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M. Magalí Turkenich
“(…) como persona privada, no es miembro de la sociedad, igual que su trabajo, que
como trabajo privado, no es aún trabajo social. Sólo pasa a ser miembro de la
sociedad en la medida en que elaborara productos intercambiables, mercancías, y
sólo sigue siendo tal mientras tienen y puede enajenar tales productos. Cada par de
botas intercambiado hace de él un miembro de la sociedad, y cada par de botas
invendible vuelve a excluirlo de la sociedad. Así pues el zapatero no tiene como tal,
como hombre, lazos con la sociedad; solo sus botas lo ponen en contacto con la
sociedad, y sólo en la medida en que tienen valor de cambio, son vendibles como
mercancías. No se trata pues de un contacto permanente, sino de uno siempre
renovado y que siempre vuele a interrumpirse. Pero, junto al zapatero, todos los
demás productores de mercancías se encuentran en la misma situación. Y no hay en
la sociedad más que productores mercantiles, pues sólo en el cambio se obtienen
medios para vivir; para recibirlos tiene que presentarse cada uno con sus
mercancías. El producir mercancías es una condición de vida, y resulta así un estado
de la sociedad en el cuál todos llevan una existencia separada como individuos
completamente desprendidos unos de otros que no existen unos para otros y que
sólo a través de sus mercancías alcanzan un contacto permanentemente variable
con la colectividad, o son desconectados nuevamente de ella. Es ésta una sociedad
laxo y móvil en extremo cuyos miembros se encuentran sujetos a un torbellino
inaudito” (Luxemburg, 1988: 178)