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En el siglo XIX el concepto de paisaje pasa del mundo de las artes al de la ciencia y
se inserta en la geografía como una categoría que conjunta y devela elementos na-
turales y humanos. Entonces, se dan las primeras reflexiones orientadas a consi-
derarlo como un método geográfico para el estudio de las regiones de la superficie
terrestre, por lo que, desde su surgimiento, es una categoría que en la Academia
está muy ligada con la de región. De acuerdo con Troll (2007:71), las primeras
apariciones del concepto paisaje (landschaft) en la literatura académica se dan en
1884 y 1885, con los alemanes Oppel y Wimmer. Posteriormente, Carl Sauer le
da un gran impulso a través de su texto de 1925, La Morfología del Paisaje.
El paisaje en la modernidad, desde el punto de vista académico, tiene vín-
culos profundos con el Romanticismo y hereda las visiones artísticas que de él
emanan. De acuerdo con Nicolás Ortega (2009:27) este enfoque se inicia a prin-
cipios del siglo XIX promovido por Humboldt y después es retomado por otros
geógrafos notables entre los que destacan Reclus y Vidal de la Blache. La idea
es que el paisaje refleja un orden geográfico donde naturaleza y cultura quedan
comprendidas: “El paisaje expresa fisonómicamente una organización, el resulta-
do unitario, integrador, de un conjunto de combinaciones y relaciones entre sus
componentes” (Ibid.). Fue sin duda una categoría que sirvió para que los viajeros
que descubrieron los recursos de los “nuevos mundos” pudieran reportar sus ha-
llazgos y sistematizarlos.
En países como Rusia, la disciplina de la época se enfocaba en la necesidad
de estudiar vastas extensiones de territorios poco habitados. Ahí la geografía “se
desarrolló bajo la fuerte presión de la necesidad de colonizar vastos espacios o
paisajes, a la vez próximos y marginales, tales como Siberia, los Urales, el Cáu-
caso, etc., teniendo en el centro de este dispositivo la conquista de la naturaleza”
(Frolova, 2001).
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entonces, con base en las prácticas de significación que se van plasmando al mis-
mo tiempo que se van leyendo.
Tomado algunas de las ideas de Yi-Fu Tuan (1975) y de Carl Sauer (1925)
de la escuela de Berkley, el inglés Crosgrove (1998:13-15) tomó la categoría de
paisaje a inicios de 1980, con una orientación que fue radical en la época ya que
exploraba el papel que el paisaje desempeña en el imaginario de quienes ahí vi-
ven a diferencia de quienes estaban preocupados por reconstruirlos en mapas. El
autor comentaba que el paisaje no es solo el mundo que vemos, sino que es una
construcción, o una composición del mismo, por lo que fue definido como “un
concepto ideológico.
Keith analiza el propósito de Cosgrove a partir de identificar dos orientacio-
nes fundamentales en su trabajo: una que localiza al paisaje dentro de lo que lla-
ma una “historiografía crítica” que lo teoriza dentro de una concepción marxista
amplia vinculando cultura y sociedad; y la otra que la extiende y abre más allá
del “estrecho foco de diseño y gusto” (Lilley, 2011:121). Desde su primer texto
Crosgrove (1998) argumenta que la categoría de paisaje es “una forma de ver” que
es burgués, individual y relacionado con el ejercicio del poder por lo cual es un
instrumento que permite ver la composición y estructura del mundo, que puede
ser apropiado por un espectador individual (Ibid.:122). Como puede ser apropia-
do es a partir de su captura y el control de la tierra a partir de las representaciones
en mapas y las pinturas y cambiando su imagen con la arquitectura y el diseño.
Desde esta perspectiva, se puede argumentar que el paisaje más allá de ser neutral
o inerte, tiene significados y simbolismos sociales y culturales y una iconografía,
lo que constituye lo más relevante de su trabajo. Resalta la importancia que tiene
su trabajo como parte de lo que se conoce como una nueva geografía cultural crí-
tica, reconocida por otros autores como una forma de contender con la “crisis de
la representación geográfica” y agregando que las estructuras de representación
están implícitas en el discurso político y moral contemporáneo (Ibid.:123).
El impacto que el trabajo de Crosgrove ha tenido en diseño y otras áreas del
conocimiento es relevante, ya que el moverse más allá de la representación en sí
misma como un objeto real y palpable, ha influido en su manera de moverse más
allá del paisaje como texto, y lo ha abierto al paisaje como “performance” (Wylie,
2007, citado en Lilley, 2011:124).
A diferencia de la transformación por la que transitó el concepto del paisaje
desde el ámbito social, desde la geografía física y la geomorfología, el paisaje se
ha mantenido esencialmente como una herramienta metodológica que, desde un
enfoque holístico, permite darle sentido y explicar la integración de los elementos
geográficos de un lugar determinado. Desde este ámbito se ha definido como una
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En los últimos años, el paisaje ha sido retomado por otras ciencias además de la
geografía, entre las que se encuentran la arquitectura, el urbanismo y la biología
y otras afines. En estos ámbitos podemos identificar el uso del concepto en dos
sentidos que en ocasiones pueden ser considerados diferentes, pero que en algu-
nos casos se entremezclan y hasta se difunden. Primero, con la implantación del
paradigma de la sustentabilidad como parte de la utopía capitalista de la globa-
lización (Ramírez, 2003b:11), se argumenta que la apertura comercial y cultu-
ral de la globalización contemporánea pasa por quienes, adoptando una postura
ecológica, insisten en producir solo bajo formas que aseguren la existencia de
los recursos suficientes para salvaguardar a las generaciones futuras y quienes la
critican. En ambos casos, el concepto de paisaje ha jugado un papel fundamental
en el discurso que proponen, en la medida que permite integrar a la ciudad con
su entorno natural, en un intento por recuperar los recursos que le son propios o
bien que requiere para su reproducción.
Capítulo 3. Región
Durante la primera mitad del siglo XX, en el marco de la escuela regional fran-
cesa, se desarrolló la idea de la región como un lugar único, una porción espe-
cífica de la superficie terrestre que posee una individualidad geográfica y que es
diferenciable del espacio que la rodea. En este sentido, se destacaban sus parti-
cularidades y se relacionaban los elementos humanos y ambientales. Asimismo,
se definían fronteras y se establecían las diferencias esenciales entre las regiones,
considerando tanto las características físicas como el entorno social.
En sus inicios, el concepto de región se plantea bajo una conceptualización
determinista, en la cual se consideraba que el medio ambiente ejercía un dominio
sobre las actividades y desarrollo de la sociedad. Metodológicamente se trataba
de unir los factores locales que, a su vez, influyeran en las diferencias espaciales
entre diversas sociedades. En contra de este tipo de explicaciones, L. Fébvre con-
cibió en 1922 el término “posibilismo” que básicamente pretendía cambiar la
idea de una sociedad explicada solo a partir de leyes naturales por la idea de que
estas últimas únicamente influyen y moldean las formas de vida humanas, pero
siempre hay una posibilidad de elección en función de una cultura. Desde esta
perspectiva las regiones no existen como “unidades morfológica y físicamente
constituidas, sino como resultado del trabajo humano en determinado ambiente”
(Da Costa, 1998:52).
El principal exponente en este periodo fue Vidal de la Blache quien en 1903
escribió su libro Tableau de la géographie de la France, en el cual presentaba una
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división regional en la que se veía la influencia de los geólogos del siglo XIX. La
región, según Vidal de la Blache
ción de la superficie terrestre que se inscribe en un marco natural que puede ser
homogéneo o bien diversificado, que ha sido ordenado por unas colectividades
unidas entre sí, por relaciones de complementariedad, y que se organizan alrede-
dor de uno o de varios centros, pero que dependen de un conjunto más vasto. Así,
entre los estados centralizados, la región se nos presenta como un intermediario
entre el poder nacional y las colectividades locales municipales (Ibid.:107).
Algunos autores le han dado a la región una dimensión evolucionista otor-
gándole un carácter de organismo que nace, se desarrolla y hasta muere, corres-
pondiéndole “una determinada organización del espacio”, que permite conocer
su grado de coherencia interna y sus límites. La individualidad del espacio y los
mecanismos de proceso que les son propios permiten identificar estas condiciones
de evolución que se le adscriben a las regiones (Ibid.:108). De acuerdo con el mis-
mo autor, los estudios regionales no solo se desarrollaron como monografías sino
se adscribieron a una definición de proceso que consiste en ubicar el fenómeno
en diferentes niveles o escalas para ver las articulaciones y combinaciones que
existen (Ibid.:109).