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Había una vez un pequeño niño llamado Alejandro, a quien le encantaba aventurarse en sus

propias historias. Un día, mientras paseaba por la orilla del río cerca de su casa, encontró un
viejo barquito abandonado. Sus ojos se iluminaron de emoción.
Sin pensarlo dos veces, Alejandro subió al barquito y emprendió viaje. La suave brisa acariciaba
su rostro mientras navegaba río abajo. A medida que avanzaba, el paisaje cambiaba y se
adentraba en un mundo desconocido y misterioso.

De repente, Alejandro escuchó un sonido procedente del agua. Era un lindo delfín que saltaba
y jugaba a su alrededor. El niño estaba encantado y el delfín parecía invitarlo a seguirlo. Sin
dudarlo, Alejandro siguió al delfín mientras navegaban juntos por aguas cristalinas.
Pronto, el barquito y el delfín llegaron a una pequeña isla. Era un lugar mágico y colorido, lleno
de árboles frutales y flores exóticas. Alejandro desembarcó y comenzó a explorar el lugar.
Descubrió una comunidad de animales parlantes que vivían en armonía. Había un conejito
sabio, una tortuga anciana y un loro parlanchín.
Los animales se sorprendieron al ver a Alejandro, pero pronto se dieron cuenta de que era un
niño amable y curioso. Le enseñaron cómo cuidar de la naturaleza y cómo respetar a todos los
seres vivos. Alejandro escuchaba atentamente mientras se maravillaba con cada historia y
enseñanza.
Pasaron los días y Alejandro se hizo amigo de todos los animales de la isla. Juntos, jugaron,
cantaron y compartieron momentos inolvidables. Pero llegó el momento en el que Alejandro
sabía que tenía que regresar a casa.
Con el corazón lleno de alegría y aprendizajes, Alejandro se despidió de sus nuevos amigos y
subió de nuevo al barquito. El delfín lo acompañó en el viaje de regreso, saltando y guiándolo
por las aguas.

Finalmente, Alejandro llegó a la orilla cerca de su casa. Saltó del barquito y lo observó mientras
se alejaba. Agradecido por la increíble aventura que vivió, Alejandro comprendió que la magia
y los tesoros más valiosos a menudo se encuentran en los lugares más inesperados.
Desde ese día, Alejandro siguió explorando su imaginación y contando historias de sus viajes
en el barquito. Siempre recordaría la isla mágica y a sus amigos animales, y cada vez que veía
el río, sabía que siempre habría aventuras esperándolo en el agua. Y así, el niño y su barquito
vivieron felices para siempre, navegando en los sueños y la imaginación.
Había una vez un niño llamado Mateo que vivía en un pequeño pueblo rodeado de hermosos
campos y jardines. Mateo era un niño curioso y amante de la naturaleza. Pasaba la mayor
parte de su tiempo explorando los alrededores en busca de nuevas maravillas.

Un día, mientras caminaba por el campo, Mateo se encontró con una flor solitaria y peculiar.
Era una flor mágica, de colores brillantes y pétalos delicados. La flor parecía susurrarle
suavemente, invitándolo a acercarse.
Intrigado, Mateo se inclinó para escuchar. La flor le habló en un suave susurro y le dijo que
necesitaba ayuda. Había perdido su hogar y estaba perdiendo su brillo mágico. Mateo, con un
corazón compasivo, prometió ayudar a la flor.
Decidió llevar la flor a su casa y la plantó en su jardín, dándole un lugar seguro para crecer.
Cuidó de ella con cariño, asegurándose de que recibiera suficiente luz solar, agua y nutrientes.
Con el tiempo, la flor comenzó a recobrar su vitalidad y sus colores resplandecieron
nuevamente. A medida que pasaba el tiempo, Mateo descubrió que la flor tenía un poder
especial. Era capaz de transmitir emociones positivas y alegría a quienes la rodeaban. Cuando
Mateo estaba triste o preocupado, pasaba tiempo cerca de la flor y sus preocupaciones se
desvanecían.

Un día, el pueblo enfrentó una sequía severa que amenazaba los campos y jardines. Los
cultivos se marchitaban y la tristeza se apoderaba de las personas. Mateo, recordando el poder
de la flor, decidió llevarla al centro del pueblo.
Esta comenzó a florecer y emitir un brillo radiante. Las personas se acercaron, maravilladas por
su belleza y se llenaron de esperanza. Poco a poco, el pueblo volvió a llenarse de vida y alegría.

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