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El Mercurio - Com - Blogs - Un Presidente Vuelto Inútil
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Columnistas
25 Comentarios
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Carlos Peña Un político cuyas ideas no tienen vocación de realidad —es decir,
cuyas ideas no pueden o ya no quieren hacerse realidad— deja de ser,
por la fuerza de los hechos, un político de veras y pasa a ser un
administrador, un simple mediador, un remendón de los intereses en juego.
https://www.elmercurio.com/blogs/2019/11/17/74027/Un-Presidente-vuelto-inutil.aspx 1/4
18/11/2019 El Mercurio.com - Blogs : Un Presidente vuelto inútil
De aquí en adelante, solo podrá erigirse como un amable componedor de una agenda que ni ideó y
en la que tampoco —¿para qué engañarse?— cree. El Gobierno se habrá trasladado a los partidos
que han impuesto así, por la vía de hacer creer que una porción de ellos fue el intérprete fiel de la
calle, una especie de parlamentarismo idiosincrásico. Y Piñera habrá fracasado, y la institución de la
presidencia con él.
Pero lo importante no es exactamente eso (después de todo, hay más políticos que fracasan que los
que tienen éxito), sino la causa, el modo en que se desproveyó al Presidente de todo dinamismo,
hasta dejarlo, como está hoy, inane.
¿Significa algo para la vida cívica, para la futura convivencia política, que un Presidente haya sido
puesto entre la espada y la pared, entre la renuncia o la inanidad, por la vía del desorden y la presión,
con la tácita complicidad de la oposición que pudo así obtener por la fuerza lo que no logró mediante
la persuasión y el voto?
Por supuesto, siempre será mejor y dará más consuelo apartar la vista de la realidad y presentar
estas semanas feroces como una gesta, un acontecimiento extraordinario en que el pueblo habría
recuperado su condición de sujeto embebido de la profunda convicción de la igualdad. Pero la verdad
es que, descontada la marcha del millón doscientas mil personas y la participación de otras miles en
los días que siguieron (cada una, sin embargo, portando su demanda propia, como una
muchedumbre de individuos sin orgánica y sin programa), el resto, considerando la destrucción de las
ciudades, el saqueo del comercio y los abusos efectuados por jóvenes (como “el que baila, pasa”),
más que pueblo, era una masa movida por sus pulsiones.
El significado más obvio de eso es el fracaso de las instituciones. Y sin ellas la vida cívica no es
posible. Y menos curar, no hay que engañarse, la desigualdad.
Las instituciones existen no para amplificar la subjetividad de las personas o servir lo que ellas creen
son sus intereses, sino para contenerla y orientar normativamente su conducta. Lo que ocurrió estas
semanas fue la desaparición de las instituciones y una vuelta temporal al estado de naturaleza donde
el valor de los intereses se midió por la fuerza o el fervor de quienes los reclamaban. Se dirá, desde
luego, que eso es una manifestación de la democracia más radical posible, aquella que expresa al
pueblo en toda su desnudez; pero si es así, habría que observar que un pueblo en su desnudez,
como se lo vio en estos días, lanzado a la calle sin contención ni orientación alguna, puede ser
bastante parecido a una pesadilla.
Esa incapacidad de las instituciones para contener la subjetividad y orientarla —es decir, para ser
instituciones— muestra una muy radical crisis suya que no es, simplemente, una crisis de
representación, como suele decirse.
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