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sobre educación
Selección de textos
MANUEL BELGRANO
Presentación
RAFAEL S. GAGLIANO
unipe: EDITORIAL
UNIVERSITARIA
CORREO DE COMERCIO 77
EDUCACIÓN7
ESTADÍSTICA9
Por lo tanto, es la joya mas preciosa que tienen las naciones. Infelices aquellas
que dejan arrebatársela, o que permitan, siquiera, que se les descomponga; su
ruina es inevitable, y lo peor es que se hace imposible recuperarla, o si se consigue,
es padeciendo las convulsiones más violentas, y los males más penosos.
De lo dicho deducimos que la desunión es el aniquilamiento de las naciones;
y que al opuesto, la unión, cuando no las engrandezca, al menos las conservará en
medio de las asechanzas, insidias y ataques por poderosos que sean. Cicerón decía
al Senado en su oración acerca de las respuestas de los augures, «que en otro
tiempo Roma por su firmeza y valor podía sobrellevar los descuidos del Senado,
y aun las injurias de los ciudadanos, pero que ya le era imposible, porque todo se
había trastornado; ni se respetaba la autoridad, ni se pagaban los derechos, ni se
sostenía la justicia, y en vano se buscaría un ciudadano que se opusiese al torrente
que amenazaba la salud de la patria».
Pero añade que en medio de tantos males solo la unión puede conservarla:
«quare hunc statum, que nunc est, qualiscumque est, nulla alia re, nisi concor-
dia, retimere possumus».
Véase aquí una lección, producto de los grandes conocimientos, y de la pro-
pia experiencia de un político tan sabio, dada a su misma nación, y en ella de todas
las demás que habían de sucederla.
La unión es un valor inestimable en una nación para su general y particular fe-
licidad; todos sus individuos deben amarla de corazón y pensar y hablar de ella
como de la égida de su seguridad; cualesquiera que así lo ejecuten, no importa
que le falten grandes recursos; con la unión se sostendrá, con la unión será res-
petable; con ella al fin se engrandecerá.
EDUCACIÓN17
Hemos dicho que uno de los objetos de la política es formar las buenas costum-
bres en el Estado; y en efecto son esencialísimas para la felicidad moral y física de
una nación: en vano la buscaremos, si aquellas no existen, y a más de existir, si no
son generales y uniformes desde el primer representante de la soberanía, hasta el
último ciudadano.
Pero ¿cómo formar las buenas costumbres, y generalizarlas con uniformidad?
¡Qué pronto hallaríamos la contestación si la enseñanza de ambos sexos estuviera
en el pie debido! Mas por desgracia el sexo que principalmente debe estar dedi-
cado a sembrar las primeras semillas lo tenemos condenado al imperio de las ba-
gatelas y de la ignorancia: el otro, adormecido, deja correr el torrente de la edad
y abandona a las circunstancias un cargo tan importante.
Todos estamos convencidos de estas verdades: ellas nos son sumamente do-
lorosas a pesar de lo mucho que suple a esta terrible falta el talento privilegiado
que distingue a nuestro bello sexo, y que tanto más es acreedor a la admiración
cuanto más privado se halla de medios de ilustrarse.
La naturaleza nos anuncia una mujer: muy pronto va a ser madre, y presen-
tarnos conciudadanos en quienes debe inspirar las primeras ideas, ¿y qué ha de
enseñarles, si a ella nada le han enseñado? ¿Cómo ha de desarrollar las virtudes
morales y sociales, las cuales son las costumbres que están situadas en el fondo de
los corazones de sus hijos?
¿Quién le ha dicho que esas virtudes son la justicia, la verdad, la buena fe, la
decencia, la beneficencia, el espíritu, y que estas cualidades son tan necesarias al
hombre como la razón de que proceden?
Ruboricémonos, pero digámoslo: nadie; y es tiempo ya de que se arbitren los
medios de desviar un tan grave daño si se quiere que las buenas costumbres sean
generales y uniformes.
Nuestros lectores tal vez se fastidiarán con que les hablemos tanto de escue-
las; pero que se convenzan de que existen en un país nuevo que necesita echar los
fundamentos de su prosperidad perpetua, y que aquellos para ser sólidos y per-
manentes es preciso que se compongan de las virtudes morales y sociales, que
solo pueden imprimirse bien presentando a la juventud buenos ejemplos, ilumi-
nados con la antorcha sagrada de nuestra santa religión.
El bello sexo no tiene más escuela pública en esta capital que la que se llama
de San Miguel, y corresponde al colegio de huérfanas, de que es maestra una de
ellas; todas las demás que hay subsisten a merced de lo que pagan las niñas a las
maestras que se dedican a enseñar, sin que nadie averigüe quiénes son, y qué es
lo que saben.
Si por desgracia una sola de estas hay que sea de malas costumbres, ¿es dable
hacer el cálculo de los males que pueden resultar a la sociedad? Porque desenga-
ñémonos, el ejemplo… sí, el ejemplo es el maestro más sabio para la formación de
las buenas costumbres.
Nada valen las teorías, en vano las maestras explicarán y harán comprender
a sus discípulas lo que es justicia, verdad, buena fe, etc., y todas las virtudes, si en
la práctica las desmienten, esta arrollará todo lo bueno, y será la conducta en los
días ulteriores de la depravación: ¡Desgraciada sociedad, desgraciada nación, des-
graciado gobierno!
Séanos lícito aventurar la proposición de que es más necesaria la atención de
todas las autoridades, de todos los magistrados, y todos los ciudadanos para los
establecimientos de enseñanza para niñas, que para fundar una universidad en
esta capital, porque tanto se ha trabajado y tanto se ha instado ante nuestro go-
bierno en muchas y diferentes épocas.
Con la universidad, habría aprendido algo de verdad nuestra juventud en
medio de la jerga escolástica, y se habría aumentado el número de nuestros doc-
tores, pero ¿equivale esto a lo que importa la enseñanza de las que mañana han
de ser madres? ¿Las buenas costumbres podrían de aquel modo generalizarse y
uniformarse? Es indudable que no, y para prueba, no hay más que trasladarse a
donde hay universidades, y no hay quien enseñe al bello sexo.
La amiga de la suscriptora incógnita, cuya carta dimos en el nº 9, propone
medios que, ejecutados, no tiene duda que se haría mucho para propagar la en-
señanza y desterrar la ociosidad, y ojalá que hubiere quien moviese a las her-
mandades, a que se refiere, para que se ampararan de aquellas ideas, y las hicie-
ran suyas.
96 ESCRITOS SOBRE EDUCACIÓN
Pero18 tenemos ya fondos destinados a esta empresa, pues se nos asegura que
hay mandas de algunos ciudadanos beneméritos para establecer escuelas para
niñas, y que después de haber fallecido aquellos tiempo ha, aún no se han puesto
en ejecución.
No dudamos que los encargados habrán tenido sus inconvenientes para dar-
les existencia; porque de otro modo, ¿cómo es creíble que haya hombres tan in-
sensibles a los males que padece la patria por esta falta? No, no es posible que
exista entre nosotros quien pueda pensar con tanta malignidad; ni que aquellos
a quienes corresponde velar sobre esto lo miren con indiferencia.
Sin embargo, este asunto llama la atención pública, y sería muy conveniente
satisfacer los deseos del pueblo dándole una noticia del estado de una disposi-
ción que tanto le interesa y que puede, sin duda, llevada a efecto bajo la alta pro-
tección del gobierno, ser el vivero de las buenas madres, buenas hijas de familia,
buenas maestras para las escuelas propuestas por la señora ya citada.
En consecuencia, se habría dado un paso sólido para abrir el camino a las bue-
nas costumbres, y generalizarlas de un modo uniforme, tal vez incitando a otros
muchos ciudadanos honrados que aman la patria, con la presencia de este objeto,
a recordarlo en aquellos momentos que el alma se dedica a pensar en el bien de
los prójimos, y en que muchas veces toma sendas extraviadas para la felicidad ge-
neral, por carecer de ejemplares que la llamen, si es posible decirlo así, física-
mente.
Ciudadanos, por nacimiento o elección, de toda la España americana, fijad
vuestra vista, y considerad la terrible falta en que estamos de buenas costumbres,
muy pronto os arrebatará vuestro espíritu generoso a remediarlas: discurrid, pro-
poned arbitrios a nuestro gobierno, que como sean asequibles, los adoptará in-
mediatamente, puesto que estas ideas son suyas, y no se separan un instante solo
de su atención, como del interés universal.
CAMPAÑA19
Para dar una idea en general de las campañas, parece que no depende de dis-
cursos elegantes, o de noticias geográficas, ni menos de las ideas que forma un
ciudadano, que habiendo salido a un recreo campestre, está creyendo que sale
fastidiado de los jardines a mejorar en prados y selvas, el gusto que se había pre-
venido de imaginarias preocupaciones. Para dar principios fijos sobre que es-
tribe la agricultura, y la esencialísima vida pastoril, es absolutamente necesario
un ejercicio práctico, un conocimiento inmediato del carácter de las gentes na-
turales del país en que estamos e igual conocimientos de los campos, qué exten-
sión necesiten las crías de ganados para que progresen en multiplicos copiosos,
y cuál sea el escollo que arruine su aumento. Asimismo, digo de los labradores,
cuyo nombre genérico comprende a muchos que, lejos de serlo, son perjudicia-
les a este laborioso y noble ejercicio, y así pareciéndome que el exponer los me-