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Nunca he tenido que detallar esta historia como para explicarla de comienzo a fin,
pero es real y me sucedió cuando tenía apenas seis años.
Viví con mi madre durante toda mi niñez en un vecindario modesto que estaba en
una fase transitoria —las personas de estratos económicos más bajos se estaban
mudando de forma gradual, y mi madre y yo éramos de esas personas—.
Vivíamos en el tipo de hogar que verías siendo transportado en dos piezas por las
carreteras interestatales, pero mi mamá lo cuidaba como era debido. Había una
arboleda extensa rodeando el vecindario, en donde jugada y exploraba durante el
día; pero de noche, como es común que suceda, las cosas se ven más siniestras
para un niño. Aunado a la naturaleza de nuestra casa, esto generaba el espacio
suficiente en mi mente para monstruos imaginarios y escenarios inescapables que
consumían mis pensamientos siempre que era despertado por las pisadas.
Le conté a mi mamá de las pisadas, y ella dijo que solo estaba imaginando cosas.
Persistí tanto que me roció las orejas con un gotero de cocina solo para
tranquilizarme, pues creí que eso podría ayudarme. Claro, no lo hizo. A pesar de
todas las inquietudes y las pisadas, lo único raro que llegó a suceder era que, de
vez en cuando, me despertaba en la cama de abajo de la litera aunque me
hubiese quedado dormido en la de arriba. Pero no era nada realmente extraño,
porque a veces me levantaba a orinar o a traer algo de beber y me acostaba en la
cama de abajo (era hijo único, no importaba). Esto sucedía una o dos veces a la
semana, pero despertar en la cama de abajo no era tan aterrador.
No sabía qué dirección tomar; escogí una cualquiera. Resistí la urgencia de gritar
porque no estaba seguro de si quería ser encontrado por quien —o todo aquello
que— acechara en la cercanía.
Caminé por horas. Traté de caminar en línea recta, y traté corregir mi pasos
siempre que tomaba desvíos, pero era un niño y tenía miedo. No había ningún
aullido o gritos, y solo en una ocasión pude escuchar un ruido que me asustó.
Sonó como un bebé llorando. Ahora creo que pudo ser un gato, pero me hizo
entrar en pánico. Corrí, escabulléndome en distintas direcciones para evadir los
arbustos frondosos o los árboles colapsados. Estaba enfocándome demasiado en
el terreno, ya que mis pies estaban en mala condición para ese punto. Me
enfocaba demasiado en lo que pisaba y no suficiente en la trayectoria hacia la que
conducía mis pisadas. Minutos después de haber escuchado el llanto, vi algo que
me atestó de una desesperación que no había experimentado hasta ese
momento: el flotador de piscina.
Eventualmente, la escena se hizo más familiar. Supe que había salido cuando vi
«la fosa» (una fosa de tierra en la cual mis amigos y yo teníamos guerras de
barro). Había empezado a caminar muy despacio porque mis pies me ardían, pero
me sentía tan feliz de estar cerca de casa que me agilicé con un trote lento.
Cuando miré de verdad el techo de mi casa, dejé salir un suspiro tenue y aceleré
mi paso. Solo quería estar en casa. Ya había decidido que no diría nada, pues ni
tenía idea de qué decir. Entraría en la casa de alguna forma, me limpiaría y me iría
a dormir.
Mi corazón se hundió cuando giré en la esquina de mi bloque y vi mi casa con más
plenitud. Todas las luces estaban encendidas. Sabía que mi mamá estaba
despierta, y sabía que tendría que explicar —o tratar de explicar— en dónde había
estado. Mi recorrido descendió a un trote, el cual se revirtió a un caminado.
Vi la silueta de ella por las cortinas, y, aunque estaba preocupado sobre cómo me
justificaría, eso me dejó de importar. Di unos pasos más hacia el pórtico, puse mis
manos en la perilla y la torcí. Justo antes de que empujara la puerta
sosteniéndome con ambas manos de la perilla, unos brazos me cogieron y me
tiraron hacia atrás. Grité lo más fuerte que pude: « ¡MAMÁ! ¡AYÚDAME! ¡POR
FAVOR, MAMÁ!». El sentimiento de estar tan próximo a casa y luego ser
arrastrado físicamente de ella me llenó de una especie de angustia que es,
después de todos estos años, indescriptible.
—Estoy tan aliviada de que estés en casa, cariño. Estaba preocupada de que
nunca te vería de nuevo.
—Bueno, perdón por haberte golpeado, ¡¿pero por qué me tenías que agarrar de
esa forma?!
—Tenía miedo de que te escaparas de nuevo.
Su aclaración me confundió.
Recogí la nota y la leí. Una carta de fuga. Decía que era infeliz, y que nunca
quería verla a ella o a mis amigos de nuevo. El oficial intercambió unas cuantas
palabras con mi mamá en el pórtico mientras yo inspeccionaba la carta. Pero
incluso si a veces iba al baño por la noche y no lo recordaba, o incluso si pude
haber ido al bosque por mi propia cuenta… incluso si todo eso era verdad, lo único
que reflexionaba para este punto, era: «Así no es como escribo mi nombre… Yo
no escribí esta carta».
Capítulo 2.
Globos
En los grados prescolares de este país no aprendes mucho además de cómo atar
tus zapatos o cómo compartir, así que la mayoría no es memorable. Solo recuerdo
dos cosas con claridad: que yo era el mejor para escribir mi nombre de manera
correcta, y el Proyecto Globo, que había sido la marca distintiva del grupo
Comunidad. Era una manera lista para mostrar la forma en la que una comunidad
funcionaba en un nivel muy básico.
Quizá has escuchado de esta actividad. Un viernes al comienzo del año, llegamos
al salón y vimos que había un globo inflado con helio atado a cada uno de
nuestros escritorios. También había un marcador, un lápiz tinta, un pedazo de
papel y un sobre. El proyecto consistía en escribir una nota, ponerla en el sobre y
atarla al globo, sobre el cual podíamos hacer un dibujo si queríamos. La mayoría
de los niños comenzaron a batallar por los globos porque querían diferentes
colores, pero yo empecé con mi nota, pues había pensado mucho sobre ella.
Todas las notas tenían que adherirse a una estructura vaga, pero se nos permitía
ser creativos dentro de esos límites. Mi nota decía algo como esto: «¡Hola!
¡Encontraste mi globo! ¡Mi nombre es [Nombre] y asisto a la Escuela Primaria
_______________. Puedes quedarte con el globo, ¡pero espero que puedas
escribirme devuelta! Me gusta Mighty Max, explorar, construir fuertes, nadar y mis
amigos. ¿Qué te gusta a ti? Escríbeme pronto. ¡Aquí tienes un dólar para el
correo!». En el dólar, había escrito «PARA LAS ESTAMPILLAS» a lo largo de la
parte frontal. Mi mamá pensó que era innecesario, pero yo pensé que era brillante.
La maestra tomó una fotografía Polaroid de cada uno de nosotros con nuestros
globos y las pusimos en nuestros respectivos sobres junto con la nota. Ella
también agregó otra nota, que asumo que era para explicar la naturaleza del
proyecto y el agradecimiento a cualquiera que decidiera participar en escribirnos y
enviar fotos de su ciudad o vecindario. Esa era toda la idea: crear un sentido de
comunidad sin tener que salir de la escuela, y establecer contacto vigilado con
otras personas.
Por las siguientes dos semanas, las cartas empezaron a llegar. La mayoría vino
con una fotografía de diferentes puntos de referencia, y cada vez que una carta
llegaba, la maestra la fijaba en el gran mapa que utilizábamos para señalar de
dónde había llegado la carta y cuánto había viajado el globo. Era una idea muy
inteligente, porque en verdad ansiábamos ir a la escuela para ver si habíamos
recibido nuestra carta. Durante el curso del año, apartábamos un día a la semana
para escribirle a nuestro amigo por correspondencia, o para escribirle al de otro
estudiante si nuestra respuesta no había llegado. La mía fue una de las últimas en
llegar. Ese día, entré al salón y miré a mi escritorio, pero una vez más no vi
ninguna carta esperándome. Tan pronto como me fui a sentar, la maestra se me
acercó y me entregó un sobre. Debí haberme visto muy emocionado, porque
cuando estaba a punto de abrirlo, ella puso su mano en la mía para detenerme y
decir: «Por favor, no te pongas triste». No entendí a qué se refería; ¿por qué
estaría triste ahora que mi carta había llegado? Inicialmente, me encontraba
desconcertado de que ella siquiera supiera lo que había en el sobre, pero ahora sé
que los maestros, obviamente, veían el contenido para asegurarse de que no
hubiera nada inapropiado. Cuando abrí el sobre, supe a qué se refería.
No había ninguna carta. Lo único que tenía el sobre era una Polaroid, pero no
supe discernir lo que era. Se veía como una porción de postre, pero estaba muy
borrosa como para estar seguro —parecía que la cámara había sido movida
mientras la fotografía se tomaba—. No tenía dirección del remitente, así que no
podía escribirle incluso si hubiera querido. Me sentía descorazonado.
El año escolar transcurrió y las cartas dejaron de llegar para casi todos los
estudiantes. Después de todo, solo puedes continuar una correspondencia escrita
con un estudiante preescolar hasta cierto punto. Todos, conmigo incluido,
habíamos perdido el interés en las cartas. Entonces recibí otro sobre.
Para Navidad de ese año, mi mamá me había dado una máquina de granizados
pequeña, y Josh en verdad la había codiciado, tanto que sus padres le compraron
una ligeramente mejor para su cumpleaños el día antes de Año Nuevo. El verano
siguiente, tuvimos la idea de que crearíamos una tienda de granizados para hacer
dinero; pensábamos que haríamos una fortuna vendiendo los granizados a un
dólar. Josh vivía en un vecindario diferente, así que eventualmente decidimos que
el mío sería mejor porque había muchas personas interesadas en sus céspedes.
Los jardines en mi vecindario eran más grandes. Hicimos esto por cinco fines de
semana consecutivos, hasta que mi mamá nos dijo que teníamos que parar.
Le dije a Josh que tenía que mostrarle algo. De vuelta en mi habitación, abrí el
cajón y saqué un lote de sobres. Comencé con la primer fotografía, e
inspeccionamos unas diez hasta que Josh perdió el interés y me preguntó si
quería ir a jugar en la fosa (una fosa de tierra calle abajo) antes de que su mamá
lo viniera a recoger, así que eso fue lo que hicimos.
Tuvimos una guerra de barro por un tiempo, pero fui interrumpido muchas veces
por el crujido de los arbustos a nuestro alrededor. Había mapaches y gatos
callejeros que vivían ahí, pero esto estaba haciendo un poco más de ruido, e
intercambiamos teorías de lo que podría ser en un intento por asustarnos
mutuamente. Mi última conjetura fue que era una momia, pero al final Josh siguió
insistiendo con que era un robot por los sonidos que escuchábamos. Antes de
irnos, se puso un poco serio y fijó sus ojos en los míos: «Tú también lo
escuchaste, ¿no? Sonó como un robot. ¿Lo escuchaste verdad?». Lo había
escuchado, y puesto que sonó mecánico, concordé en que probablemente era un
robot. Es hasta ahora que entiendo qué fue lo que escuchamos.
No me quedé en la cama mucho tiempo antes de salir por debajo de las sábanas y
decidir que, a raíz de los eventos del día, iba a revisar los sobres; todo el asunto
me parecía mucho más llamativo ahora. Tomé el primer sobre, lo coloqué en el
suelo y puse la Polaroid de postre encima. Coloqué el segundo sobre a un lado y
le puse encima la Polaroid con el ángulo extraño del edificio. Hice esto con cada
una de las fotografías hasta que formaron una cuadrícula de 5x10. Me habían
enseñado a ser cuidadoso con aquellas cosas que estaba coleccionando, incluso
si no estaba seguro de su valor.
El día siguiente, mi mamá tuvo el día libre y pasó la mayor parte de la mañana
limpiando la casa. Vi caricaturas, creo, y esperé hasta que pensé que era un buen
momento para mostrarle las Polaroids. Cuando ella salió a traer el correo, agarré
un par de fotografías y las puse en la mesa frente a mí mientras esperaba que ella
volviera a entrar. Cuando regresó, ya estaba abriendo el correo y apartó algo de
correo basura. Alcé mi voz:
Confundido, pensé que una de mis Polaroids se había colado de alguna forma
cuando ella tiró el correo; pero al darle la vuelta y estudiarla, me di cuenta de que
no había visto esa antes. Para mi asombro, era yo, pero esta era una captura
mucho más próxima. Estaba rodeado de árboles y sonreía. Pero no era solo yo;
Josh estaba ahí también. Esto era de ayer.
Empecé a gritarle a mi mamá, quien seguía discutiendo en el teléfono.
Repetidamente, llamé su atención hasta que al fin me respondió con un
«¡¿qué?!».
Ella me contestó con una respuesta que nunca comprendí hasta que fui forzado a
revisitar estos eventos de los años más tempranos de mi vida. Agarró el sobre de
la mesa y lo sostuvo a lo alto para mis ojos, pero solo pude verla a ella y observar
cómo todo el color se empezaba a drenar de su rostro. Con lágrimas abultándose
en sus ojos, dijo que tuvo que llamar a la policía porque el sobre no tenía ningún
sello de la oficina postal.
Capítulo 3.
Cajas
No fue hasta que recordé «Globos» y hablé con mi madre, que me di cuenta de
cuán interconectada está la siguiente historia con todo lo demás, pero
originalmente no tenía planeado compartirla. Lo que viene es una remembranza
tan exacta como pude lograr.
Iba a comenzar el kínder con un yeso y ni siquiera tendría amigos que lo firmaran.
Mi mamá se debió de haber sentido terrible porque, un día antes de que
comenzaran mis clases, me había traído un gatito. Era solo un bebé y tenía rayas
blancas y cafés. Tan pronto como lo puso en el suelo, se arrastró hacia una lata
de soda vacía. Lo nombré Cajas.
Este condicionamiento se hizo útil más adelante. Para el final de nuestro tiempo
en esa casa, Cajas se salía con mucha más frecuencia y corría debajo de la casa
a un subsuelo al que ninguno de los dos queríamos seguirlo, puesto que era
estrecho y probablemente estaba infestado de insectos y roedores.
Ingeniosamente, mi mamá pensó en enganchar el abrelatas a un cable conector y
lo deslizaba por el agujero al que Cajas se había metido. Después de un tiempo,
emergía con sus maullidos ruidosos rastreando el sonido, y luego estaba
horrorizado por cómo le habíamos jugado una trampa cruel —un abrelatas sin
atún no tenía sentido para Cajas—.
La última vez que escapó debajo de la casa, fue de hecho nuestro último día en
ella. Mi mamá había puesto la casa en el mercado y habíamos comenzado a
empacar nuestras cosas. No teníamos mucho, y habíamos alargado el
empaquetado por un tiempo, aunque yo ya había guardado toda mi ropa a petición
de mi mamá —ella se daba cuenta de que yo estaba realmente triste por tener que
mudarnos, y quería que la transición fuera de lo más fluida para mí, y supongo que
tener mi ropa en cajas iba a reforzar la idea de que nos estábamos mudando—.
Me las arreglé para mantener contacto con Josh por muchos años, lo cual fue
sorprendente pues ya no asistíamos a la misma escuela. Nuestros padres no eran
amigos cercanos, pero sabían que nosotros sí lo éramos, así que acomodaron
nuestro deseo de vernos al llevarnos de ida y vuelta para fiestas de pijamas —a
veces todos los fines de semana—. Para Navidad, nuestros padres incluso
combinaron su dinero y nos compraron unos walkie-talkies muy buenos que
habían sido publicitados con la capacidad de funcionar en un rango que se
extendía más allá de la distancia entre nuestras casas. También tenían baterías
que podían durar por días si el walkie-talkie estaba encendido pero fuera de uso.
No siempre funcionaban lo suficientemente bien como para hablar a través de la
ciudad, pero cuando nos quedábamos a dormir, los usábamos alrededor de la
casa hablando en jerga de radio burlesca que habíamos captado de las películas.
Gracias a nuestros padres, aún éramos amigos a la edad de diez años.
Esto tuvo que haber sido un sábado por la noche, porque había pasado la noche
anterior en la casa de Josh e iba a irme a casa el día siguiente. Cajas había
desaparecido desde la tarde del viernes —di por sentado que ella no lo había visto
desde que salió de casa para venir a dejarme—. Debió haber decidido que me
contaría porque si Cajas no había regresado para cuando yo volviera a casa, me
sentiría devastado no solo de su ausencia, sino de que mi mamá me lo hubiera
ocultado. Me dijo que no me preocupara. «Volverá. ¡Siempre lo hace!».
Pero Cajas no volvió. Tres fines de semana después, me quedé con Josh de
nuevo. Aún estaba triste por Cajas, pero mi mamá me dijo que había habido
muchas ocasiones en las que las mascotas desaparecen del hogar por semanas e
incluso meses, solo para regresar por su propia cuenta. Me había dicho que
siempre saben en dónde está su hogar, y que siempre tratarían de regresar. Le
estaba explicando esto a Josh cuando un pensamiento me golpeó con tanta fuerza
que interrumpí mi propia oración para decirlo en voz alta:
—Pero… creció en otro lugar, Josh. Fue criado en mi casa vieja, a unos
vecindarios de distancia. Quizá todavía piensa en ese lugar como su casa, al igual
que yo.
—Ahhh, lo entiendo. Pues, ¡eso sería genial! ¡Le diré a mi papá mañana, y nos
llevará ahí para que podamos dar un vistazo!
—No lo hará, Josh. Mi mamá dijo que no podemos volver a ese lugar porque los
dueños nuevos no van a querer ser molestados. Dijo que le advirtió a tu papá y tu
mamá de lo mismo.
Josh persistió:
—¡No! ¡Si nos ven, tu papá se va a dar cuenta y le dirá a mi mamá! Tenemos que
ir ahí nosotros mismos… Tenemos que ir ahí esta noche.
No me tomó mucho para convencer a Josh; era él quien usualmente tenía ideas
como esta. Pero nunca nos habíamos escabullido de su casa antes. De hecho,
resultó ser increíblemente fácil. La ventana de su cuarto se abría hacia el jardín
trasero y una valla de madera con pestillo que no estaba cerrada. Después de dos
saltos menores, nos deslizamos en la noche con una linterna y los walkie-talkies
en mano.
Había dos maneras para llegar a mi casa vieja desde la casa de Josh. Podíamos
caminar por la calle girando en las respectivas intersecciones, o podíamos ir por el
bosque, lo cual nos tomaría casi la mitad del tiempo. Nos habría tomado cerca de
dos horas caminar por la calle, pero de todas formas sugerí que lo hiciéramos
porque no quería que nos perdiéramos. Josh se rehusó y dijo que si éramos
vistos, lo podrían reconocer y le dirían a su papá. Amenazó con volver a casa si no
tomábamos el atajo, y no queriendo ir por mi propia cuenta, lo acepté.
Josh no sabía acerca de la última noche que había caminado por ese bosque.
El bosque era mucho menos espeluznante con un amigo y una linterna, e íbamos
a un buen ritmo. No estaba totalmente seguro de en dónde estábamos, pero Josh
pareció lo suficientemente seguro y eso reforzó mi confianza. Pasamos a través
de una porción especialmente gruesa de enredaderas, y la cinta de mi walkie-
talkie se quedó atrapada en una rama. Josh tenía la linterna, así que estaba
luchando para liberar mi walkie, cuando lo escuché decir:
—Oye, ¿quieres ir a nadar?
Miré hacia donde él estaba alumbrando la linterna, aunque cerré mis ojos mientras
lo hice, porque ahora sabía en dónde era que estábamos. Me estaba apuntando al
flotador de piscina. Era aquí en donde me había despertado en el bosque hace
todos esos años. Sentí un bulto en mi garganta y el escozor de lágrimas frescas
en mis ojos mientras continuaba riñendo por el walkie. Frustrado, lo jalé con la
fuerza suficiente para que la rama se rompiera, y me giré y caminé hacia Josh,
quien se había acostado parcialmente en el flotador de piscinacomo quriendo
tomar el sol.
A medida que caminé hacia él, trastabillé y casi caigo en un agujero bastante
grande que descansaba a la mitad del espacio abierto, pero recuperé mi balance y
me detuve justo a su borde. Era profundo. Estaba sorprendido por el tamaño del
agujero, pero más sorprendido por el hecho de que no lo recordaba. Me di cuenta
de que no debió haber estado ahí aquella noche, porque estaba en el mismo lugar
en el que había despertado. Lo saqué de mi mente y me volteé hacia mi amigo.
—¡Deja de perder el tiempo, Josh! ¡Viste que estaba atascado, y tú solo estabas
acostándote aquí, jugando con el flotador! —Enfaticé la última oración con una
patada a una parte expuesta del flotador. Un chillido se levantó desde él. La
sonrisa de Josh se invirtió. Súbitamente, se veía aterrado y estaba forcejeando
para salir del flotador, pero no pudo hacerlo de inmediato por la posición jocosa en
la que estaba acostado. Cada vez que su peso caía sobre el flotador, el chillido se
intensificaba. Quería ayudar a Josh, pero no podía moverme más cerca —mis
piernas no cooperaban—. Odiaba ese bosque. Levanté la linterna que él había
tirado en medio de su agitación y alumbré el flotador sin saber qué esperar.
Finalmente, Josh se levantó y se apresuró a mi lado, viendo hacia donde estaba
apuntando la luz. De pronto, ahí estaba. Era una rata. Me empecé a reír
nerviosamente, y ambos observamos cómo la rata corrió hacia el bosque,
llevándose sus chillidos consigo. Josh me golpeó en el brazo con cuidado —su
sonrisa regresaba lentamente a su rostro—, y seguimos caminando.
Aceleramos nuestra marcha y salimos del bosque más rápido de lo que pensamos
que lo haríamos. Nos encontrábamos en mi antiguo vecindario. La última vez que
había atravesado la curva que se aproximaba, había visto mi casa iluminada por
completo, y todas las memorias de lo que aconteció me inundaron de nueva
cuenta. Mi corazón dio un vuelco a medida que giramos la esquina y estábamos a
punto de encarar mi casa a plena vista, recordándome lo incandescente que me
encontraba la última vez. Pero ahora las luces estaban apagadas. Desde la
distancia, podía ver mi viejo árbol para escalar y, a medida que mi mente
delineaba los pasos de causalidad en reversa, me di cuenta de que no habría
regresado esa noche si el árbol no hubiese crecido, y estuve maravillado
brevemente por cómo todos los eventos tenían esa naturaleza.
Pude ver que el césped lucía terrible. Ni siquiera podía adivinar cuándo había sido
podado por última vez. Una de las persianas se había roto parcialmente, y se
estaba balanceando de atrás hacia adelante en un estado de desesperación. ¿Por
qué le importaría a mi mamá si molestábamos a los dueños nuevos si ellos se
interesaban tan poco del lugar en donde vivían?
—Oye…
—Bien, bien. Creo que Cajas ha de estar debajo de la casa. Uno de nosotros tiene
que ir abajo y revisar, pero el otro debería estar a un lado de la entrada en caso de
que salga corriendo.
—¿Hablas en serio? De ninguna forma voy a ir ahí abajo. Es tu gato. Hazlo tú.
—Mira, te retaré a ello, a menos que tengas mucho miedo —dije, sosteniendo mi
puño sobre mi palma.
—Ya sé cómo jugar el juego, Josh. Tú eres el que siempre la caga. Y es dos de
tres.
Perdí. Aflojé el tablero que mi mamá siempre había movido cuando tenía que
arrastrarse ahí abajo por Cajas. Solo tuvo que hacerlo un par de veces, puesto
que el truco del abrelatas funcionaba por lo general; pero cuando tenía que
hacerlo, lo odiaba. Y mientras observaba la oscuridad del subsuelo, tuve una
apreciación más clara del porqué. Agarré la linterna y el walkie y comencé a
arrastrarme. Un olor poderoso me sobrecogió.
Olía a muerte.
Me giré a mi walkie:
—¿Es Cajas?
—No, no es Cajas.
—No lo sé.
Apunté la luz en ello una vez más y lo miré con menos temor en mi visión. Me reí
por lo bajo.
—¡Es un mapache!
—Pues sigue buscando. Voy a ir a la casa para ver si pudo haberse metido ahí de
alguna forma.
—¿Qué? No. Josh, no vayas adentro. ¿Qué tal si Cajas está aquí abajo y se va
corriendo?
Sus observaciones tenían sentido, y dudaba que él fuera a ser capaz de agarrarlo
de todas formas.
—Bueno. Pero ten cuidado y no toques nada. Aún hay un montón de mi ropa vieja
en cajas en mi cuarto. Puedes ver si se ha metido en alguna. Asegúrate de llevar
tu walkie.
—Entendido, amiguito.
Me daba cuenta de que iba a estar totalmente oscuro ahí. La energía estaba
desactivada, dado que no había nadie que pagara la factura. Con suerte, sería
capaz de ver con el resplandor de los postes de luz.
Dentro de poco, escuché pisadas justo arriba de mi cabeza y sentí tierra vieja
lloviéndome.
—Idiota.
Podía oírlo riendo con el walkie y me empecé a reír también. Escuché las pisadas
disiparse —iba en camino a mi habitación—.
—Hombre, está oscuro aquí. Oye, ¿estás seguro de que dejaste esas cajas de tu
ropa? No veo ninguna.
—Aquí no hay ninguna caja. Déjame revisar si pusiste las cajas en tu clóset antes
de irte.
Mientras estaba esperando a que Josh me dijera lo que encontró, estiré una
pierna que se me estaba quedando dormida y golpeé algo. Agaché la mirada y lo
que vi fue extraño. Era una cobija y tenía tazones por todos lados. Me acerqué. La
cobija olía a moho y la mayoría de los tazones estaban vacíos, pero uno tenía algo
que supe reconocer: comida de gato.
—Encontré tu ropa.
Sentí un escalofrío. Eso era imposible. Había empacado toda mi ropa con días de
antelación. Recuerdo pensar lo estúpido que era tener que sacar ropa de las cajas
para poder usarla. La había empacado, pero alguien la colgó devuelta. ¿Por qué?
—Se supone que están en cajas, Josh. Deja de bromear y ven afuera.
—No es broma, la estoy viendo. Quizá solo creíste que la empacaste. ¡Jaja!
¡Vaya! En verdad te gusta mirarte, ¿no?
—Tus paredes, jaja. Tus paredes están cubiertas en Polaroids tuyas. ¡Hay cientos!
¿Por qué contrataste a alguien pa...
Silencio.
Revisé mi walkie, creyendo que lo había apagado de alguna forma. Estaba bien.
Podía oír pisadas, pero no podía descifrar exactamente hacia dónde iba Josh.
Esperé a que terminara su oración, pensando que su dedo se deslizó del botón,
pero no continuó.
Su voz era susurrante y quebradiza; podía escuchar que estaba al borde del
llanto. Quería responder, ¿pero cuán alto tenía el volumen de su walkie? ¿Qué tal
si la otra persona lo escuchaba? No dije nada y solo esperé, escuché. Y lo que oí
fueron pisadas. Pisadas fuertes y rasposas. Seguido de un ruido sordo.
Había sido encontrado, estaba seguro de ello. Esta persona lo había encontrado y
lo estaba hiriendo. Rompí en llanto. Él era mi único amigo, junto a Cajas.
Entonces me llegó: ¿qué tal si Josh le decía que yo estaba acá abajo? ¿Qué
podría hacer yo? Mientras luchaba para recuperar la compostura,
afortunadamente escuché la voz de Josh a través del walkie.
—Tiene algo, una bolsa grande. La tiró en el piso. Y… por Dios, la bolsa… creo
que se movió.
Estaba paralizado. Quería correr a casa. Quería salvar a Josh. Quería pedir
ayuda. Quería tantas cosas, pero solo me quedé ahí, congelado. Mientras
permanecía incapaz de mover mis ojos —enfocados en la esquina del subsuelo de
la casa que estaba por debajo de mi habitación—, moví mi linterna. Mi corazón
casi saltó de mi pecho por la vista.
Ver esto me hizo espabilar, pues sabía que me tenía que ir de ahí, y me dirigí
hacia el tablero. Lo empujé, pero no cedía. No podía moverlo porque estaba
asegurado con una cuña. Me había quedado atrapado. «Maldito seas, Josh»,
murmuré para mí mismo. Podía sentir las pisadas estruendosas encima de mí. El
suelo de la casa temblaba. Escuché a Josh gritar, y fue sincronizado por otro grito
que no estaba lleno de miedo.
A medida que continué empujando, noté que el tablero se movió, pero no era yo
quien lo estaba moviendo. Podía escuchar pisadas encima de mí y frente a mí, y
gritos rellenando los silencios breves entre las pisadas. Me hice hacia atrás y
sostuve mi walkie, listo para tratar de defenderme, mientras que el tablero fue
retirado y una mano se introdujo para agarrarme: «¡Vámonos, ahora!»
Era Josh. Gracias a Dios. Salí por la abertura, sosteniendo la linterna y el walkie.
Cuando llegamos a la cerca, ambos la saltamos, pero el walkie de Josh se cayó.
Se quiso regresar, pero le dije que lo olvidara. Nos teníamos que ir. Detrás de
nosotros podíamos oír los gritos, aunque no eran palabras, solo sonidos. Corrimos
hacia el bosque para llegar a casa lo más pronto posible, mientras que Josh
exclamada, inconsolable: «¡Mi foto! ¡Me tomó una foto!».
Pero yo sabía que el hombre ya tenía la fotografía de Josh —desde hace todos
esos años, en la fosa—. Supuse que Josh aún pensaba que aquellos sonidos
mecánicos provenían de un robot.
Le conté a mi mamá las generalidades de esta historia hace un par de días. Perdió
el control y estaba furiosa por el peligro en el que me había puesto a mí mismo. Le
pregunté por qué inventó todo aquello sobre no molestar a los nuevos dueños, por
qué pensaba que la casa era tan peligrosa. Ella se tornó iracunda e histérica. Me
agarró de la mano y la apretó con más fuerza de la que pensé que tenía,
entrelazando sus ojos con los míos, susurrando como si tuviera miedo de ser oída:
—Porque nunca puse ninguna maldita cobija o tazones para Cajas debajo de la
casa. No fuiste el único que los encontró.
Me sentí mareado. Ahora entendía tanto. Entendía por qué había lucido tan
desconcertada después de sacar a Cajas de debajo de la casa en nuestro último
día ahí. Entendí por qué nos fuimos varios días antes.
Llegué a casa ese domingo y tiré mis cosas en el suelo. Se esparcieron por todos
lados, pero no me importó; solo quería dormir. Me desperté cerca de las nueve de
la noche ante el maullido de Cajas. Mi corazón dio un brinco. Finalmente había
vuelto a casa. Me sentía un poco descolocado por el hecho de que si solo hubiera
esperado un día, nada de lo que pasó la noche anterior hubiese ocurrido y hubiese
tenido a Cajas de todas formas; pero ya no importaba.
Entonces el vecindario de mi infancia tuvo que haber sido viejo. Las primeras
casas que se construyeron debieron haber sido colocadas alrededor del lago, y el
área habitable se incrementó gradualmente a medida que se crearon extensiones
nuevas sobre el camino original; pero todas estas extensiones terminaban
abruptamente en un punto o en otro —solo había una entrada/salida para todo el
vecindario—. Muchas de las nuevas extensiones estaban limitadas por un afluente
que se alimentaba del lago, y que pasaba justo al lado de lo que llegué a nombrar
«la fosa». Gran parte de las casas originales tenían patios inmensos, pero algunos
de esos terrenos originales fueron divididos, dejando atrás propiedades con límites
más y más pequeños. Una vista aérea de mi vecindario daría la impresión de que
un calamar gigante murió en el bosque, y un empresario aventurero encontró su
cadáver y pavimentó carreteras a lo largo de sus tentáculos, solo para retirar su
involucramiento y dejar que el tiempo, codicia y desesperación se encargaran de
dividir la tierra entre los dueños de casas prospectivos, como un intento
embarazoso de la proporción áurea.
Desde mi pórtico podía ver las casas viejas que rodeaban el lago, pero la casa de
doña Maggie era mi favorita. Ella tenía, según recuerdo, cerca de ochenta años de
edad, pero a pesar de eso era una de las personas más amistosas que he
conocido. Tenía una melena de rizos blancos y siempre vestía con vestidos claros
de patrones florales. Nos hablaba a Josh y a mí desde su pórtico trasero cuando
estábamos nadando en el lago, y siempre nos invitada a comer bocadillos. Decía
que se sentía sola porque su esposo Tom estaba fuera por negocios, pero Josh y
yo siempre rechazábamos su invitación, pues por más amable que doña Maggie
fuera, había algo raro en ella.
Doña Maggie, como muchos de los dueños de casa más antiguos, tenía un
sistema de irrigación que funcionaba mecánicamente, pero, en algún punto con el
transcurso de los años, su temporizador se debió haber roto. Sus regaderas se
encendían en varias ocasiones durante el día, y a veces incluso durante la noche
—todo el año—. Aunque nunca hacía tanto frío como para que nevara mucho en
invierno, en numerosas instancias salía por la mañana para ver el patio frontal de
doña Maggie transformado en un paraíso ártico surrealista por el agua congelada.
Todos los demás patios se mantenían esterilizados y secos por la escarcha
cortante del frío del invierno, pero ahí —en medio del recordatorio deprimente de
la brutalidad de la temporada— había un oasis de hielo hermoso colgando como
estalactitas de cada rama de cada árbol, y de cada hoja de cada arbusto.
Conforme el sol se alzaba, era reflejado y las piezas de hielo desglosaban sus
rayos en un arcoiris que solo podía ser observado brevemente antes de que te
cegara. Incluso a esa edad, estaba maravillado por lo bello que era, y Josh y yo
íbamos ahí con frecuencia para caminar en la grama con hielo, y entablábamos
peleas de espada con los carámbanos.
Un día, le pregunté a mi mamá por qué doña Maggie lo dejaba así. Mi mamá
pareció haberse debatido la explicación, antes de decir:
«Bueno, cariño, doña Maggie se enferma mucho, y a veces, cuando se pone muy
enferma, se confunde. Es por eso que cambia tu nombre y el Josh. No es su
intención, pero hay momentos en los que simplemente no los puede recordar. Vive
en esa casa a solas, así que está bien si quieres hablar con ella cuando nades en
el lago. Pero cuando te invite adentro, debes seguir diciendo “no”. Sé cortés; no
vas a herir sus sentimientos».
«Pero se sentirá menos sola cuando su esposo vuelva a casa, ¿verdad? ¿Por
cuánto tiempo estará en sus viajes de negocios? Parece que nunca está acá».
Mi mamá se vio un tanto agitada y pude notar que estaba muy triste. Finalmente,
contestó:
«Cariño… Tom no volverá a casa. Tom está en el Cielo. Murió hace muchos,
muchos años, pero doña Maggie no lo recuerda. Se confunde y lo olvida, pero
Tom no volverá a casa. Si alguien se mudara con ella, podría llegar a creer que es
Tom; pero él se ha ido».
Tenía cinco años cuando me dijo eso, y por un tiempo no lo entendí del todo. Me
sentía profundamente triste por doña Maggie.
Ahora sé que doña Maggie tenía Alzheimer. Ella y su esposo tuvieron dos hijos:
Chris y John. Los dos trazaron un plan de pagos con las compañías de utilidades y
se encargaban del agua y electricidad de doña Maggie, pero nunca la visitaban.
No sé si algo pasó entre ellos, o si fue por la enfermedad, o si solo vivían muy
lejos, pero nunca venían. No tengo idea de cuál era su apariencia, pero había
momentos cuando doña Maggie debió de pensar que Josh y yo lucíamos como
ellos dos cuando eran niños. O quizá veía lo que algunas partes de su mente
estaban tan desesperadas por ver, ignorando las imágenes transmitidas por su
nervio óptico y mostrando, solo un momento, lo que solía ser. Es hasta ahora que
me doy cuenta de lo solitaria que se debió sentir.
El plan era hacer dos mapas separados y luego combinarlos. Haríamos un mapa
explorando el área cerca del arroyo, y haríamos otro siguiendo el flujo del lago.
Por las primeras semanas, salió muy bien. Caminábamos por los bosques, a un
lado del agua, y nos deteníamos cada tantos minutos para ampliar el mapa, y
parecía que ambos mapas se entrelazarían cualquier día. No teníamos las
herramientas necesarias para el trabajo —ni siquiera un compás—, pero
tratábamos de improvisar. Tuvimos la idea de empalar la tierra con una rama
cuando llegáramos al final de una aventura.
Puede que hayamos sido los peores cartógrafos del mundo. Sin embargo, el
bosque se hizo muy espeso eventualmente a un lado del agua que provenía del
lago, y fuimos incapaces de proseguir. Perdimos el interés en nuestro proyecto por
un tiempo, y redujimos nuestras exploraciones significativamente —aunque no por
completo— cuando empezamos a vender granizados.
La primera vez que tuvimos que recurrir a ese método de propulsión, recuerdo
haber pensado que, desde el cielo, se debió de haber visto como si un hombre
colosalmente gordo de brazos diminutos salió a nadar.
Nos tomó varios viajes para lograr que la balsa llegara a la porción intransitable
del bosque. Navegábamos por un rato y luego atracábamos la balsa. La próxima
vez, corríamos por el bosque para llegar a la balsa y viajábamos un poco más.
Mi mamá dijo que tenía que ir al trabajo para reparar un problema que había
surgido, y que volvería en alrededor de dos horas. Su auto estaba siendo
reparado, por lo que tendría que viajar con Samantha. Dijo que no podía salir de la
casa bajo ninguna circunstancia ni abrirle la puerta a nadie, y estaba a la mitad de
explicarme que llamaría cada hora, pero terminó ese comentario prematuramente
cuando recordó que nuestro teléfono había sido desactivado por pagos atrasados
—razón por la cual Samantha había llegado sin avisar—. Me clavó la mirada en
tanto cerraba la puerta, y dijo: «Quédate aquí».
Las observamos conducir por el camino serpentino hacia la salida, y tan pronto
como su auto rotó en la última intersección visible, corrimos a mi habitación.
Saqué mi mochila mientras Josh agarraba el mapa.
—No exactamente…
Abrí la caja y revelé tres candelas romanas que había tomado de entre las que mi
mamá amasó para el Día de la Independencia del verano pasado. Junto con un
encendedor que me las había ingeniado para quitarle unos meses atrás, podría
asegurar que al menos tuviéramos algo de luz si la necesitábamos. Esto ocurrió
unas semanas antes de que se me diera la oportunidad para temerle al bosque,
así que no fue el miedo lo que motivó nuestra búsqueda de una fuente de luz, solo
el realismo. Lo tiramos todo en la mochila y escapamos por la puerta trasera,
cerciorándonos de haber cerrado para que Cajas no se fuera a salir. Teníamos
una hora y cincuenta minutos.
Corrimos por el bosque tan rápido como pudimos y llegamos a la balsa en unos
quince minutos. Teníamos nuestros trajes de baño debajo de nuestra ropa, así
que nos quitamos las camisas y nuestros pantalones cortos, y los dejamos en dos
bultos separados cerca de la orilla del agua. Desatamos nuestra balsa del árbol,
agarramos nuestras ramas-remos y zarpamos.
Tratamos de movernos rápidamente para llegar a un punto más allá del contenido
de nuestro mapa en expansión continua, pues no teníamos tiempo que perder con
vistas antiguas. Después de que pasamos el último lugar registrado en el mapa, el
agua se hizo más y más honda. Estaba oscureciendo, volviéndose más difícil el
distinguir un árbol del otro, y ambos nos estábamos sintiendo un poco nerviosos.
Remábamos velozmente con la intención de ahorrar tiempo, pero esto generaba
mucho ruido conforme nuestros remos disolvían la tensión de la superficie del
agua. En el trasfondo, podíamos oír el crujido de hojas muertas y el quiebre de
ramas caídas por la arboleda de nuestra derecha. No sabíamos qué tipo de
animales residían en la profundidad de este bosque, pero estábamos seguros de
que no queríamos descubrirlo.
Crunch
Snap
Crunch
Nerviosamente, llamé:
—¿Hola?
Hubo un momento breve de ansiedad asfixiante en tanto permanecíamos estáticos
sobre el agua. El silencio fue roto súbitamente por una risa.
—¿Y qué?
Me di cuenta de lo estúpido que había sido eso. Fuera lo que fuera, no iba a
responder. Ni siquiera me di cuenta de que lo había dicho hasta después de
hacerlo.
—Holaaaa —lo contrarresté con el barítono más profundo que pude lograr.
—¡Hola compa!
—HooOOOLLLAAAaa.
«Hola».
Fue susurrado y forzado como si hubiese sido accionado por el último aliento de
un par de pulmones desinflándose, pero no sonó aquejado. Había venido del lugar
justo más allá del mapa, el cual ahora se ubicaba detrás de nosotros dado que
habíamos girado la balsa. Lentamente, me volteé en dirección del sonido mientras
buscaba a tientas las candelas romanas. Quería ver.
—Una más...
Bajando el brazo directamente hacia el bosque frente a mí, otra bola roja fue
lanzada del tubo. Viajó en línea recta hasta que colisionó con un árbol, explotando
la luz brevemente en un diámetro mucho mayor.
Aún nada.
Dejé caer la candela en el lago y observé a una última bola de fuego penetrar el
agua, solo para morir rápidamente, sofocada. Una vez que comenzamos a remar
en dirección a mi casa, escuchamos un crujido sonoro en el bosque y para nada
disimulado. La ruptura de ramas y el pisoteo de hojas sobrecogían el ruido de
nuestro salpiqueo.
Estaba corriendo.
Bajo nuestro pánico, empujamos la balsa con demasiada violencia y sentí a una
de las cuerdas bajo mi pecho aflojarse.
Pero era muy tarde. Nuestra balsa se estaba rompiendo. Dentro de poco, se había
venido abajo por completo. Los dos nos aferramos a un pedazo de espuma
plástica, pero las piezas no eran lo suficientemente grandes como para
mantenernos a flote, y nuestras piernas colgaban por debajo de nosotros en el
agua de invierno.
Forcejeó, pero estaba muy helado como para movernos con libertad, y ambos
observamos al mapa conforme se alejaba flotando.
—Te… Tengo f… frío —tartamudeó Josh, afligido—. Hay que sssalir del a….
agua.
Le dije a Josh que volviera a casa, y que dijera que estábamos jugando a las
escondidas si mi mamá estaba en casa. Tenía que encontrar mi camisa.
—Hola.
Me di la vuelta. Era doña Maggie. Nunca la había visto por la noche antes, y bajo
esa luz pobre se veía excesivamente frágil. La calidez usual que envolvía su
actitud parecía haberse apagado con la brisa. No podía recordar haberla visto
alguna vez sin una sonrisa, así que su rostro se veía extraño.
—Ah, ¡hola, Chris! —La calidez y sonrisa retornaron, incluso si sus recuerdos no
hicieron lo mismo—. No podía ver que eras tú en la oscuridad de ahí.
Llegué unos minutos antes que mi mamá. Y para cuando ella llegó, Josh y yo ya
nos habíamos cambiado de ropa y calentado. Nos habíamos salido con la nuestra,
a pesar de que habíamos perdido el mapa.
Pero ahora lo entiendo. Entiendo por qué sus últimas palabras fueron tan
importantes incluso si ni yo ni ella nos dimos cuenta en aquel momento.
Esa noche, doña Maggie me dijo que Tom, su esposo, había vuelto a casa; pero
ahora sé quién se mudó ahí realmente. Al igual que sé por qué nunca vi el cuerpo
de doña Maggie siendo trasladado en una camilla.
Cuando comencé mi primer grado, tenía un calambre en mi cuello por los diez
días de descanso letárgico, y dos ojos inflamados e inyectados de sangre. Josh
estaba en otro Grupo y no almorzábamos a la misma hora, así que, incluso en una
cafetería reventando con docientos niños, tenía una mesa para mí mismo.
Alex estaba en tercer grado y era más grande que la mayoría de los demás niños
de cualquier grado. Alrededor de la tercera semana escolar, comenzó a sentarse
conmigo en el almuerzo, y esto marcó el final inmediato para el escaseo de mi
suministro de comida. Él era lo suficientemente amable, pero me parecía un tanto
lento. Nunca hablábamos a profundidad, excepto cuando al fin decidí preguntarle
por qué se sentaba conmigo.
Aunque no fue uno de esos niños, Alex quería que ella se interesara en él, y me
confesó que sabía de mi amistad con Josh. Comprendí que había anticipado que
yo le expresaría su acción ostensiblemente filantrópica a Veronica, y que ella se
sentiría conmovida por su altruismo. Si le contaba, él se seguiría sentando
conmigo por todo el tiempo que fuera necesario.
Tuve razón. Cuando tenía quince años, estaba viendo una película en un lugar
que mis amigos y yo llegamos a llamar el «Teatro Mugroso». Quizá fue agradable
en algún punto, pero el tiempo y la negligencia habían marchitado al lugar
gravemente. El teatro tenía mesas transportables y sillas en el piso más bajo, así
que cuando la sala estaba llena, había pocos lugares en los que te podías sentar
para ver toda la pantalla. Imagino que el teatro aún estaba abierto por tres
razones: era barato ver una película ahí; mostraban una película de culto varias
veces al mes a la medianoche; y porque vendían cerveza a menores de edad
durante las funciones de medianoche. Fui a las primeras dos, y esa noche estaban
pasando Scanners, de David Cronenberg, por un dólar.
Mis amigos y yo estábamos sentados hasta el fondo. Quería sentarme más cerca
del frente para tener un mejor panorama, pero Ryan nos había traído, así que
cedí. Un par de minutos antes de que la película comenzara, un grupo de niñas
entró. Todas eran muy atractivas, pero fuera cual fuera la belleza que tenían, era
eclipsada por la chica de cabello rubio oscuro. Conforme se giró para moverse a
su asiento, pude captar una vista plena de su rostro, lo cual gatilló la sensación de
mariposas en mi estómago; era Veronica.
Mis amigos se levantaron una vez que los créditos empezaron a rodar. Solo había
una salida y no querían quedarse atascados esperando a que la multitud se
despejara. Me entretuve en mi asiento con la esperanza de que pudiera captar la
atención de Veronica. Al ver que ella y sus amigas caminaron a mi lado, tomé la
oportunidad.
—Oye, Veronica.
—¿Sí?
—Soy yo. El amigo de Josh, de hace tiempo. Cómo... ¿Cómo has estado?
—¡Oh, por Dios! ¡Oye! ¡Ha pasado tanto! —Le gesticuló a sus amigas que saldría
en un momento.
—Sí, unos cuantos años, ¡al menos! No desde la última vez que me quedé con
Josh. ¿Cómo le va a él, por cierto?
—Ah, es cierto. Recuerdo todos sus juegos. ¿Aún juegas a las Tortugas Ninja con
tus amigos?
—No. Ya no soy un niño... Mis amigos y yo ahora jugamos de X-Men. —En verdad
estaba esperando que se riera.
Lo hizo.
Aún estaba impresionado por lo que dijo. «¿Piensa que soy lindo? ¿Simplemente
quiso decir que soy gracioso? ¿Piensa que soy atractivo?». De pronto, me di
cuenta de que me había hecho una pregunta, y mi mente trató de procesar lo que
había sido.
—¡SÍ! —dije con demasiada fuerza—. Sí. Lo intento, al menos. ¿Qué hay de ti?
—¿Así que vendrás la semana que viene? Supuestamente van a pasar Day of the
Dead. Es bastante genial.
Sonrió, y estaba a punto de sugerir que quizá nos podríamos sentar juntos,
cuando acortó rápidamente el espacio entre nosotros y me abrazó.
—Fue muy bueno verte —me dijo con sus abrazos rodeándome.
Estaba tratando de pensar qué decir, pero mi mayor problema era que había
olvidado cómo hablar. Por suerte, Ryan, a quien podía escuchar aproximándose
desde el pasillo, vino y me habló.
—Ey, ¿sí sabes que la película se acabó, verdad? Vámonos a la verg... AHHHH
SÍÍÍÍÍÍ.
Veronica me soltó y dijo que me vería la próxima vez. Fue ahuyentada de la sala
por los sonidos pornográficos que Ryan estaba haciendo. Me había enfurecido,
pero esto se disipó tan pronto como escuché a Veronica riéndose en el vestíbulo.
No podía esperar para la película. La familia de Ryan iba a salir de la ciudad, así
que él no sería capaz de llevarnos, y los otros amigos con los que estaba esa
noche no tenían carros. Un par de días antes de la película, le pregunté a mi
mamá si me podía llevar. Respondió casi de inmediato negándome mi petición,
pero insistí y ella notó la desesperación en mi voz. Me preguntó por qué tenía
tantas ganas de ir si ya había visto la película, y dudé antes de decirle que
esperaba encontrarme con una chica. Me sonrió y me preguntó en broma si ella la
conocía, a lo que respondí con reticencia que era Veronica. La sonrisa
desapareció de su rostro y reiteró, con frialdad, que «no».
Decidí que llamaría a Veronica para ver si ella me podía recoger. No tenía idea de
si aún vivía en la misma casa, aunque valía la pena el intento. Pero entonces me
di cuenta de que Josh podría contestar. No había hablado con él en casi tres años,
y si me contestaba, obviamente no podía pedir que me pasara a su hermana. Me
sentía culpable por llamar para hablar con Veronica y no con Josh, pero hice a un
lado este sentimiento; Josh tampoco me había llamado en años. Levanté el
teléfono y marqué el número que aún estaba tallado en mi memoria muscular por
haberlo marcado con tanta frecuencia hace todos esos años.
Timbró varias veces antes de que alguien contestara. No era Josh. Sentí una
mezcla tanto de alivio como de decepción; comprendí en ese segundo que en
verdad había extrañado a Josh. Llamaría después de ese fin de semana y hablaría
con él, pero esa era mi única oportunidad para saber si Veronica me podía llevar.
Le dije a mi mamá el día previo a la película que ya no estaba preocupado por ir,
pero que quería saber si me podía dejar en la casa de mi amigo Chris. Accedió y
me fue a dejar ese sábado unas horas antes de la película. Mi plan era caminar
desde su casa hasta el teatro, dado que solo vivía a un par de kilómetros de
distancia. Ellos iban a la iglesia los domingos por la mañana, y sus papás se iban
a dormir temprano la noche anterior.
Me fui de su casa a las once y veinte. Quería llegar solo un poco antes de la
película. Iba por mi propia cuenta y no quería estar esperando ahí. En mi camino
hacia el teatro, supuse que si Verónica se presentaba, sería muy conveniente que
llegáramos a la entrada al mismo tiempo. Me debatí si debía esperar afuera del
teatro o solo entrar. Ambas alternativas tenían sus ventajas y desventajas. En
tanto meditaba estas preocupaciones, noté que la cegadora corriente constante de
faros de auto había sido sustituida por un resplandor solitario que se rehusaba a
pasar. La carretera no era iluminada por el alumbrado público, así que yo estaba
caminando en la grama con la carretera a medio metro de mi izquierda. Me paré
un poco más hacia mi derecha y giré el cuello para ver quién estaba detrás de mí.
Lo único que podía ver eran sus luces violentamente brillantes que penetraban los
alrededores. Pensé que podría ser uno de los padres de Chris, que quizá habían
ido a su habitación y vieron que yo estaba ausente. No hubiera tomado mucho
para presionar a Chris a que confesara.
Di un paso hacia el auto, y rompió su pausa, comenzando a manejar hacia mí a un
ritmo vacilante. Pasó a mi lado y no era el auto de los padres de Chris, o ningún
auto que reconociera, de hecho. Traté de ver quién era el conductor, pero estaba
muy oscuro y sus ventanas estaban polarizadas.
Lo calculé bien y llegué ahí unos diez minutos antes de la película. Había decidido
esperar afuera hasta las once con cincuenta y siete minutos, pues eso me daría
tiempo para encontrar a Veronica adentro si ya estaba sentada. Mientras
consideraba la posibilidad de que quizá no vendría, la vi. Estaba sola, y era
hermosa.
El estacionamiento del teatro era grande y se conectaba con un mall que estaba
fuera de negocios. Queriendo evitar que la noche finalizara, seguí la conversación
mientras caminábamos hacia el viejo mall. Antes de cruzar la esquina y perder la
vista del teatro, miré hacia atrás y vi que su auto no era el único que quedaba en
el estacionamiento: el otro era del mismo color y modelo que el auto de hace una
horas.
Me dijo que se estaba graduando, pero que no le había ido bien en la secundaria
ese año, así que no estaba segura de si sería admitida en alguna universidad. Le
dije que adjuntara una fotografía de sí misma en la aplicación, y que la aceptarían
solo para poder admirarla. Ella no se rio, y pensé que la pude haber ofendido. La
miré de reojo nerviosamente y me estaba sonriendo. Incluso bajo la escasa luz,
podía notar que se estaba sonrojando. Quería sostener su mano, pero no lo hice.
Mientras regresábamos del extremo opuesto del mall hacia el teatro, le pregunté
sobre Josh. Ella me dijo que no quería hablar de eso. Le pregunté si al menos le
iba bien, y solo me dijo que «no lo sabía». Supuse que Josh debió haber tomado
una mala decisión en algún punto, y que se empezó a meter en problemas. Me
sentí mal. Me sentí culpable.
Estando en el estacionamiento, noté que aquel auto se había ido, y que el de ella
era el único auto que restaba. Me preguntó si necesitaba un aventón, y aunque en
realidad no lo necesitaba, le dije que se lo agradecería. Me había bebido toda mi
gaseosa durante la película, y el caminar tanto estaba poniendo presión en mi
vejiga. Sabía que podía esperar hasta que regresara a la casa de Chris, pero
había decidido que iba a tratar de besarla cuando llegáramos ahí, y no quería que
esta inquietud biológica me sacara del auto en un apuro. Sería mi primer beso.
No podía idear ninguna treta para camuflar lo que quería hacer. El teatro había
cerrado y solo tenía una opción. Le dije que lo haría detrás de teatro, pero que
volvería en «dos sacudidas». Era evidente que pensé que fue hilarante, y creo que
ella se rio más por lo gracioso que me pareció a mí que por lo gracioso que era en
realidad.
Noté que había una cerca metálica estirándose paralelamente por detrás del muro
del edificio. En donde me encontraba, ella aún podía verme, y la cerca no tenía un
fin visible. Supuse que solo me la saltaría y trataría de volver lo más pronto
posible. Quizá era muy trabajoso, pero pensé que era lo más cortés. Escalé la
cerca y me alejé para poder orinar.
Durante un momento, lo único que podía escuchar eran los grillos en la grama y la
colisión de líquido contra el cemento. Estos sonidos fueron abrumados por un
chirrido difuso que se aquietó velozmente, siendo reemplazado por una cascada
de vibraciones atronadoras.
Su cuerpo estaba torcido y arrugado como una figura descartada que pretendía
representar un catálogo de cosas que el cuerpo humano no es capaz de hacer.
Podía ver el hueso de su espinilla derecha cortando a través de sus pantalones, y
su brazo izquierdo envolvía tan rígidamente el reverso de su cuello, que su mano
caía en su pecho derecho. Su cabeza estaba inclinada hacia atrás y su boca se
abría con amplitud hacia el cielo. No había mucha sangre. Mientras la observé por
primera vez, se me hizo difícil apreciar si estaba acostada sobre su espalda o
sobre su estómago, y esta ilusión óptica me enfermó. Cuando eres confrontado
con algo que simplemente no pertenece a este mundo, tu mente trata de
convencerse a sí misma de que está soñando, y con ese fin te transfiere la
sensación amainada de que todas las cosas se mueven lentamente. En ese
momento, en verdad sentí como que iba a despertar en cualquier momento.
Pero no desperté.
Busqué mi teléfono a tientas para llamar por ayuda, pero no tenía señal. Pude ver
el teléfono de Veronica saliendo de lo que pensé que era su bolsillo derecho.
Temblando, extendí una mano a su teléfono, y conforme lo deslicé, ella se movió y
jadeó agresivamente en busca de aire, como si tratase de inhalar el mundo entero.
Cuando el ruido de las sirenas atravesó el aire, ella se notó más alerta. Había
permanecido consciente desde que la encontré, y ahora un poco más de luz
regresaba a sus ojos. Su cerebro aún la protegía del dolor, pero se veía como que
si al fin le estaba permitiendo estar consciente de que algo estaba terriblemente
mal en ella.
Sus ojos rodaron hacia los míos y sus labios se movieron. Estaba batallando, pero
la escuché.
Regresé todas las tardes por muchos días. En un punto, habían movido a otro
paciente a su habitación, y colocaron un biombo plástico que actuó como pantalla
separadora. Aunque Veronica no parecía sentirse mejor, tenía más momentos de
lucidez. Pero, aun durante estos periodos, no hablábamos realmente. El choque le
había quebrado la mandíbula, así que los doctores se la habían sellado. Me
sentaba con ella por un tiempo, pero no había mucho que podía decir. Me levanté
y caminé hacia ella. La besé en la frente, y ella me susurró algo a través de sus
dientes cerrados.
—Josh...
—No...
Descubrí que eso me irritó sobremanera. Incluso si Josh se había estado metiendo
en problemas, debería venir a ver a su hermana.
—En su almohada.
Ella comenzó a llorar, y yo imité su gesto, pero ahora creo que estábamos llorando
por razones diferentes, incluso si no lo sabía. En ese punto, había muchas cosas
que no recordaba de mi infancia, y había muchas conexiones que no había hecho.
Le dije que me tenía que ir, pero que le escribiría la próxima vez.
Recibí un mensaje de ella al día siguiente diciéndome que no regresara. Le
pregunté por qué, y me dijo que ya no quería que la viera en esa condición.
Respeté sus deseos a regañadientes. Nos mandábamos mensajes todos los días,
pero le escondí esto a mi mamá porque sabía que ella no quería que hablara con
Veronica. Usualmente, sus mensajes no eran muy largos, y en su mayoría eran
una respuesta a los mensajes extensos que le enviaba.
Traté de llamarla una vez. Sabía que no tenía permitido hablar, pero tenía la
esperanza de poder escuchar su voz. Contestó la llamada; no dijo nada, pero
pude escuchar cuán trabajosa era su respiración.
Ella me dijo que quería estar conmigo, y que no podía esperar al momento en el
que pudiera verme de nuevo. Me dijo que había sido dada de alta del hospital y
que continuaría sus cuidados en casa.
Hice que Ryan me condujera, dado que los padres de Chris habían descubierto lo
que pasó y dijeron que ya no era bienvenido en su casa. Le expliqué a Ryan que
posiblemente estaría en muy mal estado, pero que realmente la quería, y él me
dijo que nos daría espacio. Condujimos hacia allí.
—Se suponía que nos íbamos a ver en el teatro ayer. Sé que aún no se ha
terminado de recuperar, pero me dijo que trataría de llegar, y luego de eso me
dejó de hablar del todo. Me debe odiar.
—Veronica está muerta, cariño. Oh, Dios. Pensé que que lo sabías. Murió el
último día que la visitaste. Cariño, ha estado muerta por semanas.
Ella se había desmoronado por completo, pero yo sabía que no era por Veronica.
Exploté:
—¡¿ENTONCES POR QUÉ SE HAN TARDADO TANTO EN DESACTIVAR SU
PUTO NÚMERO?!
Llegué a descubrir más adelante que los padres de Veronica pensaron que su
teléfono se había perdido en el accidente, a pesar de que yo lo dejé en su bolso la
noche que fue llevada al hospital. Cuando recibieron sus pertenencias, el teléfono
no estaba entre ellas.
Me estaba sintiendo cada vez más estresado. Había asignado tanto esfuerzo a mi
primer día de escuela como un niño era capaz de hacerlo. Me había sentado con
mi mamá escogiendo mi ropa la noche anterior; había invertido mucho tiempo
seleccionando mi mochila; y había albergado la anticipación excesiva de mostrarle
a todos mi lonchera que tenía a las Tortugas Ninja en ella. Había caído en el
hábito de mi mamá de referirme a estos niños, que aún no había conocido, como
mis «amigos», pero a medida que la condición del yeso empeoraba, me sentía
profundamente triste ante el pensamiento de que no podría aplicar esa etiqueta
con nadie para cuando el día finalizara.
Una vez que llegamos a la escuela, mis compañeros de clase ya habían iniciado
su segunda actividad, y yo fui delegado a uno de los equipos. No se me aclaró
cuáles eran las instrucciones de la actividad, y dentro de cinco minutos ya había
violado las reglas tan irreparablemente, que los demás miembros del equipo se
quejaron con la maestra y la cuestionaron sobre por qué tenía que estar con ellos.
Podía notar que se estaba burlando de mí, y me torné muy enojado. En mi mente,
mi lonchera era la última cosa buena de mi día. No alcé la vista de mi brazo, y
sentí un ardor en mis ojos por las lágrimas que estaba reprimiendo. Lo miré solo
para decirle que me dejara en paz, pero antes de que pudiera expulsar las
palabras, algo me detuvo.
Me reí:
Josh y yo almorzamos juntos todos los días, y nos agrupábamos para proyectos
siempre que podíamos. Llegué a conocer otros niños, pero creo que sabía, incluso
entonces, que Josh era mi único amigo verdadero.
Movilizar una amistad afuera de la escuela cuando tienes cinco años es, de hecho,
más difícil de lo que la mayoría recuerda. El día que lanzamos nuestros globos,
nos divertimos tanto que le pregunté a Josh si quería venir a mi casa al día
siguiente para jugar. Él dijo que sí, que traería algunos de sus juguetes; y lo animé
con que podríamos ir a explorar y quizá a nadar en el lago.
Después del fin de semana, me sentí aliviado al descubrir que él se había topado
con el mismo obstáculo y que pensó que era gracioso. Más tarde esa semana, nos
recordamos intercambiar nuestros números telefónicos. Mi mamá habló con el
papá de Josh, y se decidió que mi mamá recogería a Josh y a mí de la escuela
ese viernes. Alternamos esta estructura básica cada fin de semana. El hecho de
que viviéramos tan cerca hacía las cosas mucho más fáciles para nuestros
padres, quienes parecían estar ocupados con el trabajo constantemente.
A pesar del hecho de que solo nos veíamos los fines de semana, nunca perdimos
nuestro parentesco distintivo. Nuestras personalidades colisionaban, nuestros
sentidos del humor se complementaban mutuamente, y descubríamos con
frecuencia que habíamos desarrollado un gusto independiente por las mismas
cosas. Incluso sonábamos lo suficientemente similar como para que, cuando me
quedaba en la casa de Josh, él llamara a mi mamá pretendiendo ser yo; su taza
de éxito era impresionante.
Mi mamá solía bromear con que la única forma de distinguirnos era por medio de
nuestro cabello —él tenía cabello rubio oscuro y liso, como su hermana; mientras
que yo tenía cabello marrón oscuro y rizado, al igual que mi mamá—.
La fiesta fue muy buena. Mi preocupación más grande era que Josh y los demás
niños no se pudieran llevar bien, pero parecía que se agradaron lo suficiente. Josh
estaba sorpresivamente callado. No me había traído un regalo y se disculpó por
eso, pero le dije que no era para tanto; estaba feliz con que hubiera llegado. Traté
de empezar varias conversaciones con él, pero todas terminaban en callejones sin
salida. Le pregunté qué era lo que le pasaba, le dije que no comprendía por qué
las cosas se habían vuelto tan incómodas entre nosotros —nunca había sido así
antes—. Solíamos juntarnos casi todos los fines de semana y hablábamos en el
teléfono cada dos días. Le pregunté qué nos había pasado.
—Te fuiste.
Justo después de que dijera eso, mi mamá nos gritó desde la otra habitación que
era momento para abrir los regalos. Forcé una sonrisa y caminé hacia el comedor,
y ellos me cantaron «Feliz Cumpleaños». Había un par de cajas con envoltorio y
muchas tarjetas, dado que la mayor parte de mi familia extendida vivía fuera de
nuestro estado.
Los regalos eran tontos y poco memorables, aunque recuerdo que Brian me dio un
juguete de Mighty Max en la forma de una serpiente que conservé por muchos
años. Mi mamá había insistido con que abriera todas las tarjetas que me habían
mandado y que le agradeciera a todas las personas que me habían dado una,
porque hace muchos años, en Navidad, había roto los envoltorios y los sobres con
tanto fervor que había destruido la posibilidad de discernir quién me había
mandado cuál regalo, o cuál cantidad de dinero.
Separamos los que habían sido enviados en el correo de los que me habían traído
ese día, para que mis amigos no tuvieran que ser espectadores de los regalos de
personas que nunca habían conocido. La mayoría de las cartas de mis amigos
tenían un par de dólares en ellas, y las de los miembros de mi familia contenían
billetes más grandes.
Un sobre no tenía ningún nombre escrito en él, pero estaba en la pila, así que lo
abrí. La tarjeta tenía un patrón floral genérico por el frente, y estaba un poco sucia,
dando la impresión de que era una tarjeta que había sido recibida por alguien más,
quien ahora la estaba reciclando para mi cumpleaños. En realidad, apreciaba la
idea de que reutilizaran la tarjeta; siempre había pensado que las tarjetas eran
tontas.
«Te amo».
Quienquiera que me había dado esa carta, no había escrito nada en ella, pero
había remarcado un círculo alrededor del mensaje.
Ella me vio con los ojos entrecerrados, y luego dirigió su atención a la tarjeta. Me
dijo que no era de ella, y se veía jocosa cuando se la mostró a mis amigos,
observando sus expresiones para tratar de identificar quién había hecho la broma.
Ninguno de los niños dio un paso al frente, y mi mamá dijo:
—No te preocupes, cariño. Al menos ahora sabes que dos personas te aman.
—Bueno, creo que ese regalo pudo haber sido el ganador, pero tienes un par más
que te falta abrir.
Mi mamá deslizó otro regalo frente a mí. Aún estaba sintiendo los temblores de
risitas suprimidas en mi abdomen conforme rompía el papel colorido. Al ver el
regalo, ya no tenía ninguna necesidad para aguantar mi emoción. Mi sonrisa se
volteó mientras veía lo que me había dado. Era un par de walkie-talkies.
Los levanté, y todos parecieron aprobarlo, pero cuando capté la atención de Josh,
pude ver que se había tornado de una tonalidad enfermiza de blanco.
Entrelazamos nuestros ojos por un momento, y luego se dio la vuelta y caminó
hacia la cocina. Mientras lo veía marcar un número en nuestro teléfono fijo, mi
mamá me susurró al oído que sabía que Josh y yo no habíamos hablado mucho
desde que uno de nuestros walkie-talkies se había roto, así que pensó que esto
me gustaría. Fui invadido por un sentido de apreciación intenso hacia la
consideración de mi mamá, pero este sentimiento fue sobrecogido por las
emociones resucitadas de aquel recuerdo que me había esforzado tanto por
enterrar.
Cuando todos estaban comiendo pastel, le pregunté a Josh a quién había llamado.
Me dijo que no se estaba sintiendo bien, y le avisó a su papá que lo pasara
recogiendo. Entendí que se quería ir, pero le dije que deseaba que pudiéramos
juntarnos más. Extendí uno de mis walkie-talkies en su dirección, pero él lo
rechazó con su mano.
Desalentado, le dije:
—Bueno, gracias por venir, supongo. Espero que te pueda ver antes de mi
siguiente cumpleaños.
Parecía portar un mejor espíritu, y se disculpó por haber sido un aguafiestas. Dijo
que estaba cansado, que no había podido dormir muy bien. Le pregunté a qué se
debía eso cuando abrió la puerta en respuesta a la bocina de su papá. Se dio la
vuelta hacia mí y me gesticuló un adiós en tanto respondía mi pregunta:
Esa fue la última vez que vi a mi amigo, y un par de meses más tarde, se había
ido.
...
Ella había designado demasiada energía para mantenerme a salvo, tanto física
como psicológicamente... pero creo que los muros que pretendían aislarme del
daño, también estaban protegiendo su propia estabilidad emocional.
A medida que la verdad salió a flote la última vez que hablamos, pude escuchar un
estremecimiento en su voz que reverberaba el colapso de su mundo. No imagino
que mi mamá y yo seguiremos hablando mucho ahora, y aunque aún existen
ciertas cosas que no comprendo, creo que sé lo suficiente.
...
Después de que Josh desapareció, sus padres habían hecho todo lo que pudieron
para encontrarlo. Desde el primer día, la policía había sugerido que contactaran a
todos los padres de los amigos de Josh para verificar si estaba con alguno de
ellos. La policía había sido incapaz de proveer cualquier dato nuevo acerca del
paradero de Josh, a pesar del hecho de que habían recibido una llamada anónima
de una mujer que les rogaba que compararan ese caso con el caso de acecho que
había sido abierto hace seis años.
Ella visitaba a Veronica dos veces al día, una vez antes de su jornada de trabajo, y
una vez después. El día que Veronica murió, su madre salió tarde de su trabajo, y
para cuando llegó al hospital de su hija, Veronica ya había sido declarada muerta.
Esto fue demasiado para ella, y con el transcurso de las siguientes semanas, se
volvió más y más inestable. Con frecuencia, vagaba en la intemperie gritándole a
Josh y Veronica que regresaran a casa, y hubo muchas instancias en las que su
esposo la encontró merodeando mi vecindario viejo a la mitad de la noche —
pobremente vestida y buscando, desamparada, a su hijos—.
A raíz del deterioro mental de su esposa, el papá de Josh ya no podía viajar por su
trabajo, y comenzó a tomar trabajos de construcción de menor paga con tal de
estar cerca de casa. Cuando se dieron a la tarea de expandir mi viejo vecindario
aún más —alrededor de tres meses después de la muerte de Veronica—, el papá
de Josh aplicó a todas las vacantes disponibles y fue contratado. Él estaba
cualificado para liderar sitios de construcción, pero tomó un trabajo de personal
auxiliar para la construcción de marcos y la limpieza de los sitios, y todo lo que se
necesitara. Incluso aceptaba los trabajos ocasionales que se presentaban —podar
céspedes, reparar cercas—; cualquier cosa que evitara la necesidad de viajar.
Ejecutaron una poda del bosque en el área del afluente para transformar la tierra
en propiedad habitable. Al papá de Josh se le delegó la responsabilidad de nivelar
el terreno deforestado, y este proyecto le garantizaría muchas semanas se trabajo.
Al tercer día, llegó a un lugar que no podía nivelar. Cada vez que conducía encima
de él, se sentía más bajo que el terreno circundante. Frustrado, se bajó de la
máquina para visualizar el área. Estaba tentado a simplemente arrojar tierra en la
depresión, pero sabía que eso solo sería una solución estética y temporal. Había
trabajado en construcción por años, y sabía que, a veces, los sistemas de raíces
de los árboles grandes que son cortados se descomponen, causando debilidades
en el suelo que también se manifiestan en la superficie. Sopesó sus opciones y
optó por cavar con una pala en caso de que el problema pudiera ser resuelto sin
depender de una máquina que tendría que ser traía desde otro sitio de
construcción.
Y a medida que mi mamá describió en dónde era, supe que yo había estado en
ese lugar antes de que el suelo fuera perforado y antes de que fuera rellenado.
Hasta ese preciso momento, y a pesar de todo lo que la lógica hubiese indicado —
a pesar del hecho de que una pequeña y sofocada parte de él entendiera encima
de qué estaba parado—, este hombre creía, sabía, que su hijo estaba vivo.
Mi mamá recibió una llamada a las seis de la noche. Reconoció de quién era, pero
no logró entender qué era lo que le decía.
Arrastró su mirada hacia los ojos de mi mamá, y dijo: «No lo entiendo». Repitió
eso como si hubiese olvidado todas las demás palabras, y mi mamá aún lo podía
escuchar murmurándolo cuando caminó a su lado y dio un vistazo al agujero.
Ella me dijo que deseó haberse arrancado los ojos antes de ver hacia el cráter, y
yo le contesté que ya sabía qué era lo que estaba a punto de decir, y que no
necesitaba continuar. Observé su rostro y estaba expresando una mirada de una
desesperación tan marcada, que hizo que mi estómago se volteara. Me di cuenta
de que ella había sabido esto por casi diez años, y que había contado con que
nunca me lo tuviera que decir. Como resultado, nunca había entrelazado las
palabras apropiadas para describir lo que vio, y mientras estoy sentado aquí,
afronto la misma dificultad de articulación.
Josh estaba muerto. Su rostro se había hundido y contorsionado de tal manera
que era como si la miseria y la desesperanza de todo el mundo hubiesen sido
transferidas a él. El olor agresivo del deterioro se elevó desde la cripta, y mi madre
se tuvo que cubrir su nariz y boca para impedir que vomitase. La piel de Josh
estaba agrietada, casi reptiliana, y un flujo de sangre que surcaba estas líneas se
había secado sobre su cara después de haberse acumulado, y también había
manchado la madera alrededor de su cabeza. Sus ojos se preservaban
semiabiertos, fijados hacia arriba. Mi mamá dijo que, por su aspecto, no había
muerto desde hace mucho, y el tiempo no le había conferido la piedad de la
degradación para eliminar el dolor y el terror que ahora estaban tallados en su
rostro. El resto de su cuerpo, sin embargo, no era visible.
Era grande y yacía boca abajo encima de Josh, y a medida que la mente de mi
mamá se ensanchó lo suficiente como para poder absorber lo que sus ojos
trataban de decirle, se hizo consciente de la relevancia de la manera en la cual
reposaba.
Cuando el sol pasó a través de los árboles, la luz se reflejó en algo adherido a la
camisa de Josh. Mi mamá se encorvó en una rodilla para levantar el cuello de su
camisa a la altura de su nariz y poder bloquear el hedor. Al ver qué fue lo que
atrapó al sol, sus piernas la abandonaron y casi se cae en la tumba.
Su voz menguó cuando presionó su rostro húmedo en sus manos embarradas con
tierra:
—¡HIJO DE PUTA!
Agarró al hombre desde los hombros y lo arrojó hacia atrás hasta que lo había
levantado de Josh, sentándolo incómodamente, pero derecho, contra la pared de
la tumba. Observó al hombre y dio un paso hacia atrás.
—Oh Dios... Oh Dios, no. No, no, no... Dios, por favor... ¡DIOS, POR FAVOR, NO!
Era éter.
—Oh, Josh —se lamentó—. Mi niño... mi niño pequeño. ¿Por qué hay tanta
sangre? ¡¿Qué te hizo?!
Conforme mi mamá observaba al hombre que estaba boca arriba, supo que
encaraba a la persona que había acechado nuestras vidas por más de una
década. Ella se lo había imaginado tantas veces —siempre maligno y aterrador—,
y el llanto del papá de Josh parecía confirmar sus peores miedos. Pero mientras
se fijaba en su rostro, pensó que no se veía como quien se había imaginado; solo
era un hombre.
Debajo de su cuello, vio una herida tremenda en su piel, en donde la piel había
sido arrancada. Al principio, se sintió aliviada de que la sangre no había sido de
Josh. Quizá él había sufrido menos. Pero este consuelo fue breve una vez que se
dio cuenta de lo equivocada que estaba. Se llevó una mano a su boca y musitó,
casi como si tuviera miedo de recordarle al mundo lo que había sucedido:
—Estaban vivos.
Josh debió de haber mordido el cuello del hombre en un intento por liberarse, y a
pesar de que el hombre había muerto, Josh no pudo moverlo.
Comencé a llorar cuando pensé por cuánto tiempo estuvo atrapado Josh ahí.
Mi mamá revisó los bolsillos del hombre para encontrar algún tipo de
identificación, pero solo encontró un pedazo de papel. En él, había un dibujo de un
hombre sosteniendo la mano de un niño pequeño, y, al lado del niño, estaban
unas iniciales.
Mis iniciales.
Después de que el papá de Josh acostó a su hijo con delicadeza sobre la tierra
suave, empezó a presionar su mano gentilmente contra el pantalón de su hijo para
palpar sus bolsillos, y escuchó una arruga. Con cuidado, recuperó un pedazo de
papel doblado del bolsillo de Josh. Lo escudriñó, pero se irritó. Ausentemente, se
lo pasó a mi madre, pero ella tampoco lo reconoció.
Ella me dijo que era un mapa, y sentí que mi corazón se fragmentó. Josh estaba
terminando el mapa; esa tuvo que haber sido su idea para mi regalo de
cumpleaños. Y deseé, fútilmente, que no hubiese sido secuestrado mientras lo
expandía, como si eso fuese a importar ahora.
Ella escuchó al papá de Josh gruñir y lo vio empujando el cuerpo del hombre en la
tierra. A medida que caminó hacia la máquina con la que había encontrado ese
lugar, puso su mano en un bote de gasolina y se detuvo con su espalda hacia mi
mamá.
—Deberías irte.
Fue como si decirlo en voz alta lo obligara a aceptar lo que había pasado, y se
desmoronó al suelo entre lágrimas. Mi mamá no pudo pensar en nada que decir, y
solo se mantuvo en silencio hasta que finalmente le preguntó qué era lo que iba a
hacer con Josh.
...
Cuando mi mamá dio un vistazo hacia atrás, habiendo llegado a su auto, pudo ver
humo negro ondulándose y neutralizando el ámbar del cielo. Y ansió, contra todas
las esperanzas, que los padres de Josh estuvieran bien.
Abandoné la casa de mi mamá sin decir mucho más. Le dije que la amaba, y que
hablaría con ella pronto, pero no sé lo que esa palabra implica para nosotros. Me
subí a mi auto y me fui.
Ahora entiendo por qué los eventos de mi infancia se habían detenido desde hace
años. Como un adulto, ahora veo las conexiones que se perdieron en un niño que
tendía a ver el mundo en capturas en vez de secuencias.
Traté de no pensar acerca del hombre y de lo que le hizo a Josh por más de dos
años.
Te extraño, Josh. Me disculpo por que me hayas elegido, pero siempre atesoraré
mis recuerdos contigo.
Fuimos exploradores.
Fuimos aventureros.
Fuimos amigos.
EL CERDO TE EXPLICA
La historia comienza con GLOBOS, siendo la primera vez que el acosador
estableció contacto con el protagonista. Lo conoció por medio del Proyecto Globo.
Él fue el adulto que encontró el globo del protagonista. Después de eso, le mandó
alrededor de 50 fotografías dejando evidencia de cuánto lo había seguido (a él y
su mamá) durante todo ese año de kínder. Cuando Josh y el protagonista crearon
su puesto de granizados, el acosador se mostró por primera vez y compró un
granizado con el dólar que decía "PARA LAS ESTAMPILLAS". Más tarde ese día,
el acosador observó a Josh y el protagonista hasta que se fueron a jugar a la fosa;
entonces les tomó fotografías desde los arbustos que sonaron como un robot. Al
final, llegó a la casa una segunda vez para dejar el sobre con el que termina la
historia.
Y ahora tenemos CAJAS, cuando el protagonista tiene diez años. Esta vez, es
Josh quien hace contacto con el acosador. Se descubre que el acosador se quedó
a vivir en la casa del protagonista incluso después de que se mudaron (ha vivido
ahí por alrededor de cuatro a cinco años). Duerme en el cuarto del protagonista y
lo decoró con fotos Polaroid de él. Al final, utiliza el walkie-talkie que Josh dejó
botado para darle a entender al protagonista que fue él quien secuestró a Cajas y
se lo llevó a la casa vieja para tenerlo de mascota. Esto quiere decir que Cajas
nunca escapó. El acosador sabe en dónde vive el protagonista actualmente y fue
a su casa mientras la mamá y él viajaron a la casa de Josh.
Al igual que con doña Maggie, el antagonista asesina a todo aquel que se acerca
al protagonista.
¿Recuerdan Pisadas?
En amigos es donde toda la historia se vincula. Puedo expandirme aún más, pero
eso se los dejaré a ustedes. La explicación de toda esta larga historia culmina así:
Raptó a Josh para hacerle todas las cosas que nunca se atrevería a hacerle al
protagonista. Raptó a Josh para violarlo y para abusar de él; para convertirlo en su
pareja. Josh y el protagonista eran muy similares físicamente y en sus
personalidades, así que disfrazó a Josh. Lo hizo ver como el chico del que estaba
enamorado. Le pintó el pelo y lo vistió con la ropa del protagonista, aquella que
abandonó cuando se mudó de la casa vieja.
Finalmente, utilizó a Josh para hacer lo que nunca le podría hacer al amor de su
vida: asesinarlo. Josh se había hecho grande y cruzó la edad en la que el
antagonista lo consideraba atractivo. Los pedófilos tienen sus gustos, y en este
caso el límite era quince/dieciséis años. A esa edad, ambos morirían, porque el
antagonista no quería seguir viviendo si el amor de su vida dejaba de ser un chico.
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