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–¿Cómo es eso?
–Tengo un ala rota. ¿Ves? Acá. Me la rasgué con la espina de una rosa. Era tan
hermoso su perfume... Y ahora, nadie sabe cómo ayudarme. Nadie. ¿Qué va a ser de
mí?
–Debes confiar –dijo la hormiga–. Debes confiar, siempre. ¿Me escuchas bien?
Siempre debemos confiar en que alguien podrá ayudarnos. ¿A quién te dirigiste en
busca de ayuda?
–A las mariposas.
La mariposita dudó.
–Eso me temía. No pudiste hablar con todas. Tampoco hablaste conmigo antes.
–Yo conozco una mariposa anciana –comentó la hormiga–. ¿Has hablado con ella?
Seguro que sabe muchas más cosas que las demás. Vive en el granero de una familia
de campesinos, y es la mariposa más anciana del lugar.
–¿Qué te trae por aquí? –preguntó la mariposa anciana con suavidad y la voz un poco
ronca.
La pequeña mariposa del ala rota preguntó dónde estaba aquel país, y cómo podría
llegar a él.
–Está muy lejos –oyó decir a la anciana–. Tan lejos que jamás llegarías. Tendrías
que cruzar inmensos territorios, altísimas montañas, enfrentarte a soles terribles
y tormentas espantosas, cruzar ríos y lagos extensos como mares, y...