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MARTÍN KOHAN

E l país de la guerra

'ETE%A CADENCIA
E D I T O R A
Hacemos la guerra a través de l a historia.
M I C H E L F O U C A U L T , Genealogía del racismo

T o d a la historia argentina es u n a historia m i l i t a r .


E Z E Q U I E L M A R T Í N E Z E S T R A D A , Radiografía de la Pampa

L a guerra, que siempre mantuvo el mito de la acción decisiva


de los grandes hombres, le revela a l observador preciso todo
lo contrario. L o s grandes hombres no hacen la historia.
J A C Q U E S R A N C I E R E , Política de la literatura

Nos hemos acostumbrado al m i l i t a r i s m o integral de


la moderna nación-Estado, en sus niveles más formales y oficiales.
No debe sorprendernos que se haya extendido contaminando
a toda la sociedad.
\D W I L L I A M S , Hacia el año 2000

V i n c u l a d o por sus raíces a esta pasión por la eternidad, el amor


por la patria solo se manifiesta plenamente en l a prueba de la guerra.
R A C H E L B E S P A L O F F , De la ¡liada

C u a n d o leemos la ¡liada, nos vemos obligados a constatar


que se trata de una sucesión ininterrumpida de masacres. Pero en
( I movimiento de la cosa como poema, esa situación no se presenta
con rasgos bárbaros, sino heroicos y épicos [...]. E n esa m i s m a
indiferencia nos instalamos el leer l a ¡liada, porque e l poder
de la acción es más intenso que la sensiblería m o r a l .
A L A I N B A D I O U , El siglo
Para Onganía, se habrá notado, la patria nació, como cualquier
grupo, de u n antagonismo que suele llamarse "guerras de la
independencia". Y como nació de u n antagonismo, los militares
H I S T O R I A D EUNA DERROTA
tienen u n papel preponderante en su engendramiento [...].
Insinúa también que los militares de 1967 son los mismos
(o los descendientes de) los militares de 1816.
D A R D O S C A V I N O , Rebeldes y confabulados

E n las escuelas argentinas El crimen de la guerra


debería ser u n libro de texto.
J O R G E L U I S B O R G E S , Diálogos (con Néstor Montenegro)

up< mgamos entonces que sí, que fue así: que en el comienzo fue
l.i guerra. Vamos a darles en esto la razón a ellos, a los otros, a
los que sabemos que no tienen razón. Vamos a suponer que es
Verdad esa premisa tantas veces esgrimida, siempre para mal,
• l« que la prestigiosa empresa de fundación de la nación le ha
locado ni más ni menos que al ejército. Que la patria se forjó así,
< n los campos de batalla, custodiando las fronteras, con el trazo
• le la espada. Vamos a suponer entonces que sí, que en efecto fue
MÍ* que en el comienzo fue la guerra. Y si se trata de un mito de
origen, como en efecto se trata, indagar en su verdad de hecho
i-, menos pertinente, a la vez que menos interesante, que inda-
f-.ii (ii su eficacia. La constatación empírica puede así quedar de
l.ul<»en esto, a favor de la consideración de la potencia de toda
111 \ i K ion de un comienzo; lo que cuenta es que persuade, que
i impone, que hace creer. Si en ese comienzo, el de la patria, se
llIiK .i a un soldado, y a ese soldado en una batalla, y a esa bata-
111 cu una gran guerra, y si con esa exacta matriz narrativa se
i urina una historia que es historia nacional, entonces la reali-
• 11.1 de los acontecimientos va a persistir, indefectible, pero va
I robra i lodo su espesor como materia de significación.
Pongámosle un nombre propio a esa historia; llamémos-
II poi qué no, Bartolomé Mitre. A l fin de cuentas no fue otro

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sino Mitre el que fijó las dos columnas principales con que ni intelectual; dijo narrador). T a n solo un escritor con el po-
empezó a levantarse el templo de la argentinidad. Fue Mitre der de destrucción de Osvaldo Lamborghini podía calibrar
el que señaló primero a Manuel Belgrano y después a José de el poder de construcción de los textos de Mitre.
San Martín, y los elevó al fulgor de un cielo patrio al que tan L a historia que Mitre compone es entonces una historia
solo accedería más tarde, y no con tanta plenitud, Domingo monumental, integral, heroica; una historia estatal y nacio-
Faustino Sarmiento. Los dueños de los feriados nacionales, de nal (incluso cuando el Estado y la nación se buscaban todavía,
la mayoría de las estatuas sitas en plazas centrales, de los him- se tanteaban todavía). Y esa historia que escribe es por fin, en
nos, de las marchas, de los nombres de calles y plazas o par- más de un sentido, una historia de guerra. L a guerra es un fac-
ques, por largo tiempo los figurantes absolutos en el diseño de tor determinante en esta historia, y no solamente en la medida
los billetes, los tres padres creadores (de la bandera, de la patria, en que los ejes de la historiografía moderna tienden a apoyar-
del aula). Fue Mitre el que atinó a contar la vida de Manuel s e siempre en lo bélico y en lo político, según contribuyeron a
Belgrano, y con ella la historia de la independencia argenti- evidenciar, con un fuerte afán de desnaturalización, la Escue-
na, en 1857, y en 1882 la vida de San Martín, y con ella la la de los Annales en Francia o el New Historicism norteame-
historia de la emancipación sudamericana. Con esas dos his- ricano. E n Mitre se subraya la guerra por demás, tanto en la
torias monumentales erigió dos monumentos, y permitió que elección y en el recorte de los respectivos paladines como en
empezaran a ser, a su manera cada uno, y complementándose l.i disposición en la escritura de los núcleos de tensión narrati-
el uno al otro, lo que ya nunca dejarían de ser: los dos héroes va. De todo lo Cual resulta, como no podía ser de otra manera,
nacionales por excelencia. una inflexión peculiar para el relato de la historia nacional,
Las consecuencias de tamaña empresa narrativa empeza- para la fundación de su mito de origen, para el trazado de un
ron a apreciarse, y también a discutirse, ya entre sus contem- modelo de identidad posible.
poráneos. L a de Mitre es una historia orgánica, integradora, Cuando Mitre establece por ejemplo que San Martín
total (un gran relato, el gran relato de la argentinidad, en el bosqueja con su espada las grandes líneas de la geografía
sentido cabal de la expresión). Y es también una historia de política de Sud América, y las fija para siempre" (I, 89), cifra
héroes, es decir, de grandes hombres, de sujetos converti- y c ondensa su procedimiento narrativo entero. E l dibujo del
dos en agentes del destino y del tiempo inexorable. Es una contorno de la nación, lo que es decir la configuración espa-
historia diseñada en escalas diferentes, sucesivas: la escala »tal de la nación misma, y aun de su inserción en el continen-
personal, la escala regional, la escala nacional, la escala con- i« , es directo resultado de la gesta militar. L a patria se engen-
tinental. Es el relato total que una identidad nacional pue- ¡ 11 .i en una guerra, la guerra de la independencia, y el acento
de requerir, como dispositivo político, para cobrar forma y marcial de los acontecimientos prevalece sobre el eventual
para perdurar en el tiempo, para fabular su surgimiento no • neomio de la gesta cívica o la consideración del proceso po-
menos que su futuro. No es casual que alguna vez Osvaldo ln ico de una organización del Estado. L a patria nace en la
Lamborghini haya destacado a Bartolomé Mitre como uno guerra y su partera es la victoria. Por eso, o para eso en rea-
de los más grandes narradores argentinos de todo el siglo lidad, Mitre distingue de entre una galería posible de cele-
N i N (no dijo historiador, ni hombre de letras, n i publicista, bl idades argentinas, a los dos proceres a los que biografía y

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canoniza: a Manuel Belgrano, el c i v i l que supo devenir en trasciende las fronteras, las fija pero también las desborda (y
militar, y a José de San Martín, nuestro único militar de por eso Mitre escribe y titula: Historia de San Martín y de la
carrera, nuestro único militar de verdad en ese momento, emancipación sudamericana).
que acabaría presidiendo desde lo más alto el panteón de De este modo, la guerra de la independencia adquiere una
los héroes nacionales. impronta que es por lo menos doble. Antes que nada es gue-
E n el comienzo, pues, fue la guerra. Con un preludio, si rra anticolonial, es guerra contra España y su imperio en estas
se quiere, o una suerte de prehistoria latente, que fue el re- tierras; pero luego, de inmediato, es también guerra del don:
chazo de las invasiones inglesas en 1806 y 1807, mezcla de la libertad que se conquistó en los campos de batalla es lleva-
guerra defensiva y proeza de guerrilla c i v i l (podría así tra- Ja a los otros países del continente, y el potencial libertador
zarse un arco bélico que abarcase desde la invasión de los in- argentino se eleva a la condición superior de Libertador de
gleses en 1806-1807 a la invasión a los ingleses, esto es, la América. E l cruce de la cordillera de los Andes, contemplado
invasión a las islas Malvinas en 1982; una y otra como épica en lo específico como parte de una campaña de guerra, asu-
de resistencia antiimperialista). L a guerra de la independen- me así su carácter esencial: la nación que surge de la guerra y
cia, desmembrada de un proyecto efectivo de fundación de obtiene con esa guerra su libertad, lega después esa libertad
Estado (que es lo que sostiene, en cambio, la heroicidad de a las otras naciones del continente. Con la guerra de la inde-
George Washington en Estados Unidos) y matizada en cuan- pendencia, tal y como la cuenta Mitre, se funda no solamen-
to a un carácter propiamente libertario (que es lo que sostiene i« la entidad histórica de lo argentino, sino también un pacto
en cambio la heroicidad de Tiradentes en Brasil), sanciona «le fraternidad continental cuya operatividad se prolongará
el culto patriótico de Belgrano y San Martín, instrumentado i n e l tiempo. E n el mito de origen existe entonces una liber-
principalmente como proyecto estatal oficial (a diferencia de tad ganada para la patria, pero también una libertad donada
la fuerte imbricación con los cultos populares que se verifi- para las patrias hermanas.
ca por ejemplo en el caso de Simón Bolívar en Venezuela). ()ponerse a la narración de Mitre, impugnarla, rechazar-^
L a guerra, una guerra anticolonial. Una guerra de expulsión la, desmentirla, es sin dudas menos laborioso que afrontar
más allá de las fronteras, que sirve por eso mismo para trazar MI desarticulación. Una negación completa y frontal, pero
esas fronteras (ese bosquejo a punta de espada del que habla < ii definitiva exterior, puede ser encarada por lo pronto por
Bartolomé Mitre). E l héroe militarizado, que es Belgrano, y 4 M a l q u i e r a de los arrebatos del revisionismo histórico (que
el héroe militar, que es San Martín, se suman y se completan; M " < »bstante, aunque denuesten a Sarmiento y reclamen por
y lo que en Belgrano es declive de victorias en derrotas, se re- I' • isas, dejan significativamente siempre en pie a San Mar-
cupera como victoria plena bajo el mando de San Martín. E n 1111 y con él, al fundamento bélico de la fábula de origen de
ese agregarse, sin embargo, en ese mutuo complementarse, 11 .ngentinidad). Es más arduo, en todo caso, pero también
hay todavía algo más: Belgrano se desempeña en lo funda mas valioso, el intento de descomponer ese gran relato que
mental dentro de las coordenadas territoriales de lo propio Muí e compuso, desarmarlo con la misma constancia con que
(por eso Mitre escribe y titula: Historia de Belgrano y de la in rl lo armó; revertirlo, hacerlo implosionar, lastimarlo des-
dependencia argentina); San Martín, por su parte, va más allá, ili adentro hasta hacer que ya no pueda sostenerse. Cuando

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Roberto Espósito distingue lo impolítico de lo apolítico o de Pero la impronta de la guerra como dominante narrativa de
lo antipolítico, lo hace señalando precisamente esa clase de la historia no se ve discutida por Alberdi tan solo en cuanto al
diferencia: la que existe entre una impugnación meramente peí nicioso influjo que puede tener sobre la política de gobier-
exógena y todo lo que, inscripto en el borde interno de aque- n o de Mitre a mediados de la década de 1860, sino además,
llo mismo que cuestiona, lo lleva al límite hasta evidenciar más allá de esa coyuntura y en un sentido verdaderamente
su propia imposibilidad. Si alguien ha conseguido hacer eso más amplio, sobre la concepción de lo político en general. E l
con el monumento narrativo de Mitre, es Juan Bautista A l - limdamento de la guerra influye sobre la disposición de una
berdi. Parece insuficiente señalar en los textos de Alberdi I H i t a clase de gobierno, sanciona una cierta clase de poder:
una crítica de Mitre o una polémica con Mitre; hay más que I >c la guerra es nacido el gobierno de la espada, el gobier-
eso: Alberdi parece haber detectado cada uno de los puntos ne > militar, el gobierno del ejército, que es el gobierno de la
de apoyo del relato histórico de Mitre, y es ese preciso saber fuerza sustituida a la justicia y al derecho como principio
de la construcción lo que le va a permitir encarar su disolu- Ai .mtoridad" (CG, 8). L a guerra inscripta en el lugar sim-
ción. Y el nudo principal que percibe y ataca, el núcleo que I ><»I ico del Génesis patrio predispone al gobierno despótico,
hostiga para poner en cuestión el conjunto, es ni más ni me- 111111 be o impide el ejercicio de un gobierno libre. L a guerra

nos que la guerra. ¡•i • i igiada por la versión dominante de la historia nacional
Una guerra del presente, la del Paraguay, dispara en Alber- i f .olamente respalda entonces la adquisición y la pres^er-
di la discusión con el relato de las guerras del pasado. Alberdi • Ilion del poder político, sino que alienta la disposición de
viene discutiendo la Historia de Belgrano de Mitre a partir de u n i i | ) o de poder en particular, uno que no parece posible
1865 y escribe El crimen de la guerra en 1869 (las respectivas Ino icpudiar.
publicaciones, como se sabe, serán postumas; tales textos pu- I a guerra es una manera de entender las cosas: es eso lo
dieron concebirse y redactarse, pero no darse a conocer, en ese U i l i Alberdi advierte como lector de las historias de Mitre,

momento; y ese destiempo, que es también una descolocación, lulos los argumentos que infatigablemente esgrime en con-
define en gran medida la situación intelectual de Alberdi). H i de la guerra ganan su pleno sentido como derivaciones de
Hay un uso político de la guerra por parte de Mitre, un inten- I i iHnoria premisa. Argumentos de variada contundencia:
to de capitalizar en el presente ese reservorio de valores del MMi la guerra por sí misma es un crimen, para empezar; que
pasado, y Alberdi lo denuncia desde un comienzo: "Mitre ha Ni) puede servir a la justicia y que no existe una guerra justa
hecho de Belgrano una historia de candidatura, una biografía • - p i o l a que sirve para defender la propia vida, tal como
electoral, un pedestal para mostrarse y pedir votos de limosna IM tu i e con los individuos); que su costo económico es muy
en nombre del santo de su fingida devoción" ( P M , 183). Esc lu t i l í n v su efecto es paralizador; que las guerras nacionales se

gar de enunciación determina lo que va o no va a decirse, ) i (•• • l< .ni .in e n guerras civiles; etc. Ese repertorio de razones
que hay "una historia que Mitre no hará, porque no es agí .i M I I- la discusión puntualmente antibelicista, y despliega
dable, ni da votos para la presidencia" ( P M , 67). L a guerra | • i l i h l n I I , i l « anee e n la medida en que su punto de partida es

sada tiñe así, como mito de origen, ese presente polít ico, qu< Mili la I ' I M i I . I t <importa ante todo una cosmovisión: algo más

es también de guerra y que Mitre está tratando de legil I I I I . H •IIi* n n . i .i« < i o n que s e lleva a cabo en el mundo: una manera
de interpretar el mundo; algo más que una decisión que moto- sociedad entera y la impregnan con su impronta: " L a Amé-
riza una sociedad: una manera entera de organizar la sociedad. rica del Sud es la tierra clásica de la guerra, en tal grado que
Y hay un aspecto más que se agrega, o que fija más bien ha llegado a ser allí el estado normal, una especie de forma
un principio: que la guerra determina una manera de narrar. de gobierno, asimilada de tal modo con todas las fases de su
Si narrar es dar sentido, como sabemos por Hayden White, si vida actual, que a nadie se le ocurre allí que la guerra pueda
la interpretación no es algo que se agregue a los relatos sino ser un crimen" (CG, 46/7). Y también: " L a guerra trae consi-
algo que los propios relatos hacen al conectar y derivar, al go la ciencia y el arte de la guerra, el soldado de profesión, el
disponer causas y efectos, Alberdi toca una fibra decisiva ad- cuartel, la caserna, el ejército, la disciplina, y, a la imagen de
virtiendo que al contar la historia en clave de guerra, y por este mundo excepcional y privilegiado, se forma y se amolda
el hecho de contarla en esa clave ante todo, Mitre está deci- poco a poco la sociedad entera" (CG, 31).
diendo una tipología narrativa determinada. "Una vez glori- Alberdi parece entenderlo mejor que nadie; mejor inclu-
ficado el crimen de la guerra", plantea entonces, "los señores so que el ejecutor narrativo del propio procedimiento, que es
de las naciones han hecho de su perpetuación el tejido de su sobre todo Mitre. L a guerra, es decir: la santificación de los
vida". Y concluye: "De ahí resulta que la historia, constitui- guerreros, la sanción de valores bélicos, la composición en
da en biografía de los reyes, no ha sido otra cosa que la his- clave de guerra del relato de la historia nacional, la invención
toria de la guerra" ( P M , 25). Y en otra parte, más en lo parti- de un origen que resuelve que sí, que en el comienzo fue la
cular: "Cuando la República Argentina, o sus historiadores, guerra; todo eso, reunido y potenciado, acumulado y super-
adjudican a sus grandes militares todo el mérito de la inde- puesto, acaba por dar forma a la sociedad entera, acaba por
pendencia de ese país, fuera del falso papel que les hacen ha- moldearla en su conjunto, atraviesa por fin todas las fases de
cer delante de los que estudian y comprenden la historia, le su vida, define su estado normal. Alberdi lo comprende, lo
hacen otro daño más grave, ocultándole el origen verdadero denuncia y se propone revertirlo. No se le escapa, por supues-
de su independencia y la garantía más poderosa de su defen- to, el alcance de ese afán, precisamente porque nadie ha per-
sa y sostén, que no son otros que el interés y la acción de E u - cibido como él lo hondo que puede calar la máquina narra-
ropa" ( P M , 34). i iva de la guerra en el diseño de la sociedad y de la identidad
Contar la historia como historia de guerra, poner a la gue- argentina. Dice así: " L a guerra entra de tal modo en la com-
rra en el origen y hacer de ella un fundamento, no puede de- plexión y contextura de la sociedad actual, que para suprimir
jar de traer consecuencias. Mitre puede precisarlo en lo más la guerra sería preciso refundir la actual sociedad desde los
inmediato, para justificar en la política su propia iniciativa de I unientos" (CG, 147). Y extiende esa consideración al plano de
guerra, pero su necesariedad es previa y sus consecuencias se la literatura, otra vez abarcando un todo: "Toda la poesía es
derraman mucho más allá del momento presente. Alberdi de guerra, toda la literatura argentina es la expresión de su
se ocupa de calibrar exactamente eso: lo que el señalamiento historia militar" (CG, 54). Por lo tanto concluye, en lo que a
de un epicentro bélico supone para la sociedad entera, aun en la literatura argentina respecta, que " l a poesía de la paz ne-
tiempos de paz. L a exaltación de la guerra y el consecuente cesita u n Cervantes de la América del Sud, para purgarla,
culto de la gloria militar se vuelven cultura, recorren pues la por la risa, de la raza de Quijotes y de Sanchos, que lejos de

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crear la libertad a fuerza de violencia, es decir, por la tiranía Sudamérica, lo que se dice cuando se dice Argentina o cuando
de la espada, no hace más que precipitar esa parte del mundo se dice nación. Alberdi concibe un mapa que no deja de i n -
en la barbarie" (CG, 55). cluir las cuatro provincias del norte como provincias interio-
Alberdi reclama un Cervantes, Alberdi pide parodia. res argentinas. Y esa inclusión, esa otra delimitación, cambia
Porque entiende que al gran relato de la argentinidad, con- (para Alberdi, recupera) el sentido primordial de esas campa-
tado como historia de guerra, hay que desgastarlo en sus pro- ñas de guerra. Su propósito no era otro que la liberación de un
pios términos y desde sus propios términos, subrayándolos territorio propio: " L a Junta no decretó ni pudo decretar jamás
hasta el punto de volverlos en contra de sí mismos. No redacta una campaña al derredor de la América del Sud. Habría sido
una parodia, sin embargo, ni tampoco una sátira a la manera loco un decreto semejante [...]. Que las campañas de Belgra-
de El gigante Amapolas; pero sí un contrarrelato que hace fun- no en el Alto Perú, no tuvieron más objeto que proteger las
cionar los mismos motores narrativos de que se había valido provincias interiores argentinas, conocidas bajo el nombre de
Mitre, solo que puestos en reversa. Alberdi advierte que a esa Alto Perú, lo declara el proceso mismo formado a Belgrano,
clase de narración, no menos que a la propia sociedad, hay que después de Ayohuma y Vilcapugio" ( P M , 136).
refundarla desde los cimientos. Y es lo que hace, reescribiendo E l argumento de Alberdi, el mapa que redibuja, despoja
las historias de Mitre de tal manera que, con sus mismos com- .1 aquellas campañas de cualquier carácter continental. Y esto
ponentes, el signo de sus valoraciones se da vuelta y el efecto vale para Belgrano no menos que para San Martín. Alberdi
de su enunciación se desbarata. Es, otra vez, una historia de no solamente debilita el carácter argentino de esas empresas
guerra. Pero resignificada hasta volatilizar su propósito de dar bélicas, notando por caso que la bandera azul y blanca presi-
sustento a un modelo de argentinidad. dio nada más que una sola victoria, que fue la de Salta, o di-
E n el comienzo fue la guerra: la guerra de la independen- ciendo que San Martín curiosamente "empezó por defender a
cia. Alberdi reconoce su legitimidad, es un caso de guerra jus- los españoles y acabó por defender a los chilenos y peruanos"
ta. Pero si hay algo que le da su sentido es el bosquejo de un ( P M , 165). L o que procura ante todo es desmentir la opción
mapa, un trazado de fronteras, un despliegue de ocupaciones de una extensión sudamericana y circunscribir tales acciones
y desocupaciones territoriales, un juego de avances y de ex- aun espacio siempre propio. Para Alberdi nunca existió, por
pulsiones cuyo resultado es la libertad. Y Alberdi, captando lo lauto, una gesta continental, ni en Belgrano ("Mitre da a
lo esencial de ese fundamento, ataca precisamente el punto. Belgrano más papel que el que tuvo, pues le hace el repre-
Alberdi cuenta la misma historia pero con otro escenario, la i mante de un mundo que en su mayor parte ni le conoce.
misma guerra pero con otro mapa, y así modifica su sentido I l.iblad de Belgrano en México, en el Brasil, en las repúbli-
de manera decisiva. Con el mapa bosquejado a punta de espa- I M de Colombia, y no sabrán quién es" [ P M , 136]) ni en San
da. Mitre narraba una guerra anticolonial de liberación del Martín ("San Martín, según Mitre, es el representante de la
continente (un servicio fraternal concedido por la dispendiosa pi i >paganda revolucionaria en toda la América del Sud por
Argentina). Alberdi sin embargo empieza visualizando otro medio de las armas. ¿Qué entiende por América del Sud,
mapa. Y ese otro mapa altera radicalmente la expresión te- este miembro de tantas sociedades geográficas? E l Brasil, el
rritorial de lo que se dice cuando se dice continente o se dice Paraguay, Montevideo, Bolivia, Venezuela, Nueva Granada,

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Guatemala, México, la mitad del Perú, la mitad del Ecuador, Libertador de América argentino. No lo es Manuel Belgrano,
la mitad de la República Argentina, nada deben a San Mar- por supuesto, pero tampoco San Martín: "¿Dónde está la ini-
tín directamente. ¿Propaganda por quién? L a Junta no tuvo ciativa de San Martín? Vino a América y tomó servicio de su
la quijotada de tomar a su cargo la América del Sud, sino el causa, el año 12, dos años después de iniciada la revolución en
Virreinato argentino. De este modo se trataba; a esto salían los 1810, por Belgrano. Pasó a Chile en 1817, siete años después
ejércitos de Buenos Aires: a las provincias. ¿Por qué y para qué de la revolución del 18 de octubre de 1810 contra España.
se fue a Chile y al Perú? Para ir a las provincias argentinas del Venció en Chacabuco y Maipú cinco años después que Bel-
Alto Perú y nada más" [ P M , 79]). grano venció en Tucumán y Salta. Pasó al Perú en 1821, ocho
Aquella guerra, la que engendró a la patria, es ya otra gue- años después de la revolución del Cuzco y de Tacna contra
rra. L a épica dadivosa del que derrama la libertad se desacti- los españoles. Llegó su tropa hasta el Ecuador, años después
va: no hubo tal cosa. N i Chile ni Perú eran un objetivo, sino de la revolución de Quito. Si no fue el que inició la revolu-
un camino. L a dimensión continental se restringe a una di- ción, tampoco le tocó acabarla, pues fueron Bolívar y Sucre,
mensión nacional, provincial. Nadie entonces nos debe nada. los que, en 1825, echaron a los españoles de las provincias ar-
L a misión de San Martín era "la de libertar el suelo argentino gentinas, y del Callao en 1826. San Martín había ocupado a
y nada más" ( P M , 158). Ninguna exportación de la libertad, Lima abandonada por Laserna" ( P M , 160).
por lo tanto. L a guerra donativa que dejaba narrada Mitre, y L a reversión del relato bélico que Mitre había diseña-
que le concedía a la Argentina un lugar de benefactora, pero do para componer una imagen de la argentinidad toca aquí,
también, y por eso mismo, de superioridad respecto del resto a cargo de Alberdi, un punto crítico nodal. Aquella guerra
de América del Sur, empieza a desvanecerse bajo la reformu- victoriosa, narrada así, deviene derrota. Por empezar, por no
lación que encara Juan Bautista Alberdi. Reorientada en sus haber servido para alcanzar su propósito primordial: destruir
propósitos y recortada en sus alcances, esa guerra ya no pue- el gobierno español en América (eso sí se consiguió) con el fin
de encajar en el relato consagratorio que disponía primero un PC constituir un poder americano independiente (esto no se
gran capítulo sobre la adquisición de la libertad y luego otro Consiguió, "quedó sin realizarse", sigue pendiente aun en el
gran capítulo, mayor aun, sobre la exportación de esa libertad. momento en que está escribiendo Alberdi). Pero la figuración
Esta versión del relato de guerra cae, y cae por la corrosión, de una derrota reposa en un criterio propiamente territorial,
según lo ideaba Alberdi, de sus propios cimientos. L a aceitada V no únicamente político: al subrayar que el objetivo esencial
complementación de la campaña de Belgrano y la campaña de aquella guerra era el de liberar las provincias argentinas
de San Martín, con la consecuente potenciación de la "inde- del Alto Perú, Alberdi obtiene la evidencia de un fracaso más
pendencia argentina" en una "emancipación sudamericana", bien elocuente. Es preciso ver esa guerra como un revés, toda
se desarticula, o más bien se reconvierte en una suerte de in- \ / que esas provincias se perdieron. E l resultado de la guerra
sistencia: un primer intento de liberar las cuatro provincias • una disminución territorial, es decir, una pérdida y no una
del norte argentino, y luego un segundo intento de hacer eso ganancia: "Dice Mitre que la acción de esta revolución inter-
mismo, si bien por otra vía. De esa empresa duplicada, en los na fue local y no se extendió a la circunferencia. Que mida la
términos a los que Alberdi la acota, no puede emerger ningún I I I cunferencia actual del país, y verá que le falta la mitad del

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territorio arrebatado por la revolución concéntrica" ( P M , 133). Pero encuentra su mayor potencia crítica en la reversión del
Alberdi detecta bien ese segmento en el que la historia como relato de guerra, al que agrega otro argumento decisivo: esa
acontecimiento (la realidad de los hechos sucedidos) y la his- guerra de liberación nacional que se libra en contra de la do-
toria como narración (lo que luego se escribe para contar esos minación de la colonia, se traduce como guerra de conquista:
hechos) se entreveran para encubrir o disimular la verdad de como intento de invasión. Conquista de las provincias inte-
una misma pérdida: "Poco a poco los escritores e historiado- riores a manos de la expansiva Buenos Aires, en el más acá de
res de Buenos Aires dieron en desargentinizar las provincias las fronteras;pero también un avance más allá de las fronte-
argentinas del Alto Perú; hasta que Bolívar las libertó de los ras, concretamente sobre el Paraguay. E n esto sí puede M i -
españoles en 1825, y entonces con doble razón Buenos Aires tre pretender que existe un precedente en Manuel Belgrano,
se guardó de recordar que esas provincias argentinas def norte pero es un precedente finalmente desdoroso: "Belgrano, el
habían sido emancipadas por Colombia" ( P M , 134). mas sincero y franco de los jefes de esas expediciones, habla
L a historia de la guerra se torna así historia de una derro- de la conquista del Paraguay como objeto de esa campaña"
ta. Derrota paradójica, en realidad, ya que resulta en lo esen- ( P M , 99). Y también: " L o que Buenos Aires hizo al principio
cial de una serie de combates ganados. Maipú, por ejemplo: tic la revolución, enviando un ejército para someter al Para-
"Esa batalla es el gran título de la gloria de San Martín. Ella guay a su autoridad, invitándolo en 1825 a que enviase d i -
libertaba a Chile, pero dejaba siempre a los españoles en pose- putados al congreso nacional argentino; lo hizo en 1842 bajo
sión de las provincias argentinas del norte" (CG, 52). No se tra- R«>sas y lo hace hoy bajo Mitre" ( P M , 94).
ta en rigor de una victoria pírrica, una victoria que no pueda Ultima inflexión de la corrosión narrativa emprendida
no desencadenar una derrota ineluctable en consecuencia. Se p o r Alberdi: la guerra anticolonial contada por Mitre se con-
trata de algo distinto: de una victoria que, considerada bajo vierte en la denuncia de una guerra de conquista, según pun-
una mirada diferente, se revela derrota. Esa misma guerra, 11 I.I I iza Alberdi citando nada menos que a Belgrano. L a justi-
triunfal en el relato de Mitre, es derrota en el contrarrelato j I I de una guerra sostenida en el rechazo de una dominación
de Alberdi. No se trata de ganar pero después perder; se trata de 11111 >crial, naufraga en la versión opuesta, la de una guerra que
un modo de ganar que ahora se descubre como un modo de procura la injusta imposición de una dominación en última
perder: "Hay en el mundo países que han agrandado su terri- 11 istancia análoga. Apuntando al lugar exacto en que un relato
torio por la guerra, el Río de la Plata ha perdido la mitad del ¡ ii • «rigen como el de Mitre predispone un formato determina-
suyo en poco más de medio siglo, por la espada de sus guerre- «I-» para una sociedad y para una identidad, Alberdi cuestiona
ros, siempre victoriosos" (CG, 169). la decisión de propiciar que sea la guerra la que imponga en
E n distintos momentos Alberdi va mencionando diver- I .«i su tono. A continuación, sin embargo, y aceptando con
sas antítesis posibles a la lógica bélica imperante en la histo- Irónica resignación esa alternativa ya existente, se dedica a
ria argentina y en la sociedad del presente: el cristianismo, el I0< avar su sentido y sus efectos. L a argentinidad queda fun-
comercio, las federaciones internacionales, el desarrollo de la d.id.i por lo tanto en una gesta de guerra y en una historia de
industria. De igual manera propone un héroe como Mariano guerra. Pero esa historia de guerra va a admitir dos versio-
Moreno en lugar del culto militarista de José de San Martín. nes narrativas por lo menos. E n una de ellas, la de Bartolomé

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Mitre, la Argentina nace en una guerra victoriosa, legitimada
por su carácter anticolonial, expandida continentalmente con
el sello tácito de la supremacía y el valor expreso de la gene-
rosidad. Todo eso sostiene el anuncio de un destino de gloria
para la nación. E n la otra versión, la que la disuelve y la re-
configura, la que Juan Bautista Alberdi esgrime, la Argentina
nace, si es que en la guerra, en una guerr^ de falsos triunfos L a guerra es aquello a partir de lo cual el discurso habla,

y pérdidas reales, en una guerra de dudoso afán de conquis- y al tiempo aquello de lo cual habla.
M I C H E L F O U C A U L T , Genealogía del racismo
ta, en una derrota apenas encubierta que deja en suspenso un
destino finalmente incierto: tan incierto como el orden polí-
E l contrato social por el que nacimos quizá se originó
tico que se esperaba de esa guerra, y que todavía entonces, a con la guerra [...]; salvándonos de la violencia pura,
mediados de 1860, no acababa de plasmarse. y de hecho mortal.
M I C H E L S E R R E S , El contrato natural

E l punto ciego en los bordes de lo político, punto ciego


para una filosofía que piensa la guerra como división
y el odio como envidia; olvidando que e l odio reúne.
J A C Q U E S R A N C I É R E , En los bordes de lo político

L a guerra determina e l desarrollo del i n d i v i d u o más allá


del individuo-cosa de la i n d i v i d u a l i d a d gloriosa del guerrero.
El i n d i v i d u o glorioso introduce, por medio de una negación
primera de la individualidad, e l orden d i v i n o en
la categoría del individuo.
G E O R G E S B A T A I L L E , Teoría de la religión

L a unidad de la Nación y su diferenciación d e l resto


de América son ambas hijas de la guerra. L a guerra
es la violencia fundacional de la república.
E S T E B A N B U C H , O juremos con gloria morir

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