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Derrida, Jacques - Psyché. Invenciones Del Otro
Derrida, Jacques - Psyché. Invenciones Del Otro
PSYCHÉ
INVENCIONES DEL OTRO
Derrida, Jacques
Psyché. Invenciones del otro.
1a ed. - Adrogué: Ediciones La Cebra, 2017.
816 p. ; 21,5x14 cm.
ISBN 978-987-3621-25-3
Editorxs
Javier Pavez y Cristóbal Thayer
Traductorxs
Mónica B. Cragnolini, Patricio Peñalver, Guadalupe Lucero,
Zeto Bórquez, Cristina de Peretti, Carmen Olmedo, Javier Pavez, Raymundo Mier, Analía
Gerbaudo, Sol Gil, Alejandro Madrid Zan, Cristóbal Thayer, Javier Tusso, Emmanuel Biset,
Marcela Rivera Hutinel, Emilio Velasco, Cristóbal Durán, Renata Prati
Tapa
Ana Asprea
Diagramación
Cristóbal Thayer
Psyché
Prefacio
Psyché. invenciones del otro
La retirada de la metáfora
Lo que resta a fuerza de música
Ilustrar, dice él…
Envío
Yo ― el psicoanálisis
En este momento mismo en este trabajo heme aquí
Torres de babel
Telepatía
Ex abrupto
Las muertes de Roland Barthes
Una idea de Flaubert. “La carta de Platón”
Geopsicoanálisis “and the rest of the world”
Mis chances*. Encuentro con algunas estereofonías epicúreas
La última palabra del racismo
No apocalypse, not now. a toda velocidad, siete misiles, siete
misivas
Carta a un amigo japonés
Geschlecht I. Diferencia sexual, diferencia ontológica
La Mano de Heidegger. (Geschlecht II)
Admiración de Nelson Mandela o Las leyes de la reflexión
Punto de folie. — maintenant la arquitectura
Por qué Peter Eisenman escribe tan buenos libros
Cincuenta y dos aforismos para un prólogo
El aforismo a contratiempo
Cómo no hablar. Denegaciones
Desistencia
Cantidad de sí(es)
Interpretations at war. Kant, el judío, el alemán
Índice onomástico
Psyché
Invenciones del otro
PREFACIO
La invención de Dios
(política de la investigación, política de la cultura)
Tenemos aquí una economía de la imaginación. Ésta tiene una
historia. El estatuto de la imaginación se desplaza, como se sabe,
en Kant y después de Kant, y esto no puede no afectar el estatuto
de la invención. Se asiste a una suerte de rehabilitación de la
imaginación, como imaginación trascendental o imaginación
productiva, de Kant23 a Schelling y Hegel. Esta imaginación
productiva (Einbildungskraft, como productive Vermögen, que
Schelling y Hegel distinguen de la Imagination re-productiva), ¿se
dirá que libera la inventividad filosófica y el estatuto de la invención
de su sujeción a un orden de la verdad teológica, a un orden de la
razón infinita, es decir a lo que siempre ya se encuentra ahí? ¿Se
dirá que interrumpe la invención de lo mismo según lo mismo y que
somete el estatuto a la interrupción de lo otro? No lo creo. Una
lectura atenta mostraría que el pasaje por la finitud, tal como es
llamado por esta rehabilitación de la imaginación, sigue siendo un
pasaje, un pasaje obligado, es verdad, pero un pasaje. No se puede
decir sin embargo que no pasa nada y que el acontecimiento del
otro esté ausente. Cuando, por ejemplo, Schelling se refiere a una
poética filosófica, a una “ilusión artística de filósofo”, a la
imaginación productiva como necesidad vital para la filosofía,
cuando, volviendo contra Kant lo que él hereda de Kant, declara que
el filósofo debe inventar formas y que “cada filosofía llamada nueva
debe haber completado una novedad en la forma (einem neuen
Schritt in der Form)”, o incluso que un filósofo “puede ser original”24,
eso es muy novedoso en la historia de la filosofía. Es un
acontecimiento y una suerte de invención, una reinvención de la
invención. Nadie había dicho hasta el momento que un filósofo
puede y debe, en tanto tal, dar prueba de originalidad creando
nuevas formas.
Es original decir que el filósofo debe ser original, que es artista y
debe innovar en la forma, en una lengua y en una escritura de aquí
en adelante inseparables de la verdad en manifestación. Nadie
había dicho que la invención filosófica fuese un ars inveniendi
poética y orgánicamente sostenido mediante la vida de una lengua
natural. El mismo Descartes no lo había dicho en el momento en
que recomendaba el retorno a la lengua francesa como lengua
filosófica.
A pesar de su originalidad, el propósito schellingiano se deja
retener en los límites paradojales de una invención de lo mismo bajo
la especie del suplemento de invención. Porque la invención es
siempre suplementaria para Schelling. Se agrega, y por tanto
inaugura, se encuentra además pero para completar un todo, para
ocupar el lugar de una falta y por tanto para completar un programa.
Programa todavía teológico, el de un “saber original” (Urwissen) que
es también un “saber absoluto”, “organismo” total que debe
articularse pero también representarse y reflejarse en todas las
regiones del mundo o de la enciclopedia. E incluso en el Estado, en
el Estado moderno, a pesar de la concepción aparentemente
“liberal” de las instituciones filosóficas en estos textos de Schelling.
Se podría mostrar en las Vorlesungen a las que me he referido esta
lógica del cuadro (Bild) y de la reflexión especular25 entre lo real y lo
ideal. El saber total tiene la unidad de una manifestación absoluta
(absolute Erscheinung, invención a título de desvelamiento o de
descubrimiento), realmente finita pero idealmente infinita, necesaria
en su realidad, libre en su idealidad. La invención del otro, que es a
la vez el límite y la chance de un ser finito, se amortigua entonces al
infinito. Y nosotros reencontramos entonces la ley del humanismo26
racionalista que nos retiene desde el inicio, aquí en la lógica
espectacularmente suplementaria de un antropo-centrismo:
El hombre, el ser racional en general, está destinado por su posición (hineingestellt) a
ser un complemento (Ergänzung) de la manifestación del mundo: es de él, de su
actividad que debe desarrollarse lo que falta a la totalidad de la revelación de Dios
(zur Totalität der Offenbarung Gottes fehlt), ya que la naturaleza es ciertamente
portadora de la esencia divina en su totalidad, pero solamente en lo real; el ser
racional debe pues expresar la imagen (Bild) de esta misma naturaleza divina, tal
como es en sí y en consecuencia en lo ideal.27
A Michel Deguy
33. Una primera versión de este artículo fue publicada en Digraphe (número especial
dedicado a Roger Laporte, 18/19, abril 1979).
* Los textos de Roger Laporte referidos en este artículo son Fugue (Paris, Gallimard, 1970)
y Fugue. Supplément (Paris, Gallimard, 1973). Traduzco cada vez fugue por “fuga” y
supplément por “suplemento”, manteniendo la mayúscula cuando se refiere al título de la
obra.
ILUSTRAR, DICE ÉL…34
34. Texto publicado en 1979 por el Centre Georges-Pompidou (Musée national d'Art
moderne). Acompañaba, en los Ateliers Aujourd'hui, una exposición conjunta de algunos
manuscritos de mi libro Espolones. Los estilos de Nietzsche y dibujos con pluma de
François Loubrieu, destinados, según la palabra del autor, a “ilustrar” el libro.
ENVÍO35
37. Este ensayo fue publicado por primera vez en lengua inglesa como introducción a la
traducción inglesa de un artículo de Nicolas Abraham, “L’Écorce et le Noyau”, en Diacritics,
Johns Hopkins University Press, primavera de 1979. El texto francés fue publicado más
tarde en Confrontation (“Les fantômes de la psychanalyse”, Cahiers, 8 [1982]).
38. El “juego del fort-da que ha alimentado tantas especulaciones” queda esclarecido a
partir del proceso de la introyección en un notable manuscrito inédito de 1963, Le “crime”
de l’introjection, ahora accesible en L’Écorce et le Noyau (véase, por ejemplo, p. 128 del
volumen del mismo título. París, Aubier-Flammarion, 1978).
39. Véase, por ejemplo, Le fantôme d’Hamlet ou le VI acte, precedido de L’entr’acte de la
“vérité”, en L’Écorce et le Noyau (Anasémies, II. Aubier-Flammarion, 1978). Este volumen
comporta en exergo un extracto de L’Écho de plomb et l’Écho d’or, traducido de G.
M.Hopkins por Abraham. El exergo del Verbier de l’Homme aux loups era una traducción
de Babits. El tomo III de Anasémies se titula Jonas, traducción y comentario psicoanalítico
del Libro de Jonas de Mihaly Babits. Y el tomo V: Poésies mimées, traducciones de poetas
húngaros, alemanes, ingleses…
EN ESTE MOMENTO MISMO EN ESTE TRABAJO HEME
AQUÍ40
Muy recientemente:
El sentido de lo femenino se verá iluminado así a partir de la esencia humana, la
Ischa a partir de Isch: no lo femenino a partir de lo masculino, sino la partición en
femenino y en masculino –la dicotomía– a partir de lo humano [...] por encima de la
relación personal que se establece entre esos dos seres salidos de dos actos
creadores, la particularidad de lo femenino es cosa secundaria. No es la mujer la que
es secundaria; es la relación con la mujer en cuanto mujer lo que no pertenece al
plano primordial de lo humano. En el primer plano están las tareas que llevan a cabo
el hombre como ser humano y la mujer como ser humano. [...]. El problema, en cada
uno de los apartados que estamos comentando en este momento, consiste en
conciliar la humanidad de los hombres y de las mujeres con la hipótesis de una
espiritualidad de lo masculino, como que lo femenino no es su correlativo sino su
corolario, como que la especificidad femenina o la diferencia de los sexos que
aquella revela no están situadas de entrada a la altura de las oposiciones
constitutivas del Espíritu. Osada cuestión: ¿cómo puede provenir la igualdad de los
sexos de la prioridad de lo masculino? [...]. Hacía falta una diferencia que no
comprometiese la equidad: una diferencia de sexo; y, así, una cierta preeminencia
del hombre, una mujer que llega más tarde, y en cuanto mujer, apéndice de lo
humano. Ahora comprendemos la lección. La humanidad no es pensable a partir de
dos principios enteramente diferentes. Hace falta que haya algo de lo mismo común
a esos otros: la mujer ha sido sacada del hombre, pero ha llegado después de él: la
feminidad misma de la mujer está en esa inicial posterioridad (“Y Dios creó la mujer”,
en De lo sagrado a lo santo, pp. 132-142).
Así pues, si la mujer deriva casi gramaticalmente del hombre, eso implica realmente,
como afirma Levinas, una misma identidad de destino y de dignidad, identidad que
conviene pensar como “recurrencia del sí mismo en la responsabilidad-por-los-otros”,
pero eso forma parte también de un doble régimen para la existencia separada del
hombre y la mujer. Y si Levinas se rehúsa a ver en esta separación una degradación
con respecto a alguna unidad primera, si rechaza la indiferenciación pues la
separación vale más que la unidad primera, no es por ello menos cierto quo
establece un orden de prelación. Si se piensa la derivación a la escucha de una
gramática, sin duda eso no es una casualidad. Pues la gramática atestigua aquí el
privilegio de un nombre que asocia siempre el desinterés escatológico a la Obra de
paternidad. Ese nombre se llega a conocer además como lo que efectivamente
determina la escatología en la derivación de una genealogía.
Escribir de otro modo la gramática, inventar algunas faltas inéditas, no es desear que
se invierta esa determinación, no es el desafío que se equipara al orgullo, es darse
cuenta de que el lenguaje no es una simple modalidad del pensar. Que el logos no es
neutro, como también reconoce Levinas. Que la dificultad que él mismo encuentra en
su elección –que le parece insuperable– del lugar griego para hacer oír un
pensamiento que viene de otra parte, no es quizás ajeno a un cierto mutismo sobre lo
femenino. Como si se perdiese –en esa necesidad de tomar el camino a partir de un
único logos– lo inédito de otra sintaxis (Chaterine Chalier, Figuras de lo femenino,
lectura de Emmanuel Levinas, inédito].43
40. Primera versión publicada en Textes pour Emmanuel Levinas, J. M. Place ed., 1980.
41. “Estoy enfermo de amor”, Cantar de los cantares, V. ٨ (Autrement qu'être ou au-delà de
l'essence, pp. 180 y 181, [trad. cast.: De otro modo que ser o más allá de la esencia,
Sígueme, 1987, 217]). “‘Heme aquí’ significa ‘envíame’” (p. 186, tr. p. 222).
42. Cf. L’écriture et la différence, Le Seuil, 1967, p. 228.
43. Publicado posteriormente en las ediciones de La nuit surveillée, 1982, p. 97.
TORRES DE BABEL44
¿Qué les sucede? Dicho de otro modo, ¿por qué Dios los castiga
dando su nombre, o más bien, pues no se lo da ni a nada ni a nadie,
clamando su nombre, el nombre propio de “confusión” que será su
marca y su sello? ¿Los castiga por haber querido construir a la
altura de los cielos? ¿por haber querido acceder a lo más alto, hasta
lo altísimo? Quizá, indiscutiblemente también, por haber querido
hacerse un nombre, darse a sí mismos el nombre, construirse ellos
mismos su propio nombre, reunirse en él (“que no seamos más
dispersados…”) como en la unidad de un lugar que es al mismo
tiempo una lengua y una torre, tanto una como otra. Los castiga por
haber querido procurarse así, por sí mismos, una genealogía única y
universal. Pues el texto del Génesis enlaza sin transición como si se
tratara de un mismo designio: levantar una torre, construir una
ciudad, hacerse un nombre en una lengua universal que sea
también un idioma, y reunir una filiación:
Dicen:/ “Vamos, construyamos una ciudad y una torre./ Su cabeza: en los cielos./
Hagámonos un nombre,/ que no seamos dispersados sobre la faz de toda la tierra”.
YHWH desciende para ver la ciudad y la torre/ que han construido los hijos hombre./
YHWH dice:/ “¡Sí! Un solo pueblo, un solo labio para todos: ¡eso es lo que están
empezando a hacer! ¡Vamos! ¡Descendamos! Confundamos ahí sus labios,/ el
hombre no entenderá ya el labio de su prójimo”. Luego disemina a los de Sem, y la
diseminación es aquí desconstrucción: “YHWH los dispersa desde allí sobre la faz de
toda la tierra./ Dejan de construir la ciudad./ Entonces él clama su nombre: Bavel,
Confusión,/ pues allí, YHWH confunde el labio de toda la tierra,/ y desde allí los
dispersa sobre la faz de toda la tierra.
44. Primera versión publicada en 1985 en Difference in translation, ed. Joseph Graham,
Cornell University Press (edición bilingüe) y en “L'art des confins”, Mélanges offerts à
Maurice de Gandillac. [Este ensayo sobre la traducción es también un desafío al traductor
ya desde el título: Des tours de Babel. Éste, en efecto, apunta al menos a tres direcciones
de sentido: torres de Babel; vueltas, giros, turnos, regresos de Babel; y desviaciones o
rodeos de Babel. N. de los T.]
45. Cf. Ulises gramófono. Dos palabras para Joyce, trad. Mario E. Teruggi, Tres Haches
Editorial, Buenos Aires, 2002.
46. Cf. Todo el capítulo 1 de este libro: “L´absence de protection des idées par le droit d
´auteur”.
TELEPATÍA47
9 de julio de 1979.48
Entonces, qué quieres que te diga, presentí algo desagradable ahí
dentro, como una palabra o un gusano, un trozo de gusano que
sería de palabra, y buscaría reconstituirse arrastrándose, algo
contaminado que envenena la vida. Y de golpe, precisamente ahí,
solo ahí, comencé a perder mis cabellos, no, a perder los cabellos
que no eran precisamente los míos, quizá los tuyos. Yo intentaba
retenerlos haciendo nudos que, uno tras otro, se desanudaban para,
más lejos, volver a formarse. Sentí, de lejos y confusamente, que
buscaba una palabra, quizás un nombre propio (Claude, por
ejemplo, pero no sé por qué escogí este ejemplo al instante, no
recuerdo su presencia en mi sueño). Era más bien el vocablo lo que
me buscaba, lo que tenía la iniciativa, según yo, y trabajaba para
reunirse por todos los medios, en el curso de un tiempo que no pude
medir, toda la noche quizás, e incluso aún más, o bien una hora o
tres minutos, imposible de saber, ¿pero, se trata aquí de saber? El
tiempo de esta palabra, es lo que, sobre todo si era un nombre
propio, queda sin medida común respecto de todo lo que puede
rodearla. La palabra tomaba su tiempo, y a fuerza de seguirle
tú me preguntas, me pregunto a mí mismo: ¿dónde nos
conduce esto, hacia qué lugar? Nosotros no podemos
absolutamente saber, prever, foresee, foretell, fortune-tell.
Anticipación imposible, es siempre desde ahí que yo me he dirigido
a ti, y tú nunca lo has aceptado. Lo aceptarías con más paciencia si
no nos dijera, por detrás y para sujetarnos, que este lugar, él, nos
conoce, nos ve venir, nos predice, a nosotros, según su cifra
[chiffre]. Piensa que un anacronismo nos retrasa [décale], que, sin
parecer ningún otro, levanta o desplaza las cuñas [les cales], frena o
acelera como si estuviéramos en retardo con relación a lo que ya
nos ha ocurrido [arrivè] en el porvenir, the one which foresees us y
por el cual nos siento ya predichos, prevenidos, arrebatados
[happés], llamados, enviados de un solo desplome [coulèe], de una
sola venida. Llamados, ¿oyes?, ¿oyes esta palabra en varias
lenguas? he intentado explicarla, traducirla el otro día, en su primera
sonrisa interrumpí
y me pregunto, me pregunto cómo deformar la sintaxis
sin tocarla, como a distancia. Es lo que me he dado a llamar la vieja-
nueva frase, como se suele decir, recordarás, la vieja-nueva
sinagoga. Yo me pregunto, esto no es por mí [à moi], no es por mí
que me pregunto, soy yo [moi] quien pregunta cuando yo [je] me
pregunto, y a ti. Pero no me puedes responder por ahora, justo
cuando te he encontrado nuevamente. A propósito, sabes que el
otro día nuevamente me has salvado la vida, cuando, en un
movimiento infinitamente indulgente [pardonnant], has permitido que
te diga dónde está el mal, su retorno siempre previsible, la
catástrofe previniente, llamada, dada, datada. Es legible bajo el
calendario, con su nombre propio, clasificado, tú entiendes esta
palabra, nomenclaturado. No fue suficiente prever predecir lo que
ocurriría un día, forecasting is not enough, haría falta pensar (lo que
esto quiere decir aquí, ya sabes, ¿verdad?) lo que ocurriría por el
hecho mismo de ser predicho o previsto, una especie de bello
apocalipsis telescopeado, caleidoscopeado, desencadenado
[déclenchée] al instante por la precipitación del anuncio mismo, que
consiste justamente en este anuncio, la profecía reaparecida
[revenant] por sí misma a partir del futuro de su propio por-venir. El
apocalipsis tiene lugar en el momento en que escribo esto, pero un
presente de este género guarda consigo mismo una afinidad
telepática o premonitoria (se siente a distancia y se advierte de sí
mismo) que me siembra en ruta y que me asusta. Siempre he
temblado ante aquello que sé de esta manera, que es también lo
que asusta a los otros y por lo cual también yo los inquieto, los
calmo a veces. Sufro. ¿Crees que hablo aquí del inconsciente,
adivina?
Me pregunto –esto, te pregunto: cuando desde el
principio se juega la ausencia, o más bien la indeterminación de
algún destinatario que sin embargo apostrofa, una carta [lettre]
publicada provoca acontecimientos, and even the events it foresees
and foretells, ¿qué es lo que pasa [qu’est-ce qui se passe]?, te
pregunto. No hablo evidentemente de todos los acontecimientos a
los que puede dar lugar alguna escritura o publicación, o ambas,
desde la más borrada de las marcas. Pienso más bien en una serie
de la que haría parte el destinatario, él o ella si tú quieres, tú por
ejemplo, entonces desconocido para quien escribe; y desde
entonces, quien escribe aún no es absolutamente un destinador
[destinateur], ni totalmente sí mismo. El destinatario, él o ella, se
dejaría producir por la carta, a partir de su programa [programme], y
el destinador, él o ella, también. No puedo ya ver muy claro, me
detengo un poco [je cale un peu]. Aquí, lo intento: supongamos que
escribo ahora una carta sin dirección determinable. Ella estaría
cifrada [cryptée] o anónima, poco importa, y la publico, haciendo uso
del crédito que aún tengo, junto con todo aquello que sostiene
nuestro sistema de edición. Ahora, supongamos aquí que alguien
responde, que se dirige en principio al presunto signatario de la
carta, que se supone se confronta por convención con el autor
“real”, aquí “conmigo”, quien es supuestamente su creador. El editor
reenvía la respuesta. Este es un trayecto [trajet] posible, habría
otros y la cosa que me interesa puede producirse incluso si dicha
respuesta no toma la forma de una misiva, en sentido corriente, y si
su entrega [acheminement] no se confía a la institución de correos
[postes]. Entonces me convierto en el signatario de estas cartas
denominadas ficticias [fictives], ahí donde yo solo era el autor de un
libro. Transponer [transpose] esto del lado de lo que llamarían aún el
inconsciente, transponer, en cualquier caso, es la transferencia
[transfert] y la telepoética que está, en el fondo, tramándose.
Encuentro al otro en esta ocasión. Esta es la primera vez en
apariencia, e incluso si, según otra apariencia, yo conozco al otro,
como tú, desde hace años. En este encuentro se anuda el destino
de una vida, de varias vidas al mismo tiempo, más de dos por
supuesto, siempre más de dos. Situación banal, dirías, que sucede
[se passe] todos los días, por ejemplo entre novelistas, periodistas,
sus lectores y auditores. Pero tú no estás. No estoy presentando la
hipótesis de una carta que sería, de alguna manera, la ocasión
externa de un encuentro entre dos sujetos identificables –y que
estarían ya determinados. No, de una carta que a posteriori [après
coup] parece haber sido lanzada hacia algún destinatario
desconocido(a) en el momento de su escritura, destinatario
desconocido de sí mismo o de sí misma, por así decirlo, y que se
determina, como bien sabes hacer, por la recepción de la carta; esto
es, entonces, totalmente otra cosa que la transferencia de un
mensaje. Su contenido y su fin ya no le preceden. Aquí, pues, tú te
identificas y comprometes tu vida en el programa de la carta, o más
bien, de una tarjeta postal [carte postale], de una carta abierta,
divisible, a la vez transparente y cifrada [cryptée]. El programa no
dice nada, no anuncia o enuncia nada, ni el menor contenido, ni
siquiera se presenta como un programa. Ni siquiera se puede decir
que “hace” programa [“fait” programme], pero sin parecerlo, hace [il
fait] el programa. Entonces tú dices: soy yo, únicamente yo quien
puede recibir esta carta, no es que me esté reservada, al contrario,
pero yo reconozco como un presente la chance por la cual esta
carta se libra. Se me corresponde. Y yo elijo que ella me elija al
azar, yo quiero cruzar su trayecto, yo quiero encontrarme, lo puedo y
lo quiero –su trayecto o su trasferencia [transfert]. Breve, tú dices,
“era yo” por una decisión dulce y terrible, totalmente otra [tout
autrement]: nada que ver con la identificación con un héroe de una
novela. Tú dices “yo”, la única destinataria y todo comienza entre
nosotros. A partir de nada, de ninguna historia, la tarjeta que toma
sin decir una palabra. Diciendo o a posteriori prediciendo “yo” [moi],
no te haces ninguna ilusión sobre la divisibilidad de la destinación, ni
siquiera la abordas, la dejas flotar (comprometiéndola incluso en la
eternidad, yo sopeso mis palabras, y tú te preguntas si yo describo o
si he incitado lo que tiene lugar en este momento), tú estás allí para
recibir la división, tú la conjuntas sin reducirla, sin hacerle daño, tú la
dejas vivir y todo comienza entre nosotros, a partir de ti, de lo que
ahí tú das recibiendo. Otros concluirían: una carta, así, encuentra a
su destinatario, él o ella. No, no se puede decir del destinatario que
existe por anticipado [avant la lettre]. Además, si se creyera, si se
considera que tú te identificas con el destinatario como con un
personaje de ficción, la cuestión permanecería [resterait]: ¿Cómo es
esto posible? ¿Cómo identificarse con un destinatario que figuraría
un personaje tan ausente del libro, totalmente mudo, incalificable?
Debido a que quedas [restes] incalificable, innombrable, y que esto
no es una novela, ni un relato [récit], ni una obra de teatro, ni una
epopeya, se excluye cualquier representación literaria. Tú protestas,
por supuesto, y yo te entiendo, y te doy la razón: tú dices que
comienzas por identificarte ante mí, y en mí, por la figura hueca
diseñada de esta destinataria ausente respecto de la cual me
reflexiono [je me muse]. Ciertamente, y tú tienes razón, como
siempre, pero no es más por ti que digo esto, contigo que quiero
jugar a esto, tú, tú sabes que eres tú, ponte pues en el lugar de una
lectora otra, no importa cuál, que pueda incluso ser un hombre, una
lectora de género masculino. Además, lo que está ocurriendo aquí,
tú bien lo sabes, mi ángel, es mucho más complicado. Lo que puedo
extraer para hablar, no se puede en principio medir, no solamente a
causa de la debilidad de mi discurso, de su pobreza, elegida o no:
en verdad no podrá nunca añadir una complicación de más, una
hoja, un laminado de más a la estructura de lo que ocurre [se passe]
y por lo que te tengo, contra mí, besándome continuamente, la
lengua en el fondo de la boca, cerca de una estación, con tus
cabellos en mis dos manos. Pero yo pienso en una sola persona, en
la única, la loca que podría decir después de la carta [après la lettre]
“soy yo”, ya era yo, habría sido yo, y que en la noche de esta
certeza apostada compromete su vida a ello sin retorno, tomando
todos los riesgos posibles, ha aumentado la puja [surenchère] sin
temblar, sin red, como la trapecista que yo soy desde siempre. Todo
esto puede hacerse dulcemente [doucement], incluso debe confiarse
a la suavidad [douceur], sin espectáculo y como en silencio.
Nosotros ni siquiera deberíamos hablar juntos, y todo estaría en
cenizas, hasta esta carta.
9 de julio de 1979.
Tú conoces mi pregunta: ¿por qué los teóricos del performativo o la
pragmática, se interesan tan poco, que yo sepa, por los efectos de
la cosa escrita, en particular por la carta [lettre]? ¿Qué temen? Si
hay lo performativo en una carta, ¿cómo aquello puede producir
todo tipo de acontecimientos, previsibles e imprevisibles, y hasta su
destinatario? Todo esto, por supuesto, según una causalidad
propiamente performativa, si la hay y que sea pura, no según una
otra consecución extrínseca al acto de escribir. Confieso no saber
muy bien lo que quiero decir con esto; lo imprevisible no debería
poder ser parte de una estructura performativa stricto sensu, y sin
embargo...; haría falta nuevamente dividir, multiplicar las instancias:
no todo es destinatario de un destinatario [destinataire dans un
destinataire], solo una parte, lo cual compromete al resto. Para ti [toi]
por ejemplo, que me amas, este amor es más grande que tú y sobre
todo más grande que yo, y sin embargo no es sino una pequeña
parte que se denomina esta palabra, amor, mi amor. Esto no te
impide dejarme, día tras día, y de entregarte a estos pequeños
cálculos, etc.
hago tiempo [je cale].
Hará falta que yo me informe y aclarare esto: partir del hecho
de que, por ejemplo, el big bang habría, digamos en el origen del
universo, producido un sonido del cual se puede considerar que no
nos ha alcanzado aún [encore parvenu]. Está aún por venir y nos
será dado captarle, recibirle según (finalmente te explicaré, lo
esencial es a partir de ahora extraigas todas las consecuencias, por
ejemplo de lo que hace tantos años te dije – y entonces lloraste.
Yo lo he aprendido, pero ya lo sabía, por
teléfono. Esto no es el fin de la transferencia [transfert], y continuará
hasta el fin de los tiempos, en todo caso hasta el fin de la
Causa que ella querría darme o retirarme así, lejos de él o en vistas
de él, yo no lo sé y poco me importa, lo siguiente me ha confirmado
en este sentimiento.
En breve, esto no era un signo de ruptura, sino el último
signo escrito, un poco antes y un poco después de la ruptura (este
es el momento de toda nuestra correspondencia): una breve tarjeta
postal que él envió a [Wilhelm] Fliess el 10 de octubre de 1902. El
Ansichtskarte representaba el Tempio di Nettuno en Paestum:
“Einen herzlichen Gruss vom Hohepunkt der Reise, dein Sigm”.* La
historia de esta correspondencia transferencial es increíble; no estoy
hablando de su contenido, en torno al cual mucho se ha hablado
sino del escenario postal, económico, bancario incluso, militar
también, estratégico al que dio lugar, y tú sabes que nunca separo
estas cosas, sobre todo, no la oficina de correos y el banco [la poste
et la banque], y siempre está la didáctica en el medio. La mujer de
Fliess, la “mala mujer”, vende las cartas de Freud mientras que él
había destruido las de su marido. El comprador S. las vende a Marie
Bonaparte (sí, la de La carta robada [La lettre volée] y el Cartero de
la verdad [Facteur de la vérité]): 100 libras en 1937, en dinero inglés,
aunque la operación haya tenido lugar en París. Verás, toda nuestra
historia Freud se escribe también en inglés, que ocurre al cruzar
[passe à passer] el Canal de la Macha, y la Mancha sabe callarse.
Durante su enseñanza [didactique], la Bonaparte, en Viena esta vez,
habla de la cosa con el maestro furioso, quien le cuenta [raconte]
una historia judía, una historia acerca de desenterrar y lanzar un ave
muerta una semana después del entierro (él tiene otras historias de
aves, ya sabes) e intentó pasarle ¡50 libras!, para retomar sus
derechos sobre sus cartas, sin decirlo explícitamente. Un poco de
didáctica, a continuación, a cambio de algunas piezas de mi vieja
transferencia que me ha hecho hablar tanto. La otra, te he dicho que
no era tan estúpida, se negó. Lo que pasó por su cabeza, no lo sé,
pero tú hablas de tener una decisión que no le deja ir (dice el pobre
Jones, que es por “interés científico” que ella “tuvo el coraje de
enfrentarse (¡hey!, ves porqué a menudo prefiero la traducción) al
maestro”). Después vino el banco Rothschild en Viena, la retirada de
las cartas en presencia de la Gestapo (solo una princesa de Grecia
y Dinamarca era capaz), su depósito en la legación danesa de París
(en general, somme thanks to von Choltitz ¡que no era un general
como los otros!)*, el cruce por el Canal de la Mancha entre las
minas, en un “material impermeable y flotante”, dice de nuevo
Jones, en previsión de un naufragio.** Y todo esto, no lo olvides, en
contra de los deseos del maestro; ¡toda esta violencia termina con
Anna, quien ha hecho copia de las cartas y hace una selección para
su publicación! Y ahora podemos oler un montón de cosas y hacer
cursos sobre sus historias de nariz. Y el otro, uno nunca sabrá lo
que escribió, hay otros y siempre es así.
Sólo hay teleanálisis, ellos tienen que sacar, como nosotros,
todas las consecuencias, tragar por su concepto de “situación
analítica”, tanto una nueva métrica de los tiempos (de la
multiplicidad de sistemas, etc.), así como otra lectura de la
imaginación trascendental (desde el Kantbuch y más allá..., jusqu’à
présent [hasta el presente], como se arriesga a decir en francés). Tú
y yo, nuestro teleanálisis ha durado desde hace tanto tiempo, desde
años y años, “la séance continue”, que, sin embargo, nosotros
nunca nos vemos fuera de las sesiones (y que practiquemos la
sesión muy largamente, no cambia en nada las cosas, que
puntuamos de otra manera). Entonces nunca fuera de las sesiones,
aquí nuestra deontología, somos muy estrictos. Si ellos hicieran lo
mismo, todos ellos, como deberían, ¿haría crecer la hierba en los
salones? Nosotros deberíamos volver a las máscaras si al menos
la última tarjeta postal fue
enviada a Fliess, al parecer al final de un viaje que debería haber
tenido Freud (¡él también!) a Sicilia. Parece que él ha renunciado,
pero es desde Amalfi que se va a Paestum. Recuerda que él está
viajando con su hermano, Alexander, y que entre dos tarjetas
postales ve a su doble (“no Horch –dice–, otro” doble [sosie]). Allí
reconoce un signo precursor de la muerte: “¿Esto significa Vedere
Napoli e poi morire?”, él pregunta.* Él siempre asocia el doble
[double], la muerte y la premonición. Respecto de las dos tarjetas
postales, antes y después del encuentro con el doble [sosie], no he
inventado nada. La primera, el 26 de agosto de 1902, a Minna, su
cuñada. La envía desde Rosenheim. La otra, después, desde
Venecia, y Jones escribe: “Al día siguiente, a las dos y media de la
mañana, deben cambiar de tren en Bolonia, a fin de subir al expreso
de Múnich. Freud, encuentra el tiempo para enviar otra tarjeta
postal”.
Mientras tanto, por las razones que te he
dicho, estoy hojeando a través de la Saga un poco distraído, sin ver
muy claramente si voy a conseguir algo del lado –¿de cuál?
Digamos que de la Inglaterra de Freud en la segunda mitad del siglo
pasado. La Forsyte Saga comienza en la Inglaterra de 1886, y su
segunda parte, que Galsworthy titula A modern comedy, llega a su
fin en 1926.* ¿Coincidencia? 1926, es cuando Freud ha cambiado
con respecto a la telepatía; y lo que viene alrededor de ella
aterrorizó a su amigo Jones, quien en una carta-circular declara
sobre este tema [sujet] (la pretendida “conversión” de Freud a la
telepatía) que sus “predicciones”, las de Jones,
¡“desafortunadamente se han realizado”! Él habría predicho (¡!) que
a esto alentaría el ocultismo. La carta-circular de Freud en
respuesta, el 18 de febrero de 1926: “Nuestro amigo Jones me
parece estar muy descontento con la sensación que mi conversión a
la telepatía ha causado en los periódicos británicos. Él recuerda
cómo estaba cerca de una conversión de este tipo, en la
comunicación que he tenido la oportunidad de presentar durante
nuestro viaje en Harz. Las consideraciones de política exterior me
han retenido el tiempo suficiente, pero, finalmente, hace falta
declarar los colores de uno y debe inquietarse tan poco del
escándalo de esta ocasión como en las ocasiones anteriores, y
quizás más importantes”. Al principio de la “comedia moderna”, un
magnífico Forsyte family tree que se extiende por cinco páginas.
Pero releí la historia de Forsyth-Forsyte-von Vorsicht-foresight-
Freund-Freud en las Nuevas Conferencias, las leí y releí en tres
lenguas sin resultados, quiero decir, sin encontrar, detrás de lo
obvio, algo que huelo.
Hay, entre nosotros, qué quieres que te diga,
un caso de fortune-telling book más fuerte que yo. A menudo me
pregunto: ¿cómo los fortune-telling books, por ejemplo, tal como el
de Oxford, pueden, tal como la denominada buena ventura, los
videntes o los médiums, hacer parte [faire partie] de lo que ellos
declaran, predicen o dicen prever, que a pesar de participar en la
cosa, también la provocan, se dejan al menos provocar al
provocarla? Se cruzan aquí todos los for, fore, fort, en varias
lenguas, y forte en latín y fortuna, fors, y vor, y forsitan, fr, fs, etc.
Entonces me quedé dormido y busqué las
palabras del otro sueño, el que te había comenzado a contar. En la
mitad del sueño, tuve el vago presentimiento de que se trataba de
un nombre propio (en todo caso, no hay ahí sino nombres propios),
de un nombre común donde se enredarían nombres propios, y que
deviene él mismo un nombre propio. Desenredar un poco los
cabellos de mi sueño, y lo que dicen en su caída, en silencio. Yo
vengo de asociarlo con la fotografía de Erich Salomon de la que te
hablado ayer, El curso de profesor W. Khal (casi “calvo” [kahl] en
alemán).*
hace mucho ya, me ahogó a mí mismo. Recuerda. ¿Por
qué, en mis sueños suicidas, es el ahogamiento el que se impone
siempre, y más a menudo en un lago [lac], a veces un estanque
pero por lo general en un lago? Nada me es más extraño que un
lago: demasiado lejos de los paisajes de mi infancia. ¿Será más
bien literario? Creo que es más la fuerza de la palabra. Algo que se
invierte [renverse] o precipita (cla, alc) hundiendo la cabeza hacia
abajo. Tú dirás que es en estas palabras, en sus letras [lettres] que
quiero desaparecer, no necesariamente para morir sino para vivir
oculto, quizás para disimular lo que yo sé. Así glas, tú ves, tendría
que localizarse de ese lado (cla, cl, clos, lacs, le lacs, le piège, le
lacet, le lais, là, da, fort, hum...). ¿Tú me habías hablado de
“Claude”? Me vas a recordar, hace falta que te cuente qué es este
nombre para mí. Tú lo notarás: como “postal” [poste], es andrógeno.
Yo me lo he perdido [manqué] en Glas, pero nunca ha estado lejos,
él no me ha perdido [manqué], él. La catástrofe es de este nombre.
Supongamos que publico esta carta tomando,
para su incineración, todo lo que, aquí y allá, permitiría identificar su
destinación. Por supuesto, si la destinación determinada –la
determinación– pertenece al juego de lo performativo, esto podría
ocultar un simulacro infantil: bajo la indeterminación aparente,
teniendo en cuenta miles de rasgos codificados, la figura de algún
destinatario toma forma con toda claridad, junto con la mayor
probabilidad de que la respuesta así inducida (pedida) proviene de
una dirección particular y no de otra. El lugar de la respuesta, lo
habrían asignado mis redes, las redes de la cultura, de la lengua, de
la sociedad, del fantasma, todo lo que quieras. No importa cuál
desconocido no reciba, aunque sea de manera fortuita, cualquier
“mensaje”, y sobre todo que no lo responda. O bien, no responder,
es no estar recibiendo. Si, de ti por ejemplo, recibo una respuesta a
esta carta, es porque, conscientemente o no, como quieras, yo
había pedido esto en lugar de eso, y por lo tanto de aquel o aquella.
Como en un primer momento esto parece, en ausencia del
destinatario “real”, pasarse entre yo y yo mismo, a excepción de mí
[à part moi], una parte de mí que se ha hecho parte del otro [une
part de moi qui se sera fait part de l’autre], voy a tener claramente
que haber preguntado... ¿Qué es lo que me pregunto, y quién? Tú,
por ejemplo, pero cómo tú, mi amor, ¿podría no ser sino solo un
ejemplo? Tú lo sabes, tú, dime la verdad, oh tú, la vidente, tú, la
adivina. ¿Qué quieres que te diga?, estoy dispuesto a escuchar todo
de ti, ahora estoy listo, dime.
Ella permanece [reste] impensable,
este encuentro único de lo único, más allá de todo cálculo de
probabilidades, tan programada como imprevisible. Nota, esta
palabra “cálculo” es interesante en sí misma, escucha con cuidado,
llega ahí cuando el cálculo quizás falla... “mi corazón, por tener
callo” [avoir du cal au coeur], escribe Flaubert.* Se trata de Louise,
desde sus primeras cartas (¡ah, esos dos!), es miedo de que ella
tenga miedo, y había una buena razón, en ambos lados: “Oh, no
tengas miedo: mi corazón, por tener callo, no es menos bueno”. Lee
todo [Lis tout]. Y al día siguiente, después de recordar: “Creo
haberte dicho ya que amo sobre todo tu voz”, sin teléfono, él escribe
esta vez “lago de mi corazón”: “Viniste a revolverlo todo con la punta
del dedo. El viejo poso [lie] volvió a hervir, y el lago de mi corazón se
agitó. ¡Pero es que la tempestad está hecha para el Océano!
Cuando se enturbian los estanques, de ellos no se exhalan sino
olores malsanos. Para decirte esto es preciso que te ame”. Al día
siguiente, among other things: “Ahora son las diez; acabo de recibir
tu carta y de enviar la mía, la que he escrito esta noche. Apenas en
pie, te escribo de nuevo sin saber lo que voy a decirte”. ¿Esto te
recuerda algo? Es aquí que la correspondencia se comunica con “el
libro sobre nada” [le livre sur rien].** Y el mensaje del no-mensaje
(existe siempre) consiste en esto. Decir “¿Estás bien? – bien” [“Ça
va? – Ça va”] no transporta ningún mensaje, esto no es verdad sino
bajo el contenido aparente de los enunciados, y hace falta reconocer
que no espero información en respuesta a mi pregunta. Pero el
intercambio de “estás bien”, sigue siendo tan elocuente como
significativo.
Del callo al lago [cal en lac], es de creer que él
tenía también su cojera [claudication]. Al respecto, yo he descubierto
el claudius en Glas, del lado de glaudius (p. 60).*
¿Cómo sería que este fortune-telling book
habría llegado a mí, a ti, a quien aún no conozco, y, es verdad, tú
sabes esto, con quien, sin embargo, voy a vivir a partir ahora?
“¡Ello dispara!, ¡Ello acierta en el blanco! ¿Soy yo quien da en el
blanco, o es el blanco que acierta en mí?”**, ésta es mi pregunta, te
la dirijo, mi ángel; esta fórmula la he sacado, de un texto zen sobre
el arte de caballería del tiro con arco. Y cuando se pregunta al
rabino Kotzk por qué se llama Shavuot el tiempo en que la Torá nos
fue dada y no el tiempo en que la hemos recibido, él da la siguiente
respuesta: el don tuvo lugar un día, el día que nosotros
conmemoramos; pero puede ser recibida en cualquier tiempo [tous
les temps]. A todos el don fue igualmente dado, pero no todos lo han
recibido. Ésta es una historia jasídica de Buber. Ésta no es la Torá,
por supuesto que no, pero entre mis cartas y la Torá, la diferencia
requiere de ambas para ser pensada.
10 de julio de 1979.
cuando el otro día tú me preguntabas: ¿qué está cambiando en tu
vida? Y bien, has notado un centenar de veces en este último
tiempo, que es lo contrario de lo que preveía, como se podía
esperar: una superficie cada vez más ofrecida a todos los
fenómenos anteriormente rechazados en nombre de un determinado
discurso de la ciencia, a los fenómenos de la “magia”, de la
“videncia”, de la “suerte”, de las comunicaciones a distancia, a las
cosas denominadas ocultas. Recuerda.
y nosotros, no habríamos avanzado un paso en
este tratamiento del envío (la adestinación, la destinerrancia, la
clandestinación) si entre todas las tele-cosas no nos hubiésemos
tocado por Telepatía en persona. O mejor dicho, si no nos dejamos
tocar por ella. Sí, tocar. A veces pienso que el
pensamiento antes
de “ver” o de “escuchar”, toca, y pone las garras, y que ver u oír
vuelven [revient] a tocar a distancia – pensamiento muy antiguo,
pero hace falta lo arcaico para acceder a lo arcaico. Tocar, por tanto,
ambos extremos a la vez, tocar el lado donde la ciencia y la
denominada objetividad técnica se implican en lugar de resistirse
como antes (consulta a qué experimentos exitosos se dedican rusos
y norteamericanos, con sus cosmonautas), tocar también el lado de
nuestras aprehensiones inmediatas, nuestras pathies, nuestras
recepciones, nuestras aprehensiones, porque nos estamos dejando
aproximar sin tomar ni entender nada, y porque tenemos miedo (“no
tengas miedo”, “no te preocupes de nada”, somos precisamente
nosotros, eh), por ejemplo: nuestras últimas “alucinaciones”, la
llamada telefónica con las líneas cruzadas, todas las predicciones,
sean verdaderas, sean falsas, de la música polaca… La verdad,
siempre he tenido dificultades para acostumbrarme a: que la no-
telepatía sea posible. Siempre es difícil imaginar que se pueda
pensar algo por sí mismo [à part soi], en su fuero interno, sin ser
sorprendido por lo otro, sin que lo otro sea advertido en el acto, con
tanta facilidad como si tuviera, en sí, una gran pantalla en el
momento de hablar, con un control remoto [télécommande] para
cambiar de canal y jugar con los colores, el discurso siendo doblado
en letras grandes para evitar cualquier malentendido. Para los
extranjeros y los sordo-mudos. Esta pueril creencia de mi parte, de
una parte en mí, no puede sino referirse a este fondo –bien, el
inconsciente, si quieres– sobre el cual se ha levantado la
certidumbre objetivista, este sistema (provisorio) de la ciencia, el
discurso vinculado con un estado de la ciencia que nos hizo
mantener alejada a la telepatía. Es difícil imaginar una teoría de
aquello que ellos todavía llaman el inconsciente sin una teoría de la
telepatía. Éstas no pueden confundirse ni disociarse. Hasta hace
poco tiempo, me imaginaba, por ignorancia y por olvido, que la
inquietud “telepática” estaba contenida en los pequeños bolsillos de
Freud –finalmente lo que él dice en dos o tres artículos
considerados menores. Esto no es falso, pero percibo mejor ahora,
después de la investigación, cómo estos bolsillos son numerosos. Y
ahí hay mucha, mucha agitación a lo largo de las piernas. (Espera,
interrumpo aquí por un instante el tema de sus “legados” [legs]* y de
todo lo que te había dicho [reconté] sobre el paso [pas], la vía
[voie]**, la viabilidad, nuestro viático, el coche y el Weglichkeit, etc.,
con el fin de copiar esto para ti, le caí encima ayer al atardecer:
“nosotros tenemos el ser y el movimiento, porque somos viajeros.
Ahora bien, es gracias a la vía [voie] que el viajero recibe el ser y el
nombre de viajero. En consecuencia, cuando un viajero avanza o se
mueve por una vía sin fin y se le pregunta dónde está, él contesta
que está en camino [sur la voie]; y si se le pregunta de dónde viene,
él responde que viene del camino [voie]; y si se le pregunta a dónde
va, él dice que va de una vía a otra [de la voie à la voie]. (...) Pero
ten cuidado [garde] con esto (sí, porque se podría no tener cuidado,
la tentación es grande, y es la mía, ella consiste en no tener cuidado
[garde], no guardar nada [garde de rien], no resguardar nada [garde
à rien], y mucho menos la verdad que es la guardia [garde] misma,
como su nombre lo indica) esta vía que es también la vida, es
también verdad”. Adivina, tú, la adivina, quién escribe esto, que no
es ni el tô (camino y discurso), ni el Weg de Martin; adivina lo que he
dejado fuera. Esto se llama Où est le Roi des juifs? [¿Dónde está el
rey de los judíos?]. A pesar de la tautológica viabilidad de la cosa,
hay direcciones, apóstrofes, preguntas y respuestas, ¡y que se
ponen en guardia!). Así, los bolsillos son numerosos, e inflados, en
el cuerpo pero también en el “Movimiento”, en la vida de la “Causa”:
el debate no se detendría en la telepatía y la transmisión del
pensamiento, haría falta decir la “transferencia de pensamiento”
(Gedankenübertragung). Freud mismo querría distinguir
(laboriosamente) entre los dos, creyendo firmemente en esta
“transferencia de pensamiento”, y practicando por largo tiempo
cierta vacilación alrededor de la “telepatía”, que significaría una
advertencia en cuanto a un acontecimiento “exterior” (???). Un
interminable debate entre él y él, él y los otros, los seis otros
anillados. Estaba el clan de Jones, “racionalista” terco, que se hacía
aún más limitado que él, por causa de la situación y de la tradición
ideológica de su país, donde el peligro “oscurantista” era más fuerte;
y luego el clan Ferenczi, que se oscurece aún más rápido que el
viejo, sin hablar de Jung evidentemente. Habían dos alas, por
supuesto, dos clanes y dos alas. Si tienes tiempo, estas vacaciones,
relee el capítulo “Ocultismo” al final de Jones, está lleno de cosas,
pero hacen la parte de este otro Ernest: muy interesado en ser serio,
él tiembla. Ya ves, no se puede pasar por alto a Inglaterra, en
nuestra historia. Del Fortune-telling book en Sp hasta la Forsyte
Saga y Herr von Vorsicht, pasando por los Jones y los Ernest (el
pequeño, que debe tener cerca de 70 años, sigue jugando a la
bobina en Londres, donde es psicoanalista bajo el nombre de Freud-
Ernst W. Freud, no William, Wolfgang, sino Freud y no Halbertstadt,
el nombre del padre o del yerno, pobres yernos)*. Por supuesto,
habían todos los riesgos del oscurantismo, y el riesgo está lejos de
haberse disipado, pero se puede imaginar que entre su pensamiento
del “inconsciente” y la experimentación científica de otros que
verifican la transferencia psíquica a distancia, un lugar de cruce no
ha sido excluido, por lejos que esté. Por otra parte, entre otros
lugares, Freud lo dijo desde el comienzo de Psicoanálisis y
telepatía**, el progreso de las ciencias (descubrimiento del radio,
teorías de la relatividad) puede tener este doble efecto: Hacer
pensable lo que la ciencia anterior rechazó en la oscuridad del
ocultismo, pero simultáneamente liberar nuevos recursos
oscurantistas. Algunos utilizan la ciencia que no entienden para
dormirse en la credulidad, para tomar los efectos hipnóticos del
saber. Esto
que tú no sabrías jamás, esto que te he escondido y ocultaré, salvo
colapso y locura, hasta mi muerte, ya lo sabes, instantáneamente y
casi antes de mí. Sé que tú lo sabes. No quieres saberlo porque lo
sabes; y sabes no querer saberlo, querer no saberlo. Por mi parte,
todo lo que disimulas, debido a que te odio, lo cual gozo [je jouis], lo
sé, te pido mantenerlo en el fondo de ti como la reserva de un
volcán, me pregunto, como tú, cómo un ardiente goce [jouissance]
se detendría ante la erupción y la catástrofe de la confesión. Esto
sería simplemente demasiado. Pero veo, es la conciencia que
tengo, veo los contornos del abismo; y desde el fondo, que no veo,
de mi “inconsciente” (tengo ganas de reír cada vez que escribo esta
palabra, sobre todo con una marca posesiva), recibo informaciones
en directo. Falta pasar a través de las estrellas al fondo del volcán,
comunicación por satélite, y desastre, sin que por ello esto llegue a
destinación. He aquí, pues, mi última paradoja, que solo tú vas a
entender con claridad: es porque habría telepatía que una tarjeta
postal puede no llegar a su destinación. La última ingenuidad
sugeriría que Telepatía garantiza una destinación que los “correos y
telecomunicaciones” fracasan en asegurar. Al contrario, todo lo que
digo de la estructura de tarjeta postal de la marca (interferencia,
parasitaje, divisibilidad, iterabilidad and so on) se encuentra en
cadena. Esto vale para cualquier sistema en tele– , cualquiera que
sea el contenido, la forma o el soporte.
Entre el 10 y el 12 de julio (probablemente). My sweet darling girl
para organizar con
Eli nuestra reunión del sábado y para hacer pasar esta audaz
misiva como contrabando. Pero me parece imposible diferir el envío
de mi carta
y sin embargo no me atrevía a beneficiarme de los pocos momentos
en los que Eli nos dejó a solas. Me habría parecido violar la
hospitalidad.
¿voy a recibir
la carta de la que me hablaste? estas saliendo – y hará falta que nos
correspondamos. ¿Cómo proceder para que nadie sepa
nada? He
establecido un pequeño plan. En caso de que una escritura
masculina parezca extraña en la casa de su tío, Martha [aquí, ya
sabes qué contrabandista escribió esta carta, el 15 de junio de 1882]
quizás podría trazar su propia dirección en un cierto número de
sobres con su dulce mano, después de lo cual llenaré estas
miserables conchas con contenidos miserables. No puedo prescindir
de las respuestas de Martha... Fin de la cita. Dos días después, ella
le ofrece un anillo que ha venido del dedo de su padre. Su madre se
lo había dado, pero era demasiado grande para ella (ella no lo había
perdido, como yo lo hice con el de mi padre, un día tan singular.
). Freud lo llevaba, ¡pero tenía una copia!, mientras le decía que la
copia tenía que ser la verdadera. F. el sabio. Aquí está el primer
archivo de su sensibilidad telepática, una historia de anillos tan
frecuente en el material de Psicoanálisis y Telepatía (la mujer que se
quita el anillo de bodas y se va a ver a un cierto Wahrsager que no
habría dejado, según Freud, de percibir die Spur des Ringes am
Finger.
): “Tengo que hacerte
algunas preguntas serias, trágicas. En tu alma y conciencia, dime si
el pasado jueves a las 11 horas, me amabas menos o si te
molestaba más de lo habitual, o tal vez incluso si me eras “infiel”,
para usar las palabras de poeta (Eichendorff, La petite bague
brisée).* Pero ¿por qué esta abjuración ceremoniosa y de mal
gusto? Debido a que aquí tenemos una buena oportunidad para
poner fin a una superstición. En el momento del que acabo de
hablar, mi anillo tiene una ranura, donde se encuentra la perla. Debo
admitir, mi corazón no se estremeció. Ningún presentimiento me
susurra que nuestro compromiso será roto, y ninguna oscura
sospecha me hará pensar que tú estabas justo en ese momento
persiguiendo mi imagen de tu corazón. Un hombre impresionable
habría sentido todo esto, pero yo no tenía sino una idea: hacer
reparar el anillo [anneau] y también he pensado que accidentes de
este tipo son raramente evitables…” Cuando es tan poco prevenible
que dos veces se rompa este anillo y dos veces durante la
operación de una amígdala, en el momento que el cirujano hundió el
escalpelo en la garganta del prometido. La segunda vez, la perla no
se pudo encontrar. En su carta a Martha, tienes todo el programa,
toda la contradicción por venir ya reunida en el “pero yo...”. Él
también oye voces, la de Marta cuando él está en París (final de
psychopatho.) y “se me respondió cada vez que no había ocurrido
nada”.** Vaya a saber si eso le tranquiliza o decepciona [déçoit].
Como es habitual para mí, he coleccionado todos los fetiches, los
boletos, los trozos de papel: los boletos para asistir al Ringtheater
de Viena (la noche del gran incendio), entonces cada tarjeta de
visita con un lema en latín, en español, en inglés, en alemán, como
amo hacerlo, las tarjetas marcan el lugar del ser amado en la mesa,
entonces las hojas del roble del paseo bien llamado Kahlenberg.
Entre el 10 y el 12 de julio (probablemente).
la habilidad para desviar la dirección de las
palabras [l’adresse à détourner des mots l’adresse].* “¡Ah! Mi ángel
querido, cuánto te agradezco mi puntería!” [“Ah! mon cher ange,
combien je vous remercie de mon adresse!”]. Te dejo descubrir el
contexto por ti misma, está en Le Spleen de Paris (Le galant tireur),
y en Fusées (XVII).**
12 de julio de 1979.
debido a que sus conferencias sobre la telepatía –que yo he querido
llamar las falsas conferencias, porque confía en ellas tanto, el
pobre– fueron para nosotros tan imaginarias o ficticias como el
curso del profesor W. Khal. No solo ha sido muy difícil para él
decidirse [se prononcer] sobre la telepatía, sino que él nunca se ha
pronunciado [prononcé] sobre este tema. Ni escrito nada. Él ha
escrito en vista de hablar, de prepararse para hablar y nunca habló.
Las conferencias que ha escrito sobre este tema, jamás dieron lugar
a su alocución y se mantuvieron escritas. ¿Esto es insignificante? Yo
no lo creo, y estaría tentado de ponerlo en una cierta relación con
este hecho: el material que emplea en este dominio, sobre todo en
Sueño y telepatía*, son casi siempre, literal o casi únicamente,
escritos epistolarios (cartas, tarjetas postales, telegramas, tarjetas
de visita). La falsa conferencia de 1921, “Psicoanálisis y telepatía”,
supuestamente escrita para una asamblea de la Asociación
Internacional, que no tuvo lugar, él no la pronunció nunca; y parece
que Jones lo ha disuadido, con Eitington, de presentarla en el
próximo Congreso. Este texto no fue publicado sino hasta después
de su muerte, y su manuscrito contenía un postscriptum que
relataba el caso del Dr. Forsyth y de la Forsyte Saga, olvidada en la
primera versión por “resistencia” (cito). La falsa conferencia de 1922,
“Sueño y telepatía”, nunca fue pronunciada, como debía ser, ante la
Sociedad de Viena, y solo fue publicada en Imago. La tercera falsa
conferencia, “Sueño y ocultismo” (30ª conferencia, la segunda de las
Nuevas Conferencias), naturalmente, nunca fue pronunciada y
Freud se explica en el prólogo de las Nuevas Conferencias.** Es en
este último texto que encontrarás la Vorsicht Saga con la cual me
gustaría reconstituir una cadena, la mía, de la que te había contado
por teléfono el día cuando ponías tus manos en el aparato para
llamarme en el mismo momento en que mi propia llamada comenzó
a sonar
él dice que ha cambiado
su punto de vista sobre la transferencia de pensamiento. La así
llamada ciencia (por otros) “mecanicista” podrá un día dar cuenta de
ello. La relación entre dos actos psíquicos, la advertencia inmediata
que un individuo puede parecer dar a otro, la señal o transferencia
psíquica puede ser un fenómeno físico. Este es el final de “Sueño y
ocultismo”. Acaba de decir que él es incapaz de buscar para
complacer (tú hablas, ojos míos, como yo
) el proceso de telepatía sería físico en sí, salvo en sus dos
extremidades; una se reconvertiría (sich wieder umsetzt), incluso la
psíquica, en el otro extremo. Por lo tanto, la “analogía” con otras
“transposiciones”, otras “conversiones” (Umsetzungen) es
indiscutible: por ejemplo, la analogía con “hablar y escuchar el
teléfono”. Entre la retórica y la relación psico-física, en cada uno y
de uno a otro, no hay sino solo traducción (Übersetzung), metáfora
(Übertragung), “transferencias”, “transposiciones”, conversiones
analógicas, y sobre todo las trasferencias de trasferencias: Über,
meta, tele: estas palabras transcriben el mismo orden formal, la
misma cadena, y como nuestro discurso sobre este pasaje
[passage] ocurre [se passe] en latín, se añade también trans a la
lista. Hoy nosotros privilegiamos los soportes eléctricos o
magnéticos para pensar este proceso, este proceso de
pensamiento. Y la tekhne telemática no es un paradigma o un
ejemplo materializado de alguna otra cosa, ésta es eso (en
comparación con nuestro block mágico, se trata de un problema
análogo, todo esto se comunica por teléfono). Pero una vez más, un
teléfono terrorífico (y él, el anciano, tiene miedo, yo también) con la
transferencia telepática, no se puede estar seguro de ser capaz de
cortar (no hace falta decir hold on, no corte, ésta está conectada día
y noche, ¿nos imaginas?), ni de poder aislar las líneas. Todo el amor
sería capitalizado y enviado por una central tipo terminal Plato de
Control Data: un día te hablé sobre el software de C.i.i. Honeywell-
Bull llamado Sócrates, acababa de descubrir a Platón. (No he
inventado nada, en Norteamérica es Plato). Así que tiene miedo, y
tiene razón, de lo que sucedería si se pudiera hacer uno mismo
maestro y propietario (habhaft) de este equivalente físico del acto
psíquico, en otras palabras (pero esto es lo que está sucediendo, y
el psicoanálisis no está simplemente fuera de contacto [hors du
coup], especialmente no en su tradición hipnótica indestructible
[increvable]) si tuviéramos un tekhnè telepathikè
pero mi amor, esto es para perder la cabeza, ni más ni menos. Y no
me digas que no comprendes o que no recuerdas, te lo he hecho
saber desde el primer día, y después repetido en cada vencimiento.
Platón es aún el sueño de la cabeza que capitaliza y garantiza los
intercambios (un software [logiciel] más didáctico [didacticiel], como
se dice ahora, falta más que uno dialéctico [dialecticiel]). Pero ahí, él
debe hacer su duelo de Platón mismo (esto es lo que hemos estado
haciendo todo el tiempo desde que nos amamos y tú me enseñaste
este parricidio aterrador, que vino desde que lo he matado en mí, a
fin de acabarlo, y esto no termina, y te perdono, pero él en mí tiene
problemas...) “Dans des cas pareils, ce n’est que le premier pas qui
coûte” [“En tales casos, lo único que cuesta es dar el primer paso” ],
dijo en francés al final de Psi. y Tele. Y concluye: “Das Weitere findet
sich” [“Lo demás viene solo”]. No para nosotros, esto cuesta a cada
paso. Relee este párrafo, el último. Después de haber tenido el valor
de decir que su vida ha sido muy pobre en experiencias ocultas,
añade: pero es un (no) paso más allá de lo que sería si... (welch
folgenschwerer Schritt über...).* Él prevé, así, las consecuencias y
agrega la historia del guardián de la basílica de Saint Denis. Éste
había caminado con su cabeza bajo el brazo después de su
decapitación. Había recorrido una larga distancia (ein ganzes
Stück). ¿Y sabes lo que hacía con su cabeza, al ponerla bajo el
brazo? Se había levantado [relevée] (aufgehoben). Dime, ¿me
relevarás, eh, marcharás con mi cabeza bajo el brazo? Me gustaría.
No. “En tales casos –concluye el Kustos– es solo el primer paso que
cuesta”. En los Gesammelte Werke, el texto siguiente, el título que
se lee inmediatamente después del “primer paso”, es Das
Medusenhaupt.**
Imagina que estoy caminando como él, a su ritmo: entre
cincuenta y sesenta años (aproximadamente hasta 1920),
permanezco en la indecisión. Yo los duermo, dejándoles creer lo
que ellos quieran: la telepatía, no sabes, y te digo que yo mismo no
sé si creo en ella. Ves palomas en mis manos y saliendo de mi
sombrero, pero la forma en que lo hago, misterio. Así, todo en mi
vida (lo siento, en la nuestra) se organiza o desorganiza de acuerdo
con esta indecisión. Se le permite vivir a Platón o a su fantasma, sin
saber si era él o su fantasma. Luego viene la última fase, la que
todavía está por delante de nosotros, pero que veo vernos venir, y
que, en el software [logiciellement], nos ha advertido [prévenus]
desde el principio. Nos esperaría, por tanto, una vida totalmente
transformada, convertida, paralizada por la telepatía, entregada a
sus redes y a sus intrigas sobre toda la superficie de su cuerpo, en
todos los ángulos, enrollado en la telaraña de historias y de
momento sin la menor resistencia de nuestra parte.
Comprometimos, al contrario, una participación entusiasta [zélée],
las iniciativas experimentales más provocativas. Las personas no
nos recibirán más, nos evitarían como a los adictos, asustaremos a
todo el mundo (¡tan fort, como da¡). Por ahora me asusto a mí
mismo, hay uno en mí que ha comenzado y que juega para
asustarme. Permanecerás conmigo, no es así, tú me dirás otra vez
la verdad.
13 de julio de 1979.
No me interesa sino la saga, en primer lugar del lado maternal
(Safah, el nombre del “labio” y de mi madre, como te dije en
octubre)* al menos desde el bisabuelo que hoy cuenta con más de
600 descendientes. Entonces la hipnosis, y a menudo lo decía el
año pasado: “es como si yo escribiera bajo hipnosis” o “haciendo
una lectura bajo hipnosis”. A pesar de que no creo en la vigilia
[veille], hace falta que prepare el gran despertar [réveil], solo con el
fin de cambiar de lado, en suma, al igual que como uno se gira en
una cama
y por eso mi primer tiempo, el de la indecisión. En la falsa
conferencia titulada “Sueño y telepatía”, mi retórica es impagable,
propiamente increíble. Increíble, esta es la palabra, porque juego en
la incredulidad o más bien la acredulidad [acroyance], como no hace
mucho tiempo en Más allá... Todo lo hago para que este auditorio
(que he dispuesto para no tener, por último, para no dejarme robar
por este pobre Jones, con sus consejos de cientista político) no
pueda creer ni no creer, en ningún caso para detener su juicio. Esto
hará que trabajen y trasfieran durante este tiempo, porque la
creencia y el juicio interrumpen el trabajo [arrêtent le travail]; y a
continuación, beneficio secundario, van a dormirse y quedarán
suspendidos en mi labio [lèvre]. Falta saber (y aquí soy fuerte,
porque en este dominio ya no se trata de la cuestión de “saber”.
Todo en nuestro concepto de saber se construye para que la
telepatía sea imposible, impensable, desconocida. Si la hay, nuestra
relación con Telepatía no debe ser de la familia del “saber” o “no-
saber”, sino de otro género). Haré, pues, todo lo posible para que no
puedas creer ni no creer que yo mismo creo o no creo; pero el punto
es que justamente tú nunca sabrás si lo hago intencionalmente
[exprès]. La cuestión de lo expreso [l’exprès] pierde todo sentido
para ti.
será sorprendente para ti: en su astucia e
ingenuidad (que soy yo, ¿verdad?), el uno y el otro igualmente
probables e improbables, distintos y confusos, como un viejo mono.
En primer lugar, pretendo decepcionar a los oyentes ficticios y
lectores aleatorios: ¡oh!, existe mucho interés en lo oculto de hoy, y
como he puesto en cartelera Telepatía, están todos emocionados.
Siempre me has tomado, como Fliess, por un “lector del
pensamiento”. Desprecio [Mépris]. Esperas contener la respiración.
Tú estás en espera al teléfono, yo te imagino y te hablo por teléfono
o teletipo ya que he preparado una conferencia que nunca
pronunciaré (como una carta que no se envía en la vida, que se deja
interceptar por Jones y los amigos de la Causa, esto es, por mis
lugartenientes). Bueno, estás equivocada, por una vez, no
aprenderás nada de mí sobre el “enigma de la telepatía”. Sobre
todo, voy a preservar esto a toda costa, tú no podrás saber “si yo
creo o no en la existencia de una telepatía”. Esta apertura podría
incluso hacer pensar que yo sé, yo, si creo o no, y que, por una
razón u otra, yo quiero mantenerlo en secreto, especialmente para
producir tal o cual efecto trasferencial (no necesariamente sobre ti o
sobre ustedes, sino sobre este público en mí que no me deja). Y, sin
embargo, al final de la falsa conferencia, cuando tomo la palabra
“oculto”, finjo (más o menos, como diría mi padre) confesar que no
me conozco a mí mismo. Yo no sé nada. Me disculpo: si he dado la
impresión de haber secretamente “tomado partido” por la realidad de
la telepatía en el sentido del ocultismo. Lamento que sea tan difícil
evitar dar una impresión así. Dime, ¿a quién crees que le hablo?
¿Por qué es esto lo que tomo? Si no quiero dar la impresión, no
tengo más que hacer lo que es necesario, ¿no te parece? Por
ejemplo, no jugar con el alemán. Diciendo que quería ser totalmente
“unparteiisch”, no quiero decir “imparcial” en el sentido de la
objetividad científica, sino sin prejuicios [sans parti]. Así es como
quiero que aparezca: sin tomar partido [Partei Nehmen] y
permanecer “sin prejuicios” [“sans parti”]. Y he llegado a la
conclusión, como en Más allá..., sin concluir, recordando todas las
razones que he de dejar sin partido [sans parti]. Es realmente el
primer paso el que cuesta. Allí, tú duermes, acuñada [calée] en tu
sillón. No tengo ninguna opinión, entiendes, “ningún juicio”. Esta es
mi última palabra. A mi edad, “yo no sé nada sobre este tema”.
Desde la primera frase a la última, desde el momento en que había
dicho: “ni siquiera se informarán si yo creo o no”, hasta el momento
de concluir: “De todos modos no sé nada acerca de mí mismo”,
podrías pensar que, por tanto, no pasa nada, que no hay aquí
progreso alguno. ¿Pero tú no crees que pueda disimular el
principio? ¿Y aún, diciendo al final que no sé nada? ¿Por diplomacia
y cuidado de “política exterior”? No tienes que creer mi palabra. Es
como cuando te pido al atardecer: dime la verdad, mi pequeña
vírgula ¿Crees que podemos hablar de la mentira en filosofía, o en
literatura, o mejor, en las ciencias? Imagína la escena: ¿Hegel
miente cuando dice en la gran Lógica... o Joyce, en ese pasaje de F.
W., o Cantor? pero si, pero si, y más se puede jugar a esto, más me
interesa. En el fondo, es decir, los discursos en los cuales la mentira
es imposible no me han interesado nunca. Los grandes mentirosos
son imperturbables, ellos nunca hablan de ello. Nietzsche, por
ejemplo, que los desenmascara a todos ellos, no debería ser un
gran mentiroso, él no debe haber sabido cómo, el pobre…
Por tanto, ni un (no) paso más allá, en apariencia, en el
transcurso de 25 apretadas páginas. La delimitación del problema,
la rigurosa salvaguardia (pero entonces, ¿de qué estoy asustado?
¿qué me da miedo?), es la relación de la telepatía con el sueño, con
“nuestra teoría del sueño”. Y sobre todo no se habla de otra cosa,
esto es, de nuestra teoría de los sueños, que hace falta proteger a
toda costa. Y para salvar un sueño, uno solo, en todo caso un solo
generador de sueño, salvarlo contra cualquier otra teoría. ¿Cuál
estrategia, es la que no admiras? Yo neutralizo todos los riesgos de
antemano [d’avance]. Incluso si la existencia de la telepatía (de la
cual yo no sé nada, y de la que tú no sabrás nada, sobre todo no si
yo creo y si quiero saber algo) se atestiguó un día, con todos sus
requisitos, incluso si estuvo asegurada, sichergestellt, no habría
nada que cambiar en mi teoría de los sueños y mi sueño estaría a
salvo [à l’abri]. Yo no digo si creo o no, pero dejo el campo abierto a
cualquier eventualidad (a casi [à peu près]), yo, de alguna manera,
me apropio de antemano. Mi teoría de los sueños, la nuestra (la
primera, segunda, poco importa) podría acomodarse e incluso
todavía ordenarla. Y las dos escenas de Sueño y Telepatía son
demasiado evidentes para ser notadas, una vez más. Primera
escena: incluso defendiéndome [me défendant], esta es la palabra,
de saber nada y de concluir nada, yo no hablo sino por mí, te dije.
Texto totalmente autobiográfico, si no auto-analítico, y que emplea
todo el tiempo para especular. Segunda escena: mi falsa
conferencia se deja, si se quiere, inducir de extremo a extremo, y
conducir por una huella, Spur, de una herida facial que he tenido
desde mi infancia y que, ¿no es así?, abre el texto, lo mantiene
abierto, boquiabierto, el material analítico venido de otra parte, en mi
dossier de la telepatía, sigue siendo epistolar de parte a parte.
13 de julio de 1979
¡Lo que les había contado! que mi material es ligero, que lamento
esta vez no poder exhibir un sueño personal como en mi
Traumdeutung, ya que nunca he tenido un solo sueño telepático.
¿Crees que me creen? Seguramente habrá al menos una que va a
presentir (con excepción de ti, por supuesto, divina, tú sabes todo de
antemano) que es menos simple y que, en el momento de
demostrarlo, los sueños que conté para hacer aparecer el carácter
finalmente no-telepático, mis sueños, por lo tanto, podrían muy bien
ser la cosa más interesante y el tema [sujet] principal, la verdadera
confidencia [confidence]. Cuando digo “Pero yo no he tenido nunca
un sueño telepático”, habrá por lo menos una que va a preguntar:
¿qué es lo que sabe al respecto? y ¿por qué debería creerle? Es
con ella que querría despertar un día y recomenzar de nuevo. Por
otra parte, he reconocido, desde el principio, que había guardado
desde ciertos sueños la impresión de que tal acontecimiento
determinado, ein bestimmtes Ereignis, se jugaba a distancia, en un
mismo lugar, al mismo tiempo o más tarde. Y esta indeterminación
permite el suficiente juego para que ellos se planteen preguntas algo
más complicadas; aquellas que les propongo en su sueño nunca
son válidas en sí mismas
con calma, lo sé, con calma, otra vez, una vez más. Hace falta ver
“doble”, del lado de los hermanos muertos (bellos hermanos), de las
homosexualidades más o menos excluidas, con llamadas por
telepatía (estoy cambiando de número todos los años, pagar para
que no esté listado), que la mayoría vienen a mí desde tátara-tátara
[arrière-arrière] y de bises [grands-grands], etc. (padres, tíos, tías, mi
abuelo puede ser de vez en cuando mi tío abuelo, und so weiter).
Calma, qué quieres que te diga, hace falta aceptar despertarse.
a continuación les dejo el dominio
del sueño que me había comprometido a todavía no desbordar. Lo
dejo atrás por un tiempo, ciertamente, pero para ya hablar de mí:
incluso despierto a menudo tengo verspürt, presentí, experimenté el
presentimiento de acontecimientos lejanos. Pero estos Anzeigen,
Vorhersagen, Ahnungen, estos signos y discursos premonitorios no
son, wie wir uns ausdrücken, eingetroffen. En francés se diría qu’ils
ne se sont pas, comme nous nous exprimons, réalisés [ellos no
están, según nuestra expresión, realizados]. Or in english that they
have not come true, lo que sería otra cosa, literalmente [à la lettre],
porque se tendría algo que puede demostrarse [s’avérer], verificarse
sin realizarse [se réaliser]. O el hecho de que insisto, wie wir uns
ausdrücken, en dos puntos: nicht eingetroffen, muestra claramente
que algo me molesta en esta expresión, pero que hasta ahora no
relevo de otra manera. Por mi parte, dudaría traducirla por
“realizadas”. Eintreffen bien quiere decir, en términos generales,
“realizarse” [“se réaliser”], pero que yo preferiría traducir como
“llegar” [“arriver”], “cumplida” [“s’accomplir”], etc., sin referir a la
realidad, sobre todo (pero no solamente) para que no la asimilemos
tan fácilmente con la realidad exterior. Tú ves donde quiero ir. Una
enunciación puede cumplirse, algo puede llegar sin, por tanto,
realizarse. Un acontecimiento puede tener lugar, sin que sea real. Mi
habitual distinción entre la realidad interna y realidad externa no es
quizás suficiente en este lugar. Ésta hizo un gesto hacia el
acontecimiento, que ninguna idea de “realidad” nos ayuda a pensar.
Pero entonces, tú dirías, si lo que se anuncia en la anunciación lleva
claramente el índice de “realidad exterior”, ¿qué hacer? Bueno, al
tratarlo como índice, él puede significar, telefonear, teleseñalar otro
acontecimiento que llega antes que el otro, sin el otro, según un
tiempo otro, un espacio otro, etc. Este es el a b c de mi
psicoanálisis. La realidad, cuando hablo de ella, es como para
dormir, de lo contrario, no entenderás nada de mi retórica. Nunca he
sido capaz de renunciar a la hipnosis, simplemente he transferido un
modo de inducción sobre otro: se podría decir que he devenido
escritor y en la escritura, la retórica, la puesta en escena y la
composición de los textos, he reinvertido todos mis poderes y mis
deseos hipnagógicos. Qué quieres que te diga, dormir conmigo, eso
es todo lo que les interesa, el resto es secundario. Por lo que la
anunciación telepática has come true even if no es en sí eingetroffen
en la realidad exterior, aquí la hipótesis que doy a leer en el instante
mismo en que la excluyo [la forclos]* en la superficie de mi texto.
La hipnosis, es lo que me has hecho
comprender, la hipnosis, eres tú. Lentamente me despierto de ti,
estiro mis miembros, trato de recordar todo lo que me has hecho
hacer y decir bajo hipnosis y no voy a llegar, voy a estar al borde de
llegar solo cuando vea venir la muerte. Y tú aún estarás ahí para
despertarme, tú. Mientras espero, me desvío, yo me sirvo del poder
que me prestas –sobre los otros
– “Forcluir” [“forclos”] es una palabra hermosa, pero solo
ahí donde no vale sino para mí, mis labios, mi idioma. Es un nombre
propio
sobre esta vacilación [hésitation] entre el sueño y la vigilia. Más
precisamente, entre el sueño propiamente dicho, lo nocturno, y los
presagios de la ida de vigilia [éveillée], resguarda al microscopio el
encadenamiento de todas mis primeras frases. En tres
proposiciones, digo 1) que nunca he tenido un sueño telepático,
salvo estos sueños que informan de un acontecimiento determinado
jugándose a distancia, y que dejan al soñador decidir si éste tendrá
lugar ahora o más tarde. Para dejar decidir, que es la gran palanca,
yo trato de poner al auditor ficticio, al lector en definitiva, en la
situación del soñador por la cual él vuelve a decidir –si está dormido.
2) que en estado de vigilia, también he tenido presentimientos que,
sin que llegaran a “realizarse” en la “realidad exterior”, deberían ser
considerados como simples anticipaciones subjetivas. Ahora
entonces, 3) Párrafo aparte, y digo “por ejemplo” con el fin de contar
una historia de la que no se sabe si ilustra la última propuesta
(premoniciones en la vida en vigilia) o la penúltima (sueños
telepáticos). El contenido parece no dejar lugar a dudas, se trata de
los sueños nocturnos, pero la retórica del encadenamiento parece
temblar un poco, al escucharme crees soñar.
hace largo tiempo
que he escrito esto, yo no sé más
mis dos sueños, en apariencia telepáticos y que no
se serían realizados, son dos sueños de muerte. Los dejo como
entremés [hors-d’oeuvre], supuestamente para demostrar
negativamente que nunca he tenido un sueño telepático y para
insistir en la pobreza de mi material. Añado, además, que en
veintisiete años de práctica analítica (oyes, esta es ciertamente hoy
nuestra cifra) nunca he podido asistir o participar, miterleben, de un
sueño verdaderamente, justamente, “correctamente” telepático, y los
dejo rumiar el “richtige”. Dicho esto, el entremés, mis dos sueños de
muerte, que rápidamente entiendes, se llevan lo esencial de mi falsa
conferencia. El material que sigue y que me llega por
correspondencia, es suficiente para estar un poco despierto o
instigado a entenderlo: éste no está ahí sino para leer mis dos
sueños de muerte o, si prefieres, para-que-no [pour-que-ne-pas],
para no leerlos, para distraer, por un lado, para que no se preste
atención sino a ellos, por otro. Desde que comencé a hablar de
hipnosis y de telepatía (a la vez), hace mucho tiempo, siempre he
llamado la atención sobre los procedimientos de la desviación
[détournement] de la atención, precisamente como hacen los
“médiums”. Ellos, así, provocan experiencias de divinación de
pensamiento, o de traición del pensamiento (Gedanken erraten,
Gedanken verraten). Aquí, mis dos sueños de muerte, se leen sin
darse cuenta, y sobre todo a través del resto del material que ha
llegado por correspondencia, aparentemente sin relación con mis
propios sueños.
El material de
otros, aquello que me llega por lo postal, vendría solamente a
descifrar mis dos sueños de muerte, con todo su sistema,
desciframiento a distancia, bajo la hipnosis y por correspondencia.
Es como si yo hablara un lenguaje diplomático y cultivara en mi
lector paciente la diplopía. Siempre en cuidado de la “política
exterior”, pero, ¿dónde comienza la política exterior? ¿Dónde están
los límites? Naturalmente, dejo entender claramente que soy capaz,
yo, de interpretar mis dos sueños; y para tranquilizar a aquellos que
se preocupan (por mí) de preservar la teoría de los sueños como
cumplimiento de un deseo (me hacen reír, los retrasados), dije con
un guiño que no es tan difícil descubrir los motivos inconscientes de
aquellos dos sueños de muerte (mi hijo y mi cuñada). Pero a ti, no
se te ha escapado que no he dicho nada del segundo sueño
mientras bosquejaba una lectura del primero (Totsagen de mi hijo en
traje de esquí), la remisión [renvoi] a una caída de él mismo en
esquí (Skifahrerkostum, Skiunfall), renviando esta remisión [renvoi
de ce renvoi] a una de mis caídas mientras que de niño yo estaba
tratando, encaramado en una escalera, de alcanzar o derribar algo
bueno, probablemente, desde la parte superior de un cofre [coffre]:
un fort / da de mí, de cuando tenía apenas dos años.* ¿Un poco de
mermelada, tal vez? De aquella caída y de la herida que le siguió,
todavía conservo la huella, Spur. Les digo, entonces, que puedo aún
hoy mostrarla, esta huella. Les digo en un tono que ellos tienen
problemas para identificar (¿inquietud de probar? ¿Exhibición
compulsiva? ¿Confirmación que necesito porque no estoy muy
seguro?). Todo esto, se trata realmente del sueño del 8 de julio
1915. Tres días más tarde una tarjeta postal, que me ha sido
enviada por mi hijo mayor, hacía alusión a una herida ya cicatrizada.
He requerido más precisiones, pero nunca he recibido una
respuesta. Naturalmente, no he dicho una palabra en la falsa
conferencia. Esta huella bajo mi barba da el envío, el título y el tono:
la conferencia no se ocupa sino de fantasmas y cicatrices. Al final de
la puesta en escena del último caso (el mismo correspondiente que
me dijo estar asediado por su sueño “como por un fantasma”, sueño
que no tiene nada de telepático y que pongo delante por la sola (y
mala) razón que la soñadora me había escrito que ella tenía, en otra
parte (!), que ella creía haber tenido experiencias telepáticas...),
recuerdo que las curaciones espontáneas, en otras palabras, que
los auto-análisis dejarían en general “cicatrices”. Nuevamente
vuelven a ser dolorosas de tiempo en tiempo. La palabra “Narbe”
viene dos veces bajo mi pluma, sé que el Inglés ya había usado la
palabra “scar” para traducir Spur, mucho antes. Esta traducción
puede haber puesto a algunos en la pista. Amo estas palabras
Narbe, scar, Spur, trace y cicatrice, en francés también. Dicen bien
lo que quieren decir, eh, sobre todo cuando ello [ça] está bajo los
pelos de algún Bart, o barba. Nietzsche habla ya de una cicatriz bajo
la barba de Platón. Se puede acariciar y apartar los pelos para fingir
mostrar, esta es toda mi conferencia. Del segundo sueño, he
preferido no decir nada. Me anunció la muerte de mi cuñada, la
viuda de mi hermano mayor, a los 87 años, en Inglaterra. Mis dos
sobrinas, de negro, me dicen “am Donnerstag haben wir sie
begraben”.** Este jueves del funeral, el detalle aparentemente más
contingente de la historia, no me ha dicho nada, pero ¿no es este
no, la contraseña [n’est-ce pas le mot de passe?]? Sé de una a la
que no haría falta decirle dos veces. Reconozco que morir a los 87
años no tiene nada de sorprendente pero la coincidencia con el
sueño habría sido desagradable. Una vez más, se trata de una carta
la que me lo ha asegurado. En el protocolo de la conferencia, ya,
una carta y una tarjeta postal vienen a refutar la aparición telepática
de mis dos sueños, lo que debería perturbar al lector. Pues en los
dos casos expuestos, el correo oficia de nuevo: dos
correspondientes que no son “personalmente” conocidos para mí
es decir, somos nosotros los que en el fondo no se conocen
sino por correspondencia. El hecho de que a menudo nos hayamos
encontrado (a menudo es una palabra débil) sigue siendo algo un
poco accesorio. Nosotros nos hemos confiado telepatías por
correspondencia. ¿Nosotros nos conocemos “personalmente”? esto
es muy problemático. What does that mean? Y cuando digo que no
tengo la menor razón para sospechar la intención mistificante
[mystificatrice] de mis correspondientes [correspondants], en la
conferencia, te veo reír, tú me veías ya venir
porque crees en mí,
tú estás siempre presta a no creer una palabra de lo que digo
Soy un doble,
para ti, no Horch, otro
Toma el sueño de los gemelos, el primer caso. Fido,
Fido, recuerda, estoy hablando de telepatía a propósito del doble,
Das Unheimliche, esto es absolutamente esencial. Aquí hay alguien
que me escribe: después de soñar que su segunda esposa tuvo
mellizos, que les dio pecho y mermelada [confiture] (sigue la
mermelada en todas estas historias), él recibió de su hijo, sí, un
telegrama anunciándole que su hija (primer matrimonio) acababa de
tener mellizos. Cuento todo esto con gran detalle (y de nuevo, casi
de la misma manera en las Nuevas Conferencias dejando caer el
relato que mi correspondiente había añadido. Él no tenía ninguna
relación con ningún sueño, y en la lógica del tema [sujet] yo debería
también dejarla caer en Sueño y Telepatía. He guardado este
suplemento a causa de una tarjeta postal y de un niño muerto: en el
momento en que el cartero [facteur] le trae una tarjeta postal, mi
correspondiente comprende que él le anuncia la muerte de su
hermano menor, de 9 años, y quedó solo con sus padres. Muerte,
con todo, súbita e inesperada, pero sus otros tres hermanos, a
quienes no ha visto juntos durante treinta años, además de en los
funerales de sus padres, le dijeron que habían tenido unas
experiencias exactamente similares (similar en un punto que no está
tan claro para él, admite). En mis nuevas conferencias falsas,
insisto, como siempre, en restablecer el orden legítimo: solo el
psicoanálisis puede enseñar [apprendre] algo acerca de los
fenómenos telepáticos, y no a la inversa. Evidentemente, para esto
hace falta integrar la telepatía sin oscurantismo, y alguna
transformación podría sobrevenir para el psicoanálisis. Pero no es
oportuno presentar las cosas así por el momento. Estoy tratando
frenéticamente de distinguir entre la telepatía y “transferencia de
pensamiento”, para explicar por qué siempre he tenido mayor
dificultad para aceptar lo primero que lo segundo, de lo cual hablan
tan poco los viejos relatos de milagros (estoy menos seguro ahora);
en cualquier caso, esto puede querer decir dos cosas: o bien que se
consideraría esta “transferencia” como a partir de sí, la operación
más fácil del mundo; o bien, en razón incluso del estado (apenas
avanzado) de la relación con la objetividad científico-técnica, un
cierto esquema de transmisión no sería pensable, imaginable,
interesante. Tú te explicarías así la asociación constante, al menos
bajo la forma de figuras, de comparaciones, de analogías, etc., entre
una cierta estructura de telecomunicaciones, de la tecnología postal
(telegramas, cartas y tarjetas postales, teléfono) y el material que
tengo ahora a mi disposición cuando oigo hablar de telepatía.
Apenas lo he seleccionado para ti
nuestra historia de los mellizos, vuelvo. Sí, he insertado la
tarjeta postal del joven hermano muerto, aunque ella no tiene nada
que ver con ningún sueño y ella se suelte de mi tema. Después de
eso, reúno todo en una central “Sie sollte lieber meine (zweite) Frau
sein”.* Y admiro mi audacia, digo esto (es ella quien más bien me
habría gustado como una (segunda) esposa) en primera persona,
en estilo mimético o apócrifo, diría Platón. Admira, y no olvides de
que fue escrito, en suma, muy poco tiempo después de la muerte de
Sophie. Yo debería escribir un día sobre esta especulación, estos
telegramas y la generación de yernos [génération des gendres]. La
cláusula en la que he bloqueado la interpretación (“yo la habría
preferido como segunda esposa”) traduciría el pensamiento
inconsciente del abuelo de los mellizos, es decir, de mi
correspondiente. Y yo precedo todo esto de consideraciones
inocentes sobre el amor de una hija por su padre (yo sé que su hija
se aferra a él, estoy convencido de que durante los dolores de parto
ella pensaba en él, y por otra parte pienso que él está celoso de su
yerno, respecto del cual mi correspondiente tiene algunos
comentarios despectivos en una de sus cartas. Los vínculos entre
una hija y su padre son “habituales y naturales”, no se debería tener
vergüenza. En la vida cotidiana, esto se expresa por un tierno
interés, el sueño solo lanzaría este amor hasta sus últimas
consecuencias, etc.). ¿Recuerdas, un día te dije: eres mi hija y no
tengo ninguna hija. Anteriormente, yo siempre vuelvo ensamblar,
había recordado que la interpretación psicoanalítica de los sueños
releva, suprime o guarda (aufhebt) la diferencia entre el sueño y el
acontecimiento (Ereignis), dando a los dos el mismo contenido.
Dicho de otra manera, si un día por seguirme él se encuentra con
uno o una, por seguir lo que siento aún en la inhibición de lo
demasiado pronto, esto será para pensar: desde el nuevo
pensamiento de esta Aufhebung y este nuevo concepto del Ereignis,
desde su posibilidad común, vemos desaparecer todas las
objeciones de principio a la telepatía. El sistema de objeciones se
basa en un millar de ingenuidades en relación con el tema, del yo,
de la conciencia, de la percepción, etc., pero ante todo en la
determinación de la “realidad” del acontecimiento, del
acontecimiento como esencialmente “real”; ahora que pertenece a
una historia de la filosofía del abuelo, y que parece reducir la
telepatía en nombre de un neo-positivismo psicoanalítico, yo libero
el campo. Hace falta para esto, que ellos también se liberen de lo
didáctico [didacticiel] masivamente edipiano por el cual pretendo
hacer reinar el orden en mi clase. Yo quería retardar la ocurrencia
masiva de fantasmas. Contigo esto no podría andar más. Su
calvario está casi cerca de su fin
Te dejo seguir por tu cuenta
los detalles de mi zig-zag [slalom]. Se trata de la alta retórica –al
servicio de una hipno-poética. Siempre hablo en primera persona
(ah, si esta fuese mi segunda esposa, y si mi primera mujer viviera
todavía, no se conformaría con un solo nieto, tendrían que ser por lo
menos mellizos: esto es lo que yo llamo, ya sabes, Fido, la primera
segunda –doblando la apuesta, el abuelo gana). Después de eso, yo
juego al bonneteau* con el sueño y la telepatía, aquí el zig-zag: 1) si
se trata de un sueño con una pequeña diferencia entre el contenido
onírico y el acontecimiento “externo”, el sueño se interpreta según
las vías clásicas del psicoanálisis; entonces es solo un sueño, la
telepatía no tiene nada que ver con ello, no más que con el
problema de la angustia por ejemplo: esta es mi conclusión. 2) si el
contenido del sueño se corresponde exactamente con el del
acontecimiento “real”; entonces, admiro, hago la pregunta: ¿quién te
dijo que es un sueño, y, como a menudo sucede, no estás
confundiendo dos expresiones distintas: estado de sueño [sommeil]
y sueño [rêve]? ¿No sería mejor hablar a continuación, no de sueño,
sino más bien de experiencia telepática en el estado de sueño? No
excluyo la posibilidad pero esto queda aquí fuera de tema [hors
sujet]. Bien jugado, ¿no? El tema, es el reine telepathische Traum.**
Y en su pureza, el concepto de sueño telepático, denominaría la
percepción de algo externo, respecto de lo cual la vida psíquica se
comportaría de manera “receptiva y pasiva”.
14 de julio de 1979
Me preparo distraídamente para el viaje a Oxford. Es como si,
cruzando el Canal de la Mancha en sentido inverso, yo fuera a
conocer a Sócrates y Platón en persona, como si ellos me
estuvieran esperando por allí, en la curva, justo después del
aniversario. Las voces que Sócrates ha escuchado, la voz más bien,
¿qué era, Telepathie o Gedanken Übertragung? ¿Y yo cuando él me
inspira, me divierte en el hueco del oído, y tú?
El otro, cuando él dice “receptiva y
pasiva” sin levantar alguna duda, se lamenta que no haya leído un
cierto Kantbuch, que estaba siendo escrito justo en el momento en
que él mismo estaba cambiando sus puntos de vista sobre la
posibilidad de la telepatía, entre Sueño y Telepatía, y las Nuevas
falsas Conferencias. Yo no había nacido, pero las cosas se estaban
programando.
En cuanto a lo que está “fuera de tema” [hors sujet] (y la
telepatía, eso es lo que es, es lo fuera-del-sujeto [hors-sujet]), el
segundo caso de S. y T., tampoco es un caso de sueño telepático.
No se presenta como tal para su correspondiente. Ella solo ha
tenido, por otra parte, numerosas experiencias telepáticas. Ella le
escribió, dice él. Freud entonces solo se ocupa de un sueño que
vuelve sin cesar, “como un fantasma”, a visitar a su correspondiente.
Totalmente fuera de tema, ¿no? Por lo tanto, antes de hablar de
nuevo, sigue mis índices. No tengo ninguna nueva hipótesis por el
momento. Por tu parte, selecciona y asocia lo que puedas, yo me
escando así en un primer momento, sin gramática: el fantasma, la
inflamación de los ojos y de la vista doble o visión doble
(Doppeltsehen) y las cicatrices (Narben), la clarividencia y la clari-
audiencia (hellsehen, hellhören), la tarjeta postal, de nuevo, esta vez
anunciando la muerte del hermano que había llamado a su madre, y
que la correspondiente dice también haber oído, así (¡de nuevo!) la
primera mujer del marido, la agramaticalidad de la lengua simbólica
tal como él la recuerda al momento de decir que lo pasivo y lo activo
pueden representarse en la misma imagen, por el mismo “núcleo”
(esta palabra vuelve todo el tiempo, ya sea que se trate del núcleo
del sueño, del “núcleo de la verdad” en las experiencias telepáticas
y del núcleo de la tierra que no podría ser mermelada, al comienzo
de las N. C.), el lugar preciso donde F. recuerda que el psicoanalista
también tiene sus “prejuicios”, de nuevo las cicatrices, la confesión
que en este segundo caso se ha descuidado totalmente la cuestión
de la telepatía (!), el punto que no puede ser ni probado ni refutado,
la decisión de no ocuparse sino del testimonio (epistolario) de la
nuera, dejando totalmente fuera de juego la experiencia telepática
de la madre; a continuación, el extraño retorno al caso anterior (el
joven hermano muerto, los hermanos mayores igualmente
convencidos del carácter bastante superfluo del más joven, de su
nacimiento quiero decir); por último, la hija mayor soñando en
convertirse en la segunda mujer por la muerte de la madre (una vez
más) – y la interpretación insolentemente edípica que no se anda
con rodeos... Finalmente, puedo estar equivocado, más que nunca,
puntuando mal, pero finalmente pone un calco, toma y recuenta la
historia que quieras en los intersticios, jugamos mañana, o pasado
mañana, cuando habré hecho lo mismo por nuestra saga. No
olvides el giro del final. No se contenta con repetir que el Ps. podría
ayudar a comprender la telepatía, añade, como si ésta fuera su
verdadera inquietud, que ella ¡ayudaría a aislar mejor los fenómenos
indudablemente telepáticos! Ps. y Telepatía, harían, pues, pareja: un
mensaje telepático puede no coincidir con el acontecimiento en el
tiempo (entender: el tiempo de la conciencia, incluso del ego, que
también es el tiempo que ingenuamente se cree “objetivo” y, como él
dice, “astronómico”, según una antigua ciencia), lo que no
descalifica su virtud telepática. Esto se ha tomado tiempo para llegar
a la conciencia. Con la ayuda de la temporalidad psíquica, de su
heterogeneidad desfasada [décalée], de sus desfases [décalages]
de horario, si lo prefieres, según las instancias consideradas, se
puede tranquilamente concebir la probabilidad telepática. La
conversión a la telepatía no esperó 1926. “No es problema”, dice él,
si el fenómeno telepático es una operación del inconsciente. Sus
leyes se aplicarían, y por sí solas. Lo cual no le impide concluir
como había empezado. No sé nada, no tengo opinión, hace como si
no te hubiera dicho nada. Salud, eh
Si quieres entender esta aparente oscilación, hace falta
precisar bien esto: incluso cuando, algunos años más tarde, en
1926, él declara su “conversión a la telepatía”, él no intenta
integrarla de manera decidida o unívoca en la teoría psicoanalítica.
Incluso la hizo un asunto privado, con toda la niebla que puede
rodear tal noción. “El tema de la telepatía –dice en una carta a
Jones– es, en esencia, extraño al psicoanálisis” o que “mi
conversión a la telepatía es un asunto personal, como el hecho de
que soy judío, de que fumo con pasión y muchas otras cosas…”
¿Quién podría estar satisfecho, con tal declaración de su parte? No
es que sea falsa o sin valor, y muchas veces he sugerido que había
que leer sus proposiciones (incluyendo las teóricas) sobre la
telepatía en relación con su “asunto personal”, etc., pero, ¿cómo
aceptar esta disociación pura y simple por parte de alguien que ha
luchado con la teorización de la telepatía? Y luego, si es extraña al
psicoanálisis, tal como un cuerpo extraño, justamente como el
“fuera-de-sujeto” [hors-sujet], ¿el psicoanálisis debe quedar en
silencio acerca de la estructura y la incorporación del cuerpo
extraño? Al final de “Sueño y ocultismo” (Nuevas Conferencias), él
habla justamente de una historia de cuerpo extraño (Fremdkörper), y
es cierto que se trata de un fenómeno de transferencia de
pensamiento, ante el cual él confiesa el fracaso del análisis. El caso
es aún más interesante, ya que se trata de un recuerdo de la
infancia de la madre (una joya de oro), que irrumpe en la siguiente
generación (su hijo, de 10 años, le trae una joya de oro para que se
la guarde el mismo día en que ella lo había hablado en el análisis).
Freud, que toma esto de Dorothy Burlingham (la persona a quien, yo
lo he oído de M., él había querido ofrecer dos anillos49, pero Anna le
había disuadido), admite el fracaso ante el cuerpo extraño: “Pero el
análisis del niño no arroja información ninguna; la acción se había
introducido ese día en la vida del niño como un cuerpo extraño”.* Y
cuando, algunas semanas más tarde, el niño pide la moneda con el
fin de mostrársela a su psicoanalista, “el análisis tampoco pudo
descubrir acceso alguno hacia ese deseo”*, una vez más. Fracaso,
por tanto, ante el cuerpo extraño –que aquí toma la forma de una
joya de oro: Goldstück, el valor mismo, el signo auténtico del valor
llamado auténtico. Freud tenía tal consciencia (o tal deseo) de haber
ido, así, hasta el límite del psicoanálisis (¿dentro o fuera?), que
comienza un nuevo párrafo y concluye así la conferencia (estas son
las últimas palabras, de las que no se sabe si significan que el
retorno al psicoanálisis freudiano ha comenzado recientemente o
queda por venir): “Und damit waren wir zur Psychoanalyse
zurückgekommen, von der wir ausgegangen sind”: “Y con esto
volveríamos al psicoanálisis, del que habíamos partido”. ¿Partido?
¿alejados? por
último, si el tema de la telepatía es extraño al psicoanálisis, si éste
es un asunto personal (“soy judío”, “me gusta fumar”, “creo en la
telepatía”), ¿por qué haber tomado posiciones públicas respecto de
este tema [sujet], después de haberle consagrado variados
estudios? ¿Se puede tomar esta reserva en serio? Ahora, ten en
cuenta también este hecho: él no le dice a Jones, “éste es un asunto
personal”, él le aconseja responder esto en el caso de que a él le
sea difícil asumir públicamente las posiciones de Freud. Cito toda la
carta, debido a la referencia a Ferenczi y a su hija (Anna), ella me
parece importante (observa de paso que él renuncia, respecto de
dicho cuerpo extraño, a hacer las paces con Inglaterra): “Lamento
infinitamente que mis declaraciones concernientes a la telepatía, le
hayan sumido en nuevas dificultades. Pero es verdaderamente difícil
no herir las susceptibilidades inglesas. No veo ninguna perspectiva
de apaciguar a la opinión pública en Inglaterra, pero al menos me
gustaría explicarle a usted mi aparente inconsecuencia en lo que
respecta a la telepatía. Recuerde cómo ya, por la época de nuestros
viajes en el Harz, yo había expresado una actitud favorable de cara
a la telepatía. Sin embargo, no parecía necesario decirlo
públicamente; mis propias creencias no son lo suficientemente
fuertes, y las consideraciones diplomáticas de poner al psicoanálisis
al resguardo de cualquier acercamiento con el ocultismo, fácilmente
tomó la delantera. Ahora, la revisión de La interpretación de los
sueños para la Collected Edition, me ha incitado a reconsiderar el
problema de la telepatía. Además, mis propias experiencias a través
de los ensayos realizados con Ferenczi y mi hija, me convencieron
tan fuertemente, que las consideraciones diplomáticas pasaron a un
segundo plano. Una vez más, me fue preciso considerar repetir, en
una escala reducida, la experiencia más grande de mi vida: a saber,
la proclamación de una convicción, sin tener que tomar en
consideración ningún eco proveniente del mundo exterior. Así, este
enfoque devino inevitable. Y cuando sostengan ante usted que he
caído en el pecado, responda con calma que mi conversión a la
telepatía es un asunto personal, como el hecho de que soy judío, de
que fumo con pasión y muchas otras cosas, y que el tema de la
telepatía es, en esencia, extraño al psicoanálisis” (7 de marzo de
1926).* Incluso si se tiene en cuenta lo que él dice de la
“diplomacia”, y del asesoramiento diplomático que todavía le da a
Jones, esta carta es contradictoria de punta a cabo. Hace perder la
cabeza, te decía la otra vez, y él mismo había dicho un día que este
tema [sujet] lo dejó “perplejo hasta hacerle perder la cabeza”.** De
hecho, es una cuestión de seguir caminando con la cabeza bajo el
brazo (“no es sino el primer paso el que cuesta”, etc.) o, lo que es lo
mismo, de admitir un cuerpo extraño en la cabeza, en el yo [moi] del
psicoanálisis. Yo, el psicoanálisis, tengo un cuerpo extraño en la
cabeza (recuerdas
En cuanto a Ferenczi
y a su hija, a las “experiencias” que él habría hecho con ellos, no
habría mucho que decir. He hablado lo suficiente de sus hijas,
aunque... pero respecto de Ferenczi, la pista a seguir es esencial.
Uno de los momentos más sorprendentes, aún consiste (desde
1909) en una historia de envío de cartas (cartas entre los dos, sobre
el tema de las cartas que una clarividente, Frau Seidler, parecía ser
capaz de leer con los ojos vendados. El hermano de Ferenczi hace
de mediador entre ellos y el médium, les introduce a ella y transmite
las cartas. Sobre esto, véase Jones, III, p. 435). En cuanto a Jones,
que sin duda no tenía la cabeza tan “dura” para este tema, como él
decía, ¿por qué, en tu opinión, él compara, en 1926, los peligros de
la telepatía para el psicoanálisis con los “lobos” que no “estarían tan
lejos del redil”? (III, p. 446).
15 de julio de 1979
una aterradora consolación. A veces también me acerco a Telepatía
como si se tratara, finalmente, de una garantía
en lugar de disipar del todo, o de complicar el
parasitismo, como te había dicho, y como lo creo, espero la
omnipresencia [toute-présence], la inmediatez fusional, una parusía
para mantenerte, a distancia, para mantenerme en ti; juego al
panteísmo contra la separación, así ya no te vas, ni siquiera ya
puedes oponerme tu “determinación”, ni a mí.
Fort: Da, telepatía contra telepatía, la distancia contra
la inmediatez amenazante, pero también lo contrario, el sentimiento
(siempre próximo a sí mismo, se cree) contra el sufrimiento
[souffrance] del alejamiento, que también se llamaría telepatía.
paso a la segunda y última gran época
actual, el turno ha iniciado, yo comenzaba a estar fijo (calé), voy a
volcar [verser], ya estoy volcado, Tú no puedes hacer nada más, yo
creo, yo creo
guarda un poco de tiempo,
releeremos cosas juntos
Ya, aquí, en piedra saliente, mi primera puntuación
de los Forsyte Saga (“Sueño y ocultismo” en Nuevas Conferencias),
no descarto que ella pase por el lado, o que deporte todo según un
mal desfase [décalage]. Es tu puntuación la que me interesa, tú me
dirás la verdad. Así que dejo los “núcleos” (núcleo de la tierra,
núcleo de la verdad, la mermelada, der Erdkern aus Marmelade
besteht*, inútil que te diga que él no cree, no tanto como yo), pues
los médiums y la impostura, el nuevo núcleo, “alrededor del cual la
impostura (Trug) habría, junto con la fuerza de imaginación
(Phantasiewirkung), extendido una corteza difícil de atravesar”**,
“todo le pasa como si se lo hubieran comunicado por teléfono”***,
“se podría hablar de un correlato psíquico de la telegrafía sin hilos
(gewissermassen ein psychisches Gegenstück zur drahtlosen
Telegraphie)”, “no me he adherido a ninguna convicción”. “Fue en
1922 que hago mi primera comunicación sobre este tema”, después
el “telegrama” y de nuevo nuestros “mellizos”, después “en el
inconsciente este ‘como’ está suprimido”, muerto, la mujer de 27
años (!) que se quita la alianza con “Monsieur le professeur” (entre
paréntesis, respecto del 7, 27, y de nuestro 17, sabías que él eligió
el 17 como la fecha de su compromiso después de haber elegido el
17 en una lotería, lo que debería decir la naturaleza de su carácter –
y ésta, su “constancia”), un fortune-teller parisino, una “fuerte
preponderancia de probabilidades en favor de una efectiva
trasferencia del pensamiento”, la pequeña carta (Kärtchen) en el
grafólogo*, etc. Finalmente, llega David Forsyth, y Freud pone en
juego todos los nombres que se le asocian Forsyte, foresight,
Vorsicht, Voraussicht, precaución o previsión, etc., pero nunca llama
nuestra atención subrayando (al menos eso me parecía, voy a tener
que volver a leer) el pliegue suplementario de lo demasiado obvio, a
saber, que el propio nombre propio dice lo previsto [la prévue].
Forsyth, que tenía una cita, deposita eine Karte para Sigi, luego en
sesión con M. P., precisamente ese día le cuenta que tal virgen lo ha
apodado, a él, Herr von Vorsicht**, debido a su prudente reserva o
modestia. Sigi parece saber mucho acerca de los motivos reales de
esta reserva, él le muestra la tarjeta y nos habla sin transición de la
Saga, aquella de los Forsyte que M. P, alias von Vorsicht, le había,
por otra parte, hecho descubrir a partir de The man of property!
Naturalmente, ten en cuenta el hecho de que Jones, que conocía
Forsyth, sospecha de que Freud “inconscientemente ha retocado la
historia”, le reprochó pequeños errores en este ejemplo, “el más
fino” que nos ha “informado”, tú sigue todos los meandros de los
nombres propios, pasando a través de Freud y von Freund,
colecciona y clasifica, clasifica todas las visitas, tarjetas de visita,
cartas, fotografías y comunicaciones telefónicas de la historia,
entonces fija dos centros en este largo elipsis. En primer lugar, el
tema del análisis interrumpido. Hay análisis interrumpido ahí dentro,
y me gustaría decir, en estiramiento de la elipsis: la telepatía, es la
interrupción del psicoanálisis del psicoanálisis. Todo gira, en el caso
Vorsicht, alrededor del temor de M. P. de ver interrumpido su
análisis, como le había hecho entender Freud. La llegada del Dr.
Forsyth, el visitante de la tarjeta, habría sido un presagio. A no ser
que se trate de otra interrupción del análisis, marcada por otra
tarjeta, de un otro el Dr. F. Él debía, ahí, oler de este lado.
Enseguida, el otro punto focal, el par madre/hijo, el caso reportado
por el amigo de Anna (ella misma en análisis – ¿con quién fue
ahora?) y la joya de oro (Goldstück), induciente de un “cuerpo
extraño”, etc.
y, naturalmente, estoy siguiendo todo esto a lo largo de una
línea de plegado invisible: sin reducirla, te solapas sobre la auto-bio-
thanatografía, y buscas el cuerpo extraño del lado del médico.
y en Gradiva, respecto y ante una mujer que
se parecía a una paciente muerta, había dicho, “entonces, los
muertos pueden retornar”.* Él piensa que es un buen médium de sí
mismo, y en el año 1925, en el periodo en el que se atreve a
declarar su “conversión”, le escribe a Jones: “Ferenczi llegó aquí un
domingo reciente. Los tres (con Anna) llevados a cabo algunos
experimentos sobre la transmisión de pensamientos. Fueron un
éxito sorprendente, sobre todo aquellos en los que yo estaba
jugando el papel de médium y analizaba a continuación mis
asociaciones. El asunto es urgente para nosotros”. ¿Con quién
estaban hablando, ese domingo? ¿Quién fue M. P.? Platón, el
maestro pensador, el jefe de correos, pero aun así, adivina, en ese
fecha...
El psicoanálisis entonces (y sigue siempre la
línea de plegado) se asemeja a una aventura de la racionalidad
moderna para tragar y rechazar, a la vez, el cuerpo extraño
denominado Telepatía, asimilarlo y vomitarlo sin poder resolverse ni
por lo uno ni por lo otro. Traduce todo esto en términos de política –
interior y exterior– del Estado (que soy yo) psicoanalítico. La
“conversión” no es una resolución, ni una solución; es aún la cicatriz
hablante del cuerpo
extraño. Un medio siglo, ya,
conmemora
el Gran Viraje, que va a ir ahora muy rápido. Voy a releer todo,
probando las llaves una tras otra, pero tengo miedo de no encontrar
(o de encontrar) todo solo, de no tener más el tiempo ¿Me darás
la mano? No hay más tiempo por perder, Õ g¦r kairÕs šggÚj,
Telepatía ven hacia nosotros, tempus enim prope est.*
Traducción: Javier Pavez
47. Este texto apareció por primera vez en la revista Furor, n° 2 (ahora agotado) en 1981.
Se reprodujo con la amigable autorización de Daniel Wilhelm en Confrontation (Cahiers 10,
1983).
48. Un tal restante [restant], lo publico sin duda para aproximarme a aquello que
permanece [demeure], para mí, aún hoy, inexplicable. Estas postales y cartas, me han
resultado inaccesibles, al menos materialmente, por una apariencia de accidente, en un
momento dado. Pues bien, éstas debían figurar, en estado de fragmentos y según el
dispositivo adoptado entonces, en Envíos (primera parte de La carte postale...,
Flammarion, París, 1980 [La tarjeta postal. De Sócrates a Freud y más allá. Siglo XXI,
2001, pp. 17-242]). De manera aparentemente también fortuita, las he encontrado todas
cerca de mí, pero era demasiado tarde, mientras las pruebas del libro eran ya distribuidas
por segunda vez. Se hablará quizás de omisión por “resistencia” y otras cosas parecidas.
Por supuesto, ¿pero resistencia a qué? ¿a quién? ¿Dictada por quién, a quién, cómo y
según qué vías? De este paquete de envíos cotidianos, que datan todos de la misma
semana, no extraigo sino una parte, por ahora, por falta de espacio. Por falta de tiempo
también, y para el tratamiento al que he presentado esta correspondencia, la clasificación,
la fragmentación, destrucción, etc., el lector interesado puede referirse a la página siete y
siguientes de los Envíos.
49. “Dorothy Burlingham also came to Freud and psychoanalysis as Anna’s close friend.
Leaving her disturbed husband, she moved to Vienna from America with her four children.
She was first in analysis with Theodor Reik an then Freud (...) A member of the Tiffany
family, Dorothy Burlingham could afford to pay for the treatment of her whole family; her
children were among Anna Freud’s first patients. Freud was happy when Anna found
Dorothy as a friend; to him it meant she was now in safe hands. In 1929 he wrote ‘our
symbiosis with an American family (husbandless), whose children my daughter is bringing
up analytically with a firm hand, is growing continually stronger, so that we share with them
our needs for the summer’ (en Binswanger –Precisión de J. Derrida). And in 1932 Freud
noted that Anna and ‘her American friend (who owns the car) have bought and furnished ...
a weekend cottage” (en Zweig –Precisión de J. Derrida). Anna Freud loved dogs, and in his
old age Freud would play ‘with them as he used to play with his ring’ (Sachs –Agrega J.
Derrida). Dorothy ... was the main source not only of Freud’s dogs but also of the chows
that went to others in Freud’s circle (...) Anna became a second mother to her children, and
Dorothy was recipient of one of Freud’s rings”. Paul Roazen, Freud and his followers. New
York, 1975, p. 448. (Nota añadida en la corrección de pruebas, el 22 de enero de 1981).
[Hay versión en castellano: “Dorothy Burlingham llegó también hasta Freud y el
psicoanálisis como amiga íntima de Anna. Después de dejar a su trastornado marido, se
trasladó de América a Viena con sus cuatro hijos. Primero se analizó con Theodor Reik y
después con Freud (…) Dorothy Burlingham, que era miembro de la familia Tiffany, podía
pagarse el tratamiento de toda su familia; sus hijos fueron unos de los primeros pacientes
de Anna Freud. Freud se alegró de que Anna encontrara a una amiga como Dorothy; para
él significaba que pasaba a estar en buenas manos. En 1929 escribió: ‘nuestra simbiosis
con una familia americana (sin marido), cuyos hijos está educando analíticamente mi hija
con firmeza, se está haciendo cada vez más intensa, por lo que pasamos juntos las
vacaciones del verano’. Y en 1932 Freud observaba que Anna y ‘su amiga americana (que
tiene coche) han comprado y amueblado... una casa de campo para los fines de semana’.
A Anna Freud le encantaban los perros, y en su vejez Freud solía jugar ‘con ellos igual que
solía jugar con su anillo’. Dorothy (…) era quien principalmente proporcionaba no solo los
perros de Freud, sino también los chows de otros miembros del círculo de Freud (…) Anna
se convirtió en una segunda madre de sus hijos, y Dorothy recibió uno de los anillos de
Freud”. P. Roazen, Freud y sus discípulos, trad. C. Manzano, Madrid, Alianza, 1978, pp.
470-471.
* Cf., S. Freud, “Sueño y ocultismo”, ed. cit., p. 52. [N. del T.]
EX ABRUPTO50
***
***
Por él, para él, por Roland Barthes: por él, para él despliego estos
pensamientos. Eso significa que pienso en él y desde él, no
solamente en su obra o refiriéndome a él. Por él, para él. Esto
parece decir que quisiera dedicarle estos pensamientos, dárselos,
destinárselos. Aunque ya nunca lleguen hasta él. Y éste debe ser mi
punto de partida: no pueden acudir a él, llegar hasta él, incluso si
hubieran podido hacerlo mientras vivía. ¿Entonces? ¿A dónde
llegan? ¿A quién y por qué? ¿Son solo para él en mí? ¿En ti? ¿En
nosotros? No es lo mismo, ocurre tantas veces, y desde el momento
en que está en otro, ese otro no es ya el mismo. Quiero decir el
mismo que es él. Y, no obstante, él, Barthes, ha dejado de ser.
Atenerse a esa evidencia, a su claridad incontestable, volver a ella
como a lo más simple y solo a esto: que incluso retirándose a lo
imposible algo ofrece aún y permite pensar.
***
Más luz que deje algo qué pensar, qué desear. Saber, o más bien
aceptar lo que da a desear, amarlo desde una fuente invisible de
claridad. ¿De dónde venía la singular claridad de Barthes? ¿De
dónde le venía? Porque también debió recibirla. Sin simplificar nada,
sin violentar los pliegues ni las reservas, esa claridad emanaba
siempre de cierto punto que no era solo uno, que se mantendrá
invisible a su manera, ilocalizable para mí –esa claridad de la cual
quisiera, si no hablar, por lo menos dar una idea, y hablar también
de lo que de ella he preservado para mí.
***
***
***
***
***
Como si: he leído los libros, uno tras otro como si un idioma fuera a
surgir, para finalmente desplegar su negativo ante mis ojos; como si
el andar, el porte, el estilo, el timbre, el tono, el gesto de Roland
Barthes, tantas rúbricas obscuramente familiares y reconocibles
entre muchas, fueran a revelarme de golpe su secreto, uno más de
los secretos escondido tras los otros (yo llamaba secreto tanto a una
intimidad como a una manera de actuar: inimitable), de golpe el
rasgo único dispuesto súbitamente a plena luz; y no obstante, como
habría yo de reconocerlo en lo que escribió sobre la “fotografía
unaria” –naturalmente contra ella, puesto que anula lo “punzante” en
lo “estudioso”, el punctum en el studium–. Medité: parecía como si el
punto de singularidad, antes de propagarse al rasgo pero
afirmándose continuamente desde el primer libro hasta su
interrupción en el último, cuando a pesar de todo resistía de
diversas maneras a las mutaciones, agitaciones, desplazamientos
de terreno, a la diversidad de los objetos, de los corpus y de los
contextos, ocurría como si la instancia de lo invariante me fuera a
ser entregada tal como finalmente era –en algo, en un detalle–. Sí.
Exigía de un detalle ese éxtasis revelador, el acceso instantáneo a
Roland Barthes (a él, solo a él), la gracia de un acceso ajeno a toda
búsqueda. Esperaba la revelación más de ese detalle a la vez
totalmente visible y disimulado (evidente) que de los grandes temas,
los contenidos, los teoremas, las estrategias de las escrituras que
creía conocer y reconocer fácilmente desde hacía un cuarto de siglo
–a través de los distintos “periodos” de Roland Barthes (a los que él
mismo distinguió en Roland Barthes [Roland Barthes por Roland
Barthes*] como “fases” y “géneros”)–. Busqué como él, como él, y
en la situación en que escribo desde su muerte, en que cierto
mimetismo es a la vez un deber (acogerlo en sí, identificarse con él
para dejarle la palabra, la palabra en sí, para hacerlo presente y
representarlo con fidelidad) y la peor de las tentaciones, la más
indecente, la más mortífera, el don y la suspensión del don, tratar de
escoger. Como él, yo buscaba el frescor de una lectura en esa
relación con el detalle. Sus textos me son familiares y aún
desconocidos. Esa es mi certidumbre, como ocurre verdaderamente
con todos los textos que me importan. La palabra “frescor” es la
suya, juega un papel esencial en la axiomática de Le degré zéro... El
interés por el detalle también fue el suyo. Benjamin veía en el
agrandamiento analítico del fragmento o del significante ínfimo un
lugar de cruce entre la era del psicoanálisis y aquella de la
reproductibilidad técnica, de la cinematografía, de la fotografía, etc.
(Habiendo atravesado tanto por los recursos del análisis
fenomenológico como por el estructural, desbordándolos, el ensayo
de Benjamin y el último libro de Barthes podrían muy bien ser los
dos textos culminantes sobre la cuestión llamada del “Referente” en
la modernidad técnica.) Punctum traduce además, en La chambre
claire, un valor de la palabra “detalle”: un punto de singularidad que
horada la superficie de la reproducción –e incluso de la producción–
de las analogías, de los parecidos, de los códigos. Esa singularidad
perfora, me alcanza de golpe, me hiere o me asesina y, en principio,
parece mirarme solo a mí. Está en su definición el que se dirija a mí.
A mí se dirige la singularidad absoluta del otro, el Referente cuya
imagen propia no puedo suspender aun cuando su “presencia” se
oculta para siempre (es esa la razón por la cual la palabra
“Referente” podría incomodar si el contexto no la reformara), cuando
él se ha hundido ya en el pasado. A mí se dirige también la soledad
que desgarra la trama de lo mismo, las redes o los ardides de la
economía. Pero es siempre la singularidad del otro, puesto que
incide en mí sin dirigirse a mí, sin que esté presente en mí y el otro
pueda ser “yo” [moi], yo antes de haber sido o, habiendo sido, yo
muerto ya en el futuro anterior o en el pasado anterior de la
fotografía. En mi nombre, añadiré. Aunque, como siempre, parezca
ligeramente marcada, creo que ese alcance del dativo o del
acusativo que me dirige o me destina el punctum, es esencial a la
categoría, en todo caso en su empleo en La chambre claire. Al
relacionar dos exposiciones diferentes del mismo concepto, se ve
con claridad que el punctum me apunta al instante y al lugar desde
donde yo le apunto; es así como la fotografía puntuada me hiere. En
su superficie mínima, el punto mismo se divide: esta doble
puntuación desorganiza enseguida lo unario y el deseo que ahí se
ordena. Primera exposición: “es él [el punctum] el que surge de la
escena, como una flecha, y viene a traspasarme. Existe una palabra
en latín para designar esta herida, este pinchazo, esta marca hecha
por un instrumento puntiagudo; esta palabra me va tanto más
cuanto que […]” (Esta es la forma de lo que yo buscaba, lo que le
va, lo que no va y no vale más que para él; como siempre, él declara
que busca lo que viene y le va a él, le conviene, le ajusta como una
prenda de vestir; aunque sea ropa hecha y a la moda, debe
plegarse al habitus inimitable de un solo cuerpo. Elegir entonces sus
palabras, nuevas o muy viejas, en el tesoro de las lenguas, como se
elige una prenda de vestir y tomarlo todo en consideración: la
estación, la moda, el lugar, la tela, el tono, el corte.) “[…] esta
palabra me va tanto más cuanto que remite también a la idea de
puntuación y a que las fotos de las que hablo están en efecto
puntuadas, a veces incluso plagadas de esos puntos sensibles;
precisamente, esas marcas, esas heridas son puntos. Ese segundo
elemento que viene a desordenar el studium lo llamaré, pues,
punctum, ya que punctum es también pinchazo, pequeño orificio,
pequeña mancha, pequeño corte –y también tiro de dados–. El
punctum de una foto es ese azar que, en ella, me apunta (pero
también me asesina, me golpea)”. El paréntesis no encierra algo
incidental o una idea secundaria, como pasa con frecuencia; no es
lo dicho en voz baja en el recodo de un pudor. Y en otro lugar, veinte
páginas más adelante, Barthes despliega otra exposición: “Habiendo
pasado revista de este modo a los intereses sensatos que
despertaban en mí ciertas fotos, me parecía corroborar que el
studium, dado que no está atravesado, azotado, cebrado por un
detalle (punctum) que me alcanza o me hiere, engendraba un tipo
de foto muy difundida (la más difundida del mundo), y que
podríamos llamar fotografía unaria”.
***
***
***
***
***
***
***
Dos infidelidades, una elección imposible: por una parte, no decir
nada que lo recuerde solo a él, a su propia voz, callarse o cuando
menos hacerse acompañar o preceder, en contrapunto, por la voz
del amigo. Entonces, por un fervor de amistad o reconocimiento,
también por aprobación, contentarse con citar, con acompañar lo
que corresponde al otro, más o menos directamente, cederle la
palabra, anularse frente a ella, seguirla, ante él. Pero ese exceso de
fidelidad terminará por no decir nada, no intercambiar nada.
Regresa hacia la muerte. Remite a ella, remite la muerte a la
muerte. Por el contrario, al evitar toda cita, toda identificación,
incluso toda aproximación, para que todo lo que se dirija a Roland
Barthes o hable de él venga en verdad del otro, del amigo vivo, se
enfrenta el riesgo de hacerlo desaparecer todavía más, como si
fuera posible añadir muerte a la muerte, pluralizarla indecentemente.
Quedaría hacer y dejar de hacer ambos a la vez. Corregir una
infidelidad con otra. De una muerte a otra: ¿es esa la inquietud que
me ha dictado el comienzo en plural?
***
***
***
***
Cuando digo Roland Barthes es a él a quien nombro, más allá de su
nombre. Pero como a partir de este momento precisamente él es
inaccesible al llamado, como la nominación es incapaz de
convertirse en invocación, apelación, apóstrofe (si suponemos que,
revocada hoy, esta posibilidad jamás pudo ser pura), es a él en mí a
quien yo nombro, atravieso su nombre para ir hacia él en mí, en ti,
en nosotros. Lo que pase en relación con él y se diga de él queda
entre nosotros. El duelo ha comenzado en ese punto. ¿Pero
cuándo? Porque, antes de ese acontecimiento incalificable llamado
muerte, la interioridad (del otro en mí, en ti, en nosotros) había
emprendido ya su obra. Desde la primera nominación, había
precedido la muerte como lo hubiera hecho otra muerte. El nombre
por sí mismo lo hace posible: esta pluralidad de muertes. E incluso
si la relación entre ellas fuera solamente analógica, la analogía sería
singular, sin medida común con ninguna otra. Antes de la muerte sin
analogía ni relevo, antes de la muerte sin nombre y sin frase, antes
de esa muerte ante la cual nada tenemos que decir y es imperativo
el silencio, antes de esa muerte que él llamaba “mi muerte total,
indialéctica”, antes de la última, los otros movimientos de
interiorización eran a la vez más y menos poderosos, poderosos de
otro modo, más o menos seguros de sí mismos, de otro modo. Más:
no se encontraban aún perturbados o interrumpidos por el silencio
de muerte del otro que viene a llamar afuera los límites de una
interioridad hablante. Menos: la aparición, la iniciativa, la respuesta
o la intrusión imprevisible del otro vivo invocan también este límite.
Vivo, Roland Barthes no se reduce a lo que cada uno de nosotros
imagina, a lo que podemos pensar, creer o saber y recordar de él.
¿Pero una vez muerto lo hará? No, pero el riesgo de la ilusión será
más fuerte y más débil, otra en todo caso.
***
***
La cámara clara dice más, sin duda, que la cámara lúcida, nombre
de ese aparato anterior a la fotografía y que se opone a la cámara
oscura. Me es imposible no asociar la palabra claridad, dondequiera
que aparece, a lo que él dice, mucho antes, de su madre niña, de la
“claridad de su rostro”. Añade enseguida: “[...] la pose ingenua de
sus manos, el lugar que había ocupado con docilidad, sin mostrarse
ni ocultarse”.
***
***
Sin mostrarse ni ocultarse. Eso fue lo que ocurrió. Ella había
ocupado ya su lugar “dócilmente”, sin la iniciativa de la más mínima
actividad, con la pasividad más dulce, y ella ni se muestra ni se
oculta. La posibilidad de esa imposible derrota, fragmenta toda
unidad, y es el amor; desorganiza todos los discursos emanados del
studium, las coherencias teóricas y las filosofías. A éstas les es
preciso decidir entre presencia y ausencia, aquí y allá, lo que se
revela y lo que se disimula. Aquí, allá, la otra única, su madre,
aparece, es decir, sin aparecer, puesto que el otro no puede
aparecer sino desapareciendo. Y ella “sabía” hacerlo,
inocentemente, porque en la pose sin pose de su madre es la
cualidad de alma de niño lo que él descifra. No dice más y nada
subraya.
***
***
***
***
Un pedazo de mí como un pedazo de la muerte. ¿Decir “las
muertes” es acaso dialectizarlas o, al contrario, como yo querría?
(pero estamos aquí en un límite en el que querer basta menos que
nunca). Duelo y transferencia. En una entrevista con Ristat, cuando
se trató de la “práctica de escritura” y autoanálisis dijo, lo recuerdo:
“El autoanálisis no es transferencial, y en esto tal vez no estén de
acuerdo los psicoanalistas”. Sin duda. Tal vez, haya sin duda,
transferencia en el autoanálisis, en particular cuando pasa por la
escritura y la literatura; pero juega de otra manera, juega más –y las
diferencias del juego aquí son esenciales–. Comparada con la
posibilidad de escribir, nosotros tenemos necesidad de otro
concepto de la transferencia (¿pero ha existido alguna vez uno?).
***
***
Las muertes de Roland Barthes: sus muertes, aquéllos y aquéllas,
los suyos que están muertos y cuyas muertes han debido habitarlo,
ubicar los lugares o las instancias graves, tumbas orientadas en su
espacio interior (su madre, para terminar y sin duda para empezar).
Sus muertes, aquellas que ha vivido en plural, que ha debido
encadenar intentando vanamente “dialectizarlas” antes de la “total”,
la “indialéctica”, esas muertes que, en nuestra vida, constituyen
siempre una serie aterradora que jamás termina. Pero él, ¿cómo las
vivió? No hay respuesta más imposible y prohibida que ésta. Pero
en los últimos años un movimiento se precipitó; me parece haber
sentido algo como una aceleración autobiográfica, como si dijera
“siento que me queda poco tiempo”, debo ocuparme en principio de
ese pensamiento de muerte que comienza, como el pensamiento y
como la muerte, en la memoria del idioma. Todavía vivo, como
escritor escribió una muerte de Roland Barthes por sí mismo. Y
finalmente, sus muertes, esos textos sobre la muerte, todo lo que
escribió, marcando tan enfáticamente el desplazamiento, sobre la
muerte, sobre el tema que, si se quiere, podría ser el de la Muerte,
si es que existe. De la Novela a la Fotografía, de Le degré zéro de
l’écriture (1953) a La chambre claire (1980), cierto pensamiento
sobre la muerte puso todo en movimiento, o más bien lo lanzó a un
viaje, a una especie de travesía hacia un lugar más allá de todos los
sistemas que confinan, de todos los saberes, de todas las
positividades científicas cuya novedad tentó al Aufklärer y al
descubridor que había en él solo por un tiempo, el tiempo de un
trayecto, de una contribución que solo después de él se volvía
indispensable, cuando él ya estaba en otra parte y lo decía, al
franquearse con una modestia calculada, con esa cortesía que
despliega una exigencia rigurosa y una ética intratable como una
fatalidad idiosincrática asumida con inocencia. En el principio de La
chambre claire, dice para sí mismo, dice su “incomodidad” de
siempre: “ser un sujeto tambaleante entre dos lenguajes, uno
expresivo y otro crítico; y en el seno de este último, entre muchos
discursos, los de la sociología, de la semiología y del psicoanálisis –
pero [me digo] que, por la insatisfacción en la que me encuentro
finalmente ante unos y otros, rindo testimonio de lo único que con
seguridad me ocurrió (por ingenuo que haya sido): la resistencia
arrebatada a todo sistema reductor. Puesto que cada vez que,
habiendo ya hecho un recorrido, sentía algo de consistencia en
ellos, al sentirlos deslizarse así a la reducción y a la reprimenda, los
abandonaba suavemente y me ponía a hablar de otra manera”. El
más allá de esta travesía es sin duda el gran cabo, el gran enigma
del Referente, como se lo ha llamado durante estos últimos veinte
años y, justamente, la muerte nada tiene que ver con eso (será
preciso volver a esto con otro tono). En todo caso, desde Le degré
zéro de l’écriture... el más allá de la literatura como literatura, la
“modernidad” literaria, la literatura al producirse y producir su
esencia como su propia desaparición, mostrándose y ocultándose a
la vez (Mallarmé, Blanchot...), todo eso pasa por la Novela, y “la
Novela es una Muerte”: “La modernidad comienza con la búsqueda
de una Literatura imposible. Así, en la Novela se encuentra ese
aparato a la vez destructivo y resurreccional propio de todo el arte
moderno [...]. La Novela es una Muerte; hace de la vida un destino,
del recuerdo un acto útil, y de la duración un tiempo dirigido y
significativo”. Ahora bien, la posibilidad moderna de la fotografía
(arte o técnica, aquí importa poco) es lo que conjuga en un mismo
sistema la muerte y el referente. No es ésta la primera vez que
ocurre, y esta conjugación, para tener una relación esencial con la
técnica reproductiva, o con la técnica a secas, no esperó a la
Fotografía. Pero la demostración inmediata que aporta el dispositivo
fotográfico, o la estructura del residuo que deja tras de sí, son
acontecimientos irreductibles, cuya originalidad es indeleble. Es el
fracaso o, en todo caso, el límite de todo aquello que, en el lenguaje,
la literatura y las demás artes, parece sustentar algunos burdos
teoremas sobre la suspensión general del Referente, o de aquello
que por una significación a veces caricaturesca quedaba clasificado
en esta categoría amplia y vaga. Ahora bien, por lo menos en el
instante en que el punctum desgarra el espacio, la referencia y la
muerte encuentran una coincidencia en la fotografía. ¿Pero
debemos decir la referencia o el referente? La minucia analítica
debe estar aquí a la medida del desafío y la fotografía la somete a
una prueba: ahí el referente está visiblemente ausente, suspendible,
desaparecido en la ocasión única y pasada de su haber acontecido,
pero la referencia a ese referente, podríamos decir, el movimiento
intencional de la referencia (puesto que en este libro Barthes acude
justamente a la fenomenología) implica irreductiblemente el haber-
sido de un único e invariante referente. Implica este “retorno del
muerto” en la estructura misma de su imagen y del fenómeno de su
imagen. Esto es lo que no se produce –o cuando menos no de la
misma manera, porque la implicación y la forma de la referencia
toman otras vías y desviaciones en otro tipo de imágenes o de
discursos, digamos de marcas en general. Desde el principio, en La
chambre claire, el “desorden” que introduce la fotografía es atribuido
fundamentalmente a “la única vez” de su referente, una sola vez que
ya no se deja reproducir o pluralizar, una vez cuya implicación
referencial se halla inscrita como tal en la propia estructura del
fotograma, sea cual fuere el número de sus reproducciones o
incluso el artificio de su composición. De ahí “la obstinación del
Referente por estar siempre ahí”. “Se diría que la Fotografía siempre
lleva consigo a su referente, ambos fustigados por la misma
inmovilidad fúnebre o amorosa [...], en suma el referente se adhiere.
Y esta singular adherencia [...]”. Aunque ya no esté ahí, su haber-
estado-ahí formando parte de la estructura referencial o intencional
de mi relación con el fotograma, confiere al retorno del referente la
forma de la obsesión. Es un “retorno de lo muerto” cuyo
advenimiento espectral en el espacio mismo del fotograma se
asemeja mucho al de una emisión o al de una emanación. Es ya
una especie de metonimia alucinante: es cualquier cosa, un pedazo
venido del otro (del referente) que se encuentra en mí, ante mí pero
también en mí como un pedazo de mí mismo (puesto que la
implicación referencial es también intencional y noemática, no
pertenece al cuerpo sensible o al soporte del fotograma). Y además
el “blanco”, el “referente”, el “eidolon emitido por el objeto”, “el
Spectrum” que puedo ser yo, visto en una fotografía de mí: “[...] vivo
entonces una microexperiencia de la muerte (del paréntesis): me
convierto verdaderamente en espectro. El Fotógrafo lo sabe bien, él
mismo tiene miedo (aunque solo sea por razones comerciales) de
esta muerte en la que su gesto habrá de embalsamarme [...] me he
convertido en Todo-Imagen, es decir, la Muerte en persona [...]. En
el fondo, aquello a lo que apunto en la foto que se me toma (la
‘intención’ con la que miro) es la Muerte: la Muerte es el eidos de
esa Fotografía”.
***
***
No haré una alegoría, menos aún una metáfora, pero recuerdo, que
fue durante los viajes cuando pasé más tiempo a solas con Barthes.
A veces frente a frente, quiero decir cara a cara (por ejemplo, en el
tren de París a Lille o de París a Bordeaux), a veces codo con codo,
separados solo por un corredor (por ejemplo, en la travesía París-
Nueva York-Baltimore en 1966). El tiempo de nuestros viajes no fue
sin duda el mismo aunque fuera también el mismo y es preciso
acomodarse a estas dos certezas absolutas. Si yo quisiera y pudiera
dejar surgir aquí un relato, hablar de él tal y como fue para mí (la
voz, el timbre, las formas de su atención y de su distracción, su
manera cortés de estar aquí o allá, el rostro, las manos, el vestido,
la sonrisa, el cigarro, tantos rasgos que nombro sin describirlos
porque aquí es imposible), incluso si intentara reproducir lo que
ocurrió entonces, ¿qué lugar reservar a la reserva? ¿Qué lugar
quedaría para la extensión inmensa de los silencios, a lo no-dicho
de la discreción, de la prevención o del para-qué-sirve, de lo que en
nosotros ya-nos-es-demasiado-conocido, o de lo que permanece
infinitamente desconocido de una y otra parte? Continuar hablando
de ello en la soledad que adviene después de la muerte del otro,
esbozar la mínima conjetura, arriesgarse a la más tenue
interpretación, lo siento como una injuria o una herida sin fondo –y,
sin embargo, también como un deber con él. Pero no lo cumpliré, o
en todo caso no ahora, aquí. Siempre la promesa del regreso.
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L’amitié, esas cuantas páginas al final del volumen que lleva ese
título: no tenemos derecho a cambiar nada, sea esto lo que sea. Lo
que liga a Blanchot y a Bataille fue único y L’amitié lo dice de
manera absolutamente singular. Sin embargo, la fuerza metonímica
de la escritura más punzante nos deja leer estas páginas, lo cual no
quiere decir exponerlas, más allá de su reserva esencial. Nos
permite pensar aquello que, no obstante, nunca abre, no muestra ni
oculta. Sin que podamos entrar en la singularidad absoluta de esa
relación, sin olvidar que solo Blanchot pudo escribir eso y hablar
solamente de Bataille, quizá sin que podamos comprenderla, y en
todo caso sin lograr conocerla, podemos pensar lo que está escrito.
No deberíamos poder citar, pero asumo toda la violencia de la cita, y
sobre todo de una cita necesariamente trunca:
¿Cómo aceptar hablar de este amigo? Ni como elogio, ni por el interés de alguna
verdad. Los rasgos de su carácter, las formas de su existencia, los episodios de su
vida acordes incluso con la búsqueda de la que se sintió responsable hasta la
irresponsabilidad, no pertenecen a nadie. No hay testigo. Los más cercanos no dicen
sino lo que les fue más cercano, no lo lejano que se afirma en esa proximidad; y la
lejanía cesa cuando cesa la presencia [...]. Sólo buscamos colmar un vacío, no
soportamos el dolor: la afirmación de ese vacío [..]. Todo lo que decimos tiende solo a
velar la afirmación única: que todo debe desaparecer y que no podemos
mantenernos fieles más que velando este movimiento que desaparece, y al que
pertenece ya ese algo en nosotros que rechaza todo recuerdo.
***
Y más adelante:
Porque hay siempre en ella ese signo imperioso de mi muerte futura, cada foto, aun
si estuviera plenamente arraigada en el mundo excitado de los vivos, viene a
interpelar a cada uno de nosotros, uno por uno, ajena a toda generalidad (pero no
ajena a toda trascendencia).
***
***
***
***
¿De dónde viene el deseo de fechar estas últimas líneas (14 y 15 de
septiembre de 1980)? La fecha, que es siempre un poco una firma,
exhibe la contingencia o la insignificancia de la interrupción. Como el
accidente y como la muerte, parece impuesta desde fuera, “aquel
día” (aquí concuerdan el tiempo y el espacio, los marcos de una
publicación, etc.), pero dice sin duda otra interrupción. Ésta no es
más esencial ni más interior, pero se anuncia como otra
comprensión, otro pensamiento de la misma...
***
***
Hoy mismo alguien recuerda una palabra (menos que una carta, una
sola frase) que me fue destinada sin serme dada hace veinticuatro
años casi exactamente. En vísperas de un viaje, esa palabra debía
acompañar el don de un libro muy singular, un pequeño libro que es
ilegible para mí todavía hoy. Sé, creo saber por qué se interrumpió
ese gesto. Fue más bien contenido (de hecho el pequeño libro está
incluido en otro), como la memoria protegida de la interrupción.
Ésta, por razones a la vez graves y ligeras, tenía mucho que ver con
algo que estaría tentado a llamar el todo de mi vida. La cosa (que
recibo hoy en la víspera del mismo viaje, quiero decir hacia los
mismos lugares) ha sido encontrada por azar, mucho tiempo
después de la muerte de quien me la destinó. Todo me es
demasiado cercano, la forma de esa escritura, de esta firma, las
palabras mismas; otra interrupción convierte esto en algo tan lejano,
tan ilegible como el pequeño viático insignificante, ciertamente, pero
en la interrupción el otro aparecido se dirige a mí dentro de mí, el
otro aparecido verdaderamente... El papel conserva sus pliegues de
veinticuatro años, leo la escritura azul (cada vez soy más sensible al
color de la escritura, en todo caso, ahora lo sé mejor) de alguien
que, al hablar de la muerte, me había dicho un día, mientras íbamos
en el auto, lo recuerdo frecuentemente: “eso me ocurrirá pronto”. Y
fue cierto.
***
***
Esta enunciación imposible, “Estoy muerto” ¿no habrá ocurrido
nunca? Tiene razón; “con apego a la letra”, está “forcluida”. Y sin
embargo se la comprende, es posible comprender su sentido
llamado “literal”, aunque solo sea para declararla legítimamente
imposible en su acto de enunciación. Y él, ¿en qué pensaba en el
momento en que se refería a esa letra? Sin duda, pensaba por lo
menos en esto: que en la idea de muerte, cuando cualquier otro
predicado sigue siendo problemático, la idea es comprendida de
manera analítica: incapaz de enunciar, de hablar, de decir yo en
presente, etc. Sí, yo puntual, puntuando, en el instante, una
referencia a sí como a un referente único, etc., esta referencia auto-
afectiva que define el corazón de lo viviente. Volver desde ese punto
a la metonimia, a la fuerza metonímica del punctum sin la cual no
habría punctum como tal... En el corazón de la tristeza por el amigo
cuando muere, ese punto puede ser tal vez que después de haber
podido decir una muerte tan numerosa, y pronunciar con tanta
frecuencia “estoy muerto” según la metáfora o la metonimia, nunca
haya podido decir literalmente “estoy muerto”. Si lo hubiera hecho,
habría cedido aún a la metonimia. Pero la metonimia no es el error o
la mentira, no dice lo falso. Y al pie de la letra acaso no haya
punctum. Esto es lo que hace posible cualquier enunciación, pero en
nada reduce el sufrimiento; incluso es una fuente, la fuente del
sufrimiento, lo in-puntual, ilimitable. Si escribiera volviendo a la letra*
y si intentara traducir a otra lengua... (todas estas preguntas son
tanto de la traducción como de la transferencia).
***
***
La enunciación del “estoy muerto” que él dice imposible ¿no surge
de ese régimen que él llama en otra parte utópico –y al que llama?
¿Y no se impone la utopía en ese lugar, si nos es posible aún
decirlo, en que una metonimia actúa sobre ese yo en su relación
consigo mismo, el yo, cuando no remite a ninguna otra cosa que a
quién habla presentemente? Habría algo como una frase del yo, y el
tiempo de esa frase elíptica daría lugar a la sustitución metonímica.
Para darse tiempo, sería preciso regresar aquí sobre aquello que
vincula implícitamente en La chambre claire al Tiempo como
punctum y la fuerza metonímica del punctum...
***
***
***
Teoría contrapuntística o desfiladero de los estigmas: una herida
surge sin duda en lugar del punto señalado de singularidad, en lugar
de su instante mismo (estigmatizado), en su punta. Pero en lugar*
de este acontecimiento, el lugar ha sido cedido, por la misma herida,
a la sustitución que se repite, conservando tan solo un deseo
pasado de lo irreemplazable.
***
Mi Loulou,
No tengo nada que decir, excepto que te extraño mucho y quiero volver a verte.
N.B. (...) veo con agrado que mi antigua estudiante se dedique a tan serias
lecturas. En cuanto a mi opinión sobre esas cosas, aquí la tienes en pocas palabras:
yo no sé qué quieren decir estos dos sustantivos Materia y Espíritu; no sabemos más
del uno que del otro. Quizás no sean más que abstracciones de nuestra inteligencia.
Por decirlo brevemente, encuentro el Materialismo y el Espiritualismo igualmente
impertinentes.
Pida al Monseñor que le facilite El Banquete y El Fedón de Platón (en la
traducción de Cousin). Ya que amas lo ideal, mi Loulou, beberás, en estos libros, de
la fuente misma. Como arte, es maravilloso.
Gelb cree (“I believe”) que no hay ninguna prueba. Cree que solo
hay creencias. La creencia “Reagan” no se basa en pruebas. Pero,
por definición, no podría. No hay pruebas en este terreno. La
superioridad nuclear nunca es absoluta ni está absolutamente
probada, jamás se ha podido apostar por ella, de un modo
absolutamente demostrativo, para intimidar al adversario en período
de crisis. Solamente hay una prueba imaginable, la guerra y,
finalmente, ésta ya no prueba nada. A la creencia “Reagan”, el
discurso contrario solamente le puede contraponer otra creencia, su
propia retórica y su propia hermenéutica. Gelb no deja de invocar su
“creencia” y, ante todo, su “experiencia” (de la psicología de los
hombres del Pentágono o de la Casa Blanca).
En cuanto a la “traducción” (translation), “en poder diplomático”,
de un término nuevo (prevailing), podría pensarse, en primer lugar,
que la palabra “traducción” solamente tiene un sentido amplio, vago
y metafórico: se trataría, en efecto, de traducir una palabra, pero
también una realidad (la superioridad nuclear y la conciencia que se
puede tener de ella), a otro terreno, el del poder diplomático, en el
transcurso de una transferencia, en suma, no lingüística.
Ciertamente, pero la cosa se complica en el momento en que se
tiene en cuenta este hecho: el “poder diplomático” nunca se
despliega fuera de texto, siempre va unido a un discurso, a un
mensaje, a un envío. Tiene la estructura de un texto en el sentido
ilimitado que doy a esta palabra y en el sentido más estrictamente
tradicional del término. Sólo hay texto, tanto en las pruebas de
fuerza como en el momento estrictamente diplomático, es decir,
sofístico-retórico, de la diplomacia.
Cuarto misil, cuarta misiva
No creemos en las aporías del referente nuclear.
A título del nuclear criticism, coloquio organizado por Diacritics,
hemos de hablar de literatura, de la literatura que yo distinguiría aquí
de la poesía, de la epopeya y de las artes literarias en general.
Ahora bien, la literatura –en la modernidad de su sentido– parece
no haber podido constituirse como institución fuera de estas dos
condiciones: 1) un proyecto de archivación, la acumulación de una
especie de memoria objetiva más allá de cualquier soporte oral de la
tradición, 2) la constitución de un derecho positivo: el derecho de
autor, la identificación del firmante, del corpus, la distinción entre el
original y la copia, el original y el plagio, etc. La literatura no se
reduce ni a esa forma de archivación ni a ese estado del derecho,
pero no podría sobrevivirles como la institución que ella es, con su
nombre de literatura. Sin embargo, lo que quizá la unicidad de la
guerra nuclear haga pensar, su ser-por-primera-y-quizá-por-última-
vez, su absoluta capacidad de invención, lo que aquélla hace
incluso pensar aunque siga siendo un engaño, una creencia, una
proyección fantasmática, es evidentemente la posibilidad de una
destrucción irreversible, sin resto, del archivo jurídico-literario, por
consiguiente, del fundamento de la literatura y de la crítica. Esta
posibilidad no implica necesariamente la destrucción de la
humanidad, de la tierra humana, ni siquiera de otros discursos (artes
o ciencias), ni siquiera de la poesía o de la epopeya; éstas podrían
reconstruir su proceso vivo y su archivo, al menos en la medida en
que la estructura de ese archivo (el de una memoria no literaria)
implica estructuralmente la referencia a un referente real y exterior al
mismo archivo. Digo bien: en la medida en que y con esa hipótesis.
No es seguro que todos los demás archivos, cualquiera que sea su
soporte material, tengan un referente semejante absolutamente
fuera de sí mismos, fuera de su propia posibilidad. Si lo tienen,
entonces pueden con todo derecho reconstruirse y, por
consiguiente, sobrevivir de otro modo. Pero si no lo tienen, o en la
medida en que no lo tengan fuera de sí mismos, se encuentran en el
caso de la literatura. Podría decirse que participan de la literatura en
cuanto que ésta produce su referente como referente ficticio o
fabuloso que depende en sí mismo de la posibilidad de la
archivación, que está constituido en sí mismo por el acto de la
archivación. Esto conduciría a una extensión considerable, abusiva
–dirían algunos– del campo de la literatura. Pero ¿quién ha
demostrado que la literatura sea un campo con límites indivisibles y
simplemente asignables? Los acontecimientos conocidos con el
nombre de literatura son delimitables. En principio, hay una historia
posible de ese nombre y de las convenciones vinculadas a esa
nominación. Sin embargo, no ocurre lo mismo con las posibilidades
estructurales de lo que así se denomina y no se limita a los
acontecimientos ya conocidos con ese nombre.
Nos encontramos aquí ante la hipótesis de una destrucción total y
sin resto del archivo. Ésta tendría lugar por vez primera y carecería
de proporción común con, por ejemplo, el incendio de una biblioteca,
aunque fuera la de Alejandría que hizo correr tanta tinta y alimentó
tantas literaturas. La hipótesis de esa destrucción total atiende a la
deconstrucción, guía su andadura, permitiendo reconocer a la luz,
por así decirlo, de esa hipótesis o de ese fantasma, las estructuras y
la historicidad propias de los discursos, de las estrategias, de los
textos o de las instituciones que hay que deconstruir. Por eso, la
deconstrucción, aquello al menos que se adelanta hoy en día con
ese nombre, pertenece a la era nuclear. Y a la era de la literatura. Si
denominamos “literatura” aquello cuya existencia, cuya posibilidad y
cuya significación están más radicalmente amenazadas, por primera
y por última vez, por la catástrofe nuclear, eso nos hace pensar la
esencia de la literatura, su precariedad y la forma de su historicidad
radicales; pero, al mismo tiempo, a través de ella, hace pensar la
totalidad de aquello que, al igual que ella, y en ella desde ese
momento, se halla expuesto a la misma amenaza, constituido por la
misma estructura de ficcionalidad histórica que produce y arrastra
consigo su propio referente. En adelante, se puede afirmar que la
historicidad de la literatura es de arriba abajo contemporánea o más
bien estructuralmente indisociable de algo así como una época
nuclear. Por “época” nuclear entiendo asimismo la epojé que deja en
suspenso el juicio antes de la decisión absoluta. La era nuclear no
es una época, es la epojé absoluta. No es el saber absoluto ni el fin
de la historia, es la época del saber absoluto. La literatura pertenece
a esa época nuclear, la de la crisis y la de la crítica nuclear, al
menos si por esto se entiende el horizonte histórico y ahistórico de
una auto-destructibilidad absoluta sin apocalipsis, sin revelación de
su propia verdad, sin saber absoluto.
Este enunciado no es abstracto. No concierne a unas estructuras
generales ni formales, a cierta ecuación entre una literariedad
extendida a todo archivo posible y una auto-destructibilidad en
general. No, en mi hipótesis se trataría del surgimiento “sincrónico”,
de una co-pertenencia del principio de razón (interpretado desde el
siglo XVII según el orden de la representación, el predominio de la
estructura sujeto/objeto, la metafísica de la voluntad, la tecnociencia
moderna, etc.; remito aquí, con una palabra, a Heidegger quien, en
Der Satz vom Grund, se interesa, por lo demás, no tanto por la
guerra nuclear cuanto por la era atómica como era de la in-
formación que forma e in-forma una imagen del hombre) y del
proyecto de literatura en sentido estricto, aquel que no podemos
hacer remontar más allá de los siglos XVII y XVIII. Para adelantar
esta hipótesis no es preciso seguir a Heidegger en su interpretación
del principio de razón ni en su valoración de la literatura (que
distingue de la poesía), tal y como aparece, par ejemplo, en Was
heisst Denken? Pero sobre esto trato en otros lugares82 y aquí no
puedo adentrarme en esta dirección.
En lo que denomino, en otro sentido, una época absoluta, la
literatura nace y no puede sino vivir su propia precariedad, su
amenaza de muerte y su finitud esencial. El movimiento de su
inscripción es la posibilidad misma de su propio borrarse. Por
consiguiente, no podemos contentarnos con decir que, para tornarse
seria e interesante hoy en día, una literatura y una crítica literaria
han de referirse a la cosa nuclear, ni siquiera que han de dejarse
obsesionar por ella. Ciertamente, hay que decirlo y es verdad. Pero
creo asimismo que, al menos indirectamente, siempre lo ha hecho.
Siempre ha pertenecido a la época nuclear, incluso aunque no hable
de ella “seriamente”. Y, en verdad, creo que se trata de ésta “con
más seriedad” en textos de Mallarmé, de Kafka, de Joyce, por
ejemplo, que en novelas actuales que describen sin rodeos y de
forma “realista” una “verdadera” catástrofe nuclear.
Ésta sería la primera versión de una paradoja del referente. En
dos puntos. 1. La literatura pertenece a la era nuclear en virtud del
carácter performativo de su relación con el referente. 2. La guerra
nuclear no ha tenido lugar, es una especulación, una invención en el
sentido de la fábula o una invención que hay que inventar: para dar
lugar a ella o para impedir que tenga lugar (se necesita tanta
invención para lo uno como para lo otro); y, por el momento, no es
más que literatura. Algunos podrían concluir de esto que, por lo
tanto, no es real y queda toda ella en suspenso en una fabulosa y
literaria epojé.
Quinto misil, quinta misiva
Pero, otra versión u otra vertiente de la misma paradoja, no creemos
más que en el referente nuclear.
Si queremos absolutamente hablar en términos de referencia, la
guerra nuclear es el único referente posible de cualquier discurso y
de cualquier experiencia que compartirían su condición con la de la
literatura. Si, de acuerdo con una hipótesis o una fábula
estructurantes, la guerra nuclear equivale al aniquilamiento total del
archivo, si no de la tierra humana, aquélla se convierte en el
referente absoluto, en el horizonte y en la condición de todos los
demás. Una muerte individual, una destrucción que solo afecta a
una parte de la sociedad, de la tradición, de la cultura siempre
puede dar lugar a un trabajo simbólico del duelo, con memoria,
compensación, interiorización, idealización, desplazamiento, etc. En
ese caso, hay monumentalización, archivación y trabajo sobre el
resto, trabajo del resto. De la misma manera, mi propia muerte, por
así decirlo, en cuanto individuo, siempre puede ser anticipada,
fantasmáticamente, simbólicamente también, como una negatividad
en marcha: una dialéctica de la obra, de la firma, del nombre, de la
herencia. La imagen, el duelo, todos los recursos de la memoria y
de la tradición pueden amortiguar la realidad de esa muerte cuya
anticipación queda entonces tejida de ficcionalidad, de simbolicidad
o, si lo prefieren ustedes, de literatura; y eso aunque yo viva esa
anticipación con angustia, con terror, con desesperación, como una
catástrofe que no tengo ninguna razón para considerar como distinta
del aniquilamiento de toda la humanidad: ésta tiene lugar con cada
muerte individual. No hay ninguna común medida apropiada para
persuadirme de que un duelo personal es menos grave que una
guerra nuclear. No obstante, una cultura y una memoria social se
pueden encargar simbólicamente de cualquier muerte, ésa es
incluso la función esencial y la razón de ser de ambas. Así limitan
tanto más su “realidad”, la amortiguan en lo “simbólico”. El único
referente absolutamente real es, por consiguiente, a la medida de
una catástrofe nuclear absoluta que destruiría irreversiblemente el
archivo total y toda capacidad simbólica, la “supervivencia” misma
en el corazón de la vida. Ese referente absoluto de toda literatura
posible es a la medida del borrarse absoluto de toda huella posible.
Es, por lo tanto, la única huella imborrable, como huella de lo
radicalmente otro. El único “tema” de toda literatura posible, de toda
crítica posible, su único referente último y a-simbólico, no
simbolizable, incluso insignificable es, si no la era nuclear, si no la
catástrofe nuclear, sí al menos aquello hacia lo que el discurso y la
simbólica nucleares todavía apuntan: la destrucción sin resto y a-
simbólica de la literatura. La literatura y la crítica literaria no pueden,
finalmente, hablar de otra cosa. No pueden tener ninguna otra
referencia última, no pueden sino multiplicar las maniobras
estratégicas para asimilar ese radicalmente otro inasimilable. No son
más que esas maniobras y esa estrategia diplomática, con el doble
lenguaje (double talk) imposible de reducir a ellas. Porque,
simultáneamente, ese “tema” no puede ser un “tema”, ni ese
“referente” un “referente” nombrables. Al no poder sino hablar de
eso, la literatura tampoco puede sino hablar de otra cosa e inventar
estratagemas para hablar de otra cosa, para diferir el encuentro con
lo radicalmente otro, encuentro debido al cual, no obstante, esa
relación sin relación, esa relación de inconmensurabilidad no puede
quedar totalmente en suspenso, al tiempo que constituye la
suspensión epocal misma. Esa invención de lo radicalmente otro es
la única invención posible. Eso se puede transponer a un discurso
de estrategia diplomática o militar corriente. En un artículo titulado
“Cómo no pensar en la guerra nuclear” (“How not to think about
nuclear war”, New York Review of Books, 15 de julio de 1982),
Theodore Draper critica la estrategia del “no first use” que
equivaldría de hecho a un “no use”, e ironiza acerca del “reino del
oscurantismo utópico” de Jonathan Schell quien, en The fate of the
earth, hablaba de “reinventar la política” (reinvent politics), de
“reinventar el mundo” (reinvent the world), de un “desarme global
tanto nuclear como convencional, y de la invención de medios
políticos gracias a los cuales el mundo podría solventar
pacíficamente los problemas que, a lo largo de toda la historia, ha
solventado por medio de la guerra”. Draper se repliega entonces en
lo que puede parecer una sabiduría o una economía de la
différance: ganar el mayor tiempo posible teniendo en cuenta los
constreñimientos indesplazables, volver, si es posible (como si fuera
posible), al “sentido original” de la disuasión que, en suma, se habría
perdido o pervertido estos últimos tiempos: “La disuasión
(deterrence) es todo lo que nos queda. Como ocurre con otros
muchos términos que se usan y de los que se abusa, es preferible
volver al sentido original (original meaning) de aquél”.
Este discurso merecería un análisis minucioso y atento.
Refiriéndose a Solly Zuckerman (Nuclear illusion and reality), éste
imputa, por ejemplo, a los científicos una responsabilidad más grave
que la de los militares y los políticos. En su capítulo sobre The
advice of scientists, Zuckerman –recuerda Draper– “muestra cómo
aquéllos arrastraron a los políticos y a los militares; solo se podrá
poner fin a la carrera armamentística –previene– si los políticos
“atienden a los hombres de técnica”. Esta inversión de los papeles,
tal y como nos los imaginamos normalmente, puede parecer
sorprendente para la mayor parte de los lectores”.
Sexto misil, sexta misiva
El azar no es abolido por un misil absoluto. No hay nada serio que
objetar contra esa sabiduría “racional” y “realista” de la disuasión,
contra esa economía de la différance o de la “deterrence”. La única
reserva posible, más allá de la objeción, es que, si hay guerras y
una amenaza nucleares, la “disuasión” (deterrence) no tiene ni
“sentido original” ni medida. Su “lógica” es la de la separación y de
la trasgresión, es escalada retórico-estratégica o no es nada. Se
entrega, por cálculo, a lo incalculable, al azar y a la oportunidad.
Partamos de nuevo de ese pensamiento del envío desde el cual
Heidegger da finalmente un nuevo impulso al pensamiento del ser
como pensamiento del don, y de aquello que da que pensar, del es
gibt Sein, de la dispensación o del envío del ser (Geschick des
Seins). Ese envío no es la emisión de un misil o de una misiva pero
no creo que, en última instancia, se pueda pensar el uno sin la otra.
Aquí solo puedo designar títulos de discursos posibles. Con
frecuencia, en otros lugares, he intentado acentuar la divisibilidad y
la irreductible diseminación de los envíos. Lo que he denominado la
“destinerrancia” ya ni siquiera nos proporciona la garantía de un
envío del ser, de una reunión del envío del ser. Si la diferencia
óntico-ontológica garantiza la reunión de ese envío, la diseminación
y la destinerrancia de las que yo hablo van a dejar incluso en
suspenso esa misma diferencia óntico-ontológica. La destinerrancia
la epocaliza a su vez. Lo cual deja en suspenso incluso el concepto
y el pensamiento de la epocalidad del ser. La destinerrancia de los
envíos está vinculada a una estructura cuya aleatoriedad y cuya
incalculabilidad son irreductibles. No hablo aquí de una
indecidibilidad o de una incalculabilidad como reserva para una
decisión calculable. No hablo del margen aún indeterminado aunque
homogéneo con el orden de lo decidible y de lo calculable. Lo
mismo que en la conferencia sobre “Psyché. Invención del otro”, se
trataría antes bien de una aleatoriedad heterogénea al cálculo y a
cualquier decisión posible. Ese impensable se da a pensar en la
época en que es posible una guerra nuclear: uno o más bien, de
entrada, varios envíos, misiles, cuya destinerrancia y cuya
aleatoriedad pueden, en el proceso mismo del cálculo y en los
juegos de su simulación, escapar a todo control, a toda
reasimilación o auto-regulación de un sistema que, precipitadamente
(demasiado deprisa, para evitar lo peor) pero irreversiblemente,
ellos habrán destruido.
De la misma manera que cualquier lenguaje, que cualquier
escritura, que cualquier texto teórico-informativo envía, se envía, se
deja enviar, así también hoy en día los misiles, cualquiera que sea
su soporte, se dejan más fácilmente que nunca describir como
envíos de escritura (código, inscripción, huella, etc.). Eso no los
reduce a la anodina inofensividad que ingenuamente se les podría
atribuir a los libros, sino que recuerda, expone, hace estallar aquello
que, en la escritura, siempre comporta la fuerza de un artefacto
mortal.
La destinerrancia aleatoria del envío permite pensar, por así
decirlo, la era de la guerra nuclear. Ahora bien, ese pensamiento no
ha podido tornarse radical, como pensamiento restante del “sin
resto”, sino en la era nuclear. Esa “contemporaneidad” no es
histórica en el sentido trivial del término. Ni siquiera es temporal. No
es estrictamente contemporánea. No se sitúa en la reunión de una
simultaneidad sino que acompaña de otro modo. Y carece de edad.
Lo mismo que lo radicalmente otro puede acompañar dislocando la
síntesis y la proporción. Casi podría decirse: marchándose por la
buenas, dejando en la estacada, en el momento mismo de la
solicitud, de la asistencia, de la preocupación.
Esa cuasi-”contemporaneidad” sin edad ha debido de dar, pues,
signos de sí misma antes de que la tecnociencia nuclear estuviese
en el punto en el que está ahora de sus invenciones: tanto en la
física de Demócrito como en Nietzsche o Mallarmé, entre otros
muchos. No borremos, sin embargo, por eso mismo la notable
escansión de esa “historia”, aunque ésta haya construido un
concepto de historia que carece de proporción con respecta a
aquélla: el momento en el que la formación del Principio de Razón
por Leibniz83 –saque de gracia de la tecnociencia moderna, si nos
fiamos de Heidegger– viene a resonar con lo que se denomina la
cuestión nuclear de la Metafísica. Es la que el propio Leibniz formula
y en torno a la cual Heidegger organiza la repetición misma de la
esencia de la metafísica en ¿Qué es metafísica?, entre la “primera”
y la “última” guerra mundial: “¿Por qué hay algo antes que nada?”.
Cuestión nuclear por cuanto que parece última, al borde del abismo
–y apropiada para ser mejor escuchada que nunca en la era así
llamada nuclear–. Cuestión nuclear por cuanto que parece, al
menos por su contenido, resistir al análisis, a la descomposición o a
la división: ¿acaso se puede ir más lejos? ¿Se puede ir más lejos
sin hacer que ceda la resistencia del ente (algo), incluso de la
diferencia ontológica, o de la pregunta misma, de la dignidad última
de la pregunta como recurso primero o último del pensamiento?84
Séptimo misil, séptima misiva
El nombre de la guerra nuclear es el nombre de la primera guerra
que se puede hacer en nombre únicamente del nombre, es decir de
todo y de nada. Partamos de nuevo, para el último envío, de la
homonimia entre el criticismo kantiano y el “nuclear criticism”. En
primer lugar, con respecto a este nombre, “nuclear criticism”, se
puede predecir que muy pronto, a partir de este coloquio, se crearán
en las universidades programas y departamentos con ese título, lo
mismo que se ha hecho muy bien creando, con todo lo equívoco de
la cosa, unos programas o unos departamentos de “women studies”
o de “black studies” –cosas que, pese a ser rápidamente
reapropiadas por la institución universitaria, no por eso deberían
dejar de ser, en principio y conceptualmente, irreductibles al modelo
de la universitas–. El “nuclear criticism”, lo mismo que el criticismo
kantiano, es un pensamiento de los límites de la experiencia como
pensamiento de la finitud. El intuitus derivativus del ser receptivo (es
decir, sensible), del cual el sujeto humano no es sino un ejemplo,
recorta su figura sobre el fondo de la posibilidad de un intuitus
originarius, de un intelecto infinito que crea, antes que inventa, sus
propios objetos. En lo que se refiere a la historia de la humanidad –
ese ejemplo de racionalidad finita–, ésta supone la posibilidad de un
progreso hasta el infinito regulado por la idea de la razón, en sentido
kantiano, y por la posibilidad de un tratado de paz perpetua.
Un criticismo semejante excluye una finitud tan radical que
anularía el fondo mismo de la oposición y permitiría pensar el límite
mismo del criticismo. Ese límite se anuncia en el sin-fondo de una
auto-destrucción sin resto del autos mismo. Estalla entonces el
núcleo del propio criticismo.
Y ¿qué hace Hegel aquí? ¿Qué hace cuando, al desplegar la
consecuencia implícita del criticismo kantiano, recuerda o plantea
que hay que partir explícitamente de un pensamiento del infinito del
que el criticismo ha tenido sin duda que partir implícitamente? ¿Qué
hace, por otra parte, cuando define el acceso a la vida del espíritu y
a la conciencia con el paso a través de la muerte o, más bien, a
través del riesgo de la muerte biológica, a través de la guerra y de la
lucha por el reconocimiento? A través, es decir, atravesando. Tiene
que mantener todavía ese resto de vida natural que permita, en la
simbolización, en la juntura de la naturaleza y del espíritu, capitalizar
el beneficio del riesgo, de la guerra y de la muerte misma. Como
individuo o como comunidad, el amo debe sobrevivir de alguna
manera para gozar en espíritu y en conciencia de la muerte a la que
se ha expuesto o que ha padecido: lo puede entonces hacer de
antemano, contemplando su muerte, llamándose y recordando de
antemano –y se trata de la locura del nombre. Corre riesgos o
muere en nombre de algo que vale más que la vida, pero de algo
que todavía podrá llevar el nombre en la vida, en un resto de
soporte vivo. Eso es lo que hacía reír a Bataille: el amo ha de
conservar la vida para pasar por caja y gozar del beneficio de la
muerte padecida (sufrida, arriesgada, “vivida” pero no atravesada, o
atravesada en el sentido de “pasar por ella librándose”, “pasar a
través”). Bataille se reía, en suma, del nombre. Del nombre propio y
de la garantía que éste instaura –y que lo instaura– contra la
muerte. El nombre propio es una póliza de seguros contra la muerte
pero, a partir de entonces, nada queda ahí mejor escrito, más
legible, que la muerte del asegurado.
Hoy en día, dentro de la perspectiva de una destrucción sin resto,
sin simbolicidad, sin memoria y sin duelo, aquellos que se plantean
desencadenar semejante catástrofe lo hacen sin duda en nombre de
aquello que, según ellos, vale más que la vida: “better dead than
red”. Aquellos que, por el contrario, no quieren esa catástrofe
(“better red than dead”) dicen estar dispuestos a preferir cualquier
vida, la vida ante todo, no hay más que una, como la única cosa
digna de afirmación –y, por lo demás, capaz de afirmación–. Ahora
bien, la guerra nuclear, al menos en cuanto hipótesis de auto-
destrucción total, no puede hacerse sino en nombre de aquello que
vale más que la vida. Aquello que otorga su precio a la vida vale
más que la vida. Una guerra semejante se haría pues, en efecto, en
nombre de. Ésa es, en cualquier caso, la historia que cada vez (se)
cuentan los beligerantes. Pero esa guerra se haría en nombre de
aquello cuyo nombre, dentro de esa lógica de la destrucción total, ya
no podría ser llevado, transmitido, heredado por algo que esté vivo.
A partir de entonces, ese nombre en nombre del cual tendría lugar la
guerra no sería el nombre de nada: el nombre puro, “naked name”.
Pensamos ahora la desnudez del nombre. Sería la primera y la
última guerra en nombre del nombre, del solo nombre de nombre.
Pero, por eso mismo, sería una guerra sin nombre, porque ya ni
siquiera compartiría el nombre de guerra con otros acontecimientos
del mismo género, de la misma familia, esas pequeñas guerras
finitas cuya memoria y monumentos conservamos. Now: Fin y
Revelación del Nombre. Es el Apocalipsis: Nombre. Es: extraño
presente, ahora. Ya estamos en esas. En cierto modo lo estamos
desde siempre, y lo pensamos, aunque no lo sepamos. Pero todavía
no estamos en esas, ahora no, not now.
Ustedes dirán: pero todas las guerras se declararon en nombre
del nombre, empezando por la guerra entre Dios y los hijos de Shem
que quisieron “hacerse un nombre” y transmitirlo construyendo la
torre de Babel. Es verdad, es la verdad del nombre, pero la
“deterrence” desempeñó un papel entre los beligerantes. El conflicto
fue interrumpido provisionalmente. Una vez pensado el nombre, la
tradición, la traducción y la transferencia conocieron un largo
descanso. El saber absoluto también. El descanso de las pequeñas
guerras. Ni Dios ni los hijos de Shem –que portaban, por así decirlo,
el nombre de “nombre” (Shem)– sabían en absoluto que se
enfrentarían en nombre del nombre, y de nada más, por lo tanto, de
nada. De la nada. Por eso se detuvieron. Establecieron un largo
acuerdo. Nosotros tenemos el saber absoluto y, por eso mismo,
corremos el riesgo de no detenernos. Nosotros, el “nosotros” hoy en
día, here and now, se identifica a partir de la situación de ese
entorno. Ése es el lugar que nos corresponde. Ahí es donde,
finalmente, hay lugar, el único lugar, el último, para decir “nosotros”.
A menos que sea lo contrario: Dios y los hijos de Shem se
detuvieron porque sabían que actuaban en nombre del nombre, a
saber, de esa nada que está más allá del ser. La alianza, la
promesa, la religión, todo lo que prolonga la vida, todo lo que dura y
hace durar: ésos son nombres para ese inmenso acuerdo ante la
nada del nombre. Dios y los hijos de Shem, el padre y los hijos en
general, los hombres –al comprender por fin que un nombre no valía
la pena, y eso sería lo absoluto del saber absoluto finalmente
absuelto del nombre–, prefirieron pasar todavía un momento juntos,
el tiempo de la religión y de su renuncia, que es el mismo tiempo, el
tiempo de un largo coloquio con estrategas amantes de la vida y
dedicados a escribir en todas las lenguas para que dure la
conversación, aunque nadie se entienda ahí muy bien.
Un día llegó un hombre, dirigió misivas a las siete iglesias. A eso
se lo denomina el Apocalipsis. “Dominado por el espíritu”, el hombre
había recibido la orden: lo que veas, escríbelo en un libro y envíalo a
las siete iglesias. Cuando ese hombre se dio la vuelta para saber
qué voz le daba esa orden, vio en medio de siete candelabros de
oro, con siete estrellas en la mano derecha, a alguien de cuya boca
salía “una acerada espada de doble filo” y que le dijo, entre otras
cosas: “yo soy el primero y el último”, “yo había muerto y he aquí
que estoy vivo”.
El nombre del hombre a quien ese “último” dedicaba esas
palabras, el nombre del enviado encargado de la misión y, en
adelante, responsable de los siete mensajes es Juan.
Traducción: Cristina de Peretti
85. Esta carta, publicada en primer lugar –tal como era su destino– en japonés y más tarde
en otras lenguas, apareció en francés en Le Promeneur, XLII, a mediados de octubre de
1985. Toshihiko Izutsu es el célebre islamista japonés.
86. Añado que la “deconstrucción” del siguiente artículo no carecería de interés:
“DECONSTRUCCIÓN. Acción de deconstruir, de desensamblar las partes de un todo. La
deconstrucción de un edificio. La deconstrucción de una máquina. Gramática:
desplazamiento al que se somete a las palabras que componen una frase escrita en una
lengua extranjera, violando, bien es verdad, la sintaxis de esta lengua, pero también
acercándose a la sintaxis de la lengua materna con vistas a captar mejor el sentido que
presentan las palabras en la frase. Este término designa exactamente lo que la mayor parte
de los gramáticos llaman impropiamente “Construcción” puesto que, en cualquier autor,
todas las frases están construidas de acuerdo con la idiosincrasia de su lengua nacional.
¿Qué hace un extranjero que trata de comprender, de traducir a ese autor? Deconstruye
las frases, separa sus palabras según la idiosincrasia de la lengua extranjera; o, si se
quiere evitar cualquier confusión en los términos, hay Deconstrucción con respecto a la
lengua del autor traducido y Construcción con respecto a la lengua del traductor”
(Diccionario Bescherelle, París, Garnier, 1873, 15ª edición).
87. Véase, más adelante, “Cómo no hablar”, pp. 621-683
GESCHLECHT I. DIFERENCIA SEXUAL, DIFERENCIA
ONTOLÓGICA88
88. Al igual que el ensayo que sigue a continuación, “La mano de Heidegger. Geschlecht II”
(Primero publicado en el Cahier de l’Herne consagrado a Heidegger y dirigido por Michel
Haar en 1983) éste se contenta con esbozar, de manera completamente preliminar, una
interpretación a través de la cual querría situar Geschlecht en la senda de pensamiento de
Heidegger. En su senda de escritura también; y la impresión, la inscripción acentuada de la
palabra Geschlecht no es una casualidad. Palabra que dejo aquí en su lengua, por razones
que deberían imponerse en el curso de esta misma lectura. Se trata, precisamente, de
“Geschlecht” (de la palabra para sexo, raza, familia, generación, linaje, especie, género) y
no del Geschlecht: no aproximaremos tan fácilmente, hacia la cosa misma (el Geschlecht),
la marca del término (“Geschlecht”) en la que, mucho más tarde, Heidegger remarcará la
impronta del golpe o del golpeteo (Schlag). Lo hará en un texto del que no hablaremos
aquí, pero hacia el cual proseguirá esta lectura, y hacia el cual, en verdad, yo sé que se
encuentra imantado: Die Sprache im Gedicht, Eine Erörterung von Georg Trakls Gedicht
(1953), en Unterwegs zur Sprache, Neske, 1959, p. 36.; trad. fr. Jean Beaufret, “La Parole
dans l’élément du poème, Situation du Dict de Georg Trakl”, en Acheminement vers la
parole, 1976 ; trad. cast., Yves Zimmermann “El habla en el poema. Una dilucidación de la
poesía de Georg Trakl”, en De camino al habla, Del Serbal, 1987.
89.* “La cause paraît entendue, dirait-on”, como ocurre frecuentemente, la frase
corresponde a una expresión corriente, que no admite una traducción palabra por palabra,
sino por una expresión análoga: preferimos traducir la expresión por “causa juzgada”,
considerando cierta correspondencia general de sentido. [N. del T.]
Metaphysische Anfangsgründe der Logik Ausgang von Leibniz, Gesamtausgabe, vol. 26.
90. Cf. también, en este punto, Sein und Zeit, p. 166.
91. Cf. Más arriba, pp. 521 y ss., y De l’esprit, Heidegger et la question, p. 137 y ss.
LA MANO DE HEIDEGGER. (GESCHLECHT II)92
1.
Admirable Mandela.
Punto, sin exclamación. No puntúo así para moderar un
entusiasmo ni para apaciguar un impulso. En lugar de hablar
únicamente en honor de Nelson Mandela, diría algo de su honor sin
ceder, si es posible, a la exaltación, sin proclamar ni aclamar.
El homenaje será quizás más justo, lo mismo el tono, si parece
entregar a la frialdad de un análisis esta impaciencia de la pregunta
sin la cual no sería dado de admirar. La admiración razona, a pesar
de lo que se diga, se explica con la razón, se asombra e interroga:
¿Cómo se puede ser Mandela? ¿Por qué parece ejemplar –y
admirable en lo que piensa y dice, en lo que hace o en lo que sufre?
¿Admirable él mismo, tanto como lo que porta* en su testimonio –
otra palabra para martirio–, a saber, la experiencia de su pueblo?
“Mi pueblo y yo”, dice siempre, sin hablar como un rey.
¿Por qué fuerza también a la admiración? Esta palabra supone
alguna resistencia, pues sus enemigos lo admiran sin confesarlo. A
diferencia de los que lo aman entre su pueblo y de ella, la
inseparable Winnie, de quien siempre lo han querido, en vano,
mantener separado, ellos le temen. Que sus persecutores más
llenos de odio lo admiren secretamente es justamente la prueba de
que él fuerza, como se dice, la admiración.
Ahora bien he aquí la cuestión: ¿de dónde viene esa fuerza? ¿A
dónde va ella? Se emplea o se aplica ¿pero a qué? O mejor: ¿qué
hace plegar? ¿Qué forma reconocer en ese pliegue? ¿Qué línea?
Se percibe aquí antes que nada, digámoslo sin otra premisa, la
línea de una reflexión. Es en primer lugar una fuerza de reflexión.
Primera evidencia, la experiencia o la pasión política de Mandela no
se separa jamás de una reflexión teórica, sobre la historia, la cultura
y, ante todo, sobre el derecho. Un análisis incesante esclarece la
racionalidad de sus actos, sus manifestaciones, sus discursos, su
estrategia. Antes incluso de haber sido contrito al repliegue por la
prisión –aunque durante un cuarto de siglo de encierro, no ha
dejado de actuar y orientar la lucha– Mandela ha sido siempre un
hombre de reflexión. Como todos los grandes políticos.
Pero a través de esa “fuerza de reflexión”, todavía otra cosa se
deja oír, que señala hacia la literalidad del espejo y la escena de la
especulación. No tanto hacia las leyes físicas de la reflexión como a
las paradojas especulares en la experiencia de la ley. No hay ley sin
espejo. Y en esta estructura precisamente desconcertante* no
evitaremos nunca el momento de la admiración.
La admiración, como su nombre lo indica, se dirá, etc. No, sea
cual sea su nombre o de lo que siempre da a ver, la admiración no
pertenece solo a la mirada. Ella traduce la emoción, el asombro, la
sorpresa, la interrogación ante lo que sobrepasa la medida: ante lo
“extraordinario”, dice Descartes, que la tenía por una pasión, la
primera de las seis pasiones primitivas, antes del amor, el odio, el
deseo, el goce y la tristeza. Ella da a conocer. Fuera de ella no hay
más que ignorancia, agrega, y tiene “mucho de fuerza”, de la
“sorpresa” o de la “ocurrencia súbita”. La mirada que admira se
asombra, interroga su intuición, se abre a la luz de una pregunta,
mas de una pregunta no menos planteada que recibida. Esta
experiencia se deja atravesar por el rayo de una pregunta, lo que no
le impide reflejarla.* El rayo proviene de eso mismo que fuerza la
admiración, la reparte entonces en un movimiento especular que
parece extrañamente fascinante.
Mandela se vuelve admirable por haber sabido admirar. Y lo que
ha sabido lo ha sabido en la admiración. Fascina también, lo
veremos, por haber sido fascinado.
Eso, de una cierta manera que deberemos oír, lo dice. Dice lo que
hace y lo que le ha ocurrido. Tal luz, la travesía reflejada, la
experiencia como el ir y venir de una pregunta, ese sería pues
también el resplandor de una voz.
La voz de Nelson Mandela: ¿qué es lo que nos recuerda, nos
pregunta, nos exige? ¿Tendría ella que ver con la mirada, la
reflexión, la admiración, quiero decir, la energía de esta voz pero
también la del canto que canta en su nombre (escuchen el clamor
de su pueblo cuando se manifiesta en su nombre: ¡Man-de-la!)?
Admiración de Nelson Mandela, como se dirá, la pasión de Nelson
Mandela. Admiración de Mandela, doble genitivo: aquella que
inspira y aquella que él siente. Ambas tienen el mismo foco, se
reflejan. He dicho ya mi hipótesis: Mandela se vuelve admirable por
haber, con toda su fuerza, admirado y por haber hecho de su
admiración una fuerza, una potencia de combate, intratable e
irreductible. La ley misma, la ley por encima de las leyes.
Pues, finalmente, ¿qué ha admirado? En una palabra: la Ley.
Y lo que inscribe a la ley en el discurso, en la historia, en la
institución, a saber: el Derecho.
Una primera cita. Es un abogado el que habla, en el curso de un
proceso, su proceso; pero también del proceso que instruye, el que
hace a sus acusadores, en el nombre del derecho:
La tarea fundamental en este momento debe ser la eliminación de toda
discriminación racial y el establecimiento de los derechos democráticos sobre la base
de la Carta de la libertad […]. De mis lecturas de obras marxistas y de mis
conversaciones con los marxistas, he obtenido la impresión de que los comunistas
consideran el sistema parlamentario occidental como no democrático y reaccionario.
Yo, al contrario, lo admiro. La Carta Magna, la Declaración de los derechos y la
Declaración universal son textos venerados por los demócratas en el mundo; admiro
la independencia y la imparcialidad de la magistratura inglesa. El congreso, la
doctrina de separación de los poderes, la independencia de la justicia americana
suscitan en mí los mismos sentimientos.101
Admira la ley, y lo dice con claridad; pero: esta ley que rige las
Constituciones y las Declaraciones, ¿es esencialmente una cosa de
occidente? ¿Su universalidad formal guarda una relación irreductible
con una historia europea, incluso anglo-americana? Si esto fuera
así, sería preciso aún, por supuesto, meditar esta extraña
posibilidad: su carácter formal sería tan esencial a la universalidad
de la ley como el acontecimiento de su presentación en un momento
y en un lugar determinados de la historia. ¿Cómo pensar entonces
una historia semejante? Dondequiera tenga lugar, y al menos tal
como Mandela lo conduce y refleja, el combate contra el apartheid
¿seguiría siendo una suerte de oposición especular, una guerra
intestina que Occidente mantendría en sí mismo, en su propio
nombre? ¿Una contradicción interna que no sufriría ni alteridad
radical ni verdadera disimetría?
De esta manera, una hipótesis semejante comporta aún muchas
presuposiciones indistintas. Intentaremos reconocerlas más
adelante. Retengamos por el momento una evidencia más limitada
pero más segura: lo que Mandela admira y dice admirar, es la
tradición inaugurada por la Carta Magna, la Declaración de los
derechos del hombre bajo sus diversas formas (él hace un llamado
a menudo a la “dignidad del hombre”, al hombre “digno de ese
nombre”); es también la democracia parlamentaria y, más
precisamente aún, la doctrina de la separación de los poderes, la
independencia de la justicia.
Pero si admira esta tradición, ¿es sin embargo el heredero, el
simple heredero? Sí y no, según lo que se entienda aquí por
herencia. Se puede reconocer un heredero auténtico en aquel que
conserva y reproduce, pero también en aquel que respeta la lógica
del legado hasta volverla, llegada la ocasión, contra aquellos que se
pretenden los depositarios, hasta dar a ver, contra los usurpadores,
eso mismo que, en la herencia, aún no ha sido nunca visto: hasta
dar a luz, por el acta [acte] inaudita de una reflexión, a lo que nunca
había visto la luz.
2.
Esta inflexible lógica de la reflexión fue también la práctica de
Mandela. He aquí, al menos, dos signos de ella:
1. Primer signo. El Congreso Nacional Africano, del que fue uno
de los líderes después de haber adherido a él en 1944, sucedió al
South African National Congress. Ahora bien, la estructura de este
último reflejaba ya la del Congreso norteamericano y la de la
Cámara de los Lores. Constaba, en particular, de una Cámara Alta.
El paradigma era pues ya esta democracia parlamentaria que
Mandela admiraba. La Carta de la Libertad, que promulga en 1955,
enuncia también los principios democráticos inspirados por la
Declaración Universal de los Derechos del Hombre. Y, sin embargo,
con un rigor ejemplar, Mandela no rechaza en ella la alianza pura y
simple con los Blancos liberales que preconizaban mantener la
lucha en el marco constitucional, al menos como estaba entonces
establecido. Mandela recuerda en efecto la verdad: el
establecimiento de esta ley constitucional no solo había tomado la
forma, de hecho y como siempre, de un singular golpe de fuerza
[coup de force], este acto [acte] violento que a la vez produce y
presupone la unidad de una nación. En este caso el golpe de fuerza
ha seguido siendo un golpe de fuerza, entonces, un malvado golpe,
el fracaso de una ley que no llega a fundarse. Ella tuvo en efecto,
por autores y beneficiarios, a voluntades particulares, a una parte de
la población, a una suma limitada de intereses privados: los de la
minoría blanca. Esta minoría se convierte en el sujeto privilegiado, el
único sujeto en verdad de esta constitución anticonstitucional. Sin
duda, se dirá quizá, que un golpe de fuerza semejante marca
siempre el advenimiento [avènement] de una nación, de un Estado o
de un Estado-nación. El acto propiamente performativo de tal
institución, en efecto, debe producir (proclamar) lo que pretende,
declara, asegura describir según un acto constatativo. El simulacro o
la ficción consistente entonces en poner a luz, dándolo a luz, lo que
se dice reflejar para tomar acta, como si se tratara de registrar lo
que habrá sido ahí la unidad de una nación, el fundamento de un
Estado: registrar que se está, entonces, produciendo el
acontecimiento [événement]. Pero la legitimidad, incluso la
legalidad, no se instala indefinidamente, no oculta la violencia
originaria y no se presta al olvido más que bajo ciertas condiciones.
Ninguno de los performativos, diría un teórico de los speech acts,
sería “feliz”. Eso depende de un gran número de condiciones y de
convenciones que forman el contexto de tales acontecimientos. En
el caso de Sudáfrica, las “convenciones” no han sido respetadas, la
violencia ha sido muy grande, visiblemente muy grande en un
momento en que esta visibilidad se extendía sobre una escena
internacional nueva, etc. La comunidad blanca era muy minoritaria,
la desproporción de las riquezas muy flagrante. Desde entonces,
esta violencia sigue siendo a la vez excesiva e impotente, finalmente
insuficiente, perdida en su propia contradicción. No puede olvidarse,
como en el caso de los Estados fundados sobre un genocidio o una
cuasi-exterminación. Aquí, la violencia del origen debe respetarse
indefinidamente e imitar su derecho en un aparato legislativo cuya
monstruosidad acaba por pasar una cosa por otra: una proliferación
patológica de prótesis jurídicas (leyes, actas, enmiendas) destinadas
a legalizar en su mínimo detalle los efectos más cotidianos del
racismo fundamental, del racismo de Estado, el único y el último en
el mundo.
La constitución de un Estado como ese no puede, pues, con
suficiente verosimilitud, referirse a una voluntad popular. Como lo
recuerda la Carta de la Libertad: “Sudáfrica pertenece a todos sus
habitantes, negros y blancos. Ningún gobierno puede valerse de una
autoridad que no se funde en la voluntad del pueblo entero”.
Refiriéndose a la voluntad general, que por otra parte no se reduce
a la suma de las voluntades del “pueblo entero”, Mandela nos
recordará a menudo a Rousseau, aun cuando no lo cite nunca. Y él
impugna, de este modo, la autoridad, la legalidad, la
constitucionalidad de la Constitución. Rechaza, pues, la proposición
–y la alianza– de los blancos liberales que luchan, sin embargo,
contra el apartheid pretendiendo respetar el marco legal:
El credo de los liberales consiste en “el empleo de medios democráticos y
constitucionales, rechazando las diversas formas de totalitarismo: fascismo y
comunismo”. Sólo en aquellos pueblos que gozan ya de derechos democráticos y
constitucionales, es legítimo hablar de medios democráticos y constitucionales; no
tiene ningún sentido hacerlo en aquellos que no tienen ese beneficio (19).
3.
En todos los sentidos del término, Mandela resta, pues, un hombre
de ley. Ha siempre apelado [appele] al derecho incluso si, en
apariencia, tuvo que oponerse a tal o cual legalidad determinada, e
incluso si algunos jueces han hecho de él, en determinados
momentos, un fuera-de-la-ley.
Hombre de ley, lo fue desde el inicio por vocación. Por una parte,
recurre [appele] siempre a la ley. Por otra, se ha sentido siempre
atraído, llamado [appelé] por la ley ante la cual se lo ha querido
hacer comparecer. Ha aceptado además esta comparecencia, aun
cuando fue también forzado a ella. Aprovecha la ocasión, no nos
atrevemos a decir la chance. ¿Por qué la chance? Que se relea su
“defensa”, que es en verdad un petitorio, una acusación. Se
encontrará en ella una autobiografía política, la suya y la de su
pueblo, indisociablemente. El “yo” [“moi”] de esta autobiografía se
funda y justifica, razona y firma en nombre de “nosotros”. Siempre
ha dicho “mi pueblo”, ya lo hemos señalado, sobre todo cuando
plantea la cuestión del sujeto responsable ante la ley:
Se me acusa de haber incitado al pueblo a cometer un delito: el delito de
manifestarse contra la ley que establecía la república en la Unión sudafricana, ley de
cuya aprobación no hemos participado, ni mi pueblo ni yo. Pero, cuando la Corte
pronuncie su fallo, deberá preguntarse quién es el verdadero responsable de la
infracción: ¿soy yo? ¿No es más bien el gobierno que promulga esta ley, sabiendo
bien que mi pueblo –la mayoría de los ciudadanos de este país– se opondría a ella;
sabiendo que cualquier posibilidad legal de manifestar esta oposición le era negada
por una legislación anterior, y la aplicación que hace el gobierno de ella? (29).
Este desprecio por la ley (la inversión simétrica del respeto por la ley
moral, diría Kant: Achtung/Verachtung), no es entonces el suyo, el
de Mandela. Refleja, en cierto modo, acusando, respondiendo,
acusando recibo, el desprecio de los blancos por su propia ley. Es
siempre una reflexión. Aquellos que, un día, lo han puesto fuera de
la ley no tenían simplemente el derecho de hacerlo: se habían
puesto ya ellos mismos fuera de la ley. Al describir su propia
condición de fuera-de-la-ley, Mandela analiza y refleja el estar-fuera-
de-la-ley de la ley en nombre de la cual habrá sido no juzgado sino
perseguido, prejuzgado, tenido de antemano por un criminal, como
si, en su proceso sin fin, el proceso hubiera ya tenido lugar, antes de
la instrucción, que entonces se aplaza sin fin:
La ley me quería culpable, no a causa de lo que había hecho, sino a causa de las
ideas que defendía. En estas condiciones, ¿quién se sorprende que un hombre se
vuelva rápidamente un fuera-de-la-ley? ¿Cómo sorprenderse que un hombre que la
sociedad ha rechazado elija llevar la vida de un fuera-de-la-ley, así como lo he hecho
durante algunos meses, según los testimonios aportados delante de la Corte? […]
pero ocurre –fue mi caso– que se le rechaza a un hombre el derecho de vivir una
vida normal, que es obligado a adoptar una existencia fuera-de-la-ley, por la sola
razón de que el gobierno ha decretado en nombre de la ley que él tenía que quedar
fuera de la ley (46-47).
Hombre de ley por vocación: simplificaría mucho las cosas decir que
Mandela sitúa el respeto de la ley y un cierto imperativo categórico
por sobre la deontología profesional. La “profesión de jurista” no es
como cualquier otra. Ella se ocupa, se podría decir, de algo que nos
incumbe a todos, más allá, incluso, de la profesión. Un jurista es un
experto del respeto o de la admiración, se juzga o se presta al juicio
con un rigor agregado. Tendría en todo caso que hacerlo. Mandela
debe pues encontrar, en el interior de la deontología profesional, la
mejor razón para incumplir un código de la legislación que traiciona
ya los principios de cualquier buena deontología profesional. Como
si, por reflexión, tuviera también que reparar, suplir, reconstruir,
añadir un agregado de deontología ahí donde los Blancos se
muestran finalmente incompetentes.
Dos veces, entonces, ha confesado un cierto “desprecio de la ley”
(es siempre su expresión) para tender a sus adversarios el espejo
en el cual debían reconocerse y ver reflejado su propio desprecio de
la ley. Pero con esta inversión suplementaria: del lado de Mandela,
el desprecio aparente significa un agregado de respeto por la ley.
Y sin embargo, no acusa a sus jueces, no inmediatamente, al
menos en el momento en que comparece ante ellos. Sin duda los
habrá recusado primero: por una parte, la Corte no cuenta con
ningún negro en su composición y no ofrece entonces las garantías
de imparcialidad necesarias (“El gobierno sud-africano afirma que la
Declaración Universal de los Derechos se aplica en este país pero,
en verdad, la igualdad ante la ley no existe de ninguna manera en lo
que concierne a nuestro pueblo”); por otra, se encuentra con que el
presidente [del jurado], entre las sesiones, permanecía en contacto
con la policía política. Pero una vez ante sus jueces, quienes
naturalmente no dieron lugar a esas recusaciones, Mandela deja de
llevar adelante el proceso al tribunal. De antemano, sigue
guardando en el fondo de él esta admiración respetuosa por
aquellos que ejercen una función a sus ojos ejemplar tanto como por
la dignidad de un tribunal. Luego, el respeto de las reglas le permite
confirmar la legitimidad ideal de una instancia ante la cual tiene
también necesidad de comparecer. Quiere aprovechar la ocasión,
no me atrevo a decir, una vez más, la chance, de este proceso para
hablar, para dar a su palabra un espacio de resonancia pública y
virtualmente universal. Es preciso que estos jueces representen una
instancia universal. Podrá así dirigirse a ellos hablando por sobre
sus cabezas. Este doble dispositivo le permitirá reunir el sentido de
su historia, la suya y la de su pueblo, para articularla en un relato
coherente. La imagen de lo que anuda su historia a la de su pueblo
debe formarse en este doble foco que a la vez la acoge, la recoge
reuniéndolos, y la guarda, sí, sobre todo la guarda: los jueces aquí
presentes que escuchan a Mandela y, atrás de ellos,
sobrepasándolos muy por arriba y desde muy lejos, el tribunal
universal. Y en un instante encontraremos al hombre y al filósofo de
este tribunal. Por una vez, entonces, habrá tenido el discurso en voz
alta y la correspondencia, el texto escrito de su alegato, que es
también una acusación: nos ha llegado, helo aquí, lo leemos en este
momento mismo.
5.
Este texto, a la vez único y ejemplar, ¿es un testamento? ¿En qué
se ha convertido, ya, después de veinte años? ¿Qué historia ha
hecho, qué es lo que ella hará de él? ¿Qué será del ejemplo? ¿Y de
Nelson Mandela mismo? ¡Sus carceleros hablan de intercambiarlo,
de negociar su libertad! ¡De hacer un mercado de su libertad y de la
de Sakharov!
Hay dos maneras, al menos, de recibir un testamento –y dos
acepciones de la palabra, dos acuses de recibo, en definitiva–. Se lo
puede desviar hacia lo que testimonia únicamente de un pasado y
se sabe condenado a reflejar lo que no volverá: una suerte de
Occidente en general, el fin de un curso que es también el trayecto
desde una fuente luminosa, la clausura de una época, por ejemplo,
la Europa cristiana (Mandela habla su lengua, es también un
cristiano inglés). Pero, otra inflexión, si el testamento se hace
siempre delante de testigos, testigo delante de testigos, es también
para abrir y ordenar, para confiar a otros la responsabilidad de un
porvenir. Testimoniar, testamentar, atestiguar, contestar, presentarse
delante de los testigos, para Mandela, no era solo mostrarse, darse
a conocer, él y su pueblo, era re-instituir la ley para el porvenir, como
si en el fondo ella no hubiera nunca tenido lugar. Como si, no
habiendo nunca sido respetada, ella permaneciera –esta cosa archi-
antigua que no ha sido nunca presente, el futuro mismo– todavía
invisible. Por reinventar.
Estas dos inflexiones del testamento no se oponen: se cruzan en
la ejemplaridad del ejemplo cuando toca al respeto de la ley. El
respeto por una persona, nos dice Kant, se dirige, en primer lugar, a
la ley de la que esta persona nos da únicamente el ejemplo. El
respeto no se debe propiamente más que a la ley, que es su única
causa. Y, sin embargo, es la ley, debemos respetar al otro por sí
mismo, en su irremplazable singularidad. Es verdad que en tanto
que persona o ser razonable, el otro testimonia siempre, en su
singularidad misma, el respeto de la ley. Es ejemplar en este
sentido. Y siempre reflejando, según la misma óptica: la de la
admiración y del respeto, esas figuras de la mirada. Algunos
estarían tentados de ver en Mandela el testigo o el mártir del
pasado. Se habría dejado capturar (literalmente aprisionar), en la
óptica occidental, como en la maquinación de su dispositivo
reflejante: no solo ha interiorizado la ley, decimos, ha interiorizado el
principio de interioridad en su tradición testamentaria (cristiana,
rousseauniana, kantiana, etc.).
Pero se puede decir lo contrario: su reflexión da a entrever, en la
coyuntura geopolítica más singular, en esta extrema concentración
de toda la historia de la humanidad que son hoy día los lugares o los
asuntos llamados, por ejemplo, “Sudáfrica” o “Israel”, la promesa de
lo que aún no ha sido nunca visto, escuchado, en una ley que no se
ha presentado en Occidente, en el límite de Occidente, más que
para ocultarse en seguida. Lo que se decidirá en estos “lugares” así
llamados –son también formidables metonimias–, si aún hubiera
eso, decidiría todo –absolutamente [du tout].
Entonces los testigos ejemplares son a menudo aquellos que
distinguen entre la ley y las leyes, entre el respeto de la ley que
habla inmediatamente a la conciencia y la sumisión a la ley positiva
(histórica, nacional, instituida). La conciencia no es solo memoria
sino promesa. Los testigos ejemplares, aquellos que dan a pensar la
ley que reflejan, son aquellos que, en ciertas situaciones, no
respetan las leyes. A veces se desgarran entre la conciencia y las
leyes, a veces se dejan condenar por los tribunales de su país. Y
hay de ellos en todos los países, lo que prueba que el lugar de
aparición o de formulación es también para la ley el lugar del primer
desarraigo. En todos los países, entonces, por ejemplo, una vez
más, en Europa, por ejemplo, en Inglaterra, por ejemplo, entre los
filósofos. El ejemplo escogido por Mandela, el más ejemplar de los
testigos que parece traer al tribunal, es un filósofo inglés, par del
Reino (¡todavía la admiración por las formas más elevadas de la
democracia parlamentaria!), el filósofo “más respetado del mundo
occidental” y que supo, en ciertas situaciones, no respetar la ley;
considerar la “conciencia”, el “deber”, la “fe en la justicia de la causa”
por sobre el “respeto de la ley”. Es por respeto que no ha respetado:
demasiado respeto. Respeto por el respeto. ¿Se puede regular un
modelo óptico sobre lo que promete semejante posibilidad?
Admiración de Nelson Mandela –por Bertrand Russell–:
Su Señoría, me atrevo a decir que la vida de un Africano de este país está
continuamente desgarrada por un conflicto entre su conciencia y la ley. Esto no es,
por otra parte, una particularidad de este país. Es algo que ocurre a todos los
hombres de conciencia. Recientemente en Inglaterra, un par del Reino [pair du
Royaume], Sir Bertrand Russell, probablemente el filósofo más respetado del mundo
occidental, fue juzgado y condenado por actividades del tipo de aquellas por las que
he tenido que comparecer ante ustedes: porque su conciencia ha primado por sobre
el gobierno de la ley, ha protestado contra la política de armas nucleares adoptada
por su país. Para él, su deber hacia sus semejantes, su fe en la justicia de la causa
que defendía eran anteriores a esta otra virtud que es el respeto de la ley. No podía
hacer otra cosa que oponerse a la ley y soportar las consecuencias de ello. Hoy, yo
me encuentro en la misma situación, lo mismo que numerosos Africanos aquí. Tal
como se aplica la ley, tal como ha sido sancionada en el curso de un largo periodo
histórico, y en particular la ley tal como la ha concebido y redactado el gobierno
nacionalista, es a nuestro parecer inmoral, injusta e insoportable. Nuestra conciencia
nos ordena protestar contra ella, oponernos a ella y hacer todo lo posible por
modificarla (36-37).
100. Publicado inicialmente en Pour Nelson Mandela (“Quinze écrivains saluent Nelson
Mandela et le combat dont sa vie porte témoignage”), Gallimard, 1986. Agradezco a
Anotoine Gallimard haberme autorizado a reproducir este texto.
* Porta en su acepción antigua de “traer”, “llevar” (Cf., J. Derrida, Salvo el nombre, trad.
Horacio Pons, Buenos Aires, Amorrortu, 2013, pp. 50 y 94). [N. del T.]
101. “Plaidorie, Proces de Rivonia, octubre 1963-mai 1964”, Nelson Mandela, L’Apartheid,
Minuit, 1985, p. 96. Todas mis citas reenviarán a esta obra y las palabras subrayadas lo
serán siempre por mí.
PUNTO DE FOLIE. — MAINTENANT LA
ARQUITECTURA102
102. Texto consagrado a la obra del arquitecto Bernard Tschumi, y más precisamente al
proyecto Folies, actualmente en construcción en el Parc de La Villete, en París. Primero
publicado en edición bilingüe en La case vide, coffret comportant de essais et de planches
de Bernard Tschumi (Architectural Association, Polio VIII, Londres, 1989). [Considérese que
el título del presente texto, Point de folie – maintenant l’architecture, puede traducirse como
“Se acabó la locura, comienza la arquitectura”, o bien “Se acabó la locura, mantenimiento
de la arquitectura”, o incluso como “Punto de locura, ahora la arquitectura”. Por otra parte,
también respecto del título, se deben tener en vista otros dos aspectos: que el maintenant
funciona, a la vez, como presente del verbo maintenir y como adverbio de tiempo (“ahora”);
y que “folie” es un sustantivo común de la lengua francesa cuya primera acepción y la más
corriente es “locura”, entre otras como “insensatez” o “desatino”, pero que refiere además,
como ya ha indicado Jacques Derrida, a las folies de Bernard Tschumi, los sistemas de
puntos que componen el Parque de La Villette (1982). N. del E.]
* Offert es el participio del verbo offrir cuya traducción puede ser tanto dar como ofrecer. [N.
del T.]
POR QUÉ PETER EISENMAN ESCRIBE TAN
BUENOS LIBROS103
Este título apenas oculta una cita, aquella de otro título muy
conocido. De él toma un fragmento, en realidad una persona.
Transcribiendo en tercera persona el “Por qué yo escribo tan
buenos libros” (Warum ich so gute Bücher schreibe), convocando al
Ecce Homo de Nietzsche, exonero a Eisenman de todas las
sospechas. No es él quien lo dice. Soy yo. Yo que escribo. Yo que,
por desplazamientos, extracciones, recortes, juego con las
personas, y sus títulos, la integridad de sus nombres propios.
¿Se tiene derecho a hacerlo? ¿Pero quién reclamará el derecho?
¿En nombre de quién?
Abusando de la metonimia como de la pseudonimia –Nietzsche
nos ha dado el ejemplo– me propongo hacer varias cosas. Al mismo
tiempo o sucesivamente. Pero no las revelaré todas y mucho menos
para comenzar. Sin dar todas las pistas, no mostraré en principio ni
el camino ni el encadenamiento. ¿No es esta la mejor condición
para escribir buenos textos? Se equivocan de camino aquellos que
han pensado, con la simple lectura del título, que iba a diagnosticar
la paranoia de cierto Nietzsche de la arquitectura moderna.
Me propongo ante todo llamar la atención sobre el arte con el cual
Eisenman juega con los títulos. Tomaremos algunos ejemplos. Se
trata ante todo de títulos de sus obras. Están hechos de palabras.
¿Qué son las palabras para un arquitecto? ¿Y los libros?
Me propongo también sugerir, con la alusión a Ecce Homo, que
Eisenman es, en la arquitectura si se quiere, el creador más anti-
wagneriano de nuestro tiempo. ¿Qué es la arquitectura wagneriana?
¿Dónde están sus huellas hoy y sus disfraces? Estas preguntas
quedarán aquí sin respuesta. Pero, cuestión de arte o de política,
¿no merecen al menos ser esbozadas, sino planteadas?
Me propongo hablar de música, de instrumentos de música en
cierta obra en curso de Eisenman. Inútil recordar que Ecce Homo es
principalmente un libro sobre la música, y no solo en su último
capítulo “Der Fall Wagner, Ein Musikanten-Problem”.
Finalmente, me propongo recordar que el valor, es decir la
axiomática misma de la arquitectura de Eisenman comienza por
invertir la medida del hombre, la que proporciona todo a escala
humana, demasiado humana: “Menschliches, Allsumenschliches,
Mit zwei Fortsetzungen”, otro capítulo de Ecce Homo. Ya en la
entrada al laberinto de Moving arrows, Eros and other Errors se
puede leer: “La arquitectura ha sido tradicionalmente relacionada
con la escala humana (human scale)”. Y es que la “metaphysics of
scale” que el “scaling” de Eisenman busca desestabilizar es ante
todo un humanismo o un antropocentrismo. Deseo humano,
demasiado humano de “presencia” y de “origen”. Hasta en sus
dimensiones teológicas, y ante todo bajo la ley de la representación
y de la estética, esta arquitectura de la presencia originaria vuelve al
hombre. “Desestabilizando la presencia y el origen, se pone también
en cuestión el valor que la arquitectura le otorga a la representación
y al objeto estético” (Ibíd.).
No concluyamos simplemente que esta arquitectura será
nietzscheana. No pidamos prestados temas o filosofemas a Ecce
Homo, sino más bien algunas figuras, escenas, apostrofes, luego un
léxico, como sobre aquellas paletas de computadoras en las cuales
se eligen los colores apretando una tecla antes de escribir. Entonces
tomo aquello que leerán inmediatamente sobre la pantalla (escribo
en mi computadora y ustedes saben que Nietzsche fue uno de los
primeros escritores en el mundo en usar una máquina de escribir),
es el comienzo de Ecce Homo: un “laberinto”, el laberinto del
conocimiento, el suyo, el más peligroso, al que algunos quisieran
prohibir la entrada: man wird niemals in diez Labyrinth verwegener
Erkenntnisse eintreten; un poco más lejos, la cita del Zarathustra,
luego alusión a aquellos que toman “con una mano débil el hilo de
Ariadna”. Entre las dos frases, está también la referencia a los
buscadores temerarios que se embarcan en “terribles mares” (auf
furchtbare Meere) y a aquellos cuya alma es atraída por las flautas
hacia sumideros peligrosos (deren Seele mit Flöten zu jedem
Irrschlunde gelockt wird). En resumen, lo que nosotros retendremos
de Ecce Homo, del capítulo “Por qué escribo tan buenos libros”, solo
será esto: la seducción de la música, el instrumento musical, el mar
o el abismo y el laberinto.
Extraña introducción a la arquitectura, dirán ustedes, y a la de
Peter Eisenman. ¿Con qué mano hay que sostener el hilo? ¿Con
fuerza o suavemente?
Sin duda, es verdad que ésta no es mi especialidad. Hablaría con
mayor agrado de encuentros, de lo que encuentro quiere decir, de lo
que tiene lugar en el cruce entre azar y programa, de la contingencia
y de la necesidad.
Cuando encontré a Eisenman, creí todavía ingenuamente que el
discurso estaba de mi lado, y la arquitectura “propiamente dicha” del
suyo: los lugares, el espacio, el diseño, el cálculo mudo, las piedras,
la resistencia de los materiales. Por supuesto, no era tan ingenuo,
sabía que el discurso y la lengua no estaban ausentes de la
actividad de los arquitectos, y sobre todo en la suya. Incluso tenía
razones para creer que estaban mucho más de lo que ellos mismos
creían. Pero no sabía hasta qué punto, y sobre todo de qué manera,
esta arquitectura se tomaba ante todo de las condiciones mismas
del discurso, de la gramática y de la semántica. Y por qué Eisenman
es un escritor, lo que, lejos de alejarlo de la arquitectura y de hacerlo
uno de los “teóricos” que, como dicen aquellos que no hacen ni lo
uno ni lo otro, escriben más de lo que construyen, abre por el
contrario un espacio en el cual dos escrituras, la verbal y la
arquitectónica, se imprimen la una en la otra fuera de las jerarquías
tradicionales. Lo que Eisenman escribe “con palabras” no se limita a
la reflexión llamada teórica sobre el objeto arquitectónico, lo que fue
o lo que debe ser. Es también esto por supuesto, pero también otra
cosa, que no se desarrolla solo como un metalenguaje sobre una
cierta autoridad tradicional del discurso en arquitectura. Se trata de
otro tratamiento de la palabra, de otra “poética” si se quiere, que
participa de pleno derecho en la invención arquitectónica sin
someterla al orden del discurso.
Nuestro encuentro fue para mí un azar. Pero la contingencia –he
aquí lo que adviene en todo encuentro– debía ser programada, en
un programa abismal del cual no me arriesgaría a intentar aquí un
análisis. Tomemos las cosas en el punto en que Bernard Tschumi
nos propone a los dos colaborar en la concepción de lo que
convencionalmente se llama un “jardín” en el parque de La Villete,
un jardín bastante inusual puesto que no debía tener vegetación,
solo líquidos y sólidos, agua y mineral. No me detendré acá sobre
mi primer aporte, un texto sobre la Chôra en el Timeo. El enigma
abismal de lo que Platón dice del demiurgo arquitecto, del lugar, de
la inscripción que graba en sí las imágenes de paradigmas, etc.,
todo esto me parecía que merecía un suerte de puesta a prueba
arquitectónica, un suerte de desafío de rigor, con todos los asuntos
poéticos, retóricos y políticos, con todas las dificultades de lectura
que este texto ha producido en siglos de interpretación. Pero, de
nuevo, no quiero hablar aquí de lo que pudo pasar de mi lado, del
lado de la propuesta que yo avanzaba, como avanzaba yo mismo,
con la mayor inquietud. Lo que cuenta aquí, es lo que vino del otro
lado, aquel de Peter Eisenman.
Las cosas parecían comenzar con ciertas palabras y un libro, he
debido rendirme muy rápido a la evidencia. Eisenman no tiene solo
un gran placer, un placer jubiloso, en jugar con la lengua, con las
lenguas, con el encuentro de varios idiomas, recibiendo el azar,
atento a las contingencias, a los injertos, a las comillas y derivas de
una letra. Él toma este juego en serio, por así decirlo, y sin otorgarle
el rol inductor en un trabajo que dudamos llamar propiamente o
puramente arquitectónico, sin constituir el juego de la letra en origen
determinante (no hay nada como tal para Eisenman), no lo
abandona fuera de la obra. Las palabras no son para él exergos.
No recordaré más que dos ejemplos.
Después de haber traducido o mejor transferido y transformado
ciertos motivos apropiados por él y para él de mi texto en un primer
proyecto arquitectónico, palimpsesto sin fondo, con “scaling”,
“quarry” y “laberinto”, yo insistí, y Eisenman estuvo de acuerdo, en la
necesidad de dar a nuestro trabajo un título, y un título inventivo.
Éste no debía tener por única función la reunión de significados y
producir los efectos de identificación legitimante que se espera de
los títulos en general. Por otra parte, precisamente porque lo que
hacíamos no era un jardín (categoría bajo la cual la administración
de La Villette clasificaba ingenuamente el espacio que nos era
confiado) sino algo, un lugar aún sin nombre, sino innombrable,
había que darle un nombre, y hacer de esta nominación un gesto
nuevo, un elemento suplementario de la obra, otra cosa que una
simple referencia a algo que existiría de todos modos sin el nombre,
fuera del nombre.
Tres condiciones parecían necesarias.
Que este título fuera una designación tan poderosa, inclusiva,
económica como la propia obra. Era esta la función “clásica” y
normalmente referencial del título y del nombre.
Que este título, designando la obra desde su exterior, fuera parte
de la obra, imprimiéndole desde el interior, si se puede decir así, un
movimiento imprescindible, la letra del nombre participando así del
cuerpo mismo de la arquitectura.
Que la estructura verbal mantuviera tal relación con la
contingencia del encuentro que ningún orden semántico pudiera
detener el juego, ni totalizarlo desde un centro, un origen o un
principio.
Choral work, tal fue el título inventado por Eisenman.
Si bien surgió en un momento donde largas discusiones habían ya
tenido lugar sobre los primeros drawings y sobre el esquema
principal de la obra, este título pareció imponerse de un solo golpe:
un golpe de azar pero también el resultado de un cálculo. Ninguna
impugnación, ninguna reserva era posible. El título era perfecto.
Nombra del modo más justo, según la referencia más eficaz y
más económica, una obra que interpreta a su manera, en una
dimensión a la vez discursiva y arquitectónica, la chôra platónica. El
nombre de chôra es conducido al canto (coral), incluso a la
coreografía. Final en l, chora l, chôra deviene más liquida o más
aérea, no me atrevo a decir más femenina.
Deviene indisociable de una construcción a la cual impone desde
el interior una dimensión nueva: coreográfica, musical y vocal a la
vez. El habla, incluso el canto, se inscriben, tienen espacio en una
composición rítmica. Dar lugar o tener espacio, es hacer de la
música o mejor del coro un acontecimiento arquitectónico.
Además de ser una alusión musical, coreográfica a la chôra de
Platón, este título es más que un título. Señala también una firma y
la marca de una firma plural, escrita por nosotros dos a coro.
Eisenman acababa de hacer lo que decía. La performance, la feliz
eficacia del performativo, consiste en inventar por sí mismo la forma
de una firma que no solo firma por dos, sino que enuncia en sí
misma la pluralidad de la firma coral, la co-firma o la contrafirma. Él
me da su firma, como se dice de alguien que le da a un colaborador
el “poder” de firmar en su lugar. La obra deviene musical, una
arquitectura a muchas voces, a la vez diferentes y concordantes en
su alteridad misma. Ella forma un don tan precioso como pétreo, un
coral (coral). Como si el agua se hubiera aliado al mineral
naturalmente por ese simulacro de creación espontánea en las
profundidades inconscientes de algún océano compartido. Ecce
Homo: el abismo de fondos sin fondo, la música, un laberinto
hiperbólico. La ley se encuentra a la vez respetada y aplicada.
Puesto que la orden que habíamos formulado prescribía también:
solamente agua y piedra para este pseudo-jardín, sobre todo no
debía haber vegetación. Así es realizado, de un golpe, de un golpe
de varita mágica, en dos palabras, muy cerca del silencio. La varita
mágica es también la de un jefe de orquesta. Todavía la escucho
como la obra maestra de un artificiero, la explosión de fuegos de
artificio. ¿Y cómo no pensar en el Music for the Royal Fireworks, en
coral, en la influencia de Corelli, en ese “sentido arquitectonico” que
se admira siempre en Händel?
Los elementos se encuentran develados, expuestos al aire libre:
tierra, agua y fuego. Como en el Timeo en el momento de la
formación del cosmos. Pero es imposible asignarle un orden, una
jerarquía, un principio de deducción o derivación a todos los
sentidos que se cruzan como por un efecto de encuentro aleatorio,
en poco más de diez letras, selladas, acuñadas (coined) en la
falsificación (forgery) idiomática de una sola lengua. El “título” se
condensa en el sello, el lacre o la rúbrica de esta contrafirma (pues
era también una manera de no firmar firmando), pero abriendo el
conjunto al cual parece pertenecer. Ningún papel principal para este
título abierto a otras interpretaciones, como se dice a otras
ejecuciones, de otros músicos, de otros coreógrafos, de otras voces
también. La totalización es imposible.
Se puede tirar de otros hilos, de otras cuerdas en esta madeja
laberíntica. Eisenman a menudo se refiere al laberinto para escribir
los trayectos convocados por algunas de sus obras: “Estas
superposiciones aparecen en un laberinto que tiene su lugar en el
castillo de Julieta. Como la historia de Romeo y Julieta, es la
expresión analógica de una tensión irresoluble entre el destino y la
libre voluntad. Aquí el laberinto, como los lugares del castillo,
deviene un palimpsesto”. Como la obra que nombra, el título choral
work es a la vez palimpsesto y laberinto, un dédalo de estructuras
sobreimpresas (el texto de Platón, la lectura que yo propuse del
texto, los mataderos de La Villette, el proyecto de Eisenman para
Venecia y las “Folies” de Tschumi). En francés, pero esto permanece
intraducible, se diría: el título se donne carriere [da rienda suelta].
Cantera [carriere], esto es quarry. Pero darse rienda suelta [se
donner carriere], es también darse libre juego, apropiarse de un
espacio con cierta insolencia feliz. Literalmente, lo entiendo aquí en
el sentido de una cantera que se da generosamente, libera su propio
fondo pero pertenece ante todo al espacio mismo que enriquece.
¿Cómo se puede dar así? ¿Cómo, a la vez que se saca de ahí,
enriquecer el conjunto del cual se forma parte? ¿Cuál es esta
extraña economía del don? En Choral Work y en otras partes,
Eisenman juega con constituir un parte del conjunto en cantera
[carriere], esta es su palabra, quarry, en mina de materiales a
desplazar por el resto, dentro del mismo conjunto. La cantera
[carriere] está a la vez dentro y fuera, el recurso está incluido. Y la
estructura del título obedece a la misma ley, tiene la misma forma de
potencialidad, la misma potencia: dinámica de una invención
inmanente. Todo se encuentra dentro pero es cuasi imprevisible.
Para mi segundo ejemplo, me hace falta tirar de otra cuerda. Esta
arquitectura musical y coreográfica apuntaría, como si los
incorporara o los citara, hacia un género poético, a saber la lírica, y
hacia el instrumento a cuerdas que le corresponde, me refiero a la
lira.
El título estaba ya dado, habíamos avanzado en la preparación de
Choral Work cuando Eisenman me sugerirá finalmente tomar una
iniciativa que no fue solamente discursiva, teórica o “filosófica”
(pongo esta palabra entre comillas, la lectura que propongo de la
chôra quizás no pertenece más al pensamiento filosófico, pero
dejemos eso). Deseaba justamente que nuestro coro no fuera solo
la suma de dos solistas, un escritor y un arquitecto. Este último
signaba y “designaba”, designed con las palabras. Por mi parte,
debía proyectar o diseñar formas visibles. Volviendo de New York,
en el avión, le escribí una carta que tenía un dibujo y su
interpretación. Pensando en uno de los pasajes más enigmáticos,
desde mi perspectiva, del Timeo de Platón, deseaba que la figura de
una criba se inscribiera en el Choral work para dejar allí la memoria
de una sinécdoque o de una metonimia errante. Errante, es decir sin
recuperación posible en cierta totalidad de la cual ella no sería más
que el fragmento separado: ni fragmento ni ruina. En efecto, el
Timeo utiliza lo que se llama sin duda abusivamente una metáfora,
aquella de la criba, para describir cómo el lugar (la chôra) filtra los
“tipos”, las fuerzas o las simientes que viene a imprimirse en ella:
La “nodriza” de lo que nace, mientras se humedece y se quema, y recibe tanto las
formas de la tierra como las del aire, experimentando todas las otras modificaciones
que se siguen de aquellas, se muestra a la vista como infinitamente diversificada. Sin
embargo, colmada de fuerzas que no eran ni uniformes ni equilibradas, nada de ella
se halla en armonía bajo ningún aspecto, sino que, cimbrando caprichosamente en
todos los sentidos, se ve trastocada por esas fuerzas y, al mismo tiempo, el
movimiento que de ellas recibe es restituido, a su vez, bajo la forma de renovadas
sacudidas. Entonces, los objetos llevados constantemente de esta manera, hacia uno
y otro lado, se separan los unos de los otros. Del mismo modo que lo hacen, por la
acción de cribas y otros instrumentos utilizados en la limpieza del trigo, las simientes
sacudidas y agitadas, yéndose las densas y pesadas hacia un costado, y las raras y
ligeras fijándose en el costado opuesto. De manera semejante, aquí, los cuatro
elementos han sido sacudidos por la realidad que los había recibido y cuyo propio
movimiento les comunicaba esas sacudidas, como una criba (Timeo, 52e-53a).
103. Texto destinado a una revista japonesa (número especial consagrado a la obra del
arquitecto Peter Eisenman, Architecture and Urbanism, Tokyo, 1987. Primero publicado en
inglés).
104. Tiempo después, los diseños y maquetas de este proyecto en vías de realización
fueron publicadas, Cf. “Œuvre chorale”, en Vaisseau de Pierres, 2, Parc-Ville Villette,
Champ-Vallon, 1987.
105. “The pink edition extra spotting, of the Telegraph, tell a graphic lie, lay, as luck would
have it, beside his elbow”, Joyce, Ulysses, p. 567. Citado en Ulysse Gramophone, Deux
mots pour Joyce, Galilèe, 1986, p. 67. [el pasaje aparece citado en la p. 52 de la edición en
castellano, Tres Haches, 2002]
106. “El aforismo a contratiempo”, aquí mismo, más adelante, pp. 605-620.
107. “Y entonces un juego interminable de lecturas: “find out house”, “fine doubt house”,
“find either or” “end of where”, “end of covering” [En beneficio de las posibles lecturas,
puede ser interesante destacar dos cuya naturaleza “interna” ha despuntado hace poco.
“Fin d’Ou T” puede sugerir el francés fin d’août, fines de agosto, el período, de hecho, en
que el proyecto de la obra fue culminado. Por lo demás, un lector de habla inglesa sensible
al francés bien podría pronunciar erróneamente este mismo fragmento y decir “fondue”,
técnica culinaria suiza (proveniente del francés fondu –derretido– pero también un término
de ballet para referirse al doblamiento de la rodilla), aludiendo así a la presencia de un
arquitecto educado en Suiza, Pieter Versteegh, ¡como asistente principal de diseño!] etc.,
es provocado por manipulaciones reguladas de los espacios –entre letras, entre lenguajes,
entre imagen y escritura– manipulación que es en cada caso formal, en cada caso
escritura, y sin embargo abiertamente independiente de las manipulaciones que los
cimientos (del francés o del inglés) podrían permitir” (Jeffrey Kipnis, Arquitecture Unbound,
Consequences of the recent work of Peter Eisenman, en Peter Eisenman, Fin d’OU T hou
S, Arquitectural Association, Londres, 1985, p. 19).
CINCUENTA Y DOS AFORISMOS PARA UN
PRÓLOGO108
108. Prefacio a Mesure pour mesure. Architecture et philosophie, número especial de los
Cahiers du CCI (Centre Georges-Pompidou), 1987 (“...primera rendición de cuentas de los
trabajos realizados entre 1984 y 1986 por la iniciativa del Collège International de
Philosophie y del Centre de Création Industrielle...”).
109. O el libro a un monumento. Hugo, por ejemplo, en Notre-Dame de Paris: “El libro
abatirá al edificio”, pero también “la biblia de piedra y la biblia de papel”, “la catedral de
Shakespeare”, “la mezquita de Byron”.
EL AFORISMO A CONTRATIEMPO110
1. Aforismo es el nombre.
2. Como su nombre indica, el aforismo separa, marca la disociación
(apo), termina, delimita, detiene (orizô). Al separar pone fin, separa
para dar –y definir.
3. El aforismo es un nombre pero cualquier nombre puede tomar
forma de aforismo.
4. Un aforismo expone a contratiempo. Expone el discurso –lo
entrega a contratiempo. Literalmente –porque abandona una
palabra a su letra.
(Esto podría ya leerse como una serie de aforismos, el azar de
una primera anacronía. En el comienzo hubo el contratiempo. En el
comienzo hay la velocidad. La palabra y el acto han tomado
velocidad. El aforismo toma la delantera).
5. Abandonar la palabra, confiar el secreto a las cartas es la
estratagema del tercero, el mediador, el Hermano, el casamentero
que, sin otro deseo que el deseo de los demás, organiza el
contratiempo. Cuenta con las cartas sin tenerlas en cuenta.
In the mean time, against thou shalt awake,
Shall Romeo by my letter know our drift,
And hither shall he come…111
ROMEO
Neither, fair maid, if either thee dislike.116
110. Primera versión publicada en Romeo et Juliette, Papiers, Paris, 1986 (con motivo de
una creación de Romeo y Julieta por Daniel Menguich en el teatro Gérard-Philippe de
Saint-Denis). [Todas las citas de Romeo y Julieta se encuentran en inglés en el original.
Hemos optado, por coherencia con el pensamiento y el uso de Derrida, por presentarlas sin
traducir. No obstante, y para comodidad del lector en castellano, todas las citas se
presentan traducidas en nota al pie. Cuando no se indique lo contrario, las citas están
extraídas de la traducción de Manuel Ángel Conejero y Jenaro Talens, Cátedra, Madrid,
1988 (11.a reed. 2003). N. del T.]
111. Entretanto, y antes que te despiertes, /Romeo conocerá, por carta, nuestros planes, / y
se apresurará a venir…
112. Julieta. Sólo tu nombre es mi enemigo. […] Romeo. Mi nombre –cielo mío– yo mismo
lo detesto, / pues sé que es tu enemigo. / Si yo lo hubiera escrito, yo mismo desgarraría la
palabra.
[Se ha modificado la traducción original. Donde decía “fuera la palabra escrita y yo la
rompería”, ahora dice: “Si yo lo hubiera escrito, yo mismo desgarraría la palabra”].
* Tal y como Derrida la desarrolla con posterioridad, la expresión francesa para sentencia
de muerte (Arrêt de mort) alude también, en la lectura más literal, a una interrupción de la
muerte. Sobre el mismo asunto se ha pronunciado Derrida muy extensamente en
Demeure. Maurice Blanchot, Galilée, Paris 1998. [N. del T.]
113. ¡Sé otro nombre!
[Se ha modificado la traducción original. Esta decía: “¡Si otro fuese tu nombre!”]
114. Y si os atrevéis, yo os daré el remedio […] Entretanto, y antes que te despiertes,
Romeo conocerá, por carta, nuestros planes, y se apresurará a venir…
[Se ha modificado la traducción original. Donde decía: “Y que si osáis cumplir será vuestro
remedio”, ahora dice “Y si os atrevéis, yo os daré el remedio”.]
115. ¡Oh Romeo, Romeo! ¡Por qué eres Romeo! / ¡Reniega de tu padre! ¡renuncia a tu
nombre! / O jura a al menos que me amas, / y dejaré de ser yo Capuleto.
[Donde decía: “¡Si otro fuese tu nombre!”, hemos traducido por “¡Por qué eres Romeo!”.]
116. ROMEO: (aparte) ¿Debo escuchar aún o hablarte ahora?
JULIETA: Sólo tu nombre es mi enemigo. Tú / eres tú mismo, seas Montesco o no. / ¿Qué
es Montesco? La mano no, ni el pie, / ni el brazo ni la cara ni cualquier otra parte / de un
mancebo. ¡Si otro fuese tu nombre! / ¿En un nombre qué hay? Lo que llamamos rosa / aun
con otro nombre mantendría el perfume; / de ese modo Romeo, aunque Romeo nunca se
llamase, / conservaría la misma perfección, la misma, / sin ese título. Romeo, dile adiós a
tu nombre, / pues que no forma parte de ti; y, a cambio de ese nombre, / tómame a mí, todo
mi ser.
ROMEO: Te tomo la palabra. / Llámame solo “amor”, será un nuevo bautismo. / De ahora
en adelante, ya no seré Romeo.
JULIETA: ¿Quién eres tú, cubierto por la noche, / que me sorprendes en mis confidencias?
ROMEO: No, / no basta con un nombre para decir quién soy. / Mi nombre –cielo mío– yo
mismo lo detesto / pues sé que es tu enemigo. / Si yo lo hubiera escrito, yo mismo
desgarraría la palabra.
JULIETA: Aún no han bebido mis oídos cien palabras / salidas de tus labios y ya conozco
su rumor, / ¿No eres Romeo? ¿No eres un Montesco?
ROMEO: Ninguno de los dos, si a ti te desagrada.
117. ¿Qué luz es la que asoma por aquella ventana? / ¡Es el oriente! ¡Y Julieta es el sol! /
Amanece tú, sol, Mata a la envidiosa luna. / Está enferma, y cómo palidece de dolor…
118. Verona es conocida por ese nombre.
119. El sol, apenado, no asoma su cabeza.
CÓMO NO HABLAR. DENEGACIONES120
I
Antes incluso de empezar a preparar esta conferencia, sabía que
deseaba hablar de la “huella” en su relación con lo que se llama, a
veces de forma abusiva, la “teología negativa”. Más precisamente,
sabía que debería hacerlo en Jerusalén. Pero, ¿en qué consiste
aquí tal deber? Y cuando digo que sabía que debía hacerlo antes
incluso de la primera palabra de esta conferencia, estoy nombrando
ya una singular anterioridad del deber –un deber antes de la primera
palabra: ¿es eso posible?– que sería difícil situar y que será quizás
hoy mi tema.
Bajo el título muy laxo de “teología negativa”, se designa
frecuentemente, lo saben ustedes, una cierta forma de lenguaje, con
su puesta en escena, sus modos retóricos, gramaticales, lógicos,
sus procedimientos demostrativos, en una palabra, una práctica
textual atestiguada, o situada “en la historia”. Es verdad que aquella
excede a veces los predicados que construyen tal o cual concepto
de la historia. ¿Hay una teología negativa, la teología negativa? En
todo caso la unidad de su archivo sigue siendo difícil de delimitar. Se
la podría intentar organizar en torno a ciertas tentativas que pasan
por ejemplares o explícitas, como la de Los nombres divinos de
Dionisio Areopagita (llamado el Pseudo-Dionisio). Pero no cabe
estar seguro nunca, y por razones esenciales, como se verá, de
poder atribuir a quienquiera que sea un proyecto de teología
negativa como tal.121 Antes de Dionisio, se buscará por el lado de
una cierta tradición platónica y neo-platónica. Después de él, hasta
en la modernidad de Wittgenstein y de bastantes otros. Así, se ha
llegado a designar con ese nombre, más vagamente, de manera
menos rigurosa o informada, una cierta actitud típica con respecto al
lenguaje y en éste, en el acto de la definición, de la atribución, de la
determinación semántica o conceptual. Suponiendo por hipótesis
aproximativa que la teología negativa consista en considerar que
todo predicado, o todo lenguaje predicativo, sea [reste]inadecuado a
la esencia, en realidad inadecuado a la hiperesencialidad de Dios, y
que, en consecuencia, solo una atribución negativa (“apofática”)
puede pretender aproximarse a Dios, prepararnos a una intuición
silenciosa de Dios, entonces, mediante una analogía más o menos
defendible, se reconocerán algunos rasgos, el aire de familia de la
teología negativa, en todo discurso que parece recurrir de manera
insistente y regular a esa retórica de la determinación negativa, que
multiplica indefinidamente las precauciones y las advertencias
apofáticas: esto, que se llama X (por ejemplo, el texto, la escritura,
la huella, la différance, el himen, el suplemento, el fármacon, el
parergon, etc.), “no es” ni esto ni aquello, ni sensible ni inteligible, ni
positivo ni negativo, ni dentro ni fuera, ni superior ni inferior, ni activo
ni pasivo, ni presente ni ausente, ni siquiera neutro, ni siquiera
dialectizable en un tercero, sin relevo (Aufhebung) posible, etc. No
es pues ni un concepto, ni siquiera un nombre, a pesar de la
apariencia. Esta X se presta, ciertamente, a una serie de nombres,
pero reclama otra sintaxis, excede incluso el orden y la estructura
del discurso predicativo. No “es” y no dice lo que “es”. Se escribe
completamente de otra forma.
Acabo de recurrir deliberadamente a unos ejemplos que me son
próximos y, cabría pensar, familiares. Por dos razones. Por un lado,
desde muy pronto se me acusó, más bien que se me felicitó, por
repetir, en un paisaje que se cree conocer realmente, los
procedimientos de la teología negativa. En esos procedimientos se
quisiera ver así una simple retórica, o una retórica del fracaso, o
algo peor, de la renuncia al saber, a la determinación conceptual, al
análisis: para aquellos que no tienen nada que decir o que no
quieren saber nada siempre resulta fácil imitar la técnica de la
teología negativa. Y de hecho ésta implica necesariamente un
aparato de reglas metódicas. Intentaré enseguida mostrar en qué
medida aquella pretende al menos no dejarse confundir con una
técnica expuesta al simulacro y a la parodia, a la repetición
mecánica. Escaparía de eso gracias a la oración que precede a los
enunciados apofáticos y gracias al dirigirse al otro, a ti, en un
momento que no es solo el preámbulo o el umbral metódico de la
experiencia. Naturalmente, la oración, la invocación, el apóstrofe
pueden también imitarse, incluso prestarse como a pesar de ellos a
la técnica repetitiva. Volveré al concluir a este riesgo que, afortunada
y desgraciadamente, es también una ocasión [chance]. Pero si el
riesgo es inevitable, la acusación a la que se expone no debe
limitarse a la apofática de la teología negativa. Aquella puede
extenderse a todo lenguaje, incluso a toda manifestación en general.
El riesgo está inscrito en la estructura de la marca.
Hay también un uso automático, ritual y “dóxico” de la sospecha
lanzada contra todo lo que se parece a la teología negativa. Me
interesa desde hace mucho. Su matriz envuelve al menos tres tipos
de objeciones.
a) Usted prefiere negar, usted no afirma nada, es usted
fundamentalmente un nihilista o un oscurantista, no es así como
progresará el saber, ni siquiera la ciencia teológica. Por no hablar
del ateísmo, del que se ha podido decir, de manera siempre
igualmente trivial, que era la verdad de la teología negativa.
b) Usted abusa de una técnica fácil, basta con repetir: “X no es
esto, como tampoco aquello”, “X parece exceder todo discurso o
toda predicación”, etc. Eso equivale a hablar para no decir nada.
Habla usted solo por hablar, por hacer la experiencia del habla. O,
cosa más grave, habla usted así con vistas a escribir, ya que lo que
usted escribe entonces no merece ni siquiera ser dicho. Esta
segunda crítica parece ya más interesante y más lúcida que la
primera: hablar por hablar, hacer la experiencia de lo que le sucede
al habla por el habla misma, en la huella de una especie de quasi-
tautología, eso no es simplemente hablar en vano y para no decir
nada. Es quizás hacer la experiencia de una posibilidad del habla
que el objetor mismo tiene realmente que suponer en el momento
en que dirige de esa manera su crítica. Hablar para (no) decir nada,
no es no hablar. Sobre todo no es no hablar a nadie.
c) Esta crítica no afecta, pues, a la posibilidad esencial del
dirigirse o del apóstrofe. Aquella envuelve todavía una tercera
posibilidad, menos evidente pero sin duda más interesante. La
sospecha adopta ahí una forma que puede invertir el proceso de la
acusación: si no es solo estéril, repetitivo, oscurantista, mecánico, el
discurso apofático, una vez analizado en su tipo lógico-gramatical,
nos deja quizás pensar el devenir-teológico de todo discurso. Desde
el momento en que una proposición toma una forma negativa, basta
con llevar hasta su límite la negatividad que así se anuncia ahí para
que aquella se asemeje, al menos, a una apofática teológica. Cada
vez que digo: X no es esto, ni aquello, ni lo contrario de esto o de
aquello, ni la simple neutralización de esto o de aquello con los que
no tiene nada en común, siendo absolutamente heterogéneo o
inconmensurable con ellos, empezaría a hablar de Dios, bajo ese
nombre o bajo otro. El nombre de Dios sería entonces el efecto
hiperbólico de esta negatividad o de toda negatividad consecuente
en su discurso. El nombre de Dios convendría a todo aquello a lo
que solo cabe aproximarse, aquello que solo cabe abordar, designar
de manera indirecta y negativa. Toda frase negativa estaría ya
asediada por Dios o por el nombre de Dios, como que la distinción
entre Dios y el nombre de Dios abre el espacio mismo de este
enigma. Si hay un trabajo de la negatividad en el discurso y en la
predicación, ese trabajo produciría la divinidad. Bastaría entonces
con un cambio de signo (o más bien con demostrar, cosa bastante
fácil y clásica, que esa inversión siempre ya ha tenido lugar, que ella
es la necesidad misma del pensamiento) para decir que la divinidad
no está aquí producida sino que es productora. Infinitamente
productora, diría, por ejemplo, Hegel. Dios no sería solo el fin sino el
origen de este trabajo de lo negativo. No solo el ateísmo no sería la
verdad de la teología negativa, sino que Dios sería la verdad de toda
negatividad. Se accedería así a una especie de prueba de Dios, no
una prueba de la existencia de Dios sino una prueba de Dios por
sus efectos, más precisamente una prueba de lo que se llama Dios,
del nombre de Dios por efectos sin causa, por lo sin causa. El valor
de esta palabra, sin, nos va a volver a interesar enseguida. En la
lógica absolutamente singular de esta prueba, “Dios” nombraría
aquello sin lo cual no se podría dar cuenta de ninguna negatividad:
la negación gramatical o lógica, la enfermedad, el mal, la neurosis
finalmente, que, lejos de permitir al psicoanálisis que reduzca la
religión a un síntoma, tendría que reconocer en el síntoma la
manifestación negativa de Dios. Sin decir que debe haber al menos
tanta “realidad” en la causa como en el efecto y que la “existencia”
de Dios no tiene necesidad de otra prueba que la sintomática
religiosa, cabría ver por el contrario en la negación o en la
suspensión del predicado, o de la posición de “existencia”, la
primera señal del respeto por una causa divina que no tiene ni
siquiera necesidad de “ser”. Y en cuanto a quienes quisieran
considerar la “desconstrucción” como un síntoma del nihilismo
moderno o post-moderno, en aquélla podrían reconocer justamente,
si así lo desean, el último testimonio, por no decir el mártir de la fe
en este final de siglo. Una lectura como esa será siempre posible.
¿Quién podría prohibirla? ¿En nombre de qué? Pero ¿qué ha
ocurrido para que eso que así está permitido no sea jamás sin
embargo necesario? ¿Qué debe ser la escritura de esta
desconstrucción, la escritura según esta desconstrucción, para que
la cosa sea así?
Así pues, aquella se sitúa. Se sitúa más allá de toda posición. ¿Cuál
es, pues, ese lugar? Entre este lugar y el lugar del secreto, entre
este lugar secreto y la topografía del lazo social que debe guardar la
no-divulgación, debe haber una cierta homología. Ésta debe regular
algún tipo de relación –secreta– entre la topología de lo que se
mantiene más allá del ser, sin ser [sans être] –sin el ser/sin serlo
[sans l’être]–, y la topología, la politopología iniciática que a la vez
organiza la comunidad mística y hace posible este dirigirse al otro,
esta palabra quasi-pedagógica y mistagógica que Dionisio destina
aquí, singularmente, a Timoteo (pros Timotheon: dedicatoria de la
Teología mística).
En esta jerarquía127, ¿dónde se mantiene el que habla, el que
escucha y recibe, el que habla recibiendo desde la Causa que es
también la Causa para esta comunidad? ¿Dónde se mantienen
Dionisio y Timoteo, ellos dos y todos aquellos que potencialmente
lean el texto dirigido por el uno al otro? ¿Dónde se mantienen con
respecto a Dios, a la Causa? Dios reside en un lugar, dice Dionisio,
pero no es ese lugar. Acceder a éste no es todavía contemplar a
Dios. También Moisés tiene que retirarse. Recibe esa orden desde
un lugar que no es un lugar, aun cuando uno de los nombres de
Dios puede a veces designar el lugar mismo. Como todos los
iniciados, tiene que purificarse, separarse de los impuros, apartarse
de la muchedumbre, unirse a “la élite de los sacerdotes”. Pero el
acceso a ese lugar divino no le da todavía el paso a la Tiniebla
mística donde cesa la visión profana y donde hay que callarse. Ahí
está por fin permitido y prescrito callarse cerrando los ojos:
Esta [la Causa universal y buena] trasciende todas las cosas de forma superesencial
y no se manifiesta al descubierto y verdaderamente más que solo a aquellos que van
más allá de toda consagración ritual y de toda purificación, que superan todo
ascenso a las cimas más santas, que abandonan todas las luces divinas, todas las
palabras, y todas las razones celestiales, para penetrar así en esta Tiniebla [...] Así, a
algo obedece el que el divino Moisés reciba primero la orden de purificarse, después
la de separarse de los impuros, que tras la purificación oiga las trompetas de
múltiples sonidos, que vea fuegos numerosos cuyos innumerables rayos expiden un
vivo brillo, que, apartado de la muchedumbre, alcance entonces, con la élite de los
sacerdotes (ton ekkritôn iereôn), la cima de los ascensos divinos. Sin embargo, en
ese grado todavía no está en relación con Dios, no contempla a Dios, pues Dios no
es visible (atheatos gar), sino solo el lugar (topôn) donde Dios reside, lo cual
significa, pienso, que en el orden visible y en el orden inteligible los objetos más
divinos y los más sublimes no son más que las razones hipotéticas de los atributos
que convienen verdaderamente a Aquel que es totalmente trascendente, razones
que revelan la presencia (parousia) de Aquel que supera toda aprehensión mental,
por encima de las cimas inteligibles de sus lugares más santos (tôn agiôtatôn autou
topôn).
Es solo entonces cuando, superando el mundo en que uno es visto y uno ve, Moisés
penetra en la Tiniebla verdaderamente mística del inconocimiento (tes agnôsias); es
ahí donde hace callar (“cierra los ojos”, ms.) todo saber positivo, donde se escapa
por completo a toda aprehensión y a toda visión, pues no se pertenece ya a sí mismo
ni pertenece a nada extraño, unido como está por lo mejor de sí mismo con Aquel
que escapa a todo conocimiento, una vez que ha renunciado a todo saber positivo, y
conociendo, gracias a ese inconocimiento mismo, por encima de toda inteligencia
[1000c y ss., pp. 179 y 180; la cursiva es mía].
El principio del bien está más allá del ser pero trasciende también el
bien (680b). Dios es el bien que trasciende el bien y el ser que
trasciende el ser. Esta “lógica” es la del “sin” que evocábamos hace
un momento en las citas del Maestro Eckhart que cita a san Agustín
(“Dios es sabio sin sabiduría, bueno sin bondad, potente sin
potencia”) o a san Bernardo (“Amar a Dios es un modo sin modo”).
En la negatividad sin negatividad de estos enunciados sobre una
trascendencia que no es nada diferente y completamente diferente
de lo que ella trasciende podríamos reconocer un principio de
desmultiplicación de las voces y de los discursos, de desapropiación
y de reapropiación de los enunciados, pareciendo los más lejanos
los más próximos y recíprocamente. Un predicado puede siempre
esconder otro predicado, o la desnudez de una ausencia de
predicado, como el velo de un vestido –a veces indispensable–
puede a la vez disimular y hacer visible a quello mismo que disimula
–y hace atractivo por eso mismo–. Así, la voz de un enunciado
puede esconder otra, a la que aquella parece entonces citar sin
citarla, presentándose ella misma como otra forma, o una cita de la
otra. De ahí la sutileza pero también los conflictos, las relaciones de
fuerza, las aporías incluso de una política de la doctrina, quiero decir
de la iniciación o de la enseñanza en general, y de una política
institucional de la interpretación. El Maestro Eckhart, por ejemplo
(pero ¡qué ejemplo!), sabía algo de esto. Incluso sin hablar de los
argumentos que tuvo que desplegar contra sus jueces inquisidores
(“Ellos tachan de error todo lo que no comprenden...”), la estrategia
de sus sermones ponía en juego esta multiplicidad de voces y de
velos que él superponía o sustraía como pelajes y mondaduras,
tematizando y explorando él mismo una quasimetáfora hasta ese
extremo despojo del que jamás se está seguro si deja ver la
desnudez de Dios o si deja oír la propia voz del Maestro Eckhart.
Quasi stella matutina, que proporcionó tantos pretextos a los jueces
de Colonia, pone en escena a veinticuatro maestros (Liber 24
philosophorum del pseudo-Hermes Trismegisto), reunidos para
hablar de Dios. Eckhart elige una de sus afirmaciones: “Dios está
necesariamente por encima del ser...” (got etwaz ist, daz von nôt
über wesene sin muoz). Al hablar así de aquello de lo que habla uno
de estos maestros, comenta con una voz de la que nada permite
decidir ya que no sea la suya. Y en el mismo movimiento cita a otros
maestros, cristianos o paganos, grandes maestros o maestros
subalternos (kleine meister). Uno de ellos parece decir: “Dios no es
ser ni bondad (Got enist niht wesen noch güete). La bondad está
ligada al ser y no es más amplia (breiter) que el ser, pues si no
hubiese ser, no habría bondad y el ser es todavía más puro que la
bondad. Dios no es ni bueno, ni mejor, ni el mejor. El que dijese que
Dios es bueno hablaría tan mal como quien dijese que el sol es
negro” (I, p. 102). (La Bula de condenación menciona solo en
apéndice este pasaje, sin concluir que Eckhart lo haya enseñado
verdaderamente.) La teoría de los arquetipos que constituye el
contexto de este argumento atenúa su carácter provocador: Dios no
comparte ninguno de los modos de seres con los demás seres
(divididos por estos maestros en diez categorías), pero “no está sin
embargo por eso privado de ninguno de ellos” (er entbirt ir ouch
keiner).
Pero he aquí lo que dice “un maestro pagano”: que el alma que
ama a Dios “lo capta bajo el pelaje de la bondad” (nimet in under
dem welle der güete), pero la razón o la racionalidad
(Vernunftlichkeit) quita ese pelaje y capta a Dios en su desnudez (in
blôz). Está entonces desvestido (entkleidet), despojado “de bondad,
de ser y de todos los nombres”. Eckhart no contradice al maestro
pagano, no lo aprueba tampoco. Advierte que, a diferencia de los
“santos maestros”, el pagano habla según la “luz natural”. Después,
con una voz que parece ser la suya, diferencia, no me atrevo a decir
que dialectiza, la proposición anterior. En las líneas que me apresto
a citar, un cierto valor de desvelamiento, de puesta al desnudo, de
verdad como lo más allá del vestido, parece que orienta, al final del
final y a fin de cuentas, toda la axiomática de esta apófasis. Sin
duda no puede hablarse aquí, con todo rigor de valor y de
axiomática puesto que lo que ordena y regula el proceso apofático
excede justamente el bien o la bondad. Pero sí hay una regla o una
ley: hay que ir más allá del velo o del vestido. ¿Es arbitrario seguir
llamando verdad o superverdad a ese desvelamiento que no sería
quizás ya desvelamiento del ser? ¿O a la luz, también, que no sería
ya claro del ser? No lo creo. He aquí el texto:
He dicho en la Escuela que el intelecto (Vernunftlichkeit) es más noble que la
voluntad, y sin embargo ambos pertenecen a esa luz. Un maestro de otra escuela
dice que la voluntad es más noble que el intelecto, puesto que la voluntad capta las
cosas tal como éstas son en sí mismas y el intelecto toma las cosas tal como éstas
están en él. Es verdad. Un ojo es más noble que un ojo pintado en la pared. Pero yo
digo que el intelecto es más noble que la voluntad. La voluntad capta a Dios bajo el
vestido (under dem kleide) de la bondad. El intelecto capta a Dios en su desnudez,
despojado de bondad y de ser (Vernunftlichkeit nimet got blôz, als er entkleidet ist
von güete und von wesene). La bondad es un vestido (kleit) bajo el que Dios está
oculto y la voluntad capta a Dios bajo el vestido de la bondad. Si no hubiese bondad
en Dios, mi voluntad no. querría saber de él [I, p. 103].
Paréntesis
(Dicho sea entre paréntesis, ¿cómo van a traducir désister? Me lo
pregunto. Deberán tener en cuenta el lugar de esta palabra en la
obra de Philippe Lacoue-Labarthe. ¡Parece tan discreta, pero tantos
trayectos se cruzan en ella! Él la hará administrar, en otra lengua, y
no una latina, toda una familia de palabras. Palabras con un alto
contenido filosófico en nuestra tradición. Unos verbos: existir,
subsistir, consistir, persistir, insistir, resistir, asistir, y sin duda me
olvido de algunos. Y unos nombres sin un verbo que les
corresponda: sustancia, constancia, instancia, instante, distancia.
Desistir, mucho más raro, quizá anuncia algo distinto que un
término en dicha serie. Quizá no marque nada negativo. Quizá el
de– no viene a determinar al ister o más bien, como veremos, al
ester. Quizá lo desaloja radicalmente, en un desarraigo que
dislocaría poco a poco a toda la serie, cuya matriz común solo
parecía modificada al ser afectada por atributos complementarios.
Lo que podríamos seguir a través de los textos de Lacoue-Labarthe,
entre otros caminos, es una potente meditación sobre la raíz, sobre
la ausencia de radicalidad del ist, est, ister, ester. A veces emplea el
verbo désister, del nombre désistement. Siguiendo unas razones
que me faltará esclarecer, propongo desistencia, que por el
momento no es francés.
La desistencia es lo ineluctable.
Para empezar, hay al menos dos experiencias de lo ineluctable.
Formalicemos un poco, a flor de piel: dos experiencias típicas.
Primer tipo: es preciso que eso suceda (¿Cómo van a traducir el
es preciso? ¿has to, is to, ought to, must, should?), eso no puede ni
debe ser eludido. Es preciso que eso comience una vez, un día,
según la necesidad de lo que así será anunciado al futuro. Yo, que
lo digo, precedo y así anticipo el acontecimiento de lo que me
ocurre, que llega a mí o al cual llego. Soy entonces como el sujeto
(libre) o el accidente (aleatorio) de lo ineluctable. Este último no me
constituye. Estoy constituido sin él.
Segundo tipo: lo que se anuncia como ineluctable parece ya
haber sucedido en cierto modo, sucedido antes de sucedido,
siempre pasado, adelantado al acontecimiento. Algo comenzó antes
de mí, que hago su experiencia. Estoy atrasado. Si insisto por
mantenerme como su sujeto, ello sería en cuanto sujeto prescrito,
pre-inscrito, marcado de antemano por la impronta de lo ineluctable,
que lo constituye sin pertenecerle. Él solo puede apropiársela
cuando parece ser suya propia. Ya vemos perfilarse lo que
analizaremos más adelante, cierta desistencia constitutiva del
sujeto. Una (de)constitución antes que una destitución. ¿Pero cómo
una desistencia podría ser constitutiva o esencial? Ella aleja de sí
misma toda constitución y toda esencia. La impronta de lo
ineluctable no es una impronta entre otras, ella no consta de una
multiplicidad de caracteres, determinaciones o predicados, entre los
cuales se encuentra lo ineluctable. No, la impronta, el typos de esta
pre-inscripción, es lo ineluctable mismo. La ineluctabilidad es la pre-
impresión, y ella marca la desistencia del sujeto. No soy
simplemente el sujeto o el soporte de la impronta o de “mis”
impresiones. Pero eso tampoco implica que lo ineluctable se deje
concebir como un programa genético o una predestinación histórica.
Esas son determinaciones suplementarias y tardías. No nos
apresuremos por sacar una conclusión de este ejercicio preliminar;
éste solamente está destinado, entre paréntesis, a dar la nota y a
preparar su léxico.
¿Por qué comenzar de este modo? Al menos por dos razones. En
primer lugar, para mí, la obra de Lacoue-Labarthe se asemeja a la
prueba misma de lo ineluctable: insistente, paciente, pensante, la
experiencia de un pensamiento muy singular de lo ineluctable. La
palabra singularidad podría hacer pensar en la novedad. Y, de
hecho, el lector deberá rendirse ante esta evidencia: una
configuración muy nueva que ensambla, según esquemas inéditos,
la cuestión del ser y la del sujeto en sus dimensiones filosófica,
política, ética, poética, literaria, teatral, musical, y en las razones y la
locura de su autobiografía. Un pensamiento distinto de la mimesis y
del typos permite hoy acceder a estas figuras y a esta configuración.
Pero la idea de una novedad todavía se mantiene demasiado ligada
a la de una periodización, e incluso, en el mejor de los casos, a una
estructura epocal de tipo heideggeriano. Pero como veremos, una
que otra pregunta dirigida a Heidegger, particularmente sobre el
tema del sujeto, de la Gestell y de la mimesis, parecen inspirar cierta
reserva con respecto a una historia del ser y de sus épocas. En
cuanto a la palabra configuración, no podemos confiarnos en ella; ya
supone demasiado la consistencia y la recolección identificable de la
figura, dos de los focos problemáticos más ricos de este libro.
Configuración nueva, sí, muy nueva, pero esta novedad desordena
la posibilidad misma de lo configurable, y ella no califica ni un
período ni una época, y todavía menos un modo. Quizá ni siquiera
tampoco una historia. ¿Entonces qué? Es preciso ser paciente e
intentaré explicar por qué. Es preciso aprender a leer a Lacoue-
Labarthe, a escucharlo, a su ritmo (a seguir su ritmo y lo que él
entiende por “ritmo”), el de su voz, casi diría de su aliento, la frase
que ni siquiera se interrumpe cuando multiplica las cesuras, los
puntos aparte, los incidentes, las precauciones, los escrúpulos, las
advertencias, los signos de circunspección, los paréntesis, las
comillas, las itálicas – los guiones sobre todo – o todo eso a la vez
(por ejemplo, él dice “yo” y “yo” [moi] entre comillas, y hasta su
nombre propio, al final de Typographie, en el momento en que más
se expone, a propósito del sujeto y de la exposición o la
presentación (Darstellung). Es preciso aprender la necesidad de una
escansión que viene a plegar y a desplegar un pensamiento. Ésta
no es otra que la del ritmo, el ritmo mismo.
Tengo una segunda razón para comenzar de esta manera, entre
paréntesis: en el momento mismo de hacer el prefacio de una
traducción no he podido evitar, yo, el compromiso de seguir el hilo
de una palabra, el desistimiento, que creo intraducible. Y no he
podido evitar preguntarme por qué lo he hecho. ¿Es acaso una ley?
Estas palabras no me evitan jamás, me precipito en ellas, y sería
bastante incómodo tener que escoger entre dos hipótesis: la
elección o la compulsión. El prefacio se hace para sortear esta
alternativa. Él anudará un pensamiento del idioma intraducible con
la “lógica” de una doble coerción (double bind, doble obligación: es
preciso evitar; no es preciso evitar. Es preciso evitar evitar, pero no
se puede evitar evitar, y no es preciso hacerlo).
Este es el prefacio que aún no he comenzado verdaderamente,
entre paréntesis, encentado desde hace un buen rato,
ineluctablemente. En ciertas lenguas, las nuestras, algunas palabras
articulan una formación sintáctica que se pliega al duplicar el
movimiento de la negación: no no [ne pas ne pas], no hacer algo
que ya consista en no hacer, no evitar o no eludir. Lo ineluctable y lo
inevitable pertenecen a esta familia. De este modo se designa lo
que no puede o no debe ser eludido, ni evitado. Lo innegable parece
formar parte de la misma serie pero dice algo de más o de menos.
Nombra la negación o la de-negación, incluso la sobre-negación, el
suplemento de no [ne pas] que se encuentra actuando en los otros
términos del conjunto. Esta duplicación suplementaria de la
negación no corresponde necesariamente a un trabajo dialéctico o a
una denegación inconsciente. Lacoue-Labarthe quizá nos ayudará a
retroceder sin llegar a una interpretación hegeliana, marxista o
freudiana de esta posibilidad. Y el desistimiento podría ser uno de
sus nombres.
Continúo entonces con mi fábula, en la prehistoria de este
prefacio; me inquieto incluso antes de empezar: ¿Cómo van a
traducir la palabra desistimiento, su retorno a la vez discreto e
insistente en la obra de Lacoue-Labarthe? ¿Cómo la han traducido
ya? No quiero saberlo todavía, más vale que no lo sepa. Escribo
esto, con la traducción de Typographie terminada, mientras Chris
Fynsk le ha dado sus últimos retoques en Estrasburgo. No la he
leído. Podemos imaginar algunas soluciones. La palabra existe en
inglés: to desist. El código de la jurisprudencia generalmente la
domina, tal como ocurre en francés. Pero no admite el reflexivo,
siempre de rigor en francés: se désister, renunciar a una diligencia,
a una acción jurídica, a una responsabilidad. Por otra parte, en
inglés siempre designa, me parece, una interrupción en el tiempo (to
cease, to stop, to leave off). De ahí se desprende cierto desfase y
unas posibilidades sintácticas bien diferentes. Es cierto que, si al
menos se la domesticase en francés, si se la naturalizara,
repatriándola hasta hacerla perder su sentido corriente de cese, la
palabra desistencia se aproximaría más a lo que Lacoue-Labarthe
parece querer señalar. Pero la dificultad reside justamente en otra
parte, y es por ello que “desistencia” en francés, palabra que
Lacoue-Labarthe no utiliza nunca y que por otra parte tampoco
existe, prestaría algunos servicios. ¡A condición de que no se la
transcriba en inglés, simplemente y sin otra precaución, por
desistance! Admito que esto no simplifica la tarea, ¿pero acaso se
trata de eso? El mismo Lacoue-Labarthe señala un desvío en el
idioma francés. Su palabra apenas se deja traducir en el francés
corriente. El “desistimiento” – yo diría, de ahora en adelante, la
desistencia – del sujeto146 no tiene en principio el sentido jurídico
que se impone en su uso ordinario, aun cuando cierta relación con
la ley sea descifrable en dicha palabra. El desistimiento no se deja
determinar de antemano por la reflexividad (el “desistir-se” es la
única forma aceptada en el francés “normal”). Pero si la desistencia
del sujeto no significa que en principio él se desiste, no concluyamos
por ello alguna pasividad de dicho sujeto. Tampoco su actividad.
Desistencia indica mejor una voz media. Antes de toda decisión,
antes de toda desition, como también diríamos en inglés para
designar a cessation of being, el sujeto es desistido sin ser pasivo,
desiste sin desistirse, incluso antes de ser sujeto de una reflexión,
de una decisión, de una acción o una pasión. ¿Se dirá entonces que
la subjetividad consiste en dicha desistencia? Precisamente no, ya
que se trata aquí de la imposibilidad de consistir, de una singular
imposibilidad: algo muy distinto de una inconsistencia. Más bien se
trata de una “(de)-constitución”.147 Intentaremos analizarlo. Pero por
el momento tomemos nota que la gran tarea del traductor, su locura,
su agonía, sus aporías, proceden siempre de cierta extrañeza inicial:
es la distancia ya profundizada en el idioma del texto original.
Porque, para encabestrar de antemano los hilos de esta
prehistoria, estuve a punto de empezar – precisamente – por el
problema de la traducción. ¿Pero acaso lo he evitado? ¿Acaso no lo
he hecho ya? La obra de Lacoue-Labarthe también podría leerse
así: un pensamiento enfrentado sin cesar con el problema más
grave de la traducción, un pensamiento que es presa de la
traducción, un pensamiento de la traducción, una experiencia de
pensamiento para la cual la traducción no sería un problema entre
otros, un objeto, algo que enfrentaría a una obligación o a lo que
una conciencia o un sujeto concienzudo enfrentaría, sino la
experiencia misma del pensamiento, su más arriesgada y esencial
travesía, en aquellos lugares donde la experiencia del pensamiento
es también una experiencia poética. Ejemplos privilegiados: Gestell,
mimesis, rythmos, y tantas otras palabras, en realidad tantas otras
frases, que toman a estas palabras en su lienzo. Y, además, hay
algunos signos que aparecerán en este libro y en las traducciones
publicadas en otros lados, que dan testimonio de la misma
experiencia: la traducción de la traducción de Sófocles hecha por
Hölderlin (una locura en la locura), la traducción de Celan, inmenso
poeta-traductor que nunca se lee solo – quiero decir, sin la
genealogía de tantos otros poetas. Ya que, por muy impresionante
que sea, la coherencia de los textos reunidos en esta recopilación
no debe hacer olvidar la amplitud tan diferenciada de los campos
recorridos por tantos otros textos, escritos a veces en otros modos,
poéticos y filosóficos, textos que espero que el lector anglófono no
tarde en tener a su disposición. Esta coherencia no tiene la forma de
lo que en filosofía se llama un sistema. Ello por dos razones
esenciales y explícitas, que acompañan ambas a la desistencia, y a
la desarticulación o la dehiscencia que aquella inscribe en toda
totalidad. El retorno insistente de este motivo únicamente dibuja la
silueta de una unidad, y dibuja un ritmo antes que una configuración
orgánica.
Acabo de releer estos textos. Alegría de redescubrir, de descubrir
de otro modo la fuerza y la exigencia, la vigilancia inflexible de un
pensamiento fiel. Fiel justamente, y justamente a lo ineluctable. Es
como si este pensamiento de la desistencia no desistiese nunca.
Desde casi veinte años, ha permanecido para mí – permítanme
decirlo y el lector americano debe saberlo – como una extraña
medida, la justa desmedida, si puede decirse así, de aquello que
infaltablemente habrá que pensar mañana, su recurso, su tarea y su
posibilidad. Diciendo esto no cedo de ninguna manera a la
convención de los prefacios, o a la evaluación que ella puede
prescribir. Sin duda porque era sensible a lo que he compartido con
Lacoue-Labarthe y a lo que he recibido de él, nuestro amigo
Eugenio Donato, de quien viene la idea de esta recopilación,
deseaba que yo fuese el primero en escribir el prefacio. Lo que
comparto con Lacoue-Labarthe, lo compartimos ambos aunque de
distinto modo con Jean-Luc Nancy. Pero enseguida me apresuro a
recordar que, pese a tantos trayectos y trabajos comunes entre ellos
dos y entre nosotros tres, la experiencia de cada uno es, en su
singular proximidad, absolutamente diferente, y ese es, pese a su
fatal impureza, el secreto del idioma. El secreto, es decir, en primer
lugar la separación, lo sin-relación, la interrupción. Lo más urgente,
e intentaré ocuparme de ello, sería romper aquí con los aires de
familia, evitar las tentaciones genealógicas, las proyecciones,
asimilaciones o identificaciones. Y la tentación no se vuelve más
evitable por el hecho de que ellas sean imposibles. Por el contrario.
La asimilación o la proyección especular es precisamente aquello
contra lo cual Lacoue-Labarthe nos pone constantemente en
guardia. Él descubre su fatalidad, su trampa política, incluso en la
mimetología “inconfesada” y “fundamental” de Heidegger148, en una
interpretación de la mimesis originaria como imitación. Sea que
aceptemos o rechacemos la imitación, en este caso el resultado es
el mismo: un desconocimiento de la mimesis originaria como
desistencia. Primera indicación para tomar una medida totalmente
preliminar del trayecto: una vez que se haya ido tan lejos como sea
posible con la consecuencia de la Destruktion heideggeriana o de la
demolición nietzscheana, y sin dejar de poner en carne viva la
irreductibilidad de una a otra, una vez que se haya tomado en
cuenta la irrecusable necesidad y el carácter "insoslayable" (es el
término de Lacoue-Labarthe149 y agreguémoslo junto con lo
irrecusable a la serie de sobre-negaciones) de esos momentos, se
hará aparecer la terca permanencia, en esos dos pensamientos, de
una aprensión todavía platónica de la mimesis, una onto-
mimetología. Repetición equívoca y turbadora. Lacoue-Labarthe no
se le opone ni la critica, incluso no está seguro de que la
deconstruya, de que “deconstruir” sea la mejor palabra para
describir lo que hace con ella, reinscribiéndola en otra estructura:
abismo, Unheimlichkeit, double bind, hiperbología. Él abre un
pensamiento totalmente distinto de la mimesis, del typos y del
rythmos que, pese a estar dirigido por el impulso de la
deconstrucción nietzscheana-heideggeriana, le imprime, como
veremos, una torsión suplementaria, reorganiza todo el paisaje,
desprende o compromete nuevas cuestiones: sobre otra dimensión
del sujeto, de la política, de la ficción literaria o teatral, de la
experiencia poética y de la auto– o la hetero-biografía.
Impronta y cesura, la firma afilada de esta obra interrumpe las
filiaciones más poderosas. Ineluctablemente, en el momento más
necesario, cuando esta tradición ya no puede pensar, ni asegurar
eso mismo que ella repite como su propia tradicionalidad
(ejemplaridad, identificación, imitación, repetición). La firma
interrumpe o más bien marca con una incisión el pliegue según el
cual debe dividirse o desistir la onto-mimetología metafísica de
Platón a Aristóteles, de Hegel a Heidegger, pero también aquella
que perdura de manera más subrepticia en Nietzsche, Freud y
Lacan. El idioma de esta firma (pero no olvidemos que también hay
una desistencia del idioma) se mantiene atípico frente a lo que muy
rápido y con demasiado frecuencia se identifica, sobre todo en
Estados Unidos, con el nombre de posestructuralismo. La cesura es
más memorable mientras más evita la evitación o la denegación;
ella nunca huye de la explicación (Auseinandersetzung) y de la más
temible proximidad con los pensamientos que ella excede con
preguntas que se reactivan sin cesar. Probidad ejemplar, prudente y
aventurera; probidad mayor que, sin ceder al moralismo dogmático,
somete la exigencia ética a la prueba del pensamiento.
Desde este momento, ciertamente, habrá que multiplicar y
respetar todas estas disociaciones: ello no depende ni de la onto-
teología metafísica ni de la onto-mimetología (concepto forjado por
Lacoue-Labarthe y que ya no corresponde a una unidad historial o
epocal de tipo heideggeriano, ya que la delimitación de la onto-
teología en la historia del ser todavía pertenece al conjunto sin
conjunto de la onto-mimetología); ello, que no es stricto sensu
nietzscheano ni heideggeriano, no es tampoco marxista, freudiano,
lacaniano, posestructuralista o posmoderno. Y sin embargo, pese a
estas disociaciones y alejamientos que no son críticas ni
oposiciones nunca se tiene el sentimiento de aislamiento o de
insularidad. Otra figura se me impone, pero no es más que una
figura: la de un poder sitiado. Sitiado porque se expone por todos
lados, incluso se expone a la pregunta ¿qué es la obsidionalidad150?
¿Qué es la obsesionalidad cuando un double bind ineluctable hace
que un frente o un paréntesis solo se cierre al abrir otro por otro
costado? ¿Y en qué la pregunta “¿qué es?”, con sus épocas (y el
suspenso de una epokhé también es una puesta entre paréntesis, e
incluso, y volveremos sobre esto, una puesta entre paréntesis de la
tesis o de lo tético en general), tendría que ver o no tendría que ver
con la locura? El poder sitiado se mantiene inconquistable ya que no
tiene un lugar figurable, un solo lugar, una única figura; no tiene
identidad propia, propiamente propia. Inestable y desestabilizante,
desde su desistencia dicho poder hostiga a su vez a todos los otros,
sin relajo, sin darles el menor respiro. De ahí el “estilo”, el ethos, el
“carácter” (y remito aquí a la problemática que se inicia y se
complica en el capítulo “Le roman est un miroir” del Écho du sujet),
el ritmo de las puestas en guardia. Lacoue-Labarthe multiplica los
paréntesis para prevenirnos a cada instante contra las omisiones,
las evitaciones, las simplificaciones: de todos los costados puede
venir a sorprendernos la sobredeterminación, nos puede faltar un
pliegue, las trampas están por todos lados, ni el double bind ni lo
hiperbológico dejan ninguna salida, y es preciso saber esto para
empezar a pensar. Y la puesta en guardia no tiene por finalidad
última proteger a alguien. Ella se encarga de no dejar de exponerse:
no olviden que están expuestos, que deben exponerse de este lado
y también de este otro, no eviten la exposición que de todas
maneras no les faltará, ni que me faltará a mí.
Eso supone un momento de contrato, de alianza, de fidelidad. Es
preciso leer, y por consiguiente pactar, negociar, transigir. ¿Fidelidad
a qué, finalmente, o a quién? Y bien, quizá a eso mismo que
ustedes, que necesariamente me asedian, que ya están ahí, delante
de mí, no han evitado o no han podido no evitar (¿acaso eso
significa lo mismo?) y que tiene la forma de lo ineluctable. Esta
forma es aterradora pues se presta a todas las figuras, a todos los
esquemas; ella es inestable y amorfa. Singular fidelidad a lo que a
fin de cuentas ya ni siquiera requiere fidelidad. ¿Pero habría
fidelidad sin la fe que reclama dicha disimetría?
Habría sido preciso no multiplicar las precauciones de preámbulo
a este prefacio y saltar inmediatamente fuera de los paréntesis.
¿Pero cómo llegar a eso? También se presentó la tentación de
comenzar, en exergo, por un largo paréntesis, uno más, a propósito
de un brevísimo paréntesis ahora citado, de solo siete palabras.
Habría puesto una máscara sobre un nombre propio, aparentando
que reemplazaba lo más irremplazable, un nombre propio, por otro:
figura, ficción, simulacro de sinonimia. En Typographie (p. 189), se
puede leer lo siguiente, precisamente entre paréntesis: “(de todas
maneras, Heidegger nunca evita nada)”.
¿Y bien? ¿Cómo así? ¿Es eso posible?
Primera reflexión, respuesta espontánea: es difícil saber si es
cierto de Heidegger o de cualquiera, pero si es cierto de alguien,
¡sería de aquel que ha osado escribir “Heidegger nunca evita nada”!
A menos que eso no sea lo único que haya debido evitar decir o
pensar. Pues a fin de cuentas, ¿cómo se puede arriesgar una frase
como esa? ¿Con qué derecho tiene sentido avanzar una
proposición como esa a propósito de quien sea? ¿Qué quiere decir
esta provocación?
No nos apresuremos. Se puede no evitar nada, en un primer
sentido: nunca pasar por el lado de una cuestión, de una posibilidad,
de una verdad y de una verdad de la verdad, de la necesidad. No
perder ni un pliegue, ni un bucle. Pero también se puede, en un
segundo sentido, no evitar nada, ni siquiera lo peor, las faltas, las
debilidades, los desprecios, las inhibiciones, las omisiones, los
compromisos. Y las evitaciones y denegaciones. Compulsivamente.
Como se dice en francés vulgar: no perderse una. Cuando Lacoue-
Labarthe dice de Heidegger que “nunca evita nada”, lo entiende
visiblemente en el primer sentido: el bueno. Heidegger enfrenta,
nunca evita nada, y es por eso que se mantiene “insoslayable”. Y sin
embargo la ironía abisal de Lacoue-Labarthe inscribe este
paréntesis increíble en un análisis enteramente consagrado a
describir la manera en la que Heidegger pasa por alto,
deliberadamente soslaya (aproximadamente) eso mismo que
Lacoue-Labarthe quiere no evitar. Porque para él se trata de
“detectar”, esa es su expresión, la tortuosa estrategia de Heidegger
para evitar eso que no evita, para evitar sin evitar. ¿Denegación de
Heidegger? ¿Denegación de Lacoue-Labarthe a propósito de la
denegación de Heidegger que a la vez (double bind) quisiera
detectar y no detectar? No, pero entonces ¿qué quiere decir evitar?
¿Y qué sucede con la denegación cuando se trata, como
verificaremos en un instante, de un “vasto movimiento” de
Heidegger o de su “maniobra” (cito a Lacoue-Labarthe), en un
pensamiento que se ocupa de pensar, además del sentido de una
onto-teología sin la cual el concepto mismo de denegación no habría
podido formarse, lo impensado mismo? Y que no solo se ocupa de
pensar tal o cual impensado, sino la estructura, la posibilidad y la
necesidad de lo impensado en general, su cuasi-negatividad (lo im-
pensado está im-pensado, como nos recuerda), de la que no estoy
seguro, pese a lo que diga Heidegger, que se reúne cada vez en la
unidad de un solo lugar, como si no hubiese más que un impensado
en el cual cada “gran” pensamiento, y ese sería su grandeza misma,
encontraría su ley secreta. Pero pronto volveré a esto.
¿Qué habría que entender con “evitar” o “denegar” cuando este
impensado del mismo impensar, el de Heidegger, concierne a
motivos como la escritura, la Darstellung poética o ficcional, el sujeto
de la enunciación, la locura o la política de dicho sujeto, la unidad
del texto, etc., y tantas otras significaciones sin las cuales la filosofía
y el psicoanálisis, la lógica y la pragmática, difícilmente habrían
podido determinar esas figuras que tranquilamente denominamos
“evitar”, “denegar”, “eludir”, etc.? Estas determinaciones corrientes
ya no pueden bastar y el gesto de Lacoue-Labarthe parece operar
un desplazamiento estratégico de gran alcance en el lugar de dicho
límite. Ya que uno de los análisis más audaces e inéditos de
Typographie, el mismo en que se señala al pasar que “de todas
maneras, Heidegger nunca evita nada”, multiplica alrededor de
estas cuestiones los diagnósticos inquietantes a propósito de una
“maniobra” heideggeriana. Por el momento no encuentro una
palabra más apropiada que “diagnóstico”, pero la entiendo más en el
sentido de la genealogía nietzscheana, pese a las reservas que
haya que tomar con Lacoue-Labarthe por ese lado. Estos
diagnósticos son tanto más graves en la medida en que no acusan
ni critican a nadie: nada más que cierta fatalidad de la que nunca
bastará con de-limitar para escapar de ella. Y estos diagnósticos
son tanto más interesantes en la medida en que conciernen, en
cada una de sus formulaciones, a los movimientos mediante los
cuales Heidegger habría parecido evitar esto o aquello (veremos por
qué en un instante) y que abren, por su misma delimitación, el
espacio de la problemática singular, en realidad sin precedentes, de
Lacoue-Labarthe. ¿Cuáles son sus formulaciones? Primero,
citémoslas como tales, precisamente en su simple forma, antes de
volver, fuera de paréntesis, a la cosa misma. Antes que todo,
Lacoue-Labarthe nos dice que Heidegger “‘evacúa’ (o sublima)…”.
Nótese, como siempre, los signos de prudencia, la circunspección
vigilante, las seguridades tomadas contra todos los riesgos a los que
no deja de exponerse a cada instante: comillas alrededor de
“evacúa”, como si se retirase enseguida una palabra insatisfactoria
(como tampoco lo hace Lacoue-Labarthe, Heidegger nunca evacúa
nada); y luego sublima está en itálicas. Y entre paréntesis. Ya que la
palabra podría parecer tomada a préstamo de un contexto
extranjero y muy problemático (la aporética freudiana de la
sublimación). Pero mediante esta misma palabra se mantiene un
pasaje necesario, que acompaña a la cuestión de lo sublime,
presente en otra parte de la explicación con Heidegger, y que se
refiere a cierta impresentabilidad de lo totalmente otro. Heidegger
“‘evacúa’” o “sublima” tres cuestiones que por cierto, según Lacoue-
Labarthe, son la misma. Sobre esta unidad o esta unicidad, yo
mismo tendré una pregunta para plantear, pero eso será para
después. Una sola pregunta, una pregunta en tres, la misma
“siempre enfrentada y siempre postergada” (p. 189), de manera tal
que Heidegger parece “no prestar atención a ella”, “o, en rigor,
aparenta no prestarle atención”.
No sería imposible aparentar no prestarle atención. Precisemos:
en una lectura pensante o en una meditación, ya que sabemos que
nada es más fácil en la “vida corriente”. Como siempre lo hace,
Lacoue-Labarthe da crédito generosamente al pensamiento que
interroga, o incluso “detecta”. Le da crédito con la mayor de las
fuerzas, la mayor de las astucias, con el saber más lúcido, aquel
que nunca se deja sorprender por las preguntas que se le puede
plantear.
…no es imposible detectar [yo subrayo, J. D.], en el conjunto de la gestión que
concierne al Zaratustra, y eso desde la posición misma de la pregunta que lo
gobierna (“¿Quién es el Zaratustra de Nietzsche?”), una especie de vasto movimiento
que gira alrededor de una pregunta que Heidegger sabe pertinentemente (yo
subrayo, J. D.) que no puede evitar o eludir (de todos modos, Heidegger nunca evita
nada), sino que juzga indispensable, con el fin de neutralizar su poder [yo subrayo, J.
D.], con el fin de “cortar sus cuerdas” y de atacar por la retaguardia.
Ustedes han visto, no, han leído las comillas, las comillas entre
paréntesis. Este accidente no es un accidente, la caída era
inevitable, pero aquí ya no es asunto del sujeto (yo) de una
percepción o de una ciencia, de un ver o un saber. Lo que le ha
sucedido a Heidegger o con él, bajo su nombre, es grave en otro
sentido y su no-evitación ya no depende de estas categorías.
Recién se nos había dicho que Heidegger nunca evita nada. Cerca
de treinta páginas más adelante, se nos dice que él “no puede evitar
caer” en un “agujero” cuidadosamente enmascarado. Si este
ineluctable ya no depende de las categorías del ver y el saber, de la
lógica o el psicoanálisis de la denegación, presentimos la
singularidad del problema cuando Lacoue-Labarthe se compromete
con las huellas dejadas por este accidente fatal, casi se diría
necesario o esencial. Su desciframiento, del cual no puedo intentar
reconstituir aquí sus etapas, no depende ni del ver, ni del saber, ni
de ninguna disciplina constituida, la hermenéutica o el psicoanálisis.
Tampoco creo que se pueda hablar de un método o de una lectura
filosófica.
¿Es indispensable darle un nombre? Lacoue-Labarthe parece
describir una estrategia: “movimiento giratorio”, “cortar las riendas”,
“atacar por la retaguardia”, “maniobra”. Pero también el fracaso, el
vencimiento, la caída, el gran lapsus de un pensamiento. ¿Cuál
debe ser la estrategia de Lacoue-Labarthe, su estrategia sin guerra,
para detectar las huellas, deshacer o sorprender a la gran maniobra
de Heidegger que no es ella misma una maniobra entre otras
(militar, metódica, científica, lógica, psicoanalítica, hermenéutica,
filosófica)? Ella efectivamente concierne a la tradición platónica más
coercitiva, y finalmente a toda la onto-teología que se sigue de ella,
hasta llegar a ese concepto de onto-teología, de historia de la
metafísica, incluso de Ge-stell. Y en ellos, la determinación, que se
cree derivada, subordinada, de sujeto o de subjetidad.
Ésta es a fin de cuenta una de las preguntas que me planteaba,
quedándome inmóvil ante este pequeño paréntesis (“de todas
maneras, Heidegger nunca evita nada)”), la única frase, sin duda,
contra la cual no pude defenderme con un primer movimiento de
protesta. Es por eso que tuve que empezar así, de manera
espontánea. La resistencia, pues fue una resistencia de mi parte,
indica con frecuencia el lugar sensible de una lectura, el punto de
incomprensión que la organiza. ¿Cómo puede escribir eso?, me
preguntaba. ¿Y de quienquiera que sea? ¿Cómo alguien, un
pensador finito, y un pensador de la finitud, podría nunca evitar
nada, sabiendo “pertinentemente”, cuando evita, lo que evita? Sobre
todo cuando este pensador de la finitud toma en serio la necesidad
de lo impensado, hasta reconocer en ella la condición esencial, casi
la fuente del pensamiento, algo totalmente distinto de una falta: “Lo
im-pensado solo es tal, cada vez, en cuanto es im-pensado”, dice, y
Lacoue-Labarthe lo recuerda (p. 188).
Cuando Paul de Man se atrevió a decir que el texto de Rousseau
no comportaba ninguna “tarea ciega”, sentí la misma impaciencia.
Una impaciencia nunca está justificada. Ella debe incitar a tomar el
tiempo y a someterse a la prueba de lo que no es evidente –sin
evitarlo. De ahí mi primer consejo, si es que puedo permitírmelo, en
el momento de cerrar este largo paréntesis: esmerarse en leer y
releer estos textos difíciles, ellos mismos (con sus incidentes,
comillas y paréntesis) y aquellos a los que interrogan, plegarse a la
estrategia, hecha de audacia, astucia y prudencia, a la necesidad
intratable que los constriñe, sobre todo a su ritmo y a su aliento:
períodos amplios y respiración profunda del pensamiento, el tiempo
de una carrera a larga distancia durante la cual ustedes siguen a
alguien que no deja de dirigirse a ustedes. Se gira hacia ustedes,
describe los accidentes de un terreno que conoce bien, se detiene
para enseguida empezar de nuevo, les previene de los riesgos que
se corren, de los pasos en falso o de las trampas que les acechan,
los saltos indispensables, el paisaje que todavía no se ve, la
necesidad de un rodeo, de otra puntuación, de una escansión por
inventar para atravesar la línea o trazar un nuevo camino. Si
ustedes tienen a veces el sentimiento de un pensador jadeante u
hostigado, no se engañen: por el contrario, ustedes leen a alguien
que acorrala, polemos sin polémica, a los pensamientos más
poderosos de nuestra tradición. Cierro el paréntesis. ¿Es posible?)
Gestell
Comencemos aquí, entonces, con este ejemplo. Porque anuncia la
manera y la maniobra de Lacoue-Labarthe, la mano o el ritmo de su
cirugía, y considerando que no puedo hacer más en un prefacio.
Aceptando los riesgos de esta limitación, deseo que sobre todo se
lea a Lacoue-Labarthe mismo y me limitaré a tres ejemplos,
siguiendo cada vez un solo hilo: la desistencia. Cada uno de los
ejemplos estará firmado por una palabra extranjera (Gestell,
Mimesis, Ruthmos), y en primer lugar, extrajera en la lengua a la
cual parece pertenecer. Corresponderá tanto a una locura de la
traducción, como a una de la tradición: obsesión y esquizofrenia,
foco y cesura, double bind, fatalidad e imposibilidad de la
reapropiación, hiperbología, desidentificación ineluctable. Otra regla
de limitación y otro riesgo: solo introducir a los lugares en que
Lacoue-Labarthe aguza el pensamiento de la desistencia ante la
prueba de las obras más extranjeras y más cercanas a la vez, y por
consiguiente las más resistentes: por ejemplo, las de Nietzsche,
Heidegger, Freud o Lacan.
Más allá del pathos antropológico y de los saberes
autodenominados positivos, Lacoue-Labarthe siempre ha concedido
a la locura la dignidad de una cuestión mayor para el pensamiento.
Sin “demagogia” y sin “psicagogia”.152 Antes de preguntarse si la
demencia debe ser excluida o dominada, es decir, domesticada por
la filosofía, se debe intentar pensar la obsesión [hantise], es decir,
cierta manera en que la filosofía es regularmente visitada y habitada
por la locura. Hay una domesticidad de la “locura filosófica”. En su
inicio y en su fin, Typographie se abre con esta predestinación de la
filosofía a la locura. Ejemplos (solamente ejemplos) de Rousseau
(el... “y así es como uno se vuelve loco” del Prefacio a La nouvelle
Héloïse), de Nietzsche (“La significación de la locura en la historia
de la moralidad”, de Aurora), pero también de Kant, de Comte y de
Hegel. Entre todos los trayectos de estos análisis profusos y
extraordinarios, se deberá aislar el hilo que liga la locura con una
nueva “cuestión del sujeto”. Lacoue-Labarthe la retoma, incluso
retoma su título (p. 189) y la reactiva de manera inédita. Lo hace
desde hace casi quince años153, con discreción, paciencia y rigor,
en una especie de soledad, sin practicar ese “retorno al sujeto”, que
alimenta desde hace poco las conversaciones parisinas y que, en el
mejor de los casos, sin duda el menos dogmático y el más refinado,
algunos creen reconocer en las últimas obras de Foucault. Lo que
persiste en todos los casos es la cuidosa omisión de la lectura
rigurosa y la travesía efectiva de los textos de Heidegger a propósito
de la subjetidad.154 Lacoue-Labarthe hace algo totalmente distinto.
No solo no propone restaurar, rehabilitar o reinstalar al “sujeto” sino
que, antes de eso, propone pensar su desistencia tomando en
cuenta tanto una deconstrucción de tipo heideggeriano como
aquello sobre lo que Heidegger habría guardado silencio.
¿Cuál silencio? La palabra aparece al menos dos veces. Lo que
ella designa no deja de tener relación con lo ineluctable. Aun cuando
“nunca evita nada”, Heidegger permanece silencioso sobre algo de
la Darstellung que no se deja fácilmente domesticar, ordenar y
clasificar en la gran familia del Ge-stell (bestellen, vorstellen,
herstellen, nachstellen). Esta palabra introduce un desorden que
Heidegger no atiende o, como se dice en alguna parte, al que
aparenta no prestar atención. El “silencio” de Heidegger a propósito
de la Darstellung puede descifrarse de dos maneras: o bien
descuida la pertenencia de la Darstellung al Ge-stell y todo lo que
ello debería obligar a tomar en cuenta, y Lacoue-Labarthe lo
recuerda; o bien, inscribe la Darstellung en una serie homogénea y
la reduce así a ser solo un modo entre otros. En su delimitación de
una onto-tipología, Heidegger permanece “elíptico” (esta palabra
también aparece dos veces155) en lo referido a la relación entre
trabajo o sufrimiento por una parte (se trata de Jünger, Der Arbeiter,
Ueber den Schmerz) y, por otra, (re)presentación por figura
(gestalthafte Darstellung). Y en su “tratamiento relativamente elíptico
de la relación de Jünger con Hegel”, Heidegger también observa
“cierto silencio”156 sobre la relación entre la metafísica de la Gestalt,
o la representación del ser como figura, y la Darstellung, es decir, la
“presentación literaria”. Y lo que vale para Jünger también valdría
para esos otros “escritores” que son Nietzsche y Rilke. Elipsis y
silencio señalan una “pérdida”157 que es algo distinto que la
“desaparición de una palabra” y que concierne a la derivación
stellen-darstellen. Al interrogarse sobre lo que “pasa” con “la
(palabra) Ge-stell” y su traducción imposible, Lacoue-Labarthe
define el lugar de una nueva “cuestión del sujeto”. Y este es su
“contenido”; es el pasaje que recién citaba por su “forma”:
Yo (“yo”) no volveré aquí sobre la manera en que Heidegger, de un solo y mismo
impulso, “evacúa” (o sublima), a la vez, en beneficio de una destinación mayor de lo
impensado/impensamiento de Nietzsche (i.e. de “Nietzsche”), el problema del
carácter “poético” o “ficcional” (“literario”) del Zaratustra, el problema de cierta
dispersión o de cierta desintegración del “texto” nietzscheano (más insoslayables, sin
embargo, que la “ausencia de obra” (capital) en donde se organizaría, en la
“articulación” esencial de algunas palabras fundamentales, lo im-pensado mismo), y,
finalmente, el problema de la “locura” de Nietzsche: me ha parecido posible mostrar
en otra parte – pero, a decir verdad, era un poco evidente – que estas tres cuestiones
no son más que una, o, más exactamente, que todas ellas gravitan alrededor de una
única cuestión central, a un mismo tiempo siempre considerada y siempre rechazada
(constantemente propuesta por lo demás en términos inadmisibles para el
pensamiento, metafísicamente marcados, y por ello, constantemente condenada –sin
“apelación”), y que es la cuestión del sujeto. Del “sujeto de la enunciación”,
supongamos, o de la “escritura” – en cualquier caso, nada que pueda asimilarse o
identificarse sin más, es decir inmediatamente, con el sujeto de la “metafísica de la
subjetidad”, bajo cualquier forma que sea (pp. 188-189).
Eso es “lo que Reik incita a pensar…”. Más allá de Freud, más allá
de Lacan, pero con ellos, y recayendo regularmente bajo la ley que
ellos representan, sometiéndose nuevamente cada vez que se está
a un paso de transgredirla. Recae y se somete. Las palabras
“fracaso” y “sumisión”173 retornan casi a cada página de este
magnífico texto. Pues lo que Reik incita a pensar es lo que Lacoue-
Labarthe piensa y de lo que Reik no ha podido librarse por no haber
sabido librarse. No se trata de una simple transgresión liberadora, y
la conclusión de L’écho du sujet, una vez que se liberó este
pensamiento, no tiene nada de triunfal; en verdad no concluye, salvo
sobre un “quizá”: “quizá sea imposible exceder la clausura del
narcisismo. Incluso utilizando su modelo especular”. Es decir, el
modelo óptico, teatral, teórico y edípico, la psyché que coacciona a
Reik a la recaída y al “fracaso teórico” que no es otra cosa que el
fracaso en la teoría, a causa de la teoría, de una teorización de eso
mismo, y es el ritmo más que la música, cuya experiencia pensante
no se deja teorizar. Ésta no excede a la teoría desde el lado de una
región oculta en donde habría que preferir el afecto al saber. Por el
contrario, ella permite pensar la ley de lo teórico, como tal. Lacoue-
Labarthe analiza pacientemente, con una suerte de compasión
rigurosa, el retorno de esta ley en el texto de Reik, en su aventura
teórico-auto-analítica. Le reconoce todas las audacias, las
“sospechas”174 respecto a Freud, los presentimientos de aquello
que “incita a pensar” sin pensarlo él mismo, a saber, la clausura en
la que se mantiene – y se mantendrá – como un psicoanálisis
todavía demasiado griego, y en todo caso demasiado platónico
(onto-tipológico, onto-eidético, mimetológico175), y al interior del cual
retumba y al cual se somete y se sujeta. El movimiento por el cual
se instituye como sujeto, en el curso de una autobiografía analítica
“atormentada” por el retorno de la música y del ritmo, es también el
movimiento por el cual se sujeta a la ley representada por Freud. Se
sujeta por defensa, por inhibición176, y por resistencia ante aquello
mismo que lo incita a pensar, que él incita a pensar: cierta
desistencia del sujeto en la experiencia del double bind y de su
(de)constitución rítmica. No puede no evitar lo inevitable. Resiste a
la desistencia, consolida su subjetidad en esta sujeción, en este
mismo fracaso, y por ende en esta dimisión; muchos signos
muestran de un modo evidente, que fue muy consciente de eso.
Cediendo a dicha resistencia, se podría decir que debió abdicar ante
la responsabilidad de pensar, de pensar lo que incitaba a pensar. Se
ha desistido, él, ante la tarea que parecía incumbirle: pensar la
desistencia ineluctable. No se trata de una falta moral, por supuesto,
¿pero cómo es ello posible? Lean L’écho du sujet. Sólo propondré
un hilo suplementario en un laberinto que intentaré reconstituir y que
no se podría “redoblar” con un comentario, pues se trata de un
recorrido único a lo largo del cual una lógica del espejo es sustituida
por una de la resonancia. Eco deshace a Narciso, sino acaso a
Psyché, transformando así todo el espacio, todo el tiempo. No para
dramatizar una lectura que no tiene ninguna necesidad, ni para
dárselas de Ariadna. Sino para acercarme un poco a la firma de
Lacoue-Labarthe cuando dice “yo” (entre comillas, como en todas
partes), cuando habla de locura, de estilo, de autobiografía o de
alobiografía, de muerte o de música, de Reik; o de cualquier otro,
pues quien se denomina Reik, en este texto, es también quien ha
ligado, al borde de la locura (¿qué es eso, el borde?), la aventura
autobiográfica y sus dobles, y el otro, y la muerte, con la obsesión
musical (Rousseau, Nietzsche), con la preocupación por el ritmo
(Hölderlin, Mallarmé, Nietzsche también). Ustedes dirán que Reik y
todos ellos son Lacoue-Labarthe, presionados por identificar las
identificaciones, y en este caso, los felicito con gusto si quieren
detenerse un día en esta cadena genealógica. Pero no, Lacoue-
Labarthe no pudo leer a Reik como lo hizo más que en la medida en
que rompió la identificación, en que supo acompañarlo levantando
cada vez los límites a los cuales se aferraba la resistencia del otro.
Y cada vez que levanta ese límite, explica su proveniencia y su
dispositivo, y luego su retorno ineluctable. Pueden verificarlo en ese
gesto y en ese ritmo en que Lacoue-Labarthe no puede estar, a
cada instante, más cerca y más lejos de Reik. Y les dice todo lo
necesario para pensar la ley de esa paradoja.
Incluso hay un nombre para la ley de la paradoja: es lo
hiperbológico.177 En el momento en que, demasiado tarde y
demasiado temprano, debo cortar el texto, solo tomaré un ejemplo:
la cesura. No hay ritmo sin cesura. Y sin embargo, es preciso que la
cesura “misma” sea “antirrítmica”178, como nos recuerda Hölderlin, e
incluso arrítmica. Esta interrupción no tiene la cadencia dialéctica de
una relación entre el ritmo y el no-ritmo, entre un continuo y un
discontinuo. Ella interrumpe la alternancia, la “coerción de la
oposición en general”179, la dialéctica y lo especulativo, incluso el
double bind180, cuando conserva una forma oposicional. Es
ineluctable, y no evita la evitación:
Ella evita (gesto protector, lo cual no significa forzosamente “ritual”) el arrebato
oscilatorio, el enloquecimiento y la inflexión en tal o cual polo. Ella representa la
neutralidad activa del entredós. Sin duda por esto no es azaroso que la cesura sea
cada vez ese momento vacío – la ausencia de todo “momento” – de la intervención
de Tiresias, o sea, la intrusión de la palabra profética...181
183. Primera versión publicada en “Michel de Certeau”, Cahiers pour un temps, 1987. [El
título original en francés es Nombre de oui. Dado que la expresión francesa nombre de no
tiene una traducción exacta en castellano, hemos priorizado en esta traducción mantener la
idea de una cantidad indeterminada. Consideramos que si bien es posible que refiera a una
cantidad grande (“muchos sí”), no es posible determinarlo con certeza ya que en este caso
no hay un adjetivo que lo especifique. Tampoco quisimos traducir por “innumerable” o
“incalculable” ya que, aún sin establecer un juicio valorativo, esas palabras conllevan un
matiz negativo que no está presente en el original y que Derrida hubiera podido utilizar de
haberlo querido (de hecho utiliza el adjetivo innombrable en este artículo). Por otro lado, el
“sí” debe ser entendido como el adverbio de afirmación, y no como el pronombre personal
reflexivo en tercera persona. De allí que incluyéramos los paréntesis en “sí(es)”, para
desambiguar la expresión en castellano, teniendo en cuenta además que en francés oui
puede ser leído también como plural y quisimos mantener dicha posibilidad. N. de la T.].
184. “Este acto no exige una realidad o un conocimiento anterior a lo que dice. Bajo esta
forma lingüística también, tiene fuerza de comienzo. Entre los performativos, depende más
particularmente de la clase de los ‘prometedores’. Los ejemplos que presenta Austin
(prometer, estar decidido a, hacer voto de, consagrarse a, declarar su intención de, etc.)
hacen desfilar los términos que señalan, en los textos místicos, las manifestaciones
sociales del volo inicial”. Michel de Certeau, La fable mystique, XVIe-XVIIe siècle, París,
Gallimard, 1982, [Hay traducción al castellano: La fábula mística. Siglos XVI-XVII, trad.
Jorge López Moctezuma, México DF, Universidad Iberoamericana, 1993, p. 206].
185.* Événement. Hemos decidido traducir esta palabra por “acontecimiento”, y évent por
“evento”. No es posible en castellano mantener la cercanía etimológica que existe en
francés entre ambas palabras [N. de la T.].
Michel de Certeau, op. cit., trad. cast., p 208. [Las itálicas en la expresión “No Nombre” no
se hallan en el texto de Michel de Certeau, sino que son agregadas por Jacques Derrida,
N. de la T.]
** Chance, en francés, remite tanto a “oportunidad” como a “posibilidad”. Por eso hemos
optado por la palabra castellana “chance” para mantener ambos sentidos [N. de la T.].
186. Michel de Certeau, op. cit., trad. cast., pp. 207-208.
187.* Friedrich Nietzsche, Así habló Zarathustra, “Antes de la salida del sol”: “el inmenso e
ilimitado decir sí y amén”, trad. cast. de Andrés Sánchez Pascual, Madrid, Alianza, 1997, p.
238. [N. de la T.]
Michel de Certeau, op. cit., trad. cast., p. 208. [Derrida escribe “identidad” sin mayúsculas y
“Zarza” con mayúsculas, a la inversa de como aparece en el texto de de Certeau. N. de la
T.]
188. “La Sekina implica una inhabitación, una presencia, una gloria y, ulteriormente, una
feminidad de Dios, temas que desempeñan también un papel muy importante en la mística
cristiana de la época”. (Michel de Certeau, op. cit., trad. cast., p. 13, n. 3; cf. también p.
164). Sobre esta afinidad entre la afirmación y la feminidad, me permito remitir a Espolones
(París, Flammarion, 1978 [Valencia, Pretextos, 1981]), a Parages (París, Galilée, 1986) y a
Ulises gramófono (París, Galilée, 1987 [Buenos Aires, Tres Haches, 2002]), y citar aún La
locura de la luz de Blanchot: “Sin embargo, he encontrado seres que jamás le han dicho a
la vida, cállate, y nunca a la muerte, vete. Casi siempre mujeres, bellas criaturas”. (La folie
du jour, Fata Morgana, 1973, p. 12, [La locura de la luz, trad. cast. de Alberto Ruiz de
Samaniego, Madrid, Tecnos, 1999, p. 35]).
189. Franz Rosenzweig, L’Étoile de la rédemption, tr. A. Derczanski y J.-L. Schlegel, Le
Seuil, 1982, pp. 38-39. [trad. cast.: La estrella de la redención, trad. M. García-Baró,
Salamanca, Sígueme, 1997, pp. 66-67. (Traducción ligeramente modificada. Anotamos al
pie que Derrida cita la traducción de Le Seuil sin anotar modificaciones; en la cita, sin
embargo, los dos primeros “No” se leen “Nom”, es decir, “Nombre”. Debe sin duda quizás
tratarse de una errata de tipeo: “Le Nom ne peut être commencement ; car il ne pourrait
être qu’un Nom du néant”. N. del E.).]
* Hemos intentado conservar en la mayor medida posible la cercanía fónica y etimológica
entre las palabras francesas utilizadas, cernés y concernés. [N. de la T.]
190. Michel de Certeau, La fable mystique, especialmente p. 193 y 197. [Posiblemente
Derrida se refiera a las páginas 163 y ss. de la traducción castellana, N. de la T.]
191. Michel de Certeau, op. cit., trad. cast. p. 207.
192. Ibíd., p. 196 y ss.
193. Ibid, p. 202.
194.* Plutôt, plus tôt. Juego de palabras entre las expresiones francesas para “más bien” y
“más temprano”, respectivamente [N. de la T.].
** No es posible mantener en castellano la cercanía fónica y etimológica entre requête y
enquête, las palabras francesas que utiliza Derrida [N. de la T.].
12. Cf. Martin Heidegger, Unterwegs zur Sprache, 1959, p. 175 y ss; trad. cast. de Yves
Zimmerman, De camino al habla, Serbal, Barcelona, 1990. He abordado estas cuestiones
del sí en Ulises gramófono, y, en cuanto al movimiento de Heidegger al que aquí hago
alusión, en Del espíritu. Heidegger y la pregunta [Valencia, Pre-textos, 1989].
195. “Cuando esta situación logra decirse, puede tener todavía por lenguaje la antigua
oración cristiana: ‘No permitas que me separe de ti’. No sin ti. Nicht ohne”. (Michel de
Certeau, op. cit., trad. cast., p. 11). En este punto, Michel de Certeau añade en nota al pie:
“Me parece que esta categoría heideggeriana permite una reinterpretación del
cristianismo”. Cf. Michel de Certeau, “La ruptura instauradora”, Esprit, junio 1971, p. 1177-
1214”. (Ídem., n. 1).
196.* Hemos decidido traducir vouloir por “querer” y volonté por voluntad [N. de la T.]
14. Michel de Certeau, op. cit., trad. cast., p. 202.
197.* Derrida utiliza aquí y en lo que sigue la palabra francesa quasiment, que no es la más
usual para decir “casi”, y que es más cercana fónica y etimológicamente al quasi que utiliza
en expresiones como “cuasi-trascendental” [N. de la T.].
15. Alianza y corte, Mont Carmel, cuyo nombre “quiere decir ciencia de la circuncisión”
(Michel de Certeau, op. cit., trad. cast., p. 163). Habría que citar aquí las páginas dedicadas
al lenguaje de la circuncisión y a la circuncisión del lenguaje en los textos místicos (cf. ibíd.,
p. 163 y ss.). A propósito de la “marca sangrienta del cuerpo”, que, según Michel de
Certeau, “señala el acceso al nombre del padre (a la virilidad) por medio de una sumisión al
poder paterno”: “Así como Abraham levantaba su cuchillo sobre su hijo Isaac para
sacrificarlo a Yahvé, es decir para producir sentido (“sacer facere”), de la misma manera
Juan de la Cruz corta en lo vivo de la carne para describir el camino de la unión. Cercenar,
tal es el proceso de la alianza cuando se trata de lo absoluto que se marca por lo que quita.
Trabajo de la escultura, caro a Juan de la Cruz. Teología negativa: significa por lo que
quita”. (Ibíd., p. 166).
** D’abord second: en francés no se produce el mismo choque entre “primero” y “segundo”
que se aprecia en castellano, ya que Derrida no utiliza el adjetivo de cantidad premiere sino
la locución adverbial d’abord [N. de la T.].
*** La palabra francesa prochain conserva mejor que el castellano la cercanía entre el
sustativo “prójimo” y el adjetivo “próximo”, o cercano, por eso hemos decidido conservar
ambas posibles traducciones [N. de la T.].
INTERPRETATIONS AT WAR. KANT, EL JUDÍO, EL
ALEMÁN198
198. Para dar testimonio de mi gratitud y de mi admiración, he pensado que este texto era
quizá menos inapropiado que otros. Todos los filósofos (y empezando por Cohen), todos
los temas o los problemas abordados en esta conferencia están entre aquellos sobre los
que Jacques Taminiaux ha meditado, escrito, enseñado. [El texto, en efecto, fue publicado
originalmente en un volumen de homenaje a Jacques Taminiaux: Phénoménologie et
politique, Ousia, Bruxelles, 1989.] Por otra parte, este ensayo está sacado, un poco
brutalmente, del tejido de un trabajo de seminario que vengo prosiguiendo desde hace
varios años acerca de “Nacionalidad y nacionalismo filosóficos”. Entre las innumerables
premisas o elementos contextuales que he tenido que dejar de lado de manera artificial,
señalaré al menos “Ein kritisches Nachwort als Vorwort”, que Cohen añadió a la reedición
de su artículo “Deutschtum und Judentum”. Sin duda volveré a referirme a aquél en otro
lugar. Quería además rendir homenaje a Jacques Taminiaux con algo que a mí me hace
recordar una singular experiencia política. Hace dos años, en un coloquio internacional en
Jerusalén (cf. “Cómo no hablar”, aquí mismo pp. 621-683]), propuse que en el encuentro
proyectado para el año siguiente el tema fuese “Las instituciones de la interpretación”. Este
título fue aceptado, y el encuentro tuvo lugar en Jerusalén del 5 al 11 de junio de 1988. El
preámbulo de la conferencia –cuyo título en inglés, difícil de traducir, he mantenido–
expone con qué espíritu he participado en ese encuentro, así como en otros,
simultáneamente, en los territorios ocupados, con colegas palestinos, fuera de sus
universidades por entonces –y todavía–, clausuradas éstas por decisión administrativa el
15 de julio de 1988.
199. Este argumento había sido distribuido, de acuerdo con lo convenido, en las semanas
anteriores al coloquio:
Interpretations at war.
Kant, el judío, el alemán
o
La psyché judeo-alemana: los ejemplos de Hermann Cohen y de Franz Rosenzweig. Sobre
la base de insistir en la palabra “ejemplo”, proponemos una introducción a varias
cuestiones:
1. ¿Qué es la ejemplaridad (más bien que el paradigma) en la historia de la
autoafirmación nacional? ¿Qué pasa cuando un “pueblo” se presenta como “ejemplar”? ¿o
qué, cuando una “nación” se declara encargada, en su singularidad misma, de una misión,
de un testimonio y de una responsabilidad ejemplares, es decir, de un mensaje universal?
2. ¿En qué y cómo los “pueblos” judío y alemán –o aquellos que se llaman así– han
podido declararse ejemplares de aquella “ejemplaridad”? ¿En qué y cómo, a partir de la
Aufklärung (Mendelssohn, Kant, etc.), una cierta pareja moderna, a la vez singular e
imposible (juzgada “mítica” y “legendaria” por Scholem), pareja judeo-alemana, ha sido
doblemente ejemplar de esta ejemplaridad? ¿Qué ha pasado a este respecto en el
contexto político-institucional de la “emancipación”, de las dos guerras mundiales del
sionismo y del nazismo, etc.? Se llamará “psyché” a la vez al lugar psíquico de una
“fantasmática pulsional” (amor, odio, locura, proyección, aversión, etc.) que ha constituido
la extraña pareja de esas dos “culturas”, de esas dos “historias”, de esos dos “pueblos”, y a
lo que se llama en francés una “psyché”, a saber, un gran espejo giratorio, un dispositivo de
reflexión especular.
3. ¿En qué todos estos ejemplos, y en especial el ejemplo del corpus del que vamos a
tratar (un cierto corpus firmado por Cohen y por Rosenzweig), resultan ejemplares para las
cuestiones generales que van a estar en el horizonte de esta presentación? ¿Qué es un
contexto? ¿Cómo determinar su apertura y su cierre? ¿Cómo delimitar la institucionalidad
de un contexto? ¿En qué consiste tener en cuenta un contexto institucional en una
interpretación, desde el momento en que un contexto se mantiene siempre “abierto” e
insaturable? ¿Y estabilizable pero justo porque esencialmente inestable y lábil?
En el caso de los textos que vamos a analizar (Deutschtum und judentum, de Cohen
[1915], ciertas páginas en torno a Der Stern der Erlösung, de Rosenzweig), las
dimensiones contextuales abismalmente envueltas en esto son al menos:
1. el “todo” de las dos tradiciones (la judía y la alemana);
2. la historia de la “emancipación” de los judíos alemanes;
3. la historia de la filosofía occidental (con un privilegio ejemplarmente asignado a Kant
por Cohen, Rosenzweig, y otros judíos alemanes [Benjamin, Adorno]; hablaremos de “Kant,
el judío, el alemán”);
4. la situación respectiva de los dos pensadores (en la relación del uno con el otro, la
relación con el judaísmo, con el sionismo, con la cultura alemana y –y es éste un punto
singular– con el discurso o con la tradición de la universidad, con la filosofía universitaria en
general);
5. en fin, y sobre todo, la guerra de 1914-1918: el texto nacionalista alemán (judeo-
alemán) de Cohen es, en efecto, muy particular; una potente, violenta, y perturbadora
interpretación de toda la historia de la filosofía y de las religiones occidentales, y en primer
término de la pareja judeo-alemana. Esta interpretación tuvo en primer lugar como
destinatarios a los judíos americanos, para pedirles que impidieran que los Estados Unidos
entrasen en guerra contra Alemania. Pero ¿qué significa aquí “en primer lugar”, tratándose
como se trata de enviar a su destino esa interpretación, para un texto y un contexto?
Se ha dicho de este texto que fue un texto “maldito”. No es ciertamente tan simple la
cosa. ¿Hay un “contexto” “actual” –y cuál– para volverlo a leer hoy? En lugar de responder
a estas preguntas numerosas y precipitadas, vamos a multiplicar más bien las cautelas
preliminares en cuanto al planteamiento mismo de estas preguntas”.
200. Un hommage, en Franz Rosenzweig, Les Cahiers de la Nuit Surveillée, Paris, 1982, p.
181.
201. “Una carta inédita de Gershom Scholem a Franz Rosenzweig” (٢٦ de diciembre de
١٩٢٦), en Archives des Sciences Sociales des Religions 60/1, 1985.
202. Un homenaje, op. cit., subrayado mío.
203. “Germanité et judéité”, traducido y presentado por Marc B. de Launay, Pardès nº 5,
1987.
204. Cf. Derrida, De l’esprit. Heidegger et la question, Paris, Galilée, 1987 [Del espíritu.
Heidegger y la pregunta, trad. de M. Arranz, Pre-textos, Valencia, 1989].
205. Me permito remitir aquí a los largos desarrollos consagrados a esta escena en Glas
(Galilée, Paris, 1974 [Clamor, trad. C. de Peretti y L. F. Carracedo (coordinadores), La
Oficina, Madrid, 2015.]).
206. M. Buber, Reden über das Judentum, Frankfurt, 1923.
207. F. Rosenzweig, Kleine Schriften, Berlin, 1937, pp. 106-121; trad. fr. de M. Landau en
Les Nouveaux Cahiers 32, primavera de 1973.
208. ]. G. Fichte, Discursos a la nación alemana, trad. de M. J. Varela y L. Acosta, Editora
Nacional, Madrid, 1977, pp. 115-116.
209. F. Rosenzweig, Der Stern der Erlösung [trad. de M. García-Baró, La estrella de la
redención, Sígueme, Salamanca, 1997 p. 61].
210. La estrella de la redención, trad. cit., p. 61.
211. M. Blanchot, “Les intellectuels en question”: Le débat 29, marzo de 1984 [Los
intelectuales en cuestión. Esbozo de una reflexión, trad. de M. Arranz, Tecnos, Madrid,
2003].
212. Alusión a un libro de Harold Fish, profesor de la Universidad de Bar Ilan, en Israel, y
que participaba en el coloquio.
* Aquí Derrida utiliza el término “brevet”, certificado, que luego pondrá a jugar con el
término “bref” (breve). [N. de la T.]
* Traducimos siempre “événement” por “acontecimiento” y “avènement” por “advenimiento”.
[N. de la T.]
* Ténganse aquí en cuenta dos sentidos del verbo proceder (en francés “procéder”): nacer
u originarse en algo, y pasar a poner en ejecución algo. [N. de la T.]
* “Usure” significa tanto “desgaste” como “usura” e “interés”. [N. del T.]
* Las expresiones son homófonas en francés [N. de la T.]
* La expresión contre-écrit , que traducimos aquí por “contra-escrito”, permite la resonancia
con el giro contre-faire que significa “falsear”. De aquí la referencia al falsificador que sigue
en el texto. [N. de la T.]
* Roger Laporte, La Veille, Paris Gallimard, 1963. [N. de la T.]
** El término utilizado es il, en relación con las expresiones il ne m’appartient pas y il ne
s’appartient pas que traducimos como “no me pertenece” y “no se pertenece”
respectivamente. [N. de la T.]
* La expresión blanc d’écriture, que traducimos aquí por “blanco de la escritura”, hace
referencia al blanco de la página, pero también al espacio en blanco para la firma.
Mantenemos la traducción literal para no perder el juego en torno de la “escritura”. (Ver en
este sentido J. Derrida, “Le papier ou moi, vous savez… (nouvelles spéculations sur une
luxe des pauvres)” en Les cahiers de médiologie n°4 – “pouvoirs du papier” 2e Sem. 1997,
Paris, Gallimard.) [N. de la T.]
* “Un saludo cordial desde el punto culminante del viaje. Tu Sigm” (Freud, S. Cartas a
WIlhelm Fliess. 1887-1904. Buenos Aires: Amorrortu, 1986, p. 504). [N. del T.]
* Cf., ídem, p. xxv. [N. del T.].
** Ernest Jones, entre 1953 y 1957, publica la célebre biografía de quien fuera su maestro:
“The Life and Work of Sigmund Freud”. Considérese que Jacques Derrida está remitiendo
(sin citarla en esta oportunidad) a la traducción francesa: Vie et oeuvre de Freud, vol. I.
Paris, PUF, p. 319. Por nuestra parte, hemos consultado la traducción en español de la
versión abreviada que, en 1961, prepararon Lionel Trilling y Steven Marcus. Cf., E. Jones,
Vida y obra de Sigmund Freud. Tomo I, Barcelona, Anagrama, 1981, p. 286. [N. del T.]
* Cf., E. Jones, Vida y obra de Sigmund Freud. Tomo I, Barcelona, Anagrama, 1970, p. 23.
[N. del T.].
* The Forsyte Saga, es una obra del escritor John Galsworthy publicada entre 1906 y 1929.
Su formación responde a una composición de intercalaciones narrativas: “A man of
property”, de 1906; “Indian Summer of a Forsyte, de 1918; In Chancery, y Awakening, de
1920; To Let, de 1921. La mencionada “segunda parte”, A modern comedy, publicada en
1929, a su vez, se compone de una trilogía que incluye los títulos:”The White Monkey”, de
1924; “The Silver Spoon”, de 1926; y “Swan Song”, de 1928. [N. del T.].
* Cf., J. Derrida, “Envíos” (Entre el 9 y el 19 de julio de 1979) en la Tarjeta Postal… ed. cit.,
pp. 196 y ss. [N. del T.].
* Cf. G. Flaubert, Cartas a Louise Colet, Madrid, Siruela, 1989. [N. del T.].
** Cf., G. Flaubert, Madame Bovary, Buenos Aires, Colihue, 2008. Cf., J. Rousset,
“Madame Bovary ou Le livre sur rien” en Forme et sifgnification, París, Librairie José Corti,
1986, pp. 109-133, y J. Derrida, “Fuerza y significación” en La escritura y la diferencia,
Barcelona, Anthropos, 1989, pp. 9-46, y especialmente la p. 16 (L'écriture et la difference,
Le Seuil, París, 1967, p. 179) [N. del T.].
* Cf., J. Derrida, Glas. París, Galilée, 1974, p. 60. [N. del T.].
** Se trata de una cita del libro de Eugen Herrigel: “Zen in der Kunst des Bogenschiessens”.
Mientras Derrida refiere a la traducción francesa, Le zen et l’art chevaleresque du tir à l’arc
(Paris, Devy-Livres, 1980), por nuestra parte hemos refrendado (y levemente modificado) la
traducción en español realizada por Juan Jorge Thomas: Zen en el arte del tiro con arco
(Buenos Aires, Kier, 2007). [N. del T.].
* J. Derrida, juega tanto con el “legs” en francés, legado o herencia, como en inglés,
piernas. [N. del T.].
** “Voie” puede aludir al “camino” o “vía” (nosotros hemos preferido la voz “vía”, por su
obvia cercanía con la palabras “viajero”, “vida”, “verdad”. Ahora bien, pese a que el término
“camino” puede ser más aceptado, de todas maneras nuestra inclinación responde a cierto
uso común, como cuando, por ejemplo, se habla de la galaxia como “La Voie lactée”), pero
también a los términos “manera” o “forma”: Algo similar al “way” en inglés. Ahora bien, el
“voie” también señala a la conjugación en primera y tercera persona singular del subjuntivo
presente del verbo: “voir”, “ver”. [N. del T.].
* Derrida se refiere a Ernst Halberstadt, famoso nieto de Sigmund Freud, quien, siendo un
bebé de 18 meses, fuese el niño referido en “Más allá del principio del placer” a propósito
del juego del “carrete” o “Fort Da”. Después de la guerra, en Londres, adoptaría el nombre
de Ernest Freud. [N. del T.].
** Cf., S. Freud, “Psicoanálisis y telepatía” en Obras completas. Volumen 18 (1920-22),
trad. J. L. Etcheverry, Buenos Aires, Amorrortu, 1976, pp. 165-184. [N. del T.]
* Cf., J. F. von Eichendorff, “El anillo roto” en Las cien mejores poesías liricas de la lengua
alemana, Valencia, Maxtor, 2010, p. 59. [N. del T.].
** Cf., S. Freud, “Psicopatología de la vida cotidiana” en Obras completas. Volumen 6
(1901), trad. J. L. Etcheverry, Buenos Aires, Amorrortu, 1976, p. 254. [N. del T.].
* Sobre el “l’adresse à détourner”, me he apoyado en la traducción de Haydée Silva: “Así
ocurre con el apóstrofe. El apóstrofe es también un género que uno puede imponerse. Un
género y un tono. La palabra –apóstrofe– habla de la palabra dirigida al (o a la) único(a), de
la interpelación viva (el hombre de discurso o de escritura interrumpe el encadenamiento
continuo de la secuencia, con un solo giro se vuelve hacia alguien, o incluso hacia algo, se
dirige a ti) pero la palabra expresa también la habilidad para desviar [Ainsi j’apostrophe.
C’est aussi un genre qu’on peut se donner, l’apostrophe. Un genre et un ton. Le mot —
apostrophe —, il dit la parole adressée à l’unique, l’interpellation vive (l’homme de discours
ou d’écriture interrompt l’enchaînement continu de la séquence, d’une volte il se tourne vers
quelqu’un, voire quelque chose, il s’adresse à toi) mais le mot dit aussi l’adresse à
détourner]” (J. Derrida, La tarjeta postal, ed. cit., pp. 13-14 [La carte postale, p. 8] ). [N. del
T.].
** Cfr, C. Baudelaire, “El tirador galante” en Obra poética completa,Madrid, Akal, 2003, p.
487; y C. Baudelaire, Diarios íntimos. Cohetes. Mi corazón al desnudo, trad. Rafael Alberti,
Buenos Aires, Bajel, 1943. [N. del T.].
* Cf., S. Freud, “Sueño y telepatía” en Obras completas. Volumen 18 (1920-22), trad. J. L.
Etcheverry, Buenos Aires, Amorrortu, 1976, pp. 185-212. [N. del T.].
** Cf., S. Freud, “30° conferencia. Sueño y ocultismo” (es una de las “Nuevas conferencias
de introducción al psicoanálisis”) en Obras Completas. Volumen 22 (1932-36), trad. J. L.
Etcheverry, Buenos Aires, Amorrortu, 1976, pp. 29-52. [N. del T.].
* Hemos preferido traducir esta frase, “mais quel pas au-delà ce serait si...”, subrayando el
“(no) paso más allá”. Considérese que Derrida, a su vez, está traduciendo la frase de Freud
indicada entre paréntesis, por lo que no hay que perder de vista que el pasaje hace
mención a un “enorme paso”: “Pero reparen en el enorme paso que por sí solo sería este
supuesto más allá de nuestro actual punto de vista” (Cf., S. Freud, “Sueño y telepatía”, ed
cit., p. 184). Así es, por ejemplo, que la traducción italiana de “Telepatia” vierte “ma che
passo enorme sarebbe se…” (Psyché. Invenzioni dell’altro. Vol I, Milano, Jaca Book, 2008,
p. 283). [N. del T.].
** Cf., S. Freud, “La cabeza de Medusa” en Obras completas. Volumen 18 (1920-22).
Buenos Aires, Amorrortu, 1976, pp. 270-274. [N. del T.].
* Cf., de J. Derrida, La tarjeta postal… ed. Cit., p. 161; y La diseminación, Madrid,
Fundamentos, 1997, p. 512. [N. del T.].
* El término “forclos”, está sin duda ligado a “forclusion”, ligadura que en distintas
intensidades se despliega desde “Economimesis” (en VVAA, Mimesis. Desarticulations,
Paris, Flammarion, 1975, p. 92) hasta el Seminario póstumo “La bestia y el soberano”
donde se refiere a “el referente cuasi trascendental, el fundamento excluido, forcluido,
denegado, adiestrado, sacrificado de lo que él funda” (J. Derrida, Seminario La bestia y el
Soberano, Buenos Aires, Manantial, 2010, p. 159 / Cf. Séminaire La bête et le souverain.
Volume I, Paris, Galilée, 2008, p. 177). Ciertamente se puede traducir por forcluído, o como
más adelante lo haremos por “forcluir”, pero por esta vez hemos optado por excluído, tal
como, por ejemplo, lo hacen P. Peñalver y A. Barberá quienes en Fuerza de ley traducen
“forclose” por “excluida” (Fuerza de ley, Madrid, Tecnos, 1997, p. 83). “Forcluir”, por otra
parte, pese a que no responde a una voz castellana, es una propuesta de alguna manera
ya aceptada, tal como lo hace, por ejemplo, H. Pons en El monolingüismo del otro (Buenos
Aires, Manantial, 2009, p. 93). [N. del T.]
* Cf., S. Freud, “Sueño y telepatía”, ed. cit., pp. 189-190. [N. del T.]
** “El jueves la enterramos”. (Cf., S. Freud, “Sueño y telepatía”, ed. cit., p. 190.). [N. del T.].
* “Preferiría que ella fuera mi (segunda) mujer” (Cf., S. Freud, op. cit., p. 198). [N. del T.].
* El “bonneteau”, consiste en no perder de vista la reina de corazones en un trío de cartas,
trío que junto a la mencionada carta completan dos pinta negra. El principio es semejante
al “pepito paga doble” en Chile, “mosqueta” en Argentina, o “Trile” en España. [N. del T.].
** “El ‘sueño telepático’ puro” (Cf., op. cit., p. 200). [N. del T.].
* Cf. S. Freud, ídem. [N. del T.]
* La carta a Jones, en francés, aparece en E. Jones, La vie et l’œuvre de Freud, III. Paris,
PUF, pp. 447-448. La versión disponible en español de este libro está abreviada (E. Jones,
Vida y obra de Sigmund Freud. Tomo III, Barcelona, Anagrama, 1957) y no cuenta con la
citada carta. Hemos contrastado, sin embargo, esta referencia en la versión en español del
libro de E. Roudinesco y M . Plon, Diccionario de psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós,
2008, p. 1083. [N. del T.].
** En 1922, S. Freud leyó el “Traité de Métapsychique” de C. Richet, gracias a que M.
Eitington se lo envió desde Francia tras su publicación. Es en el contexto de la recepción
de este envío, que Freud, en una carta fechada el 13 de noviembre de 1922, dice que “...
Todo esto me intriga para hacerme perder la cabeza...” [N. del T.].
* “El núcleo de la Tierra se compone de mermelada” (p. 30). [N. del T.].
** Cf. p. 33. [N. del T.].
*** Ibíd., p. 34. [N. del T.].
* Ibíd., p. 34-42. [N. del T.].
** “Señor Prudencia”. Cf., op. cit., pp. 45 y ss. [N. del T.].
* Cf., S. Freud, “El delirio y los sueños en la ‘Gradiva’ de W. Jensen” en Obras completas.
Volumen 9 (1906-08), trad. J. L. Etcheverry, Buenos Aires, Amorrortu, 1976, p. 60. [N. del
T.].
* Cf., J. Derrida, Sobre un tono apocalíptico adoptado recientemente en filosofía, Madrid,
Siglo XXI, 1994, p. 61. [N. del T.].
* Roland Barthes, El grado cero de la escritura, trad. de Nicolás Rosa, Buenos Aires, Siglo
XXI, 1973 [N. del T.].
** Roland Barthes, La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía, trad. de Joaquín Sala-
Sanahuja, Madrid, Paidós, 1989 [N. del T.].
* Tomaré esencialmente los textos citados en la traducción al español ya publicada, con
algunas modificaciones que me permitan mantener los acentos propios de la escritura de
Jacques Derrida [N. del T.].
* Roland Barthes, Roland Barthes por Roland Barthes, Madrid. Kairós, 1978 [N. del T.].
* Este artículo apareció en el contexto de un homenaje a Roland Barthes con motivo de su
muerte, en el que la revista Poétique congrega las reflexiones de otros notables críticos y
escritores acerca de la significación de las contribuciones de Barthes. Colaboran en ese
número Tzvetan Todorov y Gérard Genette [N. del T.].
* Juego de palabras irrecuperable: revenant quiere decir no sólo lo que regresa, sino
también “espectro”, “aparecido”. A esto alude Jacques Derrida con una especie de ironía
en la frase siguiente: “y si intentara traducir esto a otra lengua...”. Los puntos suspensivos
hablan de esta imposibilidad de traducción literal [N. del T.].
** Juego de palabras: prénom y pronom, que en francés difieren por una sola permutación
vocálica, en español requieren una supresión del prefijo [N. del T.].
* Juego de palabras: au lieu, “en el lugar”, y también, “en lugar de” [N. del T.].
* G. Flaubert, Cartas a Louise Colet, trad. de Ignacio Malaxecheverria, Siruela, 2003 (Trad
modificada.). En lo que sigue, citamos a partir de esta traducción, salvo indicación.
* J.-P. Sartre, El idiota de la familia. Gustave Flaubert desde 1821 a 1857, traducción de
Patricio Canto, Ed. tiempo contemporáneo, Buenos Aires, 1975, p. 655. [N. de los T.].
** El vocablo “bêtise”, al mismo tiempo que no está lejos de la “bestia” [“bête“], alcanza las
significaciones de “bobada”, “bobería” “necedad”, “insensatez”, “estupidez” o "tontería".
Hemos optado por esta última traducción, no sin temblor. Al respecto, remitimos a la nota
de traducción de Cristina de Peretti y Delmiro Rocha en: J. Derrida, Seminario la bestia y el
soberano. Volumen I (2001-2002), Buenos Aires: Manantial, 2010, pp. 43-44. Véase, a la
vez, las pp. 192 y ss. donde Derrida justamente se refiere a este texto, “Una idea de
Flaubert”. [N. de los T.]
* Cf. G. Flaubert, Bouvard y Pécuchet, trad. Aurora Benárdez, El cuenco de plata, Buenos
Aires, 2016, p. 216. Citamos según esta traducción, y en adelante indicamos el número de
página entre corchetes. [N. de T]
* Versión al castellano del alemán de José L. Etcheverry. S. Freud. Obras completas. Tomo
XXII. Ordenamiento, comentarios y notas de James Strachey con la colaboración de Anna
Freud. Amorrortu: Buenos Aires, 1989. [N. de la T.]
* Versión al castellano del alemán de José L. Etcheverry. Sigmund Freud. Obras completas.
Tomo XXII. Ordenamiento, comentarios y notas de James Strachey con la colaboración de
Anna Freud. Amorrortu: Buenos Aires, 1989. [N. de la T.]
** Versión al castellano del alemán de José L. Etcheverry. Sigmund Freud. Obras
completas. Tomo XIV. Ordenamiento, comentarios y notas de James Strachey con la
colaboración de Anna Freud. Amorrortu: Buenos Aires, 1989. [N. de la T.]
* Traduzco “avenir” como “por-venir” (y no simplemente como “futuro”) resaltando a partir
del guion el énfasis que Jacques Derrida pone sobre el carácter indeterminado de lo que
acontecerá. [N. de la T.]
* El término aléa, que nombra la “contingencia”, el “azar”, la “suerte", es decir, que no deja
de mantener el sentido de lo “aleatorio”, también nombra el “riesgo” y el “peligro”. Al mismo
tiempo, en la misma tirada, significa “juego de dados”. Por tanto, en este sentido, contiene
intensiva y económicamente la expresión “coup de dés”. [N. del E.]
* “Échoir”, en francés, junto con “tocar en suerte”, tiene el sentido de “llegar por azar”, “por
suerte” o “en caso fortuito”. Por otra parte, si bien “en partage” puede significar “lo que
recae como herencia”, la edición ha decidido subrayar el sentido del reparto, dado el
encadenamiento conceptual que el pasaje pone en escena: distribución, dar, recibir,
partición, nomos, nemein, moira. Al respecto, en otros lugares, también pueden consultarse
La tarjeta postal (ed. cit., p. 154) o Dar (el) tiempo (Trad., C. de Peretti, Barcelona, Paidós,
1995, p. 16). [N. del E.]
* Aquí, Derrida remite a las líneas del texto de Lucrecio según su notación clásica. Hay
traducción al castellano. Cf., T. Lucrecio, De la naturaleza, trad., F. Socas, Madrid, Gredos,
2003: “Esto que sigue anhelamos en este punto que tú también sepas, que, cuando los
cuerpos se arrastran por el vacío en derechura hacia abajo a causa de sus propios pesos,
en un momento indeterminado por lo general y en un lugar indeterminado empujan un poco
fuera de su sitio, lo suficiente para poder afirmar que su movimiento ha cambiado” (Libro II,
p. 185). En adelante, en el cuerpo del texto, señalaremos entre corchetes la página
correspondiente a esta edición. [N. del E.]
* Derrida alude al Fragmento 67 de la famosa epístola de Epicuro a Heródoto. Como se
sabe, el “Libro X” del célebre texto de Diógenes Laercio (Cf. Vida de los filósofos ilustres,
trad. C. Gargía Gual, Madrid, Alianza, 2007, pp. 511-572) está dedicado completamente a
Epicuro, lugar donde se puede consultar la mencionada epístola (Cfr, pp. 526 y ss). Ahora
bien, por nuestra parte también hemos contrastado la versión en castellano de José Vara
de las obras completas de Epicuro: “Pasando a otro punto, hay que darse cuenta además
precisamente de lo siguiente, de que lo incorpóreo […] consiste en aquello que podría ser
imaginado existente por sí solo a excepción del vacío. Y el vacío no puede ser ni sujeto
agente ni objeto paciente, sino que únicamente facilita a través de sí el movimiento a los
cuerpos. De ahí que los que pretenden convencer de que el alma es corpórea se
comportan estúpidamente, puesto que no podría hacer ni padecer nada si fuera tal como
aseguran ésos. Pero la realidad es que ésas son las dos funciones que distinguen con toda
evidencia a los atributos relativos al alma”. (Epicuro, “Epístola de Epicuro a Heródoto” en
Obras completas, trad., J. Vara, Madrid, Cátedra, 2012, p. 64). En adelante, indicaremos
entre corchetes la correspondiente paginación de esta versión en castellano. [N. del E.]
* Se trata de los fragmentos 60 y 41 de la Epístola a Heródoto. Mientras aquí Derrida cita la
traducción francesa de Robert Genaille (Laërce, Diogène “Vie, doctrines et sentences des
philosophes illustres”, publicada por la editorial Garnier Frères en 1933, y luego en 1965),
aquí se ha tenido en vista la traducción (ligeramente modificada) de J. Vara. Cf., Epicuro,
Obras completes, ed. cit., p. 61 y p. 52. Remitimos, al mismo tiempo, a la versión de García
Gual del texto de Diógenes: “60. Respecto del infinito no se puede enunciar lo alto y lo bajo
del mismo como lo más alto y lo más bajo. Sabemos, no obstante, que lo que está por
encima de nuestra cabeza, dondequiera que estemos, se prolonga al infinito, pero jamás se
nos mostrará ese extremo, o el abajo del que piensa hasta el infinito, que sería (un infinito)
arriba y abajo en relación a lo mismo. Pues eso es imposible pensarlo. De modo que es
posible imaginar una línea sola de movimiento hacia el infinito por arriba y una sola por
abajo, aun si llegara diez mil veces a los pies de los que están arriba lo que se mueve
desde nosotros hacia los espacios de por encima de nuestra cabeza, o a la cabeza de los
que están más abajo lo que se mueva hacia abajo. Pues el movimiento entero no menos
en una dirección que en la otra opuesta se imagina hasta el infinito”. (Diógenes Laercio,
Vida de los filósofos ilustres, ed. cit., pp. 535-536) y “el todo es infinito […] es infinito, desde
luego, por la multitud de los cuerpos y por la magnitud del espacio” (Ídem., p. 528). [N. del
E.]
** Dado el encadenamiento que se establece, hemos consultado la traducción al inglés de
Sein und Zeit, realizada por Joan Stambaugh (M. Heidegger, Being and time, New York,
State University of New York Press, 1996). Así, en esta versión, para este “estar arrojado”:
“Into existence” (Cf., p. 276); “into the there”, (Cf., pp. 135, 148, 265, 284, 297, 413); “into a
world” (Cf., pp. 192, 228, 348, 383,
406, 413); “into uncanniness”, (p. 343); “into the possibility of death” (p. 251); “into the
nothing” (p. 277); “being-with-one-another” (p. 175). Más adelante remitiremos a la
traducción de J. E. Rivera (M. Heidegger, Ser y tiempo, Santiago: Ed. Universitaria, 1997).
[N. del E.]
* Cf., M. Heidegger, La pregunta por la cosa, trad. J. M. García Gómez del Valle. Gerona,
Palamedes, 2009, pp. 108-109. [N. del E.]
** Cf., M. Heidegger, “Sobre la esencia y el concepto de Physis. Aristóteles, Física B, 1
(1939)” en Hitos, trad. H. Cortés y A. Leyte, Madrid, Alianza Editorial, 2000, p. 222 (pp. 199-
250). [N. del E.]
*** Cf., M. Heidegger, “Aletheia (Heráclito, fragmento 16)“ en Conferencias y artículos, trad.
E. Barjau, Barcelona, Ediciones del Serbal, 1994, pp. 194-195. [N. del E.]
* “Modalidad de un estar suspendido en el vacío” (M. Heidegger, Ser y tiempo, ed. cit., p.
199). [N. del E.]
** “A esta ‘movilidad’ del Dasein en su ser propio nosotros la llamamos el despeñamiento”
(Ibíd., p. 200). [N. del E.]
*** Cf., J. Derrida, “Especular – sobre ‘Freud’” en La tarjeta postal, ed. cit., pp. 243-385.
Véase también, J. Lacan, “El Seminario sobre ‘La carta robada’” en Escritos 1, trad. T.
Segovia. México D. F., Siglo XXI, 2009, pp. 23-69. [N. del E.]
**** Cf., J. Derrida, “El cartero de la verdad” en La tarjeta postal, ed. cit., pp. 387-486,
especialmente, pp. 459 y ss. [N. del E.]
* Cf., K. Marx, Diferencia de la filosofía de la naturaleza en Demócrito y Epicuro, Madrid,
Ed. Ayuso, 1971 (Hay otra versión: K. Marx, Tesis Doctoral, Puebla, Ed. Premiá, 1987). [N.
del E.]
** Cf., E. A. Poe, Cuentos completos, trad. J. Cortázar, Buenos Aires, Edhasa, 2009 (“Los
crímenes de la calle Morgue”, pp. 341-382, y “La carta robada”, pp. 685-706). [N. del E.]
* “Pisó una de las piedras sueltas, resbaló, torciéndose ligeramente el tobillo” (Poe, E. A.,
“Los crímenes de la calle Morgue”, ed. cit., p. 349). [N. del E.]
** “Mantuvo usted los ojos clavados en el suelo, observando con aire quisquilloso los
agujeros y los surcos del pavimento (por lo cual comprendí que seguía pensando en las
piedras), hasta que llegamos al pequeño pasaje […] que con fines experimentales ha sido
pavimentado con bloques ensamblados y remachados. Aquí su rostro se animó y, al notar
que sus labios se movían, no tuve dudas de que murmuraba la palabra ‘estereotomía’,
término que se ha aplicado pretenciosamente a esta clase de pavimento. Sabía que para
usted sería imposible decir “estereotomía” sin verse llevado a pensar en átomos y pasar de
ahí a las teorías de Epicuro; ahora bien, cuando discutimos no hace mucho este tema,
recuerdo haberle hecho notar de qué curiosa manera (por lo demás desconocida) las
vagas conjeturas de aquel noble griego se han visto confirmadas” (ídem). [N. del E.]
* “¿Cómo es posible que haya sabido que yo estaba pensando en...? Aquí me detuve, para
asegurarme sin lugar a dudas de si realmente sabía en quién estaba yo pensando”. (Ibíd.,
p. 347). [N. del E.]
** “—En nombre del cielo —exclamé—, dígame cuál es el método... si es que hay un
método... que le ha permitido leer en lo más profundo de mí” (Ibíd., p. 348). [N. del E.]
* “Examina el semblante de su compañero […] Considera el modo con que cada uno
ordena las cartas […] cuenta las cartas ganadoras y las adicionales por la manera con que
sus tenedores las contemplan. Advierte cada variación de fisonomía a medida que avanza
el juego, reuniendo un capital de ideas nacidas de las diferencias de expresión […]
Reconoce la jugada fingida por la manera con que se arrojan (yo subrayo –Jacques
Derrida) las cartas sobre el tapete”. (Ibíd., pp. 343-344). [N. del E.]
** “Una palabra casual o descuidada, la caída o vuelta accidental de una carta, con la
consiguiente ansiedad o negligencia en el acto de ocultarla, la cuenta de las bazas, con el
orden de su disposición [...] todo ello proporciona a su
percepción, aparentemente intuitiva, indicaciones sobre la realidad del juego” (Ibíd., p.
344). [N. del E.]
* “Sabía que para usted sería imposible decir ‘estereotomía’ sin verse llevado a pensar en
átomos y pasar de ahí a las teorías de Epicuro” (p. 349). [N. del E.]
** La expresión de Derrida es “pas de chance”. El “pas”, en la experiencia de la escritura
de J. Derrida, implica tanto el “no” como el “paso”. Al mismo tiempo, considérese que otras
expresiones de Derrida como “plus de vie” (pueden traducirse como “más vida” o “plus de
vida” y “no más vida”), “plus de métaphore” (“más metáfora” , y “no hay metáfora” o “no-
más-metáfora”) o “plus d’une langue” (“más que un idioma” y “no más que un idioma”), no
son simples juegos de palabras. De cierta manera, en este caso, ocurre como con el
célebre “Des tours de Babel” (que le permite a Jorge Panesi traducir “Desvíos de Babel” lo
que vertía anteriormente Peñalver como “Torres de Babel”) y con lo que en ese texto se
denomina “pas de sens” (“pasar del sentido”) y “pas-de-sens” (“sin-sentido”) [Cf. más
arriba, p. 251]. Con todo, respecto de este “pas de chance”, la edición remite a dos
traducciones: la italiana de Rodolfo Balzarotti: “Sorte infelice [pas de chance], ma è anche il
calcolo di un certo “passo felice” [pas de chance] che mi fa cadere così sui passi [passages]
provvidenzialmente necessari di Poe o di Baudelaire. Méchance [malasorte] è pas de
chance [sorte infelice/paso felice]. Tutte le note di Baudelaire su Poe, la sua vita e le sue
opere si apropono con una metitazione sulla scriturra di senza fortuna [pas de chance]”
(Psyché. Invenzioni dell’altro, Vol. 1, Milano, Jaca Book, 2008, p. 409). Y a la traducción en
lengua inglesa de Irene Harvey y Avital Ronell : “Second chance: I will not have the time to
display all my chances. No such luck [pas de chance], but it is also the calculation of a
certain pas de chance [no chance, no luck, and the step of chance] that makes me fall upon
the providentially necessary passages of Poe or Baudelaire. Méchance, that is, no luck, out
of luck, pas de chance” (Psyché. Inventions of the Other, Volume I. Stanford University
Press: California, 2007, p. 349). [N. del E.]
* “Un infortunado fue llevado no hace mucho ante nuestros tribunales; en la frente lucía un
curioso y singular tatuaje: ¡Mala suerte! Llevaba así sobre sus ojos el marbete de su vida,
como un libro su título, y el interrogatorio prueba que ese curioso rótulo era cruelmente
verídico. Existen en la historia, destinos análogos, verdaderas maldiciones, hombres que
llevan la palabra malaventurado escrita en misteriosos caracteres en los pliegues sinuosos
de su frente. El ángel ciego de la expiación se ha adueñado de ellos y les fustiga con toda
su fuerza para edificación de los demás [...] ¿Existe por tanto una providencia diabólica que
prepara el infortunio desde la cuna, que arroja [yo subrayo –Jacques Derrida] con
premeditación a las naturalezas espirituales y angélicas en medios hostiles […]?” C.
Baudelaire, “Edgar Poe, su vida y sus obras” en Edgar Allan Poe, trad. Carmen Santos,
Madrid, Visor, 1988, p. 45. [Hemos citado la versión de Editorial Visor, pues reúne en
castellano los trabajos que Baudelaire escribió sobre Poe. Incluye, por tanto, “Edgar Poe,
su vida y sus obras” (pp. 43-79) y “Nuevas notas sobre Edgar Poe” (pp. 89-110 –que es la
introducción a la traducción de Nuevas historias extraordinarias). Ahora bien, Jacques
Derrida cita la versión de “Poe, su vida y sus obras” publicada en 1852 en la Revue de
París. Baudelaire la corrigió hasta la versión de 1856 que es la que introduciría su
traducción de Historias extraordinarias, a su vez corregida en 1857. De todas maneras, la
edición de 1856 conserva gran parte del texto de 1852. Apuntamos esto porque la
traducción citada corresponde al texto de 1856, y el lector habrá notado que los pasajes no
coinciden à la lettre. N. del E.]
* C. Baudelaire, “Nuevas notas sobre Edgar Poe” en ibíd., p. 85. [N. del E.]
** Sobre esto, que remite al poema de Mallarmé “Un golpe de dados jamás abolirá el azar”
[Un coup de dés jamais n’abolira le hasard], Cf., J. Derrida, “La doble sesión” en La
diseminación, trad. J. M. Arancibia, Madrid, Fundamentos, 1997, pp. 263-421; S. Mallarmé,
Poesía 1864-1897, trad. F. Gorbea, Barcelona, Plaza & Janés, 1982. [N. del E.]
* Cf., S. Freud, “Psicopatología de la vida cotidiana” en Obras completas. Volumen 6, trad.
J. L. Etcheverry, Buenos Aires, Amorrortu, 1991, pp. 23-47. [N. del E.]
* S. Freud, Cartas a Wilhelm Fliess (1887-1904), trad. J. L. Etcheverry, Buenos Aires,
Amorrurtu, 1986, p. 284. (trad. ligeramente modificada). [N. del E.]
* Cf., el capítulo “VIII. El trastrocar las cosas confundido” de la “Psicopatología de la vida
cotidiana” (ed. cit., especialmente las pp. 174 y ss). Nótese que este apartado, en francés,
ha sido traducido como “Méprises et maladresses”. [N. del E.]
* Cf., Derrida, J., La tarjeta postal. De Sócrates a Freud y más allá, ed. cit., pp. 124, 142,
147-148, 187, 191, 307, 417, 427, 459-460, 462 n. [N. del E.]
* S. Freud, “Tres ensayos de teoría sexual” en Obras completas. Volumen 7, trad., J. L.
Etcheverry, Buenos Aires, Amorrortu, 1992, pp. 102-224. Cf., especialmente el 5° apartado
–“Pulsiones parciales y zonas erógenas” (pp. 152-153)– del primero de los ensayos, “Las
aberraciones sexuales” (pp. 123-156). [N. del E.]
* Cf., S. Freud, Cartas a Wilhelm Fliess (1887-1904), ed. cit, p. 284. [N. del E.]
** Cf., S. Freud, “Totem y tabú” en Obras completas. Volumen 13, trad., J. L. Etcheverry.
Buenos Aires: Amorrortu, 1991, pp. 1-164 (Especialmente, p. 78). [N. del E.]
* Cf. S. Freud, “Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci” en Obras completas. Volumen
11, trad. J. L. Etcheverry, Buenos Aires, Amorrortu, 1991, pp. 59-127. [N. del E.]
** W. Shakespeare, Hamlet (ed. bilingüe), trad. T. Segovia, México D.F., Ediciones Sin
Nombre/Universidad Autónoma de México, 2011, pp. 87-89. [N. del E.]
* Cf., N. Parra, Lear Rey & Mendigo, Santiago de Chile, Ediciones Universidad Diego
Portales, 2004, p. 154. Citamos entre corchetes en el cuerpo. [N. del E.]
** Cf., S. Freud, “El motivo de la elección del cofre” en Obras completas. Volumen 12, trad.
J. L. Etcheverry, Buenos Aires, Amorrortu, 1992, pp. 301-318 (Véase especialmente, pp.
308 y ss.). [N. del E.]
*** Cf., S. Freud, “El motivo de la elección del cofre”, ed. cit., p. 313-315, y M. Heidegger,
“Moira (Parménides VIII, 34-41)” en Conferencias y artículos, ed. cit., pp. 171-190. [N. del
E.]
* S. Freud, “Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci”, ed. cit., p. 126. [N. del E.]
* Platón, “Fedro” en Diálogos III, trad. E. Lledó Iñigo. Madrid, Gredos, 1988, p. 340. [N. del
E.]
* Traduzco “apartitionalité”, un neologismo derrideano, con esta palabra que busca emular
el efecto de reforzamiento semántico que el vocablo parece querer provocar. [N. de la T.]
* Uso esta expresión para dar cuenta de un neologismo derrideano que tensa la palabra
entre la solicitud de los principios y su lugar, su operatividad. [N. de la T.]
* Deliberadamente traduzco “reste” por “resta” enfatizando el doble carácter de vestigio
como de destino insospechado. [N. de la T.]
* No traduzco esta expresión que Jacques Derrida repite en el conjunto de su obra para
referir a la convivencia de dos aspectos, aparentemente contradictorios, en tensión e
imbricados, enredados en la trama textual. [N. de la T.]
* En el texto en francés: “à dessein-de-soi”; “dessein” puede traducirse como designio,
propósito, proyecto intención. Cada una de esas determinaciones pueden ser
comprendidas ciertamente como aquellas del existente, del Dasein. [N. del T.]
* M. Heidegger, ¿Qué significa pensar?, traducción R. Gabás, Madrid, Trotta, 2006.
Consignamos entre corchetes los números de página a la edición en castellano. [N. del E.]
** M. Heidegger, “El habla en el poema. Una dilucidación de la poesía de Georg Trakl”
[1953] en De camino al habla, traducción I. Zimmermann, Barcelona, Serbal, 1990, pp. 33-
76. [N. del E.]
* J. G. Fichte, “Discurso séptimo. Concepción más profunda de la originariedad y
germanidad de un pueblo” en Discursos a la nación alemana, traducción L. A. Acosta y M.
J. Varela, Barcelona, Ediciones Orbis, 1984, pp. 137-154. [N. del E.]
* Se refiere a los latinos, sin duda, cuando habla de romanos; se trata de la lengua latina, y
no de los habitantes o ciudadanos de Roma. [N. del T.]
* Aquí, como en numerosos pasajes, se trata de “la question de la technique”. Como es
sabido, podemos traducir question como pregunta, como problema o como cuestión, pues
el término apunta en todos esos sentidos. [N. del T.]
** Juego de palabras entre un monstre, un monstruo, y une montre, un reloj pulsera. [N. del
T.]
* En francés “montre qui s’écarte de la montre”. Podríamos traducir, quizás, en este ensayo
sobre la mano, por nuestro término “muestra”, cercano al italiano “mostra”, cercano al
“mostro”, pero sin equivalente en francés, conservando a través de la raíz común con el
“monstre”, el juego de palabras. Es curioso el ejercicio de la traducción de este texto, de la
traducción de una traducción. La traducción de G. Granel, le Monstre qui montre, como
traducción de Zeichen, salta ya lejos [N. del T.].
* El hombre es un monstruo: véase, a este respecto, Philippe Lacoue-Labarthe, La
imitación de los modernos, Buenos Aires, La Cebra, 2010, pp. 236-238. [N. del E.]
* Cf. J. Derrida, “Geschlecht. Différence sexuelle, différence ontologique”, en L’Herne Martin
Heidegger. Paris, Éditions de l’Herne, ١٩٨٣, pp. 419-430. [N. del E.]
* En francés “Ce métier noble, comme Handwerk, ce sera aussi celui du penseur ou de
l’enseigneur qui enseigne la pensée (l’enseigneur n’est pas nécessairement l’enseignant, le
professeur de philosophie)”. [N. del T.]
* Sous-main: carpeta en castellano, expresión que no guarda, por supuesto, la referencia a
la mano. [N. del T.]
* Conservación, mantenimiento, compostura. Se juega en esa traducción con la relación a
esos dos términos, la mano, en el main-tien, y el ahora main-tenant. [N. del T.]
* Renversant/e es un adjetivo que se puede traducir por asombroso/a, desconcertante,
entre otras. Renversant (sin la e) es el participio presente [gerundio] del verbo renverser,
que se puede vertir por “invertir”, en el sentido que lo hace un espejo. Se debe escuchar,
también, tal vez, “…en esta estructura que invierte, voltea, revierte”. [N. del T.]
* Traducimos réflechir (que tiene el sentido de "reflexionar", "pensar", "considerar" e incluso
"imaginar") siempre por "reflejar" y réflexion por "reflexión". En español la palabra “reflejar”
ha perdido en el uso el sentido, corriente en francés, de reflexionar. [N. del T.]
* Maître: maestro, dueño. Véase la expresión être maître de soi (ser dueño de uno mismo
en el sentido de ser independiente, de actuar de acuerdo a su propia voluntad). [N. del T.]
* Non point: negación reforzada. El adverbio negativo point también quiere decir punto.
Véase especialmente el título de este texto: Point de folie – maintenant l’architecture. [N.
del T.]
* Inversión en el sentido de cambiar, sustituyéndolos por sus contrarios, la posición, el
orden o el sentido de las cosas no es parte del significado de la palabra francesa
investissement que pertenece al área de la economía como así también de la psicología.
* Nótese, además de las similitudes, el agregado morfológico sobre la base de trait con
pequeñas alteraciones: trait, attraction, contraction. [N. del T.]
* “Ni le pas”, en donde “pas” puede funcionar como adverbio de negación (“ni el no”) como
así también como sustantivo (“ni el paso”). Véase este elemento contenido en la palabra
impassibilité que le antecede. [N. del T.]
* Feuilletée. Nótese el juego de palabras que sigue entre feuilletée, feuille, foliiforme, folia,
folie, folle. [N. del T.]
* Fabrique. Nótese que se trata de una palabra en desuso para referirse a un
establecimiento en donde se fabrican productos. En su lugar se utiliza usine. Cabe señalar
que éste no es su único significado. [N. del T.]
* Arrêt: decisión proveniente de una autoridad superior que comporta una obligación a la
cual hay que someterse. Igualmente: sentencia, detención [N. del T.].
** En castellano, des- [N. del T.].
* Maintenue es un sustantivo y el participio pasado femenino del verbo maintenir [N. del T].
* En castellano en el original. [N. del T.]
* Al mismo tiempo, “más ser” y “basta de ser”. [N. del T.]
* Au sujet. A partir de aquí Derrida juega con la polisemia de la palabra francesa sujet, que
significa “sujeto” pero también “tema”, “motivo”, “asunto”, “objeto”. Cuando la palabra
traducida por alguna de dichas opciones es la palabra sujet la hemos consignado entre
corchetes [N. de la T.].
** La palabra francesa question puede ser traducida tanto por “pregunta” como por
“cuestión”. Hemos optado por una u otra dependiendo el contexto de la frase, sin embargo
es preciso tener presente a lo largo de los párrafos siguientes el doble sentido de la palabra
francesa, que Derrida explota en su desarrollo [N. de la T.].
* Mise en francés es un nombre proveniente del verbo mettre, poner, de allí su sentido de
“puesta” o “colocación”, sin embargo, también puede ser considerado como proveniente del
verbo miser, apostar, de allí su sentido de “oferta” o “apuesta”. Hemos intentado mantener
las dos posibilidades escribiendo “(a)puesta” [N. de la T.].
* Una traducción al castellano de ese prefacio, bajo el título “Introducción a los Escritos
judíos de Hermann Cohen” (trad. de M. García Baró) puede encontrarse en M. Beltrán, J.
M. Mardones y R. Mate (eds.), Judaísmo y límites de la Modernidad, Riopiedras,
Barcelona, 1998, pp. 13-65. [N. del T.]
* E. Renan, ¿Qué es una nación?, trad. de R. Fernández-Carvajal, Centro de Estudios
Políticos y Constitucionales, Madrid, 1983. [N. del T.]
* I. Kant, Teoría y práctica, trad. de J. M. Palacios, M. F. Pérez y R. Rodríguez Aramayo,
Tecnos, Madrid, 2003, p. 59. [N. del T.]
ÍNDICE ONOMÁSTICO
A
Abraham, Nicolas: 153-156, 158, 160, 162-164, 166, 719, 723, 740.
Adler, Alfred: 380.
Adorno, Theodor W.: 496, 746, 756, 764.
Agosti, Stefano: 114.
Agustín: 438, 628, 663, 671.
Arendt, Hannah: 496.
Aristóteles: 48, 58, 70, 78, 396, 438, 654, 660-661, 674, 682, 692.
Arnauld, Antoine: 51.
Artaud, Antonin: 495
Austin, John L.: 32, 329, 729.
B
Babits, Mihály: 163.
Bach, Johann S.: 20.
Bachelard, Gaston: 358.
Balthasar, Urs von: 660.
Barthes, Roland: 297-307, 309-311, 313-318, 320-325, 328-332.
Bataille, Georges: 325, 327, 461, 693.
Baudelaire, Charles: 20, 226, 270, 400-404.
Beethoven, Ludwig van: 719.
Benjamin, Walter: 225-233, 235-244, 247-249, 252, 302, 469.
Benn, Gottfried: 83.
Bennington, Geoffrey: 56.
Benveniste, Émile: 329, 513, 719.
Bergson, Henry: 61, 115, 137, 138, 438, 784.
Blanchot, Maurice: 22, 299, 312, 318, 325, 469, 578, 607, 627, 734,
797.
Boehme, Jakob: 219, 736.
Bonaparte, Napoleón: 259.
Bossuet, Jacques-Bénigne: 40.
Bruno, Giordano: 649.
Buber, Martin: 264, 750, 755, 772, 785-786.
Bülow: 716, 719.
Burlingham, Dorothy: 288.
C
Celan, Paul: 634, 690.
Certeau, Michel de: 729-734, 736-738, 740, 742.
Chalier, Catherine: 209.
Chernenko, Konstantin: 450.
Chouraqui, André: 220.
Cicerón: 13, 14, 16, 46, 48, 220, 448.
Cohen, Hermann: 743, 745-755, 757-765, 767-785, 788, 790, 792-
801, 804-807.
Colet, Louise: 263, 336, 339, 346-348, 350-354.
Comte, Auguste: 340, 701.
Condillac, Étienne Bonnot de: 344.
Corelli, Arcangelo: 586.
Cornevin: 431.
Cousin, Victor: 335-336, 344-345, 347-349, 351.
Cusa, Nicolas: 767, 774, 788.
D
Deguy, Michel: 67.
Delacampagne, Christian: 37.
de Man, Paul: 14-15, 19, 21-23, 26-28, 30-33, 699.
Demócrito: 392, 396, 398, 404, 406, 408, 409, 410, 416, 459, 590.
Desbois, Henri: 246, 247.
Descartes, René: 46, 50, 51, 52, 53, 55, 61, 68, 130, 140, 487, 509,
536, 654, 736.
Dionisio Areopagita: 621, 676.
Donato, Eugenio: 355, 691.
Donzelot, Jaccques: 37.
Dragonetti, Roger: 67.
Draper, Theodore: 449, 456-457.
Durero, Alberto: 512.
E
Eckhart: 628, 633, 639, 649, 663-665, 671-672, 676, 680, 736, 738.
Einstein, Albert: 380, 438.
Eisenman, Peter: 581-594, 604.
Epicuro: 388, 392-396, 398-400, 402, 404, 406-408.
F
Fanon, Franz: 362.
Fénelon, François: 40.
Ferguson, Frances: 459.
Fichte, Johann Gottlieb: 496-499, 528, 783, 788-791, 801.
Filón: 757, 774, 788, 801.
Flaubert, Gustave: 263, 335-356.
Fliess, Wilhelm: 258-260, 275, 411, 418.
Foucault, Michel: 45, 60, 564, 701-702.
Freud, Anna: 288.
Freud, Ernest: 267.
Freud, Sigmund: 22, 119, 129, 145-147, 158, 161-162, 164-166,
253, 258-261, 265-267, 269, 271, 273, 281, 283, 286, 288-290, 292-
293, 360, 368-369, 376-377, 379-380, 390, 397, 404, 407-424, 446,
572, 576, 692, 700, 717-720, 723-726.
G
Galsworthy, John: 261.
Gandillac, Maurice de: 225-227, 230, 232-233, 240, 243, 248, 252,
622, 629, 661.
Gasché, Rodolphe: 19.
Gassendi, Peter: 408.
Gearhart, Suzanne: 19.
Gehlen, Arnold: 764.
Gelb, Leslie H.: 448, 449, 450, 451.
George, Stefan: 93.
Girard, René: 710-712, 719.
Goethe, Johann Wolfgang von: 340, 356, 793.
Greisch, Jean: 83, 84, 88, 675, 679, 683.
Groddeck, Georg: 719.
Grün, Karl: 500.
H
Händel, Georg Friderich: 586.
Hegel, Georg Wilhelm Friedrich: 23, 33, 60, 79, 113, 129, 134, 148-
149, 219, 276, 327, 337, 340, 349, 351, 371, 406, 460, 576, 602,
620, 624, 649, 674, 692, 701-703, 719, 736, 751, 778, 794-795.
Heidegger, Martin: 22, 50, 71-76, 79-86, 88, 90-97, 113, 124-136,
140, 142-144, 147-150, 239, 371, 395-397, 421, 438, 454, 457, 459,
473-496, 498-534, 565, 575, 599, 626, 649, 656, 673-683, 687, 691-
715, 717, 719-722, 736-737, 739, 747-749, 762-763, 765, 767, 773,
775, 787, 792-795, 797.
Heráclito: 396, 716.
Hitler, Adolf: 500, 797.
Hölderlin, Friedrich: 83, 88, 238-239, 251, 295-296, 501-502, 504,
690, 709, 716, 719, 725-727.
Holton, Gerald: 37.
Homero: 448.
Hopkins, Gerard Manley: 14, 19, 153, 163, 385.
Husserl, Edmund: 157, 248, 491, 747, 755, 766.
I
Ibn Esra: 776, 777.
Izutsu: 465, 471.
J
Jacobson, Roman: 122, 224.
Jannequin, Clément: 20.
Jones, Ernest: 259-261, 267, 271, 274-275, 287, 289-290, 292-293,
360.
Joyce, James: 222, 276, 454, 591.
Jung, Carl: 267, 380, 407.
Jünger, Ernst: 677, 702, 703.
K
Kafka, Franz: 151, 454, 787.
Kant, Immanuel: 45, 59-60, 236, 341, 371, 396, 438, 550, 555, 563,
591, 602, 654, 676, 701, 735, 745-748, 756, 758, 763, 766-767, 773,
778, 781, 785-786, 788, 790-791, 793-797, 801, 806.
Kepler, Johannes: 765, 767, 788.
Kipnis, Jeffrey: 592-593.
Krell, David: 531.
L
Lacan, Jacques: 132-133, 147, 150, 397, 415, 643, 689, 692, 700,
715, 717-723.
Lachartre, Brigitte: 431.
Lachelier, Jules: 138, 139, 140.
Lacoue-Labarthe, Philippe: 148, 295-296, 685,-693, 695-717, 719-
720, 723-727.
Laercio, Diógenes: 394-395.
La Fontaine, Jean de: 30, 33.
Lalande, André: 137.
Lamartine, Alphonse de: 348.
Lancelot, Claude: 51.
Laplanche, Jean: 146, 147, 160.
Laporte: 101, 105, 108-110.
Lefort: 37, 431.
Leibniz, Gottfried Wilhelm von: 46-47, 50-51, 53-59, 122, 140, 459,
476, 767, 774, 788.
Lenin, Vladímir Illich: 518.
Le Pen, Jean-Marie: 779.
Leucipo: 719.
Levinas, Emmanuel: 169, 171-172, 179, 197-198, 209, 626-627,
639, 708.
Loraux, Nicole: 37.
Loubrieu, François: 111, 113-114.
Lucrecio: 388-389, 392-394, 404, 408.
Lutero, Martín: 680, 762, 772, 775, 801.
Luthuli, Albert: 549, 550.
M
Magritte, René: 113.
Mahler, Gustav: 719, 723.
Maimónides, Moses: 761, 774, 775, 776, 801.
Mallarmé, Stéphane: 227-228, 318, 349, 404, 454, 459, 719, 726.
Mandela, Nelson: 37, 535-541, 544-559.
Mann, Thomas: 719.
Marion, Jean-Luc: 622, 626-627, 639-641, 660-662, 677-679.
Marx, Karl: 371, 398, 496, 500, 518, 537, 546, 688, 693, 798.
Mendelssohn, Moses: 745, 776, 796.
Michelet, Jules: 300, 353, 496.
Montaigne, Michel de: 52, 629.
Muralt, Andre de: 67.
N
Nancy, Jean-Luc: 148, 691, 721.
Nausífanes: 404.
Nietzsche, Friedrich: 28-29, 112-113, 129, 276, 281, 341, 353, 407,
459, 474, 501, 505, 581-582, 590, 674, 692-693, 697, 700-701, 703,
705, 711, 718-719, 722, 726, 733, 736, 764-765, 778.
P
Patmos, Juan de: 314.
Peirce, Charles Sanders: 142.
Petillon, Pierre-Yves: 37.
Picasso, Pablo: 435.
Platón: 131, 133, 272-273, 281, 283, 285, 293, 314, 335, 337, 339,
344, 347, 349, 350, 352, 371, 392, 396, 408, 416, 424, 474, 481,
584-585, 587, 638, 650, 653-658, 671, 673-674, 692, 698, 706, 710,
757, 764, 766, 769, 774-775, 794, 801.
Poe, Edgar Allan: 20, 329, 397-399, 402-404.
Ponge, Francis: 20-22, 24-25, 32-33, 35, 39, 41, 50, 740.
Pontalis, Jean-Baptiste: 146, 147, 160.
Protágoras: 409, 410.
Pseudo-Dionisio: 621, 629.
Q
Quinet, Edgar: 496.
Quintiliano: 448.
R
Reagan, Ronald: 364, 448-451.
Reik, Theodor: 288, 689, 698, 717, 719-720, 722-727.
Renan, Ernest: 801-804.
Ricoeur, Paul: 73-80, 83, 84, 88.
Rilke, Rainer Maria: 27, 239, 703.
Roazen, Paul: 288.
Rosenzweig, Franz: 734-736, 745-755, 758, 772, 785-787, 789, 794-
795, 805.
Rousseau, Jean-Jacques: 27, 248, 540, 547, 699-700, 719, 726,
775.
Russell, Bertrand: 556.
S
Sade, Marqués de: 343.
Sainte-Beuve 343.
Sallis, John: 495, 515.
San Pablo: 732, 777, 778.
Saussure, Ferdinand de: 406.
Scheler, Max: 755.
Schell, Jonathan: 456.
Schelling, Friedrich Wilhelm Joseph von: 60, 61, 62, 674.
Schissel, Howard: 431.
Schlanger, Judith: 37.
Scholem, Gershom: 745, 750, 755.
Segond, Louise: 219.
Shakespeare, William: 163, 420-422, 604, 606, 620.
Silesius, Angelus (Silesio, Ángel): 730, 732-733.
Sisulu, Walter: 548.
Sócrates: 122, 253, 272, 285, 390, 415, 424, 518.
Sófocles: 238, 251, 295, 690, 728.
Spinoza, Baruch: 40, 130, 340-343, 354-355, 775-777.
Stalin, Joseph: 518.
Sterne, Laurence: 409, 410.
Stevens, Wallace: 719.
T
Taminiaux, Jacques: 743.
Tieck Ludwig: 620.
Tocqueville, Alexis de: 496.
Torok, Maria: 166, 167.
Trakl, Georg: 473, 493, 496, 503-504, 518, 523-524, 526-532, 534,
678.
Trismegisto, Pseudo-Hermes: 664.
Tschumi, Bernard: 561-564, 568-570, 572, 574-576, 578, 584, 587-
589, 591.
V
Valéry, Paul: 24.
Vinci, Leonardo da: 45, 420, 422.
Voltaire, Francois-Marie Arouet de: 218, 773.
W
Weinberger, Casper: 449-450.
Wilde, Oscar: 407.
Wittgenstein, Ludwig: 121, 142, 496, 622, 631.
Wordsworth, William: 31-32.
Z
Zuckerman: 457.
Esta primera edición de PSYCHÉ. INVENCIONES DEL OTRO, se terminó de
imprimir en el mes de marzo de 2017 en Mundo Gráfico Srl.,
Zeballos 885, Avellaneda.
Table of Contents
Psyché
Prefacio
Psyché. invenciones del otro
La retirada de la metáfora
Lo que resta a fuerza de música
Ilustrar, dice él…
Envío
Yo ― el psicoanálisis
En este momento mismo en este trabajo heme aquí
Torres de babel
Telepatía
Ex abrupto
Las muertes de Roland Barthes
Una idea de Flaubert. “La carta de Platón”
Geopsicoanálisis “and the rest of the world”
Mis chances*. Encuentro con algunas estereofonías epicúreas
La última palabra del racismo
No apocalypse, not now. a toda velocidad, siete misiles, siete
misivas
Carta a un amigo japonés
Geschlecht I. Diferencia sexual, diferencia ontológica
La Mano de Heidegger. (Geschlecht II)
Admiración de Nelson Mandela o Las leyes de la reflexión
Punto de folie. — maintenant la arquitectura
Por qué Peter Eisenman escribe tan buenos libros
Cincuenta y dos aforismos para un prólogo
El aforismo a contratiempo
Cómo no hablar. Denegaciones
Desistencia
Cantidad de sí(es)
Interpretations at war. Kant, el judío, el alemán
Índice onomástico