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Tu Recuerdo

Fecha:27-06-23
Tu recuerdo no me deja dormir. En cierto punto, tal vez podría afirmar vivir, pero eso ya es cosa mía, no tuya. Como si de un
torbellino se tratase, arrasa todo a su paso a lo largo de mi mente y corazón. Tan solo puedo limitarme a ver cómo sucede,
algo que fue todo y nada al mismo tiempo. Esta debe ser la milésima carta que te escribo y que aún no lees. Me pregunto
cómo, cuando comencé a escribirte, qué tan patético es esto, qué tan patético soy. Sin embargo, encuentro que, en el
fondo, la única forma de expresarme, de calmarme, de adormecerme es escribiendo lo que siento, con el afán de que algún
día lo vas a leer, que te va a llegar. Pero al mismo tiempo me gusta esta incertidumbre, donde desconozco si me recuerdas,
si me lees, si nos revives. Tantos años haciendo lo mismo ya se volvieron rutina, y por si lo piensas, no, no te amo por rutina,
sino por el recuerdo. Créeme que es difícil estar enamorado de un recuerdo, de un desamor, de algo no correspondido. Es
raro recordar la mejor etapa de tu vida y al mismo tiempo lo que más dolor te causó, y aún así seguir amándolo. Como
siempre, mi vida está llena de contradicciones y, cómo no, preguntas. Ojalá algún día las respuestas terminen de llegar,
como siempre sucede. Seis años han pasado y aún siguen llegando. Parecen paquetes perdidos, jamás entregados,
paquetes sin nombres ansiando llegar a destino y que cuando llegan no causan más que desolación. Cuando menos me lo
espero, allí está el repartidor para entregarme uno. Al recibirlo, no tarda en desvanecerse de mi corazón para perdurar en
mi mente, como vos. Junto a ellos, pienso por horas, el fin está cerca. Dentro de poco ya ni nos veremos las caras, tan solo
seremos una mancha en la historia del otro, aunque tal vez para vos ya lo sea. Aún aquí sigo, cumpliendo mi palabra.
Recuerdo la infinidad de veces que prometí amarte por un tiempo indeterminado porque mi amor era sincero y verdadero.
Pero también recuerdo la infinidad de veces que te hice daño. Si bien siempre digo que he mejorado en base a lo aprendido,
una parte de mí aún no se perdona. Y allí sigo, buscando la aguja en el pajar o, como bien vos me decías, "dándole vueltas a
algo que no tiene vueltas", "pensándolo demasiado", "gastando energía en ello". Pero siempre me pregunto: ¿Cómo
evitarlo? ¿Es que acaso haberte perdido era un evento escrito o canónico para mi ser? No lo sé. Reconozco que estoy
enamorado de un recuerdo. Después de todo, es lo único que me queda.
Nunca me correspondiste, o tal vez sí, no lo sé incluso. Lo único que sé es que elegí estar a tu lado y tal vez lo hice mal.
Demasiado corazón pero poca hombría para soportar ciertas cosas, aunque me acredito el mérito de haberlo intentado y, a
su vez, haberme rendido en el intento. Fui yo quien, en una última instancia, decidió dejar su lugar y marcharse sin mirar
atrás. Aun recuerdo esa mañana de invierno. Te pedí charlemos en el patio de la escuela unos minutos antes por WhatsApp.
Me tomé mi tiempo en salir, y al hacerlo allí estabas. Me acerqué, te pregunté si podíamos hablar y así lo hicimos. Te pedí
un abrazo que con gusto rechazaste, luego dijiste unas palabras que hasta el día de hoy me siguen doliendo, y me fui, nos
fuimos. Al regresar al aula, te bloqueé de todas partes y no volví a saber de vos. Hasta esa tarde, dos meses después, donde
apareciste con él, abrazados en la puerta mientras estaba en la clase de educación física. En ese momento estallé, pero no
de furia ni enojo como tuve que haberlo hecho, sino de tristeza. Recordaba tus palabras sobre ese ser, pero por sobre todo
recordaba cómo me hablabas sobre él en el último tiempo, afirmando que había cambiado como yo lo hice y que por eso
hablaban. Evidentemente, nuestro fin ya había llegado mucho antes de nuestra charla en el patio, más bien en marzo, no
recuerdo muy bien. Solo logro recordar mi ausencia por unos meses, tu reproche por eso mismo y, más tarde en en ese
mismo mes, me dirías algo que terminaría por detonar mi corazón y, en cierto punto, mi cordura. Te habías besado con
alguien más, según vos, te robó un beso.
No éramos nada, es cierto, pero eras la mujer que había decidido amar un yo más pequeño, de primer año, que a día de hoy sigue
en mí. No quisiste decirme quién fue, lo ocultaste. Recuerdo cómo te lo recriminé cuando me lo dijiste en la noche, me dejó roto.
Una semana me tomó recuperarme de aquel desarraigo, de hacerme con la idea de que tal vez era tiempo de decir adiós, un adiós
definitivo. Pero como te habrás dado cuenta, jamás tuve el coraje ni la valentía para dejarte por completo, extinguir esa llama que
hoy en día es ceniza pero que a su vez aún arde. Es mi más profundo deseo en alguna parte de mí.
Por suerte, gente muy buena me acompañó durante el viaje hacia tu olvido, sabios consejos se me fueron dados y sabios consejos
he aplicado. Gracias a ellos, he salvado mi vida y la he rehecho. Mi corazón sigue hecho pedazos, pero al menos está unido, y no
destrozado. He descubierto que mi mayor pasión es amar a la distancia, alejado, sin saber nada, y tal vez no de cerca, aunque en
el fondo no lo he probado. He intentado conocer gente nueva, como vos lo hiciste, iniciar una relación con una brecha en el
corazón, pero he de admitirte que no es mi estilo. A día de hoy, no he encontrado a alguien con quien haya sentido nuestra
conexión, si es que la hubo y no es otro recuerdo, de un recuerdo, de otro recuerdo.
A veces me pregunto: ¿Qué te diría si te tuviera en frente? Y la única respuesta que se me viene sería nada. Una mirada, pero
ninguna palabra. Me quedaría congelado, atónito, impactado, asustado, nervioso, con náuseas y paniqueado. Sería como
enfrentar a lo que más amas pero que más quieres olvidar en tu vida, una lucha digna de ser escrita en la historia, en mi historia.
Aún tiemblo al recordar ciertas emociones o ciertos recuerdos, en especial algunos errores.
Pagué por mis crímenes, el más alto de los valores y el peor de los castigos: tener abiertos los ojos y saber demasiado dentro de
la ignorancia que nos rodea. Increíblemente, no lo fue tu ausencia ni la lejanía de muchas personas que pertenecían a mi entorno,
sino más bien el ver. No hay nada que cause más dolor que el conocimiento, que el saber. Por eso, a veces vivo en la
incertidumbre y en el no saber. A veces, muy de vez en cuando, es mejor no saber. Anhelo mi sueño de jamás haberte visto con él.
Ojalá pudiera borrarlo al recuerdo, pero tan solo puedo perdonarlo y amarlo. Autoflagelarse emocionalmente no es camino que
lleve a buen puerto, ni mucho menos a un lugar calmado de principio, pero sí de fin.
Tras escribir todo esto, releí un poco antiguas conversaciones de Instagram, para ver qué tanto los recuerdos se han vuelto
recuerdos de recuerdos. Y la respuesta vuelve a ser un enigma. Si tuviera que definirlo con una palabra, sería desfragmentado. Así
me encuentro y así me siento. Leo algunas cosas y afirmo lo que recuerdo, veo otras y desestimo lo que ya había aprobado. En
este ejercicio, tal vez he perdido toda cordura, pero luego recuerdo ser un humano y entiendo que esta es mi versión de la
historia. Son mis ojos quienes la vieron, mi corazón quien la sintió y mi alma quien la sufrió. La culpa fue mía. Me faltó valor y
decencia para haberme ido antes de que tu recuerdo me comiese el alma. Aunque me discutías amarme profundamente,
definitivamente no era del mismo modo. Eso ya lo sabía, pues te enojabas cuando te lo recalcaba, y yo me entristecía cuando me
lo recordabas. Culpo al tiempo por no haberme dado los ojos de quien la experiencia ya la ganó, y culpo a mi corazón por aún
amar lo que jamás existió. Me culpo a mí, a mi niño interior y a todas esas veces que sucumbí ante problemas internos. En toda
esta tramoya de culpas, también me permito sentir, gritar, anhelar, amar, olvidar, vivir y, sobre todo, tratar de ser feliz.

-Cualquier parecido con la realidad es una mera coincidencia

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