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SIN REMORDIMIENTOS: UN

ROMANCE DE LA MAFIA

VASILIEV BRATVA
STASIA BLACK
© 2018 Stasia Black

Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción, distribución y/o


transmisión total o parcial de la presente publicación por cualquier medio,
electrónico o mecánico, inclusive fotocopia y grabación, sin la autorización por
escrito del editor, salvo en caso de breves citas incorporadas en reseñas y algunos
otros usos no comerciales permitidos por la ley de derechos de autor.

Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido a personas, lugares o eventos


reales es puramente coincidencia.

Traducido por Rosmary Figueroa.


ÍNDICE

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Epílogo
La virgen y la bestia

También por Stasia Black


Boletín Digital
Acerca de Stasia Black
UNO

Sloane

—GRACIAS, Chupamela69. —Sloane soltó una risita y se dio


la vuelta en el colchón para poner el culo enfrente de la
cámara. Tenía el portátil sobre un taburete al pie de la cama.
—Ya casi. Cien fichas más y me doy diez nalgadas.
Contoneó las caderas para menear el culo. Grabarse el
culo en primer plano era lo que mejor iba.
—¿Nadie? ¿Quién quiere ver este culito poniéndose rojo?
Vamos, todos sabemos que lo desean. —Se acarició las
nalgas y estiró la mano de forma seductora hacia su tanga.
Un bajo clin-clin-clin sonó en su portátil. Sloane miró por
encima del hombro y vio que alguien en el chat había
depositado las cien fichas que había pedido. ¡De lujo!
Sonrió ampliamente.
—Gracias, DonJuanXL. Acabas de hacer muy felices a
todos los que están en esta sala. —Meneó el culo frente a la
cámara antes de coger la pequeña paleta en su mesa de
noche.
Miró el portátil de nuevo cuando oyó otro clin-clin-clin.
ElPapi288: Di «PAPI» mientras te das unos buenos
azotes.
—Claro que sí, papi —dijo, y su sonrisa se ensanchó más.
En los últimos tres años en los que había trabajado como cam
girl, había aprendido que la mejor manera de hacer pasta era
sonriendo. Sonriendo siempre. Si dejaba de hacerlo, aunque
fuese por un minuto, los hombres se desconectaban en
tropel.
Y la verdad que sonreír no era tan difícil. Prácticamente
tenía el mejor trabajo del mundo. Podía seducir hombres
todo el día y tener orgasmos de vez en cuando —todo
mientras ganaba pasta en cantidades industriales. No tenía
que tratar con gerentes, jefes ni políticas de oficina. Podía
tener su propio horario y trabajar unas quince horas a la
semana si le daba la gana.
Bueno, vale, por lo general trabajaba de treinta a cuarenta
horas, pero eso era porque se aburría y estaba ahorrando
para jubilarse. Después de todo, sus tetas y su culo no serían
así de firmes ni tersos toda la vida.
Lo cual le recordaba…
Se acarició la nalga con la tabla, estiró el brazo y se pegó
fuerte haciendo un sonoro golpe.
—¡Ah! Qué rico estuvo eso. Papi, dame más.
Se volvió a azotar y soltó un grito.
—¡Papi! —Arqueó la espalda—. Quiero otro. —Meneó su
culo sin parar frente a la cámara y luego se atizó tres, cuatro
y cinco veces en rápida sucesión.
Sonrió, incluso mientras jadeaba y se revolvía en la cama.
—Papi, me he portado muy mal —dijo con un gemido
agudo. Miró por encima del hombro y se mordió el labio. Las
comisuras de sus labios seguían fijas dibujando la sonrisa—.
Creo que papi tiene que castigarme más. ¿Qué piensan
ustedes?
Varias respuestas aparecieron en el chat, y todas eran
afirmativas. Sloane se rio y procedió a darse los cinco azotes
que faltaban. Chilló y se estremeció al sentir el escozor de los
últimos golpes.
Se dio la vuelta y se sentó en la cama mirando a la
cámara, tras lo cual se arrodilló y empezó a bambolearse
sensualmente hacia adelante y hacia atrás. Llevó su mano a
los hilos de su tanga.
—Nada me encanta más que compartir con ustedes, pero
me apena decirles que ya casi se nos acaba el tiempo. ¿Cómo
deberíamos terminar la noche? ¿Tendremos un espectáculo?
Si lo quieren, la propina deberá llegar a quince mil fichas.
Quince mil fichas equivalían a setecientos cincuenta
pavos. Nada mal para un día de trabajo, si se permitía
decirlo.
Se pasó el pulgar por encima de las bragas y gimió
mientras se mordía el labio superior. Luego, se acarició todo
el cuerpo y se apretó los senos, aunque con cuidado, pues
tenía puestas pinzas para pezones. Le habían pedido que se
las pusiera cuando el bote llegó a ocho mil.
Varios sonidos de depósito de fichas llegaron en ráfagas y
Sloane leyó los mensajes. Negó con la cabeza sin dejar de
sonreír.
—Conque así será, ¿eh? Tal parece que nos quieren aguar
la fiesta de los orgasmos esta noche. MichaelTodoPoderoso y
Pinguino_Pillo me quieren dejar insatisfecha. ¿Qué piensan
los demás?
Otro pitido sonó.
—¿Tú también, SeñorMagnate? —Suspiró de forma
dramática—. Bueno, de acuerdo. Soy una esclava de mi
público adorador. Solo trescientos más y será hora de la
función.
Llevó los pulgares a ambos lados de su tanga y se la bajó
por los muslos. Exhibió el montículo de su sexo por un
segundo antes de volver a cubrirlo.
—¿Quién será el héroe de hoy que nos dará esos
trescientos? —preguntó contoneando las caderas y
moviendo la tanga provocativamente.
El sonido de una propina llegó a sus oídos cuando un
usuario llamado ChupaMiPedro depositó los trescientos que
faltaban y escribió: muéstranos ese coñito lindo.
—Gracias, Pedro. Tus deseos son órdenes.
Esta vez, cuando se bajó las bragas, prosiguió hasta
dejárselas al nivel de las rodillas. Se sentó e hizo un mohín
para que su audiencia supiera que todavía le escocía el culo, y
se bajó la prenda por completo. Luego, abrió las piernas de
par en par frente a la cámara.
—Ya estoy mojada —dijo sin aliento, tras lo cual estiró
una mano y se tocó—. Esto es lo que me provocan.
Vale, la verdad era que se había aplicado lubricante un
poco antes de estar en vivo, pero ojos que no ven, corazón
que no siente.
Por lo demás, siempre trataba de darles a sus clientes lo
que pagaban por ver. Era así como había creado su negocio y
pasado de ser una donnadie hace tres años a estar entre las
cincuenta mejores modelos de la página.
—¿En qué pienso para excitarme? —le preguntó a la sala
de chat—. Díganme sus fantasías.
Varias respuestas empezaron a aparecer casi de
inmediato. La sala de chat estaba bastante obscena; pero,
después de todo, era viernes, y los hombres que podían
permitirse sus tarifas solían ponerse enérgicos los viernes
por la noche.
—Bueno, bueno, es que son pervertidos, ¿eh? Pero vaya…
—Se chupó el labio superior—. Pensar en todas sus
sugerencias…
Se tumbó en la cama y levantó la cabeza para mirar la
cámara. Esa posición hacía que sus pechos sobresalieran, lo
cual siempre era favorable. Nunca apartó la mano de su sexo.
Bajó la mano y desenganchó la cámara de la parte superior
de su portátil. Para algunos espectáculos usaba varias
cámaras, pero para otros, como este, a sus «clientes» les
gustaba más la intimidad de una única lente.
Continuó con su función y se llevó al clímax que todos
habían estado esperando. Pensó en la novela rosa con el
sensual héroe malote en su motocicleta que había estado
leyendo antes para poder alcanzar su placer.
Los hombres que se conectaban a su chat no eran
precisamente su tipo; aunque proclamaban que la amaban
bastante seguido. Pero ella siempre los desilusionaba con
tacto y delicadeza. Iba en contra de la política de la compañía
verse con clientes fuera de la plataforma, aunque ella sabía
que algunas mujeres lo hacían de todas formas.
Pero ella no. Enseguida cortaba a cualquiera que no se
tomase en serio sus límites.
—Casi se me acaba el tiempo, muchachos —dijo,
matizando su voz con pena. Había estado trabajando por
cinco horas seguidas y ya estaba lista para tomarse un
descanso. Aun así, siempre trataba de que sus espectáculos
fuesen energéticos.
Los hombres acudían a ella para escapar de su ajetreo
cotidiano. Una de las primeras reglas del modelaje por
webcam era ser uno mismo —dedicaba demasiadas horas de
cada día para que su personalidad fuese actuada—, pero
bueno. Intentaba que sus días de malhumor se mantuviesen
al mínimo.
Continuó por diez minutos más, y alternaba entre la
tortura de la privación del orgasmo y hablar con los hombres
de la sala de chat.
Luego de desconectarse, Sloane se tumbó en la cama y
cerró los ojos. Apretó los dientes mientras se quitaba una
pinza de pezón y luego la otra. Su respiración se entrecortó
cuando un torrente de sensaciones la volvió a acometer.
Normalmente hacía esa parte frente a la cámara, pero se le
había agotado el tiempo antes de que pudiera hacerlo.
Se llevó la mano a los pechos adoloridos y los masajeó.
Apenas tuvo un segundo para respirar de alivio antes de que
una alarma sonase en el portátil, y se quejó mientras se
incorporaba en la cama. Vale, sabía que le había puesto un
límite de tiempo a su espectáculo por una razón: tenía una
«cita» con Oliver, u Olly, como a él le gustaba que lo
llamase.
—Los malvados no tienen paz —murmuró, alcanzando la
bata de satén que estaba a un lado de la cama y poniéndosela.
Solo era lo suficientemente larga para cubrirle la parte
superior de los muslos, pero así era como le gustaba a Olly.
Había sido su cliente por un poco más de un año, y era
bueno tener personas regulares como él. Se dirigió al
vestidor, encontró un par de bragas de encaje rojo —otro de
los favoritos de Olly— y se lo puso. Luego cogió su portátil,
su móvil y sus auriculares con bluetooth, y se encaminó a la
cocina.
Pero no debía quejarse. Oliver era un cliente discreto.
Dejó todo en la mesita que tenía en el medio de la cocina.
Luego se aseguró de dejarse la bata abierta para que sus
pechos estuviesen visibles y sus pezones asomaran.
Cambió las ventanas del portátil hasta que llegó a la que
vinculaba el sistema de cámaras instalado por toda su casa.
Encendió las tres cámaras de la cocina. Una era una lente ojo
de pez en el techo que parecía otro detector de humo más,
otra estaba justo detrás del fregadero, y la tercera era la
cámara web conectada a la parte superior de su portátil.
Junto con las cámaras del cuarto de baño y dormitorio,
todo eso conformaba la red de cámaras voyeristas que
aportaban una parte considerable de sus ingresos. Todas las
cámaras estaban sincronizadas con su portátil a todas horas,
y podía elegir qué cámaras quería tener activas durante las
horas que ella escogiese. Seguía siendo una idea
relativamente reciente, pues los equipos habían costado una
pequeña fortuna, pero los costos iniciales habían valido la
pena. Se pagaron solos en cuestión de tres meses.
Lo cual era bueno porque había estado extremadamente
corta de dinero después de que su tía abuela Trish muriese y
le dejase esta propiedad. No tenía ninguna otra habilidad
para trabajar, y debido a su condición… bueno, bastaba con
decir que sus opciones eran limitadas. Tras cuatro meses sin
pagar la hipoteca, el banco amenazaba con embargarla.
Fue entonces cuando Sloane descubrió el mundo del
modelaje por webcam. Fue completamente por accidente;
estaba buscando empleos por Craigslist que se pudieran
hacer desde casa, cuando se encontró un aviso que afirmaba
que los trabajadores podían hacer quinientos dólares a la
semana. Sonaba demasiado bueno para ser verdad; sobre
todo, cuando revisó los detalles y los requerimientos del
trabajo eran extraordinariamente vagos. Todo lo que decía
era algo como «buscamos candidatas atractivas, amables y
simpáticas que estén motivadas y les guste hablar». Llamó
al número y, al final, resultó que la compañía era una
agencia que buscaba cam girls.
Cortó la llamada con el hombre tan pronto se dio cuenta
del trabajo. Pero entonces recibió otro aviso de embargo y,
sin más opciones, empezó a investigar por su cuenta.
Descubrió que muchas mujeres se ganaban bien la vida
trabajando como cam girls.
Y no hacía falta un agente para hacerlo. Ya sea que fueras
mayor, joven, delgada o voluptuosa, este trabajo era para
mujeres de todas las formas y tamaños. La forma en que las
mujeres hablaban y escribían en los foros al respecto era
empoderante; podían hacer sus propias reglas y llevarse su
pasta. Podían trabajar las horas que quisieran y no ser
esclavas de un jefe ni de un horario laboral. Eran madres,
estudiantes universitarias, abuelas.
Entonces, una noche, Sloane vació más de unos cuantos
vasos de tequila y empezó a transmitir. Ganó trescientos
pavos esa primera noche.
No todas las noches eran igual de sencillas, todo lo
contrario; ponían a las nuevas modelos en lo más alto de la
lista y tuvo que luchar con uñas y dientes para tener el nivel
de visibilidad del que disfrutaba hoy. Le costó trabajo,
determinación y una actitud de nunca rendirse. Pero aquel
primer mes ganó el dinero suficiente para comenzar a pagar
la hipoteca otra vez y detener el proceso de embargo.
Eso sí, no comió mucho más que judías y ramen por un
buen rato, pero conservó su casa.
Se estremeció solo con recordar aquella época de su vida.
Había sufrido ataques de pánico casi todos los días, y solo
recobraba la compostura por las horas que tenía que estar
frente a la cámara. Negó con la cabeza. Se juró no volver a
estar nunca en una situación similar.
A pesar de que, en términos relativos, ahora estaba
forrada, seguía escatimando en gastos. La situación podía
cambiar en un abrir y cerrar de ojos, y esta vez estaría
preparada. ¿Quién sabía por cuánto tiempo podría modelar?
Claro, por ahora funcionaba, pero ¿y si los hombres dejaban
de conectarse a su chat? Tenía que ser lista. Ponía un tercio
de lo que ganaba al mes en una cuenta para su jubilación.
Otro tercio iba para los ahorros a corto plazo, y un tercio más
era para los gastos mensuales.
Así que, aunque se sentía cansada, levantó los ánimos,
fingió una sonrisa y encendió sus auriculares. Marcó el
número de Oliver.
—¿Hola? —vino la conocida voz tímida con la que había
estado hablando durante casi un año.
—Hola, cielo —le dijo, caminando hacia el portátil—.
¿Qué tal te ha ido esta semana?
—Chrissy. —Ella pudo oír la seguridad y el placer que
impregnaron su tono de voz cuando pronunció su
sobrenombre de trabajo.
—Hola, Olly. ¿Estás listo para nuestra cita?
—Por supuesto. Siempre lo estoy.
—Estupendo. —Sloane hizo clic para conectar su sesión
de chat y que así pudiera verla en las cámaras. A él le gustaba
la intimidad de hablar con ella por teléfono al mismo tiempo
que miraba el vídeo.
—Hola, preciosa —dijo—. No sabes lo feliz que me hace
verte.
—¿Has tenido una semana difícil? —preguntó ella,
moviéndose por la cocina hasta llegar al fregadero. Abrió el
grifo y empezó a lavar su cuenco del desayuno.
A Oliver le gustaba verla hacer cosas como esa. Los
mundanos e insignificantes quehaceres cotidianos eran sus
favoritos, y, a pesar de que siempre le pedía que estuviese
desnuda —le gustaba mirarla quitarse la ropa a medida que
progresaba la llamada—, nunca pasaba de allí. Todo lo que
siempre hacía era hablar.
Hasta donde Sloane sabía, no era más que un tipo solitario
que anhelaba tener una conexión.
—Ni te imaginas. Pero debo darte las gracias. He seguido
tu consejo y me fui de la casa de mis padres.
Sloane no pudo ocultar su sorpresa. Apoyó la cadera en la
encimera y volvió a mirar hacia la cámara del portátil.
—Qué bueno. Felicidades. —Sonrió ampliamente—. Sé
que has pasado un tiempo luchando con esa decisión. ¿Cómo
se siente?
Él soltó una risita, como si estuviera avergonzado.
—Bien. Se siente muy bien.
—¿Se armó una buena con tu mamá cuando te fuiste? —
Sloane se sintió genuinamente curiosa. Había estado
hablando con Oliver por casi un año y su drama semanal con
su madre era una larga serie de codependencia y disfunción,
por lo que podía ver.
Como si ella tuviese el derecho de hablar de salud mental.
Ja, ja.
Aun así, a veces se sentía como una terapeuta. ¿No era
escuchar lo que los terapeutas hacían la mayor parte del
tiempo? Tras todas las horas que había pasado escuchando a
hombres desahogarse, debería tener como una licencia
psicológica y multiplicada por diez.
—No fue bonito —admitió Oliver—. No se puso muy feliz.
Amenazó con lastimarse si no me quedaba.
Cielos, eso sonaba horrible. ¿A quién le extrañaba que este
hombre tuviese dificultades conectando con otras personas
en el mundo real?
—Lo lamento, Olly. Pero sabes que esas no son más que
sus tácticas de manipulación, ¿verdad? Ella es la única
persona responsable de su felicidad. Tiene su camino en la
vida y tú el tuyo. No eres responsable del recorrido de nadie
sino del tuyo. —Eso era algo que Sloane se repetía a sí misma
con frecuencia.
—Lo sé. Me llevó tanto tiempo verla por lo que realmente
es. Y has sido tú quien me ayudó a lograrlo. Chrissy, no tengo
palabras para agradecerte.
—No hay de qué, Olly. Me contenta mucho que estés en
una mejor posición. ¿Ya has encontrado un sitio donde
quedarte?
—Estoy en ello. Pero lo digo en serio, Chrissy. Nada de
esto habría sido posible sin ti, y he querido decirte algo desde
hace un tiempo.
Su sonora inhalación se escuchó en mi lado de la línea.
—Eres tan hermosa y perfecta, y yo… Eres perfecta y…
Se calló de nuevo hasta que, por fin, terminó
apresuradamente.
—…Y te amo. Sé que te lo he dicho antes, pero esta vez va
en serio. Lo digo de verdad. Te amo de verdad.
Sloane se volvió al fregadero y abrió el grifo para aclarar
el cuenco. Oliver le había dicho que la amaba más seguido
últimamente. Ignorarlo parecía ser la mejor forma de
sobrellevar el asunto.
Que los clientes confesasen su amor era bastante habitual.
Todas las amigas modelos de Sloane le habían dicho que les
había sucedido lo mismo. Algunas veces eran hombres que lo
gritaban antes de llegar al clímax, pero más seguido eran los
habladores como Oliver.
—¿Has visto el último episodio de…?
—¿Me has oído? —la interrumpió Oliver—. He dicho que
te amo. Sé que seguro lo escuchas todo el tiempo, pero hablo
en serio. Esto es diferente. Quiero conocerte en vida real.
Podríamos vivir juntos.
Sloane se detuvo y sintió el agua tibia que le caía en las
manos mientras sostenía su plato limpio. Frunció los labios,
cerró el grifo y dejó el cuenco en el escurridor.
—Ya hemos hablado de esto, Oliver.
—Olly —la reprendió él—. Sabes que me gusta que me
llames Olly.
Ella le dio la espalda al fregadero y se sentó en la mesa,
intentando pensar en cómo expresar lo que necesitaba decir.
Oliver era un buen cliente. Reservaba sesiones de una hora y,
a veces, si sus conversaciones iban muy bien, añadía un
bloque más de media hora. Era dinero fácil.
Ella escuchaba sus quejas sobre su madre o hablaban
sobre los programas de tele que le gustaban a él. Miraba sus
series para poder comentarlas con él. Pero si seguía
insistiendo con la cuestión de «quiero verte en la vida real»,
tendría que dejarlo como cliente. Solo había tenido que
hacerlo dos veces en sus tres años de trabajo, y nunca era
algo entretenido.
Miró la cámara directamente.
—Ya hemos hablado sobre esto. Los límites son
importantes para mí. Tengo que…
—Por lo menos dime en qué estado vives. Solo quiero
saber qué tan cerca estoy de ti.
Sloane negó con la cabeza.
—Sabes que vivo en Florida…
—Eso es solo lo que pones en tu perfil.
Tenía razón: vivía en Oklahoma.
Su tono de voz, que por lo general era afectuoso y dulce,
se volvió serio.
—Sé que no es ahí donde verdaderamente vives. —Luego
adoptó un tono zalamero otra vez—. Por favor, Chrissy. Dime
algo.
Sloane suspiró.
—Oliver, es que yo…
—Olly.
—Olly. Me gusta lo que tenemos ahora. Es muy bueno
como está. Odiaría que lo perdiéramos. —Miró a la cámara y
espero que él captase lo que quería decir sin tener que decirlo
explícitamente.
—¿Cuál es tu verdadero nombre?
Ella suspiró y se levantó. Estaba decidido a insistir.
—Oli…
—Dime la primera letra.
Ella negó con la cabeza.
—Para mí es importante separar mi vida personal de la
profes… —Se escuchó un clic y Sloane frunció el ceño—.
¿Oliver? ¿Olly?
Fue hasta su móvil sobre la encimera y vio que había
finalizado la llamada.
Sin embargo, bastó con mirar el portátil para ver que
seguía conectado a la transmisión. El pequeño contador de
fichas en la esquina seguía aumentando cada diez segundos.
Olly seguía teniendo una hora, así que, mientras se
quedara y pagara, no iba a quejarse. Aunque tenía la
sensación de que solo retrasaba lo inevitable.
Era un chico dulce y estaba solo. No parecía que saliera
mucho y, bueno, era posible que hubiese dejado que eso le
nublase el juicio, pues no mantuvo bien separados los muros
entre lo profesional y lo personal.
Muchos hombres pagaban por el privilegio de verla en su
vida cotidiana estando desnuda. Tenía cámaras por doquier
en su casa. Bueno, no las tenía instaladas arriba, pero nunca
subía allá de todas formas, así que eso no contaba. Sin
embargo, aunque estuviese en vivo oficialmente, prefería
olvidar la transmisión voyerista en tiempo real y seguir con
su vida como normalmente lo haría.
Así que, hasta donde Sloane sabía, el hecho de que Oliver
cortase la llamada antes de que su sesión finalizara
significaba que la hora feliz se adelantaba hoy. Bueno, tenía
un espectáculo en la ducha programado para más tarde y tal
vez un par de sesiones privadas, pero esas eran pan comido.
Se sirvió una copa de vino y cogió su móvil. Levantó la
copa, bebió a fondo y puso su lista de reproducción del final
del día. Empezó con Woman de Kesha. Oh, sí.
—¿Quieres bailar conmigo, compi? —preguntó y fue a
abrir la puerta entre la cocina y la sala de estar, pues era una
casa vieja y cada espacio estaba muy segmentado.
La recibió un maullido emocionado mientras Ramona
entraba en la sala. Ramona era una anomalía en cuanto a
gatos, hasta donde sabía Sloane. A Ramona le encantaba
meterse en medio de donde caminaban las personas —o
bueno, por lo menos, por donde caminaba Sloane. Nunca
había más personas para ver si a la gatita le gustaba la gente
en general o solo Sloane.
Sloane también quería mucho a su mejor amiga de pelo
corto y gris más que a nadie en el mundo.
Aupó a Ramona.
—¿Vas a moverte conmigo al ritmo de Kesha? —preguntó
Sloane, cogiendo la pequeña patita de Ramona y dando
vueltas con ella por la cocina.
Mona se acurrucó en el cuello de Sloane e intentó subir
por sus hombros. Ella rio y siguió bailando, meciendo a su
gatita a la vez que Mona la usaba como rocódromo. Estaba
maullando sonoramente en su oído a la par que enrollaba su
cola alrededor del cuello de Sloane. Aquello le hizo cosquillas
y provocó que chillase, tras lo cual alzó a la gatita y la dejó en
el suelo.
—Vale, vale, ya lo entiendo. Primero la cena y luego el
baile.
Ramona maulló y le rodeó las piernas a Sloane.
—No me digas. —Sloane puso los ojos en blanco—. Lo
único que has entendido en esa oración es «cena».
Ramona pasó entre sus piernas como si fuese un ocho, y
no dejó de maullar.
—Bueno, bueno. Cielos, vaya presa fácil que soy. —Fue a
la alacena y sacó una lata de Fancy Feast. Ramona hizo
sonidos de gatito emocionado que se hicieron cada vez más
audibles hasta que Sloane abrió la lata y la vació sobre un
plato.
—Debe ser lindo centrarse en una sola cosa a la vez —dijo
Sloane sardónicamente. Sostuvo el comedero en el aire, por
encima de Ramona—. Siéntate. Siéntate.
Ramona movió la cola con fuerza y volvió a enterrar la
nariz en los tobillos de Sloane.
—Siéntate, Ramona. Muéstrale a mamá la buena chica
que eres. Siéntate.
Ramona meneó la cola de aquí para allá por otro par de
segundos.
—Con eso alcanza. —Sloane se rio y dejó el comedero
sobre la pequeña alfombrilla en la que Ramona se atrincheró
de inmediato.
—Lo que creo que quieres decir es «gracias, mamá».
Sloane negó con la cabeza, pero no pudo esconder la
absurda sonrisa en su rostro. Nunca le habían permitido
tener mascotas de pequeña. Su madre pensaba que era
demasiado nerviosa para tenerlas, aunque el doctor Noah
consideraba que tener un animalito era buena idea. Y tenía
razón: tener a Mona había sido la mejor idea del mundo.
¿Malcriaba Sloane a su mejor compañerita de cuarto y le
compraba jerséis para gatos además de comida
ridículamente cara, juguetes y golosinas?
Sí, sí que lo hacía.
¿Era absurdo darle a una gata una habitación completa
solo para ella?
Sí, probablemente lo era.
Pero ¿le importaba lo que alguien pensara? No. También
ayudaba el hecho de que nadie estuviera allí para juzgarla.
Por otra parte, más bien había convertido el diminuto
estudio en la habitación de Ramona y, si te ponías a
pensarlo, los estudios eran el territorio de la mayoría de las
mascotas. ¿Qué importaba si había rediseñado el espacio de
su casa en torno a su mascota? Su estudio era una vista
emocionante de espacios para escalar y suficientes juguetes
para deleitar a cualquier gato durante varias horas.
Las personas normales hacían eso, ¿verdad?
Sloane bebió un largo trago de vino. ¿A quién quería
engañar? Había abandonado cualquier rastro de normalidad
hacía muchísimo tiempo. Y un cuerno, su vida era increíble
tal como era. Era hasta fabulosa.
Estaba viviendo un sueño. Era su propia jefa. Bueno, vivía
bajo un presupuesto, pero en verdad tenía todo lo que
quisiera. Con todas las aplicaciones y servicios que había
ahora, podía tener casi todo lo que quería al alcance de la
mano dentro de dos días laborales.
Se mantenía en forma, hacía tres comidas al día y tenía un
exitoso negocio pequeño. La mayoría de los días hasta se lo
pasaba bien en el trabajo. Y si no estaba de humor en un día
particular, pues al diablo; con no conectarse bastaba. Las
cosas no pasaban de allí.
Sí, estaba viviendo un sueño.
Volvió a reproducir la canción de Kesha y cantó Woman a
vivo pulmón, contoneándose de arriba abajo mientras
terminaba de lavar los trastes. Dejó la última taza en el
escurridor y se dio la vuelta.
Era hora de un baile espontáneo.
Meneó las caderas y alzó los brazos. Echó la cabeza hacia
atrás y bailó enérgicamente sin detenerse durante el resto de
la canción.
¡Claro que sí!
Terminó el baile con una pose de poderosa Mujer
Maravilla.
Se quedó así por unos segundos antes de colapsar entre
risas. Ramona maulló; estaba ocupada lamiendo su comedero
ya que se había terminado toda su comida.
—No va a aparecer más comida de la nada, linda. —
Sloane se rio, cogió el puntero láser de la encimera y lo
dirigió hacia la pared. Ramona dejó el comedero y empezó a
saltar con entusiasmo, persiguiendo el puntillo rojo que se
movía.
—Si tan solo contentar a los demás fuera tan sencillo
como contentarte a ti. Bueno, ya está, basta de jueguecitos —
dijo, aunque continuó apuntando el puntero a diferentes
sitios mientras se calentaba un burrito para comer.
Sloane movió la cabeza al ritmo de otra canción de Kesha
mientras Mona seguía saltando para alcanzar el punto.
Cuando el microondas emitió su pitido, llevó su plato al
estudio de Ramona, donde tenía también su enorme
escritorio de oficina posicionado frente a la ventana
principal.
Era hora de continuar con la ardua tarea de ampliar su
imperio. Vale, vale, puede que ella no fuese más que una
insignificante cam girl, pero había otras mujeres que usaban
sus trabajos como plataformas para iniciar empresas.
Promocionaban vídeos, fotografías, regalos, tenían
montones de seguidores en OnlyFans; algunas inclusive
vendían réplicas 3D en silicona de sus vaginas. Era un mundo
bastante… desafiante y nuevo. Aunque Sloane no creía llegar
tan lejos como para vender vaginas de bolsillo, sí que se
atrevía a probar otras formas creativas para tener más
ingresos.
Abrió el correo electrónico. Ah, perfecto: habían
entregado sus comestibles. Miró la puerta principal. Había
apagado el timbre mientras estaba en el trabajo, pero afuera
estaban a menos cero, así que nada se echaría a perder. Iría a
coger las cosas en un momento.
Imprimió el recibo del sueldo de ayer en el sitio donde
modelaba, pues le pagaban dos veces al mes, y luego fue a la
página web de su banco.
Le encantaba esta época del mes. Le gustaba pagar sus
facturas temprano y luego ordenar el resto de su pago en
prolijas columnas en su hoja de cálculos. Un cuarenta por
ciento iba para sus ahorros, veinte por ciento a cuentas de
inversión a largo plazo, y diez por ciento para su negocio,
que era comprar nuevos juguetes, equipo de filmación o
lencería. Siempre era bueno mantener las cosas novedosas y
diferentes.
El último veinte por ciento se lo permitía gastar como le
apeteciese. Había estado ahorrando para comprarse una
nueva máquina elíptica. La antigua había comenzado a hacer
un ruido chirriante tan fuerte que ahogaba la música que
ponía para el entrenamiento.
Inició sesión en su banco sin dejar de tararear la canción
de Kesha. Tenía un par de horas antes del espectáculo en la
ducha que tenía programado. Volvió a pensar en la máquina
elíptica. Técnicamente podría alegar que era un gasto de
trabajo, porque si…
—¿Qué carajos? —Se enderezó bruscamente en su silla de
oficina.
Su saldo estaba en números rojos. -13.48 USD.
Hizo clic sobre la cifra para mirar más de cerca el balance
detallado. ¿Qué estaba pasando?
Escudriñó la pantalla con incredulidad mientras leía la
línea que decía que se había hecho un cargo de -7.467 USD
esa misma mañana.
Sloane no podía respirar en el sentido literal de la palabra.
Abría y cerraba la boca, pero no estaba recibiendo nada de
aire. Le tembló la mano cuando regresó a la página principal.
Se dirigió a su cuenta de ahorros y tosió como si acabasen de
darle un porrazo en el pecho con un bate de béisbol.
Saldo disponible………. 0.00 USD
Sloane negó con la cabeza una y otra vez. No. Imposible.
Debía haber alguna clase de error. Tenía treinta mil dólares
ahorrados. Treinta mil…
Se levantó, empujando la silla hacia atrás y tropezándose
con sus pies. Cayó de rodillas, pero apenas dejó que eso la
detuviese; volvió a levantarse y se apresuró a buscar el móvil
que había dejado en la cocina.
El móvil, el móvil… Mierda, ¿dónde había dejado su
estúpido móvil?
¡Allí! Estaba junto al microondas. Corrió hacia él, lo
levantó y salió disparada hacia el ordenador. Buscó por la
página frenéticamente hasta que encontró el botón de
«contacto». También finalizó la sesión con Oliver; estar
desesperada no se veía bien en cámara, ¡y no podía guardar
la calma mientras intentaba descubrir adónde se había ido
todo su dinero!
—Gracias al cielo —soltó con un suspiro cuando vio el
número disponible las veinticuatro horas. Lo marcó y se llevó
el aparato a la oreja caminando de un lado a otro
ansiosamente.
—Vamos, vamos, vamos —murmuró, moviendo su mano
mientras la voz automatizada empezaba con su «esta
llamada será grabada para propósitos de calidad y
formación», bla, bla.
—Buenas tardes, le habla Mason. ¿Cómo puedo ayudarle?
—Una voz real por fin se oyó al otro lado de la línea.
Le explicó lo que ocurrió y él le pidió su nombre y número
de cuenta, los cuales ella le dio. Luego le pidió la contraseña
asociada con la cuenta. También se la dio.
—Lo lamento. La contraseña es incorrecta.
—¿Qué? —La palabra salió tan aguda que fue casi un
chillido.
—Sí, parece que llamó hace tres días para cambiarla.
—¡Nunca llamé! No fui yo.
—Lo siento, señora, pero no puedo comentar los detalles
de su cuenta a menos que tenga la contraseña.
—¿Qué carajos te pasa? Es evidente que alguien ha
entrado a mi cuenta. ¿Me han robado treinta mil dólares y te
vas a quedar sentado a decirme que no puedes hacer nada al
respecto?
—Señora, no hay necesidad de insultar. Puedo transferirla
al departamento de fraude y medidas de protección al cliente.
—Sí. —Asintió vehementemente con la cabeza—. Hazlo.
Transfiéreme con ellos.
Cuarenta y cinco minutos más tarde la habían transferido
tres veces, y le dijeron que la mejor forma de clarificar su
identidad era yendo en persona a una sucursal local. Tenía
ganas de gritar.
Cuando trató de explicar que no podía hacerlo y
comenzaron a hacerle preguntas que le hicieron un nudo en
el pecho, se percató de que todos sospechaban que era ella el
fraude. Era irritante, joder.
Por lo menos la mujer le había dado un buen consejo: dijo
que Sloane debía realizar una verificación de crédito y
congelarlo de paso. Fue entonces cuando descubrió que su
puntaje de crédito estaba en un bajo de 323. Era una locura.
Habían sacado miles de dólares en tarjetas de crédito a su
nombre, y todo en el último mes.
Finalmente tuvo que colgar cuando empezó a sentir un
ataque de pánico. Era el primero que tenía en meses. Fijó la
vista en las escaleras y se estremeció; luego, se inclinó y se
llevó las manos a las rodillas y se metió la cabeza entre las
piernas.
—Respira —se susurró con voz ronca.
Mierda. ¿Por qué no había prestado más atención cuando,
en California, su abuela la llevaba a rastras a terapia? Había
aprendido métodos para tranquilizarse cuando empezaban
los ataques de pánico; pero, en estos momentos, su mente
estaba en blanco, excepto por un pensamiento aterrador: no
había dinero, no había fondo de seguridad. Todo había
desaparecido. No existía.
Sloane hipó y, en cuestión de segundos, se llevó las uñas a
la garganta. Sentía que iba a morir si no tomaba una
bocanada de aire.
Estupendo. Si moría allí mismo, entonces no importaría
que no tuviese ni un duro a su nombre. Soltó una risa
histérica y, junto a la risa, un jadeo muy necesario para
respirar.
Vale, vale. Sacudió la cabeza, se levantó y volvió a andar
de un lado al otro. Todo iba a estar bien. Se robaban la
identidad de la gente todo el tiempo. Probablemente había un
proceso que seguir o medidas metódicas que pudiese tomar.
Solo tenía que tranquilizarse y saber cuáles eran.
Cerró sus puños sudorosos y trató de respirar. Joder, no
podía respirar. No podía…
Bueno, a la mierda lo de tranquilizarse. Plan B: se
distraería hasta que pudiera pensar de forma más racional.
¡La comida! Podía traer la comida a la casa y guardarla.
Organizar siempre la hacía sentirse mejor.
Logró tomar una honda bocanada de aire y se dirigió a la
puerta principal. No miró las escaleras. Estaba intentando
tranquilizarse, después de todo.
Abrió la puerta de un golpe y la recibió una corriente de
aire helado. Cielos, sí que hacía frío. La enorme caja de
comestibles estaba esperando en su entrada, como se lo
había esperado. Sloane se ajustó su endeble kimono de seda a
la vez que otra ráfaga de viento congelado le daba en el
rostro. Brrrrrrr. Se iba a helar.
La parte buena era que fue lo bastante vigorizante para
distraerla, y ahora respiraba un poco más regular. ¿Lo ves?
Superaría eso al igual que siempre. La vida le tiraba mierda y
ella maniobraba para quitarse de en medio. Esquivar mierda:
ese era su modus operandi.
Miró por el oscuro patio mientras se agachaba para coger
la caja. Bajo la tenue luz que irradiaba la casa pudo ver las
partes heladas del terreno donde la primera nieve de hace un
par de días se había derretido y vuelto a congelar. Y estaba
nevando de nuevo. Tendría que llamar a Tom para que la
quitara pronto, porque, de lo contrario, el hombre de las
entregas no iba a poder llegar a su puerta. No era más que
mediados de noviembre, pero en enero y febrero la nieve
podría llegar a más de un metro de profundidad. Además,
parecía que el invierno iba a comenzar temprano ese año.
Sloane se estremeció. Detestaba el invierno.
Cogió el extremo más alejado de la caja de comida y
empezó a arrastrarla por el umbral; o, por lo menos, lo
intentó. Carajo, estaba pesada hoy. ¿Qué había pedido?
¿Pesas? Pensó por un segundo. En realidad, había ordenado
patatas. Probablemente era eso.
Con un bufido de frustración, se inclinó y haló la caja con
fuerza. Esta cedió súbitamente por el umbral y la hizo perder
el equilibrio. Aterrizó de culo, se fue hacia atrás y se golpeó la
cabeza contra el suelo. Era el final perfecto para un día
perfecto.
Un maullido emocionado hizo que levantase la cabeza y
mirase hacia arriba. Abrió los ojos de par en par.
—¡No, Ramona! ¡No!
Pero Sloane no se puso en pie lo bastante rápido. Ramona
corrió derecho a la puerta que seguía abierta.
—¡Quédate ahí, Ramona!
Pero la caja de comida estaba entre Sloane y la puerta, y
para cuando la rodeó dando tumbos, Ramona ya había salido
como una flecha por la puerta.
—¡Ramona! —gritó Sloane, sosteniéndose del marco de la
puerta con una mano y estirando la otra inútilmente—.
¡Vuelve!
Ramona atravesó el patio y se subió a un árbol. Sloane
solo pudo quedarse mirando horrorizada la alegre cola de la
criatura desaparecer en la oscuridad de las ramas de los
árboles.
Buscó el interruptor de la luz exterior desesperadamente.
Por fin logró encenderla justo a tiempo para ver el cornejo
mediano de su jardín sacudiéndose. Ramona soltó un atroz
chillido animal y las ramas se batieron más, haciendo que
cayese nieve de ellas.
—¡Mona! —la llamó Sloane con un grito agudo—.
¡Regresa aquí ahora mismo!
Ramona no respondió a la autoridad que intentó ponerle a
su voz. Quizá porque hasta el gato podía ver que Sloane
proyectaba más miedo que autoridad. O estaba ocupada con
lo que sea que estuviese causando que siguiera aullando y
zarandeando el árbol.
—¡Ramona!
Dios. Tenía que salir. Tenía que detener lo que sea que
estuviese pasando. Debía rescatar a Mona.
—¡Ramona! —gritó Sloane con más fuerza. Estaba
nevando, y eso significaba que estaba haciendo un frío
inclemente. Estaban a unos menos doce grados, tomando en
consideración la sensación térmica. Gata tonta, ¿por qué se
había escapado así?
Ramona soltó otro chillido asustado que le puso el
corazón en la garganta. Sloane se aferró al marco de la
puerta y clavó las uñas en la madera. No, joder, no lo decía en
serio. Ramona no era tonta; era increíble.
Era Sloane la tonta. Por lo general se aseguraba de que
Ramona estuviese encerrada antes de abrir la puerta
principal. La gatita era demasiado curiosa para su propio
bien. ¿Por qué se le había olvidado en esta ocasión? Qué
tonta.
Otro alarido, y el árbol se blandió con tanta fuerza que
pedazos cada vez más grandes de nieve cayeron al suelo.
Ramona y otro animal en el árbol estaban armando un
escándalo de los buenos.
Sloane se cubrió los ojos como si eso la ayudara a ver en la
oscuridad y saber qué demonios ocurría en la copa del árbol,
pero, por supuesto, no funcionó.
Mierda. ¡Mierda! Solo tenía que salir y traer a Ramona.
Era así de simple.
Simple. De acuerdo.
Ya tenía los nudillos blancos por agarrarse con tanta
fuerza a la puerta, y es que salir era lo único que no se había
podido atrever a hacer en los últimos seis años.
Agorafobia. Así le llamaban los loqueros.
Sloane prefería pensar que era algo así como una
hogareña al extremo. No era nada de otro mundo; su vida era
estupenda y nunca se sintió discapacitada. Hasta que ocurría
algo como esto. Adoraba a Ramona, y no estaba segura
afuera de la casa: podía perderse, o, si estaba afuera por
demasiado tiempo en ese temporal, se le podrían congelar
las orejas. Sin mencionar que lo que sea que estuviese en
aquel árbol no parecía querer ser su amigo.
¿De verdad la dejaría sufrir solo porque tenía miedo a
sufrir un ataque de pánico? Cerró los ojos con fuerza y movió
un pie en dirección al pequeño escalón fuera de su puerta
principal.
—Tú puedes —se susurró—. No es más que tu patio.
Se mordió el labio con fuerza, se aferró más al marco de la
puerta y puso la punta del pie en el espacio que estaba tras la
puerta principal. El pecho se le apretó de inmediato.
Solo el primer paso era el más difícil, ¿verdad?
Cielos, el viento estaba helado. Sloane odiaba el invierno.
Había muchas cosas a las que temer en el mundo sin que la
naturaleza tratara de asesinarte también.
—Ya voy, Ramona —dijo con seguridad. Se sentía segura.
Podría con eso. Claro que podría. Siempre se decía que iba
a poder salir si de verdad lo necesitaba. Es solo que nunca
hubo ningún incentivo.
Pero he aquí una razón, la mejor razón: ayudar a su mejor
amiga.
Levantó su pie derecho y lo sacó por la puerta.
—Bueno —se susurró—. Ahora da un paso.
Pestañeó y se quedó mirando su pie alzado.
—Da un paso. —Se aferró al marco de la puerta y se sintió
ridícula con el pie en el aire—. Cielos, ¡solo mueve el
puñetero pie!
Pero entonces una traicionera vocecita preguntó.
«¿recuerdas lo que pasó la última vez?».
La última vez que intentó salir de la casa fue hace tres
años, justo antes de que su tía abuela Trish muriese. Sloane
logró llegar hasta la entrada antes de que un ataque de
pánico hiciera que se doblara en posición fetal y se devolviera
arrastrándose como un animal a la seguridad de su hogar.
El pecho se le apretó otra vez al recordar aquello. Era
como si le estuviesen comprimiendo los pulmones y no
pudiese tomar una bocanada de aire.
Mierda. Si no podía tomar ninguna bocanada, eso
significaba que no estaba respirando. Si no respiraba, eso
significaba que moriría.
—¡Mierda! —gritó, metiendo el pie y tomando una gran
bocanada de aire. Se puso las manos en las rodillas y volvió a
respirar con fuerza. Diablos, se sentía aturdida.
Tan pronto como aparecieron manchas en su vista,
regresó junto a la puerta.
—Ramona —volvió a llamar, y su voz desapareció en el
viento helado. ¿Quizá volvería por su cuenta cuando se
olvidara de su curiosidad?
Un horrible aullido agudo de dolor penetró en el
ambiente.
—¡Ramona! —gritó Sloane, asomándose por la puerta a la
que se agarraba.
El chillido continuó. Sloane nunca había escuchado a
Ramona hacer un ruido así.
Era un sonido de terrible dolor. O terror. ¿Qué le pasaba?
Ramona la necesitaba.
Ahora mismo.
Sloane levantó su pie de nuevo mientras el aullido
persistía. Aun así… no pudo hacerlo.
La vergüenza la invadió cuando volvió a meter su pie. No
podía hacerlo. Simplemente… no podía. Estampó el puño
contra el marco de la puerta. Todo era una estupidez. Respiró
hondo y sacó el pie una vez más.
El corazón le empezó a palpitar con tanta fuerza que ella
misma pudo oírlo. Se llevó una mano al pecho. Cielos, iba a
tener un ataque al corazón. Ramona estaba afuera, presa de
otro animal, sufriendo, y Sloane no podía respirar, no podía…
Cayó de rodillas e inclinó la cabeza, sollozando.
Y toda esa tontería en la que estuvo pensando antes sobre
lo perfecta que era su vida… Pura basura. Primero el robo de
identidad y ahora esto.
Era un bicho raro que no podía salir de su propia casa. No
había puesto un pie afuera en más de seis años, e incluso
entonces… bueno, la tía abuela Trish tuvo que sedarla para
traerla desde California a la propiedad luego de que sus
abuelos se hubiesen lavado las manos cuando cumplió los
dieciocho.
Ramona se encontraba sufriendo y ni siquiera podía…
«Por favor», le rezó a un dios en el que no sabía si creía,
«¡ayúdame!».
—¿Hola? —llamó una voz desde la oscuridad—.
¿Necesitas ayuda?
DOS

Sloane

SLOANE MIRÓ HACIA ARRIBA, conmocionada, mientras una


figura emergía de la oscura calle y avanzaba a la esfera de luz
que emanaba su pórtico. Se puso en pie con dificultad a la vez
que el gigante de pantalones grises y una sudadera se
acercaba.
Su primer instinto fue retroceder, pero entonces Ramona
volvió a emitir un alarido.
—¡Sí! —dijo Sloane con desesperación mientras pedazos
de nieve acumulada seguían cayendo de las convulsas ramas
del árbol—. Es mi gata. —Señaló el árbol, asomándose por el
umbral tanto como se atrevió.
A medida que el hombre se acercaba, pudo divisar más de
sus facciones. Tenía piel oliva y una marcada nariz aguileña,
y, mientras echaba hacia atrás la capucha de su sudadera
para poder mirar mejor el árbol, exhibió una cabellera negra.
Frunció el ceño mientras observaba el agitado árbol. Se
puso una mano en los ojos cuando se acercó para cuidárselos
de la nieve que caía.
—¡Ahí! —gritó Sloane y señaló con el dedo cuando atisbó
una forma oscura que corría a toda velocidad por el tronco, a
media altura del árbol de nueve metros.
Era Ramona. Y correteando detrás de ella había una forma
mucho más pequeña. ¿Era una ardilla? Cielos, ¿Ramona
estaba chillando como si su vida dependiese de ello por una
ardilla? Pensándolo bien, Ramona había sido una gata casera
toda su vida. No estaba acostumbrada a la vida silvestre.
Más nieve cayó de las ramas y el hombre rondó el árbol
con pasos sosegados y calculados. La cima del árbol se
sacudió fuerte y Sloane extendió el brazo para intentar
detenerlo, como si aquello fuese a ayudar en algo.
—¡Ramona! —Volvió a gritar.
Pero entonces, casi en un abrir y cerrar de ojos, las
sombras corrieron hacia el árbol y se dirigieron hacia abajo.
—¡La cena! —llamó Sloane, esperando tentar a su querida
y exasperante mascota. Pero la ardilla era la que huía ahora,
y Ramona la estaba persiguiendo. El animalillo bajó a toda
velocidad por el tronco del árbol y se adentró en la nieve, y la
gata iba pisándole los talones.
Pero tan pronto como sus patas entraron en contacto con
la nieve, el desconocido se hizo presente y la cogió en brazos.
Ella chilló y se resistió, pero él era listo y se levantó el
dobladillo de la sudadera para pegársela al pecho al mismo
tiempo que se protegía de sus garras.
Salió corriendo apresuradamente hacia la casa y Sloane se
replegó para dejarlo pasar. El hombre entró y ella cerró la
puerta detrás de él. De inmediato, el hombre se arrodilló y
soltó al enfadado animal de la bolsa improvisada que hizo
con su sudadera. Ramona escapó como un rayo de su
aprisionamiento y huyó a su estudio.
Sloane corrió tras ella.
—¿En qué pensabas? —chilló al encontrar a Ramona
escondida detrás del sofá en una esquina de la habitación.
Sloane se agazapó y echó un vistazo debajo del sofá. Estiró
un brazo para sacar a Ramona, pues quería comprobar que se
encontraba bien y que la ardilla no la hubiese lastimado, pero
la voz del desconocido la hizo detenerse.
—No la toques. Deja que se calme primero.
Sloane retiró su brazo y le frunció el ceño al desconocido,
tras lo cual pestañeó un par de veces. Era extrañísimo tener a
alguien más en su espacio, y mucho más que el susodicho
extraño le dijese cómo tratar con su propia compañera de
cuarto.
—No me hará nada.
Él enarcó una ceja.
—Es un animal. Ahora mismo solo se guía por su instinto.
—¡Puede estar herida!
Sloane pudo ver en su expresión que estaba irritado, pero
no lo comprendía. Ramona era todo lo que tenía. ¿Y si no
hubiese llegado a tiempo? ¿Qué clase de persona no podía
sobreponerse por el tiempo suficiente para salir de la casa y
así ayudar a su mejor amiga cuando estaba lastimada y en
problemas?
Una persona de mierda; esa persona.
Sloane soltó un suspiro tembloroso, todavía. Tal vez el
hombre tenía razón; la única ocasión en la que Ramona había
salido de la casa fue cuando la tía Trish la llevó al
veterinario, y eso fue hace años. Darle un momento para
tranquilizarse seguro estaría bien. Se llevó una mano al
pecho. También le vendría bien calmarse un poco, y tal vez
un trago fuerte.
Miró al desconocido, que seguía observándola con una
expresión de preocupación en el rostro. Fue entonces cuando
se percató de que probablemente lucía tan demente como lo
era, tirada en el piso de su estudio con un kimono de seda y
tan preocupada por su gata que ni siquiera se había
presentado.
Maldijo por lo bajo mientras intentaba levantarse con la
mayor dignidad posible considerando su atuendo y sus
acciones. Tiró del doblez de su bata hacia abajo mientras
sonreía tímidamente, y extendió una mano.
—Hola, me llamo Sloane. Perdona. En verdad aprecio que
la hayas traído, no sabes lo mucho que significa para mí. Me
has salvado la vida.
Él sonrió, y Sloane se sorprendió por lo encantador que se
volvió su huraño rostro cuando lo hizo. Allí, bajo la
iluminación de su estudio, se quedó impactada por lo guapo
que era en realidad.
—No pasa nada —dijo—. No pude seguir trotando cuando
me di cuenta de que podía ayudar. Me alegra haberlo hecho.
Soy Nicholas, por cierto.
—Un gusto, Nicholas. —Sloane sonrió a la vez que él daba
un paso adelante para estrechar su mano extendida. La suya,
de alguna manera, era cálida; o quizás la de Sloane estaba
mucho más fría de lo normal por haberse estado aferrando al
helado marco de la puerta. Lo soltó y luego pestañeó,
tratando de recordar cómo interactuaban las personas reales
cuando estaban frente a frente.
«Vamos, te la pasas todo el día hablando con tipos. ¿Qué
te ocurre?».
—¿Te gustaría algo de beber? ¿Café o agua? Perdona,
quizás solo quieres seguir con tu ejercicio. Lamento mucho
todo esto. —Señaló donde se encontraba Ramona—. Estoy
segura de que no era esto lo que tenías en mente cuando
saliste a hacer tus aeróbicos hoy.
Alzó las cejas levemente, como si le sorprendiese su
invitación, pero se recompuso con rapidez.
—No es gran cosa, en verdad. Y, esto…, claro. Aceptaré
una taza de café, si no es molestia.
Sus ojos avellana eran tan brillantes que casi le robaron el
aliento por un instante. Bajo el foco brillante de la cocina se
veía aún más colosal que cuando entró a su patio. Le había
impresionado ver un hombre tan grande allí, en persona;
pero tan pronto como lo vio cargando a Ramona desde el otro
lado del patio, todo lo que sintió fue gratitud. Luego lo miró
al rostro y cielos… sí que era guapo.
Tenía la mandíbula definida, pero eran sus ojos vivos y
expresivos lo que detenían a Sloane en seco.
El hombre extendió la mano y le hizo un gesto para que la
estrechase. Su sonrisa era maravillosa y hacía que su corazón
diese una especie de vuelco, lo cual provocó que sus mejillas
se encendieran. ¿Qué demonios…?
Su vida estaba en ruinas y aquí estaba ella, enmudecida
frente a un hombre. Pasaba todo el día, todos los días,
hablando con tipos sobre sus secretos y fantasías más
profundos. ¿Qué importaba que este hombre estuviese aquí
en persona? ¿De verdad era tan distinto de lo otro?
A juzgar por el calor que antecedió sus mejillas coloradas,
diría que sí. Sí, era muy distinto.
—No, no es ninguna molestia —logró decir por fin.
Él le volvió a dedicar esa sonrisa espléndida e indulgente.
—Estupendo.
Sintió que sus partes femeninas se derretían un poco.
Dios, ¿era porque se había negado un orgasmo antes? ¿De
verdad se había alterado tanto? Y, una vez más, ¿cómo era
que un hombre la estaba distrayendo en esos instantes? Si no
podía estar con Ramona, entonces debería estar al teléfono
hablando con las agencias de crédito, intentando cancelar
todas las tarjetas a su nombre y resolver toda esa mierda.
Fue hasta la cocina y él la siguió.
O… podía olvidar su apestosa situación y permitir que la
distrajese el bombón que estaba en su cocina en aquel
momento. En su cocina. Eso tenía que repetírselo. Nadie
había estado en su cocina en años, desde que estaba con su
tía abuela.
Se mordió el labio. No fue solo el factor de la belleza lo
que lo hacía tan atractivo. No se comportaba como ningún
hombre guapo que hubiese conocido; no tenía la actitud
arrogante de «soy el mejor y lo sé todo» que tenían todos
los muchachos atléticos del instituto. Cada cierto tiempo se
topaba con uno de esos en sus sesiones; eran
inevitablemente exigentes y poco dispuestos a dar propinas.
Es como si esperaran que todo en la vida se les entregase.
Claro, solo llevaba conociendo a Nicholas unos minutos,
pero era buena evaluando a los hombres. Tenía que serlo al
trabajar en su oficio. El hombre le daba la impresión de
gigante gentil.
Bueno, vale, un gigante gentil y bastante sensual.
Diablos, se le quedó mirando. ¿Por cuánto tiempo lo había
estado observando?
—Eh, ¿estás bien? —Frunció el ceño—. Te ves algo
afectada. ¿Hay alguien a quien quieras llamar?
Bueno, aquello respondía su pregunta de si su
inadaptación era evidente.
—No —dijo Sloane, tal vez demasiado rápido. Intentó
recomponerse—. Quiero decir, no importa. Estoy segura de
que estaba exagerando por nada.
Se volvió y fue directo a la cafetera.
—Perdona. —Suspiró, pero decidió ser directa al respecto
y portar con orgullo su insignia de bicho raro—. Hay algo
que deberías saber sobre mí, y es que no recibo muchos
visitantes, así que he perdido práctica en esto de… —Frunció
los labios y movió una mano—, la interacción con otras
personas.
Aquello hizo que soltase una risa.
—Creo que te está yendo bastante bien, y ciertamente
respeto la decisión de apartarse de todo. De hecho, fue eso lo
que me trajo a la zona rural de Oklahoma.
—¿En serio?
Él asintió, pero no dijo nada más, y ella le añadió varias
cucharadas de café al filtro. Quiso indagar más, pues sentía
una curiosidad infinita sobre este desconocido que se había
aparecido en el momento crítico para sacarla de su apuro.
¿Sería raro si jugaba una versión unilateral de 20 preguntas?
¿Cómo se llamaba tu primera mascota? ¿Qué edad tenías
cuando tuviste tu primer trabajo? ¿Tienes una relación a
largo o corto plazo? ¿Qué opinas de quitarme la virginidad?
Su rostro se encendió al pensar en ello. Sí,
definitivamente había pasado demasiado tiempo desde la
última vez que estuvo cerca de otras personas. La única
persona que veía, aparte del repartidor que veía
periódicamente, era Tom. Se pasaba cada tantas semanas
para cortar el césped en verano o quitar la nieve en invierno.
Sin embargo, a veces se limitaba a pegar en la puerta un
sobre con el dinero por sus servicios. La forma en que la
miraba le recordaba demasiado a sus clientes. El hombre era
alto, tan delgado como un palo y tenía esa aura solitaria y
desesperada con la que trataba todo el día.
Nicholas, por otro lado, no parecía pertenecer al grupo de
los desesperados en absoluto. Mostró seguridad cuando se
sentó en la mesa de la cocina. Sus largas piernas ocuparon un
buen espacio. Evidentemente, no era el tipo de persona que
sentía la necesidad de hablar para llenar los silencios.
—Entonces, ¿te gusta salir a trotar por las tardes? —
Presionó el botón para hacer que el café empezase a filtrarse.
«Vaya. Increíble. ¿Ese es el tesoro verbal con el que
decides empezar? Ven, que te aplaudo de pie».
Él se encogió de hombros.
—Estoy ocupado en el día, y de noche es tranquilo.
Ella se rio al oír eso.
—Siempre es tranquilo por aquí. ¿No te preocupa que pase
un auto y no te vea? —preguntó, señalando su ropa oscura.
—No me pongo auriculares, así que los escucho venir. Y
los colores brillantes no son lo mío.
Nicholas había desviado la vista mientras hablaba. Sloane
miró hacia abajo siguiendo su campo de visión. ¿Es que se
había derramado algo de…?
Mierda. Por la forma en que estaba de pie, su delgada bata
de seda se había subido tanto que dejaba entrever sus bragas
de encaje rojas. Se había desesperado tanto por el asunto de
Ramona que no pensó en ponerse algo más decente. Joder.
Estuvo pavoneándose por todos lados medio desnuda sin
siquiera pensar en ello.
—Vuelvo enseguida. —Huyó a su habitación.

É
—Lo siento. Espera. —Él se levantó, y las patas de la silla
chirriaron al entrar en contacto con el piso de madera, pero
ella ya se encontraba en el pasillo—. No fue mi intención…
—¡Solo será un segundo! —exclamó ella por encima del
hombro.
Se metió a su habitación y cerró la puerta. Su corazón iba
a mil por hora, pero, por primera vez, no temía sufrir un
infarto. Se cubrió la boca con la mano y apenas alcanzó a
contener su risotada. Se dobló y llevó ambas manos a los
labios.
Era una persona nefasta. Ramona estaba lastimada, sus
finanzas estaban por los suelos y, aun así, aquí estaba ella,
embelesada por un hombre. Se levantó, se secó los ojos y
miró al techo. Cielos. No sabía si estaba llorando de la risa o
por toda la mierda que había pasado. Lo de hoy ya era
demasiado en todos los niveles posibles.
Pero su pecho bullía de… ¿era aquello emoción?
Pestañeó lentamente. No podía recordar la última vez que
se emocionó tanto por algo. Negó con la cabeza y pensó que
la vida había escogido un momento seriamente inoportuno.
Corrió a su armario y se puso unos pantalones de yoga junto
con una camiseta.
—Contrólate —se susurró; luego, respiró hondo y regresó
a la cocina.
Nicholas estaba de pie junto a la cafetera y alzó la vista
cuando la sintió entrar.
—Perdóname, lo de antes fue completamente inapropiado
y…
—Está bien. —Puso una mano sobre su brazo y le sonrió
—. Por lo general no tengo compañía. No debería andar por
ahí en ropa interior si no quiero que nadie me mire.
—Joder, aun así, no es excusa para…
Soltó una risa. Los hombres se corrían todo el día con su
cuerpo desnudo, ¿y este tipo sentía culpa por una simple
miradita accidental?
—En serio, no pasa nada. —Se calló, y sus ojos se
desviaron a su bíceps una vez más. ¿Tenía músculos encima
de sus músculos?
Yyyyy… ¿por cuánto tiempo se había quedado allí de pie
mirándole?
—¡El café! —dijo, sin duda estruendosamente. Apartó la
mano con tosquedad y se volvió hacia la máquina.
—Ah, sí. El café —dijo él, llevándose una mano a la nuca y
sonriendo con algo de timidez.
—Entonces, ¿qué haces durante el día?
Estaba tan concentrada cogiendo la garrafa del café que
casi pasó por alto la forma en que sus ojos se
ensombrecieron. Casi, pero lo vio; y aquello le hizo sentir
más curiosidad.
—Trabajo con una empresa de importaciones y
exportaciones en la ciudad. —Se encogió de hombros—. Pero
puedo trabajar a distancia a veces, así que me gusta
aprovecharme de ello.
Ella sonrió.
—Genial.
Estuvo a punto de hacerle otra pregunta a la vez que cogía
unas tazas del armario superior, antes de percatarse de que
aquel compartimento escondía una de las cámaras. Se llevó
las tazas y lo volvió a cerrar con fuerza.
Nicholas volvió la cabeza. ¿Significaba que no había visto
la cámara? ¿O tenía esa expresión de confusión porque sí la
había visto?
—¿Pasa algo? —le preguntó.
—Nop.
Su voz, que salió una octava más aguda, no la delató, ¿o sí
Para nada.
Él se quedó mirándola por otro instante y luego pareció
restarle importancia; o, por lo menos, eso creyó ella, pues lo
siguiente que preguntó fue:
—¿Qué haces tú?
Le titubeó la mano al verter el café en cada taza, y casi
derramó el de Nicholas.
—Ah, yo también trabajo desde casa. —Su mano tembló
un poco cuando volvió a colocar la garrafa en la máquina—.
Nada interesante, solo es servicio de atención al cliente.
Le pasó su taza de café.
—¿Quieres leche?
Él asintió a la vez que miraba a su alrededor.
—Está todo muy bien instalado.
A Sloane se le encogió el estómago. ¿Entonces sí había
visto la cámara? Mierda.
—Me refiero a la casa —aclaró Nicholas—. Y al terreno.
¿Cuántas hectáreas tienes?
Ah, por supuesto. La propiedad. Sloane se sintió tonta y
paranoica. Claro que no había descubierto su secreto al azar;
las personas normales no iban por ahí sospechando que
alguien trabajaba como estrella de sex cam. Si su risa sonó
algo aguda, pero Nicholas no pareció percatarse.
—Hay seis hectáreas en la propiedad. Pero solo cuido el
área que está por el jardín.
Bueno, era Tom quien la mantenía. Sacó la leche del
refrigerador y se la pasó a Nicholas, que se sirvió una
cucharada antes de pasársela nuevamente. Ella hizo lo
mismo.
—Suena agradable. A veces pienso en comprarme una
pequeña parcela de tierra. —Sus ojos se volvieron algo
distantes—. Quiero vivir tranquilo y en paz.
—Si tan solo no existieran esas molestas facturas que hay
que pagar. —Como la factura de la electricidad que vencía en
diez días. No, no pensaría en eso en aquel momento. No lo
haría.
Una sonrisa apacible cruzó su rostro. Alzó su taza de café
a modo de brindis.
—Ojalá. Pero sigo teniendo mis planes. Hay que tener
sueños, ¿o no?
Sloane pensó en lo que había mencionado de venirse a
Oklahoma para alejarse de todo. ¿Cuál sería su historia?
Pero apartó la mirada mientras sorbía su café.
—Bueno, no lo sé. —Le dedicó una sonrisa desenfadada
—. No está mal contentarse con la vida que tienes. Si no está
roto, no lo arregles, ¿verdad?
Cuando volvió a mirarlo, notó que tenía el ceño fruncido.
—Pero entonces nada cambiaría.
Ella se encogió de hombros.
—¿Y qué tiene? Por mí está bien. Tengo un techo, comida,
ropa, y Ramona me hace compañía. —Entonces se avergonzó
por lo patético que sonó aquello—. Y, bueno, mis otros
amigos.
Vaya mentira. No tenía otros amigos. Pero Nicholas
asintió, y no vio ni un poco de crítica en su rostro. Luego se
volvió para mirarla.
—También me gusta la vida que tengo, pero no quiere
decir que no quiera más.
Sloane bebió de un trago el resto de su café. ¡Cielos, estaba
demasiado caliente! ¡Quemaba! Pero logró tragárselo. Las
papilas gustativas estaban sobrevaloradas de todas formas.
Se puso en pie abruptamente para servirse más café. Era
normal que un hombre como Nicholas hablase de querer
alcanzar más; era guapo, no tenía discapacidades y
probablemente ni siquiera llegaba a los treinta. El mundo
estaba a merced de un hombre como él. Pero parte de ser
adulto era comprender que se debían hacer compromisos;
que nadie era perfectamente feliz; que las personas se
quedaban con lo que podían conseguir y no aspiraban a más
en todo momento en caso de que perdiesen lo poco que sí
tenían.
Tragó con fuerza y pensó en su cuenta bancaria vacía a
pesar de lo mucho que intentó apartarlo de su mente.
—Bueno, supongo que soy una chica que ve el vaso medio
vacío. —Sonrió con aire de disculpa mientras se servía otra
taza de café—. Los cambios me ponen nerviosa.
¿A quién quería engañar? Los cambios la hacían
hiperventilar.
—Prefiero que todo salga sin problemas y de acuerdo con
lo que tenía previsto. Me gusta despertar y saber
exactamente lo que pasará ese día.
Nicholas frunció el ceño, aunque la leve sonrisa en su
rostro decía que estaba entretenido.
—Pero eso es imposible. La vida es caótica. Por más que
intentes controlar todo, sucederán imprevistos, como cuando
se va la electricidad.
—Tengo un generador de emergencia.
—O cuando te quedas sin Wi-Fi.
—Mi trabajo es flexible. —Levantó los hombros y se sentó
al lado opuesto de él—. No pasa nada si me desconecto por
un par de días.
—O cuando hay una tormenta que te encierra en la casa
por una semana.
Ella sonrió ante eso.
—Aquí tengo todo lo que podría necesitar. No estamos
cerca de ninguna llanura que se pueda inundar. Si hay un
desastre nacional, tengo suficiente comida, agua, y gas en el
generador para sobrevivir por seis meses sola.
—Vaya. —Nicholas pareció sorprendido—. Puede que me
haya equivocado. Tal vez si trabajas lo suficiente, sí que
puedes controlar tu vida y prepararte para todo.
Fue entonces cuando sintió que le cambió el semblante.
—Pero Ramona igual se escapó, y si no hubieras estado
ahí, quién sabe hasta donde habría llegado luego de bajar de
ese árbol. —Apoyó los codos en la mesa y se pasó las manos
por el rostro—. Si hubiera seguido mi rutina y la hubiera
encerrado en su habitación antes de abrir la…
—De eso se trata —dijo Nicholas, estirando la mano hasta
el otro lado de la mesa y poniéndola sobre su antebrazo.
Sloane se quedó paralizada frente al contacto. Se quedó
mirándole la mano enorme y la contracción de los músculos
de su antebrazo en el momento en el que le dio un apretón
antes de soltarla—. No eres una máquina. Eres un ser
humano.
—¿Y entonces siempre me equivocaré porque soy
humana? Qué forma tan mierda de verlo…
—No —dijo él negando con la cabeza y riendo—. Lo que
digo es que eso es lo bueno de que la vida nos demuestre que
nos equivocamos siempre que creemos tener el control. Eso
no existe. Solo somos libres cuando renunciamos al control.
Se quedó boquiabierta. Es que aquello no tenía ningún
sentido. Claro, solo tenía veinticuatro años, pero había visto
la verdad de la condición humana a través de mil lentes de
cámaras diferentes. Se estaba equivocando, y mucho.
Todo lo que la gente hacía era buscar formas de ganar
poder y control. Controlar a las demás personas, controlar su
placer, controlarla a ella… incluso si solo era una ilusión. Eso
era parte de lo que hacía que su trabajo fuese divertido; no la
parte de los orgasmos, porque había días en los que no se
masturbaba que los que sí.
Pero fuesen hombres que querían que los llamara papi o
que se vistiera de peluche en sesiones privadas con ellos,
todos acudían a ella porque podía darles justo lo que
necesitaban: cosas de las que se avergonzaban, apenaban o
que eran imposibles de hacer en la vida real. La buscaban a
ella para fantasear sus deseos y hacerlos realidad. Y sin
importar las cosas degradantes que le dijesen durante la
acción, era ella al fin y al cabo quien se iba y se quedaba con
la pasta.
Era ella quien ganaba al final. Ganar: eso es lo que hacía.
Tenía todo lo que necesitaba justo ahí. Podía conseguir todo
lo que quisiese. Le estaba yendo bien; perfectamente bien,
¿verdad? ¿A que sí?
Tragó con fuerza y bajó la vista a la mesa. ¿Y si el banco
no podía recuperar los treinta mil dólares? Todo por lo que
había trabajado durante años se esfumaría así, con un ¡puf!
Todo su trabajo duro modelando día y noche, levantando su
empresa cuidadosamente, se iría por el desagüe. Y aunque
todo se resolviese y le devolvieran su dinero, seguía siendo
una prisionera de su propia casa.
Había estado bajo un arresto domiciliario autoimpuesto
por seis años.
Seis años.
No era genial, ni fabuloso, ni impresionante. Eso no era
más que la mentira que se decía a sí misma para soportarlo
sin que se le fuese la olla. Aquella era la brutal verdad que
había tenido que confrontar mientras esperaba en la puerta,
paralizada, para salir a ayudar a Ramona.
—¿No te gustaría sentirte sorprendida? —preguntó
Nicholas en voz baja—. ¿Descubrir cosas nuevas y hacer algo
espontáneo solo porque sí?
¡No! Detestaba las sorpresas.
¡Sorpresa! Piensas que tus padres y tú van al
supermercado como de costumbre, pero mira, ese auto que
venía en sentido contrario de repente va hacia donde
caminas.
¡Sorpresa! Tu padre pende de un hilo en la UCI tras el
accidente, pero tiene una embolia y ahora está muerto como
tu madre.
¡Sorpresa! Ese minúsculo problema de ansiedad que
habías tenido antes de los exámenes y concursos del coro se
ha convertido en ataques de pánico que te debilitan y te
hacen imposible vivir.
Y, por supuesto, ¡sorpresa! Tu cuenta bancaria no tiene
dinero y alguien ha arruinado tu crédito y robado miles de
dólares a tu nombre.
Pero… bueno, es cierto que Nicholas también era una
sorpresa. Y sí, era un triste comentario en el margen de su
vida que una visita de treinta minutos por parte de un
desconocido fuese el momento culminante de los últimos
cinco años de su vida.
—¿Sloane? —preguntó Nicholas.
Sloane se percató de que hacía rato, tal vez minutos, que
no decía nada; pero no sabía qué decir. Tenía demasiados
pensamientos en la cabeza yendo a toda velocidad.
—No lo sé —dijo por fin—. Cuando ves la vida de una sola
forma por tanto tiempo… bueno, parece que no hubiera otra
manera, ¿sabes?
Nicholas frunció el entrecejo y parecía estar a punto de
decir algo cuando un maullido proveniente de pasillo hizo
que ambos volvieran la cabeza.
—Ramona —dijo Sloane en voz baja, y su gata avanzó
hacia ella. Tenía un arañazo irritado y rojizo que le surcaba la
nariz, pero no estaba sangrando. Aparte de eso, parecía estar
bien. Llegó hasta donde estaba y saltó a su regazo.
Sloane quiso abrazarla y no soltarla, pero a Ramona no le
gustaba que la apretujasen, por lo que solo la acarició desde
la cabeza hasta la cola. La gata se instaló en su regazo y
comenzó a ronronear como un pequeño motor.
Sloane le sonrió a Nicholas con los ojos húmedos.
—Se encuentra bien —susurró.
Nicholas sonrió; era una sonrisa más dulce de la que le
había visto en toda la tarde. Acabó con su café, y Sloane le vio
la nuez moverse cuando tragó varias veces. Volvió a dejar su
taza en la mesa con delicadeza.
—Debería irme —dijo él, y Sloane asintió mientras sentía
una punzada de tristeza. Se sintió muy bien hablar con otro
ser humano cara a cara, así como lo fue ser ella misma, para
variar, en vez de interpretar algún papel.
Sloane intentó sonreír y ocultar sus absurdas emociones.
—Gracias una vez más —dijo—. Fue muy agradable
conocerte. Te enseñaría dónde está la puerta, pero… —
Asintió para señalar a su gata.
—Ni lo digas. La he pasado muy bien conversando. —Se
levantó, pero sus ojos eran tan claros y directos cuando se
encontró con los suyos que Sloane tuvo que contenerse de
suspirar. Cielos, ¿alguna vez había estado en la misma sala
que un hombre tan magnético como él?
—Esto… yo también. Digo, fue lindo hablar contigo.
Se sacudió internamente. ¿Qué carajos? Entonces era
guapo y parecía ser un hombre agradable. Y aparte del
traspié en la cocina, no la había comido con los ojos durante
su conversación, lo cual era una hazaña que ni siquiera Tom
lograba. Por lo general le hablaba mirándole directamente
los senos.
Pero Nicholas parecía haber estado genuinamente
interesado en lo que tenía que decir. Y no solo porque
quisiese correrse con el sonido de su voz.
Cielos, se estaba comportando como una estúpida. Nada
de eso importaba, porque nunca volvería a verlo. Lo de hoy
no fue más que un evento extraordinario en la monótona
existencia que era su vida. Y eso estaba bien.
Bueno, tal vez necesitaba hacer algunos cambios. La
conversación le había dado mucho que pensar, razón por la
cual necesitaba irse, así ella podría…
—Quiero volver a verte —dijo Nicholas, avanzando hacia
ella y deteniéndose antes de entrar en su espacio personal.
Dejó de respirar. ¿En serio?
—¿Te gustaría ir a por un café en algún momento? ¿O ir a
beber algo?
Y así sin más, la sensación luminosa y eufórica de su
pecho se desvaneció. No pudo evitar que sus hombros se
viniesen abajo mientras miraba a Ramona en su regazo.
—No puedo.
—Vaya. —Nicholas se llevó la mano a la nuca—. No hay
problema, lo entiendo. Yo… —Se rio y cerró los ojos con
fuerza, tras lo cual volvió a mirarla—. Fue agradable
conocerte, Sloane.
Entonces cruzó la sala para ir hasta la puerta; a punto de
salir de su vida para siempre.
«No, detente». Sloane vio su ancha espalda cada vez más
lejos. Sin embargo, antes de atravesar la puerta se detuvo y
se volvió a mirarla. Sus ojos avellana centelleaban bajo la luz.
—Una cosa más: por favor no vayas por ahí dejando que
cualquier desconocido pase a tu casa así de fácil. Hará que
me pase la noche en vela preocupado por ti.
Entonces continuó su camino por la puerta principal.
—¡Maldita sea! —maldijo Sloane tan pronto como se
cerró tras sus espaldas.
Quiso darse un manotazo en la frente. Vaya estúpida que
era. ¿Por qué no podía ser una mujer normal por una vez? Si
un chico lindo te invitaba a salir, decías que sí. Pero no, eso
habría sido algo espontáneo y emocionante, y, por supuesto,
requeriría lo imposible: que de verdad saliera de la puñetera
casa.
¿No estaba harta de ser una prisionera? Su vida no era
perfecta y definitivamente tampoco fabulosa.
Pero Nicholas sí lo era. Era increíble, y, cuando hablaba
sobre la libertad, parecía saber de lo que hablaba. Parecía
como si fuera algo que hubiera experimentado. ¿Cómo se
sentiría?
Cargó a Ramona delicadamente y la dejó en el suelo. La
gata solo se quejó un poco, y, antes de que Sloane pudiera
pensarlo bien, sus pies ya se estaban moviendo. Abrió la
puerta principal, obstaculizando la entrada con su pierna
para que Ramona no pudiese escaparse esta vez.
—¡Nicholas! —llamó.
A duras penas podía distinguir su corpulenta silueta; casi
estaba en la calle otra vez.
—Nicholas —volvió a llamar—. Vuelve un momento. —
Agitó su brazo para hacer énfasis en sus palabras.
Él se devolvió trotando, subió los escalones del pórtico y
se detuvo frente a ella.
—¿Pasa algo? ¿Necesitas algo?
—El próximo domingo es día de hornear —balbuceó
Sloane—. Haré tartas. Puedes pasarte por aquí si quieres.
Pareció tomarle un momento procesar sus palabras, pero,
tan pronto como lo hizo, una amplia sonrisa se dibujó en el
rostro de Nicholas.
—Depende. —Por un momento se quedó mirando a
Sloane antes de continuar; su sonrisa levantaba una de sus
comisuras—. ¿Qué clase de tartas?
Sloane sintió que podía reír de alivio. ¿Conque así quería
jugar? Enarcó una ceja.
—Ándate con ojo. Si te comportas, puede que no solo
recibas tu tarta, sino que llegues a comértela.
Sus ojos chispearon y Sloane sintió que las mejillas se le
encendían. Mierda. ¿Es que estaba tan acostumbrada a hablar
con insinuaciones sexuales que no sabía cómo hablar sin
eso?
—¿A qué hora?
¿Eran ideas suyas o su voz sonaba más ronca que antes?
—A cualquier hora luego de la una de la tarde. Nos vemos.
—Entonces cerró la puerta. Se quedó de pie dándole la
espalda y respirando ruidosamente.
—«¿Puede que no solo recibas tu tarta, sino que llegues a
comértela?» ¿Qué carajos?
Esta vez se dio un golpe en la frente con la palma de la
mano antes de sacudir la cabeza.
Regresó para ver cómo estaba Ramona, que se encontraba
hecha un ovillo en medio del sofá, como si este le
perteneciese. Sloane se agachó y le rascó detrás de las orejas.
Respiró hondo y exhaló. Era tarde y estaba cansada, pero
cuando cogió su móvil y lo revisó, vio que aún tenía tiempo
para hacer el espectáculo en la ducha que había programado.
Y ahora más que nunca, no podía permitirse desatender el
trabajo. Era hora de volver a retomar el control de su vida.
Mañana empezaría lo que probablemente sería un largo y
demencial proceso de aclarar el fiasco que solían ser sus
finanzas.
Pero por esta noche, era hora de comenzar a ganar pasta.
Gracias al cielo que le gustaba pagar sus facturas por
adelantado, pues significaba que su sueldo dentro de dos
semanas pagaría la mayoría de sus gastos. Solo estaría
atrasada por un par de días con la electricidad y seguramente
no la penalizarían por ello. Lo cual era bastante bueno, ya
que, desde que casi ejecutaban la hipoteca luego de que su tía
muriera, siempre le metían una multa gorda cada vez que se
retrasaba aunque fuera una semana con esa factura.
Pero eso también quería decir que volvería a vivir con lo
justo; algo que no había hecho desde que comenzó con el
modelaje. Apretó la mandíbula y se dirigió a su habitación,
donde se quitó todo excepto las bragas. Cogió la bata de seda
que había tirado con tanto apuro antes y se la volvió a poner.
Se acomodó la prenda para que le cubriese los pechos
holgadamente, sostuvo el móvil desde arriba y puso una cara
sensual antes de hacerse una foto. Tras hacerse más desde
diferentes ángulos, buscó las imágenes y se decidió por la
mejor. Luego la subió a su OnlyFans y añadió una rápida
descripción:
«¿Adivinen quién está sucia y necesita una ducha? Diez
minutos para la #horadelbaño».
TRES

NICHOLAS

NICHOLAS SE QUITÓ la toalla luego de trotar por el largo


sendero en el que se encontraba la propiedad de Sloane y
entró a su auto alquilado. El viaje hasta la ciudad solo duraba
cinco minutos; al menos con la velocidad a la que iba
Nicholas. Aparcó en la calzada de la casa que estaba
alquilando y entró deprisa.
Cerró con llave luego de pasar y fue a sentarse en su cama,
exhalando fuerte. Se quitó las botas, dobló los dedos y estiró
los pies.
Seguidamente se quedó viendo el portátil y abrió la página
web.
CamGirlsEnVivoXXX.
Maldición. Se pasó las manos por el rostro y volvió a
incorporarse. En verdad debería irse a dormir. Llevaba en pie
desde el amanecer y por aquí hacía tanto silencio que
cualquiera se volvería loco. Y pensar que esto es lo que
consideraban «ciudad» por estos lados.
¿Pero dónde estaban los ruidos del tráfico? ¿Las personas
gritándose en un callejón a las tres de la madrugada? ¿Las
sirenas?
Esto era demasiado anormal.
Nicholas miró su portátil y apretó los puños al pensar en
la espléndida mujer que había dejado en aquella casa
derruida en medio de la nada más absoluta.
Sabía que era una cam girl. Claramente, fue así como el
loco de mierda que le mandó a vigilar su jefe se había
obsesionado con ella.
Olezka era el hijo más joven del jefe mafioso ucraniano
Nazar Tereshchenko. La familia era notoriamente paranoica
con su seguridad, y rara vez salían de su mansión de lujo
superfortificada en Nueva Jersey.
Los Tereshchenko eran de poca monta en aquel mundo, y
les habría venido estado bien quedarse así. Pero el viejo
Tereshchenko subestimó al jefe de Nicholas y comenzó a
meterse en sus casinos y territorio de drogas. Más
importante aún, se estaba robando la clientela más
acaudalada que siempre estaba al tanto de las sustancias más
nuevas.
Fue allí cuando el jefe de Nicholas, Dimitri Vasiliev Papá,
trazó un límite. El hombre era un Bratva por los cuatro
costados. Tuvo relevancia durante la época de los 90 en Rusia
tras la caída de la Unión Soviética. Al menos hasta que le
traicionaron y tuvo que escapar a los Estados Unidos.
Vasiliev aún tenía lazos con la madre patria; en especial
cuando retomó en Estados Unidos lo que había dejado en
Rusia. Pero esta vez fue mucho más cuidadoso; no confiaba
en nadie y pasó desapercibido de una forma tal que, cuando
pillaron a otros jefes más ostentosos, él continuó presente.
Sobre todo, ahora que su hijo Alexei se había encargado de
dirigir muchas de las operaciones en una era cada vez más
digital. Alexei había nacido en Estados Unidos y Nicholas
pasaba la mayor parte de su tiempo trabajando para él.
Alexei era el más… razonable de los Vasiliev en cuanto al
trato; esa era probablemente la mejor palabra para
describirlo. Pero era Vasiliev Papá quien había enviado a
Nicholas a esta misión. Al principio se sintió receloso. Por lo
general trabajaba como el guardaespaldas de Alexei y el
gorila de su club. Esto parecía como una prueba; algo por lo
que era conocido. Nicholas no pensó mucho en ello; era leal y
esta era una oportunidad de demostrar que su valor iba
mucho más allá.
Pero ahora que había llegado aquí y conoció a Sloane…
bueno, que le gustase no cambiaba la descripción de su
trabajo.
Posó los gruesos dedos sobre su portátil. Sería tan sencillo
escribir su nombre de cam girl. Lo había visto en el papeleo
que hurgó al rebuscar entre sus cosas cuando ella fue a
cambiarse a su habitación.
Por lo general, Nicholas permanecía en control absoluto.
Su alarma estaba programada para sonar a las cinco de la
mañana y ya eran… —sacó su móvil de su bolsillo—,
maldición, era casi medianoche.
Esto era estúpido. El día de hoy fue como cualquier otro
día. Estaba en aquel lugar para cumplir con un trabajo y eso
era todo. Solo se acostaría en la cama y se iría a dormir.
Ya había puesto sensores de movimiento en todas las
entradas de la casa, en el jardín y en la calzada, junto con
una cámara de lente gran angular en la propiedad. Lo había
hecho en plena oscuridad de la noche el mismo día que llegó
al pueblo. Estaba más habituado a ser el músculo que a andar
por ahí a hurtadillas, pero se las apañó para instalar el
equipo. Su experto en tecnología, Bo, le había explicado
varias veces cómo hacerlo antes de venirse.
Desde entonces estuvo vigilando la casa, y se dio cuenta
de que la mujer que vivía adentro nunca se aventuraba a
salir. Ni una sola vez. Le entregaban el correo por medio de la
abertura en la puerta principal. Los comestibles y paquetes
eran depositados en la puerta principal y ella asomaba la
cabeza y los recogía, pero nunca se le veía ni un pelo.
Hoy fue la primera vez que abrió la puerta por un
extendido período de tiempo, y pudo entrever más que solo
un breve vistazo de su rostro en cámaras. Así que se fue para
allá y fingió estar trotando por la zona. Interactuar con ella
no era estrictamente parte de las órdenes que le dieron, pues
se suponía que solo debía observar y aguardar que Olezka
diese el primer paso; pero pensó que su decisión impulsiva
de ayudar con el gato había dado sus frutos. Tener mayor
acceso era algo bueno desde todos los ángulos.
Evidentemente pudo haberse enterado de la página en la
que trabajaba si le hubiese preguntado a Bo. Era él quien
había rastreado su dirección, después de todo. Pero no le
había preguntado; no pensó que le fuese a importar. Bo
estaba vigilando los movimientos de Oleska en la aplicación
de modelajey dándole reportes relevantes a Nicholas.
Pero entonces, ver los papeles luego de conocerla…
Nicholas se quitó la camiseta y tanteó el botón de sus
pantalones para encontrarse su miembro rígido.
—Maldit… —maldijo a medias, apartándose un poco los
pantalones y bajándolos. Estaba bien; lo ignoraría. Era un
hombre adulto, no un adolescente. Solo porque tuviese una
erección de nada no significaba que tuviera que hacer algo al
respecto.
Caminó y apagó el interruptor de luz con un manotazo;
luego, se tropezó en la oscuridad de camino a la cama.
—Hijo de… —Apenas pudo recuperar el equilibrio para
evitar chocar contra el filo del escritorio.
—Es por eso que siempre hay que dejar los zapatos al pie
de la cama cuando te los quitas, idiota.
Negó con la cabeza y por fin llegó a la cama. Apoyó la
espalda en el colchón, causando que rechinase a modo de
protesta. No era un hombre pequeño.
Cogió su almohada y le dio un par de golpes para darle
forma, tras lo cual la puso debajo de su cabeza y se dio la
vuelta.
Se cubrió con las sábanas y el edredón, y cerró los ojos
con determinación. Vale, muy bien, ahora se iría a dormir.
Las alarmas sonarían si alguien se acercaba a la casa.
A relajarse.
Se centró en relajar los músculos. «Duerme». Sí, se iría a
dormir en ese mismo instante.
¿Cómo serían sus tetas sin esa delgada batita puesta?
¿Eran reales? Parecían serlo.
«¿Qué coño? Detente». Nicholas se pegó en la cara con
fuerza varias veces.
«A dormir. A dormir, joder. Cuenta ovejas o algo».


¿De verdad tenía orgasmos cuando estaba en vivo o solo
los fingía, como esas malas actrices porno que soltaban unos
gritos agudos tan falsos que se notaba desde lejos? ¿Es que…?
¡Mierda! Gruñó y se dio la vuelta para enterrar la cara en
la almohada. La posición hizo que su miembro entrase en
contacto con el colchón, y, al parecer por voluntad propia,
empezó a mover las caderas para buscar fricción.
—Joder, maldición —espetó con un gruñido. Tal vez luego
de terminar este trabajo visitaría a alguna de las chicas
Vasiliev. Solo estaba desesperado. Eso era todo.
Volvió a pasarse la mano por el rostro. ¿Qué carajos estaba
haciendo? Tenía que enfocarse. Si no estaba en plena forma
cometería errores, y eso era lo último que podía permitirse.
Trabajar para los Vasiliev era un buen empleo siempre y
cuando no metieras la pata. Vasiliev Papá era muy bien
conocido por su pésimo carácter. Esta misión era una
oportunidad para Nicholas de ascender de rango… o de
convertirse en el enemigo del Papá.
Pero la insistente erección de Nicholas no iba a irse a
ningún lado, y mientras más intentaba no pensar en sus
voluptuosas curvas, más aparecían en su mente y se
grababan en fuego. Se sentó y se recostó de la cabecera de la
cama y se quedó mirando la oscuridad.
La verdad es que no quería una vagina al azar; porque eso
no se trataba de sexo sin más.
Esto tenía que ver con ella.
Sloane.
Se había sentido atraído por ella desde el primer
momento en que la vio. Era hermosa, por supuesto; pero
también era graciosa e inteligente. No era ignorante de su
atractivo físico, pues sabía que era guapa, pero no hacía
esoque sí hacían tantas mujeres hermosas: lo de jugar
contigo como si fueses el juego más entretenido porque
sabían que te tenían pillado.
A Casandra le gustaba aquel juego. Nicholas no se percató
en aquel momento, desde luego, pero todo fue un muy
divertido juego para ella. Pensó que había algo más, que
incluso había amor. Pero no fue más que un estúpido de
primera. La realidad era que solo era una mujer mayor a la
que le emocionaba la idea de tener una dosis de sexo
prohibido con un hombre cuestionable.
Fueron dos años de llevarlo al límite, someterse en la
cama para luego gritarle, y sermonearle el resto del tiempo.
Luego quedó embarazada del hijo bastardo de otro hombre y
tuvo el coraje de ir a llorarle con lágrimas falsas y hacer
pasar el niño por suyo cuando ni siquiera se habían acostado
en meses.
Joder. Si algo podía matar su erección, era pensar en esa
bruja. Pero no pasó, pues, en el fondo de su mente, pudo ver
la sonrisa de Sloane, la mirada tímida que le dedicó por
encima de su taza de café, como si estuviese nerviosa y
desbordando felicidad. Parecía encantada con cada mínima
cosa que hacía. Era el opuesto de Casandra, ella sí era
genuina.
No podía recordar la última vez que conoció a alguien que
rebosara tanta… vida. Sin mencionar que era
endiabladamente sexy. Y es que esas piernas… joder,
bastarían para quitarle el sueño a cualquier hombre de
sangre caliente.
Bueno, él no era uno de los hombres que pasaban el rato
con las chicas en el establo Vasiliev, y, sin contar la ocasional
paja en la ducha —y eso solo cuando no estaba demasiado
cansado tras un largo día, lo cual pasaba cada vez menos
últimamente—, no pensaba mucho en sexo. Asumía que era
parte de envejecer. Sí, treinta y uno era muy poca edad para
calificar para un hogar de ancianos, pero no sabía de qué otra
forma explicarlo. De adolescente siempre, sin falta, estaba
cachondo. Esos puñeteros comerciales de champú solían
ponérsela dura.
Luego vino Casandra, y después de eso períodos de
celibato autoimpuesto salvo por las orgías trianuales en Las
Vegas donde gastaba las cajas de condones más rápido que
una estrella porno. Y estaba este verano donde, bueno…, si
parecía que su pene había pasado a mejor vida, entonces
quizá era lo mejor para todos.
Su miembro, apretado contra el colchón, palpitó.
O no, porque súbitamente se sentía muy vivo. Sin poder
pensarlo mejor, se llevó el portátil a su regazo. Tras unos
cuantos clics ya se encontraba en la página web.
Mujeres desnudas de todos los tipos, colores y creencias
inundaron la pantalla. Bajó por la página con el corazón en la
garganta. No debería estar haciendo aquello; en verdad no
debería estar haciendo algo así, maldición.
«Cierra la página. No se suponía que vieses ese pedazo de
papel. Estás invadiendo su priva…»
Se quedó sin aliento, porque allí estaba ella. Llevaba la
misma batita que llevaba puesta ahora, pero esta vez estaba
holgada, entreabierta y dejaba ver mucho de su apetitoso
escote. Debajo de su foto decía:
CHRISSY. ESPECTÁCULO EN VIVO DESDE LA DUCHA.
Junto con el atrayente y diminuto botón de «Unirse a la
sala».
—Joder. —Soltó la palabrota entre dientes.
Movió el ratón sobre el botón de «unirse».
Mierda, mierda, mierda. «Cierra la maldita portátil».
Pero no, presionó el botón de «unirse».
—Me voy a ir al infierno —susurró.
Pero entonces la vio. Se encontraba en su baño, meciendo
las caderas al ritmo de una sensual canción R&B. Volvía a
tener puesto el kimono de seda. Gracias al cielo.
Nicholas suspiró. Bueno, aún no había hecho nada
demasiado malo. Podía cerrar la ventana y ya. La había visto
mostrando esa misma cantidad de piel en persona antes, así
que no habría mal hecho. Movió el ratón hasta la diminuta
«x» en la esquina de la pantalla.
Pero entonces saltaron dos pantallas más. Mierda, tenía
tres cámaras en el cuarto, y cada una capturaba un ángulo
diferente. Estaba la original, que parecía ser una cámara web
común y corriente. Luego había una cámara en el techo que
daba una vista de ojo de pez de todo el cuarto de baño,
partiendo desde la esquina de la ducha. Y también había otra
en el fondo de la ducha, la cual apuntaba a la altura de su
pecho.
Sloane se inclinó dándole la espalda a la cámara mientras
abría la ducha, y cielos… Tenía el culo más jugoso y firme del
mundo. Había un hilillo de tela entre sus nalgas, pero en
cuestión de segundos se dobló aún más y se bajó la tanga por
los muslos.
Nicholas tragó saliva y apartó la mano del ratón.
Meneó su suculento culo una y otra vez mientras probaba
la temperatura del agua, y luego se volvió a enderezar. La
bata cubría sus dulces nalgas, lo cual hizo que Nicholas
gruñese de frustración.
Sin embargo, un segundo después provocó que su
miembro volviese a palpitar cuando se pasó las manos por el
cuerpo. Y entonces, por todo lo divino…, dejó caer la bata al
suelo.
Era perfecta. Absoluta y endemoniadamente perfecta. No
pudo hacer más que mirarla; su pequeño y esbelto cuerpo, la
dulce hendidura de su sexo, esos pechos perfectos… Eran
grandes para lo baja que era, pero Nicholas sabía que se
quedarían pequeños entre sus manos. Ella se mordió el labio
y se acarició los pezones con los pulgares una y otra vez,
ocasionando que estos se pusiesen rígidos como picos. Eran
perfectos para metérselos a la boca.
Eran tan rosa; de un color fucsia oscuro. ¿Había
jugueteado duro con ellos aquel día? ¿Les había puesto
pinzas encima? ¿Un cliente se lo había pedido o le gustaba
tocarse así?
—Maldición —espetó mientras bajaba una mano para
tocarse el miembro por encima de los calzoncillos.
Casi se sintió aliviado cuando soltó sus senos y cogió su
cepillo de un cajón, peinando lentamente su largo cabello
castaño. Se acomodó la cabellera sobre sus pechos mientras
se peinaba. Parecía más una sirena.
Nicholas se quedó en trance mientras la veía cepillarse el
pelo, probablemente por un minuto entero, antes de que por
fin se pusiese en pie y volviese a la ducha. Nunca saludó a las
cámaras. Si no hubiese visto los comprobantes de pago que
tenía en su casa, puede que le hubiese convencido a medias
la ilusión de que no era más que una chica normal que estaba
siendo filmada sin su conocimiento.
Entró a la ducha y volvió a llevarse las manos al pecho de
inmediato. Madre mía. Quizá sí sabía algo sobre cautivar a
los hombres, después de todo.
Su respiración se entrecortó un poco se pasó los dedos por
el vientre. Se la veía perfectamente con las cámaras del techo
y la pared, y Nicholas se quedó ahí, completamente
hipnotizado por ella.
Pero entonces un anuncio empezó a titilar en la parte
inferior de la pantalla. Un reloj en cuenta regresiva comenzó
en treinta, veintinueve, veintiocho… junto con un aviso que
decía:
1.000FICHAS PARA CONTINUAR CON EL ESPECTÁCULO.
—Mierda —gritó Nicholas, y de inmediato buscó sus
vaqueros en el suelo. Pero perdió el equilibrio mientras lo
hacía y se cayó de la cama.
Maldita sea. Por los pelos logró evitar que su portátil
aterrizase debajo de él cuando sus rodillas hicieron impacto
contra el piso de madera.
—¡Mierda!
Se apresuró a incorporarse, dejó el portátil en la mesa
auxiliar y prendió la lámpara. Respiró ruidosamente
mientras sacaba su billetera y volvía a sentarse en la cama.
Sin embargo, aquella interrupción hizo que se detuviese en
seco.
¿Qué carajos estaba haciendo?
Miró su portátil. La ventana estaba abierta, pidiéndole la
información de su tarjeta de crédito. Miró su billetera y luego
levantó la vista hacia la pantalla.
Entonces se imaginó a los dos consabidos diablillos de las
caricaturas sobre sus hombros.
Nadie tenía por qué saberlo. No había ningún daño. Lo
haría solo esta vez.
«Apuesto a que lo mismo dijo Adán cuando cogió la
manzana. Piensa en tu madre. Te crio para que tuvieras más
respeto. Si pudiera verte ahora mismo, te daría un tortazo y
te merecerías mucho más que eso».
Pero entonces la otra voz intervino, igual de audible que la
otra: «Sloane hace este tipo de trabajo sabiendo que los
hombres la están observando. ¿Sería tan malo que, por una
vez, fueras uno de ellos? Es hermosa y su cuerpo merece que
lo celebren».
«Ajá, y lo celebrarías masturbándote con la mano. Qué
conveniente».
La cuenta regresiva casi había acabado. Sloane soltó una
risita cuando se le cayó el jabón. Nicholas estaba seguro de
que no fue ningún accidente considerando que, justo cuando
el contador llegó a cero, se inclinó en el ángulo perfecto para
exhibir su lindo sexo rosa a la cámara trasera.
—¡Joder! —volvió a exclamar, y sacó la tarjeta de crédito
de su billetera.
CUATRO

Sloane

SLOANE RECOGIÓ la barra de jabón y la pasó muy muy


lentamente por su pierna mientras se incorporaba. Un chorro
de agua caliente le caía sobre los pechos y la segunda canción
de su lista de reproducción comenzó a sonar.
Vale, eso quería decir que todos los mirones que estaban
viéndola gratis se habían ido y ahora solo quedaban los
miembros premium. Pero, si tenía suerte, puede que también
hubiese conseguido algunos espectadores nuevos. Esa era la
razón por la que los primeros cinco minutos eran gratis: se
trataba de una clásica táctica de marketing. La gente creía
que el negocio del modelaje por cámara web se trataba nada
más de sexo, pero Sloane comprendió al instante que, si no
se trabajaba como una empresa, entonces fracasarías
estrepitosamente rápido.
Había aprendido todos los trucos del oficio durante los
últimos años. En ese entonces tenía que trabajar duro para
todos los espectadores. Hacía cuentas regresivas, rifas o
jugaba a las cartas con los clientes (por cada ronda que
perdía, se quitaba otra prenda de vestir o realizaba un acto
sexual en particular). Pasaba horas enviando mensajes
personales a cada cliente que llevaba las cosas en privado con
ella para tratar de desarrollar una clientela sólida y atraerlos
a más sesiones.
En su primer año, con un espectáculo como este, habría
tenido tal vez cien personas en la sala pública y solo cinco o
diez en la privada. Pero ella había hecho lo que se esperaba y
se mantuvo así. Miles de chicas lo habían intentado y nunca
llegaron a ninguna parte. Sin embargo, Sloane no tenía
opciones. Esta era una de las pocas opciones de carrera
lucrativas disponibles para una confinada agorafóbica, por lo
que estaba decidida a hacer que funcionara.
Justo antes de meterse en la ducha, echó un vistazo al
contador de espectadores, el cual superaba los mil y seguía
aumentando. Si tenía suerte, tal vez cien la seguirían hasta el
privado. Con cifras como aquellas, estaba segura de que esa
noche estaría en la portada de la página. Solo pasaba cuando
se tenía la mejor puntuación entre las cam girls. Llevaba un
tiempo entre las mejores 50, pero tenía la vista fija en
posicionarse en las mejores 40 o incluso menos.
Con su actual problema económico, se partiría el culo aún
más para que sucediese.
Era hora de dar un espectáculo que los hiciera volver a por
más.
Sacó los senos mientras metía la cabeza aún más en el
agua, dejando escapar un pequeño gemido y pasándose las
manos por el rostro, e incluso más abajo, hasta que les dio
un apretón a sus senos. Luego se pasó el jabón por el vientre.
Sin prisa, se enjabonó los senos y los brazos. Se tomó su
tiempo para afeitarse las axilas.
Algunos hombres se excitaban al verla afeitarse. Se
enjuagó y luego se acercó a la cámara trasera mientras vertía
la crema de afeitar con aroma a vainilla en la mano. Levantó
una pierna hacia el costado de la bañera. Era la mejor forma
de afeitarse las piernas. Y también dejaba ver su sexo. ¿Matar
dos pájaros de un tiro? Listo.
Se enjabonó la pierna con crema de afeitar, y le llevó unos
buenos siete u ocho minutos afeitar ambas. Se pasó las
manos por la pierna izquierda después de terminar con ella.
—Está muy suave —dijo, lo bastante alto como para que
el micrófono lo captase por encima del ruido de la ducha,
pero no tan fuerte como para que sonase forzado. Siguió
pasando la mano desde su muslo hasta su sexo antes de
negar con la cabeza como si se estuviera recordando a sí
misma que tenía un trabajo que hacer.
Luego se puso más crema de afeitar en la mano y se la
aplicó sobre su sexo. Se acercó aún más a la cámara mientras
se afeitaba cuidadosamente a lo largo de la entrepierna.
Continuó afeitándose más y más hacia adentro; revelando
lentamente su sexo debajo de la crema de afeitar.
Ella era de las chicas que, al afeitarse, solo se dejaba una
fina línea de vello, y se tomó su tiempo para hacerlo a la
perfección. Algo que su audiencia agradecía, si se tomaban
en cuenta sus comentarios. Siempre los revisaba al terminar
para leer los comentarios de la sala y así aprender a qué
dedicar más tiempo o qué evitar la próxima vez.
Cuando terminó con el último movimiento de la navaja en
sus partes femeninas, exhaló como si fuera lo más
placentero que hubiese hecho en su vida.
Pasó los dedos por la piel suave y recién afeitada mientras
alcanzaba el cabezal de ducha extraíble. Se permitió cerrar
los ojos mientras pasaba el suave chorro de agua por las
áreas que acababa de afeitar para quitar cualquier resto de
crema de afeitar.
Y luego la cara de Nicholas apareció en su cabeza. Su
respiración se entrecortó al recordar sus intensos ojos color
avellana, sus fosas nasales dilatándose cuando miró sus
piernas, esas enormes manos suyas…
Cambió la configuración del cabezal de un suave rociado a
un chorro más fuerte y pulsante.
—Tócame, bebé —susurró, apoyándose contra la pared
lateral de la ducha y extendiendo sus labios inferiores. Con la
otra mano, apuntó el cabezal directamente hacia su clítoris.
Se estremeció un poco cuando hizo contacto. Vaya, no
recordaba que esa configuración fuese tan intensa. ¿O tal vez
era su sexo que estaba más sensible? No estaba cerca de
tener su período ni nada parecido, pero… bueno, ahora
estuvo algo excitada todo el tiempo que Nicholas estuvo en
su cocina.
Pensó en bajar la intensidad del cabezal, pero luego se
relamió los labios y cerró los ojos.
Un hombre como Nicholas… ¿sería delicado o rudo en la
cama? ¿Sería él de los que querrían que se recogiera el
cabello en coletas y le llamase papi? ¿O le exigiría que se
arrodillara para poder meterle su miembro en la boca? ¿Por
qué su sexo se contraía al pensar en ello?
Se mordió el labio y mantuvo abiertos los labios de su
sexo mientras se pasaba el chorro por encima del clítoris.
Tal vez era delicado con esas grandes manos que tenía.
Acariciaría con cuidado sus pechos y estimularía sus pezones
con el más mínimo roce de sus pulgares. Pero no se
demoraría mucho. Estaría tan excitado que llevaría una
mano de inmediato a su húmedo sexo.
Bajó el rociador hasta que disparó directamente hacia su
sexo. Respiró con fuerza y luego se introdujo un dedo dentro
también.
Pero no, eso no estaba bien. Si tuviera uno de sus dedos en
ella, lo sentiría de verdad. Sus dedos eran muy gruesos.
Metió otro dedo en su interior, y luego un tercero.
Dejó escapar un fuerte gemido mientras movía las caderas
hacia su mano.
—Así es. Me encanta cuando me follas con los dedos.
Tardó un momento en buscar a tientas el cabezal de la
ducha para colocarlo en el gancho de la pared. Luego se
apoyó contra la pared, levantando otra vez su pierna derecha
hacia el costado de la bañera para darle el mejor ángulo a la
cámara.
Mientras continuaba explorándose con los dedos, usó su
otra mano para acariciar su clítoris.
—Cielos —siseó—. Bebé, no juegues conmigo. Solo
házmelo duro. Sabes cuánto lo necesito. —Su voz se agudizó
más mientras movía su dedo en círculos alrededor de su
clítoris.
—¿Tú también quieres? ¿Quieres follarme?
Se imaginó a Nicholas acercándose a ella en la ducha. Se
imaginó el agua corriendo por esos enormes bíceps y su
amplio pecho. Era tan grande que probablemente podría
levantarla como si fuese una pluma.
—¿Quieres follarme contra la pared de la ducha? —Dejó
escapar un suspiro quejumbroso—. No me tortures más.
Quiero tu pene. Lo quiero tanto. Mi sucio coñito necesita que
lo follen.
Cielos, de verdad se estaba excitando demasiado.
Necesitaba refrescarse y lavarse el pelo. Le pagaban por el
minuto, y cuanto más tiempo continuara con el espectáculo,
mejor. Pero mientras más pensaba en el cuerpo de Nicholas
pegado al suyo, con más brusquedad conectaba sus caderas
con sus manos.
—Sí, justo ahí. Qué rico se siente —gimió—. Justo allí,
cielos.
Posicionó la boca contra su hombro para ahogar el sonido
del nombre de Nicholas saliendo de sus labios mientras
gritaba al llegar al orgasmo.

SE QUEDÓ en la ducha por otra media hora, lo cual era


conveniente, ya que ese fue aproximadamente el tiempo
antes de que el agua comenzara a enfriarse.
Todavía estaba un poco temblorosa cuando se secó y
revisó elportátil. Claro, llegar al clímax era una parte
bastante regular de su trabajo, pero no recordaba la última
vez que se había corrido con tanta intensidad.
Soltó un suspiro y trató de aclarar su mente mientras
hacía clic en el sitio para ver cuántas fichas había ganado con
la sesión. A cinco dólares por cada cien fichas… rápidamente
hizo los cálculos y sonrió. Acababa de ganar trescientos
cuarenta dólares en poco más de media hora. La verdad, era
algo.
Leyó los comentarios.
QUÉ ESPECTÁCULO TAN SEXY. ESTOY DURÍSIMO.
ESTÁS RIQUÍSIMA.
QUIERO FOLLARTE LA GARGANTA.
DAME ESE COÑO. PAPI TE HARÁ SUYA.
Hubo múltiples solicitudes de espectáculos privados. Era
medianoche, pero los viernes eran sus días de mayor
ganancia y solo Dios sabía que lo necesitaba.
Después de ponerse una camiseta y ropa interior, revisó
las solicitudes. La página de su perfil mostraba su menú.
Había cosas como «mostrar el culo», «mostrar el coño» o
«chuparse los pies» por 100 fichas, «espectáculo de
orgasmos» en 2.100 fichas y «doble penetración» en 4.000.
Los ganaba rápidamente cuando estaba ocupada.
Aun así, se sorprendió cuando vio un mensaje de un
usuario llamado Santo; era una solicitud de show privado y
estaban ofreciendo… cielos.
Sloane sintió que sus ojos se ensanchaban. 20.000 fichas.
Eso eran mil dólares.
¡Vamos! Por fin le llegaba algo bueno. Eso cubriría todos
los pagos de los servicios públicos y la mitad del pago de la
hipoteca. Si es que era una oferta seria, para empezar. Ella
respondió con un mensaje: Paga por adelantado y estaré lista
para ir a una sesión privada cuando tú lo estés, guapo.
Unos segundos después, escuchó el pequeño sonido de las
monedas tintineando y sonó el ka-ching. Comprobó la
cantidad.
Joder, había pagado los 20 000 completos.
Inmediatamente hizo clic para iniciar una charla privada
con él, cogió la portátil y se dirigió a la cama. Dejó la
máquina en el taburete a los pies de la cama y luego se acostó
boca abajo, apoyándose con los hombros. A algunos hombres
les gustaba lo simple; solo la cámara de la portátil puesta
para que se sintiese natural. Siempre que tenía una nueva
sesión privada, los tanteaba para ver qué estaban buscando.
—Hola, lindo. —Le sonrió a la cámara y enredó un
mechón de cabello húmedo en su dedo—. Soy Chrissy.
¿Quieres charlar conmigo?
La mayoría de los hombres se ponían impacientes porque
sus penes aparecieran en cámara lo más pronto posible. Por
20.000 fichas, hasta fingiría lamer la pantalla si eso era lo
que él quería.
Escuchó el ruido de un mensaje de chat entrante.
No. Solo quiero verte.
—Está bien, bebé —dijo, sonriendo con dulzura—. Lo que
quieras. —Bajó la voz y miró a la cámara tímidamente—.
Tienes el control durante la próxima hora. Estoy a tu merced.
Cuéntame sobre ti. ¿Cómo empezaste a trabajar por cámara
web? Eres tan bella. Quítate la ropa mientras me hablas y
enciende las otras cámaras.
Apenas se contuvo de alzar una ceja. Por lo general, la
configuración de varias cámaras era algo que ella revelaba
después de haber estado con un nuevo cliente por diez
minutos. Pero, pensándolo bien, si él había visto la sesión en
la ducha, sería fácil suponer que también tenía varias
cámaras en otras habitaciones.
—Seguro, guapo. Me gusta que seas directo. Y como he
dicho, puedes hacer todo lo que quieras. —Ella le guiñó un
ojo y luego hizo clic para encender las otras dos cámaras en
su habitación: la cámara del techo que apuntaba por encima
de su cama, y la que estaba en su tocador, que tenía una vista
lateral de la misma.
Inclinó la cámara de la portátil y luego se sentó en la
cama. Jugueteó con el dobladillo de su sencilla camisa de
algodón.
—Voy a la universidad aquí en Florida. Me encanta pasar
tiempo con mis amigos y divertirme. —Sonrió coquetamente
y se subió el dobladillo de la camiseta hasta el vientre—. Se
me estaba dificultando pagar la matrícula. Probé otros
trabajos —hizo un puchero—, pero no soy buena como
mesera y odio estar en una oficina sofocante todo el día.
Se levantó un poco más la camisa, mostrando
provocativamente el borde inferior de su sujetador rosa.
—Entonces pensé: «bueno, ¿qué me encanta hacer?»
Se subió la camisa e hizo círculos en uno de sus pezones
encima de su sujetador de encaje. Inspiró hondo.
—Y me di cuenta de que podía ganar dinero haciendo lo
que más me gusta: divertirme, conocer gente nueva y… —Se
mordió el labio y miró directamente a la cámara antes de
terminar con un susurro— …tener sexo.
Miró hacia el chat.
Quítate la camisa. Ya.
—Tus deseos son órdenes —dijo, sonriendo
descaradamente a la cámara. Se quitó la camisa.
¿Tus padres aprueban lo que haces por dinero?
Miró hacia abajo. Ella era Chrissy, la estudiante, así que
no le dolía en absoluto hablar de su padre. Era un invento.
—Papi me mataría si lo supiera. Siempre fue tan estricto
cuando era niña.
Ella batió sus pestañas hacia la cámara. Era una
oportunidad para ver si a este tipo le gustaba el rollo papá.
Sondear a un nuevo cliente era una especie de arte. No se
podía presionar demasiado, pero algunos hombres eran tan
tímidos que tenían dificultades para expresar sus deseos. Así
que tenía que servir como guía, por así decirlo.
—Pero eso no me impidió ser una chica mala.
Sin embargo, él no mordió el anzuelo. Su siguiente
mensaje fue tan esclarecedor como los anteriores: es decir,
nada. Aparte de que, quizás, le gustaba tener el control.
Quítate el sujetador y las bragas. Y háblame de tu mamá.
Por un segundo, su respiración se entrecortó mientras los
pensamientos de su madre real inundaban su mente. Se
esperaba las preguntas sobre su papá y estaba preparada
para ello. Todas sus defensas estaban en su lugar.
Pero, antes de que pudiera detenerlo, la imagen de su
madre, sin ducharse y paseando de un lado a otro en bata por
horas y horas, le vino a la mente.
Trató de apartarlo de su mente. Esto era una fantasía; no
era real. Solo tenía que pensar en cómo jugar para descubrir
qué quería Santo. Si seguía centrándose en la vida doméstica,
entonces probablemente era uno de los tipos a los que les
gustaban las cosas familiares tabú. No había ningún
problema; era aquí donde la gente venía a hacer realidad las
mierdas raras que no podían hacer con sus parejas en la vida
real.
—Mamá no era tan estricta como mi papi, pero no era
fácil. —Sloane negó con la cabeza—. Es un milagro que haya
sobrevivido al instituto. —Soltó una breve carcajada.
Luego se inclinó hacia la cámara.
—¿Quieres ser mi papi?
No. Quiero que te desnudes como te lo ordené.
Ajá. Así que su primera impresión fue correcta: sí era
dominante. Se detuvo justo antes de decir «sí, señor». Él
parecía saber lo que quería, así que retrocedió y lo dejó
dirigir el espectáculo por un rato. Podría ocuparse de nuevo
si llegaban a un punto muerto.
Se desabrochó el sujetador y se masajeó los pechos, echó
la cabeza hacia atrás y dejó escapar un pequeño gemido.
Una notificación de un nuevo mensaje de chat sonó y miró
hacia abajo.
Deja de esconder tus tetas.
Ah, sí, definitivamente era un fanático del control. Eso
estaba bien para ella. Era más fácil cuando no tenía que guiar
la sesión, siempre y cuando él pagara por adelantado. Lo cual
había hecho. Se bajó los tirantes del sujetador y se lo quitó
sin más fanfarrias.
—¿Cómo me quieres? —preguntó a la cámara. Se sentó en
el borde de la cama donde sabía que el ángulo de la cámara la
capturaba desde su rostro hasta su sexo.
—¿Me quieres así? —Abrió las piernas de par en par para
exhibir su sexo—. ¿O así? —Se dio la vuelta y se puso a
cuatro patas, con el culo hacia la cámara. Miró por encima de
su hombro, manteniendo contacto visual con la lente de la
cámara.
Ping.
Quiero saber más de ti. Dime algo real. Empecemos con algo
fácil: ¿cuál es tu comida favorita?
Se dio la vuelta para quedar sentada en el borde de la
cama. Era más cómodo que estar de rodillas si él no tenía
ninguna preferencia. Y parecía que este tipo podría ser de los
que les gustaba conversar. Era sorprendente, entonces, que
solo estuviera escribiendo en lugar de usar su micrófono. A la
mayoría de los hombres les gustaba el toque personal de
hablar con ella, si no se iban a ver mutuamente por cámara.
Era raro que un chico solo enviara mensajes todo el tiempo.
—Me encanta la mousse de chocolate —dijo como si fuera
una confesión. No era verdad. No le importaba de una forma
u otra la mousse de chocolate—. Es mi placer culposo. Shhh.
—Sonrió a la cámara—. No se lo digas a nadie.
Una vez más, ningún mensaje llegó de inmediato.
—Puedo comer algo para ti delante de la cámara si
quieres. Me encanta hornear y la repostería. Ese es mi otro
placer culposo. Mi mejor amiga lo odia porque dice que
contribuyo a que siempre gane unos kilitos de más. ¿Cuál es
tu comida favorita?
Ningún mensaje aún. Sin embargo, una mirada rápida
mostró que el chat aún estaba activo. No había salido de la
sala. Pero, joder…, un tipo dispuesto a gastar mil pavos en
una cam girl a la que ni siquiera conocía definitivamente era
alguien a quien ella quería como cliente habitual, en especial
ahora. Y por lo general se enorgullecía de dar a sus clientes
un toque personal que los hacía volver.
Ella miró directamente a la cámara.
—¿Qué quieres, Santo? ¿Has venido conmigo porque
quieres ser un pecador? —Su comisura se levantó un poco—.
Te daré todo lo que quieras. ¿Cuál es tu fantasía favorita?
Otra breve pausa sin nada de texto entrante.
Y entonces: Quiero lo que no debería. Y quiero dejar de
negarme lo que quiero.
Vale. Intrigante. Críptico.
—Entonces no te lo niegues. —Se inclinó hacia el portátil
—. No tienes que sentirte culpable por ninguna de tus
fantasías. Me las puedes decir; no te juzgaré. Quiero ayudar a
que se hagan realidad. —Se chupó el labio inferior y puso los
brazos a sus costados para sacar los pechos—. Puedes tener
lo que quieras. Cualquier cosa —terminó con un suspiro.
Ping.
Se reclinó para leer el mensaje y se quedó paralizada por
un segundo.
Quiero que dejes de mentirme.
Otra notificación sonó.
Quiero a la verdadera tú.
Se apartó del portátil tan pronto como lo leyó. Lástima,
amigo. Eso era parte del trabajo. Ella solo vendía fantasías.
Pero bueno, si necesitaba la ilusión de tener una conexión
para poder correrse, no había ningún problema.
Ella se rio.
—Esta soy la verdadera yo, tontito. Estoy aquí frente a ti,
hablando contigo, pensando en ti, estés donde estés. ¿Te
estás tocando mientras me miras?
Eso es todo por hoy. Sé honesta la próxima vez que hablemos.
Sus palabras la inquietaron un poco, pero mantuvo la
sonrisa en el rostro.
—¿O me castigarás?
Deja de fingir. Sé que te estás muriendo de soledad. Tienes una
buena máscara puesta, pero puedo verlo. Las veo a todas.
Sonaron dos sonidos bajos que señalaban el final de la
sesión. Sloane parpadeó un par de veces. Bueno, había visto
muchas cosas en los tres años que había sido cam girl, pero
tenía que admitir que esto era nuevo. Ciertamente había
tenido llamadas inquietantes antes, como hombres que
tenían fantasías de violaciones. No le importaba un poco de
consentimiento dudoso, pero ponía límites con los clientes
abusivos que hablaban de todas las formas en que querían
agredirla en contra de su voluntad. También solía pasar de
los clientes que adoraban el sadomasoquismo. No era lo suyo.
Ganaba mucha pasta haciendo cosas con las que se sentía
cómoda.
Santo no había dicho nada perturbador, sino que había
sido más bien… inquietante. Miró la pantalla con el ceño
fruncido y movió el ratón para situarlo sobre el botón de
«bloquear usuario».
Luego miró las 20.000 fichas que acababa de ganar. «No
seas tonta, Sloane». Ahora no era el momento de mirarle el
diente a caballo regalado.
Alejó el ratón del botón de bloquear. Probablemente ni
siquiera intentaría volver a charlar con ella en privado.
Estaba claro que no había obtenido lo que estaba buscando.
Se desplomó sobre la cama. Al menos este largo día por
fin había terminado.
Ahora podría irse a dormir y haría todo lo posible por no
soñar con cierta persona de penetrantes ojos color avellana…
CINCO

Sloane

—MIERDA, mierda, mierda —maldijo Sloane cuando la


alarma del horno continuó sonando con un barullo
ensordecedor.
Estuvo despierta hasta muy entrada la noche. Varios de
sus clientes regulares programaron citas a último minuto
que acabaron extendiéndose hasta la madrugada. Luego, por
la mañana, durmió más de la cuenta y apenas tuvo tiempo
para darse una ducha rápida —una normal, no frente a la
cámara— mientras la tarta de terciopelo rojo se horneaba.
Sin embargo, había tardado demasiado en la ducha, y la
alarma del horno había estado sonando durante unos cinco
minutos, por lo menos, mientras ella cogía una bata y corría
a la cocina para sacarla del horno.
—Mierda —volvió a chillar cuando el tercer molde de los
cuatro que tenía dentro le rozó el antebrazo por accidente.
Apenas logró tirarla sobre la encimera antes de dar saltos y
maldecir por el dolor.
Corrió hacia el fregadero y metió el brazo debajo del
chorro de agua fría. Maldita sea, cómo dolió. La alarma
siguió sonando a sus espaldas.
—Vale, vale, te oigo —murmuró, dándose la vuelta y
sacando el último molde, que era una bandeja de magdalenas
también de terciopelo rojo.
Y entonces sonó el timbre.
—Joder. —Sloane se miró. Llevaba puesta otra bata de
seda casi invisible que no llegaba más allá de sus muslos.
Finalmente apagó la infernal alarma y atravesó corriendo
la habitación de Ramona para ir a la puerta principal, sin
separar su brazo chamuscado de su costado. Ramona emitió
un maullido interrogativo, pero no se movió cuando Sloane
pasó a su lado apresuradamente.
Miró por la mirilla. Nicholas estaba allí, y se veía más que
hermoso bajo la brillante luz vespertina.
—Solo un minuto —llamó al otro lado de la puerta—.
Enseguida voy.
Luego se volvió y corrió hacia su habitación sin esperar
respuesta. Abrió los cajones de su cómoda y comenzó a
ponerse ropa interior antes de percatarse de que era una de
sus bragas con abertura en la entrepierna.
—Diablos —siseó, y casi se cae. Mantuvo el equilibrio
sujetándose al tocador en el último momento y luego cogió
una de sus pocas bragas de algodón sin encaje. Tras unos
segundos se encontraba abrochándose el sujetador y
poniéndose una camiseta que decía «Orlando es lo más» y
un par de vaqueros.
Se detuvo para mirarse rápidamente en el espejo. Su
cabello iba en todas direcciones y sus mejillas estaban
demasiado rosadas por correr en la casa como una loca.
Cogió algo de brillo de labios y se lo aplicó mientras
regresaba deprisa a la puerta principal. Lo tapó y se lo metió
en el bolsillo antes de detenerse justo frente a la puerta.
«Bien, puedes hacer esto».
Abrió la puerta de un tirón y sonrió ampliamente.
—Hola.
—Hola. —Los ojos de Nicholas se suavizaron tan pronto
como la vio.
—Hola —repitió ella tontamente. Cielos, quería pegarse
un bofetón—. Adelante. —Abrió la puerta y le indicó con un
gesto que entrara.
—¿Cómo está Ramona? —preguntó, frotándose las manos
para entrar en calor mientras la seguía.
—Compruébalo tú mismo.
Nicholas entró a la casa y se acercó al sofá, donde Ramona
se encontraba acurrucada. No le hizo el menor caso, pero
tampoco huyó debajo del sofá ni lo atacó, por lo que Sloane lo
consideraba como una victoria.
Nicholas asintió.
—Parece que está muy bien. —Le sonrió a Sloane—.
Tiene una buena dueña.
Sloane hizo un gesto con la mano, y al mismo tiempo
sintió que sus mejillas se encendían. Los únicos cumplidos
que recibía venían de parte de hombres y eran sobre su
cuerpo. No sabía qué hacer con Nicholas admirándola.
—Ven. —Se dio media vuelta y se dirigió a la cocina—.
Acabo de sacar los moldes de pastel del horno y he puesto a
hacer café.
Afortunadamente, lo había arreglado todo anoche, así que
lo único que tuvo que hacer fue presionar el botón de inicio
cuando bajó a toda velocidad por la mañana. Ni siquiera se
había tomado el tiempo de servirse una taza todavía. El olor
la había estado provocando durante los últimos cuarenta y
cinco minutos mientras preparaba y horneaba el pastel de
terciopelo rojo y las magdalenas.
Ella se volvió hacia él justo cuando entraron en la cocina.
—¿Cómo estás? —preguntó ella al mismo tiempo que él
dijo «algo huele bien».
Ella se rio.
—Vaya, gracias. —Sintió que sus mejillas se encendían
aún más. En verdad tenía que parar con los cumplidos.
—Estoy bien —dijo Nicholas, y luego le dedicó una gran
sonrisa en la que mostró todos sus dientes—. Ha sido una
larga semana esperando volver a verte.
Qué dulce. Cielos, era un amor, y también era sensual.
Había olvidado lo mucho que su presencia hacía hervir algo
en su interior.
Él miró a su alrededor, afortunadamente sin advertir su
embobamiento.
—¿Necesitas ayuda con algo? Sé que puede que no lo
parezca, pero soy bueno en la cocina.
—Claro —dijo ella, irguiéndose más. Regla número uno
de la hospitalidad: comerse con los ojos a los invitados es de
pésima educación—. ¿Podrías mover ese molde que está en el
horno a la encimera? Hasta ahora vamos moldes uno, Sloane
cero. —Levantó el brazo y él hizo una mueca cuando vio la
quemadura.
—¿Estás bien? —Inmediatamente se acercó a ella y la
cogió delicadamente por el brazo, tras lo cual lo acercó para
ver mejor la quemadura.
Todo lo que Sloane pudo hacer fue pestañear. La estaba
tocando. Había pasado mucho tiempo desde que alguien la
había tocado, y mucho menos un hombre guapo y divino
como este.
—¿Tienes algún ungüento que podamos ponerte? ¿Quizás
un poco de aloe vera?
—¿Qué? —Sloane parpadeó un poco más—. Ah, esto…
seguro.
—Solo dime dónde está y puedo ir a buscarlo. —Sin
soltarla, la miró a los ojos. Se quedó sin aliento cuando esos
brillantes e inteligentes ojos avellanas se posaron en los de
ella.
—Ah, está bien. Yo… yo iré a buscarlo.
Arqueó las cejas con preocupación.
—¿Estás segura?
—Sí —asintió ella, alejándose de él. Su mente se despejó
un poco más tan pronto como se apartó de su contacto—. Iré
a… —Ella señaló con el pulgar por encima del hombro, pero
se quedó allí durante otro largo momento—. Bueno —dijo
por fin, dándose la vuelta y saliendo apresuradamente de la
cocina.
Regresó con un bote de crema hidratante de aloe vera y
encontró a Nicholas poniendo el molde donde ella se lo había
pedido.
—Se ven deliciosos —dijo, señalando con la cabeza los
moldes de pastel de terciopelo rojo junto con el de las
magdalenas.
—Quería tenerlos glaseados y decorados para cuando
llegases. —Ella hizo una pequeña mueca.
—Déjame adivinar —dijo—. ¿La vida se interpuso en tu
camino?
Ella se rio.
—Más bien el sueño. Pero sí. —Abrió el envase de aloe
vera y se puso un poco en los dedos para poder aplicarlo
sobre la quemadura, pero Nicholas se acercó a ella.
—Permíteme. —Él le quitó el envase y, antes de que
pudiera decir una palabra, se puso un poco en los dedos y
tocó su quemadura con ellos.
—Auch —siseó ella, obligándose a no apartarse de sus
manos.
—Lo siento —dijo con voz baja y el ceño fruncido
mientras ejercía la mínima presión para esparcir el
ungüento.
A pesar del dolor, Sloane no podía apartar los ojos del
lugar donde su piel tocaba la suya. Parpadeó, tratando de
memorizar la sensación; pero en cuestión de segundos se
retiró.
—Listo. Con suerte, eso ayudará un poco.
Sloane tragó saliva.
—G-gracias. —Le ofreció una débil sonrisa.
Cielos, ¿qué le pasaba? ¿Por qué estaba tan tímida? Solo
actuaba así cuando tenía que interpretar algún personaje a
cambio de fichas.
Movió la cabeza como si pudiera sacudirse lo ridícula que
se estaba comportando.
—Voy a sacar los ingredientes para el glaseado.
—¿Lo haces desde cero?
Ella hizo un ruido como si estuviera ofendida.
—Por supuesto. ¿Hay alguna otra manera?
Él le sonrió.
—Le caerías bien a mi mamá.
Sloane lo miró y entrecerró los ojos. De vez en cuando,
como ahora con la palabra «mamá», le salía un levísimo
acento.
Su batidora aún estaba en la encimera, donde la había
lavado después de usarla para batir la masa del pastel.
—¿Es de mala educación preguntar de dónde eres? —
preguntó ella, sacando el azúcar en polvo del armario y
abriendo las barras de mantequilla que previamente había
sacado del refrigerador para que se ablandasen—. No tienes
un acento marcado ni nada por el estilo. De vez en cuando lo
escucho, pero es muy mínimo.
Nicholas no pareció ofendido.
—Nací en Rusia —dijo él mientras Sloane ponía la
mantequilla y el azúcar en el bol y agregaba un poco de nata
para montar. Enarcó una ceja mientras encendía la batidora
en la configuración más baja y usó la espátula para encauzar
el azúcar que voló hacia los lados del bol.
—Guau. ¿Cómo fue crecer allá?
Él hizo un gesto con la mano.
—No es tan interesante.
—Lo prometo, será interesante para mí. —Volvió a mirar
su mezcla de glaseado—. No puedo viajar mucho.
Ja. Decir eso era quedarse corto.
—Bueno… —comenzó él lentamente—. Nací justo
después de la caída del comunismo.
—Tuviste suerte entonces.
Él se encogió de hombros.
—Eso es lo que piensan aquí, pero la década siguiente fue
horrible. Cuando era pequeño vivíamos en el campo, pero
después del cierre de las enormes fábricas estatales, todo se
puso mal. El gobierno intentó reestructurarse tan rápido
como les fuese posible, pero no fue más que un mal chiste.
Eran exmiembros de la KGB y gánsteres corruptos luchando
por poder. Mucha gente pasó hambre. Incluyéndonos a
nosotros.
—Dios mío, lo siento mucho. —Sloane se quedó
paralizada. Había pasado gran parte de su tiempo sintiéndose
en desventaja por sus problemas, pero nunca había
experimentado nada parecido a lo que él estaba hablando—.
¿Y qué hicieron?
Él se encogió de hombros de nuevo.
—Nos mudamos a la ciudad. Vivíamos en un piso con otra
familia y mi papá encontró trabajo.
Sloane parpadeó. Vaya.
Él se rio.
—No es una historia triste, sigue haciendo lo que hacías.
No lo mencioné para que sintieras lástima por mí. Ni siquiera
sé por qué te lo cuento. Normalmente no lo hago. —Se veía
incómodo y ella odiaba hacerlo sentir de esa manera. Solo
quería saber todo sobre él.
—¡No, no! Por favor. Quiero saber. —Añadió un chorrito
de crema y puso la batidora en una configuración más alta.
Por un minuto hizo demasiado ruido para hablar. Esperó
hasta que el glaseado alcanzó la consistencia adecuada antes
de reducir la velocidad de la máquina y luego apagarla. Luego
le hizo señas para que continuara—. Entonces, ¿cómo fue
cuando llegaste a la ciudad? ¿Fuiste a la escuela?
Él asintió.
—Ah, sí, siempre fui a la escuela. En la ciudad las escuelas
eran mejores. Todos eran pobres, pero mi papá consiguió un
trabajo que nos daba más dinero y pudimos mudarnos a los
Estados Unidos cuando tenía doce años.
Sloane asintió.
—¿Por eso tu inglés es tan bueno?
—Bueno, era una mierda al principio. —Se rio—. A ver,
pensé que era bueno. Solía amar la televisión y la música
estadounidense. Pero luego vine aquí y todos se burlaban de
mi acento. Pero eso fue solo hasta que pegué un estirón y
crecí casi medio metro más que ellos. Entonces nadie se
atrevió a reírse.
Sloane se rio, mirando sus enormes hombros.
—Apuesto a que sí. Y ahora casi no tienes acento. ¿Cómo
fue venir aquí después de crecer en otro país?
—Extraño —dijo después de una pausa—. Y no como lo
mostraban en la televisión.
Sloane arrugó el rostro y se imaginó cómo sería si solo
hubiese visto la versión de Estados Unidos que se mostraba
en las series televisivas o en las pelis de acción.
—Me lo imagino.
—Y había tantas bananas. —Sacudió la cabeza. Su tono de
voz era de asombro—. Naranjas también.
—¿Bananas? —Sloane se rio.
Asintió con la cabeza seria.
—Solo comíamos bananas y naranjas tal vez una o dos
veces al año cuando era pequeño. La primera vez que
entramos en un supermercado en Estados Unidos pensé que
estábamos en el paraíso.
Sloane se rio más, tratando de imaginar cómo sería eso, y
admitiendo para sí misma que no podía. No podía imaginarse
las bananas como un manjar.
—Pero me encantaba la ciudad —dijo él al mismo tiempo
que ella dejaba de limpiar el glaseado de las varillas y alzaba
la vista para mirarlo.
—¿Qué ciudad?
—Nueva York, que fue adonde nos mudamos. Me
encantaba poder tomar el tren a cualquier lugar al que
quisiera ir. Moscú era peligroso. Había montones de
pandillas. Entraron a robar en nuestro piso un par de veces y
siempre molestaban a la gente en las calles. En Nueva York
podías recorrer toda la ciudad durante el día, y si estabas en
la escuela se podían conseguir boletos gratuitos para los
museos y bibliotecas. Fui a todos y cada uno.
—Oh, vaya. —Se dio la vuelta para que él no pudiera ver
su rostro mientras sacaba su plato giratorio de uno de los
armarios inferiores. No se lo podía imaginar. La forma en
que hablaba de viajar por la ciudad y tomar el tren a todas
partes… Era evidente que le encantaba explorar. Había
viajado por el mundo y hablaba varios idiomas.
Mientras tanto, la idea de siquiera dar un paso fuera de la
puerta de su casa era suficiente para que se le acelerase el
corazón. ¿Qué diablos estaba haciendo con su vida? Ahora
tenía veinticuatro. Cuando era más joven, se decía a sí misma
que los ataques de pánico eran algo que aprendería a manejar
con el tiempo; que no era más que un mal momento.
Pero luego pasó un año, y luego otro y otro.
Una vez que descubrió cómo ganarse la vida trabajando
desde casa y la amenaza de perder la casa desapareció,
comenzó a preguntarse… ¿es que alguna vez cambiaría?
Incluso había dejado de verse con el doctor Noah el año
pasado porque no parecía tener sentido seguir gastando
dinero en terapia cuando, en el fondo, sabía que no estaba
comprometida. Tenía mil excusas: nunca encontraría un
trabajo mejor pagado en ningún otro lugar, no tenía ninguna
otra habilidad, y tampoco es que supiera cómo hacer amigos,
incluso cuando era más joven y «normal». Ni siquiera podía
imaginar lo incómodo que aquello sería ahora que era adulta.
Además, ¿qué tenía el mundo exterior que fuera tan
estupendo?
Entonces posó los ojos en Nicholas.
Dejó el plato giratorio sobre la encimera, colocó una tabla
blanca encima y luego empezó a darle vueltas a la primera
tarta. Esparció una capa de glaseado y agregó la segunda
capa.
—¿Sigues yendo a los museos? —preguntó ella.
Pareció sorprendido y miró hacia abajo, negando con la
cabeza.
—En realidad, no. No voy desde hace un buen tiempo.
—¿Por qué no?
—Me ocupé con el trabajo, supongo. —Frunció el ceño.
—¿Y qué haces para divertirte? —inquirió ella,
preguntándose qué hacía la gente real en el mundo real. Ella
leía libros o miraba Netflix. Pensándolo bien, aquello
significaba que pasaba todo el día en tierras de fantasía, ya
fuera la que estuviese ofreciendo a sus clientes o las historias
que encontraba en los libros o en la tele.
—Veo los partidos, por lo general. —Él se encogió de
hombros—. O voy a un club que tiene un amigo mío. Pero no
soy muy bueno en situaciones sociales.
Ella bufó.
—Lo dudo.
Él negó con la cabeza.
—Es solo que es fácil hablar contigo.
—Me lo han dicho antes. —Ella soltó una breve risa e
inclinó la cabeza.
—No recuerdo la última vez que hablé tanto de mí mismo.
Quiero oír sobre ti. ¿Cómo es un día normal en tu vida?
Mierda. Debería haber estado esperándoselo. ¿Por qué no
había preparado algo?
Obviamente, la historia de la estudiante de Florida estaba
vedada. Es que cada vez que pensaba en que Nicholas iría a
verla aquel día, comenzaba a entrar en pánico por todas las
cosas que podían salir mal. Se había convencido a medias de
que se había imaginado el conocerlo, y mucho menos
invitarlo, en primer lugar. Se había embebido en el trabajo y
dejó la cámara voyerista encendida casi todo el tiempo.
Actuar solía mantener su mente ocupada y no le permitía
obsesionarse.
Pero sí, debería haber enfrentado sus miedos al menos el
tiempo suficiente para pensar en una historia de fondo
creíble.
—Solo trabajo. —Ella hizo un gesto con la mano—. Como
te he dicho, es un trabajo aburrido de servicio al cliente. Pero
tengo suerte, ¿sabes? Poder trabajar desde casa y todo eso.
—¿Así que pasas todo el día en el teléfono o algo así?
Ella asintió con la cabeza, mordiéndose el labio mientras
trataba de pensar rápido. No quería mentirle.
—Sí. Me ocupo de todo tipo de quejas y acepto diferentes
solicitudes de ayuda. La verdad, casi todo tiene que ver con
saber escuchar. La gente solo quiere que alguien los escuche,
¿sabes?
Nicholas asintió.
—No mucha gente puede escuchar de verdad. Eso es un
don.
Sloane sintió que una calidez se extendía en su pecho por
sus palabras. Puso una gran cantidad de glaseado en la parte
superior del pastel y luego hizo girar el plato para alisarlo
uniformemente con su espátula.
Por supuesto, si él supiera lo que ella hacía en verdad, se
iría pitando tan rápido como pudiera hacia la puerta.
—Sí, bueno. Me da de comer.
—Vaya, eres muy buena en esto.
Se acercó más para observarla usar su espátula mientras
igualaba el glaseado de la tarta. Ella le sonrió.
—Creo que me gusta tenerte aquí. Es fácil impresionarte.
Le hace bien a mi ego.
Las arrugas alrededor de sus ojos se plegaron mientras le
devolvía la sonrisa. La vio poner otra tarta sobre la tabla y
preparar la última capa de glaseado.
—¿Y para qué es todo esto? ¿Darás una fiesta?
Ah, mierda. Esto… sí era para una fiesta. Una dulce fiesta
que había programado para la noche delante de la cámara.
Pero explicarle que desconocidos le pagaban para que se
desnudase y se sentase encima de tartas… sí, mejor no
hacerlo.
—Algo así.
Seguía sonriendo, pero frunció el ceño.
—Eres una mujer misteriosa, ¿eh? —Levantó las manos
—. Lo entiendo, lo entiendo, una dama tiene que tener sus
secretos.
¿Seguiría llamándola dama si supiera que a algunos de sus
clientes les encantaba que se untara las nalgas de glaseado
después de sentarse en el pastel?
Ella se encogió de hombros, tratando de restarles
importancia a sus palabras.
—Me gusta hacer cosas bonitas.
—¿Puedo ayudar con algo?
—No, solo toma asiento. Eres un invitado. —Puso una
buena cantidad de glaseado en un cuenco y agregó colorante
para alimentos hasta que tuvo un bonito tinte granate. Ajustó
su boquilla favorita en la manga pastelera, añadió el glaseado
granate y luego una cucharada de blanco.
Nicholas no se movió para sentarse. Se quedó de pie junto
a ella, mirando como si estuviera fascinado. Intentó no
sentirse cohibida cuando comenzó a elaborar su primera rosa
de dos tonos en el centro del pastel, pétalo por pétalo.
—Qué genial. ¿Dónde aprendiste a hacer eso?
—YouTube es mi mejor maestro.
Él se rio. Estaba tan cerca que podía sentir el calor que
emanaba de él. Tuvo que esforzarse para que no le temblara
la mano. ¿Estaba tratando de seducirla? ¿Qué debió haber
pensado cuando ella le invitó a su casa así sin más? En todos
los programas que veía y los libros que leía, el hecho de que
alguien te invitase a su casa normalmente significaba que
una cita llevaría al sexo. Pero no había habido cita; o, bueno,
esta era la cita. Pero era mediodía, así que, ¿quizás eso
cambiaba las expectativas?
Mierda. Había arruinado la rosa por presionar la manga
demasiado fuerte y verter demasiado glaseado. La recogió
con la espátula y tiró a la basura.
—En realidad, podrías lavar esos moldes de allá —dijo,
consciente de cada uno de sus movimientos mientras
comenzaba a esculpir una nueva rosa.
Olía muy bien. No sabía identificar si era colonia o
simplemente su jabón, pero olía… varonil. Ni siquiera sabía
cómo describirlo. Nunca antes había pensado en cómo el olor
de alguien podía ser atractivo, pero maldita sea, quería darle
un mordisco.
—Claro —dijo tranquilamente, alejándose para recoger
los moldes de las tartas.
Sloane dejó escapar un suspiro de alivio al mismo tiempo
que una ínfima parte de ella quería llevarlo de vuelta a donde
había estado de pie.
Dios, todo esto de tener a un hombre en su espacio estaba
causando estragos en su cabeza. Por otra parte, sabía que
estaba loca de remate, así que esto no debería ser una
sorpresa.
Al menos podía concentrarse un poco mejor en las rosas
cuando no lo tenía tan cerca. Trabajaron en silencio durante
unos minutos. Nicholas puso a escurrir el último molde de
tartas y luego se inclinó, examinando el grifo que goteaba.
—Tiene una gotera, lo sé —dijo ella—. Lo arreglaré en
algún momento.
Bien, había que agregar eso a las mil cosas en la casa que
decía que arreglaría en algún momento.
Él se puso en pie.
—Tengo algunas herramientas en mi auto. Podría
ocuparme en poco tiempo.
—¿De verdad? —Ella dejó el glaseado y lo miró.
—Seguro. No hay problema.
—Guau. Eso sería estupendo.
—Vuelvo enseguida.
Sloane se asomó desde su puesto de decoración para verlo
mientras se alejaba. Cielos, vaya culo que tenía. Sí que le
quedaban bien esos vaqueros.
En cuestión de algunos minutos estuvo de regreso con
una caja de herramientas.
—Si necesitas agua para algo, hazlo ahora. Tendré que
cerrar la válvula debajo del fregadero mientras trabajo.
Sloane pensó por un segundo, y luego dijo:
—No, estoy bien.
Se ocupó al acto mientras ella terminaba con la primera
tarta y pasaba a la siguiente. Puso algo de música mientras él
trabajaba debajo del fregadero, ya que no podían hablar muy
bien con él medio enterrado en el armario. No tenía idea de si
se le daba bien la fontanería o si era solo uno de esos tipos
que pensaba que era hábil, pero, aun así, era
endemoniadamente sensual ver sus piernas sobresaliendo de
debajo de su fregadero y escucharlo martillando allá abajo.
Veinte minutos después, salió y se puso en pie.
—Todo listo. Veamos si lo arreglamos o no.
Abrió el grifo. Funcionó, pero la verdadera prueba fue
cuando lo cerró. Sloane se quedó mirando durante varios
segundos, aguardando que comenzara el conocido y
acostumbrado ploc, ploc, ploc. Pero no fue así.
Sloane sonrió, bastante impresionada.
—Vaya, ¿dónde aprendiste a hacer eso?
—Cuando era joven tenía que ayudar en la casa. En
nuestro país, cuando algo se rompe, no llamamos al
plomero, sino que lo arreglamos nosotros mismos.
Se acercó para mirar la tarta en la que estaba trabajando.
Ella estaba usando glaseado verde para hacer hojas.
—En verdad es asombroso. Se está volviendo demasiado
bonita para comerla.
Sloane se atragantó con una risa. Cuanto más elaborada y
bonita fuese la tarta, más se entusiasmaban los clientes a los
que les gustaba que se embadurnase, y más propinas
generosas le daban.
—¿Quieres aprender a hacerlo? —preguntó ella. Todavía
había mucho glaseado en la manga granate y blanca, y tenía
un montón de magdalenas por hacer.
Los ojos se le iluminaron.
—Claro. Cuando estoy en la ciudad, suelo comer en un
restaurante que está en la planta baja de mi piso. Pero sí que
me gusta lo dulce.
—Bueno, entonces déjame enseñarte algo para que
incluyas en tu repertorio. No hay duda de que eres bueno con
las manos. —Solo pensó en la insinuación después de que se
le hubiese escapado, y apenas logró no ahogarse con su
propia lengua cuando él se acercó a ella y los costados de sus
muslos se rozaron.
Pasó los siguientes veinte minutos mostrándole cómo
hacer rosas sobre las magdalenas. Su primer intento salió un
poco deforme y torcido, pero pilló el truco rápidamente.
—¿Has visto lo fácil que es? —preguntó. El corazón le
latía deprisa por el calor de su proximidad. Cuando ella lo
miró, su rostro no estaba a más de unos centímetros de
distancia.
Inclinó un lado de su boca hacia arriba.
—Sí, es pan comido. O tarta, mejor dicho.
—Ja, ja —dijo, chocando su hombro con el suyo. No podía
creer lo sencillo que era estar con él. Fácil y cargado al
mismo tiempo. No recordaba la última vez que se había
sentido tan cómoda con alguien; ni siquiera antes de
apartarse del mundo. Su adolescencia había estado repleta de
experiencias de ansiedad y miedo a los ataques de pánico.
Dejó de pensar en los recuerdos.
—Vale, ahora que he hecho que el mercado de las
magdalenas se viniera abajo, por fin podemos parar y
disfrutar de los frutos de nuestro trabajo.
Cogió dos de las magdalenas que él había glaseado y le
entregó una. Luego brindó chocando su magdalena con la de
él.
—A disfrutar.
Sus ojos permanecieron fijos en los de ella mientras se
llevaba el dulce a los labios y le daba un mordisco. Ella tragó
saliva.
Cielos, nunca había entendido la atracción de los clientes
que pagaban por verla comer, pero al ver a Nicholas dar ese
bocado, por fin lo comprendió. Se relamió los labios y luego
probó su magdalena. Él nunca despegó los ojos de ella y de
repente se sintió acalorada, a pesar de que no tuviese el
termostato tan alto como siempre, ya que sabía que estaría
vestida toda la tarde.
—Están deliciosas —dijo, con los ojos todavía en ella.
Los latidos de su corazón comenzaron a acelerarse en sus
oídos, pero, por primera vez, no fue porque estuviera a punto
de tener un ataque de pánico.
Eran… de emoción. Tener a Nicholas en su casa, en
persona, sin idea de lo que sucedería después… Dios, eso
hacía que todo tipo de sentimientos extraños cuyo
significado no comprendía se concentraran en su pecho. Por
lo general, no tener el control total de una situación la
asustaría muchísimo, pero no sabía por qué esto era
diferente.
Pero pensándolo bien… no, eso no era cierto. Era por
Nicholas. Había algo en él. Algo especial.
Se sentaron a la mesa con sus magdalenas y Sloane sirvió
un poco de café.
—Con crema —dijo, sonriendo mientras le entregaba a
Nicholas el cartón de crema que había usado para el
glaseado.
—Lo has recordado.
Por supuesto que lo recordaba. No es como si fuera a
olvidar que tuvo a alguien sentado en su mesa por primera
vez en años. Había revivido cada momento de aquel
encuentro una y otra vez en su cabeza, pues no quería
olvidarse ni un segundo. Sabía que más tarde haría lo mismo
con esta mágica tarde que había pasado con él.
Se sentaron mientras disfrutaban de sus magdalenas y
café y charlaban tranquilamente. Demasiado pronto,
Nicholas miró con pesar hacia el reloj sobre la estufa de la
cocina.
—Tengo que volver para terminar un trabajo para la
oficina mañana.
—Ah, por supuesto —dijo Sloane, avergonzada de haberlo
retenido más tiempo del que él pensaba quedarse. Se puso en
pie bruscamente y cogió su plato y taza de café—. Yo
también tengo un turno hasta tarde hoy.
—Me lo pasé muy bien —dijo. Cuando alcanzó su taza
para ponerla en el fregadero, él detuvo su mano con la suya.
Sloane se quedó sin aliento al sentir su roce, pues seguía
siendo una sensación muy novedosa—. Me gustaría
repetirlo, si te parece bien.
Una vez más, esos brillantes ojos color avellana se
clavaron en los suyos. Ella tragó saliva y se limitó a asentir
con la cabeza, sin fiarse en su voz. No cuando la miraba así.
Él sonrió.
—Bueno, muy bien. —Echó la silla hacia atrás y se puso
en pie. Estaba tan cerca de ella que de nuevo Sloane se sintió
abrumada por su olor masculino—. La próxima vez tendré
que invitarte yo. He descubierto una fabulosa y pequeña
cafetería en la ciudad. Se han llevado el premio a la mejor
hamburguesa del condado por tres años consecutivos, o eso
dice el letrero.
Y así, todas las maravillosas endorfinas con las que se
estuvo deleitando toda la tarde llegaron a su fin.
¿Qué creyó que pasaría después? Era evidente que él se
esperaría que ella saliera al mundo como una chica normal.
Dios, fue tan estúpido invitarlo a regresar. ¿Adónde
exactamente pensó que podría ir esto?
Pero esa era la cuestión. Por primera vez en su vida, no
estuvo pensando. O más bien, no les dio mil vueltas a todos
los posibles resultados ni dejó que sus nervios la
enloqueciesen. Y la tarde había sido tan maravillosa…
Pero ya había terminado. Debía volver a la vida real.
—No puedo. —Ella miró hacia abajo y se alejó de Nicholas
—. Lo siento.
Llevó los platos al fregadero y empezó a lavarlos. No pasó
mucho tiempo antes de que sintiera a Nicholas de pie junto a
ella. Solo siguió frotando el plato con más fuerza.
—¿Qué me he perdido? —preguntó—. Pensé que lo
estábamos pasando bien.
—Y así es —dijo, dejando el plato en el fregadero y
mirándolo por fin. Era tan alto que tuvo que estirar el cuello
—. Mira, perdona. Es que yo no… —Ella negó con la cabeza,
sin saber qué decir—. No soy lo que sea que estás buscando.
Cerró el grifo y fue a quitar las varillas de la batidora para
lavarlas. Cualquier cosa para no tener que ver la decepción y
la confusión en el rostro de Nicholas.
—No dudes en coger algunas magdalenas para tu viaje.
—Sloane.
Ella cerró los ojos al escuchar su voz grave y resonante
pronunciar su nombre. Y cuando él se acercó detrás de ella y
se inclinó para cerrar el grifo de nuevo, tuvo deseos de
hundirse contra él. De sentir sus brazos rodeándola y…
No. Joder, se estaba comportando de una forma muy
estúpida. Comenzó a alejarse de nuevo, pero su voz la detuvo.
—Habla conmigo.
Cuando miró hacia arriba y vio su ceño fruncido por la
confusión y la compasión, algo explotó dentro de ella. Y
entonces le contó lo que nunca le había dicho a nadie más
que a sus psiquiatras y su familia.
—No puedo salir de casa. —Lo dijo apresuradamente, con
los ojos cerrados—. Nunca. Tengo un… trastorno. Agorafobia.
No puedo salir de casa. Tengo miedo.
Las palabras salieron en tropel, una tras otra.
—En realidad, me asusta a muerte. Es por eso que ni
siquiera pude salir a ayudar a Ramona cuando se lastimó el
otro día. —La voz se le quebró con esta última confesión.
Cuando se atrevió a abrir los ojos, la sorpresa fue visible
en el rostro de Nicholas.
—¿Cuándo fue la última vez? ¿Cuándo saliste por última
vez?
Ella hizo una mueca. Joder, tenía que ir directo al grano,
¿no? No es que supiera que hacerle esa pregunta a un
agorafóbico era como preguntarle a una mujer cuánto
pesaba. Aun así, ella le respondió, mirando al suelo.
—Seis años. —Salió apenas más audible que un susurro.
No contó la única vez que apenas logró salir al pórtico.
Mantuvo la vista apartada. No podía soportar ver la
mirada en sus ojos que decía «eres un bicho raro» y
«quiero largarme de aquí».
—Sloane. —Su voz era tan delicada que le rompió el
corazón. Él se inclinó y la cogió de la mano. Dios, ¿no se daba
cuenta de que cada roce, cada segundo que pasaba con él la
destrozaría más cuando él se fuera y solo tuviera los
recuerdos de sus dos breves encuentros torturándola? Aquí
estaba ella, revelando con toda exactitud el desastre que era.
Dudaba que fuera algo que un chico pudiese aceptar.
—Mírame.
Llevó su otra mano debajo de su barbilla, atrayendo su
cara hacia la suya. Ella seguía sin mirarle, hasta que él volvió
a decir:
—Mírame, cariño.
¿Estaba intentando matarla? Por fin levantó los ojos y se
encontró con los de color avellana, llenos de compasión.
—No me imagino lo difícil que debe haber sido decírmelo.
Me alegra que hayas confiado en mí lo suficiente para
compartirlo. Pero no hay nada de qué avergonzarse.
¿Estaba bromeando?
Su voz sonaba firme cuando continuó:
—Nunca tienes que avergonzarte de nada cuando estés
conmigo.
Quería creerle. Lo deseaba con todo su ser. Pero tan
pronto como descubriera cuán profundas eran sus
singularidades, huiría de allí. Era mejor arrancar la tirita
ahora.
Ella trató de apartarse de él, pero él la inmovilizó.
—Ni siquiera he ido al piso de arriba desde hace más de
un año —susurró. Ella le contó todo, todos sus ridículos
miedos. Los pisos podridos, el quedarse atrapada por un
incendio. Todo sonaba aún más ridículo cuando lo decía en
voz alta. Debía pensar que estaba loca.
Ella negó con la cabeza.
—Está bien. Deberías irte. —Intentó esbozar una sonrisa
amable, aunque estaba bastante segura de que se asemejaba
más a una mueca.
Pero él la cogió de la mano y la volvió a llevar a la mesa de
la cocina. Ella se sentó donde él señaló. Luego, sin soltar su
mano, se acercó y movió su silla hacia la suya. Cuando se
sentó, sus rodillas se tocaron.
—No voy a ninguna parte. Dime más.
A Sloane se le hundió el estómago. ¿Hablaba en serio? ¿De
verdad…?
—Agorafobia. He escuchado esa palabra antes, pero no sé
nada al respecto. ¿Es miedo a los espacios abiertos o miedo a
otras personas?
Ella sacudió la cabeza.
—Agorafobia no es un nombre muy acertado. Es más
como… —Cielos, ¿realmente iba a tratar de explicarle esto?
Sin embargo, todavía no había salido huyendo, y en una
parte dentro de ella la esperanza brotó como una pequeña
flor. Qué estúpida era. Continuó de todos modos.
—No es el estar al aire libre a lo que le temo. Es más como
si tuviera miedo de los ataques de pánico que suceden
cuando salgo. Empecé a tenerlos después de…
Miró hacia abajo. No quería profundizar en todo eso.
—Empecé a tenerlos a los dieciséis. Siempre fui una niña
nerviosa, pero fue entonces cuando todo empeoró.
Después del accidente. Pero no podía esperar que
compartiera todos los secretos oscuros y horribles de una
vez, ¿cierto? Así que pasó por alto lo que sus médicos
siempre llamaron el «catalizador».
—Empezó con los automóviles. No podía montarme en
uno sin perder la cabeza. Luego fueron los autobuses. En el
autobús escolar me asusté tanto una vez, que tuvieron que
desviarse al hospital. —Hizo una mueca con tan solo el
recuerdo.
Se había mudado con sus abuelos en aquel momento y
estaban al borde de la desesperación por no saber qué hacer
con ella. Se quedó en el hospital por un tiempo; un hospital
psiquiátrico.
—Nada sirvió. Recordaba lo que sentí con el ataque de
pánico, que estuve tan convencida de que iba a morir, como
si tuviera tanto miedo que en verdad creía que mi corazón se
detendría o que sufriría un infarto. Estaba segura de ello.
Entonces, siquiera la idea de subirme a otro automóvil o ir a
cualquier parte me angustiaba. Vivíamos lo bastante cerca de
la ciudad para poder ir a pie hasta algunas tiendas. Pero
luego tuve un ataque en una tienda de comestibles y tuvieron
que llamar a una ambulancia. Fue entonces cuando dejé de
salir de casa.
—¿De esta casa? —preguntó.
Ella negó con la cabeza.
—La casa de mi abuelo y mi abuela en Florida. Pero eran
mayores y tenían problemas de salud. —Y después de perder
a su hija en el accidente automovilístico, tampoco estaban en
buena forma para cuidarla. A su abuelo en especial le afectó
mucho; algunos días ni siquiera salía de su habitación—. Así
que vine hasta aquí para vivir con mi tía abuela Trish, la
hermana menor del abuelo. Pero ella murió hace unos años.
Nicholas pestañeó.
—¿Así que has estado sola desde entonces?
Bueno, sonaba patético cuando lo decía así. Ella se
encogió de hombros y trató de dedicarle una sonrisa débil.
—Hay tantas cosas que puedes conseguir en línea hoy en
día que no es para tanto. Encontré un trabajo que podía hacer
desde casa. Compro comestibles y cualquier otra cosa que
pueda necesitar. Me las arreglo bien.
Frunció el ceño.
—¿Pero no te sientes… sola?
Ella se encogió de hombros de nuevo.
—Paso todo el día hablando con gente en mi trabajo. Y
entonces tuve a Ramona hace un tiempo. Todo está bien.
Bueno, quiero decir que todo es muy bueno. Bueno en verdad.
No necesito mucho para ser feliz; tengo todo lo que pueda
necesitar aquí mismo.
Era lo que siempre se decía a sí misma, pero la trivialidad
sonaba vacía al decirla en voz alta. Sobre todo cuando solo
vio acentuarse la compasión en los ojos de Nicholas.
Quería decirle que estaba pensando en volver a verse con
un médico. La próxima vez lo superaría. De verdad. Pero ella
misma apenas se lo creía, y en ese momento aquello parecía
tan lejano como la luna.
Echó su silla hacia atrás y se puso de pie.
—Mira, no te he contado todo esto para que sientas
lástima por mí. Solo quería explicarte por qué no puedo… —
Se calló de nuevo, mirando hacia la ventana—. Ya sabes.
Ella esperaba que él siguiera presionando, que hiciera más
preguntas, pero se limitó a ponerse en pie, sin acercarse a
ella.
—Como te dije, la he pasado muy bien hoy. Espero que
podamos volver a vernos pronto. ¿Quizás pueda volver
alguna vez? ¿Tal vez la próxima semana?
Espera… ¡¿qué?!
¿Así sin más? ¿Es que no había escuchado la parte de que
era una chiflada encerrada que se hacía un ovillo y se
desequilibraba si daba un solo paso afuera?
—S-seguro —tartamudeó.
Sonrió tranquilamente, y sus hermosos ojos brillaban.
—¿Qué día te viene bien? Si me alimentas de nuevo, traeré
mi caja de herramientas. Si te pareces en algo a mi mamá,
probablemente haya un millón de otras cosas en la casa que
has estado posponiendo y de las que yo podría ocuparme. No
he recibido mi medalla de manitas este año, así que tal vez
puedas ayudarme con eso.
Ella lo miró parpadeando. ¿Esto era cosa de lástima?
¿Quería hacer una buena acción ayudando a la pobre
desquiciada que vivía sola? ¿Quería recibir puntos de karma?
—¿Qué tal el próximo miércoles? Es mi día libre y no
puedo pensar en nada que prefiera más que pasarlo contigo.
—Su sonrisa parecía muy genuina—. ¿Quieres acompañarme
hasta la puerta?
—Claro —dijo de nuevo, y lo siguió mientras él
atravesaba el estudio para llegar a la puerta principal. Se
inclinó para rascarle la cabeza a Ramona mientras pasaba y
ella se acarició con sus pantorrillas. Hasta había encantado a
Ramona, y ella era una quisquillosa. Las pocas veces que vio
a Tom en la puerta, había huido en la otra dirección y se
escondió debajo del sofá.
Nicholas abrió la puerta, pero, antes de salir, se volvió y
depositó un beso en la mejilla de Sloane, a solo un
centímetro de su boca. Se quedó paralizada y sintió que el
corazón le iba a estallar por latir con tanta velocidad. Pero,
igual que la vez anterior, no era como un ataque de pánico.
Se llevó la mano a la mejilla, tocando el lugar donde él la
había besado antes de que se diera cuenta de lo ridícula que
debía verse, así que la volvió a bajar.
Nicholas curvó una comisura de sus labios mientras
miraba su mano.
—Te veo el miércoles.
Luego se puso a silbar mientras bajaba un par de escaleras
desde la entrada hasta el jardín, y llegó hasta su auto. Sloane
lo vio irse, enmudecida, con el corazón en la garganta. Él
miró hacia atrás y cuando la vio observándolo, la saludó con
la mano y le sonrió antes de subir a su auto.
Sloane retrocedió y cerró la puerta rápidamente, pues no
quería parecer desesperada al quedarse allí mirándolo. Y tal
como se lo había imaginado, pasó el resto del día repitiendo
cada momento con Nicholas. Cada caricia. Dejó las
magdalenas que él había glaseado a un lado cuando llegó el
momento de la fiesta con comida.
Y más tarde, esa misma noche, mientras gemía y se
sentaba desnuda sobre la linda tarta de terciopelo rojo que
había pasado la tarde decorando, no había nadie más que
Nicholas en sus pensamientos.
SEIS

Sloane

MUÉSTRAME TU CASA.
Sloane se mordió el labio cuando leyó el mensaje en el
chat. Era Santo otra vez. Vaciló por un momento antes de
aceptar su solicitud de chat privado, pero había vuelto a
pagar 20.000 fichas por adelantado y ¿quién era ella para
rechazar semejante cantidad de pasta? Había abierto una
nueva cuenta bancaria y adoptó todas las medidas de
seguridad que se le pudieron ocurrir, pero su balance seguía
siendo patéticamente escaso.
Sobre todo cuando parecía que tendría que pagar por un
techo nuevo. Y también arrancar y retapizar el piso de arriba
por los daños que el agua causó gracias a su techo de mierda.
Tom había mencionado un par de veces que el techo no se
veía muy bien, pero ella prefirió escaquearse. Para todos los
problemas de ansiedad que tenía, era sorprendentemente
buena ignorando las cosas que no podía manejar ni pensar;
como el hecho de que su querida casa estaba
desmoronándose a su alrededor. Se vio obligada a afrontar
los hechos durante un temporal la semana pasada cuando el
agua empezó a filtrarse por el techo, en una esquina del
estudio.
Y si estaba filtrándose al primer piso, ni siquiera quería
imaginarse cómo estaría aquello en el piso de arriba. Entró
en pánico y llamó a Nicholas, quien acudió de inmediato.
Habían estado pasando cada vez más tiempo juntos.
Primero solo se veían una vez a la semana, pero luego sugirió
que comenzaran a ver una película cada jueves, su otro día
libre. No obstante, a duras penas podía prestar atención a los
largometrajes, pues estaba al pendiente de Nicholas y su
enorme cuerpo sentado a su lado. Solo cayó en cuenta de lo
incómodo que podría ser invitar a Nicholas a una íntima
noche de cine luego de acurrucarse en el sofá.
Sin embargo, Nicholas era un consumado caballero. Ni
una sola vez intentó hacer ningún avance con ella. Bueno,
puso su brazo en el respaldo del sofá y Sloane juró que iba a
intentar algo; pero no lo hizo, lo cual solo la confundía más.
¿Le gustaba de esaforma? ¿O la había dejado en la
friendzone sin siquiera darse cuenta de ello? ¿Le parecía
divertido quedar con la muchacha agorafóbica como parte de
su buena acción semanal?
Y aquello también la confundía. ¿Quería que ligara con
ella? ¿No era agradable tener un hombre apreciándola por
algo más que no fuese lo bien que podía hacerlo llegar al
orgasmo? Además, también estaba el hecho de que siempre
que pasaban tiempo hablando —algo que podían hacer
durante horas, aunque apenas recordara de qué hablaban
luego—, juraba que no la miraba como lo haría alguien que
era un amigo y nada más.
Al menos un par de veces lo había pillado mirándole el
pecho. Y vale, se había puesto una camiseta especialmente
reveladora que mostraba su escote solo por aquel propósito,
claro, pero aun así… estaba segura de que no era gay. La
apreciaba como un hombre apreciaba a una mujer.
Pero, pensándolo bien, solo habían pasado algunas
semanas. Quizás era esto lo que hacían los hombres en el
mundo real cuando les gustaba una mujer. Los buenos, claro.
También había estado ayudando aquí y allá en la casa.
Hasta le había limpiado las alcantarillas obstruidas y había
reafirmado lo que Tom había dicho: de verdad debía
considerar volver a techar la casa. Pero Dios, aquello sonaba
como una tarea enorme. Y la idea de tener extraños
moviéndose por su casa y por su techo… no. Desestimó lo que
dijo Nicholas con un movimiento de la mano.
Hasta que ocurrió la filtración. Estuvo en pánico todo el
tiempo que le tomó a Nicholas conducir hasta su casa, pues
estaba convencida de que el techo se le caería encima en
cualquier segundo. Estaba tan asustada que casi salió; así era
el nivel de su miedo. Fue una tonta por ignorarlo durante
tanto tiempo. Su casa era su santuario. Su escudo contra el
mundo. ¿Qué haría si le pasaba algo?
Pero Nicholas era su caballero andante. Acudió de
inmediato y miró en el piso de arriba. Aparentemente, la
alfombra estaba completamente arruinada en una habitación
y parte del yeso tuvo que arrancarse. Aun así, era la primera
vez que llovía en un tiempo, y estaba convencida de que, si
quitaban todo el yeso y arreglaban el techo, la casa estaría
bien.
Pero todo eso costaba dinero a pesar de que Nicholas se
ofreciera a hacer el trabajo gratis. Había vuelto a techar la
casa de su madre y ayudó a un amigo en otra ocasión, dijo,
así que tenía la experiencia. A pesar de ello, Sloane iba a
pagarle. Su amistad, o lo que fuera, estaba empezando a
sentirse demasiado desigual para su gusto.
El techo costaría tres mil y la limpieza del piso de arriba
otros mil quinientos, y eso era solo para materiales. Quería
pagarle a Nicholas por lo menos dos mil dólares por su
trabajo, lo cual seguía siendo un gran ahorro en comparación
con contratar a una empresa para que lo hiciera.
Y con todo el dinero que tenía ahorrado, significaba que
tendría que trabajar duro los próximos meses para cubrirlo
todo.
Era una mujer de negocios antes que todo y había tratado
con muchos tipos que intentaban presionarla para obtener
información personal, e incluso hombres como Oliver, que
decía estar tan enamorado de ella y exigía conocerla en
persona. Después de decirle «no» muchas veces, debió
haberse buscado una nueva chica con la que obsesionarse,
pues había dejado de reservar sesiones con ella.
No obstante, ahora estaba Santo. Y su dinero era
demasiado bueno para rechazarlo en un punto en el que ella
estaba desesperada por conseguirlo. Entonces, cuando le
hacía solicitudes que ella normalmente habría rechazado de
inmediato, se encontró considerándolas.
Quiero ver las partes que no suelen aparecer en la cámara.
Muéstramelas.
¿Las partes que no suelen estar en la cámara? Eso quería
decir que Santo veía su canal voyerista. Ella sonrió a la lente
de la cámara.
—Si me ves, entonces has visto mi casa. Pero me
encantaría ofrecerte un recorrido personal.
Quiero ver toda la casa. No solo tu dormitorio y cocina. Hazlo y
te daré una recompensa.
Eso la hizo arquear una ceja.
—¿Qué tipo de recompensa? —Pasó una mano por su
cuello hasta su escote. Siempre fue consciente del efecto
visual que le daba a la cámara. Trataba de no permitir nunca
que sus vídeos fuesen estáticos. Sus clientes podían mirar
pornografía si quisieran algo estático.
Otras 10.000 fichas. Primero quítate toda la ropa. Apunta el
culo a la cámara 3.
Se detuvo por un momento y miró a la cámara.
—¿Hemos jugado juntos antes? —Era la única forma en
que podía conocer tales detalles.
Sí.
—¿Quién eres tú?
Culo a la cámara 3. Ábrete bien para mí.
Bueno, no podía decir que no era directo. Se desnudó e
hizo lo que él dijo, inclinándose y estirándose frente a la
cámara que había especificado.
Otro ping sonó y miró el mensaje.
Cámbiate a tu móvil y GoPro para que podamos hablar
mientras me das el recorrido. Aquí está mi número.
Escribió un número de móvil. No reconocía el código de
área, pero definitivamente lo buscaría después de la llamada.
Cogió su móvil y envió un mensaje al número. HOLA,
GUAPO. ¿AHORA QUÉ?
Usaba un móvil desechable para ese tipo de cosas; no
había forma de que el usuario rastreara el aparato hasta su
ubicación.
Dame una vuelta por tu casa.
Se incorporó y fue a separar la cámara del trípode que
estaba al pie de la cama.
—Vale, veamos, esta es mi habitación. Lo cual ya sabes,
obviamente. Aquí está mi armario lleno de juguetes.
Ella lo llevó al armario y encendió la luz. No solo había
juguetes de todas las formas y tamaños alineados en varios
estantes que había instalado, sino que también había
disfraces colgados. Sirvienta sexy. Azafata sexy. Enfermera
sexy.
Básicamente, esperaba hasta después de Halloween cada
año y luego compraba montones de trajes nuevos en
liquidación.
—A esto lo llamo mi armario de fantasía. —Movió la
cámara lentamente por el pequeño vestidor y pasó la mano
por su ropa—. ¿Quieres que me ponga algo?
Ponte unos vaqueros y una camiseta. Sin ropa interior y sin
sujetador.
Mmm, así que quería que pareciera una chica común y
corriente. Aquello tenía sentido si le gustaba el voyerismo.
—Está bien. Para eso tendremos que visitar los cajones de
mi cómoda.
Muéstramela.
Salió del vestidor y se dirigió al armario que tenía en la
esquina de la habitación.
Baja la cámara para que pueda verte vestirte.
Por lo general, los hombres pagaban para que se
desvistiera, pero bueno, como quisiese.
Culo a la cámara uno.
Ella hizo lo que él le pidió y se inclinó deliberadamente
para que pudiera tener una vista clara de su trasero una vez
más antes de meterse los vaqueros por una pierna a la vez.
—¿Qué color de camiseta quieres que me ponga? —
preguntó ella.
La rosa que tiene el cuello.
Vaya, rara vez usaba esa camiseta. ¿Desde hace cuánto
veía su canal voyerista?
—Como desees. —Ella le guiñó un ojo a la cámara.
Sacó la fina camisa rosa de algodón con el cuello pequeño
y se la metió por la cabeza. Era teóricamente conservadora,
salvo que, sin sostén, sus pezones eran bastante visibles al
otro lado de la delicada tela.
Enséñame el cuarto de baño. Ve a hacer pis mientras te miro.
Esta era una solicitud sorprendentemente común.
—Sí, señor. ¿Te gusta que te llame señor? ¿O prefieres
Santo?
Ambos están bien.
«¿Está bien?» Como sea. Se dirigió al cuarto de baño y
volvió a colocar la cámara en la encimera. Menos mal que
había bebido esa media botella de agua hace un rato.
—¿Te gustan los juegos acuáticos? —preguntó mientras
se bajaba los pantalones y hacía sus necesidades.
No. Solo me gusta verte ser real. Espontánea.
Ella se rio al leer aquello.
—Supongo que nadie es más real que cuando está en el
trono. Entonces, por lo que has dicho, parece que ves mi
canal voyerista. Allí hay mucho material mío siendo real y
espontánea.
Siempre sabes que la cámara está encendida. No es lo mismo.
—Entonces, ¿qué tiene de diferente esto?
Soy el único que te ve. Sigue con el recorrido.
Terminó sus asuntos, se lavó las manos y luego volvió a
alzar la cámara.
—Está bien, ahora salimos de mi habitación. Hay un
pasillo corto. —Caminó por el pasillo—. Y luego llegamos a
la cocina, con la que me imagino que también estás
familiarizado.
Sí. Enséñame el resto de la casa. Quiero ver donde duerme tu
gata.
Hizo una pequeña pausa y frunció el ceño.
—No suelo mostrar su habitación.
No soy un cliente habitual. Ahora enséñame su habitación.
5.000 fichas si obedeces.
¿Si obedecía? Mira quién estaba sacando a relucir su
dominante interior.
—Sí, señor.
Esperó hasta escuchar el clin-clin de las monedas
depositadas antes de abrir la puerta del estudio. Empujó la
puerta y Ramona de inmediato fue en línea recta hacia ella.
—Hola, bonita —dijo Sloane mientras entraba en la
habitación y cerraba la puerta detrás de ella. Se acercó a
Ramona y se agazapó.
Un ping la hizo mirar su teléfono.
Baja la cámara para que pueda verte a ti y al gato en la
imagen.
Sloane puso los ojos en blanco, pero luego se acercó y dejó
la cámara en la escalera para que Santo tuviese una buena
vista de toda la habitación.
—¿Cómo está mi dulzura hoy? —preguntó Sloane,
rascándole la panza a Ramona cuando se dejó caer de
espaldas.
Ramona ronroneó felizmente y se movió acostada
mientras Sloane la rascaba.
—¿A quién le encanta que le froten la barriga, eh? ¿A
Ramona le gusta?
Sloane había dejado de mostrar tanto a Ramona en su
canal después de recibir algunas solicitudes verdaderamente
inquietantes. Más valía que Santo no intentara ir por esa vía,
porque eso cruzaba un límite estricto.
Pero todo lo que apareció en el chat de su móvil fue:
¿Qué le pasó en la nariz?
Sloane miró el móvil mientras seguía frotando el vientre
de Ramona.
—Hubo un accidente. Salió de la casa y tuvo un encuentro
desagradable con una ardilla, pero se está recuperando. ¿No
es así, Mona? Vas a estar bien, ¿o no? No más encontronazos
con ardillas malas. —Se inclinó y depositó un beso en la
cabeza de Ramona, entre sus orejas. Tras rascarle la panza
una última vez, Sloane se puso de pie.
—Y esa fue mi casa. Ahora has visto oficialmente más que
cualquier otro cliente, así que…
Un ping la interrumpió.
Llévame arriba.
Sloane se paralizó en seco mientras miraba el aparato;
luego, trató de restarle importancia con una sonrisa.
—Lo siento, eso no es posible. Es un límite estricto. Paso
casi todo mi tiempo en…
50.000 fichas si me enseñas el piso de arriba.
A Sloane se le cortó la respiración mirando el móvil. Joder,
eran dos mil quinientos dólares. A veces se ganaba esa
cantidad en un mes. ¿Había añadido accidentalmente un cero
extra?
50.000 fichas. Llévame arriba contigo.
—Paga por adelantado —dijo, todavía sin moverse. Tenía
su aplicación de cámara abierta en segundo plano y antes de
dar otro paso escuchó el clin-clin de las fichas en su bote.
Hizo clic para comprobar que acababa de pagar. 25.000
fichas.
Te daré el resto después de que me lleves arriba. Quiero ver
cada parte de tu vivienda. Lo que nadie más puede ver.
Mierda, mierda, mierda. Hablaba en serio.
Sloane miró el móvil y luego hacia las escaleras. Oh, joder.
Ahora tenía que subir las escaleras.
El doctor Noah había intentado que ella subiera los
escalones en su última sesión juntos y ella se asustó y
renunció después de solo cuatro pasos. El corazón se le
aceleró incluso con mirar en dirección a la escalera. Dejó sus
sesiones con el buen médico poco después.
¿Y si tenía un colapso frente a la cámara? Se vería como
una loca que…
No me gusta que me hagan esperar. Háblame mientras subes
las escaleras. Quiero estar contigo en cada paso del camino.
Sloane exhaló con fuerza. Maldita sea, necesitaba un
nuevo techo.
«Respira. Recuerda los patrones de respiración. Cuenta
hasta diez. Vacía tu mente».
Dos mil quinientos dólares. Era mejor pensar en la
cantidad de herramientas para el techo que se podría
comprar con eso. Visualizar el equipo de techado. Todo ese
alquitrán prístino… o tejas… o lo que sea que usaran para
arreglar un techo. Visualizar la bonita alfombra nueva que el
dinero podría comprar. Esa alfombra de terciopelo costaba
un poco más, pero incluso mirar las fotos en línea le había
dado ganas de hundir los pies en ella.
Dos mil quinientos dólares para afrontar su miedo. Vale,
podía hacerlo. Era hora de una terapia de exposición, joder.
Se llenó los pulmones de aire tras respirar hondo y
caminó hacia la cámara. Fingió una sonrisa brillante y esperó
que el cliente no pudiera ver lo temblorosa que estaba
cuando fue a recoger la cámara del quinto escalón, donde la
había colocado.
—En realidad, no subo mucho aquí —dijo. Tal vez si
seguía hablando, no parecería tan aterrador—. Ha habido
algunos daños ocasionados por el agua recientemente, así
que me quedo abajo la mayor parte del tiempo. —Eso al
menos sonaba como una explicación más lógica que «me
espanta el segundo piso».
Arrástrate por los escalones y enfócate con la cámara.
Tenía que arrastrarse. Al tipo probablemente le gustaban
los juegos de dominación y humillación, pero la idea de
trepar por las escaleras tranquilizaba a Sloane. Había menos
posibilidades de caerse de esa forma. E incluso si se
encontraba con un escalón podrido, su masa corporal estaría
más extendida, por lo que tendría muchas más posibilidades
de…
Ping.
Ella miró hacia abajo.
Dije que estoy cansado de esperar. Hazlo ahora o no te daré la
segunda mitad del dinero de las propinas.
Al diablo con todo. No podía permitirse pensar demasiado
o nunca subiría las malditas escaleras. Alzó la mano y dejó la
cámara varios escalones por encima de ella. Luego se
arrastró por ellas. Por un segundo, no pudo hablar. El único
ruido era el de sus vaqueros rozando la gruesa alfombra de
las escaleras.
Sloane tuvo la tentación de cerrar los ojos. Pero no, tenía
que ser profesional. Un cliente estaba mirándola, así que se
mordió el interior de la mejilla y trepó hasta donde había
puesto la cámara.
Su euforia luchó contra el terror. Y solo había subido unos
seis escalones. Aun así, eran dos más de lo que había hecho
con el doctor Noah, y sus vías respiratorias aún no se habían
cerrado por el pánico. Entonces… ¿había sido un éxito?
Extendió la mano y agarró la cámara, extendiendo su
brazo para subirla tres escalones más. Luego, con el corazón
latiendo en sus oídos tan fuerte que sonaba como un tambor
de conga, trepó hasta ella de nuevo.
Oh, mierda. ¿Que estaba haciendo? ¿Por qué pensó que
podía hacer esto de repente? ¿A quién estaba engañando? No
había manera. Ninguna manera en absoluto…
«Respira. Solo respira». Cerró los ojos y exhaló tan fuerte
que estaba segura de que lo había captado el micrófono de la
GoPro, pero no le importó. Tenía que encontrar su
«centro», como lo llamaba el doctor Noah, o se cagaría en
los pantalones antes de llegar a la mitad de las escaleras.
Empezó a contar. Visualizó su lugar tranquilo y seguro:
acurrucada con Ramona, a salvo, con Nicholas sentado en el
sofá a su lado. Era cálido, seguro. Volvió a contar hasta diez.
Los escalones eran seguros. No tenían ningún daño por el
agua, y Nicholas los había subido y bajado más de diez veces
esta semana. Apenas habían crujido y él era tan grande como
un defensa de fútbol americano.
Abrió los ojos y se arrastró los pocos escalones que
faltaban hasta llegar a la cámara. Luego repitió el proceso.
Movía la cámara, trepaba hacia ella. Y otra vez. Mover la
cámara, trepar…
Solo tenía que detenerse, respirar y visualizar una vez
más antes de…
—Dios mío —susurró. Casi estaba allí. Cuando volvió a
depositar la cámara en el suelo, la colocó en lo alto de las
escaleras.
Ya casi, ya casi…
Trepó los últimos metros y luego llegó al rellano en la
parte superior de las escaleras. Se movió rápidamente, de
modo que su espalda quedó contra la pared. El corazón le
latía tan fuerte que podía escucharlo en sus oídos.
Tenía ganas de gritar de alegría. ¡Lo había hecho! De
verdad había llegado al piso de arriba. No se atrevió a mirar
hacia atrás para ver las escaleras ni para comprobar qué tan
bajo estaba el primer piso.
Luego recordó que estaba en una videollamada con un
cliente. Parpadeó y trató de esbozar una sonrisa coqueta.
Solo podía imaginar lo demencial que probablemente se veía,
pero al cuerno.
—Está bien —dijo con la respiración notablemente
entrecortada—. Lo hice. Estoy aquí.
¿Y qué si el tipo no tenía forma de saber lo que significaba
para ella subir las escaleras? No le quitaba la victoria. Aun
así, mientras recuperaba el aliento, se sorprendió de que no
hubiera otro ping diciéndole que se apurase y le mostrase el
resto del segundo piso.
Pero no hubo ningún sonido que anunciara un nuevo
mensaje, así que cerró los ojos brevemente y se concentró en
su respiración. Inspirar, dos, tres, cuatro. Exhalar, dos, tres,
cuatro.
No sabía por cuánto tiempo se había quedado sentada solo
inhalando y exhalando, pero por fin, a pesar de que todavía
sentía el pecho contraído por la ansiedad, creyó que podría
volver a moverse. ¿Seguía conectado el cliente? ¿O se había
largado una vez que vio cuánto tiempo le estaba llevando
seguir su simple orden?
Un ping respondió a esa pregunta. Aún estaba con ella.
Así es, bebé. Muéstrame todo lo que sientes.
Parpadeó, cayendo en cuenta paulatinamente de que la
cámara la había estado enfocando todo el tiempo. Mostró su
sonrisa patentada y enseguida sonó otro ping.
No tienes que sonreír por mí. Me gustas al natural.
Ella se rio con la esperanza de que él no pudiera escuchar
su tono nervioso.
—Bueno, aquí estoy. Al natural y sin filtros.
Muéstrame todo.
Ella asintió y levantó la cámara.
—Este es el rellano en la parte superior de las escaleras —
dijo, moviendo la cámara en un círculo—. Este es el segundo
piso. Solo hay dos dormitorios y un cuarto de baño. No hay
mucho que ver.
Se aferró a la pared y se puso de pie, temblorosa. Miró en
dirección a las escaleras y sintió que el estómago le daba un
vuelco de ansiedad. Se alejó rápido de ahí, pegada a la pared.
—Se supone que es una habitación para invitados, pero
principalmente sirve de trastero —dijo, abriendo la puerta
del primer dormitorio—. Lo siento, no la tengo muy
ordenada.
La habitación estaba llena de cachivaches. Había una
cama y cajas de recuerdos y ropa vieja. Eran algunas cosas de
la tía Trish que le dolía tener a la vista después de su muerte.
La vieja máquina de remo de Trish estaba apoyada en la
pared en la esquina.
Mientras Sloane movía la cámara por la habitación, se
sintió en parte como si la estuviera viendo con ojos nuevos.
Lo cual era cierto, teniendo en cuenta que era la primera vez
que entraba en el cuarto en más de un año. Era la primera
vez que podía mirar las cosas de su tía abuela sin sentirse
ahogada por una tristeza abrumadora. Cuando pensó en la tía
Trish encorvada sobre la mesa de costura, trabajando en lo
que inevitablemente era una monstruosidad de lentejuelas —
la mujer tenía una seria historia de amor con las lentejuelas,
posiblemente el herpes de la moda— una sonrisa cruzó su
rostro.
Y Sloane lo había logrado. Se enfrentó a sus miedos y
subió las escaleras.
Ahora la otra habitación.
Ella asintió, y casi se sintió contenta de que la presencia
de Santo la empujase a seguir moviéndose. Aunque en su
mayor parte estaba manteniendo sus miedos bajo control,
caminaba lentamente, tanteando cada paso con el pie antes
de darlo por completo. No había daños por el agua en esta
habitación, pero ¿y si la filtración se había metido en la
madera debajo de la alfombra? ¿Y si todo estaba podrido y
llegaba a caerse por…?
Ella sacudió la cabeza.
—Este es el segundo dormitorio. —Empujó la puerta para
abrirla—. Como puedes ver, ahora estamos haciendo con una
limpieza a fondo. El techo tuvo una filtración la semana
pasada y tuvimos que sacar la alfombra.
El suelo se veía feo con la alfombra rota. Exponía la
madera rústica que había debajo. Podría haber sido una
bonita madera en algún momento, pero ahora estaba
manchada y descolorida.
¿«Estamos»? ¿En plural?
—Ah. —Sloane quiso golpearse—. Un amigo me está
ayudando con la limpieza.
¿Es tu novio?
—No —dijo Sloane con demasiada precipitación. Joder,
habría sido más sensato decirle a este hombre que tenía
novio. Sabía que algunas modelos les decían a sus clientes
que estaban en una relación con alguien, con la esperanza de
que aquello redujera las declaraciones de amor y las
propuestas de matrimonio.
Ahora era muy tarde para eso. Al menos con este cliente.
—No es más que un amigo que sabe cómo hacer este tipo
de cosas —dijo Sloane. Hizo una pequeña mueca cuando
recorrió la habitación. Nicholas había mencionado que podía
lijar y retocar el piso para que continuase siendo de madera
dura. Ahora que Sloane podía verlo, le resultaba más fácil
imaginarlo. Aun así, parecía una molestia adicional para una
habitación en la que nunca pasaba tiempo.
Pero tal vez sí podría pasar tiempo ahí. Todo lo que tenía
que hacer era vencer su miedo a las alturas cada vez que
subía las escaleras. Pan comido. Puso los ojos en blanco de
forma sarcástica. Entonces se dio cuenta de cuánto tiempo
había pasado desde que habló por última vez.
—Y bueno, sí, este cuarto definitivamente está en
construcción en este momento. —No solo la alfombra estaba
rota, sino que Nicholas había cortado una sección de yeso
para quitar el aislamiento térmico que también se había
empapado por la gotera del techo.
A lo lejos, podía escuchar a Ramona maullar desde abajo,
de la forma enfadada que lo hacía cuando estaba angustiada.
¿Había vuelto a ver otro gato o perro por la ventana? Sloane
debió haberse acordado de cerrar las cortinas cada vez que
tenía una reunión con un cliente.
Sin embargo, un golpe sordo proveniente de abajo la hizo
fruncir el ceño.
—Lamento terminar esto tan rápido, Santo. —Se dirigió
hacia las escaleras, intentando no dejar que la preocupación
matizase su voz—. Pero es hora de alimentar a mi gata.
¿En qué lío se había metido Ramona esta vez? Pensaba
que darle todos esos juguetes para trepar la satisfaría, pero
no, no había ninguna superficie que Ramona considerara
prohibida; ningún salto que ella creyera demasiado lejos.
Y esa endiablada gatita había gastado sus nueve vidas
hace unas cinco.
Pero cuando Sloane llegó a las escaleras, lista para
sentarse y bajar por ellas de una manera humillante similar a
la forma en que las había subido, se detuvo en seco y gritó.
Porque al pie de la escalera había un hombre.
Y no era Nicholas, ni siquiera Tom.
Era un desconocido el que estaba en su casa. Tenía un
móvil en la mano y la miraba como un gato que acaba de
recibir su tazón de leche.
—Es hora de que me digas tu verdadero nombre, amor.
Porque sé que no es Chrissy.
SIETE

Sloane

SLOANE EXTENDIÓ la mano a la vez que el hombre avanzaba


por las escaleras.
—Detente. Espera. ¡Llamaré a la policía! —Alzó su móvil y
empezó a marcar.
El hombre se limitó a sonreír.
—Suerte con eso. —Siguió avanzando hacia ella.
¿Qué diablos quería decir aquello? Sloane terminó de
marcar el 911 y luego presionó el botón verde, pero nada
ocurrió. Lo intentó una y otra vez, pero para entonces el
hombre ya había llegado a la mitad de las escaleras.
—¿Qué hiciste? ¿Quién eres tú? —le gritó, retrocediendo
varios escalones.
—Es un bloqueador de señal móvil. No soy estúpido. ¿Y no
reconoces mi voz? Soy yo, Olly. —Entonces su voz se
profundizó cuando sonrió—. ¿O prefieres mi nuevo
seudónimo Santo?
Sloane abrió los ojos de par en par, horrorizada, se dio la
vuelta y huyó. Fue directo a la única habitación que no le
había mostrado en el recorrido del piso de arriba: el cuarto
de baño. Su risa vino desde atrás.
—¿Ahora jugamos al escondite? —lo oyó exclamar a sus
espaldas luego de que hubiera cerrado la puerta con fuerza.
El corazón le palpitaba a mil kilómetros por hora.
Maldición. ¡Maldita sea! ¿Cómo se había enterado de
dónde vivía? ¿Y por qué, de todos los cálculos de las cosas
que podían salir mal si ponía un pie afuera, nunca había
considerado que el peligro podría entrar a su casa algún día?
Este era el único escenario para el que no tenía plan de
contingencia. De manera absurda, pensó en la conversación
que tuvo con Nicholas la primera noche en la que se
conocieron. Él intentó insistir en que nunca se podía estar
preparado para cada desastre, pero ella tenía la certeza
absoluta de que había tomado en cuenta todo; de que estaba
segura y muy a salvo.
Y hela aquí con un lunático acechándola en su propia casa.
Por varios minutos no pudo oír nada. «Por favor, por
favor, que se haya ido». Era una súplica estúpida y
desesperada, pero podía sentir que empezaba a hiperventilar.
Su respiración estaba volviéndose errática y entrecortada,
como la que tenía antes de un ataque de pánico en toda regla.
Joder, ¡no pierdas la cabeza! No podía permitirse el lujo de
quedarse catatónica en aquel momento. Luego. Luego podría
concederse el derecho de entrar en pánico, gritar y
desmayarse. En ese instante debía pensar. «Piensa.
¡Piensa!».
Sin embargo, cuando miró el cuarto de baño, en pánico,
buscando cualquier cosa que pudiera usar a modo de arma,
vio que estaba tristemente vacío. Pudo haber cogido un
martillo o una herramienta de alguna de las otras
habitaciones donde se estuvo haciendo la renovación, ¿pero
había pensado con tanta antelación? No. Había ido al único
cuarto de la casa donde no había nada. ¡Nada de nada!
Se agachó y abrió los cajones a toda prisa. Estaban
repletos de las polvorientas y viejas medicinas de la tía Trish,
una vieja caja de tampones, y un desatascador de inodoro.
Desesperada, Sloane cogió el desatascador y lo blandió.
Lo cogió justo a tiempo, también, porque en cuestión de
segundos el pomo de la puerta traqueteó.
—Es hora de que conozca a la verdadera tú. Sloane.
Desearía que me hubieras dicho tu nombre. Tuve que
descubrirlo por tus registros bancarios. Vaya que fue una
decepción, cariño.
¿Registros bancarios? Sloane se llevó una mano a la boca
para evitar gritar. Había sido él. Fue él quien se había robado
su dinero. Tuvo que haberlo sido. ¿Por cuánto tiempo la
había estado acosando?
—Entonces te di la oportunidad de que confesaras. El Olly
que conociste la primera vez era patético. Lo comprendo.
Pero ahora soy un hombre, y fuiste tú quien me ayudó a
convertirme en el hombre que siempre debí ser. No podía
venir a por ti de inmediato porque tenía asuntos de los que
ocuparme, pero ahora estoy contigo. Y siempre estuve
observándote. Ahora no tendremos que separarnos otra vez.
Sloane retrocedió hasta que chocó la espalda contra la
pared. Blandía el desatascador como si fuera un arma y el
brazo le temblaba tanto que apenas podía mantenerlo
derecho. Había una ventana, pero sería una caída de dos
pisos, e incluso si solo tuviera un piso, no podría saltar. El
mundo exterior seguía siendo… el mundo exterior.
Parpadeó y sintió que el sudor se acumulaba en sus cejas a
la vez que el pomo volvió a sonar; y luego, algo más crujió. La
cerradura era endeble y la puerta lo era mucho más. No
aguantaría.
¿Tal vez si se metía en la ducha podría saltar y
sorprenderlo?
¿Y luego qué? ¿Desatascarlo hasta la muerte? Apenas pudo
reprimir la aguda risa histérica que amenazaba con salir del
fondo de su garganta.
Y entonces alguien abrió la puerta de una patada y ella
gritó con todas sus fuerzas. Porque repentinamente allí
estaba él.
Su acosador había venido a llevársela.
Abrió los ojos de par en par, porque… ¡moviéndose
silenciosamente a sus espaldas estaba Nicholas! Nicholas se
llevó un dedo a los labios haciendo la seña universal de
«shhh».
Sloane no se atrevió a asentir o a fijar la vista en Nicholas.
Se quedó mirando fijamente a Olly.
—Aguarda, Olly, tranquilo —dijo con voz temblorosa. ¿A
quién quería engañar? Todo su cuerpo estaba temblando de
pánico—. Hablemos sobre esto. Debiste haberme contado
que ibas a venir. P-pude haber preparado algo. ¿P-por qué no
bajamos? Podría prepararte una t-taza de café.
Olly se detuvo. Tenía el ceño fruncido y era evidente que
sospechaba. Pero Sloane también pudo ver que estaba
intrigado en igual medida. Esto era lo que quería, después de
todo: cercarse más a ella.
Cuando se presentó como Olly, Sloane siempre había sido
la dominante en la dinámica de poder. Había tratado de
voltear los papeles como Santo, pero en su interior seguía
siendo el blando Olly.
Mantuvo el contacto visual a medida que Nicholas
avanzaba desde la retaguardia y bajó su desatascador
lentamente, lo cual era un símbolo de aceptación más que
nada, ya que ambos sabían que no podía hacerle ningún daño
importante con él.
Y en aquel momento Nicholas se abalanzó con la jeringa
que llevaba en la mano y se la clavó en el cuello a Olly,
bajando el émbolo antes de que Olly pudiese siquiera
volverse para ver lo que sucedía.
Extendió una mano hacia Sloane. En su rostro estaba
dibujada la conmoción y una expresión de furiosa traición
cuando se desplomó al suelo, e hizo un leve ruido gorjeante
antes de finalmente perder la consciencia. Por lo menos
esperaba que solo estuviera inconsciente, por el bien de
Nicholas.
Tan pronto como fue evidente que estaba desmayado,
Nicholas dio un paso atrás y Sloane se precipitó hacia él. Él la
alzó con sus fuertes brazos por encima del hombre que
estaba de bruces y la cargó hasta el rellano, donde, sin
demora, se echó a sus brazos.
—Dios mío, gracias, ¡gracias! —Lloró en su pecho—. No
sé qué habría hecho si no hubieras…
Pero entonces, Sloane sintió un pinchazo en su cuello.
Confundida, levantó los ojos para mirar a Nicholas, y se
sobresaltó cuando cayó en cuenta de que extrajo una segunda
jeringa de su cuello.
—¿Por qué…? —intentó preguntar con labios aletargados
antes de volver a colapsar en sus brazos, pero, esta vez, como
peso muerto.
OCHO

NICHOLAS

NICHOLAS ESTABA TOMANDO una siesta cuando todas las


alarmas comenzaron a sonar. Sirena tras sirena —su móvil,
su portátil y su reloj—, todas pitaban y resonaban
atronadoramente para indicar que habían traspasado el
perímetro de Sloane.
Nicholas saltó del sofá, parpadeando somnoliento y
alcanzando su portátil. Introdujo la contraseña e hizo clic en
el sistema de cámaras de Sloane. No había sido difícil
conectarse a las cámaras mientras hacía los trabajos en la
casa.
Y entonces vio a Olezka Tereshchenko avanzando
sigilosamente por el salón. La puerta principal seguía abierta
detrás de él…
—¡Joder! —exclamó, tropezándose con sus pies mientras
saltaba y alcanzaba sus zapatos y su bolsa de viaje al mismo
tiempo.
Cogió su móvil y marcó su número, pero no contestó. ¿Por
qué coño estaba dando una cabezada? Para empezar, Sloane
no estaba transmitiendo en vivo, y él intentaba proteger su
privacidad evitando verla todo el tiempo. No le gustaba
asemejarse a los pervertidos que observaban a su personaje
«Chrissy» tanto como pudiesen.
Esa no era ella. Bueno, no la verdadera ella. Él pudo
conocer a Sloane, no a la muñeca sexual de calendario que
fingía ser para todos los cabrones cachondos que se
masturbaban con su imagen en la pantalla. Claro, estaba lo
de la primera noche cuando se conectó a su perfil, pero
apartando aquello, trató de respetar su privacidad y solo
entraba ocasionalmente. Solo para asegurarse de que se
encontrara bien.
Y en aquel momento definitivamente no se encontraba
bien.
Nicholas salió por la puerta en menos de un minuto, y en
cuestión de segundos su automóvil ya estaba despegando por
la calle. Más le valía a ese hijo de puta no lastimarla. Le
arrancaría los huevos si lastimaba un solo pelo de su cabeza,
sin mencionar el hecho de que su aterrador jefe no estaría
muy feliz al respecto. Nicholas tenía órdenes muy claras:
debía entregar a Olezka Tereshchenko con vida e intacto.
Desafortunadamente.
Los cinco minutos que le llevó llegar a la casa de Sloane
parecieron horas. Se conectó a las cámaras desde el móvil y
vio al maldito ir escaleras arriba. ¿Había subido para
esconderse? Sloane jamás subía a aquel piso. Pero cuando
revisó las demás cámaras de la casa, tampoco la vio en
ninguna de las habitaciones.
¡Maldición, tenía que estar en el segundo piso! No había
cámaras allá arriba. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Qué le iba a
hacer ese cabrón?
Nicholas aparcó en su entrada, forzó la palanca del auto
hasta el pare y abrió la cremallera de su bolsa. Todo en su
interior quería entrar a toda máquina en la casa pegando
tiros. La adrenalina corría por sus venas y pitaba en sus
oídos, pero se obligó a calmarse, detenerse y respirar.
Tenía que ser astuto. No sabía mucho obre Olezka; la
familia era bien conocida por ser reservada y recluida.
Siempre enviaban a tenientes a hacer su trabajo sucio. Era
eso lo que hacía que esto fuese una oportunidad única, en
primer lugar. Uno de los Tereshchenkos por fin tenía una
debilidad que podían explotar.
Pero Nicholas no podía permitirse fallar, y no solo porque
su jefe no vacilaría en colgarlo si fracasaba, sino también
porque Sloane estaba dentro y necesitaba su ayuda. Ella lo
necesitaba.
Nadie lo había necesitado en mucho tiempo. Aquel
sentimiento era extraño, pero no indeseado. Jugar a la casita
con Sloane durante las últimas semanas le hizo sentir como
algo que perteneciese a otra vida.
Él no era un buen hombre, y, para este punto, no se había
molestado en fingir serlo desde hace un buen tiempo. Pero
había algo en Sloane que le hacía rememorar otra época,
hace un largo tiempo, cuando su madre lo cogía en brazos y
le leía historias en la cama. Sloane le recordaba que esa
dulzura era posible, que la bondad era posible.
Y no dejaría que nadie, ni Olezka Tereshchenko ni nadie,
le hiciese daño.
Así que inspiró hondo de nuevo y eligió sus armas con
cuidado antes de dirigirse a la casa en total silencio y sigilo.
NUEVE

NICHOLAS

NICHOLAS CONDUJO por la oscura autopista. Tenía la


mandíbula tensa y los nudillos blancos sobre el volante.
Había estado de viaje por cuatro horas ya y eran cerca de
las tres de la madrugada, pero no se había relajado ni un
poco desde que todo se fue al traste y metió a Olezka en el
maletero.
Y… tragó saliva y echó un vistazo rápido al asiento del
pasajero, donde Sloane tenía la cabeza apoyada en una
almohada contra la ventanilla. Tuvo que obligarse a enfocar
la vista en la carretera.
Llevarla consigo no había sido parte de sus órdenes
originales. Su jefe no había dicho nada sobre ella, pero
Nicholas sabía lo suficiente como para intuir que
probablemente su jefe esperaba que se deshiciera de ella.
Vasiliev Papá no era fanático de los testigos y no le
importaban con los daños colaterales.
Nicholas no tenía la ilusión de ser el bueno en este
escenario, pero no creía en los buenos. Creía en tener
suficiente para comer y una cama para dormir por la noche.
Se las había arreglado para desconectar esa parte de sí
mismo, la parte a la que le importaba un carajo cosas como el
bien y el mal, o el día que murió su madre. Era una forma
bastante fácil de vivir.
O lo había sido hasta que ella entró en escena.
Hacía falta disciplina para no mirar a Sloane. Se veía
angelical cuando dormía. Incluso bajo el antinatural sueño
del tranquilizante. Había revisado sus signos vitales antes de
subirla al auto, y su pulso era un poco más lento, pero
constante.
Y en cuanto al basura que en aquel momento estaba atado
en su maletero… Nicholas no había sido tan delicado con él,
ni tan cuidadoso con su dosis. Aun así, los tranquilizantes
deberían mantenerlos inconscientes por un par de horas
más.
El cabrón de Olezka Tereshchenko pesaba, eso era seguro.
Nicholas no se había molestado en ser gentil cuando lo bajó
por las escaleras. Si se despertaba con algunos moretones y
golpes en la cabeza, él no se sentiría culpable.
Ramona maulló sonoramente desde el asiento trasero,
donde se encontraba encerrada en su jaula. Nicholas
murmuró en voz baja. Sabía que Sloane estaría devastada si
dejaba sola a la bestiecilla. Ramona siempre había sido
suficientemente amigable con él, pero en el momento en que
bajó las escaleras con Sloane desmayada en brazos, le atacó
las piernas con todo.
Tampoco le había encantado darle caza para meterla en el
viejo transportín para gatos que había hallado en uno de los
armarios de arriba. Aún lucía los rasguños en el antebrazo
por el fiasco.
Pero aquí estaban todos, intactos, en la Interestatal 44 y
dirigiéndose hacia el este. Solo faltaban… Nicholas hizo los
cálculos rápidamente en su cabeza: faltaban catorce horas.
Excelente. Ningún problema.
Agarró el volante con más fuerza y presionó el pedal del
acelerador un poco más. Si iba a 136 kilómetros durante todo
el camino tal vez podría restarle una o dos horas. Planeaba
conducir en su mayoría por la noche y dormir en el día. Si lo
forzaba, podrían lograr llegar con solo una parada y…
Unas luces rojas y azules destellaron en su retrovisor al
mismo tiempo que su escáner policial se activó.
Hijo de puta.
A su lado, Sloane se movió. Nicholas apretó los dientes
con tanta fuerza que pensó que podría estar a punto de
romperse una corona mientras bajaba la velocidad y detenía
el auto a un lado de la autopista. Joder, la bolsa con las
jeringas adicionales estaba en el asiento trasero, pero si
estiraba la mano para coger una y dormir a Sloane de nuevo,
el policía podría verlo y sospechar.
Sloane se acomodó de nuevo en la almohada y Nicholas
solo pudo esperar que se quedara inconsciente. Tenía su
arma en la guantera, pero matar a un policía en el costado de
la autopista en medio de… mierda, ni siquiera sabía dónde
estaban… No, no era una opción. Aquello acarrearía un
infierno y atención que no necesitaba.
Solo tenía que ser astuto, mantener la calma y no perder
la cabeza. Mantuvo ambas manos en el volante, y solo apartó
una para bajar la ventanilla cuando el policía se acercó.
—Buenas noches, señor —dijo cuando el hombre por fin
llegó después de lo que pareció una eternidad—. ¿Hay algún
problema, oficial?
—¿Sabía que iba a 144 kilómetros en una zona de 104?
Hijo de puta. Nicholas mantuvo una expresión tranquila y
le sonrió al policía. Había aprendido a disfrazarse del
estadounidense afable. Cuando se esforzaba lo suficiente, por
lo general lograba deshacerse de todo rastro de su acento. Y
ser un hombre blanco de aspecto anodino solía ser la mejor
máscara de todas, según había descubierto.
—Dios mío —dijo—. No tenía idea, señor. —Lisonjear a
las figuras de autoridad fanfarronas también ayudaba. El
pecho del hombre se hinchó un poco más al oír el
«señor»—. Mi esposa y yo estamos tratando de llegar a casa
de su madre antes de su cumpleaños mañana.
Se inclinó hacia el policía, sin dejar de susurrar.
—Su madre puede ponerse… bueno, ya conoce a las
mujeres. Se tomó un unisom para poder despertar fresca
como una lechuga. Su mamá la estresa y quiere verse lo
mejor posible. No dejaba de hablar de bolsas debajo de los
ojos o alguna mier… disculpe, o algo como eso.
El policía asintió.
—Lo entiendo, yo también tengo una suegra del demonio.
Pero, lamentablemente, la ley es la ley. Permítame su
licencia y documentación. Le pondré una multa y luego
podrán volver a ponerse en rumbo. A una velocidad más
apropiada.
—Ah, sí, señor —dijo Nicholas, tratando de parecer
apropiadamente reprendido. Se inclinó hacia el lado del
pasajero y abrió la guantera. Le dio un leve codazo a Sloane y,
de nuevo, ella se movió. Mierda.
Buscó el registro y rozó con los dedos el frío metal de su
revólver. Pero finalmente encontró los papeles en la bolsa de
plástico y los sacó, cerrando la guantera firmemente antes de
entregárselos al oficial junto con su licencia.
Todo debería resolverse bien. La licencia era falsa, o
bueno, era la identificación limpia de un tipo con la foto de
Nicholas. Su técnico, Bo, era un maestro de las falsificaciones
y había afirmado que pasaría hasta los controles más
estrictos.
Vale, estaban a punto de descubrir lo bueno que era…
El policía se fue con los papeles y su licencia a su patrulla
y Nicholas exhaló muy fuerte. Diablos, no se había sentido
tan tenso desde que Papá lo había enviado a esa misión para
apretarle las tuercas a ese presunto informante el año
pasado. Tres días después, el hombre por fin confesó que
había estado recibiendo sobornos de una pandilla rival.
Llevarlo a ese punto…, bueno, no había sido agradable, por
decir lo mínimo. Y Nicholas había sido el encargado de
sacarle la confesión por cualquier medio necesario.
Justo cuando había llegado al final de todo lo que era
humano, Papá exigió que fuera aún más lejos. Incluso
después de que el hombre confesase, le ordenó que siguiera
torturándolo. Eso había sido verdaderamente
deshumanizante. Tanto Nicholas como el hombre al otro
lado de aquella picana eléctrica sabían que no había salida.
No había escapatoria, excepto por la muerte del hombre; una
tan espantosa, dolorosa y prolongada como fuese posible.
Esa fue la noche en que Nicholas supo con exactitud cuán
sádico e inflexible podía ser su jefe. Al menos aquello le
ayudó a dar perspectiva a este momento. Ningún policía
estadounidense lo iba a asustar.
¿Tal vez ese era el punto?
Todos decían que Vasiliev Papá era una de las mentes
criminales más brillantes de esta generación, al menos todos
los que estaban en su nómina. Tal vez tenían razón. Si solo
fuera necesaria la brutalidad y la voluntad de los hombres
para hacer daño, Vasiliev definitivamente tenía un don para
ello.
El hombre era un sociópata; pero era eficaz. O tal vez
simplemente había tenido suerte. Tal vez había salido de
Rusia justo antes de que Putin limpiase las calles (o, al
menos, hiciese que las turbas y los oligarcas se inclinaran
ante él, dependiendo de a quién se le preguntara). Y había
sido lo bastante inteligente para permanecer fuera del radar
en los EE.UU.
Nicholas siempre había sospechado que la mayoría de las
personas en el poder tenían tendencias sociópatas debido a
lo que se hacía falta para llegar hasta allá. Ciertamente
estaba relacionado con lo que había observado de niño. No
podías comer mientras todos tenían hambre si compartías
los pocos recursos que tenías. La gente era mezquina y
acumulaba comida para sí misma, a veces incluso dentro de
la familia.
Sin embargo, su madre siempre se aseguraba de que él
comiera primero, y eso era algo que nunca había olvidado.
Quizás era lo que había mantenido viva la pequeña llama de
humanidad en su interior. Había sido testigo de que era
posible anteponer a otra persona, incluso si solo se hacía con
los familiares.
Nicholas tenía fija la mirada en su retrovisor como un
halcón, y solo soltó el aire contenido de verdad una vez que
vio al policía venir caminando con los papeles en mano.
El oficial le devolvió su documentación junto con una
multa.
—Todo se ve bien. En el futuro no vaya como un loco al
volante.
Ramona empezó a maullar furiosa desde el asiento
trasero. Nicholas apretó los dientes de nuevo, deseando de
repente haber dejado al endiablado animal en Oklahoma; en
especial cuando el policía inclinó la cabeza hacia la ventana
con una gran sonrisa tonta en el rostro.
—Pero bueno, qué lindura de gatito. No parece muy feliz
de estar encerrado.
—Haremos una parada pronto para pasar la noche —
bromeó Nicholas—. Gracias por su ayuda, oficial. Vigilaré
más de cerca el velocímetro a partir de ahora.
Sloane se movió otra vez a su lado, pero, más que eso,
volvió la cabeza, lo cual hizo que su cara quedase a la vista
del oficial. El hombre frunció el ceño y apuntó directo hacia
su rostro con la linterna.
Ella entrecerró los ojos y se revolvió de nuevo.
Nicholas quería empujar al hombre hacia atrás y arrancar
a toda velocidad, pero sabía que era un impulso tonto.
Estaban muy cerca de estar a salvo.
La columna vertebral de Nicholas se tensó cada vez más a
medida que varios escenarios pasaban por su cabeza en
rápida sucesión. Si ella se despertaba y gritaba, él tendría
que…
—Está bien. Cuídense, señores —dijo el policía, dándole
una palmada al techo del auto a la vez que daba un paso atrás
y se dirigía hacia su patrulla.
Nicholas inmediatamente subió la ventanilla. Y en buena
hora, porque, pasado un segundo, Sloane comenzó a
murmurar y balbucear mientras no solo se movía, sino que
dejaba caer la cabeza hacia adelante. Habría chocado contra
el tablero de no haber sido por el cinturón de seguridad que
le cruzaba por el pecho y la sujetaba.
—Maldición —susurró Nicholas, y luego, con un gesto en
la dirección del policía, se integró a la autopista de nuevo.
El impulso hacia adelante hizo que Sloane cayese hacia
atrás contra el asiento, pero seguía murmurando. No
entendía lo que decía, pero no sonaba feliz.
—Mierda, mierda, mierda —susurró Nicholas. Miró de un
lado a otro entre el velocímetro y ella, arrojando la multa, su
documentación y la licencia al piso en la parte de atrás. Al
menos todo había pasado la inspección. Tendría que darle un
abrazo de colegas a Bo cuando regresara.
El oficial se reincorporó a la autopista detrás de él.
Nicholas tuvo cuidado de quedarse a ocho kilómetros por
debajo del límite de velocidad.
Sloane empezó a murmurar de forma incoherente, sus
ojos se movían rápidamente por debajo de los párpados
mientras se revolvía y giraba en el respaldo del asiento.
Por fin, el policía cambió de carril y lo pasó. Pero Nicholas
ni siquiera pudo sentir alivio porque, en ese momento,
Sloane se despertó por completo y comenzó a gritar.
DIEZ

Sloane

SLOANE TENÍA pesadillas en las que volvía a estar en el


automóvil cuando sus padres murieron. Tras el accidente,
casi todas las noches se despertaba cubierta en sudor y
gritando. No había pasado en un buen rato, pero eso era
porque había tomado las riendas de su vida.
Se tomaba su medicamento, seguía su itinerario y solo
estaba en las áreas en las que estaba cómoda —es decir, las
cuatro habitaciones del primer piso de la casa de la tía Trish.
Así que, cuando se despertó de la pesadilla, estaba preparada
para comenzar a calmarse como siempre.
Con la salvedad de que solo se despertó de una pesadilla
para aparecer en otra.
Seguía en el auto.
¿Cómo podía seguir en el auto yendo a toda velocidad por
una autopista oscura? ¿Más aún cuando el accidente pasó de
día?
Confundida y aterrada, la vieja y conocida adrenalina se
disparó cuando miró a su alrededor e intentó orientarse. Y
fue entonces cuando vio a Nicholas en el asiento del
conductor, a su lado.
Pero no estaba bien. No se parecía al tipo afable que se
sentaba al otro lado de su mesa para beber café. Había algo
malo en él. Aparte de echarle un rápido vistazo, no
despegaba la vista de enfrente y tenía la mandíbula tensa de
una forma que nunca antes había visto. Quería creer que solo
había salido de una pesadilla para aterrizar en otra, que su
mente inconsciente estaba jugándole una muy muy mala
pasada.
Pero entonces lo recordó, vagamente, pero el recuerdo
permanecía allí.
Había un desconocido en su casa. Un hombre. Oliver,
quien también era Santo. La había acosado y había
descubierto dónde vivía. Luego, Nicholas llegó para salvarla,
según creyó ella.
Se llevó la mano al cuello rápidamente. ¿Por qué…?
Pero entonces volvió a enfocar la vista en el parabrisas
delantero.
Ay, Dios, no era un sueño.
Estaba afuera.
Estaba en un auto, e iba disparada a toda velocidad por
una trampa mortal.
Gritó otra vez y trató de hacerse un ovillo, pero el
cinturón de seguridad en su pecho se atoró en su cuello y la
estranguló cuando lo intentó. No es que importara mucho. El
aire no entró a sus pulmones cuando se esforzó por respirar
otra vez. Dios, su garganta estaba cerrándose. Jadeó en busca
de aire, pero no sintió nada.
Le salieron lágrimas de los ojos. Sabía que esto pasaría.
Sabía que si salía de la casa moriría. Se volvió hacia Nicholas
mientras se llevaba las manos a la garganta.
—¿Cómo has podido? —trató de preguntar, pero ni
siquiera pudo soltar las palabras.
Iba a morir ahí y ahora. Hipó para respirar, pero no entró
aire. La sangre se agolpó en sus oídos y se meció en su
asiento mientras unas manchas danzaban frente a sus ojos.
Nicholas estaba diciendo algo. Oía su voz apagada, como
si estuviese hablando bajo el agua. Sentía que el pecho le iba
a ceder por falta de oxígeno, y se llevó las manos a la
garganta. Jadeó a la vez que el sudor bajaba por su frente y
caía en sus ojos. Sintió espasmos en el pecho. Dios, aquí
acababa todo. Iba a morir.
Ni siquiera se percató de que el auto se había detenido
hasta que Nicholas abrió la puerta con fuerza. Luego, en
cuestión de segundos, también abrió la suya. Nicholas estiró
la mano y desabrochó el cinturón que la aprisionaba, pero
era demasiado tarde.
El ataque de pánico había alcanzado su punto máximo y
no había forma de detenerlo cuando llegaba a esas
proporciones, según lo que sabía Sloane por atroces
experiencias pasadas.
—Lo siento, lo siento tanto —dijo Nicholas, y sus
palabras atravesaron la bruma del terror lo suficiente para
que Sloane pudiese procesarlas.
Soltó una risa seca y nada femenina, pero de inmediato
quiso retractarse. No sabía quién era este hombre, pero
quedaba claro que no era ningún espectador inofensivo. La
había secuestrado. Aquella idea era ridícula incluso cuando
pensaba en ella. ¿Quién la iba a secuestrar a ella?
Todo tenía tan poco sentido que se sentía tentada a
pensar que seguía en un sueño y que había convertido a su
único amigo en el mundo en el villano. Se fijó en su rostro, su
mandíbula, sus ojos oscuros; trató de encontrar algo que no
encajase con su recuerdo del breve encuentro con Nicholas.
Pero el hombre que estaba frente a ella era un clon del
hombre que había conocido a lo largo de las últimas
semanas. Incluso tenía el lunar en el cuello debajo de la oreja
izquierda. ¿Podría haber reproducido esa clase de detalle
dormida?
«Despiértate», exigió mientras las manchas oscuras que
bailoteaban en su visión se hacían más grandes. El frío viento
nocturno le dio en la piel por la puerta abierta. ¿Cuánto hacía
que no sentía el viento? Ni siquiera se atrevía a abrir las
ventanas en casa, sino que confiaba en que el aire
acondicionado y la calefacción regularían su temperatura.
Invitar algo del exterior adentro, así fuese de la manera más
minúscula, hacía que el corazón se le acelerase con fuerza.
Y ahora hela aquí, completamente expuesta. Abrió la boca
para volver a gritar, pero no pudo emitir sonido; su garganta
estaba demasiado cerrada. Y entonces Nicholas la manipuló,
dándole la vuelta y atrayéndola hacia su pecho. Apenas tuvo
un segundo para comprender lo que estaba sucediendo antes
de que le rodeara el cuello con el brazo —sofocando aún más
más su suministro de oxígeno.
Las manchas oscuras se fusionaron para formar un manto
negro.
«Me ha matado», fue lo último que pensó antes de
desvanecerse en sus brazos.

CUANDO ABRIÓ LOS OJOS, que se sentían pesados y


arenosos, su primer pensamiento fue «joder, no estoy
muerta». Seguido de «¿dónde carajo estoy?».
Se sentó. Estaba en una cama, pero no era la suya.
Se llevó la mano a su cabeza palpitante a la vez que
miraba la diminuta habitación. Y dirigió la atención a
Nicholas, quien se encontraba sentado en una mesita de lo
que parecía, ni más ni menos, una habitación de hotel.
Sloane se bajó de la cama y retrocedió hasta la pared más
apartada del hombre. El movimiento captó su atención e hizo
que la mirase. Bajó la caja de fideos y los palillos con los que
comía, pero no sin antes señalar otra caja sobre la mesa.
—¿Tienes hambre?
Sloane bufó, incrédula.
—¿Quién eres? ¿P-por qué…? ¡Me has secuestrado!
Nicholas se incorporó como si tuviese la intención de ir
hacia ella, pero Sloane alzó una mano y él se detuvo. De
verdad dejó de avanzar, para su gran sorpresa.
—Mira —dijo él, deteniéndose para alcanzar una
servilleta con la que se limpió la boca—. Entiendo que esto te
sorprenda mucho, pero no podía dejarte allá. El hombre que
te ha atacado es un hombre muy malo, y cuando desapareció,
otros hombres malos le siguieron el rastro para buscarlo. Ese
rastro los habría llevado directamente hacia ti. No podía
dejar que eso pasara.
Sloane levantó las manos.
—¿De qué hablas? ¿Qué hombres malos?
Nicholas se cruzó de brazos y entrecerró los ojos.
—Hombres malos que no dejarían viva a una hermosa
mujer como tú cuando terminasen contigo. Hombres malos
que no operan bajo la ley ni piensan que las reglas aplican
para ellos.
—¿Hombres como tú? —preguntó mordazmente.
Él dio un respingo, y Sloane no estaba segura de si se
sentía bien o no sumar aquel punto. Una parte de ella
esperaba que él lo negase, pero no hizo más que asentir.
—Sí, hombres como yo y como mi jefe, quien me envió a
vigilar al pedazo de basura que se obsesionó contigo.
Sloane se masajeó la sien.
—Creo que me siento mal. —Se levantó y empezó a ir al
cuarto de baño, pero Nicholas se movió para interceptarla y
extendió una mano.
—Espera.
—¿Qué? —escupió ella—. ¿Ni siquiera puedo mear sin que
me veas? ¿O es que también eres del tipo de hombre que se
excita con eso?
Y pensándolo bien, de verdad tenía que ir al baño. Apenas
pensó en ello, no hubo espacio para ningún otro
pensamiento.
Volvió a dar un respingo. Otro punto más. No la hacía
sentirse mejor, nada de esto lo hacía. Intentó apartarlo, pero
él la cogió por la muñeca.
—¡Suéltame, canalla! —exclamó ella, y él obedeció.
—Sloane, aguarda, él… —dijo Nicholas, pero ella le cerró
la puerta del baño en la cara.
Solo para darse la vuelta y chillar cuando vio a
Oliver/Santo atado, inmovilizado e inconsciente en la bañera.
Abrió la puerta de un tirón y volvió a salir corriendo,
tropezándose con Nicholas.
—Intenté decírtelo…
—¡No lo suficiente! —Le asestó un golpe en el pecho para
apartarse de él—. Dios mío. —Se cubrió el rostro con las
manos—. Dios mío, cielos, por Dios.
Se sentó en la cama más cercana. Había dos, aunque sea,
¡pero eso era lo de menos! ¿En qué demonios se había
metido?
—¡¿Cómo se supone que vaya al baño cuando él está ahí?!
Nicholas pasó a su lado y cerró las cortinas de la bañera.
—¿Mejor?
No pudo hacer nada más que mirarle, pero su vejiga
estaba a punto de reventar, así que no tuvo más opción que
volver a entrar, cerrar la puerta y hacer sus necesidades tan
rápido como le fuese humanamente posible. Durante todo el
rato tuvo la piel de gallina en los brazos por estar encerrada
con el hombre desmayado que la había atacado. Por fin
terminó y tiró de la cadena, feliz por el hecho de que el
lavabo para lavarse las manos estuviese fuera de la pequeña
área del retrete y la bañera.
Se apresuró en lavarse las manos mientras le temblaba
todo el cuerpo. Se miró al espejo, y vio a Nicholas detrás de
ella.
—Y entonces, ¿qué? ¿Estás en una banda o algo por el
estilo?
Él tensó la mandíbula.
—Algo así.
Ella negó con la cabeza, secándose las manos con una
toalla y luego replegándose a la cama que había reclamado.
—Entonces… todo fue una mentira.
—No —dijo él abruptamente y se acercó a ella. Sloane
retrocedió con vacilación, pero él no la tocó, se limitó a
sentarse en la cama que estaba al otro extremo de la suya—.
Nunca te he dicho ninguna mentira.
Ella bufó.
—Ninguna aparte de la razón por la que estabas allí. ¿Y
qué hay de la empresa de importaciones y exportaciones?
Nicholas ladeó la cabeza.
—Bueno, a veces exageré la verdad. Pero eso es lo que la
organización de mi jefe hace, en términos indirectos.
Sloane pestañeó y se percató de algo.
—Pero… ¿pero importas cosas como… drogas?
Él bajó la vista hasta el suelo.
—Lo que hago para ganarme la vida no importa. Lo que
importa es que ahora estás segura.
—¿Segura? —Se rio sin ganas—. Hay un mafioso atado en
el baño y otro que me ha tomado de rehén y que me va a
llevar no sé adónde. ¿Cómo es que estoy segura?
—Nunca dejaré que nadie te lastime —dijo Nicholas con
firmeza, y por su tono parecía que lo decía en serio. ¿Pero
cómo creer una palabra que salía de su boca? Además, ¿quién
sabía qué significaba su versión de «seguridad»?
—¿Adónde me llevas? —preguntó ella.
—A mi casa en Brooklyn.
De inmediato empezó a sacudir la cabeza y retroceder
hacia la pared al mismo tiempo.
—No, no puedes llevarme allá. No puedo viajar. Sabes que
no puedo…
—Hoy lo hiciste bastante bien.
—¡Me drogaste!
No dijo nada. Su mirada seguía firme.
—Dios mío, ¿es que tienes pensado drogarme todo el
camino?
—¿Cómo viajabas antes? —preguntó él.
Se quedó boquiabierta y deseó poder negar que era
exactamente lo que había hecho cuando viajó a la casa de la
tía abuela Trish hace tantos años. Pero eso había sido
diferente. ¡Para empezar, lo había hecho por voluntad
propia!
—¡No viajaba! —dijo—. Esa es la cuestión. Tenía toda una
vida en Oklahoma.
—¿En serio? —presionó Nicholas—. ¿Y qué clase de vida
era esa? Estabas completamente sola, sin nadie más que un
gato de compañía.
—¡Ramona!
¿Cómo recordó a su amada gata solo en aquel momento?
—Está aquí, la he traído con nosotros.
—¿Dónde está?
Nicholas se extendió por la cama y levantó una jaula para
gatos. Cuando lo hizo, Sloane oyó a Ramona maullar.
—Cuidado —dijo Sloane, saltando y apresurándose para
quitarle el transportín. Se la arrancó de las manos. Era vieja y
pesada, pero no le importó. La dejó en la cama y la abrió de
inmediato.
Ramona se abalanzó hacia sus brazos. Sloane se la llevó a
su rostro enseguida y la abrazó con fuerza. Y ambas estaban
tan traumatizadas por los eventos de aquel día, que Ramona
se lo permitió sin huir. Ramona siempre odiaba que la
metieran en el transportín para ir al veterinario, y la
pobrecilla había estado recluida en esa horrible cosa todo el
día.
—Shhh, shhh, lo sé, cariño —susurró Sloane, pasando la
mano por el pelaje de Ramona desde la cabeza hasta la cola.
Se apartó de Nicholas y fue a la esquina de la cama.
—Y cuando lleguemos a donde sea que vayamos,
¿entonces qué? —preguntó Sloane mientras Ramona se
cimentaba en su pecho. La gata no era un muy buen escudo,
pero la hacía sentir mejor.
Nicholas se encogió de hombros, pero el gesto pareció
calculado.
—Luego empiezas una nueva vida. Pero lo harás en algún
lugar en el que pueda vigilarte y asegurarme de que estés a
salvo de cualquiera que esté persiguiendo a ese imbécil. —
Señaló el cuarto de baño.
Sloane se quedó boquiabierta e impactada. Pasó un buen
rato antes de que pudiera encontrar su voz.
—Ya lo tenías todo bien pensado, ¿eh? Todo mi futuro, sin
siquiera consultarme nada.
Su mandíbula se tensó de aquella forma que se estaba
volviendo familiar.
—Las cosas son como son. No siempre tenemos todo lo
que queremos. ¿Habrías preferido que no hubiera llegado y
que ese cabrón hubiera hecho lo que sea que haya tenido
planificado?
—¡No! Pero eso no significa que quisiera…
—¡Madura! —estalló él—. Ya basta. Eres una malcriada
princesita estadounidense. Yo crecí sin saber cuándo volvería
a comer. He tenido que luchar por cada migaja que he tenido.
Acabo de salvarte la vida, ¿y me das las gracias? No. Sigo
salvándote la vida y te ofrezco protección a futuro. Tal vez
deberías comerte la comida que también te he facilitado y
dejarme dormir para que pueda seguir protegiéndonos a los
dos.
Sloane lo fulminó con la mirada. ¿Quería que le
agradeciese? Sintió deseos de ordenarle a Ramona que fuera
a arañarle los ojos a ese idiota arrogante.
Le dio la espalda, visiblemente irritada. Él y el hombre en
el cuarto de baño eran la prueba de que tenía razón: el
mundo era un lugar peligroso y aterrador. Lo único que había
hecho mal fue exhibirse e invitar al mundo exterior a su vida.
Y eso ni siquiera estaba mal. Había trabajado honradamente,
y debió haber podido ganar su salario y mantenerse apartada.
¡Nada de esto era justo!
Pero ¿desde cuándo importaba la justicia? Suponía que
eso es a lo que se refería Nicholas. Malcriada. ¡La había
llamado malcriada! Si querer su libertad era ser malcriada,
bueno, entonces sí, suponía que era malcriada.
Se sentía furiosa e impotente por no poder hacer nada
para cambiar la situación en la que repentinamente se
encontró, y…
Su respiración comenzó a acelerarse. Mierda. Cerró los
ojos. No otra vez.
—Mi medicina —dijo—. ¿La has traído? Necesito el
xanax.
Cuando su voz le llegó a los oídos nuevamente, lo sintió
demasiado cerca.
—Sí, pero no es seguro tomarla con el sedativo que te he
dado.
Abrió los ojos de golpe y sus respiraciones se aceleraron
mucho más en su pecho al oír sus palabras.
—Shhh, está bien, respira —dijo. Estaba justo enfrente de
ella, arrodillado—. He leído sobre esto. Hagamos la
respiración cuadrada. Cierra los ojos, inhala por cuatro
segundos…
—Sé cómo hacer la respiración cuadrada —espetó ella.
Pero él contó: —Inhala, uno, dos, tres, cuatro.
Y, demasiado asustada para hacer alguna otra cosa,
inhaló. Y cuando dijo «exhala, dos, tres, cuatro», ella
aguantó la respiración y luego exhaló cuatro veces junto con
él.
Repitió el proceso varias veces más, y le irritó
sobremanera el hecho de que se estuviese sintiendo más
tranquila al final. Pero eso jamás se lo confesaría.
Cogió el mando y encendió la tele, ignorándolo.
Él retrocedió.
—Voy a echar una cabezadita.
Ella siguió ignorándolo y no bajó el volumen de la tele en
absoluto, pero aquello no parecía molestarle. Se metió en la
cama que estaba junto a la de ella, se tapó con las sábanas, y
en cuestión de minutos ya estaba roncando.
Sloane se quedó mirándolo, horrorizada. Ramona se había
hecho un ovillo a su lado de la cama. Por lo menos todavía
había comida para gato en el transportín, pero quién sabía
desde hace cuánto no había bebido agua. Se levantó y llenó
uno de los vasitos de vidrio para llevárselo; era poco
profundo y podría meter la cabeza para beber.
Nicholas no se movió ni un ápice cuando caminó por la
habitación. Sloane se mordió el labio y luego fue en puntillas
hasta el teléfono, lo cual era más complicado porque se
encontraba en la mesita de noche entre ambas camas.
Levantó el aparato de su base, hizo una mueca por el
levísimo ruido que hizo y se lo llevó a la oreja.
Puede que Nicholas no haya necesitado atarla como lo
había hecho con el hombre en el cuarto de baño porque sabía
que estaba atada por sus propias fobias, pero todavía podía
llamar a la policía para pedir ayuda.
Excepto que no había tono de marcado. Frunció el ceño y
dio un toque en la parte retráctil para poder colgar y volver a
intentarlo, pero seguía sin haber tono. Fue entonces cuando
levantó el aparato y se dio cuenta de que no estaba el cable
que iba hacia la pared. Soltó un bufido, irritada.
Así que Nicholas no era un imbécil. Supuso que eso ya lo
sabía. Volvió a dejar el teléfono en la mesita de noche, pero
Nicholas no se inmutó. Entonces le sacó la lengua, furiosa e
impotente, se volvió a sentar y miró la tele por el resto de la
noche.
—Solo somos tú y yo, gatita —susurró, acariciando a
Ramona una y otra vez.
ONCE

Sloane

SLOANE SE DESPERTÓ por el maullido de Ramona y un


toquecito en su rostro.
—Cielos, ¿qué pasa? —Sloane parpadeó hasta abrir los
ojos, y buscó de inmediato a Nicholas en la cama contigua…
solo para encontrar que ya no estaba.
Frunció el ceño y logró vislumbrar una nota garabateada
en su cama perfectamente hecha. Pero antes de cogerla para
leer lo que ponía, Ramona empezó a maullar más fuerte que
antes y a dar saltos sobre ella una vez más.
—¿Qué es lo que te…? —empezó a preguntar, pero otra
voz la interrumpió.
—Ha sido muy amable de su parte dejarnos solos.
Sloane movió la cabeza bruscamente en dirección al baño
y gritó «¡Nicholas!» a todo pulmón tan pronto como vio a
Oliver erguido y acercándose a ella. De alguna manera se
había librado de las ataduras.
Ella retrocedió al mismo tiempo que él se abalanzaba
sobre ella. Ella rodó por el otro lado de la cama y aterrizó de
rodillas entre su cama y la de Nicholas. Trató de saltar de
nuevo y lanzarse sobre su cama, pero no fue lo
suficientemente rápida.
Olly aterrizó con todo su peso sobre ella. No era un
hombre corpulento, pero vio que tenía una jeringa en la
mano. Y la forma en que la tenía inmovilizada, con ambos
brazos debajo de sus rodillas…
Se resistió, pero no pudo zafarse de su peso. Su rostro se
veía contorsionado y feo mientras la miraba.
—Siempre me encantó verte dormir —siseó—. Soñaba
sobre cómo sería estar allí contigo. Me pongo nervioso
cuando estoy cerca de las chicas, quiero decir, de las mujeres;
pero sabía que contigo sería diferente.
Sloane luchó aún más para sacárselo de encima, y él
frunció el ceño y levantó la jeringa.
—Aun así —prosiguió—, creo que sería mejor si fueras
como mis muñecas en nuestra primera vez juntos. Hermosa,
callada, —Se inclinó y respiró en su rostro, aplastando su
pecho y sacándole todo el aire de los pulmones—. Y
absolutamente inmóvil.
—¿Qué hay de Nicholas? —preguntó desesperadamente
—. ¡Regresará en cualquier momento!
Pero Olly se limitó a sonreír.
—¿Quién dijo que solo había una aguja? He hallado su
reserva.
Luego, antes de que pudiera distraerlo más, le clavó la
aguja en el centro del pecho y apretó el émbolo. Sloane dejó
escapar un chillido mientras sus ojos se abrían de par en par
de terror abyecto.
En ese mismo momento, el pomo de la puerta se movió.
Sonaba con fuerza en sus oídos, y se quedó allí atónita
cuando Olly se quitó de encima y corrió para esconderse
detrás de la puerta.
Esperó, con el corazón acelerado, esperando que las
manchas negras cubrieran su visión y que todo se
desvaneciera y ennegreciera. En cambio, parecía que el
mundo se estuviera acelerando, como si fuese demasiado
ruidoso, demasiado rápido y lento al mismo tiempo. Ella se
incorporó, y su sangre palpitaba en sus oídos justo cuando
Nicholas empujaba la puerta.
—¡No! —gritó, señalando detrás de la puerta al mismo
tiempo que Olly saltó hacia Nicholas con otra jeringa.
La expresión de Nicholas fue de sorpresa, pero se volvió y
agarró la muñeca del hombre justo a tiempo. Nicholas
superaba con facilidad a Olly en cuanto a fuerza. Si Olly
hubiera podido inyectar a Nicholas y hubiera tenido el
elemento sorpresa, podría haber tenido una oportunidad.
Pero en una simple competencia de músculo contra músculo,
no era rival para él.
Nicholas tiró la jeringa de la mano de Olly, y Sloane,
sintiéndose más nerviosa que nunca, se apresuró para
cogerla antes de correr de regreso a la seguridad de la cama.
Olly le dedicó una breve mirada de asombro y Nicholas
aprovechó su distracción momentánea. Lo llevó al suelo y le
pegó el rostro de la alfombra, sujetándole las manos por la
espalda. Olly gritó como si le estuviesen masacrando y
Nicholas le pasó un brazo por el cuello.
Sloane dio un paso atrás, luchando por recuperar el
aliento cuando los ojos de Olly perdieron la dirección y
finalmente se desplomó al suelo.
—Ay, Dios mío, ¿está muerto?
—¿Qué? —Nicholas se pasó la mano por el pelo—. No. Lo
dejé inconsciente por unos minutos.
Sloane se llevó las manos al cuello. Claro, le había hecho
el mismo movimiento en el auto.
—Vamos, tenemos que atarlo antes de que se despierte y
empiece a chillar de nuevo.
Sloane se cruzó de brazos.
—Oh no, y entonces alguien vendrá corriendo para
descubrir que alguien nos secuestró. Qué tragedia.
Nicholas simplemente la miró ceñudo mientras sacaba
una bolsa negra de debajo de la cama.
—¿Qué parte no entiendes de que hay hombres que
vienen a por ti? ¿Crees que la policía te protegerá? No les
importas una mierda. Estos hombres no obran bajo las reglas
de tu mundo. Te harán desaparecer, y ¿quién crees que va a
dar la lata a la oficina de personas desaparecidas por ti? Eres
el tipo de persona que puede desaparecer de la faz de la tierra
sin que nadie se inmute. ¿Una trabajadora sexual solitaria sin
familia ni amigos? Despierta, Sloane. Tu mejor oportunidad
es conmigo. Estoy tratando de salvarte la vida y sería bueno
si me ayudases por una puta vez.
Sloane extendió el brazo. Sentía que se iba a salir de su
propia piel, la cual se sentía diminuta y con picazón.
—¿Qué diablos crees que acabo de hacer? ¡Ese imbécil me
llenó por completo de drogas para dormir, pero me quedé
despierta para decirte que te estaba esperando!
Eso captó la atención de Nicholas.
—Espera, ¿qué? ¿Te puso una dosis?
Sloane asintió, señalándose el pecho y encogiéndose.
—Justo aquí. —Extendió la mano temblorosa para que él
pudiera verla—. Mira, todavía estoy asustada.
—Joder —dijo, apartándose de su bolso y acercándose a
ella. Él le cogió la mano, que verdaderamente temblaba en
exceso.
La sujetó por la barbilla sin mucha suavidad y le echó la
cabeza hacia atrás.
—Mírame —ordenó con brusquedad, y luego maldijo de
nuevo—. Sloane, no te dio el sedante. Ese cabrón te dio una
dosis de adrenalina. Te inyectó adrenalina pura. No están
etiquetadas y las tengo mezcladas con las otras inyecciones
porque conozco la diferencia entre sus viscosidades. Siempre
la llevo en mi botiquín.
—Mierda. —Ella extendió las manos, que le temblaban
locamente. Mucho más que cuando estaba asustada. Había
muchas cosas de las que tener miedo en los últimos días,
pero nada de eso la había hecho sentir esta… esta sensación
de nervios, temblores y ganas de moverse y arrancarse la piel
de la que era víctima en estos instantes—. ¿Voy a estar bien?
—Estarás bien —dijo él—. Déjame ocuparme de nuestro
amigo aquí presente y volveré enseguida. Pero sí, estarás
bien. Los efectos se irán en media hora.
Ella asintió, una y otra y otra vez, intentando sacudir las
manos, levantándose y caminando de un lado a otro. Vio a
Nicholas sacar cinta adhesiva de su bolso negro. Fue
metódico al arrancar un trozo y taparle la boca a Olly.
Olly comenzó a moverse, por lo que Nicholas le puso una
rodilla en la espalda y lo agarró por los brazos. Se sentía
satisfactorio y demente a la vez ver al hombre con el que
estuvo sentada en la cocina tomando café y comiendo
magdalenas envolviendo con cinta las muñecas de su
atacante de una forma tan tranquila e implacable.
Olly recobró la conciencia y comenzó a patear y retorcerse
como un pez debajo de Nicholas. Nicholas no parecía
inmutarse, pero con calma fue hasta abajo y agarró sus
piernas. Las forzó a permanecer cerradas y procedió a atar
con cinta adhesiva las piernas de Olly con una firmeza igual a
la de sus muñecas.
Para cuando terminó, Nicholas probablemente había
usado la mitad del rollo de cinta para atar al hombre. Pero,
aparentemente, no había terminado allí. Sacó una bolsa de
lona aún más grande, tan grande que parecía una bolsa
olímpica. Y entonces, para su asombro, procedió a meter al
hombre dentro, o casi por completo, más bien. Sus piernas
sobresalían, pero cuando Nicholas se acomodó la bolsa sobre
el hombro, se limitó a poner un suéter sobre las piernas.
—Sujeta a la gata —ordenó Nicholas, con la voz todavía
ronca.
Sloane se tiró al suelo, levantó a Ramona
(afortunadamente no tuvo que luchar contra ella) y luego
observó con asombro cómo él abría la puerta y sacaba las
llaves del bolsillo. Su auto estaba allí, a unos dos metros de la
puerta, y afuera estaba oscuro de nuevo. Había pasado un día
entero. Nicholas echó un vistazo rápido a ambos lados, luego
caminó con confianza unos pocos metros hasta el auto y tiró
su carga en el maletero.
Se inclinó sobre el maletero. Sloane no podía ver lo que
estaba haciendo; estaba enloqueciendo por el mero hecho de
tener la puerta abierta y mirar el gran mundo frente a ella.
El doctor Noah solía pedirle que hiciera terapia de
exposición en casa, donde pasaba tiempo con la puerta
principal abierta y miraba hacia el patio delantero. La había
pasado mal con aquello. Y ahora aquí estaba, sabía Dios
dónde, viendo a un mafioso encerrar a otro en un maletero
tras ser secuestrada por el primer mafioso para protegerla de
la otra banda o mafia o en lo que sea que accidentalmente se
haya visto atrapada…
—Necesito sentarme —le dijo a Ramona. Pero, tan pronto
como lo hizo, esa sensación de salirse de su piel la azotó de
nuevo y se levantó de un salto—. No, tengo que moverme,
tengo que moverme —dijo maniáticamente, acariciando a
Ramona con tanta fuerza que chilló y comenzó a arañarla
para escapar—. Ay, no, cariño, lo siento —dijo Sloane
consternada mientras la miraba.
Por fortuna, en ese momento Nicholas cerró el maletero y
regresó adentro. Sloane bajó a Ramona tan pronto como
cerró la puerta detrás de él.
—¿Ahora qué? —exclamó, llevándose las manos a la
cabeza—. Dios mío, ¿qué voy a hacer ahora?
Nicholas estaba fastidiosamente tranquilo mientras
caminaba hacia ella.
—No vas a hacer nada. Nada ha cambiado. Nos atenemos
al plan.
—¿El plan? ¿Qué plan? —Sloane avanzó hacia él y le
asestó un golpe en el pecho—. ¿El plan en el que vienes,
arrancas toda mi vida de raíz y me llevas a Nueva York para
hacer qué? ¡No puedo continuar con mi negocio si fue así
como me encontraron, para empezar!
Nicholas la miró fijamente y tensó la mandíbula.
—¿Y de verdad querías hacer eso toda tu vida?
Sloane lo fulminó con la mirada y le puso un dedo frente a
la cara.
—No te atrevas a avergonzarme por lo que tuve que hacer
para salir adelante. Era un trabajo honesto y mucho…
—Eso no es lo que quise decir.
—¿Ah no?
Resopló, frustrado.
—Me refiero a que puedes hacer algo mejor que eso. Eres
más que un cuerpo hermoso con el que los hombres de
Internet se pueden correr.
—¿Qué más se supone que puedo hacer? —La adrenalina
que corría por las venas de Sloane había soltado su lengua y
su inhibición—. No tengo educación universitaria. No pude
terminar porque no podía quedarme en el campus e ir a
clase.
—Podrías terminarla en línea.
—¿Para luego hacer qué? —casi gritó, a pesar de que lo
último que necesitaban era llamar la atención.
—Lo que sea que quisieras. —Invadió su espacio—. Te
vendes por poco y es una mierda. Podrías hacer cualquier
cosa que te propongas. El hecho de que te hayas convertido
en una mujer de negocios exitosa de la nada… Estoy seguro
de que muchas chicas intentan ganarse la vida con el
camming, pero ¿cuántas ganan la cantidad de dinero que tú
ganaste?
Ella se encogió de hombros, desestimando sus palabras.
—Bueno, lleva tiempo, pero si eres disciplinado y
aprendes a jugar…
Él negó con la cabeza. Parecía frustrado con ella.
—Exacto. Eres inteligente y amigable. Apuesto a que fue
tu personalidad más que nada lo que hizo que la gente
depositara esas fichas. Haces que la gente se sienta…
—¿Qué? —preguntó ella, y el corazón le latía con fuerza
por razones que no podía entender por completo. Se dijo a sí
misma que era la adrenalina. Solo fue la inyección de
adrenalina, eso era todo. No tenía nada que ver con lo cerca
que estaban—. ¿Cómo hago sentir a la gente? —Era un
pretexto para la pregunta «¿cómo te hago sentir?», pero él
respondió de todos modos.
Dio otro paso hacia adelante, haciéndola tragar saliva y
retroceder un poco, excepto que había una pared detrás de
ella. Sin embargo, él no se detuvo, y cuando volvió a hablar,
ella pudo sentir su aliento mentolado en la cara.
—Haces que la gente se vuelva loca —dijo con voz ronca
—, y viva, y los haces sentir como si todo lo que quisieran
fuera un minuto más contigo, y luego otro, porque tal vez
entonces puedan seguir sintiendo todas esas emociones por
un rato más.
Fue la adrenalina lo que la impulsó a hacerlo, eso era lo
que se diría a sí misma más tarde. Inclusive pensó en ello
cuando levantó los brazos y le envolvió el cuello.
Sin embargo, sabía que era una mentira, pues había
querido hacer aquello desde casi el primer día que conoció a
este enigma exasperante hecho hombre. Era tan alto que
tuvo que ponerse de puntillas, pero cuando rodeó su cintura
con las manos, él la ayudó a elevarla para encontrarse con su
cuerpo.
Y entonces sus labios se encontraron con una colisión.
Cielos…
¿Cuántas veces había descrito este tipo de besos
apasionados en línea? ¿Cien veces? ¿Mil?
Pero esto de aquí, esto ahora mismo, el encuentro de sus
cálidos labios con los suyos… Clavó los dedos en su cuero
cabelludo y luego los bajó. Él le gruñó en la boca y posó las
manos debajo de sus muslos. Sloane captó el mensaje: dio un
saltito y le envolvió la cintura con las piernas, y él la
inmovilizó contra la pared.
No pudo evitar gemir por el placer de sentirlo empotrado
contra su feminidad de esa manera. Sentía su miembro
grande, duro y masculino entre sus piernas. Cielos, él
también estaba excitado, pues podía sentir el pilar contra su
estómago. Y era real, no uno de sus muchos consoladores o
vibradores de plástico.
Qué idea tan absurda la de perder su virginidad en medio
de esta locura, especialmente con esta persona. Pero no era
como si nada en su vida hubiera sido exactamente
convencional. Y en aquel momento lo deseaba casi más de lo
que deseaba su próximo aliento.
Así que apartó la boca de la suya para susurrarle al oído:
—Por favor, dime que estás sano. Porque yo lo estoy y
quiero sentirte dentro de mí.
—Joder —gruñó él.
En cuestión de segundos se encontró tumbada de espaldas
en la cama, con las manos de él bajándole las bragas.
—¡Ah! —jadeó al sentir que las yemas de sus dedos
rozaban la parte exterior de sus muslos. No era nada tímido;
le había bajado las bragas junto con las mallas—. Estoy sano,
cariño.
Sloane estaba expuesta ante él. Los latidos de su corazón
golpeteaban en sus oídos y también… también en aquel lugar
entre sus piernas. Se levantó apoyándose de los codos y se
quitó la camiseta junto con el sujetador.
Nicholas se detuvo, mirándola desde arriba y
observándola desde la cabeza hasta a los pies.
—Eres demasiado hermosa —murmuró antes de quitarse
la camiseta y los zapatos. Se desabotonó los pantalones y los
manipuló lo suficiente para bajárselos hasta el culo antes de
volver a posicionarse sobre ella. Dios, eso fue sensual y no
sabía por qué. Pero era como si estuviera ansioso por volver a
su lado.
Y la breve imagen que había tenido de su cuerpo…. Bueno,
no decepcionaba; es todo lo que podía hacer.
Él trepó y se acomodó entre sus piernas, pero ella lo
detuvo.
—Espera —dijo y él se congeló de inmediato, arqueando
las cejas a modo de interrogación.
—Y-yo quiero verlo —susurró, sintiendo la vergüenza
enrojecer sus mejillas—. Quiero tocarlo.
Una sonrisa cruzó su rostro, tras lo cual se dio la vuelta,
se bajó los pantalones por completo y se los quitó de una
patada, y se puso las manos debajo de la cabeza.
—Como desees.
Se mordió el labio inferior mientras se levantaba y se
inclinaba para inspeccionarlo. Estuvo vacilante al principio
cuando extendió la mano para tocarlo. Tan pronto como hizo
contacto con su aterciopelada rigidez, volvió la vista hacia él
con sorpresa. Era cálido y la carne era tan…
Ella envolvió el miembro con su mano y lo movió arriba y
abajo, parpadeando y tratando de memorizar la sensación.
Nicholas la miró con atención absorta, inhalando de vez
en cuando de una manera que hacía sobresalir los músculos
de su abdomen.
—Mierda, Sloane, es como si nunca hubieras…
Volvió a enfocar la vista en él y decidió admitirlo.
—N-no lo he hecho. Por lo menos no en la vida real.
Abrió los ojos como platos cuando ella bajó la cabeza,
llevó la suave piel que rodeaba su caliente hierro hacia atrás
y se lo metió en la boca.
—Dios, joder —dijo, poniendo los ojos en blanco. Pero
luego parpadeó y respiró con dificultad al mismo tiempo que
la miraba.
Movió la cabeza hacia arriba y hacia abajo, aprendiendo a
sentir un pene real en contraposición a todos los falsos que
había chupado y follado durante sus cortos e ilustres años
como modelo de cámara. Resultó que tocar uno de verdad
volvía a un hombre igual de loco, o peor. Bueno, mejor, como
era el caso en aquel momento.
Pero después de varios minutos más, Nicholas maldijo y
le pidió soltar su palpitante miembro. Ella gimió un poco,
lamiendo una de las gruesas venas de abajo por lo largo.
Pero él gruñó, decidido, y le dio la vuelta para que ella
estuviera boca arriba de nuevo. Y entonces sus labios se
posaron sobre los suyos de nuevo. Su pene estaba todavía
bastante activo y hacía presión en su muslo mientras su boca
dominaba la de ella.
—Me estás diciendo… —dijo entre narcóticos besos—.
Que tú… —Le mordisqueó el labio inferior y lo soltó, lo cual
ocasionó un débil sonido—. ¿Eres virgen?
Ella pestañeó y lo miró, sintiéndose vulnerable por
primera vez desde que se le insinuó. Ni siquiera podía
pronunciar las palabras, así que solo asintió.
Maldijo y volvió a besarla. Luego se apartó.
—Joder, dime que te han besado antes.
Ella negó con la cabeza y él gruñó, lo cual hizo que el pene
que estaba contra su muslo se endureciese más.
—Así que supongo que nadie nunca ha…
Se movió por su cuerpo, besando cada pezón y haciendo
que arqueara su cuerpo, pero no se demoró, no; siguió
adelante, bajando, bajando cada vez más, hasta que estuvo
respirando en su sexo.
Solo una vez que estuvo allí, sus pecaminosos ojos
oscuros volvieron a mirar los de ella.
—¿Así que supongo que nadie ha hecho esto tampoco? —
Le abrió las piernas; luego, sacó la lengua y lamió su centro
mientras mantenía el contacto visual.
Sloane pensó que el corazón se le iba a detener por lo
rápido que iba y por el placer que ese acto provocaba en su
cuerpo. No pudo mantener el contacto visual. Echó la cabeza
hacia atrás y el gemido agudo que salió de sus labios fue
completamente involuntario.
—Lo tomaré como un no —murmuró. Su aliento le hizo
cosquillas, y luego volvió a pasarle su muy habilidosa lengua.
En aquel momento abandonó este plano de existencia.
Dios, creyó que sabía de qué se trataba el placer. Después
de todo, trabajaba en el negocio del placer. Con frecuencia se
corría frente a la cámara. Tenía orgasmos casi todos los días,
a veces múltiples.
Pero la boca de Nicholas en su sexo, las cosas que su
lengua le hacía… Ni siquiera podía…
Sloane finalmente se tapó la boca con el brazo para
reprimir sus gritos de placer. No era solo un orgasmo, era un
orgasmo largo y continuo que seguía y seguía de una manera
que ella no creía posible.
Y después del tercer o cuarto minuto, aparentemente,
Nicholas no pudo soportarlo más, gracias a Dios.
Bajó por su cuerpo y se zambulló dentro de ella.
Solo entonces se dio cuenta de lo vacía que se había
sentido. Se había metido todo tipo de juguetes antes, pero
nada comparado con el acero caliente que era su miembro.
No se parecía en nada a jugar sola. El placer era exquisito,
pero estar atiborrada y tener a Nicholas lo suficientemente
cerca como para envolverlo con sus brazos…
Se había limpiado la boca con el brazo, pero ni siquiera lo
creía necesario. Quería su boca, y si su lengua aún tenía su
sabor, pues mejor. Quería compartir cada fragmento de esta
experiencia con él. Su cuerpo era tan cálido y grande junto al
de ella.
Él la empaló y se besaron frenéticamente, y pudo sentir su
propio sabor en medio del beso. Comenzó lentamente, pero,
después del día que habían tenido, eso no era lo que ninguno
de los dos quería.
Ella lo instó a seguir, clavándole las uñas en su trasero
hasta que él la embistió de la manera en que solo había
soñado; follándola contra el colchón. Le envolvió la cadera
con una pierna y dejó la otra extendida en la cama para poder
mover las caderas y conectar con las suyas.
Nicholas tenía una forma especial de arrastrarse cuando
la penetraba; la acariciaba en todos los lugares que ella
necesitaba y su placer rápidamente regresó al punto de
quiebre.
Ella se aferró a sus brazos tatuados y musculosos y sintió
que se contraía. Los espasmos comenzaron y vio su rostro
contorsionarse mientras la embestía hasta el fondo y se
vaciaba en su interior. Ella lo apretó aún más, tomándolo,
tomando todo lo que él tenía para darle, y, en aquel
desquiciado momento, supo que no quería dejarlo ir.
DOCE

Sloane

SE AFERRÓ a Nicholas y enterró la cabeza en su pecho


durante un buen rato luego de haber terminado. Era cálido y
firme, y Sloane no sabía qué decir. Tampoco quería apartarse
todavía.
Apartarse de él significaría volver al mundo real, y el
mundo real era demasiado… caótico y descabellado. Aunque
lo que ella y Nicholas acababan de hacer no era nada menos
descabellado. En breve, su vida había dado un puñetero salto
al abismo de la locura. Seguía esperando que todo se
enderezara solo… pero no, solo pasaba de lo demente a un
grado mayor de locura.
Acababa de tener sexo. Ya no era virgen, y fue mucho
mejor de lo que había previsto. Después de tanto tiempo
había asumido que, de cierto modo, el acto real no estaría a
la altura. Pero, pensándolo bien, nunca había anticipado a
Nicholas. ¿Cómo habría podido? Era completamente
imprevisto. Nada en su experiencia podría haberla preparado
para la excavadora Nicholas que arribó a su vida.
Pero allí estaba y, tal parecía que ya no había vuelta atrás.
Sloane se sintió orgullosa de sí misma cuando por fin
reunió la valentía para darse la vuelta y mirar su gran y
ancho rostro.
—¿Y ahora qué?
Soltó un gruñido por lo bajo y se pasó una mano por el
rostro.
—Intentaba no pensar en eso. Estar contigo me ayuda a
olvidarme de todo. —El brazo que la rodeaba la atrajo hacia
sí con fuerza, acercando más sus cuerpos desnudos.
Antes había sentido deseo, pero su acción hizo que un
escalofrío bajase por su columna vertebral. No pasó por alto
la forma en que su mástil comenzó a endurecerse de nuevo
por el contacto. Su sexo se estremeció y contrajo con
anticipación solo con sentirlo, pero, muy a su pesar, Nicholas
se sentó en la cama y la levantó también.
Se quedaron sentados, desnudos, hombro con hombro. Él
la miró a los ojos con intensidad, extendió una mano y rozó
su labio inferior con el pulgar.
—Maldición —susurró—. Tú tientas a cualquier hombre a
perder la cabeza.
Se inclinó y la besó fervientemente, como si hubiera
perdido la noción de lo que sea que haya querido decir o
hacer. Ella cedió, pues adoraba la idea de generarle al
hombre semejante distracción.
Pero Nicholas era más disciplinado que ella y se separó
del beso, apoyando la frente contra la suya y frotándola a la
vez que soltaba un fuerte suspiro.
—Pronto te meteré en la cama y no saldrás de ahí en días.
Pediremos comida y exploraré cada centímetro y rincón de ti.
Eso te lo prometo.
Ella pestañeó. Unos temblores de anticipación la
invadieron en olas mientras otra parte de sí misma
exclamaba «espera, espera, no». Esto era cosa de una sola
vez. Era la adrenalina y la locura momentánea que…
Pero entonces la volvió a besar y supo que esa voz estaba
fuera de sus cabales, porque sus besos la enviciaban y se
sentía intoxicada por él… Solo llevaba conociéndolo un par de
semanas y no sabía las cosas más importantes sobre él o lo
que hacía… y aun así se había vuelto adicta a su presencia.
Como le había dicho, no todo lo que le contó fue mentira. A
menos que aquello fuese una mentira también.
Pero la terrible verdad era que tenía razón: sí se sentía
sola, dolorosamente sola, ávida de contacto humano
significativo. Y helo aquí, listo para ocupar sus espacios
vacíos, acariciar su cuerpo hasta las cumbres del placer, y
ofrecer cuidarla y protegerla. Era suficiente para que una
mujer perdiese la cabeza, lo cual le estaba pasando. Estaba
perdiendo el sentido y le asustaba a muerte tener que
arrepentirse en algún momento de aquel comportamiento
impulsivo.
Pero en ese momento, con sus fuertes brazos abrazándola
y sus labios en los suyos, no se arrepentía de ni una sola
cosa. Le devolvió el beso con el mismo fervor y empezó a
subirse a su regazo al mismo tiempo que él se apartaba;
luego rio, la levantó por la cintura y la dejó a un lado de la
cama.
Luego, gruñó.
—No sabes cuánto quiero una segunda ronda, pero
tenemos que ponernos en rumbo.
Bueno, si había una manera de truncar sus sentimientos
pecaminosos, era aquella. Se separó de él y se levantó,
cruzándose de brazos. También se alejó unos cuantos pasos.
—Sloane, lo siento. No seas así. Sabes que, si hubiera
cualquier otra opción, la tomaría.
Se acercó desde su espalda y acarició sus hombros y
brazos, dándole un apretón.
—Te prometo que te cuidaré. No te daré más de lo que
puedas aguantar y conduciré rápido, pero con cuidado. No
dejaré que nada te suceda, te lo juro.
Sloane soltó un suspiro tembloroso y se volvió hacia él.
—¿Cómo puedes pedirme que confíe en ti? Apenas te
conozco. Tus motivos son… sospechosos, a lo sumo. —Negó
con la cabeza.
Él asintió.
—Lo sé, pero confiaste en mí lo suficiente para darme tu
cuerpo. Todo lo que te pido es un poco más. —La cogió de la
mano y se la llevó al corazón—. Me conoces. Conoces al
verdadero yo. Confía en mí.
La estaba mirando con tanta honestidad… El mismo
hombre al que había visto atar fríamente a Olly y tirarlo en el
maletero sin titubear. ¿Era un hombre así digno de
confianza? ¿De verdad podía presionar un botón con tanta
facilidad y apagar o encender sus emociones?
La verdadera pregunta era… ¿tenía alguna opción?
Y la parte tonta en su interior que quería a Nicholas
anhelaba creerle. Así que, rezando por no estar cometiendo el
error más grande de su vida, dio un salto de fe.
—Confío en ti —susurró, sintiendo que no se habían
proferido tres palabras más aterradoras en el idioma español
—. Por favor, no me lastimes.
Él reaccionó solemnemente ante sus palabras y asintió.
—Nunca —dijo, y sonaba como si estuviese haciendo un
juramento.
—Vale —respondió ella, pero no pudo evitar que su voz
sonase algo temblorosa.
Sobre todo, cuando él asintió y se dirigió al cuarto de
baño, donde abrió la cremallera de una pequeña bolsa negra
de nailon y sacó otra jeringa más. Debió haber sido en aquel
lugar donde Olly las cogió.
Nicholas examinó la jeringa con cuidado bajo la luz y
luego hizo lo mismo que hacían las enfermeras: la apretó
para que saliese un chorrito antes de volver con ella.
Ella tragó saliva y volvió a ponerse la ropa.
—Ven, túmbate —dijo, señalando hacia la cama.
Ella obedeció y sintió que el corazón se le empezaba a
acelerar, aunque no era nada en comparación con lo de antes.
Se preguntó fugazmente si aquello sería obra de la vida, o de
Dios, o del universo, o lo que sea en lo que uno creyera:
permitir que cosas terribles pasaran de vez en cuando para
que otras situaciones se pudiesen ver en perspectiva.
Por supuesto, puede que el hombre con el que acababa de
acostarse le estuviese inyectando un sedante para que
durmiera durante todo el tiempo que quisiera conducir hoy,
pero era por su propio bien. Lo hacía para ayudarla.
O estaba manipulándola con las mejores armas y ahora se
estaba entregando voluntariamente a él y a quienquiera que
fuese su jefe, caminando directo al nido de víboras.
—¿Estás lista? —preguntó Nicholas.
Obstinadamente, extendió su brazo hacia él.
—Estoy lista. Hazlo. —Ingenua o no, no quería ver qué
otras opciones tenía. Por ahora, confiaría en él.
Nicholas no quiso esperar ni prolongarlo. Le pinchó el
brazo con la aguja y unos segundos después todo empezó a
verse borroso.
Y, a la inversa de todos los cuentos de hadas, lo último
que sintió fue el beso en sus labios a medida que se quedaba
dormida.
TRECE

Sloane

—DESPIERTA, cielo.
Sloane pestañeó violentamente a la vez que se despertaba
sobresaltada, y encontró a Nicholas retrocediendo y
poniéndole la tapa a un bote de sales aromáticas.
Estaba en un auto, pero, antes de que pudiera empezar a
entrar en pánico, Nicholas puso su mano sobre la suya.
—Mira a tu alrededor. No estamos afuera. Estamos en un
garaje subterráneo.
Su respiración seguía entrecortada mientras miraba a su
alrededor y luchaba por asimilar todo a la vez.
—¿Dónde estamos? —preguntó sin aliento, apenas capaz
de pronunciar la pregunta. Se revolvió en su asiento, muy
consciente del hecho de que tenía que ir al baño de nuevo.
—Estamos aquí. En Brooklyn.
No podía dejar de parpadear. Sentía los ojos secos y
arenosos. La boca también. Había sentido lo mismo la última
vez que se había despertado, supuso, pero entonces al menos
se había despertado sola. Despertarse repentinamente en
estos alrededores…
Y luego se quedó paralizada.
—Nicholas —siseó—. ¡Esos hombres! —Señaló a unos
hombres grandes y brutales que se acercaban al coche.
Él asintió.
—Son amigos. —Le apretó la mano con fuerza—. Pero
escucha, esto es importante. No digas una palabra. Lo digo
en serio, ni una sola palabra hasta que estemos solos de
nuevo. Es posible que veas cosas que te asusten, pero de
todas formas no puedes decir nada. Te cuidaré y necesito que
confíes en mí. ¿Podrás hacerlo?
—Está bien, pero Nic…
Los hombres casi llegaban donde ellos se encontraban.
Eran casi tan grandes como Nicholas y no parecían
amigables.
—Esto es en serio. No hables más.
—¡Pero tengo que ir al baño! —soltó justo cuando
llegaron junto al auto.
Nicholas solo asintió, le dio un último apretón a su mano
y la soltó mientras bajaba la ventanilla.
—Llegas tarde —dijo uno de los hombres. Tenía más
acento que Nicholas y era mayor. Parecía de mediana edad y
tenía cabello oscuro y canoso.
—Conduje tan rápido como fuese seguro. ¿Está Alexei por
aquí?
—Papá quiere verte a primera hora. —Entonces el
hombre miró a Sloane por encima del hombro de Nicholas—.
¿Qué es eso? Se suponía que solo debías traer a Olezka. ¿Es
un regalo para Papá o algo así? Tenemos suficientes putas en
el establo, pero supongo que siempre hay espacio para una
más.
Miró a Nicholas rápidamente, con el corazón en la
garganta. ¿Putas? ¿Establo? ¿En qué diablos se había metido?
—Yo mismo hablaré con Papá sobre ella.
El hombre enarcó las cejas, pero no dijo nada. Sloane no
tenía un buen presentimiento sobre nada de esto.
—Olezka está en el maletero. ¿Quieren ayudarme con él?
Puede que a estas alturas esté hecho un desastre. No lo he
visto en horas y no se veía nada bonito cuando lo hice.
El hombre gruñó e hizo un gesto al otro que estaba con él.
Nicholas se agachó y abrió el pestillo del maletero.
—Está bien —le dijo en voz baja a Sloane—. Quédate
detrás de mí y recuerda: ni una sola palabra.
Ella asintió con la cabeza temblorosa a pesar de que se
sentía estúpida. La presencia de esos otros dos tipos brutales
era suficiente para que se callara. Estaba cada vez más segura
de que eran mafiosos. Mierda… Traficaban chicas estúpidas
como ella. Le temblaban las piernas cuando salió del auto.
Nicholas se encontró a su lado de inmediato y la cogió del
brazo para estabilizarla. Ella lo miró a los ojos, tratando de
implorarle con la mirada que le asegurara que no le había
estado mintiendo todo este tiempo y que no era una oveja
tonta que caminaba con un lobo directo a una guarida de
lobos más aterradores.
Sin embargo, ¿a dónde más podría ir? Si iba a intentar
escapar, debería haberlo hecho en el hotel cuando estaban en
el centro del país, no aquí, cuando era demasiado tarde. Pero
ella también estuvo atrapada en aquel sitio. La habían
atrapado sus fobias, que le impidieron salvarse, y ahora
estaba…
Detrás de ellos, Ramona maulló lastimeramente. Sloane
se dio la vuelta.
—Volveré a por ella. Dejé las ventanillas abiertas y hace
frío en el garaje. Estará bien —dijo Nicholas en voz baja—.
Ahora camina.
Era una orden, no la voz suave y amable con la que
normalmente le hablaba. Y mientras miraba hacia atrás, vio a
los otros dos hombres sacar a Olly todo sucio del maletero. Se
veía sin fuerzas entre los dos hombres, como una muñeca
rota. Lo arrastraron sin molestarse en desatarlo.
Todo el grupo avanzó hacia un ascensor. Sloane estaba
bastante segura de que habría colapsado al ver sus entornos,
pero la situación se sentía tan peligrosa que había
demasiados estímulos a la vez. Contenía la respiración
mientras avanzaba a trompicones junto a Nicholas.
Y luego se metieron al ascensor. Los cinco. Apartó la vista
de Olly, quien por fin lucía un poco más vivo. Olía
absolutamente repugnante por el sucio del maletero. Se
acercó a Nicholas y luego se preguntó si lo hacía por una
ridícula lealtad que estaba a solo unos minutos de
traicionarse.
El viaje en ascensor pareció durar una eternidad y, a la
vez, muy poco tiempo. A su lado, Nicholas les preguntó a los
otros hombres algo en otro idioma. Ruso.
Y luego, antes de que estuviera lista, el ascensor sonó y
los hombres que sostenían a Olly en el medio salieron,
llevándolo a rastras. Empezó a resistirse, aunque Sloane no
tenía ni idea de por qué. ¿Qué bien pensaba que le haría
aquello en este punto?
Por su bien, trató de caminar con tanta dignidad como
pudo. No sabía si había alguna forma más astuta de abordar
esto. Todo lo que Nicholas le dijo fue que no hablara, lo cual
no sería ningún problema. Se miró a sí misma. Llevaba una
camiseta extragrande con botones, mallas y zapatillas. Tenía
el cabello despeinado; ni siquiera había tenido tiempo para
recogérselo o peinarlo. No tenía ni idea de qué tipo de
impresión estaba tratando de causar ni de si aquello
importaba en absoluto.
Estaba casi convencida de que estaba entrando en algo en
el que todo su futuro estaba a punto de determinarse y no
podía opinar sobre nada; de que estaba en un mundo y una
situación que no entendía. Sin embargo, un cierto instinto de
autoconservación le impidió entrar en pánico por completo,
algo que, francamente, no sabía que era capaz de lograr.
Resultó que cuando estaba lo suficientemente asustada…
Caminaron por un pasillo aparentemente interminable y
luego uno de los hombres que había estado sujetando a Olly
llamó a una puerta.
—¿Jefe? Somos nosotros. Estamos aquí con el paquete.
La puerta se abrió y ambos entraron con Olly. Nicholas
agarró con firmeza la parte superior del brazo de Sloane y
tiró de ella hacia adelante para seguirlos.
Sloane no estaba segura de lo que estaba esperando
cuando entraron y, sin duda, le menos que esperaba ver era a
un hombre sentado en una enorme silla con forma de trono
mientras una mujer arrodillada frente a él se la chupaba.
Sloane apartó la mirada de inmediato, pero nadie más
pestañeó. Mierda, mierda, demonios. Había sentido mucho
orgullo de sí misma por no hiperventilar antes de entrar en
la sala, pero si este era el tipo de lugar donde esperaban que
sus mujeres…
Establo de putas. Establo de putas.
Su corazón comenzó a acelerarse con tanta fuerza que
escuchó el martilleo en sus oídos. Dios santo, estaba perdida.
—Papá Dimitri, señor. Le traigo a Olezka Tereshchenko,
como lo prometí —entonó Nicholas con tono de deferencia.
Los otros dos hombres arrastraron a Olly hacia adelante.
—Quítele la cinta de la boca —dijo Dimitri.
El hombre de la izquierda arrancó la cinta y Olly
inmediatamente comenzó a hablar a raudales.
—Sé quién eres, y si es un rescate lo que estás buscando,
mi padre lo pagará. Déjame hablar con él. Ponlo al teléfono.
Podemos arreglar algo. Me has dejado vivir todo este tiempo,
así que es obvio que quieres algo de nosotros. Hablemos. Sé
que podemos llegar a un acuerdo…
El hombre al que llamaban Papá hizo un gesto con la
mano y el tipo volvió a colocar la cinta sobre los labios de
Olly, que seguía farfullando. Sloane había levantado la
mirada lo suficiente para ver qué estaba pasando. Dimitri
hizo todo esto mientras la mujer seguía chupándolo. De
hecho, la agarró por la cabeza y la empujó con más
brusquedad.
Sloane luchó por no soltarse de la mano de Nicholas ante
la escena.
—Pásale un móvil, déjalo marcar —ordenó Papá Dimitri
sin más urgencia que si estuviera pidiendo una pizza. No
apartó la mano de la cabeza de la mujer; la cogía del cabello
con la mano cerrada y la bombeaba de arriba abajo.
Le soltaron las manos lo suficiente para que pudiera
marcar en un móvil que sacó uno de los hombres.
—Que sea una videollamada —ordenó el jefe—. Muéstrale
a Tereshchenko que tengo a su hijo.
Uno de los hombres presionó el botón de llamada y Sloane
solo pudo observar, horrorizada, cómo se desarrollaba la
escena frente a ella.
Se escuchó la voz de un hombre mayor al otro lado de la
línea.
—¡Olezka! —exclamó una voz fuertemente acentuada.
Olly luchó y trató de liberarse, gritando contra la cinta que
tenía en la boca, pero los dos matones a sus costados lo
sujetaron con fuerza.
Le entregaron el móvil a Nicholas y él lo sostuvo sin decir
una palabra hasta que Papá Dimitri exigió:
—Ahora enfócame.
Nicholas lo hizo.
—Hola, Tereshchenko, viejo amigo mío. Mira, tu hijo vino
de visita.
—¡Maldito hijo de puta, suelta a mi hijo!
Dimitri chasqueó la lengua, sin soltar ni una sola vez la
cabeza de la mujer. Desde donde Nicholas sostenía el
teléfono, Sloane podía ver que ella estaba en la imagen. Sin
duda conocía a su jefe lo bastante bien como para saber que
así lo quería.
¿Cómo podía trabajar para este monstruo?
—Quizás deberías haber pensado en eso antes de empezar
a invadir mi territorio. Supongo que no eres tan intocable
como pensabas, ¿eh, amigo?
—¡Bien, bien! —exclamó el hombre—. Nos iremos de tu
territorio a partir de ahora. Solo devuélveme a mi hijo ileso.
Papá Dimitri apartó con fuerza a la mujer. Esta apenas
pudo sostenerse con los codos y luego se alejó a gatas
mientras él se levantaba con el pene al aire.
—¡Quizás deberías haber pensado en eso antes de
faltarme el respeto! —bramó él.
Agarró su pene y comenzó a masturbarse él mismo.
—¿Sabes qué es lo que me excita de verdad?
—¡No me importan tus repugnantes deseos
pornográficos, maldito! Deja ir a mi hijo o te juro que…
—¿Qué me juras? —Dimitri se rio y caminó hacia Olly,
que estaba encogido entre los dos enormes guardaespaldas.
Continuó tocándose con la mano izquierda y con la derecha
sacó una pistola gigante de aspecto aterrador de la funda de
uno de sus guardaespaldas.
—¡No! ¡No, no te atrevas, Dimitri! Te lo juro, maldita sea,
te juro que… No, no…
Pero Papá no se detuvo. Sloane quiso apartar la mirada.
Sabía que debía hacerlo. Sabía que no quería que lo que
pasaría a continuación quedara grabado en su memoria. Sin
embargo, no apartó la mirada; no pudo hacerlo.
Así que vio el momento exacto en el que Dimitri se corrió,
derramando semen, exactamente al mismo tiempo que
apretó el gatillo.
Sloane retrocedió por el ruido y la explosión de la cara de
Olly, y, simultáneamente, Dimitri echó la cabeza hacia atrás
y continuó tocándose con fuerza, agotando hasta el último
chorro.
El sonido del padre de Olly llorando y gritando de fondo
era un ruido que Sloane sabía que nunca olvidaría en la vida.
Cerró los ojos con fuerza y deseó que el suelo se la tragara
por completo.
—Cuelga la llamada.
El ruido se cortó y luego la sala se quedó en silencio.
Excepto por el ruido de un cuerpo que cayó al suelo. Sloane
mantuvo los ojos cerrados con fuerza. Podía sentir la
humedad en su rostro. Era la sangre de Olly. Estaba cubierta
de ella, igual que todos los demás.
Estaba temblando con tanta fuerza que se alegró de que
Nicholas la estuviera sujetando del brazo. Temía haberse
desmayado si no hubiese sido por eso. Una parte de ella lo
deseaba para hundirse en la inconsciencia y olvidar toda esta
pesadilla. Pero no, su futuro aún no se había determinado, y
con un hombre tan volátil y horrible como Dimitri al mando
de las cosas, necesitaba mantenerse concentrada y bajo
control. No podía enloquecer ahora.
La voz de Papá Dimitri sonó sorprendentemente tranquila
cuando se dirigió a Nicholas tras aquello.
—¿Quién es esa a tu lado? Creí haber dicho que no quería
testigos. ¿Me la has traído?
—Señor, si me permite. —La voz de Nicholas estaba
matizada por la deferencia sumisa—. Quiero que ella sea mi
mujer. La he traído para pedir su bendición.
Sloane abrió los ojos de nuevo al oír eso, pero no los
apartó del suelo. Tenía la sensación de que, en esta
negociación, ella no era más que propiedad al menos ante los
ojos de Papá Dimitri.
Papá Dimitri se rio.
—Bueno, qué presentación más buena, joder. Lo que
acaba de presenciar la convierte en un lastre. Y sabes qué
pienso al respecto.
—Siempre confío en su sabiduría, señor. Sé que tiene sus
razones.
Papá Dimitri soltó otra risa.
—¿Por qué debería hacerte este favor?
—Siempre he sido su hermano leal, señor. Lo he sido
desde que le juré lealtad, tal como lo hizo mi padre antes que
yo. Me ha dado una familia y un lugar al que pertenezco.
Finalmente he encontrado a una mujer que quiero como
esposa. Me sentiría honrado si pudiera realizar la ceremonia
y bendecir nuestra unión, ya que mi propio padre ha
fallecido, señor.
Hubo un largo momento de silencio. Sloane tuvo la
sensación de que Nicholas había sorprendido a Dimitri, algo
que imaginaba que era difícil de lograr. Las palabras de
Nicholas ciertamente la habían dejado boquiabierta. ¿Quería
casarse con ella? ¿Desde cuándo? Parpadeó y la alfombra
salpicada de sangre se volvía clara y luego borrosa. Tenía
muchas ganas de ir al baño.
Oficialmente, esto ya era demasiado.
¿Y si Papá Dimitri decía que no? ¿Y si negaba la petición
de Nicholas y exigía que ella le chupara el pene? ¿Entonces
qué? ¡Era evidente que Papá Dimitri estaba loco, y Nicholas
acababa de entrar aquí y poner todo su futuro en sus manos!
—Me has pedido un favor, ¿y sabes qué? Estoy de buen
humor, así que te lo daré. Pero que sepas que lo tendré en
cuenta y te pediré ayuda en el futuro más allá de tus deberes
habituales. Sin vacilar, acudirás a mí y harás lo que te pida.
Lo que sea que pida. Sin dudar.
—Sí, señor. —Nicholas inclinó la cabeza—. Por supuesto
que sí. Como siempre, señor. Sin dudar.
Entonces Papá Dimitri sonrió. Contemplarlo fue un
espectáculo aterrador. Estaba empapado en sangre más que
los demás. Cogió un vaso de un líquido de color ámbar —el
vaso también estaba salpicado de sangre—, se lo bebió y lo
tiró contra la pared, donde se hizo añicos.
—Limpien eso —gritó a la sala en general, y los dos
hombres que habían traído a Olly y la mujer que lo había
estado atendiendo anteriormente se pusieron en acción
mientras él rodeaba a Nicholas con el brazo—. ¡Tenemos una
boda para la que prepararnos!
CATORCE

NICHOLAS

SLOANE ESTABA TEMBLANDO para cuando Nicholas la llevó


a su habitación.
El edificio había sido alguna vez un hotel. Papá Dimitri lo
compró y asumió el cargo de casero, aunque muchos de los
«inquilinos» eran sus hombres, y el resto eran familias de
inmigrantes rusos, a menudo de segunda generación, a los
que estaba feliz de tener bajo su influencia.
Se había establecido en el corazón de la comunidad ruso-
estadounidense en Brooklyn, y la popular panadería rusa en
el primer piso le daba un aire respetable al lugar. Por
supuesto, el club de striptease a una calle que también dirigía
Papá era mucho menos respetable, pero había una razón por
la que decidió vivir arriba de la panadería y no del club,
después de todo.
Nicholas cerró la puerta detrás de ellos y Sloane se giró
hacia él.
—Ramona —dijo con voz frenética mientras se aferraba
al anverso de su camiseta—. Necesito a Ramona.
—Está bien —dijo, asintiendo—. Dúchate. Yo la traeré.
Ella asintió con la cabeza, pero tenía los ojos vidriosos. No
parecía ella misma. Joder, lo de Papá había sido un
espectáculo del infierno. Nicholas nunca había pasado mucho
tiempo con el jefe principal. Sabía que los gustos de Papá
Dimitri podían ser excesivos, por supuesto, pero por todos
los cielos. Detestaba que hubieran irrumpido cuando algo así
estaba desarrollándose.
Quería quedarse y decir algo para mejorarlo, pero no tenía
ni idea de qué. ¿Qué demonios podía decir que borrase la
imagen de…? Maldición, hasta él quería eliminar ese
retorcido recuerdo de mierda de su mente.
En cambio, retrocedió.
—Vuelvo enseguida.
Se cruzó de brazos, pero luego los puso a sus costados de
inmediato cuando tocó su camiseta, que tenía sangre y
otros… restos en ella. Sloane se estremeció visiblemente.
—Solo métete en la ducha —reiteró y señaló el cuarto de
baño. Era una habitación pequeña, básicamente un estudio,
ya que, sí, era una habitación de hotel reconvertida.
Ella asintió rígidamente, pero al menos había emprendido
el camino cuando él salió. Esperó a que la puerta se cerrara
detrás de él antes de correr por el pasillo y subir las escaleras
en lugar de esperar el antiguo ascensor.
Cuando regresó con el gato, oyó la ducha. Su móvil sonó
casi tan pronto como regresó a su habitación. Dejó el
transportín en el suelo y sacó el aparato. Tenía las manos
salpicadas de sangre y vísceras y dejó caer el móvil tan
pronto como vio el mensaje de uno de los lacayos de Papá
Dimitri: TÚ Y LA FLAMANTE NOVIA BAJEN A LA PANADERÍA
A LAS 18:00 PARA LA CEREMONIA.
Mierda, debería haber sabido que, cuando Papá Dimitri
dijo que quería presidir la ceremonia, pretendía que fuese de
inmediato. Nicholas miró el reloj de su móvil. Eran las 17:15.
Solo cuarenta y cinco minutos antes de que tuviera que
mejorar el estado mental de Sloane para caminar por el altar.
Llamó a la puerta del baño y entró.
Ella gritó y asomó la cabeza por un lado de la cortina.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí?
—Tengo a Ramona. Se encuentra bien. Tenemos que
hablar.
—Lárgate.
Dejó escapar un suspiro de frustración.
—Mira, no tenemos mucho tiempo. Tienes que ducharte
rápido.
Abrió la boca y parecía que estaba lista para arrancarle la
cabeza. Bien, eso era mejor que la expresión catatónica que
tenía antes.
—Nuestra boda está programada en cuarenta y cinco
minutos. Bueno… —Volvió a mirar su móvil—. Mejor dicho,
cuarenta y tres minutos a partir de ahora.
—¿De qué diablos estás hablando? Acabamos de llegar. Y…
y ese hombre… —Tragó saliva y luego volvió a cerrar la
cortina de golpe. El vapor flotaba por la parte superior de la
ducha, como si hubiera ajustado la configuración para
hacerla más caliente.
Nicholas soltó otro suspiro de frustración.
—Mira —dijo, hablando en voz alta para que lo escuchase
por encima del agua—. Entiendo que estas no son las
circunstancias ideales, pero tenemos que andar con cuidado.
Como has visto, Papá Dimitri puede ser volátil. Pero si…
—¡¿Volátil?! —exclamó con un tono tan agudo que casi le
lastimó los tímpanos. Tiró de la cortina hacia atrás, y esta
vez su cabello estaba lleno de espuma. Bien, al menos su
ducha estaba progresando. Sin embargo, los ojos le ardían de
furia, así que tal vez «progreso» era una palabra demasiado
esperanzadora—. Ese hombre es un psicópata —siseó.
Nicholas se encogió de hombros.
—Tal vez. Pero es un psicópata poderoso. Y es bueno con
las personas que le son leales, así como yo.
Se quedó boquiabierta y la espuma le corrió por la cara.
Ella retrocedió y cerró la cortina de golpe.
Nicholas se sintió impaciente con la tontería de la cortina.
No tenían tiempo para esto y no es como si él no hubiera
visto cada centímetro de su cuerpo de cerca y en persona. Se
quitó de un tirón su camiseta manchada de sangre y la arrojó
al suelo con su pila de ropa arruinada. También se bajó los
vaqueros oscuros y se quitó las botas.
Luego apartó la cortina y se metió en la ducha con ella.
Ella gritó y se cubrió los pechos.
—¿Qué haces? —chilló ella—. ¡Vete!
Él puso los ojos en blanco.
—¿Por qué eres pudorosa ahora? Vi todo tu cuerpo, ¿o no
te acuerdas de lo de anoche?
—¡Eso fue diferente! —exclamó.
—¿En qué? —preguntó él, alcanzando la pastilla de jabón
y metiéndola en el rocío de agua que ella acaparaba lo justo
para mojarlo y así hacer un poco de espuma con la que
lavarse.
—Eso fue antes de que supiera que eras un… —Se calló,
quitándose el agua del rostro para poder seguir mirándolo
con incredulidad. Seguía cruzada de brazos para cubrir su
decencia.
—¿Un qué? —preguntó, comenzando a irritarse.
—Un gánster —concluyó, descargando toda su furia y
juicio en una sola palabra.
Tiró el jabón en la jabonera, pero falló y este acabó dando
vueltas en el suelo.
—¿Alguna vez te juzgué por lo que hacías? Tú vienes aquí
y de repente soy diferente al hombre con el que te acostaste
ayer porque no te gusta mi trabajo, aunque hice lo mismo
que tú: hice lo que tenía que hacer para salir adelante.
—¡No es lo mismo en absoluto!
—¿No? ¿Por qué no?
—¡Porque lo que hago nunca acabó con los sesos de un
hombre en las paredes de una habitación! —gritó, bajando
por fin los brazos, pero solo para estirar la mano y empujar a
Nicholas. Era como un mosquito tratando de empujar una
roca. Ni siquiera se movió. Lo cual aparentemente solo la
enfureció más pues continuó en ello, empujando y
golpeándole el pecho con sus pequeños puños.
Finalmente, Nicholas la agarró por las muñecas y tiró de
ella hacia adelante hasta que la atrajo hacia él. Ella se
resistió, pero él la inmovilizó. Sus cuerpos humeantes y
jabonosos estaban entrelazados. Ella se rindió tras unos
momentos cuando notó que era inútil, y lo miró.
La furia en sus ojos era innegable, y cuando le gritó un
«te odio» en el rostro, no pudo negar que le dolió.
Siguió sin soltarle las muñecas. Se limitó a moverla hacia
atrás hasta que el chorro de agua le cayó en la cabeza y
empezó a escupir.
—Muy bien, ódiame —soltó él—. Pero, aun así,
caminarás por ese altar con una sonrisa en el rostro si
quieres sobrevivir para llegar a la semana que viene.
Trató de empujarlo de nuevo a la vez que escupía agua y
luchaba por mirarlo, pero no pudo porque el agua le quitó el
resto de la espuma del cabello. Nicholas le soltó las muñecas,
levantó las manos y la ayudó a terminar de lavar su cabello
bruscamente.
Sloane se quedó quieta, pero para nada pasiva; él aún
podía sentir la furia que emanaba de ella mientras pasaba
sus manos por su cabello y luego metódicamente por su
cuerpo, limpiándola de manera eficiente y rápida.
—Listo. Ya terminaste. Sal mientras termino —ordenó
con brusquedad.
Frunció los labios, lo fulminó con la mirada una última
vez, abrió la cortina de un tirón y se marchó. Nicholas
suspiró y se frotó el cabello con champú. Usó gel de baño
para lavarse el cuerpo en tiempo récord y luego cerró el grifo,
tras lo cual salió a la piscina de agua fría que ella había
dejado en el suelo.
—Hijo de… —maldijo, extendiendo la mano y tirando dos
toallas del perchero sobre el inodoro. Arrojó una al suelo,
limpió el agua con el pie y usó la otra para secarse.
Finalmente, envolvió la toalla alrededor de su cintura y
regresó a la habitación principal, donde encontró a su futura
esposa envuelta en una toalla sobre la cama.
Ya no parecía tan enfadada. Se encontraba sentada con
una apariencia juvenil y con un aspecto vulnerable al
extremo. Ella pestañeó, mirándolo con sus grandes ojos de
cervatillo.
—¿Así que este fue tu plan desde el principio? No solo
traerme aquí, sino ¿casarte conmigo?
Nicholas tragó saliva, preguntándose si no prefería que se
enfureciera con él antes que esta cruda vulnerabilidad que
estaba mostrando.
—Esto, bueno… —Se pasó una mano por el cabello
mojado—. Sospeché que podría ser la única forma en que
podría protegerte.
Ella sacudió la cabeza.
—Entonces, ¿por qué la farsa? ¿Por qué no me dijiste lo
que nos esperaba?
No se atrevió a decirle la verdad: que había tenido miedo
de que, a pesar de su agorafobia, hubiese encontrado una
forma de huir si le hubiera dado a elegir entre casarse con él
o escapar y arriesgarse a vivir en el mundo con los
Tereshchenkos tras ella.
Al menos eso es lo que se dijo a sí mismo. La única forma
en que podía estar verdaderamente a salvo era si él estaba
allí para cuidarla. Y ella no tenía ningún tipo de vida antes,
de todos modos… o eso es lo que se había dicho a sí mismo,
de nuevo.
Pero no había minimizado el peligro.
—No sabía lo que haría Dimitri con el chico. Pero sabía
que, si te quedabas allí, no habría pasado nada bueno. ¿Y tan
malo es casarse conmigo?
—Y-yo… —balbuceó—. ¡Me hubiera gustado elegir!
—Perdiste toda elección el día que Olezka Tereshchenko
te descubrió y se obsesionó contigo.
Ella alzó las manos.
—Nada de esto es… ¡Todo esto es una locura!
—Es el mundo en el que vives ahora. Y será mejor que te
despiertes y espabiles. No puedes causar problemas. Tengo
que ir a buscarte algo que te puedas poner y será mejor que
te lo pongas, sonrías y luzcas agradecida por lo que tienes.
—¿O qué? —preguntó, luciendo furiosa de nuevo. Sus ojos
brillaron y Nicholas nunca había querido tenerla más entre
sus brazos o debajo de su cuerpo. Aquello solo demostraba
que, tal vez, este lugar lo había convertido en otro cabrón
enfermo más de lo que había querido admitir.
De cualquier manera, le dijo la verdad:
—O Papá Dimitri podría cambiar de opinión y ordenarme
que te lleve a donde tiene a las chicas del burdel.
Ella se cruzó de brazos y miró hacia la pared con los labios
fruncidos.
—Bien —escupió—. Tráeme un vestido y acabemos con
esta farsa.
—Bien —gruñó él. Se puso la ropa y los zapatos de un
tirón y luego cerró la puerta airadamente.
Sacó el móvil. Ahora tenía media hora para encontrar un
puto vestido de novia.
QUINCE

Sloane

SLOANE NO ERA una de esas chicas que soñaban con una


gran boda o un enorme vestido blanco. En especial durante
los últimos años en los que se recluyó en su casa, pues no se
había permitido soñar.
Pero esto…
Se aferró al brazo de Nicholas, y no por afecto real, no
después de lo de la mañana. Pero llevaba puesto un trozo de
tela que uno parecía mucho un vestido, sino más como una
prenda de lencería. Se ponía cosas como esta durante sus
shows en la cámara; la parte delantera llegaba tan abajo que
su escote casi se salía y los tirantes de su sujetador rosa eran
visibles.
Aparentemente, era todo lo que Nicholas había podido
conseguir en el tiempo concedido, y ella no se había
molestado en preguntar dónde lo había conseguido. Tenía
sus sospechas, y digamos que esperaba que no hubiera
ninguna luz negra que pudiese mostrar las manchas
invisibles que sospechaba estaban por toda la prenda.
Se estremeció y se aferró con más fuerza a Nicholas.
Mirarlo no ayudó. Tenía el rostro impasible cuando la
condujo hacia la pequeña tienda donde todas las mesas y
sillas habían sido arrimadas contra las paredes para lograr
un camino improvisado en el centro.
El sitio estaba repleto de hombres intimidantes, todos
vestidos con ropa oscura. Solo había dos mujeres: una mujer
mayor con un traje celeste que observaba todo con una
expresión severa y una mujer joven que tenía una belleza
sorprendente. Podría haber sido una modelo en la primera
página de cualquier revista. Se paró cerca de Papá Dimitri, el
titiritero de este circo que estaba en la parte delantera del
restaurante con una camisa de seda negra desabotonada en
el cuello. Sonrió y aplaudió tan pronto como Sloane y
Nicholas doblaron la esquina.
—¡La bellísima novia y el novio, damas y caballeros! ¡Que
empiecen las festividades!
Sloane tragó saliva y se concentró en su respiración y en
Nicholas. Llevaba un traje que apenas contenía sus
musculosos brazos. Estaba recién afeitado y era su único
imán en medio de todo el caos.
—¡Música, que alguien ponga la música de mierda! —
gritó Papá Dimitri.
—Estamos en eso, jefe —dijo un tipo que se apresuró a ir
detrás del mostrador, y, en cuestión de segundos, ya estaba
sonando la marcha nupcial.
Sloane pestañeó, y es que la música, de alguna forma,
cimentaba el momento y lo volvía aún más surrealista.
Demonios, en realidad se iba a casar. No sabía si esto era
legal, pero sabía que prácticamente toda su vida había sido
desarraigada, y no había vuelta atrás. En cuestión de días,
todo por lo que había trabajado durante años se habría ido.
Su negocio, la seguridad, su independencia, todo se
esfumaría. Tal vez todo fue siempre una ilusión, pero nunca
se había percatado de ello.
Parpadeó a la vez que Nicholas la llevaba hacia adelante.
No se molestó en la tradicional marcha lenta y majestuosa.
No, él se limitó a arrastrarla por el camino al altar y ella se
precipitó para seguir el ritmo de sus grandes y largas
zancadas. Al parecer, no habían encontrado tacones, así que
todavía llevaba sus zapatillas.
Antes de sentirse preparada para ello, estuvieron de pie
frente a Papá Dimitri, que la miraba lascivamente. No se
molestó en apartar la mirada de su escote. Tenía la edad para
ser su padre, pero era evidente que estaba acostumbrado a
verse rodeado de mujeres de su edad y más jóvenes que lo
atendieran. Luchó por no reflejar su disgusto en el rostro.
Recordó las instrucciones de Nicholas. No podía sonreír
del todo, pero podía quedarse sin expresión en el rostro.
Todo lo que tenía que hacer era superar esto; solo superarlo y
no vomitar. Vaya increíbles recuerdos nupciales tendría para
rememorar: esperar no vomitar en su día mágico.
—Pónganse uno frente al otro —ordenó Papá Dimitri. Lo
hicieron, y Nicholas la cogió de las manos. Se sentían
grandes y cálidas envueltas en sus pequeñas manos.
—¿Aceptas a esta mujer como tu legítima esposa? —
preguntó Papá Dimitri.
—Sí, la acepto —entonó Nicholas solemnemente,
mirando a Sloane a los ojos.
Espera, ¿no se suponía que había más palabras antes de
que llegaran a esta parte? Se limitó a tragar saliva y lo miró.
Buscó en su bolsillo y le entregó un anillo de oro. Ella
parpadeó, sorprendida.
—Los anillos de mis padres —murmuró. Nicholas le
colocó una sencilla alianza de oro en su dedo. Era un poco
grande, pero encajaba.
—Excelente. Ahora tú, esposita. ¿Prometes obedecer a tu
marido y hacerle mamadas cuando él lo desee? —Papá
Dimitri se rio.
Sloane se quedó boquiabierta, y miró de un lado a otro
entre Papá Dimitri y Nicholas. Nicholas tuvo la gracia de
hacer una mueca y su mandíbula se tensó.
«El camino de menor resistencia. El camino de menor
resistencia».
—Y-yo acepto —farfulló. Con dedos temblorosos, le puso
el anillo en el dedo anular. Tuvo algunos problemas para que
pasase del nudillo, pero por fin encajó.
—¡Los declaro marido y mujer! Puedes besar a la novia.
Nicholas se inclinó y plantó un casto beso en sus labios.
—Oh, vamos, hombre. —Se burló Papá Dimitri—. ¿Cómo
planeas tener hijos si besas así a tu mujer?
Antes de que Sloane pudiera siquiera respirar
adecuadamente, Nicholas la atrajo de nuevo a sus brazos, la
inclinó hacia atrás y la besó como si todo fuese totalmente en
serio. Ella le devolvió el beso, aunque odiaba que los demás
estuvieran mirando, silbando y gritando; pero, aún así,
seguía perdida en el calor de la boca de Nicholas.
Y luego la enderezó otra vez. Sentía la cara caliente y todo
el cuerpo enrojecido. Se llevó la mano a los labios sin
quererlo, pero, por fortuna, la farsa parecía haberse
terminado.
La música cambió a un ritmo de baile más festivo, pero el
volumen bajó tan pronto como Papá Dimitri levantó los
brazos para hacer un anuncio.
—Para celebrar, la fiesta privada se llevará a cabo en la
discoteca de mi hijo Alexei. ¡A moverse para allá, cabronazos!
Sloane tiró del brazo de Nicholas y lo miró, alarmada. No
podía estar refiriéndose a ellos. La única razón por la que no
había perdido por completo la cabeza era porque todo esto se
había realizado en el mismo edificio. Estuvo controlando su
ansiedad al evitar mirar la única pared de ventanas abiertas
que daban a la frenética calle con los autos y transeúntes.
Nicholas asintió, pero su rostro estaba tenso.
—Hablaré con él —dijo—. Quédate aquí.
Ella asintió con la cabeza, a pesar de que perderle de vista
la asustó cuando todos empezaron a caminar por su lado y
salir a la calle por la puerta principal del restaurante.
—¿Qué? —dijo Papá Dimitri en voz alta—. La novia y el
novio tienen que estar allí. —Entonces los ojos del hombre la
buscaron entre la multitud—. Está a solo una calle —le oyó
decir.
Y esa fue la gota que colmó el vaso. Sloane comenzó a
negar con la cabeza y retrocedió. No. No, no lo haría. No si
eso significaba salir.
La indulgente sonrisa de Papá Dimitri desapareció y la
miró con el ceño fruncido. Luego chasqueó los dedos y los
dos guardaespaldas que siempre parecían estar cerca
aparecieron en la escena. El hombre les susurró y entonces se
acercaron a ella. Retrocedió aún más cuando Nicholas le dijo
otra cosa a Papá, pero no importaba; los hombres no se
detuvieron.
Y, a pesar de que se volvió y su instinto de lucha o huida
se activó, ni siquiera tuvo tiempo de correr antes de que la
agarraran por ambos costados.
—Llévenla por el callejón —llamó Papá Dimitri—. No
quiero montar un numerito.
—¡No, no por favor! —gritó mientras la arrastraban por
la parte trasera de la tienda—. ¡Nicholas! —chilló.
Pero él se quedó atrás, hablando con Papá Dimitri y
gesticulando enfáticamente con las manos.
—¡Espera, no, no, por favor! —gritó, pero los hombres no
se detuvieron.
La arrastraron por la cocina sin tener en cuenta sus
súplicas. Nunca se había sentido tan impotente con el control
de su cuerpo. ¿Por qué estaba sucediendo esto? ¿Por qué
Nicholas no lo detenía? ¿Significaba eso que no tenía el poder
para…? Por Dios, si no lo tenía, ¿qué otra cosa podría
sucederle donde él no tuviera poder?
Los hombres abrieron de un golpe la puerta trasera y
entonces salió.
Gritó en el segundo en que el aire de la noche entró en
contacto con su piel.
La cordura la abandonó. Luchó y entró en pánico como un
animal salvaje. Pateó y luchó y arañó, y gritó y mordió, y
gritó, gritó…
—¡Está bien, Sloane! ¡Sloane! ¡Soy yo, Nicholas!
Parpadeó para abrir los ojos y dejó de moverse solo el
tiempo suficiente para darse cuenta de que la pasaron de los
brazos de los otros hombres a los de Nicholas, y que él la
estaba llevando de regreso al interior.
Ella se aferró a su cuello y volvió a cerrar los ojos con
fuerza mientras él la cargaba con facilidad en sus brazos,
poniendo un brazo debajo de su espalda y otro debajo de sus
piernas. Por fin sintió que el aire cambió. Lágrimas brotaron
de sus ojos y enterró la cara en su pecho.
Escuchó una voz a lo lejos, una voz que ahora odiaba
completamente.
—Joder, ya veo que no estabas de coña. —Papá se rio—.
Supongo que es bueno que sepas que tu perra nunca huirá de
ti.
Se sobresaltó cuando Papá Dimitri le dio una fuerte
palmada en la espalda a Nicholas.
—Bien, te libraré de tus deberes por esta noche. Puedes
llevar a la perra arriba y ocuparte temprano de tus
actividades de luna de miel. Tendré que beber el doble de
whisky en tu honor. Ah, no hace falta que pongas esa cara,
Antosha —le dijo a uno de los otros hombres que entraron
con ellos—. La banshee te ensangrentó la cara jugando
limpio. Es tu culpa que no puedas controlar a una perra.
Sloane apretó los puños, nerviosa ante la idea de tener su
sangre debajo de las uñas. Sabía que los había arañado. Aquel
episodio hizo que le dieran náuseas.
—¡Al club!
En menos de un minuto, todo el ruido desapareció y la
cocina se quedó en silencio. Sloane seguía aferrándose al
cuello de Nicholas y él no la bajó. En cambio, se sintió
aliviada por el movimiento rítmico de su andar. No la
defraudó cuando llegaron al ascensor, cuando subieron, ni
después de que se bajaran y marcharan por el largo pasillo de
regreso a su habitación.
Abrió la puerta con su tarjeta de acceso y la llevó por el
umbral. Fue solo cuando estuvieron adentro y la puerta se
cerró detrás de ella que bajó la frente para apoyarla contra la
suya.
—Lamento tanto eso, cariño. No tenía idea de que él… —
No terminó la oración, pero la apretó más fuerte contra sí—.
Ven, vamos a limpiarte.
Por fin la bajó una vez que estuvieron en el lavabo frente
al baño. Ella se enderezó, y se sintió un poco conmocionada a
la vez que él abría el grifo y probaba el agua para asegurarse
de que estuviese tibia. Solo cuando estuvo satisfecho con la
temperatura, le acercó la mano derecha. Cogió un jabón
espumoso que olía sorprendentemente bien y lavó
suavemente primero su mano derecha y luego la izquierda.
Mientras le lavaba la mano izquierda, jugueteó con el anillo
de oro en su dedo anular antes de volver a humedecer con
delicadeza cada una de las yemas de sus dedos.
Fue solo entonces, después de la adrenalina y el pánico,
que comenzó a temblar. Y no solo temblar, sino que se
estremeció por completo.
Se quedó en silencio mientras Nicholas levantaba sus
brazos y luego le quitaba el diminuto «vestido» blanco para
tirarlo al suelo. Él se quitó la chaqueta y los zapatos y la llevó
a la cama.
Inmediatamente comenzó a negar con la cabeza.
—No puedo… No voy a…
Pero él la interrumpió con un movimiento de cabeza.
—No. Solo vamos a dormir.
Sloane exhaló un gran suspiro de alivio y no se quejó
cuando Nicholas levantó las sábanas de la cama matrimonial.
Incluso se sintió reconfortada cuando se metió y las sábanas
olían a él. Y cuando él se acostó después de ella, se alegró de
tener su calidez a su lado.
Mañana podría sentirse completamente diferente. Pero
aquella noche, en ese mismo momento, se concedió el
permiso de aferrarse a lo único que le resultaba familiar. Así
que adhirió su cuerpo al de él, apoyó la cabeza en su pecho y
dejó que el sueño la envolviera mientras la adrenalina y el
pánico se esfumaban de su ser rápidamente.
DIECISÉIS

NICHOLAS

TODO LO QUE había acontecido hace un mes en la boda de


Nicholas había sido un desastre.
Nada salió como él pretendía, e incluso un mes después,
no parecía que hubiera forma de enmendarlo ante su esposa.
Ella seguía en cama, como siempre, cuando él se fue a las
nueve de la mañana. Fingía dormir a pesar de que él se daba
cuenta por su respiración de que había estado despierta por
al menos una hora. No estaba seguro de qué era peor: si los
gritos o la ley del hielo que había recibido durante las últimas
dos semanas.
Desayunó en la panadería como hacía la mayoría. No se
daba comida gratis excepto a Papá Dimitri y Alexei; el resto
tenía que pagar como cualquier cliente habitual.
—¿Cómo está esa esposa tuya? —preguntó Babulya, la
mujer a la que todos llamaban abuela. Nicholas se limitó a
encogerse de hombros mientras daba el dinero para comprar
varios cafés y un khachapuri con queso. La masa empanizada
siempre era tan suave, y el huevo y el queso eran el comienzo
salado perfecto para cualquier mañana. Especialmente
después de la despedida silenciosa y helada que acababa de
tener en su piso.
Comió mientras caminaba por la calle en dirección al club,
con una bandeja de cafés en la otra mano. No tuvo que usar
una llave para entrar, pues la puerta estaba abierta. Alexei
había llegado mucho antes que él, como siempre. Y Bo,
bueno…, ese tipo casi nunca se iba. Había pedido que le
colocaran un sofá en la enorme oficina trasera y Nicholas
sabía que dormía allí la mayoría de las noches después de
que todo el Red Bull y el café ya no pudiesen mantener
abiertos los ojos del desquiciado hacker.
Nicholas regresó allí, siempre su primera parada del día.
Alexei se sentó en su escritorio en un lado de la oficina
mientras Bo trabajaba en sus cuatro pantallas en el otro.
—Buenos días, hijos de perra —dijo Nicholas mientras se
detenía junto a Bo y le entregaba un café, que aceptó sin
siquiera apartar la mirada de sus pantallas. Bo era buena
gente y hasta podía ser un buen conversador… si lograbas
separarlo del ordenador, claro.
Alexei por lo menos se levantó de su escritorio y se acercó
a él.
—Te lo agradezco, ya tengo el tanque vacío. —Levantó
una taza con el símbolo de la panadería de Babulya.
—¿Por qué coño estás despierto tan temprano hoy? —
preguntó Nicholas, entregándole su café.
—Margarita está dando una sesión de capacitación para
algunas de las nuevas chicas del cuarto de atrás.
—Y él quería mirar para que se le pusiera dura —
intervino Bo, sin interrumpir su constante tecleo.
Alexei puso los ojos en blanco.
—No, pero que haya un Vasiliev presente siempre es un
buen recordatorio de que deben prestar mucha atención
porque esperamos lo mejor.
—Así que quieres asustarlas hasta que se caguen —dijo
Bo.
—No soy mi padre —suspiró Alexei.
Nicholas no haría ningún comentario en cuanto a eso.
—Estoy tratando de construir algo único. ¿Cuál es el
punto de ser otro bar de tetas más? Claro, podemos ofrecer
eso, pero también quiero algo para una clientela más
exclusiva y exigente que esté dispuesta a pagar por ello.
—No soy yo a quien tienes que convencer —dijo Nicholas,
incapaz de quedarse callado después de todo, y alzó las
manos.
Alexei frunció el ceño. Sus desacuerdos con su padre eran
legendarios. Nicholas no quería imaginar cómo sería tener
un padre como Dimitri. No, gracias. Había quedado huérfano
cuando era adolescente y había sido trágico perder todos sus
lazos y quedarse a la deriva en un mundo como este. Pero era
mejor eso que tener un padre como Dimitri Vasiliev.
Pero Alexei se limitó a negar con la cabeza.
—Todo lo que he hecho ha inyectado más dinero al
negocio, como contratar a Bo para avanzar hacia la era
digital en los proyectos de los últimos años, o renovar el club
y duplicar nuestros ingresos.
—Lo cual casi ha pagado por las renovaciones —añadió
Nicholas.
Alexei volvió a poner los ojos en blanco.
—No puede discutir con los resultados, eso es lo que
quiero decir.
Nicholas solo enarcó una ceja y guardó silencio. Seguía
enfadado con su amigo por no estar presente como había
dicho que estaría cuando regresara con Sloane. Nunca había
tenido la intención de llevarla directamente ante Papá.
Normalmente trataba con Alexei y Bo a diario de esta
manera. Era fácil fingir que Papá ya se había jubilado y que
vivía contento con todo el dinero que habían ganado para él.
Pero, de vez en cuando, Papá Dimitri decidía opinar sobre
algo. A veces, esas opiniones resultaban ser ingeniosas
intuiciones previsivas que evitaban problemas antes de que
pudieran aparecer; otras veces, su temperamento empeoraba
por haber comido sushi malo la noche anterior o por un
centenar de otras cosas que podrían enfurecerlo. Entonces
todos tenían que sufrir por los caprichos del hombre.
Su ansiedad estaba a la espera para descubrir cuál de las
dos sería.
Y luego de haber matado a Olezka de esa manera y de
haberse burlado del viejo Tereshchenko con su estilo de
matar, si es que a esa perversión se la podía llamar estilo…
Bueno, todos habían estado en ascuas esperando que
sucediese algo malo.
Pero no fue así; al menos no todavía. Y tal vez la
brutalidad de Dimitri realmente había funcionado. Quizás la
indecencia del acto había logrado su objetivo previsto y
habían asustado a Tereshchenko para siempre. Solo podía
rezarle a todos los dioses del mundo para que ese fuese el
caso. Solo Dios sabía que Nicholas ya tenía suficiente drama
en su vida hogareña como para tener más en el trabajo.
La única razón por la que trajo a Sloane fue porque todo
había estado tranquilo desde hace unos años. No había
habido guerras de bandas o mafias para tener más territorio
desde que eliminaron al último jefe a mediados de los
noventa. Eran los nuevos jefes indiscutibles; no solo de su
base de operaciones en Brighton Beach, sino que ahora su
alcance era global.
Puede que Nicholas fuese el músculo, pero mantenía los
ojos abiertos. Observaba, y la razón por la que se había
convertido en el jefe de seguridad era porque no era un tonto.
Bo y él trabajaban juntos a veces, no solo en cuanto a la
protección del club, los Vasiliev y las chicas, sino también en
cualquier plan nuevo en el que pudiesen pensar Papá o
Alexei.
A Papá Dimitri le interesaba vender sus productos en el
mercado negro, además de aceptar contratos a menudo
peligrosos. Negociaban acuerdos de armas, narcóticos, y una
vez incluso un trato sobre granos de cacao; cualquier cosa y
todo con lo que pudieran llevarse una parte. A veces, los
hombres de Papá Dimitri hacían tratos en los que brindaban
protección, pero ahora, en su mayoría, todo se hacía en el
ciberespacio, e invirtieron cada vez más dinero en su granja
de servidores y equipos una vez que Alexei vio las ganancias.
Nicholas apenas entendía la mitad de lo que Bo soltaba sobre
los trucos que hacía con las criptomonedas, que encubrían
sus huellas para que la policía nunca tuviera la esperanza de
atraparlo.
Pero a pesar de que estaban generando enormes
ganancias, no significaba que a Papá Dimitri le gustara que
su sindicato delictivo se volviera digital. Prefería las cosas
tangibles, como el club de striptease, los casinos y las viejas
estafas con las que se había hecho un nombre y una carrera.
De ahí el enfrentamiento con Tereshchenko. Comenzar
una guerra territorial con otra familia que había estado
invadiendo marginalmente su territorio…
Nicholas no lamentaba que el hijo de puta que había
estado planeando secuestrar a su actual esposa hubiera
acabado hecho papilla en la granja en Jersey dirigida por la
familia rusa cuya lealtad pertenecía a Papá. Pero, hablando
tácticamente, podía ver por qué Alexei estaba ansioso por las
posibles consecuencias y ramificaciones.
Todo lo que Nicholas quería era que su condenada esposa
hablara con él y dejara de lloriquear como si le hubiera
arruinado la vida. De hecho, iba a imponerse cuando volviera
a casa por la noche. Ya había sido suficiente. Llegó el
momento de que aceptara los hechos. ¿Que no creía que lo
que le había ocurrido fuese justo? Pues qué pena, tesoro. La
vida no era justa. Su historia no era más triste que la de la
mayoría.
Un golpe en la puerta hizo que todos levantasen la
mirada; y al acto se abrió.
Natasha pasó. Nicholas no pudo evitar enarcar las cejas
mientras tomaba su café. Eran las nueve y media de la
mañana y, sin embargo, la mujer vestía de cuero de la cabeza
a los pies. Llevaba puestos pantalones de cuero y un corsé del
mismo material, junto con un látigo estilo gato de nueve
colas, que llevaba atado y en la mano.
—Muchachos —dijo, entonando un marcado acento ruso
que Nicholas sabía que podía perder en un abrir y cerrar de
ojos. Solo tenía veinticinco años. Era varios años más joven
que el resto de ellos, pero también era la más sabia y
experimentada de todos—. Hola, Boris.
Bo la saludó distraídamente, sin dejar de clavar la vista en
sus pantallas.
Un leve ceño adornó su frente, pero luego miró a Alexei.
—Estoy lista para empezar. Si van a mirar, entonces
muevan el culo y vengan ya.
Alexei hizo un saludo burlón.
—Sí, señora.
Natasha le enseñó el dedo medio y desapareció por la
puerta.
—El deber llama —dijo Alexei.
Bo se rio.
—¿Cómo vas a aguantar?
—Vete a la mierda. Tal vez si despegaras la vista de tu
ordenador en algún momento del año, verías la forma en que
Tasha te mira.
Bo se volvió en su silla ante eso y frunció las cejas.
—No me jodas.
Esta vez fue Alexei quien negó con la cabeza.
—Joder, eres un maldito idiota. Abre los ojos y mira a tu
alrededor. Hay todo un mundo fuera, Bo.
Nicholas pestañeó, sorprendido por lo que estaba
sugiriendo Alexei. ¿Sería cierto? Era verdad que Natasha
pasaba mucho por la oficina cuando no era necesario, pero
ella y Bo nunca hablaban.
Nicholas había asumido que era un refugio del resto de su
vida. Sabía que no le era fácil estar aquí. Sí, ella era la mejor
en lo que respectaba a las mujeres… pero eso era porque…
Nicholas miró al suelo. Eso era porque Papá la favorecía.
Sí, tenía la mitad de su edad, pero eso era normal con ese
hombre; nunca estaba satisfecho a menos que tuviera una
belleza joven colgada a su brazo. Había llegado poco después
de que Nicholas se convirtiera en mercenario hace seis años,
y no es que Nicholas la hubiese conocido o se hubiese fijado
en ella en aquel entonces.
Apenas estaba al tanto de esa parte de la operación de
Papá Vasiliev. No estaba seguro de si era algo bueno o malo
que no supiera de las chicas al principio. Pensó que
trabajaban para el club de striptease de buena gana. No sabía
nada sobre el establo. ¿Habría firmado de tan buen grado si
lo hubiera sabido? Para cuando se enteró, ya estaba metido
hasta el cuello. Y aunque era posible que su madre hubiese
querido algo diferente para él, Nicholas esperaba seguir los
pasos de su padre. Este era su mundo.
Y una vez que te convertías en mercenario de Vasiliev, no
podías desertar.
Además, Alexei había transformado el club en los últimos
años y mejorado la situación de las chicas. No quería que
ninguna mujer se drogase con nada más fuerte que cocaína;
nada que requiriese de una aguja o una pipa. Intentaba
incentivarlas, pero el trabajo había estado muy por encima
de su nivel hasta que llegó Natasha. Tenía una visión de lo
que podían ser las mujeres; una visión que se entrelazaba
perfectamente con la de Alexei. Ella había entrado en pie de
igualdad con las demás, pero logró que los hombres gastaran
miles más en ella en los cuartos traseros.
Tanto Papá Dimitri como Alexei se percataron de ello.
Papá porque la quería para él; y Alexei quería que les
enseñara a las otras mujeres, prometiéndoles que podrían
quedarse con un porcentaje de lo que ganaban en lugar de
darlo todo a la casa como lo venían haciendo anteriormente
bajo su padre para pagar su aparente habitación, comida y
visado, además de una cartera incesante de drogas que las
mantenía como poco más que autómatas.
Alexei salió detrás de Natasha, pero Nicholas se quedó
unos minutos para charlar con Bo.
—¿Algún movimiento de Tereshchenko?
—No que yo vea —dijo Bo, haciendo clic en varias
pantallas—. No hay actividad sospechosa en sus cuentas y
estoy viendo lo que puedo de sus comunicaciones. Todavía no
ha dado ningún paso. Continúa con sus negocios como de
costumbre. Su antiguo casino más cercano al territorio de
Vasiliev sigue cerrado.
Nicholas asintió.
—¿Crees entonces que el viejo Tereshchenko aceptará lo
que le pasó a su hijo y desistirá sin más?
Bo levantó las manos.
—Solo miro las transmisiones, hombre. Te digo lo que
veo y te avisaré en el segundo en que algo cambie.
Nicholas asintió con la cabeza y emprendió el camino
hacia el club principal cuando Bo preguntó:
—¿Cómo va todo con tu esposa? ¿Ya se está encariñando
contigo?
Nicholas hizo una pausa, con la mano en el pomo de la
puerta, antes de encogerse de hombros.
—Es un tipo de vida diferente —dijo—. Se acostumbrará
en algún momento.
Bo arqueó las cejas y luego se volvió hacia su ordenador.
Irritado, Nicholas empujó la puerta y se posicionó al fondo de
la sala. Ser parte de la seguridad significaba estar mucho
tiempo de pie, pero a Nicholas nunca le importaron los
espacios de silencio. No era del tipo de persona que siempre
necesitaba estar mirando un móvil o hablando con alguien.
Disfrutaba de la tranquilidad y de que lo dejaran solo.
Sabía que esta era una buena vida. Pensaba que las personas
que experimentaban el lujo de aburrirse probablemente
nunca habían vivido mucho ni habían conocido el hambre. Si
un hombre pasaba un buen invierno de hambruna y largas
horas sin nada en el estómago, cualquier día del resto de su
vida en el que le alimentaran, abrigaran y dieran algo para
vestir sería bueno.
Además, no es como si no hubiera nada que hacer.
Nicholas tenía un trabajo y era vigilar. Las amenazas podían
venir de cualquier dirección y era bueno en su trabajo porque
siempre evaluaba la situación en una sala.
Movió los ojos hacia el escenario donde Natasha les
hablaba a las mujeres.
—Vamos a repasarlo de nuevo. Yelena, ¿cuál es la primera
regla?
Una mujer delgada con cabello rubio mal decolorado dio
un paso adelante.
—Dominar la situación. Hacerles saber de inmediato
quién manda.
Natasha suspiró.
—Sí, está bien, pero ¿qué es lo más importante que hay
que crear primero?
Otra chica dio un paso adelante.
—Confianza.
—Sí, exactamente —dijo Natasha—. Hay que crear
confianza. Esa es la primera regla. ¿Y cómo la creamos?
—¿Y qué importa si confían en nosotros? Quieren que los
azoten, así que los azotamos, luego nos pagan y fin de la
historia —dijo otra mujer desde la parte de atrás.
Natasha negó con la cabeza.
—Seguro, si no quieres tener clientes habituales o buenas
propinas. Ahora ganas unos… ¿cuántos? ¿Treinta dólares la
hora en propinas? Con una buena lista de clientes, podrías
ganar doscientos dólares por hora. Y no me refiero a ir al
cuarto trasero a follar con ellos. Ni siquiera tienes que
quitarte la ropa.
Eso hizo que las mujeres se animaran.
—Imposible —dijo la mujer que había hablado
anteriormente—. ¿Quién pagaría tanto dinero sin follar?
—Los hombres que buscan algo más. Y hay muchos en
esta ciudad que están dispuestos a pagarlo, así que presta
atención esta vez y aprende, o si no, quédate atrás tragando
el polvo que tus hermanas levantarán cuando los hombres
las soliciten a ellas en lugar de a ti.
Nicholas quedó impresionado por la forma en que
Natasha trataba con ellas. Si un hombre le respondía de esa
forma a Papá, recibiría toda su violencia. Natasha usaba la
razón, pero no cedía su terreno ni su autoridad.
—Entonces, crear confianza —continuó Natasha—. La
primera forma de hacer esto es entrar en escena con calma y
confianza. Les enseñaré todas las técnicas que necesitan
saber: azotes, flagelación, castigo con varas, negación del
orgasmo, tortura de penes y huevos…
Nicholas se estremeció en su sitio cuando escuchó lo
último.
—Pero nada de eso importará si no aprenden a escuchar a
sus sumisos ni a establecer química con ellos. En su forma
más básica, una escena es un intercambio de poder, sí, pero
también es un intercambio de flujo de energía. Así que
asegúrense de tener el control absoluto antes de entrar en
esa habitación con el sumiso. La mentalidad lo es todo
cuando se es una dominante. Son ustedes las que controlan
el flujo de energía.
Natasha miró los rostros de las mujeres, uno tras otro,
como si tratara de averiguar si entendían el significado.
—Es como cuando un hombre solicita un baile privado, lo
cual ya todas han hecho; se hacen una idea de lo que quiere.
A lo que me refiero es a llevar esa intuición que han
desarrollado mucho más allá. Una ama experimentada puede
realizar una sesión con nada más que sus expresiones
faciales. Ese es el nivel de dominio que buscamos desarrollar.
Ahora, pasemos a la seguridad antes de aprender técnicas
específicas. Irina, ven aquí.
Irina se adelantó y Natasha procedió a señalar dónde era
seguro azotar: en la parte superior de la espalda y las nalgas.
Luego pasaron a aprender patrones de flagelación para
principiantes; se alinearon y practicaron con los respaldos de
las sillas. Natasha caminaba entre ellas y corregía su postura
y forma.
Trabajaron en eso durante una hora y media; estaban
acabando y las chicas que asistieron estaban en el proceso de
ir a vestirse para su turno de almuerzo cuando apareció Papá.
—¿Y esto? ¿Todas mis bellezas están en exhibición tan
temprano por la mañana y nadie me lo había dicho? —Abrió
los brazos ampliamente mientras entraba—. Tú. —Señaló a
una chica y meneó el dedo. La mujer se adelantó de
inmediato—. Y tú. No, tú no, la bonita. Sí, tú. Trae ese
hermoso culito aquí y siéntate en el regazo de papá.
—Vamos —dijo Alexei, acercándose a Nicholas—. Esa es
mi señal para irme. Vamos a almorzar.
Nicholas asintió con la cabeza, obligándose a poner una
expresión neutral mientras Papá tocaba bruscamente a las
dos mujeres en el momento en que se acercaban a él. Agarró
a una y la tiró sobre su regazo, y pasó un brazo alrededor de
la otra a la vez que le acariciaba el culo.
Últimamente, Alexei rara vez quería estar donde estaba su
padre, y Nicholas no podía negar que no estaba también
contento por haber huido. Los hábitos personales de Papá
Vasiliev eran… bueno, no estaba en el derecho de juzgarlo.
Los ricos hacían lo que siempre hacían los ricos. Él y su
esposa tenían un techo sobre sus cabezas y tenía un buen
trabajo. Eso era todo lo que importaba.
Alexei guardó silencio a la par que caminaba por la calle
que llevaba al café, y Nicholas no lo presionó. Alexei era su
jefe, sí, pero también habían crecido juntos desde
adolescentes, y Nicholas pensaba a veces que eran algo así
como amigos, aunque no se atrevía a decirlo en voz alta.
Pero conocía bastante a Alexei como para comprender su
estado de ánimo. Y últimamente sentía más seguido que el
comportamiento de su padre le molestaba. Parecía que algo
había cambiado. Papá solía ser muy cuidadoso, pero era
como si en los últimos años hubiera decidido hacerse ver
intocable. Alexei no era el único que se alarmaba por eso.
Si seguía así…
Nicholas se paralizó, y todo pensamiento se esfumó
repentinamente por la imagen que tenía frente a él.
Acababan de abrir la puerta del café y allí, detrás del
mostrador, estaba su esposa. Llevaba puesta ropa de verdad;
ropa que no eran pijamas. Y estaba charlando animadamente
con Babulya, con una amplia sonrisa en el rostro.
Nicholas sintió algo en las entrañas al ver esa sonrisa.
Casi había olvidado cómo se veía, y joder… se veía hermosa
cuando sonreía. Llevaba el pelo recogido en una larga trenza,
pero todavía se le salían algunos mechones por la cara.
Incluso sin maquillaje, su rostro resplandecía. Su juventud y
belleza natural brillaban hasta el exterior.
Volvía a ser aquella mujer que había conocido en esa
primera noche y con la que tenía pensamientos imposibles.
Nicholas quería ir dando pisotones al otro lado del
mostrador, atraerla hacia sus brazos y reclamarla.
—¿Qué estás haciendo aquí? —vociferó en lugar de hacer
aquello.
Los ojos le brillaron de sorpresa al oír su voz, y luego la
vio levantar el mentón y ponerse más erguida.
—Trabajar. Conseguí un empleo. ¿Qué más te da?
DIECISIETE

Sloane

BABULYA SE LIMITÓ A SONREÍR, divertida, y puso una mano


sobre el brazo de Sloane.
—Voy a ir a ver los pasteles en la parte de atrás, querida.
—Y luego desapareció por la parte trasera, dejando a Sloane
sola.
La mujer no había sido más que amable y Sloane no podía
culparla por querer dejar solos a un hombre y su «esposa»
para resolver sus asuntos, pero se sentía un poco
abandonada al tener que enfrentarse a Nicholas sola.
Sloane alzó más el mentón, preparándose para lo que
fuera a decir a continuación.
—Deberías haberme pedido permiso —dijo, avanzando
hacia el mostrador.
Su permi… Vaya imbécil misógino. Sloane soltó un bufido.
—¿Estás hablando en serio?
Se inclinó sobre el mostrador.
—Totalmente en serio. Este no es tu mundo y no conoces
las reglas.
—¿Entonces soy una prisionera después de todo? —siseó,
tirando la toalla con la que había estado frotando la encimera
—. ¿Solo quieres encerrarme en esa habitación y tirar la
llave?
Su rostro se ensombreció.
—Bueno, pensé que con tu condición…
Cielos, había estado contando con eso. Se quedó
boquiabierta. Debió haber pensado que se había llevado el
premio gordo cuando se enteró de su fobia. Qué mierda tan
retorcida.
—Estaba feliz en Oklahoma porque encontré formas de
vivir una vida feliz y plena a pesar de mi discapacidad, pero
me quitaste todo eso y…
—Llamas «vida» a vender tu cuerpo y atender a los
hombres todo el día…
—¡Al menos era yo quien tomaba mis propias decisiones!
No tenía que pedir permiso a nadie. No era una prisionera…
Nicholas golpeó el mostrador con la mano.
—Eres mi esposa. No una prisionera.
Sloane sintió el calor en su rostro cuando levantó la voz
por primera vez.
—¡Entonces trátame como tal! Quiero trabajar aquí. Sabes
que me gusta la repostería. De verdad puedo ocuparme en el
día, hacer algo con mi vida e interactuar con humanos reales
en lugar de quedarme mirando una pared blanca. Cielos, hoy
me sentí casi normal por primera vez en años.
Nicholas parpadeó y retrocedió del mostrador. Miró a su
alrededor cuando sonó la campana detrás de él y otro cliente
entró en la tienda. Asintió una vez.
—Está bien. Hablaremos más de esto cuando llegue a casa
en la noche.
Aún inquieto, pidió dos pirogis de res y repollo para llevar.
Con las manos temblorosas por el encuentro, le dio la
espalda a su esposo para preparar la comida.
Babulya salió, sin duda tras haber escuchado toda la
interacción. Sloane se había pasado la mañana enterándose
de todo tipo de chismes gracias a la mujer que podía parecer
anciana, pero, aun así, era más lista que todos. Babulya
registró la orden, enseñándole a Sloane cómo lo hizo. Sloane
casi le agarraba el hilo a la caja registradora. También era
anticuada, pero Babulya la conocía y Bo había hallado una
forma de hacer una interfaz de tarjetas de crédito con la
máquina, por lo que aún funcionaba.
Sloane envolvió los sándwiches —casi a la perfección—,
los metió en una bolsa para llevar y se los entregó a Nicholas.
Su mano rozó la suya cuando cogió la bolsa, y no la apartó.
Ella había estado mirando el mostrador y finalmente levantó
los ojos para mirarle cuando no recibió la comida de
inmediato.
Tenía esa mirada intensa y ardiente que en un principio le
había encantado hace tantas semanas. Hasta ahora tenía que
luchar contra su respiración.
Soltó la bolsa y apartó la mano, desviando la mirada al
mismo tiempo.
—Qué tengas una buena tarde. —Fue su respuesta
estándar del final de la transacción. Apenas se contuvo de
decirle «usted». Con su suerte, él solo lo consideraría una
especie de juego de poder pervertido y la arrastraría
escaleras arriba para cumplir con su palabra. Se mordió el
labio al pensarlo. ¿Era el tipo de hombre que disfrutaría
azotarla como castigo por su comportamiento malcriado?
Volvió a buscar sus ojos de forma inadvertida, solo para
descubrir que él seguía de pie igual de cerca y aún la
observaba fijamente.
—Hablaremos más en la noche —fue todo lo que dijo con
su mirada intensa.
Quiso patalear con furia y masturbarse con su mejor
vibrador de punto G para reducir la tensión y la frustración
que se acumulaban en su interior. Una chica no pasaba de
tener orgasmos múltiples diarios a tener ninguno sin pasar
por el síndrome de abstinencia. Eso era todo. ¡En realidad no
se sentía atraída por su imbécil esposo secuestrador! Vaya
ridiculez.
Sloane soltó un suspiro de alivio cuando por fin se dio la
vuelta y el timbre que indicaba que salió de la tienda sonó.
—Nicholas es un buen chico —dijo Babulya mientras
cogía el trapo que Sloane había tirado y continuaba
limpiando la encimera—. No es como algunos de los otros
malditos idiotas que trabajan para Papá.
Eso era lo otro que tenía Babulya: la mujer parecía una
Madre Teresa rusa, pero joder, sí que tenía la boca sucia.
Sloane puso los ojos en blanco.
—¿Podemos no hablar de él?
—Ah, ¿no quieres hablar del hombre con el que te casaste
y que quiere darte bebés, si la forma en la que te mira sirve
de indicio? ¿Por qué no?
Sloane, exasperada, dejó escapar un suspiro.
—¡No lo sé, quizás porque me secuestró!
Babulya se burló.
—Sí, sí, y te salvó la vida. Ese otro hombre que te quería
raptar, ¿crees que habría permitido que te enfurruñaras y te
habría tratado con la misma amabilidad que Nicholas si lo
desobedecías?
Sloane pestañeó. Definitivamente, Babulya pertenecía a
este mundo. Hablaba al respecto como si todo fuera normal.
—¡Pero esto no era lo que quería!
—Bah. ¿Es que no quieres un hombre que te mire como si
quisiera darte muchos hijos y que además sea bueno? ¿Qué
habrías preferido en lugar de eso?
—Yo… bueno, yo quería… —Sloane se calló cuando otro
cliente, una mujer que había estado deambulando por la
tienda, por fin se acercó e hizo su pedido.
Le contentó poder distraerse registrando la orden. Lo
intentó por su cuenta en esta ocasión y se las arregló para
que Babulya solo tuviera que intervenir una vez.
Después de que la mujer hubiese salido con su comida,
Babulya continuó justo donde lo había dejado.
—Hasta que tengas a los niños puedes trabajar aquí.
Necesito ayuda y eres buena horneando, algo que no se
puede decir de todas. Es una habilidad. Tienes que tener el
toque especial y me alegra ver que lo tienes. Puedes seguir
trabajando conmigo incluso después de las criaturas, porque
hay muchas mujeres en el edificio que cuidan a los más
pequeños. Sé que tener una carrera es importante para
ustedes, las jóvenes mujeres modernas. Así que dime,
elefantito…
Sloane puso los ojos en blanco. Aparentemente,
«Sloane» sonaba como la palabra rusa para elefante, por lo
que Babulya lo había adoptado como apodo para ella.
—…dime qué diablos podrías desear además de lo que te
han dado.
—Quiero… —comenzó a decir Sloane con confianza, pero
luego se calló porque… bueno… había estado a punto de decir
que quería libertad.
Pero decirle eso a una mujer como Babulya, que había
pasado toda la mañana contándole sobre su infancia en Rusia
bajo el dominio soviético y soportando dificultades
inimaginables, sonaba extremadamente infantil. Se había
casado con un hombre cruel y su único embarazo resultó en
un niño que nació muerto. Su esposo había trabajado para
Vasiliev, y cuando la madre de Alexei murió poco después del
parto, ella se convirtió en su nodriza y luego en su cuidadora.
Así que Sloane asintió por fin, pero luego se mordió el
labio.
—¿Nicholas es un buen hombre?
Babulya sonrió.
—Sí. Sabes que siempre miro.
Sloane esbozó una sonrisa ante esto.
—Empecé a tener esa impresión.
—Y Nicholas… él es un buen chico. No siempre sale con
mujeres ni las hace subir a su habitación, a pesar de que
tiene tanto acceso a las putas como cualquier otro hombre.
Sloane hizo una mueca ante la referencia a las putas. Si
Babulya se llegaba siquiera a imaginar su antigua profesión,
¿sería tan amable con ella? Babulya no ocultaba que
desdeñaba a las mujeres que trabajaban en el club. Pero
claro, lo único que le importaba a Babulya era el hecho de
que a Sloane se le salió que había sido virgen hasta que
conoció a Nicholas. Eso la había hecho considerar a Sloane
una buena chica. Sloane estaba tan contenta de tener a
alguien con quien hablar que no desengañó a la anciana.
El café estuvo tranquilo por la tarde y cerraron de dos a
seis para hornear más. A Sloane le encantaba aprender a
hacer los delicados postres rusos que llenaban la vitrina
frontal de la tienda. Se sentía más que emocionante hacer y
aprender cosas después de estar encerrada en la habitación
sin nada más que los libros y la televisión que le hicieron
compañía durante un mes.
Por supuesto, la primera semana la había pasado en la
cama abrazada a Ramona. Siete días. Siete días se permitió
hundirse en una abyecta autocompasión. Rechazó a Nicholas,
no se duchó y no comía mucho. Dejó que su cuerpo
absorbiera el impacto de sus nuevas circunstancias.
Después de eso, cada vez que Nicholas se iba para hacer lo
que fuera que hiciera para su jefe psicópata, ella se levantaba
de la cama, tomaba una larga ducha, y luego miraba la
televisión todo el día. Solo se levantaba para jugar con
Ramona y darle de comer.
Nicholas solía volver tarde. Nunca sabía dónde iba ni qué
hacía. Por supuesto, eso probablemente se debía a que ella
nunca se lo preguntaba. No le hablaba en absoluto cuando
podía evitarlo. Trataba de estar en la cama para cuando él
regresaba; por lo general, alrededor de las diez de la noche, u
ocasionalmente más tarde.
Algunos días intentó hablar con ella, pero ella fingía estar
dormida. Trató de tocarla en la noche, pero después de
aquella primera noche en la que se aferró a él, ella siempre se
apartaba de sus caricias. ¿Pensaba que podría robarse una
esposa para que calentase su lecho y atendiese su pene
cuando él quisiera? Ja, pues que se lo pensase otra vez.
Pero hoy había sido diferente. Era como si pudiera sentir
su frustración mientras caminaba dando pisotones por la
habitación; era como si estuviera tratando de despertarla, o
tratando de hacerle saber que ya sabía que estaba despierta y
que estaba harto de la artimaña.
Después de que él hubiese tirado la puerta principal,
dando un portazo con tanta fuerza que las paredes
parecieron temblar, ella se sentó en la cama y se sintió
miserable. Hasta Mona estaba harta del encierro. Exploraba
toda la habitación, ninguna superficie demasiado alta o baja
para ella. Había decidido que los zapatos de Nicholas eran el
enemigo y regularmente tenía combates de lucha libre con
ellos. Sloane fomentaba aquel comportamiento.
Pero, en realidad, Sloane no podría vivir así por mucho
más tiempo. Tampoco podía imaginarse cediendo ante
Nicholas, no después de lo que había hecho. Así que se
duchó, se vistió con ropa para salir y se aventuró a bajar a la
panadería, que técnicamente no estaba en el exterior, o eso le
dijo a su cerebro con vehemencia. Mágicamente, la lógica
funcionó. Era parte del mismo edificio y aparentemente
había hecho al menos un poco de progreso en cuanto a las
alturas, así que, mientras no estuviera afuera, podría
moverse dentro del edificio.
Y hablando de la panadería… Resultó que Babulya estaba
más que feliz por la compañía y la ayuda. Aparentemente, su
otra camarera y panadera a tiempo parcial había renunciado
la semana pasada. Babulya afirmó que Sloane era un regalo
del cielo, lo cual se sentía bien, al igual que volver a llenarse
las manos de harina y los aspectos prácticos de la repostería
que siempre le habían gustado.
Cuando abrieron el café a las seis, hubo una pequeña
avalancha de clientes. Mikhail entró como cocinero y Sloane
se afanó entre las mesas de la tienda y la entrada. Entre
Babulya y ella se las arreglaron, pero quedaba claro que, a
pesar de lo ocupadas que estaban, probablemente
necesitaban otra camarera, pues Babulya ya era mayor. En
especial, porque le gustaba ir despacio y charlar con todos
los que entraban, rememorando así a hijos, nietos y
mascotas. No era de extrañar que la mujer supiera todos los
chismes sobre todos en el barrio; todos venían y se los
confesaban en persona. Parecía que tanto mujeres como
hombres, todos se sentían cómodos con Babulya.
Sloane no pudo evitar sentirse impresionada por la
magnánima paciencia de la mujer y su genuino interés en
todas las personas con las que interactuaba. Irónicamente, le
recordó a sí misma en sus días como modelo de cámara web,
y también reforzó que lo que la gente buscaba, sin importar
dónde estuvieran en el mundo o quiénes fueran, no era más
que la clásica conexión humana.
Babulya les daba eso y era la causa por la que regresaban
día tras día.
Sloane se quitó el delantal después de que el ajetreo de la
cena disminuyese a las ocho y media, y prometió bajar
temprano a la mañana siguiente. Estaba exhausta, pero, por
primera vez en un mes, era un buen cansancio, de ese que se
sentía tras un buen día de trabajo.
Se retiró a su habitación y a la de Nicholas con una
sonrisa en el rostro.
Y se sorprendió al entrar y encontrar a Nicholas
esperándola, sentado en el sofá, con una mano sobre la otra.
Sintió una inquietud inmediata y se detuvo en el umbral, con
su tarjeta de acceso en mano. Una parte ridícula de ella
quería huir al café para esconderse de él.
—Pasa —dijo con su tono bajo y grave. Recordó ese tono
de voz y las cosas que solía hacerle sentir. Incluso ahora, un
escalofrío recorrió su espalda tras oírlo.
Aun así, si esperaba seguir dándole sermones sobre lo que
podía y no podía hacer con su vida, pues le caería una buena.
Se enderezó mientras se quitaba los zapatos y los dejaba
ordenadamente en la pequeña entrada, sin decirle ni una
palabra.
A pesar de que no estaba mirándole, no pudo evitar notar
que él se levantó del sofá y se acercó a ella. Siempre era así:
ocupaba por completo cualquier espacio en el que estuviese,
y no se refería solo a su gran masa corporal. Era más por su
comportamiento; como si fuese más grande que la misma
vida.
Miró a su alrededor, cualquier cosa para retrasar lo
inevitable.
—¿Ramona?
Por lo general, su leal gatita siempre era la primera en
saludarla cuando entraba por la puerta.
—La encerré en el baño para que pudiéramos tener una
conversación —dijo Nicholas.
Luego avanzó y puso una mano detrás de su cuello, debajo
de su cabello. Se quedó sin aliento muy a su pesar. Él inclinó
su cabeza hacia atrás, obligándola a mirarle.
—Ya basta de la ley del hielo —afirmó—. Somos marido y
mujer, y es hora de que ambos comencemos a actuar así.
Sloane frunció el ceño, sin estar segura de lo que quiso
decir, pero convencida de que probablemente no le gustaba.
Hasta que sus labios se posaron sobre los de ella. No fue
un beso largo, ni siquiera agresivo, y se apartó antes de que
ella pudiera reaccionar.
—Pero eres mi esposa. Y como mi esposa, hay reglas que
debes cumplir.
Las mejillas de Sloane se enrojecieron por el calor, y algo
similar pasó en la punta de su lengua. Sin embargo, antes de
que pudiera atacarle, él la cogió en brazos y la llevó a la
cama.
—¿Qué haces? —chilló ella—. Bájame.
—Solo para que puedas hablar —dijo Nicholas—. De
acuerdo.
La bajó, pero no dejó de tocarla. Se sentó en el borde de la
cama, la agarró por la cintura y la atrajo hacia él. Ella chilló
de nuevo cuando le dio la vuelta con tanta facilidad como si
fuese un gigante y ella una cría. Era desconcertante saber que
todo el tiempo había tenido este poder, pero se había estado
conteniendo.
Bueno, ahora no se estaba conteniendo.
Especialmente cuando…
—¡Suéltame! —gritó de nuevo cuando él la sentó boca
abajo en su regazo—. ¿Qué diablos crees que estás…?
Pero antes incluso de que ella terminara la oración, le
había bajado los vaqueros y le dio una palmada en el culo.
Ella gritó de sorpresa y trató de volverse para mirarlo por
encima del hombro.
—¿Me acabas de pegar? —chilló, horrorizada.
—Eres mi esposa y prometiste obedecerme. Entonces,
cuando desobedezcas, te castigaré.
—Hijo de puta, déjame levantarme ahora mismo…
Lo que hizo fue darle otro golpe. Ella empezó a pelear
como un gato salvaje para zafarse, pero él la sujetaba con
firmeza.
—Acepta tu castigo, diablilla —dijo—, o lo duplicaré. —
La azotó de nuevo.
¡No podía creer que le estuviera dando nalgadas! Nunca la
habían azotado en toda su vida. ¡Era obsceno!
Él le dio otra palmada y luego… Dios, bajó más a su
entrepierna y comenzó a tocarla.
Fue tan inesperado después de los dolorosos golpes que se
quedó inmóvil en lugar de luchar ante la inesperada chispa
de placer. ¿Qué diablos?
Pero, cielos, su cuerpo estaba preparado. Él le dio otra
nalgada y luego, de nuevo, buscó entre sus piernas con la
mano, rodeando su botón con sus dedos gruesos y callosos
antes de acariciar el interior.
Dejó escapar un gemido agudo de sorpresa y sus piernas
temblaron cuando llegó al lugar. Entonces se quedó
conmocionada, pues el placer todavía iba en zigzag por todo
su cuerpo.
—Así es —susurró Nicholas con voz delicada. Continuó
acariciando su interior con una mano, y con la otra, en lugar
de sujetarla, estrujaba sus rojizas nalgas.
La tocaba de una forma que nunca había experimentado
ni se había imaginado de verdad, a pesar de que había dicho
muchas cosas sucias frente a la cámara, le habían dicho
cosas igual de sucias y le habían descrito escenarios.
Esto, sentirlo de verdad, una mano distinta a la suya
aterrizando en su culo, y esos dedos…
Él movió los dedos hacia atrás para tocar su punto G y ella
gimió de placer de nuevo, aferrándose a la tela de sus
pantalones en busca de algo que la anclase.
—Así es, gatita —dijo, quitándole los vaqueros por
completo mientras las réplicas del placer aún le recorrían el
cuerpo con espasmos. Él apenas se bajó los pantalones a
tiempo.
Y luego la levantó por la cintura, nuevamente como si no
pesase nada. Su mundo dio una vuelta cuando él la levantó
por el costado derecho y la colocó a horcajadas sobre él y su
expectante miembro. Ella dobló las piernas y lo agarró por
los hombros, impactada aún por todo lo que había sucedido
en los últimos diez minutos desde que entró a la habitación.
Y luego la estaba penetrando, haciéndola suya con su
gigante miembro mientras se acomodaba en su interior.
No había ningún otro lugar al que mirar que esos ojos
oscuros suyos, concentrados al máximo mientras la embutía.
Aún estaba muy sensible; cada terminación nerviosa de su
cuerpo se encendió en llamas mientras se agarraba a su
mástil con los músculos. La lenta penetración mientras ella
se acomodaba sobre él para que se introdujese hasta la
empuñadura en su interior… Cielos, ¿por qué habían
esperado todo este tiempo para hacer esto de nuevo?
Y al mismo tiempo, era tan… Sus sentimientos se
apiñaron dentro de ella hasta que quisieron desbordarse,
pero no podía… No sabía lo que estaba sintiendo, solo que era
mucho, demasiado, y era incapaz de separar un sentimiento
del otro…
Trató de hundir la cara en el pecho de Nicholas, pero él no
se lo permitió. En cambio, la cogió del rostro con una de sus
manos y la besó profundamente mientras comenzaba a
moverse hacia arriba y hacia abajo, dentro y fuera de ella.
Ella le gritó en la boca y él aprovechó la oportunidad de
sus labios abiertos para zambullir su lengua.
Luego ella se perdió en él y todas sus defensas se vinieron
abajo, desaparecieron, estallaron en pedazos. Sloane
entrelazó los brazos alrededor de su cuello y le devolvió el
beso. Volcó toda la emoción que no pudo expresar ni
pronunciar en aquel beso. Ella le arañó el cabello y movió las
caderas al mismo tiempo que las suyas.
Hasta que ambos llegaron al clímax entre jadeos, un
revoltijo de lenguas y cuerpos, y, oh…
Después de lo sucedido se quedó sentada. Cada parte de su
cuerpo seguía entrelazada con Nicholas… con su esposo, y
pestañeó, preguntándose «¿qué diablos acabo de hacer?».
Y al mismo tiempo, quería hacerlo todo de nuevo. Pero la
había azotado. La castigó como si fuera una niña. Frunció el
ceño y trató de alejarse de él.
Nicholas no se lo permitió.
—No, no vamos a perder el progreso. No más silencio.
Ella negó con la cabeza, pero lo miró a los ojos.
—No soy un perro que tiene que obedecer a su amo.
Asintió lentamente.
—¿Qué tal esto? Todo lo que te pido es que hables
conmigo la próxima vez. Hay reglas en esta clase de vida y
peligros que tal vez no puedas prever. ¿Cómo puedo
protegerte si no sé lo que estás haciendo?
—¿Qué peligro hay en conseguir un empleo y trabajar en
la panadería? —Movió uno de sus brazos para cubrirse los
pechos—. Porque si me quedo encerrada en esta habitación
veinticuatro horas al día, siete días a la semana, me volveré
loca.
Sus fosas nasales se ensancharon y ella casi retrocedió,
pero él mantuvo la calma.
—Lo entiendo. Quiero una buena vida para ti, lo creas o
no. Siempre pensé que podría darte eso, o de lo contrario
nunca te habría traído…
Suspiró y rodó hacia atrás, poniendo un brazo detrás de
su cabeza y suspirando fuerte y ruidosamente.
—Pero tal vez decidí cerrar los ojos ante el peligro
porque…
Sloane frunció el ceño.
—¿Porque qué?
Fijó su vista en ella, y sus ojos ardieron con la intensidad
que habían tenido al hacer el amor.
—Porque te deseaba mucho, maldición.
El estómago de Sloane dio un vuelco. Él la deseaba…
Frunció el ceño. ¿Significaba eso que la deseaba como
todos los demás hombres la deseaban? Ellos querían follar
con ella, así que decían que la amaban y querían casarse con
ella.
Pero nunca la había presionado para tener sexo. ¿Sería
solo más paciente que los demás?
—¿Qué significa eso? ¿Que me quieres?
Él se dio la vuelta para estar frente a ella.
—Significa que te quiero como mi esposa. Quiero volver a
casa y verte. Te quiero como mi… —vaciló antes de
pronunciar la última palabra, a pesar de que parecía un poco
avergonzado—. Mi familia.
Maldito sea este hombre. Maldito sea por decir la única
cosa perfecta que podría resquebrajar la armadura con la que
estaba tratando de proteger su corazón. Ella quería decirle
que no, pero le estaba ofreciendo lo único que pensó que
nunca volvería a tener.
Una familia, con alguien que la deseaba, que deseaba a la
verdadera ella, no la versión de fantasía que retrataba ante la
cámara. Ella, con toda su rareza, mal humor, ley del hielo, y…
—Vale —susurró, preguntándose si estaba cometiendo un
gran error.
Nicholas parpadeó.
—¿Vale?
Ella bajó la vista.
—Siempre y cuando pueda trabajar en la panadería y no
intentes encerrarme en esta habitación como Rapunzel o
algo así…
Él sonrió y se posicionó sobre ella, moviéndolos para que
ambos estuvieran en el centro de la cama.
—No lo sé, esposa mía —dijo, metiéndose entre sus
piernas.
Ella levantó las cejas, sintiéndolo rígido y haciendo
presión contra su sexo. Jadeó y se humedeció al sentirlo, por
lo que abrió las piernas para darle la bienvenida. Él jugueteó
con ella y frotó su mástil con sus suaves pliegues, llevando
su excitación a un punto cada vez mayor.
Se inclinó y le mordió el lóbulo de la oreja.
—Creo que me gustó castigarte, bebé. Y creo que a ti
también te gustó. Así que mantendremos eso sobre la mesa.
Pero sí, mientras no te alejes de Babulya, puedes trabajar en
la panadería. Solo ten cuidado y no te metas en líos.
Sloane se rio muy a su pesar.
—Ese barco zarpó el día en que apareciste en mi puerta.
—Ella negó con la cabeza y le rodeó el cuello con los brazos.
Había intentado alejarlo con todas sus fuerzas, pero parecía
que dos semanas era todo lo que podía soportar.
La verdad era que este hombre había bajado sus defensas
mucho antes de que se fueran de Oklahoma. Tal vez ella no
debería perdonarlo por lo que había hecho, pero él la quería
como su familia.
Ciertamente no era esa la forma en que había imaginado
su vida, pero tener a aquel hombre cálido, vivo y en sus
brazos que le prometía estar a su lado…
No podía seguir negando lo mucho que lo había echado de
menos y lo mucho que deseaba aquello también. Entonces,
por más imprudente que fuese, lo besó con pasión a la vez
que él dejaba de provocarla y se sumergió en lo más
profundo de sí.
Gritó de placer y recibió a su marido en su interior.
DIECIOCHO

Sloane

DOS MESES DESPUÉS, Sloane estaba abriendo la panadería


con Verónica, otra mujer a la que habían contratado hace un
par de semanas. Era un poco mayor que Sloane, y también
todo lo que ella no era: rubiecilla, de ojos azules, esbelta a
diferencia de sus curvas, y hermosa de una forma frágil.
Hasta que se la conocía de verdad. Tal como Babulya, su
apariencia era engañosa. También decía groserías como un
marinero, pero, para gran diversión de Sloane, las mujeres
no se soportaban.
—Gracias a los cielos que esa vieja bruja no trabaja hoy.
Sloane puso los ojos en blanco.
—¿Por qué no se llevan bien? Es evidente que le agradas
lo suficiente para contratarte.
—Mi tarta de miel la hizo llorar por lo buena que era. No
tiene nada que ver con mi personalidad.
Sloane se rio ante aquello, pero no hizo más que asentir.
Sabía que era una repostera principiante, y aún se esforzaba
para pillarle el truco a las recetas más complicadas; mientras
que, por otro lado, Verónica se había presentado el primer
día sabiendo cómo preparar los manjares más complicados.
Babulya habría sido una tonta si no la contrataba, y esa
mujer no tenía ni un pelo de tonta.
—Solo está enfadada porque mi vatrushka sabe mejor que
la suya.
Sloane levantó las manos.
—En este asunto seré como Suiza.
Pensaba que las tartas de queso de ambas mujeres tenían
un sabor extraordinario…, aunque si tenía que decir la
verdad, prefería la de Verónica solo un poquitín. Pero no iba
a admitirle eso a ninguna de las mujeres. Valoraba tener su
cabeza, después de todo.
—De igual modo, ambas hacen que mis curvas sean aún
más curvilíneas. He aumentado por lo menos cuatro kilos y
medio desde que llegué.
Verónica dejó la tarta que estaba glaseando y le frunció el
ceño.
—¿Cómo conociste a tu hombre? Disculpa, es que es obvio
que no eres rusa y todos por aquí son del barrio.
Sloane miró a todos lados, pero no había nadie en la
tienda. Eran horas de la tarde, antes del anochecer, y la
panadería estaba cerrada. Sería seguro hablar. Nicholas la
ponía paranoica a veces con sus advertencias de tener
cuidado. Era muy sobreprotector. ¿Cómo iba a aprender a
relajarse en su nuevo hogar si vigilaba cada palabra que salía
de su boca? Además, había pasado mucho tiempo desde que
tuvo una amiga contemporánea de verdad.
—Es una larga historia, pero Nicholas me ayudó cuando…
—¿Cómo podía decirlo de forma delicada? —…cuando estuve
en una posición difícil. Nos enamoramos y vine con él. Nos
casamos aquí.
Listo. Nada de aquello era mentira y comunicaba los
hechos básicos.
Verónica frunció los labios a la vez que dejaba la tarta
terminada y se quitaba el delantal. Luego, se detuvo.
—¿Pero alguna vez…? No sé, ¿no te molesta lo que hace?
Sloane miró fijamente a su amiga. Verónica bajó la voz y
se acercó más a ella.
—A ver, no es exactamente un secreto. Todos en el barrio
saben que esta panadería y el club son una tapadera para…
Sloane estiró la mano y cogió a Verónica por el brazo,
negando con la cabeza. Verónica alzó las cejas. Sloane no
estaba segura de por qué lo hizo; no sabía a ciencia cierta si
había cámaras o micrófonos dentro de la panadería para más
que solo vigilar a los clientes o en caso de problemas.
Había algo en la forma en que Babulya evitaba hablar de
Papá Dimitri… o que la hacía solo hablar de él en los
términos más entusiastas, incluso cuando Sloane podía ver
por el rostro y las expresiones de la mujer que no creía lo que
estaba diciendo. Había empezado a pensar que tal vez no
siempre estaban tan solas como lo había pensado al
principio.
Aquello hacía que sintiera escalofríos por la columna
vertebral, pero entonces razonaba siempre consigo misma
que no tenía nada que ocultar, así que estaba bien. La vida de
Nicholas y ella estaba bien; ambos hacían su trabajo y cada
noche podían tener lo que siempre habían querido: alguien
que los esperara en casa.
No había ninguna razón para complicar las cosas. Ni
siquiera cuando, a veces, Nicholas volvía a casa con nudillos
ensangrentados por pelear y no le quería decir qué había
pasado. Pero si se permitía pensar en lo tenue que era su
nueva felicidad… bueno, se le entrecortaba la respiración solo
con pensar en ello. Si aquello seguía así mucho tiempo más,
terminaría haciéndose un ovillo en el piso y sería presa del
pánico por todas las cosas que no podría prever o controlar.
Sloane le soltó el brazo a Verónica con una sonrisa
brillante.
—Cortemos esta delicia y pongámosla en la vitrina para la
multitud de la noche.
Verónica le dedicó una mirada extraña debido a la
incongruencia, pero asintió. Hicieron su trabajo en silencio
durante la siguiente hora y luego Mikhail entró a cocinar y el
último turno los mantuvo ocupados el resto de la noche.
Sloane terminó aquella noche exhausta pero nerviosa
esperando a que Nicholas volviera a casa. Había traído
comida del café y la había puesto sobre la mesa.
Pero él llegaba tarde.
Siguió mirando el reloj sobre la pequeña estufa. Ocho y
media… Ocho y cuarenta y cinco.
¿Dónde estaba? ¿Y si estaba haciendo algo peligroso? ¿Y si
le pasaba algo?
Seguía caminando de un lado a otro en el pequeño
corredor entre la cocina y la cama. Ramona maulló debajo de
sus pies, probablemente sintiendo su malestar. Ya la había
alimentado.
—Ahora no, Mona.
Ahuyentó a la gata y regresó a la cocina.
Si le pasaba algo… Sus manos empezaron a temblar y
trató de respirar, pero no había aire. Se agarró la garganta,
sintiendo el viejo pánico familiar aumentar, y cuánto lo
odiaba.
No quería esta clase de vida con él, pero pensar que nunca
volvería a casa otra vez… Sloane negó con la cabeza, incapaz
de pensar siquiera por completo en la idea. En cuestión de
poco tiempo, aquel idiota se había convertido en el centro de
su mundo.
Y cielos, Dios, la idea de que nunca más volviera a entrar
por esa puerta, de que le pasara algo…
¿Dónde estaba?
Pegó un salto cuando la cerradura por fin sonó y Nicholas
abrió la puerta.
—¡Estás en casa! —Sloane corrió a sus brazos.
—Vaya, ¿qué pasó?
Sloane se aferró a él, con la cabeza enterrada en su pecho.
El miedo que había inmovilizado sus extremidades en la
última media hora no se iba… y, como consecuencia, no
podía soltarlo.
—Eh, mírame —dijo, soltando por fin las piernas que se
habían adherido a él—. ¿Qué es todo esto?
Pero a su garganta la había ahogado el miedo residual y
no podía emitir ningún sonido. Dios, habían pasado años
desde que se cerró así. Trató de respirar, pero no logró
inspirar nada de aire.
Nicholas solo asintió, manteniendo la calma.
—¿Estás teniendo uno de tus ataques?
Ella asintió con la cabeza, desesperada mientras las
lágrimas caían de sus ojos. Odiaba que él la viera así.
Exhaló, pero no parecía frustrado, solo decidido. Asintió
mientras se quitaba la chaqueta.
—Quiero probar algo. ¿Confías en mí?
Las lágrimas caían por sus mejillas mientras seguía
tratando desesperadamente de respirar.
—En este momento necesitas dejar de pensar. No más
pensamientos. Tienes que entregarme todo. Ya no tienes el
control, yo sí. Dijiste que confiabas en mí y ahora soy yo el
que está a cargo. Así que desnúdate y ponte de rodillas.
Sloane abrió los ojos, impactada. ¿Qué estaba…? Este no
era el momento para… Quería gritarle por llegar tarde y
hacerle prometer que no volvería a hacerlo. Aunque sabía al
mismo tiempo que era ridículo tanto porque lo más probable
era que fuese una promesa que él no podría cumplir, como
porque ella seguía jadeando y no podía pronunciar una sola
palabra.
—De rodillas —ordenó, con un tono que no admitía
discusión.
Ella pestañeó, viéndolo como el regalo que era, aunque al
mismo tiempo no estaba segura de que fuese a funcionar.
Pero descansar de su mente, de la necesidad de darle sentido
a todo, de tratar de contener todo en su cabeza, sus miedos y
su necesidad de controlar lo incontrolable… Daría cualquier
cosa para dejar eso, aunque fuese por un momento.
Así que hizo lo que le dijo. Le cedió todo a Nicholas y se
quedó en blanco. Solo estaba su voz.
—Quítate la camiseta.
Lo hizo.
—Ahora tu sujetador.
Lo hizo.
—Ahora tus vaqueros y tus bragas. Luego ponte de
rodillas y enséñame tu culo y tu bonito coño.
Ella tomó una larga bocanada de aire al oír sus palabras.
Hacía un buen rato que no podía respirar y pareció una
eternidad, pero no pensó demasiado en eso. Solo estaba la
voz de Nicholas y sus órdenes. Su vida se había reducido de
modo que no había más responsabilidades que hacer lo que
él había dicho.
—Muy bien —dijo tan pronto como ella estuvo de rodillas
—. Abre tus nalgas y muéstrame tu lindo coño.
Aspiró más aire, haciendo lo que le decía.
—Qué buena chica eres. Ahora gatea hacia mí y arrodíllate
junto a la mesa. —Se había sentado en la pequeña mesa para
dos en su cocina. Señaló el lugar en el suelo junto a su silla.
Su mente, por fortuna, aún seguía vacía. Tenía un espacio
en blanco total. Oh, Dios, deseaba poder estar así de vacía por
siempre. Fue a gatas hacia su marido, adorándolo más en
este momento de lo que creía posible mientras respiraba
hondo una y otra vez.
Él le pasó los dedos por el cabello mientras ella se
acomodaba al lado de su silla. Con su cuchillo y tenedor,
cortó el pirogi en pedazos y luego le ofreció un poco con los
dedos.
—Abre la boca —ordenó. Seguía usando el tono profundo
y grave que solo empleaba cuando era deliciosamente
dominante de la forma que ella no sabía que necesitaba.
Ella abrió la boca y él le acarició el labio inferior con su
enorme pulgar. Todo su cuerpo tembló frente a su roce antes
de que por fin le metiese el bocado en la boca. Sin embargo,
cuando cerró los labios, él no retiró la mano. No, le metió un
dedo a la boca, salado por el sándwich, y ella lo chupó con
todas sus fuerzas antes de que él lo retirara. Respiró hondo
de nuevo antes de masticar el bocado. Su sexo
inmediatamente se humedeció más y más con cada
mordisco.
Hasta que, a la mitad del sándwich, decidió que era su
hora de comer. Tal vez no pudo soportar la intensidad más
de lo que ella podía.
La levantó del suelo y la inclinó hacia atrás sobre la mesa.
Ella chilló de alegría cuando él le puso las piernas sobre sus
hombros. Entonces, ¡Dios! Enterró el rostro en su sexo.
Cielos, su lengua era pecadora; su lengua era el cielo
perfecto, solo había hecho esto una vez antes y fue…
Ella bajó la mano y lo agarró del pelo, sin saber si quería
alejarlo o acercarlo más. Se deleitó con cada movimiento de
su lengua mientras él se la pasaba por todo el clítoris y luego
comenzaba a chuparlo con seriedad.
Gritó de placer, sin vergüenza.
Pero no había terminado. El hombre nunca terminaba.
Invadió su sexo con los pulgares al mismo tiempo que seguía
chupando. Él la abrió indecentemente y luego introdujo a la
lengua en su canal, y oh, Dios… no tenía idea de que su sexo
era tan sensible hasta que sintió su fuerte lengua entrando y
saliendo, y sus piernas temblaron sobre sus hombros.
Le masajeó el culo con una mano y la atrajo más hacia su
rostro; su barba incipiente rozaba la cara interna de sus
muslos de la forma más embriagadora.
—Nicholas —gritó su nombre—. Por favor, por favor,
fóllame ahora… Necesito… te necesito dentro…
No hizo falta que se lo dijeran dos veces. Aparentemente
Sloane le había provocado demasiado, a pesar de que todo lo
que había hecho fue aceptar el regalo que él le había dado,
cediendo a sus órdenes.
Estaba como un toro furioso cuando se puso en pie y se
bajó los pantalones. No la penetró allí mismo como ella
preveía que lo hiciera. No, la cargó en brazos y luego, tras dar
varios pasos, la apoyó contra la pared, inmovilizándola con
su enorme y cálido cuerpo.
—Sí —gimió, y él la atravesó con su pene.
—Eres… —La penetró con un largo gruñido— …Tan
endemoniadamente… —Se retiró y entró de nuevo con
brusquedad—. Perfecta. —Salió de nuevo para embestirla
una y otra vez.
Cada embestida causaba una fricción perfecta en su
feminidad, ya enrojecida y sensibilizada. Envolvió a Nicholas
con las piernas y clavó el talón derecho en su firme y
redondo culo, cabalgándolo desde abajo.
—Sí —fue todo lo que pudo decir mientras él la follaba
con desesperación, como si fuese un hombre hambriento, y
ella lo aceptó; lo aceptó y le devolvió todo lo que él le dio,
expresando con sus cuerpos lo que a veces no podían con
palabras.
DIECINUEVE

NICHOLAS

SE VOLVIÓ ritual diario de Nicholas y Alexei, entonces, ir al


café a almorzar. Nicholas porque ver a su esposa y
prometerle con los ojos lo que le haría por la noche era un
momento de conectarse y tocar tierra.
En cuanto a Alexei, bueno, nunca lo admitiría; se limitaba
a decir que no se cansaba de la cocina de Babulya. Pero
Nicholas tenía la sospecha no tan leve de que tenía mucho
más que ver con la vibrante rubia que más a menudo ocupaba
el mostrador junto a Sloane en los turnos de tarde y noche.
Nunca se había visto que Alexei tuviera una novia seria en
todo el tiempo que Nicholas lo llevaba conociendo, pero
tampoco había una mujer que pareciera menos interesada en
él que Verónica. Nicholas no estaba seguro de si era solo el
golpe al ego de su amigo lo que lo hacía ir todos los días o si
era algo más.
Nicholas estaba feliz por cualquier oportunidad de
arrebatarle unos minutos a su esposa, en especial ahora que
la Guerra Fría en su casa por fin se había calentado
considerablemente.
—Hola, preciosa. ¿Cuál crees que combine mejor con el
especial de hoy? ¿Té negro o café raf? No he tomado café raf
desde la última vez que estuve en Moscú. ¿Has ido alguna
vez?
Verónica no estaba impresionada con él, y Nicholas tenía
que admitir que era divertidísimo.
—Crecí allá. Había demasiada gente.
—¿Cuánto tiempo llevas viviendo en los Estados Unidos?
No tienes casi acento.
—Vine hace poco para estudiar.
—¿Ah, sí? —Alexei apoyó un codo en el mostrador y se
inclinó—. ¿Qué estás estudiando aquí? ¿En qué universidad?
Yo fui a la Universidad de Nueva York.
—Lo siento, de verdad no tengo tiempo para charlar —
dijo Verónica, conteniendo la necesidad de voltear los ojos y
mirar a Sloane con una expresión de «este tipo es
increíble»—. Hay mucho que hacer y estamos a punto de
cerrar por la tarde. Entonces, si puede decidir qué le gustaría
pedir, sería genial.
—Vale. —Alexei se enderezó y Nicholas trató de no reír.
Era bastante épico ver a su amigo siendo rechazado de forma
tan rotunda. Por lo general, las mujeres se tropezaban entre
ellas para llamar su atención. Aun así, Alexei no había
llegado tan lejos en la vida siendo sumiso.
—Quiero el especial y, de hecho, me quedo con el té
negro.
—Serán nueve dólares con cuarenta y dos centavos —dijo
sin perder ni un segundo.
—Ah —dijo Alexei, un poco fuera de lugar antes de
finalmente buscar su billetera. Una vez más, Nicholas apenas
logró contener una risita. Habría sido decisión estúpida sacar
la tarjeta de «pero ¿no sabes quién soy?» para insistir en
que no tenía que pagar. Había estado pagando durante las
últimas dos semanas desde que Verónica empezó, y cada vez
que se desarrollaba esta pequeña interacción, Nicholas tenía
que contener una carcajada. Verlo pagar innecesariamente
solo porque quería impresionar a una chica era demasiado
divertido.
Alexei le entregó una tarjeta y Verónica la pasó.
—Entonces —dijo Alexei, inclinándose hacia adelante
nuevamente—. Respeto totalmente que estés ocupada
mientras estás en el trabajo, pero ¿y después? Una chica
hermosa como tú tiene que tomar un descanso en algún
momento. ¿Puedo llevarte a tomar una copa más tarde?
La mirada que Verónica le dedicó podría haber congelado
la taza de agua humeante que acababa de verter del grifo de
agua caliente. Cogió una bolsita de té, la dejó caer en el agua,
luego puso la tapa y se la devolvió a Alexei junto con su
tarjeta de crédito.
—Lo siento, señor Vasiliev, pero sería un conflicto de
intereses, ya que trabajo para su familia. —Ella sonrió
dulcemente, pero el hecho de que sí supiera quién era Alexei
hacía todo aún más divertido. Sabía que él era el gran jefe y
seguía sin impresionarle. Todo lo contrario. Era una
muchacha inteligente, considerando todas las cosas.
Alexei se desanimó y aceptó su té y el sándwich que le
había metido Sloane en una bolsa. También tenía listo el
sándwich de Nicholas en una bolsita; lo preparó, sin duda, de
la manera que a él le gustaba.
—Gracias, bebé.
Se inclinó sobre el mostrador, la agarró por la nuca y la
atrajo hacia sí para darle un beso que fue largo y tal vez
inapropiado para el público, pero se veía tan linda con ese
pequeño delantal y había anticipado lo que él quería. Ella se
sonrojó cuando la soltó, pero por la sonrisa secreta en su
rostro, supo que no estaba enojada.
Alexei ya se encontraba de pie junto a la puerta principal y
parecía más que listo para irse cuando la puerta de la cocina
trasera se abrió de repente y luego se oyeron voces que
gritaban en ruso. Alguien, o varios, acababan de llegar del
callejón.
Grigory, uno de los hombres que solía estar con Papá
Dimitri, llegó corriendo al frente de la tienda. Miró a su
alrededor con ojos frenéticos.
—Saquen a todos.
Alexei inmediatamente se puso firme y sacudió la cabeza.
—Solo estamos nosotros. Están a punto de cerrar.
—Bien —ordenó Grigory—. Cierren ahora y bajen las
persianas.
Alexei asintió, aunque la expresión de su rostro era
sombría. Nicholas asintió con la cabeza, se dirigió hacia la
puerta, cerró con llave y bajó las contraventanas.
—¿Que está pasando? —preguntó Verónica.
—¿Quién es esta perra? —preguntó Grigory.
—Eh, cuidado de a quién llamas… —comenzó Verónica.
Pero cuando Nicholas levantó la vista, vio que Sloane
tiraba a Verónica hacia atrás y sacudía la cabeza hacia la
chica. Bien, esperaba que su esposa pudiera sacarla de allí
antes de que viera algo que no debería.
De todos modos, ¿qué diablos estaba pasando?
Pero antes de que él o Alexei pudieran preguntar, el
problema se hizo evidente. Los gritos de la parte de atrás se
hicieron más fuertes y un hombre salió por la puerta. Tenía
un trapo empapado en sangre adherido a su cara. Demonios,
¿qué carajo?
Nicholas cruzar deprisa la sala hacia la puerta principal,
donde Sloane intentaba llevar a Verónica, pero resultó que
era demasiado tarde.
—¡Mierda, tenemos que llamar a una ambulancia! —dijo
Verónica, obviamente tras haber visto al hombre.
Alexei fijó la vista en Nicholas. Joder, ¿por qué Babulya
había contratado a una externa? No necesitaban este dolor de
cabeza adicional.
Nicholas se interpuso entre Verónica y la trastienda.
—Mira, no viste nada, no estabas aquí. Solo vete a casa.
Olvídate de esto si sabes lo que te conviene.
Verónica abrió la boca, pero luego la cerró y lo miró. Se
cruzó de brazos y luego miró a Alexei, quien se detuvo y la
miró también, pero evidentemente estaba dividido entre la
necesidad de volver y ver qué diablos había pasado.
—Tú eres el jefe, ¿verdad? Bueno, yo estaba en la facultad
de medicina en Rusia antes de venirme para acá hace unos
años. Si no vas a llamar a una ambulancia, debes dejarme
verle la herida a ese hombre.
Ella comenzó a caminar hacia la trastienda. Alexei la
agarró del brazo para detenerla y ella le lanzó una mirada
asesina.
—Te aseguro que querrás soltarme el brazo ahora mismo.
No la soltó. Aquel era el Alexei que Nicholas rara vez veía;
con una seriedad mortal.
—Esto te supera.
—¿Vas a seguir hablando mientras ese hombre se
desangra en la tienda o me vas a dejar ver qué puedo hacer
por él? —le desafió Verónica, apartando su brazo del suyo.
La vena en la frente de Alexei palpitó, pero finalmente la
dejó ir. Ella lo empujó y se fue a la parte trasera.
Sloane había observado todo el asunto con los ojos muy
abiertos y luego siguió a Verónica. Los ojos de Nicholas y los
de ella se encontraron por un momento. La hizo a un lado.
—Sube las escaleras. No es necesario que veas esto.
Pero ella negó con la cabeza rápidamente.
—No quiero dejar a Verónica sola.
—Yo la cuidaré —dijo él, pero ella negó con la cabeza y
fue a la cocina en la parte trasera antes de que él pudiera
detenerla.
Maldita sea. No quería que estuviese expuesta a esta parte
de su vida, sobre todo cuando consideraba que ella ya estaba
lidiando con problemas de pánico. Ver que el peligro llegaba
a su puerta de esta manera…
Pero ella estaba moviéndose de aquí para allá, limpiando
las encimeras de la comida e ingredientes que tenían encima
mientras Verónica ordenaba a los hombres que ayudaran al
herido a subir a la isla de acero inoxidable que estaba en
medio de la cocina.
—¿Qué pasó? —le gritó Alexei a un mercenario que
Nicholas apenas conocía; era uno de los reclutas más nuevos
—. ¿Y por qué diablos lo trajiste aquí de todos los lugares?
—No sabía a dónde más ir. Los hombres de Tereshchenko
nos golpearon cuando vendíamos en nuestro lugar habitual.
Le cortaron la cara a León y nos dijeron que avisáramos a
nuestro jefe que no iban a moverse a ninguna parte.
Alexei se paralizó al oír aquello y sacó su móvil. Nicholas
arqueó las cejas. No hacía falta ser un genio para preguntarse
con quién estaba hablando.
—Papá, ¿qué coño pasa? ¿Quieres decirme por qué hay un
hombre desangrándose en la cocina de la panadería? Pensé
que habíamos dejado de vender mientras las cosas siguiesen
tensas con Tereshchenko.
Entonces se hizo un silencio.
—¿Desde cuándo? —Más silencio—. ¿No pensaste en
contarme sobre este nuevo cambio?
Entonces la expresión de Alexei cambió; cerró los ojos y
exhaló como si estuviera contando hasta diez.
—No. No, por supuesto. No quise decir que… ¡Por
supuesto que no! Sé que estás…
Luego se apartó el móvil de la oreja y lo miró.
—¡Mierda! —exclamó, tras lo cual volvió a mirar a la
mesa. Verónica estaba quitándole la toalla ensangrentada al
hombre para inspeccionar la herida.
—Madre mía —dijo Verónica, y levantó la mirada
brevemente de la herida para buscar los ojos de Alexei, y
luego volvió a enfocarse en la repugnante masa de carne
ensangrentada frente a ella. Había tanta sangre y se veía tan
mal que Nicholas ni siquiera sabía quién era al principio.
Finalmente distinguió los rasgos de León en la mitad
izquierda de su rostro. León era un mercenario nuevo del
nivel más bajo. Nicholas no lo conocía mucho, pero, mierda.
Alguien había usado un cuchillo afilado en el rostro del
hombre y le había cortado desde la frente hasta la barbilla.
No parecía letal, pero joder… tendría una cicatriz monstruosa
después de aquello.
—¿Está muy mal? —preguntó Alexei. Se dio la vuelta y
luego se quedó inmóvil cuando lo vio con sus propios ojos.
Verónica volvió a poner la toalla ensangrentada en la cara
del tipo.
—Mantén la presión —le ordenó a Nicholas—. Necesito ir
a buscar mi equipo de sutura.
Tragando saliva e ignorando su estómago revuelto,
Nicholas entró, haciendo presión con la toalla a pesar de que
León gritó en ruso y se retorció en la mesa.
Verónica miró a su alrededor.
—¿No tienes nada con lo que puedas sedarlo?
Alexei miró al otro mercenario que ayudó a traerlo.
—¿Qué traes ahí? ¿Qué estabas vendiendo? —preguntó,
no muy feliz.
No lo estaba. Nicholas sabía que Alexei estaba tratando de
sacarlos del negocio de las drogas callejeras. Sus otras
fuentes de ingresos eran mucho más lucrativas y menos
riesgosas. Pero Papá todavía se aferraba a las viejas
costumbres con las que estaba familiarizado, aparentemente
a las espaldas de Alexei.
—Papá dijo que se suponía que debíamos mantenerte al
margen. —El mercenario, cuyo nombre Nicholas ni siquiera
podía recordar, pareció fatigado cuando respondió a Alexei
en ruso.
—Bueno, traer esto a la puerta de mi casa no es
mantenerme al margen, ¿o sí? Así que dame lo que tengas,
joder. Y tú… —Alexei miró a Verónica y su voz se suavizó solo
un poco—. Ve a buscar tu equipo de sutura. ¿Cuánto tiempo
tardarás en regresar?
Sus ojos se ensancharon.
—Mi apartamento está a unas calles.
—Nicholas, ve con ella —espetó, encargándose de
sostener la toalla mientras el mercenario se adelantaba y
sacaba una bolsita de polvo.
Nicholas asintió, pero de ninguna manera se iría hasta
que su esposa subiera a la habitación. Él le dedicó una mirada
y ella asintió. Le dio un apretón al brazo de Verónica y salió
corriendo de la panadería.
—Envíame un mensaje de texto cuando estés a salvo en el
piso y hayas cerrado la puerta con llave —susurró cuando
ella pasó a su lado.
Luego cogió a Verónica del brazo y la condujo hacia la
parte trasera del edificio, deteniéndose solo para que ella
pudiera ponerse el abrigo, tras lo cual volvió a sujetarla del
brazo. Estaba temblando levemente y se apartó de él en el
momento en que el aire frío del invierno los tocó.
Se cruzó de brazos mientras caminaban, y tenía los labios
fruncidos al avanzar por el callejón. Bien por Nicholas. No
quería tener una conversación trivial ni ninguna en general.
Pero, por supuesto, el silencio era demasiado bueno para
durar.
—Sloane es una buena mujer —dijo Verónica por fin
después de haber doblado hacia la acera abierta—. No
merece que la arrastren a esta vida.
¿En serio? ¿Quién diablos era esta mujer?
—Eres tú quien se involucra en asuntos que no son de tu
incumbencia, señorita. Ahora limitémonos a acabar con esto
y ya.
Verónica resopló y siguió caminando.
—Hombres —soltó ella.
El viaje por las dos calles que siguieron transcurrió en
silencio. Llegaron a uno de los edificios de ladrillos gigantes
populares entre los inmigrantes rusos y ella sacó sus llaves.
—Quédate aquí —le ordenó, y Nicholas sonrió. Era lindo
que pensara que tenía influencia sobre dónde iba. Alexei le
había ordenado que se quedara con ella, así que se quedaría
con ella.
Cuando abrió la puerta e intentó meterse y cerrarla a sus
espaldas, su enorme palma la detuvo con facilidad. Ella lo
fulminó con la mirada, pero era bajita. Tras un resoplido de
frustración, ambos se encontraron caminando por un pasillo
largo y opaco con paredes de linóleo amarillento
desconchado para llegar al ascensor. Marcaron el octavo piso
y salieron.
Ella lo condujo hasta el final del pasillo, y se podían
escuchar voces desde los apartamentos a lo largo del camino
debido a la finura de las paredes. Hizo una pausa antes de
abrir la puerta con ojos suplicantes.
—Por favor, no entres. Asustarás a mi hermano y a mis
otros dos compañeros de cuarto. No pasas desapercibido, la
verdad. Regresaré en un minuto. Puedes venir a por mí si no
salgo.
Nicholas suspiró, pero asintió. Sabía que era un hombre
enorme, y con todos sus tatuajes, probablemente sería difícil
explicar su presencia.
—Un minuto. Entras y sales, ¿entendido?
Ella asintió con la cabeza y luego desapareció en el
interior del piso. Nicholas negó con la cabeza. ¿Qué demonios
estaba haciendo esta chica trabajando en la panadería? ¿No
podría haber encontrado un trabajo en otro lugar?
Pero ¿eso no lo convertía en un sucio hipócrita? Porque
también había arrastrado a Sloane directamente a esta
situación. Sacó su móvil y revisó sus mensajes. Exhaló
cuando vio uno de su esposa. estoy segura en casa y he
cerrado con llave .
Se pasó una mano por el cabello y por la nuca. Joder, era
demasiado mayor para esto. Decir algo así a los treinta era
increíble, pero bueno.
La puerta frente a él se abrió y Verónica reapareció con un
maletín médico en mano. Por suerte, no tuvo nada más que
decir en el camino de regreso. Y para cuando regresaron a la
cocina de la panadería, lo que fuera que había en la bolsa,
probablemente fentanilo, un potente opiáceo, había dejado
inconsciente al hombre sobre la mesa.
Nicholas se quedó de pie junto a Alexei mientras Verónica
lavaba la herida con solución salina y cosía el largo tajo con
suturas limpias. Lo hacía bien, pero eso no significaba que
León uno iba a quedar como un cabrón feo de aquel
momento en adelante. Dimitri no era de los que optaba por
ofrecer cirugía plástica como opción.
Verónica tardó una hora en suturarlo.
—Necesitará antibióticos —dijo, quitándose los guantes
después de taparle la cabeza a León con una gasa—. Y
analgésicos.
Alexei asintió.
—Puedo conseguírselos. Gracias.
Verónica se limitó a mirarlo.
—¿Qué tal si me agradeces haciendo que no vengan más
hombres acuchillados a mi trabajo?
Alexei la miró entornando los ojos.
—Te acompañaré a casa.
Abrió la boca como si quisiera objetar, pero luego la volvió
a cerrar.
—Bien —dijo con fuerza.
Alexei le asintió con la cabeza a Nicholas y los otros dos
mercenarios ayudaron al hombre, aún inconsciente, a
levantarse de la mesa. Por fortuna, era más pequeño y entre
todos pudieron llevarlo por el pasillo hasta el ascensor. Era
bueno que vivieran en el edificio y no tuvieran que ir muy
lejos.
Nicholas se quedó atrás para asegurarse de limpiar todo y
que la panadería estuviese lista para los negocios como de
costumbre por la mañana. El olor de lejía se le pegó mientras
se movía con fatiga al ascensor; no quería nada más que
hundirse en el interior de su esposa y dar por terminada la
noche.
Por lo general, cuando abría la puerta por la noche,
encontraba a su hermosa Sloane tarareando para sí misma
mientras cocinaba o miraba uno de sus ridículos programas
de telerrealidad con Ramona acurrucada en su regazo.
Pero hoy…, hoy estaba en silencio y no había luces
encendidas. El corazón de Nicholas inmediatamente
comenzó a latir más fuerte.
—¿Sloane? —llamó él—. ¿Sloane? ¿Dónde estás?
Cerró la puerta detrás de él para que el endemoniado
animal no se escapara y encendió la luz. Entonces vio un
bulto del tamaño de un humano debajo de las sábanas.
Avanzó a grandes zancadas y tiró hacia atrás las mantas. Era
Sloane, quien estaba hecha un ovillo y jadeaba intentando
respirar con los ojos cerrados con fuerza.
—Joder, Sloane, casi me matas del susto.
Ella por fin lo miró, logró tomar una breve bocanada de
aire y luego dijo con un chillido:
—Ayúdame.
Mierda, estaba claro que estaba teniendo uno de sus
episodios. Nicholas asintió. Había hecho un pedido de
suministros para la próxima vez que sucediera, aunque no
esperaba necesitarlos tan pronto. Pero, por supuesto, lo que
pasó abajo iba a desencadenar su trastorno de ansiedad. El
peligro de su mundo se había desbordado al de ella, y era su
deber ayudarla en este instante.
Así que se cernió sobre ella y profundizó su voz mientras
exigía:
—Desnúdate ya y arrodíllate con la cabeza inclinada.
Casi pudo ver el enorme alivio que la embargó a la par que
se apresuraba a obedecer sus órdenes. Se quitó la camiseta,
dejando al descubierto sus hermosos pechos cubiertos por un
diminuto sujetador de encaje negro. Aquella imagen hizo que
la adrenalina de Nicholas se disparase y que el cansancio del
día desapareciese por completo.
Más aún cuando se bajó por el costado de la cama y se
quitó los vaqueros y las bragas al mismo tiempo con una
sacudida. Maldita sea, qué piernas tan largas y lindas. Y el
bonito sexo que le enseñó…, bueno, no podía decir que no
estaba esperando lo que vendría a continuación.
—Quítate el sujetador —le exigió.
Sloane contorsionó los brazos para llegar a su espalda,
abrió la cosa de encaje y al rato la prenda cayó al suelo
mientras sus pechos salían gloriosamente. Luego, se inclinó
frente a él. El cabello le cubría el rostro como una cascada, su
tersa espalda conducía a la cintura más pequeña y perfecta,
que a su vez terminaba en un culo al que Nicholas anhelaba
ponerle la mano encima.
Pero esperaría, porque esto no se trataba solo de
satisfacer un impulso.
—No te muevas —ordenó en voz baja, y si estaba un poco
ronca, bueno… un hombre no podía mantenerse
completamente tranquilo con una hermosa mujer inclinada a
sus pies.
Se apartó de ella y se dirigió hacia el armario donde había
guardado los artículos que había pedido, manteniéndola
siempre vigilada. Cuando se movió un poco, como si
estuviera tentada de mirar hacia arriba para ver dónde
estaba, él espetó:
—Si te mueves un centímetro disfrutaré castigarte, gatita.
No pasó por alto el escalofrío que recorrió su cuerpo. Bien.
Le gustaba ver el efecto que tenía en ella. Era una de las cosas
que más disfrutaba de su esposa. No podía mentir ni siquiera
si su vida dependiera de ello; todo lo que sentía siempre se
veía en su rostro y en su lenguaje corporal. Era un libro
abierto y él nunca tenía que adivinar nada cuando estaba con
ella. En su mundo de complejas lealtades y tratos turbios,
ella era un soplo de aire fresco.
—Cierra los ojos —ordenó.
Ella obedeció.
—Buena niña. Camina a donde yo te lleve.
La agarró por la cintura y la levantó del suelo, y Sloane lo
siguió. Dios, le encantaba tener las manos sobre su cuerpo
desnudo.
—¿Recuerdas lo que hablamos ese día en tu cocina de que
es imposible tener el control de todo?
Esperó hasta que ella asintió.
—Bueno, esta noche te lo voy a demostrar. Te quitaré
todo el control. Vas a ceder y confiar en mí. ¿Confías en mí?
Apenas vaciló antes de decir:
—Sí.
—Bien, porque esto solo funcionará si confías en mí.
Era cierto: había estado prestando algo más que una
curiosa atención pasajera a las lecciones de Natasha durante
las últimas dos semanas cuando se dio cuenta de que podría
ayudar a su esposa con algunos de los principios y prácticas
que estaba enseñando. Al principio no había sido más que
una corazonada, pero ella había reaccionado tan bien la
noche en que llegó tarde a casa, que siguió así.
—Ya no tienes que preocuparte porque puedes dejarme a
mí toda tu preocupación. Solo obedece y siente. ¿Puedes
hacer eso?
—Sí —dijo casi de inmediato.
—Buena chica —dijo, dándole una palmada en el culo y
apretando su voluptuosa nalga porque no pudo evitarlo.
—Ahora súbete a la cama. Ponte de rodillas boca abajo en
la almohada.
Lo hizo y él nunca la soltó, pues quería tener siempre una
mano en su cuerpo a modo de guía y control. La ayudó a
colocarla en el centro de la cama.
—Buena niña. Ahora, cabeza abajo y culo arriba. Pon las
manos por debajo de tu cuerpo.
Él ayudó a posicionar sus brazos de modo que sus
muñecas estuviesen cerca de sus tobillos, debajo de su culo
empinado. Vaya que era una posición sexy, y su culo
extraordinario estaba esperándolo. Pero aún no había
terminado.
Sacó de la caja una larga soga de seda roja, la cual
procedió a doblar y anudar alrededor de sus muñecas; ató
primero a su tobillo izquierdo y luego al derecho. Una vez
que la tuvo inmovilizada, dijo:
—Ahora trata de moverte.
Ella lo hizo, luchando contra sus ataduras, pero no pudo
hacer mucho más que sacudir la cabeza. Nicholas se rio entre
dientes.
—Eso es bueno, gatita. Mira cómo te tengo a mi merced.
Ahora estás bajo mi control.
Pasó la mano por la parte posterior de su muslo y luego
por su trasero, el cual azotó con fuerza y rapidez. Ella gritó y
saltó sobre la cama, pero no había ningún lugar adonde ir.
—Estás a mi merced y no hay escapatoria. No tienes más
remedio que someterte a mí y a lo que sea que quiera hacerte.
Una vez más, un escalofrío recorrió su magnífico cuerpo,
y disfrutó verla arquear los dedos de los pies.
—Ya te estás mojando, ¿no es así, gatita? —preguntó—.
Si meto mi dedo en tu coño ahora mismo, ¿te encontraré
húmeda?
Cuando ella se quedó en silencio, él exigió:
—¡Contéstame!
—S-sí —replicó, temblorosa.
—¿Y qué pasa si no quiero jugar con tu coño esta noche?
—preguntó Nicholas con voz baja y peligrosa—. ¿Qué pasa si
quiero explorar otras partes de tu cuerpo? Estás indefensa y
atada, y yo soy quien tiene el control.
Vertió lubricante en su dedo, acarició la abertura de su
trasero y luego comenzó a jugar con el borde de su orificio.
Pero no el orificio que ella esperaba.
La escuchó inhalar con brusquedad mientras flexionaba y
apretaba su ano. Trató de apartarse, pero no podía ir muy
lejos por como estaba inmovilizada. Nicholas llevó la otra
mano a su espalda y la acarició para tranquilizarla de la
misma forma que con un animal asustado. Luego le dio una
nalgada suave; lo suficiente para sobresaltarla e intentar
distraerla.
—Entrégate a mí y a las sensaciones que experimentas.
No tienes el control —dijo—. Entrégate a mí por completo.
Vertió más lubricante en sus pulgares y comenzó a
explorar sin compasión su lugar prohibido, sumergiéndose
cada vez más cerca de su diminuto ano. Ella continuó
jadeando para poder respirar. Era evidente que no estaba
acostumbrada a las sensaciones que él estaba despertando en
ella, y el miembro de Nicholas se endureció ante la
apariencia y sensación.
Continuó su exploración con una mano mientras sacaba
otro pícaro objeto de la caja. Lo desempacó tan pronto como
llegó y se aseguró de que tuviera baterías nuevas. Tuvo que
agacharse para ver entre sus piernas abiertas, pero en esta
posición, su húmeda feminidad también estaba expuesta a él.
Su clítoris reluciente ya estaba grande e hinchado. Él
sonrió y aseguró el estimulador de clítoris, apodado
cariñosamente «chupador de clítoris», y lo encendió.
Lo apoyó en ella y su cuerpo se estremeció. Los dedos de
sus pies se curvaron en el instante en que presionó el botón.
—Oh, Dios… —chilló, pero en un minuto su voz no fue
más que un agudo gemido de placer. Sus piernas comenzaron
a temblar cuando un orgasmo comenzó a invadirla.
Mierda, Nicholas había escuchado que estas cosas eran
mágicas, pero joder. Sintió que empezaba a secretar líquido
preseminal y no perdió ni un minuto. Metió el pulgar en su
ano, penetrando la estrecha cueva en el segundo en que ella
comenzó a correrse. Gritó aún más fuerte.
Pero Nicholas no había terminado. Cielos, no, no había
terminado. Apenas comenzaba.
Dejó caer el chupador de clítoris y se desabrochó los
pantalones, quitándoselos casi con un único movimiento. Sus
rodillas cubrieron el delgado trozo de cuerda entre sus
muñecas y tobillos y luego hundió su pene en su sexo
empapado. Dejó el pulgar en su culo mientras comenzaba a
follarla.
—¿Me sientes? ¿Sientes eso? Mi pene gigante llena todo
tu coño mientras te follo el culo con los dedos. ¿Sientes eso,
bebé?
—Sí —gritó ella en la almohada.
La abrió con el pulgar sin piedad mientras la follaba,
moviéndola hacia su ingle a la vez que tenía la otra mano en
su cadera.
—Joder, amo este culo.
Ella lo apretaba tan, tan bien en todas partes. Joder,
deseaba enterrarse hasta el fondo y vaciarse en su interior.
Estaba a unos segundos de aquello. Sloane estaba temblando
de nuevo, a punto de llegar al orgasmo con su dedo dentro. Él
se retiró de su dulce sexo antes de que pudiera llegar, lo cual
sabía que la desesperaría por completo.
—No tan rápido. —Él le dio una nalgada y agrandó su
orificio con el pulgar mientras alcanzaba otro juguete—. Te
estoy dando una lección sobre el control, gatita. Esta noche
no lo tienes, yo sí.
Lubricó generosamente uno de los tapones anales más
pequeños y se dispuso a insertarlo. Le encantó cómo
desaparecía dentro de su pequeño y delicado ano. La base
impidió que siguiese entrando. Mordiéndose los labios
mientras la miraba, activó la opción de vibración y su
miembro saltó cuando Sloane se estremeció ante la
sensación.
—Vuelvo enseguida —dijo, obligándose a tomarse su
tiempo a la vez que ella gemía en la cama, así que fue al baño
y se lavó las manos. Se tocó el rígido pene unas cuantas veces
en el camino de regreso. ¿Cómo podría no hacerlo cuando su
sirena yacía atada, con su sonrosado culo a la vista y el
vibrador anal zumbando mientras la hacía revolverse de una
forma tan bonita?
Pero tenía más cosas que hacerle, muchas más cosas.
Habían tenido mucho sexo, era cierto. Pero a menudo se
impacientaba por ponerse encima de ella, y ella llegaba al
orgasmo en sus brazos muy rápido. No siempre tenía el
tiempo que quería para descubrirla como quería. Pero esta
noche…, esta noche le daría lo que se merecía. Le
demostraría que no tener el control no siempre era algo
malo.
Esta noche la torturaría y la descubriría, así que volvió a
subirse a la cama, decidido a hacer precisamente eso.
Cogió el extremo del tapón, lo sacó lo suficiente para que
la bulbosa parte del medio saliese de su ano y lo volvió a
introducir, lo cual causó que Sloane se sacudiera. Luego se
tumbó en la cama junto a ella para poder llevar la mano entre
sus rodillas abiertas y meter su grueso dedo medio, hasta el
nudillo, en su feminidad.
Ella jadeó y le apretó el dedo. Él tanteó a su alrededor para
conocer la forma de su interior. Luego dobló su dedo y lo
movió, sintiendo la suave protuberancia de su punto G. Supo
que lo había encontrado porque ella comenzó a enloquecer y
su voz se volvió supersónica.
Lo presionó y soltó varias veces, y fue entonces cuando
comenzó a chillar. Se estremeció y él la exploró más,
aprendiendo sobre los sitios que le gustaban. Cuando él se
zambulló más y le rozó el cuello uterino, haciendo un gesto
de «ven aquí» contra su punto G, ella tembló aún más; casi
colapsó de placer sobre su brazo, incapaz de mantenerse de
rodillas por más tiempo.
—De rodillas —espetó.
Y lo intentó, verdaderamente lo intentó, pero él no cedió.
Nicholas movía su dedo despiadadamente hacia adelante y
hacia atrás; empezaba en ese lugar a la izquierda de su cuello
uterino y luego pasaba a su punto G. Luego, le apretó el
clítoris con la palma de la mano, viendo cómo su orgasmo se
desencadenaba desde adentro. Le puso la mano sobre su
sexo, encajando firmemente el dedo medio en aquel lugar en
su interior y dejando un pulgar sobre su clítoris para poder
alcanzar todos sus puntos de deseo al mismo tiempo.
Sin soltarla, presionó la parte inferior de su estómago con
la otra mano para que sintiera todo. La obligó a surcar las
sensaciones hasta enloquecer; hasta que empezó a sacudirse
contra él. Era glorioso verlo. Se encontraba temblando,
estremeciéndose por completo de placer por lo que él le
estaba haciendo.
Ella se revolvió y él no se detuvo, cambiando la presión
desde los puntos internos hasta su clítoris, y luego
empezando de nuevo. Miró hacia arriba y vio lágrimas
brotando de sus ojos. Había perdido toda razón por el placer
que estaba generándole.
Lo había logrado. Se había entregado a él por completo.
Actuaba como si estuviese en celo por la forma en que se
movía hacia su mano y él lo sintió; había estado escalando de
pico a pico. No tenía orgasmos múltiples, sino que, más bien,
surcaba uno continuo. Sintió que todas las sensaciones iban
en ascenso para formar un clímax final, y sería él quien lo
dirigiera como un director maestro.
Sacó el pequeño tapón de su ano y se apresuró a lubricar
uno mucho más grande mientras la masajeaba para que
tuviese el clímax más intenso hasta el momento, pues sabía
que tenía que estimularla desde afuera hacia adentro. Logró
acercarla al orgasmo al tocar los puntos sensibles en las
paredes internas de su sexo, pero sabía que necesitaba
alcanzar su punto G. Tomó una ruta larga y tortuosa.
Ella comenzó a hacer ruidos de deseo y necesidad. Se
había familiarizado tanto con el placer de que él estimulase
aquel punto, que ya sabía que lo quería sentir dentro. Pero él
haría todo bajo el tiempo que él quisiese: ese era el propósito.
Entonces, a la vez que estimulaba su sexo con una mano,
comenzó a introducir el tapón en su ano lentamente, afuera
y adentro, afuera y adentro. Se resistió al principio, pero
Nicholas estimulaba su feminidad tan bien que pronto olvidó
o se dio cuenta de que resistirse era inútil. Bien.
Se acercó más al punto que él sabía que ella quería que
tocase tan desesperadamente y, cuando comenzó a gemir y
sus piernas volvieron a temblar, hundió el juguete anal en su
centro más allá de su bulboso punto elástico al mismo
tiempo que por fin presionó la protuberancia que la encendía
en llamas.
Ella gritó, arqueó la espalda y le enseñó el culo mientras
el clímax final en el que había estado trabajando finalmente
estalló.
Él estrujó su delicioso culo a la vez que ella temblaba y
tenía escalofríos por el orgasmo.
—Ah, ¿crees que has terminado y que ya no puedes
soportarlo más? —preguntó cuando ella volvió a colapsar en
el colchón, con el pelo adherido al rostro por el sudor.
Él sonrió maliciosamente a pesar de que ella no podía
verle, y se volvió hacia el chupador de clítoris.
—No puedo —gimió, sin aliento—. Es demasiado.
—¿Quién tiene el control? —exigió.
—Tú —gritó, las lágrimas aún caían por sus mejillas y su
cuerpo se estremecía por las réplicas.
—Buena chica —dijo.
Y se movió de nuevo. Se puso de rodillas y su miembro se
extendió como si fuese otra extremidad. Estaba muy rígido,
nunca en su vida había sentido que estuviera tan duro como
en aquel momento. Sloane era perfecta, más perfecta de lo
que jamás hubiera imaginado.
Se lubricó el pene y luego sacó el gran tapón anal. Luego,
la sujetó por el culo con adoración; se inclinó y colocó el
chupador de clítoris justo donde sabía que le provocaría
interminables espasmos. Lo mantuvo allí sin piedad.
Tan pronto como ella comenzó a chillar, él comenzó a
enterrarle el pene en su ano. Apenas hubo resistencia, pero,
maldición… Sentir que lo abrazaba con la contracción de sus
músculos, ver su pene desaparecer en su ano, verla
aceptándolo de esa forma perfecta mientras temblaba y se
rendía ante otro orgasmo… apenas podía aguantarlo.
La penetró lentamente, torturándose a sí mismo tanto
como a ella. Entró, salió y volvió a entrar. Joder, ¿es que
había existido alguna vez un paraíso más grande que este?
—Siénteme y ciérrate —ordenó después de sumergirse en
sus profundidades de nuevo—. Aférrate a mí como si tu vida
dependiera de ello.
Y ella lo hizo. Cielos, sí que lo hizo. Lo ceñó y se
estremeció cuando el chupador de clítoris hizo su trabajo.
Hasta que finalmente no pudo más. No perdió el control,
no. Nunca perdería el control con ella, pero ya no podía ir
más lento. No cuando tenía su miembro en el ano más
perfecto del puto planeta y estaba con una mujer que se
sometía a él por completo.
Sloane gritó cuando él apoyó firmemente el chupador de
clítoris en su intimidad, y le folló el ano hasta que se corrió
con tanta fuerza que sintió como si todo el líquido del que
estaba compuesto su cuerpo acabara de vaciarse por medio
de su miembro.
Finalmente se derrumbó sobre ella, acostándole de lado
con él y aplacando cualquier presión sobre sus rodillas y
brazos. Aun así, ella no paraba de temblar y estremecerse;
sus piernas trabajaban una contra la otra como si aún
buscaran placer o trataran de aliviar su sexo
hipersensibilizado.
Por fin, extendió la mano y puso la mano sobre su sexo.
Ella saltó ante el contacto, pero se recostó contra él.
—Eres tan perfecta —le susurró al oído.
Ella suspiró y se relajó junto a él. Unos espasmos
restantes recorrieron su cuerpo antes de que finalmente se
quedara inmóvil.
—Eso es todo, bebé. Eso es todo —dijo Nicholas—.
Renuncia a todo. Mira lo bueno que es cuando me cedes todo.
VEINTE

Sloane

SLOANE SE DESPERTÓ con Nicholas a la mañana siguiente y


preparó el desayuno. Puso música y bailó con Ramona en
brazos. Cualquier cosa para ahogar sus pensamientos y tratar
de deshacerse de la noche anterior.
Había regresado al piso y se dijo a sí misma que sería
fuerte, que no recaería, que no sería estúpida y débil, sin
importar lo aterrador que había sido ver a un hombre tan
ensangrentado. Pero luego le comenzó a fallar la respiración
cada vez más y, de repente, no pudo respirar hasta que se
metió en la cama y literalmente se escondió debajo de las
sábanas.
Era infantil y ridículo, y estaba furiosa consigo misma.
Pero entonces Nicholas había llegado a casa y…
Negó con la cabeza recordando cómo lo había mejorado
todo. No podía creer lo fácil que fue; solo tuvo que cederle el
control. No debería haber sido tan sencillo.
Pero cielos, la respuesta a esa única pregunta de
«¿confías en mí?» era un sí. Confiaba en Nicholas a pesar de
todo. Sí, trabajaba para un mafioso, y sí, no había sido
honesto con ella cuando se conocieron, y sí, probablemente
estaba loca por confiar en él… pero… ¿lo estaba de verdad?
A pesar de todo, sentía que sí le conocía, que conocía al
verdadero él. No le gustaba la violencia. No era cruel. Era
amable y gentil de una forma que ella nunca había esperado,
incluso cuando era dominante y hacía cosas que no se podía
imaginar permitiendo que nadie más le hiciera. Con él todo
se sentía natural y seguro. Se sentía tan segura en sus
brazos, como si nada pudiera tocarla.
La canción terminó y le acarició el hocico a Mona.
—Besos y besos.
Luego la dejó en el suelo y pasó la segunda tortilla, que ya
se enfriaba en la sartén, a un plato antes de llevarla a la
mesa.
—¡La comida está lista!
Acercó la silla a la de su esposo mientras desayunaban.
Estaban tan cerca que sus muslos se tocaban. Tener contacto
físico con él la hacía sentir mejor de alguna manera, aún más
considerando que se le secó la boca al pensar en salir del piso
y bajar las escaleras.
Cerró los ojos y trató de tranquilizar su respiración. No,
maldición. Era ella quien había luchado por la libertad de
salir del piso y conseguir un empleo. No dejaría que su
estúpida discapacidad la hiciera retroceder para estar
encerrada en una jaula más pequeña. Lo rechazó.
Pero, aun así, mientras el reloj sobre la estufa se acercaba
más a la hora en que se suponía que tanto ella como Nicholas
debían irse, su corazón se aceleraba y latía cada vez más
rápido.
Nicholas posó una mano sobre su muslo y apretó.
—Mírame —dijo con una voz autoritaria que
inmediatamente logró que su respiración se hiciera más
regular y tranquila.
Ella lo miró, y él cogió su tostada y se la llevó a la boca.
—Muerde —ordenó.
Lo hizo, y luego masticó como él le indicó.
—Vas a tener un día perfectamente bueno hoy. Ni mejor
ni peor que cualquier otro día de trabajo. ¿Quién estará de
turno contigo hoy? ¿Babulya o Verónica?
—Babulya abrió la tienda esta mañana y trabajaremos
juntas hasta la hora punta del almuerzo, que es cuando entra
Verónica.
—Excelente. Así que estarás bien y ocupada, muy ocupada
en preocuparte por cualquier otra cosa.
Sloane asintió y se tragó el trozo de pan. Buscó su zumo
de naranja para ayudarse, pues su boca aún estaba muy seca.
Pasar el día en reflexión la ayudaba a veces, pero hoy, todo lo
que podía imaginar eran todas las cosas que podían salir mal:
más gente golpeando la puerta de la trastienda, más sangre…
¿Y si los hombres de Tereshchenko iban a la panadería? ¿Y si
lastimaban a Babulya o intentaban secuestrar a Sloane a
modo de venganza por lo que le sucedió a Olly?
—Sloane —dijo Nicholas con brusquedad, obviamente
percatándose de que su respiración había comenzado a
entrecortarse—. Ya basta —dijo, empujando la silla hacia
atrás—. ¿Ya has olvidado la lección de anoche? Es imposible
tener el control de todo, pero eso no importa. Yo siempre te
cuido. O confías en mí o no lo haces. Ahora, ponte en
posición. —Señaló su regazo.
—¿Qué? —Fijó los ojos en el reloj—. Pero no hay tiempo.
Tenemos que terminar de prepararnos y…
—¿Me estás desobedeciendo? —gruñó—. Dije que te
pusieras en posición.
Ella tragó saliva al mismo tiempo que una descarga de
placer recorrió su centro. Pero ¿en verdad esperaba que…?
Se miró el regazo, y, evidentemente, al ver la vacilación
en su rostro, le señaló con más vehemencia:
—No tengo todo el día. Ponte boca abajo ahora mismo
antes de que decida aumentar tu castigo.
Un escalofrío recorrió su columna vertebral y no fue de
miedo o ansiedad. Tal como anoche, se soltó. Dejó ir su
miedo, sus preocupaciones y todos los pensamientos, todo,
excepto la única, clara y simple hilacha de la obediencia.
Se arrodilló y se levantó ligeramente de modo que quedó
tendida sobre el regazo de Nicholas, con el culo hacia arriba.
Era una posición humillante, y también sucia,
emocionante, sensual y…
Él le quitó los vaqueros y las bragas, y luego le dio una
nalgada. La azotó sin molestarse en ser delicado.
Ella gritó y se revolvió en su regazo.
—Cuenta —exigió. Su feminidad pasó a ser líquida.
—Uno —susurró, trémula.
—Más fuerte. —Él la azotó de nuevo.
—¡Dos!
—Pídeme más. —Otro golpe fuerte.
—Tres. Por favor, dame más, señor. —Se sentía obsceno
pedir que la castigase más, pero su mente se había vuelto
confusa y en blanco, dejándola casi de inmediato en ese lugar
sublime al que la había llevado la noche anterior.
Una vez más, su mano aterrizó en su trasero, emitiendo
un sonido que hizo eco en todo el piso. Tomó una gran
bocanada de aire.
—Cuatro. Por favor, señor, ¿puede darme más?
Una y otra vez, le dio lo que la hizo rogar. Para cuando le
dio la décima nalgada, todo su cuerpo se sentía inmóvil y
relajado.
—Ahora —dijo con voz profunda y grave. Podía sentir su
erección haciendo presión en su vientre—. Te dejaré un
recordatorio de quién tiene el control para que nunca lo
olvides a lo largo del día.
Y con eso, sintió el impactante frío del líquido pasando
por la abertura de su culo. Entonces, algo duro e invasivo
hizo presión para penetrar el agujero que había diezmado y
poseído por completo la noche anterior.
Mierda, ¿le estaba metiendo un tapón anal?
Quería resistirse a la intrusión, pero estaba concentrada,
por lo que se relajó y aceptó el objeto; incluso se estremeció
levemente cuando sintió que la parte bulbosa entraba por
completo por su ano. Tomó otra bocanada de aire tan pronto
como se alojó en su interior y la base plana se fijó en el
exterior.
—Ahora. —Nicholas se inclinó y le susurró al oído,
moviendo con su aliento el cabello que tenía en el rostro—.
Siempre que empieces a sentirte ansiosa, piensa en lo que
tienes metido en el culo y recuerda quién tiene el control.
Eres mía y no dejaré que nada le pase a lo que es mío. Sin
embargo, no puedes correrte hasta que los dos regresemos a
casa por la noche. Si logras concentrarte en algo, piensa en
eso.
Se mordió el labio y se estremeció, anhelando sentarse en
su regazo y exigirle que la follara. Un rapidito era
exactamente lo que necesitaba…, aunque sospechaba que no
era así. La tensión de esperarlo todo el día era, en realidad, lo
único que tenía una esperanza de distraerla de su pánico y
paranoia. En particular si esperaba que usara el tortuoso
tapón todo el tiempo.
—Vale —logró decir.
Pudo escuchar la sonrisa en su voz cuando dijo:
—Buena chica. —Luego le dio una última nalgada—. Qué
culo tan delicioso, y es todo para mí. Ahora levántate. No
podemos llegar tarde al trabajo, ¿verdad?
Ella asintió con la cabeza, sintiéndose un poco aturdida
todavía. Quizás era eso con lo que él contaba mientras la
ayudaba a ponerse en pie. Le subió los vaqueros y las bragas.
Pero parece que no había terminado de atormentarla
todavía, pues se inclinó una vez más.
—Si te sirve de consuelo, yo apenas podré concentrarme
hoy. Mi mente estará consumida con lo que podré hacerte
cuando llegue a casa por la noche.
Sloane se sonrojó y sonrió ampliamente. Gracias a Dios
que lo afectaba, aunque solo fuera un poco. Él la había
seducido por completo, y sería devastador que no fuera más
que algo unidireccional. Asintió con la cabeza e hizo lo que él
dijo mientras terminaba de alistarse con un estado de ánimo
mucho mejor y alegre.
Fue cuando llegó el momento de irse del piso que vaciló
de nuevo.
Dios, odiaba las puertas. Eran en extremo definitivas;
pasaban de un espacio al otro. Salían de la seguridad y
conducían al peligro.
—¿Tienes el control? —preguntó Nicholas, acercándose
justo detrás de ella. Él apoyó una mano sobre su hombro y
curvó los dedos alrededor de su nuca.
—No —exhaló aliviada y lo miró—. Pero aun así…
¿podrías abrazarme por un rato más?
Apretó el tapón para recordarse a sí misma que él estaba
con ella, y tenía la sensación de que repetiría aquella acción
todo el día para poner los pies en la tierra.
—Te abrazaré todo el camino —dijo, y ella asintió con
alivio.
Se encontró bien mientras caminaron por el pasillo e
incluso cuando subieron al ascensor. Fue solo cuando
comenzaron a bajar que su respiración comenzó a fallar un
poco.
Nicholas, siendo él y estando tan sincronizado con ella, lo
notó de inmediato.
—De rodillas —exigió—. Inclina la cabeza.
Ella se arrodilló a sus pies y su respiración se normalizó
de inmediato mientras su mente se quedaba en blanco.
—Aprieta el tapón.
Lo hizo.
—Si tienes algún problema hoy, recuerda a quién le
perteneces. Hoy no tienes el control, pero yo sí. Te enviaré un
mensaje de texto con las instrucciones a lo largo del día y
espero que sepas que quiero que me obedezcas de inmediato.
¿Entendido?
—Sí —dijo Sloane, sintiendo oleadas de alivio ante el tono
autoritario en su voz. No la abandonaría sin más.
—¿Sí qué? —gruñó.
—Sí, señor —dijo, estremeciéndose levemente.
—Buena niña.
El ascensor soltó un pitido.
—De pie —dijo Nicholas.
Pero antes de que pudiera levantarse, las puertas del
ascensor se abrieron.
—¿Qué tenemos aquí?
Sloane se apresuró a ponerse de pie y luego se escondió
detrás de su esposo cuando nada menos que su aterrador
jefe, Papá Dimitri Vasiliev en persona, entró en el piso que
estaba justo encima de la panadería.
—Solo estaba teniendo una discusión con mi esposa —
dijo Nicholas, acercándose y volviendo a posar la mano en su
nuca mientras apretaba los puños de una manera que
inmediatamente calmó sus nervios. Incluso frente al hombre
más aterrador que había conocido, su mente se calmó de
inmediato y se quedó en blanco.
Vasiliev tenía su equipaje encima, y la hermosa mujer que
Sloane veía de vez en cuando cerca de él, Natasha, estaba a
su lado, con varias maletas más. No había ninguna expresión
en su rostro y no miró a Nicholas ni a Sloane.
Vasiliev, sin embargo, siguió mirándolos a ambos. Sloane
bajó la mirada al suelo del ascensor mientras continuaba el
último tramo hasta la planta baja.
Nadie dijo nada más y Sloane se sintió aliviada por la
disipación de la tensión cuando se abrieron las puertas.
Nicholas y ella esperaron a que Vasiliev y Natasha bajaran
primero. Nicholas le dio a su cuello un apretón
tranquilizador y rápidamente le susurró «esta noche», en el
oído antes de seguir a Vasiliev, quien ya avanzaba.
Vasiliev miró hacia atrás y le dio una rápida mirada, pero
luego los tres caminaron por el pasillo hacia el garaje. Por
supuesto, ahora recordaba que Nicholas había mencionado
que por la mañana llevaría a Papá Dimitri al aeropuerto.
Bien. Ese tipo le daba escalofríos y si estaba fuera de la
ciudad por unos días, pues mucho mejor.
Sloane respiró hondo, se apretó al sentir el inusual imán
de comodidad y conexión enterrado en su ano, y se dijo a sí
misma que podía hacerlo. Luego caminó unos cuantos
metros hasta la panadería y se puso manos a la obra. Estaba
lleno de clientes y Babulya le dio la bienvenida detrás de la
caja registradora mientras atendían a la ajetreada multitud
matutina de personas que tenían prisa para ir a sus trabajos.
VEINTIUNO

NICHOLAS

NICHOLAS ABRIÓ la puerta a la parte trasera del todoterreno


para Papá Dimitri sin dejar de pensar en su esposa. Lo había
hecho muy bien, pero esperaba que la presencia de su jefe no
la hubiera hecho entrar en pánico al final.
Deseaba poder enviarle un mensaje de texto en ese
instante con una instrucción para ayudarla a centrarse, pero
sabía que Papá Dimitri se enojaría si usaba su móvil para uso
personal. No, tendría que esperar hasta después de dejarlo.
Pero de camino al aeropuerto, nada le impidió soñar con
algunos juegos divertidos para mantener ocupada a su
esposita durante todo el día.
Trató de ocultar su sonrisa, pero debió habérsele escapado
porque Dimitri se detuvo al momento de entrar al auto.
—Vaya mujercita que tienes. Veo que la has entrenado
muy bien. Apuesto a que es un buen polvo, ¿eh? ¿Te da su
coñito caliente para que lo destruyas todas las noches?
Nicholas tuvo que luchar contra el impulso de derribar de
un golpe al hijo de puta por hablar tan irrespetuosamente de
su esposa. Sin embargo, se limitó a encogerse de hombros.
—Estamos felices, señor.
Ahora súbete al maldito coche y no digas ni una palabra
de mierda más.
—Felices. —Papá Dimitri sonrió mientras sacudía la
cabeza y luego subió a la camioneta. Natasha ya había subido
al otro lado. Se encontraba mirando por la ventana. Parecía
aburrida.
Nicholas estaba a punto de cerrar la puerta cuando el
hombre lo miró.
—No seas tonto. Las putas infieles son todas iguales.
Nicholas sonrió con inquietud, se encogió de hombros y
luego cerró la puerta. Estaba furioso por dentro cuando se
sentó en el asiento del conductor y conectó su móvil para
encender el GPS hasta el aeropuerto. Vaya idiota de mierda.
Puso el todoterreno en marcha y tuvo que calmar a la
fuerza su temperamento mientras se incorporaba al tráfico.
En realidad, nunca se había molestado en preguntarse si su
jefe le agradaba o no. El jefe no era más que… el jefe. Era lo
que era.
Claro, Papá Dimitri tenía predisposición a los ataques de
furia y se rodeaba de mujeres a las que trataba como mierda,
pero eso no era más que lo hacían los hombres ricos, por la
experiencia de Nicholas. Estaban por encima de las reglas,
por encima de la ley. Así era el mundo. El dinero hablaba y
dominaba todo; hacía reyes a los hombres, y los reyes, a lo
largo de toda la historia del mundo, nunca habían sido
conocidos por su comprensión ni su amabilidad.
Todos los demás se limitaban a navegar y apartarse del
camino de sus caprichos, tratando de sacar toda la riqueza y
la estabilidad que se pudiera tener en medio de los corruptos
sistemas.
Nicholas trató de hacer caso omiso de los comentarios de
Papá Dimitri como siempre lo había hecho. Sí, el hombre era
un cerdo chovinista, ¿y qué? No tenía nada que ver con él. Y
estaría lejos por una semana, así que era una semana menos
en la que debía pensar en el cabrón.
Se toparon con el tráfico matutino, del que Papá se quejó
en voz alta. «Qué imbécil mimado», no pudo evitar pensar
Nicholas. Papá era quien había fijado la hora de salida y, por
supuesto, se habían encontrado con tráfico a esta hora.
Sin embargo, cuarenta y cinco minutos después, por fin
estaban entrando en LaGuardia. Incluso habían llegado a
buena hora, considerando todo. Natasha se apeó tan pronto
como Nicholas se detuvo en el carril para dejar a las
personas, pero Papá Dimitri se inclinó entre el asiento
delantero y el del pasajero.
—Bueno, ¿recuerdas el favor que me debes? Por fin he
decidido cómo puedes pagarme.
—¿Ah, sí? —Nicholas se volvió y estiró el cuello para
mirar a su jefe—. Bien. Sea lo que sea, es suyo, señor. —
Francamente, le alegraba poder quitarse aquello de encima.
Deberle un favor a un hombre como Papá Dimitri no era una
posición cómoda en la que estar.
Papá sonrió, y su mirada envió una punzada de miedo al
interior de Nicholas. Algo estaba mal, podía sentirlo.
—Bien, bien. —Le dio una palmada a Nicholas en el
hombro—. Me alegra que pienses así, porque el favor que
quiero pedirte es una noche con esa obediente esposita tuya.
Organízalo para cuando regrese.
Volvió a darle una palmada en el hombro a Nicholas y
luego se volvió para irse.
Nicholas se quedó sentado sin decir palabra. Pero, por
supuesto, papá Dimitri, siendo el hijo de puta que era, no lo
dejó pasar. Abrió la puerta, pero se detuvo antes de bajar.
—Eso no es un problema, ¿verdad, soldado?
Nicholas encontró su voz mientras negaba con la cabeza.
—Claro que no, señor. Yo me ocuparé de eso.
Papá sonrió y, en ese momento, Nicholas pensó que tenía
el mismo aspecto que el diablo.
—Excelente. Espero probar un poco de esa miel en
primera persona. —Se rio—. Te veo en una semana.
Nicholas asintió y rápidamente giró la cabeza hacia atrás,
sin estar seguro de poder poner ninguna expresión que no
fuese la de rabia asesina.
Tan pronto como Papá cerró la puerta, quiso irse. Si tenía
suerte, atropellaría el pie del cabrón en el proceso. Pero no,
Nicholas luchó por calmar la rabia que hervía cada gota de
sangre en sus venas. No, no, joder, no podía perder la calma,
no podía…
Intentó que no hubiese expresión en su rostro mientras
veía a Papá Dimitri caminar por detrás del auto en su
retrovisor para luego dirigirse con Natasha al aeropuerto.
Solo una vez que hubo desaparecido en el interior,
Nicholas golpeó el volante del coche y se incorporó al tráfico,
profiriendo todos los insultos que conocía tanto en español
como en ruso.
¿Qué coño se suponía que debía hacer ahora?
VEINTIDÓS

ALEXEI

ALEXEI ENTRÓ a la panadería y sonrió cuando vio a la


hermosa rubia trabajando en la caja registradora.
Fue al final de la fila esperando ordenar, y dejó que una
mujer pasase primero para tener más tiempo para hablar con
Verónica cuando llegara al frente. Se había asegurado de
llegar al final de la hora punta del desayuno.
Ella no había mirado ni una vez hacia donde estaba él,
aunque de alguna manera sentía que ella sabía que estaba
allí. Tampoco creía que fuera su arrogancia hablando. Tal vez
era solo él quien sentía la descarga eléctrica y la química
entre ellos, pero se ganaba la vida interpretando y leyendo a
las demás personas, así que no creía que fuese el caso.
Ella también lo sentía, solo que se resistía
obstinadamente, lo cual intrigaba a Alexei. En un mundo
donde la mayoría de las personas se inclinaban e intentaban
mendigar cuando sentían a una persona poderosa cerca, ella
definitivamente llamaba la atención. Y también estaba su
belleza.
Ella era un enigma. Había aparecido de la nada y caído
justo en su camino.
A Alexei no le gustaban las sorpresas. En su vida, había
descubierto que rara vez presagiaban nada bueno. Pero tal
vez, en este caso, el universo le estaba dando un respiro. Solo
esta vez.
Cuando por fin terminó con el cliente frente a él, miró
fijamente su cuaderno de pedidos en lugar de dedicarle el
contacto visual y la sonrisa radiante que tenía para todos los
demás. Ah, estaba completamente seguro de que lo había
visto entrar.
Su sonrisa se hizo más amplia.
—Mmm, me está costando decidir qué comer esta
mañana. ¿Qué recomiendas?
Finalmente, miró hacia arriba y puso sus hermosos ojos
azules en blanco.
—¿En serio? Ambos sabemos que terminarás pidiendo el
especial número dos. Por la mañana, sin falta, es el especial
número dos y un té negro.
Atenuó su sonrisa hasta convertirla en una mueca de
satisfacción y apoyó un codo en la encimera.
—¿Te gusto tanto que memorizaste mi pedido? —Se llevó
una mano al pecho—. Estoy conmovido. Honestamente.
Volvió a poner los ojos en blanco.
—Más bien me irritas, porque vienes todas las mañanas y
me molestas con tus charlas cuando tengo otros clientes por
atender.
Alexei miró hacia atrás y movió la mano con un gesto
exagerado.
—No hay más clientes hoy.
Ella lo fulminó con la mirada.
—¿Y crees que no tengo más trabajo que hacer? Limpiar y
recoger las mesas y lavar los platos y…
Alexei se rio entre dientes.
—Debes ser la única persona en Nueva York que espera
echar a su cliente para que pueda volver a fregar ollas y
sartenes.
Verónica le arqueó una ceja.
—Se llama ética de trabajo. Quizás si no estuvieras
haciendo payasadas todo el día, sabrías lo que significa el
término.
Alexei volvió a llevarse una mano al pecho, esta vez
tropezando hacia atrás.
—Me hiere, señorita. Me hiere su valoración de mi
carácter. —Estaba bien si ella pensaba que era un tonto.
Alexei sabía que quien trabajaba más duro en la organización
era Bo, y la mitad del peso del trabajo de Alexei era tratar de
mantener a su propio padre bajo control para evitar ponerlos
a todos en el radar de los agentes federales con sus esquemas
obsoletos y…
El móvil de Alexei sonó en su bolsillo. Lo sacó y miró la
pantalla. Hablando del diablo.
Alexei meneó un dedo frente a Verónica.
—Solo un segundo rápido y estaré de regreso. Tengo que
coger esta llamada.
Sin esperar su respuesta, se alejó del mostrador hasta la
esquina del café y se llevó el teléfono a la oreja.
—¿Qué pasa, Papá? —Sí, usaba el mismo honorífico que
todos los demás en la organización usaban para su propio
padre, pero le gustaba pensar que, por su relación de sangre,
aquello significaba algo diferente para su padre cuando salía
de sus labios.
—Estoy probando a Nicholas. —La voz nítida de Papá
Dimitri sonó al otro lado de la línea.
Mierda. Alexei se llevó una mano a la frente y le dio la
espalda al mostrador, de cara a la pared.
—¿Hizo algo para levantar sospechas?
—Lo estoy probando, porque no se puede confiar en
ningún hombre hasta que se pruebe su lealtad.
Alexei se encorvó. No esta mierda otra vez.
—¿Pero ahora es el momento adecuado? —preguntó
Alexei mientras su mente daba vueltas en busca de alguna
forma de disuadir a su padre—. Estamos ganando mucho
dinero, el club está aportando tres veces más desde que
comenzamos el nuevo…
Alexei se dio cuenta de su error solo cuando el grito de su
padre le llegó al oído:
—¡Quizás debería ponerte a prueba a ti de nuevo!
—No, Papá, no. Yo… —La mente de Alexei se inundó de
pánico visceral ante esas palabras. Los recuerdos de la última
vez que papá había decidido hacerle una prueba todavía lo
mantenían despierto por la noche.
—Esto no está sometido a una puta discusión —continuó
su padre en voz demasiado alta a través del móvil, tan fuerte
que Alexei se lo apartó un poco de la oreja. Aún podía
escuchar la perorata de su padre con perfecta claridad—. Tu
pakhan te está dando información sobre un soldado. Ahora
obsérvalo y verifica si es leal o si es un traidor. Si él o su
esposa intentan huir, detenlos y tenlos bajo vigilancia hasta
que regrese a casa.
—¿Y si no corren? —dijo Alexei al móvil—. ¿Y si pasan tu
prueba?
—Entonces probaremos su lealtad y me llevaré a su
esposa a la cama por una noche según lo acordado.
Alexei cerró los ojos. Hijo de puta
—Entendido —dijo con voz fría y serena.
—Será mejor que lo hagas.
El otro extremo de la línea se cortó.
Alexei inhaló y exhaló… inhaló y exhaló. Luego lo hizo dos
veces más. Se guardó el móvil en el bolsillo, se enderezó y se
dio la vuelta.
Verónica lo estaba mirando.
—¿Problemas paternales? —preguntó.
No estaba de humor. Salió por la puerta principal de la
tienda, susurrando y vociferando en voz baja:
—Maldita sea.
VEINTITRÉS

NICHOLAS

NICHOLAS LLEGÓ A CASA, pero se detuvo antes de meter la


llave en la cerradura. Sloane estaría al otro lado, esperándolo
con una sonrisa en el rostro como siempre. Después de su
difícil comienzo, habían llegado a una posición muy buena.
Últimamente se emocionaba de verdad al verlo llegar a
casa, lo cual era… Se pasó una mano por la cara con dureza.
La vida que tuvo cuando era niño…
Una esposa como ella era un sueño que nunca pensó que
tendría un hombre como él. Ella era dulce, delicada,
amable…, buena.
Era demasiado buena para un hijo de puta como él. Se
merecía algo mejor; siempre lo había merecido.
Especialmente ahora.
Mañana Dimitri regresaba a casa de su viaje. Nicholas
rechinó los dientes, puso su tarjeta de acceso en la cerradura
y empujó la puerta.
Tal como esperaba, Sloane estaba en la cocina. Mejor aún,
estaba sacando algo de la estufa, inclinada hacia él. Llevaba
puestas esas condenadas mallas que consideraba
«cómodas», pero que todo lo que hacían era delimitar sus
curvas de una forma que hizo que Nicholas quisiera
arrancárselas y enterrarse en ella cada vez que se paseaba
por allí con ellas puestas, como ahora.
Más aún ahora.
Se dio la vuelta y sonrió.
—¡Ah! Justo a tiempo —dijo, mirándolo por encima del
hombro y dedicándole esa sonrisa suya que iluminaba todo
—. El asado está perfecto. Lo he estado cocinando a fuego
lento toda la tarde. ¿Hueles eso? —Ella respiró y la mirada de
felicidad en su rostro era la misma que él solía darle.
Inmediatamente se puso duro como una roca. Cerró el
cerrojo detrás de él, luego desabrochó su equipo y la pieza
lateral y los dejó caer en el cajón de su mesita de noche antes
de cerrarlo de golpe. Luego se acercó a su esposa.
Ella acababa de dejar reposar el asado sobre la encimera.
La giró hacia él, la agarró por la nuca y unió sus labios con
los suyos para darle un beso profundo y devorador.
Sabía dulce; vagamente a canela, como si hubiera comido
sus delicias favoritas de la panadería antes de irse. La sujetó
y la atrajo hacia sí.
Joder, amaba todo sobre esta mujer. Nunca se lo había
dicho.
El miedo que rara vez se permitía sentir lo invadió de
lleno, y se separó del beso solo para presionar su frente
contra la suya. Cogió sus mejillas y la abrazó, sintiendo su
suave aliento de canela calentando su rostro con rápidas
bocanadas.
—¿Nicholas? ¿Pasa algo malo? —soltó ella de golpe.
Mierda, la estaba asustando. Eso era lo último que podían
permitirse. Así que cerró los ojos brevemente, se ordenó a sí
mismo tomar el control, luego bajó la voz y exigió:
—Desnúdate. Ponte de rodillas y mira hacia el suelo. Ni
una palabra.
Sus rostros estaban tan cerca que no pasó por alto la
forma en que sus ojos se encendieron ante su repentino
control. No estaba seguro de si su reacción fue de interés o
alarma por el repentino cambio, pero reaccionó de
inmediato, de todos modos.
Se desnudó rápida y delicadamente hasta arrodillarse,
adoptando la posición con el rostro inclinado. Nicholas tragó
saliva, ignorando su erección mientras caminaba hacia el
armario y sacaba el artículo que había ordenado exprés a
principios de semana.
Se acercó a ella y le cubrió los ojos con la venda.
—Arriba. Quédate de rodillas.
Sloane obedeció y no se inmutó cuando él comenzó a
colocarle el collar de cuero en la garganta. La apretó lo
suficiente para que no le cortara el suministro de aire, pero si
tiraba de la correa adjunta, definitivamente sentiría la
presión. Sentiría quién la controlaba. Eso era lo importante
esta noche.
Necesitaba que se inclinara más y sin rechistar hacia la
obediencia. Necesitaba obedecer por completo a todo lo que
le pidiese. Por el bien de ambos.
Si no, temía decir que ninguno de los dos sobreviviría al
día siguiente.
¿Odiaba estar a punto de preguntarle lo que le iba a pedir?
Por supuesto que sí. ¿Preferiría sacarse los ojos antes que
pedirle que…?
Exhaló. Nada de eso importaba en aquel momento. Todo
lo que importaba era lo de esta noche. Este momento entre él
y ella.
Le dio rienda suelta. Luego, sacó su móvil y encendió la
cámara mientras se recostaba en su silla.
—Quiero que me des un espectáculo. Sé mi cam girl por
hoy. Haz todo lo que te diga tu amo durante toda la noche.
Abrió los ojos mientras se quedaba allí, de rodillas, con un
collar grueso alrededor del cuello.
—¿Alguien lo verá?
—Quizás estoy transmitiendo en vivo directamente a un
sitio porno —dijo Nicholas—. Será mejor que hagas el
espectáculo del que sé que eres capaz si quieres
complacerme. Las fichas ya están llegando.
Ella miró hacia abajo y Nicholas se acercó, agarrándola
por la barbilla y levantando su cabeza.
—¿Confías en mí?
Ella asintió de inmediato, moviendo la cabeza hacia arriba
y hacia abajo.
Era manipulador de su parte, y en cualquier otra
circunstancia, le habría recordado su palabra de seguridad
para que pudiera dejar de jugar cuando quisiese. Pero
mañana las circunstancias serían muy reales y no podría
optar por no participar cuando todo se volviera incómodo.
No. Sería mejor presionarla mucho esta noche para
prepararla.
Le soltó la barbilla con brusquedad.
—Ve así hasta la cocina. Muéstrale ese culo a la cámara.
Ella asintió con la cabeza y él mantuvo su cámara
enfocada en ella.
Se volvió para mirar por encima del hombro.
—¿Quieres que abra mis nalgas para la cámara, amo?
Nicholas tragó saliva ante la forma inocente pero
seductora en que hizo la pregunta. Y de repente comprendió
por qué había podido ganarse una vida más que decente
como cam girl.
Él asintió bruscamente, sin confiar en su voz. Sloane se
inclinó poniendo la cara contra el suelo mientras ponía las
manos detrás de sus espaldas.
Y luego se separó las nalgas, redondas como una
manzana, para exponerle su bonito y delicado ano y
enseñarle una parte de su dulce, cerrado y rosado sexo.
—Más —exigió.
Ella obedeció, agarrándose con más fuerza el interior de
las nalgas y abriéndose mucho más.
—Dos dedos —exigió Nicholas—. Mete dos dedos en tu
coño. Primero ponles saliva.
—No será necesario —le dijo en voz baja—. Ya estoy
mojada.
Mierda. La erección de Nicholas se tensó más, pero le dijo:
—No me cuestiones. Escupe y métete los dedos en el coño.
Ahora serán tres dedos en lugar de dos.
—Sí, amo. —Estuvo de acuerdo e hizo lo que él dijo. Al
verla lubricar sus dedos y luego introducirse tres dedos en la
boca mientras miraba a la cámara por encima del hombro
para mejor efecto, Nicholas necesitó todos sus años de
disciplina para no tirar la cámara a un lado y sumergirse
dentro de ella en aquel mismo segundo.
Pero no, se quedó quieto como una estatua mientras ella
hundía los dedos en su interior. Era bastante apretado, lo
pudo ver por la expresión de su rostro, la cual amplió con la
cámara. Sacó la lengua y frunció el ceño con una
concentración placentera mientras introducía sus diminutos
dedos en su sexo.
—¿Te gusta, amo? ¿Qué quieres que haga ahora? ¿Quieres
que busque un juguete sexual?
—No —gruñó Nicholas—. Quiero que te chupes los dedos
hasta dejarlos limpios.
Ella lo hizo de inmediato, y los ruidos de succión que
hacía mientras se chupaba los dedos eran increíblemente
indecentes.
—Ve hasta tu mesita de noche. Lubrica un tapón y mételo
por detrás.
—¿De qué tamaño, amo?
—El tamaño más grande. Hoy te voy a follar todos los
agujeros que tengas y será mejor que estés preparada.
—Sí, amo —dijo.
Nicholas se puso de pie mientras comenzaba a gatear. Al
verla con su correa por el encuadre de la cámara, tuvo que
admitir que tal vez sí era un maldito enfermo, pero aquella
imagen era increíblemente sensual.
—¿Qué me preparaste de postre? —preguntó Nicholas.
Hizo una pausa mientras sacaba el tapón más grande de
su mesita de noche.
—Yo… Bueno, no sabía que querías postre esta noche,
amo. No hice ninguno.
Él tiró de su collar hacia atrás, haciendo que echara la
cabeza hacia atrás lo suficiente para hacerla sentir incómoda.
—Supongo que tendré que castigarte. Saca todos los
juguetes y colócalos en la cama hasta que decida el castigo
apropiado.
Soltó la correa, Nicholas la sintió temblar y sonrió.
—Sí, señor.
—Buena chica —dijo él y Sloane arqueó la espalda,
sintiendo un estremecimiento de placer por el afecto dado—.
Ahora métete ese tapón en el culo y no te molestes en ser
delicada. Sé que te has estado esforzando toda la semana. Si
has sido honesta y has obedecido todos los mensajes de texto
que te envié, no habrá ningún problema.
Toda la semana había actuado como el dominante por
mensaje de texto, dándole tareas a lo largo del día, incluido
un montón de jugueteo con su tapón.
Ella se limitó a mirar hacia la cámara y arqueó una ceja
mientras cogía el tapón más grande y lo metía en su sexo.
Era tan grande que la hizo jadear cuando entró. Era mucho
más grande que sus tres delgados dedos.
—Te has equivocado de agujero, gatita.
Ella solo esbozó una sonrisa mientras lo sacaba de su
feminidad y luego lo llevaba a su culo. Se mordió la lengua y
puso los ojos en blanco mientras lo insertaba por su ano, sin
más que lubricante natural, con un movimiento rápido que
hizo jadear a Nicholas.
Arqueó la espalda y apuntó su culo aún más hacia la
cámara mientras se colocaba el tapón. En la base del mismo
había una cola rosa y esponjosa. Era una gatita de verdad.
Nicholas no pudo evitar moverse y tirar de la cola. El
extremo grande y bulboso del tapón estaba tan bien
insertado, que halarlo solo hacía que Sloane se cayese hacia
atrás.
—Esa es mi chica buena. ¿Te sientes llena ahora?
—Sí —dijo, y para su satisfacción, sonaba sin aliento.
Bien. No tenía sentido hacer esto si él no estaba presionando
sus límites.
—Ahora ve a la cocina —exigió y cogió un látigo de la
cama—. Voy a hacer que el culito de esta gatita se ponga rojo
en el camino. No tengas miedo de gritar, gatita. Nuestros
espectadores quieren ver cada parte de la experiencia.
Muéstrales que puedo jugar contigo tanto como quiera. Yo
mando, tú obedeces. Dilo. Yo mando, tú obedeces.
Nicholas le dio una palmada en el culo con el látigo y ella
saltó hacia adelante. Aun así, volvió a mirar a la cámara con
el rostro enrojecido.
—Tú mandas, yo obedezco.
—Yo mando, tú obedeces. Ahora gatea, linda gatita.
Ella gateó y Nicholas sujetó su correa con fuerza para que
sintiera la tensión, y ocasionalmente le daba latigazos en el
culo, que se volvía más rosado por segundo. Se movía y
meneaba mientras trataba de escapar del látigo, haciendo
que su cola se contonease de un lado a otro. Si Nicholas no
hubiera estado en una misión, le habría parecido demasiado
adorable.
De esa forma, lo siguió y se acercó al asado que se
enfriaba en la encimera. Sacó su cuchillo eléctrico del cajón,
cortó varias rebanadas del asado, luego sacó platos y puso
dos porciones en ellos, amontonando papas y zanahorias que
también había cocinado con el asado.
Luego los llevó a la mesa. Dejó su móvil, todavía filmando
desde la encimera que estaba junto a la mesa, apuntando
hacia su silla. Lo giró para poder ver la pantalla mientras
grababa. Quería contemplar aquella vista mientras profanaba
a su esposa.
Sacó su silla de la mesa frente a donde había dejado los
platos, se bajó la cremallera de los pantalones y sacó su
rígido pene. Luego se sentó.
—Arriba —exigió, señalando su regazo—. Frente a mí. —
Tiró de la correa para reafirmarle el mensaje a pesar de que
ya había comenzado a gatear hacia él. Cuando ella estuvo a
su lado, él sacó algo de los bolsillos de sus vaqueros.
Sloane pareció vacilar sobre qué hacer una vez que
estuviera a su lado.
—Arriba —gruñó de nuevo, tocándola en el momento en
que se incorporó.
Él la agarró por un muslo y la movió para que se sentara a
horcajadas sobre él, pecho contra pecho. No perdió el tiempo
cogiéndola por la cintura y luego, tras mirarla rápidamente a
los ojos, le dijo:
—Voy a follarte ahora.
Se mordió el labio inferior. Una luz brillaba en sus ojos
mientras se hundía en él. La movió con fuerza para
penetrarla por completo. Una bocanada de aire escapó de sus
labios por lo perfectamente bien que se sentía hundirse en su
pequeño y apretado sexo.
Se movió hacia arriba para tocar fondo dentro de ella,
arrastrándola hacia abajo por las caderas, mirando su rostro
y embistiéndola hasta que sintió sus músculos internos
contrayéndose.
Él sonrió perezosamente mientras ella levantaba las
manos y sujetaba sus hombros, como si sintiera que no tenía
más remedio que aguantar las sensaciones.
—¿A quién obedeces? —exigió él, pellizcando
bruscamente sus pezones.
Ella sintió un espasmo y echó la cabeza hacia atrás.
—A ti —siseó. Movió la cabeza hacia atrás y dejó escapar
un gritito cuando él colocó la primera de las implacables
pinzas para pezones en su pezón izquierdo, y luego en el
derecho.
Luego procedió a ignorarla, con su pene enterrado en lo
más profundo de su interior, mientras estiraba las manos y
comenzaba a comer el asado, como si no tuviera más
preocupación en el mundo.
Él no la alimentó a ella, sino que se comió todo, bocado
tras bocado apetitoso.
—Joder, gatita, esto sí que sabe bien.
Movió las caderas para penetrarla de una forma en la que
estaba seguro de que había impactado su cuello uterino. Su
pene era largo, y el cuerpo de ella, en comparación, era
pequeño. Ella jadeó y apretó los puños.
Él puso su siguiente bocado frente a su boca y ella abrió la
boca obedientemente. Después de todo, él la había
alimentado antes, así que no era una expectativa irrazonable.
Pero hoy apartó el tenedor de ella y se llevó la deliciosa
comida que ella había preparado a su boca. Luego,
casualmente, se inclinó y comenzó a acariciarle el clítoris.
Abrió los ojos y luego los cerró, y se mordió el labio inferior.
Él la conocía tan bien a estas alturas que podía darse
cuenta de la forma en que su cuerpo se tensaba cuando se
estaba preparando para llegar al orgasmo; incluso sin hacer
ningún ruido. Pudo notar que la respiración se le aceleraba y
que las fosas nasales se le dilataban
Así que, justo cuando la llevó al límite del orgasmo, llevó
su pulgar por su estómago y tiró de las pinzas de los pezones.
Abrió los ojos de golpe, y por un momento estuvo seguro
de que veía frustración, si no furia, en ellos. Él se limitó a
devolverle la sonrisa mientras comía otro bocado.
—¿Tienes hambre, gatita? —Él la rodeó y tiró de su cola
de gatito, asegurándose de que sintiera tanto la plenitud en
su sexo como en su ano. Si la forma en que saltó a su regazo
le indicaba algo, lo había sentido con intensidad.
—Te hice una pregunta —dijo, tirando de la cola de
nuevo, al mismo tiempo que la levantaba por las caderas y la
embestía.
Por un segundo, pareció demasiado distraída para
responder, pero finalmente logró espetar un débil «sí,
señor».
—Buena niña. Por ser tan buena durante toda mi cena, he
decidido dejarte comer algo de postre.
Ella frunció el ceño.
—Pero no hice ningún…
—Traje algunos conmigo. Están en mi bolsa. Ve a
buscarlos y tráelos.
Ella frunció el ceño, apretándolo como un tornillo de
banco.
—¿Estás seguro de que no puedo quedarme aquí?
Él extendió la mano y le dio una nalgada a su dolorido
trasero.
—No me pongas a prueba. ¿A quién obedeces?
—A ti, amo —dijo con un suspiro y luego se apresuró a
desempalarse. El movimiento de sus carnes contra su pene al
separarse de ella fue una dulce tortura.
Nicholas cogió la cámara, pues no quería perderse un
momento de su culito perfecto y su cola mientras andaba a
gatas hasta la entrada, donde él había dejado su bolsa.
—Coge la bolsa de la panadería y tráela con los dientes.
Ella abrió la cremallera de la bolsa negra más grande,
localizando rápidamente la bolsa de la panadería, e hizo
exactamente lo que él le pidió: sujetó las finas tiras de la
bolsa de papel entre los dientes y luego regresó a gatas a su
lado.
—Más rápido. —Él tiró de su correa, causando que se
arrastrase más rápido. Le quitó la bolsa de la boca, y luego se
levantó de la silla de madera lo suficiente como para bajarse
los pantalones hasta las rodillas.
—Me he dado cuenta de que intentas mantener limpio el
piso, pero no siempre prestas atención a los detalles. Así que
tu tarea ahora es no perderte ni una sola gota de crema,
gatita. Y lo digo en serio: ni una sola.
Sacó uno de los cuernos de crema, un delicioso manjar
que era exactamente lo que parecía: un pastel con forma de
cuerno relleno de suntuosa crema. La panadería hacía sus
cuernos con una circunferencia especialmente ancha.
Perfecto para sus sucios planes.
Le dio la vuelta al cuerno de crema y lo aplastó en su
rígido pene. La crema estaba fría y lo hizo respirar hondo,
pero bastó con ver los ojos de su gatita para verla darse
cuenta de a dónde iba con esto.
—Ahora tienes tu comida. Cuidado con los dientes, gatita.
Y recuerda: no puede quedar nada de crema.
Ella ya estaba asintiendo y gateando hacia él, con las
manos en sus muslos desnudos.
—Sí, señor.
Tenía su cámara en la mano, y bajó para enfocarla a ella y
a su pene con crema. Tenía que admitir que era un increíble
espectáculo para la vista. Especialmente cuando Sloane fijó la
vista en la cámara a la vez que se inclinaba y mordisqueaba
la punta del cuerno, todo mientras rozaba las rodillas de
Nicholas con las pinzas de sus pezones.
En lugar de ir lento, se volvió voraz, lamiendo y
comiendo. La crema bajó por su barbilla y el pene de
Nicholas se tensó con fuerza.
Él le había dicho que no ensuciara; pero, en ese caso, se
alegró de que lo desobedeciera. Podría obedecerlo más tarde.
Por ahora solo necesitaba…
La agarró por la nuca.
—Que no quede ni una gota, joder —jadeó mientras
movía su cabeza para posicionarla sobre la coronilla de su
pene.
—Sí, sí, sí —musitó antes de succionarlo. Y ella siguió
musitando, y maldición…
Nicholas tiró la cámara a un lado.
—Chúpame. Chupa el pene de tu amo como si te
encantara. Como si no pudieras soportar estar lejos de mí.
Chúpame la polla como si me quisieras.
Ella lo chupó más fuerte que nunca; metió las manos por
debajo y sostuvo sus testículos, presionándolos y
apretujándolos contra su cuerpo. Joder, se sentía muy bien,
no podía…
—Chúpame hasta dejarme limpio, no quiero que dejes
nada de crema —exigió. Apartó la cabeza de su miembro, a
pesar de que esto lo mató—. Chupa cada gramo de azúcar y
déjame limpio, gatita. Termina tu comida. No hagas ningún
desorden.
Ella comenzó a succionarle el pene, mordisqueando y
comiéndose cada trozo de hojaldre y cada gota de crema. Ella
sorbió, lamió y chupó hasta que Nicholas no pudo soportarlo
más.
La levantó del suelo y la llevó en brazos hasta la cama.
Prácticamente la tiró al colchón y luego se subió sobre ella,
hincándole el pene al mismo tiempo que se posicionó
encima.
Ella gritó y levantó las piernas, clavando los talones en su
culo y levantando las caderas también para encontrarse con
las suyas.
Sus labios chocaron entre sí. Soltó una de las pinzas para
pezones y le exigió:
—Córrete. Córrete ahora mismo.
Él se retiró y la penetró de nuevo, apuntando al lugar que
la hacía alcanzar el clímax, pero ella ya estaba comenzando a
temblar incluso antes de que lo hiciera. Era muy sensible a
sus órdenes, o tal vez solo estaba lista para correrse después
de lo que le había ordenado.
Bien, le había dado el primer orgasmo. Fue el primero,
pero estaba lejos de ser el último. Tenía la intención de
agotarla, así que, sin importar lo bien que se sintiera,
continuó. Cuando sintió que ella comenzaba a tensarse de
nuevo y su respiración se entrecortaba, soltó la segunda
pinza del pezón.
—Córrete —exigió de nuevo.
Ella lo hizo, y abrió los ojos como si estuviera sorprendida
cuando arqueó el pecho. Sí, sí, muy bien… Dios, era preciosa.
Se inclinó y la besó, robándole un jadeo de los labios
cuando se contrajo con su segundo orgasmo. La penetró con
fuerza y profundidad.
Él se apartó de sus labios lo suficiente para preguntar:
—¿A quién le perteneces?
Lo miró con ojos entrecerrados, y su cuerpo todavía
temblaba de placer cuando respondió:
—A ti, amo.
Se levantó de encima, apoyándose con uno de sus brazos.
Llevo la otra mano a su garganta y comenzó a apretarla
ligeramente.
Ella abrió los ojos por completo por la sorpresa.
—Así es, me perteneces a mí, tu amo. ¿Y a quién
obedecerás siempre?
—A ti —consiguió gritar antes de que él le apretara la
garganta con más fuerza para que ni siquiera pudiese emitir
sonido o respirar.
—¿Confías en mí? Asiente si es así.
Ella asintió con la cabeza, incluso cuando él le robó el
oxígeno. No comenzó a entrar en pánico, sino que yacía allí
mientras él se hundía lentamente en ella, lento y constante,
mientras la apretaba cada vez más fuerte.
Buscó las sábanas con las manos. Estaba sintiendo la falta
de aire ahora.
Se inclinó hacia abajo mientras la embestía de nuevo,
mirándola profundamente a los ojos, exigiendo su confianza.
—Puedes hacer cualquier cosa que te propongas, ¿me
escuchas? Cualquier cosa —susurró—. Nada puede
detenerte. Ni yo, ni ninguna puerta, ni el exterior. Tampoco
la tierra, el horizonte o el gran mundo que hay allá fuera.
Todo es tuyo y puedes ir a por todo. Eres libre porque
siempre lo fuiste. Ha estado ahí dentro de ti todo el tiempo.
Todo lo que tienes que hacer es dar el primer paso, cariño.
Ahora córrete.
Le soltó la garganta, y ella respiró y se estremeció cuando
él extendió la mano, acariciando su dulce clítoris mientras se
retiraba y luego la penetraba otra vez.
Esta vez, cuando alcanzó el orgasmo, no fue un débil
espasmo dulce. No, todo su cuerpo comenzó a estremecerse y
temblar.
—¿A quién obedeces? —preguntó él mientras las olas de
placer de Sloane la azotaban. Cuando ella no respondió, él
continuó embistiéndola.
—¿A quién obedeces? —llamó de nuevo, follándola aún
más fuerte—. ¿A quién le perteneces?
—A ti —gritó cuando por fin recuperó la voz,
revolviéndose debajo de él y extendiendo su placer al
máximo. Le marcó la espalda con las uñas.
—Así es. —Él la agarró por la barbilla y la miró a los ojos,
con las pupilas dilatadas de placer—. Me perteneces. No hay
nada que temer, porque dondequiera que estés, yo estaré
contigo.
Y luego la besó con fuerza, devorándola. La penetró una
vez más hasta el fondo y llegó al orgasmo dentro de su
esposa. Se derrumbó entonces junto a ella, entrelazando sus
cuerpos. Sloane se aferró a él y él la abrazó con la misma
fuerza sin querer dejarla ir.
Tras varios minutos, pensó que se había quedado
dormida. Pero ella lo contradijo cuando habló. Su voz no fue
más que un susurro por lo bajo cuando dijo:
—Eso fue hermoso. Y tienes razón, siempre estarás a mi
lado a partir de ahora. No hay nada que temer mientras tenga
a un ruso de casi dos metros a mi lado. Cualquiera o
cualquier cosa mala se asustará en el segundo en que te vean.
—Se rio, apoyando la cabeza en su pecho.
Y toda la plenitud que había estado sintiendo solo unos
momentos antes desapareció. Nicholas sintió como si le
hubieran dado una patada en el estómago.
Por supuesto que quería estar allí con ella.
Quería estar allí con ella y quería llenar su vientre de
hijos, uno tras otro. Quería verla envejecer, y también
envejecer él a su lado. Quería llevar a sus hijos al altar y
mecer a sus nietos en su regazo.
Pero después de mañana… ¿quién lo sabría?
Respiró hondo y la acercó más a su firme cuerpo. Tendría
que conformarse con lo que quería en este momento:
aferrarse a ella por un poco más de tiempo.
Ella era el premio que nunca debió haber sido suyo, el
hermoso sueño que se había robado para sí mismo.
Si pudiera abrazarla un poco más, por favor, solo un poco
más…
VEINTICUATRO

Sloane

AL DÍA SIGUIENTE, el sol brillaba a través de la pared de


ventanas de la tienda, y Sloane no pudo evitar tararear para
sí misma mientras colocaba las tartas recién hechas en una
bandeja y las sacaba para acomodarlas en la vitrina
delantera.
Hoy trabajaba sola, lo cual rara vez hacía, pero era un día
lento. Había llovido por la mañana y, por lo general, eso
significaba que menos personas querían hacer una parada
adicional para desayunar. Babulya había estado antes, como
siempre, para encargarse de la cocción diaria, pero se había
regresado a casa cuando se dieron cuenta de lo poco
ajetreado que estaba hoy.
Lo cual era bueno, porque Sloane no podía soportar más
burlas por su sonrisa distraída. Bueno, ¿qué se suponía que
debía hacer cuando estaba teniendo los mejores orgasmos de
toda su vida con el hombre que amaba?
Se detuvo en seco y miró por las grandes ventanas hacia
las calles grises de más allá. Mierda…, ¿era eso verdad ¿De
verdad amaba a su esposo?
Parpadeó varias veces y se llevó la mano a la mejilla
sonrojada. Luego parpadeó un poco más. Dios, pensaba que
tal vez sí.
Apoyó una cadera en el mostrador y miró los cuernos con
crema en la vitrina, lo cual causó que sus mejillas
enrojecieran aún más. Dios mío, nunca podría volver a mirar
los dulces sin ponerse del tono de un tomate. Y eso que
Babulya esperaba que pronto aprendiera a hacerlas.
Habían estado trabajando en los profiteroles esta semana
y sabía que los cuernos con crema vendrían luego. Comenzó
a abanicarse, a pesar de que hacía frío dentro de la tienda.
Esperaba que Nicholas no se fuera por mucho tiempo y que
hiciese una parada por la tienda para almorzar hoy, como
hacía a veces, una vez que regresara del aeropuerto.
Aparentemente, el gran jefe regresaría hoy a la ciudad y
Nicholas estaba haciendo de chófer guardaespaldas
nuevamente.
Un zumbido de su móvil la hizo alejarse del mostrador,
como si Nicholas pudiera ver que estaba holgazaneando en el
horario de trabajo. Nadie más tenía su número, por lo que
con entusiasmo sacó su móvil del bolsillo y lo abrió.
No era una llamada, sino un mensaje de texto.
Nicholas: veamos si eres una buena chica que puede obedecer
o no .
Tenía los pulgares en el teclado, y de inmediato respondió
el mensaje de texto. soy una muy buena chica .
Nicholas: eso es lo que me gusta escuchar .
Continuó:
ve atrás y ponte el presente que te dejé allí .
Sloane sintió que levantó las cejas, e inmediatamente
comenzó a caminar hacia la trastienda. Había una gran caja
negra con una cinta dorada dentro de la entrada. Sloane miró
a izquierda y derecha como si pudiera atrapar al culpable,
pero conociendo a Nicholas, él mismo lo había dejado aquí y
se había ido.
Suavemente, levantó la tapa de la caja y luchó por
mantener a raya su fascinación por lo que encontró dentro.
Nicholas: PONTELO RÁPIDO. NO TIENES MUCHO TIEMPO
PARA DESCUIDAR LA TIENDA.
Ella miró el regalo que él amablemente había guardado en
la caja. Solo estaba el objeto y un papel pequeño con un
diagrama de imágenes de qué hacer con él, es decir, cómo
insertarlo.
Sloane tardó un segundo en darle la vuelta al papel en
todas direcciones para descubrir qué lado estaba hacia arriba
y cómo debía usarse exactamente.
Y luego la respiración le falló.
Mierda, ¿esperaba que usara esto mientras estaba en el
trabajo? ¿Estaba loco?
Lo cual fue exactamente lo que escribió: ¿ estás loco ? ¡ no
puedo usar esta cosa en público !
Nicholas: no es tan loco como imaginas . ahora póntelo
antes de que hagas enfadar a tu amo . ¿ a quién le perteneces ?
Sus dedos estaban un poco temblorosos mientras
tecleaba: tú .
Nicholas: buena chica . ahora apresúrate antes de que llegue
otro cliente a la tienda . date prisa .
Sloane respiró hondo y caminó hasta la esquina más
apartada de la cocina, donde nadie podía verla…
Y luego se metió la mano entre las mallas y se mordió el
labio. Estaba solo un poco húmeda, no completamente
empapada. Sin embargo, cuanto más pensaba en Nicholas,
más fácil era meterse el pequeño juguete de silicona de color
verde azulado en su vagina. Tenía un succionador de clítoris
en la parte delantera, un vibrador en el medio y una cola con
cuentas cuyo propósito debía ser… su ano. Cielos, este
dispositivo lo tenía todo. Bueno, no podía decir que no la
había preparado anoche…
Si se había sonrojado antes, no era nada en comparación a
ahora. Hacer cosas sucias en su habitación era una cosa, pero
parecía que Nicholas siempre estaba empeñado en traspasar
los límites, ¿no era así? Bueno, ella le mostraría cuán a su
nivel estaba. Y le mostraría que cualquier cosa que él pudiera
ofrecer, ella también estaba a la altura del desafío. No era
una debilucha.
Así que empujó la parte de silicona del dispositivo dentro
de su coño tras respirar hondo, luego introdujo la cola de
múltiples cuentas por su ano y, por último —¡pero no menos
importante!— colocó la parte delantera del dispositivo sobre
su clítoris.
Se sintió… llena. Pero cuando dio un paso vacilante hacia
adelante, estaba segura de que podía sentir la descarga desde
el interior de su cuerpo con cada paso que daba. Y luego,
justo cuando pensaba que acababa de dominar la plenitud
que sentía y la parte superior del juguete descansando en su
clítoris… la cosa comenzó a vibrar.
Y no solo vibraba, sino que la parte en su clítoris…
Se agarró al mostrador mientras jadeaba, apenas capaz de
mantenerse de pie. Estaba succionando su clítoris. Tal como
lo hacía la boca de Nicholas cuando la estaba chupando.
Su móvil sonó y leyó el texto que llegó.
Nicholas: ¿a quién obedeces ?
Apenas podía sostener el móvil con firmeza mientras
continuaba la succión y la vibración. Finalmente, dejó caer el
aparato en el mostrador y apenas logró escribir. a ti , amo .
Nicholas: perfecto .
Y luego la succión y la vibración terminaron
abruptamente. Sloane casi se derrumbó sobre la encimera.
Nicholas: dime que harás lo que sea que yo te diga . pero solo
si lo harás en serio .
Sloane parpadeó, la pantalla se veía poco borrosa en la
bruma de su orgasmo que le había negado en el último
segundo. No vaciló antes de volver a escribir: haré lo que
digas .
Nicholas: cada vez que te provoque hoy , quiero que me
respondas eso de inmediato . dime que lo entiendes .
Ella sonrió, sacudiendo la cabeza ante el hombre perverso
y dominante que estaba resultando ser. sí , señor , entiendo ,
respondió ella.
Continuó sacando tartas y, durante la próxima hora,
algunos clientes entraron a pesar de la lluvia. Ella estaba en
ascuas esperando a que Nicholas pusiera en marcha el
juguete de nuevo, pero, naturalmente, no lo hizo.
Fue solo cuando casi lo había olvidado y estaba lavando
los platos de la mañana cuando las vibraciones comenzaron
de nuevo, haciéndola gritar y soltar un tazón grande en el
agua jabonosa. Sloane se agarró a los bordes del fregadero
mientras Nicholas la torturaba desde lejos. Cerró los ojos y se
inclinó al mismo tiempo que sonaba la campanilla de la
tienda.
—Mierda —vociferó, cogiendo a tientas la toalla para
secarse las manos. De alguna manera se las arregló para
caminar hasta el frente de la tienda mientras cada
terminación nerviosa de su sexo gritaba de placer. ¿Cómo
diablos iba a conversar agradablemente con un cliente
cuando tenía ganas de llegar al orgasmo y follar con el
juguete en su interior?
—Hola —dijo el hombre en el mostrador. Ella no escuchó
mucho más allá de eso. Tuvo que hacer que repitiera su
pedido dos veces y luego, por fin, señalar lo que quería. Él
frunció el ceño y probablemente pensó que estaba loca
cuando registró su orden.
—Eh, creo que solo me has cobrado por una hogaza en
lugar de dos.
Ella se limitó a agitar una mano.
—Tenemos un especial hoy. Que tengas una buena tarde.
Ahora, por favor, lárgate de mi tienda, gritó en su cabeza
mientras Nicholas aumentaba las vibraciones y un mensaje
de texto sonaba en su bolsillo. Probablemente se estaba
preguntando dónde estaba su mensaje. Se suponía que debía
enviarle un mensaje de texto de inmediato y este llegó tarde.
Cuando el hombre pareció inclinado a quedarse, ella pasó
la factura por el mostrador hacia el cliente y sacó su móvil.
No le importaba el servicio al cliente en este momento. Le
importaba Nicholas, así que sacó su móvil, por una vez
ignorando al cliente en favor de su vida personal, y leyó su
mensaje de texto.
Nicholas: ¿?
Sin dudarlo, ella le respondió: haré lo que digas .
Pero nada podría haberla preparado para su próximo
mensaje de texto. El hombre del otro lado del mostrador hizo
un ruido de descontento, probablemente por haber sido
ignorado, pero al menos se dio la vuelta y se fue. Bien.
Porque el mensaje de Nicholas hizo que se congelase: sal al
callejón por la puerta trasera .
Estaba tan sorprendida por el mensaje de texto que al
principio ni siquiera se dio cuenta de que el vibrador dentro
de ella había dejado de zumbar.
Ella respondió rápidamente: no es divertido .
Nicholas: ¿ estás en la puerta trasera ? te he dicho que vayas
a la puerta trasera y tú dijiste que obedecerías en todo lo que
te dijera .
¿ era mentira o confías en mí ?
Casi sin su voluntad, sus pies empezaron a ir en esa
dirección. Solo le estaba pidiendo que fuera a la puerta. No
significaba que fuera a intentar lo que pensaba…
Ella sacudió la cabeza. Bueno, todo su cuerpo estaba
temblando. Se paró en la puerta trasera, temblando, y sacó el
móvil. ¿Por qué estaba haciendo esto? Estaba trabajando, por
el amor de Dios.
Levantó el móvil e intentó escribir con torpeza: estoy aquí .
Nicholas: abre la puerta trasera y sal . hazlo ya .
Ella negó con la cabeza y dio un paso atrás. Era
demasiado. Era un puente que no podía atravesar y él lo
sabía. Pensó que él lo entendía. Miró el móvil y escribió: rojo .
Nicholas: no valen las palabras de seguridad . hoy no .
estamos en peligro . me matarán a menos que salgas . recuerda
lo que te dije anoche : tienes la fuerza . siempre la tuviste .
ahora sal por la puerta y haz lo que te digo . lo prometiste .
Sloane negó con la cabeza. No. No, esto no era más que un
juego retorcido, pero no era divertido. No podía hacerlo. ¡NO
PODÍA! Presionó el botón para llamar a Nicholas y se llevó el
móvil a la oreja, pero inmediatamente pasó al buzón de voz.
Nicholas: ve . corre ahora . ¿ confías en mí ?
Maldito sea. No podía ir y…
Empujó la puerta para abrirla y se transportó a unos
meses atrás, cuando estaba de pie en un umbral diferente y
una vida diferente.
Ni siquiera pudo salir a salvar a su gata.
¿Ese mensaje era cierto? ¿Salir ahora en verdad podría
salvar la vida de Nicholas? Nada de esto tenía sentido. ¿Por
qué no le había dicho nada por la mañana cuando le dio un
beso de despedida? ¿Por qué no la había preparado, ni le
había dicho que hiciera las maletas o se fuese con él? ¿Por
qué lo haría de esta manera? Tal vez ni siquiera era él quien
le escribía; quizá era una terrible trampa.
Unas gotas comenzaron a caer del cielo. Estaba helado y
ni siquiera tenía su abrigo. No tenía nada más que lo que
llevaba puesto.
Pero los mensajes de texto ponían lo que él le susurró en
la cama anoche. Y sabía que Dimitri era peligroso. Nada podía
borrarle el primer día de la mente, cuando llegaron y le había
disparado a ese otro hombre a sangre fría. Si Nicholas dijo
que estaba en peligro…
Una bocina sonó y Sloane alzó la mirada. El corazón
comenzó a palpitarle por el pánico y su respiración comenzó
a entrecortarse cada vez más.
No reconocía el auto, pero sí reconocía al conductor.
Sloane miró el último mensaje de Nicholas y las palabras
que le había dicho, y pensó en lo exigente que fue durante
toda la semana, casi como si la estuviese preparando para
algo.
«¿Confías en mí?».
Ella levantó un pie para salir, luego lo volvió a bajar y
cerró los ojos con fuerza. No podía hacerlo, ¿o sí?
Haré lo que sea que digas.
La había estado entrenando para este momento en
específico.
«¿Confías en mí?».
Volvió a levantar su pie.
VEINTICINCO

NICHOLAS

NICHOLAS MANTUVO su rostro neutral cuando apagó el


móvil, se lo metió en el bolsillo y saltó del todoterreno con
un paraguas. Papá Dimitri y Natasha acababan de llegar a la
acera de llegadas del aeropuerto. Mantuvo abierta la puerta
de Papá y sostuvo el paraguas sobre la cabeza del jefe
mientras él se subía al asiento trasero. Natasha entró por la
otra puerta.
Alexei estaba sentado al frente, había viajado con Nicholas
para recoger a su padre en el aeropuerto.
—¿Cómo te fue con el negocio, Papá? —preguntó.
Papá Dimitri se limitó a gruñir, luego sacó su móvil una
vez que estuvo sentado en el asiento trasero y comenzó a
revisarlo.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Pensé que recibirte en el aeropuerto sería un buen
gesto.
Papá Dimitri bufó.
—¿Qué quieres?
Nicholas volvió a sentarse en el asiento delantero y puso
el vehículo en marcha.
—Sé lo ocupado que estás —dijo Alexei—, y quería
hablarte sobre una idea que tuve para el club.
—El club es para lavar el puto dinero de la coca —dijo
Papá Dimitri, poniendo los ojos en blanco—. ¿Por qué
seguimos hablando de esto? ¿Es que no me entiendes cuando
hablo?
—No, Papá —dijo Alexei, obviamente tratando de
mantener la calma—. Solo estoy sugiriendo que sería una
mejor fachada si el club ganara su propio dinero decente, lo
cual ya hace. Es menos sospechoso, y si puedo seguir
aumentando esa rentabilidad…
Papá Dimitri agitó una mano como si estuviese apartando
a un molesto mosquito.
—Acabo de regresar de hacer negocios. Ahora es el
momento del placer. Y hablando de placeres…
Cuando Nicholas se incorporó al tráfico que salía del
aeropuerto, Papá Dimitri miró hacia arriba y se encontró con
sus ojos en el espejo retrovisor.
—Debo decir que estoy deseando que llegue la noche. La
anticipación es algo que rara vez disfruto en este momento
de mi vida. Será mejor que no me decepcione.
Nicholas tuvo que luchar para hablar por encima de la
rabia que le obstruía la garganta.
—Estoy seguro de que no lo hará. Ella es una… buena
mujer.
Dimitri frunció el ceño.
—No le advertiste de lo que vendría, ¿verdad?
Nicholas negó con la cabeza, sintiéndose mal por tener
que hablar de su esposa de esta manera.
—No, señor. No le dije nada.
—Bien. —Dimitri sonrió y volvió a su móvil, descartando
efectivamente cualquier otra conversación.
Nicholas se mordió la lengua. Se había preguntado mucho
si debía tratar de darle a Sloane alguna advertencia o
preparación para sus planes. Al final, pensó que darle la
oportunidad de anticipar la situación solo lograría que
entrara en pánico y disminuiría la probabilidad de que
tuviera éxito en salir de allí antes de que Papá Dimitri le
pusiera una mano encima.
Pero, aun así, mientras Nicholas los llevaba a todos de
regreso a casa, no sabía si su entrenamiento había tenido
éxito. Solo podía esperar y rezar para que Sloane hubiera sido
lo suficientemente fuerte al final. Sabía que lo era, ¿pero ella
se lo creyó? Por favor, que haya creído en ella misma. Que se
haya largado de allí.
Si Nicholas iba a salir vivo o no de esto… bueno… por
supuesto que le había mentido al respecto. Esa era otra razón
más para no hablar de su plan con anticipación. No quería
que ella tuviera que lidiar con la basura mental de conocer
los términos reales del ultimátum de Vasiliev. Y aunque
puede que no haya huido para salvarse a ella misma, en lo
relacionado con él… pues era demasiado empática para su
propio bien.
Nicholas era quien la había arrastrado a esto, de él
dependía sacarla. En cuanto a si él mismo salía vivo de eso,
bueno…
Se toparon con el tráfico de la mañana y Nicholas se
alegró. Era más tiempo para que Sloane se escapara. Sin
embargo, en cada semáforo en el que se detenía, le
inquietaba saber si ella lo había logrado o si seguía
petrificada en la panadería. No había forma de revisar su
móvil sin llamar la atención. Había desactivado las
notificaciones y todas las llamadas iban al buzón de voz,
puesto que estaba con sus jefes y no podía permitirse que su
móvil emitiera un pitido por las llamadas o mensajes
constantes de Sloane.
Dimitri puso videos ruidosos y molestos sobre peleas de
boxeo. Cuanto más sangriento, mejor. Alexei estaba callado.
Nicholas luchó por mantener su rostro impasible como
siempre, pues sabía que, en el asiento trasero, Natasha
siempre observaba en silencio; ella era el arma letal secreta
de Papá Dimitri y su mano derecha, en ocasiones incluso más
que su propio hijo.
Natasha, más que nadie en el auto, era quien podría
captar la tensión de Nicholas. Deseaba poder poner un poco
de música, pero Papá odiaba la música mientras le
conducían. Nicholas alivió conscientemente cualquier
tensión en sus hombros y respiró lo más regular y
lentamente posible mientras pasaban por Queens vía
Brighton Beach.
Pero por fin, por fin, la autopista se convirtió en la
conocida vía por la que Nicholas conducía todos los días. Los
latidos de su corazón se estaban acelerando y le sudaban las
manos, pero ahora solo podía rezar para que sus años de
entrenamiento fuesen útiles para algo. Siempre había sido
capaz de mantener la calma, sin importar qué.
Excepto que nunca antes había tenido algo que le
importara en peligro. Sí, había perdido a su padre y luego a
su madre, pero no había nada que pudiera hacer en esas
situaciones. No había nada que pudiera reclamar, aparte de
pelear para llegar a donde estaba hoy.
Ahora…
Ahora se acercaba al club. Y a la panadería.
Redujo la velocidad del auto y condujo cada vez más y más
lento hasta que finalmente lo aparcó. Salió y abrió la puerta
de Papá Dimitri. Seguía absorto en su móvil y apenas miró a
Nicholas, solo lo hizo para decir:
—Después de aparcar el auto, lleva a tu esposa a mi suite.
Necesito relajarme después de mi viaje.
—Por supuesto, señor —dijo Nicholas sin dudarlo—.
Estaremos allá en una hora.
Papá Dimitri lo miró con dureza ahora.
—Que sea media hora.
Nicholas asintió sin inmutarse.
—Por supuesto, señor.
Se alegró cuando Natasha se encargó del equipaje y Alexei
tomó la otra maleta de su padre. Entraron por la panadería.
Nicholas no se permitió quedarse aparcado frente a la
tienda del café. Puso el auto en marcha y avanzó. Y entonces
sacó su móvil de la base y llamó a su esposa, rezando para
que no siguiese en la panadería que acababa de dejar atrás.
VEINTISÉIS

ALEXEI

ALEXEI ESTABA LLEVANDO las maletas de su padre por la


panadería. Verónica se encontraba detrás del mostrador y, si
fuera cualquier otro día, se habría detenido a hablar con ella.
Por el momento, conducir a su padre arriba cuando estaba de
un humor como el que tenía hoy parecía la mejor idea.
Hasta que su padre se detuvo y miró a Verónica.
—La chica que suele trabajar aquí, ¿dónde está?
Verónica miró hacia arriba con los ojos muy abiertos.
Dimitri nunca le había hablado directamente, y sabía lo
suficiente sobre cómo funcionaba este lugar para recelar de
llamar su atención. Era bastante inteligente.
—Me llamó hace una hora y me preguntó si podía
sustituirla. Dijo que tenía una emergencia.
Dimitri se puso rígido de inmediato. Luego corrió
nuevamente hacia la puerta y miró por la ventana con el
rostro rojo de furia.
—¡Ese hijo de puta! —gritó. Se dio la vuelta con los ojos
encendidos de furia mientras buscaba a Alexei.
Joder, esto iba a ser un terrible espectáculo. La respuesta
inmediata de Alexei fue levantar las manos en defensa, pero
la experiencia le había enseñado que eso no haría más que
lograr que le diese un puñetazo en la nariz.
En cambio, se acercó a su padre y dijo en voz baja:
—No pueden haber ido muy lejos. Revisemos la
transmisión de vídeo para ver qué camino tomó. Veamos
hasta dónde podemos seguirla en el CCTV.
Sin embargo, su padre no se tranquilizó con su respuesta
serena. Dimitri agarró la parte delantera de la chaqueta de
Alexei y tiró de él hacia adelante, casi alzándolo al aire.
—Si descubro que tuviste algo que ver con esto, voy a…
—¿Qué carajo? —Alexei empujó a su padre hacia atrás—.
Estuve contigo todo el puto tiempo. ¿Qué diablos pude haber
hecho? Si vamos a ver a Bo ahora, todavía tenemos la
posibilidad de atraparlos. Hay un GPS en el todoterreno.
Podemos enviar a los hombres tras él tan pronto como lo
encendamos.
—Maldita sea —gritó Dimitri—. Vale, vamos. Llámalo.
Alexei asintió y sacó su móvil del bolsillo. No miró más
que de forma periférica para ver a Verónica, quien lucía
sorprendida y desconcertada.
—Bo —espetó Alexei en el móvil mientras él y su padre
empujaban la puerta principal, dejando a Natasha cargando
sus maletas detrás de ellos—. Necesito rastrear el GPS del
todoterreno de Nicholas. Ahora. ¿Dónde diablos está?
Alexei le escuchó teclear, y luego Bo le dijo nombres de
calles. Su padre también tenía su móvil en la oreja. Alexei le
repitió los nombres de las calles y Dimitri les transmitió la
información a sus lacayos, quienes sin duda estarían
inmediatamente detrás de Nicholas.
Llegaron al club momentos después. Angie, una de las
strippers, tuvo la desgracia de interponerse en el camino de
Dimitri mientras avanzaba. La empujó con violencia,
causando que se tropezase con sus tacones y casi cayese al
suelo. Se sujetó en el último segundo de una silla.
Por lo general, Alexei se habría detenido para ayudarla y
preguntarle si estaba bien, pero no cuando su padre estaba
sediento de sangre. Había que lidiar con Dimitri con mucho
tacto cuando estaba en este estado. Cualquier demostración
de misericordia en ese momento sería vista como debilidad y
fracaso.
Ahora que Nicholas había «fallado» su prueba de lealtad,
todos estarían en la mira durante los próximos meses hasta
que algo más apareciera para distraer al anciano. Sería
incómodo, por decir lo mínimo.
Alexei se enderezó. Podrían resistirlo. Había resistido las
tormentas de su padre antes. También superarían esta.
Esto no podría durar para siempre. Eso era lo que Alexei
se repetía a sí mismo cada vez más últimamente. No sabía
qué tenía que hacer para convencer a su padre de que se
retirara y disfrutara de una vida de ocio, preferiblemente en
una isla sin extradición en algún lugar muy, muy lejano. No
creía que fuera desleal hacia él si quería tomar el imperio que
su padre había construido y extenderlo más allá de lo que
Dimitri había soñado.
Dimitri solo podía soñar en la escala de millones de
dólares: vender drogas y armas, lavar dinero… Todo era de la
vieja escuela.
Las cosas que estaban haciendo Alexei y Bo podrían
generar miles de millones. El dinero real estaba en la web
oscura. Era mierda que nadie podía rastrear, al menos no
cuando se tenía un genio hacker como Bo detrás del teclado.
Alexei había intentado explicárselo a Dimitri en términos
que pudiera entender: era una extorsión para el nuevo
milenio. Y podría volverlos a todos más ricos que en sus
sueños más salvajes sin la necesidad de lidiar con los agentes
respirándoles constantemente en el cuello. Podrían ser
invisibles y operar desde cualquier parte del mundo. Podrían
salir de este pequeño y apestoso municipio costero donde a
su padre le gustaba fingir que era el rey e irse a vivir a Ibiza
si quisieran, maldición.
Por un segundo, se permitió imaginárselo: él con Verónica
del brazo, tomando el sol en una playa de verdad con aguas
azules y cristalinas hasta donde alcanzara la vista, arena
blanca, ella bebiendo algo frío de frutas y él con un whisky en
la mano… Viviendo bien. No esta constante carrera de ratas
en el que debían tener los pies de plomo por el
temperamento de su padre.
—¿Qué diablos quieres decir con que no puedes
encontrarlo? —gritó Dimitri por el móvil a su lado, causando
que Alexei esbozara una mueca de dolor. Maldita sea, el
hombre nunca había aprendido a usar su «voz interior».
—El GPS muestra que el vehículo está parado —dijo Bo
desde donde estaba sentado frente al ordenador—. Está en la
avenida Y justo antes de la tercera calle por el este. Parece
que está en el aparcamiento de Betty’s Sprinkles. —Bo levantó
la vista de la pantalla de su ordenador—. Parece que es una
heladería.
—Bueno, dudo que se haya detenido por un helado de
mierda —le gritó Dimitri a Bo, luciendo más y más enojado
por segundo—. Dijeron que están en el aparcamiento de la
maldita heladería y no hay ningún todoterreno.
Bo parecía desconcertado.
—No sé qué decirle. —Señaló la pantalla de su ordenador.
El mapa estaba ampliado en el sitio que él decía y un punto
rojo soltaba un pitido como una baliza—. Eso es todo lo que
recibo.
Dimitri arrojó su móvil al otro lado de la habitación.
—¿Alguien me dirá qué coño está pasando y cómo dos
personas pueden desaparecer justo debajo de mis narices
cuando se supone que tengo la más alta tecnología de mierda
que el puto dinero puede comprar? ¿Qué pasó con la chica?
¡Pensé que no podía salir!
Bo se sentó con la espalda recta e inmediatamente sacó
imágenes del callejón y la panadería en una pantalla dividida,
rebobinando ambas varias horas atrás.
El video del callejón trasero no mostraba nada, solo era
una toma invariable del callejón. En la panadería, vieron a
Verónica moverse en retroceso hasta que miró a su alrededor
como si estuviera alarmada, y por fin su llegada inicial,
cuando llegó a la tienda y la encontró abierta justo cuando la
lluvia cesó, tras lo cual sacudió su paraguas y lo guardó. Por
fortuna, no había nadie en la tienda.
A medida que retrocedían en la cinta, vieron a un par de
personas entrar y salir ya que no había nadie para atenderlos.
Parecían turistas. «Algo que solo pasa en la Estados Unidos
burguesa», pensó Alexei. Ni siquiera intentaron robar nada.
De cualquier manera, pasaron casi veinte minutos de
cinta antes de que finalmente vieran a la esposa de Nicholas
de pie en la puerta trasera. Al principio, Bo había rebobinado
demasiado rápido y luego presionó el botón de reproducción
para verlo en tiempo real.
Estaba tan quieta que Alexei pensó que la cinta se había
detenido, pero luego notó que no; ella estaba de pie,
paralizada, con la mano en el pomo de la puerta. ¿Era
indecisión lo que tenía? ¿Miedo? Alexei nunca había
presenciado su agorafobia de primera mano, pero se había
enterado por Nicholas y los hombres que habían estado allí el
primer día que llegó. Hasta su padre creyó que era real.
Con solo mirarla de espaldas en la granulada cámara de
vigilancia, juraría que podía sentir su miedo a través del
video. No dejaba de bajar la vista y mirar algo en su mano.
¿Su móvil, tal vez?
Cuando por fin abrió la puerta, se sintió como el clímax de
tensión en una película. Y a juzgar por la forma en que había
sacado y luego metido la pierna, Alexei no creía que la fobia
hubiera sido una ficción. Era real.
Y lo superó para escapar de su padre y de lo que él había
amenazado con hacerle.
Porque, al final, ella no solo entró en el callejón; salió
corriendo a toda velocidad y no miró hacia atrás.
Mientras tanto, la transmisión en la cámara del callejón
que daba al otro lado de la puerta, no cambió ni un poco. La
puerta nunca se abrió y nadie salió nunca.
Bo frunció el ceño, dio marcha atrás y avanzó
rápidamente fuera de la marca de tiempo en la otra cámara
del callejón una y otra vez.
—No entiendo —comenzó, pero Dimitri lo interrumpió,
sacándolo de un tirón de su silla.
—¿A dónde coño se fue? ¿Qué ventajas me está dando mi
equipo de vigilancia de última generación?
Bo negó con la cabeza. Era lo bastante inteligente para
tener miedo de verdad.
—No lo entiendo, señor. Nadie ha tocado la transmisión
para ponerla en bucle. Lo hubiera sabido.
—Entonces, ¿qué mierda hicieron? —preguntó Dimitri,
sacudiendo a Bo.
Bo volvió a negar con la cabeza mirando a todos lados.
—Debe haber sido algo mecánico. Algo que hicieron con la
propia cámara. Recibo notificaciones si alguna de las
cámaras se apaga o desconecta, pero supongo que…
—¿Qué? —gritó Dimitri.
—Necesitaría ver la cámara para estar seguro —dijo Bo.
Dimitri empujó a Bo.
—Entonces ve a ver, maldición.
Bo asintió y salió apresuradamente de la sala. El móvil de
Alexei sonó y él atendió.
—¿Sí?
Era Pasha, el lacayo de su padre.
—Papá no coge las llamadas.
Alexei puso los ojos en blanco, mirando el móvil roto de
su padre al otro lado de la sala.
—¿Cuál es el mensaje? —Puso el móvil en altavoz y
asintió con la cabeza hacia su padre—. Es Pasha.
—Creo que hemos encontrado el problema con el GPS. El
cabrón arrancó la maldita cosa del tablero. Estoy enviando
una foto.
Alexei miró la pantalla y luego se lo mostró a su padre.
Pasha sostenía una pequeña caja negra del tamaño de una
caja de cerillas con una larga cuerda de varios cables.
—Maldito hijo de puta traicionero. ¡Me follaré el
esqueleto de su madre! —Dimitri se calló, comenzó a
maldecir en ruso, salió de la sala y luego regresó, tras lo cual
meneó el dedo en la cara de Alexei—. Encuéntralo, ¡y a la
chica también! ¡No me convertiré en un puto hazmerreír!
Alexei asintió con fervor mientras su padre salía furioso
de la sala, gritándole a Natasha y ordenándole que buscara a
tres chicas y se reunieran con él en su habitación.
—¡Y consígueme un nuevo móvil de mierda! —estalló
Dimitri a nadie en particular mientras continuaba su
alboroto por el club.
Alexei soltó un largo suspiro y se recostó contra una
pared. Después de que su padre saliera del club, salió por la
parte de atrás y se encontró con Bo en el callejón de la
panadería, donde estaba tomando fotografías de un montaje
inteligente. Nicholas había puesto una fotografía panorámica
del callejón a unos cinco centímetros frente a la cámara. Si se
colocaba en el lugar correcto mientras lo hacía, la cámara
nunca lo habría captado y solo habría habido un fugaz
parpadeo.
—¿Todo va bien? —preguntó Bo, mirando en dirección a
Alexei.
Alexei se encogió de hombros y sacó un porro que había
enrollado al principio del día. Lo encendió y luego se apoyó
contra la parte trasera del edificio para darle una larga y
lenta calada.
Alexei contuvo el humo por un momento y luego lo
exhaló.
—Creo que lo logramos —dijo Alexei, y ahora se permitió
esbozar una sonrisa.
Bo asintió.
—Nicholas es un buen tipo.
—Aun así. —Alexei agitó la mano, haciendo flotar el
humo en el aire del día gris—. Él nunca hubiera pensado en
eso. —Hizo un gesto hacia la cámara configurada que Bo
acababa de fotografiar.
Bo enarcó una ceja.
—Podría haberlo pensado, pero no habría forma de que lo
hubiera logrado sin mí.
Alexei miró hacia la puerta, como si pudiera contemplar a
la mujer inteligente y atrevida que estaba del otro lado.
—Este en definitiva fue un esfuerzo en equipo.
Alexei no supo bien qué hacer cuando Nicholas se le
acercó por primera vez a principios de semana para contarle
sobre el ultimátum de su padre y pedirle ayuda. Por
supuesto, sabía lo que debería haber hecho; al menos de
acuerdo con la lógica de lealtad de su padre.
Pero tal vez era una lección que Alexei había aprendido
demasiado bien.
Alexei era leal. La hermandad venía antes que sangre, ¿o
no era ese el mantra de la Bratva?
Simplemente demostraba los ideales que todos habían
prometido cuando, de niños, apenas pasaron a ser hombres.
A Alexei le habían hecho su primer tatuaje a los diecisiete
años e hizo su juramento ante la Hermandad.
Entonces, cuando un hermano le pedía ayuda… incluso
cuando esa ayuda significaba traicionar a su padre…
Bueno, su padre había hecho una exigencia estúpida.
¿Violar a la esposa de otro hermano?
Si no había límites, reglas ni leyes bajo las cuales vivieran,
¿cómo podría alguno de sus hombres confiar en ellos o
brindarles una verdadera lealtad? Puede que su padre
prefiriese gobernar por miedo y tiranía, pero era
completamente innecesario.
Así que Alexei había tomado sus medidas. Su padre podría
perder esta ronda sin que le hiciera ningún daño. Había
ayudado a Nicholas a planear su escape, había tomado cada
paso para proporcionar una negación plausible. Tenía que
hacerse en el último momento. Había que tener en cuenta la
presencia de todos. Alexei fue al aeropuerto, aparentemente
para tratar de hablar con su padre sobre una nueva idea. Bo
había ideado todas las formas de evadir la vigilancia,
diciéndole a Nicholas cómo tomar la fotografía del callejón,
cómo montar la treta, y también dónde estaba ubicado el GPS
en el vehículo y cómo deshabilitarlo.
Y Verónica… bueno, Verónica había conducido el auto del
escape. Había alquilado un auto y llevado a Sloane por el
puente a Staten Island, y luego regresó para hacerse cargo de
la tienda nuevamente, dándose así una coartada.
Considerando todo, había sido un escape agradable y
limpio de este infierno para dos buenas personas. Y a Alexei
no le molestaba darle a Verónica una opinión diferente sobre
él en el proceso. Incluso le dedicó una sonrisa ayer cuando
ordenó su té negro y el especial número dos.
Dio una calada más larga antes de pasarle el porro a Bo,
como si brindara por su amigo.
—Es parte del trabajo —dijo Bo—. Es parte del trabajo.
EPÍLOGO

Sloane

SLOANE ESPERÓ EN EL AUTO, con la cabeza entre las


rodillas y la venda que Verónica le había dado en cuanto se
subió al auto del callejón firmemente asegurada.
También tenía los ojos cerrados con fuerza como medida
adicional. Si no podía ver que estaba afuera, podía fingir que
no lo estaba. Era una lógica infantil, pero bueno, se estaba
aferrando a cualquier cosa que mantuviera abierto ese
vínculo entre ella y la cordura.
No podía creer todo lo que acababa de pasar en las últimas
horas. Los mensajes de texto de Nicholas; Verónica, quien
apareció así en el callejón.
Y ella misma… De verdad logró vencer su miedo por una
vez en su vida y corrió hacia ese maldito auto mientras la
exigente voz de Nicholas resonaba en sus oídos diciendo
«¿Confías en mí?»
Maldito sea por hacerle eso.
Y, sin embargo, en cuanto se subió al auto y Verónica se
alejó por el callejón, Verónica también empezó a hablar. Le
contó a Sloane sobre la horrible presión bajo la que había
estado Nicholas y de la perversa orden directa que Dimitri le
había dado. Nicholas no lo había considerado ni por un
segundo. Verónica le contó que había trabajado con Alexei —
¡Alexei, de entre todas las personas!—, y también con su
amigo Bo. Parecía una locura haber confiado en ellos.
Nicholas siempre había dicho que eran sus hermanos, pero
Sloane solo veía a la Bratva como algo destructivo.
Tal vez, si Dimitri alguna vez era destronado de su
realeza, no tendría por qué serlo.
Pero, por ahora, ella y su amado huirían.
Un fuerte maullido sonó desde el asiento trasero como en
respuesta a sus pensamientos. Sí, sí, ella y sus dos amados
huirían. Nicholas había pensado en todo. Había acordado con
Verónica que metiera a Ramona en su transportín y la tuviese
lista en el asiento trasero para que se fuera con ellos.
Si tan solo llegara… Sloane respiró hondo, se levantó de su
posición y miró por la venda de los ojos el reloj del tablero.
La preocupación se revolvió en su estómago cuando vio la
hora.
Nicholas ya debería estar aquí.
Se quitó la venda de los ojos de un tirón para protegerse
de la tenue luz del garaje cubierto y volvió a ponerse en
cuclillas. El corazón le latía con fuerza en los oídos, pero para
su sorpresa, su respiración era bastante uniforme.
¿Dónde diablos estaba? Había jurado que, si él llegaba a
hacer que lo mataran, entonces lo mataría ella misma. Pero
no. Negó con la cabeza, balanceándose hacia adelante y hacia
atrás. Tenía un plan. Él era inteligente. Los había llevado a
ambos tan lejos.
«¿Confías en mí?».
Él había confiado en ella. Había confiado en que ella sería
capaz de enfrentar su miedo y llegar lejos. Al final, no es que
él fuera realmente su amo más que cuando jugaban en la
cama; es que sabía que ella podía hacerlo. Simplemente la
creía capaz de ello.
Su fe en ella la ayudó a confiar en sí misma y a dar ese
primer paso hacia el umbral. Y una vez que salió, no hubo
vuelta atrás.
Tal vez no sería para siempre, pero sí lo sería por hoy.
Así que se armó de valor, se sentó y se quitó la venda de
los ojos. Miró el móvil desechable que Verónica le había dado.
No había nuevas llamadas ni mensajes de texto. Habían
desechado su viejo móvil en el callejón al salir. ¿Nicholas
tenía su nuevo número? La llamarían si algo había salido
mal, ¿no es así?
Comenzó a mover el pie nerviosamente y sus manos
empezaron a sudar cuando…
—¡Nicholas!
Su todoterreno dobló la esquina de lo que era un nivel
vacío del garaje cubierto y se aparcó varios lugares más allá
de ella.
Y Sloane saltó del auto de alquiler, corriendo la corta
distancia hacia él.
Nicholas abrió la puerta de un empujón y se encontró con
ella.
Fue solo cuando estuvo en sus brazos que se dio cuenta de
lo que había hecho. Pero entonces pensó, mientras lo
estrujaba tan fuerte como pudo, que no necesitaba asustarse
porque estar en el aparcamiento era como estar adentro. O
tal vez era solo porque estaba con él.
Nicholas se apartó de ella y le acarició las mejillas con sus
enormes manos. Estaba sonriendo y los ojos le brillaban.
—Mírate —dijo, sacudiendo la cabeza. Y luego la besó,
presionando sus labios en los de ella con fuerza e
invadiéndola con su lengua poco después.
Pero tras otro momento, volvió a separarse de ella.
—No me hagas empezar, mujer. Aún tenemos que
largarnos de aquí.
Con eso, agarró la mano de Sloane y la llevó de regreso al
auto de alquiler. Entraron y después de poner el auto en
marcha, la volvió a coger de la mano de inmediato.
—¿Estás lista para empezar a vivir el resto de nuestra
vida?
Ella le devolvió una sonrisa trémula.
—Estoy lista.

¿TE GUSTARÍA LEER otro romance oscuro y oscuro de Stasia


Black?
No busques más allá de La virgen y la bestia, una historia
donde la Bestia acorrala a la más pura de las almas.
Siga leyendo para el capítulo 1 de La virgen y la bestia.
LA VIRGEN Y LA BESTIA
UNA MUESTRA

—¡NO puede despedirme! —Sorprendida, clavo la mirada en


mi jefe, quien está sentado al otro lado del escritorio. Cuando
me citó para conversar esta mañana, pensé que era para
hablar de un ascenso. Lo cual, considerando todo lo que había
sucedido en las últimas dos semanas, sería una noticia más
que bienvenida.
—Soy la socia júnior que más ingresos trae —reclamo—.
Logré cerrar el trato Johnson sin ayuda de nadie.
—Un trato que estamos a punto de perder debido a que
nos asocian con tu padre gracias a ti.
—Yo no soy mi padre —digo, conteniendo la rabia—. No
tengo nada que ver con su empresa. —Él se aseguró muy
bien de eso con los años. Van Bauer e Hijos trabajaba
exclusivamente con hombres y así había sido por tres
generaciones. No se permitían las hijas. Es un pensamiento
que me exaspera hasta el día de hoy, aunque debería
agradecerle a mi ángel de la guarda por no verme
involucrada en el escándalo y el escrutinio del FBI.
Dan niega con la cabeza en mi dirección, haciendo que la
luz fluorescente se refleje sobre su calva. —Melanie, lo que
pasa es que estar asociados en estos momentos con una Van
Bauer no le da buena imagen a nuestra empresa.
No puede estar hablando en serio.
—Mire, con mucho gusto me cambio el nombre.
Legalmente, de ser necesario. Pero acabo de comprar un
apartamento en Manhattan, no puedo perder este…
—Tu padre estafó a algunas de las personas más
influyentes de la ciudad —me interrumpe Dan, cortando el
aire con una de sus manos—. Sin mencionar a los miles de
estadounidenses comunes que perdieron sus pensiones por
culpa de su fraude. New World Media and Design no puede ni
se asociará de ninguna manera con Frank Van Bauer. Estás
despedida. Desde hoy.
Me deja boquiabierta, con diez comentarios llenos de
veneno en la punta de la lengua. Bajo la mirada,
distrayéndome por un momento con el gran pisapapeles de
New World Media and Design que Dan tiene sobre su escritorio.
Es un logotipo horrible, diseñado con una flecha gigante de
punta redondeada que sale de lo que, creo yo, son unas
montañas… Simplemente tiene un aspecto demasiado fálico.
Cuando estoy en situaciones estresantes, a mi mente le
gusta enfocarse en detalles súper importantes como este.
Pero, sinceramente, ¿cómo podía responder a eso? Que era
completamente injusto. He pasado toda mi carrera
profesional tratando de alcanzar el éxito por mi cuenta en
lugar de confiarme en las conexiones laborales de mi papá. Y
lo había logrado. He luchado con capa y espada para subir
por la escalera corporativa desde que me gradué temprano de
Brown hace seis años. Para demostrar que yo podía hacerlo,
que yo era tan buena como el hijo que sé que mi papá
siempre quiso tener.
¿Y ahora?
Si esto me servía de premonición, no volvería a trabajar
en la ciudad nunca más. Y a mi papá, pues, lo van a
encarcelar. De por vida.
Contengo las lágrimas, ya que sabía que, si existía una
regla importante, era que no podías dejar que los hijos de
puta vieran el efecto que tenían en ti. Si mostrabas cualquier
clase de emoción, especialmente lágrimas, en un ambiente
corporativo, lo tomarían como simple debilidad femenina y
no te dejarían olvidarlo por años.
Me levanto de un golpe y mantengo la cabeza en alto. —
Esto es un despido injustificado.
Dan me mira con ojos llenos de desdén. —Ya te dije que
estuvimos a punto de perder el trato Johnson por esto.
Tengo que morderme la lengua cuando me dice eso. Tan
solo unas semanas atrás, Dan no paraba de halagarme por
haber cerrado un contrato multimillonario.
—Nuestra marca pierde credibilidad con tan solo tenerte
en la empresa, lo que nos da una justificación
completamente legal para despedirte. Sin mencionar que el
mismísimo director financiero perdió millones en la estafa
de tu padre. Agradece que te dejaremos ir con una
indemnización por despido, señorita Van Bauer.
Dan se levanta y se inclina sobre el escritorio. —Ahora ve
a recoger tus cosas inmediatamente. Desactivaremos tu
tarjeta de identificación al mediodía.
Con los dientes apretados, me dirijo a la puerta. Deja las
cosas en paz, Mel. Ellos se lo pierden, tú triunfarás.
En el último segundo, volteo para decirle:
—El logotipo de la empresa parece un pene con sus bolas.
Pensé que deberías saberlo. —Y con una sonrisa dulce, salgo
furiosa por la puerta.

DE CAMINO A MI OFICINA, todos mis compañeros me miran


como si fuera la participante al borde de la eliminación del
reality show de moda. Por Dios, ¿acaso todos sabían que esto
pasaría excepto yo? Cuando la noticia sobre mi papá salió a la
luz hace semana y media, sabía que no se vendría nada
bueno.
Fijaron la fianza en un millón y medio de dólares. El
banco congeló todos sus bienes. Apenas logré pagarla usando
no solo todos los ahorros que mi abuelo me había dejado,
sino que también tuve que sacar una segunda hipoteca del
apartamento que acababa de comprar. Ya que no me esperaba
ningún gasto catastrófico en mi vida, pagué mucho dinero
por ese lugar, por lo que me dejaba algo de patrimonio… El
cual necesité casi inmediatamente para poder sacar a mi
padre de la prisión.
Entro como un tornado a mi oficina, lista para arrojar
todas mis cosas en una caja y salir de allí tan pronto como
sea posible.
Pero me detengo en seco cuando veo a un hombre
desconocido sentado en una de las dos sillas que están frente
a mi escritorio. Es un caballero mayor que está vestido de
forma impecable. Siempre estuve rodeada de riquezas desde
la niñez, pero durante los últimos años en particular había
aprendido a prestar atención a los detallitos que marcaban la
diferencia entre la riqueza verdadera y las imitaciones
baratas.
Por lo que logro reconocer la sastrería elegante y las finas
telas que indican que el traje de este hombre estaba hecho a
la medida y que es costoso. Y el hecho de que sus gemelos
parecen ser de oro, probablemente eran una herencia. Mi
abuelo llegó a tener unos parecidos. Sus zapatos negros están
pulidos y lucen costosos. Siempre me fijo en el calzado de los
hombres al evaluar a un cliente potencial.
Este tipo tiene dinero. Muchísimo.
Qué lástima que no presté este nivel de atención cuando
mi papá empezó a usar zapatos Louis Vuitton de imitación
unos años después de que mi mamá muriera. Ella lo había
dejado hacía varios años atrás, pero él seguía estúpidamente
enamorado de ella.
Sabía que estaba pasando por momentos difíciles. Pero
simplemente pensé que eran por cosas personales; jamás me
imaginé que el negocio también estaba en peligro. Una vez lo
visité para saber cómo estaba y lo encontré en casa, borracho
a las once de la mañana, sentado en el sofá con nada más que
unos calzoncillos. Se notaba que había estado llorando.
Me gritó que me fuera, y mi papá nunca gritaba. Después
de eso, no me habló por todo un mes. Cuando finalmente me
invitó a cenar a uno de los restaurantes más exclusivos de
Manhattan, un lugar al que vas tanto para que te vean como
para degustar los exquisitos platillos, vestía su traje más caro
y portaba su sonrisa de vendedor. El negocio iba viento en
popa, él se codeaba con los ricos y famosos y todo iba de
maravilla.
O, al menos, eso parecía. Siempre se lo veía positivo. No
tenía idea de que se estaba hundiendo cada vez más hasta
que todo se derrumbó como una avalancha.
—Disculpe —le digo al desconocido, sintiendo la gravidez
de la realidad caer repentinamente como peso muerto sobre
mis hombros—. Todas mis citas de hoy han sido canceladas.
—Levanté ambas manos—. Desde hace diez minutos, ya no
soy empleada de esta empresa.
—¿Es usted Melanie Van Bauer? —pregunta el
desconocido. Al asentir, se levanta y extiende su mano hacia
mí en forma de saludo. Es de estatura promedio, quizás cerca
de los setenta años, con un cabello blanco perfectamente
cuidado.
—Sí —contesto al mismo tiempo que alcanzo su mano y
acepto su saludo.
—Puede llamarme Owens —dice con una sonrisa gentil,
dándome un firme apretón de manos antes de soltarme.
Luego me hace un ademán para que tome mi lugar detrás de
mi escritorio—. Siéntese, por favor. Tengo una propuesta de
negocios que me gustaría discutir con usted.
Inclino la cabeza en confusión hacia él. —Mire, le acabo
de decir que me despidieron. No sé qué clase de…
—Su padre va a estar en prisión por el resto de su vida —
comienza a hablar sin introducción—. Probablemente bajo
múltiples cadenas perpetuas consecutivas una vez que todos
los detalles de su fraude piramidal salgan a la luz y estén
bajo el escrutinio del ojo público. Se supone que esa clase de
cosas no afecta al jurado, pero ambos sabemos que los
noticieros impartirán su propio veredicto meses antes de que
siquiera llegue a la sala de justicia. El público pide sangre y
créame cuando le digo que a los hombres que se roban las
pensiones de las abuelitas no les van muy bien en la prisión.
Por favor, no otro de estos. No tengo ni un poquito de
ganas de soportarlo.
—Váyase. —Le señalo la puerta. Mi papá y yo hemos
sufrido de hostigamiento desde que se publicó la noticia. Hay
personas acampando afuera de mi apartamento,
lanzándonos acusaciones y cosas peores… Hace unos días,
me lanzaron un tomate. El día antes de ese, una bolsa de
excremento de perro. Hemos recibido amenazas de muerte
por las redes sociales y el correo.
Realmente no necesito esta mierda ahora. —No sé quién
le dejó entrar, pero voy a llamar a seg…
El señor Owens alza una mano para detenerme. —¿Qué
pasa si le digo que usted puede sacarlo de este embrollo?
¿Que usted tiene el poder de ayudarlo en la palma de su
mano?
Me detengo con el teléfono fijo a mitad de camino, a
punto de llamar a seguridad. ¿De qué carajos está hablando
este tipo?
Al verme dudar, prosiguió rápidamente:
—Conozco a un tercero que está interesado y que puede
enviar a su padre a un país sin políticas de extradición donde
podrá vivir cómodo por el resto de su vida.
Dejo salir una risa socarrona y miro a mi alrededor. —
¿Qué es esto? ¿Acaso puso micrófonos en mi oficina y espera
que diga algo incriminador? Ya les he dicho a todos que no
tengo nada que ver con su empresa y que, sin importar
cuánto busquen, no van a encontrar mi nombre en los
archivos.
Me volteo y dirijo mis palabras hacia una de las paredes,
pronunciándolas todas con claridad:
—Mi adorado padre no creía que una chica fuera lo
suficientemente buena para trabajar en su preciosa empresa
de inversiones y corretaje. Así que, ¿adivine qué? Nunca puse
un pie en la propiedad ni toqué un solo archivo de sus
computadoras.
—No es ninguna trampa, señorita Van Bauer —dice el
señor Owens con tono relajado—. Y no tiene por qué alzar la
voz. Con gusto la dejo comprobar mi identidad, pero por los
momentos no puedo develar el nombre de mi representado.
Vuelvo la mirada hacia él. Y realmente no parece estar
bromeando. De hecho, este tipo luce tan estoico y serio que
creo que nunca se ha reído de un chiste en su vida.
—Estas son mis credenciales. —Se saca algunos
documentos del bolsillo interno de su chaqueta y me los
entrega—. Como dice la gente, siéntase libre de buscarme en
Google.
Les echo un vistazo a los documentos elegantes con sellos
en relieve y marca de agua. Ambos tienen su nombre, Francis
Roger Owens III, y el nombre de su empresa: Owens, Jenkins,
and Rosenberg Trust.
Le tomo la sugerencia y saco mi teléfono para buscarlo.
Luego de algunos toques, descubro que Owens, Jenkins, and
Rosenberg Trust es una de las empresas de gestión de
patrimonios más importantes de Nueva York. Al buscar en
las imágenes, veo al hombre frente a mí en la Gala Met con
una parte de la élite de Nueva York. También estaba en una
foto con Mark Zuckerberg. Y en otra, con el actor de esa
famosa serie de zombis.
Siento la boca seca cuando levanto la mirada del teléfono.
—¿Qué es lo que propone exactamente? —¿Y por qué un
hombre tan obviamente poderoso quería hacer negocios con
la hija de un inversionista caído en la desgracia?
El señor Owens sonríe ante mi pregunta. Es la sonrisa de
un hombre que sabe que está a punto de cerrar un trato. No
es cálida ni maliciosa, es simplemente un esbozo de sonrisa
en ambas comisuras de sus labios y un destello en sus ojos
que dice que, sea lo que sea que está a punto de ofrecerme,
no estoy en posición de rechazarlo.
—Realmente es una pequeñez si la compara con salvar el
resto de la vida de su padre. Usted nació cuando él era muy
joven. Tan solo tiene cuarenta y nueve años. Uno solo puede
esperar que un hombre como él tenga tantísimos años más
por vivir. —El señor Owens se inclina hacia adelante—.
Usted puede regalarle todos esos años. Él puede vivir una
vida de lujos en lugar de soportar lo que sea que le espera en
una prisión de máxima seguridad.
Mierda. ¿Por qué sigue vendiéndolo? No son buenas
noticias cuando alguien vende y vende un negocio sin hablar
de precios.
—Vayamos al grano —le digo, interrumpiéndolo cuando
parecía que seguiría hablando sandeces sobre la maravillosa
vida que mi papá mágicamente tendría sin tener que pagar
las consecuencias de haber destruido las vidas de tantas
personas.
El señor Owens vuelve a sonreír. —Todo lo que mi cliente
pide es tan solo un año de su vida. Un año de su vida a
cambio del resto de la vida de su padre.
—¿Haciendo qué? —pregunto, sintiendo un escalofrío en
la nuca.
El señor Owens deja de sonreír y saca un contrato de su
maletín. Lo desliza por el escritorio en mi dirección. —Mi
cliente necesita un heredero. Usted ha sido elegida como una
candidata aceptable. Va a vivir en el domicilio de mi cliente y
va a tener sexo con él hasta quedar embarazada, luego se
quedará allí hasta dar a luz. Después de eso, ni su padre ni
usted tendrán deuda alguna. De hecho, a usted se le
compensará muy bien por su tiempo. Y el gobierno federal no
podrá tocar a su padre por el resto de su vida natural.
¿Qué carajos…?
¿Sexo?
¿Dar a luz?
Este tipo tiene que estar jodiendo.
Me vuelve a mostrar su sonrisa ganadora, para luego
sacar un bolígrafo de su maletín y ofrecérmelo desde el otro
lado del escritorio. —Si tan solo firma aquí y aquí —dice,
señalando dos lugares en el largo contrato—, entonces
podremos empezar.

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La gente dice que lo bueno siempre se hace esperar.
¡Vaya m!3rd@!
Toda mi vida ha sido una espera. Irme por lo seguro. Ser
la chica buena, no salirme de lo establecido. Trabajé duro
tratando de demostrarle mi valor a mi papá, luego a mis
profesores universitarios, luego a mi jefe en New World
Media. Simplemente esperando el día en que todo valiera la
pena.
Y justo cuando estaba empezando a ver los frutos de la
espera: finalmente tenía una casa, un trabajo, incluso estaba
pensando en adoptar un gato, ¡boom! Mi vida explota y de
repente ahora estoy aquí y…
—Todo listo —la médica interrumpe mis pensamientos,
quitándose los guantes con un fuerte chasquido.
Incluso desde la cama donde estoy acostada, con las
piernas abiertas cual pavo de Acción de Gracias, puedo
escuchar el rugido impaciente del hombre que se encuentra
en el umbral. Si se le puede llamar hombre. Es más bien la
bestia de un bendito cuento de hadas. —¿Y bien?
Su dictamen hace eco en toda la habitación mientras
todavía tiene el espéculo dentro de mí.  —Es virgen.
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Cuando el novio de Mia la lleva a comer a su restaurante


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Una noche con ella.
ACERCA DE STASIA BLACK

STASIA BLACK creció en Texas y recientemente pasó por un período de cinco


años de muy bajas temperaturas en Minnesota, y ahora vive felizmente en la
soleada California, de la que nunca, nunca se irá.
Le encanta escribir, leer, escuchar podcasts, y recientemente ha comenzado a
andar en bicicleta después de un descanso de veinte años (y tiene los golpes y
moretones que lo prueban). Vive con su propio animador personal, es decir, su
guapo marido y su hijo adolescente. Vaya. Escribir eso la hace sentir vieja. Y
escribir sobre sí misma en tercera persona la hace sentir un poco como una
chiflada, ¡pero ejem! ¿Dónde estábamos?
A Stasia le atraen las historias románticas que no toman la salida fácil. Quiere
ver bajo la fachada de las personas y hurgar en sus lugares oscuros, sus motivos
retorcidos y sus más profundos deseos. Básicamente, quiere crear personajes que
por un momento hagan reír a los lectores y que después los tengan derramando
lágrimas, que quieran lanzar sus kindles a través de la habitación, y que luego
declaren que tienen un nuevo NLS (Novio de Libro por Siempre; o por sus siglas
en inglés FBB Forever Book Boyfriend).

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