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Aquí tenemos otra pintura de Manet (“Au café” 1878, col. Reinhardt). Como
ustedes ven, se trata de una obra que en cierta forma sigue los mismos
lineamientos de los cuadros que hemos visto anteriormente, aun cuando en
su factura mucho más libre se puede percibir la presencia de una nueva forma
de operar. Ello nos revela que una nueva experiencia se ha ido formando en
esos años. Lo que también llama la atención en este cuadro (como en otros de
Manet de este periodo) es la particular forma de encuadre, que hubiera sido
imposible imaginar en un pintor del siglo XVIII, y que ubica al espectador del
cuadro como dentro de la escena misma. Este hecho se logra permitiendo que
algunos fragmentos ocupen primerísimos planos, aprisionando así las escena
como sobre ella misma o sin que medie casi distancia alguna entre el pintor
y el sujeto del cuadro. Mientras que en la pintura del Renacimiento siempre
“Au cafe”. Edouard Manet. 1878
se tendía a establecer una distancia visual entre objeto y pintor, vale decir,
entre plano y cuadro y el ámbito que eventualmente se pensaba reproducir,
aquí – por el contrario - el plano del cuadro se identifica con el plano donde
comienza la escena. Prácticamente parecería que el espectador se encuentra
incluido en la situación; como bien puede verse, ello es obtenido mediante el
enfrentamiento de un primer plano colocado en un fuerte escorzo (la mesa) al
cual el autor contrapone, el primerísimo plano y casi identificado con el plano
del cuadro el personaje de la izquierda que se percibe fragmentariamente, y
las tres figuras sucesivas de los personajes centrales. El antiguo equilibrio que
desde el Renacimiento hasta el impresionismo se había pretendido establecer
entre el plano del cuadro y la profundidad de la representación quedaba así, en
parte desechado.
Surge con estos cuadros de “Argenteuil sur Seine” (1868) y con los que
veremos posteriormente, la “peinture claire”. Es una pintura que tiende
“Boulevard des Italiens”. Claude Monet. 1873
a trascender los limites precisos del naturalismo anterior. Su problema
fundamental es, decíamos antes, captar el instante; no tanto la forma plástica
de los objetos como la luz que invade el espacio, que llena la atmosfera y
que insinúa sobre los mismos. El protagonista de la problemática pictórica
impresionista no es otro que el espacio iluminado, la luz en si misma, refractada
por la atmósfera en sus sucesivos cambios a lo largo del tiempo. Esta idea,
esta verdadera obsesión de captar la luminosidad de la atmosfera es la que ha
conducido a Monet a realizar “Boulevar des Italiens” (1873); este cuadro es uno
de los primeros en función de los cuales se podía decir ya, sin discusión alguna,
que se inauguraba el proceso impresionista.
De ahí también que la pincelada libre, ese improntu dinámico llevado a cabo
por Monet a su grado máximo de lirismo en sus “Gare Saint Lazare” de 1877,
debía ser dejado de lado.
Sin duda Tolouse a igual que los otros pintores de su época conocieron la
obra de algunos artistas japoneses por esos años y es verdad que tenía a igual
Bien dice Hess, para él, aquel decorado mágico es como la fórmula del
encantamiento, que hunde en estados oníricos en los que puede presentirse
el misterio sobre el trasfondo de las cosas, en los que se siente la prístina
unidad del yo con el mundo. Esta experiencia pictórica va a ser recogida de
dos modos distintos por otros movimientos: uno específicamente francés,
el otro de carácter más internacional: el grupo Nabis: Vuillard-Bonnard, y el
expresionismo, representado en Francia por el fauvismo.
“Washerwomen”. Paul Gauguin. 1888.
El fauvismo terminó por caer en lo que podría llamarse una receta, vale
decir, una repetición indefinida de los mayores aciertos de sus obras primeras.
Solo uno, quizás, dentro de todos los pintores fauves se salvó de esa continua
repetición de sí mismo: Matisse.
Pero es quizás en “El Grito” de 1893, donde Munch asume toda su grandeza.
El paisaje de fondo esta sintetizado al máximo, se diría que nos apercibimos
de él después de haber seguido las ondas continuas que van desencadenando
ritmos lineares y cromáticos casi alucinantes y que partiendo del sujeto que
grita invaden la totalidad del ámbito como para expresar la medida de angustia
y horror del rostro que grita. Rostro del cual como bien dice Pevsner no
reconocemos siquiera su sexo y que está definido solo en la medida que lo
requiere la expresión.
Wasily Kandinsky, quien a pesar de su origen ruso debe ser incluido en esta
tendencia artística, formo parte del grupo “Der Blaue Reiter” de Munich. En
verdad sus primeras pinturas trasuntan mucho más el pasado folklórico ruso
y el romanticismo lírico saturado de un trascendentalismo metafísico que el
horror a la angustia del expresionismo alemán.
A qué tiende esa vida? Hacia quién se vuelve el alma angustiada del artista,
cuando ella participa de su actividad creadora? Qué quiere ella anunciar?
“Proyectar la luz en las profundidades del corazón humano, tal es la vocación
del artista”, ha escrito Schumann. Y Tolstoi: “Un pintor es un hombre que
puede pintar y dibujar todo”. Si pensamos en la exposición que acabamos de
mencionar, hemos de elegir al segunda dentro de estas dos definiciones de la
actividad del artista. Con más o menos habilidad, virtuosismo, o brío, se han
aproximado sobre la tela objetos que guardan relaciones reciprocas de valor,
ya elementales, ya complejas. La armonización del conjunto sobre la tela es
el factor que realiza la obra de arte. Se mira la obra con un ojo frio y un alma
indiferente.
“Quien quiera crear artísticamente tendrá que seguir a Bacon” decía en sus
conversaciones con Ambroise Vollard en su definición del artista como Homo
additur naturae (el hombre agregado a la naturaleza). Pintar según la naturaleza
“Cesto de manzanas”. Paul Cézanne. 1895.
“Mont Saint Victoire”. Paul Cézanne. 1885.
no significa copiar el objeto sino realizar sensaciones cromáticas. Pues pintar
significa registrar y organizar sensaciones cromáticas de acuerdo a una lógica
óptica”. La lógica óptica es para Cézanne algo bien distinto del aparato lógico
discursivo, y el que reconoce en la percepción una facultad sintética de la
visión humana que es la que debe guiar al pintor por encima de los prejuicios
intelectuales discursivos. La pintura vuelve asi a ser – como lo quería Leonardo
– una cosa mental, pero independizada de la esfera de la moral, de la esfera
lógica discursiva y literaria.
En los cuadros de 1908 y 1909 es posible todavía distinguir algo así como
una figura, una masa, y el espacio que la rodea, aun cuando como en la
“Mandolinera” los planos intersecados que describen la figura se internen
en el espacio y resulte imposible concebir a este por fuera de la experiencia
concreta del cuadro, es decir, experimentarlo sin el auxilio de las formas.
Es posible inclusive hablar de una cierta profundidad del espacio y de una
tridimensionalidad de las formas. Si bien el “Arlequín acodado” o el retrato
de “Fernanda” sugieren una forma total, eso ya no es posible cuando el
procedimiento utilizado en la “Mandolinera” se radicaliza y nos encontramos
en presencia del “Retrato de Ambroise Vollard” de Picasso, hoy en el Museo de
Hermitage. El procedimiento en este cuadro difiere del utilizado por Bracque,
por ejemplo en su “Naturaleza muerta con violín” (1909). Aquí es evidente que
“Naturaleza muerta con jarra y violín”. Georges Bracque. 1909.
las dislocaciones, rotaciones y seccionamientos de la forma si bien pueden
contribuir a poner más en evidencia ciertas partes significativas de la forma
del violín o del jarrón, lo cierto es que insertándose en la estructura del cuadro
contribuyen antes que nada a dar una imagen valorizada del objeto, o de las
formas a las cuales ha sido reducido el mismo, en comparación con otras
formas; la masa sigue subsistiendo como algo distinto al espacio. En el retrato
de Ambroise Vollard pareciera que la ubicación de determinadas líneas, ángulos
y planos que describen diagramáticamente frentes, laterales u otras facetas del
objeto, permiten una lectura alternada de la forma y del contexto general, y ello
acaba – como en el retrato de Kahnweiler – por disolver la distinción precisa
que existía en las primeras obras del movimiento entre la forma y el espacio.
Este proceso parece profundizarse en los cuadros de 1910 y 1911.
Decía Juan Gris, recordando sus primeros pasos por el cubismo, que en un
principio a la apariencia visual de una forma, él había sustituido lo que creía
era la cualidad misma de esa forma. Pero ello conducía a una representación
descriptiva y analítica, pues solo subsistía la relación de comprensión del pintor
y los objetos y casi nunca las relaciones de los objetos entre sí. De allí que más
tarde se esforzara “por lograr las relaciones entre los objetos mismos pudiesen
coincidir con las relaciones de los elementos de la composición; el sujeto de
la composición no debía comandar, debía nacer el mismo objeto creado, en
la eventualidad del cuadro”. La anécdota no sería ya un punto de partida; el
único modo de responder a la oposición física de los objetos, seria oponerles
un contraobjeto: la pintura, que objetive la experiencia multiforme que de
ellos tenemos. Es verdad que Gris, tardíamente enrolado en el movimiento,
recién inicia esta fase de la experiencia alrededor de 1913, cuando Bracque
y Picasso ya la habían explotado en parte. En los cuadros de Bracque y
Picasso de 1911 al 1913 es evidente que una forma clave que no tiene su
origen necesario en ninguna de las formas de objetos, aun reconocibles con
mucho trabajo, gobierna el conjunto de la composición. La imagen final ha
ido perdiendo profundidad y resulta de una especialidad incierta. El cuadro
se ha transformado en la manifestación de un puro análisis de la experiencia
perceptiva. Una complejidad rítmica inusitada pareciera apoderarse de la
superficie, y la visión, seleccionando diversas posibilidades estructurales,
relaciona formas angulosas con ritmos diagonales interpretados como
variaciones y con series de formas curvas que establecen un contrapunto
continuo, en tanto que los fragmentos de objetos sugieren alternativamente
diversas posibilidades de lectura. La imaginación, reconstruyendo
constantemente las relaciones y las imágenes, desemboca en una experiencia
inusitada, una visión en movimiento perpetuo. Una nueva concepción
del espacio y del tiempo pictórico recibe así su más plena definición. La
contrapartida de esta experiencia artística es una mayor conciencia del proceso
“Retrato de Ambroise Vollard”. Pablo Ruiz Picasso. 1910.
de la percepción.
Uno de los objetivos que se proponían los cubistas era lograr un tratamiento
de la superficie del cuadro que objetivara la cualidad de los instrumentos y
materiales utilizados en su confección. De allí el barrido con pincel plano, el
rascado o peinado del pigmento, los frotamientos o mezclas con arenas, etc.
A los procedimientos hasta aquí apuntados el cubismo agrega la inclusión de
fragmentos reales de objetos, tales como trozos de diario, de corcho, madera,
etiquetas, etc., directamente pegados a la tela.
La principal – por no decir la única – figura del orfismo fue Robert Delaunay,
que es el autor del “Homenaje a Bleriot” y la famosa serie de las “Torres Eiffel”
(especialmente la “Torre Roja” (1911), colección Salomon Guggenheim). Su
pintura derivó años más tarde, sobre todo a partir de sus famosas “Ventanas
simultaneas” (1912), a una forma muy característica del abstractismo. Tanto
en sus “Ventanas simultaneas” como en la serie de los así llamados “Discos
simultaneos”, Delaunay insiste en construir la imagen plástica partiendo del
simple contraste cromático, eliminando progresivamente todo resto figurativo,
y admitiendo sólo la objetividad del color.
Otra de las figuras del cubismo fue Fernand Leger, el autor de “Formas
contrastadas” (1912-13), quien desemboca en su pintura postguerra 14-18
en una suerte de postcubismo muy próximo al purismo de Ozenfant y Le
Corbusier, movimiento que surge del célebre manifiesto “Apres le Cubisme” de
1918.
Aun en el cubismo, que por boca de Bracque había dicho “La pintura no
debe reconstruir un hecho anecdótico sino constituir un hecho pictórico”
se había detenido según Mondrian ante el filo del problema, pues había
pretendido reemplazar la vieja convención representacional renacentista por
una nueva, derivada de la escultura negra y de la obra de Cézanne. Frente
al problema de la polaridad entre obra de arte y universo fenoménico, no
cabía otra alternativa que la de abandonar todo intento de representación.
Cuando el hombre quiso crear el movimiento no imitó la locomoción natural
sino que invento la bicicleta y el automóvil, que son el producto de nuestros
conocimientos del orden natural, pero que de ningún modo son imitaciones
de la naturaleza. La nueva pintura concreta debía seguir el mismo camino
en su afán por objetivizar los medios plásticos; a través de la representación
los pintores habían dado rienda suelta a su subjetividad, y lo veíamos en los
cuadros; eran más la expresión de la propia personalidad que de la realidad
factual del mundo. Todo emocionalismo y subjetivismo debía dejarse de lado
para dar paso al estudio de la realidad visual pura y de las relaciones pictóricas
puras. Las leyes universales que se encuentran detrás de las situaciones
cambiantes y episódicas debían constituir el centro de atención del arte
neoplástico. Toda forma o disposición que recordase una apariencia naturalista
debía ser desechada como también aquellas “peculiaridades de forma y color
que provocan estados de ánimo subjetivos y enturbian la pura realidad”. Aquí
evidentemente nos encontramos en la antípoda de la posición Kandiskiana. Las
formas cerradas eran para Mondrian elementos particulares y no universales; y
tanto más las formas curvas.
“The Virgin Spanking the Christ Child before Three Witnesses: Andre Breton, Paul Eluard, and the
Painter”. Max Ernst. 1926.
también el automatismo poético que ponía en acción la libre asociación de
ideas (procedimiento del cual hacia uso René Clair en su film “entreacto), las
pinturas a partir de las leyes del azar de Arp, todos ellos eran hallazgos cuyo
fundamento y significación debía buscarse más allá del simple acto de rebelión
contra los convencionalismos del orden establecido. Representaban una
verdadera conquista del espíritu moderno que no se contentaba ya con indagar
en la superficialidad aparencial de las cosas ni en los estratos más evidentes
de la actividad psíquica, sino que descubría a través de esos procedimientos
en los niveles más profundos de la actividad mental – los inconscientes – otras
experiencias de la realidad. Breton decía que el camino que el surrealismo
debía recorrer no era un camino enteramente nuevo y sin antecedentes
en la historia del arte, sino más bien un camino que había sido sofocado
por la tradición de la pintura dieciochesca y por las tendencias logicistas del
pensamiento, constituidas en una segunda naturaleza. La actividad onírica –
que Breton juzgaba de la mayor importancia – ya había tenido su expresión en
el arte en las pinturas fantásticas del siglo XVI (retratos de Parmigianino sobre
espejo convexo), en perspectivas geométricas anónimas, en algunas pinturas
del Greco, en los cuadros doble sentido (paisaje y retrato) de Archimboldo, y
en las pinturas de un Giorgio Chisi, como “El sueño de Rafael”. En las pinturas
de Jerónimo Bosch (El Bosco), en la doble significación que Leonardo atribuia
“Woman, old man and flower”. Max Ernst. 1923. a las manchas de una vieja pared, en algunos grabados de Hogarth, y casi por
encima de todo, en los grabados de Goya, en las pinturas de Fusely y en las
obras de Blake, creía Breton hallar los antecedentes más precisos de la actitud
surrealista.
Surrealismo era por otra parte un término ya utilizado por el gran poeta
Apollinaire; de que otro modo calificar su producción ultima? En la obra poética
de Rimbaud, en los “Cantos de Malderor” de Isidore Ducasse de Lautreamont,
en la literatura fantástica del siglo XIX, se encontraban los antecedentes
masnotorios, y esas obras, tal vez olvidadas por eso mismo, fueron
reivindicadas por Breton y la plévade de hombres que le siguieron en esa
aventura sin reglas, sin plan preestablecido y que no por tener antecedentes se
En este sentido, los métodos utilizados por los artistas surrealistas desde
Klee a Miró, de Ernst a Arp, no pueden confundirse con los de ninguna otra
corriente; es que los artistas surrealistas confían en que la aproximación de
dos o más elementos aparentemente heterogéneos – en un plano que no les
sea habitual – ha de provocar la máxima ignición poética. Ello aparentemente
abriría las puertas a una nueva receta pero es allí donde justamente debe
distinguirse a los verdaderos artistas de los que solo se conocen la mecánica
exterior del procedimiento, sin sentir y comprender sus implicancias profundas.
Es decir, a un Klee de Dalí (sobre todo de un Dalí a partir de 1938), a un Ernst
de un Magritte.