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22/11/23, 22:29 Lo imposible - El Dipló

RAZONES Y SINRAZONES DEL TRIUNFO DE MILEI

Lo imposible
Por José Natanson

La victoria de Javier Milei puede leerse en dos planos. Por


arriba, como resultado de la exitosa operación de apoyo de
Mauricio Macri. Por abajo, como la expresión de hastío de una
sociedad rota. La nueva etapa que se abrió el domingo marca el
fin de la Argentina del 2001 y de la Argentina de 1983. El futuro
es negro, aunque habrá que esperar para calibrar el tamaño
exacto de la distopía que se avecina.

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Después del primer shock de las PASO, en las que Javier Milei sacudió al país asomando
por primera vez como candidato con chances, el triunfo de Sergio Massa en las generales
había producido un efecto engañoso, que nos distrajo durante algunas semanas y al que se
sumó después el penoso desempeño del líder libertario en el debate. Pero la realidad
seguía obstinadamente ahí, cocinándose desde abajo y desde hacía demasiado tiempo.
Nada más había que escuchar, porque lo que pasó ayer no es tan difícil de entender, en dos
planos posibles de análisis. Si observamos la superestructura político-partidaria, el voto
bronca de la Libertad Avanza se sumó al voto antiperonista de Juntos por el Cambio. Si
observamos abajo, una sociedad cansada expresó su hartazgo castigando al gobierno.

Comencemos por el primer plano.

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Luego de las elecciones generales, Mauricio Macri entendió que había que sumar al
electorado original de Milei –los insatisfechos, los jóvenes, el núcleo duro reaccionario–
con el votante anti-peronista, al que conoce mejor que nadie. Una aritmética que podía
haber tropezado, que podía haber resultado inverosímil (por momentos así pareció), que
podía, en fin, fracasar. Pero funcionó, y Macri demostró una vez más que es un líder
político de gran calado, que dispone de una intuición para anticipar el humor social
infrecuente en un dirigente no peronista y que además está abierto al riesgo. La operación
fue una creación enteramente suya, tan sorpresiva como inconsulta, que se consumó el
día después de las elecciones generales, cuando invitó a Milei a su casona de Acassuso
(todo un gesto que el libertario se aviniera a trasladarse al hogar de su protector). Macri
sumó a un grupo de leales a los que no creyó necesario explicarles a qué iban y cerró en
una hora el acuerdo que Patricia Bullrich anunció al día siguiente. Con esta jugada y con
un par de intervenciones en medios amigos, condujo en los hechos el último tramo de la
campaña.

Así, Milei pasó de impugnar a la casta, agitar la motosierra y prometer un recorte del
gasto estatal del 15% a prometer la continuidad mejorada de la educación y la salud
públicas en un tono sereno, inaugurando un estilo neomacrista que terminó dando
resultados. Al final, lo que hizo Macri con Milei es un espejo de lo que había hecho
Cristina con Alberto: unir a la oposición para enfrentar a un gobierno que detesta.

Quizás cueste percibirlo, pero


desde hace tiempo que lo popular
transcurre por otros caminos

El segundo plano de análisis, que ya hemos abordado en notas anteriores, es el más


decisivo, porque refiere a las mutaciones estructurales que viene atravesando la estructura
social, ese mundo nuevo hecho de desigualdades superpuestas, emprendedorismo
popular y digitalidad omnipresente. Si alejamos el foco de la política y lo trasladamos por
un momento a la sociedad, es fácil comprobar el malestar por la situación económica, la
bronca acumulada ante una cotidianeidad imposible y la frustración ante la crisis de los

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servicios públicos: el salario que no alcanza, el hospital que no da turno, el colectivo que
no llega. El hecho de que ni siquiera los elogios de Milei a Margaret Thatcher en un debate
con una audiencia equivalente a la final del mundial hayan alcanzado para hundirlo
demuestra el grado de saturación social con el actual estado de cosas.

Pasó, decíamos al comienzo, lo lógico, lo que los manuales de ciencia política enseñan
desde la primera página: que las elecciones son un plebiscito sobre el gobierno y que con
semejantes niveles de inflación y pobreza era muy difícil que el candidato oficialista
pudiera ganar. Primó el voto económico, el órgano más sensible según la vieja ocurrencia
de Perón. Lo novedoso es que para manifestar este hartazgo la sociedad, que podría haber
elegido a Larreta, Bullrich o Schiaretti, optó por el candidato más extremo, el que
prometía las soluciones más mágicas, el que estaba dispuesto a exhibir su fragilidad
emocional en público y el que, desanclado de tradiciones partidarias, llegaba rodeado de
una caravana de oportunistas y losers. Pero Milei también era al outsider que contrastaba
con los candidatos de la política tradicional, Massa y Bullrich, más establishment
imposible. Y el que supo representar un deseo de reseteo, de shock. Milei encarna
novedades: se ha comentado poco en estos días, pero no debe ser casual que en un
momento en que la juventud sufre la precariedad y la falta de perspectivas sea el
presidente más joven desde la recuperación de la democracia.

Como venimos insistiendo desde hace tiempo, la sociedad está rota, astillada en mil
pedazos, desacoplada de su dirigencia. El hecho de que la catarata de apoyos de políticos,
empresarios, intelectuales, líderes sociales y artistas obtenida por Massa no haya logrado
torcer los resultados confirma que la relación de la élite y buena parte de los argentinos
está quebrada, que el mundo de los que tienen poder –incluyendo a aquellos que tienen
poder simbólico– vive en una galaxia alejada a la de las grandes mayorías. El anti-
progresismo es una tendencia en ascenso, y la fotito del artista comprometido o la
periodista de izquierda advirtiendo sobre el peligro democrático de un triunfo libertario
generó un efecto opuesto al buscado, reforzando la sensación de extrañeza y aún de
rechazo entre lo que pasa “arriba” y lo que pasa “abajo”. Quizás cueste percibirlo, pero
desde hace tiempo que lo popular transcurre por otros caminos, reflejo cultural de un país
que en las últimas décadas ha ido perdiendo su cualidad integrada y su igualitarismo
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centenario para fracturarse al más puro estilo de las sociedades oligarquizadas de América
Latina. No hay que ir muy lejos para entender lo que está pasando socialmente en
Argentina: alcanza con mirar Perú, Colombia o Chile.

Sobre este paisaje devastado se recorta el triunfo de Milei, que fue rotundo, policlasista y
nacionalmente extendido. Quedará para próximos análisis imaginar cómo se desarrollará
su gobierno, calibrar el tamaño exacto de la distopía que se avecina. Pero a juzgar por su
discurso del domingo, en el que recuperó el tono exaltado inicial y aclaró que no es tiempo
de gradualismos, ya podemos intuir tiempos oscuros: las dos experiencias de gobiernos de
extrema derecha que existen hasta ahora –Trump y Bolsonaro- transcurrieron en países
poco acostumbrados a la movilización social, con capitales alejadas de los grandes centros
poblacionales, sin los niveles de organización popular y potencia sindical típicos de la
Argentina, un país mucho más jacobino y movilizado (en cierta forma, es como si la
extrema derecha hubiera llegado al poder en Francia). A esta perspectiva pesimista habría
que añadir la inexperiencia de Milei, la debilidad institucional y territorial que abre un
gigantesco signo de pregunta sobre la futura gobernabilidad y el dato centralísimo de una
sociedad ansiosa, cargada de demandas reprimidas y poco dispuesta a conceder períodos
de gracia.

Pero ya habrá tiempo para esto. Por ahora digamos que el triunfo de Milei marca el fin de
la Argentina del 2001, aquella que logró recuperarse rápido de la crisis de diciembre y que
después de unos años de crecimiento y bienestar se hundió en un pantano extenuante de
recesión económica y parálisis política: los años perdidos de la grieta. Y digamos también
que puede ser el fin también de la Argentina de 1983, aquella en la que los actores políticos
competían descarnadamente pero sin romper nunca –ni cuando Menem amenazaba con
reelegirse, ni cuando De la Rúa huía en helicóptero, ni cuando Cristina o Macri se
pasaban de rosca– los límites de la democracia y la convivencia pacífica.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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