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El Prof.

Roberto de Mattei, en su espléndido libro El Cruzado del


Doña Lucilia sostiene
Siglo XX, describe muy bien la personalidad y las múltiples e
maternalmente a Plinio
interminables luchas por la Iglesia, a las que el Dr. Plinio dedicó su
en sus brazos
vida. Ya en el título está todo dicho: era un cruzado en lucha por la
Civilización Cristiana. La lucha en la sociedad temporal, él la emprendía en nombre de la Cruz.

“Salvadme, Reina”
En mis dieciocho largos años de convivencia muy próxima con él, por haber tenido la gracia de
ser su secretario particular, pude observar en mil minucias como en él la oración y la
contemplación llenaban su vida, sin quitar nada al ímpetu del combate contra-revolucionario.

Es necesario resaltar que su piedad era de fuerte predominancia mariana, ya desde su


adolescencia.

Desde muy pequeño acompañaba a su madre, Doña Lucilia Ribeiro dos Santos Corrêa de
Oliveira, a la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, contigua al colegio del mismo nombre en
São Paulo, dirigido por los Padres salesianos. Ella tenía especial celo en cultivar la devoción al
Sagrado Corazón de Jesús, y así, permanecían ambos largos momentos junto a la grande y bella
imagen que en aquella iglesia se venera. Allí fue naciendo también en el Dr. Plinio esa
profunda devoción, y él se dirigía a la imagen como un niño de cuatro años que conversase con
Nuestro Señor.

Pero cuando tenía alrededor de doce años, el Dr. Plinio pasó por un aprieto espiritual, que lo
hacía sentirse indigno de aproximarse de aquella imagen. Desolado, en el fondo de la iglesia,
fue a la nave derecha donde había una imagen de María Auxiliadora, y se puso a rezar la Salve.
En su tierna edad interpretó la invocación Salve Reina por “Salvadme, Reina”, lo que le trajo
una gran consolación interior, pareciéndole que Nuestra Señora le sonreía. En la siguiente
invocación de esta bella oración, Madre de misericordia, él pensó: “¡pero es exactamente eso
lo que necesito!”. Después, vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve: todo le parecía
que se aplicaba a su necesidad. A ti clamamos, los desterrados hijos de Eva, a ti suspiramos,
gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas: realmente no podría ser más apropiada,
concluyó él. Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María.

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