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Las Palomas de Legido

En el centenario de su nacimiento recorremos algo de lo que dejó a su paso.

Cabo de Santa María. Especie de paraíso ondulado de médanos y campo raso, sol y turbonada,
poblado por pescadores, contrabandistas y algún que otro fantasma. Multiforme es La Paloma
que Juan Carlos Legido hizo rodar entre sus páginas. Quienes lo conocieron aseguran que al
regreso del verano se lo veía de rostro bronceado hasta el agotamiento, con una docena de
libros leídos, y algún que otro borrador de novela. Fernando Ainsa que lo conoció y frecuentó
en los años sesenta lo recuerda así. Nelson Marra con quien supo brindar con grappas en la
Diagonal Agraciada las elecciones de 1971, y con quien, mucho más tarde, mantuvo abundante
correspondencia desde Madrid, lo imagina tendido en las tibias arenas del balneario.

Hoy, 6 de enero, Juan Carlos Legido cumpliría 100 años. Tras de sí dejó poemas, ensayos,
novelas, teatro, multitud de artículos periodísticos, y muchísimas horas de literatura en liceos
montevideanos y de historia teatral en la escuela de La máscara, y Teatro del Pueblo. Si bien
son muchísimos los exalumnos que lo recuerdan como extraordinario profesor, conocedor y
dandy, como escritor es difícil no imaginarlo en una soledad contemplativa, en frecuentes
caminatas parisinas o escenarios costeros con algo de aristocrática distancia.

Por edad pertenece a la generación crítica o del 45, como guste. Pero no es solo la fecha de
nacimiento lo que cuenta para definir la pertenencia a una generación. Hay otros factores tan
o más importantes que definen la pertenencia, el comienzo de su producción literaria, por
ejemplo. Da la sensación que Legido comenzó a escribir de grande, pero si se cuenta su primer
poemario Ancla y Espiga premiado en 1947, se ve que a los 24 años ya despuntaba como poeta.
No mucho más tarde que Benedetti quien también se iniciaba con su poemario La víspera
indeleble sobre la misma bisagra del 45. Pero a diferencia de sus compañeros de generación,
Legido no gestionó ninguna revista, no se acercó a la crítica militante, parece no haber
compartido la obsesiva eficiencia de sus colegas. Legido emprendió un camino más sinuoso y
largo, avanzó despacio, fue siguiendo su propio ritmo y no el de su tiempo. De seguro compartió
la opinión de Lobito de Crónica de cuatro estaciones: “estoy convencido que los contemplativos
como yo no prosperan en ningún lado”.

Seguro que Legido fue un gran acumulador. Si le seguimos la huella notamos que va acumulando
formas y temas, las guarda en el bolsillo para más tarde, por así decir. Comienza con la poesía,
sigue con el teatro, continúa con la narrativa, pero no abandona nada… todo se lo guarda, se
amiga con el ensayo y la crónica periodística más hacia el final, pero no deja la poesía, ni el teatro
ni la narrativa, y lo mismo pasa con los temas. Una vez que un interés le nace, una y otra vez
vuelve, algo así como una marea o un cíclico retorno.

El poeta 1948 - 1985

Tránsfugas golondrinas, oleaje tumultuoso, vértigos marinos, timonel deslumbrado, naufragio,


quilla, ancla y espuma son algunas de las tantísimas imágenes marinas que reúne la primera
parte de Ancla y espiga, para finalizar en un puñado de poesías que pintan paisajes sensuales de
amarillo trigo y que confluyen en su última poesía: Canto a Wilborada Xalambrí. Poco se sabe
de la vida afectiva de Juan Carlos Legido. Hay que hacer un rastreo de mínimas referencias para
concluir que llegó al matrimonio tres veces: la primera con Wilborada Xalambrí (hija del
connotado bibliófilo) a fines de los años cuarenta, desconocemos en qué momento se divorcian;
hacia fines de la década del cincuenta contrae matrimonio con Matilde Bianchi (docente,
dramaturga, crítica y poeta) a quien dedica la composición que da nombre a su mejor poemario:
Montevideo al sur. Libro nostálgico y ciudadano, el mar aparece cercano, pero el adoquín y el
árbol de plátano, Gardel y el biógrafo de barrio, son sus temas. Un poemario memorioso de la
niñez, que rescata la cometa extraviada en alguna azotea y un tranvía traqueteante, abre sus
ojos al presente del albañil en el andamio y al teatro independiente. Este poemario es de 1963,
ya Legido hacía buen tiempo que era parte del fervoroso teatro que emergía en los años
cincuenta. Por entonces la pluma poética está más pulida y el tono que obtiene se siente más
genuino que el retórico tormento marino. Después viene El verbo amar de 1965 que fue escrito
en cuatro meses entre Niza, Viena, Praga, Helsinki y París tiene algunos versos buenos y un
poema a Marcel Marceau, y finaliza en 1985 con Poeta al sol de junio, la última incursión de
Legido por los territorios del verso, un poemario difícil de conseguir que en la senda de El verbo
amar, conjuga el amor y la geografía.

Dramaturgo 1953 – 2005

Su actividad teatral fue enorme entre 1953 y 1968, en ese período fue un dramaturgo hecho y
derecho. Aunque no haya abandonado la poesía, y las pruebas son los poemarios de los años
sesenta y ochenta, la escritura para teatro fue su principal actividad literaria; pero lo más
importante es que él se percibía a sí mismo como un hombre de teatro. En uno de los recortes
de prensa que conservó en su archivo, se lee una entrevista donde le preguntan ¿en qué medio
literario se expresa con mayor comodidad y por qué? Y responde en el género dramático
“Parecería que el teatro pulsa el ritmo de la vida con más intensidad, que nos introduce con más
vivencias y verdad en el mundo de imaginación que forjamos para luego presentarnos el milagro
de la representación escénica, estableciendo una íntima comunicación público - autor “. Es
conocido su ensayo sobre El teatro uruguayo publicado en 1968 y que hasta hoy sigue siendo
material de consulta obligada. También escribió artículos en prensa como: Nuestro teatro y su
público en El Popular de 1964 reclamando una política de Estado para el teatro nacional, un
apoyo genuino para el teatro independiente. Al año siguiente protesta por la anulación del
subsidio que la intendencia de Montevideo adjudicaba al teatro, y ejemplifica con el modelo
cubano. Es que, en pleno fervor revolucionario, Juan Carlos Legido se autodefine como un
escritor de izquierda, no existe para él otra manera de serlo.

Como dramaturgo logró estrenar varias obras y escribió muchísimas más. Pasó del
experimentalismo de su primera pieza La lámpara, estrenada en El Tinglado en 1953, al drama
social de La piel de los otros que hizo debutar como actor a un desconocido Alfredo Zitarrosa
como un joven estudiante muerto en el segundo acto. Practicó el teatro histórico en una pieza
sobre la Defensa de Paysandú, la farsa sobre los medios masivos en El público quiere saber de
qué se trata, fusionó tango y teatro en Tangodrama 90-90 y profundizó en las crisis de
inmigrantes en Historia de judíos. Fue recién en 1984 cuando las formas dramáticas le
permitieron retornar a las costas de Rocha en Días apacibles en la playa, estrenada por Teatro
del Pueblo. Allí La Paloma que nos muestra Legido se aleja del oleaje marino y las velas tensas
al viento sur. Esta Paloma es triste y empobrecida, atravesada de contrabando brasilero,
soledad y desesperación, con pescadores aislados y descontentos, más peones rurales
embarcados que auténticos pescadores. Pero en 1984 Legido ya no es hombre de teatro, es un
escritor que a veces dramatiza.
Narrador 1968 – 2009

La idea de un Legido que comenzó su carrera literaria de grande, se debe al ingreso tardío en la
narrativa. La novela es una de esas cosas que fue descubriendo lentamente o que el devenir
natural de las cosas lo fue llevando hacia allí. Fernando Ainsa reconoce en su relación con La
Paloma el modo en que incursiona en la narrativa, un modo de escritura pausado. Su primera
novela la publica a los cuarenta y cinco años y su escenario es el balneario. Su protagonista
Lobito: habitante permanente de la costa que no se embarca, que no pesca, que no trabaja, que
sencillamente contempla, y ese personaje le sirve para contar la historia de La Paloma y sus
vericuetos. Esa primera novela de Legido se sigue de La máquina de gorjear que en el 70 es
premiada en el concurso que organizaba Marcha ese año. Y aunque sus dos primeras novelas
sean bien distintas, se nota que allí logra encontrar un modo de autoexamen. Lo autobiográfico
está constantemente en su narrativa. En La máquina… su protagonista Albanese, profesor de
historia del arte se enreda en las decadentes telarañas de un caserón de Lezica y su patriciado
agonizante. Allí vuelven temas ya transitados, la revolución cubana, la segregación judía, la
fascinación europeísta, las reflexiones meta teatrales sobre el mundo como gran escenario.
Luego el silencio de su semiexilio en España desde donde retornó antes de finalizar la década
del setenta. Se fue y volvió en dictadura. En España no publicó, pero sí escribió mucho. De ese
período es un grupo de cuentos reunidos en El naufragio de la ballena, otra vez retorna a La
Paloma, pero esta vez es un territorio extraño, lleno de misterio y muerte.

El crítico 1959 - 2000

Sus últimas páginas periodísticas se encuentran en la segunda versión de El Día, las primeras en
El Popular. En mayor parte son artículos teatrales, aunque se entrevera una memoria a Enrique
Amorím fallecido en 1960, y algunos de neta política internacional como Uruguay URSS pueblos
que se van conociendo. Pero la actividad frecuente llega recién en 1984 cuando se incorpora a
Cinco Días, periódico del Partido Comunista que logró sobrevivir dos meses hasta que fue
clausurado en los últimos manotazos de la dictadura. Enseguida reengancha en La Hora, otro
medio del PCU donde mantiene una columna muy heterogénea, también publica en El popular
con frecuencia. Por entonces, la generación del 45 se desgranaba: Ángel Rama fallecía en 1983,
Rodríguez Monegal en 1985, al año siguiente Carlos Martínez Moreno. Legido quedó fuera de
generación, no porque no haya escrito en su momento, no porque haya escrito tardíamente,
sino porque no participó del círculo ni las actividades que debía. En narrativa se fue
entreverando con la generación del 60 que vino a ampliar las posibilidades de escritura de
entonces, entre el campo y la ciudad se entrometió la costa. Mario Benedetti se alarmó ante
una “Literatura de balneario” que producía una especie de desarraigo, entendiendo que el
ambiente costero invitaba a la evasión de lo importante, la militancia política, la revolución social
y todo aquello. Así Legido se fue mezclando en ese tono, en una literatura vivencial,
autobiográfica, a veces fantástica, a veces histórica o “comprometida”. En cualquier caso,
Legido no resulta fácil de clasificar, y como toda cosa inclasificable queda penumbrosa.

BREG

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