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Guiomar E.

Ciapuscio Notas de clase 6 Lingüística A – Curso virtual 2020

LINGÜÍSTICA
CÁTEDRA “A”

CURSO VIRTUAL 2020

NOTAS DE CLASE 6: FERDINAND DE SAUSSURE (SEGUNDA


PARTE)

Vamos a ver hoy el concepto de valor y el concepto de las relaciones


sintagmáticas y paradigmáticas, centrales en la teoría saussureana. El valor está
intrínsecamente relacionado con las nociones de sistema y de lengua; a su vez, las
relaciones sintagmáticas y paradigmáticas son constitutivas de ese sistema, vale decir,
posibilitan su existencia.
Toda teoría lingüística debe enfrentar el hecho de que se halla enfrentada a un
objeto de estudio, la lengua, tal que vehiculiza significados a través de sonidos. Una
teoría sobre la lengua tiene que tratar de explicar cómo se produce entonces esa fusión
de dos órdenes tan diferentes como lo son el del significado y el del sonido. En el
Capítulo IV de la Segunda parte del Curso, Saussure aborda de manera directa el
problema de la relación entre el plano del significado y el plano del sonido. Antes de la
intermediación de la lengua, usando dos metáforas, dice Saussure que nuestro
pensamiento es una “nebulosa” o una “masa amorfa”, informe o indistinta. Esa nebulosa
no tiene manera de adquirir forma sino es a través de la lengua. Antes de la intervención
de la lengua, el pensamiento sólo es caos y desorden. Para Saussure no hay ideas
preestablecidas, no hay ideas previas a la conformación lingüística y, por lo tanto, el
pensamiento organizado sólo es posible si hay lengua.
Ahora bien, en el otro plano (B) nos encontramos con todos los sonidos que el
sistema articulatorio humano es capaz de emitir. Estos sonidos constituyen también una
sustancia fónica desordenada y amorfa antes de la lengua. La sustancia fónica no es
rígida ni fija; no es una especie de molde preexistente, al cual recurrimos para verter o

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colocar en sus divisiones los pensamientos. La idea de Saussure es que también el plano
de los sonidos se define como una sustancia informe, que denomina materia plástica.
Los sonidos son una masa que las lenguas pueden moldear, definir y formar.
Entre la masa amorfa de los pensamientos y la sustancia fónico-plástica de los
sonidos ocurre la lengua. La lengua es una intermediaria entre los dos planos, que da
forma tanto al plano de las ideas confusas como al plano de los sonidos indeterminados.
La lengua es “el dominio de las articulaciones”. Saussure recurre a un famoso esquema
para tratar de mostrar esta relación:

Las líneas horizontales superiores representan a la masa amorfa del pensamiento


y las inferiores, a la materia plástica de los sonidos. Los cortes verticales simbolizan en
términos visuales el papel que cumple la lengua respecto de ese conjunto informe:
realiza subdivisiones que involucran, simultáneamente, a los dos planos. Tanto al de las
ideas como al de los sonidos.
Suele pensarse la lengua, desde el saber popular, en términos de la metáfora del
recipiente. El hablar y el comunicar serían una actividad que ubica ideas en los
recipientes constituidos por las posibilidades expresivas de la lengua. Este tipo de
pensamiento es la base para una expresión tan habitual como "poner ideas en palabras".
Precisamente Saussure discute con este tipo de metáforas: las lenguas se constituyen a
partir de recipientes. No existen recipientes previos en los cuales voy a verter
pensamientos. La lengua en cambio es la articuladora de dos planos desemejantes, y
elabora sus propias unidades en esa articulación de esos dos planos.

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Otra imagen que Saussure usa para explicar la manera en la que opera la lengua
respecto de los pensamientos amorfos y la materia de los sonidos es la de una capa de
agua con la cual entra en contacto una brisa. El contacto del aire produce determinadas
ondulaciones, determinadas formas sobre el agua. En esas ondulaciones se manifiesta la
unión de los dos elementos. Y la comparación más famosa de Saussure es la de la
lengua como una hoja de papel: en el anverso está el pensamiento y en el reverso, la
materia fónica. No puedo cortar las partes constitutivas de esa hoja de papel que es la
lengua, porque si afecto a una cara, necesariamente también estaré afectando a la otra.
Esto quiere decir que, para Saussure, resulta imposible separar al sonido del
pensamiento, o aislar al pensamiento del sonido. Esta separación sólo puede ser
realizada por medio de procesos de abstracción. Por lo tanto, el territorio propio de la
lingüística debe ubicarse en esta zona limítrofe e intermediaria. El campo de la
lingüística es el de la conformación de significados organizados en sonido organizado.
Al comienzo del Capítulo encontramos la definición que guía toda su
argumentación: la lengua no puede ser otra cosa que un sistema de valores puros.
Ahora bien, para este sistema de valores puros, la idea de que el signo es arbitrario
resulta fundamental. La arbitrariedad es la ausencia de motivos para que, a una porción
acústica determinada, deba corresponderle una idea determinada. Justamente lo
arbitrario del signo es lo que nos permite comprender mejor por qué es el único hecho
social que crea un sistema de valores, es decir, el sistema lingüístico. Los valores son
dados por la colectividad que los establece. Su única justificación de ser se encuentra en
el uso de la lengua por parte de esa comunidad. Un individuo, por sí solo, no puede
cambiar el valor de determinado elemento o de una estructura lingüística.
Ahora bien, la noción de valor emana, no de cada signo, sino del sistema
completo: en el sistema encuentra su razón de ser. En términos saussureanos, no es
correcto indagar sobre el valor de un elemento aislado, porque la noción misma de valor
emana de la noción de sistema, y el sistema se define como un conjunto de elementos
interrelacionados. Es decir, para determinar el valor no es admisible comenzar por un
elemento aislado, sino que hay que poner siempre en relación un término del sistema
con otro término del mismo sistema. El valor es una noción relativa: siempre necesita
de, al menos, otro elemento.
Llevando esta idea de valor al terreno de los ejemplos concretos, Saussure elige
trabajar con ejemplos del nivel de la palabra. En este sentido, divide su exposición en
dos partes. Aplica la noción de valor tanto al plano del significante como al plano del

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significado, y, sobre todo, el valor es aplicado al signo como totalidad, y extraído de su


relación con los otros signos de la totalidad del sistema.
Veamos, en primer lugar, la noción de valor aplicada al plano del significado. Lo
primero que hace Saussure es distinguir al valor respecto de la noción de significación.
Si partimos de una argumentación de tipo intuitivo, podríamos decir que el valor de una
palabra está dado por lo que esa palabra significa. Por ejemplo, si pregunto por el valor
de la palabra edificio, intuitivamente podemos decir que designa una construcción con
tales o cuales características. En ese caso, la pregunta por el valor encuentra una
respuesta en su significación, es decir, en la significación de ese elemento por cuyo
valor me estoy interrogando. Por lo tanto, cotidianamente, el valor de un elemento es
asociado con lo que esa forma significa. Pero la noción de valor saussureano debe ser
claramente distinguida de la relación de significación. Esta relación sólo es válida para
signos aislados del sistema. Pero a esta definición de edificio, dada intuitivamente, no
llego en realidad sino por oposición con los demás signos del sistema lingüístico. Lo
que Saussure quiere destacar es que el significado {edificio} surge de la oposición entre
ese significado y todos los demás del sistema.
Ahora bien, como el sistema no es de significados sino de signos, debemos
volver a la relación entre significado y significante. La relación de significación se
encuentra en una línea vertical. A la cadena significante /papel/ se le asocia el
significado {papel}. En cambio, el valor se representa en una relación horizontal de un
signo con otro, en las relaciones horizontales que conectan a los signos entre sí.
La lengua es un sistema de signos interrelacionados; no hay sistema de signos
aislados. Todos los signos se encuentran relacionados con otros signos del sistema. El
valor de un signo dado surge de su relación con los otros signos con los cuales puedo
relacionarlo a partir de mi conocimiento de la lengua.
Ahora bien, la noción de valor presupone dos relaciones: una de semejanza y otra
de diferencia. Puedo realizar asociaciones de semejanza entre un signo y otro, pero,
simultáneamente, puedo también establecer relaciones de desemejanza. Por su
desemejanza advierto que se trata de dos signos distintos y reconozco cuánto vale un signo
frente a otro.
En este punto, Saussure recurre a una analogía con el campo de la economía. Si
tengo un billete de dos pesos, tengo una idea de valor, ya que sé que puedo cambiarlo por
un objeto determinado. Ese valor implica obtener algo desemejante: cambio una cosa por
otra. Pero, simultáneamente, ese billete de dos pesos vale por su relación con elementos

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semejantes, es decir, vale también por su relación respecto de los otros billetes disponibles
en ese sistema monetario. Un billete puede ser comparado con valores similares de su
mismo sistema. Lo mismo ocurre con las palabras y con los signos elementales de la
lengua.
Veamos un ejemplo. SI queremos traducir al español la palabra inglesa fish
tenemos dos opciones: pez y pescado. En el vocabulario del español, se utiliza pez con el
rasgo semántico [+viviente] y pescado con el rasgo semántico [-viviente]. Se ve
claramente que es imposible decir que la palabra pescado “vale” lo mismo que fish en
inglés. El valor de pescado es distinto, porque está ligado con la presencia simultánea, en
su sistema del español, de un signo relacionado que designa al mismo animal pero
distinguiéndolo por el rasgo [+/-viviente]. En español, para responder acerca del valor
semántico de pez, debo considerarlo en relación con su par correspondiente: pescado. En el
contenido que el inglés designa con un solo signo lingüístico, fish, el español distingue con
dos signos lingüísticos, a partir de un rasgo del significado que el inglés no toma en cuenta.
Veamos otro ejemplo, considerando sólo el castellano, laa palabras huésped y
anfitrión. En principio, un anfitrión es quien tiene un huésped en su casa, y un huésped es
quien está alojado en la casa de un anfitrión. Sin embargo, si consultamos el diccionario,
encontraremos que la distinción entre los significados respectivos no es tan clara. Observen
la entrada huésped que trae el diccionario de la lengua española
(https://www.diccionarios.com):

huésped, a
(Del lat. hospes , -itis, hospedador, hospedado.)
1 s. Persona que está alojada en casa de otra o en un hotel o fonda .
EJEMPLO: los huéspedes protestaron por la mala calidad de la comida.
SINÓNIMO: alojado, convidado, invitado
2 Persona que hospeda a otra en su casa .
EJEMPLO: el huésped acompañó al salón a sus invitados.
SINÓNIMO: anfitrión

3 BIOLOGÍA Vegetal o animal en cuyo cuerpo se aloja un parásito que vive a costa de él.
NOTA: También se escribe: huéspede

El diccionario informa dos acepciones (más una tercera para el campo de la biología) con
significados contrarios. Según las distintas acepciones, la palabra huésped puede significar
los dos polos de la relación. Por huésped puedo entender la persona que se hospeda en casa

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ajena, o puedo entender que se trata de la persona que hospeda a otro en su casa.
Evidentemente, el significado más usado y difundido es el que liga a huésped con la idea
de un sujeto pasivo; por eso aparece como primera acepción y, en cambio, el significado
inverso o menos difundido es el que aparece como segunda acepción o posibilidad.

Veamos la entrada que corresponde a anfitrión en el mismo diccionario.


anfitrión, a
(De Anfitrión, personaje mitológico.)
1 s. Persona que recibe invitados en su casa o en su mesa .
EJEMPLO: ofrecieron unas flores a la anfitriona.
2 adj./ s. Se refiere a la persona o entidad que recibe o acoge invitados o visitantes .
EJEMPLO: el país anfitrión ganó pocas medallas.

Es interesante acotar que la palabra anfitrión proviene de un nombre propio: Anfitrión era
un rey tebano que daba espléndidos banquetes. Si observamos este artículo de diccionario,
un rasgo que separa a anfitrión de huésped es que la última palabra siempre aparece como
entidad activa (la que recibe). Hay un solapamiento en la zona de significación de ambos
términos, pero también hay una diferencia. Este pequeño campo de dos signos lingüísticos
me muestra que hay una zona de significación en la cual estas palabras -estrechamente
asociadas por su significado- pueden distribuirse. Puedo establecer una oposición entre
huésped y anfitrión. Al mismo tiempo, también observo que existe una ambivalencia en el
significado de huésped. Esa ambivalencia hace que el término pueda significar tanto uno
como otro extremo de la relación {estar en casa de}. Puedo estar en una casa, ya sea como
huésped o como anfitrión y, en este último caso, también puedo utilizar la palabra huésped.
Ahora contrastemos estos dos términos en alemán. La idea de alguien que se
encuentra en la casa o a la mesa de otro se expresa Gast, es decir, la traducción de huésped
al alemán es Gast. En cambio, en el otro extremo de la relación, la persona que hospeda en
su casa o en su mesa es Gastgeber (in) para designar a aquel o aquella que aloja recibe en
su mesa. El alemán apela a la composición de palabras: a Gast le agrega geber (in),
nominalización que deriva del verbo geben (dar/brindar). En este otro sistema de valores,
constituido por la lengua alemana, podemos encontrarnos con una zona de significación
claramente separada para cada caso.

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Español Alemán
Español huésped1= “persona que Gast (-(e)s|Gäste)
recibe alojamiento o “ huésped.
comida en casa de otra o en invitado, convidado (a
un hotel” comer).
huésped2= “persona que cliente m. (cliente de hotel,
hospeda a otra en su casa” etc.).”
Alemán anfitrión (a): “Persona que Gastgeber (in): “anfitrión,
recibe invitados en su casa dueño (a) de la casa”
o en su mesa”

Hasta ahora estamos argumentando y ejemplificando sobre la noción de valor en el


plano del significado. Hemos visto que no podemos plantearnos la pregunta sobre el valor
de un signo, porque un signo aislado no puede tener valor. Un signo vale por su oposición
respecto del resto de los signos de su sistema. En la clase anterior adelantamos un ejemplo
en este mismo sentido: el sistema pronominal de los adverbios en español presenta tres
posibilidades para designar el lugar. Esas posibilidades tienen en cuenta la mayor o menor
cercanía respecto del ego hablante. Si el señalamiento remite a algo que se encuentra en mi
inmediata cercanía, diré aquí. Si quiero señalar un lugar más lejano de mí y más cercano a
mi interlocutor, utilizaré ahí. Por último, si ese mismo señalamiento es aún más distante
respecto del hablante, la forma utilizada será allí. La distribución del espacio respecto del
hablante va desde la mayor cercanía, pasa por la distancia relativa, y marca también la
mayor lejanía. Pero, además, el sistema pronominal del español ofrece otra posibilidad
para las mismas nociones, que cuenta con sólo dos pronombres acá y allá. En el sistema
del español entonces, para la determinación del espacio por medio de los pronombres
cuento con dos subsistemas: uno cuya serie divide el espacio en tres, aquí/ahí/allí, y otro
que lo divide en dos: acá/allá. El valor de acá puede ser comparado con el de aquí. Pero su
semejanza no implica que sean iguales, porque también son desemejantes y no valen lo
mismo. No tienen el mismo valor porque, dentro de su subsistema específico, acá se opone
sólo a allá. En cambio, aquí pertenece a un subsistema de tres miembros, y su valor surge
de su oposición con ahí y allí. Es decir, aquí compite en su valor con ahí y con allí,
mientras que acá compite en su valor con allá.

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aquí ahí allí


acá allá

Para el habla coloquial, nuestro dialecto prefiere utilizar la serie acá/allá. Sólo
cuando necesitamos hacer una distinción de medianía es cuando recurrimos a ahí. Sin
embargo, aunque no la use, ningún hablante del español de Buenos Aires ignora la otra
serie. Más allá de que se utilice con menor frecuencia, en un corte sincrónico, la serie
aquí/ahí/allí está presente en nuestro sistema del español. Fíjense que en el español
rioplatense se combinan los dos subsistemas, porque solemos utilizar más acá/allá pero
incorporando también ahí, cuando las circunstancias lo requieren.

El sistema pronominal tiene otros subsistemas, como las series de pronombres


demostrativos y personales. Por ejemplo, para la distancia personal respecto del hablante
contamos con la serie femenina esta/esa/aquella y su correspondiente masculina. Dentro
de las posibilidades que le da su competencia lingüística, un hablante selecciona ciertos
elementos del sistema según la situación en la cual se encuentre en un momento
determinado. De acuerdo con el registro, seleccionamos las posibilidades del sistema que
nos parecen más apropiadas para esa situación. La zona de los pronombres demostrativos
también se divide en tres, pero, estas son posibilidades virtuales del sistema; en el uso
concreto, la mayor frecuencia se registra para las formas de mayor cercanía, es decir, para
esta y esa.

Ahora bien, hay razones de historia de la lengua para que esto ocurra. Las lenguas
son fenómenos dinámicos. Si comparamos las lenguas romances, vamos a encontrar
muchísimos desplazamientos. En los sistemas de ciertas lenguas donde había tres
opciones, una de ellas cayó completamente en desuso y esos sistemas se han convertido en
binarios.

La zona pronominal es muy productiva para contrastar los elementos del sistema.
Tomemos, por ejemplo, los pronombres personales de 2ª persona. En el español, dispongo
de tres formas pronominales para designar a mi interlocutor: vos, tú y usted. El vos es una
forma propia de un tratamiento de confianza. El usted se corresponde con un tratamiento
de respeto. El tú es una variante dialectal del tratamiento de confianza que se usa en
España y varios países latinoamericanos. En el español rioplatense no la utilizamos; sin
embargo, esto no implica que no dejemos de manejarla como una posibilidad virtual del
sistema. De hecho, la comprendemos perfectamente cuando vemos películas o cuando

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interactuamos con personas de esas procedencias. Incluso es bastante usual observar que
personas voseantes cuando se encuentran en países tuteantes opten por esta forma, por
razones de índole personal o particular.

Muchas otras lenguas realizan -para su 2ª persona- una distinción entre un


tratamiento de mayor confianza y otro tratamiento que impone cierta distancia. A su vez,
existen diversos parámetros para analizar el uso de esta diferencia: edades, lugar de la
relación, etc. Para el español rioplatense, tenemos dos formas vivas en el sistema: vos y
usted. En cambio, el inglés no realiza esta distinción. Posee una sola forma para la 2ª
persona: you. Se trata de una lengua no realiza diferencias entre el tratamiento de confianza
y el tratamiento de respeto en ese nivel pronominal. Cuando un traductor tiene que traducir
al español un texto en inglés, debe realizar una labor interpretativa a partir de los elementos
del contexto. La forma lingüística en sí no realiza esa distinción, pero hay otras señales del
texto que sí la expresan. El valor entonces, al traducir, debe ser deducido del contexto para
así poder trasladar you, en cada caso, con un sentido de respeto o de confianza.

A su vez, cuando vamos a España, los argentinos notamos una diferencia en la 2ª


persona del plural. Los argentinos utilizamos una sola forma: ustedes, mientras que los
españoles cuentan con dos: vosotros y ustedes. Cada forma porta un significado distinto.
En el dialecto del español peninsular, vosotros es utilizado como tratamiento de confianza,
mientras que ustedes es la forma de tratamiento distante o formal. Cuando nosotros
utilizamos allá ustedes suele ser interpretado como un tratamiento de distancia, aunque en
realidad no estamos queriendo poner esa distancia, sino que, simplemente, en nuestro
subsistema pronominal no contamos con otra forma. Tras este pequeño recorrido, los
distintos tipos de categorías pronominales nos permiten observar con claridad que cada
sistema suele configurar de distinto modo sus zonas de significación, incluso dentro de una
misma lengua general.

Veamos ahora cómo se da el fenómeno del valor con otro tipo de entidades propias
del sistema: las categorías morfológicas. En español la categoría de género es binaria, se
subdivide en masculino y femenino (sin entrar ahora en las cuestiones de lenguaje
inclusivo, para la explicación). Los sustantivos pueden ser masculinos, femeninos y de
género inherente -es decir, sólo masculinos o sólo femeninos-. Un sustantivo como árbol
es inherentemente masculino, mientras que otros pueden variar, por ejemplo, actor/actriz.

En cambio, en el alemán el sistema de género se divide en tres posibilidades:


masculino, femenino y neutro. Por ejemplo, en alemán, el sustantivo niña es neutro: Das
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Mädchen. Encontramos en alemán sustantivos que designan referentes femeninos del


mundo pero que son codificados en la lengua mediante el neutro. Al español sólo le queda
un residuo de este subsistema tripartito: el género neutro para los pronombres
esto/eso/aquello. Las categorías morfológicas tampoco tienen valor en sí mismas:
adquieren su valor en relación con las otras categorías del mismo subsistema. En el
español, la categoría de género para los sustantivos se realiza en dos valores: masculino o
femenino, mientras que en el alemán tiene tres valores. El tiempo dirá si la forma inclusiva
con -e se impone con el tiempo y la presión social en nuestra lengua.

Un caso similar es el de la categoría de número. Para el español, esta categoría


presenta dos posibilidades: una cosa, singular, o más de una, plural. En cambio, en el
sistema de otras lenguas existen tres: singular, dual -dos- y plural -más de dos-. Así, en
esas lenguas, cuando se hace referencia a conjuntos de dos objetos -piernas, brazos, orejas-
, se busca en la morfología aquél sufijo que indique dual. De este modo, en griego o en
sánscrito el singular no vale lo mismo que en español, porque los sistemas son distintos: el
valor del singular griego se opone a otras dos posibilidades, y no a una como en el español.

Este tipo de variables en las categorías morfológicas de las distintas lenguas


corrobora la afirmación saussureana: no existen ideas dadas de antemano. Cada lengua
configura sus propios signos de manera diferencial. No hay ideas dadas de antemano y, por
lo tanto, el valor no proviene de ninguna significación o rótulo. El valor proviene del
sistema; los únicos valores que hay son los valores emanados del sistema.

Veamos ahora algunos ejemplos referidos a la noción de valor en el plano del


significante. Cada lengua configura sus unidades sobre la base de un sistema de elementos
diferenciales. Cada uno de esos elementos sonoros forma una unidad positiva, una unidad
claramente deslindada de las otras y, en este sentido, discreta. Cada sistema lingüístico
posee su conjunto de unidades distintivas. La comunidad lingüística que está detrás de ese
sistema abstrae una unidad y le otorga un valor diferencial frente a otras unidades.

Consideremos una serie mínima de fonemas del español, por ejemplo, la bilabial
sorda /p/ y la bilabial sonora /b/. Puedo determinar que se trata de dos unidades con valor
en el sistema del español a partir de la prueba de la contrastación. Debo buscar un contexto
idéntico, es decir, donde coincida todo el resto de la cadena segmental, y enfrentar
entonces a las dos unidades que quiero contrastar. Tomemos, como ejemplo, [bato] y
[pato]. Lo que observo es que la alternancia entre la bilabial sonora y la bilabial sorda
produce un contraste de significado. Además, el test de la conmutación debe estar en
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condiciones de ser expandido sobre la base de los rasgos diferenciales mínimos de las
unidades fonemáticas. Tanto /p/ como /b/ son bilabiales y orales; por lo tanto, el rasgo de
contraste entre ambos es el criterio sonoridad/sordez. En /p/ no hay vibración de las
cuerdas vocales, mientras que en /b/ sí lo hay. Tengo que encontrar el rasgo opositivo, el
rasgo que me permita determinar el límite de valor, es decir, en qué se diferencia /b/
respecto de /p/, una vez encontradas las semejanzas.

/b/ bilabial /p/ bilabial


oral oral
sonora sorda

También sabemos que el fonema bilabial sonoro puede presentar distintas


realizaciones, variaciones que están vinculadas al contexto lingüístico. Por ejemplo, en
['boa], hay dos realizaciones diferentes asignables a un único fonema: las variantes
oclusiva [b] y fricativa [] se corresponden con una única entidad opositiva: el fonema /b/.
El contexto permite explicar la ocurrencia de las diferentes realizaciones. Para la variante
oclusiva tengo un silencio inicial; para la segunda, la posición intervocálica implica una
variante fricativa, ya que los fonos vocálicos son muy abiertos y eso afecta la articulación
impidiendo la oclusión y volviéndola fricativa. Sin embargo, puedo forzar la
pronunciación y decir ['boba], pronunciando la segunda también como oclusiva. Pero este
cambio no va a producir ningún problema de interpretación. Por lo tanto, entre dos
alófonos de un mismo fonema no cambia el valor.

El límite para distinguir un fonema de otro, para realizar una distinción fónica
relevante respecto de otra, está dado por la capacidad del miembro de la comunidad
lingüística para individualizar el elemento distintivo. Los hablantes tenemos cierta
elasticidad para pronunciar o escribir una lengua. Determinados grafemas o formas fónicas
pueden ser realizados con ciertas variantes. Saussure da el ejemplo de las distintas formas
de escritura de la letra "t". Las diversas formas de escritura, dentro de ciertos límites, no
generan ningún conflicto para identificar la unidad distintiva. Existen variantes de
realización cuyo límite es la posibilidad de reconocer a la entidad distintiva que realiza esa
variante.

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Volviendo a la oralidad, el valor del fonema /t/ surge de su contraposición respecto


de otros elementos del mismo subsistema, particularmente, del contraste de rasgos
opositivos con la otra dental: /d/.

Cada lengua elige sus propias unidades fónicas distintivas, cada lengua posee sus
propios límites. La libertad de realización queda acotada por el criterio de que esa
realización no se confunda con otra unidad distintiva.

En español digo /'bweno/ y /'baso/. La diferencia entre los grafemas "b" o "v" no
resulta significativa para el español, ni tampoco una pronunciación forzada de "v", como la
que se utilizaba en los dictados escolares. En cambio, para el alemán esa diferencia fónica
sí es distintiva. Por ejemplo, la palabra vino se dice Wein. En cambio, si utilizo el fonema
/b/, produzco un cambio de significado: Bein, que significa "pierna".

Por todo esto, es fundamental al aprender una lengua extranjera identificar cuáles
son las unidades distintivas del plano fónico, en tanto son distintas que las del español.
Cada lengua configura sus propias unidades distintivas y, por lo tanto, el valor de una
unidad no puede ser trasladado a otra lengua o sistema. No es trasladable en el plano del
significado, ni tampoco en el plano del significante. La lengua no porta ni sonidos ni ideas
preexistentes al sistema. La lengua porta diferencias conceptuales y fónicas: diferencias
que son resultantes de ella en tanto sistema. Siguiendo a Saussure, importa muy poco lo
que un signo aislado tiene de significado o de forma fónica. Lo que sí importa es lo que ese
signo tiene a su alrededor. Porque es en ese alrededor donde vamos a encontrar las
unidades de límite y contraste para cada signo respecto de los otros. Es en este sentido que
Saussure llega a su famosa frase: en la lengua no hay más que diferencias. La lengua es un
sistema de diferencias, de diferencias de sonido y de diferencias de significado.

Ahora bien, esta caracterización de la lengua como sistema de diferencias no


implica que los signos sean entidades negativas. Considerado en su totalidad, cada signo es
una entidad positiva. El signo es una entidad positiva que se opone al resto de los signos y
que posee, en sí mismo, características que permiten distinguirlo de los otros signos,
características que le dan una entidad propia.

Las lenguas son un conjunto de relaciones de oposición. Incluso, Saussure llega a


decir que la lengua es un álgebra. Naturalmente, entre las oposiciones que pueden
establecerse en una lengua dada algunas resultan ser más importantes que otras. Pero, en su

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totalidad, la lengua puede ser definida como un juego de oposiciones lingüísticas. Podemos
concluir entonces que, en una lengua, todo se basa en relaciones.

Esto nos permite pasar al segundo tema de hoy: los dos tipos de relaciones básicas
que establece Saussure para el sistema lingüístico y que ya adelantamos: las relaciones
sintagmáticas y las relaciones paradigmáticas, que son tratadas en el capítulo V del Curso.
Las relaciones del sistema lingüístico se despliegan en dos planos distintos y, cada una de
ellas, produce un determinado orden de valores. El examen de estos dos tipos de relaciones
nos permite comprender mejor el funcionamiento del sistema lingüístico.

Estos dos tipos de relaciones se corresponden con dos tipos de actividad mental.
Un primer tipo de actividad mental se realiza en forma secuencial, en presencia y
simultaneidad. Todos estos atributos se corresponden con las relaciones sintagmáticas, que
se realizan en el discurso, en la extensión. Un segundo tipo de actividad mental se realiza
por asociación y en ausencia. Estos atributos se corresponden con las relaciones
paradigmáticas.

Las relaciones sintagmáticas se dan en el discurso, ya que es en el ámbito del


discurso donde las palabras se suceden unas a otras y, en virtud de esa sucesión, pueden
contraer relaciones entre sí. Las relaciones sintagmáticas están ligadas a la naturaleza lineal
del significante, naturaleza que afecta a la totalidad del signo. En virtud de este carácter
lineal, resulta imposible pronunciar dos sonidos o palabras distintas a la vez. La lengua está
sometida a la linealidad. Estas secuencias de extensión variable son denominadas
sintagmas. Para Saussure, un sintagma se compone de dos o más unidades consecutivas.
Por lo tanto, ya en el nivel de la palabra encuentro relaciones sintagmáticas. En una
palabra, como prejuzgar, cuento con al menos dos elementos significativos en relación
sintagmática: el prefijo y el verbo base. También tendremos sintagmas en la relación entre
varias palabras y construcciones más complejas. La noción saussureana de sintagma es
válida tanto para la estructura interna de una palabra como para una secuencia de palabras.
No todos los sintagmas son igualmente libres: existen las llamadas frases hechas como
tomar el pelo, romper lanzas, y más complejas, como los refranes y modismos (de tal
palo, tal astilla; a otro perro con ese hueso), que están fosilizadas por la tradición y el uso.
Saussure señala que en los sintagmas los límites entre hechos de lengua (uso colectivo) y
hechos de habla (dependientes de la libertad y elección personal) no son siempre claros.

Por otro lado, tenemos las relaciones paradigmáticas, las cuales son de tipo
asociativo y se dan fuera del discurso -por eso son en ausencia-. Todo hablante, en su
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mente, conforma grupos a partir de relaciones diversas. Las relaciones asociativas, al ser
en ausencia, son más libres y no tienen, en principio, ninguna finitud preestablecida. Una
cadena asociativa podría no tener fin. En las relaciones sintagmáticas existe en cambio un
criterio de orden para la sucesión secuencial y un límite para el número de elementos. En
cambio, las relaciones paradigmáticas no están sujetas a un orden preestablecido ni están
limitadas a un número determinado de elementos.

Las relaciones sintagmáticas me permiten construir una palabra simple como pato
o una compleja como prejuzgar. En pato se produce el encadenamiento de dos sílabas. La
unidad silábica tiene sus propias reglas de combinación secuencial que son particulares
de la lengua dada; y en el encadenamiento de dos sílabas ya hay una relación sintagmática.
También pueden verificarse las relaciones sintagmáticas en la conformación de unidades
morfológicas y en la combinación de los formantes morfológicos de las palabras. En todos
estos casos, podemos verificar la existencia de un orden en esa sucesión. No puedo decir
*juzgarpre, porque siempre el prefijo va delante de la base.

Para entender mejor las relaciones asociativas, tomemos como ejemplo el prefijo.
Estas relaciones implican la posibilidad de pensar en aquellos elementos que por
asociación puedo relacionar con ese prefijo. Si mi asociación partiera de la idea de los
prefijos, evocaría el paradigma de los prefijos disponibles en español: /pre-/, /por-/, /re-/,
etc. Sólo he realizado un prefijo en el sintagma; pero puedo -por relación paradigmática-
evocar los otros. Se trata de una relación producida en ausencia, en el cerebro.

Por su parte, como adelantamos, las relaciones paradigmáticas pueden producirse a


partir de distintos tipos de vinculación: de orden categorial, de significado por palabras
asociadas, o una asociación por similitud fonética. En síntesis, las relaciones asociativas
forman constelaciones. Podría realizar una asociación semántica entre pato y otros
miembros del género animal, como gato, perro, etc., o una asociación entre juzgar y
verbos de significado cercano, como estimar o evaluar. También podría armar un
paradigma por asociación de sonido. Por ejemplo, como juzgar termina en /-ar/, podría
realizar una asociación con todos los verbos de la primera conjugación, como caminar o
saltar.

Estos dos tipos de relaciones son la base del sistema y articulan los elementos de
los distintos niveles. La organización de los distintos subsistemas de la lengua - el
fonológico, el morfológico, el sintáctico- se apoya en estos dos tipos básicos de

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Guiomar E. Ciapuscio Notas de clase 6 Lingüística A – Curso virtual 2020

combinación. La coordinación entre los elementos de cada subsistema está sometida a


estos dos órdenes: el orden secuencial y el orden asociativo.

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