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Le pedí a Dominique Míchel que nos leyera el primer poema, que es de Jean-Luc
Bertini y que tiene como título: "La emoción":
Percibo la emoción como una opresión invisible, pero llena de colores, de olores, de
sensaciones. Una fuente viva que irradia. Unir al unísono sus sentidos para después
tensarlos como una luna casi llena. La emoción se agita bajo nuestros pasos, se desliza
sobre nuestras cabezas, gira alrededor de nosotros. Habita el cuerpo entero del
espacio. ¿Pero dónde exactamente?
Haber sido tocado por una emoción es, sin duda, haber experimentado una impresión
de infinito.
Los labios secos, la sonrisa pálida, las manos húmedas, el corazón sobre la punta de un
resorte, el estómago hecho nudo como una vieja piel de gato llena de ácaros.
La emoción.
La emoción, esa vieja prostituta sucia y sentimental que, lamentablemente, nos hace
balbucear o nos deja sin voz en el momento crucial. ¿A cuántas vírgenes alegres hemos
dejado escapar por su culpa? ¿A cuántas citas de negocios no asistimos?
(-"¿Explíqueme usted bien por qué razón tengo que invertir 40,000 francos en su vuelta
al mundo sobre un dromedario?" -"Y bien... este...".) La emoción, amante posesiva y
voluble. ¿En cuántas ocasiones nos hemos sentido fugazmente conmovidos hasta el
fondo del corazón... antes de olvidar, o peor, de abandonarnos a uno más de estos
efímeros demonios? La emoción, apasionada de lo hermoso, que nos arranca las
entrañas por el ligamento de una bella voz o por el vibrato de un muslo subliminal. La
emoción que hace que algunos días se asemejen a una sesión de tortura medieval
corregida y aumentada por la KGB, y la vida a un recorrido en montaña rusa. La
emoción que, con frecuencia, no desemboca en nada.
Pero la emoción que nos niega el descanso, que nos aparta de nuestra dulce
tranquilidad, que perturba la continuidad de nuestros días. La emoción que no nos deja
en paz, azote de la existencia. Que nos levanta para volver a dejarnos caer, que nos
abandona y luego nos rescata. Insidiosa, perniciosa, la emoción que nos ayuda a
levantarnos por la mañana y que nos impido dormir durante la noche. La emoción que
nos libera y que nos acecha. La emoción, la que soñamos hacer saltar sobre nuestras
rodillas o deseamos sentir de nuevo.
La emoción
Estas jornadas van a representar una oportunidad para verificar qué es lo que
entendemos como emociones y quizá para darnos cuenta de que no todos tenemos la
misma definición. ¿Y si no tenemos la misma definición, seguimos todos un mismo
enfoque terapéutico? Y por otra parte, ¿es necesario integrar la emoción en un contexto
terapéutico? Si los terapeutas Gestalt han escrito poco hasta ahora sobre las emociones,
no sucede lo mismo en las demás disciplinas. Podríamos, incluso hablar de un
fenómeno de moda. Las emociones aparecen por todas partes, ya sea en el campo de la
neurofisiología, biología, psicología, filosofía, sociología, política, publicidad, de la
televisión con sus reality shows, etc.
Otra distinción que hay que hacer es la que existe entre la sensación y la emoción.
Ambas se refieren a una conciencia corporal. La sensación está muy localizada en el
cuerpo, por ejemplo, un dolor en la punta de un dedo, el dolor de cabeza; podernos
determinar con bastante exactitud su ubicación. La emoción, aún cuando entre otras
cosas es una sensación corporal, es mucho más dificil de localizar y mucho más
compleja que la simple sensación. Si me siento feliz al recibir una buena noticia, ¿cómo
voy a comunicar lo que siento? Quizá mi corazón late más rápido, me dan ganas de
pegar de brincos, de abrazar a todo el mundo, esto es, experimento una movilización
corporal en todos los sentidos, un desorden general.
Por otra parte, todos convienen en que las emociones tienen una relación estrecha con
nuestras creencias, nuestros pensamientos, así como, con el contexto en el que surgen.
Tienen por tanto, un antecedente cognoscitivo y un objeto intencional. Revelan al
mismo tiempo, algo sobre una experiencia pasada e integrada y algo de la implicación
particular de un sujeto dentro de una situación determinada.
Por ejemplo, si un león entra en esta habitación, a menos que seamos domadores, todos
tendremos seguramente miedo. Este sentimiento nos va a ayudar a estar alertas y a tratar
de enfrentar la situación. Por otra parte, también podemos entretenernos causándonos
miedo. Si nos subimos a una montaña rusa en una feria, somos capaces de transformar
nuestro miedo en felicidad porque sabemos que nos encontramos en una situación
controlada y relativamente sin riesgo [3]. La emoción depende, por tanto, de una
reacción corporal y de la evaluación cognoscitiva de la situación. Se trata de lo que el
psicólogo norteamericano Schachter llamó en la década de los sesentas la teoría del
doble efecto.
Después de esta primera aproximación muy general de definición, voy a presentarles
dos maneras distintas de pensar las emociones. Al crear esta conferencia, intenté que
fuera una base de reflexión teórica y práctica. Mi intención no es la de revelar una
verdad, sino más bien, presentar un proyecto pragmático con el objeto de buscar cuáles
son las consecuencias en la práctica terapéutica de tal manera de pensar o de tal otra. A
continuación, les ofrezco mi propia versión.
La primera manera de pensar las emociones es considerarlas como estados, como algo
que sucede en el interior del individuo. Esto genera varias preguntas: ¿De qué se trata?
¿Cuántas existen? ¿Dónde se ubican? ¿Son universales? ¿A quién pertenecen? Al
individuo, responderán los naturalistas; a la sociedad, responderán los construccionistas.
¿Es bueno sentir emociones o no? ¿Es necesario controlarlas, dosificarlas, eliminarlas?
Platón y, posteriormente, Descartes, consideraron que estorbaban a la razón. ¿Es
necesario, por el contrario, expresarlas, favorecerlas, valorarlas? Es preferible, como
pregonan algunos terapeutas Gestalt, descargar las emociones, de preferencia golpeando
sobre un cojín, con el terapeuta convirtiéndose en una suerte de cubeta dentro de la cual
vomita el paciente, parafraseando las palabras de Peter Philippson [4]. Como anécdota
al margen, les recuerdo que Perls no dudaba en dejarse estrangular por sus pacientes. No
sé quién fue el que inventó el método de utilizar un cojín como ángel guardián del
terapeuta.
Es aquí donde entra el punto de vista de los construccionistas y de los etnólogos que, a
su vez, rechazan el origen innato o congénito de las emociones. Las emociones para
ellos no son más que una construcción social. Su universalidad deja de ser algo
evidente. Su realidad social precede a su realidad psicológica [7]. Esto significa que se
adquieren debido al hecho mismo de vivir en una sociedad.
Se descubrió, por ejemplo, que un esquimal Utku nunca se encolerizaba (en el sentido
en que nosotros, los occidentales, definimos la ira). Esta emoción parece no formar
parte de su experiencia. De hecho, la ira es culturalmente desalentada en su entorno.
Esto significa que existe, pero que es poco frecuente y temida. Más problemática es la
emoción que los japoneses describen bajo el nombre de amae y que nosotros no
sabríamos describir. En todo caso, no existe en nuestro idioma ninguna palabra
específica correspondiente. Podríamos quizá aproximarnos a su definición con una
frase: se caracterizaría por la voluntad de ponerse bajo la dependencia de otro, en el
sentido de exigir mimos o apapachos. Si la palabra no existe, ¿Existe acaso la
experiencia? Esta es una pregunta válida. Puedo también mencionar a los tahitianos, que
no tienen una palabra para designar la tristeza, la depresión. "Experimentan una
sensación de fatiga o de pesadez, pero interpretan esta sensación de forma no
emocional. Conciben la tristeza como una enfermedad o como el efecto de algún
espíritu." [8] La Rochefoucauld escribió: "Existen personas que jamás habrían estado
enamoradas si nunca hubiesen escuchado hablar del amor." [9]
La expresión de las emociones varía dependiendo de las culturas. Por ejemplo, Vinciane
Despret cuenta que los oriundos de Uganda lloran y se alejan de los demás para
expresar su ira. En otro ejemplo, dice que si se muestra a un neomalayo la fotografía de
una persona que está encolerizada, éste lo que percibirá es tristeza.
Resulta interesante este debate entre naturalistas y construccionistas, para no olvidar que
sí, efectivamente, es a partir del cuerpo que experimentamos la emoción y que ésta se
manifiesta, su expresión va a diferir culturalmente, pero también dependiendo del
individuo y de la situación. Asimismo, esto indica que cada cultura construye su propia
teoría sobre las emociones. Y esto implica, a su vez, que podemos malinterpretar la
expresión emocional de una persona.
"No es suficiente que dos sujetos conscientes tengan los mismos órganos y el mismo
sistema nervioso para que las emociones muestren en ambos los mismos signos. Lo que
importa, es la forma en que hacen uso de su cuerpo. Es el moldeado simultáneo de su
cuerpo y de su mundo en la emoción. Los atributos psicofisiológicos dejan abierta una
enorme cantidad de posibilidades, y no existe aquí, como tampoco en el dominio de los
instintos, una naturaleza humana determinada de una vez por todas." [11] Esta cita de
Merleau-Ponty nos conduce a la idea de la emoción como puesta en contacto del
organismo-entorno. Voy a desarrollar esta idea a continuación.
Por ejemplo, me di cuenta que una de mis pacientes se ponía a llorar por momentos, sin
que yo pudiera relacionar lo que acababa de suceder con el surgimiento de este llanto.
Al principio pensé: "Vaya, está triste, ¿a qué viene esta tristeza?" Y le pregunté: "¿Está
usted triste?" Ella respondió atropelladamente y entre sollozos: "Sí, no me siento bien".
Requerimos de varias sesiones antes de percatarnos que se ponía a llorar
sistemáticamente antes de pedirme alguna cosa. Su llanto no estaba relacionado con la
tristeza, sino con un miedo de solicitarme alguna cosa y, sobre todo, de que yo
rechazara su petición o de que me enfadara. Su única modalidad para pedirme algo
comenzaba por "prorrumpir en sollozos". ¿Era para hacerme sentir lástima? Me
equivocaba sobre la relación que estaba entablando con esta paciente o juzgaba mal sus
intenciones con respecto a mí.
En ese entonces se consideraba que el estado mental daba origen al estado físico y a la
emoción. James va a invertir la secuencia y pensar que es el estado del cuerpo el que
permite la emergencia de la emoción.
"El sentido común dice: si perdemos nuestra fortuna, nos sentimos desconsolados y
lloramos; si nos encontramos un oso, nos sentimos asustados y corremos; si nos insulta
un rival, nos sentimos ofendidos y golpeamos." [16] Para James, el orden de esta
secuencia es incorrecto: lloramos y esto es lo que nos hace experimentar tristeza,
golpeamos y esto es lo que nos hace sentir ira, temblamos y esto es lo que nos hace
sentir miedo. Es la condición física, esto es, la percepción de algo en el cuerpo, lo que
es esencial para que surjan las emociones. Esta teoría (que después será refutada,
particularmente por Cannon) se reduce al hecho de que son nuestras reacciones físicas
las que producen de manera secundaria la emoción, como por causalidad lineal.
Goodman y Perls mencionan esta teoría en el capítulo consagrado a las emociones,
diciendo que para ellos James y Lange tienen parcialmente la razón: "Así, la teoría de
James-Lange sobre las emociones: -'la emoción es una condición del cuerpo; una vez
que huyes es cuando comienzas a sentir miedo'- es en parte verdadera. Lo que hay que
añadir, es que la condición física es, asimismo, una orientación pertinente y una
manipulación potencial del entorno: el miedo no se debe al hecho de correr, sino al de
escapar, al de huir de alguna cosa." [17] Cabe señalar la manera en que Goodman y
Perls, a pesar de haber retenido una parte de esta teoría, reintroducen el entorno, la
situación, insistiendo sobre el hecho de que uno no huye simplemente, sino que huye de
algo.
James proponía imaginar que, en un principio, nuestra experiencia es "pura", esto es,
que todavía nada ha sido separado, distribuido, clasificado. Es un momento en el que
aún todo es posible, indeterminado. "El momento por el cual no existe aquí o allá, mío y
no mío, conciencia y mundo, objetividad y subjetividad, el momento dentro del cual
existe sólo una experiencia, una coyuntura." [18]
Es así como, según James, las experiencias emocionales se nos dan de manera
indeterminada: "Cada una de estas experiencias parece poder permanecer equívoca: con
frecuencia parecen ambiguas, porque no es posible determinar si son internas o
externas, son a la vez una y otra, como si las líneas de clasificación que trazamos
normalmente entre el mundo y la conciencia dudaran en ser trazadas." [19]
Lo que James quería decir es que cuando hablamos de nuestra experiencia emocional,
creamos automáticamente una versión, o en otras palabras repartimos las causas. Si yo
digo: "Tú me asustas", distribuyo las cartas del lado del mundo; si yo digo: "Lo veo
todo negro" o "Tengo miedo", entonces las distribuyo de mi lado. Si yo pienso: "Mira,
esa persona está bostezando, se aburre", distribuyo las cartas de su lado y, si yo pienso:
"Mira, está bostezando, estoy aburriéndolo con mi conferencia", distribuyo las cartas de
mi lado. Lo que es interesante es poder volver a repartir las cartas, barajarlas de nuevo,
reubicarlas en una indistinción organismo-entorno, antes de producir una nueva versión.
La fenomenología pone en evidencia la calidad articulatoria del Dasein, esto es, que no
somos máquinas pasivas experimentando el mundo, sino que además, nos dirigimos
hacia el mundo y nos dirigimos hacia éste de una manera determinada. Somos activos y
pasivos a la vez. La emoción se vuelve entonces el icono de la confluencia yo-mundo,
revelando al mismo tiempo algo de mí y del mundo. De manera simultánea, afectamos y
nos vemos afectados. A esto se refiere la noción de la reversibilidad de la carne, de
Merleau-Ponty. Me siento conmovido tanto como yo conmuevo, me conducen tanto
como yo conduzco. La emoción es el conflicto del encuentro organismo-entorno. Esta
actividad-pasividad nos devuelve a la modalidad media del self. Si existe algún
momento durante el transcurso de la experiencia de construcción-destrucción de las
Gestalts en el que el self se encontrara en plena actividad deliberada, sería al momento
de la puesta en contacto, al momento en que la función yo va a encontrarse más activa.
Es el momento de las identificaciones, enajenaciones, y el inicio de esta secuencia, se
caracteriza por el surgimiento de la emoción. La emoción es la señal temporal del paso
de precontacto a la puesta en contacto.
Quisiera insistir sobre el carácter movilizador de la emoción a que hice referencia al dar
inicio a esta conferencia, con la definición etimológica de esta palabra. Si hablé, citando
a William James, de la indeterminación sí mismo-mundo, al momento de la emoción, no
fue para describir un estado estático que podría hacernos pensar en una inmovilización
confluente, en la que ninguna figura se desprende o sobresale de un fondo. "Las
emociones", decía Perls en una de sus conferencias, "son los medios de nuestra
capacidad de crear el contacto." [23] La emoción es necesaria para la acción, para la
toma de decisiones. En el volumen I de Terapia Gestalt, Perls y Goodman consideran
que "la emoción estimula la acción pertinente o, si ésta no es realizable de inmediato,
estimula y dirige la búsqueda de esta acción." [24]
Vamos ahora a considerar cuáles son las implicaciones prácticas de tomar como punto
de partida una definición determinada, en lugar de otra. Cuáles son las consecuencias en
la práctica terapéutica de considerar la emoción como un estado, que pertenece al
individuo que la experimenta, y cuáles son las consecuencias de definir la emoción
como, en primera instancia, un conflicto organismo-entorno, en la práctica del terapeuta
Gestalt.
Por el contrario, si soy yo la que se enoja con mi paciente, mi ira estará bien justificada
y mi paciente habrá hecho realmente algo para sacarme de quicio. Por tanto, voy a
ponerlo en su lugar. Una vez más, no nos confundamos. Desde luego, estoy exagerando
al máximo en este caso.
Considerar entonces la emoción como un estado interior del sujeto puede llevarnos a la
idea de que es bueno para el paciente expresar todas sus emociones. "Actualmente",
decía ya Perls en 1950, "las emociones deben ser descargadas, como si se tratara de un
excedente fastidioso." [27] Esto me hace pensar en el desarrollo de las estrategias de
prevención de las neurosis postraumáticas. Como saben, se han puesto en práctica
lineamientos de intervención con base en la idea de que mientras más rápido se haga
hablar sobre el hecho a un sujeto que acaba de sufrir un traumatismo, mientras más
rápido se produzca una reacción emocional, mayores serán sus probabilidades de no
desarrollar una neurosis postraumática. A través de unos estudios, Françoise Sironi [28]
se percató que en Yugoslavia aplicaron un tratamiento de esta naturaleza a las mujeres
violadas durante la guerra. Los psicólogos alentaron a estas mujeres a contar sus
experiencias. Como resultado, un porcentaje elevado de estas se suicidó. Los terapeutas
no habían tomado en cuenta el carácter particularmente vergonzoso de estas violaciones
y sus repercusiones sociales en un país musulmán.
Si hago referencia a este relato, es porque nos encontramos inmersos en una cultura
psicoanalítica y, quizá, esto se aplica, particularmente en el caso de la terapia Gestalt, en
donde domina la idea de que la expresión de las emociones posee un valor terapéutico.
Esto es verdad, pero con la condición de que se tome en cuenta el contexto y la
situación del sujeto, y que la expresión de las mismas sea realmente una elección
tomada por el paciente. De lo contrario, a lo que llegamos, como al inicio, es a un
vómito de la emoción. Posiblemente, no concuerden conmigo en estas conclusiones,
pero justamente ése puede ser el objetivo del debate.
David Le Breton insiste sobre el hecho de que no existe un hombre que "exprese", por
ejemplo, la felicidad, sino un hombre feliz, que cuente con un estilo propio, con sus
ambivalencias, su singularidad, dentro de un contexto determinado. El individuo no
posee una emoción como si se tratara de un objeto.
No le adjudico valor en el sentido en que no voy a pensar que sería necesario que mi
paciente se sintiera aún más triste o que expresara aún más esta tristeza, o que sería
necesario que no estuviera triste.
Por ejemplo: durante una sesión, mientras que un paciente me platica sus contrariedades
con la burocracia, comienza a levantar la voz, a crispar sus mandíbulas y a apretar sus
puños. Su ira surge a medida que avanza en su relato. El entorno alucinado es, en este
momento y en parte, la burocracia que le pone trabas, y posiblemente el empleado en
particular que se rehusó a darle un documento importante. Continúa su relato, y me
comenta las ganas que tuvo de partirle la cara a este empleado, a pesar de que se
contuvo. Si sigo el primer razonamiento, a saber, que es bueno que exprese su ira,
podría proponerle que imagine que el empleado se encuentra aquí mismo, sentado en
una silla vacía y pedirle que le diga todo lo que no había podido decirle hasta ahora.
También podría, por otra parte, decirme a mí misma "este paciente es un colérico" o
"qué idiota es ese burócrata". Siguiendo el segundo razonamiento, yo no estaba ahí al
momento de los hechos, sin embargo, estoy presente ante el relato de mi paciente. ¿Qué
espera él de mí al contarme todo esto? ¿Cómo me siento yo afectada por la ira de mi
paciente? ¿Me estoy tensando yo misma, empequeñeciendo o me estoy poniendo alerta?
¿Estoy pensando en el próximo paciente? ¿Estoy recordando algún otro momento de
una sesión anterior y, de ser así, qué vínculo existe entre las dos? ¿Hacia dónde va
dirigida esta ira? ¿Me está hablando el paciente desde su ira o más bien desde su miedo
de romperle la cara a alguien? ¿Estoy yo aquí para acoger esta ira, algo que le resulta
imposible en su entorno? ¿Estoy yo aquí para acoger su miedo, su angustia de volverse
loco? ¿Lo que busca es ya no sentirse solo? ¿Está probando mi capacidad de
comprender sus emociones? ¿Es esta ira la evasión de una abatimiento que ya
demuestra corporalmente mediante su rostro que apunta hacia el suelo?
Así, lo que busco también es el enseguida de la situación, el hacia a dónde empuja, para
poder barajar las cartas y no asignar un sentido prematuro, antes de descubrirlo e
inventarlo junto con mi paciente. En este ejemplo, yo soy el testigo y no la persona a
quien va dirigida su rabia. No obstante, soy un testigo activo a quien va dirigido este
relato. Me cuenta su historia sin tener un objetivo claro todavía de hacia a dónde va.
"Estar enojado no es la característica intrínseca de un sujeto, una característica física o
psíquica, sino una característica de un individuo que se ubica en un contexto
determinado, una característica relacional." [30]
Esta búsqueda, yo no la hago sola, sino junto con mi paciente. Esto no significa, como
lo precisa Dumouchel, que la expresión afectiva, al momento en que surge, es
"cualquier cosa", o que no tiene sentido alguno. Simplemente, este sentido está
"subdeterminado". Lo que la emoción significa está determinada por él enseguida de la
situación, por él después del intercambio paciente-terapeuta. Podrían replicar que es
posible sentirse emocionado sin que haya otra persona presente. A pesar de que no hay
nadie de carne y hueso en ese momento, no por ello el contacto es menor. Esto no
cambia en absoluto lo que acabo de decir. La emoción sólo tendrá un sentido íntegro
cuando exista un diálogo, que también puede ser un diálogo alucinado, o en segunda
instancia, porque hablaré con alguien o leeré un libro o escucharé que alguien dice algo,
etc.
Éstos son los dos paradigmas que acabo de desarrollar para ustedes: la emoción como
un estado, como entidad que pertenece únicamente al individuo que la experimenta, y la
emoción como un conflicto organismo-entorno, como momento temporal del paso de
precontacto a puesta en contacto, como obra común en la que varios participan, como
puesta en movimiento hacia una acción. Es a partir de este segundo paradigma que
cobra sentido el título de mi conferencia: para una desubicación de las emociones.
Una vez que se ha desubicado el self, esto es, que ya no lo consideramos como una
entidad que forma parte del individuo aislado, lo que intento es desubicar las
emociones, esto es, dejar de pensar en ellas como en sustancias que pertenecen al
individuo únicamente. Cada una de estas teorías aporta un conocimiento importante. Mi
intención no es compararlas o hacerlas competir, sin embargo, en la práctica terapéutica,
el segundo paradigma me parece primordial, en el sentido de la cronología de la
construcción de la Gestalt. La individualización me parece esencial, pero sólo en
segundo término.
Notas
[1] Fdr, nº 3, marzo 1996.
[2] Ver Dossier Les Sciences Humaines sur les Emotions: Nicolas Journet: Les emotions de A à Z.
[3] Ejemplo dado por Schachter, psicólogo norteamericano, citado por Michael Lacroix en: Le culte de
l'émotion, Flammarion.
[4] Peter Philippson: Sur les émotions, publicación en Internet, enero de 1993.
[5] Ver David Le Breton: Les passions ordinaires: anthropologie des émotions, Armand Colin, 1991.
[6] Paul Dumouchel: Émotions: essai sur le corps et le social, Les empêcheurs de penser en rond,
Synthélabo, 1995., p. 59.
[7] Ver Luc Faucher: Emotions fortes et constructionnisme faible; en Philosophiques, 26/1, primavera de
1999, publicada en Internet.
[10] Experimento citado por David Le Breton en Passions Ordinaires: anthropologie des émotions,
Armand Colin, 1998
[11] Merleau-Ponty, citado por David Le Breton, en Passions Ordinaires: anthropologie des émotions,
Armand Colin, 1998, p. 147
[13] Merleau-Ponty citado por G. Mazis: <>, en la revista Alter, No 7, 1999, Éditions Alter.
[18] William James, citado por Vinciane Despret, en Ces émotions qui nous fabriquent, Les empêcheurs
de penser en rond, 2001.
[19] Ibid.
[20] Ibid.
[21] Ibid.
[22] William James, citado por David Lapoujade, en Willíam James, empirisme et pragmatisme, PUF,
1997.
[25] F. Perls: Psychiatry in a New Key, Parte II, The Gestalt Journal, otoño de 1978.
[26] Paul Dumouchel: Essai sur le corps et le social. Les empêcheurs de penser en rond, 1999.
[29] Ver Sue Campbell, Interpreting the personal: expression and formation of feelings, Ithaca, NY:
Cornelle University Press, 1997, en Revue Critique.