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La autonomía y la colaboración son también claves en las TIC educativas y

se vinculan a la capacidad de elección de alternativas, una cualidad


motivada por el autoconocimiento de estilos de aprender, entre otros
estímulos. Si comprendemos que sólo las personas autónomas pueden
colaborar de forma mutua, la red es un espacio idóneo para la producción e
intercambio de los intereses y recursos de unos y otros. Internet es un
sólido, aunque siempre cambiante, marco de referencia de herramientas,
aplicaciones y contenidos. Con su “omnipresencia” ahora es posible que
personas de todas las edades aprendan entre sí comunicando sus
experiencias. Basta escribir en un buscador la duda o el problema que se
tiene entre manos para que, mediante diferentes fórmulas y soportes, se
reciban indicaciones sobre distintas soluciones más o menos probadas.

El crecimiento de la diversidad de materiales accesibles camina en paralelo


con el aumento del interés general y, quizá, de una deseable capacidad
crítica entre quienes seleccionan temas y métodos para aprender de forma
autodidacta.

Ahondando en la faceta motivacional del aprendiz, éste puede llegar a


entender por qué quiere aprender, qué es lo que le interesa y cómo puede
aprenderlo mejor. Generar esta autonomía de pensamiento es empoderarle
en la consciencia de su papel en la sociedad. Así se estimula su disposición
a cooperar, compartiendo su “responsabilidad social” con el resto de los
agentes educativos. Y puede materializarse mediante proyectos de
intervención que se trabajan formando equipos como parte del proceso
educativo. Consecuentemente, se aprende con un fin determinado propio y
compartido, y no por la obligación de hacerlo bajo la imposición del
modelo imperante.

No debe olvidarse que la educación es un acto social de primer o

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