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SAUSSURE
Ferdinand de Saussure es el fundador de la lingüística moderna y quien ha sentado la bases de
la semiología, disciplina cuyo objetivo es el estudio de los signos en el seno de la vida social
(en qué consisten los signos y cuáles son las leyes que los gobiernan).
Saussure busca fundamentar la lingüística y definir su objeto de estudio, la lengua, entendida
como ‘‘sistema de signos que expresan ideas’’.
La lingüística es una parte de la semiología, que está referida a los signos lingüísticos, de
modo que las leyes que la semiología descubra serán aplicables a la lingüística. En efecto,
para Saussure el problema lingüístico es esencialmente semiológico.
Saussure se opone a que se considere el signo lingüístico como una entidad unitaria,
entendida como el nombre de una cosa, lo que implicaría concebir a la lengua como una
nomenclatura (una lista de términos que se corresponden con las cosas) y suponer que las
ideas preexisten a los signos lingüísticos. La unidad lingüística es una cosa doble, hecha con
la unión de dos términos: lo que el signo une no es una cosa y su nombre, sino un concepto y
una imagen acústica. La imagen acústica no es el sonido material, cosa puramente física, sino
su huella psíquica. El carácter psíquico de nuestras imágenes acústicas aparece claramente
cuando observamos nuestra lengua materna. Sin mover los labios ni la lengua podemos
hablarnos a nosotros mismos. El signo lingüístico es, pues, una entidad psíquica de dos caras:
concepto (significado) e imagen acústica (significante). Estos dos elementos están
íntimamente unidos y se reclaman recíprocamente. El signo lingüístico es una entidad
biplánica, integrada por dos planos: significado y significante, de modo que ninguno de los
dos planos tomados aisladamente conforman un signo: es la unión de significado y
significante que lo construye. Ejemplo/analogía: el agua es una combinación de hidrógeno y
de oxígeno, tomado aparte, ninguno de estos dos elementos tiene la propiedad del agua.
Relación de interdependencia entre el significante y el significado: referirnos a un
significante implica, necesariamente, postular la existencia de un significado al que está
asociado. Asimismo, es importante destacar que el signo lingüístico es una unidad de
naturaleza psíquica, pues ambos planos también lo son. El significante, la imagen acústica, no
es el sonido, sino el recuerdo del sonido.
Los principios del signo lingüístico:
1. La arbitrariedad del signo lingüístico.
2. El carácter lineal del significante.
2) La lengua y el habla
Influido por el interés positivista en deslindar las ciencias, Saussure reflexiona sobre cuál es
el objeto de estudio propio de la lingüística y afirma que lejos de preceder el objeto al punto
de vista, se diría que es el punto de vista el que crea al objeto. Esta operación realiza Saussure
cuando recorta dentro del lenguaje el que será el objeto de estudio de la lingüística: la lengua.
En efecto, la lengua no es igual al lenguaje, sino una parte de él, aunque esencial. La lengua
es una parte del lenguaje. El lenguaje en tanto tal no puede constituir un objeto de estudio
puesto que tomado en su conjunto es multiforme y heteróclito, a la vez físico, fisiológico y
psíquico; pertenece al dominio individual y al dominio social.
Para deslindar la lengua, objeto homogéneo, en el conjunto heterogéneo del lenguaje,
Saussure parte de la descripción del circuito del habla, es decir, del circuito de comunicación.
Entre todos los individuos ligados por el lenguaje se establecerá una especie de promedio:
todos reproducirán -no exactamente los mismos signos unidos a los mismos conceptos. ¿Cuál
es el origen de esta cristalización social? Lo que hace que se formen en los sujetos hablantes
acuñaciones que lleguen a ser sensiblemente idénticas en todos, no es la parte física ni
psíquica del circuito del habla, sino el funcionamiento de las facultades receptiva y
coordinativa.
La lengua es el lazo social constituido por la suma de las imágenes verbales almacenadas en
todos los individuos; es un ‘‘tesoro’’ depositado por la práctica del habla en los sujetos que
pertenecen a una misma comunidad; un sistema gramatical virtualmente existente en cada
cerebro, o, más exactamente, en los cerebros de un conjunto de individuos, pues la lengua no
está completa en ninguno, no existe perfectamente más que en la masa.
Al separar la lengua del habla (langue et parole), se separa a la vez: 1) lo que es social de lo
que es individual; 2) lo que es esencial de lo que es accesorio y más o menos accidental.
La lengua no es una función del sujeto hablante, es el producto que el individuo registra
pasivamente: nunca supone premeditación, y la reflexión no interviene en ella más que para
la actividad de clasificar.
El habla, es por el contrario, un acto individual de voluntad y inteligencia, en el cual conviene
distinguir: 1) las combinaciones por las que el sujeto hablante utiliza el código de la lengua
con miras a expresar su pensamiento personal, 2) el mecanismo psicofísico que permite
exteriorizar esas combinaciones.
La lengua es la parte social del lenguaje y sólo existe en virtud de una especie de contrato
establecido entre los miembros de una comunidad; el individuo por sí solo no puede crearla
ni modificarla, y tiene necesidad de un aprendizaje para conocer su funcionamiento.
Asimismo, destaca que la lengua es un objeto de naturaleza concreta, los signos lingüísticos
por ser psíquicos no son abstracciones, dado que las asociaciones entre significantes y
significados, ratificados por el consenso colectivo, y cuyo conjunto constituye la lengua, son
realidades que tienen su asiento en el cerebro.
Por otra parte, existe una interdependencia entre lengua y habla: la lengua es necesaria para
que el habla sea inteligible y produzca todos sus efectos, pero el habla es a su vez necesaria
para que la lengua se establezca (históricamente, el hecho de habla precede siempre a la
lengua). Finalmente, el habla es la que hace evolucionar a la lengua.
- Inmutabilidad: Saussure sostiene que con relación a la idea que representa, el significante
es impuesto. La lengua no puede equipararse a un contrato puro y simple, pues constituye una
ley admitida por la comunidad como una cosa que se sufre, no como una regla libremente
consentida.
La lengua se nos aparece siempre como una herencia de una época precedente, como un
producto recibido de las generaciones anteriores que hay que tomar tal cual es.
Pero, ¿por qué el factor histórico de la transmisión de la lengua la domina enteramente
excluyendo todo cambio lingüístico general y súbito? Saussure da varias respuestas a este
interrogante:
a. El carácter arbitrario del signo: para que algo sea cuestionado es necesario que se base en
una norma razonable, pero eso no sucede en la lengua porque es un sistema arbitrario de
signos.
b. La multitud de signos necesarios para constituir cualquier lengua: un sistema compuesto de
pocos elementos puede ser reemplazado por otro, pero los signos de una lengua son
innumerables.
c. El carácter demasiado complejo del sistema: el sistema de la lengua es un mecanismo
complejo que sólo se puede comprender con la reflexión, por lo que hasta quienes hacen uso
cotidiano de ella ignoran profundamente el sistema que la constituye. Como la masa es
incompetente para transformar la lengua, sería necesaria la intervención de especialistas,
gramáticos, lógicos, etc., pero Saussure sostiene que las injerencias de ese tipo no fueron
exitosas.
d. La resistencia de la inercia colectiva a toda innovación lingüística (esta constituye la
respuesta de más peso para Saussure): las otras instituciones sociales, como los ritos
religiosos o las prescripciones de un código, nunca ocupan más a que a cierto número de
individuos a la vez y durante un tiempo limitado; la lengua, por el contrario, es usada por los
individuos el día entero, está extendida por toda la masa, es manejada por ella. Esto hace que
la lengua sea la institución que menos se presta a las iniciativas, pues la masa es percibida por
Saussure como un factor de conservación, como algo naturalmente inerte.
4) El valor
La lengua como pensamiento organizado en la materia fónica: Concebir a la lengua como un
sistema de valores implica afirmar que los elementos que la integran no poseen una identidad
en sí mismos, sino que sólo pueden ser caracterizados a partir de las relaciones opositivas con
los otros elementos del sistema.
En efecto, el valor es la relación de oposición de un elemento de la lengua con otros que lo
rodean, de modo que ese elemento es lo que otros no son. Lo que nos importa de los
elementos son sus diferencias con los otros, puesto que esas diferencias son las que
justamente nos permiten identificar a los elementos, de allí que Saussure conciba a la lengua
como un sistema de diferencias.
Saussure sostiene que la lengua es un sistema de valores puros. En su funcionamiento entran
en juego dos elementos: las ideas y los sonidos.
El pensamiento en sí mismo, antes de las segmentaciones operadas por la lengua, es como
una nebulosa en la que no se pueden reconocer conceptos: es una masa amorfa, carente de
toda forma y organización. Por otra parte, los sonidos por sí mismos también están
indiferenciados.
La lengua realiza una serie de subdivisiones contiguas en el plano indefinido de las ideas
confusas y sobre el plano no menos indeterminado de los sonidos. La lengua sirve así como
una intermediaria entre el pensamiento y el sonido. En el plano del pensamiento delimita
conceptos y en el plano del sonido delimita imágenes acústicas.
La combinación entre estas dos órdenes (el de las ideas y el de los sonidos) que provoca la
lengua, produce una forma, no una sustancia (le lengua sería una sustancia si sus elementos
tuvieran una identidad propia y autónoma respecto de los otros elementos que la integran). La
lengua da forma, organiza, crea un sistema en aquello que estaba amorfo, desorganizado. Y,
fundamentalmente, la lengua es una forma porque las unidades que deslinda no pueden ser
consideradas en sí mismas, como elementos aislados, sino dentro del sistema que ella
organiza.
El valor lingüístico considerado en su aspecto conceptual
La lengua es un sistema en donde todos los elementos son solidarios y donde el valor de cada
uno de los elementos no resulta más que de la presencia simultánea de los otros.
Los valores están siempre constituidos: 1) por una cosa desemejante susceptible de ser
trocada por otra cuyo valor está por determinar. 2) por cosas similares que se pueden
comparar con aquella cuyo calor se está por ver. Estos dos factores son necesarios para la
existencia de un valor.
El valor de una palabra no estará fijado mientras nos limitemos a consignar que se puede
‘trocar’ por tal o cual concepto, es decir, que tiene tal o cual significación; hace falta
compararla con otros valores similares, con las otras palabras que se le pueden oponer. Su
contenido no está verdaderamente determinado más que por el concurso de lo que existe
fuera de ella. Como la palabra forma parte de un sistema, está revestida, no sólo de una
significación, sino también, y sobre todo, de un valor, lo cual es cosa muy diferente.
Los valores correspondientes a los conceptos están definidos no positivamente por su
contenido, sino por sus relaciones con los otros términos del sistema. Su más exacta
característica es ser lo que otros no son.
El valor lingüístico considerado en su aspecto material:
Para Saussure, lo que importa en las palabras no es el sonido por sí mismo, sino las
diferencias fónicas que permiten distinguir a una palabra de todas las otras. El significante
lingüístico está así constituido únicamente por las diferencias que separan su imagen acústica
de todas las demás. El significante lingüístico está fundado en su no-coincidencia con el
resto. Los fonemas también son entendidos como entidades opositivas, negativas y relativas,
puesto que lo que los caracteriza es el hecho de no sean confundidos con otros.
PEIRCE
Charles Sanders Peirce buscó construir y fundamentar una teoría de los signos como el marco
para una teoría del conocimiento. La semiótica de Peirce tiene una perspectiva filosófica pues
constituye una teoría de la realidad y del conocimiento.
Según Peirce, el único pensamiento que puede conocerse es el pensamiento en los signos, y
como un pensamiento que no pueda conocerse no existe, todo pensamiento debe existir
necesariamente en los signos.
Para Peirce, la semiótica es equiparable a la lógica. Por eso afirma que ‘‘la lógica es otro
nombre de la semiótica’’.
La semiótica, entendida como lógica, tiene por objeto de estudio la semiosis. La semiosis es
para Peirce el instrumento de conocimiento de la realidad. Este instrumento es un proceso
triádico de inferencia, mediante el cual a un signo (llamado representamen) se le atribuye un
objeto a partir de otro signo (llamado interpretante) que remite al mismo objeto.
Si alguien ve en la puerta de un negocio la imagen de una cruz color verde (representamen),
por ejemplo, comprende que allí hay una farmacia (objeto) a partir de un proceso semiótico
de inferencia que consiste en que el primer signo (representamen) despierta en su mente otro
signo, como la palabra ‘‘farmacia’’ (interpretante), que lo lleva a conectar el primer signo
(representamen) con el objeto farmacia.
La semiosis es una experiencia que hace cada uno en todo momento de la vida, mientras que
la semiótica constituye la teoría de esa experiencia, cuyos componentes formales son el
representamen, el objeto y el interpretamen.
1) EL SIGNO
El signo en Peirce recibe el nombre técnico de representamen. El representamen es una
‘‘cualidad material’’ (una secuencia de letras o sonidos, una forma, un color, un olor, etc.) que
está en lugar de otra cosa, su objeto, de modo que despierta en la mente de alguien un signo
equivalente o más desarrollado al que se denomina interpretante, que aclara lo que significa
el representamen y que su vez representa al mismo objeto. En un diccionario, por ejemplo, la
secuencia de letras ‘‘perro’’ (la palabra cuyo significado se busca) constituye un
representamen que está en lugar de un objeto al que representa (perros de la realidad), y la
definición que la acompaña, constituida a su vez por signos -otras secuencias de letras-
funciona como interpretante que establece el significado del representamen.
Tres condiciones para que algo sea un signo:
1) El signo debe tener cualidades que sirvan para distinguirlo: por ejemplo, una palabra debe
tener un sonido particular, diferente del sonido de otra palabra.
2) El signo debe tener un objeto.
3) La relación semiótica debe ser triádica: comportar un representamen que debe ser
reconocido como el signo de un objeto a través de un interpretante.
2) EL INTERPRETANTE
El interpretante es otro signo, o sea otra representación, que se refiere al mismo objeto que el
representamen y que puede asumir diversas formas:
3) EL OBJETO
Peirce hace hincapié en que para que algo sea un signo debe “representar” a otra cosa,
llamada su objeto. Para atenuar las dificultades de su estudio, Pierce se referirá a los signos
como si tuvieran un objeto único, pero aclara que un signo (como una oración o un texto)
puede tener más de un objeto.
A su vez, Peirce distingue en el objeto dos tipos: el objeto inmediato (interior a la semiosis) y
el objeto dinámico (exterior a la semiosis).
- El objeto inmediato es el objeto representado por medio del signo, y cuyo ser es, entonces,
dependiente de la representación de él en el signo.
- El objeto dinámico es la realidad que, por algún medio, arbitra la forma de determinar el
signo a su representación.
El clásico ejemplo es el del planeta Venus que suele ser designado según la época del año
mediante dos expresiones: “el lucero matutino” o “el lucero vespertino”. Estas dos
expresiones representan a un mismo objeto dinámico (el planeta Venus) de distinto modo: se
trata de la construcción semiótica de dos objetos inmediatos diferentes.
Tomemos un ejemplo de la historia: un mismo objeto dinámico, como el ex presidente
argentino Juan Domingo Perón, fue en la Argentina construido en tanto objeto inmediato de
modo negativo por la expresión “el tirano prófugo” en los círculos antiperonistas luego de
1955, mientras que entre sus adeptos fue representado antes de su caída con la expresión “el
primer trabajador”.
En síntesis, el objeto dinámico es el objeto de una realidad que tiene una existencia
independiente de la semiosis, pero para que el signo pueda decir algo de él es necesario que
haya sido objeto de semiosis anteriores a partir de las que el intérprete tiene un conocimiento
de dicho objeto, que es, por ello, concebido también como un signo. De esta manera, en un
último análisis lógico los tres componentes formales de la semiosis
(representamen-objeto-interpretante) son signos.
LA SEMIOSIS INFINITA
Los componentes formales de la semiosis son el representamen, el objeto y el interpretante.
Dado que el interpretante es también un signo, está en lugar de un objeto y remite a su vez a
un interpretante. El interpretante es, asimismo, un signo que está en el lugar de un objeto y
está ligado a un interpretante, que es un signo, y así de modo ilimitado.
Un signo, por lo tanto, no está aislado, sino que integra una cadena de semiosis: cada signo es
a la vez interpretante de lo que antecede e interpretado por el que le sigue. Como todos los
pensamientos son signos, también se remiten unos a otros. Y como todo conocimiento es una
relación entre signos, todo conocimiento está determinado por otros conocimientos. No se
puede poseer ningún conocimiento que no esté determinado por un conocimiento anterior.
Puesto que un interpretante es en general un signo más desarrollado que el representamen, la
cadena de la semiosis infinita determina un paulatino aumento del conocimiento sobre un
objeto.
Peirce realiza una distinción entre la semiosis virtualmente infinita que acabamos de describir
y la ‘‘semiosis en acto’’, que le pone un término provisional a la cadena cuando un
interpretante final designa el objeto de un representamen en un acto semiótico particular.
LAS CATEGORÍAS
La concepción triádica del signo en Peirce (representamen-objeto-interpretante) tiene como
origen la división triádica de las categorías, que son el objeto de reflexión de lo que Peirce
denomina alternativamente según sus diferentes escritos faneroscopía, fenomenología o
ideoscopia.
El término “faneroscopia” deriva de fanerón, equivalente a lo que los filósofos ingleses
llamaron “ideas”, entendido por Peirce como “todo lo que está presente en la mente, del
modo o en el sentido que sea, corresponda a algo real o no”.
“Lo que yo llamo faneroscopia es la descripción de lo que está frente a la mente o en la
conciencia, tal como aparece”.
Las tres categorías que postula Peirce son tres modos de ser del fanerón, tres maneras en que
el fanerón está presente en la mente, o en otras palabras, tres puntos de vista sobre él.
Peirce sostiene que todos los fanerones (o ideas) pueden ser pensados tres tres categorías: la
Primeridad, la Segundidad y la Terceridad.
- La primeridad implica considerar a algo tal como es sin referencia a ninguna cosa.
- La segundidad implica considerar a algo tal como es pero en relación con la cosa, es decir,
establecer una relación diádica que no involucre a una tercera cosa.
- La categoría de terceridad es la que hace posible la ley y la regularidad. En una serie, el
tercero es el que introduce una progresión regular no azarosa mediante una ley (por ejemplo
“n+1”). En el signo, el interpretante se corresponde con la categoría de terceridad, pues
constituye una ley que pone en relación a un primero (el representamen) con un segundo (el
objeto) con el que él mismo está en relación.
El interpretante, como tercero, incorpora una auténtica relación triádica, pues establece a) la
relación del primero (representamen) con el segundo (objeto); b) su propia relación con el
segundo (objeto); c) el hecho de que la relación entre el primero (representamen) y el
segundo (objeto) sea la misma que la del segundo (objeto) con el tercero (interpretante).
Lo ideológico y el poder
Lo ideológico y el poder son dimensiones que atraviesan de parte a parte una sociedad. Lo
ideológico es el nombre que se da al sistema de relaciones entre un conjunto significante
determinado y sus condiciones sociales de producción. Una ideología históricamente
determinada no es más que una gramática de producción, porque habría que explicar cómo
una ideología históricamente determinada puede invertirse en materias significantes muy
diversas. Las condiciones de esta inversión no son las mismas para las diversas materias
significantes: cada una de ellas define un ámbito de restricciones específicas que se imponen
a las operaciones discursivas de inversión de sentido.
Cuando dentro de un determinado proceso de circulación se intenta explicar los efectos de
sentido de un determinado conjunto significante, uno se topa con la cuestión del poder. La
noción de poder designa los efectos del discurso dentro de una determinada textura de las
relaciones sociales. Estos efectos revisten necesariamente la forma de otra producción de
sentido.
Lo ideológico constituye una dimensión que puede descubrirse en cualquier discurso
marcado por sus condiciones sociales de producción. Una ideología no consiste en un
repertorio de contenidos, sino en una gramática de producción de sentido. Puede manifestarse
en contenidos pero no definirse en este nivel.
El discurso científico es típicamente un producto social. En el plano de los discursos sociales
no puede darse ningún sentido que pueda ser calificado como no ideológico. Pero sí puede
hacerse una distinción entre “efecto de cientificidad” y “efecto ideológico”, que compete al
reconocimiento y no a la producción. En cuanto al efecto de cientificidad, se reconoce al
discurso como referido a su propia relación con la realidad que describe. Se presenta
precisamente como sometido a determinadas condiciones de producción.
La relación del discurso a su referente lleva la marca de la relación del discurso con sus
condiciones de producción El efecto ideológico, es propio del discurso absoluto. Se presenta
como el único discurso posible sobre aquello de que habla.
Ambos efectos de reconocimiento tienen lugar en discursos que son ideológicos en cuanto a
su producción. Para que un discurso tenga poder, tiene que movilizar una creencia. El
paradigma del efecto ideológico es el discurso absoluto. El discurso de la religión, el modelo
propio del discurso del conocimiento no entraña la creencia absoluta, se trata de un discurso
relativo. El dominio de lo ideológico es mucho más amplio y concierne a todo sentido
producido en el que han dejado huellas las condiciones sociales de su producción: todo
producto conserva las huellas del sistema productivo que lo ha engendrado.
Mientras más compleja es una sociedad, más compleja es la semiosis que la atraviesa. Lo
ideológico y el poder se encuentran en todas partes en tanto que “esquemas de inteligibilidad
del campo social”, para retomar la expresión de Foucault. Lo ideológico y el poder son redes
de la producción social del sentido permanente sacudidas por los mecanismos dinámicos de
la sociedad y siempre están más o menos desfasadas entre sí.
El sujeto semiotizado
Los sujetos son los agentes del proceso de producción y reconocimiento. Designa la
mediación necesaria entre las condiciones de producción y procesos de producción, entre las
condiciones y procesos de reconocimiento. Es el punto por donde pasan las reglas operatorias
de la producción y del reconocimiento. Está lejos de constituir un medio transparente, más
bien constituye una fuente de restricciones que definen su funcionamiento en cuanto sujeto.
El encuentro entre el sujeto, producción y reconocimiento, constituye un fenómeno histórico.
Toda desviación significativa entre producción y reconocimiento de determinados conjuntos
textuales implica, en el plano diacrónico, un cambio en la posición del sujeto. La
combinatoria particular propia de los paquetes significantes, afecta al dispositivo de la
enunciación en el interior de cada materia. No se puede exagerar la importancia del análisis
de la enunciación si al mismo tiempo no se comprende que este análisis no concierne a un
aspecto del discurso, ni se halla referido a algún nivel de funcionamiento de la discursividad,
sino que implica una transformación global de la concepción que se tiene acerca de la
actividad del lenguaje. El dispositivo de enunciación, es la red de huellas a través de la cual el
imaginario de la historia llega a injertarse sobre determinadas estructuraciones del orden
simbólico.
Discurso y poder
Hay un tipo de discurso que tiene una relación privilegiada con la
estructura del Estado, un discurso en cuya definición misma interviene el concepto de esta
relación; el discurso político. Este ejerce un cierto poder, produce un cierto efecto. Esta
dimensión (analítica) está presente en el discurso político como en cualquier otro tipo de
discurso. Las estructuras institucionales del Estado aparecen, a su vez, como formando parte
de sus condiciones de producción: estas estructuras intervienen en la dimensión ideológica
del discurso político. El rasgo que lo define como tipo es la tematización explícita de la
cuestión del control del campo institucional del poder dentro de la sociedad.
Los llamados hechos políticos no existen independientemente de su semantización discursiva,
son estrictamente inseparables de los discursos. Inversamente todo discurso político es un
hecho político. Basta reflexionar sobre el vínculo necesario que existe entre los llamados
hechos y el funcionamiento de los medios de comunicación de masas, para comprender que
el verdadero problema es el de dar cuenta, a nivel teórico, de la semiosis, de la producción de
sentido, que es inseparable de la existencia misma de los hechos.
La diferenciación entre discurso y condiciones (de producción o reconocimiento) es una
diferenciación puramente metodológica. El corte entre los discursos y sus condiciones, es
producido por la intervención del análisis; automáticamente, a partir del momento en que se
constituye un corpus de discursos a ser analizados, otros elementos del proceso se
transforman en sus condiciones. Pero la distinción es metodológica y no sustancial. Si al
estudiar un determinado corpus de discurso político, las estructuras del campo político
aparecerán como condiciones de producción, se trata de concebir el poder del discurso
político como dando lugar a una pluralidad de efectos a fenómenos diferenciales de
resonancia, en distintos puntos del campo de lo político.
Lo dicho hasta aquí, me parece definir una perspectiva fecunda para estudiar el
funcionamiento del discurso político. Para comprender todo proceso político como a la vez
constituido por hechos que son inseparables de las lecturas que de ellos se hace, y por
discursos que automáticamente son hechos. Para entender la dinámica de los procesos
políticos como susceptible de ser expresada, bajo la forma de los décalages (Desajuste)
constantes entre las condiciones ideológicas de producción, y los efectos discursivos que se
manifiestan bajo la forma de una nueva producción discursiva. A esta distancia entre
producción y reconocimiento, la llamamos circulación de sentido.
Es posible considerar la posibilidad de explorar una tipología del discurso político en función
del tipo de relación (y de distancia) entre producción y reconocimiento. Dos problemáticas de
particular interés.
1 Dentro de la dinámica interna a un movimiento social o partido político, se plantea la
cuestión de la relación entre el discurso del líder y el de sus seguidores o partidarios: se
podría pensar que esta relación es de pura reproducción. Sin embargo es bastante probable
que la relación sea mucho más compleja. La distinción misma entre el líder y los seguidores,
implica que las condiciones de producción discursiva no son las mismas para el primero y
para los seguidores. Es muy probable que la relación del discurso del líder con sus partidarios
contenga lo que Gregory Bateson llama doublé-bind. Doble vínculo. Mensaje contradictorio
del tipo “tu palabra debe ser la mía aunque por definición nunca lo será”.
2 En cuanto a las relaciones de oposición o enfrentamiento interdiscursivo. El discurso del
adversario constituye una condición de producción del propio discurso. En una situación de
poder, el discurso de los dominados, que se presenta como un discurso de oposición o de
ataque dirigido contra el discurso de los dominantes, no es otra cosa que la inversión
especular de este último.
Alegoresis, inteligibilidad
El efecto de “ masa sincrónica” del discurso social sobre determina la legibilidad de los
textos particulares que forman esa masa. A la lectura de un texto dado se superponen
vagamente otros textos que ocupan la memoria. Esta sobreimposición se llama alegoresis→
proyección centrípeta de los textos de toda la red sobre un texto o un Corpus fetichizado.
Fenómenos análogos se producen en los discursos modernos, por una necesidad estructural
que resulta de la organización topológica de los campos discursivos. La inteligibilidad
asegura una entropía hermenéutica que hace leer los textos de una época con cierta estrechez
monosémica, que escotomiza la naturaleza heterológica de ciertos escritos , anula lo
inesperado y reduce lo nuevo lo previsible. Las nuevas ideas corren el riesgo de pasar
inadvertidas porque se abordan en u n marco preconstruido que desdibuja aquello que se
presta a una lectura diferente.
Formas y contenidos
Este enfoque no diferencia el contenido de la forma. El discurso social une ideas y formas de
hablar. Si cualquier enunciado comunica un mensaje, la forma del enunciado es medio o
realización parcial de este mensaje. Los rasgos específicos de un enunciado son marcas de
una condición de producción, de un efecto y de una función. El uso para el cual un texto fue
elaborado puede ser reconocido en su organización y en sus elecciones lingüísticas.
Todo es ideología
Le dio logista en todas partes, en todo lugar, y la palabra misma “ideología” deja de ser
pertinente en el sentido de que, al seguir el camino que lleva la reflexión hacia una semiótica
socio-histórica, muchos investigadores han llegado a ser suya la proposición inaugural de
“Marxismo y filosofía del lenguaje” → todo lenguaje es ideológico, todo lo que significa
hace signo en la ideología.
Voloshinov: “ el ámbito de la biología coincide con el de los signos. Allí donde se encuentra
el signo, se encuentra también la ideología”. “Todo lo que se analiza como signo, lenguaje y
discurso es ideológico”. Todo eso lleva la marca de maneras de conocer y de representar lo
conocido que no van de suyo, que no son necesarias ni universales, y que conllevan apuestas
sociales, manifiestan intereses sociales y ocupan una posición en la economía de los discursos
sociales. Todo lo que se dice en una sociedad realiza y altera modelos pre constructos.
Hegemonía
El solo hecho de hablar del discurso social en singular implica que, más allá de la diversidad
el investigador puede identificar las dominancias interdiscursivas, las maneras de conocer y
de significar lo conocido que son lo propio de una sociedad, y que regulan y trascienden la
división de los discursos sociales: aquello que se llamará hegemonía. La hegemonía
completa, en el orden de la ideología, los sistemas de dominación política y la explotación
económica que caracterizan una formación social. En lo referido al discurso es posible
postular que las prácticas significante s que coexisten una sociedad no están yuxtapuestas,
sino que forman un todo orgánico y son cointeligibles, porque allí se producen y se imponen
temas y también porque el investigador podrá reconstruir reglas generales de lo decible y lo
escribible. En cada sociedad la interacción de los discursos, los intereses que lo sostienen y la
necesidad de pensar colectivamente la novedad histórica producen la dominancia de ciertos
hechos semióticos que sobre determinarían globalmente lo enunciable y privan de medios de
enunciación a lo impensable o a lo aún dicho.
La hegemonía que abordaremos aquí es la que se establece en el discurso social y que
abarcaría no sólo los discursos y los mitos sino también a los rituales. La hegemonía
discursiva sólo es un elemento de una hegemonía cultural más abarcadora, que establece la
legitimidad y el sentido de los diversos estilos de vida, de las costumbres, actitudes y
mentalidades que parecen manifestar.
La hegemonía es el conjunto de los repertorios y reglas y la topología de los estatus y
confían a esas entidades discursivas posiciones de influencia y prestigio, y les procuran
estilos, formas, microrrelatos y argumentos que contribuyen a su aceptabilidad. Decir que tal
entidad cognitivo discursiva es dominante en una época dada no implica negar que está
inserta en un juego en el que existen múltiples estrategias que la cuestión y se oponen a ella,
alterando sus elementos.