Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
alguno.
Es una traducción hecha por fans y para fans.
Si el libro logra llegar a tu país, te animamos a adquirirlo.
No olvides que también puedes apoyar a la autora siguiéndola en sus redes
sociales, recomendándola a tus amigos, promocionando sus libros e incluso
haciendo una reseña en tu blog o foro.
Sinopsis
Ellos dicen que en veintiún días se forma un hábito.
Mienten.
Durante veintiún días ella se contuvo.
Pero el día veintidós, habría dado cualquier cosa por el dulce sueño
de morir.
Porque el día veintidós, se da cuenta de que su única salida significa
una muerte segura para uno de los dos hombres que ama.
Para mi padre
1
Traducido por Selene
Corregido por Flochi
Fue un buen día para usar unos Louboutins. No había planeado usar
tacones en una pasarela hacia la muerte, pero iba a ser asesinada por un
desconocido psicópata con sed de sangre, ¿qué mejor forma de caer, que
con mis suelas rojas “jódete” en mi asesinato?
Porque jódete, imbécil, por convertirme en la víctima de un crimen sin
sentido.
Jódete porque podrías haber tenido la dignidad de dejarme ver tu cara
antes de volarme los sesos.
Jódete porque las ataduras que hiciste con ese cable son tan apretadas,
que están cortando mi piel dejando profundas marcas rojas en mis muñecas.
Pero, sobre todo, jódete porque nadie quiere morir el día de su vigésimo
cuarto cumpleaños, con un nuevo corte de su cabello rubio brillante, con unas
uñas pintadas y arregladas a la perfección, de regreso de una cita con un
hombre que pudo haber sido el “elegido”.
A mi vida le faltan una serie de celebraciones: graduación, boda, una
casa digna de ser exhibida en una revista, dos hijos perfectos. Sin embargo,
allí estaba de rodillas, con una bolsa sobre la cabeza, con el frío cañón de
una pistola contra la base de mi cráneo. ¿Pero la peor parte? Era no saber
por qué estaba ocurriendo, no saber por qué me iba a morir. Por otra parte,
¿desde cuándo estas cosas tienen sentido? ¿Son aleatorias o
meticulosamente planeadas? El asesinato, la violación, la tortura, el abuso.
¿Somos siempre capaces de entender realmente el “por qué” o simplemente
anhelamos etiquetas y cajas para organizar el caos que no podemos
controlar?
Problemas financieros.
Trastorno mental.
Radicales.
Odiosas perras con uñas acrílicas.
¿Cuál de estos motivos sería el de mi homicidio?
Basta, Skye. Aún no estás muerta. Sigue respirando. Y piensa.
Piensa.
Una áspera arpillera, impregnada de un olor dulce invade mis fosas
nasales mientras el barco se balanceaba en el agua.
¿Qué haces, Skye? Las palabras de Esteban sonaron altas y claras en
mi mente.
Peleo.
Me defiendo y lucho.
Una mezcla de llanto y risa se me escapa.
Esteban se había callado hace mucho tiempo, pero ahí estaba su voz
en mi cabeza, inesperada y sin previo aviso como siempre, él estaba presente
en una esquina de mi conciencia, como si estuviera en la ventana de mi
habitación.
Esta mañana hice un cuestionario online:
¿Quién es la última persona en que piensas antes de dormir?
Clic.
Es la persona que más amas.
Pensé en Marc Jacobs, Jimmy Choo, Tom Ford y Michael Kors. No
Esteban. Nunca en Esteban. Porque a diferencia de mis amigos de la
infancia, ellos se quedaron. Podía tentarme con sus talentos, llevar a casa
sus brillantes creaciones, e ir a dormir, sabiendo que todavía estarían allí
por la mañana. Al igual que los Louboutins por los que había debatido antes:
¿los coquetos o los de color fucsia con tirantes de raso alrededor del tobillo
o los que tenían unos pompones dorados? Estoy contenta de haber elegido
el último par. Tenían tacones de punta. Traté de visualizarlos en mi cabeza,
imaginando el titular de mañana:
“ZAPATOS ASESINOS”.
La imagen mostraría un mortal tacón lacado que sobresale del cuerpo
de mi secuestrador.
Sí, eso es exactamente lo que pasará, me dije.
Respira, Skye. Respira.
Pero el aire se vuelve cada vez más húmedo en el interior de la oscura
capucha, y mis pulmones se derrumban bajo el peso de la fatalidad y el
miedo. Estaba comenzando a ahogarme. Esto estaba ocurriendo. Esto era
real. Cuando llevabas una vida encantadora, algo se activa dentro ti que
aísla la conmoción, un sentido de derecho, como si esto también fuera a ser
superado. Me aferro a eso, obteniendo un sentido de valentía, de ligereza.
Fui amada, valorada, importante. Seguramente, alguien iba a lanzarse en
picado y salvar mi día. ¿Cierto? ¿Cierto?
Oigo el roce de la pistola contra la bolsa, el cañón besa la parte trasera
de mi cabeza.
—Espera. —Mi garganta está herida, mi voz está gastada de tanto
gritar como una loca cuando me atacaron y me encontré atada como un
cerdo salvaje en el maletero de mi auto. Lo sabía porque aún olía a nardo y
sándalo, el perfume que derramé unas cuantas semanas antes.
Él me agarró en el estacionamiento porque estaba cerca de mi
convertible azul cielo cuando apareció, me golpeó y me puso boca abajo
sobre el capó. Pensé que se llevaría mi cartera, mi billetera, las llaves de mi
auto. Tal vez sea un instinto de protección o tal vez sólo nos centramos en
lo que queremos que suceda.
Sólo toma las cosas y vete.
Pero eso no es lo que pasó. No quería mi cartera o billetera o las llaves
de mi auto. Él me quería a mí.
Dicen que es mejor gritar “fuego” que “Ayuda”, pero no pude decir
ninguna palabra porque me estaba ahogando con un trapo empapado en
cloroformo, que tenía sobre mi nariz y boca. El asunto con el cloroformo es
que no te desmayas de inmediato, como en las películas. Le di una patada
y luché por lo que pareció una eternidad antes de que mis brazos y piernas
quedaron insensibles, antes de que la oscuridad me tomara.
No debería haber gritado cuando desperté. Debería haber buscado la
apertura del maletero, o empujado algún cable para apagar las luces, o
haber hecho algo valiente para que los periodistas me entrevistaran más
adelante. Pero no se puede apartar el pánico, ¿sabes? Ella fue una gritona,
una perra quejumbrosa y quería salir de ahí.
Eso lo volvió loco. Me di cuenta cuando se detuvo y abrió el maletero.
Estaba cegada por un resplandor frío y azul de una farola sobre su hombro,
pero me di cuenta. Sólo para que quede claro, me arrastró tirándome del
cabello, sosteniendo contra mi boca el mismo trapo empapado en
cloroformo, que había usado cuando me ataco.
Amordazada con el trapo me obligó a salir hacia el muelle, con mis
muñecas atadas a la espalda. El dulce y penetrante olor no era tan potente,
pero me hacía sentir náuseas. Casi me atraganté con mi vómito antes de
que sacara el trapo de mi boca y me pusiera una bolsa en la cabeza. Dejé de
gritar. Podía haberme dejado morir ahogada, pero él quería que viviera, al
menos hasta que hiciera conmigo, lo que fuera para lo que me había
secuestrado. ¿Violarme? ¿Secuestrarme? ¿Pedir un rescate? Mi mente
recorrió un salvaje calidoscopio de horripilantes noticias y artículos de
revistas. Claro, siempre había sentido una punzada de compasión, pero todo
lo que tenía que hacer era cambiar el canal o voltear la página y podría alejar
la fealdad de la realidad.
Pero no me quitó la bolsa. Podría convencerme de que estaba en una
vívida pesadilla, pero el hormigueo de mi cuero cabelludo, cuando me
arrastró y tiró del cabello, dolió como el demonio. Pero el dolor era bueno.
El dolor me indicaba que estaba viva. Y mientras estuviera viva, todavía
había esperanza.
—Espera —le dije, cuando me puso de rodillas—. Lo que quieras. Por
favor… sólo. No me mates.
Estaba equivocada. Él no me quería viva. No me estaba secuestrando
o iba a exigir un rescate. No me estaba arrancando la ropa o disfrutando de
mi sufrimiento. Sólo había querido traerme aquí, donde sea que fuera aquí.
Aquí es donde me iba a matar, y no estaba perdiendo el tiempo.
—Por favor —le rogué—. Deja que mire el cielo por última vez.
Necesitaba ganar algo de tiempo, para ver si había alguna manera de
salir. Si esto realmente era el fin, no quería morir en la oscuridad, asfixiada
entre el miedo y la desesperación. Quería que mi último aliento fuera al aire
libre, en el océano, con el sonido de las olas y la espuma del mar. Quería
cerrar los ojos, fingir que era domingo por la tarde, y era una niña de dientes
separados, recogiendo conchas marinas con MaMaLu.
Hubo un momento de silencio. No conocía la voz de mi captor o su
rostro; no había ninguna imagen en mi cabeza, sólo una presencia oscura
que se cernía como una cobra gigante detrás de mí, lista para atacarme.
Contuve la respiración.
Retiró la bolsa de mi cabeza y sentí la brisa de la noche sobre mi cara.
Tardé un momento en acostumbrarme a la luz, de pronto encontré la luna.
Allí estaba, una forma de media luna perfecta, de color plata, la misma luna
que solía ver cuando me quedaba dormida como una niña, escuchando las
historias de MaMalu.
—Naciste un día en que las nubes estaban enormes e hinchadas por
la lluvia —decía mi niñera mientras acariciaba mi cabello—. Estábamos
preparados para una tormenta, pero el sol se filtraba a través del cielo. Tu
madre te acercó a la ventana y notó las motas doradas en tus pequeños ojos
grises. Tus ojos eran del color del cielo ese día. Es por eso que te llamamos
Skye, amorcito.
No había pensado en mi madre en años. No tenía recuerdos porque
había muerto cuando era pequeña. No sabía por qué estaba pensando en
ella ahora. Tal vez era porque en pocos minutos, estaría muerta también.
Mis entrañas se sacudieron ante la idea. Me preguntaba si volvería a
ver a mi madre en el más allá. Me pregunté si me la encontraría como la
gente que entrevistan en televisión afirmaba haber estado allí y regresado a
la vida. Me preguntaba si había un más allá.
Podía ver las brillantes luces de los condominios del puerto, el tráfico
parecía una serpiente roja que cruzaba la ciudad. Estábamos en un desierto
puerto deportivo frente a la bahía de San Diego. Pensé en mi padre, que me
había condicionado a no preocuparme, sólo tenía que ser yo, respirar y vivir.
Era hija única, y él ya había perdido a mi madre.
Me preguntaba si él estaba comiendo en el patio, que se alza sobre un
acantilado con vista a la tranquila playa La Jolla. Había dominado el arte de
beber vino tinto sin empapar su bigote. Utilizaba su labio inferior e inclinaba
un poco su cabeza. Me iba a perder sus pobladas patillas grises, aunque
protestaba cada vez que me daba un beso. Tres veces en mis mejillas.
Izquierda, derecha, izquierda. Siempre. No importaba si acabara de bajar
para el desayuno o si iba de viaje alrededor del mundo. Tenía armarios llenos
de zapatos de diseñador, bolsos y accesorios, pero eso es lo que extrañaría.
Tres besos de Warren Sedgewick.
—Mi padre te pagará lo que quieras —le dije—. Sin preguntas —le
rogué. Traté de negociar. Es fácil cuando estás a punto de perder la vida.
Mis ruegos no obtuvieron respuesta, a excepción de un firme empujón
que me forzaba a tener la cabeza agachada.
Mi asesino había venido preparado. Estaba arrodillada en el centro de
una gran lona que cubría la mayor parte de la cubierta. Las esquinas
estaban encadenadas a pedazos de concreto. Podía imaginar mi cadáver
enrollándose en ella, mientras me arrojaba en algún lugar en el medio del
océano.
Mi mente se rebelaba contra la imagen, pero mi corazón… mi corazón
lo sabía.
—Estimado Señor, bendice mi alma. Y vela por mi papá. Y MaMaLu
y Esteban. —Era una oración del pasado, que no había pronunciado en
años, pero las palabras se formaron automáticamente, salieron de mi boca
como pequeñas gotas de confort.
En ese momento, me di cuenta de que al final, todas las heridas,
rencores y excusas no son más que apariciones vaporosas, que se dispersan
como fantasmas pálidos con el rostro de todas las personas que quieres y
todas las personas que te aman. Porque al final, mi vida se reducía a tres
besos y tres caras: mi padre, mi niñera y su hijo, dos de los cuales no había
visto desde que salimos por el seco y polvoriento camino de Casa Paloma.
¿Quiénes son las últimas personas en que piensas antes de morir?
Cerré los ojos, anticipando el clic, el frío, la inevitabilidad de la muerte.
Son los que más amas.
2
Traducido por Selene & âmenoire
Corregido por Flochi
Canta y no llores
Canta y no llores…
Pero las lágrimas llegaron. Lloré porque no podía cantar. Lloré porque
mi lengua no podía formar las palabras. Lloré porque MaMaLu, los cielos
azules y colibríes no podían desafiar la oscuridad. Lloré para aferrarme a
ellos, y poco a poco, un paso a la vez, el terror se retiró.
Abrí los ojos y respiré profundo. Todavía estaba envuelta en la
oscuridad, pero era consciente de un balanceo constante. Tal vez mis
sentidos estaban comenzando a despertar. Traté de flexionar mis dedos.
Por favor.
Funcionen.
Muévanse.
Nada.
Mi cabeza todavía estaba punzando, de dónde me había golpeado,
pero más allá de su bum-bum-bum había voces y se estaban acercando.
—¿A menudo pasa a través de Ensenada? —La voz de una mujer.
No pude descifrar toda la respuesta, pero era profunda,
definitivamente masculina.
—… nunca antes había sacado la luz roja —estaba diciendo.
La voz de mi secuestrador, grabada en mi cerebro, junto con sus
zapatos.
—No es la gran cosa. Solo una revisión al azar antes de… cruzar la
frontera. —La voz de la mujer se desvanecía dentro y fuera—. Necesito
asegurar… el número de serie del bote sea el mismo que del motor.
La frontera.
Ensenada.
Maldición.
El movimiento de mecerse repentinamente tuvo sentido. Estaba en un
bote, probablemente el mismo en que me había sacado. Estábamos en
Ensenada, el puerto de entrada a México, unos 110 kilómetros al sur de San
Diego y la mujer muy seguramente era una oficial de migración.
Mi corazón se aceleró.
Ésta es. Tu oportunidad de escapar, Skye.
Obtén su atención. ¡Tienes que obtener su atención!
Gritaba y gritaba, pero no podía hacer un sonido. Lo que sea que me
hubiera dado había paralizado mis cuerdas vocales.
Escuché pasos arriba, lo que me hizo pensar que probablemente
estaba en algún tipo de espacio de almacenaje debajo de la cubierta.
—Solo para verificar, ¿eres Damian Caballero? —preguntó la mujer.
—Damian —corrigió. Dah-me-yahn. No Day-me-yun.
—Bueno, todo parece estar en orden. Tomaré una fotografía del
número de identificación de tu casco y luego puedes ponerte en marcha.
¡No! Estaba perdiendo mi ventana de oportunidad.
No podía patear o gritar, pero encontré que podía girar, así que eso
fue lo que hice. De izquierda a derecha, de lado a lado. Me mecí, más fuerte,
más rápido, sin saber si estaba golpeando contra algo, sin saber si estaba
haciendo alguna diferencia. La sexta o séptima vez que lo hice, escuché a
algo rallar encima de mí, como madera raspando contra madera.
Oh, por favor.
Por favor, por favor, por favor, por favor.
Puse todo en ello, incluso cuando me estaba haciendo marearme.
Algo chocó. Un fuerte golpe. Y repentinamente ya no estaba tan
oscuro.
—¿Qué fue eso? —preguntó la mujer.
—No escuché nada.
—Sonó como si viniera de abajo. ¿Te importaría si echo un vistazo?
¡Sí!
—¿Qué tienes aquí? —Su voz era más clara ahora.
Estaba cerca.
Realmente cerca.
—Cuerdas, cadenas, equipo para pescar…
Estaba observando para definir tenues líneas corriendo verticalmente
sobre mí, a centímetros de mi rostro.
Sí. ¡Puedo ver! ¡Mis ojos están bien!
Escuché una cerradura girar y luego la habitación inundada con
gloriosa y cegadora luz que me hicieron querer llorar.
Traté de alinear mis ojos con las aberturas encima de mí, las que
permitían que pasara la luz. Parecía como si estuviera sobre el piso,
atrapada bajo tablas de madera.
La silueta de un hombre apareció en las escaleras, con otra figura
debajo de él.
Aquí estoy.
Empecé a mecerme furiosamente.
—Parece que uno de tus cajas se cayó —dijo la oficial de migración.
Yo lo empujé. Encuéntrame. Por favor encuéntrame.
—Síp. —Caminó hacia mí—. Sólo necesito asegurarlas. —Atoró su
pierna contra mi caja, previniendo que se moviera.
Ahora podía ver claramente a la señora, a través de las rendijas en la
taba, no toda ella, pero sí sus manos y torso. Estaba sosteniendo algunos
papeles y tenía un radio colgando de su cinturón.
Aquí estoy.
Levanta la mirada de tus papeles. Verás la luz brillando en mis ojos.
Un paso adelante y no podrás evitar verme.
Un. Mísero. Paso.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó ella, mientras el hombre levantaba la
caja que me las había arreglado para tirar y la ponía otra vez sobre mí.
¡Sí! AYUDA. ¡Ayúdame, tú, tonta!
—Lo tengo —contestó-. Un poco de cuerda, algunos ganchos y… listos
para irnos. Ahí. Todo asegurado.
—Son unas cajas de gran tamaño. ¿Esperando una buena pesca? —
Escuché el golpeteo de sus pasos en las escaleras.
¡No! ¡Regresa!
Siento llamarte una tonta.
No me dejes.
POR FAVOR.
¡NO ME DEJES!
—Algunas veces me las arreglo para atrapar a uno bueno —contestó
él.
La petulancia en su voz envió escalofríos por mi columna.
Luego cerró la puerta y estuve sumergida de regreso en la completa y
profunda oscuridad.
3
Traducido por Lyla & âmenoire
Corregido por Flochi y Nanis
1 Bling H2O es una marca de agua embotellada de alta gama, creada por el escritor y
productor de Hollywood Kevin G. Boyd. El agua procede del manantial «English Mountain»
de las Grandes Montañas Humeantes de Tennessee, Estados Unidos, y sufre un proceso
de purificación en nueve pasos, que incluyen tratamiento con ozono, rayos ultravioleta y
microfiltración.
con gas, e ido a casa con Nick. Nunca debería haberme dirigido al
estacionamiento sola.
Miré a mi captor. Estaba limpiándose las manos en sus pantalones de
chándal. Aproveché la oportunidad para hacer un balance de mi entorno.
Era un pequeño camarote con una litera matrimonial. Las paredes eran de
gabinetes de madera oscura. Supuse que hacía de veces de espacio de
almacenamiento. Había una ventana (no lo suficientemente grande como
para arrastrarse afuera), un pestillo arriba que dejaba pasar mucha luz
(pero cerrado con una cadena), y una puerta. Incluso si salía, estábamos en
un maldito barco, en el medio del océano. No había ningún lugar para correr
y esconderse.
Mis ojos volvieron a Damian. Me estaba mirando desde debajo de su
gorra de béisbol. Era de color azul marino con las iniciales “SD” bordadas
en blanco, la insignia oficial de los Padres de San Diego. Al parecer, él estaba
en el béisbol. O tal vez lo llevaba porque lo catalogaba a la perfección:
Sádico Imbécil2.
Además, si él realmente era un fan de los Padres, entonces era un
Estúpido Soñador3 , porque San Diego era la ciudad más grande de EE.UU.
que nunca ha ganado una Serie Mundial, Super Bowl, Copa Stanley, Finales
de la NBA o cualquier otro gran campeonato de la liga de deportes. Era una
maldición que sufríamos, aunque mi padre mantenía la esperanza al
comienzo de cada temporada:
Buena suerte, Padres de San Diego. ¡Rómpete una pierna!
—Intenta algo estúpido y te romperé las piernas. —Damian recogió el
cuenco vacío que acababa de terminar y se dirigió a la puerta.
Debería haberlo golpeado en la cabeza con el taburete.
Debería haberlo tacleado así el cuenco se deslizaría y rompería, y
entonces lo apuñalaba con los cristales rotos.
—Por favor —dije en su lugar—, necesito ir al baño.
No podía pensar más allá de vaciar mi vejiga. Fui reducida a nada más
que hambre y sed y funciones corporales. Y dependía totalmente de él. “Por
favor” y “gracias” venían automáticamente cuando estás a merced de
alguien. Incluso si los odias.
Me señaló para que me levantara. Mis piernas estaban tambaleantes
y tenía que sostenerme de él. Estaba vistiendo la misma ropa, un top de
cena color crema y unos pantalones cortos, pero apenas eran reconocibles.
El atuendo parisino de Isabel Marant lucía como si hubiera pasado la noche
retozando con Rob Zombie.
Damian sintió que algo se había roto dentro de mí, o quizás sintió un
vago remordimiento por lo que me había hecho. La razón que fuera, ya no
me amarraba por las noches, aunque aún cerraba la puerta y mantenía la
llave con él mientras dormía. Cuando me levantaba, la puerta siempre
estaba abierta. Me dejaba algo de comer en el mismo lugar en donde me
había cortado el dedo, aunque el cuchillo no estaba en ningún lugar a la
vista, la amenaza de este estaba profundamente sembrada en mi cerebro.
Era libre de andar por el bote como quisiera, pero pasaba la mayoría
del tiempo acurrucada en el sofá de la cocina. Damian se mantenía arriba,
en la estación del timón, por la mayor parte. Dos personas, forzadas a estar
en una cercanía próxima, de día y de noche, se pueden comunicar a
volúmenes grandes sin decir una sola palabra. Él me recordaba el dolor y
sufrimiento y de un dedo doblemente vendado. Yo debía recordarle la
venganza y el monstruo que llevaba dentro, porque ambos nos manteníamos
lejos el uno del otro, excepto por las veces en que teníamos que comer o
dormir.
No preguntaba lo que había hecho mi padre. Lo que sea que haya
hecho mal Damian lo estaba haciendo responsable por lo que seguro es una
mentira o una mala interpretación. Warren Sedgewick era el alma más
tierna y generosa del mundo. Él usaba las conexiones en los hoteles para
construir presas, albergues, abastimientos de agua para las personas en
regiones remotas en el mundo, lugares que a nadie le importaban.
Financiaba pequeños préstamos, escuelas, bancos de comida y ayuda
médica. Se alzaba contra la injusticia, trataba a sus empleados con respeto
y dignidad, y siempre, siempre le preparaba a su hija panqueques para los
domingos.
Cuando mi padre y yo llegamos a San Diego por primera vez, había
panqueques de Mickey Mouse con azúcar espolvoreada con mucho sirope.
Luego se convirtieron en corazones y cosas de princesa. E incluso cuando
yo ya estaba grande, él se negaba a dejar que me mudara y mantenía esas
tradiciones. Recientemente, había comenzado a hacer caricaturas de mis
zapatos y mis carteras, grandes masas sin forma que él insistía debían ver
en diferentes ángulos para apreciarlos. Los condimentos cambiaban con mis
gustos, bananas con Nutella, moras frescas con azúcar café y canela,
chocolate oscuro con zumo de naranja. Mi padre tenía la habilidad de
adentrarse en mi cerebro, sacar todas las cosas que se me antojaban, y
volverlas realidad. Pensé en limón, con queso mascarpone, no porque quería
panqueques, sino solo porque él pudiera sentirlo, mi sabor de elección del
día, para que supiera que estaba viva.
La mayoría de mis moretones se estaban curando, pero mi dedo aún
estaba rojo, un crudo recordatorio de que una parte de mí estaba sellada en
una bolsa plástica, cubierta de hielo en el congelador. Me quité las uñas
acrílicas, mordiendo y jalando hasta que las arranqué, nueve en lugar de
diez, todas rotas y rajadas y cubiertas de algo blanco y feo. Pensé que era
algo apropiado de despedida para un camarada caído. Un saludo de nueve
dedos.
Extrañaba el peso del collar de mi madre en mi piel. Extrañaba mi
dedo pulgar. Extrañaba mi cabello. Sentía que todos los pequeños pedazos
que me mantenían junta estaban desmoronándose de uno a uno sin
pegamento, cayéndose, pedazo a pedazo. Estaba desapareciendo,
desintegrándome como las rocas que son comidas por el océano.
Caminé hacia cubierta por primera vez desde que Damian me arrastró
hasta allí, el día en que arrojó mi dije al agua. Estábamos en un yate de
mediano tamaño, con suficiente potencia para navegar en medio del mar,
pero lo suficientemente pequeño para evitar la atención. Damian lo tenía en
piloto automático y estaba sentado en una silla en la cubierta, con una línea
en el agua. Lo que sea que atrape sería la cena de esa noche.
Pude sentir sus ojos en mí cuando caminé hacia la barandilla. El agua
se partía en dos rastros espumosos mientras la cortábamos. Me pregunté
cuán profundo iba y cuánto lucharían mis pulmones cuando comenzaran a
llenarse de agua. Pensé en hundirme hasta el fondo, en un pedazo glorioso,
en lugar de quebrarme tortuosamente, un pequeño pedazo a la vez.
Perdóname papá.
Robé una mirada a Damian. Él se había puesto quieto, mortalmente
quieto, cómo si supiera exactamente qué estaba sucediendo en mi mente.
Conocía la resistencia de su cuerpo ahora. Él hubiera estado de la misma
forma, con todos sus músculos tensos, alertas, apretados y tensos, justo
antes de tener su trozo de venganza. Lo sentí antes, lo sentía ahora.
El bastardo. Él no iba a dejar que lo hiciera. Estaría sobre mí antes
de que pudiera poner un pie fuera de ese bote. Le pertenecía. Era dueño de
mi destino, de mi vida, de mi muerte. No necesitaba decir una palabra;
estaba allí en sus ojos. Me ordenó alejarme de la orilla. Y yo obedecí. No
podía detener el llanto, entonces lloré y lloré.
Lloré de la misma forma en que Gideon Benedict St. John había roto
el seguro de mi collar y había dejado las marcas de la cadena en mi cuello.
Esteban me había encontrado y estaba listo para patear el trasero de
Gidiota.
—Ni siquiera te atrevas. —Le hice una promesa—. Sabes lo que sucede
si te metes en problemas una vez más.
—No me importa. —Quitó el cabello de su frente. Se refería a negocios
cuando hacia eso.
—Por favor, Esteban. MaMaLu te enviará lejos y no te veré nunca más.
—MaMaLu solo está fanfarroneando.
Esteban llamaba a su madre MaMaLu. Siempre la llamaba MaMaLu.
Ella era su mamá, pero su nombre era María Luisa, así que, en alguna parte
en el camino, él había comenzado a balbucear MaMaLu, y se le quedó. Ahora
todos la llamaban MaMaLu, excepto por Victor Madera, quien trabajaba para
mí padre. Él la llamaba por su nombre completo y a MaMaLu no le parecía
gustar. O gustarle él.
—MaMaLu dijo que la próxima vez que no te portaras bien, te enviaría
con tu tío.
—¡Ha! —Se rió Esteban—. Ella no puede pasar un día sin mí.
Eso era verdad. MaMaLu y Esteban eran inseparables, un amor duro y
una vida difícil para apartarlos. No podía imaginar uno sin el otro. Ellos
dormían en una parte separada de la finca, alejados de la casa grande, una
pequeña ala que acomodaba a la servidumbre, pero yo aún podía oírles
algunas noches, como la vez que Esteban estuvo fuera todo el día y no regresó
hasta pasada la medianoche.
Ese fue el primer año que el cine abrió en la villa. Ellos presentaron Lo
Bueno, Lo Malo y Lo Feo, y Esteban se quedó para las cuatro presentaciones.
MaMaLu estaba como loca.
—¡Estebandido! —Lo había perseguido con una escoba cuando
finalmente apareció.
Esteban sabía que estaba en grandes problemas cuando ella lo llamaba
de esa forma. Podía escuchar su alarido todo el camino hasta mi habitación.
Al día siguiente él aparecía para sus deberes, luciendo como Blondie, el
personaje de Clint Eastwood de la película, usando el delantal de MaMaLu,
con un ojo morado y masticando un palillo.
El año siguiente Esteban miró El Dragón, y pensó que él era Bruce Lee.
—¿Qué haces, Skye? —preguntaba él.
—Peleo y lo hago duro. —repetía o la línea que me había enseñado a
usar, una y otra vez, porque esa era una de las líneas de las películas que él
había visto.
—¿Lista? —dijo él —. A las cinco.
5, 4, 3, 2, 1…
Intentaba liberarme de su asfixiante agarre. Tomaba su brazo usando
ambas manos y seguía la forma de la película que él me había enseñado,
atrapando su pierna con la mía y haciendo un repentino giro de 180 grados
antes de jalar todo su cuerpo.
Terminábamos en la grama, una pila de miembros y afilados codos. Me
reía. Esteban no pensaba que era una buena aprendiz de artes marciales.
—Necesitas práctica. Y disciplina. ¿Cómo piensas derrotar a Gidiota si
no siquiera puedes conmigo?
Y así practicábamos. Todos los días, Esteban se convertía en
Estebandido, aunque nunca le gustaba interpretar al chico malo.
—Solo por práctica —decía él—. Solo por ti, güerita. Hazlo así. ¡Whoee-
ahhh! ¿Lista? A las cinco.
5, 4, 3, 2, 1…
—No, no, no. —Él negó con la cabeza —. Tienes que hacer el sonido.
—¡Whooo-ah!
—No, Skye. Como un gato. ¡Whoee-ahh!
Las veces en que logré aterrizar a Esteban en su espalda, sus ojos
mostraban adoración.
—No eres tan mala para una chica —decía.
Estábamos acostados en la sombra de un árbol, mirando al cielo. Las
ramas estaban cubiertas con delicadas flores, como seda amarilla que caía
de los miembros cafés.
—Te traeré pastel mañana —dije.
Él asentía y soplaba el cabello fuera de su rostro.
—¿Patea su trasero si intenta algo, está bien?
Apretaba sus dedos y sonreía.
Esteban no fue invitado a mi fiesta de cumpleaños, pero Gidiota sí. Y
todos los otros niños que estudiaban de forma privada con la señorita
Edmonds. Había un mago, un payaso, un camión de helados y piñatas.
Globos plateados y rosados flotaban por todo el jardín. Apagué nueve velas
mientras mi padre se volvía loco con la cámara.
—Espera. No capté eso. ¿MaMaLu puedes encender las velas de nuevo?
Skye, lentamente esta vez —dijo.
Esteban se encontraba encaramado sobre una escalera, limpiando las
ventanas. De vez en cuando, le echaba un vistazo y él me sonreía. Pudo ver
el gran trozo de tarta que había escondido debajo de la mesa. Tenía tres
fresas jugosas en él. Las fresas eran las favoritas de Esteban, pero rara vez
llegaba a comerlas. El pastel era nuestro secreto y me hizo sentir como si él
fuera parte de las festividades.
Para cuando habíamos terminado con los juegos y las bolsas de botín,
la cubierta rosada se estaba derritiendo de la torta de Esteban, así que decidí
escaparme y dársela directamente.
—¿A dónde vas, Skye?
Gidiota me había seguido.
Estábamos de pie al lado de la casa. Tenía la torta de Esteban en una
mano y un vaso de limonada en el otro.
—Déjame pasar —le dije cuando me cerró el paso.
—¿Vas a comer todo eso? —preguntó.
—¿Qué te importa?
—Skye tiene un agujero en sus dientes y un agujero en su panza. ¡Es
una bruja con una panza lechona y sin madre! —Él me dio un tirón hacia
atrás mientras me empujaba más allá de él y la torta cayó despatarrada en
el suelo.
Le arrojé la limonada a la cara. Eso lo hizo enojarse muchísimo. Me
agarró por la cintura y me levantó del suelo, sacudiéndome como una muñeca
de trapo.
—¡Skye! —Esteban se detuvo delante de nosotros. El sudor se escurría
por su cara de estar en el sol—. A las cinco.
Contamos juntos en nuestras cabezas: 5, 4, 3, 2, 1…
Le di una patada a Gidiot en la rodilla. Él se dobló del dolor. Fue
suficiente para que Esteban lo atrapara desprevenido.
—¡Whoeee-ahhhh! —El puño de Esteban conectó con su cara.
Gidiota me soltó y se tambaleó hacia atrás. Se llevó la mano a la boca
y escupió un diente. Gedeón Benedict St. John parecía una anciana colorada
de dientes separados. Luego dejó escapar un grito que se oyó claramente a
través de Casa Paloma.
—Si no puedes soportarlo, no provoques —dijo Esteban.
Estoy bastante segura que era alguna línea mal traducida de una
película de artes marciales. No importaba. Esteban no tuvo tiempo para
elaborar algo más. Victor Madera nos encontró. Él echó un vistazo a la
situación y agarró a Esteban por el cuello.
—¡Pequeño rufián!
Esteban se retorció en las manos de Victor a medida que el hombre se
lo llevaba.
—La tocas otra vez y te veré en el infierno —dijo a Gideon.
Iba todo lo alto con los diálogos de película. Si no hubiera estado tan
aterrada por él, me habría reído.
Los adultos empezaron a reunirse y todo el mundo estaba preocupado
por Gidiota. Estaban pisoteando por completo las fresas de Esteban.
¡No era justo!
Decidí seguir a Victor y Esteban, pero no conseguí verlos. Me di por
vencida y penosamente volví a mi habitación.
Esteban había estado allí, probablemente antes de que empezara la
fiesta. Él me había dejado un regalo en la cama. Una jirafa perfecta de papel.
La recogí y me quedé maravillada de su destreza. Cuando Esteban era
pequeño, no tenía muchos juguetes, así que MaMaLu le enseñó origami. No
podía permitirse el lujo de comprarme regalos de lujo, así que creó mundos
enteros de papel… maravillosos animales mágicos que sólo había visto en
libros, o escuchado en las historias que MaMaLu inventaba: dragones, leones
y camellos, y algo que parecía un canguro, pero tenía un cuerno sobresaliendo
de su nariz. ¿Un canguroceronte?
—¿Skye? —Mi padre llamó a mi puerta—. ¿Quieres decirme lo que
sucedió con Gideon?
—En realidad no. —Tomé la jirafa desgarbada y levanté su cuello hacia
arriba.
—¿Eso es de Esteban?
No le respondí.
—Déjame ver. —Me la quitó y examinó la desgarbada caligrafía dorada
en el papel.
—Es hermosa, ¿verdad? —pregunté.
—Así es. También es de un libro raro que le falta a mi colección. Sé que
eres amiga de él, pero acaba de sacarle un diente a Gideon, ¿y ahora ha
tomado un libro de mi biblioteca? Eso es robar, Skye.
—¡Él no se llevó nada! Yo se lo di.
—¿En serio? —Mi padre puso la jirafa en la cama—. Entonces sabrás
de qué color es la cubierta. —Me miró expectante.
—Papá… —Estaba al borde de las lágrimas, dividida entre mi padre y
mi amigo—. Esteban probablemente pensó que era sólo un libro viejo y
polvoriento que nadie echaría de menos. Sé que él nunca lo robaría. Sólo lo
tomó prestado porque le gusta hacerme cosas muy bonitas con papel.
Mi padre se quedó en silencio durante mucho tiempo.
—Eres tan parecida a tu madre. —Pasó el pulgar sobre el medallón que
llevaba puesto—. Ella también me tenía envuelto alrededor de su dedo.
—Dime la historia de cómo se conocieron.
—¿De nuevo?
—De nuevo.
Él rió.
—Bueno, acababa de graduarme de la universidad, sin un centavo a
mi nombre, pero quería ver el mundo y me encontré en Caboras con algunos
de mis amigos. En nuestra última noche, nos colamos en una boda y allí
estaba ella: Adriana Nina Torres, la chica más bella del mundo. Le dije que
era un empresario exitoso, un amigo del novio. Llamó a seguridad por mí y
me tuvo encerrado por hacerme pasar por un huésped en la boda de su
hermano. Supe que era amor a primera vista cuando vino a sacarme al día
siguiente.
—Me gustaría haberla conocido. —Nunca me cansaría de escuchar su
historia, de cómo tuvo que probarse a sí mismo para ganarse a su familia.
—Eras lo más preciado en su vida, Skye. No pude protegerla, pero
prometo que será diferente para ti. Casi estoy allí. Sólo un poco más y seremos
libres.
No sabía lo que quería decir, pero sabía que extrañaba a mi madre, y
amaba a pesar que siempre estaba lejos.
—Señor Sedgewick —interrumpió Victor Madera desde la puerta—, los
padres de Gideon St. John están abajo. Están exigiendo que se haga algo
respecto a Esteban.
—Papá. —Tiré de la mano de mi padre—. Por favor no le digas a
MaMaLu acerca de... —Hice un gesto hacia la jirafa de papel. No quería darle
a Victor más municiones de las que tenía. Parecía disfrutar atormentando a
Esteban—. Dijo que lo enviaría lejos.
—Quiero el libro devuelto de inmediato. —Mi padre me lanzó una
mirada de advertencia—. Y no más "préstamos". —Tomó mi mano y nos
fuimos abajo para enfrentar a Gidiota y sus padres. Estaban sentados con
rigidez en el sofá mientras MaMaLu y Esteban estaban parados detrás de
ellos.
Para todas las amenazas de MaMaLu, protegía a Esteban con ferocidad
cuando se necesitaba, pero también conocía su lugar y conocía sus límites.
—Estaré de acuerdo con cualquier castigo que señor Sedgewick crea
conveniente para mi hijo. —Sostuvo su cabeza en alto.
El señor y la señora St. John se giraron hacia mi padre mientras Gidiota
nos sonrió a Esteban y a mí.
—Lo siento —dijo mi padre cuando sonó su teléfono—. Tengo que tomar
esto. —Habló durante unos momentos y colgó—. Me temo que algo urgente ha
surgido, pero puedo asegurar que el asunto será tratado adecuadamente. —
Les dejó poco espacio a los St. John para protestar mientras los veía salir—.
Encárgate de él, Victor. —Señaló hacia Esteban cuando se fueron.
Victor sonrió a MaMaLu, pero ella no le devolvió la sonrisa. No creo que
le gustara que Victor eligiera el castigo de Esteban.
—Y una cosa más. —Mi padre regresó antes que ella pudiera decir
algo—. Dile a la señorita Edmonds que puede esperar a un nuevo estudiante
comenzando la próxima semana. Quiero que Esteban se una a la clase.
La mandíbula de MaMaLu cayó.
—Gracias, señor Sedgewick. Muchas gracias.
—Creo que tienes un libro para devolver, jovencito —dijo mi padre a
Esteban—. Espero que estés en clase y te mantengas fuera de problemas. —
Supe que lo estaba haciendo para evitar que MaMaLu lo enviara lejos.
—Sí, señor. Lo haré. —Esteban estaba sonriendo tan grande que pensé
que su rostro se rompería.
—Feliz cumpleaños, Skye. —Mi padre me guiñó un ojo antes de dirigirse
de nuevo hacia fuera. En ese momento, mi mundo estaba completo. Estaba
tan feliz, ni siquiera me importó cuando Victor le dijo a Esteban que lo siguiera
afuera para su castigo.
MaMaLu se quedó conmigo. Abrimos el resto de los presentes y ella hizo
sonidos de asombro ante los regalos extravagantes. Pusimos la jirafa de
Esteban a un lado, con todas sus otras creaciones, porque sabía era lo que
más me gustaba.
Casi era de noche cuando MaMaLu abrió la ventana y jadeó. Volé hasta
su lado y vi a Esteban sobre sus manos y rodillas en el jardín, cortando el
césped... con un par de tijeras. Era el jardín en la parte posterior, con
amapolas y malezas espinosas. Esteban hacía una mueca con cada paso.
Las palmas de sus manos y rodillas estaban en carne viva y su camiseta se
pegaba a él por el sudor y el esfuerzo.
Sabía que MaMaLu quería maldecir a Victor, pero se mordió la lengua.
Cepilló mi cabello y me metió en la cama.
—¿Vas a contarme una historia esta noche, MaMaLu? —pregunté.
Se metió en la cama conmigo y puso su brazo alrededor de mí.
Cuando Esteban terminó, se subió por la ventana y escuchó. Era un
cuento que no habíamos oído antes, sobre un cisne mágico que aparecía en
los terrenos de Casa Paloma. Si lo veías, serías bendecido con un tesoro raro.
MaMaLu nos dijo que el cisne se escondía en el jardín, pero de vez en cuando,
en una luna nueva, le gusta nadar en el estanque de lirios, cerca del árbol
con las flores amarillas.
Esteban me sonrió. Flexionó los dedos dado que estaban entumecidos
por sostener las tijeras durante tanto tiempo. Le devolví la sonrisa. Casa
Paloma significaba la Casa de las Palomas. Confía en MaMaLu para meter
un cisne. Ambos sabíamos que no había cisnes mágicos, pero nos gustaba el
sonido de la voz de MaMaLu.
—Cántanos la canción de cuna —dije, cuando terminó la historia.
Esteban se deslizó y se arrodilló junto a la cama. MaMaLu le volvió la
cara. Todavía estaba enfadada con él por golpear a Gidiota, pero lo dejó poner
su cabeza sobre su regazo.
De la Sierra Morena,
Cielito lindo, vienen bajando...
Estaba oscuro cuando al fin vimos las colinas de Bahía Tortuga. Tenía
el presentimiento que era más por planeación que por coincidencia. Damian
había planeado esto para que llegáramos en la hora que menos atención
recibiéramos. Mi corazón se aceleró al acercarnos al muelle. Tenía que tomar
cualquier oportunidad que se me presentara en las próximas horas.
Me quedé de pie frente al espejo e inspiré hondo. Mi cabello estaba
sucio y enredado, y me quedaba enorme una de las camisetas de Damian.
Me metí en la ducha y lavé mi cabello. La gente ayudaría menos a una chica
grasienta y desaliñada, por lo que miré en mis bolsas de compras y me puse
un top ajustado y unos vaqueros cortos desgastados. Piernas y senos
siempre llamaban la atención. Encontré una paleta de maquillaje y me puse
un poco de delineador y brillo labial.
Para cuando terminé, Damian ya había echado el ancla. No estábamos
tan cerca del muelle como hubiera querido, y al mirar por la ventana sólo vi
otros dos botes. Era el sitio solitario perfecto para una parada técnica.
Mi esperanza volvió a surgir cuando un par de pangas vinieron a
recibirnos. Si no fuera por el brillo amarillo de sus lámparas de keroseno en
los mástiles, no habría visto las pequeñas canoas. Recordaba lo suficiente
del español para entender que nos ofrecían sus servicios, y el negociado de
tarifas por diésel y agua. Pensé en correr arriba, gritando por ayuda, pero
estaba oscuro y Damian podría reducirme con facilidad antes de que llamara
mucho la atención.
Seguía mirando por la ventanita del cuarto cuando Damian entró. Se
detuvo en seco al verme. Por un largo, glorioso segundo, no estuvo en
control. Su mirada recorrió el largo de mis piernas, sobre los pantalones
cortos, y se mantuvo en mi escote generado por el escandaloso top. ¡Ja! No
era inmune después de todo. Vio mi mirada de satisfacción antes de que
pudiera ocultarla, y entrecerró los ojos.
Mierda.
Retrocedí un paso por cada uno que él avanzaba, hasta que quedé
atrapada contra la pared.
Dios, era intenso. Y deliberado. Y podía decir cosas con sus ojos que
hacían que me temblaran las rodillas. Tenía un lado de la cara amoratado y
distorsionado por el golpe que le di. Me sujetó ambas muñecas con una
mano y las atrapó sobre mi cabeza. Cada parte de mi cuerpo se encendió
por el calor que sentía emanando de su cuerpo, aunque sólo me tocara con
una mano. Apoyó un dedo en la V de mi blusa, repasando el peligrosamente
bajo escote. Su toque era tan suave, apenas lo sentía.
—¿Skye? —Parecía hipnotizado por las rápidas subidas de mi pecho.
Tragué saliva.
—No juegues con el escorpión a no ser que quieras que te piquen. —
Y movió a un costado la camiseta.
Los botones redondos cayeron al suelo y rodaron como ojos,
sorprendidos por la visión de mi pecho desnudo.
—Somos violentos, depredadores y estamos llenos de veneno. —Me
mostró los dientes y rompió en dos mi blusa.
Tomó una tira y con ella ató mis muñecas. Luego usó lo que quedó
colgando como una correa para llevarme a la cama.
—Has intentando que te mire por días ya. Ahora que tienes mi
atención, ¿qué piensas hacer? —Se inclinó hacia adelante, tan cerca que me
caí en el colchón, intentando alejarme de él—. ¿O es que quieres que yo haga
todo el trabajo para que tu mimado coño reciba una probada del otro lado,
pero aún puedas decirte que no tuviste opción? —Se trepó encima de mí,
lentamente, hasta quedar nariz con nariz.
Sentía como si el infierno acabara de tragarme. Podía oír a los
hombres afuera, llenando los tanques. ¿Acaso podrían oírme si gritaba?
—¿Te gustaría que los invitara a pasar? —Damian me ató las muñecas
a la cama—. ¿Realmente piensas que estarás más a salvo con ellos que
conmigo? —Cortó otra tira de tela, dándome la oportunidad para gritar o
chillar o pedir ayuda. Cuando no lo hice, la ató alrededor de mi boca.
Se sentó sobre sus talones, arrodillado entre mis piernas, y pasó un
dedo desde mi cuello al broche delantero de mi sostén. Dejé de respirar.
Siguió avanzando, pasando por mi estómago, hasta llegar a la cintura de
mis shorts. Jugó con la pretina, disfrutando lo agitada que me tenía.
—Un pajarito tan asustado —dijo. Y envolvió mis piernas en su
cadera, haciendo que yo quedara presionada contra su dura erección—.
Deberías ser más lista que esto para provocarme.
Se frotó contra mí así, totalmente vestido, apoyando su peso y
extensión contra mí. Luego Saltó de la cama y abrió mis piernas, atándolas
en las esquinas de la cama. Cerré los ojos mientras me rodeaba, revisando
los nudos, asegurándose de que se mantuvieran. No podía parar de temblar.
Estaba completa, completamente a su merced.
—Tal vez ahora te comportarás —dijo él.
Mi corazón estaba latiendo al triple de su ritmo normal.
Esperaba sus manos en mí, pero se puso su gorra de béisbol, apagó
las luces y se fue, cerrando la puerta con llave detrás de él. Lo escuché
conversando con los hombres y luego el sonido de un pequeño motor,
cuando una de las pangas se fue hacia la costa.
Me pregunté si había llevado mi dedo cortado al correo para enviarlo
a mi padre
Estrega Especial para Warren Sedgewick
Debería haber sentido alivio por la tarea que lo hubiera llevado lejos,
pero solo sentí aprensión, sin saber cuándo regresaría o lo que me esperaba.
Mi mente giraba infinitamente, terroríficos agujeros de gusano en la
oscuridad, lo peor de todo era la penosa posibilidad de que no estaría
peleando contra él cuando regresara.
La primera vez que Esteban vio a Skye, fue a través de unas barras de
madera. No sabía si estaban allí para mantenerla adentro, como a los
animales peligrosos del zoológico, o para que él no pasara, como las
ventanas de las vidrieras contra las cuales pegaba la nariz cuando iba a la
gran ciudad con MaMaLu.
—¿Por qué está en una jaula? —preguntó.
—No es una jaula. —Rió MaMaLu.
—Es una cuna —dijo Adriana Sedgwick. Era la madre de la bebé, y
parecía salida de una de esas revistas que le gustaba leer.
Esteban tenía cuatro años. Nunca había visto una cuna. Dormía con
MaMaLu, en un pequeño cuarto en el ala de la servidumbre. Le gustaba más
que cuando dormían en casa del hermano de MaMaLu, Fernando. Algunos
días Fernando llegaba borracho y se encontraba con que MaMaLu lo había
dejado afuera. Esas noches, gritaba, maldecía y aporreaba la puerta. Otras
veces, les traía elote, mazorca hervida, y los llevaba a pasear al mar en su
panga. Esteban nunca sabía qué tipo de día iba a ser, por lo que estaba
constantemente andando en puntillas alrededor de su tío.
Una tarde, Fernando llegó con un amigo.
—Ven, Esteban —dijo haciéndole un gesto al niño—. Ven y saluda a
mi amigo, Victor Madera.
Justo en ese momento, MaMaLu entró y Victor Madera desvió la
mirada.
—¿Y ella es…?
—Mi hermana, María Luisa —dijo Fernando.
Victor no pudo sacarle los ojos de encima. Había oído sobre María
Luisa. Era su negocio el tener un seguimiento sobre todo y todos. Fernando
le había contado cosas sobre ella que debería haber mantenido en privado,
pero cuando un hombre tiene una debilidad, sean las apuestas o el alcohol
o las mujeres, siempre puedes hacer que hable.
—Fernando me dice que estás buscando trabajo.
—Es cierto —respondió. Su vestido era ceñido en el escote.
—Puede que tenga algo para ti. —Victor tan solo quería verla desnuda.
Esa noche, fue con Adriana Sedgewick, y le dijo que había encontrado
una niñera.
—Dile que venga mañana y la entrevisto —respondió ella.
Victor había sido guardaespaldas de su padre, un hombre de negocios
acaudalado que trabajaba en las zonas oscuras de México. La seguridad de
su familia siempre había sido una prioridad. Victor fue empleado de su
padre muchos años, pero incomodaba a Adriana. Ella desearía que su padre
no hubiera insistido en que Victor la acompañara cuando se casó con
Warren, pero esa había sido una condición. Y la otra fue que Warren entrara
en el negocio familiar.
—¿De qué iba eso? —preguntó Warren. Abrazó la barriga embarazada
de su mujer y le olfateó el cuello.
Ella no respondió, optando en cambio por tomarle la mano y llevarla
hacia dónde el bebé estaba pateando.
—¿Alguna vez te arrepientes? —preguntó ella.
—¿De qué?
—De casarte conmigo, de dejar San Diego por Paza del Mar.
Involucrarte con mi familia.
—Adriana, ya hemos hablado de esto. Además, ellos no están
directamente involucrados, y yo tampoco.
—Lavar dinero para un cartel es estar involucrado directamente, no
importa cuántas personas nos separen de ellos. Sé que lo hiciste por mí. Mi
padre…
—Tu padre vio a un joven e idiota estadounidense enamorado de su
hija y le dio una oportunidad. Vio a alguien que podría sacar dinero de
México y yo vi una oportunidad para darte las cosas que siempre has tenido.
Recogemos nuestra parte, y en unos años, nos vamos. Ese es el plan, nena.
Corto y dulce. —La besó—. ¿Y qué quería Victor?
—Dice que conoce a alguien que podría ser una buena niñera.
—¿Ahora está recomendando niñeras?
Adriana rió.
—Si ella es remotamente parecida a él, no creo que me vaya a gustar
mucho.
Pero Adriana se llevó una agradable sorpresa. Estaba esperando a
alguien más joven, más fría, pero MaMaLu era lista, vibrante y atenta. Era
bilingüe y cambiaba fácilmente entre español e inglés. Lo que más le gustó
a Adriana fue que llegó con su hijo en la cadera.
—Este es Esteban —dijo, con mucho orgullo.
Adriana le hizo preguntas, pero más que nada, los vio interactuando.
Para el final de la entrevista, estaba segura. Si alguien iba a ayudarla a criar
a su hijo, era MaMaLu. Era cariñosa, pero no tenía miedo de poner
disciplina. Sabía cuándo ceder y cuándo plantarse. Estaba llena de historias
sobre todo, y reales o inventadas, había algo mágico en ellas, en ella misma.
—El bebé tiene fecha recién dentro de una semana, pero me gustaría
que te fueras adaptando. ¿Puedes empezar mañana?
Y así comenzó una profunda y verdadera amistad entre dos mujeres
diferentes.
Adriana murió cuando Skye tenía tres años. Estaba en la ciudad,
visitando a su padre, cuando sucedió. Todos supieron que la bala iba
dirigida a él, por una disputa con el cártel. Después de enterrar a su hija,
abandonó todos los negociados con ellos, pero no pudo sacar a su yerno. El
cartel quería a alguien con pasaporte estadounidense, y lo querían lo
suficiente para amenazar a Skye. Le llevó seis años a Warren el poder salir,
y en ese tiempo, MaMaLu se aseguró de que la hija de Adriana nunca
sintiera la falta de su madre. La amaba como si fuera propia. Cuando Skye
despertaba, la primera persona que veía era a MaMaLu, y cuando Skye iba
a dormir, lo hacía con la voz de MaMaLu.
Esteban resentía a la niña que le había robado a su madre. Quería
todas las sonrisas y canciones de MaMaLu para sí mismo. De noche,
esperaba a que llegara a casa, y cuando ella no llegaba, trepaba el árbol de
la ventana de Skye y se sentaba a refunfuñar allí. Skye ya no usaba cuna y
MaMaLu se sentaba en la cama a su lado, para hacerla dormir. A veces,
MaMaLu invitaba a Esteban a entrar, pero él siempre sacudía la cabeza.
Estaba seguro de que la niña no era real. Su cabello era del color de los
halos que había visto en las imágenes de la iglesia, y la luz de la lámpara de
la mesita de noche lo hacían parecer como suaves y doradas plumas.
Esteban no se engañaba. Sabía que ella un día volaría lejos, pero hasta
entonces, fingía ser real para que MaMaLu se quedara y la cuidara.
Esteban iba todos los días a la habitación de Skye para escuchar
retazos de las historias de MaMaLu. Muy pronto, se encontró entrando y
sentándose en el suelo para oír lo que ella decía. Se acercaba, poquito a
poquito, hasta poder apoyar la cabeza en la pierna de MaMaLu. Una noche,
ella le canto la canción de cuna que le solía cantar cuando él era más
pequeño. Esteban sabía que era para él porque Skye ya dormía, pero tan
pronto MaMaLu dejó de cantar, Skye se dio la vuelta.
—Otra vez, MaMaLu —dijo ella.
—¡No! —Esteban se puso de pie y alejó a MaMaLu de ella—. ¡Esa es
mi canción!
—¿Ban? —Se frotó los ojos adormecidos y lo miró.
—¡Soy Esteban, no Ban!
—Ban. —Salió de la cama, arrastrando su manta con ella, y la
depositó a sus pies.
—¿Qué es lo que quiere? —Esteban la miró con desconfianza.
—Quiere que te quedes —respondió MaMaLu.
La niñita le tomó la mano antes de que él pudiera saltar por la
ventana. Sus deditos regordetes se sentían bastante reales mientras lo
forzaba a agacharse. Se estiró en la manta y apoyo su cabeza en el regazo
de él. Esteban estaba confundido. Miró a MaMaLu, pero ella simplemente
cubrió a la niña con otra manta y volvió a cantar. Esteban no movió un
músculo hasta que Skye se durmió. Cuando estuvo seguro de que no
despertaría, le tocó el cabello de ángel. Huh. Eso también se sentía bastante
real.
Después de eso, todos los días, la pequeña buscaba a Esteban. Se
negaba a dormirse hasta que él hubiera entrado por la ventana.
Ban se volvió Eban.
Y Eban se volvió Teban.
Y Teban se volvió Esteban.
Esteban había comenzado a ir por MaMaLu, pero ahora iba por Skye.
Mientras los años pasaron, su amistad creció. Él le enseñó a hacer cometas
con periódicos y escobas, y ella le mostró los discos que su padre le traía de
los viajes a Estados Unidos. Cuando escucharon “Drops of Jupiter”, el
cabello de Skye brillaba por el sol y Esteban imaginó que Jupiter estaba
hecho del oro más pálido. A veces se imaginaba galaxias enteras adentro del
collar que ella usaba.
Cuando Esteban veía a Warren Sedgewick con Skye, se preguntaba lo
que sería tener un padre. Esperaba que MaMaLu no se casara con Victor
Madera, quien se metía en el cuarto cuando pensaba que él ya dormía. Esas
noches, MaMaLu levantaba la separación casera del cuarto. Él no podía ver
por la tela pesada, pero podía escucharlos, y odiaba los sonidos pesados que
Victor hacía. Esteban siempre sabía cuando Victor iba a visitarlos, porque
MaMaLu no cantaba en todo ese día.
Una noche, MaMaLu y Victor tuvieron una pelea, y ella lo echó. Él
apareció la noche siguiente con un ramo de lirios en un jarrón de terracota.
—Cásate conmigo, María Luisa —le dijo. Insistía en llamarla María
Luisa porque no soportaba que fuera la MaMaLu de Esteban, o que otro
hombre pudiera tocarla.
MaMaLu no respondió. Comenzó a cerrarle la puerta en la cara.
—¿Así que a esto hemos llegado? —Impidió que cerrara poniendo el
pie—. ¿Has olvidado quién te rescató de Fernando, te consiguió este trabajo
y un hogar para ti y tu hijo?
—Eso fue hace años, Victor. Desde entonces he pagado lo que
correspondía. Ya terminé. No quiero saber nada más de ti.
Victor abrió la puerta a la fuerza y tiró las flores. MaMaLu retrocedió,
tropezando con las flores caídas.
—Te crees demasiado para mí, ¿no es eso? ¿Le has dicho a tu hijo que
es un bastardo?
MaMaLu jadeó.
—¿Pensaste que no lo sabía? Ah sí. Fernando me lo dijo. El padre de
Esteban no murió pescando. Se escapó mientras estaban planeando su
boda. No quería saber nada de ti ni de tu bastardo. Te estoy dando la
oportunidad de recuperar tu honor. Deberías estar agradecida que estoy
dispuesto a darle mi nombre al chico.
—Ni él ni yo necesitamos tu nombre. Preferiría vivir sin honor que
tomar el nombre de un hombre que toma vidas por dinero.
—Soy un guardaespaldas. Defiendo a la gente.
—¿Entonces dónde estabas cuando mataron a Adriana? Se suponía
que estarías con ella. Suena conveniente que justo te llamaran a otro lado
cuando sucedió. De hecho, apostaría que…
—¡Cállate! —Victor sujetó a MaMaLu del cuello y la sacudió hasta
hacerla jadear por aire.
Esteban salto de la cama y lo atacó. Le golpeó el estómago a Victor
con la cabeza y le quitó el aire.
—¡Suéltala!
Pero Victor era más fuerte. Soltó a MaMaLu para controlar a Esteban.
Esteban pateo y golpeó al aire antes de que Victor lo arrojara al suelo.
—Te arrepentirás de esto. —Victor señaló a MaMaLu con un dedo.
—Sal. Sal antes de que llame al señor Sedgewick.
Victor escupió a sus pies y se volvió sobre los talones. MaMaLu se
quedó de pie, alta y erguida, hasta que se fue. Luego corrió junto a Esteban.
—¿Estás bien, cariño?
Esteban tragó el bulto en su garganta.
—¿Es cierto lo que dijo? ¿Mi papa no murió? ¿Solo… se fue? Nunca
me quiso.
—No fue tu culpa, Esteban. Fue la mía. Era joven y tonta. Pensé que
me amaba.
Desde que Esteban podía recordar, MaMaLu había sido una
luchadora. Era orgullosa y fuerte, y nunca lloraba. Pero ahora, enormes
lágrimas comenzaron a caer de sus ojos. Las contuvo todo lo que pudo, pero
cuando parpadeaba, no paraban de caer.
Y entonces MaMaLu lloró, con lastimeros sollozos que desgarraron a
Esteban. Él no había sido capaz de defenderla. No sabía cómo reconfortarla.
Así que hizo lo único que lo reconfortaba a él. Apoyó la cabeza en su regazo
y le cantó.
Ay, yai, yai, yai
Canta y no llores…
13
Traducido por Jenn Cassie Grey
Corregido por VckyFer
Damian y Rafael eran jóvenes, pero no eran tan jóvenes como algunos
de los otros chicos que el cartel utilizaba para servir a sus propósitos, chicos
que contrabandeaban heroína y cocaína a través de la frontera, quienes
servían como diversiones desechables o mensajeros discretos. Algunos de
ellos lo hacían voluntariamente, seducidos por el atractivo del dinero y
poder. Otras fueron forzadas a ello. Sus padres habían sido asesinados o
raptados, o eran indigentes y desesperados. Se dieron a cada uno apodos
que les daban sentido de pertenencia, de ser fuertes e invencibles en un
gran y malvado mundo: El Flaco Luis, Teflon Marco, Eddie el Codero, Dos
Cicatrices.
La primera vez que llamaron a Damian “Damian Un Ojo”, porque
dormía con un ojo abierto, les dio una mirada tan helada que retrocedieron.
Damian era fiero, un lobo solitario que nadie se atrevía a cruzarse o
molestar. No hubo tiempo inactivo para Damian. Mientras el resto de ellos
cantaba a ritmo oomph-oomph junto a las jactanciosas letras de la música
de narcos, Damian alineaba latas de refresco y practicaba tiros con una
honda. Si el comandante les hacía hacer una docena de lagartijas en el
campo de entrenamiento, Damian volvía a casa y hacía tres docenas más.
El único que no estaba temeroso de la oscura e implacable intensidad
de Damian era Rafael. Seguía a Damian por los alrededores, feliz con mirar,
aceptando los silencios. No le pregunto a Damian por la caja de cigarrillos
que Damian sostenía cada noche, o el recorte del periódico que sacaba para
leer cuando pensaba que nadie estaba mirando.
Cada día, nuevos reclutas llegaban. Las chicas y mujeres eran
llevadas a la tercera planta, los duros y curtidos hombres ocupaban el piso
a nivel del suelo, y el segundo piso estaba asignado a los chicos y hombres
jóvenes. Cada día, alguien se iba y nunca regresaba. Aquellos que habían
sido personalmente reclutados por El Charro tenían una cosa en común.
Todos habían sido jodidos por alguien: familia, amigos, sus jefes, sus novios,
la sociedad o alguien más poderoso que ellos.
Carecían de oportunidad. Estaban enojados y sin educación, con
ninguna posibilidad de trabajo o un futuro. Eran aquellos quienes estaban
más enfadados con todo el mundo.
Sin importar cómo llegaron allí, todos tenían un rol que cumplir.
Damian, Rafael, y algunos de los otros chicos estaban entrenando para ser
sicarios, asesinos a sueldo. Sicarios eran los soldados rasos del cartel,
responsables de llevar a cabo asesinatos, secuestros, tretas, extorciones y
defender el territorio de grupos rivales y la milicia mexicana.
Caboras era el terreno perfecto para el campo de entrenamiento
temporal que el cartel había erguido en los dominios inundados de
corrientes de polvo, esparcidos entre extensión urbano de concreto y metal.
Aquí, jóvenes hombres y mujeres practicaban en campos de tiro al aire libre
y duros entrenamiento de combate, allí luego eran abandonados o usados
intermitentemente. Unos pocos destacados, quienes mostraban talento y
tenían una mano estable, progresaban a instalaciones especiales donde
aprendían como trabajar con explosivos. Damian encajaba en el criterio
perfectamente. Años de doblar papeles en arrugas más pronunciadas, y la
compleja creación de formas y formas, lo hicieron adecuado para hacer y
desactivar bombas. Aprendió la diferencia entre C-4 y TNT, y pólvora y
fuegos artificiales; aprendió sobre radios de explosión y placas de circuitos;
y temporizadores y gatillos.
Damian había llevado algunas de las preguntas a casa con él. Estaba
batallando con los cálculos cuando Rafael lo encontró.
—Estaré de regreso enseguida —dijo Damian.
Cuando volvió con la calculadora, Rafael había llenado todos los
números. Damian los comprobó.
—¿Cómo diablos hiciste eso? —preguntó. Cada uno de ellos estaba
correcto.
—En mi cabeza.
Damian lo miro incrédulamente.
—Me gustan las matemáticas —respondió Rafael—. Me mantenían
ocupado cuando mis padres estaban en la cantina.
—¿Qué hay de esta otra? —Damian apuntó a otra pregunta.
Rafael sonrió. Estaba feliz que había algo que podía hacer para
impresionar a Damian. Los dos chicos unieron sus cabezas y trabajaron a
través del resto de los cálculos.
Toda mi vida, las personas me han cuidado. Cada capricho había sido
atendido, cada necesidad cumplida. Me quedé en la cocina, mirando los
estantes, dándome cuenta de lo mal preparada que estaba para cuidar de
alguien. Podía hacer café y tostadas, o un plato de cereal, pero ahora
mirando los condimentos y frascos de cosas que podrían ser, sin duda
combinadas para hacer algo agradable, no tenía idea de cómo.
Saqué una lata de sopa de tomate. A los enfermos les hace bien la
sopa. Y galletas. Agarré un paquete de esas. Miré por la ventana mientras
la sopa se calentaba en la estufa. El contraste de aguas azules contra la
tosca pared de piedra caliza lucía como algo sacado de una revista de viajes.
Una brisa tropical se arremolinaba a través de la cocina. Estaba pintada
suave y terrosa, como mazapán y mantequilla de calabaza. No podía
imaginar a Damian eligiendo la combinación de colores. Por otra parte, era
el perfecto refugio del frío y duro mundo en el que vivía. Aquí, había calidez
y sol y luz.
Damian me miró con cautela cuando entré a la habitación con su
bandeja de comida. Evidentemente, no disfrutaba ser dependiente de
alguien, pero sabía que solo estaba usando su rudeza para enmascarar la
vulnerabilidad. Él odiaba el estar débil y el necesitar cuidado. Él odiaba la
culpa que iba con ser cuidado por mí. Pero era exactamente eso lo que él
necesitada. Necesitaba saber que él valía la pena para ser cuidado, que no
iba a abandonarlo como pensó había hecho todos estos años, que a pesar
de todo lo que había pasado, aún estada a su lado. No sabía cuánto tiempo
transcurrió, porque señor, solo conseguir que cooperara para que yo pudiera
sostenerlo para que comiera fue toda una producción.
Coloqué la bandeja en la cama y volteé la cuchara hacia él. Él se
limitó a mirar la bandeja. Sabía que estaba pensando en todas las veces en
las que había hecho lo mismo por mí en el bote, trayéndome comida, salvo
en circunstancias muy diferentes. Sabía lo que le había tomado solo levantar
la cuchara. La sostuvo sobre el cuenco y la puso abajo de nuevo. Su
garganta se contrajo mientras combatía lo que fuera que estaba
atormentándolo.
Me di cuenta que nadie había cuidado de Damian, no desde MaMaLu,
no cuando estaba enfermo, ni cuando estaba herido. El mundo le había
negado su ternura, y ahora él no sabía qué hacer con ella, cómo reaccionar.
Él había derribado por si solo a un líder narcotraficante, pero un cuenco de
sopa lo estaba derribando. Él quería que lo odiara por lo que había hecho.
Ojo por ojo. Tenía sentido para él. Esto no, no bondad donde esperaba odio.
Estaba convirtiendo todo su mundo al revés.
Quería poner mi mano en sus puños cerrados y decirle que estaba
bien, pero me levanté y me fui. Sabía que nunca comería mientras mirara.
Unas horas más tarde, cuando fui a su habitación, estaba durmiendo. Había
tomado sus pastillas, pero dejado la comida intacta.
Rafael tenía razón.
Damian era un bastardo obstinado.
Abrí más latas de sopa. Más bandejas volvieron intactas. Estaba lista
para sujetarlo y forzarlo a alimentarse cuando encontré un frasco de
cacahuates tostado. Cuando Damian abrió los ojos esa tarde, estaba
sentada en una silla mirándolo.
—Ya era hora —dije, arrojándome un puñado de cacahuates a la boca.
Crunch, crunch, crunch.
Miró hacia mí y luego al cono de cacahuates que había fabricado con
la cubierta de una revista, pero no dijo nada.
Seguí comiendo. Crunch, crunch, crunch.
Él tenía que estar hambriento. Famélico. Era solo demasiado
jodidamente orgulloso para dejarme hacer cualquier cosa por él.
—Pensé que eras alérgica al cacahuate —dijo
—Sabes bien que no lo soy.
Por un fugaz segundo, la insinuación de una sonrisa apareció en sus
labios.
Allí estaba, un recuerdo que había logrado traspasar sus defensas: yo
descubriendo el helado de chocolate y mantequilla de cacahuate y
escondiéndolo debajo de mi cama para compartirlo con él. No quedaba nada
cuando él escaló a través de la ventana a la madrugada. Me había comido
toda la maldita cosa y estaba tratando de no enfermarme.
Fallé. Y él me ayudó a limpiar la evidencia.
—Tú sabías —dije, dándome cuenta del porqué él no había
parpadeado cuando le dije que era alérgica al cacahuate. Pensé en él
hidratándose los pies—. Tú. Imbécil.
Se rió, atrapando el cacahuate que arrojé hacia él.
Damian maldito Caballero rió. Y era la cosa más hermosa que alguna
vez había visto. Fingí que no tenía importancia, como si mi respiración no
se hubiera atascado, como si mi garganta no estuviera apretada, cuando
tiré el resto de los cacahuates en su regazo, me alejé.
Necesitaba estar sola para que pudiera abrazar ese momento, el
momento en que su cara se había quebrado en una sonrisa. Él necesitaba
estar solo para que pudiera comer esos cacahuates sin sentirse como si yo
hubiera preparado algo especial para él.
Era un caso de alto perfil. La gente desaparecía cada día, pero una
heredera secuestrada que supera todas las posibilidades y recibe un disparo
durante una misión de rescate tenia a todos zumbando. Damian podría
haber dicho su versión de la historia. Los reporteros estaban hambrientos
por eso, pero él tenía los labios apretados durante los procedimientos. Él
había hecho lo que había hecho y nada iba a cambiarlo. Fue casi un alivio
cuando el juez dictó su condena y los medios consiguieron su libra de carne.
En su primer día en prisión, Damian sabía que podía caminar como
una oveja o podía tomar el toro por los cuernos. Lo que escogiera fijaría el
tono por el resto de su encarcelamiento. Mantuvo la cabeza baja por la
mayor parte del día, mirando y aprendiendo. Sobrevivir el nombre del juego
y su tiempo en Caboras le había servido bien.
La mayoría de los prisioneros se segregaban a sí mismos de acuerdo
a lealtad racial. Había poder en los números. Si estabas en una pandilla,
estabas protegidos. Las personas lo pensaban dos veces antes de colocarse
en tu cara, así que escogías un campamento y te mantenías con él. Damian
encontró tres grupos en el campo: NMB. Negros, mexicanos y blancos.
Siempre había alguien que no encajaba y algunos de ellos dispersados en
grupos más pequeños. Había esos que corrían con Dios, mayormente
cristianos y musulmanes, los homosexuales y transgéneros y esos que se
destacaban como solitarios: cadenas perpetuas, criminales de carrera y
endurecidos hombres viejos. No importa a qué grupo pertenecieran, todos
eran hombres que habían cometido delitos mayores, asesinato, robo,
secuestro, traición.
Había otra sección, separada y removida, para prisioneros que no
podían ser puestos con la población general: El patio de las necesidades
sensibles. Era donde ponían a los reclusos de alta notoriedad (ex policías,
celebridades, asesinos seriales), delincuentes sexuales (violadores y
pedófilos) y hombres con problemas de salud mental.
El correccional de Robert Dailey, al este de San Diego, no era un lugar
que albergara a criminales de cuello blanco o aquellos que cometieron
delitos menores. Era una prisión desolada, rodeada de cortinas de alambre
y matorrales de polvorientas flores silvestres, a tiro de piedra de las colonias
y maquiladoras de Tijuana. Era el lugar al que había sido enviado a cumplir
su condena.
Cuando la campana sonó para la cena a las cuatro de la tarde,
Damian salió arrastrando los pies en una sola línea con los otros internos
en su unidad de vivienda. El salón Hall era un cuarto cavernoso rectangular
con una docena de mesas de acero inoxidable, cada una para sentar ocho
personas.
A ambos lados del salón había guardias armados, monitoreando a los
prisioneros detrás de cubículos de vidrio. Una fila de seis trabajadores de
cocina convictos movían las bandejas a lo largo, reuniéndolas, detrás de una
barrera de cristal parecido al de una cafetería. Ese día, estaban sirviendo
filete de pollo frito con puré de papas, salsa, una delgada rebanada de pan
de elote y gelatina.
Damian tomó su bandeja, llenó su taza de plástico proporcionada por
el estado con agua fría y se unió a los prisioneros homosexuales. Monique,
el interno negro de 1.93 metros corpulento, levanto una delgada ceja
rasurada cuando Damian se sentó frente a él. Por un momento, Damian
vaciló, preguntándose si Monique era su mejor opción para establecer una
reputación. Monique tenía cadena perpetua y quien llamaba el tiro para el
grupo, un ex–boxeador con bíceps tan espesos como troncos de árbol. Los
oficiales de correccional requieren un representante de cada grupo. Si
hubiera problemas entre diferentes afiliaciones, los guardias encerraban a
todos y juntaban a los representantes para resolver la situación. Esto
permitía a los prisioneros controlarse a sí mismos y el sistema iba mejor
para todo mundo.
Como pago, los representantes ganaban favores o “cartas de jugo” de
los guardias. Monique obviamente tenía un montón de esos, desde su labial
morado a su esmalte de uñas negro, a las perlas estilo Nueva Orleans
alrededor de su cuello. Era el más grande, más poderosos, más extravagante
carácter en el cuarto. Por lo tanto, cuando Damian se inclinó sobre la mesa,
tomó la empanada de Monique y le arrancó un gran bocado, todo se detuvo.
El personal de la cocina se detuvo, la salsa goteaba de sus cucharas. El
parloteo cesó. Todos los ojos estaban enfocados en Monique y Damian.
Monique parpadeó. ¿Este pedazo de carne fresca, este recién llegado,
simplemente se pasó la comida de su plato? Solo un tonto podía faltarle al
respeto a otro prisionero tan descaradamente ¿Y este tonto había decidido
enredarse con él?
Damian necesitaba una reacción. Rápido. Antes de que los guardias
estuvieran involucrados. Levantó su taza y salpicó agua helada, fría en la
cara de Monique. Monique dejó que el agua goteara por su nariz y bajara su
barbilla. Limpió su cara sin romper el contacto visual con Damian. Y
entonces se desató el caos.
Si vas a meterte en una pelea de prisión, sé el primero en golpear, pensó
Damian mientras golpeaba su codo en la garganta de Monique,
consiguiendo la caja de voz. Le tomó al tipo más grande un segundo
recuperarse. Para entonces, estaban rodeados por un círculo de convictos,
manteniendo a los guardias en la bahía.
Monique se lanzó al otro lado de la mesa, derribando a Damian de la
silla. Los dos hombres golpearon el suelo, luchando entre sí. Damian obtuvo
fuertes golpes en la barbilla, la mandíbula, el pecho. Cada golpe se sintió
como si fuera golpeado por un martillo. Monique se levantó sobre él, pisando
su empeine para mantenerlo inmovilizado, así no podía luchar de nuevo
hacia arriba. Tomó el cuello de Damian, tomando medidas drásticas sobre
la tráquea, asfixiándolo con agarre de hierro, antes de golpear su cabeza
contra el piso. Todo el aire en los pulmones de Damian lo dejó con un silbido
aguado.
Damian sentía como si su cara fuera a explotar, como si toda la sangre
se hubiera acumulado en su cabeza y Monique estuviera apretando la llave,
aislándola del resto de su cuerpo. Monique estaba esquivando sus golpes,
golpes que estaban perdiendo fuerza rápidamente mientras la visión de
Damian comenzaba a desvanecerse. Los internos mirando hacia ellos se
tornaron borrosos, un uniforme azul fundiéndose con otro. El ruido, el caos,
Los cantos se volvieron distantes. El rostro de Skye flotaba frente a él,
inolvidable y congelado, el momento antes de que jalara el gatillo, sus ojos
golpeados, el callado “no” que ella había gesticulado.
¿Qué hiciste Damian?, escuchaba su voz en su cabeza.
Voy a pelear de vuelta y voy a pelear fuerte
Los ojos de Damian se abrieron. Tomó las perlas alrededor del cuello
de Monique y jaló. Cuando la cara de Monique estuvo lo suficientemente
cerca, Damian le dio un cabezazo en la nariz. Monique soltó a Damian y se
agarró la nariz. La sangre cayó sobre su camisa de algodón azul. Damian
golpeo a Monique en la mandíbula y se puso encima de él. Para el momento
en que llegaron los guardias, la cara de Monique estaba abierta y morada
de labial untado y los golpes de Damian.
Mientras arrastraban a Damian y a Monique lejos, el mar de
prisioneros se apartó. Ambos hombres estaban inestables en sus pies,
sangrientos y maltratados, pero una cosa estaba clara: Damian Caballero
no era un hombre con el que alguien quisiera meterse.
Cuando Damian entró a la corte, Skye fue la primera persona que vio.
Sus ojos fueron automáticamente hacia ella porque así era. Cuando estaban
en el mismo lugar, ella atraía toda su atención.
Se veía diferente, no era la chica que pertenecía a una torre de marfil y
no era la chica que pertenecía a su cama en la isla. No se veía como la Skye
de Warren o la Skye de Damian, o una decepcionada Skye de en medio. Esta
Skye pertenecía a sí misma. Lo que sea que hubiera pasado desde la isla la
había cambiado. Damian sintió la retracción, como si ella se hubiera cerrado,
no solo para él, sino a todo a su alrededor. Estaba sentada en la misma
habitación, pero en su propia zona, respirando su propio aire.
La bala había rozado su hombro y aunque había salido sin daño
permanente, su brazo todavía estaba en un cabestrillo por la herida. Damian
no podía mirarla sin pensar en su sangre goteando por sus dedos en el
momento que la atrapó. Sangre que él había derramado. Los hombres de
Warren lo aprehendieron. Habían cargado a Skye y a Victor, que se había
desmayado por la pérdida de sangre, al helicóptero. Warren había volado con
ellos al hospital, mientras Damian era llevado —esposado y resguardado— a
la estación de policía. Rafael lo había mantenido informado de la situación de
Skye y su recuperación, pero él no la había visto desde su arresto.
Era rubia de nuevo. Su elegante cabello a la altura de la barbilla estaba
atorado detrás de su oreja. Desde el ángulo de Damian, acentuaba sus labios
rosas llenos y lo hacían anhelar por las cosas de las que había perdido
derechos cuando jaló el gatillo.
Skye estaba en medio de su padre y Nick Turner, el tipo con el que
había ido a cenar la noche en que Damian la había secuestrado. Damian lo
odiaba por sentarse tan cerca de ella, por ser capaz de sentarse tan cerca con
ella, su hombro tocando el de ella. Lo odiaba más que nada por el solo
privilegio de todos los cargos que Nick había presentado en su contra, porque
Nick era también el abogado que estaba procesando a Damian.
A pesar de la doble nacionalidad de Damian —mexicana y
estadounidense— estaba siendo juzgado en San Diego porque había
secuestrado a Skye en suelo estadounidense. Excepto que nunca llegó a
juicio. Damian se declaró culpable. Había mutilado a Victor, secuestrado a
Skye, la había mantenido cautiva, le había cortado el dedo y finalmente, le
disparo. El abogado de Damian y Nick elaboraron una negociación, con Nick
presionando por una sentencia más dura.
Nick despreciaba a Damian por llevarse a la chica que había llegado a
adorar y por las cosas que creía que le había hecho. A pesar de que Skye se
negó a ver a Nick fuera de los procedimientos legales, Nick estaba convencido
de que era por el trauma que había sufrido y que, con el tiempo, ella le daría
otra oportunidad. Él no le creía cuando ella le dijo que se había enamorado
de Damian. ¿Y qué si Damian era este chico Esteban que ella había conocido?
Skye no tenía la mente en claro y dependía de él y de Warren poner a Damian
tras las rejas para siempre. Ellos elevaron el cargo de secuestro a secuestro
agravado, dado que Damian le había causado daño corporal a Skye. Ellos
querían culparlo de violación agravada, pero Skye insistió en que el sexo
había sido consensual y se negó a dejarlos convertirlo en algo feo.
Por supuesto Damian no sabía nada de esto mientras miraba a Skye
entre los dos hombres. Los veía como una unidad, un trio de fuerzas unidas.
Lo que sea que escojas, Damian, entiende que siempre, siempre te
amaré, ella le había dicho.
Él quería creer eso. Quería mucho creer en eso, pero ¿cómo podría,
sabiendo que ella estaba ocultando la única cosa que le podría dar algo de
indulgencia? El hecho de que la había dejado ir. Le había dado libertad, la
dejó y ella había vuelto a él. Era algo que solo ellos dos sabían. Sí, él había
tomado la decisión equivocada. Le había dado la oscuridad cuando solo
debería haberse mantenido a su lado, pero necesitaba saber que a ella aún
le importaba, hubiera pasado felizmente el resto de su vida encerrado en una
caja por todas las cosas que había hecho, pero necesitaba ese momento fugaz
de luz, así podría saber que había sido real para ella.
Mientras Damian se levantó frente al juez, listo para recibir su
sentencia, sus ojos cayeron en Skye. Una mirada, un vistazo de esos
inolvidables ojos grises y sería redimido.
DI algo, me estoy dando por vencido contigo.
Pero ella mantuvo la cabeza abajo. No lo había mirado en todo el tiempo
y no lo miraba ahora. Skye sabía que, si lo hacía, si levantaba la mirada de
su regazo, no sería capaz de mantener nada de él y si lo mantenía junto por
mucho tiempo todo, se derrumbaría. Cuanto antes este caso quedara cerrado,
sería mejor para todos.
Ella le había dicho a su padre y a Nick que Damian la había dejado ir,
que ella había sido la que había regresado, pero ellos estaban convencidos
de que había sufrido algún tipo de crisis psicológica. Estaban preparados
para llamar a un psiquiatra para desacreditar cualquier cosa favorable que
tuviera para decir acerca de Damian y testificar que estaba sufriendo
Síndrome de Estocolmo y Desorden de Estrés Post-Traumático.
—No puedo entender por qué lo estás defendiendo, Skye. —Su padre
había marchado dentro del cuarto de hospital donde ella se estaba
recuperando de la herida de bala—. Ve lo que te ha hecho. Te disparó, Skye.
Él iba a dispararme, pero terminó disparándote a ti. ¿Es el tipo de hombre que
quieres que ande libre? ¿Alguien que está tan cegado por la venganza que no
puede ver bien?
—Tú también estabas ciego, papá, tan ciego que no puedes ver lo que
le hiciste a MaMaL…
—¿Quieres saber qué le hice a MaMaLu? —Los ojos de Warren
destellaron con indignación—. Yo salvé a MaMaLu. Es correcto. Yo la salvé.
El Charro y sus hombres la habrían matado. Prisión era el lugar más seguro
para ella. Fuera de vista, fuera de la mente. Le pagué a Victor una pequeña
fortuna para asegurar que Esteban estaba vigilado y que MaMaLu tuviera
todo lo que necesitara en Valdemoros. No sé si algo de ese dinero le llegó a
ella. Sospecho que Victor usó ese dinero para comenzar su negocio de
seguridad privada, pero eso es irrelevante ahora. Tan pronto como
estuviéramos establecidos en nuestro nuevo hogar, iba a mandar por
MaMaLu y Esteban, darles nuevas identidades y patrocinarlos de nuevo.
»Se lo debía. Una nueva vida, un nuevo comienzo. Pero no funciona de
esa manera. Ella murió antes de que pudiera sacarlos. Estuve buscando a
Esteban, pero su tío se había ido y él había desaparecido. No había rastro de
él. Nadie sabía a dónde había ido o qué había pasado con él. Cerré ese
capítulo de nuestras vidas con corazón pesado, Skye. Quemé las cartas que
escribiste. Rompió mi corazón, pero quería protegerte. Eras tan joven, estaba
seguro que olvidarías. Pensé que sería más fácil si asumías que ellos se
habían mudado. —Warren suspiró y se dejó caer en la silla—. Si hay una
cosa de la que me arrepiento, aparte de no dejar México cuando tu madre
estaba viva, es MaMaLu. Y si Damian quiere ir tras de mí por eso; bien. Pero
no lo voy a dejar que se salga con esto. —Hizo un gesto a la cama de Skye y
todas las maquinas pitando a su alrededor. Skye cerró los ojos. Tantos
malentendidos, tanto tiempo perdido, cada hombre tercamente parado en su
esquina.
—Damian necesita saber lo que pasó, papá, cuales eran tus
intenciones.
—Él nunca me dio la oportunidad de explicar, ¿o sí? Él solo hizo
conjeturas. Juez, jurado y justicia en sus manos. Te secuestró, te lastimó e
hirió a un hombre permanentemente. Victor nunca podrá hacer uso de ese
brazo. Los doctores lo han vuelto a unir, pero los nervios están cortados. Eso
es irreversible.
—¡Fue en defensa propia! —dijo Skye. Estaba harta de la guerra sin
fin—. Victor estaba bajo contrato contigo. Sabía en lo que se metía. Los riesgos
van mano a mano con su trabajo. Damian no tenía un arma. Estaba herido.
Fue Victor el que lo amenazó con una pistola.
—¿Por qué? —Su padre parecía exhausto—. ¿Por qué tienes que pelear
conmigo en cada turno? Déjame manejar esto, Skye. Un día miraras atrás y
lo veras. No eres tú mismo justo ahora. No sabes…
—¡Suficiente! —Skye cortó a su padre—. Suficiente.
Fue entonces cuando la vieja Skye se apagó y una nueva Skye tomó su
lugar.
—Me rindo —dijo—, me rindo contigo y me rindo con Damian. No dejaré
que ninguno de ustedes me use para llegar al otro.
Nick la instó a rechazar el acuerdo con el fiscal que había ofrecido el
abogado de Damian, pero Skye sabía que, si el caso iba a juicio, pintarían a
Damian como un monstruo y tendrían su testimonio negado. Todos lo que
habían compartido sería manchado y violado. Y así, llegó a un acuerdo con
Nick y su padre. No pondrían a Skye con un psiquiatra si ella no los forzaba,
si mantenía la boca cerrada acerca de Damian dejándola ir.
Así que se sentó ahí, en la sala de la corte, mirando a su regazo, incluso
si su cara se quemaba donde los ojos de Damian pasaban sobre ella. Su amor
no había sido suficiente. Él había retirado un arma, solo para levantar otra.
Cuando llegó a empujar, su amor no había sido suficiente.
El juez sentenció a Damian a ocho años, porque había mostrado
remordimiento al declararse culpable y la corte se había librado del tiempo y
costo de un juicio largo. Nick y Warren no se veían muy felices, pero era un
lapso de tiempo que habían anticipado y habían acordado.
Rafael le dio a Damian una breve inclinación de cabeza mientras lo
esposaban.
Damian giró para ver a Skye una última vez antes de que lo sacaran,
aún hambriento, aún desesperado por una mirada. Lo que había sentido, no
podía expresarlo con palabras, tristeza, pérdida, la sensación de
decepcionarla y defraudarse a sí mismo. Skye mantuvo sus ojos fijos en su
regazo.
Damian hizo más cisnes de papel para la niña. Los dejó tumbados
sobre dónde sabía que los iba a encontrar: clavados en la puerta, situados
en el porche, colgando de una cadena del árbol de la ventana de Skye. Ella
nunca habló con él, pero siempre tomó los cisnes, y se fue antes de que
oscureciera.
Damian se detuvo por uno de los mercados al aire libre que habían
surgido entre Casa Paloma y Paza del Mar. Recogió frutas y verduras frescas
y carne.
Casi había terminado cuando vio latas de atún apiladas en un estante.
Te hice algo, Skye había dicho.
Su ceviche había resultado ser la peor cosa que jamás había probado,
pero aquellas cuatro palabras, esas cuatro palabras habían quemado su
mundo celosamente guardado aparte. Nadie lo había amado o luchado por
él, o le había hecho sentir de la forma en la que Skye lo hacía. La forma en
que todavía lo hacía.
La mayoría de los días, Damian se mantuvo ocupado lo suficiente para
alejar los pensamientos de Skye. Las noches eran diferentes. Por la noche,
no tenía defensa. Se tumbó en la cama con un hambre tan amplia y tan
vasta que se sintió ahogado en ella. Nada, ni siquiera la caja de Lucky Strike
debajo de la almohada, podría mantenerlo lejos de caer en el agujero de
succión de su alma en el centro de su corazón.
Mientras conducía a casa del mercado, Damian se preguntó dónde
estaría Skye, si habría encontrado a alguien que la mereciera más que él,
alguien que le trajera más felicidad que dolor. Se había mantenido
deliberadamente alejado de cualquier información sobre ella. Si sabía dónde
vivía, en dónde trabajaba, dónde hacía compras, no podría haber dejado de
buscarla, y no estaba seguro de lo que haría si la veía de nuevo, incluso si
era solo desde el otro lado de la calle. Vivir sin ella era agonía, pero la idea
de verla con otra persona, no importa cuán feliz y realizada, era
insoportable.
Damian dejó caer cuatro bolsas de comestibles en la cocina y se dirigió
de nuevo al auto para buscar el resto. Al llegar a la puerta principal, la niña
pasó junto a él, arrastrando el resto hacia el interior.
—¿No puedes hacer algo más? —Ella se dejó caer sobre uno de los
taburetes y colocó un cisne de papel sobre el mostrador.
—¿No te gustan los cisnes? —Él había dejado ese escondido debajo de
una piedra en el estanque, hace pocos días, con su cuello expiatorio.
—¿Por qué solo hacer cisnes?
—Debido a que mi mamá me contó sobre un cisne mágico que se
esconde aquí en los jardines. No he encontrado uno, pero me recuerdas a
él.
—¿Yo?
—Sí. Tú me haces reír. Esa es una magia poderosa. Y creo que te vas
a transformar en un hermoso cisne.
—¿Me estás llamando un patito feo? —Ella saltó del taburete y lo
confrontó.
—No. Solo estoy… —Damian cogió la ingle e instintivamente saltó
hacia atrás. No le gustaba la forma en que esta niña había saltado alrededor
como un conejo—. ¿Tú sabes lo que eres? Eres una gran matona. Me
pateaste, me espiaste, entras y sales de aquí sin mi permiso, y ahora estás
tratando de intimidarme.
Se miraron el uno al otro, con las manos de ella en las caderas, y él
protegiéndose sus bolas.
—¿Qué significa" intimidar "? —preguntó.
—Asustar, aterrorizar, o empujar a alguien.
Su ceño se suavizó. Parecía que le gustaba la idea.
—Eres divertido —dijo ella, su cara se iluminaba con una sonrisa.
—Y tienes hoyuelos. —Damian fingió disgusto.
Se quedó en silencio y lo vio guardar las cosas.
—Ahora este lugar luce lindo —dijo—. Siempre fue triste.
—¿Te gusta?
—Es bueno. —Ella lo miró por un momento—. ¿Cuál es tu nombre?
—Los Bandidos no tienen nombres.
—No eres un bandido. —Ella se rió—. Los Bandidos hacen desastres.
Tú lo hiciste bien.
—Gracias. Y eres bienvenida de venir en cualquier momento, siempre
y cuando tus padres estén de acuerdo con eso.
—Yo puedo cuidar de mí misma.
—Puede que sea así, pero estoy seguro de que a tu madre le gustaría
saber dónde te encuentras. ¿Está en tu casa, esperándote?
—Mi mamá está en Valdemoros.
Damian sintió un nudo en la boca del estómago. La palabra en sí le
evocaba recuerdos grises, hormigón cargado. Quería preguntarle acerca de
su padre, pero al crecer sin uno, tendió a ser más sensible.
—¿Tienes otra familia?
Ella se encogió de hombros.
—¿Quién te cuida? —preguntó Damian.
—Mi mamá, por supuesto. —Ella parecía sorprendida por la pregunta.
Damian sabía que los niños en Valdemoros estaban permitidos hasta
una cierta edad con sus madres. No se había dado cuenta de que los dejaban
salir para ir a la escuela.
—¿Cuándo saldrá tu mamá?
—Pronto.
Ella parecía estar tomando todo con calma, pero eso explicaba por qué
se detuvo en Casa Paloma. Fue un breve respiro antes de dirigirse de nuevo
a la severidad de Valdemoros.
—Me tengo que ir ahora —dijo ella, recuperando el cisne en el
mostrador y metiéndolo en el bolsillo.
Damian la observó recoger la bolsa de la escuela de lona verde que
había dejado junto a la puerta.
—No me dijiste tu nombre —dijo.
—Sierra. Mi nombre es Sierra. —Se dio la vuelta, caminando en
sentido contrario hacia la puerta.
Damian acababa de hablar por teléfono con Rafael cuando vio a Sierra
de nuevo. Él maldijo al panel de vidrio que estaba instalando en los
armarios.
—¿Qué demonios ha pasado?
—Piojos —respondió ella.
Sus largos y oscuros mechones se habían reducido a un corte de
cabello y parecía como si se hubiera reducido durante la noche. Fue
probablemente debido a sus grandes ojos de gama ahora tragarse toda su
cara, pero Damian sintió un tirón de las cuerdas del corazón. Valdemoros
no era lugar para un niño. Los piojos era el menor de los horrores que ella
enfrentó. Si él hubiera sido más joven cuando tomaron a MaMaLu en
prisión, podría haber sido esta niña. Él podría haber sido Sierra.
—Oye, ¿quieres hacer algo divertido hoy?
Ella dejó caer la bolsa en el suelo y cogió el taburete que fue
rápidamente convirtiéndose en su lugar.
—¿Qué?
—¿Alguna vez has estado en un barco?
Los ojos de Sierra se iluminaron.
Fue el comienzo de muchas aventuras, tanto en el agua, dentro y
fuera. Damian le enseñó a Sierra cómo colocar un cebo en un gancho de
pesca, cómo dirigir, cómo leer el cielo. Ella intentó engañarlo para que le
hiciera su tarea de matemáticas hasta que comenzó a contestar cada
pregunta erróneamente, lo que le valió la expulsión permanente del derecho
de la tarea. Él trató de mostrarle cómo hacer cisnes de papel, pero se
necesita concentración y disciplina, ¿y cómo podría ella cuando había
barandillas para deslizarse, y mariquitas para atrapar y helados para comer
antes de que ella volviera? Sus cisnes eran descuidados y desordenados y
caían de sus caras, pico hacia abajo.
Damian y Sierra luchaban, discutían y se reían de las dos horas que
estaban allí después de la escuela. Pasó una semana, y luego dos y luego
tres. Poco a poco, Damian comenzó a sanar. Sus noches todavía estaban
llenas de un profundo sentimiento de anhelo de Skye, pero tenía algo de lo
que preocuparse en los días que Sierra venía. Cuando Rafael lo vino a visitar,
reparó en el cambio sutil.
—Maldita sea. Este lugar tiene un aspecto fantástico. —Dio la vuelta,
de habitación en habitación—. Pero tú. —Le dio una palmada en la espalda
a Damian—. Te ves mejor.
Damian había perdido la palidez que viene con años de confinamiento.
Se había mantenido en forma en la cárcel, pero ahora tenía la robustez de
un hombre con raíces. La Casa Paloma era su hogar, y Damian no solo
estaba restaurando la estructura, que fue re-aprendizaje de felicidad, sino
que también estaba recableandose a sí mismo, volviendo a ver el mundo a
través de la Sierra.
—¿Por lo tanto, voy a conocer a esta niña? —preguntó Rafael, dejando
de lado los papeles del negocio que necesitaban la atención de Damian.
—Hoy no. Es día de los muertos.
Día de los Muertos es una fiesta mexicana que se celebra durante dos
días: el día de los Angelitos, dedicado a las almas de los niños que habían
fallecido, y el Día de Los Muertos, que se celebra al día siguiente, en honor
a los espíritus de los difuntos adultos.
El día de los muertos era un recuerdo de los seres queridos que habían
fallecido, y una celebración de la continuidad de la vida. Fue un día
importante para Damian porque finalmente había conseguido una nueva
lápida para MaMaLu, completamente hecha en honor a su memoria. Había
tardado semanas para poder encargarla y había recibido una llamada por la
mañana, que ya la habían colocado.
—¿Estás listo? —preguntó Rafael.
—Lo estoy —dijo Damian.
Se dirigieron a Paza del Mar, tomando nota de las novedades que
ahora se alineaban a cada lado de las pequeñas casas de la modesta
carretera, intercaladas con lujosas mansiones, hoteles, tiendas y
restaurantes. El área había pasado por dos fases distintas: antes del Charro
y después del Charro. Lo que antes había sido un pequeño pueblo de
pescadores que había servido como un puesto para los tratos del señor de
la droga, había florecido después de su muerte. Las tasas del crimen cayeron
y los turistas comenzaron a llegar, la apertura de puestos de trabajo y de
comercio. La presencia de extranjeros había disuadido al cartel de tratar de
restablecer el control sobre Paza del Mar. Un turista atrapado en el fuego
cruzado fue una mala noticia. Inevitablemente atrajo atención internacional,
y los capos preferían mantenerse fuera de los reflectores. La sombra del
miedo levantó lentamente el pequeño pueblo soñoliento. Se transformó en
una encantadora escapada para relajarse, los residentes sin saber de los
dos niños que lo habían hecho posible, los dos chicos que como hombres
ahora, estaban estacionados fuera de Camila.
Rafael había comprado y renombrado La Sombra, la cantina donde
sus padres habían trabajado, y lo convirtió en su lugar favorito para los
locales. Se detenía cada vez que estaba en la ciudad, comprobando al
gerente, aprobando el menú y cerciorándose de lo que tenía que cuidar. Era
dos veces el tamaño de ahora, pintada de blanco, azul y un fresco amarillo,
con techos altos y un patio verde semicircular. La cocina era fresca y
sabrosa. Los fines de semana vibraban con música en vivo. Acordeones y
guitarras acompañados de cervezas bien frías, mientras que la cocina servía
muchos tacos rellenos de carne, queso y jalapeños, y brochetas de vieiras
con salsa y semilla de calabaza.
Camila, estaba cerrado en el día de los muertos, pero Rafael puso un
cubo de caléndulas y cempasúchil silvestres en el lugar donde sus padres
habían muerto. Damian recordó a MaMaLu explicándole la celebración. Ella
creía que era un momento en que los fallecidos eran devueltos a sus familias
y amigos, cuando los vivos y muertos se unían, aunque solo sería por un
breve tiempo. Se suponía que las caléndulas eran para guiar a los espíritus
a sus seres queridos, con su vibrante color y aroma. Damian y Rafael
estaban en silencio, en el restaurante vacío en el que Juan Pablo y Camila,
una vez habían bailado melodías crepitantes en la radio, cada una en honor
a sus recuerdos de la pareja.
Cuando salieron, siguieron los ríos de gente caminando al cementerio.
Las calles estaban llenas de cráneos de papel decorativo, coloridas linternas,
y los esqueletos de plástico que danzaban en el viento. Los pescadores
celebraban vigilia en sus botes de remos, con antorchas que se reflejaban
en el agua.
La estatua del arcángel Miguel brillaba en la tarde, guardando la
entrada a la iglesia. Detrás de ella, en el cementerio, las familias se sentaban
en mantas de picnic junto a las tumbas, comiendo la comida favorita de sus
seres queridos: montones de frutas, cacahuetes, platos de mole de guajolote,
pilas de tortillas y panes del Día de los Muertos llamados pan de muerto.
Otros todavía estaban limpiando tumbas y creando ofrendas, altares
decorativos adornados con velas, incienso, caléndulas, cráneos del azúcar,
y brillantes crestas de gallo y flores rojas. Juguetes, agua, chocolate caliente
y dulces se extendían hacia fuera para los angelitos, mientras que los tiros
de mezcal, Tequila y cigarrillos se les ofrecía a los espíritus de los adultos.
En todas partes, las personas estaban comiendo, bebiendo, jugando a las
cartas o recordando el pasado.
Damian estaba al pie de la tumba de MaMaLu. La nueva lápida era
simple, no demasiado grande o adornada, exactamente como ella lo hubiera
querido. Una sensación de paz se instaló sobre él mientras leía la
inscripción. Se había asegurado que su número de prisionera fuera
removido. Ella no era una ladrona, y no debería ser recordada como tal.
Damian nunca fue capaz de determinar el día exacto en que ella falleció,
pero su fecha de muerte estaba ahora escrita. Había elegido el día que
escuchó su canto por última vez, a la sombra de los árboles a través de
Valdemoros.
—¿Quién trajo las velas y las flores? —preguntó Rafael.
La tumba de MaMaLu estaba decorada con guirnaldas de papel de
colores y los pilares de velas encendidas en frascos de vidrio. En el centro
había un cráneo de papel maché en una cama de caléndulas brillantes.
—¡Oye, Bandido! —Damian sintió que alguien le tiraba de la manga.
—¡Sierra! —Él sonrió y la tomó en brazos.
Llevaba unos vaqueros, una sudadera con capucha negra y zapatillas
de deporte con cordones de neón verde.
—Por favor, bájame —dijo ella, solemnemente, como si acabara de
sacar la vergüenza de ella.
—Por supuesto —dijo Damian.
—Finalmente, una chica a la que realmente escuchas —dijo Rafael.
—¿Quién eres tú? —Sierra entrecerró los ojos hacia él.
Damian los presentó, antes de dirigirse a Sierra.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Estoy aquí con mi mamá. —Ella señaló a alguien en la multitud.
—Creía que tu madre estaba en la cárcel. ¿La liberaron?
Sierra se rascó la cabeza.
—Dijiste que estaba en Valdemoros.
—Ella trabaja allí, tonto.
—¿Así que no vives allí con ella?
—¿Si vivo en Valdemoros? —Sierra rió.
—Pero tu cabello. Los piojos. Pensé que te habías contagiado en la
prisión.
—Eso es porque a veces voy con ella. Y me olvidó de lo que ella me
dice. Dejé que una de las chicas trenzara mi cabello, e hice lo mismo con su
cabello, y compartimos el mismo peine.
Damian no se había dado cuenta de lo mucho que las erradas
suposiciones sobre Sierra le habían afectado, hasta que sintió un alivio al
levantar sus hombros. La pequeña niña loca había logrado arrastrarse a su
corazón.
—Todavía tengo algunas tumbas para decorar. —Ella levantó los dos
cubos que estaba sosteniendo—. Mi abuela y mi abuelo. ¿Quieren ayudar?
—Ustedes dos vayan —dijo Rafael—. Esperaré aquí.
Damian dejó que Sierra lo arrastrara a través de la multitud, a otra
tumba en la parte oculta del cementerio. Las parcelas eran más grandes y
marcadas con losas de mármol y altos granito suave. Sin duda no es era el
lote de prisión.
—Aquí —dijo Sierra. Ella comenzó a limpiar el polvo de la lápida y le
dio los cubos—. Coloca las flores y las otras cosas.
—Sí, jefe —dijo Damian, sonriendo mientras colocaba caléndulas en
la tumba.
Metió la mano en el otro cubo y sacó algunas velas. Y un cráneo de
papel maché muy parecido al que había visto en la tumba de MaMaLu.
—Venden una gran cantidad de estos —dijo, sosteniéndolo.
—Yo lo hice —dijo Sierra, dando un paso atrás de la lápida.
En la memoria cariñosa de Adriana Nina Sedgewick, se leía.
Damian dejó caer la calavera que sostenía.
—Adriana… Sedgewick. —Su cabeza empezó a girar con tanta fuerza,
que apenas podía hablar.
—Ella es la madre de mi madre. La madre de mi padre está enterrada
en el otro lado. También le hice ella una calavera de papel. Y este es mi
abuelo. —Sierra se trasladó a la tumba adyacente. Era más nueva y no
necesitaba tanta limpieza.
Damian no vio nada más allá del nombre tallado en piedra:
Warren Henderson Sedgewick.
—Yo no los conocí, pero mi mamá dice que el abuelo amaba a la
abuela Warren Adriana mucho. —Sierra seguía parloteando, sin prestar
atención al hecho de que sus palabras le caían como asteroides deshonestos
a Damian, dejándolo fuera de órbita, enviándolo mareado y desorientado en
un caos total, sin límites—. Cuando murió —continuó—, dijo que quería ser
enterrado junto a ella. Mi mamá y el abuelo vivían en San Diego. Eso está
en los Estados Unidos. Pero cuando vino a enterrar al abuelo, mi madre se
quedó. Ella dice que es porque creció aquí, pero creo que es también porque
tres de mis abuelos están enterrados aquí. No conozco a mi otro abuelo. No
sé quién es mi padre tampoco. Su nombre es Damian. Él es el que está en
prisión. Prisión real. No trabaja allí, como mi ma…
—¡Sierra! Te he estado buscando por todos lados. Te dije que nos
encontráramos en… —Skye se detuvo en seco. Estaba sosteniendo velas,
una en cada mano. Se apagaron con su fuerte exhalación.
Se quedaron paralizadas, Damian de rodillas sobre un lecho de
caléndulas, y Skye entre las tumbas de sus padres, sosteniéndose de ellas,
mientras que su hija los presentaba.
—Este es mi nuevo amigo, mamá. Le visito a veces después de la
escuela… —dijo, pero tampoco Damian ni Skye estaban escuchando.
A su alrededor, las familias se reunían en pequeñas unidades
alrededor de sus perdidos seres queridos, y allí estaban, se perdieron el uno
al otro, pero unidos por MaMaLu, y Warren, y Adriana. Por un momento, se
sentía como si los muertos realmente habían unido a los vivos, como si
estuvieran todos reunidos en un solo lugar que, en aquella época, y todos
sus defectos y las opciones y los errores no hace menos perfecta. No
importaba por qué Warren hizo lo que hizo, por qué Damian hizo lo que hizo,
por qué Skye mantuvo a Sierra lejos de Damian.
En el gran esquema de las cosas, lo hacemos lo mejor que podemos,
todos nosotros, y nos inventamos nuestras historias a medida que
avanzamos; las escribimos, dirigimos y proyectamos en el mundo. Y a veces
tenemos historias de otras personas, y otras veces no, pero siempre hay una
historia detrás de una historia detrás de una historia, vinculada en una
cadena que solo podemos ver una pequeña parte de ella, porque es allí
cuando nacemos y continúa después de que no estamos. ¿Y quién puede
comprender todo esto en una sola vida?
Skye y Damian apenas podían manejar ese momento. Estaba cargado
con demasiados pensamientos y emociones, revelaciones y separaciones.
Demasiados años. Demasiado espacio. Todo se expandió, el esfuerzo en las
costuras, y luego se contrajo, perdiendo forma, hasta el momento que
colgaba entre ellos, como una burbuja tambaleante a punto de estallar al
menor desplazamiento.
—¿Dónde quieres que deje el resto de estos? —Nick Turner alcanzó a
Skye y dejó caer las bolsas que tenía en la mano.
Damian sintió que volvía a la realidad. Había perdido mucho, y luego
ganado tanto: Sierra, Skye, a su alcance, a su alcance, solo para perder todo
de nuevo.
Skye podría haber tenido a su bebé, pero había vuelto con Nick. ¿Y
por qué no? Ella había salido con él en un tiempo. Él era familiar, exitoso y
estable. Su padre obviamente lo había aprobado. Él era el abogado que había
conocido el caso, por lo que sabía exactamente lo que había pasado. ¿La
había acompañado durante el funeral de Warren? ¿Había sido el hombro en
el que ella lloró cuando Damian la había rechazado en la cárcel? ¿Qué edad
tenía Sierra en ese entonces? ¿Unos pocos meses? ¿Habían estado juntos
todo el tiempo? ¿Es por eso que Skye trabajaba en la prisión, como socia de
Nick, ayudándole con sus casos? ¿Nick había intervenido y reclamado a
Sierra?
Cada pregunta se hundió más y más profundamente en el interior de
Damian. Damian había crecido sin un padre y lo mató pensar que su hija
también estaba creciendo sin él. Sierra, obviamente, sabía más de él que lo
que él sabía de ella. ¿Qué le había contado Skye sobre él, aparte del hecho
de que estaba en la cárcel? ¿Alguna vez había pedido verlo? ¿Se habría
preguntado por qué nunca supo de él? ¿Qué diría si supiera la verdad
ahora? ¿Sentiría vergüenza? ¿Se sentiría horrorizada? ¿Se alejaría de él?
A Nick le tomó unos segundos darse cuenta de a quién estaba mirando
Skye y por qué estaba de pie tan quieta. Cuando sus ojos se posaron en
Damian, miraba de Skye a Sierra y volvía a mirar a Damian de nuevo. Su
malestar era evidente. No sabía cómo manejar la situación más de lo que
Skye o Damian. Sierra estaba colocando guirnaldas de papel en la tumba de
Warren, ajena a la tensión a su alrededor.
Damian vio las velas apagadas en las manos de Skye, las bolsas de
decoraciones a los pies de Nick, las miradas de asombro en sus rostros. Él
era el forastero, el comodín que había roto el equilibrio de su noche perfecta.
Lo habían dejado salir de la cárcel unos cuantos meses antes de tiempo,
pero deseaba que aún estuviera entre las rejas, por lo que podrían bloquear
el dolor. No saberlo había sido el infierno, pero esto, esto era un nivel
completamente diferente de tormento.
Damian se levantó, aplastando las caléndulas pegándosele en los
vaqueros, y se perdió en la multitud de personas que los rodeaban. Estaba
agradecido por el mar sin nombre, sin rostro de cuerpos a su alrededor. Se
imaginó que esto era lo que se sentía al estar muerto entre los vivos.
—Sácame de aquí —dijo, cuando se encontró con Rafael—. Llévame
lejos, muy lejos.
32
Traducido por Romyss
Corregido por Nanis
Fin
Sobre la autora
Traductores.
Camii
DariiB
Dustie
Guidaí
Guillermina
LeyaahDonn
MajoCR
MariaBros
MarycR
Romyss
Sager
Staff de
Bookzinga
Moderadora.
Mae
Traductores.
Apolineah17 LizC
Âmenoire Lyla
Aria Martinafab
Gemma.Santolaria Raeleen P.
Gigi D Roxywonderland
Jenn Cassie Grey Selene
Lalaemk VckyFer
Correctoras.
Flochi
Nanis
VckyFer
Recopilación y revisión.
Nanis
Diseño.
Mae