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1– La intención de influir
En lo que se refiere al análisis de la imagen publicitaria se han tornado
relativamente familiares tanto la disección de los diferentes mensajes que la constituyen
cuanto la distribución de funciones entre imagen y texto; en cambio, una familiaridad
semejante está lejos de alcanzarse cuando de lo que se trata es de identificar las grandes
estructuras narrativas y las lógicas argumentativas que en el dominio de la publicidad
pueden llegar a desplegarse. Para abordar estos temas hay que situarse en cierto nivel de
funcionamiento del enunciado: en el sintagmático y no en el paradigmático, o sea en el
nivel en que el ordenamiento formal es básicamente suprasegmental.
Sin ser universal ni sistemática, la intención de influir está tan ligada a lo
publicitario que se puede ver en ella, más que en la información, el programa esencial
del género. Tratándose de la promoción comercial de un producto o de un servicio
determinado es muy raro que el proyecto publicitario se desvíe de un objetivo central:
mediante una retórica argumentativa construida para tal efecto hacer presión sobre el
destinatario para llevarlo a suscribir los puntos de vista que busca hacerle compartir.
No hay que confundir la voluntad de influir, es decir el intento de acordar o de
modificar las disposiciones de la persona hacia la que se focaliza la atención, con la
lógica, argumentativa y también narrativa, a través de la cual ese proyecto va a
ejecutarse, es decir, el mecanismo de la influencia.
Podemos partir de la definición de argumentación de Perelman. Para este autor
ella consiste en “el lenguaje de las técnicas discursivas que apuntan a producir o a
reforzar la adhesión de los espíritus a las “tesis que se presentan a su asentimiento”. Dos
componentes aristotélicos bien conocidos se encuentran en la citada definición: el de
producir, mediante el discurso, una convicción intelectual (convencer = docere); y el de
producir un afecto (conmover = movere). A propósito de la cuestión de la influencia
existe un primer problema subyacente: ¿Quién tiene la cualidad para influir? y ¿Quién,
de hecho, es designado para cumplir tal función?
2– La modificación
A partir del momento en que la legitimidad de la voluntad de influir se asienta
sobre la posibilidad plausible de un objeto puede desencadenarse un proceso de
transformaciones; daremos a este el nombre genérico de modificación.
1 Fuera del universo bancario, el caso que goza de mayor popularidad es el representado por la publicidad de
detergentes: escena convencional de dos amigas, una de las cuales, la que detenta el saber (el buen producto)
influye sobre la otra, que se encuentra en estado de inferioridad (posee el “mal producto”), a través de una
prueba en la que la performance del primero manifiesta su superioridad frente al segundo. Influenciador e
influenciado (a) forman parte aquí de la anécdota.
1. La modificación es, en primer lugar, el objetivo al que apunta el publicitario:
establecer en el destinatario un cambio dinámico de estado. La modificación se
llamará indiferentemente pasaje de la inacción a la acción (participación o
consumo), de la indiferencia a la preferencia (elección o interés), de la ignorancia al
conocimiento (notoriedad o información), de una opinión a otra o de una actitud a
otra (conversión), de un grado de adhesión X a otro más fuerte (implicación).
El cambio de estado es la razón de ser de la persuasión. Su eficacia, de hecho, no es
sólo cognitiva, sino pragmática: debe engendrar un hacer, y no sólo un creer.
2. La modificación es, no sólo una de las vías utilizadas para alcanzar ese objetivo,
sino también un procedimiento instrumental: se tratará de proponer al destinatario
una representación figurada de lo que se espera de él, hacerle asistir, en tanto que
lector, espectador u oyente, al desarrollo de un acto discursivo que reproduce, dentro
de la materia ante él evocada, un “doble mimético” de la modificación. En esta
minúscula dramaturgia donde se busca ubicar los productos y las marcas (su puesta
en situación concreta, su inserción en una historia que se cuenta o se presenta como
algo que puede ocurrirle al lector del mensaje, nutre los pretextos, ocasiones o
ilustraciones de su evocación), el interés reside menos en la naturaleza que en la
estructura de la intención.
Tan ilusorio es lo infinito de las situaciones como inopinado su desenlace: los
objetos publicitarios prometidos no tienen más destino que llevarse las palmas, más
fin que el euforizante, más contrariedades que las provisorias, aquellas que aparecen
bajo la forma de obstáculos cuya superación se logra siempre. El interés narrativo
del relato publicitario no se encuentra nunca en su clausura (siempre feliz), reside en
la inventividad de las peripecias que se erigen con el objeto de ser resueltas. Y esto
porque, las mismas situaciones no tienen otra razón de ser que hacer, mediante su
elocuencia, aún más elocuente el valor intrínseco del producto promocionado.
Variables, ilimitadas en su contenido anecdótico pero intercambiables unas a las
otras, pues están desprovistas de necesidad intrínseca, estas situaciones reproducen,
en efecto, un modelo genérico relativamente constante.
3. Se construirá un texto narrativo (cuenta una historia) en el que la verdad que se
demuestra beba en las fuentes mismas de esa antigua figura que es el “exemplum”
narrativo.
La fuerza del ejemplo reside, en primer lugar, en sustituir con un discurso narrativo,
es decir, con una historia, que puede ser incluso mínima, un discurso sistemático que
hubiera podido mantenerse abstracto. Es, en segundo lugar, y por eso que obliga al
destinatario a recibir el relato como la manifestación particular de una verdad, a
buscar el sentido detrás de la anécdota.2 Reside, por último, en permitir que se
efectúe una generalización, que se eleve al rango de una regla. La generalización no
consiste sólo en una extensión de superficie, sino también en un refuerzo del
estatuto: transforma un testimonio (de capacidad, de aptitud) en característico, es
decir, en rasgo constitutivo permanente.
2 Esta estructura a la que se llama emblemática es la de la fábula, la que expresamente comporta relato y
moral, ilustración y regla para la acción, y se presenta bajo una estructura que opone “pictura” y
“subscriptio”.
flagrante: la modificación de estado consiste en una metamorfosis o en un
deslumbramiento. El relato posee la siguiente utilidad: tiene la ventaja de ofrecer
señales claras de cambio de estado (lo que puede suceder o no en el caso de la
experiencia, para prueba basta con pensar en las vicisitudes que, en política, trae
aparejado el concepto de “cambio”). Entre la situación originaria y la situación
final puede, asimismo, organizar un proceso de inversión de los contenidos.
Proceso narrativo
Situación de origen: sit. desvalorizada
Elementos que dan cuenta de la inferioridad
Cita al héroe
denominación - aparición - misión
intervención del héroe
contrato - prueba - éxito
Situación de clausura: sit. Valorizada
significantes de la modificación de estado
3 Este modelo se adapta particularmente bien para presentar marcas que surgen y afirmarlas como diferentes
respecto de las ya existentes.
(“habitualmente”, “siempre”). Esta denuncia hace que el sujeto de la excepcionalidad se
destaque en su singularidad y en su unicidad de especie (C).
Muy antitético, este modelo puede funcionar en base a la ruptura de una falsa
concesión: se finge estar de acuerdo con una regla (“Todos los grandes bancos se
parecen”, “las cuentas corrientes son todas iguales”, “fuera de las fronteras su cheque
no sirve para nada”), regla a la que se denuncia para lograr con esto favorecer al sujeto
que se presenta como excepción.
4– Conclusión
Relacionadas con las versiones mayores que hemos recorrido esquemáticamente
aquí existen variantes cuya postulación como tales se fundamenta en el hecho de que
presentan un enriquecimiento de las secuencias o de la cronología de los discursos. La
progresividad de la situación no implica que se vaya de lo “menos” a lo “más”. Nada le
prohíbe al publicitario comenzar por la solución; cuando éste es el caso se produce un
énfasis inaugural del resultado que, como todo efecto espectacular, provoca por esto la
búsqueda de una explicación, la búsqueda de las fuentes: la construcción es regresiva,
va de la consecuencia al origen, del efecto a la causa. Se puede tratar también de la
inhibición del acento sobre tal o cual secuencia de la estructura y observar que la
orientación del mensaje se halla en ese caso modificada. Algunos esquemas insisten, por
ejemplo, en el “estado inicial”, acentuando o reiterando, en sucesivas ocasiones, las
informaciones de la desdicha: ellas instituyen la tragedia de la falta.
La intervención del agente salvador se plantea como una concesión lacónica
pero deslumbrante. Estos esquemas exaltan más bien la función emotiva: el esquema de
la salvación formaría parte de este primer tipo.
Otros insisten, más naturalmente, sobre “el estado final”, el mejoramiento, la
bonificación, la transformación del estado. La función que se cuenta es más bien la
implicativa, la publicidad instituye la euforia del sujeto. El esquema de la paradoja
estaría más bien dentro de este segundo tipo.
Existen, por último, mensajes que insisten sobre el “trabajo” del auxiliar,
justificando la cualidad de la performance por las cualidades del útil, haciendo conocer
las consecuencias por las causas. El discurso tiende a lo documental, la función
referencial es preponderante: instituye la pedagogía del objeto; el esquema de la
distinción sería el que le cabría en las generales de la ley.
Bibliografía
Traducción realizada por María Rosa del Coto para uso exclusivo de los alumnos del
Seminario de la orientación “Publicidad” de la carrera de Ciencias de la Comunicación.