Está en la página 1de 3

…Para mi querida Sasha Blouse.

Es muy frustrante ser ignorado. Es muy frustrante que no te noten. Es muy frustrante el
querer y el no poder obtener… Pasan los días, bueno, para mí ya han pasado años, años
en los que sigo quieto, no hago movimientos; miro, pero no actúo; me mentalizo, pero
me retraigo tras volver a meditarlo súbitamente. No creo que esto sea una noticia para ti,
si hay algo en este mundo que te caracteriza es la inteligencia y la habilidad deductiva,
creo yo. Y no tienes ni que leer una palabra más para saber de antemano lo que yo ahora
te contaré.
Pasa el tiempo, hemos crecido, en las mismas clases desde pequeños, y en las mismas
clases ya en el instituto. Estoy bastante acostumbrado a ti, y supongo que tú a mí,
aunque no sabría si puedo describir nuestra relación, eso es lo extraño del asunto, no sé
en qué momento ese concepto se ve borroso e inalcanzable en mi mente, simplemente
un día pasó, sin que nos diéramos cuenta; como en aquella vez en la que guardabas un
libro para seguir con él el próximo día, como cuando llamabas a tus amigos para salir al
parque a jugar, como en esas veces que hablaste con alguien del pasado… Cosas que
hiciste por última vez sin darte cuenta de que, en efecto, no volverían a ocurrir. Así me
pregunto yo cuando mis interacciones contigo pasaban de corrientes y ordinarias, a
arduas y desafiantes, en las que debía cuidar bien mis palabras, en las que me
avergonzaba el contacto físico, en las que los complementos y piropos se volvían
difusos. Nunca he llegado a entenderte, ni a ti, ni al porqué de tus tratos hacia mí; y eso
me fascina. ¡Eres tan contradictoria!
Mañanas, tardes, y noches que se focalizaban en leerte entre líneas, reteniendo en mi
mente la mayor cantidad de palabras tuyas posibles, buscando significados ocultos,
indirectas, o intenciones, intenciones que, a día de hoy, ya me parecen sospechosamente
fantasiosas, creadas por un yo un tanto alterado. Tal vez se debía a mi baja autoestima,
pensando que simplemente no te podía corresponder, que no era posible conseguirte,
que te había construido el mayor pedestal que mi versión preadolescente podía esculpir
con sus manos de artesano más bien torpe. Ya ha pasado más de unos redondeados 3
años, 3 años que consistían en ti jugando conmigo, manipulando mi estado corporal a
placer, manejando mis latidos del corazón como si de un metrónomo estuvieses dando o
quitando cuerda a su péndulo. No me malinterpretes, no creo que lo hayas hecho adrede,
y supongo que tendrías y tienes ahora tus motivos. Te has relajado: ya no me piropeas
como antes, ni te ríes tanto de mis chistes, restringes más el contacto entre nuestros
cuerpos, mantienes más las distancias… No sé si es que ya me has abandonado como
proyecto, o si has decidido dejarlo todo en una buena amistad, o simplemente, ya has
madurado, y no necesitas tontear con un chico de tu misma edad para saber cómo se
siente.
Lo que sí puedo afirmar, es que yo he sido el afectado, presa ahora de tu más traviesa
personalidad de antes, pero mayor admirador aún de tu cuerpo y forma actual. De lo que
no he podido librarme es lo de constantemente fijarme en tus detalles: tu pelo, tus
pendientes; las caras que pones cuando algo te enfada, o cuando consiguen captar tu
atención, cuando quieres demostrar tus conocimientos, cuando ríes y sonríes… Esa
última sí que la tengo memorizada, sueño constantemente con esa cara mirándome, esa
mueca casi angelical que me ha llevado a solo pensar en ella durante horas, sin tampoco

1
tener la percepción activa para cualquier cosa que me encuentre en el camino más que a
plasmarla en la mente.
El problema es que, a medida que el tiempo pasa, el bagaje se hace más pesado, pues a
veces tiro las piedras que cargaba cuando pasamos malas rachas, pero flores que
almaceno como si fueran nuestros buenos momentos, se acumulan, y comienzan a
pesar, aunque solo sean pequeñas margaritas con pétalos arrancados usados para jugar
al “Me quiere o no me quiere”, junto a amapolas y rosas que voy guardando para
cuando seamos correspondidos. Y el tiempo pasa, y sigue pesando, pesando tanto que
no sabes si las flores de dentro de la mochila se han convertido en piedras, y, en el
momento que abra el equipaje, no volverán a poder ser como eran. Esta carta es abrir la
mochila. Llevo mucho tiempo esperando, no sé si un milagro, o al menos buenas
noticias del cielo. Por eso, decido parar a descansar en el monte Parnaso, y comienzo a
redactar:
“Te quiero, no sabré si te amo, pero te deseo. Te quiero tal como el propio filósofo
describió en su día como el amor platónico: Quiero ser como tú, quiero aprender de ti,
quiero que me enseñes todo lo que no sé, quiero recostarme contigo en cualquier
pradera, viendo un absorbente cielo estrellado. Quiero que me cuentes todos tus
problemas, y que yo te aconseje para solucionarlos. Quiero imbuir mi alma en las llamas
de tu amor, y que tú lo encierres en tus manos, que me susurres a mi oído - “todo está
bien”-. Que llores en mi hombro, y que me permitas llorar en el tuyo. Que me hables
todos los días para decirme los respectivos buenos días y buenas noches. Que me guiñes
el ojo de manera arbitraria. Tener nuestros cuerpos unidos como si pegamento
hubiésemos echado. Dejar que todo nuestro dolor se disipe en el cariño del otro, y
decirnos mutuamente como nos correspondemos. Ay, ¿qué es el amor?, ¿cuál es el que
yo siento ahora?, ¿cómo lo podría describir? Dicen por cualquier lado que el amor es
ciego, que es apasionante, que es letal y rompedor, que es jovial y enriquecedor, ¡quiero
saber contigo de primera mano cuál de estas afirmaciones son ciertas y cuales no! La
juventud es una prisión diurna, pero cuando desaparezca el sol que la representa en el
crepúsculo ¡librémonos ya de su inocencia!”
Pero entonces paro ya de escribir. Me pregunto a mí mismo que estoy diciendo, que he
de plantearme mis palabras más detenidamente, y me reprimo. Automáticamente
supongo que mis oraciones caerán en saco roto, y en cierto modo, que me hiero a mí
mismo, que me hago expectativas imposibles de cumplir. Y al final, el tiempo me ha
estado dando la razón. Me consta ya que, si siquiera alguna vez fui una opción en tu
catálogo, ya estaré fuera de serie, descartado. Ya no me miras con los mismos ojos, ni
me dedicas las mismas sonrisas, se las dedicas a otros, y no te mentiré, se rompe mi
paciencia y en gran parte mi motivación del día, cuando dedicas a otros lo que un día
fue dedicado a mí, y sólo a mí. Hiere, y más de una vez he llegado a llorar, asfixiando
mi cara roja contra la almohada algunas noches en las que pienso de más. Pero, como ya
dije, la costumbre ha sobrepasado ya todo. No creo siquiera que importe como me
trates, he aprendido a soportarlo, aunque de vez en cuando creo cartas o redacciones que
nunca se llegan a entregar (espero que esta sí lo haga).
Y, al final, no sé siquiera si tengo claro el porqué de mis sentimientos. Puede ser la
etapa de la vida en la que me encuentro, o el que busco amar y ser amado. Simplemente,

1
me pareces la indicada. Los “por siempre” son efímeros; irónico, ¿no? Me veo en la
obligación de no prometerte uno, ni aquí ni en nada, me resultaría extraño, y no creo
que tú también confíes en ellos; todo sentimiento o sensación, cualquiera de tu elección,
no dura en toda nuestra vida, ¡ni siquiera las propias ganas de vivir! Por eso me
impongo a mí mismo el hacerte esta redacción, pues quiero expresar como me siento,
pues la espera y el paso del tiempo son letales para todo. Te quise ayer como te quiero
hoy, aunque no pueda afirmar que te querré mañana. Y ahora que me doy cuenta; solo
he hablado de mí, de mi relación contigo, de mis deseos hacia ti, de mis metáforas…
Una constante primera persona…Acabaré con eso, ¡tonto de mí!
Lo que mejor te representa son las ideas de la inteligencia: tu capacidad para resolver
problemas de forma lógica, la cantidad de idiomas en los que manejas sus bases, tu
capacidad para rescatar cualquier palabra o fecha de los ficheros de tu memoria, tu poca
necesidad de estudio… También me encantan tu madurez y responsabilidad (aunque no
cuides siempre las palabras, que sueltas a la ligera sin que importe el peso real de estas).
Adoro tu capacidad artística: tanto la plasmada como imaginativa; eres muy creativa.
Cómo no, tu pasión hacia lo que te gusta y tu extenso conocimiento en esas cosas que te
encantan y nos publicitas a los demás. Tus gustos literarios. Tu manejo de tus
instrumentos insignia, el bajo y la guitarra. Tu gusto por lo dulce, hace mucha gracia, y
sinceramente, me pareces muy mona cuando estás degustando un postre. Tus cambios
de humor repentinos que me hacen mucha gracia. Y obviamente, también me atraes en
temas de físico; tus ojos azules, tu cabello rubio que acaba en mechas rojas, tu sonrisa
que encanta, tu forma de pecho a cadera, delineada en una ligera curva, con unos muslos
algo redondos…
Pero, sin duda alguna, lo que creo que me ha llevado a donde estoy hoy ha sido tu
capacidad para sacarme de mi zona de confort. Me obligas (en cierto modo) a sacarme
fotos, ver otras cosas, no focalizarme, me ayudas en los estudios… Sinceramente, yo no
sé qué he hecho para merecerte, y tampoco sé que es lo que ves en mi para mantenerme
como una amistad. Pero, ante todo esto, gracias. Gracias por estar conmigo y siempre
ser atenta, gracias por tus cumplidos y por intentar subir mi baja autoestima, gracias por
acompañarme en clases que no me excitan y en otros momentos aburridos. Y, sobre
todo, gracias por ser mi amiga. ¡Ay, que, por ti, he caído en esta tonta, lenta y tortuosa
trampa del amor!

También podría gustarte