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La Oración

Jesús nos insistió en que debemos orar incesantemente y sin desanimarnos


para alcanzar la plenitud de la felicidad.

Para crecer en nuestra vida de fe, es necesario que nos tomemos el tiempo
que necesitamos para aprender a orar.

La oración es el encuentro de Dios que ama al hombre, y del hombre

que quiere ser amado y amar. Es el encuentro entre la sed de Dios por

el hombre y la sed del hombre por Dios.

LA ORACIÓN CONTEMPLATIVA
La contemplación es la expresión sencilla del misterio de la oración. Es una
mirada de fe fijada en Jesús, una escucha a la Palabra de Dios, un silencioso
amor. La contemplación realiza la unión con la oración de Cristo y nos hace
participar de su misterio.

Si Dios está “adentro”, ¿por qué permanecer en la intemperie del “afuera”?,


¿por qué no entrar en nuestro propio corazón y encontrar allí en sentido de
nuestra vida, la respuesta de los anhelos más profundos?

En sus profundidades, el corazón sólo sabe contemplar. Allí se acallan los


pensamientos, las palabras y las emociones; el cuerpo se aquieta, y todo en
nosotros permanece atento y despierto al Dios con nosotros. Sumergidos en
los abismos de su misericordia, atentos y despiertos, aprendemos a estar en
su presencia.

En el silencio del corazón, Dios nos hace escuchar su Palabra que nos

revela nuestra propia identidad y nuestra misión.


La oración contemplativa es un acto de puro amor..

En ese movimiento de amor Dios simplemente es; y el orante deja que sea;
se deja habitar por Quien ya lo habita, y aprende a adorarlo en espíritu y en
verdad para ser alabanza de su gloria.

La oración contemplativa nos enseña a vivir y es un atajo en el camino hacia


nuestro propio corazón. Nos conduce lentamente por el camino del amor, al
encuentro del Amor. Nos ayuda a vivir la fe en la vida y la vida desde la fe.

La contemplación es un acto de pura fe...

Cada vez que oramos estamos actualizando el fin para el que fuimos crea-
dos: estar unidos a Dios que nos regala el ser para amar. Nada más... y nada
menos.

Ensancha nuestro corazón para hacernos cada vez más capaces de ser lo
que somos y de vivir la vida aceptando las cosas tal como son; despierta
en nosotros el anhelo de ser buenos, nos enseña a resistir al mal, agranda
nuestra capacidad de amar y de perdonar para aceptar a los hermanos
como son y a relacionarnos con nosotros mismos, con los demás y con
Dios de acuerdo con el espíritu de las bienaventuranzas que nos enseña
Jesucristo.

Si queremos emprender esta aventura maravillosa, tenemos que


despertarnos y estar atentos. Atentos a todo. Abiertos y perceptivos a lo que
vemos y escuchamos, olemos, tocamos y gustamos

¡Todo es camino si dejamos que la luz de la fe ilumine y transforme

nuestra vida cotidiana!

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