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Sinopsis
Ellos dicen que en veintiún días se forma un hábito.
Mienten.
Durante veintiún días ella se contuvo.
Pero el día veintidós, habría dado cualquier cosa por el dulce sueño
de morir.
Porque el día veintidós, se da cuenta de que su única salida significa
una muerte segura para uno de los dos hombres que ama.
Para mi padre
1
Traducido por Selene
Corregido por Flochi

Fue un buen día para usar unos Louboutins. No había planeado usar
tacones en una pasarela hacia la muerte, pero iba a ser asesinada por un
desconocido psicópata con sed de sangre, ¿qué mejor forma de caer, que
con mis suelas rojas “jódete” en mi asesinato?
Porque jódete, imbécil, por convertirme en la víctima de un crimen sin
sentido.
Jódete porque podrías haber tenido la dignidad de dejarme ver tu cara
antes de volarme los sesos.
Jódete porque las ataduras que hiciste con ese cable son tan apretadas,
que están cortando mi piel dejando profundas marcas rojas en mis muñecas.
Pero, sobre todo, jódete porque nadie quiere morir el día de su vigésimo
cuarto cumpleaños, con un nuevo corte de su cabello rubio brillante, con unas
uñas pintadas y arregladas a la perfección, de regreso de una cita con un
hombre que pudo haber sido el “elegido”.
A mi vida le faltan una serie de celebraciones: graduación, boda, una
casa digna de ser exhibida en una revista, dos hijos perfectos. Sin embargo,
allí estaba de rodillas, con una bolsa sobre la cabeza, con el frío cañón de
una pistola contra la base de mi cráneo. ¿Pero la peor parte? Era no saber
por qué estaba ocurriendo, no saber por qué me iba a morir. Por otra parte,
¿desde cuándo estas cosas tienen sentido? ¿Son aleatorias o
meticulosamente planeadas? El asesinato, la violación, la tortura, el abuso.
¿Somos siempre capaces de entender realmente el “por qué” o simplemente
anhelamos etiquetas y cajas para organizar el caos que no podemos
controlar?
Problemas financieros.
Trastorno mental.
Radicales.
Odiosas perras con uñas acrílicas.
¿Cuál de estos motivos sería el de mi homicidio?
Basta, Skye. Aún no estás muerta. Sigue respirando. Y piensa.
Piensa.
Una áspera arpillera, impregnada de un olor dulce invade mis fosas
nasales mientras el barco se balanceaba en el agua.
¿Qué haces, Skye? Las palabras de Esteban sonaron altas y claras en
mi mente.
Peleo.
Me defiendo y lucho.
Una mezcla de llanto y risa se me escapa.
Esteban se había callado hace mucho tiempo, pero ahí estaba su voz
en mi cabeza, inesperada y sin previo aviso como siempre, él estaba presente
en una esquina de mi conciencia, como si estuviera en la ventana de mi
habitación.
Esta mañana hice un cuestionario online:
¿Quién es la última persona en que piensas antes de dormir?
Clic.
Es la persona que más amas.
Pensé en Marc Jacobs, Jimmy Choo, Tom Ford y Michael Kors. No
Esteban. Nunca en Esteban. Porque a diferencia de mis amigos de la
infancia, ellos se quedaron. Podía tentarme con sus talentos, llevar a casa
sus brillantes creaciones, e ir a dormir, sabiendo que todavía estarían allí
por la mañana. Al igual que los Louboutins por los que había debatido antes:
¿los coquetos o los de color fucsia con tirantes de raso alrededor del tobillo
o los que tenían unos pompones dorados? Estoy contenta de haber elegido
el último par. Tenían tacones de punta. Traté de visualizarlos en mi cabeza,
imaginando el titular de mañana:
“ZAPATOS ASESINOS”.
La imagen mostraría un mortal tacón lacado que sobresale del cuerpo
de mi secuestrador.
Sí, eso es exactamente lo que pasará, me dije.
Respira, Skye. Respira.
Pero el aire se vuelve cada vez más húmedo en el interior de la oscura
capucha, y mis pulmones se derrumban bajo el peso de la fatalidad y el
miedo. Estaba comenzando a ahogarme. Esto estaba ocurriendo. Esto era
real. Cuando llevabas una vida encantadora, algo se activa dentro ti que
aísla la conmoción, un sentido de derecho, como si esto también fuera a ser
superado. Me aferro a eso, obteniendo un sentido de valentía, de ligereza.
Fui amada, valorada, importante. Seguramente, alguien iba a lanzarse en
picado y salvar mi día. ¿Cierto? ¿Cierto?
Oigo el roce de la pistola contra la bolsa, el cañón besa la parte trasera
de mi cabeza.
—Espera. —Mi garganta está herida, mi voz está gastada de tanto
gritar como una loca cuando me atacaron y me encontré atada como un
cerdo salvaje en el maletero de mi auto. Lo sabía porque aún olía a nardo y
sándalo, el perfume que derramé unas cuantas semanas antes.
Él me agarró en el estacionamiento porque estaba cerca de mi
convertible azul cielo cuando apareció, me golpeó y me puso boca abajo
sobre el capó. Pensé que se llevaría mi cartera, mi billetera, las llaves de mi
auto. Tal vez sea un instinto de protección o tal vez sólo nos centramos en
lo que queremos que suceda.
Sólo toma las cosas y vete.
Pero eso no es lo que pasó. No quería mi cartera o billetera o las llaves
de mi auto. Él me quería a mí.
Dicen que es mejor gritar “fuego” que “Ayuda”, pero no pude decir
ninguna palabra porque me estaba ahogando con un trapo empapado en
cloroformo, que tenía sobre mi nariz y boca. El asunto con el cloroformo es
que no te desmayas de inmediato, como en las películas. Le di una patada
y luché por lo que pareció una eternidad antes de que mis brazos y piernas
quedaron insensibles, antes de que la oscuridad me tomara.
No debería haber gritado cuando desperté. Debería haber buscado la
apertura del maletero, o empujado algún cable para apagar las luces, o
haber hecho algo valiente para que los periodistas me entrevistaran más
adelante. Pero no se puede apartar el pánico, ¿sabes? Ella fue una gritona,
una perra quejumbrosa y quería salir de ahí.
Eso lo volvió loco. Me di cuenta cuando se detuvo y abrió el maletero.
Estaba cegada por un resplandor frío y azul de una farola sobre su hombro,
pero me di cuenta. Sólo para que quede claro, me arrastró tirándome del
cabello, sosteniendo contra mi boca el mismo trapo empapado en
cloroformo, que había usado cuando me ataco.
Amordazada con el trapo me obligó a salir hacia el muelle, con mis
muñecas atadas a la espalda. El dulce y penetrante olor no era tan potente,
pero me hacía sentir náuseas. Casi me atraganté con mi vómito antes de
que sacara el trapo de mi boca y me pusiera una bolsa en la cabeza. Dejé de
gritar. Podía haberme dejado morir ahogada, pero él quería que viviera, al
menos hasta que hiciera conmigo, lo que fuera para lo que me había
secuestrado. ¿Violarme? ¿Secuestrarme? ¿Pedir un rescate? Mi mente
recorrió un salvaje calidoscopio de horripilantes noticias y artículos de
revistas. Claro, siempre había sentido una punzada de compasión, pero todo
lo que tenía que hacer era cambiar el canal o voltear la página y podría alejar
la fealdad de la realidad.
Pero no me quitó la bolsa. Podría convencerme de que estaba en una
vívida pesadilla, pero el hormigueo de mi cuero cabelludo, cuando me
arrastró y tiró del cabello, dolió como el demonio. Pero el dolor era bueno.
El dolor me indicaba que estaba viva. Y mientras estuviera viva, todavía
había esperanza.
—Espera —le dije, cuando me puso de rodillas—. Lo que quieras. Por
favor… sólo. No me mates.
Estaba equivocada. Él no me quería viva. No me estaba secuestrando
o iba a exigir un rescate. No me estaba arrancando la ropa o disfrutando de
mi sufrimiento. Sólo había querido traerme aquí, donde sea que fuera aquí.
Aquí es donde me iba a matar, y no estaba perdiendo el tiempo.
—Por favor —le rogué—. Deja que mire el cielo por última vez.
Necesitaba ganar algo de tiempo, para ver si había alguna manera de
salir. Si esto realmente era el fin, no quería morir en la oscuridad, asfixiada
entre el miedo y la desesperación. Quería que mi último aliento fuera al aire
libre, en el océano, con el sonido de las olas y la espuma del mar. Quería
cerrar los ojos, fingir que era domingo por la tarde, y era una niña de dientes
separados, recogiendo conchas marinas con MaMaLu.
Hubo un momento de silencio. No conocía la voz de mi captor o su
rostro; no había ninguna imagen en mi cabeza, sólo una presencia oscura
que se cernía como una cobra gigante detrás de mí, lista para atacarme.
Contuve la respiración.
Retiró la bolsa de mi cabeza y sentí la brisa de la noche sobre mi cara.
Tardé un momento en acostumbrarme a la luz, de pronto encontré la luna.
Allí estaba, una forma de media luna perfecta, de color plata, la misma luna
que solía ver cuando me quedaba dormida como una niña, escuchando las
historias de MaMalu.
—Naciste un día en que las nubes estaban enormes e hinchadas por
la lluvia —decía mi niñera mientras acariciaba mi cabello—. Estábamos
preparados para una tormenta, pero el sol se filtraba a través del cielo. Tu
madre te acercó a la ventana y notó las motas doradas en tus pequeños ojos
grises. Tus ojos eran del color del cielo ese día. Es por eso que te llamamos
Skye, amorcito.
No había pensado en mi madre en años. No tenía recuerdos porque
había muerto cuando era pequeña. No sabía por qué estaba pensando en
ella ahora. Tal vez era porque en pocos minutos, estaría muerta también.
Mis entrañas se sacudieron ante la idea. Me preguntaba si volvería a
ver a mi madre en el más allá. Me pregunté si me la encontraría como la
gente que entrevistan en televisión afirmaba haber estado allí y regresado a
la vida. Me preguntaba si había un más allá.
Podía ver las brillantes luces de los condominios del puerto, el tráfico
parecía una serpiente roja que cruzaba la ciudad. Estábamos en un desierto
puerto deportivo frente a la bahía de San Diego. Pensé en mi padre, que me
había condicionado a no preocuparme, sólo tenía que ser yo, respirar y vivir.
Era hija única, y él ya había perdido a mi madre.
Me preguntaba si él estaba comiendo en el patio, que se alza sobre un
acantilado con vista a la tranquila playa La Jolla. Había dominado el arte de
beber vino tinto sin empapar su bigote. Utilizaba su labio inferior e inclinaba
un poco su cabeza. Me iba a perder sus pobladas patillas grises, aunque
protestaba cada vez que me daba un beso. Tres veces en mis mejillas.
Izquierda, derecha, izquierda. Siempre. No importaba si acabara de bajar
para el desayuno o si iba de viaje alrededor del mundo. Tenía armarios llenos
de zapatos de diseñador, bolsos y accesorios, pero eso es lo que extrañaría.
Tres besos de Warren Sedgewick.
—Mi padre te pagará lo que quieras —le dije—. Sin preguntas —le
rogué. Traté de negociar. Es fácil cuando estás a punto de perder la vida.
Mis ruegos no obtuvieron respuesta, a excepción de un firme empujón
que me forzaba a tener la cabeza agachada.
Mi asesino había venido preparado. Estaba arrodillada en el centro de
una gran lona que cubría la mayor parte de la cubierta. Las esquinas
estaban encadenadas a pedazos de concreto. Podía imaginar mi cadáver
enrollándose en ella, mientras me arrojaba en algún lugar en el medio del
océano.
Mi mente se rebelaba contra la imagen, pero mi corazón… mi corazón
lo sabía.
—Estimado Señor, bendice mi alma. Y vela por mi papá. Y MaMaLu
y Esteban. —Era una oración del pasado, que no había pronunciado en
años, pero las palabras se formaron automáticamente, salieron de mi boca
como pequeñas gotas de confort.
En ese momento, me di cuenta de que al final, todas las heridas,
rencores y excusas no son más que apariciones vaporosas, que se dispersan
como fantasmas pálidos con el rostro de todas las personas que quieres y
todas las personas que te aman. Porque al final, mi vida se reducía a tres
besos y tres caras: mi padre, mi niñera y su hijo, dos de los cuales no había
visto desde que salimos por el seco y polvoriento camino de Casa Paloma.
¿Quiénes son las últimas personas en que piensas antes de morir?
Cerré los ojos, anticipando el clic, el frío, la inevitabilidad de la muerte.
Son los que más amas.
2
Traducido por Selene & âmenoire
Corregido por Flochi

Estaba oscuro. Muy oscuro. El tipo de oscuridad que es irreal:


profunda, inmóvil y vasta. Estaba suspendida en su vacío, sin conciencia de
mis manos, pies, cabello o labios. Era casi tranquilo, excepto por el latido
sordo que seguía fluyendo dentro y fuera de mí. Que subía en oleadas, más
fuerte, más fuerte, hasta que estaba por estallar golpeando dentro de mí.
Dolor.
Parpadeé y me di cuenta que mis ojos estaban abiertos, pero no había
nada a mi alrededor, nada sobre mí, nada debajo, sólo el dolor martillando
en mi cabeza. Parpadeé de nuevo. Una vez. Dos veces. Tres veces. Nada. No
había una forma o una sombra o vaguedad turbia. Sólo una absoluta y
envolvente oscuridad.
Me levanté rápidamente.
En mi cabeza.
En realidad, no pasó nada. Era como si mi cerebro hubiera sido
separado del resto de mí. No podía sentir mis brazos o piernas, o la lengua
o los dedos de mis pies. Pero podía oír. Dulce Jesús, podía escuchar, incluso
si sólo era el sonido de mi corazón que parecía como si estaba a punto de
estallar. Cada latido frenético amplificaba el dolor en mi cabeza, como si
todas mis terminaciones nerviosas terminaran allí en una piscina de sangre.
Puedes escuchar.
Puedes respirar.
Tal vez he perdido mi vista, pero estoy viva.
No.
¡¡¡¡¡No!!!!!
Prefiero estar muerta que a su merced.
¿Qué diablos ha hecho conmigo?
¿Dónde demonios estoy?
Me preparé para recibir una bala, pero hubo un momento de silencio
después de decir mi oración. Cogió un mechón de mi cabello y lo acarició con
suavidad, casi con reverencia. Luego me golpeó con la culata de su arma, un
golpe agudo que parecía haber partido mi cráneo. El horizonte de San Diego
se inclinó y empezó a desaparecer dentro de grandes manchas negras.
—No te he dado permiso para hablar —dijo mientras me desplomaba.
Mi cara golpeó la cubierta, fuerte y rápido, pero parecía que todo estaba
sucediendo en cámara lenta.
Alcancé a ver sus zapatos antes de cerrar mis ojos.
Cuero italiano suave y hecho a mano.
Conocía esos zapatos, no había muchos así.
¿Por qué no aprieta el gatillo?, pensé, mientras me desmayaba.

No supe cuánto tiempo estuve inconsciente, sólo que las preguntas


seguían conmigo, como la cueva de un dragón, negándose para liberarse,
listo para lanzar el fuego con todas las posibilidades monstruosas que eran
peores que la muerte.
¿Por qué no apretó el gatillo?
Tal vez había planeado mantenerme ciega, drogada y atada junto a él.
Tal vez quería mis órganos y venderlos.
Tal vez ya los había sacado y era sólo cuestión de tiempo antes de que
la anestesia se disipara.
Tal vez pensó que había muerto y me había enterrado viva.
Con cada pensamiento que pasaba, el dolor se transformaba en terror,
y déjame decirte, el terror es una perra más grande que el pánico. El terror
te traga entera.
Sentí cómo me deslizaba en su interior.
Olí el terror.
Respiré terror.
El terror me estaba comiendo viva.
Sabía que mi captor me había dado algo, pero no sabía si la parálisis
era temporal o permanente.
No sabía si había sido violada o golpeada o horriblemente mutilada.
No sabía si quería saber.
No sabía si él iba a volver.
Y si lo hacía, no sabía si esto, este infernal estado en el que estaba,
era mejor o más seguro o más fácil.
El terror continuó acechando a través del laberinto de mi mente, pero
había un lugar donde nunca podría atraparme, un lugar donde siempre
estaría a salvo. Me volví hacia esa esquina en mi cabeza y apagué todo
menos la nana de MaMaLu.
En realidad no era una canción de cuna. Era una canción sobre
máquinas tragamonedas, miedo y peligro. Pero la forma en que MaMaLu la
cantaba suave y arrulladoramente siempre me calmaba. Me cantaba en
español, pero recordaba más el significado que las palabras.

Desde la Sierra Morena,


Cielito lindo, vienen
Un par de ojos negros,
Cielito lindo, son de contrabando…

Me vi en una hamaca, con cielo azul sobre mí, Esteban me empujaba


distraído de vez en cuando, mientras MaMaLu cantaba mientras colgaba la
ropa para que se secara. Esas siestas por la tarde en los jardines de Casa
Paloma, con mi niñera y su hijo, fueron mis primeros recuerdos. Colibríes
zumbaban sobre los hibiscos rojos y amarillos, buganvillas se derramaban
sobre el pasto.

Ay, yai, yai, yai,


Canta y no llores,
Porque cantando se alegran,
Cielito lindo, nuestros corazones…

MaMaLu cantaba cuando Esteban o yo nos lastimábamos. Cantaba


cuando no podíamos dormir. Cantaba cuando era feliz, y cantaba cuando
estaba triste.

Canta y no llores
Canta y no llores…

Pero las lágrimas llegaron. Lloré porque no podía cantar. Lloré porque
mi lengua no podía formar las palabras. Lloré porque MaMaLu, los cielos
azules y colibríes no podían desafiar la oscuridad. Lloré para aferrarme a
ellos, y poco a poco, un paso a la vez, el terror se retiró.
Abrí los ojos y respiré profundo. Todavía estaba envuelta en la
oscuridad, pero era consciente de un balanceo constante. Tal vez mis
sentidos estaban comenzando a despertar. Traté de flexionar mis dedos.
Por favor.
Funcionen.
Muévanse.
Nada.
Mi cabeza todavía estaba punzando, de dónde me había golpeado,
pero más allá de su bum-bum-bum había voces y se estaban acercando.
—¿A menudo pasa a través de Ensenada? —La voz de una mujer.
No pude descifrar toda la respuesta, pero era profunda,
definitivamente masculina.
—… nunca antes había sacado la luz roja —estaba diciendo.
La voz de mi secuestrador, grabada en mi cerebro, junto con sus
zapatos.
—No es la gran cosa. Solo una revisión al azar antes de… cruzar la
frontera. —La voz de la mujer se desvanecía dentro y fuera—. Necesito
asegurar… el número de serie del bote sea el mismo que del motor.
La frontera.
Ensenada.
Maldición.
El movimiento de mecerse repentinamente tuvo sentido. Estaba en un
bote, probablemente el mismo en que me había sacado. Estábamos en
Ensenada, el puerto de entrada a México, unos 110 kilómetros al sur de San
Diego y la mujer muy seguramente era una oficial de migración.
Mi corazón se aceleró.
Ésta es. Tu oportunidad de escapar, Skye.
Obtén su atención. ¡Tienes que obtener su atención!
Gritaba y gritaba, pero no podía hacer un sonido. Lo que sea que me
hubiera dado había paralizado mis cuerdas vocales.
Escuché pasos arriba, lo que me hizo pensar que probablemente
estaba en algún tipo de espacio de almacenaje debajo de la cubierta.
—Solo para verificar, ¿eres Damian Caballero? —preguntó la mujer.
—Damian —corrigió. Dah-me-yahn. No Day-me-yun.
—Bueno, todo parece estar en orden. Tomaré una fotografía del
número de identificación de tu casco y luego puedes ponerte en marcha.
¡No! Estaba perdiendo mi ventana de oportunidad.
No podía patear o gritar, pero encontré que podía girar, así que eso
fue lo que hice. De izquierda a derecha, de lado a lado. Me mecí, más fuerte,
más rápido, sin saber si estaba golpeando contra algo, sin saber si estaba
haciendo alguna diferencia. La sexta o séptima vez que lo hice, escuché a
algo rallar encima de mí, como madera raspando contra madera.
Oh, por favor.
Por favor, por favor, por favor, por favor.
Puse todo en ello, incluso cuando me estaba haciendo marearme.
Algo chocó. Un fuerte golpe. Y repentinamente ya no estaba tan
oscuro.
—¿Qué fue eso? —preguntó la mujer.
—No escuché nada.
—Sonó como si viniera de abajo. ¿Te importaría si echo un vistazo?
¡Sí!
—¿Qué tienes aquí? —Su voz era más clara ahora.
Estaba cerca.
Realmente cerca.
—Cuerdas, cadenas, equipo para pescar…
Estaba observando para definir tenues líneas corriendo verticalmente
sobre mí, a centímetros de mi rostro.
Sí. ¡Puedo ver! ¡Mis ojos están bien!
Escuché una cerradura girar y luego la habitación inundada con
gloriosa y cegadora luz que me hicieron querer llorar.
Traté de alinear mis ojos con las aberturas encima de mí, las que
permitían que pasara la luz. Parecía como si estuviera sobre el piso,
atrapada bajo tablas de madera.
La silueta de un hombre apareció en las escaleras, con otra figura
debajo de él.
Aquí estoy.
Empecé a mecerme furiosamente.
—Parece que uno de tus cajas se cayó —dijo la oficial de migración.
Yo lo empujé. Encuéntrame. Por favor encuéntrame.
—Síp. —Caminó hacia mí—. Sólo necesito asegurarlas. —Atoró su
pierna contra mi caja, previniendo que se moviera.
Ahora podía ver claramente a la señora, a través de las rendijas en la
taba, no toda ella, pero sí sus manos y torso. Estaba sosteniendo algunos
papeles y tenía un radio colgando de su cinturón.
Aquí estoy.
Levanta la mirada de tus papeles. Verás la luz brillando en mis ojos.
Un paso adelante y no podrás evitar verme.
Un. Mísero. Paso.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó ella, mientras el hombre levantaba la
caja que me las había arreglado para tirar y la ponía otra vez sobre mí.
¡Sí! AYUDA. ¡Ayúdame, tú, tonta!
—Lo tengo —contestó-. Un poco de cuerda, algunos ganchos y… listos
para irnos. Ahí. Todo asegurado.
—Son unas cajas de gran tamaño. ¿Esperando una buena pesca? —
Escuché el golpeteo de sus pasos en las escaleras.
¡No! ¡Regresa!
Siento llamarte una tonta.
No me dejes.
POR FAVOR.
¡NO ME DEJES!
—Algunas veces me las arreglo para atrapar a uno bueno —contestó
él.
La petulancia en su voz envió escalofríos por mi columna.
Luego cerró la puerta y estuve sumergida de regreso en la completa y
profunda oscuridad.
3
Traducido por Lyla & âmenoire
Corregido por Flochi y Nanis

Me estaba arrastrando a través de un túnel de papel de lija. Cada vez


que me movía hacia adelante, mi piel se daba contra la superficie áspera y
seca.
Rasguño, rasguño, rasguño.
El sonido de mis células desprendiéndose, capa por capa. Mis rodillas
estaban en carne viva, mi espalda estaba en carne viva, mis hombros
estaban en carne viva, pero podía sentir el calor del sol. Sabía que, si sólo
seguía alargando la mano para llegar a él, lograría salir. Seguí andando y
andando, y pronto tuve suficiente espacio para estar de pie. Había grava a
mi alrededor.
Mis talones se hundieron en pequeñas piedras y guijarros.
Crujido, crujido, crujido.
Seguí caminando. Todo dolía, pero caminé hacia la luz. Y de repente
estaba sobre mí, a mi alrededor, haciéndome entrecerrar los ojos por el brillo
puro. Parpadeé y me desperté, dejando escapar una respiración profunda.
Vaya. Hablando de una pesadilla monstruosa. Estaba a buen recaudo
en la cama, y el sol entraba a raudales por la ventana. Suspiré y me
acurruqué bajo las sábanas. Unos pocos minutos más y luego saltaría a la
planta baja para recoger mis tres besos antes de que mi padre se fuera a
trabajar. No iba a dar por sentado más nada.
Crujido, crujido, crujido.
Fruncí el ceño.
No se suponía que me siguiera en la realidad.
Mantuve los ojos cerrados.
Las sábanas se sentían raras, ásperas y rústicas, no en absoluto como
mi suave, edredón de seda.
La ventana, la que había entrevisto momentáneamente, era pequeña
y redonda. Del tipo que pertenecía a un barco.
Y estaba adolorida. Podía sentirlo ahora. Me dolía por todas partes.
Mi cabeza estaba embotada y pesada, y mi lengua estaba pegada al techo
de mi boca.
Crujido, crujido, crujido.
Sabía que era malo, lo que sea que el sonido fuera. Venía de detrás de
mí y sabía que era malo y malvado, y que iba a tirar de mí de regreso al
infierno.
—Ya era hora —dijo.
¡Mierda, mierda, mierda!
Dah-me-yahn.
Damian Tirón-de-Cabello, Cráneo-golpeado, Coma-Inducido,
Caballero.
Él estaba aquí y era real.
Cerré los ojos con fuerza. Estoy bastante segura de que una lágrima
inestable se habría escapado, pero mis ojos estaban muy secos, mis
párpados se sentían como papel de lija. Todo de mí se sentía así, en carne
viva y rasguñada, por dentro y por fuera. No es de extrañar que hubiera
estado soñando con túneles de papel de lija. Probablemente estaba
deshidratada. ¿Quién sabía cuánto tiempo había estado desmayada o cuáles
eran los efectos secundarios de lo que él había usado en mí?
—¿Tú… qué me hiciste? —Mi voz sonó rara, pero nunca había estado
más agradecida por ella. Lo mismo sucedía con mis brazos y mis piernas y
el resto de mí. Mi cabeza dolía, mis huesos dolían, pero todavía estaba en
una sola pieza y nunca, nunca iba a odiar a mi vientre o mi trasero o mis
hoyuelos en mis muslos de nuevo.
Damian no respondió. Todavía estaba detrás de mí, fuera de mi línea
de visión, y no dejó de hacer lo que demonios era que estaba haciendo.
Crujido, crujido, crujido.
Empecé a temblar, pero reprimí el gemido que amenazaba escapar.
Era un lento, juego psicológico: él, estando en total control, y yo sin
saber lo que iba a ocurrir a continuación, ni cuándo, ni dónde, ni por qué.
Me sobresalté cuando deslizó un taburete junto a mí. Tenía un
recipiente lleno de una especie de estofado, un trozo de pan que parecía que
había sido arrancado, ningún cuchillo, ninguna elegancia, y una botella de
agua. Mi estómago saltó ante la vista de ello. Me sentía como si no hubiera
comido en días, y aunque quería tirar todo a su cara, tenía un hambre voraz.
Levanté mi cabeza y volví a bajarla, el movimiento, combinado con el
balanceo del barco, me hicieron marear y desorientarme. Lo intenté de
nuevo, esta vez más despacio, alzándome sobre mis codos antes de
sentarme.
Crujido, crujido, crujido.
¿Qué demonios era eso?
—No me daría la vuelta si fuera tú —dijo.
Interesante. No quería que viera su rostro. Si planeaba matarme, ¿por
qué se preocuparía? Sólo tendría importancia si no quería que yo fuera
capaz de identificarlo.
Me di la vuelta. El mundo se volvió todo vertiginoso y borroso, pero
me di la vuelta. Tal vez yo era una perra loca-idiota, pero quería ver su
rostro. Quería memorizar cada detalle así podría agarrar al bastardo si
alguna vez caía. Y si él me mataba, que así sea. Por lo menos estaríamos
más equilibrados.
Vi su cara: Bang Bang.
En lugar de No-Tengo-Idea-Qué-Me-Hizo-Merecer-Esto: Bang Bang.
No reaccionó a mi desafío, ni el más mínimo indicio de una respuesta.
Se quedó sentado allí, metió sus dedos en el cono de papel que sostenía y
arrojó algo en su boca.
Crujido, crujido, crujido.
Sus ojos estaban protegidos por una gorra de béisbol, pero sabía que
me estaba observando. Me estremecí cuando me di cuenta que se estaba
tomando su tiempo, sopesando mi castigo como sopesaba lo que estaba
comiendo, antes de masticarlo con sus dientes.
No sabía qué estaba esperando. Ya sabía que lo odiaba, pero ahora lo
odiaba aún más. En mi mente, me había imaginado a alguien
completamente diferente, alguien tan malo y feo en el exterior como lo era
en el interior. Eso tenía sentido para mí. No esto. No alguien tan ordinario,
que podrías caminar justo al lado de él en la calle y nunca darte cuenta que
acababas de rozar maldad en estado puro.
Damian era menor de lo que había previsto, mayor que yo, pero no el
quejumbroso, matón endurecido que había asumido que sería. Podría haber
tenido una constitución y altura promedio, pero era fuerte como el infierno.
Lo sabía porque lo había pateado y dado puñetazos y luchado como una
gata salvaje en ese estacionamiento. Cada centímetro de él era de frío, acero
duro. Me preguntaba si era un requisito en su línea de trabajo: secuestro,
simulacros de ejecución, contrabando de chicas a través de la frontera.
Enganchó su pie alrededor del taburete y lo empujó hacia él. Los
lustrosos zapatos a medida se habían ido. Llevaba feos, zapatos náuticos
genéricos con feos, pantalones de chándal genéricos, y una fea camiseta
genérica. Sus labios se curvaron burlonamente, como si fuera plenamente
consciente de mi apreciación de desdén y lo estuviera disfrutando. El idiota
lo estaba disfrutando.
Rasgó el pan por la mitad, lo sumergió en el guiso, dejando que se
absorbiera la salsa espesa de color marrón, y lo mordió. Luego lo engulló,
masticándolo lentamente, mientras yo observaba. Era pan de masa
fermentada. Podía olerlo. Casi podía saborear la corteza crujiente, seguido
por el suave aroma de la masa derritiéndose en mi boca. El vapor
ascendiendo del guiso llenó mi estómago con la promesa de zanahorias,
cebollas y piezas de suave, carne tierna, una promesa que Damian no tenía
ninguna intención de cumplir. Sabía eso ahora. Sabía que éste era mi
castigo por darme la vuelta cuando me dijo que no lo hiciera. Sabía que iba
a hacerme ver como terminaba hasta el último bocado de la comida que
estaba destinada para mí.
Lo irónico era que él ni siquiera la quería. Parecía que estaba tan lleno,
que tenía que forzar cada maldito delicioso bocado en su boca mientras mi
estómago clamaba, y estaba mareaba, con cruda, hambre permanente. Mi
boca se frunció cada vez que él dio vueltas el pan en el guiso, recogiendo
lentamente trozos de verduras cocidas a fuego lento y salsa. Lo observé
terminar el cuenco, incapaz de apartar la mirada, como un perro hambriento
listo para saltar sobre un trozo perdido, pero ya no había nada. Damian
limpió cada bocado induce-babas de ello por completo con la última pieza
de pan. Luego se puso de pie y destapó la botella de agua, sosteniéndola
sobre mí.
Oh, Dios. Sí. Sí.
Extendí mis manos mientras él empezó a verterla, mis secos, labios
agrietados anticipando esa primera gota de agua saciadora de sed.
El agua vino. Lo hizo. Pero Damian sostuvo su mano sucia sobre mí,
la que él había usado para comer, por lo que el agua pasó a través de sus
dedos sucios antes de que llegara a mí. Tenía una opción. Aceptar su
degradación o seguir sedienta.
Cerré mis ojos y bebí. Bebí porque no podría haberme detenido a mí
misma, incluso si quería. Bebí porque era un voraz, animal esquelético. Pero
sobre todo bebí porque alguna parte estúpida, irracional de mí que cantaba
irracionales, canciones de cuna estúpidas, aún mantenía esperanza. Bebí
hasta que el agua se desaceleró a un goteo. Y cuando Damian arrojó la
botella vacía de plástico a través de la habitación, la vi rodar por el suelo,
esperando que la dejara para que pudiera meter mi lengua dentro y lamer
las últimas gotas de ella.
Recordé la botella tachonada de cristales Swarovski de Bling H201 que
Nick y yo apenas habíamos tocado en nuestra última cita. Él acababa de
hacerse ayudante del fiscal del distrito y su primer caso oficial era a la
mañana siguiente. Era una celebración que demandaba por algo inofensivo,
pero con la efervescencia y estallido de una botella recién abierta de
champán. Debería haber terminado esa hermosa, botella helada de agua

1 Bling H2O es una marca de agua embotellada de alta gama, creada por el escritor y
productor de Hollywood Kevin G. Boyd. El agua procede del manantial «English Mountain»
de las Grandes Montañas Humeantes de Tennessee, Estados Unidos, y sufre un proceso
de purificación en nueve pasos, que incluyen tratamiento con ozono, rayos ultravioleta y
microfiltración.
con gas, e ido a casa con Nick. Nunca debería haberme dirigido al
estacionamiento sola.
Miré a mi captor. Estaba limpiándose las manos en sus pantalones de
chándal. Aproveché la oportunidad para hacer un balance de mi entorno.
Era un pequeño camarote con una litera matrimonial. Las paredes eran de
gabinetes de madera oscura. Supuse que hacía de veces de espacio de
almacenamiento. Había una ventana (no lo suficientemente grande como
para arrastrarse afuera), un pestillo arriba que dejaba pasar mucha luz
(pero cerrado con una cadena), y una puerta. Incluso si salía, estábamos en
un maldito barco, en el medio del océano. No había ningún lugar para correr
y esconderse.
Mis ojos volvieron a Damian. Me estaba mirando desde debajo de su
gorra de béisbol. Era de color azul marino con las iniciales “SD” bordadas
en blanco, la insignia oficial de los Padres de San Diego. Al parecer, él estaba
en el béisbol. O tal vez lo llevaba porque lo catalogaba a la perfección:
Sádico Imbécil2.
Además, si él realmente era un fan de los Padres, entonces era un
Estúpido Soñador3 , porque San Diego era la ciudad más grande de EE.UU.
que nunca ha ganado una Serie Mundial, Super Bowl, Copa Stanley, Finales
de la NBA o cualquier otro gran campeonato de la liga de deportes. Era una
maldición que sufríamos, aunque mi padre mantenía la esperanza al
comienzo de cada temporada:
Buena suerte, Padres de San Diego. ¡Rómpete una pierna!
—Intenta algo estúpido y te romperé las piernas. —Damian recogió el
cuenco vacío que acababa de terminar y se dirigió a la puerta.
Debería haberlo golpeado en la cabeza con el taburete.
Debería haberlo tacleado así el cuenco se deslizaría y rompería, y
entonces lo apuñalaba con los cristales rotos.
—Por favor —dije en su lugar—, necesito ir al baño.
No podía pensar más allá de vaciar mi vejiga. Fui reducida a nada más
que hambre y sed y funciones corporales. Y dependía totalmente de él. “Por
favor” y “gracias” venían automáticamente cuando estás a merced de
alguien. Incluso si los odias.
Me señaló para que me levantara. Mis piernas estaban tambaleantes
y tenía que sostenerme de él. Estaba vistiendo la misma ropa, un top de
cena color crema y unos pantalones cortos, pero apenas eran reconocibles.
El atuendo parisino de Isabel Marant lucía como si hubiera pasado la noche
retozando con Rob Zombie.

2 Original: "Sadistic Douchebag" (“SD”, como las iniciales bordadas en la gorra).


3 Original: “Stupid Dreamer” (nuevamente “SD”, como las iniciales bordadas en la gorra).
Damian me llevó a través de un estrecho pasillo. A la izquierda estaba
un pequeño baño, con una compacta caseta para ducha, un tocador y un
aseo. Me giré para cerrar la puerta, pero Damian interpuso su pie.
—No puedo orinar si estás mirando.
—¿No? —Empezó a jalarme de regreso hacia la habitación.
—Espera. —Dios, lo odiaba. Lo odiaba más de lo que pensé que alguna
vez podría odiar a otro ser humano.
Él esperó en la puerta, sin molestarse en girarse. Quería asegurarse
que entendiera la situación, que yo no contaba, que no tenía opinión, no se
me iba a dar ninguna privacidad o misericordia o gracia o consideración.
Era su prisionera, sujeta a todos sus caprichos.
Me acerqué rápidamente sobre el asiento del aseo, agradecida que de
alguna manera estuviera escudada de la visión de Damian por el tocador.
Desabroché mis pantalones, notando los rasguños por primera vez. Mi piel
debe haberse rasgado contra los costados de la caja en que me encerró.
Toqué la parte de atrás de mi cabeza y sentí un bulto del tamaño de un
huevo que no había dejado de pulsar desde que había recuperado la
conciencia. Mis pies protestaron cuando me senté y había profundos
moretones en mis rodillas por moverme alrededor en la caja de madera quién
sabe durante cuánto tiempo. Peor, mi orina no salía y cuando lo hizo, quemó
como ácido caliente. No hubo mucho, probablemente porque estaba muy
deshidratada, pero seguí sentada, tomando unas cuantas respiraciones
profundas antes de pararme para limpiarme. Me volví a subir los pantalones
y estaba a punto de lavar mis manos cuando capté mi reflejo.
—¿Qué demonios? —Me giré hacia él—. ¿Qué demonios me hiciste?
Continué viéndome sin inmutarse, como si no me escuchara, como si
no valiera la pena contestarme.
Mis ojos se deslizaron de regreso hacia el espejo. Cercenó mi largo
cabello rubio y lo tiñó color negro azabache: cortado por un par de tijeras
sin filo y derramó algo de color caustico comprado en la tienda sobre él.
Pedazos de cabello rubio todavía salían por entre los mechones negros,
haciendo que pareciera que traía puesta una barata peluca gótica. Mis ojos
grises, que siempre había llamado la atención hacia mi rostro, se
desvanecían contra la dureza del tinte. Combinados con mis pálidas
pestañas y cejas, lucía como un fantasma viviente.
Mi nariz estaba rasguñada, mis mejillas estaban rasguñadas.
Riachuelos de sangre seca eran plastas sobre mis orejas de donde había
arrancado mi cabello. Profundas manchas azules rodeaban mis ojos y mis
labios lucían tan doloroso y partidos como se sentían.
Mis ojos picaban con las lágrimas no derramadas. No podía reconciliar
esta persona con la chica que era unos días atrás, la chica que iba a tirar la
casa por la ventana en su cumpleaños veinticuatro. Mi padre tenía que saber
para este momento que estaba perdida. Nunca me habría perdido la fiesta
de cumpleaños que me estaba preparando. Debe haber hablado con Nick,
la última persona con la que había estado. No sabía cuántos años habían
pasado, pero sabía que mi padre tenía que estar buscándome. Contrataría
a los mejores y no se detendría hasta que me encontrara. Si rastreaba mi
auto hasta el muelle, ya tendría que considerar la posibilidad que estaba en
un bote. La idea me consoló. Tal vez estaba cerca. Tal vez todo lo que tenía
que hacer era comprar algo de tiempo para que pudiera alcanzarnos.
Siento debajo de mi blusa y suspiro con alivio. Todavía está ahí, el
collar que mi padre le había dado a mi madre cuando nací. Había sido
pasado a mí después de su muerte y lo había usado desde entonces. Era
una simple cadena de oro con un medallón redondo. El medallón tenía una
ventana de vidrio transparente que abría como un libro. Dentro había dos
gemas, alexandritas, y una perla rosa.
—Aquí. —Lo desabroché y lo colgué ante Damian.
No era como si pudiera mercarlo por mi libertad, dado que él podía
fácilmente habérmelo quitado, pero podía tentarlo con la promesa de más,
si podía tentar su avaricia con una compensación monetaria, tal vez podría
comprar algo de tiempo y postergar lo que sea que hubiera planeado para
mí.
—Esto vale un montón de dinero —dije.
Pareció no importarle. Luego la indiferencia lo dejó. Todo su cuerpo se
tensó y se quitó la gorra. Fue un gesto extraño, el tipo de cosa que hace un
hombre cuando es informado de la muerte de alguien. O tal vez lo hizo como
reverencia, como cuando estás parado frente a algo grande y hermoso y
sagrado. De cualquier manera, se estiró por él, muy lentamente, hasta que
estuvo balanceándose en su mano.
Lo levantó contra la luz y por primera vez, vi sus ojos. Eran oscuros.
Negros. Pero el tipo de negro que nunca había visto antes. Negro como Uno.
No había tonos de negro. El negro era absoluto, impenetrable. El negro
absorbía todos los colores. Si caías en el negro, te tragaba completamente.
Aun así, aquí había un tipo diferente de negro. Era negro helado y ardiente
carbón. Era agua estancada y noche desierta. Era oscura tempestad y calma
cristalina. Era negro peleando contra negro, opuesto y polar y aun así… todo
negro.
Pude ver en los ojos de Damian el collar de mi madre suspendido. Me
recordó lo que es estar parada entre dos espejos, mirando la aparentemente
interminable línea de imágenes desvaneciendo en la distancia. Había algo
en sus ojos, en su rostro que no podía entender. Lucía cautivado por el
medallón, como si hubiera caído en una especie de aturdimiento.
Después de todo, tenía una rendija en su armadura.
—Hay más de donde vino ese —dije.
Apartó sus ojos del collar y me miró. Luego me agarró del brazo, me
arrastró a través de la galería hacia arriba de un pequeño conjunto de
escaleras y hacia la cubierta. Me tambaleaba detrás de él, mis piernas
todavía temblorosas y débiles.
—¿Ves esto? —Señaló alrededor de nosotros.
Estábamos en el medio de la nada, rodeados por kilómetros y
kilómetros de oscura agua ondulante.
—A esto —continuó, apuntando hacia el océano—, le importa una
mierda esto. —Sacudió el collar frente a mi rostro—. Tus gemas no son nada
más que granos lavados—. Lástima —dijo más suavemente, sosteniendo el
medallón contra el sol—. Una cosita tan bonita.
Mi padre no pudo decir que color de piedra darle a mi madre. Me dijo
que había elegido alexandritas porque eran como el arcoíris. Pasaban a
través de dramáticos cambios de color, dependiendo de la luz. En el interior,
lucían purpura rojizo, pero aquí en el sol, destellaban con un brillante tono
verduzco. Su luz centellaba en el rostro de Damian.
—Una cosa tan bonita —repitió tranquilamente, casi tristemente.
—Las piedras son muy raras. La perla también. Nunca has querido
alguna cosa. Podrías ir a donde sea. Desaparecer. Hacer lo que sea que
quieras. Y si quieres más…
—¿Cuánto piensas que vale tu vida, Skye Sedgewick?
Sabía mi nombre. Por supuesto que sabía mi nombre. Probablemente
había registrado mi bolso. Eso o había estado acosándome, en cuyo caso
esto era un acto deliberado, no un secuestro al azar.
—Cuánto crees que vale mi vida —preguntó, levantando el medallón
de nuevo—. ¿El largo de esta cadena? ¿La perla? ¿Estas dos piedras raras?
—Me miró, pero no tenía una respuesta—. ¿Alguna vez has sostenido una
vida en tus manos? —Dejó caer el medallón en mi mano y cerró mis dedos
alrededor de él—. Aquí, siéntelo.
Estaba loco. Loco como una cabra.
—¿Sabes cuán fácil es destruir una vida? —Tomó el collar de mí y
lentamente, deliberadamente, lo dejó caer.
Cayó a sus pies. Jugó con él por un momento, deslizándolo de ida y
vuelta sobre la suave cubierta, con la punta de su zapato.
—Es realmente ridículamente fácil. —Se paró sobre el collar y lo
aplastó con su talón, todo mientras me miraba.
El cristal empezó a resquebrajarse bajo su peso.
—No —dije—. Es la única cosa que me queda de mi madre.
—Era —contestó, sin levantarse hasta que el medallón se rompió.
La manera en que dijo “era” me aterrorizó.
Era.
Yo era.
Cosas que venían a bordo.
Cosas que nunca quedaban intactas.
Levantó el recuerdo roto y lo examinó.
Sentí una ráfaga de triunfo porque las piedras y la piedra permanecían
intactas. Por supuesto que lo hacían. Debe haberse mostrado en mi rostro
porque agarró mi cuello y lo apretó tan fuerte que jadeé por aire.
—¿Amabas a tu madre? —preguntó, finalmente dejándome ir.
Me doblé, tratando de recuperar mi aliento.
—Nunca llegué a conocerla.
Damian caminó hacia el barandal y sostuvo el collar sobre el agua.
Observé, inmóvil sobre mis rodillas, mientras flotaba en el viento. Supe lo
que iba a hacer, pero no pude mirar hacia otro lado.
—Cenizas a las cenizas… —dijo, mientras lo dejaba caer al océano.
Sentí como si hubiera lanzado un trozó de mí por la borda, como si
hubiera deshonrado el amor que mis padres había compartido, los recuerdo
que había hecho, las dos alexandritas arcoíris y yo, su perla rosa. Damian
Caballero había destruido lo que quedaba de nuestro bonito mundo de
cristal.
No podía llorar. Estaba demasiado exhausta. Mi espíritu estaba
arrastrándose a través de los túneles de papel de lija, siendo desollado vivo.
Cortada mi libertad. Cortado mi cabello. Cortada mi dignidad y mi
autoestima y todo lo que poseía y amaba y quería. Me quedé aquí mirando
al cielo, mirando al sol que había estado anhelando y no me importó.
No me importó cuando Damian me obligó a levantarme y me tiró de
vuelta por las escaleras. No me importó contar ventanas o marcar las
salidas. No me importo cuando me encerró o cuando el motor se encendió,
llevándonos más lejos de mi hogar, mi padre, mi vida.
Todo lo que sabía mientras estaba acostada en la cama, mirando las
esponjosas nubes blancas cambiar en extrañas e inverosímiles formas a
través del cerrojo de arriba, era que, si alguna vez tenía la oportunidad, no
dudaría ni un solo segundo antes de matar a Damian Caballero.
4
Traducido por Aria & VckyFer
Corregido por Nanis

Estaba oscuro cuando Damian volvió a entrar.


Yo estaba soñando con tarta con glaseado rosa, piñatas y Esteban.
Tócala otra vez y te veré en el infierno, dijo, mientras lo alejaba
arrastras.
Había sido mi protector autoproclamado, pero no había forma de
protegerme del hombre que estaba en mi entrada ahora.
La luz del pasillo delineaba su forma, proyectando una siniestra
sombra sobre mi cama. Quería esconderme en algún lugar donde no me
pudiera alcanzar.
Damian dejó una bandeja en la cama y acercó una silla. Dejó las luces
apagadas, pero olí comida. Me había traído comida.
Me acerqué a la bandeja con cuidado, manteniendo mi vista desviada.
Recordaba lo que había pasado la última vez que lo desafié, e iba a ser una
buena chica. Iba a ser una chica buena y condicionada. Apenas podía
contener los pinchazos de hambre que se revolvían en mi estómago en
pequeñas y tensas contracciones, pero me forcé a ir despacio, a
comportarme, a ser civilizada y no enterrar mi rostro en el plato como quería.
Era algún tipo de pescado, simplemente a la parrilla, con arroz al lado.
Dios, olía bien. No había cubiertos, lo cual estaba bien, porque todo lo que
quería hacer era destrozarlo, pero sabía que él estaba observando, así que
pinché un trozo con mis dedos, y el aceite y los jugos de cocina se mezclaron
con el arroz.
—No tan rápido —dijo él.
Oh Dios, otra vez no. Por favor simplemente déjame comer.
Me pregunté qué haría si me lamía los dedos.
Podía saborear tanto el pescado.
—Levántate —me instruyó.
Tragué el seco nudo de mi garganta, el que quería gritar y llorar y
quejarse y suplicar. Tragué el nudo sin sabor y sin pescado y me levanté.
—Quítate la ropa —dijo desde las sombras.
Había estado esperándolo. Antes o después, de una forma u otra,
siempre se trataba de su polla. Succionarlo, lamerlo, acariciarlo, follarlo.
Porque mi madre no me amaba.
Porque mi padre me pegaba.
Porque mi profesor me toqueteaba.
Porque me hacían bullying.
Porque mi mujer me dejó.
Porque mis hijos no me hablan.
Por eso bebo.
Apuesto.
No puedo dejar de comer.
Soy adicto al sexo.
Me corto.
Me arranco las pestañas.
Tomo drogas.
Pero no siempre es suficiente, ¿sabes? Y a veces, se desborda porque
no puedes controlarlo, porque necesitas hacer que los demás sientan tu dolor,
tu sufrimiento, tu ira, porque es duro ir por ahí lleno de cicatrices, en un mundo
lleno de carteles lisos y brillantes, anuncios sonrientes de pasta de dientes y
gente alegre y feliz. La vida no siempre es justa. Así que succiónalo, lámelo,
acarícialo, fóllalo.
No me importaba en qué categoría de disfunción entraba Damian. A
veces simplemente es porque soy pura maldad, ¿sabes? Mantuve mi mente
en el premio mientras me desabrochaba la camisa. Podría haber parecido
que estaba mirando al suelo, pero estaba comiendo arroz y pescado con mis
ojos. Es asombroso, las cosas que puedes hacer en modo supervivencia. Me
quité los pantalones y me quedé frente a él con mi sujetador y mis bragas.
Agent Provocateur. Colección Cautiva a Medianoche.
—Quítatelo todo —dijo, enfatizando la palabra como si yo fuera
incapaz de comprender una simple orden.
Desabroché mi sujetador de encaje negro 34C, me quité las bragas a
juego y me quedé frente a Damian. Desnuda.
Se movió en su silla.
—Enciende la luz.
Pescado, piensa en el pescado, me dije mientras tanteaba en busca
del interruptor.
—Más arriba a la derecha —dijo.
Mis dedos temblaron cuando lo encendí.
—Buena chica. Ahora camina hacia mí.
Como si estuviera dirigiendo una jodida película porno.
Mantuve mi vista abajo hasta que llegué a su silla, hasta que estuve
mirando sus feas botas. Dios, odiaba esos zapatos. Odiaba los cordones y el
cuero y la suela y cada nudo que lo mantenía unido. Los odiaba porque él
me había quitado mis preciosos tacones dorados y ahora estaba descalza,
débil, desnuda, hambrienta y dolorida y era pescado versus joder. Así que
se jodiera él y sus zapatos y sus sucios y psicóticos juegos y…
—Date la vuelta —dijo.
Le miré entonces, esperando lujuria y deseo, pero estaba
inspeccionando mi cuerpo con una indiferencia que me enfureció. Estaba
acostumbrada a que los hombres me miraran, me desearan. Mi cuerpo no
era perfecto, pero estaba orgullosa. Era mi poder, mi arma, mi billete a los
clubes exclusivos, primeras filas en desfiles de moda, trato de alfombra roja.
Los hombres hacían cosas por mí, las chicas hacían cosas por mí, e
importaba porque era por mí, no mi nombre, o fama o fortuna, o la cadena
de hoteles que poseía mi padre. Tenía un buen cuerpo y no me avergonzaba
alardear. No me acostaba con cualquiera, pero tenía problemas con usarlo.
Y ahora Damian me estaba quitando eso también. Me estaba
desnudando por partes del cuerpo. Inspeccionándome —mis brazos, mis
piernas, mi espalda, mis pies—, no a mí la mujer, sino a mí la prisionera,
una colección de partes separadas y movibles. No había nada sexual en el
escrutinio de Damian y odiaba eso porque me dejaba incluso con menos
poder. Me quedé con la espalda hacia él, sintiendo sus ojos en mi piel,
preguntándome si quedaría alguna traza de comida si me lamiera los dedos
ahora.
Sentí que el aire cambiaba a mi alrededor. Ahora estaba detrás de mí,
su aliento pegando contra mi hombro.
—Apestas —dijo—. Métete en la ducha.
Una ducha. Jabón y agua. Y una prórroga de Damian.
Lo había hecho bien.
Espérame, Pescado. Miré con anhelo al plato antes de dirigirme al
baño.
La casilla era pequeña, con muy poco espacio para moverse, pero el
agua caliente se sentía como en el cielo, aun si ardía en donde mi piel estaba
cruda y moreteada. Comencé a lavar mi cabello y contuve un sollozo por un
tiempo, había olvidado que mis largos y lujosos cabellos ya no estaban.
Apenas acababa de terminar de lavarlo cuando la puerta se abrió y Damian
cerró el grifo.
—Esto no es un jodido spa. Es un bote con un tanque de agua. Harías
bien en recordar eso.
Él entregó una toalla. Estaba raída, pero limpia. Atrapé un vistazo de
mi reflejo mientras él me escoltaba de regreso a mi habitación. La chica con
extraño cabello me miró de nuevo.
La modestia había volado fuera de la ventana. Me sequé enfrente de
Damian y miré alrededor por mi ropa. Él abrió uno de los gabinetes y
comenzó a arrojar bolsas de compras en la cama.
Todas eran mías. Kate Spade. Macy´s. All Saints. Sephora. Zara. No
era como si tuviera que trabajar para vivir, pero me gradué con un título en
un grado en artes finas y me estaba embarcando en una carrera como
consultante de moda. Me dije que era una investigación. Iba de juergas de
compras y dejaba todo por allí en mi auto por días, algunas veces semanas.
Mierda.
Él solo había podido obtener todas esas cosas si había regresado a mi
auto. Y si había regresado, había una posibilidad de que se había desecho
de él, o lo había movido. De cualquier forma, yo estaba jodida. El camino de
migajas de pan que esperaba que mi padre siguiera estaba comenzando a
desaparecer. Mi única esperanza ahora era que el estacionamiento de donde
había sido secuestrada hubiera alguna cámara de vigilancia que hubiera
atrapado algo. Su altura, su peso, su rostro, cualquier cosa que ayudara
con la investigación. No importaba que, sabía que mi padre no se rendiría.
Y ahora mismo, eso era exactamente lo que necesitaba.
Qué. No. Se. Rinda.
Empecé a vaciar las bolsas. Estúpida minifalda de lentejuelas.
Estúpido vestido transparente. Estúpido y gigante Bling ring. Dios. ¿Cómo
pude haber llenado tantas bolsas con tanta mierda? Tendría que volver a
lavar y usar la misma ropa interior. Agent Rince y ReProvocateur.
Aún estaba revisando a través de las bolsas cuando Damian comenzó
a meter todo de regreso a las gavetas. Había un par de pantalones de yoga
(¡Sí!) y una delgada tanga blanca (¡No!) en la cama. Sacó una fea camiseta
genérica y me la tiró. Juzgando por la talla, era de él.
—Tira la toalla, —instruyó Damian.
Como dije, siempre regresaba a ser un idiota. Ahora que ya no
apestaba.
Cerré los ojos, esperando escuchar el sonido de los pantalones golpear
el suelo.
Nunca vino. En su lugar, lo sentí acariciar algo en la línea de mi
cabello. Olía como a medicina y ardía como en el infierno, especialmente
donde los folículos habían sido arrancados. Él hizo lo mismo alrededor de
mis orejas. Luego aplicó salvia en mi espalda, y todos los cortes y moretones
que él había notado cuando me inspeccionó.
Entendí lo que estaba haciendo, recompensando mi buen
comportamiento con amabilidad, aliviando las heridas que él me había
infringido. Se suponía que me debía sentir agradecida, dependiente, unirme
a él con pequeñas piedades, con todo eso del síndrome de Estocolmo. Sí,
realmente no estaba sintiendo eso. Si alguna vez encontraba en dónde había
dejado mis tacones, iba a clavar su oscuro corazón en la masa de su bote.
Muere, mu-e-re. MUERE.
—Puedes hacer el resto tú misma —dijo, tirando el tubo en la cama.
Se fue, dejando la puerta abierta, y pude escucharlo lavándose los
dientes.
Al diablo la sábila. Salté sobre el ahora frío plato de pescado y arroz.
El pescado no me decepcionó. El pescado era jugoso, la cosa más
deliciosa que alguna vez hubiera probado. Lloré mientras comía el Pescado.
Levanté el arroz con mis dedos y cerré los ojos, saboreando el grueso
sabor de los dioses. Mis papilas gustativas estaban explotando con tan solo
el jodido arroz.
Sí. Sí. Sí. ¡Más!
Lamí el plato hasta dejarlo limpio. No, en realidad lamí el plato hasta
dejarlo limpio y luego lo hice de nuevo, por una buena medida. No tenía idea
cuándo sería mi próxima comida, o qué sería. Me cambié con la ropa que
Damian me había dejado, oliéndolo a él en la camiseta. Casi tengo el pescado
de regreso. No porque oliera mal. Era solo porque olía de una forma
anomalística, sol, mar y sudor, el tipo de olor que no importaba cuánta
cantidad de detergente se usara no se podía borrar.
Miré por la rendija de la puerta. Damian aún estaba en el baño.
Comencé a buscar entre los gabinetes: toallas, abrigos de lluvia, cosas de
scuba. Estaba casi por terminar cuando me paré en algo redondo y duro.
Levantando mi pie, encontré un cacahuate ahumado pegado en mi suela.
Había más cacahuates en el suelo, y parecía que había rodado fuera de un
cono de papel, el que Damian había estado comiendo.
Me senté en la silla en la que él se había sentado y metí uno en mi
boca.
Crunch, crunch, cru… me detuve cuando él entró por la puerta.
Él se veía como si se hubiera bañado. Su cabello estaba pegado y
tirado hacia atrás y se había cambiado a un par de pantalones de ejercicio
gris y una camiseta blanca. Entornó los ojos hacia mí.
—Tengo una alergia de vida o muerte y acabo de comer un montón —
dije—. Si no obtengo atención médica inmediata moriré.
Me miró por un momento, antes de abrir uno de los gabinetes que no
había revisado.
¡Sí! Quizás tenía un teléfono satelital o un walkietalkie o lo que sea
que usaban los botes para comunicarse.
Sacó un frasco y lo colocó en la mesa. Lo destapó y procedió a
humectar sus pies.
Él está jodidamente humectando sus pies.
—¿Me escuchaste? —grité —. Voy a morir. —Comencé a tomar varias
respiraciones profundas.
Él se tomó su tiempo, primero un pie, luego el otro, como si fuera la
tarea más importante del mundo. Luego tomó sus calcetines y cerró el
frasco.
—Entonces muere.
Maldición lo odiaba. Él no quería mi dinero. No quería sexo. A él no le
importaba si yo moría o no. No me diría a dónde íbamos. No me decía por
qué. Y ahora estaba ignorando mi farol.
—¿Qué es lo que quieres? —grité.
Me arrepentí en el segundo en el que lo dije. Él se movió rápido. Como
la luz. Antes de que pudiera disculparme, me tuvo amordazada, amarrada
y segura contra el poste de la cama.
Luego apagó la luz y se metió en la cama.
El bastardo ni siquiera se quedó sin respiración.
No sabía qué era peor, mis brazos estirados con mucho dolor sobre mi
cabeza, los costados de mis labios partidos sangrando con la mordaza, o
saber que así era como esto iba a ser. Una habitación, una cama, mi captor
durmiendo a mi lado, noche tras noche.
5
Traducido por Gigi D & Jenn Cassie Grey
Corregido por Nanis

Me desperté tensa y agarrotada. Damian no estaba, y yo seguía atada


a la cama. Se tomó su tiempo en volver a mí. Sentí el alivio inundarme
cuando lo vi de pie con la ahora conocida bandeja.
Una vez asistí a un taller de espiritualidad que me enseñó a ser testigo
del momento, a no analizar ni razonar ni pensar sobre los cuándo o por qué
o cómo. Era en realidad una excusa para juntarte con un grupo de chicas,
recibir masajes y chismear bebiendo jugo verde. Mis amigas ya se habían
alejado, pero es así siempre que te relacionas mediante las últimas modas
en los lugares más top. Las cosas se mueven y cambian. Y después de
MaMaLu y Esteban, yo me había cerrado bastante. Siempre fuimos mi papá
y yo. Nick era una posibilidad, y el hecho de que se llevaba bien con mi papá
hizo que durara más que cualquier otro chico. Me gustaba que mis hombres
se llevaran bien. Me los imaginaba a ambos golpeando a Damian y me sentía
feliz. Me gustaba ver la felicidad mucho más que reconocer la reacción que
me generaba Damian. Estaba comenzando a asociarlo con la comida y los
descansos para el baño y el alivio del dolor temporal.
El desayuno era una especie de avena muy líquida. Tenía un
presentimiento que sólo era avena en principio, pero la cargó con polvo de
proteínas o huevos o algo igualmente desagradable. Podría haberle arrojado
hígado y cebollas y de todas formas me lo hubiera acabado. Mis brazos
parecían a punto de caerse por estar toda la noche alzados, pero me había
ganado una cuchara de metal. Y había una manzana. Y agua.
Levanté la mirada y me encontré a Damian mirándome. Había una
extraña sombra en sus ojos, pero parpadeó y desapareció. Cuando terminé,
me dejó usar el baño. Había dejado un cepillo de dientes para mí, y un peine.
Las cosas mejoraban.
No me molesté con mi cabello. Simplemente intenté mirarlo. Damian
me estuvo vigilando durante todo el proceso. Lo seguí de regreso al cuarto
como una buena chica, y lo dejé atarme. Incluso sonreí cuando me cerró la
puerta.
Luego me dejé caer en la cama y suspiré. La incertidumbre me estaba
matando. Me había preparado para otro doloroso encuentro, otra ronda de
humillación y degradación antes de ganarme mis privilegios. Me había
preparado para la posibilidad, toda tensa y dura, con mis hombros y mi
cuello. Pero Damian había hecho algo impredecible, y eso era peor que un
sistema con patrón de abuso, porque ahora estaba en un estado de alerta
constante, temiendo lo que vendría, y temiendo cuando no venía.
¿Cómo lo matamos, Esteban? Cerré los ojos y nos recordé a ambos,
planeando en mi cuarto. Había tenido ocho años, cuatro menos que él, pero
el mismo entusiasmo en nuestras aventuras.

Consideró largamente mi pregunta antes de responder. Me gustaba la


forma en que enroscaba su cabello con un dedo al pensar mucho. Tenía el
cabello largo y oscuro, y cuando se lo soltaba, dejaba un pequeño rizo.
MaMaLu siempre quiso que se lo cortara, y cuando logró su objetivo, él volvía
a casa sin nada para ocultar su rostro.
—No creo que haya que matarlo —me dijo—. Sólo dale una buena
lección.
Gideon Benedict St. John (se pronuncia sin gin), formalmente apodado
Gidiota por Esteban y yo, era la maldición de mi existencia. Tenía diez, pero
era más grande que nosotros dos juntos, y cuando me pinchaba, dejaba
grandes moretones en mis piernas.
—¿Esteban? —Le sonreí en el espejo—. ¿Me harías un diente?
Estaba estirado en la cama, doblando y desdoblando una hoja de
papel, intentando averiguar cómo convertirla en una jirafa.
—¿Quieres un diente de papel para ocultar el espacio entre tus dientes?
Asentí y volví a examinarlo en el espejo.
—Él sólo encontrará otra forma de molestarte, güerita. —Esteban me
llamaba así. Significaba rubiecita—. ¿Y cómo harás que se quede pegado?
—Hazlo de cartón y lo pegaré con cinta. —Abrí la boca y señalé el lugar
elegido.
Ambos saltamos cuando se abrió la puerta y entró MaMaLu.
—¡Esteban! Deberías estar en la escuela.
—¡Yendo! —gritó, cuando ella lo golpeó.
MaMaLu golpeaba mucho a Esteban, pero lo hacía como si matara a
una mosca, por la irritación y frustración. Esteban recibía estas zurras porque
se comportaba mal. Dejó una jirafa a medio hacer sobre la mesita, saltó por
la ventana, y bajó el árbol. MaMaLu bajó la ventana y lo vio correr por el patio.
—¿Cuántas veces te he dicho que no lo dejes pasar? Si el señor
Sedgewick se entera…
—No lo hará.
—Ese no es el punto, cielito lindo. —Tomó el peine y comenzó a
cepillarme—. Tú y Esteban… —Sacudió la cabeza—. Los dos van a meterme
en problemas algún día.
—¿Podrías arreglar mi cabello como el tuyo?
MaMaLu tenía grueso cabello oscuro, el cual trenzaba y acomodaba en
un rodete. Yo quería meterme en la U que formaba en su cabeza porque
parecía una pequeña hamaca.
—Este es cabello de anciana —respondió, pero me hizo dos trenzas y
las ató atrás, dejando el resto de mi cabello suelto.
—Tan hermosa —dijo. Quitó una pequeña flor roja de su cabello y la
acomodó en el mío.
—Gidiota dice que soy una bruja porque las brujas tienen los dientes
separados.
—Es Gideon —corrigió—. Y cuando Dios te hizo, dejó ese espacio para
que tu verdadero amor pudiera meter su corazón por ahí al encontrarte.
MaMaLu estaba llena de historias; siempre había un cuento detrás de
todo.
—¿Y entonces cómo te dio su corazón el papá de Esteban? Tú no tienes
ningún espacio.
El padre de Esteban había sido un gran pescador. Murió en el mar
cuando MaMaLu estaba embarazada, pero ella nos contaba de sus
aventuras, sobre magia y monstruos y sirenas en el mar.
—Bueno, entonces yo nunca tuve su corazón. —Sonrió y me tocó la
nariz—. Ahora vete. La señorita Edmonds ya ha llegado.
—¿Llegó el Gidiota ya?
MaMaLu no se dignó a responderme.
Tomé mi bolso y bajé las escaleras. Todos ya estaban sentados a la
mesa del comedor. El único lugar libre era junto a Gidiota, porque nadie quería
sentarse junto a él.
—Bien. Llegamos todos. ¿Listos para empezar? —preguntó la señorita
Edmonds.
Gidiota me pisó debajo de la mesa. Hice una mueca al abrir mi libro.
—¿Todo bien, Skye? —preguntó la señorita Edmonds.
Asentí y le sonreí un poco. No era algo muy aburrido, pero sabía que se
me venía una larga tarde.
Tres veces por semana, la señorita Edmonds venía de la ciudad a Casa
Paloma. Mi madre había heredado Casa Paloma como regalo de casamiento
de su padre. Era una estancia lujosa, de estilo español en los límites de una
villa de pescadores llamada Paza del Mar. Había una pequeña escuela en
Paza del Mar donde los locales enviaban a sus niños, pero los expatriados
preferían tutorías privadas para sus hijos, y nos encontrábamos para
estudiar en mi casa, que era por mucho la más grande.
Estábamos aprendiendo sobre la erosión del suelo y corrompimiento
de tierras y terremotos cuando Gidiota jaló mi trenza tan fuerte, que la
pequeña flor roja con la que MaMaLu la había adornado cayó al suelo.
Parpadeé unas cuantas veces, negándome a llorar, y me concentré en los
diagramas en mi libro. Deseaba que Gidiota se cayera por una de las fallas,
y dentro del núcleo de la tierra.
—¡Ow! —Gidiota gruñó, sobando su pierna.
—¿Qué pasa? —preguntó la señorita Edmonds.
—Creo que algo me mordió.
La señorita Edmonds asintió y continuamos. Los insectos eran algo
común. Nada grave.
—¡Ow! —saltó Gideon—. Juro que hay algo debajo de la mesa.
La señorita Edmonds dio una rápida mirada.
—¿Alguien más siente algo?
Sacudimos nuestras cabezas.
Mis ojos se deslizaron hacia la gran jaula detrás de la señorita
Edmonds. Debajo había dos puertas con insecticida. El patrón cruzado era
simplemente decorativo, pero como Esteban y yo habíamos descubierto una
tarde, se volvían perfectos agujeros si te escondías ahí.
Sonreí, sabiendo que Esteban había dado marcha atrás por el jardín.
Odiaba la escuela así que se escondía en la jaula en los días que la señorita
Edmonds estaba ahí. De esa forma, tenía algo que decirle a MaMaLu cuando
ella le preguntara qué había aprendido en clase.
Esteban puso su dedo a través de la madera y me saludó. Tenía un
popote o tal vez era una de sus creaciones de papel. Al siguiente minuto,
Gidiota estaba saltando alrededor de la mesa en un pie, masajeando su
pantorrilla.
—¡Ow, ow, ow, ow!
—¡Gideon! —La señorita Edmonds no estaba sorprendida—. Estás
distrayendo a todo mundo. Espera fuera hasta que el resto de nosotros
terminemos con la sesión de hoy.
Levanté una semilla de naranja del suelo mientras Gidiota se iba.
Había unas cuantas más debajo de la mesa. Esteban había estado
disparándole semillas de naranja con el popote. Podía ver las marcas rojas
en las piernas de Gidiota mientras salía de la habitación. Esteban alzó un
pulgar desde su escondite.
Reí ante el pensamiento de su pulgar torcido atorado en ese viejo
armario de madera. Estaba todavía riendo cuando escuché que alguien
abría la puerta.
Damian estaba de regreso. Y esta vez no había bandeja.
—Es hora de que te ganes el sustento —dijo.
Asentí y lo seguí fuera.
Pasé todo mi tiempo en la habitación, pero ahora estábamos de pie en
el espacio en forma de U que funcionaba como cocina. Estaba hecha de
caoba y teca, y parte del mostrador fue construida en un voladizo para
acomodar taburetes. Había un fregadero, un refrigerador, y una estufa de
dos hornillas y un microondas. Todos los contenedores estaban cerrados,
pero había una tabla para cortar, algunas patatas y un gran cuchillo de
carnicero en el mostrador.
—Necesito esas peladas y cortadas en cuadros —dijo Damian.
¿E iba a dejarme usar el cuchillo? Tenía bolas.
—Seguro. —Ya estaba pensando en que forma cortarlas.
Comencé alzando las patatas, pero tuve que sostenerme del fregadero
por un segundo. Mi cabeza todavía dolía y mis piernas se sentían débiles.
Mis ojos seguían cerrados cuando Damon tomó mi mano izquierda, y forzó
mi mano sobre la tabla para cortar y ¡WHAM!
Cortó la punta de mi dedo pequeño, rebanó la parte de arriba, uña,
hueso y todo, fuera como si fuera una zanahoria que estaba cortando para
una ensalada. El dolor apareció unos segundos más tarde, después de que
la sangre comenzara a derramarse por todo el mostrador.
Grité por la agonía de este, por el horror de ver la parte superior de mi
dedo descansando ahí, floja y sin vida, como algún decorativo de Halloween.
Cerré mis ojos y grité más fuerte cuando Damian aplicó presión para detener
la hemorragia. Choqué contra algo, algo sólido y firme y me deslicé hacia
abajo hasta que estaba sobre el suelo.
Traté te alejar mi dedo, pero Damian lo sostuvo. Lo estaba
manteniendo elevado, alzándolo, haciendo Dios sabe qué, y todo lo que
podía hacer era gritar y gritar y gritar, porque todo lo que hacía lo volvía mil
veces peor. Grité hasta que los sollozos comenzaron, hasta que estaba
curvada en una bola, hasta que las lágrimas se detuvieron y todo lo que
podía hacer eran suaves gemidos sin sonido.
Cuando abrí mis ojos, Damian estaba sosteniendo un teléfono sobre
mí.
—¿Lo tienes? —le dijo a la persona en el otro lado—. Bien. —Caminó
hacia el otro lado del mostrador—. Manda la grabación a Warren Sedgewick.
Dile que esto es como suena cuando corto su cuerpo en trozos.
Alzó mi dedo muerto, lo puso en una bolsa de plástico y la tiró en el
congelador.
—Y dile que espere un recuerdo en el correo. Es la única parte que
tendrá porque el resto está derramado por todo el lugar.
Podía escuchar el ligero sonido de la otra persona en la línea.
—Sé que lo he hecho antes. —Damian sonaba agitado—. Esto es
diferente, me congelé ¡maldita sea! Ella comenzó a suplicar antes de que
jalara el gatillo. Ella jodidamente suplicó. —Golpeó su puño hacia abajo. El
cuchillo cayó fuertemente sobre el mostrador—. Lo arruiné Rafael —
continuó—. Lo quería en la morgue, identificando el cuerpo muerto de su
hija en su cumpleaños. Lo sé. Se me ocurrirá algo. —Hizo una pausa
pasando sus dedos por su cabello—. No me importa una mierda eso. Él
puede contratar cada maldito detective en el mundo. Solo quiero que lo
sienta. Quiero que lo sufra. Hasta donde Warren Sedgewick sabe su hija
está muerta. —Giró sus ojos hacia mí—. ¿Y quién sabe? En veintiún días
puede que lo esté.
Colgó y limpió la sangre del cuchillo. Entonces sirvió un vaso de jugo
de naranja y me alzó, colocándolo en mis labios.
Bebí lentamente, porque mis dientes estaban temblando. Estaba fría
y caliente y sudorosa y mareada, y todavía había sangre goteando del
mostrador y salpicando en el suelo.
—¿Por qué no solo me matas? —pregunté cuando terminé el jugo. Este
no era solo un secuestro al azar. Este era un secuestro para asesinato. Este
era un maldito momento de debilidad. Era personal, un objetivo contra mi
padre—. ¿Qué pasa en veintiún días?
Damian no respondió. Terminó de limpiar el sangriento desastre en la
cocina antes de examinar mi dedo. Algo rosa se estaba asomando a través
del vendaje y dolía como el infierno, pero se veía satisfecho.
Me alzó del suelo, me colocó sobre un banco y comenzó a cortar las
patatas.
—¿Embutidos y ensalada de patatas para el almuerzo?
6
Traducido por VckyFer, LizC, âmenoire & Gigi D
Corregido por Nanis

Damian sintió que algo se había roto dentro de mí, o quizás sintió un
vago remordimiento por lo que me había hecho. La razón que fuera, ya no
me amarraba por las noches, aunque aún cerraba la puerta y mantenía la
llave con él mientras dormía. Cuando me levantaba, la puerta siempre
estaba abierta. Me dejaba algo de comer en el mismo lugar en donde me
había cortado el dedo, aunque el cuchillo no estaba en ningún lugar a la
vista, la amenaza de este estaba profundamente sembrada en mi cerebro.
Era libre de andar por el bote como quisiera, pero pasaba la mayoría
del tiempo acurrucada en el sofá de la cocina. Damian se mantenía arriba,
en la estación del timón, por la mayor parte. Dos personas, forzadas a estar
en una cercanía próxima, de día y de noche, se pueden comunicar a
volúmenes grandes sin decir una sola palabra. Él me recordaba el dolor y
sufrimiento y de un dedo doblemente vendado. Yo debía recordarle la
venganza y el monstruo que llevaba dentro, porque ambos nos manteníamos
lejos el uno del otro, excepto por las veces en que teníamos que comer o
dormir.
No preguntaba lo que había hecho mi padre. Lo que sea que haya
hecho mal Damian lo estaba haciendo responsable por lo que seguro es una
mentira o una mala interpretación. Warren Sedgewick era el alma más
tierna y generosa del mundo. Él usaba las conexiones en los hoteles para
construir presas, albergues, abastimientos de agua para las personas en
regiones remotas en el mundo, lugares que a nadie le importaban.
Financiaba pequeños préstamos, escuelas, bancos de comida y ayuda
médica. Se alzaba contra la injusticia, trataba a sus empleados con respeto
y dignidad, y siempre, siempre le preparaba a su hija panqueques para los
domingos.
Cuando mi padre y yo llegamos a San Diego por primera vez, había
panqueques de Mickey Mouse con azúcar espolvoreada con mucho sirope.
Luego se convirtieron en corazones y cosas de princesa. E incluso cuando
yo ya estaba grande, él se negaba a dejar que me mudara y mantenía esas
tradiciones. Recientemente, había comenzado a hacer caricaturas de mis
zapatos y mis carteras, grandes masas sin forma que él insistía debían ver
en diferentes ángulos para apreciarlos. Los condimentos cambiaban con mis
gustos, bananas con Nutella, moras frescas con azúcar café y canela,
chocolate oscuro con zumo de naranja. Mi padre tenía la habilidad de
adentrarse en mi cerebro, sacar todas las cosas que se me antojaban, y
volverlas realidad. Pensé en limón, con queso mascarpone, no porque quería
panqueques, sino solo porque él pudiera sentirlo, mi sabor de elección del
día, para que supiera que estaba viva.
La mayoría de mis moretones se estaban curando, pero mi dedo aún
estaba rojo, un crudo recordatorio de que una parte de mí estaba sellada en
una bolsa plástica, cubierta de hielo en el congelador. Me quité las uñas
acrílicas, mordiendo y jalando hasta que las arranqué, nueve en lugar de
diez, todas rotas y rajadas y cubiertas de algo blanco y feo. Pensé que era
algo apropiado de despedida para un camarada caído. Un saludo de nueve
dedos.
Extrañaba el peso del collar de mi madre en mi piel. Extrañaba mi
dedo pulgar. Extrañaba mi cabello. Sentía que todos los pequeños pedazos
que me mantenían junta estaban desmoronándose de uno a uno sin
pegamento, cayéndose, pedazo a pedazo. Estaba desapareciendo,
desintegrándome como las rocas que son comidas por el océano.
Caminé hacia cubierta por primera vez desde que Damian me arrastró
hasta allí, el día en que arrojó mi dije al agua. Estábamos en un yate de
mediano tamaño, con suficiente potencia para navegar en medio del mar,
pero lo suficientemente pequeño para evitar la atención. Damian lo tenía en
piloto automático y estaba sentado en una silla en la cubierta, con una línea
en el agua. Lo que sea que atrape sería la cena de esa noche.
Pude sentir sus ojos en mí cuando caminé hacia la barandilla. El agua
se partía en dos rastros espumosos mientras la cortábamos. Me pregunté
cuán profundo iba y cuánto lucharían mis pulmones cuando comenzaran a
llenarse de agua. Pensé en hundirme hasta el fondo, en un pedazo glorioso,
en lugar de quebrarme tortuosamente, un pequeño pedazo a la vez.
Perdóname papá.
Robé una mirada a Damian. Él se había puesto quieto, mortalmente
quieto, cómo si supiera exactamente qué estaba sucediendo en mi mente.
Conocía la resistencia de su cuerpo ahora. Él hubiera estado de la misma
forma, con todos sus músculos tensos, alertas, apretados y tensos, justo
antes de tener su trozo de venganza. Lo sentí antes, lo sentía ahora.
El bastardo. Él no iba a dejar que lo hiciera. Estaría sobre mí antes
de que pudiera poner un pie fuera de ese bote. Le pertenecía. Era dueño de
mi destino, de mi vida, de mi muerte. No necesitaba decir una palabra;
estaba allí en sus ojos. Me ordenó alejarme de la orilla. Y yo obedecí. No
podía detener el llanto, entonces lloré y lloré.
Lloré de la misma forma en que Gideon Benedict St. John había roto
el seguro de mi collar y había dejado las marcas de la cadena en mi cuello.
Esteban me había encontrado y estaba listo para patear el trasero de
Gidiota.
—Ni siquiera te atrevas. —Le hice una promesa—. Sabes lo que sucede
si te metes en problemas una vez más.
—No me importa. —Quitó el cabello de su frente. Se refería a negocios
cuando hacia eso.
—Por favor, Esteban. MaMaLu te enviará lejos y no te veré nunca más.
—MaMaLu solo está fanfarroneando.
Esteban llamaba a su madre MaMaLu. Siempre la llamaba MaMaLu.
Ella era su mamá, pero su nombre era María Luisa, así que, en alguna parte
en el camino, él había comenzado a balbucear MaMaLu, y se le quedó. Ahora
todos la llamaban MaMaLu, excepto por Victor Madera, quien trabajaba para
mí padre. Él la llamaba por su nombre completo y a MaMaLu no le parecía
gustar. O gustarle él.
—MaMaLu dijo que la próxima vez que no te portaras bien, te enviaría
con tu tío.
—¡Ha! —Se rió Esteban—. Ella no puede pasar un día sin mí.
Eso era verdad. MaMaLu y Esteban eran inseparables, un amor duro y
una vida difícil para apartarlos. No podía imaginar uno sin el otro. Ellos
dormían en una parte separada de la finca, alejados de la casa grande, una
pequeña ala que acomodaba a la servidumbre, pero yo aún podía oírles
algunas noches, como la vez que Esteban estuvo fuera todo el día y no regresó
hasta pasada la medianoche.
Ese fue el primer año que el cine abrió en la villa. Ellos presentaron Lo
Bueno, Lo Malo y Lo Feo, y Esteban se quedó para las cuatro presentaciones.
MaMaLu estaba como loca.
—¡Estebandido! —Lo había perseguido con una escoba cuando
finalmente apareció.
Esteban sabía que estaba en grandes problemas cuando ella lo llamaba
de esa forma. Podía escuchar su alarido todo el camino hasta mi habitación.
Al día siguiente él aparecía para sus deberes, luciendo como Blondie, el
personaje de Clint Eastwood de la película, usando el delantal de MaMaLu,
con un ojo morado y masticando un palillo.
El año siguiente Esteban miró El Dragón, y pensó que él era Bruce Lee.
—¿Qué haces, Skye? —preguntaba él.
—Peleo y lo hago duro. —repetía o la línea que me había enseñado a
usar, una y otra vez, porque esa era una de las líneas de las películas que él
había visto.
—¿Lista? —dijo él —. A las cinco.
5, 4, 3, 2, 1…
Intentaba liberarme de su asfixiante agarre. Tomaba su brazo usando
ambas manos y seguía la forma de la película que él me había enseñado,
atrapando su pierna con la mía y haciendo un repentino giro de 180 grados
antes de jalar todo su cuerpo.
Terminábamos en la grama, una pila de miembros y afilados codos. Me
reía. Esteban no pensaba que era una buena aprendiz de artes marciales.
—Necesitas práctica. Y disciplina. ¿Cómo piensas derrotar a Gidiota si
no siquiera puedes conmigo?
Y así practicábamos. Todos los días, Esteban se convertía en
Estebandido, aunque nunca le gustaba interpretar al chico malo.
—Solo por práctica —decía él—. Solo por ti, güerita. Hazlo así. ¡Whoee-
ahhh! ¿Lista? A las cinco.
5, 4, 3, 2, 1…
—No, no, no. —Él negó con la cabeza —. Tienes que hacer el sonido.
—¡Whooo-ah!
—No, Skye. Como un gato. ¡Whoee-ahh!
Las veces en que logré aterrizar a Esteban en su espalda, sus ojos
mostraban adoración.
—No eres tan mala para una chica —decía.
Estábamos acostados en la sombra de un árbol, mirando al cielo. Las
ramas estaban cubiertas con delicadas flores, como seda amarilla que caía
de los miembros cafés.
—Te traeré pastel mañana —dije.
Él asentía y soplaba el cabello fuera de su rostro.
—¿Patea su trasero si intenta algo, está bien?
Apretaba sus dedos y sonreía.
Esteban no fue invitado a mi fiesta de cumpleaños, pero Gidiota sí. Y
todos los otros niños que estudiaban de forma privada con la señorita
Edmonds. Había un mago, un payaso, un camión de helados y piñatas.
Globos plateados y rosados flotaban por todo el jardín. Apagué nueve velas
mientras mi padre se volvía loco con la cámara.
—Espera. No capté eso. ¿MaMaLu puedes encender las velas de nuevo?
Skye, lentamente esta vez —dijo.
Esteban se encontraba encaramado sobre una escalera, limpiando las
ventanas. De vez en cuando, le echaba un vistazo y él me sonreía. Pudo ver
el gran trozo de tarta que había escondido debajo de la mesa. Tenía tres
fresas jugosas en él. Las fresas eran las favoritas de Esteban, pero rara vez
llegaba a comerlas. El pastel era nuestro secreto y me hizo sentir como si él
fuera parte de las festividades.
Para cuando habíamos terminado con los juegos y las bolsas de botín,
la cubierta rosada se estaba derritiendo de la torta de Esteban, así que decidí
escaparme y dársela directamente.
—¿A dónde vas, Skye?
Gidiota me había seguido.
Estábamos de pie al lado de la casa. Tenía la torta de Esteban en una
mano y un vaso de limonada en el otro.
—Déjame pasar —le dije cuando me cerró el paso.
—¿Vas a comer todo eso? —preguntó.
—¿Qué te importa?
—Skye tiene un agujero en sus dientes y un agujero en su panza. ¡Es
una bruja con una panza lechona y sin madre! —Él me dio un tirón hacia
atrás mientras me empujaba más allá de él y la torta cayó despatarrada en
el suelo.
Le arrojé la limonada a la cara. Eso lo hizo enojarse muchísimo. Me
agarró por la cintura y me levantó del suelo, sacudiéndome como una muñeca
de trapo.
—¡Skye! —Esteban se detuvo delante de nosotros. El sudor se escurría
por su cara de estar en el sol—. A las cinco.
Contamos juntos en nuestras cabezas: 5, 4, 3, 2, 1…
Le di una patada a Gidiot en la rodilla. Él se dobló del dolor. Fue
suficiente para que Esteban lo atrapara desprevenido.
—¡Whoeee-ahhhh! —El puño de Esteban conectó con su cara.
Gidiota me soltó y se tambaleó hacia atrás. Se llevó la mano a la boca
y escupió un diente. Gedeón Benedict St. John parecía una anciana colorada
de dientes separados. Luego dejó escapar un grito que se oyó claramente a
través de Casa Paloma.
—Si no puedes soportarlo, no provoques —dijo Esteban.
Estoy bastante segura que era alguna línea mal traducida de una
película de artes marciales. No importaba. Esteban no tuvo tiempo para
elaborar algo más. Victor Madera nos encontró. Él echó un vistazo a la
situación y agarró a Esteban por el cuello.
—¡Pequeño rufián!
Esteban se retorció en las manos de Victor a medida que el hombre se
lo llevaba.
—La tocas otra vez y te veré en el infierno —dijo a Gideon.
Iba todo lo alto con los diálogos de película. Si no hubiera estado tan
aterrada por él, me habría reído.
Los adultos empezaron a reunirse y todo el mundo estaba preocupado
por Gidiota. Estaban pisoteando por completo las fresas de Esteban.
¡No era justo!
Decidí seguir a Victor y Esteban, pero no conseguí verlos. Me di por
vencida y penosamente volví a mi habitación.
Esteban había estado allí, probablemente antes de que empezara la
fiesta. Él me había dejado un regalo en la cama. Una jirafa perfecta de papel.
La recogí y me quedé maravillada de su destreza. Cuando Esteban era
pequeño, no tenía muchos juguetes, así que MaMaLu le enseñó origami. No
podía permitirse el lujo de comprarme regalos de lujo, así que creó mundos
enteros de papel… maravillosos animales mágicos que sólo había visto en
libros, o escuchado en las historias que MaMaLu inventaba: dragones, leones
y camellos, y algo que parecía un canguro, pero tenía un cuerno sobresaliendo
de su nariz. ¿Un canguroceronte?
—¿Skye? —Mi padre llamó a mi puerta—. ¿Quieres decirme lo que
sucedió con Gideon?
—En realidad no. —Tomé la jirafa desgarbada y levanté su cuello hacia
arriba.
—¿Eso es de Esteban?
No le respondí.
—Déjame ver. —Me la quitó y examinó la desgarbada caligrafía dorada
en el papel.
—Es hermosa, ¿verdad? —pregunté.
—Así es. También es de un libro raro que le falta a mi colección. Sé que
eres amiga de él, pero acaba de sacarle un diente a Gideon, ¿y ahora ha
tomado un libro de mi biblioteca? Eso es robar, Skye.
—¡Él no se llevó nada! Yo se lo di.
—¿En serio? —Mi padre puso la jirafa en la cama—. Entonces sabrás
de qué color es la cubierta. —Me miró expectante.
—Papá… —Estaba al borde de las lágrimas, dividida entre mi padre y
mi amigo—. Esteban probablemente pensó que era sólo un libro viejo y
polvoriento que nadie echaría de menos. Sé que él nunca lo robaría. Sólo lo
tomó prestado porque le gusta hacerme cosas muy bonitas con papel.
Mi padre se quedó en silencio durante mucho tiempo.
—Eres tan parecida a tu madre. —Pasó el pulgar sobre el medallón que
llevaba puesto—. Ella también me tenía envuelto alrededor de su dedo.
—Dime la historia de cómo se conocieron.
—¿De nuevo?
—De nuevo.
Él rió.
—Bueno, acababa de graduarme de la universidad, sin un centavo a
mi nombre, pero quería ver el mundo y me encontré en Caboras con algunos
de mis amigos. En nuestra última noche, nos colamos en una boda y allí
estaba ella: Adriana Nina Torres, la chica más bella del mundo. Le dije que
era un empresario exitoso, un amigo del novio. Llamó a seguridad por mí y
me tuvo encerrado por hacerme pasar por un huésped en la boda de su
hermano. Supe que era amor a primera vista cuando vino a sacarme al día
siguiente.
—Me gustaría haberla conocido. —Nunca me cansaría de escuchar su
historia, de cómo tuvo que probarse a sí mismo para ganarse a su familia.
—Eras lo más preciado en su vida, Skye. No pude protegerla, pero
prometo que será diferente para ti. Casi estoy allí. Sólo un poco más y seremos
libres.
No sabía lo que quería decir, pero sabía que extrañaba a mi madre, y
amaba a pesar que siempre estaba lejos.
—Señor Sedgewick —interrumpió Victor Madera desde la puerta—, los
padres de Gideon St. John están abajo. Están exigiendo que se haga algo
respecto a Esteban.
—Papá. —Tiré de la mano de mi padre—. Por favor no le digas a
MaMaLu acerca de... —Hice un gesto hacia la jirafa de papel. No quería darle
a Victor más municiones de las que tenía. Parecía disfrutar atormentando a
Esteban—. Dijo que lo enviaría lejos.
—Quiero el libro devuelto de inmediato. —Mi padre me lanzó una
mirada de advertencia—. Y no más "préstamos". —Tomó mi mano y nos
fuimos abajo para enfrentar a Gidiota y sus padres. Estaban sentados con
rigidez en el sofá mientras MaMaLu y Esteban estaban parados detrás de
ellos.
Para todas las amenazas de MaMaLu, protegía a Esteban con ferocidad
cuando se necesitaba, pero también conocía su lugar y conocía sus límites.
—Estaré de acuerdo con cualquier castigo que señor Sedgewick crea
conveniente para mi hijo. —Sostuvo su cabeza en alto.
El señor y la señora St. John se giraron hacia mi padre mientras Gidiota
nos sonrió a Esteban y a mí.
—Lo siento —dijo mi padre cuando sonó su teléfono—. Tengo que tomar
esto. —Habló durante unos momentos y colgó—. Me temo que algo urgente ha
surgido, pero puedo asegurar que el asunto será tratado adecuadamente. —
Les dejó poco espacio a los St. John para protestar mientras los veía salir—.
Encárgate de él, Victor. —Señaló hacia Esteban cuando se fueron.
Victor sonrió a MaMaLu, pero ella no le devolvió la sonrisa. No creo que
le gustara que Victor eligiera el castigo de Esteban.
—Y una cosa más. —Mi padre regresó antes que ella pudiera decir
algo—. Dile a la señorita Edmonds que puede esperar a un nuevo estudiante
comenzando la próxima semana. Quiero que Esteban se una a la clase.
La mandíbula de MaMaLu cayó.
—Gracias, señor Sedgewick. Muchas gracias.
—Creo que tienes un libro para devolver, jovencito —dijo mi padre a
Esteban—. Espero que estés en clase y te mantengas fuera de problemas. —
Supe que lo estaba haciendo para evitar que MaMaLu lo enviara lejos.
—Sí, señor. Lo haré. —Esteban estaba sonriendo tan grande que pensé
que su rostro se rompería.
—Feliz cumpleaños, Skye. —Mi padre me guiñó un ojo antes de dirigirse
de nuevo hacia fuera. En ese momento, mi mundo estaba completo. Estaba
tan feliz, ni siquiera me importó cuando Victor le dijo a Esteban que lo siguiera
afuera para su castigo.
MaMaLu se quedó conmigo. Abrimos el resto de los presentes y ella hizo
sonidos de asombro ante los regalos extravagantes. Pusimos la jirafa de
Esteban a un lado, con todas sus otras creaciones, porque sabía era lo que
más me gustaba.
Casi era de noche cuando MaMaLu abrió la ventana y jadeó. Volé hasta
su lado y vi a Esteban sobre sus manos y rodillas en el jardín, cortando el
césped... con un par de tijeras. Era el jardín en la parte posterior, con
amapolas y malezas espinosas. Esteban hacía una mueca con cada paso.
Las palmas de sus manos y rodillas estaban en carne viva y su camiseta se
pegaba a él por el sudor y el esfuerzo.
Sabía que MaMaLu quería maldecir a Victor, pero se mordió la lengua.
Cepilló mi cabello y me metió en la cama.
—¿Vas a contarme una historia esta noche, MaMaLu? —pregunté.
Se metió en la cama conmigo y puso su brazo alrededor de mí.
Cuando Esteban terminó, se subió por la ventana y escuchó. Era un
cuento que no habíamos oído antes, sobre un cisne mágico que aparecía en
los terrenos de Casa Paloma. Si lo veías, serías bendecido con un tesoro raro.
MaMaLu nos dijo que el cisne se escondía en el jardín, pero de vez en cuando,
en una luna nueva, le gusta nadar en el estanque de lirios, cerca del árbol
con las flores amarillas.
Esteban me sonrió. Flexionó los dedos dado que estaban entumecidos
por sostener las tijeras durante tanto tiempo. Le devolví la sonrisa. Casa
Paloma significaba la Casa de las Palomas. Confía en MaMaLu para meter
un cisne. Ambos sabíamos que no había cisnes mágicos, pero nos gustaba el
sonido de la voz de MaMaLu.
—Cántanos la canción de cuna —dije, cuando terminó la historia.
Esteban se deslizó y se arrodilló junto a la cama. MaMaLu le volvió la
cara. Todavía estaba enfadada con él por golpear a Gidiota, pero lo dejó poner
su cabeza sobre su regazo.

De la Sierra Morena,
Cielito lindo, vienen bajando...

Era la canción de cuna de Esteban, de cuando era un bebé, pero yo era


su cielito lindo, su pequeño pedazo de cielo. Me acurruqué más cerca mientras
cantaba acerca de aves que salían de los nidos, y flechas, y heridas. Esteban
y yo estábamos acostados con MaMaLu entre nosotros. No nos movimos
cuando termino porque era suave y tranquila, y queríamos estar allí para
siempre.
—Ven, Esteban —dijo MaMaLu—. Es hora que digamos buenas noches.
—Espera. —Todavía no estaba lista para ir a dormir. Había sido el
mejor cumpleaños de mi vida, a pesar del castigo de Esteban. Mañana iría a
clase conmigo y ya no tendría que esconderme en el cobertizo—. No he dicho
mi oración.
Cerramos nuestros ojos y sostuvimos las manos en un círculo.
—Querido Señor, bendice mi alma. Y cuida a papá. Y a MaMaLu y a
Esteban. —Mi voz tiembla con risa porque Esteban me vio y me atrapó
mirando, y MaMaLu abrió sus ojos y golpeó sus nudillos sobre nuestras
cabezas.
Era la oración lo que me había salvado. O condenado. No podía decidir
cuál.
Damian había regresado a observar su línea, supremamente confiado
que no haría nada tan estúpido como tratar de ahogarme. Su mirada estaba
enfocada en un punto invisible sobre el horizonte.
Miré a través de la barandilla y seguí el vuelo de las gaviotas mientras
tomaban una corriente de aire y la montaba hacia la costa.
La costa.
Parpadeé.
Por la primera vez en días, podía ver tierra. No estábamos
dirigiéndonos hacia ella, estábamos corriendo paralelos a ella, pero podía
distinguir árboles y pequeñas estructuras y el destello de vidrio.
¿Qué haces, Skye?
Mis ojos buscaron el muelle.
Agarra el extinguidor y golpea su cerebro fuera de su cráneo.
Me levanté lentamente caminé hacia el brillante cilindro rojo.
Damian tenía su espalda hacia mí así que no lo vio venir. Me deslicé
hacia él y sentí una extraña emoción ante el sonido del metal chocando
contra el hueso mientras golpeaba su mandíbula. KLUNK. Su cabeza de
cayó hacia un lado y la caña de pescar repicó contra el piso. Lo golpeé de
nuevo, atacando el otro lado, y tirándolo de la silla. Se derrumbó, su espalda
curvada, sus extremidades jaladas hacia su pecho, acunando su cabeza
entre sus manos.
Eso es correcto, idiota. ¿Cómo se siente estar en el otro lado?
Estaba lista para golpearlo de nuevo cuando se puso flojo. Sus manos
cayeron y su rostro se volvió inexpresivo. Lo golpeé algunas veces más,
decepcionada cuando no respondió. Mis manos estaban temblando y había
una bestia salvaje dentro, una bestia que quería golpear y golpear y golpear
el extinguidor en su rostro hasta que sus ojos y nariz y labios se volvieran
un sangriento y revuelto desastre. No quería que se fuera tan fácilmente.
Quería que sufriera.
Me detuve, dándome cuenta que eso es exactamente lo que había
dicho sobre mi padre.
Solo quería que lo sintiera. Quería que sufriera.
Estaba atrapada en el mismo ciclo, alimentando al mismo monstruo.
Me estaba convirtiendo en Damian, pensando como él, actuando como él,
convirtiéndome en una esclava de las mismas oscuras y poderosas
emociones. Me asustó como el infierno porque incluso sabiendo eso, todavía
sostenía el extinguidor sobre mi cabeza, no queriendo nada más que bajarlo
sobre Damian, una y otra vez.
La venganza solo genera más venganza, más caos, más oscuridad. La
venganza nos secuestra y encierra y mutila y sufrimos y sufrimos hasta que
desentrañamos sus ondas de parásitos de alrededor de nosotros.
Tomé una profunda respiración tranquilizante y dejé ir el extinguidor.
Cuando pude pensar claramente, busqué en Damian. Sabía que tenía un
teléfono, pero no lo traía con él. Corrí hacia la caseta y empecé a buscar por
todos lados. Había una estación de conducción con paneles para
instrumentación electrónica y del motor, una gráfica, área para sentarse y
un centro de entretenimiento hecho de caoba. Abrí los cajones. Cacahuates
tostados rodaban alrededor. Botanas, papeles, mapas, chalecos salvavidas,
una linterna. No había teléfono. Miré hacia un cajón que estaba bloqueado.
Tenía que estar ahí. Tenía que ser.
—¿Buscas esto? —Damian entro tambaleándose, colgando la llave
ante mí.
Maldición.
No estaba muerto. Se había desmayado y había estado demasiado
ocupada para notar cuando había vuelto en sí. Era como una hidra de diez
cabezas. Cortas una de las cabezas y solo sigue viniendo. Debí haber
aplanado su rostro como un sangriento panqueque.
Salí rápidamente por la otra puerta. Todavía era más rápida que él.
Se arrastró detrás de mí, agarrándose la cabeza. Subí la escalera hacia el
techo de la caseta. Si podía lanzar el bote de goma fuera de él, podría llegar
a la costa. Estaba fijo a algún tipo de poste y atornillado con cuerdas y
ganchos. Empecé a tirar de uno de los ganchos. Estaba a mitad de camino
desenganchada cuando vi los dedos de Damian llegar al peldaño superior
de la escalera. Tiré más fuerte.
Su cabeza llegó a la parte de arriba.
Casi lo lograba. Pero incluso si me las arreglaba para liberar el bote
de goma antes que Damian me atrapara, la cubierta estaba extendida
apretadamente a través de él y no tenía idea de cómo arrancar el motor.
Damian se izó sobre la escalera.
Ya no tenía fuera de tiempo. Corrí hacia el borde del techo. Estábamos
más cerca de la pieza de tierra que sobresalía en el horizonte.
Yo era una buena nadadora.
Podía hacerlo.
Oí el golpe del pie de Damian mientras se subía al techo.
Inspiré hondo y me metí al agua.
El agua salada hizo sentir llamas en mi dedo cortado. Salí, jadeando
por aire. Damian me estaba mirando desde el bote, una sombra enorme
contra las nubes blancas, una inestable sombra. Estaba luchando por
mantenerse en pie.
Bien. Le di bien.
Me orienté con el horizonte y comencé a nadar hacia la tierra. El agua
estaba mucho más fría de lo que anticipé, pero estaba tranquila y la
adrenalina bombeaba en mis venas con cada brazada. Había avanzado una
buena distancia antes de volver a mirar atrás.
El bote seguía en el mismo lugar y Damian no estaba a la vista. Quizás
decidió que era mejor dejarme ir. Quizás era suficiente que mi padre hubiera
experimentado mi muerte, la hubiera sentido, y sufrido. Cual fuera el
motivo, Damian decidió no seguirme.
Seguí con mis brazadas. 1, 2, 3, respira. 1, 2, 3, respira. Me detuve
después de una eternidad, y alcé la mirada. No parecía estar cerca de la
costa. Las distancias son engañosas en el agua, lo que parece estar cerca
puede llevarte horas alcanzar. Me quité los pantalones, y seguí nadando y
respirando y nadando y respirando. Cuando el dolor en mi dedo comenzó a
disminuir, noté que se me estaban durmiendo las extremidades. Me detuve
para recuperar el aliento.
El bote seguía a la vista y Damian había vuelto a pescar.
Increíble, maldita sea. ¿No debería estar sangrando por el golpe o
huyendo a la seguridad? Mi padre lo iba a arrojar a los sabuesos del infierno.
Había avanzado un poco más cuando me congelé. Había algo en el
agua, a pocos metros de distancia. Rompió la superficie y logré ver una aleta
negra. Desapareció, pero sentí su presencia rodeándome.
Mierda.
Por eso Damian no se molestó en seguirme. Estábamos en aguas de
tiburones, y yo había saltado con una venda llena de sangre.
Yo solita le resolví el dilema de qué hacer conmigo.
Hace una hora, habría querido ahogarme, pero real, realmente no
quería morir así, hecha pedazos por un monstruo del mar con dientes de
acero.
—¡Damian! —Comencé a sacudir los brazos—. ¡Damian!
No sabía por qué lo estaba llamando. Quizás simple instinto humano
el de recurrir a la única persona cerca. Quizás parte de mí sentía que, en
algún lugar, en lo profundo, aún tenía un poco de humanidad en él.
Sentí algo rozarme el pie, algo frío y duro. Probablemente no debería
moverme ni hacer tanto ruido, pero no sabía cómo atraer su atención. Me
quité el empapado vendaje sangriento y lo arrojé lo más lejos posible.
—¡Damian! ¡Auxilio!
Lo vi ponerse de pie y mirar al agua. Luego sacó unos binoculares.
Hice gestos frenéticos mientras él observaba. La maldita cosa ahora me
circulaba abiertamente, preparándose para matar.
Damian miró un poco más. Luego dejó caer los binoculares y se volvió
a sentar. Podía verlo buscando en su caja y sacando algo.
Sí. Un arma. Un rifle de larga distancia. Un maldito arpón.
Quitó algo que no llegué a ver, alzó los pies y se lo metió a la boca.
Me ahogué con el agua salada.
Estaba comiendo cacahuates mientras miraba, como si fuera una
película.
Tosí y me hundí. ¿Cómo se me pudo ocurrir que él vendría a
ayudarme? No me había matado. Y evitó que yo me matara a mí misma.
Pero no estaba en contra de dejarme morir así. La rubia ardiente siempre es
destrozada en las películas de tiburones.
Podía sentir el agua moverse a mi alrededor mientras el tiburón se
acercaba. Un rostro oscuro rompió la superficie y grité. Desapareció y volvió
a subir. Me preparé, esperando sentir el dolor de sus dientes, pero lo que
me llegó fue un chillido. Estaba frente a frente con un delfín sonriente. Mi
corazón seguía corriendo acelerado, mientras el delfín me acariciaba, como
diciendo. “Oye, relájate”.
Suspiré tan profundo que lo debo haber asustado, porque se alejó.
Tenía una larga aleta trasera y sus aletitas eran largas y delgadas.
No un tiburón, Skye. Un delfín.
Y a juzgar por su tamaño, un bebé curioso.
Se movió alrededor de mí, mostrándome su rosada barriga, antes de
girar y alejarse rápidamente. Pude ver otra forma, más grande, seguramente
su madre. Ambos intercambiaron fuertes chillidos antes de que el pequeño
volviera. Nadó a mi lado por un rato, imitando mis movimientos, flotando
cuando yo lo hacía, girando cuando yo daba una vuelta. Luego silbó tres
veces, antes de irse.
Vi a ambos desaparecer. Podía ver los binoculares resplandeciendo
desde el bote. Damian también estaba mirando. Conocía el mar, la diferencia
entre un tiburón y un delfín, y decidió dejarme ser.
Floté de espaldas, agotada, triste, horrorizada, glorificada. Pensé que
iba a morir y aun así nunca me había sentido tan viva. Oí el motor
encenderse y supe que Damian venía por mí. Apagó el bote a unos metros
de mí. Miré con ansiedad a la tierra en el horizonte, pero supe que había
sido una ingenua al pensar que podía llegar. Damian también lo sabía.
Simplemente se quedó, esperando a que me agotara. Y funcionó. Ya no podía
avanzar, no podía flotar.
Tendría que planear mejor la próxima vez.
Trepé la escalera de la cola del bote y me dejé caer, sobre mi estómago,
en su superficie.
Damian siguió pescando.
7
Traducido por Apolineah17
Corregido por Flochi

Cuando desperté, todavía estaba bocabajo sobre la cubierta. Las


estrellas habían salido y Damian me había cubierto con una manta. Era
finales de mayo o principios de junio. Había perdido la cuenta de los días,
pero sabía que nos dirigíamos al sur, a algún lugar a lo largo de la costa del
Pacífico de Baja México.
Nací en México, dada a luz por una partera en Casa Paloma. México
había sido mi hogar durante nueve años, pero nunca había regresado. Me
preguntaba cuán lejos estábamos de Paza del Mar, y si MaMaLu se había
retirado allí, y compró una casa blanca con un techo de tejas rojas, del tipo
que siempre se había detenido a admirar en nuestro camino hacia el
mercado. Me preguntaba si Esteban puso una valla de hierro forjado y la
ayudaba a plantar flores en el patio. Sería pequeña, por supuesto, porque
MaMaLu nunca se atrevía a soñar en grande, y siempre temía cuando
Esteban lo hacía. Incluso entonces, él había sido exagerado, y nadie, ni nada
iba a interponerse en su camino. Y si supiera que alguien me había
secuestrado, me encontraría y rescataría, y que Dios ayudara a Damian.
Tal vez ya lo sabía. Quizás lo había oído en las noticias. Tal vez creía
que estaba muerta, igual que mi padre. De cualquier manera, Esteban no
descansaría hasta que tuviera a Damian. Él era mi héroe, mi campeón, mi
esbelta e irascible máquina de boxeo de Gidiota. Podía imaginarlo en un
atuendo de pirata con un falso parche en el ojo, comandando un barco de
Paza del Mar, recorriendo los mares por mí.
Sonreí, porque el cerebro puede evocar los escenarios más ridículos e
improbables que están tan descentrados, que tiene que asombrarte el poder
de la imaginación. Incluso en su ausencia, Esteban estaba manteniendo a
los chicos malos y los malos pensamientos a raya.
Escuché la raspadura de algo en la cubierta.
Damian estaba desdoblando una tumbona. La apoyó junto a la suya,
con una pequeña mesa separando las dos.
—Come. —Señaló hacia el plato sobre la mesa, antes de escarbar en
el suyo. Una mano sostenía una bolsa de hielo sobre su mandíbula, donde
lo había golpeado.
Me levanté cautelosamente, sin saber qué esperar. ¿Comida?
¿Castigo? ¿Represalias? Pero no dijo nada mientras tomaba asiento junto a
él. Tal vez simplemente estaba tan cansado y extenuado como yo. De repente
estaba consciente de no llevar bragas y envolví la manta más fuerte
alrededor de mí.
La cena era la misma de siempre. Pescado y arroz. Tal vez un tipo
diferente de pescado, pero siempre el mismo arroz. Supongo que era
conveniente, no se echaba a perder y hacía el trabajo. Arroz simple, sin
complicaciones.
Comimos en silencio, observando la media luna que se elevaba en el
cielo. Era brillante y cálida, como un trozo de caramelo limón pulverizado.
Sin ningún tipo de luces para oscurecerlas, las estrellas eran deslumbrantes
y brillantemente claras. Enormes franjas de luz brillaban en el agua
mientras remolinos de peces manchaban rastros fosforescentes debajo de la
superficie. Formas más oscuras y más grandes los perseguían y danzaban
como derviches girando alrededor del barco.
Era mejor que cualquier otro programa de moda; el brillo, la chispa y
la música de la noche. El agua era kilómetros y kilómetros de terciopelo
medianoche, y estábamos balanceándonos hacia arriba y hacia abajo sobre
ella como una pelusa, pequeña e insignificante frente a su majestuosidad.
Pensé en todas las noches que había pasado en clubes y restaurantes
con temperatura controlada, bajo luces artificiales, bebiendo falsos cócteles
con falsos amigos. Problemas artificiales. Drama artificial. ¿Cuántas
verdaderas noches gloriosas me había perdido? Noches como ésta, cuando
el universo danza para ti, y te conviertes en una pequeña pero hermosa nota
de la canción mágica que canta.
—Skye —dijo Damian, pero no podía detener las lágrimas.
Era como una gran y enorme limpieza. Todo lo bueno y lo malo, lo
triste y lo feliz se liberó.
Odiaba ser débil frente a él. Odié cuando me levantó y me aferré a él.
Odié cuando me llevó escaleras abajo y me metió en la ducha. Odié cuando
me secó y me ayudó a vestir. Odié cuando puso medicina y un vendaje nuevo
en mi dedo. Odie cuando me arropó y apagó las luces. Odié querer que se
quedara, me abrazara y acariciara mi cabello, ¿debido a esa mierda de
Síndrome de Estocolmo? Odiaba lo que me estaba sucediendo.
8
Traducido por Gigi D & âmenoire
Corregido por Flochi

Me desperté la mañana siguiente por lo que parecían docenas de


cañones siendo disparados al mar. Estábamos bajo ataque, alguien nos
había alcanzado. Corrí escaleras arriba, esperando estar rodeada por una
flota de barcos, con mi padre sosteniendo un megáfono:
Salgan con las manos en el aire.
¡Me vería y yo estoy viva! Y tres besos se volverían seis, nueve, y doce.
Gracias a Dios que llegaste, papá, porque éramos solo Damian y yo, y
me cortó el dedo, y estaba rodeada de tiburones, y me dejó, pero eran sólo
delfines, sabes, y luego vi una noche de verdad, y algo estaba comenzando a
suceder, y no estaba pensando bien, y…
No había botes. Ni megáfono. Ni papá.
Estábamos anclados a la sombra de un gran acantilado. Docenas de
pelícanos se metían al agua, y salían con sardinas para desayunar. A veces
golpeaban todos juntos y el sonido de meterse al agua sonaba como cañones
explotando en una zona de guerra.
Damian estaba nadando del otro lado del bote. Sus brazadas eran
largas y profundas, y él ignoraba el caos que nos rodeaba. Tenía un cuerpo
de nadador perfecto; piernas poderosas, anchos hombros, caderas
estrechas. Giraba su cuerpo, izquierda y derecha, con un hombro fuera, al
respirar entre brazadas. Era silencioso y eficiente, apenas levantaba su
barbilla del agua, pero yo estaba tan concentrada en respirar que el resto se
desvaneció, todo el ruido, las aves, hasta que sólo era él, su respiración, y
sus ásperos labios. Era rítmico, estable, fuerte, atrapante y…
fascinantemente masculino.
Algo encajó dentro de mí en ese momento. Estaba fuera de mí misma,
notando lo fácil que era juzgar a alguien, villanizarlo y condenar las cosas
que no entendemos, porque:
OHPORDIOS. ¿Cómo se le puede OCURRIR siquiera pensar así en el
hombre que la secuestró? ¡ÉL LE CORTÓ EL DEDO!
O:
Esa persona debería haber sido más lista y no meterse en el auto de
un desconocido.
O:
¿Cómo podría quedarse con él tanto tiempo cuando abusó de ella día
tras día?
O:
Monstruo. Él le disparó a su propia familia.
Porque esas son cosas que no se supone que hagamos, y aun así
dentro de mí había un lugar inexplicable donde todas las cosas oscuras
florecían, algo que no podía justificar ni entender. Sabía que no debía
romantizar a mi captor, pero allí estaba, tan enfermizo y asqueroso y horrible
como fuera. Y me asustaba. Me asustaba porque vi un brillo de todas las
cosas horribles de las que éramos capaces, porque la psique humana es una
cosa tan frágil, una bomba dentro de un cascarón de cristal: una rajadura
y se escapa, el vecino sale a una misión suicida, las tribus se masacran, los
países giran el rostro ante las injusticias. Y todo empieza adentro, porque es
adentro que esas cosas comienzan.
Corrí al cuarto y cerré la puerta. Necesitaba protegerme contra… mí
misma. Necesitaba pensar en fútbol de mesa, Pacman y pizza con Nick; un
triatlón de cosas agradables y normales con un chico agradable y normal,
que vale la pena romantizar.
—Desayuno. —No hubo golpe ni privacidad ni amabilidad, ninguna
cortesía normal con Damian. Simplemente entró.
Nos miramos a la cara por primera vez desde mi estúpida y
dependiente crisis la noche anterior. No sabía dónde durmió, pero no volvió
a bajar después de que me acostara. Me miró como siempre lo hacía, de
manera intensa e impenetrable. Debe haberse duchado porque olía a jabón
y menta. Y realmente quería que oliera a pelícanos y sardinas.
—Estaremos anclados en Bahía Tortugas esta noche —dijo mientras
comíamos—. Hay que llenar el tanque y cargar más agua dulce.
No tenía idea de dónde era Bahía Tortugas, pero combustible y agua
implicaban algún puerto o marina, y eso significaba que estaríamos cerca
de personas.
Damian me estaba advirtiendo. No hagas nada estúpido.
Asentí y terminé mi comida. Ya lo veremos.
Ahora estaba aún más desesperada por escapar.

Estaba oscuro cuando al fin vimos las colinas de Bahía Tortuga. Tenía
el presentimiento que era más por planeación que por coincidencia. Damian
había planeado esto para que llegáramos en la hora que menos atención
recibiéramos. Mi corazón se aceleró al acercarnos al muelle. Tenía que tomar
cualquier oportunidad que se me presentara en las próximas horas.
Me quedé de pie frente al espejo e inspiré hondo. Mi cabello estaba
sucio y enredado, y me quedaba enorme una de las camisetas de Damian.
Me metí en la ducha y lavé mi cabello. La gente ayudaría menos a una chica
grasienta y desaliñada, por lo que miré en mis bolsas de compras y me puse
un top ajustado y unos vaqueros cortos desgastados. Piernas y senos
siempre llamaban la atención. Encontré una paleta de maquillaje y me puse
un poco de delineador y brillo labial.
Para cuando terminé, Damian ya había echado el ancla. No estábamos
tan cerca del muelle como hubiera querido, y al mirar por la ventana sólo vi
otros dos botes. Era el sitio solitario perfecto para una parada técnica.
Mi esperanza volvió a surgir cuando un par de pangas vinieron a
recibirnos. Si no fuera por el brillo amarillo de sus lámparas de keroseno en
los mástiles, no habría visto las pequeñas canoas. Recordaba lo suficiente
del español para entender que nos ofrecían sus servicios, y el negociado de
tarifas por diésel y agua. Pensé en correr arriba, gritando por ayuda, pero
estaba oscuro y Damian podría reducirme con facilidad antes de que llamara
mucho la atención.
Seguía mirando por la ventanita del cuarto cuando Damian entró. Se
detuvo en seco al verme. Por un largo, glorioso segundo, no estuvo en
control. Su mirada recorrió el largo de mis piernas, sobre los pantalones
cortos, y se mantuvo en mi escote generado por el escandaloso top. ¡Ja! No
era inmune después de todo. Vio mi mirada de satisfacción antes de que
pudiera ocultarla, y entrecerró los ojos.
Mierda.
Retrocedí un paso por cada uno que él avanzaba, hasta que quedé
atrapada contra la pared.
Dios, era intenso. Y deliberado. Y podía decir cosas con sus ojos que
hacían que me temblaran las rodillas. Tenía un lado de la cara amoratado y
distorsionado por el golpe que le di. Me sujetó ambas muñecas con una
mano y las atrapó sobre mi cabeza. Cada parte de mi cuerpo se encendió
por el calor que sentía emanando de su cuerpo, aunque sólo me tocara con
una mano. Apoyó un dedo en la V de mi blusa, repasando el peligrosamente
bajo escote. Su toque era tan suave, apenas lo sentía.
—¿Skye? —Parecía hipnotizado por las rápidas subidas de mi pecho.
Tragué saliva.
—No juegues con el escorpión a no ser que quieras que te piquen. —
Y movió a un costado la camiseta.
Los botones redondos cayeron al suelo y rodaron como ojos,
sorprendidos por la visión de mi pecho desnudo.
—Somos violentos, depredadores y estamos llenos de veneno. —Me
mostró los dientes y rompió en dos mi blusa.
Tomó una tira y con ella ató mis muñecas. Luego usó lo que quedó
colgando como una correa para llevarme a la cama.
—Has intentando que te mire por días ya. Ahora que tienes mi
atención, ¿qué piensas hacer? —Se inclinó hacia adelante, tan cerca que me
caí en el colchón, intentando alejarme de él—. ¿O es que quieres que yo haga
todo el trabajo para que tu mimado coño reciba una probada del otro lado,
pero aún puedas decirte que no tuviste opción? —Se trepó encima de mí,
lentamente, hasta quedar nariz con nariz.
Sentía como si el infierno acabara de tragarme. Podía oír a los
hombres afuera, llenando los tanques. ¿Acaso podrían oírme si gritaba?
—¿Te gustaría que los invitara a pasar? —Damian me ató las muñecas
a la cama—. ¿Realmente piensas que estarás más a salvo con ellos que
conmigo? —Cortó otra tira de tela, dándome la oportunidad para gritar o
chillar o pedir ayuda. Cuando no lo hice, la ató alrededor de mi boca.
Se sentó sobre sus talones, arrodillado entre mis piernas, y pasó un
dedo desde mi cuello al broche delantero de mi sostén. Dejé de respirar.
Siguió avanzando, pasando por mi estómago, hasta llegar a la cintura de
mis shorts. Jugó con la pretina, disfrutando lo agitada que me tenía.
—Un pajarito tan asustado —dijo. Y envolvió mis piernas en su
cadera, haciendo que yo quedara presionada contra su dura erección—.
Deberías ser más lista que esto para provocarme.
Se frotó contra mí así, totalmente vestido, apoyando su peso y
extensión contra mí. Luego Saltó de la cama y abrió mis piernas, atándolas
en las esquinas de la cama. Cerré los ojos mientras me rodeaba, revisando
los nudos, asegurándose de que se mantuvieran. No podía parar de temblar.
Estaba completa, completamente a su merced.
—Tal vez ahora te comportarás —dijo él.
Mi corazón estaba latiendo al triple de su ritmo normal.
Esperaba sus manos en mí, pero se puso su gorra de béisbol, apagó
las luces y se fue, cerrando la puerta con llave detrás de él. Lo escuché
conversando con los hombres y luego el sonido de un pequeño motor,
cuando una de las pangas se fue hacia la costa.
Me pregunté si había llevado mi dedo cortado al correo para enviarlo
a mi padre
Estrega Especial para Warren Sedgewick
Debería haber sentido alivio por la tarea que lo hubiera llevado lejos,
pero solo sentí aprensión, sin saber cuándo regresaría o lo que me esperaba.
Mi mente giraba infinitamente, terroríficos agujeros de gusano en la
oscuridad, lo peor de todo era la penosa posibilidad de que no estaría
peleando contra él cuando regresara.

Las líneas de combustible todavía estaban corriendo cuando Damian


regresó. No estaba solo. Conocía el golpeteo de zapatos de tacón; había
traído una acompañante.
Mis músculos se tensaron cuando escuché pasos afuera de la puerta.
Estaba empapada en un charco de sudor y mi dedo estaba empezando a
pulsar. Brinqué ante el ruidoso golpe en la puerta, esperando que se abriera,
pero permaneció cerrada. Hubo un jadeo amortiguado y luego más golpeteo.
Por un momento pensé que había arrastrado a otra víctima, que
estaba batallando por escaparse, pero el golpeteo se volvió rítmico y los
sonidos saliendo de ella alternaban entre placer y dolor.
Damian la estaba follando contra la puerta. Fuerte. Rápido. El
enfermo bastardo quería asegurarse que supiera exactamente lo que estaba
haciendo; la estaba eligiendo a ella en lugar de a mí, sacando la frustración
sexual que había desencadenado en él. Había preferido pagarle a una
prostituta local que reconocer lujuria, deseo o debilidad por alguna parte de
mí. Era una entidad invisible, un recipiente vacío para la venganza. Todo el
tiempo que había pasado imaginándolo forzándome había sido un cruel y
deliberado castigo. Lo había liberado en mi cabeza; lo había transmitido y
yo había corrido con ella. Le había permitido deshonrarme y violarme en las
formas más atroces y lo había hecho todo yo sola, en mi cabeza.
No me gustaban las emociones surgiendo a través de mí. Debería estar
agradecida porque fuera ella y no yo, pero me sentía humillada. Abatida.
Rechazada. Debería estar asqueada por los sonidos de su sexo, firme en mi
odio por Damian, pero estaba mareada y confundida.
La mujer gritó cuando llegó al clímax; un agudo y estremecido suspiro.
Todo se quedó quieto, excepto por el sonido de la pesada respiración.
Aunque no duró mucho. El golpeteó volvió. Pode escucharla rogando,
pidiendo, pero no sabía si era para que él se detuviera o no se detuviera.
Se alejaron de la puerta. Hubo un choque. Algo se cayó al suelo. Cerré
mis ojos, esperando acallar los sonidos guturales llegando desde la galería.
Es una cosa tonta que hacemos, cerrar los ojos para dejar de escuchar algo.
Y lo hacía peor. Podía imaginarlos ahora en la habitación, ella doblada sobre
la silla mientras él la tomaba como un animal, porque así es como el sexo
con Damian sonaba: salvaje, primitivo y feroz.
Siguió por siempre. El hombre era una bestia. Cuando se dejó ir, hubo
una serie de cortos gruñidos jadeantes. Aflojé mis dientes, dándome cuenta
que había estado tensa a través de todo el episodio, como si hubiera estado
ahí con él.
La mujer dijo algo, pero fue demasiado suave para que lo escuchara.
Pensé que escuché a Damian reírse, pero no podía imaginármelo haciendo
eso, nunca, así que debía haberlo imaginado. Conversaron en voz baja por
un rato. Luego escuché sus pasos en la cubierta.
Damian estaba pagándole a los hombres, o a la mujer, o a ambos.
Combustible y agua para el bote, una buena follada para su dueño.
Estábamos listos. No tendría una oportunidad, no habría oportunidad para
escapar. Escuché el motor de las pangas perdiéndose en la distancia.
Damian entró en la habitación cuando se fueron. Todavía estaba
vistiendo su gorra de béisbol. Dudaba que hubiera dejado que la mujer viera
su rostro completo o que siquiera se hubiera desvestido por completo.
Probablemente solo dejó caer sus pantalones y la tomó contra la puerta.
Me evaluó mientras yacía en la cama, mis piernas extendidas, con
nada encima salvo mis shorts y mi sostén.
—Cena —dijo, mientras removía la mordaza de mi boca.
—No tengo hambre.
Tomó su tiempo para deshacer las ataduras alrededor de mis piernas
y muñecas.
—Creo que estás olvidando como funciona esto —dijo tranquilamente,
deliberadamente examinando mi dedo vendado.
No tenía que decir nada más. Lo aborrecía, me aborrecía por dejarlo
romperme. Lo seguí afuera hacia la galería, frotando mis muñecas doloridas.
Desdobló una grasienta bolsa de papel y colocó algunos hot dogs en un
plato. Debería haber estado sobre ellos después de días de pescado y arroz,
pero todo lo que podía oler era Aroma de Puta. El estante para platos estaba
en el suelo y las cosas parecían haber sido barridas fuera del mostrador.
—Come. —Damian devoró su parte, y comenzó a guardar los
suministros que había recogido.
Cuando el refrigerador estuvo lleno, sacó un abrelatas y abrió una lata
de leche evaporada. Lo observé servirla en una jarra transparente con tapa.
Supuse que era más fácil de conservar que la leche fresca. Se volvió hacia
la cafetera y empezó a medir el café.
Mis ojos cayeron hacia la dentada tapa de metal de la lata que acababa
de abrir. Yacía en la basura, junto a mis pies. Me agaché y la levanté.
Damian todavía tenía su espalda hacia mí.
Cerré mi palma por encima de la pieza circular de metal y sentí el
filoso borde dentado. Esto era lo que necesitaba para hundir en su yugular.
A la cuenta de cinco, Skye. A la cuenta de cinco.
Respiré hondo y conté.
5, 4, 3, 2, 1…
Lo atrapé mientras se giraba. Era un corte perfecto, excepto que
interceptó mi muñeca antes que pudiera ir más profundo. Sus ojos se
agrandaron ante el agudo dolor penetrante antes que el duro golpe de su
bofetada me golpeara. Me hizo volar a través de la cocina, mi mejilla
volviéndose roja de la marca de su mano.
Sacó el metal de su cuello y fijó su mano sobre la herida. Quería que
su sangre se derramara sobre el mostrador, donde él había derramado la
mía. Quería que cayera de rodillas y muriera en un charco de roja venganza.
Quería que me viera en sus ojos cuando tomara su último aliento.
Nada de eso sucedió. Damian juró y removió su mano para
inspeccionar el daño. Era una abertura de buen tamaño, pero solo había
rasguñado la superficie, un par de cintas adhesivas y estaría bien cubierto.
Empezó a caminar hacia mí, una indestructible fuerza implacable de la que
simplemente no podía alejarme, y yo me rompí. Sobé mi mejilla punzante y
sollocé. Y sollocé.
—Si no puedes tomar, no lo des —gruñó.
Si no puedes tomar, no lo des.
Si no puedes tomar, no lo des.
Un chico que una vez adoré había dicho eso. Justo después de que él
le había tirado los dientes de un golpe a Gideon Benedict St. John.
Mis pensamientos se revolvían como cables de corriente en un circuito
sobre cargado.
No.
Cada átomo en mí se rebeló ante la idea.
Levanté la mirada hacia la figura cerniéndose sobre mí. El chico había
cambiado en un hombre, su cuerpo había cambiado, su voz había cambiado,
su rostro había cambiado. Pero los ojos de las personas nunca deben ser
tan diferentes para que ya no reconozcas sus almas; nunca deben volverse
tan duras que cierren todas las puertas hacia el pasado.
—¿Esteban? —susurré.
No. Por favor, di que no.
—No hay ningún Esteban. Esteban murió hace mucho tiempo. —Me
jaló hacia arriba y me atrapó contra el mostrador—. Solo está Damian. Y tú
no desafías o escapas o seduces a Damian. Y seguro como el infierno que no
fantaseas con él —espetó
Parpadeé, tratando de entender el hecho que el chico que había
adorado y el hombre que aborrecía eran el mismo, pero no podía unir el
sombrío abismo negro en el medio. Empezaba a extenderse, abrirse,
tragarme. El suelo estaba desapareciendo de debajo de mis pies.
—Skye. —Damian me sacudió, pero solo hizo que la grieta dentro de
mí empeorara. Me sentía cayendo en ella, dándole la bienvenida a la nada
que me envolvía.
9
Traducido por Lyla
Corregido por Flochi

Cuando volví en mí, Damian estaba durmiendo junto a mí.


Sí, Dah-me-yahn.
Porque ese es quien era ahora. Traté de buscar al chico que había
conocido, pero no había lugar para él para ocultarse en los duros planos de
la cara de Damian. Había sido de doce años la última vez que lo había visto.
Quince años lo habían cambiado en el hombre delante de mí ahora, quitado
la suavidad, las expresiones, profundizó su voz, endureció su corazón. La
luna volvía a su piel de un color azul plateado y acentuaba la sombra de sus
cejas y nariz. Estaba durmiendo sin camisa por primera vez, como si hubiera
acabado con todas las máscaras, capas y pretensiones. Por lo que sabía, no
estaba usando una puntada debajo de las sábanas.
Me alejé lentamente de él, cerca del borde de la cama. Algo húmedo y
con bultos se desplazó debajo de mí. Una descongelada bolsa de verduras
congeladas para mi mejilla.
Así es, Damian. Abofetéame y congélame mejor.
No me puedes matar, pero no me puedes dejar ir tampoco.
Finalmente entendí lo que había visto en sus ojos. Negro contra negro.
Damian manteniendo a raya a Esteban. Crueldad con destellos de
misericordia. Amistad conteniendo venganza por un hilo.
No podía entender sus acciones, pero obviamente había resentimiento
entre mi padre y Damian, y tenía que averiguarlo. Por lo que yo sabía, la
última vez que los dos habían estado juntos fue el día de mi noveno
cumpleaños, cuando mi padre le había pedido a Victor inscribirlo en la clase
de la señorita Edmond.
Esteban nunca había aparecido. Me había despertado y esperado por
MaMaLu, pero ella nunca llegó, no ese día, o el siguiente, o el día después
de ese. Cuando una de las criadas entró y empezó a empacar mi ropa en un
gran baúl, hice un berrinche.
—¿Por qué Abella está guardando mis cosas? —pregunté cuando mi
padre llegó—. ¿Dónde está MaMaLu?
—Vamos a San Diego, Skye. —Mi padre dobló los papeles que tenía en
la mano y se frotó las sienes—. Estaremos fuera por un tiempo. MaMaLu tomó
otro trabajo.
—¡Nunca dijiste nada acerca de marcharnos! ¿Cuándo? MaMaLu y
Esteban nunca se irían sin decir adiós.
—Skye, sé que siempre has pensado en ellos como familia, pero van
donde el trabajo de MaMaLu la lleva. Estoy seguro de que sólo querían hacer
esto fácil para ti.
—No te creo. —Lo empujé lejos—. No voy a ninguna parte hasta que los
vea.
—Esos pueden quedarse —le dijo mi padre a Abella, que estaba
guardando las creaciones de papel que Esteban había hecho para mí.
—¡No voy a dejar esas atrás! —Agarré la caja de ella.
—Sólo tenemos espacio para cosas importantes, Skye, y tenemos que
ser rápidos al respecto. Salimos para el aeropuerto pronto. Necesito que
ayudes a Abella, y te prepares. ¿Puedes hacer eso, Skye?
—¡No! ¡No quiero! No voy a ninguna parte. No voy a empacar nada. Vete
tú.
—Skye…
—Siempre te estás yendo de todos modos. Me quedo aquí, y cuando
MaMaLu se entere, ella volverá y nosotras…
—¡Skye!
No sé cuál de los dos estuvo más sorprendido cuando me dio una
cachetada. Fue dura y fuerte, y picó. La caja cayó de mis manos y los dos nos
quedamos mirando los animales de papel yaciendo a nuestros pies.
—¿Cuándo vas a entender que son sólo la ayuda? —dijo mi padre—.
No son sangre, no son familia. La única persona con la que puedes contar soy
yo. Y la única persona con la que yo puedo contar eres tú. Todo lo demás y
todos los demás van y vienen. Si MaMaLu y Esteban quieren verte,
encontrarán una manera. Y puedes escribirles. Tan a menudo como quieras.
Pero tenemos que salir ahora, Skye. No tenemos una opción.
Y así me había ido, a pesar de que seguí volviéndome hacia atrás
cuando dejamos Casa Paloma. Me pareció oír a Esteban gritando mi
nombre, pero todo lo que vi por la ventana trasera fueron nubes de polvo a
medida que bajamos por la carretera de tierra. Me di la vuelta cuando
salimos de México. Me di la vuelta cuando aterrizamos en los Estados
Unidos. Me daba la vuelta cada vez que veía a un niño con la piel como
Esteban, y me daba la vuelta cada vez que entreveía un largo, cabello oscuro
adornado con flores.
Después de un tiempo, dejé de darme la vuelta porque MaMaLu y
Esteban no respondieron las cartas perfumadas de fresas que enviaba, o los
collages de fotos cuidadosamente pegadas que hacía: Ésta es mi nueva
escuela. Ésta es mi nueva habitación. Ésta es mi nueva dirección. Éste es
mi nuevo corte de cabello porque mi cabello creció demasiado y no hay nadie
para cepillármelo ahora. Te extraño, MaMaLu. Escríbeme de regreso,
Esteban. En cinco, ¿de acuerdo?
Con el tiempo, enterré los recuerdos, junto con el dolor. Nuestro viaje
a San Diego resultó ser una estancia permanente. Cuando mi padre me dio
una cachetada ese día, él había cerrado de golpe la puerta, mi mundo se
había vuelto cauteloso y vigilado. Familia es familia. Los amigos no son para
siempre. Todo se romperá. Las personas dicen adiós. Acércate demasiado y
te harás daño.
Cuando Damian me dio una bofetada, había reventado el mismo
mundo en pedazos, derribando pequeños pedazos que todavía estaba
tratando de poner juntos. Había más en la historia que mi padre me había
dicho. MaMaLu y Esteban no se habían ido simplemente sin decir adiós.
Algo había sucedido. Algo que había convertido a Esteban en Damian.
Pensé que había cortado y teñido mi cabello de negro para evitar que
la gente me reconociera, pero lo había hecho para él mismo, así no me
parecería a la chica que conoció. Damian se encontraba en una venganza
por la horrible, cosa terrible que él pensaba que mi padre había hecho, y
cuales sean las asociaciones que tenía de mí estaban tan profundamente
enterradas en su psique que era capaz de hacerme horribles, cosas terribles.
Me trataba como una cosa en lugar de una persona para protegerse a sí
mismo. Me lastimaba, me humillaba, bloqueaba mi voz, mi cara, mis
lágrimas. Pero de vez en cuando, esos recuerdos volvían, y todavía
significaban algo porque lo sacaban de la neblina roja de la ira y el odio. El
Esteban que conocía estaba en alguna parte, y me había oído rezar por él.
Él era el único motivo por el que todavía estaba viva.
No sabía cuánto tiempo tenía, pero sabía que no tenía sentido pedirle
a Damian que me explicara por qué estaba haciendo esto. Nunca habría
llegado tan lejos si no se sintiera justificado. Sólo había una persona que
podía llegar a él.
Tenía que encontrar una manera de llegar a MaMaLu antes de que
fuera demasiado tarde.
10
Traducido por Raeleen P. & martinafab
Corregido por Flochi

El desayuno trascurrió en silencio mientras Damian y yo mirábamos


fijamente nuestros platos. Me moría por verlo a la luz del día, verlo de
verdad. Me dolía masticar. Mi labio estaba hinchado así que jugaba con la
comida. Damian se había tapado la cortada del cuello con un pedazo de
gasa. Mientras más tiempo pasábamos juntos, más larga se hacía nuestra
lista de heridas y cortes, tanto por dentro como por fuera.
—¿Cómo está MaMaLu? —pregunté, sosteniendo mi café.
El mar estaba agitado y las cosas se deslizaban de atrás hacia
adelante en el mostrador.
—Me gustaría verla —dije, cuando no me contestó.
Dejó su plato en el fregadero y me encaró.
—Vamos para allá. Si sobrevives los próximos catorce días, podrás
verla.
Damian ya había mencionado veintiún días. Habíamos estado en el
barco como por una semana, lo que significaba que había estado contando
los días para ver a MaMaLu.
—¿Sabe que…? —¿…que planeas matarme?—. ¿Sabe que iré?
Alcancé a ver una mirada de dolor en sus ojos antes de que se volteara.
Por supuesto que no sabía. Nunca lo habría permitido. Si tan solo pudiera
llegar a ella en una pieza, MaMaLu lo arreglaría todo. MaMaLu sabía cómo
arreglar las cosas; cosas perdidas, cosas lastimadas, cosas agrietadas, cosas
con heridas y cortadas.
Observé a través de la portilla mientras nos íbamos de Bahía Tortugas.
Una colonia de leones marinos nadaba tras nosotros, jugando en nuestra
estela.
Ay, ay, ay, ay
Canta y no llores…
Me reconfortaba pensar que vería a MaMaLu y, por primera vez, sentí
una chispa de esperanza.
Navegamos por acantilados rocosos oscurecidos por nubes de niebla.
Conforme el día avanzaba, las olas se hacían cada vez más agitadas y el cielo
se hacía más oscuro y siniestro. Podía escuchar el chisporroteo del radio de
arriba, pero la voz de Damian se escuchó ahogada cuando los taburetes del
bar se cayeron. Todo comenzó a rodar y estrellarse cuando el bote se
sacudió.
Me agarré de las paredes mientras subía las escaleras. Me cayeron
agujas de agua frías y agudas. El cielo era una escena de algún drama. Unas
nubes negras se dirigían a nosotros, arrastrando sombras profundas sobre
el agua blanca. El viento silbó en la jarcia y me llegó en ráfagas chillantes.
No pude ver el horizonte. Entonces vi a través de la inquietante negrura y
me di cuenta del porqué. Sobre nosotros había una pared de agua tan alta
que tuve que echar la cabeza hacia atrás.
MALDITA SEA.
—¡Vuelve abajo! —Escuché que gritaba Damian sobre el caos, yo
luchaba por seguir de pie.
El bote comenzó a descontrolarse en las crestas y estrellarse en el
abrevadero, llevándonos casi a un paro cardíaco en cada aterradora ola.
Intenté aferrarme al barandal, pero el metal estaba mojado y en cada intento
me resbalaba. A mi rostro caían lo que parecían ser cubetazos de agua y me
resbalé en la cubierta.
Damian gritó algo en la radio y colgó. Caminó hacia mí, luchando
contra el viento, y me puso un chaleco salvavidas. No entendía lo que decía.
Caíamos en cada ola con un resonante estallido. Me señaló la escalera y
comenzó a acercarse a la cabina otra vez.
Ya estaba llegando cuando escuché un latigazo; un alambre
puntiagudo. Alcé la vista y me di cuenta de que una de las cuerdas que
sostenía el bote salvavidas se había soltado y se sacudía en el aire—
probablemente era la que casi había desatado cuando estaba en el techo. El
pesado cierre de metal no me había dado por poco y ahora regresaba directo
a mí. Me congelé en mi lugar, sin poder moverme, sin poder respirar,
mientras veía que la bola de demolición de la muerte venía por mí.
—¡Skye! —Damian me empujó un milisegundo antes de que me
golpeara.
Rodé sobre la cubierta, noqueada. Escuché el estallido de un cristal
quebrándose, y abrí los ojos. El cable había chocado contra una de las
ventanas y el gancho se había atorado al marco. El bote apenas y se sostenía
con los dos cables que quedaban, y parecía que se iba a caer.
—Damian. —Me giré hacia él.
Estaba acostado a mi lado, pero no respondió. Había una gran cortada
en el costado de su cabeza. Le salía sangre y ésta se mezclaba con la lluvia.
—¡Damian! —Me arrodillé a su lado.
Ay Dios. Por favor, despierta.
Pero su cuerpo yacía inerte y su cabeza iba de un lado al otro cuando
el barco se movía como si fuera un toro mecánico.
—Damian, por favor —grité. No puedo con esto yo sola.
El océano se arremolinó a nuestro alrededor caóticamente. Lo
necesitaba. Necesitaba su brutal fiereza para conquistar las olas y llevarnos
hasta MaMaLu. Necesitaba su escarcha, su mordacidad, y su incansable
ferocidad para sacarnos de esta tormenta.
—¿Qué estás haciendo, Skye? —Creí escucharlo decir cuando sostuve
su cabeza en mi regazo.
Le eché una mirada a la cabina. Damian no había cerrado con llave el
radio. Aún se podía oír la estática. Era mi oportunidad… de escapar, de
irme, de huir. Así que, ¿por qué seguía sosteniendo la cabeza de Damian?
Porque te salvó.
Porque te empujó fuera del camino.
Porque sabes que si llamas a las autoridades, se lo llevarán.
No seas idiota, Skye. ¡Llama!
Dando traspiés me acerqué al radio, sentía un vacío en el estómago
cada vez que el barco se movía. Oprimí todos los botones hasta que encontré
el correcto para hablar. No sabía quién estaba del otro lado, en las aguas
mexicanas, o cuál era el procedimiento correcto en caso de una llamada de
auxilio.
—Habla Skye Sedgewick. ¿Hola? ¿Alguien me copia?
Nada.
—Habla Skye Sedgewick. Soy la hija extraviada de Warren Sedgewick.
Me han secuestrado, y me encuentro en algún lugar en la costa del Océano
Pacífico en México. Nuestro barco se encuentra en medio de una tormenta.
Necesitamos ayuda con urgencia. Por favor, respondan.
Cerré los ojos y contuve el aliento. Las cosas en la cabina caían en
todas partes; libros, tablas, cojines, plumas.
Un mensaje distorsionado llegó desde el otro lado.
—¿Hola? —dije—. ¿Estás ahí?
Más estática, y luego la voz de un hombre. Dijo algo sobre no ser capaz
de recibir el mensaje con claridad, y luego oí la palabra “teléfono”.
—Espere —dije.
Una llave sobresalía del cajón que Damian mantenía bajo llave. Había
tres cosas en el interior: una caja de metal oxidada, un revólver y un teléfono
por satélite.
—¡Lo tengo! —Agarré el teléfono—. ¿Cuál es tu número?
Anoté lo que el hombre me dijo y lo llamé. Me temblaban las manos
mientras le explicaba la situación.
—¿Dónde está el hombre que la secuestró? —preguntó.
—Está herido. Está inconsciente.
—¿Puedes darme las coordenadas?
—No sé cómo leer los paneles.
Escuché mientras me guiaba a través de ello, y luego le leí los
números.
—¿El barco está en piloto automático? —preguntó.
—¿Cómo lo sé?
Él me lo explicó y me hizo enmarcar el curso para que pudiéramos
encontrarnos con su barco más rápido.
—No estamos demasiado lejos. Sujétese. No se asuste. La ayuda está
en camino.
—Gracias. —Dejé escapar un profundo suspiro tembloroso.
Estaba pasando. Me iban a rescatar. Iba a salir de este túnel oscuro
de infierno y agua alta; iba a volver a los tres besos; iba a tener más
domingos de crepes con todos los ingredientes con los que pudiera soñar.
De repente, estaba llena de un profundo anhelo de oír la voz de mi padre
otra vez, de hacerle saber que estaba viva.
Marqué su número y esperé.
—Hola. —Parecía aturdido y cansado. Debía ser tarde donde estaba
él.
—¿Papá? —Quería llorar, pero no quería alarmarlo, así que apreté mi
garganta para ahogar los sollozos.
Estaba tan silencioso el otro extremo —quietud— cuando todo a mi
alrededor estaba rodando y agitándose.
—¿Skye? —Titubeó. Sabía que estaba buscando sus gafas, como si
ponérselas hiciera que mi voz fuera más real—. ¿Skye? ¿Eres tú? —Él estaba
completamente alerta ahora, completamente despierto.
—Papá. —No pude evitar que mi voz se rompiera.
—Skye. —Esta vez no fue una pregunta. Él se agarró a mi nombre
como si hubiera estado agitándose en busca de un salvavidas y ahora lo
hubiera encontrado.
—Estoy bien, papá. —Sollocé.
Ninguno de los dos pudimos encontrar las palabras para decir nada
más. Nunca había oído llorar a mi padre antes.
—Dime dónde estás —dijo.
—Estoy en un bote. No sé exactamente dónde, pero voy a ser
rescatada. Me pondré en contacto cuan… —La llamada se cortó antes de
que pudiera terminar.
—Hola. —Hice una pausa—. ¿Hola?
La batería estaba muerta. Abracé el teléfono a mi pecho, sabiendo que
mi padre todavía estaba en el otro extremo.
Quédate conmigo.
Quédate conmigo un poco más.
El viento había cesado para cuando solté el teléfono. La tormenta
estaba empezando a pasar. El bote había aguantado, pero las olas seguían
siendo fuertes. Damian aún estaba desmayado, su cuerpo meciéndose con
el movimiento del barco.
Agarré el botiquín de primeros auxilios de la caseta. Luego volví y tomé
el arma de Damian. Limpié y cubrí su herida, con la pistola metida
firmemente en mis pantalones. No quería correr ningún riesgo. El corte era
profundo. Damian necesitaba puntos, pero lo único que sabía era lo básico,
así que lo cubrí con gasa gruesa. No pasó mucho tiempo antes de que la
sangre se hubiera filtrado. Sostuve una toalla en su cabeza, esperando que
la presión pudiera reducirla.
Estábamos a la deriva con el piloto automático cuando el radar
comenzó a sonar.
Mi rescate estaba casi aquí.
Empujé el cabello de Damian de su frente. Estaba cubierta de sangre.
¿Por qué, Estebandido?
Quería llorar porque alguien que amaba había muerto en ese rostro,
y no sabía cuándo o cómo, y nunca llegué a llorarlo. Y ahora iban a
llevárselo, el chico en el interior del hombre.
Un relámpago partió el cielo y por un segundo, lo vi. Esteban. Sus
dedos estaban manchados, su sonrisa era amplia, y él acababa de probar
las fresas por primera vez.
¿Qué te ha pasado?
¿Qué pasó?
Acuné su cabeza y me balanceé hacia atrás y adelante.
Y luego el otro barco estaba sobre nosotros, y un hombre estaba
subiéndose a bordo.
—Está bien. Todo va a estar bien —dijo—. Puedes soltar el arma.
No me di cuenta de que había estado sosteniéndola hasta que él me
la arrancó de las manos.
Tomó la toalla de mi mano e inspeccionó la herida de Damian. Estaba
empapada en rojo brillante.
Los ojos de Damian se abrieron.
—Rafael —susurró, cuando vio al hombre.
La sangre se me heló en las venas. Yo conocía ese nombre. Había oído
a Damian hablar con él por teléfono.
¿Lo entendiste? Damian le había dicho a Rafael, el hombre en el otro
extremo, que había estado grabando mis gritos.
—Estoy aquí, Damian —dijo el hombre que pensé que había venido a
rescatarme—. Estoy aquí.
11
Traducido por Apolineah17
Corregido por Flochi

Navegamos caleta tras caleta a lo largo de la línea costera, con Rafael


manejando el barco de Damian, y su amigo, Manuel, siguiéndolo detrás en
el otro. Me senté con la cabeza de Damian en mi regazo, mientras se
desangraba en la noche. Un par de veces, abrió los ojos, pero estaban
vidriosos. Cada vez, un dolor crudo y primitivo me abrumaba porque había
destellos de Esteban en esos ojos. Lo que sea que estuviera sintiendo, lo que
sea que estuviera pensando, Damian yacía desnudo frente a mí ahora. Podía
sentir su dolor. No del tipo que lentamente se filtraba de él, sino el tormento
que estaba encerrado dentro. Se estaba sacudiendo contra la jaula de hierro
de su corazón, sin ninguna salida. Damian se sacudía y daba vueltas
mientras intentaba contenerlo.
—Shhh. Shhh. —No sé cuándo empecé a tararear la canción de cuna
de MaMaLu. No sé si fue por él o por mí, pero pareció consolarlo y dejó de
removerse.
El agua estaba tranquila ahora, pero hacía frío, y ambos estábamos
empapados. Damian estaba temblando. Lo sostuve cerca y él se removió en
mi regazo, enterrando su rostro en mi estómago.
Piensa que es un niño pequeño. Cree que soy MaMaLu.
Quería abrazarlo con más fuerza. Quería empujarlo lejos. ¿Cómo
podía incluso pensar en reconfortar a Damian? ¿Cómo podía no hacerlo?
Le canté hasta que el sol comenzó a salir, hasta que anclamos en una
pequeña isla con colinas boscosas que descendían hacia el mar para
encontrarse con las playas de arena blanca. Por lo que podía ver, no había
edificios en la isla, ni carreteras, ni automóviles o líneas telefónicas.
Los hombres cargaron a Damian desde el barco a la pequeña villa
escondida entre las palmeras. Damian gimió cuando lo colocaron sobre el
sofá de color flamenco. Me sorprendía que hubiera durado toda la noche.
Nadie podía perder tanta sangre y sobrevivir. Rafael parecía pensar lo
contrario.
—Vas a reponerte, Damian. ¿Me escuchas? —dijo, a pesar de que
Damian se había puesto pálido y no respondía. Envió a Manuel en el barco
para obtener suministros médicos, mientras rebuscaba en el botiquín de
primeros auxilios.
Él tenía la misma tez oscura que Damian, pero ahí es donde
terminaban las similitudes. Rafael era un par de centímetros más alto con
el cabello claro y los ojos verdes. No usaba fea ropa genérica. Su camiseta
estaba hecha de algodón fino y puro y parecía que las costuras estaban
zigzagueadas para extenderse planas y rectas. Su reloj costaba más que el
barco de Damian, y sus zapatos… sus zapatos me recordaban a los que
había visto en Damian cuando me había secuestrado. Suaves, hechos a
mano de cuero italiano.
Traté de darle sentido a lo que había sucedido. Se me ocurrió que
Damian había estado hablando con Rafael cuando la tormenta golpeó. Era
posible que ambos ya hubieran planeado este punto de encuentro. Rafael
había estado lo suficientemente cerca para interceptarnos, y esta ubicación
era demasiado remota para simplemente ser encontrada. Cuando yo había
hablado por la radio, estaba configurada en el canal que habían estado
utilizando para comunicarse, pero que cualquiera podría haber sintonizado,
así que Rafael me había pedido que cambiara al teléfono.
—Él debería haber acabado contigo. —Rafael me miró fijamente a
medida que cosía la herida en la cabeza de Damian.
—Me estaba llevando a ver a MaMaLu. —Si Damian moría, sabía que
estaba en problemas más grandes con Rafael. No sabía quién era o cómo
estaban conectados, pero necesitaba encontrar una manera de mantenerme
a flote. Lo único a mi favor era la llamada que le había hecho a mi padre. Él
sabía que estaba viva, y los teléfonos satelitales utilizaban GPS. No tomaría
mucho tiempo rastrear el número y delimitar la zona de búsqueda.
—¿Damian te estaba llevando a Paza del Mar? —Las cejas de Rafael
se dispararon hacia arriba—. Él nunca lleva a nadie a verla.
—¿Conoces a MaMaLu? —pregunté. Al menos sabía dónde estaba ella
ahora.
—He conocido a Damian desde que tenía doce años. Crecimos juntos.
No hay nada que no haría por él.
—Si algo le sucede… si muere… ¿mantendrás su promesa? ¿Me
llevarás con MaMaLu?
Rafael terminó de coser a Damian antes de responder.
—¿Parezco tu chófer? —Dio un paso hacia mí—. ¿Tu mayordomo? —
Otro paso—. ¿Tu maldito conserje? —me espetó—. Tú no das una mierda
por Damian o MaMaLu. Así que no pretendas que quieres ver a MaMaLu
cuando todo lo que estás tratando de hacer es salvar tu propio culo. Vives
en tu alto y poderoso castillo con tu alta y poderosa cabeza en las nubes. La
única persona a la que miras es a ti, porque no eres más que una mocosa
mimada. Bueno, ¿adivina qué? —Sacó su arma y la sostuvo en mi sien—.
No voy a dejar que Damian cargue con la culpa. Él podría haber sido suave
contigo, pero tu suerte simplemente se acabó, señorita Skye y Poderosa
Sedgewick. Vamos a terminar con esto. Ahora mismo. —Me empujó hacia la
puerta.
—Pero, yo… —Mis ojos se dirigieron hacia Damian. Él estaba perdido
en un sueño intranquilo.
—Él no puede salvarte ahora, princesa —dijo Rafael—. Andando. Ahí
atrás.
Caminamos a través de la terraza envolvente, más allá de las palmeras
de coco y hacia la selva.
—Detente. Justo aquí —dijo Rafael, cuando llegamos a un pequeño
claro.
Estaba de espaldas a él, mirando mi sombra en el montículo de arena.
Era larga y delgada en la puesta del sol. Rafael se puso detrás de mí. Juntos
nos veíamos como extraterrestres con piernas largas, con uno listo para
aniquilar al otro en otra galaxia.
Era casi un alivio, dejarlo ir, renunciar, aceptar. La esperanza es una
espina dorsal hueca. No siempre puede llevar el peso de la realidad. Y yo
estaba cansada de sostenerla. Estaba cansada de repararla cada vez que se
rompía. Sólo puedes engañar a la muerte tantas veces; sólo puedes luchar
más tiempo, y más duro.
—Sólo una cosa antes de que me dispares, Rafael. —Me di la vuelta y
lo miré a los ojos—. Necesito saber. Dime qué le pasó a Esteban. Dime cómo
acabó como Damian.
12
Traducido por Gigi D
Corregido por Flochi

La primera vez que Esteban vio a Skye, fue a través de unas barras de
madera. No sabía si estaban allí para mantenerla adentro, como a los
animales peligrosos del zoológico, o para que él no pasara, como las
ventanas de las vidrieras contra las cuales pegaba la nariz cuando iba a la
gran ciudad con MaMaLu.
—¿Por qué está en una jaula? —preguntó.
—No es una jaula. —Rió MaMaLu.
—Es una cuna —dijo Adriana Sedgwick. Era la madre de la bebé, y
parecía salida de una de esas revistas que le gustaba leer.
Esteban tenía cuatro años. Nunca había visto una cuna. Dormía con
MaMaLu, en un pequeño cuarto en el ala de la servidumbre. Le gustaba más
que cuando dormían en casa del hermano de MaMaLu, Fernando. Algunos
días Fernando llegaba borracho y se encontraba con que MaMaLu lo había
dejado afuera. Esas noches, gritaba, maldecía y aporreaba la puerta. Otras
veces, les traía elote, mazorca hervida, y los llevaba a pasear al mar en su
panga. Esteban nunca sabía qué tipo de día iba a ser, por lo que estaba
constantemente andando en puntillas alrededor de su tío.
Una tarde, Fernando llegó con un amigo.
—Ven, Esteban —dijo haciéndole un gesto al niño—. Ven y saluda a
mi amigo, Victor Madera.
Justo en ese momento, MaMaLu entró y Victor Madera desvió la
mirada.
—¿Y ella es…?
—Mi hermana, María Luisa —dijo Fernando.
Victor no pudo sacarle los ojos de encima. Había oído sobre María
Luisa. Era su negocio el tener un seguimiento sobre todo y todos. Fernando
le había contado cosas sobre ella que debería haber mantenido en privado,
pero cuando un hombre tiene una debilidad, sean las apuestas o el alcohol
o las mujeres, siempre puedes hacer que hable.
—Fernando me dice que estás buscando trabajo.
—Es cierto —respondió. Su vestido era ceñido en el escote.
—Puede que tenga algo para ti. —Victor tan solo quería verla desnuda.
Esa noche, fue con Adriana Sedgewick, y le dijo que había encontrado
una niñera.
—Dile que venga mañana y la entrevisto —respondió ella.
Victor había sido guardaespaldas de su padre, un hombre de negocios
acaudalado que trabajaba en las zonas oscuras de México. La seguridad de
su familia siempre había sido una prioridad. Victor fue empleado de su
padre muchos años, pero incomodaba a Adriana. Ella desearía que su padre
no hubiera insistido en que Victor la acompañara cuando se casó con
Warren, pero esa había sido una condición. Y la otra fue que Warren entrara
en el negocio familiar.
—¿De qué iba eso? —preguntó Warren. Abrazó la barriga embarazada
de su mujer y le olfateó el cuello.
Ella no respondió, optando en cambio por tomarle la mano y llevarla
hacia dónde el bebé estaba pateando.
—¿Alguna vez te arrepientes? —preguntó ella.
—¿De qué?
—De casarte conmigo, de dejar San Diego por Paza del Mar.
Involucrarte con mi familia.
—Adriana, ya hemos hablado de esto. Además, ellos no están
directamente involucrados, y yo tampoco.
—Lavar dinero para un cartel es estar involucrado directamente, no
importa cuántas personas nos separen de ellos. Sé que lo hiciste por mí. Mi
padre…
—Tu padre vio a un joven e idiota estadounidense enamorado de su
hija y le dio una oportunidad. Vio a alguien que podría sacar dinero de
México y yo vi una oportunidad para darte las cosas que siempre has tenido.
Recogemos nuestra parte, y en unos años, nos vamos. Ese es el plan, nena.
Corto y dulce. —La besó—. ¿Y qué quería Victor?
—Dice que conoce a alguien que podría ser una buena niñera.
—¿Ahora está recomendando niñeras?
Adriana rió.
—Si ella es remotamente parecida a él, no creo que me vaya a gustar
mucho.
Pero Adriana se llevó una agradable sorpresa. Estaba esperando a
alguien más joven, más fría, pero MaMaLu era lista, vibrante y atenta. Era
bilingüe y cambiaba fácilmente entre español e inglés. Lo que más le gustó
a Adriana fue que llegó con su hijo en la cadera.
—Este es Esteban —dijo, con mucho orgullo.
Adriana le hizo preguntas, pero más que nada, los vio interactuando.
Para el final de la entrevista, estaba segura. Si alguien iba a ayudarla a criar
a su hijo, era MaMaLu. Era cariñosa, pero no tenía miedo de poner
disciplina. Sabía cuándo ceder y cuándo plantarse. Estaba llena de historias
sobre todo, y reales o inventadas, había algo mágico en ellas, en ella misma.
—El bebé tiene fecha recién dentro de una semana, pero me gustaría
que te fueras adaptando. ¿Puedes empezar mañana?
Y así comenzó una profunda y verdadera amistad entre dos mujeres
diferentes.
Adriana murió cuando Skye tenía tres años. Estaba en la ciudad,
visitando a su padre, cuando sucedió. Todos supieron que la bala iba
dirigida a él, por una disputa con el cártel. Después de enterrar a su hija,
abandonó todos los negociados con ellos, pero no pudo sacar a su yerno. El
cartel quería a alguien con pasaporte estadounidense, y lo querían lo
suficiente para amenazar a Skye. Le llevó seis años a Warren el poder salir,
y en ese tiempo, MaMaLu se aseguró de que la hija de Adriana nunca
sintiera la falta de su madre. La amaba como si fuera propia. Cuando Skye
despertaba, la primera persona que veía era a MaMaLu, y cuando Skye iba
a dormir, lo hacía con la voz de MaMaLu.
Esteban resentía a la niña que le había robado a su madre. Quería
todas las sonrisas y canciones de MaMaLu para sí mismo. De noche,
esperaba a que llegara a casa, y cuando ella no llegaba, trepaba el árbol de
la ventana de Skye y se sentaba a refunfuñar allí. Skye ya no usaba cuna y
MaMaLu se sentaba en la cama a su lado, para hacerla dormir. A veces,
MaMaLu invitaba a Esteban a entrar, pero él siempre sacudía la cabeza.
Estaba seguro de que la niña no era real. Su cabello era del color de los
halos que había visto en las imágenes de la iglesia, y la luz de la lámpara de
la mesita de noche lo hacían parecer como suaves y doradas plumas.
Esteban no se engañaba. Sabía que ella un día volaría lejos, pero hasta
entonces, fingía ser real para que MaMaLu se quedara y la cuidara.
Esteban iba todos los días a la habitación de Skye para escuchar
retazos de las historias de MaMaLu. Muy pronto, se encontró entrando y
sentándose en el suelo para oír lo que ella decía. Se acercaba, poquito a
poquito, hasta poder apoyar la cabeza en la pierna de MaMaLu. Una noche,
ella le canto la canción de cuna que le solía cantar cuando él era más
pequeño. Esteban sabía que era para él porque Skye ya dormía, pero tan
pronto MaMaLu dejó de cantar, Skye se dio la vuelta.
—Otra vez, MaMaLu —dijo ella.
—¡No! —Esteban se puso de pie y alejó a MaMaLu de ella—. ¡Esa es
mi canción!
—¿Ban? —Se frotó los ojos adormecidos y lo miró.
—¡Soy Esteban, no Ban!
—Ban. —Salió de la cama, arrastrando su manta con ella, y la
depositó a sus pies.
—¿Qué es lo que quiere? —Esteban la miró con desconfianza.
—Quiere que te quedes —respondió MaMaLu.
La niñita le tomó la mano antes de que él pudiera saltar por la
ventana. Sus deditos regordetes se sentían bastante reales mientras lo
forzaba a agacharse. Se estiró en la manta y apoyo su cabeza en el regazo
de él. Esteban estaba confundido. Miró a MaMaLu, pero ella simplemente
cubrió a la niña con otra manta y volvió a cantar. Esteban no movió un
músculo hasta que Skye se durmió. Cuando estuvo seguro de que no
despertaría, le tocó el cabello de ángel. Huh. Eso también se sentía bastante
real.
Después de eso, todos los días, la pequeña buscaba a Esteban. Se
negaba a dormirse hasta que él hubiera entrado por la ventana.
Ban se volvió Eban.
Y Eban se volvió Teban.
Y Teban se volvió Esteban.
Esteban había comenzado a ir por MaMaLu, pero ahora iba por Skye.
Mientras los años pasaron, su amistad creció. Él le enseñó a hacer cometas
con periódicos y escobas, y ella le mostró los discos que su padre le traía de
los viajes a Estados Unidos. Cuando escucharon “Drops of Jupiter”, el
cabello de Skye brillaba por el sol y Esteban imaginó que Jupiter estaba
hecho del oro más pálido. A veces se imaginaba galaxias enteras adentro del
collar que ella usaba.
Cuando Esteban veía a Warren Sedgewick con Skye, se preguntaba lo
que sería tener un padre. Esperaba que MaMaLu no se casara con Victor
Madera, quien se metía en el cuarto cuando pensaba que él ya dormía. Esas
noches, MaMaLu levantaba la separación casera del cuarto. Él no podía ver
por la tela pesada, pero podía escucharlos, y odiaba los sonidos pesados que
Victor hacía. Esteban siempre sabía cuando Victor iba a visitarlos, porque
MaMaLu no cantaba en todo ese día.
Una noche, MaMaLu y Victor tuvieron una pelea, y ella lo echó. Él
apareció la noche siguiente con un ramo de lirios en un jarrón de terracota.
—Cásate conmigo, María Luisa —le dijo. Insistía en llamarla María
Luisa porque no soportaba que fuera la MaMaLu de Esteban, o que otro
hombre pudiera tocarla.
MaMaLu no respondió. Comenzó a cerrarle la puerta en la cara.
—¿Así que a esto hemos llegado? —Impidió que cerrara poniendo el
pie—. ¿Has olvidado quién te rescató de Fernando, te consiguió este trabajo
y un hogar para ti y tu hijo?
—Eso fue hace años, Victor. Desde entonces he pagado lo que
correspondía. Ya terminé. No quiero saber nada más de ti.
Victor abrió la puerta a la fuerza y tiró las flores. MaMaLu retrocedió,
tropezando con las flores caídas.
—Te crees demasiado para mí, ¿no es eso? ¿Le has dicho a tu hijo que
es un bastardo?
MaMaLu jadeó.
—¿Pensaste que no lo sabía? Ah sí. Fernando me lo dijo. El padre de
Esteban no murió pescando. Se escapó mientras estaban planeando su
boda. No quería saber nada de ti ni de tu bastardo. Te estoy dando la
oportunidad de recuperar tu honor. Deberías estar agradecida que estoy
dispuesto a darle mi nombre al chico.
—Ni él ni yo necesitamos tu nombre. Preferiría vivir sin honor que
tomar el nombre de un hombre que toma vidas por dinero.
—Soy un guardaespaldas. Defiendo a la gente.
—¿Entonces dónde estabas cuando mataron a Adriana? Se suponía
que estarías con ella. Suena conveniente que justo te llamaran a otro lado
cuando sucedió. De hecho, apostaría que…
—¡Cállate! —Victor sujetó a MaMaLu del cuello y la sacudió hasta
hacerla jadear por aire.
Esteban salto de la cama y lo atacó. Le golpeó el estómago a Victor
con la cabeza y le quitó el aire.
—¡Suéltala!
Pero Victor era más fuerte. Soltó a MaMaLu para controlar a Esteban.
Esteban pateo y golpeó al aire antes de que Victor lo arrojara al suelo.
—Te arrepentirás de esto. —Victor señaló a MaMaLu con un dedo.
—Sal. Sal antes de que llame al señor Sedgewick.
Victor escupió a sus pies y se volvió sobre los talones. MaMaLu se
quedó de pie, alta y erguida, hasta que se fue. Luego corrió junto a Esteban.
—¿Estás bien, cariño?
Esteban tragó el bulto en su garganta.
—¿Es cierto lo que dijo? ¿Mi papa no murió? ¿Solo… se fue? Nunca
me quiso.
—No fue tu culpa, Esteban. Fue la mía. Era joven y tonta. Pensé que
me amaba.
Desde que Esteban podía recordar, MaMaLu había sido una
luchadora. Era orgullosa y fuerte, y nunca lloraba. Pero ahora, enormes
lágrimas comenzaron a caer de sus ojos. Las contuvo todo lo que pudo, pero
cuando parpadeaba, no paraban de caer.
Y entonces MaMaLu lloró, con lastimeros sollozos que desgarraron a
Esteban. Él no había sido capaz de defenderla. No sabía cómo reconfortarla.
Así que hizo lo único que lo reconfortaba a él. Apoyó la cabeza en su regazo
y le cantó.
Ay, yai, yai, yai
Canta y no llores…
13
Traducido por Jenn Cassie Grey
Corregido por VckyFer

Esteban se metió en muchos problemas después de eso. Se quedó


tarde en el pueblo, mirando a los chicos buenos peleando contra los malos
en la primera de muchas películas del oeste que creció amando. Él era
Blondie, el pistolero profesional de El bueno, El malo y El feo, excepto que no
estaba ahí para ganar unos cuantos dólares. Él era el chico duro que vendría
en defensa de MaMaLu. Solo había un problema. Cuando llegaba a casa, él
era el que necesitaba que lo defendieran. De MaMaLu.
—¡Estebandido! —Solo lo llamaba así cuando estaba molesta. Y
cuando MaMaLu estaba molesta, iba hacia él con una escoba.
Cada vez que Esteban sentía las duras fibras arañando la parte
trasera de sus piernas, corría más rápido, hasta que MaMaLu se rendía. Ella
regresaría dentro, pero dejaba la escoba en la puerta. Esteban esperaba un
rato antes de regresar.
—MaMaLu, soy yo. —Limpiaba sus pies en la entrada—. Tu
Estebandido está en casa.
MaMaLu abría la puerta y lo miraba. Cuando estaba lo
suficientemente tenso por la mirada de muerte, ella se giraba y regresaba a
la cama. Siempre le dejaba un plato de tostadas y un vaso de horchata. Él
comía en la oscuridad y sonreía, soñando con el día que patearía el trasero
de Victor.
Cuando Esteban vio su primera película de artes marciales, pintó la
cara de Victor en la cerca y la pateó. Eso le acarreó un año de tareas.
MaMaLu no creía en ponérsela fácil. Por supuesto, no ayudaba que Victor
siempre se estuviera metiendo con él. Era una manera segura de llegar a
MaMaLu, y Victor disfrutaba mucho atormentándola por haberlo rechazado.
Cuando Esteban golpeó a uno de los chicos en la fiesta de cumpleaños de
Skye, Victor apenas podía contener su alegría. Arrastró a Esteban por el
cuello de su camiseta, esperando que MaMaLu lo siguiera, rogándole por ir
más lento, pero era demasiado orgullosa para eso.
Al final, no resultaba ser tan satisfactorio para Victor como pensó que
sería. Cortar el espeso pasto lleno de mala hierba con un par de tijeras
debería de haber quebrado a Esteban, pero el chico no se quejaba. La
satisfacción de golpear la boca de Gideon Benedict St. John hizo que valiera
la pena. Eso, además del hecho de que Warren lo hubiera invitado a asistir
a clases con Skye tenían a Esteban sonriendo, incluso cuando sus rodillas
y codos estaban rojos y raspados por el tiempo en que terminó.
Victor no quería nada más que borrar la sonrisa satisfecha de la cara
de Esteban, pero tenía cosas que hacer. Cosas grandes. Warren se estaba
encontrando con El Charro, el casi legendario señor de las drogas que
manejaba una parte subsidiara del cartel de Sinaloa. Esta era la primera
vez de Warren cara a cara con el capo y era el trabajo de Victor manejar la
seguridad.
El Charro viajaba con sus propios guardaespaldas, pero Victor tenía
que asegurarse que los pisos estuvieran limpios ese día, y que el personal
se mantuviera alejado de la casa principal. Hasta ahora, nadie podía ver la
conexión de Warren con el cartel, y era importante asegurarse que no
hubiera testigos de la reunión.
El día de la reunión, Victor tenía hombres extra estacionados en la
puerta y alrededor del perímetro. Cuando casi era la hora, entró y esperó en
la parte baja de las escaleras a Warren.
Warren tomó una profunda respiración mientras miraba su reflejo en
un espejo. Había esperado por seis años para este día. Tenía que convencer
a El Charro de liberarlo de la organización, pero no iba a ser fácil. Nadie se
escapaba limpio, después de todo. Warren tomó la foto de él y Adriana del
día de su boda y trazó a su esposa con una sonrisa.
Te extraño mucho, bebé.
Escuchó las risas de la habitación de Skye y bajó el marco.
La sacaré, Adriana. No importa qué tome. Lo prometo.
—MaMaLu. —Golpeó la puerta de Skye—. Estoy esperando a un
invitado importante —dijo cuando ella abrió la puerta—. Asegúrate que tú y
Skye se queden aquí hasta que mi reunión termine. No queremos ser
molestados. Bajo ninguna circunstancia.
—Sí, señor Sedgewick. —MaMaLu miró mientras él bajaba las
escaleras. Salió con Victor para recibir al auto que había llegado.
Ella estaba a punto de cerrar la puerta cuando Esteban entró por la
puerta trasera, cargando un cuaderno y lápiz. Olvidó decirle que su primera
clase con la señorita Edmonds había sido cancelada.
—¡Esteban! —habló desde el piso de arriba—. Ve a casa. No hay clases
hoy. Y asegúrate que el señor Sedgewick no te vea. No se supone que estés
aquí. ¿Me escuchaste?
—Está bien. —Esteban no tenía idea de qué era todo ese alboroto,
pero cuando MaMaLu usaba ese tono tenías que escuchar.
MaMaLu regresó a la habitación de Skye y cerró la puerta. Por un
momento, Esteban se debatió si debía colarse al piso superior, pero la puerta
principal se abrió y Warren entró con un grupo de hombres. Esteban no
quería meterse en ningún problema así que se fue hacía el comedor. Se
agachó en su escondite en el armario, esperando que pasaran, pero entraron
en la habitación y se sentaron a la mesa. Victor cerró la puerta y se colocó
detrás de Warren. Esteban no conocía a los otros hombres. Todo lo que veía
desde el agujero eran sus piernas.
—Este es un gran honor —dijo Warren—. No los estaba esperando a
todos.
—Hemos estado haciendo negocios por un largo tiempo. Era hora de
conocernos —dijo el hombre sentado a un lado de Warren.
—Por supuesto. ¿Les puedo ofrecer caballeros una bebida? —Warren
se levantó y caminó hacia el armario. Esteban escuchó el tintineo del hielo.
Justo en ese momento, la puerta se abrió y Skye entró corriendo.
—¡Esteban! Olvide decirle...
—¡Skye! —MaMaLu entró detrás de ella, tratando de contenerla—. Lo
siento mucho, señor Sedgewick
Hubo un momento de completo silencio. Warren se giró lentamente
para enfrentarla. MaMaLu miró alrededor de la mesa y rápidamente apartó
la mirada.
—Lamento haberlos molestado. Vamos, Skye, —Ella comenzó a
llevarse a Skye.
—Pero… —Skye se giró tratando de ver a través de su padre hacia el
lugar donde Esteban solía esconderse.
—Ve arriba Skye —la voz de Warren era apagada y plana—.
Caballeros, me disculpo por la interrupción —dijo después de que MaMaLu
y Skye se fueran.
Le pareció a Esteban que la habitación estuvo callada por un largo,
largo tiempo.
—Hemos sido comprometidos —dijo el hombre que había hablado
antes.
—Esa era la nana de mi hija. Ha estado con nosotros por muchos
años. Puede ser de confianza, El Charro. Le doy mi palabra —respondió
Warren.
El hombre a un lado de El Charro le susurró algo. Los otros hablaron
entre ellos.
—Necesitamos más seguridad que eso, especialmente si planeas irte.
Tenemos nuestros propios términos de soltar, pero no podemos permitir
cabos sueltos. No es solo por nosotros que estamos preocupados,
¿entiendes? Tienes una hija joven. Estoy seguro que no quieres que ella se
envuelva en todo esto.
Warren comenzó a decir algo, pero lo pensó mejor. El Charro lo tenía
por las peloteas. Si Warren no hacía algo sobre MaMaLu, la vida de Skye
estaría en la línea. También sabía que la única razón por la que El Charro
estaba permitiendo que se fuera era porque su padrastro, el padre de
Adriana, había jalado algunas cuerdas mayores para ayudarlo a él y a Skye
a salir del país, lejos del cartel.
—Entiendo —respondió —. Me encargaré de ello.
—Mientras más rápido, mejor —dijo El Charro.
La reunión continuó, pero mucho de lo que se dijo no tenía sentido
para Esteban. Estaba aliviado cuando los hombres se levantaron y
sacudieron manos.
Después de que dejaron la habitación Warren se giró a Victor.
—La situación con MaMaLu. Encárgate de ella. Nada… permanente.
¿Entiendes?
Victor le dio un corto asentimiento y siguió a Warren fuera. Esteban
los vio salir, sin estar seguro de qué estaba pasando, pero sabía que tenía
que decirle a MaMaLu. Nunca había visto a Warren tan desgastado y
abatido.
Esteban esperó hasta que la casa estuvo callada antes de salir de su
escondite. Estaba oscuro para el momento en que regresó a la casa del
personal. Mientras se aproximaba, vio a Victor salir de su habitación.
Estaban se arrastró detrás de un árbol mientras él pasaba. Victor no había
sido el mismo desde que MaMaLu lo rechazó. Algo estaba pasando y a
Esteban no le gustaba. Esperó a MaMaLu, pero se durmió antes de que
entrara.
Ella pasó las sábanas sobre él y besó su mejilla. Su corazón dio un
tirón cuando se dio cuenta de que probablemente se había dormido
hambriento.
—Mi chiquito. Mi Estebandido.
MaMaLu puso la alarma temprano. Iba a hacerle un gran desayuno.
Pan de yema, un suave pan de azúcar con un montón de yemas de huevo,
enterrado en un tazón de espeso, chocolate caliente con canela.
Pero Esteban nunca tuvo su desayuno. Se despertó con las
destellantes luces de lámparas en su rostro. Era la mitad de la noche, y la
habitación estaba llena de hombres con ropas oscuras.
—¡Esteban! —Escuchó a MaMaLu gritar, pero estaba cegado.
—MaMaLu. —Se tambaleó detrás de su voz, pero lo arrastraron lejos.
Alguien lo agarró de su nuca. Estaban se debatió para liberarse, pero
todo lo que pudo hacer fue mirar mientras ellos la ponían en un auto y se
alejaban.
—Tú vienes conmigo. —Era Victor.
—¿A dónde se llevan a MaMaLu? —Estaban se sacudió de su agarre
y lo miró.
—Si quieres verla de nuevo harás lo que diga. ¿Entiendes?
Esteban asintió. Sabía que esto tenía algo que ver con lo que había
pasado en la tarde, así que siguió a Victor al otro auto.
—Te estoy llevando con tu tío, Fernando. Te quedarás con él hasta
que la situación con MaMaLu se resuelva.
—¿Qué situación? —Esteban temblaba en su pijama mientras
manejaban a través de la densa, oscuridad de los árboles hacia Paza del
Mar. Había dejado sus zapatos detrás.
Victor no respondió.
Cuando llegaron con Fernando, Victor le dijo a Esteban que salieran.
Estaban podía escuchar a los dos hombres hablando. Fernando se tambaleó
fuera.
Olía a orina y licor barato.
—Mira lo que el señor Sedgewick me dio para que te cuidara. —Tenía
un fajo de billetes en sus manos—. Vamos, mi pequeño premio. Ven y abraza
a tu tío.
Esteban paso a su lado. Odiaba todo lo de la casa de Fernando, la
oscuridad, el frío suelo de cemento, los recuerdo de él y MaMaLu escondidos
en su habitación. ¿Por qué Warren lo había mandado aquí?
—¿Dónde está MaMaLu? —le pregunté a Victor.
—Tu madre debió haber aceptado mi propuesta, pero no pensó que
fuera lo suficientemente bueno para ella. Y ahora está exactamente donde
merece estar, sin nadie que la proteja. —Su sonrisa le dio a Esteban
escalofríos.
—¡Dime dónde está! —Esteban gritó detrás de él mientras se alejaba.
—Cierra tu boca. —Puso sus manos en sus orejas, enfermo por su
perpetua resaca. Dobló el fajo de dinero que Victor le había dado y salió. —
Ve a dormir. Tu madre fue llevada a Valdemoros y no hay nada que tú o yo
podamos hacer sobre ello.
Valdemoros.
Esteban estaba aterrorizado. Valdemoros era una prisión de mujeres
a unos cuantos kilómetros al norte de Paza del Mar. Esteban no tenía idea
de porqué fue llevada ahí o cuánto pasaría antes de que saliera. Abrió la
puerta hacia la habitación y se hundió en la cama. La manta era delgada y
las sábanas estaban revueltas. Dudaba que Fernando las hubiera lavado
desde que él y MaMaLu se fueron a la Casa Paloma. El nuevo trabajo de
MaMaLu había sido como una bendición en ese momento, pero ahora
Esteban sentía que había sido el inicio de un desastre que ninguno de los
dos había visto venir.
14
Traducido por Martinafab
Corregido por VckyFer

Valdemoros era un muro de hormigón interminable, coronado por


rollos de alambre de púas y puntuada por torres de vigilancia. En el centro
había una puerta de metal pesada que se abría para dejar entrar y salir
vehículos blindados de las instalaciones. En el otro extremo había una
estructura contigua, una triste diminuta entrada para visitantes. Parecía
una carretilla fuera de lugar detrás de un tren gris gigante.
Esteban se sentía pequeño e indefenso mientras permanecía de pie en
la sombra de la pared amenazadora. Los funcionarios de la prisión con rifles
de francotirador tripulaban las torres. En la puerta principal, guardias
armados patrullaban la barricada sin ventanas. MaMaLu estaba en algún
lugar detrás de este frente impenetrable y Esteban tenía que encontrar una
manera de llegar a ella.
Esteban estaba de pie en una larga cola en la puerta de los visitantes.
El guardia lo miró varias veces cuando fue su turno.
—Disculpe —dijo Esteban, después de que hubiera dejado que otro
hombre pasara—. Estoy aquí para ver a mi madre.
Pero el guardia pretendió no escucharlo. Esteban pasó todo el día
siendo arrastrando alrededor, pero no se rendiría. Cuando los guardias
cambiaron, su esperanza se disparó, pero el siguiente también lo ignoró.
—Ten. —Un hombre que había estado esperando allí casi tanto tiempo
como él le dio un cono de papel lleno de cacahuetes tostados—. Ellos no te
dejan entrar a menos que les pagues.
Esteban lo miró sin comprender.
—Ve a casa, muchacho. —El hombre se sacudió los pantalones y se
levantó—. Estás perdiendo el tiempo.
Por la noche, cuando las colas se redujeron, Esteban lo intentó de
nuevo. Estaba seguro de que, si esperaba lo suficiente, uno de los guardias
le dejaría entrar, pero el siguiente era igual de grosero y lo echó con un
bastón de mando.
Esteban volvió al día siguiente. Y el día después de ese. Y el día
después de ese. Finalmente, uno de los guardias lo reconoció.
—¿Nombre del preso?
—Maria Luisa Alvarez.
—¿Tu nombre?
—Esteban Samuel Alvarez.
—¿Me has traído el almuerzo? —le preguntó el hombre.
—¿Almuerzo?
El guardia se cruzó de brazos y entrecerró los ojos.
—Te he visto por aquí. ¿No has aprendido todavía? ¿Quién va a pagar
por mi almuerzo?
Esteban comprendió de pronto cómo funcionaba.
—¿Cuánto sale... tu almuerzo?
—Trescientos cincuenta pesos, amigo. Puedes ver a tu madre todos
los días durante un mes.
—¿Cuánto por un solo día?
—Lo mismo.
—Por favor. No tengo nada de dinero. Sólo déjame verla. Mañana voy
a volver con mi tío. Traeré tu almuerzo y... —dijo Esteban.
—Si no hay dinero, no hay madre. —El guardia lo ahuyentó.
La siguiente persona en la cola reemplazó a Esteban. Observó que ella
le entregaba algo al guardia discretamente. Al parecer, todo el mundo
conocía el procedimiento. Esteban pensó en el gran paquete de dinero en
efectivo que Victor le había entregado a Fernando.
Cuando llegó a casa, se encontró con Fernando desmayado en un
charco de su propia baba.
—Tío Fernando. —Trató de despertarlo, pero sabía que no tenía
sentido. Esteban lo cacheó. Encontró unas cuantas monedas en su bolsillo,
pero Fernando había gastado el dinero que tuviera en bebida—. ¡No, no, no!
—Esteban quería rasgarlo para poder agarrar trescientos cincuenta pesos
de su negro, hígado licor empapado. Se puso a buscar por toda la casa, pero
no encontró nada, ni siquiera una lata de judías que pudiera vender por
algo de dinero.
Esteban no tuvo más remedio que recurrir a la única persona que
podía ayudarle: Warren Sedgewick.
Cuídala, le había dicho a Victor, justo lo que había hecho después de
que Esteban hubiera golpeado a Gidiot.
Esteban estaba bastante seguro de que Warren habría intervenido si
hubiera sabido sobre el castigo que Victor había asignado para él, y estaba
bastante seguro de que intervendría ahora si se enterara exactamente de
cómo Victor había "cuidado" de MaMaLu. Esteban creía que el padre de Skye
era un hombre justo. Había intentado proteger a MaMaLu de El Charro, el
hombre cuyo rostro Esteban no había visto. Warren había enviado dinero,
mucho dinero, para cuidar de Esteban, sin saber que Fernando era un
sucio, podrido alcohólico. Esteban estaba convencido de que si Warren
supiera la verdad, sacaría a MaMaLu de Valdemoros.
El paseo desde la casa de Fernando, en Paza del Mar, a la Casa Paloma
era de treinta minutos. Esteban corrió todo el camino, sus pies cortándose
en las pequeñas piedras irregulares, que cubrían el camino a través de la
selva, pero estaba lleno de esperanza. Corrió a través del denso follaje,
esquivando ramas que golpeaban su cara y brazos, hasta que los árboles se
diluyeron y pudo ver las puertas de la Casa Paloma.
Vio a Warren y a Skye entrar en su Peugeot plateado. El conductor
salió de la entrada circular. Ellos acababan de pasar por las puertas de
hierro forjado cuando Esteban llegó allí.
—¡Esperen! —Él corrió tras ellos en el camino de tierra que los sacaba
de Casa Paloma. Las ruedas giraban nubes de polvo a su paso. Los
pulmones de Esteban se llenaron con tierra seca polvorienta—. Skye —gritó.
Ella se dio la vuelta y lo miró a través de una bruma de suciedad y
polvo.
—¡Deténganse! ¡Skye! —Él agitó los brazos, llegando a un punto
muerto cuando un dolor agudo se apoderó de su costado. Se dobló, tratando
de aliviar la puntada del corredor.
Skye se dio la vuelta y el auto continuó por el camino.
—Skye —sollozó, cayendo de rodillas.
Gotas de sudor goteaban de su frente y se mezclaron con la
endurecida, polvorienta tierra.
Esteban no entendía por qué Skye no le había pedido a su padre que
se detuvieran. No la había visto desde la noche que se llevaron a MaMaLu.
¿No se había preguntando dónde había estado? ¿No los echaba de menos a
él y a MaMaLu?
Skye debía haber tenido una buena razón, y cuando regresaran, se la
diría. Esteban decidió esperar. Cuanto antes le dijera a Warren sobre
MaMaLu, antes podría verla.
Esteban se dirigió de nuevo a las puertas. Vio a Victor, cerrándolas
con una cadena y un candado. Victor. Él era el responsable de esto. Él había
enviado a MaMaLu lejos. Toda la rabia y frustración de Esteban se desbordó.
Se olvidó de que era un niño de doce años en contra de un hombre de
confianza contratado. Se olvidó de que incluso Blondie y Bruce Lee los
habían matado a golpes. Se olvidó de todo excepto del hecho de que Victor
Madera era la razón por la que MaMaLu estaba en Valdemoros.
—¡Victor! —Esteban tuvo la ventaja de la sorpresa, y había estado
practicando patadas y golpes durante meses. Se dirigió directamente al
torso de Victor.
—Estás puto... ¿estás loco? —Victor se tambaleó hacia atrás y la
cadena resonó contra la puerta—. Pensé que te dije que te quedaras en casa
de Fernando. ¡Debes aprender a escuchar! —Dio la vuelta a Esteban.
No fue mucho una pelea. Esteban cerró los ojos al sentir los golpes en
si espalda y pecho. Cuando cayó al suelo, Victor le dio una patada en el
estómago.
—Ve a casa, estúpido pedazo de mierda —dijo.
Pero Esteban negó, sosteniendo su barriga.
—No me iré hasta que no vea al señor Sedgewick.
—¿Crees que le importas una mierda al señor Sedgewick? ¿Crees que
traerá de vuelta a MaMaLu? —Victor rió—. Pobre, bastardo ingenuo. Eres
una gran pérdida para estos gringos ricos como el periódico de ayer.
—¡Eso no es verdad! —El rostro de Esteban estaba cubierto con tierra.
Cuando se limpió las lágrimas, dejaron rayas marrones en sus mejillas—.
Skye es mi amiga.
—¿En serio? —Victor sacudió la cabeza con fingida piedad—. Dime,
¿tu amiga se despidió? ¿Te dijo que se iba y que nunca volvería?
—Estás mintiendo. ¡Eres un sucio mentiroso!
—Espera entonces. Espera a que tu amiga y su padre te salven.
Esteban estaba demasiado cansado y herido para reaccionar cuando
Victor se alejó. Estaba magullado y golpeado en el exterior, y latiendo de
vergüenza e ira en el interior. Se sentía débil e impotente y abatido. Se quedó
doblado junto a las puertas cerradas, bajo un sol inclemente de la tarde.
Pasaron las horas, pero Esteban esperó. Estaba silencioso Muy
silencioso. Ninguno de la ayuda estaba alrededor, y las puertas nunca
fueron encadenadas. ¿Dónde estaba el guardia? ¿Dónde estaba el jardinero?
Esteban se negó a creer que todos se habían ido. Él sabía que Skye nunca
se iría sin decir adiós. Él lo sabía.
Cuando salieron las estrellas, Esteban fue cojeando hasta la entrada
y miró a través de la puerta. Las luces exteriores no se habían encendido y
el camino a los cuartos del personal estaba sin luz. Se subió encima de la
valla cubierta en la parte posterior, y por el árbol fuera de la ventana de
Skye. Esteban intentó abrirla de una sacudida, todavía estaba abierto el
pestillo.
Esteban encendió la luz y miró a su alrededor. Se sentía raro estar en
la habitación de Skye sin ella. Se sentía mal. Su cama estaba hecha, pero
su armario parecía que alguien había pasado por él en un apuro. Todos sus
libros favoritos y ropa habían desaparecido. Esteban sintió que algo crujía
bajo sus pies. Miró hacia abajo y vio que el suelo estaba cubierto de papel,
todas las cosas mágicas, míticas que había formado con el papel más
colorido, especial que pudo encontrar. Estaban descartadas sin cuidado a
su alrededor. Algunos de ellas habían sido pisoteadas en trozos grotescos,
malformados.
Esteban recogió un escorpión de origami. Le había llevado mucho
tiempo poner los pliegues bien. El cuerpo estaba aplastado, pero el aguijón
se mantuvo en posición vertical. Pensó en lo que había dicho Victor. Tal vez
tenía razón. Tal vez a Warren no le importaba una mierda él ni MaMaLu. Tal
vez a Skye no le importaba. Tal vez él y MaMaLu eran igual que este papel,
doblados y moldeados para adaptarse a un propósito, y luego pisoteados,
fuera del camino.
Esteban arrojó el escorpión e hizo una mueca de dolor por los golpes
que Victor le había dado. Miró por la ventana y vio la nueva luna reflejándose
en el estanque. Se acordó de cuando Skye estaba acurrucada en la cama y
MaMaLu les dijo sobre el cisne mágico que se ocultaba en los jardines de la
Casa Paloma, un cisne que salía de vez en cuando, en las noches de luna
nueva.
Si atrapas un destello de él, serás bendecido con el mayor tesoro, había
dicho ella.
Esteban no le había creído entonces, y no le creía ahora. Era todo
inventado, toda la magia, todas sus historias, todos los finales felices. Todos
ellos eran vacíos y sin sentido y huecos. Su padre nunca había sido un gran
pescador. Él nunca lo había amado o a MaMaLu. MaMaLu había mentido.
Skye nunca había sido su amiga.
¿Crees que le importas una mierda al señor Sedgewick?
¿Crees que traerá de vuelta a MaMaLu?
Eres una gran pérdida para estos gringos ricos como el periódico de
ayer.
Esa era la verdad fría y dura.
Esteban apagó la luz y se quedó de pie solo en la oscuridad vacía.
Cuando se bajó de la ventana de Skye esa noche, dejó algo detrás: su
infancia, su inocencia, sus brillantes ingenuos ideales, todos esparcidos en
el suelo como flácidos sueños de papel pisados.
15
Traducido por Gemma.Santolaria y âmenoire
Corregido por VckyFer

Esteban se sentó en las escaleras de hormigón de La Sombra, una de


las pequeñas cantinas en Paza de Mar. Su techo inclinado protegiéndolo de
la lluvia torrencial. Se quedó mirando el agua, recogiéndose en riachuelos
por la sucia calle. Reflejaba piscinas amarillas de luz de las lámparas de
queroseno que colgaban de los porches de las tiendas que todavía estaban
abiertas. Un equipo de música a todo volumen sonaba “La Bikina” de Luis
Miguel, una balada acerca de una mujer hermosa, llena de cicatrices con
un dolor tan profundo, que provocaba ríos de lágrimas.
—¡Oye chico! —Un hombre lo llamó desde dentro del restaurante.
Esteban se dio la vuelta.
—¿Yo?
—Sí. ¿Estás hambriento? —preguntó.
Esteban había notado al hombre mirándolo. Asumió que era porque
su cara estaba hinchada y pesada. Era obvio que había estado en una pelea.
—Juan Pablo —el hombre hizo un gesto al camarero—, llévale al niño
oreja de elefante y algo para beber. ¿Cuál es tu nombre?
—Esteban.
El hombre asintió y siguió comiendo con ganas, bajando la comida
con sorbos de cerveza michelada con limón y condimentos. Tenía una cara
de bebé, contrarrestada desde sus cejas de águila, hasta su cabello rebelde
gris que brotaba hacia arriba. Tenía el cabello negro azabache, obviamente
teñido y peinado hacia atrás desde su frente. Debía tener unos casi
cincuenta años, tal vez un poco mayor. Un bastón de madera pulida
descansaba sobre su mesa. Era de color negro brillante, y la punta de un
dorado metal brillante como una brillante promesa en la sencilla y
decadente cantina.
Esteban se sentó frente a él. Su estómago gruñó ante la vista de la
cena del hombre.
Enchiladas rojas rellenas de queso y cubiertas con crema. El camarero
le trajo calientes tortillas de maíz, un plato de jalapeños verdes y agua
fresca. Esteban se obligó a comer despacio, haciéndolo durar hasta que su
cena llegó, dos grandes piezas de carne de ternera que parecían orejas de
elefante.
Comieron en silencio en la mesa con la parte superior de formica,
escuchando la lluvia y la música, mientras que los murales de Pedro Infante
y María Felix, estrellas de la época dorada del cine mexicano, los observaban
desde una pared acribillada. Casa Paloma había protegido a Esteban de la
realidad que se extendía más allá de sus puertas de hierro, pero ahora él
fue empujado a un mundo diferente. No sólo tenía que cuidar de sí mismo,
sino que también tenía que encontrar algún modo de sacar a MaMaLu.
El Hombre Cantina terminó sus enchiladas y abrió el periódico.
Exploró los titulares, y se rió de algo.
—Oye, Juan Pablo. —Señaló a un artículo cuando el camarero vino
para limpiar su plato—. ¡KABOOM! —dijo, sus manos imitando una
explosión. Los dos hombres se rieron.
La lluvia se había afilado a una fina llovizna para cuando Esteban
terminó su cena. Se sentía incómodo simplemente levantarse e irse, y decirle
“gracias” por el acto de bondad al Hombre Cantina no parecía suficiente, por
lo que Esteban se quedó. No tenía ninguna prisa para ir a casa y hacer frente
a su tío Fernando.
—¿Día duro? —preguntó el hombre.
Esteban no respondió. La hinchazón de su ojo había crecido el doble
de grande.
—Camila —llamó el hombre a una mujer baja y redonda de la cocina.
Llevaba un delantal manchado de salsa roja y de pico de gallo—. Trae al
chico un poco de hielo.
—Gracias —dijo Esteban, cuando ella le entregó un pequeño paquete
de hielo envuelto en un paño de cocina. Trató de no hacer una mueca
mientras lo sostenía contra su ojo.
—¿Te gustaría hacer algo de dinero, chico? —preguntó el Hombre
Cantina. No tuvo que esperar por una respuesta. El rostro de Esteban lo
decía todo—. Quince pesos —continuó—. Deja este periódico en la urna de
la estatua del Arcángel San Miguel. ¿Sabes dónde está?
Esteban asintió. Observó al hombre deslizar una bolsa de plástico
transparente llena de polvo blanco en el periódico. Lo dobló dos veces antes
de entregárselo a Esteban.
—Encuéntrame aquí mañana por la noche y te pagaré. ¿Tú entiendes?
—Si. —Esteban sabía que estaba haciendo algo que no debería, pero
quince pesos. Era un largo camino hasta los trescientos cincuenta pesos
que necesitaba para ver a MaMaLu, pero era un comienzo.
Tomó el periódico. No tenía nada para ocultarlo. Todavía estaba en la
ropa que había llevado a la cama la noche que vinieron a por MaMaLu, una
camiseta de color verde manzana luciendo un mono con tonos amarillos de
neón. “Master of Disaster”, decía en una curva sonriente debajo. Los
pantalones eran de un verde a juego, con impresiones de plátanos.
La ruta de acceso a la plaza del pueblo estaba desierta. La gente
estaba en sus casas, viendo las novelas nocturnas en la TV. La lluvia había
vuelto fangosas las calles y Esteban estaba agradecido por el fresco chapoteo
de la tierra mojado bajo sus pies cansados y desgastados.
La iglesia del Arcángel San Miguel anclada al pueblo de Paza del Mar.
Su blanqueado edificio estaba en los jardines de cítricos, palmeras y fuentes
goteantes. Un cementerio se encontraba en la parte trasera, con lápidas
que eran como centinelas en la oscuridad. MaMaLu le había llevado aquí
cada domingo cuando vivían con Fernando. Esteban recordaba los
parpadeantes santos de madera y el olor viejo del incienso, pero sobretodo,
se acordaba de la fuerza con la que MaMaLu le sostenía su mano entre las
suyas mientras estaban sentados en los bancos, bajo los altos techos.
La reluciente estatua blanca del Arcángel Miguel se posaba sobre la
entrada. Los lugareños decían que escupía sobre las escaleras de todos los
pecadores que entraban en la iglesia. MaMaLu siempre lo llevaba a través
de la entrada lateral.
Esteban buscó la urna que el Hombre Cantina le había dicho. Estaba
cerca de un metro de alto, hecha de mármol pesado y llena de una profusión
de helechos y flores. Dejó caer el periódico en el estrecho espacio entre la
olla que contenía las flores y la urna. Luego se dio la vuelta y se fue a casa.

La noche siguiente, cuando Esteban regresó a La Sombra para recoger


sus quince pesos, el Hombre Cantina le dio otro paquete para entregar.
Pronto, Esteban estuvo haciendo entregas regulares. A veces era a extraños
que conducían sedanes con vidrios polarizados; otras veces a hermosas
mujeres que lo invitaban a establecimientos ruidosos y llenos de humo. A
veces hacía más dinero, a veces menos, pero nunca le hizo al Hombre
Cantina ninguna pregunta y siempre le decía “gracias”.
Cada noche, Esteban contaba su dinero.
Quince pesos.
Cincuenta pesos.
Ciento treinta pesos.
El Hombre Cantina no aparecía todas las noches. A veces desaparecía
por semanas. Esas noches, el camarero y la cocinera, Juan Pablo y Camila,
le daban un plato de pollo en salsa verde, o albóndigas y pan, o lo que sea
que les quedaba de más. Esteban pagaba su amabilidad lavando los platos,
limpiando las mesas y barriendo la terraza al final de la noche. Las otras
cantinas estaban siempre muy concurridas, a pesar de que Esteban sabía
que la cocina de Camila era muy superior. Cuando la veía corriendo
alrededor de la cocina, secándose las manos en el manchado delantal,
Esteban sentía una sensación de anhelo por su madre, tan profunda que
tenía que dejar lo que estaba haciendo e irse. Se quedaba en el callejón
oscuro entre La Sombra y la pescadería junto a esta, tomado profundas
respiraciones hasta que se le pasaba.
Cada día, volvía a Valdemoros y se sentaba en el área sombreada al
otro lado de la calle, donde los vendedores vendían churros fritos, dulces
empanadas, y tiras de carne a la parrilla para rellenar tortillas hechas a
mano. Esteban era cuidadoso con su dinero. Se mantenía fiel a los
cacahuetes tostados y cuando el sol calentaba, se permitía una helada
botella de Coca-Cola. Se compró un par de zapatos, un par de camisetas y
unos shorts nuevos. Tenía una historia preparada en caso que Fernando
preguntara de dónde habían venido, pero su tío nunca se dio cuenta, y
Esteban tenía la precaución de esconder su botín.
Una tarde, mientras estaba sentado fuera de la prisión, Esteban creyó
oír cantar a MaMaLu más allá de las frías paredes grises. Su voz por encima
del estruendo del equipo de sonido que tocaba todo el día. México Lindo y
Querido, cantó ella.
A pesar de que era una canción de anhelo, por el hogar, y todo lo
querido y familiar, consoló a Esteban. Había pasado un poco más de tres
semanas desde que había visto a MaMaLu por última vez, pero siempre y
cuando la pudiera oír cantar, sabía que ella estaba bien.
Esteban continuó trabajando para el Hombre Cantina. Empezó a
aprender el oficio. Las bolsas de hojas verdes se vendían por menos que los
claros cristales que se parecían a trozos de vidrio. Tomó entregas que se
volvieron progresivamente más peligrosas. Hubo momentos cuando se
encontró cara a cara con el borde de un cuchillo reluciente, veces en que
tuvo que correr por su vida. El Hombre Cantina no estaba contento cuando
perdía el producto, y requisaba la paga de Esteban. A veces, Esteban debía
más de lo que ganaba, y se encontró enredado en una red de la que no podía
escapar. Las semanas se volvieron meses, pero el pensamiento de ver a
MaMaLu lo mantuvo en su camino. Ahorrar trescientos cincuenta pesos
tomaron mucho más tiempo de lo que había pensado, pero un día Esteban
tuvo suficiente. Casi. Necesitaba hacer sólo una entrega más.
Cuando regresó esa noche, Esteban estaba en éxtasis. Mañana iba a
llegar a ver a MaMaLu. Su corazón se disparó mientras soltaba el ladrillo
suelto del patio trasero dónde había estado escondiendo su botín, pero no
había nada allí.
Todo su dinero había desaparecido.
Los dedos de Esteban rasparon el áspero espacio vacío.
—Esteban, ven y únete a mí. —dijo Fernando desde la puerta,
agitando una botella vacía de Tequila.
Esteban apretó los puños para no reaccionar. Sabía que era inútil
acusar a Fernando de robar su dinero; sabía que era inútil enfrentarse a él.
Su tío no recordaba nada, no se preocupaba por nada excepto de su próxima
ronda de bebida.
Esteban se metió el dinero que había hecho esa noche en el bolsillo.
Sus ojos ardían con lágrimas que se negaba a derramar. Estaba de vuelta a
donde había empezado. Quería golpear algo, patear a alguien, agarrar a
Fernando por el cuello y estrangularlo hasta que sus vidriosos ojos se le
salieran. Los pisaría y estos se sentirían como suaves uvas húmedas.
Fernando hizo un gesto de entrar y se estrelló en el sofá. La botella
vacía de Tequila rodó de sus manos. Esteban pasó por su lado y se fue a su
habitación.
Tenía que encontrar algún modo de ganar más dinero. Hablaría con
el Hombre Cantina, la próxima vez que estuviera en la ciudad. Antes de ir a
dormir, Esteban sacó el dinero de su bolsillo y se lo ató alrededor de su
pecho. Si Fernando quería su dinero, tendría que venir y conseguirlo.

Esteban tomó más tareas para el Hombre Cantina. Se informó sobre


lo que veía fuera de la prisión, describió a los guardias y los presos que
entraban y salían de la instalación, las veces que veía vehículos blindados
hacer sus rondas, y cuando los guardias de las torres eran cambiados.
Describió a los oficiales que visitaban y las matrículas de los autos que
conducían. Esteban no lo sabía, pero ahora era parte de los halcones-
falcons, el más bajo nivel de los miembros del cartel, funcionaba como ojos
y oídos de toda la organización. Todo lo que Esteban sabía era que su libro
de registro le ganó más dinero, y más dinero significaba que iba a ver a
MaMaLu antes. Por la noche, continuaba haciendo cualquier trabajo que el
Hombre Cantina tenía para él.
—¿Sabes en lo que te estás metiendo, chico? —le preguntó Juan
Pablo, el camarero de La Sombra, a Esteban una noche.
Esteban estaba sentado en las escaleras. Juan Pablo estaba fumando
Marlboro Rojo. Él y Camila se habían encariñado con Esteban. Él era un
buen chico, envuelto en un mal negocio.
—¿Sabes por qué nadie trae su familia o sus novias o hijos a la
cantina? —preguntó Juan Pablo. Dejó que su delantal cayera por un lado y
Esteban vio una pistola enfundada en su cintura—. El hombre para quien
trabajas le pertenece La Sombra. No me paga para servir comida. Me paga
para protegerlo. Es un lugar de negocios. Reuniones, tratos. ¿Entiendes?
Esteban asintió. A pesar de que había desarrollado un vínculo con
Juan Pablo y Camila, había sospechado mucho. Pero estaba casi allí. No
podía parar ahora.
—Todo el mundo tiene una razón. —Juan Pablo movió su cigarrillo.
Una razón para involucrarse, ensuciarse las manos—. ¿Cuál es la tuya?
—Mi madre. Ella está en la cárcel, pero es inocente.
—Por aquí, todo el mundo es culpable hasta que se demuestre lo
contrario. Vas a la cárcel y esperas por un juicio. Y si alguien ha engrasado
algunas palmas para mantenerte allí, un novio celoso, un socio de negocios,
puede tomarte para siempre. No puedes confiar en nadie, Esteban. No la
policía o los jueces o los guardias. Todos quieren un pedazo del pastel.
No te hagas ilusiones, le estaba aconsejando Juan Pablo.
Esteban apartó su cabello de su frente. La esperanza era lo único que
le hacía seguir, y si el dinero iba a abrir la puerta de la celda de MaMaLu,
haría un montón de él.

Había otro hombre en La Sombra, sentado a una mesa con el Hombre


Cantina. Estaban hablando en voz baja. Bueno, el hombre estaba hablando.
El Hombre Cantina estaba escuchando. Esteban bordeó la parte delantera
y entró en la cocina. Algo había hervido sobre la estufa, y la olla estaba
carbonizada ahora.
Esteban apagó el quemador y caminó hacia la ventana de servicio a
través de la cual Camila pasaba los platos a Juan Pablo. Se sirvió algunos
chips de maíz mientras esperaba a que el visitante se fuera. El Hombre
Cantina tenía un montón de reuniones cuando estaba en la ciudad, gente
diferente, momentos diferentes.
Esteban asomó la cabeza por la ventana, con la esperanza de atrapar
a Juan Pablo o a Camila. No los vio, pero alguien había salpicado kétchup
por todas las paredes y mesas. Esteban siguió el rastro y se congeló. No
kétchup. Sangre.
Camila estaba tumbada en el suelo, al lado de Juan Pablo. Ambos
habían recibido un disparo en la cabeza. El rostro de Juan Pablo estaba
retorcido. Aún tenía los ojos abiertos. Su arma estaba medio salida, dejada
a su lado.
El extraño que Esteban había visto más temprano tenía una pistola
apuntando directamente al Hombre Cantina. Él estaba descansando sobre
la mesa, por lo que parecía como si los dos hombres estuvieran cenando,
pero su dedo estaba en el gatillo. Los nudillos del Hombre Cantina estaban
blancos mientras apretaba su bastón.
Esteban sabía que debía retroceder, volver sobre sus pasos y correr
como el infierno. Sabía que no debía meterse en la zona del comedor, coger
la pistola de Juan Pablo, y limpiar la sangre de modo que esta no resbalara
de sus dedos. Sabía que no debía apuntar el arma hacia la parte posterior
de la cabeza del hombre y tratar de evitar que sus manos temblaran
mientras apuntaba.
Esteban sabía todo eso, pero lo único que podía ver era al extraño
poniendo una bala en Juan Pablo y Camila. Vio al hombre volver la misma
arma hacia el Hombre Cantina. Vio la bala cortar al hombre Cantina,
escupiendo sangre y muerte sobre la única oportunidad de Esteban de ver
a MaMaLu. Esteban vio quince pesos a punto de ser salpicados por las
paredes. Vio al guardia de la prisión pidiéndole el almuerzo. Se vio sentado
a la sombra de la prisión, día y noche, siempre corto, siempre cerca,
comiendo jodidos cacahuetes como un jodido idiota.
Él apretó el gatillo. El retroceso lo lanzó estrellándose en una de las
mesas.
Esteban no estaba seguro de si había dado al hombre, que seguía
sentado en la silla. Entonces se volcó hacia un lado y cayó al suelo. Un
chorro de sangre brotó de la parte posterior de su cabeza.
El Hombre Cantina y Esteban se miraron el uno al otro.
Santo cielo.
Esteban soltó la pistola como si hubiera quemado su mano. Sus oídos
estaban zumbando del profundo boom del disparo.
El Hombre Cantina se acercó a él y le besó ambas mejillas.
—Sólo quería ver a mi madre. —Esteban estaba temblando. No podía
creer que acabara de matar un hombre—. Sólo quería ver a mi madre.
El Hombre Cantina recogió el arma y la limpió. Luego la puso de vuelta
en la mano de Juan Pablo.
—Te llevaré a tu madre —dijo.
Hizo un par de llamadas. Unos minutos más tarde, un auto oscuro se
detuvo junto la acera.
—¿Dónde está tu madre, muchacho? —preguntó el Hombre Cantina.
Hizo entrar a Esteban en el asiento trasero.
—Valdemoros. Pero no dejarán a nadie entrar en este momento.
Una patrulla policial se paró en seco fuera de la cantina. Dos agentes
uniformados bajaron.
El Hombre Cantina bajó la ventanilla.
—Cuídalo.
A medida que el auto arrancaba, Esteban vio al policía bordear el
asiento de atrás con bolsas de basura y tirar tres cadáveres en el auto.
—Juan Pablo… Camila… —La voz de Esteban ya no sonaba como la
suya. Se sintió como si su cuerpo y alma hubieran sido arrebatados. Sus
amigos estaban muertos y acababa de matar a un hombre.
El hombre Cantina no dijo nada. Golpeó la partición de cristal entre
él y el conductor con el bastón.
—Valdemoros. ¡Vámonos!
Valdemoros era incluso más imponente de noche. Sin el ruido ni la
actividad de los vendedores y los visitantes, era como un enorme barco
fantasma varado en medio de la nada. Los focos estaban puestos en todo el
perímetro y alguien de la torre dirigió una hacia el auto del Hombre Cantina.
El conductor se bajó y llamó a uno de los guardias.
—¡Concha!
Ella caminó hacia el auto y saludó al Hombre Cantina.
—Acompaña a este joven hombre dentro. Está aquí para ver a su
madre —dijo.
—Sí, señor. Por favor, ven conmigo. —Ella golpeó su porra contra la
pesada puerta de metal. Esta se abrió con un atronador sonido.
Y justo así, Esteban estaba dentro. Sin esperar en la cola, sin dinero
para el almuerzo, sin perder el tiempo.
—¿Cómo se llama tu madre?
—María Luisa Álvarez. —El corazón de Esteban estaba corriendo.
Deseó tener un peine. Quería lucir bien para MaMaLu—. ¿Está limpia mi
camisa? —le preguntó a la guardia.
¿Puedes ver algo de sangre? Por favor no dejes que haya nada de
sangre. No quiero avergonzar a mi madre con la sangre del hombre que acabo
de matar.
—¡María Luisa Álvarez! —Concha gritó mientras salían del corto túnel
y entraban en un enorme complejo al aire libre. Varias habitaciones
rodeaban el patio de la prisión: residencias, talleres y celdas de la prisión.
Casi nadie estaba encerrado en las jaulas. Las mujeres y los niños
pequeños, vestidos en ropa de calle en mal estado, se asomaban de sus
dormitorios.
Concha lo consultó con una mujer en un uniforme militar oscuro. Ella
desapareció en una oficina y empezó a rebuscar en los armarios.
—¿Estás buscando a María Luisa Álvarez? —preguntó uno de los
prisioneros.
—Sí —dijo Concha.
El prisionero tomó una larga mirada a Esteban antes de llamarles
dentro de su dormitorio.
Las mujeres habían construido sus propias pequeñas habitaciones en
el espacio gigante, usando marcos de palo unidos a mantas. Algunas tenían
literas estrechas, algunas tenían equipo de cocina y estantes para la ropa,
pero todas estaban hacinadas sobre el suelo de cemento en bruto como
piezas de un rompecabezas. Los bebés amamantaban en los pechos de sus
madres, mientras que otros dormían sobre colchones improvisados. El aire
era rancio con el olor de la reclusión y el aceite del cabello y orina y sudor.
—María Luisa Álvarez. —La señora se acercó a su espacio y le entregó
a Esteban una caja de metal oxidado. Era verde, con un círculo rojo en el
medio que decía “Lucky Strike” y debajo, en letras doradas: “cigarrillos”.
—No —dijo Esteban—. Estoy buscando a mi madre.
—Si. —La prisionera empujó la caja de nuevo en sus manos—. Tu
madre.
Esteban abrió la caja. En ella estaban los pendientes que MaMaLu
había estado usando, una pinza para el cabello y un recorte de periódico.
Esteban estaba a punto de cerrarla cuando alcanzó a ver el título. Extendió
el papel arrugado y se acercó a la linterna para poder leer.

“NIÑERA LOCAL ACUSADA DE ROBAR HERENCIA FAMILIAR.”

Esteban escaneó las palabras debajo. Estaban llenos de mentiras


atroces y horribles acerca de cómo MaMaLu había robado el collar de Skye
y la forma en que había sido encontrado en su habitación. En una
declaración hecha a la policía, cuando el collar regresó a él, Warren
Sedgewick había expresado su conmoción e incredulidad:
—María Luisa Álvarez era una empleada de confianza y una amiga de
mi esposa. Este collar pertenecía a Adriana y significa mucho para mi hija.
Me resulta difícil creer que la niñera de Skye sería capaz de cometer tal crimen
contra nuestra familia.
Todo cayó en su lugar para Esteban. La noche que había visto a Victor
salir de su habitación, fue la noche en que Victor había plantado el collar.
Los policías que se habían abalanzaron para llevarse a MaMaLu estuvieron
todos involucrados. Esteban había sido ingenuo, pero ahora entendía cómo
funcionaba.
Nada... permanente, Warren le había dicho a Victor.
Victor había incriminado a MaMaLu por un crimen que no cometió, y
Warren se había asegurado que permanecería encerrada con su declaración
falsa. Esteban se sentía como un idiota, corriendo a la Casa Paloma,
esperando que Warren le ayudara. Victor había seguido órdenes, pero era
Warren Sedgewick quien las había emitido.
Él tenía la culpa de esto. Él y el hombre al que llamaban El Charro.
Habían hecho esto para protegerse a sí mismos, porque MaMaLu los había
visto, podía conectarlos y a todos los demás miembros del cartel que se
habían reunido en la Casa Paloma esa tarde.
Encárgate de ellos, Warren había dicho, porque no quería ensuciarse
las manos; nunca quiso ensuciarse las manos. Se había ido a toda prisa, en
caso que lo alcanzara, en caso que MaMaLu hablara, en caso que El Charro
cambiara de opinión acerca de dejarlo salir del país.
Los dos habían abandonado MaMaLu para pudrirse en la cárcel.
—¿Dónde está? —Esteban se volvió hacia la guardia—. ¿Dónde está
mi madre?
—Concha. —La guardia que había estado mirando archivos en la
oficina se paró en la puerta y le tendió una hoja de papel.
Concha se acercó a ella y lo examinó.
—Lo siento. —Miró a Esteban—. María Luisa Álvarez está muerta.
Era tan ridículo, Esteban se rió.
—¿Qué? ¿Estás loca? La oí cantar el otro día.
Comenzó a buscarla, arrojando a un lado las cortinas improvisadas y
divisiones de cartón.
—¡MaMaLu! —Caminó de dormitorio en dormitorio, dejando un rastro
de los sorprendidos bebés lamentándose—. Canta, MaMaLu. Canta para tu
Estebandido, así puedo encontrarte.
Concha y la otra guardia lo sacaron al patio.
—¡Detente! Tu madre contrajo tuberculosis y murió por
complicaciones relacionadas con ella. —Levantaron el papel hacia él—.
Notificamos a sus familiares, su hermano Fernando, pero no vino nadie. Fue
enterrada con los otros prisioneros no reclamados. Este es número de
prisionero y de parcela.
Esteban quería cerrar sus bocas. Cada palabra que decían lo hacía
peor. Quería cerrar sus ojos y sus oídos. Quería volver, tomar el arma de
Juan Pablo, y apuntarla a su propia cabeza.
—No. No. No.
Seguía repitiendo.
Odiaba la forma en que las mujeres lo miraban desde sus dormitorios,
algunas con lastima, algunas con irritación por ser molestadas, pero la
mayoría con miradas en blanco y vacías. Lo habían visto infinidad de veces.
Los presos tenían que comprar sus camas, sus ropas, sus privilegios. Si no
podían pagar por el médico, nadie venía a verte. Y aquí, encerradas en
espacios reducidos, lo habían visto todo: SIDA, gripe, sarampión,
tuberculosis. Era un caldo de cultivo para todo tipo de insectos y
enfermedades, que, si no se trataba, resultaban fatales.
Concha recogió la caja que Esteban había dejado caer y se la dio. La
pequeña lata oxidada era todo lo que quedaba de su madre. MaMaLu no
fumaba, pero probablemente era lo único que había logrado conseguir en
este agujero del infierno. Se preguntó cómo alguien que ocupaba tanto
espacio en su corazón podría reducirse a un trozo de metal rojo y verde que
olía a tabaco.
—Mi madre está muerta —dijo en voz baja, mientras la sopesaba en
su mano—. ¡Mi madre está muerta! —gritó, anunciándolo a toda la prisión.
Su voz rebotó en las sombrías paredes grises que rodeaban el compuesto.
A nadie le importaba. Nadie le había dicho. Nadie había preguntado
qué tipo de funeral le hubiera gustado a ella. ¿Sabían poner flores en su
cabello? ¿Sabían su color favorito? Esteban esperaba que la hubieran
enterrado en un vestido naranja, el color de las mandarinas. MaMaLu era
justo así, llena de ralladura y oro y sol y mordida.
Levantó sus pendientes. Siempre llevaba el mismo par: dos palomas
unidas por el pico para formar un círculo de plata. Esteban no quería nada
más que escuchar el tintineo de las pequeñas piedras turquesa que colgaban
de los aros mientras ella lo perseguía. Necesitaba eso porque había sido
malo. Muy, muy malo.
Agarra tu escoba, MaMaLu. Te prometo que hoy no voy a correr. Lo
siento, no llegué a ti a tiempo. Lo intenté. Lo intenté mucho. Hice cosas malas.
Maté a un hombre. Tienes que venir por mí, MaMaLu. Ven por mí, porque sólo
tú puedes salvarme. Sólo tú puedes hacer que mejore.
Pero los pendientes de MaMaLu colgaban flojamente en las manos de
Esteban. Ella no iba a venir a salvarlo o a castigarlo o a amarlo o a cantarle.
Esteban esperó a las lágrimas. No le importaba si los guardias que
resguardaban las torres o las mujeres o los niños lo veían. Quería liberar el
mar de dolor que lo inundaba, pero las lágrimas no vendrían. Todo lo que
Esteban sentía era rabia. Quería embestir sus puños contra las altas
paredes de hormigón, hasta que fueran grandes rocas grises, derrumbadas
y enterradas de nuevo. Toda la impotencia y las injusticias y la traición
convirtieron a su corazón en una piedra fría y dura. Esteban no lloró cuando
se hundió hasta el fondo de su alma como un ancla abandonada; no lloró
mientras seguía a Concha a través del túnel, de vuelta al auto del Hombre
Cantina.
—¿Viste a tu madre? —preguntó él.
—Mi madre está muerta. —La voz de Esteban fue tan fuerte y corroída
como la cajetilla metálica de cigarrillos que sostenía.
—Lo siento. —Hizo una pausa el Hombre Cantina—. ¿Tienes familia?
Esteban pensó en el padre que lo había abandonado. Pensó en una
botella vacía de Tequila, rodando de la mano de su tío. Pensó en la amiga
que lo había dejado en una nube de polvo. Pensó en los animales de papel
aplastados y los trescientos cincuenta pesos y en Juan Pablo, y Camila y en
las cáscaras de mandarina descomponiéndose en el suelo.
—No tengo a nadie —dijo.
El Hombre Cantina permaneció en silencio durante un rato.
—Salvaste mi vida el día de hoy. Cuidaré de ti. A partir de ahora, no
eres Esteban. Eres Damian, el domador, el asesino.
Dah-me-Yahn. A Esteban le gustó la forma en que sonaba, similar a
alguien que no le importa un carajo. Todo lo que le importaba ahora era
llevar a Warren Sedgewick y a El Charro a la justicia, el tipo de justicia de
la que no serían capaces de comprar su salida, el tipo de justicia que a
MaMaLu le había sido negada.
Damian iba a hacerles pagar por lo que habían hecho a su madre.
El conductor del Hombre Cantina le dio a Concha un fajo de billetes.
Las otras guardias observaban, ávidas de una parte.
—¿Hacia dónde, El Charro? —preguntó el conductor, cuando regreso
dentro del auto.
El Charro.
El nombre sobresaltó el duro corazón de Damián. Miró del conductor
hacia el Hombre Cantina y de regreso, mientras la comprensión lo golpeó.
El Hombre Cantina era el jodido Charro.
Damian había salvado la vida del hombre responsable de la muerte de
su madre, uno de los dos hombres contra los que acababa de jurar vengarse.
—A casa, Héctor —dijo El Charro—. Vamos a llevar a Damian a casa.
16
Traducido por Lalaemk
Corregido por VckyFer

“Casa” resultó ser la ciudad la ciudad de Caboras, un viaje de tres


horas de Paza de Mar. Aunque El Charro tenía muchas bases, él vivía detrás
de las paredes cerradas en las colinas que rodean Caboras, e incluso aunque
Damian había salvado su vida, no iba a invitar al chico a su propia casa. El
Charro no había llegado a la cima por ser sentimental.
—Mantén tu boca cerrada y mantente abajo hasta que te llame —dijo,
cuando estaban estacionados fuera de un edificio rosa de tres pisos en un
barrio de clase media en la ciudad. Parecía bastante inocuo, pero era una
de las casas más segura que el cartel tenía en la ciudad.
Damian entendió. No sería bueno anunciar el hecho de que un niño
de doce años había salvado al Charro. La reputación tenía que ser
mantenida, el machismo intacto, y Damian estaba feliz de seguir la
corriente, a esperar la oportunidad perfecta de presentarse a sí mismo.
Héctor, el conductor, lo dejó en un apartamento del segundo piso. El
olor a marihuana era pesado en el aire. Una docena de hombres jóvenes
descansaban en los sofás, mirando TV.
—Su nuevo compadre, todos. —Hector lo introdujo al grupo.
Ellos parecían más interesados en lo que estaban viendo. Los nuevos
reclutas estaban en la parte más baja de la organización, desechables
apenas dignos de reconocimiento.
Héctor le dio a Damian un tour rápido y lo instaló en un cuarto, donde
otros tres ya estaban durmiendo en colchones, alineados en una fila.
—Descansa un poco. El entrenamiento comienza mañana —dijo,
antes de irse.
Damian se recostó en la oscuridad y escuchó el zumbido de la
televisión. Deslizó la caja de MaMaLu bajo su almohada y acarició los bordes
degastados. No era descanso lo que Damian ansiaba. Era algo más, más
oscuro. Damian iba a entrar duro. Iba a aprender todo lo que El Charro
pudiera enseñarle, y luego iba a usar ese conocimiento para destruirlo.
No pasó mucho antes de que El Charro convocara a Damian. Las
noticias del atentado contra su vida habían esparcido rumores y El Charro
estaba planeando enviarle un mensaje a sus enemigos.
—Vas a acompañar a este chico a la iglesia —dijo El Charro, mientras
manejaban a través de la expansión urbana de concreto y cristal que era
Caboras.
Damian observó al chico sentado entre él y El Charro. Se veía entre
nueve y diez y estaba mirando fijamente hacia enfrente con la mirada vacía.
Sus manos estaban apretadas fuertemente alrededor de una bolsa de lona,
como si llevara un frágil bebé.
—Sabes que hacer. —El Charro se volvió hacia él cuando se
detuvieron fuera de la iglesia. Habían manejado alrededor de cuatro horas
para llegar ahí.
El chico miró fuera de la ventana, a las altas torres que enmarcaban
la entrada y asintió.
—Damian, espera por él en la puerta —dijo El Charro.
Damian salió y siguió al chico con grandes pasos a la iglesia. Sólo fue
cuando se encontraba en la entrada que se dio cuenta del rastro de sangre
goteando de la bolsa de lona que llevaba el chico. Se detuvo en la puerta,
como había sido instruido.
La gente estaba reunida dentro por un funeral. Había una fotografía
enmarcada de un hombre de mediana edad en el frente, apoyado junto al
ataúd.
“En el amoroso recuerdo de Alfredo Ruben Zamora”, decía.
Su viuda e hijos estaban sollozando en la primera fila. Un sacerdote
hablando a la congregación. Todos hicieron una pausa cuando el chico
entró. Abrió la bolsa de lona y envió algo rodando por el pasillo.
Fue unos segundos antes de que comenzaran los gritos, unos pocos
segundos antes de que Damian se diera cuenta de que era la cabeza cortada
del hombre por el que se estaba dando el funeral.
—Por mis padres —dijo el chico, antes de voltear.
Damian alcanzó a ver que era una sangrienta “C” tallada en la frente
del hombre muerto.
—¡El Charro! —escuchó a alguien decir mientras seguía al chico
afuera.
Subieron al auto, y el chico se limpió su manchadas, rojas manos en
su camiseta. Nadie dijo nada en el trayecto de vuelta.
—Damian, —dijo El Charro, cuando regresaron a la casa de
seguridad—. Llévalo dentro. Estará trabajando para mí.
—¿Cuál es su nombre? —preguntó Damian mientras el chico abría la
puerta y salía.
—Rafael. Él es el hijo de Juan Pablo y Camila.
—No sabía que tuvieran un hijo.
—Lo mantenían alejado de la cantina.
Por mis padres, había dicho Rafael.
Damian asintió. Así que el funeral era para…
—Alguien de los Zetas, un cartel rival, el hombre que le disparó a los
padres de Rafael, el hombre que intentó asesinarme.
El hombre al que maté en su lugar, pensó Damian.
El Charro había arrojado el cadáver decapitado de Ruben Zamora
fuera de su hogar, y su cabeza entregada durante el funeral. En un
movimiento, El Charro había llevado a Rafael al mundo del crimen y
violencia, y se aseguraba que Damian fuera testigo del funeral del hombre
al que había asesinado, que reconociera la consecuencia de sus actos. No
había vuelta atrás para estos dos chicos ahora. Eran como arañas atrapadas
en la telaraña del Charro.
—¿Ves esto? —El Charro destapó la punta de oro de su bastón. El
fondo era una cuchilla retráctil en forma de letra “C”—. Así es como me
gusta enviar un mensaje. Métete conmigo y tu cuerpo asesinado mostrará
mi marca, la marca del Charro, el jinete. No siempre fui el capo, sabes.
Comencé como un ranchero a caballo. Tildaba animales entonces, ahora los
marco. —Enroscó la punta nuevamente—. Mañana atenderemos otra
iglesia, otro funeral.

Juan Pablo y Camila fueron enterrados como héroes, rodeados de


flores y velas, largas líneas de gente con buenos deseos que besaba a Rafael
en las mejillas después de la ceremonia. Por lo que ellos sabían, Juan Pablo
había salvado la vida del Charro y recibido una bala en el proceso. Camila
había muerto a su lado.
Damian y Rafael estaban de pie junto a los ataúdes cuando los últimos
pasos hicieron eco en la iglesia.
—Sé que fuiste tú —dijo Rafael. Era la primera vez que Damian lo
escuchaba hablar.
—¿Qué quieres decir?
—Vi al hombre que le disparó a mis padres. Estaba en el baño, pero
estaba muy asustado para salir, sólo me quedé ahí. No me pude mover. No
pude hacer nada. —Rafael miró a sus zapatos. Estaba usando un abrigo
aunque hacía calor adentro, porque no había sido capaz de quitar la sangre
de su camiseta.
—Oye. —Damian tomó su mano. Estaba fría y húmeda—. Hiciste algo
bueno. No tienes nada de qué avergonzarte. También te habría disparado a
ti.
—Quiero ser como tú —dijo Rafael—. ¿Me enseñarás cómo ser valiente
y dispararle a los chicos malos?
Damian pensó en el hombre que había asesinado, la familia que había
dejado en duelo. Debió haberle disparado al Charro en su lugar. Se preguntó
qué habría hecho si Juan Pablo hubiera intervenido, si Juan Pablo no
hubiera sido su amigo.
—Todo está jodido, Rafael. No hay chicos buenos o malos. Todo
mundo tiene una razón.
Juan Pablo le había dicho esto a él, en los escalones de La Sombra.
Todo mundo tiene una razón. Damian no tenía idea de que estaría de pie
junto a su ataúd semanas después, repitiendo las mismas palabras a su
hijo.
17
Traducido por Roxywonderland y âmenoire
Corregido por VckyFer

Damian y Rafael eran jóvenes, pero no eran tan jóvenes como algunos
de los otros chicos que el cartel utilizaba para servir a sus propósitos, chicos
que contrabandeaban heroína y cocaína a través de la frontera, quienes
servían como diversiones desechables o mensajeros discretos. Algunos de
ellos lo hacían voluntariamente, seducidos por el atractivo del dinero y
poder. Otras fueron forzadas a ello. Sus padres habían sido asesinados o
raptados, o eran indigentes y desesperados. Se dieron a cada uno apodos
que les daban sentido de pertenencia, de ser fuertes e invencibles en un
gran y malvado mundo: El Flaco Luis, Teflon Marco, Eddie el Codero, Dos
Cicatrices.
La primera vez que llamaron a Damian “Damian Un Ojo”, porque
dormía con un ojo abierto, les dio una mirada tan helada que retrocedieron.
Damian era fiero, un lobo solitario que nadie se atrevía a cruzarse o
molestar. No hubo tiempo inactivo para Damian. Mientras el resto de ellos
cantaba a ritmo oomph-oomph junto a las jactanciosas letras de la música
de narcos, Damian alineaba latas de refresco y practicaba tiros con una
honda. Si el comandante les hacía hacer una docena de lagartijas en el
campo de entrenamiento, Damian volvía a casa y hacía tres docenas más.
El único que no estaba temeroso de la oscura e implacable intensidad
de Damian era Rafael. Seguía a Damian por los alrededores, feliz con mirar,
aceptando los silencios. No le pregunto a Damian por la caja de cigarrillos
que Damian sostenía cada noche, o el recorte del periódico que sacaba para
leer cuando pensaba que nadie estaba mirando.
Cada día, nuevos reclutas llegaban. Las chicas y mujeres eran
llevadas a la tercera planta, los duros y curtidos hombres ocupaban el piso
a nivel del suelo, y el segundo piso estaba asignado a los chicos y hombres
jóvenes. Cada día, alguien se iba y nunca regresaba. Aquellos que habían
sido personalmente reclutados por El Charro tenían una cosa en común.
Todos habían sido jodidos por alguien: familia, amigos, sus jefes, sus novios,
la sociedad o alguien más poderoso que ellos.
Carecían de oportunidad. Estaban enojados y sin educación, con
ninguna posibilidad de trabajo o un futuro. Eran aquellos quienes estaban
más enfadados con todo el mundo.
Sin importar cómo llegaron allí, todos tenían un rol que cumplir.
Damian, Rafael, y algunos de los otros chicos estaban entrenando para ser
sicarios, asesinos a sueldo. Sicarios eran los soldados rasos del cartel,
responsables de llevar a cabo asesinatos, secuestros, tretas, extorciones y
defender el territorio de grupos rivales y la milicia mexicana.
Caboras era el terreno perfecto para el campo de entrenamiento
temporal que el cartel había erguido en los dominios inundados de
corrientes de polvo, esparcidos entre extensión urbano de concreto y metal.
Aquí, jóvenes hombres y mujeres practicaban en campos de tiro al aire libre
y duros entrenamiento de combate, allí luego eran abandonados o usados
intermitentemente. Unos pocos destacados, quienes mostraban talento y
tenían una mano estable, progresaban a instalaciones especiales donde
aprendían como trabajar con explosivos. Damian encajaba en el criterio
perfectamente. Años de doblar papeles en arrugas más pronunciadas, y la
compleja creación de formas y formas, lo hicieron adecuado para hacer y
desactivar bombas. Aprendió la diferencia entre C-4 y TNT, y pólvora y
fuegos artificiales; aprendió sobre radios de explosión y placas de circuitos;
y temporizadores y gatillos.
Damian había llevado algunas de las preguntas a casa con él. Estaba
batallando con los cálculos cuando Rafael lo encontró.
—Estaré de regreso enseguida —dijo Damian.
Cuando volvió con la calculadora, Rafael había llenado todos los
números. Damian los comprobó.
—¿Cómo diablos hiciste eso? —preguntó. Cada uno de ellos estaba
correcto.
—En mi cabeza.
Damian lo miro incrédulamente.
—Me gustan las matemáticas —respondió Rafael—. Me mantenían
ocupado cuando mis padres estaban en la cantina.
—¿Qué hay de esta otra? —Damian apuntó a otra pregunta.
Rafael sonrió. Estaba feliz que había algo que podía hacer para
impresionar a Damian. Los dos chicos unieron sus cabezas y trabajaron a
través del resto de los cálculos.

Los reclutas comenzaron a recibir tareas de la vida real para


completar: seguir a un informante, robar un auto, robar una tienda. Cada
vez que lo lograban, eran recompensados con dinero, drogas, alcohol, ropas
y armas. Aquellos que fueron capturados fueron arrastrados a prisión, se
volvieron víctimas de la justicia ciudadana, o terminaban sangrando en los
desagües. Si conseguían regresar, eran avergonzados.
Damian sabía que la verdadera prueba vendría cuando fueran
convocados al rancho del Charro, en una desolada locación cerca de las
montañas. Allí era cuando los hombres eran separados de los chicos, donde
El Charro te incluía dentro de su círculo privado o te liberaba. Mientras
todos lo llevaban como si no hubiera un mañana, Damian se preparaba para
ese día. Tenía que entrar en el círculo privado, destruir al Charro y luego
salir. En sus días libres, Damian desaparecía. Compro una panga y una red
de pescar, y pasaba horas en el agua; aprendió cómo atar nudos y cómo leer
el cielo y las aguas. Damian amaba la soledad del océano. Era vasto, sin
termino y despiadado, como el agujero donde su corazón solía latir. Algunas
veces cuando cerraba sus ojos y se recostaba en su pequeña canoa, podía
oír el sonido de la voz de MaMaLu en el viento y las olas.
Un día, cuando Damian volvía de su viaje, encontró a Rafael
encorvado en una esquina. Damian sintió su sangre hervir a la vista de su
golpeado y moreteado cuerpo. Rafael no era como los otros chicos. El
recuerdo de la muerte de sus padres aún lo aterrorizaba. He instalo en él
un profundo miedo por las armas de fuego. Se espantaba cada vez que oía
un disparo, y se odiaba a sí mismo por ello. Los otros chicos lo molestaban
y ridiculizaban, llamándolo marica y un cobarde.
—¿Quién hizo eso? —Damian le preguntó a Manuel, el pequeño chico
quien se sentaba con Rafael, tratando de hacerlo sentir mejor.
—No importa. —Rafael se negó a dar los nombres de los chicos
quienes lo habían golpeado, pero después de eso, donde sea que Damian
iba, llevaba a Rafael con él.
Si alguien quería llegar a Rafael, tenían que pasar por sobre Damian.
El comandante no estaba feliz cuando descubrió que Damian estaba
llevando a Rafael en sus asignaciones, y acompañando a Rafael en las suyas.
Él era el comandante 19. Dieciocho comandantes habían muerto antes que
él. Dos veces le advirtió a Damian. Cuando Damian persistió, sacó su arma
y lo confrontó. Damian caminó hacía el arma del comandante 19 y colocó
su frente contra el cañón.
—Adelante —dijo—. Haz mi día.
Todos se detuvieron a presenciar el enfrentamiento. Todos sabían que
el comandante siempre ganaba. Si no escuchas, no vives. Retuvieron sus
respiraciones.
—Harry El Sucio —dijo el comandante 19—. El cabrón cito a Harry El
Sucio —comenzó a reír y mirar alrededor—. ¿Me están jodiendo? —dijo, pero
nadie respondió—. ¿Mi película gringa favorita y este perdedor es el único
que la ha visto?
Los despachó a todos y sometió a Damian a ejercicios adicionales
hasta que salió el sol. Después de eso, todos dejaron a Damian y Rafael
tranquilos. Damian sospechaba que El Charro tenía algo que ver con ello.
Ya sea que tenía una debilidad por Damian o lo estaba preparando para algo
más grande.
La llamada al rancho del Charro llego un año más tarde. Para
entonces, solo un puñado de los reclutas originales quedaba. El comandante
19 los puso a todos en una camioneta de reparto y los condujo a las
montañas al amanecer. Damian sabía que no era solo un rancho, también
era un lugar de ejecución donde El Charro disponía de sus enemigos.
Los chicos fueron acorralados en una sofocante habitación caliente
con paredes desnudas y un piso de cemento. El olor era nauseabundo. Una
docena de hombres y mujeres estaban siendo mantenidos cautivos:
miembros de bandas rivales, informantes, desertores, personas que le
habían robado al cártel o le debían dinero y no pudieron devolverlo. Algunos
habían sido secuestrados y eran mantenidos aquí por un rescate. Todos
olían a miedo y sangre y sudor.
—¿Quién va a ser el próximo sicario? —El Charro saludó a los reclutas
que acababan de bajar del camión—. ¿Tú? —Puso su pistola debajo de la
barbilla de un chico y lo obligó a levantarse—. ¿Tú? —Se acercó al
siguiente—. ¿O vas a terminar hoy ahí? —Señaló hacia las bolsas negras de
basura que habían sido colocadas a los pies de cada recluta—. Vamos a ver,
¿de acuerdo?
Puso una hoja brillante en la mano del chico y señaló hacia uno de
los prisioneros.
—Tráeme su oreja, Eduardo.
Eduardo se acercó al hombre, quien estaba atado a una silla. Tenía la
cara picada con quemaduras de cigarrillos que todavía estaban cicatrizando.
—¿Qué estás esperando? —El Charro agitó su pistola.
—¿Cuál quieres? —preguntó Eduardo—. ¿La oreja izquierda o la
derecha?
La risa del Charro se mezcló con los gemidos del hombre.
—Me gustas, Eduardo. —Inspeccionó el prisionero, inclinando la
cabeza hacia un lado y luego hacia el otro—. Tomaré la izquierda.
Eduardo entregó. El Charro levantó la oreja del hombre, mientras sus
gritos llenaban la habitación.
—Y así es como se hace —dijo, desfilando la oreja mutilada ante el
resto de los chicos. Eduardo se sentó junto al comandante 19.
Uno por uno, El Charro puso a prueba a los reclutas. Les dio martillos
para romper rodillas, ácido para quemar piel, baldes y trapos para tortura
con agua. Durante esas dos horas, la pequeña habitación gris en las
montañas aisladas se convirtió en una infernal ceremonia de iniciación. El
Charro robó las almas de todos y cada uno de esos chicos. Era el diablo y
los estaba forjando en fuego y sangre y azufre.
Cuando llegó al chico parado junto a Rafael, le entregó una pistola
cargada.
—Esa. —Se refirió a una mujer que estaba acurrucado en el suelo,
aterrorizada por los gemidos y gritos a su alrededor.
El niño apuntó el arma, pero no fue capaz de disparar. Lo intentó de
nuevo mientras ella se retorcía en el suelo, con las muñecas atadas detrás
de su espalda.
—El Charro… —dijo el niño.
Antes que pudiera decir otra palabra, El Charro le disparó a
quemarropa en el pecho. Él tropezó hacia un lado y cayó sobre la mujer. El
Charro se acercó al cuerpo, quitó la punta de su bastón y estampó una “C”
rojo sangre en él. El comandante 19 arrastró su cuerpo y lo metió en una
bolsa de basura.
—Tú. —El Charro entregó el arma a Rafael. Todavía estaba caliente de
los dedos del otro chico—. Acaba con ella.
Rafael dio un paso adelante.
—Por favor —rogó la mujer.
Rafael levantó el arma y apuntó. Gotas de sudor se formaron en su
frente.
Damian apretó sus puños. Sabía que Rafael estaba reviviendo el
horror de las muertes de Juan Pablo y Camila. Sabía que no había
protección para Rafael contra esto.
—No puedo. —Rafael bajó el arma.
Damian estaba destrozado. Una parte de él quería que Rafael
disparara, para salvar su propia vida, y la otra parte se sintió aliviada. Rafael
se había levantado ante la oscuridad. El Charro no había sido capaz de
corromperlo.
—Damian. —El Charro tomó el arma de Rafael y se la dio a él—.
Dispara al chico—. Agitó su bastón hacia Rafael.
Damian se quedó mortalmente quieto.
—¿No escuchaste lo que dije? Chíngatelo, ¡jódelo!
Damian se dio cuenta que había salido adelante protegiendo a Rafael
durante todo este tiempo, porque El Charro lo había permitido, porque esta
era la prueba que El Charro había dispuesto para él, matar a Rafael, la única
persona de todo el grupo con la que se había vuelto más cercano. El Charro
quería vaciarlo de todas las emociones, todos los enredos. No quería que sus
sicarios se encogieran o dudaran o cuestionaran sus órdenes. Si Damian
hacía esto ahora, si mataba a Rafael, se probaría a sí mismo ante El Charro.
Llegaría lo suficientemente cerca como para vengar a MaMaLu. Y eso era lo
único que había mantenido a Damian yendo tan lejos.
Damian levantó el arma. Las lágrimas corrían por el rostro de Rafael,
pero se mantuvo firme. Sabía que Damian no tenía otra opción. Si no hacía
lo que El Charro ordenó, ambos perderían sus vidas.
—Rafael. —Damian miró hacia el cañón de la pistola—. ¿Cuántos
gramos de cocaína puedo obtener por mil pesos?
Rafael lo miró, confundido.
—Responde a la pregunta —dijo Damian.
Rafael citó un número.
—¿Y cuántos gramos por mil dólares de Estados Unidos?
Una vez más, Rafael respondió.
Damian repitió la pregunta para euros, yenes, rublos, rupias...
Cada vez, Rafael replicó con una cifra.
—¿Es eso correcto? —le preguntó El Charro al comandante 19.
—No lo sé. Déjeme revisar. —El comandante 19 sacó su teléfono y
comenzó a pulsar números. Su mandíbula se abrió—. Todas estuvieron
correctas, El Charro.
—Bueno, ¿quién lo sabría? —dijo El Charro—. El niño no es un
sicario, pero tiene una gran facilidad para los números. Podemos utilizar a
alguien como él. —El Charro bajó la mano de Damián—. Bien hecho,
Damian. Te las arreglaste para salvar a tu amigo e impresionarme. ¡Sicarios!
—Se volvió hacia los chicos que lo habían logrado, su brazo todavía
alrededor de Damian—. Tú también, mi pequeño niño prodigio —le dijo a
Rafael—. ¡Felicitaciones! Este es el comienzo de un nuevo capítulo. Vengan.
Celebremos.
Damian siguió al Charro afuera, las imágenes terribles de bolsas
negras de basura, y partes de cuerpo destrozadas, y paredes llenas de
sangre, grabadas para siempre en su mente.
Sí. Éste es el comienzo de un nuevo capítulo, El Charro. El comienzo de
tu fin, pensó. Porque no me detendré hasta que los hayas destruido tanto a ti
como a Warren Sedgewick.
18
Traducido por âmenoire
Corregido por Nanis

La destrucción del Charro tomó tiempo y una cuidadosa deliberación.


Damian sabía que sólo tendría una oportunidad, así que tenía que hacerla
contar. Incluso si se las arreglaba para matar al Charro, los otros miembros
del cartel vendrían tras él, y Damian no estaba listo para irse sin derrumbar
a Warren Sedgewick. No sólo Damian tenía que planificar su ataque,
también tenía que armar un plan de escape.
Dos cosas trabajaron a favor de Damian. La primera fue que El Charro
lo mantenía limpio. Después que el comandante 19 pereciera en un tiroteo,
Damian lentamente tomó control como el experto en explosivos, demasiado
valioso para desperdiciarlo en las calles. El Charro le consultaba cuando
necesitaba destruir casas de seguridad rivales, pruebas, cuerpos, Damian
tenía la completa confianza del Charro. La segunda cosa por la que Damian
estuvo agradecido fue que El Charro envió a Rafael a una escuela privada
fuera de Caboras. El Charro necesitaba más que músculo para administrar
su organización. Vio el valor de invertir en jóvenes profesionales, al principio
de sus carreras. Damian sabía que Rafael tendría que trabajar para El
Charro, pero tenía la intención de terminar con el capo mucho antes que
fuera el momento de recolectar.
Durante los próximos años, Damian ahorró su dinero, y había una
gran cantidad de él. En el momento en que tenía dieciséis años, se había
mudado a un apartamento frente al mar y cambiado su panga por un yate
de segunda mano. Cuando veía a los pescadores entrado, sus barcos
cargados de la pesca del día, Damian bajaba y compraba pescado y
cangrejos y camarones frescos. Les prestaba dinero para reparar sus
cansados barcos rastreadores y sus redes de pesca. A cambio, lo invitaban
a sus viajes y compartían sus secretos del mar con él. Si notaba las miradas
que sus hijas le daban a Damian cuando lo llevaban a casa para la cena, no
dijeron nada.
Damian no sólo trabajaba con explosivos, era un fusible de
combustión lenta, esperando para detonar. El ambiente de chico malo que
lo rodeaba tanto emocionaba como intimidaba a las chicas. El hecho que
fuera retirado, inalcanzable y desinteresado, sólo estimulaba su deseo por
él. Pero Damian se mantuvo alejado de las relaciones románticas, el rubor
embriagador del primer amor, las manos sudorosas y las palabras
balbuceadas, el dulce y doloroso anhelo por el beso de una amante.
Recordaba su primer beso, la noche de la ceremonia de iniciación, pero no
los labios o el rostro. El Charro había organizado una fiesta en honor de los
nuevos sicarios. Comida y bebida y drogas y mujeres. Damian había sido
introducido en el mundo del sexo, y le convenía mantener su
involucramiento limitado a las mujeres que fueran pagadas para
complacerlo. Las relaciones eran una debilidad que no se permitiría.
Todos los años, Damian dejaba un ramo de girasoles mexicanos sobre
la tumba de MaMaLu. Elegía las flores naranjas más oscuras con los centros
más brillantes. MaMaLu fue enterrada en Paza del Mar, en el cementerio
detrás de la iglesia del Arcángel Miguel, la misma iglesia en la que Damian
había hecho su primera entrega para El Charro, la misma iglesia a la que
había asistido con MaMaLu cuando era niño. Su tumba estaba rodeada por
aquellas de todos los demás presos muertos no reclamados de Valdemoros,
un montón de piedras con una losa llana, grabada con su nombre y su
número de prisionero. No había fecha de la muerte, porque alguien se había
olvidado de apuntarla, y rompía el corazón de Damian que le hubiera sido
robada esa dignidad. Damian no consiguió una nueva piedra para MaMaLu.
Necesitaba ese recordatorio. Cada año, cuando veía esa losa incompleta, el
fuego en él ardía más alto, y necesitaba que ardiera eternamente para que
pudiera poner un cincel y un martillo en los corazones de los dos hombres
que la habían puesto allí, y tallara su retribución. Entonces, y sólo entonces,
le conseguiría a MaMaLu una lápida adecuada.
Una vez cuando Rafael vino a visitar a Damian durante las vacaciones,
condujeron hasta La Sombra, la cantina donde los padres de Rafael habían
trabajado. Todavía era dominio del Charro, una de las muchas bases que
frecuentaba. Una nueva pareja dirigía el lugar. Eran más jóvenes que Juan
Pablo y Camila. El delantal manchado de la mujer se tensaba contra su
vientre de embarazada. Damian y Rafael no pudieron atreverse a comer allí,
así que compraron tacos de pescado de un vendedor ambulante.
—Nunca habría sobrevivido si no fuera por ti —dijo Rafael. Tenía trece
años, pero era alto para su edad—. Salvaste mi vida.
Estaban sentados en el capó del auto, afuera de Casa Paloma.
—Salvaste mi vida, Rafael. —Sabía que Rafael estaba pensando en
una pequeña habitación salpicada con sangre que estaba en las montañas—
. Si estuvieras en mi camino, te habría eliminado. No te equivoques con eso.
Rafael tomó un trago de cerveza y se rió.
—Te gusta pensar que eres todos cojones, sin corazón. Todo pelotas y
nada de corazón. Pero te conozco mejor que eso.
—No sabes una mierda. —Damian se acercó a las altas puertas de
hierro forjado en la finca, ahora sin vida.
Casa Paloma era un desorden. Altas malezas espinosas habían
tomado el control del jardín. Todas las ventanas estaban rotas, y el candado
que Victor había encadenado a la puerta principal estaba lleno de óxido. A
Damian le gustaba eso. Se sentía justo como sus recuerdos del lugar,
encadenados y muertos y abandonados.
Aléjate.
Este era el lugar donde MaMaLu había sido víctima de la política, de
la riqueza y el poder, de hombres codiciosos con un sentido de derecho que
los dejaba sin remordimiento por las vidas que destruían.
—Un día voy a ser dueño de este lugar —dijo Damian, cuando
regresaron al interior del auto.
Un día, iba a derribar a Warren con las mismas armas que había
utilizado contra MaMaLu: el dinero y la crueldad. Un día, iba a robarle a
Warren, todo lo que era preciado para él.
—¿Eso es antes o después de destruir al Charro? —preguntó Rafael,
rodando sus ojos. Deseaba que Damian renunciara a su búsqueda. El
Charro era invencible y no quería que su amigo fuera lastimado.
Damian dudaba que El Charro se acordara de la niñera que había
venido persiguiendo a una pequeña niña y se había topado con una reunión
de cuervos negros. No. El Charro era el eliminador de la carroña. Un cuerpo
muerto no era diferente de los otros. Damian no iba a desperdiciar tiempo
tratando de hacerle recordar. El Charro no merecía explicaciones o
justificaciones. Merecía fuego y cenizas, un incinerado descenso hasta el
infierno.
—Primero El Charro, después Warren Sedgewick. —Damian puso el
motor en marcha—. Entonces tomo el lugar donde todo comenzó.
Mientras se alejaban, Damian no pensaba en Skye. Ni una vez pensó
en Skye. Estaba encerrada en una habitación con ventanas que estaban
cerradas con tablas con hojas de madera contrachapada. Y Damian siempre,
siempre se mantenía alejado de las fresas y las niñas desdentadas con
cabello como de hilos de oro.

La rivalidad entre el cártel de Sinaloa y Los Zetas se intensificaba.


Todos los días cuerpos estaban apareciendo en zanjas; sangre fluyendo en
las cunetas. El Charro convocó a una reunión con sus aliados y asesores de
mayor confianza.
—Damian —dijo, examinando la "C" que acababa de tallar en la
víctima a sus pies—. Mis cuchillas necesitan reemplazo. —Le entregó su
bastón a Damian.
Todos los años, Damian llevaba el bastón del Charro a un herrero en
Caboras, quien lo equipaba con una nueva y afilada hoja hecha a la medida.
—Nos reuniremos en el nuevo almacén en Paza del Mar mañana. A
las 15:00 horas. Tenla arreglada para ese entonces —dijo El Charro—.
Comandante 21, cuida de estos cuerpos. —Pasó por encima de ellos,
sosteniendo un pañuelo en su nariz.
Damian siguió al Charro afuera y lo observó alejarse en su sedán con
aire acondicionado. Cambió la tarjeta SIM en su teléfono e hizo una llamada.
—Tengo información para Emilio Zamora.
No tuvo que esperar mucho tiempo. Emilio Zamora era el hermano
menor de Alfredo Ruben Zamora, el hombre que había intentado matar al
Charro, el hombre a quien Damian había disparado en la cantina. Por
supuesto, Emilio, como todos los demás, pensaba que Juan Pablo era el
responsable de la muerte de su hermano. Dado que El Charro había enviado
la cabeza cortada de Alfredo a su funeral, Emilio había estado compitiendo
para conseguir ponerse a mano.
—Mañana. El almacén en Paza del Mar. 15:00 hrs. El Charro y todos
los hombres que son su mano derecha.
—¿Quién es? —preguntó Emilio, pero Damian colgó.
La oportunidad perfecta finalmente se había presentado.

Damian vigilaba la puerta mientras el comandante 21 acompañaba al


Charro hacia el interior del almacén. Uno por uno, los hombres llegaron en
autos conducidos por escoltas y se sentaban a la larga mesa, con sus
hombres musculosos parados a una distancia respetable detrás de ellos. La
ubicación había sido divulgada de último minuto como medida de seguridad
adicional. Para todos los efectos, el almacén funcionaba como un centro de
envío de sardinas en conserva, pero Damian sabía que las cajas de cartón y
cajas de madera apiladas alrededor de ellos estaban llenas con fardos
envueltos de marihuana, bloques de cocaína y metanfetaminas, junto con
bolsas cuidadosamente selladas de polvo marrón de heroína.
Todos los hombres de la habitación estaban conectados con el cartel
de una u otra manera. Algunos poseían a los agricultores que cultivaban
marihuana local; otros tenían contactos en Colombia, Perú o Bolivia.
Algunos administraban los súper laboratorios ocultos que fabricaban
metanfetaminas. Todos estaban involucrados con la preparación, transporte
y distribución de drogas, llevándolas a lo largo de la frontera estadounidense
a través de autos, camiones, lanchas rápidas, túneles de drogas y mulas
que cruzaban la frontera. Tenían policías corruptos y jueces en sus bolsillos,
y casas de seguridad en Los Ángeles, El Paso, Houston, Tucson. Desde ahí,
las drogas se infiltraban a otras grandes ciudades, llegando a manos de
cientos de barrios y comunidades más allá. Damian se preguntaba cuál de
ellos había estado presente el día que MaMaLu había interrumpido la
reunión en Casa Paloma. Echó un vistazo a su reloj. Eran las 14:45 hrs.
—¡Damian! ¿Cómo te va, hombre? —Sintió una fuerte palmada en su
espalda.
Damian se puso pálido.
—Rafael. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Lo invité. Mi matemágico —dijo El Charro, palmeando el asiento
vacío a su lado. Rafael lo hacía verse bien. El Charro le deslizaba notas
durante las reuniones importantes y Rafael traía los números que
necesitaba para las opciones viables.
—Escucha, Rafael… —Damian lo tiró hacia atrás.
—Cierra la puerta, Damian —dijo El Charro—. Y tráeme mi bastón.
Es hora que iniciemos.
Damian desenvolvió el bastón del Charro del revestimiento de plástico
y se lo entregó.
En el exterior, los hombres del Charro merodeaban por el perímetro.
En el interior, el rey tenía su corte con sus caballeros oscuros.
Damian miró su reloj de nuevo. Todas las piezas del rompecabezas
estaban en su lugar, a excepción de una. Damian tenía que actuar con
rapidez. Le pasó una nota a Rafael por debajo de la mesa y se levantó. El
Charro levantó una ceja.
—Vuelvo enseguida —dijo Damian. Salió por la puerta trasera. Los
dos hombres estacionados allí lo reconocieron. Damian se detuvo a la
sombra de un árbol alto y simuló estar haciendo pis. Detrás de él, un dosel
de palmas de coco cubría las colinas de los alrededores. Un grupo de monos
aulladores dejaba salir ruidosos ladridos a medida que se balanceaban de
rama en rama a través de las copas de los árboles, sorprendiendo a uno de
los guardias de la puerta.
—Chúpame la verga —dijo, cuando el otro se rió de él. Chúpame la
polla.
Todavía se estaban riendo cuando los hombres de Emilio Zamora
rebanaran sus cuellos. Damian se agachó detrás del árbol. El follaje lo
ocultaba.
Los Zetas fueron viciosos. Y silenciosos. Tenían la ventaja de la
sorpresa y la utilizaron para eliminar metódicamente a los guardias de
afuera. Machetes, cuchillos, cuerdas, cadenas, piedras, bastones. Sin armas
de fuego. Emilio Zamora no quería advertir al Charro, o vencerlo con un
disparo de arma de fuego. Lo quería vivo así podría terminarlo en la forma
más dolorosa.
Por supuesto, las cosas no salieron según lo planeado. Los hombres
del Charro empezaron a disparar cuando se dieron cuenta de lo que estaba
sucediendo, pero no tenían una posibilidad. Emilio Zamora no confiaba en
llamadas anónimas recibidas por teléfono. Tenía a sus topos para
informarse y entonces trajo a un verdadero ejército con él. Estaba
funcionando. Superaron a los guardias de afuera e irrumpieron en el
almacén, armas de fuego disparándose.
Damian se arrastró hasta la puerta de atrás, sobre los cuerpos de los
guardias muertos. Regresar dentro era misión de un tonto, pero tenía que
sacar a Rafael. La única cosa que lo mantuvo en movimiento hacia adelante
fue su entrenamiento de combate, y la descarga de adrenalina que se
sacudía a través de su sistema. Hizo caso omiso al ruido de las balas, las
astillas volando en el aire, el flujo constante de casquillos de latón cuando
resonaban en el suelo. La mitad de las luces se habían ido, las bombillas
rotas y cuerpos yacían en torno a él, algunos sin vida, algunos gritando de
agonía. El almacén estaba nebuloso por la pólvora y el polvo de las cajas de
drogas esparciéndose en el aire. Era difícil respirar, difícil ver, pero Damian
se mantuvo arrastrándose hasta quedar debajo de la mesa. Rafael estaba
agachado en el otro extremo. Sus manos sobre sus orejas y se balanceaba
adelante y atrás sobre sus talones.
Damian casi lo había alcanzado cuando dos hombres cayeron al suelo,
derribando las sillas. Rodaron, uno intentando arrebatarle el arma al otro.
Cabello negro como tinta de zapatos brillaba en la penumbra. El Charro
estaba luchando con Emilio Zamora.
—Damian. —El Charro lo vio debajo de la mesa. Ambos vieron la otra
arma, yaciendo descartada junto al pie de Damian—. Dámela. —El Charro
tendió su mano.
Sus ojos se encontraron por una fracción de segundo. Damian quiso
recoger el arma y llenar el cuerpo del Charro con plomo, pero sabía que eso
arruinaría su plan. Al mismo tiempo, no podía dejar que El Charro matara
a Emilio hasta que él y Rafael estuvieran seguros fuera del edificio.
Damian pateó el arma fuera del alcance del Charro.
—María Luisa Alvarez —dijo—. Recuerda el nombre de mi madre
cuando te reúnas con tu creador.
El rostro del Charro registró conmoción e incredulidad, no porque no
tuviera idea de lo que estaba hablando Damian, sino por la traición. Fue
momentáneo, porque Emilio tiró del Charro por el cuello, y El Charro tuvo
cosas más importantes en la línea. Como su vida.
Damian continuó yendo hacia Rafael. No había vuelta atrás para él
ahora. Había dicho su verdad, dejado que El Charro viera el odio en sus
ojos. Si El Charro sobrevivía, significaría el final para Damian. Pero Damian
necesitaba que sobreviviera sólo un poco más de tiempo.
—Rafael. —Lo sacudió.
Pero Rafael estaba conmocionado, cuando había mirado a través de la
puerta del baño y atestiguó la muerte de sus padres. Los disparos eran su
mayor fobia.
—Rafael. —Damian le dio dos bofetadas. Eso fue suficiente para
sacarlo de su infierno personal.
—Me escondí debajo de la mesa. Como dijiste. —Rafael todavía tenía
la nota de Damian apretada en su puño.
—Bueno. Ahora escúchame —dijo Damian—. Mantén tu cabeza hacia
abajo, sigue arrastrándote hasta llegar a la puerta. —Apuntó a la salida en
la parte trasera.
—¿Qué hay de ti?
—Estaré justo detrás de ti. No mires atrás. Sólo sigue adelante.
Cuando llegue a la puerta, corre hacia los árboles. ¿Lo entendiste?
Rafael se encogió cuando una ráfaga de balas golpeó las cajas detrás
de ellos.
—¿Rafael? ¿Lo entendiste?
Rafael asintió y comenzó a avanzar por debajo de la mesa.
Damian vio al comandante 21 yaciendo en el suelo. Tenía los ojos
abiertos, pero se había ido. Damian sintió por la correa alrededor de su
tobillo. Tomó el cuchillo que el comandante 21 siempre llevaba consigo. El
Charro y Emilio Zamora todavía estaban luchando como gigantes en la
arena. Arrastrándose de nuevo debajo de la mesa, Damian esperó hasta que
sus piernas estuvieron a centímetros de él. Luego alargó la mano y cortó la
parte posterior de las piernas de Emilio Zamora, rompiendo los tendones
que lo sostenían. Emilio Zamora cayó de rodillas.
—¿Por qué hiciste eso? —Rafael miró a Damian con la boca abierta.
—Te dije que siguieras adelante.
—Pero Emilio estaba a punto de matar al…
—¡Muévete, Rafael!
Rafael no discutió. Los dos muchachos lograron salir y corrieron hacia
los árboles. Detrás de ellos, la matanza continuó. Cuando llegaron a la cima
de la colina, Damian se dio la vuelta.
—No entiendo. —Rafael estaba inclinado, tratando de recuperar su
aliento—. ¿Por qué no fuiste tras El Charro?
—Lo necesitaba con vida —dijo Damian.
—Pero…
En ese momento, una bola de fuego estalló en el almacén, una
estruendosa explosión de calor y el humo. Todo lo que pudieron escuchar a
través de sus oídos amortiguados fue un agudo y alto “eeeeee”, mientras un
segundo sol arrojaba vidrio y escombros en el aire. Un lado de la bodega
permanecía de pie, temblando irregularmente, antes de caer en una nube
de polvo y cenizas. Todo se detuvo, el viento en los árboles, los pájaros, los
animales. Era un silencio extraño, llenado con el sollozo de las alarmas de
autos.
—¿Qué has hecho? —preguntó Rafael, a través de la bruma llena de
calor.
—Llené el lugar con explosivos y coloqué el gatillo en el bastón del
Charro. En el momento que hizo bajar la cuchilla retráctil... BOOM.
—Es por eso que detuviste que Emilio ganara la mano superior.
Querías que El Charro lo matara. Sabías que El Charro no sería capaz de
resistirse a marcarlo, justo como había marcado a su hermano.
Damian siguió mirando hacia el almacén. Nada había sobrevivido, ni
los hombres, ni las drogas, ni las latas de sardinas ahumadas que servían
como señuelo.
—Mierda, Damian —dijo Rafael, cuando el entendimiento se hundió
en él—. Somos libres del Charro y el cartel. Creerán que morimos allí, con
todos los demás. Pensaran que fue una lucha a muerte entre el Charro y
Emilio Zamora. “C” para cesado. Terminado. Despedido. Malditamente
asaste al carbón al Charro y a todos los demás.
—No estamos libres todavía, Rafael. Encontrarán rastros de
explosivos si miran con detenimiento.
—Sí, pero el cartel de Sinaloa señalará con el dedo a Los Zetas y los
Zetas se darán la vuelta y los culparán a ellos. Ingenioso, Damian. Bien valió
la pena esperar.
—Uno menos, falta uno más —dijo Damian, sacudiéndose el polvo de
sus pantalones.
Rafael sabía que estaba pensando en Warren Sedgewick.
—Caray, Damian. Deberías permitirte un respiro. Incluso las películas
tienen intermedios.
—¿En serio? ¿Y dónde estaría tu culo si me hubiera ido por las
palomitas de maíz y dulces?
—Cierto. Es la segunda vez que has salvado mi vida —dijo Rafael—.
¿Y ahora qué?
—Ahora mantendremos un perfil bajo y esperaremos a que el polvo se
asiente. Piense en ello como un intermedio.
—¿Por cuánto tiempo?
—Tanto como sea necesario para armar el próximo plan, Rafael. Tanto
como sea necesario.
19
Traducido por Roxywonderland
Corregido por Nanis

—Hemos recorrido un largo camino desde Caboras —dijo Rafael,


chocando su cerveza con la de Damian.
Damian inspeccionó el patio iluminado por antorchas tiki con vistas
a Mission Bay, exóticos y tropicales peces nadando en el acuario de techo
alto y la fina mesa dispuesta delante de ellos.
—Tomó un largo tiempo llegar aquí —dijo.
—Once jodidos años. —Rafael revisó el menú—. ¿Qué estas
sirviéndote?
—Una hamburguesa —respondió Damian, sin abrir su menú.
Jugueteo con sus gemelos—. ¿Esto era realmente necesario? —preguntó.
—Quieres mezclarte entre los elegantes círculos, tienes que lucir el
papel ¿Cómo te gustan los zapatos? Tengo a mi tipo haciéndolos a medida.
—Entiendo que son un asunto general para un importante consejero
financiero como tú, pero mierda, Rafael, no hay nada como un par de
zapatos rotos por el duro trabajo y el sudor.
—Al demonio el duro trabajo y el sudor. Mereces esto. ¿Cuándo vas a
empezar a disfrutar algo de tu duramente ganado dinero? Si no comienzas
a relajarte, Damian, tu cara se va a quedar con un ceño permanente y
alejaras del miedo a las mujeres. Permanentemente.
Damian agitó la mano con desdén. A los veintisiete, era
completamente ajeno a las reacciones ambiguas de las mujeres a su
alrededor. Cuando Damian entraba en el cuarto, iba a las sombras y
rincones oscuros. Nunca encajó y nunca lo intentó. Pero la clase de atención
que buscaba evitar siempre lo encontraba, porque era como arrastrar a un
animal enjaulado. Las mujeres se juntaban a su alrededor, temerosas de
tocarlo, temerosas de hablarle, pero al mismo tiempo, completamente
fascinadas.
—El dinero no significa nada —dijo—. Es el medio para un fin.
—Sé eso, pero toma algo de crédito por lo que has alcanzado. Después
del Charro, no tenemos nada salvo el dinero que has escondido. Y te las
arreglaste para dar vuelta aquello. De un bote a dos, a cinco, a diez. Desde
una pequeña compañía pesquera a un jodido conglomerado de embarques.
Me enviaste a la universidad mientras trabajabas tu culo por ello. Todo lo
que soy, te lo debo a ti. Y ahora aquí estás. A un paso de derribar a Warren
Sedgewick.
Damian miro hacia atrás a esos primeros años después de la muerte
del Charro. Había mantenido sus oídos en el suelo para saber sobre Warren.
El Charro era un extraño que había tratado de eliminar una amenaza, pero
Warren… Warren conocía a MaMaLu. Había cuidado de su hija por nueve
años —nueve jodidos años— seis de los cuales había tratado de llenar el
espacio que su esposa había dejado. Había amado a Skye tan
profundamente como había amado a su propio hijo, yendo tan lejos como
para poner a Damian segundo cuando se refería a su tiempo y cariño.
¿Y cómo Warren la había compensado? Traicionándola para salvar su
propia piel. Era un cobarde quien necesitaba una expiación por sus
pecados, no al morir, sino viviendo. Damian quería que sintiera dolor toda
su jodida vida. Iba a despojar a Warren de su extravagante mansión en La
Jolla, volarlo de sus autos con choferes, su línea de inmaculados y lujosos
complejos, desparramados a través de los más idílicos lugares en el mundo.
Uno por uno, Damian iba a tomarlos todos —su fama, su fortuna, su
prestigio— los mismos cimientos en el que su mundo estaba sostenido. Y
para llegar allí, para batirse con Warren en su torre de marfil, Damian tenía
que amasar sus propias armas, construir su propia fortuna, una fortuna
cargada con algo mucho más poderoso que cualquier cosa que Warren
tuviese en su arsenal: una gastada caja de cigarrillos y la memoria de la
lápida incompleta de MaMaLu.
Donde sea que Damian iba, la caja de Lucky Strike iba con él. Fue allí
cuando exploró las islas remotas y atolones, en busca de un lugar en el que
él y Rafael podría pasar desapercibidos. Estaba allí mientras el polvo se
asentó en las muertes del Charro y Emilio Zamora, y todos habían olvidado
a los dos insignificantes chicos que habían estado allí ese día. Estaba allí
cuando se trasladaron a un puerto pesquero, donde Damian compró su
primer barco pesquero, El Caballero, un nombre que había tomado como
parte de su nueva identidad.
Estaba allí cuando vio a Rafael irse a un prestigioso internado, y otra
vez cuando asistió a la graduación de Rafael de la universidad. Estaba allí
cuando Damian era lo suficientemente grande y suficientemente rico para
aplicar por un pasaporte verde estadounidense como un inversor, y luego
años después, su ciudadanía. Y estaba allí ahora, en el bolsillo interno de
su abrigo, mientras cenaba con Rafael, en el complejo insignia de Warren
con tema Polinésico: The Sedgewick, San Diego.
Cuando Warren había iniciado, aún estaba bajo el mando del cartel.
Se las había arreglado para salir de México, pero solo porque encajaba con
sus propósitos. Necesitaban maneras de volver el dinero sucio de las ventas
de drogas y otras actividades ilegales en dinero limpio y utilizable, y Warren
era uno de los engranajes en su máquina de lavado de dinero. Damian
entendía bien su papel. Warren compraría una pieza principal de bienes
raíces estadounidense. Construiría un complejo cinco estrellas, llenarlo con
la mejor ropa, cubiertos, porcelana, los mejores muebles. Desde allí,
reportaría su hotel como a su máxima capacidad, excepto que nunca estaba
completamente lleno. Cada día, un auto de seguridad llegaría y recolectaría
todo el dinero obtenido de los cuartos, clubes nocturnos, casinos, bares y
restaurantes, dinero sucio mezclado con ingresos legítimos. Warren
obtendría un corte de las acciones. El resto haría su recorrido a cuentas en
el extranjero que pertenecían al Charro, quien luego la repartiría entre sus
mejores hombres.
La muerte del Charro liberó a Warren de las garras del cartel. El
vínculo directo había sido eliminado. El brazo del cartel Sinaloa ya no
existía. Warren recolectó sus tratos ilegales y continúo expandiendo su
cadena de hoteles con su propio dinero. Después de un par de años, lo hizo
público. Sedgewick Hotels se volvieron una ganancia caliente, cotizada en el
mercado de valores. Warren pensó que estaba limpio. Nunca, por un
segundo, concibió lo que estaba por venir, quién estaba por venir.
Cuando Warren entro en el restaurante esa noche, Rafael se dirigió a
Damian.
—Allí esta, justo como un reloj. Cada martes en la noche, ocho en
punto.
Damian sintió sus vellos ponerse de punta. Ignoro la urgencia de
darse vuelta y mordió su hamburguesa. Había estado comprando las
acciones de Sedgewick por años a través de empresas fantasmas que Rafael
había preparado. Warren no lo sabía, pero Damian Caballero ahora tenía
suficientes acciones conjuntas para controlar el futuro de Sedgwick Hotels
y aquí, en la víspera de un ajuste de cuentas que le había tomado más de
una década alcanzar, Damian quería tener una última mirada del hombre
responsable de destruir a MaMaLu. Mañana, sería un hombre diferente, un
hombre en quiebra.
—¿Todo está preparado? —le preguntó a Rafael.
—Di la palabra y está hecho.
Damian alejo su plato
—Necesito un trago. Me dirijo al bar. —Desde donde podía mirar a
Warren, y saborear las últimas gotas agridulces del veneno que lo había
alimentado durante tanto tiempo.
Rafael asintió. Conocía a Damian lo suficientemente bien para
entender cuando necesitaba tiempo solo.
—Tomate tu tiempo. Estaré justo aquí.
Damian se sentó al final de la pulcra y reflectante barra, lejos de la
multitud, donde las luces eran sombrías y la música era muda. Tomó un
largo trago de su cerveza antes de que sus ojos inspeccionaran a Warren.
Estaba sentado en una cabina privada. Los equipos de servicio obviamente
sabían quién era y lo que le gustaba. Le trajeron un trago sin preguntar, y
alguna clase de aperitivo sobre un largo y rectangular plato.
Damian había visto fotos de Warren, pero nada lo había preparado
para verlo en vivo quince años después, quince años después de que había
perseguido el Peugeot plateado de Warren por una polvosa carretera. Warren
lucía más pequeño, más bajo, no tan omnipresente como era en la cabeza
de Damian. Estaba en sus cincuenta ahora, pro lucía mayor, con un poblado
bigote que era casi todo plateado. ¿Cómo podía sentarse allí, comiendo y
bebiendo, tan placido y vivo, cuando MaMaLu era fríos huesos y tierra
disecada? ¿Cómo podía cualquiera continuar tan indiferente, tan
inafectado, sabiendo que habían destruido mundos y sueños y canciones de
cuna? Warren era El Charro, excepto que peor. Donde El Charro no había
ninguna pretensión sobre ser un monstruo, Warren se había elaborado una
fachada de decencia.
Si Damian se hubiera marchado entonces, en ese preciso momento,
se hubiera atenido a su plan original, apoderarse de la compañía de Warren,
destaparlo, devaluado, desmantelado y robado el poder y prestigio por el que
había cambiado su humanidad. Pero justo cuando estaba terminando lo
último de su cerveza, Damian se detuvo a medio sorbo. Una jovencita se
deslizo dentro de la cabina con Warren. No se sentó frente a él: se sentó
junto a él y lo envolvió en el más grande y apretado abrazo. Damian no
podía ver su rostro, pero estaba claro que Warren la había estado esperando.
Su completo rostro se transformó. Brillaba con algo indefinible, algo
verdadero pero intangible, algo que Damian solo había visto antes en los
ojos de MaMaLu, cuando recogía flores para su cabello, cuando le hacía un
collar de conchas, cuando estaba enfermo. Esa mirada, esa mirada por la
cual Damian habría dado lo que sea, era la manera que Warren estaba
mirando a su acompañante a cenar, como todo el maldito mundo en sus
ojos.
Damian aspiro su aliento.
Aleja la mirada, aleja la mirada.
Pero no podía. Y en ese momento, Skye Sedgewick movió su largo y
dorado cabello a un lado y beso a su padre en la mejilla.
Maldición.
Damian sintió como si hubiese sido golpeado en el estómago. Los
recuerdos que había encerrado detrás de puertas de acero se agitaron contra
sus cadenas.
—Una más. —Damian golpeo su cerveza contra la barra. El barman
saltó. Cuando le entrego otra, la tomó y la bajo en un largo trago, ahogando
todo lo que amenazaba con liberarse, ecos de las cometas y los pasteles y
los árboles con brillantes flores amarillas.
Cuando volvió a mirar a Skye, fortificado y controlado ahora, estaba
hablando maravillas sobre algo que su padre le había dado. Desgarro a
través del paquete estampado con logos y sostuvo un bolso.
—¡Hermes! —chilló.
Atrás quedó la adorable brecha entre los dientes, sellados y chapada,
al igual que su corazón. Era la chica que no había detenido su vida cuando
Damian había ido detrás de su auto. Era la chica que no se había molestado
en decir adiós. Era la chica que había pisoteado sobre su corazón y sus
animales de papel, y sobre el amor y canciones e historias de MaMaLu. Ella
era, cada centímetro, la hija de Warren, callosa, insensible, materialista y
falsa. Una falsa amiga, una falsa confidente, una falsa memoria de infancia.
Era una falsificación, envuelta en envases de auténtico diseño. Pero más
que todo… más que todo… era todo para Warren. La manera que Warren
miraba a su hija no le dejaba duda a Damian sobre ello. Nada era más
preciado para Warren que su hija, no su mansión, no sus autos, no su
compañía. Si Damian quería hacer sufrir a Warren, realmente sufrir, tenía
que quitarle a ella. Para siempre.
—Una mujer por una mujer —dijo Damian cuando regreso a la mesa.
—¿Una qué? —preguntó Rafael.
—Una mujer por una mujer. Mató a mi madre, mataré a su hija.
—¿De qué estás hablando?
—¿Ves eso por allí? —Damian apuntó a la cabina de Warren—. Ese es
un padre que adora a su hija. No hay mayor dolor en el mundo que perder
a un hijo, Rafael. Y me voy asegurar que Warren lo sienta, por tanto, como
viva.
Los ojos de Rafael se dirigieron desde Skye a Damian.
—¿Violencia? ¿Realmente quieres ir allí? Pasamos nuestras vidas
huyendo de ello.
—No violencia, Rafael. Justicia. Skye Sedgewick por MaMaLu. Una
mujer por una mujer.
—Pensé que ibas a ir tras su compañía.
Damian saco la caja de Lucky Strike desde su abrigo.
—Cambié de parecer. —Trazó las desgastadas letras de oro y pensó
en el artículo de periódico dentro, de las mentiras, mentiras, mentiras que
Warren había arrojado sobre su madre—. Voy tras Skye Sedgewick.
20
Traducido por DariiB
Corregido por Nanis

—Y así es como Esteban se convirtió en Damian —dijo Rafael-—,


cuando oraste por él y MaMaLu, lo hiciste salir. No fue capaz de obligarse a
matarte, pero podía hacer a tu padre pensar que estabas muerta. Y ahora
—Rafael levantó el arma—, tu tiempo realmente se ha acabado, princesa.
Estaba casi oscuro. Podía oír las olas chocando en la playa, los
chillidos y aleteos de insectos nocturnos revolviendo a nuestro alrededor, el
grito penetrante de un ave isleña, como una especie de CD naturalista:
Sonidos de la selva.
Cierra tus ojos. Relájate. No luches contra él. Deja a Rafael dispararte
en la cabeza.
Ya estaba muerta. La verdad no siempre te libera. La verdad puede
matarte, rebanar tus entrañas y girar todo dentro de ti. Todo en lo que creía,
todo lo pensaba era real había sido puesto patas arriba. Mi padre no era el
hombre que pensaba, Damian no era el hombre que pensé que era, y
MaMaLu no estaba viviendo en una casa de paredes blancas con un patio
lleno de flores.
—Estás mintiendo —dije—. MaMaLu no está muerta. Damian me
llevaba a verla.
—Él te llevaba a ver su tumba, así podrías ver lo que tu padre hizo.
Era importante para él que entendieras por qué hizo lo que hizo. Él va cada
año. Este año pensó que finalmente iba a mantener su promesa y completar
su lápida. Finalmente iba a encontrar su paz, pero tú... tú resultaste ser la
grieta en su armadura. Sabía que se estaba quebrando. Cuanto más tiempo
pasaba contigo, más difícil le resultaba distanciarse. Podía oírlo en su voz.
Tan jodidamente desgarrado. Debería haberlo impedido antes, pero estoy
aquí ahora, y es tiempo de terminar esto.
La mano de Rafael era inestable cuando me apuntó. Giré mi cara.
Quería ir de vuelta a esa tarde, a la polvorienta carretera, con Casa Paloma
alejándose en el fondo. Quería desprenderme de la bruma, para exponer mi
lado de mejor amiga, para detener el auto y correr hacia él.
Esteban. Deseo que las lluvias hayan llegado.
—Déjala ir —dijo Damian.
Abrí mis ojos y lo vi, una oscura, tambaleante forma ante nosotros.
Apenas podía mantenerse en pie, pero se aferraba al suelo.
—Los dos sabemos que no le dispararas. No puedes —le dijo a Rafael.
—Lo haré. —Rafael mantuvo el arma preparada hacia mí, fijando una
mano sobre la otra—. Por ti, lo haré. Superaré mi puto miedo a las armas y
dispararé fuera su cerebro. Eres tú o ella, Damian. Llamó a su padre.
Comprueba el registro en tu teléfono. Sabes qué significa, ¿verdad? Vienen
por ti. Es solo cuestión de tiempo.
—Dije que la dejes ir. —Damian sacó un arma y la apuntó hacia
Rafael. Se balanceó inestablemente en sus pies.
Estábamos inmovilizados en un triángulo tenso: yo en mis rodillas
entre los dos hombres, Rafael apuntando el arma hacia mí, Damian
apuntando el arma hacia él. Su vínculo era evidente para mí ahora. Las
armas eran el apoyo. Estaban trabajando en algo mucho más profundo,
cada uno tratando de evitar que el otro hiciera un mal movimiento. Rafael
estaba listo para eliminar cualquier cosa que comprometiera a Damian, y
Damian sabía que tomando una vida cazarían a Rafael para siempre.
Cuando Damian miró a Rafael, vio la única cosa que había hecho bien. Vio
una astilla de redención. Y Damian había protegido a Rafael por demasiado
tiempo para dejarlo tener sangre en sus manos ahora.
Pero había otro factor en juego. Yo. Damian me había movido fuera
del camino en el barco y tomado el golpe. Sabía que él también estaba
haciendo esto para protegerme. Sabía por qué me había girado
instintivamente hacia él cuando pensé que estaba rodeada por tiburones.
Una parte de mí había reconocido esa profunda parte de él, la parte que aún
estaba viva pero enterrada bajo capas de dolor y rabia.
—Los dos sabemos que no me dispararas —dijo Rafael a Damian, su
dedo en el gatillo, sus ojos en mí.
—Pruébame —dijo Damian—. Te lo dije antes. Te metes en mi camino,
y te sacaré.
Rafael no parecía convencido en lo más mínimo.
—Estás herido, Damian. Delirante. No sabes lo que estás haciendo.
Siempre y cuando esté viva, estás en peligro. Ellos no se detendrán hasta
que la encuentren. Tenemos que cortar el rastro justo aquí.
—Yo decido —gruño Damian—. Yo decido qué y cuándo hacerlo. Esto
no tiene que ver contigo, por lo que jodidamente retrocede. Consigue tu bote,
deja esta isla, y no mires atrás. Mi vida, mi pelea, mis reglas.
Rafael no se movió. Damian no se movió. Ambos se quedaron ahí,
armas elevadas, demasiado tercos para admitir que cada uno cuidaba del
otro.
—Tengo las cosas que pediste, Rafael. —Era Manuel, de regreso de su
viaje—. Tu cara está por todas las noticias, Damian. El continente está lleno
de policías y chicos de seguridad contratados por Warren Sedgewick. —
Miraba de Rafael a Damian, repentinamente consiente de que tropezó con
un cable de alta tensión—. Oye, hombre, ¿Qué está pasando?
Rafael y Damian no respondieron. Las noticias de Manuel solo
agregaron combustible al fuego. Continuaron en un conflicto sin palabras,
atrapados en un duelo que se extendía a un delgado y tenso silencio. Luego
Rafael rompió el contacto.
—Esto es pura mierda, Damian, y lo sabes —dijo—. Si estás
determinado a caer, no esperes que me quede alrededor y mirar. —Tomó el
estuche de Manuel y lo empujó hacia los brazos de Damian—. Suministros
médicos —dijo—, pero viendo que no das ni mierda por tu vida,
probablemente no los usaras. —Estaba enojado, tan enojado que no miraría
a Damian a los ojos—. No eres invencible, ¿Lo sabes? Pero eres tan
obstinado que apenas puedes sostenerte. Necesitas volver adentro y
mantenerte ahí. Al menos hasta que el calor este apagado. Voy a vigilar
después de que el negocio termine y conseguir que Manuel plante su
teléfono en Caboras. Dejémoslos buscar por ti aquí —dijo—. Y la próxima
vez que te vea, será mejor que estés malditamente seguro que tu culo terco
siga en pie.
Damian se mantuvo sobre sus pies hasta que Rafael y Manuel estaban
fuera de vista. Sus piernas no flaquearon hasta que escuchó al bote alejarse.
Luego se dejó caer como un saco de patatas. Corrí hacia él, sintiendo el peso
de todas las cosas que ahora sabía sobre él. Aparté su cabello de la frente.
Estaba ardiendo, su aliento estaba caliente, su piel húmeda y fría. No solo
había perdido mucha sangre, sino que parecía como si una infección se
hubiera establecido en la herida.
Ayer, hubiera dado cualquier cosa para ser libre de él.
Muere, Dah-me-yahn, ¡MUERE!
Hoy, estaba hurgando a través de los suministros que Manuel había
traído. Necesitaba antibióticos para pelear con la infección. Necesitaba algo
para bajar su fiebre. Necesitaba que abriera sus ojos, y me mirara, me dijera
algo, cualquier cosa.
Vive, Dah-me-yahn. ¡VIVE!

Damian colgaba entre la vida y la muerte, deslizándose dentro y fuera


de la consciencia durante toda la noche. Su pulso era irregular, a veces
fuerte y rápido, a veces apenas detectable. Yo flotaba sobre él, monitoreando
su fiebre, retorciendo una toalla y poniéndola en su frente, como recordaba
a MaMaLu haciendo cuando yo estuve enferma. Cuando las compresas frías
se volvían tibias, cambiaba el agua. Una y otra y otra vez.
Por la mañana, no estaba corriendo a la cocina tan a menudo. Damian
parecía haber pasado por lo peor de todo. Me tendí a su lado, emocional y
psicológicamente exhausta. Había logrado traerlo de vuelta a la villa y dentro
de la cama, soportando su peso, arrastrándolo insufriblemente paso por
paso.
Estábamos acostados bajo una red de gasa blanca. La casa era tosca,
pero encantadora. Sin vidrio en las ventanas, estaba abierta al exterior,
dejando al barrido del aire entrar. La red mantenía a los mosquitos e
insectos alejados, pero también alejados del resto del mundo. Finalmente
pude mirar a Damian, realmente mirarlo.
Si cierras los ojos y piensas en alguien que amas, lo que viene no es
una lista precisa del color de cabello, color de ojos, o de cosas que van en
su licencia de conducir. Más bien, son partes y piezas que se filtran a través
de tu consciencia, cosas acerca de ellos que nunca te diste cuenta
mantenías a distancia. Como la forma de las orejas de Damian y la manera
en la que sus parpados tenían un ligero brillo. Todo lo demás había
cambiado, su manzana de Adán, tan pronunciada, la insipiente barba en su
mandíbula, la forma en la que su boca nunca parecía relajarse, pero aún
conocía los lóbulos de sus orejas, por todas las veces que permanecimos
uno al lado del otro en la hierba. Cada vez que los árboles eran sacudidos
por el viento, las flores amarillas arrojadas en nuestras caras.
Estiré la palma de Damian y tracé las líneas. Era la mano de un
hombre ahora, grande y fuerte y áspera. Sentí un golpe de ternura por ello.
Era la misma mano que me había sacudido para dormir en la hamaca, la
misma mano que había creado mundos de papel, la misma mano que me
había mostrado cómo hacer un puño apropiado, no un puño de niña, sino
un apropiado puño Gidiot.
Descansé mi mejilla en la palma de Damian y me dejo a imaginar, solo
por un minuto, que éramos niños otra vez.
—Te extrañé tanto —dije a su pulgar retorcido—. Te escribí a ti y a
MaMaLu todos los días. No sabía por qué nunca contestaste. Mi corazón se
rompió en tantos lugares. Nunca te vi correr detrás del auto, el día que
partimos de Casa Paloma. Nunca supe del infierno por el que estabas
pasando. Lo siento, Estebandido. —Besé el centro de su palma—. Lo siento
tanto. —Mis lágrimas se deslizaron por su mano.
Cuando desperté un par de horas más tarde, los ojos de Damian
estaban abiertos, su mano aún estaba acomodada en mi cara.
—¿Es verdad? —preguntó—. ¿Lo que dijiste?
Damian hablaba suavemente. Nunca lo había escuchado usando ese
tono conmigo. Su voz. Dios, su voz. Traté de responder, pero estaba
mirándome de tal manera que no podía encontrar las palabras. Me estaba
mirando. Skye. No la hija de Warren Sedgewick. No a un medio para un fin.
Por primera vez, Damian me estaba viendo a mí.
Lo deje mirarme, porque sabía que él lo necesitaba, al igual como yo
lo había necesitado. Lo deje ver a la chica que lo había adorado, la chica que
había pasado de contrabando las fresas en un vestido manchado para él, la
chica que lo había querido impresionar tanto, la que le había pedido dejar
de lado su bicicleta antes de estar lista.
—¿Por qué estás cuidando de mí? ¿Por qué eres tan buena conmigo?
—preguntó
—¿Por qué me empujaste fuera del camino en el bote? ¿Por qué te
enfrentaste a Rafael? —Extendí la mano para tocar la herida, pero se
estremeció y sostuvo mi mano. Sus ojos cayeron a mi dedo vendado y una
mirada de tal agonía paso por su cara que quise envolver mis brazos a su
alrededor. Pero justo enfrente de mis ojos, Damian salió de ella. Se quedó
en blanco, sin expresión, como una pizarra que fue limpiada. Me quedé
mirando su espalda mientras se giraba.
Todo lentamente empezaba a tener sentido. Cuando el dolor se volvía
demasiado, Damian se cerraba. Bloqueaba todo fuera. Era un mecanismo
de defensa. Solo podía imaginar los horrores que había presenciado a través
de todos estos años con El Charro. Había aprendido a apagar sus
emociones. Recordé cuando corto mi dedo. Había ido como a hacer una
ensalada de patatas, como si mutilara personas todos los días.
Lo vi acomodar su almohada. Sabía que dormir en ese lado tenía que
lastimarlo, sus puntos aún estaban en carne viva. Así que me di la vuelta,
y me quedé mirando la pared. Unos minutos después, se cambió de nuevo.
Podía sentir su mirada fija en mi espalda. En un momento, me levantaría y
le daría otra dosis de píldoras, pero por ahora estaba contenta de no ser
invisible, con tener este breve reconocimiento a pesar de que sabía que al
momento de voltear mi cara hacia él, apartaría su mirada. Sin embargo,
había una corriente persistente de miedo. Excepto que esta vez no tenía
miedo de Damian.
Temía por él.

Toda mi vida, las personas me han cuidado. Cada capricho había sido
atendido, cada necesidad cumplida. Me quedé en la cocina, mirando los
estantes, dándome cuenta de lo mal preparada que estaba para cuidar de
alguien. Podía hacer café y tostadas, o un plato de cereal, pero ahora
mirando los condimentos y frascos de cosas que podrían ser, sin duda
combinadas para hacer algo agradable, no tenía idea de cómo.
Saqué una lata de sopa de tomate. A los enfermos les hace bien la
sopa. Y galletas. Agarré un paquete de esas. Miré por la ventana mientras
la sopa se calentaba en la estufa. El contraste de aguas azules contra la
tosca pared de piedra caliza lucía como algo sacado de una revista de viajes.
Una brisa tropical se arremolinaba a través de la cocina. Estaba pintada
suave y terrosa, como mazapán y mantequilla de calabaza. No podía
imaginar a Damian eligiendo la combinación de colores. Por otra parte, era
el perfecto refugio del frío y duro mundo en el que vivía. Aquí, había calidez
y sol y luz.
Damian me miró con cautela cuando entré a la habitación con su
bandeja de comida. Evidentemente, no disfrutaba ser dependiente de
alguien, pero sabía que solo estaba usando su rudeza para enmascarar la
vulnerabilidad. Él odiaba el estar débil y el necesitar cuidado. Él odiaba la
culpa que iba con ser cuidado por mí. Pero era exactamente eso lo que él
necesitada. Necesitaba saber que él valía la pena para ser cuidado, que no
iba a abandonarlo como pensó había hecho todos estos años, que a pesar
de todo lo que había pasado, aún estada a su lado. No sabía cuánto tiempo
transcurrió, porque señor, solo conseguir que cooperara para que yo pudiera
sostenerlo para que comiera fue toda una producción.
Coloqué la bandeja en la cama y volteé la cuchara hacia él. Él se
limitó a mirar la bandeja. Sabía que estaba pensando en todas las veces en
las que había hecho lo mismo por mí en el bote, trayéndome comida, salvo
en circunstancias muy diferentes. Sabía lo que le había tomado solo levantar
la cuchara. La sostuvo sobre el cuenco y la puso abajo de nuevo. Su
garganta se contrajo mientras combatía lo que fuera que estaba
atormentándolo.
Me di cuenta que nadie había cuidado de Damian, no desde MaMaLu,
no cuando estaba enfermo, ni cuando estaba herido. El mundo le había
negado su ternura, y ahora él no sabía qué hacer con ella, cómo reaccionar.
Él había derribado por si solo a un líder narcotraficante, pero un cuenco de
sopa lo estaba derribando. Él quería que lo odiara por lo que había hecho.
Ojo por ojo. Tenía sentido para él. Esto no, no bondad donde esperaba odio.
Estaba convirtiendo todo su mundo al revés.
Quería poner mi mano en sus puños cerrados y decirle que estaba
bien, pero me levanté y me fui. Sabía que nunca comería mientras mirara.
Unas horas más tarde, cuando fui a su habitación, estaba durmiendo. Había
tomado sus pastillas, pero dejado la comida intacta.
Rafael tenía razón.
Damian era un bastardo obstinado.
Abrí más latas de sopa. Más bandejas volvieron intactas. Estaba lista
para sujetarlo y forzarlo a alimentarse cuando encontré un frasco de
cacahuates tostado. Cuando Damian abrió los ojos esa tarde, estaba
sentada en una silla mirándolo.
—Ya era hora —dije, arrojándome un puñado de cacahuates a la boca.
Crunch, crunch, crunch.
Miró hacia mí y luego al cono de cacahuates que había fabricado con
la cubierta de una revista, pero no dijo nada.
Seguí comiendo. Crunch, crunch, crunch.
Él tenía que estar hambriento. Famélico. Era solo demasiado
jodidamente orgulloso para dejarme hacer cualquier cosa por él.
—Pensé que eras alérgica al cacahuate —dijo
—Sabes bien que no lo soy.
Por un fugaz segundo, la insinuación de una sonrisa apareció en sus
labios.
Allí estaba, un recuerdo que había logrado traspasar sus defensas: yo
descubriendo el helado de chocolate y mantequilla de cacahuate y
escondiéndolo debajo de mi cama para compartirlo con él. No quedaba nada
cuando él escaló a través de la ventana a la madrugada. Me había comido
toda la maldita cosa y estaba tratando de no enfermarme.
Fallé. Y él me ayudó a limpiar la evidencia.
—Tú sabías —dije, dándome cuenta del porqué él no había
parpadeado cuando le dije que era alérgica al cacahuate. Pensé en él
hidratándose los pies—. Tú. Imbécil.
Se rió, atrapando el cacahuate que arrojé hacia él.
Damian maldito Caballero rió. Y era la cosa más hermosa que alguna
vez había visto. Fingí que no tenía importancia, como si mi respiración no
se hubiera atascado, como si mi garganta no estuviera apretada, cuando
tiré el resto de los cacahuates en su regazo, me alejé.
Necesitaba estar sola para que pudiera abrazar ese momento, el
momento en que su cara se había quebrado en una sonrisa. Él necesitaba
estar solo para que pudiera comer esos cacahuates sin sentirse como si yo
hubiera preparado algo especial para él.

Damian se puso mejor. Terminaba su comida. Cuando se nos


acabaron las sopas, pasé a frijoles refritos y latas de chile y durazno y peras.
Pero golpeé a lo mejor de todo cuando abrí el congelador y encontré platos
precocinados que podía cocinar en el microondas. Iba positivamente a lo
gourmet, añadiendo una pizca de pimentón a los macarrones con queso, y
un florón de brócoli descongelado (el cual Damian movió a un lado, el
bastardo desagradecido).
Algunas veces cuando estaba durmiendo, encendía la radio. No había
televisión, así que tenía que depender de las crepitantes emisoras de
noticias. Repitieron mi nombre y mi descripción, junto con la de Damian. Él
era considerado armado y peligroso. Escuché una breve declaración de mi
padre, dirigida a Damian. Él tenía una línea telefónica y una recompensa
por cualquier dato. Había desaparecido hace casi dos semanas, y podía oír
la tensión en la voz de mi padre. Él venía detrás de Damian, blandiendo sus
armas, sin saber el origen de la historia. No tenía ni idea de que Damian era
Esteban, que estaba pagando por las consecuencias de sus propias
acciones. Vacilé entre la rabia por lo que había hecho, las mentiras que
había dicho, y una aún más profunda convicción, de que había más en la
historia. Conocía a mi padre, justo como conocía a Damian. Quería decirle
a mi padre dónde estaba, para poner un final a su evidente malestar, darle
una oportunidad de explicarse a sí mismo, pero eso significaba exponer a
Damian, y no estaba a punto de traicionarlo, como él piensa que lo había
traicionado todos estos años.
Me ocupé del cuidado de Damian para que volviera a ser saludable y
para no pensar en nada más. Una noche, abrí una lata de atún y decidí que
era tiempo de hacer algo. Busqué en el congelador y encontré algunos
limones, un tomate demasiado maduro, y una solitaria cebolla rodando en
uno de los cajones. Me imaginaba que podía hacer ceviche. Era el elemento
básico del verano en mi restaurante favorito. Lo había ordenado
innumerables veces, y seamos sinceros, ¿qué tan difícil puede ser un
pescado curado en jugo de limón? Por supuesto, se hace normalmente con
productos frescos, mariscos crudos, pero era todo acerca de la innovación.
Vacié el atún a un recipiente y el jugo de los limones sobre él, teniendo
cuidado en mantener mi vendado dedo meñique fuera del camino.
Marinado. Listo
Lo siguiente, tomate y cebolla. Traté de picar el tomate, pero estaba
todo blando así que lo empujé dentro de la licuadora junto con la cebolla,
añadí una pizca de salsa picante, y moví la mezcla junto con el pescado.
¡Voila!
Sintiéndome muy conforme con mi aventura culinaria, arreglé nachos
en la bandeja y coloqué el recipiente en el centro. La llevé a la habitación y
la deposité en el regazo de Damian.
—Te hice algo —anuncié.
Miró el brebaje grumoso sin tocarlo.
Querido Dios, lucía tan áspero y tosco con su casi-barba.
—Adelante —dije—. Es ceviche.
—¿Ceviche? —Lo examinó.
—Sí. Es pescado con…
—Sé qué es el ceviche. —Fue definitivamente cauteloso—. Tú primero.
—Bien. —Me encogí de hombros, recogiendo un bocado con un
nacho—. Mmmm… —dije—. Está realmente bueno.
Damian probó un poco. Los dos masticamos en silencio. Tragué. Él
escupió una semilla del limón y tragó. Fui por otro. Él me siguió. Ninguno
de los dos rompió el contacto visual.
Fue la cosa más vil, pútrida y viscosa del mundo. Sabía a bilis y a
tomates podridos y al trasero de Bart Simpson.
Lo escupí, pero Damian siguió comiéndolo, mordía después de lo
nauseabundo, mordía lo rancio, hasta que se había acabado todo. Cuando
terminó, se echó hacia atrás, sosteniendo su estómago como si estuviera
tratando de mantenerlo todo adentro.
—¿Qué...? —Lo miré—. ¿Por qué lo terminaste?
—Porque tú lo hiciste —respondió—, no lo hagas de nuevo. —Se volteó
hacia su lado y se durmió.

Damian se levantó de la cama a la mañana siguiente. La amenaza de


más de mi comida puede haber acelerado su recuperación. La primera cosa
que hizo fue mover el bote bajo un dosel de árboles de coco. Cubrió el techo
con hojas de palma y lo aseguro con una cuerda así nadie podría detectar
el barco desde arriba.
Viéndolo trabajar, esbelto y sin camiseta, me preguntaba cómo alguna
vez había pensado en él como alguien ordinario. Estaba esculpido, pero no
demasiado musculoso, con el tipo de espalda y hombros que provenían de
trabajo duro. Su piel era del mismo color que recordaba: arena cálida con
una capa de bronce. Rara vez se peinaba, pero lejos de una maraña, lucía
como una brisa arreglada y sexy, con las puntas curvadas hacia arriba por
la humedad.
Cuando Damian miro hacia mi dirección, fingí estar absorta en las
conchas a mis pies. Pensé en nuestras caminatas de domingo por la playa,
nosotros dos haciendo carreras por delante de MaMaLu, listos para saltar
antes de que la próxima ola retirara sus tesoros de vuelta al océano. Solo
recogíamos conchas que habían sido golpeadas por las olas, rotas y
desgastadas tan delgadas que se convertían en astillas iridiscentes de luz.
Esas eran las que más amaba MaMaLu. Hacíamos collares para ella. Las
clasificaba por su tamaño y forma mientras él cuidadosamente hacía un
agujero a través de ellas. Esa era la parte más difícil, golpear un clavo a
través de sus frágiles formas sin romperlas.
Recogí algunas conchas antes de regresar adentro, sintiendo como
que estaba reclamando pequeñas piezas de mí. Aquí, en esta remota isla,
sin sillas de playa o música fuerte o atentas azafatas rellenando mi cóctel,
estaba volviendo a tener contacto conmigo misma. No me importaba que mi
cabello estuviera rizado, o a qué hora estaba siendo servida la cena, ni mi
cita para un masaje, o el crucero privado. Había una sensación de libertad,
una sensación de simplicidad que no sabía que había perdido.
Esa noche, Damian cocinó cangrejos en la playa sobre una pequeña
fogata y una olla de agua. Los comimos con mantequilla derretida goteando
por nuestras barbillas. De acuerdo, él era mucho mejor cocinero que yo, y
sería un infierno de concursante en Sobrevivientes, pero todo eso a un lado,
pensaba que era un maldito cabrón porque había sobrevivido a mi ceviche.
Abrió algunos cocos verdes y bebimos el agua dulce y ligera que había
dentro. Damian no me miraba. Mucho. Mantenía sus ojos en el agua.
Ocasionalmente, miraba el cielo. Me preguntaba si estaba escaneando el
área por botes o helicópteros. Estaba bastante segura que él había
sintonizado las noticias.
Una o dos veces cuando sus ojos se posaron en mí, apartaba la mirada
rápidamente. No sabía qué estaba pensando o cuánto tiempo se suponía
que debíamos mantener un perfil bajo. Había demasiadas cosas que quería
preguntarle, tanto que quería saber, pero sentada a su lado, mirando el
fuego mientras las olas rodaban, me llenaba. Me sentía segura con Damian.
Quería acurrucarme y poner mi cabeza en su regazo, como había hecho hace
muchos años atrás en el comienzo de nuestra amistad.
Pero Damian estaba ocupado. Estaba haciendo agujeros en las
conchas que había recogido. Era tan gentil, tan cuidadoso con cada pieza
que no podía apartar mis ojos de él. Sus dedos sentían cada armazón, antes
de escoger el lugar indicado. Algunas veces las acariciaba, dándolas vuelta
y dándoles su completa atención, antes de ponerla a un lado. Esas eran las
que podrías romper con la más leve abolladura, y Damian no quería dañar
ninguna.
Cuando terminó, Damian enroscó un cordón a través de las conchas
y la ató a los extremos. Lo levantó ante el fuego. El collar brillaba en la luz
dorada, frágil y etérea.
—Ten. —Me lo dio.
Damian nunca había hecho un collar de conchas marinas para nadie
excepto MaMaLu. De repente, me di cuenta de lo que estaba haciendo.
Estaba diciendo lo siento. Lo estaba haciendo por el collar que había tirado
por la borda, el collar que había llevado a su madre lejos de él.
¿Alguna vez haz sostenido una vida en tus manos? Había dejado caer
el medallón en mi mano y cerró mis dedos a su alrededor. Aquí, siéntelo.
Había pensado que estaba loco, pero el collar de mi madre, había
costado la vida de su madre. Y, sin embargo, aquí estaba, dándome un
recuerdo de su madre para compensar el haber quitado el mío.
—Ella era mi madre también —dije—. MaMaLu era la única madre
que conocía.
Enormes y pesados sollozos rasgaron a través de mí. Llegué a él,
envolviendo mis brazos a su alrededor, queriendo compartir esta pena, este
dolor. ¿Alguien lo había sostenido cuando ella murió? ¿Alguien lo había
consolado? Se puso tenso, pero me dejó llorar. Lloré por él. Lloré por
MaMaLu. Lloré por nuestras madres que se habían ido, y por todos estos
años en medio que habíamos perdido.
Cuando terminé, me di cuenta que me estaba sujetando tan fuerte
como yo lo estaba sujetando a él. Sentí como si Damian estaba enhebrando
su camino a través de todas las rotas, maltratadas y bellas piezas de sí
mismo, de vuelta hacia mí, de vuelta hacia nosotros, y lo sostuve más fuerte.
21
Traducido por Sager
Corregido por Nanis

Dormir junto a Damian sin tocarlo era tortura, y no de una forma


romántica o sexual. Me sentía como si una parte de mí que había
naufragado había flotado de vuelta y quería sostenerla, abrazarla, evitar que
se fuera. Sabía que eso enloquecería a Damian, así que suprimí la
necesidad, aunque puede que accidentalmente en mi sueño, envolviera mi
brazo a su alrededor. En esos pocos segundos, me permití el lujo de
reencontrar, la calidez de su piel, la autenticidad de mi mejor amigo perdido
hace mucho tiempo acostado a mi lado. Luego Damian lentamente tomaba
mi mano y la devolvía a mi lado. Tenía la sensación de que él sabía que era
una treta. Después de todo, me había pegado tenazmente a mi lado de la
cama en el bote, mi cuerpo rígido y erguido como una tabla, a fin de que
ninguna parte de mí, tocara nada de él. Y ahora yo era toda brazos y piernas.
Yo sabía que él sabía y eso me hizo sonreír, porque él se alejaba un
centímetro y yo me acercaba otro, hasta que él estaba posado en el borde de
la cama y la única cosa que evitaba que se cayera, era el mosquitero
escondido bajo la cama.
Si me pegué a mi lado o invadí el suyo, Damian se levantó al
amanecer. Como era de esperarse, Damian fue tras la cocina, aunque me
dejó las tareas sin decir una palabra: una escoba y un trapeador, colocado
en el centro de la cocina, detergente de ropa sobre una pila de toallas, un
cepillo de baño colgando de la puerta del baño. Hice mis tareas, pero si
Damian se dio cuenta de que trapeé antes de barrer o que las toallas ahora
eran de un raro tono de rosa, no dijo nada.
Él trajo todas mis bolsas de compras del bote y aunque mi falda de
lentejuelas no era exactamente el atuendo para lavar el inodoro, lo atrapé
mirando mi culo brillante. Lo tenté todo el día en esa falda, un top cortado
y el collar de conchas que me había dado. Me había quedado pegada a
Damian la mayor parte del tiempo que él estaba en recuperación, así que
esa fue mi primera mirada real a la isla. Tenía solo un par de kilómetros
cuadrados de longitud, rodeada por una blanca, arena playera de un lado y
un exuberante, bosque tropical en el otro. La pequeña casa estaba situada
en el medio, bajo la sombra de árboles altos. El lado del frente tenía
calmadas aguas de espejo, protegidas por un arrecife de corales y en el lado
de atrás se abría a palmeras, arboles de papaya y arbustos con gruesas,
brillantes hojas.
Era obvio que Damian conocía la isla como la palma de su mano.
Sabía dónde encontrar pequeñas, bananas rojas con una textura tan
cremosa que sabían como gruesos, dulces flanes, con un toque de
frambuesa. Sabía en dónde golpeaba el sol, a qué hora y dónde venían las
brizas más frías del océano.
—¿Vienes aquí a menudo? —pregunté, mientras él revisaba el
generador. Parecía como si el lugar fuera bastante autosuficiente. Un
generador, tanques para recoger y procesar el agua de lluvia, propano para
calentar el agua que usamos para limpiar y bañarnos.
—Fue mi hogar por un tiempo —respondió.
—¿Te refieres a cuando Rafael y tú se estaba escondiendo, después
del incidente con El Charro?
—¿Cómo sabes acerca del Charro? —me dijo Rafael.
No parecía molestarlo. Él era quien era, con ningún pretexto sobre su
pasado o las cosas que había hecho.
—¿Alguien sabe que estás aquí? Quiero decir, ¿esto es propiedad de
quién? —pregunté.
—Es mía ahora —dijo—. Nadie más tenía mucho uso para ella. Es
muy pequeña para turismo, muy playera para la agricultura, muy remota
para los pescadores.
—¿Pero tú no vives aquí?
—No. Voy a donde mi trabajo me lleve.
—Así que. —Jugueteé con el dobladillo de mi top—. ¿Nosotros estamos
bien aquí?
Damian se calmó con mis palabras.
—No hay un “nosotros”, Skye. Crecimos. Nos convertimos en
diferentes personas. Vivimos en mundos diferentes. Tan pronto como sea
seguro, te dejaré en tierra firme.
—¿Solo vas a dejarme? —Lo miré incrédula—. ¿Qué pasa con
MaMaLu? Dijiste que me ibas a llevar hasta allá. Necesito verla, Damian.
Necesito ver su tumba. Nunca tuve oportunidad de decir adiós.
—Yo tampoco —escupió él—. Te iba a llevar allí para que pudieras ver,
para que pudieras entender por qué hice lo que hice. Pero ya sabes la
verdad.
—¿Eso es todo? ¿Me vas a dejar en algún lugar en el que puedan
encontrarme, como si fuera una carga indeseada? ¿Y qué se supone que
haga? ¿Olvidar todo lo que pasó? ¿Olvidar que me secuestraste, volteaste mi
vida de cabeza y luego me has soltado? ¿Así como así? Bueno, ¿sabes qué?
Sí me olvidé. Me había olvidado hasta que volviste de nuevo a mi vida. Eres
un jodido bastardo egoísta, Damian. Recogerme cuando te place, dejarme
cuando te plazca. No soy un peón sin mente y emociones que puedes mover
de aquí para allá en este juego que tienes con mi padre. Soy real y estoy aquí
y me preocupo por ti.
Y allí está, un destello de emoción cruda en el rostro de Damian, un
tirón del aliento como si hubiera recibido un golpe en el estómago. Y con la
misma rapidez se había ido.
—No te preocupes por mí —dijo él—. Soy un jodido bastardo egoísta.
He matado personas, planificada, trazado, y orquestado todo el asunto, y
nunca sentí un gramo de remordimiento. Y había planeado, trazado y
orquesté matarte. Así que no te preocupes por mí, lo único que voy a hacer
es decepcionarte.
—¡Mentira! Solo tienes miedo de dejarme entrar, tienes miedo de dejar
entrar a cualquiera.
Nos miramos el uno al otro, ninguno dispuesto a retroceder.
Luego Damian se dio la vuelta y desapareció por los árboles.
Bien.
Me fui furiosa a la playa.
Me quité la falda, tiré mi top en la arena y caminé dentro del agua.
Estaba tibia, y tan transparente que los rayos del sol bailaban en mis pies.
Me acosté boca arriba y me entregué al océano.
Tómalo. Llévatelo todo lejos, pensé. No sé qué hacer con nada de esto.
Floté como un pedazo de madera a la deriva, meneándome de arriba
abajo en las olas. Mi dedo aún picaba, pero era soportable. Abrí mis ojos
mientras una gaviota pasó por lo alto, bloqueando el sol momentáneamente.
La seguí a la costa, siguiendo su camino, y me di cuenta que Damian me
estaba viendo desde la vereda. Estaba usando mi ropa interior, pero estaba
pegada a mi cuerpo como una segunda piel. Él ya me había visto desnuda,
pero esto era diferente. No me había mirado aquella vez, como me está
mirando ahora, con una clase de añoranza que me hacía sentir como si yo
fuera el Santo Grial de su colección, como si yo fuera el oasis y él fuera dos
pies quemados en la arena del desierto. Miró hacia otro lado y volvió a tallar
en lo que sea que estaba trabajando.
Salí del agua y recogí mi ropa. Damian mantuvo su mirada apartada.
Cuando salí de la ducha, mi cabello negro y rubio recién lavado con champú,
él estaba esperándome en la habitación.
—Déjame ver tu dedo. —Quitó el mojado y sucio vendaje y lo
inspeccionó. Se estaba curando, aunque algunas partes aún estaban
sensibles—. Esto va a funcionar mejor. —Me había hecho una férula de
madera acolchada en todos los lados, pero no tan voluminosa que se
interpusiera en el camino.
Me senté en la cama y lo dejé colocármelo.
—¿Cómo se siente eso? —preguntó, asegurándolo con banditas.
—Bien. —Muy, muy bien. Mírame así de nuevo. Con ternura en tus
ojos—. ¿Qué hay de ti? —Tracé las puntadas en su sien. Una, dos, tres,
cuatro. Cuatro suturas entrecruzadas.
—Estoy bien —dijo él, pero dejó mis dedos descansar en su piel.
Él estaba arrodillado en el piso. Su otra mano no se había movido de
la mía, aun cuando la férula estaba asegurada. Nuestros ojos estaban
nivelados; no había dónde esconderse.
Siempre que MaMaLu cantaba sobre las montañas Sierra Morena, yo
pensaba en los ojos de Damian. Yo no sabía qué aspecto tenían las
montañas, pero siempre las imaginé así de oscuras, con bosques de ébano
y cuevas de carbón. Por supuesto, yo no tenía ni idea en ese entonces que
los bandidos al acecho eran mis propios sentimientos, saltando de la
amistad a esta caída, aleteando hacia mí desde todos lados.
Damian me veía de contrabando, y cuando cayeron a mi boca, me
robaron todo el aliento y pensamientos. Me preguntaba si él estaba sintiendo
el mismo empuje innegable, si su corazón estaba acelerado tanto como el
mío, si el pasado y el presente estaban besuqueándose como adolescentes
salvajes en el asiento trasero de su mente.
Una gota se resbaló de mi cabello a la sombra entre mis pechos. No
había nada separándome de Damian, excepto mi toalla. Mi corazón estaba
abierto —mis labios, mi piel, mis ojos— descubierto y desnudo. Y al final,
esa era mi ruina, su ruina, porque Damian podía tomar mi dedo, pero no mi
corazón.
Así que, él soltó mi mano y dejó la habitación.
22
Traducido por Sager
Corregido por Nanis

Se me había olvidado el sabor de los mangos, gordos y jugosos


consumidos directamente del árbol. Los mangos en la isla eran pequeños,
pero extraordinariamente dulces. Podía encajar tres en la palma de mi mano
y cuando pelaba la suave y gruesa piel, el jugo goteaba en mis brazos y me
convertía en un desastre pegajoso. Tenía que mirar las hormigas mientras
se los comían, especialmente si tenía en mis piernas. A esas desgraciadas
les encanta el néctar de mango y había veces en las que iban a lugares que
no apreciaba. Ese era un precio que estaba dispuesta a pagar, por el placer
de estar sentada a la sombra de un árbol de mango y hundiendo mis dientes
en la suave y anaranjada carne. Lo mejor era cuando podía ajustar todo el
mango en mi boca y chuparlo todo hasta que solo quedara la semilla seca y
barbuda.
Las frutas más maduras y pesadas se caían del árbol por su cuenta,
así que siempre había algunos en el suelo, pero estaban magullados o
picados por bichos y animales. Damian escalaba el árbol y sacudía las
ramas mientras yo me paraba debajo, tratando de atraparlas en una cesta
de mimbre.
—Auch —dije por quinta vez, cuando rebotaban en mi cabeza—.
¡Todavía no! En cinco, ¿está bien?
Esta era una de esas cosas en las que encajamos automáticamente
que ni Damian se dio cuenta. Y funcionaba perfectamente. Todavía estaba
admirando nuestro pequeño botín cuando el cielo se desató. No era una
agradable, llovizna suave; era como ser salpicado por una ola gigante al final
de un viaje en agua. La ducha tropical soltó más mangos en mi cabeza.
Volteé la cesta de mimbre para escudarme. Todos los mangos que habíamos
recogido rebotaron en mi cabeza. Empecé a correr para cubrirme, pero el
suelo rápidamente se había convertido en barro y tenía que mover un pie
antes de sacar el otro. Damian saltó desde el árbol y estaba unos metros
delante de mí, atrapado en la misma situación, excepto que él es más pesado
así que se hundía más profundo. Nos veíamos como dos zombis húmedos,
miembros rígidos y torpes, haciendo una carrera desde la cripta.
Damian se volteó cuando yo empecé a reírme. Dio un vistazo hacia
mí, con la cesta al revés posada en mi cabeza, hasta los tobillos enterrados
y embarrados en el barro, y comenzó a reír también.
—Por aquí. —Tomó mi mano y me dirigió a una pequeña choza de
madera en la selva.
El techo de palapa nos protegió de la borrasca que pasaba. Caí al
suelo, empapada hasta los huesos, tratando de recuperar el aliento, pero
fallando miserablemente porque no podía parar de reír por los fangosos, pies
de hobbit de Damian.
—Amigo, para alguien que es tan compulsivo sobre la hidratación de
sus pies, necesitas una pedicura. Urgente —dije, moderándome cuando me
di cuenta de que él no se estaba riendo más—. ¿Qué? —pregunté. Él me
miraba con una intensidad que me estaba haciendo retorcerme.
—Todavía te ríes igual —dijo.
Me quedé helada y dejé caer mi mirada a la cesta de mimbre en mi
regazo. Yo no quiero que él vea cómo estas breves y pequeñas ráfagas de
familiaridad me dan ganas de tirar mis brazos a su alrededor y derribar los
muros que nos impedían la facilidad que una vez compartimos.
—La misma risa, a excepción de que la brecha entre los dientes —
continuó, estirándose a mi lado.
—Sigo siendo la misma chica, Damian. —Puse mi cabeza hacia abajo
y yacimos en el suelo, deseando la simplicidad de la infancia, la totalidad de
los corazones, la dulzura, La vida no adulterada. Los charcos y las caras
llenas de chocolate y las rodillas peladas y fangosas, saltar la cuerda; yo
ocultándome detrás de las faldas de MaMaLu después de pintar su cara de
rosado bailarina mientras dormía bajo el árbol.
—¿El día que visitas la tumba de MaMaLu, es el mismo cada año? —
pregunté.
Él asintió, mirando las hojas de palma secas que se alineaban en el
techo.
—Solía esperar fuera de la prisión. Un día escuché su canto. Fue la
última vez que cantó para mí. Era tan clara que podía oírla por encima de
todo el ruido y el caos, como si ella estuviera justo allí, cantando en mi oído.
Creo que era su forma de decir adiós. Voy cada año en ese día.
Quería llegar a la mano de Damian, juntar sus dedos con los míos.
Quería decirle que había sido un buen hijo y cuánto MaMaLu lo había
amado, pero no pude tragarme el nudo en la garganta.
Escuchamos la lluvia desplomarse mientras el barro secaba en
nuestros pies.
—¿Qué es este lugar? —pregunté, mirando alrededor.
La cabaña era pequeña, pero con restos de uso: una linterna colgada
de una de las columnas y había un banco de expedición con herramientas,
tornillos y clavos oxidados.
—Es una especie de taller ahora. Lo preparé cuando Rafael y yo
llegamos por primera vez aquí. Era solo una cabaña de hierba entonces,
pero nos dieron un poco de madera y parcheado para arriba. Con el tiempo,
construí la casa y superó este lugar.
—¿Construiste esto tú mismo?
—Un poco a la vez. Cargar suministros a este lugar fue duro. Tomó
unos años, pero me gusta venir aquí, a trabajar con las manos, tener tiempo
a solas.
—Que MacGyver de tu parte.
—¿Mac quién?
—MacGyver. Era el programa favorito de mi padre, acerca de un
técnico de bombas que podía arreglar casi cualquier cosa con un clip de
papel y una navaja suiza. Apuesto a que podría haberte mostrado cómo
instalar cristales en las ventanas también.
—¿Qué te hace pensar que no lo dejé así deliberadamente?
—Cierto. Nunca te gustó el cristal en las ventanas —dije, pensando en
todas las veces que tuve que abrir la mía para que pudiera entrar.
Yo sabía que él estaba recordando lo mismo, porque no se movió
cuando toqué el dorso de sus dedos con los míos. Era lo más cerca que pude
llegar a tomarme las manos con él.
—¿Recuerdas las flores amarillas que caían de los árboles? —
pregunté.
—Sí.
Sonreí, porque la lluvia se había acumulado en el techo y se filtraba a
través de las hojas, cayendo en nuestras caras, pero nos quedamos allí, sin
querer movernos, pretendiendo que éramos flores húmedas en el sol.
—Damian —dije, manteniendo los ojos cerrados—, yo sé que tengo
que volver a ese otro mundo, el mundo del que me secuestraste. Y no sé lo
que pasa entre ahora y entonces, pero esto de aquí, esta lluvia, esta choza,
esta isla, este momento, quiero que dure para siempre.
Damian no respondió, pero alejó los dedos. Estaba bien, sin embargo.
De hecho, fue más que bien, porque Damian Caballero estaba luchando con
la única cosa que lo asustaba. Yo.
23
Traducido por MariaBros
Corregido por Nanis

—¿Listo? —preguntó Damian.


—¿Estás seguro de que es confiable? —Doblé la lista de las provisiones
que necesitábamos y ajusté mis gafas de sol.
—Es un pueblo turístico, calles concurridas, montones de personas.
Tengo una barba. Tu cabello es diferente. No lucimos nada como nuestras
fotos. Nadie lo notará. —Damian se deslizó su gorra de béisbol. TM.
Tan Malditamente bien.
El plan de Rafael había funcionado. Encontrar el teléfono desechado
de Damian en Caboras había despistado la búsqueda, pero se estaban
quedando sin pistas y el rastro se estaba enfriando. No pasaría mucho antes
de que retrocedieran, pero por ahora estábamos bien.
—No olvides esto. —Damian me entregó el collar de caracoles que me
había hecho—. Nada dice turista mejor que la artesanía local.
Me lo puse y revisé mi reflejo. Estaba usando una camiseta negra sin
mangas y los pantalones que tenía cuando Damian me raptó. El aspecto de
pasarela había sido decolorado por el sol, el calor y la humedad. No pensé
dos veces en sentar mi trasero en un tronco de árbol musgoso o en usarlos
para viajes de cacería de larvas en la selva. Por supuesto, yo solo sostuve la
cubeta mientras Damian desenterraba los gusanos. Es algo para enlodar tu
dobladillo; pero no iba a tocar a esos desgraciados meneadores.
Damian removió el techo de camuflaje de hojas de palma que había
atado del bote. Se sentía raro volver al espacio del cual había ansiado
escaparme. Percibía una sensación de libertad ahora, que no me podría
haber imaginado entonces. Ser arrancado de mi mundo brillante y adornado
había sido insoportablemente doloroso, pero no sabía si podía volver a ser
esa persona de nuevo. Ya no era plástico de maniquí, bonita y perfecta;
estaba pirateada, de adentro hacia afuera. Mi cabello era un desastre, mis
uñas eran un desastre, mi corazón era un desastre. Pero mi piel estaba viva
y besada por el sol, y mi rostro brillaba de brisas oceánicas y rocío salino.
Observé a Damian conducir y traté de no mirarlo fijamente. El viento
moldeaba su camiseta contra su cuerpo, acentuando sus hombros y
abdomen perfectos. No se había afeitado desde que habíamos estado en la
isla, pero su barba no estaba del todo completa. Lo hacía lucir libre de
espíritu, bohemio y extremadamente masculino, como si perteneciera en las
páginas de una revista náutica. Su rostro había sanado. Sus puntadas
seguían ahí, pero estaban listas para salir, cerca de la línea del cabello y
bajo su gorra. Tenía una nariz afilada, piel bronceada estirada en sus
pómulos, y pestañas negras que enmarcaban ojos profundos y oscuros.
Maldición. Tenía un buen y altivo perfil.
Era entrada la tarde cuando anclamos en un puerto ajetreado.
Cruceros y yates salpicaban el centelleante puerto. Playas doradas
terminaban en extensos centros turísticos, tiendas y restaurantes. Pasamos
por todo el alboroto, esquivando la lluvia de taxis rosas, las tiendas de
recuerdos atestadas de cuerpos bronceados, los restaurantes de sushi y los
vendedores insistentes. Callejones torcidos guiaban a la plaza principal,
donde tiendas y bancos rebosaban multitudes desde profundos pórticos
arqueados.
Seguí a Damian mientras zigzagueaba pasando los altos edificios,
ignorando los supermercados y cadena de tiendas, hacia el otro lado de la
plaza. Ahí, estirada por cuadras en ambos lados de la calle, había un
mercado al aire libre, puesto tras puesto colorido llenos de casi cualquier
cosa: filas de sandías, piñas y naranjas, jalapeños del tamaño de pequeños
pepinos, especias apiladas en fragrantes pirámides, DVDs y CDs piratas,
pilas de imitaciones de Gap y Hollister, diademas con penes gigantes
sobresaliendo de ellas, y nopales amontonados en pilas de al menos dos
metros de alto.
Damian tenía razón, esta vertiginosa cacofonía de visiones, sonidos y
olores era el lugar perfecto para desaparecer en la multitud. Compramos
huevos y frijoles blancos y tomates tan grandes como coliflores. Chupé bolas
de tamarindo recubiertas de chile y azúcar que hicieron que mi boca
zumbara y que mis ojos lloraran. Pasamos filas de mariscos en hielo:
lubinas, pulpos y tiburones que lucían enojados llamados cazón. Damian
escogió algunas almejas con cremoso caparazón café.
—Almejas de chocolate —dijo—. Para cuando quieres ceviche real.
Hice un gesto y alejé a otro vendedor, preguntándome por qué nadie
estaba deslizando pedazos de queso y aguacate bajo la nariz de Damian.
—Eres la peor persona con la cual ir de compras —dije, mientras
alejaba mi mano de una palmada de las bolsas y zapatos fabricados
localmente. Me atrasé unos segundos para admirar los complicados
patrones tallados a mano en el cuero, antes de lanzarme tras Damian—.
Tengo hambre ―dije.
Estábamos parados a un lado de los puestos de tacos. Podía oler
tortillas frescas y humo de madera, verduras tostadas y carne asada.
—Casi terminamos.
—Pero tengo hambre ahora.
—Tú eres la peor persona con la cual ir de compras —dijo.
Lo seguí de cerca por unos cuantos puestos más antes de montar una
protesta.
—Para una compradora de temporada, careces completamente de
concentración y disciplina. —Me quitó de la banqueta—. Pero claro, estás
acostumbrada a centros comerciales acondicionados y descansos para té de
burbujas.
—Odio el té de burbujas —dije, mientras lo seguía por un camino
estrecho de adoquín hacia un carrito.
—¿Qué tal Papas Locas? —preguntó.
El vendedor estaba asando grandes papas en aluminio, untándolas
con mantequilla y queso fresco, y sirviéndolas con una variedad
interminable de condimentos: arrachera, carne de cerdo, tocino, frijoles,
cebollas, ajo, cilantro, salsa y guacamole.
—¿Buenas? —preguntó Damian mientras yo excavaba en la papa
abultada.
—El paraíso —respondí.
—¿Quieres un poco de esto? —Me ofreció su burrito: carne al carbón
con comino, ajo y jugo de lima.
—No, gracias. —Lucía delicioso, pero no iba a admitir que quería su
burrito.
Seguía sonriendo ante mi tonto chiste privado cuando un ruidoso
cortejo nupcial entró en el callejón: una novia y un novio achispados,
seguidos por un grupo de niños risueños, seguidos por una banda completa
de mariachi, seguidos por familiares y amigos. Damian y yo nos
presionamos contra lados opuestos del camino para dejarlos pasar. Las
trompetas sonaron en nuestros oídos, ligeramente desafinadas,
atacándonos con ajustados estallidos de vibrato. Mi papa tembló en
desesperanza y unas cuantas cebollas verdes se cayeron. Mi mirada se cruzó
con la de Damian. De repente éramos niños de nuevo, y estábamos riendo
como hombres con anchos sombreros y violines vibrantes presentados entre
nosotros.
Los notó al mismo tiempo en que yo lo hice, las filas y filas de papel
pegadas en las paredes en ambos lados: folletos rosas y amarillos con
nuestros rostros impresos en ellos. No sabía lo que decían, pero estoy
bastante segura que la leyenda decía “Perdida” para mí y “Se Busca” para
él. Era muy serio, vernos a nosotros mismos exhibidos, mientras todo el
cortejo nupcial paseaba a nuestro alrededor, dos a la vez. Nuestros ojos
permanecieron fijos mientras conteníamos el aliento. La calle era tan
angosta, que dos amantes parados en balcones separados el uno del otro
pudieron haberse inclinado para un beso. No había lugar para huir.
Nos quedamos pegados a las paredes hasta que lo último de la fiesta
de la boda había pasado y las guitarras se habían vuelto un rasgueo
distante.
—Vamos. —Damian recogió las bolsas de compras que estaban a sus
pies.
Estábamos yendo hacia el bote, a través de un laberinto de calles,
cuando se detuvo fuera de una clínica médica ambulatoria.
—Creo que deberías hacer que te revisen el dedo —dijo.
—Pero está bien. —Agité la férula hacia él—. No hay nada que puedan
hacer. Además, ¿no crees que es un poco arriesgado? Si han estado viendo
las noticias podrían sumar dos más dos.
—No si entras sola. Tal vez deberíamos separarnos.
—¿Y qué? ¿Inventar una historia sobre lo que pasó?
—Haz lo que tengas que hacer, pero haz que lo revisen. Te esperaré
aquí afuera.
—Pero está bien. —Comencé a alejarme—. Lo último que necesito es
que alguien empiece a toquetearlo cuando finalmente está sanando.
—Como gustes. —Damian no iba a ceder—. Si no vas a entrar, yo lo
haré. Necesito que me quiten los puntos.
Vacilé por un segundo. Solo quería regresar al bote, pero tenía razón.
Sus puntos estaban listos para salir.
—Espérame en el supermercado —dijo Damian. Señaló la tienda del
otro lado de la calle—. No debería tomar mucho.
—Está bien. —Comencé a cruzar el camino, pero él me jaló.
—Toma. —Me dio unos billetes—. En caso de que tengan helado de
cacahuate con chocolate.
—¡Eso es demasiado para helado! —Reí, pero ya estaba entrando a la
clínica.
Después de las multitudes apretujándose de antes, el supermercado
estaba fresco y callado. “Demons” por Imagine Dragons estaba tocando por
el altavoz. Me paseé hasta la sección de congeladores. No había helado de
cacahuate con chocolate. Estaba revisando los panqueques congelados
cuando la letra de la canción hizo que me detuviera repentinamente.
Damian había sido muy insistente, la clínica, mi dedo, los puntos.
Cualquier excusa para que nos separáramos.
Tal vez deberíamos separarnos.
¡El cabrón! Me estaba dejando ir.
Tan pronto como sea seguro, te dejaré en tierra firme.
No olvides esto. Se aseguró de que no dejara el collar de caracoles.
Corrí de vuelta a la calle, sin importarme que dos autos me esquivaron
por poco. Los conductores pitaron y me maldijeron, pero todo lo que podía
ver era la puerta de la clínica. La abrí de golpe y me congelé. Ahí estaba,
sentado en una de las sillas de plástico, las bolsas de las compras a sus
pies, hojeando una revista.
Retrocedí lentamente, no queriendo que viera cuánto pánico tenía,
cómo el pensamiento de ser separada de él de nuevo era tan doloroso que
apenas podía respirar. Cerré los ojos y respiré.
5, 4, 3, 2, 1…
De nuevo.
5, 4, 3, 2, 1…
Entonces volví al supermercado. Por un momento, me paseé, aún
sintiéndome abrumada por la sensación de vacío que me había inundado.
Estaba enamorada de Damian, completa, total y desoladamente. Me había
dicho que mientras me quedara con él, tenía influencia, una ficha
intercambiable para negociar su seguridad. Sin mí, era un blanco fácil. Pero
la verdad era que quería quedarme con él por mí, porque siempre, siempre
había formado parte de mí. Quería quedarme con él para poder unir todas
sus partes abolladas y rotas, porque nunca podría estar completa donde él
estuviera roto.
Me encontré parada frente a las fresas. Regordetas fresas de color rojo
fuego con tapas verde brillante. Pensé en el pastel pisoteado que Damian
nunca pudo comer y decidí que las iba a comprar todas. Le iba a dar de
comer fresas y él se iba a enamorar de mí.
Sí. Amaba cuando elaboraba un plan brillante e infalible.
Esperé dentro hasta que la tienda comenzó a cerrar por el día. Cuando
las luces se apagaron, me dirigí a la clínica, cargando un montón de fresas.
Damian no estaba ahí. Nadie estaba sentado en la sala de espera.
—¿Hay alguien con el doctor? —pregunté a la recepcionista.
—No, pero ya acabamos por hoy. Lo siento, tendrás que regresar
mañana.
Di traspiés hasta llegar afuera, arrastrando las fresas detrás de mí.
Me había dejado. Había sido su plan todo este tiempo, dejarme en la
clínica, hacer que ellos avisaran.
Creemos que es la misma chica. Vino con un dedo cercenado. Eso es lo
que nos avisó. Ha estado en todas las noticias, que su padre recibió un
pedazo. Algo espantoso. No hay señal del tipo.
Cuando eso no funcionó, elaboró una excusa para entrar él mismo.
Tal vez sí hizo que le quitaran los puntos. Tal vez salió, me vio esperando
con dos bolsas llenas de fresas y decidió que dejarme era lo mejor por hacer.
Para ambos. Y sí, eso tenía sentido. Debería encontrar la estación de policía
más cercana y contactar a mi padre. Podría volver a La Jolla mañana, en mi
dulce habitación que era el doble de grande que la casa de Damian de la
isla, siendo cuidada, mimada y atendida. Eso tenía sentido. No esto. No yo
corriendo por las calles hacia el puerto, parando un taxi con la loca
esperanza de aún alcanzarlo, aferrándome a cartones de fresas mientras se
desparramaban por los asientos.
—¡Deténgase! ¡Justo ahí! —Arrojé unos billetes al conductor,
reconociendo el muelle donde habíamos anclado, y salí antes de que se
detuviera por completo.
Corrí al final del embarcadero justo cuando el bote de Damian estaba
alejándose del puerto.
—¡Damian! —Me puse de puntillas en la mera orilla, tan cerca de él
como podía estar, tratando de llamar su atención—. ¡Damian!
Se volvió.
Sí.
No había manera más clara de demostrarle que lo había perdonado,
que lo que sentía iba mucho más allá del daño y el dolor que había sufrido.
Comprendía el porqué. Lo comprendía a él. Era su turno ahora, dejar ir,
tomar una oportunidad, dejarme defenderlo, dejarme estar a su lado, pase
lo que pase.
Todo lo que tienes que hacer es girar el bote y volver, Damian.
Me oyó, incluso cuando no dije nada. Nuestras miradas se
encontraron y pude ver todo lo que sentía. Por unos pocos momentos
celestes suspendidos, mi corazón y el suyo fueron los mismos; querían lo
mismo. Luego se volvió y continuó alejándose.
Dejé ir las estúpidas fresas. Dejé ir la estúpida esperanza que había
inflado mi pecho como un gran y estúpido globo. Dejé ir mi estúpido orgullo,
me senté en el estúpido muelle y me dejé estúpidamente llorar.
Había perseguido el bote de Damian, justo como él había perseguido
mi auto hace todos esos años. Pero esto era diferente. Esto no era un camino
seco y polvoroso. Este era un día despejado, un cielo despejado. Nada me
había ocultado de él. Me había visto y me había escuchado, y había decidido
seguir adelante. Porque donde hay odio, no puede haber amor, y Damian
aún odiaba a mi padre.
—¡No tienes derecho a castigarme por ello! —Tiré una fresa detrás del
bote. Se hacía cada vez más pequeño. Estaba a punto de lanzar otra, pero
no merecía ninguna fresa, así que la metí en mi boca y me enjugué las
lágrimas.
—¿Qué pasa, querida? —Sentí una mano cálida en mi hombro. Era
una viejecita usando un gran kimono con flecos encima de una camiseta y
una larga falda. Sus dedos brillaban con gruesos anillos.
—Perdí mi transporte. —Sentí un parentesco instantáneo con la gran
mujer bustona. Tintineaba y sonaba de todos los collares y brazaletes
coloridos que estaba usando.
—¿Ese de ahí? —Apuntó al bote de Damian.
Asentí.
—No es muy tarde. Aún podemos alcanzarlo. Ken y yo estábamos
alistándonos para irnos. Sube, te daremos un aventón.
La seguí hasta un pequeño velero en el muelle.
—Soy Judy, por cierto. Y él es mi esposo, Ken. —Señaló a un hombre
con un gran rostro bondadoso.
—Gusto en conocerlos. —Sacudí sus manos. Si pensaron que fue
grosero que omitiera mi nombre, no dijeron nada. Parecían gente agradable,
y no quería mentirles, pero no iba a arriesgarme, en caso de que escucharan
las noticias.
—Nada como una disputa de enamorados en alta mar —dijo Ken,
después de que Judy explicara la situación.
—No dije que fueran enamorados. Por favor, disculpa a mi esposo. —
Judy se volvió hacia mí. Su cabello rubio era tan brillante que casi lucía
blanco—. Todo este sol le está afectando. No tenemos mucho en Hamilton.
—¿Hamilton? —pregunté, mientras zarpábamos—. ¿Dónde está eso?
—En Canadá. Tenemos una pequeña tienda de antigüedades, pero
navegamos bastante y a veces encontramos todo tipo de chucherías locales
para llevarnos.
―Ella está usando la mitad de ellas. —Ken me guiñó el ojo—. Si nos
hundimos en algún lugar en la Costa Pacífica, será por todas sus compras.
Una compañera de compras. Con razón sentí una conexión
instantánea.
—¿Quieren algunas fresas? —pregunté. Era todo lo que tenía para
ofrecer por su amabilidad.
—Oh, no, tenemos muchas, todo es guayaba, mangostán y piña —dijo
Ken—. Y, a decir verdad, no parece que tengas suficientes.
Judy y yo reímos. El viento había aumentado y el velero se movía
rápidamente hacia Damian.
—Le diré que baje la velocidad —dijo Ken, cuando lo alcanzó.
—Gracias —respondí. Los botes estaban inclinándose lado a lado. Ken
comenzó a bajar el bote.
—No es necesario —dije. Casi tenía miedo de que Damian me viera.
No sabía qué haría si se fuera de nuevo—. Yo puedo a partir de aquí. —
Brinqué al agua.
—Bien, entonces. ¡No dejes que te detengamos! —gritó Ken detrás de
mí.
Subí la escalera hacia el bote de Damian y me paré en la cubierta en
un gran charco, sintiéndome un poco como una rata ahogada.
—No olvides estas. —Judy arrojó las fresas. Dos grandes bolsas
llenas.
—¡Gracias! —Me despedí con la mano mientras Ken y Judy se
alejaban.
Cuando me volví, Damian estaba parado al otro lado del bote, luciendo
terrible y furioso, abrigado con una camiseta de algodón blanca.
—¿Qué crees que estás haciendo?
—Iré contigo.
—No te quiero, Skye. Pensé que había dejado eso claro. ¿Estás tan
ridículamente malcriada, tan acostumbrada a obtener lo que quieres que no
puedes meterte eso en la cabeza?
Oh, Dios, este hombre. Este hombre jodidamente imposible. Acababa
de dejar todo atrás, mi libertad, mi mundo cómodo, mi padre, por este
hombre. Lo había encontrado en el medio del océano, brincado al mar,
trepado abordo, todo para que pudiera amarlo. Si tan solo me dejara amarlo.
Pero no. Estaba haciendo lo que siempre hacía, dejándome afuera
antes de que yo pudiera dejarlo afuera, porque eso es lo que esperaba del
mundo, dolor, traición, insensibilidad. Ni siquiera iba a darnos una
oportunidad.
—Eres un jodido cobarde. —Recogí una fresa y se la lancé. Le acertó
en el rostro, dejando una mancha rosa.
Le arrojé una más. Y otra y otra y otra, hasta que estuvo cubierto de
manchones, su rostro, su camiseta, sus brazos, su cuello.
—¡Te odio!
Lo hacía. Odiaba que pudiera solo quedarse ahí parado,
inquebrantable, indiferente, inflexible, y verme caer en pedazos.
—¿Me oyes? ―Tomé un puñado de fresas y las azoté contra su pecho―.
¡Te odio!
Cuando todas las fresas se acabaron, comencé a pegarle con mis
puños. Quería pulverizar cada recuerdo que tenía de él. Quería que sufriera
de la manera en que yo estaba sufriendo. Quería que sollozara de la manera
en que yo estaba sollozando. Querí…
Damian tomó mis manos y las aseguró detrás de mi espalda. Sus
labios encontraron los míos y se aferró con un hambre que me dejó sin aire.
Era un océano de deseo y necesidad. Todas las furiosas corrientes
sumergidas que había mantenido a raya se desataron en mí. Traté de
mantenerme a flote, asiéndome a él, pero no tenía ninguna oportunidad. Mi
dolor, mi enojo, mis lágrimas fueron puestas a un lado por algo más
profundo, algo vasto, verdadero, poderoso e interminable.
Era un beso que había entrado sigilosamente a través de una ventana
abierta, un beso que yacía doblado en una jirafa de papel, en los silencios
entre 5, 4, 3, 2, 1, en los fosos de mini mangos y aquí, ahora, por fin, estaba
siendo liberado. Y lo adecuado de ello, la sensación de anhelo y pertenencia,
me hizo querer aferrarme a ello para siempre. Quería que Damian siguiera
besándome, siguiera besando, siguiera besando, hasta que cada otro beso
fuera borrado, hasta que este fuera el único beso.
Mi camiseta estaba empapada, mis pantalones estaban empapados,
mi cabello estaba empapado, pero la boca de Damian era como un incendio
de fresas, caliente y dulce, y completamente fuera de control. Toda la
intensidad con la cual me había alejado estaba jalándome de vuelta,
fusionando mis labios con los suyos. Fue casi doloroso cuando se separó.
—No llores, güerita. —El pulgar de Damian acarició mi mejilla—.
Golpéame, abofetéame, dame un puñetazo, pero no llores, maldita sea.
—Entonces no me dejes, maldición —dije. ¿Realmente me estaba
viendo de esa manera? ¿Realmente estaba respirando tan fuerte?—. Y ya no
soy güerita. —Tomé una hebra de cabello oscuro—. Ya no soy rubia.
—Oh, pero sí lo eres. —Sonrió Damian.
Lo golpeé porque me había visto desnuda y sabía exactamente lo que
estaba pensando. Cuando envolvió sus brazos a mi alrededor, escondí mi
rostro en su pecho y sentí como si hubiera vuelto a casa.

Cuando regresamos a la isla, Damian hizo ceviche real mientras me


bañaba y me cambiaba.
—Presumido —dije. Realmente era un buen cocinero. Y un gran
besador. No podía dejar de mirar sus labios. Esos labios habían soplado
semillas de naranja con un popote en Gideon Benedict St. John, pero ahora
había cierto erotismo en ellos, cada vez que hablaba, cada vez que tomaba
un bocado. Eran todo lo que podía ver. Y los quería sobre mí.
—¿Qué le pasó a tu cara? —preguntó.
—Tu barba. —Salí de mi ensimismamiento lo suficiente para contestar
su pregunta. La ducha caliente había enrojecido a mi barbilla y a mi labio
superior en donde su barba había raspado mi piel.
Damian sonrió ampliamente. Dejar su marca en mí parecía apaciguar
alguna parte suya paleolítica que vivía en las cuevas.
Su sonrisa causaba cosas en mí también. Deseaba que se inclinara y
me besara de nuevo.
Sí se inclinó. Para recoger mi plato. Y entonces procedió a lavar los
trastes mientras yo apartaba las cosas. Deseaba que se pudiera apurar para
que pudiera envolver mis brazos a su alrededor de nuevo, pero se estaba
tardando tanto, raspando una mancha imaginaria, luego lavando el maldito
lugar otra vez, luego secando, todo mientras mantenía sus ojos en la tarea.
Me estaba evitando, y cuando finalmente me di cuenta por qué, quise
besarlo aún más. Damian no estaba lavando los platos. Estaba luchando
con algo que nunca había sentido antes. Estaba sintiendo timidez y era algo
completamente extraño para él. Nunca se había permitido que le gustara
una chica, nunca había estado en una cita, nunca había sentido mariposas
en el estómago.
Sentí una puñalada de ternura que fue rápidamente superada por la
urgencia de saltarle encima. Aclaré mi garganta en un intento de expulsar
a la traicionera muchacha descarada que estaba haciéndose cargo
rápidamente.
—¿Por qué no te vas a cambiar? Terminaré aquí —ofrecí. Aún estaba
usando su camiseta manchada de fresa.
Se apresuró a ello, como si le acabara de arrojar un bote salvavidas.
Cualquier cosa para alejarse de mí. Terminé el resto de los trastes y apagué
las luces.
Nos encontramos en el pasillo. Él estaba saliendo del baño y yo estaba
entrando. Lo primero que me golpeó fue su rostro limpio y afeitado. Adiosito,
barba. Los puntos también se habían ido. No había gorra de béisbol. Era
como si me estuviera mostrando su rostro por primera vez, los bordes donde
el niño que alguna vez conocí se había endurecido en un hombre, los lugares
en los que se había quedado igual. Lo segundo que noté fue su piel, aún
cálida y mojada, desnudo excepto por los pantalones que no lucían tan mal
cuando abrazaban su cadera de esa manera.
—Yo…
—Tú…
Nos alejamos el uno del otro, conscientes de todos los lugares que
nuestros cuerpos acababan de tocar.
No sé quién se movió primero, tal vez él, tal vez yo, pero estábamos
zigzagueando a través del pasillo, nuestros labios pegados, mi espalda
contra la pared, luego la suya, golpeteando y chocando hasta llegar a la
habitación.
Damian me levantó y me llevó adentro. Sus brazos desnudos se
sintieron como el paraíso. Intentamos meternos debajo de la red, ninguno
de los dos queriendo dejar de besarnos, pero estaban metidas debajo del
colchón, sellando la cama. Cuando Damian se arrodilló en el colchón,
conmigo aún en sus brazos, todo se rompió desde la punta.
—Problema resuelto —dijo, arrancando los delgados pliegues
mientras me depositaba en la cama.
Me hubiera reído, pero deslizó su cuerpo sobre el mío y entonces me
perdí. Extremidades contra extremidades, palma contra palma, familiar,
pero a la vez tan diferente. Mi camiseta y bragas cayeron, sus pantalones
pateados bajo la cama. Me recosté en mi costado, estremeciéndome cuando
su dedo bajó mi espalda, trazando la hendidura de mi columna.
Enganchando mi tobillo alrededor del suyo, froté mis dedos contra la planta
de su pie.
Era descubrimiento y asombro, un agitador de los sentidos, una
mezcla de suspiros. Estábamos piel con piel, y luego separados, tocando y
explorando hasta que la distancia se volvió demasiada para soportar. Él
estaba sobre su estómago y mis labios estaban rozando por la amplia
extensión de sus hombros y espalda. Apenas había probado su piel cuando
gruñó y se volvió. Damian era un amante que tomaba el control. Sabía
cuándo lo quería, dónde lo quería, y cómo hacerlo pasar. Yo estaba vertida
en él, embelesada con la sensación de su áspero pulgar contra mi pezón.
—Aún torcido —dije, tomando su pulgar en mi boca.
La reacción fue instantánea, una precipitación de palpitaciones,
sangre inflamada a esa parte suya muy masculina e insistente.
—Skye… —Se apartó de mí.
—¿Qué? —No había acabado de chupar su pulgar.
Olvidó lo que estaba diciendo, y solo se recostó, observándome.
—Eso no está ayudando —gimió.
—¿Qué tal esto? —Me moví hacia el otro pulgar.
—Jódete.
Solté una risita.
—Skye… —Intentó de nuevo.
Me moví hacia la punta de su polla, tocándola con mi lengua. Su
cadera se apartó de la cama.
—¡Skye! —Me apartó del cabello—. No tengo condones.
—Creo que vi un mini sombrero en la sala. —Volví a lo que estaba
haciendo. Su cabeza se echó hacia atrás en la almohada y sus dedos se
entrelazaron en mi cabello.
—¿A qué te refieres con mini? —gruñó.
—Retiro lo dicho —murmuré, saboreando la sensación de él
expandiéndose en mi boca. Comenzó a empujar su polla a través de mis
labios, replegándose, avanzando, un centímetro a la vez, hasta que no pude
contenerlo todo. Los sonidos provenientes de él hacían que mis muslos se
apretaran mientras mi necesidad me sobrepasaba.
—Mi turno —dijo, volteándome.
Era extrañamente tentador, sus labios en mi parte más privada. Y me
percaté de que esto era lo que era diferente para Damian. Podía haberse
cogido a muchas mujeres, pero nunca había hecho el amor antes, nunca
pensó en dar el mismo placer que recibía. Y sus pasos de bebé, su cálido
aliento, su lengua, su boca, me empujó a la más dulce liberación. Cuando
deslizó sus dedos dentro, primero uno, luego otro, pensé que iba a perder el
control.
—Damian. —Tomé sus hombros. Lo quería dentro de mí—. Detente.
Se detuvo, tomando mi rostro sonrojado, la subida y bajada de mi
pecho, mis duros pezones, rogando por su roce.
—Si no puedes recibir, no des —dijo, chupando mi pequeño botón
caliente como yo había chupado su pulgar.
La maldita burla. Sus dedos continuaron su molesto baile, y justo
cuando pensé que estaba a punto de explotar, su polla se deslizó dentro de
mí, entera y dura. Era simple posesión, desenfrenada y completa. El placer
llegó, rápido y explosivo. Me aferré a él, incapaz de suprimir el chillido de
deleite mientras ola tras ola de fuego eléctrico quemaba mi ser. Se quedó
quieto, una mano acunando mi nuca, la otra en la curva de mi cadera
mientras me venía en espasmos tirantes a su alrededor.
—De nuevo —dijo, cuando me quedé llena y sin aliento debajo de él—
. Conmigo esta vez.
Comenzó un ritmo incesante y magistral que me llevó a nuevas cimas
de placer. Mientras alimentaba mi deseo, el suyo creció aún más, su cuerpo
moviéndose con el mío en exquisita armonía. Ascendí para encontrarlo,
golpe por golpe, percibiendo una sensación de integridad que nunca había
conocido.
Ban.
Eban.
Esteban.
Damian.
Ahora conocía todo de él.
Abrí mis ojos en la cumbre y la intensidad del momento nos atravesó
a ambos. Me abandoné al torbellino de sensaciones, mi corazón estallando
con todas las cosas crudas, tiernas y feroces intercambiadas en esa mirada.
—Güerita. —Se rindió con un largo gemido vibrante.
Envolví mis brazos a su alrededor. Besó la parte superior de mi cabeza
y me acercó. No había acabado de tocarme. Sus dedos se movieron hacia
arriba y hacia debajo de mi espalda en caricias largas y lánguidas.
—Te crecieron las tetas —dijo—. Realmente muy buenas tetas.
—Te creció vello. —Tracé el vello sedoso de sus brazos—. Y un
realmente grande, um…
—¿Un gran qué, Skye? Déjame oírte decirlo.
—Una realmente gran personalidad.
—La cosa de las “personalidades” realmente grandes es que realmente
necesitan un montón de atención. Y para que sepas, siempre soy cuidadoso.
Esta es la primera vez que lo he hecho…
—¿Sin sombrero? —Reí—. Sé que nunca harías nada para ponerme
en riesgo.
—¿Cómo sabes eso?
—Porque me amas. —Listo. Las palabras habían salido y no podía
regresarlas. Déjalo negar lo que había visto en sus ojos, lo que sabía que era
la verdad.
Damian se tensó, como manteniendo el control. Sostuve el aliento,
esperando a que la máscara fuera puesta de nuevo. Mi corazón se iba a
romper con el murmullo del océano y el viento nocturno susurrando a través
de las palmeras. El nudo en mi garganta creció al tamaño de un coco
gigante.
—Es verdad —dijo—. Siempre te amé. Incluso cuando te odiaba.
Oh, Dios, Oh, Dios, Oh, Dios, Oh, Dios.
—¿Amé? ¿Tiempo pasado? —Lo estaba presionando, pero mi corazón
dio un peligroso salto.
―Amé. Amo. ¿Qué importa? —Me acercó a la cuna de sus brazos—. El
amor no muere.
―¿Me estás diciendo una de tus líneas de película, Damian?
―Es una canción. —Rió—. Mis gustos se han expandido—. Su boca
cubrió mi pezón, lanzando un temblor cálido a través de mí.
―Espera. —Enderecé su cabeza—. Hay algo que deberías saber.
―Lo sé. —Sus manos tomaron mi cintura posesivamente—. También
me amas.
―¿Era así de obvia?
―Skye. —Sonrió—. Desataste una jodida tormenta de fresas contra
mí.
Damian reinstaló la red de mosquitos sobre la cama y nos alejamos,
estudiando mi obra.
—No cocina, pero puede coser —dijo.
—Claro que sí, puedo coser. Aprendí del mejor.
—¿Así que suturar todas esas flores en bufandas de MaMaLu sirvió?
—Se llama bordado, y sí. Me enseñó bien.
—No lo sé. —Damian tiró del desastre emparchado—. Creo que
necesitamos probarlo.
—¿Estás sugiriendo un retazo por la tarde, porque…?
No llegué muy lejos. Damian me tuvo debajo de la red antes de que
pudiera protestar. No es que lo fuera a hacer. O que pudiera. Porque Damian
enamorado era una cosa de belleza, intoxicante, adictivo, demandante,
atento, y siempre, siempre hambriento.
Los días pasaron así, un arremolinado baile de sensaciones, pasiones
y descubrimientos. Noches igual. Comencé a tomar las píldoras
anticonceptivas que seguían en la bolsa que Damian había escondido.
Habían faltado unas cuantas semanas, pero no podía ser evitado.
Cada mañana, Damian iba a recoger mangos para mí, con
instrucciones estrictas de no cocinar mientras estuviera fuera. Hice la cama,
regresando la caja de Lucky Strike de MaMaLu de vuelta bajo su almohada.
Algunas veces me sentaba con ella, escarbando entre sus contenidos,
tratando de atrapar algún olor de ella, pero todo lo que olía era tabaco
rancio.
Cuando Damian regresaba, nos sentábamos en la veranda y
desayunábamos. Nos sentábamos en la misma silla, conmigo en su regazo,
aunque había otras tres que eran igual de cómodas. Jugaba con su cabello.
Él me dejaba, incluso cuando ambos sabíamos que lo odiaba. Ponía arena
en mi ombligo. Lo dejaba, incluso cuando lo odiaba. Pero eso es lo que lo
hacía especial, permitir al otro esas pequeñas libertades personales que solo
venían con verdadera intimidad.
Teníamos picnics en la playa. Damian tostaba cacahuates en la arena
y los rociaba con agua salada. Los comíamos calientes, con plátanos rojos y
granos de helado, vainas de un medio metro de largo llenas de semillas de
lima del tamaño de frijoles que estaban cubiertas con una jugosa pulpa
blanca. Sabían a algodón de azúcar mojado, pero cuando se dejaban
expuestas al aire por un momento, tomaban un sabor distintivo de vainilla.
Hicimos esnórquel sobre arrecifes, hipnotizados por un ballet
subacuático, mientras bancos de peces vívidos se lanzaban de adentro hacia
afuera de corales vivos y anémonas. Suaves abanicos de gorgonias y
esponjas gigantes brillaban sobre el suelo oceánico moteado por el sol.
Espigas azules, peces ángel, y rayas águila manchadas nos pasaron. Donde
el lecho marino estaba cubierto de pasto, nadamos con tortugas con aletas
que se extendían como alas.
Después nos recostamos en la playa, dejando que el sol calentara
nuestra piel. Damian decidió escudarme de los dañinos rayos ultravioleta.
Con su cuerpo. Pensé que sexo en la playa era una buena idea. Hasta que
el viento comenzó a soplar arena a nuestros rostros y entre nuestros
cuerpos. Sexo en la playa era demasiado arenoso para mi gusto.
—Qué princesa. —Rió Damian cuando detuve nuestro beso para
escupir un grano de arena.
Nos enjuagamos en el agua y nadamos hacia el bote.
—Aquí —dije, guiándolo a la cama donde pasé tantas noches
odiándolo.
—No. Aquí no. —Damian no quería recordar esa época.
—Sí. Justo aquí. Porque necesitas superarlo. Yo te he perdonado, pero
tú aún no te has perdonado a ti mismo.
—Skye…
Lo callé con un beso, porque todo lo que necesitaba saber estaba en
la manera en que mis labios se movían contra los de él, la manera en que
mi lengua se unía a la suya, prolongándose y saboreando la manera en que
se sentía, la manera en que sabía. Lo sentí derretirse, lenta, innegablemente,
porque no importaba dónde estábamos —aquí, en el bote, donde me había
secuestrado, o en la playa, o en la luna— porque no hay espacio demasiado
oscuro, o demasiado vasto, o demasiado irredimible que no pueda ser
llenado con amor.
Damian me adoró en esa cama. Por cada corte y moretón que me había
infringido, había una pomada de sus besos; por cada restricción había una
cadena de caricias. Estaba sorprendente y conmovedoramente restringido
aún cuando su deseo vibraba, duro y palpable entre nosotros. Mientras más
daba Damian, más aumentaba su pasión, hasta que estuvimos perdidos en
un mar de sensaciones: el estremecimiento de sus manos en mis muslos, la
manera en que nuestros huesos de la cadera se apacentaban entre ellos, el
tobogán de piel contra la palma.
Enterró su garganta en mi rostro y susurró dulces confesiones contra
mi cabello: cómo se sentía, cuándo sentía, qué sentía. Mis piernas se
aferraron a él, mis dedos trazando los tendones de su espalda, queriendo
sostenerlo más cerca, y aún más cerca. Mi mano bajó al espacio entre
nuestros vientres y lo guié hacia mí.
—Tómame. Tómame ahora —susurré.
Me exalté en su posesión, retorciéndome mientras nuestros cuerpos
encontraban un ritmo que nos unió. Estábamos presionados uno contra el
otro, piel con piel, tan cerca que podía sentir el corazón de Damian
palpitando a través de su pecho. Estaba rotando su pelvis en el sentido de
las agujas del reloj, luego rápidos empujes superficiales. Jalé un puñado de
su cabello y lo besé, con la boca abierta, enloquecida de necesidad. Saltó,
tomó mi trasero con ambas manos, y se hundió profundo en mí. Mis
pensamientos se fragmentaron; jadeé con dulce agonía mientras ardientes
sensaciones me recorrían. Damian asió mi cuerpo, un gemido tormentoso
escapando de él mientras se rendía ante su libertad.
Me acurruqué con él, mi cabeza encajando perfectamente en el
espacio entre su cuello y su hombro.
—¿Crees que tengamos más problemas con esta habitación ahora?
—Skye…
—¿Qué?
—No puedo pensar en este momento.

Había una piscina de agua salada en la playa, tallada en una cornisa


rocosa. Dos canales enjuagaban la piscina con olas fugaces, permitiendo
que los peces pasaran. Damian construyó una pared de piedra que permitía
entrar a los peces con marea alta, pero los atrapaba cuando el agua
retrocedía. Los peces no eran tan grandes como cuando iba a pescar, y
tenían un montón de huesos, pero a ninguno de los dos le molestaba porque
permitía que pasáramos más tiempo juntos.
—Así que cuéntame del tipo que veías en San Diego. —Estaba
masajeando mis pies con una mezcla de arena y aceite de coco, su
tratamiento de spa casero para mí.
—¿Nick?
—Con quien sea que hayas salido a cenar esa noche.
—¿Me estabas espiando?
—Así es.
—Raro —dije—. Nick es un buen tipo. Salí con él por cuatro meses,
pero nunca lo llevamos al siguiente nivel. Nunca fuimos “novio y novia”.
Debí sentir más remordimiento por no pensar en Nick, pero lo que
fuera que sentía por él palidecía en comparación con esto.
—¿Y qué somos nosotros? —preguntó Damian, quitando el tarro de
aceite de coco y ayudándome.
Caminamos dentro del agua, y dejé que las olas limpiaran la arena,
dejando mis pies suaves como seda.
—Nada mal —dije—. Podrías tener algo con este tratamiento tuyo de
exfoliación isleño.
—No respondiste mi pregunta.
Puse mis recientemente mimados pies en los suyos y enmarqué su
rostro.
—Somos una pregunta que no ha sido respondida aún, un escondite
que no ha sido encontrado aún, una batalla que no ha sido peleada aún.
Enlacé mis brazos en su cintura y caminamos por la playa así, con
Damian cargándome en sus pies. Nos detuvimos para ver tres iguanas
asoleándose en una roca.
—Rubiecito, Bruce Lee y Sucio Harry —dijo Damian—. Bruce Lee es
el pequeñito, Rubiecito es a la que le falta parte de la cola, y Sucio Harry es
el que luce malo.
—¿Nombraste a una iguana en mi nombre?
—No en tu nombre, güerita. El otro Rubiecito: Clint Eastwood, en El
Bueno, El Malo y El Feo.
—Ah, todos tus héroes, alineados en el sol.
—Hasta que los tipos malos llegan.
Me bajé de sus pies y nos volvimos.
—Piensas que mi padre es un tipo malo —dije—. Déjame hablar con
él, Damian. Podemos arreglar esto. Él no sabe que eres Esteban. No ha
hecho la conexión. Cancelará la búsqueda. Comprenderá. Lo que hizo fue
terrible, pero sé que nunca se propondría maliciosamente herirte a ti o a
MaMaLu. Todos tienen una razón. Tú mismo lo dijiste.
—Después de todo lo que ha hecho, ¿aún lo estás defendiendo
conmigo? —Me miró con incredulidad.
—Después de todo lo que tú has hecho, aún te defendería a ti con él.
Dale una oportunidad. Es un hombre decente, Damian.
—Nunca coincidiremos en eso. Tú tienes tus lealtades. Yo tengo las
mías. —Damian miró hacia las olas pasando por nuestros pies—. ¿Sabes lo
que eres, Skye?
Observé la espuma juntarse alrededor de nuestras piernas mientras
las olas retrocedían, sintiendo la calidez filtrarse de mí cuando Damian
retiró su mano de la mía.
—Somos arena que aún no ha sido lavada —dijo.
Un frío nudo se formó en mi estómago. Los dos hombres que más
amaba, con todo el corazón, estaban decididos a destruirse entre ellos. Tenía
la sensación de que para cuando todo estuviera dicho y hecho, solo uno
quedaría de pie.
24
Traducido por MajoCR
Corregido por Nanis

Por primera vez desde nuestra guerra de fresas, Damian y yo pasamos


la noche juntos pero separados. La desesperanza de nuestra situación y las
consecuencias de lo que había hecho cuando lo había seguido había
empezado a agobiarme. Me había ido con mi corazón y con la esperanza de
que sería capaz de enmendar las cosas entre él y mi padre. Había creído en
la loca convicción de que el amor lo conquista todo. Mi amor por Damian
ciertamente se sentía lo suficientemente grande y vasto, y aun así
desapareció escondido entre los pocos centímetros que nos separaban,
luchando con su necesidad de retribución.
Veganzamor.
Tracé las letras en mi almohada.
Nos mantuvo de hablarle al otro la mayor parte del día siguiente. No
es que estuviéramos enfadados o castigándonos entre nosotros. Entendía
exactamente cómo se sentía, y él sabía todas las cosas que estaban pasando
por mi mente. Solo que no sabíamos qué hacer o decir para que el otro se
sintiera mejor, así que no dijimos nada.
Pasé la mañana alimentando las flores de hibisco de Rubito y Bruce
Lee. Sucio Harry se resistió hasta que le ofrecí una banana; es goloso,
aparentemente. No hubo señal de Damian. No hubo mangos en la mañana.
Tuve el presentimiento de que se estaba ocultando en la cabaña, pero en la
tarde encontré una nota de él colocada sobre el mostrador.
—Tregua. Una cita. Te recojo al atardecer.
Estaba doblada en la forma de una jirafa, la última cosa que me había
hecho durante todos estos años en mi cumpleaños. Me senté con ella por
un rato porque era uno de esos momentos que sabes que vas a apreciar por
el resto de la vida. Y no hay muchos de esos. Vas por la vida pasando y
pasando hojas, palabras en blanco y negro corriendo entre ellas, y luego
¡bam! Tres frases de arcoíris y un animal de papel, y estás hurgando en tu
ropa, lavando tu cabello y cambiando tu conjunto una y otra vez, porque te
has puesto tonta, cursi y te has emocionado. Porque eso es lo que hacen
esos momentos.
—Wow. Qué desastre.
Di la vuelta y vi a Damian subiendo por la ventana de la habitación.
Se debió haber cambiado y bañado en el bote porque, demonios, se veía
bien. Tenía puesta una camisa azul abotonada, una chaqueta negra y jeans.
Una luz dorada enmarcó su rostro mientras inspeccionaba el camino de
ropa y bolsos esparcidos por toda la habitación.
—Para ti, güerita. —Me ofreció algo envuelto en papel de bananas.
Lo tomé de su mano, consciente de la forma en que sus ojos me
comían. Había encontrado un vestido ajustado crema, con mangas largas y
la espalda destapada. Eso complementaba mi nueva piel bronceada y
contrarrestaba las raíces rubias que estaban empezando a notarse en mi
cabello oscuro.
—¿Qué es esto? —pregunté, desenvolviendo su regalo. Viéndolo de pie
frente a mí, de repente me di cuenta de haberlo sostenido todo el día.
—Solo devolviendo algo.
—¡Mis zapatos! —exclamé. Los Louboutins dorados con tacones en
punta, los que estaba usando cuando me secuestró.
Se arrodilló ante mí y sostuvo una mano. Le di un zapato y luego el
otro, saboreando su toque mientras los deslizaba poniéndomelos.
—Así que, ¿cuál es la ocasión? —pregunté.
—Solo quería compensarte por el hecho de que te perdiste tu
cumpleaños este año —dijo—. Además, solo quería reconciliarme.
—Me drogaste en mi cumpleaños. Ni siquiera recuerdo qué ocurrió ese
día.
—Lo sé. Lo siento. Y no puedo soportarlo cuando no estamos
hablando.
Fui toda una idiota, pero no podía reprochar nada cuando él estaba
besando mi cuello así, dejando atrás las dulces y suaves cuerdas de las
disculpas.
—También lo siento, por lo de ay…
—No lo hagamos. —Me calló—. No nos disculpemos por cosas que no
podemos evitar sentir, las lealtades que nos están separando. Mi madre. Tu
padre. El mundo entero esperando ver cómo se va a desarrollar esto. Esta
noche solo tú y yo, ¿está bien?
Asentí y lo seguí hacia la terraza donde había puesto la mesa, con una
silla.
Comimos en silencio, pero ahora sin dar nada por sentado: la forma
en que su cuello se inclinó para hacerle espacio a mi nariz, cómo terminaba
un bocado cuando él ya iba por el tercer, cómo él se comía las partes con
más huesos y me dejaba el resto de pescado para mí, cómo bañaba todo en
salsa y a él le gustaba seco. Fue una tarde que no queríamos que se acabara.
La arena brillaba con la calidez de la puesta de sol y el agua bañaba en
silencio, olas de oro.
—¿Postre? —preguntó cuando terminamos.
—No me digas que horneaste un pastel.
—Tengo algo mejor en mente. —Me llevó a la playa, sonriendo porque
me rehusé a quitarme mis tacones nuevamente reclamados.
Lo seguí hasta una pila de rocas calientes en la arena. El fuego había
sido apagado, pero las rocas chisporrotearon cuando Damian salpicó agua
sobre ellas.
—¿Lista? —preguntó.
—Lista. —Sonreí.
Descubrió una canasta llena de bananas negras y arrugadas.
—Dime por favor que no me vas a hacer comer bananas podridas.
—Oye, comí tu ceviche. Además, estas no son bananas. Es plátano, y
es más dulce así cuando la piel se ha vuelto toda negra. —Me peló uno, lo
partió por la mitad a lo largo, y lo lanzó a la piedra. Cuando se empezó a
caramelizar, Damian vertió tequila sobre él.
Chillé cuando se encendió en un glorioso flameado teñido de azul.
—¿Quieres un poco ahora? —Removió el plátano de la roca y lo puso
en un plato.
Miré la cáscara arrugada y luego miré devuelta al plato. Damian se
encogió de hombros y metió un trozo en su boca. Se recostó, fuera codos,
dedos entrelazados bajo su cabeza y mirándome. Tomé una mordida
tentativa. Estaba tibio, dulce y pegajoso, y muy muy bueno.
—¿Mejor que un pastel? —preguntó.
—¿Qué es pastel? —Sonreí y me estiré a su lado.
Alternamos entre el postre y tratando de adivinar dónde aparecería la
siguiente estrella, mientras el terciopelo azul de la noche se desenvolvía
encima de nosotros.
—Mañana —dijo Damian.
—¿Qué pasa mañana?
—Mañana es el día en el que visito a MaMaLu.
—¿Crees que es seguro? —Mis brazos se apretaron a su alrededor.
—Están buscando a Damian, no a Esteban. Esteban desapareció hace
mucho tiempo, y no hay nada que lo conecte conmigo, nada que haga que
MaMaLu me rastree. No creo que estén vigilando la tumba de una mujer que
nadie recuerda.
—Yo recuerdo —digo—. Tú recuerdas.
Entrelazó sus dedos con los míos y escuchamos la canción de las olas.
—¿Por qué se siente como si fuéramos las únicas personas en el
mundo en este momento?
—Porque en este momento, lo somos. —Deslicé mis brazos dentro de
su chaqueta y alrededor de su espalda.
—¿Sabes lo que recuerdo? —preguntó—. Recuerdo pensar que la
canción de cuna de MaMaLu era sobre un hermoso pequeño pedazo de cielo,
algo que disipaba toda la oscuridad. Luego vinimos a Casa Paloma y sentí
como si fuera sobre ti. Cielito lindo.
—Y yo siempre pensé que ella estaba cantando sobre ti. Imaginé
montañas, oscuras y negras, igual a tus ojos. —Besé los ojos de Damian y
sus pestañas, sus cejas rectas, la fila de cicatrices de sus puntos—. Voy a ir
contigo mañana —dije, quitándole la chaqueta de los hombros.
—Lo sé. —La arrojó a un lado.
MaMaLu nos unió. El hecho de que Damian estaba dispuesto a
compartirla conmigo en la muerte como lo había hecho mientras estaba viva,
me hizo amarlo muchísimo más.
—No hay viento hoy. —Desabotoné su camisa y seguí bajando mi
mano por su fuerte y suave vientre, por el camino de vellos que desaparecía
debajo de sus pantalones—. No hay arena. —Pasé mi lengua sobre él.
—Déjame ver. —Me dio vuelta y me devolvió el favor, sus labios
tomando ventaja total de mi espalda expuesta—. Mmmm. Está en lo correcto.
Ni un grano. Solo piel suave y sedosa.
Me retorcí mientras sus dedos se deslizaban debajo de mi vestido,
subiéndolos, hasta que estuvieron envueltos en mi cintura.
—Dios. Este culo. —Bajó mis pantis amasando la carne—. Tampoco
hay arena aquí —murmuró, dejando marcas de dientes en mi piel.
Me dejé puestos los zapatos, y el collar de conchas marinas. Él me
dejó montarlo, pensé que le gustaría ese lado de mí, a la luz de la luna.
Mantuvo sus manos en mis caderas intentando mantener el ritmo y yo
seguía golpeándolas para alejarlas. Íbamos de un lado al otro por un rato
hasta que los juegos se disolvieron, la pasión lo superó y empezamos a
movernos como uno.
La desgastada almohadilla del pulgar de Damian encontró mi clítoris
y pulsaba hacia arriba, abajo, arriba, abajo, como un interruptor que me
permitía fuertes y punzantes picos de placer; y luego lo sacó. Cada vez que
gemía su boca caía abierta como si estuviéramos conectados por algún hilo
invisible. Damian estaba enfocado en mi rostro y mi cuerpo, como si
estuviera recordando cada momento, cada movimiento. Sus golpes me
empujaron más y más cerca del límite. Me sacudí contra su fuerte longitud,
llevándome a la locura, alcanzando, alcanzando, hasta que explotamos en
espirales de fuego líquido. Colapsé sobre él, agitada y ruborizada, mi corazón
golpeando contra mi pecho como si tuviera mis brazos envueltos a mi
alrededor.
Ambos estábamos callados como consecuencia, debido a la pérdida
porque al fin era hermoso y aterrador, hermoso porque cuando estábamos
juntos éramos todo y completos, y aterrador porque sabíamos que no había
vuelta atrás. Estábamos muy lejos de cambiar algo de ello.

Alejé la pila de ropa que estaba dispersa en la habitación y me deslicé


dentro de una de las camisas de Damian. Tuve que remangar las mangas,
pero estaba suave y tibia, y caía justo sobre mis rodillas. Hace veintiún días
habría aborrecido ponerme su camisa, pero aquí estoy, enterrando mi nariz
en el material porque no puede saciarme de su olor.
Caminé en la sala y encontré a Damian sentado en el sofá con su arma
desmantelada en la mesa de café.
—¿Qué estás haciendo?
—Limpiando mi arma.
Lo miré silenciosamente mientras la rearmaba. La familiaridad con la
que la sostenía y la precisión de sus movimientos, me recordaron la
trayectoria con la que había venido. Se estaba alistando para mañana, en
caso de que corramos peligro en Paza del Mar, en el cementerio donde fue
enterrada MaMaLu. Sabía que Damian no dudaría en usar esa arma si algo
o alguien intentaban alejarme de él.
—Damian, ¿por cuánto tiempo vamos a escondernos?
Volvió a cargar el arma y me miró.
—¿Quieres regresar?
—Sabes que eso no es a lo que me refiero. Podría pasar mi vida entera
aquí, contigo. Solo que estoy cansada de la incertidumbre, de no saber qué
va a pasar después. Estoy asustada por ti y lo que podría pasar si nos
encuentran. Pienso que deberíamos hablar con alguien que pueda intervenir
con las autoridades y nos ayude a encontrar la manera de resolver la
situación.
—¿Estás diciendo que deberíamos hablar con tu padre, y
entregarnos? Corrección. ¿Yo debería entregarme para que tú intervengas
por mí? Pídele que no se precipite, porque ambos sabemos que él haría lo
que fuera por ti.
—No es así.
—Es exactamente así Skye. He estado listo para afrontar las
consecuencias todo el tiempo, desde el momento en que te metí en el baúl
de tu auto. Sabía en lo que me estaba metiendo, pero no tenía nada que
perder. Ahora sí. Te tengo, y no dejaré que nadie me quite eso. Siempre que
eso sea lo que quieras. Pero si piensas que puedes tenernos a tu padre y a
mí en tu vida, estás mal. O bien estás con él, o conmigo.
—Damian, no estás siendo justo.
—¿Justo? ¿Quieres hablar de justicia? Skye, te alejé, una y otra vez,
pero tú no podías parar. Seguías derribando mis defensas hasta que ya no
pude pelear más. Estoy enamorado de ti Skye. Desnudo, elemental,
completamente vulnerable, enamorado. Recuerda mis palabras Skye, voy a
hacer que paguen.
Mi corazón latía, y latía. La venganza entre Damian y mi padre
ascendía como un monstruo enseñando sus colmillos, destrozando en
pedazos todo lo bueno, real y precioso entre nosotros. Nos estaba devorando
con futilidad muerta y oscura.
—¿Quieres que alguien pague por lo que le ocurrió a MaMaLu? Mira.
—Tomé el arma que estaba sosteniendo y me apunté—. Fui yo. Yo corrí
dentro de la habitación esa tarde. Yo soy la razón de que MaMaLu estuviera
allí. Yo puse toda la cosa en movimiento. Así que Damian, dispárame.
El arma estaba pegada a mi pecho, subiendo y bajando con cada
respiración.
—Tenías la razón todo este tiempo —dije—. Debió haber terminado en
el bote la noche que me secuestraste. Así que pongámosle un alto a esta sed
de venganza, de una vez por todas. Dispárame, Damian. Y cuando lo hagas,
dispárate también, porque fui buscándote, porque sabía que te estabas
escondiendo en esa vitrina.
Nuestras manos permanecieron en el arma, nuestras miradas
cruzadas. Podía sentir los pensamientos de Damian, la fuerza de sus
emociones desagarradas. Quería envolver mis brazos a su alrededor y
sacarlo de la confusión, pero era una red de la cual solo él podía
desenredarse. Aceptando esto y no haciendo nada, estaba diciendo
esencialmente “sí” a la oscuridad que lo había atormentado por años y que
desaparecería únicamente cuando él lo dejara ir.
Bajé el arma y la puse devuelta a la mesa de café junto a la nota de
jirafa de papel que había intentado doblar de nuevo.
—Es esto o aquello. —Apunté a uno y luego al otro—. Puedes escoger
amor u odio, porque donde vive uno el otro morirá.
Damian mantuvo sus ojos en los dos objetos, mirando igualmente en
ambas direcciones.
—Mañana en la mañana sea lo que sea que hayas dejado en la mesa,
me dirá si rompemos caminos en Paza del Mar o no. Lo que sea que escojas
Damian, debes saber que yo siempre, siempre te amaré.
Me miró con unos ojos que me golpearon justo en las entrañas.
—Te dije que te decepcionaría.
Acuné su rostro entre mis manos.
—Me dijiste que el amor no moría.
Lo dejé allí, en el sofá color flamenco que aún estaba manchado con
su sangre, sabiendo que esta noche no habría sueño ni para él, ni para mí.
Y sabía con un rotundo carácter que no había nada justo sobre la vida.
25
Traducido por Camii
Corregido por Nanis

Abrí mis ojos y busqué a Damian. La mañana había llegado, pero él


se había ido. Hoy era el día en el que íbamos a visitar la tumba de MaMaLu,
y reposando en la mesa de café una respuesta a la pregunta con la que lo
había dejado. Volví a hundirme en las sábanas, no estando segura si quería
saber.
Dos mariposas amarillas brillantes volaron a través de los rayos de sol
brumoso. A veces los pájaros entraban y salían por la ventana abierta, otras
las lagartijas y el tipo de insectos que me hubiera hecho gritar hasta el cielo.
Damian me había cambiado, y yo a él. Éramos como las conchas que una
vez habíamos juntado para MaMaLu, todas las partes gruesas estaban tan
finas que podíamos ver a través de ellas. Y no importa qué suceda hoy, no
importa qué permanezca esperándome en la mesa de café, siempre seríamos
como esas luces plateadas tornasoladas, piezas de tiempo y espacio
removidos de todos y por todo lo demás.
Caminé hasta la cocina y me serví un poco de café. Se sentía muy
tranquilo, caminando a los alrededores sin hacer ruido, evitando la única
cosa que estaba gritando por mi atención. Prendí el reproductor de música.
Roads de Portishead. Deprimente, vulnerable, desolada; hermosa. Envió
una helada ráfaga a través de mi espina; o tal vez eso fue solo el temor de
caminar dentro del living. Escaneé las paredes, el ventilador del techo, la
marca en el sillón en donde Damian había estado sentado, hasta que mis
ojos se quedaron sin excusas, hasta que no pude evitar mirar a lo que me
había dejado.
5, 4, 3, 2, 1…
Mi mirada cayó en la mesa de café. Estaba condenada a llorar de todas
formas, tanto si encontraba el arma o el papel de jirafa. Pero Damian me
había librado de la oscuridad, me destrocé en lágrimas. Allí, sobre el vidrio
estaba su nota doblada, apoyada sobre cuatro piernas delgadas. Su arma
estaba en el estante, como una pieza de recuerdo de un jubilado, a lo largo
con libros de orejas de perros y souvenirs que no combinan.
Bajé mi café y recogí la jirafa. Era mucho más grande que el espacio
que ocupaba, mucho más pesada de lo que pesaba. Sabía lo que le había
tomado a Damian encontrar sus demonios, pero lo había hecho. Por mí.
Un whoomp-whoomp-whoomp distante se mezcló con la música. Me di
cuenta que la canción estaba cambiando al siguiente tema, pero el sonido
se hizo más fuerte. Estaba viniendo de atrás de mí, lo suficientemente cerca
para que pudiera reconocerlo. El zumbido de las paletas de un helicóptero.
Mierda.
Corrí afuera, descalza y con una camiseta, sabiendo que Damian se
había ido a buscar mangos para mí, como hacía cada mañana. Un
helicóptero ya se encontraba en el suelo, mientras el segundo estaba
aterrizando en la playa en una ráfaga de arena y grava. Hombres armados
con equipo camuflado estaban por todas partes, corriendo hacia la selva.
—¿Señorita? ¿Señorita Sedgewick? —Uno de ellos me empujó hacia
atrás—. ¿Se encuentra bien?
Salí de su agarre y corrí hacia los mangos que estaban dispersados en
la sombra de los árboles. Estaban cubiertos con sangre.
—¿Dónde está él? —Agarré al hombre quien estaba gritando algo
sobre mantenerme a salvo—. ¿Está herido? ¡Llévenme con él!
Pero él no escuchó. Empezó a arrastrarme a uno de los helicópteros.
El repugnante ratatat de las armas venía desde la selva. Otro helicóptero
voló sobre nosotros, escaneando el suelo. Una voz chirriante emitió órdenes
rápidas hacia donde se encontraba el hombre de la radio. El aire estaba
viciado con la caza por Damian, todos estos hombres rastreándolo, pero todo
lo que yo podía ver era el rastro de sangre que se dirigía desde la planta de
mangos.
Damian estaba volviendo cuando ellos lo emboscaron. Cerré mis ojos
y viví el horror de esto: una bala atravesándolo, mangos rodando por el piso,
su sangre manchando su piel moteada con amarillo y verde; Damian
recuperándose, tropezando hacia los árboles por protección, mientras yo me
servía una taza de café.
Una maldita taza de café.
Sabía exactamente a dónde ir. Sabía dónde estaba, encerrado en la
cabaña de madera, mientras ellos se acercaban a él, sin nada con que
protegerse porque yo había hecho que dejara su pistola.
Oh Dios, ¿qué había hecho?
Me liberé y corrí entre los árboles, sin preocuparme por las balas que
pasaban zigzagueando cerca de mí, rebotando en los árboles y mandando
astillas y cortezas voladoras.
—¡Alto al fuego! ¡Alto al fuego!
Alguien gritó mientras irrumpí en la cabaña. Sabía que no dispararían
mientras estuviera con Damian, mientras hubiera cualquier posibilidad de
que quedara atrapada en el tiroteo.
Me paré al lado de la puerta, adolorida, mientras mis ojos se
acostumbraban al cuarto.
Él estaba apoyado en la esquina, como un animal acorralado,
agarrando su muslo; sus pantalones empapados con sangre.
—Sal de aquí Skye.
Tal vez haya estado herido pero su voz era dura, calmada y controlada.
—Déjame tener eso.
Tomé una tira que había hecho rompiendo su camiseta, la cual estaba
manchada con descoloridas manchas de frutilla.
—Solo es una herida superficial —dijo mientras lo envolvía en su
pierna, mis dedos temblaban mientras hacia un nudo ajustado—, debes irte.
Ahora.
—¡Skye! —Ambos nos giramos al sonido de la voz de mi padre.
Él lucía como si no hubiera dormido en días. Mi padre se tomaba muy
en serio su apariencia, pero hoy, se veía como el infierno. No estaba el
pliegue agudo en sus pantalones, su camisa colgaba arrugada y flácida
sobre sus hombros.
—Te encontré. —Me miro como si no pudiera creerlo, como si fuera
una aparición que desaparecería si pestañeaba—. ¿Estás bien?
Fui hacia él, sabiendo que había movido cielo y tierra para llegar ahí,
no durmiendo, no comiendo, ni descansando.
—Papá.
Me dio tres besos con sus bigotes grises, luego tres más, y después
tres más, antes de envolverme en su abrazo.
—No sabía si alguna vez te volvería a ver.
Nos quedamos así por un tiempo hasta que sus ojos se fijaron en
Damian. Sentí sus brazos apretarse a mi alrededor.
—Tú —vociferó con asco—, vas a pagar por cada segundo que la has
hecho sufrir.
—Papá no. —Lo moví por lo que estábamos lejos de Damian—.
Escúchame. Necesito explicar...
Detuve la oración a la mitad, notando por primera vez al hombre quien
se paró detrás de mi padre. Parecía raramente familiar, con un aire oscuro
y amenazador que me recordó lo que esperaba afuera.
—Señor Sedgewick —dijo—, mis hombres están listos para escoltarlo
a usted y Skye de regreso al helicóptero. No se preocupe, él no irá a ningún
lado. —Apunto su arma a Damian.
La mirada de Damian oscilaba desde mi padre al hombre, y de regreso.
Estaba en el piso, con su pierna herida junto a él, pero sus puños estaban
firmemente cerrados y su mandíbula apretada.
—Bien —dijo mi padre, empujándome hacia la puerta—, tú sabes qué
hacer Victor.
De repente entendí la mirada en los ojos de Damian, la razón por la
que el hombre se me hacía tan familiar. Papá había contratado a Victor
Madera para rastrearnos, su ex–guardia de seguridad, y allí después de
tantos años los dos hombres estaban juntos de nuevo, el que había alejado
a MaMaLu de Damian. Y ahora ellos estaban llevándome también. Damian
había perdido su venganza, pero podía sentirla creciendo como una especie
de marea roja lista para estallar a nuestro alrededor.
—No. ¡Paren! —Saqué mi mano del agarre de mi padre y me paré entre
ellos—. Nadie lo toca.
—¿Skye? —Papá parecía confundido—. ¿Qué estás haciendo? Aléjate
de él.
—Retrocede —le dije a Victor que se había acercado, su pistola
apuntando a Damian.
—Está bien. —Victor avanzó unos centímetros. Su cabello era gris a
los costados, pero todavía estaba en buena forma—. Estás sufriendo un
desorden de stress post-traumático. Eso sucede. Tan solo aléjate de él y
escucha a tu padre.
—Skye, cielo. —Mi padre me hizo señas para que me acercara—. Estás
a salvo ahora. Él ya no tiene control sobre ti. Ven. Toma mi mano. Te
prometo que todo estará bien.
—¡Yo estoy bien! ¿No puedes verlo? Estoy bien. Tan solo necesito que
me escuches. Por favor, solo escucha.
—De acuerdo, de acuerdo. Estás bien. —Sus ojos se posaron en la
tablilla de mi dedo. Intercambió miradas con Victor—. Vamos a hablar de
esto afuera.
—¡No! Aquí. Ahora. No lo voy a dejar.
Pude ver la tormenta en los ojos de mi padre, la incomprensión, pero
sabía que lo entendería una vez que le dijera la verdad acerca de quién era
Damian, del porqué había hecho esto. Él tenía que.
—Recuerdas a Esteb... —No pude llegar más lejos.
Victor me agarró por la cintura y me acercó a él.
—Tómala —le dijo a mi padre—. ¡Ve!
Ese segundo pasajero en los que quito sus ojos de Damian, le
costaron. Con la precisión de un rayo, Damian lo derribó por los tobillos.
Victor cayó sobre la mesa de trabajo. Alicates, martillos y clavos oxidados se
amontonaban en el suelo a causa del golpe. Los dos hombres luchaban
sobre el suelo, cada uno tratando de alcanzar el arma que estaba a unos
centímetros de su agarre.
—¡No! —Detuve a mi padre de tomar el arma agarrándolo por los
brazos.
—¿Qué sucede contigo? ¡Deja ya esto, Skye!
Damian y Victor todavía estaban peleando. Victor arriba, luego
Damian, Victor de nuevo. Damian pateó el arma lejos. Por último, Victor
estaba arriba golpeando a Damian; dirigió sus pesadas botas a las costillas
del otro chico, al estómago y a la pierna herida. Una y otra vez.
La historia se estaba repitiendo. Sabía que Damian se encontraba de
nuevo fuera de los portones de Casa Paloma, herido y maltratado, mientras
Victor lo golpeaba. Conocía la rabia, el dolor, el sentido de injusticia que
estaba naciendo a través de sus venas, pero Damian ya no tenía doce años
y Victor había pasado su mejor momento. Además, Damian tenía años y
años de ira reprimida que luchaban por ser puesta en libertad.
Sus dedos se cerraron alrededor de la sierra que estaba en el suelo y
toda su furia explotó en un solo movimiento, un tajo tan profundo que una
vez hecho, los dientes de la sierra permanecieron alojados profundo en el
hueso de Victor.
Victor retrocedió asombrado mirando la sangre salir de su brazo como
si estuviera en alguna clase de trance horroroso. Damian lo había cortado
justo debajo de su codo. El resto del brazo colgaba muerto y flácido de la
articulación. La sangre se acumulaba en los pies de Victor salpicando sus
botas pesadas. Luego cayó sobre sus rodillas, balanceándose por un
momento antes de que su cara golpeara el suelo.
Lo que sucedió después terminó en unos segundos, pero delante de
mis ojos, se desplego excesivamente lento, con detalles muy claros, como si
estuviera atascada en un universo paralelo, incapaz de salvar a los dos
hombres que amaba. Ambos se arrojaron en busca del arma, pero Damian
llegó primero.
—¡No! —Protegí a mi padre de él.
—Todavía podemos salir de aquí Skye. —Damian rengueó cuando se
acercó un paso—. Caminamos lejos. Te llevo como rehén. Nadie dispararía.
—Da un paso fuera de esta cabaña y mueres —dijo mi padre.
—Deténganse —les dije a ambos—. Los dos, ¡tan solo basta!
—Skye. —Damian extendió su mano, todavía apuntando con la otra a
mi padre.
—No lo escuches. Ven conmigo Skye. —Mi padre extendió su mano.
Me paré entre ellos sintiendo la cabaña inclinarse como un sube y
baja, conmigo en la parte de arriba, tres besos de un lado, un papel de jirafa
en el otro. La vida de Damian estaba sobre una línea, la vida de mi padre en
otra. Uno de ellos caería y era mi decisión.
—Lo amo, papá —dije.
—Tú piensas que lo amas, pero es un monstruo. Toma mi mano, Skye
y déjalo atrás.
La cara de Damian cambió completamente con esas palabras.
Déjalo ir, y MaMaLu había sido alejada de él.
Déjalo ir, y ellos me llevarían a mí también.
No. Esta vez Warren Sedgewick no se saldría con la suya. Esta vez
Damian lo dejaría ir. Podía verlo en la forma que todo su cuerpo se tensó, la
forma que tenía antes de cortarme el dedo, la forma que tenía cuando pensó
que saltaría del bote.
Damian estaba ciego a todo excepto al profundo dolor en su corazón.
Aquel que trate de curar con amor cuando estaba abierto. Venganza
emanaba de ese, infectando todo lo dulce, amable y tierno; borrando los
pequeños brotes que empezaban a surgir. Allí no había Skye, solo oscuridad,
polvo y un plagar de amargas memorias oscuras.
Damian apretó el gatillo.
Me moví al mismo tiempo.
Puedes elegir cualquiera, amar u odiar, porque en donde una vive, la
otra morirá.
—¡Skye!
Escuche a los dos hombres llamándome mientras la bala me
atravesaba.
El cuarto paró de girar. Todo quedó inmóvil. No más peleas. No más
tira y afloja. Contuve el aliento.
Dulce, dulce silencio.
Luego exhalé y me tambaleé adelante, mientras la sangre se esparcía
como un punto rojo a través de mi camiseta.
26
Traducido por Dustie
Corregido por Nanis

Era un caso de alto perfil. La gente desaparecía cada día, pero una
heredera secuestrada que supera todas las posibilidades y recibe un disparo
durante una misión de rescate tenia a todos zumbando. Damian podría
haber dicho su versión de la historia. Los reporteros estaban hambrientos
por eso, pero él tenía los labios apretados durante los procedimientos. Él
había hecho lo que había hecho y nada iba a cambiarlo. Fue casi un alivio
cuando el juez dictó su condena y los medios consiguieron su libra de carne.
En su primer día en prisión, Damian sabía que podía caminar como
una oveja o podía tomar el toro por los cuernos. Lo que escogiera fijaría el
tono por el resto de su encarcelamiento. Mantuvo la cabeza baja por la
mayor parte del día, mirando y aprendiendo. Sobrevivir el nombre del juego
y su tiempo en Caboras le había servido bien.
La mayoría de los prisioneros se segregaban a sí mismos de acuerdo
a lealtad racial. Había poder en los números. Si estabas en una pandilla,
estabas protegidos. Las personas lo pensaban dos veces antes de colocarse
en tu cara, así que escogías un campamento y te mantenías con él. Damian
encontró tres grupos en el campo: NMB. Negros, mexicanos y blancos.
Siempre había alguien que no encajaba y algunos de ellos dispersados en
grupos más pequeños. Había esos que corrían con Dios, mayormente
cristianos y musulmanes, los homosexuales y transgéneros y esos que se
destacaban como solitarios: cadenas perpetuas, criminales de carrera y
endurecidos hombres viejos. No importa a qué grupo pertenecieran, todos
eran hombres que habían cometido delitos mayores, asesinato, robo,
secuestro, traición.
Había otra sección, separada y removida, para prisioneros que no
podían ser puestos con la población general: El patio de las necesidades
sensibles. Era donde ponían a los reclusos de alta notoriedad (ex policías,
celebridades, asesinos seriales), delincuentes sexuales (violadores y
pedófilos) y hombres con problemas de salud mental.
El correccional de Robert Dailey, al este de San Diego, no era un lugar
que albergara a criminales de cuello blanco o aquellos que cometieron
delitos menores. Era una prisión desolada, rodeada de cortinas de alambre
y matorrales de polvorientas flores silvestres, a tiro de piedra de las colonias
y maquiladoras de Tijuana. Era el lugar al que había sido enviado a cumplir
su condena.
Cuando la campana sonó para la cena a las cuatro de la tarde,
Damian salió arrastrando los pies en una sola línea con los otros internos
en su unidad de vivienda. El salón Hall era un cuarto cavernoso rectangular
con una docena de mesas de acero inoxidable, cada una para sentar ocho
personas.
A ambos lados del salón había guardias armados, monitoreando a los
prisioneros detrás de cubículos de vidrio. Una fila de seis trabajadores de
cocina convictos movían las bandejas a lo largo, reuniéndolas, detrás de una
barrera de cristal parecido al de una cafetería. Ese día, estaban sirviendo
filete de pollo frito con puré de papas, salsa, una delgada rebanada de pan
de elote y gelatina.
Damian tomó su bandeja, llenó su taza de plástico proporcionada por
el estado con agua fría y se unió a los prisioneros homosexuales. Monique,
el interno negro de 1.93 metros corpulento, levanto una delgada ceja
rasurada cuando Damian se sentó frente a él. Por un momento, Damian
vaciló, preguntándose si Monique era su mejor opción para establecer una
reputación. Monique tenía cadena perpetua y quien llamaba el tiro para el
grupo, un ex–boxeador con bíceps tan espesos como troncos de árbol. Los
oficiales de correccional requieren un representante de cada grupo. Si
hubiera problemas entre diferentes afiliaciones, los guardias encerraban a
todos y juntaban a los representantes para resolver la situación. Esto
permitía a los prisioneros controlarse a sí mismos y el sistema iba mejor
para todo mundo.
Como pago, los representantes ganaban favores o “cartas de jugo” de
los guardias. Monique obviamente tenía un montón de esos, desde su labial
morado a su esmalte de uñas negro, a las perlas estilo Nueva Orleans
alrededor de su cuello. Era el más grande, más poderosos, más extravagante
carácter en el cuarto. Por lo tanto, cuando Damian se inclinó sobre la mesa,
tomó la empanada de Monique y le arrancó un gran bocado, todo se detuvo.
El personal de la cocina se detuvo, la salsa goteaba de sus cucharas. El
parloteo cesó. Todos los ojos estaban enfocados en Monique y Damian.
Monique parpadeó. ¿Este pedazo de carne fresca, este recién llegado,
simplemente se pasó la comida de su plato? Solo un tonto podía faltarle al
respeto a otro prisionero tan descaradamente ¿Y este tonto había decidido
enredarse con él?
Damian necesitaba una reacción. Rápido. Antes de que los guardias
estuvieran involucrados. Levantó su taza y salpicó agua helada, fría en la
cara de Monique. Monique dejó que el agua goteara por su nariz y bajara su
barbilla. Limpió su cara sin romper el contacto visual con Damian. Y
entonces se desató el caos.
Si vas a meterte en una pelea de prisión, sé el primero en golpear, pensó
Damian mientras golpeaba su codo en la garganta de Monique,
consiguiendo la caja de voz. Le tomó al tipo más grande un segundo
recuperarse. Para entonces, estaban rodeados por un círculo de convictos,
manteniendo a los guardias en la bahía.
Monique se lanzó al otro lado de la mesa, derribando a Damian de la
silla. Los dos hombres golpearon el suelo, luchando entre sí. Damian obtuvo
fuertes golpes en la barbilla, la mandíbula, el pecho. Cada golpe se sintió
como si fuera golpeado por un martillo. Monique se levantó sobre él, pisando
su empeine para mantenerlo inmovilizado, así no podía luchar de nuevo
hacia arriba. Tomó el cuello de Damian, tomando medidas drásticas sobre
la tráquea, asfixiándolo con agarre de hierro, antes de golpear su cabeza
contra el piso. Todo el aire en los pulmones de Damian lo dejó con un silbido
aguado.
Damian sentía como si su cara fuera a explotar, como si toda la sangre
se hubiera acumulado en su cabeza y Monique estuviera apretando la llave,
aislándola del resto de su cuerpo. Monique estaba esquivando sus golpes,
golpes que estaban perdiendo fuerza rápidamente mientras la visión de
Damian comenzaba a desvanecerse. Los internos mirando hacia ellos se
tornaron borrosos, un uniforme azul fundiéndose con otro. El ruido, el caos,
Los cantos se volvieron distantes. El rostro de Skye flotaba frente a él,
inolvidable y congelado, el momento antes de que jalara el gatillo, sus ojos
golpeados, el callado “no” que ella había gesticulado.
¿Qué hiciste Damian?, escuchaba su voz en su cabeza.
Voy a pelear de vuelta y voy a pelear fuerte
Los ojos de Damian se abrieron. Tomó las perlas alrededor del cuello
de Monique y jaló. Cuando la cara de Monique estuvo lo suficientemente
cerca, Damian le dio un cabezazo en la nariz. Monique soltó a Damian y se
agarró la nariz. La sangre cayó sobre su camisa de algodón azul. Damian
golpeo a Monique en la mandíbula y se puso encima de él. Para el momento
en que llegaron los guardias, la cara de Monique estaba abierta y morada
de labial untado y los golpes de Damian.
Mientras arrastraban a Damian y a Monique lejos, el mar de
prisioneros se apartó. Ambos hombres estaban inestables en sus pies,
sangrientos y maltratados, pero una cosa estaba clara: Damian Caballero
no era un hombre con el que alguien quisiera meterse.

Damian fue arrojado en aislamiento por incitar una pelea. Aislamiento


era el castigo más puro de prisión. “El agujero” o La Unidad de
Confinamiento Solitario tenía dos y medio metros de largo por dos de ancho,
con paredes y techos de pesadas planchas de metal. El piso era de concreto
frío. No había nada en la celda excepto una cama de metal con un colchón
delgado, Abarrotado junto a un retrete y un lavabo. EL único punto de
contacto de Damian con el mundo exterior era la ranura de alimentación.
Tomaron su uniforme y le dieron una camiseta delgada y unos
pantaloncillos cortos. En la noche, prendían el aire acondicionado así no
podría dormir.
Por noventa minutos al día, Damian era puesto en un corral de
ejercicio donde se estiraba, brincaba y se ponía en cuclillas, haciendo lo
mejor con el espacio extra, por las otras veintidós horas y media, Damian
era dejado en total silencio y oscuridad. Por primera vez desde que fue
declarado culpable por los cargos en su contra, Damian estaba solo. Se
suponía que el aislamiento lo quebrara, pero lo agradeció. Él había ido muy
lejos sin rendir cuentas por todos los hombres cuya sangre seguía en sus
manos:
Alfredo Rubén Zamora, el hombre que había intentado derribar El
Charro en la cantina.
El Charro.
Incontables miembros del cartel de Sinaloa y de los Zetas, en la
explosión de la casa de seguridad.
Pero lo que le había hecho a Skye pesaba más que nada en la mente
de Damian. No podía dejar de pensar en la última vez que la había visto e
incluso si dolía como el infierno, recordaba cada pequeño detalle.

Cuando Damian entró a la corte, Skye fue la primera persona que vio.
Sus ojos fueron automáticamente hacia ella porque así era. Cuando estaban
en el mismo lugar, ella atraía toda su atención.
Se veía diferente, no era la chica que pertenecía a una torre de marfil y
no era la chica que pertenecía a su cama en la isla. No se veía como la Skye
de Warren o la Skye de Damian, o una decepcionada Skye de en medio. Esta
Skye pertenecía a sí misma. Lo que sea que hubiera pasado desde la isla la
había cambiado. Damian sintió la retracción, como si ella se hubiera cerrado,
no solo para él, sino a todo a su alrededor. Estaba sentada en la misma
habitación, pero en su propia zona, respirando su propio aire.
La bala había rozado su hombro y aunque había salido sin daño
permanente, su brazo todavía estaba en un cabestrillo por la herida. Damian
no podía mirarla sin pensar en su sangre goteando por sus dedos en el
momento que la atrapó. Sangre que él había derramado. Los hombres de
Warren lo aprehendieron. Habían cargado a Skye y a Victor, que se había
desmayado por la pérdida de sangre, al helicóptero. Warren había volado con
ellos al hospital, mientras Damian era llevado —esposado y resguardado— a
la estación de policía. Rafael lo había mantenido informado de la situación de
Skye y su recuperación, pero él no la había visto desde su arresto.
Era rubia de nuevo. Su elegante cabello a la altura de la barbilla estaba
atorado detrás de su oreja. Desde el ángulo de Damian, acentuaba sus labios
rosas llenos y lo hacían anhelar por las cosas de las que había perdido
derechos cuando jaló el gatillo.
Skye estaba en medio de su padre y Nick Turner, el tipo con el que
había ido a cenar la noche en que Damian la había secuestrado. Damian lo
odiaba por sentarse tan cerca de ella, por ser capaz de sentarse tan cerca con
ella, su hombro tocando el de ella. Lo odiaba más que nada por el solo
privilegio de todos los cargos que Nick había presentado en su contra, porque
Nick era también el abogado que estaba procesando a Damian.
A pesar de la doble nacionalidad de Damian —mexicana y
estadounidense— estaba siendo juzgado en San Diego porque había
secuestrado a Skye en suelo estadounidense. Excepto que nunca llegó a
juicio. Damian se declaró culpable. Había mutilado a Victor, secuestrado a
Skye, la había mantenido cautiva, le había cortado el dedo y finalmente, le
disparo. El abogado de Damian y Nick elaboraron una negociación, con Nick
presionando por una sentencia más dura.
Nick despreciaba a Damian por llevarse a la chica que había llegado a
adorar y por las cosas que creía que le había hecho. A pesar de que Skye se
negó a ver a Nick fuera de los procedimientos legales, Nick estaba convencido
de que era por el trauma que había sufrido y que, con el tiempo, ella le daría
otra oportunidad. Él no le creía cuando ella le dijo que se había enamorado
de Damian. ¿Y qué si Damian era este chico Esteban que ella había conocido?
Skye no tenía la mente en claro y dependía de él y de Warren poner a Damian
tras las rejas para siempre. Ellos elevaron el cargo de secuestro a secuestro
agravado, dado que Damian le había causado daño corporal a Skye. Ellos
querían culparlo de violación agravada, pero Skye insistió en que el sexo
había sido consensual y se negó a dejarlos convertirlo en algo feo.
Por supuesto Damian no sabía nada de esto mientras miraba a Skye
entre los dos hombres. Los veía como una unidad, un trio de fuerzas unidas.
Lo que sea que escojas, Damian, entiende que siempre, siempre te
amaré, ella le había dicho.
Él quería creer eso. Quería mucho creer en eso, pero ¿cómo podría,
sabiendo que ella estaba ocultando la única cosa que le podría dar algo de
indulgencia? El hecho de que la había dejado ir. Le había dado libertad, la
dejó y ella había vuelto a él. Era algo que solo ellos dos sabían. Sí, él había
tomado la decisión equivocada. Le había dado la oscuridad cuando solo
debería haberse mantenido a su lado, pero necesitaba saber que a ella aún
le importaba, hubiera pasado felizmente el resto de su vida encerrado en una
caja por todas las cosas que había hecho, pero necesitaba ese momento fugaz
de luz, así podría saber que había sido real para ella.
Mientras Damian se levantó frente al juez, listo para recibir su
sentencia, sus ojos cayeron en Skye. Una mirada, un vistazo de esos
inolvidables ojos grises y sería redimido.
DI algo, me estoy dando por vencido contigo.
Pero ella mantuvo la cabeza abajo. No lo había mirado en todo el tiempo
y no lo miraba ahora. Skye sabía que, si lo hacía, si levantaba la mirada de
su regazo, no sería capaz de mantener nada de él y si lo mantenía junto por
mucho tiempo todo, se derrumbaría. Cuanto antes este caso quedara cerrado,
sería mejor para todos.
Ella le había dicho a su padre y a Nick que Damian la había dejado ir,
que ella había sido la que había regresado, pero ellos estaban convencidos
de que había sufrido algún tipo de crisis psicológica. Estaban preparados
para llamar a un psiquiatra para desacreditar cualquier cosa favorable que
tuviera para decir acerca de Damian y testificar que estaba sufriendo
Síndrome de Estocolmo y Desorden de Estrés Post-Traumático.
—No puedo entender por qué lo estás defendiendo, Skye. —Su padre
había marchado dentro del cuarto de hospital donde ella se estaba
recuperando de la herida de bala—. Ve lo que te ha hecho. Te disparó, Skye.
Él iba a dispararme, pero terminó disparándote a ti. ¿Es el tipo de hombre que
quieres que ande libre? ¿Alguien que está tan cegado por la venganza que no
puede ver bien?
—Tú también estabas ciego, papá, tan ciego que no puedes ver lo que
le hiciste a MaMaL…
—¿Quieres saber qué le hice a MaMaLu? —Los ojos de Warren
destellaron con indignación—. Yo salvé a MaMaLu. Es correcto. Yo la salvé.
El Charro y sus hombres la habrían matado. Prisión era el lugar más seguro
para ella. Fuera de vista, fuera de la mente. Le pagué a Victor una pequeña
fortuna para asegurar que Esteban estaba vigilado y que MaMaLu tuviera
todo lo que necesitara en Valdemoros. No sé si algo de ese dinero le llegó a
ella. Sospecho que Victor usó ese dinero para comenzar su negocio de
seguridad privada, pero eso es irrelevante ahora. Tan pronto como
estuviéramos establecidos en nuestro nuevo hogar, iba a mandar por
MaMaLu y Esteban, darles nuevas identidades y patrocinarlos de nuevo.
»Se lo debía. Una nueva vida, un nuevo comienzo. Pero no funciona de
esa manera. Ella murió antes de que pudiera sacarlos. Estuve buscando a
Esteban, pero su tío se había ido y él había desaparecido. No había rastro de
él. Nadie sabía a dónde había ido o qué había pasado con él. Cerré ese
capítulo de nuestras vidas con corazón pesado, Skye. Quemé las cartas que
escribiste. Rompió mi corazón, pero quería protegerte. Eras tan joven, estaba
seguro que olvidarías. Pensé que sería más fácil si asumías que ellos se
habían mudado. —Warren suspiró y se dejó caer en la silla—. Si hay una
cosa de la que me arrepiento, aparte de no dejar México cuando tu madre
estaba viva, es MaMaLu. Y si Damian quiere ir tras de mí por eso; bien. Pero
no lo voy a dejar que se salga con esto. —Hizo un gesto a la cama de Skye y
todas las maquinas pitando a su alrededor. Skye cerró los ojos. Tantos
malentendidos, tanto tiempo perdido, cada hombre tercamente parado en su
esquina.
—Damian necesita saber lo que pasó, papá, cuales eran tus
intenciones.
—Él nunca me dio la oportunidad de explicar, ¿o sí? Él solo hizo
conjeturas. Juez, jurado y justicia en sus manos. Te secuestró, te lastimó e
hirió a un hombre permanentemente. Victor nunca podrá hacer uso de ese
brazo. Los doctores lo han vuelto a unir, pero los nervios están cortados. Eso
es irreversible.
—¡Fue en defensa propia! —dijo Skye. Estaba harta de la guerra sin
fin—. Victor estaba bajo contrato contigo. Sabía en lo que se metía. Los riesgos
van mano a mano con su trabajo. Damian no tenía un arma. Estaba herido.
Fue Victor el que lo amenazó con una pistola.
—¿Por qué? —Su padre parecía exhausto—. ¿Por qué tienes que pelear
conmigo en cada turno? Déjame manejar esto, Skye. Un día miraras atrás y
lo veras. No eres tú mismo justo ahora. No sabes…
—¡Suficiente! —Skye cortó a su padre—. Suficiente.
Fue entonces cuando la vieja Skye se apagó y una nueva Skye tomó su
lugar.
—Me rindo —dijo—, me rindo contigo y me rindo con Damian. No dejaré
que ninguno de ustedes me use para llegar al otro.
Nick la instó a rechazar el acuerdo con el fiscal que había ofrecido el
abogado de Damian, pero Skye sabía que, si el caso iba a juicio, pintarían a
Damian como un monstruo y tendrían su testimonio negado. Todos lo que
habían compartido sería manchado y violado. Y así, llegó a un acuerdo con
Nick y su padre. No pondrían a Skye con un psiquiatra si ella no los forzaba,
si mantenía la boca cerrada acerca de Damian dejándola ir.
Así que se sentó ahí, en la sala de la corte, mirando a su regazo, incluso
si su cara se quemaba donde los ojos de Damian pasaban sobre ella. Su amor
no había sido suficiente. Él había retirado un arma, solo para levantar otra.
Cuando llegó a empujar, su amor no había sido suficiente.
El juez sentenció a Damian a ocho años, porque había mostrado
remordimiento al declararse culpable y la corte se había librado del tiempo y
costo de un juicio largo. Nick y Warren no se veían muy felices, pero era un
lapso de tiempo que habían anticipado y habían acordado.
Rafael le dio a Damian una breve inclinación de cabeza mientras lo
esposaban.
Damian giró para ver a Skye una última vez antes de que lo sacaran,
aún hambriento, aún desesperado por una mirada. Lo que había sentido, no
podía expresarlo con palabras, tristeza, pérdida, la sensación de
decepcionarla y defraudarse a sí mismo. Skye mantuvo sus ojos fijos en su
regazo.

Damian había amado a dos mujeres en su vida. Había sido incapaz


de salvar a una y había hecho las cosas imposibles con la otra. En la
oscuridad, cuando el peso de su aislamiento se posaba en su pecho como
una gárgola de piedra. MaMaLu vino a él. Sintió su presencia a su alrededor.
Cuando cerró los ojos, pudo oírla cantar. Era un niño pequeño de nuevo,
sentado en la iglesia con ella, sus manos apretadas firmemente en las de
ella, mientras ángeles y santos miraban hacía ellos.
Damian se dio cuenta que MaMaLu no había estado sola, incluso en
sus últimos días en Valdemoros, él había estado con ella, justo como ella
está con él ahora. Porque cuando amamos, nos llevamos por dentro y
podemos encender su luz incluso en nuestros momentos más oscuros. Entre
más profundamente amamos, más fuerte brilla. E incluso si MaMaLu había
muerto hace mucho, seguía aquí con él, en sus más oscuros y solitarios
momentos.
Es verdad, pensó.
El amor no muere.
Eso le dio a Damian razones para mantener su salud mental, porque
si no se enfocaba en algo, un hombre podía volverse loco en confinamiento
solitario. Damian arranco un botón de sus pantaloncillos, lo giró en círculos
y lo lanzo al aire. Entonces se puso en sus manos y rodillas y lo busco en la
oscuridad. Cuando lo encontró, repitió el proceso una y otra vez hasta que
estuvo exhausto, Después de un tiempo, uso su juego para darse una idea
del tiempo entre comidas y del día y la noche. Algunas veces corría en un
punto, otras se balanceaba en su cabeza. Se mantenía ocupado y en forma
y cuando abrieron la puerta para dejarlo volver a su celda, sorprendió a
todos con su resistencia.
Monique no había estado más que unos días en el agujero, porque
Monique era importante. Él jugaba un rol manteniendo la paz. El primer día
que Damian estuvo en el salón Chow, una energía nerviosa rodeaba el lugar
completo. Los guardias eran extras vigilantes y los prisioneros se removieron
mientras Damian tomaba el mismo asiento frente a Monique. El menú de
espagueti con albóndigas, acompañamiento de guisantes y gelatina. Damian
tomó una albóndiga de la bandeja de Monique y la puso en su boca.
Monique dejó de masticar. Su nariz había sanado, pero ahora estaba
ligeramente chueca. La tensión entre ambos hombres era palpable.
Entonces Monique se estiró y tomo un bocado de los guisantes de Damian.
Sostuvo el tenedor entre ellos, los guisantes flotando en una pila resbaladiza
de machismo, antes de meterlos en su boca. Se miraron uno a otro, tomando
su tiempo, masticando los alimentos del otro, Damian tragó y volvió la
atención a su bandeja. Monique continúo comiendo silenciosamente de la
suya.
Todo mundo volvió a lo que estaba haciendo.
—Linda bufanda —murmuró Damian.
Monique estaba usando una brillante bufanda floral alrededor de su
cabeza y un par de pendientes con perlas delicadas.
—Perra, por favor —contestó Monique sin levantar los ojos del
espagueti—. Nunca obtendrás una parte de esta acción.
27
Traducido por Dustie
Corregido por Nanis

—Damian tienes una visita. —Un oficial de correccional se detuvo en


el área de liberación y recepción donde Damian y Monique estaban pintando
un mural.
—Alabado sea el señor. —Monique levantó sus palmas hacia el
techo—. Aleja esté pedazo de mierda inútil. Ha estado jugando con mi campo
de maíz.
—Es maíz —dijo Damian, alejando su brocha—. No alguna
representación fálica de maíz.
Siguió al guardia a través de las pesadas puertas de hierro con
ventanas de plexiglás. Cada puerta zumbó una advertencia, abriéndose con
un soplo de aire comprimido y cerrándose detrás de ellos con un ffphut
definitivo.
Damian caminó dentro del cuarto de visitas y busco a Rafael. En el
año que había estado aquí, Rafael había sido su única visita. Damian
monitoreaba sus negocios detrás de las rejas y Rafael siguió con sus
directivas. A veces se sentaban en el patio contiguo que tenía parches de
pasto verde y se ponían al día con sus vidas. Damian no iba a ningún lado,
pero las visitas de Rafael le daban vislumbres del mundo exterior.
—Me dijeron que no viniera sin tirantes o blusas halter. Y nada más
de dos centímetros arriba de la rodilla. —Rafael siempre molestaba a
Damian por su poca convencional amistad con Monique.
Damian se preguntó qué salidas ingeniosas habría hecho Rafael ese
día, pero no había señas de su amigo. La mitad de las pequeñas áreas para
sentarse en el cuarto estaban ocupadas por niños visitantes y familias. El
miró al guardia que estaba en el podio.
—Afuera —dijo el guardia.
Damian caminó hacia el patio y se congeló. Sentada en uno de los
bancos atornillados estaba Skye, más hermosa, más real, mas todo de lo
que recordaba. Estaba de espaldas a él y sintió una punzada de agonía pura
porque su cabello estaba casi a su cintura, porque se había perdido una
cinta de momentos, cómo se veía cuando alcanzó sus hombros, cuando rozó
sus pechos, cuando se curvo en el hueco de su espalda. El espacio, suave
bajo su cabello en sus brazos era casi blanco plateado donde le daba el sol.
Le daba un aura de brillo que iluminaba cada rincón oscuro y polvoriento
de su corazón.
Se habría quedado paralizado ahí indefinidamente, paralizado por la
vista de Skye, pero uno de los guardias le dio un pinchazo. Damian estuvo
detrás de ella por un momento, intentando encontrar las palabras, cuando
ella se dio la vuelta, sintiendo su presencia.
Skye había esperado algo diferente. Un pequeño espacio, una barrera
de vidrio, un teléfono a través del cual se comunicarían.
Distancia.
Había esperado distancia.
Había visto la escena en su mente una y otra vez. Focos fluorescentes
sobre ellos, un espacio como armario, cámaras de vigilancia monitoreando
su interacción. Ella se sentaba, Él era traído. Era lo que había visualizado,
era para lo que se había preparado. Pero no había vidrio entre ellos, nada
que confinara el chisporroteo de emociones entre ellos, nada que contuviera
la atracción que Damian aún sentía por ella.
—¡Siéntate! —dijo uno de los guardias, rompiendo su agridulce
escrutinio de uno a otro.
Damian se deslizó en la banca frente a ella. Una pequeña mesa
rectangular los separaba.
—Yo…
—Tú…
Se detuvieron al mismo tiempo.
—Tú primero —dijo Damian, pensando en otros tiempos que se
habían interrumpido uno a otro y los besos que habían seguido a eso en un
pasillo oscuro.
—Me dijeron que estaba en tu lista aprobada cuando pregunté para
visitar —dijo Skye.
—No creí que vendrías.
Dejaron de hablar porque estaban muy ocupados mirando. Skye se
había preparado para lo peor, pero Damian era un sobreviviente. Había
sobrevivido El charro y Caboras y estaba sobreviviendo en prisión. En todo
caso, su pecho era más amplio y su camiseta mostraba los músculos que
habían crecido más grandes y fuertes. Pero su cara estaba más delgada y
sus ojos eran diferentes. Habían cambiado nuevamente. Aún negros, sí,
pero con la oscuridad de la perdida, con posibilidades de incendiarse y
convertirse en cenizas.
—Cómo… —Tragó saliva, intentando sostener la intensidad de su
mirada—. ¿Cómo has estado?
—Te ves bien —dijo, como si no la hubiera escuchado, como si verla
fuera demasiado para todos sus sentidos. Te ves bien, muy bien.
Él no estaba hablando acerca del hecho de que había ganado peso o
que sus pechos estaban más redondos bajo la blusa de manga larga, o que
sus mejillas se habían llenado desde la última vez que se habían visto en la
corte. Quería decir que se veía bien para él, no importa dónde, no importa
cuándo.
—¿Cómo está tu hombro? —preguntó.
—Bien. —No es mi hombro lo que duele. Es mi corazón—. ¿Cómo está
tu pierna?
A Damian no le importaba una mierda la vieja herida en su muslo, un
recordatorio de su último día en la isla cuando los hombres de Victor lo
habían acorralado en la cabaña. Se inclinó en la mesa, tan cerca de ella
como sabía que lo dejarían los guardias.
—¿Qué pasa, Skye? ¿Hay algo que no me estás diciendo?
Ella se sobresaltó, aunque él no podía imaginar por qué. Siempre
habían sido capaces de leerse uno al otro.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó—. Después de todo lo que pasamos,
¿Aún tenías que ir detrás de la compañía de mi padre?
Damian suspiró. No quería hablar de las cosas que los habían
apartado, no ahora que la veía después de tanto tiempo, pero le dijo lo que
ella quería saber.
—Porque después de que me apartaron, estaba hecho. Tu padre
mandó a alguien aquí a golpearme, con una advertencia de que me alejara
de ti. Dijeron que incluso si trataba de contactarte, no tendría que
preocuparme por cumplir el resto de mi condena porque me pondrían en
una caja mucho antes que eso.
—¿Cuándo? ¿Cuándo hizo eso?
—Unos meses después de que llegué aquí. —Damian podía sentir las
piezas del rompecabezas moviéndose alrededor de su cabeza. Deseaba
entrar en su mente y reacomodar cada pieza así no estarían perdiendo este
tiempo, este precioso tiempo discutiendo al maldito Warren Sedgewick.
—Así que vendiste tus acciones de los hoteles Sedgewick y enviaste
las suyas a la baja. Debiste haber perdido dinero. ¿Por qué te disparaste en
la pierna? ¿Por qué no asumiste el control?
—No reacciono bien a las amenazas, Skye. Y la compañía estaba
construida en dinero sucio. Dinero del cartel. Hubiera dado lo que fuera por
ver la cara de Warren cuando todo se vino abajo.
—Bueno, eso nunca va a pasar ahora. Se ha ido, Damian. Mi padre
murió hace unos días. Tuviste tu venganza. Tomó un tiempo para que todo
se derrumbara, para que perdiera todo, pieza por pieza. El estrés fue mucho
para él. Hipotecas y cobradores de deudas. Todo se dio la vuelta. Él tuvo un
infarto el año pasado y luego otro hace unos meses. No sobrevivió al tercero.
Así que felicidades. Finalmente lo hiciste. Vengaste a MaMaLu.
—Bien. —Damian retrocedió y cruzó los brazos. Debió haber sentido
una pequeña medida de victoria, de justicia, pero no hizo nada para llenar
el vacío de Skye que estaba royendo pedazos de su alma—. No puedo decir
que no lo merecía.
—No, Damian. Es tiempo de dejarlo ir. Mi padre te quería a MaMaLu
y a ti fuera de ahí. Les iba a conseguir nuevas vidas, nuevas identidades. Te
buscó luego de que MaMaLu murió, pero no te encontró en ningún lado. No
pudo deshacer lo que hizo, pero nunca quiso que MaMaLu o tú salieran
heridos.
Una enferma sensación de pesadez cuajó en las venas de Damian, el
estallido inicial de felicidad por ver a Skye se disipó como el frío éter. No
estaba aquí por él. Estaba aquí por su padre.
—¿Así que eso es todo? —preguntó—. ¿Es por eso que te apareciste?
¿Un año después? ¿A reprenderme por algo que él comenzó? Yo me alejé,
Skye. Por ti. Pero él no podía dejarlo así, ¿no? Solo tenía que molestarme
para que mantuviera la distancia. Como si nunca fuera capaz de ponerme
en contacto contigo. Merecías algo mejor. Yo lo sabía. Él lo sabía, pero él
tenía que probar que aún sostenía las cartas.
—¡Eso no es lo que hizo!
—¿Entonces por qué, Skye? ¿Por qué? Perdí a MaMaLu. Te perdí a ti.
Perdí ocho años de mi vida. ¿Por qué demonios no podía solo dejarme en
paz?
—¡Porque!
—¿Por qué? —Damian golpeó sus palmas en la mesa—. Odiaba a ese
maldito bastardo y me alegro de que esté muerto. ¿Qué esperabas, Skye?
¿Esperabas una disculpa? ¿Quieres que diga que lo siento?
—Detente, Damian. —Skye pudo ver al guardia yendo hacia ellos—.
Pensé que sería diferente. Pensé que serías diferente. Pero sigues lleno de
rabia.
—Y tú sigues defendiéndolo. —Damian se levantó y dejó que el guardia
lo abofeteara. Su arrebato le iba a costar. Deseaba que Skye no hubiera
venido. Deseaba no haberla conocido o a Warren Sedgewick. Deseaba poder
detener el dolor que estaba pasando a través de él—. Supongo que la sangre
siempre va a ser más espesa que el agua.
La cara de Skye cambió con su comentario de despedida. Ella parecía
tener el corazón roto y lleno de furia. Lo último que vio Damian mientras lo
alejaban fue su espalda, con los hombros inclinados sobre la mesa.
Esa fue la última vez que Skye fue a ver a Damian en prisión. Él no la
vio por el resto de su encarcelamiento, ni una vez por los próximos siete
años.
28
Traducido por MarycR
Corregido por Nanis

Damian estaba a la entrada de la Casa Paloma, viendo por las rejas


de hierro forjado que una vez habían prohibido su camino. Lo primero que
hizo cuando salió de prisión fue poner una oferta, y ahora era el dueño y
señor de la casa, donde su madre había sido sirvienta. Los pocos
compradores potenciales con los medios para pagar la propiedad se
retractaron debido a la difícil tarea de restaurarla. Años de abandono habían
pasado factura. Paredes y balcones de vidrio cubiertos de suciedad habían
oscurecido la una vez agraciada Casa Paloma. Árboles de maleza invadían
como sombras oscuras alrededor de los bordes de la casa. El jardín se había
transformado en un lío de enredaderas, malas hierbas secas, bolsas de
basura, y botellas de cerveza vacías.
Damian removió las cadenas y empujó las rejas para abrirlas. Ellas
chirriaban como articulaciones desgastadas y oxidadas. La casa principal
estaba delante de él, sus ventanas tapiadas mirándolo, como si tuviese ojos
blancos. Damian pasó por delante, haciendo caso omiso de la ráfaga de
saltamontes que saltaron en su camino, al pequeño y modesto edificio en la
parte trasera donde una vez se había alojado el personal. Era una sola fila
de habitaciones de estilo dormitorio con un baño y una cocina común. Se
puso de pie frente a la tercera puerta, su mente se inundó con sentimientos
de nostalgia y, un extraño y apretado nudo en la garganta. La escoba de
MaMaLu seguía apoyada contra la pared, momificada entre capas de polvo
y telarañas. Damian sacudió los pies en la entrada.
—Soy yo, MaMaLu —dijo, tratando de dejar salir las palabras a través
de su garganta apretada—. Su Estebandido está en casa.
La puerta permaneció cerrada.
No había nadie que lo hiciera pasar, nadie que lo mirara de mala
manera por ser un chico malo. Damian apoyó la frente contra la puerta y
trazó el marco. Escamas de pintura descascarada cayeron en sus zapatos.
Dejó que su mano descansara en el pomo por un minuto antes de entrar.
La habitación era mucho más pequeña de lo que recordaba. Un solo
rayo de sol iluminaba el espacio oscuro, mohoso. No había rastro del olor
del aceite de jazmín para cabello que MaMaLu utilizaba. La partición de tela
entre sus camas yacía en el suelo, de la noche que se habían llevado a
MaMaLu. No había tostadas a la espera de él, sin vaso de horchata, pero
realmente rompió a Damian esa tranquila mañana, fue su cama. La cama
de MaMaLu no estaba nunca sin hacer, pero ahora estaba allí, las sábanas
retiradas, la almohada torcida, cubierta de polvo. La habían arrastrado
fuera, y esta se había quedado atrás, vacía y olvidada, sin hacer durante los
pasados veintitrés años.
Damian pasó a la acción. Sacó las sábanas de la cama y sacudió el
polvo fuera de ellas. Golpeó la almohada, volteó la funda, hasta quitarle el
polvo. Hizo la cama, estiró las sábanas alrededor de manera apretada sin
que quedara un solo pliegue marcado en la superficie. Posicionando la
sábana superior de manera correcta y metió los extremos dentro del
colchón. Volvió a colocar la almohada de MaMaLu en la cama, dio un paso
atrás, la volvió a acomodar, dio un paso atrás de nuevo.
Una mota de polvo se asentó en las sábanas, y Damian, determino
que la cama de MaMaLu no estaba lista, e inició todo el proceso de nuevo.
Todavía estaba quejándose sobre las sábanas mal hechas. Cuando
una sensación embotellada que había estado construyéndose en su
garganta entró en erupción. Damian no había llorado por MaMaLu, no en
Valdemoros cuando le habían dicho que había muerto, no cuando colocaba
los girasoles en su tumba cada año, y no cuando había abierto la pequeña
caja de Lucky Strike. Su dolor se había reducido por la rabia. Pero ahora la
rabia se había acabado. La había vengado, había hecho que El Charro
pagara, de igual manera que Warren Sedgewick. Se habían ido, y con ellos,
su necesidad de venganza. Damian no tenía nada a que aferrarse, nada para
mantener la tormenta de lágrimas a raya. Todas las emociones profundas y
oscuras que le habían atormentado, se habían convertido en un montón de
esqueletos en polvo. El odio era una ilusión, la rabia era una ilusión, la
venganza era una ilusión. Todos ellos eran cáscaras vacías que había regado
y nutrido, y al final, no dieron frutos.
Damian se metió en la cama de MaMaLu y se enrolló en una bola. Él
había sido un chico cuando se fue, y ahora había regresado como un
hombre. Había estado solo entonces y estaba solo ahora. La única
diferencia, la única, amarga y cruel diferencia, fue que había perdido su
única oportunidad de redención. Había estado tan ocupado aferrándose al
odio, y había dejado ir el amor.
Damian pensó en la última vez que había visto a Skye.
—Tú todavía estás lleno de mucha rabia —le había dicho.
Finalmente entendió lo que ella había estado tratando de decirle.
29
Traducido por MarycR
Corregido por Nanis

La tarea de restaurar Casa Paloma era colosal, pero Damian había


tenido tanto el tiempo y los recursos. Durante ocho años, él había manejado
su compañía desde la prisión. Donde su dirección era necesaria, pero su
presencia era opcional. Damian había logrado lo que se había propuesto
hacer, pero no le había traído ninguna satisfacción. Encontró consuelo en
quitar la pintura y remendar la casa principal. Arrancó las vigas de la
fachada, limpiado las bombas para que las fuentes trabajaran de nuevo, y
contrató a un equipo de paisajistas para restaurar los jardines. Mandó a
reemplazar el techo con azulejos de terracota y dio al exterior de estuco una
nueva capa de pintura blanca.
Poco a poco, la casa empezó a verse viva de nuevo. Flores florecían en
el jardín. Mariposas y colibríes revoloteaban en él. El lugar había sido
saqueado a lo largo de los años, pero muchos de los muebles originales se
mantuvieron, junto con las lámparas de araña. La madre de Skye, Adriana,
había tenido un don para el drama. Damian no estaba seguro si quería
mantener las cortinas de terciopelo en el comedor. Se sentó a la mesa, donde
Warren había una vez convocado al Charro y sus hombres, y considerado la
tela carmesí pesada. Esta añadía un toque de antigua opulencia, pero
también bloqueaba la mayor parte de la luz.
Un ruido sordo interrumpió sus pensamientos. El equipo de
trabajadores para renovación había terminado por el día, además las
antiguas casas hacían todo tipo de ruidos. Damian lo ignoró y se levantó
para examinar las cortinas.
Allí estaba otra vez. Otro pequeño ruido sordo. Damian se dio la
vuelta. Venía desde la vitrina antigua en la que solía esconderse, en la
misma vitrina desde donde había espiado a Skye y MaMaLu interrumpir la
reunión de Warren.
Damian se levantó y oyó un ruido distinto. Lo que estaba allí,
posiblemente un pájaro o un gato callejero, le había visto.
Por otro lado, podría ser algo no tan inofensivo, como una serpiente.
Damian se arrodilló, y abrió la puerta lentamente.
Era una pequeña cosa huesuda con la piel marrón, una larga y
desordenada coleta, sus rodillas estaban dobladas hasta la barbilla y ella lo
miró con ojos cacao enormes. Estaba vestida con una camisa blanca con
una cinta de la escuela, y una falda azul marino. Sus calcetines estaban
torcidos, uno subido hasta la rodilla, el otro en el tobillo.
—Está bien —dijo Damian, ella lo miró con cautela—. No es necesario
que te escondas. —Él tendió su mano, pero ella se negó a tomarla.
La última cosa que se esperaba encontrar era a una niña oculta en la
vitrina.
Quizás su padre era uno de los trabajadores que él había contratado,
y ella había venido a buscarlo. O tal vez mientras caminaba a la escuela, la
curiosidad la había llevado a Casa Paloma, años de caminar por una casa
abandonada y que esta repentinamente se llene de actividad. El equipo de
trabajo había estado entrando y saliendo en las fangosas camionetas,
perforando, clavando, golpeando, martilleando. Carretillas de azulejos rotos
y suelos viejos estaban alineadas junto a las puertas, pero las flores se
derramaron de los setos y lo que fue una vez aburrido y muertos era ahora
exuberante y verde. Damian se sorprendió de que nadie más se hubiera
aventurado. La niña era su primera visita, y ella obviamente tenía miedo de
ser atrapada.
—No voy a hacerte daño. —Él se sentó sobre sus talones y esperó
mientras ella lo evaluaba. Debió de haber pasado su exploración de nivel de
amenaza porque ella salió de la vitrina y se puso delante de él, jugando con
su falda.
Damian recordaba muy bien la sensación de saber que estabas en
problemas, pero no saber con lo que tenías que tratar. En muchos sentidos,
era peor que el castigo mismo.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó.
Ella lo miró por un momento, antes de bajar la mirada hacia sus
zapatos. Ellos estaban rayados y parecía que habían sido puestos a buen
uso.
—¿Vives por aquí? —Se inclinó más cerca, tratando de encontrar su
mirada.
—¡Aléjate de mí! —Ella tomó impulso y le dio una patada con fuerza,
justo en las bolas.
Hubo un momento de contacto con los ojos punzante entre los dos.
Amigo, ¿cómo has podido? Damian miró a la chica con incredulidad
antes de que cayera al suelo, con las manos ahuecadas entre sus piernas
en el modo de protección de testículo.
OhDiosjfwejioajz. Esa. Mierda. Sí. Que. Duele.
Se dobló, tratando de recuperar el aliento.
El dolor irradiado desde los testículos de Damian, encendiendo su
sección media en el infierno antes de establecerse en sus riñones. Todos los
músculos de sus rodillas hasta su pecho se sentían como si tuviesen
calambres todos a la vez. La cabeza de Damian empezó a girar. Se sintió
nauseabundo de repente, pero reprimió el deseo de hacerlo, porque el más
mínimo movimiento amplificaba el dolor. Después de unas cuantas
respiraciones agudas, de agonía, el dolor dio paso a una aburrida
palpitación que irradiaba con cada latido del corazón.
Damian abrió los ojos. La chica se había ido. Sus testículos fueron
destruidos.
Capado. Estaba bastante seguro de ello. Se tumbó en el suelo,
haciendo un inventario del resto de su cuerpo.
¿Piernas? Sí, todavía allí.
¿Brazos? Presente. Y funcional.
¿Torso? Todos los sistemas.
¿Pelotas?
¿Vamos, pelotas? Vivas, capitán. No felices, pero vivas.
Damian respiró hondo y se quedó mirando el espacio vacío en la
vitrina. Él había sobrevivido a ocho años de prisión, pero la patada de una
niña le había enviado a un ataque de convulsiones y crisis existencial. Se
quedó acurrucado como un bebé y comenzó reír. Por primera vez desde Skye
y la isla, Damian rió largo y duro, sosteniendo sus bolas palpitantes
mientras protestaban con punzadas de indignación.
30
Traducido por MarycR
Corregido por Nanis

Había una habitación que se mantuvo intacta en Casa Paloma.


Damian la había ignorado por tanto tiempo como le fue posible, y aunque la
puerta del cuarto de Skye se mantuvo cerrada, sentía que como si esta le
llamase cada vez que caminaba cerca. Cuando Damian finalmente entró,
despertó fantasmas de la infancia que reían, cantaban y saltaban arriba y
abajo en la cama. Se desvanecieron dispersos animales de papel en su
camino que llenaron su cabeza con susurros de recuerdos lejanos. Damian
estaba indefenso contra ellos ahora. No tenía ninguna barrera para
mantenerlos a raya, sin cadenas de ira u odio con los cuales atarlos. Los
escuchaba, los veía, los sentía.
Este era el lugar donde Skye se había atragantado con helado de
crema de cacahuate y chocolate. Bueno, todo lo que no había aterrizado en
sus zapatos.
Aquí, la había visto escrudiñar su reflejo y fue donde le pidió que le
hiciera un diente de cartón.
Aquí, habían sostenido las manos en un círculo —él, MaMaLu y
Skye— antes de que Skye dijera su oración a la hora de acostarse.
Mientras Damian recorría la habitación y quitaba las telarañas, los
recuerdos se volvieron más nítidos, más claros, más doloroso, pero al mismo
tiempo más dulce, como pequeños fragmentos de caramelos con sabor a
nostalgia que se disuelven en los bolsillos, para ser degustados y
saboreados, una y otra vez.
Damian enrolló los polvorientos cobertores y quitó las maderas de la
ventana. El sol entraba a raudales, iluminando las paredes, esquinas y
estanterías. El árbol afuera de la habitación de Skye había crecido más alto;
la rama que había utilizado para subir estaba ahora rozando el techo.
Damian inclino su cabeza hacia atrás, siguiéndolo, vio un par piernas de
color marrón colgando a través de las hojas. Era la chica patea-pelotas, con
sus rasgados patea-pelotas zapatos. Estaba apoyada contra el tronco,
leyendo un libro, sin darse cuenta de que estaba siendo observada.
Damian instintivamente cubrió sus bolas.
¿Qué coño estaba haciendo ella aquí?
Se metió de nuevo y considero tapar la ventana de nuevo. Sus bolas
todavía le dolían, pero tenía que concederle, ella no era de esas personas
con las que quisieras meterte. Se echó a reír y comenzó a revisar a través de
los estantes, hojeando los libros que MaMaLu una vez les había leído a Skye
y a él. Las mejores historias eran los que no estaban allí, sino las que ella
había inventado. Estas estaban suspendidas alrededor de él. Damian tomó
una respiración profunda, queriendo inhalar las historias, llenar sus
pulmones con la voz de MaMaLu y sus palabras. Estiró los brazos, girando
trescientos sesenta grados, absorbiéndolo todo y… se paró en seco.
Un par de ojos oscuros lo estaba observando.
La chica estaba sentada en una de las ramas más bajas ahora, a la
altura de la ventana.
Llevaba de nuevo un uniforme de escuela. Su libro estaba metido en
la cintura de la falda y se veía como si hubiera estado a punto de deslizarse
por el árbol cuando lo había visto.
No era el mejor momento de Damian, el pecho hinchado, dando
vueltas en una polvorienta habitación como si quisiera ser una bailarina.
Llevó las manos hacia abajo y se encontró con la mirada de la chica.
Tal vez si él se le quedaba viendo a la manera del viejo oeste, con los
ojos entrecerrados, ella reasumiría su bajada.
Ella no lo hizo. Entrecerró los ojos hacia él, con suficiente
conocimiento de que la rama no iba a poder con su peso, por lo que él no
podría llegar hasta donde estaba ella, aunque lo intentara.
Unos pocos segundos del intercambio de miradas, Damian sintió las
comisuras de la boca elevarse.
Se las arregló para transformarlo en una mueca y se volvió,
ocupándose de la tarea de limpiar la habitación. Mantuvo la chica en su
periferia. No iba a bajar la guardia en caso de que ella decidiera convertirse
en una Ninja con él de nuevo.
Él casi había terminado cuando encontró una pila de papeles de
colores, del tipo que había utilizado una vez para hacer origami. Skye lo
había conseguido para él, y tuvo un recuerdo de la alegría en su cara cada
vez que hacía algo para ella.
Parecía como si fuese otra vida, pero los dedos de Damian anhelaban
la sensación de ese papel. Cogió una hoja verde, algo amarillenta y
desvanecida, pero todavía la cosa más brillante en esa habitación, y la dobló
en forma de cisne. Fue la última historia que recordaba que MaMaLu le
había contado a él y Skye, antes de que toda su vida cambiara. Damian
sentía como si estuviera partiendo desde donde lo habían dejado, excepto
que MaMaLu ya no estaba allí, Skye ya no estaba allí tampoco. No había
nadie. Excepto una niña que estaba observándolo como si él fuera más
entretenido que el libro que estaba fingiendo leer en el momento.
Damian le ofreció el cisne, pero ella no le hizo caso, con los ojos fijos
en el libro. Por lo tanto, se lo colocó en el alféizar de la ventana, cogió dos
bolsas llenas de basura y bajó a deshacerse de ellas. Cuando regresó, ella
se había ido. Y también el cisne de papel.
31
Traducido por Guidaí
Corregido por Nanis

Damian estaba pintando la cocina cuando vio a la chica de nuevo. Ella


parecía parar a la misma hora todos los días, después de la escuela. Estaba
de rodillas en el estanque, alimentando a los peces que acababa de
reintroducir en el agua. Media naranja pelada yacía en su regazo. Ella
mordió cada segmento con los dientes y la dio vuelta dejando así el interior
de la misma a la vista, escogiendo algunos trozos de la carne para el pescado
y así comer el resto.
Para Damian, esa era una de esas fotos perfectas de la infancia, la
forma en que el mundo de ella se condensó en una naranja y en un estanque
de peces, rodeado de sol y césped. Ella estaba completamente inmersa en
ese momento, libre del pasado y el futuro, en eso por el puro disfrute del
aquí y ahora, las cosas que pueden ser captadas, vividas y experimentadas.
Fue una lección que Damian tenía que aprender. Había dejado al pasado
opacar su vida. No sabía lo que el futuro le deparaba, pero tenía el ahora. Y
ahora era un hermoso día, sin nubes. Damian imaginó el océano delante de
él, calmado e interminable. A pesar de que su barco estaba atracado cerca,
no había estado en el agua desde prisión. Había estado tan atrapado con la
restauración de Casa Paloma que no se había tomado el tiempo para
disfrutar de su libertad, y lo más importante, que no se había sentido como
él. Pero cuando a vio la niña terminar su naranja y enjuagar sus manos en
el estanque antes de irse, Damian anhelaba el viento y el mar de nuevo.
Quitó la pintura, cerró la casa y pasó la tarde reencontrándose con
viejos amigos: su barco, un cielo azul y un mar espumoso.

Damian hizo más cisnes de papel para la niña. Los dejó tumbados
sobre dónde sabía que los iba a encontrar: clavados en la puerta, situados
en el porche, colgando de una cadena del árbol de la ventana de Skye. Ella
nunca habló con él, pero siempre tomó los cisnes, y se fue antes de que
oscureciera.
Damian se detuvo por uno de los mercados al aire libre que habían
surgido entre Casa Paloma y Paza del Mar. Recogió frutas y verduras frescas
y carne.
Casi había terminado cuando vio latas de atún apiladas en un estante.
Te hice algo, Skye había dicho.
Su ceviche había resultado ser la peor cosa que jamás había probado,
pero aquellas cuatro palabras, esas cuatro palabras habían quemado su
mundo celosamente guardado aparte. Nadie lo había amado o luchado por
él, o le había hecho sentir de la forma en la que Skye lo hacía. La forma en
que todavía lo hacía.
La mayoría de los días, Damian se mantuvo ocupado lo suficiente para
alejar los pensamientos de Skye. Las noches eran diferentes. Por la noche,
no tenía defensa. Se tumbó en la cama con un hambre tan amplia y tan
vasta que se sintió ahogado en ella. Nada, ni siquiera la caja de Lucky Strike
debajo de la almohada, podría mantenerlo lejos de caer en el agujero de
succión de su alma en el centro de su corazón.
Mientras conducía a casa del mercado, Damian se preguntó dónde
estaría Skye, si habría encontrado a alguien que la mereciera más que él,
alguien que le trajera más felicidad que dolor. Se había mantenido
deliberadamente alejado de cualquier información sobre ella. Si sabía dónde
vivía, en dónde trabajaba, dónde hacía compras, no podría haber dejado de
buscarla, y no estaba seguro de lo que haría si la veía de nuevo, incluso si
era solo desde el otro lado de la calle. Vivir sin ella era agonía, pero la idea
de verla con otra persona, no importa cuán feliz y realizada, era
insoportable.
Damian dejó caer cuatro bolsas de comestibles en la cocina y se dirigió
de nuevo al auto para buscar el resto. Al llegar a la puerta principal, la niña
pasó junto a él, arrastrando el resto hacia el interior.
—¿No puedes hacer algo más? —Ella se dejó caer sobre uno de los
taburetes y colocó un cisne de papel sobre el mostrador.
—¿No te gustan los cisnes? —Él había dejado ese escondido debajo de
una piedra en el estanque, hace pocos días, con su cuello expiatorio.
—¿Por qué solo hacer cisnes?
—Debido a que mi mamá me contó sobre un cisne mágico que se
esconde aquí en los jardines. No he encontrado uno, pero me recuerdas a
él.
—¿Yo?
—Sí. Tú me haces reír. Esa es una magia poderosa. Y creo que te vas
a transformar en un hermoso cisne.
—¿Me estás llamando un patito feo? —Ella saltó del taburete y lo
confrontó.
—No. Solo estoy… —Damian cogió la ingle e instintivamente saltó
hacia atrás. No le gustaba la forma en que esta niña había saltado alrededor
como un conejo—. ¿Tú sabes lo que eres? Eres una gran matona. Me
pateaste, me espiaste, entras y sales de aquí sin mi permiso, y ahora estás
tratando de intimidarme.
Se miraron el uno al otro, con las manos de ella en las caderas, y él
protegiéndose sus bolas.
—¿Qué significa" intimidar "? —preguntó.
—Asustar, aterrorizar, o empujar a alguien.
Su ceño se suavizó. Parecía que le gustaba la idea.
—Eres divertido —dijo ella, su cara se iluminaba con una sonrisa.
—Y tienes hoyuelos. —Damian fingió disgusto.
Se quedó en silencio y lo vio guardar las cosas.
—Ahora este lugar luce lindo —dijo—. Siempre fue triste.
—¿Te gusta?
—Es bueno. —Ella lo miró por un momento—. ¿Cuál es tu nombre?
—Los Bandidos no tienen nombres.
—No eres un bandido. —Ella se rió—. Los Bandidos hacen desastres.
Tú lo hiciste bien.
—Gracias. Y eres bienvenida de venir en cualquier momento, siempre
y cuando tus padres estén de acuerdo con eso.
—Yo puedo cuidar de mí misma.
—Puede que sea así, pero estoy seguro de que a tu madre le gustaría
saber dónde te encuentras. ¿Está en tu casa, esperándote?
—Mi mamá está en Valdemoros.
Damian sintió un nudo en la boca del estómago. La palabra en sí le
evocaba recuerdos grises, hormigón cargado. Quería preguntarle acerca de
su padre, pero al crecer sin uno, tendió a ser más sensible.
—¿Tienes otra familia?
Ella se encogió de hombros.
—¿Quién te cuida? —preguntó Damian.
—Mi mamá, por supuesto. —Ella parecía sorprendida por la pregunta.
Damian sabía que los niños en Valdemoros estaban permitidos hasta
una cierta edad con sus madres. No se había dado cuenta de que los dejaban
salir para ir a la escuela.
—¿Cuándo saldrá tu mamá?
—Pronto.
Ella parecía estar tomando todo con calma, pero eso explicaba por qué
se detuvo en Casa Paloma. Fue un breve respiro antes de dirigirse de nuevo
a la severidad de Valdemoros.
—Me tengo que ir ahora —dijo ella, recuperando el cisne en el
mostrador y metiéndolo en el bolsillo.
Damian la observó recoger la bolsa de la escuela de lona verde que
había dejado junto a la puerta.
—No me dijiste tu nombre —dijo.
—Sierra. Mi nombre es Sierra. —Se dio la vuelta, caminando en
sentido contrario hacia la puerta.

Damian acababa de hablar por teléfono con Rafael cuando vio a Sierra
de nuevo. Él maldijo al panel de vidrio que estaba instalando en los
armarios.
—¿Qué demonios ha pasado?
—Piojos —respondió ella.
Sus largos y oscuros mechones se habían reducido a un corte de
cabello y parecía como si se hubiera reducido durante la noche. Fue
probablemente debido a sus grandes ojos de gama ahora tragarse toda su
cara, pero Damian sintió un tirón de las cuerdas del corazón. Valdemoros
no era lugar para un niño. Los piojos era el menor de los horrores que ella
enfrentó. Si él hubiera sido más joven cuando tomaron a MaMaLu en
prisión, podría haber sido esta niña. Él podría haber sido Sierra.
—Oye, ¿quieres hacer algo divertido hoy?
Ella dejó caer la bolsa en el suelo y cogió el taburete que fue
rápidamente convirtiéndose en su lugar.
—¿Qué?
—¿Alguna vez has estado en un barco?
Los ojos de Sierra se iluminaron.
Fue el comienzo de muchas aventuras, tanto en el agua, dentro y
fuera. Damian le enseñó a Sierra cómo colocar un cebo en un gancho de
pesca, cómo dirigir, cómo leer el cielo. Ella intentó engañarlo para que le
hiciera su tarea de matemáticas hasta que comenzó a contestar cada
pregunta erróneamente, lo que le valió la expulsión permanente del derecho
de la tarea. Él trató de mostrarle cómo hacer cisnes de papel, pero se
necesita concentración y disciplina, ¿y cómo podría ella cuando había
barandillas para deslizarse, y mariquitas para atrapar y helados para comer
antes de que ella volviera? Sus cisnes eran descuidados y desordenados y
caían de sus caras, pico hacia abajo.
Damian y Sierra luchaban, discutían y se reían de las dos horas que
estaban allí después de la escuela. Pasó una semana, y luego dos y luego
tres. Poco a poco, Damian comenzó a sanar. Sus noches todavía estaban
llenas de un profundo sentimiento de anhelo de Skye, pero tenía algo de lo
que preocuparse en los días que Sierra venía. Cuando Rafael lo vino a visitar,
reparó en el cambio sutil.
—Maldita sea. Este lugar tiene un aspecto fantástico. —Dio la vuelta,
de habitación en habitación—. Pero tú. —Le dio una palmada en la espalda
a Damian—. Te ves mejor.
Damian había perdido la palidez que viene con años de confinamiento.
Se había mantenido en forma en la cárcel, pero ahora tenía la robustez de
un hombre con raíces. La Casa Paloma era su hogar, y Damian no solo
estaba restaurando la estructura, que fue re-aprendizaje de felicidad, sino
que también estaba recableandose a sí mismo, volviendo a ver el mundo a
través de la Sierra.
—¿Por lo tanto, voy a conocer a esta niña? —preguntó Rafael, dejando
de lado los papeles del negocio que necesitaban la atención de Damian.
—Hoy no. Es día de los muertos.
Día de los Muertos es una fiesta mexicana que se celebra durante dos
días: el día de los Angelitos, dedicado a las almas de los niños que habían
fallecido, y el Día de Los Muertos, que se celebra al día siguiente, en honor
a los espíritus de los difuntos adultos.
El día de los muertos era un recuerdo de los seres queridos que habían
fallecido, y una celebración de la continuidad de la vida. Fue un día
importante para Damian porque finalmente había conseguido una nueva
lápida para MaMaLu, completamente hecha en honor a su memoria. Había
tardado semanas para poder encargarla y había recibido una llamada por la
mañana, que ya la habían colocado.
—¿Estás listo? —preguntó Rafael.
—Lo estoy —dijo Damian.
Se dirigieron a Paza del Mar, tomando nota de las novedades que
ahora se alineaban a cada lado de las pequeñas casas de la modesta
carretera, intercaladas con lujosas mansiones, hoteles, tiendas y
restaurantes. El área había pasado por dos fases distintas: antes del Charro
y después del Charro. Lo que antes había sido un pequeño pueblo de
pescadores que había servido como un puesto para los tratos del señor de
la droga, había florecido después de su muerte. Las tasas del crimen cayeron
y los turistas comenzaron a llegar, la apertura de puestos de trabajo y de
comercio. La presencia de extranjeros había disuadido al cartel de tratar de
restablecer el control sobre Paza del Mar. Un turista atrapado en el fuego
cruzado fue una mala noticia. Inevitablemente atrajo atención internacional,
y los capos preferían mantenerse fuera de los reflectores. La sombra del
miedo levantó lentamente el pequeño pueblo soñoliento. Se transformó en
una encantadora escapada para relajarse, los residentes sin saber de los
dos niños que lo habían hecho posible, los dos chicos que como hombres
ahora, estaban estacionados fuera de Camila.
Rafael había comprado y renombrado La Sombra, la cantina donde
sus padres habían trabajado, y lo convirtió en su lugar favorito para los
locales. Se detenía cada vez que estaba en la ciudad, comprobando al
gerente, aprobando el menú y cerciorándose de lo que tenía que cuidar. Era
dos veces el tamaño de ahora, pintada de blanco, azul y un fresco amarillo,
con techos altos y un patio verde semicircular. La cocina era fresca y
sabrosa. Los fines de semana vibraban con música en vivo. Acordeones y
guitarras acompañados de cervezas bien frías, mientras que la cocina servía
muchos tacos rellenos de carne, queso y jalapeños, y brochetas de vieiras
con salsa y semilla de calabaza.
Camila, estaba cerrado en el día de los muertos, pero Rafael puso un
cubo de caléndulas y cempasúchil silvestres en el lugar donde sus padres
habían muerto. Damian recordó a MaMaLu explicándole la celebración. Ella
creía que era un momento en que los fallecidos eran devueltos a sus familias
y amigos, cuando los vivos y muertos se unían, aunque solo sería por un
breve tiempo. Se suponía que las caléndulas eran para guiar a los espíritus
a sus seres queridos, con su vibrante color y aroma. Damian y Rafael
estaban en silencio, en el restaurante vacío en el que Juan Pablo y Camila,
una vez habían bailado melodías crepitantes en la radio, cada una en honor
a sus recuerdos de la pareja.
Cuando salieron, siguieron los ríos de gente caminando al cementerio.
Las calles estaban llenas de cráneos de papel decorativo, coloridas linternas,
y los esqueletos de plástico que danzaban en el viento. Los pescadores
celebraban vigilia en sus botes de remos, con antorchas que se reflejaban
en el agua.
La estatua del arcángel Miguel brillaba en la tarde, guardando la
entrada a la iglesia. Detrás de ella, en el cementerio, las familias se sentaban
en mantas de picnic junto a las tumbas, comiendo la comida favorita de sus
seres queridos: montones de frutas, cacahuetes, platos de mole de guajolote,
pilas de tortillas y panes del Día de los Muertos llamados pan de muerto.
Otros todavía estaban limpiando tumbas y creando ofrendas, altares
decorativos adornados con velas, incienso, caléndulas, cráneos del azúcar,
y brillantes crestas de gallo y flores rojas. Juguetes, agua, chocolate caliente
y dulces se extendían hacia fuera para los angelitos, mientras que los tiros
de mezcal, Tequila y cigarrillos se les ofrecía a los espíritus de los adultos.
En todas partes, las personas estaban comiendo, bebiendo, jugando a las
cartas o recordando el pasado.
Damian estaba al pie de la tumba de MaMaLu. La nueva lápida era
simple, no demasiado grande o adornada, exactamente como ella lo hubiera
querido. Una sensación de paz se instaló sobre él mientras leía la
inscripción. Se había asegurado que su número de prisionera fuera
removido. Ella no era una ladrona, y no debería ser recordada como tal.
Damian nunca fue capaz de determinar el día exacto en que ella falleció,
pero su fecha de muerte estaba ahora escrita. Había elegido el día que
escuchó su canto por última vez, a la sombra de los árboles a través de
Valdemoros.
—¿Quién trajo las velas y las flores? —preguntó Rafael.
La tumba de MaMaLu estaba decorada con guirnaldas de papel de
colores y los pilares de velas encendidas en frascos de vidrio. En el centro
había un cráneo de papel maché en una cama de caléndulas brillantes.
—¡Oye, Bandido! —Damian sintió que alguien le tiraba de la manga.
—¡Sierra! —Él sonrió y la tomó en brazos.
Llevaba unos vaqueros, una sudadera con capucha negra y zapatillas
de deporte con cordones de neón verde.
—Por favor, bájame —dijo ella, solemnemente, como si acabara de
sacar la vergüenza de ella.
—Por supuesto —dijo Damian.
—Finalmente, una chica a la que realmente escuchas —dijo Rafael.
—¿Quién eres tú? —Sierra entrecerró los ojos hacia él.
Damian los presentó, antes de dirigirse a Sierra.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Estoy aquí con mi mamá. —Ella señaló a alguien en la multitud.
—Creía que tu madre estaba en la cárcel. ¿La liberaron?
Sierra se rascó la cabeza.
—Dijiste que estaba en Valdemoros.
—Ella trabaja allí, tonto.
—¿Así que no vives allí con ella?
—¿Si vivo en Valdemoros? —Sierra rió.
—Pero tu cabello. Los piojos. Pensé que te habías contagiado en la
prisión.
—Eso es porque a veces voy con ella. Y me olvidó de lo que ella me
dice. Dejé que una de las chicas trenzara mi cabello, e hice lo mismo con su
cabello, y compartimos el mismo peine.
Damian no se había dado cuenta de lo mucho que las erradas
suposiciones sobre Sierra le habían afectado, hasta que sintió un alivio al
levantar sus hombros. La pequeña niña loca había logrado arrastrarse a su
corazón.
—Todavía tengo algunas tumbas para decorar. —Ella levantó los dos
cubos que estaba sosteniendo—. Mi abuela y mi abuelo. ¿Quieren ayudar?
—Ustedes dos vayan —dijo Rafael—. Esperaré aquí.
Damian dejó que Sierra lo arrastrara a través de la multitud, a otra
tumba en la parte oculta del cementerio. Las parcelas eran más grandes y
marcadas con losas de mármol y altos granito suave. Sin duda no es era el
lote de prisión.
—Aquí —dijo Sierra. Ella comenzó a limpiar el polvo de la lápida y le
dio los cubos—. Coloca las flores y las otras cosas.
—Sí, jefe —dijo Damian, sonriendo mientras colocaba caléndulas en
la tumba.
Metió la mano en el otro cubo y sacó algunas velas. Y un cráneo de
papel maché muy parecido al que había visto en la tumba de MaMaLu.
—Venden una gran cantidad de estos —dijo, sosteniéndolo.
—Yo lo hice —dijo Sierra, dando un paso atrás de la lápida.
En la memoria cariñosa de Adriana Nina Sedgewick, se leía.
Damian dejó caer la calavera que sostenía.
—Adriana… Sedgewick. —Su cabeza empezó a girar con tanta fuerza,
que apenas podía hablar.
—Ella es la madre de mi madre. La madre de mi padre está enterrada
en el otro lado. También le hice ella una calavera de papel. Y este es mi
abuelo. —Sierra se trasladó a la tumba adyacente. Era más nueva y no
necesitaba tanta limpieza.
Damian no vio nada más allá del nombre tallado en piedra:
Warren Henderson Sedgewick.
—Yo no los conocí, pero mi mamá dice que el abuelo amaba a la
abuela Warren Adriana mucho. —Sierra seguía parloteando, sin prestar
atención al hecho de que sus palabras le caían como asteroides deshonestos
a Damian, dejándolo fuera de órbita, enviándolo mareado y desorientado en
un caos total, sin límites—. Cuando murió —continuó—, dijo que quería ser
enterrado junto a ella. Mi mamá y el abuelo vivían en San Diego. Eso está
en los Estados Unidos. Pero cuando vino a enterrar al abuelo, mi madre se
quedó. Ella dice que es porque creció aquí, pero creo que es también porque
tres de mis abuelos están enterrados aquí. No conozco a mi otro abuelo. No
sé quién es mi padre tampoco. Su nombre es Damian. Él es el que está en
prisión. Prisión real. No trabaja allí, como mi ma…
—¡Sierra! Te he estado buscando por todos lados. Te dije que nos
encontráramos en… —Skye se detuvo en seco. Estaba sosteniendo velas,
una en cada mano. Se apagaron con su fuerte exhalación.
Se quedaron paralizadas, Damian de rodillas sobre un lecho de
caléndulas, y Skye entre las tumbas de sus padres, sosteniéndose de ellas,
mientras que su hija los presentaba.
—Este es mi nuevo amigo, mamá. Le visito a veces después de la
escuela… —dijo, pero tampoco Damian ni Skye estaban escuchando.
A su alrededor, las familias se reunían en pequeñas unidades
alrededor de sus perdidos seres queridos, y allí estaban, se perdieron el uno
al otro, pero unidos por MaMaLu, y Warren, y Adriana. Por un momento, se
sentía como si los muertos realmente habían unido a los vivos, como si
estuvieran todos reunidos en un solo lugar que, en aquella época, y todos
sus defectos y las opciones y los errores no hace menos perfecta. No
importaba por qué Warren hizo lo que hizo, por qué Damian hizo lo que hizo,
por qué Skye mantuvo a Sierra lejos de Damian.
En el gran esquema de las cosas, lo hacemos lo mejor que podemos,
todos nosotros, y nos inventamos nuestras historias a medida que
avanzamos; las escribimos, dirigimos y proyectamos en el mundo. Y a veces
tenemos historias de otras personas, y otras veces no, pero siempre hay una
historia detrás de una historia detrás de una historia, vinculada en una
cadena que solo podemos ver una pequeña parte de ella, porque es allí
cuando nacemos y continúa después de que no estamos. ¿Y quién puede
comprender todo esto en una sola vida?
Skye y Damian apenas podían manejar ese momento. Estaba cargado
con demasiados pensamientos y emociones, revelaciones y separaciones.
Demasiados años. Demasiado espacio. Todo se expandió, el esfuerzo en las
costuras, y luego se contrajo, perdiendo forma, hasta el momento que
colgaba entre ellos, como una burbuja tambaleante a punto de estallar al
menor desplazamiento.
—¿Dónde quieres que deje el resto de estos? —Nick Turner alcanzó a
Skye y dejó caer las bolsas que tenía en la mano.
Damian sintió que volvía a la realidad. Había perdido mucho, y luego
ganado tanto: Sierra, Skye, a su alcance, a su alcance, solo para perder todo
de nuevo.
Skye podría haber tenido a su bebé, pero había vuelto con Nick. ¿Y
por qué no? Ella había salido con él en un tiempo. Él era familiar, exitoso y
estable. Su padre obviamente lo había aprobado. Él era el abogado que había
conocido el caso, por lo que sabía exactamente lo que había pasado. ¿La
había acompañado durante el funeral de Warren? ¿Había sido el hombro en
el que ella lloró cuando Damian la había rechazado en la cárcel? ¿Qué edad
tenía Sierra en ese entonces? ¿Unos pocos meses? ¿Habían estado juntos
todo el tiempo? ¿Es por eso que Skye trabajaba en la prisión, como socia de
Nick, ayudándole con sus casos? ¿Nick había intervenido y reclamado a
Sierra?
Cada pregunta se hundió más y más profundamente en el interior de
Damian. Damian había crecido sin un padre y lo mató pensar que su hija
también estaba creciendo sin él. Sierra, obviamente, sabía más de él que lo
que él sabía de ella. ¿Qué le había contado Skye sobre él, aparte del hecho
de que estaba en la cárcel? ¿Alguna vez había pedido verlo? ¿Se habría
preguntado por qué nunca supo de él? ¿Qué diría si supiera la verdad
ahora? ¿Sentiría vergüenza? ¿Se sentiría horrorizada? ¿Se alejaría de él?
A Nick le tomó unos segundos darse cuenta de a quién estaba mirando
Skye y por qué estaba de pie tan quieta. Cuando sus ojos se posaron en
Damian, miraba de Skye a Sierra y volvía a mirar a Damian de nuevo. Su
malestar era evidente. No sabía cómo manejar la situación más de lo que
Skye o Damian. Sierra estaba colocando guirnaldas de papel en la tumba de
Warren, ajena a la tensión a su alrededor.
Damian vio las velas apagadas en las manos de Skye, las bolsas de
decoraciones a los pies de Nick, las miradas de asombro en sus rostros. Él
era el forastero, el comodín que había roto el equilibrio de su noche perfecta.
Lo habían dejado salir de la cárcel unos cuantos meses antes de tiempo,
pero deseaba que aún estuviera entre las rejas, por lo que podrían bloquear
el dolor. No saberlo había sido el infierno, pero esto, esto era un nivel
completamente diferente de tormento.
Damian se levantó, aplastando las caléndulas pegándosele en los
vaqueros, y se perdió en la multitud de personas que los rodeaban. Estaba
agradecido por el mar sin nombre, sin rostro de cuerpos a su alrededor. Se
imaginó que esto era lo que se sentía al estar muerto entre los vivos.
—Sácame de aquí —dijo, cuando se encontró con Rafael—. Llévame
lejos, muy lejos.
32
Traducido por Romyss
Corregido por Nanis

Fui sobre la superficie entre el sueño y la conciencia, medio sumergida


en sueños salvajes y locos, donde Sierra, Damian y yo éramos iguanas
verdes, tomando sol en una isla desierta. Yo era la que tenía la cola cortada,
pero no importaba porque estaba cálido y era hermoso. Comíamos helado
de frijol y Sierra insistía en masticar las semillas en vez de descartarlas.
Crunch, Crunch, Crunch.
—No —murmuré. El sonido de mi voz despertándome.
Había sido así desde que había visto a Damian en el cementerio dos
semanas atrás, noches sin fin en las que me la pasaba dando vueltas hasta
que las sábanas terminaban en un montón revuelto a los pies de mi cama.
Volver a ver a Damian había provocado pequeñas explosiones que me
dejaron temblando despierta. Saber que había comprado Casa Paloma, y
que Sierra había estado pasando tiempo con él había sido una réplica más
intensa. Ser una madre soltera siempre había sido un reto, pero ahora me
siento tonta e ingenua por pensar que Sierra se va derecho a casa después
de la escuela, como lo instruí. El hecho de que no hubo señales de Damian
desde el Día de los Muertos me inquietaba. Por fuera parecía estar
controlándolo, pero por dentro estaba hecha un completo desastre.
Crunch, crunch, crunch.
Allí estaba otra vez. Ese maldito sonido. Igual que…
Me levanté de golpe y encendí la lámpara.
Damian estaba sentado en una silla a los pies de mi cama,
observándome. No se inmutó cuando la luz se encendió. Solo continúo
arrojando cacahuates en su boca. Era imposible ignorar cómo se adueñaba
del espacio, cómo lo amoldaba para que se ajustara a su presencia, una
silueta del pasado que provocaba palpitaciones, todo vestido de negro. Bien
podría haber estado sentado allí todo este tiempo, los ocho años en los que
no estuvo, porque estaba allí en mi cabeza, insinuándose en las grietas de
mi corazón.
Lo veía cada día en el rostro de Sierra, en sus fuertes y blancas uñas,
en las puntas de su cabello, que se rizaba cuando ella lo retorcía alrededor
de su dedo. Lo oía en su voz adormilada, luchaba contra él en la terquedad
del espíritu de ella, y lo sentía en la calidez de sus abrazos. Pero los restos
de él no eran nada comparada con el hombre mismo, entero, real, y
demandante, mil soles convergían en uno solo, quemándome con su mirada,
con cualquier emoción que aquejaban sus ojos oscuros como el carbón.
Arrebujé mi cobertor sobre mi pecho, como si la tela fuera a evitar mi
incineración. Siempre supe que este día llegaría, este encuentro, y lo temía.
Si había una cosa que sabía, era que una nunca, jamás debía llevarle la
contraria a Damian. Él no había perdonado a mi padre por arrebatarle a su
madre. ¿Qué me haría a mí por haberlo alejado de su hija?
—¿Por qué no me habías dicho? —Él dejó a un lado el cono de papel
de sus cacahuates que sostenía con tanta calma y precisión que escalofríos
subieron por mi piel. Por primera vez, noté la carpeta sobre su regazo. La
abrió, escaneó la primera página y me la arrojó. Voló por los aires y aterrizó
a mi lado.
Damian no me dio la oportunidad de tomarla. Me arrojó otra hoja, y
luego otra, y otra más, hasta que flotaban como plumas a mi alrededor.
Tomé una de ellas y revisé el contenido. Por el logo del investigador privado
en la parte superior, parecía un reporte sobre mí: dirección, estado
financiero, estado civil. Tomé otra. Era una copia del certificado de
nacimiento de Sierra. La siguiente era sobre mi trabajo, mis horarios, y
trabajo en Valdemoros. Dónde había estado, qué había hecho, dónde vivía,
las cuentas de mi tarjeta de crédito, subscripciones a revistas, todo y
cualquier cosa relacionada a los últimos ocho años estaba expuesto ante mí
en páginas blancas y letras negras.
Damian vació toda la carpeta sobre mí. Cuando acabó, y la última
página voló hacia la cama, el miedo que sentí por su reacción fue
reemplazada por algo más, un sentimiento de rabia porque él pensara que
sabía por todo lo que pasé desde la isla, por una carpeta brillante y
arrojármelo en cara.
—¿Quieres saber por qué no te he dicho sobre Sierra? —pregunté—.
Porque esto es lo que haces, Damian. —Retorcí los papeles en mis puños—
. Investigas, planeas, ideas una forma de vengarte. Tenía una foto de Sierra
cuando fui a verte a prisión. Quería que supieras que teníamos una hija. Mi
padre no estaba. Pensé que ya no había nadie con quien pelear, pero estaba
equivocada, Damian, porque tú todavía estás peleando. ¡Siempre peleas!
Habías puesto a mi padre en la tumba, pero fui igualmente, para darte una
hija. Pero no había espacio para nosotros porque eres el mismo de siempre.
Todavía luchas contra tus demonios. Y si piensas que sabes todo lo que hay
que saber sobre mí por ese reporte, tengo noticias para ti. No tienes ni idea,
Damian.
No me había dado cuenta que estaba embarazada hasta que fui a una
cita de control por mi hombro, y el doctor me preguntó por la fecha de mi último
periodo. Había pensado que era por un tema de estrés, o quizás mi periodo
se había detenido porque había dejado las píldoras unas semanas, pero el
examen de sangre lo confirmó. Había sido una revelación agridulce, dado que
el padre y abuelo del bebé, Damian y Warren, estaban enfundados en una
incesante batalla que estaba llevándose a cabo en la corte.
A donde sea que fuera, los fotógrafos destellaban sus cámaras en mi
rostro. ¿Cómo irían a desvirtuar la historia si supieran que iba a tener un hijo
de Damian? Si supieran que estaba enamorada de mi secuestrador. ¿Qué
diría mi padre? Él estaba convencido de que estaba pasando por un colapso
mental y emocional. ¿Trataría de convencerme de tener un aborto? Fallando
con eso, ¿pondría un psiquiatra para que me declare incompetente? ¿Me
forzaría a dar el bebé? ¿Cómo reaccionara Damian a las noticias? Él iría a
prisión. Por cuánto tiempo, no lo sabía, pero sabía que solo lo haría más difícil.
Mantuve el embarazo para mí, y por más difícil que fuera, la idea de
una nueva vida emergiendo de todo este caos era como un faro de esperanza
que me conducía por la oscuridad. Me sentaba por largo tiempo con Nick y mi
padre, abrazando mi pequeño secreto, mientras ellos discutían los cargos y
las estrategias legales. Quería que el caso estuviera cerrado para cuando se
empezara a notar así que les seguí la corriente. Sí a esto, no a aquello, sí a
eso. Durante la audiencia de Damian me senté allí, con cuatro meses de
embarazo, sabiendo que tenía una parte de él, y sin importar qué tan
equivocada, confundida o loca pensaran los demás que estuviera, se sentía
correcto.
Cuando mi padre descubrió que estaba embarazada, no pudo ocultar
su decepción. Estaba convencido de que Damian me había usado para
tomarse revancha contra él, que dejarme preñada había sido una parte de su
plan, la gran revancha contra mi padre. Cómo pudimos engañarnos tanto que
empezamos a creer que todo el mundo giraba a nuestro alrededor. Cuán duro
hemos trabajado para que las cosas encajaran con nuestras teorías
inventadas. Cuán ciegamente hemos seguido nuestras necias emociones, las
buenas, las malas y las feas. Mi padre creería lo que quisiera. Damian creería
lo que quisiera. Yo bien podía dividirme entre ellos, o aceptar que jamás sería
capaz de cambiar su manera de ver las cosas.
A veces, me cuestionaba mi propia cordura. ¿Estaba equivocada?
¿Había sido ingenua y confiada? ¿Damian había jugado conmigo todo el
tiempo? Él no pudo matarme, así que ¿había hecho lo siguiente mejor? ¿Crear
una grieta entre mi padre y la persona que más significaba para él? Yo.
¿Realmente había planeado dejarme libre, llevando su hijo, así mi padre
tendría que vivir con eso por el resto de su vida?
Usada, había dicho mi padre.
Pensé en lo que Damian y yo habíamos compartido, la forma en que me
miraba, cómo me tocaba, y me dije que no. Absolutamente, desde el fondo de
mi alma, empáticamente no. No podía pensar en algo más hermoso, más
reconfortante que los labios de Damian sobre lo míos, su cuerpo, mi cuerpo,
fundidos el uno en el otro. Y ahora tenía una parte de él, una parte de
MaMaLu, para cuidar, y eso es exactamente lo que hice. Damian me había
lastimado, mi padre me había lastimado, pero los amaba a ambos. Sin duda,
ellos también habían sentido que los defraude, pero no quería quedar
atrapada entre ellos, no cuando tenía una nueva vida en la que pensar.
Cuando alguien comenzó a recortar Sedgewick vendiendo partes
importantes a un precio bajo y devaluar la compañía, sospeché que Damian
estaba detrás de ello. Los inversores entraron en pánico y empezaron a sacar
sus acciones, alarmados por la caída. No le tomó mucho a mi padre llegar a
Damian, pero Rafael había hecho un muy buen trabajo cubriendo el rastro de
papeleo que no había ninguna evidencia en contra de Damian.
En ese momento, no sabía que Damian estaba reaccionando a algo que
mi padre había hecho. Mi padre había aceptado que iba a tener el hijo de
Damian, pero nunca aceptaría a Damian en mi vida, con hijo o sin él, así que
le envió un mensaje a la prisión, un mensaje que provocó en Damian una
respuesta de las suyas. La suya era una enemistad que puso a uno detrás
de los barrotes y al otro en la tumba.
Sierra tenía unos meses cuando falleció mi padre.
—Tiene los ojos de tu madre. —Me había dicho una vez por la mañana.
Se había mostrado incomodo delante de Sierra su primer par de semanas,
pero ese día se había acercado a su cuna y la vio por primera vez—. Si. Los
grandes ojos castaños de Adriana.
Después de un tiempo, la alzaba y le daba tres besos cuando pensaba
que no lo estaba observando. Nuestra relación había sido tensa, pero estaba
chocho con Sierra. Eventualmente se le había hecho imposible estar enojado
conmigo por tenerla. Ella era la única que lo hacía reír cuando todo lo demás
colapsaba a su alrededor. Estuve agradecida de que él haya fallecido en su
habitación, con su dignidad intacta, antes de que perdiéramos la mansión.
Con su muerte, quedé realmente huérfana. Me sentía como un enchufe
de tres patas en la pared, con espacio vacíos donde mi madre, mi padre y
MaMaLu habían estado. La gente se conectaba contigo, y cuando se iban,
dejas de funcionar por un tiempo. Debes reconfigurarte, reordenar tu
cableado, así poder salir de la cama en las mañanas. No solo había perdido
a mi padre, también había perdido el techo sobre mi cabeza, en el momento
en que más lo necesitaba, cuando tenía una pequeña a quien cuidar. Los
activos de mi padre se habían evaporado hacía tiempo, usados uno a uno
para pagar sus deudas. Yo recogí toda mi ropa de diseñador y zapatos y
bolsos y los puse a consignación en una tienda. Las cosas bonitas son difíciles
de dejar ir, pero entre las ventas de eso y mi bisutería y relojes tuve lo
suficiente para que Sierra y yo pudiéramos subsistir hasta que resolviera las
cosas. Pero primero tenía que enterrar a mi padre.
Nick se comportó de una manera que jamás hubiera imaginado. Las
cosas habían cambiado después de saber que estaba embarazada. Un hijo
no era lago que él había contemplado, y menos uno que no fuera suyo. Él dio
un paso al costado y dejo de perseguirme, pero cuando mi padre tuvo el ACV,
el apareció en el hospital. Trataba de no ver a mi panza redonda de
embarazada ni mis tobillos hinchados. Me ayudó a cerrar las finanzas de mi
padre luego de su muerte y voló conmigo y Sierra a Paza del Mar para el
funeral.
Me derrumbé ante la tumba de mis padres, aferrándome a Sierra. La
tierra alrededor del lugar de mi padre todavía estaba fresca, a diferencia del
de mi madre y MaMaLu. No me había dado cuenta que la parcela de la prisión
estaba en el mismo cementerio, y ver el nombre de MaMaLu grabado en piedra
hacía su muerte mucho mas final. Quería a Damian allí para así poderme
sostener con su fuerza, así poder apoyarme en él, y él pudiera sostener a su
hija en el vientre de su madre. Lo habíamos hecho ese día, ese día habían
aparecido en la isla y lo habían capturado.
¿Cómo habíamos terminado así? ¿Cómo habíamos arruinado algo tan
hermoso y puro?
Me sentía perdida y desanclada, como un barco en la tormenta. Sin
madre, sin padre, sin MaMaLu, y sin Damian. Pero tenía a Sierra, y me aferré
a su pequeño cuerpo como si fuera mi línea vital.

Visité Valdemoros antes de regresar a San Diego. Quería ver el lugar


que se había llevado a MaMaLu, y dar mis respetos a la mujer que había
llenado los zapatos de mi madre. Había llevado suficiente almuerzo para
ganarme un paseo con escoltas.
Detrás de las ominosas paredes grises ribeteadas de alambres,
guardias de rasgos duros revisaban mi bolso antes de dejarme pasar. Mis
pisadas hacían eco en el oscuro túnel que llevaban al campamento principal
mientras seguía a Daniela, la oficial que me acompañaba por el lugar. El área
central era toda de concreto, pero no era nada como el lugar que había
imaginado. Era difícil distinguir a los prisioneros de los visitantes porque ellos
no usaban uniformes. Pequeños puestos se disponían alrededor del perímetro
interno, vendiendo comida y otras provisiones. Madres cargaban a sus bebés
sobre sus caderas en el sector de ejercicios. Los niños corrían por los pasillos,
persiguiéndose unos a otros. Había una sala neonatal con paredes coloridas,
un laberinto de columpios y toboganes, y una jungla gimnasio. Mujeres de
miradas ásperas me observaban con curiosidad, sospecha o ambas y luego
regresaban a balancear a sus niños en sus rodillas.
Daniela me contó que la mitad de las mujeres todavía debían
presentarse ante el juez.
—Mientras tanto, la prisión apoya el emprenderismo. Algunas de las
internas hacen dinero atendiendo los puestos. Otras cosen balones de fútbol
y ropas. Hacen joyería, hamacas, marcos. —Daniela señaló a grupos de
mujeres sentadas en círculos, trabajando en diferentes proyectos.
—¿Qué hacen con estos productos? —Recogí un bolso de cuero cosido
a mano y lo examiné. Era similar al que me había gustado en el mercado, el
día en que Damian y yo habíamos ido de compras.
—A veces sus familias los recogen y los venden en tiendas locales. Las
prisioneras más talentosas toman pedidos de vendedores externos.
—¿Cuánto sacan por algo como esto? —pregunté, sosteniendo el bolso.
El cuero era rudo pero suave. Tenía los bordes marcados y manijas firmes.
Daniela gesticuló con sus manos indicando que hacían muy poco
dinero.
Dejé el bolso en su lugar y observé los alrededores, viendo que una de
las mujeres desenrollaba un gran retazo de cuero vacuno. Lo cortó siguiendo
el contorno de un esténcil gastado y comenzaba a teñir los bordes expuestos
con un cepillo pequeño. Otra pulía las partes, frotándolas con un suave paño
de algodón para resaltar el brillo. Era un proceso lineal en el que cada mujer
trabajaba en una tarea y la pasaba a la siguiente etapa. El producto final era
arrojado en una pila con otros, bajo la sombra.
Mientras repasaba los diferentes estilos, una idea comenzó a formarse
en mi cabeza. Tenía un diploma en artes y una afinación por bolsos, zapatos
y ropa de diseñador. Conocía a gente que pagaría mucho por el tipo de
producto que estas mujeres estaban fabricando. Si pudiera conectarlos,
estaría ayudando a estas mujeres y quizás proveyéndolas con las
herramientas para mantenerse lejos de los problemas cuando salieran. La
mayoría de las internas estaban en prisión porque carecían de los recursos
para mantenerse, y se habían volcado en el crimen.
—¿Quién les provee la materia prima?
Daniela se encogió de hombros.
—A veces las prisioneras juntan su dinero, compran la materia prima
ellas mismas, y comparten la ganancia. Pero es un riesgo. Nadie confía en
nadie cuando se trata de dinero. Algunas veces un comerciante las
esponsorea y les paga una pequeña porción de las ventas cuando los bienes
son vendidos.
—¿Y las mujeres están dispuestas a esperar por ello?
Daniela se rió.
—No tienen nada mejor que hacer.
Esa noche, puse a Sierra a dormir y jugué con la posibilidad de
ganarme la vida y al mismo tiempo ayudar a las prisioneras de Valdemoros.
Seguía viendo sus manos ocupadas cortando, cociendo y puliendo. Con un
poco de finura y dirección, estaba segura de que ellas podían producir
productos de alta calidad con estilo propio.
La mañana siguiente, empecé a buscar un lugar donde quedarme. El
dinero que tenía duraría más en Paza del Mar que en San Diego. Pero esa no
era la única razón por la que quería quedarme. Mis raíces estaban aquí, lo
sentí cuando caminé descalza en la playa con Sierra. El viento jugaba con mi
cabello, envuelto con salitre y algas marinas. Mis pies se hundieron en la
arena y sentía suaves olas descongelándome.
Casa. Regresa a casa. Regresa a casa, decían.
Nick intentó que no lo hiciera, pero cuando vio que ya había tomado la
decisión, se subió a un avión y nos deseó a Sierra y a mí lo mejor. Hubo un
momento de pánico cuando veía el avión despegar. Todo lo familiar estaba en
San Diego. Sabía dónde ir, qué hacer, cómo hablar, qué esperar. Damian
estaba allí. En prisión, pero allí de todos modos.
Sentía un dolor en lo profundo de mi alma, un anhelo de regresar atrás
el tiempo así nosotros fuéramos las únicas dos personas en una pequeña
porción de tierra rodeada por un gran, gran océano. En ese momento, mientras
los aviones despegaban de las pistas, uno detrás de otro, me sentí abrumada
por la soledad. Luego percibí a mi madre y mi padre y MaMaLu tomar lugar a
mi lado. Una intangible sensación de salvedad y seguridad, de confort y
pertenencia, me colmó y supe que estaba exactamente donde debía estar.

El hogar era un pequeño condominio de pocas casas, con un balcón


que daba a un mercado al aire libre. Estaba en un vecindario nuevo, entre
Paza del Mar y Casa Paloma. El autobús que me llevaba a Valdemoros
paraba en la calle de enfrente. La playa y la escuela de Sierra estaban cerca.
La ubicación compensaba el incesante tráfico y ruido del mercado durante
el día. En la noche, cuando todos se iban, podías escuchar el sonido del
mar. A veces cerraba mis ojos y pretendía estar reposando bajo una red anti-
mosquitos en una pequeña villa escondida entre los árboles.
Pero hoy, todos los sueños fueron arrancados. Papales me rodeaban.
No había escape para la realidad ante mí, la realidad de Damian en mi
habitación, en mi silla. Era inútil preguntar cómo había entrado. Él había
aprendido más de un truco en Caboras, y sin duda, en prisión también. Lo
que me alarmaba no era que había irrumpido en mi lugar, o que haya
contratado un investigador privado para saber sobre mi vida en los últimos
ocho años. Lo que me exaltaba era que Sierra estaba durmiendo en la
habitación contigua y no tenía idea de las intenciones de Damian, ahora que
se había enterado sobre ella.
—Debiste haberme dicho. —Él se levantó y caminó hacia la cama. El
aire cambió a su alrededor, como un campo de fuerza de energía apenas
contenida.
—¿Qué quieres? —Me encogí contra el respaldo de la cama. Estar a
solas con Damian, con toda su atención puesta en ti era embriagador y
peligroso—. Nick…
—Nick está en San Diego felizmente casado. Estuvo aquí ayudándote
a armar una fundación para las mujeres de Valdemoros. ¿O debo mostrarte
su carpeta?
Mierda. Eso era todo lo que podía hacer para que se fuera. Había visto
la manera en que Damian miraba a Nick. Sus celos habían quemado como
una lanza al rojo vivo, listas para sacarle los ojos al otro hombre, antes de
disculparse e irse.
—Lo has hecho bien por ti misma, considerando la situación. —
Damian se sentó al borde mi cama y me contempló, sus ojos cayendo en el
tirante que se había caído por mi hombro—. La princesa viviendo entre los
campesinos.
—Hice lo que tuve que hacer. No gracias a ti.
—No lo sabía. —Él deslizó el tirante de vuelta a su lugar y dejó a sus
dedos permanecer sobre la pequeña cicatriz que había dejado la bala.
Tomó todo el control que tenía no cerrar mis ojos. Ocho años. Ocho
largos y solitarios años. Había salido en contadas citas. Quería enamorarme
de alguien más, pero nada se acercaba a lo que me hizo el toque de Damian.
Una vez que eras amada por un hombre como Damian, una vez que había
sido marcada y moldeada en las llamas de esa posesión, jamás te movería
un beso tibio e impostor.
—Asumí que tu padre había puesto algún tipo de fideicomiso para ti,
algo separado de sus finanzas.
—Lo hizo. Pero lo use para pagar sus gastos médicos en el final. —No
podía dejar de inspeccionar su rostro. La mandíbula estaba más sólida. Todo
estaba más definido, sus cejas, su nariz, su boca, como si finalmente
hubieran encontrado su lugar. Si se inclinaba más cerca, sentiría su aliento
en mi cuello.
—¿Tú y Sierra no tienen nada? —Él soltó el tirante y me tomó por el
mentón, forzando el encuentro con sus orbes negras como la medianoche.
Brillaban con algo rudo e intenso.
—Nos las arreglamos. —Alejé su mano.
—Deberías haberme dicho.
—¿Por qué? —Mi temperamento se encendió—. ¿Para qué pudieras
dar vuelta todo y hacer bien las cosas? Tú jamás puedes hacer bien las
cosas, Damian. Nunca podrás deshacer lo que has hecho. Quizás saqué una
página de tu libro. Quizás quería castigarte por destruir a mi padre. ¿Alguna
vez pensaste en eso? La venganza llama a la vengan…
Cortó mi estallido a mitad de la frase, un brazo en mi espalda baja,
aplastándome contra él. Poseyó mi boca, forzando la apertura de mis labios,
metiendo su lengua adentro. Este no era el suave y soñado beso. Era una
llama devastadora y rugiente que atravesaba hirviendo por mis venas. El
tipo de beso que suelda a las almas hambrientas. Era Damian, salvaje y
errático, como una tormenta de verano. Sus dedos se retorcían en mi
cabello, tirando de mi cabeza, sosteniéndola inmóvil. No había escape de él,
ninguna evasión. Él no me soltó hasta que mi cuerpo estuvo flojo en sus
brazos, hasta que la resistencia menguo.
—Mientes —dijo, rompiendo el beso—. No es venganza lo que percibo
en tu lengua. Es miedo. Tienes miedo de mí, Skye.
—¿Me culpas? —escupí—. Me disparaste. Ibas a matar a mi padre. No
podía detenerte. Estás regido por cosas con las que no puedo competir. Tu
ira triunfa por sobre el amor, la esperanza y la fe. Si has vuelto esperando
que continuáramos donde quedamos, siento decepcionarte. He trabajado
muy duro para construir una vida para Sierra y para mí. No dejaré que nada
ponga en riesgo eso. No pondré nuestro futuro en un hombre que no pudo
dejar atrás el pasado. No te necesito, Damian. No necesito a nadie.
—Mentirosa. —Sus ojos analizaron mi rostro—. Probemos de nuevo.
Esta vez sin las mentiras. —Su boca se cernió sobre la mía, pero me
rehusaba a acortar la distancia. Él se rió. Un hábil empujón hacia adelante
y sus labios estaban sobre los míos otra vez, esta vez más gentil, aun así,
podía sentir su represión. Era como un hermoso pura sangre árabe, puro
poder y empuje, domándose a sí mismo. La forma en que sus dedos
temblaban al acariciar mi brazo lentamente, de arriba abajo, lo traicionaba.
La manera en que todo su cuerpo palpitaba con necesidad tan
profundamente y palpable, me decían que no había estado con una mujer
en eones.
Mi desenfrenada reacción me tomó por sorpresa. Incluso en
recuerdos, había sentido la intensidad de sus besos, revivido, rindiéndome
a la salvaje ráfaga de placer que me colmaba con el solo recuerdo de él. Era
un camino usado por el que había ido una y otra vez, la sensación de su
lengua en ese lugar tan íntimo, esa parte oculta de mí, la forma en que sus
músculos se contraían mientras se movía sobre mí, el placer que le daba
verme venir, la manera en que sus movimientos se intensificaban cuando él
estaba cerca.
Y ahora él estaba aquí, encendiendo cada interruptor en esa red de
memorias eróticas. Cada una de ellas llevaba a él. Él era mi centro de placer.
Todo palpitaba en lo referente a él.
—Damian —gemí cuando él corrió mi camisón para acariciar mi seno
con una posesividad tormentosa.
Él dejó salir un sonido de tortura al cerrar su boca sobre un pezón
tenso y oscuro. Mi cuerpo se arqueó, volviéndolo loco. Colocó mis piernas
alrededor de sus cadenas, permitiéndome sentir al completo su inflamada
longitud, caliente y dura debajo de todas las capas entre nosotros. No
podíamos estar lo suficientemente cerca, lo suficientemente rápido. Mis
manos bajaban su cremallera, sus labios estaban en el hueco de mi cuello.
Éramos piel ardiente y alientos contenidos, ajenos a la razón, la lógica y las
consecuencias. Él quitó mis manos, demasiado impaciente con mi demora,
y comenzó a quitarse los pantalones, sus ojos clavados en mí todo el tiempo.
Sabía que iba a cogerme desenfrenadamente.
—¿Mamá?
Saltamos tan rápido que apenas tuve tiempo de pestañar.
Sierra estaba bajo el marco de la puerta, frotándose sus ojos
adormilados. No podía estar segura qué había visto, pero observaba a
Damian como si estuviera viendo un fantasma.
Él sostenía una almohada sobre su regazo, tratando de recobrar el
aliento. Otro segundo más y Sierra nos hubiera atrapado en una situación
comprometida. Reacomodé mi camisón y la llamé.
—¿Todo bien, cariño?
—Pensé que te habías ido. —Reconoció a Damian.
—Estuve fuera de la ciudad, pero he regresado. Y no iré a ningún lado.
Era la primera vez que habían hablado desde que Damian supo que
era su hija. Cada palabra que decía resonaba con un significado más
profundo.
—¿Me has extrañado? —Él sonrió.
—¿Por qué estabas besando a mi mamá?
—Tú… has visto eso. Claro. Bueno… —Él dirigió una mirada furtiva
en mi dirección.
Jamás había visto a Damian nervioso, pero así era exactamente como
estaba, y aunque estuve tentada de dejarlo avergonzarse un rato más,
intercedí.
—Él es tu padre, Sierra. —Había pensado contárselo delicadamente
después de Damian apareciera en el cementerio, pero luego él desapareció—
. No sabía que había salido hasta que lo vi el Día de los Muertos —continué—
. Él no sabía que eras su hija hasta ese momento. Lo siento mucho, Sierra.
Quería decírtelo, pero quería hacerlo junto a tu padre, correctamente.
Lamento que debas enterarte de esta manera.
Damian y Sierra se analizaron mutuamente, él calibrando su reacción
y ella considerándolo con una nueva perspectiva. Mi corazón martillaba en
mis oídos mientras el silencio se extendía. Siempre había pensado en este
momento, cuando los dos estuvieran cara a cara por primera vez, padre e
hija, y sin importar qué escenario dispusiera en mi cabeza, jamás era
perfecto.
—De veras que eres un bandido —dijo Sierra a Damian.
—Lo soy. —Asintió—. Por eso es que estuve en prisión.
—¿Ahora puedo preguntarle? —Ella me observó. Asentí porque no
podía hablar, porque mi garganta se había contraído. Le había dicho la
verdad sobre su padre, todo excepto por qué había ido a prisión. Eso lo tenía
que contar él. Ella merecía una página en blanco con padre, y él merecía la
oportunidad de explicárselo con sus propias palabras. Quizás haya sido una
irresponsabilidad de mi parte, injusto mantenerla en la oscuridad, pero
hasta allí era lo más lejos que estaba dispuesta a llegar. Se metía en pleitos
en la escuela porque los chicos la molestaban por el padre que no conocía,
pero ella aprendió a plantarse firme a corta edad y si el empujón ocurría,
Sierra se defendía. Ella tenía voluntad propia y fortaleza, pero era solo una
niña pequeña. Mi corazón dolía al verla de pie ante su padre, su cabello
recién empezaba a crecer desde el corte al ras—. ¿Qué has hecho? —le
preguntó.
Damian observó a sus manos por un momento.
—Cosas malas —dijo—. Lastimé a tu madre. ¿Ves esto? —Él sostuvo
en alto mi dedo meñique—. Yo hice eso. Estaba enojado porque alguien
lastimó a mi madre. Pensé que quedar mano a mano me haría sentir mejor.
Por un tiempo así fue, pero luego solo dolió aún más.
—Mamá dijo que fue un accidente. —La mirada de Sierra permanecía
anclada en nuestras manos. Damian seguía sosteniendo la mía, como si me
necesitara para pasar por esto.
—En cierta manera lo fue. Yo iba a hacer algo mucho peor. —Él
trataba de mantener su voz relajada, pero podía sentir su agonía, su
tormento, al tener que explicar las cosas a Sierra, sin preparación ni
ensayos. No había abogados ni jueces ahora, solo un padre y una hija
tratando de conocerse. Cuando todas las fichas habían sido echadas, solo
quedaba la gente real y los momentos reales, las repercusiones que se
extendían más allá de la corte. Damian había cumplido su tiempo, pero
estas eran las cosas que realmente importaban—. No siempre he sido una
buena persona, Sierra —dijo—. No sé si alguna vez podré ser el tipo de padre
del que puedas estar orgullosa, pero espero que me dejes intentar. Porque
tú haces que quiera dejar de ser un bandido, y quizás algún día… quizás
algún día seré el héroe que tú y tu madre merecen.
Los ojos de Sierra se movían de Damian hacia mí. Sabía que estaba
tratando de procesar todo lo que había aprendido. Caminó hacia la cama y
trazó el contorno del muñón de mi meñique. Por un segundo los tres nos
concentramos en la punta donde nuestras manos se tocaban, la palma
grande y áspera de Damian refugiando las nuestras. Algo en mí comenzó a
derrumbarse, como una superficie congelada soportando mucho peso.
—Vamos —dije a Sierra—. Déjame llevarte a la cama.
Ella se detuvo ante la puerta y miró a Damian.
—Si ella te besó, quiere decir que le gustas.
—¡Sierra! —La arrastré a su habitación.
—Apuesto a que dolió muchísimo —dijo ella mientras me desliza en la
cama junto a ella. Necesitaba reordenar mis pensamientos antes de
enfrentar a Damian nuevamente.
—¿Qué?
—Esto. —Ella entrelazo su perfecto dedo meñique con el mío dañado
y paso una pierna sobre la mía. Sierra era una acaparadora. Dormía
haciéndose dueña de todo el espacio—. Cántame —dijo, arrebujándose más
cerca.
No sabía qué ocurría en su cabeza. ¿Estaba aliviada de por fin conocer
a su padre? ¿Estaba perturbada por lo que él había hecho? Cualquiera fuera
su reacción, el sueño no la eludiría por mucho tiempo. Los niños tienen la
increíble habilidad de adaptarse y tomarse las cosas con calma. Sus brazos
se volvieron flojos a mi alrededor y su respiración se volvió larga y pacifica
mientras cantaba la canción de MaMaLu.
Respiré su aroma y cerré mis ojos, acariciando su cabello. Ella era mi
calma en el medio del caos, un pequeño pedazo de inocencia impoluta ante
la turbulencia del pasado. No sabía cómo iba a afectar la presencia de
Damian en nuestras vidas, pero sabía que las cosas iban a cambiar. La tuve
para mí por siete años y todo lo que quería era aferrarme a esos momentos
cuanto pudiera, su mejilla pegada a la mía, el peso de su pierna asegurando
que no me fuera.
El piso crujió en la habitación. Abrí mis ojos y me congelé. Damian
estaba de pie junto a la puerta. La expresión en su rostro era tan
dolorosamente intensa, tan llena de anhelo, que las palabras de la canción
que cantaba me abandonaron. No era la ruda carnalidad con la que me
había encarado anteriormente. Era mucho más profundo, como si toda su
felicidad estuviera contenida en esa escena delante de él: Sierra durmiendo
a mi lado, mientras él se quedaba bajo el marco de la puerta, alejado de
todo.
Una vida atrás, habíamos sido MaMaLu, él y yo abrazados así.
No tenía palabras, y él tampoco. Trató de decir algo, pero su garganta
se contrajo, así que dio media vuelta y se fue. Un momento después, escuché
el suave cierre de la puerta cuando salió de la casa.
33
Traducido por LeyaahDonn
Corregido por Nanis

Las puertas de la Casa Paloma estaban abiertas. Se veía muy diferente


de la última vez que lo había visto, pero no tenía tiempo para admirar los
cambios. Caminé hasta la puerta principal, sorprendida de encontrar que
también estaba cerrada con llave.
Damian estaba en la sala de estudio, mirando detenidamente algunos
papeles, cuando irrumpí en la casa.
—¿Qué significa esto? —Agité mi estado de cuenta delante de él.
—Buenos días a ti también —dijo, sin levantar la vista.
Al verlo en el espacio que siempre había asociado con mi padre era
extraño. Por supuesto, mi padre no había estado mucho por aquel entonces,
y cuando estaba, sabía que no debía molestar en el estudio. Damian no
parecía en lo más mínimo perturbado por la intrusión. Me dejó
malhumorada durante unos segundos antes de volver su atención a mí.
—Es para Sierra —dijo.
Casi deseé que recuperará sus papeles porque él me miraba como si
hubiera estado despierto toda la noche, pensando en mí, de lo que casi había
sucedido la noche anterior.
—¿Y no pensaste comprobarlo conmigo antes de hacer un depósito?
Está claro que tenía todo tipo de información sobre mí, incluyendo mi
número de cuenta bancaria. Parpadeé dos veces cuando había visto mi
balance, pero el cajero me había asegurado que no era un error. Alguien
había transferido una pequeña fortuna en mi cuenta. Dinero culpable.
Damian había visto dónde vivía. Él sabía lo mucho que hice, cuánto pagué
a las mujeres en Valdemoros, y lo que luché con el fin de mes. Me enfurecía
que él no creyera que estaba haciendo lo suficiente. Sierra y yo no estábamos
viviendo en medio del lujo, pero ¿cómo se atreve a hacerme sentir como que
no le estaba dando la clase de vida que ella merecía?
—Ella es mi hija, Skye. La hija que alejaste de mí. Tengo un montón
de años para compensar. Puedes contar con un depósito cada mes, así que
acostúmbrate a ello.
—He estado cuidando de Sierra sin tu ayuda todo este tiempo. Si
piensas que puedes usarla para llegar a mí, estás…
—No necesito usar a Sierra. Llego a ti perfectamente.
Los dos sabíamos que estaba hablando de mi respuesta febril hacía
sus besos.
—Lo de anoche no cambia nada —le dije.
—Lo de anoche cambia todo.
Nuestros ojos se enfrentaron, gris con negro.
—Bien —dije—. Haz sus depósitos. Veré si toco un solo centavo...
Damian se levantó y se acercó a mi lado de la mesa.
—Es muy sencillo. Quieres que los depósitos se detengan. Te quiero y
a Sierra —dijo—. Cásate conmigo, Skye.
—¿Casarme? —Parpadeé. Fue lo último que había estado esperando.
Las propuestas se suponían que eran grandes y épicos momentos que te
hacen perder la cabeza, no se negocian como una transacción comercial—.
Estás loco.
—¿Lo estoy? —Él metió un brazo alrededor de la parte baja de mi
espalda y me jaló—. Dime que no me has extrañado. Dime que no has estado
despierta por las noches pensando en lo bien que estábamos juntos. Porque
justo en este momento, todo lo que quiero hacer es empujarte contra la
pared y tomarte con tanta fuerza que no podría decir dónde termino y dónde
empiezas. Me duele donde se supone que tienes que estar, Skye, y no voy a
parar hasta que seas mía. Así que podemos prolongar más esto o podemos
dejar de perder más tiempo. De cualquier manera, vamos a terminar aquí.
Conmigo follándote.
—¿Es eso de lo que se trata? ¿Quieres follar? Vamos a hacerlo,
Damian. Vamos a hacerlo aquí en el escritorio de mi padre. Te gustaría eso,
¿no es así? Tomando a su hija en su escritorio. Has tomado todo lo demás,
su compañía, su casa, su vida, ¿por qué no a su hija? Se ha ido, Damian,
pero todavía sigues tratando de demostrar un punto.
—Esto no se trata de eso —gruñó Damian—. Tú y yo nunca se ha
tratado sobre eso, así que olvídalo. —Él apretó mis muñecas como si tratara
de hacerme seguir.
—¿En serio? ¿Olvidarlo? Tú no podías olvidarlo con MaMaLu, ¿pero
esperas que continúe en lo que se refiere a mi padre?
—Yo ya lo olvidé. —Hablaba despacio, cada palabra marcada con
afilado control—. Te dejé ir. De nuevo con tu padre. Te dejé en ese
supermercado, pero tú me has encontrado. Eso es algo que
convenientemente omitiste en tu estado de cuenta. Sabía que estaban
trabajando en ti, y tú los dejaste coaccionar. Elegiste un lado, Skye, y es
seguro que no era el mío.
—Te estaba protegiendo.
—Ni siquiera podías mirarme en los tribunales.
—¡Porque estaba embarazada! Porque me puedes leer como un libro.
Su agarre se suavizó en mis muñecas y me tiró hacia él.
—Precisamente. Sé que todavía me quieres. Puedo decirlo por la forma
en que tu respiración cambia. La curva de tu columna cambia. Todo en ti
está gritando por mí, Skye. Así que ¿por qué estamos luchando?
—El hecho de que tuvimos sexo alucinante no significa que quiero
pasar el resto de mi vida contigo.
—¿Hace falta que te lo recuerde? Dijiste que siempre, siempre me
amarías.
—Lo hago. Siempre lo haré. Pero no es suficiente.
—¿Sexo alucinante y el amor? Eso es suficiente para un jodido buen
comienzo en mi libro.
Inclinó la cabeza y dijo en mi oído, enviando escalofríos por mi piel:
—Y ni siquiera estoy mencionando el hecho de que tenemos una hija.
Di que sí, Skye. Dime que te casarás conmigo.
—No me fío de ti, Damian. Ese es el problema. Hubo un momento en
que te hubiera seguido hasta los confines de la tierra. Luché por ti, ¿pero
sabes por qué luchaste? Venganza. Retribución. Incluso cuando estabas en
la cárcel, no pudiste dejarlo ir. Acabaste con la empresa de mi padre,
Damian. Arruinaste la vida de todas las personas que trabajaban allí, que
dependían de él para su sustento. Eran personas reales con vidas reales,
niños, sueños, hipotecas. Algunos de ellos tenían solo semanas para
retirarse. Algunos dependían de los beneficios para la salud. ¿Alguna vez
pensaste en eso? ¿Alguna vez te quedaste despierto en la noche? ¿O todavía
sigues atrapado en tus propias necesidades y tu propio dolor? Abre los ojos,
Damian. Hay un mundo más grande allí y no todo es sobre ti. Al fin tengo
mi vida en orden y tú apareces, esperando que yo la reorganice ¿porque te
conviene? Bueno, ¿adivina qué? Eso no va a suceder. ¿Quieres ver a Sierra?
Bien. No voy a interponerme en tu camino. Pero deja de tratar de forzar tu
camino en mi vida. Eso es un derecho que tiene que ganar.
Por un segundo, Damian se me quedó mirando. El crudo deseo en sus
ojos dio paso a otra cosa. Respeto. Dio un paso atrás y me dio mi espacio.
Yo estaba casi fuera de la puerta cuando lo oí hablar.
—Esto no ha terminado, sabes. Nunca lo ha hecho —dijo—. Si dices
sí o no, siempre serás mi para siempre.
Si algo diera la artesanía aficionada, serían las puntadas torcidas. La
costura a mano es lo que hizo mi marca a partir de buenos productos
fabricados en serie, por lo que era una habilidad que mantuve en los talleres
regularmente. Cualquiera podía asistir, incluyendo las prisioneras que no
trabajaban. Tenía la esperanza de que el aprendizaje de un nuevo negocio
les ayudaría cuando salieran. Muchas de las defensoras de la vida tomaron
los talleres también. Se rompía la monotonía diaria de la vida en prisión, y
cualquiera de ellas terminaba uniéndose al equipo de producción luego.
Ellas utilizaban el dinero para comprar pequeñas comodidades que hacían
de su vida más soportable. Algunas de ellas eran brutas, mujeres
endurecidas, propensas a ataques de rabia. Había estado plagada de dudas
cuando empecé, y había tenido mi parte justa de ataques de pánico. Hubo
momentos en que quería dejarlo todo y correr de regreso a San Diego.
Ahora los guardias me daban la bienvenida y las mujeres eran
protectoras conmigo. Yo les estaba mostrando cómo reforzar las puntadas
cuando miré hacia arriba y perdí mi línea de pensamiento.
Damian estaba de pie en el centro del recinto, mirando las paredes.
Él era una constante, cosa arraigada en el medio de toda la conmoción. La
gente se arremolinaba a su alrededor, pero le dieron un amplio espacio, un
limpio pequeño círculo en torno a él. Tenía los ojos abiertos, pero estaba
perdido entre todos y todo. Presentí que era la primera vez que él había
visitado Valdemoros desde la noche en que se enteró que MaMaLu estaba
muerta. ¿Había estado de pie en el mismo lugar en ese entonces? ¿Mi
Esteban había muerto allí?
Me preguntaba cuándo mi corazón dejaría de doler por su causa,
cuándo mi cuerpo podría dejar de reaccionar a él, cuándo mi alma dejaría
de zumbar a su alrededor. ¿Por qué nos enamoramos de personas que no
son buenas para nosotros? ¿Por qué, cuando hemos estado allí, hecho eso,
y lo sabemos bien? Estaba a punto de alejarme cuando él se movió y me
miró directamente a los ojos.
Siempre me podía congelar con una sola mirada, pero él hizo algo
diferente luego.
Sonrió. En un momento, su rostro se congeló en el pasado, y al
siguiente parecía que había encontrado un rayo de sol.
Maldita sea. Cuando Damian lanzaba una de sus raras sonrisas hacia
ti, se tomaba unos minutos recuperar el aliento.
Perdí mi palabra, tratando de recordar lo que había estado diciendo.
No ayudó que él avanzara, se situara en el extremo más alejado, y me
observara interactuar con las mujeres por el resto del taller.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté cuando había terminado.
—Abriendo mis ojos. Ver el gran mundo a mi alrededor. —Él comenzó
a recoger los pedazos de cuero que cubrían el suelo, restos que salvaba para
proyectos más pequeños como llaveros y monederos.
—Te acercaré a casa —dijo, cuando yo había recogido todo el material.
—Puedo manejar. —Hice malabares con cuatro voluminosas bolsas,
dos en cada lado, mientras salíamos
Él no insistió cuando me uní a la línea de estación de buses. A menudo
tomaba dos o tres autobuses antes de que tomara uno que no estaba lleno
de pasajeros, inclinándose peligrosamente hacia los lados.
—Pasé por Sierra después de la escuela hoy. —Se puso de pie a mi
lado, en el lado más cercano a la carretera, protegiéndome del polvo que se
agitaba mientras los carros pasaban.
—Bueno. —No quería ninguna entre Damian y yo para afectarla—.
¿Cómo está ella?
—Engreída. Dijo que estaba contenta de que me diera una patada en
las bolas la primera vez que me vio. Me lo merecía porque su mamá tiene
solamente nueve uñas para pintar en vez de diez.
—¿Ella te dio una patada en las bolas? —Mis labios temblaron ante la
idea.
—Casi saca mis partes. Hoy, me amenazó un poco más. Dijo que me
lastimaría mucho peor si hacía algo para lastimarte de nuevo.
—Típica conversación entre padre e hija, ¿luego?
—Ella habló. Le escuché. Luego hice algo de comer y la llevé a casa.
Pensé en la última vez que Damian había cocinado para mí. Plátanos
sobre piedras calientes, bajo un cielo negro. Cuando habíamos sido las dos
únicas personas en el mundo.
—Mi autobús está aquí.
Dio un vistazo a él e hizo una mueca. Yo sabía que quería tirarme por
encima de su hombro y lanzarme en su auto. Me dio una breve inclinación
de cabeza en su lugar y me observó abordar. Luego el autobús siguió todo
el camino hasta mi parada antes de conducir a Casa Paloma.

Damian llegó a Valdemoros de nuevo al día siguiente. No hablaba o


paseaba alrededor de la cabina donde trabajaba, pero apareció cuando
estaba lista para salir y se unió a la línea en la parada de autobús conmigo.
—¿Qué estás haciendo? —No sabía a lo que estaba jugando, pero me
hizo sentir incómoda.
—Tomar un bus.
Uf. Era imposible.
—Tengo a Sierra haciendo su tarea —dijo—. Ella tiene un examen de
matemáticas mañana.
Sentí una punzada de celos. Los dos uniéndose. Todos los días
después de la escuela. Tenía que trabajar alrededor del horario de prisión,
lo que significaba que llegaba tarde a casa. Cuando Sierra empezó la
escuela, tenía a una niñera que la recogía y cubría el espacio. No duró
mucho tiempo. Sierra era dueña de sí misma, terca y fieramente
independiente. Al igual que su padre. Podría relacionarme con la
exasperación de MaMaLu ahora.
¡Estebandido!, solía gritar.
Cuando llegó nuestro autobús, Damian fulminó a un joven, hasta que
se levantó y me ofreció su asiento. Acomodé las bolsas en mi regazo mientras
era apretada entre una madre que peinaba a su hija, y un hombre que
sostenía un gallo rojo brillante. Habíamos hecho seis bolsas entre cuero de
un elegante color rojo oscuro con correas de color camel que todavía tenía
que acabar con mi logo estándar: WAM!, en memoria de Warren, Adriana y
MaMaLu. La señora a mi lado dejó el peine que sobresalía del cabello de su
hija para pasar sus manos con admiración en los bolsos hechos a mano.
Damian se balanceaba sobre mí, aferrándose a las barras del techo a través
del viaje lleno de baches a Paza del Mar. La mayoría de los pasajeros se
bajaron en la plaza principal. Mientras dejábamos los escaparates y cafés y
vendedores de arte detrás, Damian tomó asiento frente a mí.
—¿Qué? —pregunté.
—Nada —respondió—. Solo estoy sentado pensando en lo lejos que
has llegado, y estoy abrumado con lo mucho que te amo.
Miró por la ventana y mi mundo entero se volcó cuando el autobús se
sacudió. Miré hacia abajo y vi una versión opaca de mí misma, una versión
simple de la persona que había sido. No había tenido una pedicura en años.
Mis dedos sobresalían en un par de sandalias de tacón bajo que no había
pasado el corte cuando les había diseñado en primer lugar. Las correas eran
demasiado voluminosas, pero las plantas eran suaves y duraderas, así que
había decidido mantenerlas. Mi grueso y largo cabello a la cintura estaba
recogido en una trenza descuidada, llevaba una falda de capas ligera con un
top. Estaba muy lejos de la fashionista que él había secuestrado. Me hubiera
gustado verme a mí misma a través de sus ojos. Por otra parte, Damian no
me miraba con sus ojos.
Me miraba con su alma.
No dije nada cuando él se bajó del autobús conmigo. Tomó las bolsas
de mis manos y las llevó por las escaleras hasta mi apartamento.
—¿Tú quieres... pasar? —pregunté cuando volvió a salir. No quería
que se fuera a pesar de que una parte de mí estaba cantando: no lo dejes
entrar, no lo dejes entrar, no lo dejes entrar.
—Es en serio, güerita. —Se había ido antes de que pudiera decir nada.
—¿Era ese Bandido? —preguntó Sierra cuando abrí la puerta.
—Sí. Y tienes que dejar de llamarlo así.
—Bandido —repitió—. Ban-papá-o. —Reflexionó sobre la palabra
mientras se inclinaba sobre sus libros—. Papá. —Dejó lo que estaba
haciendo y se quedó perdida en la distancia. Luego cogió su pluma y
asintió—. Papá —dijo suavemente, saboreando la palabra en la boca de
nuevo.
Por segunda vez en el día, todo mi mundo se volcó.
¿Estaba equivocada en alejar a Damian? ¿De retener el ser una gran
familia feliz? No tenía las respuestas. Todo lo que sabía era que el amor se
me había hecho añicos. Nunca sería capaz de juntar por mí misma las piezas
una segunda vez si lo dejo romper conmigo de nuevo.
34
Traducido por Camii & Guillermina
Corregido por Nanis

La cena en Casa Paloma siempre había sido servida en el patio. No


recuerdo cuando mi madre había estado allí, pero las tradiciones que ella
había establecido se mantuvieron por mucho tiempo después de que se fue.
Ella siempre había preferido cenar bajo el cielo abierto. Recuerdo la última
vez que mi padre y yo cenamos ahí, rodeados por la fragancia de los árboles
y las suaves luces centellantes.
Era extraño regresar como huésped ahora, ver mi casa de la niñez
después de todos estos años. La última vez que vine a ver a Damian, no me
paré a admirar la belleza de la casa, los techos altos que habían hecho ecos
con nuestras risas, la cocina donde MaMaLu nos había cocinado flautas
dulces de papas. La renovación le había dado a la mansión una nueva vida,
pero sus huesos todavía eran los mismos. Inspiré con nostalgia de otros
tiempos mientras caminaba a través de la casa. Ninguna cantidad de
pintura o lijado podría sacarme el olor de Casa Paloma. Estaba en mi alma.
—¿Damian? —Asomé mi cabeza en el comedor. La mesa ahora era de
madera reluciente y oscura, pero la vitrina en la que Damian solía
esconderse todavía estaba allí—. ¿Sierra? —Seguí el sonido de su risa al
exterior y los encontré acostados bajo un árbol, padre e hija, mirando las
nubes.
—Esa de allí luce como la cola de un conejo —dijo Damian.
—¿Dónde está el conejo? —preguntó Sierra—. Oh, allí, fue aspirada
por ese dementor. ¿Ves la oreja sobresaliendo?
—Para ser una niña tan tierna, eres demasiado mórbida.
—¡Mamá! —Sierra me vio primero—. Ven, siéntate.
Era sábado a la tarde, mi día libre. Damian se había ofrecido para
cuidar a Sierra así yo podría ocuparme de los envíos de esa semana. La
mayoría de mi mercancía era enviada a tiendas exclusivas en el estado, pero
luego de un pequeño espacio en una revista de modas estaba recibiendo
pedidos de todos lados. Suspiré mientras me acostaba al lado de Sierra.
Había aceptado la invitación de Damian para cenar en Casa Paloma, pero
estaba exhausta y todavía no me había puesto al día con todos los pedidos.
Mire las hojas verdes brillantes que se cernían sobre mí. Faltaban unos
cuantos meses para las floraciones amarillas pero la brisa era cálida y el
césped picaba mi piel.
Debo haberme dormido porque la siguiente cosa que supe era que
Damian estaba parado sobre mí.
—La cena está lista —dijo extendiendo su mano.
Su silueta esta difundida contra el cielo de la noche. La misma silueta
que había distinguido a través de la caja de madera en el bote, en el cual él
me mantuvo cautiva. Todavía estaba aterrada de él, pero de una manera
diferente. Él me hizo extrañar cosas que yo había enterrado y cada vez que
me encontraba a su alrededor estas resonaban en sus cajas, amenazando
con liberarse.
Estoy haciendo esto por Sierra, me recuerdo mientras tomo su mano.
Ella merece padres que puedan comportarse civilizadamente alrededor del
otro.
Sigo a Damian adentro y me quedo congelada.
—Skye. —Rafael ladea su cabeza.
El hombre quien había estado listo para matarme una vez. Aunque
también podría decir lo mismo de Damian.
—Mis disculpas por entrometerme. Pensé en darle una sorpresa a
Damian. No me di cuenta que tú y Sierra estarían aquí.
—Le dije a Rafael que era bienvenido para quedarse a cenar. —Damian
no preguntó, su casa, sus reglas, las tres personas por las que se
preocupaba estaban bajo el mismo techo.
Aguanta y sé amable.
No me tomó mucho ser amigable con Rafael. Entendí que nunca había
sido personal. Él simplemente había estado cuidando a su amigo.
Comimos algo simple en el patio: pasta de caracoles con carne molida
y cotija, un queso desmenuzable que Sierra ama. Sonreí cuando ella pidió
su segundo plato.
Mis habilidades culinarias no han mejorado mucho. Ella nunca se
queja, pero obviamente prefiere la cocina de Damian.
—En realidad vine a entregarte esto. —Rafael le extendió a Damian
una envoltura metálica con iníciales en relieve.
—¿Te vas a casar? —dijo Damian mientras leía la tarjeta roja que
había dentro—. ¡Santa mierda!
A continuación, se golpearon cordialmente la espalda.
—Están todos invitados —dijo Rafael mirándonos a Sierra y a mí—.
La ceremonia es en la iglesia San Miguel Arcángel, y la recepción es en
Camila. —Estaba por detallar más cuando su teléfono sonó—. Disculpen. —
Se excusó—. Tengo que responder esto.
Por la sonrisa en su rostro obviamente era su prometida.
—¿Entonces cuándo la conoceré? —preguntó Damian cuando Rafael
regresó.
—Ella llega mañana. Nos estamos alojando en un hotel en Paza del
Mar. Vine antes para darte el aviso.
—¿Finalmente has sentado cabeza?
—Por supuesto. —Rafael guardó su teléfono y tomó su copa—. Por los
viejos amigos —dijo.
—Por los viejos amigos. —Brindamos todos.
“Mi corazón y tu corazón son viejos, viejos amigos”. Los ojos de Damian
me dijeron.
Estuve agradecida cuando él se levantó y el momento pasó. Sierra
agarró a Rafael para que jugara un video juego con ella, mientras Damian y
yo limpiábamos.
—No sé si ese es un juego recomendable para que ella juegue con
Rafael —dijo Damian
—Parece como si lo estuviera manejando bien.
—No es por ella por quien estoy preocupado.
Nuestros ojos se encontraron mientras Rafael hizo un gesto de dolor
en el sofá. Sierra estaba tomando la máxima ventaja de su reacción por el
sonido de la pistola.
—Engendro de Satán —dijo Rafael.
Sierra rió.
Los labios de Damian se torcieron con nerviosismo, yo miré a otro lado
para no reír.

Encontramos a Sierra en mi antiguo dormitorio después de que Rafael


se fue. Estaba acurrucada en la cama, abrazando una almohada en sus
sueños. Damian se sentó a los pies de la cama, mirándola.
—Nunca la he visto dormir, así de cerca.
Era solo una observación, más para él que para mí, pero se apoderó
de mi corazón. Él se había perdido de todos los momentos que yo tomé por
concedido.
—Ella es mitad MaMaLu, mitad Adriana —dijo
Sierra no tenía ninguno de mis colores, el cabello rubio ni los ojos
grises. Cuando caminábamos por las calles, su mano más oscura en la mía,
las personas asumían que yo era su niñera. Ella tenía la presencia
aristocrática de mi madre y la ternura de MaMaLu; sus ojos eran como los
de Adriana y su sonrisa como la de MaMaLu.
—No la despertemos —dije—. Probablemente es mejor si duerme de
corrido.
No quería negarle a Damian el simple placer de mirar a su hija dormir.
—Si cierro mis ojos, es como si nada hubiera cambiado —dijo, su voz
tan baja que apenas pude entender las palabras—. Hay una pequeña niña
en esta habitación y ella ha robado mi corazón. Por segunda vez.
Estaba agradecida de que mantuviera los ojos en Sierra. Era
abrumador estar de nuevo en mi habitación con él, pero tenerlo me recordó
todas las formas en las que me había adorado cuando éramos niños, era
demasiado para soportar.
Damian le quitó las medias a Sierra cuidando de no despertarla. Besó
sus plantas gentilmente antes de taparla.
—Gracias —dijo—, por dejar que se quede.
Asentí ya que no pude hablar, porque dolía como el infierno dejarla
allí. No pude recordar pasar una sola noche lejos de ella.
—¿Por qué no te quedas?
El hombre podía leerme tan bien. Demasiado bien. Pero no había
manera de que aceptara su invitación. Sería el equivalente de entrar en la
cueva del león.
—Puedes dormir con ella. Es su primera noche aquí, puede que se
despierte desorientada.
Vacilé. Estaba muerta de cansancio. No quería nada más que
acurrucarme en la cama y él tenía un punto. Sierra no estaba acostumbrada
a despertar en un lugar diferente.
Damian no esperó por una respuesta.
—Hay un par de cepillos de dientes y toallas extras en el baño.
¿Necesitas algo más?
Sí. Necesito cosas para estar bien de nuevo y poder estar contigo,
entonces no tendríamos que decir buenas noches.
—Buenas noches, Damian.
—Buenas noches, Skye. —Cerró la puerta detrás de él.
Solté la respiración y me desplomé al lado de Sierra.
La habitación ya no era tan femenina. La decoración rosa y crema
había sido remplazada por un estallido de colores brillantes en contraste
con un suave fondo negro. Una pared estaba cubierta con pintura de
pizarrón y tenía una cuadrícula de tic-tac-toe, Damian era las X y Sierra era
las O. Los estantes empotrados eran los mismos, pero Damian los había
pintado, mis ojos se detuvieron en los cisnes de papel que estaban alineados
en ellos, una cómica progresión de todos los intentos desastrosos de Sierra,
y en ese momento me di cuenta de cuán cercanos se habían vuelto en este
corto lapso de tiempo. La habitación lucía como algo que Sierra había
ayudado a ordenar. Estaba lleno de su personalidad.
Me levanté y estaba a punto de quitarme el pantalón cuando miré por
la ventana. Damian estaba bajando por el camino que conducía al ala del
personal. Desapareció tras los árboles. Después de un tiempo una luz se
prendió en una de las habitaciones, el cuarto de MaMaLu. Me pregunte qué
estaba haciendo allí mientras me cepillaba los dientes. Cuando regresé, la
luz todavía estaba prendida. Me debatí por un momento antes de ponerme
los zapatos. Quería ver la habitación de MaMaLu. Ella nunca me había
dejado acompañarla allí, insistiendo que no era apropiado para mí andar
por esos alrededores. Bueno, esta noche era mi última oportunidad para
verlo.
La puerta estaba abierta cuando llegue.
—¿Damian? —Miré adentro, él no estaba ahí por lo que me permití
entrar.
El cuarto era pequeño y escasamente amueblado. Un simple foco
colgaba del techo. La cama estaba hecha, pero sobre la almohada estaba la
ropa de Damian desparramada. Alcance la lata de Lucy Strike que había en
la esquina de un aparador desgastado. Él la había conservado, su última
conexión física a MaMaLu.
Entendía ahora por qué no quiso que la visitara. No podía imaginarlos
a ambos viviendo en este espacio reducido y apretado mientras que en Casa
Paloma permanecían vacías habitaciones y habitaciones. No entendía la
distinción antes, pero Damian sí; él había experimentado el otro lado de la
riqueza y el poder. Era la razón por la que no tenía permitido asistir a mis
fiestas de cumpleaños, la razón por la que tenía clases particulares mientras
él se escondía en la vitrina. Yo hubiera odiado vivir en las sombras de
nuestra gran mansión, mirando la comida que otras personas comerían, los
brillantes autos que manejaban, las fiestas con música y luces brillantes.
Hubiera odiado que mi madre fuera alejada de mí para cuidar a alguien más,
pero Damian había pasado por todo eso. Había crecido para amarme. Nunca
se había quejado o comparado, solo acepto, y había continuado aceptando
hasta que todo le fue arrebatado lejos.
Permaneciendo en el cuarto que había compartido con MaMaLu, sentí
como si estuviera en su piel. Pude verlos siendo separados en medio de la
noche, la última vez que él la había visto. ¿La había visto? O, ¿había estado
demasiado oscuro? ¿En qué momento había perdido su fe en el mundo,
aquella con la que cada niño nace? Sorbiendo mi nariz me giré para irme, el
mismo momento en el que Damian entró.
Estaba secando su cara con una toalla, se detuvo en seco cuando me
vio.
—¿Qué sucede? —preguntó.
Sacudí mi cabeza. Debí haber escuchado a MaMaLu. Nunca debí
haber venido.
—Skye.
Por la forma en la que lo dijo estuve a punto de quebrarme. Damian
podía ser todo acero por fuera, pero sus emociones eran profundas. Nunca
hacía nada a la mitad. Cuando odiaba, odiaba con cada célula de su cuerpo,
y cuando amaba… Dios, cuando amaba, pronunciaba tu nombre de esa
manera, como un suspiro desde su alma, envuelto alrededor de su lengua.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté.
—Duermo aquí.
—¿Tú duermes… aquí? —Miré alrededor. Eso explicaba la ropa en la
cama y por qué no estaba usando nada más aparte de unos bóxers. La
calidez emanando de su piel era como un calentador para el diminuto
espacio.
—¿Por qué dormirías…? —Me detuve.
De repente me golpeó el por qué Damian renunciaría a los lujos de
Casa Paloma por el ala de servicio. Él no creía pertenecer ahí. No pensaba
que era lo suficientemente bueno. Puede que la haya comprado y
restaurado, pero prefería estar aquí en donde se sintió amado por última
vez, en donde la culpa por lo que había hecho no lo carcomía. Casa Paloma
era mía. Él estaba tratando de restaurar todas las cosas que pensaba que
me había quitado.
Sin importar que digas sí o no, tú siempre serás mí para siempre.
Mis ojos bajaron. Miré fijo a mis pies, tratando de contener la oleada
de emociones que se juntó en mi garganta, palabras atascadas porque había
tantas de ellas, todas peleando por salir.
—Ven. —Estiré mi mano—. A casa.
Las únicas dos palabras que lograron escapar. No pude luchar más.
Amar a Damian podría destruirme, pero no amarlo estaba matándome.
No esperé la respuesta. Tomé su mano, apagué la luz y lo guié hasta
la mansión.
—Espera —dijo en la puerta—, yo no…
—Te amo, Damian. Siempre tú. Solo tú. Aquí es donde perteneces;
conmigo y Sierra.
—Pero dijiste…
—Lo sé. Dije muchas cosas. A ti, a mí misma. Luego recordé lo que tú
dijiste: “El amor no muere”. Es verdad, nunca he dejado de amarte, desde
el momento en que era una pequeña en esa habitación de arriba. Cuando
sigo mi corazón, siempre me guía de nuevo a ti.
Por un momento me miró. Tenía lo que siempre había querido, pero
se enfrentó a un obstáculo inesperado, una batalla final. Consigo mismo.
¿Era digno de redención? ¿De amor? ¿De perdón? Eso era algo que solo él
podía decidir.
Inclinó su frente contra la mía y cerró sus ojos.
—Estoy tan cansado güerita. Cansado de pretender que puedo seguir
adelante sin ti cuando al mismo tiempo se está rompiendo mi corazón. Dime
que esto, dime que esto es para siempre. Tú, Sierra y yo.
Le dije lo que quería oír con un beso, un susurro suave de una
promesa contra sus labios. Todos los músculos en su cuerpo se relajaron
como si finalmente dejara ir una carga pesada.
—Quiero recordar esto —dijo estrechándome entre sus brazos—. Si
muero esta noche, quiero morir recordando cómo se siente sostener al
mundo entero en mis manos.
Subimos las escaleras hasta el dormitorio principal. Cuando cerró la
puerta, mis piernas empezaron a temblar. Nunca sabía qué esperar de él.
Tocaba mi cuerpo como un maestro, a veces con un ritmo estridente, una
bestia primitiva; otras con precisión me volteaba en éxtasis.
—Quítate el pantalón y entra a la cama.
Hice lo que me dijo, mis nervios anticipándose. No había estado con
nadie en ocho años. Mi cuerpo había cambiado después de Sierra. Me quité
el corpiño, pero mantuve puesta la camiseta.
La cama sonó cuando él se deslizo a mi lado. Un brazo rodeó mi
hombro llevándome contra su pecho. Su piel era cálida y quemaba bajo mi
mejilla. Dios, había extrañado la manera en la que se sentía, su esencia, sus
caricias, el ritmo constante de su corazón.
—Duerme. —Besó la cima de mi cabeza, acarició mi cabello como si
estuviera hecho del oro más fino.
Debí haber mostrado sorpresa porque rió. Estaba esperando una
reunión ardiente.
—Tan solo esto —dijo—. Esto se siente tan, tan bien.
La última vez que habíamos estado juntos, cuando Sierra nos
interrumpió, él había sido como un macho embravecido saliendo del corral,
y aunque podía sentir su innegable excitación, él estaba contento. Por
primera vez nadie se acercaba a nosotros, nadie nos alejaba. Habíamos
encontrado nuestro camino de regreso al otro. Finalmente éramos libres
para estar. Era un sentimiento que Damian quería saborear, algo que
sobrepasaba la lujuria y el deseo y el placer carnal. Era el sentimiento de
pertenencia que difuminaba las líneas entre dos personas, cuando
encuentras tu tobillo enroscado con el de alguien más, o los dedos
entrelazados, y es tan natural, tan automático que no tienes ningún
pensamiento consciente de que eso está ocurriendo. Cuando pienso en Dios,
pienso en todas estas cosas mágicas inexplicables multiplicadas al infinito.
—¿Fue difícil? ¿El nacimiento de Sierra? —Damian todavía acariciaba
mi cabello.
—Sí. —No iba a mentir—. Pero estaba más relacionado a mi corazón
que a mi cuerpo.
Permanecimos acostados por un tiempo, sabiendo que haríamos todo
de nuevo, por el pequeño milagro que dormía en la habitación de al lado.
—La nombraste como las montañas en la canción de cuna de
MaMaLu.
—Lo hice. —Sonreí—. ¿Te dijo su segundo nombre?
Negó.
—Mariana.
—Por MaMaLu y Adriana. —Damian se desplazó para que
estuviéramos lado a lado en la cama—. Sus pies son iguales a los tuyos.
—No lo son.
—Los vi cuando la acosté esta noche. El dedo gordo no quiere nada
que ver con el resto de los otros. Hay un gran espacio entre medio.
—Mis pies no son así.
—¿Oh no? —Corrió las sábanas y se arrodillo al lado de mi pie—. ¿Ves
esto? —Sostuvo mi dedo gordo—. Puedo meter mi nariz entera entre este y
el siguiente dedo. —Estaba por probar su punto.
Empecé a reír porque hacía cosquillas, pero después vislumbré algo y
mi respiración dolió. Esteban estaba de regreso.
—¿Qué? —preguntó Damian a mi lado.
—Nada. —Aparté el cabello de su frente y lo besé en la nariz—. Te
amo.
—También te amo, güerita. —Llevó mi dedo meñique a su pecho, al
lado de su corazón—. Y ahora voy a besarte hasta que lo sientas en la punta
de tu dedo anti social.
Y lo hizo. Su lengua separo mi boca, una mano agarro mi cuello, la
otra me empujo tan cerca que cada centímetro de mi cuerpo se calentó,
contacto eléctrico con cada parte de su cuerpo. Mi espalda se arqueó
mientras él empujó mi pierna sobre sí, doblando mi rodilla alrededor de su
cadera y entrando lentamente en mí. Solté un gemido brutal mientras nos
perdíamos en un ritmo frenético, sus manos en mi cola apretando y
liberando.
—Ha pasado tanto Skye, no voy a durar. —Su voz estaba amortiguada
por mi cuello, su rostro enredado en mi cabello.
—No creo hacerlo tampoco. —Estaba girando fuera de control, tan
preparada para su posesión que no podía concentrarme en nada más.
—Todavía no. —Se apartó cuando tanteé su bóxer—. Quiero
saborearte primero. ¿Sabes cuántas veces he pensado en esto?
Esperaba que descendiera sobre mí, pero nos giró por lo que yo estaba
arriba.
—Sube a horcajadas sobre mi cara Skye. Eso es. Dios sí.
Todas mis inhibiciones salieron por la ventana cuando Damian bajó
mi ropa interior. Su lengua apartó mi pliegue, todo el camino hasta mi
clítoris. Lamió. Mis caderas se apretaron.
Sus labios se cerraron alrededor del botón pequeño, apretado y chupó
en ráfagas cortas y dulces. Cuando se puso demasiado intenso, cambió a
lamer, alternando entre ambas.
—Damian. —Estaba tan cerca. Tan cerca. Mis dedos revolvían su
cabello.
—Déjame mirarte. —Jaló mis pantis y me contoneé fuera de ellas. Un
largo dedo se deslizó dentro—. Jodidamente húmeda.
Recliné mi cabeza hacia atrás mientras su pulgar daba vueltas por mi
clítoris.
—Monta mi cara, Skye. Ven por mí. Quiero todos tus líquidos sobre
mí.
—No. —Salió sin aliento—. Tú y yo juntos. —Deslicé mi mano hacia
sus bóxers y apreté. Mi toque lo hizo hinchar. Su pene surgió por más.
—No deberías haber hecho eso —gruñó, echándome sobre mi
espalda—. Porque ahora, debo hacer esto. —Me llenó en un fuerte y
poderoso empujón. Mi cuerpo protestó, pero estaba tan mojada, hambrienta
por él, que el dolor dio lugar a llenarme de un dolor caliente—. No ha habido
nadie aquí —Lo sabía. Jodidamente lo sabía. Subió el tempo, llevándome
con él—. He extrañado esto. Te he extrañado. Demasiado. —Su respiración
era caliente y dificultosa.
Comenzó en la base de mi espina, espasmos eléctricos saliendo de mi
pelvis, construyendo, construyendo hacia una explosión caliente y blanca
que zumbó a través de mí en ondas de éxtasis. Me agarré a Damian mientras
rodaba por mí y lo sentí ponerse rígido como si lo golpeara. Nuestros cuerpos
estuvieron momentáneamente fundidos, la misma corriente fluyendo a
través de nosotros. Aguanté mientras Damian convulsionaba dentro de mí.
Nos calmamos despacio. Primero nuestros corazones, luego nuestra
respiración.
—No quiero irme. —Damian se quedó dentro de mí satisfecho, pero
odiaba retirarse.
—Entonces no lo hagas. —Envolví mis piernas alrededor de él—. Y la
respuesta es sí.
—¿Cuál es la pregunta?
—Me preguntaste si me casaría contigo. La respuesta es sí.
—Eso era cuando tenías una opción. Intenta alejarte de mí ahora.
—¿Cómo se supone que haga eso cuando tu verga aún está dentro de
mí?
—Acostúmbrate. Me estoy asentando. La próxima vez, puede que me
detenga lo suficiente para quitar tu top.
Me reí, pero se desvaneció rápido.
—¿Qué tienes?
Conocía cada detalle de mi cara, pero estaba mirándome como si todo
fuera nuevo. Su mano peinó mi cabello hacia un lado, exponiendo mi cuello.
—Solo me aseguro que esto sea real. —Dejó un suave beso antes de
salirse y acurrucarme en el recodo de su brazo—. ¿Crees que hay tal cosa
como demasiada felicidad? —preguntó—. Porque justo ahora, siento que no
puedo contenerla y que el universo va a meterse para restablecer el
equilibrio.
—El universo se está metiendo. Para enderezar todos los males,
Damian. No hacia el otro lado.
Su pecho se elevó y cayó con una exhalación larga. Cuando el mundo
siempre te ha quitado, cuando está constantemente inclinado y
desplazándose bajo tus pies, es difícil tener permanencia con las cosas que
te da.
Me sostuvo como si fuera la cosa más preciosa del mundo. Sentí como
si cada célula estuviese saturada con dicha, llena e hinchada. Me sentía
como helado y caracolas, y altísimos zapatos de plataforma rojos.
Arreglé el hueco entre mis dientes, MaMaLu, pero mi verdadero amor
no necesitaba un espacio para deslizar dentro su corazón. Ya lo tenía todo.
Lo abracé bien cerca y sonreí, era lo más feliz que había estado.
—¿A dónde crees que vas? —preguntó Damian, cuando giré mis
piernas sobre la cama unos minutos después.
—Quiero ver cómo está Sierra. —Busqué mis pantis y me las puse.
—Apúrate. Te extraño.
Me reí y abrí la puerta. El pasillo estaba oscuro, pero conocía la casa
como la palma de mi mano. Una luz de noche estaba prendida en el cuarto
de Sierra. Había pateado los cobertores y su brazo colgaba en el borde. Puse
el acolchado sobre ella y la acerqué al centro de la cama. No se movió. Metí
su brazo dentro y estaba a punto de irme cuando descubrí algo en la mesa
de luz. Lo tomé y fruncí el ceño.
Una jeringa.
Estaba muy segura que no había estado allí antes. Lo que sea que
tuviese dentro había sido usado, pero ¿por qué Damian dejaría una jeringa
por ahí? Especialmente con Sierra…
—No te muevas. —Una figura salió de las sombras.
Sentí algo frío presionando contra mi sien. Un arma. Sabía que era un
arma porque una vez, Damian había puesto una en la parte de atrás de mi
cabeza. Tuve la misma sensación, con el corazón en la mano ahora como
antes, excepto que esta vez era mucho más profunda.
—Llámalo. —El intruso me empujó hacia la puerta.
—¿A quién?
—Deja de jugar Skye. Llama a Esteban o Damian o como mierda sea
que se llame a sí mismo estos días.
Conocía esa voz.
—¡Victor! —Me di vuelta para enfrentarlo, pero me golpeó con el arma.
Un golpe hiriente a la mejilla.
—Haz lo que digo o ella muere. —Apuntó a Sierra.
—Damian —llamé, pero mi voz temblaba.
Oh, Dios. La jeringa. ¿Qué le había hecho a Sierra?
—Más fuerte. —Victor empujó.
—Damian.
Salió de la habitación, poniéndose una camiseta.
—¿Skye? —Su voz era tan cálida y relajada, me mordí el labio para
controlar la angustia. No tenía idea hacia lo que estaba caminando.
¿Crees que hay algo como demasiada felicidad?
Victor me empujó de la puerta. Estábamos parados a la mitad de la
habitación, su arma me apuntaba cuando Damian entró. Por un instante,
se paralizó, y luego algo hizo efecto, quizás fue su entrenamiento en Caboras
o quizás fue su personalidad de hacerse cargo. De cualquier forma, Damian
evaluó la situación e hizo lo opuesto a entrar en pánico; se puso letalmente
calmo.
—Lo que sea que quieras, Victor. Déjalas ir y es tuyo.
—Quiero mi brazo de vuelta, hijo de puta. ¿Piensas que puedes darme
eso? Porque si puedes reconectar cada nervio que dañaste, adelante. ¿Sabes
lo que es andar con un brazo paralizado en mi negocio? Lo perdí todo, yo…
—Corta el drama Victor. Lo entiendo. Era tu brazo dominante. No
puedes disparar. O usar un abrelatas. O masturbarte bien. Tuviste un bajón
en el trabajo, un trabajo de tu elección, y ahora me haces responsable de
eso. ¿Qué quieres?
Le tomó a Victor un momento recuperarse. Había esperado miedo,
sumisión, cumplimiento.
—Quiero que pagues por ello —dijo—. He estado esperando que
salieras de la cárcel. Por supuesto, no esperaba esta reunión acogedora. —
Inclinó su cabeza hacia Sierra y yo—. Una familia lista, Damian. El hijo
bastardo tiene una hija bastarda.
Los puños de Damian se cerraron.
—Si haces algo para dañarla…
—No te preocupes. No he tocado un cabello de su cabeza. Solo le di
un poco de tranquilizante. Cuidar niños gritando en estas situaciones no es
lo mío.
—¿Drogaste a mi hija? —Había un nervio titilando en la frente de
Damian. Uno que nunca había visto.
Victor rió.
—Tú drogaste a la hija de Warren, ¿o no? ¿No te gusta cuando te la
devuelven? —Me acercó de un empujón.
—Tu problema es conmigo no con ellas.
—Tu problema era con Warren, pero no te detuvo de secuestrar a
Skye. Las bajan se dan en el fuego cruzado. —Victor se encogió de
hombros—. Lo sabes.
Victor serpenteaba bajo la piel de Damian, haciéndolo evocar el horror
de dispararme.
—Tú y yo somos más parecidos de lo que crees —dijo—. Mercenarios
de corazón. No pensaste realmente que podías comenzar de nuevo, ¿o sí?
Pensé que era un movimiento brillante manipular a Skye para llegar a
Warren, pero estoy empezando a pensar que te gusta estar enamorado de
ella ahora. Te ahorraré el problema. Las mujeres como ella no aman
hombres como nosotros. Yo amé a tu madre, pero ella me rehuyó. Dijo que
quería un mejor ejemplo para ti. La odié y te odié a ti. Warren me ayudó con
una buena suma para mantenerla confortable en Valdemoros. La dejé que
se deteriorara allí. Debería haberte liquidado a ti también. Viniste a
morderme, pero aún tengo la última palabra.
—No tienes que hacer esto —dijo Damian—. Toma todo. Puedo
acomodarte por el resto de tu vida. Nunca necesitarás nada.
Sonó como lo que había dicho en el bote a él, negociando por mi
libertad. Un nudo frío se formó en mi estómago. Nada podía haber disuadido
a Damian entonces. Su sed de venganza había puesto en marcha un efecto
dominó que nos estaba viendo justo ahora.
—¿Crees que esto es sobre dinero? —Victor rió—. Tenía un acuerdo
considerable con Warren. Parte de nuestro contrato. Y tengo una buena
paga por discapacidad llegando cada mes. Esto no es sobre dinero, es
sobre…
—Venganza —dijo Damian la palabra como si hubiese llenado su boca
con veneno—. Créeme. Lo entiendo todo muy bien. No te dará nada, Victor.
Es una promesa vacía. Vete y…
—¡Suficiente palabrerío! —grito Victor—. ¿Quién va primero? ¿Ellas?
—Apuntó el arma hacia mí—. ¿O ella? —Comencé a temblar cuando la
apuntó a Sierra. La apuesta era muy alta. Damian no podía arriesgarse a
atacarlo, no cuando nos tenía a ambas a su merced.
—Llévame. —Damian levantó las manos y se puso de rodillas—. Justo
aquí, justo ahora. Dispara tantas balas en mí como quieras. Realmente no
las quieres a ellas.
Un miedo helado se encogió alrededor de mi corazón. Él decía en serio
cada palabra. Damian deseaba dejar su vida por Sierra y por mí. Él quería
hacerlo. Estaba culpándose por traernos a esto. Si se hubiese mantenido al
margen, Sierra y yo no estaríamos ahí.
Quizás un día sea el héroe que tú y tu mamá merecen.
—Los testigos son conflictivos, Damian. Ya están muertas de todas
formas —dijo Victor—. Elige o elegiré por ti.
Mi corazón comenzó a latir irregularmente como imágenes aterradoras
cruzaban mi mente.
—¿Qué haces, Skye? —La voz de Damian me quitó de la espiral
descendente.
Peleo de vuelta y peleo fuerte.
Levanté la jeringa que estaba sosteniendo y la clavé en el muslo de
Victor. Gritó y me dejó ir. Damian se movió en el mismo momento, dejándolo
en un lado. Victor se quitó la jeringa de la carne y se levantó, aun
sosteniendo el arma. Damian se paró como un escudo entre él y yo. Sabía
lo que planeaba hacer.
—No lo hagas —dije.
Lo hizo igualmente, se abalanzó hacia Victor. El arma se disparó, pero
Damian desvió la mano de Victor así que dio en el techo. Los dos hombres
se estrellaron por la puerta y cayeron por la barandilla que abría hacia el
vestíbulo debajo. Estaba oscuro, pero podía deducir sus formas, forcejeando
por el control. Victor aún tenía el arma, pero con un brazo paralizado, no
era desafío para Damian. Perdió su agarre y se cayó. Damian lo golpeó.
Fuerte. Dos veces en la panza. Victor se dobló. Cuando se enderezó, ya
estaba sosteniendo otra arma.
—Siempre traigo una de repuesto. —Sonrió con suficiencia, pero el
dolor en su estómago lo hizo retorcerse cuando intentó moverse—. Creo que
hemos desperdiciado suficiente tiempo, ¿ustedes no? Arrodíllense. ¡Ambos!
Estaba parado al final de la escalera, enfrentando la habitación.
—Ella primero, luego tú, luego la niña —le dijo a Damian.
Tenía calculado que de cualquier forma Damian tendría algo que
perder. En tanto que mantuviera su arma apuntándome, sabía que Damian
no intentaría nada. Una vez que me disparara, aún tendría a Sierra como
ventaja.
Damian y yo nos tomamos las manos al arrodillarnos. No sé cuándo
comencé a llorar, pero había lágrimas rodando por mis mejillas. Había
comenzado allí, y sería allí donde iba a terminar. Los tres en una noche.
—Por favor no la lastimes —le rogué a Victor—. Solo es una niña
pequeña.
—Tiene suerte. Se irá en su sueño —respondió.
Los dedos de Damian se apretaron alrededor de los míos, tan fuerte
que pensé que mis huesos se quebrarían. Era la única forma de contenerse
a sí mismo de desgarrar la garganta de Victor. Si fuera por él, arriesgaba
perderme, pero si esperaba, arriesgaba perder a Sierra.
—A los cinco, Damian —susurré.
Sus ojos se abrieron una fracción.
5…
Íbamos a hacer esto juntos. Sin importar qué nos pasara, nos
aseguraríamos que Sierra permaneciera ilesa.
4…
Victor apuntó el arma a mi cabeza.
3…
Te amo Estebandido. Siempre a ti. Solo a ti.
2…
Te amo, güerita. No tengas miedo. El amor no muere.
Luego el arma disparó antes que nos moviéramos. Mis ojos se cerraron
fuerte al estallido ensordecedor. Esperé por el dolor que estaba segura que
seguiría.
Nunca llegó.
¡¡¡Mierda!!
Le había disparado a Damian.
Mi alma sintió una agonía tan profunda, la bala bien podría haber
rasgado a través de ella. La mano de Damian aún estaba en la mía, tan
cálida, tan real. El dolor era tan bruto que jadeé, olvidando, por un
momento, el simple acto de cómo respirar. Una parte de mí quería morir
justo entonces.
Dispárame. Dispárame ahora.
Pero la otra parte, la parte que era madre, se rehusaba a rendirse.
Sierra.
Pensé en su pequeña forma indefensa. Era tortura pura. Siempre la
arropaba en la noche, siempre la ponía a dormir. Había obviado eso esa
noche, y ahora nunca conocería la dulzura de su respirar, el peso de su
pierna impidiéndome irme, la forma en que saltaba en la cama en la
mañana.
Despierta, despierta, despierta.
Había perdido a Damian y ahora iba a morir, sabiendo que mi hija
sería la próxima. ¿Cómo puede alguien sentir tanto dolor y seguir viva?
Señor, bendice mi alma. Y cuida de Sierra.
No pude seguir. Tiré del tormento que estaba desgarrando mi interior,
y apreté la mano de Damian, anticipando la próxima bala.
Me devolvió el apretón.
Mis ojos se abrieron de par en par.
Damian aún estaba de rodillas a mi lado, ileso. Victor estaba parado
frente a nosotros, con los ojos vacíos, mirando fijo justo al frente. Su cuello
estaba salpicado de sangre. Se mantuvo allí por un momento antes de caer
hacia atrás. Su cuerpo se derrumbó por las escaleras. Rafael se paraba
debajo de las escaleras, sosteniendo el arma que Victor había dejado caer
antes.
—Vine por mi teléfono —dijo.
Damian y yo nos miramos, y luego a él. Le había disparado a Victor
detrás de la cabeza.
—Lo derribaste en un tiro —dijo Damian, sus ojos puestos en el arma
que aún estaba humeando en la mano de Rafael.
—Vi a un hombre dispararle a mi madre y mi padre. No iba a
quedarme parado y presenciar a alguien hacerle lo mismo a ti y a Skye.
Damian dejó salir su respiración y me envolvió en sus brazos.
—Elegiste un pedazo de día para venir —le dijo a Rafael. Nuestros
cuerpos estaban tan tensos que nos tomó unos segundos para que el alivio
se asentara.
—La boda habría sido una basura sin un padrino.
Intentamos reír, pero ninguno de nosotros pudo. El cuerpo
contorsionado de Victor yacía en una pileta de sangre en la base de la
escalera. Mis rodillas se tambalearon cuando Damian me ayudó a
levantarme.
—Pensé que te había matado. —Me aferré a su camiseta y sollocé.
—Me vi a mí mismo en él. La forma en que he sido. —Me sostuvo
fuertemente que apenas podía respirar—. Eres mi gracia salvadora, Skye.
Nos aferramos entre nosotros, agradeciendo el milagro glorioso de
estar vivos.
—Vamos a ver a Sierra —dije.
—Llama a la policía —dijo Damian a Rafael—. Y una ambulancia.
Quiero asegurarme que Sierra está bien. Victor la sedó.
—Estoy en eso —respondió—. Ve a cuidar de tus chicas.
—Lo haré. Y ¿Rafael? —Damian se volteó hacia él—. ¿Estás bien?
Rafael asintió y tiró el arma.
—Estoy feliz que llegué cuando lo hice.
—Te debo una. Gran tiempo.
—Tú me salvaste la vida dos veces, Damian. Simplemente te devolví
el favor. Dos a dos. Cuentas saldadas.
—Éramos tres nosotros. No me digas que esto arruinó tus células
cerebrales, señor Matemago.
Rafael intentó una sonrisa, pero estábamos todos conmocionados.
—Dile a Sierra que quiero la revancha cuando esté lista.
—A jugar, Rambo. Pero aún tengo la sensación que te pateará el
trasero.
35
Traducido por LeyaahDonn
Corregido por Nanis

Damian y Sierra se arrojaban cacahuate en la boca entre ellos.


Crunch. Crunch Crunch.
Crunch. Crunch Crunch.
—Oh Dios mío. ¿Los dos paren con eso? ¡Me está volviendo loca!
Nunca vamos a tener este lugar listo. —Barrí los cacahuetes que rodaban
por el suelo.
Estábamos en la isla de retiro de Damian, preparándolo todo así
Rafael y su novia podrían tener su luna de miel aquí.
—Sabes que no tienes por qué mover un dedo. —Damian tomó la
escoba y la dejó a un lado—. Puedo tener una tripulación entrando y
arreglando el lugar en muy poco tiempo.
—El hombre salvó nuestras vidas, Damian. Es lo menos que puedo
hacer.
—Limpiar es limpiar si lo haces tú misma o contratas a alguien para
cuidar de él.
—Solías insistir en que hiciera las tareas por aquí.
—Fue entonces cuando pensaba que eras una princesa auto-titulada.
—¿Y ahora? —Envolví mis brazos alrededor de su cuello.
—Ahora te quiero totalmente enfocada en otras tareas. —Levantando
una mano, deslizó sus dedos debajo del tirante pasándolo por el hombro y
besó la pequeña y arrugada cicatriz.
Le di un suave codazo y le indicó a nuestro público absorto. Sierra
nos miraba como si fuéramos su película favorita.
—Sierra…
—Lo sé, lo sé. —Ella cortó a Damian—. “Ve y lee un libro”. ¿Saben
cuántos libros he leído esta semana? Ustedes siempre se están besando. —
Ella hizo una mueca, pero la atrape sonriendo antes de irse.
—Esta habitación está demasiado concurrida para los tres. —Damian
volvió a acariciar mi cuello—. Estoy pensando en que podríamos utilizar una
ampliación. Tal vez un segundo piso.
—O puedes dormir en la cabaña. —Pasé las uñas por su espalda.
—Sigue haciendo eso y te llevo allí fuera en este momento. —Una gran
mano se apretó alrededor de mi cintura.
—No ahora —dije, alejándome de su agarre—. Cuando ella esté
durmiendo la siesta.
—Ella nunca hace la siesta —gruñó Damian.
—A no ser que esté cansada.
—Bien. —Él sonrió y me agarró la mano—. Vamos a salir a cansarla.

Damian salió del océano, la piel brillando en el sol, y dirigiéndose


hacia mí. Desearía que hubiera un tramo más largo de playa entre nosotros
porque así le podía ver siempre. Él era un moldeado de bronce en
movimiento, el cabello mojado y salvaje por nadar, arena pegada a sus pies.
Se dejó caer sobre la toalla a mi lado y se inclinó para besarme. Gotas
saladas en labios cálidos.
—Ella es un paquete de energía —dijo.
Puse mi cabeza sobre su pecho y vimos a Sierra saltar en las olas.
—No puedo verla —dije, después de un rato.
—No puedo evitarlo —respondió. Su erección estaba bloqueando mi
punto de vista.
Me reí y le entregué un tarro de bloqueador solar.
—Otros veinte minutos y ella va a estar agotada.
—Voltea. —Damian se sentó sobre mi espalda y comenzó a trabajar
en la loción—. Tengo un regalo de boda para ti. Te iba a sorprender con ello,
pero necesito tu contribución. He comprado una propiedad en Paza del Mar.
El lugar del viejo almacén.
—¿El que explotó? ¿Donde El Charro y sus hombres murieron?
—Ese es. Quiero construir algo bueno allí, algo que valga la pena.
—¿Qué tienes en mente?
—¿Cómo te gustaría expandir el trabajo que haces en Valdemoros?
Una instalación permanente en el que se pueda emplear algunas de las
mujeres con las que trabajas, cuando salgan. Ellas pueden ayudarte a
cumplir con tus pedidos y así puedes centrarte en la formación y educación.
Todavía se puede mantener tus talleres en Valdemoros, pero tendría una
base más grande. No hay nada que te impida ser internacional. Ya tengo
una red de transporte marítimo en su lugar. Puedes poner un poco de los
beneficios hacia la caridad que tenía Nick establecido y utilizar el resto a tu
discreción. Salarios justos, refugios para mujeres, clínicas, programas de
educación… —Detuvo sus manos con la loción en mi espalda
congelándose—. ¿Skye?
—Me gustaría que MaMaLu hubiese tenido esas opciones en ese
entonces —dije, mientras me limpiaba las lágrimas—. Me gustaría que lo
hicieras también.
—Oye. —Se dio la vuelta sobre su espalda y se tendió a mi lado—. A
veces todo se desmorona y así algo mejor se puede crearse a partir de ello.
Asentí, y recorrí su mandíbula. Él era el ejemplo perfecto.
—Vamos a hacerlo —le dije.
—Vamos a construir algo de lo que Sierra puede estar orgullosa.
Ella llegó corriendo fuera del océano, rociándonos con agua de mar y
entusiasmo.
—¡Mira! —Ella levantó una concha marina—. ¿Este?
Le había estado mostrando cómo elegir los más adecuados para un
collar. Había visto el que Damian había hecho para mí y quería una para
ella.
—Este es perfecto. —Abrió la cesta de picnic y añadió a la colección
que estaba haciendo—. Cuando tengas lo suficiente, papá te hará un collar.
Damian y Sierra intercambiaron una mirada extraña.
—¿Qué es eso? —pregunté.
—¡Tengo hambre! —dijo—. Quiero ceviche.
Damian lo había preparado para nosotros en tres recipientes
separados.
—Este es para mí. Este es para papá. Este es para ti. —Ella nos lo
entregó, mirando a Damian para su confirmación.
Hizo un guiño.
Ella sonrió.
—Oye, ¿todo lo que consigo es una almeja? —pregunté, mirando en la
mía—. ¿Qué está pasando? —Mis ojos se deslizaron de ella a Damian.
—¡Ábrelo! —Sierra estaba tan emocionada, que Damian tuvo que
sujetarla.
Hurgué entre la cremosa, y amarronada concha abierta. El interior
estaba lleno de arena. Alojado en el centro había un anillo con tres
alexandritas brillando.
—¿Te gusta? ¿Te gusta? —Sierra brincaba a mi alrededor.
—Es hermoso. —Sonreí a Damian.
El collar de mi madre se encontraba en alguna parte en el fondo del
océano, donde la había tirado. Nunca pude recuperarlo, pero tenía algo mío
ahora.
—Gracias. —Me incliné y lo besé.
Profundizó el beso, enterrando sus manos en mi cabello.
—Sierra…
—¡Pero no he traído ningún libro!
—Dijiste veinte minutos —gruñó Damian en mi oído.
—¿Tal vez veinte más? —Me reí—. ¿A dónde vas?
—A darme un baño —respondió—. En el extremo más frío, en el fondo
del océano.
Lo vi despegar, cortando el agua con trazos fluidos y elegantes.
Sierra y yo terminamos el almuerzo estiradas en el sol. Rubito, Bruce
Lee, y Sucio Harry nos observaba desde su roca. No sabía cuánto vivían las
grandes iguanas verdes, pero estaba contenta de que Sierra tuviera la
oportunidad de hacer amistad con ellos. Damian le había dado la tarea de
nombrar a la isla, y ella había pasado la mañana consultando con ellos. El
veredicto aún no se daba.
Para el momento en que Damian regresó, Sierra se había quedado
dormida. Él ajustó la sombrilla así ella quedaba en la sombra, y caminó de
puntillas a su alrededor, a mi lado. Su piel mojada hizo mi piel de gallina
que no tenía nada que ver con la temperatura.
—Póntelo —dijo.
Levanté una ceja.
—Estaba apostando a que me dirías que me lo quitara.
—Me gusta tu forma de pensar, pero estaba hablando sobre el anillo.
—Me dio una sonrisa maliciosa mientras lo deslizaba sobre mi dedo—.
Quiero ver cómo se te ve.
Sostuve mi mano, contra el infinito horizonte azul. Destellos de
arcoíris reflejaban nuestras caras. No era solo un anillo. Eran las ventanas
abiertas y animales de papel, un niño agarrando quince pesos y una niña
escribiendo cartas cursis. Era la historia de dos personas que habían llegado
al punto de partida, y estaba envuelto en oro alrededor de mi dedo.
¿Qué somos?, Damian había preguntado en esta misma playa.
Allí, en nuestro pequeño pedazo de paraíso, con Sierra durmiendo a
nuestro lado, finalmente lo descubrí.
Somos arena y rocas, agua y cielo, las anclas de los buques y las velas
en el viento.
Somos un viaje con un destino que cambia cada vez que soñamos o
caemos, saltamos o lloramos. Somos estrellas con defectos que todavía
brillan y resplandecen. Siempre esforzándonos, siempre queremos, siempre
tenemos más preguntas que respuestas, pero hay momentos como estos,
llenos de magia y alegría, cuando las almas obtienen una visión de lo divino
y, sencillamente, pierden su respiración.
Epílogo
Traducido por MarycR
Corregido por Nanis

Una nueva luna encaramada en el cielo oscuro, un arco delgado de la


plata más suave. El pequeño grupo de personas que habían compartido
nuestro día especial, Nick, Rafael, sus esposas, algunas de las mujeres con
las cuales trabajé, y un puñado de los socios de Damian, todos se habían
ido, pero los jardines de Casa Paloma todavía brillaban con luces. Damian,
Sierra, y yo estábamos sentados junto al estanque.
—¿Quién es Monique? —le pregunté, le mostré una tarjeta
personalizada con una impresión de labios de profundo color púrpura.
—Déjame ver eso —Damian dejó a un lado su pastel de glaseado rosa,
rematado con fresas frescas. Fue una elección inusual para una boda, una
réplica de la tarta de cumpleaños que él nunca había podido tener. Se rió al
darle la vuelta. La cubierta de la torta tenía la forma de un diente blanco
gigante, una broma privada que se remontaba a cuando él había dejado sin
diente a Gideon Benedict St. John.
Miró la tarjeta y sonrió.
—Monique era alguien que hizo de mi tiempo en prisión uno mucho
más agradable.
Me crucé de brazos y esperé una explicación.
—Fruncir el ceño, no le queda bien a una novia —dijo.
—Hablar sobre ex's en el día de nuestra boda, no le queda bien a un
novio.
—Puedo pensar en algunas cosas que le quedan bien a un novio que
me gustaría hacerle a usted.
—¡No te atrevas! —Lo rechacé. No me sentía amenazada en lo más
mínimo por esta Monique, pero era muy divertido jugar a que sí lo estaba.
Rafael no había sido capaz de convencer a Damian de llevar un esmoquin,
pero lucía tan condenadamente bien en una camisa blanca y chaqueta a
medida.
—Bien. Te llevaré a ver Monique un día, pero no digas que no te lo
advertí.
Arrojó la carta a un lado y agarró mi cintura.
—Tengo algo para ti y Sierra.
Metió la mano en su chaqueta para tomar la caja de Lucky Strike de
MaMaLu y la abrió.
—A ella le hubiese gustado que tú tuvieses esto. —Me entregó sus
pendientes. Los sostuve a lo alto: dos palomas unidas por el pico para formar
un círculo, con piedras turquesas que colgaban de ellas.
Tuve un recuerdo de piedras frías azules rozando contra mi piel
cuando MaMaLu me daba un beso de buenas noches.
—Oye. —Damian envolvió sus brazos alrededor de mí. Él sabía que
había sido un emotivo día para mí. Me había perdido los tres besos de mi
padre, me perdí que él caminara conmigo por el pasillo del altar. Sierra lo
había sustituido. Ella había elegido su propio vestido: con accesorios de
Kermit la rana verde, y un nuevo par de zapatillas de deporte. Su única
concesión para el día de la boda había sido una diadema de flores a juego
con el color de sus cordones de tono naranja.
Aparte de un dolor de cabeza, había soportado bien el sedante que
Victor le había administrado, sin idea del desastre del que habíamos
escapado. Cuando pensé en lo cerca que había estado de perderlo todo,
abracé a Damian más fuerte.
—¿Crees que le gustará? —preguntó, sujetando el broche para cabello
de MaMaLu.
Tenía la forma de un ventilador, hecha de conchas de abulón y de
metal alpaca- Bonito sin ser demasiado femenino.
Sierra lo examinó antes de entregármelo. Se dio la vuelta y me indicó
su cabello, expresando su aprobación silenciosa. Reuní dos secciones de su
cabello de cada lado y se los aseguré con el broche en el centro.
—¿Qué es esto? —preguntó ella, desenrolló un artículo del periódico
que tenía Damian guardado todos estos años: NIÑERA LOCAL ACUSADA
DE ROBAR HERENCIAS FAMILIARES
—Este es un pequeño pedazo de papel que causó un montón de
problemas —dijo Damian.
—Mira. —Tomé una flor amarilla como la brisa de la noche que
susurraba a través de los árboles. En la luz de la luna, se veía casi marfil,
como mi vestido. Damian susurro detrás de mi oreja:
—¿Te he dicho lo hermosa que estás hoy?
Había planeado diseñar mi propio vestido de novia, pero luego Damian
había encontrado los Louboutins que había dejado atrás en la isla, y una
vez que los había atado, sentí que la celebración estaría completa. Las
instalaciones de WAM! estaban en funcionamiento, y yo destellaba en un
diseño sin tirantes de Vera Wang.
—¡Oye! ¡Lo hice! —Sierra estaba sentada en el borde de la laguna,
apuntando a algo en el agua. Flotando lejos de ella era un cisne de papel
perfecto.
—Increíble. —Damian se agachó junto a ella, pero entonces su sonrisa
se desvaneció—. Es eso… ¿qué usaste para hacerlo?
—La hoja de papel de esa vieja caja.
Damian movió su mano y tiró del cisne fuera del agua.
—¿Cuál es el problema? —preguntó Sierra.
Damian había llevado ese artículo de periódico con él durante tanto
tiempo, su primer instinto fue preservarlo. Me miró mientras lo sostenía, y
ambos pensamos sobre la historia que MaMaLu nos había dicho, acerca de
un cisne mágico que apareció en los terrenos de Casa Paloma, un cisne que
podría bendecir con los más raros de los tesoros.
Me quedé sin aliento al ver a Damian colocar el cisne de nuevo en el
agua y la comprensión me golpeó. No siempre se consigue el tesoro por
aferrarse. A veces la magia sucede cuando dejas ir las cosas. Y Damian
estaba dejando ir todas las cosas que le habían alimentado durante tanto
tiempo la rabia, las injusticias, los horrores que había presenciado en
Caboras, la culpa que sentía sobre sus acciones. Sierra las había doblado y
las había liberado.
Vimos en silencio que el cisne desapareció en el lado oscuro de la
laguna, y todo lo que quedaba era una caja vacía Lucky Strike.
—¿Qué es lo que quiere hacer con esto? —le pregunté.
—Exactamente lo que debe hacerse con una vieja y maloliente caja de
tabaco. —La llenó de rocas y la arrojó al agua. Se hundió en el fondo del
estanque con un reverberante gorgoteo.
—¡Les reto a una carrera de regreso a la casa! —dijo Sierra.
—¡Oye, no es justo! —Me quité los zapatos y recogí mi vestido a mi
alrededor.
—¡En cinco! —dijo Damian.
5, 4, 3, 2, 1. . .

Fin
Sobre la autora

Leylah Attar escribe historias sobre el amor: sacudido, agitado y


servido con un giro. Cuando no está escribiendo, puede ser encontrada
persiguiendo sus otras pasiones: la fotografía, la comida, la familia y los
viajes. A veces desaparece en el agujero negro del Internet, pero por lo
general puede ser atraída con chocolate.
Staff de
BookHunter
Moderadora.
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