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VIRTUDES EN GENERAL

1. IMPORTANCIA Y NECESIDAD

Todos los seres vivos nacen con distintas capacidades, que les permiten alcanzar el fin que Dios les
ha dispuesto. En los seres irracionales, esas capacidades son instintivas, predeterminadas a su fin, y
ellos las ejecutan sin elección. El fin al cual fueron destinados es puramente natural. En cambio, el
hombre es libre; y por esta razón -si bien tiene un fin definido y al cual está orientado (la felicidad)-
no está determinado mecánicamente a él. El hombre es la única criatura a la cual Dios ama como
un hijo, y de ahí el fin glorioso que le ha preparado. Fin que no es natural, sino sobrenatural: la vida
eterna y bienaventurada.

El hombre debe orientar las potencias de su alma -las espirituales (la inteligencia y la voluntad) y las
sensibles (los apetitos)- hacia aquello para lo cual le fueron dadas: su propio bien. Debe servirse de
ellas de acuerdo al fin propio de cada una. Pero el pecado -por permiso divino- desordenó el plan
original de Dios y desde entonces el hombre se encuentra en una lucha interior por la cual quiere el
bien, pero hace el mal.

Precisa, entonces, de otras perfecciones que no posee en su naturaleza, pero que está capacitado
para adquirir a fin de encaminar su vida a la meta a la cual ha sido llamado. Es aquí cuando hacen
aparición las virtudes. Queda, de este modo, definida la misión que tienen las virtudes: perfeccionar
al hombre, lograr que él se haga dueño de sí mismo y que Dios sea el señor de su vida.

Naturalmente el hombre busca su felicidad: el bien; nadie quiere ser desdichado sino feliz. La virtud
es la más alta y bella cualidad que puede poseer, puesto que ella lo dispone y conduce a la obtención
de aquel fin [...] El hombre aspira al bien y solo con la cooperación de la virtud puede alcanzarlo, he
aquí la razón de ser de la virtud, su necesidad y la obligación de practicarla.

2. DEFINICIÓN DE VIRTUD

a) Etimológica: proviene del latín "virtus", término que indicaba la firmeza con la que el hombre
noble se situaba en la vida. A su vez, proviene de "vir" (varón), o también de "vis" (fuerza). En griego,
el término correspondiente es "areté" (excelencia), expresión con la cual se expresaba la cualidad
propia del hombre valiente, sabio y bueno. La etimología de la palabra "virtud" nos hace pensar en
poder, energía, vigor, excelencia que debe ser conquistada con esfuerzo, pero que Dios también
puede sobrenaturalmente regalarla. En conclusión, "virtud" significa algo vivo y hermoso.

El estado virtuoso no es únicamente para el varón, como puede presuponerse por la


etimología, sino que atañe a ambos sexos: masculinidad y femineidad

b) Real: existen muchas definiciones de virtud, tanto desde la filosofía como desde la teología, de
las cuales tomamos las siguientes:
 Lo que hace bueno al sujeto que la tiene y buena su obra.
 Un hábito bueno y operativo del bien.

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 Una disposición firme y habitual a hacer el bien.
 Una perfección del sujeto, que lo capacita para actos más perfectos.

De la definición de virtud de Santo Tomás surge la más difundida:

hábito operativo bueno.

En la definición de virtud, la noción de hábito es fundamental. Entendemos por hábito lo siguiente:

cualidad adquirida voluntariamente, permanente y difícilmente removible, que


inclina al sujeto a proceder siempre en una determinada dirección.

Así, por causa de un buen hábito, el hombre realiza el bien de un modo perfecto, es decir:

 Connatural (procedente de su mismo ser, de su propia naturaleza)


 Rápido (sin retraso)
 Fácil (sin dificultad)
 Deleitable (con verdadero gozo)

Ese hábito bueno puede ser:


 Adquirido por el propio esfuerzo (natural)
 Infundido por Dios en el alma (don sobrenatural)

El hombre no es virtuoso por naturaleza, pero puede y debe llegar a serlo

También se puede obrar habitualmente el mal, y en este caso tendríamos el vicio, que es:

hábito operativo malo.

Los vicios únicamente pueden ser adquiridos, porque no existen ni pueden existir vicios infusos
o "sobrenaturales", procedentes de Dios.

No debe confundirse "hábito" con simple "costumbre", porque el primero es conscientemente


incorporado, y al otro se lo incorpora inconscientemente.

3. CLASIFICACIÓN DE VIRTUDES

Se pueden clasificar de dos modos:

 3.1 Por aquello a lo que perfeccionan


La virtud es un hábito operativo que, radicado en una facultad del alma humana, la dispone e inclina
a obrar el bien, perfeccionando sus actos en particular, o al hombre en su totalidad, y así es como
tenemos:

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 Virtudes intelectuales (o dianoéticas): son aquellas que perfeccionan la inteligencia, para que pueda
alcanzar rectamente el conocimiento de la verdad. Son cinco en total: tres para la inteligencia en su
función especulativa -por el mismo hecho de conocer la verdad-, y dos para la inteligencia en su
función práctica -cuando se conoce en orden al hacer-.
Describiéndolas brevemente, tenemos:

I) El hábito de los primeros principios: es un conocimiento natural al hombre mediante el cual, a


partir de la experiencia, se descubren las verdades más evidentes y universales de las cuales
depende todo nuestro conocimiento.
Este hábito es de dos tipos:
 Si se refiere al ser se llama entendimiento, expresado mediante el principio de no
contradicción: "nada puede ser y no ser al mismo tiempo" o "una cosa es lo que es y no otra
cosa".
 Si se refiere al obrar se le llama sindéresis (del griego, significa "observar" o "vigilar"); se
identifica con el primer principio de la ley natural: "hacer el bien y evitar el mal".

Hay dos verdades iniciales que el hombre conoce sin que nadie se las enseñe, y a partir de las
cuales puede seguir conociendo y obrar rectamente: las cosas son lo que son y hay que hacer
el bien y evitar el mal.

II) La ciencia: es el hábito intelectual por el cual, a partir de los primeros principios, la razón deduce
conclusiones y sistematiza los conocimientos, por esto también se la llama "hábito de las
conclusiones".

III) La sabiduría: nos permite conocer los seres por sus causas últimas y supremas y, por lo tanto,
juzga las conclusiones y hasta los mismos principios.

IV) El arte: es el hábito por el cual se conocen las reglas que facilitan la realización perfecta de las
cosas exteriores que se han de ejecutar. Por el arte el hombre se sirve de sus conocimientos en
orden a alguna obra u acción. Aquí destacan las bellas artes, que son actividades que expresan
ideales estéticos. Son reconocidas seis: teatro, pintura, música, arquitectura, danza y literatura. No
hay uniformidad de criterio en relación a las diversas formas de arte, debido a las variaciones que
se dieron en ellas con el paso del tiempo.

V) La prudencia: es la recta razón en el obrar -es decir, obrar con rectitud, conforme a la naturaleza
del ser racional-, en las acciones individuales y concretas que se han de realizar. Esta virtud, si bien
perfecciona la inteligencia práctica, tiene por objeto rectificar la conducta, y por ello es también
moral.

 Virtudes morales (o éticas): son las virtudes que perfeccionan el acto humano en orden a
su fin -natural o sobrenatural- sino porque hacen buena la totalidad del hombre. Las virtudes
morales perfeccionan todas las potencias o facultades del alma humana (inteligencia, voluntad y
apetitos sensibles) y, en consecuencia, sus obras. Perfeccionan al ser en orden al hacer.

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Las obras serán más perfectas cuanto más perfecto sea el hombre y a su vez el hombre será
más perfecto por las obras buenas que haga

 3.2 Por el modo en que se las obtiene

Existen dos modos posibles para obtener las distintas virtudes. Estos son:

A. Virtudes adquiridas o naturales: con sus solas capacidades (tanto sensibles como espirituales), la
persona humana puede conocer y entender el bien, elegirlo libremente, y tender hacia él a través
de actos concretos; de este modo terminará por formar en ella en hábito de obrar ese bien. Con la
expresión "naturales" decimos que "vienen en nuestra ayuda" para perfeccionarnos -si es que
nosotros salimos a su encuentro-. Adquirirlas está al alcance de nuestras fuerzas naturales, por eso
mismo el hombre puede conocer su existencia con la sola razón -por ejemplo, los filósofos paganos
que, sin haber tenido conocimiento de la revelación divina, pudieron enseñarla una y otra vez-.

Las virtudes adquiridas o naturales son:

hábitos operativos buenos que el hombre puede incorporar a su propia naturaleza por la
repetición constante de actos.

El comienzo es arduo, pues la práctica constante del bien exige esfuerzo, continuidad, dominio de
las pasiones desordenadas por el pecado original, y rechazo de las continuas tentaciones.
Jesús Urteaga Loidi dice:

El hombre debe tender naturalmente a ser perfecto en su concreta realidad del


hombre. Se es más hombre cuanto más arraigadas están las virtudes en nuestra
naturaleza, y se arraigan por actos reiterados y esfuerzos personales.

En la adquisición del hábito bueno, no solo se reduce el esfuerzo a medida que el hábito se va
formando, sino que además su práctica hasta termina siendo agradable una vez que se lo ha
adquirido. Es así porque quien obra el bien se goza en el bien que obra.

Todo acto humano se hace hábito por reiteración

Santo Tomas de Aquino estudia más de cincuenta virtudes. De todas ellas las principales son las
cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.

"Cardinal" viene del latín "cardinalis", que significa "fundamental o "básico". Este término
procede de "cardinis" que se traduce como "gozne", "bisagra" o "quicio". Estas virtudes son
cardinales porque todas las demás virtudes se agrupan o reúnen girando alrededor de ellas.

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Las propiedades de las virtudes morales adquiridas:

 Aunque el hombre conserva en su naturaleza el deseo del bien y de la felicidad, por causa del
desorden provocado por el pecado original está inclinado a buscar un bien en el mal -se
encuentra desordenado con respecto a su fin- esto es la concupiscencia. Se precisa las virtudes
adquiridas para que las potencias del alma humana se ordenen hacia el fin al cual el hombre
está llamado: la felicidad. El efecto de la vida virtuosa es poner en orden la naturaleza humana
herida por el pecado original.

 Cuando se poseen en perfecto estado, están todas conectadas y unidas por la prudencia, que
las dirige y gobierna. Cuando posee en estado imperfecto, pueden desconectarse unas de
otras.

 Son desiguales en excelencia y perfección. La prudencia es la más necesaria de todas -rige y


gobierna a todas las demás-, la más excelente es la magnanimidad -porque quien la posee
realiza las mejores y más bellas acciones, en medio de las condiciones más difíciles-, y la más
perfecta es la religión -porque tiene a Dios por finalidad-.

 No todas comparten la misma duración: aquellas que son perfectas en sí mismas perdurarán
en estado pleno en la vida eterna; las que envuelven alguna imperfección no serán en el cielo.
Los condenados estarán completamente destituidos de todo hábito virtuoso, por su
obstinación y endurecimiento en la maldad y el pecado.

 Entre las virtudes no puede haber oposición -ni pueden incluirse o eliminarse entre sí - Ninguna
virtud puede ser contraria u opuesta a otra porque el bien no es contrario al bien- Si hay una
subordinación entre ellas, por lo que no resulta inusual que algunas deban limitarse en sus
actos para el ejercicio de otras.

 Consisten en el justo medio -o justa medida- entre los dos extremos que construyen los vicios
opuestos: uno por defecto (ausencia completa del acto virtuoso) y otro por exceso (o "falsa
virtud", caso en el cual aparentemente se realiza el acto virtuoso).

El concepto de "justo medio" no debe confundirse con la noción matemática de "justa medida",
y mucho menos con la mediocridad, porque la virtud debe tender siempre a perfeccionarse más
y más, hasta llegar a ejercerse de una manera espléndida y heroica.
Este término medio significa que se debe huir de las desviaciones viciosas y moverse siempre en
ascensión vertical dentro de los límites determinados por la recta razón.

B. Virtudes infusas o sobrenaturales: San Agustín las definía: "buena cualidad de la mente por la que
se vive con rectitud, de la que ninguno usa mal, y que Dios obra en nosotros sin nosotros”.
Dios las hace eficaz sin nuestra cooperación, pero no sin nuestro consentimiento.

Santo Tomás de Aquino la adoptó como la mejor definición posible. Por lo tanto, definimos a virtud
infusa así:

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hábitos operativos buenos, infundidos por Dios en el alma junto con la gracia, por medio de los
sacramentos, que disponen al hombre a obrar sobrenaturalmente, según la razón iluminada por
la fe.

Consisten en verdaderos dones sobrenaturales, que se distinguen de la siguiente manera:

I) Morales: son las virtudes infusas que disponen las potencias del alma humana para seguir el
dictamen de la razón iluminada por la fe, en relación con los medios que conducen al fin
sobrenatural (Dios). Se las conoce por la sola razón natural, observando el obrar moral humano,
pero su existencia fue también relevada en la Eucaristía. Suponen la presencia de sus análogas
naturales en el como soporte sobre el cual podrán infundirse.

II) Teologales: son las virtudes principales en la vida sobrenatural del cristiano, con las cuales nos
ordenamos directamente a Dios como último fin del hombre. Son tres: Fe, esperanza y caridad, y
por ellas el bautizado es capaz de obrar como verdadero hijo de Dios, y se hace merecedor de la
vida eterna. Las virtudes teologales son conocidas únicamente por revelación.

Las tres virtudes teologales dan forma y vida a las virtudes morales

Las propiedades de las virtudes infusas son:

 Acompañan siempre a la gracia santificante y habitual, fundiéndose ambas en el alma por


medio de los sacramentos. A ellas se les unen los dones del Espíritu Santo, cuya esencia
tiene estrecha relación con estas virtudes.

 Aumentan con la gracia, es decir, con la frecuencia e intensidad de los sacramentos. En


especial con la Eucaristía; la cual fortalece y acrecienta todas las virtudes, y es con el mismo
Cristo con quien entramos en comunión, haciéndonos semejantes a Él, que es el modelo
perfecto de todas las virtudes.

 A medida que se ejercitan, producen mayor facilidad para los actos virtuosos, como se ve
claramente en los santos, que practican los actos más heroicos y difíciles con suma facilidad
y prontitud.

 Desaparecen al perder el alma la gracia santificante por causa de un pecado mortal, con
excepción de la fe y la esperanza que quedan en alma de modo informe y debilitado, como
un último recurso de la Misericordia divina para que el pecador pueda convertirse (se
pierden si dicho pecado mortal es contra alguna de ellas).

 No pueden disminuir directamente pues solo el pecado mortal puede arrancarlas del alma.
Pero la vida tibia y relajada va predisponiendo poco a poco al alma hacia esta gran
catástrofe.

 Las morales infusas son las mismas que las morales adquiridas, pero se distinguen en que
las primeras ordenan los actos humanos hacia el fin último sobrenatural (Bienaventuranza),

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y las otras al fin simplemente natural (deseo de la felicidad). En este caso, hay una gran
diferencia entre ellas.

4. EL ORGANISMO DE LA VIDA SOBRENATURAL

La vida sobrenatural en la persona humana es de una riqueza admirable, no se detiene solamente


en la generosa donación, por parte de Dios, de las virtudes infusas que perfeccionan a las naturales.

4.1. Relación entre las virtudes infusas y las virtudes adquiridas

Después del pecado original, nuestra naturaleza está viciada; hay en nosotros inclinaciones
depravadas que resultan del atavismo, del temperamento y también de los malos hábitos que
contraemos y que son otros tantos obstáculos para el perfecto cumplimiento de la voluntad divina.

Lo sobrenatural no tiene eficacia si no hay orden y armonía en la naturaleza, pero por su parte, la
naturaleza por sí sola no es capaz de hacer méritos para la salvación. El Papa Benedicto XVI,
comentando a Santo Tomás de Aquino, enseña:

La gracia divina no anula, sino que supone y perfecciona la naturaleza humana.


Ésta, incluso después del pecado, no está completamente corrompida sino
herida y debilitada. La gracia es un don absolutamente gratuito con el que la
naturaleza es curada, potenciada y ayudada a perseguir el deseo innato de cada
hombre y de cada mujer: la felicidad. Todas las facultades del ser humano son
purificadas, transformadas y elevadas por la gracia divina.

La gracia supone una naturaleza ordenada por la práctica habitual del bien, y la naturaleza es
sanada y elevada al estado de vida sobrenatural por la gracia.

Existe una gran diferencia entre las virtudes morales adquiridas y las infusas. Pero ambas son
necesarias para la perfección natural y sobrenatural del hombre. En efecto, si bien el pecado original
eliminó la vida sobrenatural del hombre y causó un grave desorden en su naturaleza, la creatura
humana debe esforzarse en obrar permanentemente el bien, y disponerse a recibir el auxilio que
Dios te proporciona por medio de sus dones sobrenaturales, recuperados por los méritos de la
Pasión y Muerte de Cristo. Como dice Jesús Urteaga: "Dios no tiene por qué hacer milagros para
bien de un alma cuando esta no hace nada por su Dios".

En relación con esta fundamental doctrina, se puede caer en dos grandes errores:
despreciando las virtudes infusas se caería en el error del naturalismo (el hombre sólo recibió
del pecado de Adán un mal ejemplo, y por tanto alcanzará la perfección por sus propias
acciones, sin necesidad de un recurso sobrenatural); y negando el valor de las naturales, se
precipitaría en el sobrenaturalismo (el hombre, al quedar corrompido en su naturaleza por el
pecado original, nada bueno puede hacer, y sólo logrará alcanzar la salvación por obra de
Dios).

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Entonces podemos decir que: las virtudes naturales son adquiridas por el ejercicio y la reiteración
de sus actos propios, mientras que las sobrenaturales las obsequia Dios por libre bondad, y no sirven
para la plena perfección del hombre de las unas sin las otras. El acto virtuoso perfecto brotará de
esta unión conjunta: la virtud adquirida, perfeccionada por su correspondiente infusa. Las morales
adquiridas por el propio esfuerzo actúan como el soporte natural de aquellas morales
sobrenaturales que Dios nos infunde en los sacramentos.
Debemos esforzarnos en adquirir las virtudes morales ya que un don sobrenatural no puede
encontrar fundamento en uno naturaleza de por sí desordenada. Para responder a la incógnita de
para qué las regala Dios

Dios, que quiere nuestra salvación, también quiere que trabajemos activamente por ella, no
que seamos espectadores pasivos. Y tampoco espera que nos esforcemos en soledad, sino que
su voluntad es que trabajemos todos juntos como hermanos, asistiéndonos unos a otros,
mientras. Él nos auxilia con su gracia y con sus demás dones.

Las virtudes naturales no tienen mérito para la salvación sin las sobrenaturales, y las infusas no
tienen arraigo en el hombre sin las adquiridas. Así, el orden sobrenatural se modela sobre una
naturaleza ordenada por la práctica de las virtudes adquiridas.

Jesús Urteaga dice:


"En teoría no hace falta la ayuda sobrenatural para llegar a ser hombre perfecto.
Son suficientes los recursos de la naturaleza. Pero, de hecho, el hombre que
pretende alcanzar ese ideal exclusivamente por las fuerzas naturales, terminará
en bestia"

Un orden es más perfecto que el otro, el sobrenatural que el natural. Pero ambos se precisan:
el superior necesita del inferior para apoyarse, y el interior necesita del superior para elevarse.

4.2. Necesidad de la gracia actual

Es obvio que la naturaleza humana no puede (por muy perfeccionada que esté gracias a las virtudes
adquiridas) poner en acto a las virtudes infusas para que realicen la acción virtuosa correspondiente.
Se precisa, pues, una moción (movimiento) también de origen sobrenatural. Que no es otra cosa
que una gracia actual, un influjo divino que mueve a ese hábito infuso (la virtud sobrenatural) a la
acción.
Pero esto no quiere decir que, ante el impulso de la gracia actual, la persona obre de manera
automática. Muchas veces, el alma aun estando en estado de gracia -por un mal uso de la libertad-
rechaza este impulso divino que la motiva a obrar el bien con mérito sobrenatural.

Conviene estar atentos: si, encontrándose el hombre en estado de gracia, tiene el impulso de
obrar el bien, entonces que lo haga: Dios lo está motivando.

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4.3. Relación entre las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo

Aún con la elevación de los actos humanos al orden sobrenatural, informados por la caridad, no
resulta suficiente. La razón fundamental está dada por la gran desproporción existente entre las
mismas virtudes infusas (que son hábitos sobrenaturales) y el sujeto en el que residen (el alma
humana). Según un conocido axioma dice: "lo que se recibe, se recibe al modo del recipiente", por
ello es que:

Las virtudes infusas, al recibirse en las potencias de la cima, se rebajan y degradan


para terminar adquiriendo nuestro modo humano de obrar y se encuentran como
ahogadas en esta atmósfera humana. Y esta es la razón de que las virtudes
infusas, a pesar de ser mucho más perfectas que sus correspondientes virtudes
adquiridas, no nos hacen obrar con tanta facilidad como estos, precisamente por
la imperfección con la que poseemos hábitos infusos.

Por lo tanto, si poseemos imperfectamente los hábitos infusos, los actos provenientes de ellos serán
imperfectos. A no ser que un actor ejecutor superior venga a perfeccionarlos. De ahí la necesidad
de los siete dones del Espíritu Santo, ya que movidos y dirigidos por la misma Tercera Persona Divina
proporcionan a las virtudes infusas la atmósfera divina que necesitan para desarrollar toda su
virtualidad sobrenatural.
La imperfección de las virtudes infusas no está en ellas mismas son -perfectas en sí mismas-, sino en
el modo imperfecto en el que nosotros la poseemos. Bajo la acción de los dones, las virtudes infusas
se encuentran en su propio ambiente.
Las virtudes teologales son más perfectas que los dones mismos del Espíritu Santo. Pero las
poseemos imperfectamente a causa del modo humano de obrar que se les pega
inevitablemente.

Por consiguiente, decimos que resultan indispensables los siete dones de la Tercera Persona Divina
para lograr que las virtudes operen no de la insuficiente manera humana, sino al modo divino. Y,
aclaremos que, cada virtud tiene uno o más dones que la perfeccionan divinamente.

Nuevamente, acudimos a Jesús Urteaga para que nos explique:

Aún con todo lo que hemos recibido de Dios no hemos dejado de ser hombres, y
hombres que llevan en sus espaldas el zarpazo del pecado original. El Espíritu de
Dios no ha descuidado este punto capital. El Espíritu nos provee de sus
inspiraciones para que podamos con facilidad encaminarnos a nuestra perfección.

Por la gracia somos semejantes a Dios


Por las virtudes infusas obramos como Dios al modo humano
Por los dones del Espíritu Santo obramos como Dios al modo divino

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5. VIRTUDES Y MANDAMIENTOS

La virtud lleva al hombre a centrar su obrar moral en la búsqueda ascendente y positiva del bien
secundariamente, a luchar contra el mal que se debe evitar. Por lo tanto, la vida virtuosa es más
una conquista de bienes que una defensa ante los males. Las virtudes son, en este sentido, los
"instrumentos prácticos" para la obtención de bienes verdaderos. Y por ello son exigidas para el
perfecto cumplimiento de los preceptos de la ley de Dios, que no son meras prohibiciones del mal,
sino que, a la luz del Evangelio, constituyeron las señales que Dios nos pone en el camino de la vida
para que no nos perdamos.

Los mandamientos son, en primer lugar, indicaciones del bien que debemos realizar, y
secundariamente, advertencias del mal que debemos evitar.

De cada mandamiento del Decálogo debemos determinar primero cuáles virtudes nos exige para
encaminar nuestra vida en la obtención de la felicidad tan buscada, y luego determinar cuáles
pecados (y vicios) prohíbe, pues nos alejan de ella.

6. VIRTUD, BIEN Y FELICIDAD

Aristóteles sostenía que el fin de la ética es lograr que el hombre alcance la felicidad, porque la
felicidad y el bien supremo constituye el verdadero fin de la vida y que para lograrlo debe alcanzar
la vida virtuosa:
vivir bien y obrar bien es lo que llamamos ser dichosos y así ser dichoso o la
felicidad sólo consiste en vivir bien y vivir bien es vivir practicando la virtud.

y en otro texto el filósofo distingue el verdadero bien de las falsas opciones:


Las naturalezas vulgares y groseras creen que la felicidad es el placer, por eso solo
aman los goces materiales, pero no la pueden encontrar allá.

En el mundo moderno, que ha desplazado a Dios del centro de su vida y lo ha reemplazado hasta la
saturación por bajezas de todo tipo y por puro humo, que se vende como si fuera la gran cosa,
ponerse a hablar de virtud no encuentra muchos receptores dispuestos a escuchar. No tiene mucha
aceptación en la sociedad actual afirmar que obrar virtuosamente es lo que hace feliz al hombre.
Pero lo hace feliz.

Santo Tomas afirma que:

Existe una incapacidad total de los bienes creados para saciar el apetito humano,
por su condición de bienes imperfectos y transitorios, mientras que la facultad
apetitiva del hombre ansía y es capaz de un bien infinito, por lo cual, concluye, la
felicidad del hombre se logra en Dios, porque Dios es el "bien perfecto que excluye
todo mal y llena todos los deseos".

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Sin embargo, algunos, que hacen de la libertad humana un poder ilimitado (liberalismo radical),
sostienen que la moral es tan solo una serie de prohibiciones para limitar toda tendencia apetitiva,
del hombre -es decir, que le impide hacer cualquier cosa que le venga la gana-, y que tal disciplina
molesta, duele y hasta castra. Pero es bien conocido en qué terminan las sociedades que hacen de
la libertad total su principio básico de existencia. Otros, menos tajantes que los liberales, aceptan
que la moral limita las malas tendencias del hombre, actuando simplemente como un freno ante el
mal obrar. Pero ello resulta verdadero apenas como primera parte de la cuestión, algo parcial, un
reduccionismo.

El hombre no obra el bien solo porque "debe", sino porque naturalmente busca el bien, porque
es bueno hacer el bien, porque ello lo hará auténticamente feliz.

Como consecuencia de esas erradas visiones de la moral y del verdadero bien, se encuentra
distorsionado el concepto de virtud: la mayor parte de las veces se la confunde con una especie de
faja que oprime al hombre que busca ser feliz, o incluso como algo de simplotes -"ser bueno"
representaría un sinónimo de "ser tonto"-. Y, así como hoy se distorsiona el concepto de virtud,
también se falla en buscar el modo de ser feliz.
Aunque en nuestros días parece que solo interesa el "vivir bien", la "buena vida", el ser humano está
llamando mucho más que la buena vida. Su felicidad exige una vida buena.

Si en verdad se quiere ser feliz, corresponde hacer el bien, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, quien
"todo lo ha hecho bien".

7. LOS VICIOS

La palabra "vicio" proviene del latín "vitium", lo que se traduce como "falta", "defecto" o
"desorden".

El vicio es un hábito operativo malo, es decir:

un desorden habitual de la conducta

Sus actos pecaminosos se apartan del camino señalado por la recta razón en la obtención del bien.
Por lo tanto, no es lo mismo "pecado" que "vicio" porque:
“mientras el pecado es un hecho aislado, el vicio es una costumbre, una cadena eslabonada y
obsesiva de idénticos pecados".
El vicio es un desastre habitual en el hombre.

Entre los vicios no hay una conexión como la que se da entre las virtudes. Hay, sin embargo, un
encadenamiento accidental entre algunos vicios y algunos pecados, puesto que estos pueden ser
causa de otros. Aquí hacen su aparición los siete pecados capitales.
Y -dado que, al igual que todo pecado, pueden convertirse en vicios (por la repetición constante)-,
al ser capitales "capitales" ("cabezas"), abrirán de par en par las puertas del alma para que esta sea
invadida por todas las demás gracias que existen. Resultarán, por tanto, verdaderamente "capitales"

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cuando efectivamente sean vicios. Esto no quiere decir que como pecados sean inofensivos, ya que
son el primer paso hacia los malos hábitos.

A toda virtud se le oponen dos tipos de vicios, estos son:


 Uno contrario en sustancia y en apariencia (el defecto).
 Otro contrario en sustancia, pero semejante en apariencia (el exceso).

En los vicios la calidad es pésima, y solo pueden hacer daño. Las virtudes, en cambio, son
óptimas. Siempre hacen bien al hombre y lo hacen bueno.

Puede resultar alarmante saber que cuantitativamente los vicios son más numerosos que las
virtudes. Y es que a una virtud se le pueden oponer varios vicios por defecto, y otros varios por
exceso. Pero hay que tener en cuenta que se trata de una cuestión de cantidad de vicios contra
calidad de virtudes. Y, desde esta perspectiva, ganan por lejos las virtudes.

En el defecto el acto es radicalmente contrario a la virtud, y el fin buscado es malo, mientras que en
el exceso se realiza el mismo acto de la virtud, pero con un fin malo.
Como ejemplo tenemos a la veracidad, a la que se le oponen dos vicios: por defecto, la mentira -
hablar con intención de engañar-, y por exceso, la falsa veracidad -manifestar algo que es cierto,
pero haciéndolo de forma inadecuada, sin intención de dar testimonio de la verdad-

A diferencia de la virtud -cuya obtención es dificultosa al comienzo, pero cuya práctica constante
termina por resultar gozosa-, el vicio ocasiona en principio un gozo sensible, y por lo tanto pasajero,
que -aunque se pretenda ubicarlo como último fin buscado- no resulta sino un bien aparente: un
mal bajo la apariencia de bien. Y esto, cuando llega al estado de hábito, termina por convertirse en
una carga insoportable. Así, cuando se llega al estado de vicio, ni hay gozo, ni es sencillo -aunque sí
posible- desprenderse de él.

Es cierto que, siendo hábito, al vicio resulta difícil desarraigarlo del alma. Pero no es misión
imposible reemplazarlo por el "justo medio" del buen obrar, que es la virtud. Para dejar atrás un
vicio y luego alcanzar la virtud hay que "subir tres escalones".

 En el primero se trata de descubrir que es posible apartarse de un vicio: que se puede salir
de él, con esfuerzo, con el sacrificio que implica comprar la libertad de volver a ser dueño
de sí.
 Transitamos el segundo escalón, cuando nos sorprende la idea de que es posible adquirir la
virtud, de que se puede alcanzar lo que antes se suponía imposible.
 Y en el tercero, aprendemos que da gusto vivir así, que se encuentra más gozo en el estado
de virtud presente que en el vicio pasado.

No debemos olvidar que las potencias del alma terminarán siempre en un acto que le será
habitual. Y, si ese hábito no es bueno, será el malo contrario. Allí donde no haya virtud, estará,
al acecho, un vicio opuesto que inevitablemente ocupará ese lugar.

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8. SÍNTESIS DE LO VISTO

 El hábito -bueno o malo- es una cualidad que se adquiere por la repetición del acto
correspondiente al mismo, y una vez que se lo ha adquirido resulta difícilmente removible.
 El hombre no es virtuoso por naturaleza -aunque posee la conciencia moral-, pero puede
llegar a serlo, natural y sobrenaturalmente.
 El hombre no es vicioso por naturaleza -aunque lleva la herida de la concupiscencia- pero
puede arruinar su naturaleza dejándose llevar por sus inclinaciones desordenadas y
haciendo del mal obrar un hábito.
 Solo el hombre, entre los seres terrenales, es el que por su razón puede conocer y por su
voluntad elegir libremente el bien o el mal -este último, bajo apariencia de bien- Y por ello
resulta ser el único objeto posible de virtud -o de vicio- (no existen conductas morales en
los seres irracionales).
 Todo hombre se goza en el acto de la virtud y se entristece en el caso contrario -en el vicio-
 No hay virtud perfecta ni verdadera si no son deleitables ni amables los actos que se
realizan. Decir que se hace una cosa "por virtud", en el sentido que se la hace "por deber"
o "con esfuerzo", y sin amarlo, es lo mismo que decir que falta la virtud necesaria para
hacerlo. O sea que la realización esforzada de un acto bueno demuestra que el sujeto no es
virtuoso, pues si lo fuera, el acto hubiera sido ejecutado con facilidad y gozo -aunque esto
no le quita valor moral al acto- se lo considera también meritorio, aunque no perfecto.
 Se entiende la necesidad de la gracia para el cumplimiento de tan exigente programa: si
bien el hombre -con sus solas fuerzas naturales- podría cumplir tal o cual mandamiento
divino, y hacer hábito tal o cual acto bueno, no puede realizarlos todos integralmente sin el
auxilio de la gracia y la caridad, que les dan cohesión, unidad y perfección sobrenatural.
 Hay que distinguir el acto virtuoso del acto simplemente bueno que no constituye un fruto
del hábito, pero no por ello deja de ser meritorio. Análogamente, no es virtuoso el que tiene
disposiciones naturales a realizar obras buenas por razón de su temperamento -ni tampoco
es vicioso por la misma razón- sino aquel que, aprovechado esas inclinaciones naturales, las
transforma en hábitos buenos por imperio de su inteligencia (que conoce el bien) y de su
voluntad (que busca el bien).

9. CONCLUSIÓN DE ESTE CAPÍTULO

La virtud es la clave de una vida verdaderamente joven y dichosa, sin importar el paso de los años,
y se alza contra todos los falsos profetas que prometen lo que no dan y exigen lo que no hacen.

La virtud es la perfección intrínseca de las facultades humanas -y por tanto del hombre en su
totalidad- para que, natural y sobrenaturalmente, estas se manifiesten con plenitud en el logro
de sus fines, los cuales se pueden resumir en uno solo: la obtención de la felicidad verdadera.

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LAS VIRTUDES EN PARTICULAR
Las virtudes cardinales:

Las virtudes cardinales son cuatro: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.

a) Consideramos a las virtudes morales como infusas, suponiendo que se ha comprendido la


importancia y necesidad de adquirirlas naturalmente, en orden al pleno juicio de las sobrenaturales.

b) Conviene establecer la razón del número de las cardinales: Dado que son cuatro las
potencias del hombre capaces de ser sujeto de virtudes, se entiende que en cada una
de ellas debe haber una virtud principal. Tenemos, entonces:

 A la prudencia en la inteligencia
 A la justicia en la voluntad.
 A la fortaleza en el apetito irascible
 A la templanza en el apetito concupiscible.

c) Son cuatro como remedio a las cuatro heridas producidas en la naturaleza por el pecado original.
Y así:
 Contra la ignorancia del entendimiento se opone la Prudencia.
 Contra la malicia de la voluntad, la Justicia.
 Contra la debilidad del apetito irascible, la Fortaleza
 Contra el desborde de la concupiscencia, la Templanza

Síntesis que hace al respecto P. Fuentes:


El hombre, en su estado actual se encuentra en una situación "caída” (y redimida). Por el pecado
original estamos heridos. Resume las heridas de nuestra naturaleza en cuatro (correspondiente a
cuatro de nuestras facultades principales): en la inteligencia, la ignorancia -o debilidad para
descubrir la verdad-; en la voluntad, la malicia -o dificultad para buscar y mantenerse en el bien
auténtico-; en el irascible la falta de firmeza o valor; y en el concupiscible, la concupiscencia, o
inclinación desordenada al deleite. Estas permanecen en nosotros tras el Bautismo. De todos
modos, hay que evitar entenderlas como una corrupción substancial de nuestra naturaleza, tal como
desorden de la concupiscencia, sentado las bases de una concepción pesimista del hombre.

Esto no debe desalentarnos, no es un cuadro clínico irreversible, porque justamente la virtud está
al alcance del hombre: El hombre es capaz de adquirir la virtud.

Reconocemos en cada virtud cardinal tres partes -cuyos constitutivos también son en sí mismo
virtudes-. Ellas son:
 Partes integrales: Los elementos que la integran, las cualidades necesarias que ayudan para
su perfecto ejercicio.
 Partes subjetivas: Las diversas formas de la virtud (o especies en que subdivide).
 Partes derivadas: Cada virtud cardinal tiene virtudes morales subordinadas que tienen algo
en común con la virtud principal pero que, a la vez, son inferiores a ella en algo -es decir:

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consideran el objeto de la virtud cardinal desde un punto de vista especial-. Se las denomina
virtudes potenciales, dependientes o anexas.

1. PRUDENCIA

1.1 Definición

a) Etimológica: del latín "prudentia", que deriva a su vez de "prudens", lo cual significa
"cuerdo", "discreto", "acertado".

b) Real: es el conocimiento de la verdad para obtener un bien, o para evitar un mal;


Aristóteles la definía como: "obrar de acuerdo con la recta razón" lo que equivale a
"obrar según la naturaleza; lo contrario sería obrar contra la naturaleza”.
Se trata del recto gobierno de nuestras acciones particulares. En orden al fin sobrenatural de
perfección, la Salvación.

San Agustín la define como:


"el conocimiento de las cosas que se deben apetecer y de las que se deben huir"

Concluimos que es la prudencia:

Es la virtud que inclina a nuestro entendimiento, en cada ocasión particular, a determinar los
medios más adecuados para obrar el bien y evitar el mal.

La prudencia se ve perfeccionada por el don del consejo, que es el hábito sobrenatural por el cual
el alma en gracia, bajo la inspiración del Espíritu Santo:
Juzga rectamente, en los casos particulares, qué es lo que conviene hacer para llegar al fin último
de salvación.

1.2. Importancia y necesidad

La prudencia es la más necesaria de todas las virtudes morales, pues su influencia se extiende a
todas las demás y por dos razones:

a) Porque "el obrar sigue al ser", es decir, cada ser obra de acuerdo a su naturaleza. No hay modo
de obrar bien si no existe un real conocimiento del ser de las cosas. Se debe, por tanto, discernir la
realidad (ser realista). A partir de esto, Josef Pieper pregunta:

¿Qué significa la supremacía de la prudencia? Quiere decir que la realización del bien exige un
conocimiento de la verdad. "Lo primero que se exige de quien obra es que conozca".

El prudente abre los ojos de su inteligencia, iluminada por la fe, y examina objetivamente la
realidad tal como es y solo después de esto toma su decisión.

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b) Como consecuencia de lo anterior, la prudencia señala el justo medio del obrar, es decir, el obrar
conveniente, conduciendo la buena acción frente a los extremos viciosos del exceso y del defecto.
Sin ella, ninguna virtud puede ser perfecta.

Por lo tanto, el segundo encargo de la inteligencia perfeccionada por la prudencia es indicar en cada
caso particular lo que conviene hacer u omitir -para obrar el bien y evitar el mal-. En suma: dirige y
gobierna las virtudes. Así, su acto propio, luego de un claro conocimiento de la realidad, es imperar
lo que hay que hacer o dejar de hacer. A esto se lo llama "mandato ejecutivo": manda a ejecutar de
tal o cual manera un acto bueno conforme a la recta razón y al bien moral.

La virtud de la prudencia no es un mero saber, sino el poder y el arte de tomar la decisión


correcta de acuerdo al ser de las cosas y de la fe revelada. Constituye un auténtico
conocimiento de la realidad en orden al buen obrar.

La prudencia es necesaria para la vida sobrenatural, porque hace crecer en la virtud, dictando en
cada caso particular el bien a realizar para la propia santificación, y consecuentemente ayuda a
evitar el pecado, dando a conocer las causas y ocasiones del mismo, y señalando los remedios
oportunos para no caer en él. Por eso no es prudente el que se queda quieto, solo contemplando lo
que acontece, sino quien pone la prudencia sólo al servicio de su propia perfección, pues la caridad
no busca su interés particular, sino el de todos.

La prudencia es la inteligente actitud del que, en medio de tantas cosas finitas y limitadas que nos
atraen, pone rumbo a la perfección. El prudente es aquel que:

 Tiene en cuenta los pros y los contras.


 Distingue lo sustancial de lo accidental.
 Prioriza lo principal y pone en su lugar lo secundario.
 Considera qué es solo del momento, y qué permanece.
 Pesa, mide y evalúa todos los factores, todas las circunstancias.
 Prevé las consecuencias.
 Deduce las reales probabilidades de conseguir el bien pretendido.
 Determina el mejor camino para rechazar el mal presente.
 Utiliza los medios más eficaces para lograr lo que se propone.
 Calcula todas las resistencias.
 Obra en la mejor y mayor medida posible.

1.3. La prudencia en la sagrada escritura

En el Antiguo Testamento, la prudencia se identifica con la sabiduría la cual pone al hombre en el


verdadero camino hacia su perfección. Allí queda patente que es la prudencia:

 Le pertenece a Dios.
 Se manifiesta en los sabios.
 Es dada por Dios a quienes la precisan.
 El hombre debe adquirirla pidiéndola y practicándola.

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 Es fundamental para los gobernantes y Salomón fue el gran ejemplo de ello.
 Es motivo de gloria para los que gobiernan. O Es admirable a los ojos de las naciones.
 Resulta indispensable para que los hombres no se extravíen.
 No es poseída por los pecadores.
 Es motivo de felicidad para los que la practican.
 Preserva del camino del pecado.
 Enseña el momento de hablar y callar.

El Nuevo Testamento enseña, respecto de la prudencia:

 Lo necesaria que es para que los hombres no se aparten del camino del bien- para que estén
atentos.
 Que quien la práctica es motivo de elogio de parte del Señor.
 Que Jesús mismo es el mayor ejemplo de prudencia, pues va revelando gradualmente su
identidad y su misión.
1.4 Partes integrales de la prudencia

Son los buenos hábitos que se constituyen como momentos fundamentales durante el
obrar prudente.

a) Memoria o recuerdo de lo pasado: la memoria forma parte de esta virtud porque la prudencia
está fundada en la experiencia. Antes de actuar, el hombre debe pensar en actos similares ocurridos
en el pasado -propios o ajenos- y en las consecuencias que ellos tuvieron. Así podrá ajustar sus actos
presentes a las enseñanzas que de ellos derivan. No se trata solamente de conservar y recordar,
sino también de meditar y reflexionar sobre los recuerdos, a fin de sacar de ellos las lecciones
convenientes.

Es inteligente meditar qué hubiese hecho Jesús en un caso similar al que me toca vivir en un
momento dado, y sobre el cual no tengo muy claro cómo obrar. Ello exige leer el Evangelio
para que sea lo que realmente es: Palabra de vida.

b) Inteligencia o conocimiento de lo presente: para saber discernir si lo que se propone hacer aquí
y ahora es bueno o malo, conveniente o inconveniente, si conduce o no al fin de perfección. En otras
palabras "mirar con los ojos abiertos".

c) Docilidad o respeto: nada mejor que oír atentamente el consejo y las enseñanzas de los ancianos,
de los sabios, y de los virtuosos, en asuntos sobre los que se tiene poca idea o directamente ninguna.
Nadie debe presumir de saber por sí mismo cómo resolver la increíble cantidad de casos que se
presentan a diario. Resalta aquí la humildad, y por eso San Agustín decía: "Es cierto que la verdad
huye siempre de las mentes que no son humildes".

d) Sagacidad o solercia: es la capacidad del espíritu para resolver con prontitud los casos urgentes,
para los cuales no es posible detenerse a reflexionar o pedir consejo. Es fácil comprobar su
importancia cuando más de una vez nos ocurre que descubrimos cuál debía ser la respuesta
apropiada, en una situación difícil, pero dos o tres días después.

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e) Razón: no hablamos de la potencia del mismo nombre, sino de su buen uso, es decir, del razonar,
sobre todo en casos no tan urgentes, que dan tiempo al hombre para que lo resuelva después de
una serena reflexión y examen.

f) Providencia: es el integrante principal de la prudencia, porque consiste en fijarse bien el fin que
nos proponemos alcanzar, sin perderlo de vista mientras lo intentamos, ordenando los medios
oportunos para su consecución y previendo -además- las posibles consecuencias. La palabra
"providencia" viene del latín "procul videre", que quiere decir "ver desde lejos" o "ver el porvenir".

G) Circunspección: del latín "circumspectio" (observar alrededor), es la atenta visión de las


circunstancias, para decidir si es conveniente o no efectuar el acto en vista de ellos.

h) Cautela o precaución: hábito fundamental para considerar los obstáculos externos que podrían
comprometer o impedir la obtención del bien buscado.

1.5 Partes subjetivas de la prudencia

La prudencia se presenta bajo dos formas o especies:

a) Personal: es aquella que se aplica para regirse a uno mismo, en orden al bien personal.

b) Social: cuando la prudencia se aplica al gobierno de los demás (para la obtención del bien común)
puede ser:

I. Regnativa o gubernativa: la que precisa el gobernante para conducir a los gobernados con
justas leyes en orden al bien común. Es la norma superior de prudencia, por cuanto no solo
rige al individuo que la ejercita, sino que además se extiende a toda la comunidad, sobre la
cual se producen las consecuencias de las decisiones del gobernante.

II. Política o civil: la que deben poseer los ciudadanos para someterse a las justas decisiones y
órdenes del gobernante, sin oponerle obstáculos, y siempre en orden al bien común.
Instruye sobre cómo - y con cuáles medios- oponerse a las decisiones injustas que puede
tomar el gobernante -cuando pretende obligar, valiéndose de su autoridad, a realizar
acciones contrarias a la moral.

III. Familiar o doméstica: la que debe brillar en los jefes de la familia (padre y madre), para
gobernar rectamente a su hogar, y que también rige a los hijos en relación con su familia,
para que no la afecten con sus errores, y para que colaboren con su obediencia y sus logros.

1.6 Partes potenciales de la prudencia

a) Buen consejo: es la virtud moral que dispone al hombre para encontrar los medios más
aptos y oportunos para el fin que se pretende. Su acto propio es aconsejar para hacer o
dejar de hacer una cosa concreta, ese consejo se puede dar o tomar.

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b) Buen sentido práctico: por esta virtud moral el hombre orienta su juicio y se desempeña
con sensatez en las distintas circunstancias ordinarias de la vida. Es lo que vulgarmente se
llama "sentido común".

c) Juicio perspicaz o perspicacia: es la virtud moral que permite juzgar rectamente, según
principios más altos que los comunes u ordinarios, pues hay casos insólitos, que la ley
natural no conoce primariamente, o en los que trata de no obligar por sus especiales
circunstancias.

1.7 Vicios opuestos a la prudencia y a sus derivadas

Son los malos hábitos que no se ajustan a la recta razón, tienen dos formas:

a) Imprudencia: vicio por defecto manifiestamente contrario a la prudencia, y puede darse


principalmente por:

I. Precipitación: obrar impulsivamente por sólo ímpetu de la pasión o del capricho propio de
los atolondrados que, por causa de la inmadurez psicológica, va y se lleva todo por delante.

II. Inconsideración: despreciar o descuidar las cosas necesarias para juzgar rectamente propio
de aquel que cree que "se las sabe todas", y conoce en realidad mucho de cosas superfluas,
pero muy poco de cosas importantes.

III. Negligencia: careces de la firmeza necesaria para llevar a cabo lo que es sabido que debe
hacerse, y del modo en que se lo debe hacer. El negligente es el individuo que ni siquiera
empieza lo que sabe que debe y puede hacer. Procede este vicio sobre todo de la pereza.

b) Falsa prudencia: vicio por exceso por la cual las acciones que la razón indica para obrar el bien
son aplicadas para obrar el mal. Reviste varias formas:

I. Prudencia de la carne: es la maña de encontrar los medios más eficaces para satisfacer la
mayor cantidad posible de placeres sensibles, para satisfacer las pasiones desordenadas.

II. Astucia: es la viciosa habilidad de conseguir un fin malo por medios falsos, simulados o
aparentes. A veces también busca un fin bueno, "el fin no justifica los medios". Cuando la
astucia es por medio de la palabra se llama dolo, y cuando es por medio de hechos se llama
fraude.

III. Falsa solicitud o solicitud excesiva: es la precaución por los bienes terrenos, por sobre los
bienes espirituales. Se contraría el consejo del Señor Jesús de confiarse a la divina
Providencia.

1.8 Medios para perfeccionarse en la prudencia y sus derivadas

Son diversas acciones que deberían empezar a practicarse de inmediato, si uno busca formar buenos
hábitos:

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 Reflexionar siempre antes de hacer cualquier cosa o antes de tomar una determinación
importante (pensar antes de actuar), no dejándose llevar por el ímpetu o por el capricho del
momento, sino por las luces serenas de la razón iluminada por la fe.
 Considerar despacio las consecuencias de tal o cual acción -si serán buenas o malas-
 Perseverar en los buenos propósitos sin dejarse llevar por la inconstancia o por las
dificultades que van surgiendo.
 Vigilar, en estado de alerta constante, a la prudencia de la carne.
 Proceder siempre con sencillez y transparencia, evitando toda simulación, toda astucia y
todo engaño, que son indicios ciertos de almas ruines y despreciables.
 Vivir el día sin preocuparse demasiado por el mañana, tal como lo recomendaba Cristo.
 Referir todas las acciones cotidianas al fin último de salvación teniendo muy presente la
enseñanza de Jesús acerca de su segunda venida.

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