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Glosario para el estudio de la Historia


Contemporánea

Una aproximación analítica y comparativa

Cristian Buchrucker

con el Equipo de la Cátedra de Historia Contemporánea integrado


en el IDEHESI-IMESC (Conicet-Universidad Nacional de Cuyo)
Susana Dawbarn de Acosta,
Carolina Ferraris
Sandra Ledda

y la colaboración de Patricia Siriani, Mariana Díaz y Luciana Sabina

Mendoza
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Introducción

Parece conveniente comenzar este glosario con algunas consideraciones generales, las cuales
están destinadas a clarificar la orientación del trabajo. El objeto de estudio que nos interesa ––
la historia–– se presenta desplegándose en distintas manifestaciones:
 como una constelación de condicionamientos "externos" y previos al sujeto
(realidades geográficas, estructuras económico- sociales, instituciones políticas);
 como condicionamiento "interno", es decir representación e intención
(concepciones del mundo, temores y esperanzas, planes y proyectos);
 como una red de acciones y reacciones de diversos actores individuales y
colectivos;
 como resultado y legado (parte de las acciones se inserta como transformación en
los condicionamientos externos e internos de tiempos y sujetos futuros).
Lo que se llama "historia narrativa" es la modalidad discursiva más adecuada para mostrar
la tercera de estas manifestaciones, porque su eje central (la actividad de las personas) es el
que con más nitidez surge de los testimonios escritos, y además resulta intuitivamente
accesible para el estudioso, que trata de “ponerse en el lugar” de quien escribió esos textos.
Siguiendo esa actitud "comprensiva", la historia narrativa suele conectar rápidamente los
planos intencional y activo, jactándose a menudo de no necesitar para ello un instrumental
conceptual y teórico especial. Sin embargo, apenas se pasa al planteo de los problemas que
surgen de los nexos que unen las cuatro dimensiones de la historia y se presta más atención al
rol de los actores colectivos, la modalidad narrativa se revela como insuficiente.
La tradicional perspectiva hermenéutica que suele acompañar la narración trata de
responder el interrogante relativo a lo que pensaban, sentían y querían los sujetos históricos.
Se trata de explicar los hechos según relaciones de sentido basadas en intenciones. Muy
diferente es la aproximación analítica, ocupada en mostrar el impacto de condicionamientos
que surgen del "poder de las circunstancias". Esas presiones engendran consecuencias a
menudo muy alejadas de las intenciones. Nunca ha resultado polémica esta diferenciación
(ver las dos primeras manifestaciones de lo histórico), pero las dificultades se dan en las
maneras específicas de articular ambas aproximaciones en un tercer momento sintetizador ––
el de la integración crítica–– con el cual culmina la reconstrucción histórica. Cierta corriente
historiográfica, cuyo auge se produjo hacia 1970, procuró apropiarse del adjetivo "crítico",
reduciendo y dogmatizando su significado al de una óptica exclusivamente marxista para
juzgar tanto a los hombres y hechos del pasado, como a los historiadores de otras tendencias.
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No es ese el sentido que damos aquí al término, sino que lo utilizamos para designar una
amplia y compleja gama de TOMAS DE DISTANCIA O DUDAS METÓDICAS cuando se trata de la
tarea de relacionar las cuatro manifestaciones de lo histórico.
Los siguientes seis puntos sintetizan LAS CARACTERÍSTICAS DE LO QUE ENTENDEMOS POR

ESTUDIO CRÍTICO DE LA HISTORIA, constituyendo un conjunto de reflexiones que permite un


mejor aprovechamiento de este glosario.
1. LA MULTIPLICIDAD DE PERSPECTIVAS. La presentación de los hechos incluye una
confrontación de diversos puntos de vista, tanto de los actores históricos en cuestión, como de
comentaristas y estudiosos posteriores. Ningún concepto utilizado en el estudio de la historia
debería constituir un obstáculo para captar esa multiplicidad.
2. LA TRANSPARENCIA. El perfil de los propios supuestos teórico- metodológicos es
presentado al comenzar el trabajo, permitiendo que el lector realice su propia toma de
distancia, sin quedar automáticamente atrapado en el flujo de una narración que elude el
hecho de que existen diferentes aproximaciones posibles al objeto de estudio.
3. EL DISTANCIAMIENTO DEL INTENCIONALISMO INGENUO. Se parte del principio de que las
asociaciones que los actores históricos proclaman entre sus intenciones y actos deben ser
sujetas a revisión. En los textos, especialmente en las "memorias", resulta fácil declarar
propósitos muy distintos a los que realmente fueron el motivo de una acción. En cambio los
condicionamientos externos de la misma dejan rastros que difícilmente se pueden falsificar.
Por ejemplo, una sociedad agraria y estamental no puede fingir los rasgos de la
industrialización y de la alta movilidad social.
4. EL DISTANCIAMIENTO DEL CIRCUNSTANCIALISMO DETERMINISTA . También debe evitarse la
tentación de adjudicar de manera mecánica y lineal cada formación cultural y cada acción
concreta a las circunstancias externas existentes en la época, como si tales "leyes" de
correlación fuesen evidentes. Más bien conviene partir del supuesto de que las realidades
externas al sujeto (individual o colectivo) delimitan un campo de oscilante amplitud, dentro
del cual se ofrecen siempre varias alternativas, y también son diferentes las chances de éxito
de esos posibles cursos de acción.
5. EL RECHAZO DE LOS PSEUDO-SUJETOS Y LA PRECISIÓN DEL CONCEPTO DE RESPONSABILIDAD.

Lamentablemente buena parte de la historiografía y muchos polemistas políticos todavía


insisten en la falacia de postular pseudo-sujetos, a los que luego son asignados "méritos" y
"culpas". Aquí partimos de la afirmación de que una civilización, una clase social o un pueblo
entero no pueden tener ni una cosa ni la otra, porque les falta un sistema nervioso central, sin
el cual la idea de acción responsable carece de sentido. Sólo personas y organizaciones --es
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decir gobiernos, partidos políticos, empresas, sindicatos y otros grupos-- pueden ser
responsables de algo, en el caso de las organizaciones porque sus órganos directivos son el
equivalente funcional de un sistema nervioso. Una persona exterior a tales estructuras
solamente adquiere grados de responsabilidad en la medida en que su conducta demuestra
aceptación, apoyo y colaboración con las decisiones y acciones producidas por conjuntos
organizados.
5. EL DISTANCIAMIENTO DE LOS INTERESES PODEROSOS Y DE SUS PRODUCTOS INTELECTUALES.

Frente a todas las versiones que nos llegan del pasado, es necesario recordar que la gran
mayoría de los textos reflejan los deseos del poder, sea éste el de una elite política, una
oligarquía económica o una organización religiosa. Los intereses de los vencidos y
marginados siempre han tenido más dificultades para ocupar espacios culturales de cierta
magnitud. Los poderosos a veces buscan legitimar su obra a través del intencionalismo
heroico (esto no puede discutirse porque fue querido y realizado por héroes y santos) y en
otros casos acuden al circunstancialismo determinista (esto no puede discutirse porque es el
resultado de las inapelables leyes de la historia). Distanciarse de esto implica aceptar que
todo es discutible, es decir que ninguna interpretación tiene el derecho de proclamarse única y
"definitiva" (ver Buchrucker y colaboradores 1999).
Muchos son los autores que podrían citarse en apoyo de esta faz crítica de la
historiografía. Para nosotros bastará con un texto fundamental de Federico Nietzsche. En lo
que él llamaba "historia anticuaria" advertía el peligro de una adoración ciega de las cosas
viejas, de un tímido aferrarse a las costumbres, capaz de obstaculizar la decisión vigorosa a
favor de lo nuevo. Para contrarrestar esto, recomendaba la manera "crítica", dotada de

la fuerza de quebrar un pasado y disolverlo, a fin de poder vivir: esto [el hombre] lo
alcanza llevándolo ante el tribunal, para investigarlo cuidadosamente y finalmente
condenarlo. Porque todo pasado merece ser condenado; así son las cosas humanas:
siempre fueron poderosas en ellas la violencia y la debilidad. [...] Entonces se verá
claramente cuán injusta es la existencia de cualquier cosa, la de un privilegio, una
casta o una dinastía por ejemplo, y cuánto merecen hundirse tales fenómenos. [...] Los
hombres y los tiempos que sirven a la vida de esta manera, juzgando y destruyendo el
pasado, son siempre hombres y tiempos peligrosos y amenazados. [...] Pero a veces y a
pesar de todo, se logra la victoria. (Nietzsche 1971, tomo I, pp.221-222)
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Nota sobre la estructura del glosario

Este pequeño glosario no puede ni quiere reemplazar la obligada consulta de los diccionarios
especializados, muchos de los cuales figuran en la bibliografía. Pero la brevedad del presente
volumen permite utilizarlo rápidamente en cualquier lugar y momento, algo particularmente
conveniente para el estudiante universitario y el periodista. También creemos que resulta
adecuado para estimular debates entre colegas. Los términos y frases que se han seleccionado
nos han parecido especialmente necesarios cuando se trata de entender las estructuras y
procesos históricos desde la perspectiva general sistémica y el enfoque analítico-comparativo
que caracteriza nuestra tarea desde hace años. Por eso ocupan un lugar central conceptos que
conectan entre sí diversas disciplinas además de la historia propiamente dicha, tales como la
sociología, la politología y la economía. En cambio los fenómenos históricos en su faceta
única e irrepetible —países, personajes, organizaciones— obviamente no tienen un lugar en
esta lista. Para acceder a la información básica sobre esas realidades se debe acudir a las obras
de Palmer (1971) y Cook (1993).
En algunos casos las entradas comienzan con citas tomadas de obras de referencia que
gozan de gran reconocimiento. Su función principal es estimular al lector para que amplíe más
adelante su búsqueda en esos textos. Siempre está el peligro de que la definición dada en
cualquier trabajo de este tipo adquiera para algunos el carácter de la verdad única, final e
intocable, cuando debería ser entendida como un sendero abierto en un campo de
investigación, cuyas fronteras son porosas y donde existen aspectos discutibles. En la medida
de lo posible, hemos procurado que esa segunda visión quede clara en este texto. Desde el
punto de vista de la formación personal, sería recomendable que los lectores tuviesen a mano
un cuaderno en el que puedan anotar sus propias reflexiones sobre las cuestiones suscitadas
por los términos seleccionados. Como a menudo lo escrito aquí representa una síntesis de las
investigaciones y debates del equipo de cátedra a través de muchos años, hemos prescindido
de referencias demasiado detalladas para no restarle agilidad a la lectura. Para profundizar sus
conocimientos el lector podrá remitirse a la bibliografía que figura al final.
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A
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absolutismo
Este término se refiere al tipo de monarquía en el que se ha producido un extremo
debilitamiento político de los poderes feudales y de los cuerpos estamentales tradicionales
(los “Estados Generales”, las “Cortes” o las “Dietas” de las Edades Media y Moderna). En las
monarquías absolutas el rey no está limitado por controles institucionales, puesto que su
responsabilidad es concebida su exclusivamente como un compromiso de conciencia ante
Dios, la fuente directa de la autoridad monárquica. De allí que la doctrina correspondiente lo
definía como “no sujeto a las leyes”. Una tendencia hacia el absolutismo ya se hizo muy
evidente en algunos reinos europeos hacia el final del medioevo, se acentuó en el siglo XVI y
alcanzó su apogeo en el XVII. Siguió vigente con posterioridad, pero la Ilustración comenzó a
difundir la crítica a este tipo de sistema político.
En términos prácticos, el poder de penetrar sus sociedades desplegado por estos
monarcas dependía de la eficacia de la burocracia a su servicio, de la personalidad de cada
uno de ellos y de la intensidad de las resistencias desplegadas por los poderes estamentales
tradicionales. Por eso, si bien sus iniciativas fueron bastante similares en todas partes (más
centralización administrativa, más rigor impositivo, grandes ejércitos permanentes, comienzos
de un sistema educativo “nacional”, etc.), según épocas y países hubo mucha variación en los
resultados alcanzados (ver más en Cook 1993 y Schubert/ Klein 2006).

anarquismo

Es una teoría política y social-filosófica que rechaza toda clase de dominación entre
los seres humanos. Se basa en la defensa de la ilimitada libertad del individuo a través
del camino de la solidaridad, la fraternidad, la justicia y la igualdad. Su finalidad es la
sociedad de libre acuerdo, sin leyes ni normas coercitivas. (Di Tella, 1989, p.22)

(del griego anarjía: no gobierno). Doctrina que propugna la abolición de toda


autoridad porque, según Josiah Warren, “todo hombre debe ser su propio gobierno, su
propia ley, su propia Iglesia [...] (Cook, 1993, p.26).

Podríamos afirmar que el anarquismo nace y se desarrolla con la Revolución Francesa. El


significado del concepto se afianzó como el repudio de toda autoridad gubernamental y de
toda ley impuesta desde el poder, a lo cual se contraponía la reivindicación de una total
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libertad ético-política. Durante el siglo XIX, adquiere una organicidad tal, que se presenta
como un anarquismo político, social y sólo raramente integra la caracterización exclusiva o
principalmente ética que predominaba en su presentación histórica. A esta evolución
contribuyen: Proudhon, Bakunin, Stirner, Kropotkin, Malatesta y Tolstoi.
Una escisión básica se produce entre anarquismo individualista y anarquismo
comunista. El primero (Stirner) tiene como último objetivo la realización completa del Yo, en
una sociedad no organizada e independiente de cualquier vínculo superior. En cambio el
comunista ve la plena realización del Yo sólo en la sociedad donde cada individuo es inducido
a sacrificar una parte de la libertad personal, precisamente la económica, en beneficio de la
libertad social. Esta última debería alcanzarse en una organización comunitaria de los medios
de producción, del trabajo y de la distribución de los productos, salvaguardando en ésta los
principios fundamentales del anarquismo, vale decir el ejercicio de las más amplias libertades
(ver más en Scruton 1984).

Antiguo Régimen
Del francés “Ancien Régime”. Término que sintetiza la estructura política y social existente
en Europa antes de la Revolución Francesa. Sus características estaban dadas por la
monarquía absoluta basada en el “derecho divino” y el ordenamiento jerárquico de la sociedad
en estamentos. En un sentido más amplio se usa a veces esta expresión para hacer referencia a
cualquier sociedad compleja y urbana antes de ser afectada por las transformaciones políticas,
ideológicas y socioeconómicas que se dieron en el mundo atlántico entre la segunda mitad del
siglo XVIII y mediados del XIX (ver más en Cook 1993 y Gerhard 1991).

autoritarismo
Los sistemas políticos autoritarios, en sentido estricto, generalmente no se han preocupado
por fomentar el ingreso masivo de la población en un partido único, cuya existencia es
innecesaria para esos regímenes. En realidad la despolitización forzada del pueblo es para
éstos el principal objetivo. En la experiencia histórica del siglo XX el soporte principal de las
dictaduras autoritarias ha sido una alianza entre los militares y sectores empresarios y
tecnocráticos, con variable apoyo en partes del mundo cultural y religioso. Muchos
autoritarismos han tenido un dictador de fuerte personalidad como vértice del sistema, pero
una “junta” o cúpula colegiada también ha existido en algunos casos (ver más en Andrain
1983 y Berstein 1996).
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C
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capitalismo

“Sistema económico en el cual el control de la mayor parte de los medios de


producción se halla en manos de particulares que se ven incentivados para invertir
capital por el rendimiento de los beneficios distribuidos. Los partidarios del sistema
creen que establece la única base racional para la distribución de los recursos
económicos y que dada su flexibilidad, es el mejor método de satisfacer las
necesidades económicas. En el siglo XIX el capitalismo se equiparaba a la libre
competencia individualista, pero en el siglo XX se ha producido una tendencia hacia el
monopolismo.” (Cook 1993, pp.85-86)

Al momento no existe una definición unívoca del fenómeno al que alude este término.
En el lenguaje común actual, y en la publicidad política, posee un significado sumamente
fluctuante y de ninguna manera rigurosa, ya que muchas veces se refiere a términos
heterogéneos como ideología, sistema, estado y a rasgos importantes de la estructura
económica, social y política de la mayoría de los países.
Así las teorías económicas clásica, neoclásica, neoliberal y monetarista le van a asignar
una importancia fundamental a la libertad de mercado, ya que en esa libertad el mecanismo
que surge de la ley de la oferta y la demanda, los precios de la mercancía y la retribución de
todos los factores que intervienen en la producción (capital, trabajo y costos de recursos
naturales) se auto-regularían con equilibrio como consecuencia de la libre competencia que
promueve y ordena la actividad económica. La ganancia o beneficio empresarial será la
recompensa por el capital invertido y podrá ser invertida nuevamente, utilizada en parte para
beneficio personal del propio empresario, o bien, se reservará como acumulación de capital
con el fin de incrementar las actividades productivas.
La teoría marxista en cambio, no vincula la esencia del capitalismo a la aparición de un
sistema de producción para el mercado sino a la aparición de la misma fuerza de trabajo como
mercancía, comprada y vendida en el mercado como cualquier otro objeto de cambio. La
condición histórica del surgimiento capitalista está ligada a la concentración de la propiedad
de los medios de producción en manos de una minoría vinculada a otra parte (mayoritaria) de
la sociedad, excluida de toda propiedad que no sea su fuerza de trabajo, o la que contrata por
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medio de un salario para que realice las actividades productivas. En consecuencia, el trabajo
es la fuente de acumulación del capital apropiado por el capitalista, por lo que
para el marxismo, el capitalismo se basa en la explotación del hombre por el hombre (ver más
en Claessens 1992, Scruton 1984 y Schubert y Klein 2006).
En términos macrohistóricos tiene sentido entender como característica central del
capitalismo la apropiación de ganancias en base a la producción según contratos y la venta de
bienes en el mercado. Desde ese punto de vista ha habido capitalismo antes del siglo XVI,
aunque sólo a la manera de focos innovadores que no englobaban la mayoría de la población.
Las modalidades dominantes de acumulación económica en el mundo premoderno eran
variantes tributarias (extracción de excedentes por medios coercitivos). Como fenómeno
localizado y subordinado, generalmente surgido en ciudades portuarias, existieron
formaciones capitalistas en la Antigüedad mediterránea, en la China de los Sung (siglo X) y
en la Italia de los últimos siglos medievales. Recién el ascenso de Holanda como potencia
comercial y financiera en el siglo XVII inauguró la expansión del capitalismo hasta
convertirse en la Edad Contemporánea en el sistema económico dominante a escala mundial
(ver más en Chase-Dunn y Hall 1997).

causalidad
Un evento (cambio de estado) es causa de otro evento si es suficiente para que éste ocurra. Se
llama causa contributiva a una causa necesaria pero insuficiente. En el estudio de las ciencias
sociales, lo cual incluye la historia, es este tipo de causas lo que se trata de descubrir, por
ejemplo cuándo se indaga sobre las causas de fenómenos de gran extensión en el espacio-
tiempo, tales como la Revolución Rusa o la Segunda Guerra Mundial. Sólo un
entrelazamiento de diversas y numerosas causas puede dar cuenta de tales megaeventos (ver
más en Bunge 2001).

centro y periferia
Esta dualidad conceptual es adecuada para entender a grandes rasgos la diferenciación interna
de grandes unidades territoriales, especialmente en el estudio de Estados imperiales,
civilizaciones y extensos espacios de interacción económica. Ya en los imperios de la
Antigüedad y más adelante, con las transformaciones tecnológicas que modelaban estas
estructuras, se ha podido observar que sólo en una parte del territorio se daba una alta
densidad de ciudades muy pobladas, junto con una acumulación notable de capitales, así
como instituciones políticas y culturales al servicio de las elites. En ese “centro” se produce
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normalmente la toma de decisiones de máximo nivel, mientras que las regiones más alejadas –
la “periferia”–– menos densamente pobladas y generalmente con más bajos niveles de
bienestar, suelen ser utilizadas como fuentes de suministro de productos agropecuarios y
mineros, además de áreas dedicadas al reclutamiento de soldados y el mantenimiento de bases
estratégicas.
Sobre la dinámica de la relación entre centro y periferia, a la que se pueden agregar
zonas de rasgos mixtos (la “semiperiferia”), existen numerosos estudios y un vivo debate, en
el cual queremos destacar especialmente las contribuciones de Johan Galtung (ver más en
Senghaas 1981, Behrens y Noack 1984, Di Tella 1989 y Little y Smith 2006).

ciclo económico

El análisis de la actividad económica en términos de ciclos se refiere al conjunto de


fenómenos que se repiten de manera análoga a intervalos regulares, ya sea en algún
sector o en el sistema global. En la evolución del capitalismo la conformación cíclica
del proceso económico-global es atribuida a diversas causas, según los distintos
enfoques de los autores: se enfatiza por ejemplo el influjo de la innovación privada o
pública en la organización de la producción y en la tecnología, la dinámica de la
lucha de clases o el ritmo de acumulación. (Di Tella 1989, p.74)

Ciclo es un término que proviene del griego kyklos, que significa círculo. Literalmente es un
período que comienza y concluye, y, a partir de su fin, se inicia otro con un desarrollo similar.
En los ciclos económicos se pueden distinguir distintas fases: una fase de expansión o auge, le
sucede una de crisis, una tercera de depresión y por último una de recuperación económica.
Así también se pueden distinguir ciclos de diferente duración como el “ciclo menor” de
Kitchin, de aproximadamente 40 meses, el de Juglar o “ciclo mayor” de 9 a 10 años y el de
Kondratieff que varía entre 54 y 60 años. Es fundamental aclarar que el análisis y
reconocimiento de estos ciclos han sido inspirados en modelos provenientes de los países
capitalistas desarrollados, cuyas crisis se extienden a los países capitalistas dependientes, en
donde sólo se originan períodos de prosperidad limitada y de depresión por causas exógenas.
Pero también es importante agregar que en la historia económica de los países
latinoamericanos se distinguen ciclos de producción, que tienen una fase de expansión y
apogeo y otra de crisis y declinación, en la que el tipo de actividad productiva dominante es
reemplazado por otro. En un sentido análogo se habla de ciclos más genéricos, como ciclo
agroexportador, seguido luego por el de industrialización sustitutiva (ver más en Mochón y
Beker 1996).
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civilización
Existen diversos enfoques en lo concerniente a este muy discutido término. Creemos que
resulta más útil para los estudios históricos comparativos si se concibe como un cierto tipo de
sociedad, dotada de ciudades y caracterizada por un conjunto de relaciones que cristalizan en
una identidad colectiva, la de máxima amplitud usando criterios culturales. Pero las
civilizaciones, a diferencia de los Estados, nunca han sido verdaderos actores colectivos, salvo
que sus límites coincidan con los de una entidad política, cosa que raras veces ha sucedido.
Así, tanto la civilización “occidental”, como la “islámica” han existido como entidades
políticamente fragmentadas y no han tenido un centro donde se toman decisiones acatadas por
todos los que se identifican con esos adjetivos. Lo que realmente da un sello característico y
continuidad temporal a los conjuntos que llamamos civilizaciones son los siguientes rasgos:

 Una cosmovisión y una religión, pero no siempre con ese carácter tan singular y
excluyente. Desde hace siglos, “Occidente” es en realidad un campo de tensiones
culturales relativamente constante, en el que compiten y se combinan entre sí
religiones y filosofías diferentes. Lo característico no es el dominio de una de
ellas, sino la continuidad y el perfil característico de ese debate.

 Una o unas pocas lenguas con escritura, de las que surge una tradición literaria.

 Ciertos ideales pedagógicos, estrechamente relacionados con los dos rasgos


precedentes y concretados en instituciones de fuerte influencia en al menos una
parte significativa de la población.

Imperios y mercados pueden conectar varias civilizaciones o fracciones de


civilizaciones, ya que se basan en relaciones de otro tipo, político-militares en el primer caso,
comerciales y financieras en el segundo. Esto resulta bastante claro. Pero basta comparar las
obras de Oswald Spengler, Arnold Toynbee, Johan Galtung y Helio Jaguaribe, para ver que el
concepto de civilización plantea preguntas quizá más interesantes que las respuestas
aparentemente contenidas en su seno. ¿Es sencillo determinar cuando una civilización
desaparece y la reemplaza otra en el mismo territorio? ¿Cuántas civilizaciones existen
actualmente? ¿Está ya surgiendo una civilización “planetaria” como sostiene Jaguaribe? En
realidad entre los historiadores no existe nada que se parezca a un “consenso” en todo esto.
Huntington pretende definir cada civilización según una sola religión y después en su listado
aparecen una civilización “sínica” y otra “africana”, cuando ni China ni África tienen más
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homogeneidad religiosa que Europa. Y mientras para este autor, la perspectiva del siglo XXI
sería la del creciente “choque de las civilizaciones”, otros entienden nuestra época como
moviéndose hacia una convergencia mundial en valores secularistas y tolerantes, en un
sentido mucho más optimista y cercano a la concepción de Jaguaribe (ver más en Badie y
Hermet 1993, Galtung 1996, Herman 1998, Huntington 1997 y Jaguaribe 2001).

clase social
Un concepto sociológico que designa a un conjunto numeroso de la población caracterizado
por una posición económica de la que se desprenden oportunidades, restricciones e intereses
estructurales similares. Esas configuraciones básicas (del tipo “clase alta, media y baja”)
poseen considerable diferenciación interna y si bien sus características generales suelen
transmitirse en el ámbito familiar de una generación a otra, sus integrantes se hallan
sometidos a complejos procesos de ascenso y descenso. La homogeneidad y estabilidad de
las clases nunca ha sido tanta como para que sus miembros se adhieran a un solo partido
político o ideología, a pesar de que una parte del discurso político que se difundió en el siglo
XIX tendió a postular tal asociación simplista.
Por el otro lado no es raro encontrar intentos conservadores de escribir una historia
con total prescindencia del concepto de clase. Curiosamente ya en autores de la Antigüedad
había aparecido la percepción de que uno de los condicionamientos importantes de la
conducta de actores históricos colectivos era su posición de clase. Ha sido este un tema
polémico, puesto que toca los intereses de todas las personas (especialmente algunos intereses
que se prefieren ocultar), pero no existen razones científicas para evitarlo (ver más en Burke
1994, Claessens 1992, Dahrendorf 1988 y Macry 1997).

colonialismo
Se llama así a la dominación política de un pueblo sobre otro –que conlleva asimismo
el dominio económico y cultura– originado por la conquista o la ocupación de
territorios distantes de la metrópolis. A diferencia de la colonización que se refiere al
proceso de fundar colonias o asentamientos de población, la noción de colonialismo
indica el mantenimiento de una sujeción forzosa sobre una sociedad diferente. (Di
Tella 1989, p.85)

El proceso de colonialismo se inició hacia 1500 con la conquista, el asentamiento y la


explotación por los europeos de territorios en América, el Oriente y el Africa. La primera
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oleada la emprendieron España, Francia, Inglaterra, los Países Bajos y Portugal, a los que
siguieron en los siglos XIX y XX Bélgica, Alemania, Estados Unidos, Italia, Japón y Rusia.
El colonialismo designa también una forma de relaciones de dependencia, o mejor dicho de
dominación económica, constituida por la explotación de las riquezas de un país en beneficio
del otro, es decir que la esencia del colonialismo en esta acepción reside en la modificación de
la economía y de la estructura social provocada por un país más poderoso y por lo tanto,
capaz de imponer su propia voluntad. Hay que agregar el autocolonialismo, expresión
utilizada por muchos intelectuales y líderes políticos de los países ex coloniales, enemigos de
la asimilación, o sea de la imitación y dependencia total, psicológica, cultural y social del
sistema de valores europeos (ver más en Aróstegui, Buchrucker y Saborido 2001).

comparación en la historiografía
Si el objeto de estudio abarca espacios geográficos y extensiones temporales de gran
amplitud, resulta particularmente esclarecedora la investigación tendiente a producir historia
comparada. En vez de reconstruir la génesis y desarrollo de las decisiones y acciones de unos
pocos actores históricos en breves lapsos y en un solo país, el enfoque macrohistórico
comparativo aporta básicamente dos cosas:

1) El análisis de los condicionamientos y de las consecuencias de las actividades de


agrupamientos grandes, explorando y diferenciando la fuerza relativa de las
presiones, la apertura de determinadas oportunidades y los grados de probabilidad
de que dichas actividades produzcan ciertos resultados y no otros.

2) La puesta a prueba de la hipótesis de trabajo de que los diversos actores históricos,


enfrentados a los desafíos de una misma situación, no reaccionan de una sola
manera (la vieja tesis del determinismo “de época”), sino que desarrollan
respuestas diferentes, aunque estas se mueven dentro de un espectro limitado de
variación. Un ejemplo de esto: las políticas de EE.UU., Alemania, Francia y los
países escandinavos ante la depresión de la década de 1930.

El enfoque comparativo críticamente depurado es también un eficaz antídoto contra abusos


frecuentes tales como “comparar” conductas de grupos que actúan en situaciones históricas
profundamente diferentes, o la pretensión de “evaluar” sociedades enteras sometiéndolas a los
criterios ideales y normativos producidos por otras sociedades. Un ejemplo del primero de los
abusos señalados fue el famoso ensayo de Ernesto Palacio sobre la conspiración de Catalina,
donde intentó encontrar paralelos entre la Roma del siglo I a.C. y la Argentina de 1930 (ver
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más en Andrain 1983, Badie y Hermet 1993, Berstein 1996, Beyme 1988, Buchrucker, Acosta
y Ferraris 2004 y Mahoney y Rueschmeyer 2003).

comunidad

Es un término que tiene variadas aplicaciones a la realidad histórica pasada y actual.


Por una parte, la comunidad es la forma primigenia de agrupamiento humano. Por
otra parte, en la actualidad se denomina así a determinados grupos caracterizados por
una fuerte cohesión (por ej. religiosos) o por rasgos o intereses comunes (por ej. una
comunidad científica). Se habla también de comunidades localizadas en diferentes
magnitudes geográficas, como el barrio, la aldea o la ciudad, una provincia, un país
(comunidad nacional), un continente o región, e incluso se ha desarrollado la idea de
la comunidad internacional de los pueblos y los estados. […]. La noción de comunidad
enfatiza vínculos sociales espontáneos históricos y afectivos. Sociedad se define por
las relaciones de índole más racional y voluntaria. […]. (Di Tella 1989, p.92)

Pese a la diferencia de estos dos conceptos ––comunidad y sociedad––, subsiste una


confusión que conduce a la superposición de ambos términos en el lenguaje poco preciso al
que ya se ha aludido. Ello ocurre porque vivimos en comunidad y al mismo tiempo en
sociedad. El uso más aconsejable para el historiador es reconocer a las comunidades como
anteriores a la sociedad, como agrupamientos relativamente pequeños, donde tienen un papel
dominante las relaciones espontáneas y éticas. En cambio la sociedad, desarrollada a una
escala que supera la experiencia afectiva de las personas, supone una diferenciación en clases,
un fuerte desarrollo del individualismo, además de relaciones electivas y jurídicas (ver más en
Beyme 1980 y 1988, así como Schubert y Klein 2006).

comunismo
En sentido estricto, comunismo se refiere a la visión de un tipo de sociedad propuesta como
posible y deseable, aunque no han existido, como formaciones históricas reales,
agrupamientos urbanos complejos que se ajusten plenamente a esa visión. En ella ocupa un
lugar central la propiedad colectiva y la administración compartida de los bienes de
producción (materias primas, tierras y empresas). En el comunismo se supone que el Estado,
como conjunto especializado de organismos burocráticos y jerárquicos ha dejado de existir,
habiendo sido reemplazado por “la libre asociación de todos los productores”, quienes
resuelven todos los problemas comunes a través de asambleas.
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Desde la Edad Antigua han existido defensores de este ideal. En cuanto al siglo XIX, lo
que empezó a llamarse comunismo parecía ser una parte no muy claramente distinguible del
resto del universo multifacético que era el movimiento socialista, aunque adquirió más nitidez
con el famoso “Manifiesto Comunista” de Carlos Marx y Federico Engels (1848). En el lapso
decisivo que comprende la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa (1914-1921) se
formalizó la ruptura entre las concepciones de los socialistas democráticos, contrarios al
establecimiento de la dictadura de un partido único como camino para llegar a una sociedad
ideal, y los comunistas, quienes consideraron adecuada esa vía, siguiendo la interpretación
que dio Vladimir I. Lenin a los escritos de Marx. De allí que se empezara a hablar de
“marxistas leninistas”. En su doctrina, una dictadura de ese tipo era supuestamente
representativa del “proletariado” e históricamente una etapa “necesaria”. El Estado socialista
así constituído sería muy enérgico y omnipresente (de hecho lo fue allí donde se construyó)
pero se afirmaba que era la fortaleza en cuyo interior se prepararía el advenimiento del futuro
aunque no muy lejano comunismo, en el cual se conjugarían la plena igualdad y libertad. A
diferencia de las primitivas colectividades comunistas que existieron en la prehistoria, éstas
del futuro vivirían dichos valores en un ambiente material caracterizado por la abundancia y
las capacidades tecnológicas producidas por la evolución histórica del mundo contemporáneo.

Desde entonces “comunista” ha sido un adjetivo usado para designar a los partidos
adheridos a las ideas marxistas-leninistas. Pero la palabra no tiene un contenido tan claro si se
la pretende aplicar a estructuras políticas y económicas reales como las que existieron en la
Unión Soviética y otros Estados de similar orientación. Los propios partidos leninistas
afirmaban que aún se hallaban en etapas previas al auténtico comunismo, las que se
denominaban “socialismo real” en unos casos y “democracias populares” en otros. La primera
y más larga experiencia histórica en ese sentido fue la Unión Soviética que duró de 1917 hasta
1991. Ya mucho antes de su final, numerosos observadores críticos habían denunciado la
imposibilidad de acceder al verdadero comunismo por la vía de la dictadura de un partido y
por esa razón la visión ideal de una sociedad comunista no ha desaparecido del todo en el
mundo actual. En nuestros días ha vuelto a ser una utopía (en el sentido de propuesta ideal, sin
un “modelo” ya establecido en algún país), como lo fue antes del siglo XX (ver más en
Andrain 1983, Aróstegui, Buchrucker y Saborido 2001, Berstein 1996, Buchrucker y
colaboradores 2001, Meyer, Klär, Millar, Novy y Timmermann 1986 y Di Tella 1989).
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conservadorismo

Se denominó así a la concepción ideológica surgida en Europa a fines del siglo XVIII,
tendiente a salvaguardar la estructura política y social tradicional frente a los
cambios introducidos por la Revolución Francesa. Sus principios fueron expuestos por
el pensador inglés Edmund Burke en la obra “Consideraciones sobre la Revolución en
Francia” (1790), donde concibe a ciertas instituciones ––Iglesia y Monarquía–– y a la
propiedad privada como pertenecientes a un orden divino, por lo tanto no susceptibles
de ser alteradas. […]. Por extensión, se utiliza el término para definir todo sistema
político o forma de pensamiento tendiente a mantener el orden establecido. Por ello el
conservadurismo es vinculado a los sectores dominantes o privilegiados, aunque no es
patrimonio exclusivo de éstos, ya que las clases medias y bajas, en ciertas situaciones
de temor a la pérdida del orden o la estabilidad, suelen adherir a tendencias
conservadoras. (Di Tella, 1989, pp.110-111)

El conservadorismo está centrado en valores e ideas como la seguridad, el orden, la


tradición, la jerarquía y la propiedad. En la historia de la Europa continental ha asociado
muchas veces esos valores con una política tendiente a reforzar los poderes del Estado; en
cambio en Inglaterra y Estados Unidos el conservadorismo ha incorporado una fuerte dosis de
localismo, lo que conlleva una actitud contraria a la expansión de las funciones del gobierno
central (ver más en Juárez Centeno 1992, Schubert y Klein 2006 y Scruton 1984).

conflicto

Es una de las formas básicas de la interacción social. Puede servir para designar la relación
entre dos individuos, pero para la historia su mayor utilidad consiste en su aplicación a
procesos entre grupos, partidos y Estados. Si en una determinada situación de contacto, uno
de esos actores interpreta que las intenciones y acciones de otro constituyen un obstáculo o
amenaza para la realización de sus propias ideas e intereses, está dado un conflicto. Partiendo
de esta realidad inicial (una percepción), el desarrollo y la eventual resolución del conflicto no
implican necesariamente la violencia. La intensidad de la sensación de peligro y los niveles de
acumulación de poder por parte de los actores involucrados son los factores más importantes
que hacen más o menos probable el estallido de la violencia. Tanto las teorías que se
concentran en el estudio de las elites y los Estados, como las que consideran decisivas las
clases sociales en cuanto generadoras de actores colectivos, asignan a los conflictos un rol
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fundamental en los bosquejos explicativos del cambio histórico (ver más en Behrens y Noack
1984; Beyme 1980 y Dahrendorf 1990).

constitución
Las primeras constituciones escritas de tipo moderno fueron la de EE.UU. en 1787 y la de la
Revolución Francesa en 1791. Ambos modelos tuvieron luego difusión universal a través del
constitucionalismo liberal, que concibe la constitución como estatuto del gobierno
representativo y electivo y a la vez como garantía sustancial para los ciudadanos frente al
poder estatal; éstos se traducen habitualmente en la parte dogmática o capítulo declarativo de
los derechos individuales. En cuanto a la parte orgánica adquiere relevancia la doctrina de la
división de poderes, dentro de la forma de la república o de la monarquía parlamentaria. Las
constituciones pueden ser escritas (la modalidad predominante en el mundo contemporáneo) o
no escritas, siendo también importante la diferencia entre las que pueden considerarse rígidas
(con un procedimiento de reforma muy complejo que tiende a inmovilizarlas en el tiempo) y
las flexibles.
En lo que se refiere a las relaciones entre la constitución, la política práctica y la
sociedad hay tres concepciones principales: la racionalista, la historicista y la sociológica. La
racionalista pretende tener una vigencia permanente y se considera apta para todos los
estados, originando constituciones rígidas en relación con su reforma. La concepción
historicista contempla la individualidad de cada estado, en donde tiene que surgir el
ordenamiento que le es propio, atendiendo a su evolución histórica y circunstancias
específicas. Finalmente la sociológica se funda en el medio social existente como
determinante del ordenamiento del Estado. Esta orientación no está de acuerdo con el deber
ser normativo de las racionalistas, ni con el tradicionalismo de las historicistas y para ella la
base fundamental está en la realidad social actual (ver más en Andrain 1983, Badie y Hermet
1993 y Di Tella 1989).

cooperación

Es una de las formas básicas de la interacción social, destinada a lograr un bien que los
cooperantes estiman inalcanzable por la vía de la acción aislada de cada uno. En la
cooperación ambos actores ven la interacción como surgida de un acuerdo libre y el producto
final del mismo será disfrutado de manera indivisa por todos los que cooperaron o distribuido
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según reglas conocidas y aceptadas por las partes cooperantes. En el mundo histórico real las
cooperaciones no se han dado tan estrictamente ajustadas a la definición “pura”. Aún en el
caso de la cooperación entre grupos relativamente pequeños, donde suelen cumplirse las
condiciones de pleno conocimiento de todos los pasos del proceso, lo más frecuente ha sido
una actitud ambivalente hacia el socio. Al menos una de las partes (a veces ambas) lo aprecian
en el área donde han identificado un interés común, pero mantienen alguna desconfianza
respecto de otras cuestiones, en las que tienden a percibir potenciales conflictivos. Este
fenómeno debe ser muy tenido en cuenta cuando se trata de estudiar la historia de coaliciones
militares, pactos políticos y relaciones productivas en situaciones de mercado (ver más en
Beyme 1980, Behrens y Noack 1984 y Schubert y Klein 2006).

corporación y corporativismo

Las corporaciones, que ya existieron en el Imperio Romano y renacieron con vigor en el siglo
XIII reunían, organizaban y reglamentaban detalladamente las actividades de los productores
artesanales según cada oficio o especialidad. Ocuparon un lugar central de la economía
medieval y se prolongaron hasta el siglo XVIII, aunque ya en decadencia, a medida que
avanzaba la Edad Moderna. En el siglo XIX pensadores conservadores recuperaron una
versión idealizada de ese modelo para proponerlo como alternativa no sólo a la irrestricta
libre empresa capitalista propugnada por los liberales, sino al asociacionismo obrero y las
organizaciones de clase de los socialistas. En la práctica esto no tuvo efectos reales, pero con
la expansión de las dictaduras de derecha y los fascismos en Europa (entre 1922 y 1945) se
produjo una instrumentación autoritaria de la idea corporativa. Estos gobiernos destruyeron
los sindicatos y obligaron a las organizaciones obreras y patronales a unificarse en
corporaciones verticales carentes de verdadera autonomía frente al Estado. Esta variante de
corporativismo quedó muy desacreditada después de 1945 por razones obvias.

Desde fines del siglo XIX las sociedades han desarrollado un sistema más heterogéneo
y conflictivo. Las actuales “corporaciones” (grandes grupos empresarios) utilizan una parte de
su poder financiero y mediático para reducir la apertura real y la transparencia de los
mercados e influir en el sistema político a través de “lobbies”, compitiendo allí con los
partidos políticos, sindicatos y grupos de presión religiosos. De facto se ha establecido así una
mezcla inestable de estructuras democráticas y corporaciones basadas en el dinero, situación
que es aprobada por algunos sectores de opinión que aún desearían más poderes para esas
corporaciones (generalmente bajo el eufemismo de “sociedad pluralista”) y fuertemente
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criticada por otros. Una posición intermedia se encuentra en formulaciones como las del “neo-
corporativismo social” o “liberal” que consideran el reconocimiento de esa realidad como un
sinceramiento necesario de las relaciones entre el capitalismo organizado y la democracia (ver
más en Schubert y Klein 2006, Arndt 1980 y Lajugie 1960).

crisis

Se usa este término para una perturbación masiva y bastante prolongada del sistema político o
económico de un país, una región más amplia o de alcance global. Durante las crisis la
población toma conciencia de que una o varias de las minorías especializadas que gestionan
los subsistemas de las sociedades complejas están fracasando en el desempeño de sus
funciones habituales. A eso se agrega la percepción de que ese fracaso no es simplemente un
accidente relacionado con los defectos propios de esas minorías, sino que además surge de la
inadecuación de ciertas teorías y doctrinas dotadas de un prestigio tradicional, pero que se
están revelando como incapaces de explicar y resolver los problemas nuevos que enfrenta la
sociedad.

A veces se habla de la “crisis terminal” de un sistema, suponiendo así que se trata de la


etapa inmediatamente anterior a su desaparición. Pero en la historia política esa expresión es
más bien una herramienta de lucha y no un concepto de utilidad científica, ya que mientras la
capacidad real de distinguir y predecir crisis cíclicas es más o menos aceptable, la de hacerlo
en el caso de las “terminales” es prácticamente nula (ver más en Di Tella 1989 y Schubert y
Klein 2006).
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D
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decadencia

Se trata de un concepto tradicional en los estudios históricos más ambiciosos (referidos a


recortes espacio-temporales muy amplios) y usado por no pocos políticos y periodistas de
manera casi siempre arbitraria. ¿Cuántas veces no hemos escuchado que tal o cual época o
fenómeno de una civilización habría sido “decadente”, sin que haya quedado clara otra cosa
que el disgusto que le causa al autor? Desde que Toynbee terminó su monumental “Un
estudio de la historia” a mediados del siglo pasado, han crecido mucho las dudas de los
historiadores profesionales en lo referente al uso del término. Existe ahora una conciencia de
las dificultades que implica el mismo, cuando se lo desea utilizar con algún grado de rigor
intelectual.

La decadencia es más bien un campo problemático, al que habría que dedicar más
estudios minuciosos y menos generalizaciones apresuradas. Veamos un ejemplo: decir que un
imperio tuvo en tal o cual época una etapa “de decadencia” implica nada menos que medir la
capacidad de sus funcionarios para cumplir con las tareas necesarias para el mantenimiento
del mismo, comparando ese nivel de logro con el que alcanzaron sus predecesores. Pero esto
no es un trabajo sencillo ni siquiera para el caso de Estados recientes, en los que la
documentación sobreabunda. Pero más allá de esto ¿qué criterio han utilizado los filósofos de
la historia para catalogar a unos fenómenos como decadentes y a otros como llenos de salud?
Para Spengler la democracia y el liberalismo eran un “síntoma” de decadencia; Toynbee no lo
veía de esa manera. La divergencia, claro está, había surgido de las opciones ideológicas de
cada uno, opciones que manifiestamente eran previas e independientes de la disciplina
histórica en sentido estricto. En nuestros días es recomendable evitar hablar de “decadencia”,
salvo que se fundamente su uso con una transparente presentación de los criterios que se han
utilizado para diferenciar el “auge” de una sociedad de su “decadencia”. Pero esto raras veces
se hace.

Sería deseable una mayor dosis de sinceridad en esto, porque en realidad es imposible
“medir” nada sin explicitar el o los valores que sirven de guía. La historia de una sociedad
escrita según EL CRITERIO DE LOS NIVELES DE REALIZACIÓN DE VALORES COMO LA JUSTICIA, LA

CARIDAD Y LA SOLIDARIDAD estudiaría los éxitos y fracasos de la misma según preguntas como
estas: ¿Cómo fueron tratados en diversas épocas los más débiles, pobres, enfermos e
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ignorantes? ¿Cuánta percepción y acción hubo tratando de impedir que algunos grupos
extrajeran beneficios desproporcionados del esfuerzo de otros? Si EL VALOR “CONOCIMIENTO”

es el criterio elegido, entonces la pregunta decisiva es ¿Cómo reaccionaron diferentes épocas


al desafío planteado por nuevas ideas y su choque con las tradicionales? Si se prefiere LA

PERSPECTIVA ECONÓMICA, entonces parece más lógico preguntar en qué medida cada período
pudo responder a los deseos materiales de un mayor número de personas, ofreciendo
abundantes bienes producidos con menor inversión de desgaste humano. Y UNA PERSPECTIVA

POLÍTICA DEMOCRÁTICA mediría el auge y la decadencia según la respuesta a la pregunta ¿Cuál


de los sucesivos sistemas políticos ha logrado que la mayor cantidad de ciudadanos participen
de la toma de decisiones públicas?

Por último, difícilmente se podría evitar otro interrogante: ¿Ha existido alguna vez una
época en que los valores privilegiados por cada una de las cuatro perspectivas anteriores
hayan podido realizarse al mismo tiempo en su más alto nivel y de manera armónica entre sí?
Una respuesta tentativa es que “auge” y “decadencia” parecen haberse producido de manera
asimétrica y asincrónica según los criterios que se elijan y que la elección en sí nunca puede
ser presentada como irrefutablemente derivada de la ciencia histórica, ni de otro cuerpo de
conocimiento sólido (ver más en Herman 1998).

democracia
([…]derivado del griego: pueblo y poder) Gobierno por el pueblo, inicialmente
practicado en las ciudades-Estado de la Antigua Grecia, donde las Asambleas
populares o plebiscitos, controlaban todas las cuestiones legislativas y política
general. La democracia indirecta, en la cual el pueblo controla la legislación por
conducta de instituciones representativas como los parlamentos […] implica, por lo
general, determinados principios comunes. Existe una separación de poderes en la
cual [...] las funciones legislativas, ejecutivas y judiciales del Gobierno no pueden
injerirse entre sí y están en mano de diferentes personas. La legislación se origina en
un parlamento elegido libremente, y el poder ejecutivo corresponde a un gobierno
responsable ante la asamblea legislativa (como ocurre en Gran Bretaña) o en un
presidente responsable ante el pueblo (como ocurre en los EE.UU). Las elecciones se
celebran a intervalos regulares y brindan al electorado una opción libre entre dos o
más partidos. (Cook 1993, p.153).
Cabe agregar que el alcance del término es vasto y se deben distinguir muchos
aspectos, además de los formales, que la clasifican en democracia directa o plebiscitaria y
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democracia indirecta o representativa. Junto a estas distinciones, está la democracia


semidirecta, que es una combinación de las dos formas clásicas. La democracia directa es la
única forma pura de donde el pueblo encuentra auténticas posibilidades de ser protagonista en
la conducción del gobierno. Mientras que aquí la votación decide cuestiones definitivas, en la
democracia indirecta el sufragio se utiliza para elegir representantes del pueblo, los que
tendrán a su cargo las tareas de gobierno, es decir las decisiones sobre toda una gama de
problemas de la sociedad. En esta segunda modalidad de democracia se incorporan otros
elementos como el referéndum, la iniciativa y la revocatoria, que contribuyen a una mayor
participación del pueblo en las funciones de gobierno.
Lo que se acaba de describir es lo que cabe designar como democracia contemporánea
básica. Se trata de un tipo de sistema político entendido de una manera bastante restringida
porque no se ocupa de analizar las relaciones de ese sistema con la sociedad, la cual nunca ha
sido la mera suma de “ciudadanos” que tiende a postular un enfoque jurídico abstracto. De allí
que desde una perspectiva histórico-comparativa resulte muy importante señalar que además
de la democracia ya esquematizada, se observa se puede hablar de otras dos variantes: la
social (o “avanzada”) y la vaciada (o “simulada”). En los tres casos estamos hablando de tipos
ideales, lo que implica que el estudio de formaciones históricas concretas debe encararlas
como mezclas o espacios en los que las tres tendencias coexisten de manera conflictiva.
La DEMOCRACIA SOCIAL mantiene toda la estructura política que hemos denominado
básica, pero se encuentra más profundamente arraigada en una sociedad internamente
diversificada. En ésta determinados grupos o poderes corporativos (combinaciones de
recursos económicos y organizaciones de peso en la comunicación masiva y la vida cultural)
poseen una enorme capacidad de influir en las decisiones políticas, independientemente de las
preferencias que la ciudadanía común expresa en las elecciones. Confrontada con tales
realidades, este tipo de democracia asume una vasta red de funciones tendientes a preservar
los intereses de los sectores más vulnerables de la población y trata de promover ––o al menos
no obstaculizar–– los procesos a través de los que esos sectores se auto-organizan (en
sindicatos, cooperativas, organizaciones no gubernamentales) para equilibrar el peso de los
poderes corporativos.
Por DEMOCRACIA VACIADA entendemos una situación en que sólo se mantiene la
estructura política básica como fachada, sin contenido real. Aquí se ha producido una
profunda distorsión del proceso de formación de las normas y decisiones, las que surgen de
las presiones y negociaciones parcialmente ocultas en el interior de una coalición de las elites
no electivas que dirigen los poderes corporativos (grandes empresas agro-industriales,
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comerciales, financieras y mediáticas, determinados centros de producción ideológica


––“think tanks”–– y servicios de inteligencia del Estado). Tendencias bastante crudamente
visibles en ese sentido se observan desde las décadas de 1970 y 80 en la mayor parte de las
democracias de países pobres, pero de manera muy sofisticada también en los países más
ricos del planeta. El poder electoral de las mayorías ha quedado aquí reducido a ser un factor
relativamente modesto, que se ve forzado a pronunciarse sobre una agenda pública
manufacturada por las mencionadas corporaciones (ver más en Di Tella 1989, Scruton 1984,
Aróstegui, Buchrucker y Saborido 2001, Badie y Hermet 1993, Berstein 1996, Beyme 1980,
Boix 2003 y Wolin 2008).

derecha e izquierda
Creemos que utilizando las tres ideas-fuerza de libertad, igualdad y seguridad como
herramientas analíticas básicas, se pueden diferenciar cuatro grandes orientaciones en la
historia de las ideologías contemporáneas.
 La extrema izquierda, en la que se ubican ideas y conductas políticas que ponen en
el primer plano la búsqueda de la igualdad, subordinando la libertad de individuos
y grupos a la proclamada necesidad de darle seguridad al proyecto revolucionario
y a sus equipos dirigentes frente a la amenaza surgida de otras fuerzas políticas y
sociales. Los jacobinos en la Revolución Francesa y los bolcheviques en la
Revolución Rusa son ejemplos de esto.
 El centro-izquierda, espacio en el que se procura mantener unidos y equilibrados
los ideales de libertad e igualdad, aceptando un cierto nivel de riesgo para los
gobernantes (no la seguridad autoritaria que proporciona la represión de los
opositores). En Europa se destaca aquí la socialdemocracia.
 En el centro-derecha se alojan doctrinas y movimientos que tienden a privilegiar la
libertad por encima de la igualdad. En particular, se oponen a la acción pública si
esta procura regular y limitar las concentraciones asimétricas de poder económico.
Los seguidores de esta línea también (aunque no siempre) suelen mostrar cierto
tradicionalismo en sus preferencias culturales y una actitud más positiva hacia las
fuerzas armadas de lo que se observa en el centro-izquierda. Este es en general el
perfil de los partidos demócrata-cristianos en Europa. La aceptación de las normas
básicas del constitucionalismo democrático permite la coexistencia pacífica del
centro-derecha con el centro-izquierda.
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 En la extrema derecha se combinan la oposición a las tendencias libertarias e


igualitarias, con una exaltación de las políticas autoritarias destinadas a preservar
la seguridad (entendida como monopolio del poder) de la nación, la “raza”, la
cultura y la propiedad contra ambas clases de izquierda, consideradas como
amenazas que no deben ser toleradas. Los fascismos y muchas dictaduras militares
del siglo XX se han movido en este espacio ideológico.
Este tipo de esquema es ––inevitablemente–– una simplificación de la complejidad de
los fenómenos históricos y sociales. Pero eso no le quita utilidad, si se lo usa de manera
flexible, adaptándolo a las variaciones de tiempo y lugar, ya que su origen europeo impide
una transposición mecánica a cualquier lugar del planeta (ver más en Andrain 1983, Bobbio
1998 y Aróstegui, Buchrucker y Saborido 2001).

dictadura:

Esta forma de ejercer el poder del Estado se caracteriza por la concentración de


facultades extraordinarias en un individuo, grupo o elite. El término se origina en una
institución de la Antigua República Romana, donde estaba previsto, como recurso
para afrontar momentos de crisis, la designación de un dictador por los cónsules con
acuerdo del Senado y por un período determinado. Aquella magistratura reapareció
en la tradición republicana contemporánea, pero no fue institucionalizada por el
constitucionalismo liberal. La dictadura se convirtió en una especie de modelo para
gobiernos revolucionarios o de facto, que invocan circunstancias excepcionales como
justificación de la concentración del poder, pero el término dictadura tiene hoy
connotaciones fuertemente descalificatorias. (Di Tella 1989, p.177)

Dictaduras hubo en todas las épocas, pero el término adquiere difusión en el siglo XX.
La dictadura es un régimen político en el que el poder está concentrado en un hombre o en un
pequeño grupo de hombres y se ejerce por encima de la ley, sin límites precisos. La autoridad
dictatorial es ilegítima o dotada de una legitimidad inmediata y precaria y su circunstancia
histórica inicial está constituida por un grado incipiente, moderado o avanzado de
participación política del pueblo y por la afirmación teórica del principio de la soberanía
popular (ver más en Berstein 1996, Schubert y Klein 2006 y Scruton 1984).

discurso corriente sobre historia y actualidad política


En temas como la astronomía, la biología, la arqueología, la ingeniería y la física no existe
nada que pueda llamarse “discurso corriente”. O los que opinan sobre eso lo hacen con el
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léxico y los conocimientos propios de la correspondiente disciplina o directamente no dicen


nada. Pero en los debates sobre temas de historia y actualidad política el ciudadano común (no
formado en ciencias sociales) interviene, cosa necesaria y conveniente para el funcionamiento
de la democracia. Lo único problemático es que ese discurso tiende a verse continuamente
distorsionado y vaciado por una serie de “lugares comunes” aceptados inocentemente por
demasiadas personas como axiomas, cuando en realidad se trata de falacias que son
inferencias incorrectas, ya sea en el plano lógico, sea en el empírico. Generalmente se trata de
falsedades que algunas usinas ideológicas ponen en circulación con toda intención, aunque
muchas personas las repiten con entera ingenuidad. Este es uno de los fenómenos más
destructivos de la cultura política mundial, presente desde hace siglos, pero acentuado por la
entusiasta participación de muchos periodistas y formadores de la opinión en las décadas más
recientes. Entre tales falacias queremos destacar las siguientes:

 EL DERECHO A OPINAR ES UNIVERSAL…Y POR TANTO TODAS LAS OPINIONES SON


IGUALMENTE RESPETABLES. Se manipula al oyente empezando con una afirmación
cierta para desembocar en la segunda, que es absurda, porque si así fuera no tendría
sentido alguno gastar un solo peso en centros educativos y científicos dedicados a
ciencias como la historia, la sociología, la politología y la economía.

 VOY A EMITIR MI OPINION SOBRE LA LEY X, PERO LO HAGO COMO OBSERVADOR


INDEPENDIENTE, MÁS ALLÁ DE TODA IDEOLOGÍA Y DE TODO PARTIDISMO . Esto es
físicamente imposible. Las ideologías cubren la totalidad de lo que se puede pensar y
decir sobre cualquier problema de la sociedad. Y lo que se diga tendrá siempre “una
parte” de la gente que coincide y otra “parte” (es decir “partido”) que tiene otra
opinión. Todo discurso que propone acciones debe incorporar preferencias en cuanto a
valores, prioridades y aceptación de ciertos costos y todo eso tiene componentes
ideológicos y “partidistas” inevitables.

 LAS IDEOLOGÍAS HAN MUERTO. Tesis que apareció hacia 1960 y reapareció en 1990
para estrellarse contra las realidades. Actualmente algo desacreditada, se trata de una
frase favorita de quienes temen o se avergüenzan de expresar cuál es su preferencia
ideológica, pero buscan imponerla con el disfraz de que se trata de “hechos”
indiscutibles y “científicos”.

 El SENTIDO COMÚN DE LA GENTE NOS DICE QUE EN ESTA CUESTIÓN LO CIERTO


ES X. Ninguna cuestión pertinente a los problemas centrales de las complejas
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sociedades contemporáneas puede resolverse apelando al mítico sentido común, cuya


característica central es transmitir generalizaciones apresuradas ancladas en
microclimas culturales (familias, pequeñas comunidades), temerosos de las cosas
nuevas y diferentes que proponen “otros”. El núcleo duro de lo que suele entenderse
por “sentido común” es la lista de prejuicios que una persona ha internalizado en su
niñez y adolescencia. La búsqueda del conocimiento es justamente la ardua y
necesaria tarea de destruir esos prejuicios.

 LOS EXPERTOS ESTÁN DE ACUERDO EN SEÑALAR QUE... En asuntos históricos y


políticos hay algunos acuerdos pero predominan los desacuerdos. Es muy infrecuente
que todos los expertos opinen lo mismo y esa frase tiene como sólo objetivo impedir
que quienes no comparten esa posición tengan tiempo de reunir a otro grupo de
expertos, capaz de presentar buenos argumentos que apoyan una tesis opuesta. En el
90 % de los casos ese otro grupo y los otros argumentos realmente existen.

 EN DEMOCRACIA HAY QUE SACAR TODAS LAS LEYES IMPORTANTES POR


CONSENSO. Ninguna legislación importante de la historia contemporánea fue
producto del consenso. No lo fue el “New Deal” de Roosevelt, las leyes laicas de Roca
o la ley de divorcio argentina de 1986. Más bien la regularidad es otra: si hay consenso
de todos, es probable que se trate de un asunto de poca importancia (como el acuerdo
sobre diferenciar las líneas de ómnibus con colores).

 TODOS LOS QUE TENEMOS VALORES Y DEFENDEMOS LA MORAL COINCIDIMOS EN


LA SIGUIENTE OPINIÓN SOBRE LA LEY X O EL PERSONAJE Z . Siempre ha habido
diferencias significativas entre las escalas de valores de los actores individuales y
colectivos. Y aún coincidiendo con una misma idea de lo moral, nunca se ha dado una
situación histórica conflictiva de tal manera que las personas “morales” se encuentren
todas en un lado de la barricada y los “inmorales” en el otro.

 TODO LO QUE DECÍA NAPOLEÓN ES FALSO PORQUE NO ERA UNA PERSONA


PIADOSA. EN CAMBIO LUIS XVIII ERA PIADOSO, POR LO QUE SUS IDEAS SOBRE
FRANCIA DEBEN HABER ESTADO ACERTADAS. Es una falacia de atingencia: la
premisa no tiene una relación necesaria con la supuesta consecuencia. Siempre han
existido personas de conducta moral intachable que han dicho grandes necedades.

 USTED DEBE DECIDIRSE: O ESTÁ CON LOS TERRORISTAS O CON LA POLÍTICA DEL
PRESIDENTE BUSH. Esta es la falacia de la falsa oposición. Muy puede uno oponerse
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al terrorismo y también a la política de determinado presidente. Lo normal es que se


den más de dos alternativas en la historia.

 HE CONOCIDO UNA PAREJA DE JUDÍOS QUE ERAN CONTRABANDISTAS Y A UNA


PAREJA DE CRISTIANOS QUE AYUDABAN A LOS POBRES; ESTO DEMUESTRA QUE
TODOS LOS JUDÍOS SON DELINCUENTES Y TODOS LOS CRISTIANOS PERSONAS
BUENAS. Esta falacia estadística, basada en la insuficiencia de muestras con respecto
al universo total en cuestión, está lamentablemente muy extendida.

 EN 1944 ALEMANIA PRODUJO MÁS AVIONES QUE EN 1940; POR LO TANTO


SU SITUACIÓN MILITAR MEJORÓ EN ESOS 4 AÑOS. Este tipo de falacia
estadística por abuso del número absoluto hace estragos en diversos discursos. Aquí se
olvida decir que los Aliados produjeron mucho más aviones que Alemania en 1944.

 EN EL PAÍS X EL SALARIO MEDIO ES 5000 DÓLARES Y EN Z DE 500; POR LO TANTO


EL NIVEL DE VIDA DE ES EN Z 10 VECES MÁS BAJO QUE EN X . Es la falacia de la
alteración del contexto. El nivel de vida real surge de la interacción de los salarios con
el precio de los bienes que necesita la gente. Lo normal es que en países de salarios
altos también sean altos los precios y en consecuencia el nivel de vida resultante en X
no será “10 veces” superior al caso Z.

 LAS CULTURAS Y LOS ESTADOS NACEN, CRECEN Y MUEREN EN ÉPOCAS


PREFIJADAS Y TRAYECTORIAS REGULARES, COMO PASA CON LOS VEGETALES . Es
la falacia de la falsa analogía o abuso de la comparación. Una imagen poética como
ésta puede resultar emocionante y estética, pero no demuestra nada, porque no es
evidente que las regularidades botánicas sean las mismas que las que rigen la vida
histórica.

Hay una constante que recorre todas estas falacias que actúan como un ácido capaz de
corroer la capacidad crítica de sus víctimas. Se trata de una brutal voluntad de simplificación
maniquea, en la que cualquier cuestión “se transforma en un problema simple de sólo dos
términos: el bien y el mal, lo blanco y lo negro (Ignacio Ramonet, cit. en Serrano 2009,
p.44)”. A comienzos del siglo XXI una parte muy grande de la prensa escrita, radial,
televisiva, además de los pronunciamientos de figuras políticas y la producción de algunos
ensayistas contribuye a difundir este tipo de discurso agresivamente anticientífico, cuya
función es “liberar” a la gente de la carga del análisis riguroso (demasiado pesada según
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algunos), para sustituirla por la movilización y explotación de emociones baratas y


resentimientos inconfesables a través de la confusión conceptual y la desinformación.

dominación y explotación

Para una historiografía sistémica y crítica el sentido más inmediato y simple de estos términos
es el que se relaciona con situaciones en que unas personas sujetan o reprimen a otras. Se trata
de interacciones en las que conflicto y cooperación están combinados de manera que el primer
elemento es predominante, aunque generalmente silenciado y semioculto, pudiendo un
observador independiente constatar que:

 las partes que a primera vista parecen “cooperar” tienen muy marcadas asimetrías de
poder,

 las modalidades específicas de la interacción no han sido libremente pactadas y

 el reparto de los costos y beneficios no satisface a una de las partes.

Ejemplos clásicos de dominación son las relaciones establecidas en condiciones de


esclavitud, en el funcionamiento de una dictadura y durante la ocupación de un país por
fuerzas armadas extranjeras. En este uso de la palabra es un tema central el hecho de que una
de las partes percibe la relación como no legítima. Cuando las dos partes comparten la
evaluación de su nexo como legítimo ––como es el caso de un gobierno constitucional
reconocido como tal por la mayoría de la población–– resulta más adecuado hablar de la
estructura y funcionamiento de un sistema político. En esas circunstancias los
entrecruzamientos entre aspectos cooperativos y conflictivos en la conducta de gobernantes y
gobernados son mucho más complejos y fluctuantes que en la simple y cruda dominación.

La dominación puede estar referida a la producción y apropiación de ventajas y


beneficios tanto en la esfera política, como en la cultura y la economía. Cuando esto se da en
el tercer ámbito mencionado resulta apropiado hablar de explotación, en un sentido más
amplio e independiente de la clásica teoría marxista de la plusvalía. La situación histórica en
la que Marx desarrolló su interpretación de la explotación fue la de las décadas centrales del
siglo XIX, con el crecimiento del proletariado urbano, cuyas condiciones de trabajo estaban
sujetas exclusivamente a las fluctuaciones de la oferta y la demanda, a la vez que no existían
leyes sociales ni sindicatos organizados para la protección de los derechos de los obreros. El
resultado de esta situación eran míseros salarios, que por lo general no cubrían ni siquiera las
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necesidades básicas de subsistencia, mientras la productividad aumentaba cada vez más. De


acuerdo a la concepción marxista, la explotación de los trabajadores asalariados es el tipo más
refinado de explotación por parte de los capitalistas. En las concepciones liberales clásicas de
la economía el concepto de explotación no tiene cabida (ver más en Hofmann 1971 y Scruton
1984).
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________________________________________________________
elite
Un concepto político-sociológico que se refiere a sectores relativamente pequeños de la
sociedad que se caracterizan por ocupar posiciones claves en los subsistemas político,
económico y cultural. Para el investigador lo más prudente es utilizar esa categoría analítica
sin las connotaciones apologéticas que se observan en autores conservadores como Wilfredo
Pareto, que tienden a ver a sus integrantes como personas provistas de cualidades
extraordinarias y/o más propensas que el común de la gente a expresar el interés general de la
nación. También está distorsionada por cierta ingenuidad idealista la interpretación muy
corriente en Estados Unidos de ver las elites como en constante pluralidad competitiva y
equilibrada, por lo cual su actividad resultaría perfectamente adecuada a la democracia. Los
estudios de autores como C. Wright Mills, Noam Chomsky y Sheldon Wolin muestran las
debilidades empíricas de ese optimismo y subrayan los riesgos que la coalición relativamente
constante de los intereses de la cúpula de esas elites representan para la autenticidad de los
procesos democráticos (ver más en Röhrich 1978, Beyme 1980, Domhoff 1983, Burke 1994,
Scruton 1984, Chomsky 1997 y Wolin 2008).

estado*
Muchos autores señalan las dificultades que plantea el término y esto se confirma al encontrar
más de cien definiciones. Por otro lado, definir lo que se entiende por “Estado” involucra los
intereses políticos del investigador, lo cual lo hace aun más complejo. En un muy elevado
nivel de abstracción se ha pretendido abarcar dentro de este concepto desde la polis griega
hasta el moderno “Estado de bienestar”. En apretada síntesis, cabría decir que el estado es la
organización política que está encargada de funciones generales de regulación y coordinación
válidas para un territorio y población determinados, en cuyo ejercicio los agentes del estado
poseen el monopolio de la fuerza armada reconocida como legítima por la gran mayoría de
esa población. Pero la estructura concreta y las diversas funciones que el Estado ha tenido en
diversas épocas y lugares presenta gran variedad, cosa que se puede apreciar más claramente

**
Siguiendo un camino práctico, en los textos escribimos “Estado” con mayúscula, porque así rápidamente el
lector distingue este importante sustantivo de los tantos otros “estados” que abundan en nuestro idioma (“estado
del tiempo”, “estado civil”, “estado de la cuestión”, etc.).
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en el desarrollo del concepto de sistema político (ver más en Andrain 1983, Badie y Hermet
1993, Boix 2003, Röhrich 1978 y Schubert y Klein 2006).

estamento
La representación que se hacían los hombres de la Edad Media y Moderna de la sociedad era
la de una estratificación funcional y jerárquica, ocupando “los que rezan y enseñan” el primer
estamento, “los que defienden y combaten” el segundo y “los que trabajan y alimentan” el
tercero. Este ordenamiento era presentado como acorde con la voluntad de Dios. La ubicación
normal de una persona en el segundo y tercer estamento o “estado” (lugar social en que se
está) era usualmente heredada, pero alguna movilidad era posible. Las expectativas, las
costumbres, las disposiciones jurídicas y la ropa de cada estamento eran consideradas
distintivas e integraban lo que se consideraba propio y justo.

Pero este orden corporativo era en realidad más complejo que la esquematización
anterior, por una parte porque había mucha diferenciación según regiones y subcategorías y
por otra, porque no todas las personas estaban integradas en el mismo, figurando un gran
número de ocupaciones y gentes como “carentes de honor”. En cuanto tales, se encontraban
en una situación periférica o externa a la estructura estamental (la que reconocía algún tipo de
“honor” para cada corporación). A fines de la Edad Moderna comenzó un proceso de
desintegración de los marcos estamentales en las sociedades atlánticas, proceso que se aceleró
en el siglo XIX (ver Gerhard 1991).

explicación

Explicar un hecho es mostrar cómo ocurre. Sin las operaciones previas de observación, y
descripción no son posibles las explicaciones. Las explicaciones científicas buscan descubrir
los mecanismos que causan la permanencia o cambio de las cosas concretas y para ello deben
tener en cuenta regularidades y condiciones iniciales. Esta clase de explicaciones no se
encuentra tan a menudo en la historiografía como sería deseable. Muchas versiones retóricas
de la historia suelen presentar como “explicaciones” simples metáforas y giros retóricos que
en realidad no explican nada. Por ejemplo: tal o cual imperio habría sido destruído porque
“estaba en el ocaso”, es decir “viejo”, en su “etapa final” (ver más en Bunge 2001).
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F
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fascismo

Este fue originariamente el nombre propio de un movimiento político italiano que se mantuvo
en el poder entre 1922 y 1943. A partir de fines de la década de 1920 se empezó a hablar de
fascismo de manera genérica, designando a otros partidos y regímenes de similares
características. Entre los que fueron catalogados de ese modo ocupó un lugar destacado el
nacionalsocialismo alemán (vulgarmente conocido como “nazismo”), el que ejerció el poder
entre 1933 y 1945, y responsable del desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial y el
asesinato masivo de los judíos europeos. En el lenguaje de la lucha política es común un uso
impreciso y abusivo de la palabra, que aquí no nos interesa.

Los fascismos surgieron como una quinta macroideología (después del liberalismo, el
conservadorismo, el socialismo y el comunismo) en una situación histórica definida por el
doble impacto de la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa. En lo fundamental fueron
un intento de revertir buena parte de las tendencias que habían caracterizado el siglo XIX,
sobre todo las que reclamaban sociedades más igualitarias y ámbitos más extensos para el
desarrollo de la libertad individual. Pero las respuestas ideológicas fascistas estuvieron
siempre atravesadas por una profunda contradicción interna, la que nos lleva a caracterizarlas
como “modernismo reaccionario” y como intento de forzar el “re-encantamiento” de las
relaciones políticas y sociales utilizando los medios de movilización y control de masas que
ofrecía la tecnología del siglo XX. Para los fascistas la lealtad del individuo sólo debía
abarcar la nación, desvalorizando todo compromiso que implicase agrupamientos supra- o
sub-nacionales. Esa nación fascista era concebida como guerrera e “idealista”, un conjunto
supuestamente juramentado en un “romanticismo de acero” que combatía y conquistaba en
vez de negociar. La supuesta forma “natural” de Estado que propugnaba, era la de una
fantasía totalitaria, en la que un lazo místico supuestamente unía al líder con su pueblo
(Mussolini primero, Hitler y otros imitadores después) sin necesidad de deliberaciones ni
competencia pluripartidista. Tales Estados habrían de realizar la misión de llevar a sus
pueblos al exaltado rol imperial que la historia y la “raza” les habrían reservado. Mientras el
proyecto exterior del fascismo planteaba una redistribución forzada del dominio territorial y
los recursos estratégicos a través de la amenaza y la guerra, en el interior de la “comunidad
nacional” se respetaban las líneas generales de la propiedad privada, salvo en el caso de los
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opositores y las partes de la población arbitrariamente catalogadas como “foráneas” y


“antinacionales”.

Algunos fragmentos de las pasiones, las ideas y los conflictos que contribuyeron a la
amalgama fascista han sobrevivido al desastre de la Alemania nazi y la Italia de Mussolini
que se produjo en 1945. Periódicamente desde entonces, cada coyuntura tormentosa de las
democracias produce señales de que un conglomerado de ideas y prácticas de ese tipo podría
reconstituirse en alguna parte, cubierto con un ropaje que disimulase a la vista de los más
ingenuos su núcleo más amenazante. Hoy es frecuente reducir ese peligro a los países de
impronta islámica, pero incluso Estados de tanto peso mundial como Rusia, China y Estados
Unidos, cada una con los matices específicos de su legado histórico, poseen esa potencialidad,
aunque en diferentes grados de intensidad (ver más en Andrain 1983, Buchrucker 2008 y
Rejai 1984).
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generalizaciones probabilísticas

Llamamos generalizaciones probabilísticas o históricas a formulaciones que son útiles como


hipótesis de trabajo para la construcción de explicaciones. Es decir, se trata de postular
algunas conexiones causales en términos amplios, tales como “cuando crece la amenaza
externa, en el interior de un país se observan tendencias hacia un mayor autoritarismo,
mientras decrece la tolerancia hacia conflictos internos”. Estas generalizaciones, cuando se las
desarrolla plenamente, contienen afirmaciones sobre las condiciones iniciales en que se
encuentran determinados actores (la situación histórica) y el esquema de un mecanismo que
las relaciona con ciertas conductas y sus resultados. Los bosquejos explicativos que surgen de
la investigación histórica realizada con la orientación de tales generalizaciones y fortalecida
por la documentación sólo pretenden reconstruir las presiones selectivas que bajo la forma de
oportunidades y restricciones modelaron las percepciones de quienes actuaron y facilitaron o
dificultaron los resultados de dichas acciones (ver Cornblit 1992 y Geiss y Tamchina 1980).

geopolítica

La geopolítica ha sido visto por una cierta corriente intelectual como constituyendo una
especie de superciencia situada por encima de las demás y capaz de explicar la marcha de la
historia universal. De tal ilusión han derivado tentaciones autoritarias y en el pensamiento
conservador la geopolítica ha sido vista como una respuesta ideal al desafío planteado por el
marxismo dogmático. En sus versiones extremas esta especie de nueva fe, originada en la
geopolítica alemana anterior a 1945, fue muy influyente en el pensamiento de los militares
sudamericanos, desde la década de 1930 hasta la del 1980. Se postulaban entonces supuestas
“presiones” vagamente emanadas del “espacio” y de la demografía como factores
predominantes del acontecer político internacional. Los Estados parecían comportarse como
“organismos vivientes” homogéneos que reaccionaban de manera bastante mecánica ante los
obstáculos para sus “naturales impulsos expansivos” que otros países significaban.

La crítica que merece esta manera de concebir la geopolítica parte de la constatación de


que este enfoque descuida y aún oculta intencionalmente la diversidad de los agrupamientos,
conflictos e intereses que contiene cualquier sociedad moderna. Más allá de “presiones” del
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espacio nunca muy claramente definidas, la historia debe ocuparse de factores tales como el
desarrollo científico y tecnológico, la estructura de los sistemas político y económico y las
percepciones y decisiones de los equipos dirigentes en situaciones críticas. Lo dicho no
implica rechazar todo estudio que utilice la palabra “geopolítica”. Es defendible una posición
que la entiende como una fructífera zona de contacto entre diversas disciplinas que hacen al
estudio de las relaciones internacionales, tanto en su dimensión histórica, como en su
proyección actual. Esto era lo que proponía Raymond Aron cuando afirmaba que la
geopolítica “combina una esquematización geográfica de las relaciones diplomático-
estratégicas con un análisis geográfico-económico de los recursos y una interpretación de las
conductas diplomáticas en relación con el modo de vida y el entorno (pueblos sedentarios,
nómadas, pobladores del interior, marinos)” (ver más en Aron 1963 y Buzan y Waever 2003).

globalización

En su núcleo semántico, este término designa el proceso de creciente división internacional


del trabajo, que se basa en una superposición de redes de alcance planetario conectando la
actividad comercial, financiera, industrial y la emisión/recepción de información. Este
proceso ha aumentado las presiones competitivas a que se ven expuestas las empresas,
favorecido la precariedad de los puestos de trabajo, debilitado el poder negociador de los
sindicatos y reducido la eficacia de los sistemas regulatorios estatales. El debate en torno a las
ventajas y desventajas de la globalización y de las diversas políticas desarrolladas a partir de
la década de 1970 para responder a los desafíos planteados continúa en nuestros días (ver más
en Deaglio 2005 y Little y Smith 2006).
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hechos y valores

Esta es una distinción fundamental para el lenguaje científico (especialmente desde los
trabajos de Max Weber), la cual no suele ser advertida en los discursos políticos corrientes.
En el lenguaje científico estricto fenómenos tales como los ideales, valores, deseos, temores e
intuiciones no reciben el nombre de “hechos”, porque no se trata manifestaciones externas a
las personas, es decir no tienen carácter inter-subjetivo. La esclavitud como hecho podía ser
percibida por el europeo corriente del siglo XVIII de la misma manera que por un observador
actual; sin embargo, ambos no coinciden en darle la misma connotación de valor: para el
primero no se habría tratado de una institución injusta.

Los juicios de valor resultan de confrontar un hecho con nuestra escala de valores (justo-
injusto, bueno-malo), mientras que las afirmaciones relativas a hechos históricos surgen del
estudio de los testimonios y se refieren ante todo al interés de averiguar con la mayor
precisión de detalle qué ha ocurrido en un determinado lugar y momento. En esta clase de
averiguaciones el historiador desarrolla capacidades especiales; pero los juicios de valor que
emite no tienen mayor autoridad que la valoración efectuada por otras personas que no
pertenecen a la profesión (ver más en Bunge 2001 y Cohen y Nagel 1968).

Conviene tener en cuenta las siguientes normas críticas cuando se trata de examinar
afirmaciones acerca de hechos:

 Una afirmación muchas veces repetida no por eso se hace más “verdadera” en lo
concerniente al hecho del que habla.

 A veces se ve con enojo la actitud de suspender el juicio sobre un tema del que no se
poseen suficientes informaciones. Sin embargo, esa suspensión es lo correcto en
términos racionales.

 Cualquier hecho relevante debe ser utilizado como elemento corrector de afirmaciones
anteriormente enunciadas. Las hipótesis y las teorías deben ser puestas a prueba
continuamente y si aparecen hechos nuevos que no encajan en ellas, entonces habrá
que modificarlas o diseñar una teoría nueva, capaz de abarcarlos a todos.
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hegemonía
La palabra hegemonía proviene del griego, significando guía, dirección suprema, habiendo
sido usada para indicar el poder conferido a los jefes de los ejércitos. Aplicada a las relaciones
internacionales se refiere a la supremacía de un Estado sobre otros en cuanto a la orientación
de su política exterior, sin que eso llegue a la pérdida total de la independencia de éstos.
Cuando sucede esto último tenemos un imperio, con su núcleo (el Estado más fuerte) y el
resto reducido a la condición de provincias.
La potencia hegemónica ejerce sobre otras entidades políticas, a través de su prestigio
como de su poder de coerción, una preeminencia o influencia que en ciertos temas le permite
orientar las decisiones de dichos Estados más débiles, limitando sus elecciones tanto en el
campo económico como cultural. Por esto hegemonía connota más bien una relación
interestatal de poder, sin ajustarse a ninguna norma jurídica internacional. Algunos autores,
como los alemanes Ranke y Dehio tomaron el concepto de hegemonía respetando su origen
etimológico, como dominio a través de las armas. Siguiendo esta dirección, aplicaron el
concepto a la historia europea y mundial, contrapusieron el concepto de hegemonía al de
equilibrio de las naciones y consideraron que todos los estados poseen la intención de
extender al máximo su dominio. Por lo tanto periódicamente los Estados más fuertes
realizarán intentos hegemónicos, provocando una alteración en el siempre inestable equilibrio
de los sistemas internacionales que van consolidándose poco a poco: desde la ciudad-estado
griega hasta la Italia de los principados y la Europa de las grandes monarquías. Los sistemas
internacionales generan sus propias defensas, representadas por las potencias interesadas en
mantener este equilibrio, que les garantiza su supervivencia en el concierto internacional. Así
lo hicieron en varias oportunidades países como Inglaterra, Rusia y Estados Unidos bajo los
distintos intentos hegemónicos producidos en Europa desde Carlos V hasta Hitler (ver Bobbio
y Mateucci 1984 y Williams 2000).

historiografía tradicional e historiografía científica


Como hemos indicado en la Introducción de esta obra, la historiografía meramente narrativa,
formalizada durante el siglo XIX, sigue siendo productiva para determinados temas e
intereses cognoscitivos aún en nuestros días. Sin embargo, bajo el influjo de corrientes
filosóficas idealistas y neo-románticas de ese siglo, conservó un nexo bastante fuerte con una
mirada que no corresponde a lo que hoy se entiende por ciencia, mirada que encontró su
expresión más acabada en la tesis del abismo supuestamente infranqueable entre “ciencias del
espíritu” y “ciencias de la naturaleza”. Por eso resulta conveniente señalar las diferencias que
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se advierten entre los trabajos que continúan adheridos con exclusividad a esa visión –
podríamos calificarla de “tradicional” (sólo parcialmente científica)– y aquéllos (incluyendo
el presente libro) que se ubican en la visión “sistémica”, que es plenamente científica en
términos actuales. El siguiente esquema resume las características de las dos concepciones.

Características H. tradicional H. científica


En lo referente a… o “historicismo”

…unidades que son Individuos excepcionales; ideas; Sistemas sociales; agrupamientos


objeto de estudio legislación diversos, intereses y pasiones
colectivas

…ramas favoritas Política y partes de la cultura Todas

…generalizaciones Se evitan; énfasis en la Comparaciones y regularidades


y comparaciones singularidad de lo que ocurrió. probabilísticas además de
singularidades

…cuestiones Suelen no plantearse Se toman muy en cuenta; se trabaja


cuantitativas con estadísticas

…conceptos, Implícitos, indefinidos Explícitos, definidos de manera


modelos, marco teórico sistemática

…ciencias Literatura. A veces se habla de la Todas las ciencias sociales


“parientes” historia como si fuese una rama
de la literatura (“posmodernismo”).

…metas Narración y descripción Narración, descripción, análisis,


comparación sistemática y explicación

…ubicación funcional Aceptación y producción de mitos Análisis crítico de los mitos


dentro políticos que resultan funcionales políticos; vocación
de la sociedad a poderes establecidos; cierta pluralista y toma de distancia frente a
vocación “oficialista” poderes establecidos.

Por “ciencia” se entiende aquí una actividad que no se reduce a las “ciencias de la
naturaleza”, sino toda investigación que busca obtener un conocimiento preciso de cuestiones
fácticas que tengan que ver con cualquier aspecto del mundo, mediante métodos empírico-
racionales. Estos métodos son, en lo fundamental, los mismos para químicos, biólogos,
ingenieros, plomeros, detectives e historiadores. Existen tres tipos de discurso que compiten
en el espacio público con la ciencia, pero que no son científicos (salvo en pequeños
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fragmentos): las discusiones de café, los mitos políticos y el “periodismo de opinión”. La


diferencia no se refiere a los temas tratados, sino a la calidad de los métodos utilizados y la
solidez de las afirmaciones cuando se las confronta con la evidencia (ver más en Bunge 1999
y Sokal 2009).
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ideas e intereses

Max Weber consideraba que “los intereses” y no las ideas “dominan en lo inmediato el
accionar de los hombres”. Pero ciertas ideas han dado origen a representaciones del mundo
que se convirtieron en vías transitadas por los intereses políticos y económicos. Éstos suelen
dar el primer impulso para la acción humana y por eso las ideas que no han logrado vincularse
con intereses reales no pueden arraigar en la vida histórica. Los seres humanos en todas las
épocas han tratado de trabajar y luchar para satisfacer sus intereses, pero al mismo tiempo han
deseado hacerlo conservando una buena conciencia. Y con ese doble impulso han debido
establecer alguna clase de relación entre sus actividades interesadas y las ideas sobre lo que es
correcto en un sentido más elevado y amplio que la simple satisfacción individual o sectorial
(ver Winckelmann 1968).

Para el estudioso es conveniente tener en cuenta la distinción entre intereses


estructurales (o potenciales) e intereses históricos reales. Los primeros son oportunidades,
ventajas, restricciones o amenazas que pueden ser detectadas por un observador como
derivadas de las estructuras y procesos que está estudiando, sin que él esté directamente
involucrado en esa época y lugar. Pero de esa observación no podemos inferir que cada actor
real visualizó claramente dicho escenario y decidió adaptar sus proyectos al mismo de manera
racional y automática. En la historia a menudo vemos oportunidades desaprovechadas y
peligros no percibidos o subestimados. Por eso llamaremos “reales” en sentido histórico a
aquellos intereses sobre los cuales existen registros de época, dando testimonio de que
quienes tomaron decisiones efectivamente los percibieron y articularon, dando preeminencia a
algunos de ellos por encima de otros.

ideología

Ante la multiplicidad de usos del término ideología, Norberto Bobbio ha delineado dos tipos
generales de significados: el “débil” y el “fuerte”. El segundo presupone una serie de
conclusiones que se derivan del concepto de ideología de Marx, entendido como falsa
conciencia de las relaciones de dominación entre clases. En su significado débil (y de alcance
más amplio) designa a una especie variadamente definida de los sistemas de creencias
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políticas: un conjunto de ideas y de valores concerniente al orden político que tiene la función
de guiar los comportamientos políticos colectivos. Es un concepto neutro, que deja para un
posterior análisis la cuestión del rol de la ilusión y la distorsión. Para comenzar una
investigación sin demasiados juicios “a priori” resulta conveniente este sentido amplio de
ideología, esto es, como un sistema de ideas surgido de la confrontación polémica con los
grandes conflictos de la sociedad, cuya pretensión última es solucionarlos desde una posición
de poder.

Las ideologías son discursos muy elaborados y presentados en textos relativamente


extensos. En esa forma generalmente sólo forman parte del bagaje cultural de una fracción de
la población; sin embargo, de manera menos sistemática y casi subconsciente existen en toda
la sociedad bajo la forma de mentalidades, constituyendo una mezcla de ciertas memorias,
intereses, temores y esperanzas que guardan múltiples y complejas relaciones con la
subcultura, la clase social y la región en que se han formado las personas (ver más en
Aróstegui, Buchrucker y Saborido 2001, Lenk 1982, Rejai 1984, Scruton 1984 y Sowell
1987).

imperialismo
En un primer acercamiento a la definición de imperialismo podemos referirnos a este
concepto como una de las formas de expansión del poder de unas naciones sobre otras, es
decir, el ejercicio del poder a escala internacional. Imperialismo es la expansión violenta por
parte de los estados sobre un ámbito territorial de su influencia y las formas de explotación
económica en perjuicio de los estados o pueblos sometidos que van unidas normalmente a
estos fenómenos.
Hacia finales del siglo XIX se inició el estudio sistemático de dicho conjunto de
fenómenos, surgiendo entonces las primeras teorías del imperialismo. La mayoría de los
autores ubican su época clásica entre 1870 y el estallido de la Primera Guerra Mundial, ya
que en esta etapa tuvo lugar la repartición casi completa de África entre los estados europeos
y la ocupación de amplios territorios de Asia, en lo cual también tuvieron participación Japón
y EE.UU., quedando subordinados a la influencia europea China, Persia y el Imperio
Otomano. Entre 1914 y 1945 el imperialismo pasó a una etapa más agresiva: Alemania trató
dos veces imponer su hegemonía sobre Europa, Japón intentó hacer lo mismo en Asia y la
Italia fascista buscó dominar las costas del Mediterráneo. Después de 1945 se agotó el
proceso imperialista de los Estado europeos y del Japón y se produjo el proceso de
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descolonización, pero es posible pensar que el fenómeno del imperialismo ha continuado


manifestándose de diferentes maneras, ya sea a través de relaciones hegemónicas instauradas
por las dos superpotencias surgidas después de la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. y
U.R.R.S, respecto de los estados de su bloque correspondientes.
En una de las primeras investigaciones sobre esta temática, Hobson, en 1902
basándose en el caso del Imperio Británico del siglo XIX, caracterizó al imperialismo a
través del fenómeno de las inversiones de capital en el exterior. Lenin retomó esta idea y
presentó al imperialismo como la última fase de desarrollo capitalista, consecuencia propia
de la dinámica de este sistema que desembocaría en la extrema concentración y centralización
de los capitales, a lo que seguirían su crisis y derrumbe final. Los autores marxistas siguiendo
la tesis de Lenin, han realizado una periodización que ubica al imperialismo a partir de 1870
cuando se manifiesta la exportación de capitales. Esto implica cierta dificultad conceptual
para definir el fenómeno imperialista en épocas anteriores: la conquista y colonización
europea a partir del siglo XV, la expansión imperial británica después de la primera
revolución industrial basada en la exportación de mercancías y la conquista de mercados.
Después de la Segunda Guerra Mundial con la expansión de EE.UU. y la organización
del capitalismo de los países avanzados, la extinción del viejo colonialismo, el nacimiento del
bloque socialista y el despliegue de las empresas multinacionales que superan las economías
nacionales, las teorías sobre el imperialismo debieron revisarse. En la actualidad se puede
observar la existencia de relaciones de dominación económica que sujetan a países
formalmente independientes, y es evidente la introducción de nuevas formas de control
político, financiero, comercial, militar, etc. sobre los antiguos países coloniales o periféricos.
Algunos autores ven un “capitalismo financiero mundial” en la consolidación de una clase
dirigente internacional, conformada por la propiedad y control de las grandes corporaciones
capitalistas. Este concepto va mas allá de las antiguas rivalidades de los Estados imperialistas
(ver Bobbio y Mateucci 1984, Di Tella 1989, Behrens y Noack 1984, Little y Smith 2006 y
Senghaas 1981).

interés nacional
Después de la Segunda Guerra Mundial, los estudiosos de las relaciones internacionales que
siguieron las enseñanzas de Hans Morgenthau creyeron haber encontrado la piedra filosofal
capaz de explicar la política exterior de los Estados: el “interés nacional”. Para Morgenthau,
la determinación de su contenido en una situación concreta era “relativamente sencilla”,
puesto que se basaba en “la integridad del territorio de la nación, de sus instituciones políticas
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y de su cultura”. Pronto otros autores agregarían con énfasis la prosperidad económica como
un elemento indispensable del interés nacional. ¿Pero se tiene aquí realmente una herramienta
conceptual de gran valor explicativo además de normativo? ¿Se trata de algo situado más allá
de “las preferencias ideológicas”? Nosotros creemos que la respuesta es negativa.
Morgenthau y sus discípulos sedicentes “realistas” nunca aclararon cómo se las
arreglaban los gobiernos de turno para percibir y representar el interés nacional, mientras que
los opositores eran acusados de ser abogados de “intereses sectoriales”. Lo cierto es que un
enfoque crítico del concepto nos obliga a reconocer que la mayoría de las veces se lo ha
utilizado como una herramienta discursiva destinada a manipular la opinión pública. Fórmulas
políticas de esa clase pueden no significar lo mismo para distintas personas o pueden no tener
ningún significado preciso.
Apelar al interés nacional no explica lo que sucede ni produce una norma capaz de
indicar lo que debería hacerse. En el mundo de los hechos verificables sólo se ven políticas
complejas y variables que son el producto de una multitud de expectativas, angustias y
demandas sociales. Éstas no se ordenan en un marco jerárquico “natural” u “objetivo”, sino
que siempre se encuentran ligadas a formaciones psicosociales conflictivas, como lo son las
mentalidades e ideologías que modelan lo que los actores políticos perciben como real.
Explicar la política exterior de un país es identificar UN CONJUNTO DE INTERESES OPERATIVOS,

los cuales expresan (por la negociación o la imposición unilateral) las percepciones y


demandas de los agrupamientos sociopolíticos más poderosos en una época determinada. El
límite externo de esos intereses se encuentra condicionado por procesos similares que se dan
en otros Estados. La marcha de la historia, con sus luchas políticas, altera el contenido de los
paquetes de intereses que en los tiempos modernos reciben siempre el prestigioso calificativo
de “nacionales”. En ciertas épocas y países predominó el componente religioso, en otros se
los formuló más bien en términos estratégicos o económicos. En una democracia cabe esperar
que no pretendan ser definidos como “nacionales” intereses que no engloban a la mayoría de
la población (ver más en Behrens y Noack 1984, Krasner 1978 y Little y Smith 2006).
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L
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legitimidad
Se trata de un concepto político-sociológico que se refiere a la creencia de que los
gobernantes mandan por derecho de origen y de ejercicio y no simplemente porque hayan
logrado organizar una fuerza coercitiva irresistible. Las argumentaciones específicas que se
utilizan para fundamentar tal creencia han variado mucho según épocas y lugares,
constituyendo una parte muy importante de todo lo que se ha escrito en materia de
pensamiento político. La pregunta básica acerca de la legitimidad (¿por qué y hasta dónde la
atribución de tomar decisiones obligatorias para otros es concedida a ciertas personas?) no
limita su relevancia al ámbito de la política interna de un país, sino también resulta
significativa para el estudioso de la historia cuando se trata de dar razones para la vigencia de
determinadas instituciones internacionales, económicas y culturales.

Como propuesta que consideramos útil presentamos esas concepciones de la


legitimidad en el siguiente esquema.

Legitimaciones  L. RELIGIOSAS: el gobernante y las instituciones sociales son


tradicionales concebidas como directa o indirectamente legitimadas por la

(premodernas) voluntad divina.

 L. NATURAL-ORGANICISTA: la sociedad reflejaría el orden eterno de


la naturaleza; lo antiguo estaría más cerca de ese orden; el “deber
ser” surgiría del “ser de las cosas”.

Legitimaciones  L. CIENTÍFICAS Y TÉCNICAS


modernas 1. VERSIÓN MÁXIMA Y AUTORITARIA: una minoría o vanguardia
de especialistas o sabios poseería una ciencia social
inaccesible a los demás, de allí que debería tener la suma
de los poderes.

2. VERSIÓN MODERADA: en determinados asuntos o etapas de


la toma de decisiones es conveniente que tengan cuotas de
poder los expertos.

 L. VOLUNTARIA-CONTRACTUAL: sobre los valores, fines y asuntos de


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gran importancia (potencialmente peligrosos) debe decidir la


deliberación libre de todos los miembros de la sociedad, quienes
deberán soportar las consecuencias de esas decisiones.

Mientras más compleja se hace una sociedad, menos resulta posible sostener todas sus
instituciones con una legitimación única. En las sociedades democráticas de la actualidad
predomina una combinación de las legitimaciones científica moderada y la voluntaria, sin que
hayan desaparecido del todo las demás. Una parte importante de los conflictos ideológicos se
refiere a divergencias en torno a las concepciones de la legitimidad y las zonas fronterizas en
su aplicación a diferentes esferas de la vida social (ver más en Bendix 1980, Görlitz 1973,
Schubert y Klein 2006, Scruton 1984 y Winckelmann 1968).

liberalismo

En la interpretación del significado último del liberalismo se oponen dos enfoques


principales. Uno de ellos visualiza dicha concepción como un paradigma que,
trascendiendo todo partidismo o sistema socioeconómico, se identifica con la misma
civilización y se confunde con el provenir de la libertad. Contrariamente, se lo
considera una ideología que pretende justificar cierto estado de cosas, en especial, la
propiedad privada, la economía de mercado, y un individualismo adverso a las
transformaciones estructurales en profundidad. Cabe también una explicación más
conciliadora. Si bien los liberales han tenido el mérito de enfatizar libertades y
derechos universales ––por ej., que el hombre debe ser considerado como un fin en sí
mismo––, tales postulaciones no han excedido comúnmente el plano de lo formal,
evidenciándose una despreocupación por el respaldo fáctico de las propuestas. (Di
Tella, 1989, p.358).

El liberalismo se constituyó como una de las tres grandes ideologías de alcance mundial
que cristalizaron en el siglo XIX. Está representado por pensadores como Locke,
Montesquieu, Tocqueville y Mill. A nivel político es defendido por los partidos políticos,
grupos sociales interesados en el libre juego de individualidades, en contra de cualquier
coerción. Su filosofía está basada en dos postulados esenciales: el individualismo y la
regulación de las relaciones entre individuos de una comunidad sobre la base de los derechos
individuales y la existencia de una constante transacción. Para el liberalismo el conflicto
fundamental de la sociedad está presente en la opresión que el Estado ejerce sobre el
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individuo; para acabar con dicha opresión es necesario asegurar el valor de la libertad
individual, tanto en lo político, como en lo económico y lo cultural. En lo político, por medio
de la sanción de una constitución que limite el poder detentado por el Estado, que declare los
derechos individuales (como la igualdad de todos ante la ley) y la división de poderes. En lo
económico, la libertad individual se verá garantizada por medio de la vigencia de la libertad
de mercado y la no intervención del Estado. En lo cultural se instaurará la libertad de
expresión y de pensamiento y cesarán los privilegios de una sola religión.
Para el liberalismo el tiempo que importa es el presente, a diferencia del socialismo,
preocupado por el futuro, y del conservadurismo, siempre atento al pasado. Se caracteriza por
detentar un optimismo individual, en contraposición al optimismo genérico del socialismo.
Entiende la sociedad como una organización, como la aplicación política del modelo de la
economía de mercado que funciona regulada por la libre voluntad de los hombres. El
liberalismo ha representado en términos muy generales la perspectiva de la clase media de los
países ricos y más secularizados en situaciones históricas caracterizadas por una sensación de
seguridad. En sus orígenes fue un movimiento político de clase media industrial y comercial,
hostil hacia el poder político de los aristócratas terratenientes e impaciente con las estructuras
estamentales. Su objetivo era lograr participar a nivel político en función de la importancia
económica de ese sector (ver más en Andrain 1983, Aróstegui, Buchrucker y Saborido 2001,
Görliz 1973, Rejai 1984 y Scruton 1984).

libertad y opresión
Libertad y opresión han sido desde los tiempos antiguos una de las dualidades conflictivas
más constantes de la historia. Una y otra vez se ha utilizado esta simple fórmula como la
explicación básica de innumerables guerras, rebeliones y movimientos sociales o culturales.
Pero una mirada atenta permite descubrir una cierta cantidad de matices y ambigüedades que
representan muy diferentes maneras de entender la tan prestigiosa palabra “libertad”. Como
vivencia primaria, elemental, las comunidades relativamente cerradas, con escaso desarrollo
de la autonomía individual, suelen interpretar como libertad la ausencia de restricciones
provenientes del exterior de esa comunidad, es decir, como una situación en que prosigue sin
obstáculos la actividad habitual y la cultura tradicional del grupo. Sobre los espacios de
libertad para las decisiones de la persona en el interior del grupo esto no dice nada y dicho
espacio puede ser extremadamente reducido, dada la constante presión de los demás. Muy
diferente es la idea de libertad concebida de manera reflexiva por personas que han tenido
oportunidad de conocer otras sociedades, desarrollándose de ese modo una aspiración de
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poder elegir, innovar y mezclar diferentes modelos de conducta, incluso apartándose


conscientemente de las tradiciones seculares del propio grupo. En esta visión, el antónimo de
la libertad ––la opresión–– es cualquier institución de la propia sociedad que pretenda impedir
que las personas tomen decisiones de ese tipo. Ese fue uno de los planteos básicos que
desarrollaron las ideologías de raíz liberal a partir del siglo XVIII.
Una vez que dirigimos la mirada hacia las ideas y la práctica de las ideas de libertad y
opresión en la historia contemporánea, encontraremos cuatro maneras distintas de concebir
esa dualidad.
 La primera representa un residuo histórico que se remonta a la Antigüedad. Es la
concepción señorial de la libertad, según la cual una parte de la sociedad –los
“señores”, los “libres”-- no sólo tienen el derecho de autodeterminar sus vidas, sino
también el de controlar la vida de otro sector subordinado, que se desenvuelve dentro
de marcos más o menos rígidos (esclavos, siervos, mujeres, niños, gente conquistada
de otra religión). La “libertad” era entendida como un rasgo que diferenciaba a los
humanos “plenos” o “verdaderos”, de aquellas otras variedades (presuntamente
inferiores, incompletas, defectuosas) de humanidad. Desde una perspectiva moderna
esta idea de “libertad” implica necesariamente la opresión para otras personas.
 La segunda ––también un residuo de la época premoderna–– podría denominarse la
concepción estamental (o corporativa) de la libertad. Aquí el modelo imagina a la
población como un organismo, en el cual las personas poseen “libertades” y
restricciones específicas de la parte o órgano (esto es, el estamento funcional) al cual
están adscriptas. Las libertades del noble feudal no son las del campesino, las del
eclesiástico difieren de las del guerrero y de las del comerciante de las corporaciones
urbanas. Además, algunas ciudades tienen privilegios de los que no gozan otras. Como
cada estamento tiene una organización interna jerárquica, en esta concepción es
posible la opresión ejercida por los estratos dirigentes de cada corporación.
 La tercera, fuertemente subrayada por el pensamiento liberal, es la concepción
privatista de la libertad. Aquí se reivindica para cada individuo un espacio privado ––
relativamente grande–– en el que ningún poder externo, sea el Estado, sea una
corporación, puede intervenir. Pero aquí no se le asegura a toda la población un medio
institucional para influir en la vida política.
 La cuarta no se satisface con sustraer gran parte de la vida personal de la injerencia del
poder público, sino que reclama el derecho de todos los adultos de una sociedad de
influir mediante su voto en las grandes decisiones políticas, sin que las diferencias de
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fortuna, raza, religión o género sean utilizadas como argumento para limitar ese
derecho. Es la concepción democrática de la libertad, la cual incorpora la tercera, pero
resulta incompatible con la primera y la segunda (ver más en Chomsky 1997,
Domhoff 1986, Kress y Senghaas 1972 y Wolin 2008).

líder y liderazgo:
El concepto de líder está directamente relacionado con el concepto de autoridad,
influencia que una persona ejerce en una comunidad o grupo social. El líder no es
necesariamente el caudillo ni el jefe formal de ese grupo o comunidad, sin embargo, el
caudillismo es una manifestación de liderazgo real, y una jefatura de cualquier
naturaleza, también se encuadra dentro de los marcos que la sociología asigna al
tema. […] Las teorías “conservadoras” del liderazgo señalan como roles
fundamentales del líder conservar el orden, preservar el sistema social de relaciones,
evitar el conflicto y motivar a los miembros de la sociedad a la aceptación del statu
quo. Sin embargo también existen liderazgos progresistas, “carismáticos” en el
lenguaje de Weber, estructurados en torno a personalidades atrayentes que concitan la
adhesión de las masas y las movilizan detrás de metas y caminos nuevos. (Di Tella,
1989, p.363).

El líder es una autoridad legítima que puede ser carismática, si se le atribuyen poderes
extraordinarios; tradicional, cuando el derecho a regir proviene de origen social o familiar;
legal (racional), si quienes desempeñan el liderazgo son autoridad constituida según las leyes
establecidas (ver más en Winckelmann 1968). Sin embargo, el concepto más fuerte de
liderazgo presupone cualidades personales realmente comprobables en la práctica, aspecto
que está ausente en las concepciones tradicional y legal.

M
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________________________________________________________
militarismo

Desde mediados del siglo XIX se designa de esta manera en los idiomas de la Europa
occidental una mentalidad que concibe la política y la sociedad como determinadas por las
cuestiones militares. Los militaristas tienden a ver enemigos al acecho por todas partes,
especialmente (pero no exclusivamente) en el exterior y en consecuencia exigen el
fortalecimiento y primacía de las fuerzas armadas en la política internacional, el gasto
público, la prensa y la educación. En la política doméstica también suelen preferir las
modalidades autoritarias y desconfiar del disenso, que siempre ven como peligroso para la
cohesión y capacidad combativa del ejército y la seguridad la nación.

Tendencias militaristas han jugado un rol histórico importante en muchos países,


constituyendo una amenaza para la paz internacional cuando se manifiestan en grandes
potencias, como ha ocurrido en Francia, Prusia-Alemania y Rusia desde Napoleón hasta la
Segunda Guerra Mundial. En países medianos y pequeños el militarismo se presenta
normalmente como uno de los factores que contribuyen al surgimiento de dictaduras
destinadas a reprimir a un partido o sector de la sociedad (los casos de España y las repúblicas
latinoamericanas en buena parte del siglo XX). Elementos del militarismo combinados con
otras ideas se encuentran en diversos grados de intensidad no sólo en el conservadorismo y el
fascismo, sino también en el comunismo “realmente existente”. En cambio el anarquismo, el
liberalismo y el socialismo democrático son, desde sus orígenes, las corrientes ideológicas
más acentuadamente antimilitaristas (ver más en Wette 2008).

mito sociopolítico
La definición de enemigo en la historia de los conflictos políticos y sociales surge
naturalmente de determinadas situaciones y conductas concretas, pero también incluye un
proceso de construcción basado en supuestos ideológicos. En esa construcción juegan un gran
rol relatos que enlazan el pasado con el presente y que denominaremos mitos sociopolíticos
(MSP), y que a veces resultan “auxiliados” por falsificaciones documentales como supuestas
“pruebas”. En épocas posteriores a las crisis que los originaron siguen dejando residuos en la
historiografía. El enemigo exterior (y “convencional”) se define sobre la percepción de sus
conductas visibles, que ponen en peligro la seguridad y libertad físicas del propio grupo. Pero
es frecuente también la identificación de enemigos interiores que generalmente pasan a primer
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plano de la atención pública en épocas en que se combinan éxitos de enemigos exteriores con
crisis económicas y el cuestionamiento de los MSP que dan seguridad psicológica a los
poderes establecidos.
En función de lo dicho entenderemos por MSP a relatos que distorsionan procesos del
pasado (algún grano de realidad empírica pueden contener) que continúan hasta el presente y
pretenden ser indiscutibles fuentes de legitimidad para ciertas conductas. Por un lado tenemos
a los MITOS DEL ORDEN, por el otro a LOS MITOS DEL DESORDEN. Los mitos del orden (jerárquico)
definen lo que es justo y establecido según la voluntad de Dios y las leyes de la naturaleza; los
mitos del desorden identifican a grupos a los que se atribuye la característica de constituir
amenazas para ese orden, aunque viven en el seno de la sociedad que se considera “justa”.
Los mitos del desorden más influyentes antes del inicio del “desencantamiento”
contemporáneo tenían explícitas referencias sobrenaturales; posteriormente se observa
también en ellos un proceso de secularización. Grupos como las brujas, los judíos, los herejes
y los masones han jugado un papel destacado al asignarles los mitos del desorden el rol de
enemigos internos. El mito del desorden, en la medida que logra muchos creyentes, acumula
capital político con poco esfuerzo para los dirigentes que lo utilizan, ya que la extrema
maldad del enemigo así caracterizado los libera del fatigoso trabajo de mostrar méritos
propios (ver más en Benz 2007 y Grüter 2008).

modernidad, moderno y contemporáneo

Aunque los comienzos de la modernidad se remontan aproximadamente al siglo XV, puede


decirse que en sentido estricto Europa se tornó moderna durante los siglos XVIII y XIX. Fue
en ese período, con el triunfo del capitalismo como modo de producción dominante y el
reemplazo del absolutismo por repúblicas liberales o monarquías constitucionales, cuando se
produjo la ruptura neta con el tipo de sociedad tradicional. El foco principal del proceso
moderno, en este sentido estricto, se encontraba en Inglaterra y en las naciones del norte de
Europa, mientras que los países meridionales (Italia, España y Portugal) ingresaron
plenamente en ese proceso en fecha algo más tardía. Algunos países extraeuropeos, como
Estados Unidos y Japón, se incorporaron con notable rapidez en este elenco de sociedades
centrales de la modernización. Si bien la modernidad tuvo sus matrices originarias en la
sociedad y cultura europeas, la lógica expansiva de esas matrices afectaría al mundo entero,
por medio de formas coercitivas o inducidas (ver Di Tella 1989, además de Bendix 1980,
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Claessens 1992, Dahrendorf 1988, Gellner 1992 y Macry 1997). De manera más sistemática
estos procesos se resumen en el siguiente cuadro.

LAS ESTRUCTURAS DEL MUNDO PRE - MODERNO............ y LAS DEL MUNDO “MODERNO Y
CONTEMPORÁNEO”
(expectativas restringidas y segmentadas/
jerarquizadas) (expectativas en expansión)

DEMOGRAFÍA Y MARCO MICRO-SOCIAL


 Alta natalidad y mortalidad infantil.  Bajan ambos índices.
 Corta expectativa de vida.  Aumenta expectativa de vida.
 “Familismo amplio”.  Familia nuclear e individualismo.

SUBSISTEMA ECONÓMICO y MACRO-SOCIAL


 Enorme mayoría en actividad agropecuaria.  Crece ocupación en comercio, industria,
 Crecimiento per capita: máx. 0,1 % anual. servicios.
 Marco comunitario – aldea, feudo, pequeña  Crecimiento supera aprox. 0,4 % anual.
ciudad, corporación.  Marco societario – gran ciudad, gran empresa,
clase social, economía nacional, redes
comerciales y financieras continentales y
globales.
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SUBSISTEMA CULTURAL
 Legitimación religiosa de autoridades y normas.  Legitimaciones tecnocráticas y voluntaristas.
 Cosmovisión “personalizada”, intencional,  Intentos de “re-encantamiento”.
“encantada”.  Cosmovision impersonal, “desencantada”.

SUBSISTEMA POLÍTICO
 El Estado expresa los intereses y las ideas de  Creciente importancia de burócratas,
tres elites fuertemente interrelacionadas: político- profesionales, hombres de negocios,
militar, religiosa y terrateniente. sindicalistas.
 Cuerpos colegiados estamentales.  Las élites política, económica y cultural se dividen
y compiten entre sí... crecen espacios de libertad/
movilidad.
 Intentos de reunificar las 3 élites.
 Cuerpos colegiados clasistas y territoriales, luego
individualistas.

 El orden internacional: predominan los Estados  Predominio creciente de los Estados marítimo-
continentales-militaristas. mercantiles.
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N
________________________________________________________
nación y nacionalismo
Hoy en día se suele llamarlas “etnias”, pero a fines del Mundo Antiguo y comienzos de la
Edad Media, las unidades “bárbaras” eran llamadas indistintamente “tribus” y “naciones” por
los cronistas. Se referían a agrupaciones de tendencia endogámica, unidas por lazos culturales
(lengua, costumbres, culto tribal), pero también dotadas de una elemental estructura política.
Por ejemplo: asamblea de los guerreros y “reyes” (hereditarios) o duques electivos entre las
tribus germánicas. En estas agrupaciones unas leyes consuetudinarias comunes, una milicia,
una lengua y un culto unían a las elites (los nobles) con los plebeyos, tanto en sentido vertical
como horizontal. Es de notar que esa conexión será mucho después la “doctrina central” del
nacionalismo cuando éste se desarrolle en condiciones modernas, articulando a la vez una
estructura socio-cultural distinta a la de un Imperio.
En este sentido la nación-Estado del siglo XIX parece ser una tribu más grande, con
ciudades, escritura y socio-económicamente más diversificada, pero igualmente con tendencia
al fortalecimiento de los vínculos de identidad que antes caracterizaban a las tribus. Y en el
caso de algunos de los más antiguos Estados europeos, el nombre de una tribu
(“conquistadora” o “federadora” de otras) se convierte en la raíz del nombre “nacional”. En
Europa el surgimiento de las identidades nacionales ha sido un proceso complejo en el que
han jugado un rol importante las monarquías hereditarias y una elite militar (“nobleza”). Con
el paso del tiempo se perfeccionó una lengua popular común, en la que predominaba el
elemento conquistado (España, Francia), el conquistador (Inglaterra) o no quedaban rastros de
una cultura /etnia diferente (Suecia, Alemania). En estos últimos casos se da un mayor grado
de continuidad entre prehistoria, protohistoria e historia.
Sería totalmente erróneo ––aunque es el supuesto implícito o explícito de los
“primordialistas” y románticos de la idea nacional–– sostener que las afinidades culturales
por sí solas configuran una especie de “esencia”, “naturalmente” destinada a convertirse en
“nación” (en una metáfora vegetal, como la relación entre la semilla y una planta específica).
Una tribu puede jugar distintos roles en diferentes circunstancias y las coaliciones tribales
pueden absorber elementos de otra lengua y cultura. Estos procesos son azarosos aunque no
caprichosos, ya que implican decisiones grupales en determinadas coyunturas y en
condiciones dadas por ciertas presiones selectivas. Éstas últimas pueden resumirse de la
siguiente manera:
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1. EN EL SUBSISTEMA CULTURAL existió una presión que daba ventajas a las poblaciones
que volcaron su lengua “vulgar” en textos escritos, conteniendo ciertos temas claves:
relatos míticos e históricos, versiones de la Biblia, legislación. Esto creará un primer lazo
entre las elites cultas de un conglomerado tribal y post-romano; a partir de la difusión de
la imprenta (siglo XV) y de la alfabetización masiva (siglos XVIII y XIX) la identidad
“nacional-cultural” impregnará a cada vez mayor número de personas.
2. EN LO POLÍTICO todas las formaciones estatales se encontraban sujetas a la presión de
frecuentes guerras. Los conglomerados más numerosos, asentados en territorios más
productivos y con políticas más militaristas, dirigidas por gobiernos relativamente
centralizados (con agresivas políticas fiscales), fueron más exitosos en hegemonizar la
marcha hacia Estados nacionales. Además, entre los siglos XV y XVII se hizo evidente
que eran más confiables y manejables los ejércitos con mayoría de súbditos “parecidos”
entre sí (“nacionales”) que las compañías de mercenarios de variopinta procedencia.
3. EN LO ECONÓMICO se advierte que formaciones proto-nacionales que surgían de una
mezcla de elementos “continentales-agrarios” con otros “marítimo-comerciales”, con una
tendencia al creciente peso y finalmente predominio de los segundos, contaban con
ventajas competitivas frente a otras (ver Tilly 1993). Esto ya se advierte antes de la
industrialización y se enlaza con las ventajas derivadas de tener buena parte de las
fronteras protegidas por el mar. No es casualidad la relativamente temprana consolidación
de Estados “nacionales” en el Norte y Oeste de Europa (Inglaterra, Francia, Dinamarca,
Suecia, Portugal, España) y su retraso y repetidos fracasos en el Centro y Este (Alemania,
Polonia, Hungría, Rusia). Países con la combinación exitosa de especializaciones
económicas mencionada en primer lugar lograban tener sectores sociales unidos por una
creciente identidad cultural y resultaban al mismo tiempo capaces de enfrentar toda la
gama de las demandas materiales. En cambio las sociedades de predominio agrario solían
presentar marcadas diferencias étnico-culturales en el sistema económico y político: en los
países eslavos, bálticos y balcánicos gente de lengua y religión minoritaria solía ocupar
nichos decisivos en la vida urbana, administrativa, educativa y comercial, en ocasiones
incluso en la gran propiedad rural, hasta comienzos del siglo XX.
La idea nacional presenta una incompatibilidad clara con la idea imperial. Ya hemos
indicado que esa idea o “doctrina” se reduce a la tesis de que debe existir una identidad
compartida por la elite política y el pueblo, identidad que también une a diferentes sectores
del pueblo. Esto implica que la idea nacional en sí no contiene particulares respuestas acerca
del tipo específico de sistema político o económico que deba preferirse. De allí la capacidad
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de la idea nacional de asociarse en diferentes tiempos y espacios a cualquiera de las corrientes


políticas surgidas de los tres grandes troncos ideológicos del siglo XIX: liberalismo,
conservadorismo y socialismo. Con distintos proyectos políticos en muchos detalles, tanto
Mazzini, como Bismarck, Lasalle y Maurras se sentían “nacionales” o “nacionalistas” en
algún sentido. Efectivamente: más allá de las diferencias y antagonismos, compartían el tema
nacional fundamental. Pero esa multiplicidad de formas no cubre la totalidad de las opciones
posibles. Siempre existió una incompatibilidad insuperable con la idea imperial, porque esta
justamente niega el principio de la comunidad cultural entre gobernantes y gobernados. Este
ha sido uno de los ejes conflictivos centrales de la historia europea, de manera incipiente ya
desde la Guerra de los Treinta Años (1618-48) y de modo definido a partir de fines del siglo
XVIII. En el siglo XX se convirtió en un conflicto de alcance global. En las décadas finales de
ese siglo y la primera del actual ha surgido otro proyecto incompatible: el globalismo
economicista.
La fundamentación teórica de la identidad nacional y sus consecuencias políticas no ha
sido siempre la misma. A partir de la Segunda Guerra Mundial se ha ido fortaleciendo una
constelación específica de argumentaciones. Todos los argumentos destinados a legitimar a
determinados actores políticos y las normas por las que deben juzgarse sus actividades se
ubican en uno de los siguientes conjuntos: el de la selección divina, el organicista-histórico-
natural, el culturalista abierto y el voluntarista-democrático. El primero ya aparece en Francia
e Inglaterra en los escritos proto-nacionalistas de los siglos XIV y XV y en algunos países
marginales pretende resucitar (el ultranacionalismo serbio en las guerras balcánicas de los
años 90). Para el organicismo habría una continuidad total entre naturaleza e historia humana,
siendo la nación un organismo biológico, definido por características y misiones “esenciales”
inamovibles desde el remoto pasado, y que todos sus miembros deberían venerar. En
numerosas variaciones esta fue una estructura argumental muy difundida en los siglos XIX y
comienzos del XX, constituyendo la “geopolítica” y la “raciología” sus frecuentes
reforzadores pseudocientíficos. La asociación de tales legitimaciones con las versiones
dictatoriales, xenófobas y militaristas del nacionalismo ha sido una constante.
Muy distinto es el caso de las otras dos formas de argumentar. Para el culturalista
abierto es valiosa la continuidad espacio-temporal de los diversos legados culturales, pero no
los postula como valores absolutos frente a los derechos de los individuos y los de otras
colectividades, sino que también acepta pluralidad, mestizaje y transformación (salvo cuando
estos procesos son impuestos por la violencia foránea). Y finalmente esto tiende a
complementarse con el voluntarismo democrático, que destaca la importancia preeminente del
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consenso constitucional (surgido de la libre deliberación de los ciudadanos), que compromete


a todos los miembros de la nación con una lista mínima de valores, derechos y deberes. Es
esto lo que diversos autores denominan “patriotismo constitucional”, “identidad nacional
liberal” o “cívica”. Aquí se postulan la “democracia” y la “libertad” como valores universales,
pero sin contradecir la necesidad de concretarlos en marcos nacionales específicos.
Al finalizar el siglo anterior se ha ido extendiendo la combinación del culturalismo
abierto con el argumento democrático como la base teórica más común para legitimar al
Estado nacional. Allí donde se debate libremente ha ganado la batalla ideológica. Su
viabilidad socio-económica es otra cosa y en muchos casos se presenta como problemática.
En el plano de las relaciones internacionales, el modelo teórico de la seguridad colectiva
mundial que pretende encarnar la ONU, aparece como la continuidad lógica con la
mencionada combinación, en una especie de civismo global o “liga de las naciones” de
inspiración kantiana. Sin embargo, compiten con esa visión pretensiones imperiales,
fundamentalistas y organicistas, además del novísimo globalismo tecnocrático y anti-político.
La capacidad proteica de la idea nacional de adaptarse a combinaciones ideológicas de
muy diverso tipo le ha dado larga vida histórica y obliga a analizar sus manifestaciones
concretas con un conjunto relativamente complejo de herramientas analíticas. Los dualismos
simplistas y esencialistas (“nacionalismo, opresión y guerra”, contra “liberalismo, democracia
y paz” o el supuesto “ser nacional” contra “ideas foráneas disolventes”) no resisten la
confrontación con la evidencia empírica y tienen muy escaso potencial explicativo. En los
párrafos precedentes se han propuesto algunas de esas herramientas, que nos parecen bastante
útiles cuando se trata de analizar y comparar la trayectoria de diversas formaciones estatales
europeas desde el Medioevo hasta la Edad Contemporánea. Esto debe complementarse con
otras conceptualizaciones que se refieren concretamente a los últimos doscientos años y que
responden a las siguientes cuestiones:
 ¿cómo se diferenció el tema nacional según su combinación con las grandes
corrientes ideológicas? (nacionalismo liberal, conservador-restaurador, fascista,
etc.);
 ¿cuáles son las típicas situaciones conflictivas relacionadas con la construcción de
los Estados nacionales? (conflictos por la distribución de recursos materiales
escasos; representaciones históricas antagónicas arraigadas en determinados
legados nacionales; identidades nacionales mixtas bajo presiones exclusivistas);
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 ¿qué tipos de Estado se desarrollaron según su tratamiento de la diversidad de


proyectos nacionales? (bi- o multinacionales estratificados; “nacionales”; bi- o
multinacionales igualitarios);
 ¿cómo definen los movimientos nacionalistas su tarea más importante en el
espacio internacional delimitado por oportunidades y restricciones específicas de
cada época? (nacionalismo fundacional-libertador; unificador-restituyente;
reformista-modernizador; pseudonacionalismo imperialista).
Es necesario, a esta altura, una rápida mirada a nuestro continente. Sin que haya aquí
espacio suficiente para desarrollar la cuestión, es evidente que las trayectorias nacional-
estatales de Europa presentan notables diferencias con lo que en América Latina solemos
designar como “naciones”, aunque una retórica muy difundida tienda a desconocer ese hecho.
Los Estados nacionales latinoamericanos han recibido lenguas nacionales maduras y
tradiciones religiosas que no se han diferenciado del tronco originario. Esta realidad difiere de
la europea, en la cual la gente no conoce una “madre-patria” además de la “patria” (la antigua
Grecia y Roma más bien son consideradas como venerables pero lejanas bisabuelas o tías-
abuelas). En todos los Estados latinoamericanos ha sido decisiva y fundante la confluencia de
un nacionalismo republicano y liberal, con un proyecto libertador y una revolución
separatista; ninguno surge de integraciones tribales protohistóricas, ni se puede identificar con
la obra de una dinastía indígena. Ningún legado étnico-cultural autóctono ha logrado
constituirse en aglutinante hegemónico del proyecto político nacional. Como desviaciones
solo parciales de esta norma cabría identificar el innegable relieve de las tradiciones indígenas
en países como México, Bolivia y Perú. En suma: las naciones latinoamericanas son
predominantemente “políticas” y relativamente poco “culturales”. En nuestra América la tarea
política y social de asociar e integrar las “tribus” (se podrían identificar las colectividades
inmigratorias europeas como un tipo particular de tales) parece aún incompleta (ver más en
Buchrucker y Colaboradores 1999, Buchrucker, Dawbarn de Acosta y Ferraris 2004, Hall
2000, Hastings 2000 y Smith 1997).
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O
________________________________________________________
objetividad en la historiografía

La objetividad implica un consenso mínimo de los estudiosos en torno a las características


que debe tener un debate entre quienes sostienen interpretaciones diferentes para que las
diversas tesis que allí aparecen merezcan ser consideradas aportes a la historiografía (a
diferencia del simple choque de opiniones sin fundamento que surge en los debates de café).
Esto quiere decir lo siguiente:
 Los supuestos teórico-metodológicos deben ser presentados con transparencia (no
considerados obvios o innecesarios).
 Las fuentes serán analizadas con un rigor analítico y crítico análogo al que son
sometidos los testigos en las cortes de justicia de una democracia moderna. En otras
palabras, que el lector pueda conocer tanto los documentos que son convenientes para
el fiscal, como aquellos otros que favorecen la tesis del abogado defensor.
 Las encendidas reivindicaciones de creencias o visiones personales, así como la
extendida costumbre de ocultar fuentes que nos resultan desagradables, deben ser
descartadas (ver más en la Introducción de esta obra y Evans 1999).

oligarquía:

Gobierno de unos pocos, que implica el de una elite pequeña, egoísta y no-
representativa. Debido a esas connotaciones, el término se utiliza raras veces en el
análisis político y se prefiere una palabra más neutral. (Cook 1993, p.367).

En América Latina, durante el apogeo del modelo agroexportador (entre 1850 y 1930)
grupos de terratenientes y comerciantes vinculados al sector exportador configuraron
políticamente las típicas “oligarquías latinoamericanas”, desvirtuando las instituciones
republicanas de gobierno para excluir a las mayorías. En muchos países la crisis del sistema
agroexportador y la creciente industria hicieron perder su hegemonía social y política a estas
oligarquías. Pero las insuficiencias de ese ciclo de desarrollo, junto con las transformaciones
estructurales y las diversas formas de penetración del capital extranjero, conformaron un
nuevo tipo de oligarquía. Este concepto de aplica hoy en países como Argentina, Chile y
Brasil a núcleos de intereses del sector exportador tradicional, fuertemente entrelazado con la
gran industria controlada por el capital multinacional y con ese sistema financiero que ha
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instrumentado reiteradamente a fuerzas militares para implantar regímenes autoritarios. Tales


dictaduras militares sudamericanas pueden calificarse de “oligárquicas” en el sentido de que
su objetivo fundamental ha sido asegurar el monopolio del poder político y económico para
ese grupo de intereses dominantes (ver más en Di Tella 1989 y Scruton 1984).
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________________________________________________________
periodización

Los inconvenientes de la vieja periodización supuestamente universal que hablaba de cuatro


edades son muy conocidos. Periodizar implica detectar condiciones de la vida histórica que se
mantienen relativamente constantes por un cierto tiempo y en un territorio extenso. Pero hasta
la intercomunicación de todos los continentes nunca una constelación uniforme de esa clase
cubrió todo el planeta. Es claro en ese sentido que para la mayor parte de Asia el paso de la
“Edad Antigua” a la “Media” no tiene sentido alguno. En cuanto a las denominaciones en sí
son notablemente confusas: ¿qué es exactamente “antiguo? ¿La medicina helenística del siglo
II a.C. era realmente más “antigua” que la de los reyes visigodos en el siglo VII d.C.? El
Medioevo sería una época “media” entre la Antigüedad y la Modernidad, pero eso no me dice
nada de su contenido. Para colmo, después aparece otra edad, también ubicada “en el medio”:
la Moderna, situada entre la Edad Media tradicional y la Contemporánea.

Es importante reconocer que según los temas que especialmente interesan a una
determinada vía de investigación, diferenciada de otras, resulta legítimo plantear modelos de
periodización diferentes. Es lo que se hace en el siguiente gráfico, que recoge mucho del
pensamiento de Max Weber sobre el “desencantamiento del mundo” y resulta particularmente
adecuado al estudio de la historia de las ideas. En algunos siglos del mundo “antiguo”
mediterráneo se identifica una primera “edad de la crítica”, en la cual surgen ideas que
desafían el predominio de una sociedad basada en las restricciones de las demandas y la
pretensión de derivar toda estructura de poder de la divinidad. En la tradicional “Edad Media”
tardía se inicia un proceso de transición de casi 400 años que desemboca en una segunda edad
marcada por el predominio creciente del pensamiento crítico y la expansión de las
expectativas de sectores cada vez más amplios de la sociedad. Este período comprende el
siglo final de la “Edad Moderna” y toda la “Edad Contemporánea” hasta el presente. Las
viejas divisiones entre la “Antigüedad”, el “medioevo”, la “modernidad” y el “mundo
contemporáneo” pueden apreciarse como no del todo coincidentes con las épocas que propone
el gráfico. La última de las edades de nuestra periodización recibe una caracterización
detallada en la entrada “modernidad, moderno y contemporáneo” de este volumen.
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Eje que indica la extensión de la unidad históricamente significativa


en el espacio geográfico

Los espacios anteriores, además de América, Asia, Africa Oceanía Edad de la crítica
y de las
expectativas
en expansión
Edad de
transición:
crítica
Europa naciente
y
Edad de las desarrollo de
jerarquìas las
Edad y de las tensiones
Edad restricciones II
de
de la con tensiones
Mediterráneo transi-
crítica latentes
ción y “M O D E R N I D A D”
Edad de la jerarquía mezcla (“Medioevo”) y…
“Antigüedad”
y las “MUNDO
restricciones I CONTEMPORÁNEO”

3000aC 600aC 0 300 dC 1300 1800 2000


1700

Flecha del tiempo -


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perspectivas teóricas para el estudio de la historia y la política internacional


contemporáneas

Sobre la base de la propuesta de Little y Smith (2006) hemos desarrollado el siguiente


esquema, que creemos muy útil para visualizar las diferentes maneras en que historiadores y
politólogos suelen construir sus marcos teóricos, orientar sus investigaciones y generar sus
hipótesis de trabajo, sobre todo cuando se trata de estudiar pasado y presente de las relaciones
internacionales. La historiografía dominante hasta mediados del siglo XX tenía una mirada
casi exclusivamente limitada a la perspectiva del poder y la seguridad; desde entonces hasta
hoy han tomado mayor impulso las otras dos. Actualmente también son frecuentes diversas
combinaciones de esas perspectivas, procedimiento que parece más fructífero en los
resultados y sobre todo mejor adaptado a la pluralidad real de los actores y subsistemas
sociales

TRES PERSPECTIVAS

Caracterización …del PODER Y LA …de la …de la DOMINACIÓN


general SEGURIDAD INTERDEPENDENCIA Y LA RESISTENCIA
Y LA GLOBALIZACIÓN
La interacción social La interacción percibida es
percibida es el La interacción percibida es la la
conflicto entre pares cooperación dominación/ explotación

1) Relación con  El ss. político es lo  Redes cooperativas  Centralidad de las


los sub-sistemas más importante entre ss. político, estructuras
(ss) (= poder coactivo). económico y cultural. económicas y
 No interesa la  Mucha continuidad entre sociales.
política interna. política interna y exterior.  Mucha continuidad
entre política interna y
exterior.

2) Actores  Estados  Estados y  Clases económicas y


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principales organizaciones no- sus representantes.


estatales.

3) Procesos  Realización de los  Administración colegiada  Dominación y


intereses del Estado de problemas regionales explotación en
en un marco y globales. múltiples ámbitos y
competitivo, resistencias contra la
básicamente misma.
anárquico.

4) La imagen del  Orden limitado,  Conductas  Conflictos verticales


mundo resultante básicamente en internacionales cada vez en el marco de una
espacios estatales y más pacíficas y regladas rígida estructura
alianzas. por una sociedad global centro-periferia.
poliárquica.

NOTA: En esta perspectiva


hay dos corrientes, el
“cosmopolitismo
democrático” (interesado en
la vigencia global del
paradigma de los Derechos
Humanos) y el “globalismo
economicista” (interesado en
la globalización de los
negocios).

poder

Se trata de un concepto clave para las ciencias sociales. Implica la capacidad de un grupo para
imponer sus propósitos a pesar de encontrar la resistencia de otros. El poder grupal se deriva
básicamente de los recursos que surgen de los subsistemas político, económico y cultural de la
sociedad. Lo característico del subsistema político es su capacidad de superar resistencias,
usando poderosos medios coercitivos a través de la amenaza o acción armada (policía,
ejército). En el caso de la economía se actúa por acumulación de poder utilitario (la capacidad
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de ofrecer bienes y servicios a cambio de obtener lo que se busca); en el ámbito cultural es


característica la persuasión, es decir la capacidad de orientar a otros hacia determinadas
conductas, utilizando argumentos basados en el conocimiento o en la ejemplaridad moral. El
poder armado (o coercitivo) suele producir efectos inmediatos y contundentes, pero si no va
acompañado de otros recursos es percibido por la parte que cede como violencia y en sí
mismo no convence, lo cual compromete la duración de sus resultados en el tiempo. El poder
utilitario en ocasiones también es experimentado como imposición, mientras que la modalidad
“blanda” ––la persuasión–– altera la percepción de quienes son convencidos de tal manera
que no catalogan el proceso como violento. Los resultados de esta última forma de poder ––
que más bien es influencia–– pueden ser duraderos y profundos en las sociedades, pero no es
común que traigan cambios tan rápidos y espectaculares como los que surgen del uso de las
otras dos formas.

Es obvio que estos tres “poderes” son algo muy diferente de la clásica división
tripartita de los poderes públicos en los sistemas constitucionales actualmente vigentes. Esto
último es un producto histórico específico de cierta época y lugar, mientras que LOS PODERES

SOCIALES surgen de la estructura de cualquier agrupamiento complejo, en el que interactúan


minorías agrupadas en organizaciones especializadas en el manejo de la coerción, mientras
otras cuentan con recursos económicos o culturales. Dados estos niveles de acumulación
asimétrica de las diversas formas de poder, para la preservación de los intereses y libertades
de la mayoría de las personas resulta necesaria cierta fragmentación y rivalidad en el seno de
estas minorías especializadas. Un alto nivel de homogeneidad en el seno de cada una de ellas
y la convergencia de las mismas en una cúpula unificada crean las condiciones para diversas
formas de dictadura, lo cual ha sido constatado repetidamente en la historia del siglo XX (ver
más en Beyme 1980, Galbraith 1984, Gellner 1992, Röhrich 1978 y Wolin 2008).

populismo

Esta palabra a menudo se emplea en el discurso político con una carga negativa, como
sinónimo de “demagogia”, y refiriéndose a una propaganda basada en la explotación de las
emociones, prejuicios y temores de la gente (ver Schubert y Klein, 2006). En realidad todo
partido o dirigente que apela “al pueblo” podría ser calificado de “populista”, adjetivo que no
se aplicaría a quienes se declaran abiertamente elitistas, confesionales, clasistas o de género,
limitaciones que por otra parte no los hace inmunes a la tentación de explotar las emociones
arriba señaladas. En la actualidad, por razones obvias, todos los partidos medianos y grandes
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se comportan de manera más o menos “populista”, aunque su inevitable conexión con


determinados intereses e ideologías siempre limita esa pretensión tan amplia.

En la historiografía latinoamericana del siglo XX existe un uso más riguroso y


relativamente desprovisto de carga valorativa, que engloba como populismos o movimientos
nacional-populares a una serie de fenómenos políticos que comenzaron en la década de 1930.
Éstos se caracterizaron por el nacionalismo defensivo ante las pretensiones de las grandes
potencias, un programa industrializador y de redistribución del ingreso, el antagonismo
interno entre dos polos concebidos como “pueblo” y “oligarquía”, un Estado más
intervencionista y la frecuente presencia de un líder carismático. Lázaro Cárdenas en México,
Getulio Vargas en Brasil y Juan Perón en la Argentina son figuras representativas de este
genérico populismo latinoamericano (ver más en Di Tella 1985 y 1989, Buchrucker 2008 y
Carrizo de Muñoz 2010).

progreso

A partir del siglo XIX se empezó a difundir como uno de los términos de la contraposición
entre “progresistas y conservadores”. En general se concebía al progreso como el conjunto de
ideas y prácticas que impulsaban a los pueblos hacia un futuro de mayor libertad, prosperidad
y paz. En este sentido de “perfeccionamiento”, la idea del progreso estuvo asociada a las
transformaciones y revoluciones políticas y económicas que comenzaron a finales del siglo
XVIII. Durante mucho tiempo, pareció que el adjetivo “progresista” iba a quedar reservado
para las diversas especies de la izquierda, pero después de la Segunda Guerra Mundial
prácticamente no quedaron partidos o dirigentes políticos que no reclamaran para sí mismos
ese rótulo. Esa popularidad del uso retórico necesariamente tenía que desdibujar la precisión
de su significado. Aquí, como en tantas otras cosas, el éxito de la palabra fue mucho mayor
que la efectiva realización (ver más en Scruton 1984, además de Meyer, Klär, Miller, Novy y
Timmermann 1986).

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racismo

La UNESCO ha hecho suya una definición que aportó Albert Memmi: "Racismo es la
valorización generalizada y definitiva de las diferencias biológicas, reales o
imaginarias, en beneficio del acusador y en detrimento de su víctima, con el fin de
justificar una agresión. (Di Tella, 1989, p.499).

Las doctrinas racistas, que no tienen base científica, pretendieron establecer un orden
racial jerárquico, basado en entidades con ciertos genotipos más o menos visibles como
fenotipos que serían superiores. De allí derivaría el pretendido derecho de gobernar a las
“razas inferiores”, porque esa supuesta superioridad implica que son las únicas que podrían
asegurar la civilización y el progreso. Los racistas propugnan una mítica “pureza racial”,
porque temen que la mezcla “indiscriminada” de los tipos humanos provocaría la
“degradación” o “decadencia” de la humanidad (ver más en Geiss 1988 y Graves 2002).

reforma y reformismo
Revolución y reforma comparten el criterio de promover transformaciones en las esferas
política, social y económica. En el proceso de una revolución lo normal ha sido un elevado
nivel de violencia, al producirse el choque entre posrevolucionarios y los defensores del orden
establecido. Pero los movimientos reformadores apuntan a mejorar y perfeccionar, tal vez
radicalmente, pero no a destruir el ordenamiento existente, al que no consideran totalmente
desprovisto de valores. Por eso en su seno naturalmente predominan los sustentadores de la
vía gradual y pacífica, incluyendo la conciliación con en sector dirigente para generar los
cambios necesario sin lesionar la base del sistema. Las revoluciones dan paso a nuevos
sistemas, al menos de manera experimental, mientras que de los movimientos reformadores
surgen sistemas parcialmente modificados.
En el siglo XX el reformismo adquirió un nuevo sentido además del ya visto, puesto
que comenzó a utilizarse dentro de la polémica del movimiento socialista, entre 1870-1919,
sobre la cuestión de si la sociedad capitalista podía modificarse o estaba modificándose en
forma gradual de tal manera que parecía menos urgente la necesidad de reemplazar el
capitalismo por el socialismo. De la diferente apreciación de la democracia y de la libertad
“burguesas” y del sistema capitalista deriva también otra diferencia, las más notable, entre
revolucionarios y reformistas socialistas. Los revolucionarios socialistas comienzan a
despreciar el liberalismo, la democracia y el capitalismo, porque son acompañados por
profundas injusticias y miserias de la misma manera que el reformismo. Sin embargo, cuando
aparece la posibilidad real de remediar al menos en parte esas miserias y las injusticias, el
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reformismo intenta mejorar las cosas aspirando como máximo a construir el socialismo y
como mínimo lograr algunas reformas que lleven mayor bienestar y justicia a la sociedad. El
revolucionario suele preocuparse por una posible disminución de la fuerza del descontento
profundo, sin el cual no cree que pueda generarse en el pueblo el empuje y la voluntad de
soportar sacrificios que las revoluciones reclaman. Por su parte, los reformistas apoyan la
eficiencia económica del sistema, porque este crea los medios para el mejoramiento constante
del nivel de vida de las masas, condición necesaria a su vez para permitirles la participación
efectiva en la vida democrática y para llegar por ella al socialismo deseable, es decir, el de la
socialización integral de las libertades y del autogobierno (ver Williams 2000 y Bobbio y
Mateucci 1984).

regulación y desregulación de la economía en la historia


En el discurso político corriente es común la creencia de que la preferencia por economías
más o menos estrechamente reguladas por el Estado es la consecuencia lineal de determinadas
opciones ideológicas o la decisión unilateral de algunas dictaduras. Sin duda estos factores
han jugado un rol en la emergencia de los diversos sistemas de regulación de los mercados,
partiendo de las modalidades del capitalismo oligopólico de fines del siglo XIX, y
desembocando en las formas más inclusivas de la “economía o Estado del Bienestar”, o aún
los sistemas socialistas de tipo soviético. Sin embargo el registro histórico muestra otro
conjunto de condiciones que a menudo han sido y son decisivas para que se produzca en
ciertas épocas y lugares la implementación de mayores niveles y diversas formas de
regulación. En breve, se trata de lo siguiente:
1) En la medida en que las dirigencias políticas y económicas de un país perciben que
una determinada serie de productos y servicios propios no logran hacer frente a la
competencia de las importaciones de países más avanzados y poderosos, crecen las
presiones a favor de regulaciones protectoras para la producción nacional.
2) En períodos de crisis económicas internacionales, crecen en todas partes las razones
estructurales para reforzar mecanismos regulatorios.
3) Durante épocas de guerra aumenta en cada Estado el peso relativo del gasto bélico y
aún en épocas de paz, esa especial rama de la economía está más regulada que otras.
Además generalmente resulta necesario introducir medidas de racionamiento del
consumo civil, de administración centralizada de materias primas estratégicas y de
represión del mercado negro.
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4) En países y épocas caracterizados por la extrema concentración del poder económico


privado en pocas manos y por la debilidad del Estado, no es raro encontrar coaliciones
empresarias asumiendo de facto funciones regulatorias de la economía, más allá de la
teoría clásica de los mercados libres y sin estar sujetas dichas coaliciones a los
controles públicos que son el marco de los gobernantes democráticos.
En otras palabras: las economías más desreguladas suelen desarrollarse y persistir en
países que poseen ventajas tecnológicas y financieras en la competencia internacional, en
épocas de paz y cuando el recuerdo de profundas depresiones económicas no está presente en
la conciencia de los que toman decisiones (ver más en Claessens 1992, Röhrich 1978 y Wolin
2008)

república
Se denomina así a los sistemas políticos en los que el pueblo (definido de diversas maneras
según épocas y lugares) es considerado la fuente suprema de la legitimidad. En lo concreto, se
refiere al predominio de autoridades colegiadas, la periódica renovación (por métodos no
hereditarios) del personal que ocupa las funciones ejecutivas y legislativas y la existencia de
mecanismos constitucionales que limitan los poderes de los funcionarios. En ese sentido han
existido experiencias republicanas tanto en la Edad Antigua como en el Medioevo, pero el
hecho de que la renovación de los gobernantes se realice a través del sufragio universal de
todos los adultos (varones y mujeres) es un fenómeno histórico muy reciente. La norma
republicana generalizada hasta comienzos del siglo XX era oligárquica (ver más en Scruton
1984 y Badie y Hermet 1993).

revolución
Se está frente a una revolución en sentido estricto cuando se producen transformaciones de
manera fundamental en las esferas política, social y económica. Este cambio posee una serie
de características: hay una elevada participación popular, se enfrentan por lo menos dos
sectores de la población, uno conservador, que defiende lo establecido y otro revolucionario
que trata de imponer sus demandas generalmente a través del uso de la violencia. Para
considerar que se ha producido una revolución después del proceso de cambios, debe surgir
un nuevo sistema el cual tiene que perdurar un tiempo de manera que sea reconocido como
tal. En este sentido se puede reconocer que en la Revolución Francesa se pasa del absolutismo
monárquico a sistemas de participación popular, en la Revolución Rusa de una monarquía
autocrática al poder de los soviets.
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En el momento en que los revolucionarios se proponen cambios profundos en la


estructura política y socioeconómica del sistema en el que operan deberán recurrir a la más
amplia participación popular contra las autoridades políticas en el poder (conservadores). Las
autoridades harán uso de los instrumentos de coerción a su disposición: ejército y policía. El
conflicto civil será de mayor o menor intensidad y duración según el número de individuos
comprometidos, también depende de la correlación de fuerzas que se establece entre los dos
grupos contendientes.
Las causas de las revoluciones en nuestra historia occidental están relacionadas con las
asimetrías y conflictos estructurales entre diversos sectores de la población, tanto en los
sistemas político y económico, como en el cultural. Cuando las demandas del sector no
favorecido en la distribución del poder o la riqueza, no son tenidas en cuenta para mantener lo
tradicional o son consideradas amenazantes para el sector que mantiene el poder, se desata el
proceso revolucionario. Los estudiosos de las revoluciones en el siglo XIX, Tocqueville y
Marx ponen el acento en las causas estructurales, en la incapacidad de las instituciones
tradicionales de hacer frente a las nuevas necesidades sociales.
Cuando en una revolución cambia un aspecto del sistema los otros también sufren
modificaciones, razón por la cual no podemos hablar de revoluciones puramente políticas,
económicas o sociales. Sin embargo a los efectos de establecer una tipología sobre las
revoluciones se ha tenido en cuenta el subsistema más afectado en cada caso. Las
revoluciones políticas, más que un cambio del grupo de gobernantes, son una mutación de las
instituciones, las fuentes de legitimidad, los fundamentos y mecanismos de un sistema
político. Ejemplo de esto son la Revolución norteamericana de 1776, la Revolución Francesa
de 1789, la emancipación de Hispanoamérica 1810, la Revolución Rusa de Febrero de 1917.
Las revoluciones sociales comprenden, además del cambio político, las transformaciones
profundas en las estructuras culturales y relaciones de propiedad, sistema productivo, clases
dominantes, valores y creencias. Este es el modelo que propugnó el marxismo-leninismo
inspirado en la Revolución Francesa y puesto en práctica en Rusia y China, donde se intentó
construir una “nueva sociedad”. Las revoluciones independentistas o anticoloniales
corresponden a la revolución nacional, cuyo objetivo principal es la consolidación del Estado-
nación, bajo el liderazgo de una burguesía o de otros grupos sociales. Esta es la típica
experiencia de América y el Tercer Mundo, como ejemplo tenemos: la Revolución de los
EE.UU. e Hispanoamérica (ver Bobbio y Mateucci 1984, Di Tella 1989 y Skocpol 1994).
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S
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sindicalismo
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Forma de socialismo basada en la teoría de la propiedad y el control de la industria


directamente por los trabajadores, en lugar de la doctrina más frecuente de propiedad y
control por el Estado. El sindicalismo aboliría el Estado y lo sustituiría por una
federación de unidades basada en la organización económica funcional, frente a la
representación geográfica. Los sindicalistas han tratado de impulsar los intereses de los
trabajadores mediante la acción directa en forma de huelgas, sabotaje industrial y
huelgas de celo, en lugar de procedimientos parlamentarios. De ahí que se los hayan
vinculado a los anarquistas y que a veces se lo califique de anarcosindicalistas. (Cook
1993, p.455).

Muchas constituciones dictadas en el siglo XX reconocieron los intereses específicos


de los trabajadores y consagraron los correspondientes derechos. Se fueron consolidando
luego de la Segunda Guerra Mundial, cuando la Organización Internacional del Trabajo se
convirtió en una especie de conciencia jurídica universal. Al mismo tiempo que el
movimiento obrero ha ido incrementando su volumen numérico en todos los países,
consolidando su organización e insertándose como un actor más del escenario político, las
ideas revolucionarias, como el anarco-sindicalismo de comienzos del siglo XX, que lo
sustentaban en sus orígenes han ido perdiendo fuerza. En la actualidad el sindicalismo tiene
generalmente una presencia plenamente admitida en las sociedades democráticas, aunque el
empresariado de algunos países (por ejemplo EE.UU.) sigue manteniendo una marcada
hostilidad frente a la actividad sindical. Los modernos cambios tecnológicos y la
recomposición en la estructura social en las últimas décadas plantean al movimiento sindical
numerosos desafíos, y puede decirse que éste vive una crisis en todos los países. Fenómenos
socioeconómicos como la creciente desocupación han deprimido el nivel de afiliación, al
mismo tiempo que en todo el mundo se incrementa la franja de trabajadores del sector de
servicios en detrimento del sector industrial, en gran parte a causa de la incorporación de la
tecnología de punta (ver más en Di Tella 1989).

sistema
El término designa un conjunto ordenado que comprende numerosos elementos
interdependientes, los cuales interactúan según ciertas regularidades. En este sentido tan
amplio puede ser utilizado por ciencias diferentes, tales como la biología, la sociología, la
economía, la politología y la historia (ver más en Behrens y Noack 1984, Dahl 1973 y Bunge
1999).

sistema social
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Por estar construidos, los sistemas sociales humanos son artefactos exactamente del
mismo modo que lo son las herramientas, casas, libros y normas. Sin embargo, a
diferencia de éstos, aquéllos surgieron a menudo ––como lo sostiene el naturalismo–– de
una manera espontánea y no como el resultado de la deliberación y el designio. No
obstante, desde el nacimiento de la civilización, hace unos cinco milenios, ha decrecido la
fracción de los sistemas sociales espontáneos con respecto a los planificados. Todas las
burocracias, los sistemas de atención sanitaria, educacionales y de defensa, los consorcios
manufactureros y comerciales, […] son producto de la planificación, aunque con
frecuencia evolucionaron de maneras imprevistas e incluso perversas. (Bunge 1999, p.24)
Los sistemas sociales ––que interesan a historiadores, sociólogos, politólogos,
psicólogos y economistas–– presentan altísimos niveles de complejidad y muestran una
notable flexibilidad/ adaptabilidad a los cambios de su entorno. En sentido amplio “sociedad”
o “sistema social” se refiere a las más diversas relaciones que se pueden establecer entre los
seres humanos, incluyendo toda clase de combinaciones entre modalidades cooperativas,
conflictivas y de dominación. El sistema puede considerarse integrado por subsistemas,
agrupados por funciones características y a su vez formados por conjuntos menores.
Además del marco geográfico-ecológico en el que viven las sociedades y de los
subsistemas demográfico y micro-social, las tres dimensiones analíticas más importantes son:
 el SUBSISTEMA ECONÓMICO (centrado en la producción y distribución de bienes y
servicios),
 el SUBSISTEMA CULTURAL (en el cual se producen y transmiten ideas y valores) y
 el SUBSISTEMA POLÍTICO (cuyo eje es la producción de objetivos y decisiones válidas
para el conjunto, respaldadas por la fuerza armada).
En las sociedades actuales los medios de comunicación masiva son organizaciones que
combinan una función cultural con importantes concentraciones de recursos económicos y
este “doble lugar” en la sociedad les da considerable poder. En cuanto a las ideologías, la
importancia que tienen deriva de su presencia como una especie de tejido conectivo entre los
tres subsistemas y de su alto grado de invisibilidad para ojos poco experimentados (ver más
en Buchrucker, Dawbarn de Acosta y Ferraris 2004).

socialismo

Sistema social bajo el cual no existen divisiones económicas, sino una aproximación a
una sociedad sin clases, con los medios de producción en posesión y bajo el control de
la comunidad y con el esfuerzo productivo orientado hacia el bien público y no el
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privado. El sistema económico de control comunitario exige una democracia o la


dictadura del proletariado. (Cook 1993, p.460).

El origen histórico del término socialismo podría remontarse a principios del siglo
XVIII y al parecer se usó haciendo referencia como algo innato, una sociabilidad natural en
los hombres. Esto serviría posteriormente para establecer una cierta relación con el uso que le
dio el marxismo, cuando Marx consideró la “sociabilidad asocial” de los hombres como una
cualidad, históricamente superable, de los individuos de la sociedad capitalista. En la sociedad
de estructura socialista habría que desarrollar una especie de sociabilidad “natural” de los
hombres, y, por tanto toda represión política se volvería innecesaria.
La definición de Cook que figura al comienzo de esta entrada no es la más común en
el discurso predominante de los grandes partidos socialistas de la actualidad. En ellos se
rechaza la idea de la dictadura de cualquier sector social y se entiende por socialismo la visión
de una sociedad solidaria en la que se realizan por igual los valores de la libertad y la
igualdad. Esta visión rechaza la posición dominante que ocupa la propiedad privada en las
ideologías liberal y conservadora, pero no reclama la desaparición total de esta forma de
propiedad, sino su control y relativización cuando se trata de aplicarla a grandes
concentraciones de poder económico con incidencia fuerte en bienes de vital necesidad para la
población. Desde la aparición de las ideas socialistas hacia 1830 hasta el presente las diversas
corrientes y los debates internos del socialismo ––entendido en sentido amplio–– han existido
siempre. También persiste el desacuerdo sobre la evaluación de los concretos experimentos
políticos y económicos que en el siglo XX se hicieron, reclamando ser la expresión auténtica
del ideario socialista (ver más en Andrain 1983, Aróstegui, Buchrucker y Saborido 2001,
Röhrich 1978, Meyer, Klär, Miller, Novy y Timmermann 1986 y Schubert y Klein 2006).

T
________________________________________________________
tipo ideal y formación histórica real
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El tipo ideal es una construcción del pensamiento. Al subrayar una o unas pocas
características, surgidas de un gran número de observaciones, lo que hace es simplificar y
destacar lo que muchos casos concretos tienen de común (ver Winckelmann 1968). Así, el
“despotismo ilustrado” es un tipo ideal, mientras que Prusia y España en el siglo XVIII son
dos formaciones históricas reales, las cuales responden a ese tipo, pero contienen una multitud
de elementos específicos de cada una. Lo mismo ocurre si se habla de “socialismo
burocrático-estatista”, un tipo de sistema económico que resulta adecuado para mostrar las
similitudes entre las economías de la Unión Soviética y de otros países en su órbita de
influencia, todas las cuales fueron formaciones históricas reales. Además, por lo general en
dichas formaciones coexisten de manera más o menos tensa rasgos propios de más de un tipo
ideal, que en caso de provenir de un período histórico anterior pueden considerarse como
“residuos”. Un ejemplo de esto puede verse en los residuos oligárquicos (en la forma de
restricciones racistas) del sistema político de Estados Unidos, antes de que el movimiento por
los derechos de la población afroamericana lograra concretar el sufragio realmente
democrático en el sur del país, en la segunda mitad del siglo XX (ver Aróstegui, Buchrucker y
Saborido 2001, además de Buchrucker, Dawbarn de Acosta y Ferraris 2004).

tipología del sistema político y su relación con otros subsistemas


Cuando se desea tener una idea acerca de las similitudes y diferencias entre los sistemas
políticos que se han dado en la historia, el punto de partida es la identificación de los criterios
más importantes a tener en cuenta. Esto puede hacerse planteando preguntas como las
siguientes: ¿Quién controla la fuerza armada? ¿Cómo está organizado y cómo funciona el
poder político? ¿De cuáles problemas de la sociedad se ocupa el gobierno? Pero si se desea
conectar lo estrictamente político con los subsistemas económico y cultural, hay que
considerar diversas clases de respuesta a algunas cuestiones adicionales, tales como: ¿Cómo
funciona la relación entre el Estado y la economía? ¿Cuál es el nivel de desarrollo tecnológico
y productivo alcanzado? ¿Cómo se diferencia la población según intereses, recursos y
mentalidades? ¿Qué argumentos se utilizan para distinguir los poderes legítimos de los que no
lo son? Agregando un criterio tomado de la política internacional cabe preguntar ¿Cómo se
insertan estos sistemas políticos en las relaciones entre las potencias de la época? (ver más en
Andrain 1983, además de Badie y Hermet 1993).
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Teniendo en cuenta esas siete cuestiones, se puede realizar la siguiente caracterización


de dos tipos de sistema político que predominaron entre los siglos XVI y XVIII y que en
algunos países perduraron hasta comienzos del XIX.

Tipos de sistema político


Criterios
analíticos:

1. Monarquías absolutas 2. Sistemas constitucionales


*Monopolio
Creciente. Se establecen grandes Similar a 1., aunque ejércitos
coercitivo
ejércitos permanentes. Fin de las milicias permanentes menos numerosos.
feudales y decadencia de las urbanas.

*Grado de Creciente. Se desarrolla la burocracia


Similar a 1.
centralización real. Se hacen más rígidos los controles
El rey pierde lo esencial de los
territorial e fronterizos.
poderes ejecutivo y legislativo.
institucional del El rey concentra todos los poderes.
Dualidad de Parlamento y gabinete.
poder político Decaen los cuerpos representativos
Experimentos republicanos (breve en
estamentales.
Inglaterra, prolongado en Holanda)

*Amplitud Crece lentamente, especialmente en el Similar, pero con creciente tolerancia


funcional siglo XVIII. La monarquía interviene más estatal en materia
en asuntos económicos y educativos. religiosa y cultural.

*Tipo de sistema Madurez del capitalismo comercial Similar a 1. y más desarrollado.


económico (mercantilismo)
y grado de
desarrollo

Estratificación y Estamental en lenta decadencia. Pero Similar a 1., con creciente


dinámica social nobleza, clero y corporaciones mantienen protagonismo de los propietarios
privilegios (especialmente impositivos). plebeyos.
Pasión dominante en las elites: el miedo a Similar a 1.
las masas pobres.

Concepciones de Religiosa y hereditaria. No existe Creciente peso de los argumentos


la legitimidad seguridad jurídica para la crítica. contractuales, representativos y
electivos de tipo oligárquico, con
importantes residuos aristocráticos.
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Las formaciones Generalmente potencias Potencias marítimas: Holanda e


históricas reales y continentales: España, Francia, Austria, Inglaterra.
su inserción en el Prusia, Rusia.
sistema interna-
cional

Durante los siglos XIX y XX el panorama predominante adquirió los rasgos que se
resumen a continuación.

Sistemas constitucionales Dictaduras

Criterios I. Repúblicas y II. Repúblicas y III. Autoritarias IV. Totalitarias


analíticos monarquías monarquías const.
const. Democráticas
Oligárquicas

1. Monopolio Fuerte Muy fuerte: Acentuación


coercitivo (pero con controles que surgen de la * con alto grado de los rasgos de
división de los poderes del de arbitrariedad, dada III.
Estado) la ausencia de
verdadera división
de poderes;
* con mayores
atribuciones
para los organismos
de
“seguridad na –
cional”

2. Grado de Alto grado de centralización, Mayor que Mayor que en


centralización pero en muchos casos compensado en I. y II. III.
territorial e por el federalismo Sin auténtica Acentuación
institucional * Alto grado de separación entre división de de rasgos
iglesias y Estado; poderes; de III.;
* División entre PEjecutivo, rol destacado partido único
Legislativo y Judicial. de las Fuerzas con rol
* Sufragio * Sufragio Armadas destacado.
censitario universal

3. Amplitud Mediana Mayor que en I. Oscila entre Mayor que en


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funcional (tareas en I. y II. los anteriores


educación, cultura (tendencia a
y ciencias, salud reducir al
pública y seguridad mínimo la esfera
social y de lo privado).
economía (“Estado
de Bienestar”).

4. Tipo de sistema Capitalismo industrial... Generalmente Economía


económico y ...temprano ...más desarrollado capitalismo socialista-
grado de industrial burocrática o un
desarrollo relativamente poco capitalismo
desarrollado organizado.
Fuerte gasto
militar.

5. Estratificación y Sociedad de Expansión del Como en I.y II., Teorías del fin
dinámica social clases. consumo “masivo” pero con supresión de de la sociedad
Partidos de Partidos de masas partidos. de clases en
“notables” y policlasistas. algunos casos.

6. Concepciones de Residuos del Modernas con Residuos del A veces


la legitimidad e organicismo; predominio de la organicismo; residuos
ideologías legit. modernas voluntaria. leg. técnica con organicistas;
Ideologías Ideologías liberal y pretensión Leg. técnico-
conservadora y socialista dominante. científica de
liberal. democrática. Ideologías máxima
Amplia protección similares a I. pretensión
jurídica para la (fascismo y
crítica. comunismo).

7. Las formaciones Frecuente en Expansión mundial Frecuente en América Rusia soviética y


históricas reales Europa y en el siglo XX, Latina, Asia y África China en el siglo
América en el especialmente en durante el siglo XX. XX; Alemania
siglo XIX y oleadas después nazi;
temprano XX. de 1945 y 1989. Otros países
menores,
especialmente
en Asia.
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tipos de sistema internacional


Al hablar del tema de la hegemonía ya se señaló la diferencia entre este tipo de sistema
internacional y las pretensiones imperiales. La complejidad de la formación histórica real de
la Posguerra Fría es tal que se superponen y obstaculizan entre sí políticas derivadas de tres
tipos de sistema, de los cuales solamente el más reciente, el de la seguridad colectiva, es
plenamente compatible con el pensamiento democrático. Esto resulta del hecho de que sus
mecanismos son los más alejados de la dominación y del conflicto violento. La forma
concreta que actualmente encarna a nivel global la idea de la seguridad colectiva es la de la
Organización de las Naciones Unidas, que representa el segundo intento de este tipo luego del
fracaso de la Liga de las Naciones al estallar la Segunda Guerra Mundial. Con todo, es
necesario decir que la ONU no es realmente una estructura coherente, ya que el derecho de
veto reservado a un pequeño club de grandes potencias que controla el Consejo de Seguridad,
implica otorgar una cobertura poco creíble de seudo-legitimidad para la política unilateral de
los más poderosos.
Este tipo, basado en una densa red de instancias deliberativas y una especie de
consenso constitucional, representa una superación de los otros tipos, muy antiguos, pre-
democráticos y recurrentes en la historia de manera cíclica. En los últimos 20 años la política
de Estados Unidos – la única superpotencia que ha quedado - tiende a oscilar entre la lógica
de la hegemonía, la del sistema de equilibrio entre grandes potencias y la de las Naciones
Unidas, un sistema de seguridad colectiva de alcance global, donde se suponen igualmente
respetables los Estados medianos y pequeños. (ver más en Behrens y Noack 1984 y Little y
Smith 2006).
El siguiente gráfico compara la tosquedad de la concepción imperial clásica ––
centrada exclusivamente en la idea fuerza de la seguridad–– con la conflictiva complejidad
del escenario mundial de comienzos del siglo XXI, que pretende armonizarla con los valores
de la libertad y la igualdad. No es probable que ese escenario inestable y ambiguo se altere
profundamente en un futuro cercano, ya que esa ambigüedad no resulta incompatible con los
intereses político-militares y económicos más poderosos que se mueven en la política
internacional.
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DOMINACIÓN

El modelo imperial romano, imitado por otros proyectos expansivos hasta mediados del siglo
XX
núcleo
imperial

IMPERIO
provincias

…………………………………………………………………………………………………………

Las estructuras predominantes desde 1989-91: lógicas superpuestas e incompatibles entre sí

superpotencia

HEGEMONÍA SISTEMAS
DE SEGURIDAD
COLECTIVA
SISTEMA DE EQUILIBRIO
DE GRANDES POTENCIAS

Estados en diversos grados de dependencia

NOTA: La flecha vertical simboliza la máxima intensidad de la dominación; en diagonal implica


reducción de esa intensidad; la doble flecha horizontal es el modelo de la cooperación.-

CONFLICTO COOPERACIÓN
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totalitarismo:
En sentido estricto se refiere a una pretensión o proyecto de control total de la población, algo
que nunca se ha podido realizar plenamente, lo que puede constatarse en la historia de los
países mencionados como dictaduras totalitarias en una entrada anterior. Se busca que las
ideas del partido único en el poder (inclusive las relativas a la cultura) sean compartidas por
todos, de modo que ese partido no se limita a un rígido control del aparato policial, sino que
asume los roles de pedagogo universal para adultos y juez inapelable para todas las cuestiones
importantes de la sociedad (ver más en Badie y Hermet 1993, Berstein 1996, Buchrucker
2008 y Scruton 1984).-
552154465.docx/ Página 81 de 89

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Incluye las obras mencionadas en el texto, además de otras que permiten ampliar y
profundizar los temas.
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2008.

_____________________________________________________
552154465.docx/ Página 87 de 89

Índice

Introducción
Notas sobre la estructura del glosario
 absolutismo
 anarquismo
 Antiguo Régimen
 autoritarismo
 capitalismo
 causalidad
 centro y periferia
 ciclo económico
 civilización
 clase social
 colonialismo
 comparación en la historiografía
 comunidad
 comunismo
 conservadorismo
 conflicto
 constitución
 cooperación
 corporaciones y corporativismo
 crisis
 decadencia
 democracia
 derecha e izquierda
 dictadura
 discurso corriente sobre historia y actualidad política
 dominación y explotación
 elite
 estado
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 estamento
 explicación
 fascismo
 generalizaciones probabilísticas
 geopolítica
 globalización
 hechos y valores
 hegemonía
 historiografía tradicional e historiografía científica
 ideas e intereses
 ideología
 imperialismo
 interés nacional
 legitimidad
 liberalismo
 líder y liderazgo
 militarismo
 mito sociopolítico
 modernidad, moderno y contemporáneo
 nación y nacionalismo
 objetividad en la historiografía
 oligarquía
 periodización
 perspectivas teóricas para el estudio de la historia y la política internacional
contemporánea
 poder
 populismo
 progreso
 racismo
 reforma y reformismo
 regulación y desregulación de la economía en la historia
 república
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 revolución
 sindicalismo
 sistema
 sistema social
 socialismo
 tipo ideal y formación histórica real
 tipología del sistema político y su relación con otros subsistemas
 tipos de sistema internacional
 totalitarismo

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