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Entrampado
Entrampado
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Según ella, lo mejor de su vida ya había pasado. Fueron aquellos momentos incomparables
al lado de quien más amé. Y es que, en verdad, la había pasado bien. Desde el mismo
momento en que conoció a Adalberto Patiño, sintió algo así como secuencias lógicas dentro
del laberinto ilógico que la había acompañado. Era un decir. Pero, de alguna manera, el
énfasis de sus palabras estaba del lado de aquellos eufemismos sólidos que eran su
fortaleza: en todo lo que hacía vibraba una razón de ser un tanto amorfa.
ceguera mental. Como mujer se sentía aludida por cualquier frase, aun fuera construida al
calor de conversaciones nimias o absurdas. Sentía, casi siempre, un vacío en su interior. Una
especie de incuria latente; pero que se desparramaba en cualquier momento. Una vida en
pura expresión tendencial. Negaba cualquier posibilidad de crecer en lo que siempre han
llamado algunos filósofos “la búsqueda del yo, para tratar de no desaparecer como sujeto”.
Bien entrada la noche, llegó a su casa. Había estado en el hospital, visitando a su amiga
Beatriz. Una enfermedad un tanto desconocida. El médico no había logrado descifrar el
origen de los fuertes dolores de cabeza, acompañados de espasmos corporales cada vez
más acelerados. Después de cerrar la puerta notaría que algo impreciso se movía por toda la
casa. Y no era simple percepción ligera. Sin embargo hizo todo lo posible por no desperdiciar
De todas maneras azuzó lo que ella misma llamaba “una sorprendente capacidad para
escuchar lo que ninguno puede escuchar”. Siguió adelante con la intención de descubrir lo
que podría entenderse como secuencias incorpóreas que estarían dispersándose por toda la
casa. Y recordó que, en su infancia, le había sucedido algo similar: ese día que la habían
dejado sola en casa. Por cierto, su familia vivía en el barrio Villa Esmeralda: desde que su
padre había dejado de pertenecer a la empresa. Era todavía muy temprano en la mañana. Se
sintió arropada por vibraciones de origen desconocido. Trató de alcanzar la calle, pero la
Sus pasos se harían cada vez más inseguros. La ventana del medio estaba abierta. Desde
ahí se proyectaba una figura azulada, sin ningún perfil definido. Ya había ocurrido antes,
cuando en una de las sesiones de trabajo del grupo de psicología clínica, el profesor
La ventana se cerró. No supo por qué. Pero la figura no se había diluido. Simplemente había
cambiado de sitio y de color. Seguía el vuelo que siguen las sombras cuando simplemente se
enconchan en cualquier lugar. Como esa mañana que estaba sola, encerrada: estuvo
corriendo por toda la casa; hasta que se sintió presa de un dolor de cuerpo, ya que alguien la
golpeaba. Y, cerrando los ojos, trataría de imaginarse en medio de una fuga incierta,
No más entró en su cuarto, el silencio dejaría de estar presente. Unas voces encabritadas se
extendían por todo el lugar. Y se alternaban con sonidos no conocidos antes. Cada que
cerraba los ojos, su cerebro se desencajaba. Y se iba disolviendo la capacidad para recordar.
Cada lugar, en el tiempo, era algo así como un vacío precursor de la ineptitud.
Beatriz estaba en el mismo sitio. Ahora eran convulsiones cada vez más incapacitantes. En el
hospital, todas las luces estaban apagadas. Sentía que, cada giro en el universo, era el
mismo momento que ya había vivido. Como cuando era niña. Su madre la acunaba sin dejar
de recordar lo que había vivido en sus largos años. Siendo ella misma una niña que había
dejado de crecer. Encarcelada en el horizonte estrecho de su libertad comprimida. Y cada
roce de sus manos en la cara de su hija, no era diferente a las caricias que la abuela le
brindaba. De ser así estaría en el proceso de confusión que ya había sido patentado por los
disociación.
Viridiana despertaría algún día. Lo que pasa es que Abelardo necesitaba hablarle. No podía
esperar que la secuencia viajera de la posibilidad como latencia, aplazara la realización del
compromiso. Mucho tiempo atrás, él mismo, había vivido en escenarios brutales. Por lo
mismo que era acompañante de los oficiosos detentadores de la memoria. Tiempos aquellos
de imperiosos deseos: disociaciones como soporte de la verdad asfixiada, realizaciones que,
en perspectiva, acuñaban el espectro propio de las alucinaciones. Y recordaba su estancia
en el hogar. Un periplo en el cual la dejadez era una constante inhóspita. El padre lidiando
Casi inaudita la severidad. Sangraba a borbotones, mientras su padre la golpeaba cada vez
con mayor dureza. Tal vez, se decía, venía de tiempo atrás; cuando Eloísa había insistido en
el desamor.
Eloísa había conocido a Horacio Pamplona el mismo día que nació Abelardo. Era asistente
del obstetra que la había atendido durante todo el embarazo. En una de la sesiones de
control fue atendida por él, ya que el doctor Mauricio Orjuela no pudo estar. Eran como de la
misma edad. Estudiante de medicina en la misma universidad. Un diálogo surtido de
recuerdos, Siendo Horacio todavía niño había vivido momentos difíciles: la impropia desidia
de sus hermanos, ante sus dolencias exacerbadas. Un cuerpo lleno de laceraciones de
origen desconocido. Sólo habría la explicación asociada a la aparición en casa de figuras de
Por su parte, Eloísa, se daría cuenta de las afugias originadas en la perversión de uno de
sus primos. La había abusado el mismo día que cumplió ocho años. Una brutalidad
inenarrable; habida cuenta de la agresión en su hendidura. Todo como tratando de saciar las
exigencias de su libido. El día anterior tuvo un sueño que fue premonitorio: Luces de colores
demasiado brillantes; de colores no identificados, arropaban figuras que destruían cualquier
noción la estética. Saltaban por encima de su cama, y, la herían en brazos y piernas.
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La casa seguía ahí. Puertas y ventanas cerradas. Destacaba el color ocre todavía fresco.
ser de la revolución.
Por más que hendía el atornillador en la chapa, no lograba abrir la puerta. Y se exacerbaba
su lujuria; recordando los momentos de su estancia al lado de Viridiana. Por cierto, en un
aposento lúgubre, comoquiera que era un cuarto maltrecho y húmedo. Situado al lado del
refugio de las hetairas en decadencia. Un barrio de amplias calles que bordeaban las
herrumbrosas clásicas de Atenas. Acezaba sin ningún tipo de pudor cuando, al fin. logró
entrar. El interior estaba derruido. Paredes desconchadas y embadurnadas de líquido
viscoso, maloliente. El piso estaba cenagoso y púrpura, como si se hubiese mezclado barro y
sangre. El cuarto de Viridiana estaba abierto, lóbrego, distante. Yacía en la cama, en posición
inicua; como cuando un cuerpo ha sido vejado y obligado a desandar un camino, en el tiempo
pasado de los rehenes esclavos de los Señores.
de antes. Ella percibía el dolor que cruzaba su memoria. Lejano estaba ya el día que la
acompañó al nacer. Su padre miraba la bruma que reverenciaba al sol que recién salía,
embrujando de calor la ciudad. Hasta cierto punto insípido el entorno callejero. Envolvente
manifiesto a la insurgencia de los rigores societarios. Una visión aplanada, inhóspita, carente
de sosiego, como enjambre ponzoñoso; en donde tenía asiento la tristeza ante la partida de
quienes tuvieron que huir de la violencia y la miseria.
Y no es que Viridiana estuviera muerta; sucedía que su cuerpo estaba lacerado. Sus ojos
recabó en el recuerdo de las extrañas noches: siendo, como en verdad habían sido,
expresión de la dicotomía entre querer ser y la no aceptación de lo que era. Una sinonimia de
palabras envueltas para la disociación del pasado. ¡Sí, se detendría en cualquier momento!
Pero es que, ahora, necesitaba estar lúcido, para no repetir lo que hizo cuando Beatriz estuvo
a su lado. El día aquel que encontró la espina con la cual le hirió la frente, extendiéndola
hasta los ojos. Y la ceguera vendría después; sin que hubiera sido beneficiosa la acción
acariciadora de su madre.
Algún día levantaría el cuerpo. Pero, antes, tenía que resolver lo que debía hacer respecto a
su lujuriosa expectación. No había podido neutralizar su ansiedad. Seguía vagando. Iba
desde el cuarto, hasta la puerta de entrada. Desencajó la ventana que daba al patio e
inspiraba el aire frío, acerado. Caía la noche cuando se dio cuenta que el cuerpo de ella
había desaparecido. Solo quedó el vidrioso piso en donde antes había dado tantos pasos.
Volátiles sombras se escurrían por las paredes agrietadas, quejumbrosas, húmedas. El techo
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Evocaba el tiempo que había vivido con su familia. Siguiéndole el paso a la melancolía como
su madre, como mujer con una afinidad propia respecto a quienes el sometimiento era algo
así como lugar común y necesario. Nunca, entonces, haría ningún cuestionamiento. Como
cuando no se vislumbra ninguna posibilidad de trasgresión. Por el contrario, aplicando la
involucrada en ejercicios rituales que tenían como soporte el profundo respeto por sus
pulsiones de vida, como infante lúcida, tanto en sus proyectos; como también en los juegos
de lúdica andante, brillosa, transparente. Fue en esa condición que conoció a Beatriz. Siendo
ella, a su vez, una niña inmersa en un cuadro relacional familiar parecido. Y con esas
El proceso de adaptación empezó el mismo día. Una vez despidió a Beatriz, se dio a la tarea
de redefinir su proyecto. Sin embargo no pudo controlar la memoria. Esta se abriría camino a
partir de posicionar lo sucedido aquella noche que llegó a la que era su casa; como episodios
insumisos que daban lugar a las expectaciones que la habían acompañado. Lo primero fue el
recuerdo de las alucinaciones que permitieron surgir las imágenes incorpóreas, de colores
espesos un tanto inusuales al momento de reconocer el espectro propio de la física. Y la
transportación de las mismas a través del espacio lúgubre. Una relación que no parecía
circunstancial; sino más bien un escenario que había permanecido en el tiempo, desafiando
la lógica propia del proceso de desenvolvimiento espacial e histórico. Para ella era algo así
como una sumatoria de secuencias envueltas en un todo ajeno a lo circundante. Tal vez, por
esto mismo, incorporó la noción del Ser Único, inamovible, inalterable. Otra condicionalidad
diferente a la originada por el transcurrir de hechos y acciones afines a lo que significa la
humanidad como sujeto colectivo no iterativo ni omnisciente. Recordó que se sintió presa de
En verdad no sabía si sería un reordenamiento absoluto; por lo mismo que no podría ajustar
su bitácora, sin antes ponderar de manera adecuada el punto de inflexión de la memoria
respecto al tiempo como variable asociada al transcurrir; como cuando estuvo en situación
parecida al comienzo de su relación con Beatriz. Ellas habían empezado por redefinir el
estado de la realidad, a partir de los imaginarios comunes, sin dejar de ser, en sí, cada quien.
Porque no bastaba con ser niñas circunscritas a escenarios autoritarios perversos,
soportados en la yunta propiciatoria de vulneraciones constantes. Y crecieron en cuerpo
físico, decreciendo, cada vez más, respecto a la espiritualidad entendida capacidad para
revertir el daño recibido. De todas maneras eran dos mujeres con una afinidad absoluta: la
predisposición a repudiar la inmanencia, por lo mismo que supondría la permanencia de los
Una vez superada la indecisión, se dio a la tarea de posesionarse del espacio; comenzando
por entender la movilidad como insumo asociado a la localización de los puntos de
referencia; prodigándose en expresiones para sí misma y que daban cuenta de su
propensión a la identificación, casi geográfica, de espacio y tiempo. Pero tenía que ir más allá
de la simple constatación física; tendría que pensar en la recomposición, si, en verdad, quería
romper el envoltorio ideológico que la venía asfixiando. Como tozudez involuntaria, volvería
el recuerdo; esta vez de la mano de Adalberto. Lo había conocido de manera fortuita, cuando
recién cumplió diecisiete años; en un lugar un tanto ajeno: el barrio Porvenir, situado en las
afueras de la ciudad. Había ido hasta allí, acompañada de su profesora de biología, para
visitar el museo de ciencias naturales. Él estaba a cargo del mariposario; oficio que alternaba
con su rol de estudiante de medicina. Una de sus funciones era la de guiar el recorrido de los
visitantes. Ella, un tanto turbada, preguntaba por los diferentes momentos del proceso; al
tiempo que notaba algo parecido a una insinuación, en la mirada y ademanes del guía. Sin
saber el porqué, recordaba las actitudes de su padre; fundamentalmente cuando ella estaba
a solas con él en la casa: Cuando el espacio se estrechaba; cuando ella sentía encima el
calor enervante de su cuerpo al acecho, Al terminar la sesión, el guía se hizo más insinuante;
ya no solo con su mirada y el movimiento de sus manos; sino también con las palabras; como
tratando de darse a entender a través del lenguaje simbólico en el cual todo era sinonimia en
cuanto a expresión de la libido, trascendiendo la mera expectación; a través de alegorías
susurrantes. A partir de ahí todo le parecía una envoltura entre perniciosa y tierna. Y sería,
durante mucho tiempo, el pleno discernimiento acerca de lo que es su consciente en relación
con la posibilidad de acceder, en pleno, al consentimiento de cada caricia insinuada y de
cada tocamiento en sus sueños. Por más que iniciaba una fuga del cerco construido por la
actuación del guía; a cada nada sentía la necesidad de ser arropada por su mirada, por sus
brazos, por el calor de su cuerpo.
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Adalberto salió de la casa: Noche obscura, cerrada, fría, envolvente. Dirigió sus pasos hacia
la carretera principal, con la intención de abordar algún vehículo que lo llevara al centro de la
ciudad. Tenía que recuperar el tiempo perdido; habida cuenta que no podía demorar más la
preparación de su ponencia al simposio de medicina interna. Entró a la oficina situada en el
segundo piso de la facultad, Previamente había sido informado por el portero que alguien
espera desde las siete de la noche. Era evidente que W. Finch era muy puntual; aun teniendo
en cuenta que habían pasado seis meses desde que acordaron la reunión. Venía de tiempo
atrás el proyecto relacionado con el manejo de ciertas patologías, Fundamentalmente los
médico itinerante, en varios hospitales en ciudades intermedias de algunos países. Pero, tal
vez, lo que más les había acercado desde el punto de vista científico tenía que ver con
algunas observaciones aleatorias relacionadas con cuadros puntuales que involucrarían
De esto daban cuenta los diferentes momentos vividos a su lado. Esencialmente se trataba
de advertencias prolongadas originadas en sucesivos estados de angustia, con ciertos
condicionantes vertebrados desde su infancia. Él mismo habría propiciado algunas crisis, en
tanto que la presionaba de manera inaudita. Nunca podría olvidar, a manera de ejemplo, lo
sucedido después de una de las visitas que ella hiciera al museo de ciencias naturales.
Saludó a su colega con un fuerte abrazo y lo invitó a sentarse en una de las sillas dispuestas
para los visitantes. Empezaron por revisar algunas de las notas que habían escrito en la
reunión anterior. W. Finch estaba un tanto inquieto; como si quisiera expresar algo, sin poder
precisar las palabras ni la idea. Algo parecido a una conmoción de origen ambiguo, que iría
creciendo al percibir el malestar de Adalberto. Ambos eran presa de la confusión que se hace
presente cuando la hilvanación de los conceptos se hace lenta y torpe. Pasado un tiempo, los
dos, se darían cuenta de las imprecisiones y de las falacias conceptuales que pretendían
soportar sus argumentos. Como si nunca hubiesen compartido ideas y experiencias. Entraron
en letargo. Sus voces en desarmonía absoluta; fluían las palabras, pero expresando
contenidos de otra onda e ideas: acerca de los condicionantes cuanto cada sujeto encuentra
que los rigores de la infancia se acrecentaron, de tal manera que podría hablarse de algo así
como “el asesinato del espíritu, del alma”. Y, con ejemplos, sin saber de dónde provenían,
discernir acerca de lo sucedido respecto a Viridiana: las condiciones en las que la encontró y
los antecedentes; yendo, en puro vuelo de la memoria lejana, hasta el anecdotario conocido
a través de sus propias expresiones: ese hogar sombrío, en donde sucedieron vejámenes
de las expresiones de Adalberto, empezaría a trastornar a W. Finch; quien, por esa misma
vía, iría cayendo en similares repeticiones y vacíos.
que había concertado la reunión con un propósito preciso. Estuvieron en silencio durante casi
una hora. Alguien tocó la puerta del recinto: era el vigilante del edificio, quien les informó que
en la portería principal, se encontraba una mujer. Había preguntado por el doctor Adalberto y,
según ella, se trataba de un asunto de extrema urgencia.
Eloísa había buscado a su hija durante tres días. Estuvo en todos los lugares frecuentados
por ella, sin ningún resultado positivo. El tiempo transcurrido desde la desaparición, había
sido de angustia permanente, fundamentalmente a raíz de hechos propiciados por el padre
de la niña. Era algo asi como un acumulado de perturbaciones. En este hogar en el cual se
han dilapidado los referentes morales y de respeto. Una padre de ideas retrógradas acerca
de la autoridad y de los derechos de las mujeres; el énfasis ha sido la vulneración. Una
manera abierta algunas veces, y solapadas, otras. Tal vez lo que ha pasado es que la sombra
del desasosiego nos ha acompañado de manera constante; imperando el significado avieso
de la mujer que había entrado de manera abrupta. Sin embargo, la actitud de Adalberto no le
permitía entenderlo; por lo mismo que, este se sumió en una profunda turbación. El cuerpo
lacerado estaba todavía en el piso, y él seguía caminando desde el cuarto hasta la ventana,
absorto, totalmente enajenado. Y recordó el momento de la desaparición del cuerpo de su
novia, sin explicación lógica, creíble. Nadie había entrado, nadie había salido. Y evocaría el
tiempo pasado al lado de ella; al menos aquel día que la conoció en el mariposario. Fue
determinante la acción de transferir, con la mirada y el movimiento de sus manos, el deseo de
poseerla, aun fuera en presencia de la maestra que la acompañaba. Y, después, todo aquello
del proceso de enamoramiento; a partir de involucrarla en las acciones concretas, ya no
insinuadas. Entonces la motivación se convertiría en cerco, en acoso, en aviesa actitud
envolvente; aplicando la técnica que había aprendido de su padre. En su hogar era práctica
cotidiana; así fue como su hermana fue vulnerada, violada. ¡Execrable, sí!; pero aceptado,
por lo mismo que el padre era autoridad incuestionada. Sería, para él, referente de
perversidad, como símbolo estrábico. ¡Otra vez solo en el cuarto!, mirando las paredes
húmedas y malolientes; el techo viscoso, el piso empozado.
Por primera vez, desde que ella había entrado, la miró; tratando de apaciguar su ansiedad:
“No la he visto desde hace una semana”. Pero bien sabía que no era cierto. No más el día
anterior estuvo con ella en ‘Villamaría’, el barrio que acostumbraban visitar para divertirse.
Eran famosas las fiestas de la lúdica andante. Bailes, cantores y cantoras, juegos, música.
Viridiana era invitada de honor cada año. Allí había realizado sus prácticas como educadora
en salud comunitaria recién graduada. Las organizaciones sociales habían consolidado
actitud de Adalberto; por lo mismo que era evidente el extravío de su mirada y el movimiento
convulsivo de sus brazos. Vino a su memoria cuando conoció a su amigo: había pasado
mucho tiempo: estaban al lado del General. Era el día 19 de diciembre de 1989; el discurso
había sido repetido durante toda la semana: el General estaba concentrado en tratar de
demostrar su condición de sujeto con afinidades absolutas respecto al pueblo, a sus ansias
de autonomía plena. Mucho tiempo ha pasado desde que nos colocaron en condición de
súbditos. De lo que se trata, ahora, es de demostrar que nuestra libertad interior sigue viva.
Un patrimonio que desde la identidad cultural, hasta la pulsión de vida que nos ha
acompañado durante todo el proceso de construcción de país y de nación. La separación
produjo un impacto no entendido en su comienzo; por lo mismo que nos sitúo en una
condición de orfandad latente. Como cuando el sujeto individual pierde su nexo con la madre
y, por lo mismo, siente la necesidad de reacomodar su vida, buscando una compañía que la
reemplace; asi sea por vía impropia; como en verdad sucedió. Nos vimos, entonces,
Estuvimos, él y yo, inmersos en el concierto de las verdades absurdas: todo dando vueltas
alrededor de la invasión anunciada. Se veía venir el arrasamiento; todo porque se había
controla; deslizándose, así, hacia posiciones de agobio de su propio ser y de los demás; con
mayor razón cuando, como en el caso del General, el enfrentamiento con la yunta del
“gendarme universal”, no se da cuenta que existen protocolos que trascienden la esfera local
y personal, para convertirse en referentes supuestos o reales de lo que se ha dado en llamar
comportamentales de grupos humanos locales seleccionados al azar. Tal vez, a partir de las
experiencias adquiridas, fuera posible la redefinición de algunos roles en términos de la
relación sujeto-acción-retos; con énfasis en el análisis de los condicionantes exógenos,
fundamentalmente cuando el sujeto que dice ser autónomo y libertario, enfrenta situaciones
de profunda conmoción ante el avasallamiento, por la vía de la fuerza desmedida. Todo
porque, en perspectiva, se pudiese desvertebrar el acervo cultural, politico y económico de
una determinada comunidad organizada como nación. Para el caso que nos ocupaba, era
una aproximación un tanto forzada a la relación entre sociología, antropología y psicología.
El proceso entraría en crisis, cuando empezamos a percibir cierta erosión de nuestra relación
con el General: más que nada, por cuanto se fueron erigiendo fricciones entre nuestra
convicción de que la pluralidad debería incluir una convocatoria a la resistencia civil,
incluyendo a diferentes sectores políticos, así no fueran del todo afines a la posición oficial. Y,
de otra parte la tendencia del líder a hacer valer la preeminencia absoluta de su yo como
soporte básico e incuestionado en la confrontación con el invasor. Empezaríamos, en
invadió y sufrió una derrota sin precedentes; en tanto que la organización de la resistencia
constituiría ejemplo de unidad de cuerpo que involucró a toda la población bajo el liderazgo
de la jefatura de la revolución. Y vendría aquello que nosotros tipificaríamos como “la
sinrazón real del “ícono decadente”; porque las evidencias empezarían a trascender y derruir
su condición de líder y promotor de la independencia. La decantación iría más allá:
involucrando aspectos como el significado de la disociación conceptual y la disonancia
cognitiva; en consideración a las actitudes del General adportas de la invasión.
escenarios esotéricos que nos imprimieron y que dejarían una huella perniciosa en nuestra
consciencia. Tal vez esto podría explicar la absorción de un ideario confuso; tanto en
términos de nuestra profesión, como también en el tipo de relacionamiento colectivo e
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señera; sin lograr acomodarse a lo real; con la vida en sucesión de momentos inconclusos.
Por lo tanto, cuando llegó Beatriz fue como sentir el retorno de la lucidez que creía perdida. Y,
al hablar con ella, su memoria empezaría a desparramarse, a reconstruir las acciones
olvidadas; en un vuelo de inmensa locomoción espiritual. “No pude venir antes, ya que
estaba tratando de resolver lo atinente a nuestro proyecto, por cuanto era necesario constatar
primero la disposición real de los tutores. No sé si recuerdas que el profesor Rodríguez tiene
algunas dudas respecto a la metodología que utilizamos para construir el formato de las
entrevistas”. Sin embargo, Viridiana, no había logrado aterrizar. Seguía en condición de
sujeto demediado; como si, todavía, no pudiese enhebrar ninguna idea o propósito. Beatriz,
´En verdad ya no estoy interesada en ese proyecto. Me parece demasiado insulso ese cuento
de indagar la percepción que tienen los habitantes de la ciudad acerca de las políticas
públicas en salud mental. ¡Cómo si no tuviéramos ya un itinerario definido, a partir de las
investigaciones que hemos realizado anteriormente! Creo que sería más pertinente seguir los
desidia nos abruma, de tal manera que no podemos andar y actuar con la vehemencia propia
de la libertad. Tal vez por esto mismo no encuentra una opción clara para el manejo de las
circunstancias asociadas al quehacer cotidiano. En perspectiva es como si estuviese poseía
por una especie de malignidad. No en vano, en ese pasado un tanto borrascoso no veía otra
cosa que asociaciones conceptuales dispersas, monótonas. Lo efímero apoyado en la
elocuencia maltratada. El análisis de la condición de liderazgo comprometida en cantidad de
compulsión originaria de cada sujeto, nunca me permitió entrever lo que soy desde mi
condición de transeúnte enfermiza e impotente. Por lo menos, visto así, el desdoblamiento es
como supremo horizonte dañino, que me llevaría a la mezquindad propia de quienes no
entienden ni entenderán nunca el afán por una vida en equilibrio.
que la definición de autoritarismo está más que sabida; pero no es menos cierto que, a cada
paso, sentimos la improcedencia de lo que se ha venido construyendo como política pública.
Desde que empezamos a designar como crisis vivencial las secuelas de la vulneración
recibida en la infancia, no hemos hecho otra cosa que postular la figura de sujetos
demediados. Por lo mismo, entonces, nos hemos refugiado en sucesivos diagnósticos
asociados a esa premisa. Entonces seguimos navegando entre dos aguas: de un lado la
permisividad y de otro lado construyendo variaciones en torno a los condicionantes y, por
esta vía, introduciendo procedimientos que exacerban la figura del castigo, así tratemos de
disfrazarlo de paliativos necesarios en cada momento.
que estás en otra onda en términos de lo que somos como sujetos: algo así como si
estuvieses proyectando una película en una dimensión impertinente, por lo mismo que es una
sucesión de imágenes distorsionadas en cuanto lo que significa la inestabilidad psíquica; en
tanto que los sujetos se amontonan a manera de hordas que se extinguen al momento de
dirimir sus propia contradicciones. Por esta vía, entonces, la disociación se erige como una
constante que se niega a ser sumada al momento de entender la evolución de la sociedad en
su conjunto. Ni más ni menos algo parecido al desasosiego o malestar que crece conforme
se va concretando el comportamiento individual y colectivo cuando no se enhebran de
manera lógica o, por lo menos, vinculados a un proyecto no lineal. Es ahí cuando, lo que tu
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Cómo no recordar que, cuando fuiste referente obligado. Mi primera crisis se produjo el
martes pasado: me sentí perdido en medio de la gente que transitaba a mi lado. La calle era
algo así como sitio inapropiado, lleno de compulsivas imágenes que se aglomeraban y me
asfixiaban. No podía distinguir a nadie. Algo parecido a incorpóreas amenazas que crecían
sin ningún límite. Y, entonces, empecé a caminar sin bitácora. Llegué al parque en donde
había estado esa noche que salí después de haber intentado reanimarte. Yo había entrado
por la puerta que estaba entreabierta, y te encontré tirada en el piso. Tu cuerpo estaba
lacerado casi sin signos vitales. Por las ventanas del cuarto donde yacías entraba una luz de
hubiesen perdido la capacidad para ver las cosas en la dimensión adecuada y creativa que
tanto admiraba. Cuando trataste de hablar, tus labios se movían de manera grotesca. Nada
que ver con la pulcritud y la belleza acostumbrada, cuando me hablabas del tiempo y
contabas aquellas historias que recordabas de tu infancia. Tus palabras volaban y marcaban
tonos iridiscentes como resplandor salido por el mismo sitio que nace la esperanza. Y te
escuchaba sin moverme, como tratando de no distraerte, para no perder el ritmo y la
Al caer la tarde estaba en el mismo sitio: el parque seguía ahí, inamovible. Y la gente en
frenética algarabía, se aproximaba cada vez más. Me hablaban. Indagaban por lo yo no
entendía ni podía comunicar; tal vez porque me veían exhausto, con la mirada perdida. Y yo
trataba de levantarme para continuar el camino que me condujera hasta la otra calle en
donde creía que podría encontrarte. Pero todo se tornaba pesado, áspero. Creo recordar que
alguien me hablaba acerca de mi incapacidad para reconocer en donde estaba. “Este señor
no puede hablar ni identificar nada. Tal vez sería mejor llevarlo al centro de salud que queda
como a tres cuadras de aquí”. Y yo tratando de decirles que averiguaran por la casa de
Viridiana, una mujer que me conoce y que me puede ayudar a recobrar la memoria. Y me
levantaron y me ayudaron a caminar hasta un vehículo que parecía ser una ambulancia.
Empecé a sentir que rodaba en dirección desconocida, y que sonaba el ruido de las alarmas.
Me bajaron casi a empellones. Todo era un alboroto hiriente, inconexo.
Cuando traté de reanimarte me di cuenta que tu cabeza estaba sangrando. Era una herida
mirarlo, paralizó todo mi cuerpo: una cabeza agusanada y maloliente. Los ojos estaban
expuestos, como si los hubiesen sacado a la fuerza con objeto punzante. El cabello estaba a
un lado y se notaba que había sido arrancado del cráneo. Cuando me repuse volví al sitio en
donde te había dejado y ya no estabas. Solo encontré tu ropa desgarrada. Las ventanas
estaban cerradas y la puerta de entrada estaba tapiada, como si nunca hubiera existido.
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W. Finch llegó a mi lado. Habían pasado tres semanas desde el día en que fui recluido en el
Hospital Mental Central. Empezó a hablar. No recuerdo que me haya saludado. Alguien me
había anunciado su visita, creo que fue la enfermera Iris. Desde que fui internado me
sometían a interrogatorios pausados. Casi siempre lo hacía el siquiatra de planta. Siempre
impersonal, nada amable o cálido. Las preguntas eran algo así como sacadas de un
protocolo general: ¿Qué es lo que más recuerda? ¿Cuándo lo trajeron, usted supo por qué?
¿A quién tanto nombra cuando está dormido, es su novia; o su madre? Porque lo que dice es
incoherente. Una mezcla de narrativas un tanto escabrosas y expresiones monotemáticas
recurrentes y, hasta cierto punto, inverosímiles: “el autoritarismo siempre ha existido y marca
a quien lo ha sufrido. Sobre todo, cuando se ha producido en la familia, casi siempre por
parte del padre. Esto para no hablar de las niñas que han sido vulneradas y ultrajadas”.
Entiendo que usted es el señor Arcadio, el sicólogo que siempre ha trabajado en proyectos
de investigación relacionados con desarreglos comportamentales del sujeto se niega a
aceptar la vida societaria. Y que, además, ha tratado de construir una teoría novísima acerca
ciudad. De todas maneras da lo mismo. Para nosotros está claro que usted es algo parecido
a un caso perdido. Fundamentalmente teniendo en cuenta la peculiar historia de “La casa
cerrada” que tanto ha dado de que hablar en la ciudad.
Tan pronto supe que estabas internado, viajé desde ciudad Panamá. Allí he vivido y trabajado
desde que estuvimos realizando la investigación fundamentada en nuestra teoría acerca de
la soledad interior de los líderes políticos y sociales. Después que nos separamos me vinculé
a un proyecto financiado por una organización internacional que promueve estudios de
psicología aplicada, particularmente relacionados con las variaciones en los comportamientos
prácticos para postular y aplicar procedimientos que tendencialmente inhiban a los sujetos en
términos de su comportamiento ante procesos de lo que ellos denominan revolucionarizaciòn
o desestabilización de los gobiernos afines al modelo democrático de Estados Unidos y
piloto que fue replicado en otros países, particularmente de América del Sur.
He tenido conocimiento de tus actividades. Lo que más me extraña es el viraje que has dado
respecto a tu ideario. Por más que me esfuerzo no logro entender tu decisión de vincularte a
un proyecto que yo tipifico como escabroso: la psicología clínica aplicada en entornos extra
hospitalarios con pacientes cuyas patologías de base están asociadas a comportamientos
bipolares o, por lo menos, paranoides. Pero lo más grave es que interviniste esas patologías
aplicando procedimientos inapropiados faltando la ética profesional: el encerramiento de los
pacientes en lugares inhóspitos con controles un tanto represivos, sin ninguna bitácora
ortodoxa como definen los cánones fundamentales, dando lugar a extravíos trágicos; como
en el caso de tu novia y de su amiga Beatriz.
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Existe un componente ajeno en eso de precisar los condicionantes primarios. Una vez se ha
logrado establecer e identificar las líneas de comportamiento individual, aparece la
desagregación de los roles: cada sujeto empieza a enhebrar acciones sin prever los daños
colaterales. Asi, entonces, el principio societario se convierte en fragmentación y lo percibido
no es otra cosa que un escenario que puede ser excluido o inadvertido. Lo que llamamos
locomoción social se extingue y, en su lugar, se erige el albedrío absoluto. Es por esto,
albedrio por una visión societaria en donde los controles están medidos y aplicados de
acuerdo a las normas establecidas. Yo sé que es una opción doctrinaria fundamentalista;
pero considero que no de otra manera se puede tratar las desviaciones a que conduce la
absolutización de la libertad individual. Cada sujeto es, en sí, una pieza que debería siempre
ajustarse a la maquinaria propia de la civilización entendida como un todo armónico.
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Ella sigue ahí, como dormida. Por más que trato de abrir la puerta no he podido. Este
encerramiento es brutal. Las ventanas siguen en el mismo sitio; pero cada vez son más
estrechas. Además, una manta obscura impide el paso de la luz. Una tiniebla constante, que
me impide la identificación de quienes han entrado, o que siempre han estado aquí. Mis
pasos son cada vez más pesados. Ir de un lado a otro en el cuarto constituye un esfuerzo
casi imposible. A cada nada tropiezo con los cuerpos que permanecen tirados en el piso,
como obstáculo inamovible que ha permanecido desde tiempo inmemorial. Ya ni siquiera
logro enhebrar conceptos por simples que puedan ser. Me he convertido en sujeto
esquizoide; cuando trato de recordar que pasó, lo único que queda claro es que la encontré
en la calle en compañía de Beatriz. Y que traté de explicarles lo que había pasado. Pero,
después, corrí hasta el parque y me sumergí en la pileta central, tratando de ahogar mis
cuando estaba en medio de las pacientes que emergían de cualquier lugar. Estaba en la
clínica, pero, al mismo tiempo en la casa cerrada que yo mismo había diseñado para fustigar
a las enfermas que no tenían ninguna opción; por lo mismo que habían profundizado su
locura tipificada como incurable. Y mi vuelo se haría cada vez más grotesco. Iba y venía
como sujeto perdido en la inmensidad de mi desequilibrio.
Ahí está en su condición de mujer que no atinaba a entender lo que estaba pasando. Cuando
la obligué a estar conmigo. Cuando la golpeé, ella me miraba extraviada, absolutamente
sorprendida. Recuerdo que con Beatriz había hecho lo mismo. Esta casa se hace cada vez
más estrecha, más obscura, más fría. Los muros son como bestias vivas, amenazantes. Y es
que así es la vida de quienes no hemos podido entender nuestra condición de sujetos
asociados; quienes hemos perdido todo, en términos de relacionamiento y, por esta vía,
vamos disolviendo la razón de ser. Condicionados, en extrañamiento. Casi imbéciles,
transitando sin sentido, sin orientación. Y vamos como construyendo una opción de
enfermizo universal.
Y este parque me vería cruzar, ese día. Con ellas enjauladas, apaciguadas, a mi lado. Les
había dicho que el distanciamiento sería el primer paso hacia la emancipación. Que habría
una nueva percepción, en cuanto lográramos redefinir los condicionantes; la lógica de las
secuencias en tiempo y lugar. Algo así como la promoción de un nuevo demiurgo que ejerza
como liberador y conlleve a una nueva opción de vida. Un trámite que solo será posible a
partir de nuestra propia reconversión: un sacrificio necesario. En eso de entender principio de
morir para después renacer.
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Y es que usted no nos entiende: lo que ha pasado no puede ser revertido. Los daños son
irreparables. Las dos mujeres han estado retenidas en condiciones aberrantes. Y no es solo
que hayan sido vejadas corporalmente. Es que, además, han estado sometidas a
procedimientos supuestamente soportados en la ortodoxia de la psicología clínica para
sujetos con patologías graves asociados al comportamiento. Han tenido trastornos profundos
originados en su más temprana infancia; han vivido en una especie de dicotomía entre su
condición de personas vinculadas a un entorno social concreto; y un proceso de mistificación
de su consciencia, diluyéndose en acciones paranoides y esquizoides. Y se han perdido para
siempre. Ya no vale la pena que usted siga con ese discurso ampuloso. Lo que hemos visto
bastaría para reseñarlo como persona que no ha sido capaz de dilucidar el alcance de sus
actuaciones. El hecho de que esté internado e incomunicado no supone que nosotros
estemos inhibidos para presentar cargos. Es más, nadie cree que usted sea sujeto
inimputable.
No sigas insistiendo, Beatriz. Para mí está absolutamente claro que no puedo seguir en esto.
El tiempo me ha dado la razón: los hospitales psiquiátricos no ofrecen ninguna garantía. El
solo hecho de realizar procedimientos pretendiendo establecer que la conducta es ajena al
entorno y al relacionamiento, supone que estamos de vuelta. Como si los experimentos que
han pautado el desarrollo de la psicología clínica no hubieran aportado los insumos
necesarios para entender que la psicopatía deriva, precisamente, de la permisividad respecto
a la conducta de sujetos que desde su infancia evidencian una clara tendencia anti-social.
Por mucho que pretendamos auscultar el origen y tratar de definir como atenuantes el
impacto de las vulneraciones recibidas bien sea en la familia o en entornos de estrecha
relación con esta.
Esta casa me aprisiona. Ella sigue en el mismo sitio; como si el tiempo se hubiera detenido.
W. Finch seguía observando: tal vez no era cierto lo que me dijo Adalberto. Al entrar percibí
que aquí se estafaría realizando un procedimiento irregular. Beatriz y Viridiana, desnudas, me
miraban sin verme. Sus ojos, desmesuradamente abierto, no acertaban un punto fijo; ni
siquiera podían seguir la dirección de mis pasos. No hablaban. Emitían sonidos guturales.
Sus movimientos son inapropiados, como respondiendo a estimulaciones imprecisas.
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De lo que somos, el comienzo. En este laberinto inhóspito que se prolonga. Toda la vida
capacidad de discernir. Otrora tenía suficiente talante para enfrentar cualquier situación.
Como cuando estuve en el hospital San Egidio: Se trataba de entender la dinámica del
tiempo, en el cuerpo de una paciente que estaba perdida en sus alucinaciones desde que
tenía trece años. Y diseccioné sus vivencias, atrapadas en la desventura. Había crecido al
lado de su abuela paterna. Y no fue propiamente una experiencia benévola. Era, más bien,
un trajín asociado a circunstancias derivadas de la enajenación que era algo así como la
razón de ser de la señora Hermenegilda. Ella había vivido en una especie divertimento como
música acompañante de extrañas historias. Todas tejidas en una perspectiva obscura; por lo
mismo que el extrañamiento era su soporte. Recuerdo, además, que la niña había quedado
atrapada durante cuarenta días en “la casa de los tormentos”. Era un sitio reservado para
quienes habían trasgredido las normas internas del reclusorio. Su Estancia le produjo
traumas. Afectaciones que involucraron su consciente, casi en términos irreversibles. Y, a
partir de ahí, empezaría a deambular en el espectro de lo sensible. Aturdida en su imaginario;
además de las profundas heridas en su cuerpo que la inhabilitarían por el resto de su vida. Y,
entonces, Viridiana se haría cómplice de los detentadores del poder universal de la
logoterapia; por una vía impropia en tanto que ejercería como punta de lanza para penetrar
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Pasaría mucho tiempo antes que pudiera resarcirme: Finch actuaba como tutor. Como
curador de las desilusiones. En una pasarela inhóspita. Y recorrí con él la memoria obstruida
de Viridiana y la mía. Una enervación vinculante; por lo mismo que ejercería como tejido
hirsuto, punzante. Y volvería a mi primera infancia: la condicionalidad como segregación
aventuras azarosas. Esa casa fría, inacabada: Memoria precluida casi desde el momento de
la iniciación. Porque, ella y yo, fuimos forzados a subsumirnos en el tiempo del olvido. Y
volvimos al nuestro primer tiempo: un frenesí de acontecimientos. Yo volví a ver a mi madre y
a su amante furtivo, necesario para que el instante de mi nacimiento fuera una realidad
permitida. Y, ella, envanecida por su triunfo sobre mi padre. Y los golpes recibidos harían
mella en su cuerpo y en su perspectiva como mujer insumisa.
Cada quien, decía Finch, es una oportunidad para trasegar en el tiempo; en la cotidianidad de
la vida. Que, en fin de cuentas, es eso: posibilidad latente que es necesario despertar;
apuntalar. Es un manifiesto siempre inédito; comoquiera que somos solo instante que se
concreta en cada paso que damos. Es decir, como enhebraciòn que se hace visible solo en
primigenia verdad heredada. Nada que ver con el Absoluto ideado para domesticar al sujeto
individual y colectivo.
Ya en la tarde, Finch cerraba las puertas que no había abierto; pero que nos había obligado a
imaginarlas traslúcidas; a mirar desde adentro a todos los personajes pasantes, en
aceleración invertida: como en afanosa carrera hacia el lugar en que comenzó la vida. Y
cerraba las ventanas que tampoco había abierto, simplemente porque no existían. Algo así
como dibujar cualquier entorno con el lápiz del olvido. Y me fui diluyendo en el desierto
El sueño fue creciendo con nosotros. Sumergidos en la impotencia para contener las
imágenes, en veces bochornosas; personajes y escenarios ya conocidos, pero reconstruidos
a partir de lo éramos en manos de Finch y de sus historias desmembradas. Cuerpos vagando
sin horizonte, pero propiciadores de alienantes sortilegios. Aventuras sin pausa denotaban
alegorías enfermizas en las cuales la pulsión del sujeto se inhibía en términos absolutos.
Reyertas insumisas, la libido dando saltos asincrónicos; la prepotencia de los estorninos en
sus fulgurantes maniobras desafiando la regla básica de la geometría del espíritu.
En fin que lo que eran Beatriz y mi amante Viridiana, era algo asi como figuras simbólicas en
conexión con la falsa réplica de del epicureísmo. Ellas imbuidas de relacionamiento libertario
fingido; forzando realizaciones en contextos sociales insubstanciales: como cuando se daban
a la tarea de proporcionar soluciones en perspectiva de un tipo de psicología clínica
vinculada con teorías de la sociología del sujeto inveteradamente sometido. Tal vez por esto
empecé a vislumbrar la posibilidad de retrasar todo el proyecto que habían iniciado. En esa
latente tendencia que me ha acompañado en lo que concierne al entendido de propiciar la
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de sujeto cobijado por el manto freudiano, Más que nada porque la distancia entre la razón
en sí y la sinrazón, ha devenido en pura fantasía ominosa: fui descorriendo el velo tratando
de hallar transparencia; pero me encontraría siempre en el mismo sitio obscuro. Casi al tenor
de lo descrito por Rodolfo Urribarri en su obra “Descorriendo el velo so de la latencia”. Y sí
que, entonces, lo había leído y me había subsumido en él. Casi como navegando adormilado;
presa de la nostalgia por el vuelo primero de mi sexualidad. Y en esto habría de llegar al
túmulo que cubre la memoria sepultada durante todo mi periplo. Y avergonzado tendría que
reconocer que mi pulsión estaba centrada en mi recóndita misoginia. Tal vez por eso la
encerré y la vejé tanto tiempo. Es decir, Viridiana sufriría en cuerpo y espíritu mi actuar
ignominioso. Proceloso sujeto; yo perdido, apertrechado en mi desvarío.
posibilidad de emulación. Según él todos los científicos han logrado sus hallazgos
excepcionales, por lo mismo que se han fijado en los otros. Cada uno en perspectiva de
“imitación” en sus diferentes ámbitos. Y yo me pregunto si lo mío respecto a Viridiana había
sido eso: es decir una constante envidia; por lo mismo que ella había logrado la aceptación
de todos sus proyectos. Y, tal vez, lo más importante, que hubiera alcanzado éxito en la
aplicación de su teoría acerca del desdoblamiento del sujeto en términos de sus pulsiones;
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Nunca supe que fue primero. Si este silencio mío, derivado de mi profunda tristeza. O el yo
que difiere de todo lo que se pudo haber contado. Y esta opción dubitativa que no me deja
asir la ternura, ni la esperanza. Esto es lo mismo que vagar por ahí. Entornos de asfixia. Que
recuento ahora. Y que me han asediado. Decir, entonces, otraparte es tanto como que no
entiendo lo que me cruza la piel y mi cabeza. He estado a la espera de revivir lo mío. Desde
el momento mismo de haber nacido. Tratando de recordar sí, ese tiempo pasado, tuve alguna
ilusión. Sí, por ejemplo, no pude localizar lo que era. Y, esto, me ha generado una angustia,
en todo mi tránsito por lo que llevo de vida. Metiéndome en este cuerpo. Y tratando de
exhibirlo como trofeo de mí mismo. Es una sensación de vértigo. Y, por lo mismo, no recuerdo
si tuvo su origen desde allí. Desde ese desprendimiento con respecto a mi madre. Y, el
silencio, me lleva a estar más lejos. Desde que se inauguró la palabra. Como si volviese a
ese pasado absoluto de todos y todas. Siendo así, manifiesto que lo que soy, no sé si era
proyecto mío. O de quien. Como relámpago, mi memoria se torna cada vez más obsoleta.
Nunca supe que fue primero. Si este silencio mío, derivado de mi profunda tristeza. O el yo
que difiere de todo lo que se pudo haber contado. Y esta opción dubitativa que no me deja
asir la ternura, ni la esperanza. Esto es lo mismo que vagar por ahí. Entornos de asfixia. Que
recuento ahora. Y que me han asediado. Decir, entonces, otraparte es tanto como que no
entiendo lo que me cruza la piel y mi cabeza. He estado a la espera de revivir lo mío. Desde
el momento mismo de haber nacido. Tratando de recordar sí, ese tiempo pasado, tuve alguna
ilusión. Sí, por ejemplo, no pude localizar lo que era. Y, esto, me ha generado una angustia,
en todo mi tránsito por lo que llevo de vida. Metiéndome en este cuerpo. Y tratando de
exhibirlo como trofeo de mí mismo. Es una sensación de vértigo. Y, por lo mismo, no recuerdo
si tuvo su origen desde allí. Desde ese desprendimiento con respecto a mi madre. Y, el
silencio, me lleva a estar más lejos. Desde que se inauguró la palabra. Como si volviese a
ese pasado absoluto de todos y todas. Siendo así, manifiesto que lo que soy, no sé si era
proyecto mío. O de quien. Como relámpago, mi memoria se torna cada vez más obsoleta.
Por cuanto no atina a establecer, siquiera, los referentes primarios que pudiesen desatar mi
cuerpo, del yo sujeto. Es como una incandescencia milenaria. Como sí el Sol no me hubiera
alumbrado, desde el momento en que prefiguré como ser. En la latencia propia de quienes
hicimos camino. Desde ahí, al comienzo del tiempo.
Hoy, en la mañana, me propuse salir de viaje. En esa nave de papel que heredé de mi padre.
Como, el mismo decía “no vaya a ser que te extravíes en la vida que te ha sido dada”. Y
rogué, en este hoy, que me fuera impuesta la brújula navegante, sin par. Esa que he tenido
en mis sueños. Pero que, cuando despierto ya no estaba. O está. No sé, en verdad lo que
pueda decir y pensar. En este mediodía ligero, coloqué mi barquita en el lago inmenso
situado junto a mi casa. Y la soplé, como intentando que hiciera mar en lo que no es ahora. Y,
su fragilidad, la hizo naufragar. Menos mal que no la había montado. O, mejor sería decir, lo
debí hacer; para ver si este desasosiego se hunde y se ahoga. Y que, yo como sujeto herido,
no me levantara jamás, del fondo grasoso que creí intuir primero. Busqué un reparador de
ilusiones dañadas, como para ver si la podía rescatar. Y, este, me la entregó casi recién
hecha.
Entonces, me fui con ella debajo de mi brazo. Llegué al mar verdadero, en la tarde de este
día. Y toqué, con mis pies, la laminita de agua en la orilla-playa. Y sentí que ascendía hacia
el espacio abierto. Que empecé a flotar como sujeto herido de muerte, en esta vida. Y que
busca la otra en cualquier parte. Es un unísono lenguaje cantado. El límite de mi ascenso fue
la pesadez de mi cuerpo y el yo sujeto. Empecé a notar que me hacía falta el suelo. Y el agua
pegaban como fuerza casi inaudita. Toda la noche en eso. Sin poder dormir. Tal vez porque
temía que, al llegar el otro día, se haría más fuerte mi desazón y mi incapacidad para seguir
yendo con mi barquita.
Empecé a sentir que no podía moverme. No sé si era todavía noche. O si era el otro día. Lo
cierto es que estaba inmóvil. Desarropado. En una miseria de vida dolorosa. Pero podía
hablar. Y traté de expresar algo, por la vía de mis palabras aprendidas al nacer. Y sentí que
solo era un balbuceo insípido, irrelevante. Un vuelo de lenguaje asido al piso. Como no
entendedera construida aquí en este presente, que heredé de quienes fueron primero que yo.
Y, en el desvarío siguiente, entendí que eso era mi muerte,