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Tijeras de óxido líquido

…Prólogo…

"Y se las clavó. Escupió sus esperanzas en forma de


sangre ensalivada al espejo y no dejó nada. Se sintió caer
de rodillas y darse contra el lavabo, hundiéndolas más en
el túnel que una vez dejó escapar el sonido de su risa, el
cual ahora solo liberaba palabras transformadas en
líquido desde su tráquea.
Después se tendió en el suelo. Convulsionaba tratando de
tomar un último aliento, pero tan solo recibía la humedad
de su interior, la que ardiente, quemaba su estómago y
pulmones.
Un piso alojaba poco después una piscina carmín que
bañaba un cuerpo que no recibía abrazos, caricias,
besos… Un cuerpo que ansiaba un amor que jamás llegó a
recibir.
Ese cuerpo que yacía tras una extenuante lucha por
sobrevivir, esas paredes salpicadas del chapoteo de sus
manos y pies en el vano esfuerzo de soltarse de las garras
de la muerte, ese suelo inundado en un mar de células…
Lo ví. Estuve ahí, de pie, mirando la escena derramando
lágrimas heladas, casi invisibles.
Pero era demasiado tarde para hacer algo; era una vida
menos. Tal vez sobraba, tal vez no, pero era una vida que
se perdería en la noche del olvido.

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I

Traté de recoger aquel grotesco desastre, pero ese río de


sangre era imposible de parar. Se deslizaba desde hace
minutos bajo la rendija de la puerta, la misma que me
hacía sufrir un escalofrío debido al viento que lograba
colarse las noches frías en las que dejaba la ventana del
cuarto de baño abierta. Apostaba lo que fuera a que
llegaba al salón. Espera, ¿Cuánto tiempo había pasado
desde que me detuve a ver aquella escena? ¿Treinta
minutos?¿Quince? No. No pasaron más de tres minutos.
Tres minutos eternos que pensaba que no iban a pasar
nunca.
Miré por última vez a ese cuerpo sin vida, caído en una
posición grotesca, tratando de agarrarse al suelo, con las
piernas en una postura de huída. Como si hubieran
asfixiado a aquella persona hasta la muerte, aunque así
fue. No le asfixió nadie más que la sangre, se ahogó en su
propio ADN.
Su cuello estaba agujereado, no únicamente por la
apertura que acabó con su vida, sino por cicatrices que le
marcaron, sé bien que le afectaron de tal forma que le
llevaron a este desastroso final.
Sentí pena de quien tuviese que limpiar aquello,
realmente la sentí. No solo por el hecho de que tendría
que limpiar aquel río de sangre eterno, sino por escuchar
sin querer los gritos ahogados que se alojaban en la pared
a partir de ese momento.
Finalmente me fuí de la escena del crimen, un crimen
privado, compartido con el espejo el cual, no se libraba de

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ser testigo al tocar la primera gota de sangre que emanó
de su débil boca.
Caminé, caminé lo suficiente como para llegar a la puerta
de su casa. Una puerta que parecía llevar a los campos
elíseos, a la esperanza y a su vez al infierno, a una
incoherente tensión continua que parecía no tener fin. No
me importaba, siempre pasaba de todos modos, no me
molestaba siempre y cuando esa persona respirase, me
hablase y me sonriese. No comprendía ni comprendo
como alguien que parecía un regalo del cielo era tan
cercano a alguien tan indeseable.
Entré sin apenas esfuerzo, no era necesario, además que
no solía estar echada la llave a no ser que estuviese sola,
lo que significaba que en ese momento sus padres
estaban en casa. Saludé al entrar, nadie pareció
escucharme pero no iba a perder el tiempo en unas
personas que no valían mi esfuerzo, aunque tan solo
fuese una simple palabra. Merecían la "H" de un "Hola",
una letra muda para unas personas sordas a otra voz que
no fuese sus pensamientos.
Busqué a esa persona por toda la casa: la habitación
(donde tal vez sin querer pasaba la mayoría de su
tiempo), la cocina, el jardín… Tan solo encontré
mariposas que como un torbellino parecían agruparse
cada vez más sobre mi presencia, era abrumador ver
tantos colores alegres comportarse de una forma tan
extrañamente agresiva, aunque no me pudiesen herir.
Parecían traspasar mi corazón al irse volando de nuevo,
hacia un cielo azul y brillante que reflejaba el calor de una
caricia.

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En una rendición momentánea acudí a la habitación de
sus progenitores, los cuales reposaban cada uno a un lado
de una cama que ocupaba la mayoría de un pequeño
cuarto, viendo la televisión, conviviendo forzosamente
como si se tratase de un tratamiento de un terapeuta para
arreglar su rota relación.
Quería preguntar por aquella persona, pero cuando
procedí a abrir la boca ellos soltaron sus rebuznos típicos
de personas llenas de odio:
"¿Por qué sigues permitiendo que deje esta casa tan solo
para ir a otra? Lo que tiene que hacer es comportarse y
convivir con su familia, que salga de su cueva."
"Calla, déjame escuchar"
A pesar del penoso quejido de súplica me quedé con un
mensaje claro: había salido a verme y no se encontraría
una dulce sorpresa si encontraba la forma de entrar.
Conocía a esa persona y tenía una clara idea de lo que
podía hacer en desesperación por saber que ha sido de
mi. ¿Sería la persona de la que sentí pena por tener que
limpiar aquello? No, la ayudaría, no lo haría sola.
Sentía pánico de la reacción que tendría si viese ese
desastre, se preocuparía más de saber dónde me
encuentro.
Me pregunté si aquel río habría llegado al escalón de la
puerta, si habría manchado los hierbajos que estropeaban
el mármol de este, haciéndolos ver podridos, como si
también hubiesen liberado sus líquidos internos al ser
segados por, también, unas afiladas tijeras.

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Salí finalmente de aquella casa, atravesando las puertas
que más de una vez me habían llevado desde el
desgraciado mundo real, a un paraíso.
Esta vez fue diferente, no sentí presión más que de
encontrar a esa persona por el camino e interrumpir su
viaje. Aún así admiré de nuevo el cielo, los pájaros que
volaban sobre él y las nubes que parecían tan esponjosas
como un dulce pastel de nata. Nunca había valorado
tanto la luz del sol, el trino de las aves, el color del
planeta. Lo echaba de menos y siquiera había dejado de
pisar el asfalto, el cual observé un momento para
asegurarme. No, no había dejado de pisar la calzada.
Emprendí en su busca, pero bien sabía que había perdido
demasiado tiempo en epifanías propias, disociaciones que
tan solo me sirvieron para perder el tiempo.
No me había dado cuenta hasta ese momento de que todo
se movía, que no había un ápice de soledad en ningún
metro cuadrado del camino. Los árboles parecían
respirar, la hierba y las flores bailaban junto con el paso
de una leve brisa que pasaría desapercibida para
cualquiera, pero en ese momento la noté entrar en mis
pulmones como una flecha envuelta en ascuas. Ascuas.
Un bosque quemado no tiene vida, los árboles no
respiran y no hay naturaleza que se atreva a bailar con un
viento al que le persiguen las cenizas… Tal vez todos
seamos nuestro propio bosque, que queramos privarnos
del oxígeno tan solo para poder apagar las llamas, parar
la inevitable combustión que al final acaba con la vida de
los que no soportan tanto ardor.

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La puerta de casa estaba abierta cuando la visualicé en el
horizonte, recordé que ni siquiera me esforcé en cerrarla
al salir y me pareció normal que hubiese entrado tan
fácilmente. Sabía que entraría, esa persona a veces
parecía que no sabía cuándo poner límites a su terca y
arrogante personalidad.
De pronto, un grito pareció romper la tierra a la mitad,
mis oídos se sentían sangrar de aquel estrepitoso
estruendo que a medias de vociferar pareció romperse en
llanto. Había visto a la persona tirada en el baño, las
células desperdigadas, la sangre la cual ahora estaría
seca, coagulada en un frío suelo.
Mi temor se hizo realidad de la forma más lamentable, ni
siquiera corrí para evitar aquella tragedia que yo había
causado. No respondí sus mensajes, se preocupó
demasiado y tuvo la desgracia de ser un testigo más de
aquella escena. Ya éramos dos.
Entré a aquello que no me dignaba a llamar hogar para
verla, una persona que bañaba su cara en lágrimas que
podrían llenar océanos de tan solo caer, como si fuese
una especie de deidad capaz de dar salvación al ser
humano con tan solo derramar una lágrima. Jamás las vi
caer tan duramente a un suelo ablandado por un manto
rojizo, el cual tapaba a tiras un cuerpo deseoso de calor.
Jamás imaginé apreciar lágrimas con voz, una voz que
llamaba a gritos a la persona que yacía en el suelo, tan
rígida como un árbol que no respira, un árbol calcinado.
Cayó de rodillas y se agazapó sin asco sobre el cadáver.
Trataba de abrazarlo pero no podía ni siquiera apartarlo
del suelo, no tenía fuerza, temblaba como alguien

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enamorado a punto de ser abrazado por su ser más
amado. Solo que ese abrazo no parecía que llegase a
suceder jamás.
Sollozaba de una forma agresiva, amarga, rota, como si le
hubiesen quitado sus últimos deseos en el mundo, como
si no le quedase más vida ni más oportunidad, como si
hubiese perdido una joya de la familia o el recuerdo de un
bello momento.
En un respiro, se humedeció los labios con la poca
humedad que le quedaba en el cuerpo, pues parecía no
llorar nada más porque no le quedaba agua, ni lágrimas
en lo más profundo de sus entrañas. Porque con ello
lloraba y emitía esos sonidos irrefrenables de lamento,
unos sonidos tan agobiantes y rompedores que harían
quebrar el corazón más inmune.
Cogió su teléfono sin saber a quién llamar, pero sabiendo
que tono mantener, ocultando su obvia alteración gracias
a la barrera visual, a la barrera que le servía de protección
fingiendo una falsa calma.
Tras unas llamadas, se hizo un abismal silencio tras
colgar por última vez el teléfono. Sentí el mundo pararse,
como si todos hubiesen dejado lo que tenían que hacer
para centrarse en mi casa, en la sangre, en la persona
difunta, en el arma homicida, en las razones. El mundo se
sintió como si dejase de girar durante unos minutos.
Unos minutos tan eternos como fue ver su agonía, solo
que ahora todos nos preguntábamos: "¿por qué?", incluso
yo, que tan solo me había dignado a ser un testigo, un
espectador más.

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Lentamente un sonido molesto, mas no tan estridente
como lo fue el grito que lo paralizó todo, se aproximaba
emitiendo unas luces inútiles que no reflejaban nada en la
profunda luz del día. Parecía darse prisa, ya no para
rescatar a nadie más que a aquella persona que poco a
poco parecía tener un ataque. Su respiración se agitaba
cada vez más, al punto que sus pulmones no conseguían
una pizca del aire que parecía entrar en cada suspiro.
Miraba al suelo fijamente, quizá preguntándose si en
algún momento sería capaz de salvarse de ese sufrimiento
y volver a respirar, volver a su habitación y despertar
como si esto hubiese sido un mal sueño. No lo era. Esa
persona estaba muerta de verdad y tendría que aceptarlo.
Sacaron a aquella persona de aquella casa de los horrores,
tapada en una manta térmica y casi a la fuerza. En el
fondo quería irse y no volver, por otro lado deseaba
quedarse con el cadáver pues, si no era de esa forma,
nunca volvería a admirar su cara en la vida real, nunca
volvería a tocarle por más rígido que estuviese.
El cuerpo sin vida fue tapado, subido en una camilla y
finalmente llevado en uno de los vehículos sanitarios de
la misma forma de la que llegó. Aquella persona se quedó
en la puerta, hablando con policías que parecían
retenerla, que preguntaban cosas a las que ella respondía
cosas ambiguas. Parecía como si tratasen de entablar una
conversación con un muñeco con caja de voz que repite lo
mismo una y otra vez. Entonces decaí, de nuevo dejé caer
mis lágrimas sin darme cuenta, solo que esta vez el
corazón me dolía, me ardía, se retorcía y apretaba de un
dolor indescriptible. ¿Era culpabilidad? ¿Era porque no

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era capaz de acercarme a dar el pésame? ¿Era empatía,
era lo que ella estaba sintiendo? tan solo era capaz de
preguntarme eso en la distancia, sintiéndome un idiota,
no era capaz de aproximarme y calmar su llanto, su ansia
ni sus pensamientos.
Caminé, no era necesaria mi presencia si de todas formas
no resolvía nada. Ese momento fue como si estuviésemos
destinados a no vernos más, como si nuestros lazos se
hubiesen desatado y el hilo se hubiese roto. Ya no había
nada.
Vi pasar en coche a sus padres, los pájaros se pusieron de
acuerdo para no trinar más, el viento ya no llegaba a
soplar.
Entonces corrí. Corrí como si mis pulmones no fuesen a
sufrir el cansancio, como si mis piernas no recibiesen el
impacto del suelo. Era como si tratase de huir de ese
sufrimiento, dejarla atrás como si jamás la hubiese visto,
como si fuese mentira que todo esto acabase de pasar.
le odiaba, odiaba a ese cadáver, sus actos su historia… Lo
odiaba.
Me dirigí al oeste, a la puesta de sol; a la casa del que me
acompañó toda mi infancia. Tal vez sin querer, tal vez
queriendo.
II
Ahí estaba, frente a su puerta. No necesité tomar un
respiro tras correr, la adrenalina, el arrepentimiento y las
ganas de huir me permitieron ir lejos, tanto que llegué a
las afueras del pueblo a buscar su consuelo.
Solo encontré la tragedia al asomarme a su ventana.

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Aquella persona, sentada en la cama, sujetaba su teléfono
con ambas manos, mirando al suelo con un tono
desconcertado, procesando una noticia que no esperaba
escuchar nunca. Sus ojos estaban abiertos como platos,
queriendo soltar su sufrimiento, pero por alguna razón no
era capaz. No era capaz de emitir sonido, de parpadear,
de moverse. Parecía una estatua de piel y huesos.
Así se mantuvo un par de minutos en los que ni siquiera
me atreví a entrar, hasta que se levantó por fin. Se levantó
y fue al cajón de su cómoda, buscando algo, buscando
algo que no era ropa, ni un utensilio, ni siquiera un trozo
de tela.
Entonces lo recordé. No tenía a nadie.
Esa persona el único contacto que tenía era el psicólogo y
al que ahora era un cuerpo inerte un par de veces por
semana. Compartían tristezas durante noches eternas,
noches de un sabor amargo azotadas por una fría brisa de
soledad. Recordé las veces que insinuó que su vida habría
terminado de no ser por aquella momentánea y
comprensiva compañía.
Sentí mi remordimiento florecer de una forma apenas
comprensible para mi corazón inexperimentado y corrí
dentro de su casa, de su habitación. Sacó una soga sin
atar y traté quitársela de las manos una y otra vez con
desesperación, sin lograrlo, sin lograr apenas tocar la
cuerda.
Su rostro finalmente pareció mojarse en llanto mientras
sus torpes manos trataban de anudar una horca. "No
tengo más razones. No tengo más razones para

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mantenerme aquí. Se ha ido y me ha dejado en el
abandono."
Subió a una silla que traté de apartar con inquietud y
prisa, colgó su nudo en la lámpara y se aseguró que
resistiría su peso. Un fuerte grito quiso salir de mis
entrañas, de mi estómago; un grito que quería suplicar
que parase. Antes de que pudiese soltar sonido, se
envolvió en aquel collar de la muerte. Traté de agarrar su
pierna, su cuerpo ligero de no haber comido en días. Pero
fue en vano.
Empujó su silla fuera del alcance de sus pies y dejó que la
cuerda sujetase su peso. Al principio dejó que su vida se
asfixiase pacíficamente pero, al poco tiempo, empezó a
retorcerse en el vacío que había entre el suelo y el techo
de su habitación. agarraba la cuerda, tratando de soltarse.
Pataleaba, tratando de huir de su destino. Sacaba la
lengua como si no fuese capaz de guardarla dentro de su
boca mientras emitía sonidos grotescos, como si quisiera
pedir ayuda y su garganta estuviera demasiado apretada
por la soga como para permitirse soltar sonido alguno,
tan solo leves sílabas incomprensibles al oído.
Poco a poco dejó de moverse, rindiéndose al cansancio o
tal vez, a la falta de oxígeno. Soltó sus fluidos corporales y
mantuvo la lengua fuera de su cuerpo. Esa persona estaba
muerta.
Me quedé con una expresión de terror en mi rostro, una
expresión sin duda anonadada por lo que acababa de
presenciar. No lo dudó ni un segundo y se suicidó, tal
como la persona del baño, como si nadie esperase su
regreso ni se preocupase de donde podría estar. Y tal vez

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era cierto, tal vez nadie iría a ver como se encontraba, tan
solo su psicólogo, que no volvería a escuchar la voz de su
paciente. No tan solo su psicólogo, yo tampoco. No
volvería a escuchar su leve risa cuando lograba que la
soltase, ni sus regañinas, ni sus réplicas, ni su sufrir. No
volvería a ver cómo se movía.
Esa idea me aterró, y enseguida entendí el dolor de la
persona a la que dejé atrás. Entendí por qué no quería
soltar el cadáver, comprendí por qué soltó aquel grito de
horror. Lo entendí todo y me dí cuenta tarde.
¿Era cobarde? Me dí cuenta de aquel final tan indigno
que es este tipo de muerte: te incomoda verlo, te agrada
sentirlo pero el sufrimiento es peor. ¿Cómo se supone que
alguien muerto sienta dolor? Parecía que ahora el cadáver
que yacía colgado delante de mí, sabía la respuesta, se
veía en sus ojos ahora secos de tenerlos tanto tiempo
abiertos, unos ojos que podrían absorber tu alma hacia
sus oscuros recuerdos. No podía parar de admirar aquel
cuerpo que poco a poco se hacía rígido.
Joder, le había visto moverse hace un momento, ¿por qué
ahora no?¿Por qué razón el sufrimiento real yace en el
último recuerdo antes de ver muerta a una persona?
Como si se perdiese el movimiento de las hojas de los
árboles de repente, como si a un pájaro que no para de
trinar le diese un infarto en medio de su canto. En mi
mente se repetía una y otra vez su última acción, sus
últimas palabras. Tan solo pensar que esa persona una
vez me habló me congelaba en el sitio. Sentía
incredulidad.

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Entonces comencé a temblar, se me acumuló la culpa,
todo era culpa mía, todo terminó así por esta estupidez.
Todo resultó pintarse de tristeza y angustia por una
decisión de la que apenas tuve control. Pero si no tenía
control, ¿Era de verdad mi culpa? Mi cabeza explotaba en
preguntas que jamás lograría responder porque quienes
eran capaces estaban muertos; ya sea figurada o
literalmente.
¿Maté a los que más quería o murieron por empatía hacia
mí?
Ya no hay forma de morir en muerte para evitar esas
preguntas.
Final
Entonces sentí mi cuerpo retroceder, como si no quisiera
estar cerca del cuerpo sin vida, pero mi vista no era capaz
de apartarse. Choqué con los cajones que dejó abiertos al
sacar el arma homicida y me dejé caer, sentándome en el
suelo. Tapé mi rostro, desee con todas mis fuerzas que
fuese un mal sueño, tal como había deseado otras veces al
llegar a casa después del instituto, después de un día de
querer matar a sus padres al haber hecho llorar a la
persona que me daba el cielo o después de haber tratado
a mi compañía de la infancia como el culo al liberar mi ira
sin quererlo contra aquella persona.
Entonces me tocaste, llamaste mi atención y me
preguntaste por qué no te esperé."
-Y sigues sin contestarme.
-Lo sé, la respuesta es: porque no quería aceptar lo que
había hecho, no era consciente- Dije mientras bajaba la
mirada.

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Aquella figura, tan delgada como yo podía estarlo, se
agachó. Posó una de sus manos en mi hombro y lo
acarició con consuelo.
-Es lo que querías.
-Sí, lo es. Es lo que deseaba, morir.
-¿Nunca pensaste en que esto podía pasar, no es así?-
Procedió a acariciar mi cara, como a un niño.
-No imaginé que podrían sufrir por alguien como yo,
resultaría demasiado increíble- levanté la mirada y miré
sus cuencas vacías.- Nunca pensé que tanto-
-Esa persona a la que amabas, te correspondía.
Lo miré, tal vez con desconfianza.
-Mientes.
-Ya nunca podrás saber si te engaño o no- Se incorporó
de nuevo y me extendió la mano, la cual acepté. Al
levantarme me dí cuenta del verdadero tamaño de la
muerte: parecía infinitamente alta, y a la vez tan
minúscula como la existencia.-La personita a la que me
he llevado hace un momento no te soltará en lo que
queda de la eternidad.
-Era mi familia.
-Era. Ahora tan solo sois almas en un mundo en el que no
existen esas cosas, lo superareis.
Caminamos hacia la salida, pero poco a poco se volvía un
camino infinito. Todo parecía oscurecerse más y más,
pero a su vez brillaba con la luz de un billón de estrellas.
Es un color indescriptible que no existe en la realidad: el
color de la muerte.
-¿Podré saber cómo está?- pregunté.

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-No.-Respondió, no parecía estar de broma.- Debiste
pensarlo, por menos control que tuvieses.
-Sé que todo esto fue mi culpa.
-No lo ha sido, el error que has cometido ha sido dejarte
llevar por tus impulsos.
-Tienes razón. ¿Pero cómo iba a controlarlos?
La Parca se encogió de hombros.
-Debiste aprender a pensar cuando tenías oportunidad.
El error de los humanos es no pensar, tan solo se centran
en fingir que piensan.
-Si no pensase, no estaría hablando contigo.
-Si pensases, ahora estarías vivo. Serías inventor,
matemático, científico, filósofo… La humanidad dejó de
pensar desde que se volvieron sumisos. Fingir pensar
para comprender lo que los pensadores descubrieron.
me quedé en silencio.
-Ahora, dame la mano.- Ordenó, tendiendome su delgada
mano de forma gentil.
Obedecí, sintiendo el calor que siente un alma en paz.
-Gracias.- Sonreí por primera vez en mucho tiempo. No
se me olvidó el dolor de estar muerto, pero por fin me
sentía capaz de empezar de nuevo.
No olvidaría a aquellas personas, pero ya era tarde para
arrepentirme, devolver el tiempo a antes de apuñalarme
mientras me miraba fijamente al espejo.
Entonces, fuimos absorbidos por la oscura luz de la
muerte.

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A quien por desgracia, inspiró esta historia.

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