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Es uno de los libros más

significativos de la obra de Roald


Dahl, y tal vez el más conocido por
el público adulto. En él podemos
encontrar 16 relatos que establecen
las pautas de lo que es el resto de
su obra. La intriga, el humor negro
y un desenlace que al lector le hace
dar un respingo de satisfacción, son
los principales elementos que
adornan la narrativa de este autor y
en particular las de estos cuentos
que, al fin y a la postre, también
pretenden, al igual que en sus
cuentos para niños, establecer una
fábula moral en la mayoría de los
casos.
Existen algunos temas recurrentes
tales como las apuestas
disparatadas (Gastrónomos,
Hombre del Sur, Apuestas), el
burlador burlado (Placer de clérigo,
La señora Bixby y el abrigo del Roald Dahl
coronel), la mujer sumisa que de
súbito derrama de manera Relatos de lo
explosiva todo el resentimiento
acumulado contra su marido
inesperado
(Cordero asado, La subida al cielo)
o la venganza del hombre ePub r1.2
humillado (Nunc Dimittis, Lady Ultrarregistro 07.11.13

Turton).
Título original: Tales of the Unexpected
Roald Dahl, 1979 1. GASTRÓNOMOS
Traducción: Carmelina Payá y Antonio
Samons
Diseño de portada: Julio Vivas ÉRAMOS seis cenando aquella noche
en la casa de Mike Schofield en
Editor digital: Ultrarregistro
ePub base r1.0 Londres: Mike con su esposa e hija, mi
esposa y yo, y un hombre llamado
Richard Pratt.
Richard Pratt era un famoso
gourmet, presidente de una pequeña
sociedad gastronómica conocida por
«Los epicúreos», que mandaba cada mes
a todos sus miembros un folleto sobre
comida y vinos. Organizaba comidas en
las cuales eran servidos platos opíparos
y vinos raros. No fumaba por terror a
dañar su paladar, y cuando discutía vez no iban a hacer una excepción.
sobre un vino tenía la costumbre, En cuanto entramos en el comedor
curiosa y un tanto rara, de referirse a me di cuenta de que la mesa estaba
éste como si se tratara de un ser preparada para una fiesta. Los grandes
viviente. candelabros, las rosas amarillas, la
«Un vino prudente —decía—, un numerosa vajilla de plata, las tres copas
poco tímido y evasivo, pero prudente al de vino para cada persona, y, sobre
fin.» O bien, «un vino alegre, generoso y todo, el suave olor a carne asada que
chispeante. Ligeramente obsceno, quizá, venía de la cocina, hicieron que mi boca
pero, en cualquier caso, alegre». empezara a segregar saliva.
Yo había coincidido en casa de Mike Al sentarnos recordé que, en las dos
dos veces con Richard Pratt anteriores visitas de Richard Pratt, Mike
anteriormente. En ambas ocasiones, siempre había apostado con él acerca
Mike y su esposa se habían esmerado en del vino clarete, presionándole para que
preparar una comida especial para el dijera de qué año era la solera de aquel
famoso gourmet y, naturalmente, esta caldo. Pratt replicaba que eso no sería
difícil para él. Entonces Mike apostaba Richard Pratt. Había dejado la botella
con él sobre el vino en cuestión. Pratt frente a mí para que pudiera leer la
había aceptado y ganado en ambas etiqueta. Esta decía: «Geirslay
ocasiones. Esta noche estaba seguro de Ohligsberg, 1945.» Se inclinó hacia mí y
que volvería a jugar otra vez, porque me dijo que Geirslay era un pueblecito a
Mike quería perder su apuesta y probar orillas del Mosela, casi desconocido
así que su vino era conocido como fuera de Alemania. Me dijo que ese vino
bueno, y Pratt, por su parte, parecía era muy raro porque, siendo los viñedos
sentir un placer especial en exhibir sus tan escasos, para un extranjero resultaba
conocimientos. prácticamente imposible conseguir una
La comida empezó con un plato de botella. Él había ido personalmente a
chanquetes dorados y fritos con Geirslay el verano anterior para
mantequilla, rociados con vino de conseguir unas pocas docenas de
Mosela. Mike se levantó y lo sirvió él botellas que consintieron en venderle.
mismo, y cuando volvió a sentarse me di —Dudo que lo tenga alguien más en
cuenta de que observaba atentamente a esta comarca —dijo, mirando de nuevo
a Richard Pratt—. Lo bueno del Mosela perplejo, casi avergonzado, de haber
—continuó, levantando la voz— es que hecho dinero con tan poco talento. En su
es el vino más adecuado para servir fuero interno sabía que no era sino un
antes del clarete. Mucha gente sirve vino bookmaker, un corredor de apuestas, un
del Rin, pero los que tal hacen no untuoso, infinitamente respetable y
entienden nada de vinos. Cualquier vino secretamente inescrupuloso corredor de
del Rin mata el delicado bouquet del apuestas. Suponía que sus amigos lo
clarete. ¿Lo sabían? Es una barbaridad sabían también. Por eso quería
servir un Rin antes de un clarete. Pero el convertirse en un hombre de cultura,
Mosela… ¡Ah! ¡El Mosela es el más cultivar un gusto literario y artístico,
indicado! coleccionando cuadros, música, libros y
Mike Schofield era un hombre de todo lo demás. Su explicación acerca de
mediana edad, muy agradable. Pero era los vinos del Rin y del Mosela formaba
corredor de Bolsa. Para ser exacto, era parte de esta cultura que él buscaba.
un agiotista de la Bolsa y, como muchos —Un vino estupendo, ¿verdad? —
de su clase, parecía estar un poco dijo, mirando insistentemente a Richard
Pratt. sonriente, contándole, al parecer, alguna
Yo le veía echar una furtiva mirada a historia de un camarero en un restaurante
la mesa cada vez que agachaba la parisiense. Mientras hablaba, se
cabeza para tomar un bocado de inclinaba más y más hacia Louise, hasta
chanquetes. Yo casi le sentía esperar el casi tocarla, y la pobre chica retrocedía
momento en que Pratt cataría el primer lo máximo que podía, asintiendo
sorbo, contemplaría el vaso tras haber cortésmente, o más bien
bebido con una sonrisa de placer, de desesperadamente, y mirándole no a la
asombro, quizá hasta de duda, y cara sino al botón superior de su
entonces se suscitaría una discusión en smoking.
la cual Mike le hablaría del pueblo de Terminamos el pescado y la doncella
Geirslay. empezó a retirar los platos. Cuando
Pero Richard Pratt no probó el vino. llegó a Pratt y vio que no había tocado
Estaba conversando animadamente con su comida siquiera, dudó unos instantes.
Louise, la hija de Mike, la cual no tenía Entonces Pratt advirtió su presencia, la
aún dieciocho años. Estaba frente a ella, apartó, interrumpió su conversación y
empezó a comer rápidamente, trincharlo, cortando las lonchas muy
metiéndose el pescado en la boca con delgadas y poniéndolas delicadamente
hábiles y nerviosos movimientos del en los platos para que la doncella las
tenedor. Cuando terminó, cogió su vaso fuera distribuyendo. Cuando hubo
y en dos tragos se bebió el vino para servido a todos, incluyéndose a sí
continuar en seguida su interrumpida mismo, dejó el cuchillo y se inclinó
conversación con Louise Schofield. apoyando las manos en el borde de la
Mike lo vio todo. Estaba sentado, mesa.
muy quieto, conteniéndose y mirando a —Bueno —dijo, dirigiéndose a
su invitado. Su cara, redonda y jovial, todos, pero sin dejar de mirar a Richard
pareció ceder a un impulso repentino, —, ahora el clarete. Perdónenme, pero
pero se contuvo y no pronunció palabra. tengo que ir a buscarlo.
Pronto llegó la doncella con el —¿Vas a buscarlo tú, Mike? —dije
segundo plato. Este consistía en un gran —. ¿Dónde está?
rosbif. Lo colocó en la mesa delante de —En mi estudio. Está destapado,
Mike, quien se levantó y empezó a para que respire.
—¿Por qué en el estudio? Excúsenme, por favor. Voy a buscarlo.
—Para que adquiera la temperatura El pensamiento de un nuevo vino le
ambiente, por supuesto. Lleva allí devolvió el humor y dirigióse
veinticuatro horas. rápidamente a la puerta para regresar un
—Pero ¿por qué en el estudio? minuto más tarde, despacio,
—Es el mejor sitio de la casa. solemnemente, llevando entre sus manos
Richard me ayudó a escogerlo la última una cesta donde había una botella
vez que estuvo aquí. oscura. La etiqueta estaba invertida.
Al oír su nombre Richard nos miró. —Bueno —gritó, viniendo hacia la
—¿Verdad que sí? —dijo Mike. mesa—. ¿Y éste, Richard? Éste no lo
—Sí —dijo Pratt afirmando con la adivinará nunca.
cabeza—, es verdad. Richard Pratt se volvió lentamente y
—Encima del fichero de mi estudio miró a Mike; luego sus ojos
—dijo Mike—. Ese fue el lugar que descendieron hasta la botella metida en
escogimos. Un buen sitio en una la cesta, levantó las cejas y echó hacia
habitación con temperatura constante. adelante el labio inferior con un gesto
feo e imperioso. —Entonces no puede ser difícil —
Mientras tanto las mujeres callaban, dijo Richard Pratt, recalcando las
en una especie de mutismo embarazoso y palabras, ya un poco aburrido. Sólo que,
tenso. en mi opinión, había algo extraño en su
—Nunca lo adivinará —repitió forma de pronunciar, y en su
Mike—; ni en cien años. aburrimiento: en sus ojos se percibía
—¿Un clarete? —preguntó Richard, una sombra algo diabólica, y en su
como afirmándolo. actitud un ansia que me provocó una
—Naturalmente. cierta inquietud.
—Entonces me imagino que será de —Esta vez es realmente difícil —
algún pequeño viñedo. dijo Mike—. No le voy a coaccionar a
—Puede que sí, Richard, y puede que apueste por este vino.
que no. —¿Por qué no?
—Pero ¿es de un buen año? ¿Una de Sus cejas se arquearon de nuevo y
las grandes cosechas? sus ojos adquirieron un extraño brillo.
—Sí, eso se lo garantizo. —Porque es difícil.
—Esto no me deja en muy buen molestó mucho en ocultar su desdén por
lugar. todo el asunto.
—Mi querido amigo —dijo Mike—, Sin embargo, su pregunta siguiente
apostaré con gusto si usted lo desea. traicionó un cierto interés.
—No creo que sea tan difícil —¿Quiere aumentar la apuesta?
descubrirlo. —No, Richard.
—¿Significa eso que va a apostar? —¿Apuesta cincuenta cajas? —Sería
—Efectivamente, quiero apostar — tonto.
dijo Pratt. Mike se quedó quieto detrás de su
—Muy bien, lo haremos como silla en la cabecera de la mesa,
siempre. cogiendo la botella embutida en su
—No cree que pueda adivinarlo, ridícula cesta. Su rostro estaba pálido y
¿verdad? la línea de sus labios era muy fina.
—Con todo el respeto, no lo creo — Pratt estaba recostado en el respaldo
dijo Mike. Hacía esfuerzos por de su silla, mirándole, con las cejas
mantenerse correcto. Pero Pratt no se levantadas, los ojos medio cerrados y
una ligera sonrisa en los labios. Observé El rosbif estaba intacto en los platos,
de nuevo, o creí ver, algo enigmático en jugoso y humeante.
la cara del hombre, una sombra de ansia —Entonces, ¿apostaremos lo que yo
en sus ojos, que ocultaban cierta quiera?
malignidad un tanto pueril y maliciosa. —Exactamente, le apuesto lo que
—Entonces, ¿no quiere subir a quiera, si está dispuesto a mantener la
apuesta? apuesta.
—Por mí no hay inconveniente, —¿Hasta diez mil libras?
querido amigo —dijo Mike—; apostaré —Desde luego, si así lo desea.
lo que quiera. Mike iba ganando confianza por
Las tres mujeres y yo estábamos momentos. Sabía ciertamente que podía
callados, mirando a los dos hombres. La apostar cualquier suma que Pratt dijera.
esposa de Mike empezaba a sentirse —Entonces, ¿apuesto yo primero?
incómoda; su boca se contraía en un —preguntó Pratt otra vez.
mohín de disgusto y me pareció que en —Eso es lo que he dicho.
cualquier momento iba a interrumpirles. Hubo una pausa en la cual Pratt me
miró a mí y luego a las tres mujeres —Muy bien —dijo Pratt—, le diré
detenidamente. Parecía querer qué es lo que quiero que apueste.
recordarnos que éramos testigos de la —Diga, pues —le respondió Mike
oferta. descaradamente—, empiece.
—¡Mike! —dijo la señora Schofield Pratt volvió la cabeza y nuevamente
rompiendo la tensión ambiental—, ¿por una diabólica sonrisa apareció en sus
qué no dejas de hacer tonterías y labios. Luego, lentamente, mirándonos a
empezamos a comer? La carne se está Mike y a mí, dijo:
enfriando. —Quiero que apueste para mí, la
—No es ninguna tontería —dijo mano de su hija. Louise Schofield dio un
Pratt tranquilamente—; estamos salto de la silla.
haciendo una apuesta. —¡Eh! —gritó—. ¡No, esto no tiene
Distinguí a la doncella en segundo gracia! Oye, papá, no tiene ninguna
término con una fuente de verdura en las gracia.
manos, dudando entre seguir adelante o —No te preocupes, querida —la
no. tranquilizó su madre—; sólo están
jugando. de que pierda, y aunque la tuviera, yo no
—No bromeo —dijo Richard Pratt. me casaría con ella.
—¡Esto es ridículo! —exclamó —Me alegro de oírte decir eso,
Mike, perdiendo el control de sus querido —intervino su esposa.
nervios. —Me apuesto lo que usted quiera —
—Usted ha dicho que apostara lo anunció Pratt—. Mí casa, por ejemplo,
que quisiera. ¿qué le parece mi casa?
—¡Yo he querido decir dinero! —¿Cuál de ellas? —preguntó Mike,
—No ha dicho dinero. bromeando.
—Eso es lo que he querido decir. —La del campo.
—Pues es una lástima que no lo haya —¿Por qué no la otra, también?
dicho. De todas formas, si se arrepiente —De acuerdo, si así lo quiere usted.
de su oferta, no tengo inconveniente. Las dos casas.
—No voy a retirar mi oferta, amigo En aquel momento, vi dudar a Mike.
mío. Lo que pasa es que usted no tiene Dio un paso adelante y colocó la botella
una hija para substituir a la mía, en caso sobre la mesa. Puso el salero a un lado,
luego hizo lo mismo con la pimienta. —¿Sabes, Louise? —le dijo,
Seguidamente cogió un cuchillo y sonriendo mientras hablaba—, debemos
durante unos segundos examinó pensarlo.
pensativamente la hoja, colocándolo —Bueno. ¡Ya está bien, papá! ¡Me
luego en su sitio otra vez. Su hija niego a escucharte! ¡En mi vida he oído
también le vio vacilar. una cosa tan ridícula!
—Bueno, papá —gritó—. ¡No seas —Hablemos en serio, querida.
absurdo! Esto es una soberana tontería. Espera un momento y escucha lo que voy
Me niego a que me apostéis, como si a decirte.
fuera un trofeo de caza. —¡No quiero oírlo!
—Tienes mucha razón, nena —dijo —¡Louise, por favor! Se trata de lo
su madre—. Ya está bien, Mike. Siéntate siguiente: Richard ha hecho una apuesta
y come. seria, él es quien ha apostado, no yo. Si
Mike no le hizo ningún caso. Miró a pierde, tendrá que desprenderse de sus
su hija paternalmente. Sus ojos brillaban valiosas propiedades. Espera un
con un gesto de triunfo. momento, querida, no interrumpas. La
cosa es ésta: no puede ganar. tengo aquí es vino de una pequeña viña
—El cree que sí. rodeada de muchas otras y nunca podrá
—Ahora, escúchame, porque yo sé adivinarlo. Es imposible.
de qué se trata. El experto, al paladear —No puedes asegurar eso —dijo su
un clarete, siempre que no sea algún hija.
vino famoso como Laffite o Latour, sólo —Te digo que sí. Aunque no sea
puede dar un nombre aproximado de la demasiado correcto por mi parte el
viña. Naturalmente puede decir el decirlo, entiendo un poco de vinos. Y
distrito de Burdeos de donde viene el además, ¡por el amor del cielo!, soy tu
vino, sea St. Emilion, Pomerol, Graves padre y supongo que no pensarás que te
o Médoc. Pero cada distrito tiene varias voy a obligar a algo que no quieres,
comarcas, pequeños condados, y cada ¿verdad? Te estoy haciendo ganar
condado tiene gran número de pequeños dinero.
viñedos. Es imposible que un hombre —¡Mike! —le replicó su mujer
pueda diferenciarlos por el gusto y el duramente—. ¡No sigas, Mike, por
olor. No me importa decirte que éste que favor! De nuevo pareció ignorarla.
—Si consientes en esta apuesta, en Mike ni siquiera la miró.
diez minutos poseerás dos grandes —Acepta —dijo testarudamente,
casas. —Pero yo no quiero dos casas, mirando a la chica—. ¡Acepta!, ¡rápido!
papá. Te garantizo que no perderás.
—Entonces las vendes. Véndeselas a —No me gusta eso, papá.
él inmediatamente. Yo lo arreglaré todo. —Vamos, nena, ¡acepta!
Piénsalo, querida. Serás rica, Mike la forzaba más y más. Estaba
independiente para toda la vida. inclinado hacia ella, mirándola
—¡Oh, papá, no me gusta! Me fijamente, como si tratara de
parece una cosa tonta. hipnotizarla.
—A mí también —dijo la madre. —¿Y si pierdo? —dijo con voz
Al hablar, movía la cabeza de arriba ahogada.
abajo como una gallina. —Te repito que no puedes perder, te
—Deberías avergonzarte de ti lo garantizo.
mismo, Michael, por sugerir una cosa —¡Oh, papá! ¿Debo hacerlo?
así. ¡Llegar a apostar a tu propia hija! —Te voy a hacer ganar una fortuna,
así que no lo pienses más. ¿Qué dices, unos cincuenta años y su rostro no era
Louise? ¿De acuerdo? muy agradable. Todo era boca —boca y
Por última vez, ella dudó. Luego, se labios—, esos labios gruesos y húmedos
encogió de hombros desesperadamente y del sibarita profesional, con el labio
dijo: inferior más saliente en el centro, un
—Bien, acepto, siempre que me labio colgante y permanentemente
jures que no hay peligro de perder. abierto con el fin de recibir más
—¡Estupendo! —exclamó Mike—. fácilmente la comida y la bebida. Como
Entonces apostamos. un embudo, pensé yo al observarle: su
Inmediatamente, Mike cogió el vino, boca es un embudo grande y húmedo.
se sirvió primero a sí mismo y luego fue Lentamente, levantó el vaso hacia la
llenando los vasos de los demás. Ahora nariz.
todos miraban a Richard Pratt, La punta de la nariz se metió en el
observando su rostro mientras él cogía vaso, y se deslizó por la superficie del
su vaso con la mano derecha y se lo vino, husmeando con delicadeza. Agitó
llevaba a la nariz. Era un hombre de el vino en su vaso, para poder percibir
mejor el aroma. Parecía intensamente hija, había separado un poco la silla y,
concentrado. Había cerrado los ojos y la como su padre, observaba atentamente
mitad superior de su cuerpo, la cabeza, los movimientos del sibarita.
cuello y pecho parecían haberse Durante un minuto el proceso
convertido en una sensitiva máquina de olfativo continuó; luego, sin abrir los
oler, recibiendo, filtrando, analizando el ojos ni mover la cabeza, Pratt acercó el
mensaje que le transmitía la nariz, con vaso a su boca y bebió casi la mitad de
sus aletas carnosas, eréctiles, nerviosas su contenido. Después del primer sorbo,
y sensitivas. se paró para paladearlo, luego lo hizo
Observé a Mike, sentado en su silla, pasar por su garganta y pude ver su nuez
aparentemente despreocupado, pero moverse al paso del líquido. Pero no se
atento a todos los movimientos. La lo tragó todo, sino que se quedó casi
señora Schofield, su esposa, estaba todo el sorbo en la boca. Entonces, sin
sentada muy erguida en el lado opuesto tragárselo, hizo entrar por sus labios un
de la mesa, mirando de frente, con gesto poco de aire que mezclándose con el
de desaprobación en el rostro. Louise, la aroma del vino en su boca pasó luego a
sus pulmones. Contuvo la respiración, —Ahora empezaremos a eliminar —
sacando luego el aire por la nariz; para dijo—, me perdonarán si lo hago
poner finalmente el vino debajo de la concienzudamente, pero es que me juego
lengua y engullirlo, masticándolo con mucho. Normalmente, quizá me hubiera
los dientes, como si fuera pan. arriesgado y hubiera dicho directamente
Fue una representación solemne e el nombre del viñedo de mi elección.
impresionante, debo confesar que lo Pero esta vez debo tener precaución,
hizo muy bien. ¿verdad?
—¡Hum! —dijo, dejando el vaso y Miró a Mike y le dedicó una espesa
relamiéndose los labios con la lengua—, y húmeda sonrisa. Mike no le sonrió.
¡hum!, sí…, un vinito muy interesante, —En primer lugar: ¿de qué distrito
cortés y gracioso, de gusto casi de Burdeos procede este vino? No es
femenino. demasiado difícil de adivinar. Es
Tenía saliva en exceso en la boca y excesivamente ligero para ser St.
al hablar soltó algunos salpicones sobre Emilion o Graves. Desde luego, es un
la mesa. Médoc, no cabe duda.
»Veamos, ¿de qué comarca de poquito de ácido tánico. Después de
Médoc procede? Esto, por eliminación, haberlo saboreado, es delicioso,
tampoco es difícil de saber. ¿Margaux? consolador y femenino, con la generosa
No. No puede ser Margaux, no tiene el calidad que se asocia a los vinos de la
aroma violento de un Margaux. comarca de St. Julien. Indudablemente,
¿Pauillac? Tampoco puede ser Pauillac. éste es un St. Julien.
Es demasiado tierno y gentil para ser un Se respaldó en la silla, puso las
Pauillac. El vino de Pauillac tiene un manos a la altura del pecho con los
carácter casi imperioso en su gusto. dedos juntos. Estaba poniéndose
Además, para mí, Pauillac contiene un ridículamente pomposo, pero creo que
curioso y peculiar residuo que la uva lo hacía deliberadamente para burlarse
toma del suelo de la viña. No, no. Éste de su anfitrión. Esperé ansiosamente a
es un vino muy gentil, serio y tímido la que continuara. Louise encendió un
primera vez que se prueba. Quizá sea un cigarrillo. Pratt le oyó rascar el fósforo
poco revoltoso a la segunda y se volvió hacia ella, mirándola con
degustación, excitando la lengua con un ira.
—¡Por favor, no lo haga! Fumar en Julien, en el distrito de Médoc. Hasta
la mesa es una costumbre horrible. ahora voy bien. Pero llegamos a lo más
Ella le miró, con el fósforo en la difícil: el nombre de la viña. Porque en
mano, observándolo fijamente con sus St. Julien hay muchos viñedos y, como
grandes ojos, quedando así un momento, ya ha señalado nuestro anfitrión
y echándose hacia atrás otra vez, lenta y anteriormente, a menudo no hay mucha
ceremoniosamente. Luego inclinó la diferencia entre el vino de uno y de otro,
cabeza y apagó el fósforo, pero continuó pero ya veremos.
con el cigarrillo sin encender entre los Hizo una pausa otra vez, cerrando
dedos. los ojos.
—Lo siento, querida —dijo Pratt—, —Estoy tratando de establecer la
pero no puedo consentir que se fume en cosecha —dijo—, si consigo esto,
la mesa. Ella no le volvió a mirar. tendré ganada la mitad de la batalla.
—Bueno, veamos. ¿Dónde Bueno, veamos. Evidentemente, este
estábamos? —dijo él—. ¡Ah, sí! Este vino no es de la primera cosecha de una
vino es de Burdeos, de la comarca de St. viña, ni de la segunda. No es un gran
vino. La calidad, la…, el…, ¿cómo lo son las viñas de las cuartas cosechas de
llaman?: el esplendor, el poder, eso la comarca de St. Julien?
falta. Pero la tercera cosecha, ésa sí Volvió a pararse, tomó el vaso y se
podría ser. Sin embargo, lo dudo. lo puso en los labios. Luego le vi sacar
Sabemos que es de un buen año, nuestro la lengua, estrecha y rosada, con la punta
anfitrión lo ha dicho. Esto lo desfigura metiéndose en el vino, escondiéndose
un poco. Tengo que ser prudente, muy otra vez; era un espectáculo repulsivo.
prudente, en este punto. Cuando dejó el vaso, mantuvo los ojos
Tomó el vaso y dio otro sorbo. cerrados, el rostro concentrado, sólo los
—Sí —dijo, secándose los labios—, labios se movían, restregándose uno
tenía razón. Es de la cuarta cosecha, contra otro como dos piezas de húmeda
ahora estoy seguro. La cuarta cosecha de y esponjosa goma.
un año muy bueno, bueno de verdad. Eso —¡Aquí está otra vez! —gritó—.
es lo que le dio el gusto de tercera y Ácido tánico después de un sorbo y una
hasta segunda cosecha. ¡Bien! ¡Esto está sensación bajo la lengua. ¡Sí, sí, claro,
mejor! ¡Nos vamos acercando! ¿Cuáles ya lo tengo! El vino procede de una de
esas pequeñas viñas de los alrededores la fruta está más cerca de la superficie.
de Beychevelle. Ahora recuerdo. El Si es un «34», que creo que es, no puede
distrito de Beychevelle, el río, el ser Talbot. Bien, bien. Déjenme pensar.
pequeño puerto, anticuado y ridículo. No es un Beychevelle y no es un Talbot,
Beychevelle… ¿Puede ser el mismo y sin embargo está tan cerca de ambos,
Beychevelle? No, no creo. No tan cerca, que el viñedo debe de estar en
exactamente, pero debe de ser muy cerca medio. ¿Qué podrá ser?
de allí. ¿Cháteau Talbot? ¿Puede ser Dudó unos momentos. Nosotros
Talbot? Sí, podría ser: esperen un esperamos, observando su rostro. Todos,
momento. hasta la esposa de Mike, le mirábamos.
Volvió a probar el vino y al fijarme Oí a la doncella poner el plato de
en Mike Schofield le vi inclinarse más y verduras en el aparador, detrás de mí,
más sobre la mesa, con la boca un poco suavemente, para no turbar el silencio.
abierta y sus ojos fijos en Richard Pratt. —¡Ah! —gritó—, ¡ya lo tengo! ¡Sí,
—No. Estaba equivocado. Un Talbot creo que lo tengo!
viene más pronto a la memoria que ése; Por última vez probó el vino. Luego,
con el vaso todavía cerca de la boca, se —¿Me quiere decir su nombre otra
volvió hacia Mike y le dedicó una lenta vez?
y suave sonrisa, diciéndole: —Cháteau Branaire-Duoru. Una
—¿Sabe lo que es? Éste es el pequeña viña. Un viejo castillo, lo
pequeño Cháteau Branaire-Duoru. conozco muy bien. No comprendo cómo
Mike quedó inmóvil. no lo he reconocido desde el principio.
—Y del año 1934. —Vamos, papá —dijo la chica—,
Todos miramos a Mike, esperando vuelve la botella y veamos qué pasa.
que volviese la botella y nos enseñara la Quiero mis dos casas.
etiqueta. —Un momento —dijo Mike—,
—¿Es ésa su respuesta? —dijo espera un momento. Parecía inquieto y
Mike. sorprendido y su rostro iba palideciendo
—Sí, creo que sí. como si fuera perdiendo las fuerzas.
—Bueno. ¿Es o no es la respuesta —¡Michael! —exclamó su esposa
final? desde la otra parte de la mesa—. ¿Qué
—Sí, es mi respuesta definitiva. pasa?
—No te metas en esto, Margaret, por Ahora sabía que había ganado, tenía
favor. Richard Pratt miraba a Mike con la arrogancia y la apostura del ganador y
ojos brillantes. Mike no miraba a nadie. me di cuenta de que se molestaría si
—¡Papá! —gritó la hija angustiada encontraba algún impedimento.
—. ¡No me digas que lo ha adivinado! —¿Qué espera? —le dijo a Mike—.
—No te preocupes, querida. No hay ¡Déle la vuelta!
por qué angustiarse. Supongo que fue Entonces ocurrió: la doncella, la
por desembarazarse de la familia por lo pequeña y fina figura de la doncella de
que Mike se volvió hacia Richard Pratt uniforme blanco y negro, estaba de pie
y le dijo: al lado de Richard Pratt con algo en la
—Oiga, Richard, creo que será mano.
mejor que vayamos a la otra habitación —Creo que son suyas, señor —dijo.
y hablemos. Pratt la miró y vio las gafas que ella
—No quiero hablar —dijo Pratt, le tendía. Dudó un momento.
fríamente—, lo que quiero es ver la —¿Son mías? Sí, seguramente, no
etiqueta de la botella. sé…
—Sí, señor, son suyas. manos juntas delante de ella. La cofia en
La doncella era una mujer mayor, la cabeza y la blanca pechera del
más cerca de los setenta que de los uniforme la hacían parecerse a un
sesenta y llevaba muchos años en la pajarito.
casa. Puso las gafas en la mesa, a su —Las ha dejado en el estudio —
lado. dijo. Su voz era deliberadamente
Sin darle las gracias, Pratt las cogió correcta—, encima del fichero verde,
y las deslizó en el bolsillo de la cuando ha ido allí, solo, antes de la
chaqueta, detrás del blanco pañuelo. cena.
Pero la doncella no se retiró. Se Sus palabras tardaron unos minutos
quedó de pie, detrás de Richard Pratt. en tomar sentido y en el silencio que
Había algo raro en ella y en la manera siguió a ellas advertí que Mike se
de quedarse allí, derecha y sin moverse. sentaba con tranquilidad en su silla,
La observé con repentino interés. Su volviéndole el color a las mejillas, los
viejo rostro tenía una mirada fría y ojos muy abiertos, la extraña curva de su
determinada, los labios apretados y las boca y la blancura de las aletas de la
nariz.
—¡Bueno, Michael! —dijo su
2. CORDERO
esposa—. ¡Cálmate, Michael, querido, ASADO [1]
cálmate!

LA habitación estaba limpia y


acogedora, las cortinas corridas, las dos
lámparas de mesa encendidas, la suya y
la de la silla vacía, frente a ella. Detrás,
en el aparador, dos vasos altos de
whisky. Cubos de hielo en un recipiente.
Mary Maloney estaba esperando a
que su marido volviera del trabajo.
De vez en cuando echaba una mirada
al reloj, pero sin preocupación,
simplemente para complacerse de que
cada minuto que pasaba acercaba el dando vueltas en la cerradura.
momento de su llegada. Tenía un aire Dejó a un lado la costura, se levantó
sonriente y optimista. Su cabeza se y fue a su encuentro para darle un beso
inclinaba hacia la costura con entera en cuanto entrara.
tranquilidad. Su piel —estaba en el —¡Hola, querido! —dijo ella.
sexto mes del embarazo— había —¡Hola! —contestó él.
adquirido un maravilloso brillo, los Ella le colgó el abrigo en el armario.
labios suaves y los ojos, de mirada Luego volvió y preparó las bebidas, una
serena, parecían más grandes y más fuerte para él y otra más floja para ella;
oscuros que antes. después se sentó de nuevo con la costura
Cuando el reloj marcaba las cinco y su marido enfrente con el alto vaso de
menos diez, empezó a escuchar, y pocos whisky entre las manos, moviéndolo de
minutos más tarde, puntual como tal forma que los cubitos de hielo
siempre, oyó rodar los neumáticos sobre golpeaban contra las paredes del vaso.
la grava y cerrarse la puerta del coche, Para ella ésta era una hora maravillosa
los pasos que se acercaban, la llave del día. Sabía que su esposo no quería
hablar mucho antes de terminar la cansancio no le dejaba hablar, hasta que
primera bebida, y a ella, por su parte, le el primer vaso de whisky le reanimaba
gustaba sentarse silenciosamente, un poco.
disfrutando de su compañía después de —¿Cansado, querido?
tantas horas de soledad. Le gustaba vivir —Sí —respondió él—, estoy
con este hombre y sentir —como siente cansado.
un bañista al calor del sol— la Mientras hablaba, hizo una cosa
influencia que él irradiaba sobre ella extraña. Levantó el vaso y bebió su
cuando estaban juntos y solos. Le contenido de una sola vez aunque el
gustaba su manera de sentarse vaso estaba a medio llenar.
descuidadamente en una silla, su manera Ella no lo vio, pero lo intuyó al oír
de abrir la puerta o de andar por la el ruido que hacían los cubitos de hielo
habitación a grandes zancadas. Le al volver a dejar él su vaso sobre la
gustaba esa intensa mirada de sus ojos al mesa. Luego se levantó lentamente para
fijarse en ella y la forma graciosa de su servirse otro vaso.
boca, especialmente cuando el —Yo te lo serviré —dijo ella,
levantándose. golpear los cubitos contra el cristal.
—Siéntate —dijo él secamente. —Querido, ¿quieres que te traiga un
Al volver observó que el vaso poco de queso? No he hecho cena
estaba medio lleno de un líquido porque es jueves.
ambarino. —No —dijo él.
—Querido, ¿quieres que te traiga las —Si estás demasiado cansado para
zapatillas? Le observó mientras él bebía comer fuera —continuó ella—, no es
el whisky. tarde para que lo digas. Hay carne y
—Creo que es una vergüenza para otras cosas en la nevera y te lo puedo
un policía que se va haciendo mayor, servir aquí para que no tengas que
como tú, que le hagan andar todo el día moverte de la silla.
—dijo ella. Sus ojos se volvieron hacia ella;
Él no contestó; Mary Maloney Mary esperó una respuesta, una sonrisa,
inclinó la cabeza de nuevo y continuó un signo de asentimiento al menos, pero
con su costura. Cada vez que él se él no hizo nada de esto.
llevaba el vaso a los labios se oía —Bueno —agregó ella—, te sacaré
queso y unas galletas. —Vamos —dijo él—, siéntate.
—No quiero —dijo él. Se sentó de nuevo en su silla,
Ella se movió impaciente en la silla, mirándole todo el tiempo con sus
mirándole con sus grandes ojos. grandes y asombrados ojos. Él había
—Debes cenar. Yo lo puedo acabado su segundo vaso y tenía los
preparar aquí, no me molesta hacerlo. ojos bajos.
Tengo chuletas de cerdo y cordero, lo —Tengo algo que decirte.
que quieras, todo está en la nevera. —¿Qué es ello, querido? ¿Qué pasa?
—No me apetece —dijo él. Él se había quedado completamente
—¡Pero querido! ¡Tienes que comer! quieto y mantenía la cabeza agachada de
Te lo sacaré y te lo comes, si te apetece. tal forma que la luz de la lámpara le
Se levantó y puso la costura en la mesa, daba en la parte alta de la cara,
junto a la lámpara. dejándole la barbilla y la boca en la
—Siéntate —dijo él—, siéntate sólo oscuridad.
un momento. Desde aquel instante, ella —Lo que voy a decirte te va a
empezó a sentirse atemorizada. trastornar un poco, me temo —dijo—,
pero lo he pensado bien y he decidido sería bueno para mi carrera.
que lo mejor que puedo hacer es Su primer impulso fue no creer una
decírtelo en seguida. Espero que no me palabra de lo que él había dicho. Se le
lo reproches demasiado. ocurrió que quizá él no había hablado,
Y se lo dijo. No tardó mucho, cuatro que era ella quien se lo había imaginado
o cinco minutos como máximo. Ella no todo. Quizá si continuara su trabajo
se movió en todo el tiempo, como si no hubiera oído nada, luego,
observándolo con una especie de terror cuando hubiera pasado algún tiempo, se
mientras él se iba separando de ella más encontraría con que nada había ocurrido.
y más, a cada palabra. —Prepararé la cena —dijo con voz
—Eso es todo —añadió—, ya sé ahogada.
que es un mal momento para decírtelo, Esta vez él no contestó.
pero no hay otro modo de hacerlo. Mary se levantó y cruzó la
Naturalmente, te daré dinero y procuraré habitación. No sentía nada, excepto un
que estés bien cuidada. Pero no hay poco de náuseas y mareo. Actuaba como
necesidad de armar un escándalo. No un autómata. Bajó hasta la bodega,
encendió la luz y metió la mano en el acercó a él por detrás y sin pensarlo dos
congelador, sacando el primer objeto veces levantó la pierna de cordero
que encontró. Lo sacó y lo miró. Estaba congelada y le golpeó en la parte trasera
envuelto en papel, así que lo de la cabeza tan fuerte como pudo. Fue
desenvolvió y lo miró de nuevo. como si le hubiera pegado con una barra
Era una pierna de cordero. de acero. Retrocedió un paso, esperando
Muy bien, cenarían pierna de a ver qué pasaba, y lo gracioso fue que
cordero. Subió con el cordero entre las él quedó tambaleándose unos segundos
manos y al entrar en el cuarto de estar antes de caer pesadamente en la
encontró a su marido de pie junto a la alfombra.
ventana, de espaldas a ella. La violencia del golpe, el ruido de
Se detuvo. la mesita al caer por haber sido
—Por el amor de Dios —dijo él al empujada, la ayudaron a salir de su
oírla, sin volverse—, no hagas cena ensimismamiento.
para mí. Voy a salir. Salió retrocediendo lentamente,
En aquel momento, Mary Maloney se sintiéndose fría y confusa, y se quedó
por unos momentos mirando el cuerpo hacían?
inmóvil de su marido, apretando entre Mary Maloney lo ignoraba y no
sus dedos el ridículo pedazo de carne estaba dispuesta a arriesgarse.
que había empleado para matarle. Llevó la carne a la cocina, la puso
«Bien —se dijo a sí misma—, ya lo en el horno, encendió éste y la metió
has matado.» dentro. Luego se lavó las manos y subió
Era extraordinario. Ahora lo veía a su habitación. Se sentó delante del
claro. Empezó a pensar con rapidez. espejo, arregló su cara, puso un poco de
Como esposa de un detective, sabía cuál rojo en los labios y polvo en las
sería el castigo; de acuerdo. A ella le mejillas. Intentó sonreír, pero le salió
era indiferente. En realidad sería un una mueca. Lo volvió a intentar.
descanso. Pero por otra parte. ¿Y el —Hola, Sam —dijo en voz alta. La
niño? ¿Qué decía la ley acerca de las voz sonaba rara también.
asesinas que iban a tener un hijo? ¿Los —Quiero patatas, Sam, y también
mataban a los dos, madre e hijo? una lata de guisantes.
¿Esperaban hasta el noveno mes? ¿Qué Eso estaba mejor. La sonrisa y la
voz iban mejorando. Lo ensayó varias no quería cenar fuera esta noche —le
veces. Luego bajó, cogió el abrigo y dijo—. Siempre solemos salir los
salió a la calle por la puerta trasera del jueves y no tengo verduras en casa.
jardín. —¿Quiere carne, señora Maloney?
Todavía no eran las seis y diez y —No, tengo carne, gracias. Hay en
había luz en las tiendas de comestibles. la nevera una pierna de cordero.
—Hola, Sam —dijo sonriendo —¡Oh!
ampliamente al hombre que estaba —No me gusta asarlo cuando está
detrás del mostrador. congelado, pero voy a probar esta vez.
—¡Oh, buenas noches, señora ¿Usted cree que saldrá bien?
Maloney! ¿Cómo está? —Personalmente —dijo el tendero
—Muy bien, gracias. Quiero patatas, —, no creo que haya ninguna diferencia.
Sam, y una lata de guisantes. ¿Quiere estas patatas de Idaho?
El hombre se volvió de espaldas —¡Oh, sí, muy bien! Dos de ésas.
para alcanzar la lata de guisantes. —¿Nada más? —El tendero inclinó
—Patrick dijo que estaba cansado y la cabeza, mirándola con simpatía—. ¿Y
para después? ¿Qué le va a dar luego? sabrosa porque su marido estaría
—Bueno. ¿Qué me sugiere, Sam? cansado; y si cuando entrara en la casa
El hombre echó una mirada a la encontraba algo raro, trágico o terrible,
tienda. sería un golpe para ella y se volvería
—¿Qué le parece una buena porción histérica de dolor y de miedo. ¿Es que
de pastel de queso? Sé que le gusta a no lo entienden? Ella no esperaba
Patrick. encontrar nada. Simplemente era la
—Magnífico —dijo ella—, le señora Maloney que volvía a casa con
encanta. las verduras un jueves por la tarde para
Cuando todo estuvo empaquetado y preparar la cena a su marido.
pagado, sonrió agradablemente y dijo: «Eso es —se dijo a sí misma—,
—Gracias, Sam. Buenas noches. hazlo todo bien y con naturalidad. Si se
Ahora, se decía a sí misma al hacen las cosas de esta manera, no habrá
regresar, iba a reunirse con su marido, necesidad de fingir.»
que la estaría esperando para cenar; y Por lo tanto, cuando entró en la
debía cocinar bien y hacer comida cocina por la puerta trasera, iba
canturreando una cancioncilla y contestaron al otro lado del hilo, ella
sonriendo. gritó:
—¡Patrick! —llamó—, ¿dónde estás, —¡Pronto! ¡Vengan en seguida!
querido? Puso el paquete sobre la mesa ¡Patrick ha muerto!
y entró en el cuarto de estar. Cuando le —¿Quién habla?
vio en el suelo, con las piernas dobladas —La señora Maloney, la señora de
y uno de los brazos debajo del cuerpo, Patrick Maloney. —¿Quiere decir que
fue un verdadero golpe para ella. Patrick Maloney ha muerto?
Todo su amor y su deseo por él se —Creo que sí —gimió ella—. Está
despertaron en aquel momento. Corrió tendido en el suelo y me parece que está
hacia su cuerpo, se arrodilló a su lado y muerto.
empezó a llorar amargamente. Fue fácil, —Iremos en seguida —dijo el
no tuvo que fingir. hombre.
Unos minutos más tarde, se levantó y El coche vino rápidamente. Mary
fue al teléfono. Sabía el número de la abrió la puerta a los dos policías. Los
jefatura de Policía, y cuando le reconoció a los dos en seguida —en
realidad conocía a casi todos los del mostró a O’Malley y éste, levantándose,
distrito— y se echó en los brazos de fue derecho al teléfono.
Jack Nooan, llorando histéricamente. Él Pronto llegaron otros policías.
la llevó con cuidado a una silla y luego Primero un médico, después dos
fue a reunirse con el otro, que se detectives, a uno de los cuales conocía
llamaba O’Malley, el cual estaba de nombre. Más tarde, un fotógrafo de la
arrodillado al lado del cuerpo inmóvil. Policía que tomó algunos planos y otro
—¿Está muerto? —preguntó ella. hombre encargado de las huellas
—Me temo que sí… ¿qué ha dactilares. Se oían cuchicheos por la
ocurrido? habitación donde yacía el muerto y los
Brevemente, le contó que había detectives le hicieron muchas preguntas.
salido a la tienda de comestibles y al No obstante, siempre la trataron con
volver lo encontró tirado en el suelo. amabilidad.
Mientras ella hablaba y lloraba, Nooan Volvió a contar la historia otra vez,
descubrió una pequeña herida de sangre ahora desde el principio. Cuando
cuajada en la cabeza del muerto. Se la Patrick llegó ella estaba cosiendo, y él
se sintió tan fatigado que no quiso salir a imposible que ella…»
cenar. Dijo que había puesto la carne en Transcurrido algún tiempo el
el horno —allí estaba, asándose— y se fotógrafo y el médico se marcharon y los
había marchado a la tienda de otros dos hombres entraron y se llevaron
comestibles a comprar verduras. De el cuerpo en una camilla. Después se fue
vuelta lo había encontrado tendido en el el hombre de las huellas dactilares. Los
suelo. dos detectives y los policías se
—¿A qué tienda ha ido usted? — quedaron. Fueron muy amables con ella;
preguntó uno de los detectives. Jack Nooan le preguntó si no se iba a
Se lo dijo, y entonces el detective se marchar a otro sitio, a casa de su
volvió y musitó algo en voz baja al otro hermana, quizá, o con su mujer, que
detective, que salió inmediatamente a la cuidaría de ella y la acostaría.
calle. —No —dijo ella.
«…, parecía normal…, muy No creía en la posibilidad de que
contenta…, quería prepararle una buena pudiera moverse ni un solo metro en
cena…, guisantes…, pastel de queso…, aquel momento. ¿Les importaría mucho
que se quedara allí hasta que se golpe en la cabeza con un instrumento
encontrase mejor? Todavía estaba bajo pesado, casi seguro una barra de hierro.
los efectos de la impresión sufrida. Ahora buscaban el arma. El asesino
—Pero ¿no sería mejor que se podía habérsela llevado consigo, pero
acostara un poco? —preguntó Jack también cabía la posibilidad de que la
Nooan. hubiera tirado o escondido en alguna
—No —dijo ella. parte.
Quería estar donde estaba, en esa —Es la vieja historia —dijo él—,
silla. Un poco más tarde, cuando se encontraremos el arma y tendremos al
sintiera mejor, se levantaría. criminal.
La dejaron mientras deambulaban Más tarde, uno de los detectives
por la casa, cumpliendo su misión. De entró y se sentó a su lado.
vez en cuando uno de los detectives le —¿Hay algo en la casa que pueda
hacía una pregunta. También Jack Nooan haber servido como arma homicida? —
le hablaba cuando pasaba por su lado. le preguntó—. ¿Le importaría echar una
Su marido, le dijo, había muerto de un mirada a ver si falta algo, un atizador,
por ejemplo, o un jarrón de metal? fatigados.
—No tenemos jarrones de metal — —Jack —dijo ella cuando el
dijo ella. sargento Nooan pasó a su lado—, ¿me
—¿Y un atizador? quiere servir una bebida?
—No tenemos atizador, pero puede —Sí, claro. ¿Quiere whisky?
haber algo parecido en el garaje. La —Sí, por favor, pero poco. Me hará
búsqueda continuó. sentir mejor. Le tendió el vaso.
Ella sabía que había otros policías —¿Por qué no se sirve usted otro?
rodeando la casa. Fuera, oía sus pisadas —dijo ella—; debe de estar muy
en la grava y a veces veía la luz de una cansado; por favor, hágalo, se ha
linterna infiltrarse por las cortinas de la portado muy bien conmigo.
ventana. Empezaba a hacerse tarde, eran —Bueno —contestó él—, no nos
cerca de las nueve en el reloj de la está permitido, pero puedo tomar un
repisa de la chimenea. Los cuatro trago para seguir trabajando.
hombres que buscaban por las Uno a uno, fueron llegando los otros
habitaciones empezaron a sentirse y bebieron whisky. Estaban un poco
incómodos por la presencia de ella y —Jack Nooan —dijo.
trataban de consolarla con inútiles —¿Sí?
palabras. —¿Me harán un pequeño favor,
El sargento Nooan, que rondaba por usted y los otros? —Si está en nuestras
la cocina, salió y dijo: manos, señora Maloney…
—Oiga, señora Maloney. ¿Sabe que —Bien —dijo ella—. Aquí están
tiene el horno encendido y la carne ustedes, todos buenos amigos de Patrick,
dentro? tratando de encontrar al hombre que lo
—¡Dios mío! —gritó ella—. ¡Es mató. Deben de estar hambrientos
verdad! porque hace rato que ha pasado la hora
—¿Quiere que vaya a apagarlo? de la cena, y sé que Patrick, que en
—¿Sería tan amable, Jack? Muchas gloria esté, nunca me perdonaría que
gracias. estuviesen en su casa y no les ofreciera
Cuando el sargento regresó por hospitalidad. ¿Por qué no se comen el
segunda vez lo miró con sus grandes y cordero que está en el horno? Ya estará
profundos ojos. completamente asado.
—Ni pensarlo —dijo el sargento —No, será mejor que no lo
Nooan. acabemos.
—Por favor —pidió ella—, por —Pero ella quiere que lo acabemos,
favor, cómanlo. Yo no voy a tocar nada eso fue lo que dijo. Le hacemos un
de lo que había en la casa cuando él favor. —Bueno, dame un poco más.
estaba aquí, pero ustedes sí pueden —Debe de haber sido un instrumento
hacerlo. Me harían un favor si se lo terrible el que han usado para matar al
comieran. Luego, pueden continuar su pobre Patrick —decía uno de ellos—, el
trabajo. doctor dijo que tenía el cráneo hecho
Los policías dudaron un poco, pero trizas.
tenían hambre y al final decidieron ir a —Por eso debería ser fácil de
la cocina y cenar. La mujer se quedó encontrar.
donde estaba, oyéndolos a través de la —Eso es lo que a mí me parece.
puerta entreabierta. Hablaban entre sí a —Quienquiera que lo hiciera no iba
pesar de tener la boca llena de comida. a llevar una cosa así, tan pesada, más
—¿Quieres más, Charlie? tiempo del necesario. Uno de ellos
eructó:
—Mi opinión es que tiene que estar
3. HOMBRE DEL
aquí, en la casa. SUR [2]
—Probablemente bajo nuestras
propias narices. ¿Qué piensas tú, Jack? Eran cerca de las seis. Fui al bar a pedir
En la otra habitación, Mary Maloney una cerveza y me tendí en una hamaca a
empezó a reírse entre dientes. tomar un poco el sol de la tarde.
Cuando me trajeron la cerveza, me
dirigí a la piscina pasando por el jardín.
Era muy bonito, lleno de césped,
flores y grandes palmeras repletas de
cocos. El viento soplaba fuerte en la
copa de las palmeras, y las palmas, al
moverse, hacían un ruido parecido al
fuego. Grandes racimos de cocos
colgaban de las ramas.
Había muchas hamacas alrededor de Llegué hasta allí y me metí bajo un
la piscina, así como mesitas y toldos toldo amarillo donde había cuatro
multicolores; hombres y mujeres asientos vacíos, me serví la cerveza y
bronceados por el sol estaban sentados me arrellané cómodamente con un
aquí y allá en traje de baño. Dentro de la cigarrillo entre los dedos.
piscina multitud de chicos y chicas Los marinos americanos
chapoteaban, gritando y jugando al congeniaban bien con las inglesas.
waterpolo, un poco en serio y un poco Buceaban juntos bajo el agua y las
en broma. hacían subir a la superficie cogiéndolas
Me quedé mirándolos. Las chicas por las piernas.
eran unas inglesas del hotel en que me En aquel momento distinguí a un
hospedaba. A los chicos no los conocía, hombrecillo de edad, que caminaba
pero parecían americanos, seguramente rápidamente por el mismo borde de la
cadetes navales llegados en un barco piscina. Llevaba un traje blanco,
militar que había anclado en el puerto inmaculado, y caminaba muy aprisa,
aquella mañana. dando un saltito a cada paso. Llevaba en
la cabeza un gran sombrero de paja e iba tardes son maravillosas aquí, en
a lo largo de la piscina mirando a la Jamaica.
gente y a las hamacas. No estaba yo seguro de si su acento
Se paró frente a mí y me sonrió, era italiano o español, pero lo que sí
enseñándome dos hileras de dientes sabía de cierto era que procedía de
pequeños y desiguales, ligeramente Sudamérica, y además se le veía viejo,
deslustrados. sobre todo cuando se le miraba de
Yo también le sonreí. cerca. Tendría unos sesenta y ocho o
—Perdón. ¿Me puedo sentar aquí? setenta años.
—Claro —dije yo—, tome asiento. —Sí —dije yo—, esto es estupendo.
Dio la vuelta a la silla y la —¿Y quiénes son ésos?, pregunto
inspeccionó para su seguridad. Luego se yo. No son del hotel, ¿verdad? Señalaba
sentó y cruzó las piernas. Llevaba a los bañistas de la piscina.
sandalias de cuero, abiertas, para evitar —Creo que son marinos americanos
el calor. —le expliqué—, mejor dicho, cadetes.
—Una tarde magnífica —dijo—; las —¡Claro que son americanos!
¿Quiénes si no iban a hacer tanto ruido? un encendedor. Le ofreció a la chica,
Usted no es americano, ¿verdad? pero ella rehusó; luego me ofreció a mí
—No —dije yo—, no lo soy. y acepté uno. El hombrecillo, por su
De repente uno de los cadetes parte, dijo:
americanos se detuvo frente a nosotros. —Gracias, pero creo que tengo un
Estaba completamente mojado porque cigarro puro.
acababa de salir de la piscina. Una de Sacó una pitillera de piel de
las inglesas le acompañaba. cocodrilo y cogió un purito. Luego sacó
—¿Están ocupadas estas sillas? — una especie de navaja provista de unas
preguntó. tijerillas y cortó la punta del cigarro
—No —contesté yo. puro.
—¿Les importa que nos sentemos? —Yo le daré fuego —dijo el
—No. muchacho americano, tendiéndole el
—Gracias —dijo. encendedor.
Llevaba una toalla en la mano, y al —No se encenderá con este viento.
sentarse sacó un paquete de cigarrillos y —Claro que se encenderá. Siempre
ha ido bien. El hombrecillo sacó el era alargado. No estaba demasiado
cigarro de su boca y dobló la cabeza bronceado y su cara y su pecho estaban
hacia un lado, mirando al muchacho con completamente llenos de pecas. Tenía el
atención. encendedor en la mano derecha,
—¿Siempre? —dijo casi preparado para hacerlo funcionar.
deletreándolo. —Nunca falla —dijo sonriendo
—¡Claro! Nunca falla, por lo menos porque ahora exageraba su anterior
a mí nunca me ha fallado. jactancia intencionadamente—, le
El hombrecillo continuó mirando al prometo que nunca falla.
muchacho. —Un momento, por favor.
—Bien, bien, así que usted dice que La mano que sostenía el cigarro se
este encendedor no falla nunca. ¿Me levantó como si estuviera parando el
equivoco? tráfico. Tenía una voz suave y monótona;
—Eso es —dijo el muchacho. miraba al muchacho con insistencia.
Tendría unos diecinueve o veinte —¿Qué le parece si hacemos una
años y su rostro, al igual que su nariz, pequeña apuesta? —le dijo sonriendo
—. ¿Apostamos sobre si enciende o no ¿Por qué no hacemos una buena apuesta
su mechero? sobre esto? Una buena apuesta —repitió
—Apuesto —dijo el chico—. ¿Por recalcándolo.
qué no? —Oiga, espere un momento —dijo
—¿Le gusta apostar? el cadete—. Le apuesto veinticinco
—Sí, siempre lo hago. centavos o un dólar, o lo que tenga en el
El hombre hizo una pausa y examinó bolsillo; algunos chelines, supongo.
su puro y debo confesar que a mí no me El hombrecillo movió su mano de
gustaba su manera de comportarse. nuevo.
Parecía querer sacar algo de todo —Óigame, nos vamos a divertir:
aquello y avergonzar al muchacho. Al hacemos la apuesta. Luego subimos a mi
mismo tiempo, me pareció que se habitación del hotel al abrigo del viento
guardaba algún secreto para sí mismo. y le apuesto a que usted no puede
Miró de nuevo al americano y dijo encender su encendedor diez veces
despacio: seguidas sin fallar.
—A mí también me gusta apostar. —Le apuesto a que puedo —dijo el
muchacho americano. gustaría tener un Cadillac, ¿verdad?
—De acuerdo, entonces…, —Claro que me gustaría tener un
¿hacemos la apuesta? Cadillac. —El cadete seguía sonriendo.
—Bien, le apuesto cinco dólares. —De acuerdo, yo apuesto mi
—No, no, hay que hacer una buena Cadillac.
apuesta. Yo soy un hombre rico y —¿Y qué apuesto yo? —preguntó el
deportivo. Ahora, escúcheme. Fuera del americano.
hotel está mi coche. Es muy bonito. Es El hombrecillo quitó
un coche americano, de su país, un cuidadosamente la vitola del cigarro
Cadillac… todavía sin encender.
—¡Oiga, oiga, espere un momento! —Yo no le pido, amigo mío, que
—El chico se recostó en la hamaca y apueste algo que esté fuera de sus
sonrió—. No puedo consentir que posibilidades. ¿Comprende?
apueste eso, es una locura. —Entonces, ¿qué puedo apostar?
—No es una locura. Usted enciende —Se lo voy a poner fácil. ¿De
su mechero y el Cadillac es suyo. Le acuerdo?
—De acuerdo, póngamelo fácil. —¡Rayos y truenos! ¡Eso es una
—Tiene que ser algo de lo cual locura! Apuesto un dólar. El
usted pueda desprenderse y que en caso hombrecillo se reclinó en su asiento y se
de perderlo no sea motivo de mucha encogió de hombros.
molestia. ¿Le parece bien? —Bien, bien, bien —dijo—. No lo
—¿Por ejemplo? entiendo. Usted dice que su mechero se
—Por ejemplo, el dedo meñique de enciende, pero no quiere apostar.
su mano izquierda. Entonces, ¿lo olvidamos?
—¿Mi qué? —dejó de reír el El muchacho se quedó quieto
muchacho. mirando a los bañistas de la piscina. De
—Sí. ¿Por qué no? Si gana se queda repente se acordó de que tenía el
con mi coche. Si pierde, me quedo con cigarrillo entre sus dedos. Lo acercó a
su dedo. sus labios, puso las manos alrededor del
—No le comprendo. ¿Qué quiere encendedor y lo encendió. Al momento,
decir quedarse con mi dedo? apareció una pequeña llama amarillenta.
—Se lo corto. El americano ahuecó las manos de tal
forma que el viento no pudiera apagar la Hubo un silencio. Me di cuenta de
llama. que el hombrecillo había logrado
—¿Me lo deja un momento? —le perturbar al chico con su absurda
dije. proposición. Estaba sentado muy quieto,
—¡Oh, perdón! Me olvidé de que y era evidente que la tensión se iba
usted también tenía el cigarrillo sin apoderando de él. Empezó a moverse en
encender. su asiento, a rascarse el pecho, a
Alargué la mano para coger el acariciarse la nuca y finalmente puso las
encendedor, pero se incorporó y se manos en las rodillas y empezó a
acercó para encendérmelo él mismo. tamborilear con los dedos. Pronto
—Gracias —le dije. Él volvió a su empezó a dar golpecitos con un pie,
sitio. incómodo y nervioso.
—¿Se divierte? ¿Lo pasa bien? —le —Bueno, veamos en qué consiste
pregunté. esta apuesta —dijo al fin—, usted dice
—Estupendo —me contestó—, esto que vamos a su cuarto y si mi mechero
es precioso. se enciende diez veces seguidas, gano un
Cadillac. Si me falla una vez, entonces —Perdón, no le entiendo.
pierdo el dedo meñique de la mano —¿De qué año…, cuánto tiempo
izquierda. ¿Es eso? hace que tiene usted ese Cadillac?
—Exactamente, ésa es la apuesta. —¡Oh! ¿Cuánto tiempo? Sí, es del
—¿Qué hacemos si pierdo? ¿Deberé año pasado, está completamente nuevo,
sostener mi dedo mientras usted lo pero veo que no es un jugador. Ningún
corta? americano lo es.
—¡Oh, no! Eso no daría resultado. Hubo una pausa. El muchacho miró
Podría ser que usted no quisiera darme primero a la inglesa y luego a mí.
su dedo. Lo que haríamos es atar una de —Sí —dijo de pronto—. Apuesto.
sus manos a la mesa antes de empezar y —¡Magnífico! —El hombrecillo
yo me pondría a su lado con una navaja, juntó las manos por un momento—.
dispuesto a cortar en el momento en que ¡Estupendo! Ahora mismo. Y usted,
su encendedor fallase. señor —se volvió hacia mí—, será tan
—¿De qué año es el Cadillac? — amable de hacer de… ¿Cómo lo llaman
preguntó el chico. ustedes? ¿Arbitro? ¿Juez?
Tenía los ojos muy claros, casi sin —No —contestó el chico—. Iré tal
color, y sus pupilas eran pequeñas y como voy.
negras. —Consideraría un favor que viniera
—Bueno —titubeé yo—, esto me usted con nosotros y actuara como
parece una tontería. No me gusta nada. arbitro. Se volvió hacia mí.
—A mí tampoco —dijo la inglesa. —Muy bien, iré. Pero no me gusta
Era la primera vez que hablaba—. nada esta apuesta.
Considero esta apuesta estúpida y —Venga usted también —dijo a la
ridícula. chica—. Venga y mirará.
—¿Le cortará de veras el dedo a El hombrecillo se dirigió por el
este chico si pierde? —pregunté yo. jardín hacia el hotel. Se le veía animado
—¡Claro que sí! Yo le daré el y excitado y al andar daba más saltitos
Cadillac si gana. Bueno, vamos a mi que nunca.
habitación. Se levantó. —Vivo en el anexo —dijo—.
—¿Quiere vestirse antes? —le ¿Quieren ver primero el coche? Está
preguntó. aquí.
Nos llevó hasta el aparcamiento del dispuestas para ser mezcladas. Había
hotel y nos señaló un elegante Cadillac una coctelera, hielo y muchos vasos.
verde claro, aparcado en el fondo. Empezó a preparar el martini.
—Es aquel verde. ¿Le gusta? Mientras tanto había hecho sonar la
—Es un coche precioso —contestó campanilla; se oyeron unos golpecitos
el cadete. en la puerta y apareció una doncella
—Muy bien, vamos arriba y veamos negra.
si lo gana. —¡Ah! —exclamó él dejando la
Le seguimos al anexo y subimos las botella de ginebra.
escaleras. Abrió la puerta y entramos en Sacó del bolsillo una cartera y le dio
una habitación doble, espaciosa, una libra a la doncella.
agradable. Había una bata de mujer a los —Me va a hacer un favor. Quédese
pies de una de las camas. con esto. Vamos a hacer un pequeño
—Primero tomaremos un martini — juego aquí. Quiero que me consiga
dijo tranquilamente. dos…, no, tres cosas. Quiero algunos
Las bebidas estaban en una mesilla, clavos; un martillo y un cuchillo de los
que emplean los carniceros. Lo únicamente con el traje de baño; la chica
encontrará en la cocina. ¿Podrá inglesa, rubia y esbelta, que vestía un
conseguirlo? bañador azul claro y no dejaba de mirar
—¡Un cuchillo de carnicero! —La al muchacho por encima de su vaso; el
doncella abrió mucho los ojos y dio una hombrecillo de ojos claros, con su traje
palmada con las manos—. ¿Quiere decir blanco, inmaculado, que miraba a la
un cuchillo de carnicero de verdad? chica del traje de baño azul claro. Yo no
—Sí, exactamente. Vamos, por favor, sabía qué hacer. La apuesta iba en serio
usted puede encontrarme esas cosas. y el hombre estaba dispuesto a cortar el
—Sí, señor, lo intentaré. Haré todo dedo de su rival en caso de que
lo posible por conseguir lo que pide. perdiera. Pero, ¡diablos!, ¿y si el chico
Después de estas palabras salió de perdía? Tendríamos que llevarlo
la habitación. urgentemente al hospital en el Cadillac
El hombrecillo fue repartiendo los que no había podido ganar. Tendría
martinis. Los bebimos con ansiedad, el gracia, ¿no es cierto?
muchacho delgado y pecoso, vestido En mi opinión, no habría por qué
llegar a ese extremo. apuesta estupenda.
—¿No les parece una apuesta muy El hombrecillo sonrió y tomó la
tonta? —dije yo. coctelera para volver a llenar los vasos.
—Yo creo que es una buena apuesta —Antes de empezar —dijo— le
—contestó el chico. Ya se había tomado entregaré al árbitro la llave del coche.
un martini doble. Sacó la llave de su bolsillo y me la dio.
—Me parece una apuesta estúpida y —Los papeles de propiedad y del
ridícula —dijo la chica—. ¿Qué pasará seguro están en el coche —añadió.
si pierdes? La doncella volvió a entrar. En una
—No importa. Pensándolo un poco, mano llevaba un cuchillo de los que
no recuerdo haber usado jamás en mi usan los carniceros para cortar los
vida el dedo meñique de mi mano huesos de la carne, y en la otra un
izquierda. Aquí está. —El chico se martillo y una bolsita con clavos.
cogió el dedo—. Y todavía no ha hecho —¡Magnífico! ¿Lo ha conseguido
nada por mí. ¿Por qué no voy a todo? ¡Gracias, gracias! Ahora puede
apostármelo? Yo creo que es una marcharse.
Esperó a que la doncella cerrara la Cogió la silla y la puso junto a la
puerta y entonces puso los objetos en mesa. Estaba tan animado como la
una de las camas y dijo: persona que organiza juegos en una
—Ahora nos prepararemos nosotros. fiesta infantil.
Luego se dirigió al muchacho: —Ahora hay que colocar los clavos.
—Ayúdeme, por favor, a levantar Los clavó en la mesa con el martillo.
esta mesa. La vamos a correr un poco. Ni el muchacho ni la chica ni yo nos
Era una mesa de escritorio del hotel, movimos de donde estábamos. Con
una mesa corriente, rectangular, de nuestros martinis en las manos,
metro veinte por noventa, con papel observábamos el trabajo del
secante, plumas y papel. La pusieron en hombrecillo. Le vimos clavar dos
el centro de la habitación y retiraron las clavos en la mesa a quince centímetros
cosas de escribir. de distancia.
—Ahora —dijo— lo que No los clavó del todo; dejó que
necesitamos es un cordel, una silla y los sobresaliera una pequeña parte. Luego
clavos. comprobó su firmeza con los dedos.
«Cualquiera diría que este hijo de Puso el cordel alrededor de la
puta ya lo ha hecho antes —pensé yo—. muñeca del chico, luego lo pasó varias
No duda un momento. La mesa, los veces por la palma de la mano y lo ató
clavos, el martillo, el cuchillo de fuertemente a los clavos. Hizo un buen
cocina. Sabe exactamente lo que trabajo. Cuando hubo terminado, al
necesita y cómo arreglarlo.» muchacho le era imposible despegar la
—Ahora el cordel —dijo alargando mano de la mesa, pero podía mover los
la mano para cogerlo—. Muy bien, ya dedos.
estamos listos. Por favor, ¿quiere —Por favor, cierre el puño, excepto
sentarse? —le dijo al chico. el dedo meñique. Tiene que dejar ese
El muchacho dejó su vaso y se sentó. dedo alargado sobre la mesa.
—Ahora ponga la mano izquierda ¡Excelente! ¡Excelente! Ahora ya
entre esos dos clavos para que pueda estamos dispuestos. Coja el encendedor
atársela donde corresponda. Así, muy con su mano derecha…, pero ¡espere un
bien. Bueno, ahora le ataré la mano a la momento, por favor!
mesa. Fue hacia la cama y cogió el
cuchillo. Volvió y se puso junto a la colocó a cierta distancia del dedo del
mesa, empuñando con firmeza el arma chico, dispuesto a cortar. El muchacho
cortante. le observaba sin mover un miembro de
—¿Preparados? —dijo—. Señor su cuerpo. Simplemente frunció las cejas
arbitro, puede dar la orden de comenzar. y le miró ceñudamente.
La inglesa estaba de pie, justo detrás —Muy bien —dije yo—, empiecen.
del muchacho, sin decir una palabra. El El muchacho me hizo una petición
chico estaba sentado sin moverse, con el antes de comenzar:
encendedor en la mano derecha mirando —¿Quiere contar en voz alta el
el cuchillo. El hombrecillo me miraba. número de veces que lo enciendo? Por
—¿Está preparado? —le pregunté al favor.
muchacho. —Sí, lo haré.
—Preparado. Levantó la tapa del mechero y con el
—¿Y usted? —al hombrecillo. mismo dedo dio una vuelta a la
—Preparado también. ruedecita. La piedra chispeó y apareció
Levantó el cuchillo al aire y lo una llama amarillenta.
—¡Uno! —dije yo. —¡Siete!
No apagó la llama, sino que colocó Desde luego era un mechero de los
la tapa en su sitio y esperó unos que funcionan a la perfección. La piedra
segundos antes de volverlo a encender. chisporroteó y la mecha se encendió.
Dio otra fuerte vuelta a la rueda y de Observé el pulgar bajar la tapa y apagar
nuevo apareció la pequeña llama al final la llama. Luego, una pausa. El pulgar
de la mecha. volvió a subirla otra vez. Era una
—¡Dos! operación de pulgar, este dedo lo hacía
El silencio era total. El muchacho todo.
tenía los ojos puestos en el encendedor. Respiré, dispuesto a decir ocho. El
El hombrecillo tenía el cuchillo en el pulgar accionó la rueda, la piedra
aire y también miraba al encendedor. chispeó y la pequeña llama brilló de
—¡Tres! nuevo.
—¡Cuatro! —¡Ocho! —dije yo al tiempo que se
—¡Cinco! abría la puerta. Nos volvimos todos a la
—¡Seis! vez y vimos a una mujer en la puerta,
una mujer pequeña y de pelo negro, sentó en el borde y cerró los ojos,
bastante vieja, que se precipitó gritando: moviendo la cabeza para ver si todavía
—¡Carlos, Carlos! podía torcer el cuello.
Le agarró la muñeca y le cogió el —Lo siento —dijo la mujer—,
cuchillo, lo arrojó a la cama, aferró al siento mucho que haya pasado esto.
hombrecillo por las solapas de su traje Hablaba un inglés bastante correcto.
blanco y lo sacudió vigorosamente, —Es horrible —continuó ella—.
hablando al mismo tiempo aprisa y Supongo que todo ha ocurrido por mi
fuerte en un idioma que parecía español. culpa. Le he dejado solo durante diez
Lo sacudía tan fuerte que no se le podía minutos para lavarme el cabello y ha
ver. Se convirtió en una línea difusa y vuelto a hacer de las suyas.
móvil como el radio de una rueda. Se la veía disgustada y preocupada.
Cuando paró y volvimos a ver al El muchacho se estaba desatando la
pequeño hombrecillo, ella le dio un mano de la mesa. La inglesa y yo no
empujón y lo tiró a una de las camas decíamos ni una palabra.
como si se tratara de un muñeco. Él se —Es una seria amenaza —dijo la
mujer—. Donde nosotros vivimos ha avergonzada y lo siento muchísimo.
cortado ya cuarenta y siete dedos a Parecía una mujer muy simpática.
diferentes personas y ha perdido once —Bueno —dije yo—, aquí tiene la
coches. Últimamente le amenazaron con llave de su coche. La puse sobre la
quitarle de en medio. Por eso lo traje mesa.
aquí. —Sólo estábamos haciendo una
—Sólo habíamos hecho una pequeña pequeña apuesta —murmuró el
apuesta —murmuró el hombrecillo hombrecillo.
desde la cama. —No le queda nada que apostar —
—Supongo que habrá apostado un dijo la mujer—, no tiene nada en este
coche —dijo la mujer. mundo, nada. En realidad, yo se lo gané
—Sí —contestó el cadete—, un todo hace ya muchos años. Me llevó
Cadillac. mucho, mucho tiempo, y fue un trabajo
—No tiene coche. Ése es el mío, y muy duro, pero al final se, lo gané todo.
esto agrava las cosas —dijo ella—, Miró al muchacho y sonrió
porque apuesta lo que no tiene. Estoy tristemente. Luego alargo la mano para
coger la llave que estaba encima de la
mesa.
4. MI QUERIDA
Todavía ahora recuerdo aquella ESPOSA
mano: sólo le quedaba un dedo y el
pulgar.
DURANTE muchos años he tenido la
costumbre de echar la siesta después de
la comida. Me siento en un sillón en el
cuarto de estar, apoyo la cabeza en un
cojín y los pies en un pequeño taburete
de piel y leo hasta quedar dormido.
Aquel viernes por la tarde yo estaba
cómodamente en mi sillón con un libro
en las manos: El género de los
lepidópteros diurnos, cuando mi esposa,
que nunca ha sido una persona
silenciosa, comenzó a hablarme desde el —Un hombre horrible; siempre
sofá de enfrente… gastando bromas, contando chistes y
—Estas dos personas. ¿A qué cosas por el estilo.
vienen? —Estoy seguro de que te llevarás
No contesté, ella repitió la pregunta, muy bien con ellos, querida.
esta vez más fuerte. Le dije cortésmente —Ella también es terrible. ¿Cuándo
que lo ignoraba. crees que llegarán?
—No me gustan demasiado —dijo —Hacia las seis, supongo.
ella—, especialmente él. —Sí, querida, —Pero ¿no te parecen horribles? —
tienes razón. me volvió a preguntar.
—Arthur, digo que no me gustan —Pues…
demasiado. Bajé mi libro y la miré. —Son horribles, de veras.
Estaba recostada en el sofá, hojeando —Ahora ya no podemos volvernos
las páginas de una revista de modas. atrás, Pamela.
—Sólo les hemos visto una vez — —Son de lo peor —dijo ella.
dije. —Entonces, ¿por qué los invitaste?
La pregunta me salió momento, en aquella mirada airada, la
espontáneamente y me arrepentí en frente arrugada, tenía que admitir que
seguida porque me he hecho el propósito había algo majestuoso en esta mujer,
de no provocar a mi esposa, sí puedo algo espléndido, magistral; era mucho
evitarlo. Hubo una pausa. Yo la más alta que yo, pero se la podría
observaba, esperando una respuesta. considerar más bien grande que alta.
Observaba su cara que era algo tan —Sabes muy bien por qué los invité
querido y fascinante para mí. Había —contestó duramente—; sólo por el
ocasiones en las que no podía dejar de bridge. Juegan maravillosamente y son
mirarla. A veces, por las noches, cuando decentes apostando.
ella bordaba o pintaba aquellos Levantó sus ojos y vio cómo la
intrincados cuadros de flores, su cara observaba.
resplandecía de tal manera que le daba —Bien —dijo—, tú también piensas
una belleza incomparable y yo me así, ¿verdad?
sentaba frente a ella, mirándola, minuto —Bueno, claro, yo…
a minuto, pretendiendo leer. En ese —No seas tonto, Arthur.
—La única vez que los he tratado me hacerlo con principiantes. Pero no veo
parecieron muy simpáticos. por qué tenemos que tener a esa gente en
—También el carnicero es casa.
simpático. —¡Claro que no, querida, pero ya es
—Pamela, querida, por favor. No un poco tarde ahora…!
nos compliquemos la vida. —¿Arthur?
—Oye —dijo, dejando la revista en —¿Sí?
su regazo—, tú sabes igual que yo la —¿Por qué diablos tienes que
clase de gente que son. Un par de discutir siempre conmigo? Tú sabes que
estúpidos arribistas que creen poder ir a te gustan tan poco como a mí.
cualquier sitio porque saben jugar bien —No te preocupes, Pamela, después
al bridge. de todo parecían gente bien educada. —
—Estoy seguro de que tienes razón, Arthur, no seas ridículo.
querida, pero no veo por qué… Me miraba duramente con sus
—Te lo estoy diciendo, para jugar grandes ojos grises y para evitarlos —a
una buena partida. Ya estoy cansada de veces me hacían sentir desasosegado—
me levanté y salí por la puerta que la carretera de Canterbury.
llevaba al jardín. La casa de mi esposa. Su jardín.
El césped que había frente a la casa ¡Qué bonito es todo! ¡Qué pacífico! Si
había sido segado recientemente, rayado Pamela no trastornara mi tranquilidad
con diferentes tonos verdes. Al lado del tantas veces, ni me hiciera hacer cosas
césped, las flores daban un tinte de que no me apetecen, esto sería el cielo.
color que contrastaba con los árboles No quisiera dar la impresión de que no
del fondo. También las rosas estaban en la quiero —venero el aire que respira
flor, y las begonias escarlata, y toda —, o que no me llevo bien con ella, o
clase de flores de múltiples colores. que no soy yo quien manda en casa. Lo
Uno de los jardineros volvía de que quiero decir es que a veces es
comer por el sendero. A través de los irritante con sus cosas. Por ejemplo,
árboles se veía el tejado de su casita y esos hábitos suyos que yo preferiría que
detrás, a un lado, continuaba el sendero olvidara, especialmente cuando me
que, después de atravesar las puertas de señala con el dedo para dar énfasis a
entrada de la mansión, desembocaba en una frase. Debo recordarles que soy un
hombre más bien pequeño, y un gesto —¿Quiénes son los Snape?
como éste, y más cuando proviene de la —Vamos, despierta. Henry y Sally
esposa, intimida un poco. A veces Snape, nuestros invitados del fin de
encuentro difícil convencerme a mí semana. —¿Y bien?
mismo de que no es una mujer —Oye, estaba pensando en lo
insoportable. horribles que son, en su manera de
—¡Arthur! —llamó—. ¡Ven aquí! — comportarse, él con sus bromas, ella
¿Qué quieres? como un alocado gorrión… —Vaciló
—Acaba de ocurrírseme una idea unos instantes, sonriendo cautamente y
maravillosa. Ven. Me volví para no sé por qué me dio la impresión de
acercarme a ella, que seguía recostada que iba a decir algo raro—. Bien, si
en el sofá. ellos se comportan de esa manera
—Oye —me dijo—, ¿quieres que delante de nosotros, ¿cómo diablos
nos divirtamos un rato? serán cuando estén juntos y a solas?
—¿Qué clase de diversión? —Espera un momento, Pamela…
—Con los Snape. —No seas tonto, Arthur. Vamos a
divertirnos, a divertirnos de verdad, qué contestar.
aunque sólo sea por esta noche. —Eso es exactamente lo que vamos
Se había incorporado casi totalmente a hacer —dijo ella.
en el sofá, con el rostro brillante de —Oye, no —grité yo—, no puedes
ilusión, la boca ligeramente abierta y hacer eso.
mirándome con sus redondos ojos —¿Por qué no?
grises, en cada uno de los cuales —Porque es la broma más pesada
brillaba una chispita. que he oído en mi vida.
—¿Por qué no? Es como fisgar por las cerraduras o
—¿Qué pretendes hacer? leer cartas, sólo que peor. No hablarás
—Está clarísimo. ¿No lo ves? en serio, ¿verdad?
—No, no lo veo. —Claro que sí.
—Lo que vamos a hacer es poner un Yo sabía cuánto le molestaba que la
micrófono en su cuarto. Admito que contradijesen, pero a veces era preciso
esperaba algo peor, pero cuando lo dijo hacerlo, aunque con riesgo
me quedé tan asombrado que no supe considerable…
—Pamela —dije yo pronunciando las Navidades pasadas? ¿Te acuerdas?
las palabras cortantemente—, te prohíbo Casi te morías de risa, y yo tuve que
que lo hagas. ponerte la mano en la boca para evitar
Ella bajó los pies del sofá y se que nos oyeran. ¿Qué te parece?
sentó. —Aquello era diferente —dije yo
—¡Por el amor de Dios, Arthur! —. No era nuestra casa, ni ellos
¿Qué pretendes? Realmente no lo nuestros invitados.
entiendo. —Pues no resulta difícil. —Eso no cambia las cosas. —Ella
—¡Caramba! Yo sé que antes has estaba sentada muy tiesa, mirándome
hecho cosas peores que ésta. —¡Nunca! con sus redondos ojos grises y al tiempo
—¡Sí! Lo sé. ¿Qué te ha hecho que su barbilla empezaba a moverse de
pensar de repente que tú eres mejor que una manera peculiar—. No seas
yo? —Yo nunca he hecho cosas así. hipócrita —continuó—. ¿Qué te pasa?
—¡Pero bueno! —dijo apuntándome —Pienso que eso es jugar sucio,
con su dedo como si fuera una pistola—. Pamela, te hablo en serio.
¿Y aquella vez en casa de los Milford, —Pero yo juego sucio, Arthur, y tú
también, aunque no se note, por eso nos me miraba fijamente, como lo estaba
llevamos bien. haciendo en aquellos momentos, yo me
—Nunca oí tontería semejante. sentía…, ¿cómo diría yo?: rodeado,
—Bueno, si de repente has decidido envuelto en ella, como si Pamela fuese
cambiar tu carácter por completo, eso es un gran tubo y yo hubiera caído dentro.
distinto. —Deja de hablar de ese modo, —No hablarás en serio respecto al
Pamela. micrófono, ¿verdad?
—¿Ves? —dijo ella—, si de veras —¡Claro que sí! Ya es hora de que
has decidido reformarte, ¿qué voy a nos divirtamos un poco. Vamos, Arthur,
hacer yo? —No sabes lo que dices. no seas pesado.
—¿Cómo es posible que una persona —No está bien, Pamela.
tan magnífica como tú, quiera a alguien —Está tan bien —levantó el dedo
como yo? otra vez— como cuando tú encontraste
Me fui a sentar en una silla frente a aquellas cartas de Mary Probert en su
ella mientras me observaba todo el bolso y las leíste desde el principio
tiempo. Era una mujer grande y, cuando hasta el fin.
—No debimos hacer eso. —No hay tiempo para eso. Pueden
—¿Debimos? llegar en cualquier momento.
—Tú las leíste después, Pamela. —Pues entonces no lo hago. No
—No hacía daño a nadie. Tú mismo quiero que me cojan con las manos en la
dijiste eso aquella vez, y ahora no es masa.
peor. —¿Te gustaría que alguien te lo —Si llegan antes de que termines,
hiciera? los entretendré aquí abajo. No hay
—¿Cómo podría saber si me gustaba peligro. Oye, ¿qué hora es?
o no, ignorando que me lo hacían? —Son casi las tres.
Vamos, Arthur, no seas latoso. —Vienen de Londres —dijo ella— y
—Tengo que pensarlo. seguramente no saldrán de allí hasta
—Quizá el gran ingeniero no sabe después de comer. Eso te dará mucho
cómo conectar el micrófono. tiempo.
—Eso es lo más fácil. —¿En qué habitación los vas a
—Bueno, pues hazlo. poner?
—Lo pensaré y luego hablaremos. —En el cuarto amarillo del final del
pasillo. No será demasiado lejos, No dijo una palabra más;
¿verdad? —Supongo que se podrá hacer. simplemente se quedó muy quieta,
—Oye, ¿dónde vas a poner el mirándome con una expresión resignada
altavoz? y de espera en su rostro, como si
—Todavía no he dicho que lo vaya a aguardara en alguna cola. Eso —lo
hacer. sabía por experiencia— era señal de
—¡Dios mío! —exclamó ella—. Me peligro. En aquellos momentos ella era
gustaría saber si hay alguien capaz de como una bomba a la cual se le aprieta
detenerte ahora. Deberías ver tu cara. un botón y ya es sólo cuestión de tiempo,
Está roja y excitada. Pon el altavoz en hasta que ¡boom! explota.
nuestro cuarto. Date prisa. Me levanté silenciosamente y fui
Dudé unos momentos. Era algo que hacia el cuarto donde estaba el
siempre hacía cuando ella me ordenaba micrófono. Lo recogí, junto con cuatro
las cosas en vez de pedirlas metros y medio de cable. Ahora que
cortésmente. estaba lejos de ella debo advertir que
—No me gusta, Pamela. empecé a sentir la excitación dentro de
mí mismo, una rara sensación bajo la y las cortinas doradas.
piel, cerca de las puntas de los dedos. Miré a mi alrededor, buscando un
En realidad no era para tanto. buen sitio para esconder el micrófono.
Experimento lo mismo cada mañana Ésa era la parte más importante, porque,
cuando abro el periódico y veo los pasara lo que pasara, no debía ser
precios de las acciones más importantes descubierto. Primero pensé ponerlo bajo
de mi esposa. No me iba a intimidar un los troncos que había en la chimenea.
juego tan tonto como aquél. Al mismo No, no era muy seguro. ¿Detrás del
tiempo, no podía evitar considerarlo radiador?, ¿encima del armario?,
divertido. ¿debajo de la mesa del escritorio?
Subí las escaleras de dos en dos y Ninguno de estos sitios me parecía
entré en la habitación amarilla del final demasiado seguro. Todos podían ser
del pasillo. Tenía la límpida apariencia objeto de inspección accidental a causa
de tocios los cuartos de huéspedes, con de la búsqueda de, por ejemplo, un
sus camas gemelas, las colchas de satén botón de la camisa o algo parecido.
amarillo, las paredes de amarillo pálido Finalmente, con considerable astucia,
decidí ponerlo en los muelles del sofá. pasillo, poniendo el cable. Paré y me
Éste estaba contra la pared, cerca del incorporé con el martillo en la mano.
borde de la alfombra y así podría Aquellos ruidos me enervaban, y sentí la
esconder el alambre del micrófono. misma sensación de miedo que cuando
Ladeé el sofá y empecé a cayó una bomba en la otra parte del
desmontarlo. Puse el micrófono entre los pueblo durante la guerra, mientras yo
muelles, asegurándome de ponerlo cara estaba trabajando tranquilamente en la
a la habitación. Después fui tendiendo el biblioteca con mis mariposas.
cable bajo la alfombra hasta la puerta, «No te preocupes —me dije a mí
haciendo una pequeña muesca en la mismo—. Pamela se encargará de esa
madera para evitar que se viera. gente.»
Naturalmente, eso me llevó tiempo y Un tanto frenético, continué con mi
cuando oí el sonido de neumáticos en la tarea; pronto tuve todo el cable tendido
grava del patio, seguido de las puertas a lo largo del pasillo hasta nuestra
al cerrarse y las voces de nuestros habitación. Aquí ya no tenía que
invitados, yo todavía estaba en el esconderme, aunque no había que
olvidar a los criados. Puse el cable por Cuando volví, la radio hacía el mismo
debajo de la alfombra y lo saqué detrás sonido que si el reloj estuviera en la
de la radio. Conectarlo fue una cuestión habitación, quizá más fuerte.
técnica tan fácil que me llevó muy poco Volví por el reloj. Luego me aseé un
tiempo hacerlo. poco en el cuarto de baño, devolví las
Bien, ya estaba hecho. Di un paso herramientas a su sitio y me preparé
atrás y miré el pequeño receptor. Ahora para recibir a mis invitados. Pero
parecía diferente: ya no era una simple primero, para calmarme y no tener que
caja de hacer ruido sino una endiablada aparecer ante ellos inmediatamente,
criatura, una parte de cuyo cuerpo se estuve cinco minutos en la biblioteca
extendía al otro extremo de la casa. Lo con mi colección. Me encontré mirando
conecté. Se oían zumbidos, pero nada la maravillosa Vanessa Carduci —la
más. dama pintada— y tomé algunas notas
Cogí mi reloj de la mesilla de noche para un artículo que estaba preparando,
y lo llevé al cuarto amarillo, titulado «Relación entre el color y el
colocándolo en el suelo, junto al sofá. armazón de las alas», el cual iba a leer
en la próxima conferencia de nuestra haciendo, pero le perdonamos. ¿Verdad,
sociedad en Canterbury. De esa manera, querido?
pronto recobré mi actitud habitual, grave —Sí, creo que sería lo mejor —
y atenta. contestó él.
Cuando entré en el cuarto de estar, Tuve la terrible y fantástica visión
nuestros dos invitados, cuyos nombres de mí esposa contándoles entre risas lo
nunca podía recordar, estaban sentados que yo estaba haciendo arriba. ¡No
en el sofá. Mi esposa preparaba unas podía…, no podía haber hecho eso! La
bebidas. miré. Ella también sonreía mientras
—¡Oh, aquí viene Arthur! —dijo—. servía la ginebra.
¿Dónde has estado? Consideré esta —Siento que le hayamos molestado
pregunta de muy mal gusto. —dijo la mujer. Decidí que si aquello
—Lo siento —dije a mis invitados, era una broma lo mejor sería unirme a
al estrecharles las manos—, estaba ellos cuanto antes, así que hice un
ocupado y se me olvidó la hora. esfuerzo y sonreí.
—Todos sabemos lo que estaba —Nos la tiene que enseñar —
continuó la mujer. una familia noble, es en todo momento
—¿El qué? consciente de su cuna y su clase, y a
—Su colección. Su esposa dice que veces se precipita un poco en su juicio
es maravillosa. Me senté en una silla y sobre las personas que son amables con
respiré. Era ridículo ponerse tan ella, especialmente los hombres altos.
nervioso. Casi siempre tiene razón, pero esa
—¿Le interesan las mariposas? —le vez pensé que se había equivocado. En
pregunté. general a mí tampoco me gustan los
—Me gustaría ver las suyas, señor hombres altos; suelen ser orgullosos y
Beauchamp. pedantes. Pero Henry Snape —mi
Los martinis fueron distribuidos y esposa me había susurrado su nombre—
nos sentamos un par de horas a charlar y me pareció un hombre amable y
beber antes de la cena. Fue entonces sencillo, cuya mayor preocupación era
cuando empezó a darme la impresión de la señora Snape. Era guapo, tenía la cara
que mis invitados eran una pareja alargada y sus ojos, de color castaño
encantadora. Mi esposa, procedente de oscuro, eran suaves y apacibles. Le
envidiaba su negra mata de pelo y me esposa movía la cabeza con aprobación.
sorprendí a mí mismo pensando qué Ahora se pondrán a hablar, pensé, y
loción usaría para mantenerlo tan bien. me volví hacia Sally Snape. Era
Nos contó uno o dos chistes, pero no realmente atractiva. Si la hubiera
pude poner objeción a ninguno de los conocido quince años antes me hubiera
dos. podido meter en un lío. Así me distraje
—En el colegio —dijo— me hablándole de mis maravillosas
llamaban Scervix. ¿Adivinan por qué? mariposas. Mientras hablaba la
—No tengo la menor idea — observaba atentamente y al cabo de un
contestó mi esposa. rato llegué a sacar la conclusión de que
—Porque cervix es el nombre latino no era en realidad tan alegre como yo
de nuca.[3] Eso era algo profundo y me había creído al principio. Parecía
costó algún tiempo comprenderlo. ensimismada. Sus profundos ojos azules
—¿Qué colegio era, señor Snape? se movían rápidamente por la
—preguntó mi esposa. habitación, sin pararse más de un
—Eton —dijo él, mientras mi segundo en la misma cosa, y en su
rostro, aunque tan disimuladas que no nivel, es muy difícil.
parecían existir, había huellas de dolor. ¿No había una nota de resignación en
—Estoy esperando con ansiedad su voz? Probablemente era eso, él
nuestra partida de bridge —dije influía demasiado y la hacía tomarlo
finalmente, cambiando de tema. muy en serio. La pobre chica estaba
—Nosotros también —contestó ella cansada.
—, solemos jugar casi todas las noches. A las ocho, sin cambiarnos, pasamos
Nos gusta mucho. a cenar. La comida transcurrió bien,
—Son muy expertos ustedes dos. Henry Snape nos contó algunas cosas
¿Cómo han llegado a ser tan buenos? graciosas. También alabó mi
—Es la práctica, eso es todo, Richemburg 34, lo cual me agradó
práctica, práctica. mucho. A la hora del café me parecieron
—¿Han participado en algún francamente simpáticos aquellos jóvenes
campeonato? y empecé a sentirme desasosegado a
—Todavía no, pero Henry quiere causa del micrófono colocado en su
que lo hagamos. Es difícil llegar a ese habitación. Hubiera resultado estupendo
hacerles eso a unas personas muy en serio, que es la única manera de
desagradables, pero siendo tan tomarlo, y jugamos en silencio, con
simpáticos no me producía la más intensidad, sin hablar casi, excepto para
mínima satisfacción. No quiero decir subastar. No jugábamos por dinero; Dios
que pensase yo en deshacer la sabe que mi esposa tenía demasiado y
operación, pero me negaba a colaborar también los Snape parecían tenerlo, pero
con mi esposa, que me cubría con entre expertos es tradicional que se
sonrisas y movimientos disimulados de hagan apuestas importantes.
cabeza. Aquella noche las cartas fueron
Hacia las nueve y media, equilibradamente repartidas, pero mi
sintiéndonos a gusto y bien alimentados, esposa jugó muy mal y perdimos.
volvimos al cuarto de estar y Observé que no estaba concentrada y al
empezamos a jugar al bridge. Hicimos acercarse la media noche ni siquiera se
apuestas sencillas —diez chelines los molestó en aparentarlo. Me miraba todo
cien— y decidimos jugar cada uno con el tiempo con sus grandes ojos grises,
su esposa. Los cuatro tomamos el juego las cejas levantadas y una extraña
sonrisa. —¿Una mano más? —dijo Henry
Nuestros oponentes jugaban muy Snape.
bien. Subastaban acertadamente y en —No, gracias, estoy muy cansada y
toda la noche sólo cometieron una Arthur también, lo estoy viendo.
equivocación. Fue cuando la chica Vámonos a la cama.
sobrestimó a su compañero y cantó seis Nos condujo fuera de la habitación y
picas. Yo doblé y ellos tuvieron tres nos dirigimos arriba los cuatro. Al subir,
multas, lo cual les costó ochocientos surgió la consiguiente conversación
puntos. Sólo fue un lapso momentáneo, sobre el desayuno; qué iban a tomar y
pero recuerdo que Sally Snape estaba cómo debían llamar a la doncella.
muy trastornada por esto, aunque su —Espero que les guste la habitación
marido la perdonara en seguida, —dijo mi esposa—. Tiene una vista muy
besando su mano y diciéndole que no se bonita sobre el valle y el sol les entrará
preocupara. por la mañana, hacia las diez.
Hacia las doce y media mi esposa Ahora estábamos en el pasillo frente
dijo que quería irse a la cama. a la puerta de nuestro dormitorio. Veía
extenderse el cable que había puesto por Casi inmediatamente la voz de
la tarde a todo lo largo del pasillo. Henry salió de la radio, fuerte y clara.
Aunque tenía casi el mismo color que la —Estás loca —decía.
pintura, a mí me parecía muy distinto. Su voz era tan diferente de la que yo
—Que duerman bien —dijo mi recordaba, tan dura y desagradable, que
esposa—, que descanse, señora Snape. me hizo dar un salto.
Buenas noches, señor Snape. —¡Toda la noche perdida!
La seguí a nuestra habitación y cerré ¡Ochocientos puntos son una libra entre
la puerta. los dos!
—¡Ahora! —dijo Pamela—. ¡Ya han —Me hice un lío —contestó la chica
entrado! —, no lo volveré a hacer, lo prometo.
Estaba en el centro de la habitación —¿Qué es esto? —dijo mi esposa
con su vestido azul, con las manos y la —. ¿Qué pasa?
cabeza echadas hacia adelante y Abrió la boca con incredulidad, sus
escuchando atentamente, con la cara cejas se levantaron y se fue hacía la
tensa como nunca la había visto. radio, acercando el oído al receptor.
Debo confesar que yo también me sentía continuó él.
muy excitado. —Te prometo que no lo volveré a
—Te lo prometo, te lo prometo, no hacer.
lo volveré a hacer —decía la chica. —Siéntate. Yo iré diciendo y tú
—No vamos a arriesgarnos —habló contestas.
el hombre secamente—, vamos a —¡No, Henry, por favor! ¡Las
practicar otra vez. distribuciones no! Nos llevaría tres
—¡Oh, no, por favor, no lo puedo horas.
soportar! —Bien, entonces pasaremos por alto
—Oye —dijo el hombre—, todo el la posición de los dedos, creo que en
camino hasta aquí ensayando para eso estás bastante segura. Haremos
sacarle el dinero a esa rica imbécil y solamente las posiciones básicas,
ahora lo estropeas todo. señalando los honores.
Ahora fue mi esposa quien dio un —¡Oh, Henry!, ¿es preciso? Estoy
brinco. muy cansada.
—La segunda vez esta semana — —Es absolutamente esencial que lo
aprendas a la perfección —insistió él—, —Un trébol.
tenemos una partida diaria la semana Observé que había un curioso
próxima, lo sabes, y tenemos que comer. énfasis en la palabra «un». La primera
—¿Qué diablos es esto? —susurró parte de la palabra ligeramente
mi esposa. alargada.
—¡Chist! —dije yo—. Escucha. —As, dama de tréboles —respondió
—Bien —dijo la voz del hombre—, la chica con tono cansado—, rey de
empezaremos desde el principio. picas. No hay corazones. As de
¿Preparada? diamantes.
—¡Oh, Henry, por favor! —¿Y cuántas cartas de cada palo?
La chica parecía estar próxima a las Mira con atención las posiciones de mi
lágrimas. dedo.
—¡Vamos, Sally, procura contenerte! —Tú dijiste que eso no.
Luego, con una voz completamente —Bueno. ¿Estás segura de que las
diferente, la que habíamos oído en el sabes?
cuarto de estar, Henry Snape dijo: —Sí, las sé.
Siguió una pausa y luego: exactamente lo que es, hasta un billete
—Un trébol. de tren y la estación en que ha sido
—Rey de tréboles —recitó la chica comprado.
—, as de picas, dama de corazones y el —¡Es imposible!
as y la dama de diamantes. Otra pausa y —No es imposible, pero es un
luego: trabajo muy pesado de aprender.
—Yo diría que un trébol. Escúchalos.
—El as y el rey de tréboles… —Un corazón —estaba diciendo el
—¡Dios mío! —exclamé yo—. ¡Es hombre.
una trampa! ¡Señalan cada carta con la —El rey, la dama y el diez de
mano! —¡Arthur, eso no puede ser! corazones. As de picas. No hay
—Es como esa gente que en un diamantes. Dama de tréboles…
auditorio te piden algo prestado; hay una —¿Ves? El dice el número de cartas
chica en el escenario que tiene los ojos que tiene de cada palo por la posición
vendados y por la forma en que él hace de los dedos.
la pregunta, ella le dice al individuo —¿Cómo?
—No lo sé. Tú lo estás oyendo lo idea maravillosa. ¿Crees que nosotros
mismo que yo. llegaríamos a aprender a hacerlo?
—¡Dios mío, Arthur! ¿Estas seguro —¿Qué?
de que es eso lo que hacen? —¡Claro! ¿Por qué no?
—Me temo que sí. —¡Oye, no! Espera un momento,
La vi caminar aprisa hasta el otro Pamela…
lado de la cama y coger un cigarrillo. Lo Pero ella cruzó la habitación hasta
encendió de espaldas a mí y luego se dio llegar a mí, bajó la cabeza y me miró
la vuelta, tirando el humo hacia el techo con esa sonrisa que no era tal sonrisa y
suavemente. Sabía que teníamos que sus grandes ojos grises mirándome
hacer algo, pero no sabía qué, porque no fijamente. Cuando me miraba de esta
podíamos acusarlos sin revelarles la forma me hacía sentirme como un
fuente de nuestra información. Esperé la ahogado.
decisión de mi esposa. —Sí. ¿Por qué no?
—Pero Arthur —dijo lentamente —Pero, Pamela… Santo Cielo…
mientras aspiraba el humo—, ésta es una No… Después de todo…
—Arthur, me gustaría que no te
pasaras el tiempo discutiendo conmigo.
5. APUESTAS
Eso es lo que vamos a hacer. Ahora ve a
buscar una baraja; empezaremos en E N la mañana del tercer día el mar se
seguida. calmó. Hasta los pasajeros más
delicados —los que no habían salido
desde que el barco partió—,
abandonaron sus camarotes y fueron al
puente, donde el camarero les dio sillas
y puso en sus piernas confortables
mantas. Allí se sentaron frente al pálido
y tibio sol de enero.
El mar había estado bastante movido
los dos primeros días y esta repentina
calma y sensación de confort habían
creado una agradable atmósfera en el
barco. Al llegar la noche, los pasajeros, levantaron la vista de su comida,
después de dos horas de calma, dudando, esperando, casi oyendo el
empezaron a sentirse comunicativos y a movimiento siguiente, sonriendo
las ocho de aquella noche el comedor nerviosos y con una mirada de aprensión
estaba lleno de gente que comía y bebía en los ojos. Algunos parecían
con el aire seguro y complaciente de despreocupados, otros estaban
auténticos marineros. decididamente tranquilos, e incluso
Hacia la mitad de la cena los hacían chistes acerca de la comida y del
pasajeros se dieron cuenta, por un ligero tiempo, para torturar a los que estaban
balanceo de sus cuerpos y sillas, de que asustados. El movimiento del barco se
el barco empezaba a moverse otra vez. hizo de repente más y más violento y
Al principio fue muy suave, un ligero cinco o seis minutos después de que el
movimiento hacia un lado, luego hacia el primer movimiento se hiciera patente, el
otro, pero fue lo suficiente para causar barco se tambaleaba de una parte a otra
un sutil e inmediato cambio de humor en y los pasajeros se agarraban a sus sillas
la estancia. Algunos pasajeros y a los tiradores como cuando un coche
toma una curva. decirlo.
Finalmente el balanceo se hizo muy Un camarero llegó corriendo y
fuerte y el señor William Botibol, que derramó agua en el mantel, entre los
estaba sentado a la mesa del sobrecargo, platos. La excitación creció. La mayoría
vio su plato de rodaballo con salsa de los pasajeros continuaron comiendo.
holandesa deslizarse lejos de su tenedor. Un pequeño número, que incluía a la
Hubo un murmullo de excitación señora Renshaw, se levantó y echó a
mientras todos buscaban platos y vasos. andar con rapidez, dirigiéndose hacia la
La señora Renshaw, sentada a la puerta.
derecha del sobrecargo, dio un pequeño —Bueno —dijo el sobrecargo—, ya
grito y se agarró al brazo del caballero. estamos otra vez igual.
—Va a ser una noche terrible —dijo Echó una mirada de aprobación a los
el sobrecargo, mirando a la señora restos de su rebaño, que estaban
Renshaw—, me parece que nos espera sentados, tranquilos y complacientes,
una buena noche. reflejando en sus caras ese
Hubo un matiz raro en su modo de extraordinario orgullo que los pasajeros
parecen tener, al ser reconocidos como —¿Qué ocurre, señor Botibol?
buenos marineros. —Lo que quiero saber es lo
Cuando terminó la comida y se siguiente…
sirvió el café, el señor Botibol, que Al observarlo, el sobrecargo vio la
tenía una expresión grave y pensativa inquietud que se reflejaba en el rostro
desde que había empezado el del hombre.
movimiento del barco, se levantó y puso —¿Sabe usted si el capitán ha hecho
su taza de café en el sitio donde la ya la estimación del recorrido para las
señora Renshaw había estado sentada, apuestas del día? Quiero decir, antes de
junto al sobrecargo. Se sentó en su silla que empezara la tempestad.
e inmediatamente se inclinó hacia él, El sobrecargo, que se había
susurrándole al oído: preparado para recibir una confidencia
—Perdón, ¿me podría decir una personal, sonrió y se echó hacia atrás,
cosa, por favor? El sobrecargo, hombre haciendo descansar su cuerpo.
pelirrojo, pequeño y grueso, se inclinó —Creo que sí, bueno… sí —
para poder escucharle. contestó.
No se molestó en decirlo en voz adivinando lo que el hombre quería
baja, aunque automáticamente bajó el averiguar.
tono de voz como siempre que se —Bueno, el capitán celebra una
responde a un susurro. pequeña conferencia con el oficial de
—¿Cuándo cree usted que la ha navegación, en la que estudian el tiempo
hecho? y muchas otras cosas, y luego hacen el
—Esta tarde. Él siempre hace eso parte.
por la tarde. El señor Botibol asintió con la
—Pero ¿a qué hora? cabeza, ponderando esta respuesta
—¡Oh, no lo sé! A las cuatro, durante algunos momentos. Luego dijo:
supongo. —¿Cree que el capitán sabía que
—Bueno, ahora dígame otra cosa. íbamos a tener mal tiempo hoy?
¿Cómo decide el capitán cuál será el —No tengo ni idea —replicó el
número? ¿Se lo toma en serio? sobrecargo. Miró los pequeños ojos del
El sobrecargo miró al inquieto hombre, que tenían reflejos de
rostro del señor Botibol y sonrió, excitación en el centro de sus pupilas.
—No tengo ni idea, no se lo puedo los ojos medio cerrados, las cejas
decir porque no lo sé. levantadas, la cabeza hacia adelante y un
—Si esto se pone peor, valdría la poco inclinada a un lado. Esa mirada
pena comprar algunos números bajos. medio hipnotizada que se da a una
¿No cree? El susurro fue más rápido e persona que habla de cosas que no
inquieto. conoce bien.
—Quizá sí —dijo el sobrecargo—. —Bien, supongamos que a usted se
Dudo que el viejo apostara por una le permitiera comprar un número. ¿Cuál
noche tempestuosa. Había mucha calma escogería hoy? —susurró el señor
esta tarde, cuando ha hecho el parte. Botibol.
Los otros en la mesa habían dejado —Todavía no sé cuál es la
de hablar y escuchaban al sobrecargo clasificación —contestó pacientemente
mirándolo con esa mirada intensa y el sobrecargo—, no se anuncia hasta que
curiosa que se observa en las carreras empieza la apuesta después de la cena.
de caballos, cuando se trata de escuchar De todas formas no soy un experto, soy
a un entrenador hablando de su suerte: sólo el sobrecargo.
En este punto el señor Botibol se —Hace muy mal tiempo, ¿verdad,
levantó. señor? —comentó el ascensorista
—Perdónenme —dijo, y se marchó cuando bajaban.
abriéndose camino entre las mesas. El señor Botibol se estaba peinando
Varias veces tuvo que cogerse al con un pequeño peine rojo.
respaldo de una silla para no caerse, a —¿Cree que hemos disminuido la
causa de uno de los bandazos del barco. velocidad a causa del tiempo? —
—Al puente, por favor —dijo al preguntó.
ascensorista. —¡Oh, sí, señor! La velocidad ha
El viento le dio en pleno rostro disminuido considerablemente al
cuando salió al puente. Se tambaleó y se empezar el temporal. Se debe reducir la
agarró a la barandilla con ambas manos. velocidad cuando el tiempo es tan malo,
Allí se quedó mirando al negro mar, las porque los pasajeros caerían del barco.
grandes olas que se curvaban ante el Abajo, en el salón, la gente empezó
barco, llenándolo de espuma al chocar a reunirse para la subasta. Se agruparon
contra él. en diversas mesas, los hombres un poco
incómodos, enfundados en sus trajes de dólares era mucho dinero, mucho. Lo
etiqueta, bien afeitados y al lado de sus que haría sería cambiarlo en billetes de
mujeres, cuidadosamente arregladas. El cien dólares, los llevaría en el bolsillo
señor Botibol se sentó a una mesa, cerca posterior de su chaqueta; no había
del que dirigía las apuestas. Cruzó las problema. Inmediatamente compraría un
piernas y los brazos y se sentó en el Lincoln descapotable, lo recogería y lo
asiento con el aire despreocupado del llevaría a casa con la ilusión de ver la
hombre que ha decidido algo muy cara de Ethel cuando saliera a la puerta
importante y no quiere tener miedo. y lo viera. Sería maravilloso ver la cara
La apuesta, se dijo a sí mismo, sería que pondría cuando él saliera de un
aproximadamente de siete mil dólares, o Lincoln descapotable último modelo,
al menos ésa había sido la cantidad de color verde claro.
los dos días anteriores. Como el barco «¡Hola, Ethel, cariño! —diría,
era inglés, esta cifra sería su equivalente hablando, sin darle importancia a la
en libras, pero le gustaba pensar en el cosa—, te he traído un pequeño regalo.
dinero de su propio país, siete mil Lo vi en el escaparate al pasar y pensé
que tú siempre deseaste uno. ¿Te gusta el venderán por separado. Ahora sacaré
color, cariño?» Luego la miraría. los primeros del sombrero…, aquí
El subastador estaba de pie detrás están… ¿Quinientos doce?
de la mesa. No se oyó nada. La gente estaba
—¡Señoras y señores! —gritó—, el sentada en sus sillas observando al
capitán ha calculado el recorrido del subastador; había una cierta tensión en
día, que terminará mañana al mediodía; el aire y al ir subiendo las apuestas, la
en total son quinientas quince millas. tensión fue aumentando. Esto no era un
Como de costumbre, tomaremos los diez juego: la prueba estaba en las miradas
números que anteceden y siguen a esta que dirigía un hombre a otro cuando éste
cifra, para establecer la escala; por lo subía la apuesta que el primero había
tanto serán entre quinientas cinco y hecho; sólo los labios sonreían, los ojos
quinientas veinticinco; y naturalmente, estaban brillantes y un poco fríos.
para aquellos que piensen que el El número quinientos doce fue
verdadero número está más lejos, habrá comprado por ciento diez libras. Los
un «punto bajo» y un «punto alto» que se tres o cuatro números siguientes
alcanzaron cifras aproximadamente por lo menos quinientos dólares en su
iguales. cuenta bancaria, quizá seiscientos. Esto
El barco se movía mucho y cada vez equivaldría a unas doscientas libras,
que daba un bandazo los paneles de más de doscientas. El próximo boleto no
madera crujían como si fueran a valdría más de esa cantidad.
partirse. Los pasajeros se cogían a los —Como ya saben todos ustedes —
brazos de las sillas, concentrándose al estaba diciendo el subastador—, el
mismo tiempo en la subasta. punto bajo incluye cualquier número por
—Punto bajo —gritó el subastador debajo de quinientos cinco. Si ustedes
—, el próximo número es el punto más creen que el barco va a hacer menos de
bajo. quinientas millas en veinticuatro horas,
El señor Botibol tenía todos los o sea hasta mañana al mediodía,
músculos en tensión. Esperaría, decidió, compren este número. ¿Qué apuestan?
hasta que los otros hubiesen acabado de Se subió hasta ciento treinta libras.
apostar, luego se levantaría y haría la Además del señor Botibol, había
última apuesta. Se imaginaba que tendría algunos que parecían haberse dado
cuenta de que el tiempo era tormentoso. «Quieto —se dijo a sí mismo—, no
Ciento cincuenta… Ahí se paró. El te muevas ni mires a nadie, eso da mala
subastador levantó el martillo. suerte. Contén la respiración. Nadie
—Van ciento cincuenta… subirá la apuesta si contienes la
—¡Sesenta! —dijo el señor Botibol. respiración.»
Todas las caras se volvieron para —Van doscientas libras…
mirarle. El subastador era calvo y las gotas
—¡Setenta! de sudor le resbalaban por su desnuda
—¡Ochenta! —gritó el señor cabeza.
Botibol. —¡Uno…!
—¡Noventa! El señor Botibol contuvo la
—¡Doscientas! —dijo el señor respiración.
Botibol, que no estaba dispuesto a —¡Dos…! ¡Tres!
ceder. Hubo una pausa. El hombre golpeó la mesa con el
—¿Hay alguien que suba a más de martillo. El señor Botibol firmó un
doscientas libras? cheque y se lo entregó al asistente del
subastador, luego se sentó en una silla a feliz y contento dispuesto a dormir toda
esperar que todo terminara. No quería la noche.
irse a la cama sin saber lo que se había Cuando el señor Botibol se despertó
recaudado. a la mañana siguiente, se quedó unos
Cuando se hubo vendido el último minutos con los ojos cerrados,
número lo contaron todo y resultó que escuchando el sonido del temporal,
habían reunido unas mil cien libras, o esperando el movimiento del barco. No
sea, seis mil dólares. El noventa por había señal alguna de temporal y el
ciento era para el ganador y el diez por barco no se movía lo más mínimo. Saltó
ciento era para las instituciones de de la cama y miró por el ojo de buey.
caridad de los marineros. El noventa por ¡Dios mío! El mar estaba como una
ciento de seis mil eran cinco mil balsa de aceite, el barco avanzaba
cuatrocientas; bien, era suficiente. rápidamente, tratando de ganar el tiempo
Compraría el Lincoln descapotable y perdido durante la noche. El señor
aún le sobraría. Con estos gloriosos Botibol se sentó lentamente en el borde
pensamientos se marchó a su camarote de su litera. Un relámpago de temor
empezó a recorrerle la piel y a ojos de la mujer, el azul deviniendo gris
encogerle el estómago. Ya no había y los ojos mismos achicándosele como
esperanza, un número alto ganaría la siempre les ocurría cuando se colmaban
apuesta. de ira.
—¡Oh, Dios mío! —dijo en voz alta —¡Oh, Dios mío!, ¿qué puedo
—. ¿Qué voy a hacer? hacer?
¿Qué diría Ethel, por ejemplo? Era No cabía duda de que ya no tenía
sencillamente imposible explicarle que ninguna posibilidad, a menos que el
se había gastado la casi totalidad de lo maldito barco empezase a ir marcha
ahorrado durante los dos últimos años atrás. Tendrían que volver y marchar a
en comprar un ticket para la subasta. toda velocidad en sentido contrario, si
Decirle eso equivalía a exigirle que no no, no podía ganar. Bueno, quizá podría
siguiera firmando cheques. ¿Y qué hablar con el capitán y ofrecerle el diez
pasaría con los plazos del televisor y de por ciento de los beneficios, o más si él
la Enciclopedia Británica? Ya le parecía accedía.
estar viendo la ira y el reproche en los El señor Botibol empezó a reírse,
pero de repente se calló y sus ojos y su barco y ser izado a bordo, esto llevaría
boca se abrieron en un gesto de sorpresa por lo menos una hora. Una hora eran
porque en aquel preciso momento le unas treinta millas y así haría disminuir
había llegado la idea. Dio un brinco de la estimación del día anterior. Entonces
la cama, terriblemente excitado, fue entrarían en el punto bajo y ganaría. Lo
hacia la ventanilla y miró hacia afuera. único importante sería que alguien le
—Bien —pensó—. ¿Por qué no? El viera caer; pero esto era fácil de
mar estaba en calma y no habría ningún arreglar. Tendría que llevar un traje
problema en mantenerse a flote hasta ligero, algo fácil para poder nadar. Un
que le recogieran. Tenía la vaga traje deportivo, eso es. Se vestiría como
sensación de que alguien ya había hecho si fuera a jugar al frontón, una camisa,
esto anteriormente, lo cual no impedía unos pantalones cortos y zapatos de
que lo repitiera. El barco tendría que tenis. ¡Ah!, y dejar su reloj.
parar y lanzar un bote y el bote tendría ¿Qué hora era? Las nueve y quince
que retroceder quizá media milla para minutos. Cuanto más pronto mejor.
alcanzarlo. Luego tendría que volver al Hazlo ahora y quítate ese peso de
encima. Tienes que hacerlo pronto mar. Llevaba puesto un abrigo de
porque el tiempo límite es el mediodía. cordero persa con el cuello subido de
El señor Botibol estaba asustado y tal forma que era imposible distinguir su
excitado cuando subió al puente vestido cara.
con su traje deportivo. Su cuerpo La empezó a examinar
pequeño se ensanchaba en las caderas y concienzudamente desde lejos. Sí, se
los hombros eran extremadamente dijo a sí mismo, ésta, probablemente,
estrechos. El conjunto tenía la forma de servirá. Era casi seguro que daría la
una pera. Las piernas blancas y alarma en seguida. Pero espera un
delgadas, estaban cubiertas de pelos momento, tómate tiempo, William
muy negros. Botibol. ¿Recuerdas lo que pensabas
Salió cautelosamente al puente y hacer hace unos minutos en el camarote,
miró en derredor. Sólo había una cuando te estabas cambiando? ¿Lo
persona a la vista, una mujer de mediana recuerdas?
edad, un poco gruesa, que estaba El pensamiento de saltar del barco
apoyada en la barandilla mirando al al océano, a mil millas del puerto más
próximo, le había convertido en un lo tanto tener una poderosa razón
hombre extremadamente cauto. No financiera para no querer hacer detener
estaba en absoluto tranquilo, aunque era el barco. El señor Botibol recordaba
seguro que la mujer daría la alarma en que había gente que había matado a sus
cuanto él saltara. En su opinión había compañeros por mucho menos de seis
dos razones posibles por las cuales no dólares. Se leía todos los días en los
lo haría. La primera: que fuese sorda o periódicos. ¿Por qué arriesgarse
ciega. No era probable, pero por otra entonces? Arréglalo bien y asegura tus
parte podía ser así y ¿por qué actos. Averígualo con una pequeña
arriesgarse? Lo sabría hablando con ella conversación. Si además la mujer
unos instantes. Segundo, y esto resultaba agradable y buena, ya estaba
demuestra lo suspicaz que puede llegar a todo arreglado y podía saltar al agua
ser un hombre cuando se trata de su tranquilo.
propia conservación, se le ocurrió que El señor Botibol avanzó hacia la
la mujer podía ser la poseedora de uno mujer y se puso a su lado, apoyándose
de los números altos de la apuesta y por en la barandilla.
—¡Hola! —dijo galantemente. hacen apuestas sobre el recorrido del
Ella se volvió y le correspondió con barco. Sólo quería saber lo que piensa
una sonrisa sorprendentemente de ello.
maravillosa y angelical, aunque su cara Ella movió negativamente la cabeza
no tenía en realidad nada especial. y sonrió agradablemente con una sonrisa
—¡Hola! —le contestó. que tenía algo de disculpa.
Ya tienes la primera pregunta —Soy muy perezosa —dijo—.
contestada, se dijo el señor Botibol, no Siempre me voy pronto a la cama y allí
es ciega ni sorda… ceno. Me gusta mucho cenar en la cama.
—Dígame —dijo, yendo El señor Botibol le sonrió y dio la
directamente al grano—. ¿Qué le vuelta para marcharse.
pareció la apuesta de anoche? —Ahora tengo que ir a hacer
—¿Apuesta? —preguntó extrañada gimnasia, nunca perdono la gimnasia por
—. ¿Qué apuesta? la mañana. Ha sido un placer conocerla,
—Es una tontería. Hay una reunión un verdadero placer…
después de cenar en el salón y allí se Se retiró unos diez pasos. La mujer
le dejó marchar sin mirarle. eran preciosos para él. Se dirigió de
Todo estaba en orden. El mar estaba nuevo hacia la barandilla, pero un nuevo
en calma, él se había vestido temor le invadió. ¿Le atraparía la
ligeramente para nadar, casi seguro que hélice? Él sabía que les había ocurrido a
no había tiburones en esa parte del algunas personas al caerse de grandes
Atlántico, y también contaba con esa barcos. Pero no iba a caer, sino a saltar
buena mujer para dar la alarma. Ahora y esto era diferente, si saltaba a buena
era sólo cuestión de que el barco se distancia, la hélice no le cogería.
retrasara lo suficiente a su favor. Era El señor Botibol avanzó lentamente
casi seguro que así ocurriría. De hacia la barandilla a unos veinte metros
cualquier modo, él también ayudaría un de la mujer. Ella no le miraba en
poco. Podía poner algunas dificultades aquellos momentos. Mejor. No quería
antes de subir al salvavidas, nadar un que le viera saltar. Si no lo veía nadie,
poco hacia atrás y alejarse podría decir luego que había resbalado
subrepticiamente mientras trataban de y caído por accidente. Miró hacia abajo.
ayudarle. Un minuto, un segundo ganado, Estaba bastante alto, ahora se daba
cuenta de que podía herirse gravemente gritando al caer. Luego se hundió bajo el
si no caía bien. ¿No había habido agua.
alguien que se había abierto el estómago Al oír el primer grito de socorro la
de ese modo? Tenía que saltar de pie y mujer que estaba apoyada en la
entrar en el agua como un cuchillo. El barandilla dio un salto de sorpresa.
agua parecía fría, profunda, gris. Sólo Miró a su alrededor y vio al
mirarla le daba escalofríos, pero había hombrecillo vestido con pantalones
que hacerse el ánimo, ahora o nunca. cortos y zapatillas de tenis, gritando al
«Sé un hombre, William Botibol, sé caer. Por un momento no supo qué
un hombre. Bien… ahora… vamos decisión tomar: hacer sonar la
allá.» campanilla, correr a dar la voz de
Subió a la barandilla y se balanceó alarma, o simplemente gritar. Retrocedió
durante tres terribles segundos antes de un paso de la barandilla y miró por el
saltar, al mismo tiempo que gritaba: puente, quedándose unos instantes
—¡Socorro! quieta, indecisa. Luego, casi de repente,
—¡Socorro! ¡Socorro! —siguió se tranquilizó y se inclinó de nuevo
sobre la barandilla mirando al mar. La mujer se volvió y vio a la otra,
Pronto apareció una cabeza entre la pero no dijo nada.
espuma y un brazo se movió una, dos —Te he estado buscando por todas
veces, mientras una voz lejana gritaba partes —dijo la delgada.
algo difícil de entender. La mujer se —Es extraño —dijo la primera
quedó mirando aquel punto negro; pero mujer—, hace un momento un hombre ha
pronto, muy pronto, fue quedando tan saltado del barco completamente
lejos, que ya no estaba segura de que vestido.
estuviera allí. —¡Tonterías!
Después de un ratito apareció otra —¡Oh, sí! Ha dicho que quería hacer
mujer en el puente. Era muy flaca y ejercicio y se ha sumergido sin siquiera
angulosa y llevaba gafas. Vio a la quitarse el traje.
primera mujer y se dirigió a ella, —Bueno, bajemos —dijo la mujer
atravesando el puente con ese andar delgada. En su rostro había un gesto
peculiar de las solteronas. duro y hablaba menos amablemente que
—¡Ah, estás aquí! antes.
—No salgas sola al puente otra vez.
Sabes muy bien que tienes que
6. GALLOPING
esperarme. FOXLEY
—Sí, Maggie —dijo la mujer
gruesa, y sonrió otra vez con una sonrisa
dulce y tierna.
CINCO días a la semana, durante
Cogió la mano de la otra y se dejó treinta y seis años, he viajado en el tren
llevar por el puente. de las ocho doce en dirección a la City.
—¡Qué hombre tan amable! —dijo Nunca va demasiado lleno y me lleva
—. Me saludaba con la mano. hasta la estación de Cannon Street, a
sólo once minutos y medio de mi oficina
en Austin Friars.
Siempre me ha gustado este sistema
de transporte; cada fase de mi pequeño
viaje es un placer para mí. Hay una
regularidad que es agradable y
confortante para una persona de paraguas y sus rostros peculiares, el
costumbres, y, además, sirve para periódico bajo el brazo, inmutables a
escapar un poco de la rutina del trabajo través de los años, como los muebles de
diario. mi cuarto de estar. Me gusta.
Mi estación es pequeña, sólo hay Me gusta también mi asiento al lado
unas veinte personas reunidas allí para de la ventana y leer el Times con el
tomar el tren de las ocho doce. Somos ruido del movimiento del tren. Esta
un grupo que casi nunca cambia y parte de mi viaje dura treinta y dos
cuando en alguna ocasión un nuevo minutos y parece relajar mi cerebro y
rostro aparece en la plataforma, causa mis viejos miembros, como un buen
murmullos de desaprobación como un masaje. Créanme, no hay nada como la
nuevo pájaro en la jaula de los canarios. rutina y la regularidad para conservar la
Pero normalmente, cuando llego por paz del espíritu. Yo he hecho este viaje
la mañana con mis cuatro minutos de matutino casi diez mil veces y disfruto
adelanto, ya están todos allí, constantes más y más cada día.
como yo, con sus sombreros, corbatas, Me he convertido en una especie de
reloj: en cualquier momento puedo decir nuestros caminos se cruzan a la misma
si llevamos dos, tres o cuatro minutos de hora y lugar cada día.
retraso, y nunca tengo que levantar la Por ejemplo, cuando llego a la
vista para saber en qué estación esquina de St. Swithin’s Lane siempre
paramos. me encuentro de frente con una señora
El paseo desde Cannon Street hasta de mediana edad, con gafas plateadas,
mi oficina no es corto ni largo, un que lleva una carpeta negra en la mano,
simple paseo a lo largo de las calles una contable de primera clase, diría yo,
llenas de gente que se dirige a sus o posiblemente una ejecutiva de la
lugares de trabajo con el mismo orden industria textil. Al cruzar Threadneedle
que yo. Me da una sensación de Street, nueve de cada diez veces me
seguridad moverme entre esa gente cruzo en el paso de peatones con un
digna y respetable que se aferra a sus caballero que lleva una flor diferente en
empleos y no se dedica a vagabundear el ojal cada día. Viste pantalones
por el mundo. Su vida, como la mía, está negros, botines grises, y resulta
regulada por un reloj perfecto, a menudo claramente una persona puntual y
meticulosa, probablemente un banquero en el verdadero sentido de la palabra, un
o quizá un abogado como yo. Varias hombre feliz. O ¿quizá sería mejor decir
veces en los últimos veinticinco años, al «era» un hombre feliz? Cuando escribí
cruzarnos en la calle, nuestros ojos se esta pequeña autobiografía que acaban
han encontrado en una mutua mirada de de leer —con la intención de hacerla
aprobación y respeto. circular entre los empleados de mi
Por lo menos la mitad de las caras oficina para exhortación y ejemplo—
que se cruzan en mi camino me resultan era completamente sincero conmigo
familiares. Son caras interesantes las de mismo. Pero esto fue hace ya una
mi gente, sanas, diligentes, frescas, sin semana y desde entonces algo muy
ese brillo en los ojos de los llamados peculiar ha ocurrido.
inteligentes que quieren cambiar el La cosa empezó el martes pasado, la
mundo de arriba abajo con sus misma mañana que llevaba el borrador
gobiernos laboristas, medicinas sociales de mi ensayo en el bolsillo; esto me
y todas esas cosas. parecía tan casual e inesperado que sólo
Con eso pueden comprobar que soy, puedo creer que haya sido cosa de Dios.
Dios había leído mi pequeño artículo de la plataforma, con los pies separados
sobre «El rutinario feliz» y se había y los brazos cruzados, mirando en torno
dicho a sí mismo: ya es hora de que le suyo como si el andén le perteneciera.
dé una lección. Realmente yo creo que Era un hombre grande y grueso y hasta
fue eso lo que pasó. de espaldas daba una poderosa
Como decía fue el martes pasado, el sensación de arrogancia.
primer martes después de Pascua, una Definitivamente, no era uno de los
templada mañana de primavera. Yo nuestros. Llevaba un bastón en vez de
estaba subiendo la plataforma de nuestra paraguas, los zapatos eran castaños en
pequeña estación con el Times bajo el vez de negros, el sombrero gris,
brazo y el ensayo en mi bolsillo, cuando ladeado. Había en toda su persona un
me di cuenta de que algo raro pasaba. exceso de lustre. No quise observarle
Sentía aquella curiosa oleada de más. Pasé por su lado, mirando hacia
protesta iniciarse entre mis compañeros otra parte, colaborando a hacer la
de tren. Me paré y miré a mi alrededor. atmósfera más fría de lo que en realidad
El desconocido estaba en el centro ya estaba.
Llegó el tren: imagínense mi horror bronceada, que se ve hoy en día en los
cuando el intruso me siguió hasta mi anuncios de las camisas de hombres —
propio compartimiento. Nadie lo había el cazador de leones, el jugador de polo,
hecho desde hacía quince años. Mis el escalador del Everest, el explorador
colegas siempre han respetado la tropical y el competidor de carreras de
antigüedad. Uno de los placeres más yates, se concentraban en él—; cejas
singulares es estar solo en mi oscuras, ojos huidizos, y dientes
compartimiento, en una y hasta a veces extraordinariamente blancos que
dos y tres estaciones. Pero tenía a este sostenían una pipa. Personalmente,
extraño frente a mí, leyendo el Daily desconfío de los hombres elegantes. Los
Mail y encendiendo una horrible pipa. placeres superficiales de esta vida les
Bajé mi Times y eché una mirada a llegan demasiado fácilmente y parecen
su rostro. Supongo que tendría la misma los únicos responsables de su propia
edad que yo —de sesenta y dos a belleza. No me importa que una mujer
sesenta y tres años—, pero tenía esa sea guapa, eso es diferente, pero un
apostura desagradable, elegante, hombre: lo siento, pero me parece
ofensivo. En fin, aquí estaba éste, Otra vez aquella voz tan familiar.
sentado frente a mí en el Hablaba con dureza y cortaba las
compartimiento. Lo estaba mirando por palabras como una ametralladora.
encima de mi periódico, cuando nuestras ¿Dónde la había oído antes? ¿Y por qué
miradas se encontraron. cada palabra me traía algo de mis
—¿Le importa que fume en pipa? — lejanos recuerdos? ¡Dios mío!
preguntó sosteniéndola con los dedos. Contrólate. ¿Qué tontería era ésa?
Eso fue todo lo que dijo, pero el El desconocido volvió a su
sonido de su voz hizo un extraordinario periódico. Yo intenté hacer lo mismo,
efecto en mí, pues incluso di un pero ya estaba desasosegado y no pude
respingo. Después tuve un concentrarme. En lugar de esto le dirigía
estremecimiento y me quedé mirándole furtivas miradas por encima de mi
antes de poderle contestar: periódico. Era en verdad una cara
—En este vagón se puede fumar — intolerable, vulgar, casi terriblemente
dije yo—, así que puede hacer lo que le bella, con una especie de resplandor en
plazca. —Pensé que debía preguntar. toda la piel. Pero ¿lo había visto o no lo
había visto antes en mi vida? Empecé a con su bastón y su pipa, su bufanda de
pensar que sí lo conocía, porque ahora, seda y su cara desagradablemente bella.
cuando le miraba, sentía una especie de Pasé por delante de él y vi al señor
molestia que no pude explicar, algo que Grummit, un corredor de Bolsa que
me recordaba el dolor y la violencia, había sido mi compañero durante
quizá el miedo. veintiocho años. No puedo decir que
No hablamos más durante el viaje, haya tenido una conversación con él —
pero ya se pueden imaginar que mi somos un grupo bastante reservado en
rutina se destruyó por completo. Mi día nuestra estación—, pero una crisis como
se había arruinado y más que eso, alguno ésta fue capaz de romper el hielo.
de mis escribientes tuvo que soportar —Grummit —susurré—. ¿Quién es
mis duras críticas, especialmente ese intruso?
después de comer, cuando también mi —No sé —dijo Grummit.
digestión se puso en contra mía. —Es muy desagradable.
A la mañana siguiente, otra vez —Mucho.
estaba allí, de pie frente a la plataforma, —Espero que no venga siempre.
—¡Oh, Dios mío, no! —exclamó de la semana. Recuerdo que acababa de
Grummit. llover cuando me dirigí a la estación,
Entonces llegó el tren. pero era uno de esos aguaceros de abril
Esta vez, afortunadamente, el que sólo duran cinco o seis minutos. Al
hombre entró en otro departamento. Pero llegar a la plataforma todos los paraguas
a la mañana siguiente le tenía frente a mí estaban cerrados, el sol brillaba y había
de nuevo. grandes nubes blancas en el cielo. Sin
—Bueno —dijo él, sentándose en el embargo, me sentía deprimido. El
asiento de enfrente—, hace un día recorrido ya no tenía placer para mí.
magnífico. Sabía que el viajero estaría allí, y
De nuevo sentí otra amarga efectivamente allí estaba, como si el
sensación en mi memoria, esta vez más lugar le perteneciese, moviendo su
fuerte que nunca, más cerca de mi bastón hacia adelante y hacia atrás en el
recuerdo, pero todavía sin saber de qué aire.
le conocía. ¡El bastón, eso era! Me detuve como
Luego llegó el viernes, el último día si hubieran disparado.
«¡Es Foxley! —me dije —Un día caluroso, ¿verdad? Como
interiormente—. ¡Galloping Foxley, de verano. Ya no había duda alguna con
moviendo su bastón!» la voz. No había cambiado en absoluto,
Me acerqué para mirarlo mejor. aunque las cosas que me había
Nunca en mi vida he tenido una sorpresa acostumbrado a oírle decir eran muy
más grande. Desde luego era Foxley. diferentes.
Bruce Foxley o Galloping Foxley, como «Muy bien, Perkins —solía decir—,
solíamos llamarle. Lo había visto por muy bien, idiota. Te voy a pegar otra
última vez en el colegio, cuando no tenía vez, niño.»
más de doce o trece años. ¿Cuánto tiempo hacía de eso? Casi
En aquel momento apareció el tren, y cincuenta años. Sin embargo, era
otra vez él entró en mi compartimiento. extraordinario lo poco que habían
Puso el sombrero y el bastón en la red y cambiado sus facciones. La misma
se sentó, procediendo a encender su barbilla arrogante, las aletas de la nariz,
pipa. Me miró a través del humo con aquellos ojos que miraban fijamente,
aquellos ojos pequeños y fríos, y dijo: quitándole a uno la tranquilidad; la
misma costumbre de enfrentarse con uno alguien prácticamente calvo, aunque ese
empujándolo a un rincón; hasta el pelo alguien fuese un monarca.
era el de entonces, grueso y ligeramente Ahora estaba recostado en su asiento
ondulado, con un poco de brillantina leyendo el periódico. Era una sensación
como una ensalada bien aderezada. curiosa sentarse al lado de ese hombre
Solía tener una botella de loción para el que cincuenta años atrás me había hecho
pelo en el pupitre del estudio. Esa tan desgraciado, como para hacerme
botella tenía el escudo de armas en la pensar en el suicidio. No me había
etiqueta y el nombre de una tienda de reconocido: no había peligro de ello,
Bond Street; debajo de ello, con letras por mis bigotes. Me sentía seguro y a
pequeñas se leía: «Por nombramiento. salvo para poderlo observar como
Peluqueros de Su Majestad el rey quisiera.
Eduardo VII.» Rememorando, no hay duda de que
Recuerdo esto en particular porque sufrí mucho en manos de Bruce Foxley
me parecía gracioso que una tienda en el primer año de colegio y, cosa
quisiera presumir de ser el peluquero de extraña, el causante de todo fue mi
padre. Yo tenía doce años y medio —¿No os enseñan mejores formas
cuando fui por primera vez a ese que éstas en la escuela, chico? —dijo.
estupendo colegio público. Esto sería, El muchacho, que le pasaba a mi
veamos, en 1907. Mi padre, con su padre la cabeza, le miró fríamente y con
abrigo habitual y su bufanda de seda, me arrogancia, pero no dijo nada.
acompañó a la estación y recuerdo que —Me parece que una disculpa sería
estábamos de pie en la plataforma entre lo más adecuado —continuó mi padre.
montones de maletas y baúles y miles de Pero el chico no hizo más que
muchachos hablando unos con otros en quedársele mirando con una sonrisa
voz alta, cuando de repente alguien que arrogante en los labios y su barbilla
quería pasar le dio a mi padre un gran cada vez más prominente.
empujón y casi le pisó. —Me sorprende que seas un
Mi padre, hombre cortés y digno, de muchacho tan mal educado —dijo mi
baja estatura, se volvió con padre— y espero que seas la excepción
sorprendente velocidad y cogió al del colegio; no me gustaría que mi hijo
culpable por la muñeca. adquiriera esas costumbres.
Al oír esto, el muchacho inclinó la fue que cuando llegamos al colegio me
cabeza ligeramente en mi dirección y un encontré en el mismo edificio que él.
par de pequeños y fríos ojos me miraron Peor que eso, estaba en su misma sala
fijamente. Yo no estaba asustado en de estudios. Él cursaba el último año,
aquel momento. No tenía ni idea del era el prefecto y por lo tanto tenía
poder que ejercían los chicos mayores permitido oficialmente pegar a los que
sobre los pequeños en los colegios estaban a sus órdenes, por lo que yo me
privados y recuerdo que le miré con convertí en su esclavo personal y
descaro, defendiendo a mi padre, a particular. Yo era su criado, le cocinaba
quien adoraba y respetaba. y se lo hacía todo. Mi trabajo consistía
Cuando mi padre quiso comenzar a en que él nunca tuviese que levantar un
hablar otra vez, el chico le volvió la dedo a menos que fuera absolutamente
espalda, cruzó la plataforma y necesario. En ninguna sociedad que yo
desapareció. conozca en el mundo, los criados son
Bruce Foxley nunca olvidó este tratados como lo éramos nosotros por
episodio; y lo realmente desafortunado los prefectos del colegio. Cuando hacía
frío, tenía que sentarme en el water (que cada día, para que brillasen.
estaba en un anexo sin calefacción) cada Pero los peores recuerdos eran los
mañana después del desayuno, para del vestuario. Todavía me recuerdo a mí
calentarlo antes de que entrara Foxley. mismo, pálida sombra de un muchacho
Recuerdo que solía vagar por la detrás de la puerta de aquel gran cuarto,
habitación con su manera elegante y con mi pijama, las zapatillas y un batín
despreocupada. Si encontraba una silla pardo de pelo de camello. Una sola
en su camino le daba una patada; luego bombilla eléctrica colgaba del techo y
tenía yo que correr detrás de él para alrededor de las paredes las camisetas
recogerla inmediatamente. Vestía negras y amarillas de fútbol, con el olor
camisas de seda y también llevaba un a sudor llenando la habitación, y la voz
pañuelo de seda en la manga. Sus tan temida que decía:
zapatos estaban confeccionados por —Bueno, ¿qué va a ser esta vez?
alguien llamado Lobb (también tenían ¿Seis con la bata puesta o cuatro sin
etiqueta real). Eran puntiagudos y tenía ella?
que cepillarlos durante cinco minutos Nunca pude contestar a esa pregunta.
Me quedaba mirando los sucios pulmones: pero el carbón no quería
azulejos, muerto de miedo e incapaz de arder.
pensar en nada que no fuera ese —Si te retrasas en contestar, tendré
muchacho más fuerte que iba a empezar que decidir por ti —decía la voz.
a pegarme inmediatamente, con su largo Yo quería contestar porque sabía
y fino bastón: lenta, hábil y legalmente; cuál tenía que escoger, es lo primero que
recreándose hasta hacerme sangrar. se aprende al llegar. Hay que tener
Cinco horas antes había intentado, sin siempre la bata puesta y aceptar los
llegar a conseguirlo, encender el fuego golpes extra, de lo contrario es casi
del estudio. Me había gastado el dinero seguro que te cortan. Hasta tres con la
de la semana en una caja de fósforos bata puesta, es mejor que uno sin ella.
especiales, había puesto un periódico —Quítate la bata, ve a la esquina y
tapando la boca de la chimenea para tócate los dedos de los pies. Te voy a
crear una corriente de aire, me había dar cuatro.
arrodillado junto al fuego y había Me la quitaba lentamente y la ponía
soplado hasta hacerme cisco los en una percha, encima de los armarios
de las botas. Luego iba frío y desnudo en sabía que iba a la otra parte del pasaje
mi pijama de algodón, temblando. A mi de la fuente; siempre lo hacía así.
alrededor todo se volvía de repente Bueno, en la distancia, pero haciendo
brillante y lejano, como un cuadro eco en las fuentes y los grifos, oía el
mágico, grande, irreal, como flotando ruido de sus zapatos en el suelo de
sobre las aguas. piedra cuando corría, y a través de mis
—Vamos. ¡Toca los dedos de los piernas le veía atravesar el cuarto de
pies! ¡Más cerca, más cerca! estar y venir hacia mí, con el rostro
Luego iba hacia el otro extremo del inclinado hacia adelante y el bastón en
vestuario y yo le observaba por entre el aire. En ese momento yo cerraba los
mis piernas. Desaparecía por la puerta ojos esperando el golpe y diciéndome a
que daba a lo que nosotros llamábamos mí mismo que, pasara lo que pasara, no
«el pasaje de las fuentes». Era un debía levantarme.
pasillo de piedra con fuentes para Cualquiera a quien hayan pegado de
lavarse y al final estaba el cuarto de verdad, asegurará que el verdadero
baño. Cuando Foxley desaparecía, yo dolor no llega hasta ocho o diez
segundos después del golpe. El golpe en no puede resistir más.
sí es un simple bastonazo en la espalda, —Te has levantado —decía Foxley
que te entumece por completo. Me han —, éste no cuenta. Vamos. ¡Agáchate!
dicho que una herida de bala produce la La vez siguiente tenía que agarrarme
misma sensación. Pero después, ¡Dios a los tobillos.
mío! parece como si alguien pusiese un Después me observaba al ir, muy
atizador ardiendo en las des nudas erguido y tocándome la retaguardia, a
nalgas y es completamente imposible ponerme la bata. Trataba de mantenerme
ponerse la mano en el sitio dolorido. de espaldas a él para que no pudiera ver
Foxley lo sabía y retrocedía mi cara. Cuando yo iba a salir, decía:
lentamente antes del siguiente golpe, —¡Eh, tú, vuelve!
para que yo pudiera sentir de lleno el Yo ya estaba en el pasillo, pero me
golpe anterior. paraba y me volvía hacia la puerta,
Al cuarto golpe, invariablemente, me esperando.
levantaba sin poderlo remediar. Era la —Ven aquí, vamos, vuelve. ¿No se
reacción automática de un cuerpo que ya te ha olvidado nada?
De lo único que me acordaba era del —¿Cuántos te ha dado?
horrible dolor que sentía. —Cinco, ¿verdad? Lo hemos oído
—Me sorprende que seas un chico desde aquí.
tan mal educado —decía imitando la voz —Vamos, chico, enséñanos las
de mi padre—. ¿No te enseñan mejores señales.
modos en el colegio? Me quitaban el pijama y dejaba que
—Gracias —murmuraba yo—, aquel grupo de expertos examinara mis
gra… cías por pegarme. heridas.
Luego subía las escaleras que —Están bastante separadas,
llevaban al dormitorio. Entonces todo ¿verdad? No son del estilo de Foxley.
iba mejor porque había pasado un rato y —Esas dos están muy cerca, casi
el dolor iba disminuyendo. Mis tocándose. Mira. ¡Éstas son preciosas!
compañeros me trataban con simpatía, —Ésta de aquí abajo es horrible.
recordando las veces que les había —¿Se ha ido hasta el pasaje de la
pasado lo mismo. fuente para empezar a correr?
—A ver, Perkins, enséñame. —Te ha dado uno más por haberte
levantado, ¿verdad? Durante la semana nunca tenía un
—¡Caramba! Ese Foxley la ha momento para mí.
tomado contigo. Si Foxley me veía coger una novela
—Sangra un poco, yo creo que o abrir mi álbum de sellos en el estudio,
deberías lavártela. me mandaba en seguida algo que hacer.
Entonces se abría la puerta y allí Una de sus diversiones favoritas,
estaba Foxley. Todos se dispersaban y especialmente cuando llovía, era:
pretendían estar lavándose los dientes o —¡Oh, Perkins! ¿Verdad que
rezando sus oraciones, mientras yo quedaría muy bonito un ramo de lirios
quedaba en el centro de la habitación blancos y salvajes encima de mi mesa?
con los pantalones bajados. Los lirios salvajes crecían al lado
—¿Qué pasa aquí? —solía decir de Orange Ponds. Orange Ponds estaba a
Foxley, dando una rápida mirada a toda tres kilómetros por la carretera y uno a
la habitación—. ¡Tú, Perkins! Súbete los campo traviesa. Me levantaba de mi
pantalones y métete en la cama. silla, me ponía el impermeable y el
Y ése era el final de un día. sombrero de paja, cogía el paraguas y
emprendía la marcha. El sombrero de perfectamente el terror de aquellas
paja se tenía que llevar puesto siempre mañanas, la limpieza a fondo y luego
que se saliera, pero se estropeaba por esperar a que Foxley viniera a
completo con la lluvia, por lo tanto el inspeccionar.
paraguas era necesario para proteger el —¿Has acabado? —preguntaba.
sombrero. Por otra parte, no se puede —Creo…, creo que sí.
sostener un paraguas con la cabeza, Entonces iba al cajón de su mesa y
mientras se trepa de aquí para allá, sacaba un guante blanco, ajustándose
buscando lirios. Para salvar mi bien los dedos. Yo me quedaba quieto,
sombrero tenía que ponerlo en tierra, observándole y temblando, mientras él
bajo el paraguas, mientras buscaba las iba por la habitación, pasando su dedo
flores. De esta forma cogí muchos enguantado por los marcos de los
resfriados. cuadros, por las esquinas, los estantes,
Pero el día más temido era el los marcos de las ventanas, las pantallas
domingo. El domingo era el día en que de las lámparas. Yo no separaba la vista
limpiaba el estudio. Recuerdo de ese dedo, que para mí era un
instrumento de muerte. Casi siempre se crecieras así, ¿verdad? Tu padre es muy
las arreglaba para encontrar una brizna especial con respecto a la educación.
de polvo que yo había pasado por alto o No contestaba.
ni siquiera había visto, y cuando esto —Te he preguntado que si tu padre
ocurría Foxley se volvía lentamente es muy especial con respecto a la
sonriendo con aquella sonrisa que no era educación.
tal, y, levantando el blanco dedo para —Quizá sí.
que pudiera ver por mí mismo el polvo —Por lo tanto te haré un favor si te
que había recogido, decía: castigo, ¿verdad?
—Bien. Eres muy perezoso, —No lo sé.
¿verdad? Yo no contestaba. —¿Verdad que sí?
—Creí que lo había limpiado todo. —Sss… Sí.
—Y ¿eres o no eres un chico —Nos encontraremos después de las
perezoso? oraciones en el vestuario. El resto del
—Sss… Sí. día era una continua agonía esperando a
—Pero a tu padre no le gustaría que que llegara la noche.
¡Dios mío! Con qué claridad venía goles. Muchas gracias por el
todo a mi memoria ahora. El domingo pastel.
era también el día de escribir cartas: Cariñosamente,
WILLIAM
Queridos papá y mamá:
Muchas gracias por vuestra Generalmente iba al lavabo o al
caria. Espero que los dos estéis cuarto de baño a escribir la carta;
bien, yo me encuentro cualquier lugar fuera del camino de
perfectamente, excepto que Foxley era bueno, pero tenía que
estoy resfriado porque me cogió cronometrar el tiempo. El té era a las
la lluvia, pero pronto estaré cuatro y media y las tostadas de Foxley
bien. Ayer jugamos contra tenían que estar preparadas. Todos los
Shrewsbury y les ganamos por días tenía que hacerle tostadas a Foxley
4-2. Yo miraba y Foxley, que y como en los días de entre semana no
como ya sabéis es el director de se permitía fuego en el estudio, todos los
nuestra casa, metió uno de los chicos tenían que tostar el pan para sus
prefectos en el pequeño hornillo de la —¿Sabes lo que se le hace a un
biblioteca, buscando un hueco por donde caballo perezoso, Perkins?
colarse. En estas condiciones tenía que —No.
procurar que las tostadas de Foxley —¿Eres un caballo?
estuvieran: 1.°, crujientes; 2.°, sin —No.
quemar, y 3.°, calientes y listas a tiempo. —Bueno, de todas maneras eres un
La falta de alguno de estos requisitos era burro. ¡Ja, ja, ja…! Estás en la
castigada con golpes. clasificación. Te veré luego.
—Oye, tú, ¿qué es eso? ¡Oh, qué angustia la de aquellos
—Una tostada. días! Quemar las tostadas de Foxley
—¿Es ésa la idea que tú tienes de significaba una paliza, así como olvidar
las tostadas? quitar el barro de sus botas de fútbol, no
—Pues… colgar su uniforme de deporte, enrollar
—Eres demasiado perezoso para su paraguas de diferente forma a como
hacerlo bien, ¿verdad? —Intento él lo hacía, cerrar la puerta del estudio
hacerlo. de golpe cuando Foxley estaba
trabajando, ponerle el agua del baño pequeños y brillantes, la frente arrugada
demasiado caliente, no limpiar bien los y su pelo ondulado.
botones de su uniforme, no dejarle Mirarle ahora después de tanto
brillantes las suelas de los zapatos, tiempo era una experiencia peculiar y
dejar su estudio desordenado a sorprendente. Sabía que ya no era
cualquier hora. En realidad, desde el peligroso, pero los viejos recuerdos
punto de vista de Foxley, yo era una todavía subsistían y no me sentía muy a
permanente ofensa, digno de una paliza. gusto en su presencia. Era algo así como
Miré por la ventana. ¡Dios mío, estar en una jaula con un tigre manso.
estábamos llegando! Debí haber estado «¿Qué tontería es ésta? —me dije a
soñando mucho tiempo, ni siquiera había mí mismo—. No seas tan estúpido.
abierto el Times; Foxley todavía estaba Cielos, si quisieras podrías decirle lo
recostado frente a mí leyendo el Daily que pensabas de él y no tendría derecho
Mail y por entre el humo que emanaba a tocarte ni un dedo.» ¡Era una idea
de su pipa, pude ver la mitad de su cara fantástica!
que sobresalía del periódico, sus ojos Sólo que… bueno, después de todo
no valía la pena. Yo me sentía las cosas que me hacía y hasta quizá
demasiado viejo para esto y en realidad describiera las palizas en el vestuario,
ya no le odiaba. para que se sintiera molesto. No le
Entonces, ¿qué iba a hacer? No iba a vendría mal un poco de angustia y
quedarme mirando como un idiota. bochorno. A mí, en cambio, me vendría
En aquel momento se me ocurrió muy bien.
otra idea. De repente, levantó la vista y nos
Lo que me gustaría hacer, me dije a miramos los dos. Era ya la segunda vez
mí mismo, sería inclinarme hacia él, que sucedía y vi un relámpago de
darle unos golpecillos en la rodilla y irritación en sus ojos.
decirle quién era. Luego observaría su Bien, me dije a mí mismo, adelante,
cara. Después empezaría a hablar de pero sé agradable, sociable y educado.
nuestros antiguos días de colegio, De esta forma serás más efectivo, más
hablando lo suficientemente alto para embarazoso para él.
que la gente del vagón lo oyera. Le Le sonreí y le hice una ligera
recordaría, como en broma, algunas de inclinación de cabeza. Luego,
levantando la voz, dije:
—Discúlpeme, me gustaría
7. TATUAJE
presentarme. Me incliné, mirándolo
atentamente para no perderme su EN el año 1946 el invierno fue muy
reacción. largo. Aunque estábamos en el mes de
—Me llamo Perkins, William abril, un viento helado soplaba por las
Perkins, estuve en Repton en 1907. calles de la ciudad. En el cielo, las
Los que estaban en nuestro vagón se nubes cargadas de nieve se movían
callaron y me di cuenta de que amenazadoras.
escuchaban y esperaban los próximos Un hombre llamado Drioli se
acontecimientos. mezclaba entre la gente del paseo de la
—Encantado de conocerle —dijo, rué de Rivoli. Tenía mucho frío,
bajando el periódico hasta su regazo—. embutido como un erizo en un abrigo
Yo me llamo Fortescue, Jocelyn negro, saliéndole sólo los ojos por
Fortescue. Eton, 1916. encima del cuello subido.
Se abrió la puerta de un restaurante y
el característico olor de pollo asado le alguna parte. Miró otra vez; era un
produjo una dolorosa punzada en el paisaje, un grupo de árboles
estómago. Continuó andando, mirando tremendamente inclinados hacia una
sin interés las cosas de los escaparates: parte, como azotados por el viento, el
perfumes, corbatas de seda, camisas, cielo gris oscuro, de tormenta. En el
diamantes, porcelanas, muebles antiguos marco había una pequeña placa que
y libros ricamente encuadernados. decía: Chaim Soutine (1894-1943).
Después vio una galería de pintura. Drioli miró el cuadro, pensando
Siempre le gustaron las galerías de vagamente por qué le parecía familiar.
pintura. Ésta tenía un solo lienzo en el Pintura estrambótica, pensó. Extraña y
escaparate. Se detuvo a mirarlo y se atrevida, pero me gusta… Chaim
volvió para seguir adelante, pero tornó a Soutine… Soutine…
pararse y miró de nuevo. De repente se —¡Dios mío! —gritó de repente—.
apoderó de él un pequeño desasosiego, ¡Mi pequeño calmuco, eso es! ¡Mi
un movimiento en su recuerdo, un pequeño calmuco, uno de sus cuadros en
conjunto de algo que había visto antes en la mejor tienda de París! ¡Imagínate!
El viejo acercó más su rostro a la sentadas en los portales de la calle.
ventana. Recordaba al muchacho, sí, lo ¿Qué calle? ¿Dónde vivía el chico?
recordaba muy bien, pero ¿cuándo? Eso La Cité Falaguiére. ¡Eso era! El
ya no era tan fácil de recordar. Hacía hombre movió la cabeza varias veces,
mucho tiempo. ¿Cuánto? Veinte, no, más: contento de recordar el nombre. Tenía un
casi treinta años, eso es, fue un año estudio con una sola silla, y el sucio
antes de la guerra, la primera guerra, en jergón que el muchacho usaba para
1913, y Soutine, el pequeño y feo dormir, las fiestas que acababan en
calmuco, un muchacho adulto que le borracheras, el vino blanco barato, las
gustaba mucho y al que casi amaba por terribles peleas, y siempre, siempre, el
ninguna razón que él supiera, excepto la rostro amargo y adusto de aquel
de que pintaba. muchacho absorto en su trabajo.
Ahora recordaba mejor: la calle, los Era extraño, pensaba Drioli, con qué
cubos de basura alineados, su mal olor, facilidad recordaba estas cosas ahora y
y los gatos recorriendo los cubos de uno cómo los recuerdos se enlazaban tan
en uno. Luego, aquellas mujeres gordas estrechamente.
Por ejemplo, aquello del tatuaje, fue —No —dijo Drioli—, vamos a
realmente una tontería, una locura. celebrar que he ganado una gran
¿Cómo empezó? ¡Ah, sí! Un día había cantidad de dinero trabajando.
hecho un buen negocio y había —Y yo no he ganado nada,
comprado mucho vino. Se veía a sí celebraremos también eso. —Si tú
mismo entrar en el estudio con un quieres, de acuerdo.
paquete de botellas bajo el brazo. El Drioli estaba junto a la mesa
chico estaba sentado delante del abriendo el paquete. Estaba cansado y
caballete, y la esposa de Drioli, en el tenía ganas de beber vino. Nueve
centro de la habitación, posaba para él. clientes, era estupendo, pero sus ojos no
—Hoy vamos a celebrar algo — podían mantenerse abiertos. Nunca
dijo. había tenido tantos, nueve soldados
—¿Qué hay que celebrar? — ebrios, y lo mejor era que siete habían
preguntó el muchacho sin mirarle—. pagado al contado. Esto le convertía en
¿Has decidido divorciarte de tu esposa una persona rica, pero el trabajo era
para que se case conmigo? terrible para los ojos. La fatiga le
obligaba a tenerlos casi cerrados. Los lienzo del caballete y lo puso contra la
tenía terriblemente enrojecidos. Sentía pared, pero Drioli ya lo había visto.
mucho dolor bajo el globo de los ojos. —Me gusta.
Pero ahora ya estaba libre y era rico —Es horrible.
como un cerdo y en el paquete había tres —Es maravilloso, como todos los
botellas, una para su esposa, otra para que tú pintas, es fantástico. Me gustan
su amigo y otra para él. Cogió un todos.
sacacorchos y fue descorchando las —Lo único que pasa es que no son
botellas. El muchacho bajó su pincel. nutritivos. No me los puedo comer.
—¡Dios mío! —dijo—. ¿Cómo voy —De cualquier forma, son
a trabajar así? La chica cruzó la maravillosos. Drioli le tendió un vaso
habitación para ver el cuadro. Drioli de vino blanco.
también fue hacia allí, llevando una —Bebe —dijo—, te sentirás mejor.
botella en una mano y un vaso en la otra. Nunca había encontrado una persona
—¡No! —gritó el chico, poniéndose más desgraciada, con la cara tan triste.
colorado—. ¡Por favor, no! Cogió el Se había fijado en él en un café, unos
siete meses antes, bebiendo solo, y kilómetros.
como parecía ruso o por lo menos algo —¡Smilovichi! —había exclamado
asiático, se había sentado en su mesa y Drioli, abrazándole otra vez—, allí fui
entablado conversación. varias veces cuando era niño.
—¿Es usted ruso? Luego se sentó otra vez, mirando con
—Sí. cariño el rostro de su compañero.
—¿De dónde? —¿Sabe una cosa? —le había dicho
—De Minsk. —, no parece un ruso del oeste, parece
Drioli dio un brinco y le abrazó, un tártaro o un calmuco.
diciéndole que él también había nacido Ahora Drioli miraba otra vez al
en aquella ciudad. muchacho mientras bebía su vaso de
—No fue en Minsk exactamente — vino. Sí, tenía la cara de un calmuco:
había declarado el muchacho—, pero muy ancha, de pómulos salientes y con
muy cerca. la nariz aplastada y gruesa. La anchura
—¿Dónde? de las mejillas se acentuaba en las
—Smilovichi, a diecinueve orejas, que sobresalían de la cabeza.
Tenía ojos pequeños, el pelo negro y la compro?
boca gruesa y adusta de un calmuco; —Seis más —contestó el chico—:
pero lo más sorprendente eran las dos para cada uno.
manos, tan pequeñas y blancas como las —Bien. Voy a buscarlas.
de una mujer, de dedos pequeños y —Yo te acompañaré.
delgados. En el café más próximo compró
—Sírvanse más —dijo el chico—, Drioli seis botellas de vino blanco y las
si lo celebramos vamos a hacerlo bien. llevaron al estudio. Las colocaron en el
Drioli sirvió el vino y se sentó en suelo en dos filas. Drioli sacó el
una silla. El muchacho se sentó en su sacacorchos y descorchó las seis
viejo lecho con la esposa de Drioli. botellas; luego se sentaron y continuaron
Colocaron las tres botellas en el suelo. bebiendo.
—Esta noche beberemos hasta que —Sólo los muy ricos pueden
no podamos más —dijo Drioli—. Soy celebrar las cosas de este modo —dijo
inmensamente rico. Creo que voy a salir Drioli.
a comprar más botellas. ¿Cuántas —Tienes razón —dijo el chico—.
¿Verdad que sí, Josie? importante también, para que hubiera
—Claro. tiempo de saborear los tres deliciosos
—¿Cómo te sientes, Josie? —Muy períodos de transición, especialmente
bien. (para Drioli) el momento en que
—¿Dejarás a Drioli y te casarás empezaba a flotar en el ambiente, como
conmigo? si los pies no le pertenecieran. Éste era
—No. el mejor momento de todos, cuando
—Un vino excelente —dijo Drioli miraba sus pies y estaban tan lejos que
—, es un privilegio beberlo. dudaba sobre a quién podrían pertenecer
Lenta y metódicamente empezaron a y por qué estaban de aquella forma en el
emborracharse. El proceso era rutinario, suelo.
pero de todas formas había que observar Después de algún tiempo se levantó
una cierta ceremonia y mantener la a encender la luz. Se sorprendió mucho
gravedad. Había muchas cosas por decir al ver que los pies le seguían adonde
y luego repetir de nuevo, el vino debía iba, especialmente porque no los sentía
ser alabado y la lentitud era muy tocar el suelo. Tenía la agradable
sensación cié que caminaba por el aire. —Coge todos los que te gusten, pero
Luego empezó a dar vueltas por la no me interrumpas cuando estoy
habitación, mirando de soslayo los hablando con tu esposa.
lienzos que había en las paredes. —No, no. Oye: yo quiero decir un
—Oye —dijo por fin—, tengo una cuadro que lo tenga siempre conmigo…:
idea. Fue hacia el jergón y se detuvo. un cuadro tuyo.
—Óyeme, pequeño calmuco. Dio un paso adelante y golpeó al
—¿Qué? muchacho en la rodilla.
—Tengo una idea estupenda. ¿Me —Óyeme, por favor.
escuchas? —Escucha lo que te dice —dijo la
—Estoy escuchando a Josie. chica.
—Óyeme, por favor, tú eres mi —Se trata de lo siguiente: quiero
amigo, mi pequeño y feo calmuco de que pintes un cuadro sobre mi piel, en
Minsk y para mí eres tan buen artista que mi espalda, que tatúes lo que has
me gustaría tener un cuadro, un cuadro pintado, para que permanezca siempre.
precioso… —Eso es una idea disparatada.
—Te enseñaré a tatuar, es fácil. Un estoy hablando?
niño puede hacerlo. No, el chico no podía decir eso
—Yo no soy ningún niño. porque si alguien sabía de tatuajes, ese
—Por favor… alguien era, desde luego, Drioli. ¿No
—Estás completamente loco. ¿Qué había cubierto por completo el mes
es lo que quieres? El pintor miró sus pasado el estómago de un hombre con un
ojos, brillantes por el vino. magnífico dibujo compuesto de flores?
—En nombre del Cielo. ¿Qué es lo ¿Y aquel cliente de tanto pelo en el
que quieres? pecho al que le había tatuado un oso de
—Tú lo puedes hacer muy forma que el pelo pareciese la piel de la
fácilmente. ¡Puedes! ¡Puedes! bestia? ¿No había tatuado una chica en
—¿Quieres decir con tatuaje? el brazo de un hombre de tal forma que
—¡Sí, con tatuaje! Te enseño en dos cuando flexionaba el músculo la chica
minutos. se movía con sorprendentes
—¡Imposible! contorsiones?
—¿Insinúas que no sé de lo que —Lo único que digo —contestó el
chico— es que has bebido y ésta es una tenido una idea mejor.
idea de borracho. —¿Qué idea?
—Josie podría ser nuestra modelo. —Que me haga un retrato tuyo en la
Un cuadro de Josie en mi espalda. ¿No espalda. ¿No me está permitido?
se me permite tener un cuadro de Josie —¿Un retrato mío?
en la espalda? —Desnuda —dijo el chico—, es una
—¿De Josie? excelente idea.
—Sí. —Desnuda no —protestó ella.
Drioli sabía que la sola mención de —Es una idea fantástica —dijo
su esposa haría que los gruesos labios Drioli.
del chico se entreabriesen y empezasen —Una locura —arguyó la chica.
a temblar. —De cualquier forma, es una idea
—No —dijo la chica. —dijo el chico—, es una idea digna de
—¡Josie, querida, por favor! Coge celebración. Se bebieron otra botella.
una botella y termínala, luego te sentirás Luego el chico dijo:
más generosa. Nunca en mi vida he —No, no quiero utilizar el tatuaje.
Sin embargo, pintaré el retrato en tu —Es facilísimo. Te voy a enseñar en
espalda y lo tendrás hasta que tomes un dos minutos, ya verás. Voy a buscar los
baño y te laves. Si no tomas el baño en instrumentos, las agujas y las tintas.
tu vida, lo tendrás siempre, mientras Tengo tintas de muchos colores, tantos
vivas. como tú puedas tener en pintura y mucho
—No —dijo Drioli. más vivos…
—Sí, y el día que decidas bañarte, —Es imposible.
sabré que ya no valoras mi pintura. Será —Tengo muchas tintas, ¿verdad que
una prueba de tu admiración por mi arte. sí, Josie?
—No me gusta la idea —dijo la —Sí.
chica—, su admiración por tu arte es tan —Ya verán, voy a buscarlas. Se
grande que estaría sucio muchos años. levantó de su silla y salió de la
Hazlo con tatuaje, pero no desnuda. habitación. Al cabo de media hora
—Pues entonces un retrato —dijo volvió.
Drioli. —Lo he traído todo —gritó,
—No lo podré hacer. enseñándole una maletín marrón—, todo
lo que necesitas para tatuar está en esta piel para hacer su demostración.
maleta. —Primero elijo la tinta; usaré una de
La puso sobre la mesa, la abrió y azul corriente; e introduzco la punta de
sacó las agujas eléctricas y las botellitas la aguja en la tinta…, así…, luego la
de tinta de color. Llenó la aguja introduzco suavemente en la superficie
eléctrica, la tomó en su mano y presionó de la piel…, de este modo, y con la
un botón. Hizo un sonido y la aguja ayuda del pequeño motor y de la
empezó a vibrar rápidamente, electricidad la aguja salta arriba y abajo
moviéndose alternativamente de arriba pinchando la piel de tal manera que la
abajo. Se quitó la chaqueta y se subió la tinta entra y éste es todo el truco. Fíjate
manga izquierda. qué fácil es…, mira cómo dibujo un
—Mira, obsérvame y verás lo fácil galgo en mi brazo.
que es. Haré un dibujo en mi brazo, El chico parecía intrigado.
aquí. —Déjame practicar… en tu brazo.
Su antebrazo ya estaba cubierto de Empezó a dibujar con una aguja
marcas azules, pero eligió un claro en la líneas azules en el brazo de Drioli.
—Es muy simple —dijo—, es como —¡Fantástico! Eres un genio.
dibujar con pluma y tinta. La única De mala gana, la chica fue hacia el
diferencia es que es más lento. tocador, llevándose con ella el vaso de
—No es nada difícil. ¿Estás vino.
preparado? ¿Empezamos? Drioli se quitó la camisa y los
—En seguida. pantalones. Se quedó en calzoncillos y
—¡La modelo! —gritó Drioli—. zapatos, balanceándose ligeramente. Su
¡Josie, ven! Ahora estaba entusiasmado, pequeño cuerpo era blanco, casi
recorriendo la habitación y arreglándolo lampiño.
todo, preparándose como un niño para —Bueno —dijo—. Yo soy el lienzo.
un nuevo juego. ¿Dónde me pones?
—¿Dónde quieres que pose? —Como siempre, en el caballete.
—Que se ponga allí, delante de mi No creo que sea tan difícil.
tocador. Que se cepille el pelo. La —No seas tonto. Yo soy el lienzo.
pintaré con el pelo suelto sobre los —Entonces ponte en el caballete,
hombros, cepillándoselo. ése es tu sitio.
—¿Cómo? —¡Ay, ay! —gritó Drioli—. Un
—¿Eres o no eres el lienzo? horrible ciempiés camina por mi espina
—Sí. Ya empiezo a sentirme como dorsal.
un lienzo. —¡Estate quieto ahora! ¡Quieto!
—Entonces ponte en el caballete. No El muchacho trabajaba con rapidez
creo que sea tan complicado. trazando unas finas líneas azules para no
—Pero eso no es posible. dificultar el tatuaje. De tal forma se
—Entonces siéntate en la silla. concentró al pintar que parecía como si
Hazlo al revés, para que puedas apoyar su borrachera hubiera desaparecido por
tu mareada cabeza en el respaldo. Date completo. Daba ligeros toques a su
prisa porque voy a empozar. dibujo con mano certera y en menos de
—Estoy preparado, cuando quieras. media hora había terminado.
—Primero —dijo el muchacho—, —Bueno —dijo a la chica—. Ya
haré un dibujo normal y si me gusta lo está.
tatuaré. Con un pincel gordo empezó a Ella volvió inmediatamente al
pintar en la desnuda piel del hombre. jergón, se recostó y quedó
completamente dormida. madrugada y el muchacho trabajaba
Drioli no se durmió. Observó cómo afanosamente. Drioli recordaba que
cogía el muchacho la aguja y la cuando al fin el artista dijo: ¡Ya está!, la
introducía en la tinta, luego sintió un luz se filtraba por la ventana y se oía
pinchazo en la piel de la espalda. El gente por la calle.
dolor, que era desagradable, pero no —Quiero verlo —dijo Drioli.
extremo, le impidió dormir. Siguiendo el El muchacho le tendió un espejo y
recorrido de la aguja y viendo los Drioli ladeó un poco el cuello para
diferentes colores de tinta que el mirar.
muchacho iba usando, Drioli se divertía —¡Santo cielo! —exclamó.
tratando de adivinar lo que pasaba Era algo asombroso. Toda su
detrás de él. El chico trabajaba con espalda, desde los hombros hasta el
asombrosa intensidad. Estaba final de la espina dorsal, era una mezcla
completamente absorto en la pequeña de colores —dorado, verde, azul, negro
máquina y en los efectos que producía. y escarlata—. El tatuaje estaba tan
La máquina zumbaba en la concienzudamente hecho que parecía un
cuadro. El chico había seguido lo más —¡Es fantástico!
estrechamente su dibujo haciéndolo a —A mí también me gusta.
conciencia y era maravilloso el modo en El muchacho retrocedió unos pasos
que había usado la espina dorsal y la examinándolo atentamente.
parte saliente de los hombros para que —¿Sabes una cosa? Me parece que
formaran parte de la composición. Es es tan bueno que lo voy a firmar.
más, se las había arreglado para añadir Y tomando de nuevo una aguja
al dibujo una extraña espontaneidad. El inscribió su nombre con tinta roja en la
tatuaje tenía vida; mantenía aquel parte derecha, encima del riñón de
sentimiento de tortura tan característico Drioli.
de todas las obras de Soutine. No era un El viejo Drioli miraba el cuadro en
retrato, era más bien un aspecto de la el escaparate de la exposición. Aquello
vida. El rostro de la modelo se veía había sucedido hacía tanto tiempo que le
vago y perdido, y como fondo unas parecía que pertenecía a otra vida.
curiosas pinceladas de verde que le ¿Y el chico? ¿Qué había sido de él?
daban un aspecto exótico. Ahora recordaba que cuando volvió de
la guerra —la Primera Guerra Mundial tienda estaba cerca de los muelles y
—, lo echó mucho de menos y había siempre tenía mucho trabajo. Todos los
preguntado a Josie por él. días tres, cuatro y cinco marineros
—Se ha ido —contestó ella—. No venían a que les tatuara los brazos.
sé dónde, pero oí decir que un Aquéllos fueron unos años agradables,
marchante lo había mandado a Céret en verdad.
para que pintara más cuadros. Luego vino la Segunda Guerra, a
—Quizá vuelva. Josie la mataron y con la llegada de los
—Puede ser. ¡Quién sabe! alemanes terminó su trabajo. Ya nadie
Esa fue la última vez que lo quería tatuajes en los brazos y entonces
mencionaron. Poco tiempo después se ya era demasiado viejo para emprender
fueron a Le Havre, donde había otra clase de trabajo. En su
marineros y por lo tanto el negocio iba desesperación había vuelto a París con
mejor. El viejo sonrió al recordar Le la vana esperanza de que las cosas le
Havre. Aquellos fueron unos años muy irían mejor en una ciudad grande, pero
agradables, entre las dos Guerras; su no fue así.
Ahora que la guerra había escaparate y miró Ja exposición. Había
terminado, no tenía ni los medios ni la muchos cuadros en las paredes y todos
energía para empezar de nuevo con su ellos parecían ser obra del mismo
pequeño negocio. No era fácil para un artista. Había mucha gente paseando por
viejo saber lo que tenía que hacer, allí. Se veía claramente que era una
especialmente si no le gustaba mendigar. exposición extraordinaria.
Sin embargo, ¿cómo podría subsistir de En un repentino impulso Drioli se
otro modo? decidió, empujó la puerta de la galería y
Bien, pensó, mirando el cuadro otra entró.
vez, aquí está mi pequeño calmuco. ¡Qué Era un local alargado, con el sucio
fácilmente un pequeño objeto puede cubierto por una alfombra de color rojo
recordar tantas cosas dormidas en el oscuro y, ¡Dios mío!, ¡qué bien y qué
interior! Hasta hacía breves instantes caliente se estaba allí! Había bastante
había olvidado que tenía un tatuaje en su gente mirando los cuadros, gente digna y
espalda. Hacía mucho tiempo que se respetable, casi todos ellos llevando en
acordaba de él. Acercó más la cara al su mano el catálogo. Drioli se quedó al
lado de la puerta, mirando con —¿No puedo mirar los cuadros?
nerviosismo a su alrededor, dudando en —Le he pedido que se marche.
seguir adelante y mezclarse con aquella Drioli no se movió. De repente se
gente. Pero antes de que se decidiera, sintió terriblemente ultrajado.
oyó una voz a su lado que decía: —No quiero escándalos —dijo el
—¿Qué desea usted? hombre—, venga por aquí.
El que le hablaba llevaba un abrigo Puso su gruesa mano en el hombro
negro azabache. Era grueso y pequeño y de Drioli y empezó a empujarle hacia la
tenía la cara muy blanca. Sus mejillas puerta. Aquello le decidió.
tenían tanta carne que le caía por ambos —¡Quíteme las manos de encima! —
lados cié la boca como un perro de gritó.
aguas. Se acercó más a Drioli y le elijo: Su voz se oyó claramente en la sala
—¿Qué desea usted? y todos los rostros se volvieron para ver
Drioli no se movió. a la persona que había armado tal
—Por favor —insistió el hombre—, escándalo. Uno de los empleados se
saiga de esta exposición. recobró prestamente para ayudar en caso
necesario y entre los dos hombres hombres y corrió hacia el centro del
llevaron a Drioli hasta la puerta. La local, gritando:
gente no se movía observando los —¡Se lo enseñaré! ¡Se lo enseñaré!
acontecimientos. Sus caras parecían Se quitó el abrigo, la chaqueta y la
decir: «No hay ningún peligro, ya se han camisa y se volvió con la espalda
hecho cargo de él.» desnuda hacia la gente.
—¡Yo también! —gritaba Drioli—. —¡Aquí! —gritó desesperadamente
¡Yo también tengo un cuadro suyo! ¡Era —. ¿Lo ven? ¡Aquí está!
mi amigo y yo tengo un cuadro de él que De repente se callaron, presas de un
me regaló! vergonzoso asombro. Miraban el retrato
—¡Está loco! tatuado. Allí estaba con sus brillantes
—Un lunático, un lunático rabioso. colores; aunque la espalda del viejo era
—Alguien debería llamar a la más estrecha ahora, los salientes de los
policía. hombros más pronunciados y el efecto,
Con un rápido movimiento del aunque no era espectacular, le daba a la
cuerpo, Drioli se desasió de los dos pintura una curiosa textura arrugada y
blanda. —¿Quién enseñó a Soutine a tatuar?
Alguien dijo: —Yo mismo.
—¡Dios mío, es verdad! —¿Y la mujer?
Entonces vino la excitación y el —Era mi esposa.
sonido de voces, mientras la gente El propietario de la sala se abrió
cercaba al pobre viejo. paso entre la gente hacia Drioli. Ahora
—¡Es inconfundible! estaba tranquilo, muy serio, con una
—Su primer estilo, ¿verdad? sonrisa en los labios.
—¡Es fantástico! —Señor —dijo—, yo se lo compro.
—¡Mire, está firmado! Drioli observaba cómo se movían
—Eche los hombros hacia adelante, las carnes de sus mejillas al mover la
por favor, para que la pintura se ponga mandíbula.
tirante. —Digo que se lo compro, señor.
—Es viejo. ¿Cuándo lo pintó? —¿Cómo lo va a comprar? —
—En 1913 —dijo Drioli, sin preguntó Drioli, suavemente.
volverse—, en otoño de 1913. —Le doy doscientos mil francos por
él. Los ojos del comerciante eran haré rico. Juntos podremos llegar a un
pequeños y oscuros y su mirada astuta. acuerdo sobre este cuadro. ¿Verdad?
—¡No lo consienta! —murmuró Drioli le observó con aprensión en
alguien de los espectadores—. ¡Vale sus ojos.
veinte veces más que eso! —Pero ¿cómo lo va a comprar,
Drioli abrió la boca para hablar, señor? ¿Qué hará cuando lo haya
pero no le salió ni un sonido, así que la comprado? ¿Dónde lo guardará hoy?, ¿y
cerró de nuevo. Luego habló lentamente: mañana?
—¿Pero cómo voy a venderlo? —Ah, ¿dónde lo guardaré? Sí,
Su voz tenía toda la tristeza del ¿dónde lo guardaré?, ¿dónde? Veamos…
mundo. El comerciante se llevó ambas
—¡Sí! —decían algunas voces—. manos a la frente.
¿Cómo lo va a vender?, es parte de su —Parece ser que si me quedo con el
cuerpo. cuadro, me quedo también con usted.
—Oiga —dijo el comerciante Esto es una desventaja. En realidad el
acercándosele más—. Le ayudaré, le cuadro no tiene valor hasta que usted no
muera. ¿Cuántos años tiene, amigo mío? embutida en un guante amarillo canario.
—Sesenta y uno. —Escuche, buen hombre —dijo el
—Pero no está muy fuerte, ¿verdad? desconocido, todavía sonriente—. ¿Le
El comerciante bajó la mano de la gusta nadar y tomar baños de sol? Drioli
frente y miró a Drioli de arriba abajo, le miró un poco asustado.
como un granjero a un caballo viejo. —¿Le gusta la comida escogida y el
—Esto no me gusta nada —dijo vino tinto de los grandes castillos de
Drioli, haciendo ademán de marcharse Burdeos?
—; francamente, señor, no me gusta esto. El hombre todavía sonreía,
Echó a andar, pero sólo para caer en enseñando una hilera de blancos y
brazos de un caballero de elevada pulidos dientes. Hablaba suavemente,
estatura que le tomó suavemente de los puesta todavía su mano enguantada en el
hombros. Drioli miró en derredor hombro de Drioli.
disculpándose. El desconocido le sonrió —¿Le gustan esas cosas?
al tiempo que le daba unos golpecitos en —Pues…, sí —contestó Drioli,
el hombro desnudo con la mano bastante perplejo.
—¿Y la compañía de mujeres —¿Y una atractiva manicura?
bonitas? Alguien trataba de contener la risa.
—¿Por qué no? —¿Y la campanilla junto a la cama
—¿Y un armario lleno de trajes y para llamar a la doncella y que le traiga
camisas hechas a medida? Parece que no el desayuno? ¿Le gustaría todo eso,
anda usted demasiado bien de trajes. amigo mío? ¿No le apetece?
Drioli miraba al hombre, esperando Drioli le miró atentamente.
el resto de su proposición. —Soy el propietario del Hotel
—¿Le han hecho alguna vez zapatos Bristol, de Cannes. Le invito a que
a medida? venga y sea mi invitado el resto de sus
—No. días con todo el lujo y confort.
—¿Le gustaría? Hizo una pausa para que Drioli
—Pues… tuviera tiempo de saborear ese
—¿Y que alguien le afeitase por las programa.
mañanas y le arreglase el pelo? —Su único trabajo, que se puede
Drioli empezó a bostezar. llamar placer, consistirá en que pase su
tiempo en la playa entre mis invitados, —Oiga —interrumpió el marchante
tomando el sol, nadando, bebiendo —, aquí está la respuesta a nuestro
cócteles. ¿Qué le parece? ¿Le gusta la problema. Yo compro su cuadro tatuado
idea, señor? ¿No lo comprende? Así y hago que un buen cirujano le quite la
todos mis invitados podrán admirar este piel de la espalda y entonces usted
fascinante retrato de Soutine. Se podrá disfrutar de la gran suma de
convertirá usted en un hombre famoso y dinero que yo le daré.
la gente dirá: «Mira, ése es el que lleva —¿Sin la piel en la espalda?
un cuadro de diez millones de francos en —¡Oh, no! No me ha comprendido.
la espalda.» ¿Le gusta esta idea, señor? Este cirujano le pondrá otra piel en
¿Le gusta? lugar de la del cuadro, eso es fácil.
Drioli miró al hombre, dudando —¿Se puede hacer?
todavía, por si acaso era una broma. —Sí. No pasa nada.
—Es cómico, pero, realmente, —¡Imposible! —dijo el caballero de
¿habla en serio? los guantes amarillo canario—, es
—Claro que sí. demasiado viejo para esa operación, le
mataría. La mano con el guante amarillo
—¿Me mataría? canario empezó a golpear de nuevo a
—Naturalmente, usted no Drioli en el hombro.
sobreviviría y sólo la pintura se —Bueno —le dijo el caballero con
salvaría. una amplia sonrisa—. Usted y yo iremos
—¡En el nombre de Dios! —gritó a comer juntos y hablaremos mientras
Drioli, mirando espantado a la gente que comemos. ¿Qué tal? ¿Tiene usted
le observaba. apetito?
En el silencio que siguió, otra voz de Drioli le observó temblando. No le
hombre se dejó oír entre el grupo: gustaban los modos de aquel hombre que
—Quizá si alguien le ofreciera a se inclinaba hacia él al hablarle, como
este hombre mucho dinero consentiría en una serpiente.
que le mataran. ¿Quién sabe? —Pato asado y Chambertin —fue
Algunos soltaron una risita. El enumerando el hombre—. Y quizá un
marchante golpeó la alfombra con los soufflé de castañas, ligero y espumoso.
pies, incómodo. Puso un acento extraño en sus
palabras, como aplastándolas con la hecho de que en Carmes no existe ningún
lengua. hotel llamado Bristol, hace pensar un
—¿Cómo le gusta el pato? — poco y nos hace desear ardientemente
continuó el caballero—. ¿Le gusta muy que en cualquier lugar en que se
asado y crujiente por fuera, o bien…? encuentre ese pobre viejo, tenga en estos
—Iré —dijo repentinamente Drioli. momentos una bonita manicura que le
Ya había recogido su camisa y se la arregle las uñas y una doncella que le
estaba poniendo por la cabeza. traiga el desayuno a la cama, todas las
—Espéreme, señor, voy con usted. mañanas.
En un momento había desaparecido
de la exposición con su nuevo patrón.
Al cabo de pocas semanas, un
cuadro de Soutine, un busto de mujer,
pintado de una extraña forma, bien
enmarcado y barnizado, se puso a la
venta en Buenos Aires. Esto, unido al
por nada que no fueran sus colecciones
8. LADY TURTON de pinturas modernas y esculturas.
Ninguna mujer le había trastornado,
CUANDO, ocho años atrás, murió el ningún escándalo ni habladuría habían
viejo sir William Turton y su hijo Basil mancillado jamás su nombre. Pero ahora
heredó el periódico The Turton Press que se había convertido en el
(además del título), recuerdo que propietario de un importante periódico y
empezaron a hacerse apuestas en Fleet una gran revista, era preciso que dejara
Street sobre cuánto tiempo pasaría antes la calma y tranquilidad de la casa de
de que una joven persuadiera al pobre campo de su padre y se estableciera en
individuo de que ella debía cuidarse de Londres.
él. Es decir, de él y de su dinero. Naturalmente, los buitres empezaron
El nuevo sir Basil Turton tenía unos a acecharle y estoy seguro de que no
cuarenta años y era soltero. Hombre sólo Fleet Street sino la ciudad entera
afable y de carácter sencillo; hasta empezó a movilizarse en torno a él. Fue
entonces no había demostrado interés un movimiento lento, deliberado y
mortal, y por lo tanto no parecían tanto y aparentemente en respuesta a una
unos buitres como un puñado de secreta señal femenina, las chicas
cangrejos tratando de alcanzar un trozo declararon entre sí una suerte de tregua
de comida bajo el agua. mientras se iban al extranjero y
Pero, para sorpresa de todos, el descansaban, con el fin de reagruparse y
hombre demostró ser notablemente hacer nuevos planes para el siguiente
evasivo y la lucha continuó hasta la invierno. Esto fue un error, porque en
primavera y el principio del verano de aquel preciso momento apareció una
aquel año. Yo no conocía a sir Basil brillante criatura llamada Natalia o algo
personalmente, ni tenía ninguna razón así, de quien nadie había oído hablar
para sentir simpatía hacia él, pero no anteriormente, que llegó del continente
podía evitar el ponerme repentinamente europeo, tomó a sir Basil firmemente
de parte de los de mi sexo y me alegraba por la muñeca y lo llevo como un
cada vez que lograba salir de alguna torbellino al Registro Civil de Caxton
trampa. Hall y se casó con él antes de que nadie,
Luego, hacia el principio de agosto, y menos el novio, se diera cuenta de lo
que había pasado. se había convertido en una fuerza
Ya podrán imaginarse que las política muy importante en el país. Ya
señoras de Londres estaban indignadas entiendo que otras mujeres hayan sido
y, naturalmente, se dedicaron a levantar capaces de hacer lo mismo, pero lo
una gran cantidad de cotillees alrededor excepcional de este caso era el hecho de
de lady Turton: la asquerosa cazadora, que ella fuera extranjera y el que nadie
la llamaban. Pero no hay necesidad de pareciese saber con precisión de qué
detenerse en ello. En realidad, para el país procedía: Yugoslavia, Bulgaria o
propósito de mi historia podemos Rusia.
saltarnos los seis años siguientes, lo El jueves pasado fui a una cena en
cual nos trae al presente; exactamente casa de un amigo de Londres y mientras
hoy hace una semana, cuando tuve el charlábamos en el salón antes de la
honor de conocer a Su Señoría por cena, bebiendo martinis y hablando
primera vez. Entonces, como ya podrán sobre la bomba atómica y sobre el señor
suponer, no sólo dirigía The Turton Bevan, la doncella abrió la puerta para
Press sino que, como resultado de ello, anunciar al último invitado.
—Lady Turton. pacientemente ser presentados, como si
Nadie dejó de hablar, hubiera sido fuera una reina o una famosa estrella de
de mala educación, ni se volvieron las cine. Sólo que esta vez era más guapa
cabezas. Solamente nuestras miradas se que cualquiera de ellas. Su pelo era
dirigieron a la puerta, esperando su negro y, en contraste, tenía uno de esos
entrada. rostros pálidos, ovalados e inocentes de
Ella entró aprisa, alta y esbelta, con las flamencas del siglo XV, casi como
un traje rojo escarlata que brillaba una Madonna de Memling o Van Eyck;
admirablemente; jovial, tendiendo la por lo menos ésta fue mi primera
mano a su anfitriona. Francamente, debo impresión. Más tarde, cuando llegó el
confesar que era una belleza. momento de estrecharnos las manos, me
—¡Buenas noches, Milfred! di cuenta de que, excepto en el perfil y
—¡Mi querida lady Turton, me el color, estaba muy lejos de parecerse a
alegro de que haya venido! Creo que una madonna, muy lejos de eso.
entonces fue cuando dejamos de hablar. Las aletas de la nariz, por ejemplo,
Nos volvimos para mirarla, esperando eran muy raras, bastante abiertas,
relucientes y excesivamente arqueadas. estoy seguro.
Esto le daba a la nariz un terrible Después fue llevada a la otra parte
aspecto, que tenía cierto parecido a la de la habitación para ser presentada a
de un potro salvaje. otras personas. Yo me quedé mirándola.
Y los ojos, al mirarlos de cerca, no Ella se sentía consciente del éxito y del
eran grandes y redondos, como los que modo en que aquellos londinenses
los pintores atribuían a las madonnas, hablaban de ella.
sino alargados y medio cerrados; casi «Aquí estoy yo —parecía decir—,
sonrientes, medio adustos y bastante hace pocos años que llegué a este país,
vulgares; así que de una manera o de pero ya soy más rica y poderosa que
otra le daban un aire delicadamente cualquiera de vosotros.»
disipado, es más, no miraba Caminaba triunfalmente.
directamente. Su mirada se acercaba a Pocos minutos más tarde pasamos a
uno lentamente y como de costado, de tal cenar y, con gran sorpresa, me encontré
forma que ponía nervioso. Intenté ver su sentado a la derecha de Su Señoría.
color, creo que era gris pálido, pero no Supongo que nuestra anfitriona había
hecho esto como una deferencia hacia empezó a dispararme preguntas, bastante
mí, pensando que me proporcionaría personales: trabajo, edad, familia, cosas
tema para la columna social que escribo así, mientras yo contestaba lo mejor que
cada día en el periódico de la tarde. Me podía.
senté, dispuesto a participar en una Durante esta inquisición se enteró,
comida interesante, pero la famosa lady entre otras cosas, de que yo era un
no reparó siquiera en mi presencia; amante de la pintura y la escultura.
estuvo todo el tiempo hablando con el —Puede venir alguna vez a nuestra
hombre de su izquierda, su anfitrión, casa de campo y verá la colección de mi
hasta que al fin, cuando estaba acabando esposo.
de tomar el helado, se volvió Lo dijo casualmente, como una
repentinamente, cogió mi tarjeta y leyó simple norma de educación; pero deben
mi nombre. Luego, con aquella curiosa comprender que en mi trabajo no puedo
mirada suya, como de través, me miró a permitirme el lujo de perder una
la cara. Yo le sonreí y le hice un oportunidad como ésta.
pequeño saludo. Ella no me sonrió, pero —¡Qué amable, lady Turton! Me
encantaría. ¿Cuándo puedo ir? mi invitación, pero de otra forma no la
Levantó la cabeza y dudó unos hubiera conseguido.
instantes. Luego se encogió de hombros Aparte del aspecto profesional,
y dijo: personalmente me apetecía ver la casa.
—No importa, cualquier día. Como ya saben, Wooton es una de las
—¿Qué tal el próximo fin de casas más importantes del primitivo
semana? ¿Le parece bien? Sus ojos Renacimiento inglés. Al igual que sus
semicerrados descansaron un momento hermanas, Longleat, Wodlaton y
en los míos y luego se separaron. Montacute, fue construida en la última
—Supongo que sí, si lo desea, no me mitad del siglo XVI, cuando por primera
importa. vez la casa de un señor importante pudo
Así fue como el sábado siguiente por ser decorada como mansión confortable,
la tarde me encontré conduciendo mi no como un castillo, y cuando un grupo
coche por la carretera de Wooton, con de arquitectos, como John Thorpe y los
mi maleta en el coche. Ustedes Smithson, empezaron a construir casas
seguramente pensarán que forcé un tanto maravillosas por todo el país. Está al
sur de Oxford, cerca de una pequeña hueveras, linternas, viejas con
ciudad llamada Princes Risborought, no meticulosas enaguas, grandes columnas,
muy lejos de Londres. algunas coronadas por una pelota, otras
Al entrar por las puertas enrejadas, por tejas y hongos. En la creciente
el cielo se cubría en lo alto y la tarde oscuridad, el verde se había convertido
invernal empezaba a caer. en negro, de tal forma que cada figura,
Conduje lentamente por el largo cada árbol, tomaba una forma escultural,
sendero, intentando captar los oscura y suave. En un momento dado vi
alrededores tanto como fuera posible, una pradera en forma de tablero de
sobre todo el famoso jardín, del cual ajedrez gigante, en el que cada ficha era
había oído hablar tanto. Debo confesar un tejo maravillosamente recortado.
que era una vista impresionante. Por Detuve el coche para dar un paseo y
todas partes había masas de tejos, cada figura era dos veces más alta que
cortados en diferentes formas, muy yo. Comprobé que el juego —rey, reina,
cómicas todas ellas: gallinas, palomas, peón, alfil, caballo y torre— estaba
botellas, botas, sillones, castillos, completo y listo para iniciar la partida.
En la curva siguiente, vi la gran casa todas las pequeñas praderas y terracitas
gris; frente a ella un espacioso porche había estatuas modernas y curiosas
rodeado de una balaustrada con esculturas de todas clases. En la
pequeños pabellones en sus esquinas. distancia creí reconocer el estilo de
Sobre los pilares de la balaustrada Gaudier Breska, Brancusi, Saint-
había obeliscos de piedra; la influencia Gaudens, Henry Moore, y Epstein de
italiana en la mente Tudor; y un tramo de nuevo.
escalones de metro y medio de ancho, La puerta me fue franqueada por un
que llevaban a la casa. joven criado que me condujo a mi
Al entrar en la explanada, vi con habitación, situada en el primer piso.
súbito desagrado que en el centro del —Su Señoría —explicó— está
surtidor había una gran estatua de descansando, así como los otros
Epstein. Era preciosa, desde luego, pero invitados; pero bajarán al salón dentro
no estaba en consonancia con los de una hora, vestidos para la cena.
alrededores. Al subir la escalera de la En mi oficio es preciso ir muchos
puerta central, volví la vista y vi que en fines de semana a grandes casas. Yo
paso alrededor de cincuenta sábados y ocurrió diez minutos más tarde.
domingos al año en casa de otras Yo estaba sentado en la cama
personas, y en consecuencia soy muy poniéndome los calcetines cuando la
sensible a las atmósferas poco puerta se abrió y un hombrecillo entró
agradables. Puedo decir si son en la habitación. Era el mayordomo,
agradables o no en el momento en que explicó, y su nombre era Jelks. Me dijo
entro por la puerta, y ésta era de las que que esperaba que estuviera cómodo y si
no me gustaban. El lugar señalaba tenía todo lo que necesitaba.
tormenta, en el aire flotaba una Yo le respondí afirmativamente.
atmósfera de conflictos o algo parecido. Dijo que haría todo lo posible para
Lo presentía incluso mientras gozaba de que tuviera un fin de semana agradable.
un delicioso baño. No pude evitar el Le di las gracias y esperé a que se
empezar a desear que nada malo marchara. Él dudó un momento y luego,
ocurriera antes del lunes. con voz entrecortada, me pidió permiso
Lo primero, aunque fue más una para mencionar un asunto algo delicado.
sorpresa que una cosa desagradable, Yo le dije que hablara.
Para ser franco, era acerca de las Hizo una pausa. Sus cautelosos ojos
propinas. El asunto de las propinas le me observaban. Yo le murmuré que no
hacía sentirse muy desgraciado. tenía por qué preocuparse en lo que a mí
¡Oh! ¿Y por qué era eso? se refería.
Bueno, si realmente quería saberlo, Por el contrario, dijo, esperaba
no le gustaba la idea de que sus sinceramente que no le daría ninguna
invitados se creyeran en la obligación propina al terminar el fin de semana.
de darle propina al dejar la casa. Era un —Bueno —dije yo—, no discutamos
procedimiento indigno para el que daba acerca de ello: cuando llegue el
y para el que recibía. Además, él se momento ya veremos lo que hacemos.
daba cuenta de la angustia que a veces —¡Por favor, señor, insisto!
se creaba en las mentes de los invitados Acordamos lo que él quería.
como yo —y que perdonase la libertad Me dio las gracias y se aproximó un
— que podrían verse obligados por par de pasos hacia mí. Luego inclinó la
culpa de los convencionalismos a dar cabeza hacia un lado, cruzó las manos
más de lo que ellos podían gastar. delante de él como un cura y encogió los
hombros en gesto de disculpa. Sus ojos —¿Se juega mucho a las cartas,
pequeños y duros todavía me miraban. Jelks?
Yo esperé, con un calcetín puesto y el —Sí, señor, mucho.
otro en las manos, tratando de adivinar —¿No cree que el treinta y tres
lo que querría ahora. coma tres es demasiado?
Lo que quería pedir —dijo bajito, —No lo creo, señor.
tan bajito ahora que su voz era como la —Le daré un diez por ciento.
música de un concierto, oída desde lejos —No, señor, eso no.
— era que en vez de propina le diera el Examinaba las uñas de mi mano
treinta y tres coma tres por ciento de mis izquierda y arqueaba las cejas.
ganancias en las cartas, en todo el fin de —Bien, entonces el quince. ¿De
semana. Si perdía no tendría que pagar acuerdo?
nada. —Treinta y tres coma tres, señor. Es
Lo dijo todo tan suave, tranquila y muy razonable. Después de todo, señor,
rápidamente, que ni tan siquiera me yo no sé siquiera si es usted un buen
sorprendió. jugador o sea que lo que estoy haciendo
es, y no quiero ser personal, apostar por —¿Le puedo dar un consejo, señor?
un caballo que nunca he visto correr. —¿Qué es?
Sin duda ustedes pensarán que nunca —Simplemente decirle que Su
debí empezar a regatear con el Señoría tiende a pujar muy alto.
mayordomo y quizá tengan razón, pero Bueno, esto era demasiado. Estaba
soy una persona muy liberal y siempre tan asustado que dejé caer el calcetín.
trato de ser afable con la clase baja. Después de todo, una cosa es tener un
Aparte de esto, cuanto más pensaba en pequeño arreglo deportivo con el
ello, más me convencía a mí mismo de mayordomo acerca de las propinas; pero
que era una oferta que ningún deportista cuando trata de conchabarse contigo
podía rehusar. para sacarle dinero a la anfitriona ha
—De acuerdo, Jelks, como quiera. llegado el momento de pararle los pies.
—Gracias, señor. —Bueno, Jelks, ya está bien.
Se dirigió hacia la puerta andando —No se ofenda, señor, lo que quiero
despacio, pero cuando tenía la mano decir es que puede jugar contra Su
puesta en el pomo se volvió: Señoría. Ella siempre juega con el
comandante Haddock. había entrado, dejando una sensación de
—¿Con el comandante Haddock? gran tranquilidad en el cuarto.
¿Jack Haddock? Un poco después de las siete, bajé al
—Sí, señor. salón principal. Lady Turton se levantó a
Observé un tono de burla en los saludarme tan bella como siempre.
labios de Jelks al hablar de ese hombre, —No estaba muy segura de que
y todavía era peor con lady Turton. Cada viniera —dijo con voz curiosamente
vez que decía «Su Señoría» los labios saltarina—. ¿Cuál es su nombre, por
se le curvaban como si estuviera favor?
chupando un limón, y había una inflexión —Me temo que le tomé la palabra,
en su voz sutilmente jocosa. lady Turton; espero que no la haya
—Ahora me debe perdonar, señor. retirado.
Su Señoría bajará a las siete en punto, —No, claro que no —dijo—. Hay
así como el comandante Haddock y los cuarenta y siete dormitorios en la casa.
otros. Éste es mi marido.
Salió silenciosamente igual que Un hombre pequeño salió por detrás
de ella y dijo: —Y éste es Jack Haddock.
—Me alegro de que haya podido Yo conocía a ese hombre
venir. Tenía una sonrisa agradable y al ligeramente. Era director de compañías
darme la mano sentí el roce de la (a saber qué significará eso) y un
amistad en los dedos. miembro muy conocido en sociedad. Su
—Y ésta es Carmen La Rosa — nombre había salido varias veces en mis
continuó Lady Turton. columnas, pero nunca me había gustado
Era una mujer que parecía como si y ello era debido principalmente a que
tuviera algo que ver con los caballos. Se detesto a la gente que lleva los títulos
inclinó hacia mí y, aunque mi mano militares en su vida privada,
estaba a medio camino para estrechar la especialmente comandantes y coroneles.
suya, ella no me la tendió, forzándome a Con el traje de etiqueta y su cara muy de
hacer un falso movimiento con esa mano hombre, sus cejas negras y dientes
en dirección a la nariz. grandes y blancos, parecía tan guapo que
—¿Está resfriado? Lo siento. resultaba casi indecente. Tenía una
No me gustó miss Carmen La Rosa. manera muy estudiada de levantar el
labio superior cuando sonreía llamaba a su esposo para pedirle algo:
enseñando los dientes. Me tendió la otro martini, un cigarrillo, un cenicero,
mano. un pañuelo, y cuando él se iba a levantar
—Espero que diga cosas buenas de de la silla se le anticipaba Jelks, solícito
nosotros en su columna. y atento a todos los detalles.
—Lo tendrá que hacer —dijo lady Era evidente que Jelks adoraba a su
Turton—, porque si no yo diré cosas dueño y era fácil de ver que odiaba a su
feas de él, en mi primera página. esposa. Cada vez que él hacía algo por
Yo me reí, pero lady Turton, el ella, el mayordomo se erguía y en su
comandante Haddock y Carmen La Rosa rostro asomaba un gesto de desprecio.
se volvieron de espaldas y se sentaron En la cena, la anfitriona sentó a sus
de nuevo en el sofá. Jelks me dio una dos amigos a su lado. Este arreglo nos
bebida y sir Basil me llevó a la otra dejaba a sir Basil y a mí en la otra parte
parte de la habitación para conversar un de la mesa, donde pudimos continuar
rato con él. nuestra agradable conversación acerca
A cada momento lady Turton de pintura y escultura.
Naturalmente, ahora veía claro que Parecía haberse dado cuenta de cómo
el comandante estaba enamorado de Su coqueteaba ella, cómo dejaba su mano
Señoría, y también, aunque odio tener descuidada en el brazo del comandante
que decirlo, La Rosa quería cazar el mientras hablaban y cómo la otra mujer,
mismo pájaro. la que debía tener algo que ver con los
Todas estas locuras parecían deleitar caballos, decía a cada momento:
a la anfitriona, pero no al marido. Me —¡Natalia! ¡Oye, Natalia,
daba cuenta de que él estaba pendiente escúchame!
de ellos todo el tiempo, mientras —Mañana me tiene que enseñar las
hablábamos; a menudo su mente se esculturas que hay en el jardín —
alejaba de la conversación y se cortaba propuse yo.
a la mitad de una frase, mientras sus —Naturalmente —dijo él—, lo haré
ojos se dirigían a la otra parte de la con mucho gusto.
mesa, deteniéndose patéticamente en Miró otra vez a su esposa, sus ojos
aquella adorable cabeza de pelo negro y tenían una mirada suplicante y triste. Era
las pestañas curiosamente aleteantes. un hombre tan bueno y tan pasivo, que
aun en esos momentos no había rastro de pudiera ver nuestros juegos porque, por
ira en él, ni veía peligro de una si no lo saben, les diré que aquí en
explosión. Inglaterra nunca se ha permitido a los
Después de cenar fuimos a jugar a mayordomos llevar gafas ni, ya puestos
las cartas. Yo tenía por compañera a a prohibir, bigote. Es una regla
miss Carmen La Rosa contra el inalterable y muy acertada también,
comandante Haddock y lady Turton. Sir aunque no estoy muy seguro del porqué
Basil se sentó silenciosamente en el sofá de esta prohibición. Supongo que el
con un libro en las manos. bigote les haría parecer unos caballeros
No hubo nada digno de mención en y las gafas resultaban cosa de
el juego: fue rutinario y monótono, pero americanos, en cuyo caso me gustaría
sobre todo Jelks se puso muy pesado. Se saber qué pasa con nosotros. De todas
pasó toda la noche deambulando por formas, Jelks estuvo muy pesado toda la
allí, vaciándonos ceniceros, trayéndonos noche y también lady Turton, a la cual
bebidas y mirando nuestras cartas. Se llamaban constantemente por asuntos de
notaba que era corto de vista y dudo que la prensa.
A las once en punto levantó los ojos comandante Haddock y el sonido de las
de sus cartas y dijo: cartas al caer, una por una, en la mesa, y
—Basil, ya es hora de que te vayas a los pasos de Jelks sobre la alfombra.
la cama. —¿No quiere que me quede, señora?
—Sí, querida, ya voy. —No. Váyase a la cama, y tú
Cerró el libro y estuvo un momento también, Basil.
mirando el juego. —Sí, querida, buenas noches.
—¿Cómo va eso? —preguntó. Buenas noches a todos. Jelks le abrió la
Nadie se dignó contestarle, así que puerta y salió lentamente, seguido de su
yo le dije: mayordomo.
—Muy bien, es una bonita partida. Tan pronto terminó la siguiente
—Me alegro. Jelks les cuidará y les jugada, dije que yo también quería irme
dará lo que deseen. a la cama.
—Jelks también puede irse a la —Muy bien —dijo lady Turton—,
cama —dijo ella. buenas noches. Fui a mi habitación,
A mi lado oía respirar por la nariz al cerré la puerta con pestillo, tomé mi
píldora y me acosté. una noche de lluvia copiosa, con un sol
A la mañana siguiente, domingo, me resplandeciente y ni un soplo de viento.
levanté y vestí hacia las diez y luego Los árboles desnudos estaban muy
bajé a desayunar. Sir Basil estaba allí bellos a la luz del sol. Todavía caían
frente a mí. Jelks le servía riñones gotas de las ramas y todo en derredor.
asados, con jamón y tomate frito. Se Las manchas de humedad titilaban con
alegró de verme y me sugirió que en resplandores de diamantes. El cielo
cuanto hubiera terminado de desayunar, estaba tachonado de nubéculas.
daríamos un largo paseo por los —¡Qué día tan maravilloso!
alrededores. Yo mostré mi agrado por —Sí, es fantástico.
esta sugerencia. Ya no volvimos a hablar durante el
Media hora más tarde salimos. Me paseo; no era necesario; pero me llevó
sentí muy reconfortado de alejarme de por todas partes y lo vi todo: el ajedrez
aquella casa y salir al aire libre. Era uno gigante y el resto de aquellas maravillas.
de esos días buenos que aparecen a Las casitas del jardín, los estanques, las
veces a mitad del invierno, después de fuentes, los laberintos de los niños, los
bosquecillos, las viñas y los árboles un montículo que se levantaba sobre los
nectarianos; y naturalmente, las alrededores, y desde allí veíamos los
esculturas. La mayoría de los escultores jardines que se extendían, debajo de
europeos contemporáneos estaban allí, nosotros, como un dibujo de los viejos
en bronce, granito, piedra caliza y libros de arquitectura jardinera; con
madera; y aunque era muy bonito verlos setos, praderas, terrazas y fuentes
erguirse al sol, a mí me parecía que formando un bonito y original dibujo de
estaban fuera de lugar en una mansión cuadros y círculos.
tan clásica. —Mi padre compró esta casa antes
—¿Descansamos aquí un poquito? de nacer yo —dijo sir Basil—, he
—dijo sir Basil, después de haber vivido aquí toda mi vida y me la
andado más de una hora. conozco palmo a palmo. Cada día me
Nos sentamos en un banco, junto al gusta más.
estanque de lirios de agua, lleno de —Debe de ser maravillosa en
carpas. Encendimos sendos cigarrillos. verano.
Estábamos algo separados de la casa, en —Sí lo es. Debería venir a verla en
mayo o junio. ¿Me promete que vendrá? Beaumont, el mismo que hizo Levens, en
—Sí, claro —dije yo—. Me Westmoreland. Tuvo doscientos
encantaría venir. cincuenta hombres trabajando aquí,
Mientras hablaba estaba observando durante un año seguido.
la figura de una mujer vestida de rojo, La mujer del vestido rojo se había
moviéndose por entre las flores en la reunido ahora con un hombre. Estaban
distancia. La veía por encima de una cara a cara, a un metro de distancia,
gran extensión de césped, con su justo en el centro del jardín de aquella
peculiar modo de andar. Al llegar a la pequeña pradera, aparentemente
pradera torció hacia la izquierda, pasó conversando. El hombre tenía un objeto
por debajo de unos tejos y llegó a una negro en su mano.
pradera más pequeña que era circular y —Si le interesa, le enseñaré las
tenía en su centro una escultura. cuentas que Beaumont le presentaba al
—El jardín es más moderno que la viejo duque, mientras estaban haciendo
casa —dijo sir Basil—; fue plantado en las obras.
el siglo XVIII por un francés llamado —Me gustaría mucho verlas. Deben
de ser interesantes. cosas, sabía que no lucirían hasta dentro
—Pagaba a sus trabajadores cada de cien años. Nosotros no tenemos esa
día y trabajaban diez horas. paciencia para plantar ahora, ¿verdad?
En la claridad del día, no era difícil —No, ciertamente que no.
seguir los movimientos y gestos de las El objeto que el hombre tenía en la
figuras de la pradera. Ahora se habían mano resultó ser una cámara fotográfica
vuelto hacia la escultura y la señalaban y ahora se había retirado dos pasos y
como burlándose de ella, probablemente estaba tomando fotografías a la mujer, al
riéndose de su forma. Vi que se trataba lado del Henry Moore. Ella iba
de una escultura de Henry Moore hecha adoptando diferentes poses, en todas
de madera, un fino objeto de singular ellas, por lo que yo distinguía,
belleza que tenía dos o tres orificios y pretendiendo ser graciosa. Una vez puso
un número de extraños miembros sus brazos alrededor de uno de los
salientes. miembros salientes y se abrazó a él, otra
—Cuando Beaumont plantó los tejos vez se subió y se sentó a caballo sobre
para el ajedrez gigante y todas las otras él, llevando unas riendas imaginarias en
sus manos. Los tejos ocultaban a las dos diferentes tonos de verde que hay en los
personas de la casa y del resto del árboles?
jardín, excepto en la pequeña colina —Es realmente muy bonito.
donde nosotros estábamos sentados. El hombre parecía estar explicando
Ellos estaban seguros de que nadie los algo a la mujer, apuntando con el dedo a
veía y, aunque hubiesen mirado hacia Henry Moore. Me daba cuenta, por la
nosotros, estando de cara al sol dudo forma de mover las cabezas, que estaban
que vieran a dos figuras sentadas en el riendo otra vez. El hombre continúen
estanque. señalando con el dedo. Entonces la
—Me gustan esos tejos —habló sir mujer se fue por detrás de la escultura
Basil—: su color hace muy bonito en un de madera, se inclinó y metió la cabeza
jardín, porque los ojos pueden en uno de los agujeros. El conjunto tenía
descansar en ellos, y en verano rompen el tamaño, yo diría, de un caballo joven,
la monotonía de la brillantez, con sus y desde aquí se podían ver las dos
frutos colorados y sus pequeñas partes, a la izquierda el cuerpo de la
floréenlas. ¿Se ha fijado en los mujer y a la derecha su cabeza saliendo
del agujero. Era como uno de esos máquina en la espalda y avanzar hacia
juegos de playa en los que se pone la ella. Se inclinó hasta tocar su rostro y le
cabeza en el agujero de un panel para dio, supongo, algunos besos o algo
ser fotografiado como una señora gorda. parecido. En el silencio que siguió
En aquellos momentos el hombre le imaginé oír una risa femenina donde
estaba haciendo una foto. ellos estaban.
—Hay otra cosa sobre los tejos — —¿Volvemos a casa? —pregunté.
continuó sir Basil—. Al principio del —¿A casa?
verano, cuando brotan los capullos… —Sí. ¿Volvemos a tomar algo antes
Dejó de hablar repentinamente. Su de comer? —¿Una bebida? Sí,
cuerpo se irguió. tomaremos algo.
—Sí —dije yo—. ¿Cuando los Pero no se movió. Se sentó muy
capullos brotan…? quieto, lejos de mí, mirando a las dos
El hombre ya había tomado la foto, figuras con intensidad. Yo también las
pero la mujer todavía tenía la cabeza en miraba, no podía separar los ojos, tenía
los agujeros. Le vi poner las manos y la que mirarlas. Era como ver un ballet en
miniatura. Conocía a los artistas y la lado a otro de una forma
música, pero no el final de la historia, ni extremadamente peculiar. El hombre, a
la coreografía, ni lo que iba a pasar. un paso de ella, la miraba sin hacer
Estaba fascinado y no podía hacer otra ningún movimiento. Por unos momentos
cosa. se quedó quieto; luego puso la máquina
—Gaudier Breska —dije yo—. en el suelo y se dirigió a la mujer,
¿Dónde cree usted que hubiera llegado tomando la cabeza entre sus manos; de
si no hubiera muerto tan joven? repente se convirtieron de figuras de
—¿Quién? ballet en marionetas; pequeñas figuritas
—Gaudier Breska. de madera haciendo movimientos
—Sí —habló distraídamente—, bruscos e irreales en un lejano
desde luego… escenario.
Ahora notaba que algo raro estaba Permanecimos sentados sin decir
pasando. La mujer tenía todavía la una sola palabra. Observábamos cómo
cabeza en el agujero, pero estaba la delgada marioneta masculina
empezando a remover su cuerpo de un manipulaba la cabeza de la mujer. Lo
hacía suavemente, de esto no había duda por el cuello. Esta vez el sonido de la
alguna, suave y lentamente, dando un voz de ella se dejó oír con ira y dolor, y
paso atrás de vez en cuando para pensar llegó hasta nosotros nítidamente a través
un modo mejor de sacarle la cabeza de de la luz del día.
allí, o bien moviéndose hacia un lado Por el rabillo del ojo vi a sir Basil
para ver desde otro ángulo la posición mover la cabeza repetidas veces.
de ésta. En cuanto la dejaba sola, la —Una vez metí la mano en un jarrón
mujer volvía a retorcerse de la misma de dulces y no la pude sacar —dijo.
manera que se mueve un perro cuando se El hombre había retrocedido unos
le pone la cadena por vez primera. metros. Tenía la manos en las caderas y
—No puede salir —dijo sir Basil. la cabeza levantada. Se le notaba furioso
El hombre se dirigió a la otra parte y desesperado al mismo tiempo. La
de la escultura donde estaba el cuerpo mujer, en su poco confortable posición,
de la mujer, levantó las manos y empezó parecía hablarle, o más bien gritarle y
a manipular con el cuello. De repente, aunque no podía moverse mucho, las
desesperado, le dio dos o tres estirones piernas las tenía libres y las movía
continuamente. Hizo una pequeña ceremonia para
—Rompí el jarrón con un martillo y darme el cigarrillo y encendérmelo él
le dije a mi madre que se me había mismo, poniendo otra vez el fósforo
caído del estante sin darme cuenta. gastado dentro de la caja.
Ahora parecía más calmado, aunque Nuestra llegada fue una sorpresa
su voz tenía un curioso tono. para ellos.
—Creo que deberíamos ir, por si —¿Qué pasa aquí? —preguntó sir
acaso podemos ayudarles en algo. Basil. Hablaba suavemente, con una
—Creo que sí. peligrosa suavidad que estoy seguro su
Pero no se movió. Sacó un cigarrillo esposa no había oído nunca
y lo encendió, poniendo luego el fósforo anteriormente.
gastado en la caja de nuevo. Nos —Ha metido la cabeza en el agujero
levantamos y bajamos lentamente la y ahora no puede sacarla de ahí —dijo
cuesta de la pequeña colina. el comandante Haddock—. Fue para
—¡Oh, perdone! ¿Quiere uno? sacarle una foto.
—Sí, gracias. —¿Para qué una foto?
—¡Basil! —gritó lady Turton—. ¡No —¡Oh, Dios mío! —exclamó sir
digas tonterías y haz algo! No se podía Basil—. ¡Qué pena! ¡Mi precioso Henry
mover mucho, pero podía hablar. Moore!
—Es evidente que tendremos que En aquel momento lady Turton
romper este pedazo de madera —dijo el empezó a hablarle a su marido de una
comandante. forma muy desagradable, que no se sabe
En su bigote gris había un tinte rojo, hasta cuándo hubiera durado si no
y esto, con un poco más de color en sus hubiera salido Jelks repentinamente de
mejillas, le hacía extremadamente las sombras. Apareció silenciosamente
ridículo. por la pradera y se colocó a cierta
—¿Romper el Henry Moore? distancia de sir Basil como esperando
—Mi querido amigo, no hay otra instrucciones. Su traje negro resultaba
forma de liberar a la señora. Dios sabe ridículo en la soleada mañana. Todo en
cómo se las ha compuesto para meterse, él resultaba anticuado, como si fuera un
pero lo cierto es que ahora no puede animalito que hubiera vivido toda su
sacar la cabeza. Las orejas lo impiden. vida en un agujero bajo tierra.
—¿Puedo hacer algo, sir Basil? Carmen La Rosa, quien se acercó
Mantuvo su voz normal, pero su cara rápidamente a la anfitriona.
reflejaba destellos misteriosos al ver el —¡Natalia! ¡Mi querida Natalia!
estado de lady Turton. ¿Qué te han hecho?
—Sí, Jelks. Vuelve y tráeme una —¡Oh, cállate! —contestó la otra—.
sierra o algo para que pueda cortar la ¡Quítate de enmedio!
madera. Sir Basil se colocó muy cerca de la
—¿Llamo a alguno de los hombres, cabeza de su mujer, esperando a Jelks.
sir Basil? William es un buen Éste avanzaba despacio, llevando una
carpintero. sierra en la mano y un hacha en la otra y
—No, lo haré yo mismo, date prisa. se paró delante de él. Le enseñó ambas
Mientras esperaban a Jelks, yo me herramientas para que escogiera y hubo
separé de allí porque no quería oír las un momento, sólo un segundo o dos, de
cosas que lady Turton decía a su marido. silencio y de espera. Por casualidad
Volví en el momento en que regresaba el miré a Jelks en ese momento. Vi que la
mayordorno, seguido de la otra mujer, mano que llevaba el hacha sobresalía
dos centímetros más en dirección a sir sonámbula y luego aceptarla de Jelks.
Basil. Fue un movimiento tan Pero en el momento en que la asió entre
imperceptible que nadie se dio cuenta. sus manos, pareció darse cuenta de lo
Adelantó la mano, lenta y secretamente, que se quería de él y volvió a la vida.
con una oferta acompañada quizá de un Para mí, después de aquello, fue
pequeñísimo enarcamiento de cejas. como ese terrible instante en que se ve a
No estoy seguro de que sir Basil lo un niño cruzando la calle en el momento
viera, pero dudó unos instantes y, de en que viene un coche y lo único que se
nuevo, la mano que llevaba el hacha se puede hacer es cerrar los ojos y esperar
extendió hacia adelante. Era a que el ruido nos diga lo que ha
exactamente igual que ese truco de las sucedido. El momento de la espera se
cartas, en que un hombre te dice «coge convierte en un lúcido período de
la que quieras» y siempre se coge la que tiempo lleno de lunares amarillos y
él quiere. negros, que bailan en un campo oscuro y
Sir Basil cogió el hacha. Le vi aunque se abran los ojos y se encuentre
acercarse a ella en actitud casi con que nadie está herido, ni muerto, no
existe ninguna diferencia, porque en ¿En qué estabas pensando? Esto es
nuestra imaginación sucedió así. demasiado peligroso. Dame la sierra.
Yo vi este accidente, con todos sus Al cambiar los instrumentos, vi por
detalles, y no abrí los ojos hasta que oí primera vez colorearse las mejillas de
la voz de sir Basil llamando con ligera ella y, encima, en torno a los ojos, las
insistencia al mayordomo. arrugas que se producen cuando uno
—Jelks —llamó. sonríe.
Al mirar le vi, tranquilo como
siempre, sosteniendo aún el hacha con
las manos. La cabeza de lady Turton
estaba allí también, todavía metida en el
agujero, pero su rostro tenía un color
gris ceniza y su boca se abría y se
cerraba, emitiendo sonidos
inarticulados.
—Escucha, Jelks —dijo sir Basil—.
era dirigirme a un oyente imaginario y
9. NUNC DIMITTIS comprensivo, alguien afable y justo a
quien pudiera decir sin avergonzarme
ES casi medianoche y veo que si no todos los detalles de este desafortunado
empiezo a escribir esta historia ahora, episodio. Espero que no me resulte
nunca lo haré. Toda la tarde he estado demasiado difícil.
aquí sentado, forzándome a mí mismo a Si he de ser franco conmigo mismo,
empezar, pero cuanto más pensaba en supongo que deberé admitir que lo más
ello, más avergonzado y disgustado me molesto no es el sentido de mi propia
sentía por todo el asunto. vergüenza, ni siquiera haber herido los
Mi idea —y creo que era buena— sentimientos de la pobre Janet, sino la
era intentar descubrir, por un proceso de seguridad de que soy un loco y de que
confesión y análisis, una razón, o por lo todos mis amigos, si todavía puedo
menos una justificación, a mi llamar así a aquella gente tan agradable
deshonroso comportamiento hacia Janet y cariñosa que venía tan a menudo a
de Pelagia. En esencia, lo que yo quería casa, me consideran un hombre vicioso
y vengativo. Sí, eso hiere. Si les digo también. Este tipo sólo lo encontrarán en
que mis amigos eran toda mi vida, las grandes capitales: Londres, París,
entonces quizá empiecen a Nueva York… de eso estoy seguro. El
comprenderme. dinero que tiene fue ganado por su
¿Sí? Lo dudo, a menos que pierda difunto padre, cuyo recuerdo no estima
unos instantes contándoles someramente demasiado. No es culpa suya, porque
la clase de persona que soy. hay algo en su naturaleza que le atrae
Bueno, veamos. Ahora que lo secretamente a despreciar a la gente que
pienso, supongo que yo pertenezco a un nunca ha tenido el ingenio de aprender
tipo raro pero muy definido, el clásico la diferencia que existe entre
hombre de mediana edad, rico, con Rockingham y Spode, Waterford y
cultura, adorado (he escogido la palabra Venetian, Sheraton y Chippendale,
cuidadosamente) por sus numerosos Monet y Manet y hasta Pommard y
amigos debido a su encanto, su dinero, Montrachet.
su aire de universidad, su generosidad, y Es, por lo tanto, un connaisseur que
espero sinceramente que por él mismo posee, sobre todas las cosas, un gusto
exquisito. Sus cuadros de Constable, emanación de grandeza, en la cual él
Bonington, Lautrec, Veuillard, Matthewe vive, se mueve y se manifiesta, con una
y Smith son tan maravillosos como despreocupación equilibrada y
puedan ser los de un museo. realmente encantadora.
Precisamente por ser tan bellos y Invariablemente soltero, nunca
fabulosos crean una atmósfera parece verse complicado con las
misteriosa alrededor da él en la casa, mujeres que le rodean y le aman
algo que atormenta, que quita la tiernamente. Es posible, y esto
respiración y aterroriza, sobre todo al seguramente no lo habrán notado
pensar que tiene el poder y el derecho, ustedes, que exista una frustración, un
si le apetece, de ciar un puñetazo y descontento, un arrepentimiento en su
hacer trizas un soberbio Denham, un interior; hasta un poco de aberración.
Mont Saint-Victoire, un Arles Cornfield No creo necesario decir nada más.
o un retrato de Cézanne. De las paredes He sido muy franco. Ustedes deben
que cuelgan estos cuadros se desprende conocerme ya lo suficiente como para
un brillo de esplendor, una sutil juzgarme.
¿Puedo esperarlo…? Creo que sí, lo bastante gente pero, aparte de mí mismo,
comprenderán cuado oigan mi relato. Gladys Ponsonby era la única persona
Quizá decidan que mucha culpa de lo que había venido sola. Así que a la hora
que sucedió no es mía, sino de una dama de marcharse me ofrecí a dejarla sana y
llamada Gladys Ponsonby. Después de salva en su casa. Ella aceptó y nos
todo, ella fue la que comenzó. Si yo no fuimos juntos en mi coche pero,
hubiera acompañado aquella noche a desgraciadamente, al llegar a su casa
Gladys Ponsonby, hace unos seis meses, insistió en que entrara y que tomara una
y ella no me hubiera hablado tan copa “para el camino”, como ella misma
libertinamente acerca de algunas dijo. No quise parecer pedante, así que
personas y algunas cosas, este trágico le dije al chofer que esperara y la llevé
asunto nunca hubiera tenido lugar. hasta su casa.
Si no recuerdo mal, fue en diciembre Gladys Ponsonby es una persona
último; había estado cenando con los extremadamente bajita, no más de un
Ashenden en su magnifica casa, que da a metro cincuenta de estatura o quizá un
la parte sur de Regent’s Park. Había poco menos: una de esas personas que,
si se ponen a mi lado, me transmiten la poco. Está cansada, me dije a mí mismo,
algo cómica y vertiginosa sensación de así que no debo quedarme mucho
verlas desde lo alto de una silla. Es tiempo. Nos sentamos juntos en el sofá y
viuda, un poco más joven que yo, debe durante algún tiempo estuvimos
de tener unos cincuenta y tres o hablando sobre la fiesta de los
cincuenta y cuatro años; es posible que Ashenden y la gente que allí había.
hace treinta años fuera guapa, pero Finalmente, me levanté para marcharme.
ahora su rostro está lleno de arrugas y —Siéntate, Lionel —dijo ella—,
no hay ningún rasgo que llame la toma otro coñac.
atención. Los ojos, la nariz, la barbilla, —No, gracias, ya me marcho.
la boca, están sepultados entre las —Siéntate y no seas pesado. Yo voy
arrugas de su pequeño rostro y no se a tomar otro y lo menos que puedes
distinguen fácilmente. Excepto, quizá, la hacer es hacerme compañía mientras
boca, que me recuerda a un salmón. bebo.
En la salita, al darme el coñac, me Observé a esta pequeña mujer
di cuenta de que su mano temblaba un mientras iba hacia el bar, ligeramente
vacilante y sosteniendo el vaso con colgado encima de la chimenea y que yo
ambas manos al frente, como si había querido evitar mirar desde que
estuviera ofreciéndoselo a alguien. Al entramos en la habitación. Era una cosa
verla andar de esa forma, tan horrible. Pintado, según mis
increíblemente pequeña y gruesa, me dio conocimientos, por un hombre que
la ridícula sensación de que no tenía estaba de moda en Londres; un pintor
piernas por debajo de las rodillas. muy mediocre llamado John Royden.
—Lionel, ¿de qué te ríes? Era un cuadro de cuerpo entero de
Se había vuelto a mirarme y al Gladys, lady Ponsonby, pintado con una
escanciar la bebida cayeron algunas pericia especial que la hacía parecer
gotas al suelo. alta y esbelta.
—De nada, querida. Nada en —Encantador —dije.
absoluto. —¿Verdad que sí? Me alegro mucho
—Bueno, pues deja de hacerlo y de que te guste.
dime qué te parece mi nuevo retrato. —Es precioso.
Me señaló un gran lienzo que estaba —Yo considero a John Royden un
genio. ¿Tú no opinas así, Lionel? segura de que no ganó ese dinero en toda
—Bueno, eso es ir demasiado lejos. su vida.
—¿Quieres decir que es un poco —Nunca.
pronto para asegurarlo? —¿Y dices que era un genio? —
—Exactamente. Pues…, sí.
—Escúchame, Lionel, supongo que —Entonces Royden también lo es —
esto no te sorprenderá. John Royden está dijo, sentándose otra vez en el sofá—, el
tan solicitado que no hace un solo dinero lo prueba.
retrato por menos de mil guineas. Nos quedamos silenciosos mientras
—¿De verás? ella saboreaba su coñac. La mano le
—¡Oh, sí! Y todo el mundo hace temblaba extraordinariamente y el vaso
cola, así como suena, hay que hacer cola se movía cada vez que lo acercaba a los
para conseguir que te pinte. labios. Sabía que yo la observaba y sin
—¡Muy interesante! volver la cabeza me miró de reojo.
—Bien, ahora toma, por ejemplo, a —Te doy un penique por tus
ese Cézanne o como se llame. Estoy pensamientos. Si hay una frase en el
mundo que no pueda soportar es ésta. humo con lentitud hacia el techo. Ella no
Me da hasta dolor físico en el pecho y se movió. Estaba empezando a ver en
empiezo a toser. aquella mujer algo que no me gustaba
—Vamos, Lionel, un penique por mucho, algo que me impulsaba a
ellos. levantarme rápidamente y marcharme.
Moví la cabeza incapaz de contestar. Al mirarme de nuevo, me sonrió
De repente se volvió y puso el vaso en tímidamente con sus ojos hundidos, pero
una mesita situada a su izquierda. La la boca, ¡oh, como la de un salmón!,
forma en que lo hizo pareció sugerir, no estaba completamente rígida.
sé por qué, que se sentía desairada y que —Lionel, creo que te voy a confesar
estaba limpiando la cubierta para un secreto.
lanzarse al abordaje. Aguardé —¡Oh, Gladys!, lo siento pero tengo
desasosegado el movimiento siguiente. que irme.
No había nada que decir. Me centré en —No te asustes, Lionel. No voy a
mi puro con fruición, mirando decirte nada que te afecte a ti. Pareces
intensamente las cenizas y lanzando el asustado.
—Yo no guardo muy bien los mejor guardado de Londres. Un secreto
secretos. de mujer. Supongo que lo conocen
—He estado pensando en que eres aproximadamente, veamos, unas treinta
un gran experto en pintura y esto te o cuarenta mujeres solamente. Ni un
interesará. hombre, excepto él, claro está, John
Se sentó, quedándose completamente Royden.
quieta, excepto los dedos que se movían No quería darle ánimos, así que no
todo el rato. Se retorcían perfectamente dije nada.
sobre sí mismos, como un grupo de —En primer lugar me tienes que
blancas y pequeñas serpientes que prometer que no lo dirás a nadie.
jugueteaban en su regazo. —¡Dios mío!
—¿No quieres oír mi secreto, —¿Me lo prometes, Lionel?
Lionel? —De acuerdo. Te lo prometo.
—No es eso, es que es un poco —Perfecto. Bueno, escucha.
tarde… Se inclinó para alcanzar el vaso de
—Es probablemente el secreto coñac y se sentó en el otro extremo del
sofá. cuadro. Era un truco, bastante efectivo,
—Supongo que ya sabrás que John pero ni difícil de hacer ni demasiado
Royden sólo pinta mujeres. original.
—No lo sabía. —¿Ves? —dijo—. La pintura del
—Y siempre son retratos completos, vestido es más gruesa, ¿verdad?
bien sea de pie o sentadas, como el mío. —Sí, tienes razón.
Míralo bien, Lionel. ¿Ves qué —Pero hay algo más que eso,
maravillosamente bien está pintado el Lionel. Creo que lo mejor será que te
vestido? describa lo que pasó la primera vez que
—Pues… fui a posar.
—Ve allí y míralo bien, por favor. «¡Oh, qué pesada es esta mujer!
Me levanté sin muchas ganas y me ¿Cómo me escaparé?»
dirigí hacia allí para examinar el retrato. —Fue hace un año. Recuerdo lo
Para mi sorpresa me di cuenta de que ilusionada que yo estaba por ir al
había aplicado tanta pintura al vestido estudio de un gran pintor. Me puse un
que éste, en realidad, sobresalía del vestido que había comprado
recientemente a Norman Hartnell y un perfección para pintar un cuerpo de
sombrerito encarnado y me marché. El mujer y no debía asombrarme de oír
señor Royden me abrió la puerta y cuál era.
naturalmente enseguida quedé fascinada »—No creo que me asombre, señor
por él. Lucía una barba puntiaguda y sus Royden —le dije.
ojos eran anales. Llevaba puesta una »—Estoy seguro de que no —
chaqueta negra de terciopelo. El estudio contestó él.
era enorme, con sofás y sillas de »Tenía los dientes blancos y
terciopelo rojo —le encanta el perfectos y brillaban cuando sonreía.
terciopelo—, cortinas de terciopelo y »—Verá: es como sigue. Examine
hasta una alfombra de la misma tela en cualquier cuadro de mujer, no importa
el suelo. Me senté, me dio una bebida y de quién; verá que aunque el traje esté
fue directo al grano. Me dijo que él bien pintado, produce un efecto de
pintaba de un modo diferente a los artificialidad, de vulgaridad, como si el
demás pintores. En su opinión, sólo traje envolviera un pedazo de madera.
había una manera de alcanzar la ¿Sabe por qué?
»—No, señor Royden, no lo sé. »—No sé qué debo hacer, señor
»—Porque los mismos pintores no Royden.
sabían en realidad lo que había debajo. »—Cuando la haya pintado así —
Gladys Ponsonby hizo una pausa continuó él—, tendremos que esperar
para beber un sorbo de su vaso. algunas semanas a que se seque la
—Pareces muy asustado, Lionel. No pintura, después la pintaré con la ropa
hay nada de malo en esto. Cállate y interior puesta y cuando esté seca de
déjame terminar. Entonces el señor nuevo, la pintaré con el vestido. ¿Ve?, es
Royden dijo: muy fácil.
»—Ésta es la razón por la cual —¡Ese hombre es un farsante! —
insisto en pintar primero el desnudo. grité yo.
»—¡Cielo santo! —exclamé yo. —¡No, Lionel, no, estás equivocado!
»—Si tiene algo que oponer, no me ¡Si lo hubieras oído hablar! ¡Tan
importa hacerle alguna concesión, lady encantador, tan auténtico y sincero!
Ponsonby —dijo—, pero prefiero de la Cualquiera podría ver que sentía lo que
otra forma. decía.
—Te digo, Gladys, que ese hombre aficionados. Es lo mismo que la
es un farsante. medicina. Usted no se negaría a
—No seas tonto, Lionel. Bueno, de desvestirse delante de su doctor,
todas formas, déjame acabar. Lo ¿verdad?
primero que le dije fue que mi marido, —Yo le dije que sí, si hubiera ido a
que entonces todavía vivía, nunca me lo visitarlo por un dolor de oídos. Esto le
consentiría. hizo reír, pero continuó dándome buenas
»—Su marido nunca lo sabrá — razones y debo confesar que fue tan
contestó él—. ¿Por qué importunarle? convincente que al cabo de un rato cedí
Nadie sabe mi secreto, excepto las y así acabó la cosa. Bueno, ahora, mi
mujeres a quienes he pintado. querido Lionel, ya sabes el secreto.
»Y como yo siguiera protestando, Se levantó y fue a llenarse una nueva
recuerdo que él dijo: copa de coñac.
»—Mi querida lady Ponsonby, no —Gladys, ¿todo eso es verdad?
hay nada inmoral en esto. El arte es sólo —¡Claro que es verdad!
inmoral cuando lo practican los —¿Quieres decir que ésa es la forma
en que pinta a todas sus modelos? —¡Claro que sí! Pero, escúchame,
—Sí, y lo que tiene gracia es que los Gladys, quiero que me digas algo: ¿tú
maridos nunca saben nada. Todo lo que sabías por casualidad esta peculiar
ven es un retrato de sus esposas técnica de las pinturas de Royden antes
completamente vestidas. Naturalmente de visitarle?
no hay nada malo en que las pinten Cuando le hice la pregunta estaba
desnudas, los artistas lo hacen vertiendo el coñac en el vaso. Dudó
habitualmente, pero nuestros tontos unos momentos y volvió la cabeza para
maridos, si se enteran, siempre tienen mirarme, con una sonrisa a flor de labio.
algo que objetar a esas cosas. —¡Maldito seas, Lionel! —dijo,
—¡Caramba!, ese tipo ha tenido mirándome—. ¡Eres demasiado
vista. inteligente! ¡Siempre me lo descubres
—Yo creo que es un genio. todo!
—Estoy seguro de que cogió la idea —Lo sabías, ¿verdad?
de Goya. —¡Claro! Hermione Girdlestone me
—¡Tonterías, Lionel! lo dijo.
—¡Lo que me imaginaba! más caro, mejor. Naturalmente, la
—No hay nada malo en ello. noticia de una nueva diversión como
—Nada —dije yo—, absolutamente ésta se extendió en sus círculos como la
nada. viruela. Veía en mi imaginación a la
Ahora lo veía todo claro. Este regordeta Hermione Girdlestone
Royden era, en verdad, un aprovechado, inclinándose en la mesa de la canasta y
que practicaba de maravilla un truco hablándoles de ello:
psicológico. El hombre sabía muy bien «Mis queridas amigas, es realmente
que había un gran número de mujeres fascinador… No os puedo decir lo
ricas e indolentes que se levantaban al intrigante que resulta, mucho más
mediodía y se pasaban el resto de la divertido que ir al médico…»
jornada tratando de calmar su —No se lo dirás a nadie, Lionel,
aburrimiento con el bridge, la canasta y ¿verdad? Me lo has prometido.
las compras, hasta que llegaba la hora —No, claro que no, pero ahora debo
del cóctel. Lo único que ansiaban era marcharme, Gladys, en serio.
algo nuevo, fuera de lo normal y, cuanto —¡No seas tonto! Estoy empezando
a divertirme. Quédate por lo menos de Pelagia?
hasta que termine esta bebida. —Oye, Gladys, por favor…
Me senté pacientemente en el sofá —¡Lionel, te has puesto colorado!
mientras ella continuaba bebiendo su —¡Tonterías!
interminable vaso de coñac. Ella me —¡No me digas que el solterón ha
miraba por el rabillo del ojo, de esa caído al fin!
forma tan especial suya. Estaba seguro —¡Gladys, esto es absurdo!
de que me iba a contar otro cotilleo o Hice ademán de marcharme, pero me
escándalo. Sus ojos tenían la curiosa puso la mano en la rodilla y me detuvo.
mirada de las serpientes y un extraño —¿No sabes, Lionel, que ya no hay
pliegue en la boca; en el aire flotaba —o secretos?
quizá fuera yo quien lo imaginaba— una —Janet es una chica estupenda.
sensación de peligro. —Ya no se la puede llamar chica.
Luego, de repente, tan de repente que Gladys Ponsonby hizo una pausa,
yo di un brinco, dijo: mirando su vaso de coñac, que sostenía
—Lionel, ¿qué hay entre tú y Janet con ambas manos.
—Claro, estoy de acuerdo contigo, sentía el sudor extenderse por todo mi
Lionel; es una persona maravillosa en cuerpo.
todos los sentidos. Excepto —habló muy —Bueno, veamos. Claro que,
despacio—, excepto que dice algunas seguramente, estaría bromeando, si no,
cosas un poco raras de vez en cuando. no te lo hubiera dicho nunca: dijo que
—¿Qué cosas? eras muy pesado.
—Cosas. Cosas de la gente…, de ti. —¿Que era pesado?
—¿Qué ha dicho de mí? —Sí.
—Nada, Lionel, no tiene Gladys Ponsonby se acabó el coñac
importancia. de un trago y se sentó muy erguida.
—¿Qué dijo de mí? —Si quieres saber la verdad, dijo
—No vale la pena repetirlo, de que eras insoportable. Y luego…
veras. Es sólo que me extrañó, porque —¿Qué más dijo?
no era el momento de decirlo. —Mira Lionel, no te excites, sólo te
—Gladys, ¿qué dijo? lo digo por tu propio bien.
Mientras esperaba su contestación, —Entonces, dímelo en seguida.
—Esta tarde he estado jugando a la manera! Claro que te lo diré si insistes.
canasta con Janet y le he preguntado que Además, no me consideraría una
si estaba libre para cenar conmigo verdadera amiga si no lo hiciera. ¿No
mañana. Ella me ha contestado que no crees que el verdadero signo de la
podía. amistad se demuestra cuando dos
—Continúa. personas, como nosotros, por
—Bueno, lo que ha dicho ejemplo…?
exactamente es: «Ceno con el pesado de —¡Gladys, por favor, date prisa!
Lionel Lampson.» —¡Santo cielo! Dame tiempo para
—¿Janet ha dicho eso? pensar. Veamos… Según yo recuerdo, lo
—Sí, querido Lionel. que ha dicho exactamente es esto…
—¿Qué más? Gladys Ponsonby, sentada en el sofá
—Bueno, ya está bien, no creo que sin que los pies le llegaran al suelo y
deba decirte el resto. mirando a la pared, empezó a imitar la
—¡Acaba, por favor! voz que yo conocía tan bien:
—Pero Lionel, ¡no me grites de esa —«Es una lata, querida, porque con
Lionel siempre se puede decir lo que va después de haberle pagado rápidamente.
a pasar exactamente desde el principio Luego, en la puerta, mientras busco mi
hasta el final. Iremos a cenar a la llave, me mirará con ojos de perrito
parrilla del Savoy, ¡siempre al Savoy!, y triste. Yo meteré la llave lentamente en
durante dos horas tendré que escuchar a la puerta, luego le daré la vuelta, y
ese viejo… divagar sobre porcelanas y entonces, muy aprisa, antes de que tenga
cuadros, siempre los mismos temas. tiempo de moverse, le diré buenas
Luego, en el taxi que nos devuelva a noches, me meteré dentro y cerraré la
casa, me cogerá la mano y se acercará puerta tras de mí…»
más a mí y yo sentiré su aliento de »¡Pero, Lionel! ¿Qué te pasa?
cigarro puro y coñac. Él me susurrará Pareces enfermo…
que le gustaría ser veinte años más Después de esto, gracias a Dios,
joven. Yo le diré: ¿puedes abrir la debí de sufrir una suerte de desmayo.
ventana, por favor? Al llegar a casa le Prácticamente, ya no recuerdo nada de
diré que haga esperar al taxi, pero él aquella terrible noche excepto una vaga
fingirá no haber oído y le despedirá y perturbadora sospecha de que al
recobrar Ja consciencia me hundí del verdad!, ¡de Janet y de mí! Aquellos
todo y permití a Gladys que me comentarios ultrajantes e increíbles.
reconfortara de diferentes formas. Más ¿Los habría dicho Janet de verdad?
tarde, creo que salí de su casa y me fui a Recuerdo con qué espantosa rapidez
la mía; pero no recuerdo casi nada hasta creció mi odio hacia Janet de Pelagia.
que desperté en mi cama, a la mañana Sucedió en pocos minutos. Fue un odio
siguiente. repentino y violento que se despertó en
Me desperté débil y maltrecho. Me mí, llenándome de tal forma que creí ir a
quedé con los ojos cerrados tratando de estallar; traté de quitármelo de la
poner en orden los acontecimientos de la imaginación, pero perduraba en mí como
noche anterior; la sala de estar de la fiebre, y al momento ya estaba
Gladys Ponsonby: Gladys en el sofá, buscando un buen método de desquite
bebiendo coñac, su cara arrugada, la como cualquier gángster.
boca como la de un salmón y las cosas Una extraña manera de comportarse
que había dicho… ¿Qué era lo que había para un hombre como yo, dirán ustedes,
dicho? ¡Ah, sí, de mí! ¡Dios mío, es a lo que yo contestaría que no, si se
consideran las circunstancias. A mi concentrarse en la mente de un hombre
juicio, esto era lo que podía llevar a un hasta un grado extraordinario. En un
hombre al asesinato. momento preparé un plan tan
Desde luego, si no hubiera sido por maquiavélico que la idea me sedujo por
el pensamiento sádico que me incitó a completo. Cuando tuve los detalles
buscar una forma más sutil de castigar a aclarados y las dificultades resueltas, mi
mi víctima, podría haber sido un humor vengativo se trocó en otro de
asesino. Pero decidí que simplemente extremo júbilo. Recuerdo que empecé a
matarla era demasiado bueno para esa balancearme en la cama, con las manos
mujer y demasiado crudo para mi gusto, en las rodillas. El paso siguiente fue
así que empecé a buscar una alternativa buscar en el listín un número de
superior. teléfono. Cuando lo encontré, cogí el
Normalmente no soy persona que teléfono y marqué el número.
planea las cosas de antemano. Lo —¿Óigame? ¿Es el señor Royden?
considero odioso y no lo he hecho ¿John Royden?
nunca, pero la furia y el odio pueden —Al habla.
Bueno, no fue fácil persuadir al la desesperación y miraba al crimen y al
hombre de que viniera a verme un suicidio como una posible solución.
momento. Yo no le conocía pero, Ahora estaba silbando un aria de
naturalmente, él conocía mi nombre, Puccini en el baño. A cada momento me
como importante coleccionista de frotaba las manos con intenciones
cuadros y una persona influyente en la diabólicas y una vez que, al estar
sociedad. Era un buen anzuelo para haciendo gimnasia, me caí al suelo, reí
pescarlo. muy a gusto, como un estudiante.
—Creo, señor Lampson, que estaré A la hora convenida, se presentó el
libre dentro de un par de horas. ¿Le señor Royden.
parece bien? Me levanté para saludarle. Era un
Le dije que estaba de acuerdo, le di hombre pequeño, con una barbita de
mi dirección y colgué. chivo. Llevaba una chaqueta negra de
Salté de la cama. Era asombroso lo terciopelo, corbata marrón, suéter rojo y
ligero que me sentía para ser un hombre zapatos negros de ante. Le tendí la mano.
que un momento antes sufría la agonía de —Me alegro de que haya venido tan
pronto, señor Royden. le diga.
—Ha sido un placer, señor. —Completamente, señor Lampson.
Los labios del hombre, como casi —Muy bien. Mi proposición es ésta:
todos los labios de los barbudos, hay cierta señora en la ciudad cuyo
parecían húmedos y desnudos, retrato me gustaría que usted pintara.
indecentes, brillando entre la barba. Tengo mucho interés en poseer una
Después de decirle cuánto admiraba su buena pintura de ella, pero hay algunas
arte, fui al grano. complicaciones. Por ejemplo, tengo mis
—Señor Royden, quiero hacerle una razones para no de-desear que ella sepa
proposición, algo muy personal. que soy yo quien le paga el retrato.
—¿Qué es ello, señor Lampson? —Quiere decir…
Estaba sentado frente a mí e inclinó —Exactamente, señor Royden, eso
la cabeza a un lado rápidamente, como es lo que quiero decir. Como hombre de
un pájaro. mundo, supongo que lo comprenderá.
—Naturalmente, sé que puedo Sonrió de una forma poco agradable
confiar en su discreción en todo cuanto y movió la cabeza afirmativamente.
—¿No es posible —dije yo— que —¡Ja, ja, ja…!
un hombre sea…, comediría yo…, esté —Bien, señor Royden, veo que
interesado por una señora y tenga sus comprende. ¿Conoce, por casualidad, a
razones para que ella no lo sepa una señora llamada Janet de Pelagia?
todavía? —¿Janet de Pelagia? A ver… sí. Por
—Más que posible, señor Lampson. lo menos he oído hablar de ella. No
—A veces el hombre debe tener puedo decir que la conozca.
mucha precaución, esperando —Es una pena, esto lo hace un poco
pacientemente el momento oportuno para más difícil. ¿Cree usted que podría
revelarse. intentar conocerla, quizá en una fiesta o
—Exactamente, señor Lampson. algo así?
—Hay más formas de atrapar a un —No es difícil, señor Lampson.
pájaro, aparte de cazarlo en el bosque. —Estupendo, porque lo que yo
—Así es, señor Lampson. sugiero es que llegue hasta ella y le diga
—Poniéndole sal en la cola, por que es el modelo que ha estado
ejemplo. buscando durante años. La cara, la
figura, los ojos, todo. Usted sabe cómo en el borde de la silla, y en esa
se hacen esas cosas. Luego pregúntele si posición, con su suéter encarnado, me
le gustaría posar para usted sin pagar recordaba a un petirrojo en una ramita,
nada. Dígale que le gustaría hacer un oyendo un ruido sospechoso.
cuadro suyo para la Exposición de la —No hay nada malo en ello —
Academia del próximo año. Estoy expliqué—, llamémosle, si quiere, una
seguro de que estará encantada de pequeña e inofensiva estratagema,
poderle ayudar y también muy halagada. perpetrada por un…, bueno, un viejo
Usted la pintará. Después exhibirá el romántico.
cuadro en la exposición. Nadie, excepto —Lo sé, señor Lampson, lo sé.
usted, tiene necesidad de saber que yo Parecía dudar un poco todavía, así
he comprado el cuadro. que yo añadí:
Los pequeños y redondos ojos del —Estoy dispuesto a pagarle el doble
señor John Royden me miraban de lo normal. Esto le convenció.
cautelosamente y su cabeza se inclinaba —Bien, señor Lampson, debo
otra vez hacia un lado. Estaba sentado decirle que estas cosas no entran en mi
trabajo, pero de todas formas, sería un «Espero que sí», me dije a mí
hombre despiadado si rehusara un…, mismo. Luego añadí en voz alta:
¿cómo lo llamaríamos?, un trabajo tan —Lo dejo todo en sus manos, y, por
romántico. favor, no olvide que es un secreto entre
—Quiero un retrato de cuerpo nosotros dos.
entero, por favor, señor Royden. Un gran Cuando se marchó, intenté sentarme
lienzo, veamos, dos veces el tamaño de y respirar profundamente veinte veces.
aquel Manet que está colgado en la Tenía ganas de saltar y gritar de alegría
pared. como un idiota. Nunca me había sentido
—¿Uno cincuenta por uno setenta y tan excitado. ¡Mi plan marchaba! Lo más
cinco? difícil ya había pasado. Ahora tenía que
—Sí, y quiero que esté de pie, en su esperar mucho tiempo. Por su modo de
actitud más esbelta. pintar, me imaginaba que tardaría varios
—Comprendo, señor Lampson. Será meses en acabar el cuadro. Tendría que
para mí un placer pintar a una señora tan ser paciente.
encantadora. Entonces decidí que lo mejor sería
marcharme al extranjero mientras tanto. habido varias personas que habían
A la mañana siguiente, después de querido comprarlo aunque se les dijo
mandar una nota a Janet, con quien tenía que no estaba a la venta. Cuando acabó
una cita aquella noche, me fui a Italia. la exposición, Royden me mandó el
Allí lo pasé muy bien, como cuadro a casa y recibió el dinero.
siempre, aunque mi excitación iba en Lo llevé inmediatamente a mi cuarto
aumento, esperando el gran momento. de trabajo y lo examiné
Volví cuatro meses más tarde, en concienzudamente. El hombre la había
julio, el día siguiente de la apertura de pintado de pie con un traje de noche
la Real Academia y vi que mi plan se negro y al fondo había un sofá
había realizado en mi ausencia. El encarnado. Su mano izquierda
cuadro de Janet de Pelagia figuraba en descansaba en el respaldo de una pesada
la exposición y obtuvo los comentarios silla, también roja, y una gran lámpara
más favorables de crítica y público. Yo de cristal colgaba del techo.
me abstuve de ir a verlo, pero Royden «¡Dios mío! —pensé—. ¡Qué cosa
me dijo por teléfono que ya había tan horrible!» El retrato no estaba mal
del todo. Había captado la expresión de paciencia. Los profesionales que hacen
la mujer, la cabeza un poco inclinada, un secreto de su negocio y obligan a
los grandes ojos azules, la boca con una pagar precios desorbitantes, no tienen
ligera sonrisa en la comisura de los nada que ganar conmigo. En lo que a mis
labios. Naturalmente, la había mejorado. pinturas se refiere, siempre hago el
No había una sola arruga en su rostro, ni trabajo yo mismo.
un gramo de grasa bajo su barbilla. Me Saqué la trementina, y añadí unas
incliné más para examinar su vestido. gotas de alcohol. Luego puse un poco de
Sí, ahí la pintura era más gruesa, mucho algodón en rama, lo estrujé, y muy
más. Después de eso, incapaz de esperar suavemente, con movimientos
un minuto más, me quité la chaqueta, circulares, empecé a pasarlo por la
preparado para empezar a trabajar. negra pintura del vestido. Deseé
Quiero mencionar aquí que soy un ardientemente que Royden hubiera
experto en restaurar pinturas. La esperado a que se secara cada una de las
restauración es, en sí misma, un proceso pinturas antes de poner las otras encima;
simple, siempre que se tenga cuidado y si no, las dos pinturas se mezclarían y lo
que tenía en mi mente sería imposible. Rápidamente lo neutralicé con
Pronto lo sabría. Estaba trabajando en trementina pura.
una parte del vestido negro Hasta ahora todo iba bien. Estaba
correspondiente al estómago de la seguro de que se podía quitar la pintura
señora y tomé mucho tiempo para negra sin estropear la que había debajo.
igualar mi mezcla, añadiendo una o dos Si tenía paciencia y pericia, lo llegaría a
gotas de alcohol y volviendo a probar, quitar todo. También había descubierto
hasta que finalmente fue lo la mezcla que se tenía que usar y hasta
suficientemente fuerte para hacer saltar qué extremo podía frotar la pintura;
el pigmento. ahora todo iría mucho más rápido.
Durante casi una hora trabajé en ese Debo decir que resultaba una cosa
pequeño recuadro negro, yendo cada vez muy divertida. Primero trabajé a partir
más despacio, según iba saltando la de la pintura hacia abajo y cuando borré
pintura. Luego apareció un trocito de el vuelo inferior del vestido, poco a
rosa que se fue extendiendo hasta que poco, con el algodón, una extraña
todo el recuadro fue de color rosa. prenda rosa salió a relucir. No tenía ni
idea de cómo se llamaba, pero era un estado yo admirando durante los últimos
aparato enorme, hecho de algo que meses la figura de sílfide de esta
parecía material elástico y su fin era, señora? Me había engañado, de eso no
aparentemente, contener y comprimir las había duda. Pero ¿habrá más mujeres
grasas de la mujer para corregirle la que causen la misma decepción?, pensé
figura, para dar una falsa impresión de yo. Sabía, desde luego, que, en los
delgadez, Al ir bajando hacia abajo, tiempos de las fajas y corsés, era
llegué a un raro grupo de sujetadores, corriente que las mujeres se apretaran
también de color rosa, que estaban tanto. Sin embargo, por alguna razón,
unidos al armazón elástico y que caían tenía la impresión de que hoy en día lo
unos diez o doce centímetros, para único que tenían que hacer era dieta.
engancharse a las medias. Cuando terminé la parte inferior del
Todo este conjunto me pareció una vestido, inmediatamente me dediqué a la
cosa fantástica. Di un paso atrás para parte superior, empezando desde la
verlo mejor; me dio la impresión de cintura de la señora hacia arriba. En la
haber sido burlado, porque ¿no había cintura, había una porción de carne
desnuda; luego, bajo el pecho y estar en un salón, con una lámpara
rodeándolo, llegué a una prenda hecha encima de su cabeza y una silla a su
de una gruesa tela negra, bordeada de lado. Ella misma, y esto para mí era lo
encaje. Esto era el sostén, lo sabía bien, más horrible, parecía despreocupada,
otro formidable arreglo de tirantes con sus grandes y plácidos ojos azules y
negros hábil y científicamente sonriendo ligeramente con su preciosa
colocados, como los cables que boca. También noté con disgusto que
sostienen un puente colgante. tenía las piernas muy torcidas, como un
«¡Dios mío! Nunca se sabe todo», caballo. Se lo digo francamente, todo
pensé. esto empezó a intranquilizarme. Sentí
Por fin el trabajo quedó terminado. como si no tuviera derecho a estar en la
Di un paso atrás para echar una mirada habitación y desde luego mucho menos a
al cuadro. mirar el cuadro. Salí y cerré la puerta
Realmente era una vista hermosa. detrás de mí, pues me pareció que era lo
Esa mujer, Janet de Pelagia, casi de más decente que podía hacer.
tamaño natural, en ropa interior, parecía Ahora, ¡el paso decisivo!
No piensen que porque no lo haya por la noche, día veintidós, a las ocho.
mencionado desde hace tiempo, se había Espero que venga. Tengo muchas ganas
apagado mi sed de venganza durante los de verle de nuevo…»
últimos meses: por el contrario, había La primera, y en la que más cuidé
crecido. Estaba impaciente por saber lo mis frases, fue para Janet de Pelagia. En
que iba a pasar después de haber ella le decía que había sentido no verla
organizado toda mi trama. Aquella en tanto tiempo…; había estado en el
noche, por ejemplo, ni siquiera me fui a extranjero…, ya era hora de que nos
la cama, tan nervioso me encontraba. reuniéramos otra vez, etc., etc. La
No podía esperar a mandar las siguiente fue para Gladys Ponsonby,
invitaciones: estuve toda la noche luego a Hermione Girdlestone, otra a la
preparándolas y poniendo las princesa Bicheno, la señora Cudbird, sir
direcciones en los sobres. Había Huber Kaul, la señora Galbally, Peter
veintidós en total y yo quería que cada Euan-Thomas, James Pisker, sir Eustace
una de ellas fuera una nota personal: Piegrome, Peter van Santen, Eiizabeth
«Doy una pequeña cena el viernes Moynihan, lord Mulherrin, Bertran Sturt,
Philip Cornelius, Jack Hill, lady que recibieran la invitación, voces
Ademán, la señora Icely, Humphrey chillonas hablando con voces más
King-Howard, Johnny O’Coffey, la chillonas todavía… «Lionel da una
señora Uvary y la condesa de Waxworth. fiesta… ¿A ti también te ha invitado?
Era una lista cuidadosamente ¡Querida, qué ilusión! La comida es
seleccionada que contenía los hombres siempre estupenda… y él es un hombre
más distinguidos y las mujeres de más tan encantador, ¿verdad? Aunque…
influencia y brillantez de la mejor si…»
sociedad. ¿Sería esto lo que dirían? De repente
Me daba cuenta de que una cena en se me ocurrió que no sería de esta
mi casa era considerada como una forma. Quizá de esta otra: «… Estoy de
ocasión excepcional; a todo el mundo le acuerdo, querida, pero ¿no crees que es
gustaba venir. un poco pesado…? ¿Qué decías?
Ahora, mientras iba escribiendo las ¿Aburrido? Terriblemente, querida, has
invitaciones, me imaginaba el placer de dado en el clavo… ¿Oíste lo que dijo
las señoras, teléfono en mano, la mañana Janet de Pelagia de él…? Sí, creo que lo
oíste. Gracioso, ¿verdad? ¡Pobre Janet! la miraba, una visión me venía a la
No comprendo cómo lo ha aguantado mente y la veía en ropa interior con el
tanto tiempo…» sostén negro, la faja elástica rosa, las
Mandé las invitaciones y al cabo de ligas y las piernas torcidas.
dos días, con excepción de la señora Me moví de un grupo a otro,
Cudbird y sir Hubert Kaul que estaban hablando amigablemente con todos.
fuera, todos habían aceptado venir. Detrás de mí oía a la señora Galbally
A las ocho y media de la noche del contando a sir Eustace Piegrome y a
veintidós, el salón estaba lleno de gente. James Pisker que el hombre que estaba
Estaban repartidos por la sala, sentado en la mesa de al lado, en el
admirando los cuadros, bebiendo Claridge, la noche anterior, tenía pintura
martinis, hablando en voz alta. Las de labios en su bigote blanco. «Lo tenía
damas olían a perfume, los hombres completamente pegado —decía— y
cuidadosamente vestidos de etiqueta. tendría unos noventa años…» En la otra
Janet de Pelagia llevaba el mismo parte, lady Girdlestone estaba
vestido negro del retrato y cada vez que diciéndole a alguien dónde se podían
conseguir trufas cocinadas «al coñac»; comedor permanecía a oscuras. Era
también vi a la señora Icely susurrando divertido y aparte del hecho de que
algo a lord Mulherrin, mientras su favorecía mis propósitos fue un cambio
esposo movía la cabeza dubitativamente agradable. Los invitados se sentaron en
de un lado a otro. sus puestos y la comida empezó.
Se anunció la cena y todos salimos. Todos parecían disfrutar de aquella
—¡Cielos! —exclamaron todos al nueva luz y fue una noche perfecta,
entrar en el comedor—. ¡Qué oscuro y aunque la oscuridad les hizo hablar
siniestro! mucho más alto que de ordinario. La voz
—¡No veo nada! de Janet de Pelagia me pareció
—¡Qué candelabros tan bonitos! particularmente estridente. Estaba
—¡Qué romántico, Lionel! sentada junto a lord Mulherrin y le oía
Había seis candelabros muy finos a contar lo mucho que se había aburrido
dos pies uno del otro, a lo largo de la en Cap Ferrat la semana anterior.
mesa. Las lucecillas daban una luz «Nada más que franceses en todas
interesante en la mesa, pero el resto del partes —insistía—, sólo franceses en
todas partes…» luces, la luz de las velas se está
Yo iba observando las velas. Eran terminando.
tan finas que no suponía que pasara —María —llamé—, ¿quiere
mucho tiempo antes de que se quemaran encender las luces, por favor?
por completo. Estaba terriblemente Tras mis palabras se hizo un
nervioso, lo confieso, pero al mismo momento de silencio. Oí a la doncella ir
tiempo muy excitado, casi borracho. hacia la puerta, el sonido del interruptor
Cada vez que oía la voz de Janet o la al dar la luz y la habitación dejó de estar
veía a través de las luces de los en tinieblas. Todos cerraron los ojos y al
candelabros, sentía en mí el fuego de la volverlos a abrir se miraron unos a
excitación. otros.
Estaban comiéndose las fresas En este punto, me levanté de mi silla
cuando al fin decidí que había llegado la y salí de la habitación sin hacer ruido,
hora. Respiré profundamente y dije en pero al hacerlo vi algo que nunca
voz alta: olvidaré mientras viva. Fue Janet, con
—Tendremos que encender las ambas manos en el aire, de repente
estática, rígida, sin poder continuar la —¡Vengan aquí en seguida con un
conversación con alguien al otro lado de vaso de agua, por favor!
la mesa. Sorprendida, abrió un poco la
boca, con la expresión de la persona a
quien acaban de dispararle un tiro en el Ya en la calle, el chofer me ayudó a
corazón. subir al coche y pronto estuvimos fuera
Fuera, en el hall, me detuve y oí el de Londres, por Great North Road hacia
principio de la confusión, los gritos de mi otra casa, que estaba a ciento
las damas y las exclamaciones cincuenta kilómetros de la ciudad.
sorprendidas y enfadadas de los Durante los días siguientes me
hombres. Pronto hubo un gran jaleo; estuve, regocijando de mi hazaña; estaba
todo el mundo hablaba y gritaba al como en un sueño de éxtasis, medio
mismo tiempo. Luego, y éste fue el ahogado en mi propia complacencia y
mejor momento para mí, oí la voz de con un placer tan grande, que
lord Mulherrin gritando por encima de continuamente notaba pinchazos en la
todos: parte baja de mis piernas.
Al cabo de tres o cuatro días, teléfono y me puse a llorar.
Gladys Ponsonby me telefoneó. Fue Hoy al mediodía ha llegado la
entonces cuando desperté de mi sueño y bomba final. Ha venido por correo, y
me di cuenta de que no era un héroe, casi no puedo decirlo de pura
sino un fracasado. Me informó con voz vergüenza, en forma de la carta más
helada por el disimulo que todos estaban dulce y más tierna que nadie pueda
contra mí, mis viejos amigos decían escribir, salvo la pobre Janet de Pelagia.
cosas horribles y juraban que nunca Me perdonaba por completo, escribía,
volverían a hablarme. por todo lo que había hecho. Sabía que
Excepto ella, me dijo, todos menos era una broma y no debía hacer caso de
ella. ¿No sería estupendo, me preguntó, las cosas tan horrendas que decían de
que viniera a mi casa y estuviera unos mí. Me amaba igual que antes y siempre
días conmigo para animarme? me amaría hasta la muerte.
Me temo que en aquellos momentos ¡Qué estúpido me he sentido al leer
estaba demasiado trastornado para esto! Se ha acrecentado mi vergüenza y
contestar educadamente. Colgué el todavía más al comprobar que junto a la
carta me había mandado un pequeño terminaré de escribir…
regalo en prueba de su afecto, una lata ¿Saben una cosa? Cada vez que
de mi bocado favorito: caviar fresco. pienso en ello, me pongo enfermo.
En ninguna circunstancia puedo
rehusar comer caviar bueno. Es,
realmente, mi mayor debilidad. Así,
aunque no tenía ningún apetito esta
noche, debo confesar que a la hora de la
cena he tomado varias cucharadas de
esta pasta, en un esfuerzo por
consolarme a mí mismo en mi desgracia.
Es muy posible que haya comido
demasiado porque no me he sentido muy
bien en las últimas horas. Quizá debería
tomarme un poco de bicarbonato y soda.
Luego, cuando me encuentre mejor,
—Pruebe en La Campana y el
10. LA PATRONA Dragón —le respondió el mozo al
tiempo que indicaba hacia el otro
BILLY Weaver había salido de extremo de la calle—. Quizá allí. Está a
Londres en el cansino tren de la tarde, unos cuatrocientos metros en esa
con cambio en Swindon, y a su llegada a dirección.
Bath, a eso de las nueve de la noche, la Billy le dio las gracias, volvió a
luna comenzaba a emerger de un cielo cargar la maleta y se dispuso a cubrir
claro y estrellado, por encima de las los cuatrocientos metros que le
casas que daban frente a la estación. La separaban de La Campana y el Dragón.
atmósfera, sin embargo, era mortalmente Nunca había estado en Bath ni conocía a
fría, y el viento, como una plana cuchilla nadie allí; pero el señor Greenslade, de
de hielo aplicada a las mejillas del la central de Londres, le había
viajero. asegurado que era una ciudad
—Perdone —dijo Billy—, ¿sabe de espléndida. «Búsquese alojamiento —
algún hotel barato y que no quede lejos? dijo—, y, en cuanto se haya instalado,
preséntese al director de la sucursal.» No había tiendas en la anchurosa
Billy contaba diecisiete años. calle por donde avanzaba, sólo una
Llevaba un sobretodo nuevo, color azul hilera de altas casas a ambos lados,
marino, un sombrero flexible nuevo, idénticas todas ellas Dotadas de
color marrón, y un traje también marrón pórticos y columnas, y de escalinatas de
y nuevo, y se sentía la mar de bien. cuatro o cinco peldaños que daban
Caminaba a paso vivo calle abajo. En acceso a la puerta principal, era
los últimos tiempos trataba de hacerlo evidente que en otros tiempos habían
todo con viveza. La viveza, había sido residencias de mucho postín. Ahora
resuelto, era, por excelencia, sin embargo, observó Billy pese a la
característica común a cuantos hombres oscuridad, la pintura de puertas y
de negocios conocían el éxito. Los ventanas se estaba descascarillando y
jefazos de la casa matriz se mostraban las hermosas fachadas blancas tenían
en todo momento dueños de una manchas y resquebrajaduras debidas a la
absoluta, fantástica viveza. Eran incuria.
asombrosos. De pronto, en una ventana de taños
bajos brillantemente iluminados por una distinguió fue el alegre fuego que ardía
farola distante menos de seis metros, en la chimenea. En la alfombra, delante
Billy percibió un rótulo impreso que, del hogar, un bonito y pequeño basset
apoyado en el cristal de uno de los dormía ovillado, el hocico prieto contra
cuarterones altos, rezaba: el vientre. La estancia, en cuanto le
ALOJAMIENTO Y DESAYUNO. Justo permitía apreciar la penumbra, estaba
debajo del cartel había un hermoso y llena de muebles de agradable aspecto:
alto jarrón con amentos de sauce. un piano de media cola, un amplio sofá y
Billy se detuvo. Se acercó un poco. varios macizos butacones. En una
Cortinas verdes (una especie de tejido esquina, en su jaula, advirtió un loro
como aterciopelado) pendían a ambos grande. En lugares como aquél, la
lados de la ventana. Junto a ellas, los presencia de animales era siempre un
amentos de sauce quedaban buen indicio, se dijo Billy; y le pareció
maravillosos. Aproximándose ahora que la casa, en conjunto, debía de
hasta los mismos cristales, Billy echó resultar un alojamiento harto aceptable.
una ojeada al interior. Lo primero que Y a buen seguro más cómodo que La
Campana y el Dragón. minutos de vacilación, expuesto al frío,
Una taberna, por otra parte, Billy resolvió llegarse a La Campana y
resultaría más simpática que una el Dragón y echarle un vistazo antes de
pensión: por la noche habría cerveza y decidirse. Se dispuso a marchar.
juego de dardos y cantidad de gente con Y, en ese instante, le ocurrió una
quien conversar; y además era probable cosa extraña: a punto ya de retroceder y
que el hospedaje fuese allí mucho más volverle la espalda a la ventana,
barato. En otra ocasión había parado un súbitamente y de forma en extremo
par de noches en una taberna, y le gustó. singular vio atraída su atención por el
En casas de huéspedes, en cambio, no se rotulito que allí había. ALOJAMIENTO
había alojado nunca, y para ser del todo Y DESAYUNO, proclamaba.
sincero, le asustaban una pizca. Su ALOJAMIENTO Y DESAYUNO,
propio título le evocaba imágenes de ALOJAMIENTO Y DESAYUNÓ,
aguanosos guisos de repollo, patronas ALOJAMIENTO Y DESAYUNO. Las
rapaces y, en el cuarto de estar, un fuerte tres palabras eran como otros tantos
olor a arenques ahumados. Tras unos grandes ojos negros que, mirándole de
hito en hito tras el cristal, le sujetaran, le llama al timbre y dispone al menos de
obligasen, le impusieran permanecer medio minuto antes de que la puerta se
donde estaba, no alejarse de aquella abra. Pero de aquella señora se hubiera
casa; y, cuando quiso darse cuenta, ya se dicho que era un muñeco de resorte
había apartado de la ventana y, subiendo comprimido en una caja de sorpresas: él
los escalones que le daban acceso, se apretaba el botón del timbre y… ¡hela
encaminaba hacia la puerta principal y allí! La brusca aparición hizo respingar
alcanzaba el timbre. a Billy. La mujer, de unos cuarenta y
Pulsó el llamador, cuya campanilla cinco años, le saludó apenas verle, con
oyó sonar lejana, en algún cuarto una afable sonrisa acogedora.
trasero; y enseguida —tuvo que ser —Entre, por favor —le dijo en tono
enseguida, pues ni siquiera le había agradable según se hacía a un lado y
dado tiempo a retirar el dedo apoyado abría de par en par la puerta.
en el botón—, la puerta se abrió de Y, de forma automática, Billy se
golpe y en el vano apareció una mujer. encontró trasponiendo el umbral. El
En condiciones ordinarias, uno impulso, o, para ser más precisos, el
deseo de seguirla al interior de aquella ella—, ¿por qué no entra y se quita de
casa, era poderosísimo. ese frío?
—He visto el anuncio que tiene en la —¿Cuánto cobra usted?
ventana —dijo conteniéndose. —Cinco chelines y seis peniques
—Sí, ya lo sé. por noche, incluido el desayuno.
—Andaba en busca de una Era prodigiosamente barato: menos
habitación. de la mitad de lo que estaba dispuesto a
—Lo tiene todo preparado, joven — pagar.
dijo ella. Tenía la cara redonda y —Si lo encuentra caro —continuó
rosada, y los ojos, azules, eran de ella—, quizá pudiera ajustárselo un
expresión muy amable. poco. ¿Desea un huevo con el desayuno?
—Me dirigía a La Campana y el Los huevos están caros en este momento.
Dragón —explicó Billy—, pero, Sin huevo, le saldría seis peniques más
casualmente, me llamó la atención el barato.
cartel que tiene en la ventana. —Cinco chelines y seis peniques
—Mi querido muchacho —repuso está muy bien —contestó Billy—. Me
gustaría alojarme aquí. —Tenemos toda la casa para
—Estaba segura de ello. Entre, entre nosotros dos —comentó ella con una
usted. sonrisa, la cabeza vuelta, mientras le
Parecía tremendamente amable: ni precedía por las escaleras hacia el piso
más ni menos como la madre de un superior—. Muy rara vez tengo el placer
condiscípulo, nuestro mejor amigo, al de recibir huéspedes en mi pequeño
acogerle a uno en su casa cuando llega nido, ¿sabe?
para pasar las vacaciones de Navidad. Está un poco chalada, la pobre, se
Billy se quitó el sombrero y traspuso el dijo Billy; pero, a cinco chelines y seis
umbral. peniques por noche, ¿qué puede
—Cuélguelo ahí —dijo ella—, y importarle eso a nadie?
permítame que le ayude a quitarse el —Yo hubiera pensado que estaría
abrigo. usted lo que se dice asediada de
No había otros sombreros ni abrigos demandas —apuntó cortés.
en el recibidor; tampoco paraguas ni —Oh, y lo estoy, querido, lo estoy;
bastones: nada. desde luego que lo estoy. Pero la verdad
es que tiendo a ser un poquitín selectiva labios.
y exigente…, no sé si me explico. —Como usted —concluyó al tiempo
—Oh, sí. que sus ojos azules recorrían lentamente
—De todas formas, siempre estoy a el cuerpo de Billy de la cabeza a los
punto. En esta casa está todo a punto, pies y, luego, en dirección inversa.
noche y día, ante la remota posibilidad Al alcanzar el primer descansillo,
de que se me presente algún joven agregó:
caballero aceptable. Y resulta un placer —Esta planta es la mía. Y tras subir
tan grande, realmente tan inmenso, otro piso:
cuando, de tarde en tarde, abro la puerta —Y ésta es enteramente suya —
y me encuentro con la persona proclamó—. Su cuarto es éste. Espero
verdaderamente adecuada. que le guste.
Se encontraba a mitad de la Y le condujo al interior de una
escalera, y allí se detuvo, apoyando la reducida pero seductora habitación
mano en la barandilla, para volverse y delantera cuya luz encendió al entrar.
ofrecerle la sonrisa de sus pálidos —El sol de la mañana da de pleno
en la ventana, señor Perkins. Porque se pulcramente doblado a un lado: todo
llama usted Perkins, ¿no es así? listo para acoger a quien ocupara el
—No, me llamo Weaver. lecho.
—Weaver. Un apellido muy bonito. —Celebro infinito que haya
He puesto una botella de agua caliente, aparecido —dijo ella, mirándole con
para quitarle la humedad de las sábanas, intensidad el rostro—. Comenzaba a
señor Weaver. Encontrar una botella de preocuparme.
agua caliente entre las limpias sábanas —Descuide —respondió Billy, muy
de una cama desconocida es tan animado—. No tiene por qué
placentero, ¿no le parece? Y, si siente preocuparse por mí.
frío, puede encender el gas de la Y, colocada la maleta encima de la
chimenea cuando le apetezca. silla, empezó a abrirla.
—Muchas gracias —respondió Billy —¿Y la cena, querido joven? ¿Ha
—. Muchísimas gracias. podido cenar algo por el camino?
Advirtió que la colcha había sido —No tengo nada de hambre, muchas
retirada y que el embozo aparecía gracias —contestó él—. Lo que voy a
hacer, creo, es acostarme lo antes Pues bien, el hecho de que su
posible, pues mañana he de madrugar un patrona diese la impresión de estar un
poco; debo presentarme en la oficina. poco chiflada no le preocupaba a Billy
—Pues conforme. Le dejaré solo, en lo más mínimo. Comoquiera que se
para que pueda deshacer su equipaje. De mirase, no sólo era inofensiva —ese
todas formas, ¿tendría la bondad, antes extremo estaba fuera de duda—, sino
de retirarse, de pasar un instante por el que se trataba, bien a las claras, de un
cuarto de estar, en la planta, y firmar el alma generosa y amable. Era posible,
registro? Es una formalidad que rige conjeturó Billy, que hubiese perdido un
para todos, pues así lo establecen las hijo en la guerra, o algo parecido, y que
leyes del país, y no es cosa de que no hubiera llegado a recuperarse del
contravengamos ninguna ley en esta fase golpe.
del trato, ¿no le parece? De manera que, pasados unos
Y, tras agitar la mano a modo de minutos, después de deshacer la maleta
breve saludo, salió presurosa cíe la y lavarse las manos, trotó escaleras
habitación y cerró la puerta. abajo y, llegado a la planta, entró en la
sala de estar. No se encontraba allí la Bristol.
patrona, pero el fuego ardía en la Qué curioso, pensó de pronto.
chimenea y el pequeño basset Christopher Mulholland. Ese nombre me
continuaba durmiendo frente al hogar. La suena.
estancia estaba magníficamente caldeada Y bien, ¿dónde diablos habría oído
y acogedora. Soy un tipo con suerte, se aquel apellido un tanto insólito?
dijo frotándose las manos. Esto está ¿Correspondería a un condiscípulo?
requetebién. No. ¿Se llamaría así alguno de los
Como encontrara el registro encima muchos pretendientes de su hermana, o,
del piano y abierto, sacó la pluma y tal vez, un amigo de su padre? No, no, ni
anotó su nombre y dirección. La página lo uno ni lo otro. Echó una nueva ojeada
sólo tenía dos inscripciones anteriores, al libro.
y, como siempre hacemos en tales casos,
se puso a leerlas. La primera era de un Christopher 231 Cathedral
tal Christopher Mulholland, de Cardiff. Mulholland Road, Cardiff
La otra, de Gregory W. Temple, de Gregory W. 27 Sycamore
Temple Drive, Bristol retozón.
—No sé de qué, pero esos nombres
A decir verdad, y ahora que se me suenan —dijo Billy.
detenía a pensarlo, no estaba muy seguro —¿De veras? Qué interesante.
de que el segundo nombre no le sonase —Estoy casi convencido de
casi tanto como el primero. haberlos oído ya en alguna parte. ¿No es
—Gregory Temple —dijo en voz extraño? Quizá los leyese en el
alta mientras exploraba en su memoria periódico. No serían famosos por algo,
—. Christopher Mulholland… ¿verdad? Quiero decir, famosos
—Encantadores muchachos — jugadores de cricket o de fútbol, o algo
apuntó una voz a su espalda. por el estilo…
Al volverse vio a su patrona, que —¿Famosos? —repitió ella al dejar
entraba en la sala como flotando, la bandeja en la mesita que daba frente
cargada con una gran bandeja de plata al hogar—. Oh, no, no creo que fueran
para el té. La sostenía muy en alto, como famosos. Pero, de eso sí puedo darle fe,
si fueran las riendas de un caballo ambos eran extraordinariamente guapos:
altos, jóvenes, apuestos…, justo como llamo W-e-a-v-e-r.
usted, querido joven. —¡Oh, por supuesto! —gritó al
Una vez más, Billy ojeó el registro. tiempo que se sentaba en el sofá—. Qué
—Pero oiga —dijo al reparar en las tonta soy. Mil perdones. Las cosas,
fechas—, esta última anotación tiene señor Weaver, me entran por un oído y
más de dos años. me salen por el otro. Así soy yo.
—¿En serio? —¿Sabe qué hay de verdaderamente
—Desde luego. Y Christopher extraordinario en todo esto? —replicó
Mulholland le precede en casi un año. Billy.
Hace, pues, más de tres años de eso. —No, mi querido joven, no lo sé.
—Santo cielo —exclamó ella —Pues verá usted… estos dos
meneando la cabeza y con un pequeño apellidos, Mulholland y Temple, no sólo
suspiro melifluo—. Nunca lo hubiera me da la impresión de recordarlos
pensado. Cómo vuela el tiempo, separadamente, por así decirlo, sino
¿verdad, señor Wilkins? que, por el motivo que sea, y de forma
—Weaver —corrigió Billy—. Me muy singular, parecen, al mismo tiempo,
como relacionados entre sí. Como si Reparó en sus manos, que eran
ambos fuesen famosos por un misino pequeñas, blancas, ágiles, de uñas
motivo, no sé si me explico… como… esmaltadas de rojo.
bueno… como Dempsey y Tunney, por —Estoy casi seguro de que ha sido
ejemplo, o Churchill y Roosevelt. en los periódicos donde he visto esos
—Qué divertido —respondió ella nombres —insistió el muchacho—. Lo
—; pero acérquese, querido, siéntese recordaré en cualquier momento. Estoy
aquí a mi lado en el sofá, y tome una seguro.
buena taza de té y una galleta de jengibre No hay mayor tormento que esa
antes de irse a la cama. sensación de un recuerdo que nos roza la
—No debería molestarse, de veras memoria sin penetrar en ella. Billy no se
—dijo Billy—. No había necesidad de avenía a desistir.
preparar tantas cosas. —Un momento —dijo—, espere un
Lo dijo plantado en pie junto al momento… Mulholland… Christopher
piano, observándola conforme Mulholland… ¿No se llamaba así aquel
manipulaba ella las tazas y los platillos. colegial de Eton, que recorría a pie el
oeste del país, cuando, de pron…? que quedaba libre a su lado, sonrió a
—¿Leche? —preguntó ella—. Billy a la espera de que se acercase. El
¿Azúcar también? muchacho cruzó lentamente la estancia y
—Sí, gracias. se sentó en el borde del sofá. Ella le
Cuando, de pronto… puso delante la taza de té, en la mesita.
—¿Un colegial de Eton? —repitió la —Bueno, pues aquí estamos —dijo
patrona—. Oh, no, imposible, querido; ella—. Qué agradable, qué acogedor
no puede tratarse, en forma alguna, del resulta esto, ¿verdad?
mismo señor Mulholland: el mío, Billy dio un primer sorbo a su té.
cuando vino a mí, no era ciertamente un Ella hizo otro tanto. Por espacio, quizá,
colegial de Eton sino un universitario de de medio minuto, ambos guardaron
Cambridge. Y ahora, venga aquí, silencio. Billy, sin embargo, se daba
siéntese a mi lado y entre en calor frente cuenta de que ella le miraba.
a este fuego espléndido. Vamos. Su té le Parcialmente vuelta hacia él, sus ojos,
está esperando. así lo percibía, le observaban por
Y, con unas palmaditas en el asiento encima de la taza, fijos en su rostro. De
vez en cuando el muchacho sentía hálitos ambos apellidos.
de un peculiar perfume que parecía Ahora tenía ya la absoluta certeza de
emanar directamente de ella. De forma haberlos leído en la prensa, en los
algo desagradable, le recordaba…, titulares.
bueno, no hubiera sabido decir a qué le —¿Marchar, dice? —contestó ella
recordaba. ¿Las castañas confitadas? arqueando las cejas—. Pero querido
¿El cuero por estrenar? ¿O sería, acaso, joven, el señor Mulholland jamás hizo
los pasillos de los hospitales? tal cosa. Sigue aquí. Como el señor
—El señor Mulholland —comentó Temple. Están los dos en el tercer piso,
ella por fin— era un extraordinario juntos.
bebedor de té. En la vida he conocido a Billy depositó con cuidado la taza en
nadie que bebiera tanto té como el la mesa y miró de hito en hito a su
adorable, encantador señor Mulholland. patrona. Ella le sonrió, avanzó una de
—Imagino que marcharía hace no sus blancas manos y le dio unas
mucho —dijo Billy, que continuaba confortables palmaditas en la rodilla.
devanándose los sesos en relación con —¿Qué edad tiene usted, mi querido
muchacho? —quiso saber. tenía veintiocho años. Pero, de no
—Diecisiete años. habérmelo dicho él, yo nunca lo hubiera
—¡Diecisiete años! —exclamó la imaginado. Jamás en la vida. No tenía
patrona—. ¡Oh, la edad ideal! La misma una mácula en el cuerpo.
que tenía el señor Mulholland. Aunque —¿Una qué?
él, diría yo, era un poquitín más bajo; lo —Que su piel era lo mismito que la
que es más, lo aseguraría; y no acababa de un bebé.
de tener tan blancos los dientes. Sus Siguió un silencio. Billy recuperó la
dientes son una preciosidad, señor taza, sorbió de nuevo y volvió a
Weaver, ¿lo sabía usted? depositarla cuidadosamente en el plato.
—No están tan sanos como parecen Esperó a que su patrona interviniera de
—respondió Billy—. Tienen montones nuevo; pero ella daba la impresión de
de empastes detrás. haberse sumido en otro de aquellos
—El señor Temple era, desde luego, silencios suyos. Billy se quedó mirando
algo mayor —continuó ella, pasando por con fijeza hacia el rincón opuesto, los
alto la observación—. La verdad es que dientes clavados en el labio inferior.
—Ese loro —dijo finalmente—, había permanecido todo el rato tan
¿sabe que me engañó por completo, inmóvil y silencioso como el loro.
cuando lo vi desde la calle? Hubiera Extendió una mano y le palpó
jurado que estaba vivo. suavemente lo alto del lomo. Lo
—Ay, ya no. encontró duro y frío, y, al peinarle el
—La disección es habilísima — pelo con los dedos, vio que la piel, de
añadió él—. No se le ve nada muerto. un negro ceniciento, estaba seca y
¿Quién la hizo? perfectamente conservada.
—La hice yo. —Por todos los santos —exclamó
—¿Usted? —, esto es de todo punto fascinante. —
—Claro está. Y ya se habrá fijado, Olvidando al perro, observó con
también, en mi pequeño Basil —dijo, profunda admiración a la mujer
señalando con la cabeza al basset tan menudita que ocupaba el sofá a su lado y
plácidamente ovillado ante el hogar. añadió—: Un trabajo como éste debe de
Vueltos hacia él los ojos, Billy se resultarle dificilísimo.
percató, de repente, de que el perro —En absoluto —replicó ella—.
Diseco personalmente a todas mis señor…
mascotas cuando pasan a mejor vida. —Temple —apuntó Billy—.
¿Le apetece otra taza de té? Gregory Temple. Perdone la pregunta,
—No, gracias —respondió Billy. pero ¿acaso no ha tenido, en estos
Tenía la infusión un cierto sabor a últimos dos o tres años, más huéspedes
almendras amargas y no le atraía que ellos?
demasiado. Con la taza de té en una mano y
—Ha firmado usted el registro, sostenida en alto, la cabeza ligeramente
¿verdad? ladeada a la izquierda, la patrona le
—Sí, claro. miró de soslayo y, con otra de aquellas
—Buena cosa. Lo digo porque, si amables sonrisitas, dijo:
más adelante llego a olvidar cómo se —No, querido. Sólo usted.
llamaba usted, siempre me queda la
solución de bajar y consultarlo. Lo sigo
haciendo, casi a diario, en cuanto al
señor Mulholland y el señor… el
sacó de una carpeta situada encima de su
11. WILLIAM Y escritorio un sobre sellado que entregó a
MARY su cliente.
—Tengo instrucciones de entregarle
esto —dijo—. Nos lo hizo llegar su
WILLIAM Pearl no dejó mucho
esposo poco antes de su fallecimiento.
dinero al morir, y su testamento era En su respeto hacia la viuda, el
sencillo. Con la excepción de unas procurador, descolorido y almidonado,
pocas donaciones destinadas a le hablaba con la mirada gacha y la
parientes, legaba todos sus bienes a su cabeza ladeada.
esposa. —Parece que se trata de un asunto
El procurador y la señora Pearl personal, señora Pearl —continuó—.
revisaron juntos el documento en el Sin duda preferirá llevárselo y leerlo en
despacho de aquél, y, concluido el la intimidad de su hogar.
asunto, la viuda se levantó dispuesta a La señora Pearl tomó el sobre y
marchar. En ese instante, el procurador salió a la calle. Ya en la acera, se paró
para palpar el objeto. ¿Una carta de etcétera, etcétera.
despedida de William? Sí, era lo más
probable. Una carta solemne. Porque de La típica carta de William.
seguro lo sería: solemne y afectada. Era ¿O podría ser que, cediendo en el
incapaz, el pobre, de proceder de otra último momento, le hubiese escrito algo
forma. En su vida había hecho nada hermoso? Quizá fuese aquello un bonito
ajeno a la solemnidad. y tierno mensaje, una especie de carta de
amor, una esquela afectuosa y amable,
Mi querida Mary: Confío en que no de gracias por haberle dado treinta años
permitirás que mi partida de este de su vida, haberle planchado un millón
mundo te afecte en exceso, sino que de camisas, dispuesto un millón de
perseverarás en la observancia de los comidas y hecho un millón de camas;
preceptos que tan bien te guiaron en algo que pudiera leer y releer, una vez
nuestra mutua asociación. Sé diligente por día cuando menos, y guardar por
y digna en todo. Sé ahorrativa con el siempre, junto con los broches, en el
dinero. Cuídate muy bien de no…, joyero, encima del tocador.
Próxima la hora de la muerte, la que tan bien conocía; pero, al ver su
gente tiene reacciones imprevisibles, se extensión, la metódica y pulida
dijo la señora Pearl. Y, con el sobre disposición de lo escrito y el hecho de
bajo el brazo, salió presurosa hacia su que la primera página ni siquiera
casa. empezara en el agradable tono que
Entró por la puerta principal, corresponde a una carta, comenzó a
encaminóse derechamente al cuarto de concebir sospechas.
estar y, sentada en el sofá sin quitarse Apartó la mirada, encendió un
sombrero ni abrigo, rasgó el sobre y cigarrillo, le dio una chupada y lo dejó
extrajo su contenido. Consistía éste, en el cenicero.
advirtió, en quince o veinte blancas Si esto trata de lo que empiezo a
cuartillas rayadas, dobladas por la mitad barruntar que trata, no quiero leerlo, se
y unidas en su esquina superior dijo.
izquierda por un sujetapapeles, todas ¿Puede uno negarse a leer la carta de
ellas repletas de aquella escritura un muerto?
menuda, pulcra, inclinada hacia adelante Sí.
En fin… se fijaran en ella, pero con una extraña
Echó una ojeada a la vacía butaca de falta de expresión, como si calcularan
William, situada al otro lado de la algo. Nunca le habían gustado aquellos
chimenea: un gran sillón tapizado de ojos: fríos, de un azul de hielo,
cuero marrón, cuyo asiento guardaba la pequeños, un sí es no juntos y con dos
concavidad que William le había hecho trazos verticales, de censura,
con las nalgas a través de los años y su separándolos. Ojos que la habían
respaldo, en la parte superior, la oscura vigilado durante toda su vida. Tanto, que
mancha ovalada que adquirió donde incluso ahora, tras una semana de
apoyaba la cabeza. En ese butacón solía soledad en la casa, le embargaba a
sentarse a leer mientras ella, instalada veces la turbadora sensación de que
enfrente, en el sofá, le cosía botones, o continuaban allí, siguiendo sus
le zurcía calcetines, o le ponía parches movimientos, mirándola con fijeza
en los codos de alguna chaqueta dando desde el vano de las puertas, desde las
lugar a que, de vez en cuando, un par de sillas vacías, y, por la noche, desde las
ojos se alzasen de la lectura vigilantes y ventanas.
Con lento ademán alcanzó el bolso, que, siendo tú mi esposa, tienes derecho
sacó las gafas y se las puso. Luego, el a saber. Lo que es más: es preciso que
fajo de cuartillas en alto, a fin de sepas. Estos últimos días he puesto gran
beneficiarse de la última luz que la tarde empeño en hablarte de Landy, pero tú te
vertía por la ventana situada a su has negado en redondo a escucharme. Es
espalda, empezó a leer: ésa, como ya te he señalado, una actitud
muy tonta y que, por otra parte, no deja
«Estos pliegos, mi querida Mary, de parecerme egoísta. Dimana sobre
son exclusivamente para ti y te serán todo de la ignorancia, y estoy
entregados poco después de que te deje. convencido por completo de que, a poco
»No te alarme toda esta escritura, que conozcas los hechos, mudarás
que no es sino un intento por mi parte de inmediatamente de parecer. De ahí mi
explicarte con exactitud lo que Landy se confianza en que, cuando yo no esté ya
propone hacer conmigo, por qué; me he contigo y tu pensamiento se encuentre
avenido a ello y en qué consisten sus menos turbado, accederás a prestarme
teorías y cifra sus esperanzas. Son cosas más atención en estas páginas. Puedo
jurarte que, leído mi relato, tu inundadas por mis emociones.
sentimiento de antipatía se desvanecerá »Me asalta, por ejemplo, el deseo de
y se verá sustituido por el entusiasmo. escribir algo sobre ti, sobre lo muy
Me atrevo incluso a pensar que te buena que has sido como esposa durante
enorgullecerás un poco de mi iniciativa. estos años, y me he prometido que si el
«Conforme avanzas en la lectura, tiempo me alcanza, y también las
debes perdonarme, te lo ruego, la fuerzas, lo haré a continuación.
frialdad del estilo, pues no conozco otra »También ansío referirme a este
forma de transmitirte con claridad mi Oxford de mi alma, donde he vivido y
mensaje. Según se acerca mi hora, ya lo enseñado estos últimos diecisiete años;
comprenderás, es natural, que me decir algo a propósito del esplendor de
embargue todo el sentimentalismo del este lugar y explicar un poco, si puedo,
mundo. Con cada día que pasa me lo que para mí ha significado trabajar en
vuelvo más pródigamente anheloso, él. Las cosas y los lugares que tanto he
sobre todo al anochecer, y, como no me querido afluyen, todos, hacia mí en esta
vigile de cerca, estas páginas se verán habitación sombría. Brillantes y
hermosos como siempre, hoy, por alguna despacio y olvidando todo sentimiento
razón, los veo con una claridad de pesar o censura, por lo demás
inusitada. El senderillo que rodea el susceptibles de entorpecer tu
lago en los jardines del Worcester comprensión. Has de prometerme que
College, donde solía pasear Lovelace. leerás esto con detenimiento, adoptando,
La portalada de Pembroke. La vista que antes de empezar, un talante sereno y
desde la Magdalen Tower ofrece la paciente.
ciudad hacia el oeste. El magnífico »Porque ya conoces los pormenores
pórtico de la Christchurch. El pequeño de la enfermedad que me abatió tan de
jardín de rocalla en St. John, donde he pronto mediada mi vida adulta, huelga
contado más de una docena de malgastar tiempo en ellos, como no sea
variedades de campánula, entre ellas la para reconocer de inmediato cuan loco
rara y delicada C. Waldsteiniana. Pero fui en no haber recurrido antes al
¡ya ves!: apenas comenzar, caigo ya en médico. El cáncer es uno de los pocos
la trampa. Así pues, permíteme empezar males que todavía no pueden curar estos
sin más demoras; y tú, querida mía, lee modernos fármacos. La cirugía puede
extirparlo, a condición de que no se una especie de locura flotaba en el aire.
haya extendido excesivamente; pero, en A diferencia de mis otros visitantes, no
mi caso, no sólo lo descuidé demasiado, se deslizó sigilosamente, de puntillas,
sino que la cosa ésta tuvo la desfachatez entre avergonzado y violento, sin saber
de atacarme el páncreas descartando, qué decir, sino que, fuerte y risueño,
con ello, tanto la posibilidad de penetró en la habitación, se plantó junto
intervenirlo como de sobrevivir. a la cama, se me quedó mirando,
»Ahí quedaba yo, pues, con unas espejeándole los ojos un brillo salvaje,
esperanzas de vida entre uno y seis y exclamó:
meses, hora a hora más melancólico, »—¡William, muchacho, esto es
hasta que, de manera totalmente perfecto! ¡Eres, justo, la persona que
inesperada, aparece Landy. andaba buscando!
»Eso ocurrió hace seis semanas, un »Quizá convenga señalar aquí que,
martes por la mañana, muy temprano, si bien John Landy no ha visitado nunca
mucho antes de tu hora de visita, y, en nuestra casa y tú le has visto pocas
cuanto le vi entrar, me di cuenta de que veces o ninguna, yo, en cambio, he
mantenido con él relaciones amistosas mañana de aquel martes, distábamos de
durante al menos nueve años. Aunque en ser extraños el uno para el otro.
principio no soy, claro está, sino »—Veamos —dijo, al tiempo que se
profesor de filosofía, ya sabes que en acercaba una silla a la cama—, dentro
los últimos tiempos he tocado también, y de unas semanas, pocas, habrás muerto.
no poco, la psicología. Mis intereses y ¿Me equivoco?
los de Landy, pues, han llegado a »Viniendo de Landy, la pregunta no
entremezclarse en cierto modo. Es un me pareció demasiado ruda. Según se
magnífico neurocirujano, uno de los mire, resultaba estimulante una visita
mejores, y en fechas recientes ha tenido con arrestos suficientes para abordar la
la bondad de permitirme estudiar los cuestión tabú.
resultados de algunos de sus trabajos, en »—Expirarás aquí, en esta misma
particular las lobotomías prefrontales y habitación, y luego te llevarán para
sus distintos efectos sobre diversos incinerarte.
tipos de psicópatas. Esto te hará ver que »—Para enterrarme —corregí.
en el momento de su irrupción, la »—Lo que todavía es peor. Y luego,
¿qué? ¿Crees que irás al cielo? claro está, que tu buen sentido te haga
»—Lo dudo, aunque sería ponerte en mis manos. Tengo una
reconfortante pensarlo. proposición que hacerte; ¿quieres
»—Entonces, ¿al infierno? escucharla?
»—En verdad no veo por qué A juzgar por la manera en que me
habrían de enviarme ahí. estudiaba con la mirada, por la fijeza de
»—Nunca se sabe, mi querido ésta, por su curiosa avidez, se hubiese
William. dicho que era yo un pedazo de carne de
»—¿A qué viene todo esto? — primerísima calidad que él hubiera
indagué. comprado y que ahora, expuesta en el
»—Verás —comenzó, y me di cuenta mostrador, aguardara a que se la
de que me observaba con atención—, envolvieran.
personalmente no creo que, después de »—Lo digo en serio, William.
muerto, vuelvas a tener noticias de ti ¿Quieres considerar una proposición?
mismo; a menos… —ahí hizo una pausa, »—No sé de qué me estás hablando.
sonrió e inclinóse hacia mí—, a menos, »—Escúchame, pues, y te lo diré.
¿Quieres? que he trabajado en silencio por espacio
»—Adelante, si ése es tu gusto. No de varios años. Algunos de los del
creo que con oírte vaya a perder nada. hospital me han echado una mano,
»—Lo que puedes, por el contrario, Morrison en especial, y hemos llevado a
es ganar, y mucho… sobre todo, después término, con bastante éxito, una serie de
de muerto. pruebas con animales de laboratorio. He
»Estoy seguro de que contaba con llegado a un punto en que estoy
que, al oír eso, pegara un salto; pero, dispuesto a probar con un hombre. Es
por alguna razón, lo estaba esperando. una gran idea, y, aunque a primera vista
Me quedé perfectamente inmóvil, atento pueda parecer un tanto rebuscada, en lo
a su rostro y a aquella sonrisa suya, quirúrgico nada impide que resulte más
blanca y lenta, que siempre le dejaba al o menos viable.
descubierto, enroscados en torno al »Adelantando el cuerpo puso ambas
canino superior izquierdo, los ganchos manos sobre el borde de la cama. Landy
de oro de la prótesis. tiene una cara agradable, de perfiles
»—Se trata de algo, William, en lo angulosos, exenta por completo de esa
expresión característica de los médicos. sangre, suministrada por un corazón
Ya sabes a qué me refiero: esa mirada artificial. Lo notable del caso es esto:
que la mayoría de ellos exhiben y que, aquella cabeza de perro, plantada allí,
lamiéndole a uno como el reflejo de un sola, en mitad de una especie de
lívido anuncio luminoso, parece decir: bandeja, estaba viva. El cerebro
Sólo yo puedo salvarte. Los ojos de funcionaba, como demostraron una serie
John Landy, en cambio, lucían amplios y de pruebas. Por ejemplo, si aplicaban
llenos de brillo, las pupilas comida a los labios del perro, la lengua
centelleantes de entusiasmo. salía y la retiraba de un lametón; y, si
»—Hace ya mucho tiempo — alguien cruzaba la sala, los ojos seguían
continuó—, vi un cortometraje médico su movimiento.
que nos habían traído de Rusia. Un tanto »”La conclusión lógica que cabía
truculento, pero interesante, mostraba sacar de ello era que, para continuar
una cabeza de perro que, separada del vivos, cerebro y cabeza no necesitan
cuerpo, recibía no obstante, a través de estar unidos al resto del cuerpo… a
venas y arterias, su flujo normal de condición, claro está, de que se
mantenga un suministro de sangre propio fluido cerebroespinal. Las
debidamente oxigenada. prodigiosas funciones de pensamiento y
»”Ahora bien, lo que a mí se me memoria que se desarrollan en su
ocurrió a la vista de esa filmación fue interior no se ven comprometidas, a
extraer del cráneo un cerebro humano y todas luces, por la ausencia de los
mantenerlo vivo y funcionando como miembros, el tronco o incluso el cráneo,
unidad autónoma, y esto durante tiempo siempre y cuando, repito, se le bombee
ilimitado tras la muerte de la persona. en condiciones idóneas sangre
Ese cerebro podría ser, por ejemplo, el oxigenada y del tipo adecuado.
tuyo, una vez fallecido tú. »”Mi querido William, piensa,
»—No me gusta eso —dije. siquiera por un momento, en tu cerebro.
»—No me interrumpas, William. Está en perfectas condiciones. Colmado
Déjame acabar. A juzgar por los por toda una vida de estudio.
resultados de los sucesivos Convertirlo en lo que es, te ha llevado
experimentos, el cerebro es un órgano muchos años de trabajo. Y, justo cuando
curiosamente autónomo que fabrica su empezaba a rendir algunas ideas
originales, de primera magnitud, se ve con nosotros —replicó Landy—. E
obligado a morir, junto con el resto de tu incluso es posible que consiguiéramos
cuerpo, por la simple razón de que el darte cierto grado de visión. Pero
tontaina de tu páncreas está comido por vayamos por partes. Esos aspectos los
un cáncer. abordaré más tarde. El hecho, entretanto,
»—No, gracias —le dije—. No es es que, suceda lo que suceda, vas a
preciso que sigas. Es una idea morir en breve, y que mi proyecto no
repugnante y, aun en el supuesto de que contempla tocarte ni un cabello hasta
pudieras llevarla a efecto, cosa que después de muerto. Venga ya, William.
dudo, resulta de todo punto insensata. Ningún auténtico filósofo se opondría a
¿De qué podría servir mantener vivo mi ceder su cadáver a la causa científica.
cerebro si no me queda la posibilidad »—Ese planteamiento no acaba de
de ver ni de hablar ni de oír ni de sentir? ser exacto —objeté—. A mi modo de
En lo que a mí respecta, no puedo ver, subsisten dudas en cuanto a si
concebir nada más desagradable. estaría vivo o no después de pasar por
»—Creo que sí podrías comunicarte tus manos.
»—Bueno —respondió con un Ingenioso, ¿verdad?
esbozo de sonrisa—, creo que en eso »Lo examiné y se lo devolví.
estás en lo cierto; pero también pienso »—¿Puedo continuar?
que no debieras desestimar tan a la »—Preferiría que no lo hicieras.
ligera mi proposición sin conocerla »—Serénate y escúchame. Creo que
mejor. lo encontrarás muy interesante.
»—Ya te he dicho que no quiero oír »Junto a la cama tenía una fuente de
más. uvas azules. Me la acomodé sobre el
»—Toma un cigarrillo —dijo al pecho y comencé a comer.
tiempo que me tendía la pitillera. »—Sería preciso que yo estuviera
»—Ya sabes que no fumo. presente en el momento de la muerte —
»Él sí tomó un pitillo, que encendió prosiguió Landy—, para actuar sin
con un minúsculo mechero de plata, no pérdida de tiempo y ver de mantener
mayor que una pieza de un chelín. vivo el cerebro.
»—Un obsequio de la gente que me »—Dejándolo en la cabeza, quieres
fabrica el instrumental —comentó—. decir.
»—Por de pronto, sí. No me en evitación de eso, habría de iniciar
quedaría otro camino. rápidamente el trabajo. Pero, con ayuda
»—Y luego, ¿dónde lo pondrías? de la máquina, todo ello resultaría muy
»—Si insistes en saberlo, en una sencillo.
especie de cubeta. »—¿Qué máquina?
»—¿Lo dices en serio? »—El corazón artificial. Tenemos
»—Claro que lo digo en serio. aquí una bonita adaptación del que
»—Está bien. Continúa. discurrieron originalmente Alexis Carrel
»—Te supongo al corriente de que, y Lindbergh. Oxigena la sangre, la
cuando el corazón se para y el cerebro mantiene a la temperatura conveniente,
se ve privado de sangre renovada y la bombea a la presión adecuada y hace
oxigenada, sus tejidos mueren con gran toda una serie de otras cosas necesarias.
rapidez. De cuatro a seis minutos es Y en realidad no es nada complicado.
cuanto se necesita para que sucumba »—Dime qué harías al presentarse
todo él. A veces, a los tres minutos ya se la muerte —le atajé—. ¿Cuál sería tu
presentan ciertas lesiones. Es decir que, primer paso?
»—¿Sabes algo acerca de los encontramos con cuatro arterias que
dispositivos venoso y vascular del ascienden, por el cuello claro está, y dos
cerebro? venas que descienden. Y que,
»—No. naturalmente, se despliegan en otros
»—Pues presta atención. No es conductos alrededor del cerebro; pero
difícil. La aportación de sangre que éstos no nos conciernen. No los vamos a
recibe el cerebro parte de dos fuentes tocar para nada.
principales, las arterias carótidas »—Conforme —dije—. Imaginemos
internas y las vertebrales. Hay dos de que acabo de morir. ¿Qué haces tú en
cada una de ellas, lo cual nos da cuatro ese momento?
arterias. ¿Lo has comprendido? »—Abrirte inmediatamente el cuello
»—Sí. y localizar las cuatro arterias, carótidas
»—Y el sistema de retorno es y vertebrales. A continuación las
todavía más simple. La sangre es calaría, es decir que hincaría en cada
evacuada por dos grandes venas, las una de ellas una gran aguja hueca. Las
yugulares internas. De manera que nos cuatro agujas quedarían conectadas con
el corazón artificial mediante tubos. interesante, ¿no te parece? Un cuerpo
Entonces, y trabajando rápidamente, frío y muerto y un cerebro vivo.
seccionaría ambas venas yugulares, »Landy hizo una pausa, para
derecha e izquierda, y las conectaría al saborear esa deliciosa perspectiva.
corazón mecánico, a fin de completar el Estaba tan extasiado y poseído por
circuito. Pongo en marcha entonces la aquella idea, que a todas luces no
máquina, ya abastecida de sangre del hubiera podido admitir que no
tipo adecuado, y listo: tu cerebro vería compartiese sus sentimientos.
restablecida la circulación. »—Llegados a ese punto, podríamos
»—Quedaría como ese perro ruso. proceder con más calma —dijo—. Y
»—No lo creo. Por de pronto, al créeme que la necesitaríamos. Nuestro
morir perderías ciertamente la primer cuidado sería conducirte al
conciencia, y dudo mucho que la quirófano, acompañado, desde luego,
recuperases en un largo período de por la máquina, que no debe interrumpir
tiempo… o nunca. Pero, consciente o no, el bombeo en ningún momento. El
quedarías en una situación bastante siguiente problema…
»—De acuerdo, con eso basta —le nos sirve para nada. A decir verdad, ya
interrumpí—. No necesito conocer los ha iniciado su descomposición. El
pormenores. cráneo y la cara son, también, inútiles.
»—Oh, claro que sí —replicó—. Es Uno y otra son estorbos y no los quiero
importante que sepas con exactitud lo por medio. A mí sólo me interesa el
que va a ocurrirte de principio a fin. Es cerebro, el hermoso y limpio cerebro,
que después, ¿sabes?, cuando recuperes vivo y perfecto. Así es que, cuando te
el conocimiento, para ti será mucho más tenga encima de la mesa, tomaré una
satisfactorio saber dónde te encuentras y sierra, una pequeña sierra oscilante, y
cómo llegaste ahí. Son extremos que con ella me pondré a retirar toda tu
debes conocer, siquiera para tu paz de bóveda craneal. Como en ese instante
espíritu. ¿Estás de acuerdo? seguirás inconsciente, no tendré que
»Continué inmóvil, atento a él. preocuparme por la anestesia.
»—De modo que el siguiente »—¡Y un pepino! —protesté.
problema estaría en retirar de tu cadáver »—No sentirías nada, William, te lo
el cerebro intacto e ileso. El cuerpo no prometo. No olvides que llevarás
muerto varios minutos. inconsciencia a quien abrí la cabeza sin
»—Sin anestesia, a mí nadie me recurrir a ningún anestésico y le extirpé
asierra la tapa de la cabeza —porfié. un pequeño coágulo de sangre. Todavía
»Landy se encogió de hombros. estaba trabajando en el interior del
»—Para mí —dijo—, eso no cambia cráneo, cuando se despertó y se puso a
nada. Si insistes, te administraré un poco hablar.
de procaína. Y, si te ha de hacer más »“¿Dónde estoy?”, preguntó.
feliz, estoy dispuesto a impregnarte de »“En el hospital.”
ella todo el cuero cabelludo y hasta la »“Vaya —dijo—, qué cosas.”
totalidad de la cabeza, de cuello para »“Dígame —le pregunté—, lo que le
arriba. estoy haciendo, ¿le incomoda?”
»—Muchísimas gracias —dije. »“No, en absoluto —respondió—.
»—¿Sabes? —continuó él—, a ¿Qué está haciendo?”
veces ocurren cosas extraordinarias. La »“Retirarle un coágulo de sangre que
semana pasada, sin ir más lejos, me tiene en el cerebro.”
trajeron a un individuo en estado de »“¿Eso hace?”
»“Quieto, por favor. No se mueva. una pequeña sierra oscilante
Ya casi he terminado.” desprendería con gran cuidado todo el
»“De manera que es el cabrón del calvarium, o sea la bóveda craneal. Eso
coágulo el que me ha estado dando todas dejaría al descubierto la mitad superior
esas jaquecas”, comentó él. del cerebro, o, mejor dicho, de la más
»Landy se detuvo y evocó el lance exterior de las membranas que lo
con una sonrisa. envuelven. No sé si lo sabes, pero
»—Eso es, palabra por palabra, lo existen tres membranas independientes
que dijo —continuó—, lo cual no alrededor del cerebro propiamente
impide que al día siguiente no recordara dicho: la exterior, llamada duramáter o
para nada el episodio. Curiosa cosa, el duramadre; la intermedia, llamada
cerebro. aracnoides; y la interna, conocida por
»—Yo me quedo con la procaína — piamáter o piamadre. El profano tiende
apunté. a pensar que el cerebro es una cosa
»—Como prefieras, William. Y, desnuda que tenemos en la cabeza
volviendo a lo que decía, provisto de flotando de aquí para allá en un fluido.
Pero no es así: se encuentra pulcramente interior de la duramadre circulan los
envuelto en esas tres fuertes membranas, conductos venosos que utiliza la sangre
y el fluido cerebroespinal mana de en su paso desde el cerebro hacia la
hecho en el pequeño espacio yugular.
comprendido entre las dos membranas »”O sea que —continuó— ya
internas, y que recibe el nombre de tenemos fuera la bóveda craneal y a la
espacio subaracnoideo. Como ya te he vista la parte superior del cerebro,
dicho, ese fluido es fabricado por el envuelta en su membrana externa. El
cerebro y se evacúa por osmosis hacia siguiente paso es el verdaderamente
el sistema venoso. enrevesado: desprender todo el paquete
»”Esas tres membranas, ¿no te de manera que pueda ser levantado y
parecen adorables sus nombres: la extraído limpiamente, los extremos de
duramadre, el aracnoides y la las cuatro arterias de aflujo y las dos
piamadre?, yo las dejaría intactas. Esto venas colgando por debajo, a fin de
por muchas razones, una de ellas, y de conectarlos a la máquina. Se trata de una
no poco peso, el hecho de que en el maniobra enormemente larga y
complicada en la que intervienen la mera cuestión de paciencia y de destreza
destrucción de buenas porciones de quirúrgica. Y no olvides que dispondría
hueso, la sección de muchos nervios y el de tiempo, todo el que necesite, ya que
corte y empalme de numerosos vasos el corazón artificial, situado junto a la
sanguíneos. La única forma de llevarla a mesa de operaciones, estaría
cabo con alguna esperanza de éxito es bombeando continuamente a fin de
utilizar un osteotomo y desmenuzarte el mantener vivo el cerebro.
resto del cráneo en dirección »”Imaginemos, pues, que he
descendente, como quien monda una conseguido descortezarte el cráneo y
naranja, hasta que los laterales y la parte retirar todo lo que rodea los laterales
inferior de la membrana cerebral queden del cerebro. Este queda ahora unido al
enteramente expuestos. Los problemas cuerpo sólo en su base, principalmente
que ello comporta son en extremo por la columna vertebral, las dos
técnicos, de manera que no entraré en grandes venas y las cuatro arterias que
ellos; no obstante, estoy casi cierto de le suministran sangre. Así pues, ¿qué
que el trabajo puede ser realizado. Es hacemos a continuación?
»”Te seccionaría la columna justo Solución de Ringer: un fluido especial
por encima de la primera vértebra que en neurocirugía utilizamos para la
cervical, poniendo el mayor cuidado en irrigación. Después de desprender por
no dañar las dos arterias vertebrales completo el cerebro mediante la sección
situadas en esa zona. Debes recordar, de las arterias de alimentación y las
sin embargo, que la duramadre, o venas, lo cogería, sin más, con las
membrana exterior, se encuentra abierta manos y lo trasladaría a la cubeta. Ese
en ese punto a fin de alojar la columna, sería el segundo y último momento, en
de manera que me vería obligado a todo el proceso, en que se viese
ocluir esa abertura cosiendo entre sí los interrumpido el flujo sanguíneo; pero,
bordes de la duramadre. Eso no una vez en la cubeta, conectar los
presentaría ningún problema. extremos de arterias y venas al corazón
»”Hecho eso, ya estaría listo para artificial sería cosa de un segundo.
emprender la operación final. A un lado »”De manera que —concluyó Landy
de Ja mesa tendría una cubeta de modelo —, ahí estamos, con tu cerebro en la
especial, llena de lo que llamamos cubeta y todavía vivo, y no hay razón
para que no continúe así durante mucho como la memoria, funcionando a la
tiempo, largos años tal vez, siempre y perfección…
cuando sangre y máquina estén »—Y sin poder ver ni sentir ni oler
atendidas. ni oír ni hablar —apostillé.
»—Pero… ¿funcionaría? — »—¡Ah! —exclamó—. ¡Ya sabía yo
pregunté. que olvidaba algo! No te he hablado
»—Mi querido William, ¿cómo para nada del ojo. Atiende. Voy a tratar
quieres que lo sepa? Ni siquiera puedo de dejar intacto uno de tus nervios
garantizarte que recuperes la conciencia. ópticos, y también el ojo propiamente
»—¿Y supuesto que así fuera? dicho. El nervio óptico es una cosilla
»—¡Esta sí que es buena! Pues… del grosor, más o menos, de un
¡maravilloso! termómetro clínico, y de unos cinco
»—¿De veras? —dije, debo centímetros de longitud, tendida entre el
confesarlo, no sin recelo. cerebro y el ojo. Su belleza está en que
»—¡Claro que sí! Estar allí, con no se trata en forma alguna de un nervio,
todas tus propiedades intelectivas, así sino que es una prolongación del propio
cerebro, y la duramadre, o membrana »—Mirando al techo —apunté.
cerebral, se extiende a todo su largo y »—Sí, eso creo. Temo que no
está unida al globo del ojo. La parte quedarán músculos para hacerlo girar.
trasera de éste se encuentra, pues, en Pero no dejaría de ser divertido estar
muy estrecho contacto con el cerebro, y allí, tan quietecito y cómodo,
el fluido cerebroespinal lo irriga observando el mundo desde tu cubeta.
directamente. »—Hilarante —dije—. ¿Y si me
»”Todo esto se acomoda muy bien a dejases también una oreja?
mi propósito y autoriza a pensar que »—Esta primera vez preferiría no
podría conservarte con éxito uno de los meterme con la oreja.
ojos. Para alojarlo he construido ya una »—Yo quiero una oreja —insistí—.
fundita de plástico que sustituye a la La exijo.
cuenca, y cuando el cerebro esté en la »—No.
cubeta, sumido en la Solución de Ringer, »—Quiero escuchar a Bach.
el globo del ojo y su funda flotarán en la »—No te haces idea de las
superficie del líquido. dificultades que plantearía —respondió
Landy en tono amable—. El aparato veras: debes dejar que yo decida lo que
auditivo, el caracol, como se le conoce, es posible y lo que no lo es.
es un mecanismo mucho más delicado »—Todavía no he dicho que esté de
que el ojo. Lo que es más: se encuentra acuerdo.
encajonado en hueso. Lo mismo cabe »—Ya lo sé, William, ya lo sé.
decir de parte del nervio auditivo que lo »—No estoy seguro de que la idea
une al cerebro. Imposible desmontarlo me guste mucho.
todo sin que sufra daño. »—¿Prefieres morir entera y
»—¿Y no podrías dejarlo metido en absolutamente?
el hueso y llevar éste a la cubeta? »—A lo mejor. Todavía no lo sé.
»—No —dijo con firmeza—. La Tampoco podría hablar, ¿verdad?
cosa resulta ya muy complicada sin eso. »—Claro que no.
Y, de todas formas, si el ojo funciona, lo »—Entonces ¿cómo podría
del oído no tiene demasiada comunicarme contigo? ¿Cómo sabrías
importancia. Siempre nos queda aquello que estoy consciente?
de mostrarte mensajes y que los leas. De »—Nos sería fácil determinar si has
o no cobrado conciencia —respondió comunicación mental y con quien ya he
Landy—. Un electroencefalógrafo establecido contacto. A buen seguro
normal nos lo confirmaría. Te sabrás que el cerebro intelectivo emite
aplicaríamos sus electrodos descargas químicas y eléctricas, y que
directamente a los lóbulos frontales del esas descargas se difunden en forma de
cerebro, en la misma cubeta. ondas, un poco a la manera de las ondas
»—¿Y lo sabríais de forma de radio…
concluyente? »—Sí, algo sé sobre ello.
»—Oh, sin lugar a dudas. Eso está al »—Pues bien, Wertheimer ha
alcance de cualquier hospital. construido un aparato en cierto modo
»—Yo, sin embargo, no podría parecido al encefalógrafo, sólo que
comunicarme con vosotros. mucho más sensible, y él mantiene que,
»—A decir verdad, lo creo factible. dentro de ciertas limitaciones, puede
Vive en Londres un sujeto llamado ayudarle a interpretar lo que un cerebro
Wertheimer que está realizando trabajos piensa. El aparato produce una especie
interesantes sobre el tema de la de grafía que, al parecer, puede
traducirse en forma de palabras o de »—Solamente esto: ¿crees de
pensamientos. ¿Quieres que le pida a corazón que cuando mi cerebro esté en
Wertheimer que venga a verte? esa cubeta, mi mente será capaz de
»—No —respondí. funcionar justo como lo hace ahora?
»Landy ya daba por hecho que me ¿Consideras que podré pensar y razonar
iba a prestar a aquel asunto, y no veía yo como en este momento? Y el poder de la
con buenos ojos su actitud. memoria, ¿subsistirá?
»—Vete ahora y déjame solo —le »—No veo razón que lo impida —
pedí—. Tratar de apremiarme no te me respondió—. Se trata del mismo
servirá de nada. cerebro: un cerebro vivo, sin lesiones y,
»Se puso en pie inmediatamente y en rigor, completamente intacto. Ni
cruzó hacia la puerta. siquiera se habrá abierto la duramadre.
»—Una pregunta —dije. El único cambio sustancial, claro está,
»Se detuvo, con la mano apoyada en radica en el hecho de que habremos
el picaporte. seccionado hasta el último de los
»—Tú dirás, William. nervios que a él conducen, salvo el
óptico, lo cual significa que tu »—Desde luego, William, desde
pensamiento ya no estaría influido por luego. En particular, para un catedrático
los sentidos. Vivirías en un mundo de de filosofía. Sería una vivencia
extraordinaria pureza y alejamiento, sin formidable. Tendrías ocasión de meditar
nada que te turbase, ni aun el dolor, que sobre el mundo y sus cosas con una
no tendrías manera de experimentar abstracción y una serenidad como no lo
dada la ausencia de nervios con que ha conseguido hasta ahora hombre
sentirlo. Sería, en cierto modo, un alguno. Y, así las cosas, ¡qué no podría
estado casi ideal: ni inquietudes ni ocurrírsete! ¡Qué grandes pensamientos
temores ni dolor ni hambre ni sed. Ni y soluciones, qué grandiosas ideas,
siquiera deseos. Nada más que tus capaces de revolucionar nuestra forma
recuerdos y tus pensamientos; y, si el ojo de vida! ¡Trata de imaginar, si puedes, el
restante acertase a funcionar, también grado de concentración que podrías
podrías leer libros. A mí, en conjunto, se conseguir!
me antoja bastante agradable. »—Y de frustración —señalé.
»—Sí, ¿verdad? »—Tonterías. Frustración, ninguna.
No es posible sentir frustración cuando mayor parte de los factores que causan
no existe deseo, y no podrías deterioro estarían ausentes, gracias al
experimentar deseo de ninguna clase. Al corazón artificial. La presión sanguínea
menos, deseo físico. se mantendría constante en todo
»—Pero ciertamente sería capaz de momento, cosa imposible en la vida
recordar mi anterior existencia en este real. La temperatura también sería
mundo, y quizás anhelase volver a él. constante. Y la composición química de
»—¡Cómo!, ¿a este pandemónium? la sangre, poco menos que perfecta: ni
¿Abandonar tu confortable cubeta para impurezas, ni virus ni bacterias; nada.
volver a esta casa de locos? Aunque conjeturar es, por supuesto,
»—Una última pregunta —dije—. necio, creo que en circunstancias
¿Cuánto tiempo crees que podrías semejantes un cerebro podría vivir
mantenerlo vivo? doscientos o trescientos años. Y ahora,
»—¿El cerebro? Quién sabe… adiós —concluyó—. Pasaré a verte
Probablemente muchos, muchísimos mañana.
años. Las condiciones serían ideales. La »Y se marchó presuroso, dejándome,
como bien imaginarás, en un estado de posibilidad de echarse atrás, ni modo
considerable turbación. alguno de protestar o explicarse. Me
»Mi reacción inmediata, vería comprometido durante todo el
desaparecido Landy, fue de retroceso tiempo que consiguieran mantenerme
frente a todo aquel asunto. Por alguna vivo.
razón, distaba de ser atractivo. Había »¿Y qué sucedería, por ejemplo, si
algo básicamente repulsivo en la idea de no pudiera soportarlo? ¿Si aquello
que yo, mi yo, en plenitud de sus resultase atrozmente doloroso? ¿Si me
facultades mentales, fuese a verse pusiera histérico?
reducido a una pequeña burbuja viscosa »No tendría piernas para huir. Ni
sumida en un charco de agua. Era voz con que gritar. Nada. No me
monstruoso, aberrante, profano. Otra de quedaría otro recurso que sonreír de
las cosas que me inquietaban era el mala gana y aguantarlo durante los
sentimiento de impotencia que sin duda próximos dos siglos.
me asaltaría una vez me tuviera Landy »Pero tampoco habría boca con que
en la cubeta. Hecho eso, no habría componer la sonrisa.
»En ese momento se me ocurrió esta podrían acosarme sin que me restara ni
curiosa idea: ¿no es cierto que quienes aun la posibilidad de tomar una aspirina,
han sufrido la amputación de una pierna para aliviarlos. Tan pronto podría
padecen a menudo la ilusión de que la imaginarme una pierna lacerada por el
tienen todavía? ¿No le dicen a la más atroz de los calambres, como sentir
enfermera que los dedos de un pie que una violenta indigestión o, minutos más
ya no existe le están picando de mala tarde, experimentar la sensación, ya me
manera, etcétera, etcétera? Me dio la conoces, de que mi pobre vejiga está tan
impresión de haber oído algo al llena, que, como no la vaciase pronto,
respecto en fechas muy recientes. correría peligro de estallar.
»Muy bien. Basándonos en igual »Dios nos libre.
premisa, ¿no podría ocurrir que mi »Me pasé largo rato engolfado en
cerebro, allí, solo, en la cubeta, pudiera esos horrendos pensamientos. Hasta que,
sufrir una alucinación semejante en lo de manera harto repentina, a eso de
que respecta a mi cuerpo? En cuyo caso, mediodía, empecé a cambiar de talante.
todos mis achaques y dolores habituales Menos inquieto ante el aspecto
desagradable del asunto, me encontré en resulta condenadamente bueno. Mi
condiciones de examinar las propuestas cuerpo, en cambio, mi pobre y viejo
de Landy bajo enfoques más sensatos. cuerpo, el que Landy quiere tirar a la
Bien mirado, me pregunté, ¿no había basura…, bueno, tú misma, mi querida
algo un tanto confortante en la idea de Mary, habrás de convenir conmigo en
que mi cerebro no tuviera que morir y que ya no guarda nada que valga la pena
desaparecer necesariamente en el plazo preservar.
de unas pocas semanas? A buen seguro »Tendido boca arriba, comiendo un
que lo había. No dejo de sentirme grano de uva —delicioso, por cierto—,
orgulloso de mi cerebro, órgano y conforme me sacaba de la boca y
sensible, lúcido y fecundo. Receptáculo dejaba en el filo de la bandeja las tres
de un prodigioso acerbo de pequeñas semillas que contenía, me dije
informaciones, todavía es capaz de por lo bajo: “Voy a hacerlo. Por Dios
producir teorías imaginativas y que voy a hacerlo. Cuando Landy vuelva
originales. Según están los cerebros, y mañana, le diré sin ambages que voy a
aunque me esté feo decirlo, el mío hacerlo.”
»La cosa fue así de rápida. Y, a cociendo.
partir de ese momento, comencé a »Tú, ¡ay!, no quisiste ni oír hablar
sentirme mucho mejor. Dejé a todo el del asunto. Apenas acometer yo los más
mundo sorprendidísimo al engullir un exiguos pormenores, montaste en cólera
almuerzo descomunal, y, poco después y dijiste que aquello era repugnante,
de eso, apareciste tú a visitarme como asqueroso, horrendo, impensable, y,
de costumbre. como intentara proseguir, saliste de la
»Pero qué buen aspecto tienes, me habitación.
dijiste. Qué bien, qué despierto y »En fin, Mary, como bien sabes,
animado me veías. ¿Había ocurrido desde entonces son muchas las veces
algo? ¿Alguna buena noticia, tal vez? que he intentado discutir contigo el
»Sí, te dije, una buena noticia. Y asunto, pero tú te has negado siempre a
entonces, no sé si lo recordarás, te pedí prestarme oído. De ahí el presente
que te sentaras y te pusieras cómoda, e escrito, que confío tendrás el buen
inmediatamente pasé a explicarte de la sentido de permitirte leer. Redactarlo
mejor manera posible lo que se estaba me ha llevado no poco tiempo. Dos
semanas han transcurrido desde que consumó la obra. Hasta es posible que
empecé a garabatear la primera frase, y conozcas ya el resultado. Si no es así, si
ahora mi debilidad es mucho mayor que te has obstinado en mantenerte al margen
entonces. Dudo que tenga fuerzas para del asunto y en no querer saber nada de
añadir gran cosa más. No me despediré, él —como temo habrás hecho—, te
ciertamente, pues, aunque minúscula, ruego que cambies ya de actitud,
existe la posibilidad de que, si Landy telefonees a Landy y te enteres de cómo
sale airoso de su empeño, me han ido las cosas. Es lo menos que
verdaderamente pueda verte otra vez, es puedes hacer. Yo le he dicho que puede
decir en el supuesto de que decidas esperar noticias tuyas, el séptimo día.
venir a visitarme.
»Voy a disponer que estas páginas no »Tu devoto esposo,
te sean entregadas hasta una semana William.
después de mi muerte. Quiere decir que
»P. D. Cuando te deje, sé buena y
en estos momentos, al leerlas, han
recuerda siempre que es más difícil ser
pasado ya siete días desde que Landy
viuda que esposa. No tomes cócteles.
No malgastes el dinero. No fumes. No ¡Sería posible! ¿Acaso no tenía
comas dulces. No te pintes los labios. derecho una viuda a un poco de paz
No te compres un aparato de televisión. después de todos aquellos años?
Cuida de que mis rosales, al igual que el Todo aquel asunto era demasiado
jardín de rocalla, estén bien espantoso para pensar tan siquiera en él.
desherbados durante el verano. Y, de Espantoso y abominable. La estremecía.
paso, visto que ya no me ha de servir Alcanzó el bolso, se procuró otro
para nada, te sugiero que hagas cigarrillo, lo encendió, inhaló
suspender el servicio telefónico. profundamente el humo y lo expelió en
nubes por toda la sala. Á través del
W.» humo divisó su precioso televisor,
enorme y flamante de nuevo, acomodado
La señora Pearl puso lentamente en
y retador, pero también un poco
el sofá, a su lado, la última página del
cohibidamente, encima de la que había
manuscrito. Tenía cerrada y prieta su
sido mesa de trabajo de William.
boca menuda, y una zona de blancura en
¿Qué diría él, se preguntó, si pudiera
torno a las ventanas de la nariz.
ver aquello? después de ese incidente, había atendido
Se detuvo a evocar la última ocasión en persona al pago de las cuentas de la
en que la había sorprendido fumando un casa, sin darle a ella ni un céntimo;
pitillo. Haría de eso cosa de un año, y pero, claro, ¿cómo iba a saber que tenía
ella estaba en la cocina, sentada junto a más de seis libras a buen recaudo en el
la ventana abierta y fumándose uno con paquete de escamas de jabón que
prisa, antes de que regresara él del guardaba en el armario, bajo el
trabajo. Tenía puesta a mucho volumen fregadero?
la radio, que emitía bailables, y, como —Pero ¿qué ocurre? —le había
se volviese para servirse otra taza de preguntado ella durante una cena—. ¿Te
café, le vio allí, plantado en la puerta, preocupa que pueda sufrir un cáncer de
enorme y sombrío, mirándola desde lo pulmón?
alto con aquellos terribles ojos suyos, —No, no me preocupa —fue su
sendas motitas negras de furia respuesta.
centelleando en su centro. —Entonces ¿por qué no puedo
Por espacio de cuatro semanas fumar?
—Porque no lo veo bien, ésa es la expresamente que llamase a Landy tan
razón. pronto hubiera leído la carta. Vaciló
Tampoco veía bien los hijos, y, conforme libraba una dura batalla contra
como consecuencia de ello, no tuvieron aquel arraigado sentido del deber, que
ninguno. aún no se atrevía del todo a sacudirse.
¿Dónde estaría ahora aquel William Luego se puso en pie lentamente, cruzó
de sus pecados, el hombre que todo lo la estancia, alcanzó el teléfono, buscó un
veía mal? número en la agenda, lo marcó, esperó.
Landy estaría esperando su llamada. —El señor Landy, por favor.
¿Estaba obligada a llamarle? —¿Quién le llama?
Bueno, en realidad, no. —La señora Pearl. La señora de
Terminado el cigarrillo, encendió William Pearl.
otro con la misma colilla. Miró el —Un momento, tenga la bondad.
teléfono, situado encima de la mesa de Landy surgió casi de inmediato al
trabajo, junto al televisor. William se lo otro lado del hilo.
había encomendado, le había pedido —¿La señora Pearl?
—Yo misma. además, consciente. Recobró la
Siguió una breve pausa. conciencia al segundo día. Interesante,
—Cómo celebro que me haya ¿no?
telefoneado, señora Pearl. Espero que Ella le dejó continuar.
estará usted perfectamente. —El tono —Y el ojo ve. Lo sabemos de cierto
era sereno, cortés, frío—. ¿No le porque, cuando le ponemos algo delante,
gustaría darse una vuelta por aquí, por el el encefalógrafo registra un cambio
hospital? Así podríamos charlar un inmediato en el rasgueo. Ahora le damos
poco. Imagino que arderá en deseos de a leer diariamente el periódico.
saber cómo fue todo. —¿Qué periódico? —preguntó la
Ella no respondió. señora Pearl incisiva.
—Por lo pronto, puedo decirle que —El Daily Mirror. Es el que tiene
las cosas marcharon muy bien en todos mayores titulares.
los sentidos. Mucho mejor, en verdad, —El detesta el Mirror. Denle el
de lo que tenía derecho a esperar. No Times.
sólo está vivo, señora Pearl, sino, Se produjo una nueva pausa, tras la
cual dijo el médico: sonreírle, tirarle un beso, todas esas
—Muy bien, señora Pearl. Le cosas. Para él ha de ser reconfortante
daremos el Times. Como es natural, saberla cerca.
queremos hacer todo lo posible para que Hubo un largo silencio.
el órgano se sienta feliz. —Bien —dijo por fin la señora
—¡El órgano, no: él! —exclamó la Pearl, su voz, de pronto, muy apacible y
señora Pearl. cansada—, supongo que lo mejor será
—Él, efectivamente —respondió el que me acerque a ver cómo va.
médico—. Le ruego me perdone. —Magnífico. No contaba yo con
Queremos hacer todo lo posible para otra cosa. La estaré esperando. Venga
que él se sienta feliz. Ése es uno de los directamente a mi despacho, en el
motivos de que le proponga venir en segundo piso. Adiós.
cuanto le sea posible. Creo que verla le Media hora más tarde, la señora
haría bien. Usted, por su parte, podría Pearl llegaba al hospital.
mostrar lo encantada que está de —No debe dejar que le sorprenda su
encontrarse de nuevo a su lado… aspecto —le dijo Landy conforme
avanzaban por un pasillo. descolgadas, el conjunto de su rostro
—Descuide. daba la impresión de haberse venido
—Por fuerza será un pequeño golpe abajo lenta pero tenazmente a fuerza de
para usted, al principio. Temo que en su años y más años de insulsa vida marital.
actual estado no resulte demasiado Caminaron un trecho en silencio.
atractivo. —Cuando entre, no se precipite —
—No me casé con él por su físico, dijo Landy por fin—. Hasta que no se
doctor. asome sobre el mismo ojo, él no sabrá
Landy se volvió y la miró con que se encuentra usted en la sala. El ojo
atención. Pensó en lo muy extraña que permanece constantemente abierto; pero,
resultaba aquella mujercilla con sus como no puede moverlo, su campo
grandes ojos y aquella expresión hosca, visual es muy limitado. Ahora lo
resentida. Sus facciones, sin duda tenemos orientado directamente al techo.
agradables, y mucho, en otro tiempo, Y, como es natural, no oye nada.
habían decaído por completo. Laxa la Podemos hablar cuanto queramos. Es
boca, las mejillas fláccidas y aquí.
Landy abrió una puerta e introdujo a conductos de vidrio por donde se veía
la señora Pearl en una pequeña sala fluir la sangre que partía del corazón
rectangular. artificial y regresaba a él. La máquina en
—Yo no me acercaría demasiado, que éste consistía palpitaba con una
por de pronto —dijo él al tiempo que le suave sonoridad rítmica.
ponía una mano en el brazo—. Quédese —Está aquí —dijo Landy señalando
un instante aquí atrás, conmigo, hasta la cubeta, cuyos bordes, demasiado
que se vaya usted acostumbrando a todo altos, no le permitían a ella ver el
ello. interior—. Acérquese un poquito. No
En una mesa alta y blanca situada en demasiado.
mitad de la habitación había un cuenco La hizo avanzar dos pasos.
blanco y esmaltado, aproximadamente A fuerza de estirar el cuello, la
del tamaño de una jofaina, del que señora Pearl alcanzó ahora a distinguir
partían media docena de delgados tubos la superficie del líquido contenido en la
de plástico. Los tubos se hallaban vasija. Transparente y quieto, flotaba en
conectados a una impresionante masa de él una capsulita ovalada del tamaño,
más o menos, de un huevo de paloma. —Lo haremos, lo haremos. ¿Se
—Ahí dentro está el ojo —dijo siente bien, señora Pearl?
Landy—. ¿Lo ve? —Sí.
—Oí. —Entonces, vamos a avanzar un
—Sigue, que sepamos, en perfecto poco más, ¿quiere? Así podrá verlo de
estado. Es el derecho, y el recipiente de pleno.
plástico tiene una lente como la que La hizo adelantar hasta que, distantes
usaba él en sus gafas. Ahora ve menos de dos metros de la mesa, ella
probablemente tan bien como antes. pudo ver el interior mismo de la cubeta.
—Un techo no es de mucho mirar — —Ahí lo tiene —anunció Landy—.
comentó la señora Pearl. Ése es William.
—No se preocupe por eso. Estamos Era mucho mayor de lo que ella
en vías de crearle todo un programa hubiera supuesto, y también más oscuro
recreativo; pero, por el momento, no de color. Con todos aquellos surcos y
queremos forzar las cosas. rugosidades, le hacía pensar, más que
—Denle un buen libro. nada, en una descomunal castaña
confitada. Reparó en los extremos de las —No le agrada que le tiren besos —
cuatro grandes arterias y de las dos dijo la señora Pearl—. Si no le importa,
venas que surgían de la base y en la lo haré a mi manera.
pulcritud de su acoplamiento a los tubos Y, aproximándose hasta el mismo
de plástico, que, a cada latido del borde de la mesa, se inclinó sobre la
corazón artificial, daban un pequeño cubeta hasta quedar encarada con el ojo
respingo conforme la sangre los recorría de William.
con ímpetu. —Hola, cariño —susurró—. Soy yo,
—Tendrá usted que inclinarse —dijo Mary. El ojo, brillante como siempre, la
Landy— y poner su linda cara justo miró a su vez con una intensidad
sobre el ojo. En ese momento la verá y peculiar por su fijeza.
podrá usted sonreírle y tirarle un beso. —¿Cómo estás, querido?
Yo, en su lugar, le diría asimismo alguna Transparente su envoltura de
cosa bonita. Aunque no la oirá, desde plástico, el globo del ojo resultaba
luego, estoy seguro de que sacará una visible en toda su circunferencia. El
idea aproximada. nervio óptico que lo unía por su cara
inferior al cerebro parecía un pedacito pupila, negra y grande, tenía a un lado
de fideo gris. una pequeña ascua destellante.
—¿Te sientes bien, William? —Recibí tu carta, cariño, y en
Mirar el ojo de su marido sin cara seguida he venido a ver cómo te
que lo acompañase le producía una encontrabas. El doctor Landy dice que
sensación extraña. Con el ojo como vas maravillosamente bien. Puede que,
único punto de atención, iba creciendo si hablo despacio, consigas entender
aquél más y más conforme ella lo algo de lo que digo por el movimiento
acechaba, hasta que, convertido en sí de los labios.
mismo en una especie de rostro, ya no Era indudable que el ojo la
veía otra cosa. La blanca superficie del observaba.
globo estaba surcada por una red de —Están haciendo todo lo posible
minúsculas venas rojas, y en el gélido por atenderte, cariño. Este maravilloso
azul del iris, emanantes de la pupila que artefacto que te han puesto aquí no deja
le daba centro, había tres o cuatro trazos de bombear ni un momento, y estoy
negruzcos, bonitos a su manera. La segura de que es mucho mejor que esa
tontería de corazón que tenemos los punto, la pupila, que tenía en el mismo
demás. Los nuestros pueden pararse centro. Las pupilas de William, que
cuando menos se piensa, mientras que el siempre habían sido diminutas, como
tuyo seguirá funcionando para siempre. negras cabezas de alfiler, solían
Seguía atenta al ojo, estudiándolo asaetearle a uno, clavársele en el
para tratar de determinar qué era lo que cerebro, ver en su interior como si fuese
le daba un aspecto tan insólito. de cristal, y nunca dejaban de descubrir
—Se te ve la mar de bien, cielo, al momento lo que uno se traía entre
sencillamente espléndido. De veras. manos, o, incluso, lo que estaba
Y en verdad, se dijo, aquel ojo pensando. Ésta, en cambio, la que ahora
resultaba mucho más agradable que los contemplaba, era grande, suave, amable,
que en su vida usó para mirar. Había en casi vacuna.
él, en alguna parte, una blandura, un —¿Seguro que está consciente? —
sosiego y una especie de amabilidad preguntó sin apartar la mirada.
como hasta entonces nunca había visto —Oh, sí, por completo —respondió
en ellos. Quizá fuera cosa de aquel Landy.
—¿Y que puede verme? —Loado sea Dios —exclamó la
—A la perfección. señora Pearl al pararse a considerar esa
—Maravilloso, ¿verdad? Supongo intrigante afirmación.
que estará desconcertado. Pero ¿sabes?, dijo para sus adentros,
—En absoluto. Sabe perfectamente desviando ahora la mirada para fijarla
dónde está y por qué. Es imposible que con intensidad en la gran castaña gris y
lo haya olvidado. pulposa que descansaba tan
—¿Quiere decir que él sabe que está plácidamente bajo el agua, no estoy
en esta cubeta? segura de que no le prefiera como es
—Por supuesto. Y, si tuviera la ahora. En verdad, creo que con un
facultad de hablar, seguramente podría William como éste podría vivir muy a
mantener con usted en este momento una gusto. A éste podría hacerle frente.
conversación de todo punto normal. Por —Qué tranquilo está, ¿verdad? —
las trazas, en lo mental no hay diferencia comentó.
alguna entre este William y el que usted —Claro que está tranquilo.
trataba en su casa. Ni discusiones ni críticas, pensó
ella, ni advertencias constantes ni reglas silencioso ahí, bajo el agua de su
que obedecer ni prohibición de fumar ni pequeña cubeta.
aquel par de ojos observándome de —Sí, lo sé.
noche con censura por encima de un —Es como un bebé. Así le veo yo:
libro. No más camisas que lavar y ni más ni menos que como a un niño
planchar, no más comidas que cocinar… chiquitín.
nada, salvo el latido del corazón Landy, situado detrás de ella, lo
mecánico, un sonido apaciguador, según observaba inmóvil.
se mirase, y a buen seguro no lo bastante —Ea —dijo la señora Pearl en voz
alto para estorbar el de la televisión. baja, la mirada vuelta hacia la cubeta—,
—Doctor —dijo—, creo que de de ahora en adelante, Mary cuidará de ti
pronto le estoy cobrando un enorme ella sola y no tendrás que preocuparte
afecto. ¿Lo encuentra extraño? absolutamente de nada. ¿Cuándo puedo
—Me parece de todo punto llevármelo a casa, doctor?
comprensible. —¿Cómo dice usted?
—Se le ve tan desamparado y —Que cuándo puedo tenerlo otra
vez en casa… en mi casa. —Es mi marido, ¿sabe usted?
—Bromea usted —replicó Landy. No había enfado en su voz. Lo dijo
Volviendo lentamente la cabeza se le en tono sereno, como recordándole, sin
encaró. más, un hecho patente.
—¿Por qué habría de bromear? — —La cuestión es un tanto discutible
dijo. Tenía reluciente el rostro, y los —respondió Landy humedeciéndose los
ojos redondos y luminosos como dos labios—. Ahora es usted viuda, señora
diamantes. Pearl. Creo que debería rendirse a la
—Es imposible moverle. evidencia.
—No veo por qué. Ella se apartó súbitamente de la
—Se trata de un experimento, señora mesa y cruzó hacia la ventana.
Pearl. —En serio —dijo conforme
—Pero es mi marido, doctor Landy. registraba el bolso en busca de un
Una media sonrisa, divertida y cigarrillo—, quiero que me lo
nerviosa, afloró a la boca del cirujano. devuelvan.
—En fin… —dijo. Mirándola mientras se colocaba ella
el pitillo entre los labios y lo encendía, —Sí, conforme —respondió.
Landy pensó que o mucho se equivocaba Al cruzar ante la mesa, se detuvo y,
o había algo un tanto extravagante en una vez más, se inclinó sobre la cubeta.
aquella mujer. Se hubiera dicho que —Mary se marcha ahora, mi cielo
estaba casi complacida de tener a su —dijo—. No te inquietes por nada, ¿me
marido allí, en la cubeta. entiendes? En cuanto sea posible, vamos
Trató de imaginar qué sentiría él si a llevarte derechito a casa, donde
el que allí yaciera fuese el cerebro de su podamos cuidar de ti como es debido. Y
esposa, y el ojo que le miraba desde la una cosa, cariño…
cápsula, el ojo de ella. Ahí hizo una pausa y se llevó el
No le gustaría. cigarrillo a los labios con ánimo de
—¿Le parece que pasemos ahora a darle una chupada. El ojo centelleó al
mi despacho? —propuso. Ella estaba momento.
junto a la ventana, en apariencia muy Como ella lo mirase con fijeza en
serena y sosegada, fumándose el ese instante, en su mismo centro
cigarrillo. descubrió un minúsculo pero fulgurante
haz de luz, y vio que, contraída, la ojo.
pupila se convertía en una diminuta Landy, que la esperaba ya junto a la
chispa negra de furia total. puerta, de espaldas, dijo:
Al principio no se movió. Con el —¿Viene usted, señora Pearl?
cigarrillo a la altura de la boca, —No te enfurruñes tanto, William —
permaneció inclinada sobre la vasija, musitó ella—. Enfurruñarse no conduce
vigilando el ojo. a nada. Landy volvió la cabeza, para ver
Luego, con gran lentitud, con qué estaba haciendo.
deliberación, se puso el pitillo entre los —Ya no, ¿sabes? —continuó ella—.
labios e hizo una prolongada inhalación. Porque, de hoy en adelante, tesoro, tú
Contuvo el humo en los pulmones por vas a hacer exactamente lo que diga
espacio de tres o cuatro segundos, y, Mary. ¿Lo entiendes?
luego, fuaaass, lo sacó por la nariz en —Señora Pearl —dijo Landy,
dos delgados chorros que, alcanzando el avanzando ahora hacia ella.
agua de la cubeta, surcaron su superficie —De manera que cuidado con
en una espesa nube azul que envolvió el portarse mal, mi niño —añadió
conforme daba una nueva chupada al
cigarrillo—, porque hoy en día a los
12. LA SUBIDA AL
niños malos se les castiga, y tú debieras CIELO
saberlo, con la mayor severidad.
Landy, situado ahora junto a ella, la
tomó del brazo y empezó a apartarla,
LA señora Foster había sufrido toda su
suave pero firmemente, de la mesa. vida un miedo casi patológico a perder
—Adiós, cariño —dijo en voz alta trenes, aviones, barcos, y hasta telones,
—. Volveré pronto. en los teatros. Aunque en otros aspectos
—Ya basta, señora Pearl. no era una mujer particularmente
—¿No es un encanto? —exclamó nerviosa, la sola idea de llegar con
volviendo hacia Landy los ojos, grandes retraso en ocasiones como las
y brillantes—. ¿No es un cielo? Me enumeradas la ponía en un estado de
muero de ganas de tenerle en casa. excitación tal que le daban espasmos.
No era cosa de mucha importancia: un
pequeño músculo que se le agarrotaba
en la esquina del ojo izquierdo, como un continuación, de todo punto incapaz de
guiño secreto. Lo enojoso, sin embargo, sentarse, comenzaba a trajinar y agitarse
era que la contracción se negaba a de habitación en habitación, hasta que su
desaparecer hasta cosa de una hora marido, que no podía ignorar el estado
después de alcanzado sin novedad el en que se encontraba, emergía por fin de
tren, o el avión, o lo que hubiera de sus aposentos y en tono seco,
tomar. desapasionado, señalaba que tal vez
Es realmente extraordinario el que fuera hora de ponerse en marcha, ¿no?
un temor suscitado por algo tan simple Es posible que el señor Foster
como perder un tren pueda, en ciertas estuviese en su derecho de irritarse ante
personas, convertirse en una seria esa simpleza de su esposa; lo que
obsesión. Media hora antes, como resultaba inexcusable era que
mínimo, de que se hiciese necesario acrecentase su desazón haciéndola
partir hacia la estación, la señora Foster esperar sin necesidad. Cosa que,
salía del ascensor lista para marchar, ¡cuidado!, ni siquiera se hubiera podido
con el sombrero y el abrigo puestos, y a demostrar, aunque medía tan bien su
tiempo cuando quiera que habían de ir a años de su vida de casados, casi había
alguna parte —ya me entienden: sólo parecido que deseara perder el tren, con
uno o dos minutos de retraso—, y su el único fin de intensificar el sufrimiento
actitud era tan suave, que se hacía difícil de la infeliz.
creer que no buscara infligir una Supuesta la culpabilidad del marido
pequeña pero abominable tortura (que tampoco puede darse por cierta), lo
personal a la pobre señora. Y si algo le que hacía doblemente irrazonable su
constaba, es que ella no se habría actitud era el hecho de que, exceptuada
atrevido por nada del mundo a levantar esa pequeña flaqueza incorregible, la
la voz y pedirle que se apresurase: la señora Foster era y había sido en todo
tenía demasiado bien disciplinada para momento una esposa bondadosa y
eso. Otra cosa que sin duda había de amante que por espacio de más de
saber era que, llevando la demora treinta años le había servido con
incluso más allá del límite de lo competencia y lealtad. A ese respecto no
prudencial, podía ponerla al borde de la había duda alguna: incluso ella, con ser
histeria. Una o dos veces, en los últimos una mujer muy modesta, así lo veía. Y,
por mucho que llevase años rechazando habitaciones montones de sábanas con
la idea de que el señor Foster quisiera que proteger los muebles contra el
atormentarla deliberadamente, a veces, polvo, otra las colocaba. El mayordomo
en los últimos tiempos, habíase transportaba a la planta baja maletas que
sorprendido a sí misma en el umbral de dejaba en el zaguán. El cocinero subía
la sospecha. una y otra vez de sus dependencias, para
El señor Eugene Foster, que frisaba consultar con el mayordomo. Y la
los setenta años, vivía con su esposa en señora Foster, por su parte, vestida con
Nueva York, en la Calle Sesenta y Dos un anticuado abrigo de pieles y tocada
Este, en una casona de seis plantas con un sombrero negro, volaba de una a
atendida por cuatro sirvientes. El lugar otra habitación fingiendo vigilar todas
era sombrío y recibían pocas visitas. aquellas operaciones, cuando lo único
Ello no obstante, la casa había cobrado que en realidad ocupaba su pensamiento
vida aquella particular mañana de enero era la idea de que, como su esposo no
y el trajín era mucho. Mientras una de saliese pronto de su estudio y se
las doncellas repartía por las aprestara, iba a perder el avión.
—¿Qué hora es, Walker? —preguntó nueve y cuarto. Aún quedan cinco
al mayordomo al cruzarse con él. minutos.
—Las nueve y diez, señora. —Sí, Walker, ya lo sé, ya lo sé. Pero
—¿Ha llegado ya el coche? cargue rápido el equipaje, ¿quiere?
—Sí, señora, está esperando. Ahora Se puso a dar vueltas por el zaguán,
mismo me disponía a cargar el equipaje. y, cuantas veces se cruzaba con el
—Se tarda una hora en llegar a mayordomo, le preguntaba la hora.
Idlewild —dijo ella—. Mi avión Aquél, se decía una y otra vez, era el
despega a las once. Y debo estar allí con único avión que no podía perder. Le
media hora de antelación, para los había costado meses persuadir a su
trámites. Llegaré tarde. Sé que llegaré marido de que la dejase marchar. Y, si
tarde. ahora perdía el avión, no era difícil que
—Creo que tiene tiempo de sobras, él resolviese que debía dejarlo todo en
señora —dijo con amabilidad el suspenso. Y lo peor era su insistencia en
mayordomo—. Ya he señalado al señor ir a despedirla al aeropuerto.
Foster que habían de marchar a las —Dios mío —exclamó en voz alta
—, voy a perderlo. Lo sé, lo sé; sé que su hija le tenía mucho cariño, y, sobre
voy a perderlo. todo, la consumía el anhelo de ver a sus
El pequeño músculo situado junto al tres nietos, a quienes sólo conocía por
ojo izquierdo le daba ya unos tirones las muchas fotos que de ellos había
locos, y los ojos en sí los tenía al borde recibido y que no dejaba de exponer por
de las lágrimas. toda la casa. Eran preciosas aquellas
—¿Qué hora es, Walker? criaturas. Loca por ellas, en cuanto
—Las nueve y dieciocho, señora. llegaba una nueva fotografía se la
—¡Ya es seguro que lo pierdo! — llevaba donde pudiera examinarla largo
lamentóse—. Oh, ¿por qué no aparecerá rato buscando con cariño en sus caritas
de una vez? indicios satisfactorios de aquel aire de
Era aquél un viaje importante para la familia que tanto significaba para ella.
señora Foster. Iba a París, sola, a visitar Por último, en fechas recientes, cada vez
a su hija, su única hija, casada con un la asaltaba con mayor frecuencia el
francés. A la señora Foster no le sentimiento de que no deseaba terminar
importaba gran cosa el francés, pero a sus días donde no pudiese estar cerca de
sus niños, recibir sus visitas, llevarlos siempre cerca de sus nietos!
de paseo, comprarles regalos y verlos —Walker, ¿qué hora es?
crecer. Sabía, a buen seguro, que en —Y veintidós, señora.
cierto modo no estaba bien, e incluso Mientras eso decía, abrióse una
que era una deslealtad alentar puerta y en el zaguán apareció el señor
pensamientos semejantes estando Foster, que se detuvo a mirar con
todavía vivo su esposo. Tampoco intensidad a su esposa. También ella fijó
ignoraba que, por más que ya no los ojos en aquel anciano diminuto, pero
desarrollase actividades en ninguna de todavía apuesto y gallardo, que con su
sus múltiples empresas, él jamás inmensa cara barbuda tan asombroso
consentiría en dejar Nueva York para parecido guardaba con las viejas
instalarse en París. Ya era un milagro fotografías de Andrew Carnegie.
que se hubiese avenido a permitirle —Bueno —dijo—, creo que no
hacer sola el vuelo y pasar allí seis estará de más, si quieres alcanzar ese
semanas de visita. Pero, aun así, ¡ah, avión, que nos vayamos poniendo en
cómo le hubiera gustado poder vivir marcha.
—Sí, cariño, sí. Todo está a punto. Y replicó él—. Es sólo lavarme las manos.
el coche, esperando. Ella se quedó aguardando
—Perfecto —dijo él ladeando la flanqueada por el alto mayordomo,
cabeza y observándola con atención. portador del sombrero y abrigo.
Tenía una curiosa manera de ladear —¿Lo perderé, Walker?
la cabeza, la cual se veía además —No, señora —respondió el
sometida a una serie de sacudidas, mayordomo—. Creo que llegará
breves y rápidas. A causa de ello, y perfectamente.
también porque se estrujaba las manos Luego reapareció el señor Foster y
sostenidas en alto, casi a nivel del el mayordomo le ayudó a ponerse el
pecho, plantado allí tenía cierto aspecto abrigo. La señora Foster salió presurosa
de ardilla…, una viva, ágil y vieja de la casa y montó en el Cadillac
ardilla escapada del Central Park. alquilado. Su esposo la siguió, pero
—Ahí tienes a Walker con tu abrigo, bajando con lentitud la escalinata que
cariño. Póntelo. llevaba a la calle y deteniéndose,
—En seguida estaré contigo — todavía en los peldaños, para estudiar el
cielo y olisquear el frío aire de la Walker le he dicho que cuando
mañana. volvamos a necesitarlos le enviaré un
—Parece un poco brumoso — telegrama.
observó conforme se acomodaba en el —Sí —replicó ella—. Ya me lo ha
coche junto a ella—. Y allí, por el lado contado.
del aeropuerto, siempre empeora. No me —Yo me trasladaré al club esta
sorprendería que ya hubiesen noche. Alojarse allí será una novedad
suspendido el vuelo. agradable.
—No digas eso, cariño, por favor. —Sí, cariño. Y yo te escribiré.
No volvieron a hablar hasta que el —Pasaré por casa de vez en cuando,
coche hubo cruzado el río, camino de para recoger el correo y cerciorarme de
Long Island. que todo está en orden.
—Ya me he puesto de acuerdo con el —¿De veras no crees preferible que
servicio —dijo el señor Foster—. Walker se quede allí, al cuidado de
Marcharán todos hoy. Les he liquidado todo, mientras estemos fuera? —
seis semanas a razón de media paga, y a preguntó ella sumisa.
—Qué tontería. Es del todo sabes que no soy de escribir cartas,
innecesario. Y, además, le tendría que como no tenga algo concreto que decir.
pagar el sueldo completo. —Sí, ya lo sé, cariño. Entonces, no
—Oh, sí —dijo ella—. Claro está. te molestes en hacerlo.
—Y, por otra parte, nunca se sabe lo Seguían avanzando, ahora por el
que se le puede ocurrir a la gente cuando Queen’s Boulevard, hasta que, al
se la deja sola en una casa —proclamó alcanzar las llanas marismas en que se
el señor Foster, que sacó ahí un cigarro asienta el aeropuerto de Idlewild, la
cuya punta hendió con un cortapuros de niebla empezó a espesarse y el coche
plata antes de encenderlo con un hubo de reducir la marcha.
mechero de oro. —¡Oh, Dios mío! —exclamó la
Ella guardó silencio, las manos señora Foster—. Ahora sí que lo pierdo.
unidas y crispadas bajo la manta de ¡Estoy segura! ¿Qué hora es?
viaje. —Basta ya de alboroto —protestó el
—¿Me escribirás? —indagó. anciano—. Además, es en vano: ya
—Ya veremos. Aunque lo dudo. Ya tienen que haberlo suspendido. Jamás
vuelan con un tiempo semejante. No sé casualidad se efectuase el vuelo, ya lo
ni por qué te has tomado la molestia de tienes perdido. ¿Por qué no te rindes a la
ponerte en camino. evidencia?
Aunque no estaba segura de ello, le Apartó de él la mirada y la volvió
pareció que su voz cobraba hacia la ventanilla. La niebla parecía
repentinamente un tono nuevo, y volvió espesarse conforme adelantaban, y ahora
la cabeza, para mirarle. Era difícil, con sólo el borde de la carretera y la orilla
aquel pelambre, apreciar en su rostro de la pradera que empezaba más allá le
cambios de expresión. La boca era la resultaban visibles. Sabía que su esposo
clave de todo, y, como tantas otras continuaba mirándola. A una nueva
veces, habría dado cualquier cosa por ojeada advirtió, con una especie de
distinguirla claramente, pues a no ser horror, que ahora tenía fija la vista en el
que estuviera enfurecido, los ojos rara rabillo de su ojo izquierdo, en aquella
vez traslucían nada. pequeña zona donde sentía los tirones
—De todas formas —prosiguió el del músculo.
señor Foster—, te doy la razón: si por —¿O no es así? —insistió él.
—¿Qué? —No, señor —dijo el chofer al
—Que ya tienes perdido el vuelo, si tiempo que volvía la cabeza—. Lo
es que lo hay. Con esta basura en el aire, hemos conseguido. Estamos en el
no podemos correr. aeropuerto.
Dicho eso, no volvió a dirigirle la La señora Foster se apeó sin decir
palabra. El coche continuó su dificultoso palabra y entró presurosa en el edificio
avance, auxiliado el conductor por el por su puerta principal. El interior
foco amarillo que tenía orientado hacia estaba repleto de gente, en su mayoría
el arcén. Otros focos, algunos blancos, pasajeros que asediaban, desolados, los
algunos amarillos, surgían despachos de billetes. La señora Foster
continuamente de la niebla, en dirección se abrió paso como pudo y se dirigió al
opuesta, y uno, sobremanera brillante, empleado.
no dejaba de seguirlos a corta distancia. —Sí, señora —dijo éste—. Su vuelo
De repente, el chofer paró el coche. está aplazado, por el momento. Pero no
—¡Ya está! —exclamó el señor se marche, por favor. Contamos con que
Foster—. Atascados. Ya lo sabía. el tiempo aclare en cualquier instante.
La señora Foster salió al encuentro de la mejilla.
de su marido, que continuaba en el —Adiós —contestó él—. Que
coche, y le transmitió la información. tengas buen viaje.
—Pero no te quedes, cariño — El coche arrancó y la señora Foster
añadió—. No tiene sentido. se quedó sola.
—No pienso hacerlo —replicó él—, El resto del día fue una especie de
siempre y cuando el chofer pueda pesadilla para ella. Sentada hora tras
devolverme a la ciudad. ¿Podrá usted, hora en el banco que más cerca quedaba
chofer? del mostrador de la línea aérea, a cada
—Eso creo —dijo el hombre. treinta minutos, o cosa así, se levantaba
—¿Ya ha bajado el equipaje? para preguntar al empleado si había
—Si, señor. cambiado la situación. La respuesta era
—Adiós, cariño —se despidió la siempre la misma: debía continuar la
señora Foster, e inclinó él cuerpo hacia espera, pues la niebla podía disiparse en
el interior del coche y besó brevemente cualquier momento. Hasta que, por fin, a
a su esposo en el áspero pelambre gris las seis de la tarde, los altavoces
anunciaron que el vuelo quedaba agotada, y tampoco le costó comprender
aplazado hasta las once de la mañana que, en una señora de su edad, aquel
siguiente. proceder sería ridículo. En vista de ello,
La señora Foster no supo qué hacer terminó por buscar un teléfono y llamar
al recibir la noticia. Continuó en su a su casa.
asiento, por lo menos durante otra media Respondió su esposo en persona, a
hora, preguntándose, cansada y como punto ya de salir hacia el club. Después
confusa, dónde podría pasar la noche. de comunicarle las noticias, le preguntó
Dejar el aeropuerto le disgustaba en si continuaba allí la servidumbre.
grado sumo. No quería ver a su esposo. —Han marchado todos —contestó
Le aterraba que consiguiese, con algún él.
subterfugio, impedirle el viaje a —Siendo así, buscaré en cualquier
Francia. sitio una habitación donde pasar la
Ella se hubiera quedado allí, en noche. Pero no te inquietes por eso,
aquel mismo banco, toda la noche. Le cariño.
parecía lo más seguro. Pero estaba —Sería una bobada —replicó él—.
Tienes toda una casa a tu disposición. cuando llegó a la casa de la Calle
Úsala. Sesenta y Dos.
—Pero es que está vacía, mi vida. Su marido emergió de su estudio al
—Entonces, me quedaré a oírla entrar.
acompañarte. —Y bien —dijo plantado junto a la
—Pero no hay comida ahí. No hay puerta—, ¿qué tal ha resultado París?
nada. —Salimos a las once de la mañana.
—Pues cena antes de volver. No Está confirmado.
seas tan necia, mujer. De todo tienes que —Será si se disipa la niebla, ¿no?
hacer un alboroto. —Ya empieza. Se ha levantado
—Sí —respondió ella—. Lo siento. viento.
Tomaré un emparedado aquí y me —Se te ve cansada. Tienes que
pondré en camino. haber tenido un día tenso.
Fuera, la niebla había aclarado un —No fue demasiado agradable.
poco; pero, aun así, el regreso en el taxi Creo que me voy directamente a la
fue largo y lento, y ya era bastante tarde cama.
—He encargado un coche. Para las observó ella—: no queda camino del
nueve de la mañana. aeropuerto.
—Oh, muchas gracias, cariño. Y —Pero tienes tiempo de sobras,
espero que no volverás a tomarte la esposa mía. ¿O es que no quieres
molestia de hacer todo ese viaje, para dejarme en el club?
despedirme. —Oh, sí, claro que sí.
—No, no creo que lo haga —dijo él —Magnífico. Entonces, hasta
despacio—. Pero nada te impide mañana, a las nueve.
dejarme, de paso, en el club. La señora Foster se encaminó a su
Le miró y en aquel momento se le alcoba, situada en el segundo piso, y tan
antojó muy lejano, como al otro lado de exhausta estaba tras aquella jornada, que
una frontera, súbitamente tan pequeño y se durmió apenas acostarse.
distante, que no podía determinar qué A la mañana siguiente, habiendo
estaba haciendo, ni qué pensaba, ni tan madrugado, antes de las ocho y media
siquiera quién era. estaba ya en el zaguán, lista para
—El club está en el centro — marchar. Su marido apareció minutos
después de las nueve. dejarme primero en el club, mejor será
—¿Has hecho café? —preguntó a su que nos pongamos cuanto antes en
esposa. camino, ¿no?
—No, cariño. Pensé que tomarías un —¡Sí! —exclamó ella—. ¡Oh, sí,
buen desayuno en el club. El coche ya ha por favor!
llegado y lleva un rato esperando. Yo —Sólo el tiempo de coger unos
estoy lista para marchar. cigarros. En seguida estoy contigo.
La conversación la celebraban en el Monta en el coche.
zaguán —últimamente parecía como si Ella dio media vuelta y salió al
todos sus encuentros ocurriesen allí—, encuentro del chofer, que le abrió la
ella con el abrigo y el sombrero puestos, puerta del coche al verla acercarse.
y el bolso en el brazo, y él con una —¿Qué hora es? —le preguntó la
levita de curioso corte y altas solapas. señora Foster.
—¿Y el equipaje? —Alrededor de las nueve y cuarto.
—Lo tengo en el aeropuerto. El señor Foster salió de la casa
—Ah, sí. Claro está. Bien, si piensas cinco minutos más tarde. Viéndole
descender despacio la escalinata, El conductor se acomodó frente al
advirtió ella que, enfundadas en volante y puso en marcha el motor.
aquellos estrechos pantalones, sus —¡Un momento! —exclamó de
piernas parecían patas de chivo. Como pronto el señor Foster—. Aguarde un
hiciera la víspera, se detuvo a medio instante, chofer, tenga la bondad.
camino, para olisquear el aire y estudiar —¿Qué ocurre, cariño? —indagó
el cielo. Aunque no había despejado por ella según le observaba registrarse los
completo, un amago de sol perforaba la bolsillos del abrigo.
bruma. —Tenía un pequeño regalo que
—A lo mejor tienes suerte esta vez darte, para Ellen. Vaya, ¿dónde diablos
—comentó él conforme se instalaba a su estará? Estoy seguro de que lo llevaba
lado en el coche. en la mano al bajar.
—Dése prisa, por favor —dijo ella —No he visto que llevases nada.
al chofer—. Y no se preocupe por la ¿Qué regalo era?
manta de viaje. Yo la extenderé. —Una cajita, envuelta en papel
Arranque, se lo ruego. Voy con retraso. blanco. Ayer olvidé dártela y no quiero
que hoy ocurra lo mismo. regalas.
—¡Una cajita! —exclamó la señora —¿Y qué tienen de malo las
Foster—. ¡Yo no he visto ninguna cajita! peinetas, si puede saberse? —inquirió
Y se puso a rebuscar con desespero él, furioso de que, por una vez, su
en la parte trasera del coche. esposa hubiera perdido los estribos.
Su marido, que estaba examinándose —Nada, cariño. ¿Qué van a tener de
los bolsillos del abrigo, desabrochó éste malo? Sólo que…
y comenzó a palparse la levita. —¡Quédate aquí! —le ordenó—.
—Maldita sea —dijo—, debo de Voy a buscarla.
haberla olvidado en el dormitorio. No —De prisa, te lo ruego. ¡Oh, date
tardo ni un minuto. prisa, por favor! Se quedó quieta en el
—¡Oh, déjalo, por favor! —clamó asiento, espera que esperarás.
ella—. ¡No tenemos tiempo! Puedes —¿Qué hora es, dígame? —preguntó
enviárselo por correo. Después de todo, al conductor.
no será más que una de esas dichosas El hombre consultó su reloj de
peinetas, que es lo que siempre le pulsera.
—Casi las nueve y media, diría yo. ¿quiere?
—¿Podremos llegar al aeropuerto en Aunque todo aquello le tenía
una hora? bastante sin cuidado, el hombre, dueño
—Más o menos. de una boca irlandesa, pequeña y
Ahí, de pronto, la señora Foster rebelde, saltó del coche y subió los
descubrió, trabado entre asiento y peldaños que daban acceso a la puerta
respaldo, en el lugar que había ocupado principal. Pero en seguida se volvió y
su esposo, el borde de un objeto blanco. deshizo el camino.
Alargó la mano y tiró de él. Era una —Está cerrada —declaró—. ¿Tiene
cajita envuelta en papel e insertada allí, llave?
observó a su pesar, honda y firmemente, —Sí… aguarde un instante.
como por intervención de una mano. La señora Foster se puso a registrar
—¡Aquí está! —exclamó—. ¡La he el bolso como loca. Un visaje de
encontrado! ¡Oh, Dios mío, y ahora se angustia contraía su pequeña cara, donde
eternizará allí arriba buscándola! los labios, prietos, sobresalían como un
Chofer, por favor, corra usted a avisarle, pico de cafetera.
—¡Ya la tengo! Tome. No, déjelo: de un lejano lugar de la casa.
iré yo misma. Será más rápido. Yo sé Sí: era indudable que estaba a la
dónde encontrarle. escucha. Toda su actitud era de escuchar.
Salió presurosa del coche y Parecía, incluso, que acercase más y
presurosa subió la escalinata, la llave en más a la puerta la oreja. Pegada ésta ya
una mano. Introdujo aquélla en la a la madera, durante unos segundos
cerradura y, a punto de darle vuelta, se siguió en aquella postura: la cabeza alta,
detuvo. Irguió la cabeza y así se quedó, el oído atento, la mano en la llave, a
totalmente inmóvil, toda ella suspendida punto de abrir, pero sin hacerlo,
justo en mitad de aquel precipitado acto intentado en cambio, o eso parecía,
de abrir y entrar, y esperó. Esperó cinco, captar y analizar los sonidos que le
seis, siete, ocho, nueve, diez segundos. llegaban, vagos, de aquel lejano lugar de
Viéndola plantada allí, la cabeza muy la casa.
derecha, el cuerpo tan tenso, se hubiera Luego, de golpe, como movida por
dicho que acechaba la repetición de un resorte, volvió a cobrar vida.
algún ruido percibido antes y procedente Retirada la llave de la cerradura,
descendió los peldaños a la carrera. autoridad.
—¡Es demasiado tarde! —gritó al —¡Dése prisa, dése usted prisa!
chofer—. No puedo esperarle. —¿No marcha su marido con usted?
Imposible. Perdería el avión. ¡De prisa, —preguntó el hombre, atónito.
de prisa, chofer! ¡Al aeropuerto! —¡Desde luego que no! Sólo iba a
Es posible que, de haberla dejarlo en el club. Pero no importa. Él
observado con atención, el chofer lo comprenderá. Tomará un taxi. Pero no
hubiese advertido que, la cara se me quede ahí, hablando, hombre de
totalmente blanca, toda su expresión Dios. ¡En marcha! ¡Tengo que alcanzar
había cambiado de repente. Exentos el avión a París!
ahora de aquel aire un tanto blando y Acuciado por la señora Foster desde
bobo, sus rasgos habían cobrado una el asiento trasero, el hombre condujo de
singular dureza. Su pequeña boca, de prisa todo el camino y ella consiguió
ordinario tan floja, se veía prieta y tomar el avión con algunos minutos de
afilada; los ojos le fulgían; y la voz margen. Al poco, sobrevolaba muy alto
cuando habló, tenía un nuevo tono, de el Atlántico, cómodamente retrepada en
su asiento, atenta al zumbido de los fotografías. De puro hermosos, se dijo,
motores, y camino, por fin, de París. parecían ángeles. Diariamente los llevó
Imbuida aún de su nuevo talante, a pasear, les ofreció pasteles, les
sentíase curiosamente fuerte y, en cierta compró regalos y relató cuentos
extraña manera, maravillosamente. Todo maravillosos.
aquello la tenía un poco jadeante; pero Una vez por semana, los jueves,
eso era debido, más que nada, al pasmo escribía a su marido una carta simpática,
que le inspiraba lo que había hecho; y, parlanchina, repleta de noticias y
conforme el avión fue alejándose más y chismes, que invariablemente terminaba
más de Nueva York y su Calle Sesenta y con el recordatorio de: «Y no olvides
Dos Este, una gran serenidad comenzó a comer a tus horas, cariño, aunque me
invadirla. Para su llegada a París, se temo que, no estando yo presente, es
sentía tan sosegada y entera como fácil que dejes de hacerlo.»
pudiese desear. Expiradas las seis semanas, todos
Conoció a sus nietos, que en persona veían con tristeza que hubiese de volver
eran aún más adorables que en las a América, y a su esposo. Todos, es
decir, excepto ella misma, que no que eso incluso la divirtiera un poco.
parecía, por sorprendente que ello fuera, Pero, sosegada en extremo, no se
tan contrariada como hubiera cabido excedió en la propina al mozo que le
esperar. Y, según se despedía de unos y había conseguido un taxi tras llevarle el
otros con besos, tanto en su actitud como equipaje.
en sus palabras, parecía apuntar la En Nueva York hacía más frío que en
posibilidad de un regreso no distante. París y las bocas de las alcantarillas
Con todo, y haciendo honor a su mostraban pegotes de nieve sucia.
condición de esposa fiel, no se excedió Cuando el taxi se detuvo ante la casa de
en su ausencia. A las seis semanas justas la Calle Sesenta y Dos, la señora Foster
de su llegada, y tras haber cablegrafiado consiguió del chofer que le subiese los
a su esposo, tomó el avión a Nueva dos maletones a lo alto de la escalinata.
York. Después de pagarle, llamó al timbre.
A su llegada a Idlewild, la señora Esperó, pero no hubo respuesta. Sólo
Foster advirtió con interés que no había por cerciorarse, volvió a llamar. Oyó el
ningún coche esperándola. Es posible agudo tintineo que sonaba en la
despensa, en la trasera de la casa. del fondo, a la izquierda. Había en esa
Nadie, sin embargo, acudió a la puerta. acción algo a un tiempo deliberado y
En vista de ello, la señora Foster resuelto; tenía la señora Foster el aire
sacó su llave y abrió. de quien se dispone a investigar un
Lo primero que vio al entrar fue el rumor o confirmar una sospecha. Y
correo amontonado en el suelo, donde cuando regresó, pasados unos segundos,
había caído al ser echado al buzón. La su rostro lucía un pequeño viso de
casa estaba fría y oscura. El reloj de satisfacción.
pared aparecía envuelto aún en la funda Se detuvo en mitad del zaguán, como
que lo protegía del polvo. El ambiente, reflexionando qué hacer a continuación,
pese al frío, tenía una peculiar pesadez, y luego, súbitamente, dio media vuelta y
y en el aire flotaba un extraño olor se dirigió al estudio de su marido.
dulzón como nunca antes lo había Encima del escritorio encontró su libro
percibido. de direcciones, y, tras un rato de
Cruzó a paso vivo el zaguán y rebuscar en él, levantó el auricular y
desapareció nuevamente por la esquina marcó un número.
—¿Oiga? —dijo—. Les llamo desde
el número nueve de la Calle Sesenta y
13. PLACER DE
Dos Este… Sí, eso es. ¿Podrían CLÉRIGO
enviarme un operario cuanto antes? Sí,
parece haberse parado entre el segundo
y el tercer piso. Al menos, eso señala el
EL señor Boggis conducía despacio,
indicador… ¿En seguida? Oh, es usted cómodamente reclinado en el asiento, el
muy amable. Es que, verá, no tengo las codo apoyado en la parte baja de la
piernas como para subir tantas ventanilla abierta. Qué hermosa estaba
escaleras. Muchísimas gracias. Que la campiña, pensó; y qué agradable
usted lo pase bien. percibir de nuevo indicios de verano.
Y, después de colgar, se sentó ante el Sobre todo las prímulas. Y el oxiacanto.
escritorio de su marido, a esperar El oxiacanto estallaba en blanco, rosa y
paciente la llegada del hombre que en rojo por los setos, y las prímulas crecían
breve acudiría a reparar el ascensor. debajo en pequeños macizos, y resultaba
maravilloso.
Retiró una mano del volante y alfombra verde hasta donde le llegaba la
encendió un pitillo. Ahora, lo mejor vista, a kilómetros de distancia. Era
sería, se dijo, poner rumbo a la cima del perfecto. Se sacó del bolsillo libreta y
Brill Hill, visible a menos de un lápiz, y, apoyado en la parte trasera del
kilómetro al frente. Y lo que distinguía coche, dejó que su experimentado ojo
allí, aquel puñado de casitas entre recorriese lentamente el paisaje.
árboles, en la misma cumbre, había de A la derecha, al fondo de los
ser el pueblo de Brill. Magnífico. No campos, advirtió una granja mediana a
todos sus sectores dominicales ofrecían la cual daba acceso una senda que partía
una elevación como aquélla, tan bonita, de la carretera. Más allá, una alquería
desde donde trabajar. mayor. Y una casa rodeada de altos
Se dirigió a lo alto y detuvo el coche olmos, con aspecto de remontarse al
cerca de la cima, a las afueras del período de la reina Ana. Luego, más
pueblo. Hecho eso, se apeó y echó un lejos y a la izquierda, dos casas que
vistazo alrededor. Abajo, a sus pies, la parecían granjas. En total, cinco casas.
campiña se extendía como una inmensa Eso era, más o menos, cuanto había de
aquel lado. cuadrado, en aquel sector, diez
El señor Boggis dibujó en la libreta posibilidades. El diez era un número
un bosquejo que le permitiera situar bonito, se dijo el señor Boggis. Justo la
fácilmente las fincas una vez al pie del cantidad indicada para una tarde de
terreno, tras lo cual volvió al coche y trabajo pausado. ¿Qué hora era? Las
atravesó el pueblo hacia el otro extremo doce. Le hubiera gustado, antes de poner
de la colina. Desde allí localizó otras manos a la obra, tomar una jarra en la
seis posibilidades: cinco granjas y un taberna. Pero los domingos no abrían
caserón blanco, de finales del siglo XVIII hasta la una. Pues nada: la tomaría más
o principios del XIX. Estudiado con tarde. Tras una ojeada a los apuntes de
ayuda de los prismáticos, resultó ofrecer su libreta, decidió comenzar por la casa
una aspecto de prosperidad y un jardín del período de la reina Ana, la de los
bien cuidado. Una pena. Lo excluyó de olmos. Los prismáticos se la habían
inmediato. Caer sobre los prósperos no mostrado gratamente ruinosa. Seguro
tenía el menor sentido. que a sus habitantes no les vendría mal
Así pues, en total había en aquel un poco de dinero. Cuando menos,
siempre había tenido suerte con las apañados. Vendedor inteligente, sabía
casas de aquel estilo. El señor Boggis adoptar, con habilidad, vendiera o
subió de nuevo al coche, soltó el freno comprara, el talante que mejor
de mano y atacó el descenso sin poner conviniese a su cliente. Circunspecto y
en marcha el motor, lentamente. amable con los viejos, obsequioso con
Aparte el hecho de que en esos los ricos, comedido con los piadosos,
momentos fuera disfrazado de clérigo, dominante con los débiles, pícaro para
no había en el señor Cyril Boggis nada con las viudas y socarrón y desenvuelto
demasiado siniestro. Anticuario de frente a las solteras, consciente siempre
oficio, con tienda y sala de exposición cíe sus dotes, las empleaba con todo
propias, en el King’s Road de Chelsea, descaro y tanta frecuencia como le era
aunque ni sus locales eran grandes ni su posible; y a menudo, culminada una
cifra de negocios cuantiosa por lo actuación de singular calidad, le costaba
general, como siempre compraba barato, un auténtico esfuerzo no volverse a
baratísimo, y vendía caro, muy caro, hacer unas reverencias conforme la
todos los años conseguía unos ingresos atronadora ovación recorría el teatro.
A pesar de esa condición suya, un Smith, Lock, Sheraton y todos los
tanto apayasada, el señor Boggis no era demás, si bien incluso con éstos se
un necio. Es más: algunos decían de él mostraba en ocasiones puntilloso. Por
que a buen seguro nadie excedía en ejemplo, se negaba a incluir en su
Londres sus conocimientos en cuanto a exposición ni una sola pieza de los
muebles franceses, ingleses e italianos. períodos chino y gótico de Chippendale,
Dueño, además, de un gusto que y lo mismo cabía decir respecto de
sorprendía por su refinamiento, al algunos de los recargados diseños
momento reconocía y rechazaba, por italianos de Robert Adam.
más auténtica que pudiera ser la pieza, En años recientes, el señor Boggis
un diseño desgraciado. Su verdadera había adquirido considerable fama entre
pasión, como es natural, era la obra de sus amigos del ramo por el hecho de que
los grandes ebanistas ingleses del siglo consiguiese exhibir con una regularidad
XVIII: Ince, Mayhew, Chippendale, pasmosa piezas excepcionales y a
Robert Adam, Manwaring, Iñigo Jones, menudo de gran rareza. Al parecer, el
Hepplewhite, Kent, Johnson, George hombre disponía de una fuente de
abastecimiento casi inagotable, una Salió por la mañana con ánimo de
especie de almacén particular, y, por las visitar a su anciana madre, que vivía en
trazas, visitarlo una vez por semana era Sevenoaks. En el camino de regreso se
cuanto precisaba para servirse a su le había roto la correa del ventilador,
antojo. Cuando quiera que le con lo cual, recalentado el motor, el
preguntaban de dónde sacaba el agua se evaporó. Apeóse entonces y se
material, componía una sonrisa de encaminó a la casa más próxima, un
complicidad, guiñaba un ojo y edificio más bien pequeño, estilo granja,
murmuraba algo a propósito de un distante de la carretera cosa de
pequeño secreto. cincuenta metros, donde cortésmente
La idea que ocultaba el pequeño pidió un jarro de agua a la mujer que
secreto del señor Boggis era sencilla y salió a abrir.
se le había ocurrido a consecuencia de A la espera de que la desconocida
un suceso que se produjo cierta tarde de fuera a buscar el agua, y como acertase a
domingo, casi nueve años atrás, yendo él lanzar una ojeada por la puerta que daba
en coche por, el campo. a la salita, descubrió allí, a menos de
cinco metros de donde aguardaba, algo otro lado de la chimenea, distinguió,
que, de pura excitación, hizo que toda la ¡cielos!, la pareja.
parte superior de la cabeza le empezara Aunque no podía afirmarlo con
a sudar. Era un gran sillón, de roble y de certeza, dos sillones como aquéllos
un modelo del que sólo había visto otro tenían que valer en Londres un mínimo
ejemplar en toda su vida. Ambos brazos, de mil libras. Y ¡ah, qué par de
al igual que el panel del respaldo, maravillas eran!
estaban reforzados por series de ocho Al regresar la mujer, el señor Boggis
finas columnitas bellamente torneadas. se presentó y le preguntó a bocajarro si
El panel, por su parte, tenía por querría vender los sillones.
decoración un exquisito dibujo floral, de ¡Válgame Dios!, fue su respuesta,
taracea, y sendas cabezas de pato ¿por qué iba ella a querer vender sus
realzaban, talladas, una mitad de cada sillones?
brazo. ¡Santo Dios!, pensó, ¡si esto es de Por ningún motivo, salvo que él
finales del siglo XV! podría estar dispuesto a pagárselos bien.
Asomóse más a la puerta y allí, al ¿Pues cuánto podría darle? No los
tenía, ni mucho menos, en venta; pero vender; sólo que él, casualmente, tenía
sólo por curiosidad, por tontear, ya un cliente bastante aficionado a aquella
sabe, ¿cuánto estaría dispuesto a pagar? clase de artículos. Quizá pudiera subir
Treinta y cinco libras. otras dos libras… que fuesen treinta y
¿Cuánto? siete. ¿Qué decía a eso?
Treinta y cinco libras. Regatearon durante media hora y,
¡Válgame Dios, treinta y cinco claro está, el señor Boggis consiguió
libras! Vaya, vaya, muy interesante. por fin los sillones habiendo convenido
Siempre los había tenido por valiosos. pagar algo menos del veinteavo de su
Eran muy antiguos. Y también muy valor.
cómodos. No podría pasar sin ellos, de Aquella noche, de regreso a Londres
ninguna manera. No, no estaban en en su viejo coche tipo ranchera y con los
venta; pero agradecidísima, de todas dos fabulosos sillones cuidadosamente
formas. acomodados en la parte posterior, el
En realidad no eran tan antiguos, le señor Boggis se vio asaltado por lo que
dijo el señor Boggis, ni nada fáciles de le pareció una idea singular en extremo.
Veamos, se dijo, si en una granja hay máximo que podía cubrir
material de calidad, ¿por qué no habría concienzudamente en un domingo. Las
de ocurrir lo mismo en otras? ¿Por qué pequeñas ciudades y los pueblos no le
no salir en su busca? ¿Por qué no batir interesaban. Su objetivo eran los lugares
las zonas rurales? Lo podría hacer los relativamente aislados: grandes
domingos, con lo cual no interferiría alquerías y casas solariegas en estado
para nada su trabajo. Nunca sabía qué más o menos ruinoso; de esa forma, y a
hacer los domingos. razón de un cuadrado por domingo, o
Así pues, el señor Boggis se compró sea cincuenta y dos al año, poco a poco
mapas, detalladísimos mapas de todos iría cubriendo todas las granjas y casas
los condados de los alrededores de de campo de los condados vecinos.
Londres, que dividió, con ayuda de una Pero la cosa, a todas luces, no se
pluma de punta fina, en una serie de reduciría a eso. La gente del campo es
cuadrados, cada uno de los cuales recelosa. Y asimismo lo son los ricos
representaba una zona de ocho por ocho venidos a menos. No es cuestión de salir
kilómetros, que era, consideró, lo por ahí y llamar a la puerta con la
pretensión de que así, sin más ni más, le CYRIL WINNINGTON BOGGI
enseñen a uno la casa, porque sería en Presidente En
vano. Por ese sistema jamás conseguiría de la colaboración
pasar de la puerta. ¿Qué hacer, pues, Sociedad con el
para franquearse la entrada? Lo mejor Protectora
Victoria and
sería, tal vez, ocultarles su condición de de
Albert
Muebles
anticuario. Podría presentarse como Museum
Raros
reparador de teléfonos, como inspector
del gas, incluso como cura…
A partir de ese punto, el proyecto Domingo a domingo, de ahora en
comenzó a cobrar un cariz más práctico. adelante, se convertiría en un viejo y
El señor Boggis encargó un gran número simpático clérigo que consagraba sus
de tarjetas de óptima calidad con el domingos a viajar de un lado para otro,
siguiente texto impreso: entregado, por amor a la «Sociedad», a
la confección de un repertorio de los
tesoros ocultos en las casas campestres
EL REVERENDO
inglesas. Y, engatusando con esa insistencia cosas tales como porciones
historia, ¿a quién se le ocurriría ponerle de empanada fría, copas de oporto, tazas
de patitas en la calle? de té, canastillos de ciruelas e incluso
A nadie. comidas dominicales con la familia,
Luego, ya en el interior de las casas, sobremesa incluida. Con el tiempo,
y si acertase a descubrir algo que de claro está, se habían presentado
veras le interesara…, bueno, conocía momentos de apuro, y una serie de
cien formas distintas de hacer frente a la incidentes desagradables; pero hay que
situación. tener en cuenta que nueve años
No sin cierta sorpresa, el señor representan más de cuatrocientos
Boggis descubrió que el plan resultaba. domingos, y eso había supuesto una gran
Lo que es más: la cordialidad con que cantidad de casas visitadas. El asunto,
fue recibido de casa en casa por todos en resumidas cuentas, había resultado
los distritos rurales le resultó, incluso a interesante, emocionante y lucrativo.
él, harto embarazosa al principio. Y ahora, en aquel nuevo domingo, el
Constantemente le fueron ofrecidas con señor Boggis estaba operando en el
condado de Buckinghamshire, uno de los parte, el pequeño paseo le daba ocasión
cuadrados más septentrionales de su de examinar atentamente el exterior de
mapa, a cosa de quince kilómetros de la propiedad y adoptar el talante que
Oxford, y, conforme descendía en el más conviniera al caso.
coche camino de la primera casa, una El señor Boggis ascendió aprisa por
ruinosa mansión estilo reina Ana, el sendero de acceso para coches.
empezó a presentir que aquél iba a ser Hombrecillo barrigudo y de gruesas
uno de sus días de suerte. piernas, de cara redonda y sonrosada,
Estacionó el coche a cosa de cien ideal para su papel, tenía unos ojos
metros de la puerta y cubrió a pie esa grandes, castaños y saltones que le
distancia. No era partidario de que le miraban a uno desde aquel semblante
viesen el coche antes de cerrado el trato. rubicundo y creaban una impresión de
Un viejo y venerable cura y un dulce imbecilidad. Vestía un traje negro
voluminoso vehículo estilo ranchera con el alzacuellos, propio de los
eran cosas que, por algún motivo, no clérigos, y se cubría con un sombrero
acababan de acoplarse bien. Y, por otra flexible, también negro. Llevaba un
viejo bastón de roble, que, a su forma de señor Boggis se descubrió, hizo una
ver, le prestaba cierto aire de rústica pequeña reverencia y le tendió su
campechanía. tarjeta.
Se acercó a la puerta principal y —Disculpe la molestia —dijo
llamó al timbre. Oyó ruido de pasos en aguardando a que leyera el mensaje, con
el zaguán, se abrió la puerta y la mirada fija en el rostro de la mujer.
súbitamente apareció ante él, o, mejor —No entiendo —dijo ella al tiempo
dicho, sobre él, una giganta con que le devolvía la tarjeta—. ¿Qué quiere
pantalones de montar. Pese al humo del usted?
cigarrillo que fumaba la mujer, percibió El señor Boggis le habló de la
el fuerte olor que la envolvía, a cuadra y Sociedad Protectora de Muebles Raros.
a excrementos de caballo. —¿Esto no tendrá nada que ver, por
—¿Sí? —le preguntó con una mirada casualidad, con el Partido Socialista?
recelosa—. ¿Qué quiere usted? —preguntó ella mirándole con fiera
No del todo seguro de que no fuera a fijeza bajo unas cejas pobladas y
relincharle en cualquier momento, el descoloridas.
A partir de ahí fue fácil. Hembras o obispo»— que su idea del cielo era un
varones, los conservadores en lugar donde uno pudiese cazar liebres,
pantalones de montar eran, para el señor zorros y ciervos con grandes jaurías de
Boggis, coser y cantar. Consagró dos infatigables sabuesos, eso todos los días
minutos a una acalorada apología del ala de la semana, incluso el domingo, y de
ultraderechista del Partido Conservador la mañana a la noche.
y luego otros dos a denunciar a los Mirándola conforme hablaba se dio
socialistas. Hábil discutidor, hizo cuenta de que su magia empezaba a
particular hincapié en el proyecto de ley surtir efecto: la mujer le sonreía
que en cierto momento habían ampliamente exhibiendo una hilera de
presentado los socialistas para la dientes descomunales y algo
abolición a escala nacional de los amarillentos.
deportes que implicasen uso o caza de —Señora, por favor se lo pido —
animales, tras lo cual pasó a informar a exclamó—, no me tire usted de la lengua
su interlocutora —«aunque, amiga mía, en lo tocante al socialismo.
mejor que no se entere de ello el Ahí soltó ella una carcajada, alzó
una enorme manaza roja y le descargó en A partir de ahí no le esperaban más
el hombro una palmada que estuvo a que granjas, la más cercana a cosa de
punto de derribarle. ochocientos metros camino arriba.
—¡Entre! —gritó—. No sé qué Resultó ser un edificio de ladrillo,
demonios quiere ¡pero entre! grande, parcialmente enmaderado y
Para su contrariedad y no poca bastante vetusto, con un magnífico peral,
sorpresa, no había en toda la casa nada todavía en flor, que cubría casi todo su
del menor valor, y el señor Boggis, que muro sur.
jamás malgastaba tiempo en terreno El señor Boggis llamó a la puerta.
baldío, apresuróse a ofrecer disculpas y Se quedó esperando, pero, como no
despedirse. De principio a fin, la visita acudía nadie, volvió a llamar. En vista
le había llevado menos de quince de que seguía sin obtener respuesta, se
minutos, que era, se dijo mientras aventuró hacia la trasera de la casa, con
montaba en el coche y salía hacia su ánimo de buscar al granjero por los
próximo objetivo, exactamente como establos. Tampoco allí había nadie.
debía ser. Conjeturando que la gente de la casa
debía de estar todavía en la iglesia estancia, además, una silla, una única
empezó a espiar por las ventanas, por si silla, y, a menos que se equivocara,
divisaba algo de interés. No lo halló en todavía de mejor calidad que la mesa.
el comedor, ni tampoco en la biblioteca. Otra Hepplewhite, ¿verdad? Y ¡oh, qué
Probó en la próxima ventana, la del belleza! Los travesanos del respaldo
cuarto de estar, y allí, ante sus propias tenían finamente tallado un dibujo de
narices, en el pequeño nicho que madreselvas, vainas y rosetas; el asiento
formaba el quicio, vio una bella pieza: guardaba su enrejillado original; las
una mesa de juego, semicircular, de patas eran de gracioso torneado, y las
caoba ricamente chapeada y que, estilo dos traseras tenían aquel peculiar
Hepplewhite, dataría de alrededores de ensanchamiento, tan significativo. Era
1780. una silla exquisita.
—¡Ajá! —exclamó en voz alta, la —No concluirá este día —dijo el
cara aplastada contra el cristal—. Te señor Boggis por lo bajo— sin que haya
felicito, Boggis. tenido el placer de sentarme en ese
Pero eso no era todo. Había en la adorable asiento.
Jamás compraba una silla sin el coche en la carretera y caminar unos
someterla a su prueba favorita, y seiscientos metros por una senda recta
siempre resultaba intrigante verle que conducía al mismo traspatio de la
acomodarse con gran cuidado en el granja. Ésta, advirtió según se acercaba,
asiento, esperar el «movimiento» y era mucho más pequeña que la anterior,
calibrar con pericia el grado de y no alentó muchas esperanzas respecto
contracción, infinitesimal pero preciso, a ella. Se veía desparramada y sucia, y
que el paso de los años había producido algunos de los cobertizos estaban
en las juntas de espiga y de cola de claramente deteriorados.
milano. Había tres hombres en cerrado grupo
Pero no había prisa, se dijo. en una esquina del patio, en pie, uno de
Volvería después. Tenía toda la tarde ellos con dos grandes galgos negros
por delante. atraillados. Al verle con su traje negro y
La granja siguiente quedaba un poco su alzacuellos, los hombres
al fondo de un campo y, para ocultarlo a interrumpieron su conversación, y
la vista, el señor Boggis hubo de dejar súbitamente rígidos y como helados, se
quedaron quietos, totalmente inmóviles, era Claud. Claud había pasado a visitar
las tres caras vueltas hacia él con a Rummins con la esperanza de sacarle
suspicacia según se acercaba. un pedazo de carne o de jamón del cerdo
El más viejo de los tres era un tipo que habían matado la víspera. Claud
rechoncho, con una ancha boca de rana y tenía noticia de la matanza —sus ecos se
ojos pequeños e inquietos. Aunque lo habían difundido a buena distancia a
ignorase el señor Boggis, se llamaba través de los campos— y sabía que para
Rummins y era el propietario de la llevar a cabo una cosa así se necesitaba
granja. un permiso del Gobierno, y que
El joven de elevada estatura que se Rummins carecía de él.
encontraba a su lado y parecía tener —Buenas tardes —dijo el señor
algún defecto en un ojo era Bert, el hijo Boggis—. Un día maravilloso, ¿verdad?
de Rummins. Ninguno de los tres hombres se
El tipo bajito y carigordo, de movió. En aquel momento pensaban,
estrecha frente llena de surcos y todos, exactamente la misma cosa: que,
desmesuradamente ancho de hombros por una razón u otra, aquel cura, que
desde luego no era el del lugar, venía displicente y les arrugaba de desdén la
con el encargo de meter las narices en zona de la nariz.
sus asuntos e informar a las autoridades —Permítame la pregunta, ¿es usted
sobre sus hallazgos. el dueño? —inquirió impertérrito el
—¡Qué hermosos perros! —añadió señor Boggis dirigiéndose a Rummins.
el señor Boggis—. Debo confesar que —¿Qué quiere?
nunca he cazado con galgos, pero me —Mil perdones por la molestia,
aseguran que se trata de un deporte sobre todo siendo domingo.
apasionante. Y le ofreció la tarjeta, que el otro
Ante el nuevo silencio, el señor tomó y se acercó mucho al rostro. Sus
Boggis paseó una rápida mirada de acompañantes no se movieron, pero la
Rummins a Claud pasando por Bert, y mirada se les desvió en su intento de
luego regresó de nuevo a Rummins, y atisbar.
advirtió que los tres tenían la misma —Sí, pero ¿qué es, exactamente, lo
curiosa expresión, mezcla de befa y reto, que quiere? —dijo Rummins.
que les ponía en la boca una contracción Por segunda vez aquel día, el señor
Boggis explicó con cierto detalle los le asesoré en la venta, y con el dinero se
objetivos e ideales de la Sociedad compró un tractor nuevo.
Protectora de Muebles Raros. —¡Pero qué dice usted! —intervino
—Pues pierde usted el tiempo — Claud—. No hay ninguna silla en el
repuso Rummins concluida la mundo que valga cuatrocientas libras.
exposición—, porque no tenemos —Perdóneme —replicó el señor
ninguno. Boggis, remilgado—, pero en Inglaterra
—Un momentito, caballero —dijo el las hay, y muchas, que valen más del
señor Boggis alzando un dedo—. La doble de esa cifra. ¿Y sabe usted dónde
última persona que me dijo eso fue un están? Pues arrinconadas por granjas y
anciano granjero, allá en Sussex, y ello casas de campo de todo el país, donde
no obstante, cuando terminó por dejarme sus dueños las utilizan a modo de
entrar en su casa, ¿sabe usted qué gradillas o improvisadas escaleras
encontré? Una silla vieja y de aspecto donde subirse con botas de clavos, para
mugriento que, arrinconada en la cocina, alcanzar un pote de mermelada en lo alto
resultó valer… ¡cuatrocientas libras! Yo de la alacena, o colgar un cuadro. Les
estoy diciendo la pura verdad, amigos Rummins fijando en él la mirada de sus
míos. ojillos malignos—. Pues pienso que lo
Rummins, inquieto, mudó de uno a que busca es comprar esas cosas por su
otro pie el peso del cuerpo. cuenta. ¿Por qué, si no, iba a darse
—¿Trata de decirme que lo único tantas molestias?
que quiere es entrar, plantarse ahí en —¡Señor! ¡Ojalá tuviera yo dinero
medio y echar un vistazo? para eso! Claro está que, si algo viese
—Exactamente —repuso el señor que tanto me gustara, y que no estuviera
Boggis, que por fin comenzaba a intuir fuera de mi alcance, podría sentir la
por dónde iban los tiros—. No pretendo tentación de hacerle una oferta. Pero
fisgar en sus armarios ni en su despensa. eso, ay, ocurre muy raras veces.
Sólo deseo ver los muebles, para poder —Bueno —dijo Rummins—, no veo
referirme a ellos, caso de que tuviera mal alguno en que eche un vistazo por la
usted algún tesoro aquí, en la revista de casa, si sólo se trata de eso.
nuestra sociedad. Y cruzó el patio hacia la puerta
—¿Sabe qué pienso yo? —repuso trasera de la granja mostrando el camino
al señor Boggis, a quien seguían Bert, el verdad! Pero, cuanto más la miraba, más
hijo, y Claud con sus dos perros. verdad le parecía. ¿O acaso no la tenía
Cruzaron la cocina, cuyo único moblaje delante, pegada a la pared, tan real y
consistía en una mesa de tablas, barata, tangible como la propia casa? ¿Y quién,
donde se ofrecía a la vista un pollo quién en el mundo podría confundirse
muerto, y penetraron en un cuarto de sobre algo semejante? Claro que estaba
estar bastante grande y sobremanera pintada de blanco, pero eso en nada
sucio. cambiaba las cosas. Obra, sin duda, de
¡Y allí estaba! El señor Boggis, que un imbécil, el embadurnado podía
lo vio de inmediato, se paró en seco y, retirarse fácilmente. ¡Pero… bendito sea
en su sobresalto, contuvo audiblemente Dios! ¡Menuda joya! ¡Y en un lugar
el aliento, tras lo cual se quedó plantado como aquél! Entonces el señor Boggis
allí cinco, diez, quince segundos por lo cobró conciencia de los tres hombres,
menos, mirando como un idiota y sin Rummins, Bert y Claud, que, agrupados
poder, sin atreverse a dar crédito a lo al otro extremo de la sala, junto a la
que veía. ¡No podía, no podía ser chimenea, le miraban con descaro. Le
habían visto pararse, boquear, fijar la el vaso y se quedó a su lado mirándole
vista y ponerse como la grana, o a lo de través y con impertinencia.
mejor como la cera; lo cierto, sin —Me ha parecido como si mirase
embargo, es que habían visto lo algo —dijo Rummins, su boca de rana
suficiente como para dar al traste con el ahora dilatada un punto, para componer
asunto, a menos que encontrara una sonrisa artera que dejaba al
rápidamente la manera de arreglarlo. En descubierto los muñones de varios
un restallido de lucidez, se llevó una dientes rotos.
mano al corazón, alcanzó a tumbos la —No, no —contestó el señor Boggis
silla más cercana y en ella se desmoronó —. ¡Qué va! No: es el corazón. Lo
respirando con ahogo. siento. Me ocurre de vez en cuando.
—¿Qué le pasa? —preguntó Claud. Pero se me pasa en seguida. Un par de
—No es nada —dijo sin resuello—. minutos, y como si nada.
Se me pasará en seguida. Un vaso de Tenía que ganar tiempo, se dijo. Para
agua, por favor. Es el corazón. pensar y, sobre todo, para calmarse por
Bert fue a buscar el agua, le tendió completo antes de soltar una palabra
más. Calma, Boggis. Lo que hagas, hazlo increíble!
con serenidad. Esta gente será ignorante, Lo que estaba mirando era un
pero no estúpida. Son suspicaces, mueble por cuya posesión cualquier
desconfiados y ladinos. Y si es cierto lo experto hubiera dado lo que fuese. A un
que has visto…, pero no, no puede, no profano no le hubiera parecido, quizá,
puede serlo… nada del otro jueves, sobre todo pintado
Se había cubierto los ojos con una así, de blanco sucio; pero para el señor
mano, en ademán de dolor, y ahí, con Boggis representaba el sueño de un
extremo cuidado, secretamente, dejó anticuario. Como a cualquier
entre dos dedos una ranura por donde profesional de Europa o América, le
mirar. constaba que entre las más famosas y
Pues sí: el objeto continuaba en su codiciadas muestras subsistentes del
sitio, y aprovechó para echarle un buen mueble inglés del siglo XVIII se
vistazo. Sí… ¡no se había equivocado encontraban los tres célebres ejemplares
antes! ¡No había la menor duda al conocidos como «Las Cómodas
respecto! ¡Era verdaderamente Chippendale». Sabía su historia al
dedillo: la primera, «descubierta» en recordar el nombre, había hecho en
1920 en una casa de Moreton-in-Marsh, fechas muy recientes un estudio que
había sido vendida en Sotheby’s ese demostraba que las tres habían salido
mismo año; las dos restantes habían forzosamente del mismo taller, pues el
aparecido en el mismo establecimiento chapeado procedía del mismo tronco y
un año más tarde, ambas procedentes de en su elaboración se había utilizado
Raynham Hall, Norfolk. Todas ellas idéntico juego de plantillas. Aunque de
habían alcanzado cotizaciones ninguna de ellas se había encontrado
fabulosas. Aunque no recordaba con factura, todos los expertos coincidían en
exactitud los precios obtenidos por la que las tres cómodas sólo podían haber
primera y la segunda, sabía de cierto sido ejecutadas por el mismo Thomas
que la última fue adjudicada en tres mil Chippendale, de propia mano, en el
novecientas guineas. ¡Y eso en 1921! En pináculo de su carrera.
la actualidad, la misma pieza valdría, Y allí, justo allí, repetíase el señor
sin lugar a dudas, diez mil libras. Boggis conforme espiaba con cautela
Alguien, el señor Boggis no conseguía por entre la separación de dos dedos,
estaba… ¡la cuarta Cómoda Times aparecería una foto y, al pie: «La
Chippendale! ¡Y descubierta por él! ¡Se exquisita Cómoda Chippendale
haría rico! ¡Y también famoso! Los tres recientemente descubierta por el señor
restantes ejemplares eran conocidos en Cyril Boggis, un anticuario
todo el mundo del mueble cada uno por londinense…» ¡Cielo santo!, ¡el
un nombre especial: la Cómoda campanazo que iba a dar!
Chastleton, la Primera Cómoda La que allí se encontraba, pensó el
Raynham y la Segunda Cómoda señor Boggis, era casi idéntica a la
Raynham. Y aquélla pasaría a la historia Segunda Cómoda Raynham. (Las tres, la
como la Cómoda Boggis. ¡Cuando de Chastleton y las dos Raynham, se
imaginaba la cara que pondrían sus diferenciaban una de otra en una serie de
colegas de Londres cuando se la vieran pequeños detalles). Era una obra
delante a la mañana siguiente! ¡Y las grandiosa, bellísima, realizada en el
suculentas ofertas que le llegarían de los estilo rococó francés del período
figurones del West End: Frank Partridge, Directoire de Chippendale: a diferencia
Mallett, Jetley y todos los demás! En el de la cómoda común, ésta era compacta,
amplia, y tenía sus cajones montados y gracia, que su pesadez no ofendía en lo
sobre cuatro patas talladas y acanaladas más mínimo.
de unos treinta centímetros de altura. En —¿Qué tal se va encontrando? —
total tenía seis cajones: dos más largos, oyó el señor Boggis que le preguntaba
en la parte central y otros dos encima y alguien.
debajo de los centrales. El ondulado —Mucho mejor ya. Gracias, mil
frontal presentaba un soberbio trabajo gracias. Se me pasa al momento. Mi
de talla en su parte superior, laterales y médico asegura que no es cosa de
base, y también en vertical, entre cada cuidado, a condición de que repose unos
grupo de cajones, a base de intrincados minutos cuando se me presente. Ah, sí
festones, volutas y ramilletes; y los —añadió conforme se levantaba
herrajes de latón, aunque deslucidos en despacio—: esto va mejor. Ya me siento
parte por la pintura blanca, parecían bien.
magníficos. Era, a buen seguro, una El paso un tanto inseguro, comenzó a
pieza un tanto «pesada»; pero el diseño recorrer la habitación examinando uno
había sido realizado con tanta elegancia por uno sus muebles y haciendo breves
comentarios al respecto. En seguida se Probablemente realizada en la época
dio cuenta de que, aparte de la cómoda, victoriana. ¿Ustedes la pintaron de
constituían un lote muy pobre. blanco?
—Bonita mesa de roble. Aunque, me —Sí —respondió Rummins—. Lo
temo, no lo bastante antigua para resultar hizo Bert.
de interés. Las sillas son cómodas y de —Un paso muy atinado. Blanca
calidad; pero muy modernas, sí: muy resulta mucho menos ofensiva.
modernas. En cuanto a este aparador…, —Un mueble sólido —observó
bueno, pues tiene su gracia; pero lo de Rummins—. Y el tallado tampoco está
antes carece de valor. Y esta cómoda… mal.
—cruzó indiferente ante la Cómoda —Es talla mecánica —replicó el
Chippendale, a la cual largó un señor Boggis despreciativo mientras se
desdeñoso papirotazo—, pues yo diría inclinaba para examinar la exquisita
que puede valer unas cuantas libras, artesanía—. Se ve a un kilómetro de
pero no gran cosa. Es, me temo, una distancia. Pero, aun así, creo que no
reproducción bastante tosca. deja de ser bonita. Tiene un no sé qué.
Comenzó a alejarse con lentitud; cuando me mudé, los zoquetes de los
pero luego, dominándose, retrocedió transportistas me desgraciaron las patas
despacio con la punta de un dedo en el totalmente. Le tengo mucho apego a esa
hoyuelo de la barbilla y la cabeza mesa. Es donde siempre pongo mi
ladeada, frunció el ceño, como sumido Biblia y los apuntes para mis sermones.
en profunda reflexión. Después de una pausa, y dándose
—¿Sabe qué? —dijo sin apartar la golpecitos con el dedo eri la barbilla,
mirada del mueble y hablando con tanta agregó:
indolencia, que la voz se le iba—. —Y, mira por dónde, se me ha
Acabo de recordar que… llevo tiempo ocurrido que esas patas de su cómoda
buscando un juego de patas como ése. podrían venirme muy bien. Sí, no hay
Tengo en mi modesta casa una mesa duda de ello: sería fácil cortarlas y
bastante curiosa, uno de esos muebles aplicarlas a mi mesa.
alargados que la gente pone delante del Volvió la cara y vio a los tres
sofá, una especie de mesita baja, y el hombres que, absolutamente inmóviles,
año pasado, para la sanmiguelada, le miraban con desconfianza; tres pares
de ojos, distintos todos ellos, pero —Bueno… —el señor Boggis miró
igualados por el recelo: pequeños y de nuevo la cómoda, ceñudo—, no estoy
porcinos los de Rummins, grandes y sin seguro. Quizá… aunque, por otra parte,
movilidad los de Claud, y los de Bert, si bien se mira, no… me parece que
singulares, uno de ellos muy raro, sería demasiado jaleo. No vale la pena.
descolorido y como nublado, con un Mejor dejarlo.
pequeño punto negro en su centro, como —¿Cuánto tenía pensado ofrecer? —
el de un pescado en una bandeja. preguntó Rummins.
El señor Boggis sonrióse y sacudió —La verdad, no mucho. No se trata
la cabeza. de una verdadera antigüedad, ¿sabe? Es
—Pero vamos, vamos, ¿qué digo yo? una simple reproducción.
Estoy hablando como si el mueble me —Yo no estoy tan seguro de eso —
perteneciera. Les presento mis excusas. dijo Rummins—. Aquí lleva más de
—Lo que quiere decir —intervino veinte años, y antes estuvo allí, en la
Rummins— es que le gustaría casa solariega, donde yo mismo la
comprarlo. compré en subasta, cuando murió el
viejo hacendado. No irá usted a decirme fijó la mirada en una espléndida gallina
que esa cosa es moderna… color castaño que picoteaba granos de
—Moderna, precisamente, no; pero maíz en el patio.
desde luego no tiene más de sesenta —Estaba en el fondo de aquel cajón,
años. debajo de todas las trampas para
—Sí que los tiene —dijo Rummins conejos —insistía Rummins—. Ve a
—. Bert, ¿dónde está ese papelito que buscarla y enséñasela al señor cura.
encontraste en el fondo de uno de los Al acercarse Bert a la cómoda, el
cajones? Aquella vieja factura… señor Boggis se volvió. Incapaz de
El joven miró sin expresión a su apartar de él la mirada, le vio abrir uno
padre. de los grandes cajones centrales y no le
El señor Boggis abrió la boca, pero pasó por alto la maravillosa suavidad
volvió a cerrarla en seguida sin proferir con que se deslizaba. Bert hundió en él
el menor sonido. Estaba empezando a la mano y se puso a revolver entre un
temblar, literalmente, de excitación, y, montón de alambres y cordeles.
para calmarse, se acercó a la ventana y —¿De esto hablas? —dijo al tiempo
que extraía un papel doblado y
amarillento, que llevó a su padre, el Adeuda a
cual, habiéndolo desplegado, se lo Thomas Chippendale,
acercó mucho a la cara.
Por una gran Mesa Cómoda de la más
—No me irá usted a decir que esta
fina caoba, ricamente tallada, sobre
escritura no es condenadamente antigua
patas acanaladas, con dos cajones
—exclamó Rummins conforme tendía el
largos y de pulcra factura en su parte
documento al señor Boggis, al cual le
media, y dos ídem ídem a uno y otro
temblaba todo el brazo cuando lo tomó.
lado de aquéllos, con Herrajes y
Quebradizo, crujió levemente entre sus
Ornamentos de rico repujado, todo ello
dedos. La caligrafía era estirada y
enteramente acabado al gusto más
oblicua, del estilo que habían
exquisito………………………………………
popularizado los grabados en cobre.
£ 87

Edward Montagu Esq


El señor Boggis se aferraba a sí
mismo con todas sus fuerzas al tiempo vendedor, el hombre que fabricó la
que pugnaba por suprimir la excitación cómoda y la hizo pasar por antigua,
que, a fuerza de voltear en sus adentros, libró a su cliente. Las he visto así por
estaba mareándole. ¡Santo Dios, era docenas. Advertirá que no había de
portentoso! Con aquella factura en mano, haberla hecho con sus manos. Eso habría
el valor aumentaba de golpe. ¿En cuánto, sido levantar la liebre.
bondad divina, lo pondría aquello? ¿En —Usted dirá lo que quiera —replicó
doce, en catorce, en quince mil libras; Rummins—, pero ese papel es antiguo.
en veinte mil, tal vez? ¿Quién podía —Claro está que lo es, mi buen
decirlo? amigo. Se remonta a la época victoriana,
Con ademán de menosprecio, arrojó a sus últimos años. Alrededor de 1890.
el papel sobre la mesa y dijo Tendrá sesenta o setenta años. He visto
tranquilamente: centenares. Fue esa una época en la que
—Ni más ni menos lo que le incontables ebanistas no sabían hacer
anticipé: una reproducción victoriana. otra cosa que consagrarse a falsificar
Esto no es más que la factura que el los espléndidos muebles del siglo
anterior. menor de sus hojas. A continuación, y
—Mire, señor cura —respondió con aparente descuido que en realidad
Rummins señalándole con un dedo era extrema cautela, comenzó a rascar la
grueso y sucio—, no voy a discutirle que pintura en una pequeña zona de la parte
sepa usted lo suyo sobre esa cosa de los superior. El embadurnado se desprendió
muebles, pero sí le diré esto: ¿cómo limpiamente del viejo y duro barniz que
puede estar tan seguro de que es una escondía, y, cuando tuvo descubierto un
falsificación, sin tan siquiera haber visto cuadrado de unos ocho centímetros de
qué es lo que hay bajo toda esa pintura? lado, se hizo atrás y dijo:
—Venga aquí —dijo el señor Boggis —¡Ahí tiene: mire eso!
—. Venga usted aquí y se lo mostraré. — Era una belleza: una cálida parcelita
Y, plantado junto a la cómoda, aguardó a de caoba, fulgente como un topacio, con
que los tres se acercasen—. Veamos, el rico y auténtico color oscuro de sus
¿tiene alguien una navaja? doscientos años.
Claud sacó una, con mango de asta, y —¿Pues qué le pasa? —quiso saber
el señor Boggis la tomó y desdobló la Rummins.
—¡Que es industrial! ¡Cualquiera lo interés: siempre resultaba apasionante
vería! descubrir nuevas modalidades de la
—¿Y usted en qué lo nota? A ver, trampa, del engaño.
explíquenoslo. —Observen atentamente la textura.
—Bueno, debo confesar que es un ¿Ven ese tono anaranjado entre el
poco complicado hacerlo. Es, más que granate oscuro? Pues eso es el rastro de
nada, cuestión de experiencia. La mía la cal.
me dice, sin lugar a dudas, que esta Se inclinaron, primero Rummins,
madera ha sido tratada con cal, que es lo luego Claud y después Bert, hasta casi
que usan para conseguir el color viejo y tocar la madera con la nariz.
oscuro de la caoba. Para el roble usan —Eso sin contar con la pátina…
sales de potasa, y para el castaño, ácido —¿La qué?
nítrico; pero en la caoba es siempre cal. Les explicó lo que esa palabra
Los tres hombres se acercaron un significaba en términos de ebanistería.
poco más a fin de examinar la madera. —No pueden ustedes hacerse una
Se les había avivado, de pronto, el idea, mis buenos amigos, de lo que son
capaces esos pillos para conseguir el veo claramente, casi como si lo
hermoso viso bronceado de la auténtica presenciase: el largo y complicado
pátina. ¡Espantoso, verdaderamente proceso de untar la madera con aceite de
espantoso! ¡Hablar de ello me revuelve linaza, de darle una capa de pulimento
el estómago! francés astutamente coloreado, de
Lo dijo escupiendo las palabras una rebajarlo con piedra pómez y aceite, de
a una, con una mueca de acritud que aplicarle una cera de abeja que en
diese cuenta de su profunda repugnancia. realidad contiene polvo y tierra, y, por
Sus interlocutores se quedaron a la último, tratar la madera al fuego, a fin de
espera de nuevas revelaciones. que el pulimento se cuartee en forma que
—¡La cantidad de tiempo y desvelos parezca barniz de hace doscientos
que algunos mortales emplean en años… ¡El espectáculo de esa picaresca
engañar a los ingenuos! —exclamó el me trastorna verdaderamente!
señor Boggis—. ¡Es algo que da Los tres hombres continuaban
verdadero asco! ¿Saben ustedes qué estudiando el pequeño recuadro de
hicieron en este caso, amigos míos? Lo madera oscura.
—¡Pálpenla! —ordenó el señor podría exigir a mí sobre la calidad de su
Boggis—. ¡Pongan sus dedos en ella! A cebada. Todo en esta vida, amigo mío,
ver, ¿cómo la nota, fría o caliente? es cuestión de experiencia.
—Yo la noto fría —dijo Rummins. Los tres hombres miraban de hito en
—¡Ahí está, amigo mío! Es cosa hito a aquel extraño cura con cara de
demostrada que las imitaciones de luna y ojos saltones. Lo hacían ahora
pátina siempre resultan frías al tacto. La con menos suspicacia, puesto que en
pátina auténtica transmite una curiosa verdad parecía saber de qué hablaba;
sensación de calor. pero todavía estaban lejos de confiar en
—Yo, ésta, la noto normal —dijo él.
Rummins, dispuesto a discutir. El señor Boggis se inclinó y señaló
—No, señor: es fría. Aunque, claro el herraje de uno de los cajones de la
está, se requieren dedos expertos y cómoda.
sensibles para emitir un juicio válido. A —Este —dijo— es otro de los
usted no se le puede exigir un dictamen puntos donde los falsificadores se
sobre el particular, como no se me emplean a fondo. El latón antiguo tiene,
por lo regular, un color y una naturaleza Ya sabe usted que el latón no se oxida…
propios. ¿Lo sabían ustedes? —Le sobra a usted razón, amigo
Los otros le miraron con intensidad, mío. Pero esos granujas tienen sus
en la esperanza de descubrir nuevos propios métodos secretos.
secretos. —¿Por ejemplo? —insistió Claud, a
—El problema, sin embargo, está en quien cualquier información de esa
que se han vuelto habilísimos en las índole parecía valiosa: ¿cómo saber que
imitaciones. Lo cierto es que resulta casi no iba a serle útil en algún momento?
imposible distinguir entre «antiguo —Para ellos la cosa se reduce —
auténtico» y «falso antiguo». No me dijo el señor Boggis— a dejar los
importa reconocer que me hace dudar a herrajes por espacio de una noche en
mí mismo. De manera que no tiene una caja que contenga virutas de caoba
sentido rascar la pintura de estas asas. con sal amoníaco. La sal amoníaco
Nos quedaríamos como antes. vuelve verde el metal pero, si le raspa
—¿Cómo pueden hacer pasar por usted el verde, debajo encontrará un
viejo el latón nuevo? —indagó Claud—. viso de calidad plateada y suave, el
mismo que adquiere el latón muy —Ah —susurró el señor Boggis
antiguo. ¡Oh, hacen unas atrocidades…! fijando en Rummins sus protuberantes
Con el hierro utilizan otra triquiñuela. ojos castaños—, ahí es donde se
—¿Qué hacen con el hierro? — equivoca usted. Fíjese en esto.
inquirió Claud fascinado. Sacó del bolsillo de la chaqueta un
—El hierro no presenta problemas pequeño destornillador y, al mismo
—dijo el señor Boggis—. Cerraduras, tiempo, de forma que esto les pasara a
placas y bisagras de hierro las entierran, todos por alto, un tornillo de latón, que
sin más, en sal común, de donde salen, ocultó bien en la palma de la mano. A
al cabo de nada, oxidadas y llenas de continuación, y eligiendo uno de los
picaduras. tornillos de la cómoda —había cuatro en
—Está bien —intervino Rummins—. cada asa—, se dedicó a rascar de su
Usted mismo reconoce que los herrajes cabeza hasta el último vestigio de
le despistan. Podrían tener cientos y pintura blanca. Hecho eso, se puso a
cientos de años, y usted no lo advertiría, destornillarlo lentamente.
¿no es eso? —Si éste es un tornillo de auténtico
latón viejo, siglo XVIII —decía pequeños trucos que al correr de los
entretanto—, su espiral será ligeramente años le había resultado remunerador en
irregular y se darán cuenta en seguida de extremo. Los bolsillos de su chaqueta de
que el tallado es manual, a lima. Pero si clérigo contenían siempre una amplia
estos herrajes fueran una falsificación de provisión de tornillos de latón
la era victoriana o de fechas más corrientes y de diversos tamaños.
recientes, el tornillo será, como es —Ahí lo tiene —proclamó al tiempo
natural, de la misma época: un artículo que entregaba a Rummins el moderno—.
mecanizado y producido en masa. Échele una ojeada a eso. ¿Advierte
Cualquiera es capaz de reconocer un usted la perfecta regularidad del
tornillo hecho a máquina. En fin, vamos espiral? ¿La ve? No faltaría más. Es un
a ver. tornillo corriente y vulgar, como lo
No le resultó difícil al señor Boggis, podría adquirir hoy en cualquier
al poner las manos sobre el tornillo ferretería rural.
antiguo, sustituirlo por el nuevo, oculto El tornillo pasó de mano en mano
en la palma. Era ése otro de los conforme los tres lo examinaban con
esmero. El mismo Rummins se sentía —No nos ha dicho usted cuánto
ahora impresionado. pensaba ofrecer.
El señor Boggis volvió a guardarse —Ah, muy cierto —repuso el señor
en el bolsillo el destornillador, junto con Boggis—. No lo he dicho, ¿verdad?
el fino tornillo hecho a mano que había Bueno, para ser enteramente sincero,
extraído de la cómoda, y, dando media creo que sería demasiada complicación.
vuelta, cruzó despacio ante los tres Mejor dejarlo.
hombres, camino de la puerta. —¿Cuánto estaría dispuesto a dar?
—Mis queridos amigos —dijo según —¿O sea que de veras quiere
se detenía a la entrada de la cocina—, desprenderse de la cómoda?
han sido muy amables permitiéndome —No he dicho que quisiera
echar una ojeada al interior de su desprenderme de ella. He preguntado
agradable casa, muy amables. Espero no que cuánto daría.
haberles resultado un pelmazo. El señor Boggis volvió la mirada
Rummins abandonó su examen del hacia el mueble, ladeó la cabeza
tornillo y, alzando la mirada, contestó: primero a un lado y luego a otro, frunció
el ceño, formó un hociquillo con los alarmó—. ¡Bien claro dice lo que costó!
labios, se estrechó de hombros y agitó ¡Ochenta y siete libras! Y eso, nueva.
una mano en breve desgaire, como Ahora es una antigüedad: ¡vale el doble!
dando a entender que apenas valía la —Con su permiso, le diré que no es
pena parar mientes en el asunto. así. Se trata de una reproducción de
—Digamos… diez libras. Creo que segunda mano. Pero en fin, amigo mío,
es lo justo. cediendo a mi espíritu derrochador, le
—¡Diez libras! —exclamó Rummins subiré hasta las quince libras. ¿Qué me
—. Señor cura, por favor, ¡no sea usted dice?
ridículo! —Que sean cincuenta —replicó
—¡En leña valdría más! —apuntó Rummins.
Claud ofendido. El señor Boggis sintió recorridos
—¡Mire esta factura! —prosiguió primero el dorso de las piernas y luego
Rummins al tiempo que maltrataba el las plantas de los pies por un delicioso
precioso documento con su sucio índice, temblorcillo que algo tenía de
y tan brutalmente, que el señor Boggis se hormigueo. La había conseguido. Ya era
suya. Era incuestionable. Pero la —No puedo, amigo, ¡no puedo! No
costumbre de comprar barato, tanto lo vale. Ni yo debería meterme en esta
como fuera humanamente posible, clase de regateos. No está bien. Mi
adquirida a fuerza de años de necesidad última oferta y me marcho. Veinte libras.
y de práctica, estaba ya demasiado —Acepto —retrucó Rummins—. Es
arraigada en él para consentirle una suya.
capitulación tan fácil. —Válgame Dios —exclamó el señor
—Mi querido amigo —susurró sin Boggis enlazando las manos—. Nunca
pasión—, yo sólo quiero las patas. Es aprenderé. No debía haber dado lugar a
posible que más adelante también les todo esto.
encuentre alguna aplicación a los —Ya no puede desdecirse, señor
cajones; pero el resto, el armazón en sí, cura. Un trato es un trato.
es, como muy bien ha señalado el amigo —Sí, sí, lo sé.
de ustedes, leña y nada más que leña. —¿Y cómo va a llevársela?
—Déme usted treinta y cinco —dijo —Pues, veamos… Si yo trajese el
Rummins. coche hasta el patio, ustedes, a lo mejor,
serían tan amables de ayudarme a minúsculas burbujas, como de gaseosa,
cargarla. le subían del estómago y le estallaban
—¿En un coche? ¡Eso no entra de alegres en lo alto de la cabeza. De
ninguna manera en un coche! ¡Necesitará pronto, todos los ranúnculos del campo
usted un camión! comenzaron a convertirse en monedas de
—No lo creo. En fin, ya veremos. oro que centelleaban al sol. Todo el
Tengo el coche en la carretera. Vuelvo suelo estaba sembrado de ellas; y, a fin
en un periquete. Seguro que algo de poder caminar entre las monedas,
ingeniaremos. pisarlas, oír su tintineo al darles
El señor Boggis salió al patio, puntapiés, apartóse del camino y se
atravesó la cancela y enfiló el largo internó en la hierba. Se le hacía difícil
camino que a través de los campos no echar a correr. Pero los clérigos no
llevaba a la carretera. Se dio cuenta de corren: caminan con reposo. Camina con
que estaba riendo convulsa, reposo, Boggis. Guarda la calma,
irrefrenablemente, y en sus adentros Boggis. Ya no hay prisa. La cómoda es
tenía la sensación de que centenares de tuya. ¡Tuya por veinte libras! ¡Y vale
quince o veinte mil! ¡La Cómoda ese montón de basura, el zopenco del
Boggis! Dentro de diez minutos la viejo!
tendrás cargada en el coche —entrará —Se las ha ingeniado usted la mar
sin dificultad— y tú estarás camino de de bien, señor Rummins —le dijo Claud
Londres, cantando sin parar. ¡El señor —. ¿Está seguro de que le pagará?
Boggis conduciendo a su destino la —Como que no se la cargamos
Cómoda Boggis en el coche Boggis! Un mientras no lo haga.
momento histórico. ¿Qué no daría un —¿Y si no entra en el coche? —
periodista por conseguir una foto que lo continuó Claud—. ¿Sabe qué pienso,
perpetuara? ¿No debería arreglar eso? señor Rummins? ¿Quiere que le dé mi
Quizá sí. Esperemos a ver. ¡Oh, día sincera opinión? Pues pienso que ese
magnífico! ¡Oh, maravilloso, soleado condenado trasto es demasiado grande
día estival! ¡Oh, gloria! para entrar en el coche. ¿Y qué pasará
Entretanto, en la granja, Rummins entonces? Pues que lo mandará al
comentaba: demonio, se lo dejará en tierra, se le
—¡Mira que dar veinte libras por largará en el coche y usted no volverá a
verle el pelo. Ni verá el dinero. Para mí nosotros aquí mismo, de prisa, antes de
que no tenía demasiadas ganas de que vuelva y seguro que entonces sí
quedarse con el mueble, ¿sabe? entra en el coche. Encima le ahorramos
Rummins se detuvo a considerar esa el trabajo de cortarlas él cuando llegue a
nueva y no poco alarmante perspectiva. casa. ¿Qué me dice a eso, señor
—¿Cómo puede un armatoste como Rummins?
ése entrar en un coche? —prosiguió La cara de Claud, chata y bovina,
Claud, implacable—. Y que los curas, irradiaba una untuosa ufanía.
además, no llevan coches grandes. ¿O es —Pues no es tan mala la idea —
que ha visto algún cura con un coche respondió Rummins al tiempo que
grande, señor Rummins? miraba la cómoda—. Como que es
—Me parece que no. buena, buena de verdad. Andando, pues.
—¡Pues ahí está! Escúcheme bien. Habremos de darnos prisa. Tú y Bert la
Se me ocurre una idea. Nos dijo, ¿o no sacáis al patio mientras yo voy a buscar
es así?, que lo único que quiere son las la sierra. Empezad por quitarle los
patas. Pues nada: se las cortamos cajones.
Dos minutos más tarde, Claud y Bert —Yo creo que está chiflado —dijo
habían trasladado la cómoda al exterior, Claud.
donde la pusieron patas arriba en medio Y Bert produjo una sonrisa tétrica
del polvo, las cagadas de gallina y las mientras su ojo nublado oscilaba
boñigas. A lo lejos, a medio camino de lentamente en su cuenca.
la carretera, distinguieron una pequeña Achaparrado, batracial, anadeando,
figura que avanzaba a trancos sendero Rummins llegó del cobertizo, provisto
abajo. Se detuvieron a mirar. Había algo de una larga sierra. Claud le descargó
un tanto cómico en su porte: lo mismo de ella y puso manos a la obra.
emprendía un trotecillo que ejecutaba —Córtalas bien a ras —le
una especie de cabriola o saltaba recomendó Rummins—. No olvides que
primero sobre un pie y luego sobre las quiere para ponérselas a una mesa.
ambos, e incluso les pareció oír, en un La caoba era dura y estaba muy seca,
momento dado, el eco de una animada y conforme Claud ejecutaba el trabajo,
cancioncilla que hasta ellos llegaba a un fino polvillo rojo saltaba de los
través del prado. dientes de la sierra y caía, leve, al
suelo. Una tras otra fueron Austins-siete.
desapareciendo las patas, y, cercenadas —Él no quiere más que las patas —
todas, Bert se agachó y agrupólas en repitió Rummins—. Si el resto no entra,
esmerada fila. pues que lo deje. No puede quejarse: las
Claud retrocedió a fin de apreciar el patas se las lleva.
resultado de su trabajo. Siguió un —Vamos, señor Rummins, que no es
silencio de cierta duración. usted tan tonto —replicó Claud paciente
—Sólo le preguntaré una cosa, señor —. Sabe de sobras que, como no
Rummins —dijo cachazudo—: aun así, consiga meterlo todo en el coche, le
¿podría usted meter en un coche ese saldrá con rebajas. En cuestión de
armatoste? dinero, los curas son tan zorros como el
—Como no fuera una furgoneta, no. que más, no se engañe usted. Y si es ese
—¡Usted lo ha dicho! —exclamó viejo cuco, ya no hablemos. Total, ¿por
Claud—. Y los curas, ¿sabe usted?, no qué no darle la leña y acabar de una
llevan furgonetas; cuando más, vez? ¿Dónde tiene el hacha?
mierdecillas de Morris-ocho y de —Sí, no me parece mal —dijo
Rummins—. Bert, ve por el hacha. este trasto era un carpintero
Bert entró en el cobertizo y volvió condenadamente bueno.
con un hacha de gran tamaño, de —¡El tiempo nos ha llegado por los
leñador, que entregó a Claud. Éste se pelos! —proclamó Rummins—. ¡Ahí
escupió en las manos, se las frotó y acto viene!
seguido empezó a atacar brutalmente,
con los brazos tendidos a todo su largo
en un vaivén pendular, el despernado
armazón de la cómoda.
Fue una ardua tarea y le llevó su
tiempo reducir el mueble a pedazos más
o menos astillados.
—Una cosa tengo que reconocer —
manifestó conforme se enderezaba para
enjugarse el sudor de la frente—: diga el
cura lo que quiera, el tipo que montó
ambiciosas pueden repetir cuantas veces
14. LA SEÑORA gusten negociando beneficios que
BIXBY Y EL alcanzan cifras astronómicas. La muerte
del marido también aporta recompensas
ABRIGO DEL satisfactorias, y algunas señoras
CORONEL prefieren confiar en ese expediente:
saben que la espera no será demasiado
larga, pues el exceso de trabajo junto
AMÉRICA es la tierra de la
con la hipertensión no tardarán en
oportunidad para las mujeres, quienes, llevarse al pobre diablo, llamado a
poseedoras ya de alrededor del ochenta expirar ante su escritorio con un frasco
y cinco por ciento de la riqueza del país, de benzedrinas en una mano y una caja
en breve se habrán hecho con su de tranquilizantes en la otra.
totalidad. El divorcio se ha convertido Sucesivas generaciones de juveniles
en una operación lucrativa, de sencillo americanos no se desaniman lo más
arreglo y fácil olvido, que las hembras mínimo ante ese espantoso panorama de
divorcio y defunción. Cuanto más última hora del día, en pequeñas y
aumenta el índice de divorcios, mayor prietas tertulias, en clubes y bares, para
se hace su ahínco. Los jóvenes se casan despachar sus whiskies y tragar sus
como ratones, apenas entran en la píldoras, y tratar de animarse unos a
pubertad, y una buena proporción de otros a base de anécdotas.
ellos tiene en nómina un mínimo de dos El tema fundamental de esas
ex esposas antes de cumplir los treinta y historias jamás varía. En ellas
seis. Mantener a esas señoras conforme intervienen siempre tres personajes
al tren de vida a que están principales: el marido, la mujer y un
acostumbradas les exige trabajar como canalla. El marido es un buen hombre,
esclavos, que es ni más ni menos lo que honrado y trabajador. La esposa es
son. Hasta que, por último, según van taimada, falsa y lasciva, e
alcanzando precozmente la edad madura, invariablemente tiene algún enredo con
un sentimiento de desencanto y de temor el canalla, cosa que el hombre es
empieza a infiltrárseles despacioso en el demasiado bueno para sospechar tan
corazón, y así les da por reunirse, a siquiera. Negras pintan las cosas para el
marido. ¿Llegará el infeliz a enterarse demasiado fatuas para ser repetidas, y
alguna vez? ¿Está condenado a ser también demasiado picantes para
cornudo el resto de su vida? Sí: tal es su confiarlas al papel. Existe una, sin
sino. Pero… ¡espera! De pronto, merced embargo, que parece superior a las
a una brillante maniobra, se desquita por demás, en particular por el mérito de ser
entero de los agravios de su depravada auténtica. De extraordinaria popularidad
esposa, que queda anonadada, entre maridos defraudados dos o tres
estupefacta, humillada, hundida. El veces y en busca de solaz, es posible
auditorio masculino congregado ante la que, de contarse usted entre aquéllos y
barra sonríe mansamente para sus no haberla oído previamente, encuentre
adentros y se consuela un poco con la gusto en su desenlace. La historia se
fantasía. llama «La señora Bixby y el abrigo del
Aunque circulan muchas historias de coronel» y su argumento es, más o
este tipo —anhelosas invenciones de un menos, el siguiente:
mundo de sueños, obra de la desventura El señor y la señora Bixby vivían en
masculina—, la mayoría de ellas son un apartamento más bien pequeño, en un
lugar cualquiera de la parte céntrica de anciana, a buen seguro no hubiera sido
Nueva York. El señor Bixby era dentista razonable negarles a ambas el placer de
y tenía unos ingresos normales. La un encuentro mensual.
señora Bixby era una mujerona vigorosa —Siempre y cuando —objetó en un
y a la que le gustaba la bebida. Una vez principio— no esperes nunca que te
por mes, y siempre en viernes y por la acompañe.
tarde, la señora Bixby tomaba en —Pues claro que no, cariño —
Pennsylvania Station el tren de contestó la señora Bixby—. Después de
Baltimore, para visitar a su anciana tía. todo, es mi tía, no la tuya.
Pasaba con ella la noche y al día Hasta ahí, todo bien.
siguiente regresaba a Nueva York a La verdad, sin embargo, es que la
tiempo de prepararle la cena a su anciana tía era para la señora Bixby
marido. El señor Bixby aceptaba con poco más que una coartada conveniente.
benevolencia ese arreglo. Sabiendo que El sucio perro, encarnado por un
la tía Maude vivía en Baltimore y que su caballero conocido como el coronel,
esposa le tenía un gran cariño a la acechaba artero en último término, y
nuestra heroína pasaba con ese granuja poco o ningún riesgo de cansarse uno
la mayor parte de sus estancias en del otro. Al contrario: la larga espera
Baltimore. El coronel, que era que separaba los encuentros no hacía
riquísimo, vivía en una casa preciosa, en sino acrecentar la devoción de sus
las afueras de la ciudad, sin esposa ni corazones y trocar cada nueva cita en
familia que le estorbase, sólo con unos apasionante entrevista.
pocos sirvientes, leales y discretos, y en —¡Tally-ho![4] —exclamaba el
ausencia de la señora Bixby se coronel cuantas veces iba a buscarla a la
consolaba cabalgando en sus caballos y estación en el cochazo—. ¡Cariño, ya
practicando la caza del zorro. casi había olvidado lo arrebatadora que
Ese placentero trato de la señora resultas! Aterricemos.
Bixby con el coronel se prolongaba año Pasaron ocho años.
tras año y sin el menor tropiezo. Se Con las Navidades ya en puertas, la
veían con tan poca frecuencia —doce señora Bixby esperaba en la estación de
veces por año, si se detiene uno a Baltimore el tren que había de
pensarlo, no es gran cosa—, que corrían devolverla a Nueva York. La visita que
acababa de concluir había resultado más llamado, cuando lo era, a sufrir las
agradable de lo habitual y se encontraba melindrosas atenciones de aquellas
de buen humor. Claro está que manos limpias y rosadas!
últimamente la compañía del coronel no —El coronel me ha encargado que le
dejaba de operar ese efecto en ella. entregase esto —dijo una voz a su lado.
Tenía aquél la virtud de hacer que se Volvióse la señora Bixby y vio a
sintiera una mujer de todo punto notable: Wilkins, el palafrenero del coronel, un
una persona de virtudes sutiles y enano marchito y de piel gris, aplicado a
exóticas, y fascinante sobremanera; y… echarle en los brazos una caja de cartón,
¡cuán diferente resultaba aquello del no muy alta pero sí grande.
marido dentista que la esperaba en casa, —¡Válgame Dios! —exclamó ella,
incapaz en todo momento de crearle otra toda agitación—. ¡Cielo santo, qué
sensación que la de ser una especie de enormidad de caja! ¿Qué es esto,
eterna paciente, un ser que moraba en la Wilkins? ¿No le dio ningún recado? ¿No
sala de espera, silencioso entre las le encargó decirme nada?
revistas, y en los últimos tiempos apenas —Nada —respondió el caballerizo
antes de alejarse. tacto y su crujido. También había un
Así que estuvo en el tren, la señora sobre, o una especie de tarjetón, que
Bixby se llevó la caja a la intimidad del pasó por alto para profundizar bajo el
tocador de señoras y corrió el pestillo. papel de seda, los dedos en delicada
Un regalo navideño del coronel. ¡Qué exploración, como zarcillos.
excitante…! Se puso a deshacer el lazo. —Dios mío —exclamó de pronto—.
—Seguro que es un vestido —dijo ¡No puede ser verdad! Abrió del todo
en voz alta—. O incluso dos. O un los ojos y se quedó mirando de hito en
montón de preciosas prendas interiores. hito el abrigo. Luego, las manos como
No miraré. Trataré de adivinar, al tacto, zarpas, lo sacó de la caja. La espesa
de qué se trata. Y también el color. Y piel rozó con una maravillosa sonoridad
qué aspecto tiene. Y cuánto ha costado. el papel de seda al desplegarse, y,
Después de cerrar prietamente los cuando lo tuvo extendido ante sí en toda
ojos y levantar poco a poco la tapa, su longitud, su belleza la dejó sin
deslizó la mano al interior de la caja. resuello.
Encima había papel de seda; sintió su Jamás había visto visón como aquél.
Porque era visón, ¿no? Sí, claro que lo Apenas se atrevía a pensarlo. ¿Cuatro,
era. ¡Y qué soberbio color! Era de un cinco, seis mil dólares? Posiblemente,
negro casi puro. A primera vista le más.
pareció negro; pero luego, al acercarlo No conseguía apartar los ojos del
más a la ventanilla, advirtió que también abrigo, y al mismo tiempo ardía en
tenía un punto de azul, un azul intenso y deseos de probárselo. Se quitó
vivo, como el del cobalto. Examinó presurosa el que llevaba, rojo, corriente.
rápida la etiqueta. Decía, tan sólo, Sin poder evitarlo, jadeaba un poco
VISÓN SALVAJE DE LABRADOR. ahora, y tenía muy abiertos los ojos.
Nada más: ninguna indicación sobre Pero es que, bendito sea Dios, ¡el tacto
dónde había sido comprado, ni nada. de aquella piel…! ¡Y las mangas,
Pero esto, se dijo para sus adentros, era anchas, enormes, con sus espesos puños
sin duda obra del coronel. El muy zorro vueltos! ¿Quién le había dicho que en
se cuidaba muy, pero que muy bien, de los brazos empleaban siempre pieles de
borrar toda pista. Mejor así. Pero ¿qué visones hembras, y, para el resto, no?
demonios podía haber costado aquello? ¿Quién se lo había dicho?
Probablemente, Joan Rutfield; aunque no alborotaría alrededor, como conejos.
acertaba a imaginar cómo podía la ¡No tenía palabras, simplemente, para
pobre Joan saber de visones, nada tanta maravilla!
menos. La señora Bixby tomó el sobre, que
El maravilloso abrigo negro parecía continuaba en la caja, lo abrió y extrajo
adaptársele por sí mismo al cuerpo, la carta del coronel.
como una segunda piel. ¡Chiquilla…!
¡Qué sensación indescriptible! Se miró Como una vez te oí decir
en el espejo. Era fantástico. Toda su que te gustaba el visan, te be
personalidad había cambiado de golpe y comprado éste. Me aseguran
por completo. Se la veía deslumbrante, que es de calidad. Te ruego que
esplendorosa, rica, brillante, lo aceptes, junto con mis
voluptuosa, todo ello a un tiempo. ¡Y la mejores y más sinceros votos,
sensación de poder que le confería! como regalo de despedida. Por
Vestida con aquel abrigo podría entrar razones personales, no podré
donde quisiera y la gente se le volverte a ver. Adiós y buena
suerte. P. D. Bastará con que digas
que es un regalo de Navidad de
¡Vaya! esa tía tuya, tan amable y
¿Te imaginas? generosa.
Así, de sopetón y justo cuando se
sentía tan dichosa. Se acabó el coronel. Los labios de la señora Bixby, en
Qué terrible golpe. Lo echaría en falta ese instante dilatados en amplia y suave
de mala manera. sonrisa, se plegaron de golpe, como si
La señora Bixby se puso a acariciar fueran de goma.
despacio la maravillosa piel del abrigo. —¡Pero ése está loco! —exclamó—.
Pero no hay mal que por bien no venga. La tía Maude no tiene dinero para esto.
Con una sonrisa dobló el papel, De ninguna forma podría hacerme un
dispuesta a rasgarlo y arrojarlo por la regalo así.
ventanilla; pero ahí descubrió que había Pero, si no era regalo de la tía
algo escrito en el reverso. Maude, ¿quién podía habérselo
regalado?
¡Oh, Dios! Con toda la excitación de ¿Sabes qué pienso?, se dijo. Pienso
encontrarse el abrigo y probárselo, que ese condenado coronel ha hecho
había pasado enteramente por alto ese esto a posta, para torturarme. Él sabía
detalle vital. perfectamente que la tía Maude no tiene
Dentro de un par de horas estaría en bastante dinero para comprarme esto. Y
Nueva York y, diez minutos más tarde, que yo no podría conservarlo.
en casa, donde la estaría esperando su Pero la idea de desprenderse ahora
marido para saludarla, e incluso un de la prenda era más de lo que la señora
hombre como Cyril, inmerso en un Bixby podía sufrir.
mundo flemoso y oscuro, de canales —¡Necesito tener este abrigo! —
radiculares, bicúspides y caries, no exclamó en voz alta—. ¡Necesito
podría menos de hacer ciertas preguntas tenerlo! ¡Lo necesito!
si su esposa se le presentaba de pronto, Está bien, cariño. Tendrás el abrigo.
de regreso de un viaje de fin de semana, Pero no pierdas la cabeza. Quédate
vestida así, con un abrigo de visón de quieta, conserva la calma y ponte a
seis mil dólares. pensar. Tú eres una chica espabilada,
¿verdad? No es la primera vez que le abierta?
engañas. Ya sabes que el pobre nunca El hombre sentado al volante alzó
vio mucho más allá de la punta de su las cejas y la miró con aire divertido.
sonda de dentista. De manera que —Muchas, en la Sexta Avenida —
quédate totalmente quieta y piensa. contestó.
Tienes tiempo de sobra. —Pues pare en la primera que vea,
Dos horas y media más tarde la ¿quiere?
señora Bixby se apeaba del tren en Y entró en el taxi y éste arrancó. Al
Pennsylvania Station y se encaminaba a poco, el coche se detenía ante una tienda
paso rápido hacía la salida. Vestía otra sobre cuya puerta pendían tres bolas de
vez su viejo abrigo rojo y en los brazos latón.
llevaba la caja de cartón. Le hizo señas —Espéreme, tenga la bondad —dijo
a un taxi. la señora Bixby al taxista antes de
—Dígame —interpeló al conductor apearse y entrar en el comercio.
—, ¿conoce usted, por aquí cerca, Encima del mostrador, un gato
alguna casa de empeños que siga enorme comía cabezas de pescado,
acuclillado ante un platillo blanco. El —Oh, buenas noches —repuso la
animal volvió hacia la señora Bixby sus señora Bixby.
brillantes ojos amarillos y luego apartó Y, mientras ella comenzaba a
la mirada y continuó comiendo. Ella se deshacer el cordelillo que aseguraba la
quedó junto al mostrador, lo más lejos caja, el hombre se acercó al gato y se
posible del gato, y, a la espera de que puso a acariciarle el lomo sin que el
acudiesen a atenderla, se dedicó a mirar animal dejase de comer las cabezas.
los relojes, las hebillas para zapatos, los —Por más bobo que le parezca —
broches de esmalte, los viejos dijo la señora Bixby—, no se me ha
prismáticos, las gafas rotas, las ocurrido mejor cosa que perder el
dentaduras postizas. ¿Cómo podía billetero, y, siendo sábado, con los
empeñar la gente la dentadura?, se bancos cerrados hasta el lunes, es
preguntó. preciso que consiga un poco de dinero
—¿Sí? —dijo el propietario, para el fin de semana. Es un abrigo de
surgido de un lugar oscuro de la mucho precio, pero no pretendo gran
trastienda. cosa: sólo lo suficiente para arreglarme
hasta el lunes, que vendré a —Parece nuevo —dijo el hombre
desempeñarlo. según acariciaba la suave piel.
El hombre esperó sin decir nada. —Oh, sí, lo es. Pero, como le digo,
Pero, cuando ella sacó el visón y dejó sólo quiero que me preste lo que
que la espesa y magnífica piel cayese necesito hasta el lunes. ¿Qué le parece
sobre el mostrador, alzó las cejas, dejó cincuenta dólares?
el gato y se acercó a mirarlo. —Le prestaré cincuenta dólares.
Levantándolo del mostrador lo sostuvo —Vale cien veces más, pero sé que
ante sí. usted lo cuidará bien hasta que vuelva.
—Si llevara encima un reloj, o un El hombre se acercó a un cajón, sacó
anillo —continuó la señora Bixby—, una papeleta y la puso sobre el
sería eso lo que le dejaría. Pero se da el mostrador. Parecía una de esas etiquetas
caso de que no tengo a mano más que que se atan a las asas de las maletas:
este abrigo. igual tamaño y formato y la misma
Y, para demostrárselo separó y le cartulina. Sólo que ésta aparecía
enseñó los dedos. perforada por el medio, a fin de poderla
partir en dos mitades idénticas. —¿Se da cuenta de que cualquiera
—¿Nombre? que se haga con ella puede retirar la
—Déjelo en blanco. Y la dirección, prenda?
también. Vio que el hombre se detenía, —Sí, ya lo sé.
con la punta de la pluma revoloteando —Exhibiendo, sin más, el número.
sobre la línea punteada, expectante. —Sí, lo sé.
—No es preciso anotar nombre y —¿Qué especificación le ponemos?
señas, ¿verdad? El hombre se encogió —Tampoco la ponga, por favor. No
de hombros y sacudió la cabeza. La es necesario. Señale, sólo, lo que tomo
punta de la pluma se desplazó al en préstamo.
siguiente renglón. De nuevo titubeó la pluma, su punta
—Lo prefiero así, ¿sabe? —insistió en danza sobre la línea de puntos que
la señora Bixby—. Cosas mías. seguía a la palabra ARTICULO.
—En tal caso, será mejor que no —Creo que habría de poner
pierda la papeleta. descripción. Siempre es útil, si quiere
—No lo haré. uno vender la papeleta. Quién sabe,
podría interesarle su venta, en un no otra cosa, cuando vuelva?
momento dado. —Lo registramos en los libros.
—No quiero venderla. —Pero yo sólo me quedo con un
—Podría verse en esa necesidad. Le número. O sea que, de hecho, usted
ocurre a muchísima gente. podría entregarme lo que quisiera,
—Mire —dijo la señora Bixby—, cualquier pingo, ¿verdad?
no estoy en apuros económicos, si es eso —¿Le pongo descripción o no se la
lo que quiere decir. He perdido el bolso, pongo? —preguntó el hombre.
eso es todo. ¿No lo entiende? —No, confío en usted.
—Pues nada, como usted quiera — En ambas partes de la papeleta, y
dijo el hombre—. Es su abrigo. junto a la palabra VALOR, el
Un pensamiento turbador asaltó a la prestamista escribió «cincuenta
señora Bixby en ese instante. dólares», hecho lo cual la partió en dos
—Una cosa —dijo—: no llevando por la línea perforada, empujó sobre el
descripción la papeleta, ¿quién me mostrador la parte inferior, se sacó del
asegura a mí que me darán el abrigo, y bolsillo interior de la chaqueta una
cartera, extrajo cinco billetes de a diez inclinarse para besarle.
dólares y dijo: Cyril Bixby dejó el periódico de la
—El interés es del tres por ciento noche y consultó su reloj de pulsera.
mensual. —Son las seis y doce minutos y
—Sí, muy bien. Y gracias. Me lo medio —dijo—. Llegas un poco tarde,
cuidará, ¿verdad? El hombre asintió con ¿no?
la cabeza, pero nada dijo. —Ya lo sé. Son esos trenes
—¿Quiere que se lo vuelva a espantosos. La tía Maude te envía su
guardar en la caja? cariño, como siempre. Me muero por un
—No —respondió. trago, ¿tú no?
La señora Bixby dio media vuelta y El marido dobló el diario, que,
salió a la calle, donde la esperaba el convertido en un esmerado rectángulo,
taxi. Diez minutos más tarde, estaba en colocó en el brazo del sillón.
casa. Seguidamente se puso en pie y se dirigió
—¿Me has echado de menos, hacia el aparador. Su esposa, plantada
cariño? —le preguntó a su esposo al entretanto en medio de la habitación, le
miraba atenta, mientras se quitaba los grato a los pacientes.
guantes, preguntándose cuánto habría de —Mira lo que he comprado para
esperar. El señor Bixby, de espaldas a medir el vermut —dijo al tiempo que
ella, echaba ginebra en un medidor, la alzaba una probeta—. Con esto puedo
cabeza inclinada sobre el vaso cuyo afinar al miligramo.
interior escudriñaba como si fuese la —Cariño, ¡qué ingenioso!
boca de un paciente. Es preciso que intente hacerle
Era divertido lo pequeño que se le cambiar de forma de vestir, se dijo la
antojaba siempre, después de haber señora Bixby. Esos trajes son de una
estado con el coronel, quien, enorme e ridiculez indecible. En un tiempo,
hirsuto, de cerca exhalaba un tenue olor aquellas levitas suyas, de largas solapas
a rábanos picantes. Su marido, en y con seis botones en la delantera, le
cambio, era de corta estatura, huesudo, habían parecido soberbias; pero ahora
pulcro, y en verdad no olía a nada, le resultaban sencillamente absurdas. Lo
excepto a las pastillas de menta que mismo cabía decir de los pantalones, de
chupaba a fin de que su aliento resultase perneras estranguladas. Para llevar ropa
como aquélla había que tener una cara cabo del asunto: sabía que el plumaje
especial, que Cyril no tenía. La suya era era una baladronada, no significaba
larga, angulosa, de nariz afilada y nada; a ella le hacía pensar en un pavo
mandíbula un punto saliente; puesta real que, ya caduco, se contonea medio
encima de uno de aquellos trajes desplumado en mitad del césped. O en
anticuados y ceñidos, parecía una una de esas flores bobas que se
caricatura de Sam Weller, aunque él autofertilizan, como la diente de león,
debía de pensar que parecía Beau que no necesita ser fertilizada para
Brummel. Lo cierto era que en el implantar su semilla, con lo cual todos
consultorio recibía a sus pacientes sus deslumbradores pétalos amarillos no
femeninos con la bata blanca son sino una pérdida de tiempo, un
desabrochada, de modo que pudieran alarde, un disfraz. ¿Qué nombre le daban
entrever las galas que llevaba debajo, los biólogos? Subsexual. La diente de
ello, a todas luces, en un rebuscado león es subsexual. Como, por lo demás,
intento de dar cierta impresión de las larvas estivales de la pulga de agua.
granuja. Pero la señora Bixby estaba al Todo esto suena un poco a Lewis
Carroll, pensó: pulgas de agua, dientes Me enorgullezco mucho de mis puentes.
de león y dentistas. —Lo sé, cariño; y también que son
—Gracias, cielo —dijo al coger el una auténtica maravilla: los mejores
martini y acomodarse en el sofá, el puentes del mundo. Pero es que no
bolso en el regazo—. Y tú, ¿qué hiciste quiero que te agotes. Y las cuentas ¿por
anoche? qué no las despacha esa mujer, la
—Me quedé en el consultorio Pulteney? ¿No forma eso parte de su
terminando unos puentes. Y también trabajo?
puse las cuentas al día. —Sí, las hace ella. Pero los precios
—En serio, Cyril, creo que ya va tengo que ponérselos yo. Ella no sabe
siendo hora de que delegues en otros el quién es rico y quién no lo es.
trabajo pesado. Tú eres demasiado —Este martini está perfecto —
importante para cuidar de esas cosas. observó la señora Bixby al depositar el
¿Por qué no confías los puentes al vaso en la mesita auxiliar—. Perfecto de
mecánico? veras. —Y, abriendo el bolso, sacó un
—Prefiero hacerlos personalmente. pañuelo, como para sonarse—. ¡Oh,
mira! —dijo al ver la papeleta—. He —Un recibo de un prestamista. Aquí
olvidado enseñarte lo que encontré en el están las señas…, una tienda de la Sexta
asiento del taxi que me trajo. Como Avenida.
lleva un número, y pensando que pudiera —Oh, cielo, qué desencanto. Y yo
ser un billete de lotería o algo así, me lo que creí que a lo mejor era un boleto de
guardé. la lotería.
Y tendió la pequeña cartulina a su —Desencanto ¿por qué? —repuso
marido, quien, cogiéndola entre los Cyril Bixby—. La verdad es que podría
dedos, empezó a examinarla con minucia resultar bastante divertido.
y desde todos los ángulos, como si fuese —¿En qué sentido, cariño?
un diente sospechoso. El señor Bixby se puso a explicarle
—¿Sabes qué es esto? —dijo con detalle el funcionamiento de las
pausado. casas de empeño haciendo hincapié en
—No, cariño, no lo sé. el hecho de que quienquiera que
—Una papeleta de empeño. ostentase una papeleta tenía derecho a
—¿Una qué? reclamar lo empeñado.
Después de aguardar pacientemente —¡Quinientos!
a que concluyera la conferencia, la —¿Es que no lo entiendes? Un
señora Bixby le preguntó: prestamista nunca da más allá de la
—¿Y tú crees que vale la pena décima parte del valor real.
reclamarlo? —¡Válgame Dios! No tenía ni idea.
—Creo que vale la pena averiguar —Hay muchas cosas de las que tú no
de qué se trata. ¿Ves esta anotación, de tienes ni idea, cariño. Escúchame bien.
cincuenta dólares? ¿Sabes qué significa? Visto que no se indica ni el nombre ni
—No, mi vida, ¿qué significa? las señas del propietario…
—Significa que el artículo en —Pero por fuerza tiene que haber
cuestión es, casi con total seguridad, un algo que diga a quién pertenece.
objeto de valor. —Nada en absoluto. Es un
—¿Quieres decir que valdrá los procedimiento normal. Mucha gente no
cincuenta dólares? quiere que se sepa que han acudido a un
—Es más probable que valga prestamista. Les da vergüenza.
quinientos. —Entonces ¿crees que podemos
quedarnos la papeleta? duda, o bien un anillo, o bien un reloj.
—Claro que sí. Ahora es nuestra. —Pero ¿no sería maravilloso si se
—Querrás decir mía —replicó la tratase de un auténtico tesoro? Quiero
señora Bixby con firmeza—. Fui yo decir, una verdadera antigüedad, como
quien la encontró. un portentoso jarrón antiguo, o una
—¿Qué más da eso, chiquilla? Lo estatua romana.
importante es que esto nos faculta para —Imposible saber de qué se trata,
desempeñarlo cuando queramos, por cariño. No nos queda más remedio que
sólo cincuenta dólares. ¿Qué me dices? esperar y enterarnos.
—¡Oh, qué divertido! —exclamó —¡Me parece de todo punto
ella—. Me parece tremendamente fascinante! Dame la papeleta, que el
emocionante, sobre todo no sabiendo de lunes iré corriendo, a primera hora, a
qué se puede tratar. Y podría ser averiguar.
cualquier cosa, ¿verdad, Cyril? ¡Lo más —Será mejor, creo, que lo haga yo.
impensable! —¡Oh, no! —exclamó ella—.
—Desde luego, aunque será, casi sin ¡Déjame a mí!
—No lo veo oportuno. Lo recogeré —Pero, Cyril, la papeleta la
yo, camino del trabajo. encontré yo. Es mía. Lo que avale, sea
—¡Pero la papeleta es mía! Déjame lo que fuere, me pertenece, ¿no es así?
a mí, Cyril, por favor. ¿Por qué acaparar —Claro que te pertenece, cariño. No
tú la diversión? hace falta que te sulfures de esa forma.
—No conoces a esos prestamistas, —Si no me sulfuro. Es, simplemente,
pequeña. Te expones a que te estafen. la agitación.
—No me dejaré estafar, de veras —Supongo que no se te ha ocurrido
que no. Dámela, por favor. que podría tratarse de algo por completo
—Además, hay que disponer de masculino: un reloj de bolsillo, por
cincuenta dólares —agregó sonriente—. ejemplo, o una botonadura. Las casas de
Para que te lo entreguen, hay que darles empeño no las visitan sólo mujeres,
cincuenta dólares en metálico. ¿sabes?
—Creo que los tengo. —En tal caso, será mi regalo de
—Si no te importa, preferiría que Navidad —dijo la señora Bixby
esto no lo trataras tú. magnánima—. Me encantará. Pero, si
resulta un artículo femenino, lo quiero él—. Si me parece que no vale los
para mí. ¿Estamos de acuerdo? cincuenta dólares, no lo retiro.
—Me parece muy justo. ¿Por qué no —Pero tú me dijiste que valdría
me acompañas cuando pase a recogerlo? quinientos.
La señora Bixby estuvo a punto de —Y estoy seguro de ello. No te
avenirse a eso, pero se contuvo a preocupes.
tiempo. No tenía el menor deseo de que —¡Oh, Cyril, me muero de
el prestamista la saludase delante de su impaciencia! ¿No es apasionante?
marido como a una antigua parroquiana. —Es divertido —repuso él
—No —respondió pausada—, no conforme deslizaba la papeleta en el
creo que lo haga. Es que, verás, la cosa bolsillo de su chaleco—, de eso no hay
resulta aún más emocionante si me duda.
quedo a esperar. Oh, confío que no será Llegó por fin la mañana del lunes y,
algo que no nos interese a ninguno de los concluido el desayuno, la señora Bixby
dos. acompañó a su marido a la puerta y le
—Que también es posible —replicó ayudó a ponerse el abrigo.
—No trabajes demasiado, cielo —le —Más o menos.
dijo. —Cariño —dijo ella según se le
—No, descuida. acercaba para enderezarle la corbata,
—¿De vuelta a las seis? que estaba perfectamente derecha—, si
—Eso espero. por casualidad fuese algo bonito, algo
—¿Tendrás tiempo de ir donde ese que en tu opinión pudiera gustarme, ¿me
prestamista? —indagó ella. telefonearás así que llegues al
—Dios mío, lo había olvidado por consultorio?
completo. Tomaré un taxi e iré ahora. —Si insistes…
Me coge de camino. —¿Sabes?, no dejo de confiar en
—No habrás perdido la papeleta, que sea algo para ti, Cyril. Lo preferiría,
¿verdad? con mucho, a que la afortunada fuera yo.
—Espero que no —dijo el esposo al —Eres muy generosa, cariño. Y
tiempo que se palpaba el bolsillo del ahora debo apresurarme.
chaleco—. No: aquí está. Cosa de una hora más tarde, cuando
—¿Y llevas dinero suficiente? sonó el teléfono, la señora Bixby cruzó
con tal precipitación la sala, que antes demonios pudieron empeñar eso por
de concluir el primer timbrazo ya había cincuenta dólares. Alguien que está mal
descolgado el auricular. de la cabeza.
—¡Lo tengo! —exclamó su marido. —¡Cyril, basta, me tienes sobre
—¡De veras! Oh, Cyril, ¿qué es? ascuas! ¡No lo soporto!
¿Algo bueno? —Cuando lo veas, enloquecerás.
—¿Bueno? —gritó él—. ¡Es —¿Qué es?
fantástico! ¡Espera a vértelo delante! ¡Te —Intenta adivinarlo.
vas a desmayar! La señora Bixby hizo una pausa.
—Cariño, ¿de qué se trata? ¡Dímelo Cuidado, dijo para sí. Mucho cuidado
ya! ahora.
—Desde luego, eres una chica con —Un collar —tanteó.
suerte. —Frío.
—¿O sea que es para mí? —Un anillo de brillantes.
—Por supuesto que lo es. Aunque ni —Ni siquiera templado. Te daré una
que me aspen comprenderé cómo pista. Es algo que te puedes poner.
—¿Algo que me puedo poner? ¿Algo Echarás a rodar todo mi programa de la
como un sombrero, quieres decir? mañana. Ya llevo media hora de retraso.
—No, no es un sombrero — —Entonces pasaré a la hora del
respondió él riendo. almuerzo. ¿De acuerdo?
—¡Por amor del cielo, Cyril! ¿Por —No voy a almorzar. Oh, está bien:
qué no me lo dices? pásate a la una y media, mientras tomo
—Porque quiero que sea una un emparedado. Adiós.
sorpresa. Te lo llevaré esta noche, A la una y media en punto, la señora
cuando regrese. Bixby llegaba al lugar de trabajo del
—¡Ni hablar de eso! —gritó ella—. señor Bixby y llamaba al timbre. Le
¡Ahora mismo salgo hacia ahí a abrió su propio esposo, vestido con su
buscarlo! blanca bata de dentista.
—Preferiría que no lo hicieras. —¡Oh, Cyril, estoy tan excitada!
—No seas tan tonto, tesoro. ¿Por qué —Y no es para menos. ¿Sabes que
no puedo ir? eres una chica con suerte? Y la condujo
—Porque estoy demasiado ocupado. pasillo adelante hacia el gabinete.
—Vaya usted a almorzar, señorita cosas allí colgadas.
Pulteney —dijo a su ayudante, ocupada —¡Listo! ¡Ya puedes mirar!
en colocar instrumental en el —No me atrevo —dijo ella riendo.
esterilizador—. Puede terminar eso —Vamos. Un atisbo.
cuando regrese. —Y, tras esperar a que Remisa, comenzando a reír entre
la joven se hubiera retirado, cruzó hacia dientes, alzó un párpado, pero sólo una
el armario donde solía guardar la ropa, fracción de centímetro, justo lo
se detuvo frente a él, lo señaló con un suficiente para captar la borrosa imagen
dedo y dijo—: Está ahí. Y ahora… del hombre de la bata blanca que, en pie
cierra los ojos. en el mismo lugar, sostenía algo en alto.
La señora Bixby obedeció. Hizo una —¡Visón! —exclamó su marido—.
profunda inspiración, la contuvo y en el ¡Auténtico visón!
silencio que siguió a eso oyó el ruido de Al conjuro de la mágica palabra,
la puerta que su marido abría y, .luego, abrió de golpe los ojos, al tiempo que se
el suave susurro que produjo al extraer abalanzaba en aquella dirección, para
una prenda que rozó con las demás estrechar el abrigo entre los brazos.
Pero no había abrigo ninguno. verdad.
Había, sólo, un pequeño ridículo cuello —¿A qué te ha dejado sin
de piel colgado, balanceándose, en la respiración por un momento?
mano de su marido. —Sí, así es.
—¡Regálate la mirada! —añadió él —Magnífica calidad —comentó él
agitándole aquello delante de la cara. —. Y muy bonito color. ¿Sabes qué
La señora Bixby se llevó una mano a pienso, cariño? Que, si la hubieras de
la boca y comenzó a retroceder. Voy a comprar en una tienda, una pieza como
ponerme a gritar, dijo para sí. Sé que ésta te costaría doscientos o trescientos
voy a ponerme a gritar. dólares, como mínimo.
—¿Qué te ocurre, cariño? ¿Acaso no —No lo dudo.
te gusta? Dejó de agitar la piel y se Lo que tenía delante eran las pieles,
quedó mirando de hito en hito a su sarnosas se hubiera dicho, de dos
esposa, a la espera de que dijese algo. visones con cabeza y todo, con cuentas
—Pues claro… —balbuceó ella—. de vidrio en el lugar de los ojos, y
Creo… me parece… preciosa de garras pequeñitas y colgantes. Uno tenía
en la boca el trasero del otro, que se lo ninguna otra cosa para Navidad. Ya
mordía. supondrás que cincuenta dólares es más
—Anda —continuó él—, pruébatelo. de lo que tenía pensado gastar.
—Y, adelantándose, le puso aquello Dándole la espalda se dirigió a la
formando ropaje alrededor del cuello y pila y se puso a lavarse las manos.
retrocedió un paso, para admirar el —Y ahora, andando, cariño, a hacer
efecto—. Es perfecto. Te sienta de un buen almuerzo. Me hubiera gustado
maravilla. No todas las mujeres tienen acompañarte, pero tengo en la salita al
pieles de visón, cariño. viejo Gorman esperando, se le ha roto
—Desde luego. un gancho de la dentadura.
—Mejor que no te lo pongas para ir La señora Bixby se encaminó hacia
a comprar, o van a pensar que somos la puerta.
millonarios y empezarán a cobrarnos el Mataré a ese prestamista, decía para
doble en todo. sus adentros. Saliendo de aquí me voy
—Intentaré tenerlo presente, Cyril. derecho a la tienda, le echaré esta
—Lo siento, pero no cuentes con porquería de cuello en mitad de la cara
y, como se niegue a devolverme el —Un día soberbio, ¿verdad? —
abrigo, le mato. comentó con una sonrisa deslumbradora
—¿Te he dicho que regresaría tarde la joven al darle alcance.
esta noche? —le preguntó Cyril Bixby, Caminaba con cadencia, envuelta en
que seguía lavándose las manos. un suave hálito de perfume, y parecía, ni
—No. más ni menos, una reina. Una reina
—Según pintan las cosas en este vestida con el precioso abrigo de visón
momento, no será antes de las ocho y negro que el coronel había regalado a la
media. O incluso las nueve. señora Bixby.
—Sí, está bien. Adiós.
La señora Bixby salió dando un
portazo.
En ese preciso momento, la señorita
Pulteney, la secretaria-ayudante, pasó
como flotando a su lado, corredor
adelante, apresurada por el almuerzo.
el marido.
15. JALEA REAL Ella extrajo el biberón de la
cacerola de agua caliente y,
—ME tiene deshecha de angustia, sacudiéndolo, se echó unas gotas en el
Albert, de veras —dijo la señora Taylor envés de la muñeca, para comprobar la
con la mirada puesta en la criatura temperatura.
totalmente inmóvil a la que acunaba con —Vamos, vamos, mi niña —susurró
el brazo izquierdo—. Sé que algo va —, despierta y toma un poquito más.
mal, lo sé. Una pequeña lámpara puesta encima
La tez de la niñita tenía algo de de la mesa cercana irradiaba un tenue
translúcido, de nacarado, y la piel se resplandor amarillo alrededor de la
veía muy tersa sobre los huesos. madre.
—Pruébalo otra vez —dijo Albert —Por favor —exhortó ésta—, sólo
Taylor. un poquitín más.
—No servirá de nada. El señor Taylor la miraba por
—Tienes que insistir, Mabel —dijo encima de la revista que estaba leyendo.
Estaba medio muerta de agotamiento, Albert, te lo digo yo. Me tiene deshecha
advirtió, y su pálido rostro ovalado, de de angustia.
ordinario tan grave y sereno, había —Lo sé —repuso el marido.
adquirido una expresión como tensa y —Si por lo menos descubriesen qué
desolada. Pero, aun así, la postura de la es lo que ocurre.
cabeza, inclinada para observar a la —No ocurre nada, Mabel. Es simple
niña, resultaba de una curiosa belleza. cuestión de tiempo.
—¿Lo ves? —musitó—. Es inútil. —Claro que ocurre algo.
No lo quiere. —El doctor Robinson sostiene que
Alzó la botella hacia la luz y con el no.
ceño fruncido estudió la escala de —Mira —replicó ella al tiempo que
medidas. se levantaba—, no irás a decirme que es
—Otra vez treinta gramos. No ha normal que una niña de seis semanas
tomado más. Ca, ni siquiera eso. Han pese el disparate de un kilo menos que
sido sólo veinte gramos. Esto no basta cuando nació. ¡No tienes más que
para sacar adelante a una criatura, mirarle las piernas! ¡No son sino piel y
hueso! Y, vuelta la espalda al señor Taylor,
La diminuta criatura seguía postrada salió presurosa de la habitación, camino
e inmóvil en el brazo de la madre. de la escalera, llevándose a la niña.
—El doctor Robinson te pidió que Albert Taylor permaneció donde
dejaras de preocuparte, Mabel. Y lo estaba y la dejó marchar.
mismo dijo aquel otro médico. Un instante más tarde la oía caminar
—¡Ja! —exclamó ella—. ¿No es de un lado para otro en la alcoba, justo
maravilloso? ¡Que dejé de encima de su cabeza, con pasos
preocuparme! nerviosos y rápidos que hacían resonar
—Por favor, Mabel… el linóleo del suelo. Pronto se
—¿Y qué quieres que haga? ¿Que me detendrían las pisadas y entonces él
lo tome como si fuera una especie de habría de levantarse y subir, y cuando
chiste? entrase en el cuarto la encontraría
—Él no dijo eso. sentada, como de costumbre, junto a la
—¡Detesto a los médicos! ¡A todos cuna con la mirada fija en la niña,
ellos! —estalló la mujer. llorando en silencio y sin consentir en
moverse. algo le ocurriese, creo que me costaría
—Se muere de inanición, Albert — la vida.
le diría. Hacía seis días de aquello, y en ese
—Pues claro que no. intervalo la pequeña había perdido casi
—Se va a morir de inanición. Lo sé. un cuarto de kilo más.
Y sé algo más. Pero atribularse no beneficiaría a
—¿Qué? nadie, se dijo Albert Taylor. En cosas de
—Creo que tú piensas lo mismo, aquella naturaleza no quedaba más
sólo que no quieres reconocerlo, ¿no es solución que confiar en el médico. Y,
así? Todas las noches la misma escena. recuperando la revista que tenía todavía
La semana anterior habían vuelto en el regazo, se puso a examinar
con la niña al hospital, donde el médico, distraídamente el índice de materias,
después de un esmerado examen, dijo para ver qué ofrecía aquella semana.
que no le ocurría nada.
—Nos ha costado nueve años tener Entre las abejas en mayo
esta hija, doctor —declaró Mabel—. Si Cocina a base de miel
El apicultor y la farmacopea luego corría a casa para enseñárselas a
apícola su madre, y a veces se las ponía él en la
Experimentos en el control de cara y dejaba que le corriesen por las
nosema mejillas y el cuello sin que, cosa
Esta semana en el apiario sorprendente, le picaran jamás. Al
Lo último sobre la jalea real contrario: las abejas parecían
Los poderes curativos del propóleos encantadas de estar con él; nunca
Regurgitaciones intentaban volar y escaparse, y para
Cena anual de los apicultores librarse de ellas tenía que apartarlas con
británicos suaves movimientos de los dedos; y aun
Noticias de la Asociación así a menudo volvían para posársele
otra vez en un brazo, en la mano o en una
Albert Taylor se había sentido rodilla, o en cualquier parte donde
fascinado toda su vida por cuanto se tuviera desnuda la piel.
refiriese a las abejas. De chico solía Su padre, albañil de profesión,
atraparlas con las mismas manos, y afirmaba que debía de haber en el niño
un hedor como de brujo, algo malsano su padre, y acometía ya —aparte de la
que le escapaba por los poros, y que eso normal recolección de la miel— el
de hipnotizar insectos no podía traer delicado y complejo menester de criar
nada bueno. Su madre, en cambio, sus propias reinas, implantar las larvas
sostenía que era un don del Señor, e en celdillas artificiales y todo lo demás.
incluso llegó a compararle con san Jamás tenía que recurrir al humo
Francisco y sus pájaros. para manipular en el interior de las
Al crecer, su fascinación por las colmenas, ni había de ponerse guantes o
abejas tornóse obsesión, y antes de protegerse con red la cabeza. Existía, a
cumplir los doce años había construido todas luces, una extraña simpatía entre
su primera colmena. Al año siguiente el muchacho y las abejas, y abajo, en el
tuvo lugar la captura de su primer pueblo, empezaban a hablar de él en
enjambre y dos años después, al cumplir tiendas y tabernas con cierto respeto, y
los catorce, contaba con nada menos que su casa comenzó a ser visitada por gente
cinco abejares dispuestos en pulcra fila deseosa de comprarle su miel.
junto a la valla del pequeño traspatio de A la edad de dieciocho años había
arrendado un acre de pastos bravíos que sonreído a Albert hasta que apareció
flanqueaban un cerezal sito en el valle, a aquella extraña niñita que con su
cosa de kilómetro y medio del pueblo, y negativa de nutrirse como era debido, y
allí puso en marcha una explotación por con sus diarias pérdidas de peso, les
cuenta propia. Ahora, once años más tenía consumidos de inquietud.
tarde, continuaba en el mismo paraje, Apartando los ojos de la revista se
pero en lugar de un acre de tierra tenía puso a pensar en la pequeña: aquella
seis y, además de eso, doscientas noche, por ejemplo, en que a la hora de
cuarenta prósperas colmenas y una su comida había abierto los ojos
casita que se había construido mostrándole algo que le aterró: una
esencialmente con sus propias manos. especie de mirada brumosa y vacua,
Habíase casado al cumplir los veinte, y cual si los ojos, lejos de estar unidos al
ese paso, prescindiendo de que les cerebro, reposaran sueltos en sus
hubiera costado más de nueve años tener cuencas, como un par de pequeñas
descendencia, también había sido un canicas grises.
éxito. Todo, en verdad, le había ¿De veras sabían aquellos médicos
lo que se decían? acometió el siguiente: «Lo último sobre
Se acercó un cenicero y, con ayuda la jalea real.» Dudaba mucho que trajese
de una cerilla, despacioso, se puso a algo que no conociera ya.
limpiar de ceniza la cazoleta de la pipa.
Quedaba, desde luego, la ¿En qué consiste esa
posibilidad de llevarla a otro hospital, a portentosa substancia llamada
uno de los de Oxford, tal vez. Podía jalea real?
proponérselo a Mabel, cuando subiera.
Todavía le resultaba audible su ir y Alcanzó el bote de tabaco que tenía
venir por la habitación, si bien debía de a su lado, encima de la mesa, y sin
haberse puesto zapatillas, pues el ruido abandonar la lectura comenzó a llenar la
de las pisadas era ahora muy débil. pipa.
Centró de nuevo su atención en la
revista y continuó la lectura. Concluido
La jalea real es una
el artículo de los «Experimentos en el
secreción glandular que
control del nosema», volvió la página y
producen las abejas nodrizas
para alimentar a las larvas en Todas las larvas de las
cuanto éstas han salido del abejas son nutridas a base de
huevo. Las glándulas faríngeas jalea real en forma concentrada
de las abejas generan esa durante los tres días posteriores
substancia en forma muy a su salida del huevo, sí bien,
similar a como las glándulas rebasada esa fase, las
mamarias proveen leche en los destinadas a zánganos u
vertebrados. Es un fenómeno de obreras reciben el precioso
gran interés biológico, pues no alimento muy diluido en miel y
se sabe de ningún otro insecto polen. En cambio, las llamadas
dotado de semejante función. a convertirse en reinas son
nutridas a lo largo de todo su
Cosas, todas ellas, consabidas; pero, período larval a base de una
a falta de mejor ocupación, continuó dieta concentrada de jalea real
leyendo. pura. De ahí el nombre de la
substancia.
Arriba, en la alcoba, el rumor de ahora nunca se le había ocurrido
pasos se había interrumpido por considerar el crecimiento larval en
completo. La casa estaba en silencio. términos de peso.
Encendió un fósforo y lo aplicó a la
pipa. Es tanto como decir que un
recién nacido de tres kilos y
La jalea real ha de ser una medio llegase a pesar cinco
substancia de formidable poder toneladas en ese lapso.
nutritivo, pues sin más
alimentación que ésa la larva Albert Taylor se detuvo y releyó la
de la abeja aumenta en mil frase.
quinientas veces su peso al
cabo de cinco días. Es tanto como decir que un
recién nacido de tres kilos y
Probablemente fuese cierto eso, si medio…
bien, por alguna razón imprecisa, hasta
—¡Mabel! —exclamó al tiempo que proyectaba sobre la cama un tenue
se ponía en pie de un salto—. ¡Mabel! resplandor que le permitió entrever a su
¡Baja! esposa, la cual, tendida boca abajo, con
Salió al zaguán y, deteniéndose al el rostro hundido en la almohada y los
pie de la escalera, repitió la llamada. brazos cruzados sobre la cabeza, estaba
No obtuvo respuesta. llorando una vez más.
Subió corriendo la escalera y —Mabel —dijo en tanto se acercaba
encendió la luz del pasillo. La puerta del y le tocaba el hombro—, baja un
dormitorio estaba cerrada. Cruzó el instante, por favor. Puede ser
pasillo, la abrió y se quedó en el vano importante.
escudriñando la oscuridad del cuarto. —Vete —respondió ella—. Déjame
—Mabel, baja un momento, en paz.
¿quieres? —repitió—. Se me acaba de —¿No quieres que te cuente lo que
ocurrir una pequeña idea. Es sobre la se me ha ocurrido?
niña. —Oh, Albert, estoy cansada de
La luz procedente del corredor verdad —sollozó—. Tanto, que ya ni sé
lo que hago. Creo que no puedo más. —Los dos corren de mi cuenta. Tú te
Creo que no puedo aguantarlo. vas a dormir. Ella no respondió.
Siguió una pausa. Albert Taylor se —Te acuestas como es debido,
apartó de su esposa y se acercó a paso Mabel, y te dedicas a dormir, ¿me has
lento a la cuna, donde reposaba la niña, entendido? Y deja ya de preocuparte. Yo
y orientó hacia ella la mirada. La me quedo a cargo de todo durante las
oscuridad no le permitía ver el rostro de próximas doce horas. Si continúas así,
la pequeña; pero, como se inclinara vas a sufrir una crisis nerviosa.
mucho sobre ella, alcanzó a percibir el —Sí —dijo ella—, ya lo sé.
ruido de su respiración, muy débil y —Ahora mismo me traslado a la otra
rápida. habitación con la mocosa y el
—¿A qué hora le vuelve a tocar despertador, y tú te tumbas en la cama,
biberón? dejas los músculos en reposo y te
—A las dos, supongo. olvidas por completo de nosotros, ¿de
—¿Y el próximo? acuerdo?
—A las seis de la mañana. A todo eso empujaba ya la cuna
fuera del cuarto. todo en orden? ¿Cómo ha ido?
—Oh, Albert —sollozó ella. Él estaba sentado apaciblemente en
—No te preocupes de nada. Déjalo su sillón, la pipa entre los labios,
en mis manos. leyendo el periódico de la mañana. La
—Albert… niña dormía en una especie de cuco
—¿Sí? puesto en el suelo, a sus pies.
—Te quiero, Albert. —Hola, cariño —la saludó él
—Y yo a ti, Mabel. Y ahora, a sonriente. La señora Taylor corrió hacia
dormir. Albert Taylor no volvió a ver a el canastillo y se quedó mirando.
su esposa hasta la mañana siguiente, —¿Ha querido el biberón, Albert?
cerca de las once. ¿Cuántas veces se lo has dado? Le
—¡Cielo santo! —gritó ella en tanto tocaba otro a las diez, ¿lo sabías?
se lanzaba escaleras abajo, todavía en Albert Taylor dobló el diario en
bata y zapatillas—. ¡Albert! Pero ¿te has cuidadoso rectángulo y lo dejó sobre la
dado cuenta de lo tarde que es? ¡He mesita auxiliar.
dormido doce horas por lo menos! ¿Está —Se lo di a las dos de la madrugada
—dijo—, y no tomó más que quince gordita la cara?
gramos. Luego, a las seis, fue un poco —Parecerá una tontería —repuso
mejor: sesenta gramos… ella—, pero yo así lo creo. ¡Oh, Albert,
—¡Sesenta gramos! ¡Oh, Albert, es eres una maravilla! ¿Cómo lo has
fantástico! conseguido?
—Y el último lo hemos despachado —Está saliendo del bache —
hace diez minutos. Ahí lo tienes, en la contestó él—; eso es todo. Tal como
repisa de la chimenea. Se ha tomado pronosticó el médico, está saliendo del
noventa gramos; sólo ha dejado treinta. bache.
¿Qué me dices? —Dios quiera que tengas razón,
Sonreía orgulloso, entusiasmado con Albert.
su hazaña. —Claro que la tengo. En adelante
Su esposa se arrodilló al momento, vas a ver cómo progresa. Su esposa
para observar a la niña. miraba enternecida a la niña.
—¿Verdad que tiene mejor aspecto? —Tú también tienes mejor aspecto,
—dijo afanoso—. ¿No se le ve más Mabel.
—Me siento de maravilla. Lamento de anoche no se repetirá.
lo de anoche. Se produjo una pausa. Albert Taylor
—Sigamos así de ahora en adelante: se quitó la pipa de entre los labios y
yo me cuido de los biberones nocturnos, examinó el contenido de la cazoleta.
y por el día se los das tú. —Conforme —dijo—. En tal caso,
Apartó ella los ojos de la cuna y le te descargaré del trabajo pesado: la
miró con ceño. esterilización, la mezcla de los
—No —dijo—. Oh, no, no puedo biberones y todos los preparativos. Está
permitirlo. claro que será una ayuda para ti.
—No quiero que acabes con una Ella le observó con atención,
crisis, Mabel. preguntándose qué le habría dado de
—No hay peligro, ahora ya he pronto.
descansado un poco. —Sabes, Mabel, lo he estado
—Es preferible que lo compartamos. pensando y…
—No, Albert, esa tarea me —Sí, cielo…
corresponde a mí y quiero cumplirla. Lo —He estado pensando que hasta
anoche no te he ayudado lo que se dice —Pues ya lo tienes preparado —
nada con la pequeña. repuso él—. Todo preparado y listo para
—No es verdad. que, cuando llegue la hora, no tengas
—Sí que lo es. De manera que he más que cogerlo del estante, en la
decidido cargar en adelante con mi parte despensa, y calentárselo. ¿No representa
del trabajo. Los biberones los preparo y eso un alivio?
esterilizo yo, ¿de acuerdo? La señora Taylor se puso en pie,
—Es muy amable por tu parte, acercóse a su marido y le besó en la
cariño, pero verdaderamente no creo mejilla.
que sea necesario… —Qué bueno eres —le dijo—.
—¡Vamos, mujer! —exclamó él—. Cuanto más te conozco, más te quiero.
¿Es que quieres cambiar la suerte? Los Más adelante, mediada la tarde,
tres últimos los he dispuesto yo y… ya encontrándose Albert en el exterior,
ves el resultado. ¿A qué hora le toca el trabajando al sol entre las colmenas, la
próximo? A las dos, ¿no? oyó vocear desde la casa:
—Eso es. —¡Albert! ¡Albert, ven!
Y la vio correr a su encuentro por Su marido le dio unas palmaditas en la
entre los ranúnculos. Con lo cual espalda, rio y dijo que era una madre
emprendió carrera hacia ella maravillosa.
preguntándose qué habría sucedido. —Cuando le toque el próximo,
—¡Oh, Albert! ¡Adivina lo que ha ¿querrás entrar a verla, por si lo repite?
pasado! Como él le asegurara que no se lo
—¿Qué? perdería por nada del mundo, ella le
—Acabo de darle el biberón de las abrazó de nuevo, dio media vuelta y
dos y… ¡se lo ha tomado todo! echó a correr hacia la casa saltando
—¡No! sobre la hierba y cantando mientras
—¡Hasta la última gota! ¡Oh, Albert, regresaba.
estoy tan contenta! ¡La niña va a Como es natural, flotaba en el aire
recuperarse! Como dijiste, está saliendo cierta expectación según se acercaba la
del bache. hora del biberón de las seis: a las cinco
Llegada frente a él, le echó los y media los padres se hallaban ya
brazos al cuello y le estrechó contra sí. sentados en la salita, a la espera del
momento. La botella con el preparado vorazmente, con rápidas y enérgicas
lácteo estaba en una cacerola de agua chupadas.
caliente, en la repisa de la chimenea. La —Oh, Albert, ¿no es maravilloso?
pequeña dormía en su canastilla, puesta —exclamó riendo la madre.
en el sofá. —Es formidable, Mabel.
A las seis menos veinte se despertó En cosa de siete u ocho minutos la
y se puso a chillar a grito pelado. niña había despachado todo el contenido
—¡Ahí lo tienes! —exclamó la de la botella.
señora Taylor—. Reclama el biberón. —Picarona —le dijo la señora
Rápido, Albert, ve a por ella y Taylor—. Otra vez los ciento veinte
pásamela. Dame antes la botella. gramos.
Se la entregó y a continuación le Albert Taylor, que observaba a la
acomodó a la niña en el regazo. Como niña desde su sillón, con el cuerpo
ella le rozara cautelosa los labios con la inclinado y la mirada fija en la carita,
punta de la tetilla, la pequeña la atrapó dijo:
entre las encías y se puso a succionar —¿Sabes qué? Hasta parece que ya
ha ganado un poco de peso. ¿Qué Sí, por favor.
piensas tú? Albert se dirigió al piso alto y
La madre miró a la criatura. trasladó la cuna. Su esposa le siguió con
—¿No la encuentras mayor y más la niña y, después de haberle cambiado
gordita que ayer, Mabel? el pañal, la tendió amorosamente en su
—Puede ser, Albert. No estoy camita y la arropó con sábana y manta.
segura. Aunque la verdad es que en tan —¿Verdad que está preciosa,
poco tiempo no puede haberse Albert? —musitó—. ¿No es la niña más
producido ningún cambio verdadero. Lo linda que hayas visto en tu vida?
importante es que se alimenta con —Déjala tranquila ahora, Mabel —
normalidad. dijo él—, y baja a preparar un poco de
—Ya ha salido del bache —dijo él cena, que los dos nos la hemos ganado.
—. No creo que tengas que preocuparte Concluida la comida, se instalaron
más. —Como que no lo haré. cada uno en un sillón, en la salita, él con
—¿Quieres que suba y que vuelva a su revista y su pipa, la señora Taylor
poner la cuna en la alcoba, Mabel? — con su trabajo de punto. El cuadro, sin
embargo, era bien distinto del de la —¿Sí, cariño?
víspera. De repente, todas las tensiones —Anoche, cuando subiste a toda
se habían disipado. El bello rostro prisa al dormitorio, ¿qué querías
ovalado de la señora Taylor irradiaba decirme? Hablaste de una idea en
contento: sonrosadas las mejillas, los relación con la niña.
ojos fulgentes de brillo; su boca tenía Albert Taylor, con la revista
una sonrisita soñadora, de pura dicha. apoyada en el regazo, le dirigió una
Una vez y otra apartaba de la labor la mirada larga y artera.
mirada y contemplaba con afecto a su —¿Eso dije?
marido. Y a ratos, interrumpiendo un —Sí —respondió ella, a la espera
instante el entrechocar de las agujas, se de que continuase; pero él no lo hizo—.
quedaba quieta, dirigía la vista hacia el ¿Dónde está el chiste? —preguntó—.
techo y aguzaba el oído, al acecho de un ¿Por qué esa sonrisa?
llanto, de una queja en el piso alto. Pero —Es que verdaderamente es un
todo estaba en silencio. chiste.
—Albert —dijo pasado un rato. —Cuenta, mi vida.
—No estoy seguro de que deba otro…
hacerlo. Podrías tacharme de mentiroso. —Sí, Albert, sí.
Pocas veces le había visto ella tan —Estupendo —añadió, la sonrisa
satisfecho de sí; y, para animarle a todavía más amplia—. Pues, ¿sabes?, ha
hablar, sonrió a su vez. sido cosa mía.
—Pero la verdad, Mabel, es que me —¿El qué?
gustaría ver la cara que pones, cuando te —Que yo he curado a la niña.
enteres. —Sí, cariño, estoy segura de ello —
—Albert, ¿qué pasa aquí? Contrario repuso la señora Taylor mientras
a que le apremiaran, hizo una pausa. reemprendía su labor.
—Tú consideras que la niña va —No me crees, ¿verdad?
mejor, ¿verdad? —dijo por fin. —Naturalmente que sí, Albert. Y te
—Claro que sí. concedo todo el mérito, lo que se dice
—Y convendrás conmigo en que, de todo. —Bien, ¿pues cómo lo logré?
la noche a la mañana, se siente de —Bueno… —la señora Taylor hizo
maravilla y su aspecto es enteramente una breve pausa, para reflexionar—,
supongo que se trata, simplemente, de La señora Taylor interrumpió su
que eres muy hábil preparando labor y dirigió a su esposo una mirada
biberones. Desde que lo haces tú, la penetrante.
niña no ha dejado de mejorar. —Albert, no me irás a decir que has
—¿Quieres decir que eso tiene una estado poniéndole cosas en la leche a la
especie de arte? niña…
—Salta a la vista —repuso ella Él continuaba con su sonrisa.
según continuaba con el punto y, —Bueno, ¿lo has hecho o no lo has
sonriendo para sí, pensaba en lo hecho?
cómicos que son los hombres. —Es posible.
—Te revelaré un secreto: has —No te creo.
acertado de pleno. Aunque, no vayas a Exhibía una extraña, feroz manera de
creer, lo importante no es tanto la forma sonreír, que le dejaba al descubierto los
de preparar los biberones, como lo que dientes.
se pone en ellos. Lo ves claro, ¿no, —Albert, basta ya de jugar conmigo.
Mabel? —Sí, cariño, lo que tú digas.
—No es cierto que le hayas puesto sobre la mesa cercana y se retrepó en el
nada en la leche, ¿verdad? Contéstame sillón.
de una vez, Albert. Podría ser grave, —Dime —indagó—, ¿por
tratándose de un bebé tan pequeño. casualidad me has oído hablar alguna
—La respuesta es sí, Mabel. vez de una cosa llamada jalea real?
—¡Albert! ¿Cómo te has atrevido, —No.
Albert…? —Es milagrosa, auténticamente
—Vamos, no te exaltes. Te lo contaré milagrosa —continuó él—. Y anoche, de
todo, si eso es lo que quieres, pero, por pronto, se me ocurrió que si le ponía a
amor de Dios, no pierdas la calma. la niña en la leche una pequeña
—¡A que ha sido cerveza! — cantidad…
exclamó ella—. ¡Estoy segura de que le —¡Has tenido la audacia…!
has puesto cerveza! —Pero, Mabel, si ni siquiera sabes
—Por favor, Mabel, no seas loca. todavía de qué se trata…
—¿Pues qué le has echado, si no? —Ni me interesa —replicó ella—.
Albert dejó con cuidado la pipa No puedes andar poniéndole a una niña
tan pequeñita sustancias extrañas en la pequeña ha tomado como cincuenta
leche. Tú tienes que estar loco… veces toda la jalea real que persona
—Es del todo inofensivo, Mabel, o, alguna haya ingerido jamás. ¿Qué me
de lo contrario, me hubiera guardado de dices de eso?
hacerlo. Es algo que procede de las —Albert, deja ya de tomarme el
abejas. pelo.
—Debí imaginarlo. —Te lo juro —insistió él orgulloso.
—Y es tan caro que no hay Ella se quedó mirándole de hito en
prácticamente nadie que pueda hito, el ceño fruncido con la boca
permitirse su consumo, como no sea entreabierta.
alguna gotita de vez en cuando. —Pero ¿tú sabes lo que cuesta eso,
—¿Y cuánto le has dado a nuestra si uno quisiera comprarlo, Mabel? En
hija, si puede saberse? este mismo momento, un establecimiento
—Ah, ahí está el quid. Todo el americano la ofrece publicitariamente a
asunto estriba en eso. Calculo que, sólo razón de quinientos dólares, más o
en sus últimos cuatro biberones, nuestra menos, el tarro de medio kilo.
¡Quinientos dólares! ¿Te das cuenta? ¡Ni —Aquí lo tienes —proclamó el
el oro resulta tan caro! señor Taylor—. Justo lo que te he dicho:
Ella no sabía ni remotamente de qué «Vendemos jalea real. Al por mayor,
le estaba hablando. 480 $ el tarro de cuatrocientos cincuenta
—¡Te lo demostraré! —exclamó su gramos.»
marido. Y, para que pudiera comprobarlo, le
Y, poniéndose en pie de un salto, tendió la revista.
alcanzó la amplia librería donde —¿Me crees ahora? El anuncio es
guardaba todas sus publicaciones sobre de una tienda de Nueva York, Mabel.
las abejas. En su estante más alto, en Aquí lo dice.
pulcro rimero, se amontonaban, junto a —Lo que no dice es que pueda uno
los del British Bee Journal, Beecraft y mezclar eso en los biberones de una
otras revistas, los números atrasados del criatura casi recién nacida. No sé qué te
American Bee Journal. Tomó el último ha dado a ti, Albert, de veras que no lo
y lo abrió por su última página, que traía sé.
pequeños anuncios por palabras. —Pero la está curando, ¿no es así?
—Ahora ya no estoy tan segura de precios exorbitantes, so pretexto de que
ello. elimina las arrugas.
—No seas tan rematadamente tonta, —¿Y lo hace?
Mabel. Te consta que así es. —Entonces —¿Cómo demonios quieres que yo
¿cómo es que la gente no se la da a sus lo sepa, Mabel? En cualquier caso —
hijos? prosiguió en tanto regresaba a su butaca
—No hago más que repetírtelo: es —, el asunto no es ése. El asunto está en
demasiado cara. Prácticamente nadie en que le ha hecho tanto bien a nuestra
el mundo, como no sean unos cuantos pequeña, y eso sólo en unas horas, que,
multimillonarios, puede darse el lujo de en mi opinión, deberíamos continuar las
comprar jalea real así, para comer. La dosis. Y no me interrumpas, Mabel.
compran las grandes firman que fabrican Déjame acabar. Tengo ahí fuera
cremas faciales y esas cosas para las alrededor de doscientas cuarenta
mujeres; pero es pura filfa: ponen una colmenas. Si destinase, pongamos, un
minúscula pulgarada en un gran tarro de centenar de ellas a la producción de
crema facial y la venden como el pan, a jalea real, creo que podríamos
proporcionarle a la niña tanto como saber en qué parará todo…
pida. —A mis colmenas no les pasa nada,
—Albert, por Dios —le interpeló Mabel.
ella, los ojos muy abiertos, la mirada —Sabes de sobra que la recolección
fija en él—, ¿acaso te has vuelto loco? del año pasado sólo alcanzó la mitad de
—¿Quieres dejarme terminar, por lo normal.
favor? —Hazme un favor, ¿quieres? —
—Te lo prohibo terminantemente — repuso él—. Déjame explicarte algunas
replicó ella—: a mi hija no le das tú ni de las maravillosas propiedades de esa
una gota más de esa espantosa jalea, ¿lo sustancia.
entiendes? —Aún no me has dicho ni en qué
—Pero Mabel… consiste.
—Y, prescindiendo por completo de —Descuida, Mabel, te lo contaré.
eso, la cosecha de miel que tuvimos el ¿Quieres escucharme? ¿Quieres darme
año pasado ya fue fatal. Si encima te la oportunidad de explicártelo?
pones a enredar con esas colmenas, a La señora Taylor suspiró y tomó de
nuevo su labor. —Está bien. Sólo que, aunque esto
—Sí, sin duda es preferible que lo ignores, la reina puede poner, en
vacíes el saco —dijo—. Adelante, realidad, distintas clases de huevos. Es
Albert, cuéntame. lo que llamamos uno de los milagros de
Sin saber bien por dónde empezar, la colmena. Puede poner huevos que
dejó él pasar un instante: no sería fácil producirán zánganos, y otros que darán
explicar aquello a una persona que abejas obreras. Y si eso no es un
carecía por completo de conocimientos milagro, Mabel, ya me dirás qué puede
específicos sobre apicultura. serlo.
—Supongo que sabrás —dijo por fin —Sí, Albert, de acuerdo.
— que cada colonia no tiene más que —De los zánganos, que son los
una reina. machos, no nos ocuparemos. Las obreras
—Sí. son, todas, hembras. Como también la
—Y que esa reina es la que pone reina, claro está. Las obreras, sin
todos los huevos. —Sí, cariño, eso lo embargo, son hembras asexuadas, no sé
sé. si me explico. Sus órganos están
completamente atrofiados. La reina, en huevos da un diminuto gusanillo, o lo
cambio, es portentosamente sexual: en que nosotros llamamos larva. Pues bien:
rigor, puede poner en un solo día el tan pronto aparece la larva, las abejas
equivalente de su peso en huevos. —Ahí nodrizas, que son obreras jóvenes, se
se detuvo para poner en orden sus ideas congregan a su alrededor y se ponen a
—. La cosa funciona de la siguiente nutrirla como locas. ¿Y sabes a base de
manera. La reina recorre el panal qué?
poniendo sus huevos en lo que llamamos —De jalea real —contestó Mabel
las celdillas. ¿Te has fijado en esos paciente.
centenares de agujerillos que tiene el —¡Exacto! —exclamó él—. Eso es,
panal? Pues bien, existen panales de ni más ni menos, lo que le dan. Esa
cría, idénticos a los melíferos salvo por substancia la extraen de una glándula
el hecho de que, en lugar de miel, las que tienen en la cabeza, y para nutrir a
celdillas contienen huevos. En cada una la larva se dedican a segregaría en las
de ellas la reina pone un huevo, y al celdillas. ¿Qué ocurre entonces?
cabo de tres días cada uno de esos Hizo una pausa teatral, fijó en ella,
parpadeantes, sus ojos de un gris acuoso lo que significa eso a escala humana?
y volviéndose sin dejar el sillón, Significa —bajó la voz y, adelantando el
lentamente, alcanzó la revista que había cuerpo, la asaeteó con aquellos ojos
estado leyendo la víspera. suyos, pequeños y descoloridos— que,
—¿Quieres saber qué ocurre en el transcurso de cinco días, un niño
entonces? —dijo en tanto se humedecía que pesara inicial-mente cinco kilos y
los labios. medio acabaría pesando ¡cinco
—Me muero de impaciencia. toneladas!
—«La jalea real —leyó él en voz La señora Taylor interrumpió por
alta— ha de ser una substancia de segunda vez su trabajo.
formidable poder nutritivo, pues sin más —Bueno, tampoco has de tomarlo al
alimentación que ésa la larva de la abeja pie de la letra, Mabel.
obrera aumenta en mil quinientas veces —¿Quién lo dice?
su peso al cabo de cinco días.» —Es, simplemente, un ejemplo
—¿En cuántas veces? científico, y nada más. —Está bien,
—En mil quinientas, Mabel. ¿Sabes Albert. Continúa.
—Pero eso no es más que la mitad completo al crecer, proceden de huevos
de la historia. No acaba ahí la cosa. idénticos?
Todavía no te he contado lo más —Eso no me lo creo.
asombroso de la jalea real. Ahora voy a —Es tan cierto como que estoy
demostrarte cómo puede convertir a una sentado aquí, Mabel, de veras. Cuando
obrera vulgar y corriente, de aspecto las abejas quieren que de un
neutro y prácticamente desprovista de determinado huevo salga una reina en
órganos de reproducción, en una lugar de una obrera, pueden conseguirlo.
enorme, espléndida, bella y fértil reina. —¿Cómo?
—¿Intentas decir que nuestra —Ah —dijo blandiendo su grueso
pequeña es vulgar y de aspecto neutro? dedo índice en dirección a ella—, a eso
—indagó ella incisiva. iba yo, precisamente. Ahí está todo el
—Vamos, Mabel, no me atribuyas secreto. Veamos, ¿qué crees tú, Mabel,
cosas que no he dicho, por favor. que puede operar ese milagro?
Escucha esto. ¿Sabías que la abeja reina —La jalea real —repuso ella—. Ya
y la abeja obrera, aunque distintas por me lo has dicho.
—¡Sí, señora, la jalea real! — pone en celdillas corrientes, para
exclamó él dando una palmada y obreras. Prosigamos. En cuanto esos
saltando en el asiento. huevos producen las larvas, las nodrizas
Su cara grande y redonda se congregan a su alrededor y comienzan
resplandecía ahora de entusiasmo y en a suministrarles jalea real. Todas ellas,
lo alto de las mejillas le habían las obreras al igual que la reina, la
aparecido sendas rosetas de un escarlata reciben. Pero, y aquí viene lo
vivo. importante, Mabel, por lo cual te pido
—Ocurre de la siguiente manera. Te que escuches con atención, la diferencia
lo expondré con toda sencillez. Las está en que las larvas de las obreras se
abejas desean una nueva reina. ¿Qué benefician de ese portentoso alimento
hacen? Construyen una celda de tamaño especial sólo durante los tres primeros
extraordinario, un castillo, como le días de su vida larval. Pasado ese plazo,
llamamos, y hacen que la vieja reina su dieta cambia de manera radical. En
ponga un huevo en ella. Los otros mil realidad es un destete, sólo que éste, por
novecientos noventa y nueve huevos los lo súbito, difiere de una ablactación
ordinaria. Después del tercer día se les tonterías semejantes. Miles de personas,
da de inmediato lo que es, más o menos, famosos científicos de todos los países
el alimento rutinario de las abejas, una del mundo, lo han demostrado infinidad
mezcla de miel y polen, y cosa de dos de veces. Basta con sacar a una larva de
semanas más tarde emergen de las su celdilla de obrera y ponerla en un
celdillas, convertidas en obreras. castillo, lo que nosotros llamamos
»¡Pero no así la larva que ocupa el trasplante, y, a condición de que las
castillo! —continuó Albert Taylor—. nodrizas le suministren jalea real en
Esa recibe la jalea real durante toda su abundancia, ¡listo!; pasa a convertirse en
vida larval. Las nodrizas la vierten en reina. Y lo que aún lo hace más
tal abundancia en la celda, que la maravilloso es la absoluta, enorme
pequeña larva flota, de hecho, en ella. diferencia que existe entre reina y
¡Y eso es lo que la convierte en reina! obreras después del crecimiento. El
—No tienes pruebas de ello — abdomen tiene otra forma. El aguijón es
intervino su esposa. distinto. Y también las patas. Y…
—Mabel, por favor, no digas —¿En qué se diferencian las patas?
—preguntó ella por ponerle a prueba. —Desde luego que cuesta. Es otro
—¿Las patas? Bien, las obreras de los milagros de la colmena. De
tienen cestillos en ellas, para transportar hecho, el mayor, el más fenomenal de
el polen, de los que están desprovistas todos. Un milagro tan endemoniado por
las reinas. Y otra cosa: la reina posee lo colosal, que durante siglos ha
órganos reproductores plenamente desconcertado a los científicos más
desarrollados. Las obreras, no. Y, lo eminentes. Aguarda un instante. Quédate
más pasmoso de todo, Mabel: mientras ahí. No te muevas.
que la reina vive de cuatro a seis años, De nuevo se puso en pie de un salto,
por término medio, las obreras apenas alcanzó la biblioteca y empezó a
alcanzan otros tantos meses de vida. ¡Y revolver entre libros y revistas.
todas esas diferencias por el simple —Quiero enseñarte unos cuantos
hecho de que una recibió jalea real, y la informes. Eso es. Aquí tenemos uno.
otra no! Escucha esto: «Cuando vivía en Toronto
—Cuesta creer que un alimento —empezó a leer en un número del
pueda hacer todo eso —comentó ella. American Bee Journal—, al frente del
magnífico laboratorio científico que el descubrieron? Pues descubrieron —se
pueblo de Canadá le había donado en contestó él mismo— que la jalea real
reconocimiento del magno servicio contenía fenoles, esteroles, glicerinas,
prestado a la humanidad con su dextrosa y… aquí viene lo sensacional:
descubrimiento de la insulina, el doctor ¡de ochenta a ochenta y cinco por ciento
Frederick A. Banting se sintió intrigado de ácidos no identificados!
por la jalea real. Habiendo pedido a sus Plantado en pie junto a la librería,
ayudantes que realizasen un análisis revista en mano, había compuesto una
fraccional básico…» extraña sonrisita furtiva, de triunfo, y su
Se detuvo. esposa le miraba desconcertada.
—En fin, no es necesario que te lo Albert Taylor no era alto; dueño de
lea todo; pero el resultado es el un cuerpo rollizo, de aspecto pulposo,
siguiente. El doctor Banting y su equipo puesto sobre abreviadas piernas un tanto
extrajeron y se pusieron a analizar jalea combas que no lo elevaban mucho del
real de castillos habitados por larvas de suelo, su cabeza descomunal, rotunda,
dos días. ¿Y qué crees que estaba cubierta de pelo muy corto e
hirsuto, y, desde que había dejado descubrirlo. ¿Has oído hablar de
definitivamente de afeitarse, la mayor Banting?
parte de su cara quedaba oculta bajo una —No.
pelusa parda, de acaso tres centímetros —Pues debe de ser, con seguridad,
de longitud. Comoquiera que se mirase, el más famoso de cuantos médicos
ofrecía el hombre una estampa bastante célebres viven todavía; no te diré más.
grotesca; era imposible negarlo. Viéndole revolotear delante de la
—De ochenta a ochenta y cinco por biblioteca, reparando en su cabeza
ciento de ácidos no identificados — hirsuta, su rostro velludo y su cuerpo
repitió—. ¿No es prodigioso? —dijo regordete y mollar, pensó, sin poder
conforme volvía a los estantes y evitarlo, que aquel hombre tenía,
rebuscaba entre otras publicaciones. curiosamente, algo de abeja. Aunque
—Eso de ácidos no identificados, había visto a más de una mujer adquirir
¿qué quiere decir? el aspecto del caballo que montaban, y
—¡Pues ahí está la cosa! ¡Nadie lo también advertido que los criadores de
sabe! Ni siquiera Banting consiguió pájaros, bull terriers y perros
pomeranios guardaban a menudo leves Él se volvió y fijó en ella los ojos.
pero asombrosos parecidos con los —Supongo que es por la barba,
animales de su elección, nunca hasta sobre todo —continuó la señora Taylor
entonces se le había ocurrido que su —. De veras me gustaría que te la
marido pudiera asemejarse a una abeja, quitaras. Hasta su color resulta un poco
y eso le produjo una pequeña sacudida. abejuno, ¿no te parece?
—Y esa jalea real, ¿llegó Banting a —¿De qué demonios estás hablando,
comerla? —quiso saber. Mabel?
—Por supuesto que no, Mabel. No —Albert —le increpó ella—, esa
disponía de ella en cantidad suficiente. lengua…
Es demasiado cara. —¿Quieres o no quieres seguir
—¿Sabes una cosa? —dijo ella enterándote de esto?
mirándole de hito en hito, pero, aun así, —Sí, cariño, perdona. Era sólo una
con una suave sonrisa—. No sé si lo broma. Continúa. Volviendo a su
habrás notado, pero empiezas a posición de antes, sacó él de la librería
parecerte un poquitín a una abeja. una nueva revista que se puso a hojear.
—Escucha esto, Mabel. «En 1939, de jalea real, un ratón previamente
tras un experimento realizado con ratas incapaz de procrear fue padre multitud
de veintiún días de edad a las que de veces.»
inyectó jalea real en proporciones —¡Albert, esa cosa es demasiado
oscilantes, Heyl observó un precoz fuerte para dársela a un niño de pecho!
desarrollo folicular de los ovarios en —protestó la mujer—. ¡No me gusta ni
proporción directa a las dosis pizca!
inyectadas.» —Tonterías, Mabel.
—¡Ahí lo tienes! —exclamó la —¿Por qué, si no, la experimentan
señora Taylor—. ¡Lo sabía! sólo en ratas? Anda, contéstame. ¿Cómo
—¿Qué sabías? es que no la toman ellos mismos, esos
—Que algo horrible iba a suceder. famosos hombres de ciencia? Pues
—Bobadas. No hay nada de malo en porque son demasiado inteligentes, ésa
eso. Y aquí tenemos otro, Mabel. «Still es la razón. ¿O piensas que el doctor
y Burdett descubrieron que, tras serle Banting se arriesgaría a dejar
administrada una minúscula dosis diaria inservibles unos valiosos ovarios? De
ningún modo. particularmente rebelde que le hizo
—Pero si se la han administrado a físicamente repulsivo. Sus clientes
seres humanos, Mabel. Aquí viene todo empezaron a dejarle y su negocio a
un artículo sobre ello. Presta atención. resentirse. Desesperado, recurrió a la
—Y, vuelta la página, reemprendió su jalea real, una gota en cada comida, y,
lectura en voz alta—: «En México, en visto y no visto, pasada una quincena
1953, un grupo de ilustrados científicos había sanado. Un mozo del Café Jena,
comenzó a tratar con minúsculas dosis también de la Ciudad de México, dio fe
de jalea real afecciones tales como la de que, tras ingerir, en forma de
neuritis cerebral, la artritis, la diabetes, cápsulas, minúsculas dosis de esa
la autointoxicación debida al tabaco, la portentosa substancia, su padre
impotencia masculina, el asma, el crup, engendró, a sus noventa años, un
la gota…» Sigue todo un montón de varoncito rebosante de salud. Un
testimonios firmados… «Un famoso promotor taurino de Acapulco a quien
agente de cambio y bolsa de la Ciudad habían endosado un toro de aspecto más
de México contrajo una soriasis bien letárgico, le inyectó, justo antes de
que entrase en el ruedo, un gramo de Albert, prepara tú el biberón mientras
jalea real (dosis excesiva), con lo cual yo voy a buscarla. ¡Pero date prisa! No
el astado tornóse tan ágil y agresivo, que quiero hacerla esperar.
al poco había dado cuenta de dos Medio minuto más tarde, la señora
picadores, tres caballos, un diestro y, Taylor reaparecía con la niña, que
por último…» gritaba en sus brazos. Todavía no
—¡Escucha! —le interrumpió su habituada al pavoroso e incesante
esposa—. Creo que la niña está alboroto que un bebé saludable organiza
llorando. cuando reclama su alimento, venía toda
Albert apartó la mirada de la aturdida.
lectura. En efecto, un vigoroso berreo —¡De prisa, Albert, por favor! —
sonaba arriba, en la alcoba. voceaba en tanto que, instalándose en el
—Debe de tener hambre —apuntó. sillón, se acomodaba a la niña en el
—¡Válgame Dios! —exclamó su regazo—. ¡De prisa!
esposa al consultar el reloj—. ¡Si hace Albert volvió de la cocina con la
rato que volvía a tocarle! Rápido, botella de leche tibia, que le entregó.
—Tiene la temperatura justa —dijo —Ya lo veremos.
—, no hace falta que la pruebes. La niña seguía chupando del
Tras alzar un poco más a la niña, de biberón.
manera que la cabeza reposase en el —Creo que se lo va a terminar todo
ángulo del brazo, la señora Taylor otra vez, Albert.
insertó de golpe en la boquita gritona y —Estoy convencido de ello.
anhelantemente abierta la tetilla de Pasados unos pocos minutos, no
goma, que la pequeña asió y comenzó a quedaba ni gota de leche.
succionar. Cesó la protesta y la señora —¡Oh, qué buenecita es la niña! —
Taylor aflojó los músculos. la jaleó la señora Taylor comenzando a
—Oh, Albert, ¿no está preciosa? retirarle con todo cuidado la tetilla.
—Está imponente, Mabel…, gracias Percibiendo la intención, la niña
a la jalea real. succionó con más fuerza en su intento de
—Por favor, cariño, ni una palabra aferrarse. La madre dio un tirón breve y
más sobre ese mejunje. Me aterra. rápido y la tetilla salió con un «¡plop!»
—Cometes un tremendo error. —¡Buah, buah, buah, buah! —chilló
la pequeña. hombro contrario. Se la tendió en la
—Ha tragado aire, pobrecita —dijo falda, boca abajo. Se la sentó en la
la señora Taylor mientras, aupada la rodilla. Pero no hubo más eructos. Los
niña al hombro, le daba palmaditas en la chillidos, en cambio, se iban haciendo
espalda. más agudos e insistentes minuto a
La pequeña eructó dos veces en minuto.
rápida sucesión. —Eso es bueno para los pulmones
—Eso es, tesoro mío, ya se te ha —dijo el marido, con una amplia
pasado. sonrisa—. Así es como los ejercitan.
Tras unos segundos de silencio, ¿Lo sabías, Mabel?
recomenzó el llanto. —Ya está, ya está, ya está bien —
—Hazla eructar más —dijo Albert decía la señora Taylor en tanto cubría de
—. Se lo ha tomado demasiado de prisa. besos la cara de la criatura—. Ya está,
Su esposa se volvió a colocar a la mi niña, ya está.
niña sobre el hombro y se puso a Esperaron cinco minutos más, pero
frotarle la espalda. Probó sobre el los chillidos no cesaron ni un instante.
—Cámbiale el pañal —aconsejó atentos a la pequeña, ahora en el regazo
Albert—. Lo tiene mojado, no es más de la señora Taylor, a la espera de que,
que eso. fatigada, interrumpiese sus protestas.
Y fue a la cocina en busca de otro —¿Sabes qué pienso? —dijo por fin
pañal, que la madre sustituyó por el Albert Taylor.
viejo. La operación no produjo cambio —¿Qué?
alguno. —Que todavía tiene hambre.
—¡Buah, buah, buah, buah! —gritaba Apuesto a que sólo quiere otro trago de
la niña. ese biberón. ¿Y si le trajera una ración
—No le habrás clavado el extra?
imperdible, ¿verdad, Mabel? —No me parece prudente, Albert.
—Claro que no —replicó ella, al —Le hará bien —dijo él conforme
tiempo que palpaba bajo el pañal, para se levantaba de la butaca—. Voy a
cerciorarse. calentarle otro poco.
Sentados uno frente a otro en sus Y se dirigió a la cocina, de donde
respectivas butacas, sonreían nerviosos, regresó, pasados varios minutos, con un
biberón colmado hasta el borde. todo el cuerpo y una expresión de
—Se lo he preparado doble — absoluta felicidad animó su rostro
anunció—, por si acaso: doscientos conforme iniciaba la succión.
gramos. —¿Lo ves, Mabel? ¡Qué te decía! La
—¡Albert! ¿Te has vuelto loco? mujer no respondió.
¿Acaso ignoras que el exceso de —Está hambrienta, eso es lo que le
nutrición es tan malo como el defecto? ocurre. ¡Fíjate en su manera de chupar!
—No es preciso que se lo des todo, La señora Taylor observaba el nivel
Mabel. Puedes quitárselo cuando te de la leche del biberón. En rápido
parezca oportuno. Anda —la animó descenso, casi la mitad de los
inclinándose sobre ella—, dale un poco. doscientos gramos habían desaparecido
En cuanto la señora Taylor rozó el al poco tiempo.
labio superior de la niña con la punta de —Listo —dijo la mujer—. Ya basta.
la tetilla, la diminuta boca se cerró —No puedes quitárselo ahora,
sobre ella como un cepo y el silencio Mabel.
reinó en la estancia. La pequeña aflojó —Sí, cariño. Es preciso.
—Anda, mujer, dale lo que queda y manchados de leche.
deja ya de alborotar. —Pero Albert… —¡Trescientos gramos nada menos,
—Si es que está muerta de hambre, Mabel! —ponderó Albert Taylor—. ¡El
¿no lo ves? Vamos, preciosa mía, triple de lo normal! ¿No es pasmoso?
acábate ese biberón. La mujer tenía fija la mirada en la
—Esto no me gusta, Albert —dijo la pequeña. Prieta la boca, su rostro
esposa, aunque sin retirar el biberón. comenzaba a recuperar de pronto la
—Está recuperándose del atraso, antigua e inquieta expresión de madre
Mabel, no es más que eso. alarmada.
Cinco minutos más tarde, la botella —¿Qué te pasa? —quiso saber su
estaba vacía. Esta vez, cuando le quitó esposo—. No irás a preocuparte por
poco a poco la tetilla, no hubo protesta eso, ¿verdad? Esperar que se recuperase
alguna por parte de la niña: ni rechistó. a base de cien miserables gramos sería
Tendida plácidamente en el regazo de la ridículo.
madre, tenía los ojos lustrosos de —Ven aquí, Albert.
contento, la boca entreabierta, los labios —¿Qué ocurre?
—Que vengas, te digo. exclamó exultante—. ¡Apuesto a que ya
El marido fue a situarse junto a ella. vuelve a estar en su peso!
—Mírala bien y dime si ves algo —Me asusta, Albert. Es demasiado
distinto. rápido.
El señor Taylor examinó con —Tonterías, mujer.
atención a la niña. —Es cosa de esa jalea repugnante.
—Parece más crecida, Mabel, si a La aborrezco.
eso te refieres. Y más gorda. —La jalea real nada tiene de
—Tómala en brazos —ordenó ella repugnante —replicó él, indignado.
—. Venga, levántala. Alargó él los —¡No seas necio, Albert! ¿Te
brazos y alzó del regazo materno a la parece a ti normal que una criatura
pequeña. empiece a ganar peso a esa velocidad?
—¡Santo cielo! —exclamó—. ¡Pesa —¡Nunca estás contenta! —protestó
una tonelada! él—. ¡Estabas muerta de miedo cuando
—Justo. te adelgazaba y ahora te aterra que
—¿Y no te parece maravilloso? — engorde! ¿Quién te entiende a ti, Mabel?
La señora Taylor se levantó del sobre sus pasos, ahora un tanto
sillón con la niña en brazos, y se dirigió apresurada, y entró de nuevo en la sala.
hacia la puerta. —Albert —dijo.
—Sólo te diré —respondió por fin —¿Sí?
— que tiene suerte la chiquilla de que —Doy por sentado que en los
esté yo aquí para vigilar que no le des biberones que acabamos de darle no
más cosa de ésa. No diré más. había jalea real… —No veo por qué
Y salió de la habitación. Albert, habrías de dar eso por sentado, Mabel.
como la puerta quedase abierta, la —¡Albert!
siguió con la mirada conforme cruzaba —¿Qué pasa? —respondió suave,
ella el zaguán hacia el pie de la escalera inocente.
e iniciaba el ascenso. Así vio que, —¡Cómo te has atrevido! —le
llegada al tercer o cuarto peldaño, su increpó ella. La gran cara barbuda de
esposa se paraba en seco y por espacio Albert Taylor cobró una expresión
de unos segundos se quedaba inmóvil, dolorida y desconcertada.
como recordando algo. Por fin volvió —Considero que tendrías que estar
muy contenta de que se haya metido otra pesas ya y ves cuánto da? ¿Quieres que
buena dosis entre pecho y espalda. Lo te vaya a buscar la balanza, Mabel, y lo
digo en serio. Porque ésta, Mabel, era compruebas?
una señora dosis, puedes creerme. La mujer marchó derecho hacia la
Plantada en pie en el mismo vano de gran mesa que ocupaba el centro de la
la puerta, con la niña dormida y habitación, depositó en ella a la niña y
prietamente abrazada, ella miraba a su se puso a desnudarla a toda prisa.
marido con ojos como platos. Muy tiesa, —¡Sí! —replicó incisiva—. ¡Trae la
el rostro más pálido y la boca más balanza!
comprimida que nunca, estaba lo que se Retirados primero el minúsculo
dice rígida de furor. camisón, luego la camisetita, desprendió
—Toma nota de lo que digo — el pañal y, quitado éste, la pequeña
continuó Albert—: pronto vas a tener quedó desnuda encima de la mesa.
una mocosilla que te ganará el primer —¡Pero Mabel, si es un milagro! —
premio en cualquier concurso de bebés exclamó Albert—. ¡Está gordita como
de todo el país. Oye, ¿por qué no la un cachorrillo!
En efecto, era asombrosa la cantidad Alargó la mano dispuesto a peinar
de carne que la niña había adquirido en con las yemas de los dedos el salpicado
un solo día. El pechito hundido que de pardos pelillos sedeños que habían
antes mostraba todo el costillar aparecía aparecido súbitamente en el abdomen de
ahora regordete y redondo como un la niña.
tonel, y la barriguita formaba, también, —¡No se te ocurra tocarla! —gritó
una abultada prominencia. En cambio, y la mujer con la cara vuelta hacia él, los
curiosamente, piernas y brazos no ojos candentes, de pronto con el aspecto
parecían haber crecido en igual de un pajarillo belicoso, el cuello
proporción: todavía cortos, esmirriados, arqueado, como si se aprestara a caerle
se hubieran dicho bastoncillos hincados sobre la cara y saltarle los ojos.
en una bola de sebo. —Un momento… —dijo él en tanto
—¡Fíjate! —observó Albert—. retrocedía.
¡Hasta le está saliendo un poco de —¡Tienes que estar loco! —chilló su
pelusilla en la tripita, para que la esposa.
abrigue! —Espera un momento, ¿quieres
hacerme el favor, Mabel? Porque si recogiéramos la mitad de lo normal —
piensas que esa substancia es agregó pausado, la voz más baja— es
peligrosa… porque lo piensas, ¿verdad? que cien de los panales los puse a
Pues muy bien. Escúchame con atención. producir jalea real.
Me dispongo a demostrarte de una vez —¿Que tú… qué?
por todas, Mabel, que la jalea real es —Ah —continuó, ahora en un
totalmente inofensiva para los humanos, susurro—, ya sabía que te iba a
aun en dosis enormes. Por de pronto, sorprender un poco. Y pensar que desde
¿por qué crees tú que el año pasado entonces he estado perseverando en eso
tuvimos una cosecha de miel de tan sólo en tus mismas narices… —Había vuelto
la mitad de lo normal? A ver, dime. hacia ella sus ojillos, que centelleaban,
En su retroceso, caminando de y una sonrisa tarda y taimada le rondaba
espaldas, se había alejado tres o cuatro las comisuras de la boca—. Tampoco
metros de ella, hasta un punto donde imaginarías jamás el motivo. Y yo no me
parecía sentirse más a gusto. he atrevido a mencionártelo antes
—La razón de que sólo porque temía… en fin… cohibirte, en
cierto modo. —En cuanto leí esa frase, Mabel, di
Hizo una breve pausa. Tenía un brinco que me hizo saltar de la silla,
enlazadas las manos ante sí a la altura y dije para mí, si da resultado con un
del pecho, y, al restregar las palmas una miserable ratón no hay razón alguna en
contra otra, producían un rumor como de el mundo para que no lo dé con Albert
arañazos. Taylor.
—¿Recuerdas lo que he leído antes? De nuevo hizo una pausa, y según
Esas líneas de la revista referentes al adelantaba la cabeza, con una oreja
ratón… A ver, déjame recordar cómo lo ligeramente vuelta hacia su esposa,
decía… «Still y Burdet descubrieron esperaba a que ésta dijese algo. Pero
que un ratón previamente incapaz de ella no lo hizo.
procrear…» —Vaciló él, se ensanchó su —Y otra cosa —prosiguió—: me
sonrisa, quedaron al descubierto los hizo sentirme tan maravillosamente bien,
dientes—. ¿Coges la onda, Mabel? Mabel, tan distinto, en cierto modo, del
Ella permanecía enteramente que había sido hasta entonces, que seguí
inmóvil, enfrentada a él. tomándola como antes aun después de
que tú me anunciaras la feliz noticia. En ahora amoroso a la niña— que en una
los últimos doce meses debo de haber criaturita surtirá mucho mayor efecto
tomado cubos de jalea real. que en un hombre como yo, plenamente
Los ojos de ella, grandes, graves, desarrollado. Basta mirarla para darse
como alucinados, se dedicaban a cuenta de que así es, ¿no piensas tú lo
recorrer ávidos el rostro y el cuello de mismo?
su marido. No había a la vista la menor La mujer bajó lentamente la mirada
porción de piel en el cuello, ni siquiera hasta posarla en la criatura, la cual,
en los lados o bajo las orejas. Hasta el desnuda encima de la mesa, gorda,
mismo punto en que se perdía bajo el de blanca y abotargada, parecía una
la camisa, aparecía cubierto en toda su especie de gigantesca larva que,
circunferencia por aquellos pelillos próxima a concluir su primera etapa
cortos, sedeños, de un negro vital, no tardaría en irrumpir en el
amarillento. mundo convenientemente provista de
—Y ten por seguro —continuó alas y masticadores.
mientras, volviéndole la espalda, miraba —¿Por qué no la cubres, Mabel? —
dijo su marido—. No querrás que se nos
resfríe nuestra pequeña reina…
16. EDWARD EL
CONQUISTADOR

LOUISA, sosteniendo un trapo de


cocina, salió por la puerta trasera al frío
sol de octubre.
—¡Edward! —gritó—. ¡Edward! ¡El
almuerzo está listo!
Tras detenerse y escuchar un
instante, se dirigió a paso lento hacia la
superficie cubierta de césped, internóse
en ella, seguida por la débil sombra que
proyectaba su cuerpo, contorneó los
rosales y, al cruzar frente a él, tocó con
un dedo el reloj de sol. Su paso dedicábase, plantado junto a una gran
cadencioso y el suave balanceo de fogata, horca en mano, a amontonar
hombros y brazos le daban un porte zarzas sobre el fuego, que, voraz,
bastante garboso para una mujer menuda levantaba llamas anaranjadas y enviaba
y un poco metida en carnes. Pasó bajo la hacia el jardín nubes de humo lechoso y
morera, ganó el caminillo enladrillado y un maravilloso aroma a hojas quemadas
lo siguió hasta el paraje desde donde y a otoño.
podía dominar el declive que se Louisa descendió la pendiente al
formaba al fondo del vasto jardín. encuentro de su marido. De haberlo
—¡Edward! ¡El almuerzo! deseado, le habría sido fácil repetir la
Por fin lo había descubierto, a cosa llamada y hacerse oír; pero las grandes
de setenta metros de distancia, en el hogueras tenían algo que la impulsaba
extremo del declive, donde empezaba el hacía ellas, hacia su inmediata vecindad,
bosque. Espigado, pero de cuerpo donde pudiera percibir su crepitar y su
estrecho, vestido con unos pantalones calor.
caqui y un suéter verde oscuro, —El almuerzo —repitió conforme
se acercaba. octogenario. Un poco de ejercicio nunca
—Ah, hola. Sí, está bien. En seguida ha perjudicado a nadie.
voy. —Sí, cariño, lo sé. ¡Oh, Edward!
—¡Qué espléndido fuego! ¡Mira! ¡Mira!
—He decidido limpiar esto de Se volvió el hombre y miró a
zarzas —comentó su esposo—. Me Louisa, que señalaba hacia el otro
tienen harto y aburrido. extremo de la fogata.
Su alargado rostro estaba húmedo de —¡Míralo, Edward! ¡El gato!
sudor, cuyas golillas le moteaban todo el Sentado en tierra, tan próximo al
bigote, como rocío, y dos pequeños fuego que sus llamas parecían tocarlo a
regueros le corrían garganta abajo hasta veces, un gatazo de color insólito por
donde comenzaba el cuello alto del demás dedicábase, inmóvil por
suéter. completo, la cabeza ladeada y la nariz al
—Cuidado con excederte, Edward. viento, a contemplar al matrimonio con
—De veras me gustaría, Louisa, que sus ojos amarillos y apacibles.
dejaras de tratarme como si fuera un —¡Se va a quemar! —exclamó
Louisa. rarísimo.
Y, dejando caer el trapo, echó a El gato se había sentado en la hierba
correr hacia el animal, lo aferró con y les miraba de soslayo. Tenían sus ojos
ambas manos y, levantándolo con una velada expresión introspectiva, algo
viveza, volvió a dejarlo en la hierba, a curiosamente sabio y reflexivo, y en
prudente distancia de las llamas. torno a la nariz mostraba un
—¡Gato loco! —apostrofó mientras delicadísimo gesto de desdén, como si
se sacudía el polvo de las manos—. aquellos dos seres de edad madura —el
¿Qué te ocurre a ti? uno menudo, regordete y rosado; flaco y
—Los gatos saben lo que se hacen sudoroso en extremo el otro— fuesen
—observó su marido—. No verás a motivo de cierta sorpresa pero escaso
ninguno hacer algo que no le plazca. Los interés. Muy largo y sedoso, de un gris
gatos, no. puramente plateado y sin el menor matiz
—¿De quién es? ¿Lo habías visto de azul, el pelaje del animal era, desde
antes? luego, inusitado en un gato.
—No, nunca. Tiene un color Louisa se inclinó y le acarició la
cabeza. Pero cuando alcanzaron ellos la suya
—Tienes que irte a casa —le dijo—. les siguió al interior y Louisa le dio un
Sé un gato bueno y vuélvete a tu casa, poco de leche en la cocina. Durante el
que es donde debes estar. almuerzo saltó encima de la silla libre
Marido y mujer acometieron que quedaba entre ambos y, sentado allí,
despaciosos la cuesta en dirección a su con la cabeza justo al ras de la mesa,
vivienda. El gato, que se había asistió al resto de la comida observando
levantado, los siguió, primero a cierta su curso con aquellos ojos suyos, de un
distancia y luego, conforme avanzaban, amarillo oscuro, que no dejaban de
aproximándose más y más. Pronto viajar despaciosos de la mujer al
estuvo a su lado y, rebasándoles, les hombre y de éste nuevamente a ella.
precedió a través del césped camino de —No me gusta este gato —comentó
la casa con la cola enhiesta como un Edward.
mástil, cual si fuera el dueño del lugar. —Oh, yo lo encuentro precioso.
—Márchate a tu casa —dijo el Confío en que se quede un rato más.
hombre—. A casa. No te queremos. —Escúchame bien, Louisa. Este
bicho no puede quedarse aquí de volvió a dormir.
ninguna manera. Se ha perdido, pero —Eres un gato encantador —dijo—.
tiene dueño. Y, si por la tarde continúa Y de un color divino. Ojalá pudieras
merodeando por aquí, harás bien en quedarte conmigo.
llevarlo a la policía. Ellos se encargarán Recorrían sus dedos la piel de la
de que vuelva a su casa. cabeza cuando tropezaron con una
Terminado el almuerzo, Edward hinchazón, una pequeña protuberancia
volvió a su trabajo de jardinería y situada justo encima del ojo derecho.
Louisa se dirigió, como de costumbre, —Pobre gato —continuó—, tienes
hacia el piano. Intérprete competente y bultitos en esa cara tan linda. Te estarás
melómana devota, casi todas las tardes haciendo viejo.
pasaba cosa de una hora tocando para sí. Siguió su camino y tomó asiento en
El gato se había instalado ahora en el la larga banqueta del piano, pero no se
sofá; y como ella se detuviera al pasar y puso a tocar en seguida. Uno de sus
lo acariciara, abrió los ojos, la miró un pequeños placeres particulares estaba
instante y, cerrándolos de nuevo, se en elaborar cotidianamente una especie
de concierto del día, con un programa ella según escuchaban con arrobada y
elegido con esmero, que estudiaba punto concentrada adoración.
por punto antes de empezar. Contraria Unas veces tocaba de memoria;
desde siempre a interrumpir el gozo de otras, con partitura. Hoy quería hacerlo
la interpretación mientras discurría qué de memoria, que era lo que más se
pieza atacar seguidamente, lo que acomodaba a su ánimo. ¿Y en qué
buscaba era una breve pausa entre una y consistiría el programa? Sentada al
otra, en tanto el público, aplaudiendo piano con sus pequeñas manos enlazadas
enfervorizado, pedía más. Imaginar un sobre el regazo, la estampa que ofrecía
auditorio embellecía el momento, y a era la de una mujer menudita, regordeta,
veces, durante las interpretaciones —en sonrosada, de cara redonda y todavía
los días afortunados, claro está—, la muy bonita y pelo recogido en pulido
sala comenzaba a danzar, a desdibujarse moño sobre la nuca. Desviando un poco
y a oscurecerse hasta que ya no veía la vista hacia la derecha alcanzaba a ver
sino fila tras fila de butacas y todo un al gato, que dormía ovillado en el sofá,
mar de blancos rostros vueltos hacia y el bello contraste que ofrecía su piel
gris plateado sobre el púrpura del cojín. Vivaldi, Schumann, Liszt, Schumann,
¿Qué tal algo de Bach, para empezar? O, Brahms. Un programa muy bonito y que
mejor todavía, de Vivaldi. La podía interpretar fácilmente
adaptación que Bach hizo, para órgano, prescindiendo de partituras. Se acercó
de su Concerto Grosso en re menor. Sí: un poco más al piano y aguardó unos
eso en primer término. Luego, algo de instantes a la espera de que alguien de
Schumann, quizá. ¿El Carnaval? Eso entre el público —algo le decía ya que
sería agradable. ¿Y a continuación? éste era uno de sus días afortunados—
Bueno… un poquitín de Liszt, para acabase de toser. Y entonces, con la
amenizar. Uno de sus Sánelos de pausada gracia que acompañaba la
Petrarca; el segundo, en mi mayor, que mayoría de sus movimientos, alzó las
era el más bonito. Después, más manos sobre el teclado y comenzó a
Schumann, otra de sus piezas alegres, tocar.
las Kinderscenen. Y finalmente, para el Aunque en ese momento concreto no
encoré, un vals de Brahms, o quizá dos, estaba, ni mucho menos, pendiente del
si se sentía predispuesta. gato —a decir verdad había olvidado su
presencia—, en cuanto los primeros música.
acordes graves de Vivaldi sonaron No, dijo para sí. No creo que se
suaves en la habitación, por el rabillo trate de eso. Bien pensado, la reacción
del ojo percibió, en el sofá, a su del gato no le parecía de temor. No
derecha, un súbito revuelo, un había percibido en él ni amilanamiento
instantáneo movimiento. ni intención de retroceder, sino antes
Dejó de tocar en el acto. bien lo contrario: una voluntad de
—¿Qué tienes? —dijo vuelta hacia adelantarse, una especie de avidez. La
el gato—. ¿Qué te pasa? cara, por otra parte… bueno, mostraba
El animal, que unos segundos antes una expresión singular, una mezcla de
dormía apacible, se había erguido en el sorpresa y de conmoción. Claro está que
diván y enhiesto, muy tenso, trémulo la cara de un gato es una cosa pequeña y
todo él, las orejas de punta, miraba de bastante inexpresiva; pero, aun así, si
hito en hito el piano. observaba uno con atención el juego
—¿Te he asustado? —indagó amable combinado de ojos y orejas, y en
—. A lo mejor es que nunca habías oído especial la zona situada por debajo de
éstas, donde la piel era tan móvil, a del animal. Las orejas, hasta ese
veces cabía captar el reflejo de momento enderezadas, fueron entrando
emociones muy vivas. Muy atenta ahora poco a poco en reposo: cayeron los
a la cara del animal, y porque le párpados; la cabeza se ladeó; y Louisa
intrigaba ver qué ocurriría esta segunda hubiera podido jurar que el animal
vez, Louisa avanzó las manos hacia el comprendía y estimaba su trabajo.
teclado y recomenzó la pieza de Vivaldi. Lo que vio (o creyó ver) era algo
Debido a que ahora el gato lo que había advertido muchas veces en el
esperaba, sólo se produjo, por de rostro de los que seguían con atento oído
pronto, una pequeña tensión adicional una pieza musical. Cuando el sonido se
del cuerpo. Pero, según la música iba apodera por completo de un oyente y lo
ganando rapidez y volumen camino de absorbe en sí, se hace patente en aquél
ese primer y emocionante movimiento una peculiar expresión, de intenso
que constituye la introducción de la fuga, éxtasis, tan fácil de reconocer como
una extraña expresión que frisaba casi pudiera serlo una sonrisa. Y, por lo que
en el éxtasis comenzó a invadir el rostro Louisa veía, era ésa, casi exactamente,
la expresión que ahora mostraba el gato. conducta, que sintió Louisa una extraña
Concluida la fuga, atacó la siciliana, oleada de emoción en el pecho.
todo ello sin perder de vista al animal —¿Te ha gustado? —preguntó—.
que ocupaba el sofá. La prueba ¿Te gusta Vivaldi?
concluyente de que la escuchaba se Apenas dicho esto, le invadió un
produjo al final, cuando cesó la música: sentimiento de ridículo, pero no tan vivo
parpadeó el gato, se revolvió un poco, —y eso es lo que la sobrecogió un poco
estiró una pata, buscó una postura más — como hubiera correspondido.
cómoda y, habiendo echado una rápida En fin, ya no quedaba sino continuar,
ojeada alrededor, volvió hacia ella, como si tal cosa, con el programa, cuyo
expectante, los ojos. Era aquélla, punto próximo punto era el Carnaval. Así que
por punto, la reacción del asiduo hubo empezado a tocar, el gato se atiesó
seguidor de conciertos ante la de nuevo y enderezó su postura; luego,
momentánea liberación de la pausa que conforme la música iba penetrándole
en una sinfonía separa dos movimientos. lenta y plácidamente, cayó de nuevo en
Tan netamente humana resultó esa aquel curioso estado de arrobo, en el
que parecían mezclarse el ensueño y la ellas se las puede encantar mediante la
sensación de ser engullido. Resultaba en música, ¿por qué no a un gato? Sólo que
verdad extravagante —y cómico también se contaban por millones de ellos los
— ver a aquel gato plateado aposentarse que a diario oían la música de radios,
allí en el sofá y entregarse a semejantes gramófonos y pianos durante toda su
transportes. Y lo que llevaba la cosa al vida, sin que hasta ahora, que ella
puro absurdo, concluyó Louisa, era el supiera, se hubiese observado en
hecho de que aquella música, en la que ninguno semejante conducta. Y el que
tanto placer parecía hallar el animal, era tenía delante se comportaba como si
a todas luces demasiado difícil, siguiese una a una las notas. Era
demasiado clásica para ser apreciada ciertamente increíble.
por la mayoría de los humanos. ¿Pero no resultaba, también,
Quizá no sea cierto que disfrute, maravilloso? Desde luego que sí. A
pensó. A lo mejor se trata de una decir verdad, o mucho se equivocaba o
especie de reacción hipnótica, como se era una especie de milagro, uno de esos
da en las serpientes. Bien mirado, si a milagros que se dan en los animales
quizá una vez cada cien años. agitarse de forma perceptible.
—Ya he visto que ésta te ha Lentamente, tras enderezarse todavía un
entusiasmado —dijo al terminar la pieza punto, inclinó la cabeza primero a un
—. Si bien lamento no haberla lado, luego al otro, y dejó flotar la
interpretado hoy demasiado bien. ¿Cuál mirada en el vacío con una especie de
te ha complacido más, la de Vivaldi, o gesto de ceñuda concentración que
la de Schumann? parecía decir: «¿Qué es esto? No, no me
Como el gato no respondiera, lo digas. ¡Lo conozco tan bien…! Y, sin
Louisa, temerosa de perder la atención embargo, en este momento no acierto a
de su oyente, pasó sin demora al identificarlo.» Fascinada, con la boca
siguiente tema del programa: el segundo entreabierta y una media sonrisa, Louisa
Soneto de Petrarca, de Liszt. continuó tocando mientras se preguntaba
Y en ese punto ocurrió algo qué iría a ocurrir a continuación.
extraordinario: apenas interpretados los El gato se levantó, avanzó hacia un
tres o cuatro primeros compases, los extremo del sofá, sentóse de nuevo y
bigotes del animal comenzaron a escuchó un rato más; y luego,
inopinadamente, saltó al suelo, de ahí a de una vulgaridad espantosa; pero, en
la banqueta del piano, y allí se instaló, a piezas como ésta, es verdaderamente
su lado, atento al precioso soneto, ahora encantador.
sin ensimismarse, sino muy tieso, sus Porque empezaba a encontrar placer
ojazos amarillos fijos en los dedos de en esa extravagante pantomima animal,
Louisa. atacó directamente el próximo tema del
—¡Vaya! —exclamó conforme hacía programa, las Kinderscenen de
sonar el último acorde—. Conque has Schumann.
venido a sentarte junto a mí, ¿no? No llevaba más de un par de minutos
¿Prefieres esto al sofá? Está bien, te de interpretación, cuando se dio cuenta
dejaré quedarte, a condición de que te de que el gato, de nuevo en movimiento,
estés quieto y no empieces a dar saltos. había vuelto a su antiguo acomodo del
—Alargó una mano y, en tanto sofá. Estando pendiente sólo de sus
acariciaba el lomo del animal desde la propias manos en aquel instante, sin
cabeza a la cola, agregó—: Esto era de duda se debía a eso el que ni siquiera
Liszt. No creas, a veces puede resultar hubiese advertido su marcha; aunque,
con todo, el movimiento tenía que haber ojos ambarinos y de pupilas con pintas
sido rápido y silencioso en extremo. de un negro azabache.
Pero, por mucho que el animal siguiera Esto empieza a ponerse interesante,
mirándola, en apariencia pendiente se dijo la mujer; y también, según se
todavía de la música, Louisa tuvo la mire, un tanto inquietante… Pero el
impresión de que no mostraba ahora el simple hecho de ver al animal tendido
embelesado entusiasmo de antes, el que en el sofá, tan vivaz y atento, tan a las
provocara la pieza de Liszt. Por si eso claras deseoso de más música, le
fuera poco, el acto de abandonar la devolvió la confianza.
banqueta y volver al sofá se hubiera —Está bien —dijo—. Te diré lo que
dicho un moderado pero positivo gesto voy a hacer. Voy a modificar,
de desencanto. especialmente para ti, mi programa. Ya
—¿Qué pasa? —indagó al terminar que Liszt parece gustarte tanto, te
—. ¿Qué tiene Schumann de malo? ¿Y interpretaré otra de sus piezas.
qué hay de tan maravilloso en Liszt? Tras un momento de vacilación
El gato le devolvió la mirada de sus conforme buscaba en la memoria algo
bueno de Liszt, inició lentamente una de que ha ocurrido!
las doce pequeñas composiciones de —¿Qué pasa ahora? —replicó él—.
Der Weihnachtsbaum. Muy atenta ahora Yo quisiera un poco de té.
al gato, lo primero que advirtió fue que Era el suyo uno de esos rostros de
otra vez volvía a mover los bigotes. nariz afilada, angostos y levemente
Saltó a la alfombra, se quedó allí un purpúreos, que el sudor hacía brillar
instante, con la cabeza inclinada y ahora como si fuera un alargado y
trémulo de excitación, y seguidamente, húmedo grano de uva.
el paso lento y cadencioso, contorneó el —¡Es el gato! —continuó ella
piano, saltó a la banqueta y se acomodó admirativa al tiempo que señalaba al
junto a Louisa. animal plácidamente sentado en la
En eso estaban cuando apareció banqueta—. ¡Cuando te enteres de lo
Edward procedente del jardín. que ha ocurrido…!
—¡Edward! —exclamó la mujer en —Creí haberte dicho que lo llevaras
tanto se levantaba de un brinco—. ¡Oh, a la policía.
Edward, tesoro! ¡Atiende! ¡Escucha lo —Pero escúchame, Edward. Esto es
apasionante de verdad. Se trata de un nuestra casa, ha estado sucediendo en tu
gato melómano. ausencia algo por demás apasionante,
—Oh, ¿de veras? algo que incluso podría ser… bueno…
—No sólo le gusta la música sino trascendental.
que, además, la entiende. —Seguro que sí.
—Vamos, Louisa, déjate ya de —¡Edward, por favor…!
bobadas, y, por lo que más quieras, Estaba la mujer en pie junto al
tomemos un poco de té. Estoy acalorado piano, su carita más sonrosada que
y rendido de tanto cortar zarzas y hacer nunca, y en las mejillas sendas rosetas
fogatas. de un encendido escarlata.
Se acomodó en una butaca, tomó un —Si te interesa —agregó—, te diré
pitillo de una caja que tenía al lado y lo lo que pienso.
encendió con el enorme encendedor —Te escucho, cariño.
acharolado que había junto a aquélla. —Creo que en este momento
—Lo que tú no comprendes — podríamos encontrarnos en presencia
continuó Louisa— es que aquí, en de… —se interrumpió, como
percatándose, súbitamente, de lo hacían que los pómulos descollasen
absurdo de la idea. como los de una calavera.
—Continúa… —No te sigo —respondió.
—Quizá lo consideres una tontería, —Edward, atiende, por favor. A
Edward; pero es lo que pienso en juzgar por lo que he visto esta tarde con
realidad… mis propios ojos, da toda la impresión
—¿En presencia de quién, por amor de tratarse de una especie de
de Dios? reencarnación.
—¡Del mismísimo Franz Liszt! —¿Te refieres a esa porquería de
Su marido dio una larga y lenta gato?
chupada al pitillo y expulsó el humo en —Por favor, cariño, no hables así.
dirección al techo. Sus mejillas, —No estarás enferma, ¿verdad,
hundidas, de piel atirantada, eran las de Louisa?
quien lleva largos años usando —Me encuentro perfectamente,
dentadura postiza; y, cuando succionaba muchas gracias. Si acaso, un poco
un cigarrillo, aún se le sumían más y confusa, lo reconozco; pero ¿quién no se
sentiría así después de lo que acaba de se excita todo él y corre a sentarse en la
ocurrir? Edward, te juro que… banqueta, a mi lado. Pero sólo reacciona
—Pero ¿qué es lo que ha ocurrido, así con Liszt. Y nadie puede enseñarle a
si puede saberse? un gato a distinguir a Liszt de Schumann.
Se lo expuso. Él la escuchaba Como que ni siquiera tú notas la
despatarrado en el sillón, dando diferencia. Él, en cambio, ha acertado
chupadas al pitillo cuyo humo siempre. Y Liszt, por otra parte, no es
proyectaba hacia el techo con una tenue nada conocido.
sonrisa cínica en los labios. —Han sido dos veces —observó él
—Yo no veo nada extraordinario en —. Sólo lo ha hecho dos veces. —Con
todo eso —dijo cuando su esposa hubo eso basta.
concluido—. Se trata, simplemente, de —Pues a ver, que lo repita. Vamos.
un gato adiestrado. Se lo han enseñado a —No. Decididamente, no. Porque si
hacer; eso es todo. este gato es Liszt, como yo así lo creo, o
—No digas tonterías, Edward. En cuando menos el alma de Liszt, o el
cuanto me pongo a tocar algo de Liszt, elemento, como quiera que se llame, que
sobrevive, está claro que no es justo, ni niego a hacerle pasar por nuevas y
tampoco demasiado amable, someterle a estúpidas pruebas circenses. Por hoy,
toda una serie de pruebas humillantes. basta y sobra. Pero te diré lo que voy a
—Pero, ¡querida mía!, esto no es hacer. A eso sí estoy dispuesta. Voy a
más que un gato, un gato gris y bastante tocarle un poco de su propia música.
estúpido que esta mañana en el jardín ha —Mucho vas a probar con eso.
estado a punto de chamuscarse la piel —Tú obsérvale. Algo puedes dar
junto a la hoguera. Y, por otra parte, por seguro: en cuanto la reconozca, se
¿qué sabes tú de reencarnaciones? negará a moverse de la banqueta donde
—Si hay un alma en ese animal, para ahora lo ves.
mí es bastante —replicó Louisa con Louisa se dirigió hacia el estante
firmeza—. Lo importante es el alma. donde guardaba las partituras, tomó un
—Pues nada: veámosle actuar. libro con partituras de Liszt, lo hojeó
Veámosle distinguir entre su propia obra con rapidez y eligió otra de sus más
y la de otro. bellas composiciones: la Sonata en si
—No, Edward, ya te lo he dicho: me menor. Aunque sólo se proponía
interpretar su primera parte, una vez juventud conoció a Beethoven! Y
estuvo en ello, y como advirtiese la también a Schubert, a Mendelssohn, a
forma en que escuchaba el animal, Schumann; a Berlioz y a Grieg, a
literalmente trémulo de placer y Delacroix y a Ingres, a Heine y a Balzac.
observando sus manos con aquel aire de Y aguarda un momento… ¡Cielo santo,
concentración embelesada, le faltó valor si fue suegro de Wagner! ¡Tengo en los
para interrumpirse y la tocó completa. brazos al suegro de Wagner!
Terminada la pieza, volvió los ojos —¡Louisa! —intervino incisivo su
hacia su esposo y dijo sonriente: esposo según se enderezaba en el
—Ya lo has visto. No me negarás asiento—. ¡Reacciona!
que le tenía encantado por completo. — Lo había dicho en tono más alto, de
Le gusta ese ruido, no es más que eso. pronto cortante. Ella alzó vivamente la
—Estaba verdaderamente encantado. mirada.
¿No es cierto, precioso? —insistió, —¡Tú estás celoso, Edward!
tomando en brazos al gato—. ¡Oh, si —¿De un miserable gato gris?
pudiera hablar…! ¿Te das cuenta? ¡En su —Entonces ¿a qué esa aspereza, ese
cinismo? Si es así como piensas donde conociste al gran amor de tu vida,
comportarte, mejor será que vuelvas a tu Madame No Sé Cuántos. Tuviste con
trabajo en el jardín y nos dejes en paz, ella tres hijos naturales, ¿no es verdad?
el uno con el otro. ¿Verdad que sí, Claro que sí, tunante, no intentes
tesoro? —añadió dirigiéndose al gato en negarlo. De manera que —lo besó de
tanto le acariciaba la cabeza—, ¿verdad nuevo— te ofreceré un poco de Chopin,
que será lo mejor para todos? Y luego, y eso te hará evocar toda suerte de
esta noche, los dos, tú y yo, volveremos bellos recuerdos, ¿a que sí?
a disfrutar tu música. Oh, sí —prosiguió —¡Louisa, basta ya de esto!
mientras besaba repetidamente al animal —Oh, no seas pesado, Edward.
en el cuello—, y también podríamos —Te estás comportando como una
obsequiarnos un poco de Chopin. Sí, no perfecta idiota. Y, eso aparte, olvidas
hace falta que me lo digas: sé bien que que esta noche vamos a jugar a la
te entusiasmaba Chopin. Fuisteis canasta a casa de Bill y Betty.
grandes amigos, ¿verdad, encanto? Lo —Oh, ahora me sería de todo punto
cierto es que en casa de Chopin fue imposible salir. Ni hablar de eso.
Edward se puso en pie lentamente, encristalada, camino del jardín.
se inclinó para apagar la colilla en el Después de esperar a que hubiese
cenicero y, en tono apacible, dijo: cruzado la superficie plantada de
—Una cosa: todas estas monsergas césped, al reencuentro de sus zarzas y
de que estás hablando no te las tomarás sus fogatas, y cuando por fin se hubo
en serio, ¿verdad? perdido de vista, Louisa se volvió y, con
—Pues claro que sí. Creo que ya no el gato todavía en brazos, corrió hacia la
puede haber duda al respecto. Y lo que puerta principal.
es más: considero que esto nos carga Momentos más tarde conducía el
con una enorme responsabilidad… a los coche en dirección a la ciudad.
dos. A ti también, Edward. Estacionó frente a la biblioteca
—¿Sabes qué pienso? Pienso que pública, dejó el gato en el coche, cerró
habrías de consultar con un médico. Y lo con llave, subió presurosa la escalinata
antes posible, por cierto. que daba acceso al edificio y
Dicho esto, dio media vuelta y salió encaminóse derecho hacia la sala de
a trancos de la habitación por la puerta información, donde se puso a consultar
las fichas referentes a dos temas: LISZT agradable al tacto, y el nombre del autor
y REENCARNACIÓN. sonaba en cierto modo a autoridad.
En el apartado REENCARNACIÓN La doctrina de la reencarnación,
halló algo escrito por un tal F. Milton leyó, sostiene que las almas pasan por
Willis y publicado en 1921 con el título formas animales cada vez más perfectas.
de Repetición de las vidas terrenales: «Así, por ejemplo, al igual que un adulto
cómo y por qué. Sobre Liszt encontró no puede volver a la niñez, tampoco
dos biografías. Tomó en préstamo los puede un hombre renacer convertido en
tres volúmenes, volvió al coche y animal.»
emprendió el regreso. Releyó la frase. Pero ¿cómo sabría
Llegada a la casa, puso al gato en el eso el autor? ¿Cómo podía estar tan
sofá y sentóse a su lado con los tres seguro? Era ilógico. Nadie podía estar
libros, dispuesta para un rato de lectura cierto sobre una cosa semejante. Su
seria. Decidió empezar por la obra de F. afirmación, al mismo tiempo, la
Milton Willis. El libro, aunque delgado desalentó en gran medida.
y un tanto manido, tenía peso y resultaba «En torno a nuestro centro
consciente, en todos nosotros existen, siguiente detalle sobre el particular:
además del cuerpo denso exterior, otros
cuatro cuerpos, invisibles para el ojo de Borrachos e
la carne, pero perfectamente incapaces de 40/50 años.
observables para aquéllos en quienes empleo
las facultades de percepción de lo Obreros no 60/100
superfísico han experimentado el especializados años.
necesario desarrollo…» Obreros 100/200
Esto no lo entendió en absoluto, pero especializados años.
siguió leyendo, y así alcanzó, poco más 200/300
La burguesía
adelante, un interesante pasaje donde se años.
señalaba el tiempo que por lo regular un Clase media
500 años.
alma permanecía ausente de la tierra alta
antes de regresar a otro cuerpo. Los Terratenientes
600/1.000
de máxima
plazos variaban según el tipo de años.
categoría
individuo, y el señor Willis ofrecía el
Introducidos
en la Senda de 1.500/2.000 eran poco menos que los seres supremos
la Iniciación años. de la tierra. Chaquetas rojas, brindis de
monteros y sádico asesinato de zorros…
Consultó de prisa uno de los dos No, resolvió, no me parece correcto. Y
libros restantes, para averiguar cuánto encontró placer en ese principio de duda
tiempo llevaba muerto Liszt. La al respecto del señor Willis.
biografía lo declaraba fallecido en En un punto posterior, tropezó con
Bayreuth, en 1886. Hacía de ello sesenta una lista de las reencarnaciones más
años. Así pues, y según el señor Willis, famosas. Epicteto, se le informó, había
para volver tan pronto tenía que haber vuelto a la tierra en la persona de Ralph
sido un obrero no especializado, cosa Waldo Emerson; Cicerón, en la de
que no parecía hacer en absoluto al Gladstone; Alfredo el Grande, en la de
caso. Los métodos de clasificación del la reina Victoria; y Guillermo el
autor no le merecían, por otra parte, una Conquistador, en la de Lord Kitchener.
opinión demasiado favorable Según él, Ashoka Vardhana, rey de la India en 272
los «terratenientes de máxima categoría» a. C., había regresado en la persona del
coronel Henry Steel Olcott, prestigioso 30.000 a. C., por la Entidad que
abogado americano. Pitágoras se conocemos como César, y que en aquel
reencarnó en el Maestro Koot Hoomi, entonces era rector de Persia. Roosevelt
fundador de la Sociedad Teosófica junto y César, repetidamente reunidos en el
con Madame Blavatsky y el coronel H. poder administrativo y militar, habían
S. Olcott (el prestigioso abogado sido en un tiempo, muchos milenios
americano, alias Ashoka Vardhana, rey atrás, marido y mujer…
de la India). No se mencionaba quién fue Louisa no necesitó leer más. El
Madame Blavatsky. Se decía, en señor F. Milton Willis no era, bien a las
cambio, que «Teodore Roosevelt ha claras, sino un conjeturador. Sus
desempeñado, a través de numerosas dogmáticas aseveraciones no la habían
reencarnaciones, el papel de conductor impresionado. Aunque el buen hombre
de hombres…» De él descendía la andaba probablemente por buen camino,
estirpe real de la antigua Caldea, de sus declaraciones eran extravagantes,
cuyo territorio fue nombrado sobre todo la que formulaba en el mismo
gobernador, en los alrededores del año principio del libro, relativa a los
animales. Confiaba ella que en breve Dime, cariño, ¿sabías que Theodore
estaría en condiciones de poner en un Roosevelt fue en un tiempo la mujer de
aprieto a toda la Sociedad Teosófica, César?
con su demostración de que un ser —Mira, Louisa, ¿por qué no
humano podía, en efecto, renacer en acabamos con estas majaderías? No me
forma de animal inferior. Y también que, gusta verte hacer el ridículo de esta
para reaparecer en un plazo inferior a manera. Dame de una vez ese condenado
los cien años, no era preciso haber sido gato y yo mismo lo llevaré a la
obrero no especializado. comisaría.
Seguidamente pasó a una de las Louisa no pareció oírle.
biografías, que hojeaba sin demasiada Boquiabierta, tenía la vista clavada en
atención cuando volvió su marido, un retrato que de Liszt ofrecía el libro
procedente del jardín. visible en su regazo.
—¿Qué haces? —quiso saber. —¡Dios mío! —exclamó—.
—Oh… nada importante: unas ¡Edward, mira!
pequeñas comprobaciones aquí y allá. —¿Qué?
—¡Esto! ¡Las verrugas que tiene en se puso a examinarle la cara.
la cara! ¡Ya las había olvidada! Sus —¡Aquí! ¡Aquí hay una! ¡Y aquí,
grandes verrugas, que llegaron a hacerse otra! ¡Un momento! ¡Estoy segura de que
famosas. Sus mismos discípulos, las tiene en el mismo sitio! ¿Dónde está
ansiosos de parecerse a él, se dejaban ese retrato?
en la cara, justo donde él las tenía, Tratábase de un famoso retrato que
pequeños grupos de pelos. representaba al músico en su vejez, con
—Y eso ¿qué tiene que ver con el su rostro de espléndidos y poderosos
asunto? trazos enmarcado por una espesa
—¿Lo de los estudiantes? Nada. cabellera gris que le cubría las orejas y
Pero lo de las verrugas, sí. la mitad de la nuca. Las grandes
—Oh, Dios. Oh, santo Dios verrugas del rostro, cinco en total,
todopoderoso. habían sido reproducidas fielmente.
—¡También el gato las tiene! Fíjate, —Veamos, el retrato muestra una
te lo voy a demostrar. encima de la ceja derecha. —Examinó
Se acomodó al animal en la falda y la cabeza del animal en esa zona—. ¡Sí!
¡Aquí está! ¡Exactamente en el mismo de que la gente, por una vez en la vida,
sitio! Luego, otra, a la izquierda, en la piense que estás haciendo el ridículo.
parte alta de la nariz. ¡Pues también está —Lo que ocurre, sencillamente, es
aquí! Y otra, un poco más abajo, ya en la que me niego a abandonarme a la
mejilla. Y, las dos últimas, bastante histeria.
juntas, bajo el lado derecho del mentón. Louisa volvió a su libro y leyó un
¡Edward! ¡Edward! ¡Ven a ver esto! poco más.
¡Corresponden exactamente! —Esto es interesante —dijo—. Dice
—Eso no demuestra nada. aquí que Liszt adoraba toda la obra de
Alzó la mirada y la fijó en su Chopin, con una excepción: el Scherzo
esposo, quien, plantado en pie en mitad en si bemol. Esa pieza, al parecer, la
de la sala, todavía con el suéter verde y aborrecía. La llamaba el Scherzo de la
los pantalones caqui, seguía sudando en Institutriz, y aseguraba que debía
abundancia. reservarse a las mujeres que practicasen
—Tienes miedo, ¿verdad, Edward? esa profesión, y sólo para ellas.
Miedo de perder tu preciosa dignidad y —¿Y qué?
—Escúchame, Edward. En vista de Colocó la partitura en el piano y
que insistes en esa horrenda actitud tomó asiento. Su marido se quedó en
sobre todo esto, te diré lo que voy a pie. Tenía las manos en los bolsillos y
hacer. Voy a interpretar ahora mismo ese un cigarrillo entre los labios y, bien que
scherzo, y tú te quedas aquí y observas a pesar suyo, vigilaba al gato ahora
lo que ocurra. adormecido en el sofá. El primer efecto,
—Tras lo cual te dignarás, a lo en cuanto Louisa inició su
mejor, a preparar un poco de cena. interpretación, fue tan espectacular
Louisa se puso en pie y tomó del como en las anteriores ocasiones. El
estante un gran volumen encuadernado animal se enderezó de un brinco, como
en verde, que contenía todas las obras aguijoneado, y por espacio de al menos
de Chopin. un minuto se mantuvo inmóvil, con las
—Aquí está. Oh, sí, lo recuerdo. orejas de punta y todo el cuerpo trémulo.
Desde luego, es bastante feo. Y ahora, Luego, inquieto, comenzó a recorrer el
escucha, o, mejor dicho, observa. sofá arriba y abajo en toda su longitud.
Observa qué hace el gato. Por último saltó al suelo y, con la nariz y
la cola en alto, abandonó lenta, muy divertido.
majestuosamente la habitación. —¡Divertido! Mi querido Edward,
—¡Ahí tienes! —exclamó Louisa al esto es lo más maravilloso que haya
tiempo que se levantaba de un salto y ocurrido jamás. ¡Oh, válgame Dios! ¿No
corría detrás del gato—. ¿Qué quieres es fantástico pensar que tenemos a Franz
más? ¡Esto lo demuestra! Liszt viviendo en casa?
Volvió cargada con él y lo dejó en el —Vamos, Louisa, no nos pongamos
sofá. La cara de la mujer irradiaba histéricos.
entusiasmo toda ella; los puños, de puro —No puedo evitarlo, no puedo. ¡Y
comprimidos, los tenía blancos; y el pensar que se va a quedar con nosotros
pequeño moño que le coronaba la nuca para siempre…!
empezaba a aflojársele, cayéndole a un —¿Cómo has dicho?
lado. —¡Oh, Edward! Oh, Edward, estoy
—¿Qué me dices ahora, Edward? tan emocionada, que apenas acierto a
¿Qué opinas? —indagó riendo nerviosa. hablar. ¿Y sabes lo que voy a hacer?
—Debo reconocer que ha resultado Como todos los músicos del mundo
querrán conocerle, porque eso es compositores importantes del mundo
seguro, y preguntarle acerca de la gente entero. Es mi deber. Les diré que Franz
que conoció… Beethoven, Chopin, Liszt está aquí y les invitaré a visitarle.
Schubert… ¿Y qué ocurrirá? Que vendrán a verlo
—No sabe hablar —observó su desde todos los rincones de la tierra, en
marido. avión.
—Bueno… de acuerdo. Pero eso no —¿A ver un gato gris?
impedirá que quieran conocerle, —Eso, vida mía, no importa. Se
siquiera por verlo, tocarlo, interpretar trata de él. Su aspecto nos tiene a todos
para él sus composiciones, cosas sin cuidado. ¡Oh, Edward, será la cosa
modernas que jamás había escuchado… más emocionante que haya ocurrido
—Tampoco fue tan eminente. Si jamás!
hablásemos de Bach, o de Beethoven… —Pensarán que estás loca.
—Por favor, Edward, no me —Ya lo veremos.
interrumpas. Total que lo que voy a Tenía al gato en brazos y le
hacer es notificarlo a todos los acariciaba con ternura, sin por ello
perder de vista a su marido, que había complace. No tengo nada en contra. Pero
avanzado hasta la puerta encristalada y de ahí no quiero que pases. ¿Me has
desde allí contemplaba el jardín. Con el entendido, Louisa?
principio de la anochecida, el césped —¿De dónde no debo pasar?
viraba lentamente del verde al negro, y —No quiero oír más majaderías de
allá lejos se elevaba en blanca columna éstas. Te comportas como una chiflada.
el humo de su fogata. Lentamente, Louisa dejó al gato en el
—No —dijo él sin volverse—, no sofá. Luego, con la misma lentitud, se
me avengo a eso. No lo verá esta casa. puso en pie, tan alta como lo permitía su
Pasaríamos por dos perfectos imbéciles. corta estatura, y avanzó un paso.
—Edward, ¿qué quieres decir? —¡Que el diablo te lleve, Edward!
—Ni más ni menos lo que he dicho. —gritó al tiempo que descargaba una
Me niego en redondo a que rodees de patada en el suelo—. ¡Por una vez que
publicidad una tontada como ésta. ¿Que algo emocionante ocurre en nuestras
has ido a topar con un gato adiestrado? vidas, te mueres de miedo de
Perfecto, magnífico. Quédatelo, si eso te comprometerte, no sea que fueran a
reírse de ti! Es eso, ¿no es cierto? No Escúchame. Me hago perfectamente
irás a negarlo, ¿verdad? cargo de que ésta puede ser una difícil
—Louisa, ya basta. Vuelve en ti y época de tu vida y de que…
acaba de una vez con esto. —¡Oh, Dios santo! ¡Si serás idiota!
Cruzó la sala, tomó un cigarrillo de ¡Si serás fatuo e idiota! ¿Acaso no te das
la caja que estaba sobre la mesa y lo cuenta de que esto es distinto, de que
encendió con el descomunal encendedor esto es… de que esto es un milagro?
acharolado. A su esposa, que se había En ese punto, atravesando la
quedado mirándole, comenzó a manarle habitación, él la asió con firmeza por los
el llanto por los lagrimales en dos hombros. Tenía en la boca el cigarrillo
arroyuelos que surcaron sus empolvadas recién encendido, y allí donde la
mejillas. copiosa transpiración habíase secado en
—Estas escenas vienen repitiéndose cercos resaltaba, en pálidas manchas, la
demasiado a menudo en los últimos textura de su cutis.
tiempos, Louisa —estaba diciendo el —Me vas a escuchar —replicó el
hombre—. No, no me interrumpas. hombre—. Tengo hambre, he renunciado
al golf y me he pasado el día entero prepararle en seguida algo
trabajando en el jardín: estoy extenuado verdaderamente especial. Ojalá supiese
y hambriento y necesito cenar un poco. cuáles eran sus platos favoritos. ¿Qué
Y tú también. De manera que andando a crees tú que podría gustarle, Edward?
la cocina y a ver si me preparas algo —¡Louisa… maldita sea…!
apetitoso. —Vamos, Edward, por favor;
Louisa retrocedió un paso y llevóse siquiera por una vez, quiero hacer las
ambas manos a la boca. cosas a mi manera. Y tú —añadió
—¡Cielos! —exclamó—. Lo había mientras se agachaba para acariciar al
olvidado por completo. Tiene que estar gato suavemente con los dedos—,
lo que se dice famélico. Aparte un poco quédate aquí; no tardaré.
de leche, no le he dado nada de comer Entró en la cocina y se detuvo un
desde que llegó. instante a pensar qué cosa especial
—¿A quién? podría prepararle. ¿Y si le hiciera un
—¿A quién va a ser? A él, claro soufflé, un buen soufflé de queso? Sí,
está. Es preciso que me ponga a eso resultaría bastante refinado. Claro
que a Edward los soufflés no le luego que sí.
cornplacían demasiado, pero, en fin, la Cuando todo estuvo listo, lo puso en
cosa no tenía arreglo. una bandeja y lo llevó a la sala de estar.
Cocinera sólo mediana, no siempre En el preciso instante en que entraba en
estaba segura de acertar los soufflés; el cuarto vio a su marido, que,
pero en esta ocasión se esmeró y tuvo procedente del jardín, trasponía la
cuidado en esperar a que el horno puerta de cristales.
alcanzase la temperatura indicada. —Aquí tiene su cena —anunció
Mientras aguardaba a que se cociera el Louisa en tanto la depositaba en la mesa
soufflé, y mientras revolvía en busca de y se volvía hacia el sofá—. ¿Dónde
algo con que acompañarlo, se le ocurrió está?
que a buen seguro Liszt no había Su marido cerró con llave la puerta
probado jamás ni los aguacates ni los de acceso al jardín y cruzó la estancia
pomelos y resolvió darle a conocer para procurarse un cigarrillo.
ambas cosas, mezcladas en ensalada. —Edward, ¿dónde está?
Sería interesante ver su reacción. Desde —¿Quién?
—Ya lo sabes. miraba le tenía violento.
—Ah, sí. Sí, sí, claro. Pues, verás… —¿Qué ocurre? —preguntó al
Atento a encender el pitillo, tenía apartar el encendedor. Y como bajara la
adelantada la cabeza y las manos en vista, advirtió por primera vez el largo,
torno al enorme encendedor acharolado. delgado arañazo que le cruzaba la mano
Al levantar la mirada vio que su mujer de nudillo a muñeca.
tenía la vista fija en él: en sus zapatos, —¡Edward!
en los bajos de sus pantalones caqui, —Sí, ya lo sé —respondió—. Esas
húmedos de caminar por la hierba alta. zarzas son terribles. Le destrozan a uno.
—He salido un momento, a ver qué Pero bueno, Louisa, espera… ¿Qué te
tal seguía la hoguera… —continuó. ocurre?
La mirada de ella fue ascendiendo —¡Edward!
lenta, hasta detenerse en las manos. —Oh, por amor de Dios, mujer,
—Todavía sigue ardiendo — siéntate y no pierdas la calma. No hay
prosiguió—. Creo que durará toda la motivo para ponerse así. ¡Louisa!
noche. Pero la forma en que ella le ¡Louisa, siéntate!
propietario de una provechosa empresa
de suministros náuticos. Su madre,
llamada Sofie Magdalene Hesselberg, se
había convertido en la segunda esposa
de Harald tras el fallecimiento de la
primera, Marie, en el parto de su
segundo hijo.
Tras abandonar la escuela de
Llandaff, Roald estudió en Inglaterra en
ROALD DAHL nació el 13 de la St. Peter’s Preparatoty School y en un
septiembre de 1916 en Llandaff, colegio interno de Repton, en Derbysire,
Glamorgan, País de Gales (Gran lugar en el que sufrió una rígida
Bretaña), en el seno de una familia educación. Estas experiencias escolares
procedente de Noruega. Su padre sirvieron de base en sus textos para el
Harald, que falleció de neumonía enfoque cruel del infante sobre el mundo
cuando Roald todavía era un niño, era adulto.
En 1933 Dahl dejó sus estudios y de estos avatares aparecieron en el
comenzó a trabajar en Londres en la Saturday Evening Post, en donde publicó
compañía petrolífera Shell. Cuatro años un relato corto titulado A piece of cake.
después abandonó Inglaterra para Con posterioridad la colección Over to
trasladarse a Tanganika, país en el que you (1946) reincidió en su paso por la
residió hasta el año 1939. Cuando aviación militar. En el año 1943 Dahl
estalló la Segunda Guerra Mundial, el publicó su primer libro para niños, Los
joven y espigado Roald (medía casi dos Gremlins. Diez años después, en 1953,
metros de altura) formó parte de la RAF, el escritor galés se casó con la actriz
las fuerzas aéreas británicas, sirviendo Patricia Neal (Desayuno con
en el escuadrón radicado en Nairobi, diamantes).
capital de Kenia. Mediante el empleo de la ironía, el
Dahl participó en combates contra humor negro y/o macabro, y su ligereza
los fascistas y los nazis en Egipto, Libia narrativa, Roald Dahl logró el triunfo
y Grecia, padeciendo derribos que le literario tanto por sus fábulas morales
ocasionaron heridas de gravedad. Parte de carácter infantil y juvenil como por
sus obras enfocadas a un lector más A partir de los años 60 Roald Dahl,
adulto, significadas por finales que contó en variadas ocasiones con la
sorprendentes y una orientación colaboración como ilustrador de
deliciosamente perversa que aborda, Quentin Blake, se volcó principalmente
además de su visión sardónica de las en la literatura infantil y juvenil,
relaciones humanas, temas involucrados especialmente tras el éxito de James y el
con la ecología. melocotón gigante (1961). Libros de
Gracias a la colección de relatos corte más adulto son Mi tío Oswald
cortos Someone like you (1953), Dahl (1979), su primera novela larga, y los
alcanzó renombre internacional. volúmenes de relatos El gran cambiazo
Posteriormente publicó otra antología de (1975), Historias extraordinarias
relatos con el título de Muá, Muá (1977), Relatos de lo inesperado
(1959). En esta primera etapa trabajó (1979) o La venganza es mía S.
con asiduidad en la escritura de guiones A./Génesis y Catástrofe (1980).
para series de televisión, entre ellas la También escribió textos de corte
célebre Alfred Hitchcock presenta. autobiográfico, como Boy (1984) o
Volando solo (1986), la obra teatral The
Honeys (1955), y guiones
Notas
cinematográficos, entre ellos el título de
James Bond Sólo se vive dos veces
(1967) y la película Chitty Chitty Bang
Bang (1968). Curiosamente ambas eran
adaptaciones del escritor Ian Fleming.
Después de divorciarse de Patricia Neal
en 1983, el mismo año Roald Dahl
contrajo matrimonio con Felicity Ann
Liccy Crossland. Murió a causa una
leucemia en Oxford, el 23 de noviembre
de 1990. Tenía 74 años.
[1]Tales of the Unexpected, 1979; existe [2] Tales of the Unexpected, 1979;
una adaptación de Hitchcock para su adaptado por Hitchcock para su serie
serie televisiva. << televisiva, y reelaborado por Quentin
Tarantino, con distinto final, en Four
Rooms. <<
[3]
Juego de palabras. Nuca en inglés es [4] Grito del cazador cuando avista la
nape, de ahí la comparación de Scervix zorra. (N. del T.) <<
con Snape. (N. del T.) <<

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