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Retrato del artista (1956) 

de Jaime Gil de Biedma es uno de los textos más controvertidos


del autor. De alto contenido erótico y tono confesional acorde con el género del diario, supone un
primer paso hacia la creación en poesía de lo que parte de la crítica especializada ya ha definido
como ficción autobiográfica: Las personas del verbo.

Retrato, además de inaugurarse en 1956, coincide con el primer viaje del autor a Filipinas,
donde se instala temporalmente en Manila en calidad de abogado de la Compañía Tabacalera para
realizar un informe sobre la administración general en las islas y su legislación. Por otro lado,
coincide con la escritura de gran parte de los poemas que recoge Compañeros de viaje (1959), el
primer libro que lo consagró como poeta, al menos en cuanto al mundo literario español, y con la
redacción de su estudio sobre la poesía de Jorge Guillén, que empieza a escribir en La Nava de la
Asunción aprovechando la convalecencia forzosa debida a una tuberculosis.

Por todo ello, 1956 parece un año clave en la trayectoria vital y poética de Jaime Gil de
Biedma. Así, lo que en principio se concibe como un simple ejercicio para adiestrarse en la
literatura, según reconoce el propio autor 1, motivado por la inminencia de un viaje al extranjero,
poco a poco irá adquiriendo vuelo hasta convertirse si no en un motor de vida, sí por lo menos en la
creación de la imagen de quien se quisiera llegar a ser:

Ahora, si pienso en mi vida durante los últimos diez meses, casi me siento tentado de creer
que llevar un diario es una manera de provocar los acontecimientos. Sin el viaje a Filipinas no me
hubiera propuesto escribirlo, es verdad; pero a veces me sorprendo sospechando que si no hubiese
llevado un diario no hubiese caído tuberculoso al regresar a España. Era necesario que algo
ocurriese. Mil novecientos cincuenta y seis me parece un año simbólico y decisivo, y en gran parte lo
atribuyo al diario (Gil de Biedma 1991: 182-183).

Retrato del artista fue el único que pasó la autocensura y quedó listo para su publicación de
forma póstuma.

Su propio autor fue consciente desde el principio de que estaba creando literatura, pese a
tratarse de un texto autobiográfico cuyo punto de partida era en principio un hecho referencial -el
viaje a Filipinas- de la vida de un poeta prácticamente inédito y, por lo tanto, casi desconocido. Con
el paso de los años, y con Jaime Gil ya consagrado como uno de los mejores poetas contemporáneos
de nuestra literatura, el interés que Retrato de un artista ha suscitado entre la crítica, se ha limitado
en la mayoría de los casos a cuestiones meramente biográficas y documentales.  Y, sin embargo, un
autor tan consciente de sus recursos y limitaciones como Gil de Biedma, no sólo escribe un diario,

1
“Empecé a escribirlo como ejercicio de adiestramiento en la literatura, y eso me salvó de plantearme demasiado a
menudo el problema de la sinceridad, que fatalmente falsea un diario” (Gil de Biedma 1991: 183).
sino que lo revisa y rescribe e incluso llega a someterlo al buen juicio de sus amigos literatos en
busca de una opinión crítica y objetiva. Lo cual induce a pensar que dicho documento, lejos de
entenderse como desahogo o expresión de la propia intimidad, fue concebido desde su origen para
ser publicado y distribuido como literatura.

Con todo, cabe recordar que estamos hablando de un autor que concibe la literatura -y todo
es literatura, no únicamente la poesía- como “una forma de inventar una identidad” (Gil de Biedma
1994: 225). La literatura, por tanto, es creadora de identidades, de sujetos y no a la inversa, puesto
que el yo creado nunca podrá ser la persona que escribe , tampoco en los casos en que se produzca la
identificación total entre el personaje literario y el autor. Las imágenes del yo de las que se valió el
autor son entonces: las de un señor colonial, la de un cuerpo deseante, la de un representante de una
clase que actúa en lugares donde la clase lo es todo.

Las características inherentes al diario se adaptan perfectamente a las necesidades de quién


pretende ensayar la construcción literaria, y por lo tanto ficticia del sujeto. Puede hacer uso de las
modalidades de elocución narrativa, descriptiva, argumentativa, expositiva, etc. Su heterogeneidad,
en efecto, depende y refleja al mismo tiempo la heterogeneidad del sujeto representado: su
multiplicidad. Se confronta así la oposición entre texto referencial y texto ficcional.

En este contexto, el viaje desempeña un papel fundamental: el viaje, sus causas y sus
consecuencias (la estancia en Manila, el contacto con la Compañía Tabacalera y con parte de sus
trabajadores, los escarceos eróticos en las islas, el regreso a Barcelona con una breve parada en
Roma, María Zambrano y su exilio italiano, los “letraheridos” -como los llamó Gabriel Ferrater- de
lo que después conoceremos como Escuela de Barcelona y, finalmente, la enfermedad y esos meses
de convalecencia en La Nava de la Asunción), todo ello es lo que, por su valor referencial, dota de
una realidad objetiva al discurso esencialmente subjetivo que bajo forma de diario irá construyendo
el autor.

Por otro lado, y paradójicamente, el viaje como motivo literario determina a su vez la
estructura externa del texto y le confiere cierta dimensión mítica. Como se sabe, el texto se divide
en tres partes o cuadernos: “Las islas de Circe”, “Informe sobre la administración general en
Filipinas” y “De regreso en Ítaca”. La primera y la tercera parte, que son propiamente las del diario,
remiten desde los subtítulos que las encabezan al viaje iniciático que relató Homero en los cantos X
y XIII, con lo que Jaime Gil concibe la peripecia del personaje representado en términos de la
odisea clásica. Asimismo, las citas tomadas de “La chevelure” de Charles Baudelaire, encabezando
el primer cuaderno, y de “Little Gidding” de T. S. Eliot, que da comienzo al tercero, completan esa
dimensión mítica, ahora de los lugares de destino, que señalaba hace un momento.

En cuanto al poema de Eliot, el propio Jaime Gil, en un prólogo a la traducción catalana de


Four Quartets (1984), explicará el significado que tiene para el poeta inglés la sacralización de los
cuatro lugares que dan nombre a los Cuartetos. Excepto el primero de éstos, los otros tres “son
lugares que ocasionalmente visitó y el valor sagrado que para él revisten obedece a consideraciones
de índole moral e intelectual, sobre todo, que los poemas se encargan de explicitar” (Gil de Biedma
1994: 362-363). En este caso, y en lo que se refiere a la obra de Gil de Biedma, el lugar sacralizado
al que nos remite la cita de Eliot no es Manila, y ni tan siquiera Barcelona, sino el espacio de la
infancia, es decir, La Nava de la Asunción, que en el Retrato del artista será también el espacio
donde, lejos del agotamiento que supone el trabajo diario en una oficina y de las muchas
distracciones que conlleva la vida en la ciudad, será posible al fin el nacimiento del poeta. En ese
lugar de origen, mitificado después en tanto que paisaje donde transcurre la infancia del yo poético,
se da, tal y como reza la cita de Eliot, el encuentro catártico entre el yo del pasado y el yo del
presente. Un acto de autoconocimiento que lleva al personaje recreado a adoptar gran parte de las
actitudes morales y estéticas que posteriormente caracterizarán al sujeto poético de Las personas
del verbo.

Llegados a este punto, no puede sorprendernos la inclusión entre los dos cuadernos odiseos
del “Informe sobre la Administración General en Filipinas”, ya que este segundo texto, motivo
laboral y real de la estancia en Filipinas, rehumaniza y confiere prosaísmo al discurso y dota de
credibilidad al personaje, pues supone un contrapunto realista e incluso irónico a la ilusión literaria
y poética creada por la tradición en la cual se enmarcan los cuadernos primero y último. No en
balde, y como sucede en la poesía del autor, la trayectoria vital de ese yo que escribe es lo que da
cohesión y sentido a todo el conjunto. Así, leemos en Retrato del artista:

Varias veces en Manila pensé que mi diario era demasiado independiente del mundo
exterior, que podía haberse escrito igual en cualquier otro punto del planeta, por ejemplo, Barcelona.
Y desde que estoy aquí advierto que mi humor, los temas y la manera de escribir han variado por
completo. Comprendo ahora la manía de los héroes gidianos por estrenar cuaderno cuando marchan
al extranjero. Este será otro muy distinto (Gil de Biedma 1991: 130-131).

Y si bien sus versos, como dijo Gil de Biedma, “no aspiran a ser la expresión
incondicionada de una subjetividad, sino a expresar la relación en que ésta se encuentra con
respecto al mundo” tampoco lo es este autorretrato, donde, como hemos visto, diario y viaje
permiten al autor objetivarse (distanciarse) en el acto de la escritura y, al hacerlo, adiestrarse en la
creación de una identidad que, como decía al principio, adquirirá cuerpo poético en Compañeros de
viaje, se afirmará en Moralidades, y terminará por suicidarse en Poemas póstumos. Retrato del
artista en 1956 es, en definitiva, la descripción de un joven que en el ejercicio de
(auto)representarse y (auto)imaginarse descubre que ya no lo es tanto y empieza a tomar conciencia
de su ingreso en la madurez. Y también el de un señorito de la burguesía catalana al que, al entrar
en contacto por primera vez con el tercer mundo, le sobreviene la mala conciencia y decide adoptar
ciertas actitudes morales comprometidas con la realidad de su tiempo. Pero, sobre todo, este es el
retrato de quien quiso ser poeta por encima de todo, pese a que años más tarde reconociera que en
realidad lo que quiso fue ser poema:

Durante años he aspirado a ser un gran poeta. ¿Por qué no? Inteligencia, experiencia,
sensibilidad, don verbal, curiosidad y pasión por el oficio..., todo eso tengo y, sobre todo, el súbito
don de la contemplación de un ser o de una cosa, de penetración en un sentido que me sobrecoge
igual que una emoción. Ahora sospecho que no pasaré de aficionado distinguido -si es que llego-,
autor de unas pocas piezas incidentales por las que algún pequeño grupo de lectores se interesa
amistosamente. Hay un resorte en mí que no funciona y siempre lo he sabido. No la voluntad, sino la
fuerza de convicción que mueve a la voluntad.

Y, sin embargo, mi vida ha estado y está determinada desde los diecinueve años por la idea
fija de que yo era poeta, de que yo he de ser poeta. Incluso ahora, ¿a qué otro fin aspiro, en qué otra
empresa pongo mi propia estimación? Y esto es así, aunque sepa que igual vale escribir o no escribir,
aunque esté convencido de que ante la vida, y ante uno mismo, ser poeta es peor que una simpleza,
es ser nadie. Porque estoy igualmente convencido de que el día en que yo deje de considerarme
poeta, me será muy difícil considerar que existo (Gil de Biedma 1991: 62).

Por suerte para todos, aquel que se imaginó y se representó como artista ya en 1956 sin
duda terminó siéndolo. Tanto es así que aquel retrato fingido puede leerse ahora como el primer
paso certero hacia la creación en poesía de lo que algunos ya han definido como ficción
autobiográfica: Las personas del verbo.

 Su poesía evoluciona desde los primeros poemas intimistas, como Las afueras, al
compromiso social de Compañeros de viaje. Al mismo tiempo es una poesía que evita
constantemente el surrealismo y busca la contemporaneidad y la racionalidad a toda costa a través
de un lenguaje coloquial.
*** 

En 1959 publica Compañeros de viaje, que juntamente con Moralidades (1966) integra la


parte más social de su poesía, con piezas llenas de denuncia política en las que evoca la hipocresía
burguesa, la miseria que presidía el sistema capitalista, la opresión del pueblo por la España
franquista y la discriminación de la mujer.

En 1974, Biedma padeció una crisis que le lleva a dejar la vida literaria y se recluye en un
férreo nihilismo. El determinismo de una sociedad incapaz de cambiar su historia y el conformismo
y desencanto que impregna el mundo intelectual de izquierdas después de la transición a la
democracia lo abocaron a la desesperación. Fracasaron sus esfuerzos por sobrevivir a la apatía del
conformismo burgués y notó que su voluntad de escritor había desaparecido: «No me ocurre más
aquello de apostarme entero en cada poema que me ponía a escribir». Ese mismo año, en 1974, se
publicó Diario de un artista seriamente enfermo, unas memorias; y un año más tarde, en 1975, Las
personas del verbo, su obra poética completa.

Las rosas de papel no son verdad


y queman
lo mismo que una frente pensativa
o el tacto de una lámina de hielo.
Las rosas de papel son, en verdad,

demasiado encendidas para el pecho.

Poesía concebida como simulacro, ficción. Es justamente esa condición ficcional de la literatura la
que daña, la que no puede reparar, aun cuando se haya creído en ello, las grietas de la vida.

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