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ALFREDO FLORISTÁN

(Coord .)

HISTORIA
- MODERNA
~ ~ UNIVERSAL . .....-...
~

Arze!
CAPÍTULO 24

EL DESPOTISMO Y LAS REFORMAS ILUSTRADAS

por ENR1QUE GiMÉNEZ LóPEZ


Universidad de Alicante

La expresión «Despotismo Ilustrado» fue utilizada por vez primera por la histo-
riografía romántica a mediados del siglo XIX. Aunque algunos historiadores actuales
prefieren el término «Absolutismo Ilustrado» y califican con razón de «hipérbole re-
tórica» el contraste de adjetivar como Ilustrado el sustantivo Despotismo en su acep-
ción de ejercicio tiránico y arbitrario del poder, la mayor parte de los historiadores si-
gue utilizándola para referirse a una realidad peculiar de la Europa Absolutista del
siglo XYlll. En ambos casos hay que entender este concepto -donde lo común es el
término «Ilustrado»- como sinónimo de «racional», sin identificarlo con el movi-
miento ilustrado en su sentido estricto, cuya filosofía política mantenía presupuestos
distintos a los del absolutismo.

1. Caracteres generales del Despotismo Ilustrado

Los elementos que caracterizan al Despotismo Ilustrado son básicamente dos:


por una parte, la influencia de las ideas ilustradas en el terreno de la cultura y la acción
gubernamental, imbuida de espíritu de reforma y con pretensiones de favorecer pater-
nalmente la felicidad pública de los súbditos e incrementar el prestigio de la Dinastía
reinante en el concierto internacional; y, por otra, la aplicación decidida de una políti-
ca destinada a contener los privilegios nobiliarios y eclesiásticos, cuyos intereses esta-
mentales habían constituido un tradicional obstáculo para el fortalecimiento del poder
del monarca.
En virtud de ese doble carácter, el tiempo histórico del Despotismo Ilustrado
queda circunscrito al periodo que comienza con la subida al trono de Federico II de
Prusia y María Teresa de Austria en 1740, y finaliza al concluir el reinado de José 11 en
1790, cuando el estallido de la Revolución francesa da paso a una realidad nueva, ce-
JTándose definitivamente la vía de las reformas prudentes encabezadas por los reyes
llamados «ilustrados».
550 HISTORIA MODERNA UNIVERSAL

Los protagonistas de esta colaboración entre las ideas de la Ilustración ilustradas,


y el Estado fueron monarcas como Federico 11 de Prusia, Catalina la Grande de Rusia,
la Emperatriz austriaca María Teresa y su hijo y sucesor José 11, Carlos III de España,
y ministros con gran ascendiente sobre los reyes a los que servían, como el marqués de
Pombal en el Portugal de José 1, o Bernardo Tanucci en el Nápoles de Fernando IV, o
la Toscana del Gran Duque Pietro Leopoldo.
El programa de los gobiernos «ilustrados» de la segunda mitad del siglo xvm te-
nía antecedentes muy sólidos en el absolutismo de fines del siglo XVII y primeras déca-
das del Setecientos, y estaba caracterizado por, al menos, seis aspectos fundamentales
e indispensables:

1. Reforzar las tendencias a una mayor centralización, cuyo propósito era acre-
centar la vitalidad de una maquinaria estatal mejor ensamblada gracias a una más am-
plia y eficaz burocracia.
2. Reorganizar la fiscalidad, evitando las numerosas desviaciones y exencio-
nes que hacían poco productiva la recaudación, pese a que la presión fiscal era elevada
para la generalidad de la población.
3. Clarificar el procedimiento judicial por medio de la recopilación de corpus
legislativos. y la aplicación de principios utilitaristas y humanistas al campo penal.
4. Incrementar la actividad económica mediante la favorable acogida de inno-
vaciones técnicas y ciencias aplicadas que fueran capaces de remover aquellos obs-
táculos que, hasta entonces, habían hecho imposible el progreso en el seno una socie-
dad ordenada.
5. Promocionar la cultura y el saber científico creando instituciones para la di-
fusión educativa. Los gobiernos debían dotar a sus súbditos de los recursos morales,
técnicos, científicos y económicos que les permitieran progresar en el proceso escalo-
nado de la civilización.
6. Secularizar la monarquía absoluta y las normas sociales, distinguiéndolas de
la fe, y hacer viable la práctica de una cierta tolerancia hacia el hecho religioso dife-
rencial, al que no había que reprimir violentamente como en los siglos XVI y XVII.

2. La aportación de las ideas ilustradas

Todos estos puntos programáticos del Despotismo Ilustrado convergían en un


objetivo último: hacer compatible el fortalecimiento máximo del poder del monarca
con el desarrollo ordenado y equilibrado de la sociedad. Para justificar teóricamente la
potenciación del aparato administrativo y la imposición de una disciplina social, re-
sultaban muy adecuadas algunas ideas procedentes del pensamiento ilustrado.
El reconocimiento y la legitimación por los monarcas de la relación entre cultura
y poder es una de las aportaciones más originales del absolutismo de la segunda mitad
del siglo xv111. Muchos ilustrados entraron al servicio de aquellos soberanos que ex-
presaban, aunque fuera sólo retóricamente, su voluntad de promover cambios inspira-
dos en las ideas de las Luces. De esa colaboración entre el poder y los intelectuales,
ambas partes obtenían ventajas: los filósofos que ensalzaban y justificaban la política
gubernamental recibían honores y pensiones, aunque su colaboración no se prestaba
EL DESPOTISMO Y LAS REFORMAS !LUSTRADAS 551

únicamente por interés personal sino también porque había, en numerosos casos, una
cierta identificación entre las reformas solicitadas por los escritores ilustrados y las
aplicadas por los monarcas.
Sin embargo, pese a ser coincidentes los objetivos. los motivos de esa mutua cola-
boración diferían. Si para los ilustrados el móvil de su apoyo al absolutismo era el resul-
tado de un análisis racional de la realidad, y en razón de ello apelaban a determinados
valores y principios, las motivaciones de la monarquía eran, por el contrario, resultado
de una finalidad estrictamente política, como reforzar el Estado utilizando todos los re-
cursos a su alcance. Es por ello que los reyes se apropiaron de las ideas de las Luces y las
adaptaron parcial y sesgadamente a sus programas. Como ha señalado Frans,:ois Bluche,
«los "philosophes" hubieran deseado que el Estado estuviera al servicio de las Luces,
sin embargo la monarquía puso las Luces a disposición del Estado».
El mejor ejemplo de utilización interesada por las monarquías europeas de las
ideas ilustradas lo podemos encontrar en los ataques a los privilegios de la Iglesia. La
Ilustración prestó el lenguaje apropiado con el que justificar una acción de contenido
estrictamente político. Los esfuerzos de los monarcas para reducir Ja inmunidad fiscal
de Ja Iglesia y someterla a su autoridad encontraron en las ideas ilustradas, partida-
rias de una secularización del poder, un mero pretexto para limitar más y más Ja juris-
dicción eclesiástica.
En otros muchos ámbitos ajenos al eclesiástico, los grandes condicionamientos
económicos, sociales y políticos a que se veía sometida la acción de gobierno, hacían
inviable la aplicación de las recetas ilustradas o, a la postre, las reformas intentadas o
llevadas a la práctica a partir de Jos años cuarenta por los llamados «Déspotas Ilustra-
dos», que no tuvieron como propósito último incidir profundamente en las estructuras
sobre las que se asentaba el Antiguo Régimen.

3. La práctica del Despotismo Ilustrado en los Estados


de la Europa Septentrional

Ya hemos indicado anteriormente que muchos de los objetivos programáticos


del Despotismo Ilustrado ya habían sido esbozados por gobernantes de finales del
Seiscientos y primera mitad del siglo XVIII, pero fue a partir de 1740 cuando nuevas
ideas procedentes de la filosofía ilustrada comenzaron a combinarse con objetivos tra-
dicionales de la acción de gobierno, como crear una administración eficiente y centra-
lizada, reducir el papel de Ja Iglesia y los privilegios eclesiásticos, codificar las leyes o
debilitar Jos organismos de representación estamental.
Si bien cada uno de los monarcas y ministros considerados como impulsores del
Despotismo Ilustrado tuvieron su propio estilo de gobierno, todos ellos tenían en co-
mún una misma percepción del Estado. La historiografía actual tiende a prestar mayor
atención, no a los contenidos programáticos, sino a la manera concreta en que los pro-
blemas fueron abordados, centrándose más en los aspectos prácticos del fenómeno
político que en las intenciones, expresadas con mayor o menor dosis de buena fe.
Como señalara el historiador George Livet «el Despotismo Ilustrado se reduce a una
serie de teorías y aspiraciones que fueron utilizadas para dar apariencia intelectual a
una política interesada y escasamente novedosa».
552 MANUAL DE HJSTORlA MODERNA UNlVERSAL

3.1. EL PERFlL DE LOS MONARCAS

3.1.l. Federico el Grande

De todos los gobernantes del siglo XVIII Federico el Grande es, probablemente, la
figura más tratada por los historiadores y que ha merecido juicios de valor más contro-
vertidos. Durante su reinado fue motivo de admiración por sus contemporáneos, cauti-
vados por sus realizaciones y por su dedicación al trabajo. La historiografía romántica,
sobre todo en el ámbito germánico, Jo hizo culpable de la rivalidad austro-prusiana que
tanto debilitó al mundo alemán. Cuando Alemania fue unificada en 187 l , pasó a ser
considerado como paradigma de las virtudes prusianas basadas en el autosacrificio, en
el esfuerzo voluntarista, y en el elevado sentido del deber.
La historiografia actual valora en Federico II su capacidad para dar una nueva
concepción de Ja función de la Corona. Su definición del soberano como «primer ser-
vidor del Estado», y el concepto «amor a la patria» como elemento de cohesión social
y nacional, como impulso que llevaba a los prusianos a sacrificar sus intereses priva-
dos por el bien colectivo, son considerados el resultado de una doble influencia: la de
los ilustrados franceses. con los que mantuvo una relación directa e intensa, y la del
pensamiento ético-político alemán de finales del siglo XVII, sobre todo de Samuel Pu-
fendorf, para quien la moral del orden debía ser la que gobernase la compleja máquina
del Estado. Ambas influencias alimentaron las iniciativas prácticas que el soberano de
Prusia tomó en el terreno de la política económica, militar y administrativa, encamina-
das al engrandecimiento del Estado por encima de los intereses puramente dinásticos.

3.1.2. Catalina ll

El tratamiento historiográfico recibido por la zarina Catalina asemeja al de Fede-


rico el Grande en los juicios fluctuantes que su labor como gobernante ha merecido.
En el siglo xvm gozó de alta reputación, no sólo por su habilidad para presentarse ante
la opinión pública europea como partidaria del progreso, sino por el gusto de los Ilus-
trados por lo exótico y por el prestigio de sus éxitos militares y políticos. Durante el si-
glo XIX fue criticada duramente por su política de fortalecimiento de la servidumbre, y
la historiografía soviética sólo mostró interés por las revueltas campesinas de su reina-
do. La historiografía actual tiende a considerar el reinado de Catalina como inspirado
en necesidades y precedentes específicamente rusos, distinguiendo claramente dos
épocas: la primera, con algunas medidas innovadoras que denotan una cierta actitud
reformista; y la segunda, donde se abandonan esas veleidades para fortalecer la unión
entre la monarquía y la nobleza. La gran revuelta de Pugachev de 1773-1774 marca la
línea divisoria entre una y otra.

3.1.3. María Teresa y José ll de Austria

Hasta los inicios del siglo XX, el reinado de María Teresa de Austria ( 1740-1780)
fue considerado como un periodo marcado por la intolerancia religiosa y el conserva-
durismo, en contraste con el de su hijo José II (1780- 1790), caracterizado por un sin-
cero y radical propósito reformador. Sin embargo, la historiografía actual tiende a
EL DESPOTISMO Y LAS REFORMAS ILUSTRADAS 553

considerar el reformismo de José II como un continuador de la obra iniciada por María


Teresa y sus ministros -especialmente el príncipe de Kaunitz- en aspectos progra-
máticos del Despotismo Ilustrado en los telTitorios de los Habsburgo: en el terreno de
la centralización y la fiscalidad; en la justicia; y en la educación y la cultura. Es en la
tolerancia, como veremos, donde las diferencias entre María Teresa y José ll resultan
más manifiestas.

3.2. LA POLÍTICA ECONÓMICA

La política económica de Federico el Grande, como todas sus acciones de gobierno,


estaba dirigida a hacer de Prusia una gran potencia continental. En el sector agropecuario
su prioridad estuvo dirigida a lograr la colonización de las tierras del Este, sobre todo tras
las cuantiosas pérdidas en vidas humanas que arrostró Prusia durante la Guerra de los Sie-
te Años. El apoyo del Estado en obras de repoblación forestal, infraestructuras de regadío,
entrega gratuita de semillas y ventajas fiscales y militares posibilitó la llegada de un cuarto
de millón de inmigrantes entre 1763 y la muerte de Fede1ico II en 1786. Pese a los intentos
de difundir innovaciones agronómicas o por mejorar la ganadería, los cambios técnicos
fueron escasos. Las relaciones entre señores y siervos no sufrieron modificaciones sustan-
ciales, y la poi ítica de Federico ll en este terreno no pasó de declaraciones bien intenciona-
das o recomendaciones humanitarias poco efectivas.
El sector manufacturero se vio favorecido por una política proteccionista en la
que el Estado participaba aportando capitales y mano de obra. A la industria pañera
existente en la anexionada Silesia, se añadieron otras nuevas dedicadas a productos de
lujo, como la seda o la porcelana. Y una atención especial se prestó a la industria mine-
ra y metalúrgica, con un nuevo departamento creado en 1768 expresamente con esa fi-
nalidad, gracias a lo cual se dieron en el Ruhr los primeros pasos de una actividad que
tendría gran desarrollo en el futuro. Los avances eran, sin embargo, modestos y, desde
luego, no supusieron que la economía y la sociedad prusiana perdiera su carácter mar-
cadamente rural.
Catalina II alcanzó el trono gracias a un complot palaciego contra su marido, Pe-
dro III. Para lograr la aceptación a una legitimidad dudosa tuvo que hacer importantes
concesiones a la nobleza: el monopolio de la propiedad de la tierra; la posibilidad de
sentenciar a los siervos sin la intervención de los tribunales públicos: y la exclusividad
para destilar y vender vodka, dando salida al excedente de grano.
Sin embargo, la zarina supo desarrollar algunos aspectos de las ideas ilustradas
que fueron magnificadas por los escritores de la época. Las dificultades financieras
creadas por la Guerra de los Siete Años la llevaron a controlar los bienes de la Iglesia
ortodoxa. En 1764 fueron confiscados los bienes eclesiásticos, se suprimieron un gran
número de conventos y pasaron a ser siervos del Estado alrededor de un millón de sier-
vos de la Iglesia.
En cuanto a la servidumbre, Catalina mostró una cierta preocupación sobre el es-
tado de los siervos y llegó a premiar un ensayo condenatorio de la servidumbre en un
concurso organizado al efecto por la Sociedad Imperial Económica Libre. Pero sus in-
tenciones no iban más allá de desear regular las relaciones entre los hacendados y sus
siervos y que las exigencias de trabajo no fueran desmesuradas. En cualquier caso, la
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revuelta del cosaco Pugachev en las regiones del Yolga y el Don exigiendo la aboli-
ción de la servidumbre. puso fin a este tipo de manifestaciones bienintencionadas y
superficiales.

3.3. LAS REFORMAS ADMINISTRATJVAS : HACIA UNA MAYOR CENTRALIZACIÓN

El desanollo de la administración mifüar que permitiera un ejército permanente y


poderoso era la función más importante del Estado prusiano. Para Federico el Grande la
potencia militar no era sólo un medio de expansión tenito1ial, sino la expresión de
la disciplina y los valores de Prusia. Federico ll perfeccionó la herencia militar de su
padre, «El Rey Sargento», dedicando su energía y la de toda la administración a la orga-
nización, fo1mación y aprovisionamiento del ejército mayor de Europa en relación a la
población del país. El ejército prusiano recibía sus pagas puntual y regularmente, sus ra-
ciones eran excelentes, y el Estado había creado una red asistencial para soldados inváli-
dos y huérfanos de militares sin parangón en el continente. Para limitar la pesada hipote-
ca económica que podía suponer el mantenimiento de un ejército en torno a los 190.000
hombres, se asignaban temporalmente cupos de soldados -sesenta de cada compa-
ñía- para trabajos agrícolas o industriales, y si bien esta medida perjudicaba el elevado
nivel de disciplina y preparación, era el único medio posible para que Prusia pudiera ha-
cer compatible el mantenimiento de un gran ejército y el desarrollo de su economía.
En la administración también Federico II prosiguió la labor de su padre para lo-
grar una monarquía más centralizada y burocratizada. En 1723 Federico Guillermo l
había creado en Berlín el Directorio General, un organismo colegiado que unificaba
los asuntos clave de la acción de gobierno: las Finanzas y la Guerra. Federico II acele-
ró el proceso introduciendo en el Directorio General una mayor especialización,
creando ministerios de minas, bosques, construcción y justicia, y mejorando la selec-
ción del personal burocrático y su profesionalidad.
La política administrativa de Catalina tras la revuelta de Pugachev de 1773- 1774
se dirigió a fortalecer dos líneas consideradas clave y complementarias: reforzar los
lazos con la nobleza, y garantizar el orden público. La seguridad del Imperio ruso era
inseparable del bienestar de la nobleza, y con el fin de armonizar los intereses de la
Corona con los de aquélla, la zarina promulgó en 1785 la Carta de la Nobleza, por
la que la nobleza rusa recibía un estatuto legal y se reconocían explícitamente privile-
gios que ya gozaba: derecho exclusivo de adquirir tierras con siervos; permiso para
comerciar y construir fábricas; exención fiscal; fuero judicial propio, etc. A cambio de
ello Ja nobleza pasaba a reforzar la maquinaria burocrática.
Para mejor controlar el extenso territorio imperial e incardinar en su gobierno a
los nobles, se promulgó en 1775 la Reforma Provincial. Se dividió el territorio impe-
rial en 50 gobernaciones, inspiradas en las Intendencias francesas. El gobernador era
una personalidad nombrada por la zarina sin vínculos con el territorio y dotado de po-
deres, incluso militares, amplísimos. Cada una de estas 50 gobernaciones se dividía en
distritos a cuyo frente se situaba un noble local, que debía colaborar con el gobernador
en la recaudación fiscal y en el mantenimiento del orden público.
La monarquía habsburguesa tenía la peculiaridad de la extensión de su tenitorio
y la pluralidad de pueblos y culturas unidas bajo su soberanía. Alemanes, checos, eslo-
EL DESPOTISMO Y LAS REFORMAS ILUSTRADAS 555

vacos, húngaros, italianos, croatas, eslovenos, polacos, rutenos, rumanos y flamen-


cos, de religión católica, protestante, ortodoxa y judía, formaban una mezcolanza de
25 millones de súbditos heterogéneos que era una fuente de debilidad potencial. Para
disminuir en lo posible esa latente fuerza disgregadora del Imperio, María Teresa y
sus principales ministros, el conde de Haugwitz y Kaunitz, pusieron en marcha una re-
forma administrativa destinada a fortalecer la soberanía del Estado, sobre todo en
Austria y Bohemia, centro neurálgico de la monarquía, y poder hacer frente a las nece-
sidades bélicas que había que afrontar. En 1749 se logró una mayor especialización al
separar los asuntos administrativos de los judiciales y financieros. Los primeros pasa-
ron a depender de un órgano llamado Directorium , pero su comportamiento durante la
Guerra de los Siete Años no fue convincente, y en 1760 el Directorium fue sustituido
por el Consejo de Estado, máximo organismo coordinador de todos los asuntos de go-
bierno, pero con especial atención a los problemas financieros.
La necesidad de obtener más recursos estaba en relación con la exigencia de po-
tenciar el ejército y hacer frente al pavoroso déficit causado por la Guerra de los Siete
Años. Como el resto de los monarcas ilustrados, el recurso a los bienes de la Iglesia
también fue utilizado en la monarquía de la muy católica María Teresa. El campo de
experimentación utilizado fue la Lombardía, donde Kaunüz aplicó entre 1767 y 1771
medidas encaminadas a acabar con las exenciones fiscales que gozaba la propiedad
eclesiástica y a reivindicar la soberanía del Estado en cuestiones de política eclesiásti-
ca. Las experiencias lombardas fueron aplicadas posteriormente en territorio austria-
co, con disposiciones restiictivas respecto a la propiedad eclesiástica, fijando el nú-
mero de novicios o reduciendo las festividades y peregrinaciones.
Desde su ascenso al trono en 1780, José II prosiguió la tarea de centralización ad-
ministrativa. Creó una red territorial constituida por Distritos, sometidos al rígido
control de gobernadores designados por el propio Emperador, e intentó que las obli-
gaciones fiscales se distribuyeran equitativamente, lo que suponía acabar con la exen-
ción fiscal de la nobleza, y abolir el pago de diezmos. Estas audaces medidas refor-
mistas, junto con la abolición de determinados aspectos de la servidumbre en 1781 ,
motivaron una gran oposición nobiliaria. A la muerte del Emperador, su hermano y
sucesor, Leopoldo II, anuló estas medidas, regresando al sistema fiscal vigente en
tiempos de María Teresa y restableciendo la servidumbre.

3.4. JUSTICIA Y TOLERANCIA

Federico el Grande concebía el Estado como una máquina de relojería. en la que


todas sus piezas debían moverse con regularidad. En el terreno de la Justicia puso
en marcha un ambicioso proyecto de codificación dirigido por el jurista Samuel von
Cocceij con el propósito de preparar una reforma general del derecho, y en 1781 se
hizo público un nuevo reglamento que reordenaba con criterios modernos el procedi-
miento judicial. La tortura, abolida implícitamente en 1740 con su llegada al trono, lo
fue de manera definitiva en 1754, medida que se enmarca en la perspectiva de toleran-
cia que informa el pensamiento y el gobierno de Federico. En el ejército era reconoci-
da la pluralidad de confesiones religiosas, respetó la fe mayoritariamente católica de
Silesia cuando ésta fue anexionada, legisló favorablemente hacia los judíos para redu-
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cir las discriminaciones más humillantes. y permitió que los jesuitas ejercieran labores
educativas tras la supresión de la Compañía por la Santa Sede en 1773.
Catalina II logró en Occidente un cierto renombre como monarca ilustrada al con-
vocar en 1766 una Comisión para la Codificación del derecho. y por sus veleidades retó-
ricas en torno al problema de la servidumbre. La Comisión estaba formada por 573 re-
presentantes de todos los grupos sociales no siervos. Como guía de trabajo, Catalina pu-
blicó una «Instrucción» que hablaba de la felicidad pública y la difusión educativa como
fines de Ja monarquía, exaltaba la tolerancia y condenaba la tortura como opuesta a la
naturaleza y la razón. El documento, inspirado en Montesquieu. era una mezcla de difu-
sas aspiraciones reformistas y promoción propagandística cara al exterior. La Comisión
no alcanzó resultados significativos por inoperante y fue disuelta dos años después.
En el Imperio habsbúrgico la realización más impo1tante en el terreno de la reforma
judicial durante el reinado de María Teresa fue Ja redacción de un nuevo Código Penal,
que entró en vigor en 1770, que si bien mantenía la pena de muerte y la tortura, y los casti-
gos eran en general severísimos. ponía fin a los procesos por brujería que tantas muertes
habían causado en la Europa Central. El Código Penal josefino de 1787, que sustituyó al
ante1ior, es considerado como uno de los p1imeros códigos penales modernos: la pena de
muette era limitada a un determinado número de delitos y la tortura quedó definitivamen-
te abolida, si bien se recogían ampliamente los delitos políticos con penas muy severas.
Si buena parte de la actividad reformista de José TI encuentra sus antecedentes en
la obra de su madre. la emperatriz, es en la política de tolerancia donde las aportacio-
nes de José II fueron más 01iginales. A diferencia con la intolerancia de María Teresa,
el reinado de José II no tuvo parangón entre las monarquías continentales del si-
glo xvm. Esta política, conocida como <~osefismo» . estaba apoyada en una doble con-
vicción: afirmar la soberanía del Estado sobre Ja Iglesia, y que la religiosidad era tam-
bién una actividad que debía ser regualada por el Estado.
En 1781 promulgó José U la Patente General de Tolerancia que permitía la
emancipación de los judíos y la incorporación a la administración y la universidad de
luteranos y calvinistas. Se llamaba así a colaborar a todas las fuerzas disposibles mas
allá de discriminaciones religiosas. Desde ese mismo año se interviene en la esfera
eclesiástica suprimiendo las órdenes contemplativas, aboliendo la Inquisición, redu-
ciendo el número de regulares y obligando a éstos a depender de la jurisdicción de los
obi spos. Inspirándose en las ideas ilustradas convirtió a obispos y párrocos en servido-
res del Estado. y legisló contra formas de religiosidad popular que, en su opinión, fo-
mentaban el fanatismo y la superstición , y que encontraron una gran oposición entre
las clases populares, muy apegadas a la religiosidad tradicional. La ofensiva anti lus-
trada que siguió al estallido de la Revolución en Francia barrió la mayor parte de estas
realizaciones y proyectos reformistas.

3.5. EDUCACIÓN Y CULTURA

Las iniciativas de Federico el Grande en la educación y la cultura se fundaron en


un principio de tolerancia, pero siempre que coadyuvaran al reforzamiento del Estado.
Así, Federico II fue favorable a una difusión de la instrucción a todos los niveles , in-
cluso la femenina, pero no llegó a concebir la instrucción como valor en sí misma y a
EL DESPOTISMO Y LAS REFORMAS ILUSTRADAS 557

promoverla sin reservas , ya que el sistema educativo debía, ante todo, respetar y con-
solidar la jerarquía social existente.
La labor de María Teresa y José II en el ten-eno de la educación fue importante,
sobre todo tras la disolución en 1773 de Ja Compañía de Jesús. Con los bienes de los
jesuitas el gobierno proyectó financiar una completa reorganización de la educación
p1imaria, que en la atención de José 11 fue primordial. Se aceptó el principio de que la
educación elemental se iniciara a Jos siete años y se extendiera hasta los doce, prestan-
do atención , junto a la lectura y la escritura, a disciplinas científicas y a la formación
técnica, además de la historia.

4. La práctica del Despotismo Ilustrado


en las penínsulas Ibérica e italiana

La España de Carlos III, el Portugal del ministro Pombal, los estados italianos de
Parma y Nápoles, gobernados por ramas de la casa de Borbón, y el Gran Ducado
de Toscana, desan-ollaron las mismas aspiraciones de centralización, reforzamien-
to del poder fiscal y dirección ideológica de la sociedad que Prusia, Rusia o Austria.
La homogeneidad católica de estas monarquías meridionales concedió, sin embargo,
una gran relevancia política a las relaciones entre Ja Iglesia y el Estado, lo que daría un
tinte peculiar a su acción reformadora. Por tanto, lo que caracteriza la acción de los go-
bernantes ilustrados de la segunda mitad del siglo xvrn en las penínsulas ibérica e ita-
liana es: por una parte, su tendencia a reservar a la religión una función estrictamente
espiritual y, por otra, su deseo de utilizar la estructura temporal de Ja iglesia para im-
pulsar sus programas de reforma inspirados en la Ilustración.

4.1. Los PROTAGONISTAS DEL DESPOTISMO ILUSTRADO


EN LA EUROPA MERIDIONAL

Desde el punto de vista historiográfico, Carlos lll es un rey afortunado, pues des-
de el mismo momento de su muerte hasta hoy la imagen global de su política ha sido
juzgada positivamente. A ello contribuyeron , sin duda, sus planteamientos reforma-
dores, pero también Ja coyuntura revolucionaria abierta en 1789, un año después de su
muerte, en la que los partidarios de Ja vía del Despotismo ilustrado contribuyeron a
forjar su mito con el propósito de relanzar el programa del Despotismo Ilustrado cuan-
do su estructura comenzaba a quebrarse bajo los embates de la Revolución francesa.
Por vinculaciones familiares y afinidades políticas, el reformismo de Carlos III
tuvo su prolongación en los enclaves borbónicos del ducado de Parma y del reino de
Nápoles. La mayor y más activa presencia del papado en Italia determinó que se cues-
tionara, con mayor énfasis que en España, el significado y Ja función de Ja Iglesia en el
Estado y en Ja sociedad. El impulso reformador no procedía tanto de Felipe de Bor-
bón-Parma o de Fernando IV de Nápoles, sino de sus omnipotentes ministros Guiller-
mo Du Tillot y Bernardo Tanucci. El primero era un ferviente regalista, lector de la
Enciclopedia y fisiócrata convencido, que gobernó Parma entre 1756 y 1771 ; el se-
gundo, Tanucci, designado por Carlos lll para que gobernase Nápoles durante Ja mi-
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noría de edad de su hijo Femando IV cuando se trasladó a España en 1759 para ocupar
el trono vacante por la muerte de su hermano, era un jurista de gran cultura, enemigo
de la curia pontificia y dedicado a la transformación del reino napolitano.
El caso de Toscana, gobernada entre 1737 y 1790 por el Gran Duque Pietro Leo-
poldo, hermano de José IT y su sucesor como Emperador, ha planteado a los historia-
dores la cuestión del origen de la actividad reformadora, pues como ha señalado Furio
Díaz, en el Gran Ducado «ideas e iniciativas individuales son los motores de grandes
giros del desarrollo», pues el reformismo del Gran Duque estuvo muy apegado a los
problemas concretos del país.
A la muerte en 1750 de Juan V , el nuevo rey de Portugal , José 1, escogió como su
principal ministro a un hidalgo lisboeta, ya cincuentón, con experiencia diplomática:
Sebastián José Carvalho e Melo, promovido a noble en 1759 como conde de Oeiras, y
premiado con el marquesado de Pombal en 1770. Durante veinte años gobernaría Por-
tugal con mano de hierro, aplicando sin vacilación las fórmulas reformistas del Des-
potismo Ilustrado.

4.2. L AS REFORMAS ECONÓMICAS

Las reformas económicas de Carlos III y del Gran Duque de Toscana se centraron
en liberar a la actividad productiva de ciertas trabas que entorpecían su desarrollo. En la
agricultura española se liberalizó el comercio de granos en 1765, pasándose a defender
los intereses de los productores, frente a la tradicional protección al consumidor, con el
fin de incentivar la producción agraria y asegurar el abastecimiento de una población en
alza. Toscana se convirtió también en los años sesenta en el principal centro de la Euro-
pa continental de las doctrinas librecambistas para la agricultura, y también liberó el co-
mercio de cereales con el propósito de «impulsar cada vez más la agricultura y el comer-
cio de granos», como señalaba la ley liberadora de septiembre de 1767.
Los gremios, enemigos de la libre competencia en el sector industrial. vieron res-
tringidos sus privilegios en España e Italia, y se combatieron los prejuicios sociales
contra el ejercicio del trabajo manual , si bien el proteccionismo se mantuvo en el sec-
tor manufacturero, tanto para la incipiente industria catalana, como para la más tradi-
cional manufactura sedera toscana. No obstante, el comercio español con las colonias
americanas quedó relativamente liberalizado en 1778. al autorizarse el comercio di-
recto entre 13 puertos españoles y 22 americanos.
En Portugal, cuando Pombal fue llamado al poder por el nuevo rey , existía con-
ciencia de su atraso económico, del que se hacía responsable al control del comercio por
las compañías de comercio extranjeras, inglesas sobre todo. Los esfuerzos de Pombal se
centraron en desarrollar el comercio mediante la formación de estructuras empresariales
y capitalistas portuguesas protegidas por el Estado, quien garantizaba su viabilidad.

4.3. LAS REFORMAS ADMINISTRATIVAS Y REGALISTAS

En el terreno de las reformas administrativas, Carlos 111 aceleró la tendencia de


los primeros borbones en centralizar y agilizar la administración, pero manteniendo
EL DESPOTISMO Y LAS REFORMAS lLUSTRADAS 559

una vía de compromiso entre el sistema polisinodial y las instituciones unipersonales


que eran las Secretarías del Despacho. Los Consejos, tradicionales órganos colegia-
dos, fueron conservados, si bien con unas funciones más honoríficas que efectivas.
Sólo el Consejo de Castilla mantuvo amplias competencias, y sus fiscales, en especial
Campomanes. planificaron gran parte del reformismo carolino. Al mismo tiempo.
Carlos lil impulsó y consolidó las seis Secretarías del Despacho, verdaderos ministe-
rios de Estado, GuelTa, Hacienda, Gracia y Justicia, Marina e Indias. Esta coexistencia
de instituciones colegiadas y unipersonales producía problemas de descoordinación.
Con el fin de ajustar las piezas de la maquinaria administrativa se institucionalizó en
1787 la Junta Suprema de Estado. un órgano deliberador que reunía semanalmente a
los Secretarios del Despacho bajo la presidencia del Secretario de Estado, y que actua-
ba a la manera de un Consejo de Ministros.
Fue, sin embargo, el Regalismo el elemento esencial de la política carloterceris-
ta. Los monarcas del Despotismo Ilustrado no consentían concurrencias en el ejercicio
de su poder, ni fuerzas que escaparan a su control. A Carlos III y a sus ministros. todos
ellos católicos sinceros, les resultaba insoportable la intervención en sus dominios de
una institución como la Iglesia, dependiente de Roma. y con amplia autonomía en su
administración. jurisdicción y sistema tributario. Recibía el nombre de Regalismo la
política destinada a hacer prevalecer las regalías o derechos inherentes a la soberanía
del monarca, sobre los derechos propios de la Santa Sede.
La acción regalista de Carlos II1 se centró en el control de la Iglesia española, y
para lograrlo desarrolló una amplia acción reformista que constituye el elemento pri-
mordial de su política. Sus principales hitos fueron: la transformación de la Inquisición
en instrumento del poder real; la implantación en la Universidad de enseñanzas que res-
paldaran la vía del Despotismo Ilustrado; la subordinación de la jerarquía eclesiástica al
poder del rey, seleccionando de entre los candidatos al episcopado a los más sumisos
al poder real , gracias a la facultad otorgada a los monarcas españoles en el Concordato
de 1753; y, por último, la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767, considerada como
el principal bastión de las ideas opuestas al regalismo y a las reformas.
También Pombal consideraba a los jesuitas y a su poder político culpable de la
postración portuguesa, por lo que el progreso de Portugal debía pasar por la previa
destrucción de la influencia que la Compañía de Jesús ejercía en la nobleza y en la pro-
pia Corte. En 1759 fue expulsada de Portugal y de sus dominios ultramarinos, quedan-
do confiscados sus bienes, y convirtiendo a la Iglesia portuguesa en un dócil instru-
mento al servicio del Estado.
En el ducado de Parma, las inmunidades eclesiásticas y las extensión de las pro-
piedades de «manos muertas» eran un problema para las finanzas parmesanas, y todas
las gestiones para lograr una mayor contribución de los eclesiásticos chocaron con la
postura inflexible del Papado. Frente a la intransigencia, Du Tillot aplicó en el quin-
quenio 1764-1768 toda una batería de medidas regalistas, consideradas ejemplares
por las monarquías europeas: se desamortizaron los bienes de la Iglesia; se obligó al
clero a tributar; se reformó la Universidad: fue abolida la lnquisición: y se expulsó a
los jesuitas.
También en Nápoles la expulsión de los jesuitas en noviembre de 1767 fue el
punto de partida de un vasto plan de reformas educativas, abriendo la posibilidad de
crear una clase de cultivadores directos a los que se les entregarían las tierras de la
560 HISTORIA MODERNA UNIVERSAL

Compañía. Las dificultades prácticas y los muchos intereses opuestos a estas medidas,
redujeron el alcance de las reformas a lo meramente testimonial.
Sólo en Toscana se alcanzaron resultados de cierta importancia, pues allí se dis-
tribuyeron tie1ns estatales entre los aparceros, se procuró mejorar los cultivos dando
educación agrícola a los campesinos, y se reformó completamente el derecho penal en
1786 suprimiendo la tortura y la pena de muerte. Incluso el Gran Duque proyectó una
Constitución que contaba con una Asamblea representativa de carácter consultivo y
que debía operar consensuadamente con la voluntad soberana del Gran Duque, y que,
como ha señalado Maurizio Bazzoli, representa «el intento más avanzado de conjugar
armónicamente los presupuestos absolutistas con las exigencias políticas de la socie-
dad civil sugeridas por la Ilustración». Pero la Revolución en Francia invirtió la ten-
dencia, acabó con cualquier veleidad reformista, y potenció hasta los más relevantes
puestos de responsabilidad en las monarquías europeas a sus elementos más conspi-
cuamente conservadores y opuestos a las Luces, para quienes la estructura política y
social del Antiguo Régimen era intangible por haber sido establecida por Dios.

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