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El origen de los valores

Así como la explicación del origen de las especies no consiste en explicar cómo surgió la
vida a partir de lo mineral, sino en mostrar los principios de la mutación, la variabilidad y la
transformación de los organismos, así también la explicación del origen de los valores no
consiste en explicar cómo los hombres pasaron de ser simios a ser criaturas con ideas
morales y estéticas, sino en mostrar el principio que rige la forma como se crean y
transforman los valores en la sociedad. 

No podemos dar una definición de los valores, de lo que concebimos como bueno y malo,
digno y miserable, bello y feo, sublime y vulgar o incluso como costoso y barato. Nuestros
valores no son conceptos. Vemos, sin embargo, la gran influencia de los valores en el
mundo. Vemos no solo que los hombres y las mujeres invocan los valores en el discurso
para juzgar a unos y a otros, para admirarlos y despreciarlos, sino que también los valores
guían y gobiernan el comportamiento y las decisiones de los individuos. Tienen fuerza
sobre el carácter de una persona y por eso mismo tienen fuerza sobre el carácter de una
comunidad. Por fuera de una comunidad no cabe hablar de los valores, pues entonces no
tendrían ninguna influencia sobre la vida, no tendrían ninguna realidad. 

En sentido estricto, lo que gobiernan los valores es el deseo. El valor nos indica la
dirección del deseo, hacia donde tiende. Imponer unos valores significa imponer unos
deseos. Se gobiernan los deseos en la medida en que se gobiernan las fantasías, las
decisiones, los pensamientos, la actividad humana, el trabajo, el descanso, el negocio, el
ocio, la diversión, el aburrimiento. El valor tiene una fuerza concreta sobre la comunidad y
no una fuerza abstracta e ilusoria sobre la mente. 

La vida de la comunidad no consiste en que unos y otros luchen para imponer sus
valores, sino que en la medida en que unos luchan con otros y vencen imponen el valor.
Unos valores se imponen sobre otros por cuanto unos hombres se imponen sobre otros.
Los valores solo existen encarnados en el individuo y la comunidad y son el individuo y la
comunidad misma.

 Esa imposición de unos individuos sobre otros ha sido la esencia de la sociedad. Los
valores de la comunidad son los valores de los que en ella dominan. La manera concreta
en que la sociedad valora nos da ya una imagen bastante precisa de su estructura y de su
forma de vida. Cualquier sociedad siempre tiene los gobernantes que a ella misma le
corresponden.  

La manera concreta en que la sociedad valora nos da una imagen bastante precisa de su
forma de vida por cuanto nos muestra qué es lo que desean los individuos, a que aspiran,
que orden respetan y que orden protegen, que individuos son valiosos y que individuos
son despreciables. La poesía épica y el teatro nos muestran que el hombre griego valora
a los individuos fuertes, que prefieren morir antes que ser esclavos, a los individuos
osados, que saben mandar con firmeza y con prudencia. Valora a Aquiles y a Odiseo, a
Edipo y a Clitemnestra. El siervo medieval valora al rey al que sirve y obedece al
sacerdote al que respeta. Su valoración esta mediada por el amor, el temor y el respeto a
Dios. Justamente esos sentimientos son los que lo llevan a asumir su lugar en el mundo
como súbdito, o mejor dicho, esos sentimientos y esa forma de asumir el lugar en el
mundo son lo mismo. 
 Asimismo la sociedad capitalista valora al empresario, valora su fábrica, sus oficinas, sus
propiedades, sus cuentas bancarias, su poder sobre sus trabajadores. La sociedad
capitalista vive bajo el deseo de que el trabajador, por medio del esfuerzo, va a llegar a
adueñarse de la fábrica en la que alguna vez trabajo como un obrero más. La forma en
que los individuos de la sociedad capitalista valoran nos muestra ya como vive esta
sociedad, como compite, como lucha ilusoriamente por ascender en la burocracia de las
empresas. 

El valor no solo no es abstracto, sino que es idéntico a los individuos que lo imponen, que
lo perpetúan.  En cierto sentido el único objeto de valor de las sociedades es ellas
mismas. Lo que valora una comunidad es su propia forma de vida y esa valoración se da
por medio de la valoración de los que mandan en esa forma de vida.  El bien de una
sociedad es su gobernante, su clase dominante, sus individuos poderosos. Ellos son el
valor, ellos son el bien.  

La forma en que la sociedad valora es la forma en que ella protege y cuida su orden, en
que lo impone. Cada sociedad va elaborando sus propios valores y de esa forma va
creando su propia forma de vida, va reconociéndola y desarrollándola. Esto se ve desde
las simples valoraciones económicas, con las que se le imponen diferentes valores
económicos a las diferentes mercancías, hasta las valoraciones morales, en las que se
imponen diferentes valores morales a los diferentes individuos, pues en la medida en que
una sociedad se desarrolla, desarrolla también sus diferencias morales, es decir, decide
cuales vidas son más valiosas y cuales mas despreciables.  

En cualquier caso, el origen de esas valoraciones es el mismo y por eso la valoración


económica de una mercancía está relacionada con la valoración moral y estética de un
individuo. Las mercancías no valen lo mismo porque los individuos no valen lo mismo. El
valor de la mercancía también está determinado por quien la produce y quien la puede
consumir. Y esa determinación no es arbitraria ni azarosa. 

Que los productos del trabajo campesino sean menos valiosos con respecto a los de la
industria de la ciudad muestra ya el mayor poder de la ciudad sobre el campo, que es la
división fundamental de la sociedad. El valor nunca reside en la utilidad, como algunos
quisieran creer. Porque un perro de raza fina no sirve para nada y vale mucho más que
una simple vaca, que provee leche, crías y carne. Comparado con un diamante, un costal
de papas es mucho más útil, pero nadie se considera rico por tener un costal de papas. 

Ya en la simple valoración de las mercancías está contenida toda la estructura


económica, política y moral de la sociedad. Pues el principio que rige todas estas
valoraciones es el mismo, a saber, el poder, el dominio de unos sobre otros. 

Que el salario del obrero sea muy bajo muestra ya la forma en que la sociedad valora su
vida, es decir, la forma en que la desprecia. Y la razón de que su salario sea miserable es
el poder del empresario, pues si el obrero no se somete a sus condiciones, se muere de
hambre no solo el, sino su familia. El poderoso decide no solo quien vive y quien muere,
sino bajo qué condiciones se vive y se muere. El valor del salario, así como el de
cualquier mercancía y producto del trabajo, lo impone el poder que unos hombres tienen
sobre otros, es decir, su fuerza para someter, para manipular, para esclavizar, para violar,
para torturar, para asesinar. Esa fuerza es el origen del valor, sea económico, estético o
moral, que en últimas son todos el mismo. Que los valores vienen de la fuerza es cosa
que los cristianos han sabido muy bien y la belleza de sus catedrales es también idéntica
al poderío de sus ejércitos y la eficacia de sus genocidios.  

Justamente esa valoración del salario influye directamente sobre la valoración de la vida,
pues las probabilidades de que un obrero se eduque, viaje, se alimente, conozca, disfrute,
y en general, viva, son muy reducidas, aun cuando la formalidad de la ley se esfuerce en
decir que todos los hombres son iguales. La sociedad, sin embargo, no valora sus vidas
de la misma forma.

Los valores morales que existen en la sociedad no tendrían realidad sin el gran poder del
estado, esto es, su policía, su ejército, sus armas y sobre todo sus cárceles. La justicia no
puede hacerse real sin la capacidad efectiva de castigar, de golpear, de encerrar, de
someter. La sociedad no puede mostrar su desprecio contra los ladrones, los atracadores,
los estafadores, los sicarios si no los asesina o los encierra en una miserable celda.
Luego, la justicia y la honradez, y todos los valores de los hombres civilizados y
defensores de los derechos humanos, son imposibles sin la capacidad de tortura. 

Y ese poder, esa imposición de los valores morales, no es posible, a su vez, si no se


invierte el dinero necesario en armas, policías, entrenamiento militar. Luego la valoración
económica del estado y la valoración moral son idénticas. El estado no puede imponer
valores morales sin imponer una valoración económica y esas dos valoraciones, que en
realidad son solo una, no son posibles, carecen de realidad, sin la fuerza, sin hombres y
mujeres entrenados para matar, fusilar, degollar, etc. El circulo es perfecto. 

También en la valoración artística y estética el poder es necesario, pues si el artista no se


impone, carece de reconocimiento y entonces el valor de su obra solo tiene un valor
mutilado, su realidad no es plena, pues dentro de la naturaleza y esencia del arte está el
manipular la sensibilidad del público y un artista sin público es como un amante no
correspondido, es decir, es un impotente. Y este reconocimiento que necesitan tanto el
artista como el arte, sea en vida o en muerte, viene directamente del poder de las
editoriales, de las disqueras, de los teatros, de los medios masivos, de las productoras
cinematográficas. De nuevo, el valor estético de la obra en la sociedad se corresponde
con su valor como mercancía. 
 
El artista, en vida, tiene que convertirse en un individuo con poder para lograr que su obra
tenga la realidad propia del arte, es decir, la influencia y la manipulación de la sensibilidad
de un pueblo. En muerte, la obra tiene que convertirse en un objeto codiciado y esto no se
logra sin el valor que otorga el poder sobre la vida de los individuos, sobre su actividad. 

Así pues, las transformaciones de la sensibilidad de una sociedad, la transformación de


su forma de valorar, no es otra cosa que la transformación misma de la estructura de la
sociedad, de sus divisiones fundamentales. Para transformar los valores es necesario
transformar el poder de unos hombres sobre otros, pues el poder de unos sobre otros es
el origen del valor.  

 Del valor solo cabe hablar como imposición. Un valor se impone. Porque si examinamos
rigurosamente los objetos, las cosas, los hechos, no encontraremos en ellos su valor.
Supongamos que yo soy capaz de dar una descripción detallada de todas las cualidades
físicas, químicas, prácticas de un objeto. Puedo describir plenamente el material, la
longevidad, el uso que podría dársele, pero esa descripción, por más rigurosa que sea,
nunca me muestra el valor. 

Yo puedo describir plenamente las cualidades materiales de una papa y en esa


descripción nunca vendrá contenido el que esa papa vale menos que un diamante, que un
perro, que un esclavo. A partir de las cualidades materiales de la papa no puedo deducir
su valor como mercancía. El que una papa sea un objeto barato o costoso, preciado o no,
no puede ser calculado a partir de lo que la papa es. Lo mismo ocurre con una piedra
preciosa, con un animal, con una mesa. El resultado de esa valoración económica no
viene de un cálculo, de un análisis de la mercancía, sino de procesos históricos ligados a
las guerras, la esclavitud, los desastres, las hambrunas, las plagas, las coyunturas, el
engaño, la manipulación y, en últimas, el poderío de unos sobre otros, que saben
aprovechar su situación para la satisfacción de sus intereses.  

Bien puede decirse que el valor de la mercancía viene de la cantidad de trabajo


socialmente necesario, es decir, de la cantidad de tiempo socialmente necesario para
producir el objeto. Pero aquí debe considerarse el hecho de que ese trabajo, ese tiempo,
es el tiempo imperante de la sociedad. La duración de las jornadas no se impone sola.
Las condiciones bajo las cuales se trabaja no se imponen solas. Las leyes que regulan
esa duración y esas condiciones tampoco se imponen solas. La tecnología y la
maquinaria usadas para reducir el tiempo y el esfuerzo también tienen un dueño. Aun
cuando el tiempo sea el criterio para establecer el valor de cambio de una mercancía, ese
tiempo es el tiempo que individuos concretos dentro de la sociedad imponen. 

Igualmente ocurre con otro tipo de objetos que valoramos, como el sol o cualquier astro.
Ninguna descripción concreta del sol, de sus cualidades, me permite deducir lógicamente
que el sol es un astro bello, fascinante, aun cuando yo tenga certeza de que lo es. Mucho
menos hay en el sol una cualidad física o química bajo la cual yo pueda deducir que el sol
es más bello que una piedra, que un zapato. El valor no puedo deducirlo del objeto, aun
cuando reconozco su belleza, su ser fascinante, pues de otro modo no habría ningún
motivo para conocer las cualidades físicas y químicas del sol. 

El valor que atribuimos a los objetos del conocimiento es también el origen del
conocimiento. Y por eso la sociedad tiene que decidir que objetos valora más para así
decidir que objetos son dignos de ser estudiados, contemplados. Luego, cada ciencia
impone también su valor dentro de la sociedad. En la universidad se refleja de nuevo la
equivalencia entre el valor moral o estético del conocimiento y su valor como mercancía.
Un cirujano plástico es más valioso que un filósofo o un teólogo, cosa impensable en la
edad media, por ejemplo. Se puede argumentar que la actividad del cirujano requiere de
mayor esfuerzo, tiempo y dedicación que la del filósofo o el teólogo. Pero eso es
simplemente falso y absurdo. De hecho es más fácil hacer un trasplante de cualquier
órgano que probar la existencia de Dios. Se puede decir que el cirujano trae mayor
provecho y utilidad a la sociedad. Pero también es absurdo. ¿Por qué un aumento de
senos o una liposucción sería más provechoso y útil para la sociedad que, por ejemplo,
refutar la prueba ontológica de Dios de San Anselmo? La discusión nunca terminaría y
esa es la prueba de que no hay una discusión real. No se trata de que unos tengan razón
y otros estén en el error, se trata de que unos tienen poder y otros no. 

Igualmente, una opinión como la de que tal y tal composición musical es más bella que tal
y tal otra no puede ser deducida de las cualidades de la composición, de sus arreglos
rítmicos, melódicos o armónicos. Mi análisis puede ser tan agudo como se quiera, pero
que una obra de arte es bella o fea nunca será el resultado de un análisis lógico de su
estructura. La obra es bella o no. Eso es todo.  

Tampoco hay en las cualidades fisiológicas y genéticas del hombre alemán ninguna
cualidad a partir de la cual pueda deducirse lógicamente que es un hombre más valioso
que un negro, un asiático o un americano. El valor simplemente no puede ser deducido.
Puede ser impuesto por medio de guerras y torturas, pero jamás deducido. 

Del valor como objeto de análisis no cabe hablar. Ya Wittgenstein nos dice que en el
mundo no hay valores, es decir, que estos no pueden ser expresados en el lenguaje, no
pueden ser el resultado de una investigación científica. El valor es inefable. No cabe
fundamentarlo en proposiciones. A partir de mis proposiciones, de mis observaciones del
mundo, yo no puedo deducir que tal y tal cosa es bella, que tal y tal cosa vale más que tal
y tal otra. El valor no puede ser deducido. Los valores no se deducen. Los valores se
imponen. 

Vivimos bajo la ilusión de que podemos hallar un fundamento lógico a nuestras


valoraciones y así caemos en la ridícula actividad de dar razones para fundamentar
nuestro valor. Pero esas razones, en la medida en que son persuasivas, no son tanto una
muestra de su verdad, sino de su capacidad de manipulación y por lo tanto, son también
una manifestación de la fuerza, del poder de unos sobre otros, pues el lenguaje y la
retórica también son un instrumento de sometimiento, como bien lo sabe la democracia. 

Esto no significa, sin embargo, que el valor carezca de realidad. Significa simplemente
que esa realidad no puede ser puesta bajo la forma lógica de las proposiciones, es decir,
que su expresión sea lógicamente analizable. Seria estúpido, imposible e hipócrita vivir
sin valoraciones. Los valores no se justifican, se imponen, se afirman. Por eso, no hay
forma real de discutir sobre si tal cosa es valiosa o no, si el valor que se le atribuye es
realmente su valor o el valor que merece. Nadie merece nada. Se le atribuye valor a la
cosa o no se le atribuye. Se defiende ese valor o se destruye. 

Por lo demás, todos tienen sus valores, negarlo es simplemente una pusilánime
hipocresía.  Todos saben que cosas aprecian más y que cosas desprecian. La diferencia
es que hay unos que si pueden imponer su valor, darle realidad, y otros que no pueden. 

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