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Refleja los valores de una profesión u organización. La ética profesional está basada en un
conjunto de valores. Supone que los profesionales guíen su accionar a través de estos valores y
que sus actos beneficien a la profesión y a toda la sociedad. Los actos éticos implican
responsabilidad.
Está basada en deberes y derechos. La ética profesional rige el comportamiento de los que
ejercen una determinada profesión o de los miembros de una empresa u organización. La ética
profesional implica deberes que deben ser cumplidos por los profesionales. Los derechos también
son importantes en la ética profesional, ya que si un profesional sostiene que hay algo que no
responde a lo que él considera correcto en su pensamiento ético, no debería estar bajo ninguna
circunstancia obligado a hacerlo.
Formación profesional basada en competencias
En el mundo actual hay dos términos que están a la sazón de todos y los dos son de suma
importancia “Competencias Y Tecnología”. En esta ocasión veremos algunos aspectos sobre las
competencias a nivel educativo. Una profesión cuya formación está basada en competencias
busca responder al mundo laboral, quien exige, cada vez más, un egresado que domine las áreas
principales del trabajo que realiza y para el cual fue contratado. Las universidades buscan
capacitar un estudiante que cuando llegue a la realidad del trabajo sea capaz de realizar bien su
tarea.
Los centros educativos, en sus diferentes niveles, por su parte, buscan desarrollar en los alumnos
aquellas competencias humanas, intelectuales y físicas que les preparan para su ingreso en el nivel
superior.
Formación basada en competencias hace referencia a todas aquellas acciones educativas que
buscan desarrollar todas las capacidades del alumno, que es al mismo tiempo asegurar la calidad
académica. No se trata de competir, sino de desarrollar y mostrar en hecho, de lo que se es capaz
como persona y como profesional.
Así, la ética es concebida hoy como competencia laboral, demandada no sólo a niveles de
reclutamiento de personas sino, principalmente, constituida como un eje del posicionamiento de
las empresas. En definitiva, los valores y las virtudes y su efectiva aplicación a la gestión son
considerados factores de rentabilidad.
Pero la verdad es que este enfoque sólo tiene de nuevo el nombre, pues importa de suyo una
conceptualización muy certera de una ética clásica de ejercicio de las virtudes, frente a las
llamadas "éticas de la convicción" y, desde luego, de las éticas de resultados meramente utilitarias.
Hablamos de ética como competencia laboral porque hablamos de un saber hacer qué, además,
es un factor de competitividad. Ahora bien, en el plano de la motivación de las acciones y la
rectitud de intención, que es por definición individual, las razones para comportarse de un modo
éticamente adecuado o, mejor aún, elogiable, no pueden ser jamás razones que aludan a que de
ese modo se es más competitivo. Y ello por una causa elemental: la ética no se deja
instrumentalizar. Si un acto moral se pone al servicio de otra cosa, entonces deja de ser el acto
que es para transformarse en otro tipo de acto. La bondad moral de la persona es un valor mucho
más importante que ser competitivo en el mercado. Por lo mismo, y desde el punto de vista de los
fines e intereses corporativos de una compañía, sí puede hablarse de ética como ventaja
competitiva en cuanto referencia al modo en que adecuadas disposiciones éticas de sus miembros
y colaboradores benefician a la empresa como conjunto en sus intereses y fines específicos.
Así las cosas, cuando hablamos de la ética como un "valor agregado" del activo de una empresa o
"ventaja competitiva" debe hacerse con dos restricciones importantes:
1) Que los principios éticos que se consideran en casos normales como un valor agregado deben
mantenerse también cuando, en el corto plazo, su observancia puede significar algún tipo de
"pérdida" material (por ejemplo, si por respetar un contrato legítimamente celebrado se pierde
dinero) y
2) Que los principios éticos que la empresa practica en sus relaciones con el "cliente externo"
(clientes propiamente tales, proveedores, mercado en general, instituciones, Estado, etc.)
deben aplicarse también hacia el "cliente interno" y en general dentro de la propia empresa (por
ejemplo, si una compañía predica honestidad para con el cliente, no puede pedir que sus
empleados sean deshonestos con el gobierno o entre sí o allí donde el cliente no puede descubrir
un engaño)
Todo trabajador tiene o debe desarrollar una ética profesional que defina la lealtad que le debe a
su trabajo, profesión, empresa y compañeros de labor. Villarini (1994) describe que “la ética de
una profesión es un conjunto de normas, en términos de los cuales definimos como buenas o
malas una práctica y relaciones profesionales.
El bien se refiere aquí a que la profesión constituye una comunidad dirigida al logro de una cierta
finalidad: la prestación de un servicio. Señala, además, que hay tres tipos de condiciones o
imperativos éticos profesionales:
1. Competencia. Exige que la persona tenga los conocimientos, destrezas y actitudes para
prestar un servicio
2. Servicio al cliente. La actividad profesional sólo es buena en el sentido moral si se pone al
servicio del cliente
3. Solidaridad. Las relaciones de respeto y colaboración que se establecen entre sus
miembros.
No obstante, el profesional debe reconocer que necesita de la ética para ser sensible a las
interrogantes morales, conocer cómo definir conflictos de valores, analizar disyuntivas y tomar
decisiones en la solución de problemas.
Todas las profesiones implican una ética, puesto que siempre se relacionan de una forma u otra
con los seres humanos.
El funcionario público que aprovecha su condición para favorecerse a sí mismo o a terceros, el
ingeniero o constructor que se ahorra un poco de dinero usando material de baja calidad, a
cambio de la inseguridad de quienes vivirán en sus construcciones; el contador que
manipula los estados financieros y las declaraciones tributarias a fin de evadir solapadamente
cargas impositivas, y por supuesto, su cliente que se lo solicita; etc.
¿Es racional seguir hablando de ética en este contexto? Claro que sí, porque el hombre, como diría
Kant, es un ser metafísico por naturaleza, es decir, que se resiste a someterse a los hechos fríos y
opacos. ¿Por qué es posible seguir hablando de ética? Porque los seres humanos, a pesar de
nuestros condicionamientos, hacemos opciones fundamentales. Las dos principales son una
opción personal y una opción social. Con la primera podemos tomar la decisión de cultivar nuestro
ser, es decir, comprometernos en el desarrollo de las capacidades intelectuales y morales.
La ética tiene que ver con el bien personal, la autorrealización o felicidad. Con la segunda,
tomamos la decisión de realizar el bien común, para lo cual participamos en una actividad
comunitaria. De lo contrario, nuestra existencia social se pone en peligro, porque el bien común
abarca la realización de las necesidades indispensables para vivir humana y dignamente. Ambas
opciones son en realidad una misma opción que se expresa de dos maneras. Es decir, que la ética
tiene que ver con el compromiso de ser una “buena persona”, la cual pasa por la realización del
bien común y la búsqueda de la plenitud de nuestra existencia.
Problemas éticos
En las relaciones cotidianas de unos individuos con otros surgen constantemente problemas cuya
solución no sólo afecta a la persona que los crea, sino también a otra u otras personas que
sufrirán las consecuencias. Da testimonio de esto Cartagena (1983) cuando señala que “las
profesiones mismas están continuamente confrontando este asunto al constatarse los amargos
hechos de profesionales que explotan a sus clientes, abogados que se dedican a actividades
criminales, ingenieros y profesionales que trabajan sin tomar en consideración la seguridad
pública ni el ambiente y hasta comerciantes que explotan al público indiscriminadamente. Si
a esto añadimos la corrupción gubernamental, los robos, el vandalismo, los asesinatos y la
violencia actual, entonces el tema ético toca el centro mismo de nuestra supervivencia como
sociedad” También Badillo (1990), sostiene que “el arquetipo del profesional, cuando se enmarca
en la pura técnica, oculta, por principio, un ataque furtivo a la ética”. Esto crea situaciones que se
complican en problemas que desmoralizan la imagen personal y profesional del individuo.
1. Abuso de confianza - tomar materiales de la institución para su uso personal o hacer uso
indebido de los recursos disponibles en la misma.
2. Abuso de poder - utilizar el puesto para humillar a unos o para favorecer a otros.
3. Conflicto de intereses - emitir normas en su ámbito de trabajo que redundarán en su
propio beneficio, como lo es el participar en el proceso de reclutamiento cuando uno de
los candidatos es miembro de su propia familia.
4. Egoísmo - buscar el bienestar propio en detrimento del beneficio de los demás.
5. Encubrimiento - callar para no denunciar a un traidor, movido por su amistad o por temor.
6. Falta de dedicación y compromiso - perder el tiempo, hacerse “de la vista larga” y no dar
el máximo de su esfuerzo en el trabajo.
7. Incompetencia - El conocido Principio de Peter estipula que en “toda jerarquía, todo
empleado tiende a ascender hasta alcanzar su nivel de incompetencia” Complementa,
además, que “para todo puesto de trabajo que existe en el mundo, hay alguien, en
algún lugar, que no puede desempeñarlo. Dado un período de tiempo suficiente y
suficientes ascensos, llegará finalmente a ese puesto de trabajo y permanecerá en él,
desempeñándolo chapuceramente, frustrando a sus compañeros y erosionando la
eficiencia de la organización”.
8. Lealtad excesiva - mentir para encubrir la conducta impropia del supervisor o hacer todo
lo que éste le diga, aun en contra de sus principios morales.
9. Nepotismo - reclutar muchos miembros de una misma familia en una institución.
10. Soborno - aceptar dádivas, obsequios o regalías a cambio de dar un trato especial o favor a
alguien como retribución por actos inherentes a sus funciones.
1. Nuestro saber conjetural objetivo va siempre más lejos de lo que una persona puede
dominar. Por eso no hay ninguna autoridad. Esto rige también dentro de las
especialidades.
2. Los errores son continuamente cometidos por todos los profesionales. La vieja idea de que
se pueden evitar los errores, y de que por eso se está obligado a evitarlos, debe ser
revisada: ella misma es errónea.
3. Naturalmente sigue siendo tarea nuestra evitar errores en lo posible. Pero precisamente,
para evitarlos, debemos ante todo tener bien claro cuán difícil es evitarlos y que nadie lo
consigue completamente. Tampoco lo consiguen los profesionales creadores, los cuales se
dejan llevar de su intuición: la intuición también nos puede conducir al error.
4. También en nuestras teorías mejor corroboradas pueden ocultarse errores, y es tarea
específica de los profesionales el buscarlos. La constatación de que una teoría bien
corroborada o un proceder práctico muy empleado es falible puede ser un importante
descubrimiento.
5. Debemos, por tanto, modificar nuestra posición ante nuestros errores. Es aquí donde debe
comenzar nuestra reforma ético-práctica. Pues la vieja posición ético-profesional lleva a
encubrir nuestros errores, a ocultarlos y, así, a olvidarlos tan rápidamente como sea
posible.
6. El nuevo principio fundamental es que nosotros, para aprender a evitar en lo posible
errores, debemos precisamente aprender de nuestros errores. Encubrir errores es, por
tanto, el mayor pecado intelectual.
7. Debemos, por eso, esperar siempre ansiosamente nuestros errores. Si los encontramos
debemos grabarlos en la memoria: analizarlos por todos lados para llegar a su causa.
8. La postura autocrítica y la sinceridad se tornan, en esta medida, deber.
9. Porque debemos aprender de nuestros errores, por eso debemos también aprender a
aceptar agradecidos el que otros nos hagan conscientes de ellos.
Si hacemos conscientes a los otros de sus errores, entonces debemos acordarnos siempre
de que nosotros mismos hemos cometido, como ellos, errores parecidos. Y debemos
acordarnos de que los más grandes profesionales han cometido errores. Con toda
seguridad no afirmo que nuestros errores sean habitualmente perdonables: no debemos
disminuir nuestra atención. Pero es humanamente inevitable cometer siempre errores.
10. Debemos tener bien claro que necesitamos a otras personas para el descubrimiento
y corrección de errores (y ellas a nosotros); especialmente personas que han crecido con
otras ideas en otra atmósfera. También esto conduce a la tolerancia.
11. Debemos aprender que la autocrítica es la mejor crítica; pero que la crítica por medio de
otros es una necesidad. Es casi tan buena como la autocrítica.
12. La crítica racional debe ser siempre específica: debe ofrecer fundamentos específicos de
por qué parecen ser falsas afirmaciones específicas, hipótesis específicas o argumentos
específicos no válidos. Debe ser guiada por la idea de acercarse en lo posible a la verdad
objetiva. Debe, en este sentido, ser impersonal.
LA ETICA EMPRESARIAL
en un mundo inmerso en el concepto de globalización y teorías políticas y económicas,
donde cada Estado desea ser punta de lanza y dominar con sus ideas socialistas, liberales
y neo-liberales, es importante destacar, en el ámbito globalizado, que son las muestras
de interés, en el aspecto ético aplicado a las diferentes operaciones de ideales, las que le
permitan construir en el tiempo como organización, con un proyecto propio a largo plazo,
una permanencia en el mercado, fundada en las relaciones internas y externas de las
empresas, con su entorno social y económico.
En los años setenta se pone de moda la ética empresarial en Estados Unidos y en Europa,
no obstante es de resaltar que inicialmente se le da el nombre de ética de los negocios o
ética de las organizaciones, esto marca el nacimiento de la ética aplicada a las empresas, y
obedece a una necesidad, que responde a la urgencia de recuperar la confianza en la
empresa puesto que no satisfacían las expectativas del público, por carecer de valores,
necesidad de tomar decisiones a largo plazo que garanticen la supervivencia de la empresa
y entre otras la necesidad de asumir una responsabilidad social como empresa ya que
no solo es lucrarse si no responder a los consumidores, accionistas empleados y
proveedores significando que la ética no es individual sino corporativa y comunitaria.
Características de la ética empresarial
Las empresas son entidades jurídicas y, al igual que los seres humanos, sus actividades
deben basarse en el cumplimiento de la ley y ser legítimas ante la comunidad. Por eso
deben aplicar la ética a nivel organizacional. Algunas características de la ética
empresarial, según lo establecido por las Naciones Unidas, son:
Cinco premisas que pueden apoyar el construir una cultura ética en la empresa.
1. “El uso de prácticas éticas aumenta la salud corporativa, la productividad y las
relaciones entre equipos de trabajo, clientes, proveedores,”
2. “Una imagen pública ética fortalece el compromiso, el deseo de trabajar, la unión, la
cooperación”
3. “Siendo la ética la ciencia aplicada al arte de vivir y la moral el conjunto de hechos
psicólogos que dignifican la vida, debemos aplicar conjuntamente la moral y la ética
laboral”
4. “La meta de cualquier empresa debiera ser ganar dinero éticamente para tener un
buen presente y asegurar un mejor futuro”
5. “Un directivo no puede permitir en su gente actos poco éticos en contra de clientes,
proveedores, colaboradores, socios o del entorno en general”.
Las razones por las que una ética organizativa específica se hace necesaria han sido destacada por
los estudiosos del desarrollo corporativo en la era posindustrial y poscapitalista. A. Cortina, J. M.
Lozano, D. García-Marzá, entre otros, destacan lo que es habitual llamar “necesidades éticas” de
las organizaciones. Se trata de las circunstancias que presionan a las empresas y que las abocan a
adoptar respuestas globales y proactivas. Las grandes organizaciones actuales están sometidas a
demandas y relaciones de poder que no se daban en momentos anteriores del desarrollo social e
industrial. Tales demandas exigen como respuesta actitudes y compromisos de la organización
como tal. Las demandas nuevas provienen de los agentes externos a la organización:
consumidores, competencia, agencias gubernamentales, organizaciones no gubernamentales, etc.
Por otro lado, las demandas tradicionales de los que podemos llamar “agentes internos”, como
trabajadores y accionistas, se transforman. Desde todos estos lugares (desde fuera y desde
dentro) se presiona a las organizaciones porque ellas tienen una gran influencia sobre las vidas de
mucha gente, y una gran capacidad de poder efectivo en un mundo globalizado. Con frecuencia las
organizaciones multinacionales tienen mayor influencia, capacidad y poder que los Estados. Por
eso son ellas el objeto de las presiones y las demandas de quienes se sienten de algún modo
afectados, o se erigen en portavoces de los afectados por sus actividades o por las consecuencias
de las mismas. Se les responsabiliza porque muchas veces sólo ellas pueden evitar determinados
resultados o, si ya han ocurrido, repararlos. Y en el caso particular de las empresas con ánimo de
lucro, porque ellas se benefician principalmente de actividades cuyas consecuencias negativas
pueden sufrir otros.
El que una organización deba responsabilizarse de sus actos no es nuevo. En todos los países hay
legislación detallada, civil, penal, laboral, administrativa y mercantil, que especifica qué
responsabilidades tienen las personas y las corporaciones. En los países desarrollados hay además
sistemas judiciales suficientemente fiables que tratan de imponer las responsabilidades legales
cuando es necesario. Lo que es nuevo es la conciencia social de que esa responsabilidad
corporativa existe, y que debe hacerse efectiva incluso cuando la ley no alcanza a imponerla. Por
ejemplo, cuando atañe a hechos realizados fuera de las fronteras del país de nacionalidad de la
corporación, cuando ninguna ley protege al bien afectado, o cuando el procedimiento de
reparación judicial es tan lento que resulta inútil. En estos casos, y en muchos otros, agentes
externos e internos presionan directamente a las organizaciones, en la medida que pueden, para
que se responsabilicen de sus decisiones, al margen de si tienen o no una obligación legal de
hacerlo. Estas presiones, que de algún modo suponen el reconocimiento de la impotencia del
Estado frente a las organizaciones, pueden conducir, cuando se acumulan, a lo que podemos
llamar “bancarrota moral” de esas mismas organizaciones.
Las organizaciones con una sólida cultura ética se caracterizan por anticipar esas demandas,
asumiendo sus responsabilidades antes de que sean planteadas como quejas, o antes de que se
produzca el daño (actitud proactiva).
Así pues, las organizaciones se encuentran con la necesidad de adoptar medidas proactivas
(anticipándose a los acontecimientos) que aseguren la correcta comprensión y asunción de sus
responsabilidades y transmitan esto a la sociedad. Esta necesidad genérica puede analizarse en sus
diferentes aspectos, y así suelen destacarse una serie de “necesidades éticas” de las
organizaciones:
En primer lugar, las organizaciones necesitan garantizar la confianza de la sociedad. Esta confianza
se ve socavada por la proliferación de escándalos y malas prácticas corporativas, y por su amplia
exposición mediática.
Además, las organizaciones han de construir una cultura corporativa que las identifique y permita
la identificación de sus miembros con la misma. Si esta “cultura empresarial” se define por
prácticas y actitudes responsables y respetuosas comercial, técnica y socialmente, de tal modo
que los miembros de la organización transmitan y refuercen tales valores , entonces es
indudablemente más fácil alcanzar y mantener la confianza externa e interna en la organización.
La organización puede definirse entonces propiamente como una institución social cooperativa y
beneficiosa.
Interesa a las organizaciones mantener un bajo nivel de conflicto interno, y si los conflictos surgen,
tener mecanismos eficaces para resolverlos.
Por último, hay que mencionar que las organizaciones actuales tienden a ser complejas y se
desenvuelven en un ambiente plural. Esto hace que sea primordial que las empresas se doten: de
mecanismo de integración efectiva, para que las energías y las capacidades creadoras y
productivas de todos sus miembros estén efectivamente coordinadas, y de una definición común
sobre los criterios mínimos de conducta y de trato personal exigibles en todo lugar a los miembros
de la organización, con independencia de las diferencias culturales, o incluso de carácter, entre
ellos. Estos objetivos se encaminan a hacer de la organización una unidad más que un mero
agregado de personas movidas cada una por sus intereses particulares.