleva a competir con el analista. Son pacientes que
logro en desastre es principalmente, pues, el sadismo anal, aunque por tienen m ucha rivalidad y rivalizan con el analista, un rasgo caracterológi-
cierto nadie discute que el sadismo oral tam bién está en juego, como el co ya estudiado p o r A braham en su ensayo de 1919, que lo remitía a la
mismo A braham lo dijo en otros trabajos de la misma época. envidia y al sadismo anal.
H om ey define, pues, dos características fundamentales: I) que hay Junto a la intensa rivalidad, y dependiendo en gran medida de ella,
que estudiar la R TN con referencia al desarrollo de la labor analítica y en estos pacientes son muy sensibles a todo lo que pueda dañar su autoesti­
especial a cómo responde el paciente a la interpretación y 2) que el concepto ma y aum entar su sentimiento de culpa. P o r esto tienden a sentir la in­
debe quedar circunscripto a los em peoramientos injustificados e ines- terpretación como algo que los disminuye o los acusa. Se cumple en ellos
poradoi. Tal voz la palabra m ás precisa para describir el fenómeno sea la regla general según la cual la falta de autoestim a y el sentim iento de
paradójico, culpa se potencian m utuam ente. De ahí a sentirse rechazado y mal
No alempr« « fácil, por cierto, decidir si la respuesta del paciente es com prendido no hay más que un paso.
lógico 0 paradójica. Nunca las cosas en la clinica son esquemáticas; pero, El corolario de esta compleja estructura caracterológica es que el
de todoa m udoi, ¡o que hace suetancialmente al espíritu de la RTN es que progreso y el triunfo implican un riesgo demasiado grande. El paciente
trasforma lo tweim rn malo. Muy que deslindar entonces, frente a un cm* teme despertar la rivalidad de los demás si progresa y se siente despre­
peommlenífi (!йГО!Ш№к>| hay de lógico en ese retroceso y qué de pa« ciado si fracasa.
En resumen, podem os sintetizar los aportes de Joan Rivière diciendo
que la RTN opera como una form a de control para evitar la catástrofe de
El otro gran trabajo de 1936 es el de Joan Rivière, «A contribution to la posición depresiva, y este control tenemos que entenderlo como el ins­
the analysis of the negative therapeutic reaction», que se apoya resuelta­ trum ento básico de la defensa m aniaca para m antener un determinado
mente en la teoría de la posición depresiva, que Melanie Klein formuló en statu quo, cuya ruptura precipitaría la tem ida irrupción de los sentimien­
el Congreso de Lucerna de 1 9 3 4 .2 Rivière piensa que las propuestas teóri­ tos depresivos.
cas de Klein ayudan a com prender a estos enfermos y permiten ser más
optimistas al abordarlos, en cuanto nos sea posible comprender en qué
consiste esa om inosa severidad del superyó.
El propósito de Rivière es hablar de los casos especialmente refracta­ 8. El papel de la envidia
rios al análisis y que son para ella las neurosis de carácter graves, y en es­
te punto se inspira en el ya muchas veces m encionado ensayo de 1919. Se Después de los dos trabajos de 1936, el tem a de la RTN pasó a ser re­
trata, entonces, de pacientes narcisistas, sum am ente sensitivos, que conocido y considerado por los analistas. Se lo ve aparecer frecuente­
se sienten heridos con facilidad y que, con una m áscara de colaboración mente en los trabajos de teoría y de técnica, si bien no surgen estudios es­
amistosa plagada de racionalizaciones, se oponen y desafían constante­ peciales de gran envergadura por muchos años hasta los de Klein en E nvy
m ente al analista y a su método. and gratitude (1957).
Todo el trabajo de Joan Rivière se va a ocupar, pues, de las resisten­ En el capítulo 2 de su libro, Klein dice que la envidia y las defensas
cias narcisísticas de A braham o de la resistencia del superyó de Freud, es contra ella desempeñan un papel importante en la RTN ( Writings, vol. 3,
decir del sentimiento de culpa, a partir de la teoría de los objetos internos pág. 185). Remitiéndose estrictamente a la prim era definición de Freud y
y de la posición depresiva. La RTN pierde así algo de su especificidad clí­ del mismo modo que Karen Horney, Klein señala claramente que la RTN
nica; pero, a la corta o a la larga, lo que dice Rivière le es aplicable. debe estudiarse en función de la respuesta del paciente a la interpreta­
El punto de partida de la investigación de Joan Rivière es que en los ción. Lo distintivo de la RTN es prim ero un momento de alivio luego del
pacientes que apelan a la RTN la posición depresiva es particularm ente cual empieza, inm ediatam ente o poco después, una actitud que va a anu­
intensa y eso los lleva a desplegar al máximo la defensa m aniaca con su lar el logro obtenido. U na paciente que siempre me ponderaba por un
cortejo de negación de la realidad psíquica (y consiguientemente de la ex­ error que una vez cometí, cuando acertaba con una buena interpretación
terna), desprecio y control del objeto. El concepto que reúne a todos es­ (¡lo que a veces ocurría!) y sentía alivio, inm ediatam ente decía: « ¡P o r fin
tos instrumentos de la defensa m aníaca es la om nipotencia con su corola­ dijo usted algo como la gente! Es la prim era vez que abrió la boca para
rio inevitable, la negación de la dependencia. algo im portante. Porque usted se queda callado toda la vida y esta in­
Con estos instrumentos conceptuales, Rivière puede decir, con razón, terpretación ya hace años que debería habérmela dado, que yo la estaba
que todas las características que expuso A braham pueden remitirse a la esperando. Y solamente ahora se vino usted a dar cuenta». Era llamativo
defensa maniaca: el control omnipotente del analista y del análisis, la negati­ y hasta patético verla repetir una y otra vez, estereotipadam ente, casi con
va a asociar libremente, el rechazo de las interpretaciones, su actitud de de­ las mismas palabras, el mismo comentario; y era penoso ver cómo así se
saño contumaz y obstinado, su pretensión de superar al analista y hasta de desvanecía en pocos minutos el insight recién conquistado. P or otra par­
analizarlo. La defensa maníaca explica además, cumplidamente, el egoísmo» te, la reiteración de su crítica no le servía para nada de advertencia y la
la falta de gratitud y la mezquindad de estas personalidades. form ulaba siempre como si fuera la prim era vez.
Rivière piensa que la defensa maníaca y el control om nipotente del Comentarios como este frente a la interpretación que alivió son para
objeto tratan de evitar la catástrofe depresiva y que, más allá de su acti­ Klein típicos de la RTN. Nuestros pacientes nos critican por variadas
tud de desafío y hostilidad, estos pacientes buscan no curarse ellos razones y, ni que decirlo, a veces justificadam ente; pero cuando sienten
mismos sino a sus objetos internos, dañados por su egoísmo, su voraci­ necesidad de desvalorizar el trabajo analítico que según su propia viven­
dad y su envidia. Al ofrecer curarlp, el análisis se convierte en u n a seduc­ cia los ayudó es porque la envidia está presente (ibid., pág. 184).
ción, loe Invita a uno traición, a dejarse llçvàr una vez más p o r el egoisms De esta form a, Klein circunscribe con precisión el campo de acción de
y despreocuparte de los objetos de su mundo interno. La incongruencia ta envidia en la RTN, discrim inando el ataque envidioso de la crítica
de la RTN (jliedn explicada p ara Rivière por la paradójica contradicción constructiva del analizado. Esta diferencia es fundam ental y no siempre
entre el ttSúíimii mrailflciio y el altruismo inconciente (1936a, pág. 316), resulta fácil establecerla. En realidad, cuando una persona responde a
una interpretación aceptándola plenamente y quejándose de que sólo ahora
el analista se dio cuenta, este tiende en principio a darle la razón, a pen­
* RIvlAft. 1ий IV ju f | t ' tir octubre da [935 en la Sociedad Británica y lo publicó *!
silo ilg u ltn tf «л «I M W M N ih iiI Jpw nal, sar que verdaderamente debería haberse dado cuenta antes, lo que
siempre es, por lo demás, absolutam ente cierto. Un analista cabal debe mula su tesis principal, la existencia de objetos aletargados en el incon­
estar siempre dispuesto a aceptar en su fuero intimo las críticas de su ciente de los enfermos que presentan la RTN. Este objeto aletargado
paciente. Los pacientes rara vez nos critican y siempre tienen muchas di­ equivale para Cesio al núcleo psicòtico y tam bién al yo prenatal del suje­
ficultades para hacerlo. P or esto, toda crítica del paciente debe ser aten­ to. El letargo es para Cesio un estado de m uerte aparente dentro de un
dida y, sin masoquismo de por medio, alentada. Esto crea, sin embargo, m undo interno destruido y venenoso.
una situación muy especial, porque justam ente la crítica de la RTN no es El yo de estos pacientes se esfuerza en m antener el letargo de sus obje­
lo que se dice constructiva, esconde por definición un ataque envidioso. tos y opera en la misma form a sobre el analista. C ontrolado perm anente­
No siempre es fácil para nosotros rescatarnos de esa crítica sin sofocar la mente, como decía Joan Rivière (1936o), el analista term ina por sentirse
sana rebeldía o la crítica justa del enferm o; pero no es tam poco impo­ como m uerto y aletargado. Se explica tam bién, de esta m anera, que estos
sible. Es este un tema de técnica y de ética analítica muy delicado, del que pacientes se adhieren literalmente al analista que ahora representa para
algo habla Melanie Klein en E nvy and gratitude. ellos sus objetos prim arios.
La investigación de Klein sobre la RTN sigue, como ella misma dice, En cuanto el objeto aletargado contiene los impulsos más destructi­
los descubrimientos de Freud desarrollados después por Joan Rivière; y vos del sujeto y representa su nucleo psicòtico, se comprende que cada
si bien es cierto que al poner en el centro de su reflexión a la envidia pare­ vez que el análisis moviliza esa estructura los componentes destructivos
ce inclinarse (como el Freud de 1937) por una explicación meramente recaen sobre el yo y lo colocan en grave peligro (1960, pág. 14). Cesio
pulsional, salta a la vista que la relación de objeto ocupa un lugar decisi­ considera, com o el Freud de los últimos años, que el instinto de muerte
vo en su explicación, como es de regla en su obra. Esto es im portante desempeña un papel de prim era m agnitud en estos pacientes: una parte
porque, en realidad, si uno tom a en consideración solamente la envidia, del instinto de m uerte está contenida en el objeto aletargado y otra en el
la envidia como impulso, y trata de interpretar desnudamente en esos tér­ yo que aletarga a los objetos (y al analista), tema que desarrolla m ás de­
minos, la RTN tiende a ahondarse en lugar de ceder. Con razón nos ad­ tenidam ente en la segunda parte de este trabajo, señalando la conexión
vierte Joan Rivière que el hincapié en la trasferencia negativa conduce del instinto de m uerte con la analidad.
con toda seguridad al punto m uerto de la RTN (1936<7, pág. 311). L o q u e
hay que interpretar, en realidad, es la sutil conjunción de una relación de
objeto narcisista, la acción erosiva de la envidia y el sentimiento de culpa
que todo eso provoca. Si uno puede conjugar en una interpretación estos
tres factores (y otros como los que más adelante estudiaremos) se puede
empezar a abrir una brecha en esta difícil situación, que se mueve
siempre con m ucha lentitud.

9. Reacción terapéutica negativa y letargo


Contem poráneos a los trabajos de Klein sobre la envidia son los de
Fidias R. Cesio en Buenos Aires sobre la RTN. En 1956, Cesio presentó
un caso de RTN donde llam aba la atención el frío que sentía la analizada
en las sesiones, que a veces se continuaba con letargo y sueño, paralizán*
dose literalmente los esfuerzos terapéuticos del analista. Esta pacien»
te murió luego de un ataque de eclampsia en que su hijo fue salvado,
cumpliéndose casi un deseo expresado muchas veces por ella, que quería
dar su vida por el hijo. En la historia clínica de esta paciente había sido
decisivo el suicidio del padre cuando ella tenía 5 años, y Cesio entendió el
letargo cúrtlt» Ik Identificación con el cadáver que contenía en su incori
dente. Hti Ir ititamn ¿poca Cesio (1957) había estudiado el letargo en Ib
trasferencia y su proyección en el analista, que se ve invadido por la шен
dorrà y In lowimletvle.
Cuojìdo vuelve tPlim <?n 1960 (prim era y segunda partes), Cesio f o r
2. Algunas precisiones metodológicas
Antes de seguir adelante con los estudios que vienen después de Klein,
vale la pena detenerse por un momento para recordar que estamos estudian­
do las vicisitudes del proceso analítico, luego de habernos ocupado del pro­
ceso mismo. Dijimos que hay factores que impulsan el proceso, como el in­
sight y la elaboración, y otros que lo obstaculizan: el acting out, ya estu­
diado; la reacción terapéutica negativa, de la que nos estamos ocupando,
1. Perspectiva histórica y la reversión de la perspectiva, que será nuestro próximo tema.
Desde el punto de vista metodológico, es im portante clasificar estas
En el capítulo anterior empezamos a estudiar la reacción terapéutica
tres modalidades defensivas como conceptos técnicos y no psicopatológi-
negativa siguiendo el derrotero que va desde El y o y el ello hasta los apor­
cos, porque si no establecemos esta discriminación podemos caer en
tes de Melanie Klein. Incluimos también las primeras referencias, de
error o confusión. Un trabajo excelente com o el de Joan Rivière, por
Freud en D e la historia de una neurosis infantil y nos detuvimos en el en­
ejemplo, incurre en este error por mom entos, en cuanto superpone el es­
sayo de A braham , al que le asignamos una relevante influencia.
tudio de la RTN con las caracteropatias severas, que no es lo mismo: es­
Siguiendo el enfoque integrador de un reciente trabajo de Limentani
tas corresponden a la psicopatologia, aquella a la técnica. Que hay una
(1981), es interesante señalar que en esta historia de la RTN se advierte
conexión entre ambas no hay duda, porque la RTN se da predom inante­
un fenómeno singular, que no siempre se da en el desarrollo del conoci­
mente en pacientes con graves perturbaciones caracterológicas; pero
miento psicoanalítico, y es que los conocimientos se han ido sumando,
puede encontrársela tam bién en otras formas nosográficas. Cuando
no contraponiéndose. La prim era explicación de Freud, de que la reac­
H anna Segal (1956) estudia la depresión en el esquizofrénico, m uestra
ción terapéutica negativa tiene que ver con un sentimiento de culpa que
convincentemente que la intolerancia al dolor depresivo puede poner en
surge de un superyó muy severo, sigue vigente como en 1923. A esto se
m archa una reacción terapéutica negativa vinculada a la vivencia de
agrega lo que Freud dice un año después, ya imbuido por la idea del ins­
progreso que había tenido la enferm a. La enferm a retrocede (RTN), con
tinto de muerte, respecto del masoquismo prim ario. La nueva idea no se
lo que proyecta su dolor en la analista y le hace sentir un gran desaliento:
opone por cierto a la anterior, la com plem enta, ya que, en general, cuan­
«Está de nuevo loca», etcétera. Este caso ilustra que si bien la reacción
do uno tiene un superyó que se m aneja con excesiva severidad tiene tam ­
terapéutica negativa predom ina en las neurosis graves de carácter, tam ­
bién un yo masoquista que se le somete y busca apaciguarlo. El fracaso
bién se la encuentra en otras enfermedades.
siempre hunde sus raíces en el masoquismo m oral.
El acting out, la RTN y la reversión de la perspectiva configuran una
Si seguimos adelante y consideramos los dos artículos de 1936, vere­
clase de fenómenos que form an un conjunto complejo de respuestas, a
mos que am plían sin recusar lo que Freud ya había visto. Freud mismo
las que conviene el nom bre de estrategias del y o (Etchegoyen, 1976), en
m encionaba en 1923 concretamente la rebeldía, el narcisismo y el benefi­
cuanto son m ucho más complicadas que las tácticas o técnicas defensi­
cio secundario de la enfermedad; pero, consecuente con su linea de inves­
vas; son operaciones que tienen úna finalidad ulterior, no inm ediata.
tigación en ese contexto, afirm aba que el sentimiento de culpa es el factor
M ientras el acting out impide el desarrollo de la tarea para evitar la
más im portante. H orney vuelve a señalar la fuerte rivalidad de estos p a­
experiencia dolorosa del insight y la reversión de la perspectiva cuestiona
cientes y su tem or a que si progresan desencadenen la envidia de los
el contrato analítico, en la RTN la tarea se realiza y el insight se consu­
otros, mientras Rivière enlaza el sentimiento de culpa con el altruismo
ma, pero después sobreviene una respuesta que lleva esos logros para
inconciente y una gran labilidad frente a la posición depresiva, descriptft
atrás. Más adelante volveremos a com parar la RTN con el acting out, pe­
por Klein, que incrementa desmedidamente las defensas maníacas.
ro señalemos ahora que en el acting out el analizado se aleja del objeto
Así como Freud utilizó la R TN para fundam entar la idea del superyó
(pecho, analista) buscando algo que lo remplace y en la RTN se recono­
y la teoria estructural, Klein la empleará después para ilustrar la acción ce en principio que el objeto está. Este reconocimiento implica un logro,
de la envidia. Tam poco este trabajo se opone a los anteriores, sino que >6
implica que algo se ha recibido y entonces se ataca lo que se recibió. En el
suma a loi Tactores descubiertos por Freud y que después desarrolló Rlt momento que uno reconoce que recibió algo y empieza una m aniobra pa­
v itre ,1 al par que complementa al Freud de 1937 cuando enlaza la teoría ra revertir esa situación se constituye la RTN. De aquí que la reacción te­
de la envidia primaria con el instinto de m uerte.2
rapéutica negativa se asocie a la culpa. En el acting out, en cambio, mal
puede uno sentir culpa si dice que ha operado a partir de la frustración,
1 Vi»«e la ptg, 6>l. de la ausencia del objeto. Por esto el psicópata, que tiende a defenderse
3 Vtaic H lchi|yy#n y Knblht «1M teoría* psicoanallticas de la envidia» (1981)
con el acting out, no reconoce para nada su culpa.
3. Elementos diagnósticos de las veces un fuerte conflicto: el paciente le está atribuyendo al analista
una intención que no conviene a nuestra técnica.
En el diagnóstico de la RTN son im portantes los indicadores, tanto
más que, por su propia naturaleza, la RTN puede pasar inadvertida.
A veces es necesario estar muy atento para detectar en qué m om ento el
analizado reconoce la ayuda recibida y empieza a desvirtuarla. Melanie 4. Función de los objetos internos
Klein subraya que las críticas a una interpretación que produjo alivio nos
deben hacer presumir la reacción terapéutica negativa, aun en el caso de Creo que actualm ente comprendemos m ejor no sólo la lucha de las
que estas críticas tengan visos de realidad. Como dice el refrán, a caballo tendencias de vida y m uerte en la RTN, sino también la función de los
regalado no se le m iran los dientes. Si el analista logró aliviar la angustia objetos del self.
del paciente o resolver su conflicto, decirle por qué no lo hizo antes, por En este sentido es valiosa la investigación de Rosenfeld (1971, 1975 a
qué dem oró, o criticar la form a en que se expresó, por más que esas refle­ y b) que parte de una disociación del self en omnipotente-narcisístico y
xiones sean justas, lo más probable es que expresen la reacción terapéuti­ dependiente-infantil. Sobre la base de este esquema, parecido al de Fair-
ca negativa, un ataque envidioso o lo que fuere. Esto no quiere decir que bairn (1944) del yo libidinoso y el saboteador interno (yo antilibidinal) y
se le interprete lisa y llanam ente al paciente su ataque envidioso. El gran que tam bién remite a las ideas de Meltzer (1968) sobre el tirano, surge
peligro de utilizar con dem asiada generosidad el concepto de RTN es re­ una dram ática entre el self infantil y el self narcisistico.
forzar nuestra omnipotencia. De todos m odos, Melanie Klein insiste Más recientemente Gaddini (1981), al estudiar el acting out, en el
mucho en este hecho fenomenològico, la vivencia de alivio, el sentimien­ Congreso de Helsinki, propone una división similar del ap arato psíquico
to de que la interpretación alivió, que le esclareció algo al sujeto. Lo mis­ entre el self om nipotente y el yo. Si de pronto se hace visible el progreso,
mo puede aplicarse al juicio del paciente sobre la m archa del análisis. Lo el yo «tiende a m ostrar a sus poderosos enemigos internos que lo que ha
que después viene en cuanto a críticas a la interpretación hay que tom arlo surgido no es cieno», con lo que se constituye una típica RTN (Gaddini,
como un indicio de reacción terapéutica negativa. Aunque por razones 1981, pág. 1136).
éticas o p or motivos estratégicos podamos atender estas objeciones o crí­ En el se lf infantil está colocada para Rosenfeld la capacidad de am or
ticas sin salirles al paso, no deberíamos dejarnos engañar por su aparente y, lo que es lo mismo, la dependencia, porque en cuanto nosotros reco­
racionalidad. nocemos la existencia de un objeto am oroso estamos inm ediatam ente en
O tro indicador im portante es para mí la confusión. Melanie Klein una situación de dependencia frente a él, sea cual fuere la relación que
señaló en su libro de 1957 que la envidia produce confusión porque no exista entre ese objeto y nosotros. En la otra parte, en el s e tf narcisistico,
permite discriminar entre el objeto bueno y el malo, un aporte de gran están acantonadas la envidia y la destructividad.
envergadura. Yo me refiero a la confusión com o indicador. Acá, nueva­ Esta estructura dual del sujeto cristaliza en el proceso analítico en una
mente, habrá que tom ar los recaudos recién mencionados. Si yo hago lucha permanente entre los reiterados intentos del analista de tom ar con­
una interpretación que me parece que da en la tecla y el paciente dice que tacto con la parte infantil que es capaz de dependencia (y por tanto de co­
no la entendió, lo prim ero que pienso es que no habré sido claro, porque laboración) y los ataques concretos que el yo narcisistico dirige contra el
no soy tan vanidoso como para pensar que siempre me expreso bien. Pe­ analista y contra el yo infantil.
ro tam bién en ese sentido trato de no pecar de ingenuo, porque lo más En su trabajo al Congreso de Viena de 1971, Rosenfeld sigue la línea
común en estos casos es que cuando se vuelve a dar la interpretación tra* que, a partir de Abraham (1919) y Reich (1933), conecta narcisismo,
tando de hacerla más clara el paciente no la acepta por otros motivos. agresión y resistencia, así como las ideas de Klein (1946) sobre la diso­
Otro factor es la convicción. No digo que si un paciente no tiene con­ ciación originaria del objeto y del self y el papel de la envidia prim itiva
vicción de lo que le hemos interpretado está expresando su reacción tera* que, como es sabido, esta au to ra lleva hasta el comienzo de la vida, a la
péutica negativa, porque eso nuevamente me colocaría a mí en el epi­ relación del bebé con el pecho de la m adre. Esta envidia al objeto bueno
centro de la omnipotencia. Digo que muchas veces este tipo de enfermos que da y en cuanto que da aparece en la trasferencia a través de las más
dicen que si, que la interpretación es cierta pero no quedan del todo C0№> dispares manifestaciones y muy típicamente —ya lo hemos visto— como
vencidos. Cuando el paciente dice que la interpretación no lo convence RTN. M ás allá de otros m otivos más sutiles, complejos e indirectos, es
ya implica algún con nieto porque lo que el analista dice no es para con* evidente que la teoria de la envidia prim aria ofrece una explicación con­
vencerlo sino para inform arlo. Sí el paciente dice que la interpretación no sistente frente a esa respuesta paradójica de una persona que reconoce
lo convence hay algo llamativo, porque podría decir que no está de haber recibido un beneficio y sin em bargo responde negativamente.
acuerdo, que la Interpretación le parece equivocada o que adolece de una El self narcisista se presenta para Rosenfeld altam ente organizado co­
falla lògica. I.A teta* de CIUF el analista lo quiere convencer implica las mÉ* mo una banda delincuente y poderosa que, con amenazas y p ro p a g an d a
mantiene esclavizado al self infantil. C ada vez que este quiere expresarse No es pues la envidia (o la agresión en general) ni el sentimiento de
o pretende liberarse vuelve a aparecer la patota o la m afia que lo somete culpa lo que explica alternativa o excluyentemente la RTN sino la acción
y lo aplasta. Así se configura la dram ática de la RTN, así queda jaqueada conjunta de ambos, en cuanto el sentimiento de culpa surge de los ata­
y anulada la relación de dependencia y am or del self infantil con el an a­ ques al objeto por envidia, por celos, rivalidad o lo que sea. Los celos, la
lista. De esta form a, com o dice Meltzer en las primeras páginas de The envidia y la rivalidad germ inan, por su parte, en la estructura narcisista y
psycho-analytical process (1967), la cura consiste verdaderamente en una la falta de autoestim a, que se potencian recíprocamente.
difícil y riesgosa operación de salvataje. Por esto dice Rosenfeld que «es En resumen, narcisismo, envidia y sentimiento de culpa form an un
esencial ayudar al paciente a encontrar y rescatar la parte dependiente y conjunto en que cada factor se da en función de los otros. Joan Rivière
sana del self de la tram pa en que está dentro de la estructura psicòtica y insiste con razón en que el paciente teme caer en una situación de depen­
narcisista, ya que en dicha parte se encuentra el vínculo esencial de la re­ dencia; pero no advierte que la culpa está vinculada justam ente al recha­
lación positiva de objeto con el analista y el mundo» (1971, pág. 175). zo de esa dependencia con un perm anente ataque envidioso al objeto. Es­
De esta form a, la explicación personalistica de Rosenfeld no sólo in­ to resulta sorprendente si se tiene en cuenta que cuatro aflos antes, en
tegra válidamente las diversas investigaciones ya estudiadas sobre la «Jealousy as a mechanism of defense», Rivière había desenmascarado
RTN, sino que nos permite tam bién ser más ecuánimes en su interpreta­ con adm irable precisión la envidia que puede estar detrás de los celos.
ción: podemos ver no sólo la envidia, el masoquismo y el narcisismo sino
además el am or, los celos y la culpa, llegar hasta el altruism o inconciente
y por fin alcanzar el am or, ese am or «profundam ente enterrado» que
con tanta pasión y paciencia buscaba Joan Rivière. 6. Self narcisistico y superyó
Uno de los artificios de que se vale el self narcisistico para que el self
infantil se ponga de su lado es justam ente hacerle sentir celos, porque los Rosenfeld revisa las explicaciones freudianas de 1923 y 1924 intentan­
celos son por definición atributo del self infantil; la envidia, en cambio, do desligar del superyó los ataques del self narcisistico contra el self
pertenece an te todo al self narcisistico. C uando el self narcisistico y el infantil y el objeto, lo que me parece algo artificial y desde luego discu­
self infantil se unen en una pareja perversa que deja excluido al analista, tible. En realidad, resulta muy difícil deslindar si la buena interpretación
la labor de este se ve extremadamente dificultada. es atacada porque injuria al narcisismo del yo o porque el superyó le dice
al yo que no la merece, que no se merece el bien que le dan. Esto guarda
relación con la alternativa planteada por Freud sobre el yo m asoquista y
el superyó sádico y con lo que Bion llam a en los últimos capítulos de
5. Defensas maníacas y ataques maníacos Learning fr o m experience (1962b) super-superyó, una instancia que no
quiere conocer la verdad y niega el conocimiento y la ciencia sobre la b a­
Cuando retom a la investigación de Rivière en su trabajo de 1975, Ro- se de una moral que no se basa en nada. El super-superyó de Bion está
senfeld establece una precisión im portante en cuanto al valor de las de­ muy cerca, a mi juicio, del yo narcisistico: en cuanto el yo narcisistico
fensas maníacas en la RTN. La manía no es sólo un m étodo de defensa, asume falazmente un carácter m oral para atacar al yo estaríamos en esta
como la concibe Rivière, que el paciente moviliza enérgicamente paro condición. En otras palabras, cuando nosotros decimos que el yo narci­
evitar la catástrofe depresiva, la culpa y la desolación. Es también un mé­ sistico ataca al yo infantil tenemos la impresión de que estamos lejos de
todo enderezado a atacar al objeto. P or esto Rosenfeld habla, conjo tam» un funcionam iento superyoico, de una instancia m oral; pero es que este
bién Betty Joseph (1971,1975) y otros autores poskleinianos, de defensas ataque siempre o casi siempre se reviste de un carácter ético, m oral (la
y ataques maniacos. En este sentido, el sentimiento de culpa queda expH* ética delirante), con lo que ya estamos dentro de la función superyoica.
cado no sólo por los pretéritos ataques a los objetos edípicos y preedípl- La divergencia, pues, depende de que nosotros queram os subrayar un
eos de la lejana infancia, sino también por los que ahora se consuman factor o el otro.
contra el analista en cuanto los representa en la trasferencia y hasta sobre
el analista real que está ayudando al sujeto. Digamos, tam bién, que esto
sentimiento de culpa se asienta sustancialm ente en el self infantil libidU
noso y proviene de dos fuentes, del ataque predom inantem enteenvidioeg 7. Críticas, idealización y contratrasferencia
del self destructivo, omnipotente y narcisista, y tam bién del self infantil
en cuentOi por temor o por celos, se deja seducir p o r él y lo secunda. Щп Hem os dicho ya que el adecuado análisis de las críticas del paciente
otras palabrai» d sentimiento d« culpa y la necesidad de castigo sa abre una vía de abordaje a la envidia latente. Digamos ahora que esta vía
comprendati nmjfir ln perspectiva de esta doble estructura del self. es por demás difícil, porque nos hace correr dos peligros a falta de uno:
no reconocer lo que hay de cierto en las críticas que se nos form ulan y, al el sentimiento de culpa, la necesidad de castigo, el narcisismo, la depre­
revés, para aceptarlas y tolerarlas, term inar por apaciguar al paciente. sión, la rivalidad y la envidia, el instinto de m uerte, la tendencia regresiva
Ambos errores conducen a lo mismo, a que se establezca un vinculo ide­ a la fusión simbiótica con una m adre absorbente, etcétera.
alizado, donde la trasferencia negativa queda una vez más disociada. No Limentani presenta dos casos clínicos donde registra la lista entera de
siempre se resuelve la situación reconociendo la parte de verdad «objeti­ los factores antedichos aunque piensa que, finalm ente, la fantasía dom i­
va» que hay en la crítica del paciente, y pongo las comillas para recordar nante en la trasferencia era de fusión con la m adre, con un sentimiento
que nuestra tarea no es establecer la objetividad de los hechos sino tratar de sentirse separado bruscam ente del analista (1981, pág 387).
de descubrir las fantasías del analizado para que él mismo decida sobre Basado en su experiencia clínica, Limentani considera que el paciente
los hechos. se defiende con la RTN de un peligro o de una am enaza y que si nos ataca
Es necesario tener siempre en cuenta, y bien en cuenta, que la teoría es porque en ese ataque está su m ejor defensa. En un todo de acuerdo
de la envidia puede realmente ser utilizada por el analista para fom entar con Pontalis (1979), Lim entani piensa que la RTN es una form a especial
en el analizado la idealización, para negar sus propias limitaciones y sus de acting out donde se repite una experiencia traum ática muy tem prana
fallas. U na buena técnica debe reconocer las razones del paciente, no só­ com o la separación de la m adre o el destete. E n conclusión, Limentani
lo por las inexcusables exigencias de la ética, sino justam ente para que la sostiene que, en los casos más severos, la RTN «es una form a especial de
envidia aparezca com o debe aparecer, es decir, frente a los aciertos del acting out de la trasferencia en la situación analítica a la vez que una per­
analista. Si el analista no reconoce sus fallas puede interpretar como tinaz defensa en contra de volver a experim entar el dolor y el sufrim iento
envidia lo que es de verdad su propio error. Vale la pena destacar aquí psíquicos asociados con un traum a infantil» {ibid., pág. 389).
como verdad de Perogrullo que si el analista no trabaja con suficiente
acierto la envidia no aparece ¡y no tiene por qué aparecer!
Por todas estas razones, se comprende que el análisis de la envidia
nunca es fácil y menos la RTN, donde ya hemos dicho que participan un 9. Simbiosis y reacción terapéutica negativa
sinnúmero de factores que se potencian y se influyen reciprocamente. Al
mismo tiem po, estoy convencido de que la envidia es factor necesario En la Tercera Conferencia de la Federación Europea de 1979 se reali­
para que se constituya la RTN, y por tanto nunca podrá dejársela del to ­ zó una reunión — N ew perspectives on the negative therapeutic reac­
do de lado en nuestra estrategia interpretativa. Se abre aquí una polémica tion— , donde hablaron sobre el tem a Ursula G runert, Jean y Florence
apasionante, que no sólo tiene que ver con la técnica sino tam bién con las Bégoin y Janice de Saussure.
teorías del desarrollo tem prano, y que vamos a plantear a continuación Ursula G runert (1981) parte de la teoría del desarrollo de M argaret
al hablar de los trabajos de Lim entani y de Ursula G runert. M ahler, en términos de separación-individuación. Si se han salvado sufi­
cientemente bien las diversas subfases del proceso de separación durante
los primeros años de la infancia no habrá una verdadera RTN durante
el análisis; pero si el proceso de separación no se cumplió hasta llegar a
8. Los peligros de estar sano un cierto grado de constancia objeta! puede sobrevenir este tem ido in­
conveniente.
La línea de pensamiento que hasta ah ora hemos seguido parte del La RTN para G runert representa una tom a de distancia del paciente,
principio de que el progreso, la salud y el alivio son un bien que el anali­ el no trasferencial que corresponde a las distintas fases del proceso de se­
zado rechaza. Cabe preguntarse, sin em bargo, si estos «bienes» no paración en cuanto se reactiva en la trasferencia y puede expresar el deseo
pueden ser algo malo para quien los recibe. Esto se lo plantea, entre otros, de autonom ía tanto com o un oculto deseo de fusión {ibid., pág. 5). De­
Limentani (1981), que ya había señalado el lado bueno del acting out. El bemos ver la RTN como la separación patológica de la relación diàdica,
escrito de Lim entani se pone bajo la advocación de una bella frase de T, que encuentra en la trasferencia el lugar más apropiado para producir su
S. Eliot en The fa m ily reunion: « Restoration o f heath is only the incuba- nueva edición y sólo allí puede ser resuelta.
tion o f another m alady», ¿Y no decimos los escépticos argentinos que a El ejemplo clínico de Ursula G runert con su paciente A no es para mí
veces el remedio es peor que la enfermedad? muy convincente ya que, com o la paciente misma, pienso que la analista
Limentani, entonces, se propone investigar los aspectos de la RTN no hace quizá lo más adecuado. La analista cita una interpretación en la
que sirven para revelar los tem ores profundos que puede significar la sa­ que, recogiendo las asociaciones de la paciente, le dice; «Usted siente co­
lud para d erto i pactemos. Sin dejar de lado que la RTN indica que algo mo si estuviera traicionando a su m adre si quiere ser independiente». A
anda mal en la situación analítica, es innegable tam bién que se trata do la sesión siguiente la paciente trae un sueño: «M e quiero ir y estoy h a­
un síndrome com plejo, de múltiples causas entre las que cabe mencionar ciendo mis valijas. Mi m adre prepara una to rta incomible. Me pongo fu-
riosa y la hago yo». A través de sus asociaciones la paciente tom ó con­
ciencia de hasta qué punto su madre la había m antenido dependiente y
malcriada. Como m uestra el sueño, la m adre quiere retenerla con la torta A veces se tiene tendencia a superponer la trasferencia negativa y la
indigerible y ella sólo poniéndose furiosa puede tom ar el camino de la in­ reacción terapéutica negativa, lo cual es un error, error que puede servir,
dependencia. En la sesión próxima (la de la RTN) la analizada viene muy justam ente, para ubicarlas en una clase distinta de fenómenos; la trasfe­
deprim ida, dice que nadie puede ayudarla, y menos la analista, ya que rencia negativa tiene que ver con técnicas o tácticas defensivas del yo, la
con ella ha venido a cambiar una dependencia antigua por una nueva. RTN con estrategias yoicas. La trasferencia negativa p e r s e no tiene que
No creo, realmente, que una simbiosis perturbada que marca honda­ ver con la reacción terapéutica negativa; puede hasta ser una form a de
mente a un niño pueda ser resuelta con interpretaciones que responsabili­ colaborar con el análisis, y lo es muchas veces. La cuestión se plantea si y
zan a la m adre, dejan de lado la situación trasferencial y cambian una de­ sólo si el analizado siente alivio con una interpretación de la trasferencia
pendencia por otra, como dice la analizada. Pienso también que el sueño negativa y consiguientemente la ataca: «Su interpretación es correcta y
se refiere a la trasferencia y que la analizada critica (como yo) las in­ ahora no siento angustia; pero yo me pregunto por qué usted siempre me
terpretaciones extratrasferenciales de la doctora Grunert, interpreta los sentimientos negativos, yo así me siento hum illado, parece
De todos modos, como bien dice la autora, la analizada pudo aceptar que usted nunca puede ver algo bueno en mí». Esta reacción, com o es
que la analista misma podía ser un objeto del cual ella podía depender, obvio, puede darse tam bién cuando se interpreta la trasferencia positiva.
con lo que se desencadenó una intensa y prolongada trasferencia negati­ Un analizado siempre protestaba airadam ente porque yo sólo le interpre­
va, que pudo irse elaborando adecuadam ente, gracias a la trasferencia taba la trasferencia negativa, lo que él explicaba porque yo era un
positiva latente. ' kleiniano mal nacido (con otras palabras); pero una vez que le interpreté
Concluye la autora que las múltiples experiencias de separación que creo que correctamente, sus buenos sentimientos hacia mí, me respon­
conlleva el análisis permiten reactivar el perturbado proceso de separa­ dió, vivamente «¡Epa! ¡Usted me está tratando d e... hom osexual!». (Por
ción de la infancia y poner en m archa el proceso de elaboración. De este cierto que no empleó esta palabra.)
m odo, la RTN debiera considerarse no sólo como un obstáculo sino tam ­ No hay duda de que detrás de la reacción terapéutica negativa hay
bién como una oportunidad de experimentar emocionalmente las fallas siempre una trasferencia negativa; tam bién es cierto que siempre hay
del desarrollo en la trasferencia y llegar a solucionarlas por medio de la mucho más que eso. No es simplemente la envidia o el instinto de m uerte
elucidación con el bien dispuesto analista {ibid., pág. 19). lo que está en juego sino tam bién el sentimiento de culpa y la necesidad
Las ideas de Limentani, Gaddini y Ursula Grunert que acabo de expo­ de castigo, la necesidad de controlar al objeto y de repararlo, el deseo de
ner parten de las teorías del desarrollo de W innicott y M argaret M ahler, m antener contra viento y m area la unión y de liberarse para ser indepen­
en las cuales se considera que la ruptura de la primitiva relación madre- diente y mil cosas m ás que nosotros tenemos que interpretar; la reacción
niño es un m om ento decisivo del desarrollo. Vale la pena subrayar, por­ terapéutica negativa no está exclusivamente alim entada por sentimientos
que sanciona un reconocimiento histórico, que a las mismas conclusiones negativos. Diría que sí lo único que yo siento es envidia, no voy a tener
había llegado anteriorm ente José Bleger cuando publicó «La simbiosis» una reacción terapéutica negativa sino más bien una trasferencia negati­
en 1961, 3 En este trabajo Bleger caracteriza a la simbiosis com o el vincu­ va. Tiene que haber tam bién capacidad de dependencia, libido, senti­
lo con lo que él llama objeto aglutinado en un m omento del desarrollo mientos de culpa, altruism o y otros elementos para que se constituya la
anterior a la posición esquizoparanoide de Klein, la etapa glischro- reacción terapéutica negativa. Con razón decía Joan Rivière que si se in­
cárica. Ese ligamen tan primitivo puede originar, entre otros fenómenos, terpreta a estos pacientes sólo los sentimientos negativos se fom enta, en
la reacción terapéutica negativa, que sería entonces un intento (desespe­ lugar de disminuirse, este tipo de reacción. Y es lógico porque esa actitud
rado) de restablecer el estado no discriminado entre yo y no-yo. tiende a reproducir en el proceso analítico la peligrosa configuración in­
P o r otra parte, los estudios de Cesio de los años cincuenta también terna de un super>ó sádico (el analista) y un yo-paciente m asoquista.
apuntan en la misma dirección, en cuanto entienden la reacción tera­ La trasferencia negativa en sí nada tiene de malo cuando aparece en el
péutica negativa com o una form a de evitar la angustia catastrófica y la análisis. En cuanto es parte del conflicto, debe expresarse para que el
psicosis vinculadas al psiquismo fetal. analista tenga la posibilidad de interpretarla como todos los otros deseos
y sentimientos que van apareciendo en la sesión. Si ataco a mi analista y
tengo simultáneamente la idea de que le estoy dando m aterial, en reali­
dad lo que espero es que él com prenda los motivos de mi agresión y me
los interprete. Como dije al hablar de la clasificación de la trasferencia,
1 Bit* в п м y» *r InróipoH t dw puí* s i cap. II de Sim biosis y ambigüedad, que Р оШ * los adjetivos «positiva» y «negativa» se le aplican para separar los afec­
publicó tn \ % 1 . tos y las pulsiones, no con criterio norm ativo, ¡y menos ideológicol
Tam poco la reacción terapéutica «negativa» denota para nada una una determ inada actitud del analizado y m arca el camino para nuestro
tom a de posición axiológica, por mucho que la siempre jaqueada esfuerzo. Dije también que, a diferencia del acting out, el concepto de
contratrasferencia del analista connote como mala la reacción del anali­ RTN fue claramente definido por Freud desde el principio y con pro­
zado. El analizado reacciona com o puede y a nosotros nos toca interpre­ vecho se remiten a él las investigaciones.
tar lo que pasó en la form a más ecuánime posible. Me parece que el celo Algunos trabajos recientes, sin embargo, tienden a superponer la
de algunos autores para señalar que la reacción terapéutica negativa no RTN con el acting out. Como hemos visto, Limentani (1981) dice que las
es tan negativa tiende a evitar este equívoco, señalando el error de califi­ formas más crónicas de RTN son un tipo especial de acting out en la tras­
car ideológicamente lo que pasa. El térm ino describe, por cierto, una res­ ferencia. Más categórico todavía es Pontalis (1979) en su intento de des­
puesta del analizado, no la clasifica de buena o mala. m antelar la RTN.
Pontalis pone el énfasis en el sustantivo reacción y señala que, por de­
finición, este térm ino responde a una acción anterior. Esto lo conduce a
Pontalis de la m ano al terreno de la acción, del agieren, donde la acción
11. El negativismo y la reacción terapéutica negativa de una madre negativa no puede sino condicionar una igual respuesta en
el niño. De ahí el título de su trabajo: «No, dos veces no. Intento de defi­
Desde una perspectiva similar a lo anterior, Olinick (1964) entiende la nición y de desmantelamiento de la “ reacción terapéutica negativa” ». Al
RTN com o un caso especial de negativismo, que expresa un no rebelde final de su trabajo dice Pontalis: «Solamente esto: existen madres —y
del analizado, a veces por vía de la acción o del acting out. Este negativis­ analistas— a los que uno necesita creer, y ellos tam bién necesitan creerse,
mo debe explicarse a partir del trabajo de Freud sobre la negación realmente irresistibles. C óm o, entonces, no resistir con todas las fuerzas
(1925Л) y también del no semántico de Spitz (1957). Com o es sabido, el a un análisis que, desde que uno se compromete en él, sólo da la ilusión
«no» que aparece hacia los 15 meses es para Spitz uno de los indicadores del reencuentro del objeto, de su posesión intem poral, para instituir la
del desarrollo, al lado de la sonrisa del tercer mes y la angustia del octa­ separación» (Revista de Psicoanálisis, pág. 620).
vo. El no semántico del niño es una identificación con el objeto que lo Al ubicar la situación analítica en las coordenadas de acción y reac­
frustra y, al mismo tiempo, una prim era comunicación simbólica. ción Pontalis se desliza de la RTN al acting out, por esto dice que la si­
Anna Freud (1952) dem ostró convincentemente que el negativismo tuación analítica es tensa y no hay forma de que el analista se aburra con
puede ser una defensa extrema cuando el sujeto siente que corre el pe­ estos pacientes, aunque sufra. Pontalis está describiendo, en efecto, la si­
ligro de quedar emocionalmente sometido o esclavizado.4 tuación analítica típica del acting out, y entonces yo me pregunto si la ca­
Olinick piensa que los pacientes que tienden a reaccionar con la RTN racterización que él hace de la RTN como una form a de agieren no lleva
son los que unen a su fuerte negativismo una estructura donde se juntan el propósito de confundir los dos conceptos, en un todo de acuerdo con
el masoquismo y la depresión. La depresión y la rabia por lo general se el último párrafo de su trabajo, donde dice que para desmantelar la RTN
proyectan en los otros, que reaccionan entonces con depresión. De ahí nada m ejor que fracasar al definirla.
que la reacción contratrasferencial con estos pacientes sea de aburrimien­ Tal vez sea el momento de aclarar que al delimitar los conceptos de
to y somnolencia. acting out y RTN no quiero sugerir que en la clínica aparezcan siempre
Coincido con las observaciones de Olinick, pero no las creo especifi­ recortados. A veces en un mismo enfermo pueden darse simultáneamente
cas de la RTN sino, más bien, de la neurosis grave de carácter que descri­ ambos fenómenos y otras, a mi juicio más comunes, puede observarse
bió A braham (1919) y fue el punto de m ira de Joan Rivière (1936). Este que el acting out está al servicio de la RTN. A veces el paciente borra con
cuadro clinico puede, por cierto, llevar a un vinculo trasferencial-contra- el codo lo que escribe con la m ano, como dice el refrán: actúa a los efec­
trasferencial sado-masoquista, que coincide con la descripción de Kern­ tos de negar el progreso recién conquistado. Así por ejemplo, los dos
berg (1965) sobre la llamada fijación contratrasferencial crónica. ilustrativos casos que presenta Limentani en su trabajo son para mí
ejemplos cabales donde el acting out en la trasferencia se utiliza coyuntu-
ralmente para establecer o mantener la RTN.
Sin embargo, pienso que, por lo generai, en la clínica los pacientes
12. Reacción terapéutica negativa y acting out que adoptan una de estas líneas no recurren mayormente a la otra. El pa­
ciente que se mueve con la reacción terapéutica negativa continuará
A lo laryo <l0 Mto capitulo y del anterior he sostenido que la RTN et siempre en esa línea, desde el primer día hasta el último de su análisis y lo
un utcnilllo «imminente útil para la praxis psicoanalítica ya que destaca mismo para el acting. El paciente que utiliza el acting out para controlar
la angustia ante lo desconocido al comienzo del análisis lo va a usar cinco
4 B! tÿim itic titilliv i ri* Ann* Ornici tra ífórigkeit, traducido al inglés c o n o em ollonel
surrtrtdtr, o diez años después para evitar la angustia por la finalización del análisis.
Lo que cam bia es el grado y la plasticidad. Yo pienso que, en general, las En su intento de com prender el pensam iento paradójico en términos
estrategias del yo, como las estructuras caracterológicas, m antienen su de las teorías psicoanalíticas y no solamente com unicacionales, Anzieu
estabilidad, aunque el análisis las haga más fluidas y versátiles. Si yo me sostiene que los factores que más juegan son el narcisismo y la pulsión de
analizo por mi neurosis obsesiva, el análisis no me va a trasform ar en un m uerte, que vincula tam bién a los estudios de la escuela kleiniana sobre
tipo de acción, pero hará posible que incorpore algunos repertorios la envidia.
nuevos y que, en un m om ento dado, dejando de lado el razonam iento, Tal vez en este punto sea oportuno señalar un fenómeno idéntico
responda con actos si así lo imponen las circunstancias. aunque de signo contrario a la RTN, que implica sin em bargo la misma
Como la m ayoría de los autores, creo personalmente que el anaJizado paradoja. Me refiero al auspicio que puede dar este tipo de analizados a
que actúa carga m ás la contratrasferencia que el paciente con reacción te­ los errores del analista. A este curioso fenómeno, harto frecuente pero
rapéutica negativa. La respuesta contratrasferencial ai enfermo actuador muy poco estudiado, se le podría llam ar reacción tatrogénica positiva.
es muy viva y dolorosa. En cambio, como señala Cesio, cuando la RTN En estos casos el error del analista prom ueve el acuerdo, cuando no el
dom ina el cuadro, el analista tiende a desentenderse de su paciente y re­ aplauso y hasta la m ejoría del analizado. Liberman se ocupa también de
acciona con cansancio, aburrim iento y letargo. No son estos, por cierto, este fenómeno, señalando que el paciente puede decodificar las interpre­
los pacientes que nos tienen en ascuas a pesar que lo diga Pontalis. taciones en térm inos de retroalim entación negativa o positiva: un pacien­
No vaya a pensarse que las reacciones contratrasferenciales más fuer­ te colabora cuando le da al analista un feed-back que le perm ita reforzar
tes son las más perturbadoras porque, en realidad, el analista incurre en sus aciertos y corregir sus errores (retroalim entación negativa). En cam ­
un conflicto de contratrasferencia tanto si se enoja o asusta como si se bio, en la reacción terapéutica negativa sucede lo contrario, es decir, el
aburre. El conflicto de contratrasferencia se mide más por su intensidad paciente retroalim enta positivamente los aciertos y negativamente los de­
que por sus características. saciertos. Ya mencioné la paciente que siempre me felicitaba por algo
Lo mismo reza para el analizado. El pronóstico depende de la intensi­ que yo había dicho al comienzo de su tratam iento y que era un claro
dad de los conflictos y de cóm o responde el analizado a la interpretación. error de mi parte. Este tipo de respuesta hay que tenerlo en cuenta, p or­
Muchos autores afirm an que la RTN es más grave que el acting out pero que tales com entarios pueden ser a veces muy peligrosos: «Me gusta que
es porque la redefinen como algo insuperable. Yo creo que no es así, que me haga esperar porque me parece que es más hum ano». De esta form a
la RTN puede ser grande o chica, fácil de m odificar o irreversible, igual se retroalim enta positivamente el error y cada vez se hace m ayor. Si yo
que el acting out. Aquí tal vez habría que pensar, como Freud, que Dios pienso que el paciente está conform e con que lo haga esperar, tendré más
siempre está a favor de los batallones más fuertes. tendencia a retrasarm e.

13. El pensamiento paradójico 14. Com entario final


Cuando definen en su Vocabulaire la RTN, Laplanche y Pontalis Si nos m antenemos fieles a la clara definición de 1923, la reacción
(1968) señalan su naturaleza paradójica. Este pensamiento se encuentra terapéutica negativa se nos presenta com o uno de los azares del tra­
tam bién en otros autores y yo mismo, cuando hablé de la impasse y la tam iento analítico, que se caracteriza por ana respuesta paradójica
RTN en Î976, señalé que estos pacientes funcionan sutilmente en el terre­ en que el analizado em peora cuando tendría que m ejorar (y después de
no de las paradojas lógicas. Estos mismos pensamientos inspiran a Di­ haber m ejorado).
dier Anzieu en su trabajo «La transferencia paradójica» (1975). Anzieu Inicialmente, Freud atribuyó la RTN al sentimiento de culpa (superyó
parte de los estudios de la escuela de Palo Alto sobre la com unicación pa­ severo, sádico), luego al masoquismo m oral (yo m asoquista) y por fin al
radójica y las transacciones descalificadoras. Cuando este distorsionado instinto de muerte, sin que estas explicaciones sean excluyentes. Tam po­
tipo de comunicación entre padres e hijos se reproduce en el análisis so co lo son las que dieron después Karen H orney (rivalidad, tem or a la en­
configura una trasferencia paradójica y, a poco que el analista quede vidia), Joan Rivière (temor a una catástrofe depresiva, altruism o incon­
entrampado, también una contratrasferencia paradójica que conduce el ciente) y Melanie Klein (envidia). Las últimas explicaciones propuestas
análisis por los ominosos caminos de la RTN. A hora bien, como dicen giran preferentemente alrededor de los conflictos de la integración (Gad-
los comunicó logos (le Palo Alto, sólo se puede salir de una comunicación dini, Limentani) y de la simbiosis m adre-niño (Ursula G runert).
paradójica «mcincornunlcondo» sobre la situación misma, de m odo que Si bien algunos de estos puntos de vista pueden ser inconciliables al
la principal titlTA Intcrpictmiva en estos casos gira alrededor de cómo к nivel de las teorías que los sustentan, yo creo que todos aparecen en la cli­
distorsionan loa u w im í Jm en In situación analitica. nica y todos deben ser en su m om ento interpretados. Con uno solo o un
par de ellos no vamos a responder a la hermosa complejidad de la clínica 57. La reversión de la perspectiva (I)
analítica. Lo que aquí nos separa en escuelas es que, cuando llega el m o­
m ento de convertir en conceptos nuestra experiencia clínica, decimos que
«en el fondo el factor decisivo es...»; pero, en realidad, cuando enfrenta­
mos la RTN, tenemos que interpretarla de muchas maneras y con dife­
rentes perspectivas.
En fin, todo parece indicar que los conflictos tem pranos desempeñan
un papel im portante en la reacción terapéutica negativa (y lo mismo cabe
decir para el acting out y la reversión de la perspectiva) pero sería un
error enfrentarla con un esquema preconcebido del desarrollo a la esperà 1. Recapitulación brevísima
de que el material clínico lo confirme. Como analistas, lo único que po­
demos hacer es recoger ese m aterial clínico tal como aparece en la trasfe­ Estam os estudiando las vicisitudes del proceso analitico y hemos ali­
rencia, dispuestos con igual modestia a que apoye o refute nuestras ideas. neado los factores que lo influyen en buenos y malos con un criterio un
tanto m aniqueo, que puede servirnos, sin em bargo, si lo tom am os como
una orientación que no nos exonera de reconocer la inabarcable com ple­
jidad del hecho clínico. Así, hemos puesto en una colum na honrosa y
única al insight acom pañado de la elaboración, y, en la otra, al acting
out, a la reacción terapéutica negativa y a lo que ah ora vamos a estudiar,
la reversión de la perspectiva. Estos tres fenómenos van juntos porque
pertenecen a una misma clase, ya que tratan de impedir el desarrollo del
insight o, lo que es lo mismo, evitar el dolor m ental que el insight provo­
ca inevitablemente. Como ya vimos en su m om ento, en cuanto nos obli­
ga a cam biar lo que pensábam os de nosotros mismos, el insight siempre
se acom paña de dolor.
El estudio del acting out, la reacción terapéutica negativa y la rever­
sión de la perspectiva nos permite com prender y grosso m odo ubicar el
com portam iento de los pacientes durante el proceso analítico. Hay
quienes desarrollan su análisis (y su vida) utilizando com o principal ins­
trum ento de adaptación o, m ejor dicho, de desadaptación, el acting out,
otros recurren a la reacción terapéutica negativa y otros, p or fin, a la re­
versión de la perspectiva.
Yo creo que este agrupam iento es válido y es útil si sabemos recono­
cer sus limitaciones; y creo, tam bién, que estos cuadros se escalonan en el
sentido de que el acting out puede ser instrum entado com o una form a de
instaurar la reacción terapéutica negativa, y la reacción terapéutica nega­
tiva puede conducir, a su vez, a la reversión de la perspectiva. Este cam i­
no parece que sólo puede transitarse en esta dirección y no al revés, es un
camino creciente. C uando A braham (1919г) dice que sus enferm os narci-
sistas tienen u na gran dificultad para reconocer el papel del analista y dis­
cuten continuam ente sus interpretaciones, etcétera, estamos en una fran ­
ja imprecisa y no sabemos realmente si lo que el genio de A braham está
detectando será lo que después se va a llam ar reacción terapéutica negati­
va o reversión de la perspectiva.
la personalidad revirtiendo la función de los órganos sensoriales que
2. Primeras aproximaciones
de receptores pasan a efectores.
El otro funcionam iento del área psicòtica es la reversión de la pers­
La reversión de la perspectiva nos va a dar la oportunidad de estudiar
pectiva que estamos estudiando y es justam ente lo opuesto a la perspecti­
un aspecto singular del proceso analítico y será tam bién un pretexto para
va reversible del insight. En este tipo de funcionam iento m ental, el deseo
acercarnos a las originales ideas de Bion. Por reversión de la perspectiva
vamos a entender los procesos de pensamiento vinculados a un drástico de conocer (vínculo K) se trueca en un deseo de desconocer (vínculo -K).
intento de sacar de quicio la situación analítica, de ponerla cabeza abajo. Del mismo m odo, el funcionam iento alternante y complementario entre
la posición esquizoparanoide y la depresiva (Ps «—►D) y la relación
Bion introduce este concepto en Elements o f psycho-analysis (1963)
cuando está estudiando el área psicòtica de la personalidad, no el proceso continente-contenido ( 9 cr), que son para Bion los pilares sobre los que
analítico. Al considerar la reversión de la perspectiva desde un punto de se construye el aparato para pensar los pensamiento1:, presentan signo
vista técnico yo la presento, de hecho, en otro contexto que el que Bion negativo.
inicialmente propuso, pero en nada violento su pensamiento, en cuanto
él pensaba que estas ideas tenían que ver con la praxis del consultorio.
Bion descubre, entonces, la reversión de la perspectiva al estudiar el
área psicòtica de la personalidad, al lado del ataque al vínculo, las tras- 3. La parte psicotica de la personalidad
formajciones en alucinosis y otros fenóm enos.1
Bion describió el ataque al vinculo en su trabajo hom ónimo de 1959 y Como acaba de verse, Bion descubre y estudia la reversión de la pers­
en uno del año anterior, «On arrogance». La parte psicòtica de la perso­ pectiva desde el doble vértice de su teoría del pensamiento y de su con­
nalidad realiza ataques destructivos contra todo lo que en su sentir tiene cepto sobre la parte psicòtica de la personalidad (PPP), no desde el pun­
la función de unir un objeto con otro, y que en principio son las emo­ to de vista de la técnica como harem os nosotros.
ciones. Bion considera que los prototipos de todo vínculo son el pecho y Para Bion, como también para Bleger (1967), aunque con otros supues­
el pene que sufren el violento sadismo del niño en los primeros meses de tos teóricos, la P P P es fundamentalmente un modo de funcionamiento
su vida, como postuló Melaine Klein desde sus prim eros trabajos. mental, que se contrapone a otra, la llamada parte neurótica de la persona­
Cuando en la clínica se encuentra un trio form ado por arrogancia, es­ lidad. Hablar de personalidad psicòtica (o de parte psicòtica de la personali­
tupidez y curiosidad es porque el ataque al vínculo ha operado devasta­ dad) no implica un diagnóstico psiquiátrico, lo que depende de qué parte
doram ente y es, por tanto, índice de una catástrofe psicòtica en que predomine o conduzca la personalidad, la psicòtica o la neurótica. De la
fueron dañados severamente los objetos prim arios. La tríada de Bion es mezcla de ambas, de su suma algebraica y también de la interacción entre
difícil de m anejar clinicamente, porque por un lado está la curiosidad pe­ una y otra depende el funcionamiento del individuo. Por consiguiente, la
rentoria e intrusiva y por otra la insultante arrogancia que se realimenta idea de parte psicòtica no implica de ninguna manera un diagnóstico psi­
en la estupidez proyectada en el objeto. Esto lleva al paciente a una conti­ quiátrico.
nua y despiadada desvalorización de los demás, y entre ellos desde luego Hay varios elementos que sirven para definir la personalidad psicòti­
al analista y sus interpretaciones. Todo esto implica una sobrecarga en la ca y uno de los que mejor la caracterizan es el odio a la realidad interna y
contratrasferencia difícil de soportar. externa y, consiguientemente, a todos los instrumentos que puedan poner
La irasformación en alucinosis está siempre vinculada a un desastre al individuo en contacto con ella. Porque el odio a la realidad lleva necesa­
original donde los contenidos emocionales del bebé no encontraron el rê­ riam ente a atacar el aparato mental en cuanto instrum ento para captarla.
verie m aterno suficiente para ser convertidos en elementos alfa. L a aluci­ Searles (1963) dice, sin embargo, y con buenas razones, que el odio a la
nación es siempre, en última instancia, la expulsión de elementos beta del realidad del psicòtico puede expresar también un odio muy justificado a
aparato psíquico. La trasformación en alucinosis surge básicamente de sus primeras relaciones de objeto que fueron muy negativas (madre psi­
la intolerancia frente a la ausencia del objeto o, lo que es lo mismo, de la còtica, por ejemplo).
frustración y el dolor.2 Hay que tener en cuenta que, para Bion, la aluci­ Otra form a de definir la P P P , sólo en apariencia distinta a la ante­
nación no 01 lólo un sintoma clínico de la psicosis sino una particulari­ rior, es diciendo que la parte psicòtica tiene una gran intolerancia a la
dad do tu funcionamiento, que consiste en evacuar trozos escindidos de frustración. Si la intolerancia a la frustración es alta se com prende inme­
diatam ente que exista lo que dijimos antes, un odio a la realidad, porque
la realidad es para todos, y más para estas personas, en última instancia
1 I'út* ui) MUlllO tttl* rifliruM), vcihc d capiiulo II, «Psicosis», del libro de Grinberg, frustración: la P P P siempre mide la realidad p o r lo que deja de dar, por
Sor y U l « n c h « l l ( I 4 Í J ) el límite que impone.
1 S t | Q «П MU H Í » l l * 4 t W r r t ««pllulu V, « Irnniform ación en alucinosis», Introducción
Definir la personalidad psicòtica por el odio a la realidad o por la ln-
a las Ideet t it И Ш , У11 lIMb), r luffe W Ithm d r Bion Transform ations ( 1965).
La investigación de Bion ha podido esclarecer, pues, dos formas de
tolerancia a la frustración pueden ser dos enfoques distintos, sin em bar­
funcionam iento mental que m uestran la enorme complejidad de la
go, porque el prim ero pretende im poner una diferencia cualitativa que
no está en el segundo. Cuando digo que la personalidad psicòtica se ca­ estructura psíquica y que se extienden como un continuo desde el polo
neurótico hasta el polo psicòtico. Con Bion culmina el sostenido esfuerzo
racteriza porque odia la realidad, doy por sentado que eso no pasa con la
de Freud para integrar y delimitar psicosis y neurosis, que después reapa­
personalidad neurótica. La segunda form a de conceptuar la diferencia es
rece en la teoría de las posiciones de Klein, sin recaer en los excesos de la
puramente cuantitativa, porque decimos que la personalidad psicòtica es
psiquiatría alemana de comienzos del siglo. En su intento de diferenciar
la que tiene gran intolerancia a la frustración, que el grado de intoleran­
radicalmente neurosis y psicosis, Jaspers (1913), por ejemplo, las separa
cia es mayor. La diferencia de grado no debe ignorar, sin embargo, que
abismalmente con sus conceptos de proceso y desarrollo en términos de
puede haber una diferencia de fondo: es probable que una característica
em patia.3 De este m odo, las ideas de Bion representan un aporte sustan­
de la P P P sea justam ente conceptuar la realidad como frustración, ya
que la realidad no es sólo frustración. A veces este error se infiltra en cial para el desarrollo del pensamiento psicoanalítico.
Bion afirm a que la brecha entre la personalidad neurótica y la psicòti­
nuestras teorías científicas.
Otra forma de definir la personalidad psicòtica es en términos de im­ ca no es grande inicialmente; pero, a medida que el individuo se va de­
pulsos. En la personalidad psicòtica predom ina el instinto de muerte, sarrollando, y por diversas circunstancias (que provienen de él mismo y
del ambiente), esta brecha puede irse ensanchando.
fórm ula que sería grata a Melanie Klein y tal vez al Freud de «Análisis
Acabamos de decir que, al estudiar el funcionam iento de la personali­
terminable e interminable». También podríamos decir que la personalidad
psicòtica se vale fundam entalm ente de la envidia para desarrollar sus re­ dad, Bion destaca la relación entre continente y contenido; y utiliza para
laciones de objeto, en contraposición a la parte neurótica que utiliza la li­ definirlos sendos símbolos que no sólo aluden a funciones sino que en al­
bido. Aquí conviene establecer nuevamente que la diferencia es cuantita­ guna form a los representan concretamente. Hay para Bion una fo rm a
tiva porque, si tom áramos al pie de la letra lo que yo acabo de decir, la positiva de relación continente-contenido y una fo rm a negativa de rela­
ción continente-contenido: + V cr y - Ç cr .
diferencia sería radical e insalvable. Es m ejor entonces decir que hay un
predominio del instinto de vida o del instinto de m uerte, de la libido o la La relación ? cr es imprescindible para el crecimiento m ental. El
envidia, del am or o el odio. En la P P P dom inan nítidamente los impul­ contenido tiene que encontrar algo que lo reciba y pueda m odificarlo;
sos destructivos, y a punto tal que el am or se convierte en sadismo. Esta el continente necesita que algo lo llene, lo colme. El niño proyecta en su
idea de Bion hace recordar a Fairbairn (1941) cuando dice que el proble­ madre sus temores y la m adre los tolera dentro de ella, los asimila; y le
m a del esquizoide es cómo am ar sin destruir con su am or (mientras que devuelve al niño a través de su voz, de su leche, de su calor un contenido
el del depresivo es cómo am ar sin destruir con su odio). menos angustioso, menos dolbroso, más tolerable.
Un rasgo sobresaliente de la P P P en el que insiste Bion es que la iden­ En la parte psicòtica de la personalidad la relación continente-
tificación proyectiva es patológica y de gran destructividad: es así como contenido no se da en términos positivos sino de despojo y denudación.
se ataca al pensamiento y se form an los objetos bizarros. Lo que siente el individuo en estas condiciones es que el contenido se me­
Los rasgos señalados explican sobradam ente otra característica de la te en el continente para destruirlo; y, viceversa, el continente recibe el
P P P , el tem or a un aniquilamiento inminente, que deja su sello en la na­ contenido para sacarle cosas, para despojarlo.
turaleza del vínculo objetal. Estos conceptos tienen mucha realidad clinica. El analizado puede
sentir que la interpretación es un contenido destructivo que irrum pe en su
mente para dañarlo y desintegrarlo; y, viceversa, puede recibir la in­
terpretación para despojarla de su significado trasform ándola en algo
4. Relaciones entre la parte neurótica y la parte psicòtica malo.
O tro aspecto im portante de la personalidad psicòtica tiene que ver
Las observaciones de Bion con respecto al tipo de relación de objeto con la estructura del superyó. En la personalidad psicòtica hay un super-
que estructura la P P P form an una página brillante en la historia del psi­ superyó que enarbola la bandera de la m oral simplemente para exteriori­
coanálisis. Algo dijimos ya de este tema a propósito de la trasferencia y el zar su envidia, su destructividad, su m aldad. P ara este super-superyó la
lector recordará sin duda «Development o f schizophrenic thought» norm a moral no es m ás que una afirm ación de superioridad que nace de
(1936), donde Bion describe los rasgos fundamentales de la personalidad la om nipotencia y, sin ninguna base racional, se contrapone a la ciencia.
esquizofrénica, que anuncia su trabajo del año siguiente «Differentiation
of the psychotic from the non-psychotic personalities». Las relaciones de ' El desarrollo puede ser comprendido empáticamenie, y consiste en una respuesta a un
objeto de Ir parte jwlcAtlca son a la vez prem aturas y precipitadas, frági­ conflicto; el proceso no es situativo ni comprensible, de modo que no podemos llegar * 41
les y tenace». con el instrumento fenomenològico de la empatia.
Hay relación entre estas ideas de Bion y las que propuso Rosenfeld en premisas, que desde luego no expone y ni siquiera conoce, porque son in­
el Congreso de Viena de 1971 al caracterizar un self infantil y un self nar­ concientes. Está continuam ente reinterpretando las interpretaciones del
cisistico. El self narcisistico, im pulsado por la voracidad y la envidia, es analista para que hagan juego con sus propias premisas, que es también
muy parecido a la P P P ; el self infantil, capaz de am or y dependencia, una form a de decir que las premisas del analista tienen que ser callada­
corresponde a la parte neurótica. La diferencia entre estas dos concep­ m ente rechazadas. Calladam ente, porque entre analizado y analista hay
ciones es más de m étodo que de contenido. Los conceptos de Rosenfeld un acuerdo m anifiesto y un desacuerdo latente, del que por lo general el
ponen más énfasis en la relación de objeto, y en cambio Bion hace hinca­ analista sólo se percata cuando advierte que el proceso está com pleta­
pié en el funcionam iento m ental. Esta concepción es procesal; aquella mente estancado.
personalistica, en el sentido de G untrip (1961). Se explica, entonces, que en los m om entos críticos en que no puede
m antener el splitting estático, el paciente recurra, para restablecer el
equilibrio, a las alucinaciones, que las más de las veces son, dice Bion,
fugaces y evanescentes, o a pensamientos delirantes, que tam bién serán
5. El pensamiento y la reversión de la perspectiva volubles e inasibles.
P ara explicar en qué consiste el acuerdo m anifiesto y el desacuerdo
Dijimos ya que la reversión de la perspectiva es uno de los modos en latente Bion recurre a la clásica experiencia de la psicología de la form a
que funciona la P P P y ahora trataré de señalar sus rasgos principales. de los dos perfiles y el florero. Son perspectivas contrapuestas y las dos
Empecemos por decir que la reversión de la perspectiva es una form a es­ son legítimas m ientras no definamos a qué vamos a llam ar contenido y
pecial de pensamiento que trata de evitar a toda costa el dolor m ental. El form a en las líneas que estamos percibiendo.
pensamiento es doloroso desde su origen más rem oto porque, ya lo he­ Analista y analizado ven los mismos hechos pero con premisas dife­
mos visto, el primer pensamiento surge cuando se acepta el dolor de la rentes. A nivel de los hechos hay acuerdo Га nivel de las premisas nunca
ausencia, cuando se reconoce que el pecho no está, en lugar de expulsarlo explicitadas el desacuerdo es total y perm anente. Esto es lo que singulari­
com o un pecho-malo-presente-necesidad-de-un-pecho, es decir como un za a la reversión de la perspectiva, lo que la diferencia del acting out y de
elemento beta. la RTN, donde el desacuerdo es visible y las premisas no están sustancial­
P ara negar el dolor psíquico, la reversión de la perspectiva apoya en mente cuestionadas. -- - .
una modificación permanente de la estructura mental, que Bion llama split­ A hora bien, las premisas que el analista propone y las que acepta fo r­
ting estático y que es una especie de alucinación permanente. En lugar de m almente el analizado son las que se establecen en el contrato psicoanalí­
recurrir a este mecanismo de defensa (o a otro) ante cada situación de an­ tico, por esto digo yo que la reversión de la perspectiva cuestiona el
siedad, el splitting se da aquí de una vez para siempre: ubicarse en una contrato. El analizado que revierte la perspectiva denuncia de u n a vez
perspectiva determ inada y no moverse de ella es justam ente lo que hace para siempre el contrato analítico y se atiene a otro que él mismo estable­
que toda experiencia sea decodificada desde una posición ya tom ada, ce sin por cierto explicitarlo. Así se explica que la reversión de la perspec­
una posición que podríam os definir como tendenciosa; y entonces el tiva aparezca de entrada, lo que tam bién sostiene Sheila N avarro de
splitting prácticam ente es siempre el mismo. A esto le llama Bion split­ López (1980).
ting estático, que coincide notoriam ente con la observación de los se-
miólogos de la psiquiatría clásica cuando daban como síntom a tipico de
la esquizofrenia la rigidez del pensamiento. En términos de la teoría de
las tras formaciones que Bion expuso en su libro de 1965, estas caerían 6. Un caso clínico
dentro de las tras formaciones en alucinosis.
U na vez que se establece el splitting estático toda la inform ación que Un médico hom eópata vino a analizarse por diversos síntomas neuró­
provenga del exterior, de los otros, no hará más que confirm ar lo que el ticos y sus crisis de ansiedad que lo llevaban a estados de despersonaliza­
lujeto peruttbft. Si pudiéram os captarlos en su funcionam iento, estos en­ ción lindantes con la locura. Empezó el tratam iento de buena fe y acep­
fermos n o i sorprenderían por su habilidad para dar vuelta las cosas, para tando todas mis consignas. Sin embargo, con u na sutileza que estaba más
acomodttfint В lo que ellos piensan, a lo que les conviene, llevando allá de mi alcance, introdujo su «contrato paralelo». Me llevó años des­
siem pre ftjuíi pare lu molino. De esta form a, la interacción permanece cubrir cuáles eran sus premisas y denunciarlas.
estática y C* como ll el sujeto estuviera siempre alucinando una situación En las entrevistas iniciales este inteligente colega me dijo que padecía
que no exlitft» de asm a bronquial; agregó que era hom eópata y que tenia una larga ca­
La dlipoildÓH nwmtol que subtiende el splitting estático reposa ente­ suística de enferm os asm áticos, todos curados. En realidad, si con él ha­
ram ente en Ím рг^тШа dpi pensar, HI sujeto se atiene fijam ente a sus bía fracasado el tratam iento hom eopático era porque la droga que estaba
indicada le desencadenaba crisis de ansiedad muy grandes. P o r esto ha­ El asm a de este hombre tenía un claro com ponente estacional, que lo
bía decidido analizarse: su ansiedad era intolerable y temía volverse loco. llevaba a crisis iterativas, cuando no al mal asm ático, al comenzar la pri­
Lo que él manifiestam ente buscaba, y yo creía que él buscaba, era que el mavera. Esto no sucedió en el tercer año de análisis, y entonces empezó a
análisis resolviera su ansiedad y sus crisis de despersonalización, m odifi­ tom ar a escondidas la pulsatilla, el medicamento homeopático que él se
cando al mismo tiempo los factores psicológicos de su asma bronquial. había autoprescripto. De esta m anera podría atribuir la m ejoría también
Sus premisas, sin em bargo, eran distintas: quena que yo me hiciera cargo a su tratam iento y no sólo al mío. E n este episodio quedó patente para
de la ansiedad que acom pañaba al tratam iento homeopático. El análisis mí, aunque no para él, que lo guiaba la rivalidad profesional y no el de­
le tenía que permitir efectuar el tratam iento hom eopático sin quedar ex­ seo de curarse. Sus razonam ientos iban desde la ingenuidad al delirio.
puesto a un cuadro psicòtico. De esta form a, el análisis pasaba a ser un Decía, por ejemplo, que se había adm inistrado la pulsatilla para que la
instrum ento del tratam iento hom eopático y yo tenia que aceptar esa si­ hom eopatía participara de la curación de su asm a, y me consideraba
tuación. P,or supuesto que él no me lo planteó así. Todo lo que él hizo de egoísta porque yo pretendía que toda la gloria se la llevara el psicoanáli­
entrada fue simplemente preguntar si a mí me parecía pertinente que él sis. ¿Qué hago yo —llegó a decir, y su tono era patético— sí resulta que es
hiciera, además, un tratam iento hom eopático, a lo que en principio ni si­ el análisis y no la pulsatilla lo que me cura el asma? ¿Qué hago yo con mis
quiera me opuse, porque como norm a general no pienso que haya una in­ pacientes? Los estaría engañando. Es decir, tenía que ajustar su práctica
com patibilidad radical entre el análisis y tratam ientos de otro tipo. Si el médica al sueño diurno de que él, con la hom eopatía, curaba el asma.
otro tratam iento se pone al servicio de la resistencia, habrá que anali­ Quería a toda costa mantener la om nipotencia de este sueño diurno.
zarlo. A pesar de que yo no veía una incom patibilidad decisiva, él mismo En otro m om ento, luego de una remisión de su asm a durante varios
la creaba, porque en realidad venía a dem ostrar que la hom eopatía era meses, en que él estaba convencido (¡y yo también!) de la eficacia del
m ejor que el psicoanálisis. Lo que él en verdad me pedía era que yo, «con análisis para su enferm edad, quiso hacerse analista. Yo, desde luego, me
mi psicoanálisis», m oderara el desarrollo de la ansiedad que su infalible mantuve neutral frente a esta idea, que ni auspicié ni prohibí. C uando le
tratam iento homeopático produciría, para asi curarse. interpreté, entre otras cosas, que quería cambiar de profesión para sen­
En este caso es claro que existe un contrato paralelo, distinto y ade­ tirse dueño del tratam iento «bueno», sintió que yo obstruía su vocación
más incompatible con el analítico. El análisis podrá incluir un tratam ien­ y abandonó su proyecto. Desde ese m om ento se hizo muy refractario,
to médico o quirúrgico coadyuvante, complementario o independiente; empezó a dormir en las sesiones y tiem po después decidió dejar el análisis
pero no podrá quedar subordinado a él, porque el tratam iento analítico y recurrir una vez más al tratam iento hom eopático. Diré, entre parénte­
requiere autonom ía. Si yo aceptara las premisas del paciente perdería la sis, para mostrar hasta qué punto operan también estos mecanismos fuera
libertad de analizar el tratam iento hom eopático como resistencia, llega­ del análisis, que tenía la misma actitud con el tratam iento hom eopático.
do el caso. Se ve también aquí, en este punto, en qué consiste el splitting Quería tratarse a sí mismo, y cuando recurrió al que él consideraba el me­
estático: en cuanto el paciente responde a sus propias premisas, el jo r hom eópata argentino, le cuestionaba calladam ente cada cosa que ha­
concepto de resistencia huelga. E n otras palabras, lo que el paciente me cia o indicaba.
pedía era que yo lo analizara para que él pudiera curarse a sí mismo. La Com o dice Bion, lo más característico de este caso era el acuerdo m a­
similitud con el ejemplo de Bion del enferm o brillante salta a la vista.4 nifiesto y el desacuerdo latente. Una vez que se había form ulado ese
Como el ayudante de cirugía, lo que yo tenía que hacer era alcanzarle las contrato implícito al cual yo tenia que adherir, todo lo demás podía ser
pinzas y sostener los separadores m ientras él operaba. visto desde esa perspectiva. Por ejemplo, toda interpretación que yo hi­
Esta situación fue para mí insuperable. Todo lo que pude hacer fue ciera para corregir su asm a desde el punto de vista psicológico era una
decirle luego de varios años de análisis que optara por un tratam iento o el prueba de rivalidad de mi parte, era decirle simplemente que «mi»
otro, y él optó por el tratamiento homeopático finalmente. Diré de paso interpretación era mejor que su pulsatilla. Y, por supuesto, cuando yo
que esta opción que yo pretendía darle para que él pudiera decidir libre­ utilicé la palabra «pulsatilla» para interpretar la m asturbación, para él
mente fue para ¿1 un desafio. ¡Y recogió el guante! fue lo mismo que decirle a Erlich que el salvarsán cura porque su nom bre
Fue un caso ilustrativo y dramático, porque el paciente colaboraba, contiene la palabra «salvar» y no p o r el arsénico. Si yo le interpretaba
tenia inilghl y ern un hom bre realmente merecedor de ayuda y de respe­ así era, simplemente, porque yo quería descalificar a la pulsatilla com pa­
to. Ш m lim o llegá a reconocer que estaba en un dilema, porque sí se cu­ rándola con la m asturbación, obviamente porque yo no creía en la
raba el m u ir con el psicoanálisis, entonces tendría que operar un cambio homeopatía.
com pleto de (U pcupecliva profesional. Es decir, el conflicto empezó En realidad, si examinamos el planteo de mi paciente estrictamente
cuando él prtifrA que el unálisú podía modificar su asm a. desde un punto de vista psiquiátrico, debemos concluir que tenía en efec­
to un delirio. ¿Qué otro sentido puede tener que él se tome el trabajo de
4 U km nU a i havhn A m /h ü , p i t 4V. venir a dem ostrarm e que el tratam iento homeopático es m ejor que el
analítico? Yo nunca le había dicho lo contrario. P or esto es que Bion dice 58. La reversión de la perspectiva (II)
que la reversión de la perspectiva implica un delirio y que, viceversa, el
paciente utiliza el delirio para m antener la reversión de la perspectiva.
Pude comprender cabalm ente estas afirmaciones de Bion con mi en­
fermo. A veces él me entendía mal, pero tardé en darme cuenta que esos
desencuentros eran pequeños m om entos delirantes y alucinatorios. Por
ejemplo, en una oportunidad pude establecer que él había oído que yo le
decía: «Esta vez sí que le puse la tapa», luego de form ular una interpreta­
ción. Otras veces el fenómeno pseudoperceptivo no era tan abierto y se li­
m itaba a afirm ar que, cuando yo interpretaba, había un tono zum bón en 1. Reintroducción del tema
mi voz, cuando no una suave risita despectiva. Eran frecuentes las ilu­
siones y alucinaciones de la mem oria, que a veces me provocaban gran La reversión de la perspectiva es el caso extremo de la rigidez del pen­
incertidumbre. sam iento que configura el splitting estático. Se trata de una actitud que
Los fenómenos perceptivos y mnémicos, asi como las interpreta­ promueve, ya de por si у definitivamente, una situación disociativa, sin ne­
ciones delirantes aparecían en m om entos en que la tarea interpretativa cesidad de hacerla operante en cada m om ento, m odificando las prem i'
am enazaba con conmover toda la estructura del paciente; era entonces sas. De esta m anera, la reversión de la perspectiva está en el límite de to ­
cuando recurría a las alucinaciones o a las ideas delirantes para m antener da una serie de fenómenos de distorsión que puede estudiarse a nivel de
la reversión de la perspectiva. la comunicación o el pensamiento. Lo que destacan Bion y tam bién
Bion dice que estos pacientes utilizan la realidad para dar expresión a Money-Kyrle (según veremos en el próxim o capítulo) es la voluntad de
un sueño diurno, en mi caso el de curarse a sí mismo y dem ostrarm e que mal entender, el desconocimiento como una actitud del espíritu y no
podía hacerlo. Creo que la expresión sueño diurno es ajustada; el pacien­ simplemente como un fracaso de la comunicación. Es esto, justam ente,
te no delira en principio sino que quiere m antener sus sueños diurnos a lo que ubica la reversión de la perspectiva en la misma clase de fenóme­
toda costa, con lo cual term ina por delirar. Lo que. desde la semiología nos que el acting out y la reacción terapéutica negativa, porque los tres
empieza por ser idea sobrevalorada termina en idea delirante. tratan de impedir esa form a especial de pensamiento que es el insight; el
En los pacientes con reversión de la perspectiva es donde más clara­ acting out, a través de una regresión del pensamiento a la acción, la reac­
mente se ve que la relación entre los tres fenómenos que estamos estu­ ción terapéutica negativa malogrando ¿1 insight alcanzadòTla reversión
diando no es de doble vía, cuando se advierte cómo le quedan subordina­ de la perspectiva con una actitucTque es ёГ negativo "del insight (vinculo
dos los otros dos. Con respecto a la RTN esto es muy evidente en los -К). No es para mí casual que Bion tom e de ejemplo el paciente que viene
momentos en que los logros se hacen más insoportables para el analiza­ a deslum brar al analista con su insight.
do. Recuérdese la fuerte respuesta de mi colega el hom eópata cuando vio O tro elemento que unifica a las tres estrategias que estamos estudian­
llegar la primavera por prim era vez sin asm a. Allí operó también el ac­ do es que cuando persisten conducen a la impasse.
ting out de empezar a tom ar la pulsatilla sin comunicármelo. Recordemos p or último que, en general, son los estados fronterizos
El uso del acting out como instrumento para m antener la reversión de los que emplean la reversión de la perspectiva, y no la psicosis franca
la perspectiva es de lo más frecuente. A veces no lo advertimos, por donde el delirio está a la vista.
desgracia, y sólo interpretam os el acting out y no lo que lo alim enta. En
el hom eópata pude advertir muchas veces esta situación. Este paciente
había tenido un análisis anterior, donde le interpretaron, y estoy seguro
que adecuadam ente, sus tendencias homosexuales. A nuló de inmediato 2. El concepto de «reversión» de Klein
estas interpretaciones con una actuación que lo trasform ò de m arido m o­
delo en un donjuán de im ponente prom iscuidad. Llegó a acostarse con Un antecedente im portante a los trabajos de Bion sobre la reversión
paciente!) amigo* y hasta con su concuñada. Esta conducta fue interpre­ de la perspectiva puede encontrarse en Klein (1961) en el análisis del caso
tada en tu m om ento por su competente analista anterior com o un intento Ricardito, después del viaje de la analista a Londres. Es una sem ana que
de refirm ar vfn acting out su masculìnidad y superar la angustia de empieza un m artes y cuyo material, dicho sea de paso, es el que se utilizó
castración, Sin (ludlt que esas interpretaciones eran correctas; pero, por para escribir «The Oedipus complex in the light o f early anxieties» en
el m aterial rceoillUo a t el análisis conmigo, daba la impresión de que el 1945.
acting oui eumptlft tnm biín la función de mantener la perspectiva de có­ En la sesión n° 42, del jueves, a propósito de un dibujo, Klein in­
mo ól vela ína еоед* y nadie podía enseñarle nada. terpreta que Ricardito h a puesto al padre en el lugar del bebé trasform ili*
dolo en un bebé gratificado y entonces hace este com entario que es la no­ yantarse a la m añana ella establecía las reglas de su juego, que podían ser
ta 2 de la sesión. «La reversión es un im portante mecanismo de la vida distintas aunque siempre consistían en que ella iba a saber que, según pi­
m ental. El niño pequeño cuando se siente frustrado, deprivado, envi­ sase la baldosa de la izquierda o la derecha, esa persona iba a pasar a
dioso o celoso expresa su odio y sus sentimientos de envidia con una re­ representar el personaje tal o cual. El modelo de este extravagante juego
versión om nipotente de la situación de m odo que él será el adulto y los sirvió para entender que, al llegar tarde, hacía pisar al analista la baldosa
padres los descuidados. En el material de Ricardito, en esta sesión, la re­ que lo convertía en un personaje de su fantasía. Algo parecido hacía para
versión se usa de una form a diferente. Ricardito, se pone él mismo en el em pezar la sesión: el analista tenía que decir algo, preguntar, interpretar
lugar del padre; pero, con el objetivo de evitar destruir al padre, lo cambia o moverse para que ella empezase a hablar.
en un niño y aun más en un niño gratificado, satisfecho. Esta form a de re­ C uando se le interpretó en esa dirección, la analizada asoció algo que
versión está más influida por sentimientos am orosos».1 En esta nota se sirvió para comprender lo que le pasaba: «Anoche terminé una novela.
puede decir que está contenida en germen toda la teoría de la reversión de ¡Qué pena dejar esos personajes! Bueno, no im porta, en seguida empiezo
la perspectiva que Bion va a desarrollar en los capítulos 11, 12 y 13 de otra y ya estoy con otros personajes». De m odo que, para ella, tam bién
Elem ents o f psycho-analysis (1963). el análisis era una novela donde instauraba personajes, creaba los ac­
Vale la pena señalar, tam bién, que Klein distingue dos situaciones po­ tores. M ientras la premisa es que el analista es un personaje representan­
lares en su mecanismo de reversal, según predominen los sentimientos do su papel, el papel que ella le ha asignado, todo lo que se le pueda in­
am orosos o los destructivos (celos, envidia). En el prim er caso, evidente­ terpretar ya está incluido en el argum ento de su novela (splitting
mente, la reversión tiene que ver con los procesos naturales de identifica­ estático). Con su silencio inicial ella espera que su personaje, el analista,
ción que promueven el crecimiento m ental y que, en términos de la psico­ empiece a actuar su papel, sea hablando o moviéndose. La novela en que
logía social, configuran el llam ado juego de roles. A mi juicio, sólo en el ella trasform a el análisis —y su vida entera— es una forma de mantener
segundo caso, cuando dom inan los impulsos destructivos, se puede un tiem po circular donde todo puede preverse: puesto que todo se repite
hablar propiam ente de reversión de la perspectiva. todo es igual. Alguna vez recordó la analizada unos versos de H oracio
Estas dos situaciones, pues, no deben ser confundidas, porque el juego sobre el saber sacrilego, que es el de pretender saber la hora de la m uerte,
de roles tiene un claro sentido positivo en cuanto lleva una intención de de la propia muerte.
elaborar el conflicto y reparar a los objetos, que por definición no existe en Este ejemplo m uestra, convincentemente, que interpretar a nivel de
la reversión de la perspectiva. Lo decisivo es, a mi juicio, el tipo de las fan­ los mecanismos de defensa no basta. Porque mientras uno interprete la
tasías subyacentes: en el juego de roles no se borra del todo la diferencia tardanza o el silencio en términos de miedo, frustración, venganza, envi­
entre sujeto y objeto, la sensación de que yo me estoy poniendo en el lugar dia, com plejo de Edipo, angustia de castración, control om nipotente o lo
del otro; el mecanismo es más plástico, mientras que en la reversión de la que sea, no se ha llegado al plano donde está radicado el conflicto. La ta­
perspectiva el mecanismo es rígido y el temple delirante. rea interpretativa debe proponerse un cambio más sustancial que llegue a
las premisas ocultas del analizado. El ejemplo presente tiene un interés
adicional, m uestra que las premisas ocultas pueden configurar un tipo de
m aterial que nos lleve a interpretaciones sencillas, correctas y conven­
3. Otros casos clínicos cionales, como las de la llegada tarde. Sólo si estamos muy advertidos
podrem os pensar que el hecho de llegar tarde a las sesiones pueda impli­
Se trata de una paciente que llega inexorablemente tarde, siempre un car algo tan complejo com o lo que el analista descubrió en este caso. La
poco más de quince minutos tarde: sea cual fuese el horario, su sesión reversión de la perspectiva se detecta, por lo general, cuando el analista
empieza 16 o 17 minutos después de lo acordado. Las interpretaciones advierte que «todo va bien» pero el analizado sigue igual. Tenemos que
convencionales —rivalidad, rebeldía, resistencia, control, etcétera— pa­ estar m uy atentos porque actitudes aparentem ente simples y hasta sintó­
ra nada m odificaron esta situación. Una vez la paciente contó cuál era su nicas con el yo, susceptibles de explicarse racionalm ente, pueden estar
juego infantil preferido y a partir de allí pudo iniciarse o tra línea de in­ encubriendo un conflicto de esta naturaleza, con un fondo de delirio.
terpretación, inspirada en la reversión de la perspectiva. H abía un cami- Recientemente otra colega, la doctora Myriam Schmer, me comentó
nito de lajas entre i u c o s a y u n a pileta próxima, que la gente transitaba un caso de lo más interesante. Era un hom bre joven que pasó por un lar­
para Ir a ЬаПппс. Según las baldosas que estas personas pisaban ella es­ go período de impasse. C uando empezó a movilizarse apareció claram en­
tableció qud papel Iban a tener com o personajes de su fantasía. Nadie sa­ te el trastorno del pensamiento y el paciente recordó en form a dram ática
bia nunca, par lupuatlo» loi papeles asignados; pero todos los dias al le- que había sido un zurdo contrariado. El m aterial m ostraba claram ente
que esa experiencia infantil tenía m ucho que ver con la reversión de la
1 Narrattv» » / 0 ¿ j i i r i 201 , nota 2. perspectiva. No diría yo la simplicidad de que la reversión de la perspecti*
va se da en zurdos contrariados, pero sí que es probable que en la vida de
estos pacientes haya habido experiencias que trataron de forzar su n atu­ refiero no al homosexual que quiere y no quiere curarse sino al que viene
raleza. Recordó, tam bién, que cuando empezó a escribir lo hacía en una a dem ostrarm e que es homosexual, con el claro designio inconciente de
form a que nadie entendía, hasta que un neurólogo, que le diagnosticó que yo, como analista, al final voy a tener que reconocerlo y, consiguien­
una dislexia, puso un espejo delante de su escritura y dem ostró que él temente, tendré que aceptar que mi deseo de tratarlo era un error y un
prejuicio por definición.
escribía simétricamente: con el espejo la escritura se hizo de pronto total­
mente legible.
Creo que sería p or demás interesante investigar si existe, como yo lo
creo, una relación entre la reversión de la perspectiva y las respuestas S
del Roscharch, donde se tom a el fondo por figura. Es sabido que estas 4. La reversión de la perspectiva y el insight
respuestas de espacio blanco miden el oposicionismo y se considera nece­
sario tener un núm ero de respuestas S, ya que implican autonom ía, que Cuando estudiamos el insight lo com param os (y por supuesto lo
no se está sometido al m edio. La respuesta S expresa el oposicionismo en contrastam os) con la experiencia delirante prim aria de Jaspers porque en
todos sus grados y niveles, normales y patológicos. No está por cierto am bos surge una nueva conexión de significado. Digamos ahora que, pa­
entre las consignas del test que uno deba ver lo impreso como figura y el ra Bion, el insight está conceptualm ente vinculado a la reversión de la
blanco como fondo, como no está tam poco entre las consignas del psico­ perspectiva, es su opuesto. El insight puede definirse, justam ente, como
análisis que el futuro paciente se pronuncie a favor del análisis y en la capacidad de asumir el punto de vista del otro, de captar con una pers­
contra de otro tipo cualquiera de tratam iento. La dificultad surge, vol­ pectiva reversible, equivalente a la visión binocular. La reversión de la
viendo a mi paciente, no en que él pensara que la hom eopatía es m ejor perspectiva es todo lo contrario, un mecanismo psicòtico que me impide
que el psicoanálisis sino que venía a analizarse para dem ostrarlo. La cambiar y revertir mi punto de vista para aceptar el de los otros.2 Con la
com paración entre los dos tratam ientos es lógica y mi paciente tenía de­ noción de perspectiva reversible, que contrapone a la reversión de la pers­
recho a hacerla. Pero él hacía algo m ás, porque rechazaba calladam ente pectiva, Bion define de una m anera convincente el papel de la interpreta­
la premisa de que él había venido a analizarse conmigo, no a que yo lo se­ ción y del insight. En realidad, cuando nosotros interpretam os, lo que
cundara para realizar una cura homeopática. Es en este punto que él des­ hacemos es darle al paciente otra perspectiva de los hechos que él está
conoce mis premisas. Si él, en cambio, dijera que el tratam iento analítico describiendo y enjuiciando. Le ofrecemos la posibilidad de rever y even­
no sirve y que va a interrum pirlo, que va a buscar algo m ejor, estaría tualm ente de revertir la perspectiva que tenía. Esta capacidad de ver des­
dentro de la premisa de que se está analizando y no quiere hacerlo más. de otro ángulo es justam ente lo que caracteriza al insight. En resumen,
No hay duda de que a medida que nos habituam os a descubrir estos la reversión de la perspectiva es un proceso antagónico pero al mismo
casos, que por su índole pasan las más de las veces inadvertidos, veremos tiem po vinculado a la perspectiva reversible, a la capacidad de insight.
aum entar su frecuencia. En el Congreso de Londres, Liberman (1976b), A hora que hemos contrapuesto la reversión de la perspectiva a la
habló de un tipo especial de paciente, los cuasicolegas, que proponen di­ perspectiva reversible, digamos tam bién que aunque sean fenómenos
ficultades especiales. Son personas que hacen un uso emblemático del opuestos pertenecen a la misma clase. Agreguemos, para no eludir la
psicoanálisis, que se analizan por una cuestión de prestigio, que buscan complejidad de los hechos clínicos, que el paciente de la reversión de la
en el análisis levantar la autoestim a a través de suministros narcisistas. perspectiva viene al análisis no sólo para ejecutar ese fenómeno sino tam ­
Pienso que algunos de estos pacientes, no todos, pueden incluirse en la bién para que lo curemos, esto es, para que le saquemos la cruz que lleva
categoría que estamos estudiando. sobre sus hom bros. El desenlace dependerá, como siempre, de cuánto pe­
Vale la pena señalar, finalmente, que el análisis didáctico, que tiene se en él un deseo y el otro, así como también de nuestra habilidad para
com prenderlo y no caer en la tram pa.
realmente dos finalidades, se presta mucho por su am bigüedad esencial a
esta clase de fenómenos. El deseo de curarse, que para el paciente será no dar más vuelta las
cosas, puede variar en grado, pero siempre existirá la posibilidad de to­
Por todo lo dicho, cabe sostener que ,1a reversión de la perspectiva
puede aparecer más frecuentemente de lo que parece. N o hay que consi­ mar contacto con esa parte que quiere salir del infierno. Creo que esto
derar, sin embargo, que todo paciente que distorsiona el análisis o trae mismo lo señala Bion cuando dice que la táctica del analista radica en de-
segundas Intencione! debe incluirse en esta categoría. El psicópata, por sestabilizár la defensa, trasform ando la situación estática nuevamente en
ejemplo, tiene legundn* intenciones pero no abandona las «prim eras», dinámica. La fantasía patológica de curación de Nunberg (1926) expresa,
esto es, que viene A tmnll/nrsc, aunque por cierto no sabrá por mucho por un lado, la reversión de la perspectiva, pero también el deseo de curar.
tiempo Qui Ci pura ¿1. Muchos casos de perversión, en cambio,
se compretldertnn ntcjoi vi lo» contempláramos desde esta vertiente. Me 2 Es sabido que Bion prefiere hablar de vértice y no de punto de vista, para no q u e d tr
dem asiado prisionero del ojo, del sentido visual.
del coito de los padres entonces ya no habrá más coito de los padres. El
odio a la realidad es de tal m agnitud que lleva a atacar el aparato mental
Acabamos de decirnos consoladoram ente que siempre podremos capaz de percibirla. P or esto dice Bion que, evidentemente, fijar las pre­
encontrar en el paciente un sector (self infantil, parte neurótica, yo cola­ misas satisface el narcisismo de quien las propone.
borador, racional o lo que fuere) que no va a revertir la perspectiva y Bion dice que en la reversión de la perspectiva el conflicto se plantea
podrá ser, entonces, la palanca donde aplicar nuestro esfuerzo. Deseo entre Edipo y Tiresias, no entre Edipo y Layo. El conflicto entre Layo
ocuparm e ahora de la parte que revierte la perspectiva y que, en princi­ y Edipo gira alrededor del vínculo L y el vínculo H; pero el conflicto
pio, podemos afirm ar que persigue finalidades narcisistas. entre Tiresias y Edipo pertenece al vínculo K. Entre Edipo y Layo el
La reversión de la perspectiva consiste, por definición, en que el suje­ problem a es quién es el dueño de Yocasta; entre Edipo y Tiresias, quién
to viene a analizarse no para conocerse a sí mismo, curarse, crecer o re­ posee el conocimiento.
solver sus problem as, sino con una idea distinta, que hasta puede ser la Digamos com parativam ente, y sólo al pasar porque merece una refle­
de demostrarle al analista que no necesita el análisis. Quiere im poner sus xión m ás detenida, que el narcisismo p ara Lacan queda cuestionado por
premisas y desconocer las del otro en un despliegue descomunal de narci­ la castración. La tópica de lo imaginario se sustenta en el no reconoci­
sismo. Y sin embargo hay un talón de Aquiles en ese inexpugnable siste­ miento de la castración, que provoca una estructura especular donde el
m a porque necesita del otro para dem ostrar (y demostrarle) que lo que niño cree que es el pene de la m adre y la m adre cree que el chico es su
afirm a es cierto. propio pene. No hay una diferencia entre su jeto/objeto y tiene que venir
La premisa básica para que el análisis sea posible es que el analista sea un tercero, el padre, que corta esa relación especular y da lugar a que
el analista y el paciente el paciente. Yo creo que, en últim a instancia, esta aparezca por prim era vez el reconocimiento de las diferencias, que es
es la premisa que está siempre cuestionada. En el fondo es la polaridad también la inserción del hom bre en la cultura.
sujeto-objeto la que cae víctima de la fascinación del narcisismo. La difi­ Todos los autores se preguntan en última instancia cóm o hacemos p a­
cultad de aceptar la existencia del otro equivale a no aceptar otra realidad ra reconocer al otro, para aceptar la asimetría que crea o reconoce la po­
que la de nuestros sueños. laridad sujeto/objeto.
La reversión de la perspectiva incluye al objeto sólo para que confir­
me lo que el sujeto piensa, para que sustancie la realidad de sus sueños.
En el ejemplo de Bion, el analizado cuenta com o si fuera un sueño una
experiencia para él real a fin de que el analista, al analizarla como un
sueño, confirme que fue eso y nada más. Así pues, el objeto (el analista)
sólo existe para confirm ar lo que el sujeto pensó o para negar lo que
es para él real.
Como señala la doctora Navarro de López en el trabajo de 1980 la
notable confusión sujeto-objeto de la reversión de la perspectiva depende
de un uso excesivo de la identificación proyectiva al servicio de una inten­
sa y agresiva escoptofilia. N o mira la interpretación con sus propios ojos
sino con los del analista dentro del cual se ha metido.
Creo que en ese punto la investigación de Bion nos lleva a uno de los
problemas más acuciantes de la investigación psicoanalítica de nuestros
días: el narcisismo.
Aun en esta relación exquisitamente narcisista en que el sujeto viene a
buscarme paro dem ostrar que no me necesita, yo existo para él, ¡aunque
más no аев para que lo ayude a m antener su narcisismo! Si fuera as!t
habría que pensar que venimos programados para la relación de objeto y
no es cierto que nuestra m eta es el deseo de conservar el narcisismo.
Bion de hecho sostiene que nosotros nacemos con una capacidad para
com prender en qué consiste la vida sexual de los padres, esto es, con una
precont&pdón del miui de Hdipo. El neurótico trata de no hacerse careo
de CIO conocimiento pelo Ilo pretende no tenerlo, destruirlo. La psicosis
busca unit Klludóll tilín tndlcnl, y es que si uno ataca la preconcepción
59. Teoría del malentendido ción y luego el concepto, de modo que el crecimiento mental queda interfe­
rido. Es una form a extrema de evitar el dolor que justam ente provoca la
incapacidad para comprender o la percepción de la locura. Si uno tanto se
ingenia por comprender las cosas desde otra perspectiva es porque tiene
una radical incapacidad para verlas como son para los demás. No podría
observarse mejor esta tozuda actitud que en aquel paciente que, después de
una excelente interpretación que le hizo su doctora, le dijo: «Esta interpre­
tación me llegó, me ha hecho dar un giro de 360°».
E n cuanto es un mecanismo tan necesario como extremo para evitar
1. Bion y Money-Kyrle el dolor y para lograr de alguna form a un equilibrio, la reversión de la
perspectiva se defiende con uñas y dientes. De ahí surgen las alucina­
La reversión de la perspectiva empalm a con los trabajos de Roger ciones evanescentes, los delirios fugaces, el acting out, etcétera. A veces,
Money-Kyrle (1968, 1971, etc.) sobre la construcción del concepto, el como recurso extremo, aparece una resistencia incoercible y el enfermo
m alentendido y el objeto espurio. Estos estudios son de gran envergadu­ deja el tratam iento.
ra, pero nosotros los abordam os solamente desde el punto de vista técni­ Todos estos fenómenos son bastante frecuentes y, en realidad, apare­
co, es decir en sus aplicaciones prácticas. cen para mantener la reversión de la perspectiva no menos que para
Haciendo un resumen de lo visto en los dos últimos capitulos, el fenó­ expresarla. Son, en últim a instancia, síntom as, elementos constitutivos
meno de la reversión de la perspectiva da cuenta de ciertos casos en que de la situación misma, porque la reversión de la perspectiva es, al fin y al
entre analista y analizado hay un acuerdo manifiesto que oculta una cabo, un gran m alentendido del cual los otros, los pequeños malentendi­
discrepancia verdaderam ente radical. El analizado no cuestiona y al dos, son nada más que síntom as. C uando lo comprendemos nos damos
contrario acepta lo que el analista dice, se pone de acuerdo con él e inclu­ cuenta de que el estudio de la reversión de la perspectiva nos lleva insen­
sive discrepa como cualquiera puede hacerlo, m ientras ve todo desde siblemente, como no podía ser de otra form a, al terreno de los trastornos
otras premisas. Lo que realmente está en juego, entonces, son los supues­ del pensamiento, la llave de la investigación bioniana.
tos de la relación y de la tarea. Se configura un contrato paralelo y Desde nuestro punto de vista, que es la técnica psicoanalitica, el
mientras no tengamos acceso a ese contrato oculto no podrem os nunca trastorno del pensamiento interesa cuando se constituye com o proble­
captar el m otivo por el cual los hechos se revierten. ma de la praxis, y el tem a surge tanto de la obra de Bion como de la
AI ubicar este fenómeno dentro de su tabla, Bion (1963) dice que el de Money-Kyrle.
conflicto no es entre Edipo y Layo sino entre Edipo y Tiresias, porque lo El parentesco intelectual entre estos dos investigadores salta a la vista,
que está en discusión es el conocimiento. más tal vez que las diferencias. La primera de estas es que mientras Bion
Siguiendo las hileras de la tabla hay un deslizamiento, y, cuando estudia especialmente los casos más graves, donde la psicosis está en juego
el analista funciona con un nivel de pensamiento muy concreto, el o, por lo menos, donde la parte psicòtica de la personalidad desempeña el
paciente opera con un alto nivel de abstracción y viceversa. Asi, mayor papel, Money-Kyrle se interesa por los casos leves. Bion se ocupa de
po r ejemplo, cuando el analista habla del m ito de Edipo (hilera C), el pa­ la psicosis y Money-Kyrle de la neurosis, aunque esto no sea absoluto.
ciente decodifica en términos de la teoria del com plejo de E dipo (hileras Una diferencia que a mí me parece un poco más consistente es que
F o G), lo que equivale a decir en buen romance que está intelectualizan- Bion estudia antes que nada el pensamiento y Money-Kyrle el conocimien­
do. Al revés, cuando el analista trata de abstraer a partir de la experien­ to, sin desconocer por supuesto cuánto hay de común en ambas áreas.
cia, el analizado desciende en la escala de abstracción y, consiguiente* Creo, por último, que Money-Kyrle se apoya más que Bion en consi­
mente, le niega a la interpretación su valor simbólico: se le interpreta la deraciones evolucionistas y biológicas (etológicas).
angustia de castración y él siente la interpretación com o un concreto ata*
que a su pene, com o la castración misma. Así nunca pueden entenderse,
jam ás (C encuentran analista y paciente. Bleger (1967) explicaba este fe*
nóm eno diciendo que el analizado rata, es decir, escucha con la PN P 2. El desarrollo intelectual de Money-Kyrle
cuando le hablem os a la P P P y viceversa. Así anula nuestras interpreta*
clones y n o t desoriento. A unque Money-Kyrle, que es probo y modesto, subraya su deuda in­
La reversión do til perspectiva opera a través del splitting estático modi­ telectual con Bion, no debe perderse de vista que sus primeros trabajos
ficando Ici proiullAlt iu paciente impide que sus preconcepciones se fertili aparecen a fines de la década del veinte y que desde entonces se ocupa de
cen con lü l lievito» il$ Il 1 MllUlfìd, las realizations, para que surja la conctìp- estos temas.
Money-Kyrie dice que él, com o psicoanalista, pasó p or las tres gran­ concepto equivocado de la base, es decir que las dos cosas no son fácil­
des etapas que m arcan la evolución del psicoanálisis mismo como cien­ mente separables. La investigación de Money-Kyrle puede condensarse
cia, H ubo un prim er m om ento en que la enferm edad mental era concebi­ en este punto en dos palabras i m alentendido y desorientación: malenten­
da com o inhibiciones de la vida sexual; luego esta visión cambió por otra dido (misconception) tiene que ver con la construcción del concepto; de­
más estructural, en el sentido de un conflicto entre impulso y defensa, sorientación (disorientation) se refiere a las categorías de espacio y tiem ­
que tam bién es un conflicto entre el yo y el superyó, conflicto d “ índole po. U na de las tesis fuertes de Money-Kyrle, y original, por cierto, es que
ética. En un tercer m om ento, por fin, en los últim os años, se valora espe­ cuando el interjuego de la inform ación genética y lo que el medio aporta
cialmente el trastorno del pensam iento, el error conceptual que alimenta no es adecuado no queda eso com o un hueco en el conocimiento sino que
y es el fundam ento de la enferm edad mental. prolifera como un mal conocimiento: a esto se le llama m alentendido.
Estos tres enfoques desde luego no son contrapuestos sino que, al El concepto se construye para Money-Kyrle en el punto de encuentro
contrario, se complementan: por una parte las inhibiciones sexuales que de lo innato con la experiencia. Sigue en esto la idea de Bion de una pre-
tanto ocuparon a Freud en los primeros tram os de su investigación se concepción que se ju n ta a un hecho de la experiencia (realization) para
vinculan al conflicto estructural que él mismo describió y después explo­ form ar la concepción.
ró Melanie Klein; y, a su vez, este conflicto de estructuras también lo po­ La otra apoyatura de Money-Kyrle es el renom brado filósofo M oritz
demos com prender como errores al conceptuar determinados objetos, Schlick, em pirista lógico y jefe del famoso Círcujo de Viena. P ara
impulsos o experiencias. Schlick el conocimiento no se adquiere tom ando conciencia de la expe­
O tra form a de definir lo que estudia Money-Kyrle es que se ocupa no riencia sensorio-emocional sino reconociendo lo que esa experiencia es.1
del instinto como pulsión, como carga, sino como conocimiento. En reali­ Money-Kyrle considera que este reconocimiento equivale a ubicar a algo
dad, el impulso implica estas dos cosas, la pulsión y el conocimiento. Esto com o miembro de una clase. Nacemos, entonces, con una capacidad pa­
ya lo decía Freud en los Tres ensayos (1905c/), cuando definía al instinto no ra reconocer ciertos objetos como miembros de una clase.
menos por su carga que por su fuente y su objeto. La pulsión tiene que es­ Sin reabrir el debate m ilenario entre nom inalism o y realismo, es de­
tar acompañada de algún tipo de representación del objeto donde se la cir, si hay de veras universales o si sólo hay palabras que nom bran con­
aplique. Si bien pulsión y objeto pueden separarse metodológicamente, el juntos de cualidades que nosotros recortam os de la realidad, digamos
instinto en su conjunto es una estructura unitaria. A veces uno lo olvida, simplemente que sostener que hay clases no presupone por cierto un rea­
pero en realidad es así. Y Money-Kyrle viene a recordárnoslo. lismo ontològico sino que nosotros tenemos una determ inada capacidad
El aspecto cognitivo del instinto lo estudian más los etólogos que los para destacar, dentro del continuo de la experiencia, ciertas cualidades
psicoanalistas. Esto lo sabe Money-Kyrle, que term ina su artículo de que van juntas y llamamos clases. Podemos suponer que hay clases sin
1971 diciendo que uno de los propósitos de su publicación es ayudar a apoyar las Ideas de P latón o los universales de Aristóteles, sino, más
que se cierre la brecha entre la etologia y el psicoanálisis. bien, postulando un acercam iento gradual a la realidad, estableciendo
Se puede decir en conclusión que Money-Kyrle, en una investigación clases cada vez más racionales, m odificándolas en la medida en que se va
que se extendió a lo largo de toda su larga vida, une el psicoanálisis por com prendiendo la naturaleza de los procesos. P ara dar un ejemplo, la
sus dos extremos con la biología y la Filosofía, traza un gran arco de clase de las m alform aciones congénitas se dividió en la clase de las ce-
círculo que va de Platón y Aristóteles a Lorenz y Tinbergen, pasando rebropatías genéticas y la clase de las em briopatías o em brionitis virósi-
por Schlick y el positivismo lógico. cas, cuando se descubrió el efecto de la rubeola m aterna. Es decir, nos
vamos acercando a clases más racionales, más realistas. Esto va sin des­
m edro, creo yo, de que la idea de clase que m aneja Money-Kyrle se apo­
ya en un conocimiento muy concreto que viene con el genoma.
3. La construcción del concepto De todos modos, Money-Kyrle dice que nosotros nacemos con la po­
sibilidad de reconocer, de destacar de la experiencia algunas clases o, lo
Hay dos áreas en que se desarrolla la indagación de Money-Kyrle, la que es lo mismo, de ubicar dentro de ciertas clases los hechos de la expe­
construcción del concepto y la localización témporo-espacial de la expe­ riencia. P or esto el niño puede asignar la clase pecho ai seno m aterno o al
riencia. Hn realidad, no son sustancialmente distintas, porque localizar biberón y discriminar lo que no pertenece a esa clase. «U n concepto es la
las experiencia! supone lo construcción de los conceptos de espacio y imagen mnémica de una clase funcionando com o nom bre».1
tiempe¡ pera, evidentemente, Money-Kyrle propone darle más autono* Todo hace suponer que en el recién nacido la prim era preconcepción
mia a aitai dos eategoilai donde los factores experiencia les influyen para
¿1 m&t decididamente 8r verA, sin embargo, que la mala orientación ha* 1 Collected papers, pág. 418.
d a el objet», Itèdtt le busr como él la llama, puede estar vinculada a un 2 Ibid., pág. 419.
innata es la del pecho (o el pezón), o m ejor tal vez la de un pecho (o pe­ que la ausencia es indispensable porque si el niño tuviera siempre el seno
zón) bueno o m alo, dado que las emociones de am or y de odio colorean en la boca no podría entender nunca que el pecho y la boca son distintos.
la preconcepción desde el comienzo. A partir de la prim era experiencia
con un objeto que puede ser clasiñcado com o pecho, la clase se achica
notablem ente y la concepción queda ligada a un determ inado pecho (o
m am adera) dado en cierta form a, etcétera. 4. El desarrollo del concepto
Paralelam ente con el concepto de pecho (o pezón) se va construyendo
el de algo que lo contiene, la boca. Desde este m om ento en adelante se A diferencia de la sofisticada tabla de Bion que va de los elementos
van construyendo los otros conceptos por división y combinación —por beta al m étodo deductivo-científico y el cálculo algebraico, Money-Kyrle
disociación e integración para decirlo en términos más psicoanalíticos— . postula sólo tres mom entos, que son: identificación concreta, representa­
Venimos programados y preparados para reconocer y clasificar «las co­ ción ideográfica y representación verbal.
sas de la vida»; pero este desarrollo nunca es fácil, porque opera también en La prim era etapa, la representación concreta, no es estrictamente
nosotros una fuerza poderosa a desconocer, a olvidar, a engañarnos. hablando representational, ya que la representación no se distingue del
Poseemos los instrum entos adecuados para conocer la realidad, para objeto representado. H asta donde yo la puedo entender, esta idea corres­
clasificar los hechos de la experiencia; y resulta, sin embargo, que tene­ pondería aproxim adam ente a lo que Freud (1915e) llam a representación
mos que aprender de nuevo lo que ya sabíam os a través de un arduo y de cosa en el inconciente. Money-Kyrle cita el caso de un paciente que tu­
persistente esfuerzo. Es que así com o nacemos con un inherente am or vo una serie de episodios ictéricos leves por constricción de las vías bi­
por la verdad (instinto epistemofílico, vínculo K) también traem os con liares que, por la evolución del material, parecían corresponder al prim er
nosotros la tendencia a distorsionarla a poco que nos contraríe. De tal estadio de su clasificación, que luego se expresaron claramente como
m odo, y esta es otra tesis fuerte de Money-Kyrle, cuando no construimos ideogramas oníricos. Money-Kyrle parece pensar que estos episodios
el concepto recto no es solamente porque el medio nos privó de las expe­ eran la expresión fisiológica de lo que H anna Segal (1957) llamó ecuación
riencias (realizations) adecuadas, sino también porque tenemos una fuerte simbólica {Collectedpapers, pág. 422), pero yo me inclino a pensar que
tendencia a distorsionar. El espíritu hum ano tiene una disposición muy tanto la representación de cosa como la ecuación simbólica coinciden
fuerte a no conocer, a desconocer. Aquí Money-Kyrle coincide con el be­ mejor con la segunda etapa, que ahora vamos a consignar.
névolo escepticismo que transita toda la obra de Freud y se hace teoría en Después viene la representación ideográfica en la cual hay ya una pri­
«Form ulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico» (1911¿>). m era distancia entre la cosa y el símbolo, com o se observa en los sueños.
El conflicto básico del ser hum ano tal vez sea, para Money-Kyrle, el El estadio final del desarrollo cognitivo corresponde a la representa­
que se plantea entre un poderoso impulso a conocer y el no menos fuerte ción verbal del pensamiento conciente.
a no conocer, a distorsionar los hechos de la vida.3 Money-Kyrle explica
esta tendencia a distorsionar con dos instrum entos teóricos: el principio
del placer y la envidia.
De acuerdo con el principio del placer no se construyen concepto» si* 5. El sistema espacio-temporal
no pares de conceptos, porque cada concepto que uno forma, en cuanto
implica experiencias placientes o desplacientes, queda autom áticam ente Hemos expuesto cóm o se origina y se construye el concepto y ahora
ligado a lo bueno y lo malo. nos toca hablar brevemente de cóm o entiende Money-Kyrle que se alcan­
Si opera fuertem ente la envidia, siempre se va a form ar el concepto zan las categorías de espacio y tiempo.
m alo pero el bueno puede que no; y entonces en su remplazo aparece un Money-Kyrle considera que nacemos con una disposición p ara orien­
malentendido (misconception). tarnos frente a la realidad y en «Cognitive development», el trabajo que
El conocimiento es doloroso porque está siempre ligado a la ausencia, estamos com entando, se ocupa de la orientación espacial que nos dirige
a la falta. Si no me faltara el pecho en determ inado m om ento, si eitu* h a d a una base. Es interesante señalar, porque define nítidam ente su po­
viera siempre ol pecho en mi boca, no tendría-malentendidos con respeo> sición, que Money-Kyrle llam a base no a algo de la persona sino concre­
to a él; e* el v»do de lo ausencia lo que se llena de malentendidos. Aun tamente al objeto. Psicológicam ente, la base es el punto de cruce de las
coordenadas cartesianas al que siempre recurre el sujeto para orientarse.
1 Al fíftftl dt te p rirrtn a parta d e tu trabajo inaugural, «The developm ent оГ a c h ild » La base de la que derivan todas las demás es el prim er objeto que se re­
(1921), M a lt n it K lt t n d o c tltM U ludi» entre el princìpio del placer y ci principio de rcalìdxd corta en la confusión sensorial del recién nacido, es decir el pecho, o tal
en térm ino» d i u n Im p tilio • conocer vertu» cl ic n tim ie n to de om nipotencia del nino, q u f vez específicamente el pezón.
recogí d a l e ttu d iu (la P t t m c r l (IVI 1) м Ы е el deiarrollù del sentido d e la realidad ( Writing#, El desarrollo del sistema a partir de la base es, com o se com prende.
vol. I, p ig . 16).
del pecho a la m adre, luego a los dos padres (complejo de Edipo), herma­
Lo mismo cabe decir sobre el malentendido. Al fin y al cabo nuestro
nos y familia, sociedad.
trabajo se basa en buena parte en rectificar lo que el enfermo entiende
La orientación hacia la buena base puede perderse de varias maneras.
mal de lo que le decimos. Tenemos tendencia a pasar por alto que el pa­
A veces el niño se mete dentro de la base con una identificación proyecti­
ciente no siempre nos com prende, que a veces su com prensión está
va total, sea por envidia o para buscar protección frente a un peligro, te­
tronchada a nivel de las ideas, de los conceptos. P ara tom ar un ejemplo
m a este de un trabajo de Jorge A hum ada. E n estos casos, la confusión de
muy claro de la práctica de todos los dias, las clásicas interpretaciones del
identidad es muy grande y el proceso puede ser muy crónico y muy sintó­
fin de semana, criticadas a veces con razón como interpretaciones clisé,
nico si las circunstancias de la vida y las habilidades del sujeto lo perm i­
siempre lo serán si partim os equivocadam ente de la idea de que el pacien­
ten. En un trabajo anterior, Money-Kyrle (1965) atribuyó a este mecanis­
te sabe lo que es esperar o tiene el concepto de lo que es la ausencia del
mo la megalom anía y sostuvo que el hom bre empezó a usar ropas para
objeto. Si alguno de estos conceptos falta y lo remplaza o tro equivocado,
consum ar la identificación proyectiva con su animal totèm ico, esto es
entonces esas interpretaciones son irremediablemente inoperantes, por
con los padres. En un trabajo reciente (1983), Jorge A hum ada estudia la
más ciertas que sean, simplemente porque el paciente de ninguna m anera
im portancia que tiene detectar en el m aterial del analizado si el analista
las puede com prender. U na enferm a muy inteligente, que siempre critica­
es reconocido como base, lo que pasa más de una vez inadvertido, ya que
ba la chatura de mis interpretaciones del fin de sem ana, cambió dram áti­
el analizado no puede expresarlo y el analista da por sentado que él existe
camente cuando yo empecé a señalarle que, para ella, la palabra ausencia
para el otro. M uchas veces, la falta de la base, esto es de un pecho capaz
no tenía significación, que no sabia lo que quería decir ausencia; y verda­
de introyectar los estados dolorosos, aparece en el material como la idea
deram ente era así, de m odo que todo lo que yo le había interpretado an ­
de que el analista es frío o insensible. Siguiendo lo que dice Money-Kyrle
tes había sido inútil o, en el m ejor de los casos, sólo una vaga prepara­
en su último trabajo (que escribió en 1977), A hum ada subraya la necesi­
ción para que llegara a com prender que a ella le faltaba un concepto, el
dad de distinguir la identificación proyectiva destructiva de la identifica­
concepto de ausencia: m ientras no tuviera ese concepto mal podía yo in­
ción proyectiva desesperada, que es un intento de conexión (o de re­
terpretar que había estado ausente durante el fin de sem ana.
conexión) con la base.
Si el analista percibe dónde está el m alentendido y a qué concepto
O tra eventualidad en que la buena base se pierde es cuando se la con­
remplaza, pone en m archa un proceso que, si term ina felizmente, restitu­
funde o se la cambia por la m ala. La base equivocada representa, simple­
ye al enferm o el concepto faltante. He visto en mi práctica que cuando
mente, la que no le conviene al sujeto en esas circunstancias.
puedo interpretar de este modo alcanzo un nivel de precisión y eficacia
Como una tercera posibilidad Money-Kyrle estudia la orientación a
singular, no desprovisto de elegancia. En un recalcitrante caso de eyecu­
una base confusa y toma de paradigm a el trabajo de Meltzer (1966),
lación precoz, por ejem plo, logré un progreso cierto cuando empecé a in­
cuando el niño confunde el pecho de la m adre con su trasero que se aleja
terpretarle a mi analizado que él no tenía un concepto claro de lo que sig­
y luego con su propio trasero donde se mete con un acto m asturbatorio.
nifica esperar. Es obvio que si no se ataca este punto concreto difícilmen­
Vale la pena señalar que las ideas de malentendidos y desorientación
te podrá corregirse el trastorno.
tienen inm ediata y vigente aplicación en la práctica. A veces ninguna in­
El punto de partida más seguro p ara aplicar rectam ente a la práctica
terpretación puede ser más precisa que la de señalar al paciente su deso­
estas ideas es tom arlas en serio y tom ar en serio tam bién al analizado
rientación, cómo él busca lo que no es verdaderam ente lo cfue le con­
cuando dice q u t uo nos com prende. En el ejemplo de la inteligente m ujer
viene; y mientras nosotros no interpretam os esta búsqueda equivocada
que descalificaba mis interpretaciones del fin de sem ana la situación em­
com o el error básico del analizado, la desorientación probablem ente per­
pezó a variar cuando yo me hice cargo de que ella dería vuelta a vuelta
sistirá y el analizado va a seguir equivocándose; y nosotros tam bién va«
que no me com prendía. H asta ese m om ento yo volvía a explicarle y,
mos a errar el camino acom pañándolo con interpretaciones que sólo al­
cuando ella insistía en que no me com prendía, le interpretaba que me
canzarán lo contingente, lo adjetivo.
descalificaba (lo que también era cierto) o se chanceaba (lo que tam bién
M uchas interpretaciones sobre el am or de trasferencia, por ejemplo,
era cierto).
resultan m ejor formuladas si se puntualiza que la búsqueda es equivoca*
da, que lo buica un hom bre cuando se necesita un analista, un pene en
lugar de un pecho, un padre en vez de un m arido. Al comienzo de su
am or de trnifoioncln una m ujer casada dc-mediana edad afirmaba rotun­
dam ente que tudo lo que necesitaba para sanarse era estar, enam orada.
6. Los conocimientos básicos
Lo mismo podrí* decirte del acting out de aquel hom bre que en el primer
«The aim o f psycho-analysis» (1971), uno de los últimos trab ajo s de
fin de (0П11ШЛ de Ш attillili se acostó con su sirvienta y le regaló «1
Money-Kyrle, versaba sobre cuáles pueden ser los conocimientos que no«
equivalente jtu to d( lo yue pagaba por la sesión.
vienen con el genoma y proponía tres: el reconocimiento del pecho como
objeto supremamente bueno, el reconocimiento del coito de los padres 7. Duelo y memoria
com o insuperable acto de creación y el reconocimiento del tiem po inevi­
table y, últimamente, de la m uerte.4 Volviendo a los tres actos de reconocim iento ya estudiados, puede de­
La propuesta de Money-Kyrle es altam ente especulativa, y él no lo ig­ cirse que el punto de partida de un desarrollo sano es el poder reconocer
nora. P odría ser que el desarrollo futuro de las investigaciones nos lleve a el pecho como objeto bueno, ya que a partir de allí se van dando todas
aceptar que son otros los conocimientos innatos; pero, de todos modos, las otras relaciones. Esto es difícil porque no podemos gozar del pecho
los mencionados encuentran apoyo suficiente en toda la investigación indefinidamente.
psicoanalitica. Money-Kyrle piensa que el concepto de pecho bueno siempre se llega
P or otra parte, la tesis de que venimos al m undo con ciertos conoci­ a form ar y que para ello ha de bastar que los cuidados m aternales, por
mientos elementales parece estar actualm ente muy apoyada por la inves­ insuficientes que sean, logren que el niño se m antenga vivo. C uanto peo­
tigación etològica y, al fin y al cabo, no hace m ás que poner a Jos homíni­ res sean los cuidados m aternales, por supuesto, menos firmemente podrá
dos en línea con todas las especies del reino anim al. El animal es capaz de establecerse el concepto de pecho bueno y más expuesto estará a desmo­
reconocer ciertos estímulos com o señal que pone en m archa pautas fijas ronarse durante la ausencia. C uando el desarrollo se cumple más o me­
de com portam iento {fixed action patterns). nos norm alm ente, la memoria del pecho bueno subsiste a los azares del
Com o puede verse en el librò de Lorenz Evolución y modificación de contacto y la separación, es reconocido cuando vuelve y, cuando se va
la conducta (1971) y en múltiples contribuciones de la etologia actual, el definitivamente, precipita el proceso de duelo que Melanie Klein (1935,
estímulo señal que pone en m archa una conducta puede ser por demás 1940) llamó posición depresiva, durante la cual el pecho bueno perdido
contingente pero bien determ inado. Lorenz cita la conducta de atención se internaliza,
a sus polluelos de la pava como muy específico (y para mí dram ático). La Money-Kyrle se inclina a pensar que la intem alización del objeto per­
pava responde inicialmente al piar de sus hijitos con conductas m aterna­ dido en el proceso de duelo equivale a establecer un concepto (tal vez a
les de cuidado. Cualquier objeto que esté en el nido sin emitir estas seña­ nivel de representación ideográfica); pero de lo que no duda es que la po­
les es desalojado p o r la diligente m adre a picotazos. Si se pone en el nido sibilidad de enfrentar el duelo y la capacidad de recordar son insepa­
un objeto artificial dotado de un mecanismo que le haga emitir la señal rables, porque sin m emoria no puede haber duelo y sin duelo no puede
del polluelo, será reconocido como hijo. Si se le lesiona el coclear, la pa­ haber m em oria.5
va expulsará de su nido a los pichones apenas salen del cascarón. Unos
días después, sin embargo, estas rígidas conductas instintivas se modifi­
can p or el aprendizaje y la m adre seguirá cuidando a sus polluelos aun­
que no emitan la señal. 8. El objeto espurio
Volviendo a los tres conocimientos innatos de Money-Kyrle vimos
que se apoyan en el cuerpo teórico general del psicoanálisis, pero vale la Cuando la memoria y la pérdida se hacen intolerables, el objeto
pena tam bién destacar que tom an partido en algunas de nuestras grandes bueno ya no es reconocido como tal y se lo cambia por otro al cual se le
controversias. En prim er lugar, que la relación de objeto es de entrada y atribuyen equivocadamente las virtudes del original. El prototipo de este
no puede haber una etapa de narcisismo prim ario. Queda tam bién afir­ m odelo patológico de desarrollo nos remite una vez más a los confusos y
m ado que hay prim ero una relación diàdica con el pecho y después una exaltados sentimientos del niño que Meltzer describió en 1966, y a lo que
relación triangular edipica. P a ra Money-Kyrle no es solamente genética nos referimos hace un m om ento al hablar de la base. E n el m om ento en
la pulsión sexual sino también el objeto del instinto y la relación de los que el niño cambia el pecho por su trasero podemos afirm ar que se ha
objetos entre si (escena primaria). Money-Kyrle no desconoce ni tiene producido el malentendido fundam ental. Como dijo una vez un alum no
p or qué desconocer la enorme gravitación del com plejo de Edipo en el m uy inteligente, la desviación inicial es cuando el bebé conceptúa el
acceso del hom bre a la cultura, pero lo postula como un conocimiento in­ pecho como el... ¡traste!
nato que la cultura no hace otra cosa que reforzar, inhibir o desviar. Desde las fallas en la conducta del objeto hasta la envidia endógena
muchos son los factores que pueden explicar p or qué un individuo busca
un sustituto espurio para rem plazar un verdadero objeto; pero, de todas
m aneras, sin entrar a discutir su historia, la idea sirve en la práctica p o r­
que permite interpretar con precisión y con menos carga en la contratras­
ferencia, en cuanto se com prende que el paciente busca un objeto espurio

*CoUmrni lila 441 3 Ibid., p ig . 444.


porque ha olvidado el auténtico, porque no ha podido esperarlo y no es
capaz de reconocerlo. Este razonam iento es aplicable al acting out del fin
de sem ana y tam bién mucho al am or de trasferencia en el cual el objeto
La idea central de Money-Kyrle es, me parece, que el conocimiento
espurio para la paciente m ujer es el pene. Recuerdo un paciente masculi­
tiene un desarrollo, en el sentido de que hay factores endógenos y exóge-
no que me decía en tono desafiante que lo que él necesitaba para curarse
nos, genéticos y adquiridos, que lo determ inan, que lo impulsan. El co­
era una m ujer, una hem bra. El análisis no le servía para nada. Lo que te­
nocimiento no se da de entrada y para siempre sino que es un proceso; y
nía que hacer era ayudarlo a conseguir una hem bra, esa m ujer ideal, re­
la función más im portante del psiquismo es, tal vez, acercarse a las fuen­
ceta infalible para todos sus problem as. Buscaba un objeto espurio, creía
tes genéticas del conocimiento. Parece tam bién que, por desgracia, una
que la vagina de una m ujer iba a resolver todos sus problemas; pero, en
función fundam ental del psiquismo es distorsionar ese conocimiento pri­
realidad, lo que necesitaba era un analista y no una Celestina para resol­
migenio y fundam ental, lo que a lo mejor sea una form a quejosa de decir
ver sus problemas. En este paciente, dicho sea de paso, la vagina idealiza­
simplemente que el hom bre es un animal capaz de crear símbolos.
da estaba confundida con el recto, m ientras que la función psicoanalítica
De este modo los trabajos de Money-Kyrle plantean con una nueva
tan despreciada representaba el pecho, a partir de un splitting horizontal
perspectiva, que es estrictamente psicoanalítica, el viejo problem a de n a­
del cuerpo de la m adre (o, si se prefiere, de un desplazamiento de arriba turaleza y cultura, en cuanto afirm an que hay entre ambas una interac­
hacia abajo). En este breve ejemplo se comprende que operando con la
ción, com o dicen por otra parte las nuevas corrientes sociobiológicas.
idea de objeto espurio se puede interpretar con precisión y hasta diría con
Así se expuso hace algunos años en el famoso libro de Lionel Tiger y Ro­
serenidad, más a resguardo de la tensión contratrasferencial que inevi­
bin Fox (1971) y más recientemente en los estudios de Edward O. Wilson
tablemente se siente cuando el paciente nos da literalmente la espalda y se
(1978). En The imperial animal se hace mucho hincapié en el valor de las
va a buscar otras soluciones, a veces peligrosas y siempre desatinadas.
estructuras jerárquicas en el com portam iento de los prim ates en general y
Así com o Bion dice que hay que ver al paciente como si fuera la pri­
sobre todo de los homínidos. La tesis general de este libro es que no hay
m era vez, con lo que quiere decir que no hay que estar atado a los pre­
oposición radical entre naturaleza y cultura, porque nosotros somos p o r
juicios que uno ya tiene sobre el paciente, Money-Kyrle viene a decirnos
naturaleza animales culturales. En ese sentido, aparece una fuerte refuta­
que tam bién el paciente nos ve a nosotros en cada sesión por prim era vez,
ción a la idea de Freud cuando en 1930, y en realidad a lo largo de toda su
porque no siempre nos reconoce cuando llega; y que de esto no nos da­
obra, antepone el instinto a la cultura.6
mos cuenta porque es obvio y porque es muy doloroso. Si uno opera te­
Con sus delicados instrumentos psicoanalíticos, Money-Kyrle trata
niendo en cuenta este esquema y si es a la vez sensible a lo que dicen los
de averiguar qué es lo genético, qué es lo adquirido y cuál es la relación
pacientes, ve aparecer este tipo de problemas con frecuencia y muy
entre ambos,
concretam ente. Me acuerdo, por ejemplo, de una paciente que sotia de­
Money-Kyrle parte de que nacemos con determ inadas preconcep-
cirme los lunes «yo no sé quién es usted». Yo interpretaba estas aso­
ciones, en el sentido de Bion (y tam bién en el sentido etològico de conoci­
ciaciones com o hostilidad po r el fin de semana; pero, en realidad, el
miento genético) y que esas preconcepciones tienen que unirse, que en­
problem a era más grave y, en realidad, ella me había olvidado, había
sam blar con determ inada experiencia, que Bion llam a realization. 7 Es de­
perdido totalm ente el contacto. Al interpretarle que ella estaba enojada
cir, dada una determ inada preconcepción que yo tengo, cuando en­
por el fin de sem ana, yo dejaba sin tocar lo esencial, esto es, que la in>
cuentro un ejemplo en el medio, yo «realize» que eso es lo que estaba
terrupción del viernes la llevaba a expulsar al objeto totalm ente y de allí
buscando. Es en este punto donde interviene Schlick, cuando dice que
que me desconociera. Yo interpretaba que me desconocía p ara expresar
conocer es siempre reconocer al objeto como m iem bro de una clase.
su enojo, tom ando como un desprecio de nivel casi social lo que era algo
El concepto de clase es por demás interesante y Money-Kyrle lo remi­
más profundo y dramático. Ella realmente no se acordaba; y cuando la
te a P latón y Aristóteles. Platón decía que hay Ideas de las que las cosas
situación fue interpretada correctamente, la analizada respondió con una
de la realidad son meros remedos. Todas las cosas y los seres del m undo,
asociación que p ara ella tenía un valor alegórico pero para mi m ostraba
todo lo que perciben nuestros sentidos no son sino apariencias. Vivimos
un aspecto esencial de su conflicto, a pesar del aspecto de intelectualiza-
prisioneros en una caverna y vemos sólo sombras que tomamos por reali­
ción con que te recubría. D ijo que un bebé sólo puede recordar el pezón
dad. La realidad no puede estar form ada sino por las Ideas, perfectas,
cuando lo tiene en la boca.
eternas, incorruptibles. El conocimiento verdadero está cim entado en la

6 Com o es sabido, A nna Freud sostiene decididam ente esta linea de pensam iento en E l
y o y les mecanismos de defensa (1936).
7 El verbo inglés to realize quiere decir com prender o ser conciente de algo; de allí viene
realization.
realidad de las Ideas, de ahí el nom bre de realismo para esta posición filo­ sión si no es recordando lo que tenía y no tengo? Y, viceversa, ¿cómo
sófica, a la que se contrapone el nom inalism o de William de Occam entre puede haber recuerdo si no es a partir de un duelo por lo que no está? Así
otros. Es a partir de las Ideas que nosotros reconocemos los hechos de la pues, los tres conceptos, recuerdo, duelo y tiempo son fundamentales e
realidad que les son siempre inferiores. Si se despoja a esta doctrina de indispensables en esta doctrina.
todo el anlage ideológico de un P latón que vive y crece en la época de la
decadencia de Atenas, apenas term inada la guerra del Peloponeso con la
rendición de su ciudad en 404 a .C .,8 lo que P latón quiere decir es que te­
nemos algún tipo de conocimiento previo a la experiencia que nos permi­
te ubicarnos frente a ella. Algo parecido después va a decir Karit cuando
se opone a los idealistas ingleses y le dice a Locke que el cerebro no es una
tàbula rasa porque cuando uno nace ya hay aprioris. Schlick, por su par­
te, hace referencia a una capacidad para poder ubicar las cosas en clases.
El concepto de clase es complejo; pero baste decir que se puede admi­
tir que en las cosas de la naturaleza hay algunas características que
m archan unidas y eso es lo que nos permite hacer clasificaciones. Las cla­
sificaciones van cam biando a medida que tenemos más conocimientos,
porque el conocimiento nos acerca a las así llamadas clases naturales.
Tomen ustedes la clasificación de Linneo, por ejemplo. H om bre anterior
a todo com prom iso evolucionista, puede hacer, sin em bargo, una clasifi­
cación que se ha sostenido, aunque después haya sufrido lógicamente
m odificaciones, porque era un genial observador, riguroso y lúcido. A
pesar de su nom bre, las clases «naturales» se modifican continuam ente
porque, en la medida en que podem os com prender más lo que es sustan­
cial a una clase, m ejor podemos definirla o caracterizarla. A nadie se le
ocurriría poner en una misma clase a leones y camellos porque son del
mismo color, ya que hay otras características, com o la de herbívoro o
carnívoro, que nos parecen más significativas. En cambio, para clasificar
a las m ariposas, el color puede ser im portante porque puede decidir la
sobrevivencia de una especie si facilita su adaptación. Con este concepto
de clase opera Money-Kyrle cuando afirm a que el hom bre nace con un
conocim iento innato de algunas clases de objetos.
Money-Kyrle estudia la formación del concepto y una de sus tesis
fundamentales es que puede fallar por diversas razones que dependen del
individuo mismo o del medio. Si las realizations no son muy eficaces
(factor exógeno) o si la intolerancia al dolor es muy alta (factor endóge­
no), aparece una voluntad concreta de desconocer, y por esta razón, los
conceptos que deberían formarse se trasform an en malentendidos.
Esto parte de la teoría del malentendido está muy vinculada a la teo­
ría de la memoria y del reconocimiento. Reconocimiento tiene aquí el
doble sentido de gratitud, de estar reconocido, y de recuerdo, ya que si
no me acuerdo de algo mal puedo reconocerlo. El reconocimiento está li*
gado a la ponidán depresiva porque condiciona la depresión, com o tam ­
bién la depreitón condiciona la memoria. ¿Cóm o puedo tener yo depre­

* V éaw Mutuiti llM iv tí th к t i r m m , voi 2, cari. tí.


60. Impasse* resuelve, el paciente interrum pe el tratam iento por su cuenta o con
nuestro consentimiento.
El error técnico incide sobre el proceso tam bién en una determ ina­
da dirección: surge del analista y así lo consideran am bos participantes
o, en todo caso, y tam bién a prim era vista, un tercero llam ado a opinar,
el supervisor.1
Al separarla de la resistencia incoercible (del paciente) y del error
técnico-teórico (del analista), la impasse queda más definida y concreta,
sin por ello ignorar las form as de tránsito ni pretender que esta discrimi­
Es fácil definir en términos generales la impasse psicoanalítica; pero nación conceptual se aplique fácilmente al caso clínico. Sucede a veces,
es arduo descubrirla y complejo resolverla. En este capítulo se intenta de­ p or ejemplo, que una aparente resistencia incoercible sea en realidad una
limitar el concepto, ubicarlo en el campo que le pertenece (la técnica) y respuesta a algo que hizo el analista y, viceversa, puede el error técnico
señalar sus fuentes principales (psicopatologia). partir del paciente, com o por ejemplo, en el fenómeno de la contraidenti­
Sobre la definición no caben muchas dudas. La palabra francesa es de ficación proyectiva descripto por Grinberg (1956, 1963). Es posible tam ­
por sí clara y universal. Quiere decir callejón sin salida, y se la emplea bién, com o se ve en la práctica, que el analizado que dejó el tratam iento
cuando algo que se desarrollaba normalmente se traba de pronto y se de­ por resistencia o error técnico desemboque en impasse en un segundo in­
tiene. La vemos frecuentemente en los periódicos para señalar alguna tra- tento. En suma, los tres procesos se superponen y se relacionan, sin que
tativa que llegó a un punto muerto. No es otro, a mi juicio, el sentido que por eso deba confundírselos. P or la precisión, impasse debe reservarse
se le da en psicoanálisis. El uso corriente del término exige, sin embargo, para casos en que el fracaso no es visible y el tratam iento se perpetúe.
que la detención se dé cuando las condiciones generales de la situación ana­ Giovacchini y Bryce Boyer (1975) definen la impasse com o una si­
lítica se conservan, y es muy pertinente, entonces, la precisión de Mostar- tuación donde el terapeuta, que se siente incóm odo y frustrado, tiende a
deiro et al. (1974) al señalar que sólo se puede hablar de impasse en psico­ introducir un parám etro, esto es, un procedimiento no analítico, o bien a
análisis cuando se cumplen las condiciones formales del tratamiento: si el interrum pir la terapia (pág. 144). E sta definición no me parece del todo
setting está notoriam ente alterado no corresponde hacerlo. En la impasse satisfactoria por diversas razones. Puede existir la impasse sin que el ana­
el tratiajo analitico se realiza, el paciente asocia, el analista interpreta, el lista se vea llevado a actuar. El acting out del analista, en caso de produ­
encuadre se mantiene en sus constantes fundamentales; pero el proceso no cirse, seria una consecuencia de la impasse pero no una de sus notas defini­
avanza ni retrocede. Esto no supone, por cierto, que no haya fallas en el torias. P o r otra parte, el paràm etro de Eissler (1953) tiene que ver con
encuadre y en la labor del analista. Existen siempre, como en todo análisis; una actitud técnica que, más allá del acuerdo que le dispensemos, no
pero no son lo decisivo. El compromiso del analista es tan completo (y implica necesariamente actuación.
complejo) en la impasse que hay tendencia a clasificarla en impasse por el Estos autores consideran que la impasse es el correlato trasferencial
paciente y por el analista. Hay muchas razones, sin embargo, para no de una crisis del desarrollo tem prano y, com o tal, es intrínseca a la psico­
aceptar este criterio, y la primera es que en la verdadera impasse am bas patologia del paciente, con lo que se confunde la causa (psicopatológica)
causales aparecen siempre superpuestas e indefinidas: la impasse no es re­ con la consecuencia técnica, la impasse. De todos modos, la observación
sistencia incoercible ni tampoco error técnico. clínica de Giovacchini y Bryce Boyer es acertada, en cuanto las crisis del
Vale la pena detenerse un momento para discutir estos términos. desarrollo tem prano tienen su «inevitable» correlato en la trasferencia,
La resistencia incoercible irrum pe en el proceso desde el analizado, ya lo vimos en el capítulo 28; pero no me parece inevitable que la repeti­
y siempre bruscamente. Por lo general, se presenta de entrada y, si lo ción trasferencial lleve a la impasse.
hace después, será fácil determ inar el m om ento y las circunstancias de Laertes M oura Ferrao (1974) cuestiona el concepto mismo de impasse
su apariciónt súbita с intempestiva. Es algo que salta a la vista y pertene­ y sostiene que está im pregnado de una errónea concepción del psicoanáli­
ce al paciente. I-’l mismo asi lo considera y, por su parte, el analista no sis. P or sus orígenes y por su índole, el psicoanálisis se asemeja (y con­
se siente personalmente involucrado más allá de su ineludible responsa­ funde) con un tratam iento médico y hasta con un tratam iento m oral y re­
bilidad profesional. Л la corta o a la larga, si esta m olesta situación no se ligioso. L a idea de cura médica o m oral influye sobre nuestra concepción
del proceso psicoanalítico y repercute en la om nipotencia del paciente y
* RaprodUfíU fft Hit capitulo con alguna* m odificaciones el trab ajo que con el título
« E l “ ImpiUM" jn lc o a n tlltlfo i I ti eitraiegiat. del yo» publiqué en la Revista de Psicoanáli­ 1 El e rro r técnico incluye las limitaciones teóricas del analista pero no del psicoanáliill,
sis de 1976, l'l IMO! tjtlf <ll<uilper le* tipaicione.s, pero tal vez lo ayudena recapitu­ ya que entonces todo obstáculo podría remitirse a nuestra ignorancia, encomiable desde el punto
lar la m i l p a tlt de vista ético y legítimo epistemológicamente pero carente de significado en la prictíca.
del analista. Siguiendo a Bion en Volviendo a pensar (1967), nuestro Los analistas que en la década del treinta cuestionan a Freud y crean
autor sostiene que el psicoanálisis no es un procedim iento curativo sino el neopsicoanálisis lo hacen porque el callejón sin salida de su praxis los
un m étodo de conocimiento p ara facilitar el crecimiento del individuo. lleva a buscar otras teorías. Basta releer N ew ways in psychoanalysis, de
Sin entrar a discutir el fondo del asunto y aun desde la perspectiva del Karen H om ey (1939), p aia ver que es así. Tam bién el ontoanálisis, que
autor, la impasse existiría lo mismo en cuanto obstáculo a ese crecimien­ inicia poco después Binswanger, proclam ará sobre la misma base que de­
to del individuo. ben revisarse los supuestos teóricos de Freud y sus continuadores en tan­
M aldonado, que ha estudiado la impasse sostenidamente (1975, ,1979, to operan contra la captación inm ediata del enfermo como existente. Son
1983), se inclina a pensar que la impasse «no es un mero resultado secun­ bien conocidas las contradicciones y falencias de los culturalistas y del
dario, de resistencia del paciente; es, por el contrarío, un objetivo hacia Daseinanalyse; pero no quita que la reiterada com probación de que un
el cual el paciente se dirige y responde a una fantasía inconciente que tratam iento no progresa y se estanca lleva p or nuevos caminos.
tiende a lograr la paralización del objeto en su autonomía y su vínculo con El mismo tipo de dificultades había contribuido a que Freud, diez
él» (1983, pág. 206). M aldonado afirm a, con toda razón, que en el incon­ años antes, m odificara radicalm ente sus teorías. El concepto de repeti­
ciente del analizado existe una representación del proceso analitico, que ción que se le impone en 1914 y lo lleva seis años después a postular un
da cuenta de su devenir. De ahí que pueda detectarse muchas veces en el instinto de muerte, sin duda arraiga en la dificultad clínica de hacer
m aterial la fantasia de un proceso que se h a detenido. progresar a ciertos pacientes. El análisis del «H om bre de los Lobos» ha­
En conclusión, creo no apartarm e del empleo generalizado de este bía llegado a su impasse en 1913 y ya sabemos la form a drástica (no exen­
término sí doy una definición elucidative2 de la impasse m ediante las si­ ta por cierto de una fuerte tonalidad contratrasferencial) en que Freud lo
guientes notas esenciales: la impasse psicoanalítica es un concepto técni­ resolvió (o creyó resolverlo).
co, com porta una detención insidiosa del proceso, tiende a perpetuarse, Cuando leemos desde esta perspectiva al Freud de los años veinte, al
el setting se conserva en sus constantes fundam entales, su existencia no que enuncia la teoría estructural con la segunda tópica, puede seguirse sin
salta a la vista como resistencia incoercible o error técnico, arraiga en la vacilaciones el hilo que va desde la repetición al instinto de muerte y al
psicopatologia del paciente e involucra la contratrasferencia del analista. (cruel) superyó del quinto capítulo de E l y o y el ello (19236). Allí describe
H asta el más lego puede pensar que un procedimiento largo y penoso Freud, magistralmente, la reacción terapéutica negativa, cuya relación con
como la cura psicoanalítica, que por definición se entiende com o un sos­ la impasse es tan evidente que a veces hasta se los da por sinónimos.
tenido esfuerzo para vencer una resistencia, debe estar particularm ente Es también un franco reconocimiento de que el análisis practicado
expuesto a la impasse, y así es por cierto. Sin embargo, el problema poco hacia fines de la década del veinte llevaba frecuentemente a un estanca­
se m enciona y estudia. 3 miento lo que im pulsa las investigaciones de Wilhelm Reich, que culmi­
Es que en cuanto nos ponemos a considerarlos seriamente debemos nan en 1933 con su perdurable Análisis del carácter, hacia donde vuelven
enfrentarnos con los interrogantes últimos sobre el valor de nuestro mé­ los ojos algunos investigadores actuales que se preocupan p o r este
todo y la eficacia de nuestra técnica. La impasse de un solo tratam iento problem a (y por el narcisismo), com o Rosenfeld (1971). En el capítulo
lleva invariablemente al analista auténtico a un replanteo de su profesión III, «Sobre la técnica de la interpretación y el análisis de la resistencia»,
y de su disciplina. N o pasa lo mismo con el fracaso o la interrupción del cuando describe la situación caótica, Reich nos da una visión clara y
tratam iento, que sólo evocan, por lo general, fallas más personales, más plástica de la impasse en la más ruidosa de sus formas. Su m étodo de a ta ­
inmediatas y reconocibles. Es esta otra razón —casi higiénica— para deli­ que a la coraza caracterom uscular a través del análisis vigoroso y siste­
m itar el térm ino y no confundirlo con los otros casos, siempre más justi­ mático de la resistencia trasferencial era básicamente un esfuerzo para
ficables y menos perturbadores para nuestra conciencia.4 evitar l a impasse.? Que el narcisismo e s un Factor necesario de la impasse
nadie lo pone en duda; pero, a mi juicio, lo que realm ente im porta es d e ­
1 R udolf C arnap (1930), en el capitulo 1 de su Logical fo u n d a tio n o f probability, distin­
gue tret tipoi de definiciones: analítica, que recoge los usos com unes de un térm ino (com o am ago de crisis. Las dificultades internas, dice K uhn, no alteran la ciencia normaJ, cuya ta ­
la gente em piei la palabra); estipula tita, que sugiere un uso específico y elucidativa, que rea fundam ental es la resolución de enigmas; pero tas anom alías conducen a la crisis, que
propone un Uio norm alizado lo b re la base de cómo se emplea el firm ino en el lenguaje obliga a la reconstrucción de la disciplina sobre la base de un nuevo paradigm a. C om o se
corríante, verá a continuación, el fenóm eno de la impasse ha tenido reiteradam ente ese efecto. Merece
1 Bn (1 e tilic o libra de E dw ard Olover (1955), sin em bargo, se pueden encontrar destacarse que, aunque en o tro contexto, Giovacchini y Bryce Boyer vinculan lúcidam ente
tn u ch u y v allo tti rtfe ie n rtu (I tema bajo las designaciones de analytic stagnation y stale­ la impasse a una crisis existencial del analista, a un ataque a sus valores (1975, pág. 161).
m ate enatytt* (pettlm ). 3 Reich sostuvo que la situación caòtica era siempre consecuencia de un e rror técnico: la
* SI q u tlM t im o * Util)#*! lo i concepto* del epistem ólogo T hom as S, Kuhn ( 1962) sobre la desatención de las defensas caracterológicas (el punto de vista económ ico). A pesar de esta
estructura Ûв l u lt*0ludi>f)H «lantlflcu, podríam os decir que los fracasos terapéutico! en afirm ación extrema, que Fenichel (1941) rebatió con razón afirm ando que hay situaciones
general M v tn d lM r u ltld (nitrita de la trorl», que no ponen en peligro el paradigm a caóticas espontáneas (es decir, im putables al paciente mismo), el concepto de defensa lUtrd*
psIcoanaltttCQ, intontì** t|U* 1* Im pu ne eoiwntuye una verdadera anomalia y equivale a un sista de Reich abrió rutas a la investigación.
sentrañar a través de qué estrategias defensivas y ofensivas se vale el yo (y derar que la cura psicoanalítica se apoya en la elaboración, vemos hasta
en especial el yo narcisista en el sentido de Rosenfeld [1971]) para llevar a la qué punto la impasse le está ínsitamente ligada. ¿En qué m om ento va­
impasse. De ahí que en este trabajo no se considere la relación de la impas­ mos a decidir que el incesante retorno de los mismos problem as no puede
se con el narcisismo (reiteradam ente señalada en la bibliografía), que ya considerarse elaboración sino impasse? Esta decisión pertenece por
existe siempre pero es demasiado general y poco específica. El tem a entero al analista, y nunca sabemos si la tom a objetivam ente o bajo la
mereció la atención de los integrantes de la mesa redonda sobre «Narcis­ influencia del compromiso contratrasferencial, que siempre existe en es­
sistic resistance» de la American Psychoanalytic Association (1968), es­ tos casos. ¿Decidiría hoy Freud que el «Hombre de los Lobos» está en una
pecialmente Edith Jacobson y PauJ Sloane (Segel, 1969). impasse? La experiencia que tenemos ahora lo hubiera hecho, sin duda,
Ultimamente, sin em bargo, M aldonado (1983) ha propuesto u na rela­ más cauto y perseverante, porque tres (o cuatro) años de análisis no bas­
ción más específica entre impasse y narcisismo al sostener que la impasse tan para resolver una neurosis tan grave como aquella que llevó al
responde a una concreta fantasía del paciente que, abroquelado en su paciente a u na crisis psicòtica, en 1926, y a su reanálisis con R uth Mack-
narcisismo, no da literalmente nada al analista. La comunicación re­ Brunswick desde octubre de 1926 hasta febrero de 1927, análisis que hu­
quiere siempre como conditio sine qua non, que el otro exista, y esto es lo bo de retom ar aún años después (Mack-Brunswick, 1928a )J
que desconoce radicalmente el narcisismo. De ahí se sigue para M aldona­
do que el material típico de la impasse no comunica nada, no tiene valor
Resumiendo Aas deficiencias metodológicas (y/o técnicas) del psicoaná­
simbólico, no es significativo. El correlato de esta situación psicopatoló- lisis, la relación compleja (o confusa) de la impasse con el proceso de elabo­
gica es que el material del paciente durante la impasse se caracterice por ración y el compromiso contratrasferencial, tres factores siempre presen­
la m arcada disminución o la ausencia de representaciones que configuran tes, nos hacen dudar cuando formulam os el diagnóstico de impasse.
imágenes visuales. Desde los estudios de Racker (1960), resulta claro que la neurosis de
No es solamente porque el estudio de la impasse nos lleva inm ediata­ contratrasferencia (y en especial lo que él llam a las posiciones contratras-
mente a los replanteos básicos de nuestra ciencia que el tem a ofrece tan ­ ferenciales) es un factor de primera importancia en el establecimiento de la
tas dificultades. P o r su misma índole, la impasse se parece mucho y hasta impasse. Las mismas consecuencias pueden derivarse de los trabajos de
se confunde con la marcha natural del análisis. P aula Heim ann (1950, 1960) y de la copiosa bibliografía actual sobre
Es significativo que la idea de impasse aparezca implícitamente en contratrasferencia. Más recientemente, Betty Joseph, en su valioso tra­
Freud cuando introduce, en 1914, el concepto de elaboración. Dice allí, bajo sobre el fetichismo (1971), y Rosenfeld, en sus conferencias en la
concretamente, que el analista principiante, al no tom ar en cuenta este Asociación Psicoanalitica Argentina (1975), insisten en la sutil interac­
proceso (la elaboración), puede creer que el tratam iento falla y se estanca ción entre paciente y analista en la impasse, sobre todo a través de la
(AE, 12, pág. 157), al no observar un cambio inmediato de una determi­ erotización del vínculo trasferencial, un punto sobre el que volveré más
nada configuración resistencial, luego de haberla interpretado adecuada­ adelante.
mente. Es que la impasse es, precisamente, a mi juicio, el negativo de la El problem a del diagnóstico se hace todavía más com plejo porque no
elaboración: cuando la elaboración se detiene aparece la impasse. Mos- podemos confiar en absoluto en las opiniones del paciente. Más de una
tardeiro et al., coincidentemente, dicen (pág. 18) que el concepto de im­ vez, el que sufre la impasse no la menciona, y lo negará resueltamente si
passe debe aplicarse a cómo se desarrolla el proceso analítico, y no a la se lo sugerimos. Un analizado muy inteligente, por ejemplo, en un rebel­
cura o remoción de los síntom as.6 de periodo de impasse al final de un largo y provechoso análisis, acogía
Si lo que acabo de exponer es cierto, se advierte sin más un grave obs­ mis interpretaciones diciendo que esta vez sí yo había logrado llegar al
táculo para llegar a una comprensión satisfactoria de la impasse. Al consi- fondo de la cuestión, que lo había desarm ado por com pleto, que había
dado por fin en el clavo. ¡A hora sí que se abría la posibilidad de analizar
4 Conviene aclarar aquí, siguiendo u n a observación de Benito López, que uso el concep­ tal o cual cosa!, y así indefinidam ente. Levantaba la bandera del progre­
to de elaboración con la acepdún que tiene en «R ecordar, repetir y retlab o raj» , es decir, so para negar el estancam iento. Tam poco es segura la opinión del anali­
com o el p r o n t o que m o dific a La resistencia en general y no la resistencia del ello que, en zado en el caso opuesto, ya que es común que niegue un progreso real di­
Inhibición, sintornay angustia (¡926d) se liga a los estereotipos biológicos y al instinto de ciendo que está siempre igual, que está estancado (o peor).
muerte. Sigo s i l , p u tti la sugerencia de Sandler et ai. (1973) cuando proponen conservar el
térm ino (la b o n c lü n oom o un concepto esencialmente clínico y descriptivo, sin adscribirlo a En otras palabras, antes de plantearse la posibilidad de una impasse, el
u na up eo la l M p Il M d ó n dinámica. Él tlgnlflcado am plio del térm ino fue sostenido p o r Fe­ analista debe verla aparecer no sólo en su mente (contratrasferencia) y en
nichel on *1 H lm p o tlo tlf M n rlîn b a d de 193S (y ulteriorm ente en 1941 y 1945a), en contrapo­ la del paciente (trasferencia) sino tam bién en el material.
sición a 101 p u n i d d« v illa til Illb ring (modificaciones del ello) y so b rt todo de Nunberg
(19 3 7), C u a n d o d u c u ti t i ccnetpto da elaboración en el capitulo V ili de su libro, M e ltze r
7 A ntes, en 1919-20, el paciente había tenido un segundo análisis con Freud de cuatro
(19Й7) o p a rt t ¡a *9Ct»llMtíOf concapclonei procurando integrarlas. (Víase, para m ás de­
talles, al capitu lo 1 0 .) meses de duración.
Sin em bargo, el diagnóstico no es imposible y hasta resulta claro si se —aunque a veces se confunde, por ejemplo, la psicopatía con el acting out
presta atención al material del paciente, a la m archa general del proceso e y la caracteropatia grave con la reacción terapéutica negativa—.
incluso a los juicios del analizado sobre lo que está pasando. El sueño del Esta diferencia nos permite advertir que, si bien los tres procesos
enfermo de Meltzer (1973), reposando con holgazanería en la cama de un mencionados configuran modalidades defensivas, y por tanto se inscri­
hotel de veraneo cuando el plazo para partir ya se ha cumplido (pág. 74), ben en el amplio capítulo de los mecanismos de defensa, corresponde
es, por ejemplo, un indicio convincente de que el proceso se ha estancado asignarles una categoría distinta, una entidad diferente y más alta. Los
(o al menos que así lo piensa el enferm o). Meltzer señala com o otro indi­ mecanismos de defensa son técnicas del yo , mientras que el acting out, la
cador clínico im portante un tipo de negación como el de la olla de Freud: reacción terapéutica negativa y la reversión de la perspectiva, por su ín­
«No puedo evitarlo; y no es culpa mía; y, al fin y al cabo, ¿qué tiene de dole compleja donde se engarzan diversas m odalidades ofensivas y de­
m alo?». Willy y Madelaine Baranger (1961-62, 1964, pág. 171), señalan fensivas, configuran más bien tácticas o estrategias del yo. Más globales,
acertadam ente que el baluarte por ellos descripto (y que explica muchos son formas específicas y altam ente complicadas con que el paciente se
casos de impasse) se acom paña casi siempre de la queja de estar dando m aneja en el tratam iento, estrategias para atacar e im pedir el desarrollo
vueltas a la noria o a la calesita.8 Son frecuentes, por cierto, sueños o de la cura y no simplemente para protegerse. Cuando lo logran, produ­
alusiones a autos em pantanados, vehículos que no andan, relojes descom­ cen la impasse.
puestos, etcétera. Nadie puede describir mejor la impasse que aquel pa­ Lo que más distingue a las tres estrategias que estamos considerando,
ciente de M aldonado (1983) que se veía com o un hám ster haciendo mo­ lo que las diferencia una de otra, es su lugar de influencia en el proceso
ver a gran velocidad la rueda de su jaula, siempre en el mismo punto. psicoanalítico, aunque tam bién pueden establecerse diferencias según el
En todos estos casos, sin embargo, la adecuada interpretación de lo tipo de conflicto trasferencial que les da origen y las respuestas
que está o, m ejor dicho, de lo que no está sucediendo puede cam biar el contratrasferenciales que provocan, o bien según el tipo de trastorno del
cuadro, y entonces la impasse se resuelve como otra dificultad cualquiera pensamiento que las sustenta y la forma de adaptación en que se inscri­
y ya deja de serlo. Que las cosas no sean en general tan fáciles de solu­ ben o, en fin, el cuadro clínico en que se hallan más frecuentemente.
cionar —y de ahí que hablemos de impasse justam ente cuando no se su­ El acting out actúa fundam entalm ente sobre la tarea. Si partim os de
peran de inm ediato— no despeja lo inseguro del diagnóstico. El factor los conceptos de Freud en 1914, podríam os decir que la trasferencia es
tem poral, la evidencia de que las fases se repiten idénticas a sí mismas sin una form a especial de recordar, mientras que el acting out surge para no
que pueda confiarse ya en que el tiempo las cambie (elaboración) es lo recordar, y esto permite definirlo com o antitarea. Sólo que actualmente
que, a mi juicio, m ejor denuncia la impasse. He visto reiteradam ente que remplazamos la palabra «recordar» por comunicar (Greenacre, 1950;
en el curso de un determ inado ciclo tem poral (la sesión, la sem ana, inclu­ Liberman, 1971: el paciente con estilo épico, pág. 537) o pensar (Bion,
so el año) se plantea un problema que se resuelve convincentemente por 1962o, 1962b; Money-Kyrle, 1968). Igualmente puede decirse que el ac­
vía interpretativa para resurgir intacto al final del período, y esto permite ting out ataca el encuadre analítico, com o prefiere Zac (1968, 1970), ya
un diagnóstico bastante seguro, a veces hasta presuntivo, de impasse. que el setting se instituye justam ente para realizar la tarea.
En su excelente trabajo «Una técnica de interrupción de la impasse Su influencia sobre la labor y un tipo especial de trastorno del pensa­
analitica» (1977), Meltzer exige que la impasse lleve un año antes de que su miento son las coordenadas que permiten señalar una conducta como ac­
técnica sea aplicable. Es un plazo sin duda muy prudente; pero de todos ting out. Como vimos en el capítulo 54, estos dos factores están intrínse­
modos arbitrario. Y agrega este autor que pasará otro año hasta que el pa­ camente relacionados. La falta del pecho, según Bion, pone en marcha el
ciente acepte su propuesta, sin que nunca llegue a convenir que fue ade­ proceso de pensamiento, en cuanto determ ina que la frustración (1^ ca­
cuada la técnica de interrupción. rencia, la ausencia) sea tolerada y m odificada, o bien negada. P ara que el
Todos los caminos conducen a Roma y todos los azares de nuestra téc­ pecho fallante se trasform e en pensamiento, el bebé tiene que realizar
nica pueden conducir al callejón sin salida de la impasse; pero tres merecen una dolorosa tarea, pensar en lugar de sentir que hay un pecho malo
destacarse: el acting out (Freud, 1905e, 1914g), la reacción terapéutica ne* que debe ser evacuado. Esta situación básica, esta prototarea, es la que
gativa (Freud, 1923b, 1924c, 1937c) y la reversión de la perspectiva (Bion, está en juego en todo acting out. De ahí que el acting out siempre esté
1963). Muy dlltinlos en su fenomenologia clinica y en su psicodinàmica, vinculado a las angustias de separación (Grinberg, Zac) y a conflictos de
loi trei ion miembro! de una misma clase, como es notorio si los tomamos dependencia, lo que repercute como situación de constante alarm a o zo­
como concepto* técnicos y no piicopatológicos. Im porta esta discrimina­ zobra en la contratrasferencia. Son los pacientes en que pensamos des­
ción, porque el vinculo entre lo técnico y lo psicopatológico no es univoco pués de la sesión, dice Liberm an (1971).
En la reacción terapéutica negativa, en cambio, el punto de acción de
1 V é i M , per «1 r.ttv ltiic n u ejemplo de M aldonado (1975) sobre la calesita la estrategia yoica no toca la tarea sino sus logros. La reacción terapéuti­
(pá|. 124), ca negativa, como indica su nom bre, sólo sobreviene cuando se ha reali*
zado algo positivo, y es justam ente contra este logro del análisis que se Esta actitud influye fundam entalm ente, a mi juicio, en el contrato. El
dirige la defensa del yo. Como señala Freud en su trabajo inaugural de paciente hace una especie de contrato paralelo y oculto, al cual se
1923, y más tarde M elanie Klein en E nvy and gratitude (1957), la reac­ arreglarán todas sus vivencias durante el análisis y desde el cual se aco­
ción terapéutica negativa sobreviene después de un m om ento de alivio y m odarán y «reinterpretarán» todas las interpretaciones del analista.
de progreso, de un m om ento de insight en que el paciente com prende y En los casos extremos, dice Bion, la reversión de la perspectiva se da
valora la labor del analista. Se despliega, entonces, una respuesta contra­
en psicóticos latentes y fronterizos; pero también es posible descubrirla
dictoria y paradójica, que ya fuera señalada por los valiosos trabajos de
en pacientes menos graves, donde, entonces, adopta una m odalidad me­
Karen H om ey y de Joan Rivière de 1936 y que Melanie Klein vinculó
nos extrema y la rigidez del pensamiento (propia de estas personas) no es
veinte años más tarde con la envidia por los objetos prim arios. La actitud tan absoluta.
paradójica es siempre notoria en estos pacientes. Uno de ellos recordaba Un colega que tuve en tratam iento varios años vino, no a tratarse de
siempre, con adm iración, la fam osa anécdota de Groucho Marx, que re­ su asma y su neurosis, sino a que yo, m odulando su angustia, le permi­
nunció a un club diciendo que él no iba a pertenecer a un club que era ca­
tiera hacer un tratam iento hom eopático que iba a ser el verdaderam ente
paz de aceptarlo com o socio. Cuando yo le interpretaba que él no quería curativo. El inconveniente de ese infalible tratam iento que él mismo apli­
curarse para verme fracasar com o analista, me respondía (con toda ra­ caba como hom eópata a muchísimos asmáticos, era que a veces movili­
zón) que yo tenía que curarlo justam ente de ese deseo de no curarse para zaba una angustia excesiva, intolerable. La función del análisis era conte­
verme fracasar; y agregaba triunfalm ente que, si lo lograba, entonces mi ner esa ansiedad. Va de suyo que este singular contrato terapéutico fue
interpretación se habría dem ostrado equivocada. La paradoja lleva aquí, descubierto luego de un largo y arduo proceso analítico y poco o nada te­
de la m ano, a un callejón sin salida. nía que ver con lo que en principio convinimos, fuera de algunas am bi­
L a adaptación del acting out es típicamente aioplàstica, en el sentido güedades que me propuso con habilidad para nada conciente. Se com ­
de Ferenczi (1913), mientras que en la reacción terapéutica negativa (y prende sin más que, para él, todas mis interpretaciones eran vistas como
desde luego también en la reversión de la perspectiva) el proceso adapta- ataque o (rara vez) como apoyo al tratam iento hom eopático. E ra claro
tivo se da en el pensamiento y la estructura de carácter. Es autoplàstico, que, desde su perspectiva, el tratam iento psicoanalítico era una prueba
con rumiación ideativa en el prim er caso; con rigidez y un tipo «special de de mi rivalidad, cuando no de mi envidia y prepotencia. C ada vez que el
disociación en el segundo, el splitting estático descripto por Bion (1963). análisis hacia un progreso reaparecía la idea del tratam iento hom eopáti­
Esto explica, tam bién, por qué el acting out es típico aunque no exclusivo
co. A veces, su insistencia en administrárselo lindaba con el capricho in­
de la psicopatía, m ientras que la reacción terapéutica negativa germina fantil, otras con la deshonestidad. Así, cuando luego del tercer invierno
en las caracteropatías graves, que estudió con adm irable lucidez de análisis vio instalarse la prim avera sin sus habituales crisis de mal as­
A braham en 1919. En ese trabajo se apoya la investigación de Joan Ri­ mático, empezó a tom ar secretamente el medicamento hom eopático que
vière, cuando afirm a que es en las caracteropatías graves donde operan él consideraba indicado en su caso, p ara entonces atribuirle la m ejoría.9
con más energía las defensas (maníacas) contra la posición depresiva, Luego de esta breve exposición de las principales características del
que es particularm ente intensa en los pacientes que exhiben la reacción acting out, la reacción terapéutica negativa y la reversión de la perspecti­
terapéutica negativa. va como causas de la impasse, podemos ofrecer algunas conclusiones pro­
Así como el acting out provoca constantemente alarm a y sorpresa en visionales.!0
el analista, la reacción terapéutica negativa infiltra un sentimiento pecu­
Considero por de pronto que la situación de impasse puede darse en
liar de aburrim iento, decepción y fatalismo que Cesio (1960) definió
cualquier momento del análisis, y así opinan seguramente W. y M. Ba­
como letargo. Si bien el acting out crónico puede conducir a un callejón ranger (1961-62, 1964) cuyos estudios sobre el baluarte son una original
sin salida donde pasan muchas cosas sin que pase verdaderam ente nada, contribución al tem a.11 Es im probable, sin embargo, que la impasse apa­
es más frecuente que lleve a una brusca y sorprendente interrupción;
m ientras que, por su índole perseverante y adhesiva, los pacientes con re­
acción terapéutica negativa están más propensos a la impasse (una de las 4 Expuse el caso más detalladam ente en el capítulo 57, parág. 6.
10 No escapará al lector que el a u to r no pretende en m odo alguno que el acting o u t, la
causai por las que se los confunde).
reacción terapéutica negativa y la reversión de la perspectiva sean características definito­
La reversión (le la perspectiva que describió Bion (1963) consiste en ri a i de la impasse. Estas características fueron indicadas al comienzo. N uestra tesis debe in­
un acuerdo mniïlfieito y un desacuerdo latente y radical, según el cual el terpretarse como sosteniendo que los tres fenómenos aludidos son notas concom itantes, ne­
pacienU v« todo lo que pasa en el proceso analítico desde o tra perspecti­ cesariam ente relacionadas como agentes causales con la impasse, que sería el efecto de algu­
va, con premisa», Se analiza no para com prender sus problemas si­ na de esas causas o eventualm ente de otras. (S óbrela distinción de notas esenciales y conco­
mitantes, véase H ospers, 1963.)
no pam clPtlinftrnr, A ai mismo y al analista, alguna otra cosa, por 11 Pienso que el baluarte puede reducirse siem pre a alguno de los tres fenómeno* mmv
ejemplo qu* ü h j p ¡na» Inteligencia, más insight, más capacidad de amar. ció nados, especialmente el acting out via e ro tiu c ió n del vincula trasferencial. Idtntle#
trabajo, constitución o ruptura de una sociedad comercial, etcétera. Si el
rezca de entrada, com o no sea en los casos tnás enérgicos de la reversión
analizado es un candidato, el acting out consiste en que pase a ser
de la perspectiva, cuando el analizado trae en su inconciente un rígido
miembro de la asociación con el beneplácito del analista. 12
contrato paralelo que ha de aplicar sin concesiones. De ser así, pasará ne­
La impasse por reacción terapéutica negativa puede instalarse al p ro ­
cesariamente un cierto tiempo hasta que pueda ser descubierto. Como ya
lo hemos dicho, en la iniciación del análisis suele observarse la resistencia mediar el análisis, cuando se resuelven las confusiones geográficas o zo­
nales (Meltzer, 1967), pero es más probable que lo haga cuando arrecian
incoercible y no la impasse. A veces la clinica es com pleja, como en el ca­
so de Rosenfeld (1975o): inicia el análisis con una resistencia incoerciblé las angustias depresivas. En este m om ento las defensas maníacas son más
(en cuya producción colaboraron, según el autor, ciertos yerros técnicos) enérgicas y se reactiva la envidia tem prana por el pecho nutricio. Pienso,
y, luego de un curso por demás difícil y accidentado, llega a una si­ sin em bargo, con Rosenfeld (1975a), que la reacción terapéutica negativa
tuación de impasse que finalmente el analista resuelve con maestría. tiene que ver no sólo con las defensas m aníacas, com o decía Jo an Ri­
Meltzer (1967) sostiene, en cambio, que la impasse sobreviene en el vière, sino también con los ataques (u «ofensas») maníacos y puede, en­
tonces, provocar la impasse cuando dom inan todavía las angustias para­
um bral de la posición depresiva, cuando el paciente tiene que hacerse
cargo de su dolor m oral, su culpa y su maldad. Siguiendo la línea del me­ noides. Lo mismo puede deducirse de los estudios de los Baranger, ya
nor esfuerzo, prefiere usar indefinidamente al analista como pecho ino­ que el baluarte es muchas veces una actividad perversa celosamente pre­
doro, mientras m antiene disociado el pecho nutricio en un objeto exter­ servada por el analizado y, como tal, muy ligada a angustias persecuto­
no, gracias al acting out o, menos frecuentemente a mi juicio, reforzando rias. Es frecuente encontrar en estos casos que el análisis se trasform a en
la reacción terapéutica negativa con el cerrado sistema de defensas-ma­ el fetiche del perverso o la droga del adicto.
níacas que describió Joan Rivière en su memorable trabajo. Hay que te­ No hay duda, en cambio, de que el impasse de la reversión de la pers­
ner en cuenta que a esta altura del análisis, libre ya de síntomas e inhibi­ pectiva, por su índole y sus características, es d ’emblée, si bien puede p a­
ciones y con una buena adaptación social y sexual, el paciente está muy sar mucho tiempo sin q ue se lo detecte. Vale la pena recordar aquí las pa­
propenso a sentirse curado; y desde el punto de vista psiquiátrico lo está. labras precisas del propio Bion (1963), cuando dice que el acuerdo es m a­
Sin embargo, sigue siendo muy egocéntrico, se preocupa más por su nifiesto en tanto que el desacuerdo latente, oculto e ignorado, a pesar de
bienestar personal que por sus objetos y sus sentimientos de gratitud por ser radical.
el analista (en lo que es y representa) siguen siendo epidérmicos y conven­
cionales, mientras su culpa es más proclam ada que sentida. Es este un
momento crucial que lo enfrenta con una verdadera opción, y no es de
extrañar que recurra a una jugarreta existencial para eludir el peso ín­ Discusión y comentario
tegro de sus responsabilidades. La presión para llegar a un happy end de
m utua idealización con el analista a través de formas sutiles de acting out Un tratamiento psicoanalítico puede fallar por muchas causas y la im­
dentro (erotización) o fuera de la trasferencia (progresos) es siempre muy passe no es más que una de ellas; pero tan singular com o para que merez­
fuerte, y ningún analista es inmune a este llam ado sutil y persistente. ca preferente atención. Solapada y silenciosa, es ínsita a su naturaleza la
El acting out masivo e incontrolable de las prim eras etapas del análi­ dificultad de detectarla y resolverla, estudiarla y meditar sobre ella. Es
sis conduce, por regla general, a la interrupción y no a la impasse. Es sólo quizás el peor riesgo de nuestro azaroso quehacer y la am enaza más cier­
cuando se moviliza insidiosamente contra las angustias depresivas y se ta a nuestro instrum ento de trabajo. Uno sólo de estos casos basta para
hace menos violento pero más pertinaz y astuto, que el acting out condu­ conmover nuestra ideologia científica, porque la impasse no es simple­
ce a la impasse. Muchos análisis se dan por term inados con un acting out mente una dificultad interna de la teoría sino una verdadera anom alia
de este tipo, A veces el acting out resulta tan sintónico con el yo y tan que cuestiona el paradigm a psicoanalítico y amaga con la crisis. Y no se
aceptable socialmente que convence al analista. Participa aquí siempre le presenta por lo general al analista novel sino al que ya tiene una expe­
un conflicto de contratrasferencia, com o sugiere Zac (comunicación per­ riencia suficiente como para salvar obstáculos más visibles.
sonal), porque el analista también quiere ver bien a su paciente y ahorrar­ Este capítulo propone ubicar la impasse en el contexto del proceso psi­
se él mlimo el doloroso esfuerzo de la finalización del tratam iento. Así, coanalítico, intenta definirla, señala sus particularidades y busca sus
la impone clencuiboca finalmente en casamiento o divorcio, cambio de causas. Mis reflexiones surgieron en principio de una doble experiencia,
la enseñanza de la técnica y la tarea del consultorio: ambas convergen en

conclusión criQa pin* lk m i l i Í«(M , B a rin g » , 1959), que destaca M aldonado en su trabajo
12 Se confunde, así, un requisito reglam entario (term inación del análisis didáctico) con
de 1975. Hcyftn MtldfllMcl'i) 1( main fe opero como acting out verbal en su paciente. Me
la term inación sustantiva de un análisis. Hay por desgracia m uchos casos de estos y n a d it
Indino > lin m i t a t i t t ' цие n i ntt i1u»tratívo caso clinico el acting out verbal sc int- puede estar seguro de evitarlos.
tru m e n tt p a r t m cntfflft M r «mala If я) u n i reversión de la perspectiva.
un hecho esencial, donde el proceso psicoanalítico aparece como un es­ vam ente y, a mi juicio, las tres trazan arcos de círculo de diferente
fuerzo permanente hacia el insight (y la elaboración) con obstáculos defi­ diám etro. Es decir, que el acting out puede operar al servicio de la reac­
nidos y específicos, que sólo pueden sistematizarse y comprenderse como ción terapéutica negativa y esta ser una m odalidad de la reversión de la
estrategias del yo. perspectiva, pero no al revés, lo que se desprende del área en que operan.
En cuanto a su ubicación conceptual, la impasse pertenece al campo El acting out actúa sobre la tarea psicoanalítica, la reacción terapéutica
de la técnica, no ai de la psicopatologia. Punto de convergencia de las negativa sobre sus logros, la reversión de la perspectiva cuestiona calla­
más dispares circunstancias, se presenta siempre como un fenómeno dam ente el contrato, el acuerdo básico entre analista y paciente.
complejo y m ultideterm inado, que debe distinguirse, por de pronto, de la
resistencia incoercible y del error técnico, siempre más simples en su Si bien los tres procesos mencionados configuran modalidades defensi­
estructura y ruidosos en su presentación. Sin desconocer que entre los vas y, por tanto, se inscriben en el amplio capitulo de los mecanismos de
tres hay formas de tránsito en que se superponen los rasgos distintivos, y defensa, por su índole compleja donde se engarzan diversas maniobras de­
aun teniendo en cuenta que hay modalidades evolutivas que los acercan fensivas y ofensivas, corresponde asignarles una categoría distinta, una en­
innegablemente, la impasse afirm a su perfil justam ente porque nunca lo tidad diferente y más alta. Más globales, son formas específicas y alta­
m uestra, porque nunca salta a la vista. Tam poco destaca un culpable, en mente complicadas con que el paciente se m aneja en el tratam iento, estra­
tanto alcanza a la vez a analista y paciente. Ambos así lo perciben, lo tegias para atacar e impedir el desarrollo de la cura y no simples técnicas
sienten y hasta lo reconocen. Como la contratrasferencia está siempre para protegerse. Creo, también, que son patrimonio de la parte psicòtica
honda y sutilmente involucrada, no vale distinguir una impasse del ana­ de la personalidad, como me sugirió hace mucho Darío Sor.
lista y una impasse del paciente: pertenece a los dos. Las estrategias del yo guardan una relación evidente con ciertos
El narcisismo, las crisis tem pranas del desarrollo, las situaciones cuadros nosológicos: el acting out con la psicopatía, la reacción tera­
traum áticas y las severas privaciones de los primeros años son factores péutica negativa con las caracteropatias graves, la reversión de la pers­
predisponentes; pero ninguna situación psicopatológica es de por sí sufi­ pectiva con la personalidad fronteriza, pero en este trabajo se estudian
ciente para que la impasse aparezca. Cuando la impasse se constituye no con independencia de la psicopatologia, ya que la relación no es unívoca.
estamos ya en el campo de la psicopatologia sino en el de la praxis, de la Al estudiar la impasse en cuanto al m om ento en que se presenta y se­
técnica. gún las estrategias mencionadas, la experiencia clínica me induce a pen­
Creo no apartarm e del empleo generalizado de este térm ino si lo defi­ sar que puede aparecer en cualquier momento del proceso analítico, si
no elucidativamente mediante las siguientes notas esenciales: la impasse bien es posible establecer algunas precisiones.
es un concepto técnico, com porta una detención insidiosa del proceso La impasse quizá más frecuente y difícil de resolver es la que M eltzer
psicoanalítico, tiende a perpetuarse, el encuadre se conserva en sus cons­ describe en el um bral de la posición depresiva, cuando el paciente tiene
tantes fundamentales, su existencia no salta a la vista, arraiga en la psico­ que hacerse cargo de su dolor m oral, su culpa y su m aldad. Siguiendo la
patologia del paciente e involucra la contratrasferencia del analista. línea del m enor esfuerzo, prefiere usar indefinidam ente al analista como
pecho inodoro, m ientras mantiene disociado el pecho nutricio en un ob­
P or su índole, la impasse se parece y se confunde con la marcha natu­ jeto externo, gracias al acting out o la reacción terapéutica negativa. En
ral del análisis, de aquí que la considere como el reverso de la elabora- este m om ento es frecuente que sobrevenga una erotizacíón del vínculo
ción y subraye esta idea como el epicentro de mis reflexiones. Cuando se trasferencial-contratrasferencial. El acting out masivo e incontrolable de
detiene la elaboración aparece la impasse. El diagnóstico se hace así difí­ las primeras etapas del análisis conduce a la interrupción y no a la im­
cil, porque es borrosa la linea divisoria (entre elaboración e impasse) y passe.
porque la traza en principio un analista que está capturado en el proceso La impasse por reacción terapéutica negativa puede instalarse al pro­
mismo. Para llegar a un diagnóstico, pues, el analista debe atender a la mediar el análisis cuando todavía predom inan las angustias paranoides,
par las Indicaciones que provienen de la trasferencia y de la contratrasfe­ pero es más probable que lo haga cuando crecen las depresivas.
rencia; pero «ólo podrá fundarlo cuando la vea aparecer objetiva y reite­ La impasse de la reversión de la perspectiva, por su indole y sus carac­
radamente on el material del analizado, lo que implica que el diagnóstico terísticas, es d ’emblée, si bien puede pasar mucho tiem po hasta que se lo
SOhará con mAl frecuencia recorriendo el m aterial de las sesiones que en descubra, tanto más cuando el contrato secreto del paciente logre es­
las teiloiiM tniiiniu. tablecer una falsa alianza terapéutica con su desprevenido analista.
Lai estrategias (Шyo pueden asumir formas distintas pero, en el esta­
do act usi do Ir Investigación psicoanalítica, se las puede circunscribir a En resumen, la impasse es un concepto técnico (y no psicopatoló-
tres fundnmení^ÍNiK el «etlng out, la reacción terapéutica negativa y la re­ gico), que com porta una detención insidiosa del proceso psicoanali­
versión de Ift p8itpF*ttVfl, 1Л» trç* pueden funcionar conjunta o alternati» tico, tiende a perpetuarse, el setting se conserva; arraiga en la psico-
patología del paciente e involucra al analista. Diferente de otras for­ Epílogo
mas de fracaso del tratam iento psicoanalítico, como la resistencia incoer­
cible (del analizado) o el error técnico (del analista), la impasse pertenece
a los dos, porque la contratrasferencia está siempre interesada. Solapada
y silenciosa, es ínsita a su naturaleza la dificultad de detectarla y resol­
verla, de estudiarla y meditar sobre ella. Es una verdadera anom alía que
conmueve nuestra ideología científica. P or su índole, la impasse se pare­
ce y se confunde con la m archa natural del análisis, porque es el negativo
de la elaboración: cuando cesa la elaboración se constituye la impasse.
El proceso psicoanalítico debe entenderse com o un esfuerzo perm a­ Dije en la introducción que es muy difícil escribir un libro de técnica
nente hacia el insight, con obstáculos definidos y específicos que propon­ psicoanalítica, pero puse en la empresa todo mi empeño para no hacer di­
go llam ar estrategias del yo. Las estrategias del yo pueden asumir formas fícil la tarea del lector. Pretendí también ser ameno; pero, por desgracia,
distintas pero en el m om ento actual se las puede circunscribir a tres: el el tono coloquial que tenían los primeros borradores trasegados de los se­
acting out, la RTN y la reversión de la perspectiva, que actúan respecti­ minarios que dicté a lo largo de los años se fue perdiendo imperceptible­
vamente en la tarea, los logros y el contrato. Estas estrategias del yo, si mente, mientras iba aum entando pesadamente la precisión del dato
bien se inscriben en el am plio capítulo de los mecanismos de defensa, son bibliográfico y la cita concreta del au to r que se estaba discutiendo. Esto
más complejas y globales porque incluyen m odalidades defensivas y hubo de ser todavía más estricto cuando mi opinión divergía: siempre re­
ofensivas. Son la form a con que el paciente se m aneja en el tratam iento, cuerdo lo que decía uno de mis grandes profesores del Colegio Nacional,
estrategias para atacar e impedir el desarrollo de la cura que, si lo logran, José Gabriel: se puede elogiar algo que no se ha leído; pero, cuando se
llevan a la impasse. quiere criticar, hay que leer atentam ente. Lo que más me molesta de mis
pocas lecturas y muchas relecturas de los textos psicoanaliticos es cuando
veo que se le hace decir a un autor lo que nunca dijo para después refu­
tarlo. Con Freud, en cambio, se busca dónde dijo algo que parece confir­
m arnos. También me molesta, pero no tanto, la oscuridad, ya que la
considero una desatención p ara con el lector, si bien no dejo de conside­
rar que a veces la claridad no se alcanza y de todos m odos el creador
puede verse llevado a escribir lo que le sale y cómo le sale. Dado que no
estoy entre los creadores, me fue fácil eludir siempre, o casi siempre, esa
inclinación, hasta el punto de que cuando algo no lo entiendo o no alcan­
zo a darle form a correcta al redactarlo prefiero no incluirlo. Me gusta
más Lope de Vega que Góngora. No quiero decir con esto, como es ob­
vio, que todos deban ser claros, digo simplemente cuál es mi estilo y a
qué superyó se am olda.
No me gustan ni la polémica ni el eclecticismo, aquella, porque la p a­
sión le hace por lo general perder el rum bo; este, porque al suponer que
puede escoger siempre lo bueno incurre en un silencioso pecado de om­
nisciencia. Trato de mantener una actitud de respeto por los demás, y
creo que a veces lo consigo; “ pero yo canto op in an d o ,/ que es mi modo
de cantar” —como M artín Fierro—. Al exponer las teorías procuro ha­
cerlo fehacientemente, es decir de buena fe; y cuando las discuto lo hago
siempre desde sus propias pautas antes que com parándolas con otras, lo
que sólo es legítimo en una segunda reflexión.
Me llamó la atención al enseñar, y tam bién al escribir, que si se estu­
dia la técnica con seriedad y hondura, más tarde o m ás tem prano se llega
inevitablemente a la teoría, y de ahí el titulo de esta obra, donde interesa
más que la norm a sus fundam entos, su racionalidad. La complejidad de
la situación analítica es tal que pocas veces pueden darsëTeglas’ïïJÜ». Bil

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