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Principe

Roto

Cosa Nostra Libro uno


R.G. Angel
Esta es una obra de ficción. Los nombres, los personajes, los lugares y los acontecimientos son producto de
la imaginación del autor o se usan de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o
muertas, establecimientos comerciales, eventos o sitios es pura coincidencia.

Copyright@ R.G. Angel

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Corrección de Edurne H
SINOPSIS

El amor puede ser su salvación...o su perdición...


Cassie
Hartfield Manor es como yo: maldita y no deseada.
Aceptar un trabajo allí como ama de llaves interna es mi única opción. Nadie
quiere contratar a la hija de unos infames asesinos en serie.
Pero mi nuevo jefe...me fascina. Envuelto en sombras, oculta su dolor tras
unos modales bestiales, y me atrae como ningún otro.
Cree que es irredimible. Imperdonable.
Ahora no puedo evitar pensar, ¿quién mejor que la hija de los monstruos para
amar a una bestia?
Luca
Lo tuve todo y lo perdí.
Fui príncipe de la mafia. Ahora soy un recluso alcohólico y cargado de
culpabilidad. Con cicatrices, roto y solo.
Entonces la conocí.
Cassie es como el sol, ilumina mi oscuridad. Ella me hace querer vivir de
nuevo.
Pero mi mundo no es lugar para una inocente como ella. Es demasiado
peligroso.
Yo soy demasiado peligroso.
Porque no importa cuánto la necesite, nunca dejaré que mi redención sea a
costa de su alma…
Contents

PRÓLOGO

CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13

CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16

CAPÍTULO 17

CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19

CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21

CAPÍTULO 22

CAPÍTULO 23

CAPÍTULO 24

CAPÍTULO 25

EPÍLOGO

PRÓXIMO LIBRO
Sobre la Autora
PRÓLOGO

N
eumáticos chirriando, miedo, gritos y dolor...mucho dolor. Un dolor que
pensé que era el peor que había experimentado, hasta que abrí los ojos y
miré en su oscura mirada sin pestañear.
Me di cuenta, mientras caía lentamente en la inconsciencia, al mirar
fijamente sus ojos sin vida y sus cuerpos destrozados, que estaban muertos, que
me los habían arrebatado. No podía moverme, no podía hablar, no podía respirar.
Lo único que mi mente podía gritar era: “Por favor, déjame morir con ellos”.
Debería haber sabido que no debía esperar ningún indulto de la vida: ahora
era el momento de vivir en mi infierno, mi purgatorio...mi penitencia.
CAPÍTULO 1

Cassie

D
icen que todo el mundo quiere ser famoso y salir en las portadas de los
periódicos. Que cualquier prensa es buena prensa, ¡pero eso es una
auténtica mierda!
La prensa no había sido más que una maldición para mí y para mi hermano
pequeño, Jude. Éramos Cassandra y Jude West, los hijos de los Asesinos de
Rivertown.
Esta gente...Mis padres habían utilizado su pequeña empresa de inversiones
para malversar los fondos de jubilación de más de quince mil personas en diez
años, y también habían asesinado a treinta y dos ancianos en un intento de cubrir
sus huellas.
Mi rostro, medio oculto tras mi alborotada melena pelirroja, al salir del
tribunal durante el juicio, llegó a aparecer en la primera página de nuestro
periódico comarcal y desde ese día quise desaparecer. No iba a ir al tribunal a
apoyarlos. Fui allí…,no estaba segura por qué iba allí.
Quizá una parte de mí esperaba que tuvieran la decencia de pedir perdón a
Jude y a mí por destrozarnos la vida y convertirnos en parias, porque el estigma
que llevábamos era una pesada cruz que cargar.
Dejé escapar un suspiro de alivio cuando mi padre fue
condenado a cadena perpetua sin libertad condicional y mi madre a cuarenta
años. Yo estaba allí para asegurarme que toda esta pesadilla terminara por fin y
ellos acabaran sus vidas entre rejas.
No pasé por alto las miradas que me dirigían las familias de las víctimas,
cada vez que me sentaba al fondo de la sala. La gente no se creía que la hija
veinteañera de esos dos sociópatas no supiera que algo iba mal, e incluso si
realmente no tenía idea, no podía evitar sentirme culpable. ¿Me había perdido
algo? ¿Hubo señales?
Cuando salí del tribunal, tras el veredicto, miré el reloj y gemí. Solo tenía una
tarde con Jude a la semana y este último día de juicio me había robado dos horas
preciosas.
Habían pasado cuatro meses desde que mi vida (nuestra vida) se convirtió en
un infierno. No teníamos otra familia y los servicios sociales declararon que yo
no estaba capacitada para cuidar de mi hermano y no podía negarlo. Estaba sin
blanca, había tenido que abandonar la escuela de enfermería y ahora dormía en
el incómodo futón de nuestra vieja criada, una de las únicas personas que me
mostraba un poco de compasión.
Me apresuré a coger el autobús. Tenía que llegar pronto al Hogar, ya que las
visitas terminaban a las cinco de la tarde.
Ver a mi hermanito solo una tarde a la semana me estaba destrozando. Lo
echaba mucho de menos y estaba muy preocupada, solo tenía diez años, era
demasiado joven para tener que lidiar con todo esto.
Nadie debería lidiar con todo esto.
Cuando llegué, Amy, la trabajadora social que llevaba el caso de Jude, se
paseaba frente a la puerta.
—Pensé que no llegarías —dijo, empujándome hacia la sala de visitas.
—Lo sé —jadeé sin aliento—. Gracias por esperar. Me dedicó una pequeña
sonrisa.
—Te mereces que alguien te dé un respiro —dijo con suavidad, haciendo que
se me llenaran los ojos de lágrimas.
Últimamente no estaba acostumbrada a la amabilidad. Había tenido suerte
cuando le habían asignado el caso de mi hermano. Habíamos estado en el mismo
instituto, aunque ella estaba en el último curso cuando yo entré, y eso había
creado una especie de afinidad que agradecía enormemente.
Abrió un poco la puerta lateral y habló con alguien, la puerta se abrió más y
mi hermano entró corriendo.
—¡Cassie! —gritó, corriendo a mis brazos.
Lo abracé con fuerza. Era tan bajito y frágil. Tendría diez años, pero no
aparentaba más de siete. Sin embargo, era mi hombrecito. Nuestros padres
siempre habían estado emocionalmente distantes. Siempre habíamos sido Jude y
yo.
—Lo siento. No quería llegar tarde —le dije, acariciando suavemente su pelo
rubio oscuro.
Él me rodeó con sus brazos y alzó la vista, mirándome con sus grandes y
tristes ojos verdes, demasiado cansados para un niño de su edad.
—¿Estamos bien ahora? —preguntó en voz baja. Asentí con la cabeza.
—Sí, lo estamos. No van a volver —Fruncí el ceño, fijándome en el pequeño
moratón que tenía en la mandíbula—. ¿Qué es eso? — pregunté, pasándole los
dedos por encima.
—Nada —Se encogió de hombros—. Me caí.
Miré a Amy, que nos miraba con tanta tristeza que me partió aún más el
corazón. Tenía que sacarlo de aquí.
—Te llevaré a casa tan pronto como pueda, hombrecito. Te juro que te
llevaré.
—Lo sé, Cassie. No pasa nada. Estoy bien aquí.
No, no lo estás. Es miserable, pero intentas ser fuerte por mí, cuando no
deberías tener que hacerlo, pensé.
—Lo sé, pero echo de menos tenerte conmigo, así que quiero que vuelvas
cuanto antes. —Forcé una sonrisa que esperaba pareciera genuina—. Quién se
supone me va a ayudar a probar brownies ahora, ¿eh?
Asintió con la cabeza.
—Sí, soy una especie de experto.
Solté una risa. —Sí, lo eres.
Amy suspiró.
—Lo siento, chicos, pero Jude tiene que volver ya.
Levanté la vista y la vi muy cabizbaja. Estaba segura que sentía debilidad por
Jude, pero, ¿quién no?
—Nos vemos la semana que viene y alguna vez podremos chatear por vídeo
esta semana —dije antes de lanzar una rápida mirada a Amy, que asintió. Ella
hacía eso todas las semanas por nosotros, utilizando su propio teléfono para que
Jude y yo pudiéramos hablar durante unos minutos. Aquella mujer era realmente
un regalo del cielo. Al menos nos ayudaba a mejorar un poco aquella horrible
situación.
—Te quiero hasta la luna y de vuelta —dijo, abrazándome de nuevo con
fuerza.
—Te quiero hasta el sol y de vuelta —respondí, besándole la coronilla,
sintiendo ya el ardor de mis lágrimas no derramadas en el fondo de mis ojos.
Cuando se fue, Amy se volvió hacia mí.
—¿Qué ha pasado realmente? —pregunté, sabiendo perfectamente que el
moratón de Jude no había sido causado por un accidente.
Suspiró, sacudiendo la cabeza.
—Los niños han sido duros con él —admitió a regañadientes. —Ser pariente
de...—Hizo una mueca de dolor—. Es una pesada cruz que llevar.
—Lo sé. Pienso cambiarnos el nombre apenas pueda recuperarlo.
Me senté en una de las incómodas sillas naranjas que bordeaban la sala de
visitas.
Sabía que tenía que irme. No tenía por qué seguir aquí, el centro estaba
cerrado al público, pero necesitaba unos minutos.
Unos minutos con alguien que me mirara, no como cómplice de los
monstruos que eran mis padres, sino como una de sus víctimas.
—No estoy convencida de que llegue ese día —admití, y decirlo en voz alta
me dolió más de lo previsto.
—Así que se negaron a aceptarte de nuevo, ¿eh? —preguntó ella, viniendo a
sentarse a mi lado, agarrando mi mano entre las suyas.
Asentí.
—Sí, aunque no puedo culparles. Al hospital le costaba justificar mi
presencia allí y en la escuela de enfermería me echaron. —Me encogí de
hombros—. ¿Qué sentido tenía que trabajara allí?
—Podemos luchar contra su decisión, ya lo sabes. Lo he investigado y no
tenían motivos para despedirte.
Sacudí la cabeza.
—¿Qué sentido tiene? Nadie me quiere allí. Los alumnos me miran como si
fuera un monstruo, y los profesores también. Y aunque me aceptasen, necesito
formación hospitalaria y ningún hospital me la ofrecerá.
—Sí. —Asintió con resignación —. ¿Y tu situación de vida?
—Todavía en cuclillas en el futón de la Sra. Broussard. —Nunca había
estado más agradecida en mi vida. La señora Broussard llevaba trabajando para
mis padres desde que yo tenía cinco años y, cuando todo se fue a la mierda,
había sido la única que me había ofrecido la mano amiga que necesitaba
desesperadamente, a pesar de los consejos de sus propios hijos—. Tengo que
devolverle su espacio y dejar de comerme su comida. —Miré al cielo—. Nadie
está dispuesto a contratarme en esta ciudad, pero...—Miré hacia la puerta que
comunicaba con la vivienda que ocupaba mi hermano pequeño—. No puedo
irme, me necesita.
—Te acuerdas de la Sra. Lebowitz, ¿no?
La miré confusa ante su cambio de tema.
—¿La orientadora profesional del instituto? Ella asintió.
—Se jubiló, pero sé que trabaja a tiempo parcial para la agencia de trabajo
temporal que hay junto a la farmacia. —Amy se encogió de hombros—. Siempre
tuvo debilidad por sus antiguos alumnos.
¿Por qué no vas a verla?
La Sra. Lebowitz era una señora mayor, una hippy excéntrica, pero siempre
había visto más de lo que parecía. Ya entonces sabía que yo era la que cuidaba
de Jude. Fue ella quien me sugirió que estudiara enfermería, tras ver mi
naturaleza bondadosa.
—Me gusta. Merece la pena intentarlo. —Miré mi reloj, ya había pasado
mucho de la hora y no necesitaba que Amy se metiera en problemas y le quitaran
a Jude de su cuidado por su relación conmigo—. ¿Y qué pasa con Jude y sus
moratones?
—No te preocupes, lo he trasladado a una habitación con niños más
pequeños. Ya está bien. —Respondió a mis pensamientos no expresados.
Le lancé una mirada de agradecimiento.
—Necesito irme ya. Tengo que coger el autobús.
—Déjame llevarte a casa, por favor.
Asentí con la cabeza. El viaje en autobús hasta casa de la señora Broussard
iba a durar más de cuarenta y cinco minutos, y tenía que admitir que, después del
agotador día que había tenido, estaba más que agradecida de aceptarlo.
—¿Por qué eres tan amable conmigo? —le pregunté a Amy mientras
emprendíamos el camino—. No es que no te esté eternamente agradecida, pero...
Se encogió de hombros.
—Llámalo empatía. Te he visto antes en el hospital, te preocupabas de
verdad por los pacientes, ¿y la forma en que tu hermano habla de ti? Eres todo su
mundo. He visto a mucha gente mezquina y despiadada en mi trabajo y tú no
eres una de ellas. Eres cariñosa y afectuosa y, obviamente, no eras consciente de
las monstruosidades de tus padres. —No te mereces que te traten como lo hacen,
así que si puedo aliviar un poco esta injusticia...lo haré.
Aparté la mirada, parpadeando. Sus palabras me daban esperanza. Quizá los
demás también se dieran cuenta. Quizá los demás me darían un respiro y me
ayudarían a recuperar a Jude.
Sí, mañana sería otro día y cambiarían las tornas, sin importar los sacrificios.
Por Jude.
CAPÍTULO 2

Cassie

M
e desperté con el zumbido de la señora Broussard en la pequeña cocina
y el olor a café recién hecho.
Me incorporé y me estremecí al sentir el dolor de espalda que me
habían dejado los barrotes metálicos del delgado futón. Sin embargo, nunca diría
nada, ella me había dado cobijo cuando todos me habían dado la espalda. Ella
había sido mi salvadora.
—Ma Cherie. —Sonrió, poniendo un plato en la encimera para mí—. Hice
un poco más para ti. —Sus ojos ambarinos estaban tristes a pesar del brillo de su
sonrisa.
—¿Qué haría yo sin ti? —pregunté, frotándome los ojos y caminando
descalza en pijama de franela, para luego sentarme en un taburete.
—Estarás bien, Cherie. Eres una buena persona, siempre lo has sido. La vida
te dará la vuelta, ya lo verás.
—Espero que tengas razón —dije, dando un mordisco a la tostada francesa
—. Hoy voy a la agencia de trabajo temporal de la ciudad. Si Dios, el karma o lo
que sea que ande por ahí alguna vez ha querido concederme un favor, hoy es el
día.
—Puedo hablar con Camille.
Negué con la cabeza. Camille era médico auxiliar en el Hospital
Central y no era muy amiga mía ni de los problemas en los que creía que
estaba metiendo a su madre.
Pero no podía culparla. Su madre había trabajado incansablemente para mi
familia, que no la trataba mejor que a un mueble. Había trabajado tan duro solo
para comprarse este minúsculo apartamento en un complejo para mayores de
cincuenta años, y ahora yo vivía de sus escasos ingresos.
No era mejor que una sanguijuela, pero eso iba a acabar hoy.
Conseguiría un trabajo como fuera.
—Eso no es necesario. Vamos a ver cómo va hoy.
Amy me había asegurado que tan pronto tuviera un trabajo estable, un lugar
donde vivir lo bastante grande para tener a Jude y unos ahorrillos, haría todo lo
que estuviera en su mano para que me lo llevara y, una vez que lo tuviera de
vuelta, nos iríamos, cambiaríamos de nombre y empezaríamos de cero. Solo
nosotros dos.
La señora Broussard miró el reloj.
—¿Quieres que te lleve? Tengo un poco de tiempo.
Sonreí, pero negué con la cabeza, con la boca llena de tostada. — Estoy bien,
no te preocupes.
Ladeó la cabeza.
—Tengo derecho a preocuparme por ti, Cassie. Te he visto crecer.
Cogí el periódico de la encimera y ella apoyó su dorada mano sobre la mía.
—Quizás no deberías, Cherie. Suspiré.
—Créeme, no hay nada que puedan decir que no haya leído ya antes.
Dudó un segundo antes de levantar la mano con un suspiro.
—De esto no va a salir nada bueno —dijo derrotada, antes de darse la vuelta
y meter el plato en el pequeño lavavajillas de la encimera.
Me alegré de que no me estuviera mirando porque no pude evitar hacer una
mueca de dolor al leer el título de la primera página.
Monstruos de Riverside: ¡encarcelados de por vida! El título principal
aparecía en letras negras, pero, en lugar de una foto de ellos, era yo la que
aparecía en la portada del Riverside Herald, de pie, sola en la escalinata del
juzgado, con mi rebelde melena pelirroja ondeando alrededor de mi rostro. Tenía
un aspecto sombrío, derrotado, y así es como estaba. Mi vida había dado un giro
a peor, pero no estaba derrotada por su sentencia. No, eso había sido lo único
bueno de todo aquello.
Mis padres siempre habían sido terroristas emocionales, utilizándome a mí y
posteriormente a Jude para sus horribles planes. Había sido duro descubrir en el
juicio que Jude había sido concebido por inseminación, no porque se murieran
por tener otro hijo, sino porque yo había ido creciendo y ya no parecía tan mona
y, por tanto, ya no inspiraba tanta confianza como él.
Lo que siempre había tomado como nada más que falta de instinto paternal y
una ajetreada vida laboral había sido, en realidad, mucho peor de lo que jamás
hubiera imaginado. Habíamos sido juguetes, accesorios, nada más.
Esperaba que Jude nunca descubriera que no había sido más que un medio
para un fin. Una carta añadida a la mesa, sin ningún sentimiento de por medio.
También esperaba amarle lo suficiente como para compensar todas las
cicatrices que le habían infligido los monstruos que nos habían puesto en este
mundo.
Me forzé a sonreír al encontrar los ojos preocupados de la señora Broussard y
metí el plato en el lavavajillas, antes de ir a rebuscar en las dos pequeñas maletas
que me habían permitido llevar conmigo.
Rezaba por tener algo adecuado para ir a ver a la Sra. Lebowitz porque,
cuando salí de casa, había esperado volver en algún momento. No había
esperado que todo durara tanto.
Cuando el FBI se presentó en nuestra casa, me alegré de que Jude estuviera
en el colegio. Decenas de agentes se apoderaron del lugar, pusieron la casa patas
arriba y me informaron que la casa estaba ahora bajo embargo de Asset.
Nadie quería contarme lo sucedido y, aunque sospechaba que mis padres
podían haber malversado dinero, nunca habría imaginado el verdadero horror.
Al cabo de un momento se me acercó un agente, un hombre grande y
aterrador, y me ladró que tenía treinta minutos para empaquetar lo que mi
hermano y yo necesitaríamos durante unas semanas.
Hice dos maletas para mí y una para Jude tan rápido como pude, bajo su
atenta mirada. ¿Esperaba que ocultara algo? ¿Creía que estaba implicada en lo
que habían hecho mis padres?
El agente me condujo hacia su gran todoterreno negro.
—¿Puedo llevarme mi coche? —había preguntado, señalando el Toyota que
mis padres me habían comprado a principios de año. No había sido un regalo de
corazón, simplemente necesitaban que yo hiciera de chófer de Jude y realizara
todas las compras que a ellos les molestaba hacer.
Sacudió la cabeza.
—No, todos los bienes propiedad de Martha y John West están ahora
embargados por el gobierno federal de los Estados Unidos. — Abrió la puerta
trasera del coche—. ¿Dónde te vas a alojar?
Me quedé helada en ese momento. ¿Dónde iba a quedarme? Había estado tan
ocupada con la escuela de enfermería y cuidando de Jude, compensando todas
las carencias de mis padres, que, en realidad, no tenía amigos, al menos nadie lo
bastante cercano como para ofrecerme un lugar donde quedarme.
—Se quedará conmigo, ¿verdad, Cassie?
Me había dado la vuelta y solté un pequeño sollozo de alivio sin lágrimas
cuando la señora Broussard vino hacia mí ya vestida para marcharse.
—Necesito ir a recoger a Jude...
—Jude West será recogido por los servicios sociales. —El agente intentó
coger la maleta que hice para Jude.
Apreté con fuerza la empuñadura y di un paso atrás.
—Tengo que hablar con él, se asustará. Por favor, señor. Es solo un niño —
supliqué, con la voz quebrada al pensar en mi hermano pequeño asustado y solo.
Me miró un segundo y suspiró.
—Los servicios sociales irán al colegio en los próximos treinta minutos más
o menos, puedes ir a esperar allí.
Y me fui con la señora Broussard, jurándole a mi aterrorizado hermanito que
iba a arreglarlo todo pronto, pero ya llevaba cuatro meses y no estaba ni un paso
más cerca de recuperarlo.
Los bienes seguían congelados y todas las pertenencias de mis padres iban a
ser vendidas para pagar las indemnizaciones concedidas a las familias de las
víctimas. Me importaban un bledo la casa, los coches y las cuentas bancarias, no
quería nada. Nunca me plantearía disfrutar de nada de lo que adquirieron
literalmente con la sangre de otras personas, pero me habría encantado poder ir a
buscar más ropa y otras cosas para Jude y para mí.
Suspiré, rebusqué entre la ropa y me decidí por unos vaqueros oscuros y una
camisa verde de manga larga, con la esperanza que me quedara lo bastante
profesional.
—¡Hasta luego! —gritó la señora Broussard detrás de la puerta del baño
cuando me metí en la ducha.
Una vez que se hubo marchado, finalmente pude olvidar mi fuerte fachada y
lloré mientras el agua tibia golpeaba mi rostro, con mis lágrimas mezclándose
con la misma. Ni siquiera intenté contener mis sollozos mientras más y más
lágrimas corrían lentamente.
Lloré por mi hermano pequeño y por los abusos de los que no pude
protegerle. Era el niño más adorable, con un corazón tan grande que no cabía en
el mundo, y solo podía imaginar cómo le estaba afectando el odio recibido.
Yo misma lo pasaba mal... amenazas de muerte, insultos, ostracismo. Era una
cruz pesada de llevar para mí, no podía ni empezar a comprender lo pesada que
podía ser para él.
Cuando el agua se enfrió y se me secaron las lágrimas, salí de la ducha, me
recogí el pelo rebelde y me maquillé por primera vez en meses.
No me sentía ni remotamente preparada para enfrentarme al mundo, menos
hoy con mi cara apareciendo en todos los periódicos de esta ciudad, pero algunas
cosas eran más importantes que mi propia comodidad, como era recuperar a mi
hermano y salir de Riverside.
Miré mi cuenta bancaria y, a pesar de mis escasos ahorros, decidí permitirme
un Uber por una vez. No creía que pudiera enfrentarme a las miradas curiosas,
enfadadas y sentenciosas de los transeúntes que aún se preguntaban si yo había
participado con mis padres.
Cuando llegué a la agencia, me alegró ver que el mostrador de la señora
Lebowitz estaba cerca de la puerta y que, salvo por la joven rubia que había
detrás del otro mostrador, la agencia estaba vacía.
No había cambiado nada desde el instituto, con su cabello canoso a media
espalda, su vaporoso vestido bohemio y sus amables ojos marrones. Casi podía
oler su perfume de pachulí desde detrás de la puerta.
Cuando entré, los ojos de la joven se agrandaron. Era obvio que sabía quién
era yo con tan solo una mirada. Ahora era una celebridad local...Bien por mí.
La Sra. Lebowitz levantó la vista y me sonrió. Hacía tiempo que no me
ocurría y me sentí muy bien.
—¡Señorita West! —Sonrió, aplaudiendo, haciendo que sus numerosos
brazaletes repicaran con ese sonido tan familiar que me recordaba al instituto—.
¿Qué te trae por aquí?
Me alisé la camisa, tratando de darme cierta presencia.
—Buenos días, señora Lebowitz, cuánto tiempo sin verla.
—Por favor, llámame Patty, hace mucho que terminó la escuela.
Señaló el asiento frente al suyo—¿Qué puedo hacer por ti?
Me senté y suspiré. No estaba segura de si debía fingir. Siempre había sido
tan perspicaz con los alumnos, quizá eso era lo que la hacía tan buena en su
trabajo.
—Necesito un trabajo. Ella asintió.
—Sí, claro. —Empezó a teclear en su ordenador mientras yo miraba a la otra
mujer.
Ya ni siquiera fingía no escuchar. Había dejado el teléfono descolgado y nos
miraba fijamente, con el codo apoyado en el escritorio y la barbilla en la mano.
La Sra. Lebowitz miró la pantalla durante lo que me pareció una eternidad
antes de volverse hacia mí, y su anterior sonrisa genuina fue sustituida por una
falsa, que nunca antes había visto en su rostro.
—Ummm, sabes, Cassie, no es la mejor época del año y los trabajos son
bastante escasos estos días. —Ah, sí, ya veía por dónde iba eso.
—Aceptaré cualquier cosa. —Sí, no estaba por encima de la mendicidad en
este punto—. Usted sabe que no hice absolutamente nada malo —dije con
desesperación.
—¡Claro que sí! —Jadeó, apoyando la mano en el pecho—. Fuiste una de las
alumnas más sensatas y cariñosas que he conocido.
Sacudió la cabeza —No entiendo cómo gente como ellos tenían una hija
como tú.
—Necesito salvar a Jude. La gente es antipática conmigo y no importa, pero
él...—Fruncí los labios y negué con la cabeza. No era el momento de echarme a
llorar—. Solo necesito dinero, rápido.
Ladeó la cabeza y sus ojos se llenaron de tristeza.
—Cassie...
—Siempre está Hartfield Manor —intervino la otra mujer, haciendo que la
señora Lebowitz se pusiera tensa.
Giró la cabeza lentamente y miró a la rubia. Creo que nunca había visto a
Patty Lebowitz mirar a nadie con desprecio.
—No creo que esa sea la solución, Karin. ¿Por qué no vuelves a tu trabajo?
Fruncí el ceño, aún más intrigada ahora.
—¿Qué es Hartfield Manor? —pregunté, mirando directamente a Karin.
Se volvió hacia mí agitando su cabello rubio por encima del hombro como
diciendo un “que te jodan” silencioso hacia Patty, pero estaba demasiado
desesperada por conseguir un trabajo como para preocuparme en ese momento.
—Es un trabajo de asistenta a tiempo completo —respondió con una voz
demasiado dulce para ser sincera. No estaba intentando ayudarme, no realmente,
pero mi necesidad de dinero superaba cualquier señal de alarma que sonara en
mi cabeza.
—De acuerdo...—miré hacia la señora Lebowitz, quien estaba lanzando
dagas a Karin—. No puedo decir que tenga mucha experiencia en el campo. He
ido a la escuela de enfermería dos de mis tres años, pero...—Hice una mueca—.
Además, soy Cassie West, no estoy segura que nadie...
Hizo un gesto despectivo con la mano y se burló.
—Están desesperados. Aceptarán a cualquiera que les enviemos. Es cuatro
veces el salario medio por hora de una institutriz. —Se encogió de hombros—.
Dijiste que necesitabas dinero rápido, así que pensé...
—No pensaste en nada, Karin, solo en tu comisión —soltó Patty antes de
volverse hacia mí—. Escucha, Cassie, cariño. —Suspiró—. Este trabajo no es
para ti. No sé quién será el dueño, pero las siete amas de llaves que enviamos
renunciaron en menos de seis semanas. Siete, Cassie.
Me mordí el labio inferior, era cierto que no tenía buena pinta, pero al mismo
tiempo...
—¿Cuál es el sueldo?
—Cassie...—La Sra. Lebowitz se interrumpió cansada, probablemente
sabiendo que me había perdido.
—Por favor. —Se me quebró la voz.
Suspiró derrotada. —Mil quinientos dólares a la semana.
—¿Mil quinientos dólares a la semana? —grité. Con esa cantidad de dinero
podría asegurarme un lugar y ahorros suficientes para recuperar a Jude en unos
cuatro a seis meses.
Amy me había prometido que una vez que me asegurara un apartamento de
dos dormitorios, un trabajo estable y ahorros suficientes para garantizar la
seguridad financiera en caso de un inconveniente, que estimábamos en unos diez
mil, podría recuperar a Jude.
La ciudad era cara, pero el suburbio estaba bien, y estaba lo suficientemente
lejos de Riverside para que pudiéramos empezar de cero. Sin embargo,
necesitaba dinero y mucho. Este trabajo podría ser mi salvación.
—Lo acepto. Puedo trabajar todos los días excepto los jueves por la tarde. —
Era el único día que podía ver a Jude.
La sonrisa de Karin se ensanchó.
—Excelente. Haré la llamada.
—Por favor, Cassie, no estoy segura de que esta sea la mejor jugada...
—¿Tienes algo más que ofrecerme? —pregunté un poco más fría de lo que
pretendía. Estaba claro que no era el trabajo ideal, pero era un montón de dinero
y, si la zorra rubia tenía razón, estaban lo bastante desesperados como para que
no les importara que yo fuera la hija de los monstruos de Riverside.
Ella negó con la cabeza.
—El hombre es malo. Las otras candidatas estaban aterrorizadas. Me encogí
de hombros.
—Al menos salieron vivas, es más de lo que mis padres le hicieron a la
gente. Y, en serio, ¿con la forma en que me criaron? Fueron mezquinos, fríos,
despectivos. Estoy lo suficientemente preparada y desesperada para lidiar con un
viejo horrible —¿Cómo se llama el tirano?
Se reclinó en su silla, sabiendo que había perdido la batalla.
—Nos contrató un consorcio con sede en la ciudad. —Sacudió la cabeza—.
Las otras mujeres nunca se quedaron el tiempo suficiente para conocerlo y...—Se
encogió de hombros—. Francamente, supongo que es un accionista viejo y
medio loco que quieren mantener oculto.
Hice una mueca.
—Es una imagen encantadora.
—Me gustaría que lo reconsideraras, Cassie. Negué con la cabeza.
—No puedo, esto es demasiado importante.
Asintió antes de volverse hacia Karin, que acababa de colgar.
—Te han aprobado librar el jueves por la tarde. También tienes los domingos.
Te esperan mañana a las nueve en punto.
Asentí con la cabeza. Era antes de lo que esperaba, pero cuanto antes
empezara, mejor sería.
—Patty te imprimirá la dirección y la descripción del trabajo.
Intenta no salir corriendo.
Perra. —Haré lo que pueda.
La señora Lebowitz perdió toda jovialidad mientras imprimía los documentos
y tomaba mis datos, incluida una copia de mi carné de conducir y mi número de
la seguridad social para preparar todo el papeleo.
—Estaré bien —le dije una vez que terminamos—. No es para siempre.
Me dedicó una pequeña sonrisa.
—Es solo que, eres una chica muy dulce, Cassie, y he oído que este hombre
es una fiera.
Me encogí de hombros.
—¿Quién mejor que la hija de unos monstruos para tratar con una bestia? —
Cogí la carpeta y hojeé rápidamente la interminable lista de obligaciones antes
de mirar la dirección —. ¿Ridgepoint? —no pude evitar preguntar.
Ni siquiera sabía que hubiera casas tan altas. Estaba en las montañas, lejos de
todo. Era un pequeño problema, ya que tardaría unos treinta minutos en volver a
la ciudad para ver a Jude.
—Eso está lejos...—admití, de repente ya no tan segura.
—Tienes acceso a un coche —se apresuró a explicar Karin, al ver que mi
determinación flaqueaba—. Puedes cogerlo siempre que lo necesites.
Respiré hondo.
—Bien, no hay problema. Le diré a mi amiga que me lleve por la mañana. —
Miré a Karin—. Gracias por tu ayuda —añadí con bastante desgana, sabiendo
que sus acciones habían sido impulsadas por una cuantiosa comisión y nada más.
—Seguiré buscándote otra cosa —continuó obstinadamente la señora
Lebowitz—. Tan pronto encuentre algo adecuado, te llamaré.
Podría haberle dicho que no se molestara, que apenas recuperara a mi
hermano me iría de esta ciudad para siempre y no volvería a mirar atrás, pero era
una mujer encantadora y no quería preocuparla más de lo que ya estaba.
—Perfecto, sí, hagámoslo. Hasta pronto.
—¡Llámame si necesitas algo! —gritó justo cuando la puerta se cerraba tras
de mí. Me despedí de ella con la mano y caminé mucho más ligera hacia la
parada del autobús, con la carpeta sujeta contra el pecho.
Tenía un trabajo, con un sueldo astronómico y sin gastos de manutención.
¡Era casi demasiado bueno para ser verdad! ¿Y si el hombre era una bestia? La
Sra. Lebowitz se había equivocado, la niña inocente que había sido antes de la
detención de mis padres había muerto y desaparecido. Ya no era tan blanda.
Había recibido tanto odio en los últimos meses...Era suficiente para
insensibilizarme y hacerme tan fuerte como necesitaba ser.
Me burlé internamente. ¡Adelante, bestia, esta chica puede soportarlo!
CAPÍTULO 3

Cassie

—No estoy segura de que esto me guste, Cassie. —La señora Broussard se
inclinó hacia delante en su asiento e hizo una mueca, mirando la austera verja
metálica negra y el enorme muro gris cubierto de musgo.
La finca era tan grande que apenas podíamos distinguir la oscura mansión
victoriana de estilo gótico al final del camino de grava.
Se veía tan austera y poco atractiva como la puerta y el hombre que vivía en
ella.
—No pasa nada, solo es un anciano. —No le había contado toda la historia,
que no sabía quién era mi jefe, ni que siete mujeres habían huido, pateando y
gritando de la casa.
—Puedes quedarte conmigo más tiempo. No hay prisa —insistió ella.
Pero no podía. Claro que no podía. No podía seguir siendo un peso para ella
y que la gente la tratara mal solo porque me mostrara amabilidad. También tenía
que seguir adelante y hacer lo que pudiera por Jude ahora, antes que perdiera la
poca inocencia que le quedaba.
—Estoy bien. Es una oportunidad para mí. —Esperaba que mi sonrisa
pareciera genuina mientras alcanzaba el picaporte de la puerta—. Será mejor que
toque el timbre antes que sea demasiado tarde.
Apenas toqué el timbre, la cámara fijada a la pared se volvió hacia mí.
—¿Sí?
—Soy Cassie West. Estoy aquí para...
—Por favor, cojan sus pertenencias y diríjanse a la entrada, les acompañarán
dentro. —La voz era joven, aguda, autoritaria. Por alguna razón, no era el tipo de
voz que esperaba.
Me volví hacia el coche y la señora Broussard, que seguía mirándome con
curiosidad.
—Mi amiga me ha traído... —comenté.
—Su amiga no puede entrar en el recinto, solo usted. Coja sus pertenencias y
diríjase a la puerta lateral. —La orden en su voz no dejaba lugar a discusión.
—Por supuesto. —Me volví hacia el coche con una sonrisa en la cara.
Abrí la puerta del copiloto y me incliné hacia dentro.
—Ahora voy a coger las maletas y voy a ir andando, ¿vale? Frunció el ceño.
—Está lejos, Cassie, y tus maletas no son pequeñas. Suspiré. Tenía que ser
sincera con ella.
—Son muy estrictos con la seguridad, y no quieren dejarte entrar. Frunció el
ceño.
—¿Por qué no? Sacudí la cabeza.
—No importa. Necesito este trabajo y si son estrictos con la seguridad,
¿quién puede culparles?
Suspiró rendida.
—Prométeme volver si pasa algo. No me importa que pienses tontamente que
eres un peso para mí. No lo eres.
—Lo prometo. Te llamaré.
Cogí mis dos maletas del maletero y las llevé rodando hasta la pequeña
puerta lateral, que se abrió en el instante que me detuve frente a ella.
Me di la vuelta y saludé a la señora Broussard antes de hacer rodar mis
maletas sobre los guijarros blancos. Agradecí llevar zapatos planos porque el
largo camino y los guijarros que se atascaban en las ruedas de las maletas me
dificultaban mucho tirar de ellas.
Cuando llegué a las escaleras de piedra gris y a las puertas negras, era un
desastre sudoroso y sin aliento.
Llamé al timbre y la puerta se abrió inmediatamente por un hombre mayor de
cabello gris, y traje negro.
¿Me estaba esperando detrás de la puerta?
—Señorita West. —Se movió de su sitio en la puerta, invitándome a pasar
con un gesto de la mano—. Deje las maletas en el vestíbulo, se las llevarán a su
habitación.
Este hombre parecía bastante más mayor que el que había respondido en la
puerta.
—Le haré un recorrido y le recordaré algunas normas que ya debería
conocer. Recuérdelas.
—De acuerdo, pero siempre puedo volver a preguntarle, ¿no? — Ese hombre
era un engreído, pero tener una red de seguridad, por fina que fuera, era mejor
que nada.
—No, no estoy trabajando aquí. Me pusieron aquí porque parecía...difícil
encontrar una nueva ama de llaves. Me iré en cuanto terminemos.
Parecía complacido con eso y no podía culparlo si el interior de la casa, que
era simplemente deprimente, reflejaba a las personas que vivían en ella. Si no
estuviera desesperada, yo también me iría. Se parecía demasiado a una película
de terror para mi gusto, pero la desesperación era algo curioso, te hacía desdeñar
muchas cosas.
¡Jude te necesita para conseguir ese sueldo de 6.000 dólares al mes!
Suspiré. —Bien, estoy lista para beber de tus palabras —. Me lanzó una
mirada de soslayo, pero siguió caminando.
—Eres libre de entrar en cualquier habitación de la planta baja y del primer
piso. Las habitaciones a las que no debes acceder están cerradas. Sin embargo...
—Dejó de caminar y se volvió hacia mí—, nunca debes subir al segundo piso
bajo ninguna circunstancia. —Si antes me parecía severo, no era nada
comparado con el aspecto que tenía ahora.
—¿Por qué? ¿Qué hay en el segundo piso? —pregunté, lanzando una mirada
curiosa hacia la escalera de madera oscura cubierta de moqueta roja.
—Nada que te interese. —La oscura advertencia en su voz me hizo temblar
—. Continuemos. —Me hizo un gesto para que avanzara.
Entramos en una cocina que, a pesar de ser espaciosa, era más pequeña de lo
que había previsto para una casa tan grande. Tenía un aire hogareño que no se
reflejaba en los pasillos y en un par de habitaciones que me había señalado.
La cocina era cuadrada, con una isla en el centro y una mesa rectangular de
madera con seis sillas.
Era una cocina preciosa, , con un frigorífico americano gigantesco, dos
hornos, una cocina de seis fogones y más armarios de madera que ahora mismo
no podría contar, pero me gustaba la sensación que daba esta cocina. Era cálida,
con azulejos blancos y amarillos a prueba de salpicaduras con un dibujo de
girasoles rodeando todo el lado izquierdo. Las enormes ventanas que daban a un
jardín gigantesco aportaban mucha luz a la habitación.
—Es una cocina preciosa —comenté, sabiendo que disfrutaría pasando
tiempo en esta estancia.
El hombre mayor asintió.
—Cierto. —Señaló a la izquierda, a la puerta junto a la nevera—.
Por aquí tiene la despensa, el lavadero y la puerta del jardín. Por favor, mire
lo que necesite, las entregas de comida vienen el mismo día que el equipo de
limpieza: los martes y los viernes.
—Así que no tenemos mucho contacto con el exterior. —Era realmente
extraño ver lo solitario que podía ser este anciano —. ¿Hay algún otro personal
interno?
—El personal de seguridad, sí. No es algo que esté en libertad de discutir con
usted.
Fruncí el ceño. ¿Personal de seguridad?
—No he visto a nadie. Se enderezó.
—Y así es como debe ser. Otra regla fundamental que hay que respetar, no
interactúes con el amo a no ser que él lo haga contigo. No hagas de tu presencia
una molestia, y no interactúes con él ni con ninguno de sus miembros de
seguridad.
—¿Y quién es el amo? —Decir esta palabra era difícil, sonaba como si
acabara de entrar en algún tipo de espectáculo victoriano —.
¿Necesita alguna atención en particular? ¿Médica o de otro tipo?
El mayordomo o lo que sea...Llamémosle “Jim el Engreído” me miró
críticamente.
—De nuevo, esto no es algo que corresponda a su función. Está aquí para
garantizar el buen funcionamiento de la casa. Que el equipo de limpieza haga su
trabajo, que la casa esté abastecida de comida, que, si alguien viene a la
propiedad, te ocupes de ellos y de cualquier petición que te hagan a través del
HCS.
¿Era tonto o lo hacía a propósito? —¿HCS? Suspiró. —¿Has leído el dosier
que te han dado?
—Sí, pero fue ayer y...—Era mi turno de suspirar. Dame un respiro, hombre.
—Sistema de comunicación doméstico. —Señaló la pantalla que había en la
pared junto a la entrada—. Cualquier tarea solicitada que no esté prescrita en su
horario diario típico estará disponible aquí. Hay otra en la primera planta.
Funciona en ambos sentidos. Si necesitas algo o si hay una emergencia, puedes
ponerte en contacto con el amo, que te responderá si procede. Por favor, utiliza
el sistema solo si es absolutamente necesario. No moleste, no hable con el amo
ni con el personal de seguridad si no es directamente —repitió.
¿Como en 1683? Asentí con la cabeza. ¿Podría ser más raro?
—¿Es el amo? —Síp, era raro decirlo—. ¿Sabe que necesito los jueves por la
tarde libres?
—Sí, esto ha sido aprobado. —Me hizo un gesto para que saliera de la cocina
—. Por favor, continuemos la visita. Tendré que irme pronto, es un largo viaje de
vuelta a la ciudad.
Lo seguí en silencio hasta una habitación, que parecía ser en parte biblioteca,
y en parte comedor.
—Eres libre de leer cualquier libro que desees —dijo, probablemente
notando mis ojos clavados en las estanterías del suelo al techo llenas de libros—.
Pero solo cuando la puerta no esté cerrada y fuera del horario de comedor. —
Miró su reloj—. Harás la comida y servirás la cena a las ocho en punto de la
tarde. Ni a las siete y media, ni a las ocho y media. Una vez servida la cena —
señaló el interruptor rojo a su izquierda—, encenderás este interruptor antes de
salir de la habitación. Informará al amo que la cena está servida y encenderá una
luz fuera de la puerta. No podrá volver a entrar en la habitación hasta que la luz
vuelva a apagarse.
Asentí, preguntándome por qué el secreto era tan crucial.
—Tendrá que cocinar para cuatro. Las otras porciones se guardarán en la
cocina para los guardias de seguridad, por si desean comer. —Volvió a mirar el
reloj—. El almuerzo debe servirse a la una en punto.
—Déjeme adivinar, ni las doce y media, ni la una y media. —No estaba
segura por qué intentaba hacer humor con un hombre que muy probablemente
estaba muerto por dentro.
Quizá por eso soporta esta casa pensé, observando la habitación una vez
más. Todo era oscuro, la madera, los muebles. Todo era caro y viejo, pero
tan...carente de vida.
El engreído Jim ignoró mi comentario, saliendo ya de la habitación.
—Venga al primer piso, por favor.
Subimos por la enorme escalera, y no pude evitar mirar hacia arriba cuando
llegamos al primer piso, con la curiosidad hundiendo sus garras en mi cerebro.
La escalera que subía al segundo piso era completamente idéntica a la que
acababa de tomar. No estaba segura de lo que esperaba después de una
interdicción tan ominosa. ¿Dragones?
¿Perros rabiosos tal vez?
Jim se aclaró la garganta y atrajo mi atención hacia él.
Estaba de pie frente a una puerta donde descansaban mis maletas, mirando
hacia la escalera.
—Le aconsejo que no lo haga, esto es lo que les costó el puesto a algunas de
sus predecesoras.
—No iba a hacerlo.
—Ajá. —Hizo un gesto hacia la puerta—. Esta es su habitación. Ahora debo
marcharme. No se espera que trabaje hasta la hora de la cena. Por favor,
asegúrese de seguir las normas, tenga en cuenta el HCS y no debería haber
ningún problema. —Inclinó la cabeza—. Buenos días.
Se dio la vuelta y me dejó allí, frente a la puerta cerrada. Parecía ansioso por
marcharse, algo que tampoco podía reprocharle.
Cuando abrí la puerta de mi dormitorio, me sorprendió lo que encontré. Era
como entrar en otra casa.
Esperaba muebles oscuros, paredes oscuras...básicamente una celda de
monja.
Pero esta habitación era luminosa. Dos grandes ventanales daban a los
jardines. Las paredes y los muebles eran de color crema, las cortinas y colcha de
color melocotón, así como un cómodo sillón a un lado de la habitación, frente a
una chimenea.
La habitación no era excesivamente grande, pero sí fresca y limpia, y estaba
unida a un pequeño vestidor y a un cuarto de baño a
Juego, de mármol blanco y azulejos de color melocotón.
Dejé que mi mano recorriera la bañera de patas de garra que había en medio
de la habitación y luego la ducha gigante, lo bastante grande para dos personas.
Metí las maletas en la habitación antes de sentarme en el mullido colchón,
mirando por la ventana.
Decidí que no sería tan malo si cumplía las normas, y que en unos meses
podría recuperar a Jude.
Pero la pregunta que no podía dejar escapar era, ¿quién demonios era el amo
de esta casa?
CAPÍTULO 4

Luca

I
gnoré los chirridos de mi puerta, mirando por la ventana el deteriorado
cenador del jardín. Era extraño que las cosas se estropearan tan rápido por
falta de mantenimiento.
Dejé escapar una risa sin humor, acariciándome con el índice las cicatrices de
la mejilla izquierda. No solo ocurría con los objetos, yo también estaba
deteriorado.
La puerta se abrió y suspiré. Solo Dom se atrevería a entrar sin invitación.
—Por favor, siéntete como en casa —dije con fuerte sarcasmo, sin
molestarme en darme la vuelta.
—¿Le enviaste un mensaje para darle las gracias?
—¿Pediste mi opinión cuando le diste la mejor habitación de invitados?
Dom suspiró y escuché el sonido del cuero cuando tomó asiento frente a mi
escritorio. Había venido para quedarse. A la mierda. Tomé un sorbo de mi
whisky escocés Macallan Millennium 50 años. Antes no era un gran bebedor,
pero las cosas habían cambiado. Al menos ahora era un borracho con buen
gusto.
—Esta casa tiene catorce habitaciones, Luca. Solo tú y yo vivimos aquí.
¿Cuántos huéspedes hemos tenido en veintisiete meses? Ah, es verdad. Cero.
Entonces, discúlpame por tratar de hacerlo mejor para ella. No queremos que
esta corra.
—¿Por qué no? Tenerte cerca ya es demasiado, ¿y ahora quieres que charle
con la chica?
—Parece agradable.
Sí, lo parecía, joven y refrescante, pero también atormentada. Sabía quién
era, la hija de los monstruos de Riverside, y quizá eso la desesperara lo
suficiente como para quedarse un tiempo. Mi tío estaba harto de tener que
contratar gente.
Suspiré y finalmente me giré en la silla, encontrándome a mi antiguo mejor
amigo y actual jefe de seguridad detallándome críticamente, pero también con
una preocupación que no conseguía ocultar por mucho que quisiera, y eso me
agravaba. No merecía ni quería su preocupación.
—Estoy ocupado.
—¿Estás ocupado haciendo qué? —Miró fijamente mi mesa vacía
—. ¿Tragándote el odio y la autocompasión?
—No olvides la autodestrucción —añadí, dando un gran sorbo a mi bebida
—. Es un trabajo a tiempo completo.
Se inclinó hacia delante.
—Son las diez de la mañana, Luca. —Cogió mi vaso—. ¿No es un poco
pronto para destrozarte el hígado?
Gruñí, apartando la mano de él.
—Es mi cuerpo, y mi vida. Haré lo que me salga de los cojones. Eres mi jefe
de seguridad, no mi hermano ni mi amigo. Recuerda. Tu. Lugar —solté.
El dolor brillando en sus ojos oscuros se sumaba al agonizante peso de la
culpa que ya cargaba cada día.
—Solíamos serlo —respondió casi con nostalgia.
—Las cosas cambian, la gente cambia. —El Señor sabía que yo lo había
hecho. No era ni remotamente el hombre que había sido y me gustaba que fuera
así. Pasé de ser el aterrador, guapísimo y adulado Gianluca Montanari, subjefe
de la familia mafiosa más poderosa de la Costa Este, quizá incluso del país, a la
ruina clínica, alcohólica y bestial de un hombre, basura humana que deseaba que
cada uno de sus respiraciones fuera la última.
Suspiró, poniéndose de pie.
—Creo que iré a darle las gracias si tú no lo haces. Enarqué una ceja.
—¿Y debería importarme por qué? —Me mofé con una sonrisa burlona—.
¿Está Domenico colado por Blancanieves? —suspiré, sacudiendo la cabeza en
fingido arrepentimiento—. Si es tan inocente como parece, dudo mucho que sea
para ti. Tus perversiones son...difíciles de digerir —añadí, sonriendo a mi bebida
y acabándomela de un trago.
Su anterior preocupación y dolor se convirtieron en ira.
—¡Mangia merda e muori! —ladró.
Su anterior preocupación y dolor se convirtieron en ira.
—¡Mangia merda e muori! —ladró.
Come mierda y muere...qué original. Alcancé la botella que había en el suelo
y llené mi vaso.
—Estoy en ello. Adiós.
Se dio la vuelta y salió de la habitación, dando un buen portazo, por si no
sabía lo enfadado que lo había puesto.
Últimamente siempre era así. En realidad, había sido así durante los últimos
años. Pelear con Dom era mucho más fácil que reconocer el alcance de mis
cagadas.

Sacudí la cabeza y miré el portátil cerrado, sobre la mesa...mi ventana al mundo


y a Cassandra West. Llevaba aquí tres días y había sido la única que había
seguido las normas, y tenía que admitir que su cocina era deliciosa.
Puse los ojos en blanco. ¡Vete a la mierda, Dom!
Abrí el portátil e inicié sesión en el HCS.
“Gracias por las comidas, estaban deliciosas. Especialmente la tarta de
fresa”.
Dejé que mi dedo planeara sobre el botón de enviar. ¿Debería hacerlo? Le
habían pagado por ello, y con creces, debía añadir. ¿Por qué tenía que darle las
gracias por algo que era literalmente su trabajo? Llevé el dedo al botón de borrar,
pero no pude pulsarlo.
Puse los ojos en blanco y pulsé “Enviar” antes de pensármelo mejor. ¿Por
qué había escuchado a Dom?
La respuesta llegó casi de inmediato, como si hubiera estado esperando frente
a la pantalla. Quizá se aburría.
Gracias. No estaba segura de lo que te gustaría. Me alegro que la hayas
disfrutado. Estoy preparando la lista de la compra, ¿hay algo más que te gustaría
comer?
Negué con la cabeza. El antiguo Luca habría respondido “tu coño” en un
instante y habría visto adónde nos llevaba eso...que estaba seguro habría sido a
ella, desnuda y mojada, sobre la mesa de la cocina y a mí devorándola como si
fuera mi última comida.
Mi polla se agitó y miré hacia abajo, sorprendido. Hacía tiempo que mi polla
no salía de su prolongado coma. Normalmente estaba con respiración asistida,
igual que yo, sin sentir nada excepto mi constante odio hacia mí mismo. Eso era
lo que pasaba cuando eras un auténtico muerto viviente.
Cualquier cosa, no me importa.
Oh, de acuerdo. Tienes una casa preciosa y los jardines son increíbles. He
estado explorando.
Lo sabía, por supuesto, no había nada en esta finca de lo que yo no estuviera
al tanto.
Suspiré y me levanté, tambaleándome un poco. No iba a charlar con ella.
Apenas soportaba las charlas con Dom, no iba a charlar con Astraea, diosa de la
inocencia.
Me rasqué la barba al girarme hacia la ventana y, por primera vez, me fijé en
mi reflejo. Había quitado todos los espejos a los que tenía acceso, no necesitaba
que me recordaran en quién me había convertido. ¿Cuánto hacía que no me
miraba? ¿Seis meses? ¿Un año? No estaba seguro, pero no era lo suficiente.
La barba y el cabello largo no ocultaban quién era, lo que había hecho.
Llevaba mi vergüenza, mis pecados en la piel, y no había forma de olvidarlo, ni
de superarlo… aunque tampoco quería hacerlo.
Arabella. Se me estrujó el corazón al sentir una oleada de náuseas.
¿Fue el alcohol o la culpa? No estaba seguro, probablemente un poco de
ambas cosas.
Mi teléfono sonó sobre el escritorio. Había olvidado apagarlo después de
pedir una caja de whisky.
“Envío a Savio”. Supuse que ignorar a mi tío durante seis semanas había sido
forzarlo.
Jódeme.
Savio, mi estúpido primo, recién autoproclamado subjefe de la familia. El
músculo perfecto de mi tío. Siempre había sido envidioso, celoso y colérico,
como el resto de nosotros, pero era demasiado estúpido para ir a por lo que
quería.
Tras mi accidente, que me dejó incapacitado en más de un sentido, y el
asesinato de mi padre unos meses más tarde, mi tío Benny se puso al frente de la
Famiglia y a mí me daba igual quién se hiciera cargo. Toda la famiglia podría
haber desaparecido por lo que a mi respectaba. Savio era ahora el subjefe y un
grano en mi puto culo.
Yo no lidiaría con toda su falsa solicitud y su mierda de estilo Hallmark. “El
tiempo cura todas las heridas, Gianluca”, “Son inmortales en tus recuerdos”...
Vuélame la tapa de los sesos y ahórrame más discursos.
Cogí el teléfono y llamé a mi tío.
—Sabía que ese mensaje llamaría tu atención —anunció con gravedad.
—¿Qué quieres? No me gusta que me amenacen.
—¿Te tomas la visita de tu primo como una amenaza? —Soltó
una risita baja —. Eso no es muy amable.
—No soy amable. ¿Qué quieres? Tengo cosas que hacer. —Beber hasta
dormirme.
—¿Es esa forma de hablarle a tu tío? —preguntó, con frialdad, matizando su
tono.
Sabía que quería decir, “¿Es esa una forma de hablar con tu jefe?” Pero no
podía porque, pasara lo que pasara, yo seguía siendo el heredero legítimo. Podía
ir hasta allí y echarlo del trono si quería, pero no me importaba, ni siquiera un
poco. Podía quedárselo.
Simplemente suspiré. No iba a entretenerle ni a él ni a su ego. Iba a esperar a
que dijera lo que tenía que decir.
—Solo quería recordarte que no la asustes. Hemos tocado fondo con esta.
Apenas es adulta. Si esta huye, no enviaré más a Stewart. Tendrás que valerte
por ti mismo —me advirtió.
¿De verdad creía que me importaba? —Entendido.
De repente escuché música de fondo durante un par de segundos y supe que
no estaba en las oficinas habituales de Montanari, sino en las del club de
striptease. Puse los ojos en blanco, aquello era el tío Benny normalmente.
—¿Algo más?
—La famiglia se reunirá la semana que viene. Sería bueno que te unieras.
Tuve que reírme. No era divertido, sino oscuro, frío y roto, como yo.
—¡Dios, no se me ocurre nada peor! No y finjamos que lo hice. — Sacudí la
cabeza. La mitad de la familia me odiaba, la otra mitad me compadecía.
—Al menos piénsalo, figlio.
Quería decirle que yo no era su hijo, que era huérfano, en gran parte por mi
propia mano.
Volví a suspirar. Parecía ser mi única forma de comunicación estos días.
—No lo haré. Y por favor, llama solo cuando sea importante.
Adiós.
Colgué antes que intentara seguir parloteando inútilmente.
Salí de mi despacho y caminé descalzo hasta mi habitación. Ni siquiera
estaba seguro de por qué me molestaba en salir de mi habitación durante el día.
Di unos pasos y me detuve. Fruncí el ceño, caminé suavemente hacia el lado de
las escaleras y escuché.
Estaba tarareando. No reconocí la melodía, pero me pareció una canción de
cuna, dulce, suave, reconfortante, como probablemente era esta mujercita de voz
dulce.
Sabía que había aceptado el trabajo por desesperación. Estaba seguro que
después de que la séptima zorra entrometida abandonara el lugar, estaba
acabado, tardé semanas en encontrar un sustituto y entonces apareció ella.
Ella no pertenecía a este lugar, en mitad de fantasmas, dolor y culpa, pero
aquí estaba, reavivando una chispa de vida que no estaba seguro de merecer.
No seas absurdo. Si te viera, huiría. Como hizo la número tres...¿o fue la
cuatro? Sacudí la cabeza. Dom había estado seguro que había sido mi actitud
feroz la que la había hecho huir y no mi aspecto bestial. Yo no estaba tan seguro
y no me importaba, esta casa no era para los débiles de corazón.
Dime, Cassandra West, ¿has venido para quedarte?
CAPÍTULO 5

Cassie

U
na cosa era cierta, esperaba lo peor de este trabajo, y en realidad me
había sorprendido gratamente.
Era cierto que me sentía inmensamente sola en esta gran casa, pero
al menos no era el infierno que la señora Lebowitz estaba convencida que era, y
la había llamado para decírselo. También había llamado a la Sra. Broussard para
tranquilizarla y tener algún contacto humano.
Realmente parecía que esta casa funcionaba en un plano diferente. Había
visto al personal de seguridad desde lejos, en el jardín, mientras recorrían el
recinto. También había visto a uno de ellos por la casa un par de veces, pero de
refilón. Solo sabía que era alto y musculoso, moreno y con perilla.
Incluso me había alegrado cuando vi llegar el coche del personal de limpieza
el martes, pensando que podríamos estrechar lazos y charlar, siendo ambas parte
del personal de la casa, pero eso también había sido un error.
Las cuatro mujeres llegaron y se pusieron a trabajar. Si no fuera por los
rápidos saludos, me habría creído invisible. Eran eficientes, se movían con
precisión militar, habían hecho toda la casa, incluido mi dormitorio, en menos de
cuatro horas.
Pero hoy estaba contenta. Iba a ver a Jude y no tendría que enfrentarme a la
gente, ya que me habían permitido coger el coche del personal, un bonito
Chevrolet Spark.
Echaba mucho de menos a mi hermano y, a pesar de las pequeñas llamadas
que Amy nos ayudaba a colar aquí y allá, vivía para esas tardes de jueves.
Estaba lista para irme, con mi bolso al hombro, pero me detuve ante el HCS.
Esa había sido la única regla que había roto. Le estaba enviando un mensaje a él,
el misterioso propietario de esta lúgubre casa. No me había contestado desde la
primera vez y, sin embargo, seguía mandándole mensajes. No sabía muy bien el
por qué. Cuanto más lo hacía, menos creía que me respondería, y, sin embargo,
lo esperaba. Me sentía tan sola que cualquier tipo de conexión, incluso a través
de una pantalla, sería bienvenida.
Todavía no me había dicho que dejara de molestarlo, así que una parte de mí
pensó que le gustaba recibir mis mensajes aleatorios y eso me hizo sonreír, sobre
todo porque el día anterior lo había molestado durante un par de horas,
diciéndole que me encantaría rehacer su jardín y que la jardinería siempre había
sido una de mis pasiones.
Voy a ver a mi hermano. ¿Necesitas que te traiga algo?
Aparecieron los dos tics, recibdo y leído. Esperé un minuto.
Me voy a la tienda de golosinas a comprar mi peso en caramelos y me los
comeré descaradamente en mi habitación. ¿Quieres? El doble tic apareció sin
respuesta. Vale, está bien. Elegiré por ti. Volveré sobre las seis. También traeré
comida para llevar, así no tendré que cocinar.
Todos los pensamientos sobre la mansión aislada y el dueño ermitaño se
desvanecieron cuando aparqué en el Hogar donde se alojaba Jude.
—Tienes buen aspecto —anunció Amy al venir a buscarme a la recepción.
Asentí.
—Ahora tengo trabajo. Me pagan muy bien. Pronto podré conseguir tener a
Jude.
—Sí, te ayudaré. Tu hermano siempre habla muy bien de ti. Cada vez que
habla de ti, a mí y a los demás trabajadores sociales nos queda claro que siempre
has sido una madre para él. —Sonrió—. No creo que recuperarlo sea un
problema, una vez que puedas demostrar autonomía económica.
Me dirigió a la sala de visitas y me señaló una de las sillas de plástico.
Eché un vistazo a la sala, con sus paredes blancas, los carteles que
pertenecían más a una sala de espera de los ochenta que a este lugar, las sillas de
plástico naranja neón, convencida que habían sido creadas para incomodarte
tanto que no te dieran la bienvenida.
—¿Crees que podré sacarlo pronto? Me dedicó una pequeña sonrisa.
—Lo solicité, pero ya sabes. Mientras las autoridades no lo autoricen
totalmente...
—Pero...—Sacudí la cabeza, respirando hondo. No podía descargar mi
frustración con Amy, ella había estado de nuestro lado desde el principio. Me
había dicho que su principal objetivo era mantener a nuestra familia unida y a
Jude en el sistema el menor tiempo posible—. Me dijeron que estaba limpia,
incluso se disculparon. —Cosa que yo sabía que no era común.
Ella asintió.
—Sí, lo hicieron. Es obvio que no hiciste nada, pero la burocracia... —Puso
los ojos en blanco—. Una vez que el informe llegue a la mesa de mi jefe, te
prometo que se lo haré llegar al juez de familia con carácter prioritario para que
tengas más derechos. —Me sonrió—. Aunque tengo que admitir que supervisar
tu visita es lo mejor de mis días. Tanto amor.
El corazón se me estrujó dolorosamente en el pecho. Jude era la persona que
más quería en el mundo.
—Volvemos enseguida —dijo antes de desaparecer tras la puerta.
Me acerqué a la puerta, no quería perder ni un segundo más con Jude
sentándome al final de la mesa.
Nada más entrar, su cara se llenó del mismo regocijo que seguro que
reflejaba mi cara al verlo.
Corrió hacia mí y me abrazó con fuerza.
—¿Cómo estás, colega? —le pregunté, pasando la mano por su sedoso
cabello.
Levantó la vista, sin dejar de rodearme con los brazos, y estudié su rostro. El
moratón de la semana pasada había desaparecido y no tenía ninguna marca
nueva.
—Estoy bien, aquí no se está tan mal. La escuela va bien.
Estamos haciendo un volcán en ciencias.
—¿Ah sí? —pregunté, tratando de poner toda la emoción que podía en mi
declaración. Debería haber sido yo quien le ayudara con sus experimentos
científicos. No, debería haber sido el trabajo de tus padres, ya sabes, los
asesinos sociópatas.
Asintió, soltándome por fin, y me incliné para besarle la coronilla.
—¿Cómo va el trabajo? —preguntó mientras nos sentábamos uno al lado del
otro. No era una pregunta que debiera preocupar a un niño de diez años, pero él
sabía lo que significaba para nosotros un buen trabajo.
—Es bueno, realmente bueno. —Al menos no tan malo como pensaba—.
¡Oh, te he traído algo que te va a encantar! —Eché mano de mi bolso y recuperé
los tres libros que había cogido prestados de la biblioteca de la casa. Podría
comprarle muchos libros cuando cobrara mi sueldo. ¡Mil quinientos dólares a la
semana! Aún me costaba creerlo—. Los cogí prestados del trabajo, te traeré
otros la semana que viene.
—¡Genial! —Los cogió con impaciencia y los repasó rápidamente.
Se me llenaron los ojos de lágrimas. Jude siempre se contentaba con tan
poco. Era el mejor niño que había.
Levanté la vista y parpadeé para contener las lágrimas. Solo tenía un par de
horas con él, no podía malgastarlas llorando.
—¿Sabías que el signo del infinito se llama lemniscata? — preguntó,
apoyando la mano encima de los libros.
—No, no lo sabía, pero ahora sí. Gracias.
Jude sonreía. A mi hermano le encantaban las palabras y todo lo que tuviera
que ver con ellas. Los médicos habían dicho que estaba dentro del espectro
autista, en un nivel muy bajo, pero el uso de palabras y los juegos de palabras
eran su mecanismo de supervivencia. Mis padres se habían enfadado con él
cuando descubrieron que mi hermano estaba “roto”. Era raro viniendo de
asesinos sociópatas.
Respiré hondo, intentando ahuyentar los pensamientos sobre mis padres. No
quería que arruinaran ni un minuto más de mi vida.
—Entonces, ¿a qué quieres jugar hoy? —le pregunté, mirando las pequeñas
estanterías marrones contra la pared que contenían juegos de mesa muy usados.
—¿Scrabble?
Sonreí y asentí. ¿Qué niño de diez años elegiría el Scrabble? Mi hermano
pequeño, amante de las palabras.
Jugamos durante más de una hora, mientras lo escuchaba hablar de sus
nuevos amigos y del colegio. En cierto modo, era bueno saber que no era tan
desgraciado como me temía.
Amy se quedó sentada en silencio, jugando con su teléfono.
Y una vez más, mi tiempo con Jude terminó mucho antes de lo que esperaba.
El tiempo siempre pasaba volando cuando estaba con él.
Siempre era tan difícil dejarlo ir, teniendo que poner mi cara de valiente.
Lo echaba tanto de menos.
—Te quiero, Cassie. Gracias por los libros —dijo abrazándome. Le besé la
parte superior de la cabeza.
—Yo también te quiero, bicho Jude. Pórtate bien, ¿vale?
Me dedicó una amplia sonrisa, mostrándome el adorable hueco entre sus
dientes delanteros, antes de desaparecer en la sala de estar.
Volví a sentarme, dejando por un momento de lado mis bravatas.
—Te lo prometo, está bien —dijo Amy tranquilizándome, acercándose a mí y
apretándome el hombro—. No digo que no te eche de menos, porque sería
mentira, pero está bien.
Asentí.
—Está acostumbrado a contentarse con poco. Nuestros padres nunca nos
quisieron, nunca nos mimaron. —Suspiré—. Jude no debería estar acostumbrado
a eso.
—Lo estás compensando con creces.
—Eso espero.
—Entonces, tu trabajo...
La miré interrogante. Sonaba tentativa, incómoda...tan poco habitual en ella.
—¿Sí?
—La Sra. Lebowitz me dijo que trabajas como ama de llaves en Hartfield
Manor.
Fruncí el ceño.
—Declaré eso a los servicios sociales...Me dijeron que buscara trabajo, ¿este
trabajo no es adecuado?
—¡No, no, lo es! —se apresuró a decir, levantando las manos en señal de
rendición—. No te lo pido como trabajadora social, sino más bien como amiga
preocupada.
¿Amiga? Me pareció un poco exagerado, pero hizo tanto por nosotros que no
pude decir nada.
—Vale...—interrumpí, poniéndome de pie y cruzando los brazos sobre el
pecho.
—Es que hay muchos rumores sobre el lugar. No sé hasta qué punto son
ciertos, pero...—Se encogió de hombros—. Estoy preocupada por ti.
Puse los ojos en blanco. Me sentía como si estuviera discutiendo de nuevo
sobre demonios y fantasmas con la señora Broussard.
—¿Qué has oído? —Para ser justos, quería saberlo porque aún quería
averiguar quién era mi recluido patrón.
—Mafia —dijo, con las mejillas enrojecidas por lo absurdo de sus palabras.
—¿Mafia? —repetí. Vale, eso no me lo esperaba. Hizo una mueca de dolor.
—Eso es lo que se ha dicho siempre y ¿conoces el Reststop?
Asentí con la cabeza. El Reststop era una pequeña cafetería panorámica que
había a un lado de la carretera, cuando subías a la cima de Ridgepoint. Era
precioso. El Reststop era de cristal y ofrecía unas vistas impresionantes de la
montaña y del lago.
—El dueño dice que solía ver coches negros caros con los cristales tintados
subiendo por allí y, un par de veces, hombres parados en el café, vestidos con
trajes de diseño y con gafas de sol.
—Sacudió la cabeza—. No puedes decirme que eso no es raro.
—No —admití—. Pero las palabras clave aquí son “solía”. — Suspiré—.
Solo llevo allí una semana pero no hay nada que decir, el sitio es aburridísimo.
—Esto tampoco tenía sentido, ya que el primer día me desperté con un acuerdo
de confidencialidad sobre la mesa de la cocina que debía firmar y dejar junto a
su almuerzo de ese día.
—Sí. —Hizo un gesto despectivo con la mano—. Probablemente sean
historias estúpidas.
—Sí. —Probablemente. Miré mi reloj—. Tengo que volver, necesito hacer
unas compras y tengo bastante camino.
Me acompañó a la puerta en silencio.
—Te llamaré para hablar con Jude esta semana.
—Gracias, Amy, de verdad.
Mientras paraba en la pizzería a recoger la cena y en la tienda de golosinas,
usando el dinero para gastos menores que había para mí en la casa, no podía
dejar de pensar en lo que me había dicho Amy.
Tal vez era verdad, tal vez mi jefe era un viejo mafioso. Eso explicaría la
seguridad de la casa. Solo esperaba que, si era cierto, no me impidiera recuperar
a Jude.
Volví a la casa vacía y tranquila y metí las pizzas en el horno para que se
calentaran, mientras me comía un número bastante insano de dulces.
No estaba segura de qué tipo de pizza le gustaría, así que le preparé un plato
con varias, e incluso le di dos porciones de mi favorita, de piña y jamón.
Esperaba que no se enfadara por la cena, técnicamente no debía proporcionarle
comida ni los jueves ni los domingos.
Dejé la comida en la habitación, pero solo después de pulsar el botón para
llamarle a cenar me di cuenta de que había dejado el libro que estaba leyendo en
la mesa auxiliar.
Suspiré y me apresuré a entrar en la cocina para cenar. Eché un vistazo a la
cocina, pensando una vez más en lo que Amy me había dicho sobre esta casa.
Era cierto que, a pesar de esta luminosa cocina decorada con girasoles y de
mi dormitorio, todas las habitaciones en las que había estado eran oscuridad y
penumbra, los jardines estaban dolorosamente vacíos y el cenador del centro
desconchado y podrido. Pero todo esto significaba que era una vieja casa
familiar descuidada, no mafia.
Puse los ojos en blanco. Yo era Cassie, la experta en mafia. ¿Qué era una
casa de la mafia? Había visto El Padrino demasiadas veces.
Terminé mi segundo trozo de pizza y me di cuenta de que el kilo de dulces
que había comido antes había sido un error.
Ah, más para los de seguridad, supongo.
Volví al salón y me sorprendió ver la luz ya apagada. Nunca había comido
tan rápido.
Entré y me detuve apenas cerré la puerta tras de mí. La atmósfera de la
habitación era pesada, el estómago se me llenó de plomo... No estaba sola.
—No acepto ladrones en mi casa.
Jadeé, volviéndome hacia la voz profunda y grave. Apenas podía distinguirlo
en las sombras, entre la chimenea y las estanterías, pero era alto y ancho, y
llevaba una sudadera negra con capucha, que le hacía formar parte de dichas
sombras.
Di un paso instintivo hacia delante.
—¡Quédate donde estás! —ordenó fríamente, haciendo que el corazón me
retumbara en el pecho de miedo y aprensión. No podía permitirme huir y, sin
embargo, la necesidad de hacerlo era casi abrumadora.
Di un pequeño paso atrás.
—Devuelve lo que robaste. Negué con la cabeza.
—Yo no he robado nada.
—Los libros —continuó, con un tono uniforme y a la vez tan frío que me
cortó como un cuchillo.
—¿Qué libros? —Ahora estaba tan ansiosa que apenas podía pensar. Sentía
que un sudor frío se me formaba en la nuca y me recorría la columna. Era un
nivel de ansiedad que no había sentido desde aquel día con el FBI.
—Hoy, te fuiste con tres libros. ¿Dónde están?
—Me dijeron que podía utilizar la biblioteca como quisiera. —Me volví
hacia la mesa y el ejemplar de El corredor de cometas había desaparecido.
—Usar no significa robar, vender o... Voy a tener que despedirte.
A pesar del miedo que sentía ahora al enfrentarme a esta sombra aterradora,
no era nada comparado con la desesperación que me producía la idea de perder
este trabajo. No era una opción, era mi única solución rápida para recuperar a
Jude.
—No, por favor, señor. Necesito este trabajo. —Odié cómo mi voz se
quebraba mientras mis ojos se llenaban de lágrimas —. Yo no robé esos libros,
solo los tomé prestados. Verá, mi hermano pequeño está en los servicios sociales
y le encanta leer. Está obsesionado con las palabras y estos libros estaban en
inglés antiguo. Me los devolverá el jueves que viene y ya no le llevaré ninguno
más. —Solté un sollozo y
Señor, fue vergonzoso. —No soy una ladrona.
—Lo llevas en la sangre.
Ah, él sabía quién era yo, y era un imbécil gigante.
Su comentario dañino de alguna manera cambió mi miedo a ira. Eso había
sido un golpe bajo mezquino.
—¿Entonces estoy despedida? —pregunté, cruzando los brazos sobre el
pecho.
Permaneció en silencio durante un rato, limitándose a ser una sombra
fantasmal en un rincón.
—Deja de romper las reglas.
—¿Incluso enviarte mensajes? —Lo intenté.
—Especialmente enviarme mensajes. Pensé que mi falta de respuesta
demostraría mi falta de interés. —Se dio la vuelta para marcharse.
—Espera, ¿me devuelves el libro? Se detuvo, dándome la espalda.
—No, este libro es mío.
Era un ejemplar muy conocido de El corredor de la cometa, un libro
corriente. No tenía nada de especial.
—Pero yo estaba...
—He dicho que no —respondió antes de salir de la habitación.
¡Idiota!
Pero ahora sabía que el dueño no era ni viejo ni frágil. No había podido ver
mucho de él, pero parecía alto y ancho, e incluso en la oscuridad su voz grave y
rasposa era la misma que escuché el primer día y aquella era una voz realmente
atractiva.
Puse los ojos en blanco. Realmente no tenía tiempo para encontrar a nadie
atractivo, y menos al ermitaño, un hombre evidentemente dañado y que firmaba
mis cheques.
CAPÍTULO 6

Luca

N
o pretendía interactuar con ella. Solo quería verla sin una pantalla, con
mis propios ojos, y sus ojos abiertos y sorprendidos, su nariz de botón
cubierta de pecas que me había perdido en la pantalla la hacían parecer
mucho más joven de lo que pensaba.
Me arrepentí de haberla reprendido por saltarse las normas porque, por
mucho que odiara admitirlo, estos dos últimos días habían sido aburridos sin sus
mensajes aleatorios. Había sido exasperante y, sin embargo, dejé que mis dedos
rozaran el teclado.
No estaba seguro del motivo por el que le había dicho que no lo hiciera. No
lo había dicho en serio, pero ella me había puesto en un aprieto y...
—Discúlpate.
Levanté la cabeza y vi a Dom apoyado en el marco de la puerta de mi
despacho. Por muy injusto y cruel que fuera con él, siempre volvía. No estaba
seguro de merecer tanta lealtad.
—¿Qué?
Entró, observando mis dedos apoyados en el teclado. No había mucho que
Dom echara de menos, y eso lo convertía tanto en un aliado fantástico como en
un enemigo despiadado.
—La chica. —Hizo un gesto con la cabeza hacia el jardín, donde supuse que
estaba —. Discúlpate con ella.
—¿Por qué iba a hacerlo? —me burlé.
Me dedicó una media sonrisa, robándome un caramelo del tarro que me había
traído.
—Porque fuiste un grano en el culo épico con ella.
—¡Puedo ser mucho peor!
Dom arqueó una ceja y soltó una breve carcajada.
—¿Ese es realmente tu argumento? Me encogí de hombros en silencio.
—Sé que puedes ser peor, diablos, me he llevado la peor parte, pero ella no
lo sabe. Y la llamaste mala semilla, mentirosa y ladrona en la misma frase. Eso
es mucho para asimilar.
—¿Escuchaste la conversación? —pregunté despacio, sin creer que lo
hubiera hecho. Dom sabía cuánto valoraba mi intimidad, tanto como él la suya.
Resopló.
—¡Puedes apostar tu culo a que sí! Esta casa es mortalmente aburrida. Ha
sido el entretenimiento del año hasta ahora.
—Eres bienvenido a irte si quieres. Nadie te ha pedido que estés aquí.
Sacudió la cabeza, cogiendo otro caramelo de mi tarro.
—No, pero estoy donde me necesitan, donde debo estar, a tu lado, hermano,
lo veas o no —añadió, cogiendo otro caramelo.
Apreté los dientes.
—La próxima vez que cojas uno sin pedir permiso, te corto la mano.
—Discúlpate, Luca. Suspiré. —Bien.
—¿Bien?
Asentí con la cabeza. —Ajá.
—¡Pero tú nunca cedes!
Me recosté en mi asiento. —Lo haré si... Dom gruñó.
—Debería haberlo sabido.
—Si vas a la reunión de la famiglia la semana que viene. — Dio un paso
atrás.
—¿La famiglia? ¿Por qué? Creía que no querías involucrarte más. Negué con
la cabeza.
—No quiero, pero Benny me llamó para invitarme. Creo que era su forma de
asegurarse de que no acudiría. Y, por eso, necesito que vayas.
Dom se pasó la mano por su pelo negro y apartó la mirada.
—Solo soy un soldado, Luca. No me corresponde estar en una reunión con la
famiglia.
—Perteneces a donde yo diga que perteneces. —Puede que yo fuera una
ruina, pero era Gianluca Montanari, Príncipe de la Mafia, y lo que yo decía era
ley, sin importar lo que Benny o los otros quisieran. Solo Matteo Genovese
podría y probablemente no le importaría lo suficiente.
Dom suspiró.
—Bien, iré. —Hizo un gesto con la cabeza hacia el ordenador —. Ahora
discúlpate.
Suspiré y me volví hacia el portátil.
—Iba a hacerlo de todos modos. Dom soltó una risita.
—¿Sí? Habría ido a la reunión sin tus disculpas. —Se dio la vuelta y salió de
la habitación.
Imbécil.
Volví a mirar la pantalla.
La próxima vez que pongas piña en una pizza serás despedida.
Esto es un crimen contra la naturaleza.
Pulsé “enviar” antes de pensármelo mejor.
En la pantalla apareció el aviso de haber visto mi mensaje, pero no respondió
de inmediato. Volví a releerlo e hice una mueca de disgusto, tenía que trabajar en
mis disculpas.
¿Por qué lo harías? Quieres que te dejen morir solo, ¿no? La voz de mi
padre resonó. Se parecía bastante a las palabras que me había dicho cuando
desperté del coma de cinco semanas.
“Deseaba que hubieras muerto junto a ellas, para no tener que volver a ver
tu cara de asesino”, espetó en cuanto hube recobrado el conocimiento.
No supe por qué en aquel momento, mi memoria estaba confusa, pero una
vez que recordé... me estremecí. Le di toda la razón.
Un “ping” me devolvió a la realidad, ella había respondido, trayendo un
pequeño resquicio de euforia del que no estaba seguro si tendría cabida en mi
vida.
La piña es una incomprendida. ¿La has probado?
Una pequeña sonrisa se formó en la comisura de mis labios.
¿Cómo era posible que me hiciera sonreír? Hacía tanto tiempo que eso no
sucedía.
No necesito probarlo para saber que no va conmigo. Estoy de acuerdo en no
estar de acuerdo.
Me burlé. Ella había lanzado ese fuego, y me gustó.
Luego le bajaré unos libros a tu hermano.
¿Por qué?
—Buena pregunta —susurré a la pantalla.
Gracias. Añadió unos segundos después.
Miré por la ventana, hacia el decrépito cenador, antes de volverme de nuevo
hacia el ordenador.
¿Te gustaría cuidar del jardín?
¿De verdad? ¡Me encantaría!
Negué con la cabeza, hacía falta tan poco con ella. No podía imaginar lo que
habría hecho falta con Francesca para excitarla tanto. Diamantes... habrían hecho
falta diamantes.
Cogí el teléfono y llamé a la empresa que teníamos contratada, para pedirles
que vinieran a hacer lo que les pidiera el ama de llaves.
Sabía que le gustaba pasear por el jardín. Dom y los otros chicos de
seguridad la veían allí a menudo. Era una florista, eso estaba claro. También por
eso sospechaba que le gustaba tanto la cocina. Era la decoración de mi madre, mi
madre... Se me estrujó el corazón al recordarla con dolor.
Me levanté y me dirigí a la barra. Ya había estado sobrio demasiado tiempo.
Era hora de adormecer el dolor y los recuerdos. Después de servirme una dosis
triple de whisky, miré el espejo cubierto por una sábana blanca. Todos los
espejos de la casa habían sido tapados o retirados... bueno, excepto el de las
habitaciones en las que yo no iba a entrar.
Había intentado conservarlos durante un tiempo, un recordatorio adicional de
mis pecados y crímenes. Cada vez que miraba mi rostro destrozado, me
recordaba las vidas que había arrebatado.
Tres cicatrices marcaban mi rostro. Rastreé la principal, que iba desde la sien
izquierda hasta la barbilla, bajando por el lateral de la boca en un mohín
perpetuo. Qué apropiada. La segunda me atravesaba el ojo izquierdo, me cortaba
las cejas en dos y bajaba hasta la mandíbula. Estas dos cicatrices se unían en
medio de mi mejilla formando una X roja y furiosa. El médico dijo que fue un
milagro no perder el ojo. Un milagro, como si lo mereciera. El trozo de cristal
me había dañado un poco la córnea, pero solo me había reducido la visión en
este ojo, obligándome a llevar gafas.
La tercera me atravesó la parte delantera de la oreja izquierda y bajaba por el
lateral del cuello, a escasos dos centímetros de la arteria carótida, otro milagro,
según dijeron. Para mí no era más que una maldición.
Respiré hondo antes de dar un gran sorbo a mi bebida. Suspiré al notar el
calor en el estómago. Con unos tragos más, el dolor habría desaparecido, al igual
que mis remordimientos y todo lo que los rodeaba. Estaba impaciente por sentir
el adormecimiento del alcohol, y odiaba cada mañana en la que estaba lo
suficientemente lúcido como para sentirlo todo de nuevo.
Rellené mi copa y me dirigí a la sala lateral, la biblioteca principal, para
elegir algunos libros para el niño, antes de estar demasiado borracho y no poder
elegir algo apropiado para su edad. O quizá no debería, quizá tendría que saber
lo jodida que era la vida. Naces, vives con dolor y, si tienes suerte, mueres
pronto.
Negué con la cabeza, el chico estaba en un centro de asistencia social y sus
padres eran asesinos en serie. Ya sabía lo jodida que era la vida.
Cogí tres libros y miré el ejemplar maltratado de El corredor de la cometa
que me había llevado. No estaba seguro de cómo este libro había logrado
aparecer cerca de sus pisos. Lo había leído muchas veces y odiaba que ella
pudiera verlo, que tuviera una visión de mi mente.
Suspiré y lo puse en la parte superior de la pila antes de tomar la escalera
trasera y dejar los libros frente a la puerta de su dormitorio.
Respiré hondo, por imposible que fuera, podía olerla, era una mezcla de
melocotón y lavanda, dos aromas que yo no habría juntado y que, sin embargo,
combinaban bien.
Era tan diferente del abrumador perfume caro de Francesca y mil veces más
atractivo.
Sacudí la cabeza, realmente no debería ir allí. Primero, porque no merecía
indultos y segundo, ¿quién querría estar con una bestia?
Volví a mi despacho, cogí mi vaso y me senté detrás de mi escritorio justo a
tiempo para ver aparecer un mensaje.
Disculpa aceptada.
¿Qué iba a hacer con ella?
CAPÍTULO 7

Luca

N
o estaba seguro de cómo había sucedido exactamente, bueno, sí, en
realidad sabía cómo había sucedido. Lo que no entendía era cómo y por
qué había permitido que sucediera. Las charlas diarias con la fogosa
mujer que cuidaba de mi casa.
En realidad, era decente, mejor de lo que yo esperaba. Se presentó y la
contrataron por desesperación de ambas partes y, aun así, consiguió
sorprenderme. Cumplía las normas... casi siempre. Cocinaba bien, mantenía la
casa ordenada.
El jueves volvió con los libros que le había dejado a su hermano y otra pizza,
esta vez sin piña. También me trajo un libro y algunos dulces más. Era algo tan
infantil, ¿quién le traía caramelos a un hombre adulto? Aquella mujer lo hacía y,
contra todo pronóstico, me hacía sonreír, algo que aún me resultaba tan
desconocido que me sentí raro cuando utilicé músculos que hacía tiempo no
empleaba.
El libro se titulaba El Recluso y no pude evitar reírme de ello.
Realmente tenía un sentido del humor diferente.
¿Disfrutó con el libro?
No, me resulta demasiado familiar para disfrutarlo. No lo he leído.
Mentiroso. No me gustan mucho los libros. Eso no era una mentira completa.
Al menos no había sido un gran lector antes.
Estaba demasiado ocupado matando gente, follándome mujeres y
consiguiendo todo lo que quería, cuando quería. Pero, desde que decidí exiliarme
en medio de la nada, leer, beber y revolcarme en el odio a mí mismo habían sido
mis únicos pasatiempos.
¿Cuántos años tienes?
Solté una carcajada sorprendida.
Esa pregunta es aleatoria.
No, realmente no. Tú lo sabes todo de mí y yo no sé nada de ti.
Torcí la boca hacia un lado. Sabía que nunca podría pasar nada entre
nosotros, por tantas razones que me habría llevado una eternidad enumerarlas
todas, pero, al mismo tiempo, no me sentía inclinado a hacerle saber cuánto
mayor que ella era yo.
Siguiente pregunta.
*Suspiro pesado* Bien. ¿Por qué has leído El corredor de cometas tantas
veces? Es un libro tan deprimente.
Joder, tenía que ir directa a las tripas. Gruñí.
Tengo 32 años.
Voy a cumplir veintiún años el mes que viene, respondió, como si se lo
hubiera preguntado. Lo sabía todo sobre Cassandra West, incluso que le
resultaba imposible pedir ayuda, para cualquier cosa. Supongo que se debía a
que había sido criada por unos padres emocionalmente maltratadores, al menos,
yo creía que solo emocionalmente. La mano se me cerró en un puño sobre el
escritorio, casi involuntariamente.
Aquella chica no tenía la menor idea de lo que había hecho cuando había
comenzado a chatear conmigo a través del anonimato de las pantallas. Diablos,
yo ni siquiera sabía lo que había empezado hasta que sentí oleadas de protección
por aquella mujer, apenas salida de la adolescencia.
Me volví hacia la glorieta. A la tonta se le había metido en la cabeza
repararlo y había estado trabajando en él unas cuantas horas todos los días, y yo
iba en plena noche con una linterna para arreglar lo que ella había intentado
hacer.
Ni siquiera estaba seguro de por qué lo hacía, habría sido mejor que ella
fracasara. Al menos así se daría cuenta que no vale la pena salvarlo todo. Cada
noche me juraba a mí mismo que había terminado de ayudarla, y cada noche
volvía como un tonto.
El jardinero volverá la semana que viene para plantar algunas de las flores
que encargué. ¿Quieres que te enseñe lo que tenemos y dónde he pensado
plantarlas?
Negué con la cabeza. Quería verme, eso estaba claro, pero no podía, ni ahora
ni nunca.
Tan solo por el hecho de saber quién era y por qué estaba aquí, podría poner
su vida en peligro.
No te mientas, Luca. No querrás ver la cara de horror que pondrá cuando te
vea.
Una cara que antes hacía que humedecieran sus bragas, ahora hacía que las
mujeres retrocedieran y desviaran la mirada.
Eso sucedió la primera vez que vi a Francesca después del accidente. Ella
siempre había sido una zorra superficial, de todos modos... Me encerré en mí
mismo y ella lo utilizó como excusa para romper nuestro compromiso, aunque
me contaron que Savio y ella habían sido más que amigos, cosa que no me había
molestado en absoluto. Savio podía quedarse con la serpiente venenosa que era.
Haz lo que quieras, seguro que todo estará bien.
¿Estás seguro? No estaré aquí para siempre. Tendrás que vivir con ello.
Ah sí, había olvidado estos días que ella no sería una presencia permanente.
No debería importarme, era solo una empleada doméstica. Apenas llevaba aquí
dos semanas y, sin embargo, esperaba con impaciencia sus pensamientos
aleatorios y su cháchara sin sentido. Era una distracción agradable de mis
discusiones con Dom, o las tediosas llamadas de mi tío que debía sufrir de vez
en cuando.
No sabía quién era ni lo que había hecho, y eso me hacía sentir bien. Aunque
no mereciera ese pequeño respiro, lo aprovecharía cada vez que pudiera.
No importa, estará bien. Los dejaría morir una vez que ella se hubiera ido de
todos modos.
Jude me envió un mensaje esta mañana. Le encantan los libros que le
prestaste.
Bien, parece único en su clase, tu hermano.
Es el mejor. Aunque creo que todo el mundo dice eso de los suyos. ¿Tienes
hermanos?
Se acabó. Sus preguntas eran demasiado profundas y yo no estaba lo
suficientemente borracho como para pensar en Arabella. Porque había sido la
mejor hermana pequeña, la mejor humana que existía, y yo la había matado.
No le respondí. Nunca me molestaba en decirle cuando había terminado.
Simplemente dejaba de responder y ella normalmente se daba cuenta por sí
misma, pero nunca me guardaba rencor. Qué extraño.
Me levanté, cogí la botella de whisky sin abrir y arrastré el culo hasta mi
dormitorio, dispuesto a emborracharme por otro día.
Llegué caminando, o más bien arrastrándome, a mi oficina, con la madre de
todas las resacas. No debería haber vuelto a beber después de haber vomitado la
noche anterior, y, sin embargo, lo hice. Pensar en Arabella me había revuelto las
tripas. Lógicamente, incluso en mi nublado cerebro, sabía que Cassie no lo sabía.
No lo había hecho para torturarme y, sin embargo, no podía evitar sentirme
furioso con ella por esa razón.
Entré en mi despacho y encontré a Dom sentado en mi mesa.
Que mierda.
—¿Qué crees que estás haciendo? —ladré a Dom e hice una mueca por la
banda de mariachis en mi cerebro.
Se levantó despacio, como si no acabara de ganarse una bala en el cráneo. No
podías entrar en el despacho de un Capo pensando que podías hacer lo que te
diera la gana. Eso era una sentencia de muerte.
¿Pero eres un Capo? Más bien una ruina humana.
—Te estaba esperando. —Se encogió de hombros—. Fui a tu habitación y
llamé cuatro veces. Supuse que estabas en coma inducido por el alcohol, o
muerto. Pensé que esperarte aquí era igual de bueno. —Señaló el ordenador con
el pulgar—. Me compré zapatos nuevos.
Entrecerré los ojos.
—No pareces disgustado por mi posible desaparición. Siento decepcionarte.
Suspiró.
—No voy a malgastar mi tiempo ni mi pena en algo que tú te empeñas en
hacer. ¿Quieres morir? He terminado de intentar detenerte.
No podía negar que, a pesar de todo, sus palabras me escocían.
Finalmente se estaba dando por vencido conmigo.
—Y no vuelvas a tocar mis cosas, ¿entendido? Usa tu puto portátil para
comprarte los zapatos o para ver porno, joder.
—El porno era un consejo para ti, hermano. Creo que necesitas depurar el
disco duro. Te ayudará con tu estado de ánimo.
Caminé alrededor de mi escritorio y me senté en mi sillón. Hice una mueca.
El asiento aún estaba caliente. Miré la pantalla y suspiré aliviado. Al menos no
lo había dejado abierto en esa página porno como la última vez.
—¿Cuándo has vuelto? —pregunté, aún con menos ganas de cháchara que
antes.
—Esta mañana, la fiesta duró más de lo que había previsto.
—Oh, ¿hubo una fiesta? Qué bonito. —No pude evitar una mueca de
desprecio.
Puso los ojos en blanco, pero se sentó en la silla frente a mi escritorio.
—Ya, yo encajaba allí —dijo con gran sarcasmo —. Todos me miraban como
si fuera un bicho, y creo que a tu tío le dio un ataque cuando le dije que me
habías enviado tú. —Sacudió la cabeza. —Y luego estaba Savio mirando desde
el fondo de la sala y metiéndole la lengua hasta la garganta a Francesca cada vez
que podía... —Se detuvo y apartó la mirada.
—Ah. —Francesca, mi antigua prometida quien tan rápidamente me había
dejado tirado tras el accidente. Algo que debería haberme dolido, pero me había
aliviado al verla alejarse y, aunque debería haberme molestado que mi primo me
la arrebatara tan pronto como me dejó, no pareció importarme, ni siquiera un
poco—. No estoy seguro que mereciera semejante castigo en vida.
Dom esbozó una media sonrisa.
—Es una buena pieza. —Estaba de acuerdo.
—¿Qué más?
—Enzo me hizo compañía en la pared del fondo. Éramos los alhelíes de la
noche. Fue agradable, aunque creo que perdí mi cofia en el camino de vuelta.
Puse los ojos en blanco. El seco sentido del humor de Dom era más fuerte
cuando estaba irritado.
—¿Cómo está? —Mi preocupación era auténtica por una vez. Enzo era todo
aquello de lo que su padre y su hermano carecían. Era sensible y bondadoso,
totalmente condenado al ostracismo, aunque no parecía importarle demasiado.
Lo veían como a un idiota por su tartamudez, pero yo sabía que el chico era más
inteligente que el crédito que le daban.
—Ya sabes …siempre igual. Te echa de menos. Asentí con la cabeza.
—Es un buen chico. ¿De qué se habló? ¿Qué justificaba una reunión
familiar?
—Tu tío quiere someter a votación la revocación de algunas decisiones de tu
padre.
Me incliné hacia delante, apoyando los brazos en el escritorio, que logró
atravesar la niebla del alcohol.
—¿A qué te refieres?
—Los negocios legales. Tu tío no está muy por la labor de invertir en eso.
Quiere hacer crecer la otra parte.
Fruncí el ceño, pero guardé silencio, invitándolo a continuar.
—Se está preparando para aumentar el lado de las drogas y las armas
tomando algunos de los territorios albaneses.
—¿Los albaneses? ¿No están protegidos por los rusos? Dom se encogió de
hombros.
Suspiré, pasando mis manos por mi rostro. Había una razón por la que mi
padre había sido nombrado jefe de la famiglia a pesar de que Benny era mayor...
Benny era un idiota impulsivo.
—Va a empezar una guerra. —Por suerte, no me importaba lo suficiente
como para intervenir.
Dom volvió a encogerse de hombros.
—Lo están sometiendo a votación. Si los demás están de acuerdo con él,
tendrán la guerra que se merecen.
Me rasqué mi desordenada barba de montañés, asintiendo.
Se aclaró la garganta y supe que no me iba a gustar lo que venía a
continuación.
—¿Sí?
—Matteo Genovese quiere verte. —Lo anunció como si fuera una amenaza
y, para ser justos, probablemente lo fuera. Matteo Genovese no te quería ver sin
ninguna razón.
—Genovese puede irse a la mierda —gruñí. Dom resopló.
—Me encantaría oírte decirle eso. Ni siquiera el todopoderoso Luca
Montanari se saldría con la suya.
—Puf. ¿Qué va a hacer? ¿Matarme? —Podría en realidad, podría hacerlo
delante de todos y saldría impune.
Matteo Genovese, era un rey entre los hombres... literalmente. Él fue
originalmente enviado a los Estados Unidos hace dieciocho años como un
dignatario por las familias italianas para supervisarnos a nosotros, las familias
americanas. Estaba aquí para asegurarse que siguiéramos las reglas básicas de
las familias originales, pero no se entrometía en las disputas familiares, no le
importaba quién vivía o moría. Estaba por encima de las leyes, por encima de
nuestras leyes. Era el Hombre de Hojalata, un rey cruel de ojos azules tan
pálidos como el hielo que rodeaba su corazón, y mataba con una cierta
trivialidad que incomodaba hasta al más violento.
Nadie enfadaba o faltaba al respeto a Genovese y salía con todos los
dientes... o dedos, pero ya había pasado el punto de preocuparme. La mayoría de
los días acogería la muerte como una bendición, un indulto, ¿y la tortura que
podría infligirme? No sería la primera y simplemente sería dolor físico, nada tan
horrendo como el dolor mental que sentía constantemente.
Suspiré. ¿La muerte? ¿Cómo de dulce sería? Dom ladeó la cabeza.
—¿Por qué no te metes una bala en el cerebro y acabas de una vez? —Sus
palabras fueron duras, pero el aleteo de sus fosas nasales, la mandíbula apretada
y la silenciosa desesperación de sus ojos demostraban que no lo decía en serio.
Casi inconscientemente, recorrí mi tatuaje de iniciación sobre la camiseta
negra y tracé de memoria el rosario envuelto alrededor de la daga en mi pecho
con una sola palabra encima, “Omertà” . El rosario representaba a Dios, la ironía
no me resultaba ajena, pero, de algún modo, a pesar de todo, una pequeña parte
de mí seguía creyendo que había un Dios ahí arriba, un Dios vengador con la
misión de castigarme a cada paso por haber enviado a casa, demasiado pronto, a
dos de sus ángeles más extraordinarios. Y sabía que, si había una mínima
posibilidad de volver a verlos, el suicidio me la arrebataría para siempre.
Sacudí la cabeza. —No lo llamaré.
Dom negó con la cabeza.
—Dijo que intentó llamarte varias veces. Luca, los dos sabemos que Matteo
no llama para charlar.
Me estaba irritando. Dom estaba actuando como un padre, me sentía
reprendido y me molestaba.
—Como ya he dicho —pronuncié las palabras despacio, uniformemente—.
Matteo Genovese puede. Irse. Jodidamente. A la mierda.
Había sido más que cruel conmigo después del accidente, algo que debería
esperar basándome en su apodo de “Rey Cruel” y, aun así...
Mi padre había escogido repudiarme, a pesar de ser su único heredero.
Prefería perder el control de la famiglia antes que permitirme dirigirla, pero
Matteo se negó por una razón que seguía siendo un misterio, y, tres semanas
después, mi padre fue asesinado en un atentado en su restaurante favorito,
matándolo a él, al Capo de la Costa Este y a sus dos Consigliere.
Una vez que mi padre hubo desaparecido, para mi alivio debo admitirlo,
solicité que mi título, Capo de la Famiglia Montanari, fuera transferido
permanentemente a mi tío. Una formalidad en realidad, nadie me quería... Joder,
yo no me quería, pero de nuevo el jodido Genovese, la espina clavada en mi
costado, se negó, afirmando que no estaba en el mejor estado mental para
traspasar mi título de forma permanente y que volvería a tratar el tema más
adelante.
Tal vez estaba listo para dejarme ir ahora... No, por supuesto que no. Era un
maldito sádico.
—Gracias por el mensaje.
Dom asintió, poniéndose de pie, comprendiendo que lo estaba echando.
—No vas a llamarlo, ¿verdad? — Resoplé. —Por supuesto que no. Suspiró,
mirando al cielo.
—No podrás evitarlo para siempre.
Le dediqué una sonrisa burlona.
—Mira cómo lo intento.
—Cuanto más le hagas esperar, más se enfadará —continuó Dom.
—Si quisiera lecciones de vida, Domenico, llamaría a alguien, a cualquiera...
menos a ti. —Ya estaba de mal humor cuando me desperté y después todo este
estúpido drama familiar y Matteo... Dom necesitaba dejarme en paz con toda su
preocupación y sabias palabras—. No eres mi consigliere. Eres el hijo de...
Su cara se transformó de cansancio a pura ira.
—No me jodas, Montanari. —Me señaló con un dedo acusador
—. Lo entiendo, estás herido, te odias, pero no hagas que yo también te odie,
y si lo dices, no habrá vuelta atrás.
Debería haberlo dicho, de verdad, debería haberlo hecho. Eres el hijo de un
violador en serie. Pero no podía porque, a pesar de todo, tenerlo aquí hacía que
apestara menos. Su inquebrantable lealtad significaba mucho más para mí de lo
que estaba dispuesto a admitirle a él, e incluso a mí mismo.
—Solo vete, Dom —dije sombríamente—. Me ocuparé de Matteo de la
forma que crea conveniente.
Dom asintió.
—Como quieras. Ambos sabemos lo productivo que es evitar tus problemas.
Nunca te habría considerado un cobarde y, sin embargo, aquí estamos.
Ni siquiera me dio tiempo a procesar sus palabras y ya se había ido, y mi
humor pasó de malo a absolutamente horrendo en cero coma tres segundos.
Que se jodan todos.
CAPÍTULO 8

Cassie

C
ena conmigo esta noche.
Leí el mensaje cuatro veces. En efecto, habíamos estado hablando a
diario, pero aquel era un gran paso que no esperaba.
Decidí cocinar algo especial y utilizar el cuaderno que encontré en un
armario de la cocina. Estaba todo escrito en italiano, un idioma que no hablaba.
Parecía ser un libro de recetas familiar. Tenía manchas de comida, algunos
borrones y manchas de ensayos y errores. Era un trabajo hecho con amor.
—Manzo Braciole, eso es —murmuré, dando mentalmente las gracias a
Google Translate por ayudarme.
Tardé más de tres horas en prepararlo, pero el olor divino, impregnado en la
cocina, mereció la pena.
Mientras la comida se cocinaba a fuego lento, subí a vestirme para la cena.
A pesar de ser una simple petición para cenar, probablemente nacida de su
soledad, no podía evitar las mariposas en el estómago al hablar por fin con él en
persona.
Llevábamos diez días intercambiando mensajes a diario y había sido
encantador. Me hacía reír y disfrutaba de nuestras conversaciones: el anonimato
de la pantalla me facilitaba mucho las cosas, y sospechaba que a él le sucedía lo
mismo. Por eso me sorprendió tanto su invitación. Pensé que nunca querría
conocerme, al menos en persona, pero aquí estábamos.
Me costó contener las mariposas que causaban estragos en mi estómago,
mientras me ponía mi vestido de verano de lunares verdes. Aún era principios de
primavera y hacía demasiado frío para llevar este tipo de ropa, pero era lo único
decente que podía ponerme.
No, esto no es una cita, Cassie.
Pero mi corazón acelerado y mi anticipación parecían creer lo contrario.
Cogí mi chaqueta blanca y dejé mi rostro libre de maquillaje, excepto por un
poco de brillo rosa. No quería arriesgarme del todo por si me equivocaba por
completo.
Que lo estás, se burló la voz de la razón.
Bajé las escaleras y preparé la mesa para dos. No muy cerca como para
resultar demasiado acogedor, pero tampoco demasiado lejos.
Puse una vela en el centro y me lo replanteé unas cinco veces, poniéndola y
quitándola cada vez que traía algo a la mesa.
Estaba así de nerviosa, dándole vueltas a cada detalle.
Era mi primera cita. Gruñí ante mis propios pensamientos.
¿Cómo podía ser una cita? Ni siquiera conocía a ese hombre.
Puse la comida en la mesa, mientras mi corazón empezaba a latir cada vez
más rápido ante la idea de compartir una comida con él. Sentía que me iba a dar
un ataque de pánico solo de pensarlo.
Pulsé el botón rojo antes de tener la oportunidad de recapacitar y respiré
hondo.
Te ha invitado, Cassie, quiere que estés allí.
—¿Qué estás haciendo aquí? —ladró con frialdad mirando de mí a la mesa
puesta para dos.
O a lo mejor no...
—Yo... ¿qué? —fruncí el ceño, dando un paso atrás hacia la puerta.
—Ya conoce las reglas, Srta. West. No hay muchas.
—T-tú me pediste que cenara contigo.
—No hice tal cosa —respondió él, permaneciendo en los confines de la
oscuridad—. ¿Es por eso que te disfrazaste?
—Yo… —Quise morir en ese momento, esperando que la lujosa alfombra
burdeos se abriera y me tragara entera, llevándose consigo mi vergüenza.
—Señor, lo siento, el mensaje... —Cállate, Cassie, y vete ya—. Lo siento —
repetí, dándome la vuelta y alejándome a toda prisa.
—¡Detente! —me ordenó justo cuando me acercaba al pomo. Me quedé
inmóvil, con la mano en la puerta.
Suspiró.
—Ya que has hecho todo esto, vamos a comer.
Sentí que la luz se atenuaba detrás de mí y me giré lentamente como si me
enfrentara a un animal rabioso, y una parte de mí estaba segura que así era.
Estaba sentado en un extremo de la mesa, con la capucha levantada, apenas
iluminado por la chimenea.
Tenía la cabeza inclinada hacia abajo, lo que me impedía ver su rostro.
Parecía aún más imponente así, con sus manos fuertes y anchas apretadas en
puños.
Di unos pasos cuidadosos y me senté en el otro extremo de la mesa,
intentando calmar mi corazón ante su rechazo.
Abrí la boca para insistir en que había recibido una invitación a cenar, pero
volví a cerrarla. Parecía estar ya de muy mal humor.
Di un bocado, la carne se deshizo en mi boca, en una explosión de placer.
Esta comida era increíble.
Oí su tenedor repiquetear con fuerza en el plato. Levanté la vista y fruncí el
ceño.
—¿Quién te ha enviado? —gruñó por lo bajo, amenazador.
Apoyé los cubiertos suavemente en mi plato.
—¿Perdón?
—Dije, ¿Quién. Te. Envió? —repitió más alto, con su voz tan fría que
temblé.
Dejé que mis ojos descendieran hasta sus manos cerradas en puños tan
apretados que sus nudillos estaban blancos como hueso.
—Señor, yo...
—¿Quién? —rugió, dando un manotazo en la mesa, haciendo volar su plato y
haciéndolo añicos contra la pared.
Retrocedí tanto que me caí de la silla.
Se levantó enérgicamente y su silla se volcó hacia atrás. Se arrastró hacia mí
lentamente, como un depredador jugando con su presa, mientras yo me
arrastraba sobre manos y rodillas, sin dejar de mirarlo con mis ojos llorosos.
El corazón me latía tan fuerte que apenas podía oírlo por encima de los
sonidos ensordecedores de mis oídos. No creía haber estado más asustada en mi
vida.
—¿Fue Benny? ¿Para espiarme? O no, déjame adivinar, ¿Matteo para jugar
algún juego enfermizo? Me conoce mejor de lo que pensaba. Se imaginó qué
tipo de chica podría hacerme vibrar, incluso si yo mismo no lo sabía.
¿Yo lo hacía vibrar? No estaba segura de lo que quería decir. Ahora estaba
contra la pared, retrocediendo sobre mí misma, dejando escapar un sollozo.
—¿Pensabas que tu puta estratagema iba a funcionar? ¿Qué ibas a hacer?
¿Ofrecerte a chupármela para curarme? —Su tono burlón parecía veneno—.
¿Tienes una boca mágica, niña? ¿La han probado para asegurarse que la chupas
bien?
—No tengo ninguna estratagema. Por favor, señor, tiene que creerme. —
Sentí que la bilis subía por mi garganta mientras se cernía sobre mí, con el rostro
aún en la oscuridad. ¿Iba a morir?
—¿La invitación a cenar, la receta de mi madre? —Hablaba con los dientes
apretados, su cuerpo temblaba de rabia e indignación, al igual que el mío de puro
terror.
Se inclinó más hacia mí y se quitó la capucha de un manotazo.
No fueron sus cicatrices lo que me hizo retroceder, sino la expresión de su
rostro. Una mezcla de ira y desesperación que jamás había visto.
—¿Es eso lo que querías ver? —rugió, acercándose tanto que pude oler el
alcohol en su aliento —. ¿A la bestia?
—N-no, yo... yo...
—¡Luca, detente! —ordenó una voz masculina detrás de él—. Yo le pedí que
bajara a cenar, no fue ningún truco.
Luca se enderezó y se dio la vuelta lentamente. Levanté las rodillas y apoyé
la frente en ellas, ahora sollozando aún más libremente, tanto de miedo como de
alivio por la interrupción del otro hombre.
—¿Qué has dicho? —preguntó Luca, con una extraña calma en la voz.
—¡Joder, Luca! Ella no te engañó. Fui yo. Yo organicé la cena.
Ella...
Escuché un portazo y luego silencio.
—Ey, Cassandra. Mírame. —La voz era grave pero suave, tranquilizadora.
Levanté la vista tímidamente hacia el hombre agachado frente a mí. Sus ojos
oscuros eran amables, a pesar de la dureza de sus rasgos, pómulos afilados, y
nariz predominantemente romana.
Dejé que mis ojos recorrieran su traje y retrocedí cuando me fijé en su funda
de hombro y el arma que guardaba en ella.
Miró hacia abajo y se cerró la chaqueta.
—Cassandra, no te haré daño, te lo juro. —Levantó las manos en señal de
rendición.
Sacudí la cabeza y resoplé.
—Me voy. —Sollocé antes de limpiarme bajo los ojos con el dorso de la
mano—. ¡No puedo quedarme aquí, es malvado! Es una bestia. —grité,
esperando que pudiera oírme.
—Cassandra... —intentó de nuevo, acercándose a mí tímidamente, apoyando
su cálida mano en mi rodilla.
Le di un codazo.
—N-no, me voy. Esto no es por lo que firmé. No me merezco esto. —Me
levanté torpemente, apoyando la espalda contra la pared, con todo el cuerpo aún
tembloroso por las secuelas del terror que me causó el tal Luca.
El hombre alzó de nuevo sus manos en señal de resignación.
—Por favor, es tarde. No tienes coche, no puedes irte esta noche. Cálmate y
respira, ¿de acuerdo? Si todavía quieres irte por la mañana...
—¡Quiero irme! —respondí, frunciendo el ceño. Asintió con un suspiro.
—De acuerdo, entonces yo mismo te llevaré al pueblo por la mañana, te lo
prometo.
Ahora lo estudiaba con más detenimiento. Era alto, pero más esbelto que
Luca, al menos eso me pareció por lo que vi de él. Compartían algunos rasgos
similares, ojos oscuros, cabello oscuro, piel aceitunada.
Pero donde Luca había sido un terrorífico hombre de la montaña, de larga
cabellera, barba descuidada y aspecto salvaje, este hombre se mantenía bien
arreglado. Llevaba un corte de pelo clásico, más corto por los lados y un poco
más largo por arriba, y una perilla bien recortada.
—¿Quién eres? —pregunté, odiando lo débil que sonaba mi voz. Después de
todo lo que había pasado, me había mantenido firme. Ahora no quería parecer
débil.
El hombre te encontró sollozando en el rincón de una habitación, Cassie, no
hay necesidad de fingir ahora.
—Oh, sí, lo siento. —Me dedicó una tímida sonrisa—. Me llamo Domenico,
pero puedes llamarme Dom. Soy el jefe de seguridad de Luca.
Ah, las armas a ambos lados de su pecho tenían sentido ahora, pero, ¿para
qué necesitaba seguridad el loco psicópata de la montaña?
Asentí en silencio.
—¿Por qué no vienes conmigo?
Miré el plato roto en el suelo, la salsa de tomate que manchaba la pared y el
suelo, de un color tan parecido a la sangre.
—Necesito limpiar. —¿Por qué me molestaba siquiera? Iba a marcharme
mañana y a no volver jamás.
Dio un par de pasos lentos hacia mí.
—No. Ahora vendrás conmigo y tomaremos una copa y charlaremos, ¿de
acuerdo?
Lo miré en silencio.
—Te juro que estás a salvo conmigo, Cassandra. No te haré daño.
Me pareció una completa locura. Acababa de conocer a aquel hombre y, sin
embargo, le creía.
—Llámame Cassie.
—Cassie, ¿qué quieres beber?
—Yo... no bebo. Aún no tengo veintiún años. Los cumpliré dentro de un par
de semanas.
Él sonrió al oír eso. —¿Sigues las normas? Me encogí de hombros sin
compromiso.
—Ah, creo que está bien saltarse las normas después de la noche que has
pasado. —Abrió la puerta y me hizo un gesto para que saliera.
Lo seguí en silencio hasta la cocina, con la mente todavía en blanco por lo
que había sucedido esta noche. El hombre de las cicatrices, Luca... Estaba tan
furioso y tan radicalmente destruido.
—Toma asiento. —Señaló la pequeña mesa de la cocina—.
Vuelvo enseguida.
Me senté y respiré hondo un par de veces. Me gustaba aquella cocina. Me
ayudaba a sentirme mejor.
Cuando Dom volvió con dos copas, yo ya había vuelto más o menos a la
normalidad.
—Chardonnay para ti —dijo con una sonrisa en sus delgados labios,
deslizando la copa delante de mí—. Creo que es la mejor manera de empezar.
Tomé un sorbo, era fresco y agradable.
—Me gusta.
—Me lo imaginaba —asintió.
Bebió un sorbo de su bebida ámbar en el vaso.
—¿Por qué hiciste eso? —pregunté. Suspiró, recostándose en su silla.
—Pensé que lo ayudaría —admitió.
—¿Ayudarlo?
—Luca... —Sacudió la cabeza—. Antes no era así. Él... —Dom hizo una
mueca de dolor—. Cambió y ya nunca habla con nadie, excepto conmigo y
algún contacto obligatorio, pero contigo... lo disfrutaba y pensé... Lo siento.
Bajé la mirada hacia mi vaso, trazando el anillo con el dedo.
—Yo también disfrutaba de nuestras charlas. Me gustaba —admití,
manteniendo la mirada baja.
Levanté la vista cuando permaneció en silencio. Miraba hacia otro lado, con
el rostro tenso.
—¿Quién es? ¿Luca? ¿Quién necesita un despliegue de seguridad como ese?
Sacudió la cabeza antes de volver a mirar hacia mí.
—No puedo decírtelo. —Parecía sinceramente apesadumbrado por ello—.
No es mi secreto para contarlo.
Me encogí de hombros.
—No importa. Me iré por la mañana. —Hice lo posible por no parecer
derrotada. Me gustaba trabajar aquí, aunque a veces me sintiera sola. Me
pagaban bien y estaba tranquila, pero el terror que había sentido esta noche... No
podría superarlo.
Asintió con un suspiro cansado.
—Desearía de verdad que no lo hicieras, pero lo comprendo. —Miró en su
chaqueta y sacó una pequeña tarjeta blanca con un número impreso y nada más
—. Es mi número. Cuando estés lista para irte mañana, mándame un mensaje y
nos vemos en la entrada para llevarte donde quieras.
Bajé la mirada hacia la tarjeta sobre la mesa.
—Ya... Tendría que volver con la señora Broussard. Sabía que ella se
alegraría de tenerme de vuelta, tenía un gran corazón, pero era un paso atrás y
una responsabilidad que no necesitaba.
Dejé escapar un suspiro mientras Dom terminaba su bebida de un trago y se
levantaba.
—Tengo que ir al puesto de seguridad junto a la puerta para el cambio de
seguridad, pero, si necesitas algo, llámame, ¿vale? O ven a mi habitación,
segunda planta, tercera puerta a la izquierda. Volveré en una hora o así.
—No se me permite subir.
Me dedicó una pequeña sonrisa.
—¿A quién le importa? Te vas, ¿recuerdas?
—Sí... Cierto. —¿Mi voz sonaba tan insegura como lo hacía a mis oídos?
—No es demasiado tarde para cambiar de opinión. Luca, sin importar qué, no
te habría hecho daño. Ha cambiado, pero eso... — Sacudió la cabeza—.
Simplemente no lo haría. Que pases buena noche, Cassie.
Se marchó antes de darme la oportunidad de contestar, y me quedé en la
mesa de la cocina un rato más, terminando mi copa de vino. Miré mi copa, ahora
vacía. Decidí que me gustaba el vino y el suave calor que se instalaba en mi
pecho después de beberlo.
Me levanté y fui al lavadero a buscar los productos de limpieza. Sabía que
Dom había dicho que lo dejara, pero la sola idea que la salsa de tomate se filtrara
por el viejo suelo de madera, o manchara permanentemente el caro papel pintado
de tonos dorado y verde musgo me preocupaba probablemente más de la cuenta.
Fui a la sala con una aprensión asentándose en mi estómago. ¿Y si estaba ahí
detrás? Apoyé la mano en el picaporte y respiré hondo.
Cuando entré encontré la mesa tal y como la habíamos dejado. La vela sobre
la mesa... Puse los ojos en blanco ante mi propia estupidez. ¿Pensé que era una
cita? Sí, una cita con el solitario dueño de la mansión. Estúpida.
Sacudí la cabeza y me detuve junto a la pared, el plato roto y la comida
habían desaparecido. Si no fuera por la mancha húmeda en el suelo y la
decoloración apenas visible en el papel pintado, era como si no hubiera pasado
nada.
Miré a mi alrededor. Incluso su silla estaba en su sitio. Si solo supiera lo que
hice para que se volviera loco, tal vez...
No lo hagas, Cassie. No defiendas su comportamiento. No cometas los
mismos errores que antes. Las bestias serán bestias y los monstruos seguirán
siendo monstruos.
Jude. Jude era mi objetivo y nada más importaba.
CAPÍTULO 9

Luca

M
e desperté sin resaca por primera vez en... En realidad, no recordaba la
última vez que me había pasado.
Mi ira del día anterior había sido tan abrumadora y agotadora que
no había necesitado adormecer los recuerdos con alcohol.
Odiaba pensar que me había mentido durante la cena. La había puesto en un
pedestal, pero me había decepcionado, y luego había probado un bocado de la
comida y sentí como si mi madre hubiera estado en la cocina, y simplemente
enloquecí.
Sentí la traición ante el truco de aquella mujer, el dolor del recuerdo de la
última vez que mi madre cocinó aquella comida. Casi podía escuchar la risa de
Arabella y, durante unos minutos, tan solo unos minutos, odié a Cassie por
haberme convertido en alguien como ella, por haber expuesto mi dolor tan
descaradamente delante de ella.
Actué como un loco, aterrorizándola. Una vez que Dom interrumpió mi
trance, me fui y comprobé el sistema de comunicaciones, y Dom había dicho la
verdad, él había sido quien la había engañado para cenar conmigo.
Volví abajo, pero dudé. Me había enfurecido tanto que le había mostrado mi
rostro y ella había jadeado. Ese rechazo había sido como echar leña al fuego a mi
rabia, de alguna manera esperaba más de ella.
Una vez más calmado volví al salón, inseguro de lo que encontraría y de lo
que podría decir. Agradecí que Dom hubiera detenido lo que estuviera a punto de
hacerle o decirle.
El salón estaba vacío. Miré el rincón donde se había acobardado y me
invadió una nueva oleada de culpa... Como si necesitara más culpabilidad en mi
vida.
Limpié el desaguisado que había provocado, como si eso pudiera borrar
también el desastre que había provocado con ella esta noche.
Esperé un rato en la sala, con la esperanza de que viniera a limpiar. Tal vez
podría disculparme de alguna manera, pero ella no regresó, y me di por vencido
después de un tiempo, sin estar seguro cómo podría mejorarlo.
Después de despertarme más o menos normal esta mañana, cogí una barrita
de cereales y una botella de agua de mi habitación y subí por las escaleras de
atrás hasta el gimnasio de la casa. Hacía tiempo que estaba demasiado borracho
para visitarlo, pero hoy quería utilizar toda esa energía y rabia contra un saco de
boxeo en lugar de arremeter contra la chica. Me sorprendió bastante que por la
noche no fuera a hacer las maletas.
Encontré a Dom sentado en un banco, levantando pesas.
Estaba furioso con él por lo que había pasado. Al fin y al cabo, todo era culpa
suya, no tenía derecho a engañarme como lo hizo.
Le fruncí el ceño en silencio, sin saber por dónde empezar. Se levantó y
volvió a colocar las pesas en el soporte.
Puso los ojos en blanco ante mi mirada.
—Voy a volver a levantarlo en un minuto, adelante. — Le señalé con un dedo
acusador.
—¡No tenías derecho a hacer lo que hiciste! — Él asintió.
—Estoy de acuerdo. No me di cuenta que... —Cogió su camiseta del suelo y
se la puso—. No importa, tengo que prepararme.
—No, termina lo que estabas diciendo. Y esta mañana no tienes trabajo.
—No, pero tengo que llevar a Cassie a la ciudad. Se marcha.
Debería sentirme aliviado y, sin embargo, la extraña punzada en medio del
pecho me decía lo contrario.
Fruncí el ceño.
—¿Qué quieres decir con “marcharse”? Soltó una carcajada sin humor.
—¿Creías que esa pobre chica se iba a quedar después del miedo que le
causaste?
La traición porque se la llevara fue muy fuerte, aunque no estuviera
justificada. Quería devolverle el golpe.
—Ah, y tú lo sabes todo sobre instigar miedos en las pobres mujeres,
¿verdad?
Era un golpe bajo y lo sabía. Fue mi reacción instintiva, excepto que yo era el
insensible y el estúpido.
Buscó su botella de agua en el suelo y bebió un trago.
—Érase una vez un mafioso con ética, con moral. Por eso eras tan respetado
y te peleabas a diario con tu padre, y por eso todos te admiraban, yo incluido.
Pero verás, cuanto más intentaba convencerla que se quedara, cuanto más le
hablaba de como eras antes, más me daba cuenta que tal vez nunca volverías a
ser ese hombre.
Ah, él también me estaba abandonando, justo cuando necesitaba que me
dijera que fuera a verla. Cuando necesitaba que me convenciera que podía
conseguir algo de su perdón.
—¿Qué ocurrió para que pensaras que ella era buena para mí? — Hice una
mueca—. ¿No fue por eso que hiciste esa estupidez?
Dom asintió.
—Es verdad. Sigo pensando que es buena para ti, pero olvidé una parte
crucial.
Crucé los brazos sobre el pecho. —¿Cuál?
—Tú no eres bueno para ella.
Resoplé. Sabía que ya no era bueno para nadie. ¿Cómo me llamaba mi
padre? Veneno, sí eso era y, sin embargo, a pesar de todo, estaba decidido a
hacer que se quedara.
Su teléfono vibró en el bolsillo de su pantalón corto. Lo cogió y suspiró tras
leer el mensaje. —Estará lista en unos minutos. Tengo que ducharme.
—Iré a hablar con ella. —No estaba seguro de dónde había salido eso.
Apenas se me daba bien hablar con ella a través del ordenador...
¿Por qué pensé...?
Dom se dio la vuelta para subir las escaleras, pero no se me escapó la sonrisa
de su cara justo cuando me daba la espalda.
—¡Ha sido tu plan todo el tiempo! —exclamé tras él, de algún modo
impresionado.
Siguió subiendo, pero se detuvo justo al llegar arriba.
—Eres el jefe, averígualo tú —replicó antes de desaparecer por el pasillo.
—Imbécil —refunfuñé, pero subí las escaleras delanteras hasta su habitación
antes de tener la oportunidad de pensarlo demasiado y admitirme a mí mismo
que era mejor para ella, y en extensión para mí, que se marchara y nunca mirara
atrás.
Respiré hondo cuando me planté frente a su puerta, con la aprensión en la
boca del estómago tan nueva como inquietante.
Yo era … bueno, o solía ser, Gianluca Montanari, intrépido y adulado
subjefe. Nunca había sentido aprensión, los hombres como yo nunca la
sentíamos, porque siempre conseguíamos lo que queríamos.
Nunca había temido ni obtenido una negativa y, sin embargo, eso era
exactamente lo que esperaba de la feroz joven que había tras aquella puerta.
Me subí la capucha y llamé. Sabía que con mi capucha negra de gran tamaño
me parecía más a la muerte que otra cosa, y en retrospectiva, era exactamente lo
que era.
—¡Adelante!
Abrí la puerta y entré.
—Lo siento —comencé a mirar su maleta, con una camisa verde brillante en
la mano—. Haré la maleta en un... —Se detuvo al levantar la vista y verme allí
de pie—. ¿Qué haces aquí? —Su tono se volvió frío y cauteloso.
Tampoco podría culparla por eso, no había sido más que un pagano para ella.
Sacudió la cabeza cuando no le contesté, metiendo la camisa en la maleta.
—No te preocupes, ya me voy. Iré a espiar a otra persona.
Ya, me lo merecía.
—Lo siento. —Las palabras me resultaron extrañas en la boca.
Nunca había sido el tipo de hombre que se disculpa por nada.
—¿Qué? —preguntó, sin dejar de recoger la ropa doblada de la pequeña pila
que tenía sobre la cama para meterla en la maleta.
—¿Podrías parar un momento? Por favor. —Esa tampoco había sido una
palabra que usara a menudo. No pedía, ordenaba.
Volvió a dejar lentamente la camisa que sujetaba sobre la cama y me miró
con recelo, cruzando los brazos sobre el pecho.
—Lo siento —repetí, con mi vista de ella ligeramente ensombrecida por mi
capucha —. Ayer no fue el mejor de mis días, y luego pensé que me mentías. —
Sacudí la cabeza—. No llevo bien las mentiras y luego cocinaste... —tragué
saliva penosamente en torno a la sempiterna bola de dolor y culpabilidad en mi
garganta—. Cocinaste la receta favorita de mi madre... tal y como ella lo hacía
y... — Suspiré.
—No hice nada malo —dijo con voz queda —. No tenías derecho a gritarme
y asustarme como lo hiciste. —Sacudió la cabeza—. Ya no me siento segura
aquí. No puedo evitar preguntarme qué será lo próximo que haré que provocará
tu ira y qué podría pasarme si Dom no está aquí para detenerte. —Su voz se
quebró un poco al pronunciar la última palabra.
Joder, había aterrorizado a esta pobre mujer. También me irritaba
irracionalmente que viera a Dom como su protector y a mí como la bestia.
—Nunca te haría daño. —Y era verdad. Tenía un código moral, nunca
lastimaba a las mujeres.
¿No? ¿Qué hay de tu madre y tu hermana? No solo las lastimaste, las
mataste. La voz de mi padre se levantaba de su puta tumba para perseguirme.
—¿Cómo podría saber eso?
—Yo te lo aseguro. —Suspiré. Por sus brazos cruzados y la obstinada
sacudida de su barbilla, me di cuenta que estaba perdiendo el debate. Hora del
segundo paso, negociar. Sabía lo que más quería, solo tenía que dárselo.
—Escucha, necesito a alguien y tú eres la menos... objetora hasta ahora. —
Objetora, esa era una forma de decirlo. Más bien tentadora.
—Bien... —se interrumpió.
—Quédate hasta el verano y... —¿Y qué, idiota? No lo habías pensado bien,
¿verdad? Recorrí su habitación y mis ojos se detuvieron en el portarretratos de
su mesita de noche, en el que aparecían ella y su hermano pequeño—. Te
ayudaré a recuperar a tu hermano.
Su cara se iluminó y supe que había acertado.
—¿Jude? ¿Jude?
—Conozco gente, tengo contactos. —Esa era una forma de decirlo. ¿En
serio? Yo era el dueño de la ciudad—. Si te quedas hasta entonces, me aseguraré
de que tengas trabajo, un lugar donde vivir y un buen juez que firme los papeles.
Te lo prometo. —Podría hacerlo tan fácilmente, al menos solía hacerlo. Seguro
que tres meses no era el fin del mundo para conseguir todo lo que quería.
—¿Cómo sé que puedo fiarme de tus palabras?
Era una pregunta justa, ella no me conocía. Puede que estuviera desesperada,
pero no era estúpida, y eso me hizo respetarla mucho más de lo que ya la
respetaba.
—Porque nunca hago promesas que no tenga intención de cumplir. Porque
creo que respetar una promesa dada es cuestión de honor y, lo creas o no, lo mío
es el honor.
Me miró en silencio, con los labios fruncidos.
—Quítate la capucha.
Me sorprendió su petición. —¿Qué?
—Quítate la capucha —repitió despacio—. Me gusta mirar a la gente cuando
hablamos, sobre todo cuando se comprometen.
Cerré las manos en puños. Había tanta luz en su habitación y por la forma en
que me miró el día anterior...
—No creo que sea una buena idea.
—¿Por qué no?
Iba a obligarme a decirlo.
—Vi tu reacción ayer. ¿Por qué te obligas a mirar a la bestia? —Me costó
admitir que su respingo del día anterior me hirió. Sabía que parecía una bestia,
pero de algún modo su reacción consiguió herirme, cuando creía que estaba por
encima de todo.
Sacudió la cabeza.
—No fue tu rostro lo que me hizo estremecerme, fue la mirada asesina de tus
ojos.
Me costaba creerla, había oído a Francesca hablar a mis espaldas. Era la
mayor cazafortunas que existía y aun así había dicho que no podía casarse
conmigo por mi aspecto.
—Por favor. —La dulzura de su voz me sorprendió porque no la merecía.
Dejé de respirar por completo cuando llevé la mano hacia arriba y bajé la
capucha lentamente, dejando al descubierto mi rostro bajo el implacable sol de la
mañana.
La miré a los ojos, preparado para ver cómo se estremecía, cómo fruncía la
boca o incluso cómo apartaba la mirada, como hacían muchos... todos esos
sutiles signos de repugnancia que la gente suele mostrar sin querer.
Sorprendentemente, no hubo ninguno de ellos en su rostro mientras me
miraba, detallando mi cara con un escrutinio que me cohibió.
—No tienes nada que ocultar —dijo con suavidad—. Lo único bestial en ti es
tu actitud.
Dejé escapar el aliento que estaba conteniendo. Por imposible que pareciera,
no parecía turbada ni molesta por mis cicatrices. Era como si pudiera ver más
allá de ellas, ver al Luca que solía ser.
—¿Cómo te llamas? —preguntó ahora, parecía más receptiva, ahora sus
brazos estaban relajados a sus costados y la tensión de sus hombros había
desaparecido visiblemente. ¿Era realmente posible que no le importara?
—Sabes cómo me llamo, Luca —respondí bruscamente. Había compartido
más de lo que esperaba al negociar con ella y mostrarle mi rostro. Ella era parte
del personal y, sin embargo, aquí, en esta habitación, parecía tener todo el poder.
Ella negó con la cabeza.
—No, me refiero a tu nombre completo.
Sabía que apenas se lo dijera, se apresuraría a buscar en Google y descubriría
mis pecados, y entonces, aunque las cicatrices no le hubieran repugnado, el resto
sí lo haría, pero se lo debía y quizá también fuera lo mejor, si le desagradaba y se
mantenía alejada. No estaba seguro de qué tenía, pero me inquietaba y no me
gustaba.
—Gianluca Montanari —respondí con firmeza en mi voz. Había terminado
por ahora—. Házmelo saber si decides quedarte. —Y la dejé, cerrando la puerta
suavemente tras de mí.

Esperé en mi despacho durante una hora, mirando fijamente el HCS,


preguntándome por qué tardaría tanto en decidirse.
Esperé con cierta inquietud, relajándome cuando no salió ningún vehículo en
los treinta minutos siguientes, pero, cuanto más tiempo pasaba, más me
angustiaba y, en cierto modo, más me irritaba.
¡Le había hecho una oferta increíble! El tipo de oferta que nunca hacía. Era
una tonta por pensárselo demasiado.
Respiré hondo, tratando de mantener a raya la irritación, estaba comprobado
que gritarle no sería la forma correcta de actuar.
¿Estaba en línea ahora? ¿Leyendo sobre todos mis pecados? ¿Por eso tardaba
tanto? Estaba obligada a irse después de todo lo que había leído. Yo era un
monstruo por dentro y por fuera.
Me levanté. Me había cansado de esperar como un cachorro enamorado
delante de una pantalla un mensaje que tal vez nunca llegaría.
Caminé por el pasillo hasta la habitación de Arabella y, como cada vez que
entraba, mi muerto corazón se contraía en mi pecho.
La habitación había permanecido intacta. Todo estaba donde debía estar.
Observé el brillante papel pintado de flores, la colcha de flores y todos los
animales de peluche de su cama.
Me senté a los pies de la cama y miré el unicornio rosa de peluche, que
descansaba sobre su almohada. Había sido un regalo de Navidad y le gustaba
tanto que dormía con él todas las noches.
Agarré el unicornio y lo apoyé contra mi pecho. La echaba tanto de menos.
Oí crujir el suelo en el pasillo, pero era demasiado sutil y ligero para ser
Dom. Sabía que era ella. Debería haberle impedido entrar y, sin embargo, no lo
hice. Apreté al unicornio contra mi pecho.
—No puedes estar aquí —dije, dándole la espalda.
—Creo que eso ya lo hemos superado —replicó ella con suavidad.
Asentí con la cabeza. Sí, ya habíamos pasado eso, habíamos pasado tantas
barreras que nunca quise que ella cruzara. Estúpida, hermosa y valiente chica.
Al menos no huyó asqueada o aterrorizada.
—Así que eres de la mafia.
Estuve a punto de reírme. Que lo soltara tan a la ligera, como si no fuera para
tanto.
—Así que eres la hija de los monstruos —repliqué con el mismo tono.
—Lo soy.
—Soy mafioso. O al menos lo era —respondí, no dispuesto a entrar en
detalles.
Ella dio un par de pasos dentro de la habitación, pero me mantuve de
espaldas a ella, no dispuesto a encontrarme con sus ojos todavía... sin saber lo
que reflejaría su rostro.
Aquella mujer era fácil de leer, todo lo que sentía se reflejaba en su rostro.
Era tan diferente a las mujeres con las que solía estar, tan diferente a Francesca.
—Esta era su habitación … Arabella.
—Lo siento.
No fingió desconocer de qué le hablaba y agradecí su sinceridad.
—¿Es ella?
La miré a ella y la foto que estaba contemplando. Era la última gran foto real
de Arabella, en la boda de Carter. Estaba junto a la novia, Nazalie. Tan orgullosa
de haber sido la niña de las flores aquel día.
Asentí.
Cogió el marco con cuidado y vino a sentarse a mi lado en la cama.
—Era una niña muy bonita —dijo, pasando suavemente el índice por la cara
sonriente de mi hermana.
—Era un ángel. —Volví a dejar el unicornio en la cama, pero no me volví
hacia ella. Mejor que solo viera mi perfil bueno.
—Háblame de ella.
Una vez más, le lancé una mirada sorprendido. La mayoría de la gente
intentaba relacionarse contigo, contándote su propia experiencia dolorosa,
pensando que eso ayudaría, pero ella no lo hacía.
¿Por qué? Porque, voluntariamente o no, estaban desviando la atención de ti
hacia ellos, pero, una vez más, Cassandra no era así.
—Bella estaba llena de luz y risas. Podía sacarle una sonrisa a cualquiera, ¡y
me refiero a cualquiera realmente! —sacudí la cabeza con una risita baja—.
Incluso a Genovese, el hombre más frío y despiadado de nuestras filas. Cuando
Arabella se dirigía a él con su sonrisa, se derretía.
—Así parecía ser. —Sonrió al ver la foto —. Con solo ver su sonrisa en una
foto ya me hace sonreír.
Levanté la mano para apoyarla sobre ella en el marco, pero me lo pensé
mejor y volví a apoyarla en la rodilla. No tenía derecho a hacer eso. No tenía
derecho a tocarla.
—Le encantaban las flores, como puedes ver. —Hice un gesto alrededor de la
habitación antes de señalar la foto—. Aquí se casaron mis amigos Carter y
Nazalie y Bella era su niña de las flores. Eso le alegró el día.
—¿Conseguiste hacer amigos a pesar de tu encantadora personalidad?
Se estaba burlando de mí y, joder, me calentaba el pecho... y otros lugares.
Levantó la vista y me guiñó un ojo y mi corazón muerto saltó en mi pecho,
su sonrisa era como un desfibrilador metafórico creado solo para mí. Era
peligrosa, aterradora, tentadora, hipnotizadora... todo en uno.
Ella era las puertas de un cielo que no me estaba permitido buscar, no se me
permitía alcanzar. Ella era mi maldito castigo.
Los pecadores como yo no merecían mujeres como ella.
—Te sorprenderías.
—No tanto en realidad —respondió evasiva, y no pude evitar preguntarme
qué clase de basura encontraría en Internet.
—La maté —añadí, con mi voz quebrándose bajo el peso de esa verdad
inmutable. Veía sus cuerpos sin vida pasar ante mis ojos cada vez que intentaba
conciliar el sueño. Era una de las razones por las que bebía tanto, porque era
mejor estar demasiado borracho como para pensar.
Ella apoyó el portarretratos sobre la cama, y posó su mano sobre la mía. Era
más valiente que yo.
—Fue un accidente.
Miré su mano sobre la mía. Era tan fina, tan pequeña y delicada y contrastaba
con el corazón de leona que poseía.
—Les quité la vida, soy responsable —añadí con obstinación. Al parecer
estaba borracho. No recordaba gran cosa de aquella noche. Recordaba la pelea
con mi padre, el champán, y luego nada hasta que abrí los ojos en un estado de
dolor tan intenso que nunca pensé que pudiera sentirme peor, pero me
equivoqué. El dolor que sentí cuando vi sus cuerpos destrozados y sin vida me
mató.
Me estremecí involuntariamente y ella me apretó la mano en señal de
consuelo.
Estuvimos sentados así unos minutos, uno al lado del otro, con su mano
sobre la mía. Me sentía incómodo en aquella postura, pero no me atrevía a
moverme, demasiado asustado porque retirara su mano y su reconfortante toque.
—¿Por qué no me ayudas a construir el jardín? —preguntó, retirando la
mano.
—¿Perdona? —me volví hacia ella, sorprendido por el giro que habían
tomado sus pensamientos.
—Sé que ya me estás ayudando a arreglar la glorieta.
—¿Cómo lo sabes? —No la insultaría con una mentira. Dejó escapar una
pequeña carcajada.
—Porque sé lo mal que se me da, aunque me estoy esforzando, y entonces
por la mañana bajo y veo que está bien.
—¿Tal vez sea el hada de los cenadores?
Tomarle el pelo era tan fácil, aunque sonara a cliché. Me sentía mucho más
ligero con ella.
—¿Así quieres que te llame? —se burló ella. Ella se encogió de hombros—.
Puedo, si quieres.
Negué con la cabeza, ensanchando mi sonrisa.
—Ayúdame a construir un bonito jardín lleno de flores, una oda a Arabella.
¿Qué me dices?
Me levanté y me acerqué a la ventana para contemplar el despoblado jardín.
—No lo sé.
—¿Por qué? ¿Tienes cosas mejores que hacer?
Me encogí de hombros. Pasar demasiado tiempo con ella no sería bueno, ni
para ella ni para mí. Había conseguido hacerme sentir tantas cosas en tan poco
tiempo.
No podía profundizar más con esta chica. Estaba prohibido por muchas
razones, una de ellas por ser perfecta, pura, amable. Ella venía de un infierno, no
merecía volver a entrar.
—¿Así que te quedas? —pregunté, todavía de espaldas al jardín. Me
resultaba más fácil parecer profesional cuando le daba la espalda.
Sus hermosos ojos, sus pecas y su dulce rostro tendían a hacerme olvidar lo
mucho que merecía mi penitencia.
—Lo haré —respondió con cuidado, probablemente notando el cambio en mi
tono —. Sin embargo, con una condición más.
Suspiré. —Esto no es una negociación.
—Por supuesto que lo es.
—¿Qué quieres? —respondí un poco más bruscamente de lo que pretendía.
—Quiero que me ayudes al menos dos veces en el jardín, y si no es lo tuyo,
no te lo volveré a pedir.
—¿Eso es todo? —Podría ofrecer algo más, tal vez una cena en los confines
de la biblioteca.
—Y un televisor. Echo de menos Netflix.
Tuve que reírme de aquello, era tan inesperado.
—Hecho —respondí, antes de darme cuenta que había aceptado todo,
incluido el trabajo del jardín.
—Muy bien. Hasta luego, Sr. Montanari.
—Llámame Luca —dije, un tanto mortificado por haberlo hecho.
¿Qué diablos...?
Me di la vuelta, mirándola con los ojos muy abiertos. Tenía que ser una
hechicera, no había otra forma.
La contemplé entrecerrando los ojos. Apenas conocía a esta chica. Llevaba
aquí tres semanas. ¿Es que me sentía tan solo que...?
Sonrió tan alegremente que no me atreví a decirle que había cambiado de
opinión.
—Muy bien, Luca. Hasta pronto. —Se arremolinó y se fue antes de tener la
oportunidad de decir alguna estupidez y arruinar el progreso que acabábamos de
hacer. Chica lista.
Sacudí la cabeza. Cassandra West era una fuerza a tener en cuenta y una parte
de mí solo quería rendirse a su pureza, antes de arriesgarme a mancharla con mi
oscuridad.
CAPÍTULO 10

Cassie

M
e quedé de pie junto al lecho de flores, mirando todos los bulbos que
tenía que plantar. Puede que me hubiera pasado con el pedido, pero
esperaba contar con la ayuda de Luca y, aunque había cumplido con su
promesa del televisor, ya que cuando ayer regresé de la visita a mi hermano me
encontré con una pantalla plana gigante colgada en la pared frente a mi cama y
un post-it con el nombre de usuario de Netflix, él aún tenía que cumplir su
promesa de ayudarme con el jardín.
Miré el reloj una vez más y suspiré. Luca llegaba veinte minutos tarde.
Siempre podía pedirle ayuda a Dom, pero no me parecía bien.
Me arrodillé, alcanzando el primer ramo de tulipanes rojos, cuando lo vi salir
de la casa por la puerta trasera, vestido de negro.
Me apoyé en las rodillas, esperando a que me alcanzara. No podía negar que,
a pesar de todo, aquel hombre era una fuerza de la naturaleza, con más de metro
ochenta, ancho y rebosante de poder. Llevaba vaqueros negros, botas de combate
y una sudadera negra con la capucha bajada.
Mis ojos se posaron en su rostro y en su ceño fruncido. Inclinaba ligeramente
la cabeza hacia un lado, y sospeché que era una forma inconsciente de ocultar el
lado cicatrizado de su rostro.
Algo que esperaba que dejaría de hacer una vez que me conociera y supiera
lo irrelevantes que eran para mí sus cicatrices.
Se detuvo frente al parterre, mirándome, claramente molesto por acudir, pero
lo había hecho.
Bajé la mirada, apretando los labios para ocultar mi sonrisa ante un hombre
adulto haciendo pucheros.
—Tenemos que empezar primero con los tulipanes rojos y amarillos. —
Señalé con mi pala el gran contenedor que tenía a mi lado—. Yo me encargo de
este lado, tú puedes empezar aquí con el amarillo. —Señalé a mi izquierda. Me
incliné hacia atrás y cogí una caja metálica azul—. He preparado una cajita con
lo que necesitarás.
Cogió la caja y se acomodó en el lado que le indiqué. Aún no había dicho ni
una palabra y estaba claramente hosco y molesto por estar aquí.
Estaba convencida de que esperaba que su conducta me afectara hasta que le
dijera que podía irse. Ah, le esperaba una sorpresa. Haber sido criada por mis
horribles padres tenía una ventaja: las malas actitudes de los demás rara vez me
afectaban.
—Puedes mirar como lo hago yo si lo necesitas, y luego hacer lo mismo y...
—Sé plantar flores. Ya lo he hecho antes —respondió bruscamente,
frunciendo aún más el ceño ante la caja que acababa de darle.
Me encogí de hombros.
—De acuerdo —respondí, lo más amistosamente que pude. Estaba con la
segunda planta cuando volvió a hablar.
—¿Cómo sabías que vendría?
Levanté la vista hacia él. Estaba mirando los guantes de jardinería de hombre
que había puesto en su caja.
—Porque dijiste que lo harías— respondí, retirándome un mechón de pelo de
la frente con la muñeca doblada.
—Lo sé, pero después de lo que pasó... —Se encogió de hombros
—. Estaba un poco más dudoso.
—¿Qué quieres decir? —pregunté, pero volví al trabajo. Me resultaba más
fácil hablar con él si estaba ocupada.
—Bueno, tras desmoronarse el asunto con tus padres, todo el mundo te dio la
espalda, hasta el punto que acabaste durmiendo en el sofá del piso de una
habitación de tu antigua criada.
Me sorprendió y me incomodó un poco la cantidad de información que este
hombre tenía sobre mí, pero, al mismo tiempo, no debería haberme sorprendido.
Después de todo, era mafioso.
—No tenía muchos amigos —admití, y con no muchos me refería a ninguno
—. Con la vida que llevaban mis padres, era madre de Jude la mayor parte del
tiempo, así que con Jude, la escuela y todo eso, mi vida social pasó a un segundo
plano.
—Aun así, nadie te ofreció ayuda.
—La Sra. Broussard lo hizo, me ofreció un hogar. —Puse un tulipán en el
suelo—. Y mi prima en Calgary me ofreció su casa.
—¿Tienes familia?
Sabía lo que no decía. Su expediente no mostraba ninguna.
—Sí. Bueno, India es mi prima segunda. Es encantadora y me pidió que me
mudara con ella. Hubiera sido más fácil ir a un lugar donde nadie me conociera o
me odiara por asociación, pero...
—¿Pero?
Lo miré, pero él también estaba concentrado en su tarea. Agradecí no estar
bajo su escrutadora y oscura mirada, con la cual parecía ver hasta lo más
profundo de mi alma.
—Era imposible dejar atrás a Jude. Los servicios sociales me dijeron que
India tardaría una eternidad en conseguir la custodia y aun así es muy joven,
soltera y está en un país extranjero, así que dije que no. No me importan el odio
y las dificultades, mientras esté aquí para Jude.
—Tiene suerte de tenerte.
¿Había nostalgia en su voz? Recordaba la forma en que se sentó en la
habitación de su hermana, sosteniendo el unicornio contra su
pecho como si fuera un salvavidas. Había perdido una parte de él cuando ella
murió, y no podía ni imaginar su dolor. La idea de perder a Jude me ponía
físicamente enferma.
Sentía su pérdida hasta el alma.
—Tengo suerte de tenerlo. Es único, en más de un sentido.
Luca asintió y cogió un tulipán, contorsionando extrañamente el cuerpo para
agarrarlo, como si sufriera.
Estaba a punto de preguntárselo cuando continuó.
—¿Así que le gusta leer?
—¿A Jude? Sí, le encanta. Es más que eso, para serte sincera. Está
obsesionado con las palabras, siempre lo ha estado.
—¿Por qué?
Me encogí de hombros.
—No estoy segura, pero empezó siendo muy pequeño. Lo creas o no, sabía
leer antes de los cuatro años. —Solté una risita—. Como sabes, mis padres no
eran muy dados a la paternidad y yo no estaba lo bastante disponible para leer
cuentos, así que, ya imaginas, lo hizo él solo. Su psicólogo lo llama hiperlexia. A
veces les pasa a los niños con trastornos de espectro.
Luca asintió y me alegré que no preguntara más sobre el hecho de que Jude
estuviera afectado por un trastorno autista.
—Nuestros padres lo consideraban imperfecto, yo lo considero un regalo.
Luca me miró, con sus cejas arqueadas y sorprendido.
—Eres sabia más allá de tu edad —dijo pensativo.
Solté una carcajada sorprendida. —No soy tan joven.
—Pero demasiado joven —replicó, cogiendo torpemente otro bulbo de
tulipán.
No respondí a su comentario porque estaba segura que hablaba consigo
mismo más que conmigo.
—¿A qué dedicas tus días? Nunca te veo por aquí.
Me miró en silencio antes de volver a concentrarse en su tarea.
—Vamos, estás haciendo todas esas preguntas. Es justo que yo también te
haga algunas.
Sacudió la cabeza, sin levantar la vista.
—Sabes que, si no quieres responder a mis preguntas, puedes no hacerlo.
Nadie te obliga.
No pude evitar sentirme un poco desinflada ante su desplante. No lo había
dicho como una puñalada, sino simplemente como una broma.
Suspiré, volviendo a mis bulbos de tulipán.
—Beber y revolcarme en la autocompasión —dijo al cabo de un rato.
—¿Perdona? —No estaba segura de lo que había dicho. Suspiró.
—Me preguntaste qué hacía todo el día. Beber y revolcarme en la
autocompasión.
—Oh, —. Eso sospechaba. Solo que no esperaba que lo admitiera.
—¿Te sorprende? —preguntó levantando la vista.
—Me sorprende que me hayas dicho la verdad.
—No te mentiré, Cassandra —dijo con tal seguridad que me hizo estremecer,
su voz grave resonó en lo más profundo de mis huesos—. Prefiero no contestar a
mentir.
Le sonreí alegremente.
—Me gusta eso. A mí me pasa lo mismo. Las mentiras son demasiado
difíciles de mantener, demasiado para recordar. Diciendo la verdad, nunca temo
ser incoherente. No hay nada más inamovible que la verdad.
Me miró de un modo que me incomodó, como si no estuviera seguro de que
yo fuera real.
—Sí, no podría haberlo dicho mejor.
Se retorció de nuevo para alcanzar una bombilla.
—¿Te duele algo? —Estuve a punto de graduarme en la escuela de
enfermería, tal vez podría ayudarlo.
—¿Qué?
Señalé la caja con los bulbos. —¿Estás cogiendo de forma rara los bulbos,
¿te duele algo?
—Ah, no. Es... —Se rascó la mandíbula barbuda con la mano enguantada,
dejándose un poco de tierra sobre la barba—. Te estoy dando mi buen perfil. No
debería someterte a la abyecta visión de mi destrozado rostro.
—Oh.
Asintió.
—Si quieres podemos cambiar de sitio, puede que sea más fácil para ambos.
No, no quería cambiar de sitio. Quería que me mostrara su cara libremente,
incluido su lado izquierdo. No me molestaban las cicatrices, incluso me parecían
atractivas. Había visto en Google el aspecto que tenía antes del accidente,
elegante y poderoso, con un asombroso parecido con aquel vampiro moreno de
Buffy Cazavampiros, pero las cicatrices no le restaban nada de atractivo, por
mucho que creyera o le hicieran creer lo contrario.
—No, no lo creo. Me gusta estar aquí y de hecho estoy disfrutando de la
vista. —Me sonrojé ante mis palabras. Yo no era una mujer atrevida, nunca
piropeaba a los hombres ni coqueteaba. Demonios, ni siquiera sabía cómo
hacerlo.
Sus cejas se fruncieron confusas. Probablemente intentaba averiguar si estaba
loca o si era una mentirosa. No era ninguna de las dos cosas, sus cicatrices eran
llamativas, pero no le quitaban su belleza robusta y masculina, al menos no para
mí.
Me acerqué a él más lentamente y me quité los guantes de jardinería. Levanté
la mano y le retiré la tierra de la barbuda mejilla.
Se tensó como si mi contacto lo convirtiera en piedra.
Alcé la otra mano y rocé suavemente con las yemas de los dedos su mejilla
llena de cicatrices, apenas con un toque, y a pesar de su estado de congelación,
vi que sus pupilas se dilataban. Le gustó que lo tocara.
Su pequeña reacción me hizo envalentonarme de algún modo y recorrí las
cicatrices con el índice. Tracé la que descendía en línea casi recta desde el lado
hasta su frente, bajando por la comisura de sus ojos, la comisura de su boca hasta
su barbilla. Torcía la comisura de sus labios en un pequeño mohín.
—Las cicatrices no son feas —susurré en voz baja, preocupada por si rompía
el hechizo y se alejaba, refugiándose en su caparazón de odio a sí mismo —.
Eres atractivo. Me gustan tus dos aspectos. —Mantuve mis ojos fijos en los
suyos, demostrándole que mis palabras no eran más que la verdad. No lo decía
por lástima, sino por la atracción que sentía por él, a pesar de saber lo
equivocado e inútil que era sentir algo por un hombre como él.
—No tienes que decir eso —susurró, pero permaneció inmóvil, dejándome
trazar todas las cicatrices.
—Sé que no. Pero lo digo en serio, cada palabra. Por favor, no me ocultes tu
rostro.
No me di cuenta que se había movido hasta que me rozó suavemente con los
dedos la comisura del labio inferior. Se había quitado los guantes mientras yo
estaba absorta con su rostro, y parecía tan hipnotizado como yo.
Su rostro se suavizó y, por una vez, vi lo vulnerable que era aquel hombre.
—Me lo pones muy difícil —susurró tan bajo que no estaba segura de si lo
había dicho para que yo lo oyera.
—¿Qué? —respondí sin aliento, mientras me rozaba lentamente el labio
inferior con sus dedos.
—Mantenerme alejado de ti.
—¿Y si no quiero que lo hagas?
—Entonces eres tan tonta como yo.
Abrí la boca para responder, cuando Dom y otro guardia doblaron la esquina.
Nos sobresaltamos como si nos hubiera alcanzado un rayo, el momento se
había esfumado definitivamente.
Luca se levantó mucho más rápido y con más gracia de lo que un hombre de
su tamaño debería ser capaz.
—Creo que la jardinería no es para mí —comenzó, quitándose la tierra de los
vaqueros, evitando mis ojos—. Te buscaré ayuda para el jardín. —Miró a Dom y
al otro hombre que nos observaba con curioso interés—. ¿Puedo ayudaros en
algo? —les ladró.
Dom sacudió la cabeza, pero sus ojos ya no estaban puestos en Luca. Estaban
puestos en mí. Se mostraban interrogantes, especulativos... Bajé la mirada con
incomodidad.
—Entonces sigue, no te pago por mirar.
Seguí mirando hacia abajo, como si el bulbo que tenía en la mano fuera lo
más fascinante del mundo.
Vi los pies de Luca volviéndose hacia mí y levanté la vista, encontrándome
con sus ojos. Su rostro volvía a ser duro, sus ojos casi acusadores, como si
estuviera enfadado conmigo por mirar a través de las grietas de sus muros. Podía
construirme y destruirme con una sola mirada, una sola palabra... Su poder sobre
mí era a la vez excitante y aterrador.
—Esto no volverá a pasar.
—¿Qué cosa? La jardinería o... —¿O qué? ¿Lo que acabábamos de
compartir? Era una intimidad que aún no había experimentado. Había sido
diferente, significativo, aunque no pudiera ponerle nombre.
—Ambas cosas, todo —respondió secamente, antes de alisarse las mangas y
retirarse de nuevo a la casa.

Aunque en realidad no esperaba que me hablara durante el resto del día, me sentí
decepcionada por su silencio.
En este caso, sabía que su silencio decía mucho. Tenía miedo, de qué, no
estaba segura.
Trabajar sola en el jardín hoy había sido difícil. Estaba dolorida y cansada,
además de decepcionada por la reacción de Luca, así que después de cenar me
retiré a ver la tele.
Me di una ducha caliente para intentar aliviar mis músculos, y me acomodé
encima de la cama con un bol gigante de palomitas.
Estaba a punto de empezar el espectáculo cuando oí un suave golpe en mi
puerta.
El corazón me dio un vuelco al pensar que Luca vendría a mi habitación.
—Adelante —llamé, sentándome más recta en la cama.
No pude evitar el pequeño pellizco de decepción que sentí al ver a Dom
entrar en la habitación. Solo esperaba que no se me notara en la cara.
—Ah, perdona que no sea a quien quieres ver.
Bueno, tal vez se notaba. Eso no era bueno, me gustaba Dom. Era una
persona tan dulce y gentil.
—No, solo me sorprende ver a alguien. —Me señalé el pijama de franela
cubierto de pasteles—. La verdad es que no voy vestida para recibir visitas.
Pareció ruborizarse un poco, pero no podía estar segura bajo la tenue luz.
—Sí, lo siento, pero todavía es pronto. Pensé... —Se aclaró la garganta e hizo
un gesto con el pulgar hacia la puerta—. Me voy. Podemos hablar por la mañana.
—No. —Me incorporé en la cama, casi tirando las palomitas al suelo.
Siempre estaba tan sola aquí, que ansiaba un poco de compañía. Me senté con
las piernas cruzadas en medio de la cama y señalé la silla color melocotón que
había junto a ella—. Siéntate por favor, me gusta tu compañía.
Entró y sonrió aliviado.
—A mí también.
—Entonces, ¿en qué puedo ayudarte? —pregunté después que se sentara. Se
veía tan... extraño en esta habitación.
Aquí, todo era ligero y delicado y él era un hombre grande, todo moreno de
traje negro, la diferencia entre él y la decoración era sorprendente.
Se reclinó en la silla y sonrió. La sonrisa de Dom era tan despreocupada, tan
encantadora. ¿Cómo era posible que Luca y él fueran tan diferentes?
—En realidad, es más bien en lo que te puedo ayudar yo.
—¿Sí?
—Luca me pidió que te ayudara con el jardín.
—Oh. —No pude evitar la poderosa decepción que me invadió con sus
palabras. De algún modo, una parte de mí esperaba que Luca recapacitara y
viniera al día siguiente a los jardines—. No tienes por qué. Puedo arreglármelas.
Tienes suficiente trabajo, estoy segura.
Me dedicó una media sonrisa y una mirada de reojo que parecía decir, “Veo a
través de tu mierda".
—No me importa. Aquí me muero de aburrimiento la mayor parte del
tiempo. Como ves nunca tenemos visitas y la seguridad es como Fort Knox, así
que ya ves... —Se encogió de hombros—. Hacer un poco de jardinería será una
distracción bienvenida.
—¿Tú también eres de la mafia? —solté de sopetón. Me paralicé con los ojos
muy abiertos, ¿qué demonios me pasaba?
Dejó escapar una carcajada sorprendido.
—¿De verdad me acabas de preguntar eso?
—¿Qué? —sacudí la cabeza—. No... sí... ¿Quizá? —Gemí. Soltó una risa,
sacudiendo la cabeza.
—Sí, lo soy. Bueno... —Ladeó la cabeza—. Supongo que se puede decir que
estoy de permiso. Soy la seguridad de Luca.
Asentí en silencio. Si Luca estaba fuera de permiso, él también lo estaba.
Tenía sentido.
—¿Qué estás viendo? —preguntó, moviendo la cabeza hacia la pantalla, que
estaba en pausa en un partido de baloncesto.
Agradecí el cambio de tema. Me preocupaba haber hecho las
cosas aún más incómodas.
—0ne Tree Hill. —Me acomodé en la cama, con la espalda apoyada en el
cabecero.
—¿Es buena?
—Solo voy por el tercer episodio hasta ahora... Se avecina mucho drama
adolescente.
Asintió con la cabeza. —Ah, el drama adolescente... es de lo mejor.
Me reí y le tendí el bol de palomitas, en una invitación silenciosa a que se
quedara a verla.
Después de un episodio, lo vi retorcerse en la silla, era pequeña y estrecha.
Era cómoda para mí, que medía uno sesenta, pero no para él, que medía metro
ochenta y cuatro.
Me deslicé hacia un lado y palmeé el espacio a mi lado.
—Estarás más cómodo aquí.
Levantó las cejas sorprendido, cuando me di cuenta de lo que había dicho.
Dios, sonaba como un sórdido acercamiento.
—No. Lo digo de forma amigable. Solo... —Sentí que me ardían las mejillas
por el aplastante peso de mi incomodidad—. No soy buena en esto. Yo … —
Sacudí la cabeza. Cierra el pico, Cassie. Eres una estúpida que invitó a un
mafioso adulto a estar en tu cama contigo, ¿qué esperabas?
Respiré hondo. —No estarás intentando salir conmigo, ¿verdad?
—¡Dios, no! —soltó con un retroceso, como si el pensamiento en sí fuera
repulsivo.
Bueno, no importaba que yo sintiera lo mismo, su rechazo extremo escocía.
—Vale, entonces no hay problema, ¿no?
Me miró en silencio durante unos segundos, como si intentara descifrar algo
antes de asentir.
Se quitó la chaqueta, se descalzó los zapatos negros de vestir y se sentó
conmigo encima de la cama, antes de coger el bol de palomitas y apoyarlo en su
regazo.
—Sabes, por si te sirve de algo, aunque quisiera salir contigo o acostarme
contigo... Dios no lo permita.
Vale, pinchazo número dos. —¿Sí? Sacudió la cabeza.
—Mis sentimientos o intenciones no deberían importar. Esta invitación, aquí
mismo, no me da ningún derecho sobre ti. ¿Lo entiendes?
Lo miré a la cara, sorprendida por la intensidad de sus palabras. Me estaba
mirando, con el cuerpo tenso, con las cejas ligeramente fruncidas por la
determinación, los ojos oscuros brillando con un fuego justiciero que no
esperaba en esta situación.
—¿Bien?
—No importa lo que puedas decir o hacer (conscientemente o no), eso nunca
le da a un hombre ningún derecho sobre ti o tu cuerpo. Tienes que recordarlo,
siempre.
La intensidad de sus palabras me hizo estremecer. ¿Habría sido testigo de
algo? No, no quería pensar en eso.
—Lo sé.
Dejó escapar un suspiro.
—Genial. Ahora ya está arreglado. Veamos a qué drama adolescente nos
enfrentamos.
Asentí, todavía un poco inquieta por su discurso serio y por la fuerza de su
rechazo.
—¿Eres gay? —le pregunté a mitad del episodio. Jadeé ante mi propio
comentario mientras él se atragantaba con las palomitas. Acababa de pensarlo e
hice una mueca. Necesitaba controlar mi boca. No era cualquiera y, francamente,
eso no estaba bien.
—¿Perdona? —preguntó, con la voz ronca tras el ataque de tos que acababa
de sufrir.
—No importa. —Hice un gesto despectivo con la mano—.
Vamos a ver el episodio.
—No soy gay —respondió un rato después.
—No importaría que lo fueras —respondí con sinceridad, aún demasiado
avergonzada por mi pregunta como para mirarlo.
Puso el programa en pausa y me preparé para lo que vendría.
—Lo sé. Pero me pregunto qué te ha hecho decir que lo sabías... desde el
punto de vista científico.
Aunque podía oír la sonrisa en su voz, seguía sintiéndome incómoda. Parecía
que había perdido el pequeño filtro que tenía desde que me mudé aquí.
—Es que... —Señor, llévame ahora—. Bueno, sé que no soy la mujer más
hermosa del mundo ni nada por el estilo, pero soy la única mujer que hay, y a ti
parecía repugnarte la idea. Pensé... —Me encogí de hombros—. No sé qué
pensé.
Lo miré de reojo mientras volvía a poner en marcha el aparato.
Se metió en la boca unos cuantos granos dulces y salados, con los ojos fijos
en el televisor, aunque yo sabía que lo había perturbado.
Dejó escapar un suspiro.
—Todos tenemos cicatrices, hermosa chica —dijo, volviéndose hacia mí con
una sonrisa triste, casi melancólica—. Algunas están en el exterior, en tu piel
como una armadura, una prueba de tu lucha. Pero otras, las más crueles y
destructivas de todas, son internas y crecen, supuran y... —Se detuvo de repente
y dejó escapar un tembloroso suspiro—. Eres increíble, eres perfecta, y siento un
fuerte vínculo contigo que me resulta desconocido e inquietante. Siento como si
fueras familia y, una vez más, todo esto es nuevo para mí. Agradece que no sea
romántico, agradece que lo único que quiero de ti, es tu amistad y tu confianza.
—¿Agradecida? —pregunté, con las mejillas encendidas por la amabilidad de
sus palabras. No era ninguna locura, yo sentía lo mismo desde el primer día y
ahora me alegraba de tener un amigo. Había estado demasiado tiempo sola.
Asintió con la cabeza. —Sí, de lo contrario Luca me habría matado.
—¿Por qué? —Mi corazón se aceleró. ¿Era posible que sintiera
algopormí?—Oh,espera.¿Esporquenoapruebala confraternización entre el
personal?
Dom soltó una carcajada.
—Sí, seguro, digamos que es eso.
Abrí la boca para preguntar algo más, pero negué con la cabeza.
¿Qué sentido tenía?
Acabábamos de empezar a acomodarnos para volver a ver el programa
cuando habló.
—Solo... —empezó.
—¿Solo qué? Respiró hondo.
—Te vi en el jardín con Luca.
No estaba segura que me gustara cómo empezaba el tema. —Bien...
—Simplemente... —sacudió la cabeza—. Luca es una persona increíble, o
solía serlo. Creo que aún lo es, bajo todo el dolor y la culpa y cualquier otra cosa
que sienta. —Me dio una palmadita en la pierna. Lo vi replegarse en su
caparazón—. Sé paciente con él, sé indulgente. Él lo vale.
Lo miré con cierto asombro. Era un verdadero amigo, él también lo veía. No
estaba loca... la conexión que tenía con Luca. Puede que fuera joven e inexperta,
pero sabía que era algo especial. La forma en que me perdía en sus oscuros
orbes, la forma en que un simple roce le hacía estremecerse, eso tenía que ser
especial.
—Lo prometo.
Asintió y eso fue todo.
Vimos un par de episodios más, o al menos eso me pareció, porque me quedé
dormida, con la cabeza apoyada en el hombro de Dom, sin sentirme sola por
primera vez desde que el FBI puso mi vida patas arriba.
CAPÍTULO 11

Luca

H
abían pasado tres días desde el incidente en el jardín, cuando ella me
había descolocado. Cuando me tocó, no quise retroceder, sino todo lo
contrario. Quería inclinarme hacia ella, buscar su consuelo, ese que no
merecía.
Sus caricias calmaron mi dolor, mi angustia. Quería más, y nunca había
querido más; nunca había sentido la necesidad de nadie, y menos de una mujer,
y, sin embargo, sus dedos sobre mi piel... Me sentí redimido y la ansiaba.
Me había sacudido hasta la médula, y lo único que pude hacer fue huir y
esconderme, esperando que esa debilidad desapareciera, pero no era así.
Luché contra eso, luché contra ella, hasta que ya no pude más, hasta que me
planté en esta cocina, viéndola amasar algo de pasta con un delantal amarillo que
había sido de mi madre.
—Huele a naranja y canela.
Se paralizó al escuchar mi voz, y aquello me ralló de mala manera.
Últimamente se estaba haciendo muy amiga de Dom. Eran como dos guisantes
en una vaina y eso me molestaba mucho más de lo que me importaba admitir.
Dejó de amasar y se dio la vuelta lentamente, se limpió las manos en el
delantal y me miró con recelo. Tampoco podía culparla por ello: había sido el
hombre de peor humor siempre que había estado con ella.
Había contemplado la posibilidad de volver a bajar con una sudadera extra
grande, para ocultar mi rostro de ella y del mundo, pero quería ponerla a prueba,
ver su reacción antes de ponerse en guardia, y también quería demostrarle a mi
manera que empezaba a confiarle quién era yo.
Casi sonreí cuando vi en su rostro una apreciación ante mi camiseta negra
ajustada y mis vaqueros. No solía ser vanidoso, al menos ya no. Pero había
trabajado mucho en mi físico durante mi autoexilio. Le agradó la vista,
extrañamente era como si ella, a diferencia de los demás, pudiera ver más allá de
las cicatrices y el dolor, para ver al hombre que yo solía ser.
—Sí, estoy haciendo cassatelle siciliana con ricotta. Dom dijo que es su
favorito.
Sentí un pellizco de celos al oír hablar de Dom. ¿Estaba interesada en él? Se
iba a decepcionar. ¿Dom y ella? Era imposible.
—Horneando su favorito. Eso está bien. —Me alegré de lo neutra que sonaba
mi voz a pesar de la agitación de emociones al verla así, en la cocina, con el
delantal de mi madre. Espero que se haya atragantado con uno.
Asentí, preguntándome si ella podría ver los celos que sentía en mi rostro.
—¿Necesitas algo?
Suspiré. Estaba siendo profesional y quería que se mostrara conmigo como lo
hacía con Dom.
—No, la verdad es que no. —Me senté en el taburete frente a la barra del
desayuno, frente a ella—. ¿Te molesto?
—¡No! Claro que no. Es tu casa. Puedes hacer lo que te parezca.
Vale, no era la respuesta que esperaba. Hubiera preferido que dijera que
quería mi compañía, pero era un comienzo.
Se dio la vuelta de nuevo, trabajando en su cassatelle.
—¿De dónde has sacado la receta? Huele muy bien.
—Yo... Ummm. —parecía reacia a contestar.
Dejé que mis ojos se desviaran de la encimera para encontrar el cuaderno de
mi madre a un lado.
—Está bien. Puedes usar las recetas de mi madre. A Dom siempre le encantó
su cocina. —Respiré hondo—. Puedes usarla también para mis comidas.
Me lanzó una mirada entrecerrada y llena de dudas por encima del hombro,
haciéndome reír.
—Juro que no volveré a estallar... al menos no por la comida. — Soltó una
risita baja y se dio la vuelta con su bandeja de masa, poniéndola en la encimera
frente a mí.
—¿Cuál es tu postre favorito? —me preguntó, y en ese momento supe que
me había perdonado... otra vez. ¿Cuántas veces lo haría?
—Brownies red velvet con nueces.
Levantó la vista de su tarea de rellenar la masa.
—¿Qué?
Se encogió de hombros.
—Nada. Es que me parece muy dulce.
—Soy un hombre dulce —bromeé.
Resopló, pero sus labios se curvaron y sentí que había ganado.
Era una locura el poder que esa mujercita tenía sobre mí, sin intentarlo
siquiera. Por muy oscuros que fueran mis pensamientos, por muy huraño que
estuviera, estar a su lado me hacía sentir mejor. Bromeaba, sonreía... respiraba.
Ella me aterraba.
Me quedé un rato más con ella, situándome en una especie de paz al verla
cocinar y escucharla divagar. Me había dado cuenta de que tendía a divagar
cuando estaba nerviosa y yo la estaba poniendo así. Solo esperaba que fuera en
el buen sentido, el mejor sentido. Como ella me ponía nervioso a mí.
—Sabes, creo que podemos detener todas las normas en torno a las comidas.
Ya sabes quién soy. —Intenté parecer tranquilo mientras el corazón se aceleraba
en mi pecho.
Asintió y levantó la vista, encontrándose con mis ojos con una sonrisa
brillante, que me hizo sentir como un superhéroe.
—Me encantaría... Pero esta noche no. Tengo planes.
Me desinflé un poco y me molestó. Quería saber cuáles eran sus planes, pero
no tenía derecho a preguntarle... Aunque no podía ser tan emocionante, ¿verdad?
Estaba atrapada aquí conmigo en medio de la nada. A los guardias se les había
ordenado que se mantuvieran alejados de ella, a no ser que hubiera un peligro
inmediato.
—Claro. —Asentí.
—¿Mañana? —Volvió a sonreír. Joder, cómo me gustaba esa sonrisa—.
Traeré pizza del pueblo. ¿Qué te parece?
Ah, sí, había olvidado que era su visita semanal con su hermano.
—¿Sin piña?
Se rio.
—Sin piña —confirmó.
Mi euforia se apagó de inmediato cuando añadió.
—Le preguntaré a Dom qué tipo de pizza quiere que traiga.
—Sí, claro. —Dom se unirá a nosotros sobre mi cadáver, chica fogosa. En la
cena somos tú y yo. Me puse en pie—. Me tengo que ir. ¿Nos vemos luego?
Ella asintió.
—¡Sí, claro! Te dejaré unas cassatelles en esta caja —dijo, señalando la caja
de metal cubierta de rosas que había sobre el mostrador—. ¿Me dirás qué te
parecen?
—Absolutamente, pero si tengo que basarme en el olor hasta ahora... Seguro
que serán divinos.
Me alegré que no me preguntara qué iba a hacer porque, a decir verdad... no
tenía idea. Dom estaba trabajando con los nuevos guardias y ya no me apetecía
tanto beber, sobre todo gracias al rayo de sol que cuidaba de mi casa.
Decidí utilizar mi tiempo para ser productivo en lugar de
autodestructivo por una vez, e investigué la situación de Cassie y la de su
hermano. Quizá podría ayudar... Quizá podría convertirme en el héroe que quería
ser para ella.
Me sobresalté cuando oí el timbre de la cena. ¿Cuánto tiempo había estado
concentrado en lo que hacía?
Miré mi bloc de notas y todos los nombres que había anotado y a los que
tenía que llamar para ayudar en la situación de Cassie.
Me decepcioné un poco cuando encontré la biblioteca vacía, excepto por la
increíble comida que me esperaba en la mesa.
No pude evitar sonreír cuando me senté a la mesa y me fijé en la cajita de
metal rosa con un Post-it encima.
Creo que están deliciosos. Ya me dirás qué te parecen.
Estaba convencido de que estarían deliciosos porque era una buena cocinera
y porque los había hecho ella. Eso ya los hacía mucho mejor.
Comí rápidamente. Ahora tenía una razón para buscarla a pesar de sus planes
para esta noche. Sospechaba que estos planes eran con Dom, lo cual no me
gustaba mucho, o algunas llamadas de Skype con su amiga, lo cual no me
molestaba .
Llevé mi plato y mi caja a la cocina, pero ella no estaba allí. Me detuve en
medio de la vacía cocina y me di cuenta de que la calidez que había sentido allí
esta tarde era únicamente por ella. Ahora solo era una habitación vacía, llena de
recuerdos dolorosos.
Cogí otra cassatelle y subí las escaleras. La puerta de su habitación estaba
entreabierta y me detuve al oír su risa, tan despreocupada, tan encantadora.
Sonreí. Me encantaba oírla reír. Mi sonrisa se congeló en mi cara cuando oí reír
a Dom, y mi humor dio un giro oscuro casi de inmediato.
Nunca había sentido celos, ni siquiera cuando Francesca me dejó por Savio.
Nunca me había importado tanto nadie como para sentir celos. Era algo
desconocido y tan inquietante que lo odiaba.
Llamé a la puerta, haciendo todo lo posible por refrenar mi mal genio y mis
crecientes ganas de dejar inconsciente a Dom de un puñetazo.
—¡Adelante!
Entré en la habitación, dispuesto a echarle la bronca por algo... cualquier cosa
en realidad para que se fuera de esta habitación, pero lo que vi me pilló
desprevenido. Solo pude quedarme allí, con la boca ligeramente abierta como un
idiota.
Estaban los dos con batas rosas a juego en su cama, rodeados de palomitas y
otros dulces. Los dos llevaban diademas rosas y una extraña máscara verde en la
cara, como una especie de tratamiento facial.
—¿Cosa c’è di sbagliato in te, stronzo3? —pregunté a mi jefe de seguridad,
que en aquel momento parecía más una fea mujer de gran tamaño que el frío
asesino mafioso que se suponía que era.
Los labios de Dom se torcieron. —Vamos a tener una noche de chicas.
—Ah. —Asentí—. ¿Finalmente te ha crecido una vagina? Era de esperar.
Cassie puso los ojos en blanco y dio una palmada juguetona en el brazo de
Dom. Envidiaba la familiaridad que había surgido entre ellos.
—Dom me compró una cesta de spa para animarme, después de las malas
noticias que recibí de los servicios sociales. —Sonrió—. Era para dos, así que lo
invité a unirse.
Fruncí el ceño.
—¿Qué malas noticias? —pregunté bruscamente. Cada vez estaba más
molesto. No solo lo buscaba durante su tiempo libre, sino que además confiaba
en él.
Nunca había envidiado a Dom, supongo que hay una primera vez para todo.
Hizo un gesto despectivo con la mano. —No te preocupes, está bien.
Quiero preocuparme por eso, pensé, pero me callé. Dom me miraba como si
fuera un experimento científico, analizando cada palabra, cada movimiento... Lo
odiaba.
—¿Quieres unirte a nosotros? —preguntó y aplacó mi irritación, al saber que
no quería pasar tiempo a solas con Dom.
¿Unirme a ti, a solas? Sí, por supuesto. ¿Unirme a ti y la Barbie Dom? Paso.
Sacudí la cabeza.
—No, solo quería decirte que las cassatelles estaban deliciosas. Sonrió,
apoyando la mano en su corazón.
—¡Gracias! Me alegro mucho de que te hayan gustado. La próxima vez te
haré los brownies con nueces que te gustan.
Eso me calentó el pecho más de lo que podría decir.
Le sonreí y eso también me pareció extraño. ¿Cuánto hacía que no sonreía de
verdad?
Me volví hacia Dom.
—También me alegro de haberte pillado. ¿Entrenamos mañana?
¿A las ocho?
La sonrisa de Dom se ensanchó, sabía por qué quería entrenar. Bueno, buena
suerte, imbécil. Puedes pensar que soy un alcohólico fuera de forma, pero puedo
pelear sucio.
—Nos vemos luego, chicas.

Llegué a la sala de entrenamiento solo unos minutos antes que Dom bajara con
una sonrisa de comemierda en la cara.
Sabía que estaba cabreado por lo de anoche y lo disfrutaba. Relajé mi cuello
y entré en el cuadrilátero, preparándome.
—¿Ni siquiera un poco de cháchara? —preguntó, y su sonrisa se volvió
burlona.
—Pensé que ya habías charlado bastante durante tu noche de chicas.
Dom negó con la cabeza.
—Hace mucho que no nos enfrentamos. Lo echaba de menos. — Se quitó la
camisa, rodando los hombros.
Fruncí el ceño y miré el tatuaje de su pecho, igual al mío... La daga, el
rosario y el juramento que nos unía. Nuestra marca, nuestra lealtad a nuestra
sangre, nuestro legado, nuestro compromiso. Nuestro lema era Honor,
Protección, Conquista, honrar nuestros votos, proteger nuestra sangre, conquistar
a nuestros enemigos.
—Creo que es hora de que vayas de visita al Rectory, para aliviar un poco la
presión. —El Rectory era un club sexual de alto nivel y muy caro, pero también
el único del estado que contaba con profesionales capaces de hacer frente a las
preferencias sexuales de Dom.
—¿El Rectory? —Asintió—. Quizá, pero ¿es por mi bien o quieres que te
deje a solas con ella? —Soltó una risita—. Puedes pedirlo. Puede que te conceda
el deseo.
—Cazzo. —siseé mientras mi codo salía en un solo movimiento, golpeándolo
justo en la cuenca del ojo.
—Mierda —gruñó, dando un paso atrás y llevándose la mano al ojo—. Estás
jugando sucio, Montanari.
—¿Y tú no? —pregunté, adoptando una postura de combate, con las manos
en puños, protegiéndome la cara de las represalias—. Acaparándola, ejerciendo
de perfecto y dulce caballero. —Lancé un jab. Él esquivó hacia la izquierda,
adoptando finalmente una postura de combate. Iba en serio y él lo sabía—.
¿Sabe lo que eres?
Suspiró.
—¿Quién puede decir que no soy ese tipo?
Lanzó un puñetazo y lo detuve con el antebrazo. Apreté los dientes mientras
el dolor del golpe me subía por el brazo, directo a la cabeza. Estaba más fuera de
forma de lo que había previsto.
—No la quiero así, y ella no me ve así.
La forma en que enfatizó la palabra “me" hizo que mi corazón saltara en mi
pecho como un estúpido adolescente. ¿Quería decir que ella me veía así? No me
jodas, tenía problemas.
—¿Qué está pasando? —pregunté mientras nos rodeábamos, ambos reacios a
lanzar otro puñetazo.
—¿Qué quieres decir? Su vida se ha ido a la mierda, tienes que ser más
específico.
Aquí estaba, molestándome otra vez. Sabía exactamente lo que quería decir.
Hice una finta con un gancho de izquierda y le di un puñetazo con la derecha.
—Deja de hacer el gilipollas.
Se rio, frotándose la mandíbula.
—Eres tan fácil de irritar.
Lo era, y todo gracias a ella. Antes siempre se me había dado bien mantener
todo muy cerca del corazón, pero ella era como una herida abierta que dejaba
salir todos los sentimientos.
—Domenico... —Le advertí. Puso los ojos en blanco.
—Está relacionado con el FBI. La han incluido en la lista de "personas de
interés" por los asesinatos de sus padres, pensando que sabía más de lo que
decía.
Dejé de moverme.
—Esto es estúpido, esta mujer no haría daño ni a una mosca.
—¡Obviamente! Y el FBI también lo sabe, pero la burocracia se está
tomando su tiempo y, mientras no sea oficialmente eliminada de la lista por un
juez, no puede sacar a su hermano pequeño. Tiene que estar supervisada en cada
visita porque hay riesgo de fuga, y le está pasando factura porque es
interminable.
—¿Por qué no me lo dijiste? Podría haber ayudado.
—¿Por qué no le preguntaste cómo estaba, en lugar de hacer pucheros como
un niño de cinco años? ¿Es porque cuando te tocó te hizo sentir algo en el
corazón y en los pantalones?
—¡Cazzo! —Lancé un puñetazo que él esquivó y me dio justo en el riñón.
—¡Joder! —gruñí, sujetándome el costado, y casi me doblo en dos
intentando recuperar el aliento.
—Hemos terminado —anunció Dom ominosamente, bajándose del ring y
cogiendo una botella de agua—. La próxima vez que quieras hacer de sparring,
recuerda que he estado entrenando todos los días, mientras tú has estado
remojando tus órganos en alcohol durante los últimos años, ¿de acuerdo?
Le lancé una mirada fulminante, haciéndolo reír.
Se limpió la cara con una toalla y me miró mientras me frotaba el costado,
que seguía ardiendo como una perra. Su cara cambió de burlona a seria.
—Además, la próxima vez, en vez de comportarte como un estúpido
cavernícola alfa, háblame, tío.
Fruncí el ceño, sin saber dónde quería llegar.
—Aunque no pienses así de mí, eres mi mejor amigo. Mi hermano en todos
los sentidos, menos en sangre. Casi todo el mundo me lo ha ofrecido todo para
que me fuera de tu lado y me uniera al suyo, pero he preferido quedarme con tu
culo arrepentido, enfadado y suicida, antes que buscar otra cosa.
Respiró hondo y salí del ring, caminando hacia él, con la emoción
agolpándose en mi garganta, haciéndome difícil tragar saliva. No era algo que
hiciéramos en la famiglia, mostrar nuestros sentimientos. Los sentimientos eran
una debilidad, luchábamos con todas nuestras fuerzas para no tenerlos, y, si el
cielo nos prohibía tener sentimientos, luchábamos como bestias para ocultarlos
al mundo.
—Cassie es única. La he visto devolviéndote a la vida, y me mataré antes de
intentar arrebatarte eso, pero, si no te mueves, otro lo hará porque ella es
especial, esa mujer …es joven, sí, ¿desconocedora de nuestro mundo, de
nuestras costumbres? Sin duda. Pero es valiente, fuerte y leal. Ella puede
manejarlo, ella puede manejarte. Es un jodido unicornio, hermano.
Ahora estaba frente a Dom e hice algo que nunca pensé que haría. Lo abracé.
—Gracias por quedarte conmigo. Me has salvado la vida — admití de muy
mala gana.
—Ti voglio bene —afirmó, devolviéndome el abrazo.
Me sorprendió que Dom admitiera que me quería, y yo también a él, con el
mismo amor fraternal que él me daba, y, a pesar de todo, no podía decírselo.
Así que le dije lo siguiente mejor...
—Io ti proteggerò sempre. —Siempre te protegeré. Era la única forma de
corresponderle y, por la forma en que me abrazó, supe que lo había entendido.
CAPÍTULO 12

Cassie

M
e disponía a salir para ir a ver a mi hermano cuando Luca apareció en
la cocina.
—¿Estás bien? —pregunté, echándome el bolso al hombro. Ladeó
una ceja.
—Buenas tardes a ti también.
Me sonrojé, aquello era descortés y me alegré de verle, volviendo a sentir ese
vértigo en la boca del estómago. Me gustó que ya no intentara ocultar su rostro,
y me mirara de frente.
—Lo siento. No esperaba verte. ¿Puedo ayudarte en algo? Sacudió la cabeza.
—No, sé que vas a la ciudad y me preguntaba si podrías traer la cena.
—Pensé... —me detuve y negué con la cabeza. El día anterior habíamos
quedado para comer pizza, pero quizá era su forma de venir a hablar conmigo y
a mí me gustaba verlo, hablar con él. ¿Por qué lo cuestionaba? —Por supuesto,
traeré pizza.
Se acercó a mí hasta apoyarse en la isla de la cocina. Podía verlo por el
rabillo del ojo. Pude sentir el calor de su cuerpo, oler su sutil fragancia. Cerré los
ojos y ni siquiera me di cuenta que me inclinaba hacia él, respirando hondo.
—¿Estás bien?
Me incorporé de un tirón y me sonrojé tanto que sentí que me ardía la cara.
—Sí, seguro. Bien.
—Si tú lo dices.
Asentí con la cabeza, evitando sus ojos mientras podía oír la sonrisa en su
voz. No lo había engañado, claro que no.
Me aclaré la garganta.
—¿Está Dom por aquí? —Me volví hacia él y no me extrañó que se tensara,
que frunciera sus labios. ¿Estaba celoso? No, eso era ridículo. Había visto el tipo
de chicas con las que él salía antes de todo esto, yo ni siquiera era un punto en el
radar de este hombre.
—No, siento decepcionarte, está en la ciudad durante todo el día. Algo que
olvidó mencionar anoche.
—Ah. —Hice un gesto despectivo con la mano—. No, no pasa nada. Es que
hoy recibiremos más flores y no puedo esperar más si quiero llegar a tiempo a
ver a Jude y...
—Yo me ocuparé de ellos. —Asintió.
—¿Estás seguro?
Puso los ojos en blanco. Disfrutaba de esa pequeña jocosidad en él, aunque
fuera escasa.
—De acuerdo. —Cogí la tarta que había horneado de la encimera
—Puedes tenerlas preparadas junto al atrio. Se supone que el tiempo
aguantará unos días. —Moví la cabeza en dirección al jardín
—Asegúrate de que hoy solo entregue flores rosas. Hemos encargado rosas,
azaleas, begonias... —Suspiré, no tenía por qué aburrirle con todos los detalles.
—No te preocupes. Estoy seguro que puedo manejarlo. —Enterró las manos
en los bolsillos de sus vaqueros—. Las flores rosas eran las favoritas de
Arabella.
Finalmente lo miré con una pequeña sonrisa, ya desaparecida la vergüenza de
antes.
—Sé que lo eran. Y púrpuras —señalé al otro lado del jardín—.
Este jardín es una oda a ella.
Apartó la mirada y, a pesar de la barba, pude ver cómo se le movía la
mandíbula. ¿Lo había ofendido al hacer eso? Pensé que le haría feliz.
—¿Luca? —Volví a dejar la tarta sobre la encimera, moviéndome de un pie a
otro con incomodidad —. Puedo cambiarlo, siento haber pensado...
Me miró, su rostro era un torbellino de emociones.
—Gracias.
Dejé escapar un suspiro. —¿Qué?
Sacudió la cabeza hacia mi plan sobre la mesa.
—Esto significa más de lo que crees. Eres única, Cassandra West.
Hice un gesto con la mano, con el pecho caldeado por los elogios. No era
algo a lo que estuviera acostumbrada con los padres que había tenido.
Volví a coger la tarta, atrayendo su atención hacia él.
—¿Feliz cumpleaños? —leyó en él. Dejé escapar una risita.
—Sí, ya sé que es un poco triste hacer tu propia tarta de cumpleaños, pero...
—Me encogí de hombros.
Él se aquietó.
—¿Es tu... cumpleaños?
—Sí. No.
Ladeó la cabeza. —Bien...
—No. —Me reí—. Mi cumpleaños es el domingo, pero no es para tanto,
¿sabes? Mis padres nunca han celebrado nuestros cumpleaños. Nunca
consideraron nuestro nacimiento como un logro por nuestra parte.
—Encantador.
Resoplé. —Claro. En fin, siempre somos él y yo para los cumpleaños y como
solo puedo verle los jueves por la tarde, lo celebramos hoy.
Asintió.
—Bien, entonces haremos algo el domingo. Tú, yo y... Dom.
Mi pecho se acaloró ante la atención. Se suponía que este hombre era una
bestia aterradora y, sin embargo, estaba mostrando mucha más atención de la que
mis padres jamás me habían mostrado.
—Luca, no. No tienes que hacerlo.
—Sé que no. Quiero. Vamos, todos necesitamos una pequeña celebración. El
domingo es una promesa.
Sonreí y asentí con la cabeza. Recordé lo que había dicho, él no hacía
promesas a la ligera y, de alguna manera, me emocioné por mi cumpleaños por
primera vez en mucho tiempo.
—Oh, dejé algunos libros nuevos para tu hermano en la consola junto a la
puerta. Nos vemos esta noche.
—Por supuesto. Gracias de nuevo.
Lo vi salir de la cocina y dejé que mis ojos recorrieran su trasero. Puede que
fuera inocente, pero no era una santa, y el culo de este hombre en vaqueros
ajustados era una obra de arte.

Fruncí el ceño cuando aparqué delante de la casa de acogida y me encontré a


Jude y Amy esperándome delante de la puerta.
Jude llevaba puesta su chaqueta, sonreía de oreja a oreja y rebotaba de
emoción.
—¿Está todo bien? —pregunté saliendo del coche, con el corazón ya
acelerado.
—¡Cassie! —gritó, corriendo hacia mí y lanzándose sobre mí, haciéndome
resoplar mientras todo el aire salía de mis pulmones—.
¡Podemos salir!
Le devolví el abrazo y lancé una mirada interrogante hacia Amy. Esperaba
que no lo hubiera entendido mal, nos rompería el corazón a los dos.
Me sonrió y asintió.
—Sí, puedes sacarlo esta tarde. Solo tienes que traerlo de vuelta a las cinco
—dijo, acercándose a nosotros.
—¿Cómo? —sacudí la cabeza—. Sabes qué, no importa cómo.
Puedo sacarlo a pasear.
Jude me soltó y se volvió hacia Amy. —Gracias —. Le guiñó un ojo antes de
volver a mirarme.
—¿Significa que todo este lío ha quedado atrás? —Me refería al interés del
FBI por mí, pero no quería preocupar a Jude más de lo que ya estaba.
Se encogió de hombros.
—No del todo. Está en camino, pero la burocracia es interminable. Sin
embargo, mi jefe dijo que un juez federal, Martin, había dado el visto bueno al
asunto ante el distrito. —Se encogió de hombros—. No sé qué ha pasado aquí,
pero disfrútalo, se acabaron las visitas supervisadas.
Miré al cielo y parpadeé para contener las lágrimas mientras mi corazón se
hinchaba de gratitud por el hombre roto y marcado, estaba segura de que era el
origen de este pequeño milagro.
—Lo traeré a las cinco. —Miré a Jude —. Entonces, ¿qué quieres hacer?
Se encogió de hombros. —Cualquier cosa, no me importa.
—De acuerdo. —Abrí la puerta trasera del coche y esperé a que se abrochara
el cinturón.
Me senté en el asiento del conductor y me encontré con sus ojos en el
retrovisor.
—¿Qué te parece si te llevo a la librería para que elijas unos libros y luego
nos vamos a tomar un chocolate caliente y una magdalena al Starbucks?
—¿Podemos ir a la tienda de cómics en su lugar? Me encantan los libros que
me regala tu jefe.
—¿En serio? —pregunté, dándome la vuelta en el asiento y mirando la
pequeña pila de libros que había colocado en el asiento de al lado.
Asintió, pasando los dedos por la cubierta de cuero burdeos del libro que
tenía encima.
—Sí, tendrás que recoger los otros cuando me lleves de vuelta.
Asentí y me volví para arrancar el coche. Solo tenía unas horas con él y tenía
que aprovecharlas.
—Le darás las gracias de mi parte, ¿verdad, Cassie?
—Por supuesto, lo haré. Lo hago todas las semanas.
Después que Jude hojeara durante más de treinta minutos y compráramos tres
cómics, nos acomodamos en una mesa en la parte trasera del Starbucks local, y
me alegré de no haber recibido las miradas de odio que tuve durante el juicio de
nuestros padres.
Miré a mi hermano mientras seguía su ritual de partir su magdalena de
chocolate en trocitos antes de comérselos. A pesar de las palabras
tranquilizadoras de Amy, no podía evitar la oleada de preocupación que se
instalaba en mí cada vez que lo miraba, y lo pequeño que era para su edad, lo
pálido y delicado.
—¿Cómo estás, pequeñajo, de verdad? —le pregunté mientras cogía uno de
los trocitos de magdalena de su plato.
—Estoy bien, Cassie. —Se encogió de hombros—. Al principio el centro no
estaba bien. Los chicos eran malos, pero ahora estoy con los más jóvenes, y los
dos malos ya se han ido. —Me dedicó una pequeña sonrisa.
Eso era algo que ocurría con los niños maltratados y abandonados
emocionalmente, se conformaban con todo y eso era mucho menos de lo que
merecían. Pero eso no le ocurriría a Jude, yo le daría todo lo que se merecía.
—Te sacaré pronto.
—Sí, lo sé. Amy dijo que tienes un buen trabajo. ¿Cuándo crees que
podremos ir a casa?
—No podemos volver a casa, Jude. La casa... —Me detuve, sin
saber cómo podía decirle que lo único que nos quedaba de nuestras vidas
eran las cuatro cajas de cartón que ahora estaban guardadas en el apartamento de
la señora Broussard. ¿Cómo podía decirle que todo, y me refería a todo, incluida
su bicicleta, había sido confiscada y vendida para pagar la indemnización de las
víctimas?
—No me refiero a la casa, sino a estar en casa, contigo. —Se encogió de
hombros—. Dondequiera que esté, es tu casa, Cassie.
Respiré hondo, intentando contener las lágrimas ante sus palabras. Mi
hermano era mucho más sabio para su edad, y su amor por mí, igual que mi
amor por él, era realmente lo que me hacía seguir adelante.
—Para el verano debería estar bien. Mi jefe me está ayudando a recuperarte.
—Yo creía a Luca, de verdad, porque, a pesar de todo lo que sabía de él, podía
ver que era un hombre de honor, y la clase de lealtad que Dom le tenía no era
algo que se pudiera comprar. Se lo había ganado.
—Me gusta tu jefe.
Tuve que reírme. Casi podía imaginarme un encuentro entre Luca y Jude, eso
sería para los libros de historia.
—No conoces a mi jefe.
—Eso no es verdad.
Me tensé un momento, no estaba segura de que me gustara la idea que Luca
fuera a ver a mi hermano a mis espaldas. —¿De acuerdo?
—Los libros que me ofrece, los escoge muy bien. —Asintió para sí, como si
tuviera un debate interno—. Me gusta —repitió.
Me recosté en la silla.
—Es un buen hombre. —Y lo era, aunque él mismo no pudiera verlo. ¿Lo
que hizo por mí? Permitirme ver a Jude yo sola... no tenía precio.
Casi podía imaginármelo, Jude mudándose a la casa conmigo. Era una visión
tonta, por supuesto. Solo era un trabajo que tenía allí, no estaba construyendo
una vida, y, sin embargo, no podía dejar de pensar en lo mucho que le gustaría la
casa a Jude, sobre todo la biblioteca.
—Me escribió.
—¿Él … qué?
—Luca, me dejó una nota en el primer libro y le contesté.
—¿Y me lo ocultaste? —Estaba más sorprendida que enfadada.
El Asperger de Jude le hacía muy difícil ocultar las cosas.
—Está respondiendo a mis preguntas —respondió. —Algo que en realidad
no estás haciendo tú.
Ouch, eso dolió y, sin embargo, era justo.
—Solo estoy tratando de protegerte.
—Lo sé, pero no tienes por qué y me gusta hablar con él.
Me moría por leer sus cartas, pero no lo haría. A Jude le costaba mucho crear
relaciones y si lo conseguía a través de cartas … ¿Quién era yo para impedirlo?
No le traicionaría y, si Luca le ayudaba de alguna manera, tenía que aceptarlo.
—Puedes leer sus cartas si quieres —dijo, cogiéndome por sorpresa mientras
le llevaba de vuelta al Hogar.
—Está bien, Jude. Tienes derecho a tener una amistad con Luca.
—Lo sé, pero está bien si quieres. Iré a buscar los libros a mi habitación.
Esperé un total de ocho segundos después que entrara antes de coger la pila
de libros del asiento trasero.
La carta estaba doblada por la mitad justo en la portada del primero.
Chico,
Me alegro que hayas decidido seguir escribiendo y me enorgullece que te
defiendas. Ser pequeño no es un problema, sino una ventaja. Deja que la gente
te subestime, te servirá de algo, créeme.
Sé que te lo estás cuestionando todo, pero a veces no hay forma de
explicarlo. No puedo decirte por qué tus padres hicieron lo que hicieron. Qué les
hizo ser así o si alguna vez se sentirán culpables, pero sé algo de lo que estoy
convencido. Lo que ellos son no es lo que te hace a ti. Lo que ellos hicieron no te
define.
Mira a tu hermana, tan feroz, fuerte y valiente. Tus padres no son ni la mitad
de mujer que ella. Lee este libro y comprueba que lo que te define no es de
dónde vienes, sino quién quieres ser.
Me gustaría decirte que las cosas son más fáciles cuando creces, que puedes
distinguir al villano solo por su capa negra, y al bueno con su estrella de sheriff,
pero esto no es la vida y lo siento chaval. De verdad que lo siento.
Puedes ser un villano con buenas intenciones y honor, y puedes ser un buen
hombre que resbala a la primera dificultad.
Tracé las palabras con el pulgar. Un villano con buenas intenciones, eso era
Luca, estaba segura. Tenía un buen corazón por mucho que intentara luchar
contra él. ¿Cómo iba a resistirme a él?
¿Impedirme a mí misma clavar un alfiler por él?
Levanté la vista y vi que Jude y Amy se acercaban al coche con una bolsa.
Volví a meter la carta en el libro.
—Aquí están los libros —intervino Jude, tendiéndome la bolsa.
Cambié los libros de una bolsa a la otra. —Gracias. Olvidé que había hecho
una tarta de cumpleaños y... —Miré a Amy—. ¿Tal vez puedas llevarla y
compartirla? —Miré a Jude y le guiñé un ojo—. Es de red velvet.
Amy asintió con entusiasmo.
—Nunca diremos que no a la tarta.
—Perfecto. —Me incliné para besar la cabeza de Jude—. Te llamaré el
sábado. Te quiero.
—¡Yo también te quiero!
Esperé a que volvieran al edificio antes de ir a recoger la pizza.
Cuando llegué a la propiedad, llovía a cántaros y estaba preocupada por los
bulbos que me habían entregado hoy.
Dejé la pizza sobre la mesa de la cocina y salí corriendo para ver a Luca, que,
calado hasta los huesos, corría dentro del invernadero con los bulbos.
Me sentí culpable.
—¡No, está bien, déjalo! —grité—. Iré yo y lo haré.
Luca me hizo un gesto para que me quedara mientras terminaba.
Me apresuré a entrar en el lavadero y le esperé junto a la puerta con una
toalla grande.
Cuando Luca volvió, estaba temblando. Cogió la toalla e intentó secarse.
—No funcionará así. Será mejor que vayas a cambiarte de ropa.
—Sí, ahora vuelvo.
—Gracias —dije antes que saliera de la cocina. Hizo un gesto con la mano.
—No ha sido nada, he tardado cinco minutos. Negué con la cabeza.
—Sí, gracias por eso, pero también por mi hermano. Sé que fuiste tú. —
Caminé hacia él—. No sabes lo que significa para mí.
Me miró, con sus ojos indescriptibles.
—Me alegro de haber podido ayudar.
No estaba segura de lo que se apoderó de mí, tal vez fuera lo sexy que
parecía todo mojado, su ropa pegada a la piel, mostrando sus impresionantes
músculos.
Me acerqué a él, poniéndome de puntillas, y sujeté su rostro, atrayéndolo
hacia mí, uniendo mis labios a los suyos en un casto beso.
Se quedó inmóvil cuando mis labios tocaron los suyos y no se movió hasta
que rompí el beso.
—Gracias —dije de nuevo, ruborizándome ante la locura de mis actos.
Carraspeó, dio un paso atrás, y otro como si escapara de un animal salvaje.
Lo miré, a la vez mortificada por mis acciones y dolida por el rechazo, antes
de dar media vuelta y correr escaleras arriba hacia la seguridad de mi dormitorio.
Dios, ¿qué me había pasado?
CAPÍTULO 13

Cassie

R
espiré hondo y volví a mirarme en el espejo, intentando asentar el
estómago.
Una cena de cumpleaños entre amigos. Eso es todo lo que era y, sin
embargo, no podía calmar mis nervios.
Había encargado un vestido nuevo para la ocasión, y me había peinado y
maquillado aún mejor que para el baile de graduación.
No estaba segura de lo que iba a pasar, pero sería la primera vez que lo viera
después del beso del jueves por la noche. Había sido casto y motivado por la
gratitud, al menos eso me decía a mí misma.
Entonces, ¿por qué te has esforzado tanto?, se burló de mí una vocecita.
No me había dicho nada. Me había mandado un par de mensajes el viernes
para decirme que iba a pedir la cena para el cumpleaños, y también que bajara a
las ocho de la tarde, pero, después de eso, silencio absoluto .
Sacudí la cabeza y bajé corriendo las escaleras antes de poder cambiar de
opinión.
En la pequeña biblioteca había una pancarta que decía “Felices 21” sobre la
chimenea. También había algo de comida y una pequeña tarta sobre la mesa, así
como una botella de champán y un par de regalos envueltos en papel de plata al
fondo de la mesa.
Dom estaba apoyado en la chimenea con unos vaqueros azul claro y un
jersey de cuello en V color crema que, tenía que admitir, le quedaba increíble
con su piel aceitunada.
—¿Hola? —suspiré, ¿por qué sonaba como una pregunta? Es que me había
pillado por sorpresa la ausencia de Luca. Quizá aún estaba en modo preparación.
Había llegado un poco pronto.
—¡Cumpleañera! —sonrió Dom antes de acercarse a mí y abrazarme—.
¿Qué se siente al poder beber? —preguntó una vez que me soltó.
Me encogí de hombros.
—Te he conseguido lo mejor que hay. Lo haremos con responsabilidad —
añadió con una sonrisa pícara.
Miré a mi alrededor una vez más, como si Luca fuera a aparecer en un rincón
oscuro.
—¿Dónde está Luca?
—Ah, sí. Se ha quedado atascado. —Se rascó la nuca, visiblemente
incómodo—. Me dijo que te pidiera disculpas y que te deseara un feliz
cumpleaños.
Decir que estaba ofendida y dolida era quedarse corto. Nunca había tomado a
Luca Montanari por una persona evasiva, y él me había dado su palabra.
Sacudí la cabeza mientras la ira me llenaba el pecho, tan caliente como el
carbón. Ni siquiera se había molestado en enviarme una nota él mismo.
—No. —Di media vuelta y salí de la habitación.
Dom me cogió de la muñeca justo cuando estaba a punto de subir las
escaleras.
—¿A dónde vas?
—Voy a verlo. —Le di un empujoncito a mi muñeca, pero Dom la mantuvo
flojamente agarrada—. Quiero que me diga cara a cara por qué no mantiene su
palabra, por qué me hizo una promesa que no va a cumplir y por qué un besito
tan estúpido es tan...
—¿Te besó? —preguntó Dom, con los ojos muy abiertos por la sorpresa.
Me sonrojé de vergüenza. No quería admitirlo y, de algún modo, pensé que
Luca le habría dicho por qué evitaba la fiesta, para evitar el enfrentamiento con
la niña estúpida, encaprichada del lobo feroz.
—No, yo lo besé. —Sacudí la cabeza—. Realmente no es esa la cuestión.
—No creo que subir sea una buena idea. —Hizo un gesto con la cabeza hacia
lo alto de la escalera—. Iré a hablar con él.
—No, no lo harás. Iré de una forma u otra. A menos que pienses retenerme
—repliqué, mirando su mano, que aún rodeaba mi muñeca.
Bajó la mirada y me soltó el brazo inmediatamente.
—¡No, claro que no! Nunca te tocaría de un modo que te incomodara.
Lo dijo con mucha más vehemencia y convicción de lo que la situación
requería, pero era todo lo que yo necesitaba.
—Bien entonces. Iré a verlo y ¡que me eche si quiere! —Giré sobre mis
talones y subí las escaleras, contenta que Dom solo me cubriera las espaldas y no
pudiera ver lo preocupada que estaba por enfrentarme a Luca.
¿Me trataría con amabilidad? ¿O volvería a ser la bestia que había sido al
principio? Yo era la que había sido rechazada después de aquel beso, yo era la
que debía ocultar y curar los tajos que causó en mi apenas existente confianza,
no al revés.
Entré en su despacho y lo encontré vacío. Me di la vuelta y miré por el largo
pasillo.
—¿Cuál es su habitación? Dom suspiró.
—Creo que es una idea terrible. — Asentí con la cabeza.
—Tu preocupación está debidamente anotada y cuando las cosas me exploten
en la cara, serás libre de darme un gran “te lo dije”.
Sacudió la cabeza.
—Esto no es lo que quiero. Me encanta tenerte aquí. Es solo que no quiero...
—¿Qué habitación, Dom? —Solté. Dios, cómo había cambiado en las
últimas semanas. Si hace un par de meses me hubieras dicho que le exigiría
cosas a un mafioso con dos pistolas, te habría dicho que habías perdido la
cabeza, y ,sin embargo, aquí estábamos.
Miró al cielo y dijo algo en italiano que no entendí, antes de señalar una
puerta a la izquierda.
Asentí y seguí la indicación, apretando mis temblorosas manos en puños.
Respiré hondo antes de llamar bruscamente a la puerta. Al no obtener
respuesta, golpeé más fuerte.
—Luca. ¿Sr. Montanari? —No estaba segura de que me permitiera llamarlo
Luca nunca más—. Necesito hablar con usted.
Esperé unos segundos y gruñí.
—Bien. —Abrí la puerta y lo primero que me sorprendió, aparte de la
oscuridad, fue el olor. Olor a enfermedad, no el penetrante olor a vómito, sino
olor a sudor, a fiebre...
Encendí las luces. —¿Qué...?
Corrí a la cama y encontré a Luca, temblando y con aspecto ceniciento, con
el pelo oscuro pegado al sudor en la frente.
Llevé mi mano a su frente y siseé.
—¡Está ardiendo! —Miré a Dom, ahora apoyado en la puerta cerrada, con
cara de preocupación.
—¿Sabías que estaba así?
Dom frunció los labios y asintió una vez. Sacudí la cabeza.
—Increíble. —Retiré las mantas y Luca gimió.
Su pecho era llamativo y estaba surcado por tres furiosas cicatrices rojas,
como si lo hubiera mutilado un oso, pero ni siquiera tuve la oportunidad de
entretenerme al fijarme en las manchas húmedas alrededor de su cuerpo,
probablemente causadas por su fuerte sudoración.
—Necesitamos llamar a un médico. —Cogí su muñeca y miré mi reloj—. ¡Su
corazón está demasiado acelerado, Dom! ¿Cuánto tiempo lleva enfermo?
—Un par de días —respondió, de muy mala gana.
Eso explicaba su silencio, pero al mismo tiempo me enfurecía saber que
había dejado que su estado empeorara tanto.
—¡Necesitamos un médico, llama a uno, ahora! —ordené.
—No, doctor... —susurró Luca. Dom se acercó.
—No quiere un médico, por muchas razones, y no podemos negociar sobre
eso. Llama a un médico ahora y toda la familia sabrá que está débil. Esto causará
más problemas de los que te imaginas.
Sabía que cuando decía familia se refería a la Mafia.
—Estúpida mafia —refunfuñé.
Dom me dedicó una sonrisa sin humor.
—No tienes ni idea. ¿Puedes hacer algo?
Mi corazón empezó a bombear más rápido en mi pecho. Solo era una
estudiante de enfermería, no lo sabía todo, pero ¿qué otra opción tenía? Tenía
que salvarlo.
—Puedo intentarlo. —Negué con la cabeza—. ¿Alguien puede conseguirme
medicinas? ¿Un termómetro? ¿Cualquier cosa?
—Puedo conseguir lo que quieras.
—¿Incluso medicamentos con receta? —pregunté dudosa. —Sabes que no
me permiten presc...
—Cualquier cosa, Cassie. Solo dímelo.
—Vale, toma nota. —Señalé el bloc de notas y el bolígrafo que había sobre la
mesilla de Luca—. Un termómetro, un estetoscopio, co-amoxiclav por vía
intravenosa, paracetamol, aspirina, un poco de cloruro sódico al 0,45% y otro al
0,9% y un gotero de algún tipo, un oxímetro, oxígeno... por si acaso. Solo eso
por ahora y vuelve tan pronto le hayas dado la lista a alguien, ¿vale?
Salió corriendo y pude volver a concentrarme en Luca.
Intenté asentarlo un poco sobre las almohadas, pero era un peso muerto y
pesaba demasiado. —¿Por qué eres tan testarudo? Necesitas un médico. Solo soy
enfermera.
Dom volvió sin aliento.
—Luciano está en marcha. Dije que era para ti, que estabas enferma. Volverá
en treinta minutos.
Hice un gesto con la mano.
—Hay que bajarle la fiebre inmediatamente.
—Bien, ¿qué necesitas?
—Tengo que meterlo en un baño frío, lo odiará, pero es la única manera... —
Miré su cara, su piel pálida, y su respiración agitada—. Para ser justos, está tan
fuera de sí que dudo se dé cuenta. ¿Puedes llevarlo al baño?
Asintió, subiéndose las mangas antes de quitarse la funda y dejarla al final de
la cama. —Comencemos con el baño. —Señaló el cuarto de baño—. Estaremos
allí enseguida.
Me apresuré a entrar en el enorme cuarto de baño de mármol blanco y
empecé a llenar la bañera tamaño jacuzzi que tenía en un rincón de la habitación.
—Sabes, creo que todo el apartamento de la señora Broussard podría caber
en este cuarto de baño —dije mientras Dom arrastraba a un Luca apenas
consciente.
—Joder —gruñó Dom, ajustando su agarre alrededor de la cintura de Luca
—, pesa más de lo que parece.
Puse los ojos en blanco.
—El hombre mide cerca de un metro noventa. ¿Qué esperabas?
—Yo mido uno noventa —respondió Dom con un guiño.
—Felicidades, tú ganas. —Me aclaré la garganta—. Yo …um … necesito
quitarle el pijama empapado.
—De acuerdo. —Tiró del brazo de Luca más fuerte alrededor de su cuello—.
Lo tengo.
Respiré hondo, agachándome. Solo es un paciente, Cassie. Has hecho esto
cientos de veces, no es nada más. Excepto que yo no sentía nada por mis
pacientes. No besaba a mis pacientes. No se me hacía un nudo en el estómago
cuando pensaba en ellos.
Le bajé los pantalones, haciendo todo lo posible por evitar mirarle la polla, lo
que me resultó imposible, incluso blanda era grande.
Me levanté rápidamente, esperando que mis mejillas no estuvieran tan rojas
como creía.
—Ayúdame a meterlo en el agua.
Mientras lo bajábamos al agua, empezó a sacudirse y a gemir. Abrió los ojos
y me miró.
—Tesorina —graznó antes de volver a cerrar los ojos.
—¿Qué ha sido eso? — Dom negó con la cabeza.
—No lo sé.
—Quédate con él un rato, por favor. Asegúrate que no se ahogue.
—¿A dónde vas? —preguntó Dom mientras colocaba el brazo a la espalda de
Luca para sostenerlo.
—Voy a abrir la ventana para refrescar el aire y cambiar la cama.
Vuelvo enseguida.
Abrí la ventana y el aroma a aire fresco que percibí hizo que comprendiera lo
mal que olía aquella habitación. ¿Por qué había dejado que empeorara tanto?
¿No podía mostrar ninguna debilidad? ¿Solo estaba enfermo o era algo más?
Algo mucho más aterrador.
¿Realmente quería morir? No quería pensar que fuera así, pero cuando me
mudé estaba bastante anclado en el proceso de autodestrucción. Creí que estaba
mejor, creí que le estaba ayudando, pero tal vez era lo que quería ver.
Negué con la cabeza mientras movía las armas de Dom con cuidado antes de
desnudar la cama.
¿Así era mi vida ahora? ¿Estar rodeada de armas? ¿Arreglar a mafiosos
enfermos? Sacudí la cabeza. No era un mafioso cualquiera. Era Luca y, a pesar
de todo, veía su luz brillar a través de las grietas y quería ver más. Cambié su
cama y rebusqué en los cajones de su cómoda para buscar un pantalón de
pijama. No necesitábamos que pasara calor.
—Bien, creo que ya está todo bien —le dije a Dom, entrando en el baño un
poco sin aliento.
—Oye, tómate un segundo. No tienes que apurarte tanto.
—En realidad sí, ha dejado que esto se ponga muy mal. Podría morirse. Yo
solo... —Miré a Luca y a pesar de seguir fuera de sí parecía menos sonrojado—.
Necesita recuperarse.
Dom asintió en silencio.
—De acuerdo. —Presioné el botón para vaciar la bañera—. Simplemente
sujétalo. Necesito secarlo. —Estaba satisfecha de lo mecánicamente que podía
hacerlo, y, ahora que había pasado el shock inicial al ver su cuerpo desnudo en
todo su esplendor, por fin podía concentrarme en secarlo.
Una vez que terminamos y lo acomodamos de nuevo en la cama, dejé escapar
un pequeño suspiro aliviada mientras tocaba su frente. Seguía caliente, pero no
tan demencial como antes.
—La fiebre ha bajado por ahora, pero tenemos que actuar rápido.
¿Podrías ir a comprobar si tenemos todo lo que necesitamos?
Dom hizo dos viajes para llevarlo todo arriba y me di cuenta que haciendo
todo eso ni siquiera le faltaba el aire. Era una locura lo en forma que estaba ese
hombre.
Le pedí a Dom que ayudara a Luca a incorporarse y, a pesar de mi formación
básica con el estetoscopio, pude comprobar al instante que tenía una infección
torácica grave. La respiración sibilante y crepitante era inconfundible.
—Bien, como sospechaba, es una infección torácica grave. Incluso sospecho
que es neumonía. —Sacudí la cabeza. Había sido tan imprudente con su salud.
Era un hombre idiota y autodestructivo.
Dom se limitó a apoyarse contra la pared, con el rostro adusto. Estaba
realmente preocupado por Luca, y una vez más me di cuenta que su relación
debía de ser mucho más que guardaespaldas y jefe. Habían sido amigos en otro
tiempo.
—Se pondrá bien. Voy a curarlo —dije, con mucha más seguridad de la que
sentía. Ni siquiera había terminado la carrera de enfermería y, aunque cuidaba a
muchos pacientes en el hospital, nunca lo había hecho sola y menos sin
supervisión. Sin embargo, estaba haciendo promesas estúpidas que no estaba
segura de poder cumplir.
—Si alguien puede hacerlo, eres tú.
No, tendría que ser un médico de urgencias con la formación adecuada, y en
un hospital de verdad, pensé con amargura mientras colocaba el oxímetro en el
dedo de Luca, antes de ponerle la vía intravenosa con el suero, e inyectarle el
antibiótico directamente en la bolsa.
Miré la lectura del oxímetro. Su oxígeno estaba por debajo de los 90. Sin
duda era preocupante. Le tomé la temperatura y seguía en 39... Señor, ¿cómo de
alta debió ser antes?
—Sabes que no soy una experta, ¿verdad? —le dije a Dom cuando terminé
de acomodar a Luca. Lo tapé con una sábana fina. Tenía que tener cuidado de no
sobrecalentarlo.
Sacudió la cabeza hacia el goteo.
—A mí me lo pareces.
Dejé escapar una carcajada cansada mientras me sentaba en la silla junto a la
cama de Luca. —Solo era una estudiante de enfermería. Si no mejora en las
próximas veinticuatro horas, llamaremos a un médico, ¿vale?
Se pasó una mano por la cara. —No le gustará. Me encogí de hombros.
—Prefiero que esté enfadado conmigo a que esté muerto, así que lo acepto.
Ya puedes irte a descansar. Yo vigilaré esta noche.
Dom me miró con sus ojos oscuros, de una forma que parecía ver en lo más
profundo de mi alma.
—Lo besaste, ¿eh?
Puse los ojos en blanco, maldiciéndome mentalmente por abrir la bocaza.
—No significó nada.
—Claro que no. ¿Quieres saber por qué te lo confío a ti más que a cualquier
otro médico o enfermera? Porque no es el miedo o el deber lo que te impulsa a
curarlo. Te preocupas por él profundamente.
Abrí la boca para negarlo, pero él levantó la mano.
—No te molestes, Cassie. Eres muy fácil de leer, y prefiero que seas sincera,
¿vale? Ahora no es momento de jugar.
—Él es Mafia —respondí. Dom asintió. —Yo también.
—Sí, lo sé, pero... —Pero, ¿qué, niña tonta?
—Pero no te estás enamorando de mí, y es la diferencia fundamental.
Sacudí la cabeza. —Es mucho mayor que yo, y está roto y es autodestructivo
y... —Me detuve.
—¿Y?
—Solo soy yo. —Era una respuesta bastante floja, pero esperaba que
transmitiera lo que sentía. Solo era una chica corriente, inexperta, apenas salida
de la adolescencia. Una chica que creía saber mucho, pero que era más ingenua
de lo que yo creía. Una chica... No lo suficiente para alguien como él.
Dom ladeó la cabeza.
—Lo dices como si fuera algo malo. Me encogí de hombros.
Él suspiró. —¿Puedo traerte algo?
—Sí, por favor. ¿Podrías prepararme un termo de café y traerme la caja de
galletas que tengo en la encimera de la cocina?
—Claro, enseguida subo.
Una vez que Dom me lo trajo todo, cogí un libro de la mesilla de
Luca y volví a acomodarme en el asiento, poniendo el despertador para que
sonara cada hora.
Pasaron tres días hasta que empecé a preocuparme un poco menos. La fiebre
había desaparecido por completo y parecía un poco más despierto y alerta,
aunque hablaba casi siempre en italiano.
Al cuarto día, estuvo despierto un poco más y conseguí darle de comer un
poco de caldo y unas tostadas, sin embargo, no tenía mucho sentido y seguía
hablando mucho en italiano.
—Mia piccola guaritrice, non lasciarmi innamorare di te. Spezzerebbe i
nostri cuori. Ci farebbe male a entrambi —había murmurado al terminar de
comer.
—Seguro, de acuerdo.
Sonrió y asintió con la cabeza, como si le hubiera dado la respuesta correcta
antes de volver a dormirse.
—Duerme mucho.
Me sobresalté, girando la cabeza enérgicamente.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí de pie? —pregunté a Dom, que estaba apoyado
en el marco de la puerta.
—No mucho. No quería interrumpir. Solté una risa.
—No hay nada que interrumpir, está diciendo tonterías italianas.
—Tonterías, sí. —Miró su reloj y frunció el ceño—. ¿No se supone que
tienes que ir a ver a tu hermano?
Sacudí la cabeza.
—He llamado a Amy, la asistente social. No puedo dejar a Luca todavía.
Quiero decir, que está estable, pero prefiero quedarme aquí. Tendré una
videollamada con Jude con mi portátil.
—Eso es muy amable de tu parte, pero no tienes que hacer eso. Ya has ido
más allá por él. ¿Cuánto tiempo has dejado su habitación en los últimos días?
Para duchas y siestas rápidas. Necesitas un descanso.
Asentí con la cabeza. No lo negaría, mi cara reflejaba mi falta de sueño.
—Realmente está mejorando. Te prometo que, si sigue así, mañana saldré.
—Le salvaste la vida —insistió Dom—. Sin ti... —Sacudió la cabeza y su
nuez de Adán se balanceó, mientras tragaba saliva.
Una vez más pude ver que su relación era mucho más que jefe y
guardaespaldas. Luca era su familia. Vi el amor en sus ojos, era un poco como
yo miraba a Jude.
—Estoy seguro de que al final habrías ido en contra de sus órdenes.
—Reacomodé las cubiertas de Luca—. Pero sí, tienes razón. Es demasiado
testarudo para su propio bien.
Dom puso los ojos en blanco. —Dijo la sartén al cazo.
Lo miré, cruzando los ojos y sacando la lengua a un lado.
—Caliente.
Solté una risita. —Lo sé.
Suspiró. —Escucha. Debo ir a la ciudad un rato. Necesitamos más
antibióticos y he olvidado encargar la comida esta semana.
¿Necesitas algo?
Me encogí de hombros.
—Bueno, si pasas por la tienda de dulces... —me interrumpí. Tenía tanta
suerte de tener un buen metabolismo porque, con todos los dulces que comía,
debería tener cinco veces mi talla.
—Eso está hecho. —Miró hacia Luca una vez más—. Bien, volveré pronto.
Fui al baño y mojé un paño.
—Sabes que tienes suerte de tener gente que te quiere y se preocupa por ti
tan profundamente —susurré, mientras le pasaba suavemente el paño por la cara.
Bajé las escaleras, me preparé un sándwich y subí algo de comida para él
también, luego me acomodé en el asiento junto a su cama.
Llamé al teléfono de Amy.
—Hola. —Sonreí al ver la cara de mi hermano en la pantalla—. Lamento
haberme perdido nuestra reunión semanal, pequeñajo. De verdad que lo siento.
Hizo un gesto con la mano.
—No pasa nada, Cassie. Tengo mucho trabajo escolar. Aún no terminé los
libros que me trajiste la semana pasada. ¿Cómo está Luca? Amy dijo que estaba
enfermo.
Asentí.
—Sí, pero ahora está mejorando. Me asustó. —No estaba segura por qué le
había confesado eso a mi hermano pequeño, pero de alguna manera tenía que
decírselo a alguien.
Aquella noche había pasado mucho miedo. Me había alegrado de que mi
entrenamiento se hubiera apoderado de mí, pero me había asustado tanto que
muriera y la razón que había detrás era igual de aterradora. Me importaba mucho
Gianluca Montanari, el jefe mafioso roto y en el exilio... No le auguraba nada
bueno y, desde luego, no un final feliz para mí.
—Eres la mejor, Cassie. Siempre me has curado. —Su sonrisa se ensanchó.
Ladeé la cabeza mientras me invadía una oleada de ternura. Había sido la
madre de Jude en muchos sentidos, limpiando sus heridas cuando se caía o
cuidándolo cuando se resfriaba.
—Tienes razón. Soy una superhéroe.
—¡Superheroína! Eres mi Mujer Maravilla.
Me reí. —¿Vaya, Mujer Maravilla? Menudo cumplido. —Señalé mi cabello
rojo—. Pensé que sería más una Viuda Negra o una Mística.
—No, ambas tienen un lado oscuro, pero tú no. Eres buena como Diana.
—Te quiero, hermanito.
Seguimos hablando durante unos minutos, sobre sus deberes del colegio y los
libros que le había regalado Luca. Jude era ahora adicto a Arsene Lupin, el
caballero ladrón... un ladrón con moral y un código.
Sí, deja que Luca comparta eso con mi hermano.
Le prometí a mi hermano que la semana próxima le llevaría a tomar el helado
más grande de la historia para compensarle, aunque no parecía tan molesto.
Tenía sus libros, era feliz.
—Siento haberte asustado —oí decir a una voz tan pronto cerré el portátil.
Salté de mi silla, casi estrellándola contra el suelo.
—¡Jesús!
—No del todo, aunque casi lo conozco.
—No tiene gracia —refunfuñé mientras mi corazón empezaba a calmarse.
—¿Ni siquiera un poco?
Lo fulminé con la mirada, negando con la cabeza.
—Bien. —Se sentó en la cama, haciendo una mueca de dolor. Me acerqué a
la cama.
—Inclínate —le dije, rodeándole el torso con los brazos y tirando de él hacia
mí para poder ajustarle las almohadas y que se sentara más cómodamente.
Sin embargo, esta vez fue incómodo, ya que él estaba consciente y yo tenía la
barbilla apoyada en su hombro. Le sentí girar un poco la cabeza y sentí un leve
roce en mi cabello. ¿Acababa de besarme en el pelo? No, eso era estúpido.
Negué con la cabeza, ayudándole contra la almohada antes de ajustarle la
funda alrededor de la cintura.
—¿Cómo te encuentras?
—Como si me hubiera atropellado un camión. Fruncí los labios.
—Sí, bueno, espero que te sirva de lección y no vuelvas a hacer algo tan
estúpido.
—No pensé que sería tan malo.
—Sí, bueno... Me has asustado, Luca, de verdad.
—Lo siento, lo último que quiero es asustarte. Nunca quiero que me tengas
miedo.
—¿No tengo miedo de ti sino por ti? Parece que es mi manera por defecto.
Sonrió mientras su estómago gruñía.
—Tengo un poco de comida para ti. Intenta tomarla, ¿vale? —Le puse la
bandeja con un bocadillo de mantequilla de cacahuete y mermelada, y una
botella de zumo de manzana.
Me miró con una ceja arqueada.
—¿Ahora soy un niño de cinco años? Puse los ojos en blanco.
—Necesitas el azúcar. Come, y tómate los antibióticos —añadí, dándole dos
pastillas—. Tendrás que tomarlos al menos una semana más.
—Sí, jefa.
Suspiré, sentándome de nuevo en la silla mientras él comía, y dejé que mis
ojos se perdieran en su pecho desnudo, y, en particular, en el tatuaje que tenía
allí.
Mi inspección se vio interrumpida cuando sus dedos la rozaron.
Levanté la vista y me encontré con sus ojos antes de apartar la mirada,
bastante avergonzada por haber sido sorprendida in fraganti.
—Este es el tatuaje de la famiglia —dijo, sin dejar de trazarlo con los dedos
—. Todos lo tenemos, o una variante. Todo depende de la familia a la que
pertenezcas. Este es el tatuaje de la familia de la Costa Este. —Suspiró y dejó
caer la mano sobre la cama—. Fue cuando hice la prueba final de lealtad.
Normalmente te lo haces entre los dieciséis y los dieciocho, pero, qué quieres
que te diga, siempre he sido precoz. —Lo dijo en broma, pero la amargura de su
voz era inconfundible—. Lástima que estas estúpidas cicatrices no me lo hayan
quitado. Hubiera sido lo único bueno.
—¿Se supone que tienes que contarme todo eso? —pregunté suavemente,
inclinándome hacia delante en la silla para prestarle toda mi atención. Quería
saberlo, por supuesto, pero no, si le creaba problemas.
Se encogió de hombros.
—Realmente no me importa. Me salvaste la vida, me cuidaste, me lavaste la
polla... Te ganaste mi confianza.
Me ruboricé al oír hablar de su polla.
—¡Dom estaba allí cuando te bañé! No fue nada inapropiado. — Dejó
escapar una risita.
—Oye, solo estoy bromeando, pero todo sea por decir... Ahora estás en mi
círculo de confianza. Todo lo que quieras saber puedes preguntarlo.
Asentí con la cabeza. —Bien, gracias.
—Necesito ir al baño.
—¡Oh! Sí, por supuesto, déjame ayudarte.
—Yo me encargo.
Dejé escapar un suspiro de alivio cuando Dom entró en la habitación.
—¿Estás seguro? —pregunté.
—Sí, el idiota ya se ha despertado y tú apenas has dormido ni comido en los
últimos cuatro días. Ve a comer algo y acuéstate... Puede que te haya dejado un
regalito en la mesa de la cocina.
Me alegré. Nunca nadie me había comprado regalos, no sin tener algo más en
mente.
Miré a Luca, que me guiñó un ojo.
—Sí, ve tú. A Dom le encanta verme la polla, en realidad es más un favor
que otra cosa.
Dom resopló, pero se acercó a la cama.
—Si que pareces cansada, Cassie —añadió Luca, completamente serio, con
la preocupación grabada en el entrecejo—. Hasta luego.
—Sí, nos vemos luego. —Me volví hacia Dom—. Cuida de él.
—Siempre —respondió, justo antes que saliera de la habitación.
Quería ir a ver mi regalo, pero, de repente la adrenalina y la ansiedad de los
últimos días se desvanecieron, para dejar solo una poderosa sensación de
cansancio, y apenas llegué a mi dormitorio antes de hundirme en el olvido.
CAPÍTULO 14

Luca

P
asaron otros cuatro días hasta que volví a ser yo mismo... bueno, una
versión golpeada y dolorida de mí mismo, pero al menos funcionaba.
Había estado a punto de morir, lo sabía, y también sabía que ya no
había vuelta atrás en lo que respectaba a Cassie West.
Me había salvado la vida con creces y, a pesar de que todo se acumulaba en
mi contra, me daba cuenta de que realmente se preocupaba por mí... Qué milagro
para mí, pero qué maldición para ella.
Había querido mantenerla a raya, impedir que penetrara en mis muros, pero
nunca tuve ninguna posibilidad. Había demasiada bondad, demasiada luz en ella,
para que no debilitara la oscuridad que me rodeaba.
Ella había sido un faro de esperanza con todas sus palabras amables, todas las
caricias gentiles y toda la fuerza sosegada que presencié durante los pocos
momentos de lucidez durante mi enfermedad. Lo había significado todo.
Después de una ducha, que me cansó mucho más de lo debido, caminé por la
casa, buscando a Dom.
Estaba un tanto raro desde que sucedió todo, andaba de puntillas a mi
alrededor... actuando como si necesitara que me trataran con cuidado; odiaba
eso.
Lo encontré en la sala de juegos jugando al billar solo.
—¿Para esto te pago?
Puso los ojos en blanco, pero se apoyó en la mesa de billar y metió dos bolas
de un solo tiro.
—En realidad, todavía no estoy en horario de trabajo —respondió, dando la
vuelta a la mesa, evaluando su siguiente movimiento—. Me alegra ver que
vuelves a ser encantador.
—Quiero entrenar.
Dom levantó la vista, sorprendido.
—¿Entrenar? ¿Con quién?
Alcé las cejas, sorprendido por la pregunta.
—¿Es una pregunta trampa?
—Bueno, debe de ser con Cassie porque jodidamente no soy yo.
Había un tipo de entrenamiento que ansiaba hacer con Cassie, que implicaba
mucha menos ropa y mucho más placer que mi habitual sesión de entrenamiento
con Dom.
—¿Por qué demonios no? Dom se echó a reír.
—No te ofendas, Luca, pero a mí me gusta al menos tener un pequeño
desafío. Vuelve cuando puedas estar de pie más de unos minutos sin apoyarte en
la pared como un paciente geriátrico.
Me levanté de un salto, ni siquiera me había dado cuenta de que me había
apoyado en la pared.
—Necesito desahogarme —admití—. Estar encerrado en una habitación y
una cama durante una semana realmente me ha afectado.
—Oh, sí, estoy seguro de que la enfermera te ha molestado. —Dom cogió un
taco de billar y me lo lanzó—. Juega conmigo.
Mis labios esbozaron una media sonrisa. —No, eso fue una ventaja.
Asintió con la cabeza, con cara de preocupación mientras acomodaba las
bolas de billar.
—¿Qué ocurre?
Sacudió la cabeza. —Nada.
—Dom... —solté suspirando.
—Hablabas mucho cuando estabas con fiebre.
—¿Lo hice? —pregunté, mientras se me formaba un sudor frío en la nuca.
Él asintió.
—La mayoría de las veces en italiano, pero...
Aquello era un alivio. No necesitaba que Cassie se diera cuenta de lo jodido
que estaba.
—Hablaste con tu madre y con tu hermana.
Respiré hondo y bajé la vista a la mesa, acomodándome a la pausa, haciendo
todo lo posible por evitar los ojos de Dom. Las había visto cuando estaba en el
peor de mis estados, cuando sospechaba que mi vida solo pendía de un hilo. Las
había visto a ambas en un hermoso jardín, donde me habían dicho que no había
sido culpa mía, que no había hecho nada malo y que tenía que seguir adelante y
ser feliz. Ellas querían que fuera feliz y querido, y verme así les estaba
rompiendo el corazón.
—Sí... —carraspeé, antes de aclararme la garganta bajo el peso de la
emoción, al recordar aquella ilusión que había parecido demasiado real... Quizá
había sido real—. Necesito una copa.
—Cassie dijo que no. Los antibióticos que estás tomando son demasiado
fuertes. Tendrás que esperar unos días más. No me hagas llamarla.
Fruncí el ceño, nadie me decía que no, nadie me ordenaba nada.
—Cassandra West no es mi jefa. Dom resopló.
—¡Claro que no! —Se volvió hacia mí con una mueca burlona—. Mia
piccola guaritrice, accarezzami il cazzo per favore. —Se burló con voz aguda.
—¡Nunca le pedí que me acariciara la polla! Dom volvió a reír.
—No, pero los dos sabemos que querías.
Sacudí la cabeza. Pero sí recordaba haberla llamado "mi pequeña sanadora".
—No te romperá el corazón, Luca. — Hice un tiro y mandé mi bola dentro.
—No, no lo hará. Ya no tengo nada que romper. Dom me dedicó una sonrisa
cómplice.
—Los dos sabemos que eso no es cierto. He visto que no es cierto.
Agradecí la rápida llamada a la puerta. Cualquier cosa era mejor que un cara
a cara con Dom.
—¿Sí?
Cassie abrió la puerta y se le iluminó el rostro cuando me miró. Me
encantaba cómo reaccionaba ante mí, porque cada vez que sus ojos verdes se
posaban en mí, el corazón me daba un brinco en el pecho.
—Tienes buen aspecto —dijo, con su habitual sonrisa brillante. Asentí,
devolviéndole la sonrisa.
—Gracias a ti.
Hizo un gesto despreocupado con la mano, volviéndose de un adorable tono
rosado ante el cumplido.
—¿Hay algo que pueda hacer por ti? —pregunté, mientras ella seguía
mirándome en silencio.
Parpadeó rápidamente.
—¿Qué? Ah, sí.
Me complacía ver cómo reaccionaba ante mí. Se sentía realmente atraída por
mí, a pesar de todo... Era una auténtica maravilla.
—Tu amigo Matteo ha venido a verte.
Dejé escapar una burla, volviéndome hacia Dom. ¡Esa había sido buena!
Cuando noté que Dom se tensaba y palidecía un poco, me di cuenta de que
no era una broma que habrían planeado, era verdad.
—¿Lo has conocido? —pregunté, tratando de mantener la voz lo más fría
posible. Que Cassie conociera a Genovese era probablemente una de mis peores
pesadillas.
Ella asintió, aparentemente ajena a la masa plomiza que se había formado
tanto en mi estómago como en el de Dom.
—Sí, es un hombre encantador. Está en la cocina.
Asentí. Matteo Genovese había invadido mi espacio, algo que no me
agradaba.
—Perfecto, genial, iré a verle. ¿Por qué no vas con Dom? —Vete a cualquier
sitio lo más lejos posible de Matteo Genovese y quédate encerrada hasta que
abandone la propiedad.
—Sí —continuó Dom—. Me has privado de las bondades de la tele mientras
te ocupabas de este. Quiero saber quién se hizo el test de embarazo. Apuesto por
Brooke.
Me miró a mí y a Dom varias veces, sin creérselo.
—Cassie... por favor —continué. Dejó escapar un suspiro resignado.
—Bien. —Se volvió hacia Dom—. Y es seguramente Hayley quien está
embarazada.
Esperé a que subieran antes de respirar hondo y entrar en la cocina para
enfrentarme a mi perdición. Matteo nunca salía de la ciudad y ¿que condujera
más de una hora para venir aquí? No significaba nada bueno.
Lo encontré sentado en la isla de la cocina con un vaso de leche y un brownie
de nueces y red velvet -mi brownie de nueces y velvet-, como si fuera su sitio, a
pesar de su aspecto de maldito Capo.
—Me dijo que era tu favorito —me dijo, sin levantar la vista del plato.
Lo estudié, vestido con su traje de diseño, y su cabello oscuro peinado a la
perfección. Para ser justos, desde que conocía a Matteo
Genovese, nunca había visto otra cosa que no fuera la imagen de la
perfección.
Giró lentamente la cabeza hacia mí, sus ojos fríos y carentes de emoción me
estudiaron mientras terminaba su bocado.
Sus ojos siempre habían sido inquietantes y, después de años sin verlos, me
costó acostumbrarme de nuevo. La mayoría de nosotros teníamos los ojos
marrones, pero los suyos eran del azul más claro que jamás había visto. Incluso
circulaba una historia en nuestros círculos según la cual, sus ojos solo reflejaban
el color del hielo que sustituía a su corazón... era el rey cruel.
—Gianluca. Estás vivo.
Permanecí en silencio, sin saber muy bien a dónde quería llegar con esta
declaración.
Suspiró, limpiándose las manos en la servilleta de papel que Cassie le había
dado. La anfitriona perfecta.
—Estoy francamente un poco decepcionado. Esperaba que estuvieras muerto
o moribundo, porque no veo ninguna otra razón para que no contestes a mis
llamadas y no respondas al mensaje que tu cachorro trajo de vuelta a casa. La
única otra razón sería pura estupidez y esperaba un poco más de ti.
—He estado ocupado.
—¿Follándote a la asistenta? —Ladeó la cabeza como si estuviera meditando
la idea—. Casi podría perdonarte si fuera ese el caso.
—No. La. Toques —gruñí, con las fosas nasales encendidas—.
Ella no tiene nada que ver con nada.
Sus labios se curvaron en una sonrisa maliciosa, le había mostrado lo que
quería ver.
—Necesitamos hablar. —Se levantó.
Asentí, dándome la vuelta y alejándome, en una silenciosa invitación a que
me siguiera al despacho.
—¿Quieres una copa? —pregunté, mientras me servía un vaso de whisky. No
importaban las instrucciones de Cassie, era obligado para la conversación que
iba a tener lugar.
Sacudió la cabeza y tomó asiento sin invitación. Le había ofrecido una copa
por cortesía, Mateo rara vez bebía en público.
—Así que... —lanzó una mirada aburrida a su alrededor—. Tú... el príncipe
mafioso roto, escondido en su mansión en medio de la nada. —Me señaló el
largo cabello y la barba—. Convirtiéndote en un salvaje...
Resoplé.
—¿Así me llaman? ¿Príncipe roto?
—Creo que es bastante apropiado, en realidad. Eres un niño petulante que
huyó de su responsabilidad porque resultó herido.
Apreté los dientes con tanta fuerza que me sorprendió que no se me
rompieran. ¿Cómo podía no entenderlo? Ese hombre era un psicópata.
—Quise renunciar a mi puesto, y mi padre estuvo de acuerdo.
—Y yo me negué —añadió, como si estuviera bien que él decidiera por mí.
Él tenía el poder de hacerlo, y aun así no lo hizo bien.
—Pero dijiste que me dejarías tranquilo. Asintió.
—Lo hice, pero creo que he sido más que paciente. Ahora está encargando
flores, enviando a tu consigliere a reuniones de famiglia.
—Dom no es mi cons...
—¿Pensabas que pidiendo favores al tribunal federal no volverías a mí? Por
favor, Gianluca, no eres tan estúpido.
—Estaba cobrandome una deuda.
—Así que lo hiciste —Giró el anillo de sello que llevaba en el dedo anular
derecho. El anillo tenía grabado el símbolo de Trinacria, un anillo poco común,
uno que le habían dado como símbolo de su autoridad. Matteo Genovese era el
único que podía llevarlo en Estados Unidos, era nuestro jefe, nuestro
comandante, juez y verdugo. Había sido enviado aquí cuando solo tenía quince
años para gobernarnos a todos. Era nuestro Capo dei capi y nos gobernaba con
puño de hierro.
Uno que era a la vez temido y venerado... El problema conmigo, lo que le
agravaba más que nada, era que yo ya no tenía nada que perder, ningún punto de
presión.
Miré hacia la puerta cerrada de mi despacho. Al menos solía hacerlo. Durante
dos años, aquel hombre había perdido su poder sobre mí, pero lo había
recuperado y era evidente que lo sabía.
Metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y me tensé. Aún podía decidir
que yo no merecía la pena y pegarme un tiro en la cabeza.
Sacó una larga caja de terciopelo negro.
—Ya que venía, recogí esto de la joyería Lucía. Es una preciosa pieza hecha
a medida... diamantes... platino... 14.000 dólares, ¿no? Qué gesto tan
considerado para alguien que no te importa especialmente.
Entrecerré los ojos hasta convertirlos en rendijas, ese cabrón lo sabía todo
incluso antes de haber puesto un pie en esta casa. —¿A quién tienes?
Se rio.
—A todos. —Sacudió la cabeza—. ¿Pensaste que te dejaría marchar y
lamentarte en tu rincón sin vigilarte de cerca? Bueno... —Negó con la cabeza—.
Debería decir que todos menos tu consigliere... Ese es molestamente fiel.
—Él no es mi consigliere y yo no soy el Capo... Matteo golpeó el escritorio
con la mano.
—¡Suficiente! —gritó.
Me detuve, sobresaltado. Matteo tenía un carácter tan tranquilo como
colérico. Lo había visto degollar a un traidor y limpiar el cuchillo en la camisa
del tipo con la misma cara de aburrimiento que cuando iba a la iglesia.
—Podría hacerte la vida muy, muy difícil, Gianluca. No me pongas a prueba
—soltó con frialdad, y si algo sabía de Matteo era que nunca profería amenazas
vacías—. Pero, también podría hacértela mucho más fácil.
Me recosté en el asiento. —¿Más fácil?
—Sabes lo que hice por ti cuando tenías catorce años, lo que te conseguí.
Me puse rígido, era un secreto que yo no quería que se supiera.
—Eso hace tiempo que pasó, Matteo, y te lo he devuelto multiplicado por
diez.
Asintió.
—Sí, lo hiciste, pero aun así no tenía por qué estar de acuerdo.
Entonces fue arriesgado. Yo era nuevo, pero me puse de tu parte.
—No gratuitamente —le recordé—. ¿Qué pretendes con esto?
—Sabes que no puedes casarte con quien quieras, ¿verdad? Como Capo
debes casarte dentro de las cinque famiglie, pero te ayudaré a casarte con ella.
Mi corazón saltó ante la idea de tener a Cassie.
—No, ella se merece algo mejor. Quiero mantenerla fuera de esto.
—¿En serio? —Miró la caja de regalo que había sobre mi mesa—. Es
demasiado tarde, lo sabes, ¿verdad? Sabe demasiado, no tiene escapatoria. Te
aseguraste de ello.
—Ella no sabe nada.
—¿Es eso cierto, Gianluca? —Se pasó el índice por el labio inferior—. Ya
sabes cómo trato a los mentirosos. —Hizo una mueca —. Me disgustaría tener
que torturarla solo para asegurarme, pero si es lo que quieres...
—No la lastimes. Todo lo que ella sabe era mi derecho compartirlo.
—No le haré daño... si no me obligas a hacerlo. —Se rio—. Quiero decir que
podría hacerle daño solo por verte sangrar, pero ella me gusta.
Que el Señor se apiade de ella, ser del agrado de Matteo Genovese sonaba
casi como una maldición. Igual que lo son tus sentimientos por ella, se burló la
estúpida vocecita sádica de mi cabeza.
—Cuando entres en razón y te la folles, dale un anillo y que termine su
formación de enfermera. Necesitamos más sanadores en la famiglia.
Sacudí la cabeza.
—Le están haciendo la vida imposible al simplón.
—Enzo no es un simplón. ¿Por qué te importa?
—A mí no, pero a ti sí —se burló.
—¿Qué es lo que quieres?
—Tienes que ocupar tu lugar y me importan una mierda tus pequeñas
turbulencias internas. Tú eres el Capo y se lo vas a arrebatar a ese loco de mierda
que se cree inteligente.
Me encogí de hombros. —Sácalo. Puso los ojos en blanco.
—Eso es poco sofisticado y no puedo... hasta que su idiotez provoque la
guerra real que ya se avecina, tengo las manos atadas. Benny es demasiado,
demasiado llamativo, demasiado pagado de sí mismo. —Sacó un sobre blanco
del bolsillo—. El gordo cabrón está organizando un baile de máscaras para su
sesenta cumpleaños, el próximo viernes... Un baile de máscaras propio de una
chica de dieciséis años con gusto por lo teatral.
Tenía que admitir que me sorprendía que ni Benny ni Savio me informaran
de su estúpida fiesta. Se habían esforzado tanto en fingir que les importaba, en
fingir que me querían dentro de la famiglia en lugar de a dos metros bajo tierra...
Así que, el que ni siquiera me enviaran una invitación, me hizo saltar todas las
alarmas.
Matteo deslizó el sobre hacia mí.
—Es un nombre falso. Ve con tu chica. Envía a tu cachorro. Realmente no
me importa. Tienes que ver lo que está haciendo y tienes que pararlo. He sido
más que paciente contigo, Gianluca. Te he dado más libertad de acción de la que
nunca le he dado a nadie. No hagas que me arrepienta de haber apostado por ti.
—Se levantó, arreglándose la corbata y los puños—. Será mejor que vayas o que
envíes a alguien, y espero que recuperes tu puesto muy pronto, Gianluca. Nunca
se me ha conocido por mi paciencia o indulgencia.
Ese era el eufemismo del año.
—No me hagas volver aquí, no te gustará si lo hago... y a ella tampoco.
Apreté las manos contra el escritorio, tratando de contener la rabia.
Enfrentarme a Matteo era una forma de hacer que lloviera fuego del infierno
sobre mí, sobre ella, y no era algo que hubiera deseado.
Le hice un gesto cortante con la cabeza.
—Oh y una cosa más antes de irme... La próxima vez que te llame, más vale
que me contestes o me llames enseguida, porque te juro que no te va a gustar el
resultado.
—Cosa segura.
—Me alegro de que nos entendamos. La verdad es que no me apetece
ensuciarme las manos.
Eso era una mentira descarada, Matteo vivía para el caos y el dolor. Su
nombre era más que apropiado. Matteo significaba regalo de los Dioses y él
realmente se creía nuestro Dios, nuestro rey... nuestro puto rey psicótico.
—Dale las gracias a la chica por el brownie. Me alegro de tenerla en la
famiglia.
Permanecí en silencio mientras me abandonaba en el despacho.
La había cagado en proporciones épicas.
Había querido proteger a Cassie, mantenerla justo en la frontera entre el
mundo normal y el mío. La quería cerca, pero me importaba lo suficiente como
para no querer maldecirla conmigo, y, a pesar de todos mis esfuerzos, a pesar de
todos mis intentos de no caer, la había arrastrado conmigo.
Pasé la mano por la caja del collar hecho a medida que había encargado para
ella. Debería haberlo sabido, pero quería que tuviera algo especial por su
cumpleaños, algo significativo que expresara lo que sentía por ella, sin que ella
supiera realmente lo que significaba.
Debería haber tenido en cuenta que Matteo era tan listo como astuto. Ahora
ella estaba en su radar y no había mucho que yo pudiera hacer.
Dale lo que quiere a cambio de su libertad. Quiere que vuelvas a la cima. Se
la dará. No es como si realmente le importara. Ella es solo un medio para un
fin, afirmaba mi voz de la razón, y ahí estaba esa estúpida vocecita que salía de
mi destrozado corazón. Tal vez no quiera ser libre, tal vez quiera quedarse
aquí... contigo.
Me recosté en el asiento y cerré los ojos, cansadamente.
¿Cómo voy a salvarte, Cassie West? Y lo que es más importante, ¿acaso
quieres que te salven?
CAPÍTULO 15

Cassie

C
lavé la pala un poco más fuerte de lo necesario en la tierra. Aún estaba
un poco enfadada por lo que había pasado el día anterior, aunque no
tenía motivos para estarlo.
Luca me había dicho que confiaba en mí, que ahora estaba en su círculo de
confianza, y me mandó a mi habitación como a una niña, tan pronto apareció
uno de sus colegas.
Sacudí la cabeza, poniendo el bulbo en el suelo. Sabía que era novata en todo
esto de la mafia, pero, aun así.
Aquel hombre había sido encantador. Bueno, era cierto que casi me muero de
un infarto cuando me había dado la vuelta y me lo había encontrado allí, de pie
en la cocina.
Matteo, dijo que se llamaba, y era una auténtica obra de arte. Creo que nunca
en mi vida había visto a un hombre tan hermoso. Su rostro era perfecto,
impecable... con una nariz recta, una mandíbula bien definida y unos labios que
harían llorar a las chicas, y unos ojos de un azul tan claro que casi parecían
irreales, sobre su piel bronceada y su cabello negro.
Y su acento, dulce Señor, ¡ten piedad! ¿Cómo es que los mafiosos eran tan
atractivos? ¿No se suponía que todos debían ser bajos, gordos y calvos?
Suspiré al pensar en Luca y en el beso que le había dado.
—¿Por qué estás tan melancólica?
Me giré y vi a Dom a mi lado, con los brazos cruzados sobre el pecho.
—¿Realmente quieres fastidiarme? Tengo una pala, ya sabes. Levantó las
manos rindiéndose.
—Qué miedo...
—Sí. —Me apoyé sobre los talones para verlo mejor—. ¿En qué puedo
ayudarte?
—Te voy a llevar fuera.
—¿Llevarme fuera? En plan... —Me pasé el pulgar por el cuello de forma
cortante.
Puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza.
—No, solo te saco a ti, lo juro... — suspiró—. Te voy a llevar a un baile de
máscaras, en la ciudad.
Me levanté, ajustándome la gorra en la cabeza.
—¿Baile de máscaras? ¿Por qué? ¿Cuándo?
—Sí, ya sabes... un baile con máscaras. — Era mi turno de poner los ojos en
blanco.
—Sé lo que es una mascarada, Dom. Es solo que parece tan... aleatorio.
Se encogió de hombros.
—¿Por qué no? Es divertido y llevas mucho tiempo encerrada en esta casa,
¿y antes de esto? ¿Alguna vez hiciste algo divertido como eso? Seguro que no
asistías a fiestas cuando ibas al instituto.
Tenía razón. Sonaba divertido y yo nunca había estado en una fiesta de
verdad, salvo en las que organizaban mis padres asesinos y en las que tenía que
interpretar el papel de su hija perfecta.
—No tengo nada que ponerme para ello. —Tendría que gastar más de mis
ahorros y eso no me entusiasmaba demasiado—.
¿Cuándo es?
—El próximo viernes y no te preocupes por no tener nada que ponerte, te
tengo cubierta, Boo.
—¿Boo? —pregunté, arqueando una ceja. Ladeó la cabeza.
—Estaba probando algo nuevo... ¿No?
Sacudí la cabeza con una risa sorprendida.
—No, desde luego que no.
—Entonces, ¿la mascarada? ¿Sí?
Realmente quería ir, pero no quería que Luca pensara que tenía una relación
romántica con Dom. Era estúpido incluso sentir preocupación porque Luca no
me había mostrado interés, al menos no de forma romántica pero...
—¿Le parece bien a Luca?
Dom sonrió alegremente como si yo acabara de hacerle la pregunta más
interesante que jamás hubiera oído. Asintió con la cabeza.
—Sí, dijo que mientras no toque lo que no me pertenece, no pasa nada. Si no,
perderé la mano.
—¿Qué pertenece a quién? Dom soltó una risa.
—Hablando de Luca, me preguntó si podías ir a verlo a su despacho.
El corazón me dio un brinco en el pecho, pero intenté contener mi excitación,
ante la idea que me solicitara. Podía ser por trabajo, claro, pero me hacía ilusión,
pasara lo que pasara.
Asentí con la cabeza.
—Bien, ahora voy.
—¡No corras demasiado! No quisiera que resbalaras y te cayeras
—gritó tras de mí.
Seguí andando, pero le enseñé el dedo corazón y entré en casa, seguida de su
estridente carcajada... ¡Idiota!
Respiré hondo cuando llegué al segundo piso y llamé a la puerta de Luca.
—Adelante.
Abrí la puerta y mi estómago dio un vuelco cuando me miró a los ojos y
sonrió. Me había dado cuenta de que era una sonrisa suave y agradable, que solo
me dedicaba a mí.
No pude evitar devolverle la sonrisa, sin darme cuenta que no hacía ni cinco
minutos estaba enfadada con él.
—¿Querías verme?
Señaló la silla al otro lado de su escritorio.
—Sí, quería hablar de lo que pasó ayer. Asentí y tomé asiento.
—Matteo Genovese es... —Desvió la mirada y se rascó la barba—. Es
peligroso, muy peligroso.
No lo parecía. —Es muy guapo. Luca resopló.
—Es el tipo de hombre que te desangra cuando se despierta y desayuna junto
a tu cadáver. Te mantuve alejada para protegerte... no porque no confíe en ti,
porque lo hago, más de lo que jamás he confiado en una mujer. Yo solo... —
Suspiró—. Solo quiero que sepas que no quise lastimarte.—...no me lastimaste.
—Mentirosa.
Abrió el cajón y sacó una larga caja rectangular negra.
—Te lo compré por tu cumpleaños, pero, obviamente las cosas no salieron
como esperaba, aquí la tienes. Feliz cumpleaños atrasado.
No sabía lo que contenía la caja, pero tuve que parpadear para contener las
lágrimas, ante la intensidad de las emociones que despertaba en mí un regalo de
Luca.
—No es mucho —añadió rápidamente, deslizando la caja hacia mí.
Dejé escapar un suspiro tembloroso, cogí la caja y la abrí lentamente. Dentro
encontré un collar de plata hecho de formas
geométricas, pentágonos y líneas, enlazadas con flores de cristal. Era
absolutamente hermoso y único.
—Me encanta... —susurré, rozándolo con los dedos. Levanté la vista—.
Muchas gracias.
Me miró con una expresión tan parecida al cariño, tanto que el corazón me
volvió a dar un brinco en el pecho.
—Así que… ummm… Dom me invitó a un baile de máscaras.
¿Te parece bien?
Frunció el ceño. —¿Por qué no iba a parecermelo?
Mi estómago se hundió ante la tristeza que me causó su aceptación. ¿Qué
esperaba? No era más que una ingenua tonta. Él se preocupaba por mí, pero de la
misma manera que Dom y probablemente también era por eso por lo que había
estado distante desde que lo había besado.
No quería tener que rechazar abiertamente a la dulce idiota.
Asentí con resignación. Había dejado de esperar más. Era poderoso, maduro,
educado y, sobre todo, estaba profundamente roto. Necesitaba algo más que yo.
Me levanté. —Gracias de nuevo por el collar.
—No me preocupa Dom porque no toca lo que no le pertenece.
Me detuve con la mano en el picaporte y giré la cabeza para mirarlo.
—¿Ya quién pertenezco yo?—pregunté, con el corazón empezando a galopar
como un mustang en mi pecho.
Se reclinó en su asiento, apoyó la mano en los labios y me miró con sus
penetrantes ojos oscuros, como si pudiera ver a través de mí.
—Que tengas un buen día, Cassie.
A pesar de esquivar la respuesta, no pude evitar sonreír cuando salí de su
despacho, apretando la caja contra mi pecho. Puede que no me reclamara con sus
palabras, pero sus ojos sí lo hacían y por ahora era suficiente.

Cuando volví a casa el jueves, después de mi salida semanal con Jude, encontré
una caja negra de un famoso diseñador frente a la puerta de mi habitación, así
como una bolsa con varias cajas más pequeñas.
Llevé las cajas a mi habitación y encontré el vestido más hermoso de todos.
Era un vestido de noche verde esmeralda, largo hasta el suelo y con un solo
hombro. La parte superior estaba bordada con finas flores doradas y caía en una
relajada línea A desde la cintura, con una abertura tan alta que pensé que sería
indecente cuando me lo pusiera.
La primera caja de la bolsa contenía zapatos dorados y verdes exactamente
de mi talla, la segunda un chal dorado y la última una máscara veneciana dorada
adornada con ligeras líneas esmeralda, que creaban un hermoso e intrincado
diseño.
Dom se había superado a sí mismo. Todo era tan maravilloso y estaba tan
bien coordinado. Recorrí el vestido con los dedos y decidí probármelo
enseguida.
Me despojé de mi ropa y me puse el vestido. Una vez cerrada la cremallera
lateral, me giré para mirarme al espejo y me quedé sorprendida por lo
impresionante que me quedaba el vestido, el perfecto contraste de colores entre
mi piel lechosa y mi cabello pelirrojo. Pasé las manos por la cintura recortada y
el vuelo de la falda. Me quedaba perfecto.
No pude evitar sonrojarme un poco al ver que Dom se había fijado en mi
cuerpo... Saqué el móvil para hacerme una foto, pero me llegó un mensaje de
Dom.
¿Puedes venir a mi habitación?
Fruncí el ceño. Sabía dónde estaba su habitación, pero nunca había estado
allí.
Claro, estaré allí en cinco minutos.
Me quité el vestido con cuidado y lo guardé en el armario antes de ir a ver a
Dom.
—Entra —dijo, después de llamar a la puerta.
—¿Estás... bien? —pregunté. En realidad, era una pregunta estúpida. Dom
estaba en la cama a las seis de la tarde, con el cuello cubierto de un ligero
sarpullido. Estaba claro que no se encontraba bien.
Suspiró, negando con la cabeza.
—No, bueno, ahora estoy bien, pero ya sabes que soy alérgico al marisco,
¿no?
Asentí en silencio, estudiándolo, con mi formación de enfermera tomando el
control.
—Pedí comida china y puede que no tuviera cuidado. Se me disparó la
alergia y si no llega a ser porque Luca me trajo la EpiPen… —Sacudió la
cabeza.
Corrí a su lado y miré su sarpullido.
—Ha debido de ser realmente fuerte —confirmé, mientras bajaba un poco el
cubrecama y notaba que el sarpullido le corría también por el pecho.
Suspiró.
—Sí, es bastante común. —La mayoría de las reacciones alérgicas graves y
la reacción al EpiPen tenían tendencia a provocar malestar estomacal.
Comprendí lo que no decía.
Me encogí de hombros.
—No pasa nada, Dom, habrá otras fiestas. —Me alegré de que mi voz no
transmitiera la decepción que sentía. Me había hecho ilusión ir a algún sitio por
una vez y parecer una princesa.
— Por supuesto que no, Luca te va a llevar —dijo sacudiendo la cabeza.
No pude evitar la emoción que me invadió antes de desinflarme cuando la
realidad se me vino encima porque, uno, no sería justo obligar al ermitaño de
Luca a hacer algo tan trivial, y dos, sería bastante despiadado utilizar a Dom
como una pieza reemplazable.
—No está bien...
—Me parece justo, él es quien lo ha organizado todo —añadió,
interrumpiéndome.
Arqueé las cejas, sorprendida.
—¿Luca lo hizo? —No era algo que me hubiera esperado. Asintió con la
cabeza.
—Sí, pensó que necesitabas un poco de distracción por todo lo que está
pasando en tu vida, por todas tus responsabilidades. Él eligió el vestido... todo.
—¿Luca? ¿Gianluca Montanari hizo eso?
Dom soltó una risita, pero sonaba cansada. Casi había olvidado cómo podía
afectarle esta mala reacción alérgica.
—Sorprendente, ¿verdad? Debes de gustarle mucho. — Me sonrojé de
placer.
—Yo, no, solo está siendo amable.
Dom me miró con una sonrisa cómplice en la cara.
—Claro, sí... debe de ser eso. Los jefes de la mafia suelen ser conocidos por
su carácter amable y bondadoso.
Puse los ojos en blanco.
—No estoy segura que dejarte aquí sea inteligente.
—No te ofendas, Cassie, pero soy un hombre de treinta y dos años. Estoy
bastante seguro que puedo manejarme bien.
Crucé los brazos sobre el pecho.
—¿Como hiciste cuando Luca estuvo enfermo?
—¡Oye! —apoyó la mano en el pecho en señal de fingida ofensa
—. Primero, eso fue culpa de él, no mía. Y segundo... —torció la boca hacia
un lado—. Vale, no tengo un segundo, pero solo es una tarde. Volverás antes que
me dé cuenta.
Suspiré. —Sí, pero Luca...
—¿Qué pasa con Luca?
—¿Estás seguro de que está bien para participar? No quiero que haga algo
que no le entusiasme. Lleva más de dos años sin salir. No estoy segura... —No
estoy segura de merecer el esfuerzo, añadí para mis adentros, pero sabía que
enfadaría a Dom si decía eso. Él era mi animador personal.
—¿Entre tú y yo? Asentí con la cabeza.
—No creo que él mismo se dé cuenta, pero probablemente ahora mismo esté
dando gracias al cielo por tener esta oportunidad.
Solté una pequeña carcajada.
—Espero que sea verdad... Yo... —Respiré hondo—. Él me gusta.
—¿Ah, sí? Vaya... Esa es información totalmente nueva. Puse los ojos en
blanco, era un fuerte sarcasmo.
—No, quiero decir que él me gusta. —Sí, volvía a ser una niña de séptimo
curso.
Dom me miró en silencio, como si yo tuviera pocas luces.
—¿Pensaste que eras discreta con eso? — De repente, el pánico se apoderó
de mí.
—¿Crees que lo sabe? —Si lo supiera, juro que no podría volver a mirarlo a
los ojos.
Dom resopló.
—Debería, normalmente lo haría, pero está tan atrapado en su odio a sí
mismo que no creo que se dé cuenta que la gente puede ver más allá de eso. —
Respiró hondo y se acomodó un poco más en su pila de almohadas—. Vete ya.
Necesito mi sueño reparador.
—De acuerdo, pero llámame si necesitas algo, por favor.
—¡Honor de explorador! —Prometió, levantando la mano en un saludo a lo
Star Trek.
—Así no es como se hace. Eso es un saludo Vulcano.
Se encogió de hombros. —Lo es en Italia.
Entrecerré los ojos con desconfianza.
—No, no lo es, no soy tan despistada.
—¡Ah! —me guiñó un ojo. —Mereció la pena intentarlo. Sacudí la cabeza.
—Nos vemos el sábado.
—Diviértete y, si te sirve de algo, creo que a Luca también le gustas... Quizá
deberías pasarle una nota en clase y preguntarle si le gustas tú —añadió Dom
mientras yo llegaba a la puerta.
No pude evitar que cientos de mariposas revolotearan en mi estómago al
pensarlo, pero me di la vuelta para fulminar a Dom con la mirada.
—Luca tiene razón, realmente eres un gilipollas.
Salí de la habitación seguida por la estridente carcajada de Dom y, sin
embargo, a pesar de lo preocupada que estaba por él, no podía evitar la sensación
de nerviosismo por gustarle a Luca y pasar la velada con él en el baile, bailar con
él...
Sí, mañana no podía llegar lo suficientemente rápido.
CAPÍTULO 16

Cassie

T
eníamos que salir a las seis y cuanto más tiempo pasaba, más nerviosa me
ponía. Había preparado mi bolso de viaje a primera hora de la mañana y
me había visto unas tres horas de tutoriales de YouTube sobre cómo
maquillarme y peinarme, pero cuando ahora me miraba en el espejo, me alegraba
de decir que no había sido en vano.
Me hice un look sofisticado. Me ahumé los ojos, haciéndolos aún más
verdes, y me pinté los labios de un rojo intenso, poniendo el acento en mi boca
respingona y creando un contraste con mi piel de porcelana.
Me recogí el cabello en una trenza asimétrica y dejé sueltos algunos rizos
naturales para suavizar el conjunto.
Sonreí a mi reflejo, subí la mano y rocé el collar que Luca me había regalado
por mi cumpleaños.
Hoy me sentía hermosa. Parecía una mujer segura de sí misma, alguien lo
bastante hermosa como para haber atraído la atención de Gianluca Montanari
incluso antes de que su vida se fuera al infierno... Incluso antes de considerarse
arruinado.
Un golpe en la puerta me devolvió a la realidad.
—Ya voy. —Respiré hondo, cogí mi bolso de viaje y abrí la puerta.
No pude contener el grito ahogado que se me escapó al ver a Luca frente a
mí. Había visto fotos suyas antes del accidente, pero no le hacían justicia.
Se había cortado su larga melena negra, no de forma demasiado corta y
conservadora, sino lo bastante larga para enroscarse en el cuello de su camisa de
esmoquin. También se había afeitado la barba, lo que hacía más llamativas sus
cicatrices, pero también revelaba su afilada mandíbula y su fuerte mentón.
Era una fuerza a tener en cuenta y cuando me miraba así, como si quisiera
comerme viva... no tenía ninguna posibilidad.
—Estás impresionante —susurré aturdida, asimilando su poderosa presencia
en su esmoquin perfectamente confeccionado.
Su boca se curvó en una suave sonrisa.
—Me has robado la frase.
Me sonrojé vivamente, sin darme cuenta de que había dicho esas palabras en
voz alta.
—Cassie, sei più bella di mille stelle.
Ni siquiera sabía lo que había dicho y, sin embargo, estaba sintiendo cosas en
mis partes femeninas, también era una sensación nueva, pero bastante recurrente
a su lado.
Ladeé la cabeza cuando extendió la mano para coger mi bolso.
—Eres más hermosa que mil estrellas —tradujo.
—Oh, gracias. —Me sonrojé de nuevo, bajando la mirada a mis pies—. Es el
vestido.
Negó con la cabeza, extendiendo el codo como un caballero para que lo
aceptara.
—No, el vestido no importa, cualquier vestido te quedaría precioso. Brillas
como la más brillante de las estrellas.
Le devolví la sonrisa, sin saber muy bien qué decirle. Tomé su brazo y bajé
las escaleras en silencio, disfrutando de su fuerte presencia y su aroma
amaderado.
Entramos en la limusina más lujosa que había visto nunca, ni siquiera en las
películas.
—Trevor nos dejará en el baile y llevará nuestro equipaje a las habitaciones
—dijo, mientras se sentaba frente a mí en el vehículo.
—De acuerdo —asentí—. ¿Dónde nos alojamos?
—En el Gran Hotel. Tenemos habitaciones una al lado de la otra...
¿Te parece bien?
—Claro, sí. —¿Entonces por qué me había decepcionado un poco la idea de
las dos habitaciones? Miré la caja negra que tenía a su lado en el asiento—. ¿Qué
es eso?
—Mi máscara. ¿Quieres...?
—¡La máscara! —jadeé, tocándome la cara desnuda. Me la había dejado en
la cama junto con el chal—. ¡Para el coche!
Luca dio un golpecito en la ventanilla cerrada y el coche se detuvo, justo
cuando su teléfono comenzó a sonar.
Lo sacó del bolsillo y vi el nombre de Matteo parpadear en la pantalla.
Miré por la ventanilla, acabábamos de salir de la verja de hierro.
Rechazó la llamada. ―De acuerdo, daremos la vuelta —dijo justo cuando el
teléfono volvió a sonar.
—No, quédate aquí y habla con él. —Hice un gesto con la cabeza hacia su
teléfono—. Haré que el guardia me lleve con el carrito de golf y me espere.
Volveré dentro de diez minutos.
Suspiró, bajando la vista hacia su teléfono.
—Bien, date prisa. —Contestó—. Pronto.
Salí del coche y le hice un gesto al guardia de seguridad.
—Lo siento. Olvidé algo en la casa, ¿podría llevarme de vuelta?
—Por supuesto, señorita.
Me quité los zapatos al llegar a la casa. —Vuelvo enseguida. —Puse los
zapatos en el asiento y subí corriendo las escaleras hasta mi habitación.
Cogí el chal y la máscara y me disponía a bajar las escaleras cuando escuché
un crujido en el piso de arriba.
Fruncí el ceño y subí al segundo piso, tan silenciosamente como pude
mientras la aprensión y el miedo se mezclaban. Debería haber llamado a
seguridad y no haber subido sola, pero estaba preocupada por Dom.
Encontré a Dom en el despacho de Luca revisando sus cosas, aparentemente
en buen estado, y la decepción que sentí por su traición a Luca era abrumadora.
―¿Ni siquiera estabas enfermo? ―pregunté, con la voz temblorosa a causa
de la tristeza que sentía.
Se quedó inmóvil, con una carpeta en la mano, mirándome como un ciervo
asustado.
―¿Qué haces aquí? Te he visto salir.
Enarqué una ceja. ―¿Qué hago yo aquí? ―Hice un gesto hacia el
despacho―. Estás traicionando a Luca.
Levantó las manos en señal de resignación.
—No, Cassie, te juro que lo hago para ayudar a Luca. Nunca lo traicionaría.
―Tengo que decírselo. ―Me di la vuelta, dispuesta a marcharme.
—No, no lo hagas, por favor, te lo ruego. —La urgencia de su tono me hizo
volverme de nuevo hacia él —. Cassie, me conoces, sabes que me preocupo...
por ti, por él.
—Dom, no puedo traicionarlo. Sacudió la cabeza.
—Por favor, solo hasta mañana. Cuando vuelvas te lo contaré todo, y, si aún
quieres decírselo, no te lo impediré.
—¿Lo prometes?
—Te lo prometo, Cassie. —Asintió con la cabeza.
Suspiré y miré el reloj de pared. Ya había pasado la cuenta de los diez
minutos.
—No diré nada... No hagas que me arrepienta.
—No lo harás.
Sacudí la cabeza. —¿Mañana?
—Sí, mañana.
—Bien.
—¡Además estás absolutamente impresionante! —gritó tras de mí mientras
bajaba las escaleras.
Cuando llegué al coche sin aliento, pude ver que Luca no estaba de tan buen
humor como antes de la llamada.
Tan pronto como volví a sentarme en el coche, Luca golpeó la mampara, y el
vehículo se puso en marcha de nuevo.
―Lo siento, he tardado más de lo debido —me disculpé mientras fruncía el
ceño por la ventanilla.
Se volvió hacia mí y dejó escapar un suspiro.
―No, Cassie, no tiene nada que ver contigo. ―Dejó escapar una pequeña
sonrisa que parecía forzada, pero lo intentó―. Es Matteo, siendo Matteo. —Hizo
un gesto displicente con la mano.
―Vale... Háblame de la mascarada. ―Intenté entablar conversación y
convencerme de hacer lo correcto ocultando el secreto de Dom.
Él puso los ojos en blanco.
―Es una fiesta de cumpleaños ostentosa y exagerada.
—Oh. ―No esperaba que fuera tan indiferente al respecto—.
Sabes que si no quieres ir...
Sacudió la cabeza.
―No, sí quiero, aunque solo sea por verte con este vestido, pero...
—Suspiró, recostándose en su asiento—. Dejé ir esta faceta de mi vida hace
más de dos años y no tenía tantas ganas de volver. Pero...
—Levantó la mano, sabiendo que me ofrecería a volver atrás—. Tenía que
hacerlo, hoy o mañana... Se me ha acabado el tiempo. —Era tan críptico que
quise presionar, preguntarle por qué se le había acabado el tiempo, pero no me
correspondía.
—Rara vez he estado en la ciudad, ¿sabes? —Sonreí, recordando mi último
viaje allí―. Llevé a Jude apenas un par de semanas antes que nuestras vidas
ardieran en llamas. Fue el mejor día de mi vida. Le vuelven loco los musicales,
pero nuestros padres no creían que encajara con la idea de un chico y ya sabes —
hice un gesto desdeñoso con la mano—. Eran demasiados problemas para lo que
valíamos. Así que organicé un día sorpresa para ese cumpleaños. Cogimos el
tren a la ciudad y fuimos a una representación vespertina de El Mago de 0z.
Luego lo llevé al Palacio de los Donuts, donde estoy segura de que comió su
peso corporal en donuts y durmió el coma de azúcar en el viaje de vuelta. —
Sonreí al recordar su cabecita recostada en mi hombro.
—¿Nunca has visitado la ciudad?
—En realidad, no. —Negué con la cabeza.
Se frotó la barbilla como hacía cada vez que pensaba.
—Un día te la enseñaré.
Asentí y aparté la mirada, mientras mis mejillas enrojecían de placer ante la
idea de que me llevara de visita.
Permanecimos un rato en cómodo silencio y me animé al ver las luces de la
ciudad en el horizonte.
—Casi hemos llegado —confirmó Luca, pero su voz transmitía una cautela
que yo no comprendía del todo, pero con la que podía empatizar.
—Todavía no me has enseñado tu máscara. —Señalé la caja, intentando
sacarle de sus pensamientos.
Sonrió, viendo a través de mí, pero me siguió el juego.
—Ah, sí, me parece muy apropiada. —La sacó de la caja y se la puso delante
de la cara.
La máscara era aterradora y tuve que hacer todo lo posible para mantener la
cara plana. La máscara tenía forma de calavera y estaba diseñada para ser una
pieza llamativa para un baile de máscaras. La cara de la máscara estaba pintada
de blanco y con láminas doradas, y unos cristales le daban un efecto envejecido,
para conseguir un aspecto envejecido. Solo se veían sus oscuros ojos, su boca
sensual y su fuerte barbilla.
—Es un demone —dijo, quitándoselo.
—Es aterrador —asentí.
—Igual que yo.
Me encogí de hombros.
—Quizá para otros, pero no para mí. Sacudió la cabeza.
—No, para ti no ...para ti nunca.
Quise preguntarle qué quería decir con eso, pero el vehículo se detuvo y me
di cuenta de que nos encontrábamos frente a una casa majestuosa. Había unas
cuantas personas vestidas de noche subiendo las escaleras.
Luca suspiró, apretándose la máscara alrededor de su rostro.
—Bien, hora de ponerse la máscara. Solo unas cuantas normas. Fruncí el
ceño mientras me ponía la máscara.
—¿Normas? —Pensé que estábamos aquí para divertirnos, las reglas no
predecían nada divertido... ni nada seguro—. ¿Es... peligroso?
Ya no podía verle la cara, pero frunció los labios mientras sus hombros se
tensaban.
—No, conmigo estarás a salvo, siempre.
La seguridad de su voz hizo que me relajara e, incluso sin esas palabras, la
había sentido con él después de nuestro accidentado comienzo. Luca Montanari
me hacía sentir segura.
―Me siento segura contigo ―admití. No estaba convencida si eran las
máscaras o qué, pero era más fácil decir las cosas cuando nos ocultábamos de
ese modo.
Sus ojos se acaloraron mientras me estudiaba.
―Quédate a mi lado toda la noche, ¿de acuerdo? Asentí con la cabeza.
―Si alguien te saca a bailar, te niegas —añadió con seriedad.
―Pero me encantaría bailar.
―Y para eso estoy aquí.
De algún modo, no podía imaginármelo como un tipo bailarín, mi hombre
roto y colérico... Seguía olvidandome de que tuvo una vida antes de todo esto y,
basándome en las pequeñas cosas que encontré en internet, era bastante
ajetreada.
―Seguro, me quedaré contigo.
Luca salió del coche extendiendo la mano para ayudarme a salir. Apenas salí,
me agarró la mano y entrelazó nuestros dedos, enviando un destello electrizante
por mi brazo y por mi espina dorsal.
¿Era algo normal? Nunca había sentido algo así con ningún hombre.
Sospechaba que era solo cosa de Luca.
Subimos las escaleras de la casa y el simple hecho de entrar en el vestíbulo
fue como entrar en otro mundo. Era como entrar en una especie de palacio de
techos altos, mármol blanco y tonos dorados. Todo era excesivamente lujoso.
Luca nos detuvo frente a un mostrador de seguridad y extendió su tarjeta.
―Sr. Benetti, bienvenido a la fiesta.
Miré de reojo a Luca, que inclinó la cabeza. ¿A qué venía ese nombre falso?
Se dio la vuelta y entramos en un enorme salón de baile, parecido más a una
especie de carnaval que a otra cosa.
La fiesta ya estaba en pleno apogeo, Luca nos había hecho llegar tarde a
propósito. Había mujeres vestidas de pájaros en altas jaulas doradas, bufones a
los lados y un hombre vestido de rey sentado en un trono dorado al final de la
sala.
―Esto es...
—¿Ostentoso? ¿Vulgar? ¿Ridículo? ¿Narcisista?
—Estaba a punto de decir increíble. ―Me reí.
—Sí... eso también. —Su mano apretó la mía y levanté la vista, antes de
seguir sus ojos hacia un grupo de tres hombres, que lucían unos extraños tatuajes
cruzados en el cuello.
—¿Quieres bailar?
Asentí una vez, al tiempo que me llevaba a la pista de baile y me hacía girar.
Jadeé, agarrándome a sus grandes hombros mientras nos balanceábamos al
ritmo de la música. No esperaba que bailara tan bien, siendo tan grande y ancho,
y, sin embargo, era Luca Montanari... Sospechaba que no había mucho que aquel
hombre no pudiera hacer si se lo proponía.
Cuanto más bailábamos, más estrechamente me abrazaba, y podía sentir los
latidos de su corazón contra mi pecho.
—Me gustas, Luca Montanari —susurré a mi pesar ,y su paso vaciló
levemente, la única prueba de haberme oído.
Cuando terminó la canción volvió a agarrarme de la mano.
—¿Quieres ver algo interesante? Asentí.
—Ven conmigo. —Primero nos detuvimos en el bufé para tomar algo e
intercambió unas palabras en italiano con un hombre que llevaba una máscara de
bufón. Cuando se volvió hacia mí e inclinó la cabeza, reconocí los gélidos ojos
azules de Matteo Genovese.
—¿Va todo bien? —pregunté a Luca mientras me arrastraba a una esquina
más oscura.
—No estoy seguro —admitió con sinceridad antes de hacer girar un aplique
de la pared, y un pequeño panel situado justo a mi lado se deslizó hasta abrirse.
—Cómo...
—Ven, rápido —susurró, tirando de mí y volviendo a cerrar el panel.
Estuvimos a oscuras unos segundos antes de que sacara su teléfono y
encendiera la linterna.
Volvió a cogerme de la mano y tiró de mí hacia unas escaleras.
—¿Cómo sabes esto?
—Esta fue mi casa, conozco todos sus secretos.
Perdí un paso por la sorpresa, pero Luca me sostuvo.
—¡Dios, gracias! Podría haberme hecho daño.
—Siempre te protegeré.
Abrí la boca, pero volví a cerrarla. Esta promesa era tan ominosa y el efecto
que tenía en mi mente y cuerpo era... inquietante en el mejor de los casos.
—¿Pensé que Hartfield era tu hogar?
—Así es —confirmó, abriendo una puerta y haciéndome un gesto para que
pasara primero.
Me llevó a un pequeño mirador en el primer piso, medio oculto por la
decoración, que me ofrecía una vista completa del salón de baile.
—¡Esto es increíble!
Luca presionó detrás de mí, apoyando sus manos junto a las mías en la
barandilla, atrapándome entre sus brazos, con su cálido pecho contra mi espalda.
Me estremecí, pero no me atreví a moverme. Su tenue fragancia, el calor de
su cuerpo, su fuerte presencia... todo era tan embriagador.
—¿Cómo es que no vives aquí?
—Nunca me gustó esta casa. Vivía en un apartamento en el centro. Este no es
mi hogar. Mi madre y Arabella tampoco eran fans de él. Hartfield era su hogar.
Me recosté contra él, dejando caer un poco la cabeza hacia atrás, apoyándola
en su hombro.
―Me encanta Hartfield.
Luca se inclinó un poco, rozándome el cuello con los labios.
—No puedo dejar de pensar en ello. —Me estremecí al sentir su cálido
aliento en mi cuello, su fuerte cuerpo contra mi espalda... la intimidad del
momento.
—¿Qué? —pregunté sin aliento.
—El beso... el que no debiste darme y ahora tengo marcado en mi pecho. —
Sus labios rozaron mi mentón―. Huiste antes de que pudiera recuperarme.
—¿Y si hubiera esperado?
Levantó la mano y giró mi cabeza hacia un lado. Apenas lo miré a los ojos,
se inclinó y me besó. Fue duro, contundente. Me mordió el labio inferior,
exigiendo acceso a mi boca, y me rendí encantada.
Tan pronto le di acceso, su lengua se deslizó en mi boca, acariciando,
saboreando, dominando. Sentía cómo mi excitación aumentaba y, si aquel
hombre podía hacer eso con un solo beso, no me imaginaba lo que sería tenerlo
dándome placer en mi cama y, de repente, nada me apetecía más que aquel
hombre, esa fuerza puramente salvaje, fuera el primero.
Me estremecí y gemí en su boca.
Luca gruñó, comenzando a besarme el cuello mientras su mano ascendía por
la abertura de mi vestido, tocando mi muslo desnudo hasta llegar al borde de mi
ropa interior. Rozó la tela con el pulgar mientras me mordía ligeramente el
cuello.
Levanté el brazo, pasándolo por detrás de él y envolviéndolo detrás de su
cuello, mientras separaba ligeramente las piernas, invitándolo a tocarme como
ambos deseábamos.
—Cassie... —Su tono era de advertencia, pero no me importó. Estaba
embriagada de él y quería más, aunque no tuviéramos futuro, ni oportunidad...
aunque no hubiera un mañana, lo quería. Tenía derecho a ser egoísta por una vez.
Incliné un poco la cadera hacia atrás, presionando a su polla cada vez más
dura.
Volvió a gruñir cuando sus dedos se deslizaron bajo el borde de mi ropa
interior hasta rozar mi núcleo caliente, la constatación de lo excitada que me
ponía, de lo mucho que lo deseaba.
Abrí un poco más las piernas, sin importarme si eso me ponía necesitada y
deseosa, solo quería sus dedos sobre mí, dentro de mí, liberando la abrumadora
presión que se había instalado en mi bajo vientre.
—Estás empapada —susurró contra mi oído antes de pellizcarme el lóbulo lo
bastante fuerte como para provocarme una pequeña punzada de dolor que,
extrañamente, no hizo sino aumentar mi placer, mientras rozaba mi abertura con
sus dedos.
—Siempre por ti —admití y era verdad. Me había tocado pensando en él la
mayoría de las veces.
Apretó el pulgar contra mi clítoris mientras deslizaba el dedo corazón dentro
de mí. Jadeé y me apreté alrededor de su dedo.
Siseó, presionando su polla, ahora completamente erecta, contra mi espalda.
—Estás tan apretada...
—Luca... —susurré, suspirando lujuriosamente.
Cerré los ojos y me apoyé más en él mientras introducía un segundo dedo,
haciéndome sentir tan llena. Apretó la palma de la mano contra mi clítoris,
mientras bombeaba sus dedos dentro de mí más rápido, más fuerte. Sentí que me
corría como nunca lo había hecho y, cuando llegué al orgasmo, sentí como si
cayera por un precipicio. Olvidé a la gente que bailaba y hablaba justo debajo de
mí, olvidé las responsabilidades, la imposibilidad de mi relación con Luca,
incluso olvidé mi nombre.
Luca pegó sus labios a los míos y me besó profundamente, amortiguando el
grito provocado por mi estremecedor orgasmo.
Sentí como si mis piernas fueran de gelatina y agradecí que Luca me rodeara
la cintura con un brazo para mantenerme en pie.
Abrí los ojos justo a tiempo para ver cómo se llevaba los dos dedos a la boca,
chupándose los hasta dejarlos limpios.
Sus ojos se oscurecieron aún más, mientras sacó los dedos de su boca. —
Sabes lo bastante bien como para comértelo —susurró apreciativamente antes de
lamerse el labio inferior.
—¿Por qué no lo haces entonces? —No podía creer lo descarada que sonaba
y, sin embargo, lo deseaba.
—Cassie, si lo hacemos ahora. —Sacudió la cabeza―. No habrá vuelta atrás.
—No quiero vuelta atrás.
Me besó de nuevo, mucho más suavemente que antes.
—Vamos entonces.
Me cogió de la mano y me llevó escaleras abajo, y lo seguí en un
aturdimiento post-orgásmico.
Luca se detuvo justo cuando nos acercábamos al panel secreto, empujándome
tras él.
—Te dije que fueras a revisar la cocina, ¿tan estúpido eres, hermanito? —oí
escupir a un hombre.
Me asomé por encima de su hombro y vi a un hombre grande, con una
máscara de bufón, que se cernía amenazador sobre un hombre más pequeño y
dolorosamente delgado.
—No S-s-s-avio, yo s-s-solo...
—No tengo siete horas para desperdiciarlas en una puta respuesta. Haz lo que
se te pide estupido.
—¡Basta! —ladró Luca.
Los dos hombres se giraron a la vez. El pequeño sonrió, el grande lo fulminó
con la mirada.
—Gianluca, no sabía que estarías aquí.
—¿Cómo ibas a saberlo, Saviolino? Mi invitación debió perderse en el correo
— añadió con voz firme, irguiéndose aún más.
—¿Disfrutando de la fiesta?
—Fue... cuando menos informativa.
—¿A quién escondes?
—No es asunto tuyo. Ahora ve, Savio, a comprobar la cocina.
—¿Qué? ―Se burló―. No voy a hacer eso.
—Recuerda con quién estás hablando, Savio. —La amenaza en la voz de
Luca no era ni siquiera apenas velada.
El tal Savio,quien me caía francamente mal,se marchó refunfuñando y yo me
deslicé junto a Luca, sonriéndole al hombre más pequeño.
—No de-deberías haber he-hecho eso.
—¿Por qué? Tu hermano es un cazzo.
—P-puedo defen-dederme —añadió, irritado.
—Lo sé —replicó Luca―. Pero me encanta darle a tu hermano un poco de su
propia medicina. —Me atrajo a su lado―. Esta es mi amiga, Cassie.
¿Amiga? Cierto, era una forma de decirlo.
Luca me miró. —Este es mi primo favorito, Enzo.
—Encantada de conocerte, Enzo.
—Igualmente, C-Cassie. — Luca me apretó la mano.
—Tenemos que irnos, pero mándame un mensaje, ¿vale? No dejes que te
intimiden.
—T-te fuiste hace d-dos años. — Sacudió la cabeza —. P-puedo ocuparme.
Luca suspiró al ver a su primo marcharse, mezclándose con la multitud.
—¿Quieres quedarte? —pregunté, con la secreta esperanza que se negara.
Sacudió la cabeza.
—He visto todo lo que tenía que ver y tengo otros planes.
Me arrastró a través de la multitud y fuera de la casa hasta la limusina.
Tan pronto ordenó al conductor ponerse en marcha, se quitó la máscara y la
mía antes de tirar de mí hacia él.
―¿Dónde estábamos? ―preguntó, con los ojos clavados en mis labios.
Volví a sentirme valiente y lo besé mientras rodeaba mi cintura y
profundizaba nuestro beso. Aquel hombre me besaba como si yo fuera lo que
necesitaba para respirar, como si fuera su oasis en medio de un desierto, y no
quería que parara nunca.
Cuando el vehículo se detuvo frente al hotel, suspiró, reajustándose la polla
en los pantalones.
Cogiéndome de la mano, se dirigió al mostrador VIP y tomó las tarjetas de
nuestras dos habitaciones, antes de tirar de mí hacia el ascensor.
Lo seguí mecánicamente, con la aprensión luchando ahora contra mi lujuria.
Iba a perder mi virginidad esta noche con un jefe mafioso doce años mayor que
yo... Nunca habría pensado que ocurriría así, pero no cambiaría nada.
Utilizó una de las tarjetas para acceder a la habitación. Me fijé en mi bolso
morado sobre la silla, pero no tuve ni siquiera la oportunidad de hacer o decir
nada cuando se inclinó y, levantándome en volandas, me llevó a la cama al estilo
nupcial.
—Ahora eres mía —dijo en voz baja, poniéndome en medio de la cama.
—Sí, lo soy.
Gruñó, dejando que sus ojos recorrieran mi cuerpo. —Buena chica.
Me excité aún más con sus palabras y apreté las piernas, intentando crear la
fricción que ansiaba.
Él sonrió al ver eso y disfruté de su lado arrogante.
Me descalzó y tiró de la cremallera lateral de mi vestido, antes de bajármelo.
—Levanta las caderas — ordenó e hice lo que me pedía, retirándome el
vestido y tirándolo al suelo.
El vestido no estaba adaptado para llevar sujetador de modo que ahora estaba
tumbada en la cama con tan solo mi tanga, mi respiración errática y mi cuerpo en
llamas bajo su mirada ardiente.
—Estás impresionante, Cassandra ―dijo, despojándose de la chaqueta, los
zapatos y la pajarita, pero sin apartar los ojos de mi cuerpo―. Eres una sirena, a
la que seguiré con gusto hasta la muerte.
―Se quitó la camisa y se arrastró sobre mí en la cama.
Se inclinó y me lamió un pezón. Siseé, arqueando la espalda.
—Te gusta, ¿verdad? —preguntó, lamiéndome el otro pezón antes de
llevárselo a la boca y chuparlo.
Todo aquello era nuevo para mí y temía morir de demasiado placer. ¿Sería
posible?
Su boca caliente y húmeda era el paraíso.
—Luca. Oh, Luca.
—Acabamos de empezar, anima mia.
Siguió besándome el estómago sin detenerse hasta llegar a mi coño cubierto
de seda.
Levanté las caderas instintivamente para que volviera a besar mi centro.
Soltó una carcajada ahogada, visiblemente tan ebrio de deseo como yo.
―Ansiosa por mi boca, ¿eh?
Asentí, y mis caderas se levantaron por sí solas. Enganchó los dedos índice a
cada lado de mis bragas.
―No te preocupes, voy a devorarte bien tu dulce coñito.
Debería haberme avergonzado por sus palabras soeces y, sin embargo,
parecía humedecerme más si cabe.
Una vez sin tanga, abrí las piernas, ya no había vergüenza, ni timidez.
Necesitaba su boca en mí.
Me abrió más, apoyando mis piernas a cada lado de sus anchos hombros, y
presionó su lengua caliente sobre mi coño, lamiendo lentamente mi abertura.
Jadeé, agarrando la colcha con los puños apretados, mientras él empezaba a
darme besos con la boca abierta en el coño.
—Joder, Cassie, qué bien sabes. ¿Cómo sacaba tu ex novio la cabeza de entre
tus muslos?
—Yo no, ellos nunca...
—¿Nunca te han comido, anima mia? Sacudí la cabeza.
—Qué lástima, no saben lo que se han perdido —añadió, antes de
desaparecer entre mis piernas con renovado ardor. Utilizaba su lengua, sus
labios, sus dedos, y lo único que yo podía hacer era sujetarme con fuerza e
intentar no desmayarme ante un placer tan intenso.
Me corrí, gritando su nombre. Si muriera ahora, moriría como una mujer
feliz.
Luca me besó tiernamente la cara interna de los muslos antes de levantarse,
con sus labios brillantes por mi excitación, el pelo revuelto por mis piernas y
dedos.
No me quitaba los ojos de encima mientras se desabrochaba el cinturón y la
cremallera, sacando su dura polla.
Mis ojos se agrandaron y él me dedicó una orgullosa sonrisa masculina,
disfrutando de mi reacción ante el tamaño de su polla.
—Esto es lo que me estás haciendo. Estoy duro por ti... todo el tiempo.
Se puso encima de mí y me besó profundamente. Podía saborearme en su
lengua y era deliciosamente perverso.
—No veo la hora de follarte —susurró contra mis labios, mientras frotaba su
polla arriba y abajo por mi hendidura, lubricándola.
Tenía que decírselo, era muy grande y nunca lo había hecho antes. Tenía que
saber que era mi primera vez.
—Nunca había hecho esto antes —susurré, antes de besarle el cuello.
Me mordió la bola del hombro.
—¿Tener sexo con tu jefe mafioso mucho mayorque tú?
—No, sexo... en absoluto.
Se quedó inmóvil, con su polla presionando suavemente mi entrada.
—¿Estás diciendo...? —frunció el ceño como si eso no tuviera sentido.
—Soy virgen.
―¡Dio mio! ―En un segundo su cuerpo había desaparecido y él intentaba
meter de nuevo su dura polla en los pantalones―.
¡Deberías haberlo dicho! —ladró acusadoramente.
—¿Qué? Luca. ¿Qué? —Mi cerebro aún estaba ralentizado por la niebla de
placer de los orgasmos que me había dado―. Luca, está bien. Quiero que seas el
primero. —Me incorporé y me acerqué a él.
Sacudió la cabeza y dio un paso atrás.
—¡No quiero eso! No, no puedo hacerlo. —Se dio la vuelta y salió de la
habitación sin mirar atrás.
Miré a mi alrededor, completamente perdida, y mi corazón se rompió en mil
pedazos bajo la fuerza de su rechazo, y entonces, por primera vez desde que todo
se fue a la mierda en mi vida, me permití llorar.
CAPÍTULO 17

Cassie

M
e desperté a las cinco de la mañana, reseca y con un dolor de cabeza de
muerte. Pero no me sorprendía. Esa noche había llorado durante horas,
literalmente hasta quedarme dormida, y probablemente dejé de llorar
cuando ya no me quedaban lágrimas.
El rechazo me había herido profundamente, y me mortificaba tener que
enfrentarme a Luca hoy.
Negué con la cabeza. No, no podía hacerlo. Necesitaría unos días antes de
volver a verlo.
Me levanté, cogí una botella de agua de la mini nevera, me la bebí de golpe
antes de meterme una ducha caliente y ponerme un jersey rojo de gran tamaño y
unos leggings negros, sintiéndome un poco más yo misma, a pesar del profundo
corte que me había causado su rechazo.
Hice la maleta, doblé su chaqueta con cuidado, dejándola junto con sus
zapatos delante de la puerta de su habitación antes de bajar en el ascensor.
Agradecí que el hotel estuviera lo bastante cerca de la estación y tomé un tren
de vuelta a Riverstown antes de las siete de la mañana.
Le envié un mensaje a Dom para que fuera a recogerme, necesitábamos
hablar de todos modos, y un paseo en coche parecía ser la mejor manera.
La verdad es que me sorprendió encontrarlo allí, había esperado que me
evitara.
―¿Por qué no volviste con Luca? ―preguntó, mientras arrancaba el coche.
Lo fulminé con la mirada.
―¿Sabe que estás aquí? ¿Qué ha pasado? ¿La ha cagado?
―Creo que tienes que dar algunas explicaciones ―dije, ignorando su
pregunta.
Suspiró. ―Sí... no sé por dónde empezar.
―¿Tu viste al menos una reacción alérgica?―pregunté. Si la erupción había
sido fingida, era impresionante.
―Técnicamente, sí.
―¿Técnicamente?
―Tuve una reacción alérgica, pero no fue del todo un accidente. — Me
retorcí en el asiento, mirándolo con horror.
―¿Te has envenenado? ―pregunté, apenas dando crédito a mis propias
palabras―. ¿Quién hace eso?
Suspiró. ―Suena mucho peor de lo que es en realidad.
―¿Lo es?
―Todavía es súper temprano. ¿Qué te parece si paramos a tomar un café y
una magdalena de vuelta, y entonces te lo explico todo?
Mi estómago gruñó, pidiendo comida.
―¡Bien! Un café y una magdalena para llevar, y tú y yo aparcamos en algún
sitio y charlamos en el coche, ¿trato hecho?
Paramos en el autoservicio y pedimos un café con leche de vainilla y un
brownie de Nutella para mí, y un café solo y una magdalena integral de plátano
para él. ¡Puaj, qué asco!
Recorrimos un trecho, tomamos una carretera secundaria y aparcamos en un
tranquilo aparcamiento del sendero de montaña. Era un día lluvioso, algo que los
excursionistas habituales no disfrutaban especialmente.
―¿Y qué hay de tu intento de suicidio? Dom puso los ojos en blanco.
―No fue un intento de suicidio. Sabía exactamente lo que estaba haciendo.
No es la primera vez que tengo una reacción alérgica a propósito.
―¿Por qué alguien...? ―me detuve, agitando la mano desdeñosamente―.
¿Sabes qué? Ahora mismo no viene al caso. ¿Por qué lo hiciste esta vez?
Tomó un sorbo de café.
―Por dos razones. Una, Luca está claramente enamorado de ti y sabía que le
estaba matando enviarte al baile conmigo, así que pensé que, si le daba un
empujoncito, quizá dejaría de ser un gallina y actuaría en consecuencia... lo cual,
basándome en tu pronto regreso y en el par de mensajes que recibí de él, fue
contraproducente.
―Evidentemente ―respondí, aún mortificada al recordar cómo me había
rechazado segundos antes de hacerme el amor―. ¿Cuál es la segunda razón?
―Creo que alguien quiere a Luca muerto.
Me quedé helada. De todas las cosas que esperaba oír, esa no era una de
ellas. Como si nada, el móvil de Dom sonó y el nombre de Luca parpadeó en la
pantalla.
―Tengo que cogerlo. ―Lo puso en altavoz―. Hola.
―¿Sabes dónde está? ―preguntó Luca, con la voz entrecortada por la
preocupación.
Casi me habría sentido mal por irme así, si mi mortificación de la noche
anterior no estuviera tan reciente.
―Conmigo, en el coche, de vuelta a la mansión... Estás en altavoz ―añadió
rápidamente.
―¿Cassie?
El corazón se me estrujó en el pecho al oír su voz cálida y profunda diciendo
mi nombre.
―¿Sí?
―¿Qué ha pasado?
Miré el teléfono con el ceño fruncido, ¿estabaloco? ¿No recordaba la
humillación de anoche?
―Me levanté temprano y no quise perder el día. Decidí volver al trabajo.
Luca permaneció en silencio tanto tiempo que casi pensé que había colgado.
―Ya veo ―respondió finalmente.
¿En serio?
―Bien, estoy de regreso, discutiremos más cuando llegue a casa.
No, no lo discutiremos.
―Eso no será necesario.
―Creo que sí.
―Yo le aseguro, señor, que no lo es. Suspiró cansado.
―Cassandra... ―dijo en tono de advertencia.
―Señor... ―respondí con el mismo tono.
―Te veré cuando llegue.―Y sonó mucho más como una amenaza que como
una promesa.
La línea se cortó.
―Eso estuvo bien, y no fue nada incómodo. ―Dom suspiró, guardándose el
teléfono en el bolsillo.
―¿Crees que alguien quiere a Luca muerto? Dom asintió bruscamente.
―Aún no tengo pruebas y por eso necesitaba a Luca lejos. Quería mirar en
sus papeles, y todo eso porque... ―Se reclinó en su asiento, cerrando los ojos―.
Luca nunca bebía demasiado en público, y especialmente cuando iba en coche
con su familia. Aquella noche sí que se peleó con su padre. No se suponía que
Gianna y Arabella estuvieran en un coche con él, a pesar que lo conozco mejor
que eso. Simplemente no cuadra. Y se ha estado ahogando en su dolor y
autocompasión durante tanto tiempo, pasando todos los días
borracho. No contaba con el estado de ánimo adecuado para pensar que todo
fuera cierto. Además, su padre había muerto en un tiroteo en un lugar en el que
ni siquiera debería haber estado. ―Dom levantó las manos exasperado―.
Resulta tan obvio y nadie dice nada, y luego Luca se lo entregó todo a Benny y
Savio y actúan todos...
―Se volvió hacia mí―. Creo que es un trabajo desde dentro y se lo
demostraré.
Asentí con la cabeza. De todas formas, no me gustaban las vibraciones que
me había transmitido el imbécil de Savio anoche.
―Benny siempre tuvo una megalomanía al más alto nivel. Ninguno de ellos
es de lo más brillante, definitivamente tienen más fuerza muscular que cerebro,
pero... ―Golpeó el volante con frustración―. Has devuelto a Luca a la vida,
está más receptivo, bebe mucho menos. Vuelve a interesarse por las cosas de la
famiglia. Si tengo razón y Benny y Savio están detrás, volverán a por él y quiero
pruebas, para acabar con ellos antes de que acaben con él.
No pude evitar el pellizco de felicidad que sentí al saber que podía haber sido
parte de la recuperación de Luca, a pesar de lo ocurrido anoche.
―Puedes, ya sabes. ―chasqueé los dedos.
―¿Qué significa...? ―Imitó mi gesto―. ¿Qué significa?
―Ya sabes... hacerlos desaparecer.
―Oh, ya veo... ―asintió―. ¿Con los pies en hormigón en el fondo del
océano? ¿O más bien en los cimientos de un edificio en construcción, o incluso
en el viejo escenario de enterrarlos en medio del bosque?
El muy cabrón se estaba burlando de mí. Crucé los brazos sobre el pecho y le
fulminé con la mirada.
―¡Olvídalo!
―No, no, es interesante. ―Ahora sonreía sinceramente―. ¿Con qué
referencias estamos trabajando? ¿Los Soprano? ¿El Padrino? No me digas
McMafia, eso es insultante.
Le levanté el dedo medio, haciéndolo reír.
―No, ya me gustaría. ―Soltó un suspiro―. Pero hay reglas que todos
debemos cumplir. No puedo llevarme a uno de mi famiglia sin pruebas e incluso
entonces necesitaré la aprobación del consejo, que básicamente es Matteo
Genovese.
Hice una mueca.
―Exacto. Luca es el favorito de Genovese, pero aun así... ―Ladeó la
cabeza―. Y yo estoy lejos de ser uno de sus favoritos. Me ve como a un
cachorro irritante en el mejor de los casos.
―Entonces, ¿qué vamos a hacer?
―¿Nosotros? ―preguntó, arqueando las cejas con incredulidad, mientras
una pequeña sonrisa se dibujaba en un costado de su rostro.
―Sí, nosotros. No voy a dejarte en esto solo, y no arriesgaré la vida de Luca
si puedo evitarlo.
Dom me agarró la mano y me la apretó.
―Él no querrá que te pongas en peligro.
―Y yo sé que me mantendrás a salvo.
Asintió con la cabeza. ―Sí, por supuesto que lo haré.
―¿Qué necesitas?
―No sé qué ha hecho para enfadarte, pero necesito que le perdones. No
puedo permitir que vuelva a ser un huraño alcohólico.
―No estoy enfadada con él. Es solo... ―me sonrojé con incomodidad―. No
ha hecho nada malo..., en realidad no. Es que... hablaré con él.
―Perfecto, vamos.
―¿Pero encontraste algo anoche? ―pregunté, mientras daba la vuelta al
coche.
―Un poco, pero no tanto como pensaba. ―Su voz estaba tensa por la
frustración―. Luca parece querer olvidarlo todo, pero he encontrado algunas
fotos de la escena, y no hay marcas de frenos en la carretera... ―Se encogió de
hombros―. No lo sé, pero ¿no crees que intentarías frenar si perdieras el control
del coche? Y hay... fui a la ciudad y me colé en el hospital, hay cosas raras en su
expediente... los números de página no están como deberían... tienen colores
diferentes... distinta letra para un mismo médico...
Fruncí el ceño.
―Pequeñas cosas, pero suficientes para que te lo cuestiones todo. Dom me
lanzó una rápida mirada de reojo, llena de alivio.
―¡Exactamente! Me alegro de que estemos de acuerdo.
―Lo resolveremos. ¿Has intentado hablar con el médico o el policía a cargo?
Suspiró.
―Lo intenté... El médico murió en el incendio de una casa un par de meses
después del accidente, y al policía le dispararon siete veces en el pecho en un
allanamiento de morada, una semana después.
―Ya veo... Podría ser una coincidencia ―dije, sin llegar a creérmelo―.
Pero... a mí me parece que se trata más bien de atar cabos sueltos.
―Sí.
―¿Por qué no se lo dices? Se va a enfadar cuando se entere.
Dom se encogió de hombros. ―Podría, pero ha estado tan hundido en la
desesperanza... No creerá que él no es el culpable, al menos no ahora.
―Bien, ya se nos ocurrirá algo.
Cuando llegamos a la casa, Luca nos estaba esperando, con los brazos
cruzados sobre el pecho mientras miraba el coche.
Dom puso los ojos en blanco. ―Niña, papi está jodidamente furioso.
―¿Por qué?
Dom soltó una risita.
―Eres tan despistada que resultas entrañable. Apenas el coche se detuvo,
Luca me abrió la puerta.
―Cassie.
Fruncí el ceño al oír la frialdad de su voz.
―Luca ―respondí, saliendo del coche. Luca miró a Dom.
―Pensé que ambos volvíais a casa andando. Tardasteis... ―Miró su reloj―.
Más de una hora en volver.
Dom se encogió de hombros.
―Nos detuvimos en el bosque para echar un polvo rápido, pero esta tardó
mucho en correrse.
Miré a Dom, con la boca abierta y asombrada, mientras oía un gruñido grave
procedente de Luca.
¿De verdad hacían eso los hombres? Miré a Luca... Parecía dispuesto a matar
a Dom. Aunque no tenía sentido, ya que anoche me dejó toda caliente y deseosa
en la cama.
Dom se rio.
―Funciona siempre. Hasta luego. ―Me lanzó una última mirada antes de
subir las escaleras, silbando.
―Cassie ―empezó Luca, con una voz mucho más suave ahora, tan suave
que casi parecía una caricia sobre mi piel.
Asentí con la cabeza.
―Tenemos que hablar, lo sé. ¿Adónde?
Luca pareció sorprendido por mi aceptación y, para ser sincera, si no hubiera
sido por mi charla con Dom, me habría escondido para lamerme las heridas.
―¿La biblioteca? ―sugirió, haciéndome un gesto para que subiera las
escaleras.
Asentí y lo seguí en silencio hasta allí.
―Cassie, lo de anoche, yo lo siento ―empezó apenas cerró la puerta tras
nosotros.
Me di la vuelta. Tenía un aspecto tan delicioso con su camiseta negra
ajustada, estirándose sobre su ancho pecho y sus gruesos brazos, las manos
metidas en los bolsillos de sus vaqueros azul claro.
Quería preguntarle si sentía haberme dejado abatida y deseosa sobre la cama,
o si sentía haberme tocado. En cualquier caso, me escocería.
―No te disculpes. ―Hice un gesto con la mano, intentando sonar distante a
pesar de la vergüenza y el rechazo que aún me estrujaban dolorosamente el
corazón.
Luca frunció el ceño.
―No hay nada que lamentar. No has hecho nada malo. ―Quise decir eso...
más que nada―. Todos tenemos derecho a cambiar de opinión. No tenías todas
las cartas en la mano. No sabías de mi... condición de virgen. ―Sentí el calor del
rubor subir a mis mejillas, ser pelirroja con una piel tan pálida no me ayudaba a
parecer estoica.
Frunció el ceño y cruzó los brazos sobre el pecho. ¿Se estaba enfadando?
―A muchos hombres no les gustan las mujeres inexpertas. Lo entiendo, de
verdad. ―O al menos lo intento con todas mis fuerzas.
―Bueno, a ver si lo he entendido. ¿Crees que hui porque eres virgen, y eso
hizo que te deseara menos?
Me encogí de hombros.
―Cassie, eso me hizo desearte más. Arqueé una ceja con incredulidad.
―Huiste muy rápido. ―Negué con la cabeza―. De todos modos, no
importa. No hay sangre, no hay falta. Estamos bien.
Se quedó allí estudiándome, como si sus ojos oscuros pudieran ver
directamente dentro de mi alma, y mi cuerpo se estremeció ante su intensidad.
―Me convertí en oscuridad para proteger la luz, Cassie. Soy todo oscuridad
y no merecías ser mancillada, no por mí. Esa parte de ti no me pertenece.
―Es mía para darla, Luca. Yo decido a quién quiero darle esa parte de mí.
―Respiré hondo.
―No sabes lo que dices. Odias a tus padres por la gente que mataron. ¿A
cuántas personas hirieron? ¿A cinco? ¿A diez?
Fruncí los labios con irritación, sabía que no era un ángel...
―¿Qué quieres decir?
―¡He matado al menos a cinco veces ese número con mis propias manos!
―Me mostró las manos para enfatizar―. Y he ordenado muchas más. Mis
manos están cubiertas por un río de sangre.
―¿Eran mala gente?
―¿Qué? ―Arqueó las cejas, mi pregunta le sorprendió.
―¿Eran malas personas? Pareció pensarlo.
―Sí, pero eso no es realmente la cuestión, ¿verdad?
―En realidad sí lo es. Mis padres mataron a ancianos indefensos por codicia.
Mis padres son monstruos. Tu mataste asesinos, mentirosos y gente con las
manos ya manchadas de sangre.
Sacudió la cabeza.
―No me conviertas en el héroe de esta historia, Cassandra. Me reí de eso.
―No eres un héroe, no soy una ilusa. Puede que no conozca esta vida, pero
sé lo suficiente. Eres un villano ―asentí―. Pero un villano siempre puede ser el
héroe en la historia de alguien... Igual que el héroe puede ser el villano en la
historia de otro alguien. Todo es cuestión de perspectiva.
Dejó escapar un suspiro cansado.
―Cassie...
―Está bien, lo entiendo, lo prometo. No estoy enfadada. No hay nada de
anoche que tengas que expiar, pero...
―¿Pero qué? ―me animó―. Pregunta cualquier cosa.
―Me gustaría mucho que pudiéramos volver a lo de antes, hacer como si no
hubiera pasado nada ―pregunté amablemente―. Estoy demasiado avergonzada,
y me gustaría olvidar, por favor.
Apartó la mirada un segundo, como si no quisiera que viera cómo le hacía
sentir.
Finalmente, volvió a mirarme, con su plácida máscara habitual.
―Sí, me parece prudente. ¿Amigos? Asentí con la cabeza.
―Por supuesto. ―Forcé una sonrisa―. Nos vemos luego, ¿de acuerdo?
Asintió, moviéndose de su sitio frente a la puerta.
―Sí, más tarde.
CAPÍTULO 18

Luca

H
abían pasado cuatro días desde la fiesta en mi antigua casa y, a pesar de
todo, solo el final de la noche era lo que me inquietaba.
No tenía muchas ganas de ir allí, de ver la casa en la que vivían mis
padres, lugar al que llevaba de regreso a mi familia cuando los maté.
Pero Dom tenía su alergia y yo sabía que no podía echarme atrás. Me había
comprometido con Matteo y sabía que Cassie estaba deseando salir una noche y,
de algún modo, la sola idea de decepcionarla me inquietaba mucho más de lo
debido.
Ella había hecho que la experiencia fuera mucho mejor de lo que podría
haber sido. Ella no lo sabía, pero había sido mi ancla esa noche. Odiaba cómo mi
tío había transformado la casa. Odiaba verlo sentado como un puto rey, mirando
a sus súbditos. Odiaba ver a hombres con tatuajes de águilas en el cuello. Los
putos Bajrak de la mafia albanesa invitados a una fiesta de la famiglia, cuando
por fin habíamos conseguido pactar una escabrosa tregua con los rusos.
Me había sentido a punto de explotar toda la noche, mi tío era mucho más
tonto de lo que había pensado en un principio, pero entonces sentí su pequeña
mano en la mía y todo dejó de... doler. No había planeado lo que le hice en el
secreto mirador, pero aquella mujer me insufló tanta vida y fuego que no pude
contenerme. Tenía que tocarla, poseerla.
No importaba lo que le prometiera, no podía olvidar su sabor, la suavidad de
su piel, cómo sus gemidos habían resonado hasta mi alma.
Me había estado masturbando todas las noches desde entonces, pero este
deseo seguía ardiendo dentro de mí.
Podría haber dicho que todo estaba olvidado y perdonado, pero había puesto
una especie de barrera entre nosotros, la relación fácil se había esfumado. Se
mostraba más reservada y odiaba eso.
Aunque no podía culparla, lo que había hecho estaba mal, muy mal. Bueno,
al menos sería como ella lo veía... como un rechazo.
Si tan solo supiera que alejarme de ella, tan hermosa y tan receptiva a mis
caricias, había sido lo más difícil que he tenido que hacer.
Pero cuando admitió que era virgen, la parte caballerosa de mí había
asomado su fea cabeza. No tenía derecho a tomar algo que no podía
pertenecerme.
Me moría por ser su primero, su último, y su único. Necesitaba ser merecedor
de esta parte de ella, de este pedacito de su historia que me perteneciera, pero no
lo era. Era un pecador con las manos manchadas de sangre.
Ella no sabía que Matteo nos había atado a la famiglia, pero tenía la certeza
de que podía concederle la libertad. Podía ver lo desesperado que estaba Matteo
por que ocupara mi lugar.
Lo haría por ella. Daría un paso adelante y ocuparía mi trono en el infierno,
si él prometiera dejarla en paz y no maldecirla a una vida con nosotros. Lo haría.
―Tu primo Savio está aquí.
Levanté la vista, sobresaltado, y la encontré delante de mi despacho.
Hice una mueca. ―¿Es él?
―Sí, está esperando delante de la puerta. Necesitaba encontrarte, pero no
sabía dónde estabas. ―Sonrió tímidamente.
Me recosté en la silla y una sonrisa se dibujó en mis labios. Aquella mujer
conseguía hacerme feliz incluso cuando ya no lo creía posible.
―También me estaba escondiendo muy bien. Apuesto a que nunca habrías
esperado encontrarme aquí, en mi despacho —bromeé, siguiéndole el juego.
―No.
―¿Y cuánto tardaste en encontrarme?
―Veinte minutos hasta ahora. — Solté una carcajada sorprendido.
―Esa es mi chica ―dije, recuperando la sobriedad casi de inmediato.
Me dirigió una mirada suave y una sonrisa amable. No le extrañó que la
llamara así y le gustó. Si supiera cuánto me gustaba llamarla mía.
―Te dejo que te ocupes de él. Estaré en mi habitación viendo mi programa.
No te ofendas, pero no soy fan suya.
―¿De quién? Creo que es el único que es fan de sí mismo.
Me serví un vaso de whisky antes de llamar al guardia y pedirle que
acompañara a Savio a mi despacho.
Necesitaría un trago para enfrentarme a ese imbécil narcisista. Llamó a mi
puerta.
―Adelante.
Entró y todo lo que iba a decir murió en mi garganta. No había venido solo,
había traído a Francesca con él...
Francesca Morena... mi ex prometida y su actual pareja. Ella no debería estar
aquí por muchas razones. La primera, porque era una zorra oportunista,
impulsada por el dinero... una perfecta esposa mafiosa, pero en la que no se
podía confiar en el mundo de los negocios.
―Francesca, ¿a qué debo el disgusto? ―Di un sorbo, sin ofrecerles asiento
ni bebida. No eran bienvenidos y me importaba un bledo el decoro.
Se acercó a mi mesa, contoneando las caderas a cada paso. Llevaba un look
de secretaria sexy, falda lápiz negra, blusa transparente roja, pintalabios a juego
y el cabello largo y oscuro recogido en una coleta alta y lisa.
Solía provocarme cosas, y mi polla respondía a su belleza. Mi oscuridad se
alimentaba de la suya, pero ya no.
―Mi sei mancato, Gianni, tesoro ―resopló con su voz sexy, inclinándose
hacia delante sobre mi escritorio, intentando mostrarme su amplio escote... Qué
pérdida de tiempo.
―¿Me has extrañado? ―pregunté, arqueando una ceja ―. Lástima que yo
no pueda decir lo mismo.
Dejó escapar una carcajada, apoyando su mano perfectamente cuidada sobre
su pecho. —Gianni, vamos.
Apreté los dientes.
―Soy Luca o Gianluca. No Gianni. ―Miré a Savio—. ¿Puedes ponerle una
correa a tu novia?
Savio hizo saltar su chicle. Llevaba el pelo con raya a un lado y casi le
brillaba de todo el producto que llevaba. La camisa medio abierta, la gruesa
cadena de oro y su corno portafortuna de oro, el colgante en forma de guindilla
descansando sobre el vello de su pecho... Parecía un cliché andante de la cultura
cursi italiana. Este colgante normalmente se llevaba como signo de virilidad...
como un protector de tu esperma. Joder, no podía pensar en ninguna mujer
medianamente cuerda que deseara el esperma de aquel desecho de la costa de
Jersey.
―Ella no es mía, hace lo que le da la gana ―respondió, con sus ojos bajando
hasta su culo—. Solo nos divertimos un poco.
Como si fuera a meter la polla en cualquier agujero en el que hubiera
estado... Prefiero cortármela.
―Ya veo... ―asentí—. ¿Qué quieres?
Finalmente cedió y se sentó pesadamente en el asiento al otro lado de mi
escritorio, Francesca seguía apoyada seductoramente contra el lateral de mi
escritorio... Si pensaba que había siquiera una posibilidad en el infierno de que
volviera a tocarla, ya se estaba buscando otra cosa.
―Así que decidiste salir de tu hermetismo. ―Empezó a reventar el chicle
otra vez.
―¿Qué te importa? Puedo hacer lo que me plazca.
Se encogió de hombros, pasándose la mano por el pelo engominado. Vale,
Travolta, baja el volumen de los 70. —Me gusta saber lo que pasa en mi ciudad.
Soltó una carcajada sorprendida.
―¿Tu ciudad?
Frunció el ceño como si no viera en qué se había equivocado.
―Soy el Capo, Savio. Pareces olvidarlo.
―No, no lo eres, renunciaste a tu título.
―No oficialmente. Lo retiraré cuando me apetezca.
―Si te apetece... ―insistió.
―No, cuando me plazca. Y puede que sea más bien pronto que tarde.
―¿Has informado a mi padre? Ladeé la cabeza.
―¿Por qué iba a hacerlo? Solo estoy recuperando algo que le presté por un
tiempo.
―Te deseo suerte para recuperarlo.
―No necesito suerte, Savio. Tengo todo el poder.
―¿Es por la zorra pelirroja? ―preguntó, lamiéndose el labio inferior de un
modo que me revolvió el estómago. Savio no era conocido por aceptar un no por
respuesta en lo que a mujeres se refería. Para él, un “no” no era más que una
sugerencia.
―¿Qué pelirroja?
―¿Tu criada? ―continuó, inclinándose hacia delante en su asiento—. Papá
dice que es solo una niña... pero es a la que llevaste al baile, ¿no?
Él no tenía idea si había sido ella o no. Enzo no me había delatado. Era un
buen chico.
―¿Y si lo es?
―No te habría tomado por un hombre que deseara niñitas
―intervino Francesca con aire enfurruñado—. Pensé que eras un hombre de
buen gusto ―añadió, apoyando la mano en la cadera.
―No siento ninguna atracción por ella. ―Miré a Francesca a los ojos—. Ni
por cualquiera.
Savio volvió a lamerse los labios y supe lo que ese cabrón estaba pensando.
Si sabía lo que yo sentía por Cassie, haría todo lo posible por llevársela. Si ella
estaba en su radar, la pobre chica estaba jodida y yo tendría que matarlo con mis
propias manos, sin importar las consecuencias.
Savio era tres años más joven que yo, pero siempre había tenido un estúpido
complejo de inferioridad respecto a mí. No solo quería ser como yo, quería ser
yo, y eso siempre incluía lo que yo tenía o lo que yo codiciaba.
Y Cassandra West era el premio final. Para mí, ella lo era todo.
―¿Puedo invitarla a salir? Está un poco plana, pero es tan bajita y pequeñita.
―Se mordió el labio inferior—. Apuesto a que su coño es el más apretado que
jamás probaré.
Necesité toda mi fuerza de voluntad para no saltar por encima de mi mesa, y
apuñalarlo en el cuello con mi abrecartas.
―¿Con lo pequeña que es tu polla? ―Hice una mueca—. No estoy seguro de
que algo pueda sentirse apretado.
Francesca soltó una risita en voz baja. Los dos sabíamos que era verdad. Lo
que Savio no tenía en los pantalones, lo compensaba con ego.
Savio frunció el ceño.
Suspiré, agitando mi mano hacia la puerta.
―Como quieras, invítala a salir, pero primero consúltalo con Dom. Creo que
esos dos tienen algo entre manos.
―¿Lo elegirás a él en su lugar?
―¿De verdad me estás preguntando eso? Por supuesto, lo haría, siempre.
―Cazzo ―murmuró—. ¿Me estás diciendo que la niña tiene algo con Dom?
¿Domenico Romano?
Le hice un gesto seco con la cabeza.
―Uhm ... ―Savio asintió—. Bueno, definitivamente ahora es más atractiva.
¿Esa chica puede lidiar con las perversiones de Dom? Mmm, mmm, mmm.
Quiero un pedazo de ese culo.
Volví a encogerme de hombros.
―Pregúntale. ―Me impresionó lo plácida que sonaba mi voz—.
Si está de acuerdo, haz lo que quieras.
Francesca le lanzó una mirada victoriosa.
―Te dije que era una estupidez, Luca nunca podría caer tan bajo como
conformarse con esa insignificante chica.
Savio se levantó.
―Voy a ver a mi hombre, Dom ―dijo.
¿Su hombre? Le esperaba una jodida llamada de atención. Dom odiaba a
Savio incluso más que yo.
―¿Y tal vez los tres podamos irnos de fiesta más tarde? He visto un club de
striptease junto a la interestatal. Quizá podamos divertirnos ―continuó,
frotándose las manos con excitación.
No pude evitar hacer una mueca al pensarlo. Había pasado por ese lugar,
parecía una ETS con paredes. No, gracias.
Francesca deslizó su mano por mi brazo, rastrillando suavemente sus uñas
contra mi cuello.
―No creo que Luca pueda ir. Estará muy ocupado conmigo esta noche.
Me volví hacia ella.
―¿Qué te parece un no? Francesca, déjame que te lo aclare. Hay un cero por
ciento de posibilidades de que vuelva a tocarte. Eras un objetivo, un cuerpo con
el que tenía que conformarme para satisfacer a mi padre, pero como tú misma
dijiste cuando estuve en el hospital, ahora soy una bestia y puedo hacer lo que
me dé la gana y tú, cariño, no estás en la lista.
―Vamos, Luca. Te conocí antes del infierno, cuando eras el rey, antes de la
oscuridad.
―Sí, lo hiciste, y te fuiste. Y tengo que admitir que estoy muy agradecido
por eso.
Sacudió la cabeza.
―Es por la chica, ¿no?
―Ya he dicho...
Puso los ojos en blanco.
―Oh, al diablo con lo que dijiste. ―Ella dio un paso atrás—. Te conozco,
Luca, y no soy tan estúpida como tu primo. Veo la cara que pones cuando hablas
de ella. Puede que sea de Dom, pero tú la quieres.
Me giré para ver que Savio se había ido y entonces me di cuenta de dos
cosas. Una, que aunque quisiera liberarla, Cassie estaba ahora en el radar de todo
el mundo, porque yo era tan suave como un elefante en una cacharrería y, en
segundo lugar, hacía mucho, mucho tiempo que había dejado de preocuparme
por ella. Cassie se preocupó por mí a pesar de mi oscuridad, me siguió hasta allí,
cogió mi mano, y me costaría demasiado dejarla marchar.
Salí del despacho y seguí la voz de Savio hasta el primer piso. Le diría que se
fuera a la mierda, que la chica no era suya para tocarla.
Se me paró el corazón cuando lo encontré apoyado en el marco de la puerta
de Cassie, hablando con ella dentro.
Ese hombre iba a morir.
Bajé disparado las escaleras, listo para matarlo. ¿Cómo se atrevía a invadir la
intimidad de mi chica? La conocía lo suficiente, nunca le habría abierto la puerta
de esa manera.
―Que me jodan de lado, tenías razón. Eso me paró en seco.
―Normalmente la tengo, ¿por qué esta vez?
Señaló el dormitorio y cuando miré dentro vi a Cassie y a Dom en su cama,
ambos apoyados contra el cabecero, con los brazos de él alrededor de los
hombros de ella, y la cabeza de ella apoyada en él.
Sabía que lo suyo era platónico y, sin embargo, no pude evitar sentir una
punzada de envidia. Envidiaba lo fácil que le resultaba a él estrechar lazos con
ella, a pesar de todos sus traumas y cicatrices, y lo fácil que ella confiaba en él a
pesar de lo aterrador que era.
―Dom tiene la tarde libre. ―Me volví hacia Savio, ignorando a Francesca
—. Puede hacer lo que le plazca.
―Y con quien le plazca ―añadió Dom con énfasis, acercando a Cassie a él.
Sabía que solo estaba siguiéndole el juego, mandando a Savio a la mierda, pero
una parte de mí aún quería matarlo por reclamar lo que era mío, aunque todo
fuera fingido.
Además, no es tuya, me recordó mi conciencia. Todavía no, pero pronto.
Algo andaba mal con Cassie. Podía verlo en la forma en que evitaba mis
ojos. No estaba seguro de qué era, pero lo sentía y deseaba desesperadamente un
momento a solas con ella para hablar.
―Quería preguntarte si te apetecía ir a tomar algo.
Dom me miró de reojo, y yo le hice un pequeño gesto con la cabeza, algo que
Savio pasó por alto, pero no Francesca. No, no lo hizo, porque ella lo sabía. Lo
sabía todo.
Dom asintió.
―Seguro. Conozco un bar estupendo, vamos. ―Besó a Cassie una vez más
en la frente y se levantó.
―Hay chicas calientes en el bar, ¿verdad?
Puse los ojos en blanco, mientras Dom se reía entre dientes.
―Las más calientes, hermano, excepto tú, nena ―añadió llamando la
atención de Cassie.
Suspiré, señalando a Francesca.
―Llévatela, por favor.
―Luca... ―empezó ella con su molesto quejido.
Sacudí la cabeza.
―No, no te escucho. Quiero que te vayas. ―Miré fijamente a Savio—. Será
mejor que te la lleves contigo y te asegures de que no vuelva nunca. ¿Entendido?
Savio chasqueó los dedos a Francesca antes de señalar la escalera.
Ella lo fulminó con la mirada, pero empezó a bajarla.
―¿No vienes? ―preguntó Savio, cuando él y Dom llegaron al final de la
escalera.
―Te veré allí. Necesito hablar con Cassandra un minuto.
―Pero...
―Nos encontrará allí ―ladró Dom, cortándolo—. Vámonos antes de que
cambie de opinión.
Esperé a que desaparecieran escaleras abajo antes de cerrar la puerta y
girarme hacia Cassie.
Estaba erguida, al otro lado de la cama, con los brazos cruzados sobre el
pecho, claramente a la defensiva y no tenía idea de por qué.
¿Era por Francesca? ¿Estaba celosa?
―Sabes que no significa nada …Francesca y yo...
―Quería discutir el trato que hicimos.
Di un paso atrás sorprendido y apoyé la espalda contra la puerta. ¿Qué trato?
—¿El acuerdo?
―Dijiste que si me quedaba hasta el verano, me ayudarías a irme y a
recuperar a mi hermano.
Asentí con la cabeza.
―Sí... ―dije con cautela.
―Necesito saber si es principio o final del verano... El principio sería lo
mejor.
Me quedé completamente desconcertado, el principio del verano era dentro
de un mes. La sola idea de su marcha me causaba un dolor agudo.
—No.
―¿No?
Sacudí la cabeza.
―Qué ha pasado, Cassie, cuéntamelo. Ella negó con la cabeza.
―¿Cuándo será?
Suspiré.
―Pensé... ―me detuve. ¿Qué pensaste, Luca? ¿Que se quedaría contigo para
siempre, sabiendo quién eres y lo que hiciste? ¿Fue criada por monstruos que la
descuidaron toda su vida y pasó por todo eso, hizo todos los sacrificios para
salvar a su hermano, solo para atar su vida con una bestia?
Tenía sentido y darme cuenta me dolió más de lo que debería.
Me quería, le gustaba, pero ni de lejos era lo que yo sentía por ella.
―¿De verdad quieres irte? ―le pregunté, sin poder disimular el tinte de
desesperación en mi voz.
―Yo …―Se detuvo y sacudió la cabeza.
Algo había pasado, de eso no cabía duda, pero ahora no era relevante.
Estábamos llegando al final del camino por lo que se veía. Dom, Matteo, y ahora
Francesca sabían lo mucho que me interesaba esta chica. Parecía que la única
persona que no lo sabía fuera ella. Era cuestión de tiempo que alguien más
descubriera lo que significaba para mí, y si realmente quería ofrecerle una
opción, era ahora o nunca.
Pronto estaría unida a mí, lo quisiera o no. Suspiré.
―Bien, puedes irte. ―Era lo correcto, así que ¿por qué me dolía tanto?
―¿Qué? ―Ella arqueó las cejas, sorprendida—. Hicimos un trato, yo...
―Y voy a cumplir ese acuerdo. ―Asentí—. Mi abogado en la ciudad ha
estado trabajando en este acuerdo. Puedes marcharte hoy mismo. Si decides irte,
preferiría que lo hicieras hoy. Llévate el
coche. Llamaré al abogado y te enviaré el número por mensaje de texto.
Llámalo y elige tus opciones, también te ayudará a solicitar la custodia de tu
hermano. Él ya está trabajando en ello, para ser honesto.
―¿Por qué me obligas a irme hoy? Me encogí de hombros.
―¿Por qué no? Mañana no me dolerá menos verte marchar. Ella frunció el
ceño.
―¿Te dolerá?
Me quedé callado, ¿cómo podía estar tan ciega esta mujer?
―Te oí hablar con ellos en tu despacho. Subí para asegurarme de que
estuvieras bien... ―Desvió la mirada—. Les dijiste que yo no te importaba..
Eso era todo. Cómo era tan fácil para esta chica creerse las mentiras, pero no
podía creerse la verdad que yo le mostraba.
―La verdad, Cassie, es que estaba luchando por tu lugar en este mundo con
todo lo que tenía. Intentaba tomar una decisión por ti, una decisión que no tenía
derecho a tomar. —Le dediqué una pequeña sonrisa—. Quería ser desinteresado,
ahorrarte esta vida que, por mucho que quiera protegerte de ella, te manchará.
Pero, fingir, mantenerte a distancia, no tomar lo que tan generosamente me
ofrecías, me hizo miserable y creo que a ti también te hizo un poco desdichada.
―Luca... ―susurró ella, dando un tímido paso adelante.
Levanté la mano para detenerla. No podíamos seguir jugando a
este juego. Este ir y venir era peligroso para ella y para mí.
Tenía que establecer este ultimátum ahora, aunque no quisiera.
—Así que ya puedes irte, tendrás todo lo que te prometí. Seguirás con tu vida
y a veces pensarás en mí o no... Consigue esa vida encantadora, tranquila y
blanca que te mereces. —Me detuve para respirar hondo. Podía imaginármela,
esa encantadora vida blanca para ella. No se merecía menos, pero el dolor que
despertó en mí oprimió mis pulmones como una prensa de acero.
―O puedes quedarte aquí, conmigo, pero no como mi ama de llaves o lo que
sea, sino como mía. —Solo decir las palabras aliviaba el dolor—. Pero tienes
que saber que, si me eliges, no hay vuelta atrás, Cassie. Una vez dentro, no hay
salida. Recuperaré a tu hermano, se mudará con nosotros y construiremos
nuestras vidas. Debo volver a mi posición. Volveré a ser el Capo, y, si por algún
milagro decides quedarte, caminarás en la oscuridad conmigo, tomándome de la
mano y manteniendo el camino iluminado con tu bondad. Serás la vocecita de la
razón en mi oído cuando la oscuridad me engulla, serás... tú.
―¿Por qué? ―preguntó, rodeándose con los brazos como si necesitara ese
consuelo.
―¿Por qué, qué?
―¿Por qué debería quedarme?
Le dediqué una sonrisita cansada.
―Tú sabes por qué. Claro que lo sabes. Y es que en esta vida no sabemos
cuánto futuro nos queda. Fui testigo de ello en primera fila, cuando me llevé por
delante el futuro de dos personas a las que quería más que a mi vida. Lo que se
fue, se fue, y en mi trabajo nada está garantizado, el futuro aún menos y anhelo
tenerte en él. ¿Es justo? En absoluto. ¿Te mereces algo mejor? Sin duda. Pero,
Cassie, ánima mía, solo eres tú.
—¿Qué significa? ¿Anima mia? —preguntó ella, con su voz en un suave
susurro.
Suspiré, abriendo la puerta.
—Te lo diré. Si decides quedarte lo haré. Pero, piénsatelo bien, porque por
mucho que quiera retenerte, se acabó el mentir. Esta vida no es un cuento de
hadas y no soy un príncipe azul, y será un compromiso del que no podrás alejarte
sin más.
―¿Adónde vas?
Solté una risita sin humor.
―Voy a emborracharme muchísimo con Dom y el aspirante a Tony Manero,
y cuando vuelva a casa, o estarás aquí o no estarás, pero sea como sea,
Cassandra West, nunca me arrepentiré de haberte conocido. Porque me
demostraste que incluso un pecador como yo podía amar, que a pesar de todo no
estaba muerto por dentro, que mi corazón aún podía sentir, y solo por eso todo
había merecido la pena.
CAPÍTULO 19

Cassie

E
staba tumbada en la cama, mirando cómo las sombras de la luna jugaban
en el techo. Alcé la mano, y tracé el collar que Luca me había regalado.
Me daba una salida, todo lo que quería. Prometió que recuperaría a
Jude y yo sabía que sus palabras eran inflexibles, pero también me pidió que me
quedara, y, cuando me miró, bajando la guardia, supe que estaba perdida, y
aunque aún no había estado preparada para admitirlo ante mí misma, dejarme
amar por un hombre como él me aterraba.
Quería dejarlo a él y a esta vida atrás. Él tenía razón, yo había querido una
vida tranquila y sabía que nunca la tendría estando con el Capo de la mafia. No
era una experta y Dom también tenía razón, mis referencias mafiosas se
limitaban a la trilogía de El Padrino y a un par de temporadas de Los Soprano,
pero no era idiota. Sabía que había mucha sangre, violencia y muerte.
Incluso había marcado el número del abogado tan pronto como Luca me lo
envió por mensaje, pero, por mucho que hubiera querido pulsar enviar, no pude,
porque la idea de alejarme y no volver a verlo nunca, de no sentir nunca lo que
sentía por él, me aterraba mucho más que formar parte de este mundo del que no
sabía nada, aunque sí había algo de lo que estaba segura. Sabía que estaría con
Luca y que él me mantendría segura, que estaría ahí para mí, y para Jude, y
esto era suficiente para tomar la decisión que sentía que era la correcta para mí.
La conmoción del piso de abajo interrumpió mis pensamientos. Sin pensarlo,
salí de la cama y corrí escaleras abajo, pero me detuve a mitad de camino.
Luca estaba allí, con Dom y Savio, y Dom de alguna manera trataba de
mantenerlo erguido.
Los tres hombres se volvieron hacia mí, y la sorpresa en el rostro de Luca se
transformó en algo que me hizo estremecer, cuando sus ojos oscuros recorrieron
mi cuerpo.
En ese momento me di cuenta de que no me había molestado en ponerme la
bata, y que la camiseta de tirantes y los pantaloncitos cortos con los que había
dormido no dejaban mucho a la imaginación.
Estaba a punto de excusarme y volver corriendo a la habitación, con la
esperanza de morirme de mortificación antes de volver a ver a aquellos hombres,
cuando me fijé en la sangre que goteaba de la ceja derecha de Luca, y en las
manchas de sangre de su costado izquierdo. Me apresuré a bajar, olvidando de
repente mi vergüenza.
―Estás herido ―susurré, poniéndome delante de él.
―No es mi sangre ―respondió sombríamente.
Asentí, agarrándolo de la mano y llevándolo a la cocina.
―Siéntate. —Señalé una silla antes de sacar el botiquín de debajo del lavabo.
Luca no se resistió y se sentó.
―¿Debería saber qué ha pasado? ―le pregunté cuando me dio su camisa.
―No tienes que hacer eso ―me llamó mientras entraba en el lavandero—.
Solo es una camisa.
―No es solo una camisa, es tu camisa favorita. Dame un minuto.
―La empapé en agua y bicarbonato y, cuando volví a entrar, vi que tenía los
ojos ligeramente vidriosos y parecía menos dueño de sí mismo.
―¿Está …está borracho? ―pregunté a los chicos que estaban junto a la
puerta de la cocina. Dom parecía protector, Savio especulador.
―No, no lo estoy, pero me estaba acercando. ―Suspiró mientras yo acercaba
una silla para sentarme frente a él.
Le lancé a Dom una mirada interrogante. Dom puso los ojos en blanco.
―Nuestro hombre tiene mal genio y un tipo le ha molestado.
―Ya veo. ―Miré a Luca y negué con la cabeza—. Te has puesto en plan
cavernícola.
Siseó cuando presioné suavemente la bola de algodón empapada en
desinfectante, justo encima de su frente.
―¿Por qué te quedaste? ―susurró, mientras limpiaba el corte.
Seguí trabajando en silencio. No quería compartir mis sentimientos delante
de testigos.
Atrapó mi muñeca, manteniendo sus ojos fijos en los míos.
―Te quedaste ―continuó, como si apenas pudiera creerlo—. Después de
todo lo que te dije, después del compromiso que impone, después de darte una
salida... Te quedaste. ―No se me escapó el anhelo en su voz y en sus ojos.
Me metí entre sus piernas abiertas y miré su pecho lleno de cicatrices. Estaba
demasiado asustada para mirarlo.
Tracé una de sus cicatrices en su pecho con el índice.
―Por ti, Luca Montanari, una y mil veces ―susurré. Era una cita de su libro
favorito y sabía que lo entendería. Pasaría todas las pruebas por él.
Su mano apretó mi muñeca.
―¡Fuera! ―ladró.
Levanté la vista, sobresaltada, y vi que miraba a Dom y Savio, que estaban
detrás de nosotros.
―Vivo aquí ―empezó Dom.
―No, esta noche no ―contestó, mirándolos fijamente—. No me importa
dónde vayas, pero quiero que te vayas. ―Él me atrajo más cerca, deslizando su
mano debajo de mi top y apoyando una mano posesiva en mi estómago—. Esta
noche reclamo lo que es mío ―dijo, mirándome con tanto ardor en sus ojos, que
mi corazón empezó a martillearme en el pecho.
Savio empezó a decir algo, pero Dom le dijo algo en italiano, tras lo cual oí
cerrarse la puerta y la habitación quedó completamente en silencio, salvo por el
ruidoso reloj de pie del vestíbulo y mi agitada respiración.
Luca seguía mirándome en silencio, rozándome el estómago con el pulgar.
―No me atreví a albergar la esperanza que te quedaras —admitió
entrecortadamente, tan afectado como yo por el fragor del momento, el aire entre
nosotros crepitando con nuestro deseo.
―No podría dejarte. ―Ti amo, mia bella bestia ―dije, esperando no estar
destrozando su idioma.
Su rostro se iluminó y tiró de mí hasta colocarme a horcajadas sobre su
asiento, con el vientre presionado contra su creciente erección.
―Oírte hablar en italiano... ―Se interrumpió, tiró de mí hacia delante,
besándome el cuello ―. Te amo, mi corazón, mi alma. —Rozó con los dedos el
collar que me había comprado—. Cuando te lo regalé, dije que era solo porque
me pareció hermoso, pero es de serotonina, porque la serotonina es la fuente de
tu felicidad y tu bienestar. Tú eres mi serotonina, Cassie, me haces más feliz de
lo que creí que podría llegar a ser. Más de lo que merezco.
Sujeté su rostro y lo besé, pero él no tardó en agarrarme la nuca y tomar el
control del beso. Me mordisqueó el labio inferior, con la fuerza suficiente para
hacerme jadear, e invadió mi boca con su lengua, saboreándome como si fuera
un hombre sediento, encontrando un oasis en medio del desierto. Sus labios eran
exigentes, firmes, apasionados, el beso era tan ardiente que todo mi cuerpo se
sintió arder bajo los placeres sensuales que un simple beso suyo provocaba en
mí.
Gemí en su boca, balanceando las caderas contra su dura polla. El sabor del
bourbon en su lengua, su rudo aroma almizclado y sus fuertes manos
apretándome aún más contra él, me mareaban con una lujuria abrumadora por mi
príncipe mafioso.
Luca rompió el beso y me miró a los ojos, mientras respirábamos
entrecortadamente. Me alegré de estar sentada sobre él, porque la pasión de su
beso me había convertido en papilla y no estaba segura de que mis piernas
hubieran podido sostenerme.
Mantuvo sus ojos clavados en los míos mientras cogía los finos tirantes de mi
camiseta y tiraba de ellos hacia abajo, hasta que el trozo de tela rosa se
amontonó en mi cintura. Mis pezones estaban duros y exigían atención bajo el
ardor de sus ojos. Ya había estado desnuda ante él y, una vez más, a pesar de mi
inexperiencia y de la luz brillante de la cocina, no me sentía cohibida, no con él.
Me miraba como si fuera un tesoro, un sueño que acababa de realizar, y la fuerza
de su deseo era muy transparente por la forma en que sus manos se tensaban casi
dolorosamente sobre mis caderas, por la forma en que su lengua se deslizaba
fuera de su boca para lamerse el labio inferior como si ya pudiera imaginar mi
pezón erecto en su boca. Sus ojos marrones parecían negros ahora, revelando su
voraz deseo sexual por mí.
Bajé la mirada cuando apartó las manos de mis caderas y las subió
lentamente. Una sobre mi costado, la otra arrastrada suavemente sobre mi
vientre liso y plano, la visión en sí era insoportablemente erótica, sus manos
fuertes y grandes subiendo por mi esbelto cuerpo. Su piel más oscura, era una
diferencia asombrosa con la piel de alabastro y sin manchas de mi abdomen.
Se detuvo cuando ambas manos se posaron en mis pechos y los presionó
suavemente.
Siseé y volví a mover las caderas contra él. Ahora estaba completamente
mojada y no me cabía duda de que él podía sentir mi excitación a través de sus
pantalones, pero yo estaba demasiado perdida en mi delirante necesidad de sus
caricias como para preocuparme.
Rozó mis pezones con las yemas de sus dedos, antes de apretar mis pechos
con un poco más de fuerza.
Dejé escapar un gemido fuerte y lujurioso mientras cerraba los ojos,
arqueando la espalda, ofreciéndole mi pecho, invitándolo en silencio a hacer
algo... cualquier cosa. No estaba segura de lo que quería, lo que necesitaba, pero
sabía que era a él... de todo... él, él, él.
Se metió uno de mis pezones en la boca y dejé escapar un grito de alivio al
sentir su boca y su lengua calientes sobre mi cuerpo.
―Te amo. ―Exhalé en un suspiro.
Gruñó, soltándome el pezón antes de lamérmelo con la parte plana de la
lengua en rápida sucesión.
―Yo también te amo, más que a mi vida ―dijo, y su voz casi sonaba dolida.
En un instante, me levantó de su regazo y me llevó escaleras arriba.
Lo miré, tenía la mandíbula apretada y las cejas marcadas en un gesto de
absoluta concentración. Parecía un hombre con una misión.
Rocé su mandíbula con mi mano.
―Te deseo.
Me miró y frunció el ceño.
―No tanto como te deseo yo a ti. Hago todo lo que puedo para contener a la
bestia, pero... ―Soltó otro gruñido.
Me di cuenta de que estábamos en su habitación cuando me tumbó en medio
de la cama y se levantó, recorriendo mi cuerpo con la mirada.
―Aún no puedo creer que seas mía ―susurró, sobre todo para sí mismo,
antes de llevarse la mano al cinturón.
Lo miré, hipnotizada por su movimiento mientras se quitaba los zapatos de
una patada y se despojaba de sus pantalones y del bóxer, dejando al descubierto
su dura polla apuntando con rabia hacia su estómago.
No era una experta, y, aunque su polla no era de un tamaño gigantesco como
para echarte a correr en la otra dirección, era larga y gruesa, y no pude evitar que
la pequeña oleada de ansiedad despertara mi lujuria al pensar en su gran polla
entrando en mi pequeño y virginal cuerpo.
Los duros rasgos de Luca se suavizaron.
―Todo va a salir bien, tesoro.
Ese hombre podía leerme como un libro abierto.
―Seré suave ―añadió, antes de agarrarme los pantaloncillos y bajármelos,
dejándome jadeante y deseosa sobre su cama.
―Confío en ti.
Se arrastró por la cama y se arrodilló junto a mis caderas, separando mis
piernas y mirando mi húmedo coño.
Una vez más me sorprendió mi falta de pudor al abrirme tan descaradamente
ante él, mostrándole la parte más íntima de mi cuerpo y lo que su mero roce y
beso habían provocado.
Se lamió los labios con deseo, mientras me acariciaba el abdomen con la
mano antes de acariciarme el coño posesivamente.
Levanté las caderas instintivamente, mientras dejaba escapar un gemido
estrangulado.
—Me estás volviendo loca. —Quería que cesara el dolor, esa presión en el
bajo vientre. Quería correrme—. Luca, por favor.
Comenzó a acariciarme despacio, recorriendo mi coño de arriba abajo con la
punta de sus dedos. Me agarré al cubrecama, abriendo las piernas al máximo, sin
preocuparme de nada más que de sus caricias.
Sus dedos me abrieron los labios inferiores y presionó el clítoris con el
pulgar. Me acarició el coño con dedos expertos.
―¿Es esto lo que quieres? ―preguntó, deslizando un dedo profundamente
en mí.
―A ti, te quiero... a ti entero.
Me introdujo el dedo lentamente antes de añadir un segundo,
estirándome deliciosamente. Aumentó el ritmo mientras me frotaba el clítoris
con más fuerza.
—Tan apretado, tan húmedo... Todo mío.
Su declaración posesiva me llevó al límite, y llegué al orgasmo con la misma
fuerza que cuando me hizo correrme con su lengua después del baile.
Apenas había bajado del subidón que me provocó cuando se tumbó a mi
lado, apoderándose de mis labios en un beso apasionado y enérgico.
―Dime que eres mía ―ordenó contra mis labios antes de volver a besarme.
―Sí, tuya, siempre ―respondí cuando rompió el beso, permitiéndonos a
ambos recuperar el aliento.
El calor de su poderoso cuerpo sobre el mío, la fuerza de sus caricias, y los
graves gruñidos salvajes de su garganta me hacían sentir como si estuviera
ardiendo. Envolví mis brazos alrededor de sus hombros, tirando de él más cerca.
Quería más de su peso sobre mí, lo quería dentro de mí.
Pasé mi lengua por sus labios, su garganta, saboreándolo, explorándolo.
Estaba tan perdida en él.
Empujé mis caderas hacia arriba en un movimiento desesperado, y él pareció
finalmente dispuesto a concederme mi deseo, ya que utilizó su mano para
abrirme más ampliamente mientras se movía, acomodándose entre mis piernas, y
un nuevo torrente de humedad me llenó cuando sentí su polla rozar mis pliegues.
Rodeó su polla con la mano y me pasó la punta por la raja, mientras
murmuraba palabras en italiano que yo no entendía, pero que encendían mi
ardiente pasión.
Se detuvo un segundo y me miró fijamente, antes de introducirme la punta.
Jadeé ante la intrusión.
Me besó los labios.
―Dolerá, tesorina. Iré despacio. No te muevas, apenas tengo control. ―Su
voz reflejaba el hambre primitiva que podía ver en sus ojos.
―Está bien. Quiero todo de ti.
Me dio un beso sensual y dominante que me dejó sin aliento mientras
empujaba lentamente, centímetro tras centímetro.
Me tensé al sentir un pequeño dolor y él se detuvo de inmediato, rozando la
suave barrera de mi virginidad.
Me miró, su rostro era una máscarade completa lujuria impulsada por la
necesidad de estar completamente dentro de mí.
Asentí con la cabeza y empujó hacia delante, introduciendo sus últimos
centímetros en mí de una vez.
El mordisco de dolor fue inmediato y mi cuerpo se tensó, abriendo la boca en
un grito silencioso.
Parpadeé mientras él permanecía inmóvil dentro de mí, esperando a que mi
cuerpo se relajara.
―Lo siento, tesorina―susurró, besándo me los párpados—. Mejorará en un
tiempo, te lo prometo.
Abrí los ojos y deslicé mis manos por su espalda, con el dolor y el ardor
sustituidos por una incómoda plenitud, que no me importaba sabiendo que era él
quien estaba dentro de mí.
—Ya me siento bastante bien ahora —dije sinceramente—. Me encanta
tenerte dentro de mí.
―¿Todos mis veinte centímetros? ―preguntó con una sonrisa masculina
totalmente suya.
―Todos tus veinte centímetros. ―Besé el costado de su cuello—. Ya puedes
moverte. Ya estoy bien.
Luca empezó a moverse con embestidas cortas y superficiales,
permitiéndome acostumbrarme a su intrusión. Besó mi cuello, arrastrando su
mano hacia arriba hasta llegar a mi pecho y atrapar mi pezón erecto entre sus
dedos.
Me agarré a su hombro y mordí su cuello. Gruñó, intensificando sus
embestidas. Subí las piernas, apoyando los talones en la parte superior de su
trasero.
—Más fuerte —solté con un grito ahogado.
Aceleró el ritmo y embistió con más fuerza, más profundamente, y todo lo
que le importaba eran mis gemidos, mezclados con sus gruñidos de placer, el
sonido rítmico de su carne contra la mía, el marco de la cama golpeando la pared
con cada potente embestida. Me estaba poseyendo, dominando, haciéndome
suya por completo y no deseaba que terminara nunca.
―Estoy cerca —gruñó renuente—. Acaríciate, quiero que ordeñes mi polla
cuando me corra.
Sus sucias palabras me excitaron aún más, y siseó cuando apreté mis paredes
contra su polla.
Me llevé la mano al clítoris cuando sus embestidas se volvieron erráticas y
un solo roce fue suficiente para hacerme llegar al orgasmo, mientras se corría
gritando mi nombre.
Cuando terminó, cayó pesadamente sobre mí y, a pesar de la incomodidad
que su peso podría haberme causado, no quise que se moviera.
Lo rodeé con mis brazos y piernas y besé su cuello.
—Te amo, Luca. Suspiró satisfecho.
—Creo que nunca me acostumbraré a que digas esas palabras, Cassie. Me
cuesta creer que alguien como tú pueda amar a alguien como yo. —Besó la parte
superior de mi cabeza antes de separarse de mí, lo que me hizo sentir su pérdida.
—Quédate —susurré, tratando de atraerlo de nuevo sobre mí. Dejó escapar
una pequeña risa cansada.
―Tenemos toda la noche, tenemos toda la vida, amore. Ahora vuelvo.
Lo vi entrar en su cuarto de baño y volver con un paño húmedo.
Miré entre mis piernas para ver su fluido y el mío saliendo de mi cuerpo, así
como un poco de sangre en la parte interna de mi muslo.
Me sonrojé, cerrando las piernas, aquello era demasiado íntimo.
Me ducharía rápidamente.
Luca puso los ojos en blanco mientras se arrodillaba en la cama.
―Cassie ―dijo con un tono de advertencia mientras me separaba las piernas
con las manos—. Eres mía, Cassandra. Mía para cuidarte, mía para protegerte,
mía para amarte ―dijo con fiereza mientras presionaba el paño caliente contra
mi carne dolorida.
Dejé de forcejear. Se sentía tan bien en mí, su toque suave, cariñoso.
―No tienes por qué hacerlo.
Me sonrió suavemente y se tumbó de lado, frente a mí.
―Sí, lo es. Es mi prerrogativa, mi privilegio como tu hombre cuidarte.
Me incliné hacia delante y lo besé en los labios.
―Y lo haces muy bien.
Su sonrisa se ensanchó cuando retiró el paño de entre mis piernas y se tumbó
boca arriba, atrayéndome hacia él hasta que mi cabeza descansó contra su pecho.
Dejé escapar un bostezo mientras le rodeaba su pecho con mi brazo.
―Duerme, mi amor ―susurró, rozando con el pulgar la curva de mi culo.
―Sujétame en tus brazos.
―Siempre, aquí es donde perteneces ―respondió, y me dormí al ritmo de su
respiración.
CAPÍTULO 20

Cassie

M
e desperté deliciosamente dolorida por haber hecho el amor con Luca.
Me había poseído una vez más durante la noche y, como estaba un
poco menos perdida en mi lujuria, le aseguré que tomaba la píldora,
aunque a él no pareció importarle cuando soltó un suspiro de satisfacción una
vez estuvo completamente encajado dentro de mí.
Me removí en la cama y me envolví en la sábana. Sabía que Luca se había
ido sin tan siquiera abrir los ojos y echaba de menos su calor corporal
terriblemente. ¿Era posible estar tan compenetrada con alguien después de una
sola noche?
Al fin abrí los ojos e intenté ver el reloj de la mesilla de Luca. Me incorporé
de un salto, era mucho más tarde de lo que había previsto y hacía años que no
me despertaba tan tarde.
Tesorina. Ven a la biblioteca. Tengo una sorpresa para ti.
Suspiré, me levanté de la cama e hice una mueca dolorida.
Cogí mis pantalones cortos y mi camiseta del suelo antes de dirigirme al
primer piso, a mi habitación, rezando a Dios para no encontrarme con Dom por
el camino.
Anoche lo echamos y sabía que iba a burlarse de mí todo el año si me veía
hacer el camino de la vergüenza hasta mi dormitorio.
Me di una ducha caliente que hizo maravillas con mis músculos doloridos,
antes de vestirme con unos leggings y una camisa de vestir roja a cuadros.
Me quedé helada cuando llegué a la biblioteca y escuché una risita familiar
procedente del resquicio de la puerta.
El corazón me dio un vuelco, no me lo podía creer. Volví a escuchar la risita.
―¿Jude? ―pregunté con incredulidad, abriendo la puerta.
Estaba tumbado boca abajo frente a la chimenea, leyendo un libro, mientras
Luca estaba sentado en su sillón de cuero mirándolo con una pequeña sonrisa.
Jude levantó la cabeza al oír mi voz.
―¡Cassie! ―Saltó de su sitio en el suelo y corrió hacia mí, envolviéndome
en su habitual y aplastante abrazo.
―¿Cómo? ―pregunté, devolviéndole el abrazo—. ¿Cómo? ―volví a
preguntar, levantando la vista hacia Luca, quien nos miraba desde su sitio, con
una expresión melancólica en su rostro.
―He estado trabajando en esto durante un tiempo. ―Se levantó y caminó
hacia nosotros—. Es solo por un día ―añadió rápidamente—. Quería que
viniera para tu cumpleaños, pero me puse enfermo y...
—Se encogió de hombros—. Feliz cumpleaños atrasado.
―Esta casa es increíble, Cassie. Luca me la ha enseñado. Me encanta.
Jude me sonrió y fue como volver a tener a mi despreocupado hermano
pequeño.
Aparté su flequillo crecido de sus ojos cuando cortó el abrazo.
―¿Cuánto tiempo llevas aquí?
―Alrededor de dos horas, pero Luca dijo que habías trabajado mucho y
estabas cansada, así que te dejamos dormir ―añadió antes de ir a recoger su
libro del suelo.
Miré a Luca mientras mis mejillas se teñían de rojo.
―¿Cómo estás? ―me preguntó, y supe exactamente a qué se refería.
―Perfectamente ―respondí, con las mejillas aún más encendidas.
Me dedicó una sonrisa de lado llena de orgullo masculino y no pude evitar
sacudir la cabeza ante la tontería del momento.
―Jude me estaba diciendo lo mucho que le gustaría vivir aquí
―continuó Luca, acercándose a mí y rozándome tiernamente la mejilla con
el dorso de la mano.
Me volví hacia Jude, quien nos estudiaba pensativo.
―¿Te gustaría vivir aquí? ¿Con Luca y Dom?
―¿Es Luca tu novio?
―Sí, ¿Luca es tu novio? ―me giré para ver a Dom apoyado en el marco de
la puerta, con una sonrisa burlona en la cara—. ¿Qué? ―preguntó, levantando
las manos—. Necesito asegurarme de que me han echado de casa por una buena
razón.
Hice una mueca al recordar que Luca lo había echado a la calle la noche
anterior. Envié una mirada de impotencia a Luca, que se encogió de hombros.
―También me gustaría oír esa respuesta. Suspiré, concentrándome de nuevo
en Jude.
―Sí, lo es.
Luca me cogió la mano y entrelazó nuestros dedos.
―¿Te parece bien? ―pregunté con aprensión. A Jude no se le daban bien los
cambios ni la gente nueva, y el hecho de estar con Luca y trasladarlo aquí eran
grandes cambios.
Jude apoyó el libro en el regazo, estudiando a Luca en silencio. Finalmente
asintió.
―Sí, está bien. Me gusta Luca. ―Volvió a bajar la vista hacia su libro—.
Además, ha dicho que me regalará su biblioteca y me comprará un perro si me
mudo.
Miré a Luca con las cejas arqueadas. Me guiñó un ojo.
— Nunca dije que estuviera por encima del soborno. — Me reí, apoyándome
en él.
―¿Cuándo me mudo? ―preguntó Jude, sin apartar los ojos del libro que
estaba leyendo.
―Dentro de unos días iremos a Nueva York a ver a un abogado.
Trabajaremos tan rápido como podamos —le dijo Luca.
―Nos vamos a Nueva York.
―Sí, quiero que conozcas a mis amigos, que veas que hay una vida fuera
de... ―Hizo un gesto despectivo con la mano.
―Eso fue idea mía ―intervino Dom.
Luca lo fulminó con la mirada, pero fruncí el ceño. Si Dom lo había
sugerido, tenía que haber un motivo.
Luca se inclinó y me besó los labios.
―¿Por qué no te quedas con tu hermano un rato? Necesito trabajar un poco.
—Miró hacia Jude—. Tu hermano me dijo lo mucho que le gustaban las
hamburguesas, Devlin nos traerá comida rápida para almorzar.
Asentí, tomando asiento frente a Jude, sabiendo que mientras estuviera
absorto en su libro no lo interrumpiría, pero no me importaba. Me encantaba tal
y como era.
―¿Qué tal la velada? Increíble, seguro ―se burló Dom, viniendo a sentarse
a mi lado.
Levanté la vista hacia él y me miró con un sugerente movimiento de cejas.
Puse los ojos en blanco, pero guardé silencio.
―Tengo que admitir que me molestó un poco que me enviaran con el tonto
del pueblo, pero, cuando vi a Luca bajar esta mañana silbando y con ese ímpetu
en su caminar, supe que estaba curado de su caso de bolas azules, haciendo que
mi noche en el coche casi valiera la pena.
Rápidamente, miré a mi hermano que tarareaba para sí mismo, había
desaparecido por completo.
―¿Nueva York? ¿Por qué?
Era el turno de Dom de mirar a su alrededor.
―Creo que estamos acercándonos. Hay un cabo suelto que no ha
desaparecido. El primer médico, está en Nueva York —susurró.
—Bien...
—Luca tendrá que ir a ver a Matteo o a Benny. No te llevará allí.
—Y se lo agradezco.
—El hospital está contratando. Necesito que vayas a la entrevista, dirígete a
su oficina como un intento exagerado de conseguir el trabajo.
—Bien, ¿y cómo entrarás?
—Causas alboroto, los distraes. Y yo consigo entrar en el despacho mientras
el subnormal intenta calmarte.
—¿Qué buscas? Dom, han pasado dos años. — Se encogió de hombros.
—Detalles de cuentas... cualquier cosa. El dinero deja huellas.
―Bien, lo que sea que ayude. ―Señalé a mi hermano—. Él estará bien aquí,
¿verdad? A pesar de todo.
―¿Te refieres a nuestras vidas? Asentí con la cabeza.
―No creo que esté hecho para eso. Dom miró a Jude.
―Te sorprendería lo mucho que puede hacer una mente inteligente, y esta...
Es aterradoramente inteligente.
―Lo es.
―Pero no, Luca no dejará que esta vida lo manche, a menos que él quiera.
Luca es un protector, no importa lo que piense de sí mismo. No dejará que nada
lo toque a él o a ti... Y lo mismo se aplica a mí.
Le dediqué una cálida sonrisa.
―Lo sé, eres como el hermano mayor que nunca tuve.
―Ajá ...¿Significa que tengo que tener la charla con Luca? ―Dom se apoyó
el índice en la barbilla—. Ya sabes, trátala bien o te disparo en las rodillas.
Puse los ojos en blanco.
―Me gustaría ver cómo lo intentas.
Luca volvió poco después, y cada vez que sus ojos se clavaban en mí, sentía
un pequeño escalofrío recorriendo mi espina dorsal.
―Acabo de hablar con el abogado. Iremos el martes, para darle tiempo a que
nos preparen todos los papeles.
―Perfecto, gracias.
Luca se acercó a nosotros, colocándose al lado de Jude.
―¿Eh, Jude?
Jude siguió leyendo como si nadie hubiera hablado. Eché un vistazo al lomo
del libro, otra vez Arsène Lupin. Estaba en su propio mundo, nada lo distraería
ahora.
Luca apoyó una suave mano en su hombro, sobresaltándolo. Jude parpadeó y
miró a Luca.
Luca le sonrió.
―La comida llegará pronto. ¿Por qué no vas con Dom a la gran biblioteca de
arriba y coges algunos libros para llevarte?
Ese plan funcionó, porque Jude se levantó de un salto de su asiento y cerró el
libro con un sonoro golpe.
―¿Hay una biblioteca grande? ―Miró a Luca con los ojos muy abiertos.
Me encantaba que mi hermano no mirara a Luca de otra manera. Al principio
me había preocupado cuando imaginé este encuentro. Luca era alto, musculoso
y, además de las cicatrices, tenía un aire peligroso.
No estaba segura de cómo reaccionaría mi hermano ante él, era torpe con los
extraños en el mejor de los casos... Y, sin embargo, Jude lo había aceptado de
inmediato.
Dom negó con la cabeza. ―Otra vez me echan ―murmuró, pero la sonrisa
de su cara demostraba que no le importaba lo más mínimo.
―¿Puedo llevarme el libro que quiera? ―preguntó Jude como si no se lo
pudiera creer.
Luca le alborotó el pelo.
―Claro, el que quieras. ―Miró a Dom y le dijo algo en italiano. Dom asintió
y se levantó.
―Vamos, Jude, demos un poco de intimidad a los tortolitos.
Los vi marcharse y cerré la puerta tras ellos, antes de volverme hacia Luca,
quien me miraba con tanta intimidad que mi estómago se agitó.
―Necesito aprender italiano.
Asintió, acercándose a mí y deteniéndose a un suspiro.
―Yo te enseñaré. ―Apoyó las manos en mis caderas—. Disfruto
enseñándote. Además, no te ocultaré nada, solo tienes que preguntar.
―¿Qué acabas de decirle a Dom?
Luca se inclinó y me rozó el pómulo con los labios.
―Le dije que mantuviera a tu hermano alejado de los estantes superiores,
esos no son libros para él. Pero son libros que tú y yo podemos explorar.
Mis pezones se endurecieron ante los pensamientos lujuriosos que entraban
en mi cabeza ante su proximidad.
Luca acortó la pequeña distancia que nos separaba y tiró de mí hacia él,
apoyando las manos en mi trasero.
―¿Cómo te sientes hoy?
―Bien, un poco dolorida, pero no me importa. — Luca me rozó la concha de
la oreja con los labios.
―Todavía me sientes muy dentro de ti, ¿verdad?
―Sí ―admití, apretando los muslos.
Luca besó un lado de mi rostro antes de apartarse con desgana.
—Hoy te mudas a mi habitación. Hay espacio suficiente en mi vestidor.
—Suena mucho como una orden. — Frunció el ceño.
—No pretendo que lo sea, pero creía que habías entendido que ahora eres
mía, y que tengo la intención de compartir tu espacio vital y compartir mi cama
todas las noches. No hay otra alternativa.
Odiaba admitirlo, y probablemente la feminista que había en mí gritaba de
indignación, pero su actitud alfa y dominante me emocionaba de un modo que
jamás habría imaginado.
Apoyé las manos en su camisa, sobre sus pectorales, y froté suavemente.
—Por supuesto que lo haré. Sonrió. ―Brava.
―Gracias por lo de Jude, significa mucho para mí. ―Lo miré—.
Tú, luchando por él, significa más de lo que puedo expresar.
―No hay nada que no haría por ti, Cassandra, excepto tal vez dejarte ir.
Hiciste un trato con la bestia ahora, y yo me quedo contigo.
Me puse de puntillas y le besé el cuello.
―Eso está bien, porque no me voy a ir a ninguna parte, te guste o no.
―¿Se supone que es una amenaza? ―preguntó, arqueando una ceja con
diversión.
Negué con la cabeza.
―No, es un juramento.
El resto del día fue como un sueño. Le enseñé el jardín a Jude y lo vi jugar al
ajedrez contra Dom y Luca. Los aplastó a los dos y, en lugar de sentirse molestos
al haber sido derrotados por un niño de diez años, los hombres se sintieron
orgullosos de él.
Ahora podía imaginar nuestra vida aquí. La familia que pronto
construiríamos y no podía esperar a que esta vida comenzara, porque confiaba en
que Luca mantendría la oscuridad alejada.
Podría haber sido un villano en su propia narrativa, pero no lo era, no en mi
historia.
No, Luca Montanari era mi héroe.
CAPÍTULO 21

Luca

D
ecir que estaba feliz era quedarse corto. Nunca habría pensado que fuera
posible, incluso antes del accidente, antes de no merecer nada más que
penitencia, nunca hubiera pensado que mereciera un regalo tan preciado
como Cassandra West.
La amorosa, suave, indulgente y amable Cassandra West. Era el polo opuesto
a mí y, sin embargo, me complementaba perfectamente.
Una vez le dije a Carter que nunca había hecho nada para merecer una buena
mujer y, sin embargo, tenía la mejor de ellas.
Me despertaba cada mañana esperando que su lado de la cama estuviera
vacío, para darme cuenta de que todo había sido un truco jugado por mi cerebro
aturdido por el alcohol, para torturarme un poco más, pero no, cada vez que
abría los ojos por la mañana la veía, profundamente dormida a mi lado, con sus
hermosos labios rosados ligeramente abiertos, y cada mañana daba las gracias a
quien me escuchaba, por haberme hecho este regalo impagable.
―No te importa, ¿verdad? ―le pregunté, después de acomodar las maletas
en la habitación del hotel neoyorquino—. Puedo llevarte si quieres ―añadí
bastante a regañadientes. No me entusiasmaba mucho la idea de que conociera a
Benny, pero tampoco quería que pensara que quería mantenerla oculta.
Se volvió hacia mí y arrugó la nariz en una mueca adorable.
―Si se parece en algo a tu primo Savio, prefiero pasar... sin ofender.
Me reí de eso.
―De tal palo, tal astilla. No te culpo. ―Señalé la puerta—. Y tú podrás pasar
algún tiempo con Dom y vosotras, chicas podréis hacer lo que queráis. Ir de
compras y esas cosas.
Puso los ojos en blanco.
―Voy a buscar un vestido para la cena.
―No tardaré, te lo prometo, y luego tú y yo podremos divertirnos un poco
antes de ir a casa de Carter.
Se volvió hacia mí, repentinamente seria de nuevo.
―¿Cómo te sientes al volver a ver a tu amigo, después de tanto tiempo?
Esta mujer realmente podía matarme, veía a través de mí, a pesar de todo.
Sabía que debía tranquilizarla, decirle que no me incomodaba. Yo era el Capo, se
suponía que nada debía afectarme (al menos no públicamente), pero ella era mi
Cassie, la mujer a la que juré respetar y con la que juré mantenerme firme. No
iba a ser mi padre ni ningún otro hombre del grupo. No podía ser vulnerable,
pero con ella lo iba a ser porque ella se merecía al verdadero Luca.
―Estoy nervioso ―admití—. Y, sobre todo, avergonzado, no he sido
amable. Ha intentado una y otra vez estar a mi lado y rechacé cualquier intento.
Simplemente lo descarté de mi vida... A excepción de Dom, Carter era mi único
amigo y sé que a él le ocurría lo mismo.
Ella asintió.
―Sí, pero la verdadera amistad puede resurgir de todo eso. Y estuvieron
encantados de invitarnos a cenar esta noche. ―Me cogió la mano y me besó el
dorso—. Estaré aquí para ti, todo el tiempo.
Apreté su mano, era mi ancla.
Me resistía a separarme de ella, aunque fuera por poco tiempo, pero tenía que
ver a Benny.
Ahora que Cassie había decidido ser mía, necesitaría el apoyo de Matteo, y
para conseguirlo tenía que recuperar mi lugar, que a tenor de lo que había
presenciado, estaba más que demorado.
Respiré hondo y me detuve en la puerta trasera de Effeuillage, el club de
striptease que teníamos en los límites de la zona marginal de la ciudad. No le
avisé a Benny de la visita, quería darle una sorpresa.
Había pensado que ponerle un nombre francés a un club de striptease le daría
algo de clase, pero no había engañado a nadie. Seguía siendo un club de mala
muerte y con bailarinas pasadas de moda.
Cuando intenté abrir la puerta trasera, un guardia vestido de negro se
interpuso en mi camino.
―Prohibido el paso.
―Vengo a ver a Benny.
El guardia permaneció frente a la puerta, con el ceño cada vez más fruncido.
―¿Sabes quién soy? ―Tuve que darle al tipo la oportunidad de recapacitar
antes de romperle una pierna—. Soy Luca Montanari.
―A menos que el Capo me diga que te deje entrar, no te voy a dejar pasar.
Solté una risita.
―Bien, el Capo te está diciendo que le dejes entrar. Yo soy el Capo.
El tipo me dedicó una media sonrisa.
―Claro que lo eres.
Sí, ese tipo quería morir, pero tenía suerte de que hoy no tuviera tiempo de
empezar una pelea.
Cogí el teléfono y marqué el número de Benny.
―¿Dónde estás? ―pregunté apenas me contestó.
―¿Gianluca? Estoy en el club.
―Tu matón... ―miré al tipo que estaba delante de la puerta—.
¿Cómo te llamas?
―Fabrizio.
―Fabrizio no me deja entrar. Dice que el Capo se lo ordenó...
Irónico, ¿no crees?
Al cabo de un par de minutos, abrió la puerta Benny sin aliento. Hacía más
de un año que no lo veía y Señor, parecía aún más bajo y gordo que en mis
recuerdos... Podría ser el doble de Danny Devito.
Me reí por lo bajo. Era una broma que Dom apreciaría más tarde.
―¡Ma cazzo! ―Le ladró al guardia—. ¡Es mi sobrino!
―Y el Capo de la Famiglia ―añadí con calma.
―No realmente, ¡pero no debería haberte detenido! Eres de la familia
―añadió, con su espeso bigote moviéndose hacia un lado, en clara señal de su
nerviosismo.
Fruncí el ceño. ―Sí, Benny, realmente.
Se limpió las manos húmedas en la camisa negra y me hizo pasar.
Hice una mueca nada más entrar, dando gracias a Dios por no haberme traído
a Cassie conmigo. Este antro olía a alcohol barato y a sexo.
Sacudí la cabeza y seguí a Benny hasta su despacho.
―¿Por qué has venido? ―preguntó en cuanto cerró la puerta tras de sí.
Miré por las ventanas unidireccionales de su despacho hacia el escenario,
donde una stripper de pechos caídos y tanga se movía para un puñado de
clientes, bajo una luz roja poco favorecedora.
Me encogí de hombros, sin apartar los ojos de la habitación. Me mantuve de
espaldas a él a propósito, necesitaba que le recordaran su lugar.
―Hace tiempo que me pides que venga. ¿No lo decías en serio?
―¡Claro que sí! Gianluca, eres mi sobrino.
Finalmente, me di la vuelta, metiendo las manos en los bolsillos del traje
pantalón.
―Parece que hay un malentendido entre las filas. La gente parece creer que
tú eres el Capo.
Las fosas nasales de Benny se encendieron. ―Lo soy.
―Eres el Capo en funciones. Una palabra de diferencia cierto... pero con un
significado totalmente diferente.
―Savio dijo que ahora tienes una chica. ―Ladeó la cabeza—. Me alegro por
ti. Creía que esas cicatrices lo impedirían.
―No parece que le molesten. ―Y por la forma en que siempre las besaba,
me atrevía a pensar que las quería tanto como a mí.
―A toda mujer le importaría, Gianluca, si dice que no, miente.
―Pero todos mentimos, ¿verdad, tío Benny?
Puso la mano sobre el escritorio y golpeó los dedos en rápida sucesión.
―¿Qué pasa? ¿Estás recuperando tu asiento? ¿Es lo que ella quiere que
hagas? ―Negó con la cabeza—. No querías este puesto, no te conformes de
nuevo con un estilo de vida cargado de odio por una mujer.
―No lo hago por una mujer.
―¿Pero lo estás haciendo? ¿Y tu promesa? Me señalé el pecho.
―¿Y mi promesa? ¿Y la tuya? La que me hiciste de defender nuestros
valores y hacer lo mejor para la familia.
Golpeó el escritorio con el puño.
―¡Siempre he hecho lo mejor para la familia! Estoy haciendo cosas que tu
padre estaría demasiado asustado de hacer.
―¿Demasiado asustado o demasiado cuerdo? Benny negó con la cabeza.
―¿Es eso? Ahora que el hombre está muerto defenderás sus acciones. No he
olvidado lo mucho que os peleabais, por todo.
Suspiré. Este hombre estaba demasiado metido en su propio culo, como para
ver la verdad sobre sus acciones.
―Tengo seguidores, ya sabes. Las cosas no serán tan fáciles como crees.
Me sorprendió su atrevimiento; mi tío solía ladrar y no morder, y enviaba a
perros más grandes a librar sus batallas, como si fuera una niña asustada.
—¿Me estás amenazando?
—No, Luca —murmuró.
Ah, retrocedía. Eso era más propio de Benny.
—Me cediste tu sitio, me lo merezco. Esto es mío —continuó, casi
gimoteando.
Miré el reloj.
—He venido por cortesía, reunión familiar y toda esa mierda. — Suspiré—.
Nos vemos luego.
―¡Luca! ―me llamó al abrir la puerta—. ¿Qué vas a hacer? ―gritó,
mientras yo seguía saliendo de su miserable club.
Al final dejaría que se lo quedara, que fuera el rey de su sórdido reino,
mientras se mantuviera alejado de mí y no se acercara a mi mujer.
Mi teléfono emitió un pitido cuando llegué al callejón exterior del club.
Respiré hondo. ¿Quién iba a pensar que disfrutaría del olor de un callejón de la
ciudad? Para ser justos, todo era mejor que el penetrante olor de este club.
Suspiré, miré las fotos de mi pantalla y fruncí el ceño. Joder, mi día de
enfrentamientos estaba lejos de terminar, y estaba seguro que este lo disfrutaría
mucho menos.
Cuando volví a entrar en mi habitación, un poco de mi oscuro humor se
desvaneció al ver a Cassie allí de pie, con una gran sonrisa en la cara,
visiblemente muy feliz de verme.
Y, a pesar de mi enfado, no pude evitar devolverle la sonrisa, esta mujer me
poseía.
―He encontrado un vestido para esta noche. Es muy bonito.
―Me cogió la mano y se puso de puntillas para darme un casto beso.
―No, así no ―le contesté, acercándola más a mí y profundizando el beso,
dejándonos a los dos con ganas y jadeando. Quería hacerle el amor ahora mismo,
pero tenía una cuenta pendiente y no podía esperar.
―¿Dónde está Dom?
―Está en su habitación. ―Señaló la puerta—. Creo que lo he matado con
tanta compra.
Asentí, viéndola guardar las bolsas.
―¿Has pasado una buena tarde? ¿Has hecho algo interesante? — Su paso
vaciló y se dio la vuelta, con un leve matiz en el rostro.
―No, la verdad es que no.
Suspiré. Era una mentirosa terrible, ¿y el hecho de que me mintiera?
Me rompió un poco el corazón.
―Voy a ver a Dom, pero vuelvo enseguida para ducharme y prepararme.
―¿Está todo bien? ¿Funcionaron las cosas con tu tío?
―Sí. —Asentí.
―Te espero, podemos ducharnos juntos. Ahorra un poco de agua. ―Se
sonrojó tan profundamente que hizo que mi corazón se estrujara en mi pecho por
todo el amor que sentía por ella. Todavía no estaba acostumbrada a coquetear
conmigo, a pedir lo que quería.
―No, adelante ―le dije, un poco más bruscamente de lo que debía. Estaba
más molesto con ella de lo que había previsto.
Se echó hacia atrás y bajó la mirada, tratando de ocultar su dolor por mi
rechazo.
Debería haberlo dejado así, eso es lo que debería haber hecho un Capo, pero,
sentía debilidad por ella, y no importaba lo que hiciera... por aterrador que fuera
darme cuenta, no creía que hubiera un pecado que ella pudiera cometer que yo
no perdonara.
―Tesorina, si me meto en esta ducha contigo, no habrá cena en casa de
Carter. Te follaré de todas las formas posibles hasta que ninguno de los dos
pueda moverse.
―Oh. —Me miró de reojo—. Quizá... quizá me gustaría.
Gruñí, mirando al cielo.
―Me estás matando. Ahora vuelvo ―añadí, dándome la vuelta y saliendo de
la habitación, antes de tener la oportunidad de reconsiderar mi elección.
Llamé a la puerta de Dom y, apenas me abrió, le di un puñetazo tan fuerte
que estaba seguro que tendría los nudillos magullados.
Cayó al suelo con un gruñido doloroso. Aproveché para entrar y cerrar la
puerta tras de mí.
―¡Qué coño, Luca! ―gritó, sentándose en el suelo, levantando la mano y
tocándose la ceja izquierda reventada. Se miró los dedos cubiertos de sangre.
―Eso es por mentirme, puto gilipollas, y por hacer que ella también me
mienta.
Dom permaneció sentado en el suelo, pero cogió la toalla que había sobre la
cama, y se la apretó en la ceja.
―¿Qué? ¿Nada que decir? ―pregunté burlonamente—. ¿Creíste que era tan
estúpido, amico? Es una mentirosa terrible y tú... —resoplé—. Hoy estabas
demasiado feliz de quedarte atrás. Y sé lo leal que es, la única persona por la que
mentiría, serías tú.
―¿Cómo te has enterado? ―Hizo una mueca de dolor, apretándose un poco
más la toalla contra la ceja.
Resoplé.
―Por favor, dame más crédito. Hice que te siguieran. ¿Qué hiciste en el
hospital con mi mujer?
―Es complicado.
―¡Entonces no lo compliques! ―Le señalé con un dedo acusador
—. ¡Hiciste que mintiera por ti!
―Oh, vete a la mierda, Gianluca. Esa chica te es leal hasta la médula. La
única persona por la que mentiría no soy yo... ¡eres tú!
―¿La única razón por la que me mintió es por mí? ―Asentí, frunciendo los
labios—. Debes pensar que soy un tipo especialmente estúpido.
Suspiró.
―Todo empezó la noche del baile. Yo no, bueno, no... tuve una reacción
alérgica, pero me la provoqué a propósito.
Arqueé las cejas, sorprendido, no me lo esperaba.
―Cassie me pilló y quería correr a contarte la verdad, así que tuve que
involucrarla, y, una vez que le dije lo que sospechaba, quiso ayudarme y no
aceptó un no por respuesta.
―¿Ayudarte a hacer qué?
―Demostrar que no tuviste un accidente esa noche, que fue intencionado.
Demostrar que no estabas borracho y que esas muertes no recaigan sobre tu
conciencia.
Aquella revelación tuvo el efecto de recibir un puñetazo en el estómago. Me
senté pesadamente en la silla de su habitación, mirándolo como si fuera otra
persona.
―Crees que... ―me detuve. No podía creer que fuera posible.
¿Podría borrar esta marca negra de mi agenda? —No. ―Sacudí la cabeza—.
Nadie habría hecho nunca daño a Arabella ni a mi madre.
―Correcto. ―Asintió ―. Pero, como probablemente recuerdes, se suponía
que no debían estar allí aquella noche. Se suponía que se marcharían pronto a la
finca, pero tuviste aquella gran pelea con tu padre y tu madre decidió quedarse.
Se suponía que tú y tu padre estabais en el coche, no ellas.
Apoyé los antebrazos en los muslos y bajé la mirada hacia las manos que
durante años había creído cubiertas de la sangre de mi familia.
―¿Quién haría eso?
―Ya sabes quién, Luca. Quiso el puesto desde que tengo uso de razón.
Negué con la cabeza, sin dejar de mirarme las manos.
―Benny y Savio son idiotas. Espesos y evidentes, nunca habrían conseguido
hacer algo así.
―A menos que tuvieran ayuda.
Levanté la vista.
―¿Quién?
―¿Los armenios? ―Dom se encogió de hombros—. Quizá hicieron un trato
con ellos, son lo bastante estúpidos.
Ladeé la cabeza, reflexionando. No, era imposible.
―¿Por qué has ido hoy al hospital?
―La letra de tu expediente médico era diferente, el color de las páginas no
encajaba. Cassie encontró algunas cosas inusuales en él, así que fuimos allí. Ella
fue la distracción y yo irrumpí en la sala de archivos.
―Ya veo... A ver si lo entiendo. Involucraste a mi mujer en un posible
complot de asesinato contra mí, poniéndola en peligro.
Dom hizo una mueca.
―Bueno, suena mal cuando lo dices así.
―¿Sabes por qué? ¡Porque jodidamente lo es! ―grité. La sola idea de que
hirieran a Cassie me causaba tanto dolor que apenas podía respirar.
―Luca...
Levanté un dedo para detenerlo.
―Su participación termina ahora, ¿entendido?
Domasintió,teniendoalmenosladecenciadeparecer avergonzado.
―¿Encontraste pruebas? ―Por favor, di que sí.
―Algunas, no tantas como me gustaría.
Me levanté, enderezándome los pantalones.
―Mañana concertaré una cita con Matteo, le contarás todo lo que sepas y
seguiremos a partir de ahí, ¿entendido?
―Sí. ―Se levantó también e hizo una mueca cuando vio su reflejo en el
espejo.
―¡Y tú la mantienes al margen! No la pongas más en peligro innecesario o
juro por Dios... ―No necesitaba terminar esa amenaza—. Te veré por la mañana.
―Yo también la quiero, ¿sabes? ―dijo Dom, cuando llegué a la puerta—.
No como tú, pero sí profundamente.
Giré la cabeza hacia un lado, manteniendo la mano en la empuñadura.
―Sé que lo haces. Es la única razón por la que sigues en pie.
Cuando volví a entrar en la habitación, Cassie estaba envuelta en una toalla,
recién duchada y secándose el pelo.
Me miró interrogante en el espejo, siguiéndome silenciosamente con la
mirada, hasta que llegué al cuarto de baño.
La miré a los ojos en el espejo y le sonreí. —Ti amo —vocalicé.
Sus hombros se hundieron de alivio. —Yo también. ―Me contestó y, de
repente, estábamos bien.
Me sequé con la toalla después de mi ducha rápida y entré en el dormitorio
con la toalla alrededor de la cintura, y el brillo lujurioso que apareció en sus ojos
me hizo sentir como un superhéroe. Todavía no podía creer que la mereciera.
―¿Me subes la cremallera? ―preguntó, volviéndose hacia el espejo.
Me coloqué detrás de ella y le rocé la columna con los nudillos, haciéndola
estremecerse.
―Tu piel es tan suave ―susurré ,antes de inclinarme para besarle la nuca.
Me encantaba cuando llevaba el cabello recogido, su cuello era tan bonito y
delicado.
Aspiró cuando rocé con mis labios la columna de su cuello. Me asomé al
espejo y vi que sus pezones estaban erectos de deseo.
―Esta noche ―le prometí, o advertí mientras le subía la cremallera—. Estás
impresionante ―le dije ,mientras estudiaba su vestidito de cóctel negro y
plateado que llevaba con el collar que le había regalado. No se lo quitaba y eso
me alegraba más de lo debido.
Giró sobre sí misma y apoyó su manita en mi mejilla llena de cicatrices.
―Siempre dices lo mismo ―se burló con una sonrisa.
La rodeé con mis brazos y la besé.
―Porque siempre es verdad. Puso los ojos en blanco.
―¿Incluso cuando me acabo de despertar con pijama extra grande? Porque
entonces también lo dices.
―¡Especialmente cuando te despiertas con pijama extra grande!
Significa que puedo quitármelo y comerme ese dulce coñito mío.
Soltó una carcajada sorprendida mientras se sonrojaba. Ahora era mi juego
favorito. Cuántas veces al día podía hacer que mi mujer se sonrojara.
―¿Tu coñito?
―¡Por supuesto! No pienso compartirlo ni devolverlo. Es mío —me burlé.
Me acarició la mejilla y pude ver todo su amor allí mismo, en sus
impresionantes ojos verdes. Moriría por ti, quería prometer.
―Sí, es tuyo ―confirmó, antes de zafarse de mi agarre—. Ahora prepárese,
señor Montanari, que ya vamos con retraso.
Cuando se sentó en el coche para ir a casa de Carter, a las afueras de la
ciudad, la cogí de la mano.
―Sé que me has mentido ―le dije lo más suavemente que pude, para
demostrarle que en realidad no estaba enfadado.
Se tensó y me miró de reojo.
―Dom me contó la verdad, sobre la investigación que estabais haciendo.
Solo pensar que estuvieras en peligro. —Negué con la cabeza.
―No te enojes con Dom, ¡fue mi idea involucrarme! ― Por supuesto, deja
que ella lo defienda.
―Puede que sí, pero él sabe lo peligroso que es nuestro mundo.
Debería haberlo sabido.
―Quería ayudarte.
Me llevé su mano a los labios y la besé.
―Y lo hiciste, pero ahora, por favor, no te involucres. Necesito que estés
sana y salva, ¿vale? No puedo investigar y preocuparme por ti al mismo tiempo.
―De acuerdo ―dijo derrotada.
―Mañana iré a ver a Matteo después de la cita con el abogado y te lo contaré
todo.
―¿Lo prometes?
―Lo juro.
Sonrió, deslizándose más cerca de mí y apoyando la cabeza en mi hombro.
―Me alegro de no tener que guardar más el secreto. Odio ocultarte algo.
Giré la cabeza y le besé la frente.
―Y además se te da muy mal.
―Está bien. Prefiero ser así.
―Yo también.
Cuando aparcamos frente a la mansión de Carter, la aprensión cesó. Solté un
suspiro agitado.
―Todo va a salir bien―me animó Cassie, apretándome suavemente el
muslo.
Solté una carcajada sin humor.
―Señor, debes pensar que soy un bicho raro. Primero, me asusté en el baile y
ahora, aquí. ―Sacudí la cabeza—. Debo parecer un niño asustado.
―No, veo a un hombre fuerte que empieza a cicatrizar e intenta recuperar su
vida. Esto no es fácil, y estoy muy orgullosa de ti.
Asentí con la cabeza. ―Vamos.
Nada más llegar a la gran puerta de madera, un mayordomo nos hizo pasar a
un pequeño comedor.
Nazalie sonrió alegremente cuando nos vio, y Carter tenía su habitual ceño
fruncido, aunque eso no significaba nada con él.
Nazalie corrió hacia mí y me abrazó.
―Oh, Luca, qué alegría volver a verte.
Le devolví el abrazo con torpeza, negándome a soltar la mano de Cassie.
Carter se acercó a nosotros y le dedicó una leve sonrisa a Cassie, antes de
volverse hacia mí.
―Luca, se te ha echado de menos. ―Sabía que a Carter King no le gustaban
mucho las muestras de emoción, al menos con nadie que no fuera la mujer de
curvas situada a su lado, y pensé que quizá fuera por eso por lo que habíamos
sido amigos durante tanto tiempo, éramos iguales.
Acerqué a Cassie a mí.
―Esta es Cassie, es mi... ―me detuve, sin saber cómo decirlo.
¿Novia? No era suficiente. ¿Prometida? Un poco presuntuoso. Sinceramente,
solo podía pensar en mía. Ella era mía... lo era todo para mí.
Carter asintió.
―Lo entiendo. ―Se volvió hacia Nazalie y le dedicó una suave sonrisa—.
Ella simplemente lo es.
―Sí. —Miré a Cassie—. Simplemente lo es.
Me volví hacia Nazalie y mis ojos se clavaron en su vientre hinchado.
—¿No es el mismo que hace dos años?
Se rio, apoyando una mano protectora sobre su barriga.
—En realidad, este es el bebé número tres. Leo y Connor duermen arriba.
―¡Jesús! ¿Tres? Carter sonrió.
―¿Qué quieres que te diga? Realmente quería una niña y me costó tres
intentos. ―Me guiñó un ojo—. Además, seamos sinceros, disfruto bastante
haciéndolas.
―¡Carter! ―jadeó Nazalie, dándole una palmada juguetona en el brazo.
La atrajo hacia sí y besó su coronilla.
―También me encanta ver crecer a mis bebés dentro de ella.
Mis ojos conectaron instantáneamente con el vientre plano de Cassie, sí,
definitivamente podía ver el atractivo. Me moría de ganas de ver a mi Cassie
gestando a nuestro bebé, esa pequeña parte de nosotros. Mi cavernícola interior
estaba sobreexcitado ante la idea de fecundarla... Pero todavía no, era muy
joven. Teníamos todo el tiempo del mundo.
La cena fue mucho mejor de lo que esperaba y fue como volver a la rutina. A
pesar de los dos años que habían pasado, era como si nunca hubiéramos perdido
el contacto.
Nazalie y Cassie conectaron de inmediato, y pude ver que Carter también le
tomaba cariño, ¿cómo no iba a hacerlo? Cassie era un ángel disfrazado.
Después de cenar, Nazalie llevó a Cassie a dar una vuelta por la casa,
mientras yo seguía a Carter a su despacho para tomar una copa.
―¿Así que has vuelto? ―preguntó Carter tras extenderme un vaso de
bourbon.
Asentí, tomando un sorbo.
―Eso es bueno porque tu tío no es el mejor gobernando esta ciudad.
―Lo sé y me haré cargo, pero seguiré en la finca. A Cassie le encanta.
―Y tú amas a Cassie ―terminó para mí.
―Más que mi vida.
―Es algo catártico, ¿no crees? Encontrar a la persona.
―Es aterrador. Carter echó a reír.
―Sí, pero de la mejor manera posible. Ella me da una razón para seguir
adelante.
―Lo siento ―admití finalmente, aunque con renuencia.
―No lo sientas. Hiciste lo que necesitabas hacer por ti mismo. Me alegra ver
que has llegado al otro lado.
―Cassie me ayudó mucho. Ella lo acepta todo, lo bueno y lo malo.
―Así es como sabes que has encontrado a la elegida.
―Temo que un día se despierte y se vaya, decida que es demasiado y se
marche.
Carter suspiró.
―Ese miedo, yo también lo tengo, y en realidad nunca desaparece. Más de
dos años con este matrimonio, tres hijos después, y algunas mañanas todavía me
despierto asombrado de tenerla a mi lado.
―Voy a casarme con ella.
―Sé que lo harás. ―Sacudió la cabeza—. Me alegro que hayas vuelto, Luca,
te hemos echado de menos... No por mí, pero tú lo sabes.
Me reí.
―Dicho sea de paso y para que conste, yo tampoco te eché de menos.
―No lo habría soñado. ―Y así como así, volvimos a nuestra antigua
amistad.
CAPÍTULO 22

Cassie

M
e limpié nerviosamente las manos en los pantalones, mientras Luca y
yo esperábamos a que aquel abogado de familia tan importante nos
pasara a su despacho.
Luca me cogió la mano y me besó el dorso.
—Todo va a salir bien.
Forcé una sonrisa. —Sí, lo sé, es que... Jude, ya sabes. Asintió.
—Sí, y prometí que lo recuperaríamos lo antes posible, y ya sabes que
siempre cumplo mi palabra.
—Sí, lo sé y confío en ti, pero esto... —señalé la puerta del abogado—. Pase
lo que pase, mucho de esto escapa a tu control.
Me dedicó una sonrisa pícara que hizo temblar mis partes femeninas.
—Es bonito que pienses así tesorina, por ahora voy a utilizar la vía legal,
pero si no funciona... —Se encogió de hombros—. De un modo u otro,
recuperaremos a nuestro chico.
Nuestro chico... Eran pequeñas cosas como esa las que me hacían amarlo aún
más.
—Srta. West, Sr. Montanari. El Sr. Gutsberg les está esperando.
Entramos en la oficina más grande que jamás había visto, con todo un panel
de ventanas al fondo que ofrecía una vista privilegiada de la ciudad.
Miré a Luca. ¿Cuánto le pagaba a ese abogado?
El abogado se levantó y señaló los asientos situados frente a su mesa.
—Sr. Montanari, qué placer verle de nuevo. Por favor, tome asiento. Srta.
West. —Hizo una leve inclinación de cabeza antes de sentarse en su escritorio,
frente a un montón de papeles.
—Siento la demora, pero tengo excelentes noticias. He estado al teléfono con
el Tribunal del Distrito de Familia y francamente, Srta. West, su abogado hizo un
trabajo muy pobre en este caso.
—Yo, um … no tenía abogado. —Me removí en la silla, sintiendo de repente
que había defraudado a mi hermano—. No hice nada malo y no tenía dinero, así
que...
Luca me cogió la mano y la apretó.
—No importa, ¿qué pasa?
—Un par de personas se ofrecieron a acoger temporalmente a tu hermano.
Una tal Sra. Broussard y una pariente lejana... ¿India Cassidy?
Asentí con la cabeza.
—Sí, India es mi prima de Vancouver y la señora Broussard era nuestra
antigua criada. Yo me quedaba con ella.
El abogado apoyó los brazos en el escritorio y me miró.
—Todo eso para decir que te descartaron como sospechosa muy al comienzo
de la investigación. Sospecho que algo de desidia y falta de colaboración han
tenido que ver en este desaguisado, pero deberían haberte entregado a tu
hermano hace semanas.
No, no podía ser tan fácil. No tendría tanta suerte.
—Significa que puedo...
—¿Recuperarlo? —El abogado sonrió—. ¡Sí, desde luego! Cometieron un
error y están agilizando el procedimiento. Mi ayudante estará pendiente a diario,
pero sospecho que podrá recoger a su hermano en los próximos días.
—Oh, esto es... Esto es... —Me llevé una mano temblorosa a la boca, y el
alivio me hizo llorar.
El abogado sonrió.
—Lo comprendo y de nada.
Luca volvió a apretarme la mano.
—¿Cómo hacemos lo de la adopción? Giré la cabeza hacia él.
—¿Quieres que adoptemos un niño?
Me dedicó una sonrisa burlona.—Ahora no, prefiero que trabajemos para
intentar tener uno.
Me sonrojé de mortificación al verlo decir eso delante de un desconocido.
—Me gustaría adoptar a tu hermano, quitarle el estigma que le causa su
nombre.
—Ya veo...¿Porque Montanari no viene con estigmas preconcebidos, no?
Se rio.
—Sí, así es, pero al menos viene con el tipo de estigma que lo mantendrá a
salvo pase lo que pase.
Me volví hacia el abogado.
—¿Es factible?
El hombre canoso asintió.
—Bueno, sí, es factible, pero el problema es que sus padres siguen vivos y,
aunque estén en la cárcel, siguen teniendo la patria potestad. La única manera
que funcione es que...
—¿Ellos mueran? —Luca comentó.
—Oh, por el amor de Dios —murmuré. A veces olvidaba que mi hombre era
mafioso.
El abogado ni siquiera se inmutó. Me preguntaba con qué frecuencia trataba
con hombres como Luca.
—No, lo más sencillo sería que renunciasen en su totalidad a la patria
potestad en favor de usted o... —Hizo un gesto hacia mí—. La Srta. West. Así
podrías iniciar el proceso de adopción de Jude West.
—¿Te parece bien? —me preguntó Luca.
—Sí, pero... —Suspiré—. Como sabes, mis padres son muy malas personas.
Si saben que nos hará la vida más fácil, no lo harán.
Luca me sonrió, tenía un filo depredador que nunca había visto antes, era el
Capo Luca frente a mí.
—Oh, lo harán, confía en mí. —Se volvió de nuevo hacia el abogado—.
Inicia todo el papeleo, lo haremos pronto.
—Perfecto. Empezaré con ello. —Se volvió hacia mí y me acercó una pila de
documentos—. Por favor, firma el acuerdo de tutela. Podré finalizar la liberación
de tu hermano en un día o dos.
Firmé todo, aún me costaba creer que la pesadilla estuviera terminando.
Cuando llegamos a la calle, esperando el coche, no pude contener más mi
felicidad y tiré de Luca en un abrazo.
Me devolvió el abrazo con una risilla sorprendido.
—¿Por qué haces eso?
—Por Jude, por mí, por todo.
—Te mereces todo y más, tesorina.
—¿Y qué pasa con la maldición de mi apellido? —pregunté burlon,
amientras él me miraba con una sonrisa divertida ¿También vas a adoptarme?
Resopló, estrechando su agarre alrededor de mi cintura.
—No, contigo me casaré, por supuesto.
Me quedé de piedra. Lo había dicho como si fuera lo más natural, como si
fuera evidente y no la bomba que era.
Le seguí entumecida hasta el interior del coche.
—¿Estás conmocionada?
Me giré hacia él en el asiento.
—Acabas, acabas de decir eso. — Asintió con la cabeza.
—Lo dije. Dije que eras mía, Cassie. Creí que sabías lo que significaba.
—Sí, no, quiero decir, ¿era una proposición?
—¡Enabsoluto! Dame más crédito, tesorina. Cuandotelo proponga, lo sabrás.
—¿Qué hacemos ahora? Suspiró, mirando su reloj.
—Tengo que ir a ver a Matteo con Dom para...
—Vale. Estarás bien, ¿verdad?
—Por supuesto. No te dejaré por mucho tiempo. Tal vez podrías reservar un
masaje.
—Buena idea. —No me apetecía mucho que me dieran un masaje, pero no
quería que se preocupara por mí.
—Todo está bien, tesorina. Te lo prometo. —Me cogió la mano y me besó el
dorso—. Disfrutémoslo, las cosas van bien. Esta noche te llevo a cenar a
Vignaiolo. ¿Qué te parece?
—¿No es ese restaurante súper famoso con una lista de espera de varios
meses?
—Lo es.
—¿Cómo se consigue una mesa? — Se encogió de hombros.
—La ventaja de ser el dueño, supongo.
—Oh... —Sabía que Luca era poderoso, rico y aterrador, pero aún no había
lidiado realmente con esta faceta suya. Estaba segura de que me costaría un poco
acostumbrarme, pero lo amaba lo suficiente como para hacer frente a todo lo que
se avecinaba.
Cuando volvimos al hotel, fuimos a la habitación de Dom en lugar de a la
nuestra, Dom estaba hablando con un guardia que había visto por la propiedad
unas cuantas veces.
Dom se volvió hacia mí y me guiñó un ojo.
—¿Cómo van las cosas, princesa?
Sacudí la cabeza con una pequeña sonrisa.
—Las cosas van bien.
Asintió antes de mirar a Luca.
—Sergio cuidará de Cassie mientras hacemos nuestras cosas, ya se lo han
comunicado. Es bueno.
—Sergio —lo llamó Luca con su voz de jefe. El fornido joven se volvió
hacia él.
—Jefe.
—Vas a cuidarla como si te fuera la vida en ello, ¿entendido? —Su voz era
tranquila, pero la frialdad que había detrás era aterradora.
—Por supuesto, jefe, ella está a salvo conmigo.
—Bien, bien. —Luca asintió—. Porque verás, la proteges como si fuera tu
vida porque es exactamente lo que es. Si algo... lo que sea le pasa a ella, tú
mueres. ¿Entiendes eso también?
El tipo palideció.
—Está de broma —solté de sopetón. No necesitaba que aquel tipo estuviera
aterrorizado todo el tiempo.
Luca me miró como si hubiera perdido la cabeza.
—No estoy bromeando, desde luego.
Me volví hacia Dom, que sacudió la cabeza y me dijo.
—No bromea.
De acuerdo entonces...
Luca suspiró y volvió a mirar el reloj.
—Será mejor que nos vayamos. Matteo no se lleva bien con la gente que
llega tarde.
Matteo nunca se lleva bien con nadie —resopló Dom.
—Solo un minuto —dijo Luca a los chicos mientras entraba en la habitación
conmigo.
Me atrajo hacia él hasta que su frente estuvo contra la mía.
—No te muevas, ¿vale? —me pidió con la ansiedad que le embargaba.
—Sí, claro. —Le apoyé la mano en el pecho, sobre el corazón—.
¿Por qué estás tan preocupado?
Me picoteó los labios.
—Porque te amo, y porque mi corazón vive en tu pecho, y odio dejarte sola
en la ciudad con alguien que no seamos Dom o yo.
Rodeé su cintura con mis brazos.
—Estaré bien. Me quedaré aquí. Me daré un masaje y un tratamiento facial y
todo eso, y luego, cuando vuelvas, cerraremos la puerta y nos divertiremos
durante unas horas.
Sonrió, y el brillo travieso de sus ojos hizo que mi estómago saltara.
—Te tomo la palabra.
—Espero que sí.
Luca me soltó y se dirigió a la puerta.
—Sergio estará delante de la puerta. Ábrele y, si necesitas algo, pregúntale.
—Bien, te amo.
Su rostro cambió de decidido a tierno.
—No creo que me canse nunca de oírte decir eso.
—Bueno, entonces está bien, porque no pienso parar nunca de decirlo.
—Yo también te amo. Solté una risita.
—Lo sé.
—Furbetta—murmuró antes de dejarme atrás.
Ahora que se había ido, ya no tenía que ocultar mi ansiedad. Me preocupaba
que hablara con Matteo. No sabía mucho de él, pero, por lo que Dom me había
contado, no era un hombre agradable.
Solo esperaba que creyera a Luca y a Dom y se enfrentara a cualquier otro
peligro que se cerniera sobre él.
Decidí seguir el consejo de Luca y reservé un masaje. También aproveché el
tiempo para llamar a Amy y pedirle hablar un rato con Jude.
Estaba tan contento como yo de venir a vivir a la finca. Era cierto lo que
había dicho Luca, por fin la suerte nos estaba sonriendo.
Acababa de prepararme un bocadillo cuando Sergio llamó a la puerta. Miré el
reloj, la masajista había llegado un poco pronto.
Abrí la puerta y me encontré con Savio sin aliento.
—¿Dónde está Sergio?
—Bajó con Dom —dijo con pánico—. Tienes que venir conmigo ahora. Luca
está herido, es grave.
Mi corazón se detuvo, mi respiración se detuvo, todo se detuvo como si el
tiempo se detuviera por completo. Aquellas palabras eran las más aterradoras
que jamás había oído.
—Vamos. —Empecé a seguirlo por el pasillo hacia los ascensores, con la
mente a mil por hora, pero, de repente, no me pareció bien. ¿Por qué no venía
Dom a recogerme?
Aminoré el paso, decidida a ponerlo a prueba.
—¿Cómo lo hirieron en la oficina de Carter?
—No estoy seguro, allí le esperaba un tirador solitario —añadió, pulsando el
botón del ascensor.
¡Mentiroso! Dejé de caminar.
—Lo siento, mi bolso, lo necesito. —Me di la vuelta y volví corriendo hacia
la habitación, lo suficientemente rápido como para que no notara que estaba
huyendo.
Una vez estuviera la puerta cerrada tras de mí, podría llamar a Luca y…
Justo cuando iba a entrar en la habitación, un brazo me rodeó el cuello con
tanta fuerza que me cortó el suministro de aire.
—Me pregunto, ¿en qué me he equivocado? —me susurró Savio al oído.
Jadeé al sentir el pinchazo de una aguja en el cuello y todo se oscureció.
CAPÍTULO 23

Luca


¿Te das cuenta de lo ridículo que suena? —preguntó Matteo,
recostándose en su sillón de cuero negro mientras jugaba con su
Zippo.
El despacho de Matteo era como él y su alma... todo muebles negros y de
cristal. Su escritorio era imponente, y su sillón tan grande que más bien parecía
un cómodo trono.
Me incliné hacia delante en mi asiento.
—¿Me estás diciendo que no crees que Benny fuera capaz de matar para ser
Capo?
Matteo se echó a reír.
—Oh no, Benny es totalmente capaz de matar por esto. Pero él y el idiota de
su hijo... —Sacudió la cabeza—. No son lo bastante buenos ni inteligentes para
salirse con la suya en algo así.
—Tal vez los armenios estuvieran involucrados. Al parecer ahora es su
putita.
Matteo puso los ojos en blanco.
—Los armenios son unos oportunistas, no se habrían molestado con tu tío
antes de que se convirtiera en el Capo. —Suspiró—. ¿Qué pruebas tienes?
Dom estaba a punto de contestar cuando mi teléfono vibró. Miré y vi el
nombre de Enzo. Fruncí el ceño. El chico odiaba hablar por teléfono por razones
obvias, que me llamara no auguraba nada bueno.
—¿Enzo?
Matteo me lanzó una mirada incrédula, como si no pudiera creer que
estuviera respondiendo a una llamada en su presencia.
—L-l-luca. C-creo que S-savio y mi p-padre han hecho algo m- malo.
—¿Qué han hecho?
—C-c-cassie.
Salté de mi asiento e hice un gesto a Dom para que se levantara.
—¿Estás en casa?
—Sí.
—Bien. Dom va a recogerte. Quédate ahí. —Colgué—. Enzo ha dicho que su
padre tiene a Cassie.
Dom palideció mientras sus manos se cerraban en un puño.
—Está muerto —gruñó.
A veces olvidaba lo importante que era también para él.
—Lleva a Enzo al hotel. Nos encontraremos allí.
—¿Nosotros? —preguntó Matteo cuando Dom se fue—. Sabes que no puedo
meterme, Gianluca, esto es algo que pasa con tu propia familia.
Sacudí la cabeza.
—¿Pero y si lo derribo? ¿Me juzgarán?
—Lo harán.
—¡Pero él la tiene! La amo…
—No es tu esposa, Gianluca, no la has reclamado oficialmente como tuya.
Para la famiglia, no es más que una civil sin ataduras, que sabe demasiado sobre
nosotros. Benny no será juzgado con demasiada dureza por su precipitación.
—Ella no es nada, pero para mí lo es todo. ¿Sabes siquiera lo que es el amor?
Inclinó la boca con disgusto.
—¡Dios, no! Doy gracias a Dios todos los días por protegerme de semejante
maldición.
—Tal vez deberías agradecerselo a tu falta de corazón. Matteo reflexionó
sobre ello.
—Sí, eso también.
No estaba por encima de rogarle, no por ella.
—Ayúdame y daré un paso al frente, volveré a tomar asiento y seré un buen
Capo.
Matteo me miró con su sonrisa sádica.
—Me temo que esta vez no será suficiente. — Entendí el mensaje
subyacente. Quería negociar.
—¿Qué quieres?
—Quiero un favor.
Asentí, cada minuto perdido era un riesgo para su vida.
—Te daré lo que sea. Ayúdame a salvarla.
—¿Cualquier cosa? —El brillo de sus ojos me inquietó—. No hagas
promesas que no puedas cumplir.
—Mientras no sea Cassie o nuestros futuros hijos, lo que sea. — Matteo
emitió un sonido de disgusto.
—¿Niños? ¡Señor, no! ¿Quién querría voluntariamente a esos parásitos?
Dios, guarda tu descendencia. —Se estremeció fingidamente al pensarlo—. No,
algún día te pediré algo y tendrás que decir que sí, sea lo que sea, y ahora da un
paso al frente. A partir de este momento vuelves a ser el Capo.
—Bien, sí, lo que sea.
—Giuro.
—Lo giuro sulla mia vita, sul mio nome, e sul mio sangue9. Se levantó con
un movimiento de cabeza. —Vámonos.
Cuando llegamos al hotel, Sergio estaba en mi habitación, con la cara
hinchada y sangrando.
—¿Cómo? —le ladré, sin importarme que estuviera medio muerto.
—No esperaba que Savio... —Graznó antes de apoyarse contra la pared,
sujetándose la cabeza—. Creo que tengo una conmoción cerebral.
—Tendrás suerte si es lo único que tienes. —Exploré la habitación y me
detuve en la barra, junto a la cocina americana—. Tú y yo hablaremos cuando la
recupere.
Me volví hacia Matteo, mostrándole el collar que le había comprado a Cassie
y la nota que decía simplemente:
“Renuncia y recupérala”
—Voy a matarlo —anuncié. Matteo negó con la cabeza.
—No, no lo harás, no lo conviertas en un mártir. No empieces una guerra
dentro de la famiglia. Ya se encargarán de él.
En ese momento llegó Dom con Enzo.
—L-l-luca, no fui y-y-yo —dijo mirando a su alrededor con los ojos muy
abiertos y las grandes gafas apoyadas precariamente en su fina nariz.
Cualquier otro día habría sido paciente con él, amable. Enzo era un buen
chico y tenía suficiente mierda de su propio padre y hermano.
—Enzo, lo sé, pero tienes que elegir un bando ahora. ¿Dónde están?
Miró a su alrededor inseguro, lanzando una mirada de preocupación hacia
Matteo. Sabía algo, pero también se sentía culpable. Sabía que, pasara lo que
pasara, no acabaría bien.
—¡Mírame! —solté.
Enzo se volvió hacia mí, sorprendido por mi tono.
—Olvídate de Matteo, él no puede ayudarte ahora. Soy la peor pesadilla en
esta habitación. Ahora elige, y elige bien. O te pones del lado de tu padre y de tu
hermano, que siempre tienen ganas de humillarte, o te pones del lado de tu Capo.
—Me señale a mí mismo—. Y su consigliere. —Señalé a Dom, que me miró con
clara sorpresa.
Por supuesto, él sería mi consigliere, no había hombre en el mundo en quien
confiara más que en él.
—Vaya... —Matteo puso los ojos en blanco—. Ese es otro giro argumental
que nunca vi venir. Eres tan impredecible. Un verdadero hombre misterioso.
—E-estoy c-contigo, L-luca. Siempre.
Le hice un gesto brusco con la cabeza. Si no hablaba ahora, juro por Dios que
también acabaría con él.
—Mi p-p-padre tiene un a-almacén s-secreto en los m-muelles.
—¿Dirección? —demandó Dom.
Enzo sacó una libretita de su bolsillo interior y se la tendió a Dom.
—P-p-primera página.
Dom abrió la libreta y me miró.
—Parece de fiar. —Hizo un gesto con la cabeza hacia Enzo—. Tú también
vienes.
Cuando llegamos al almacén, me sentía como un depredador enjaulado,
inquieto y hambriento, listo para saltar y matar.
Tan pronto el vehículo se detuvo, salí corriendo y me lancé hacia la puerta,
dispuesto a entrar a toda pastilla.
Estaba llegando a la puerta trasera cuando alguien me agarró del brazo para
detenerme.
Gruñí, arremolinándome para encarar a Matteo.
—Detente, no te dejes llevar por tus emociones. Tomémonos un minuto.
Bajé la mirada hacia su mano, que agarraba mi antebrazo.
—Ten cuidado, Genovese, la gente pensará que te importa. — Resopló.
—Difícilmente, pero al final te convencí a ti, un Capo medio decente, para
que dieras un paso al frente, y no es para que te maten o te exilien ahora.
—Prioridades, ¿no? —pregunté burlonamente.
—Siempre. —Miró hacia la puerta—. Entraré yo primero, dame un minuto y
sígueme... y no olvides tu promesa.
Volví a mirar a Dom, que se encogió de hombros, y a Enzo, acurrucado en la
pared.
—Tú quédate aquí, Enzo, ¿de acuerdo? —Intenté que mi voz sonara más
suave que antes.
Asintió, con cara de agradecimiento.
—Bien, vamos.
Matteo sacó su Beretta del soporte derecho y le colocó el silenciador que
llevaba en el bolsillo.
Lo miré con las cejas arqueadas. ¿Quién iba por ahí con un silenciador en el
bolsillo?
—¿Qué? Siempre estoy preparado. —Disparó a la cerradura de la puerta con
un suave ruido sordo.
—Voy a matarlos —murmuré a Dom apenas entró Matteo.
—Lo sé.
Dom y yo cogimos nuestras armas y caminamos detrás de Matteo. Estaba
claro que utilizaban este almacén para muchas cosas cuestionables, según
nuestras reglas familiares.
Caminamos en silencio siguiendo una luz tenue y oímos voces apagadas en la
distancia.
Dom me dio un toque en el brazo y movió la cabeza hacia la izquierda.
Miré y vi una caja con letras rusas. Podía apostar a que eran armas. Benny
traficaba armas con los rusos o los armenios... Ese hombre era aún más estúpido
de lo que pensaba... o quizá no, se llevó el premio cuando me robó a mi mujer.
—No debiste llevártela, Benny, eso no fue inteligente —dijo Matteo con voz
severa.
—Lo hice por nosotros, Matteo. Ella sabe demasiado.
Salí de detrás de una estantería y me coloqué junto a Matteo, con Dom al otro
lado.
Benny se tensó cuando miré a mi alrededor y encontré a Cassie en una silla
en medio de la habitación, con los brazos atados a la espalda y los tobillos
sujetos a las patas de la silla. Tenía la cabeza gacha y la barbilla pegada al pecho.
Su hermoso cabello pelirrojo caía como un velo sobre su rostro, ocultando lo que
yo más deseaba ver.
Savio se colocó detrás de ella, con su arma demasiado cerca para mi gusto.
—¿Estás tomando partido, Matteo? —preguntó Benny, con evidente
frustración—. ¿Qué ha pasado con el simple papel de observador? Que yo sepa,
no he infringido ninguna norma. No ha sido reclamada.
Matteo se encogió de hombros.
—Y yo solo estoy aquí... simplemente observando.
—No te preocupes, Gianluca, quizá la drogué un poco más de lo
conveniente, pero por ahora respira —se mofó Savio. No se me escapó el tácito
“por ahora”.
Disfrutaré matándote.
—Te llevaste lo que era mío —le dije a Benny, tratando de refrenar mi ira.
—Por favor, Luca, es solo una chica, una criada a la que le contaste todo, sin
hacerle jurar por la famiglia. No nos gustan los cabos sueltos. Estoy arreglando
tus errores.
—¿Por eso mataste a mi familia? — Benny dio un paso atrás, sorprendido.
—¿De qué estás hablando?
—¿Mi madre y mi hermana? ¿Qué monstruo hace algo así? — Sacudió la
cabeza.
—¡Esto es una locura! No tienes pruebas. No soy un cualquiera,
Gianluca. Soy el Capo. —rugió, con el arma temblando en su mano.
—Capo en funciones, Benny. Ahora ya no. He recuperado mi papel. Nunca
debí cedértelo.
Benny miró a Matteo, con la cara tan roja que casi parecía morada.
—Sí, es el Capo.
—Y tengo pruebas.
—¡No puedes tener pruebas! —ladró—. ¡No se suponía que estarían allí!
Estaban allí por tu culpa. ¡Tú las mataste!
Me golpeó como una tonelada de ladrillos. Acababa de admitir de algún
modo que había provocado el accidente con la intención de matarnos a mi padre
y a mí. Fue él quien mató a mi familia, a las dos almas más bondadosas del
mundo en un juego de poder, y yo levanté la mano, apuntándole a la cara con mi
arma.
—Me lo pensaría dos veces —advirtió Savio, colocándose detrás de Cassie y
levantando su arma hacia un lado de su cabeza.
—¿Dónde está tu lealtad? —escupió Benny a Matteo.
—¿Qué lealtad te debo? —frunció el ceño, claramente molesto por el
arrebato de Benny.
Benny le dedicó una sonrisa malévola.
—Hermano, hermano, ¿dónde estás? Estoy a tu lado —cantó.
No tuve tiempo de darme cuenta de lo que ocurría hasta que noté por el
rabillo del ojo la pistola de Matteo, y Benny cayó pesadamente al suelo, con un
disparo limpio justo en medio de la frente.
Entonces escuché amartillar un arma, un disparo en el costado y sentí que
moría.
CAPÍTULO 24

Cassie

¿
Ruido? ¿Agua? ¿Dolor? Todo al mismo tiempo. Sentía la boca tan seca
como si tuviera bolas de algodón dentro de ella.
Gemí suavemente, tratando de moverme, pero mis brazos estaban
atascados y de repente escuché un estruendo ensordecedor, seguido rápidamente
por un segundo estruendo.
Me sacudí hacia atrás en la silla, gimiendo por el dolor que sentía en la
cabeza y en el cuerpo.
—Cassie, mi amore, abre los ojos.
—¿Luca? —Intenté hablar, pero tenía la garganta tan seca como si hubiera
tragado arena.
—Cassie, por favor.
No conocía tanta desesperación en su voz.
Hice todo lo posible por abrir los ojos, pero veía un poco borroso. Solo podía
ver la forma de Luca arrodillado frente a mí, mientras sus manos tocaban mis
piernas.
—Me siento rara. —¿Por qué me sentía rara? ¿Por qué no recordaba nada
después de la cita con el abogado?
—¿Luca?
—Sí, tesorina. Estoy aquí y no volveré a perderte de vista.
Sentí que alguie ntiraba de mis manos y giré la cabeza, sobresaltada.
Dom me dedicó una rápida sonrisa antes de desatarme las manos.
Levanté la vista y vi a Matteo de pie detrás de Luca, y todo volvió como una
ola. Savio, la aguja.
—¡Savio me secuestró!
Ahora podía ver el rostro de Luca con más claridad y la preocupación en su
rostro, el ceño profundamente fruncido entre sus cejas, la fina línea de sus labios.
—Lo hizo, cielo.
Matteo se acercó a Luca, regio con su traje oscuro. Me observó críticamente
y le tendió una botella de agua a Luca, antes de decir algo en italiano.
Luca le respondió con dureza antes de volverse hacia mí.
—Bebe, te ayudará con los efectos secundarios de los fármacos —dijo Luca
con suavidad, aún arrodillado frente a mí.
Asentí con la cabeza, intentando coger la botella, pero la mano me temblaba
demasiado.
Luca me llevó el agua a los labios y bebí con avidez, el agua fría hizo
maravillas en mi dolorida garganta. No me había dado cuenta de que me la había
bebido toda hasta que Luca tiró la botella y habló por encima de mi hombro.
—¿Puedes traer otra? Y dile a Enzo lo que ha pasado.
Matteo seguía mirándome, la intensidad de sus ojos me incomodó.
—No lo hicieron solos, lo sabes, ¿verdad? Todo el asunto... fue demasiado
bien ejecutado. —Habló en beneficio de Luca.
Luca suspiró.
—Lo sé, pero eso es un problema para otro momento.
Matteo asintió antes de sacar un pañuelo del bolsillo blanco de su traje gris
oscuro y tendérselo a Luca.
Luca me limpió la mejilla con tanta suavidad que casi me hizo llorar. Este
gran hombre siempre era tan tierno conmigo.
—¿Sangre? —jadeé cuando dobló la tela para guardársela en el bolsillo. No
me sentía herida.
Luca me acunó el otro lado de la cara con su gran mano.
—No es tuya, tesorina. —Sus ojos se desviaron hacia su costado.
Seguí su mirada y me estremecí. Había visto muertos en el hospital, pero este
era diferente. Savio yacía en el suelo a mi lado, con el ojo izquierdo muerto
mirándome fijamente, mientras el otro había desaparecido por completo a causa
de una herida de bala, y su sangre ensuciaba lentamente el suelo de cemento.
—Oh, Luca... —Mis ojos se desviaron hacia el cuerpo un poco más allá, al
de Benny muerto—. ¿Vas a tener problemas?
Todo su rostro se transformó con tanta ternura.
—Oh, anima mia —soltó una risita cansada—. Te han drogado, secuestrado y
casi matado, ¿y te preocupas por mí?
—Por supuesto. —Fruncí el ceño, ¿por qué estaba tan sorprendido? —Te
quiero.
Matteo se aclaró la garganta.
—Siento interrumpir el momento más conmovedor de la historia
—empezó, claramente sin lamentarlo en absoluto—. Pero tenemos que
movernos ya. No puede estar aquí cuando llegue el equipo, y dejarme al niño a
mí.
—¿Chico? ¿Qué chico?
Matteo me lanzó una mirada exasperada.
—Nada que te incumba y solo para apaciguar tu mente. Gianluca no mató a
nadie. Yo me cargué a este —dijo señalando al tío de Luca.
—Y yo maté a Savio —dijo Dom, volviendo con otra botella de agua—. No
podía dejar que nadie hiciera daño a mi colega de OTH, ¿verdad? —Me dedicó
una de sus sonrisas pícaras, intentando ocultar el miedo real que acababa de
sentir.
—No quiero ni saber lo que eso significa —refunfuñó Matteo—. Cogedla,
tomad el coche y marchaos.
Luca me alzó y me cargó en brazos.
—¿Qué te dijo Matteo? —pregunté, mientras le rodeaba el cuello con los
brazos.
—¿Cuándo? —preguntó antes de besarme la sien y suspirar aliviado.
—Cuando te dio el agua. — Luca puso los ojos en blanco.
—Matteo es un poco anticuado. Decía que un Capo no se arrodillaba ante
nadie.
—Ya veo...
—Le contesté que no me arrodillaría ante nadie, incluido él, pero que la
mujer que guarda mi corazón y mi alma hecha jirones, era una excepción a la
regla.
Le dediqué una pequeña sonrisa y apoyé la cabeza en el pliegue de su cuello,
sintiendo su cálida piel, su ligera barba incipiente, oliendo su embriagador
aroma, nunca me había sentido más segura que entre sus brazos.
Durante todo el trayecto hasta el hotel me dormí una y otra vez.
—Voy a pedir algo de comida para ti y café. Ahora te ayudo a ducharte, ¿de
acuerdo?
Llamó al servicio de catering y me acompañó lentamente al cuarto de baño.
Abrió el agua de la gigantesca ducha mural y, mientras el lujoso cuarto de
baño empezaba a empañarse ligeramente, me quitó la ropa y la suya con
precisión casi militar, metiéndome con él en la ducha, enjabonándome con un
jabón de olor a lilas y lavándome luego el cabello con tanta ternura.
Me apoyé en su espalda mientras me masajeaba el cuero cabelludo.
—Eres tan bueno cuidándome —susurré, sintiéndome tan relajada a pesar de
todo.
—Tú también sabes cuidarme, lo nuestro es una alianza, Cassie.
—Me dio la vuelta para que pudiera mirarlo—. Somos tú y yo. —Me besó la
punta de la nariz.
—Siempre.
Me enjuagó el cabello y me hizo sentar en el asiento de la ducha, mientras se
lavaba rápidamente.
Una vez hubo terminado, me secó con una toalla y me ayudó a ponerme el
pijama antes de ocuparse de sí mismo y, una vez vestido, me cogió en brazos y
me llevó a la cama.
—Luca, ya estoy bien. No soy una inválida.
—Te secuestraron y drogaron, mi amor. Déjame cuidarte. — Suspiré, pero
cedí. Sabía que lo hacía tanto por él como por mí. Me metió en la cama y
acomodó las mantas a mi alrededor.
—Vuelvo enseguida.
Me relajé contra las mullidas almohadas cuando Luca trajo un carrito lleno
de comida. —No estaba seguro de lo que querías.
—Luca... —repliqué, antes de decidirme por el plato de huevos revueltos con
tostadas.
Se sentó en el cómodo sillón color crema al otro lado de la cama y me miró,
con un vaso de whisky en la mano.
—Cásate conmigo —soltó, cuando llevaba la mitad del plato. Casi me
atraganto con la tostada.
—¿Qué?
—Cásate conmigo, mañana... solo, cásate conmigo.
—¿Es una proposición? Asintió con la cabeza.
—Por supuesto que me casaré contigo, Luca Montanari, pero...
—sacudí la cabeza—. No podemos casarnos ahora mismo. Esto es una
locura, apenas nos conocemos.
—Sí, podemos. He solicitado una licencia esta mañana. —Se inclinó hacia
delante en su asiento—. Te conozco, sé todo lo que me importa. Cásate
conmigo... mañana por la mañana. No quiero irme de Nueva York sin ti como
esposa.
—Luca, es el miedo a perderme hablando. Yo... Sacudió la cabeza.
—Siempre temo perderte, tesorina. Estés o no en peligro. Eres mi gran amor,
mi único amor. Eres mi oportunidad de ser feliz y me di cuenta de ello hace
mucho tiempo. Pero aparté estos sentimientos, los enterré porque no debería
haberte deseado y por lo que siento por ti... joder, mujer, me asusta de un modo
que apenas puedo comprender. Te mereces un cuento de hadas, y, este amor que
compartimos, cariño, no es el cuento de hadas que quieres o con el que sueñas.
—Tú eres mi Príncipe Luca, la armadura oscura no me asusta.
—Estoy de vuelta en la cima de la cadena alimentaria. Soy de la Mafia, es
oscura, y sucia. No podré contártelo todo y habrá cosas que oirás, que verás que
no te gustarán, con las que no estarás de acuerdo, pero tendré que hacerlas
igualmente. Seré la oscuridad que rodea tu brillante luz. Pero juro nunca
sofocarla, nunca.
—Deja que tu oscuridad abrace mi luz, Luca Montanari. No me asusto
fácilmente. ¿Por qué no podemos hacer nuestro propio cuento de hadas, tú y yo?
No tiene que ser Disney. Solo necesitamos ser nosotros.
—Podemos tener tu boda de cuento de hadas más tarde si quieres, cuando
quieras, donde quieras, pero, por ahora, dame eso. Cassie, te lo ruego, cásate
conmigo.
—No quiero una boda de cuento de hadas, ni ahora ni nunca. Y sí, aunque
sea una locura, me casaré contigo mañana mismo.
La cara de Luca se iluminó como la de un niño la mañana de Navidad y, solo
por eso, supe que había tomado la decisión correcta.
—Hazme el amor, Luca Montanari —dije una vez que retiró la comida de mi
regazo.
Se quedó inmóvil un segundo, y sus ojos se iluminaron con un brillo
lujurioso.
—Te han lastimado, tesorina. No estoy seguro...
—Pero yo sí. —Me quité la parte de arriba del pijama, dejándole a la vista
mis pezones erectos—. Mi mente está despejada ahora y ansío tus manos sobre
mi piel.
Los ojos de Luca recorrieron mi pecho, y su rostro pasó de la indecisión al
puro deseo. Aún me costaba creer el poder que tenía sobre aquel hombre. Lo
mucho que me deseaba.
Se quitó el pijama y su magnífico cuerpo y su polla semidura hicieron que se
me agitara el estómago y se me apretara la vagina, al pensar en esa enorme polla
dentro de mí.
Retiré la sábana y levanté las caderas en una invitación silenciosa a que me
quitara el pijama. Sabía cuánto disfrutaba desnudándome.
Gruñó de satisfacción y enganchó los dedos en el lateral de mis pantalones,
bajándomelos lentamente antes de tirarlos al otro lado de la habitación.
Se sentó a horcajadas sobre mis piernas y me miró como un depredador listo
para atacar, buscando la parte más vulnerable. Si tan solo supiera que todas mis
partes eran vulnerables bajo su mirada oscura y ardiente.
—La mia bellissima fidanzata. —Sonrió, rozándome suavemente los pezones
con los dedos.
Sentía que la piel me ardía.
Se inclinó para lamerme uno de los pezones mientras un hilo de humedad se
asentaba entre mis muslos.
Rozó con sus labios mi clavícula, la curva de mi garganta.
—Voy a tatuarte con mis labios —murmuró, antes de pellizcarme la
mandíbula.
Intenté apretar las piernas, buscando la fricción que me moría por sentir.
—¿Qué quieres? —exigió, alternando lametones, mordisquitos y succiones
en mi piel.
—A ti —solté jadeando—. Dentro de mí.
Se tumbó a mi lado, sin interrumpir las caricias que me estaban volviendo
loca.
—¿Dentro de ti? —preguntó, dejando que su gran mano recorriera mi vientre
—. ¿Aquí? —preguntó, ahuecando mi coño en un gesto posesivo.
—Sí —murmuré, levantando las caderas y separando más las piernas,
dándole acceso total a su mano.
Luca succionó mi pecho mientras sus dedos separaban mis pliegues, tocando
mi humedad.
Me penetró con un dedo, y gemí, levantando las caderas una vez más,
queriendo su dedo más profundo... Quería más, solo más.
Dejó que mi pezón saliera de su boca de un pop.
—Siempre tan húmeda para mí, tan ardiente y dispuesta.
—Siempre para ti.
—Solo para mí. —No debería disfrutar de la oscura posesividad con la que
ordenaba eso y, sin embargo, lo hacía. Llevaba mi deseo al límite de la locura.
Asentí, cerrando los ojos.
—Solo para ti. —Dejé que mi mano vagara a ciegas hasta rodear su polla
dura como el acero.
Apreté, haciéndolo sisear y empujar en mi mano.
—También eres mía.
—Sí, soy tuya. Siempre y para siempre.
—Hazme el amor.
Luca retiró el dedo y se lo metió en la boca mientras se acomodaba entre mis
piernas, sin romper el contacto visual.
—Sabes a mi ambrosía personal, tesorina —dijo mientras empujaba sus
caderas lentamente, frotando su polla contra mi empapado ardor.
—Pronto tendré que probar el tuyo. —Abrí más las piernas y volví a
balancear las caderas.
Luca levantó las caderas, agarró su polla y entró en mí con una lentitud
agonizante, sin dejar de mirarme, hasta que estuvo completamente sentado
dentro de mí.
Apoyé los talones sobre su culo y me agarré a sus hombros.
Me hizo el amor dulce y suavemente, con embestidas largas, lentas y
profundas, que sentí hasta el corazón.
Me besó, me acarició y murmuró muchas palabras de amor, tanto en inglés
como en italiano, con cada embiste.
Lo sentía crecer dentro de mí, estaba cerca. Echó la cabeza hacia atrás,
llevando su mano hacia abajo y acarició mi clítoris con la yema del pulgar,
llevándome al límite.
Cuando mis músculos internos se apretaron alrededor de su cuerpo, gritó mi
nombre y se liberó dentro de mí.
Cayó pesadamente a un lado, dejándome vacía, pero, casi inmediatamente,
me atrajo hacia el calor de sus brazos.
Apoyé la cabeza en su pecho, escuchando su respiración agitada y los latidos
de su corazón.
—Te amo, Luca —susurré, rodeando su torso con el brazo. Sus brazos me
rodearon con fuerza.
—Lo eres todo para mí —respondió melancólico, antes de besarme la
coronilla.
Me quedé dormida, saciada, feliz y sintiéndome segura en los brazos del
hombre que amaba, arrullada por el ritmo de los fuertes latidos de su corazón.
Y supe sin lugar a dudas que, a pesar de todo lo que la vida nos deparara,
Luca Montanari y yo seríamos para siempre.
CAPÍTULO 25

Luca

M
e desperté al amanecer y miré a mi prometida dormida en la cama a mi
lado.
—Prometida —susurré, dejando que mis ojos recorrieran su
esbelto cuello y su hermoso cabello a la escasa luz del sol naciente que se
filtraba por el hueco de la pesada cortina.
Me costaba creer que, después de todo lo que había hecho, de todo lo que
había pasado conmigo o por mi culpa, estuviera preparada para ser oficialmente
mía.
Me arrastré fuera de la cama con tanto cuidado como pude, me aseguré que
las cortinas estuvieran perfectamente cerradas y salí de la habitación, dispuesto a
ponerme en pie de guerra para hacer todo lo posible antes de que despertara y
pudiera replantearse algo.
No lo hará, te ama, me repetí. Llamé a Dom.
—¿Quién ha muerto? —murmuró somnoliento al teléfono.
—Tú, si no estás en mi habitación en los próximos cinco minutos. Dom entró
en chándal y camiseta, con una mirada sombría.
—Qué demonios —gruñó—. Sabes que con toda la mierda con la que ayudé
a Genovese a lidiar, apenas he dormido. Pero ya sabes que como consigliere
tuyo... —suspiró.
—Tu eres mi consigliere. ¿Alguna vez pensaste que elegiría a otro?
Dom me miró con incredulidad.
—No puede ser. Soy el hijo de un simple made man, no es como suele
hacerse.
Negué con la cabeza.
—Y, sin embargo, lo eres. Se lo dije a Matteo, esta confirmado. No hay
hombre en quien confíe más que en ti, Domenico. Te confío mi vida y, sobre
todo, te confío la suya. No solo eres mi seguridad, eres mi mejor amigo.
Dom se aclaró la garganta y apartó la mirada.
—¿Qué necesitas?
—Me caso hoy.
—¿Te casas? —Dom se volvió hacia mí—. ¿Lo sabe ella? ¿Me estás
pidiendo su mano?
Le hice un gesto con el dedo corazón.
—Necesito que me ayudes. Soltó una risita.
—Por supuesto. ¿Qué necesitas?
—Ve a nuestra joyería habitual y recoge el anillo de compromiso que he
encargado. Pídele que te dé la alianza a juego y un anillo de platino para mí.
—¿Te has hecho un anillo de compromiso?
Asentí con la cabeza. —Hace unas semanas, cuando fui a Nueva York. Supe
que era ella desde el momento en que la vi aparecer en mi pantalla.
—Yo también lo sé desde hace tiempo. —Se frotó la cara—. ¿Qué más
necesitas?
—Necesito que vayas a ver a Matteo y le digas que tiene que venir al
Ayuntamiento esta tarde con otro miembro del consejo. Necesito que sean
testigos.
—¿Matteo? ¿En serio? —Hizo una mueca—. Pasé cuatro horas con ese tipo
después de que te marchases, suficiente para toda la vida.
Suspiré.
—Dom, por favor.
—Si. —Se frotó la barba incipiente—. ¿Qué crees que significó todo lo de
ayer? ¿Por qué nos ayudó Matteo?
No quería que Dom se preocupara, darle a Matteo una promesa en blanco
como lo hice fue estúpido más allá de la creencia, pero nació de una
desesperación que Dom no podía entender.
—Matteo quería que volviera a la cima, ayudarme a conseguir a Cassie era la
única manera. Si hubiera muerto... —No pude contener el escalofrío que me
recorrió la espalda, y la oleada de náuseas que me golpeó el estómago con solo
pensarlo.
Dom también palideció y cerró la mano sobre el mostrador. Sabía que la idea
de perder a Cassie le resultaba tan insondable como a mí.
—Si ella hubiera muerto, no habría sobrevivido yo.
—Y yo los habría matado a todos —añadió Dom en tono sombrío.
Asentí, lanzando una mirada hacia el dormitorio donde mi mujer seguía
durmiendo. Los dos moriríamos por ella y ese pensamiento me tranquilizó de
algún modo.
—Voy a ocuparme de Genovese. ¿Algo más? Negué con la cabeza.
—No, Cassie no quiere un gran alboroto. Dom me dedicó una pequeña
sonrisa.
—No esperaba menos de ella. Lo suyo es la sencillez.
—Aún no puedo creer que me eligiera a mí —admití. Dom resopló.
—Yo tampoco puedo, esa mujer está clínicamente loca.
Le lancé una mirada fulminante. —Cazzo.
Se rio por lo bajo, sacudiendo la cabeza.
—No te estás viendo con claridad, nunca lo hiciste. Ella te ve a ti, a quien
realmente eres, y sí, no eres fácil, pero eres un buen hombre, el mejor de los
hombres. ¿De verdad creías que te seguiría en lo más profundo del desespero si
alguna vez dudara de ti, Luca? —Me dedicó una pequeña sonrisa—. Ha hecho la
elección correcta. No creo que pueda encontrar a nadie tan dedicado como tú.
Fue mi turno para que se me formara un nudo de emoción en la garganta.
—Será mejor que te vayas ya, esta boda no se hará sola. Tengo que llamar a
Carter ahora. Tengo que cobrar unos cuantos favores.
Dom miró el reloj de la habitación. —Son las seis y media.
Me encogí de hombros. —Tienen dos bebés, estoy bastante seguro de que
están levantados.
—Bien, me prepararé y me iré. Volveré en las próximas horas con los anillos.
Dom se volvió hacia la puerta, dio un paso, pero se detuvo antes de volverse
de nuevo.
—¿Qué crees que quiso decir Benny cuando cantó?
Ah, eso, yo me preguntaba lo mismo, pero eso también era un problema para
otro momento. ¿Sabía Benny lo que hice? ¿A quién maté en nombre de la
hermandad?
—Eran palabras desesperadas de un hombre desesperado, tratando de
engatusarnos para ganar tiempo. —Hice un gesto displicente con la mano—. Ya
tengo suficientes cosas de las que ocuparme. Aquello fue irrelevante.
Dom asintió.
—Sí, creo que tienes razón. —Pero le conocía lo suficiente como para saber
que no lo olvidaría.
Apenas Dom se fue, llamé a Carter y, como había previsto, ya estaba
despierto, con el sonido de un niño lloriqueando de fondo.
—Sea lo que sea, Luca, tendrá que esperar —dijo a modo de saludo.
—Me voy a casar y necesito tu ayuda.
Carter guardó silencio unos segundos.
—¿Y tenías que decirlo ahora? Enhorabuena.
—Me caso hoy.
—Oh. —Carter se rio—. ¿Temes que cambie de opinión? No puedo culparte.
Puse los ojos en blanco. ¿Por qué estaba rodeado de gilipollas?
Porque eres gilipollas, respondió la vocecita burlona.
Carter suspiró.
—¿Qué necesitas?
—Tú como mi testigo, tu esposa para ayudar a la mía, y el acceso a King’s
Mall.
—Un segundo... —La línea se silenció cuando se puso en silencio—. Nazalie
dice que sí.
Antes me habría burlado infinitamente de él por eso, pero ahora lo sabía
mejor gracias a lo que dijo Cassie.
—Perfecto. ¿Cuándo puedes estar aquí?
—¿Un par de horas?
—Hasta luego.
Pedí el desayuno para Cassie y se lo llevé rodando a la habitación. Abrí la
cortina hasta la mitad y la miré en la cama, con el corazón apretándoseme casi
dolorosamente en el pecho. ¿Se iría alguna vez esta sensación? ¿Me
acostumbraría algún día a tenerla? Lo dudaba.
Me senté cuidadosamente a su lado y rocé con mis labios su pómulo,
recorriendo su mejilla hasta su cuello.
Suspiró complacida.
—Tenga cuidado, Sr. Montanari. Podría pedir este tipo de despertador cada
mañana.
Me reí contra su cuello.
—Lo que mi reina quiera, mi reina lo conseguirá. —Me moví de mi lugar en
su cuello y me encontré con sus ojos verdes aún somnolientos—. Te he traído el
desayuno. —Sonreí—. La futura
novia necesita comer y prepararse porque su equipo nupcial llegará en breve.
Parpadeó en silencio y, de repente, me quedé paralizado por el miedo. ¿Se
habría olvidado de lo de ayer? ¿Le habrían jugado una mala pasada las drogas?
Y lo más aterrador de todo, ¿habría cambiado de opinión?
—¿Cassie? —Señor, ¿mi voz sonaba tan asustada como creía?
—Pensé que solo era una boda rápida. No hace falta que te compliques, lo
único que me importa es que me caso contigo.
Solté una risita aliviado.
—Tesorina, es tanto para mí como para ti. Es la única que tendremos...
Compláceme.
Sacudió la cabeza con una sonrisita pícara en la cara.
—Te amo, mi dulce bestia. — Le picoteé los labios.
—Dulce solo para ti, bellissima.
Me di una ducha rápida mientras ella desayunaba, y volví al salón para darle
un poco de intimidad. La emoción del día empezaba a afectarme.
Dom fue el primero en regresar.
—Matteo fue un engreído con lo de la boda. Dijo que te dijera “otro giro
argumental que nunca vio venir” pero que estará allí a la una con Romero.
—Ser un capullo es el modo por defecto de Matteo. Dom ladeó la cabeza.
—Pensé que era un asesino psicópata.
—Eso también. —Cogí el anillo de compromiso y lo miré. Era tan hermoso
como me lo había imaginado. El anillo era de platino, engastado con diamantes
negros y esmeraldas en la base, y un diamante rojo redondo, en el centro.
—¿Es una...?
—Rosa roja, sí. —Lo confirmé—. Un recuerdo de nuestro jardín.
—Mira quién es el romántico.
—Vaffanculo. —Cerré la caja de terciopelo rojo y miré hacia nuestro
dormitorio—. Carter llegará en cualquier momento, que pase, por favor. Solo
necesito un segundo con mi prometida.
Entré en el dormitorio y, cuando la ducha dejó de funcionar, esperé a que se
abriera la puerta y me arrodillé con la caja del anillo abierta delante de mí.
Salió con el cabello mojado recogido en un moño apretado, vestida con unos
leggings negros y una camisa roja de franela.
Sus ojos se agrandaron ante la posición.
—¿Luca? Le sonreí.
—Sé que ya has aceptado, pero quería hacer esto bien. Cassandra West, te lo
vuelvo a pedir. ¿Te casas conmigo hoy?
Se echó a reír y corrió hacia mí.
—Por supuesto.
Me levanté y le puse el anillo en el dedo.
—¿Una rosa? Luca, es tan hermosa.
—Lo mandé hacer especialmente para nosotros. —Pasé mi pulgar sobre los
diamantes negros—. Mis ojos. —Luego las esmeraldas—. Tus ojos. —Y,
finalmente, el diamante rojo—. Mi amor eterno por ti... todo nacido en un jardín.
Me tomó el rostro y tiró de mí para besarme profundamente. Yo no era de los
que cedían el dominio, pero por ella lo haría.
Una vez que rompimos el beso, ambos sin aliento, me cogió la mano,
entrelazó nuestros dedos y se dirigió al salón.
—¡Me caso! —sonrió a Dom, mostrándole su anillo.
—¡Bien! ¿Quién es el bastardo afortunado?
—¡Imbécil! —murmuré, mientras Cassie ponía los ojos en blanco. Soltó mi
mano y se acercó a él, abrazándolo.
—En realidad tengo algo que preguntarte. ¿Me entregarías y serías mi
testigo? Excepto Luca y Jude, eres la persona que más me importa y significaría
mucho para mí.
Dom apartó la mirada, sus ojos llevaban el brillo de las lágrimas no
derramadas.
—No estoy llorando, tú estás llorando.
—Nunca dije que estuvieras llorando—replicó Cassie con suavidad.
Dom moqueó. —Cállate.
Fue el momento en que Carter y Nazalie aparecieron. Nazalie abrazó a
Cassie.
—Me alegro mucho por ti. —Se volvió hacia mí—. Te dije que algún día tú
también conseguirías esa felicidad.
Asentí, lo recordaba. Me lo había dicho el día de su boda.
—Y yo te dije que no había hecho nada para merecerlo.
—Es lo que pasa con el amor, Luca, no siempre es algo que mereces. Es un
regalo. Solo tienes que ser lo suficientemente valiente como para aprovecharlo.
—Carter acercó a Nazalie a él y besó la parte superior de su cabeza.
—No es que quiera ser pesado, pero tengo que robarles a la futura novia si
queremos llegar a tiempo al Ayuntamiento.
—Voy contigo —intervino Dom—. Soy la dama de honor.
Le lancé una mirada agradecido, sabiendo que me aportaría tranquilidad
estando con Cassie.
—Lo veré pronto, señor Montanari. —Cassie me sonrió, antes de picotearme
los labios con un casto beso.
La miré marcharse, tratando de sofocar la oleada de ansiedad que me
producía verla perderse de vista.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Carter en cuanto nos quedamos solos.
Me volví hacia él.
—¿Qué quieres decir?
—Amas a la mujer, eso está claro, pero ¿por qué casarse ahora?
Hace dos días no estaba en tus planes.
—Siempre estuvo en mis planes, pero ayer casi la pierdo y fue suficiente para
darme cuenta que esperar un día más sería perder el tiempo. La quiero como
esposa, así que para qué esperar. El tiempo es precioso, y jodidamente corto,
Carter.
Asintió con la cabeza.
—Buena respuesta. —Miró su reloj—. Bien, es hora de ir a buscarte un traje.
No voy a faltar a mis obligaciones de padrino y dejar que te cases con aspecto de
un vagabundo.
Elegí un traje de tres piezas azul oscuro con camisa blanca y corbata a juego.
Nos detuvimos en el club de caballeros de Carter para tomar una copa de
bourbon caro y un buen puro, su versión de una despedida de soltero expréss,
antes de ducharme allí y ponerme el traje.
Llegamos al Ayuntamiento al mismo tiempo que Matteo y Romero salían del
coche.
—Matteo. —Incliné mi cabeza hacia él—. Romero. —Mantuve el contacto
visual, retándole a que me desafiara. Romero era un miembro mayor del consejo,
probablemente era la razón por la que Matteo lo eligió como testigo. Nadie
dudaría de las palabras de Romero y él era demasiado viejo para guardar ningún
tipo de rencor mezquino.
—Luca Montanari. Me alegro de verte. No esperaba que tus nupcias fueran la
primera vez que nos volviéramos a ver —dijo Romero, ladeando la cabeza—.
¿Puedo suponer que se está gestando un heredero?
Ah, sí, los embarazos habían sido el motivo número uno de las bodas
forzadas en la familia, y me había follado a Cassie a pelo desde la primera vez,
sin saber que tomaba la píldora.
—No, imposible —dije evasivamente. Era bastante cierto y esto reforzaría la
posición de Cassie como mi esposa.
Romero se rio entre dientes.
—El mensaje es claro. Nos vemos allí. Tengo que ver a un juez un minuto o
dos.
Matteo se rio una vez que Romero estuvo fuera del alcance de nuestro oído.
—Mejor que crea que la has dejado embarazada a que sepa lo nenaza que
eres. Lo comprendo.
—No, de verdad que no.
Levantó las manos en señal de rendición, con una sonrisa burlona en el
rostro.
—No, yo no, y viéndote a ti te lo agradezco aún más.
—Entonces, qué hacemos con ... ya sabes.
Matteo miró al frente, enterrando las manos en los bolsillos de su traje
pantalón negro.
—Benny y Savio han sido asesinados por los albaneses. Intentaron robarles.
—Matteo se encogió de hombros—. Los traidores mueren. El chico está libre, y
ahora trabaja para mí. Todo un avance. Es lo bastante agradecido como para
mantener la boca cerrada.
—Gracias. —Asentí.
—No lo hice para salvar tu corazón sangrante.
Miré a Carter, que esperaba al final de la escalera, sabiendo que no debía
escuchar a escondidas esta conversación.
—Pero, todavía tenemos que averiguar qué...
—Cásate, Luca. Disfruta de tu mujer y de tu nueva vida durante un tiempo.
Embarázala, asegúrate de que el perro callejero que estás adoptando siga las
reglas, y luego ven a verme, ya nos ocuparemos de eso entonces. Por ahora,
tengo mucho que limpiar. ¿Capisce?
—Entendido.
Matteo asintió, lanzándome una mirada de reojo.
—Ve a casarte, Gianluca, eres una novia tan ruborizada. —Subió las
escaleras despacio, riéndose de su propia broma.
Subí las escaleras tras él y me uní a Carter.
—¿Está todo bien? Suspiré asintiendo.
—Tan bien como siempre.
Carter movió la cabeza hacia las puertas.
—Vámonos. Nazalie acaba de mandarme un mensaje, llegarán en cualquier
momento.
Mi estómago se contrajo de anticipación ante la idea de casarme. Carter y yo
entramos en la sala donde ya esperaba el empleado.
Matteo y Romero estaban sentados al fondo.
Un par de minutos después, Nazalie entró en la sala. Me guiñó un ojo y se
sentó en primera fila. Entonces se abrió la puerta, y se me cortó la respiración
mientras el corazón me daba un vuelco.
Mi ángel entró vestida con un sencillo y vaporoso vestido de seda color
crema, con escote en V y mangas de encaje color crema con rosas rojas.
Llevaba el cabello recogido en un intrincado peinado con algunas rosas rojas.
Su belleza era impresionante. Vi un flash por el rabillo del ojo, pero no me
importó. Nada que no fuera un incidente nuclear podría hacerme apartar los ojos
de la mujer más hermosa que había visto nunca.
Me sonrió tan intensamente, con sus ojos brillantes de lágrimas no
derramadas, que casi me mata.
Quería caer de rodillas y darle las gracias una vez más por salvarme, por
amar a la bestia y hacerla humana una vez más.
Por devolverme a la vida cuando creía que todas las esperanzas estaban
perdidas... por ser simplemente ella.
Se detuvo a mi lado y se volvió hacia mí.
Dom retiró su mano de su brazo y la puso sobre la mía.
—No la cagues, idiota —susurró burlón, antes de ir a colocarse al lado de
Cassie.
Acerqué su mano y la besé.
—Cassandra, estás tan hermosa. —Sabía que podía oír el asombro en mi voz
y verlo en mi rostro.
Se sonrojó, mirando nuestras manos.
—Tú también estás bastante elegante.
El secretario procedió con la ceremonia y yo me limité a repetir mi parte
como un buen chico, mientras me perdía en los ojos de mi ahora esposa.
Cassie tendría que jurar lealtad a Matteo justo después de la ceremonia.
Repetiría las palabras del juramento que yo había hecho hacía casi veinte años.
Ella besaría su anillo, y sería inducida como mi esposa.
—Si no le importa, me gustaría decir unas palabras —le dije al empleado.
—Umm, sí, pero hay otros...
—Cinco minutos —ordené.
—Sí, claro —murmuró, dándose cuenta de que no había sido una petición.
—Cassandra Montanari, mi alma, mi vida, mi corazón. Desde el principio no
ha sido fácil. Nuestro amor se desarrolló en las circunstancias más improbables.
Te enamoraste del hombre más improbable. Te convertiste en mi todo, Cassie,
mi amor. Me haces más fuerte y me has ayudado a no perder la cabeza. Has
hecho que esta vida sea hermosa, me has dado un propósito, ser el hombre que te
merezca cada día... —Levanté la mano, acunando su mejilla—. Doy gracias a
Dios por ti, por tu amor, y me aseguraré de ser digno de él incluso en el
momento más oscuro.
Ella moqueó. —Prometí no llorar, pero no sé qué más decir salvo:
Lo giuro su Dio e sulla famiglia. Il mio cuore, il mio amore e la mia lealtà
sono tuoi. 0ra e per sempre. Faccio questo giuramento col sangue, nel silenzio
della notte, e sotto la luce delle stelle e lo splendore della luna. Tutti i tuoi
segreti saranno miei, tutti i tuoi peccati saranno miei, tutto il tuo dolore sarà
mio. Sono tuo completamente.
Respiré hondo y miré a Dom por encima del hombro. Ella no acababa de
prestar el juramento general de lealtad. No, aquí, en medio de la habitación y en
un italiano bastante digno, me había entregado su vida, convirtiéndonos en uno
solo.
Dom sonrió y asintió con la cabeza en un gesto de “de nada”. Ese era el
regalo más hermoso que me podían haber hecho.
—Cassie, sabes lo que acabas de...
Se puso de puntillas y me besó los labios para detenerme.
—Lo juro por Dios y por la familia. Mi corazón, mi amor y mi lealtad son
tuyos. Ahora y para siempre. Hago este juramento con sangre, en el silencio de
la noche y bajo la luz de las estrellas y el esplendor de la luna. Todos tus secretos
serán míos, todos tus pecados serán míos, todo tu dolor será mío. Soy tuya por
completo.
—Repitió el juramento en inglés—. Sé lo que he prometido, Luca, y me
rindo a ti, en todos los sentidos.
Eso envió un mensaje a mi polla mientras un flash de ella de rodillas se
instalaba en mi cerebro. No era el momento ni el lugar.
La besé demasiado profundamente para la ocasión, pero no me importó. Era
la Sra. Montanari y, por primera vez en lo que me pareció una eternidad, estaba
deseando ver qué me deparaba el futuro.
¿Quién iba a pensar que haría falta una pelirroja feroz para salvar a la bestia?
EPÍLOGO

Cassie

eis meses después

S Me acomodé un poco más en la tumbona y, a pesar del protector solar


PSF 50 y la enorme sombrilla que me proporcionaban sombra, notaba
cómo mi pálida piel se calentaba.
Me ajusté las gafas de sol y oteé el mar azul de las Bahamas, buscando a mi
marido.
Tuvimos que retrasar nuestra luna de miel por un tiempo. Primero, porque
Luca tenía mucho que limpiar y queríamos asegurarnos de que Jude estuviera
completamente instalado en Hartfield, antes de dejarlo con Dom.
Luca había conseguido que nuestros padres cedieran la patria potestad, y a mí
no me había importado cómo lo había hecho. La adopción había finalizado hacía
poco más de un mes, y Jude estaba tan feliz como yo de dejar atrás el apellido
West y convertirse en un Montanari.
Mi hermano adoraba a Luca y a Dom y a ninguno de los dos parecían
importarles sus pequeñas manías y TOC. Si no los había querido entonces, ahora
lo haría.
A Jude le encantaban la casa, la biblioteca y el colegio privado al que le había
apuntado Luca.
Perdí el hilo de mis pensamientos cuando mi marido salió del agua en
bañador negro, con el cabello negro mojado y rizado, el pecho musculoso y
bronceado cubierto de gotas de agua que quise borrar a besos.
Luca nos había alquilado una villa durante dos semanas, con acceso a una
playa semiprivada, y vi cómo los vecinos miraban a Luca. Con su enorme
cuerpo y sus llamativas cicatrices, era aterrador, pero para mí no lo era, y no lo
había sido desde aquella noche en la biblioteca.
Cuando lo miraba, lo único que sentía era amor, paz y una buena dosis de
lujuria.
Luca se inclinó sobre mí y me besó, enviando unas gotitas de agua felizmente
refrescantes sobre mi piel.
—¿Cómo está nuestro chico? —preguntó, sentándose en la tumbona frente a
mí.
—¿Cuál?
Se rio entre dientes.
—Dijo que Dom le está enseñando a pelear y también dijo que tenemos que
dejar de llamarlo y mimarlo. —Le sonreí—. Tú también le has estado llamando
a mis espaldas, ¿verdad?
Se encogió de hombros.
—Estoy preocupado. Todavía es muy joven.
—Dom se porta muy bien con él, y se divierten. Luca gruñó.
—El chico tiene once años, no necesita diversión. Necesita estructura.
Me reí de eso. —Mírate, siendo la estricta figura paterna.
—Te gusta eso, ¿verdad?
—Sí, tal vez puedas castigarme a mí también.
—No me presiones, mujer... —Se acercó y me pasó la mano por la pierna—.
O te juro que te cojo aquí mismo y les doy un espectáculo a los vecinos.
Solté una carcajada jadeante, acalorándome demasiado bajo su contacto, casi
olvidando lo que quería decirle.
—¿Disfrutas siendo padre? —le pregunté. Frunció el ceño.
—Sí, ya te lo he dicho, me encanta Jude, es un niño tan fácil de criar.
Asentí con la cabeza.
—Está bien, te quedan unos siete meses de entrenamiento.
—Es agradable... —Se congeló, sus ojos se posaron en mi estómago—.
¿Siete meses?
—Ajá.
—¿Significa que...
—¿Estamos embarazados? —Me apoyé la mano en el vientre.
Luca cayó de rodillas junto a mi silla y me besó el estómago antes de
besarme.
—Nuestro bebé... tesorina. —Me volvió a besar la barriga, haciéndome
estremecerme.
—Vas a ser el mejor padre, Luca. Estoy deseando verte con nuestro bebé en
brazos.
—Te voy a querer mucho, bebé —dijo, acariciándome la barriga—. Sé buena
con mamá, ¿vale?
Apoyé mi mano en su cabello, acariciándolo suavemente. Giró la cabeza para
mirarme.
—Estoy deseando ver cómo crece tu cuerpo para acoger a nuestro bebé. Solo
de pensar en ti como madre. Os mantendré a salvo, a ambos.
—Lo sé, mi amor. Nunca he tenido dudas.
Chillé cuando Luca se levantó, cogiéndome en brazos.
—Luca, ¿qué estás haciendo?
—Voy a hacer el amor con mi futura mamá. ¿Tienes algún problema con eso?
—preguntó, ya caminando hacia la casa.
—No, claro que no. No me canso de ti —me reí.
—Lo mismo digo. Gracias de nuevo por salvarme, bellissima. — Subí la
mano, acunando su mejilla.
—Gracias por dejarme salvarte, mi bestia. Gruñó, haciéndome soltar una
risita.
—Despertaste a la bestia, Sra. Montanari, ahora es el momento de pagar.
Y pagué felizmente el precio aquella noche, mientras me hacía el amor
insaciablemente en nuestra cama.
Luca Montanari, jefe de la Mafia, bestia, hombre insensible para algunos.
Marido, amante, amigo y padre para otros. Una contradicción de hombre, pero
sobre todo... mío.
PRÓXIMO LIBRO

Caballero retorcido

om

D Los pecados del padre son los pecados de los hijos.


Llevo años intentando expiar los crímenes del monstruo que me
creó, del monstruo que corre por mi sangre. Soy indigno de amor, de
compasión... de comprensión.
Hice las paces con esta vida de penitencia mientras cazaba a la rata que
envenenaba las filas de la Famiglia. Al menos eso era cierto hasta que ella entró
en mi vida. India McKenna, una contradicción viviente y habladora encarnada
en una diosa.
Cuando me mira, sus ojos esmeralda llenos de ternura se asemejan a mi
oportunidad de redención.
Perdí mi alma hace muchos años, pero esta mujer hace que quiera
recuperarla...
¿Seré lo bastante valiente para alcanzarla?
India
Dejé Calgary para alejarme del dolor, para sanar mi corazón y mi vida. Lo
que no esperaba era conocer a Domenico Romano, un criminal profesional con
un corazón de oro y una mirada capaz de hacer caer de rodillas a cualquier
mujer. Un hombre como nunca había conocido. Un hombre tan empeñado en
mantener las distancias, en hacerme creer que es malvado a pesar de la bondad
que sigo viendo brotar de él.
Este hombre está tan lleno de secretos, de dudas y remordimientos, que, a
medida que intentó ayudarle a pesar de sí mismo, me voy enamorando de él...
¿Seré lo bastante valiente para salvarnos a los dos?
Sobre la Autora

Además de ser una autora de éxito internacional, soy abogada, viajera, adicta al
café y aficionada al queso.
Cuando no estoy ocupada haciendo todo mi caos de abogada o escribiendo
Romance Contemporáneo con corazón, calor y un poco de oscuridad, héroes alfa
y heroínas fuertes y porque estoy viviendo en la lluviosa (pero hermosa) Gran
Bretaña, sobre todo disfruto de actividades de interior como leer, ver TV, jugar
con mis locos perritos. Espero que mis historias te hagan soñar y te traigan tanta
alegría como me trajeron a mí al escribirlas.
Espero que disfrutes.

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