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Traducido parcialmente de: Charaudeau, P. (2010). Site de Patrick Charaudeau.

Recuperado el 1 de junio de 2020, de Site de Patrick Charaudeau: http://www.patrick-

charaudeau.com/Identitesociale-et-identite,217.html

Por: Efraín Morales Escorcia.

1. Sobre la identidad en general

La filosofía contemporánea -principalmente la fenomenología- ha tratado

ampliamente esta cuestión como fundamento del ser: la identidad es lo que permite

al sujeto tomar conciencia de su existencia que se constituye a través de la toma de

conciencia de su cuerpo (un ser allí en el espacio y el tiempo), de su saber (sus

conocimientos sobre el mundo), de sus juicios (sus creencias), de sus acciones (su

poder de hacer). Así pues, la identidad va de par con la auto-conciencia.

Pero esta toma de conciencia, para que se realice, necesita de diferencia, la

diferencia frente a otro que no es uno mismo. Es solo percibiendo el otro como

diferente que puede nacer la conciencia identitaria.

Cuando se percibe la diferencia, se desencadena en el sujeto un doble

proceso de atracción y rechazo hacia el otro. Atracción, en primer lugar, porque

hay un enigma que resolver, el enigma del persa del que habló Montesquieu, que

lleva a preguntarse: "¿Cómo puede alguien ser diferente a mí?" Porque descubrir

que existe lo diferente a uno mismo, es descubrirse incompleto, imperfecto,

inacabado.
De rechazo, después, porque esta diferencia, si como se ha dicho es necesaria,

representa, no obstante, para el sujeto una amenaza. ¿Esta diferencia haría que el

otro fuese superior a mí?, ¿que fuese más perfecto?, ¿que tuviese más razón de ser

que yo? Es por eso que la percepción de la diferencia suele ir acompañada de un

juicio negativo. Se trata de la supervivencia del sujeto. Es como si no fuera

soportable aceptar que otros valores, normas, hábitos distintos de los propios

sean mejores, o simplemente existan. Cuando este juicio se endurece y se

generaliza, se convierte en lo que se llama tradicionalmente un estereotipo, un

cliché, un prejuicio. El estereotipo juega primero un papel de protección, constituye

un arma de defensa contra la amenaza que representa el otro en su diferencia.

2. Los componentes de la identidad

Si se acepta que la identidad resulta de un mecanismo complejo al término del cual

se construyen no identidades globales, sino rasgos de identidad, conviene

preguntarse cuál es la naturaleza de estos rasgos. Y para ello, partiré de algunos

ejemplos.

Primer ejemplo

Un padre de familia vuelve a casa, y viendo a su hijo haciendo construcciones con

los platos de porcelana de Limoges heredados de la abuela, le dice: "¡Ah, pues al


menos habrán servido para algo estos platos!". Y el niño vuelve a poner los platos

en el armario.

Un padre tiene una identidad social tanto por filiación biológica (progenitor de un

niño) como por lo que dice la ley (goza de ciertos derechos y debe someterse a

ciertos deberes). Es este conjunto el que le da autoridad parental, a nivel de lo que

se denominará "identidad social". Pero cada padre se construye, además, por sus

comportamientos y sus actos lingüísticos, diferentes identidades de padre

autoritario, protector, comprensivo, castrador, indiferente, etc…. Estas identidades

se construyen a través de actos de discurso. En total, su identidad de ser resultará

de la combinación de los atributos de su identidad social con tal o cual rasgo que

construyan sus actos de lenguaje. En este ejemplo, el padre se construye una

identidad de padre no autoritario, irónico y, probablemente, de persona que paga

sus cuentas con lo que representan estos platos. Pero además consigue que su hijo

guarde el objeto de su “crimen”.

La identidad social

Tiene esta particularidad de tener que ser reconocida por los demás. Es lo que da al

sujeto su "derecho a la palabra", lo que le confiere legitimidad. Por lo tanto, hay que

ver en qué consiste esta legitimidad.


La legitimidad es un concepto que no es exclusivo del ámbito político. En general,

se refiere al estado o a la condición de quien tiene derecho a actuar como tal. Se

puede o no estar legitimado para tomar la palabra en una asamblea o en una

reunión, para dictar una ley o una norma, para aplicar una sanción o para dar una

recompensa. El mecanismo por el cual se es legitimado es un mecanismo de

reconocimiento de un sujeto por otros sujetos, en nombre de un valor que es

aceptado por todos, como es el caso [en el ejemplo antes citado]. Por lo tanto, la

legitimidad depende de las normas institucionales que rigen cada ámbito de la

práctica social y que asignan estatutos, lugares y roles a quienes están investidos

de ella.

Por ejemplo, en el ámbito jurídico, que se rige por una lógica de la ley y de la

sanción, los agentes están legitimados por la obtención de un diploma y el estatuto

institucional adquirido como consecuencia de un sistema de contratación por

concurso acompañado de un sistema de nombramiento por pares o superiores

jerárquicos. Así pues, la profesión está protegida por las normas de la institución.

La identidad social (psico-social, habría que decir, pues está impregnada de rasgos

psicológicos) es pues un "atribuido-reconocido", un "construido de antemano" en

nombre de un saber reconocido por institucionalización, de un saber hacer

reconocido por la actuación del individuo (experto), de una posición de poder

reconocida por filiación (ser de buena cuna) o por atribución (ser elegido/ser
condecorado), de una posición de testigo por haber vivido el acontecimiento o

haberse comprometido (el militante/el aventurero). La identidad social está

determinada en parte por la situación de comunicación: debe responder a la

pregunta que se plantea el sujeto hablante cuando toma la palabra: "¿Estoy aquí

para decir qué, en función del estatus y del papel que me asigna la situación?". Pero

veremos que esta identidad social puede ser reconstruida, enmascarada o

desplazada.

La identidad discursiva

La identidad discursiva tiene la particularidad de ser construida por el sujeto hablante

respondiendo a la pregunta: "¿Estoy aquí para hablar de qué manera?". De ahí que

esta corresponda a una doble apuesta de "credibilidad" y de captación".

Una apuesta de credibilidad que se basa en la necesidad para el sujeto comunicante

de ser creído, ya sea en relación con la verdad de lo que dice, o en relación con lo

que piensa realmente, es decir, su sinceridad. Por lo tanto, el sujeto comunicante

debe defender una imagen de sí mismo (un "ethos") que lo lleva estratégicamente

a responder a la pregunta: "¿Cómo puedo ser tomado en serio?". Para hacerlo,

puede adoptar varias actitudes discursivas:

 de neutralidad, actitud que le lleva a borrar en su discurso todo rastro de

juicio o de evaluación personal. Esta actitud es la del testigo que habla


sobre el modo de la comprobación, relata lo que ha visto, oído,

probado. Por supuesto, no se debe tener la menor sospecha sobre los

motivos que animan al testigo a hablar, y sobre todo que no se pueda

pensar que él ha sido encargado por alguien para servir a su causa. Fuera

de este caso, el discurso testimonial es un discurso de verdad "en estado

bruto" que no puede, por definición, ser cuestionado.

 de distanciamiento, que lleva al sujeto a adoptar la actitud fría y controlada

del especialista que razona y analiza sin pasión, como lo haría un experto, ya

sea para explicar las causas de un hecho, comentar los resultados de un

estudio o demostrar una tesis.

 de compromiso, que lleva al sujeto, a diferencia del caso de la neutralidad,

a optar (de manera más o menos consciente) por una toma de posición en

la elección de los argumentos o la elección de las palabras, o por una

modalidad evaluativa aportada a su discurso. Esta actitud está destinada a

construir la imagen de un sujeto hablante "ser de convicción". La verdad

aquí se confunde con la fuerza de convicción de quien habla, y esta última

se supone debe influenciar al interlocutor.

Una apuesta de captación que surge cada vez que el Yo-comunicante no está, con

respecto a su interlocutor, en una relación de autoridad. Si así fuera, bastaría con

que diera una orden para que el otro cumpliera. La apuesta de captación se basa,

pues, en la necesidad para el sujeto de asegurarse de que el socio del intercambio


comunicativo entre bien en su proyecto de intencionalidad, es decir, comparta sus

ideas, sus opiniones y/o esté "impresionado" (tocado en su afecto). Por lo tanto,

debe responder a la pregunta: "cómo hacer para que el otro pueda "ser agarrado"

por lo que digo". Por lo tanto, la mira del sujeto hablante se convierte en un objetivo

de "hacer creer" para que el interlocutor se encuentre en una posición de "tener que

creer". Deberá tratar de persuadir (hacer pensar recurriendo a la razón) o de seducir

(hacer sentir recurriendo a la emoción) al otro, que deberá pensar o sentir como se

le indica. Para ello, el sujeto puede elegir entre varias actitudes discursivas entre las

cuales:

 una actitud polémica, tratando de imaginar, para rebatirlas, las posibles

objeciones que el otro (u otros) pudiera presentar, lo que llevará al sujeto

hablante a poner en tela de juicio algunos de los valores que defiende el

interlocutor o un tercero. Se trata aquí de "destruir a un adversario" poniendo

en tela de juicio sus ideas y, si es necesario, su persona.

 una actitud de seducción proponiendo al interlocutor un imaginario en el que

el interlocutor podría ser el héroe beneficiario. Esta actitud se manifiesta a

menudo en un relato en el que los personajes pueden desempeñar el papel

de soporte de identificación o de rechazo para el interlocutor.

 una actitud de dramatización, que lleva al sujeto a describir hechos

relacionados con los dramas de la vida, narrados con bastantes analogías,


comparaciones, metáforas, etc. La narrativa se basa más en valores afectivos

compartidos socialmente, ya que se trata de hacer sentir ciertas emociones.

A manera de conclusión

Por consiguiente, puede concluirse en un primer momento que la distinción entre

identidad social e identidad discursiva es por lo menos operativa: sin identidad social

no es posible identificar el sentido y el poder de la identidad discursiva; sin identidad

discursiva diferente de la identidad social y reveladora del "posicionamiento" del

sujeto, no hay posibilidad de estrategias discursivas, y sin estrategias discursivas no

hay posibilidades para el sujeto de individualizarse, es decir, que se trataría de un

sujeto sin deseo.

En segunda instancia, se puede concluir que nunca se está seguro de poder captar

la totalidad de una identidad, y por lo tanto la prudencia quisiera que se hablara de

"rasgos identitarios", unos psicosociales, otros discursivos, para evitar caer en la

trampa de la "esencialización".

Pero la cuestión de la identidad es compleja. Por una parte, porque resulta de un

cruce de miradas: la del sujeto comunicante que trata de construirla e imponerla a

su interlocutor, el sujeto interpretante, que no puede evitar, a su vez, atribuirle una


identidad al comunicante en función de sus propios a priori. Por otra parte, porque,

por mucho que se quiera evitar la trampa de la esencialización, todo sujeto tiene el

deseo de verse (o de ver al otro) constituido en una identidad única, el deseo de

saberse "ser algo", es decir, una esencia. Es este movimiento de esencialización

constitutivo del proceso identitario lo que hace decir a algunos que la identidad no

es más que una ilusión. Como una máscara que se mostraría al otro (y a sí mismo),

pero una máscara que, si se quita, deja ver otra máscara, luego otra máscara y otra

más,… Tal vez solo seamos una sucesión de máscaras. Pero a falta de solución para

este enigma, se sostendrá que la distinción entre identidad psicosocial e identidad

discursiva permite comprender cómo se juega este juego social de sustitución de

máscaras, fundador de la actividad del lenguaje.

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