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Spinoza:
de la física a la historia
Coordinadores:
Julián Carvajal
María Luisa de la Cámara
M 677468
BIBLIOTECA CENTRAL
nT7 !
colección
estudios
SPINOZA: DE LA FÍSICA
A LA HISTORIA
C oordinadores:
Julián Carvajal
María Luisa de la Cámara
Ediciones de la Universidad
de Castilla-La Mancha
Cuenca, 2008
SPINOZA, de la física a la historia / coordinadores, Julián Carvajal, María Luisa
de la Cámara.- Cuenca : Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha,
2008
528 p. ; 24 cm.- (Estudios ; 117)
ISBN 978-84-8427-615-9
1. Spinoza, Benedictus de - Crítica e interpretación I. Carvajal Cordón, Julián,
coord. II. Cámara García, María Luisa de la, coord. III. Universidad de Castilla-La
Mancha, ed. IV. Serie
1 Spinoza, Benedictus de
ÍNDICE
Presentación .............................................................................................................. 11
7
Parte II. La naturaleza
8
Parte IV. Cultura e Historia
9
Spinoza en Peirce
Ramón Rodríguez Aguilera ............................................................................. 461
10
PRESENTACIÓN
FÍSICA E HISTORIA
11
Presentación
12
Presentación
Por tanto, nada extraño hay en las palabras de Nietzsche cuando —refiriéndose
a Spinoza— confiesa a Overbeck: «¡Estoy maravillado y entusiasmado! ¡Tengo un
precursor y de qué clase!... Pues he aquí que la orientación general de su filosofía
es idéntica a la mía: hacer del intelecto la pasión más poderosa;... este pensador, el
más grande y solitario que ha existido nunca, es precisamente el más cercano a mí
en estas cinco tesis: él niega el libre arbitrio, la finalidad, la estructura moral del
mundo, el desinterés y el mal».
Spinoza no es un moralista al uso, pero tampoco es aquel tan señalado amora
lista, sino un filósofo moral cuyo proyecto acometió de forma valiente y rigurosa
una reforma radical de la Ética, pendiente aún en la vieja Europa. En este sentido
hay que tomar las siguientes manifestaciones: «Por tanto cualquiera puede ver ya
—decía el filósofo en el Tractatus de intellectus emendatione— que yo quiero dirigir
todas las ciencias a un solo fin, un objetivo, a saber, a conseguir la suprema perfec
ción humana que antes hemos dicho. De ahí que aquello que en las ciencias no nos
hace avanzar hacia nuestro fin, habrá que rechazarlo como inútil; en una palabra,
todas nuestras obras y pensamientos deben ser dirigidos a este fin».
13
Presentación
Toda una vida consagrada a ello y en particular una obra, la Ética, han dado
forma a este proyecto mediante un gesto doblemente transgresor: un movimiento
que, anulando la distancia entre el deber ser y el ser, lleva primero la naturalización
hasta el límite para, a continuación, elevar la naturaleza del hombre hasta la cima de
su perfección.
14
Presentación
cendencia con ayuda del conatus: tanto la de la razón y la de una supuesta voluntad
libre con respecto a los actos como la del alma frente al cuerpo. Porque el hombre
está sometido a las leyes comunes de toda la naturaleza, de modo que, incluso si sus
acciones nos parecen excelentes, son y deben ser explicadas por medio de fuerzas
inmanentes y naturales. Pero entonces, en un cuadro teórico de este tipo, ¿qué sig
nificado tiene la virtud? Spinoza sale al paso de esta dificultad afirmando que: «Por
virtud entiendo lo mismo que por potencia; esto es, la virtud, en cuanto referida al
hombre, es la misma esencia o naturaleza del hombre en cuanto que tiene la potestad
de llevar a cabo ciertas cosas que pueden entenderse a través de las solas leyes de su
naturaleza» —definición 8 de la IV parte de la Ética —. Y de ahí se desprende la pri
mera consecuencia de tal identificación, a saber, que la autoconservación es virtud
primera: «No puede concebirse virtud alguna anterior a ésta (es decir, al esfuerzo por
conservarse)» (E IV, 22).
Por lo demás, lo que los hombres denominamos bien y mal, perfecto e imperfecto
son meras formas de expresión nacidas de la comparación de unas cosas con otras
con arreglo al criterio de lo útil propio. Todas estas nociones son relativas a quien
juzga sobre las cosas, mientras que las variaciones del conatus son consideradas por
Spinoza como absolutas —absolute — si las remitimos a la potencia de la sustancia.
En consecuencia, desde esta perspectiva, ni las cosas ni las acciones son iguales.
Pues «aunque las acciones de los píos, las de los ateos y las de todo lo que hay se
siguen necesariamente de las leyes eternas y de la decisión de Dios y dependen con
tinuamente de Dios, difieren sin embargo unas de otras no solamente en grado sino
también en esencia» (Carta 23). Y de ahí se siguen también las consecuencias de la
tesis demostrada en Ética IV, 24: «En nosotros, actuar absolutamente según la virtud
no es otra cosa que obrar, vivir o conservar nuestro ser bajo la guía de la razón como
fundamento de la propia utilidad». Spinoza, que no acepta la distinción metafísica
entre buenos y malos, distingue en cambio dos regímenes afectivos contrarios en la
existencia humana: uno de inestabilidad (fluctuatio animi), dominado por la pasi
vidad imaginativa, la tristeza y la imitación; y el otro caracterizado por la acción
racional, la alegría y la vitalidad (fortitudo animi).
En este marco teórico se inscribe la virtud de la fortaleza, considerada por Spinoza
como un afecto activo: «Refiero a la fortaleza todas las acciones que derivan de los
afectos que se remiten al alma en cuanto que entiende, y divido a aquella en firmeza
y generosidad» (Ética III, 59). Cierto que tanto la tradición filosófica como el propio
Descartes conocieron esa virtud, pero el holandés introduce una idea original al des
doblarla en dos facetas, firmeza o animositas y generosidad o generositas: Aquella es
el deseo de conservación estrictamente racional, mientras que ésta se identifica con
las conductas sociales que persiguen también la utilidad del otro. «Así pues la tem
planza, la sobriedad y la presencia de ánimo en los peligros son clases de firmeza; la
modestia, la clemencia, etcétera son clases de generosidad» (E III, 59, esc).
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Presentación
LOS TRABAJOS
Los Editores de las Actas hemos optado por ordenar los trabajos de los expertos
incluyéndolos en alguno de los siguientes apartados: Los fundamentos ontológicos;
La naturaleza; El hombre: conocimiento y acción; Cultura e historia; Spinoza y
otras perspectivas, sin atender al turno de intervención de cada participante en el
congreso. Puesto que ellos son especialistas en el tema, nos ha parecido más oportu
no disponer sus contribuciones en estas secciones ordenándolas alfabéticamente por
el nombre de los autores.
Los organizadores del congreso, el Departamento de Filosofía de la Universidad
de Castilla-La Mancha, el Departamento de Ética y Filosofía Moral y Política de la
UNED y el Seminario Spinoza, quieren agradecer la buena disposición y ayuda pres
tadas por los Miembros del Comité Científico: Eugenio Fernández, Pierre Fran 50is
Moreau, Vidal Peña, Cristina Santinelli y Manfred Walther. También desean testimo
niar su gratitud a los patrocinadores y expresar su reconocimiento a los participantes
por su admirable trabajo y su interés. Los profesores del Departamento de Filoso
fía de UCLM expresamos nuestro reconocimiento a la Consejería de Educación y
Ciencia de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha por haber contribuido
decisivamente a hacer realidad este congreso a través de la concesión de fondos para
el Proyecto de Investigación PAI-05-054, que nos ha permitido desarrollar nuestros
trabajos, así como nuestro agradecimiento a nuestro Rector, Ernesto Martínez Ataz,
por su generoso apoyo. A nosotros sólo nos resta ser fieles al espíritu unánime de los
miembros del Seminario Spinoza, evocando con gratitud al profesor Atilano Domín
guez, organizador de los primeros Congresos Internacionales sobre Spinoza celebra
dos en Almagro (Ciudad Real), y al profesor Eugenio Fernández, cuya memoria está
presente entre nosotros por su ánimo fuerte y generoso incluso en la adversidad.
Los Editores:
Julián Carvajal
María Luisa de la Cámara García
16
P arte I
Los FUNDAMENTOS ONTOLÓGICOS
DE LA PRUDENCIA DE LOS CUERPOS A LA HISTORIA
DE LOS HOMBRES1
LAURENT BOVE
Universidad de Amiens
19
Laurent BOYE
2 Cf. sobre este asunto nuestro trabajo La stratégie du conatus. Affirmation et résistance chez
Spinoza, París, Vrin, 1996; y «De la prudence des corps. Du physique au politique», Introducción a
nuestra edición del Tratado político, París, Livre de Poche, col. «Classiques de la philosophie», 2002,
pp. 9-101.
3 Georges Canguilhem: Vie et morí de Jean Cavadles (Les Carnets de Baudasser, Pierre Laleure,
librero-editor, Ambialet, Tarn, Villefranche-d’Albigeois), p. 36 (subrayado de G. Canguilhem).
4 Jean Cavaillés: «La pensée mathématique», Bulletin de la Socie'té frangaise de Philosophie,
sesión del 4 de febrero de 1939, p. 9.
5 Ética, II, 13, escolio; y IV, 18, escolio.
20
De la prudencia de los cuerpos a la historia de los hombres
21
Laurent BOYE
22
De la prudencia de los cuerpos a la historia de los hombres
ni que pueda pecar. Pues es la ciudad misma quien decide sobre sus leyes, hacerlas
o deshacerlas. La ciudad no está sometida a ellas (lo cual ya había sido afirmado por
Spinoza en el capítulo XVI [4] del Tratado teológico-políticó). La ciudad se halla,
por tanto, en relación al derecho civil, en la misma situación que un individuo en el
estado de naturaleza que sólo tiene que obedecer a sí mismo, en función de un solo
imperativo vital: el de su conservación.
Tercer momento: Spinoza añade un nuevo parámetro en el tratamiento de esta
cuestión mediante el cual se introduce implícitamente la dimensión histórica de la
ciudad. En efecto, en la ciudad existe «un conjunto de circunstancias» 16 que, una
vez dadas, provocan en los hombres de dicha ciudad sentimientos de respeto y
temor singulares hacia el cuerpo político, lo cual contribuye fuertemente a su con
servación. La ciudad está entonces obligada, necesariamente, por necesidad vital, a
mantener, en su propio interés, ciertas reglas, ciertas leyes, es decir, una situación
de conjunto o una condición de existencia que le son propias, pues son las razones
o las causas mismas de este temor y de este respeto particulares las que mantienen
a la sociedad unida y garantizan su perseverancia. Mas esta exigencia o esta nece
sidad vital es totalmente independiente de la lógica de la obediencia, la cual viene
exigida por el derecho civil y sólo concierne a los súbditos de la ciudad, pero no a
la ciudad en tanto que cuerpo político. La necesidad a la que el cuerpo político está
vitalmente sometido constituye, ciertamente, una condición de la obediecia de sus
súbditos, pero la ciudad misma no se halla sujeta a esta obediencia. Está sometida
a otra exigencia por necesidad vital. Spinoza escribe entonces que es por derecho
natural, cuyo ejercicio es el de un «derecho de guerra»17, por lo que el cuerpo de la
ciudad está obligado a mantener, en su propio interés, estas reglas y estas leyes que
constituyen su disposición propia, es decir, la condición misma de su perseverancia
«en su ser»: «En efecto, si la ciudad está obligada a mantener en su propio interés
ciertas reglas, ciertas causas de temor y de respeto, no es en virtud de los derechos
civiles, sino en virtud del derecho natural, puesto que (según el artículo precedente)
nada de todo esto puede ser reivindicado en nombre del derecho civil, sino solamen
te por el derecho de guerra; de modo que la ciudad sólo está sometida a estas reglas
en el mismo sentido en que un hombre, en el estado de naturaleza, está obligado, a
fin de depender de su propio derecho, a no ser su propio enemigo, y a no matarse.
Esta prudencia [sané cautio] no es obediencia; es, al contrario, la libertad de la natu
raleza humana»18.
Hay, por tanto, una lógica de la prudencia que integra necesariamente un conjun
to de circunstancias de dimensión histórica particular, pero también las disposicio
16 Id., ibid.
17 Tratado político, IV, 5.
18 Id., ibid.
23
Laurent BOYE
nes afectivas de los individuos ligados a estas circunstancias, conjunto que Spinoza
desvincula radicalmente de la problemática de la obediencia tal y como ésta sería
comprendida en una teoría de la soberanía. Pues esta prudencia de lo reál es, en el
plano de la teoría, independiente del campo jurídico-político, que es el de la repre
sentación de la ley y del sujeto-de-obediencia que le hace frente (como sujeto de la
representación). La prudencia indica así un proceso real que implica la duración de
una perseverancia indefinida: la de un cuerpo de dimensión histórica. Las circuns-
tacias han sido contraídas, incorporeizadas, memorizadas en las disposiciones afec
tivas de los cuerpos que forman, en sus prácticas comunes, un solo y mismo cuerpo
que es el de la ciudad, cuerpo que sólo persevera en su ser insistiendo en y por las
disposiciones (corporales y afectivas) de sus miembros. Desde este punto de vista, se
debe leer así, en Spinoza, una verdadera ontología histórica de la duración.
Digamos desde ya mismo que en el Tratado político la noción de prudencia inte
gra el conjunto de significaciones matemáticas, física y ontológica de la obra de Spi
noza, aportando, además, una perspectiva claramente maquiaveliana. Volveremos
sobre el modelo físico; detengámonos primero en la perspectiva maquiaveliana.
La prudencia spinozista, que es la de los derechos de naturaleza, se despliega
explícitamente en un contexto guerrero de relaciones de fuerza. Es un derecho de
guerra, dice Spinoza, que se trata de no volver contra sí (ya se trate del individuo
humano o del cuerpo político) a fin de no convertirse en su propio enemigo, de no
matarse. Este derecho de guerra es, así pues, de hecho y paradójicamente, de los más
racionales, puesto que debe permitir a la ciudad obrar según las reglas de la razón
y, por ello mismo, depender de su propio derecho. Esta prudencia es, por tanto, una
estrategia mediante la cual la ciudad es obligada, al margen de toda finalidad, a no
faltarse a sí misma. «Estar obligada a», «no faltarse a sí»: examinemos estas dos
expresiones.
Tenetur: estar obligado a. Cuando Spinoza emplea esta expresión por primera
vez, en el artículo 2 del capítulo I del Tratado político, la significación es la de deber
moral: los teólogos sostienen que los poderes soberanos deben (tenetur) tratar los
asuntos públicos según las mismas reglas morales que se imponen al particular. Pero
desde la segunda utilización (en Tratado político II, 18) tenetur adquiere el sentido
de una exigencia vital: la implicada por la necesidad misma del derecho de naturale
za. Escribe Spinoza: «en el estado de naturaleza no hay pecado, o, si alguien peca, lo
hace contra sí mismo y no contra el otro». Tanto es así que, si cada cual está obliga
do (en el sentido de exigencia vital) a no pecar, es decir, a no obrar contra sí mismo,
nadie en el estado de naturaleza está obligado (en sentido moral), inversamente, a
obedecer a quien sea. En el capítulo IV (tanto en el artículo 4 como en el artículo 5)
es en el sentido de exigencia vital como es utilizada la noción: «el cuerpo político,
para depender de su propio derecho, está obligado [tenetur] a conservar las causas
de temor y de respeto; de lo contrario, deja de ser». Es un imperativo vital que hace
24
De la prudencia de los cuerpos a la historia de los hombres
19 Subrayado nuestro.
20 Idem.
21 Unaquaeque res, quantum in se est, in suo esse perseverare conatur, Ética, III, 6.
25
Laurent BOVE
22 Harum prima est, unamquamque rem, quatenus est simplex et indivisa, manere, quantum in se
est, in eodem semper statu, nec unquam mutari nisi a causis externis, Principia philosophiae, II, 37,
Ch. Adam y P. Tannery, tomo VIII de la Oeuvres Completes de Descartes, París, Vrin, 1996, p. 62.
23 Cf. lo que dirá de ello Spinoza más tarde, en la carta 81 del 5 de mayo de 1676 a Tschirnhaus, y
el comentario de Alexandre Matheron en «Physique et ontologie chez Spinoza: l’énigmatique réponse
á Tschirnhaus», Cahiers Spinoza 4, París, Réplique, 1991.
26
De la prudencia de los cuerpos a la historia de los hombres
desde el punto de vista de estas consecuencias, no hablar ya, entonces, del movi
miento o del reposo en sí mismos, sino de un cuerpo que participa, más o menos,
del movimiento y del reposo. Así, Spinoza, en el corolario 1 de la proposición 22
de los Principios de la filosofía de Descartes, escribe: «Cuanto más lentamente se
mueven los cuerpos, más participan del reposo, pues estos cuerpos ofrecen mayor
resistencia a aquellos que vienen a su encuentro a mayor velocidad y que poseen
una fuerza menor que la de ellos, y, además, se separan menos de aquellos que los
tocan inmediatamente». Es lo que va a explicar la teoría del conatus con el encuen
tro de la física de los cuerpos individuales de Ética II (con la referencia subyacente
al principio de inercia) y de la metafísica de la potencia de Ética I (en referencia a
I, 25 corolario y I, 34). El conatus de la cosa es así concebido como una afirmación
consistente —consistente por el hecho mismo de la complejidad de la cosa—: lo que
es perseverante es la constitución misma de la cosa compleja, o la cosa como consti
tución, disposición, manera precisa y determinada de expresar la potencia divina. Es
también una afirmación insistente: la cosa «se persevera »24 en y por la disposición
o la identidad a sí de lo real de un ser singular. Es, en fin, una afirmación resistente:
dinámicamente resistente en y por la consistencia misma de la cosa que persevera.
Consistente y resistente por sus alianzas —tanto internas (constitutivas de su com
plejidad) como externas— con una infinidad de otros cuerpos.
Lo que dice Spinoza acerca de la multitud, en el capítulo XVII [4] del Tratado
teológico-político, es a primera vista muy negativo. Spinoza escribe: «quienes saben
hasta qué punto es diversa la complexión de la multitud, casi desesperan, pues se
gobierna no por la razón, sino por los solos afectos. Al desearlo todo ciegamente, se
deja corromper muy fácilmente por la codicia y el lujo. Cada cual piensa ser el único
que lo sabe todo, y todo quiere regularlo según su complexión; estima cada cosa
como justa o injusta, sacrilega o no, lícita o ilícita, según piense obtener de ella algún
24 La expresión es de Stanislas Bretón, «Hegel ou Spinoza. Réflexions sur l’enjeu d’une alternati-
ve», Cahiers Spinoza 4, París, Réplique, 1983, p. 73.
27
Laurent BOVE
beneficio o perjuicio. Por vanagloria, desprecia a sus iguales y no soporta ser dirigido
por ellos...». Lo aquí afirmado constituye una enseñanza de «la experiencia y [de]
la razón»25, o incluso lo que podría llamarse una «verdad efectiva» sobre la cual se
apoyan los políticos para gobemar/dominar a la multitud... Pero también una verdad
efectiva sobre la cual se apoya el propio Spinoza cuando enseña, inversamente, que
los hombres han debido, en primer lugar, agruparse en democracia. Cabe también,
así pues, una lectura positiva de este pasaje.
En efecto, es en virtud de este deseo rebelde y resistente de no querer ser dirigido
por sus iguales (deseo que, por otra parte, según las mismas leyes de los afectos, se
invierte muy fácilmente en deseo de dominarles), deseo que resiste a la dominación
del semejante (y que se convertirá en «derecho de guerra» inalienable y soberano
de la multitud en el Tratado político, y que está en la base de la lógica de los con
trapoderes en los regímenes democráticos o democratizados de este mismo tratado),
es, decíamos, en virtud de este deseo resistente a la dominación del hombre por el
hombre, como una multitud libre puede realizar, por sí misma, la unidad en su seno
mediante un consenso sobre la forma de su gobierno, a saber, la democracia. Socie
dad en la que, según Spinoza, nadie tendría que obedecer a su igual26. La democracia
resuelve, así pues, el problema del rechazo de la obediencia, pero lo hace extrayendo
a la multitud de la problemática misma de la obediencia, la cual es abandonada en
beneficio de una problemática de la prudencia, es decir, de la potencia estratégica de
la auto-organización de lo diverso y del aumento indefinido de la complejidad del
cuerpo común.
En efecto, en las antípodas de los dos modelos de la servidumbre radical, que
son el Estado hebreo y el Estado turco —doble modelo de un cierre radical de la
historia—, Spinoza desarrolla una concepción de la democracia que supone que la
prudencia o la estrategia de auto-organización autónoma de la potencia de la com
plejidad del cuerpo común permite a los singulares que consituyen este cuerpo ser
afectados y afectar a los demás de una multitud de maneras, de tal suerte que, en
esta enorme diversidad de la comunicación del movimiento entre los singulares, se
afirma una dinámica de aumento indefinido —en igualdad, pero diferencial— de la
potencia de obrar y de pensar de cada cual. La idea de democracia en Spinoza es,
entonces, la condición misma de posibilidad de una historia de los hombres capaces,
en común, de constituir un cuerpo prudente capaz de causalidad adecuada.
Así, partir realmente de la complejidad o de la verdad efectiva de las cosas para
pensar la historia, es sustituir el modelo de la obediencia racional por la trabazón
productiva de las prudencias o de los procesos estratégicos inmanentes, resistentes
y singulares de los conatus. Y ahí reside, entonces, la cuestión política y estratégica
28
De la prudencia de los cuerpos a la historia de los hombres
29
Laurent BOYE
cidad (lo que civitas y natío hacen de hecho históricamente). Sino que los trata como
los productos inmanentes, esto es, como los momentos de un proceso histórico de
auto-organización (paradójica en cuanto a sus efectos) de la multitudinis potentia.
Momentos también en los que se anuda una ley de la historia, o sea, la ley de la orga
nización de un cuerpo en una disposición particular (su conatus como ingenium).
Ley que podrá, de hecho, revelarse más fuerte que la resistencia de los hombres a
la dominación en la medida en que va a estructurar en parte las expectativas y las
reivindicaciones de todos (dispositio seu conatus... escribe Spinoza en Etica, III,
definición 32 de los Afectos, explicación). En el Estado hebreo, en la identificación
perfecta de la voluntad de la civitas con la del imperium, este cierre y esta estruc
turación en una disposición particular que es la de una «nación», habría podido ser
total28... Y sólo pudo serlo porque este Estado satisfacía la reivindicación esencial de
la multitud de no ser dirigida por un igual29.
Si, en el plano de la teoría, los tres niveles de la «multitud», de la «ciudad»
y de la «nación» son aplanados, se produce una filosofía política y una historio
grafía totalmente conservadora y reaccionaria, como fue el caso en Boulainviller,
discípulo de Spinoza y de Maquiavelo (en su lectura de la historia de Francia, de
la invasión de los Germanos al reino de los Intendentes en el absolutismo monár
quico)30. Spinoza, así pues, habla de «la» multitud para decir «potencia de la mul
titud» (éste es el verdadero concepto spinozista de la complejidad). En el plano de
la teoría, Spinoza no habla, por tanto, de «la» multitud ni de «las» multitudes en el
sentido en que sometería al corsé de la particularidad (de la identidad de la nación
y de su perseverancia inercial en su disposición particular) a cada multitud en su
particularidad (como hará más tarde Boulainviller). Incluso si, de hecho, la nación
es real, históricamente la figura necesaria y ambivalente, en cuanto a sus efectos,
de la constitución real de la civitas y de su conatus particular. Y desde este punto
de vista, es muy necesario tener en cuenta, de hecho, esta perseverancia conserva
dora para no solamente comprender la historia de los cuerpos políticos en su lógica
inercial (como es el caso en la revolución inglesa, por ejemplo31), sino también para
intervenir en las luchas históricas (como es el caso cuando Spinoza recuerda que
las Provincias Unidas jam ás han conocido rey alguno...32), o también para pensar
28 No la ha sido por el hecho de la modificación de la Ley tras la adoración del becerro de oro
(Tratado teológico-político, XVII [26]).
29 Tratado teológico-político, XVII [25],
30 Cf. nuestro estudio «Boulainviller lecteur politique de Spinoza. Analyse politique et forme
paradoxale de la radicalité dans la premiére moitié du XVIIIéme siécle», en: C. Secrétan, T. Dagron, L.
Bove (eds.): Les Lumiéres radicales. La transformation philosophique en Europe entre 1650 et 1750,
París, ed. Amsterdam, col. «Caute», 2006.
31 Tratado teológico-político, XVIII [8],
32 Tratado teológico-político, XVII [10],
30
De la prudencia de los cuerpos a la historia de los hombres
políticamente las formas de vida común por construir que garantizarían tendencial-
mente la emancipación indefinida de los hombres (como hace Spinoza en el Trata
do político a partir del capítulo VI).
El paradigma perfecto de cierre identitario, es decir, el aplanamiento histórico
de los tres niveles de la potencia de la multitud, de la ciudad y de la nación, que
aboca a este cuerpo al destino de una repetición indefinida de lo mismo, es el Estado
hebreo. Y para Spinoza este cierre, como ley inercial de la historia, se halla nece
sariamente siempre y en todas partes... No obstante, la experiencia, es decir, las
prácticas, por el hecho mismo de la imperfección de los Estados (y, por eso mismo,
por la inadecuación entre el deseo y la ley que los rige), desbordan también siempre
y necesariamente, en todas partes, la regla. Tanto desde el exterior —si el Estado
pudiera ser perfecto en su organización— como por las contradicciones mortales del
interior —si este Estado no lo es. La resistencia a la dominación del igual-semejante
se encuentra, por tanto, siempre, bajo diferentes figuras, en el orden complejo y ordi
nario de las cosas, en y por la naturaleza diversa de la multitud y del deseo de cada
cual de reivindicar su singularidad y la libertad de vivir como quiere. Así, incluso en
el delirio y las ilusiones que implica, un deseo rebelde y resistente a la dominación
es la fuente viva de una historia, y el crisol ontológico, nunca agotado, de una demo
cracia siempre por construir.
La mirada de Spinoza sobre la historia de los hombres está, por tanto, marcada
por la ambivalencia de una tensión entre dos modelos de prudencia (o de perseve
rancia). El «abierto» de la ontología de la potencia de la multitud y de la dinámica
auto-organizadora indefinida de su complejidad, y el del conatus (como perseve
rancia in suo statu ) de los cuerpos históricos particulares ligados por una ley de la
historia que, hablando absolutamente, están condenados a un retorno, indefinido y
conservador, a su principio. El pensamiento político y emancipador de la posibilidad
de la causalidad adecuada de las sociedades en la historia, deberá tener en cuenta
estos dos aspectos de la perseverancia. Es la lección de prudencia reformadora del
Tratado político.
31
METAFÍSICA Y CONCEPCIÓN DE LA HISTORIA
EN SPINOZA
FCO. JAVIER ESPINOSA ANTÓN
Universidad de Castilla-La Mancha
33
Feo. Javier ESPINOSA ANTÓN
Mas no hace falta acudir a testimonios de autoridad para ver el valor de la his
toria en el pensamiento de Spinoza, sus obras hablan por sí mismas y muestran
que la historia es uno de sus temas favoritos de reflexión. En primer lugar, hay que
decir que Spinoza, en buena medida, fue un historiador. La mayoría de las páginas
del TTP son fruto de sus estudios sobre la historia judía y Spinoza se presenta a sí
mismo, a veces, como historiador, como cuando dice: «me vi obligado a elaborar
un estudio histórico de la profecía» (TTP 6: 95)4. Además, en su propia biblioteca
tenía bastantes libros sobre historia. Spinoza tiene un agudo sentido para detectar las
diferencias históricas y entender cómo los hechos históricos dependen de diferentes
coordenadas socio-culturales. Parece, pues, natural que una persona, que aúna en
sí un talento especial para la filosofía y estudios sobre la historia, haga reflexiones
sobre la historia, tanto sobre las maneras de historiar cuanto sobre hechos históricos
concretos y sobre la historia de la humanidad en general.
La principal enseñanza sobre la historia que nos presenta Spinoza es la necesidad
de «deconstruir», diríamos, la Historia Sagrada, lo que para él exige tratar los acon
tecimientos históricos como cualquier fenómeno natural, puesto que el hombre no
es algo especial en la Naturaleza, no es un imperio dentro de otro imperio (E 3Praef;
TP § 6; TTP 6: 88). En la llamada Historia Sagrada, y en la de cualquier pueblo de
la Humanidad, no hay nada sobrenatural, ninguna intervención directa de Dios que
se salte las leyes naturales; no hay ningún pueblo que, por naturaleza o por especial
intervención de Dios en la historia, sea superior a los demás, nadie que tenga un
destino privilegiado... Si quisiera decir, en palabras actuales, lo que se propuso Spi
noza y en buena medida logró, tendría que afirmar que «deconstruyó» un gran relato
que legitimaba el poder de la casta sacerdotal en el judaismo y en el cristianismo
(recordemos que hablando de los judíos es a los holandeses a los que se dirige). Hizo
transparentes a la luz de la razón natural los mecanismos que habían dado lugar a ese
gran relato histórico.
Lo primero para conocer los hechos históricos del pasado, ya que él no los ha
podido vivir personalmente, es tener un método científico en la recogida de datos:
autentificar los textos, depurar lecturas dudosas, conocer las diversas significaciones
de las palabras, investigar la historia de sus autores... Spinoza trabaja tanto en esta
línea que es reconocido como uno de los principales iniciadores del método histórico-
crítico de investigación de la Biblia. Su manera enteramente moderna de leer la Biblia
Entre nosotros, F. J. PEÑA («Historia e historicidad en Espinosa», en Cuad. Invest. Hist., 4 (1980), pp.
53-65) ha escrito un interesante artículo sobre el asunto, pero quizá demasiado centrado en algunos
textos periféricos a la fdosofía de Spinoza que indicarían la ausencia de una teoría de la historia.
4 Las citas literales del TTP y del TP están sacadas de las traducciones de A. Domínguez:
SPINOZA, Tratado teológico-político. Madrid, Alianza, 1986. SPINOZA, Tratado político. Madrid,
Alianza, 1986.
34
Metafísica y concepción ele la historia en Spinoza
5 Cfr. TTP 3.
35
Feo. Javier ESPINOSA ANTÓN
las cosas como verdades eternas (TTP4: 64 y 65). Cristo no quería como político crear
un Estado, a semejanza de Moisés, sino que enseñaba como doctor, como quien entien
de verdaderamente las cosas; no hablaba de regular acciones externas sino la disposi
ción interior del ánimo (TTP 7: 103). Antes de la venida de Cristo, los profetas solían
predicar la religión como ley de la patria, pero los apóstoles la predicaron como ley
universal (TTP 12: 163; 4: 64; 5: 70). De alguna manera la mente de Cristo es excep
cional, puesto que, afirma, a él fueron revelados los designios de Dios inmediatamente
y no mediante imágenes; por eso podemos decir que la Sabiduría de Dios, una Sabidu
ría que está por encima de la humana, ha asumido en Cristo la naturaleza humana (TTP
1: 21), y se manifestó en Cristo más que en cualquier otra cosa o mente (Ep 73).
Sin embargo, de aquí no se puede deducir una excepcionalidad histórica para Cris
to6. El mismo Spinoza advierte que con estas afirmaciones no quiere decir lo que
algunas iglesias predican de Cristo (la divinidad), lo que él no entiende (TTP 1: 21),
porque es absurdo hablar de que un hombre sea Dios o un círculo sea un cuadrado (Ep
73). Nada de mitificar la figura de Cristo. Éste es un personaje excepcional en sentido
metafórico, porque se puede explicar su «excepcionalidad» por causas naturales de la
siguiente forma. Cuando los judíos perdieron su Estado y vivían dispersos entre otras
naciones, los profetas, como Jeremías, les enseñaron a preocuparse del bienestar de
las personas de otras naciones entre las que vivían (TTP 19: 233), lo que parece muy
sensato; el Estado estaba perdido, no tenía sentido una religión estatal de preceptos
extemos, por lo que el profetismo fue modificando la religión hacia lo interior y hacia
el amor a los hombres de otros países y religiones, y en esta tendencia es en la que se
inserta Cristo (TTP 19: 233). En realidad, lo que enseña Cristo no es algo diferente ni
nuevo, es la enseñanza de la justicia y la caridad, que ya se predicaban antes; este tipo
de enseñanzas ya había empezado con algunos profetas cuando los judíos perdieron
su Estado y se extendieron por el mundo; su religión ya no pudo hablar de acciones
extemas (que eran reguladas por las leyes de los países en donde estaban) y tuvo que
hacerse cada vez más universal (TTP 12: 163; 7: 103). Es verdad que Cristo tuvo ideas
adecuadas y verdaderas sobre las cosas, sobre todo en cuestiones morales, pero esto,
parece señalar Spinoza, deriva del universalismo ético: en la medida en que Cristo
quiere transmitir un mensaje ético para todos los hombres, no puede adaptarse a las
ideas imaginativas de un solo pueblo, sino que tiene que adaptarse a todos los pueblos:
«no bastaba que tuviera su mente adaptada a las opiniones de los judíos, sino que debía
tenerla adaptada a las opiniones y convicciones de todo el género humano, es decir, a
las nociones comunes y verdaderas» (TTP 4: 64; cfrTTP 3: 54)7. Así pues todo lo que
se dice de la «excepcionalidad» del conocimiento de Cristo deriva de su apertura a la
36
Metafísica y concepción de la historia en Spinoza
«Es sumamente raro que los hombres cuenten una cosa simplemente como
ha sucedido, sin mezclar al relato nada de su propio juicio. Más aún, cuando
ven u oyen algo nuevo, si no tienen sumo cuidado con su opiniones previas,
estarán, las más de las veces, tan condicionados por ellas, que percibirán
algo absolutamente distinto de lo que ven u oyen que ha sucedido; particu
larmente, si lo sucedido supera la capacidad de quien las cuenta o las oye, y
sobre todo si le interesa que el hecho suceda de una determinada forma. De
ahí resulta que los hombres, en sus crónicas e historias, cuentan más bien sus
opiniones que las cosas realmente sucedidas; que uno y el mismo caso es rela
tado de modo tan diferente por dos hombres de distinta opinión, que parece
tratarse de dos casos, y que, finalmente, no es demasiado difícil muchas veces
averiguar las opiniones del cronista y del historiador por sus simples relatos»
(TTP 6: 91-929).
37
Feo. Javier ESPINOSA ANTÓN
Este texto, de tono tan actual que podría haber sido firmado por Vattimo cuando,
por ejemplo, afirma que «no existe una historia única, existen imágenes del pasado
propuestas desde diversos puntos de vista», o que «la realidad, para nosotros, es más
bien el resultado de cruzarse y «contaminarse» las múltiples imágenes, interpreta
ciones, reconstrucciones»9101, describe la manera de hacer historia desde el primer
género de conocimiento, el conocimiento imaginativo, según el orden de nuestras
afecciones y la importancia del impacto afectivo que han producido los sucesos en el
hombre imaginativo. La imaginación es una idea confusa de una afección del cuerpo
humano, idea por la que la mente contempla alguna cosa como presente, pero que
sobre todo indica la presente disposición de su cuerpo". La memoria no es otra cosa
que una concatenación de ideas según el orden y concatenación de las afecciones del
cuerpo humano (E 2P18S). Mediante la imaginación, lo que realmente conocemos
es el mundo tal y como nos afecta. Desde este tipo de conocimiento el hombre ima
ginativo se forma un «tinglado» mental propio, unas vagas nociones generales, que
más que explicar la naturaleza de las cosas, revelan, de una forma mutilada y con
fusa, la disposición de su ser (E 2P29C). El conocimiento imaginativo revela más
los intereses y pasiones de la persona, desde una dimensión particular, situacional
y fortuita12, que la propia realidad de las cosas. Por eso, hay tantas historias cuantas
personas y por lo mismo, cuando Spinoza habla acerca de esta manera de hacer his
toria, suele hablar en plural de «historias»13.
Vivir de una manera en la que prima el primer género de conocimiento signifi
ca que también priman las pasiones que no podemos entender (con este género de
conocimiento), pero de las que sí somos conscientes. Somos conscientes de nuestros
deseos y creemos que el mundo es nuestra despensa y los otros seres medios para
nuestro placer. Y esto implica creer que todas las cosas de la naturaleza son medios
para los fines propios (E 1A), que toda la historia gira en tomo de nosotros. Además
en cuanto que las ideas imaginativas son inadecuadas, no sólo de ellas no hay cer
teza, sino que generalmente se ven envueltas en la duda, y esto hará que fluctuemos
entre el temor y la esperanza de los objetos que se relacionan con nosotros. Los
hombres así no saben a qué atenerse con respecto a las cosas, creen fácilmente lo
que esperan y difícilmente lo que temen. De ahí surge las superstición y la creencia
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Metafísica y concepción de la historia en Spinoza
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Feo. Javier ESPINOSA ANTÓN
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Metafísica y concepción de la historia en Spinoza
mundo no nos ofrecen ninguna garantía de que un hecho histórico vaya a pasar. No
podemos conocer que la historia tenga una dirección o un sentido. La historia para
nosotros es el reino de la posibilidad.
Pero que todo sea posible no significa que no haya fuerzas que tienden a desplegar
su propia potencia. La teoría spinozista del conatus es esencial para la explicación
de las génesis de los acontecimientos históricos. Las cosas, especialmente el hombre
entre ellas, no son realidades inertes, sino que tienen en sí mismas un impulso a ser
lo máximo que pueden ser. En el caso concreto del hombre, el conatus le empuja al
hombre hacia la racionalidad en el conocimiento, la alegría en la vida afectiva y la
democracia en la vida política20. La esencia humana se esforzará por perseverar en
su ser; por tanto, se esforzará por no ser dependiente, es decir, tenderá a ser activa21,
a tener ideas adecuadas de las que se sigan acciones sólo dependientes de la propia
esencia, tenderá a la alegría y a una comunidad política bajo la guía de la razón. Este
último aspecto ha de ser subrayado con especial fuerza, pues el conatus no es sólo
una tendencia individual, sino una tendencia al orden político22.
La tendencia inherente en la potencia de los seres humanos puede explicar el
devenir de la historia, aunque la Substancia spinozista prohiba una garantía sobre
el progreso humano. Hay una tendencia hacia la racionalidad, el dominio de las
pasiones y la democracia, aunque no está garantizada su victoria. Más bien, la infini
tud de la Substancia nos enseña que al final las fuerzas y los esfuerzos por existir de
otros modos acabarán incluso con la vida humana.
La historia desde el primer género de conocimiento concibe la historia como una
línea en la que el hilo es llevado por Dios; en la medida en que en la Historia Sagrada
Dios es el actor principal, se concibe la historia bajo la imagen de una línea, donde
el entendimiento divino va enhebrando los diferentes acontecimientos. En la historia
verdadera la imagen que hay que tener en cuenta es el espacio, donde un conatus se
relaciona con las diferentes fuerzas de los otros. No hay secuencias lineales ni linea-
lidad simplificadora23. Así la historia de un hombre es la resultante de la fuerza de
su conatus y de las fuerzas de los conatus de los cuerpos que le rodean; en general
la historia es la resultante de potencia interna y choques externos o, en términos de
Maquiavelo, de virtud y fortuna24.
Mas el espacio no es un campo de batalla donde chocan seres inertes, sino seres
con potencias que tienden hacia un determinado estado. Hay que considerar conjun
20 Véase J. ESPINOSA, o. cit., pp 318-451. Recuérdese la célebre frase de Spinoza: homines enin
civiles non nascuntur, sed fiunt (TP 5/2).
21 Cfr. E 4P23, 24, 25.
22 E 4P36S. Cfr J. ESPINOSA, o. cit., pp. 398 ss.; cfr A. MATHERON, o. cit., pp. 266-283.; A.
TOSEL, o. cit., pp. 323. Véase también TIE § 8 y 9.
23 V. MORFINO, o. cit., pp. 151-159; cfrP. MACHEREY, o. cit., pp. 21 y 22.
24 V. MORFINO, o. cit., 71.
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Feo. Javier ESPINOSA ANTÓN
25 O.cit., p. 313.
26 O. cit., p. 316.
27 V. MORFINO, o. cit., pp. 184-188.
28 A. TOSEL, o. cit., p. 320.
29 Ibid.
30 Cfr. la obra citada de V. MORFINO, II tempo e Voccasione. L'incontro Spinoza Macliivelli, en
donde señala la influencia de Maquiavelo en Spinoza respecto de este concepto. Cfr. TTP 3: 46.
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Metafísica y concepción de la historia en Spinoza
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Feo. Javier ESPINOSA ANTÓN
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Metafísica y concepción ele la historia en Spinoza
si no pudiera haber un novum. Son célebres, en este sentido, los textos del inicio
del TP en los que afirma que ya se han dado todas las formas posibles de regímenes
políticos:
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Feo. Javier ESPINOSA ANTÓN
En tercer lugar, Spinoza señala que no hay historia substancial, ni historia total,
sólo hay infinitas historias modales, todas las posibles, todas las que puede concebir
un entendimiento infinito. Las historias modales se juegan en un espacio en el que
los diferentes conatus, también el de los hombres, despliegan su potencia, a veces
concordando con otros, a veces discordando. Como la potencia humana es limitada,
al final la muerte y la desaparición están garantizadas. La historia de la que habla
Spinoza, la que empieza con el pueblo hebreo y llega hasta su tiempo, sólo es una de
las infinitas historias.
En cuarto lugar, como el hombre no conoce toda la concatenación de los seres,
aunque todo sucede necesariamente, vive los acontecimientos como posibles.
Por último, comprender esta nuestra pequeña historia es entender el juego de
nuestra potencia y nuestra limitación. Nuestro conatus es un impulso hacia el avance
en la racionalidad, los sentimientos alegres y la democracia. Nada está garantizado,
pero el hombre tiende a ampliar su mejor parte, la razón, la alegría y la democracia.
Spinoza da pautas para pensar que entendía la historia como un cierto desarrollo,
contingente y no garantizado (nunca hay que dejar de insistir en esto), desde la
religión imaginativa de los judíos, pasando por la religión universalista y ética de
Cristo, hasta nuestras posibilidades actuales de democracia y vida del tercer género
de conocimiento. El filósofo no deja de gozarse por estos despliegues de la potencia
humana y tiende a formar una sociedad en la que el mayor número posible de indi
viduos alcance esa felicidad (TIE § 14). El conocimiento de la historia que transcu
rre desde la creación del Estado hebreo hasta su tiempo, le suministra criterios de
actuación política: lucha por la libertad de pensamiento y expresión, separar y alejar
las jerarquías religiosas del poder político, hacer crecer el universalismo ético... Hay
una cierta teoría de la historia como auxiliar de la ética y la política. El conocimiento
de la manera de ser de la historicidad humana (su conatus y la vida como espacio de
choques entre los diversos conatus) y de los acontecimientos históricos es impres
cindible para una adecuada acción política.
BIBLIOGRAFÍA
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Metafísica y concepción de la historia en Spinoza
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DIOS: DE ASILO DE LA IGNORANCIA
A POTENCIA INFINITA
RAÚLE. DE PABLOS ESCALANTE
1. — Spinoza sobre todo logró ser independiente, encontró lo que todo ser pen-
sante/deseante busca, la libertad. Excomulgado por la comunidad judía, señalado
por la Inquisición, y acusado, como si del juicio de Dios se tratara, de generación
en generación. Spinoza contaba con todos los requisitos para convertirse, al decir de
Artaud, en un «suicidado de la sociedad». Sin embargo, por medio del ejercicio del
entendimiento logró desvalijar el aparato criteriológico de un gran juez trascenden
te y de la masificación de juececillos terrenales. Demolió con elegancia cualquier
instancia jerarquizante proyectada por la imaginación en lo que simplemente está
siendo. ¿Habrá algún otro pensador que haya sido más atento a lo que nos pasa en
tanto que seres determinados? Quizás, los llamados filósofos de la sospecha, Marx,
Nietzsche y Freud. Sumergirnos en Spinoza es aceptar el rostro de un pensamiento
insobornable, que no hace cálculos de premios y castigos, que no gira obsesionado
en torno a la muerte paralizado por lo inevitable pero, que en un escenario de inter
minable afección, nos hace responsables de los mejores o peores encuentros, esto es,
de las maneras más afirmativas o negativas de forjar el espacio político.
Dios, Verdad, Substancia, Naturaleza y otros personajes del drama filosófico son
dirigidos a escena por Spinoza pero, de tal manera, que quedan «transvaluados» por
la subversión de la escritura spinozista. Subversión que da cuenta de lo que escon
49
Raúl E. de PABLOS ESCALANTE
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Dios: de asilo de la ignorancia a potencia infinita
no sólo atenta contra el dualismo cartesiano (extensión, pensamiento) sino que pone
en evidencia lo absurdo de un dios que sea perfectísimo y volente simultáneamente,
siendo el querer siempre presa de lo querido, se tendría que afirmar que el dios que
todo lo puede quiere algo que no puede tener o, en palabras del autor, «apetece algo
de lo que carece» (E l, Apéndice). La séptima definición contrapone lo libre y lo
necesario, siendo libre aquello que existe en virtud de su naturaleza, enlazando de
esta manera con la auto-causación expuesta en la primera definición, mientras que
todo lo demás será causado por una instancia externa. En la carta 58 Spinoza llama
«libre aquella cosa que existe y actúa por necesidad de su sola naturaleza; coaccio
nada, en cambio, la que está determinada a existir y a obrar de cierta y determinada
manera.» Lo único que puede considerarse libre sería aquello que no necesita de
ninguna causa externa para llegar a ser y para actuar. Esto sería Dios que, «no obra
en virtud de la libertad de su voluntad» (ElP32ci), porque como se ha indicado la
voluntad no puede ser libre, en tanto que es arrastrada por lo querido, sino «en virtud
de las solas leyes de su naturaleza» (E1P17). La voluntad de Dios, ese «asilo de la
ignorancia» (E l, Apéndice), refugio de los delirios humanos respecto de todo lo que
no logran entender, se ve desarticulada en el pensar spinozista. Se pretende dejar en
evidencia cualquier rastro de antropomorfismo de aquellos que «forjan ficciones sin
fin e interpretan la Naturaleza de formas sorprendentes, cual si toda ella fuera cóm
plice de su delirio.» (TTP, Prefacio).6
¿Cuál es la diferencia entre el pensamiento del artífice que puede ser verdadero
aún sin la existencia de su obra y la constitución auto-causada de Dios? En sus Pen
samientos metafísicos Spinoza señala un modo fácil de aprender la distinción entre
la esencia y la existencia, «basta con que se acerque a un escultor, o a un carpintero,
y ellos mismos le mostrarán cómo conciben de determinada forma la estatua que
todavía no existe y se la presentarán después ya hecha y existente». (CM, I, 3) La
esencia de la obra del artífice puede concebirse como verdadera, aún sin existir, por
que su esencia no implica su existencia. En el caso del concepto de Dios, teniendo en
su seno la definición de causa-sui y de substancia, no se le puede concebir sin que su
esencia implique su existencia. En la proposición XX del libro primero de la Ética se
afirma que: «La existencia de Dios y su esencia son uno y lo mismo». La co-impli-
cación de la esencia y de la existencia intensifica al dios spinozista, porque «poder
existir es potencia» (E1P1 Id). Al leer a Spinoza es importante recordar la diferencia
entre la naturaleza naturante, «lo que es en sí y se concibe por sí», Dios, y la natura
leza naturada, como aquello que se sigue/expresa «de la necesidad de la naturaleza
de Dios» (ElP29s). Si perdemos de vista esta doble perspectiva sobre lo real pode
mos extraviarnos. Una cosa es la eternidad y otra la duración, no es lo mismo ser
51
Raúl E. de PABLOS ESCALANTE
pleno que ser incompleto. El ser humano, modo finito, por ende presa de los avatares
del cronometro, a través del entendimiento puede aprender a leer todo aquello que se
sigue de la naturaleza o imaginar, inconsciente de sus limitaciones, un mundo hecho
a medida y soñar con la libertad de su voluntad. Así nos soñamos libres en nuestro
estar, sin ser conscientes de las sujeciones que atan nuestro ser. Libremente trabajo
cuarenta horas semanales, durante cuarenta años para pagar la hipoteca a cuaren
ta años. Me pienso libre y libremente me enfermo después de haber dejado el pellejo
libremente sin saber muy bien a quién o para qué. Libremente me retiro, libremente
soy inútil, libremente me aburro, libremente me muero. El hombre ser de ilusión. El
problema estriba en que la ilusión puede cegar, deslumbrar, y bajo un rótulo de año
ranza se puede esconder nuestra condenación. Ser independiente como lo fue Spino-
za de tanta ilusión, de tanto prejuicio y superstición, no es tarea fácil. Incluso nos
atrevemos a decir que puede ser la tarea más difícil porque no sólo somos seres de
ilusión sino que, aún peor, seres ilusionados con nosotros mismos. Seres arrebatados
del campo de la acción por el embelesamiento de la auto-imagen complaciente. El
oráculo de Delfos: conocerse a sí mismo. ¿Cuántos siglos llevamos de desconoci
miento sobre aquello que somos y sobre aquello que podemos llegar a ser? Como ha
dicho el Prof. Gabriel Albiac el libro primero de la Ética puede considerarse como
una «teoría general de la determinación causal o de la causalidad múltiple»7, por lo
tanto la realidad está determinada, todo ser finito está causado por fuerzas externas a
él. Ahora bien, lo real entendido como el «principio fundante» en Spinoza, léase
Dios, Substancia, Naturaleza, es lo único auto-causado, lo único necesario. Todos
los modos finitos participan de lo real, aún pensándose «un imperio dentro de otro
imperio» (E3, Prefacio). Decimos «principio» porque es lo único que es en virtud de
su sola necesidad, pero no puede ser entendido como arjé instaurador de una jerar
quía, y lo mismo sucede con «fundante», en tanto que no puede no ser, pero su fun
damento no es más que su propia actividad, vertiginosa y abismal productividad.
Pero nos empeñamos en ignorar las causas que se siguen de la naturaleza y preferi
mos imaginar proyectando un orden y unos juicios valorativos, sobre algo que ni
siquiera nos hemos tomado el tiempo de analizar. Para muchos, esta lucidez del
«intelligere» spinozista no es más que un modo de justificar la «dura realidad» o,
peor aún, la justificación de Dios, teodicea, lo cual es bastante absurdo ya que hemos
visto que no hay una voluntad divina a la cual tengamos que defender frente al mal
en el mundo. Dios o Naturaleza en su incesante aparecer/desaparecer no necesita
justificación. La única manera de poder construir e incluso concebir modos de vida
alternativos, no es soñando otros mundos, sino atentos al campo de batalla de las
7 El Prof. Albiac imparte los cursos «Lecturas materialistas en el siglo XX» y «Filosofía de la
historia» en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, ambos cursos han sido
sumamente esclarecedores.
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Dios: ele asilo ele la ignorancia a potencia infinita
afecciones que determinan nuestro ser y nuestro quehacer, sólo así, podemos cam
biar las situaciones determinadas que nos coaccionan. Adentrarse en lo real es jugar
papel activo en las decisiones que crean el ámbito de la historia. Es aquí cuando el
«intelligere» se hace emancipador. Hemos querido llegar así a ese paso que indica
el título de este congreso, Spinoza: de la física a la historia. La naturaleza naturante no
cesa de desplegarse, es tal cual es en su actividad. No hay distinción acto/potencia,
porque toda ella es, al decir de Francisco José Ramos8, la «plenitud de la inmanen
cia». Es esa «physis», esa ley de la naturaleza necesaria en su acontecer, lo que per
mite ir más allá de la ilusión particular de cada sujeto reinante de sus propias fantasías
y colocarse desde la perspectiva de la eternidad, donde todo principio de individua
ción se pierde, revela su propia insubstancialidad e impermanencia. Se pregunta
María Zambrano: «Y entonces, ¿mi existencia qué es? Nada; ser hombre es ser nada.
(...) Toda vida individual es para Espinosa naufragio».9 Nada y naufragio: palabras
ambivalentes, de temor para algunos, de posibilidad para otros. Posibilidad de eman
cipación de la «servidumbre», definida como impotencia humana, «la tristeza, la
desesperación, la envidia, el miedo y otras pasiones malas (...) son el verdadero y
auténtico infierno» (KV, II, 18).10 Spinoza acude al afecto principal, la razón, para
hacer el esfuerzo de entender lo que hacemos y padecemos y reorientar las pasiones
en torno a aquello que nos puede hacer bien. De esta manera, no nos deja en la
encrucijada de la servidumbre voluntaria del Leviatán de Hobbes. Primero hemos
tenido que despojarnos de cualquier resguardo de ilusión subjetiva, para encontrar
en nosotros, aquello que define la esencia misma de lo real. Aquí nos encontramos
con la que quizás sea la proposición más importante de la Ética : «La potencia de
Dios es su esencia misma» (E1P34). Lo que constituye al dios spinozista es su
potencia infinita, que excede a cualquier intento de organización categorial, eso sería
seguir jugando a trasponer en lo real aquello que imagino. «Hay algo en la concien
cia que se convierte en trampa de ella misma» afirma Witold Gombrowicz, el mismo
escritor que en su obra Cosmos11 dejó evidencia del exceso de lo real frente a cual
quier esfuerzo de ordenamiento. No andamos tan desencaminados cuando nos vol
8 Francisco José Ramos, a quien le dedicamos esta ponencia, es un filósofo puertorriqueño autor
de numerosos artículos y del proyecto de una Estética del pensamiento. Los primeros dos volúmenes de
su Estética han sido publicados: vol. I: El drama de la escritura filosófica, Fundamentos, 1998, Madrid;
vol. II: La danza en el laberinto (Meditación sobre el arte y la acción humana), Fundamentos/TalCual,
2003, Madrid/San Juan. El volumen inédito La invención de sí mismo completará la trilogía. Manuel
Almeida, Ismael Cubero, Ezequiel Rodríguez y este servidor solíamos reunirnos junto al Prof. Ramos en
encuentros llenos de amor y potencia a discutir el pensamiento spinozista.
9 Zambrano, María, «La salvación del individuo en Espinosa» en Cuadernos de la Facultad de
Filosofía y Letras, Madrid, 1936.
10 Spinoza, Tratado breve, Madrid, Alianza Editorial, 1990.
11 Gombrowicz, Witold, Cosmos, Barcelona, Seix Barral, 1969. El comentario está tomado de
unos fragmentos de su Diario que acompañan la edición de esta obra.
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Raúl E. de PABLOS ESCALANTE
54
Dios: de asilo de la ignorancia a potencia infinita
instante pasa, es olvidado. Nuestro tiempo está a destiempo, y desde la gran seguri
dad fortificada se rellena la grieta, así vamos de chapuza en chapuza, y volvemos a
quedar encantados. Encantados, es decir, arrebatados de la lucidez. El entendimiento
no acepta componendas y busca eternamente el instante reunificador e integrador de
lo que la politiquería desune. La multitud tiene su dignidad e independientemente
de partidos y creencias anquilosadas, toca fondo, rompe la ilusión y se percata por
un instante de crisis/cambio, que frente al poder está la potencia. Frente al poder del
miedo y de su hipócrita cara de dador de seguridad y bienestar, la potencia de cada
uno de nosotros como partícipes activos en el devenir de lo real. Momento de lucidez
del ser humano: nuestra potencia excede una vida de sumisión. El instante pasará,
pero deja evidencia de que podemos actuar más allá del condicionamiento constante
al que somos sometidos momento a momento. En cualquier rincón del globo terrá
queo estamos acostumbrados a vivir bajo la sumisión, cuya más clara manifestación
es el ceder a una instancia ajena toda nuestra potencia, estableciendo a su vez un
poder que teledirige nuestros movimientos, y como enseñó Aristóteles, movernos
no es lo mismo que actuar. Para que este instante de reconocimiento se transforme
en eterno, fuera del tiempo, libre de servidumbres, es necesario el trabajo arduo del
«intelligere». Pensar sin refugios religiosos o de otros ámbitos inalcanzables, recos
tarse en nada para poder naufragar en la actividad incesante. Convertirnos en nada
porque es necesario desnudarnos de tanto ropaje viejo, y naufragar para reorientar
creativamente nuestro horizonte político y humano. He ahí el horizonte para dejar de
ser colonizados e independizar nuestra potencia.
3 .— En el primer apartado de este breve trabajo quería exponer dos tesis sobre
los conceptos de «Dios» y de «verdad» que encontramos en Spinoza, a saber:
55
Raúl E. de PABLOS ESCALANTE
suelen temerle, pero no deja de ocuparse de los mejores modos de llegar a ser hom
bre. La pereza de tantos lectores de la Ética impide el ir más allá del libro primero
y encontrarse con el análisis de las pasiones, de la pasividad y de la operatividad
de un concepto como el de afecto. El limitarse al Spinoza panteísta de manual nos
impide encontrarnos con el político que concibe el derecho natural como nuestra
potencia siempre vigente, ante la cual cualquier organización estatal ha de poten
ciar hacia una vida alegre y no sumergir en la tristeza. Spinoza nos recuerda que «la
espada o derecho del rey es, en realidad, la voluntad de la misma multitud o de su
parte más fuerte; o también del hecho de que los hombres dotados de razón nunca
renuncian a su derecho hasta el punto de que dejen de ser hombres y sean tratados
como ganado».13 Estas situaciones, entre otras, nos llevan a la segunda parte del
texto, la cual sólo quería recordar la actualidad del filósofo en cuestión. Spinoza
nos permite, aún, ser incómodos. Porque no nos da trucos para jugar mejor, sino
que hace patentes los delirios subyacentes a las reglas del juego. En nuestras manos
está la posibilidad de seguir naufragando en pos de la libertad, eso sí, jugando otro
juego y bailando otro son.
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LA UNIFICACIÓN LÓGICA DE LAS MODALIDADES
SEGÚN SPINOZA
JUAN J. PADIAL
Universidad de Málaga
57
JuanJ. PADIAL
1 B uchheim, T., K neepkens, C.H., L orenz, K.,(Hrsg.), Potentialitat und Possibilitat: Modalaus-
sagen in der Geschichte der Metaphysik, Frommann-Holzboog, Stuttgart, 2001.
2 A uletta, G., Determinismo e contingeza. Saggio sulla filosofía leibniziana delle modalita,
Nápoles, 1994.
3 G onzález, A. L., (edit,) «La metafísica modal de Leibniz», en Anuario Filosófico, XXXVIII/I
(2005), Universidad de Navarra, Pamplona, 2005.
4 G onzález, A. L., «La articulación metafísica de las modalidades Leibnizianas» en González,
A. L., (edit,) La metafísica modal de Leibniz, en Anuario Filosófico, XXXVIII/I (2005), Universidad
de Navarra, Pamplona, 2005. P. 17.
5 Henrich, D. (edit.), All-Einheit. Wege eines Gendankes in Ost und West, Klett-Cotta, Stuttgart,
1985.
6 M oreau, J., Le Dieu des philosophes, Vrin, París, 1969, p., 25.
58
La unificación lógica de las modalidades según Spinoza
L eibniz respecto de toda la posibilidad, y por ende respecto del ser necesario. Si la
existencia empírica en modo alguno es necesaria, el panteísmo se evita, pero ajuicio
de H egel entonces no cabe análisis racional de lo existente. Y esto es claro, porque
el análisis no terminaría, no concluiría necesariamente. De aquí derivan la multipli
cidad de mundos posibles.
Una filosofía de la totalidad racional y real es la de S pin o z a . Si sustancia es
tanto lo que existe por sí —per se— como lo que se concibe por sí —per se conci-
pitur— entonces cabe afirmar que la sustancia no es fáctica, empírica, sino que es
entendida por S pin o za idealmente. Por tanto, la causalidad del Absoluto no es para
S pin o za transitiva, sino inmanente. Lo generado por el Absoluto no le es externo.
Se destruye así la noción de exterioridad del efecto. De aquí que lo existente se
convierta con lo necesario, y por tanto el modo posibilidad sea destruido como ha
puesto de relieve A. L. G o n zá lez : « N o se puede hablar de mundos posibles en el
spinozismo, puesto que todo posible existe, lo cual es equivalente a decir que no
existe lo posible»78.
La identidad entre necesidad y ser empírico (Deus sive omnia attributas) es la
expresión de la totalidad como infinito en acto. Así lo ha puesto de relieve I. F a lg u e -
ra s : «La esencia de Dios es la fuerza positiva que actualiza, en cambio, su existencia
es la prolongación al infinito (eternidad) de dicha fuerza. La definición de causa
sui es, por lo tanto, la expresión analítica de lo infinito en acto, de lo Uno que deviene
un todo idéntico y simultáneo»9. Lo absoluto —infinito— de la actividad divina es
la actividad generadora de sí misma: sustancia cuyos efectos no son exteriores a ella,
causa que no transita a un efecto distinto de ella —natura naturante— . Este no sepa
rarse de los efectos implica que su contingencia ha sido suprimida por la necesidad.
Sólo subsiste una categoría modal: la necesidad; las demás han degenerado al conta
minarse con la existencia empírica. El único proceder para pensar tal identidad simul
tánea —una sustancia infinita causándose en infinitos atributos necesarios — es negar
la finalidad de los atributos. La naturaleza es eternamente la actualización formal de la
fuerza infinita del absoluto. Formalización —natura— eterna —sive substantia— de
una espontaneidad absoluta —sive Deus —: infinito en acto. Pero esta formalización
no es un efecto, sino la misma causa formalizada. He aquí el reparto extensional. Las
tres clases son equivalentes en razón del sive, pero a priori son distintas.
Ahora es hacedera la consideración de nuestra segunda cuestión, la índole de la
fundamentalidad. El sive equivale a la acción recíproca de la substantia (formal o
pasiva, aunque infinita) que es natura, y la substantia (eficiente o mejor activa pues
7 González, A. L., El absoluto como ‘causa sui’ en Spinoza, Cuadernos de Anuario Filosófico,
n°. 2, Pamplona, 1991, p. 50.
8 S pinoza, B., Etica, G ebhardt, C„ (edit.) I, def. VI.
9 F algueras, I., La res cogitans en Spinoza, Eunsa, 1976, pp. 174-175.
59
Juan J. PADIAL
to que no hay efecto, aunque informe) que es absoluto. La totalización es, mediante
la distribución sive, la acción recíproca. Como expone H e g e l : «Pasivo es lo inme
diato, o sea lo existente en sí, que no existe también por sí ; es el puro ser o la esen
cia, que existe sólo en esta determinación de la identidad abstracta consigo misma.
—Opuesta a la sustancia pasiva, se halla la sustancia actuante, que se refiere a sí de
modo negativo. Ella es la causa cuando se ha reconstituido a partir del efecto, en la
causalidad determinada por medio de la negación de sí misma»10. Si la natura (B)
es necesariamente la reconstitución (por su plasmación formal) de la causa (A)—el
Absoluto— (en razón de la infinitud de los modos «impide que la eficiencia de A
transite hacia fuera, o sea, es causa de la inmanencia de A »11), entonces se requieren
mutua y necesariamente. La clave por tanto radica en la infinitud en acto tanto de
la causa como de los modos —sui— . Como los modos son los reflejos eternos e
infinitos de la sustancia, también son causa, causa reflejada, y por tanto formalizada.
Los modos no transitan sino que revierten pasivamente en causa que vuelve a forma
lizarse y así infinitamente. Pues bien la infinitud de modos compromete la mermada
y descalabrada ontología modal spinoziana, según Hegel, en un plantamiento exten-
sional aporético. Es el dominio infinito de las clases causalidad y formalidad lo que
permite su identidad en la causa sui.
Desde aquí es fácil advertir la tercera cuestión que nos hemos propuesto. Si L ei -
bn iz logró considerar el Absoluto mediante la conversión de totalidad, posibilidad
y necesidad, S pin o za había pretendido la conversión entre necesidad, existencia y
totalidad. Pero tal intento no permite advertir la actividad idéntica (de acuerdo con
el arsenal lógico de S pin o za ). Tan sólo se advierte que la composición de lo pasivo
y lo actuoso exige que la natura sea activamente la substantia. Deus sive substantia
sive natura : a, b, c. La filosofía spinoziana da como resultado la identidad a=b=c,
únicamente sub specie aeternitatis. La dificultad se encuentra en que la totalidad no
aparece en cada una de las partes: b no es idéntica con a o con c independientemente
de su consideración conjunta: a y b actuando recíprocamente. La dificultad gravita
entonces en la fijeza de las partes de la totalidad de la acción recíproca. En cuanto
la necesidad sustancial elimina la contingencia de lo existente, los modos posibles
son formalizados. Pero sus formas han sido despojadas de cualquier posibilidad.
Existe todo, sin resquicios. No hay ningún posible. Todo es uno {En panta). Sólo hay
necesidad en el sistema; los modos son necesarios-efectivos porque son los infinitos
10 «Passiv ist das Unmittelbare oder Ansichseiende, das nicht auch fiir sich ist, - das reine Sein
oder das Wesen, das nur in dieser Bestimmtheit der abstrakten Identitcit mit sich ist. - Der passiven steht
die ais negativ sich auf sich beziehende, die wirkende Substanz gegenüber. Sie ist die Ursache, insofern
sie sich in der bestimmten Kausalitat durch die Negation ihrer selbst aus der Wirkung wiederhergestellt
hat». WdL., 6/233; Mond., 501.
11 F algueras, I., «La especulación moderna. Prólogo», en P adial, J. J., La Idea en la Ciencia de
la Lógica de Hegel, Universidad de Málaga, 2003, p., 28.
60
La unificación lógica de las modalidades según Spinoza
reflejos de la sustancia infinita. Pero una necesidad peculiar porque elimina la fina
lidad. Los modos sólo precisan de su infinitud para que la formalización revierta en
causalidad, y la causa sui se mantenga así perpetuamente.
L eibn iz había alcanzado un planteamiento modal que permitía la reproducción
de la totalidad en cada una de las partes, pues la armonía entre las mónadas exige
el acuerdo simultáneo de todos los predicados posibles que se editen en cualquier
momento del tiempo y por cualquier núcleo sustancial de posibilidad. Esa es la
razón de que cualquier mónada sea reflejo del universo entero, no del Absoluto. Así
lo ha puesto de relieve J alabert pues la «concomitancia de todas las sustancias, que
hace que se correspondan, dando lugar a la apariencia de una interacción, constituye
lo que L eibn iz llama su armonía preestablecida»12. Ciertamente la estrategia lógica
adoptada por L eibn iz permite la consideración de la totalidad creada en cada una
de sus partes. No obstante la totalización de la posibilidad, de acuerdo con la que se
alcanza la necesidad, es distinta de la armonía preestablecida. Más: sólo la identidad
necesaria armoniza las mónadas. Así la consideración conjunta de necesidad y exis
tencia no tiene sentido. Dios y las criaturas no forman ningún todo para L e ib n iz . La
totalidad sólo corresponde a Dios, que es la compleción de la posibilidad. Ahora bien
si cada una de las partes, cuya consideración conjunta es la totalidad de la acción
recíproca spinoziana, pudiera ser generada racionalmente de modo que sus partes
no fuesen empíricas —extrínsecas, comparables sólo de acuerdo con la extensión
empírica de sus respectivos dominios— sino que se resolviesen en posibilidades
racionales entonces cabría totalizar necesariamente la posibilidad. Esto es la lógica
por la que se totaliza lo posible —Ens necessarium — y la lógica por la que en cada
parte creada —m ónada— se refleja el universo entero —armonía preestablecida—
se unificarían. Éste es el intento panlogista. Ésto es una reelaboración de S pinoza
aprovechando la lógica de L eib n iz . Y este intento es la Lógica Hegeliana13.
El famoso díptico de la Filosofía del Derecho por el que todo lo efectivamen
te real es racional y todo lo racional es efectivamente real, es la expresión de una
lógica unificada. No se trata de que haya dos lógicas: una la que permite totalizar lo
posible, y que corresponde al Absoluto, y otra que permite la consideración unitaria
del mejor mundo posible. Si se acepta la totalidad de S pin o za , es forzoso averiguar
cómo se conecta y se universaliza toda la posibilidad.
Esta rectificación de S pin o za , y por ende de S c h e l l in g , es la oportunidad que
abre la especulación al saber absoluto. Éste será posible si se consigue encontrar la
6l
JuanJ. PADIAL
14 «die aus der Wechselwirkung resultierende Totalitat, ist die Einheit der beiden Substanzen der
Wechselwirkung, so daB sie aber nunmehr der Freiheit angehoren, indem sie nicht mehr ihre Identitat
ais ein Blindes, d. h. Innerliches, sondern daB sie wesentlich die Bestimmung haben, ais Schein oder
Reflexionsmomente zu sein» WdL., 6/250; Mond., 515.
62
NECESIDAD Y CONTINGENCIA: RAZÓN Y LIBERTAD
SERGIO RÁBADE ROMEO
Universidad Complutense de Madrid
Sentimus experimurque nos aeternos esse: estamos ante una de las frases de
mayor empaque metafísico escritas por la filosofía occidental. La escribe Espinosa
cuando ya su obra fundamental va de vencida. Pertenece al Schol. de la pr. 23 de
la V parte de la Etica. Con ella se da expresión a una experiencia absolutamente
privilegiada, experiencia de rara presencia en autores de rígida confesión raciona
lista, como es el caso de Espinosa. La afirmación resulta audaz, ya que para él la
eternidad, como algo substraído a la duración y al tiempo, es algo a lo que sólo se
accede por la vía del conocimiento racional. Así lo había proclamado en el corolario
II de la pr. 43 de la II parte: «pertenece a la naturaleza de la razón conocer las cosas
desde una cierta perspectiva de eternidad». Aquí no nos referimos al conocer, sino al
sentir y al experimentar. Y así tiene que ser, ya que, como nos dice a continuación,
si nos referimos a la razón, a la naturaleza de la razón le corresponde conocer —no
sentir— las cosas como necesarias y no como contingentes. No sé si estaremos aquí
ante una de esas incoherencias que se le señalan a nuestro filósofo cuando, oprimi
do por las estreches del corsé que le impone el método geométrico, hace gala de la
libertad de expresarse en variedad de escolios y corolarios.
Es decir, ateniéndonos a los votos de la lógica de Espinosa, cabe afirmar una
incardinación racional en las perspectivas de eternidad, pero no deja de causar sor
presa la afirmación de una experiencia de eternidad. Para medir el valor de lo que
estamos diciendo, se hace preciso en alguna medida recurrir a las profundidades del
pensar espinosista. Es evidente que las condiciones de espacio y tiempo nos acon
63
Sergio RÁBADE ROMEO
sejan y hasta nos obligan a limitarnos a una visión panorámica, a bosquejar las que
consideramos líneas fundamentales del paisaje dejando de lado lo que carece de esa
estricta fundamentalidad.
Y nos parece oportuno iniciar este recorrido recogiendo unos principios que nos
van a iluminar en el camino. Son como los grandes rasgos con los que hacemos el
boceto de la metafísica de Espinosa. Los resumimos en los siguientes:
64
Necesidad y contingencia: razón y libertad
a Hobbes. Fue lector avaro de las más diversas obras, pero a ninguna de ellas ni al
autor de la mismas hipotecó su pensamiento.
Sincronizó su estilo de filosofar con el reloj del tiempo en que le tocó vivir, sin
que ello signifique que sólo supo caminar por caminos ya trillados. Tomó de su
época la inspiración para el método. Hizo de la substancia la categoría absoluta
mente privilegiada. Centró su teoría del conocimiento, bajo inspiración cartesiana,
en la búsqueda utópica de un sistema de certezas absolutas. Todo ello dentro de un
marco de un fijismo mecanicista en repudio radical de finalismos. Sin embargo, en
ese marco habrá que abrir un resquicio, sobre la pauta de Hobbes, para la vida y el
pacto en la sociedad política.
Buscando una puerta de entrada en la trabada arquitectura del sistema, nos puede
valer muy bien el texto de la pr. 44 de la II parte de la Ética, que reza así: «No
corresponde a la naturaleza de la razón contemplar las cosas como contingentes,
sino como necesarias».
Es decir, la necesidad no está sólo en las cosas que conocemos, sino que es una
exigencia de nuestro modo de conocer y de contemplar las cosas. Dicho brevemente:
la necesidad en Espinosa tiene tanto un carácter objetivo como un carácter subjetivo.
Pero no vayamos demasiado de prisa. No precipitemos nuestra marcha, sino
atendamos al aviso que nos da en el Schol. de la pr. 11 de la misma parte: si no
queremos quedarnos atascados en la multitud de problemas que nos van a salir al
encuentro, debemos avanzar con paso lento, lento gradu. No en vano se nos dirá en
el texto que cierra la obra que el camino que hay que recorrer es de extraordinaria
dificultad (perardua). Y si el sabio lo recorre, es porque, en alguna medida, se ve
impulsado por la conciencia de una cierta necesidad eterna que le afecta a él mismo,
a Dios y a las cosas.
Vamos a asomarnos a algunos de los hitos que jalonan este camino de necesidad.
Insistiendo en una idea que ya hemos apuntado: con los ojos de la razón vamos a
asomarnos a un horizonte de realidad infinita en un cambio infinito eterno e inaltera
ble. Estamos diciendo que nuestra visión racional metafísica ha de hacerse desde la
doble perspectiva subjetiva y objetiva de la necesidad, sin resquicio, al parecer, para
contingencias y cambios que hagan posible algún ejercicio de la libertad. Habremos
de volver sobre ello.
Dado que el núcleo del pensar espinosista es de estructura metafísica, se nos hace
preciso como base sobre la que apoyarnos hacer una breve referencia al esquema
categorial que sirve de cañamazo para enhebrar sus tesis y sus ideas. Esas categorías
han de rezumar necesidad, cerrando fisuras de contingencia. Como se ha subrayado
muchas veces, no deja de ser paradójico que tales categorías sean la armazón de una
obra que lleva la «ética» en el título.
Y a la hora de señalar la categoría que nos marque el inicio y nos señale el cami
no, esa categoría es Dios. Él mismo nos dice que, si queremos seguir el correcto
65
Sergio RÁBADE ROMEO
orden de filosofar, entonces hay que empezar por la naturaleza divina, y que es la
realidad primera «tanto en conocimiento como en naturaleza» (II, pr. 10 schol.): Tam
cognitione quam natura prior.
Ahora bien, arrancar de Dios es lo mismo que arrancar de la sustancia. La sinoni
mia de Dios con la sustancia se da por supuesta desde las definiciones de la I parte.
Sin embargo se va a esforzar en hacerla patente en las proposiciones iniciales de esa
parte. Así, tras señalar la primacía y fundamentalidad de la sustancia respecto de los
atributos (pr. 1-5), se subraya en las inmediatamente siguientes (6-8) la exigencia de
existencia. Se expone a continuación la infinitud de la sustancia con sus atributos,
completando así el escenario para formular como absolutamente fundamental la pr.
14: «Fuera de Dios no puede existir ni ser concebida sustancia alguna». Es decir,
Dios es la sustancia; sólo hay una sustancia, sólo hay un Dios.
En este marco solemne tiene lugar la proclama explícita del monismo-panteísmo
de la pr. 15: «Todo lo que existe, existe en Dios, y sin Dios nada puede existir ni
ser concebido». No puedo pasar por alto la observación sobre la textualidad de esta
proposición en la que a veces no se repara: no dice que todo sea Dios, sino que todo
es en Dios. El Dios-sustancia, en un monismo de no fácil interpretación, es categoría
omniabarcante: todo es en Dios-sustancia y todo ha de ser entendido desde Dios,
aunque ello se haya de hacer a través de los atributos y los modos.
Tenemos toda la realidad unida en la sustancia o en Dios. Es decir, tenemos una
concepción global unificada de la realidad, pero esa visión es absolutamente defi
citaria mientras no señalemos el carácter de necesidad de toda la realidad y de cada
uno de los aspectos y procesos particulares de la realidad. Todo dimana de Dios
y dimana en un proceso de absoluta necesidad: «De la necesidad de la naturaleza
divina se deben seguir infinitas cosas de infinitos modos (esto es, todas las cosas que
pueden caer bajo el entendimiento infinito) (pr. 16).
Si tenemos en cuenta que Dios es la causa eficiente (inmanente, no transeúnte,
en manifiesto rechazo de la concepción escolástica, por ej. de Suárez); si aceptamos
que Dios opera con la absoluta necesidad que deriva de su naturaleza, nos veremos
inmersos en el universo de la necesidad y del determinismo. Y téngase en cuenta
que en la metafísica de la realidad «determinación» no tiene el sentido de negación
con que aparece en la carta 50, sino que tiene un estricto sentido positivo, tal como
se subraya, por ejemplo, en la dem. de la pr. 26 de la I parte. Es el determinismo
que se subraya en el schol. de la pr. 17: todo fluye de Dios necesariamente, con una
«fluencia» semejante a como se sigue de la naturaleza del triángulo que sus ángulos
son iguales a dos rectos. De ahí que Dios sea causa inmanente, no transeúnte: al
crear no pone nada fuera de sí mismo.
En consecuencia y de acuerdo con lo que estamos exponiendo, la pr. 33 tiene
carácter de conclusión: «Las cosas no han podido ser producidas por Dios de otro
modo o con un orden distinto a como han sido producidas». Salta a la vista que no
66
Necesidad y contingencia: razón y libertad
hay realidades contingentes, igual que pierde su auténtico significado una hipotética
categoría de lo posible. Son dos nociones incompatibles con el universo de necesi
dad que se nos ha presentado.
Hemos afirmado que el mundo de necesidad de Espinosa tiene una doble dimen
sión: está, por una parte, el mundo de las realidades, el mundo de las cosas y de
los aconteceres, es decir, lo que comúnmente llamamos el mundo objetivo. A él
nos hemos venido refiriendo hasta ahora. Es el mundo en Dios y en la sustancia,
y de Dios procede con absoluta necesidad. Como es obvio, el hombre forma parte
de ese mundo, como, entre otros muchos pasajes, subraya la pr. 4 de la IV parte: «no
es posible que el hombre no sea parte de la naturaleza». Pero ¿es una parte como
cualquier otra? Henos de nuevo ante la cuestión del humanismo y del subjetivismo,
que no eran extraños a su época. A nuestro modo de ver, buscar en Espinosa un sub
jetivismo al estilo de Descartes carece de sentido. El ego como elemento nuclear y
anucleante, un yo responsable de objetividades y de certezas, tal como aparecía en
el filósofo de Turena, no tiene cabida en el sistema de Espinosa. Basta comenzar por
advertir que el yo de Descartes era una sustancia pensante. Esto no cabe en nuestro
filósofo. Mi yo, como todo hombre, es compuesto de modos, sin tener por lo tanto la
consistencia de la sustancia.
En el Prefacio de la III parte aparece una bella expresión en la que se califica al
hombre como imperium in imperio, imperio de dimensiones pequeñas dentro del
imperio omniabarcante de la naturaleza. Pero tal denominación —se nos dice— es
propia de los que tratan de substraer al hombre de las leyes universales y necesarias
de la naturaleza. ¿Es entonces el hombre simplemente una parte más de la naturaleza
como cualquier otra parte? Nos parece que hay que responder que no. Siendo natura
leza y estando sometido a sus leyes, al hombre le corresponden algunos privilegios.
Veamos.
Hacia el final del largo Schol. con que se cierra la II parte se hacen unas afirma
ciones sobre la naturaleza del hombre en relación con Dios: somos partícipes de la
naturaleza divina y ello en tanto mayor grado cuanto más perfectas sean nuestras
acciones y mayor sea el nivel de nuestro conocimiento de Dios, conocimiento en el
que va a consistir nuestra suprema felicidad.
Pero hay más. En otro largo schol., como es el de la pr. 20 de la V parte, una
vez que se nos sitúa en nivel del tercer género de conocimiento, se nos dice que ese
nivel nos a ayudará dominar las pasiones, al paso que engendra en nosotros el amor
hacia la realidad inmutable y eterna cuius revera sumas compotes. Sin forzar en
absoluto la traducción de la expresión latina, se nos está afirmando que formamos
parte de una realidad inmutable y eterna. Nada extraño, pues, que en este mundo de
necesidad se abra la puerta a la inmortalidad, concretamente a la del alma. En efecto,
del alma sólo se puede decir que cuenta con límites temporales en cuanto el alma
expresa la existencia actual del cuerpo. Es decir, mi alma tiene duración temporal en
67
Sergio RÁBADE ROMEO
conexión con la duración del cuerpo (V, pr. 23 dem.). Rota esa conexión, el alma se
libera del tiempo.
Pero a continuación se nos dice que ese «algo» que es concebido en el hombre
con una cierta necesidad mediante la esencia divina, ha de ser necesariamente algo
eterno que pertenece a la esencia de la mente. Con lo que acabamos de decir, esta
mos ya en posesión de todos los elementos necesarios para la comprensión cabal de
la proclama con que abríamos esta exposición: «sentimos y experimentamos que
somos eternos». No importa que no tengamos memoria de una existencia nuestra
anterior a la duración del cuerpo, porque, sin embargo, sentimos (sentimus) que la
mente es eterna, sin que quepa explicar su existencia por el tiempo o mediante
la duración.
Es evidente que estamos en el nivel del tercer género de conocimiento, nivel en
el cual la mente se conoce a sí misma y al cuerpo desde la perspectiva de eternidad,
a la par que posee con necesidad el conocimiento de Dios «y sabe que existe en Dios
y por Dios (mediante Dios) es concebida» (V, pr. 30).
Y de este tercer género de conocimiento se originará «un eterno amor intelectual
de Dios» (V, pr. 33). Y este amor es «parte del amor infinito con el que Dios se ama a
sí mismo» (V, pr. 36). Y como se dice en el cor., el amor con el que Dios se ama a sí
mismo y el amor de la mente a Dios son una y la misma cosa (unum et ídem ).
Hemos incardinado al hombre en el proceso de «producción» de la realidad, lo
hemos atado férreamente a las cadenas de necesidad del proceso total, formulado
nuclearmente en la pr. 16 de la I parte, lo hemos hecho partícipe de la naturaleza
divina. Es decir, hemos exaltado al hombre. Y ello hasta tal punto que podrá pro
clamar: «para el hombre nada es más útil que el hombre» (IV, pr. 18 schol.). Esta
utilidad, como manifestación del conatus, se destaca en provecho de la conservación
del ser del hombre y se convierte en un estímulo para que los hombres se unan cons
tituyendo como un cuerpo y una mente única, que es lo que será la sociedad. Y, si
buscamos el grado superlativo en la función de utilidad de unos hombres para con
otros, serán de suprema utilidad los hombres que viven y se comportan de acuerdo
con la guía de la razón (IV, pr. 37 dem., etc.). Resume todo esto muy bien el cor.
I de la pr. 35 de esta parte: «No se da en la naturaleza ninguna cosa singular que
para el hombre sea más útil que el hombre que vive según el dictamen de la razón.
Porque lo más útil para el hombre es aquello que conviene en grado máximo con su
naturaleza, esto es, el hombre, como es de por sí evidente. Ahora bien, el hombre
actúa absolutamente por virtud de las leyes de su naturaleza cuando vive según el
dictamen de la razón, y solamente en ese grado conviene siempre con la naturaleza
de otro hombre. En consecuencia, no hay para el hombre entre las cosas singulares
nada más útil que el hombre»: homo homini Deus.
Si el sistema de Espinosa se atuviera a estas consideraciones y perspectivas
sobre el hombre, es posible que tal sistema no quedase abierto a las múltiples inter
68
Necesidad y contingencia: razón y libertad
prefaciones y críticas que suscitan otros aspectos del mismo. En efecto, acabamos
de ver al hombre como realidad producida por la necesidad de la acción divina y
como un ser que debe regirse en conformidad con las exigencias del tercer género
de conocimiento, nivel en el que todo debe ser contemplado y considerado como
necesario. Pero este hombre resulta que, superado el estado de naturaleza, decide
constituirse en sociedad, al parecer libremente. ¿Y tiene cabida la libertad en este
sistema? ¿Es la libertad sólo y forzosamente libertas necessarial ¿Nos atenemos
al texto de la pr. 29 de la I parte, según del cual «todas las cosas han sido deter
minadas en virtud de la necesidad de la naturaleza divina a existir y operar de un
modo rígido?» Recordemos que desde la pr. 17 de la I parte ha quedado sentado
que sólo Dios es causa libre. Frente a esto, nos encontramos con que los hombres
se creen libres porque son conscientes de sus acciones, pero ignoran las causas por
las que tales acciones son determinadas (III parte, pr. 2, schol.). Sin embargo, como
sabe cualquier lector de Espinosa, en algunas de sus obras, sobre todo en las que se
expone su pensamiento político, encontramos expresiones en las que se habla de la
libertad con terminología que, al menos en apariencia, no delata el rígido d e te rn i
nismo de su sistema: elegir, decidir, libre juicio de cada uno, «la naturaleza concede
a cada uno la libertad», etcétera. Basta recorrer las páginas del c. XVI del TTP para
confirmar esto.
¿Hay contradicciones? Resulta muy fuerte afirmar contradicciones en cualquier
filósofo, muy especialmente en un filósofo racionalista. Parece indudable que, aparte
de la libertad necesaria o libertad metafísica, hay que contar con otra forma de liber
tad que el hombre ejerce en su conducta, muy especialmente, como hemos dicho, en
su conducta como miembro de la sociedad.
Situados en este campo, se nos dice que hombre libre es aquel «que vive en
conformidad con el solo dictamen de la razón» (IV, pr.67 dem.). Textos similares
a éste se repiten abundantemente. Es decir, desde la consideración de la libertad en
su enfoque humano, la libertad es un estricto ajuste a las exigencias de la raciona
lidad. Con ello estamos diciendo de paso que la libertad se instala en el ámbito del
conocimiento. Es curioso a este respecto el título de la V parte de la Ética : «Sobre el
poder del entendimiento o sobre la libertad humana». Libertad y ejercicio del pode
río del entendimiento son lo mismo.
¿Estamos con una libertad distinta de la libertas necesaria? Sí y no. Sí, en el sen
tido de que ya no hablamos de la cadena determinista que ata los aconteceres de las
cosas a la acción necesitante de Dios. Ahora estamos en los dominios del hombre en
su conducta individual y social. El fin de la sociedad civil —nos dice— no es conver
tir los hombres en bestias o en autómatas, «sino, por el contrario, hacer que su mente
y su cuerpo desempeñen con seguridad sus funciones y que ellos mismos se sirvan de
su razón libre» (libera ratione utantur) (TTP, c. 20). Es decir, tanto la libertad necesa
ria como esta otra forma de libertad, son libertad en atenencia a la razón.
69
Sergio RÁBADE ROMEO
70
SUSTANCIA Y NATURALEZA EN SPINOZA.
ANTECEDENTES
MARCELINO RODRÍGUEZ DONÍS
Universidad de Sevilla
71
Marcelino RODRÍGUEZ DONÍS
por supuesto, el primordial sentido del término, aunque es cierto que la mayoría
pensaba que el que ponía en peligro las creencias religiosas imperantes (y para eso
basta con tratar de racionalizarlas, aunque no se negase de modo explícito la exis
tencia de Dios) solía llevar una vida depravada. Él es, justamente, la excepción. No
es un libertino en su modo de vida, aunque algunas de sus tesis, de hecho, coincidie
ran con lo que sostenían también algunos representantes del pensamiento libertino,
como expondremos más adelante al referirnos al Theophrastus redivivus.
De lo que no cabe la menor duda es de que el meollo del pensamiento spinoziano
radica en la identificación de Dios con la sustancia; lo implica que en su sistema
están contenidas, positiva o negativamente, todas las ontologías, y muy especial
mente la platónico-aristotélica, que centra, como es sabido, el estudio del ser en la
ousiología*, sin que ello suponga el abandono de la metafísica presocrática12.
Para Aristóteles, «preguntarse por el ser era lo mismo que preguntarse por la sus
tancia»; aunque no fue él sino Platón el primero en hacer un uso del término ousia,
que identificó con la forma (eidos)3. Aristóteles comienza diciendo que el ser se dice
de múltiples maneras (to on legetai polajos), pero fundamentalmente de dos: como
sustancia y como accidente. Lo propio de la sustancia es, como dirán después los
escoláticos siguiendo a Aristóteles, el esse in se, mientras que lo que caracteriza al
accidente es el esse in alio. Aristóteles, a pesar de la doctrina de la plurivocidad con
que arranca su pensamiento ontológico, termina configurando una teoría de la ana
logía del ser, representada en el sistema categorial lógico-ontológico de la sustancia
y los nueve accidentes. Hay, con todo, en el sistema aristotélico un hiato ontológico
entre las sustancias del mundo infralunar y las celestes. El esquema hilemórfico
explica determinada clase de entes, pero es incapaz de dar razón (logon didonai) de
la relación entre las sustancias separadas (las Inteligencias de los primeros motores)
y los entes que constituyen el objeto de la Física4. De hecho, los cuerpos celestes no
1 El término ousia es una sustantivación del participio del verbo eirni (ser): o(nt)sia =ousia.
2 Debemos tener en cuenta que la ontología tiene un campo, en principio, más abierto que la
ousiología, en tanto que puede haber otras formas o modalidades del ser diferentes de la sustancia.
En la metafísica presocrática se pueden rastrear los primeros pasos de una concepción monista. Tanto
Parménides como Heráclito sostienen que todas las cosas son una. Esa unidad no es descrita ni como
material ni como espiritual, sino que es ambas cosas. El ser carece de origen y de fin (ageneton, ateles-
ton kai anolethron). Naturaleza y dios están en un mismo plano: pauta plere ton theion. La eternidad
del mundo y la infintud excluyen la existencia de agentes externos a la naturaleza misma. ¿No pensó
Spinoza, en cierto modo, algo semejante? ¿No tuvo en cuenta los argumentos de los presocráticos? Para
responder a esta cuestión basta leer el escolio a la proposición VI de los Principios de la filosofía de
Descartes, (pp. 187-190 de la trad. de Atilano Domínguez Basalo. Alianza. 1988).
3 El término ousia significó, originariamente, madera, y también herencia (ten ousian patroan),
etcétera. Platón habla, por primera vez, de la ousia como eidos de las cosas.
4 Una cierta vacilación respecto a la sustancia aparece en Aristóteles, pues unas veces la conside
ra como sujeto lógico, otras como soporte físico de los accidentes (liypokeimenon), o como la forma o
72
Sustancia y naturaleza en Spinoza. Antecedentes
se componen de los cuatro elementos del mundo sublunar, sino de una quinta sustan
cia, que sería el éter, cuyo movimiento es circular, como correponde, según Aristó
teles, a las sustancias eternas5. Las inteligencias que mueven esos cuerpos visibles y
eternos no se corrompen, a diferencia de las almas que mueven o animan a los cuer
pos vivos que se hallan en el mundo sublunar; aunque, de algún modo, la naturaleza
humana también participa de esa quinta esencia o naturaleza y, en la medida en que
el nous está presente en cada hombre, se puede decir que hay en él algo divino, como
si tuviera la naturaleza de los astros6. A pesar de todo, los dioses de Aristóteles están
la esencia de la cosa (to ti en einai). La sustancia es principalmente el individuo (tode ti), el compuesto
(synolon) de materia y forma. Finalmente, considera que la sustancia se dice con la máxima propiedad
del ser separado positivamente de la materia (aneu hyles), esto es, de las inteligencias separadas y,
sobre todo, del primer motor inmóvil, lo máximamente divino, cuya esencia es el pensamiento (noesis
noeseos noesis). La tarea del que investiga el ser en general, el ser en cuanto ser (to on he on), consiste
en averiguar si, además de las sustancias sensibles que todos perciben, existen las inmateriales. Por
esa razón la teología forma parte de la investigación sobre el ser. Ahora bien, el resultado al que llega
Aristóteles en su teología es contrario a la religión oficial. El dios aristotélico no es causa eficiente del
mundo, ya que éste es eterno. En cualquier caso, sólo puede hablarse de Dios como causa final. Por otra
parte, el hombre (al menos en cuanto especie) es eterno y nada puede esperar de unos dioses que no son
providentes. En cierto modo, los dioses de Aristóteles son un claro precedente de los dioses otiosi de
Epicuro, a los que es inútil dirigirse porque son sordos a nuestras súplicas y no intervienen en la natura
leza (nihil divinitus unquam), dado que tan grandes son sus defectos (tanta stat praedita culpa); lo que
choca grandemente con lo que piensa Spinoza. Respecto de los dioses de la religión popular, la opinión
de Aristóteles es que han sido introducidos por razones de utilidad social, ya que los hombres no sue
len, salvo si son sabios, vivir de acuerdo a la razón. Por eso es necesaria la religión de la polis, cuyo
cometido es que los hombres obren de acuerdo a la ley siguiendo las creencias en los catigos y premios
que en la otra vida, en función de nuestra conducta, nos han reservado los dioses. Ahora bien, sobre
la creencia en la inmortalidad de las almas, pieza clave de la filosofía platónica, Aristóteles dice: «A
veces deseamos cosas imposibles, como cuando deseamos la inmortalidad». No es ahora el momento
de entrar en esta cuestión tan discutida en el Renacimiento por filósofos tan ilustres como Pomponazzi,
Nifo, Cardano y otros. Bástenos subrayar que la eternidad del mundo, la identificación de Dios con el
pensamiento, y la negación de la inmortalidad del alma, son elementos esenciales en algunas lecturas
del sistema aristotélico en el siglo XVII, a las que Spinoza no es ajeno.
5 La ciencia moderna se caracteriza, precisamente, por considerar que la materia es la misma en
el cielo y en la tierra: «En efecto, no atribuye a la materia más que divisibilidad y movimiento, pro
piedades que yo antes he demostrado que existen realmente en ella; y como además, hemos mostrado
que la materia es indefinida y que es una y la misma en el cielo y en la tierra, podemos suponer, sin
el menor escrúpulo, que estas modificaciones existieron en toda materia» (Principios de filosofía de
Descartes, III, p. 225 ed. Atilano).
Los atomistas fueron los primeros en considerar que la naturaleza de las cosas celestes era la misma
que la de las terrestres.
6 Cicero, Acad. I, 7, 26: Quintus genus, a quo essent astra mentesque, singuiare eorumque quat-
tuor quae supra dixi disimile Aristóteles quoddam esse rebatur; ib, 10, 22: quintam quandam naturam
censet esse, e qua sit mens; cogitare enim et providere et discere et docere et invenire aliquid et tam
multa (alia), meminisse, amare, odisse, cupere, timere, angi, laetari, haec in horurn quattuor generum
inesse nullo putat: quintum genus adhibet vacans nomine et sic ipsum animurn endelejeian appellat
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Marcelino RODRÍGUEZ DONÍS
alejados de los hombres, ya que no son providentes ni conocen nada fuera de sí, pues
ello implicaría imperfección. La distancia entre ellos y el mundo es insalvable, pues
se trata de los seres eternos e incorruptibles, por un lado, y de los que están some
tidos a la generación y corrupción, por otro. Lo que está sometido al movimiento
natural sublunar y al cambio está bajo el dominio de la potencialidad, mientras que
Dios, al carecer de toda materia, es acto puro de autoconocimiento7. Conviene que
tengamos en cuenta, a tenor de lo que diremos después, que Aristóteles identifica a
Dios con la noesis.
novo nomine quasi quandam continuatam motionem et perennem; ibid, 26, 65: Sic autem est quinta
quaedam natura, ab Aristotele inducta primum, haec deorum est et animorum.
7 Santo Tomás, a partir de la definición aristotélica de Dios como noesis noeseos noesis, dice que
Dios, conociéndose a sí mismo, conoce todo lo demás (Deus cognocendo se cognoscit omnia alia). Esta
lectura de Aristóteles revela bien cómo los cristianos (y San Pablo lo dice de modo explícito) sostienen
la tesis de que todo está en Dios. En la mente divina, al menos, estarían los modelos de las cosas antes
de ser creadas. Lo que Dios haría es naturarlas, esto es, darles la existencia. Por eso los seguidores de
santo Tomás consideran que Dios est id quod dat esse (el existir). Esta tesis tomista es rechazada por
Suárez, para quien el último acto de ser no es la existencia, sino la esencia. Según Gilson, Descartes,
seguidor de esta tesis, es un suareciano, esto es, un escolástico, el último de ellos.
Spinoza sostiene, igual que Aristóteles, que «el objeto del conocimiento de Dios es él mismo»...
fuera de Dios no se da ningún objeto de ciencia, sino que él mismo es el objeto de su ciencia o incluso
su ciencia misma... Las cosas fueron fabricadas por su entendimiento o su voluntad, en cuanto a su
esencia y a su existencia» (Pensamientos metafísicos, cap. VI, p. 263 de la trad. de Ablano). Dios no
conoce los universales, sino los singulares y, si los conoce, es a través de la mente humana. Teniendo
en cuenta que, según Spinoza, las cosas creadas, si Dios hubiera querido, tendrían una esencia distinta,
el conocimiento de ellas «nada tiene que ver con el que Dios tiene de sí mismo» (ib. p. 264). El enten
dimiento, el poder y la voluntad de Dios no se distinguen (ib. p. 266).
8 Pensamientos metafísicos, II, cap. 10; (p. 270 de la trad. de Atilano).
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Sustancia y naturaleza en Spinoza. Antecedentes
9 Pedro Lombardo, Libri sententiarum, I, dist, 44: Potest Deus et alia facere quam facit, et quae
facit, meliora ea facere quam facit. Aiunt enim: Non potest Deus aliud facere quam facit, nec melius
facere id quod facit, nec aliquid praetermittere de his quae facit...Non potest Deus facere nisi quod
debet, id est nisi quod vult: falsum est... Fateamur itaque Deum plura posse faqcere quae non vult, et
posse dimitiere quae facit...Potest ergo Deus aliud facere quam facit, et tamen si aliud faceret, alius
ipse non esset.
10 Pedro Abelardo, Theologia christiana, V (Patrología Latina, 178): Hiñe est illa Platonis
verissima ratio, qua videlicet probat Deum nullatenus mundum meliorem potuisset facere quam fecit
(col. 1324), quae Deus vult, neccesario velit, et quae facit necessario faciat... necesse est ut tam bene
velit de singulis quam bene vult, et tam bene singula tractet quantum potest. Alioquin, iuxta etiam
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Marcelino RODRÍGUEZ DONÍS
Las tesis atomistas no fueron aceptadas por Spinoza, que, como se sabe, niega la
existencia de los átomos y del vacío12 y sostiene que «en la materia no hay más que
Platonem esset nec perfecte benignus... Quidque itaque facit, sicut necessario vult, ita et necessario
facit.
Sobre estas distinciones acerca del poder absoluto y ordenado, véase lo que dice Spinoza en Pensa
mientos metafísicos, cap. VI. (pp. 268, 269. ed y trad. de Atilano Domínguez Basalo, Alianza, 1988).
11 Del infinito, pp. 384 y 385; traducción de M. Ángel Granada, Alianza, 1993.
12 En Principios de filosofía, propos. III y V de la segunda parte, (pp. 184-6 de la ed. y trad. de
Atilano Domínguez Basalo), niega la existencia del vacío y afirma que los átomos no existen porque
suponen que la materia es discreta o discontinua, siendo así que es extensa y continua. En la Carta XIII
a Oldenburg, hablando de Boyle, dice: «Pero yo no sé por qué él apela a esta hipótesis, toda vez que la
imposibilidad del vacío se deriva claramente del principio de que la nada no tiene propiedades».
Ahora bien, Spinoza sabe que «la cuestión de los átomos es siempre complicada», como él mismo
dice, y que algunos afirman que existen, ya que no puede haber un infinito mayor que otro, y que Dios
puede efectivamente dividir la materia hasta el infinito, pues «capta de una mirada infinitas partes,
en un número infinito de partes». Los atomistas griegos fueron conscientes de que el único modo de
evitar las aporías de Zenón (que, como se sabe, pretendía defender la unidad del ser de Parménides,
por reducción al absurdo, es decir, demostrando la contradicción en que incurrían los partidarios de la
pluralidad) era negar la infinita divisibilidad de la materia. Por eso afirmaban que en una extensión o en
un cuerpo dado, el número de partículas (átomos) es siempre finito; una vez aceptado esto, desaparece
el problema de un infinito mayor que otro, etcétera. Lo curioso es que que si Descartes fuera coherente,
viene a decir Spinoza, tendría que declararse atomista, como acertadamente afirma Martial Gueroult,
Spinoza I Dieu, Appendice n°. 10, (p. 529; ed. Aubier- Montaigne, París, 1968). En efecto, dice: «II
(Descartes) nie les atomes, c'est-á dire la discontinuité, alorsque celle-ci est impliquée nécessairement
76
Sustancia y naturaleza en Spinoza. Antecedentes
causas mecánicas»13. No todos los autores del siglo XVII piensan del mismo modo
respecto del atomismo. Gassendi, aunque realmente es un ecléctico, hace suyo el
sistema epicúreo, ya que le parece menos incoherente que los demás y más compa
tible con la fe, «ya que Epicuro, al menos, admite que el mundo tiene un origen»14.
No obstante, Gassendi modifica algunos principios de la filosofía epicúrea, como la
eternidad de los átomos y la mortalidad del alma. No es imposible que Dios creara el
mundo de acuerdo con el modelo atomista de Epicuro, aunque claro está, los átomos
dejarían de ser eternos, como afirmaban los atomistas griegos. El vacío es para Gas
sendi algo absolutamente real a partir de los descubrimientos de la nueva ciencia.
El mismo intervino en alguno de los experimentos para demostrar la existencia del
vacío y mantiene correspondencia con Galileo y los más eminentes científicos de la
época. Spinoza, en cambio, no está al tanto de los nuevos avances de la física, como
le reprochará Leibniz15.
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Marcelino RODRÍGUEZ DONÍS
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Sustancia y naturaleza en Spinoza. Antecedentes
en la que está inmediatamente el pensamiento se llama alma (mens). Y hablo aquí de mens más bien
que de anima, porque el término anima es equívoco y se toma con frecuencia por una cosa corporal».
Def. 7: «La sustancia que es el sujeto inmediato de la extensión y de los accidentes que presuponen la
extensión, como la figura, la situación, el movimiento local, etcétera se llama cuerpo».
20 Malebranche sostiene que la extensión en Dios es una idea, no una sustancia.
21 Principes, I, 51: «en quoy il peut y auoir de l'obscurité touchant l'explication de ce mot: n '
avoir besoin que de soy-mesme». AT. P. 47. Vrin, 1971.
22 Principios de filsofía de Descartes, II, definiciones (p. 177, trad. Atilano): «El movimiento
local es el traslado de una parte de la materia o de un cuerpo, desde la vecindad de aquellos cuerpos que
le tocan inmediatamente y que se consideran como en reposo, a la vecindad de otros».
Es evidente que el movimiento, el reposo y la figura no se dan sin la extensión o el espacio, que son
la misma cosa (por la definición VI).
23 La atribución de la sustancia a Dios plantea serias dificultades. Así, en Pensamientos meta-
físicos, cap. II, (p. 235 de la ed. Atilano) : «La extensión, por ejemplo, la concebimos claramente sin
ninguna existencia; y por eso, como no tiene por sí misma ninguna fuerza de existir, hemos demostrado
que fue creada por Dios. Y puesto que en la causa debe haber, al menos, tanta perfección como hay en
el efecto, se sigue que todas las perfecciones de la extensión deben estar en Dios. Pero, como después
hemos visto que una cosa extensa es, por su propia naturaleza divisible, es decir, que contiene una
imperfección, no podemos atribuir extensión a Dios. Por consiguiente nos vimos forzados a confesar
que en Dios hay algún atributo que contiene de modo más excelente todas las perfecciones de la mate
ria, el cual puede hacer las veces de la materia». Spinoza sostendrá, posteriormente, en la Etica, que la
extensión es indivible y que, por tanto, se puede atribuir a Dios. Su evolución a este respecto es clara.
Será conveniente, además, tener en cuenta que «los atributos de Dios sólo se distinguen mediante la
razón»: «De lo anterior ya podemos concluir claramente que todas las distinciones, que hacemos entre
los atributos de Dios, no son sino de razón y que, por tanto, éstos no se distinguen realmente» (ib.
p. 259).
24 S. Pablo, Romanos, 11, 36: Quoniam ex ipso, et per ipsum, et in ipso sunt omnia.
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Marcelino RODRÍGUEZ DONÍS
a pesar de que no todo lo que existe, existe per se o in se\ los cuerpos y en general el
conjunto de los modos existen in alio25.
Descartes, según Spinoza, tiene una concepción equivocada de la sustancia, dis
tingue, de una parte, a Dios (sustancia infinita) y las almas inmortales, cuyo atributo
es el pensamiento, y de otra, la sustancia corporal o material, cuyo atributo es la
extensión. Las sustancias materiales o corpóreas son tantas —dice— cuantas partes
tiene un cuerpo extenso. La repercusión de este planteamiento ontológico en el plano
antropológico tendrá consecuencias inaceptables para el viejo esquema escolástico:
el hombre es un compuesto de alma y cuerpo, pero sus partes integrantes son inde
pendientes entre sí. Las funciones del cuerpo «se siguen, en esta máquina, de la sola
disposición de sus órganos ni más ni menos que los movimientos de un reloj, u otro
autómata, de sus contrapesos o ruedas; de modo tal que no es preciso concebir en
ellos ningún alma vegetativa ni sensitiva, ni ningún otro principio de movimiento
y de vida, más allá de la sangre y sus espíritus, agitados por el calor del fuego que
quema continuamente en su corazón, y que no tiene otra naturaleza que la de los
fuegos que están en los seres inanimados»2627. Con este nuevo planteamiento ontoló
gico, que negaba el alma a los animales, se rechazaba el principio aristotélico, según
el cual, el movimiento provenía espontáneamente de los seres vivientes. A partir de
Descartes no hay más movimiento que el del universo y el de las máquinas. La vieja
doctrina aristotélica de las almas (sensitiva, vegetativa y animal) ya no tiene vigencia,
ni para Descartes ni Spinoza, porque por alma se entiende propiamente la Mens o la
res cogitans. Si el hombre se define por la mens, la teoría de las formas sustanciales
apenas si tiene algún papel en la explicación de la relación mente-cuerpo. También
pierde su fuerza, en aras del mecanicismo, la teoría de las causas finales, contra las
que también arremete Spinoza en el apéndice de la primera parte de la Etica21.
Nada, o muy poco, sobrevive, pues, de la teoría aristotélico-escolástica en la
nueva filosofía cartesiana. A medida que el mecanicismo avanza, el Dios creador de
Descartes se inventa un mundo cada vez más fabuloso y extraño. El hombre ya no es
el resultado de la unión del cuerpo y del alma: «Cuando Dios una un alma razonable
(mens) a esta máquina... la albergará principalmente en el cerebro»28. La muerte
será el desajuste o el desgaste del artefacto mecánico, no la separación del alma
del cuerpo. La realidad de los autómatas exigía el descubrimiento de las leyes de la
naturaleza y suponía, como hemos dicho, el mazazo definitivo a las formas sustan
ciales en aras del mecanicismo. Pero las consecuencias del mecanicismo tienen una
doble vertiente. La nueva filosofía no sólo supone el derrumbamiento de la filosofía
25 Sobre la definición de los modos y los atributos en Descartes, ver Principes, I, 56, 57 y 64.
26 Traité de l'homme (AT-XI-601)
27 p. 69 de la traducción de Atilano. «Pero ahora, para demostrar que la naturaleza no tiene ningún
fin que le esté prefijado y que todas causas finales no son más que ficciones humanas...».
28 AT-XI-143.
80
Sustancia y naturaleza en Spinoza. Antecedentes
29 Eth. I, prop. XXV. Deus non tantum est causa efficiens rerum existentiae, sed etiam essentiae.
30 E th., escol. a la prop. XVII.
31 Eth. prop. XXX
32 Carta IX a Simón Vries.
81
Marcelino RODRÍGUEZ DONÍS
33 Eth. I, demons. prop. XXIX. La tesis spinoziana de la necesidad de Dios y de las cosas se
encuentra en autores como Nicolás de Cusa o Bruno. Cusa identifica el ser con la vis o la virtus, que
mediante la complicatio y la explicatio actúa en las formas exteriorizadas de la existencia. Bruno es
partidario de la unidad Universo-Dios y afirma que en donde quiera que haya seres, allí está Dios,
del que surgen necesariamente una nueva infinitud, según una necesidad interna que difiere del libre
arbitrio.
34 Tratado breve, cap. 7 de la Ia parte.
35 Depotentia, 7.3. Es importante tener en cuenta la influencia de la llamada teología negativa, de
ascendente neoplatónico, en la filosofía medieval.
36 Sum. Theol. II, 1. qu. 85, art. 6, n°. 3. Aunque Dios, según santo Tomás, además de naturaleza
tiene voluntad, de acuerdo con lo que dice en los Commentaria in Lib. De Divinis nominibus, Lect.
XXI, Dios, causa de todo, es denominado Natura naturans. Correspondería al motor móvil de la física
explicar los movimientos de los cuerpos naturales, pero, entre los dioses aristotélicos destaca uno, el
denominado motor inmóvil, causa final, al que todas las cosas tienden por amor, como el amante tiende
al amado.
37 Eth. I, escol. A la prop. 29: Per naturam Naturantem nobis intelligendum est id, quod in se est,
et per se concipitur, sive talla substantiae attributa, quae aeternam et infinitam essentiam exprimían,
hoc est, Deus, quatenus, ut causa libera, consideratur. Per naturatam autem intelligo id omne, quod ex
necessitate Dei naturae, sive uniuscuiusque Del attributotum sequitur, hoc est omnes Dei attributorum
modos, quatenus considerantur, ut res, quae in Deo sunt, et quae sine Deo nec esse, nec concipi pos-
sunt {Etica, traduc. de Atilano, Trotta, 2000).
Conviene señalar que Spinoza, en el Tratado breve, I, cap. 2, divide a la naturaleza naturada en
universal (modos infinitos: movimiento en la materia y entendiemiento en la cosa pensante) y par
ticular (modos finitos). En la carta 43 designa como modos infinitos inmediatos de la extensión, el
movimiento y el reposo, mientras que el modo infinito del pensamiento lo sitúa en el entendimiento
absolutamente infinito. Como modo infinito mediato cita la facies totius universi en la extensión, pero
no dice nada acerca de cuál sería el modo infinito mediato del pensamiento. Algunos, según veremos,
lo sitúan en la suma de las mentes de todos los hombres.
82
677488
Sustancia y naturaleza en Spinoza. Antecedentes
debemos entender por Naturaleza naturante y qué por Naturaleza naturada. Pues esti
mo que por cuanto precede ya consta que por Naturaleza naturante debemos entender
aquello que es en sí y se concibe por sí, o sea, aquellos atributos de la sustancia que
expresan una esencia eterna e infinita, esto es, Dios, en cuanto que es considerado
como causa libre. Por Naturaleza naturada, en cambio, entiendo todo lo que se sigue
de la necesidad de la naturaleza de Dios, o sea, de cada uno de los atributos de Dios,
esto es, todos los modos de los atributos de Dios, en cuanto que son considerados
como cosas que son en Dios y no pueden ni ser ni ser concebidos sin Dios».
La sustancia no puede ser producida por otra cosa y, en consecuencia, es causa
sui, es decir, su esencia encierra su existencia, o a su naturaleza pertenece el exis
tir38. Toda sustancia es necesariamente infinita39. Fuera de Dios, no se puede dar
ni concebir ninguna sustancia40. Todas las cosas son en Dios41. La eternidad, la
inmutabilidad, la unidad son atributos deducidos de la definición de la sustancia de
Dios, ya que es eterno e inmutable. Eso significa que Spinoza por Natura naturata
entiende los efectos de Dios, o Dios como efecto, que se expresa en los cuerpos y en
las almas, que no son sustancias sino modos de la extensión y del pensamiento42. A
pesar de los constantes cambios, esa Naturaleza naturada, en cuanto faz de todo el
universo, permanece siempre la misma43. Si en lugar de Naturaleza naturada dijéra
mos mundo, parece que Spinoza estaría de acuerdo, pero ¿identificó Spinoza a Dios
con la Naturaleza? Sólo en dos ocasiones, en el prefacio a la parte IV de la Etica,
utiliza la expresión Dios o la Naturaleza como si se tratase de dos cosas idénticas:
«Hemos mostrado en el apéndice de la primera parte de la Etica que la Naturaleza
no actúa por un fin; pues aquel ser eterno, infinito, que llamamos Dios o Naturaleza,
actúa con la misma necesidad con la que existe (aeternum namque illud, et infinitum
Ens, quod Deum, seu Naturam appellamus, eadem, qua existit necessitate agit)».
Un poco después, añade: «pues la razón, o la causa, por la que Dios o la Naturaleza
actúa, o existe, es una y la misma (Ratio igitur, seu causa, cur Deus, seu Natura agit,
et cur existit, una eademque est)».
Si Dios o la Naturaleza actúan necesariamente, ¿tiene Dios entendimiento y
voluntad? La respuesta de Spinoza es la siguiente: «a la naturaleza de Dios no perte-
8 IS U O TE G A CEN TR A L 83
UNA*
Marcelino RODRÍGUEZ DONÍS
44 Eth. I, esc. Prop. 17: ad Dei naturam ñeque intellectum, ñeque voluntatem pertinere.
45 Eth. V. prop. 21: mens nihil imaginan potest, ñeque rerum praeteritarum recordad, nisi durante
corpore. Quizá se refiera Spinoza, en este pasaje, a la discusión aristotélico-escolástica acerca de si el
alma, separada del cuerpo, puede pensar sin imágenes o recordar. Según Pomponazzi, Aristóteles nega
ba la inmortalidad del alma al afirmar que no tiene recuerdos ni, si se acepta que el pensamiento no se
da sin imágenes, sobrevive a la destrucción del cuerpo, del que es entelequia, es decir, acto. Si esto es
así, cree Pomponazzi que se debe afirmar que el alma muere con el cuerpo.
46 Eth. V. Esc. a la prop. XL: quod mens nostra, quatenus intelligit, aeternus cogitandi modus sit,
qui alio aeterno cogitandi modo determinatur, et hic iterum ab alio, et sic in infinitum; ita ut omnes
simul Dei aeternum, et infinitum intellectum constituant.
47 Carta IX a Simón de Vries. Leibniz, en el prefacio de la Teodicea, reprocha a Spinoza que
conceda a Dios pensamiento (cogitado), después de negarle el entendimiento (intellectus). A su juicio
Spinoza, igual que los modernos seguidores de Stratón, sostiene que el mundo ha sido formado por
la Naturaleza, esto es, por la necesidad de las fuerzas mecánicas, sin un proyecto o consilium previo.
Lucrecio sostiene también que los dioses no intervienen para nada en los procesos naturales. Las inexo
rables leyes de la naturaleza (foedera) se originan incluso por azar, pero, una vez que una determinada
combinación de átomos ha surgido, las leyes naturales se cumplen indefectiblemente.
48 Eth., I, corol. 2° de la prop. 14.
49 Eth. II, prop. V.
84
Sustancia y naturaleza en Spinoza. Antecedentes
nem ) se debe entender algún atributo de Dios, que expresa la eterna e infinita esencia
del pensamiento; de modo que, sin él, no puede ser ni ser concebido, y además debe
ser referido a la Naturaleza naturada, y no a la naturante, como los demás modos
de pensar»50. Por intelecto no entiende el pensamiento absoluto, sino cierto modo de
pensar, que difiere de los demás, como el deseo o el amor51. En Dios se da necesa
riamente la idea, tanto de su esencia como de todas las cosas que se derivan de ella.
Puede pensar infinitas cosas de infinitos modos, o formar la idea de su esencia, y
de todas las cosas que se siguen de ella necesariamente52. Por otro lado, el intelecto
infinito no comprende nada, fuera de los atributos o afecciones de Dios. Pero, dado
que Dios es único, la idea de Dios, de la que se siguen infinitas cosas de infinitos
modos, es única53. En resumen, el pensamiento es un atributo de Dios que representa
la esencia de la sustancia divina y pertenece a la Natura naturata en tanto que es la
suma de los entendimientos finitos. La razón de esta afirmación spinoziana quizás se
explique por lo siguiente: mientras el Entendimiento absolutamente infinito de Dios
constituía el modo inmediato infinito del pensamiento, la suma de las mentes de
todos los modos pensantes constituiría el modo infinito mediato, que se correspon
dería con el modo infinito mediato de la extensión: la facies totius universi.
Algunos han interpretado la tesis spinoziana de la sustancia infinita con infinitos
atributos54 desde una perspectiva en la que la sustancia infinita es absolutamente sim-
50 Eth. I, prop. XXXI: adeoque per absolutam cogitationem concipi debet, nempe per aliquod Dei
attributum, quod aeternam et infinitae cogitationis essentiam exprimit, ita concipi debet, ut sine ipso
nec esse, nec concipi possit; ac pratere ad Naturam naturatam, non vero ad naturantem referri debet, ut
etiam reliqui modi cogitandi.
51 ib. 1. c: per intellectum enim (ut per se notum) non intelligimus absolutam cogitationem, sed
tantum modum cogitandi.
52 Eth. II, prop. III: Deus enim infinita infinitis rnodis cogitare, sive idearn sua essentiae et
omnium, quae necesario ex se sequuntur, formare potest.
53 Eth. II, prop. IV.
54 Eth. I, prop. 9: Existentia Dei qui absolute perfectus est, hoc est entis absolute indeterminati
0Carta 36). Las partidarios del acosmismo sostienen que Dios no puede tener los atributos del mundo.
En cierto modo, son partidarios de una concepción cercana a la de Parménides, cuyo ser uno sólo tenía
determinaciones negativas. La realidad fenoménica, que correspondería a la natura naturata, sería algo
irreal y fantasmagórico, sometido a incesante movimiento y cambio. Esta interpretación denominada
acosmismo no es válida porque realmente identifica el ser con la nada, que ciertamente carece de atri
butos. Por eso, justamente, Spinoza sostiene que Dios o la sustancia tiene infinitos atributos. En reali
dad, ni siquiera sería correcto el término infinitud, ya que lo real es pura afirmación. Por eso Spinoza,
en los Pensamientos metafísicos (p. 253 de la traducción de Atilano), dice: «De donde se sigue que la
infinitud de Dios, en contra de lo que indica la palabra, es algo máximamente positivo; pues sólo se
llama infinito en cuanto que consideramos su esencia y perfección suprema». Los partidarios de que
Dios es hipersustancial apuntan hacia una interpretación de carácter más bien plotiniano. De Dios no
puede la razón decirnos nada, sólo es accesible bajo la situación de éxtasis, es decir, bajo una revelación
mística.
85
Marcelino RODRÍGUEZ DONÍS
pie, sin ninguna determinación. De modo que los atributos no serían más que predica
dos extrínsecos, siendo real únicamente la sustancia despojada de toda afección55.
4. ANTECEDENTES DE SPINOZA: G IO R D A N O B R U N O
86
Sustancia y naturaleza en Spinoza. Antecedentes
cosas (natura est Deus in rebus)61. Bruno tiende, como se ve, a identificar a Dios
con la naturalea, ya que es inmanente a ella: o la naturaleza no es nada, o es el poder
divino moviendo la materia: «vel nihil est natura, vel est divina potestas materiam
exagitans». La naturaleza intrínseca de las cosas es el principio vital del ente, es la
Mente, Dios, el Ser: «natura insita rebus...vigens est entis principium... Mens, Deus,
Ens». Sólo existe esto y está en todas partes: Dios y la naturaleza universal: «Hoc est
unum ubique totum, Deus naturaque universalis»62.
Bruno, por otra parte, rompe con el mundo finito aristotélico y defiende, como
Marcelo Palingenio (Zodiacus vitae), que no es digno del infinito poder de Dios
crear un mundo finito. Sostiene, frente a los aristotélicos, que hay mundos infinitos
y acaba con los centros y periferias absolutos, los lugares naturales, la perfección
del movimiento circular, el motor extrínseco, etcétera. El universo, infinito, eterno
y necesario de Bruno supone además el rechazo de la distinción escolástica entre
potentia divina absoluta et ordinata. En lo que no concuerda con Spinoza es en su
teoría del Alma universal, identificada con Dios, ni en la defensa de la magia y la
demonología.
Una de las tesis más importantes de Bruno es su defensa del monismo frente al
dualismo sustancial: «anzi al fine si trova che é tutLuno e a fatto la medissima cosa
con la potenza attiva»63. La distinción entre Dios y la naturaleza desaparece64 y no
queda más que una sustancia universal. La sustancia corpórea y la espiritual forman
una sola cosa, como el ser de Parménides65, aunque la sustancia de Bruno es gene
radora universal y se muestra con una doble faz: como espíritu o como materia. En
sí misma esa sustancia-causa, cosa indistinta y razón común, se manifiesta extensa
y corporal en la sustancia corpórea e inextensa y sin cualidades en la incorpórea66.
Las dimensiones corpóreas no las recibe desde fuera sino que las hace brotar de su
propio seno67. La sustancia-causa explica, esto es, despliega lo que tiene implicado,
61 ib. II, 174: «Sai che gli animali e piante son vivi effetti di natura; la qual natura (come devi
sapere) non é altro che Dio nelle cose»
62 De inmenso et innumerabilibus (Opere latine conscripta, Napoli-Firenze, vol. I, parte Ia pág
307. parte 2o pp.193, 312)
63 De la causa, I, p. 221.
64 Epístola proemili a De la causa, I, 136: da questo possiamo ben inferiré una essere la omni
forme sustanza, uno essere il vero ed ente che secondo innmerabili circostanze e individiu appare,
mostrandosi in tanti e si diversi suppositi».
65 De la causa, I, pp. 224 ss.: il tutto secondo la sustanza é uno, come forse intese Parmenide.
66 De la causa, I, 227: «Secondo la propria ragione, é differente la materia di cose corporali dalla
de cose incorporee... La medesima materia... o é fatta ed é per mezzo de le dimensioni e estensione del
suggetto..., e questo si chiama sustanza corporale..., o é fatta...ed é senza quelle dimensioni, estensioni
e qualitá, e questo si dice sustanza incorpórea».
67 De la causal, 230: «non viene a ricevere le dimensioni come di fuora ma amandarle e cacciarle
dal seno».
87
Marcelino RODRÍGUEZ DONÍS
«por eso debe ser llamada cosa divina y óptima paridora, generadora y madre de las
cosas naturales, más bien la naturaleza toda en sustancia68».
La Naturaleza es Dios en las cosas (Natura es Deus in rebus), pero el universo
bruniano es, como el ser de Parménides, uno, infinito e inmóvil69. En este sentido
Bruno y Spinoza no coinciden, ya que Bruno sería, propiamente, un acosmista, al
considerar que todo lo que está fuera del uno es accidente, pura nada: «por perma
necer la sustancia la misma... todo rostro, toda cara, toda cosa particular es vanidad
y se parece a la nada»70.
La unidad, no obstante, se ve impelida por la summa vis infinitatis a multiplicarse
indefinidamente, como señala Lucrecio; de modo que todas las cosas, a pesar del
incesante cambio y renovación, son siempre las mismas: Eadem sunt omnia sem-
per71. También Heráclito, partidario de la identidad de los contrarios, sostiene que
«el camino hacia arriba y hacia abajo es uno y el mismo». Todo en él es manifesta
ción del único principio que es Dios, pyr, logos y physis. En los estoicos perviven
muchas ideas heraclitianas, entre ellas su concepción de la divinidad. Dios, en efec
to, «es logos, que lleva dentro de sí las fuerzas germinativas racionales para cual
quier desarrollo posterior y representa el aspecto creador la sustancia universal»72.
Dios es fuego inteligente (pyr noerorí) o intelecto infuocato, que desde siempre ha
estado unido a la materia (hyle). Se identifica con la physis, en cuanto «fuego artí
fice que metódicamente procede a la creación»73. Dios es artista, pero no está fuera
de la materia, no es transcendente, sino inmanente al mundo74. Da forma a todo y se
transforma a sí mismo en todo, compenetra el mundo entero y lo diviniza. Es un ser
viviente y racional, causa de todo, a la que nada se opone, y que se manifiesta como
alma del mundo que distribuye movimiento y vida a todos los seres. Es pneuma
omnipresente sobre todo en el hegemonikon, en el éter, en los astros (seres sin peso
que describen voluntariamente su órbitas, vivientes que están muy por encima de los
68 De la causa, I, p. 234: Quella dunque, che esplica lo che tiene implicato, debe essere chiamata
cosa divina o ottima párente grnitrice e madre di cose naturali, anzi la natura tutta in sustanza».
69 De la causa, I, 239: «E'dunque l'universo uno, infinito, immobile, Una, dico, é la possibilitá
assoluta, uno l'atto, una la forma o anima, una la materia o corpo, una la cosa, uno lo ente, uno il mas-
simo e ottimo; il quale il quale non debe posser esse compreso; e perció infinibile e interminabile, e per
tanto infinito e interminato, e per consequenza immobile.
70 De la causa, I, 243: Tutto lo che fa differenza e numero, é puro accidente e pura figura, é pura
complessione. Ogni produzione, di qualsivoglia sorteche la sia é una alterazione, rimanendo la sustanza
sempre medessima, perché no é che una... Questa unita é sola e stabile e sempre rimane; questo uno é
eterno; ogni volto, ogni faccia é vanitá, é come nulla, anzi é nulla tutto lo che é fuor di questo uno».
71 Lucrecio, III, 495.
72 M. Pohlenz, Die Stoa, I, p. 187, de la vers. italiana, La Nuova Italia, 1967.
73 SVF, 1 ,157: pyr tejnikon hodo badison eis genesin.
74 SVF. II, 1027, I, 171: pneuma diekon di holou tou kosmou:es el espíritu que recorre todo el
universo.
88
Sustancia y naturaleza en Spinoza. Antecedentes
cuerpos terrestres) que non son propiamente divinidades, sino manifestaciones visi
bles de la divinidad, que serán destruidos algún día en el momento de la ekpyrosis
o conflagración universal. Sólo Zeus es eterno, los demás dioses son phthartoi, non
thnetoi. La defensa del monoteísmo está claramente atestiguada en el Himno al Sol
de Cleantes75.
Séneca dice que no es visible a nuestros ojos; sino que se ve con el pensam ien
to: Effugit oculos; cogitatione visendus est76. Es todo lo que estás viendo: Ipse est
quod vides totum77. Es todo lo que ves y lo que no ves: quod vides totum et quod
non vides totum78. Dios es causa sui: Nos abunde pendemus... deus ipse se fecit79.
La esencia de Dios es la bondad, por eso no se ha de temer nunca a Dios: Déos
nemo sanus tim et80.
89
Marcelino RODRÍGUEZ DONÍS
naturata un conjunto de cosas creadas particulares dotada cada una de una virtud
propia83. Averroes habla de naturare et naturari, como si fueran dos procesos, uno
realizador, el otro el producto que ha sido hecho por la naturaleza (naturatum).
Según los Commentarii Collegi Conimbrincensis84, «Hugo Victorino, en el libro
primero del Didascalion, cap. XI, sostiene que natura tiene el significado de mente
divina, artífice y paridora de todas las cosas. A ésta los buenos filósofos, pero no
los buenos autores de la Latinidad, denominaron naturaleza naturante, y, por eso,
Séneca, el más agudo de los estoicos, usurpa el nombre de naturaleza, en el libro
cuarto de De Beneficiis, cuando dice que la Naturaleza no es otra cosa que Dios,
y san Agustín, 15 de De trinitate, cap. I, cuando sostiene que por encima de esta
naturaleza nuestra, existe una naturaleza no creada, sino creadora, esto es Dios. De
aquí nació la división de la naturaleza en universal y particular, donde por natura
leza universal se entiende a Dios principalmente, en tanto que contiene él mismo
todas las naturalezas; y por particular, las demás cosas que algunos llaman natura
naturada».
Si por natura se entiende la mente divina, la interpretación inmanentista de Spi-
noza no tiene nada que ver con la identificación de la naturaleza con la mente divina.
Descartes, en la VI Meditación, utiliza la expresión natura generaliter spectata.
Según Clauberg, «por naturaleza generaliter spectata, no designamos ahora otra
cosa que el Dios creador, que los escolásticos de modo bárbaro llaman Natura natu
rante, o la serie de las cosas creadas y el orden instituido por Dios»85. Lo que Descar
tes dice es que: Per naturam enim generaliter spectatam, nihil nunc aliud quam vel
Deum ipsum, vel rerum creatarum coordinationem a Deo institutam intelligo (Por
naturaleza vista en sentido general, ninguna otra cosa entiendo sino Dios mismo o la
coordinación de las cosas creadas instituida por Dios)86. La Naturaleza generaliter
spectata no es Dios en tanto que lo concebimos ínsito en la naturaleza, sino la bon
dad y la veracidad de su creador; de modo que obedecer sus mandatos es obedecer
a Dios. Según Gueroult, aquí no hay atisbo de panteísmo87. Spinoza, por otra parte,
por naturaleza universal no entiende la Natura naturante, sino la naturada, es decir,
el conjunto de los modos tomados uno a uno. La inmanencia absoluta de la Natura
naturans en la Natura naturata es una absoluta.
90
Sustancia y naturaleza en Spinoza. Antecedentes
6. LA INTERPRETACIÓN DEL T H E O P H R A S T U S R E D IV IV U S
88 Theophrastus redivivus, Edizione prima e critica di Guido Canziani e Gianni Paganini, Firenze.
La Nuova Italia, 2 vols., 1981, p. 57: deorum nomen nihil nisi figmentum esse, ut supra declaravimus,
et nullum verum ens habere, praeter illud quod soli, lunae, omnibusque astrid et ipsi cáelo convenit.
89 La fuerza de la argumentación del anónimo es nula, ya que no se trata de averiguar el origen del
nombre, sino del concepto de Dios, que se denomina de diferente modo en cada lengua, como indica
Cicerón en De natura deorum I, 30, 84: quot hominum linguae, tot nomina deorum. El anónimo no
pretende ser original, pues muchos de sus argumentos están extraídos de Sexto Empírico.
Sobre la etimología y el alcance de la primitiva concepción de los dioses, ver Gassendi (Syntagma,
p. 255 de la éd. de Rochot).
90 Cratylus, XVI, 397 c-d.
91 Tr„ p. 48.
92 Secundum hanc vero Epicuri doctrinam, certum est neminem nosse deum; nullus enim de eo
ullam unquarn habuit anticipationem ñeque igitur dici potest an sit, nec quid sit... Et ne inanes voces
habeamus, necesse quidem est primam notionem per unamquamque despici vocem nihilque probatione
indigere, sive secundum sensus observare omnia oportet, ac simpliciter praesentes intuitus, sive mentís,
sive quorum vis indiciorum...
93 El anónimo, como Gassendi, rechazan el innatismo. Ambos interpretan la prolepsis epicúrea
bajo el prisma de Diógenes Laercio, sin tener en cuenta a Cicerón (innatista) ni a Sexto (que sostiene
que las prolepseis no son un criterio).
91
Marcelino RODRÍGUEZ DONÍS
94 Tr, p. 50: Ex quo patet nomen deorum, merum esse figmentum, cum ñeque de diis ipsis, ñeque
de hominibus, haec notio haberi potuerit. Ñeque natura quidem hanc notionem tribuit hominibus;
omnes enim illam et eodem modo et nullis exceptis haberent.
95 Tr, p. 80, citando a Bodin (CoUoquium Heptaplomeres de rerum arcanis sublimium arcanis
abditis, VI, p. 248) dice: «Nada hay en la naturaleza entera que se pueda afirmar de Dios, sino que de
él se puede negar todo. Porque lo que es, es sustancia o accidente; dios por el contrario es neutro, y
ningún concepto es común a dios y a la naturaleza, porque nada se puede decir de modo unívoco de
dios y de la naturaleza, y no hay ningún género que no sea finito o infinito. De modo que, mientras
que de todas las cosas se trata de saber lo que son, de dios se busca lo que no es, de lo que se deduce
que todos los teólogos, que atribuyen a dios substancia, hipóstasis o persona, hablan impropiamente:
esa es la razón que impulsó a Simplicio a sostener que la primera causa de todo carece de nombre
(primam omnium causam nomine vacare). Por eso Proclo dijo que dios era inefable y Parménides lo
calificó de indescriptible».
96 ib. p. 72.
97 De beneficiis, IV, vii, 1-2; viii, 2.
98 Epistolae,~V11,156.
99 Tr, p. 92-3.
92
Sustancia y naturaleza en Spinoza. Antecedentes
existen, pero no tal como las leyes y los teólogos los imaginan. Esa naturaleza es el
mundo entero (Natura enim mundus totus est), está entera en él y él en ella (natura
tota est in illo, et ille totus est in ea), es eterna. De modo que si dios es distinto de
la naturaleza, es necesario que ella lo haya generado (Itaque si alius deus est quam
natura, necesse est ut eum illa genuerit). ¿Es el autor del Theophrastus redivivas,
entonces, un panteísta? Si se toma al pie de la letra lo que dice habría que decir que
sí, aunque no hemos de olvidar su encendida defensa del ateísmo. No hay que olvidar
que esta opinión la atribuye a otros (ut quídam arbitrad sunt). Pero, ¿quienes sostu
vieron esta tesis del dios-naturaleza, además de los autores citados? Vanini, que vive
aún en los inicios del XVII, es el autor del siguiente diálogo entre Alejandro y Julio
César: «En qué religión creyeron los filósofos antiguos que Dios había sido adorado
correcta y piadosamente? —En la única ley de la Naturaleza, que la misma Natura
leza, que es Dios (porque es el principio del movimiento), imprimió en el ánimo de
todos nosotros: las otras leyes decían que no eran más que ficciones e ilusiones, no
introducidas por algún demonio (calificado por los filósofos como una fábula), sino
inventadas por los sabios para educar a los súbditos o confirmadas por los sacerdo
tes, a causa de su deseo de riqueza y honor, y confirmadas no con milagros, sino
con la Escritura, cuyo original no se encuentra en niguna parte...» (Se in qua nam
Religione vere et pie Deum coli vetusti philosophi existimarunt? J. C. In única Natu-
rae lege, quam ipsa natura, quae Deus est (est enim principium motus) in omnium
Gentium animis inscripsit: caeteras vero leges non nisi figmenta et illussiones esse
asserebant, non a Cacodemone aliquo inducías (fabulosum namque illorum genus
dicitur a Philosophis) sed principibus ad subditorum pedagogiam excogitatas, et a
sacrificulis, ob honoris et auri aucupium, confirmatas non miraculis, sed scriptura,
cuius nec origínale ullive adinvenitur, quae miracula facta recitet...)100.
Nuestra única pretensión, en este punto, era mostrar cómo algunos otros autores
del XVII afirmaban que Dios y la naturaleza eran la misma cosa. Spinoza no cita
a Vanini ni, por supuesto, el Theophrastus redivivus, que jamás vio la luz, pero es
indudable que su célebre expresión Deus sive natura tuvo precedentes en el mundo
grecolatino y en su misma época.
93
Parte II
La naturaleza
I N R E R U M N A T U R A O LA FUERZA DE LAS COSAS
ESTHER ALVES
1 Aunque la substancia, Dios o naturaleza se expresa a través del atributo del pensamiento, el
atributo de la extensión toma prominencia metodológica, ya que el programa spinozista toma al cuerpo
como modelo.
97
Esther ALVES
2 Pese al peso del mecanicismo, no obstante aclaramos que el recurso a las leyes mecánicas en
Spinoza es un dispositivo apoyado con otras tesis que sustentan su sistema materialista o fábrica natural
autónoma. Abundan también ejemplos filosóficos en los que las tesis mecanicistas vendrían a jugar un
papel imperfectamente contrario. Un ejemplo de esta última variante lo encontramos en la máquina
cartesiana con su fantasma oculto o en las tesis de J. Bredenburg. Para un análisis de este último caso
remitimos a «El caso Bredenburg. El autómata de Dios o la crónica de una muerte filosófica anunciada
bajo el peso del experimento de la duda. Rage against the machine» de E. Alves Latournerie, Anales
del seminario de la historia de la filosofía n°. 16- 1999, Madrid, Servicio de Publicaciones de la
Universidad Complutense, p. 221-234.
3 La expresión In rerum natura aparece por primera vez en la Ethica en E1P5. La traducción
española realizada por Vidal Peña la traduce como «el orden natural» mientras que otras traducciones,
como la vertida en la edición neerlandesa, revisada por Guido Suchtelen en 1979, la traduce como «en
el mundo de las cosas».
98
In rerum natura o la fuerza de las cosas
pre las mismas, en todas partes, las leyes y reglas naturales según las cuales ocurren
las cosas y mutan de unas a otras formas; por lo tanto, uno y el mismo debe ser
también el camino para entender la naturaleza de las cosas, cualesquiera que sean, a
saber: por medio de las leyes y reglas universales de la naturaleza «(E3Praef).
Estamos en el pasaje de la unificación de la potencia del universo natural en
el que todo se inscribe (lo cual hace conceptualmente posible hablar de una física
general) y, al mismo tiempo, hacemos viable el proyecto experimental (o proyec
tos experimentales) que nos permiten delimitar el o los alcances de dicha potencia
cuando estudiamos ésta de forma individualizada (los modos). Dicho de otro modo,
esta potencia unificada o ritmo común que implica conceptualmente la naturaleza
nos permite adentrarnos en la naturaleza y potencia individual de cada cosa en
movimiento (esto es, en la red operativa de un entorno constitutivo de causas relati
vamente externas) gracias a los experimentos.
En la fábrica del combate spinozista natural, no sólo tenemos armas, sino que
éstas son de gran alcance. Una vez que hemos desenvainado los argumentos entra
mos en combate. La Ethica es, más que un emblema intelectual o una mera filo
sofía al uso, una fábrica de combate que, una vez puesta en marcha, es imposible
detener.
El giro que supone la perspectiva del aparato conceptual spinozista con respecto
a la tradición no podía ser más radical. La libertad de Dios como voluntad absoluta,
tal y como ha sido afirmada por las perspectivas teológicas, constituye un obstáculo
para la ciencia (El A) mientras que la física es el dominio objetivo de la naturaleza.
Decir que Dios o la naturaleza es libre (ElDef7) sólo significa que existe en virtud
de su sola naturaleza y es determinada por si sola a obrar (agere) (E1P32C2). Este
giro histórico que Spinoza desarrolla en sus textos, en general, y, muy especial
mente, en la Ethica, no surge, por así decirlo, de la nada, sino que arranca de lo que
podríamos denominar la corriente copernicano-galileana4.*2
99
Esther ALVES
Las cosas o modos, en los que se incluye el hombre, no actúan (agere) sino que
operan (operari) según una determinada ratio (ratio , no sólo en el sentido lógico de
las razones sino en el sentido físico matemático de la proporción o ritmo), esto es,
están determinadas por causas relativamente externas a sí mismas. Pero las causas
externas que determinan las cosas singulares mutantes no sugieren una perspectiva
pasiva en el operar de las cosas. Las causas externas, enmarcadas en la naturaleza,
no pueden ser absolutas, razón por la cual operar es co-operar o interactuar, porque
lo externo sólo puede ser, por definición, relativamente externo. Curiosamente la
traducción francesa de Appuhn, dando prioridad a la interpretación, un paso por
delante de la mera traducción literal, traduce la acción vertida en el operar latino en
un producir efectos5. Lejos de cualquier internalismo o pasividad, se pasa a definir
a los modos a través de su capacidad, la de producir efectos, con lo cual, lo que
comienza siendo un esbozo de teoría de las causas externas acaba configurándose
como una ciencia de efectos. Las cosas singulares o individuos que cooperan para
producir un efecto son considerados como una cosa singular. El principio de indivi
duación spinozista parte de los efectos producidos por el individuo, así pues parte de
una base anti-internalista:
«Entiendo por cosas singulares las cosas que son finitas y tienen una exis
tencia limitada; y si varios individuos cooperan a una sola acción de tal mane
ra que todos sean a la vez causa de un solo efecto, los considero a todos ellos,
en este respecto, como una sola cosa singular» (E2Def 7).
tiempo. Primordialmente, conviene no olvidar algo fundamental, a saber, que el modelo físico presen
tado por Spinoza, conserva y desarrolla la esencia del copernicanismo galileano más puro y radical. La
ortodoxia de nuestra tradición, en lo que a perspectiva física se refiere, ha neutralizado y corrompido
hasta lo más hondo el enfoque copernicano galileano. Una muestra clara y abominable de esta carni
cería está representada por el sistema newtoniano del universo. La versión filosófica de esta sarna ha
contagiado ya medio mundo occidental. Sus secuelas prometen ser numerosas, tan numerosas como lo
son todas las versiones de Kant al uso. La mano negra de ese relojero beato que era Newton ha exten
dido sus garras hasta el ámbito filosófico gracias a Kant y a los kantismos. Resumiendo, la aceptación
de la perspectiva kantiana implica, inexorablemente, traicionar la herencia galileana que Spinoza sigue
y desarrolla.
5 Sobre la importancia del uso sistemático de agere y operari en el De Deo remitimos al comen
tario de P. Macherey en «Action et operation: réflexions sur la signification éthique du De Deo», Avec
Spinoza, Paris, P. U. F., 1992, pp. 69-110.
100
In rerum natura o la fuerza de las cosas
piedra no cae sola, por su propio peso, hay todo un marco de causas relativamente
externas que explican y determinan la caída de la piedra (Ep. 58) y «es evidente que
nosotros somos movidos de muchas maneras por las causas exteriores, y que, seme
jantes a las olas del mar agitadas por vientos contrarios, nos balanceamos, ignorantes
de nuestro destino y del futuro acontecer» (E3P59Esc).
Dicho de otro modo, nada vive suspendido en la nada, un pedazo de mundo o de
naturaleza los envuelve, o si se prefiere una muestra del entramado de las cosas.
Dios o naturaleza es una constante universal o marco que abarca todas las cosas.
No se puede sustraer un pedazo de la naturaleza y extraerlo de su red de determi
naciones. «Todos los cuerpos de la naturaleza pueden y deben ser concebidos del
mismo modo... puesto que todos ellos están rodeados por otros y se determinan
mutuamente a existir y operar de forma segura y determinada (determinantur ad
existendum et operandum certa ac determinata ratione) de suerte que, al mismo
tiempo, se mantenga siempre constante en conjunto, es decir, en todo el universo, la
misma proporción entre movimiento y reposo. De donde se sigue que todo cuerpo,
en cuanto que esté modificado de alguna manera, debe ser considerado como una
parte de todo el universo, y debe estar acorde con su todo y en conexión con los
demás cuerpos» (Ep. 32).
Observamos por lo tanto que la operatividad de los modos (o co-operatividad)
afirma el vínculo constitutivo que nos une a las cosas, lejos de indicar supeditación
absolutamente pasiva o un régimen de heteronomía extremo. El operativismo de las
cosas tiene un valor positivo que engloba y articula su variedad de las cosas y su
nexo de unión.
Obsérvese además que la variación ha dejado, conceptual y físicamente, de ser una
lacra accidental o fenoménica, para pasar a ser un estado o naturaleza constitutiva o
un rasgo esencial que caracteriza a todos los cuerpos y los une a los demás. La varia
ción es la afirmación de nuestra unión indisoluble con todas las demás cosas, somos
cosas en variación (dentro de unos límites) unidas a otras cosas, también en variación
(con sus límites también), todas ellas juntas configuran los recovecos, las luces y las
sombras, del entramado que llamamos vida. Esta es nuestra fábrica natural, y en ella,
poco nos distingue de la piedra; no porque los hombres estén muertos sino porque las
piedras, desde este punto de vista, también viven. Lejos de mecanicismos rancios y
chatos nos encontramos ante la sofisticada elaboración de toda una alquimia natural.
Dios o la naturaleza nos permite contemplar y pensar las cosas singulares de
una forma dinámica. Naturaleza es garantía conceptual del vínculo entre las cosas a
través, no de un a priori que hipoteque las cosas o sus fuerzas, sino del terreno obje
tivo de las cosas, a saber, la física. Una física que se asienta en un terreno limpio de
manos oscuras en la trastienda de los dioses.
Dios ya no es el motor de la fábrica natural sino afirmación de los nexos de
todas las cosas. La naturaleza o Dios, en tanto que atributo, es un acuerdo rítmico
101
Esther ALVES
entre las cosas, la constante que nos permite calcular y establecer las determinacio
nes de las cosas, no gracias a la armonía preestablecida o al orden oculto sino a tra
vés de la física y sus leyes. Por todo ello, la ciencia no podrá serlo de los atributos
sino de las cosas y sólo podremos conocer los atributos a través de las mismas. Es
más, no es posible imaginar un atributo haciendo abstracción de todos sus modos.
Dios es una constante dinám ica que nos permite resolver lo activo/pasivo de los
cuerpos gracias a las determinaciones modales (con sus experimentos).
Resumiendo, las cosas singulares necesitan ser explicadas y producidas por otras
que están fuera de su naturaleza pero no de la Naturaleza.
Antes de seguir adentrándonos en el conocimiento de las determinaciones moda
les o cuerpos nos detendremos brevemente en la correspondencia mantenida por
Spinoza con Tschirnhaus con el fin de cotejar lo hasta aquí expuesto con las palabras
del propio Spinoza. En dicho intercambio epistolar Spinoza intenta, en vano, hacer
entender a dicho personaje de su época por qué no es posible demostrar a priori la
existencia de los cuerpos o modos a partir de la mera extensión5.
En la epístola fechada el 2 de mayo de 1675 Tschirnhaus declara «con gran difi
cultad puedo concebir yo como se demuestre a priori la existencia de los cuerpos que
tienen movimientos y figuras puesto que en la extensión, considerada por sí sola no
existe nada de eso» (Ep. 80). Por eso Dios no tiene figura y los cueipos sí67.
Ante dicha afirmación la respuesta no se hace esperar. Tres días después Spinoza
contesta que «a partir de la extensión, tal y como la concibe Descartes, a saber, como
una masa en reposo, no sólo es difícil, como usted dice, sino totalmente imposible
demostrar la existencia de los cuerpos. Pues la materia en reposo permanecerá, por
lo que a ella respecta, en reposo y no se pondrá en movimiento, si no es por una
causa externa más poderosa. Por este motivo, no dudé en decir hace tiempo, que los
principios cartesianos sobre las cosas naturales son inútiles, por no decir absurdos».
(Ep. 81).
La claridad de la respuesta no parece ser lo suficientemente contundente para
abrir los ojos de este interlocutor, razón por la cual el 23 de junio del año siguiente
Tschirnhaus vuelve a la carga a propósito de cómo se pueda explicar a priori, a partir
del concepto de la extensión, la variedad de las cosas. Esta vez deja entrever una
102
In re ru m n a tu ra o la fuerza de las cosas
hipótesis de fondo sobre la mesa «a menos que usted no admita en absoluto la hipó
tesis de Dios como motor» (Ep. 82).
Pese a haber leído, aunque parcialmente, la Ethica, Tschirnhaus no entiende que
en esta fábrica sin motor, no hay cabida para subterfugios. Porque «la idea de una
cosa singular existente en acto tiene como causa a Dios, no en cuanto es infinito,
sino en cuanto se lo considera por la idea de otra cosa singular en acto» (E2P9). De
tal forma que «un cuerpo en movimiento o en reposo ha debido ser determinado al
movimiento o al reposo por otro cuerpo, el cual ha sido determinado al movimiento
o al reposo por otro, y éste a su vez por otro y así hasta el infinito» (E2Lema 3).
Dicho de otro modo, «las cosas singulares no pueden ser ni concebirse sin Dios,
y, sin embargo, Dios no pertenece a su esencia» (E2P10Esc).
Conclusión, la experiencia (o experimentos) es necesaria para determ inar el
acaecer de las cosas y sus esencias. No se trata de una cuestión eidética ni teológi
ca sino que remite a las cosas singulares y al conocimiento derivado de su estudio
concreto. El concepto causa sui o naturaleza asegura la inteligibilidad de las cosas y
su existencia a través de la cadena de producción, pero no su conocimiento a priori.
La doble articulación del aparato conceptual spinozista hace que la unión o vínculo
entre las cosas nos remita al programa experimental que nos permite adentrarnos en
su variedad concreta.
Por otra parte, teniendo en cuenta las conclusiones positivas que podemos extraer
de dicho planteamiento, este giro conceptual de la fábrica spinozista hacia las cosas
nos ofrece una formulación de los cuerpos netamente dinámica. La teoría de las
causas externas reconvertidas en ciencia de efectos se articula, en un plano más
complejo, a través de la noción de causa adecuada interpretada como raízo operativa.
La causalidad adecuada supone distintas perspectivas o cortes conceptuales; la pers
pectiva de la causalidad externa y recíproca y la de las partes y el todo.
Ahora bien, hay que entender que las cosas, cuerpos o individuos «se distinguen
entre sí en razón del movimiento y el reposo, de la rapidez y la lentitud, y no en
razón de la substancia» (E2L1) y aquello que constituye la forma de un individuo
consiste en una unión de cuerpos definida a través de las relaciones de movimiento
que comparten sus partes constituyentes (E2L 6). La distinción entre las cosas sin
gulares y la substancia o atributo no es de reposo o movimiento sino de régimen de
actividad o potencia absoluta (estabilidad) o relativa (mutación).
La urdimbre de las cosas nos conduce a los equilibrios relativamente estables que
constituyen y tejen el cuerpo y su entorno de determinaciones múltiples y recípro
cas. Conocer las determinaciones de los cuerpos implica conocer sus causas, esto es,
conocer los cuerpos (sus efectos) a través del cálculo diferencial-dinámico de sus
constantes relativas (su rítmica). El cuerpo es un diferencial dinámico, un modo que
se expresa de una forma determinada, o que opera según una ratio, ritmo o propor
ción determinada, es todo lo que podemos percibir, un núcleo relativamente estabili
103
Esther ALVES
EL HOMBRE I N R E R U M N A T U R A
No es de extrañar que, ante semejante definición del Deus sive Natura spinozista
y sus implicaciones, a más de un corresponsal del pulidor de lentes le quedara, por
así decirlo, cierto sabor amargo en el paladar filosófico. Porque si Dios está tan pre
104
In re ru m n a tu ra o la fuerza de las cosas
105
Esther ALVES
Todavía hay mucha física por hacer mientras pensemos que el spinozismo tiene
más futuro que historia, pero explicar las causas que operan en los efectos no es fácil
ni sencillo dado que habría que explicar los efectos reales de causas ficticias y, en la
naturaleza, el hombre está sujeto a determinaciones cuya comprensión implica una
liberación de virtudes ficticias.
Tal es el envite filosófico: el spinozismo como historia de la filosofía o como
filosofía física. Uno u otro (en el sentido excluyente).
* * *
Esta ponencia está dedicada al burro que murió apaleado por su propietaria hasta
reventar el pasado mes de septiembre de 2005 en La Coruña. Dedico a la memoria
de este animal las palabras escritas por Spinoza en la Ethica según las cuales «no
podemos dudar de que los animales sientan una vez que conocemos el origen de la
mente» (E3P57Esc).
Porque el hecho de maltratar a otro animal no nos dice gran cosa acerca de la
naturaleza de otras especies animales distintas a la nuestra ni tampoco nos dice nada
acerca de la inteligencia de estas especies, sino que pone ante los ojos de la razón
la carencia u opacidad de inteligencia de nuestra propia especie. Nada ha sido nunca,
según la perspectiva spinozista, más bello o mejor por el mero hecho de haber perse
verado más tiempo en la existencia y, llegado el punto, tal vez en algunas ocasiones,
sea más bello ser destruido dignamente que mantenerse en la existencia de forma
ignominiosa y abominable.
106
SPINOZA, ¿PADRE DEL ECOLOGISMO?
FRANCISCO CARRASQUER
1. TO LER A N C IA
107
Francisco CARRASQUER
Para Spinoza, los dos enemigos fatales del hombre son el miedo y la superstición,
porque por el uno y la otra se deja manipular por el poder político y el poder religio
so, respectivamente. Pues bien, siguiendo a Spinoza, el hombre sólo puede liberarse
de esas dos servidumbres por el pensar independiente y el uso de la razón. Lo que
pasa es que este derecho a la racionalidad y al libre pensamiento lo ha de garantizar
la sociedad —pide Spinoza—, dándole la libertad necesaria al ciudadano, porque es
esta libertad precisamente, lo único que asegura la justicia y por ende la buena con
vivencia capaz de propiciar la creatividad, que es lo interesante. Siempre.
Y a propósito de libertad, amonesta Spinoza: «No hay que aceptar jamás con
vicciones religiosas o políticas por la autoridad de otro y aun de otros». Y es que
no puede haber autoridad en materia de convicción, como ya lo dice la palabra.
(Y nunca mejor expresada la diferencia que cuando Unamuno les apostrofó a los
Millán Astray —«¡viva la muerte, muera la inteligencia!»— y compañía franquista,
siendo él rector de la Universidad de Salamanca y presidiendo un acto académico
por siempre memorable, lanzándoles este lapidario apotegma: «¡Venceréis, pero no
convenceréis!».
Pues de la independencia y libertad del pensar, nos lleva Spinoza a exigir y exi
girnos siempre y en todas partes: ¡TOLERANCIA!
2. U T ILISM O
108
Spinoza, ¿padre del ecologismo?
que, últimamente, han venido estudiando esta revalorización social de los discapaci
tados se hacen lenguas de lo mucho que tenemos que aprender y emular los que nos
llamamos «normales» de los que pasan por no serlo: nos aportan una nueva dimen
sión humanista llena de sorpresas, es algo enriquecedor lo que se abre al contacto y
trato de esos espásticos, mongoloides, ciegos, sordomudos, idiotas, esquizofrénicos
y demás psicópatas. Lo mismo cabe decir de los ancianos y en especial desde que
se ha estudiado la influencia de los abuelos sobre los nietos, por lo que se procura
que los familiares de la tercera edad sigan todo lo que puedan formando parte de la
familia, evitando «aparcarlos» en residencias o asilos de ancianos.
La idea de que todo es útil, incluso lo malo, goza del favor de las más profundas
tradiciones ibéricas, como nos consta en el refranero español, entre otras paremias,
ésta: «No hay mal que por bien no venga». Y no digamos en nuestras artes, literatura
en cabeza. Por citar un autor, sacaría a relucir a este efecto a un Ramón J. Sender
(1901-1982), cuya obra de creación tanto se ha inspirado en lo negativo y ha apli
cado a la vida ese hecho paradójico del marino que es capaz de avanzar con viento
contrario. Por algo ha sido Spinoza para Sender un maestro de inagotables enseñan
zas. O al revés; por algo tiene Spinoza con el español en general un denominador
común: el estoicismo. Pero por lo que ahora nos ocupa, puede ser todavía más inte
resante la afinidad de Spinoza con el budismo.
109
Francisco CARRASQUER
110
Spinoza, ¿padre del ecologismo?
Hay quien, por sus comentarios y recursos de aplicación psicológica de sus prin
cipios de carácter ético general, le ha atribuido a Spinoza algún anticipo intuitivo
de lo que su hermano de raza y austriaco genio de la psicología moderna, Sigmund
Freud (1856-1939), fundaría dos siglos y medio más tarde: el psicoanálisis. Pero
hay que decir en seguida que tales momentos intuitivos de explicación de compor
tamientos son meras observaciones de un espíritu agudo, más que resultados de una
labor científica empírica y experimentalmente contrastados. Algo parecido podría
mos decir de un Shakespeare, de un Montaigne o de un Dostoyevski. Digamos pues,
ajustándonos a las tres vías de conocimiento que el mismo Spinoza propone, que es
un ejemplo de la tercera vía necesitada de confirmación de la labor de la segunda.
Tampoco descartamos que Freud leyese a Spinoza como una fuente de inspiración
más, sin poder saber hasta qué punto pudo apuntarle asomos de su futura ciencia de
psicología profunda.
111
Francisco CARRASQUER
5.2. Ecologismo
112
Spinoza , ¿padre del ecologismo?
113
Francisco CARRASQUER
Claro que, en descargo de nuestro admirado Vidal Peña puede nuestra devoción
por el (venial) pecador aducir un atenuante declarando que, con la frase transcrita
apunta más al ecologista iluso o fanático, el cual, por lo mismo, es capaz de adorar
todo lo «natural» por el mero hecho de ser Natura-Dios. Pero con ser amador no
correspondido tampoco se hace daño a nadie y no tiene por qué ser ridiculizado o
menospreciado por «sentimental», que lo mismo podríamos hacer con los divinos
Dante y Petrarca y tantos y tantos amantes platónicos o, de aquel «amor cortés»
provenzal no tan divino, de seguro. No, el ecologismo no peca de sentimental, sino
de estar mediatizado por la política. Los movimientos «verdes», al constatar hasta
la saciedad que el Poder (los Poderes políticos, económicos, religiosos y mediáti
cos de todas las naciones) no les hacen maldito el caso, deberían dejarse de reco
mendaciones inútiles y manifestaciones arropadas por un partido, de portavoces
teorizantes y de «representantes del pueblo», que a última hora no representan a
nadie, porque el pueblo no tiene voz en el capítulo y sólo tiene ese voto del agujeri-
to tan amañado que va a la urna a fecha fija y por el que se ve el mundo como una
mancha de color (rojo, blanco, azul o negro) sin conocer siquiera a quiénes vota.
No, lo que han de hacer los ecologistas militantes es, precisamente, evitar los par
tidos y pasar a la acción directa, desde y con la opinión pública m ovilizada contra
los Poderes que por su pasividad dejan que se agraven los estragos de antisupervi
vencia, desde no hacer apenas nada contra el agrandamiento del agujero de la capa
de ozono, hasta el mantenimiento del apocalíptico arsenal atómico, pasando pol
las lluvias ácidas, la polución del agua, del aire y de la tierra, y la negativa al cierre
definitivo y generalizado de todas las centrales termonucleares, así como no deci
dir la supresión de emisión de gases de millones de automóviles y demás maqui
naria propulsada por el petróleo y sus derivados. Todo el mundo ve estos ingentes
peligros, pero de hecho no se hace nada o muy poco para conjurarlos. ¿Por qué?
Porque lo impiden los «intereses creados» en detrimento del interés general y del
sentido común. ¡Y aún hay quien cree que para modificar el mundo mejorándolo
hay que hacerlo desde el Poder, cuando el Poder por definición, no puede ser más
que criminal! Del Poder el mínimo, porque no podemos prescindir de él del todo,
por ahora. Y como, por otra parte, forzar las cosas no sirve de nada, que bien escar
mentados podemos estar por las revoluciones sufridas que se convierten siempre
en dictaduras (simplemente porque los líderes revolucionarios se han impuesto por
la fuerza y tienen que seguir imponiéndose para seguir gobernando); y entre los
que gobiernan, por mor de la gobernabilidad, acaba imponiéndose uno, que al fin y
al cabo la dictadura es lo más fácil y expedito ¿no?; pues por eso hemos de emplear
todas nuestras energías de reformadores y reconductores contra esa recta final
hacia el total desastre, convenciendo a la opinión pública de lo que hay que hacer y
cómo, porque el caso es que, democráticamente, no podemos entregarnos a la pro
paganda, que también encierra imposición trufada de embaucamiento o demás artes
114
Spinoza, ¿padre del ecologismo?
«El hombre sabe que es libre / cuando descubre el suicidio: / dura prueba,
crisis triste / de este adolescente mundo / que al saber morir resiste».
115
Francisco CARRASQUER
gigante sobre lo irracional con una toma de conciencia trascendental que asumió uno
de sus maestros, Séneca... por fuerza, o sea: un suicidio-magnicidio que supo pre
parar bien para acabar en fruición de todos los sentidos; y el segundo pensamiento
significa también otra superación del hombre que empieza a serlo («adolescente»)
y se resiste incluso a la buena muerte. Yo quiero entender esta actitud, sobre todo,
como reacción a los siglos medievales y antiguos vividos en un constante sentimien
to de culpa, bajo la opresión del pecado y con la convicción de que el dolor purifica
y la desgracia hace ganar puntos para obtener el premio del Cielo. Hastiado y revol
viéndose contra milenios de masoquismo colectivo, de necrolatría imperante en las
grandes religiones monistas, pero muy especialmente en la mosaica y en la cristiana,
saca esfuerzos de flaqueza y como buen estoico, salta por encima de la cadaverina
religiosa y proclama la alegría reina de la vida, estrella polar que guíe a todo nave
gante. Pues bien; de este imperativo letísico y principio optimista, sin ser exultante
(los que lo conocieron en vida dicen todos que reía muy poco), resultan estos dos
auxilios de explicación: primero, nos ayudan a comprender mejor que Spinoza era
más práctico que realista (por algo el filósofo Deleuze escribe un libro sobre la
«filosofía práctica» de Spinoza) y en servicio de una causa que no pretenda cam
biar el mundo, sino conservarlo. ¿Y no es lo que quiere el ecologismo? Todos los
movimientos «verdes» tienen por «leit motiv» conservar la Naturaleza en su estado
propio y en su esencia inmanente.
Ya el simple hecho de que haya dado lugar, el spinozismo a ser etiquetado de
«panteísta», se presta a tomar a Baruch Spinoza como pionero en la defensa de los
eco-sistemas que hay que respetar, pero sobre todo estudiar para conocerlos. En
el conocer está para Spinoza el mejorar. Lo que es lo mismo que lo que decíamos
antes de que sólo por la educación se enriquece la cultura y sólo la cultura es capaz
de mejorar nuestra convivencia a base de ir prescindiendo más y más del poder,
el enemigo del hombre y del pueblo. Según los axiomas de Ética, la naturaleza se
nos aparece sacralizada, más aún: divinizada. Y el sentimiento de lo sagrado nace
espontáneamente en el hombre, ya con atavismos mágicos, con automatismos gan-
glionares de genuflexión o en plena libertad de aceptación de lo trascendente como
se da uno o una al amado o a la amada: por encima de tasas y más allá de juicios de
valor.
¿Cómo no ha de inspirar a los ecologistas el filósofo que dice: «Sólo el ser
consciente de la unidad de alma y Naturaleza garantiza un estado de felicidad
imperturbable»? Una unidad, por lo que se ve, comunión, como «beatitudo», tér
minos todos éstos de cierta carga mística o estados extremos exaltantes y eufóricos
proporcionados por la tercera vía del conocimiento, un poco como el arrobo que
puede inundar la belleza, pero aquí no plástica, sino especulativa, gnóstica, a lo
mejor. (Y a propósito: el gnosticismo, ¿no fue un movimiento filosófico-religioso
de los primeros cristianos con creencias hebraicas y orientales? Porque también se
lió
Spinoza, ¿padre del ecologismo?
ha hablado de Spinoza como puente entre Oriente y Occidente, pero es que, ade
más, en la coyuntura que nos ocupa desde el materialismo al gnosticismo derivando
a la mística pan teísta, no deja de haber concomitancias y encabalgaduras por demás
significativas).
Pero volviendo a la felicidad generada por consciencia de la unidad de Alma (yo
preferiría «Mente») y Naturaleza, el anverso de este postulado sería que, de no res
petar a la Naturaleza, estaríamos condenados a ser infelices. Más aún: si el hombre
piensa, es decir, si está facultado para revivir el pasado y previvir el futuro en el pre
sente, desde el momento en que admite o se percata de que actúa contra la naturale
za, de la que forma parte, no sólo traiciona al Todo del que participa (que eso sería lo
de menos, puesto que la naturaleza es indiferente y no la mueve ni amor ni odio para
con el hombre), sino que conspira además contra su propio bienestar, porque, aun
indiferente y todo para el hombre, la naturaleza no perdona, ni al hombre ni a ningún
otro ser, pero como resulta que es el hombre el que más, por no decir el único, que le
molesta, perturba y amenaza, es al hombre al que le hace pagar implacablemente sus
errores, destinos o embestidas contra su orden. El hombre cometería, según Spinoza,
tales disparates automutilantes cuando no suicidas (¿o suigenocidas?), por conocer
poco al Todo natural, sobre todo en la vertiente humana llamada medio ambiente ;
por no conocer suficientemente el conjunto de leyes y contraleyes universales, pues
to que por muy «homo sapiens» que sea, es incapaz de conocer todo lo que no puede
abarcar. Spinoza no puede concretar en las posibles aplicaciones de su doctrina,
porque ni él ni nadie podría, ni por asomo, prever la magnitud de esas temeridades
catastróficas cometidas por la locura humana. (¡Ay, si Erasmo de Rotterdam hubiese
barruntado tanta perversión de espaldas a la Ley Natural, cómo habría coronodo su
Elogio...!)
El fenómeno de este desenfreno disfrazado de tecnología nos recuerda el mito
inventado por Goethe y cantado por Paul Dukas (París, 1865-1935), «El aprendiz de
brujo», cuyo protagonista desencadena fuerzas siniestras, demoníacas, apocalípticas,
que luego no puede detener, neutralizar ni desviar hacia el Bien o al menos contra
el Mal. Y en éstas estamos. Spinoza no podía ni remotamente conjeturar la capaci
dad destructiva y amenazante de muchísimas más destrucciones de los poderes del
capitalismo y del socialismo «real» —oh, ironía—, ambos en un mismo saco de
estatalismo a cuál más cerrado. Capitalismo que, da la casualidad, hizo sus primeras
armas en el país de Spinoza, primer paradigma del sistema promovido por la vivi-
dura de las primeras ciudades modernas y respaldado nada menos que por el profeta
más escuchado en Neerlandia, Calvino, de quien proviene la superstición de que
Dios gratificaría a sus fieles haciéndoles ricos, o que la riqueza es signo de la gracia
de Dios en sus devotos. ¿Se habrá visto mayor blasfemia contra el hijo de carpintero
pobre que echó a los mercaderes del templo?
117
Francisco CARRASQUER
Si ahora nos encontramos al borde del abismo es porque no hemos seguido los
principios, ni los medios ni los fines que Baruch Spinoza expuso, propuso y dispuso
tan ordenadamente en sus obras:
Io. Contra la conducta imperante basada en el propio provecho sin avergonzarse
de recurrir a la explotación del prójimo para enriquecerse. Y Spinoza había propues
to: El hombre obra libremente cuando obra de acuerdo con su propia esencia divina
y no obligado por causas exteriores o motivos de interés creado y no por crear para
todos; avidez de riqueza y ambición de poder. Y para satisfacer estos dos apetitos
infrahumanos es por lo que no se han atajado, sino que se han fomentado los com
portamientos antinatura que estamos sufriendo todos: los que roban y los que son
robados.
2o. So pretexto de defender el derecho de la propiedad (entiéndase para todos,
no propiedad para unos cuantos, para los que más fuerza y astucia tienen a fin de
eliminar a los otros), se ofende el derecho a la libertad, a la igualdad y hasta a la
defensa propia, al derecho de vida, en fin. Spinoza, como buen demócrata que era y
se proclamaba, siempre puso por encima de todo la salvaguardia de estos derechos
bajo la protección del Estado, que entendía como una fuerza constituida por acopio
de las parcelitas de fuerza cedidas por todos y cada uno de los ciudadanos que han
formado por consenso pactado el Estado de Derecho. Tal vez la gran lección de
Spinoza haya sido la que podemos condensar en esta frase: Cohonestar orden
con libertad. Orden para comportarse todos correctamente con la naturaleza y
con los «convivios», que dice Iván Illich (el profeta laico de Cuernavaca, México),
siguiendo la tendencia que Spinoza esperaba de todo demócrata al amor a la natura
leza tanto como a sus semejantes. Otra vez vemos a nuestro pensador rebasando lo
justo y correcto hacia lo generoso y sublime, seguramente por pensar que es mayor
garantía de respeto y corrección el amor que la coerción. Esto para la infraestruc
tura social, que para la supraestructura esto: la Libertad, en actividad educativa y
cultural; o sea que la libertad se ejerza a sus anchas y en toda su altura y latitud en
la creatividad.
3o. Porque es lo que dice Spinoza. Lo que se opone a la naturaleza no es la Cultu
ra, ni el uso de razón, ni siquiera el estado civil (superación del estado natural), sino
única y exclusivamente la superstición, que es lo que amenaza a todas las empresas
nobles del hombre libre. También nos advirtió que «una vez establecida la ciudad
(«civitas»), debe ésta suscitar el amor a la libertad, más que el temor al castigo o la
esperanza de recompensas. A los esclavos, que no a los hombre libres, a quienes se
les premia con la virtud» (Tratado político, cap. 10-8). ¿Qué decir, pues, de quienes
actúan mal aun a riesgo de vender su conciencia por dinero, por poseer siempre más,
siendo así que la felicidad está en todo lo contrario? El mismo Spinoza nos cuenta
y comenta lo siguiente: «En cierta ocasión nos dio Tales de Mileto la prueba de que
el sabio no es pobre por necesidad o escasa potencia, sino por propia voluntad y
118
Spinoza, ¿padre del ecologismo?
justamente por gozar más y mejor de la mayor riqueza del hombre: la sabiduría en la
virtud». Una vez le preguntó un amigo por qué se empeñaba en ser pobre y el sabio
de Mileto le contestó: «¿Quieres que adquiera yo también eso por lo que tanto te
afanas y que, entre otras mil posibilidades, me aproveche del hecho de que sé, como
aplicado astrólogo que soy? Yo sé muy bien que este año va a haber un cosechón de
aceitunas como hace muchos años no se ha visto, así que me pongo a arrendar a bajo
precio todas las prensas de las almazaras que encuentre por toda Grecia y cuando
venga la cosecha las iré cediendo en alquiler caro a los que las necesiten para ela
borar su aceite; y en un par de meses me habré hecho rico. Pero esa riqueza me va a
perturbar mi paz interior y por eso la voy a repartir entre los pobres. Y volviendo a
ser pobre, volveré a ser honrado y feliz». (Epistolario, en neerlandés — Brief-wiss-
leing. Al cuidado de F. Akkerman, Groninga, 1977, p. 293).
4o. Ya sabemos que en el derecho natural no hay más ley ni más orden que la
fuerza, la potencia. O sea, que todo el mundo tiene todos los derechos... que pueda;
pero en el derecho civil ha de haber un orden equitativo de mecanismos legales en
la infraestructura legal (como economía, justicia social, distribución del trabajo,
igualdad de remuneraciones), a ser posible actuando automáticamente, como actúan
los órganos de nuestro sistema vegetativo, dejando así la supraestructura libre a la
iniciativa útil y a la creación enriquecedora del espíritu y mejoradora de la calidad
de vida; en suma: propiciando lo útil de interés general para todos y preservando el
interés particular siempre que, como la libertad, no perjudique el particular interés
del semejante. Ser libre y hacer libre a los demás; vivir y dejar vivir, crear y hacer
creadores.
En cuanto a la superestructura intelectiva, intuitiva y gnóstica, baste transcribir el
título del capítulo XX del Tratado Teológico-Político para calar el talante democráti
co de su autor. «Donde se demuestra que en un Estado libre está permitido que cada
uno piense lo que quiera y diga lo que piense».
Por último, una conclusión que viene a cerrar la filosofía de Spinoza sobre el
Estado Civil y nos aboca a nuestra última recomendación spinoziana para el ecolo
gismo actual.
«Concluimos, pues, que el pacto no puede tener fuerza alguna sino en razón a la
utilidad y que, suprimida ésta, se suprime ipso facto el pacto que queda sin valor.
Por tanto, es necio pedir a alguien que no sea siempre fiel a su promesa si, al mismo
tiempo, no se procura conseguir que al que rompa el pacto contraído [«Le contract
social», que dirá Rousseau (1712-1778), a la vuelta de un siglo], le siga de ahí más
daño que utilidad». «Esta doctrina —prosigue Spinoza— debe aplicarse, sobre todo,
en el momento de organizar un Estado». ( Tratado Teológico Político, traducido
y anotado por Atilano Domínguez, Alianza editorial, Madrid, 1986, p. 336-337).
Pues por aquí nos da la mano Spinoza (¡qué largueza!) a nuestro ensayo El grito del
sentido común. De los automatismos a la libertad (Ediciones Libertarias/Prodhufi,
119
Francisco CARRASQUER
Madrid 1994, 300 pp.). Esta es, en definitiva, la organización social que puede
acabar con lo¡ desacatos y amenazas de muerte de toda la Ecumene por parte del
fatídico «Aprendiz de Brujo» de la tecnología inhumana (no toda, claro), volvien
a una ecología segura y fecunda, aunque, como remata Spinoza su Etica. «Todo o
excelente es tan difícil como peregrino». Por eso vale la pena.
120
DES CHOCS AUX FLUIDES, QUELQUES PARADIGMES
MÉCANICISTES DANS LA THÉORIE POLITIQUE DE
SPINOZA
EVELYNE GUILLEMEAU
121
Evelyne GUILLEMEAU
Selon Thomas Kuhn, le terme de paradigme signifie que dans l’usage normal
des connaissances scientifiques une communauté scientifique se reconnait á un
moment donné dans un modéle d ’explication qui s appliqué avec succés dans un
domaine de la réalité. Au moment ou Spinoza ecrit le Traite politique (1676-7),
la mécanique statique (théorie des équilibres) arrive á la perfection alors que la
cinématique (théories du mouvement local) atteint ses limites et que se profilent des
problémes de dynamique (théorie des forces)1. La mécanique triomphante est celle
dont les applications techniques propagent des modeles concrets de l’équilibre. Ces
études concretes concluent á l ’impossibilité du mouvement perpétuel. Autrement
dit, seul un équilibre de corps au repos se maintient indéfiniment. Sans partager les
présupposés épistémologiques discontinuistes de T. Kuhn, on peut reteñir l ’idée selon
122
Des chocs aux/Inicies, qiielques paracligmes mécanicistes dans la théorie politique
123
Evelyne GUILLEMEAU
j ’ai mis tous mes soins á les comprendre. Ainsi, j ’ai considéré les passions
humaines (...) non comme des vices de la nature mais comme des propriétés
qui lui appartiennent au méme titre que le chaud, le froid, le mauvais temps,
le tonnerre et d ’autres phénoménes appartiennent á la nature de l’atmosphére.
Méme lorsqu’ils sont facheux ils n ’en sont pas moins nécessaires et ont des
causes déterminées par l ’intermédiaire desquelles nous nous efforgons de
comprendre leur nature».3
3 Traité politique, Ch I, § 4, trad. P-F Moreau, París Réplique, pp. 13-14. Cité TP. Le Traité
théologico-politique cité TTP.
124
Des chocs aux Jluides, quelquesparadigmes mécanicistes dans la théorie politique ...
«La loi qui dépend de la nécessité de la nature est celle qui suit
nécessairement de la nature méme de la chose ou de sa définition. [...] Par
exemple: tous les corps, lorsqu’ils en heurtent d ’autres plus petits, perdent
autant de mouvement qu’ils en communiquent aux autres, c ’est la une loi
universelle qui suit de la nécessité de leur nature».5
4 ^ Daniel Parrochia, Sur quelques modeles scientifiques: «Un systéme philosophique, M. Guéroult
nous 1 a enseigné, posséde, a cóté de l’aspect purement Iogique (disons argumentatif et démonstratif)
de sa déduction, un aspect architectonique, formé par l’ensemble des procédés d’harmonisation des
tensions engendrées entre les différentes parties de l’ccuvre au fil de sa constitution. [...] Tenter de
fournir d’un systéme philosophique une explication véritablement rationnelle consisterait done, en
principe, a trouver un modéle, une «commune mesure» rendant compte des analogies et des symét’ries
de l’ensemble de l’ceuvre en leur associant une structure cohérente. Malheureusement cette visée
ne peut étre qu’un idéal régulateur et l’expérience montre que nous avons le plus souvent, pour un
systéme donné, une pluralité plus ou moins cohérente de modéles locaux, susceptibles d’étre associés
a telle ou telle de ses parties avec des degrés de pertinence variable. Par modéles scientifiques de la
métaphysique spinoziste, nous comprenons done des paradigmes inspirateurs, empruntés par Spinoza
au domaine de Sciences (essentiellement la mathématique, l’optique et la mécanique,) plus ou moins
consciemment utilisés par Iui et organisant quelques thérnes locaux auxquels on peut les relier sans étre
pour autant certain de leur compatibilité réciproque». art. cit. p. 48. C’est nous qui soulignons.
5 Traité théologico-politique, traduction Jacqueline Lagrée et P-F. Moreau Paris PUF 1999
p. 181.
6 Cf, Jacqueline Lagrée, «Le théme des deux livres de la nature et de l’Écriture», in Travaux et
Documents du Groupe de Recherches Spinozistes, n°. 4, Paris, 1992; pp. 11-40
125
Evelyne GUILLEMEAU
raouvement des corps qui peut étre compris par la méthode géométrique, mais
aussi les mouvements de la pensée comme les associations d idées qui sont des
mécanismes mnémoniques: «Ainsi encore, l’homme qui se souvient d une chose se
souvient aussitot d ’une autre semblable ou per?ue en méme temps»7 . Dans le méme
ordre d ’idées, le chapitre 16 du TTP commence l ’analyse du droit naturel par un
exemple qui identifie ce concept politique au modéle physique du rapport de forces:
«Par exemple les poissons sont déterminés par la nature á nager; les gros á manger
les petits.»8. Le nouveau concept de droit naturel, tel qu’il est utilisé par Hobbes et
Spinoza s’oppose a la fois au «naturalisme» ancien et aux conceptions theologiques
d ’un droit naturel spécifique á l ’homme en tant que seule créature spirituelle. Les
théologiens et les moralistes con£OÍvent l’action humaine dans la cité terrestre comme
un effet de la liberté métaphysique, le libre décret de Parné humaine se situant de hú
meme dans la finalité de la providence universelle. L’inefficacité pratique de cette
perspective justifie la conception mécaniste qui exclut le recours aux causes finales
pour ne considérer que les données mesurables et les enchaínements nécessaires,
done prévisibles. Le TP rappelle durement que le «tres pénétrant Machiavel» avait
dévoilé l ’étroitesse de Pintérét politique et montré pourquoi les moralistes armés des
meilleures intentions ne valent rien en pratique. Penser le politique c ’est vraiment
penser par gros temps, il faut des outils intellectuels aussi performants que ceux
des navigateurs qui partirent explorer des continents inconnus. Hobbes a forgé ses
concepts politiques sur fond de guerre civile.
En ce qui concerne la politique, tu as bien sur raison. Car elle est comme notre
physique, expérimentale: elle a été trop bien vérifiée par 1 expérience ces vingt
derniéres années9.
7 Ibidem.
8 Ibidem, p. 505.
9 Hobbes, OLIV, p. 287; Schaffer, p. 390-391.
126
Des cbocs aux¡luides, qiielquesparacligmes mécanicistes dans la théoriepolitique ...
«Nature (the art whereby God hath made and governs the world) is by the
art of man, as in many other things, so in this also imitated, that it can make
an artificial animal. For seeing life is but a motion of limbs, the beginning
w hereof is in some principal parí vvithin; why may we not say, that all
autómata (engines that move themselves by springs and vvheels as does a
watch) have an artificial life? For what is a heart but a spring; and the nerves,
127
Evelyne GUILLEMEAU
but so many strings, and the joints, but so many vvheels giving motion to the
whole body, such as was intended by the artificer?»101
128
Des chocs auxfluides, quelquesparacligmes mécanicistes dans la théoriepolitique
artificialiste en réalité. L’homme est cette matiére et il agit sur lui-méme par le
pacte. Chez Spinoza, la matiére ne se con?oit plus qu’á partir de l ’étendue et, sans
s’y réduire nécessairement, elle est avant tout la quantité, le quantifiable. Dans le
domaine politique, c est la population en tant que multitude qui correspond á cette
notion d ’une quantité déterminable par des rapports. On parle aussi des «masses»
au sens d ’un quantum de forcé déterminable par la forme des institutions. Aucun
peuple n'existe á l ’état de masse informe car entre les individus, identifiés par leur
corps, s ’établissent des rapports d ’échanges matériels et symboliques qui constituent
le corps social en tant que corps politique ou civitas dés lors qu’ils sont régis par des
régles juridiques.
Les influences exercées par les individus et les groupes au sein d ’une société, la
puissance d entraínement de certains par rapport á d ’autres, les résistances actives
ou passives, en un mot toutes les formes de puissance au sein d ’une société sont
des forces sociales. Par conséquent les chocs, la pression, la canalisation désignent
les heurts, les intimidations, les réglementations qui forment la vie politique d ’une
société. Par ailleurs, les corps sont solides ou fluides selon que l ’on considére les
personnes physiques ou les personnes morales qui sont des unions de corps. La
mécanique réduit le mouvement au déplacement local. Dans les repéres cartésiens
ce dernier est relatif á la situation des corps les uns par rapport aux autres. Comme
le dualisme empéche Descartes de penser l ’action humaine de maniére mécanique,
il s’abstient de formuler une théorie politique. Au contraire, le refus du dualisme,
tant chez Hobbes que chez Spinoza, permet de considérer les activités sociales
des individus comme des espéces de déplacements coordonnés á ceux des autres
individus. Hobbes réduit l ’individu á son conatus ou effort pour se maintenir, mais
chez lui cette notion reprend certains aspects de la notion d ’Ímpetus. Le contrat
qui institue la paix, c ’est-á-dire l ’équilibre des forces ne régle pas la question de
1 impulsión et de la direction d ’un ensemble de forces organisées dans un tout. Si
1 on se reporte á l’analogie emblématique du Léviathan, il semble que Pon ait plutót
affaire á des parties solides dont chacune est une forcé qui peut se dissocier des
autres. Ce qui s’explique parce que Hobbes a élaboré son propre concept de forcé
qu’il a étendu au domaine politique. Dans son étude sur la philosophie politique de
Hobbes, Raymond Polin note:
«Le concept de forcé forgé par Hobbes lui permet de décrire non seulement
les phénoménes statiques en termes de mouvements extrém em ent petits,
mais surtout d ’interpréter les phénoménes dynamiques de la méme fa 5on. Le
conatus exprime la forcé á l’état de puissance ou, comme Hobbes le dirá en
parlant d étre vivants á l ’état de tendance. Ainsi la résistance et la pression se
définissent comme l ’opposition entre deux conatus. La quantité du conatus,
c ’est-á-dire sa grandeur ou sa petitesse, est exprimée par Vimpetus, c ’est-á-
129
Evelyne GUILLEMEAU
dire par la vitesse du mouvement considéré en chacun des points du temps par
lesquels il a lieu».13
13 Raymon Polin, Politique et philosopliie chez Thomcis Hobbes, Paris, Vrin, 1977, pp. 55-56.
14 Spinoza, Principes de la Philosophie de Descartes, Deuxiéme partie, Définition IX, traduction
Appuhn, O. C I, Paris, G-F 1964, p. 281.
15 On avait redécouvert la mécanique d’Archiméde, comme en témoigne la publication á Leyde
en 1586 d’un livre intitulé L ’Art pondéraire ou de la statique.
130
Des cbocs auxfluides, quelquesparadigmes mécanicistes dans la théorie politique ...
fluide et continu dont la pression hydraulique et les oscillations sont des illustrations
plus aisément transférables dans le domaine politique.
131
E velyne GUILLEMEAU
132
Des chocs a u x fluides, quelquesparadigmes mécanicistes clans la théorie politique ...
16 L’oscillation considérée est considérée comme la projection sur un plan d’un mouvement de
rotation.
17 Christiaan Huygens, Horologium oscillatorium, traduction Jean Peyroux, París, Bergeret, 1980,
P -15.
18 Cf. p. 25.
133
E v ely n e GUILLEMEAU
L’adaptabilité de la nature humaine soulignée par Spinoza n ’est pas sans évoquer
la propriété remarquable de la eyeloíde:
134
Des chocs a u x fluides, quelquesparacligmes mécanicistes dans la théoriepolitique ...
3. APPLICATIONS DANS LE TP
Dans un État monarchique bien réglé Spinoza prévoit (TP, 1, 1) toutes sortes de
dispositifs pour rééquilibrer le pouvoir du monarque car le roi n ’est qu’une piéce
dépendante du systéme: «et nulle part que je sache on ne choisit un roi sans lui
imposer des conditions explicites». Sa fonction n ’est pas d ’impulser le mouvement
de l ’Etat mais de choisir entre les opinions venues du peuple (TP, 7, 5). N ’ayant
qu’une fonction d ’arbitre, il dépend de ses conseillers pour se faire son propre
jugement et jouer un role de pondération (le terme pondus a quatre occurrences). La
volonté de quantifier autant que faire se peut tous les rapports entre les différentes
piéces ou rouages du pouvoir renforce l ’hypothése d ’un paradigme mécaniste sous-
jacent. Par exemple un mínimum de «voix» de la vox populi est fixé, en dessous
de cent voix le roi ne doit pas faire valoir une opinión. Le nombre de conseillers,
la durée de leur charge, leur age, le nombre de nobles proportionnel au nombre de
citoyens. On pourrait analyser ce systéme en terme d ’équilibre statique, de poids et
de contrepoids produisant un équilibre stable. Mais Spinoza raisonne en terme de
flux de population (renouvellement des hommes et des générations) et notamment en
terme de flux migratoires. II prévoit en effet des mesures pour intégrer les étrangers
dans le corps politique d ’une monarchie (á noter que ce dispositif n ’a aucune raison
d ’étre dans une aristocratie oü la citoyenneté est confisquée par l’aristocratie tout le
reste de la population étant réduite au statut d ’habitant). Tout comme le commerce,
la libre circulation des hommes est un facteur de paix á condition que des institutions
régulent ces mouvements spontanés. Une société sainé est une société relativement
ouverte et fluide qui peut modifier ses composants comme tout corps complexe á
condition de conserver un méme rapport de repos et de mouvement entre ses parties.
L’Etat doit done conserver un méme rapport entre ses différents corps constitués,
ses instances administratives, ses ordres ou classes sociales etc. La population est
une quantité variable qui se répartit dans des fonctions prévue par les institutions
qui peuvent aussi s’adapter aux changements historiques. (Histoire de l ’Aragon).
Quelques principes de régulation démographique font des apport allogénes un
moyen pour remédier á certaines tendances sociales qui ralentissent les mouvements
d ’échange au sein de la société: l ’élitisme, la cooptation, le népotisme. L’antidote au
ralentissement, au rétrécissement et á la stagnation sociale consisterait á attribuer la
citoyenneté á des étrangers acceptant des conditions particuliéres. Devenir membre
d ’un État est un droit qui s ’achéte:
«II leur sera permis d ’acheter [...] le droit de cité en versant une somme
fixée. lis seront alors inscrits au registre [d’une] famille. Méme si par avidité,
135
E v ely n e GUILLEMEAU
[ils] admettent un étranger parmi leurs concitoyens pour une somme inférieure
au prix fixé, il n ’en peut résulter aucun dommage pour l ’État. Au contraire, on
doit chercher les moyens d ’accroitre plus aisément le nombre des citoyens et
d ’assurer un grand afflux d ’hommes».21
136
Des chocs auxfluides, quelquesparacligmes mécanicistes dans la théoriepolitique ...
hautes fonctions de l ’État. Le renouvellement des élites dans l ’aristocratie tel que le
préconise le TP est assez comparable au renouvellement du peuple dans la monarchie
par la naturalisation des étrangers. Le lemme 4 de E, p2, 1323 est á nouveau vérifié.
Le probléme qui se pose est bien celui du resserrement du pouvoir lorsqu’une caste
confisque les postes de commande et bloque le jeu. L’équilibre dynamique est détruit,
mais l ’équilibre statique qui le remplace est alors tres fragüe car la situation de fait,
l’immobilité du pouvoir, s ’oppose aux institutions qui reposent sur l ’élection au
mérite, done sur la mobilité des honneurs. Le pire serait de renoncer aux institutions
en légalisant le népotisme, car ce serait empécher le jeu des contrepoids naturels,
tels l ’ambition. De méme il faut éviter toute mesure discriminatoire officielle qui
produirait des réactions de révolte. In fine, Spinoza, propose d ’élargir la base de
recrutement des élites et de faire confiance au peuple en laissant au plus grand
nombre l ’espoir d ’étre élu citoyen un jour:
«En fait pourvu que nulle disposition expresse ne leur réserve [le droit pour
les patriciens] et n’en exclut les autres (ceux qui bien entendu sont nés dans
l ’État, qui parlent la langue nationale, qui n ’ont pas épousé une étrangére,
qui ne sont frappés ni d ’infamie, ni au Service d ’autrui, et ne gagnent pas non
plus leur vie par un travail servile; parmi ces éligibles il faut compter méme
les marchands de vin et de biére) la forme de l’État se conservera et on pourra
maintenir le rapport entre patricien et multitude».24
Cependant, 1’aristocratie reste le plus absolu des régimes parce que jamais la
souveraineté ne retourne au peuple. Or, á l’exception des tyrannies, c ’est en cela
l’État le plus instable. En effet, la multitude ne se résigne pas facilement á étre
totalement évincée des affaires de la cité car il est dans la nature des individus de
ne pas se laisser diriger de bon gré par une volonté étrangére. L’organisation du
corps politique doit done étre calculée selon un rapport aussi constant et stable que
possible. Le chapitre 8 du TP propose une analyse quantitative de ce rapport entre
les forces sociales (celles des individus, des familles, des castes etc.). Pour que l ’État
reste gouvernable, le rapport entre le nombre de patriciens et la population totale
ne doit jamais étre supérieur á un pour cinquante. En outre, pour qu’une assemblée
dirigeante dépasse les intéréts particuliers d ’une famille et qu’elle rassemble vraiment
une élite politique, il faut qu’elle compte au moins une centaine de membres de
23 E 2p, 13,1 4. «Si d’un corps, autrement dit d’un Individu, composé de plusieurs corps, certains
corps se séparent, et qu’en méme temps d’autres corps de méme nature et en nombre égal viennent
prendre leur place, l’Individu gardera sa nature d’avant, sans changement de formes». Ethique,
traduction B.Pautrat, Paris, Seuil, 1999.
24 TP, ch. 8, §14, op. cit. p. 125.
137
E v ely n e GUILLEMEAU
valeur. Si l ’on admet que sur une centaine d ’hommes il n ’y a en moyenne que
trois pour cent d ’hommes d ’élite, pour obtenir au moins une centaine de dirigeants
efficaces il faut prendre une base beaucoup plus large. Done il faut un patriciat d ’au
moins cinq mille membres pour espérer trouver une centaines de dirigeants valables.
Toute tentative pour diminuer le nombre de patriciens sera considérée comme un
crime de lése-majesté. Un corps de syndics élus á vie sera chargé d ’empécher la
diminution du patriciat. Quant au pouvoir exécutif issu de l ’assemblée souveraine,
il sera constitué de quatre cents sénateurs élus pour un an, soit un douziéme des
patriciens selon le rapport minimal établi. Le Sénat sera divisé en sections avec
á leur tete un président et un vice-président élus qui assurent 1’intérim du Sénat
pour deux ou trois mois, et seront remplacés par leurs homologues d ’une autre
section et ainsi de suite. Le rythme de rotation est rapide, le pouvoir exécutif n’est
jamais arrété, il passe d ’un petit groupe á l ’autre. II faut un nombre de consuls
assez élevé pour éviter la corruption et «nécessairement chercher un juste milieu et
compenser le défaut du nombre par la briéveté du temps»25. On voit ici un exemple
de mécanisme compensatoire. Les aristocraties sont d ’anciennes démocraties dont
l ’équilibre naturel est menacé parce qu’elles ont restreint leur base politique et
qu’elles risquent de s’immobiliser et de bloquer des forces qui doivent de toute faqon
se manifester. Les remedes décrits au chapitre 8 jouent un role équivalent á celui des
lamelles et des poids décrits dans la construction de l ’horloge marine: de méme
que l ’on peut jouer sur les masses et les longueurs pour régulariser le mouvement
d ’oscillation pendulaire, on peut jouer sur le nombre d ’élus et le temps des mandats
dans un régime politique fonctionnant sur l ’élection restreinte. L’analogie avec le
mouvement pendulaire se justifie par la forme périodique des mouvements, les
vagues successives de sénateurs, de consuls, avec les jeux habituéis du pouvoir, ne
sont pas sans rappeler le va-et-vient du pendule. Une démocratie moderne serait une
aristocratie généralisée dans laquelle le peuple souverain deviendrait le vivier de
1’élite politique, en d ’autres termes une démocratie représentative. Les mécanismes
d ’alternance des majorités sont devenues la régle des sociétés contemporaines et
l ’espoir d ’accéder au pouvoir «á son tour» n ’est-il pas un solide garant de l ’unité et
de la cohésion nationale? Les questions actuelles des taux de représentativité, des
quotas, de la parité hommes-femmes ne reposent-elles pas sur un présupposé proche
de l’analyse spinozienne?
25 TP, ch. 8, §35: «Horum autem numerum determinare non itá accuraté possum.[...] Sed quoniam
contra hi Cónsules ideó creantur, quia magna Concilia publicis negotiis quotidie vacare neqeunt,
médium necessarió híc quaerendum est, et defectus numeri temporis brevitate supplendus». Op. cit,
pp. 333-334;
138
Des chocs aux fluides, quelquesparadigmes mécanicistes dans la théorie politique ...
4. CONCLUSION
139
SPINOZA LETTORE E INTERPRETE DELLA FISICA DI
DESCARTES.
DAI P R I N C I P I A P H I L O S O P H I A E C A R T E S I A N A E AL
TRATTATO SUI CORPI DELL ’E T H I C A
CRISTINA SANTINELLI
Universita di Urbino, Italia
141
C ristina SANTINELLI
2 Di fronte e come agli antipodi della lettura spinoziana matura il pensiero delle causes qui
donnent occasion, che si costituisce come esaltazione della trascendenza divina, affermazione della
contingenza creaturale, rifiuto dell’identificazione di causa e rntio, ossia, complessivamente, come
celebrazione della natura inaccessibile e misteriosa della potentia Dei, al cui arbitrio é sospesa
l’esistenza creaturale. Scrive A. G eulincx: «Pendet igitur humana condicio mea non a natura aliqua
seu necessitate, sed ab arbitrio, non meo, ut clarissime vidi, sed alterius, utique Dei» (Metaphysica
vera, I. Autologia, Duodécima Scientia, in I d., Opera philosophica, recognovit J. P. N. L and, 3 voll.,
M. Nijhoff, Hagae Comitum 1892, vol. II, p. 156).
3 B. R ousset, Spinoza, lecteur des Objections de Gassendi á Descartes: La «métaphysique»,
«Les Archives de Philosophie», LVII, 1994, n.° 3 (numero monográfico dedicato a Spinoza, Épicure,
Gassendi), pp. 485-502; Id., Spinoza, lecteur des Objections faites aux Méditations de Descartes et de
ses Réponses, Éditions Kimé, París 1996; Les apports du conatus hobbien et du conatus spinoziste, in
«L’Enseignement philosophique», mars-avril 1992, pp. 21-29; rist. col titolo «Histoire d ’un météore».
Le conatus selon ses diverses dimensions, in I d., Geulincx entre Descartes et Spinoza, Vrin, París 1999,
pp. 189-199.
4 In Opera, ed. critica a cura di C. G ebhardt, Cari Winters Universitaetsbuchhandlung,
Heidelberg s. a. [1925], 4 voll., rist. 1972 (d’ora in poi indicata con la sigla G, seguita dal volume,
dalla pagina e, ove occorra, dal rigo), vol. I, p. 129, 19. Utilizzeremo inoltre la sigla PP per indicare i
142
Spinoza lettore e interprete clella Física di Descartes
Principia philosophiae di Descartes e PPC per Renati Des Caries Principiorum Philosophiae pars I et
II, more geométrico demonstratae di Spinoza.
5 L écrivain parla di una doppia motivazione deH’impresa spinoziana, pedagógica ed
epistemológica (di chiarezza e di rigore) che ne fa un’opera «esemplare» (Spinoza et la physique
cartésienne. La partie II des Principia, cit., p. 153) e di un tríplice obbiettivo perseguito nei confronti
del testo cartesiano: conferirgli coerenza, completezza e sistematicitá (ibid., p. 184).
6 «Ex qua definitione, non difficile demonstratu esse putat, Voluntatem ab intellectu non
distinguí» (G, I, 132, 17-18).
7 «[...] affirmare et negare nihil praeter ideas esse» (Ibid., 20).
8 «Sed statuat, eodem modo, quo Extensio nullis limitibus determinata est, Cogitationem etiam
nullis limitibus determinari; adeoque, quemadmodum Corpus humanum non est absolute, sed tanturn
certo modo secundum leges naturae extensae per motum et quietem determinata extensio, sic etiam
Mentem sive Animam humanam non esse absolute, sed tanturn secundum leges naturae cogitantis per
ideas certo modo determinatam cogitationem, quae necessario dari concluditur, ubi Corpus humanum
existere incipit» (ibid., 132, 10-17).
9 «[...] ex Cartesii mente tanturn dici, quod aliquibus in locis reperitur, nempe hoc aut illud
captum humanum superare» (ibid., 132, 26-27).
10 Ibid., 133, 3-4.
11 «Splendidissimum illud saeculi nostri jubar Renatus Des Cartes», cosí si esprime Meyer nella
Praefatio ai PPC (G, I, 128, 25-26).
143
C ristina SANTINELLI
Spinoza orienta cosí la sua attenzione sulla portata di veritá o perfezione (ma
si potrebbe dire anche realtá o potenza) delle singóle idee, e ne fa il criterio guida
12 G. Saccaro D el B uffa, Alie origini del panteísmo. Genesi dell’Ethica di Spinoza e delle
sue forme di argomentazione, F. Angelí, Milano 2004, p. 25. Anche A. M atheron ha insistito sulla
progressiva acquisizione di «purezza intuitiva» che rivelano i progressivi rifacimenti delle Proposizioni
che aprono Ethica I, nei quali Spinoza é impegnato nei primi anni ’60: «Et ce qui rend possible ce
progrés, c’est le recours de plus en plus explicite á ce qui était sans doute des le début, souterrainement,
le principe fondamental du spinozisme [...] le principe de 1'intelligibilité intégrale de tout le réel»
(.Physique et ontologie chez Spinoza: l ’énigmatique réponse á Tschirnhaus, «Cahiers Spinoza», n. 6,
1991, Éditions Réplique, París 1991, p. 88; cfr. anche I d., L’anée 1663 et l ’identité spinoziste de l’étre
et de la puissance: hypothése sur un cheminement, in Aa.Vv., La recta ratio. Criticiste et spinoziste?
Mélanges en l’honneur de Bernard Rousset, textes réunis par L. B ove, Presses de l’Université de Paris-
Sorbonne, París 1999, pp. 172-189).
13 Nella Praefatio (G, I, 129, 8-12) M eyer ripropone l’espressione lector repugnans ac pertinax,
utilizzata da Descartes nelle Radones che chiudono le Secundae Responsiones.
14 D escartes, Meditationes, Secundae Responsiones (in Oeuvres, éd. par Ch. A dam e P. T annery,
[1887-1913]; nuova edizione rivista e commentata da B. R ochot e P. C ostabel, 12 voll., Vrin, París
1964-1974, 1 9 8 6 r-d ’ora in poi AT - , vol. VII, p. 156, 21-26).
15 «Nam, quod id spectat, quod formam veri constituit, certum est, cogitationem veram a falsa
non tantum per denominationem extrinsecam, sed máxime per intrinsecam distinguí. [...] Quare forma
verae cogitationis in eadem ipsa cogitatione sine relatione ad alias debet esse sita\ nec objectum
tanquam causam agnoscit, sed ab ipsa intellectus potentia, et natura pendere debet» (Tractatus de
intellectus emendatione; G, II, 26,15-17 e 26, 35-27,3, corsivo nostro).
144
Spinoza lettore e interprete della Física di Descartes
della propria lettura. L’esito della strategia metodológica che egli mette in atto é un
tácito, ma sensibile orientamento immanentista impresso ai fondamenti del pensiero
cartesiano, nei quale le categorie della potenza e della continuitá si impongono per
forza propria, come esito necessario di una lettura rigorosa e conseguente.
Categorie opposte a quelle che negli stessi anni, come sopra si é detto, emergono
dal confronto con i fundamenta del pensiero di Descartes istituito da un’altra
tipología di lettori, mossi da intenti diversi. Lettori ammirati e «devoti», impegnati
nella diffusione della dottrina del m aestro1617. Da Clauberg fino a M alebranche,
gli «occasionalisti» riflettono sugli stessi temi cruciali che Spinoza sottopone a
chiarimento — la natura del movimento, la creazione continua, 1’infinito, le forme
della causalitá, la questione antropológica. Anche essi lavorano ad approfondirli
e risolverne le ambivalenze, ma nei segno della massima valorizzazione dell’idea
di trascendenza, elaborando un pensiero della radicale dipendenza da Dio della
creatura. Nella loro lettura Dio diviene progressivamente 1’única «vera» causa,
trattenendo in sé l ’efficienza, l ’azione, la potenza, m entre il «mondo creato»,
assolutamente contingente, é sospeso all’arbitrio e alia imperscrutabile volontá
dell’Onnipotente.
A tale esito —che vedrá il suo ápice nei teocentrismo di Malebranche e nella
sua teoría della «invisibilitá dei corpi»— conduce una riflessione che prende avvio
dalla considerazione di precisi concetti del pensiero cartesiano, tutti legati ai due
capisaldi teorici della creazione continua e della conservazione della quantitá di
movimento: la natura discontinua del tempo, passiva della extensio e modale del
m oto'7. Proprio nei confronti di questi specifici punti teorici la strategia messa in atto
da Spinoza nei Principia si rivela particolarmente efficace e corrosiva. Cercheremo
di mostrarlo, soffermandoci su alcuni luoghi o passaggi del testo che ci sono sembrati
particolarmente significativi.
* * *
16 H. G ouhier insiste sul carattere di «honnétes gens» e «bons chrétiens» dei primi occasionalisti
e ne sottolinea la profonda devozione al maestro Descartes {La vocation de Malebranche Vrin París
1926, p. 82).
17 Nei suo ampio ed articolato studio Laphysique métaphysique de Descartes (Puf, París 1999; ed.
orig. 1992), D. G arber si é soffermato sulle ambivalenze interpretative di alcuni concetti della física
e della metafísica cartesiana sulle quali si é innestato il pensiero occasionalista (cfr. in particolare il c.
IX, pp. 397-457); dello stesso autore si veda anche il breve contributo Descartes and Occasionalism,
in A a.Vv ., Causation in Early Modern Philosophy. Cartesianism, Occasionalism, and Preestablished
Harmony, ed. by S. N adler, The Pennsylvania State University Press, University Park, Pennsylvania
1993, pp. 9-26.
145
C ristina SANTINELLI
Sin dalle prime battute della sua esposizione, uno dei concetti che Spinoza
lavora a demolire é proprio quello della natura discontinua del tempo. Si tratta di
uno dei rari casi in cui Spinoza censura un concetto della metafísica cartesiana,
espungendolo totalmente dalla deduzione in quanto figmentum e praejudicium. I
luoghi significativi di questa radicale estromissione sono due.
Nell’Assioma 10 della prima Parte dell’opera, che enuncia l’identitá dell’azione
del causare ab initio e del conservare, Spinoza ripropone esattamente il corrispondente
Assioma 2 del testo cartesiano delle Radones, ma omette interamente il riferimento
alia discontinuitá del tempo con quale invece questo esordisce: «Tempus praesens
a proxime praecedenti non pendet —scrive Descartes ideoque non minor causa
requiritur ad rem conservandam, quam ad ipsam primum producendam» (AT, 165,
4-6). Spinoza riprende il testo a partiré da «Non minor causa...». Come é noto, in
questo assioma Descartes ripropone un passaggio della seconda prova dell’esistenza
di Dio della Terüa Meditado, nel quale invitava il lettore ad «attendere ad temporis
naturam», argomentando in proposito che il tempo della vita puó essere pensato
diviso in innumerevoli parti reciprocamente indipendenti («omne tempus vitae in
partes innúmeras dividi potest, quarum singulae a reliquis nullo modo dependent»)
e facendo di tale discontinuitá la premessa per reinterpretare la teoría scolastica
della identitá, in Dio, dell’azione creatrice e conservatrice: «Perspicuum enim est
attendenti ad temporis naturam, eadem plañe vi et actione opus esse ad rem quamlibet
singulis momentis quibus durat conservandam, qua opus esset ad eandem de novo
creandam, si nondum existeret; adeo ut conservationem sola ratione a creatione
differre, sit etiam unum ex iis quae lumine naturali manifesta sunt» (AT, VII, 48,
2 8 -4 9 , 11).
Nella nota esplicativa che segue l ’enunciato dell’Assioma, il testo spinoziano
propone una spiegazione alternativa del concetto per cui conservare e creare
esigono una causa di pari entitá. II richiamo a «prestare attenzione alia natura del
tempo» doveva risultare ormai del tutto inaccettabile a Spinoza che, nella primavera
del 1663, mentre i Principia erano alie stampe, scriveva all’amico M eyer che il
tempo e la misura sono modi imaginandi con i quali manipoliamo soggettivamente
le idee di durata e quantitá18. Sicché nella sua spiegazione d e ll’A ssiom a egli
sposta Tattenzione piuttosto su ll’alternativa tra l ’esistere «necessariam ente»
e l ’esistere «causato da altro», riferendola alia considerazione della natura del
pensiero, ovvero alia sola natura che, a questo punto della deduzione cartesiana,
si sa con certezza appartenere al soggetto meditante. Egli invita a considerare
che, poiché dal fatto che ora pensiamo non segue necessariamente che penseremo
anche in seguito, il «concetto» del pensiero («conceptus quem nostrae cogitationis
18 «Ex quibus clare videre est, Mensuram, Tempus et Numerum nihil esse praeter cogitandi, seu
potius imaginandi modos» (Epístola XII; G, IV, 57, 6-8, corsivo nostro).
146
Spinoza lettore e interprete della Física di Descartes
19 Facendo notare che nelle lettere a Clerselier (giugno o luglio 1646; AT, IV, 4 4 5 -4 4 7 ) e a
Mersenne (7 setiembre 1646; AT, IV, 499-501), da Spinoza stesso ricordate, Descartes propone una
soluzione al paradosso di Achille e la tartaruga prossima al calcólo infinitesimale, L écrivain sottolinea
la dicotomía tra Descartes «mathématicien privé», che manipola elementi di calcólo infinitesimale e
il Descartes «métaphysicien public», che afferma la indivisibilitá e discontinuitá degli istanti di tempo
per mantenere lo scarto irriducibile e non dominabilc concettualmente tra l’infinito e il finito e per
subordinare la teoría del movimento (la física) a una causa trascendentale {Spinoza et la physique
cartésienne. La parde 11 des Principia, cit., p. 141). Della «straordinaria abilitá» di Descartes nel
trattare questioni infinitesimali parla M. G aluzzi, La condnuitá: da proprietá ad attributo nella
matemática dal Settecento ad oggi, in A a .Vv., Atomismo e continuo nel XVII secolo, a cura di E. F esta
e R. G atto, Vivarium, Napoli 2000, p. 89.
20 Nel confutare un altro sofisma di Zenone («Si Corpus movetur aut movetur in loco, in quo
est, aut in quo non est... ecc», argomento che pare identificabile con quello della freccia riportato da
147
C ristina SANTINELLI
A ristotele in Pliysica, 239b 30 e presente in D iogene L aerzio, Vitae, IX, 72) Spinoza considera la
definizione di momentum: «si per temporis momentum, intelligat tale tempus, quo minus dari non
possit, rem non intelligibilem, ut satis ostensum est, rogare, ideoque responsione indignam: si vero
tempus eo sensu, quo supra explicui, sumit, id est, suo vero sensu, nunquam tam parvurn tempus
posse assignare, quo quamvis etiam vel indefinite brevius ponatur, non posset corpus locum occupare
et mutare, quod satis attendenti est manifestum» (G, I, 195, 19-26, corsivo nostro). Notiamo che
nei PPC Spinoza utilizza sempre il termine momentum e non ricorre mai a instans. Di tale assenza
R ousset registra e argomenta la significativitá («Histoire d’un météore», cit„ p. 197, n°. 1). Tuttavia
notiamo anche che nei PP cartesiani Instans (termine sul quale é fiorita una ricca letteratura critica)
ricorre 4 volte soltanto: una in PP, III, 63, dove, rinviando ad una accezione consolídala, Descartes
lo definisce mínimum temporis punctum (AT, VIII-1, 115,9); le altre 3 occorrenze si concentrano in
PP, II, 39, nel corso dell’esposizione della seconda legge di natura («quod ornnis motus ex se ipso sit
rectus»), dove Descartes ricorda che «nullus motus fit in instanti» (AT, VIII-1, 64, 2). Per indicare un
«tempo brevissimo» Descartes ricorre costantemente all’espressione temporis momentum («brevissimo
tempore, ac tanquam in momento», PP, III, 111; AT, VIII-1, 159, 14), della quale si contano invece 23
occorrenze (di cui solo 3 nella seconda Parte, negli art. 28, 29, 33). La scelta spinoziana di utilizzare
solo momentum (con 17 occorrenze, tutte concéntrate nella seconda Parte, di cui 8 nello Scolio della
Pr. 6, e 7 nelle Dimostrazioni della Pr. 8) costituisce un esempio del rigore lessicale attraverso il quale
egli conferisce coerenza al testo cartesiano recependo Tassimilabilitá dei due termini. Infatti, come ha
rilevato J. W ahl, la meccanica cartesiana richiede che il tempo sia divisibile all’infinito e l’«istante»,
inteso come ‘atomo’ temporale, é per Descartes solo un concetto «limite» (Du role de l instant dans la
philosophie de Descartes Vrin, París 1953, pp. 23 e 25). Ma é proprio il ricorso a tale «limite» di natura
evidentemente immaginativa che Spinoza stigmatizza.
21 In quanto res extensa il corpo é per definizione sempre divisibile (cfr. le Radones alia fine delle
Secundae Responsiones di Descartes: «in natura Corporis, sive rei extensae, continetur divisibilitas»,
AT, VII, 163,15-16). C’é dunque contraddizione lógica tra «essere corpo» ed «essere indivisibile», cfr.
anche la lettera di Descartes a Mersenne del 28 ottobre 1640 (AT, III, 213-214).
148
Spinoza lettore e interprete della Física di Descartes
percipit esse verum, sed tamen quo pacto fíat, non comprehendit»22. Nel riprendere
gli articoli 33 e 34 della seconda Parte dei Principia cartesiani, dove Descartes
introduce il concetto dell indefinita «reale» divisione della materia, Spinoza per
un verso elabora una dimostrazione che introduce, o piuttosto anticipa, il concetto
di «gradi di velocitá» alio scopo di conferiré la massima consequenzialitá lógica al
testo cartesiano23, per l ’altro omette totalmente il riferimento cartesiano alia natura
incomprensibile delle particulae risultanti da tale divisione. Con questa omissione
Spinoza respinge, implicitamente, un altro concetto cartesiano fondante la alteritá
radicale tra Dio e la creatura: la distinzione tra «infinito» e «indefinito»24. La
22 PP, II, 34 (AT, VIII-1, 59, 27-29), corsivo nostro. Nel successivo art. 35 si legge ancora
che Tindefinita divisione della materia é «indubitabile» pur senza essere comprensibile: «quia clare
percipimus illam necessario sequi ex natura materiae nobis evidentissime cognita, percepimusque
etiam eam esse de genere eorum quae a mente nostra, utpote finita, capi non possunt» (AT, 60, 26-29,
corsivo nostro). Descartes ricorre qui alio stesso accostamento di «intellezione» (perci’pere verum
equivale a intelligere) e «incomprensibilita» che gli consente di affermare la natura «chiara e distinta»
dell’idea di Dio insieme alia «incomprensibilita» per noi della sua natura (cfr. Primae Responsiones,
AT, VII, 113-114). Accostamento fermamente respinto da Spinoza, come Meyer precisa introducendo i
PPC (G, 1,132,16-17).Cfr. supra, n°. 9.
23 In PP II, 33 e 34 Descartes spiega come «in ogni movimento si muova assieme un intero
circolo di corpi» esaminando due casi: il «circolo perfetto» (dove i circoli di corpi si muovono
concéntricamente) e il «circolo imperfetto», dove le ineguaglianze spaziali che la materia deve superare
sono compénsate dalle ineguali velocitá dei moti delle particelle. Spinoza - riprendendo nella Pr.
10 di PPC II questi luoghi cartesiani - introduce il concetto di «gradi di velocitá»: spazi ineguali
comportano velocitá ineguali e poiché siamo in grado di concepire col pensiero spazi sempre piü
piccoli, dunque un numero indefinito di ineguaglianze, concepiremo un numero indefinito di gradi di
velocitá («Corpus fluidum, quod per canalem ABC movetur, accipit indefinitos gradus celeritatis»; G,
I, 199,14-15)., ció comporta che la materia che fluisce nel condotto acquistando indefiniti gradi di
velocitá abbia un numero indefinito di particelle, come recita la successiva Pr. 11: «In materia, quae per
canalem ABC fluit, datur divisio in partículas indefinitas. D emonstratio: Materia, quae per canalem
ABC fluit, acquirit simul indefinitos gradus celeritatis (per Prop. 10. hujus), ergo (per Ax 16 ) habet
indefinitas partes revera divisas» (G, 1 ,199, 25-200,56). Gli indefiniti «gradi di velocitá» costituiscono
l’immediato presupposto per introdurre la divisione della materia in particelle «indefinite» di numero,
per questo lá dove Descartes si era limitato a parlare di «inaequalis motuum celeritas» (AT, VIII-1,
59, 8-9), Spinoza rende invece esplicito il riferimento ad essi racchiuso nel richiamo cartesiano agli
innumerevoli spazi da riempire («omnia spatia innumeris gradibus minora», AT, VIII-1, 60, 4-5),
anticipando a questo punto della deduzione l’espressione che Descartes introdurrá piü avanti: di «gradi
di velocitá» infatti egli parla nel contesto della esposizione delle leggi sulTurto dei corpi (PP II 48-
AT, VIII-1, 68, 16- art. 51, ibid., 69, 79; art. 52; ibid., 70, 7). Diversamente da Descartes, Spinoza non
accenna mínimamente al fatto che tali particulae risultino incomprehensibiles (PP, II, 34; AT, 59, 30-
31, titoletto a margine) e che la divisibilitá all’infinito, pur derivando evidentemente dalla natura della
materia non possa essere compresa dalla nostra mente (cfr. PP, II, 35; AT, VIII-1,60, 23-29).
24 Cfr. PP, I, 26. Si tratta, come nel caso di altri luoghi che abbiamo voluto sottolineare in questo
lavoro, di un rifiuto tácito, inespresso, che anche questa volta convive con la fedeltá al testo cartesiano.
Spinoza infatti colloca Vindefinitum tra le Definizioni, conferendogli cosí un risalto proporzionato
all’importanza di cui esso effettivamente gode nella dottrina cartesiana: «Indefinitum est id, cujus fines
(si quos habet) ab humano intellectu investigan nequeunt» (PPC, II, Def. 4; G, I, 181, 17-18).
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C ristina SANTINELLI
divisibilitá reale della materia non puó essere impiegata, nel corso di una deduzione
‘razionale’ (ovvero costruita esclusivamente attraverso le idee «chiare e distinte»)
unita al giudizio di incomprensibilitá, per questo Spinoza la afferma — nella fedeltá
al testo cartesiano— ma omette il giudizio che l ’accompagna. L’intento di tale
omissione non é, questa volta, una censura silente, bensi il conferimento di forza e
coerenza al ‘ragionamento’ di cui si fa interprete e divulgatore. Attraverso l’impronta
chiarificatrice qui im pressa al testo cartesiano Spinoza ne risolve esitazioni
e reticenze, conferendo un deciso risalto ai concetti di infinita e continuitá25. Si
tratta infatti di un ‘lettore’ che ha maturato la convinzione che la discontinuitá, la
frammentarietá e la divisione siano solo idee «mutile», forme dell’immaginazione.
Se torniamo alia prima Parte del testo, alia Pr. 12, che afferma il concetto della
conservazione di tutte le cose da parte di Dio («Omnia quae existunt, a sola vi Dei
conservantur»), possiamo notare ancora un significativo spostamento di accenti a
lungo preparato attraverso una spiegazione della Pr. 7 («Dei existentia demonstratur
etiam ex eo, quod nos ipsi habentes ejus ideam existamus») alternativa a quella
proposta da Descartes (Radones, AT, VII, 168, 2-3). Dopo aver enunciato, nel
corso dell’argomentazione della Pr. 7 che la forza con cui Dio si conserva é la sua
stessa essenza, qui Spinoza lascia intendere che l’azione conservatrice di Dio non
é reclamata dalla natura finita e contingente delle cose create, ma dalla propria
intrínseca perfezione. Se Dio —aveva argomentato nel Lemma 1 della Pr. 7 é
l ’ente che racchiude la massima perfezione o realtá, la sua esistenza é necessaria
(perfezione ed esistenza necessaria infatti «nullo modo separan queant», G, I,
164, 2(5-27); l’esistenza necessaria implica il conservarsi, il mantenersi ció che si
é (Lemma 2) e perció anche il crearsi (essendo assiomatico che «Non minor causa
requiritur ad rem conservandam, quam ad ipsam primum producendam» (G, I,
157, 20-21). É dunque tale natura di Dio ad escludere che qualunque altra cosa si
conservi da sé (altrimenti ci sarebbero piü dei, ossia piü enti perfetti, Pr. 12, Dem.),
egli perció conserva, e perció ha anche creato, ogni cosa esistente (Cor. 1, Dem.).
Dio, sembra suggerire Spinoza, non conserva le singóle cose perché la loro natura
finita esige il suo continuo sostentamento, ma perché la propria natura si esprime
come infinita potenza, che le conserva (conservando se stessa) e, proprio per questo,
é anche creatrice. Spinoza non snatura, né lo potrebbe, gli argomenti cartesiani,
ma imprime una decisa sterzata all’attenzione del lettore. L’ottica della potenza
si afferma su quella della debolezza e della finitezza. Vediamo cosí che su diversi
25 L écrivain, Spinoza et la physique cartésienne. La partie II des Principia, cit., p. 153. Senza
deformare, né tradire il discorso cartesiano, scrive Lécrivain, Spinoza ne ha «sensiblement infléchi le
sens»: ha messo in evidenza, in modo convincente, la necessitá e preminenza delle idee di infinita e
continuitá e consentito, insieme, di far presagire i limiti di una física che rimaneva assoggettata a una
«Science du nombre et de la mesure», escludendo dal suo dominio i metodi infinitesimali.
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Spinoza lettore e interprete clella Física di Descartes
26 «Sed puto Deum, ratione suae potentiae, ubique esse», scrive Descartes, e prosegue: «ratione
autem suae essentiae, nullam plañe habere relationem ad Iocum» (Lettera del 15 aprile 1649' AT V
343,16-18). ' ’ ’
27 Spinoza richiama il Corollario della Pr. 17 della I Parte: «Hiñe sequitur, Dei intelligentiam,
voluntatem, seu Decretum, et Potentiam, non distinguí, nisi ratione ab ejus essentia».
28 «Quamvis dicamus, Deum esse ubique, non ideo conceditur Deum esse extensum, hoc est
(per praec.), corporeum; nam esse ubique refertur ad solam potentiam Dei, et ejus concursum, quo
res omnes conservat: Adeo ut Dei, ubiquitas referatur non magis ad extensionem sive corpus, quam
ad angelos, et animas humanas. Sed notandum, quod, cum dicimus ipsius potentiam esse ubique, non
secludamus ipsius essentiam; nam, ubi ipsius potentia, ibi etiam est ipsius essentia (per Corol. Propos.
17. P. 1). Sed solum, ut corporeitatem secludamus, hoc est, Deum non aliqua potentia corpórea esse
ubique, sed potentia sive essentia divina, quae communis est ad conservandum extensionem, et tes
cogitantes (per Prop. 17. P. 1.), quas profecto conservare non potuisset, si ipsius potentia, hoc est,
essentia corpórea esset» (G, I, 188, 2-15, corsivo nostro).
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C ristina SANTINELLI
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Spinoza lettore e interprete della Física di Descartes
34 Principia philosophiae, III, 1 (AT, VIII-1, 40, 15-16). Piü avanti (ibid., 41, 5-7) Descartes
scrive ancora a proposito della res extensa', «ac etiam clare videre nobis videmur, ejus ideam a rebus
extra nos positis, quibus omnino similis est, advenire». A questa espressione, nella traduzione francese,
corrisponde «il nous semble [...] que 1 idée que nous en avons se forme en nous á l ’occasion des corps
au dehors, ausquels elle est entierement semblable» (AT, IX-1, 64). Ponendo a confronto le diverse
versioni dell’esistenza dei corpi formúlate da Descartes G arber ipotizza che egli sia giunto a eliminare
il riferimento a una facoltá attiva perché non nutriva piü la certezza che i corpi potessero essere causa
attiva delle sensazioni. L’utilizzo del termine occasion nelle Notae in programma (AT, VIII-2, 359),
testo coevo alia traduzione francese dei Principia, confermerebbe tale congettura (Descartes and
Occasionalism, cit., pp. 19 sgg.). Dal canto suo D. M. C larke sottolinea invece la presenza di un
lessico del «tendere» nei Principia cartesiani: accanto a conatus e conari, si registra una significativa
presenza del termine vis in espressioni come vis motus, vis agitationis, vis ad perseverandum in suo
motu, vis sive actio, vis ad agendum vel resistendum {The Concept o f Vis in Part 111 ofthe Principia, in
Aa.Vv., Descartes: Principia Philosophiae (1644-1994), Atti del Convegno, Parigi 5-6 maggio, Lecce,
10-12 novembre 1994, a cura di J.-R. A rmogathe e G. B elgiqioso, Vivarium, Napoli 1996, pp. 321-
153
C ristina SANTINELLI
alie nostre sensazioni e proprio la natura «chiara e distinta» della nostra percezione
esclude, come inutile e superfluo, il richiamo —a cui invece Descartes si era
appellato nella sua dimostrazione— ad altre ipotetiche cause di esse35.
La seconda parte della Pr. 21, che unisce alia affermazione della esistenza
della substantia extensa quella della nostra unione ad essa (G, I, 180, 3-12), puó
essere letta per un verso come desiderio di daré maggiore conseguenza lógica alia
illustrazione del sentiré, che nella esposizione cartesiana risulta articolato in due
momenti (la sensazione esterna, art. 1 e quella interna, art. 2), evidenziandone la
natura unitaria, per un altro verso come intenzione di enfatizzare il fatto che la
nostra identitá, all’inizio della deduzione affermata solo nel suo aspetto pensante,
consiste anche nella partecipazione alia substantia extensa. E mentre Descartes
parla di un «corpo» unito piü strettamente alia nostra mente «menti nostrae corpus
quoddam magis arete, quam reliqua alia corpora, conjunctum esse concludi potest»
(PP, II, 2; AT, V III-1 ,4 1 , 15-16), Spinoza parla piuttosto della nostra «unione a una
parte di materia», privilegiando l’espressione pars materiae all’equivalente termine
corpus: «clare video [...] me uni partí materiae arete esse unitum, et aliis non
item»36. Spinoza mostra come ancora una volta sia l ’ottica della totalitá a scandire
il suo argomentare: nel parlare del nostro corpo come pars dell única sostanza
estesa egli ne lascia intravvedere lo statuto di modo dell’unica sostanza considerata
sotto rattributo estensione che gli attribuira n eWEthica. Notiamo, infine, ancora un
fondamentale rovesciamento di prospettiva: nell’Articolo 2 del suo testo Descartes
aveva mostrato come sia la natura involontaria e improvvisa della sensazione interna
a suscitare l’idea che la nostra mente sia unita a qualcosa di estraneo a sé. Spinoza
scrive invece che é a partiré dall’intellezione della nostra «unione» a una parte di
materia, dunque dalla comprensione della nostra identitá, costituita dall’unione
di mente e corpo, che possiamo comprendere la differenza tra sensazioni interne ed
154
Spinoza lettore e interprete della Física di Descartes
esteme. «Hujus autem differentiae causam clare video me non posse percipere, nisi
prius intelligam, me uni partí materiae arete esse unitum, et aliis non item. Quod
cum clare, et distincte, intelligam, nec ullo alio modo a me percipi possit: verum est
(per Propos. 14. cum Scholio), me uni materiae parti unitum esse» (G, I, 180, 6-11,
corsivo nostro).
In sintesi, Spinoza anticipa alia prima Parte del testo, cioé all’esposizione della
«metafísica», alia considerazione della natura di Dio e della sua relazione alie
cose, la dimostrazione della realtá della materia, della sua efficacia e della nostra
‘appartenenza’ ad essa. L ’extensio, considerata non solo nella sua essenza, ma nella
sua esistenza, si trova cosí a gravitare verso i fundamenta metafisici della naturalis
philosophia.
In margine alie riflessioni svolte possiamo ancora notare che l’espressione pars
materiae, a cui qui Spinoza ha fatto ricorso, trova una precisa defínizione nella
prima delle Notae esplicative che seguono la defínizione di motus localis (Def.
8 della Parte II)37. Dal testo cartesiano, scrive Spinoza, é ricavabile che con pars
materiae si debba intendere «id omne, quod simul transfertur, etsi rursus id ipsum
constare possit ex multis partibus» (G, I, 182, 3-4). Una anticipazione imperfetta
e remota della defínizione di «individuo» che comparirá nel «trattatello» di física
dell Ethical Se 1 ipotesi é forse troppo audace (e la presenza stessa del termine pars
indica comunque l ’acerbitá della riflessione spinoziana), sembra tuttavia plausibile
mtravvedere in questa defínizione, e nel bisogno che Spinoza ha sentito di inserirla,
l ’esigenza di individuare nel meccanicismo cartesiano nozioni capaci di superare
le difficoltá poste dalla nozione dell'indefinita extensio in relazione alia questione
di daré ragione dell individualitá corpórea38. La stessa esigenza di trovare all’interno
del paradigma m eccanicistico una modalitá di defínizione d ell’individuo, e in
paiticolare della realtá dell organismo, é presente nella contemporánea riflessione
dell occasionalista Cordemoy, che tenterá di fare chiarezza nella nozione cartesiana
di corpo attraverso il recupero dell'atomismo, elaborando le nozioni di «materia
prima», «seconda» e «terza», con le quali spiegare attraverso la «composizione»
la varietá dei corpi e la complessitá degli organismi. Notiamo allora la significativa
distanza il dinamismo implicato nella defínizione spinoziana di pars materiae (o
«corpo»), che ne affida 1’identitá al simul trasferre, ossia a una particolare ratio
37 Spinoza riprende alia lettera la defínizione cartesiana enunciata in PP, II, 25 (AT, VIII-1, 53,
26-29).
38 É noto quanto la critica abbia ripetutamente sottolineato l’esigenza organicista e vitalista che
percorre il meccanicismo spinoziano. Ricordando come Spinoza abbia sovrapposto al meccanicismo
la spontaneita, R ivaud individua nella riflessione di Boyle, nella sua concezione del vívente come ente
«composto» al piü alto grado, la possibile fonte del concetto di «individuo» formulato nelVEtílica (art
cit., pp. 49-50, 54-55).
155
C ristina SANTINELLI
39 Cordemoy propone innanzitutto la distinzione tra «corpo» (sostanza estesa, dotata di figura,
impenetrabilitá, luogo e soggetta al moto) e «materia» (intesa come insieme di corpi, ognuno «parte»
di essa), respingendo dunque il concetto cartesiano della divisibilitá all’infinito; definisce quindi la
«materia prima» come «assemblaggio di corpi» o «porzione», la «materia seconda» come «assemblaggio
di piü porzioni della stessa natura» e «materia terza» come assemblaggio di assemblaggi di porzioni
(Six Discours, I, ed. cit., pp. 95-96, 104-105). Sia Cordemoy che Spinoza, accantonato il concetto
aristotélico di «forma», fanno della complessitá la ragion d’essere della diversitá tra le individualita
fisiche, ma mentre Cordemoy, ripristinato il concetto di «atomo» (identificato col «corpo»), la interpreta
come somma o assemblaggio di corpi e di porzioni di corpi, Spinoza, rifiutando l’atomismo, la spiega
come «proporzione» di moto (e quiete), ossia come comunicazione del moto certa quadam ratione
(Ethica, II, Def.; G, II, 100, 2). A proposito di tale spiegazione H. Joñas significativamente ha scritto:
«for the first time in modern speculation an organic individual is viewed as a fact of wholeness rather
than of mechanical interplay of parts. The essence of organic being seen, not in the functioning of a
machine as a closed system, but in the sustained sequence of States of a unified plurality, vvith only
the form of its unión enduring while the parts come and go» (Spinoza and the Theory of Organism,
«Journal of the History of Philosophy», III, 1965, p. 50).
40 Cfr. supra, n°. 29. Nelle sue Notae breves in Renati Des Cortes Principia Philosophiae, J.
Clauberg commenta cosí l’art. 36 di PP, II: «Quantum ad corpora, in iis nulla concipi debet movendi
virtus, quam Deus ipsis tribuat et postea conservet atque applicet. Sed tota eorum vis in hoc uno
consistit, quod motum sibi a principio inditum habeant, ejusque virtute agant quicquid agant, nihil ex
se ipsis ad motus quos habent contribuendo» (in Opera omnia pliilosophica, Amsterdam 1691, rist.
anastatica G. Olms, Hildesheim 1968, 2 voll., vol. I, p. 522).
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Spinoza lettore e interprete clella Física di Descartes
41 Spinoza ripete alia lettera il testo cartesiano (AT, VIII-1,61, 1-6), solo sostituendo universalis
con generalis.
42 Se per Descartes «manifestum videtur» che la causa generale del moto é Dio in quanto
creatore («qui materiam simul cum motu et quiete in principio creavit»), Spinoza invece scrive: «cum
nihil sit admittendum [...] nisi quod clare, et distincte percipimus, nullamque aliam causam praeter
Deurn (materiae scilicet creatorem) clare, et distincte intelligamus, manifesté apparet, nullam aliam
causam generalem praeter Deurn esse admittendam. Quod autem hic de motu dicimus, etiam de quiete
intelligendum venit». (G, I, 200, 13-17).
43 La perfezione di Dio -scrive Descartes- comporta che egli sia immutabilis e che «etiam quod
modo quam máxime constanti et immutabili operetur» (AT, VIII-1, 61, 23-24). Dio conserva «totam
materiam eodem plañe modo eademque ratione qua prius creavit» (AT, VIII-1, 62, 2-41).
44 Pr. 12: «Omnia quae existunt, a sola vi Dei conservantur»; Pr. 20: «Deus omnia ab aeterno
praeordinavit».
45 L écrivain rileva tale spostamento di accenti: «La validité du principe d’inertie n’est assujettie
á aucune hypothése proprement cartésienne», esso «peut done étre légitimement considéré comme un
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C ristina SANTINELLI
axiome ou une notion commune a travers lequelle s’exprime la puissance méme de Dieu» (Spinoza et
la physique cartésienne. La partie 11 des Principia, cit., pp. 158-159).
46 Pr. 15: «Omne corpus motum ex se ipso tendit, ut secundum lineam rectam, non vero cuivam
pergat moveri»; cfr. PP, II, 39. .
47 «Causa hujus regulae eadem est quae praecedentis, nempe immutabilitas et simpucitas
operationis, per quam Deus motum in materia conservat» {PP, II, 39; AT, VIII-1, 63, 26-29).
48 Cfr. supra, n°. 36.
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Spinoza lettore e interprete della Física di Descartes
49 «Materia enim quiescens, quantum in se est, in sua quiete perseverabit, nec ad motum
concitabitur, nisi a causa potentiori externa» (Epístola LXXXI; G, IV, 332, 18-20). Come Pascal,
Spinoza parla di «inutilitá» della física cartesiana: «rerum naturalium principia Cartesiana inutilia esse'
ne dicam absurda» (ibid., 20-21). Sulla corrispondenza con Tschirnhaus (Epistolae LXXX-LXXXIII)
si veda il gia citato contributo di A. M atheron: l’accusa che Spinoza rivolge alia concezione cartesiana
della materia, nota Matheron, é di definirla «par une étendue considerée isolément, come substance
séparée, abstraction faite de son caractére d’attribut de Dieu», ossia, in sostanza, di confonderla con la
sua rappresentazione «immaginativa» (Physique et ontologie chez Spinoza: l'énigmatique réponse á
Tschirnhaus, cit., pp. 86 e 107).
50 Korte Verhandeling, II, 19, 8, edizione critica e traduzione italiana a cura di F M ignini Janadre
L’Aquila 1986, p. 87. ’
51 KV, I, 9, 2; tr. cit., p. 35.
159
C ristina SANTINELLI
II concetto attraverso il quale Hobbes esprime tale natura originaria ed eterna del
movimento é quello di conatus.
Conatus (endeavour) é dunque un termine chiave dell’intera opera hobbesiana,
della física come della psicologia. Esso sembra nascere separatamente nei due ambiti,
ma rápidamente tende ad unificarsi nel significato único di «inizio del moto»52. E con
il duplice riferimento al piano físico e psicológico lo troviamo nella formulazione
matura che acquisisce nel Leviathan (1651) e nel De corpore (1655). I testi precedenti
conservano tracce delle esclusioni teoriche attraverso le quali Hobbes perviene
gradualmente a tale conclusiva formulazione. Nell 'Examen del De mundo dialogi
tres (1642) di Thomas White, risalente al 1643, Hobbes precisa che l’«inizio» del
movimento, in cui consiste il conatus, non va considérate secondo il pensiero scolastico,
come «potentia ad motum sine actu», poiché esso non esprime una potenza, bensi un
atto: «Est itaque conatus motus actualiter, licet exiguus, nec oculis manifestus», ció
significa che anche nei corpi in quiete c ’é moto, benché impercettibile, altrimenti non
potrebbero mai muoversi53. Nel Tractatus Opticus (I e II, rispettivamente del 1641 e
52 La prima menzione del conatus negli scritti hobbesiani porta la data del 1640: negli Elements
ofLaw natural and politlc (VII, 2) nel contesto dell’imzio della trattazione delle passioni, viene
definito «the endeavour or internal beginning of animal motion». Pressoché contemporáneamente il
termine conatus!endeavour compare in campo físico, precisamente nel Tractatus Opticus, dove viene
riferito al movimento di propagazione della luce, che, giunto fino all’occhio, prosegue, per conatum,
attraverso il ñervo ottico, dalla retina sino al cervello (Proposizione IV, in Opera philosophica, ed. by
W. M olesworth, London 1839-1845, 5 voll., rist. Scientia Verlag, Aalen 1966 -d ora in poi OL-,
vol. V, p. 220). Sulla presenza del termine conatus!endeavour nell’opera hobbesiana rinviamo, oltre
al giá citato contributo di R ousset, in particolare a J. B arnow, Le vocabulaire du conatus, in A a .Vv .,
Hobbes et son vocabulaire, sous la direction de Y.-Ch. Z arka, Vrin, París 1992, pp. 103-124; A.
R obinet, Hobbes: structure etnature du «conatus», in A a .Vv., Tilomas Hobbes. Philosophie premiére.
Théorie de la science et politique, sous la direction del Y.-Ch. Z arka, Puf, Paris 1990, pp. 139-151; F.
T ricaud, Le vocabulaire de la passion, in A a.Vv ., Hobbes et son vocabulaire, cit., pp. 139-154.
53 Critique du De Mundo de Thomas White, XIII, 2. Quid sit conatus, éd. critique d’un texte inédit
par J. J acquot et H. W. J ones, Vrin-CNRS, Paris 1973, p. 195, corsivo nostro. Ogni conatus -scrive
ancora Hobbes- e un motus actualis, sia nel corpo intero che tende verso qualcosa, sia nelle sue partí
interne e invisibili [ve/ totius corporis conantis, vel partium eius internarum et invisibilium]. Che un
movimento sia presente nelle parti interne dei corpi duri e di quelli le cui parti visibili sono coese [ínter
se cohaerent] e resistono agli agenti esterni é ricavabile dal fatto che ogni resistenza é moto «resistentia
enim reactio est, et omnis actio motus»', che il moto sia «nei» corpi in forma di conatus é dimostrato dal
fatto che perché un corpo cada verso térra basta rimuovere l’ostacolo, o che per far scoccare Parco é
sufficiente togliere la mano: «ablatio impedimenti actio non est, opus autem actione est ut quiescientia
moveantur» (ibid.). Nel Decameron Physiologicum (cap. II) l’anziano Hobbes tornera a chiarire il suo
pensiero: «In all motion, as in all quantity, you must take the beginning of your reckoning from the
least supposed motion. And this I cali the first endeavour of the movent; vvhich endeavour how weak
soever, is also motion. For if it have no effect at all, neither will it do anything though doubled, trebled,
or by vvhat number soever multiplied: for nothing, though multiplied, is still nothing» (The English
Works, ed. by W. M olesworth, London 1839-1845, 11 voll., rist. Scientia Verlag, Aalen 1966 - d ’ora
in poi EW-, vol. VII, p. 87).
160
Spinoza lettore e interprete della Física di Descartes
1644-45) troviamo invece una critica al concetto cartesiano della luce come inclinado
o tendenza al moto: affermando che «omnis actio est motus localis in agente», ogni
azione é essa stessa movimento, Hobbes respinge la distinzione che esso comporta tra
il movimento e 1’azione o «tendenza» a muoversi54.
II conatus é dunque l ’inizio infinitesimale e impercettibile del moto e moto
esso stesso. Nel De corpore Hobbes ne enfatizzerá l ’etim ologia, leggendovi il
senso di una «messa in marcia» e annoterá: «Nam conari simpliciter idem est quod
iré» (XXII, 1; OL, I, 271). II De corpore (pubblicato nel 1655, ma la cui lunga
elaborazione risale giá al 1640) contiene una compiuta dottrina del conatus. Essa
prende avvio nel cap. XV con una definizione: «definiemus conatum esse motum
per spatium et tempus minus quam quod datur, id est, determinatur, sive expositione
vel numero assignatur, id est, per punctum» (§ 2; OL, I, 177). Si tratta dunque di un
moto impercettibile, indiviso, «ma non indivisibile» («ita ut punctum non habeatur
pro indivisibili, sed pro diviso»), perché é quantitá e in rerum natura non esiste una
quantitá indivisibile; Hobbes precisa allora che, quando parla di «punto», intende
indicare una quantitá considerata nulla ai fini del calcólo o della dimostrazione, cosí
come l’«istante» designa una quantitá di tempo della quale tuttavia non si tiene conto
(«Sicut etiam instans sumendum est pro tempore indiviso, non pro indivisibili»,
¡bid.\ OL, I, 177-178). II concetto di conatus esprime il movimento «impercettibile»,
ma «concepibile», che é necessario porre col pensiero per poter comprendere gli
stessi effetti dei corpi apparentemente in riposo, come la resistenza, la pressione, la
durezza o la coesione55. II conatus dunque non deve essere rappresentato sul modello
deH’atomo, ossia come primum indivisibile, ma concepito come unitá necessaria a
designare un individuo spazio-temporale nell’estensione dello spazio e del tempo,
senza strapparlo al continuum, sottolineandone piuttosto l’appartenenza in quanto
momento del suo generarsi.
Fondamento della física razionale di Hobbes, il conatus é dunque un movimento
«pensato»56, ma pensato come moto reale: «motus enim fieri potest ita exiguus
54 OL, V, p. 217. Hobbes prosegue: «Agentis nomine intelligo Corpus, cujus motu producitur
effectus, in alio corpore». Cfr. B arnouw, art. cit., p. 106. Secondo Descartes la luce é 1'azione
o tendenza al moto dei corpi luminosi, i raggi sono le linee secondo cui questa azione tende, cfr.
Dioptrique, I (AT, VI, 88); il concetto verrá ripreso in PP, III, 55 sgg; nell’art. 63 si legge: «Notandum
est vim Iuminis, non in aliqua motus duratione consistere, sed tantummodo in pressione sive in prima
preparatione ad motum, etsi forte ex ea motus ipse non sequatur» (AT, VIII-1, 115, 9-14).
55 «[...] conatus motus est, quanquam imperceptibilis» (Dialogus physicus de natura aeris; OL,
IV, 250). Ogni conatus ha una velocitá o quantitá di moto (ímpetus) e una direzione (De corpore, XV, 2
e 5), il moto di un corpo é infatti la risultante delle direzioni dei diversi conati che lo compongono.
56 K. L asswitz, Geschichte der Atomistik vom Mittelalter bis Newton, 3 voll., Voss, Leipzig 1926r,
vol. II, p. 222. Ricordiamo che Hobbes fa nascere la filosofía naturale da una ‘costruzione’ mentale a
seguito di una «ipotesi annichilatoria» (De corpore, VII, 1), espediente attraverso il quale ‘annulla’ il
condizionamento del determinismo empírico, conferendo alia física fondamenti puramente razionali.
161
C ristina SANTINELLI
—si legge ancora nel De corpore— ut sensum excitare non possit. Nos autem
non de sensu et experientia, sed de ratione rerum hoc loco agimus»57. Rendendo
operativo tale concetto anche in ámbito psicológico, Hobbes ha elaborato una
psicologia m eccanicista, o piuttosto una sorta di «meccanica antropológica»58.
É generalmente a questo versante della hobbesiana dottrina del conatus che si
guarda in relazione al pensiero spinoziano, per considerarlo come possibile fonte
deH’omonimo concetto elaborato da Spinoza nella terza Parte dell’£'//z/c(359. Invece
é piuttosto l ’aspetto strettamente físico (al quale —va ricordato— ha guardato
con molta attenzione Leibniz), che a noi interessa prendere qui in considerazione,
tuttavia non senza aver prima menzionato il meccanicismo di impronta epicúrea di
Gassendi. Accanto al meccanicismo di Hobbes (in una reciproca relazione ancora
tutta da studiare), esso infatti offre testimonianza di una riflessione sulla materia
e sui fondamenti della naturalis philosophia che, pur salvaguardando l ’idea di
trascendenza divina, tende a valorizzarne gli aspetti di autonomía. L’adesione
aH’atom ism o, inoltre, non im pedisce a ll’autore del Syntagma philosophicum
di pensare la natura come un tutto vívente, rifiutando il concetto cartesiano
d ell’estensione om ogenea e inerte e conciliando finalism o e m eccanicism o.
Gassendi ritiene che Dio abbia conferito agli atomi un moto spontaneo, prodotto
di un conatus naturale ed interno: il movimento é dunque frutto di una vis che Dio
ha liberamente concesso alia essenza stessa della materia, rendendola «non iners,
57 De corpore, XV, 7 (OL, I, 183). Ricordiamo un passaggio delle osservazioni di Spinoza sul De
nitro di R. Boyle: la divisibilitá infinita della materia (e conseguentemente della forza) -spiega il filosofo
a Oldenburg- é risultato della ragione e del calcólo e non potra mai essere attinta sperimentalmente,
«numquam chymicis ñeque aliis experimentis, nisi mera ratione et calculo aliquis id comprobare poterit
et consequenter etiam vires, quae ad eadem movendum requiruntur, in infinitum dividimus» (Epístola
VI; G, IV, 29,29-32).
58 R ousset, «Histoire d’une météore», cit., p. 194. Sulla funzione di «raccordo» tra física e
psicologia esercitata dal concetto di conatus nel pensiero hobbesiano si veda anche G. P aganini,
Hobbes, Gassendi e la psicologia del meccanicismo, in A a .Vv., Hobbes oggi, a cura di A. N apoli, F.
Angelí, Milano 1990, in particolare pp. 369 sgg. A fondamento della dinámica passionale Hobbes pone
gli impercettibili molteplici conatus che ne costituiscono il ‘motore’ occulto e sempre acceso: agendo
come impulsi con opposte direzioni essi costituiscono ininterrottamente la molla e il tessuto della vita
emotiva. Dalla loro somma vettoriale emerge la tangibilitá dei sentimenti in cui di volta in volta si
declinano l’appetito o l’avversione: «These small beginnings of motion, within the body of man, before
they appear in walking, speaking, striking, and other visible actions, are commonly called endeavour»
(.Leviathan, I, c. 6; EW, III, 39).
59 Una voce in disaccordo rispetto a questa posizione é quella di P. G illot, secondo il quale
invece Spinoza ha ricusato la concezione hobbesiana del conatus e nella terza Parte dc\V Ethica ha
rielaborato il principio di inerzia nella forma «metafísica» conferitagli da Descartes in PP, II, 37
attraverso l’espressione «id quod movetur, quantum in se est, semper moveri» (AT, VIII-1, 60, 20-21)
(Le conatus entre principe d ’inertie et principe d'individuation. Sur l’origine mécanique d ’tin concept
de l ’ontologie spinoziste, «XVIIe siécle», LVI, n°. 1, pp. 51-73).
162
Spinoza lettore e interprete clella Física di Descartes
60 Syntagma philosophicum, p. II. Physica, 1. III, c. 8, in Opera omnia, Lione 1658, 6 voll.,
rist. anast. F. Fromman Verlag, Stuttgart-Bad Cannstatt 1964, vol. I, 280a-b. R ousset richiama tale
definizione della materia nel contesto di un accostamento (privo della pretesa di indicare filiazioni)
della física di Gassendi alie riflessioni hobbesiane sul conatus; egli nota inoltre che mentre I’influenza
di Hobbes su Spinoza é indiscutibile, alio stato attuale delle ricerche risulta piü difficile stabilire se
il filosofo olandese conoscesse Gassendi. Ció che interessa Rousset nel presentare queste tesi, e che
ci sembra utile segnalare qui, é soprattutto il richiamo ad un'atmosfera cultúrale: «lorsqu’un méme
probleme se pose en méme temps á tous dans les mémes termes, le mouvement des idées n’est pas fait
que d’influences directes» («Histoire d’une météore», cit., p. 194, n°. 1).
61 La quiete si verifica soltanto negli aggregati di atomi, quale risultato della loro reciproca
neutralizzazione (Syntagma philosophicum, p. II. Physica, 1. III, c. 7, in Opera omnia, cit., vol. I, 277a-
b; cfr. anche Epistolae de apparente magnitudine, IV, ibid., vol. III, 466b).
62 II corpo non puó essere generato, né distrutto: «Generari et perire accidentia, corpus non item»,
«Philosophi igitur, quibus a ratione naturali discedere non licet, supponunt corpus generari aut interire
non posse» {De corpore, VIII, 20; OL, I, 103).
63 R ousset ricorda che Hobbes godeva di grande rinomanza nel continente e la sua opera era stata
accolta con favore nei Paesi Bassi, il Leviathan, tradotto in latino in una edizione olandese del 1668,
non puó essere sfuggito alia attenzione di Spinoza («Histoire d’un météore», cit., p. 194, n°. 2).
163
C ristina SANTINELLI
hobbesiana del moto concepito come eterno e anualmente determinato nei molteplici
conatus non abbia influenzato piü di quanto si sia soliti pensare la redazione del
breve saggio di física che Spinoza ha voluto proporre nella seconda Parte dell ’Ethica
come propedeutico alia considerazione della mente umana64.
Ci sembra infatti che, pur nella essenzialitá che la caratterizza, la física del
«trattatello», mostri una evidente distanza da Descartes, rivelando, piuttosto, indizi
di sintonia con la concezione hobbesiana. I corpora simplicissima, che si distinguono
reciprocamente solo in ragione del moto e della quiete, della velocitá e della lentezza,
costituiscono la struttura elementare della materia, ossia quanto di piü «comune»
esiste tra i corpi, ció in cui tutti, senza eccezione, convengono («Omnia corpora
in quibusdam conveniunt», Lemma II; G, I, 98, 2). Essi sono dunque la prima
forma in cui si «determina» 1’infinita extensio che «costituisce» la natura/potenza
di Dio65. Nella loro infinita pluralitá —solo concepibile, non im m aginabile— é
possibile vedere il primo, «immediato» determinarsi di Dio nel «modo immediato
infinito» del moto-quiete, mentre la definizione di «individuo», che consente il
passaggio concettuale dal meccanicismo dei «corpi semplicissimi» all’idea di corpo
complesso e di organismo (passaggio che dunque si contiene sempre all’interno
delle categorie meccanicistiche di proporzione, somma, sottrazione, ecc.) ci colloca
all’interno dell’«infinito modo mediato», di quello che Descartes chiam ava il
mundus aspectabilis e Spinoza definiva facies totius Universi66. Non é improbabile
164
Spinoza lettore e interprete della Física di Descartes
quanto «modo infinito mediato» appartenente alia natura naturata e la «sostanza» considerata sotto
l’attributo áe\V extensio, costituente invece la natura naturans. Nella Parte III mundus compare in
apertura (G, I, 226, 24\ «omnia quae in hoc mundo aspectabili deprehendimus»), poi in G, I, 228, 8,
12,26, dove si introduce il discorso sulla forma hujus mundi (228, 8) o mundus aspectabilis (228,12),
ossia dove si presenta ció che costituisce lo specifico oggetto di considerazione in questa parte; piü
avanti si parla ancora di quantita di moto presente nel mondo (228, 18), infine degli astri del mondo
(228, 26).
67 La possibilitá che proponiamo di un tale raffronto non vuole indicare l’esistenza di una precisa
corrispondenza tra conatus e corpora simplicissima, ma solo suggerire la possibile suggestione di un
modello per certi versi atipico di meccanicismo, né intende escludere altre influenze, come quella,
piü volte sottolineata dai critici, di Christian Huygens e delle sue ricerche sui fenomeni oscillatori
e vibratori, che attribuiscono un dinamismo interno alia materia. In mérito a ció ricordiamo tuttavia
come, discutendo le tesi di Gueroult in proposito, J. V uillemin abbia mostrato la problematicitá di
combinare modello oscillatorio e rigoroso determinismo (Physique panthéiste et déterminisme. Spinoza
et Huygens, «Studia spinozana», 6 (1990), pp. 231-249.
165
C ristina SANTINELLI
68 «Corpora res singulares sunt» {Etílica, II, Lemma III, Dem.; G, II, 98, 4).
69 «Física razionale» o «astratta» é la denominazione con cui M. Jammer, in analogía con la
moderna «meccanica razionale», indica la risica delle prime due parti dei PP cartesiani in quanto
sistema astratto e lógicamente consistente di leggi universali (valide in qualsiasi mondo creato, cfr.
Discours, AT, VI, 43, 5-12 e Le Monde, AT, XI, 47, 19-21), costruite deduttivamente su principi
metafisici, e indipendenti dalle particolaritá contingenti (The Program and Principies of Descartes'
Physics, in A a.Vv ., Descartes, il Método e i Saggi, a cura di G. B elgioioso, G. C imino, P. C ostabel,
G. P apuli, 2 voll., Istituto dell’Enciclopedia Italiana, Roma 1990, vol. I, pp. 303-334). Sul tema della
«ipotesi» nel pensiero cartesiano ci permettiamo di rinviare al nostro Sul molo delle ipotesi nella física
cartesiana, in A a .Vv ., Fondamenti e filosofía della física, a cura di V. F ano, Societá Editrice «II
Ponte Vecchio», Cesena 1996, pp. 307-331.
70 Cfr. supra, n°. 21. Sulla questione dell” atomismo’ cartesiano rinviamo all’articolato contributo
di S. Roux, Descartes atomiste?, in A a .Vv ., Atomismo e continuo nel XVII secolo, cit., pp. 210-273.
Non é superfluo ricordare che la filosofía atomista non ebbe affatto contorni nitidi e coerenti nella
166
Spinoza lettore e interprete clella Física di Descartes
parim enti l ’idea del vuoto —che invece 1’atomismo presuppone— per il fatto
che il nulla non ha proprietá. Tuttavia il ricorso, sul piano dell’ipotesi, all’idea
di partícula originaria (ossia una extensio «intesa» come indefinitamente reipsa
divisibile, ma di fatto manipolata mentalmente, attraverso l’immaginazione, come
se non lo fosse) consente una agevole spiegazione dell’origine della varietá dei
corpi che costituiscono l ’universo quotidianamente sperimentato. Per Spinoza tale
forma dicotomica di pensiero é inaccettabile: se si deve ricorrere a una forma di
atomismo per poter spiegare piü agevolmente l ’originarsi della varietá corpórea,
essa deve godere della stessa qualitá di «chiarezza e distinzione» che ha l ’idea di
extensio.
Le annotazioni che Spinoza scrive sul ricorso all’«ipotesi» all’inizio della terza
Parte dei Principia Cartesii sono moho critiche nei confronti della spregiudicatezza
immaginativa con cui Descartes elabora la sua fabula del mondo. Se procediamo
—scrive— come vuole il vero método e la buona ipotesi, da «Simplicia et cognitu
facilia» (G, I, 226, 29) e «Mathematicorum more a clarissimis ad magis obscura, et
a simplicissimis ad magis composita ascendamus» (G, I, 227, 2-4), vanificheremo
le insidie e i rischi di una ipotesi falsa71. Ma affermare ció equivale a negare l ’utilitá
del ricorso ad una ipotesi secondo le modalitá pretenziose proposte da Descartes
—che nella terza e quarta Parte dei sui Principia illustra in dettaglio l ’originarsi dei
corpi, dagli astri agli elementi terrestri—, per orientarsi piuttosto verso la rinuncia a
spiegare a priori la genesi dei singoli corpi e limitarsi ad enunciare mathematicorum
more principi generalissimi. Nel «trattatello» di física Spinoza procederá esattamente
secondo questo método, come conferma la ripresa letterale dell’espressione utilizzata
nei Principia, «jam ad composita ascendamus» (G, II, 99, 24-25), con la quale
conclude l ’illustrazione delle proprietá dei «corpi semplicissimi». II concetto di
corpus simplicissimum proposto ne\VEtílica traduce cosí, in termini positivi, la critica
alie incongruenze cartesiane a proposito del continuo svolta complessivamente nella
lettura dei Principia.
E invece un atomismo classico quello che — negli stessi anni in cui Spinoza
metteva in luce tali incongruenze— Cordemoy, spirito meno speculativo, «attaché
sua rinascita seicentesca, raccogliendo molteplici suggestioni provenienti da fonti eterogenee, come
ben ricorda G. N onnoi studiandone la complessa e non fácilmente definibile presenza nel pensiero di
Galilei (Galileo Galilei: quale atomismo?, in Aa.Vv., Atomismo e continuo nel XVII secolo, cit., pp.
109-150). Del resto lo stesso ‘atomismo’ cartesiano di PP III-IV mostra una evidente anomalía nel fare
a meno del concetto che nella tradizione atomista é complementare a quello di atomo: il vuoto.
71 «Et, quod magis notatu dignum est, vix aliquid assumere poterimus, ex quo non idem effectus,
quamquam fortasse operosius, per naturae Leges supra explicatas, deduci possint. Cum enim earurn
Legum ope materia formas omnes, quarum est capax, successive assumat, si formas istas ordine
consideremus, tándem ad illam, quae est hujus mundi, poterimus devenire: adeo ut nihil erroris ex falsa
hypothesi sit timendum» (G, 228,2-9).
167
C ristina SANTINELLI
168
QUALE MECCANICISMO PER SPINOZA?
PINA TOTARO
Universitá di Roma
169
P ina TOTARO
«Ex his igitur locis tam clare, ut sufficiat, videre est, nostrum Philosophum,
omnia, quae naturae ambitu continentur, determ inata considerare atque
statuere, eumque concipere illam determinationem ex naturalium causarum
concatenatione profluere»3.
170
Quale meccanicismoper Spinoza?
«Nam ínter mille rotas ínter se concatenatas, & quae ab único principio
moventur, nulla potest respectu suarum determinationum concipi differen-
tia, quoniam omnes per unicum principium, & uno eodemque modo Ínter se
moventur, quapropter etiam de ómnibus unum idemque affirmari & potest &
debet»5.
Ogni presunto vizio o virtü nella natura é annullato in quanto a sua volta concepito
«tanquam alicujus M achinae rotulam», a ll’interno di un congegno indifferente
destinato a muoversi «secundum ejus aeternas leges»6. «Per concatenationem
rotarum» si determina anche nell’uomo il movimento, cosí come l ’applicazione di
un peso muove le ruóte di un orologio, e la loro connessione e varia articolazione
vi genera cogitationes e ratiocinationes, sollecitando opportunamente l’animale
affinché esso soddisfi i propri bisogni e attenda alia propria conservazione («aquae
accedat» e «ignem fugiat»), Istinti, passioni, pensieri, tutto si da come evento
meccanico nell’universo spinoziano ridisegnato da Bredenburg, e ogni alterazione
e diversitá é ricondotta e dipende dai vari e piü o meno sofisticati ingranaggi delle
ruóte («ex diversitate concatenationis rotarum»)78.
Interpretata cosí, nei termini di uno stretto meccanicismo, come una gigantesca
concatenazione di machinationes diverse, la natura in Spinoza appare del tutto priva
di quella intima tensione che vi scorgeva invece Abraham Johannes Cuffeler, un
altro contemporáneo di Spinoza e estimatore della sua filosofía. In una densa opera
di impianto enciclopédico, lo Specimen artis ratiocinandi naturalis & artificialis
ad pantosophiae principia manuducens%, Cuffeler difende il filosofo dall’accusa,
generalmente diffusa, di aver negato l’esistenza di Dio («quasi conatus fuisset
introducere Dei abnegationem»), di aver voluto confondere Dio con la natura e
di aver considerato la natura stessa «tanquam machinam quandam ex necessitate
suae naturae agentem». Nel nesso stabilito tra liberta e necessitá Cuffeler individua
invece uno snodo céntrale del sistema spinoziano e, nel tentativo di testimoniare
del ‘vero’ pensiero del maestro, affronta un esame del termine necessitas volto
a ripristinarne l ’autentico statuto semántico e a invalidarne la coincidenza
concettuale, che Bredenburg aveva invece stabilito, con la nozione di machina. Dal
significato spinoziano di necessitas egli vede cosí cassato il valore di dependentia o
5 Ivi, p. 82.
6 Ivi, p. 81.
7 Ivi, p. 83.
8 A. J. C uffeler , Specimen artis ratiocinandi naturalis & artificialis ad pantosophiae principia
manuducens, Hamburgi [Amsterdam], apud Henricum Kunrath [Jan Rieuwertsz], 1684. Per la
posizione controversa di Cuffeler neU’ambito dello spinozismo, cfr. H. J. S iebrand , Spinoza and the
Nederlanders. An inquiry into the early reception o f his philosophy of religión, Assen/Maastricht-
Wolfeboro, Van Gorcum, 1988, pp. 49-65.
171
P ina TOTARO
9 Non sono máncate, del resto, ancora nel secolo scorso, interpretazioni della filosofía di
Spinoza in questa o quella direzione. V. Delbos (Le Spinozisme, París, Société fran^aise d’imprimerie
et de librairie, 1916) aveva insistito sul carattere origínale del ‘meccanismo’ in Spinoza rilevando
che, laddove nel meccanismo di Descartes il rapporto del tutto alie parti esprime una relazione di
necessitá esterna, il meccanismo di Spinoza si pone come un tutto in sé strutturato e tale da escludere
ogni idea di finalitá. In un saggio su Machine et organisme (in La connaissance de la vie, París,
Hachette, 1952, pp. 124-159), G. Canguilhem notava come Descartes, sostituendo il meccanismo
all’organismo, non eliminasse che apparentemente la teleología della vita, e coniava la suggestiva
espressione di «anthropomorphisme technologique» per indicare questo slittamento di piani concettuali
che faceva salva l’idea di Dio. Nella teoría cartesiana degli animali-macchine sarebbe cosí ravvisabile
la nozione di un Dio artigiano che fa le macchine-uomo. S. Zac, invece, nel suo L ’idée de vie dans la
philosophie de Spinoza (París, Puf, 1963), percorreva con decisione la strada del vitalismo, insistendo
sul rifiuto da parte di Spinoza dell’idea finalistica di creazione e su un rapporto tra la sostanza e le
cose singóle inteso come dipendenza assoluta di queste ultime dalla necessitá e dalla perfezione
divina in cui esse sarebbero ‘inscritte’ come nei loro veri codici (ivi, p. 9). Da questa prospettiva resta
esclusa ogni concezione propriamente meccanicista della vita e la stessa spiegazione della natura
degli esseri viventi si differenzia da quella improntata a modelli fisiologici di tipo cartesiano (ivi, p.
119). H. Joñas (Spinoza and the theory o f organism, in Philosophical Essays. Frorn ancient creed to
technological man, Chicago, The University of Chicago Press, 1974, trad. it.: Bologna, II Mulino,
1991, pp. 303-325) e G. Deleuze (Spinoza et le probléme de l’expression, París, Éditions de Minuit,
1968), ancora negli anni ’60 e ’70 del Novecento, offrono un’interpretazione aderente ad una teoría
generale dell’organismo. La reazione al meccanicismo cartesiano avrebbe dato vita in Spinoza, cosí
come in Leibniz, ad una «redécouverte de la Nature et de sa puissance», ad una «re-création de la
172
Quale meccanicismo per Spinoza?
logique et de I’ontologie» (ivi, p. 299). Prende forma c o s í il tentativo, da un lato, di restituiré alia
natura quelle profonditá e quello spessore che sembravano perduti nella visione del mondo-macchina,
e di affidare all’uomo, dall’altro, la capacita di penetrarne gli abissi, rendendolo «adéquat á Dieu» e
detentare privilegiato di una nuova lógica. Nell’ámbito della storiografia italiana, in un libro del 1979
su L ’automa spirituale. La teoría della mente e delle passioni in Spinoza, Milano, Vita e pensiero,
1979, S. Cremaschi coglieva néti’Ethica —opera in cui egli ravvisava non poche «contraddizioni e
incoerenze» —, una insanabile «commistione di medioevo e modernitá» (ivi, p. 39). In particolare,
Cremaschi individuava una frattura, una ‘giustapposizione’, com’egli scrive, tra física e metafísica
nell’ambito di un’interpretazione secondo la quale la filosofía spinoziana sarebbe «rnolto piü dualistica
di quella di Cartesio» (ivi, p. 45). A favore invece di un’interpretazione della filosofía di Spinoza in
termini di ‘determinismo’ e di ‘meccanicismo’, seppure non esclusivamente di carattere materiale, si
é espresso, in anni non lontani, M. Messeri col suo L ’epistemología di Spinoza. Saggio sui corpi e le
mentí, Milano, F. Angelí, 1990. Sulla scorta del meccanicismo cartesiano Spinoza appare il sostenitore
di una «forma intransigente di riduzionismo» in cui ogni natura física particolare deriva dalle leggi
della meccanica, e queste ultime dalle leggi geometriche che «sono costituitive dell’essenza di Dio».
Spinoza sviluppa cioé conseguentemente le dottrine fissate nei Principia philosophiae cartesiani e pone
una sostanza estesa única, eterna e infinita, cioé «la materia come campo e il movimento senza origine
prima» (ivi, p. 293). Sulla base di queste diverse prospettive é possibile cogliere la varietá di approcci
e la ricchezza dei motivi legati alia ricerca di una giusta collocazione della filosofía spinoziana,
comunque riconducibile ad una complessa e sofferta alternanza di meccanicismo e vitalismo.
10 In Spinoza, cosí come in Descartes, la figura e il movimento definiscono gli esseri animati
(«omnia animata sunt»), i quali sono congegnati secondo dispositivi quantitativi propri dei corpi
(si veda, ad esempio, Ethica II, prop. 13) che ne fissano lo statuto e le relazioni tra Vaffectare e
l’essere affectatus (Ethica IV, prop. 38); ma, pur legate alia loro distruttibilitá, le res singulares sono
anche abilitate ad abitare una dimensione di eternita attraverso un processo di autonomizzazione della
mens quale si trova scandito nella quinta parte de\VEthica. Per le opere di Spinoza si fa riferimento
all’edizione Spinoza Opera, Im Auftrage der Heidelberger Akademie der Wissenschaften, hrsg. von
Cari Gebhardt, 4 voll., Heidelberg, C. Winters Universiteit, 1925; rist. anast. 1972 (si indichera tale
edizione con l’abbreviazione G, seguita dall’indicazione del volume, della pagina e delle righe cui si
fará, di volta in volta, riferimento).
11 Tractatus de intellectus emendatione, et de via, qua optime in veram rerum cognitionem
dirigitur, in G II, pp. 3-40. Per i rinvii all’opera, che sará citata con l’abbreviazione TIE, si fará
riferimento alia scansione in paragrafi, generalmente adottata.
173
P ina TOTARO
percorso verso l ’attingim ento del principio che «omnia quae fiunt, secundum
aeternum ordinem, et secundum certas Naturae leges fieri» (§ 12). N ell’esposizione
delle finalitá cui tende il proprio itinerario filosófico, Spinoza riserva in questa sua
prima opera un ruolo particolare alia meccanica, intesa come arte di produrre artifici
capaci di concorrere al conseguimento delle comoditá della vita nell’ámbito di una
considerazione piü generale sull’economia della fatica e del tempo umani (§ 15). A
fronte della giá rilevata assenza della famiglia lessicale di machina, nel Tractatus
compaiono diverse occorrenze, desúnate pero a scomparire nelle opere successive, di
instrumentum (§§ 30-32), termine che allude all’idea di manufatti artificiali concepiti
e realizzati come sorta di protesi dello stesso corpo umano. Spinoza stabilisce qui
un’analogia tra le mani, intese come strumenti naturali ( instrumenta corpórea )
con i quali gli uomini poterono forgiare oggetti di sempre piü sofisticata fattura
(procedendo dapprima con difficoltá ed imperfettamente poi con risultati via via piü
efficaci in una sorta di progressivo incremento delle capacita tecnico-cognitive), e
quegli strumenti intellettuali (instrumenta intellectualia) coi quali l ’intelletto con la
sua potenza innata (vi sua nativa'2) assume nuove forze per il conseguimento di altre
opere intellettuali, mettendo a punto gradatamente ulteriori strumenti e accrescendo
c o sí il potere di intendere dell’uomo. L’attingimento del culmine della sapienza (§§
39 e 41), consiste poi nella conoscenza «unionis quam mens cum tota Natura habet»
(§§ 13 e 98) e nella piena consapevolezza che «omnia quae fiunt, secundum aeternum
ordinem, et secundum certas Naturae leges fieri» (§ 12). L’idea dell’acquisizione di
una ‘utensileria intellettuale’, come é stata definita1213, suggerisce in tal senso il rinvio
a capacita tecniche quali quelle dell’artigiano, richiamate dalle numeróse occorrenze
del termine instrumenta-, presentí soltanto in quest’unica opera, esse si pongono
come testimoni linguistici dell’operositá umana e di un’attivitá manuale e pratica
che ha incorpórate l ’abilitá mentale di cui é il segno.
Della famiglia di termini che rimanda al linguaggio della macchina, compaiono
inoltre nel Tractatus de intellectus emendatione due occorrenze di automa. Autómata
sono definid, in generale, coloro i quali manchino o siano carenti (carent) di mens,
cioé di quel principio di conoscenza in cui risiede (come enunciato nella nota al
§ 62) la capacita di distinguere la verita e falsitá dell’idea in quanto norma stessa
dell’idea vera data. L’abbandono della norma dell’idea vera é fonte di errore e
causa di conoscenza confusa, cosicché procedendo in modo disordinato ed incerto,
gli uomini finiscono col contenderé se stessi e col pervertiré l’ordine della natura
(«unde sine ordine procedendo, et Naturam cum abstractis, quamvis sint vera
axiomata, confundendo, se ipsos confundunt, ordinemque Naturae pervertunt»14).
Come un tutto omogeneo, la natura é invece definita ente único e infinito, essa é cioé
174
Quale meccanicismo per Spinoza?
«omne esse, et praeter quod nullum datur esse», non assimilabile né somigliante
ad alcuna delle pur numeróse ‘cose mutevoli’ (§ 76) in essa esistenti1415. Infine, e in
accordo su questo punto con la tradizione, la vera scienza (la scienza cioé fondata
su idee vere) procede dalla causa agli effetti, ma nella ricerca della «intima essentia
rerum» si deve risalire alia serie delle cose fisse ed eterne e alie leggi inscritte in
quelle cose «come nei loro veri codici», leggi secondo le quali le cose singolari
vengono ad esistere e sono ordinate (§ 101). Le idee finte, false o comunque confuse
non nascono invece dalla potenza della mente, ma traggono la loro origine, spiega
Spinoza, da sensazioni casuali e tra loro siégate, da cause esterne che agiscono sul
corpo producendo c o sí certi effetti nell’anima che li riceve passivamente («et unde
anima habeat rationem patientis»), In questo senso, l’immaginazione é qualcosa di
diverso dall’intelletto, seguendo la cui norma l’anima é attiva e agisce secondo leggi
co sí certe da assumere un comportamento análogo a quello di un ‘automa spirituale’,
175
P in a TOTARO
ordinare, ut mens riostra, quoad ejus fieri potest, referat objective formalita-
tem naturae, quoad totam et quoad ejus partes» 17.
Di automi, come é noto, faceva giá menzione Erone intorno alia meta del primo
secolo, insieme alia descrizione di diverse m acchine ‘m eravigliose’, le quali,
nuovamente richiamate nel 1629 da Giovanni Branca18, venivano citate da Rousseau
nelle Confessioni'9. L’automa in senso classico é in effetti una machina congegnata
secondo rationes cosí ingeniosae, che, benché artificióse contexta, giunge a
muoversi sua sponte, come é il caso degli orologi e di altre macchine análogamente
strutturate20. II sintagma automa spirituale, presente in Montaigne prima ancora che
in Spinoza, rinvia all’idea di un meccanismo animato dalla presenza degli spiriti,
c o s í come nella macchina de L ’homme describa da Descartes sono gli spiriti animali
ad innescare, á l ’occasion, movimenti automatici «de la fabrique des nerfs & des
muscles»21. Nel Tractatus de intellectus emendatione si assiste alia delineazione di
176
Quale meccanicismo per Spinoza?
due diverse modalitá dell’anima, la quale puó essere paziente e passiva, a seconda
che essa si attenga ai dati afferenti airim m aginazione, o invece agente e attiva,
qualora seguendo le leggi deH’intelletto si renda in grado di formare idee chiare e
distinte.
Ancora, nei Cogitata Metaphysica, pubblicati in appendice ai Principia
Philosophiae Cartesianae, Spinoza evoca il linguaggio della macchina della natura
applicata alia ‘m ateria’, mostrando che in essa nulla si da al di fuori di «mechanicae
texturae, et operationes», e che nulla di ‘nuovo’ puó dunque esservi prodotto (nihil
novi accedit)22.
Nell’Appendice alia prima parte át\V Elhica, polemizzando contro il pregiudizio
teleologico da cui sarebbero affetti teologi e metafisici nelle loro elucubrazioni su
Dio, Spinoza afferma che la «corporis humani fabrica» é formata meccanicamente
(«mechanica arte fabrican»), e che perció essa non deve costituire fonte di inutile
stupore. In quanto oggetto di studio e dunque conoscibile da parte di chi intenda
accostarvisi per intelligere e non semplicemente per admirari, l ’osservazione della
fabrica del corpo induce a diffidare di chi cerca rifugio nella volontá di Dio quale
estremo asylum ignorantiae23.
A questa prima professione di meccanicismo, seppure problemática nelle sue
applicazioni, si affianca negli scritti successivi una considerazione piü sfumata
e per certi versi piü sfuggente. L’idea di un meccanismo é anzitutto concepita
come determinazione necessaria di leggi (e non come aggregato di corpi materiali)
concaténate l ’una all’altra secondo criteri di ordine e stabilitá, pur senza tuttavia
esaurire la complessitá della natura in Spinoza: la scissione cartesiana di res cogitans
e res extensa scompare nella substantia sive natura e, anzi, nella natura viene
ricomposta quella frattura cognitivo-metafisica che vi aveva invece scorto Descartes
22 Nel confutare la definizione aristotélica della vita intesa come «intellectus operatio», attribuibile
a Dio in quanto «intelligit, & actus purus est», Spinoza scrive: «Verum in his refutandis non multum
defatigabimur; nam quod ad illas tres animas, quas plantis, brutis, & hominibus tribuunt, attinet, jam
satis demonstravimus, illas non esse nisi figmenta; nempe quia ostendimus in materia nihil praeter
mechanicas texturas, & operationes dari» (G I, 259, 27-31).
23 «Nec hic praetereundum est, quod hujus doctrinae Sectatores, qui in assignandis rerum finibus
suum ingenium ostentare voluerunt, ad hanc suam doctrinam probandam, novum attulerunt modum
argumentando reducendo scilicet, non ad impossibile, sed ad ignorantiam quod ostendit nullum aliud
fuisse huic doctrinae argumentandi médium (...) Et sic porro causarum causas rogare non cessabunt,
doñee ad Dei voluntatem, hoc est, ignorantiae asylum confugeris. Sic etiarn, ubi corporis humani
fabricam vident, stupescunt et ex eo, quod tantae artis causas ignorant, concludunt, eandem non
mechanica, sed divina, vel supernaturali arte fabricari, tali que modo constituí, ut una pars alteram
non laedat. Atque hiñe fit, ut qui miraculorum causas veras quaerit, quique res naturales, ut doctus,
intelligere, non autem, ut stultus, admirari studet, passim pro haeretico, et impio habeatur, et
proclametur ab iis, quos vulgus, tanquam naturae, Deorumque interpretes, adorat. Nam sciunt, quod,
sublata ignorantia, [...] stupor, hoc est, unicum argumentandi, tuendae que suae auctoritatis médium,
quod habent, tollitur» (G II, 80-81, 30-22).
177
P in a TOTARO
«Nam nec naturam irridere, mihi fas existimo, multo minus ipsam deplora
re, dum cogito, homines, ut reliqua, partem tantum esse naturae, meque igno
rare, quomodo unaquaeque pars naturae cum suo toto conveniat, & quomodo
24 «Dixi enim, Deum esse Ens constans infinitis attributis, quorum unumquodque est infinitum,
sive summe perfectum in suo genere. [...] quaeso, mi amice, ut consideres homines non creari; sed
tantum generari, & quod eorum corpora jam ante existebant, quamvis alio modo formata» (G IV, 14,
13-18, epístola IV).
25 Si tratta dell’epistola di Oldenburg a Spinoza del 27 setiembre 1661, nella quale si legge:
«in Collegio nostro Philosophico experimentis, & observationibus faciendis gnaviter, quantum per
facultates licet, indulgemus, & concinnandae Artium Mechanicarum Historiae immoramur, ratum
habentes ex Principiis Mechanicis formas, & qualitates rerum optime posse explicari, & per motum,
figuram, atque texturam, & varias eorum complicationes omnia Naturae effecta produci, nec opus esse,
ut ad formas inexplicabiles, & qualitates occultas, seu ignorantiae asylum, recurramus» (G IV, 12,1-9,
epístola III).
178
Quale meccanicismoper Spinoza?
cum reliquis cohaereat; & ex solo hujus cognitionis defectu reperio, quod
quaedam naturae, quae ita ex parte & non nisi mutilate percipio, & quae cum
nostra mente philosophica minime conveniunt, mihi antehac vana, inordinata,
absurda, videbantur»26.
I rapporti delle parti con il tutto e l’essenza stessa dell’uomo come pars naturae
appaiono regolati in Spinoza secondo criteri di convenientia e di intima cohaerentia,
una coerenza che non rinvia a una struttura meccanica, creata da un Dio esterno ad
essa (e dunque qualificabile come un prodotto cronológicamente successivo, un
poi rispetto al ‘prim a’ che Dio rappresenta), ma a un ordine logico di funzioni e
relazioni reciproche. Le cose appaiono cioé accomodatae, quanto alia loro natura,
in modo da consentiré le une con le altre e da condividere, come sembra suggerire
il passo spinoziano dell’epistola 30 e 32, un comune sentiré, di cui sfuggono pero le
connessioni generali e le ragioni ultime:
Per coesione o coerenza delle parti si intende poi, propriamente, che le leggi
o la natura di una parte si adattano alie leggi o alia natura dell’altra in modo da
non contrastare in nulla con essa e da esprimere anzi nell’unitá un’idea di intima
partecipazione alia vita del tutto:
«Circa totum, & partes considero res eatenus, ut partes alicujus totius,
quatenus earum natura invicem se accommodat, ut, quoad fieri potest, Ínter
se consentiant, quatenus vero Ínter se discepant, eatenus unaquaeque ideam
ab aliis distinctam in nostra mente format, ac proinde, ut totum, non ut pars,
consideratur»28.
179
P in a TOTARO
Künrath [Jan Rieuwertsz], 1670. Copera sara citata con 1’abbreviazioneTTP (in G III, pp. 1-247).
33 E t h i c a II, prop. 7, sch.: «et ideo sive naturam sub attributo, Extensionis, sive sub attributo
Cogitationis, sive sub alio quocunque concipiamus, unum, eundem que ordinem, sive unam, eandem
que causarum connexionem, hoc est, easdem res invicem sequi reperiemus» (G II, 90, 14-18).
34 TTP, cap. III (G III, 45, 34-35).
35 C f r . TTP, cap. IV (GUI, 58, 21).
180
Quale meccanicismoper Spinoza?
infinite altre leggi’, diverse rispetto a quelle della ragione umana, che concernono
1 eteino ordine dell intera natura di cui l ’uomo non costituisce che una piccola parte:
«natura non legibus humanae rationis, quae non nisi hominum verum
utile, et conservationem intendunt, intercluditur, sed infinitis aliis, quae totius
naturae, cujus homo partícula est, aeternum ordinem respiciunt: Ex cujus
sola necessitate omnia individua certo modo determinantur ad existendum et
operandum. Quicquid ergo nobis in natura ridiculum, absurdum, aut malum
videtur, id inde venit, quod res tantum ex parte novimus, totiusque naturae
ordinem et cohaerentiam maxima ex parte ignoramus, et quod omnia ex usu
nostrae rationis dirigi volumus, cum tamen id, quod ratio malum esse dictat,
non malum sit respectu ordinis et legum universae naturae, sed tantum solius
nostrae naturae legum respectu»36.
181
P in a TOTARO
40 Abitato dallo spettro del puro materialismo, il sistema spinoziano introdurrebbe sostiene
Oldenburg nel riferire nelle epistolae LXXI e LXXIII una opinione diffusa- una fatale necessita
in tutte le cose e in tutte le azioni, la quale innescherebbe un processo irreversibile di disfacimento
di ogni legge, virtü o religione: «Fatalem videris rerum, & actionum omnium necessitatem adstrure:
atqui illa concessa, assertaque, legum omnium, omnis virtutis, & religionis incidí ñervos, omnesque
remunerationes, & poenas inanes esse, autumant. Quicquid cogit, vel necessitatem inferí, excusare
iidem arbitran tur; proindeque neminem inexcusabilem in Dei conspectu fore censent. Si satis agamur,
duraque revoluta manu omnia certo, & inevitabili tramite vadunt, quis culpae, poenarumque sit locus,
illi equidem non assequuntur» (G IV, 310, 1-9, epístola LXXIV).
41 G IV, 307, 3-11, epístola LXXIII.
182
Quale meccanicismo per Spinoza?
42 «Verumenimvero ñeque etiam opus est, ut earum seriem intelligamus: siquidem rerum
singularium mutabilium essentiae non sunt depromendae ad earum serie, sive ordine existendi;
cum hic mhd aliud nobis praebeat praeter denominationes extrínsecas, relationes, aut ad summum
circumstantias; quae omnia longe absunt ab intima essentia rerum» (TIE, § 101; G II, 36, 29-35). Per
le diverse applicazioni del modello meccanicistico al ‘sistema’ della natura in Descartes, si veda, tra
i tanti studi sull’argomento, D. D es C henes, Spirits and docks: Machine & Organism in Descartes
Ithaca-New York-London, Cornell University Press, 2001.
183
Parte III
El hombre: conocimiento y acción
LA IDENTIDAD PERSONAL:
DEL CUERPO PROPIO A LA ÉTICA
DIANA COHEN
Universidad de Buenos Aires
187
D ia n a CO H EN
1 Paul Ricoeur ilustra esta limitación del cogito cartesiano declarando que «la tendencia episte-
mologizante donde el yo pierde definitivamente toda determinación singular al tornarse pensamiento,
es decir, entendimiento, es compensada por una tendencia fenomenologizante expresada en la enume
ración de los modos (una cosa que duda, concibe, afirma, niega, etcétera). Esta enumeración postula la
cuestión de la identidad del sujeto, pero en un sentido distinto de la identidad narrativa de una persona
concreta, es la identidad ahistórica del yo en la diversidad de sus operaciones que escapa incluso a la
alternativa de la permanencia y del cambio en el tiempo, pues el cogito es instantáneo» (Soi-méme
comme un autre, París, Éditions du Seuil, 1990, pp. 17-18).
2 A Study ofthe Ethics o f Spinoza, (Oxford, Clarendon Press, 1901); New York, 1964, p.84.
3 Roger Scruton, Spinoza, Oxford, Oxford University Press, 1987, p. 73.
188
La identidad personal: del cuerpo propio a la ética
Será preciso llegar a la Quinta parte de la Ética para estimar la dimensión de esta
tesis, elucidando su contenido al desarrollar el tema de la libertad humana4.
Continuando esta última línea interpretativa, creo que vale la pena volvernos
hacia nuestro filósofo quien, a mi juicio, inaugura un punto de inflexión, restitu
yéndole al yo la carnalidad y la biografía que caracterizarían más tarde a los abor
dajes fundados en la narrativa personal. En particular, las aproximaciones de Paul
Ricoeur —quien distingue al hombre como ser histórico5— y de Alasdair M acln-
tyre quien lo caracteriza en una ilustrativa expresión como la «unidad narrativa
de una vida»6 —, confluyen en una concepción del hombre como aquel ser que se
va haciendo en su propio devenir, de un ser histórico que se nutre de su pasado y se
proyecta hacia el futuro, dimensiones todas ellas, en mi parecer, ya profundizadas
en el marco ontometafísico y ético de Spinoza.
4 Introduction a l ’Ethique de Spinoza. La premiére partie. La nature des choses París PUF
1998, p. 44.
5 Op. cit., Préface.
6 Alasdair Maclntyre, After Virtue, Notre Dame, University of Notre Dame Press, Second Edi-
tion. 1984. Versión castellana: Tras la virtud, Barcelona, ed. Crítica, 2001.
7 Ensayo sobre el entendimiento humano, México, FCE, 1992, Libro II, Capítulo XXVII, «De la
identidad y la diversidad».
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D ian a CO H EN
8 Alciphron, VII. viii; in Works, ed. Luce and Jessop (Edinburgh 1950), vol. 3, p. 299. La seme
janza con el argumento de Reíd ha sido señalada por A. Flew, ‘Locke and the problem of personal iden-
tity’, Philosophy 26 (1951), 53-68, at p. 57, y por M. R. Ayers, Locke (London 1991), vol. 2, p. 271.
190
La identidad personal: clel cuerpo propio a la ética
Reid sostiene que el enfoque lockeano implica que, paradójicamente, una perso
na puede ser a la misma vez idéntica y no-idéntica a una persona que realiza cierto
acto: el General es idéntico al valiente oficial que tomó el estandarte del enemigo
pero no es idéntico al niño que robó del huerto. Esta violación de la regla de transi-
tividad vuelve a esta objeción difícilmente rebatible. Es notorio que la insuficiencia
de la propuesta lockeana es consecuencia de que el filósofo inglés fija la sede de la
personalidad y, con ella, de la identidad, en la esfera del pensamiento.
En resumen, por un lado, la solución cartesiana con la que inauguramos estas pági
nas, no sólo dejaba sin explicar la comunicación entre las sustancias, sino que además
hacía de la persona un núcleo esencial sin contenido narrativo. Por otro, la propuesta
lockeana rescataba la capacidad para la moralidad de la personalidad, a costa de hacer
a un lado la corporalidad y traicionando, en el mismo gesto, la integridad del ser huma
no. Spinoza, en virtud de la doctrina del paralelismo, logra trascender ambas escisio
nes y anticipar una visión del hombre como ser histórico que se forja en el devenir.
¿Cuáles son las bases físicas en las que se asienta la propuesta spinoziana? La
descripción de la imaginación expuesta por Spinoza en la Ética toma como punto de
9 Thomas Reid, Essays on the Intellectual Powers ofMan (1785), «Of Memory», ch. 4. en John
Perry (ed.), Personal Identity, Berkeley, University of California Press, 1975, pp. 114-115.
191
D ian a CO H EN
partida una premisa común a la física plenista de su época, según la cual el cuerpo
humano padece afecciones causadas por los cuerpos exteriores (E2P13Post.3). La
teoría de cómo se producen estas afecciones del cuerpo se funda en un principio de
corte mecanicista: cuando los cuerpos exteriores ejercen su acción sobre las super
ficies sensoperceptivas del cuerpo humano, causan en éste determinadas afecciones
de índole extensional. Asociando dicho principio a un modelo fisiológico, Spinoza
declara que toda vez que una impresión dejada por un cuerpo externo, afecta las
«partes fluidas» del cuerpo, causa una desviación en el plano de sus «partes blan
das», de modo tal que las partes fluidas, por su movimiento espontáneo, se reflejan
en un ángulo igual de reflexión, produciendo una afección derivada que resulta ser
una especie de «eco» fisiológico de la afección originaria. Dice Spinoza:
«Mientras que los cuerpos exteriores determinan las partes fluidas del
cuerpo humano, de tal modo que choquen con frecuencia con las más blan
das, hacen cambiar sus planos; de donde resulta que las primeras rebotan
contra las segundas de distinta manera que solían; y que después, al proseguir
su movimiento espontáneo y chocar con esos nuevos planos, rebotan de la
misma manera que cuando fueron lanzadas por los cuerpos exteriores contra
los primeros planos; y que, por tanto, mientras siguen ese movimiento de
rebote, afectan de la misma manera el cuerpo humano». (E2P17C).
10 Véase Descartes, Las pasiones del alma y Tratado del hombre, donde se exponen su ser y
origen: «En relación con las partes de la sangre que penetran hasta el cerebro, [dichas partes] no sirven
solamente para alimentar y conservar su sustancia, sino principalmente también para producir cierto
viento muy sutil o, más bien, una llama muy viva y muy pura, que se llaman los espíritus animales»
(AT, XI, 129-130). Y luego añade: estos espíritus animales, «dilatando el cerebro, lo hacen apropiado
para recibir las impresiones de los objetos exteriores, y también las del alma, es decir, para ser el órga
no, o la sede, del sentido común, la imaginación y la memoria» (AT, XI, 227).
192
La identidad personal: del cuerpo propio a ¡a ética
un todo el que se pone en juego, de manera tal que «las ideas de las afecciones
del cuerpo hum ano... deben implicar, no sólo la naturaleza del cuerpo humano,
sino también la de sus partes, ya que las afecciones son modos (por Post.3) por
los que son afectadas las partes del cuerpo humano y, por tanto, todo el cuerpo»
(E2P28Dem). Dado que el cuerpo humano individual a su vez se compone de una
infinidad de cuerpos (E2P13Post.l), las afecciones causadas por los otros cuerpos
comprometen al cuerpo humano en cada una de sus partes componentes: mi piel,
mis otros órganos, cada una de mis células padecerá la marca dejada por los otros.
Cada parte que me compone como este cuerpo individuado que soy yo no sólo
afecta sino que a su vez es afectada, mecanismo del que resultan las imágenes de
los otros cuerpos.
Si los cuerpos exteriores, necesariamente, se me dan mediados por mis imágenes,
es natural que nos interroguemos, entonces, ¿qué incidencia poseen estas imágenes
en nuestra percepción de las cosas?
3. LA LÓGICA DE LA IMAGINACIÓN
Pareciera que la teoría que explica la mecánica inherente a este cuerpo organiza
do que es el humano, articulando, en particular, el proceso de formación de imáge
nes, se limitara a describir el intercambio del cuerpo propio con otros cuerpos. Y que
basada en esta suerte de «eco fisiológico», la imaginación se redujera a un mecanis
mo proyectivo de formación de imágenes de índole extensional.
Sin embargo, dado que todo cuanto sucede en el cuerpo humano debe percibirlo
asimismo el alma (E2P12), cada una de las imágenes corpóreas selladas en un cuer
po humano determinado, poseen su correlato, en el plano mental, en sendos modos
del pensar. En efecto, la imaginación asocia sus representaciones de manera tal que
la presencia de una conduce a la presencia de otra. Con dicho operar, el alma va
descomponiendo y recomponiendo las representaciones, formando nuevas combina
ciones. Y puesto que estas representaciones se reproducen idénticamente en una red
de asociaciones mentales, con ellas el alma inaugura el vastísimo y complejo campo de
la imaginación.
Spinoza construye así, mediante un mecanismo de equivalencia entre el ángulo
de incidencia y el ángulo de reflexión, una teoría de la reflexión o de la formación
de imágenes en el que la afección de un cuerpo por otro provoca la formación de
una imagen —que es todo lo que percibimos del objeto exterior afectante—, Pero
adviértase que, tal como se anticipó, no se trata sino de un mecanismo que produce
afecciones por cierto efecto de rebote, las que resultan ser huellas corporales dife
ridas en relación con la afección original. Ya Descartes había afirmado que «los
espíritus... al encontrar las huellas de diversas impresiones que les han precedido
en el cerebro, siguen en él su curso», produciendo las ilusiones de nuestros sueños y
193
D ian a CO H EN
«Si el cuerpo humano ha sido afectado por un modo que implica la natu
raleza de un cuerpo exterior, el alma humana contemplará ese cuerpo exterior
como actualmente existente o como presente, hasta que el cuerpo sea afecta
do por un afecto que excluya la existencia o la presencia de dicho cuerpo».
(E2P17).
11 Las pasiones del alma, Madrid, Tecnos, 1997, Art. XXI, p. 89.
12 Véase Marx Wartofsky, «Action and Passion», en Spinoza: A Collection of Critical Essays,
Marjorie Grene (ed.), Notre Dame, Indiana, University of Notre Dame Press, 1979, pp. 329-353.
194
La identidad personal: del cuerpo propio a la ética
4. M ISM ID A D E IPSEID A D
195
D ian a CO H EN
14 Los auxiliares de la imaginación expresan la potencia activa con la cual la imaginación deter
mina la receptividad pasiva de las afecciones (TIE: 108; Ep.17; E2P40S1).
196
La identidad personal: clel cuerpo propio a la ética
puro pensar, sino de los movimientos fortuitos del cueipo, padecidos sin llegar a
comprender el mecanismo por el que son producidos. Por ser un orden extraño al
orden del entendimiento, y relativo a la constitución del cuerpo propio, es un conocer
confuso, fragmentario y liberado de una secuencia racional. Este deficiente alcance
epistémico implica que, tal como Spinoza se ocupa de aclarar, lejos de poder asig
nársele cierta función explicativa, la imaginación en el plano de lo extensional implica
meramente la naturaleza de las cosas que están fuera del cuerpo humano sin alcanzar a
dar cuenta de las mismas. Y en su calidad de ideas del alma que corresponden a las
imágenes extensionales, éstas no nos indican el verdadero ser de las cosas, de los
otios cuerpos, sino las condiciones en las cuales el cuerpo propio ha estado una vez
en relación con esas cosas, con esos cuerpos.
Es notorio entonces que, en el polo de la subjetividad, la imaginación, y la memo-
lia a ella asociada, operan en las dimensiones de la temporalidad, reproduciendo una
y otra vez la misma asociación inscripta cierta vez en el cuerpo. Y en el polo de la
objetividad, la cosa, permanece, en su condición de afectante, modificando el cueipo
propio sin abandonar su estatuto de aquello que lo trasciende. Spinoza llega a decla
rar que «las ideas que tenemos de los cuerpos exteriores, indican más la constitución
de nuestro cueipo que la naturaleza de los cuerpos exteriores» (E2P16C2). La cosa
ni siquiera puede ser relegada al olvido, pues en rigor de verdad, nunca fue conocida
en su verdadera naturaleza. El mundo perceptivo, al fin de cuentas, se nos da nece
sariamente mediado, y aunque las imágenes retienen algo del cuerpo afectante, ellas
son cribadas por el cuerpo propio. Nuestro acceso al mundo es un acto indisociable
de y limitado por nuestra corporalidad15.
En este operar de la imaginación asociada a la memoria, el alma parece seguir
pasivamente al cuerpo, pues forma sus ideas siguiendo el mismo orden que rige
circunstancialmente, según los encuentros fortuitos, las afecciones del cuerpo
(E3P18S). Es así como la historia de cada individuo se va constituyendo a partir de
los encuentios de cada cuerpo con otros cuerpos, y el resultado del encuentro depen
de además de la condición y de los encuentros precedentes, de manera tal que «... El
197
D ian a CO H EN
mismo hombre puede ser afectado de diversa manera por uno y el mismo objeto (por
E2P131ema 3, ax 1) en tiempos diversos» (E3P51).
Un mecanismo semejante funciona en el plano de los afectos: el rasgo que en
general distingue el afecto de las afecciones, es que el primero, en cuanto se halla
íntimamente ligado al conato en calidad de esfuerzo por perseverar o incrementar
la propia potencia, señala una disminución o aumento de nuestra actividad. Más
precisamente, el afecto es el pasaje, la variación cuantitativa de un cierto grado
de potencia a otro. Estas variaciones afectivas dejan también ellas sus huellas
corporales, pues en la constitución del cuerpo se retienen igualmente las marcas
de los afectos, esto es, las variaciones de intensidad de su potencia de actuar,
mutaciones constantes que se reproducen idénticamente en el alma. Es así como
las variaciones evocan los ecos de los acontecimientos en la constitución de nues
tro cuerpo y son estos ecos los resucitados por las representaciones, recuerdos y
fantasías en cada ocasión. Esta variabilidad se expresa en el registro consciente en
el sentimiento de alegría o de tristeza, y en el entramado todo de afecciones deriva
das, constituyéndose en este proceso la identidad narrativa intransferible, de cada
individuo en particular.
Pero la complejidad de las huellas corporales no sólo diferencian a un individuo
particular de otro. Pues a juicio de Spinoza, esta complejidad es también aquella
que, cuantitativamente, distingue al cuerpo humano del cuerpo animal no humano:
el cuerpo de un caballo, según el ejemplo que ofrece el filósofo en E3P57S, carece
de la complejidad que hace posible al cuerpo humano retener los trazos o huellas de
las experiencias a partir de las cuales puede formar las nociones comunes. Por
cierto, Spinoza se equivoca en lo que concierne a la fisiología del caballo. Pero
lo importante es que nos advierte que para que se desarrolle la capacidad para
encaminarnos en el trayecto hacia una vida ética, es una condición necesaria cierta
complejidad fisiológica que nos habilite para realizar comparaciones entre expe
riencias diversas que den lugar a la formación de nociones comunes de un género
superior de conocimiento. Así pues, ciertas pasiones —la hilaritas, por mencionar
una—, son placeres de la razón, pese a que se asientan en la complejidad estruc
tural del cuerpo.16
No sólo eso. Además, los encuentros con los otros cuerpos dejan marcas indele
bles en el cuerpo propio que persisten más allá de los cambios en su composición
y en la relación de sus partes componentes, de manera tal que «el cuerpo humano
puede padecer muchos cambios y retener, no obstante, las impresiones o vestigios de
los objetos y, por tanto, las mismas imágenes de las cosas» (E3Post.2). La persisten
cia de esas imágenes continúan a lo largo de los procesos naturales de crecimiento y
16 Véase Geneviéve Lloyd, Spinoza and the Ethics, London, Routledge, 1996, p. 92.
198
La identidad personal: del cuerpo propio a la ética
envejecimiento. Es así como «el alma puede imaginar y recordar las cosas pasadas
solo mientras dura el cuerpo», puesto que recién con la muerte se produce la desapa
rición de la imaginación y la memoria asociadas a un cuerpo determinado (E5P21).
Spinoza ilustra esta particular teoría con su alusión a cierto poeta español amnésico,
quien habría olvidado que había compuesto comedias y tragedias hasta el punto que
no parecía continuar siendo el mismo individuo:
«Sucede a veces que un hombre sufre tales cambios que yo no diría fácil
mente que sigue siendo el mismo: como he oído contar de cierto poeta espa
ñol, que había sufrido una enfermedad y, aunque había curado de ella, quedó,
en cambio, tan desmemoriado de su vida pasada que no creía ser suyas las
comedias y tragedias que había hecho». (E4P39S).
Si el cuerpo muere una vez que «sus partes se disponen de suerte que adquieren
entre ellas otra proporción de movimiento y reposo» (ibidem ), este olvido se explica
pues una vez que se pierde la proporción que lo determinaba como un individuo en
particular (el poeta español sufrió cambios cerebrales que desintegraron dicha pro
porción), también se pierden las imágenes y los recuerdos (E2P17CD).
En particular, el poeta español muere una vez que ya no recuerda haber escrito
sus comedias y tragedias, una vez que no puede configurar sus propias afecciones
en una narrativa en la cual reconocerse, ni puede reapropiarse del lenguaje en una
pragmática que una vez usó. La mención del poeta muestra la peculiaridad de la hue
lla, en su calidad de efecto, pero también de signo de nuestra historia única. Pues la
huella es efecto, es signo de nuestros encuentro con los otros y con nosotros mismos.
Es, al fin y al cabo, un testimonio.
El testimonio expresa la historia de los encuentros del cuerpo propio con otros
cuerpos en el registio de lo simbólico. Y si es posible, lo es porque la imaginación
produce por su propio uso instrumentos tales como los signos y las palabras (IE: 108;
Ep-17), y éstos se articulan en sistemas convencionales sesgados por la equivocidad
y por la variabilidad derivadas de las cadenas asociativas en las que intervienen.
Dice Spinoza:
199
D ian a CO H EN
Si llamamos a ciertas cosas «manzanas», es sólo porque una cierta palabra fue
dicha mientras objetos de un cierto tipo afectaron nuestros órganos sensoriales,
pero eso no nos dice nada acerca de las manzanas. Cuando el hombre romano pasa
del pensamiento de la voz manzana —esto es, del plano del discurso— al pensa
miento de la manzana, su asociación entre significante y significado, pese a ser
completamente arbitraria, es relativa a su familiaridad reiterativa con ese objeto.
Las palabras reciben su significado en virtud del uso: la pragmática precede a la
semántica (TTP. Cap. 12).
200
La identidad personal: del cuerpo propio a la ética
Es así como el alma, idea del cuerpo que dura, retiene su pasado, y esta retención
no sólo le permite hacer comparaciones entre experiencias con las que forma los
universales sino que más tarde, produce las nociones comunes, índice del pasaje de
la imaginación a la razón. En las últimas partes de la Etica, Spinoza demostrará que
recién cuando dejamos de ser dominados por afectos contrarios a nuestra naturaleza
que menoscaban nuestro conato en su calidad de cierta potencia de obrar, podremos
formar nociones comunes, comenzando por aquellas que representarán algo común
entre mi cuerpo y otro cuerpo exterior a mí que produce en mí una pasión alegre.
De estas nociones comunes se seguirán afectos alegres que ya no serán pasiones,
sino acciones que sustituirán a las pasiones. Una vez que vivenciemos estos afectos
activos que incrementen la potencia del conato, podremos formar nociones comunes
más generales, que expiesen lo que es común a nuestro cuerpo y a los cuerpos que
no le convienen, que le son contrarios o le producen tristeza, de las que derivarán
nuevos afectos de alegría activa que reemplazarán a las pasiones nacidas de dicha
tiisteza. Es notoiio entonces como, en el marco de una concepción que parte de la
mecánica de los cuerpos, valiéndose del operar de la imaginación en el tiempo, el yo
emerge en su estatuto de constitutivo de una realidad cribada por la propia corpora
lidad y, en el mismo gesto, en su calidad de unidad narrativa, proyectándose hacia
una vida ética.
201
D ian a CO H EN
los otros se conservan. Y basta con reactivar esas huellas, para retornar una y otra
vez a nuestros recuerdos atesorados en el cuerpo. Pero también nos descubrimos
como la idea de un ser existente, desplazándonos hacia el futuro donde podremos
resignificar, a través de la reactivación de esa huella, el pasado en cada presente.
El pasado, el presente y el futuro no son sino las dimensiones de todo y de cada ser
humano en su singularidad. Si somos diferentes de los demás individuos, lo somos
porque poseemos una historia, porque portamos las marcas en el cuerpo y las pasio
nes en el alma.
Al fin de cuentas, si una vida ética es esperable, lo es porque nos es posible trans
formar los trazos del cuerpo propio en nociones comunes y con ellas, emprender el
camino hacia la perspectiva superadora del juego de las pasiones. Una vida ética
que procure para sí, en cuanto está en ella, una alegría genuina, spinozianamente
redentora.
BIBLIOGRAFÍA PRIMARIA
B er k eley , George, Alciphron, VII. viii; in Works, Edinburgh, ed. Luce and Jes-
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BIBLIOGRAFÍA SECUNDARIA
202
La identidad personal: del cuerpo propio a la ética
203
HISTORIA DE LAS PALABRAS:
LA IMPORTANCIA DEL USO
EUGENIO FERNÁNDEZ GARCÍA
Universidad Complutense Madrid
205
E u g e n io FERNÁNDEZ GARCÍA
aquí su conocida advertencia: «Advierto a los lectores que distingan con precisión
entre la idea o el concepto del alma y las imágenes de las cosas que ellas imaginan.
Es necesario, además, que distingan entre las ideas y las palabras con las que signi
ficamos las cosas. Pues muchos (. . .) confunden totalmente estas tres cosas, a saber,
las imágenes, las palabras y las ideas» (E 2P49S). Spinoza denuncia la confusión
entre cosas y palabras y, dentro del campo de éstas, entre imágenes, palabras e ideas.
Pero llamar a la distinción cuidadosa, no es rechazar las imágenes y las palabras, ni
suponer que la filosofía es una confrontación entre cosas e ideas, una labor intelec
tual pura, sin ninguna presencia de imágenes y palabras.
Voy a intentar mostrar que esa crítica se inscribe dentro de un análisis matizado y
una reivindicación o, como diría Ortega y Gasset, una «salvación» del lenguaje.
Según dice P. F. Moreau: «A su crítica de las palabras Spinoza ha yuxtapuesto un
trabajo sobre la lengua (comprensión del lenguaje, comprensión de la escritura) y
un trabajo de la lengua (elaboración de una lengua filosófica) que suponen una rela
ción al menos en parte positiva con el orden de las palabras»2. Se trata de criticar los
enredos del lenguaje común para detectar sus errores y su servidumbre, posibilitan
do, así, la comprensión del modo de funcionamiento del lenguaje y la elaboración de
una lengua filosófica que despliegue sus posibilidades de significar adecuadamente.
Crítica, sobre todo, en el TIE y en CM, análisis histórico-estructural, sobre todo,
en el TTP y formación de una lengua renovada, sobre todo, en E, son las tres tareas
principales del tratamiento spinozista del lenguaje.
206
Historia de las palabras: la importancia del uso
dueña de las palabras, pero ocurre también que las palabras devuelven y reflejan
su fuerza sobre el entendimiento, lo cual convierte a la filosofía y a las ciencias en
inútiles y sofísticas. Además, las palabras reciben su significado, en la mayoría de
los casos, de las opiniones del vulgo y cortan las cosas a partir de las líneas más
patentes para el entendimiento vulgar...»3. Las palabras, las habladurías actúan
como patrones que dominan, esclavizan y, en este sentido, ejercen un verdadero
poder sobre nosotros.
Las palabras no son signos naturales, sino arbitrarios; no tienen garantizada la
adecuación con las cosas que designan y, además, surgen de la ignorancia y la lle
van como marca desde su origen. Pero eso no significa que sean débiles, sino que
la ignorancia marca su uso y su destino. En efecto, significan las cosas no tal como
son, sino tal como están en la imaginación. En E 2P17S explica esa diferencia: es la
diferencia que hay entre «la idea, por ejemplo, de Pedro, que constituye la esencia
del alma del mismo Pedro» y la idea del propio Pedro que está, digamos, en Pablo.
«Pues aquella explica directamente la esencia del cuerpo del mismo Pedro y no
implica su existencia sino mientras Pedro existe; en cambio, ésta indica la constitu
ción del cuerpo de Pablo más bien que la naturaleza de Pedro y, por eso, mientras
persista aquella constitución de Pablo, el alma de Pablo contemplará a Pedro como
si le estuviera presente, aunque no exista». Es decir, las palabras designan las cosas
tal como están representadas en nuestra imaginación, lo cual, a su vez, depende del
modo como los demás cueipos afectan al nuestro, o sea, depende directamente de
nuestra constitución y sólo indirectamente de la suya. Su objetividad está mediada
por las disposiciones subjetivas, tanto de la sensibilidad como del propio ingenium.
Por su parte, «la idea (dado que es un modo de pensar) no consiste ni en la imagen
de alguna cosa, ni en las palabras, ya que la esencia de las palabras y de las imáge
nes está constituida por los solos movimientos corpóreos, que no implican en modo
alguno el concepto de pensamiento». Quienes olvidan esa diferencia no sólo confun
den las ideas con las imágenes, sino que reducen aquéllas a «pinturas mudas en una
tabla» (E 2P49S); malentienden las palabras y las imágenes y, sobre todo, silencian
y desactivan la potencia de pensar.
Las palabras, a diferencia de las ideas, tienden a la plasticidad de las imágenes,
como se ve en la escritura. Pero la escritura, como sabemos al menos desde Platón,
encantada de la promesa que hacía a los hombres más sabios y menos memorio
sos, produce efectos contrarios, proporciona una memoria desde fuera y hace que
los hombres, «habiendo oído muchas cosas sin aprenderlas, parecerá que tienen
muchos conocimientos siendo, al contrario, en la mayoría de los casos totalmente
ignorantes y difíciles de tratar, porque han acabado por convertirse en sabios apa
rentes en lugar de sabios de verdad (...). Porque es impresionante, Fedro, lo que pasa
207
E u g e n io FERNÁNDEZ GARCÍA
con la escritura y por lo tanto se parece a la pintura. En efecto, sus vástagos están
ante nosotros como si tuvieran vida; pero, si se les pregunta algo responden en el
cultivo de los silencios...»4 . Esa contraposición lleva a Spinoza a formular un princi
pio o ley general de proporcionalidad inversa con dos vertientes: a) «Cuanto menos
entiende la mente y más cosas perciba, mayor poder tiene de fingir, y cuanto más
entiende, más disminuye ese poder», b) «Cuanto menos han llegado los hombres a
conocer la Naturaleza, más fácilmente pueden fingir muchas cosas: como que (...)
aparecen espectros en los espejos, que la nada se convierte en algo...» (TIE § 58).
Por la misma razón, cuanto más entiende la mente y mejor conocen los hombres la
Naturaleza, muchas menos quedan al albur de la ficción y el error; y, sin embargo,
mayor es su capacidad de imaginar y conocer adecuadamente. De lo cual se despren
de que el remedio contra los peligros de la ficción radica en el ejercicio de la poten
cia de imaginar siguiendo la capacidad de la mente y la secuencia de los procesos
naturales. La crítica rompe la ilusión de correspondencia inmediata entre imágenes,
palabras y cosas. Tal ruptura tiene algunas consecuencias más precisas:
— Hay, en algunos casos, más palabras que cosas. Por ejemplo varias palabras
para lo mismo, como sucede con Israel y Jacob que en la Biblia designan a la misma
persona (Ep 9, p. 46). O con el entendimiento y la voluntad que, para Spinoza, desig
nan una sola y misma cosa (E 2P49C; Ep 54 a Boxel p. 251), cuya diferenciación ha
dado lugar a una enredada polisemia sobre el libre albedrío.
— En otros casos hay más cosas que palabras, como sucede con aquellas cosas
distintas a las que asignamos el mismo nombre o con aquellas otras para las que no
disponemos de nombre. Ej. El término ‘c a n ’designa algo tan distinto como es una
constelación y un animal que ladra (CM 1, cap. 9 p. 247).
— A este doble desajuste se añade otro que viene dado por el hecho de que las
palabras estén formadas por la comprensión del vulgo: «A todas aquellas cosas
que sólo se hallan en el entendimiento y no en la imaginación, les impusieron con
frecuencia nombres negativos, tales como incorpóreo, infinito, etc., por eso mismo,
muchas cosas que son afirmativas, las expresan negativamente, y al revés, por ejem
plo, increado, independiente, infinito, inmortal, etcétera. Es que sus contrarios los
imaginamos mucho más fácilmente; por eso fueron los primeros que se presentaron
a los hombres, y éstos les impusieron nombres positivos. Afirmamos, pues, y nega
mos muchas cosas porque la naturaleza de las palabras, no la naturaleza de las cosas,
permite afirmarlo y negarlo; de ahí que si ignoramos ésta, será fácil que tomemos
algo falso por verdadero» (TIE § 89)5. A menudo pensamos a partir de las palabras
208
Historia ele las palabras: la importancia del uso
En contra de la que dice Suárez, Platón expresa el deseo de que el lenguaje fuera obra de los sabios, bajo
la guía del filósofo, pero reconoce que, de hecho, es obra de los antiguos poetas. Ver Cratilo 388-390.
209
E u g e n io FERNÁNDEZ GARCÍA
211
E u g e n io FERNÁNDEZ GARCÍA
no es la lengua la que hace sagrados a ciertos libros (TTP X, P-145). La letra muerta
nunca es sagrada. Para ello es preciso conocer la historia de la Escritura y no dar por
cierto lo que no se siga con claridad de ella (TTP VII, p. 102). Dentro de esa historia
importa conocer por un lado el contexto y por otro la mentalidad de cada uno de los
autores, por ejemplo de los profetas. En efecto, «eo facilius verba alicujus explicare
possumus, quo ejus genium et ingenium melius noverimus» (TTP VII, p.102). Todo
ello cristaliza en el uso que es el que determina el sentido concreto de las palabras.
Spinoza sienta el siguiente principio: «Las palabras sólo tienen un significado cierto
en virtud del uso» (TTP XII, p.160). Principio que evoca el conocido «meaning in
use» de Wittgenstein. El uso las configura y carga de significación; y puede deterio
rarlas y terminar dejándolas vacías. Así un mal uso ha hecho que la verdadera fe se
haya quedado reducida a credulidad, prejuicios y ritos vacíos, es decir, a superstición
(TTP praef p. 8).
El uso desempeña tres funciones: a) es el intérprete de las palabras; b) es testigo
de su historia, registra sus cambios de sentido; c) es, en cuanto constituye una tradi
ción, el guardián de la lengua".
El significado de las palabras no es subjetivamente arbitrario, viene dado por el
hábito y la tradición. El lenguaje se nos transmite institucionalizado. Detrás de una
lengua hay una comunidad. Por eso no puede ser alterada a voluntad. Las palabras
permiten usos muy distintos, se prestan al disimulo, pero el uso pone límites a la
impostura, temas tan característicos del siglo XVII. El lenguaje tiene historia, tiene
el calado del tiempo, el espesor de la duración está inserto entre las palabras y sus
significados1112 . Por eso en las prácticas del lenguaje hay que contar también con los
abusos. Spinoza sabe bien que los textos de la Escritura pueden perder sentido por
abuso de los mismos. Y son al mismo tiempo las reglas del uso las que controlan,
hasta cierto punto, esos abusos. Una de sus manifestaciones más impoitantes es jus
tamente el olvido, la pérdida de significación por el desuso.
En esa historia se inserta el contexto que modula la significación. Así un carruaje
tirado por caballos, a un labrador le evocará alguna de las faenas tradicionales del
campo; y a un turista probablemente un paseo por el casco antiguo de una ciudad,
por ejemplo, Sevilla. El universo de la significación se inscribe dentro del complejo
mundo de la vida.
En concreto el uso referido al lenguaje forma parte del conjunto de prácticas o
usos propios de los seres humanos. «El uso del lenguaje está, pues, condicionado
por el uso de la vida»13. Supone una historia y en cada uno implica un «engarce
biográfico». (Ibid.); no sólo por obra de la voluntad de memoria y de identidad, sino
3, EL NOMBRE DE SPINOZA
213
E u g e n io FERNÁNDEZ GARCÍA
^ l ó 1^I^'los numerosos documentos recopilados por A. VAZ DIAS sobre la familia de Spinoza y su
propia etapa judía aparecen siempre Baruch o Bento como nombre. Las formas Espinosa o Espinoza
y sus varias combinaciones con el ‘de’, se alternan sin orden ni preferencia; en cambio Spinoza so
Carece dos veces VAZ DIAS, A. y VAN DER TAK, W„ S p in o z a m e r c h a n t a n d a u to d id a c t, Assen,
Van Gorcum 1982, pp. 113-119, 127-138, 157-159 y 163. En la firma de sus cartas normalmente
sólo aparece ía iniciaí del nombre, y cuando lo escribe entero es siempre B e n e d ic ta s . Como apellido
predominan las formas d e S p in o z a o D e s p in o z a . Eso llevó a C. GEBHARDT a la conclusión de que
esa es la denominación más correcta. Ver «Der Ñame Spinoza». C h r o m c o n S p i n (19 J
n 272-276 Otro dato importante es la elección de las iniciales que figuran en el sello BdS. Manejan
5o una documentación más amplia y actual, A. DOMÍNGUEZ llega a la misma conclusión en cuanto
al apellido pero se inclina por Baruch como nombre más adecuado «Benito de Spinoza o Baruch de
Spinoza9» B u lle tin d e V a sso c ia tio n d es a m is d e S p in o z a n°. 13 (1984) 3-9. Justamente porque para
™ "dfo « má, ,1 es excomulgado, .1 nombm cambia como la vida, pienso <jue I . da— «» "
más adecuada es ‘Benedictus de Spinoza’. Esa es también la op.mon, basada en «la autoridad del filo
sofo mismo» de S. DUNIN BORKOWSKI, quien interpreta que al escribir su apellido de una forma
ostentativamente distinta, Spinoza parece haber querido romper los puentes con su familia y sus raíces^
El mismo observa, con ironía, que los documentos oficiales no tomaron nota de este cambio y asi en
el libro de defunciones se lee «De Espinosa». Ver D e r j u n g e d e S p in o z a , Munster, Aschendo Ischen
Buchhandlung, 1910, pp. 86-87.
214
Historia de las palabras: la importancia del uso
En su tarea de nombrar y definir los afectos Spinoza realiza en primer lugar una
delimitación del campo:
No trata de todos los afectos, sino sólo de los principales.
— Deja fuera los que tienen más de curiosidad que de utilidad (E 3P59S) y se
centra en los que son suficientes ad usura vitae (E 3AD48ex). Su planteamiento es
practico y etico no enciclopédico; no tiene pretensiones de exhaustividad. Aquí
como en E 2Prol„ la conciencia de la infinitud de los modos, lleva a ser selectivo y a
215
E u g e n io FERNÁNDEZ GARCÍA
ocuparse de aquellas cosas «que nos pueden llevar como de la mano al conocimiento
del alma humana y de su felicidad suprema».
— Deja fuera los que sólo son afecciones externas del cuerpo y no son, por tanto,
íntegramente afectos, como es el caso del temblor, la palidez, los sollozos, la risa, el
placer o el dolor (E 3P59S y E 3AD3ex)19.
_No nombra los compuestos que no tienen un nombre propio y diferenciado (E
3AD48ex).
— No incluye en la lista de las definiciones, pero sí en el cuerpo de las proposi
ciones (E 3P59S), los afectos que son acciones y no pasiones, como son la fortaleza,
la firmeza, la generosidad, la templanza o la sobriedad.
— Hay afectos de los que dice desconocer el nombre: «No sé, en cambio, con
qué nombre deba ser designada la alegría que surge del bien del otro» (E 3P22S).
— Además, reconoce que las clases de afectos son innumerables pues difieren
según los objetos y la constitución de cada individuo (E 3P56-57 Y E 3P59S).
Dentro de ese recorte, Spinoza, consecuente con su crítica del lenguaje ordinario,
se desmarca de las denominaciones tradicionales y se propone atender a la naturale
za de los afectos. Claramente afirma: «Sé que según el uso corriente estos nombres
significan otra cosa. Pero mi objetivo no es explicar el significado de las palabras,
sino la naturaleza de las cosas y designarlas con aquellos vocablos cuyo significado
usual no se aleja totalmente de aquel con que yo las quiero emplear» (E 3AD20ex).
A primera vista se trata de pasar del uso vulgar de la terminología de los afectos a la
formación de conceptos adecuados de los mismos. Porque, como señala en E 3 AD31
ex., «los nombres de los afectos (como ya he advertido) se refieren más a su uso que a
su naturaleza». Incluso hay nombres que significan lo contrario del significado etimo
lógico del vocablo; así misericordia no designa miseria de corazón o mera compasión
del mal ajeno, sino amor «que goza con el bien de otro» (E 3AD23ex y 24).
Sin embargo, no sólo la denominación de los afectos, sino incluso el orden de su
explicación genética a lo largo de las proposiciones y demostraciones de E III, son
claramente deudores del lenguaje heredado, especialmente de Descartes20. De hecho,
19 Conviene recordar que algunos autores anteriores pero cercanos en el tiempo a Spinoza, habían
destacado la relevancia de estos fenómenos para recocer y distinguir los afectos, en la medida en que
muestran la implicación del cuerpo en los mismos y proporcionan signos que escapan al disimulo o
los engaños de la conciencia. Es el caso de algunos médicos, entre los que destaca CUREAU DE LA
CHAMBRE. Descartes hace mención a la risa en Pasiones del alma, art. 181.
20 La relación de afectos definidos por Spinoza es más amplia que la que ofrece Descartes en
sus Pasiones del alma, 48 frente a 39; pero dentro de esa diferencia Spinoza en la Etica asume 34
denominaciones de las dadas por Descartes. Más estrecha es la correspondencia de las denominaciones
que aparecen en el Korte Verhandeling, con las Pasiones del alma. Se pueden ver los listados con sus
referencias textuales en la edición por A. Domínguez del Tratado Breve de Spinoza, Madrid, Alianza,
1990, p. 218-219.
216
Historia ele las palabras: la importancia del uso
217
E u g e n io FERNÁNDEZ GARCÍA
23 P. MACHEREY recoge 78 denominaciones de afectos o figuras afectivas. Ver op. cit., pp. 392-
405.
24 Ver DESCARTES, R. Passions de l ’ame, arto. 53,54 Y 70-77.
218
Historia ele las palabras: la importancia del uso
219
E u g e n io FERNÁNDEZ GARCÍA
220
SPINOZA Y LOS ESCEPTICISMOS
LEISER MADANES
Centro de Investigaciones Filosóficas
Buenos Aires
221
L eiser MADANES
Si bien es cierto que en la Etica Spinoza parecería creer innecesaria una con
frontación directa y explícita con los argumentos de los escépticos, cabe recordar
que ésta es la última exposición de su sistema y que fue precedida por el inconcluso
Tratado de la reforma del entendimiento, el tardíamente conocido Breve tratado,
una exposición more geométrico de los Principios de la filosofía de Descartes y una
numerosa correspondencia, páginas en las cuales asistimos a la progresiva madura
ción de su pensamiento. Es en este proceso, y en especial en su examen critico de la
filosofía cartesiana, donde encontramos las mejores reflexiones de Spinoza acerca
del escepticismo epistemológico. Me centraré en dos pasajes en los que Sinoza
expone y discute la refutación cartesiana de la duda escéptica y propone, por su
parte, otra refutación que considera superior e inmune a ciertas objeciones plantea
das contra Descartes. El primero de ellos corresponde a la Introducción de su expo
sición more geométrico de los Principios de la filosofa de Descartes; el segundo a
Tratado de la reforma de entendimiento.
Veamos, primero, por qué en la Introducción a los Principios Spinoza decide
alejarse de la m era exposición de la filosofía de Descartes, critica un aspecto
importante de la argumentación cartesiana y propone un argumento que considera
superior. .
Comienza distinguiendo las razones que Descartes aduce para dudar acerca de lo
que se percibe por los sentidos y las razones para dudar de las cosas más generales y de
las verdades de la matemática, que se captan únicamente por el intelecto. Creo yo que
222
Spinoza y los escepticismos
sin serle infiel a Descartes, Spinoza explica que la razón más abarcadora y última para
poner en duda las creencias era que «estaba en su mente [i. e. la de Descartes] la vieja
opinión de que existe Dios, el cual todo lo puede y por el cual fue creado tal como
existe; quizás había hecho que se engañara incluso acerca de aquellas cosas que le
parecían clarísimas. He ahí de qué forma lo puso todo en duda» (143). Es decir, según
Spinoza, Descartes considera que la ignorancia acerca de nuestro propio origen es la
razón última y fundamental que permite poner en duda nuestras creencias, nuestras
percepciones más claras y distintas, incluso las de la matemática. En ningún momento
pinoza critica esta tesis. Si en la Etica no hay lugar para los argumentos escépticos,
se debe a que poseemos una idea clara y distinta, una idea adecuada de Dios.
Ahora bien, creo yo que no se trata de una interpretación incorrecta de Descar
tes^ Recordemos las Meditaciones. Descartes considera varias posibilidades: puede
haber llegado a existir por una sucesión de causas, o por la fatalidad o el azar, puede
ser la criatura de un Dios engañador o la víctima de un genio maligno. Si cualquiera
de estas alternativas fuera verdadera, sus facultades cognitivas no serían confiables.
Por lo tanto, mientras no las deseche, mientras ignore su origen, tiene razones para
dudar. La ignorancia de su origen no sólo es razón suficiente para dudar sino que
es también condición necesaria. En efecto, una vez que conoce que su origen es un
Dios que no es enganador, puede probar que las percepciones claras y distintas son
verdaderas y que no hay razón para dudar de ellas.
En la sección final de la Introducción Spinoza explica cómo Descartes pretende
liberarse de las dudas iniciales demostrando la existencia de un Dios veraz Agrega
la siguiente objeción que se le ha planteado a Descartes.
«Pero, antes de poner fin a esta introducción, - d i c e S p in o z a - me parece opor
tuno responder adecuadamente a aquellos que arguyen así. Como a nosotros no nos
es por si mismo evidente que Dios existe, parece que nunca podremos estar ciertos
de nada; por tanto, nunca nos resultará claro que Dios exista. En efecto, de premi
sas inciertas (y hemos dicho que todo nos es incierto mientras ignoramos nuestro
origen) no se puede concluir nada cierto» (G I, 146. Reproduzco la traducción de
Atdano Domínguez en todas las obras de Spinoza, salvo en la Etica que sigo la de
223
L eiser MADANES
«Pero cuando consideraba algo muy simple y muy fácil respecto de la arit
mética o de la geometría por ejemplo, que la reunión de dos y tres producen
el número cinco, y otras cosas parecidas, ¿no las concebía de un modo sufi
cientemente claro para afirmar al menos que eran verdaderas? Ciertamente,
si después he juzgado (postea judicavi) que se podía dudar de estas cosas,
no fue por ninguna otra razón, sino porque se me ocurría que quizás un Dios
podía haberme dado una naturaleza tal que me equivocara incluso con res
pecto a las cosas que me parecían más claras. Pero siempre que se presenta
a mi pensamiento esta opinión preconcebida del soberano poder de un Dios
me veo obligado a confesar que le es fácil, si quiere, hacer de modo que yo
me equivoque incluso en las cosas que creo conocer con una evidencia muy
224
Spinoza y los escepticismos
grande. Y por el contrario, siempre que me vuelvo hacia las cosas que pienso
que concibo claramente, me convencen tanto que gustoso me dejo arrastrar
por estas palabras: engáñeme quien pueda, que jamás logrará hacer que no sea
nada mientras pienso que soy algo o que algún día sea verdad que no he sido
nunca, siendo verdad ahora que soy, o bien que dos y tres reunidos hacen más
o menos que cinco, o cosas parecidas, que veo claramente que no pueden ser
de otro modo que como las concibo».
2. LA NATURALEZA DE LA DUDA
225
L eiser MADANES
sensación, puesto que, en sí misma, no es más que dicha sensación» (G II, 29). La
persona que duda genuinamente tiene una causa o razón para su duda, y esto la
distingue de quienes tan sólo dicen dudar. Esta causa o razón, empero, no reside
en aquello mismo de lo que se duda, pues si sólo existiera una idea en la mente no
habría razón para dudar de ella. Continúa Spinoza:
«La duda se deberá, pues, a otra idea, que no es tan clara y distinta, como
para que podamos concluir de ella algo cierto acerca de la cosa, de la que
dudamos; en otros términos, la idea que nos induce a la duda, no es clara y
distinta. Por ejemplo, si alguien no ha pensado nunca en la falacia de los sen
tidos, ni por experiencia ni de modo alguno, jamás dudará si el Sol es mayor
o menor de lo que parece. Y por eso, los campesinos suelen sorprenderse, al
oír que el sol es mucho mayor que el globo terráqueo. Si se piensa, en cambio,
en la falacia de los sentidos, surge la duda. (Es decir, el sentido sabe que se ha
engañado alguna vez; pero sólo lo sabe confusamente, ya que no sabe cómo
se engañan los sentidos.) Y, si alguien, después de la duda, ha alcanzado el
verdadero conocimiento de los sentidos y cómo, gracias a sus instrumentos, se
representan las cosas a distancia, la duda desaparece de nuevo» (G II, 29).
226
Spinoza y los escepticismos
conclusión con respecto al asunto que estamos considerando. También este punto
puede ilustrarse con la percepción del Sol. Si alguien carece de conocimiento de
la operación de los sentidos pero sin embargo esta consciente de que sus sentidos
a veces lo han engañado, puede llegar a dudar de que el Sol sea del tamaño que
aparenta tener. Pero si adquiere una percepción clara y distinta del funcionamiento
de los sentidos, su duda desaparecerá. Ya no dudará si el Sol tiene el tamaño que
aparenta tener, pues se dará cuenta de que no lo tiene. Si alguien afirma que p es
dudoso porque es posible que q, implica que no sabe si q y no sabe si no q. En el
caso del escéptico que argumenta que puede ser la criatura de un Dios engañador, se
sigue que, si supiera que es la criatura de un Dios engañador, ya no estaría en duda
acerca de si sus percepciones claras y distintas son verdaderas, pues sabría que no lo
son. Si, por el contrario, supiera que no es la criatura de un Dios engañador, tampoco
estaría en la duda, pues carecerá de razón para dudar acerca de la verdad de sus ideas
claras y distintas.
3. LA ALTERNATIVA DE SPINOZA
227
Leiser MADANES
Spinoza considera que así como sólo quien no tiene una idea verdadera del trián
gulo puede creer que sus ángulos no equivalen a dos rectos, de la misma manera sólo
quienes tienen una idea errónea de Dios pueden creer que sea engañador.
«Pues a aquel que no tiene una idea verdadera de Dios, como suponemos
que no la tenemos nosotros, le es igualmente fácil pensar que su autor es enga
ñador, como que no lo es; lo mismo que a aquel que no tiene ninguna idea del
triángulo, le es igualmente fácil pensar que sus tres ángulos son iguales a dos
rectos o que no lo son».
228
Spinoza y los escepticismos
Una vez propuesto este argumento contra los escépticos, superior al que había
presentado Descartes, Spinoza retoma la crítica de los escépticos.
229
L eiser MADANES
230
Spinoza y los escepticismos
El objeto de la duda y la razón para dudar contienen ambas (aun cuando en dife
rentes sentidos) la misma proposición p.
Según Spinoza, no habría dos ideas diferentes y la condición de que el contenido
de la idea que causa la duda debe diferir del contenido de la idea de la que se duda,
no queda satisfecha. En términos no spinocistas, la razón que aduce el escéptico para
dudar no es una razón.
Nuevamente: supongamos que p equivale a la proposición «Yo soy la criatura de
un Dios engañador».
Quien tiene una idea clara y distinta acerca de su origen concluye no solamente
no-p sino también que p es imposible. Pues Spinoza sostiene que no corresponde a la
naturaleza de la razón considerar las cosas como contingentes sino como necesarias
(Eli, P44).
Dado el principio, por demás plausible, que la negación de una proposición no
puede servir de razón para dudar de dicha proposición, se sigue que la negación
de la proposición «p es imposible» no puede ser una razón válida para dudar de
que esta proposición es verdadera. Y es precisamente este principio el que se viola
cuando el escéptico cuestiona la conclusión de Spinoza de que p es imposible y da
como razón que puede ser criatura de un Dios engañador, i. e. que p sea posible.
Según la interpretación de Doney, es importante notar por qué quien posee una
idea clara y distinta de su origen «rechaza» la razón que aduce el escéptico para
dudar.
231
L eiser MADANES
No rechaza esta razón aduciendo que, al poseer una idea clara y distinta de su
origen, no puede concebir la posibilidad sugerida por el escéptico de que sea una
criatura de un Dios engañador (aun cuando Spinoza piensa efectivamente que este es
el caso mientras alguien esté clara y distintamente concibiendo su origen).
Si este fuera el fundamento para rechazar la razón que da el escéptico para dudar,
el escéptico podría responder justificadamente que una incapacidad para pensar que
p es posible no muestra que p sea imposible. (Por ejemplo: p -y o soy la criatura de
un Dios engañador; que no pueda pensar que sea la criatura de un Dios engañador no
quiere decir que sea imposible que sea la criatura de un Dios engañador).
Una persona que tiene una idea clara y distinta de su origen tampoco puede
rechazar la razón que aduce el escéptico, sobre la base de que ha demostrado que la
idea clara y distinta que tiene de su origen es verdadera y que la razón del escéptico
para dudar, i.e. que p es posible, es falsa. Esto sería una petición de principios, y se
le podría formular a Spinoza la misma objeción que se le formuló a Descartes.
Spinoza piensa más bien lo siguiente. La razón que aduce el escéptico para dudar
puede rechazarse sobre la base de que afirmar que p es posible no es una razón para
dudar de que p es imposible.
Afirmar: Es posible que yo sea la criatura de un Dios engañador.
No es una razón para dudar de: Es imposible que yo sea la criatura de un Dios
engañador.
El peso de la prueba cae en el escéptico. Muñido del principio de que la negación
de una proposición no constituye una razón para dudar de dicha proposición, Spino
za considera que está en condiciones de alejar cualquier ataque escéptico.
En un aspecto importante, la defensa que hace Spinoza de las ideas claras y dis
tintas se asemeja a su defensa del cogito. En ambos casos encuentra que las «razo
nes» que ofrece el escéptico son defectuosas. En el caso de las percepciones claras y
distintas, el escéptico viola el principio según el cual la negación de una proposición
no constituye una razón para dudar de la proposición. En el caso del cogito, el escép
tico viola el principio de que si p implica de alguna manera q, «Es posible que p» no
sirva como razón para dudar de q. Con respecto al cogito dice lo siguiente:
«Vimos que podemos inferir nuestra existencia del hecho de que hacia cual
quier parte que dirijamos nuestra mente no encontramos razones para dudar que
en sí mismas no nos convenzan de nuestra propia existencia, ya sea que con
templáramos nuestra propia naturaleza o supusiéramos que el autor de nuestra
naturaleza era un engañador hábil o que trajéramos cualquier razón para dudar»
(G I 147)
Puesto que cualquier «razón» que encuentra el escéptico para dudar de su exis
tencia implica que existe, no encuentra razón para dudar de que existe.
232
Spinoza y los escepticismos
«La falsa humildad es la que nos impide hacer lo que, de otro modo,
deberíamos hacer para hacernos perfectos, como vemos en los escépticos: por
negar que el hombre pueda poseer alguna verdad, se privan a sí mismos de
ella mediante esa negación» (TB, Segunda parte, cap.VIII; G I, 70).
233
L eiser MADANES
6. EL EXAMEN DE LA BIBLIA
Hemos visto cómo Spinoza refutaba a los escépticos al exponer la filosofía carte
siana basándose en la idea clara y distinta de Dios. El sentido más general que tiene
esta idea de Dios —y esto equivale al sentido más amplio que tiene toda la filosofía
de Spinoza— es el siguiente: la realidad, todo lo que existe o es concebible, tiene
en sí mismo su fundamento y razón de ser; no hay una causa o razón exterior, tras
cendente, que explique o a la que pueda atribuirse la existencia de lo que hay en la
naturaleza o de lo que puede pensarse (Alan Donagan, Spinoza...). Cualquier interlo
cutor de Spinoza o cualquier lector que hubiere entendido la idea que Spinoza tenía
de Dios, advertía inmediatamente que era incompatible con cualquier interpretación,
por amplia y hospitalaria que esta fuera, del Dios bíblico. La conclusión no tardó en
llegar: estábamos ante un ateo de sistema. A nosotros, en esta exposición sobre su
relación con el escepticismo, nos interesa resaltar la paradoja: la misma idea de Dios
que salva sus creencias en el ámbito de la epistemología, pone fin a sus creencias
con respecto a la Biblia.
Popkin, quien ha dividido en su Historia a los escépticos en académicos y pirró
nicos, considera que Spinoza pertenece al primer grupo, esto es, a quienes remontán
dose a la academia platónica seguían el dictum socrático «Sólo sé que no sé nada»,
y cuyo propósito era mostrar, mediante una serie de problemas dialécticos, que el
filósofo dogmático, quien afirmaba que sabía alguna verdad acerca de la naturaleza
de las cosas, no podía saber con certeza absoluta las proposiciones que decía saber.
Por mi parte, no creo que sea demasiado interesante considerar a Spinoza como
escéptico en religión ni, menos aún, clasificarlo bajo el rubro de los académicos. Sí,
en cambio, resulta muy interesante ver cómo Spinoza se propuso utilizar estrategias
de argumentación escépticas y la duda y el método cartesiano para examinar la Biblia
y las consecuencias que su interpretación tuvo para la posterior historia de la crítica
234
Spinoza y los escepticismos
235
L eiser MADANES
Se trata, ante todo, de no admitir nada que no se desprenda del examen del
propio texto. Esta es, según Spinoza, la regula universalis, la regla universal de
interpretación bíblica. No podemos, por ejemplo, deducir las enseñanzas de la
Biblia a partir de principios conocidos por la luz natural, tal como hacemos en geo
metría. Esto se debe a que, en su mayor parte, el contenido de la Biblia son historias
y revelaciones. Las historias contienen milagros, que son narraciones acerca de
acontecimientos insólitos de la naturaleza, o profecías. La razón, la luz natural, no
nos sirve para deducir su contenido. Sin embargo, la razón, es decir la filosofía, le
permite a Spinoza mostrar el absurdo de algunos contenidos de la Biblia. Por ejem
plo, en el capítulo dedicado al examen de los milagros —entiende por milagro una
obra que supera o se cree que supera la capacidad hum ana— concluye que «por los
milagros no se puede conocer a Dios, ni su existencia ni su providencia, sino que
esto se demuestra mucho mejor por el orden fijo e inmutable de la naturaleza». Si
suponemos que un milagro destruye o interrumpe el orden de la naturaleza o que
contradice sus leyes, no sólo no puede proporcionarnos ningún conocimiento de
Dios, sino que nos quitaría, por el contrario, el que naturalmente poseemos y nos
haría dudar de Dios y de todo (III, cap. VI, 86).
Es precisamente en este punto donde encontramos una de las notas que Spinoza
escribió al Tratado teológico político, en la cual vuelve a expresar su refutación del
escepticismo.
«Ya es hora, pues, de pasar al segundo punto, es decir, a probar que por
los milagros no podemos entender ni la esencia ni la existencia ni la provi
dencia de Dios, sino que, por el contrario, estas cosas se perciben mucho
mejor por el orden fijo e inmutable de la naturaleza. Procedo, para ello,
de la forma siguiente. Puesto que la existencia de Dios no es conocida por
sí misma (nota), debe ser necesariamente demostrada a partir de nociones
comunes, cuya verdad sea tan firme e inconcusa, que no pueda existir ni ser
concebido poder alguno que pueda cambiarlas. Desde el momento, al menos,
que deducimos de ellas la existencia de Dios, deben presentársenos con tales
características, si pretendemos con ellas poner fuera de toda duda dicha exis
tencia. Pues, si pudiéramos concebir que esas nociones pudieran ser cambia
das por algún poder, cualquiera que fuera, dudaríamos de su verdad y, por
tanto, también de nuestra conclusión, es decir, de la existencia de Dios, y no
podríamos estar ciertos jamás de cosa alguna». Tratado teológico-político,
cap. VI (III, 84)
N ota: «Dudamos de la existencia de Dios y, por tanto, de todas las cosas,
mientras no tenemos una idea clara y distinta, sino confusa, del mismo. Pues,
así como quien no conoce correctamente la naturaleza del triángulo, desco
noce que sus tres ángulos son iguales a dos rectos, también quien concibe
236
Spinoza y los escepticismos
Ahora bien, en la Biblia no encontramos las definiciones de las cosas de las que
habla. No encontramos, por ejemplo, una definición de Dios, o de profecía o de
milagro. Tampoco la naturaleza misma nos brinda definiciones de sus fenómenos.
La definición de inercia, por ejemplo, no es un fenómeno de la naturaleza. Por lo
tanto, así como las definiciones de las cosas naturales hay que deducirlas de las
diversas acciones de la naturaleza [por ejemplo, del movimiento y reposo], así tam
bién las definiciones de las cosas de la Escritura hay que extraerlas de las distintas
narraciones que sobre cada una de ellas aparecen en las propias Escrituras.
Spinoza da reglas para el estudio de la Biblia. La primera de ellas consiste en
familiarizarnos con la o las lenguas en que fueron escritos los diferentes libros, única
manera de investigar todos los sentidos que pueda admitir una oración. Cabe recor
dar que entre las obras que se publican postumamente figura el Compendio de la len
gua hebrea, muy probablemente escrito por Spinoza con el propósito de familiarizar
a los lectores con el idioma del Antiguo Testamento. Sin embargo, Spinoza ve en el
idioma una primera dificultad para comprender lo que se lee, ya que conocemos la
lengua hebrea muy imperfectamente.
«Casi todos los nombres de frutas, de aves, de peces y otros muchos pere
cieron con el paso del tiempo. Además, el significado de muchos nombres y
verbos que aparecen en los sagrados Libros, o es totalmente ignorado o discu
tido. Junto con todo esto, echamos en falta, sobre todo, el modo de construir
frases de esta lengua, ya que el tiempo voraz ha borrado de la memoria de los
hombres casi todas las frases y modos de expresión característicos del pueblo
hebreo. De ahí que no siempre podremos investigar, como deseamos, todos
los sentidos que cada oración puede admitir según el uso de la lengua; y sur
girán muchas oraciones que, aunque expresadas con palabras perfectamente
conocidas, tendrán un sentido oscurísimo y completam ente indescifrable»
(IB, 106).
237
L eiser MADANES
Además de los problemas que presentan ciertas letras mudas, las conjunciones y
adverbios y la falta de algunos tiempos verbales, una de las principales dificultades
que presenta el idioma hebreo escrito consiste en la falta de vocales y de signos
de puntuación originales, incorporados a los textos muchos siglos después de su
redacción originaria. Spinoza encuentra un ejemplo muy ilustrativo. La Carta a los
hebreos, cuyo original seguramente en hebreo no se conserva, forma parte de los
escritos canónicos del Nuevo Testamento. En esta Carta (11,21) el autor se refiere y
cita un pasaje del Antiguo Testamento. Sin embargo, encontramos divergencias entre
el texto del Génesis (47, 31) y la cita de dicho texto en la Carta a los hebreos. En el
texto del Génesis leemos: e Israel [es decir, el patriarca Jacob que cambia su nombre
por el de Israel tras luchar con el ángel] Israel —decía— se encorvó o se apoyó sobre
—o hacia— la cabecera del lecho. El autor de la Carta, en cambio, escribe: e Israel
se encorvó [o se apoyó] sobre la cabeza del báculo (o del cayado o bastón de pastor).
Entonces, ¿cuál fue el objeto que sirvió de apoyo al anciano patriarca, la cama del
Génesis o el bastón de la Epístola? La pregunta es muy sencilla de comprender e
imposible de responder. La escritura hebrea originalmente no tenía vocales. Las con
sonantes mem, tet y hei —eme, te y hache, podríamos decir nosotros— se emplean
tanto para decir maté (bastón) como mitá (cama). Podemos suponer que, siendo el
Génesis el relato más antiguo de los dos, el sentido original era que Israel se reclinó
sobre la cabecera de la cama, y no del bastón. Sin embargo, Spinoza observa que
los masoretas, quienes llevaron a cabo la tarea de inventar signos equivalentes a
vocales y a puntuaciones y vocalizaron el texto hebreo y lo dividieron en oraciones,
realizaron su labor después de haberse redactado la Carta a los hebreos, con lo cual
es posible que el autor de la Epístola hubiera estado citando un texto, ya sea que lo
conocía de memoria o que lo leía sin vocales, cuyo sentido le resultaba conocido y
era que Israel se había inclinado sobre su bastón y no sobre su cama. Este ejemplo
muestra el caso de un mismo texto que registra una diferencia entre la versión que
de él se tiene en el Antiguo y la que se tiene en el Nuevo Testamento. ¿Cuál de las
dos es la versión verdadera, cuál fue realmente el objeto sobre el que se reclinó el
patriarca? Imposible saberlo. ¿Por qué habremos de fiarnos de un texto que nos lleva
a situaciones tan inciertas? (108) El estudio de la propia Escritura nos lleva a una
posición escéptica con respecto a su sentido primigenio.
La primera regla prescribía el conocimiento del idioma. La segunda, el ordena
miento de las opiniones expresadas en cada libro, con el propósito de ordenarlas,
anotando todas aquellas que resulten oscuras o parezcan contradecirse. Aun ante
frases cuyo sentido sea transparente pueden surgir problemas de interpretación.
Moisés dice que Dios es fuego (Deut. 4, 24 y Éxodo 24, 17). Pero en otros pasajes
Moisés enseña que Dios no tiene semejanza alguna con las cosas visibles. ¿Cómo
resolver esta contradicción? Quizás la frase Dios es fuego admita una interpreta
ción metafórica, pero quizás no. Samuel niega que Dios se arrepienta (1 Samuel,
238
Spinoza y los escepticismos
15, 29); por el contrario, Jeremías (18, 8, 10) afirma que Dios se arrepiente del bien
y del mal. Concluye Spinoza que «si la práctica de la lengua no permitiera siquiera
esto [i. e. la interpretación metafórica], entonces esas frases serían irreconciliables,
y habría que suspender, por tanto, el juicio sobre ellas (de iis judicium erit suspen-
dendum )» (III, 101).
La tercera y última regla ordena investigar todo lo que podamos acerca de la vida
de cada profeta y los avatares que sufrieron cada uno de los libros. «Es necesario
saber todo esto para que no aceptemos —dice Spinoza— en virtud de un impulso
ciego, lo primero que se nos presenta, sino tan sólo aquello que es cierto e indubi
table» (III, 102). Concluye que «en muchísimos pasajes, o ignoramos el verdadero
sentido de la Escritura o sólo adivinamos sin certeza alguna» (III, 111). Claridad y
oscuridad, certeza o falta de certeza, equipolencia de interpretaciones posibles, sus
pensión del juicio... vemos que el vocabulario y la actitud de Spinoza ante la Biblia
reflejan la tarea destructiva del escéptico.
7. EL LU G A R DE LA RAZÓN
Hay dos posiciones extremas con respecto al lugar que debemos asignarle a la
razón en la interpretación de la Biblia, a las que Spinoza critica en el Tratado. Son el
racionalismo, representado por Maimónides, y el suprarracionalismo, expuesto por
Jehudá Alfakar.
«Maimónides [...] pensó, en efecto, que cualquier parte de la Escritura admite
varios sentidos, incluso opuestos; y que nosotros no estamos seguros de ninguno
de ellos, a menos que sepamos que aquel pasaje, tal como lo interpretamos, no con
tiene nada que no esté acorde con la razón o que la contradiga; puesto que, si ese
pasaje, por más claro que pareciera, resultara contradecir a la razón según su sentido
literal, habría que interpretarlo, según él cree, de otra forma» (III, 113). Por ejemplo,
en el More Nebuchim o Guía de los descarriados, parte II, cap. 25. Maimónides
explica por qué no hay que creer que Dios es corpóreo y sí hay que creer que el
mundo no es eterno sino creado por Dios, pese a que ambas afirmaciones se leen en
la Biblia. El criterio de lectura de Maimónides, según Spinoza, es el siguiente:
239
L eiser MADANES
Spinoza advierte, sin embargo, que la mayor parte de los rabinos se aparta de
Maimónides y siguen la opinión de Jehudá Alfakar «que deseando evitar el error
de Maimónides, cayó en el contrario» (DI, 180). Dedica un capítulo entero del TTP
—el X V — a demostrar que ni la teología es esclava de la razón ni la razón de la
teología.
Comienza observando Spinoza que «Quienes no saben separar la filosofía de
la teología, discuten si la Escritura debe ser esclava de la razón o, al contrario, la
razón de la Escritura. Esto último es defendido por los escépticos, que niegan la
certeza de la razón; lo primero, en cambio, por los dogmáticos. Por cuanto hemos
dicho ya, consta, sin embargo, que yerran totalmente tanto unos como otros, puesto
que ambas sentencias corrompen necesariamente la razón o la Escritura. Hemos
probado, en efecto, que la Escritura no enseña asuntos filosóficos, sino únicamente
la piedad, y que todas las cosas en ella contenidas fueron adaptadas a la capacidad
y a las opiniones previas del vulgo. Quien pretende, pues, adaptarla a la filosofía,
atribuirá a los profetas muchas cosas que ni en sueños han pensado e interpretará
mal su mente. Quien, por el contrario, hace de la razón y la filosofía una esclava
de la teología, está obligado a admitir los prejuicios del vulgo antiguo como cosas
divinas y a llenar y cegar su mente con ellos. Por consiguiente, deliran ambos: éste
sin razón, aquél con ella.
Maimónides deliraba con la razón. Jehudá Alfakar (muerto en 1235, prestigioso
judío de Toledo y médico de cámara de Femando III de Castilla y León; Spinoza
alude a la carta que Alfakar envió a David Kimhi criticando la doctrina de M aimóni
des sobre el acuerdo entre Escritura y filosofía), deliraba contra la razón.
Alfakar defendió que la razón debe ser esclava de la Escritura y someterse total
mente a ella. Si la Escritura enseña que el mundo fue creado en seis días y la razón
demuestra que esto no pudo haber sido así, de todas maneras hay que sacrificar el
conocimiento racional y atenerse a lo que enseña el texto sagrado. Si hay que inter
pretar algo metafóricamente, no es porque el sentido literal se oponga a la razón,
sino únicamente porque se opone a la Escritura misma, es decir, hay una afirmación
que parece contradecir alguno sus dogmas claros. Por ejemplo, se enseña explí
citamente que Dios es uno. Sin embargo es muy común que se lo nombre con un
sustantivo en plural —dioses—. Habrá que interpretar este plural metafóricamente.
A partir de ahí Alfakar formula esta regla universal: todo lo que la Escritura enseña
dogmáticamente y lo afirma en términos explícitos, hay que aceptarlo por su sola
autoridad como absolutamente verdadero. «Me sorprende que un hombre dotado de
razón se esfuerce en destruirla», concluye Spinoza (III, 181, in finem).
Spinoza critica no sólo la renuncia a la razón, sino también el recurso a una luz
sobrenatural (lumen supernaturale) o preternatural (praeternaturale). Ante todo,
admite no entender qué significan estas luces. Agrega:
240
Spinoza y los escepticismos
«Por mi parte, sólo puedo conjeturar que han querido confesar, con térmi
nos más oscuros, que también ellos dudan, en la mayor parte de los casos, del
verdadero sentido de la Escritura. ... y por otra parte, esa luz sobrenatural es
(como todos, si no me engaño, confiesan) un don divino que sólo se concede
a los fieles. Ahora bien, los profetas y los apóstoles solían predicar, no sólo a
los fieles, sino, sobre todo, a los infieles y a los impíos. Por tanto, estos eran
capaces de entender el pensamiento de los profetas y los apóstoles, ya que, de
lo contrario, los profetas y los apóstoles creerían predicar a niñitos y a bebés,
y no a hombres con uso de razón; y en vano hubiera prescrito Moisés las
leyes, si no pudieran ser entendidas más que por los fieles, que no necesitan
ley alguna» (III, 112).
«Es sin duda exacto que hay que interpretar la Escritura por la Escritura,
cuando sólo intentamos determinar el sentido de las oraciones y la mente de
los profetas —escribe Spinoza—; pero, una vez que hemos descubierto su
verdadero sentido, es necesario servirse del juicio y la razón para darle nues
tro asentimiento. Y si la razón, por más que reclame contra la Escritura, tiene
que someterse totalmente a ella, ¿debemos hacerlo, me pregunto, con razón
o sin razón y como ciegos? Si lo hacemos sin razón, obramos neciamente y
sin juicio; si con razón, es que aceptamos la Escritura por el solo mandato de
la razón y que no la aceptaríamos, si contradijera a ésta. Pero yo pregunto:
¿quién puede aceptar algo con la mente, si protesta la razón? Pues, ¿qué es
negar algo con la mente, sino que la razón protesta? Por eso nunca puedo
admirarme bastante de que pretendan someter la razón, que es el don supremo
y la luz divina, a las letras muertas, que la malicia humana ha podido corrom
per; y de que no se tenga por un crimen hablar indignamente contra la mente,
auténtico autógrafo de la palabra de Dios, y defender que está corrompida,
ciega y perdida; y que, sin embargo, se tenga por el máximo crimen el pensar
todo eso acerca de la letra y de la imagencilla de la palabra divina. Piensan
que es piadoso no confiar en la razón y en el propio juicio y que, en cambio,
es impío dudar de la fe de aquellos que nos transmitieron los Sagrados Libros.
La verdad es que esto es una necedad y no piedad. Porque, yo pregunto: ¿qué
les inquieta? ¿Qué temen? ¿O es que la religión y la fe no se pueden defender,
sin que los hombres se propongan ignorarlo todo y den de lado la razón? Si
realmente lo creen así, más que confiar en la Escritura, la temen. Pero está
241
L eiser MADANES
muy lejos de que la religión y la piedad quieran tener por esclava suya a la
razón o la razón a la religión; y muy lejos también de que una y otra no pue
dan conquistar su reino en concordia mutua (III, 182).
8. CONCLUSIÓN
242
DÉTERMINISME ET SALUT — LE ROLE DU CORPS
MARIA LUÍSA RIBEIRO FERREIRA
Université de Lisbonne
1 «(•■•) constituí tándem inquirere (...) an aliquid daretur, quo invento et acquisito, continua,
ac summa, in aeternum fruerer laetitia». TIE in Spinoza Opera, ed. Cari Gebhardt, Heidelberg Cari
Winter, 1972, G. II, p. 5.
243
M aría Luisa RIBEIRO FERREIRA
«Nous voyons done que l’homme, comme étant une partie de l ’ensemble
de la Nature, de laquelle il dépend et par laquelle il est aussi gouverné, ne peut
rien faire de lui méme pour son salut et la santé de son ame».
(.K.V. II, cap. XVIII, § l)2.
«Et cela certes, doit étre ardu qui est trouvé si rarement. Comment serait-
il possible, si le salut était sous la main et si Ton y pouvait parvenir sans
grand’peine, qu’il füt négligé par presque tous? Mais tout ce qui est beau est
difficile autant que rare».
(Et. V, prop. XLII, scol.)3.
La différence visible entre ces deux textes ne s’explique pas du fait que l’un d ’eux
—celui du Court Traité— concerne une des premieres ceuvres du philosophe, tandis
que l’autre est un extrait du scholie final de 1’ Éthique, oü les tátonnements premiers
ont été surpassés. II s’agit de deux théses qui traversent les écrits spinozistes et qui,
dans un premier regard pourraient se penser comme incompatibles — le déterminisme
et la liberté. En ce qui concerne le philosophéme du salut, également présent dans
l ’ceuvre du philosophe, la difficulté se pose nettement: comment est-t-il possible
que quelqu’un se sauve dans un univers régi para la plus absolue nécessité, dans
lequel, comme il est affirmé dans le premier texte, l ’homme ne peut rien faire par lui-
méme? En plus de cette interrogation, avec laquelle tous ceux qui étudient Spinoza se
confrontent, il y a encore un autre: comment accorder la thése de notre impuissance,
soutenue dans le Court Traité, avec le déñ qui nous est proposé dans 1 Éthique, oü
l’on dit que le salut, quoique constituant une «via per ardua» est un défi que quelques
uns acceptent et auquel répondent positivement? Les perspectives soutenues dans le
2 «Zoo zien wy dan nu, dat de mesch ais zynde een deel van geheel da Natur, van welke hy
afhangt, van welke hy ok geregeet word, uyt syn zelve niet iets kan doen tot zyn en welstand». K V II,
cap. XVIII, § l.G . II, p. 86.
3 «(...) Et sane arduum debet esse, quod adeo raro reperitur. Qui enim posset fieri, si salus in
promptu esset, & sine magno labore reperiri posset, ut ab ómnibus fere negligeretur? Sed omnia
praeclara tam difficilia quam rara sunt». Et. V, prop. XLII, schol.
244
Déterminisme et S a lu t- Le role du corps
245
M aría L uisa RIBEIRO FERREIRA
se met, on aura une gratification plus ou moins grande. Qui n ’est pas doté de
capacités cognitives suffisantes ou n’est pas disposé á la «via perardua» exigée par
la connaissance de troisiéme genre pourra suivre les orientations de qui connaít, tout
en acceptant un parcours commun, parcours qui est proposé á tous ceux qui intégrent
une communauté.
Nous avons done un salut qui s’ouvre á tout le monde et qui est relativement
facile d ’obtenir des que l ’on exige seulement l ’obéissance aux lois de la Cité.
Dans le livre IV de YÉthique, aussi bien que dans le T. T. P. et dans le T. P., les
hommes sont invités au bonheur et on leur propose l’intégration dans une société
libre, pensée á leur mesure. Dans le T. T. P„ le salut est vu comme une sorte de
pédagogie de la multitude, se confondant avec l ’éducabilité de celle-ci et avec
l ’envie de vivre une vie équilibrée et pacifique. Les passions disruptives se dominent
par l ’obéissance aux préceptes. Et si les gens communs n ’atteignent pas la liberté,
üs ont accés á une conduite morale sereine, qui suffit pour les sauver4. La liberté de
pensée et d ’expression se présentent comme des auxiliaires indispensables, car, leur
occurrence aide á la vertu. Nous sommes devant un salut politiquement connoté, qui
s’identifie au combat á toute oppression culturelle et sociale. II y a dans se salut la
conscience que les structures sociales doivent étre modifiées pour que 1 homme se
libére. La liberté qu’on exige dans ce plan, se manifesté dans la conduite que Ton
adopte, ayant en vue la fin qu’on poursuit.
Nous ne nous pencherons sur les exigences de liberté civique et politique que
Spinoza considere essentielles pour obtenir une relation harmonieuse avec le Tout, et,
en tant que tel, pour notre salut. Nous ferons un détour du collectif pour l’individuel
et nous nous centrerons sur la faqon comment le philosophe comprend le procés
progressif de libération et le role que le corps joue dans ce procés.
246
Déterminisme et S a lu t- Le role du corps
chacun trouve dans le monisme spinoziste des virtualités que lui permettent de
résoudre le probléme des relations de l’áme et du corps. Au discours biologique et
au discours psychique, apparemment irréductibles, ils ajoutent un troisiéme, dans
lequel les deux autres s ’identifient.
Nous n ’irons pas examiner les théses qui se confrontent dans le débat ni la
lecture divergente que le philosophe et le scientifique font de Spinoza. Mais
nous maintiendrons 1 identification des trois discours, dont les implications nous
travaillerons en ce qui concerne le déterminisme, la liberté et le salut. Nous
soulignerons, dans cette polémique, la difficulté m anifestée par R icoeur sur
l’acceptation du troisiéme discours:
«(•■•) je dirai que nous comprenons soit un discours psychique soit un dis
cours neuronal, mais que leur relation fait probléme parce que nous n ’arrivons
pas a inseriré leur lien á 1 interieur de l’un ou de l ’autre. Nous avons énormé-
ment de peine á constituer le troisiéme discours».
(Paul Ricoeur, CQNFPf.
C ’est un plan que Ricoeur exemplifie avec les thése de Spinoza sur 1’ unité de
la substance «par-delá la brisure des deux attributs de la pensée et de 1’ étendue»678.
La thése est suggestive mais le philosophe n ’en fait q u ’une mention. II ne la
développe pas. Son intérét est pour nous éminemment opératoire parce que les
trois discours mentionnés nous permettent de considérer trois instances dans la
thématique spinoziste du corps et du déterminisme, tel que YÉthique les présente.
247
M aria Luisa RIBEIRO FERREIRA
Dans une premiére instance nous allons parler du corps humain qui s’insére dans
le déterminisme qui regit tous les corps; dans une deuxieme instance nous nous
pencherons sur le paralélisme du corps et de l’ame; finalement, dans une troisiéme,
nous analyserons le corps en fonction du Tout.
Le théme du corps surgit dans le livre II, une partie de 1’Éthique qui concerne
l’áme —De natura et origine mentís. II en est la premiére définition:
«J’entends par corps un mode qui exprime l ’essence de Dieu, en tant qu’on
la considere comme chose étendue, d ’une maniere certaine et déterminée».
(Et. II, def, I)101.
9 «Ex necessitate divinae naturae infinitae infinitis modis (hoc est omnia, quae sub intellectum
infinitum cadere possunt) sequi debent». Et. I, prop. XVI, G. II, p. 60.
10 «Per corpus intelligo modum, qui Dei essentiam, quatenus ut res extensa consideratur, certo et
determinato modo exprimit». Et. II, def. I, G. II, p. 84.
11 «Extensio attributum Dei est, sive Deus est res extensa». Et. II, prop. II, G.II, p.86.
12 «Ordo et connexio idearum idem est, ac ordo et connexio rerum». Et. II, prop. VII, G. II,
p. 89.
248
Déterminisme et S a lu t- Le role du corps
présente un petit traité de physique, dans lequel, en sept lemmes, trois axiomes et six
postuláis, il présente les propriétés des corps.
Dans cette premiére instance le corps humain est comparable á quelque autre
corps — il se défini par le mouvement et par le repos, par la vitesse et par la lenteur.
Spinoza se donne comme tache d ’étudier le degré de convenance que les corps
établissent entre eux et de quelle faqon ils se déterminent au mouvement et au repos.
Le concept d individu, qu’il présente dans une définition13, le décrit comme un
ensemble de corps, dont l ’intégrité est maintenue par la pression qu’ils supportent de
la part d ’autres corps qui leur sont extérieurs. Quoique étant sujets á des mutations,
les individus conservent une méme essence ou nature, tandis que la proportion de
repos et de mouvement qui les maintient en existence n ’est pas altérée. Ce premier
discours sur le corps tel que Spinoza le formule, découle de la conception générale
des modes de l ’extension et se thématise dans les six postuláis qui terminent la mini
physique que nous avons référée.
Avec ces postulats nous sommes avertis sur les propriétés du corps humain, dont
on releve le fait qu’il est constitué par différents individus, qu’il a besoin d ’autres
corps pour constamment se régénérer, qu’il a le pouvoir d ’affecter et d ’étre affecté,
agissant et pátissant relativement aux corps qui lui sont extérieurs.
L’áme humaine est confinée au corps, elle se défini en fonction de lui. L’homme
est en méme temps idée et corps. II n’est pas une adition mais une unité individuelle,
qui s ’affirme différemment selon qu’on le considere du point de vue de la pensée
ou de 1’extensión. L’áme a la méme structure que le corps parce qu’elle dépend des
vicissitudes de celui-ci. Le déterminisme qui régit l’un se fait aussi sentir sur l ’autre,
une thése dont le philosophe a eu 1’intuition des les débuts de son oeuvre et qui
249
M aría Luisa RIBEIRO FERREIRA
l ’a fait user dans le T.I.E., l ’expression (qui a choqué ses contemporains) «automa
spirituale»15. L’ame est le corps en tant que réalité pensée. Sa différence et méme sa
supériorité relativement aux autres idées, réside dans la complexité du corps auquel
elle est liée:
15 «(...) nisi quodo nunquam, quod sciam, conceperunt, uti nos hic, animam secundum certas
leges agentem, et quasi aliquod automa spirituale». TIE, G. II, p. 32.
16 «Mens humana apta est ad plurimus percipiendum, et eo aptior, quo ejus Corpus piuribus modis
disponi potest». Et. II, prop. XIV, G. II, p. 103.
17 «Qui Corpus ad plurima aptum habet, is Mentem habet, cujus maxima pars est aeterna». Et. V,
prop. XXXIX, G. II, p. 304.
18 «Nec Corpus Mentem ad cogitandum, nec Mens Corpus ad motum, ñeque ad quietem, nec
aliquid (si quid est) aliud determinare potest». Et. III, prop. II., G. II, p. 141. C’est une thése que
Spinoza développe dans la démonstration et le scholie de la méme propositan.
250
Déterminisme et S a lu t- Le role clu corps
Le corps ne peut pas déterminer l ’ame á penser ni tant plus Lame peut déterminer
le coips á agir. Mais parce que Lame est l ’idée du corps, tout ce qui arrive dans
celui-ci nous pouvons en avoir une perception. La connaissance de notre corps n ’est
pas directe et nous commengons par en avoir une idée confuse19, ce qui s ’ explique
si on comprend que étre l ’idée d ’un corps n’est pas le méme que avoir l ’idée d ’un
corps. Or 1 ame se définit comme idée du corps qui progressivement peut acquérir
des idées plus adéquates sur lui. On doit distinguer la connaissance que petit á petit
nous acquérons des corps, de la connaissance que Dieu a des corps et de notre corps.
Le premier est parfait, direct, adéquat, immédiat. L’áme humaine ne connait le corps
humain adéquatement que si elle le fait en Dieu. C ’est cela qui consiste ce que nous
passerons á appeler «le troisiéme discours» sur le corps, tout en usant la terminologie
de Ce qui nous fait penser.
Le troisiéme discours sur le corps est une perspective qui n ’ apparait totalement
explicitée que dans le livre V, se révélant dans le dernier genre de connaissance, á
partir duquel les choses sont comprises. L’homme est vu comme unité quand il est
intégré dans ce Tout qui est Deus sive Natura. Et son corps acquiert une dimensión
nouvelle quand il est envisagé á ce niveau, par une connaissance que l ’on gagne
á partir de Dieu et non de nous mémes, une connaissance entendue comme un
mode nécessaire et non contingent20. La connaissance inadéquate que nous avons
de notre corps résulte de la considération que nous faisons de celui-ci comme un étre
autonome, comme quelque chose qui vaut par soi méme. Or les corps (et le notre
n est pas une exception) sont insérés dans un réseau de relations dont la captation
totale nous est interdite, en vue de notre finitude. Cependant, par une exégése
gnoséologique et éthique qui nous fait accéder au troisiéme genre de connaissance,
il nous est possible de les voir dans une autre perspective. Selon Spinoza nous ne
pouvons pas avoir une connaissance adéquate de notre corps. Pour le faire nous
aurions du connaitre toutes ses relations avec Ies autres corps, et cela n ’est possible
qu á Dieu. On ne nous est pas donné de connaitre comme Dieu connait car, comme
nous 1 avons dit, la totalité nous interdite. Mais nous pouvons nous rapprocher du
regard que Dieu a sur l ’individu que nous sommes, quand nous tentons coincider
avec ce qui est notre ame en tant que pensée par Dieu, tout en coincidant avec les
pensées que Dieu pense en nous. C ’est en cela que réside le salut, dans lequel 1’ idée
du corps a un role décisif.
19 Voyez surtout les propositions XII e XIII de Et. II avec ses corollaires e scholies.
20 Et. II, prop. XXIX, coral, e schol. Voyez aussi sur ce théme la Lettre LXIV a Schuller.
251
M aría Luisa RIBEIRO FERREIRA
Le livre V de YÉtique nous montre une double condition des modes, les présentant
comme existant dans la durée et comrae pensés par Dieu:
«Les choses sont connues par nous comme actuelle en deux manieres: ou
bien en tant que nous en concevons l ’existence avec une relation á un temps
et á un lieu déterminés, ou bien en tant que nous les concevons comme conte
nues en Dieu et comme suivant de la nécessité de la nature (...)»•
(Et. V, prop. XXIX, dem.)21
21 «Res duobus modis a nobis ut actuales concipiuntur, vel quatenus easdem cum relatione ad
certum tempus, & locum existere, vel quatenus ipsas in Deo contineri, & ex naturae divinae necessitate
consequi concipimus». Et. V, prop. XXIX, dem., G. II, p. 298.
252
Déterminisme et Salut - Le role du corps
«Tout ce que l ’ame connaít comme ayant une sorte d ’éternité, elle le con-
naít non parce qu’elle con 90it l’existence actuelle présente du Corps, mais
parce qu’elle con^oit l ’essence du Corps avec une sorte d ’éternité»
(Et. V, prop. XXIX)22.
Pour nous situer dans l’éternité nous devons surpasser la perspective particuliére,
qui en tant que telle, est incompléte.
Cette perspective nous est donnée quand nous partons d ’un corps existant en
acte. On doit compiendre le corps comme Dieu le comprend, ce qui implique une
revisitation du concret, envisagé maintenant dans une perspective qui va des attributs
aux essences:
La Science intuitive nous fait accéder á l’essence de notre corps, pensée par
Dieu de toute éternité. L idée que Dieu a de nous est l ’idée éternelle du corps que
nous sommes. Elle concerne un individu déterminé qui est vu dans ce qu’il est
concrétement. Ce qui nous méne á une autre question —celle du salut individuel.
4. UN SALUT INDIVIDUEL?
22 «Quidquid Mens sub specie aeternitatis ¡ntelligit, id ex eo non intelligit, quod Corporis
praesentem actualem existentiam concipit, sed ex eo, quod Corporis essentiam concipit sub specie
aeternitatis». Et. V, prop. XXIX, G. II, p. 298.
23 «Tertium cognitionis genus procedit ab adequata idea quorundam Dei attributorum ad
adequatam cognitionem essentiae rerum (...)». Et. V, prop. XXV, dem., G. II, p. 298.
M aría Luisa RIBEIRO FERREIRA
«L’ Áme ne peut ríen imaginer, et il ne lui souvient des choses passées que
pendant la durée du corps».
(Et. V, prop. XXI)24.
24 «Mens nihil imaginan potest, ñeque rerum praeteritarum recordari, nisi durante Corpore».
Et. V, prop. XXI, G. II, p. 295.
25 Et. IV, prop. XXXIX, schol.
254
Déterminisme et Saint - Le role du corps
C ’est un corps qui se défini para une certaine proportion de repos et de mouvement
et qui joue dans le Tout une fonction unique.
Les références á un sujet particulier continuent tout au long du parcours salvifique
du livre V. La proposition XXVII, tout en parlant de la connaissance du troisiéme
genre dit qu’il s’accompagne de la plus haute joie bien que de l ’idée de soi méme 29.
Ce qui nous améne á comprendre une des différences entre le degré de la raison et
le dernier stade de connaissance, c ’est cette référence á un sujet individuel, présente
dans celui-ci et omis dans celui-lá.
La proposition XXX, en disant «notre áme» («Mens nostra»), insiste dans 1’ idée
d une áme particuliére, exigeant qu’elle connaisse son propre corps sous le point
de vue de l ’éternité. Le scholie de la proposition XXXI renforce cette idée d ’une
individualité particuliére quand il fait dépendre la • utitude de l ’autoconscience et
de la conscience de Dieu:
255
M aría Luisa RIBEIRO FERREIRA
5. UN SALUT SEXUÉ?
Les théses de Parné en tant qu’idée du corps bien que celles du salut par le corps
nous autorisent á spéculer sur un théme sur lequel Spinoza ne s’est pas directement
penché et qui d ’abord peut nous sembler insolite —celui de la séxualisation des
ames. Sera-t-il licite de lever cette question que la pensée du philosophe ne travaille
pas explicitement? En le faisant, ne forcerons nous pas ses intentions, les emmenant
sur un terrain qui aujourd’hui nous intéresse mais qui ne Pa jamais préoccupé?
Les doutes qu’on peut lever quand á la légitimité de cette approche, disparaissent
en face des textes. Effectivement, si on analyse quelques passages de YÉthique,
on constate qu’on peut en déduire des conséquences qui nous éclaircissent en ce
domaine. Et en le faisant, on reste fidéle au mos geometricus car, en levant cette
question, on ne fait que dériver de quelques propositions, d ’autres qui en sont la
conséquence. Revisitons la proposition XIII du livre II:
29 «Ex hoc tertio cognitionis genere summa, quae dan potest, Mentís acquíescentia oritur».
Et. V, prop. XXVII, G. II, p. 297.
30 «Quo igitur unusquisque hoc cognitionis genere plus pollet, eo melius sui et Dei conscius
est...». Et. V, prop. XXXI, schol., G. II, p. 300.
31 Voyeznotel4.
256
Déterminisme et Salut - Le role du corps
Dans le shcolie de cette proposition les corps sont confrontés les uns avec les
autres en fonction de leurs capacités d ’agir et de pátir. On ne fait aucune référence á
une distinction sexuelle mais le lecteur peut en tirer des conséquences.
Les coips des hommes et des femmes sont différents et leurs pouvoirs et capacités
différent aussi. En conséquence, les idées de ces corps —les am es— reflétent ce
que sont ces individus, dans leur diversité et particularité, tout en attendant á la
spécificité de leur constitution individuelle.
La proposition LVII du livre III, elle aussi, nous aide á consolider cette thématique.
On y affirme que:
C ’est une thése qui nous permet d ’arriver á des conclusions en ce qui concerne
les affections qui sont appartiennent aux hommes et aux femmes. Si on se place
dans l’univers significatif spinoziste, on sait que les femmes ne sont par nature
égales aux hommes, une thése explicitement soutenue dans le dernier paragraphe du
Traite Politique 33. Et si les femmes sont différentes par nature, elles le sont aussi
dans leurs passions. Sans doute qu’il y a une essence commune á tous les humains.
Cette essence est le désir. Mais la concrétisation de ce désir difiere selon l ’essence
de chacun, comme nous dit la démonstration de la proposition LVII du livre III de
VEthique:
«(...) le Désir de chacun difiere du Désir d ’un autre autant que la nature ou
essence de 1’ un difiere de 1’ essence de 1’autre».
{Et. III, prop LVII, dem.)34.
Le scolie de cette proposition nous permet d ’aller encore plus loin car y sont
mentionnées différentes sortes de réalisation selon les différentes natures. C ’est
vrai que les exemples donnés ne font aucune référence au sexe. Les cas particuliers
présentés sont ceux du philosophe et de l’ivrogne, démontrant qu’ils divergent dans
ses désirs essentiels et, conséquemment, dans son accomplissement. De quelque faqon,
32 «Quilibet uniuscujusque individui affectus alterius tantum discrepat, quantum essentia unius ab
essentia alterius differt». Et. III, prop. LVII, G. II, p. 186.
33 TP, cap. XI, § IV, G. III, p. 360.
34 «uniuscujusque individui Cupiditas a Cupiditate alterius tantum discrepat, quantum natura seu
essentia unius abe essentia alterius differt». Et. III, prop. LVII, dem., G. II, p. 186.
257
M aria Luisa RIBEIRO FERREIRA
par les exemples donnés, nous nous apercevons que le philosophe admet un concept
général de nature húmame mais qu’il y insére d ’autres concepts de moindre extensión,
comme c ’est le cas des différentes natures: philosophes, ivrognes, etc.
Pourra-t-on indure dans ce concept général une nature féminine?
On dirá que l’usage générique du terme homme, tel qu’on en avait l’usage dans
la modernité (et encore aujourd’hui) concerne Ies hommes et les femmes et qu’il est
insensé d ’en déduire des conséquences quand aux différences sexuelles. Celles-ci
constitueraient un théme peu intéressant pour le philosophe, un théme sur lequel
il aurait pensé qu’il serait inadéquat de philosopher. Cependant, il y a un texte du
Traité Politique oü la nature féminine est concrétement mentionnée. Et cette mention
est si nette qu’on ne nous reste pas de doutes en ce qui concerne les particularités de
celle-ci:
«(...) la femme n ’est pas par nature 1’ égale de 1’ homme, et aussi qu’ il est
impossible que les deux sexes régnent également, encore bien moins que les
hommes soient régis par des femmes».
(T.P. XI, § IV)3536.
Nous n ’irons pas interpréter ici le sens de ce fragment. II n ’est vraim ent
compréhensible que quand on le situé dans le contexte général du systéme spinoziste.
Nous n ’irons pas non plus amoindrir la misogynie du philosophe par l ’analyse
d ’autres textes oü l ’on comprend q u ’á tout le monde, hommes et femmes, est
donnée la possibilité de salut. Ce qui nous intéresse c ’est de souligner la différence
essentielle qui est attribuée aux hommes et aux femmes et la caractérisation d ’une
nature féminine, avec ses idiosyncrasies particuliéres. Dans ce texte, celles-ci sont
définies par la négative car elles sont comparées avec le mode d ’étre des hommes.
Ainsi, Spinoza releve surtout la faiblesse féminine ( imbecillitas). II se sert de cette
caractéristique pour classer génériquement les femmes et pour leur interdire l’accés
au gouvernement de la cité. II y a une inégale distribution des vertus politique entre
hommes et femmes. Dans celles-ci, il y a un déficit de forcé d ’áme (animi fortitudo)
et de qualités d ’esprit ( ingenium ) qui les éloigne naturellement de l’exercice du
pouvoir.
35 «afirmare omninó licet, foeminas ex natura non aequale cum viris habere jus, sed eas viris
necessarió cedere, atque adeó fieri non posse, ut uterque sexus pariter regat, multó minus, ut viri a
foeminis regantur». TP, cap. XI, § IV, G. III, p. 360.
36 (...) quod viri aegerrime ferant, ut foeminae, quas amant, alia aliquo modo faveant, & id genus
alia...». T.P., cap. XI, § IV, G 359-360».
258
Déterminisme et S a lu t- Le role du corps
«(...) ils ne souffrent pas que les femmes aimées aient des préférences pour
d ’autres qu’eux.».
(T.P., cap. XI, § IV)36.
«Si les femmes sont par nature ou par institution sous l ’autorité des hom
mes...».
et aprés par une affirmation catégorique, dans laquelle nous comprenons que l ’auteur
a une position tres nette sur ce sujet:
«(...) et l’on peut affirmer en conséquence que la femme n ’est pas par natu
re Légale de l ’homme...».
(T. P., cap. XI, § IV)37.
37 «(...) si ex natura foeminae viris aequales essent...» (...) affirmare omnino licet, foeminas ex
natura non aequale cum viris habere jus...», ibidem.
259
M aría Luisa RIBEIRO FERREIRA
260
EL PROBLEMA MENTE-CUERPO EN SPINOZA.
ALGUNOSAPUNTES
KARINAP. TRILLES CALVO
Universidad de Castilla-La Mancha
261
K arina P. TRILLES CALVO
1 Génesis 2, 7.
2 Dios dice a la mujer: «Multiplicaré los trabajos de tus preñeces. Parirás con dolor los hijos»
(Génesis 3,16) y al hombre: «Con trabajo comerás de ella [la tierra] todo el tiempo de tu vida; (...) Con
el sudor de tu rostro comerás el pan» (Génesis 3,17, 19).
3 Cf. Descartes, R.: Meditations métaphysiques en Descartes, R.: CEuvres Completes, París, Vrin,
1996. Edición de Adam & Tannery, Tomo IX, p. 19 (Meditación II).
4 Cf. Descartes, Meditations, AT. IX, p. 58 (Meditación VI).
262
El problema mente-cuerpo en Spinoza. Algunos apuntes
263
K arina P. TRILLES CALVO
Spinoza dijo lo que quiso decir, sin una palabra de más ni un vocablo de menos,
algo que, supuestamente, sería de agradecer en Filosofía, casi siempre caracterizada
por un superávit terminológico. Sin embargo, su justeza lingüística se convierte en
parquedad cuando sus palabras, en lugar de clausurar problemas, despiertan nuevas
cuestiones y cuando pretenden dar cuenta de un entramado conceptual complejísimo
que, además, rompe con el dualismo que, sin darnos cuenta, se ha convertido en
nuestra segunda piel. Todo ello confiere a la obra espinoziana una dificultad que
no se podría sospechar al ver el aspecto formal ordenado y matemático de su Ética.
Teniendo presente estas dificultades, acerquémonos al planteamiento que Spinoza
hace del problema mente-cuerpo.
Uno de los rasgos que confiere belleza a la Filosofía es el de ser un entramado tan
bien urdido que una noción lleva a la otra, una cuestión apela a otra y así hasta que,
finalmente, todo el sistema conceptual es llamado a hacerse patente. Ello se pone
magistralmente de manifiesto en Spinoza de ahí que para averiguar su propuesta
resolutiva a la problemática mente-cuerpo tengamos, primero, que fijarnos en su
esquema metafísico.
Frente al bisustancialismo cartesiano que tantos problemas originó, Spinoza esta
blece que existe una única sustancia caracterizada por su independencia ontológica
respecto de los otros existentes —como ya defendió Descartes— y por la dependen
cia de lo que es real respecto de ella. Dicha sustancia, principio y final del sistema
spinoziano, recibe el nombre de «Dios»78. Pero, en este punto aparece un problema
grave y es que el mundo que nos rodea se nos ofrece con una exuberancia sin lími
tes, como una multiplicidad que, difícilmente, casa con la unicidad divina. Proponer
a Dios como una sustancia única es una propuesta teórica aceptable, mas ajena a una
realidad que se empeña en mostrarse en su diversidad. Spinoza, consciente de dicho
obstáculo, construye una «escalera teórica» —si se nos permite la expresión— por
la que es posible descender desde la unidad divina hasta la multiplicidad real así
como ascender desde dicha pluralidad hasta lo Uno. Los peldaños intermedios son
7 Citaremos según la siguiente edición: Spinoza, B.: Etica demostrada según el orden geométri
co, Madrid, Trotta, 2000. [Introducción y Traducción de Atilano Domínguez], Citaremos E, el número
de la parte correspondiente, seguido de las abreviaturas reglamentarias —ax. (axioma), def. (definición)
y p. (proposición), dem. (demostración), cor. (corolario) y esc. (escolio)—, y el número del axioma,
definición, etcétera, correspondiente.
8 Cf. E, 1 def. 6.
264
I
9 Cf. Deleuze, G.: Spinoza y el problema de la expresión, Barcelona, Muchnik Editores, 1999, 2a
edición.
10 Cf. E, 1 p. 11.
11 Cf. E, 2 p .l y E, 2 p.2.
12 Rábade Romeo, S.: Espinosa: razón y felicidad, Madrid, Cincel, 1992, p. 173.
13 Cf. E, 1 p.15.
14 E, 2 p. 6 dem.
15 Cf. E, 1 p. 3.
I
265
K arina P. TRILLES CALVO
las ideas es el mismo que el orden y la conexión de las cosas»16, la ordenación y las
relaciones causales del mundo ideal serán idénticas a las que se den en el universo
cósico.
He aquí que nos estamos acercando a la problemática que nos preocupa ya que
uno de los modos del pensar es la idea —la cual «es lo primero que constituye el ser
del alma humana»17— y uno de los modos de la extensión es el cuerpo del hombre.
Dado que, por principio, los modos están sujetos a sus respectivos atributos y no
pueden combinarse, cuerpo y alma no son susceptibles de ligazón, sino —en virtud
del paralelismo entre lo ideal y lo m aterial— de un correr parejos que acarrea no
pocos problemas. Pero, si es así, si realmente no hay conexión interna, ¿cómo es
posible que Spinoza asevere que «El objeto de la idea que constituye el alma huma
na, es el cuerpo, o sea, cierto modo de la extensión que existe en acto»18? ¿No se está
contradiciendo a sí mismo? No, pero para comprender esto hay que seguir profundi
zando en su urdimbre metafísico-conceptual.
Para nuestro pensador, toda idea tiene su ideatum, de ahí que la idea-alma debe
poseer su correlato noemático. Ahora bien, no vale cualquier objeto pues si la idea
pretende ser real ha de hacer referencia a una cosa existente en acto y, además, fini
ta ya que, de otro modo, la idea correspondiente sería infinita y, por lo tanto, eter
na. Aparentemente, cualquier objeto exterior cumple estos requisitos, pero hemos
de tener en cuenta que el alma es idea y conjunto de ideas que, asimismo, han de
tener sus consiguientes ideatum de ahí que el correlato noemático de la idea-alma
deba ajustarse a las condiciones mencionadas, así como ser el elemento mediador
para conseguir los ideatums de las otras ideas que componen el ánima. Esto sólo es
observado por el cuerpo humano. Pongamos un ejemplo para aclarar este embrollo
conceptual. En mi idea-alma están contenidas las ideas de la forma rectangular de
mi reloj, de la transparencia de su cristal, de la frialdad de éste, etcétera, ideas que
sólo han podido llegar a formar parte de mi espíritu porque mi mano y mis ojos
corpóreos han sido afectados por el reloj. Resulta, pues, que mi cuerpo ha sido el
mediador para que mi ánima tenga esas imágenes del mecanismo despertador y,
además, en cuanto que es una corporeidad extensa ocupa un espacio determinado y
limitado, lo que se ajusta como un guante a lo que Spinoza buscaba como ideatum
de la idea-alma.
Pero, con lo dicho en el párrafo anterior apenas hemos avanzado un paso en el
sistema conceptual espinoziano porque, ¿qué papel juega Dios en este entramado?
Y, ¿de qué nos sirve que el cuerpo sea ideatum del alma? Comencemos con el rol
divino. Hasta ahora sabemos que Dios es sustancia, la cual consta de infinitos
16 E .,2p. 7.
17 E, 2 p. 11 dem.
18 E, 2 p. 13.
266
El problema mente-cuerpo en Spinoza. Algunos apuntes
19 E, 1 p. 15.
20 Cf. E, 1 p. 25.
21 C f.E ,2 p . 11 cor.
267
K arina P. TRILLES CALVO
el paralelismo hallamos que a mejor cuerpo, mejor mente —tómese aquí el término
«mejor» sin connotaciones morales.
Ánima y corporeidad discurren paralelamente y no interactúan en ningún momen
to, de ahí que el primero no pueda originar el movimiento del segundo ni éste pueda
dar lugar a que el espíritu piense22. Lo único que puede provocar un pensamiento
es otro, del mismo modo que un cuerpo sólo puede ser movido por otro cuerpo en
movimiento. No hay, pues, mezcla atributiva o modal, sino un transcurrir sin con
vergencia que nos da la seguridad de que lo que ocurra en el nivel anímico tendrá
su reflejo en el estrato material —el viceversa no es factible aquí pues hay sucesos
corpóreos que no tienen correspondencia ideal.
Uno de los aspectos más interesantes de la relación mente-cuerpo es el del cono
cimiento que cada uno de estos elementos obtiene del otro así como el saber que
cada uno tiene de sí mismo. Generalmente, en tanto que el cuerpo es concebido
como una corporeidad física se le ha negado la capacidad de autorreflexión pues se
trata de un objeto más que puebla el universo cósico, situación que no cambia con
Spinoza que deja bien claro que estamos en el estrato extenso en el que sólo tiene
sentido hablar en términos de materia. Por lo tanto, únicamente hemos de ocuparnos
de si el ánima sabe del cuerpo y de si el espíritu se conoce a sí mismo.
A estas alturas ha quedado claro que en el nivel modal existe una ligazón entre
los objetos externos, el cuerpo y el alma en la medida en que aquéllos afectan a la
corporeidad y así se originan las «imágenes de las cosas» en la mente. Estas ideas
de las afecciones corpóreas son el elemento clave en el conocimiento que el alma
posee del cuerpo, pues tienen tanto notas referentes a la cosa externa que afecta
como datos de la corporeidad que es afectada23, aunque, una vez más en la Historia
de la Filosofía, este saber es considerado inadecuado y confuso. Las razones de
estos matices peyorativos son, básicamente, dos: en primer lugar, el cuerpo «está
compuesto de muchísimos individuos (de diversa naturaleza), cada uno de los cuales
es muy compuesto»24 y el espíritu es incapaz de conocer todas las partes corporales
así como los elementos que las forman y los componentes de éstos. Por otra parte,
cuando una corporeidad es afectada lo es de muchas maneras, siendo el abanico
de afecciones más amplio cuanto mayor es la excelencia corpórea. Ello conlleva
que la idea de la afección nunca es del todo adecuada al modo de padecimiento del
cuerpo, y si la idea no es adecuada, entonces el saber tampoco puede serlo. Nos
encontramos aquí ante la barrera que va a impedir que el ánima sepa correctamente
de su cuerpo, mas también que conozca fehacientemente el mundo exterior ya que
no hay que olvidar que la idea de la afección contiene tanto información acerca de
22 Cf. E, 3p. 2.
23 Cf. E, 2 p. 16 y dem.
24 E, 2 postulado 1.
268
El problema mente-cuerpo en Spinoza. Algunos apuntes
la corporeidad como acerca del objeto externo. Pero, además, se trata de un escollo
en el conocimiento que el alma posee de sí pues ésta sabe de sí en la medida en que
conoce las ideas de las afecciones. Si éstas no son adecuadas, entonces, en última
instancia, la autorreflexión anímica peca de incongruencia. Sin embargo, Spinoza no
se queda en este punto que supondría velar el autoconocimiento de sí y afirma que
esa inadecuación sólo se produce si se sigue el orden natural, es decir, si el ánima es
impelida desde fuera o, lo que es equivalente, si se toma la escalera por el lado del
objeto externo. Ahora bien, la autorreflexión deviene correcta si el alma «es dispues
ta internamente de una u otra manera»25. Una vez más en el discurrir filosófico se
ha dado prioridad epistemológico-gnoseológica a ese conocimiento «interno» cuya
existencia es indubitable pero que aún somos incapaces de explicar sin recurrir a
malabarismos conceptuales.
25 E, 2 p. 28 esc.
26 E, 3, 2 p. esc. [a].
269
K arina P. TRILLES CALVO
de una manzana, es necesario empezar a pensar desde el punto de vista de los hom
bres y mujeres, y definir un cuerpo que no sea el hermano pobre de un espíritu así
como delimitar un ánima que no alcance su perfección estando descarnada. En defi
nitiva, si queremos empezar a resolver esta grave cuestión que nos ocupa es hora de
hacer del cuerpo una corporalidad consciente y del alma una conciencia encarnada.
Sólo así tendremos un punto de partida que, quizás en algún momento, nos permita
librarnos del molesto gusano jánico. El reto está lanzado y esperamos que alguien
lo asuma con la valentía que antaño tuvieron Descartes, Spinoza, Leibniz, Merleau-
Ponty y tantos otros, coraje que va a hacer falta porque ya no nos podemos amparar
en Dios ni tampoco podemos permitirnos el lujo de dar la espalda a los hallazgos
científicos. Sólo nos queda desear que la suerte esté con los bravos y que el futuro
por venir sea, en este caso, tan apasionante como el pasado.
BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA
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treal), 2002, vol. 29, número 1, pp. 139-146.
270
Parte IV
Cultura e Historia
E S S E A L T E R I U S I U R I S : ESPINOSA, A R E B O U R S .
(GÉNESIS Y ESTRUCTURA DEL DISCURSO SOBRE
LA SERVIDUMBRE EN LA FILOSOFÍA POLÍTICA
MODERNA)
JESÚS BLANCO ECHAURI
Universidad de Santiago de Compostela
1. EXPLICATIO
273
Je sú s BLANCO ECHAURI
es el caso, por ejemplo, de «La obligación contractual en la filosofía política de Espinosa», en el que
examinamos esta difícil cuestión desde la singular perspectiva que proporciona el conocimiento del
dispositivo jurídico articulado por Hugo Grocio, parcialmente retrabajado por Hobbes, que representa
su interlocutor más directo (Laguna, Revista de Filosofía, n° 7, 2000, pp. 111-133).
274
E sse alteriu s iuris: Espinosa, á re b o u rs
2 En estas últimas décadas la notable inflación de los estudios espinosistas en todo el mundo,
como se sabe, nos han ayudado a despejar incógnitas y a arrojar luz sobre buena parte de problemas
que, aunque no hayan sido resueltos y permanezcan abiertos a multitud de interpretaciones y lecturas,
nos han proporcionado materiales de trabajo hoy indispensables. Estoy pensando, sobre todo, en la
proliferacción de nuevas traducciones, en gran número de lenguas, y en los numerosos trabajos que,
como resultado de ellas y/o paralelas al estimable esfuerzo que representan, nos han proporcionado.
Los trabajos filológicos y las herramientas informáticas, en particular, han ido desbrozando el camino,
aunque también, qué duda cabe, abriendo nuevos interrogantes. Me resisto aquí a referir algunas de
ellas, para no abrumar al lector, entre otras cosas porque están en la mente de todos.
275
Je sú s BLANCO ECHAURI
3 J. Blanco Echauri, «La política como gobierno de las pasiones», in: E. Fernández y Ma. L. de
la Cámara (eds.), El gobierno de los afectos en Baruj Spinoza, con prólogo de J. M. Navarro Cordón,
Madrid, Trotta, 2007, pp. 359-377.
27 6
E sse alteráis iuris: Espinosa, á re b o u rs
sea para Espinosa la democracia, porque es la única en que los deseos y opiniones de
todos puedan tener un cauce de expresión, de tal suerte que sea posible compatibili-
zar la cupiditas propia de todos los hombres de gobernar y no de ser gobernados4.
Üna segunda explicación preliminar nos proponíamos acometer tiene que ver con el
subtítulo de nuestro estudio: «Génesis y estructura del discurso sobre la servidumbre
en la filosofía política moderna». En puridad, este rótulo responde estrictamente al
contenido de nuestro trabajo, nacido de la necesidad de estudiar algunas de las obras
filosófico-jurídicas y filosófico-políticas más influyentes en las Provincias Unidas
en tiempos de Espinosa. Y, en este caso concreto, a los orígenes de una problemática
(que también posee su anclaje en el pasado «teológico-político», de Duns Escoto y
Guillermo de Ockham a Francisco Suárez, por ejemplo) que atraviesa estructural
mente la red conceptual del dispositivo jurídico de Grocio, de gran influencia histó
rica, y que Espinosa tenía sin duda muy presente. Ciertamente Hobbes, muy próximo
al jurista holandés (al menos en estas cuestiones, aunque no sólo en ellas: Hobbes no
poseía una formación estrictamente jurídica), va a tomar buena cuenta de ese tejido
y asumir gran parte de su discurso, como cualquier lector de las tres obras políticas
mayores del gran filósofo político inglés conoce sobradamente. Lo será, inequívoca
mente, en el plano de las relaciones entre los individuos en el ámbito privado, aun
que también pueda extenderse —como en el jurista holandés— al dominio público:
recuérden ustedes que, junto a las repúblicas «por institución», coexisten las repúbli
cas «por adquisición». Aquí no podemos entrar en su estudio. Pero permítanme sólo
un apunte para ilustrar nuestras palabras: los capítulos VIII, III y XX de las segunda
partes, respectivamente, de De Cive, The Elements o f Law Natural and Politic y
Leviathan están enteramente consagrados a esta cuestión, que puede además ser
rastreada en muchos otros pasajes de estas obras. Se sigue, de suyo, en conformidad
con lo que venimos explicando de un modo preliminar, que el lector encontrará aquí
una propuesta de interpretación sobre la genealogía y la estructura del discurso
moderno sobre la servidumbre, que no puede considerarse por completo inédito
hasta la obra de Grocio, pero que por circunstancias históricas ha ejercido una nota
ble influencia sobre los filósofos de su siglo (y no sólo de él): en Hobbes, para la
formulación teórico-política probablemente más influyente de la modernidad (lo que
explica muchas de las disfunciones aporéticas de sus primeras obras, de sus innume
rables inconsistencias de carácter lógico, internamente analizadas, en particular en
De Cive, a la hora de explicar la institución convencional de la soberanía política,
finalmente resuelta a través de la re-teorización de Leviathan y la incorporación
capital de su teoría de la autorización); pero también en Espinosa, para tomar distan
277
J e s ú s BLANCO ECHAURI
5 Para las referencias a los textos de Espinosa tenemos presente Spinoza. Opera. Im Auftrag der
Heidelberger Akademie der Wissenschaften herausgegeben von Cari Gebhardt. Heidelberg, Cari Win-
ters, 1972 (Unveranderter Nachdruck der Ausgabe von 1925), IV vols. Opera V Supplementa, Heidel
berg, Cari Winters, 1987. Con respecto a las traducciones, citamos siempre las de Atilano Domínguez,
publicadas por Alianza Editorial, excepto la Ética, que ha sido publicada en Trotta.
6 P. Cristofolini, «Esse sui juris e scienza política», en P. Cristofolini, La scienza intuitiva si
Spinoza, Ñapóles, Morano Editore, 1987, pp. 121-141. En cualquier caso, no deseo omitir un estudio
ejemplar sobre la filosofía moral de Espinosa que aborda también esta cuestión con particular origina
lidad y agudeza, que leimos hace ya algunos años, pero al que hemos vuelto en numerosas ocasiones; a
saber: J. Wetlesen, The Sage and the Way: Spinoza's, Ethics ofFreedom, Assen, Van Gorcum, 1979. Si
referimos aquí este excelente estudio es también para animar a algunos de nuestros colegas, Ínter nos,
de la filosofía práctica a conocer y comprender la envergadura teórica del proyecto ético del filósofo,
porque, entre Aristóteles y Kant, también «cabe Espinosa».
278
E sse alteriu s iuris: Espinosa, á re b o u rs
2. IUSTITIA BELLI
7 La edición manejada para la preparación de este estudio es la siguiente: Grotius, H., De iure
belli ac pacis, libri tres, in quibus ius naturae et gentium Ítem inris publici praecipua explicantur,
ed. preparada por B. J. A. de Kanter - van Hettinga Tromp, con nuevas anotaciones de R. Feenstra y
C.E. Persenaire, Aalen, Scientia Verlag, 1993. Las referencias textuales a IBP reenvían a su división
en libros, capítulos, apartados y parágrafos (así, por ejemplo, IBP, I, I, III, 5 reenvía al libro I, cap. I,
apartado III, parágrafo 5).
8 A pesar del incuestionable peso de la tradición historiográfíca y de la relativa influencia que
todavía en la actualidad continúa ejerciendo un amplio sector de la crítica especializada, compartimos
plenamente la opinión de P. Haggenmacher, para quien la lectura del De Iure Belli ac Pacis «revela
que Grocio no ha querido hacer, ante todo, ni una suma de Derecho natural, ni menos todavía un libro
de Derecho internacional, sino esencialmente un tratado sobre el Derecho de la guerra, comparable al
de Gentili por su envergadura, aunque bastante diferente por el espíritu y la construcción. Por esta razón,
la obra se inserta en una corriente doctrinal que tiene por objeto, no el Derecho natural o el Derecho
de gentes como lo admiten en general sus interpretes a la luz de los desarrollos subsiguientes, sino
más bien el ius belli en tanto que tal» (P. Haggenmacher, Hugo Grotius et la doctrine de la guerre
juste,.París, P.U.F., 1983, «Publications de l’Institut universitaire de Hautes Etudes internationales»
de Ginebra, p. 8). Prescindir del enorme caudal de seculares prejuicios acumulados por la literatura
posgrociana, con objeto de restablecer la intención originaria del autor, desvelando los rasgos más
genuinos de su obra, considerada en sí misma y a la luz de su contexto natural, constituye una exigencia
ineludible para el lector contemporáneo. Más allá de inaugurar la Escuela moderna de Derecho natural
y/o de establecer los fundamentos del Derecho internacional, paternidades que a lo largo de cuatro
siglos frecuentemente se le han atribuido, el texto del jurista holandés representa, en rigor, la culmi
nación de la antigua tradición teológico-jurídica de la guerra justa, cuyas raíces patrísticas y romanas
se remontan hasta el siglo XII, pero cuyo cuerpo doctrinal será larga y progresivamente gestado por
la escolástica entre los siglos XIII y XVI, con objeto de justificar, en el marco de la moral cristiana, la
práctica endémica de la guerra medieval. No es, desde luego, una casualidad que Grocio comience su
obra mayor, a la que debe buena parte de su celebridad, por un capítulo en el que, bajo el título «Quid
Bellum, quid Ius?», examina las fuentes del Derecho, definiendo en ese orden las dos nociones cuya
conjunción determina, precisamente, el problema central que se propone estudiar: el de la iustitia belli.
No puede resultar extraño, por tanto, que consagre a continuación, explícita y enteramente, el capítulo
segundo —como lo indica la rúbrica que lo preside: «An bellare unquam iustum sit»— a determinar si
existen guerras justas, cuestión que es calificada de prima ac generalissima, comprendiéndose fácil
mente porqué le atribuye un estatuto privilegiado: si la licitud de la guerra pudiera ser cuestionada, la
problemática de la justicia de la guerra, que gobierna el tratado, se vería privada de todo fundamento.
Pero, lejos de ser ilícita en todos los casos, la guerra es admitida, tanto por el Derecho natural, como
por las diversas clases de Derecho positivo.
279
Je sú s BLANCO ECHAURI
280
E sse alteriu s iuris: Espinosa, á re b o u rs
10 No puede, ciertamente, estimarse como propiamente inédito este aspecto de la obra del jurista
de Delft, especialmente si se tiene en consideración la importancia histórica de Les six livres de la
République de Jean Bodin (París, Fayard, 1986, en VI vols.) en orden a la tematización de la proble
mática moderna de la soberanía. Conviene precisar, sin embargo, que Grocio conoce la obra del publi
cista francés, a quien elogia explícitamente en los Prolegómenos del tratado (IBP, Proleg., n. 55). En
cualquier caso, Grocio distingue entre el imperium, que designa, a la manera romana, la competencia
de gobernar, y la summa potestas, el órgano soberano que la ejerce efectivamente, con independencia de
la forma que pueda presentar en cada caso concreto. Esta distinción, que es claramente establecida en
el capítulo I del De Imperio Summarum Potestatum circa Sacra (Aalen, Scientia Verlag, 1970), texto
publicado postumamente en París en 1647, pero que el autor había ya concluido en 1614, asignándole
su título definitivo en 1616o 1617 (cf. J. der Meulen y P.J.J. Diermanse, Bibliographie des écrits impri-
més de Hugo Grotius, La Haya, Martinus Nijhoff, 1950, n. 894), es conservada en el De Iure Belli ac
Pacis (1625), aunque no está exenta de un buen número de problemas, porque el sentido de la expre
sión summa potestas se encuentra en gran parte modificado: sin duda designa todavía en algunos textos
el órgano soberano mismo (IBP, I, III, V, 1 y 2; IB, II, VII, 3; II, XV, XVII, 1; II, XXI, VII; III, XII,
VIII, 4; III, XX, I; III, XXII, III y IV), pero en muchas ocasiones aparece como sinónimo de summum
imperium (IBP, I, III, IV, 1 y 2; I, III, VII, 1; I, III, VIII, 1; para la expresión summum imperium, IBP, I,
III, X, 5 ,1, III, XVI, 1; I, III, XIX; I, III, XXI, 1-3; II, IX, III y X; III, III, 1,1; III, III, IV) o simplemente
de imperium (IBP, I, III, XII, 1 y 3; I, III, XIII, 1; II, IX, VIII).
11 Grocio no impulsa la lógica característica de las concepciones de la guerra justa hasta sus últi
mas consecuencias, porque admite un supuesto particular en el que los dos beligerantes en conflicto
se encuentran en un mismo plano, gozando de idénticos derechos: la hipótesis en cuestión es la de la
«guerra pública formal» (bellum publicum solenne), que coexiste como una posibilidad más junto a las
guerras entre particulares y mixtas. El establecimiento de esta hipótesis abre paso a una teoría jurídica de
la guerra pública y, con ella, al desvanecimiento de la guerra justa, en beneficio de «la guerra regular».
En términos generales, esta concepción, que se inscribe en una tradición que se remonta a los juris
consultos romanos, pero que históricamente no cobra carta de naturaleza hasta finales del siglo XVIII,
escamotea el problema de la licitud material de la guerra, limitándose a tomar nota de la existencia de un
conflicto armado, en tanto que situación de hecho, y a definirlo, en tanto que situación jurídica, mediante
diversas condiciones de competencia y de forma, con objeto de hacer derivar de ella efectos jurídicos,
que se producen para una y otra parte, en cualquier caso, según el grado de fortuna y pericia en el manejo
de las armas, pero sin relación alguna con la justicia material de la causa. «La guerra pública formal»
grociana exige la concurrencia de dos condiciones formales, imprescindibles para que un conflicto
bélico pueda ser definido en conformidad con dicha hipótesis: el enfrentamiento debe ir precedido de
una declaración de guerra, realizada por beligerantes soberanos. El carácter «solemne» les es conferido,
fundamentalmente, por la declaración de guerra, pero como ésta es indisociable de una decisión previa,
de carácter público, que no puede proceder más que de una summa potestas, el estatuto de los beligeran
tes, anteriormente irrelevante, deviene aquí esencial. Paralela, e inversamente a las características pro
pias de la doctrina de la guerra justa, que articula el sentido general y la estructura de todo el tratado, los
efectos jurídicos de la guerra pública formal se determinan con independencia de la justa causa, resol
viéndose exclusivamente en virtud de la suerte de las armas. Esta guerra será llamada «justa» por ambos
contendientes, aunque dicho adjetivo apele aquí, obviamente, no a la justicia material del conflicto, sino
a la regularidad formal de sus efectos. En cualquier caso, este régimen bilateral de los efectos de la guerra
281
Je sú s BLANCO ECHAURI
se superpone, en este caso particular, al régimen unilateral ordinario que domina todo el tratado, como
corresponde a la concepción greciana de la guerra justa, que prevalece ampliamente sobre los elementos
propios de la guerra regular, asociados exclusivamente a la excepcionalidad de la guerra pública formal.
La superposición del régimen jurídico particular de la guerra pública formal sobre el régimen general
ordinario, propio de la guerra justa, fundado sobre la causa material, revela, ciertamente, la presencia de
importantes elementos característicos de una concepción de la guerra regular que acabará imponiéndose
históricamente gracias a la progresiva disociación y autonomización del ius in bello respecto del ius acl
bellum (cf. P. Haggenmacher, «Mutations du concept de guerre juste de Grotius a Kant», en La guerre,
Actes du Colloque de Mai 1986, Cahiers de philosophie politique etjuridique, Centre de Publications
de PUniversité de Caen, n°. 10, 1986, pp. 107-125). Sin embargo, la excepcionalidad de la hipótesis en
el conjunto de la tipología de las clases de guerra, la estructura general del tratado, la ausencia de una
verdadera autonomía del ius in bello y, especialmente, el punto de vista superior, que preside todos sus
desarrollos, a partir del cual se revela la lógica y unidad del conjunto, subrayan el inequívoco anclaje del
De Iure Belli ac Pacis en la todavía dominante tradición teológico-jurídica de la guerra justa, aunque a
esta altura de los tiempos tenga que concurrir con otras dos ascendentes en la historia de la filosofía y
cultura occidentales: la tradición teológico-moral del discurso contra la guerra y la tradición estratégica
y táctica del arte de la guerra. Pese a ello, la persistencia de constantes ambivalencias en el texto, propia
de todas las obras de transición, permiten escrutar la incipiente articulación de nuevas problemáticas,
específicamente modernas, que le confieren un particular interés.
12 IBP, I, III.
13 IBP, I, IV.
14 «Si un particulier, dit Grotius, peut aliéner sa liberté et se rendre esclave d’un maitre, pourquoi
tout un peuple ne pourroit-il pas aliéner la sienne et se rendre sujet d’un roí?», Du Contract Social;
ou, Principes du Droit Politique, livre I, chap. IV; in: Oeuvres completes, París, Gallimard, 1964,
«Bibliothéque de la Pléiade», vol. III, p. 355. Es bien conocido el conocimiento exhaustivo que posee
el filósofo ginebrino del jurista holandés (a través, en particular, de la célebre traducción francesa de
IBP realizada por J. Barbeyrac), así como las reiteradas críticas que vierte sobre él. Pero no podemos
aquí, en los límites de este trabajo, abordar su estudio, ni valorar su verdadero alcance.
15 A. Matheron, Anthropologie et politique au XVIIe siécle. (Etudes sur Spinoza), París, Vrin,
1986, p. 174.
282
E sse alterius iuris: Espinosa, a re b o u rs
decir, al derecho de gobernar las acciones (tanto las propias como las ajenas) de
los individuos, de todo lo que vale para el derecho de propiedad (dominium ). Es lo
que nos proponemos mostrar a continuación. Pero para ello resulta imprescindible
explicar con anterioridad (aunque con suma brevedad) la impecable —e implaca
ble lógica jurídica que la sustenta16. Su revisión, lejos de representar un simple
ejercicio de mera arqueología histórica, presenta un enorme interés en orden a la
comprensión del proceso de constitución de una problemática que capitaliza gran
parte de los debates de la filosofía política moderna. Y en nuestro caso, nos pro
porciona una información capital sobre la formidable transgresión conceptual que,
también aquí, representa el contradiscurso espinosista.
16 A esta tarea dedicamos, con más brevedad de la que desearíamos, el segundo apartado de este
estudio. No es posible privar al lector de este apretado y denso resumen sobre el Ius sive facultas, por
que toda la fundamentación del jurista holandés, contemporáneo de Espinosa, descansa sobre ella. Con
todo, el lector que precise una justificación completa y minuciosamente elaborada de la interpretación
que aquí sostenemos de IBP, en el que es posible constatar, por una parte, que las categorías semánticas
privilegiadas en el uso del lexema ius son aquellas que integran la noción de facultas y, por otra, que
la nueva fisonomía asignada al Ius posibilita, precisamente la construcción de una verdadera teoría de
los derechos naturales en la obra de Huigh de Groot, deberá acudir a nuestro estudio, anteriormente
referido, «Un iusnaturalismo irónicamente perverso (Genealogía e historia de una metamorfosis: I.
Ius sive facultas)», en J. Blanco Echauri (ed.), op.cit., pp. 315-351. Aquí únicamente podemos ofrecer
una apretada síntesis de la red conceptual en torno a la cual se organiza su arquitectura fundamental,
imprescindible para satisfacer las exigencias metodológicas de esta investigación genealógica y proce
der con éxito a la reconstrucción histórica de esta compleja trama
17 IBP, I, I, III-XVII.
18 IBP, 1,1, III, 1.
19 IBP, 1,1, IV.
20 Sobre la distinción entre la justicia expletiva (expletrix) y la justicia atributiva (attributix) cf
IBP, I, I, VIII, 1; IBP, I, I, VIII, 2 y IBP, I, I, VIII, 3.
21 IBP, I, I, V.
283
BIBLIOTECA CENTRAL
tíM iu
J e sú s BLANCO ECHAURI
22 IBP, I, I, V.
23 IBP 1,1, IX, 1.
24 IBP 1,1, IX, 2.
25 IBP I, I, XIII; IBP I, I, XIV; IBP I, I, XV.
26 IBP 1,1, X, 1.
27 Para una argumentación pormenorizada de estas tesis, reenviamos de nuevo al lector a nuestro
estudio, ya referido anteriormente, «Un iusnaturalismo irónicamente perverso (Genealogía e historia de
una metamorfosis: I. Ius sive facultas)», op. cit., pp. 315-351. Aquí sólo podemos ofrecer un denso y
cuidado resumen de los argumentos más importantes en que fundamentamos nuestra interpretación de
los textos de IBP
28 IBP, 1,1, III, 1.
29 IBP, 1,11,1,5.
284
E sse alterius iuris: Espinosa, a re b o u rs
30 IBP, I, II, I, i.
31 IBP, I, II, 1,2.
32 IBP, Proleg., n. 6; véase también IBP, Proleg., n 7.
33 IBP, Proleg., n. 8.
34 Adviértase que, de no ser así, esto es, si el fundamento de los derechos subjetivos tuviera su ori
gen, siempre y bajo cualquier circunstancia, en la ley natural interhumana, ésta los produciría en todos
aquellos casos en los que impone una obligación; pero sabemos perfectamente que no es así, porque
—de ser correcta esta hipótesis— la ley natural no sólo prescribiría una obligación puramente moral al
hijo adulto respecto de su progenitor, sino que facultaría también a éste para exigirle su gratitud.
285
Je sú s BLANCO ECHAURI
siguientes (2-3), con las dos subdivisiones de la tercera (el creditum que nace, ora
en virtud de un contrato, ora en concepto de reparación de un daño). De esta prime
ra acepción, que se ocupa exclusivamente de la justicia expletiva35, nace otra más
amplia, de la que no puede predicarse propiamente dicho concepto, que comprende,
tanto lo que constituye el objeto de algunas otras virtudes36, como la justicia atribu
tiva37. De donde se sigue, necesariamente, que las obligaciones que prescribe la ley
natural interhumana pueden ser, bien jurídicas (ahora sabemos cuáles, la obligación
de abstenerse de lo ajeno, de cumplir las promesas, de reparar los daños causados
culpablemente), bien puramente morales (sin sanción humana posible): la obliga
ción de agradecimiento hacia un benefactor (por ejemplo, la de un hijo adulto hacia
su padre) es una obligación moral, pero no jurídica, porque el benefactor —esgrime,
significativamente, Grocio— no tiene el derecho, en el sentido subjetivo, de exigir
su gratitud38. Lo que significa que la ley natural que gobierna las relaciones entre los
hombres lejos de proporcionar, por sí misma, facultades a nadie, tan sólo se trans
forma en jurídica cuando reencuentra frente a sí derechos subjetivos preexistentes,
de tal suerte que el Derecho natural objetivo, propiamente llamado, consiste simple
mente en la obligación de respetar las facultades ajenas, que no han sido producidas
por él. Limitación, desde luego, en nombre del instinto de sociedad, de las facultades
de los unos por las de los otros. Estamos en presencia, por consiguiente, de una ver
dadera teoría de los derechos naturales39.
286
E sse alterius iuris: Espinosa, á re b o u rs
los valiosos trabajos publicados tanto en en la antigua como en la nueva serie de la revista Grotiana
(Assen, Van Gorcum), así como los fecundos estudios de M. Villey (recogidos en su mayoría en las
notas de nuestro estudio «Un iunaturalismo irónicamente perverso», J.Blanco Echauri (ed.), Espinosa:
Etica e Política, Universidade de Santiago de Compostela, 1999, pp. 315-351) y el rigor analítico de A.
atheron (en particular, los trabajos recogidos en la obra anteriormente citada), con los que intelectual
mente siempre estaremos en deuda.
40 IBP, I, II, I, 5.
41 La inalienabilidad de este derecho no es jamás explicada por Grocio, pero se manifiesta en
as cuestiones más dispares a lo largo de toda su obra, evidenciándose incluso, como veremos, en su
concepción de la servitus perfecta. En rigor, los hombres parecen ser, exclusivamente, usufructuarios
de su persona física, quizás porque la propiedad plena sólo podría corresponderle a Dios, quien no
podría verse privado de sus facultades «sobre-naturales»: ciertamente, Grocio no lo dice en ningún
momento, pero es innegable que toda su teoría de la servidumbre contractual lo presupone. No pode
mos entrar aquí en un análisis teológico-político de la obra grociana, pero su protagonismo histórico
en buena parte de los conflictos en los Países Bajos de su tiempo y la dedicación de algunas de sus
287
Je sú s BLANCO ECHAURI
obras menos conocidas a esta cuestión no resultan precisamente superfluas. Para una lectura clásica,
relativamente reciente, sobre esta cuestión, cf. O. O’Donovan and J. Lockwood O’Donovan, From Ire-
neaus to Grotius. A Sourcebook ¡n Chrístian Political Thought, Michigan, Wm. B.Eerdmans Publishing
Company, 1999.
42 IBP, 1,1, X, 1.
43 Su interpretación, obviamente «sui generis», del relato del Génesis, contenida en un parágrafo
que lleva por título, significativamente, Proprietatis exordium & progressus, le permite finalmente
explicarlo todo. Inmediatamente después de la Creación, Dios, que poseía por su excelsa condición el
derecho de transferir la propiedad a quien quisiera, confirió de un modo efectivo la Tierra en propiedad
indivisa al género humano. En propiedad indivisa, pero no colectiva, lo que representa que cada uno
poseía el derecho de tomar para sí todo aquello que apetecía, disponiendo a su antojo de lo que caía en
sus manos (IBP, II, II, II, 1). Los inconvenientes del indiviso, nacidos al amparo del pecado, estrecha
mente asociado a la invención de las técnicas (IBP, II, II, II, 2), el origen de la industria y la división
del trabajo (IBP, II, II, II, 4), siembran la discordia entre los hombres (IBP, II, II, II, 3) quebrando la
armonía originaria que caracterizaba su estado de natural simplicidad (IBP, II, II, II, 1). Para Grocio,
el progreso técnico, que explica el nacimiento de las sociedades más complejas, guarda una relación
de simetría con el paulatino envilecimiento moral de sus miembros. Sin embargo, con el tiempo, para
remediar los inconvenientes del indiviso, los hombres, que disponían del derecho que originariamente
Dios les había conferido, decidieron repartirse entre ellos las tierras que ocupaban de un modo efectivo
(IBP, II, II, II, 3), dejando el resto al primer ocupante (IBP, II, II, II, 5). Se comprende ahora perfec
tamente cómo Grocio puede dar cuenta de la constitución de la propiedad de las cosas, sorteando el
escollo de la inalienabilidad del derecho de propiedad de la persona física.
288
E sse a lte rá is iuris: Espinosa, á re b o u rs
4. IUSINSERYOS
Vamos ahora con nuestra cuestión principal, enunciada al comienzo de este estu
dio. ¿Qué significa, para Grocio, colocar el poder de gobernarse a uno mismo (o una
parte de éste) bajo la dependencia de otro, que adquiere así la capacidad de asumir
la dirección de sus acciones?. En este epígrafe estudiaremos la transferencia volunta
ria del derecho de propiedad sobre la dirección de las propias acciones (en todo o
en parte, con o sin restricciones) en la esfera de las relaciones entre los individuos
de carácter privado, aunque también pueda extenderse igualmente a la constitución
convencional de la soberanía, que abordaremos después. Y va ser la figura mayor del
iusnaturalismo holandés quien va a elaborar, con mayor sistematicidad, la arquitec
tura conceptual de esta problemática. Veámoslo.
El jurista de las Provincias Unidas consagra el capítulo 5 del libro segundo
de IBP a De acquisitione originaria iuris in personas: ubi de iure parentum: de
matrimoniis: de collegiis: de iure in subditos: servos, contemplando de esta suerte
tres modalidades de adquisición originaria de un derecho sobre las personas: por
generación44, consentimiento45 o delito46. Sólo la segunda nos interesa aquí, por
que los derechos de servidumbre descansan, necesariamente, en la voluntad de las
partes47. En cualquier caso, la adquisición por consentimiento (consensu ) procede,
bien de la asociación (consociatio)48, bien de la sujeción (subjectio)49. Y ambas pue
den ser tanto públicas como privadas. De la sujeción pública dimana, entre otros,
«el derecho por consentimiento sobre el pueblo que se somete» (ius ex consensu
in populum qui se subiicit)50-, por su parte, de la sujeción privada nace «el derecho
sobre los siervos» (ius in servos)51. Vamos con él.
289
J e s ú s BLANCO ECHAURI
Hemos visto que, en origen, los hombres son naturalmente libres, es decir,
propietarios, por naturaleza, de la dirección de sus propias acciones. Antes de
toda convención, de todo acto humano, poseen el derecho de gobernarse a sí m is
mos autónomamente, esto es, de prescribirse cualesquiera acciones, a condición
de respetar los derechos ajenos. Y son, tam bién, absolutam ente libres porque
disponen incluso de la facultad de transm itir (en todo o en parte) su derecho a un
tercero, alienando de un modo efectivo su libertad. Si así fuese, si transmitieran a
otro el derecho de propiedad sobre la dirección de sus propias acciones, estarían
obligados (por la segunda de las leyes naturales —que prescribe la obligación de
respetar las prom esas— que integran el Derecho natural objetivo, propiam ente
denominado)52 a respetar el derecho de aquél a quien se lo han conferido, porque
la consideración de las facultades del prójimo se lo exige: estarían obligados,
moral y jurídicam ente, a obedecerle. Es la servidum bre (servitus )53. Lejos de
representar una deficiencia, para Grocio la condición alienable de la potestas
enfatiza que esta facultad es todavía más completa y absoluta que el dominium
estrictam ente considerado: es precisamente porque los hombre son plenamente
libres por lo que poseen la libertad de dejar de serlo absolutamente. Se com pren
de, entonces, que nadie sea naturalm ente siervo, pero también que nadie pueda
considerarse «libre» de llegar a serlo.
La servidumbre, desde luego, puede ser más o menos completa, más o menos
«perfecta», porque las formas que puede revestir son variadísimas, como lo son
las infinidad de acciones a las que la propiedad del derecho de gobernarse les
faculta. La libertad, como cualquier otro derecho, puede ser transferida, conforme
a la voluntad de su titular, no solamente sin ninguna restricción, sino también con
ellas («durante un tiempo», «para ciertas cosas», «bajo ciertas condiciones»,...),
generando una verdadera tipología de servidumbres imperfectas54: de ahí que sea
menester distinguir entre la condición de siervo (categoría, en sí misma, problemáti
ca, porque el ius in servos, en curso de tematización histórica posee una enorme
amplitud conceptual) y la de esclavo, distinción capital en la génesis y estructura
discursivas que, como veremos en seguida, la expresión latina servas, a diferencia
de las lenguas modernas, no permite discriminar. Pero resulta evidente que todas
las incompletudes se conciben siempre a partir de una suerte de modelo —en la
290
E sse alterius iuris: Espinosa, á re b o u rs
291
Je sú s BLANCO ECHAURI
63 IBP, II, V, XXIX, 2. Aunque en nada nos satisface acudir a la historia para enfatizar o, en
su caso, ilustrar el significado y alcance de las problemáticas filosófico-políticas, tejidas en redes
conceptuales y expresadas en textos jurídicos, filosóficos y políticos, en esta ocasión haremos una
excepción. Porque así es como se encuentran autorizados los derechos de servidumbre que de hecho,
fuera de Europa, enriquecen lícitamente a los contemporáneos europeos del jurista holandés, letrado
de la Compañía de las Indias orientales. H. Méchoulan, en relación con la apología de Grocio en favor
de la libertad de los mares, que reclama su célebre texto, Mare Liberum, publicado en 1603, apenas un
año después de la creación de la compañía para la que preparó el jurista su célebre dictamen, escribe
(vale la pena transcribir un largo fragmento porque en él reside su fuerza narrativa): »La compañía de
las Indias orientales, y más tarde la de las Indias occidentales, son compañías de monopolio, particular
mente bien armadas para defenderlo, no sólo contra el extranjero, sino también contra el comerciante
holandés que quiere traficar de modo independiente. P. de la Court se hace eco de esta exclusividad
comercial inflexible, para condenarla a su vez vigorosamente en nombre de la libertad de empresa.
Economista, pero sobre todo gran industrial textil, desea abrir el mercado mundial a las producciones
holandesas, hacer estallar los monopolios de las grandes compañías, fundar colonias de población y
crear así una nueva clientela. Pero su lucha liberal contra la oligarquía no puede hacer olvidar que su
empresa en Leyden está fundada sobre la explotación de mujeres y niños, más precisamente de viudas y
huérfanos. Leyden, ciudad textil, es tristemente célebre por haber «importado» cuatro mil niños de los
Países Bajos del sur y pequeños mendigos de Francia, Inglaterra y Alemania para satisfacer la demanda
excepcional de los años 1638-1640; este proletariado, que debía trabajar entre 12 y 14 horas por día,
moría por millares en caso de epidemias. La libertad que defiende Grocio sirve a todas luces a las com
pañías, a los accionistas, a los especuladores de la bolsa de Amsterdam, pero es preciso cuestionar si el
Derecho de Gentes por él invocado no es, en realidad, el Derecho de los holandeses exclusivamente,
del mismo modo que el Derecho de Gentes avanzado por Vitoria en el De Indis era, de hecho, tan sólo
el de los españoles. Los argumentos de Grocio, ¿no tendrían por fin confundir libertad de los mares
y rutas de la riqueza? A todas luces, el Derecho desarrollado por Grocio es un alegato para uso de los
comerciantes que se incribe en lo que algunos denominan la superestructura ideológica de la burguesía
mercantil. Ciertamente, la reflexión de Grocio es jurídica, pero se trata de un derecho que ni por un ins
tante se interesa por la suerte de los marinos, de los esclavos, de los indígenas, en resumen, de todo un
mundo que trabaja para la grandeza de un país y de una villa cuya libertad es pagada a tan alto precio
por quienes obtienen menos provecho de ella» (H. Méchoulan, Amsterdam au temps de Spinoza, París,
P. U. F„ 1990, pp. 246-247).
64 IBP, I,L XIV, 1.
65 IBP, I, I, XIV, 2.
66 Dos son las razones aducidas por Grocio para justificar esta convención: por una parte, el
pronunciamiento de los Estados ajenos al conflicto, sobre la licitud material de la guerra, en favor
292
E sse alterius iuris: Espinosa, á re b o u rs
sividad de todos los crímenes que, por una y otra parte, pudieran ser cometidos en
una guerra pública formal67. Como consecuencia de esta convención, está permitido
apoderarse de cualquier persona (civil, mujer, niño,...) en el territorio del enemigo,
para luego venderla como esclavo68. En esta lógica, la del vencedor sobre los prisio
neros de guerra, el dominus se encuentra habilitado (pero no facultado, porque no
posee derecho subjetivo alguno) para adoptar cualquier decisión (puede matarlos,
torturarlos, mutilarlos,...) respecto de este género de esclavos69, así como sobre sus
descendientes, que heredarán la condición de sus padres70. Es importante subrayar
que no se trata más que de una suerte de indemnidad o «laguna» legal (refrendada,
desde luego, por la fuerza de la costumbre), pero en ningún caso de la posesión de
verdaderos derechos subjetivos por parte del vencedor: simplemente, los sobera
nos se han comprometido tácitamente entre sí a no oponerse a estas prácticas. Se
comprende, entonces, por qué, en este caso, los esclavos, que han perdido la libertad
involuntariamente, sin prestar su consentimiento, poseen el derecho de escaparse, en
tanto que puedan hacerlo (a menos que una convención posterior, que sin duda muy
felizmente concertarían, les reconduzca al estatuto de siervos contractuales): como
no han adquirido ningún compromiso jurídico, no están obligados a obedecer a sus
amos; sólo la fuerza física les ha reducido a la condición de cautivos y, en consen-
cuencia, sólo ella puede detenerlos71.
Estas prácticas, características del ius in bello, de las que nos habla Grocio,
tienen un interés capital para el re-conocimiento de la génesis y estructura del dis
curso de la servidumbre en la filosofía política moderna, que estamos explorando.
Su importancia, en efecto, reside en que permite distinguir muy bien dos clases de
relaciones entre los hombres muy diversas entre sí (a pesar de las apariencias), no
sólo en las prácticas históricas, sino sobre todo en el ámbito conceptual y discursivo
(y, por consiguiente, también, propositadamente, en el de la legitimación jurídica y,
en su caso, política, como veremos después), que es el que a nosotros nos interesa.
Bajo ningún concepto puede confundirse una relación de esclavitud, estrictamente
considerada, que expresa y traduce una situación de hecho, caracterizada por una
dominación puramente física, que no compromete en ningún aspecto a quienes la
protagonizan (aunque, con posterioridad pudieran las partes instituir alguna suerte
de uno de los beligerantes, podría entrañar el peligro de involucrarse directamente en él; por otra, las
dificultades —los riesgos— que pudiera representar para los no beligerantes conocer verdaderamente,
incluso en una guerra «justa», la necesidad de recurrir al empleo de la fuerza y al desencadenamiento
de la hostilidades (IBP, III, IV, IV).
67 IBP, III, IV, III.
68 IBP, III,VII, I, 2.
69 IBP. II, VII, III.
70 IBP III, VII, V.
71 IBP, III, VII, VI.
293
J e sú s BLANCO ECHAURI
72 Las referencias del Leviathan reenvían, respectivamente, a las ediciones latina (en adelan
te, OL) e inglesa (en adelante, EW) de las Obras Completas de Thomas Hobbes preparada por W.
Molesworth, a saber: Thomas Hobbes Opera philosophica quae latine scripsit, vol. III, reimpresión,
Bode-Wüttenberg, Scientia Verlag Aalen, 1966 (Ia ed., Londres, 1841). OL, vol. III, pars prima, cap.
14; en lo sucesivo, en abreviatura: OL, III, I, 14. T. Hobbes: The English Works of Thomas Hobbes of
Malmesbury, now first collected and edited by Sir William Molesworth. London, John Bohn, 1839-
1845. 2nd reprint Aalen, Scientia Verlag, 1961-1966, 11 vols.. Hemos tenido muy presente también la
mejor edición latina preparada del De Cive'. T. Hobbes: De Cive: The Latín Versión, a critical edition by
Howard Warrender, Oxford, Clarendon Press, 1983 (The Clarendon Edition of the Philosophical Works
of Thomas Hobbes, vol. II).
73 EW, II, II, 20.
74 OL, III, II, 20.
75 OL, III, II, 20.
294
E sse alterius iuris: Espinosa, á re b o u rs
se extiende en teoría sobre todos los descendientes del siervo7677, porque los niños
están sometidos por un cuasi-contrato, desde su nacimiento, a la autoridad absoluta
de los padres, que se ocupan de su alimentación y sustento78. Convención plena
mente legítima, en la medida en que no existe nada más voluntario que una decisión
motivada por el temor de morir, un temor —por lo dem ás— que no es injusto por
que nada puede serlo en el estado de naturaleza79. Que tales sean las cláusulas del
contrato es lo que se deduce de la naturaleza humana: cualquiera que se encuentre
en peligro de muerte quiere necesariamente escapar de él, a no importa que precio,
y cualquiera que se encuentre en posición de fuerza, quiere obtener el máximo pro
vecho de ella. «Pues siendo la conservación de la vida el fin que un hombre busca
cuando se somete a otro, todo hombre debe prometer obediencia a aquél en cuyo
poder está salvarlo o destruirlo»80.
Hasta aquí hemos estudiado qué significa colocar el poder de gobernarse a uno
mismo (o una parte de éste) bajo la dependencia de otro, que adquiere así la capaci
dad de asumir la dirección de sus acciones. Sin embargo, también hemos apuntado
que la transferencia voluntaria del derecho de propiedad sobre la dirección de las
propias acciones (en todo o en parte, con o sin restricciones), lejos de permanecer
confinada en la esfera de las relaciones entre los individuos de carácter privado,
de donde proceden los derechos sobre los siervos (ju s in servos ), podía también
extenderse para el jurista holandés a la constitución convencional de la sobera
nía. Porque es precisamente Grocio, una vez más, quien conceptualiza, con mayor
sistematicidad, esta cuestión, aunque su reconstrucción genealógica en los textos de
IBP pueda resultar más difícil y compleja que la precedente. Vamos con ello.
Es bien conocida la crítica que J.J. Rousseau formula contra el jurista holandés en
el capítulo 5 del libro I del Contract Social. «Un pueblo, dice Grocio, puede entre
garse a un rey. Según Grocio, un pueblo es por tanto un pueblo antes de entregarse a
un rey. Esta donación misma es un acto civil, pues supone una deliberación pública.
Antes, por tanto, que examinar el acto por el cual un pueblo elige a un rey, sería
bueno examinar el acto por el cual un pueblo es un pueblo. Porque este acto, siendo
76 Mientras en latín la palabra servus designa tanto al esclavo como al siervo, la lengua inglesa
permite a Hobbes emplear servant y slave para designar, respectivamente, al siervo (con independencia
de su grado de perfección, para expresarlo en la terminología del jurista holandés) y al esclavo.
77 01,111,11,20.
78 OL, III, II, 20.
79 OL, III, 1,13.
80 «Servati enim semper dominus est servator; quia finís, propter quem alteri alteris se subjiciunt,
conservatio est» (OL, III, II, 20; TC, 167).
295
I
Je sú s BLANCO ECIiAURI
81 «Un peuple, dit Grotius, peut se donner á un roi. Selon Grotius un peuple est done un peuple
avant de se donner a un roi. Ce don méme est un acte civil, il suppose une délibération publique. Avant
done que d’examiner l’acte par lequel un peuple élit un roi, il seroit bon d’examincr Pacte par lequel
un peuple est un peuple. Car cet acte étant nécessairement antérieur a l’autre est le vrai fondement de
la société», Du Contract Social; ou, Principes du Droit Politique, livre I, chap. V; en Rousseau, J.-J.,
Oeuvres completes, París, Gallimard, 1964, «Bibliothéque de la Pléiade», vol. III, p. 359. Como puede
leerse en el texto arriba citado, lo que Rousseau, propiamente, censura a Grocio no es que desconozca
que el pueblo ha de constituirse, él mismo, en tanto que pueblo, antes de transferir su soberanía a un
monarca, sino que sabiéndolo, no explique el pactum societatis, omitiendo precisamente el contrato en
el que descansa, para el filósofo ginebrino, «el verdadero fundamento de la sociedad».
82 IBP, II, V, XXIII.
83 A. Matheron, «La fonction théorique de la démocratie chez Spinoza et Hobbes», Studia spino-
zana, vol. I (1985): 258-273.
84 IBP, II, V, XVII.
85 IBP, II, V, XXIII.
296 I
E sse alteriu s iuris: Espinosa, á re b o u rs
tanto por su contenido como por su duración. El pueblo es soberano, como lo era
cada individuo en el estado de naturaleza: su soberanía es necesariamente absoluta
por su contenido, puesto que se extiende por definición a la totalidad de los asuntos
públicos; y lo es, también, por su duración, ya que únicamente se extingue por una
decisión voluntaria del pueblo mismo. Pero esta soberanía absoluta que tiene el pue
blo sobre sus propios miembros, puede (puesto que dispone del derecho de dirigir
sus propias acciones en plena propiedad) decidir transferirla a otro, según no importa
qué modalidad: lo que se posee en propiedad absoluta, se puede dar a quien se quie
ra, en totalidad o en parte, con o sin condiciones (lo que vale —lo sabemos bien —
tanto para la potestas como para el dominium). De ahí la posibilidad de un contrato
de sumisión (subjectio'f6 del que Grocio, de hecho, había con anterioridad explicado
todos sus posibilidades en el capítulo 3 del libro primero de IBP. Esas posibilidades
pueden esquematizarse en tres fundamentales, como ha explicado M atheron8687: En
primer lugar, el pueblo soberano, si quiere, puede transferir incondicionalmente la
totalidad de su soberanía a un rey o a un consejo aristocrático, que adquiere entonces
la soberanía absoluta sin la menor restricción. Del mismo modo que, a cualquier
hombre —aduce G rocio— le es lícito entregarse privadamente como siervo a quien
quiera, ¿por qué no habría de estarle permitido a un pueblo libre someterse a uno
o a muchos, de manera que transfiera a éste enteramente y sin reservas el derecho
de gobernarse?88. Después, el pueblo soberano puede también, si quiere, transferir
la totalidad de su soberanía con determinadas condiciones, que el rey o el consejo
se comprometerán a respetar, en cuyo caso, claro está, la soberanía del rey o del
consejo será absoluta por su contenido, pero no ya por su duración, al menos si ha
sido convenido que la perderían en el supuesto de que violasen su compromiso89. E,
incluso, finalmente, el pueblo puede decidir no transferir más que una parte sola
mente de las prerrogativas de la soberanía, conservando para sí la parte restante, en
cuyo caso —obviam ente—no habrá ya soberanía absoluta en ningún sentido90. Por
consiguiente, como la soberanía democrática es necesariamente absoluta, todas las
posibilidades están abiertas respecto a las otras formas de soberanía: todo depende,
naturalmente, de las cláusulas del contrato de sumisión.
En conclusión, lo más importante es que la conceptualización greciana de la
servidumbre contractual, cuya genealogía y estructura hemos explorado, posee una
297
J e s ú s BLANCO ECHAURI
función capital: pensar bajo un único concepto jurídico (el de la transferencia o alie
nación voluntaria de la libertad) todas las formas posibles de dependencia entre los
individuos, planteando primeramente un modelo de completud o «perfección», en la
terminología del jurista de Delft, con relación al cual puedan definirse después toda
suerte de posibilidades «imperfectas»; y esto tanto en el ámbito privado como en el
público de las relaciones entre los individuos; o, lo que es igual, tanto en el dominio
del Derecho privado, como en el del Derecho público, de tal modo que los proble
mas y las soluciones sean estrictamente idénticos en uno y otro plano.
¿Estamos muy lejos de Espinosa? Sin lugar a dudas. Como hemos apuntado al
comienzo de este estudio, el examen de los textos del jurista Huigh de Groot revela
la gestación y puesta a punto de un formidable dispositivo jurídico que ha ejercido
una notable influencia histórica sobre buena parte de los mayores filósofos políticos
de su siglo. Tanto Hobbes como Espinosa reconducen a la unidad los dos facultades
originales que, situadas sobre un mismo plano, Grocio se limitaba a concebir en
términos de simple yuxtaposición, repensando la relación entre la propiedad (domi-
nium) de la persona física y el poder (potestas) de gobernarse a sí mismo en términos
bien distintos a los del autor de De Iure Belli ac Pacis, porque para ambos filósofos
la problemática del ius naturale no aparece como un cuerpo extraño a las implica
ciones del despliegue de la vida pasional interhumana. Sin embargo, aunque están
muy lejos de representarse los derechos naturales en pie de igualdad, van a repensar
esa relación de un modo muy diverso entre sí: mientras Hobbes (en De Cive) esta
blece entre ellos una relación intrumental, de medio (el derecho de propiedad sobre
la dirección de las propias acciones) a fin (el derecho de propiedad sobre la vida y la
integridad corporal), Espinosa (desde Tractatus Theologico-Politicus) va a concebir
dicha relación en términos de identidad.
BIBLIOGRAFÍA
298
E sse alteriu s iuris: Espinosa, á re b o u rs
T. Hobbes: The English Works o f Thomas Hobbes o f Malmesbury, novv first col-
lected and edited by Sir William Molesworth. London, John Bohn, 1839-1845.
2nd reprint Aalen, Scientia Verlag, 1961-1966, 11 vols. Thomae Hobbes Malm-
esburiensis Opera Philosophica quae Latine scripsit omnia in unurn corpus nunc
primum collecta studio et labore Gulielmi Molesworth. Londini, Apud Joannem
Bohn, 1839-1845. 2nd reprint Aalen, Scientia Verlag, 1961-1966, 5 vols.
J.-J. Rousseau: Du Contract Social; ou, Principes du Droit Politique\ in: Rousseau,
J.-J., Oeuvres completes, París, Gallimard, 1964, «Bibliothéque de la Pléiade»,
vol. III
299
I
Una única vez aparece el término historia en la Ética (en el escolio de la propo
sición 68 de la IV parte) en un contexto de interpretación de un pasaje de la Historia
Sagrada:
«Esto —junto con otras cosas que hemos demostrado y a— es lo que pare
ce que quiso decir Moisés en la historia del primer hombre».
1 Tacitus, Opera (1607), ed. de Justus Lipsius; T. Livius, Aureliae (1609), F. Josephus, Antiqui-
tatem iudaicarum (1540), Epitome Augustini Operum Omnium (1539), Corona Gótica de D. Saavedra
(1658), J. Caesar, Opera (1651), Ch. Sandius, Nucleus «Historiae Ecclesiasticae» (1668) y 1676), Q.
301
M aría Luisa d e la CÁMARA
Curtius, Historiarum Libri, 1633, Salustius, Opera (1641), A. Perez, Obras (1644), Arrianus, De expe-
ditione Alexan. Magni Historiarum Libri Vil (1668).
2 TTPVyTP.
3 El tema de la historia ha sido tratado por A. Matheron en Individu et communauté, por T. Negri
en la Anomalía salvaje, por E. Balibar en Spinoza ou la politique, por P-F. Moreau en L’expérience et
l’éternité, por A. Tosel en Spinoza ou le crepuscule de la servitude, por Henri Laux en Imagination et
religión chez Spinoza , por A. Stilianou, en «Spinoza et le temps historique». P-F. Moreau anunciaba en
1994 la aparición de un comentario al TTP en el que pensaba tratar de forma particular el problema de
la historia.
4 Cartas 51-56 (desde el 14-9-1674 a octubre/noviembre de 1674) es decir, 4 años después de la
aparición del TTP.
302
La Ética, ¿una Filosofía de la Historia?
rias» del guetto recogidas en la Haggada5 (escritos éticos y legendarios del judaismo
en la Baja Antigüedad y Edad Media). Y las «historias» de apariciones místicas
contadas por los santos cristianos. Spinoza considera todo ello como un género de
ficción.
Estas «historias-ficción» tienen muy poco de objetivas y nada que ver con esa
otra «historia» que describe acontecimientos reales; pues en aquel caso se trata de
relatos inventados por el hombre movido por sus miedos y deseos con el fin de pro
vocar en el lector reacciones afectivas y determinadas acciones. La mayor parte de
estas historias ha desempeñado una función moralizante en el grupo social de perte
nencia, pero no son más que relatos fantásticos gestados en la imaginación del autor
y alimentados por la disposición pasional de los lectores.
Ilustran bien el punto de vista de Spinoza sobre las historias de duendes estas
palabras suyas dirigidas a Hugo Boxel:
«Las cosas que de ellos he oído [dice refiriéndose a los espectros y duendes]
son más propias de ignorantes que de sabios, y por interpretarlas en el mejor
sentido se parecen más bien a cosas de niños o a diversiones de necios»6.
5 Parecidas a las «historias» sobre el Golem de Praga creado por el legendario rabino Low biene-
chor de los judíos, Mordecai Meisel, etcétera.
En el catálogo de la Biblioteca Spinoza figura un ejemplar de la Hagada van Pesach (Precationes
paschales rabbinicaé) de J. Abarbanel, Nápoles, s/ed., 1495-6; Constantinopla, 1505, etcétera.
6 Carta 52, AD, p. 313 y También Carta 56 (p. 330): Los reduce a fantasías de las que nadie sabe
nada a ciencia cierta. Todo son conjeturas sin fundamento.
7 Spinoza que en la Etica reconoce no reírse de las pasiones humanas, no duda en apuntar que
los efectos de estas imaginaciones delirantes y de las pasiones que se traslucen ahí deben ser tomadas a
broma —como César hiciera antaño. Carta 54, (AD, p. 352). Esto es puesto en relación por Hugo Boxel
(Carta 53) con un libro de Lavater que contrapone estas «historias» de duendes con las opiniones de
«tantos historiadores dignos de crédito, Padres de la Iglesia y otros autores que gozan de gran autori
dad» (p. 317).
303
M aría Luisa d e la CÁMARA
Distintas de estos relatos son las historias objetivas elaboradas por los científicos
e historiadores, cuyo fin es la descripción de hechos de la naturaleza así como las
gestas protagonizadas por personajes del pasado (como las historias de Alejandro
Magno o de Cesar que Spinoza poseía en su biblioteca). Para Descartes (Principios
de Filosofía III, 4) el objeto de la historia era describir la naturaleza —«las plantas
y el hom bre»— con el fin de entenderla bien8. Pero Spinoza no está de acuerdo con
la propuesta cartesiana ni en lo concerniente a las cuestiones naturales —para las
que el método genético se revela más eficaz—, ni en metafísica —donde el rigor
requerido por su objeto no encaja bien con un procedimiento desordenado basado
en la memoria y los sentidos9. Aunque acepta la descripción como el procedimiento
adecuado para las crónicas, porque el historiador reconstruye en ellas los hechos del
pasado a partir de fuentes documentales acreditadas.
La verdad de las gestas históricas no suele ser cuestionada por el vulgo que con
fía en lo narrado, pero Spinoza considera que no es posible acreditar absolutamente
la verdad de la narración: pues —objetará— ¿quién podría asegurar que no se ha
colado en ellas algún añadido del propio historiador que cuenta los hechos «como
él desearía que hubieran sucedido»? ¿Y quién no ve que en el curso de su recepción
su contenido puede quedar alterado una y mil veces? Esta línea de argumentación
crítica es la que predomina en todo el pasaje del Tratado Teológico-Político VI, &
92, del que reproducimos un fragmento:
8 PPC, III. Spinoza explica en qué consiste «la historia de la naturaleza» que Descartes teorizó
en PPh III, 4. Sin embargo, Spinoza considera que la comprensión de la naturaleza es mejor utilizando
un método genético a partir de principios inducidos. El científico más que describir debe construir una
hipótesis o teoría no contradictoria, simple, evidente y fecunda, (pp. 222-3).
9 CM, I, En una nota anónima. (Ed. de AD, p. 229). Al explicar el origen de nociones como ver-
dad/falsedad, Spinoza establece que surgieron de «las narraciones, y se llamó verdadera la que refería
un hecho realmente sucedido y falsa la que narraba un hecho no sucedido» (CM,I, p. 245). Después los
filósofos extendieron estas nociones a la adecuación idea-objeto de forma que las ideas eran «narracio
nes o historias mentales de la naturaleza». Por último el significado de verdad se desplazó metafórica
mente a las propias cosas para significar lo auténtico.
304
La Ética, ¿una Filosofía de la Historia?
«Es sumamente raro que los hombres cuenten una cosa simplemente como
ha sucedido sin mezclar al relato nada de su propio juicio. Más aún cuando
ven u oyen algo nuevo, si no tienen sumo cuidado con sus opiniones previas,
estarán las más de las veces tan condicionados por ellas que percibirán algo
absolutamente distinto de lo que ven u oyen que ha sucedido; particularmente
si lo sucedido supera la capacidad de quien las cuenta o las oye, y sobre todo si
le interesa que el hecho suceda de una determinada forma. De ahí resulta que
los hombres en sus crónicas e historias, cuentan más bien sus opiniones que las
cosas realmente sucedidas; que uno y el mismo caso es relatado de modo tan
diferente por dos hombres de distinta opinión, que parece tratarse de dos casos;
y que finalmente no es demasiado difícil muchas veces averiguar las opiniones
del cronista y del historiador por sus simples relatos»10.
Estas dificultades no fueron entendidas por Albert Burgh, quien acusa a Spinoza
de profesar un escepticismo infundado11 respecto a la verdad de la historia cristiana
despreciando la tradición y el consenso universal. A eliminar tal acusación se diri
ge una respuesta contundente por parte del filósofo: el consenso universal no sirve
como prueba de la verdad histórica de una secta, puesto que «todas» las historias
eclesiales hacen valer su antigüedad histórica al mismo tiempo. La legitimidad de
una secta exige realizar su historia crítica12.
La incertidumbre, pues, envuelve toda historia que haya sido elaborada como
una res gestarum desde la fórmula «ut sentiré quae velis et quae sentias dicere
liceat»13. Por el contrario, en el ámbito del conocimiento histórico, no todo vale. Y
es que por lo demás este género contiene las semillas de la contradicción: por una
parte su verdad se fundamenta en la universalidad del consenso, por otra el tiempo
introduce cambios en el contenido generando desacuerdos entre unas partes y otras
del mismo texto y entre unos relatos y otros. Así pues poseer una certeza absoluta
sobre la objetividad de lo narrado en estas historias es imposible.
En consecuencia la historia de los historiadores tampoco es para Spinoza una
forma exacta de conocimiento. Y aunque no sea falso todo lo que en ellas se dice,
la verdad aparece combinada con la ficción. De forma que los libros antiguos son
un repertorio de textos desordenados, fragmentarios e impregnados de subjetividad.
305
M aría Luisa d e la CÁMARA
3. LA HISTORIA SAGRADA
Un tercer tipo de historia relacionada con la anterior y bien conocida por Spinoza
es la historia sagrada que describe los sucesos vividos por el pueblo hebreo en el
pasado. Aquí la reconstrucción depende de dos factores:
— Un aspecto objetivo como son los acontecimientos protagonizados por un
sujeto colectivo (el pueblo elegido por Dios para sellar una alianza).
— Y otro subjetivo como es la intención de los autores de los libros de forjar la
identidad del pueblo hebreo en torno a la memoria del pasado (introduciendo en sus
instituciones palabras, figuras y sucesos cargados de simbolismo).
Los autores de la historia sagrada buscaban ante todo la persuasión del lector.
Por ello escribieron los libros sirviéndose de recursos de todo tipo —imágenes sim
bólicas, milagros y profecías— envolviendo la memoria histórica con el celofán de
lo extraordinario. En ellos la realidad queda también ocultada bajo la ceguera de la
admiración con una finalidad política.
Spinoza no cuestiona la realidad del relato mismo15 pero rechaza la verdad de la
conclusión que de ellos quiere sacar su intérprete. Pues las autoridades religiosas
están sometidas como el común de los mortales a pasiones e intereses, que avivan su
imaginación instándolas a inventar el sentido de la historia. Por eso Spinoza denun
cia su falacia y establece un criterio de demarcación entre lo que él denomina «cosas
perceptibles» y las que superan la humana capacidad:
14 Cofr. PFM, L’expérience et l ’éternité. PUF, Paris, 1994, pp. 430-ss. Uno de los campos de la
experiencia es la historia. Y la fortuna, opaca, variable e impredecible es una de sus figuras constituti
vas. Junto con el ingenium explican la historia de una persona, de un pueblo o de la humanidad.
15 Igual que acepta la de los escritos de la Iglesia plagados de acciones milagrosas. Confr. Carta a
Albert Burgh.
306
La Ética, ¿una Filosofía de la Historia?
307
M aría Luisa d e la CÁMARA
21 S.A. consideraba la Historia cristiana como prolongación de la del pueblo judío, que la prenun
cia. Confr. Ciudad de Dios. El AT y el pueblo hebreo poseen una gran importancia pues contienen el
germen de la «civitas Dei»De ahí todos los debates sobre el primer hombre. También Spinoza habla de
Adán en EIV, prop. 68 esc. Y en la correspondencia.
22 Se conservan las Cartas 18, 20, 22 y 24 de Blijenberg y las Cartas 19, 21 y 23 de Spinoza. La
correspondencia corresponde a una etapa relativamente temprana, entre 1664 y 1665.
23 Los gnósticos (Basílides), Valentino y Marción entran en este género que les lleva a hablar
de dos dioses, dos leyes y dos ciudades. El interés que mueve la realización de la obra es doble: Por
una parte, la «justificación» de los sucesos abarcándolos en su totalidad a la luz de una interpretación
causal que gira sobre una metafísica de caída y salvación —no el relato de historias nuevas (la Ciudad
de Dios no se mueve en el contexto del «descubrimiento». Por otra, su extensión a toda historia huma
na individual y colectiva, describiendo una misma trayectoria de caída y salvación. De este modo la
historia descendente —se entienda la «Verfall» como pecado, como el fin de un imperio, de una era,
etcétera— remite sustancialmente a un estado ideal que (frente a aquella famosa edad de oro cantada
por los poetas) no está en el origen cronológico, sino que constituye el fin último que orienta y dirige el
curso de toda vida humana: Dios.
308
La Ética, ¿una Filosofía ele la Historia?
Puesto que estas tesis constituyen el andamiaje sobre el que apoya la concepción
cristiana de la Historia dominante en la Holanda del XVII, vale la pena enumerar sus
principales implicaciones:
— La presciencia divina supone la afirmación de que el ser humano y todos sus
actos se encuentran en la mente de Dios por toda la eternidad. Ello no impone una
necesidad fatal a la voluntad humana que permanece libre, si bien procura un marco
eterno a todos los sucesos temporales. La existencia de un orden temporal de los
acontecimientos resulta compatible con el orden eterno que es ejemplar24.
Una concepción de la causalidad que distingue entre causa primera y causas
segundas subordinadas. La separación en Dios de potestas y voluntas explica que
Dios sea causa primera, es decir, creador; pero no causa única. Para San Agustín
existe un orden causal jerárquico, integrado por una causa eficiente primera y de
multitud de causas segundas subordinadas.
— La intervención de las pasiones en la historia motivando la existencia de un
combate permanente entre dos amores —el terrestre y el celeste—. Por lo que los
desastres históricos no son acontecimientos exclusivos de este o aquel momento
puntual sino que acompañan a la naturaleza humana.
— La temporalidad del ser humano. La vida humana se despliega en el tiempo
que es percibido por la memoria como pasado y anticipado por la imaginación como
futuro, lo que explica la historia. Los hombres «terrenos» son incapaces de ver el
despliegue del conjunto y se adhieren a la fugacidad del momento actual, separando
el pasado y el futuro del orden eterno y concediéndoles una autonomía que no tie
nen. Los moradores del «reino de Dios» por el contrario se esfuerzan en abarcar la
totalidad del proceso histórico en su contingencia y en su referencia constitutiva a
la eternidad. No existe el devenir cíclico de la humanidad, como habían pensado los
antiguos, la recurrencia de la historia no puede ocultar su curso que es rectilíneo y
progresivo. Creación del hombre, caída y salvación se orientan al fin de la historia
que es la gloria de Dios.
Una Cristologia : Cristo es el centro de la historia humana produciendo una
inflexión en el destino al que Adán había condenado a la especie. Es la puerta que
comunica esas dos ciudades, la divina y la terrena, gobernadas respectivamente por
un amor de caridad y por un deseo egoísta. Cristo es el fundamento absoluto de una
nueva «economía antropológica» en la que se cumplen de forma perfecta las aspira
ciones de todo hombre (sea judío, sea gentil).
309
M aría Luisa d e la CÁMARA
310
La Ética, ¿una Filosofía de la Historia?
30 Spinoza repite en varias obras la fórmula «experientia docet». Cfr. P-F. M. Experience et éter-
nité, pp. Además bajo la apariencia imprevisible de la «fortuna», yace la pasión de usurpar y manipular
la memoria histórica por parte del autor que escribe desde un horizonte ideológico determinado. Con
lo que esta clase de «historias» recuperan los efectos de la narración en otro nivel más allá del propio
texto favoreciendo un ambiente de opinión proclive a ciertas actitudes que condicionan la realización
de determinadas acciones u omisiones (praxis). En absoluto son neutrales, sino que dependen de una
servidumbre pasional saciada a base de fijaciones y prejuicios, de clichés, de ecos y rumores, de mitos
y de tramas
31 Gilbert Boss (Studia Spinozana, 6) en «L’histoire chez Spinoza et Leibniz» (pp. 179-200)
subraya que la noción de progreso histórico es muy diferente en ambos. Pues Leibniz la fundamenta
sobre el optimismo y la finalidad, mientras que Spinoza piensa en una idea de historia inmanente , pero
en ambos casos está fundada sobre la razón.
311
M aría Luisa d e la CÁMARA
_El primer hombre no pecó en uso su libertad. Cuando la Biblia afirma que
el primer hombre era «libre» antes del pecado significa que poseía de forma
natural una potencia para conocer lo que le era útil.
312
La Ética, ¿una Filosofía de la Historia?
32 TP, I, p. 85.
313
M aría Luisa d e la CÁMARA
1) Que en Spinoza hay una reflexión crítica sobre diversos tipos de historia,
_reflexión contenida sobre todo en sus cartas a Hugo Boxel y a Albert Burgh
y en el Tratado Teológico-Político;
2) Que además se encuentra una concesión a la «filosofía de la historia» en el
capítulo XVII del 7TP33 (La historia del Pueblo Hebreo).
3) Que las partes I, II y III de la Ética contienen una «geométrica de la historia»
en la se ponen los fundamentos —causalidad y necesidad— sobre los que se
asienta la explicación de las acciones humanas;
4) Que las partes IV y V de la Ética - en las que el escolio de E IV, 68 marca
el punto de inflexión de la interpretación de la historia hum ana— pronostican
con arreglo a la misma necesidad inmanente lo que el hombre puede razona
blemente esperar34. Puesto que siempre lo mueve el deseo.
314
La Ética, ¿una Filosofía de la Historia?
4. Finalismo. 4. El finalismo es un
Libro XIX c. 1, c. 4, c. 10. delirio humano.
Libro XXII c.30. E I , Apéndice.
5. Caída de Adán por su 5. La historia de Adán es 5. El hombre es un
decisión libre de pecar. una metáfora, el pecado conjunto de modos
Libro XIII, c. 1 y c. 14. no es algo positivo y el finitos de pensamiento y
Libro XIV, c. 26. hombre no es libre. extensión.
E II, 3 5 ,4 8 esc y 49 esc. E l i , 10.
E I V 37 esc 2, EIV 68 esc.
E V 51, esc.
6. Pasiones com o 6. Las pasiones no 6. Las pasiones explican
motivadoras de los nacen de una voluntad los hechos humanos
sucesos y su raíz en una viciada. y se explican desde el
mala voluntad. E III y E IV, 4 cor. c o n a tu s .
Libro XI, c. 17. E III.
Libro XII, c. 6 y c. 8.
Libro XIV.
315
M aría Luisa d e la CÁMARA
316
La Ética, ¿una Filosofía de la Historia?
T a b l a r e c a p it u l a t iv a d e l a s d iv e r s a s f o r m a s d e H is t o r ia
CONSIDERADAS POR SPINOZA
317
SENTIDO Y FUNCIÓN DE LA PAZ EN SPINOZA
JULIÁN CARVAJAL
Universidad de Castilla-La Mancha
1. EL MARCO DE LA CUESTIÓN
319
Ju liá n CARVAJAL
Es obvia la semejanza entre las dos definiciones; sin embargo, no se puede con
siderar una como mera repetición de la otra. Las dos definiciones presentan idéntica
1 Vid. TTP, cap. XVII; G. III, 203/35—204/4: «[...] nunca se ha logrado que el estado no estuvi
era más amenazado por los ciudadanos que por los enemigos y que quienes detentan su autoridad, no
temieran más a los primeros que a los segundos. Testigo, la República Romana, invicta cual ninguna
frente a sus enemigos y tantas veces vencida y míseramente oprimida por sus ciudadanos, especial
mente en la guerra civil de Vespasiano contra Vitelio». Cfr. TP, VI, § 6; G, III, 299/7-12. (Para citar las
obras de Spinoza se utilizarán las siglas convencionales y se remitirá a volumen, página y líneas cor
respondientes de la edición Gebhardt. La traducción de los textos spinozianos es la hecha por el Prof.
Atilano Domínguez para Alianza y, en el caso de la Ética, para Trotta.). Etiam P latón, República, V,
470 c-d.
2 Vid. E. B alibar , Spinoza et la politique, cap. 3, París, PUF, 1985, pp. 63 ss.
3 TP, V, § 4; G, III, 296/5s.
4 TP, VI, § 4; G, III, 298/24-26.
320
Sentido y función de la p a z en Spinoza
Debemos empezar por hacer notar que Spinoza comienza, en los dos casos,
definiendo la paz negativamente, por lo que no es. Como acabamos de decir hace
un momento, el uso de estas formulaciones por Spinoza encierra una clara intención
crítica. En este caso, la crítica de Spinoza tiene un doble objetivo: en primer lugar, se
dirige contra la opinión común que define la paz ingenua y espontáneamente como
ausencia de guerra; pero, en segundo término, más allá de esta opinión vulgar, se
critica la definición de la paz de Thomas Hobbes. Ya Platón criticaba la concepción
común de la paz como ausencia de guerra cuando, en Las Leyes, exponiendo la
legislación cretense por boca de Clinias, declara que «lo que la mayoría de los hom
bres llama paz, lo es sólo de nombre. En realidad, hay siempre por naturaleza una
guerra no declarada de todas las ciudades contra todas»5. Por su parte, Hobbes, en el
Leviatán, después de describir la guerra de todos contra todos que reina en el estado
de naturaleza, expone sus definiciones de la guerra y de la paz:
5 P latón , L a s L e y e s , I, 6 2 6 a.
321
Ju liá n CARVAJAL
A primera vista, los dos filósofos parecen pensar lo mismo: la paz no es la simple
privación de la guerra; no basta con que no haya combates declarados para que se
pueda afirmar que hay paz. Sin embargo, en lo único que están realmente de acuerdo
es en la definición de la guerra como un período en que persiste una disposición a
enfrentarse violentamente aunque no se rompan las hostilidades. En cambio, difieren
radicalmente en la definición de la paz. En efecto, Spinoza considera claramente
insuficiente la definición puramente negativa de la paz ofrecida por Hobbes. Para
Spinoza, la mera ausencia de guerra no permite determinar con suficiente preci
sión la noción de paz. La privación de guerra sólo define la seguridad, pero la paz
no puede reducirse a la seguridad sin más. Mientras que Hobbes, en el Leviatán, pro
pone como «el fin del Estado, la seguridad particular», de modo que «la causa final,
propósito o designio que hace que los hombres —los cuales aman por naturaleza la
libertad y el dominio sobre los dem ás— se impongan a sí mismos esas restricciones
de las que vemos que están rodeados cuando viven en Estados, es el procurar su
propia conservación y, consecuentemente, una vida más grata»7; para Spinoza, sin
embargo, el fin del estado político es doble: «la paz y la seguridad de la vida»8.
A diferencia de la paz, que es definida por Spinoza como una verdadera virtud,
la seguridad es considerada un afecto. Se trata, en efecto, de un afecto derivado
de la esperanza y el miedo, que son más fundamentales que ella9. La seguridad es
un afecto que viene precedido siempre, desde el punto de vista cronológico, por
6 T h . H obbes , Leviatán: la materia, forma y poder de un estado eclesiástico y civil, libro I, cap.
13, trad. Carlos Mellizo, Barcelona, Altaya, 1997, p. 107.
7 T h . H obbes, Leviatán, libro I, cap. 17, ed. cit., p. 141.
8 TP,V, § 2; G, III, 295/16s.
9 Vid. KV, II, Cap. IX, 6; G, I, 72/17-19. Thomas Hobbes, por su parte, identifica «el miedo a
la muerte, el deseo de obtener las cosas necesarias para vivir cómodamente, y la esperanza de que,
con su trabajo, puedan conseguirlas» como «las pasiones que inclinan a los hombres a buscar la paz».
(Leviatán, lib. I, cap. 13, ed. cit., p. 109).
322
Sentido y función de la p a z en Spinoza
una tristeza, en la medida en que la esperanza y el miedo de los que ésta deriva, no
se dan sin tristeza10. Por tanto, la seguridad es un afecto positivo de alegría sólo de
modo secundario, puesto que primariamente es un signo de impotencia de ánimo11.
La esperanza es una alegría inconstante porque nace de la imagen de una cosa futura
de cuya realización dudamos12. La inconstancia surgida de la duda introduce la tris
teza como un ingrediente de la esperanza. La supresión de la duda genera el afecto
de seguridad: «La seguridad —dice Spinoza— es la alegría surgida de la idea de una
cosa futura o pasada, cuya causa de duda ha desaparecido»13.
Este afecto de la seguridad tiene un alcance social; pues los dos afectos sobre los
que se impone —a saber, el miedo y la tristeza—, son los afectos negativos que cons
tituyen la atmósfera afectiva propia del estado de naturaleza, en la que los hombres,
que nacen ignorantes de todas las cosas y pasan gran parte de su vida en esta igno
rancia, han de vivir y conservarse como puedan. Dado que la naturaleza, al hacerlos
nacer ignorantes, les negó la posibilidad de vivir según los dictámenes de la recta
razón, éstos han de hacerlo conforme a los impulsos del apetito, que es lo único que
aquélla les ha dado a todos. Por tanto, el hombre, mientras viva bajo el imperio de la
naturaleza, tiene pleno derecho a desear todo lo que la pasión le muestre como útil
y le está permitido emplear todos los medios a su alcance para conseguirlo, ya que
la naturaleza «no prohíbe nada más que lo que nadie desea y nadie puede; pero no
se opone a las riñas, ni a los odios, ni a la ira, ni al engaño, ni a absolutamente nada
que aconseje el apetito»14. Ahora bien, el hombre, en tanto se mantiene bajo el solo
imperio de la naturaleza, en el que cada cual puede hacer lo que le venga en gana si
puede hacerlo, no puede vivir sin miedo, «pues no hay nadie que no viva angustiado
en medio de enemistades, odios, iras y engaños»15, al tiempo que se ve condenado
a vivir en la miseria, pues no hay nadie capaz de realizar por sí solo las múltiples
actividades necesarias para producir lo que necesita como simple individuo16.
323
Ju liá n CARVAJAL
324
Sentido y función de la p a z en Spinoza
si bien no hay diferencia alguna entre lo que se apetece y lo que se desea, cuando
hablamos de hombres, les atribuimos deseos en la medida en que son conscientes de
sus apetitos21. Se entiende, pues, que Spinoza afirme, por un lado, que el apetito es
la misma esencia (conatus) del hombre, en cuanto determinada a hacer aquello que
contribuye a su propia conservación sin necesidad de ser consciente de ello22, y, por
otro, que el deseo es la misma esencia del hombre, en cuanto determinada a hacer
algo por cualquier afección suya dada —ya sea innata o adquirida, mental o corpo
ral, o psicofísica—, esto es, siendo consciente de ello23. Así pues, el derecho natural,
en cuanto expresión jurídica de la esencia del hombre, «no se determina por la sana
razón, sino por el deseo y el poder»24, como sostenía Thomas Hobbes25.
En efecto, Spinoza define el derecho natural como el conjunto de las leyes de la
naturaleza que determinan a cada individuo a existir y a obrar de una cierta manera,
de modo que «todo lo que una cosa hace en virtud de las leyes de su naturaleza,
lo hace con el máximo derecho, puesto que obra tal como está determinada por
la naturaleza y no puede obrar de otro modo»26. Por tanto, cada hombre tiene
por naturaleza pleno derecho a todo lo que puede, de tal manera que su derecho se
extiende hasta donde alcanza su poder. En la medida en que el derecho natural es
expresión de la esencia del hombre, es tan imposible que el hombre se desprenda
de su derecho natural como que el triángulo prescinda de uno de sus lados: «Nadie,
en efecto, —escribe Spinoza— podrá jamás transferir a otro su poder ni, por tanto,
su derecho, hasta el punto de dejar de ser hombre; ni existirá jam ás una potestad
suprema que pueda hacerlo todo tal como quiera»27.
Aquí radica el desacuerdo fundamental de Spinoza con Hobbes. Para éste, la
institución del Estado exige el establecimiento de un poder común que mantenga
atemorizados a los súbditos y que dirija sus acciones al logro del bien común. La
única manera de erigir este poder común es a través de un contrato en virtud del cual
cada hombre transfiere todo su poder y toda su fuerza a un solo individuo o a una
asamblea, renunciando a gobernarse a sí mismo, con la sola condición de que todos
los demás hagan lo mismo, de modo que las voluntades de todos ellos se puedan
325
Ju liá n CARVAJAL
reducir a una única voluntad. A partir de este momento, ese tercero, sea un hombre
o una asamblea de hombres, representa a todos y está autorizado por ellos a actuar
como mejor le parezca en todos los asuntos relativos a la paz y la seguridad comu
nes, haciéndose responsables de los actos de este tercero todos y cada uno de los
contrayentes de este pacto: «una vez hecho esto —dice Hobbes—, una multitud así
unida en una persona es lo que llamamos estado, en latín civitas. [...] Esta persona
del Estado está encamada en lo que se llama soberano, de quien se dice que posee
un poder soberano-, y cada uno de los demás es su súbdito»28.
En cambio, Spinoza afirma explícitamente que «el derecho natural de cada uno
(si lo pensamos bien) no cesa en el estado político»29; por el contrario, los hombres
actúan permanentemente según las leyes de su naturaleza y se preocupan siempre de
su utilidad, de modo que velan sin duda por su propio bien y utilidad cuando deciden
acatar la leyes de la sociedad, ya sea porque aman la tranquilidad o porque temen al
poder del Estado. Dicho de otro modo, el hombre actúa en el estado político, al igual
que en el natural, movido por la esperanza de obtener un bien o por el miedo a sufrir
un mal; sólo que en el estado natural los hombres esperan y temen cosas muy distin
tas cada uno de ellos, mientras que en el estado político todos esperan y temen las
mismas cosas30. Spinoza subraya que la misma experiencia enseña con toda claridad
que los hombres no han cedido nunca su derecho ni transferido su poder a un terce
ro, de tal manera que éste no tenga nada que temer en adelante de aquellos, pudiendo
hacer todo lo que quiera tal y como quiera; por el contrario, es justamente en los
estados despóticos, que privan a sus súbditos de todos sus derechos y les niegan
cualquier forma de libertad, reduciéndolos a esclavos, donde se producen más rebe
liones y sediciones, y donde los que ejercen el poder de un modo tiránico, más tienen
que temer de sus súbditos31. Los hombres se reservan siempre amplias parcelas de su
derecho, en las que toman sus propias decisiones en vez de acatar las ajenas32. Si el
hombre pierde su derecho, no será en ningún caso porque haya renunciado a él o lo
haya transferido a otro, sino únicamente a causa de que una fuerza más potente que
la suya se lo haya arrancado con violencia33.
326
Sentido y función de la p a z en Spinoza
34 T h . H obbes, Leviatán, Introducción, ed. cit., p. 13. Cfr. ibidem, cap. 21, p. 175.
35 Para Spinoza, puesto que el derecho natural de cada individuo se extiende hasta donde llega
su deseo y su poder, por derecho natural cada cual sólo está obligado a vivir según su propio criterio,
pero no según el criterio ajeno, «en razón de la libertad con que todos nacen» (TTP, Cap. XVI; G, III,
198/22). Así pues, «según el derecho de naturaleza, nadie está obligado a vivir según el criterio de otro,
sino que cada cual es el garante de su propia libertad». (TTP, Pref.; G, III, 11/15-17)
36 TTP, Cap. XVI; G, III, 191/25s.
37 Vid. E, IV, Ax.; G, III, 210/25-27.
38 TP, cap. II, § 13; G, III, 281/4.
39 TP, cap. II, § 15; G, III, 281/23-28.
327
Ju liá n CARVAJAL
hace ni tiene nada por derecho, fuera de aquello que puede defender en virtud de
un decreto general de la sociedad»40. Y, como la sociedad no puede conceder a los
ciudadanos la potestad de vivir cada uno según su propio sentir sin destruirse a sí
misma, retornando al estado de naturaleza41, todos están obligados a hacer cuanto se
les ordena por acuerdo unánime, cumpliendo así los preceptos de la sociedad en su
totalidad, ya sea de grado o por fuerza, aun en el caso de que los estimen injustos
o sean incluso absurdos; puesto que el mal que se seguiría de su incumplimiento, a
saber, la destrucción del Estado, sería muchísimo mayor que la injusticia resultante
de su cumplimiento42. Por ello, quien se empeña en mantener su autonomía natural y
vivir según su propio sentir en el estado político, es considerado enemigo del Estado
y puede ser detenido con pleno derecho43.
40 TP, cap. III, § 2; G, III, 285/5-7. Cfr. TTP, cap. XVI, G, III, 196/3-10.
41 Vid. TP, cap. III, § 3; G, III, 285/8-15.
42 Vid. TP, cap. III, §§ 5-6; G, III, 286/2 - 287/3. Cfr. TTP, cap. XVI; G, III, 194/1-5.
43 Vid. TP, cap. III, § 8; G, III, 288/3-6.
44 TP, I, § 6; G, III, 275/26-27.
45 TTP, Cap. XVII; G, III, 202/2s.
328
Sentido y función de la p a z en Spinoza
«Dado que los hombres se guían más por la pasión que por la razón, la multitud
tiende naturalmente a asociarse, no porque la guíe la razón, sino algún sentimiento
común, y quiere ser conducida como por una sola mente, es decir, por una esperanza
o un miedo común o por el anhelo de vengar un mismo daño»46.
La estabilidad del Estado pende de su utilidad. En efecto, según Spinoza, es una
ley universal, firmemente grabada en la naturaleza humana, que nadie puede ignorar
por tratarse de una verdad eterna, la que establece que «cada uno elegirá, de dos
bienes, el que le parece mayor y, de dos males, el que le parece menor»47, buscan
do siempre su provecho y utilidad. Spinoza insiste en que esta ley debe tenerse en
cuenta sobre todo a la hora de organizar un Estado48, ya que el pacto en que se funda
la sociedad, sólo tendrá fuerza para obligar a los individuos en virtud de su utilidad,
de modo que, si ésta desaparece, el pacto carecerá de valor. En efecto «nadie está
obligado a observar los pactos, si no es por la esperanza de un bien mayor o por el
miedo de un mayor mal».49 Nada tiene, pues, de extraño que Spinoza considere estos
afectos de la esperanza y el miedo, al igual que los de la humildad50 y el arrepenti
miento51, mucho más útiles y provechosos que perjudiciales y dañinos; puesto que,
si los hombres ignorantes y pusilánimes, incapaces de vivir bajo la guía de la razón,
fueran todos además soberbios y no temieran ni esperasen nada, se tambalearían los
cimientos del Estado52. Spinoza recuerda, en este contexto, la cita de Tácito: «Causa
terror el vulgo, si no teme»53. Así pues, el establecimiento y la conservación del
Estado se fundan en la utilidad de los afectos de la esperanza y el miedo: la esperan
za de los beneficios que éste puede proporcionar y el miedo a las indeseables malas
consecuencias que su desaparición puede acarrear.
Sin embargo, Spinoza no tarda en subrayar la evidente insuficiencia de una defi
nición de la tranquilidad social que prescinde de la dimensión interna de los motivos
que conducen a la situación mencionada. En efecto, si bien es indiferente a la hora
de garantizar la seguridad del Estado el hecho de que los súbditos obedezcan los
decretos de la potestad suprema y cumplan las leyes «ya por propia iniciativa, ya por
329
Ju lián CARVAJAL
330
Sentido y función de la p a z en Spinoza
consigue, más dotado está de virtud o potencia62. Ahora bien, el hombre se muestra
impotente para conservar su propio ser cuando tiene un conocimiento inadecuado
de las cosas. Este conocimiento inadecuado debilita su ánimo, lo vuelve incapaz de
moderar y reprimir los afectos y lo deja a merced de los vaivenes de la fortuna63. Por
tanto, la realización de la virtud o potencia individual, en su doble vertiente corporal
y mental, implica la superación de los afectos que son pasiones, en los que se mues
tra la condición de mera «parte» y el papel de simple «paciente» que le corresponden
al individuo respecto de todas las cosas distintas de él. Esta superación es posible
gracias a la naturaleza de los afectos que Spinoza define como «las afecciones del
cuerpo [...], y al mismo tiempo, las ideas de estas afecciones»64, y que se dividen en
afectos que son pasiones —afectos determinados por afecciones del cuerpo de los
que no somos causa adecuada— y afectos que son acciones —aquellos determina
dos por afecciones del cuerpo de los que sí somos causa adecuada— . En la estructu
ra compleja del ser humano, en cuanto unidad orgánica de cuerpo y mente, se halla
el origen de las diversas posibilidades de afección a las cuales está expuesto. Estas
afecciones pueden determinarse en el sentido de una disminución de su potencia de
obrar o, por el contrario, en el de un incremento de la misma. En el primer caso, el
individuo es causa inadecuada —esto es, parcial— de las afecciones de su cuerpo
y el conocimiento que tiene de su estado es confuso en la medida que es también
inadecuado, por lo que el afecto que deriva de este conocimiento es pasión. En el
segundo caso, el individuo es causa adecuada —o sea, suficiente— de las afecciones
de su cuerpo y el conocimiento que tiene de su estado es claro en la medida en que
es adecuado, por lo que el afecto que deriva de él es acción65. La superación de la
situación de esclavitud a la que las pasiones reducen al hombre, que es por lo demás
la situación natural del ser humano dada su condición de mera «parte», se realiza en
el tránsito del conocimiento confuso al conocimiento claro y distinto66. La liberación
de las pasiones, el tránsito de la esclavitud a la libertad por parte del hombre, acon
tece a través del tránsito del conocimiento confuso al conocimiento claro y distinto,
tránsito que ha de llevar a cabo la razón, cuya esencia consiste precisamente en com
prender clara y distintamente. Lo anterior nos permite comprender que la verdadera
virtud (potencia) del hombre consiste en vivir bajo la sola guía de la razón, mientras
que su impotencia estriba en dejarse arrastrar por las cosas exteriores, de suerte que
331
Ju liá n CARVAJAL
resulta determinado por ellas a hacer lo que exige la naturaleza de éstas, en vez de
hacer lo que exige la suya propia, considerada sólo en sí misma67.
332
Sentido y función de la p a z en Spinoza
333
Ju liá n CARVAJAL
en ningún caso, elecciones arbitrarias, sacadas de contexto, sino más bien conse
cuencia necesaria de determinadas premisas materiales y espirituales, que son las
condiciones objetivas y subjetivas que las hacen posible. Cuando se plantea la cues
tión de la libertad humana, no se pregunta en ningún caso por la posibilidad de que
el hombre suspenda el sistema de la necesidad, sino por el modo en que el hombre
se inserta en dicho sistema, bien como sujeto agente o bien como sujeto paciente
—dicho de otro modo, ya como sapiente ya como ignorante. El hombre puede
adoptar dos actitudes distintas ante la necesidad que rige todo acontecimiento real:
la del necio que obra ignorando las causas de sus actos, la estructura de lo real y
su propia esencia, o la del sabio que obra a partir del conocimiento de la situación
concreta en que se encuentra y con plena conciencia de ser parte de un sistema de
relaciones que condicionan tanto su acción como la de cualquier otro individuo. El
ignorante es víctima de la ilusión del libre albedrío, por mor de la cual le parece
que puede «elegir» y que ocupa un lugar especial en el sistema de la naturaleza;
el sapiente, en cambio, sabe que sus acciones son efecto de una determinada causa
que les priva de todo carácter de elección «libre» (en el sentido de arbitraria) y que
no goza de ningún privilegio en el mundo, a no ser la capacidad que tiene de enten
der su estructura.
La libertad humana, según Spinoza, consiste precisamente en este conocimiento
que obtenemos a través de la razón. En tanto que libertad y necesidad se identi
fican inmediatamente en Dios por su misma esencia; en el caso del hombre esta
identificación sólo es posible a través de la mediación del conocimiento, porque el
hombre es sólo un aspecto parcial, una modificación, de la realidad. El contenido
de este conocimiento es determinado por la razón. Esta es el segundo de los tres
géneros de conocimiento en que se articula el conocimiento humano según Spino
za. Se trata de un conocimiento verdadero, al igual que el tercer género o ciencia
intuitiva. Consiste en conocer la realidad a partir de las «nociones comunes» y de78
78 Vid. TP, cap. II, § 7; G, III, 279/1-6: «[...] la libertad es una virtud o perfección; y, por tanto,
cuanto supone impotencia en el hombre, no puede ser atribuido a la libertad. De ahí que no cabe decir
que el hombre es libre, porque puede no existir o porque puede no usar de la razón, sino tan sólo en
cuanto tiene potestad de existir y de obrar según las leyes de la naturaleza humana». Cfr. T h. H obbes,
Leviatán, lib. 1, cap. 14, ed. cit., p. 110: «Se entiende por libertad, según el más propio significado de
la palabra, la ausencia de impedimentos externos, impedimentos que, a menudo, pueden quitarle a un
hombre parte de su poder para hacer lo que quisiera, pero que no le impiden usar el poder que le quede,
según los dictados de su juicio y de su razón». Etiam ibidem, cap. 21, pp. 172 s.: «L ibertad significa,
propiamente, ausencia de oposición; por oposición quiero decir impedimentos externos del movimien
to, y puede referirse tanto a las criaturas irracionales e inanimadas, como a las racionales. [...] / De
acuerdo con este propio y generalmente admitido significado de la palabra, un hombre libre es aquél
que, en aquellas cosas que puede hacer en virtud de su propia fuerza e ingenio, no se ve impedido en la
realización de lo que tiene voluntad de llevar a cabo. [...] libertad del hombre [...] consiste en esto: en
que no encuentra obstáculo para hacer lo que él tiene la voluntad, el deseo o la inclinación de hacer».
334
Sentido y función de la p a z en Spinoza
«ideas adecuadas de las propiedades de las cosas»79. Las «nociones comunes» son
los fundamentos de nuestro raciocinio80. Son ideas «que explican aquello que es
común a todas las cosas y que no explican la esencia de ninguna cosa singular»81.
Son ideas adecuadas, verdaderas, de aquello en que todos los cuerpos concuerdan o
tienen en común entre ellos82, así como de aquello en que todas las mentes concuer
dan o tienen en común entre ellas. Todos los cuerpos concuerdan en que implican el
concepto de un mismo atributo (la extensión) y en que todos se mueven o están en
reposo83; las mentes, que no son sino idea del cuerpo84, también concuerdan todas
en que implican el concepto de un mismo atributo (el pensamiento). Las nociones
comunes, por tanto, son las ideas que permiten concebir los cuerpos y las mentes
como momentos, expresiones finitas o aspectos parciales pero necesarios, de la
explicitación de la realidad infinita de un mismo atributo. M ientras que el primer
género de conocimiento, la imaginación, nos presenta las cosas separadas y dis
persas; el segundo género, la razón, las reduce a unidad al captar el elemento que
hace de todas ellas efectos de la potencia de un atributo de la sustancia. Gracias a
las nociones comunes, la razón descubre un núcleo fundamental de la estructura de
lo real, a saber, el nexo entre modo y sustancia, al nivel del atributo. De este modo,
la razón concibe una idea de la mente y del cueipo que los une a todas las otras
mentes y a todos los otros cuerpos, poniéndolos como momentos necesarios de la
explicitación de la realidad del atributo. Las nociones comunes verifican, a nivel
de los modos, un primer grado de unificación teórica de lo real, en el cual la mente
enlaza las dos series, real e ideal, en su interna homogeneidad, en su continuidad
cualitativa. La razón comprende la unidad de lo real en un primer nivel y conoce las
cosas en su necesidad85, contemplando las cosas «bajo alguna especie de eternidad»
en la medida en que la «necesidad de las cosas es la misma necesidad de la natura
leza eterna de Dios»86. Las cosas singulares derivan de la sustancia según el orden
de la determinación causal, sobre cuya base ninguna cosa finita puede existir ni
obrar si no ha sido determinada a hacerlo por otra cosa finita como su causa, sien
do así que ella es también efecto de la acción causal de otra cosa finita87. La causa
primera e inmanente de esta serie de causas y efectos finitos es Dios88, sustancia
335
Ju liá n CARVAJAL
336
Sentido y función de la p a z en Spinoza
nuestra alma en la medida en que entiende con claridad y distinción. El esfuerzo por
conservarnos en virtud de la razón consiste, pues, en entender92. Luego el hombre
sólo es libre cuando actúa por las leyes de su propia naturaleza, y esto sólo acontece
cuando actuamos en la medida en que entendemos93, esto es, en que conocemos
clara y distintamente nuestra esencia y la de las cosas exteriores que forman parte
con nosotros del sistema de la naturaleza.
Spinoza remite todos los esfuerzos que el hombre realiza para conservar su ser
bajo la guía de la razón, a la «fortaleza de espíritu» (fortitudo animi), que identifica
con el origen de la paz en la primera definición de la misma que comentamos. Spino
za explica la fortaleza de espíritu en su Ética del modo siguiente: «Todas las acciones
que se siguen de los afectos que se refieren al alma en cuanto que entiende, las refiero
a la fortaleza»94. Esta es el verdadero y único fundamento de todas las virtudes, que se
pueden sintetizar en ella. La fortaleza de ánimo es un afecto activo nacido del espíritu
consciente de sí mismo, de su esencia humana. Spinoza divide esta fortaleza en «fir
meza» y «generosidad». La firmeza es un deseo con el que cada uno busca incesan
temente su propia utilidad, esto es, el mantenimiento y el desarrollo de su conatus, en
virtud del solo dictamen de la razón. Mediante esta virtud de la firmeza, la potencia
del hombre se traduce en hechos a través de sus conductas activas afirmativas; o
dicho de otro modo: se traduce en actos que se atienen a los preceptos dictados por la
razón. El hombre sólo puede aumentar su potencia, esto es, perfeccionar su esencia,
siguiendo la guía de la razón, que es la única que le puede mostrar lo que es verdade
ramente útil o bueno para él. En efecto, el hombre, en cuanto es un modo finito, no
puede subsistir sin el concurso de las demás cosas que le rodean; pero sólo gracias al
concurso de la razón, puede discernir con certeza cuáles de estas cosas que le rodean,
son buenas o útiles para él y cuáles malas o dañinas: será buena cualquier cosa que
incremente nuestra potencia de actuar y mala, cualquier cosa que la disminuya95.
Ahora bien, la potencia por la que el hombre existe y obra, al igual que la potencia por
la que existe y obra cualquier cosa singular, sólo puede ser determinada —fomentada
o reprimida— por otra cosa singular cuya naturaleza se conciba por el mismo atributo
que la naturaleza humana96; por tanto, las cosas sólo pueden ser buenas o malas para
nosotros si tienen algo en común con nosotros97. Son necesariamente buenas, pues,
todas aquellas cosas que concuerdan con nuestra naturaleza, y necesariamente malas,
las que le son contrarias98. De lo que se sigue que las cosas son tanto más buenas o
útiles para nosotros, cuanto más concuerdan con nuestra naturaleza99, y tanto más
malas o perjudiciales, cuanto más contrarias sean a nuestra naturaleza. Y, como nada
puede concordar más con la naturaleza de una cosa singular que los demás individuos
de su misma especie, «no hay ninguna cosa singular en la naturaleza que sea más útil
al hombre que el hombre que vive bajo la guía de la razón»100. El hombre concuerda
con la naturaleza de los demás hombres sólo cuando vive conforme al dictamen de la
razón, sin dejarse arrastrar por las pasiones, pues sólo entonces actúa plenamente de
acuerdo con las leyes de su naturaleza.
La fortaleza de ánimo es el fruto del trabajo del pensamiento, que le hace com
prender al hombre que su interés bien entendido no estriba en permanecer aislado,
en una soledad que le condena a la impotencia, que le priva de fuerzas para defen
derse y para granjearse los medios necesarios para vivir, sino en unirse a otros
hombres y constituir una sociedad. No hay nada más útil para el hombre que la
sociedad, porque sólo si los hombres están dispuestos a colaborar unos con otros,
podrán defenderse de los enemigos y producir una abundancia suficiente de cosas
para sustentarse y conservarse lo mejor posible; ya que los hombres que viven
como bárbaros, llevan una vida miserable y casi anim al101. La razón es la encargada
de establecer una norma común de vida capaz de unir a los hombres y de estable
cer la paz entre ellos, de manera que, concordando todos en todo, «las almas y los
cuerpos de todos formen en cierto modo una sola mente y un solo cuerpo»102103. La
paz figura, por tanto, entre esas acciones surgidas del deseo de la razón de estrechar
vínculos racionales con los demás seres dotados de razón. Aquí se encierra el ver
dadero sentido profundo del pacto social originario en que se funda la convivencia
y el Estado, como señala Atilano Domínguez: este pacto no es ningún hecho que
haya acontecido, explícita o implícitamente, de una vez para siempre, sino una
actitud permanente que el hombre ha de renovar cada día, consistente «en hacer las
paces, es decir, en la decisión de vivir en común y en concordia, y no aislados o en
338
Sentido y función ele la p a z en Spin oza
104 Vid. L. M ugnier-Pollet, La philosophie politique de Spinoza, París, Vrin, 1976 p 138
105 E, IV, prop. 35; G, II, 232/29s.
106 Vid. E, III, def. 2; G, II, 139/6-10.
339
Ju lián CARVAJAL
riamente con la naturaleza humana, esto es, con la naturaleza de cada hombre y, por
tanto, todos ellos concordarán siempre necesariamente en naturaleza107.
El único motivo que está en la base de la unión mental que hace que la multitud
se rija como por una sola mente, engendrando así un poder absoluto, es la búsqueda
de lo útil para todos los hombres por medio de la sana razón108. La unidad de los áni
mos que define la concordia, consiste en la voluntad constante y positiva de cumplir
las leyes del Estado109. Sólo se puede conservar la paz si las leyes del Estado, «aque
llo que, por decreto general de la sociedad, es obligatorio hacer»110, no son violadas.
La paz, como virtud y concordia, se manifiesta en el plano político como obediencia
civil111. La única justificación posible de esta obediencia es, para Spinoza, como
sabemos, la búsqueda de la propia utilidad bajo la guía de la razón. Ésta nos dicta
que lo mejor para nosotros es unirnos con otros hombres, de manera que todos jun
tos podamos lo que solos no podemos y tengamos tanto mas derecho todos juntos, es
decir, nos dicta que salgamos del estado natural e ingresemos en el estado civil. Pero
la institución del Estado limita el derecho de cada uno a los derechos comunes, que
establecen lo que es bueno para todos en virtud de un acuerdo unánime que debe ser
cumplido por todos. En el Estado nadie puede considerarse con derecho a hacer nada
a lo que no haya sido determinado en virtud de una decisión o acuerdo unánime. Por
ello, la desobediencia es castigada por el derecho del Estado, mientras que la obe
diencia es considerada como un mérito del ciudadano que le cualifica para disfrutar
de las ventajas del Estado112.
Pero, a la hora de explicar la obediencia, no carece ni mucho menos de importan
cia cuál sea el motivo que lleva al hombre a cumplir las leyes. Si el hombre es lleva
do a cumplir las leyes por miedo o temor o con el uso de la violencia, se podrá hablar
de sumisión o de coacción, pero no de obediencia. La obediencia es una virtud que
brota de la fortaleza de espíritu, y se define como «la voluntad constante de ejecutar
lo que es bueno según derecho y que, por unánime decisión, debe ser puesto en prác
tica»113. O dicho de otro modo: la voluntad constante de cumplir la ley humana. Esta
tiene como objetivo último la unión de los ánimos para que actúen como una sola
mente, objetivo que sólo se puede alcanzar a través de la mediación del mandato,
debido a que los hombres no nacen racionales, en cuyo caso no tendrían necesidad
340
Sentido y función de /a p a z en Spinoza
alguna de la ley civil"4. En ningún caso, se debe confundir el no infringir las leyes
por miedo con el obedecerlas: obedecer la ley es una virtud que requiere fortaleza de
ánimo; acatar la ley por miedo, por el contrario, supone falta de virtud, impotencia
de ánimo, y no guarda relación con el uso de la razón. La obediencia y la concordia
que puede generar el miedo es sólo aparente. Para ser real le falta un ingrediente
esencial: la fidelidad114115, esa acción anímica interna que es mucho más definitoria de
la obediencia que la acción externa. La fidelidad está a la base de la constancia con
que los súbditos obedecen las leyes emanadas de la autoridad soberana. De ahí su
importancia para la conservación del Estado: «La razón y la experiencia —escribe
Spinoza enseñan con toda claridad que la conservación del Estado depende prin
cipalmente de la fidelidad de los súbditos y de su virtud y constancia de ánimo en
cumplir las órdenes estatales»116. En este sentido, Spinoza se opone a la concepción
hobbesiana de la obediencia como opuesta a la libertad. Para Hobbes, «la obliga
ción comienza, allí donde acaba la libertad»11718; Spinoza, en cambio, invierte esta
relación establecida por Hobbes, de suerte que, en verdad, la libertad, considerada
desde la perspectiva política, comienza con la obligación. Esta inversión es posible
porque Spinoza no confunde la obediencia con la sumisión ni la obligación con la
coacción.
Ahora bien, Spinoza afirma también rotundamente que esta adhesión positiva de
los súbditos sólo es posible si las leyes del Estado son conformes a la razón"8; pues
to que sólo se podrá conseguir que los hombres cumplan órdenes absurdas, mediante
la violencia, el miedo y la superstición. En todos los casos, pues, privándoles de vir
tud y sumiendo sus espíritus en la impotencia. Este debilitamiento del poder de los
individuos redunda en merma del poder del Estado que, como consecuencia de ello.
114 TTP, cap. V; G, III, 73/27 — 74/3.: «[...] si los hombres estuvieran por naturaleza consti
tuidos de tal forma que no desearan nada, fuera de lo que la verdadera razón Ies indica, la sociedad
no necesitaría ley alguna, sino que sería absolutamente suficiente enseñar a los hombres doctrinas
verdaderas para que hicieran espontáneamente, y con ánimo sincero y libre, lo que es verdaderamente
útil. Pero la veidad es que la naturaleza humana está constituida de forma bien distinta; porque todos
buscan su propia utilidad, mas no porque lo dicte la sana razón, sino que, las más de las veces, desean
las cosas y las juzgan útiles, porque se dejan arrastrar por el solo placer y por las pasiones del alma, sin
tener en cuanta para nada el tiempo futuro ni otras cosas. De donde resulta que ninguna sociedad puede
subsistir sin autoridad, sin fuerza y, por tanto, sin leyes que moderen y controlen el ansia de placer y los
impulsos desenfrenados».
115 Vid. E, IV, app., cap. 16; G, II, 270/25s.
116 7TP,cap. XVII; G, III, 203/12-14.
117 Th . H obbes , De Cive/El Ciudadano, lib. I, cap. 2, § 10; ed. de Joaquín Rdguez. Feo Madrid
Debate/CSIC, 1992, p. 26.
118 Vid. TP, cap. II, § 21; G, III, 283/19s. Cfr. TTP, cap. XVI; G, III, 195/2-5: «[...] el estado
más libre será aquél cuyas leyes están fundadas en la sana razón, ya que en él todo el mundo puede ser
libre, es decir, vivir sinceramente según la guía de la razón, donde quiera».
341
I
Ju liá n CARVAJAL
119 Vid. TTP, cap. V; G, III, 74/3-5; etiam cap. XVI; G, III, 194/15s. Cfr. TP, cap. IV, §§ 4 y 6; G,
III 293/21-28 y 294/22-25. En la Ética, Spinoza observa que «los ánimos no se vencen con las armas,
sino con el amor y la generosidad». (E, IV, Ap. Cap. 11; G, II, 260/9s.)
120 TTP, Pref.; G, III, 7/7-9.
121 Vid. TTP, cap. XVIII; G, III, 225/17-22: «Es muy peligroso relacionar con el derecho divino
las cosas puramente especulativas y dictar leyes sobre las opiniones, acerca de las que suelen o pueden
disputar los hombres. Porque el reinado más violento se da allí donde se tiene por un crimen las opi
niones que son del derecho de cada uno, al que nadie puede renunciar. Más aún, donde sucede eso, es
donde más suele imperar la ira de la plebe».
122 TTP, Pref.; G, III, 7/3-5.
123 Vid. TP, cap. VI, § 4; G, III, 298/15-21.
124 Vid. E, IV, prop. 63 y esc. 1; G, II, 258/5s. y 14-16. Cfr. TTP, cap. V; G, III, 74/5-8: «[...] en
la medida en que los hombres sólo actúan por miedo, hacen lo que rechazan de plano y no se fijan en la
necesidad o utilidad de la acción a realizar, sino que sólo se cuidan de no hacerse reos de muerte o e
ser castigados».
125 TP, cap. X, § 8; G, III, 356/24s.
342
Sentido y función de la p a z en Spinoza
343
Ju liá n CARVAJAL
Por este motivo, Spinoza coloca entre las cosas que engendran la concordia, además
de la justicia y equidad, la honestidad132, que define como el «deseo, por el que el
hombre que vive según la guía de la razón, es consciente de que tiene que unir los
demás a él por amistad»133. La firmeza de ánimo es, para Spinoza, el origen de todas
las acciones que buscan la propia utilidad; la generosidad, en cambio, lo es de aque
llas acciones que buscan también la utilidad de los demás. Ambas virtudes, firmeza
y generosidad, están íntimamente conectadas, pues los hombres son tanto más útiles
los unos para los otros cuanto más se esfuerza cada uno de ellos en buscar lo que
resulta útil para conservarse134. El hombre es tanto más capaz de buscai su utilidad
cuanto más dotado está de virtud; o dicho de otro modo, cuanto más capacitado está
para vivir bajo la guía de la razón. Y como los hombres concuerdan en naturaleza
en la mayor medida posible cuando viven bajo esta guía, será en este caso cuando
resulten más útiles los unos a los otros. Por tanto, podemos afirmar que la concor
dia es expresión del deseo de la razón que tiene su origen en el reconocimiento del
otro como ser dotado de razón. Este hecho que, según Spinoza, es atestiguado día a
día por la experiencia, le lleva a rechazar la fórmula tomada de Plauto por Hobbes.
Homo homini lupus, y a sustituirla por la que reza: Homo homini Deus l35.
344
Sentido y función ele la p a z en Spinoza
suyo el criterio regulativo de la razón137. Sólo este criterio racional permite superar
el derecho natural en el derecho civil, conservándolo en éste; es decir, reconociendo
y respetando las necesidades individuales, que sólo encuentran plena satisfacción a
través de la búsqueda del bien común. En la civitas spinoziana no basta con recha
zar la muerte como en el Leviatán hobbesiano para que haya paz verdadera, sino
que hay que afirmar juntos, por medio de la amistad, la vida. Pero no la mera vida
biológica que compartimos con el animal138, sino la auténtica vida humana, cuyo
ingrediente esencial es la libertad, la cual se define, como hemos visto más arriba,
por la capacidad de determinarse a obrar por causas que pueden ser comprendidas
adecuadamente por la sola naturaleza del hombre; por tanto, éste sólo es libre sin
restricción en cuanto se guía por la razón139. Por ello; el hombre sabio que se guía
por la razón, es mucho más libre en el Estado que en soledad, a pesar de que en
soledad sólo ha de obedecerse a sí mismo, mientras que en la civitas ha de obedecer
las normas de la vida en común y vivir según el decreto común del Estado140; ya que
la obediencia a las leyes del Estado, que reprimen los impulsos irracionales de los
individuos, se erige en garante de la libertad141.
La libertad del hombre que se guía por la razón, se realiza del modo más comple
to posible en el Estado, porque la vida racional sólo puede desplegarse en el marco
de la sociedad civil y, concretamente, en el seno de un tipo particular de organización
de la misma, a saber: el régimen democrático. La forma de gobierno más apta para
alcanzar los fines del Estado —la seguridad, el bienestar y la libertad de los ciuda
danos es, por tanto, la democrática, que se define como «la asociación general de
los hombres, que posee colegialmente el supremo derecho a todo lo que puede»142.
En este sentido, podemos afirmar que, en Spinoza, el concepto de democracia tiende
a identificarse con el concepto mismo de Estado, en cuanto Estado fundado en los
principios de la razón. La democracia es la única forma de Estado cuyo poder es
absoluto en todos los respectos143, pero sólo con la condición de que sea ejercido
racionalmente, esto es, por todos y en interés de todos144. Tan sólo asumiendo los
principios de la razón y estructurándose conforme a ellos, el Estado consigue, en un
único acto, atender al bienestar de los ciudadanos a la vez que fija las condiciones de
su propia conservación. La realización del bien común, que sólo es posible gracias
a la razón, es el único fin que satisface estas dos exigencias, distintas formalmen-
345
_____________________Ju liá n CARVAJAL__________________________________
el poder que «es detentado por toda la multitud»150. Por otra parte, sólo el régimen
democrático hace efectivo el verdadero fin del Estado, en cuanto Estado racional, a
saber, la libertad de todos.
Spinoza concreta la libertad, cuya realización define el fin del Estado con inde
pendencia de cuál sea su forma política, en la libertad de pensamiento, de juicio, de
crítica y de expresión, tanto respecto de las autoridades eclesiásticas como de las
civiles o políticas. Pero esta libertad de pensar y de comunicar los pensamientos ha
de ser compatible con la acción conforme a la ley, tal como exige el pacto social
en virtud del cual se constituye el Estado: si los individuos retuvieran su derecho
de actuar por su decisión personal, no podrían convivir en paz a causa de la gran
variedad de sus pareceres; por ello han de renunciar a ese derecho de actuar por
propia decisión de su mente, pero no al de juzgar y razonar151. Por tanto, la libertad
de pensar y de expresar sus pensamientos que el Estado debe conceder a los ciu
dadanos, tiene que permitir el debate a todos los niveles, hasta el punto de que sea
posible someter a discusión la validez de ciertas leyes y reglamentos y promover su
modificación, siempre que se haga por vía legal dentro del marco diseñado por la
constitución del Estado152. Como el derecho civil establece que sólo quien detenta
el poder supremo puede interpretar las leyes, sólo a éste incumbe el reformarlas o
abolirías, en ningún caso a los particulares153. La limitación de la libertad civil a la
libertad de pensamiento y de expresión no se debe sólo a la observación empírica de
los múltiples males que se pueden derivar de las acciones individuales disconformes
con las decisiones comunes, sino también a la consideración de las implicaciones
lógicas del concepto de libertad como razón. Si la libertad se funda en la razón, cuya
función teórica es elaborar las nociones que definen la esencia común de los seres
finitos y cuya función práctica es dictar normas para la afirmación y la conservación
de sí en el marco de la propia pertenencia al orden común de la naturaleza; entonces
no puede haber acciones individuales opuestas a las leyes que emanan de una mente
común. Cualquier iniciativa u opinión individuales que fomenten esta oposición
serán sediciosas, en cuanto invalidan el pacto sobre el que se apoya toda forma de
convivencia civil154.
Ahora bien, el fundamento del carácter absoluto del poder del Estado está en la
razón. Por tanto, la legalidad pierde vigencia cuando se aleja de la razón; es decir,
cuando se convierte en una pura forma que oculta intereses que el pueblo ya no
puede reconocer como suyos. En este momento, el Estado deja de ser portavoz de
347
Ju liá n CARVAJAL
los valores de la razón, pierde toda justificación de su poder absoluto y, como conse
cuencia de ello, «se derrumbará fácilmente todo el edificio»155, esto es, «la sociedad
se disuelve automáticamente y caduca el contrato»156. Spinoza advierte lúcidamente
que de este modo se inicia un nuevo proceso constituyente, cuyo control escapa a
la autoridad soberana constituida, porque ya no rige el derecho civil sino el derecho
de guerra157158. Dicho de otro modo: se produce la revolución, entendida como trans
formación radical de la estructura y del ordenamiento del Estado por la acción de la
multitudo. Cuando el pacto originario deja de responder a las necesidades de todo
el pueblo o de la mayoría del mismo, el pacto caduca y el ordenamiento legal esta
blecido por él se sustituye por uno nuevo. No puede extrañarnos, pues, que Spinoza
vea en la libertad de pensamiento y de expresión la mejor garantía de supervivencia
para la democracia como estado absoluto y racional; ya que esa libertad advierte de
los peligros de involución autoritaria —o sea, irracional y arbitraria que acechan
permanentemente a todo régimen político, incluida ella misma, y que son la causa de
su ruina. La libertad de pensar y de expresar lo que se piensa, son los instrumentos
más apropiados para garantizar el respeto al contrato social por parte de todos los
contrayentes y, por tanto, la conservación del Estado fundado en ese contrato15S. Son
los instrumentos de que se sirve la sociedad para educarse a si misma, para autoire
guiarse y para diseñar las innovaciones que exige el desarrollo del proceso histórico
real. Podemos afirmar, por tanto, que el Estado democrático es el más adecuado para
conseguir el fin por el que se instituye todo Estado: «mantener a los hombres, en la
medida de lo posible, dentro de los límites de la razón, a fin de que vivan en paz y
concordia»159.
348
Sentido y función de la p a z en Spinoza
de su derecho a todo lo que desee o pueda, aunque de hecho pueda menos que
si se guiara por el dictamen de la razón. Spinoza no sucumbe ingenuamente a la
utopía, advierte, por el contrario, que «quienes se imaginan que se puede inducir
a ia multitud o a aquellos que están absortos por los asuntos públicos, a que vivan
según el exclusivo mandato de la razón, sueñan con el siglo dorado de los poetas
o con una fábula»160. Por consiguiente, en cualquier régimen político, la situación
oscilara constantemente entre el estado de discordia, en el que las pasiones manejan
de continuo la vida, y el estado de concordia, que reposa en la fuerza de la amistad.
En los distintos Estados se observan las mismas oscilaciones entre el despotismo ,
en que los hombres viven como simples súbditos bajo el imperio del miedo, y el
republicanismo, en que viven como ciudadanos libres.
La paz o concordia se ha de construir históricamente en cuanto actualización
temporal de la virtud y, por ende, de la razón. Por esto la búsqueda de la paz es
una empresa totalmente racional, que redunda en provecho de todos. La razón es
la expresión privilegiada del conatus: todo lo que posibilita realmente el acrecenta
miento de la potencia individual es racional, luego sólo el ejercicio de la razón per
mite el aciecentamiento real de la potencia individual. La razón se impone de modo
empírico en las decisiones comunes. Cada uno de los que participan en esa toma de
decisión común, procurará defenderse contra los excesos que pudieran perjudicar
le, pues ninguno dejará de velar por su derecho natural, que es el de preservarse.
Aunque las decisiones adoptadas por la multitud, consideradas individualmente, no
sean moderadas, es muy probable que el conjunto de las mismas sí lo sea, porque
nadie querrá erigir en ley algo totalmente contrario a su naturaleza. Podemos confiar
entonces en que, si se deja decidir a la comunidad social, adoptará naturalmente la
posición más justa para todos. Por este motivo, la democracia es el régimen más
racional y el que mejor garantiza la verdadera paz, en la que coinciden la seguridad
del Estado y la libertad del ciudadano. En la medida en que en la democracia los
individuos están llamados a vivir según los preceptos de la razón más que en nin
gún otro régimen, están más unidos, concuerdan mejor en naturaleza. Por tanto, el
conatus es más grande y la sociedad, más potente, en cuanto es más racional. De esta
forma, la estructura democrática, al asegurar la paz y la concordia mediante la razón,
se i efuerza ella misma al reforzar a los individuos que la componen, hasta el punto
de que se consideia la democracia como la forma «absoluta» de poder. Cuanto más
sólida es la paz, más racional es la sociedad misma y más lo son sus miembros. Se
pioduce así un reforzamiento mutuo entre los individuos y la sociedad en su progre
so hacia la racionalidad.
En la defensa de la paz está en juego la defensa de la razón como única arma con
tra la «barbarie». Étienne Balibar ha llamado la atención sobre el hecho de que, en
349
Ju liá n CARVAJAL
algunos pasajes de sus obras, Spinoza parece sugerir que la existencia de las socie
dades civiles crea las condiciones de posibilidad de un progreso de los conocimien
tos y del modo de vida, que permite el avance desde la barbarie hacia la civilización,
tanto en la historia de cada nación como incluso para la humanidad en su conjunto,
puesto que, al reducir la ignorancia, debilitaría otro tanto el miedo y la superstición,
que son las pasiones de la multitud. Sin embargo, acto seguido añade que «esta
indicación es hipotética»161. Este progreso de la razón no es ni lineal ni acumulativo,
no existe la menor garantía de que no vaya a haber una regresión hacia la barbarie,
porque no es posible erradicar las pasiones de la naturaleza humana ni aseguiai ple
namente la estabilidad y la tranquilidad civil. No obstante; en cuanto los hombres
hayan probado las ventajas de la concordia civil, intentarán volver a ella con todas
sus fuerzas, si su sociedad recae en la barbarie. De todas formas, Spinoza adopta una
actitud muy realista ante la naturaleza humana y reconoce que la razón no nos per
mite hacernos ilusiones acerca de la posibilidad de que la humanidad se perfeccione
indefinidamente, de suerte que un día desaparezca la barbarie. El progreso racional
que se pueda dar en una sociedad determinada, por virtuosa y potente que ésta sea,
nunca podrá lograr que todos sus miembros se liberen de sus pasiones —en verdad,
ni siquiera el sabio lo consigue nunca por completo—, ni tampoco podrá comuni
carse a todas las demás sociedades, las cuales están unas respecto de otras como los
individuos en el estado de naturaleza162. Por esta razón, Spinoza, haciendo gala de
su realismo, sostiene que, a la hora de fundar el Estado, no se debe buscar que la
mayoría procure vivir sabiamente, sencillamente porque es una pretensión imposi
ble, sino que los hombres «se guíen por aquellos sentimientos que llevan consigo la
mayor utilidad del Estado»163. Laurent Bove hace hincapié en el rechazo por parte
de Spinoza de dos ideas claramente utópicas: por un lado, la idea de una sociedad
filósofa (o de filósofos) que, como sujeto absoluto, poseería un saber absoluto de sí
misma, y, por otro, la idea de un fin de la Historia, entendido a la vez como meta y
como término, que sería el reino de la Razón, tanto para la sociedad como para los
hombres. El realismo ético y político de Spinoza no puede admitir estas ideas, que
supondrían la inutilidad del Estado y la disolución de toda institución
La concepción spinoziana de la democracia nos muestra que la paz es esencial
para el desarrollo de la razón, en cuanto la vida guiada por leyes racionales permite
el progreso de los individuos y de las sociedades. Spinoza no nos da pie para
hacernos la ilusión de que los hombres viviremos alguna vez en el seno de una
350
Sentido y función ele la p a z en Spinoza
351
Ju liá n CARVAJAL
352
HISTORIA, NATURALEZA HUMANA Y EXPERIENCIA:
NOCIONES TRANSITIVAS
LUCIANO ESPINOSA RUBIO
Universidad de Salamanca
1. PLANTEAMIENTO
1 Uso las convenciones de referencia para citar según Studia Spinozana, y sigo normalmente
las traducciones de Atilano Domínguez.
353
L uciano ESPINOSA RUBIO
354
Historia, naturaleza hum ana y experiencia: nociones transitivas
355
L uciano ESPINOSA RUBIO
356
H i s t o r i a , n a t u r a l e z a h u m a n a y e x p e r ie n c ia : n o c io n e s t r a n s i t i v a s
mezclan en la vida de la gente e inciden incluso en sus relaciones, luego —de forma
transitiva— esa cautela invita a ensanchar la óptica sobre la propia variedad huma
na: «Por eso, yo dejo que cada cual viva según su buen parecer...» (Ep 30). Cómo no
atender entonces a las enseñanzas de la experiencia y de la historia que recogen esas
múltiples interacciones, a menudo enmarañadas, de personas y cosas para alimentar
la reflexión sobre la existencia.
Con estas condiciones de partida ya se puede afinar más a la hora de anteponer la
razón a la experiencia y de criticar ciertas formas de historia, como hace Spinoza. La
posición más equilibrada está recogida en este texto: «Si alguien quiere persuadir o
disuadir a los hombres de algo que no es evidente por sí mismo, sólo conseguirá que
lo acepten (...) por la experiencia o por la razón, es decir, o con cosas que ellos han
comprobado por los sentidos que suceden realmente o con axiomas intelectuales evi
dentes por sí mismos. No obstante, a menos que la experiencia sea entendida clara
y distintamente, aunque convenza al hombre, no logrará afectar su entendimiento ni
disipar sus nieblas tanto como cuando el objeto en cuestión es deducido exclusiva
mente de axiomas intelectuales...» (TTP 5:76s). La preferencia está clara en favor
de la razón, pero consta ya que su dictamen no siempre está al alcance, y menos
aún en asuntos puntuales. El autor añade que esa correcta intelección requiere «una
larga cadena de percepciones, aparte de una precaución suma, de un agudo talento
y de un dominio perfecto, cosas que rara vez se hallan juntas en los hombres» (TTP
5:77), luego la experiencia no puede ser del todo desdeñada. De hecho, la razón se
nutre de ella en alguna medida, a la par que sirve para esclarecerla y fijarla en con
ceptos: se trata, pues, de un círculo fecundo. El ejemplo paradigmático en términos
intersubjetivos es la política, donde Spinoza apela a los profesionales en vez de a
los filósofos, «ya que, como tomaron la experiencia como maestra, no enseñaron
nada que se apartara de la práctica» (TP 1/2), y donde ya todo ha sido «ensayado y
experimentado» (TP 1/3). Sin duda es necesario el concurso de la razón, pero resulta
imprescindible ese acervo de organización, sagacidad y buen conocimiento de la
condición humana. Lo cual se traduce en el recurso frecuente a la historia, cuya
lectura proporciona impagables consejos de diversa índole, a menudo corroborados
por la razón (TP 7/14 y 17, p. ej.). Podría concluirse que cada ámbito tiene su lugar
y jerarquía, pero que ambos son aliados en la praxis compleja.
Es innegable que naturaleza y razón se corresponden apodícticamente y que lo
que contradice a una u otra es absurdo (TTP 6:91; TP 3/6), pero es que también son
naturales otros aspectos no racionales de la vida e igualmente pertinentes. Dice Spi
noza que es propio de la condición humana que «cuanto conciben los hombres por
el entendimiento puro, lo defienden con sólo el entendimiento y la razón, y cuanto
opinan en virtud de sus sentimientos, también lo defienden con ellos» (TTP 7:98);
así como que imaginación y capacidad intelectiva son inversamente proporcionales
(TTP 2:29). Tal vez sea así o quizá la mezcla es inevitable, tal vez esas aseveraciones
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4 Recuérdese una última ilustración en otro contexto: al final de El A se reconoce que incluso el
conocimiento matemático sería igualmente convincente para todos, pero no igualmente atractivo. Lo
que demuestra que incluso con la compartida certeza intelectual se generan afectos diferentes en virtud
de otras variables subjetivas y biográficas.
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3. DE LA FÍSICA A LA SABIDURÍA
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revés; como se confirma al decir que «sin la ayuda mutua, los hombres viven nece
sariamente en la miseria y sin poder cultivar la razón» (TTP 16:191), lo que alude a
otro círculo fecundo (la posición inversa complementaria en TP 3/7). A su vez, esta
perspectiva ahora diacrónica permite avanzar hacia otro puente antes implícito: así
como hay proporciones y ecosistemas de índole física (con sus ideas correlativas
que constituyen el alma, E2P15), también los hay de tipo epistémico e institucional
incluso, que siguen el mismo modelo. La sabiduría de alguien depende de la propor
ción favorable de ideas adecuadas respecto a las inadecuadas (E5P20S) adquiridas
a lo largo de la vida, no del número absoluto, luego hay cambios evolutivos. Y, en
otro plano, las formas de organización del estado deben estar bien proporcionadas
y regenerarse como un cuerpo (TP 7/18 y 26). De hecho, si el asunto del tiempo es
claro para la vida de una persona, también la política presenta una relación explícita,
pues, como indica el sutilísimo Maquiavelo, «al Estado, como al cuerpo humano,
se le agrega algo diariamente que necesita curación», antes de que degenere y se
disuelva (TP10/1). Es evidente que el esquema fisiológico que usa Spinoza, basado
en la autorregulación, tiene un sesgo estático en su origen, más ligado a los ciclos y
las constantes que al devenir propiamente dicho. Tal es la dificultad para pensar la
historia ya mencionada al comienzo, pero aun así la evolución en el tiempo se filtra
por las costuras del sistema, según es patente.
En cualquier caso, a las insuficiencias de esa clase se suma el difícil tránsito
desde los estratos básicos de la máquina humana y social hasta la complejidad de la
vida y de la praxis, tal como fue esbozada en el apartado anterior. Los puentes ten
didos ayudan sin duda, pero no permiten acceder a toda la trama abigarrada y plural
de la existencia humana. Nuestro autor recurre entonces —acaso sin darse cuenta
del todo— a una exposición indirecta, intermitente y casi subterránea, que consiste
en hacer observaciones sobre la condición humana y los estilos de vida que le son
propios. Lo que no puede ser deducido se compensa con apreciaciones que varían
de lo intuitivo a lo analítico, de principios básicos de la razón al saber popular, de
generalidades a temas concretos, de ciertos axiomas a las enseñanzas del tiempo...
Son, finalmente, expresiones de sabiduría —a veces más convencionales y otras más
sutiles— salpicadas en contextos muy diferentes y con funciones dispares.6 Lo que
sigue es un muestrario, siempre en relación a la experiencia y la historia, más allá de
esencialismos y por definición ajeno a una exposición sistemática.
El punto de partida es la delimitación polémica de lo que se entiende por naturale
za humana: por un lado, hay que negar una lacra de origen —el pecado original y
la caída del primer hom bre—, pues carece de lógica que alguien juicioso sea tan
torpe, según el relato bíblico, si bien es cierto que la gran mayoría de las personas
6 No nos centraremos, por tanto, en las condensaciones que hace el propio autor, p. ej. en E4A.
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L uciano ESPINOSA RUBIO
está sometida a las pasiones y al ciego deseo, como enseña la experiencia (TP 2/6).
Por otra parte, esta ausencia generalizada de raciocinio no implica que deban con
fundirse los afectos humanos con vicios, pues sólo son propiedades de esa natura
leza, igual que ocurre con los fenómenos atmosféricos: el amor, el odio, la ira o la
misericordia no difieren en este sentido del calor, el frío, la tempestad o el trueno;
y aunque sean asuntos a menudo incómodos, su conocimiento verdadero también
proporciona gozo al espíritu (TP 1/4). La analogía es más expresiva que la de tipo
geométrico (líneas, superficies..., E3Praef.), y denota la mirada de un entomólogo
escrupuloso e imparcial cuando se acerca a unos seres volubles, pero no sucios o
repugnantes. Además, esas propiedades básicas tienen carácter universal (TP 5/2), se
repiten en todo tiempo y lugar, porque expresan la misma humanidad atormentada;
y están lejos de aludir a cualidades propias de cada nación, pues éstas sólo se distin
guen por la «forma de la sociedad» y sus leyes (TTP 3:47). En efecto, tan erróneo es
apreciar bondad como malevolencia naturales donde sólo hay ignorancia y un albur
de sucesos que producen emociones comunes, y al menos esta fragilidad de todos
sirve para rechazar cualquier etnocentrismo y nacionalismo. Spinoza da a entender
que los perseguidos judíos —a ellos se refiere— discriminan también a los gentiles
por considerarse elegidos y en cierto modo mejores que los demás. Parece, en fin,
que los grupos humanos suelen practicar alguna diferenciación excluyente y que es
muy fácil convertirse en perseguidor.
La materia afectiva es a menudo desagradable, se decía antes, pero compensa
acercarse a su gran variedad de rasgos individuales en la unidad de fondo (TTP
1:91 n), para cualquiera que desee conciliar conocimiento desinteresado y pruden
cia, rigor y curiosidad. Por de pronto, debe quedar sentada la «ley suprema» de la
Naturaleza que afirma el imperativo universal de autoconservación, lo que en el
caso humano —uno más entre los seres naturales a este respecto— supone que su
derecho natural «no se determina por la sana razón, sino por el deseo y el poder»,
toda vez que no hay distinción entre sensatos, tontos y locos en este punto (TTP
16:189s). La crudeza aparente de esta idea no hace sino reflejar algo elemental: la
afirmación de sí en todo lo que existe, teñida acaso de lo que más tarde se llamará
instinto biológico, preconsciente y homogeneizador. La vida es, en primer lugar,
una fuerza que se abre paso, un resorte que se dispara sin premeditación, un apetito
radical de ser. Y aquí es donde mejor se constata que el hombre no es un imperio o
excepción dentro de la Naturaleza, ni merecedor de privilegios o burlas, sino una
parte más de ella que la expresa de modo específico (E3Praef.). Sobre esta base de
potencia inicial, todo está permitido o, mejor dicho, todo es amoral, y sería incohe
rente no reconocerlo así: cuando no hay designio cósmico, de nada sirve asustarse
por ello, aunque Spinoza se limite a decir en lenguaje convencional «que no sabe
mos para qué fin [se] nos ha creado» (Ep 21:129). El ser humano está tan solo como
los demás seres, no tiene un sentido inherente o una guía innata a la que ceñirse,
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Esa integración resulta muy aconsejable, dado que el camino de la razón para
someter y moderar los afectos es siempre «extremadamente arduo» (TP 1/5), a
lo que se añaden factores que aumentan su complejidad. Para empezar, las acciones
no son buenas o malas por sí mismas, sino en función de su origen y del contexto, lo
que debe ser correctamente discriminado (E4P59) e introduce cierta casuística. Más
delicada es aún la mezcla de afectos que a veces embarga a la persona y da lugar a
dudas y confusiones: el «prejuicio innato» de afirmar el libre albedrío porque hay
apetito consciente, aunque se ignoren las causas, perdura «aun cuando la experiencia
enseñe, más que sobradamente, que los hombres nada pueden menos que dominar
sus apetitos, y que muchas veces, mientras sufren la pugna de afectos contrarios, ven
lo mejor y siguen lo peor...» (Ep 58:266)7. Esta zozobra es realmente significativa
porque aquel prejuicio universal se ve desmentido —en situaciones concretas— por
el choque de emociones e impulsos divergentes, donde hay cierta comprensión
pero al final se yerra. Spinoza insiste en este pequeño desgarramiento, introduce la
diferente disposición circunstancial del cuerpo que condiciona a la mente, los esta
dos un tanto alterados de conciencia (sueño, ebriedad, delirio; hambre, ira o temor
acusados...), y sentencia: «Porque cada uno lo regula todo según su propio afecto;
y quienes además son zarandeados por afectos contrarios, no saben lo que quieren;
quienes, en cambio, por ninguno, ante el más leve motivo se inclinan a un lado o a
otro» (E3P2S). Todo lo cual retrata un conflicto íntimo y una variedad de elementos
no tan infrecuentes como pudiera creerse. La compulsión, el bloqueo y las contradic
ciones se dan en la conciencia a lo largo del tiempo, al igual que estados orgánicos
variables, y el resultado es una dificultad para dirigir con acierto el propio compor
tamiento. El caso es que ni siquiera «el conocimiento verdadero del bien y del mal»
asegura la elección adecuada —se abunda en el mismo tem a—, lo que ilustra la
potencia e impotencia de nuestra naturaleza, «a fin de poder determinar qué puede y
qué no puede la razón en orden a moderar los afectos» (E4P17S). En otras palabras,
la complejidad psicofísica es tan grande y tan resbaladizo el territorio afectivo que
no hay garantías definitivas de racionalidad. Desde luego que se aspira a ella y se
progresa con esfuerzo, pero no es fácil verlo claro, e incluso parecen asomar unas
gotas de fatalidad y tragedia en la conducta humana por su propia condición move
diza e inconsistente.
No extraña, entonces, que Spinoza subraye que los hombres están atrapados
por la «urgencia de las circunstancias» y el «ansia desmedida de bienes inciertos
[que] les hace fluctuar, de forma lamentable y casi sin cesar, entre la esperanza y
7 Algo muy similar en E3P2S, 4 Praef y 4P17S, lo que subraya la importancia del asunto.
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soledad y, en definitiva, es político por naturaleza (TP 6/1; algo similar en E4P35S),
lo que convierte a la propia sociedad en una cosa natural (TP 4/4). Y es que sólo en
sociedad se pueden sumar las fuerzas para obtener múltiples ventajas materiales y
seguridad, «por no mencionar las artes y las ciencias, que también son sumamente
necesarias para el perfeccionamiento de la naturaleza humana y para su felicidad»;
empresa en la que es necesaria autoridad, fuerza y leyes que «controlen el ansia de
placer y los impulsos desenfrenados», pero evitando la coacción «sin límite» que
provoca la rebeldía y el odio hacia el que manda, además de ser incompatible con
la libertad, que es «lo más difícil de volver a quitar a los hombres... una vez conce
dida»; de ahí que sea muy deseable un poder colegiado, que prime a la esperanza
sobre el miedo y al consentimiento sobre la sola obediencia (todo en TTP 5:73 y 74).
Esta síntesis ofrece una perspicaz mirada psicológica sobre la política para facilitar
la convivencia, sin olvidar el progreso de ciencias y técnicas, y apoyada en el apego
a la libertad que sienten los seres humanos, lo que indica otra faceta, ahora creativa
y emancipadora, de su naturaleza, aunque no idealizada.
De hecho, toda sociedad debe «mantener los motivos del miedo y del respeto»
para no dejar de existir (TP 4/4), y a ella le corresponde la imperativa unificación
pasional compatible con el derecho natural de cada individuo, donde «todos temen
las mismas cosas y todos cuentan con una y la misma garantía de seguridad y una
misma razón de vivir. Lo cual, por cierto, no suprime la facultad que cada uno tiene
de juzgar»; pero siempre desde la obediencia a la ley como «voluntad de todos» (TP
3/3 y 3/5). Diríase que sólo en comunidad se pueden remediar algo los conflictos
inherentes a la naturaleza humana, encauzar las conductas y tranquilizar los espíri
tus: la política también como terapia. Hasta el punto de que el estado es responsable
último de los afectos: tanto la violencia, la malicia y el vicio como la virtud y la con
cordia responden finalmente a la buena o mala constitución del Estado (TP 5/2 y 3).
Da la impresión de que los sujetos deben ser conducidos y educados afectivamente
—sin que se den cuenta (TP 10/8)— por una sociedad paternal (rigurosa y benévola
a la vez), de manera que los ánimos personales sean reequilibrados en el conjunto.
No parece fácil que los ciudadanos alcancen la mayoría de edad emocional con esta
tutela, aunque «la multitud libre» —afianzada en las instituciones— procura «culti
var la vida» entendida como paz, fortaleza del alma y alguna racionalidad (TP 5/4,
5 y 6). La buena política ofrece mucho más que represión, es más, su objetivo con
sistiría en eliminar la represión sobrante (según la célebre expresión de Marcuse en
Bros y civilización) y ampliar en lo posible el margen de libertad, pero sin utopías.
Digamos que Spinoza nunca baja la guardia ni olvida los ingredientes agresivos, casi
inconscientes, de la mente humana.
Quizá por ello recuerda que los «hombres buenos son muy pocos» y que los
principales enemigos de una sociedad son los interiores (TP 6/6), donde ocupa
un lugar destacado la molicie y el hastío de los ociosos (TP 10/4 y 5). Además, el
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autor ofrece una galería de tipos y de rasgos perjudiciales: desde la soberbia y los
«cantos de sirena» que engañan a los monarcas (TP 7/1) hasta la incapacidad del
vulgo para imaginar una alegría no causada por el dinero (E4A28), pasando por la
figura odiosa del hipócrita, ambicioso y desalmado, que todo lo sacrifica al medro
y al interés, lo que al final conduce —como a los «Estados ansiosos de dinero y
honores»— a la inquietud y a la ruina (Ep 44). Sin olvidar la propensión natural al
odio y a la envidia (E P55S1), y a la venganza en vez de a la misericordia (E4A13),
amén del empeño universal por disimular y enmascarar las malas acciones (TTP
12:166). Sin embargo, Spinoza no condena ni justifica, se limita a levantar acta de
esa naturaleza veleidosa, asustadiza y artera. No se trata del pesimismo antropo
lógico que tantas represiones y tiranías ha pretendido justificar,8 sino más bien de
la seca constatación de que «la virtud fue en todo tiempo sumamente rara» (TTP
12:160) y de que «nadie ha tenido un ánimo tan fuerte e íntegro que no se doblegara
ni se dejara vencer en alguna ocasión y, sobre todo, cuando más necesaria era su
fortaleza de espíritu» (TP 6/3). Terrible debilidad, que además se manifiesta en el
momento más desafortunado para certificar que nadie es monolítico y que el ser
humano está obligado a ensayar una y otra vez para —en el mejor caso— aprender
de los errores y de la experiencia.
Queda la liberación racional reservada a unos pocos, aunque el supremo bien sea
común a todos en virtud de la correspondencia entre la naturaleza de la razón y la
propia esencia humana, pues el hombre sería inconcebible sin la capacidad de go
zarlo mediante el conocimiento (E4P36S). Esto es, «el conocimiento de Dios y de sí
mismo... [es] lo principal que nos hace hombres» (Ep 23:151), lo que proporciona
una alegría incomparable y se adorna con la virtud mayor de la fortaleza que se
desdobla en firmeza y generosidad (E3P59S). Sólo entonces se logra ser plenamente
humano y desarrollar al máximo la potencia que nos define más genuinamente. Pero
la mayoría se queda en el camino, con distintos grados de evolución, y ese ideal
resulta un tanto lejano, si bien estimula y atrae. Por eso preferimos desviamos del
conocido modelo y atender —para terminar— a ciertas cualidades acaso menores,
pero fecundas y cálidas: es sabio quien descubre «que no sólo me pueden ser útiles
las cosas verdaderas, sino también las bagatelas y las imaginaciones» (Ep 52), es
decir, quien disfruta y aprende de todo, incluido lo trivial. O aquel que, lejos del hie-
ratismo, sabe huir a tiempo de la lucha (E4P69C), sin perder por ello la dignidad y
tal vez aceptando las derrotas de la vida. Y, especialmente, quien se vuelca en educar
a los demás porque no los desprecia, al contrario, los necesita racionales también
para compartirlo todo con ellos (E4A9). Él es quien sobrelleva con calma las ofensas
8 Ya se ha negado el pecado original, por ejemplo, y recuérdese ahora la distancia que marca
respecto a Hobbes en la Ep 50.
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y opone su ejemplo a los resentidos, que son los «quebrantadores del ánimo de los
hombres» (E4A13). El sabio, en fin, pone todo su celo en el saber aplicado y coti
diano que combina la razón, el hábito y el corazón del que se ejercita en estas lides,
la atenta vigilancia (E4A30) y la agilidad del que se adapta a todas las situaciones
sin perder el rumbo. Hace falta esfuerzo y tanteo incesantes porque la naturaleza
humana rara vez es transparente (salvo a la luz racional), pero sí es translúcida y
transitiva (es decir, abierta, flexible) porque interactúa, aprende, se moldea y crece.
369
HERMENÉUTICA E INTERPRETACIÓN
DE LA ESCRITURA EN SPINOZA
JUAN MANUEL FORTE MONJE
Universidad Complutense de Madrid
Empiezo esta ponencia asumiendo que Spinoza, por lo que se refiere a su manera
de aproximarse a la Escritura y, en general, por su enfoque respecto de la interpre
tación histórico-textual, representa para nosotros un ejemplo de racionalismo, de
modernidad, o de eso que, a partir del libro de J. Israel, algunos llaman la Ilustración
radical1. Esto quiere decir, entre otras cosas, que su postura parece en primer término
muy distanciada de la hermenéutica filosófica y de la corriente que, desde Heide-
gger y Gadamer2, pone bajo sospecha la neutralidad y universalidad de la razón, la
posibilidad de un discurso estrictamente racional, libre de prejuicios y, en fin, de un
1 J. Israel, Radical Enlightenment: Philosophy and the Making ofModernity, 1650-1750, Oxford,
2001. aunque Israel toma prestado su término de un libro anterior (M. C. Jacob, The Radical Enlight
enment: Pantheists, Freemasons and Republicans, London, 1981) es el primero en hacer de Spinoza el
primer y máximo referente de este radicalismo, y que se puede desglosar en varios aspectos: ateísmo,
criticismo bíblico, anticlericalismo y republicanismo político.
2 La actitud crítica de Gadamer hacia Spinoza se muestra a lo largo de Verdad y Método, donde
Spinoza es un representante de esa tendencia a la objetivización racionalista que imita el modelo de
las ciencias naturales, y que implica un «fundamento ampliamente dogmático en la fe ilustrada en la
razón», que no permite un verdadero diálogo con el texto ni con la tradición. (Verdad y método /, Sala
manca, 2003, 233-235, 339, 373). Con todo, que la comprensión para Gadamer no deba abandonarse
a la «forma metódico-crítica» no quiere decir que ésta sea superflua o innecesaria, pues bien puede
ayudar a superar los prejuicios meramente dogmáticos o «ilegítimos» (Verdady método, 344, 369).
371
J u a n M a n u el FORTE MONJE
método hermenéutico que pueda resolver los problemas relacionados con el sentido
o con la búsqueda de la verdad en el ámbito de las ciencias del espíritu. Quisiera
retomar esta cuestión en la parte final de mi ponencia, una vez analizado con aten
ción el posicionamiento espinosiano en esta materia.
Spinoza radicaliza el racionalismo cartesiano que, crítico con la tradición, las
a u cto rita tes y los prejuicios de toda índole, pretende liberar el pensamiento humano
de sus ataduras y encaminarlo hacia un conocimiento verdadero y extensible a todos
los objetos posibles. Si para Spinoza, a diferencia de Descartes, el fundamento del
método es la idea verdadera o adecuada, es decir, la idea de la idea verdadeia3, es
obvio que el verdadero conocimiento sólo puede constituirse a partir de ese material
eidético. Y no otra cosa puede decirse respecto a la interpretación de la Escritura.
Del mismo modo que Descartes o Hobbes, Spinoza parece dar por sentado que sólo
existe un modo de acceso a la verdad, hasta el punto de que los dos libros de los que
hablaba Galileo, la naturaleza y la Escritura, constituyen un material homogéneo
para la razón4! «el método de interpretar la Escritura no es diferente del método de
interpretar la naturaleza, sino que concuerda plenamente con él» (TTP, VII, 98).
En otras palabras, el método espinosiano se presenta como «el único y verdadero»
(TTP, VII, 106), y pasa por aplicar el conocimiento racional y natural a la Escritu
ra, por lo que la analogía entre la Biblia y la naturaleza no procede de su particular
modo de ser, cuanto de la unicidad de la verdad que impone una única vía (cfr. TTP,
VII, 102).
Así pues, para enfrentarnos a las Escrituras, el conocimiento procedente de las
autoridades (el conocimiento de oídas del TIE, 19), no tiene valor alguno. Se nece
sita empezar ex n ovo y, en consecuencia, Spinoza nos advierte de que se propone
examinar «íntegramente y con toda libertad» la Escritura (TTP, pref., 9). Ahora bien,
revisar todo de nuevo ‘libre de prejuicios’; recorrer un camino que, según Spinoza,
«nunca fue practicado ni hollado por los hombres», no quiere decir hacer tabula rasa
de todo conocimiento, sino sólo, como bien sabemos, de los contenidos filosóficos o
doctrinales que tradicionalmente se atribuyen a la Escritura. Una lectura sin prejui
cios no significa entonces una lectura sin filosofía, sino una lectura que no atribuye
de antemano ningún contenido doctrinal ni sobrenatural a la Escritura, una lectuia
sin «ficciones ni antojos» (TTP, VII, 97), una lectura, en definitiva, que, y esto es
3 Cfr. TIE, 29-30, 38; E, II, 43; Ep. 36,188-9. Las citas de Spinoza hacen referencia a las traduc
ciones de A. Domínguez. _ , .
4 Insiste a continuación Spinoza en esta idea: «esta vía no es sólo cierta, sino también única»,
o convendría mejor, decir, que es única porque sólo hay una vía cierta, la de las ideas verdaderas que
se derivan unas de otras. (TTP, VII, 98) También en este terreno es necesario aplicar una razón sin
compromisos: «la verdad no contradice a la verdad, ni puede la Escritura enseñar tonterías como suele
imaginar el vulgo» (CM, 265, 30).
372
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J u a n M an u el FORTE MONJE
5 « este conocimiento natural es común a todos los hombres, puesto que depende de funda
mentos que son comunes a todos ellos...» {TTP, I, 15; III, 57, etcétera). Creo que ésta es la base de la
crítica de S. Zac, «II est vrai que Spinoza est dogmatique en philosophie. Spinoza est convaincu que
l’entendement humaine, en suivant la méthode qu’il préconise, peut accéder a l’absolu vrai» (S. Zac,
Spinoza et l'interprétation de l’écriture, París, 1965,41).
6 «La profecía es inferior, en este sentido al conocimiento natural, que no necesita signo alguno,
sino que implica por sí mismo la certeza» {TTP II, 30; cfr también pref. 7 y II, 35). En la medida en que
la inspiración divina está mediada por la imaginación profética, en la medida en que no sabemos bien
qué es esa inspiración (puesto que sólo la Biblia da testimonio de ella) la Biblia no es, al menos strictu
senso, la palabra de Dios, luego poco puede enseñarnos teóricamente sobre Dios.
7 Calvino en particular insiste en este punto (cfr. Institutes, I, vii, 4; II, ii, 15; II, ii, 16, 21).
8 La superstición, basada en el miedo y la esperanza, fluctuante e inestable, se opone a la razón
natural que requiere serenidad y fortaleza, y es firme, certeza y constante: «la superstición enseña a
los hombres a despreciar la razón y la naturaleza y a admirar y venerar únicamente lo que contradice
a ambas» {TTP, VII, 97-8). _ R
9 La diferencia entre vera religio y vana religio se halla, por ejemplo, en TIP, pret., /. ün
general y aplicado al cristianismo la posición espinosiana es la de que existe un cristianismo esencial,
coincidente con la catholica religio (amor, paz, honestidad, universalidad), y un falso cristianismo,
supersticioso e hijo de la sinrazón y la avaricia y ambición de los clérigos. Por consiguiente, estamos
ante un criterio axiológico que permite a Spinoza diferenciar lo esencial de lo supcrfluo y lo circunstan
cial: el núcleo de la verdadera religión. Creo que este punto ha sido bien evidenciado por Strauss en su
Spinoza ’s critique o f religión, Chicago, 1997, págs. 40 y ss.
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H e r m e n é u t ic a e in t e r p r e t a c ió n d e l a e s c r i t u r a e n S p i n o z a
10 Por ejemplo, la preponderancia de los elementos imaginativos, pasionales y, por tanto, con-
ictivos, de la realidad social (cfr. TTP, V, 73), lo que hace inevitable la existencia tanto de la religión
como de sus abusos y deformaciones; así como el fin de la sociedad política, que consiste en la seguri-
dad, que no solo es compatible, sino que es reforzada con la libertad.
11 «Para interpretar la Escritura, es necesario diseñar una historia verídica y deducir de ella cual
r también
(TTP, VII, 98; C1P1L° S CÍert° S’ 13 meme de l0S aUt0reS de la Escritura como una consecuencia lógica»
99-100).
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J u a n M an u el FORTE M ONJE
12 La distinción que se retrotrae a Meyer, parece consistir en que mientras la verdad se refiere a cues
tiones universales aprehensibles por la razón; el sentido se refiere al significado de expresiones históricas,
en función de la psicología e intención de su autor y de la función para el contexto de su época. «En este
momento, llamo oscuras o claras aquellas frases cuyo sentido se colige difícil o fácilmente del contexto de
la oración, y no en cuanto que su verdad es fácil o difícil de percibir por la razón» (TTP, VII, 100).
13 Si para demostrar la existencia Dios, como nos decía Descartes, es imposible partir de las
Sagradas Escrituras sin incurrir en un círculo vicioso, para entender la Sagradas Escrituras, añade Spi
noza, no podemos apelar a ningún sistema filosófico prefigurado o tradición teológica sin incurrir en
el anacronismo, o la arbitrariedad, ni podemos admitir, de entrada, que todo lo que la Escritura dice es
divino o verdadero (cfr. TTP, pref. 9).
14 Spinoza radicaliza aquí una idea erasmiana (De libero arbitrio Diatriba sive collatio, 49) y
sobre todo cartesiana: «Pues todos conocen bien la distinción entre esas maneras de hablar de Dios,
que la Escritura usa de ordinario, acomodadas a la capacidad del vulgo y que, sin duda, contienen algo
de verdad, más sólo en cuanto referida a los hombres, y las que expresan una verdad más pura, que
no muda de naturaleza y que no toma en cuenta a los hombres; de estas últimas debemos valernos al
filosofar,...» Descartes, MM, R. 2as Obj., 116-7.
37 6
H e r m e n é u t ic a e in t e r p r e t a c ió n d e la e s c r i t u r a e n S p i n o z a
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J u a n M anuel FORTE MONJE
una vez más, viene establecido por la razón aplicada al plano político, y no por una
religión que de suyo está poco interesada en autolimitarse y que tiende más bien a
extender a todos los planos su núcleo de convicciones.
Me gustaría retomar ahora el principio de mi ponencia y hacer algún juicio sobre
el valor hermenéutico del trabajo espinosiano. Es evidente que, desde el punto de
vista de la hermenéutica filosófica, la labor de Spinoza es deudora de las expectati
vas puestas en la razón y de su posición histórico crítica. Es cierto, por lo demás, que
su crítica no es un puro ‘dejar hablar al texto’ libre de prejuicios, entre otras razones,
porque esto es imposible. Es evidente que el esfuerzo espinosiano supone el inicio
de la aplicación del método crítico histórico a los textos bíblicos y, en este sentido,
como ya he sugerido, sus mayores logros tienen una naturaleza negativa: la denuncia
de la interpretación arbitraria, prejuiciosa o dogmática.
Es curioso también cómo se comporta el texto espinosiano respecto a su dimen
sión práctica. Como acabamos de exponer Spinoza acepta y en ningún momento
niega el interés práctico de su labor exegética. Sólo que, en último término (y he
aquí quizá la grieta que amenaza al TTP), interpretación e interés, rechazo de la
autoridad y democracia, rechazo del prejuicio y libertas philosophandi se reencuen
tran en lo que para Spinoza no puede ser sino el despliegue de la racionalidad.
Esta grieta es visible para nosotros desde el momento en que Spinoza ha desple
gado la razón crítica, sin hacer la crítica de la razón (algo que en cualquier caso sería
un anacronismo exigirle). Sin embargo, me atrevo a decir que una cierta paradoja en
el uso político de la razón es ya visible para Spinoza. Me gustaría explicar esto con
un ejemplo. Sabemos que, para Spinoza, los hombres se guían fundamentalmente por
las pasiones ( TP , I, 4; E, IV, 73 esc.; V, 41, etcétera), y que las realidades políticas
tienen por ley, como cualquier otra realidad, la autoconservación y la perseverancia
en el ser16, y que la política tiene su fundamento en la instancia de la utilidad (TTP,
XVI, 189, 192). De aquí que para Spinoza era difícil negarle una ‘verdad’ política
a los prejuicios, a la autoridad, a los milagros; al menos, en lo que todo ello tiene
de eficaz, de útil, de impulso autoconservador. Dicho de otro modo, si la suprema
ley para una societas es «la salvación de su estado» (TP, III, 14), y además «no hay
medio más eficaz para gobernar a la masa que la superstición (TTP, pref., 6-7), ¿no
habrá que aceptar la racionalidad política de los prejuicios y la superstición? Sólo
desde otro ‘prejuicio’ harmonicista podríamos establecer que la utilidad y la razón
(por no hablar de la libertad) son siempre y en último término coincidentes (TTP,
XVI, 191), y que los intereses particulares pueden disolverse en el interés común.
378
H e r m e n é u t ic a e in t e r p r e t a c ió n ele l a e s c r i t u r a e n S p i n o z a
379
NACIÓN Y PASIÓN EN SPINOZA. EL CASO HEBREO
PEDRO LOMBA
É.N.S. Lyon
1.— En el capítulo III del TTP1 Spinoza se refiere al odio de las naciones hacia
los judíos como a una pasión —junto con el signo de la circuncisión— gracias a la
cual éstos han podido subsistir como nación durante mucho tiempo, y ello a pesar
de su dispersión y de la falta de un Estado propio. En el capítulo XVII, en las pági
nas en que es analizada la organización del Estado hebreo, el odio reaparece en la
argumentación spinoziana. Pero esta vez es descrito como un afecto que, padecido
por los judíos mismos y proyectado hacia el exterior de su Estado, tendría su ori
gen en la efectividad, en la fuerza, de los mecanismos —leyes, costumbres, ritos,
ceremonias, etcétera— que han hecho posible la unidad, la identidad colectiva, de
este Estado2. Así, el odio parece presentarse, por un lado, como una pasión que
vehicula desde el exterior el reconocimiento de la unidad y, por tanto, de la identi
dad de cierta nación: el odio afirmaría u objetivaría la identidad de la nación que es
odiada. Por otro, el odio, como rechazo de la exterioridad, parece presentarse como
pasión en la que se expresa, esta vez como desde el interior, el reconocimiento y la
aceptación casi absolutas de la propia pertenencia a una nación que, en este caso,
1 Cf. TTP, III, &12. Las referencias al texto del TTP remiten a la edición de F. Akkerman, que
divide los capítulos en parágrafos. Cf. Spinoza: Oeuvres III. T ra ite théologico-politique. Texte établi
par Fokke Akkerman. Traduction et notes par Jacqueline Lagrée et Pierre-Frangois Moreau, París,
P.U.F., 1999. Las traducciones que damos del texto son nuestras.
2 Cf. TTP, XVII, &23.
381
P e d ro LOMBA
3 TTP, XVII, & 4: «Quod imperii conservatio praecipue pendeat a subditorum fide eorumque
virtute et animi constantia in exequendis mandatis».
4 Cf. TTP, XVI, &8.
5 TTP, XIX, &10: «... salutem populi summam esse legem, cui omnes, tam humanae quam divi-
nae, accommodari debent».
6 Eth., IV, 45: «Odium nunquam potest csse bonum».
7 Eth., IV, 37, Sch 1: «Cupiditatem autem bene faciendi, quae eo ingeneratur, quod ex rationis
ductu vivimus, Pietatem voco».
382
N a c ió n y p a s i ó n e n S p in o z a . E l c a s o h e b r e o
hombres, pues nada hay más útil al hombre que el hombre: «... nada, digo, pueden
desear los hombres de más valioso para conservar su ser, que el que todos concuer-
den en todo, de suerte que los cuerpos y las almas de todos compongan como una
sola alma y un solo cuerpo, y que todos se esfuercen, a la vez, cuanto pueden, en
conservar su ser y que todos a la vez busquen para sí mismos la utilidad común a
todos ellos»8. Y sabemos que los hombres sólo pueden concordar siempre y necesa
riamente en naturaleza en la medida en que viven bajo la guía de la razón.9 Es decir:
lo que hace a todos los hombres iguales, lo que borra las diferencias entre ellos, es
la racionalidad.
Ahoia bien, cuando se ocupa un poco más adelante en esta misma parte de
la Etica de las maneras como puede ser establecida esta concordia, esta unidad,
Spinoza cambia ligeramente de registro. Del genérico «concordar todos en todo»,
pasa a la consideración de los medios que pueden introducir la concordia en un
Estado o en una comunidad determinadas. Cuando Spinoza trata de la política,
no escribe acerca de una concordia universal de todos los hombres, sino que se
ocupa de Estados, o de naciones, o de ciudades particulares que existen al lado de,
o frente a, otros Estados, otras naciones, otras ciudades igualmente particulares. Y
el punto de partida de su análisis consiste en la constatación de que esta exigencia
de concordia y de unidad no puede ser cumplida directamente: los hombres están
necesariamente sometidos a las pasiones, y en la medida en que ello es así, «no
puede decirse que concuerdan en naturaleza»10. Esto es: los hombres se oponen los
unos a los otros, intentan destruirse mutuamente, hacen lo peor para la conservación
de su ser, etcétera.
Los hombres, repite incansablemente Spinoza, raramente viven bajo la guía de
la razón: «la mayoría son envidiosos y se molestan m utuam ente»11; en la mayo
ría de los casos, desean las cosas y las juzgan útiles arrastrados por sus pasiones;
anteponen el placer al trabajo; se hallan sometidos al deseo de dom inar al prójimo,
etcétera.12 Es por ello que resulta útil todo lo que conduce a la obtención de una
sociedad común. Y, al contrario, será malo o perjudicial todo aquello que intro
duzca la discordia en el Estado, o en la ciudad, pues «las cosas que hacen que los
hombres vivan en concordia, hacen, a la vez, que vivan bajo la guía de la razón (...),
8 Eth IV, 18, Sch: «... nihil, inquam, homines praestantius ad suum esse conservandum, optare
possunt, quam quod omnes in ómnibus ita conveniant, ut omnium Mentes & Corpora unam quasi Men-
tem, unumque Corpus componant, & omnes simul, quantum possunt, suum esse conservare conentur
omnesque simul omnium commune utile sibi quaerant»
9 Cf. Eth., IV, 35.
10 Cf. Eth., IV, 32.
11 kth., IV, 35, Sch: «Fit tamen raro, ut homines ex ductu rationis vivant; sed cum iis itá compara-
tum est, ut plerumque invidi, atque invicem molesti sint»
12 Cf. TTP, XVII, &4.
383
P e d ro LOMBA
y por tanto (...) son buenas; y (por la misma razón), al contrario, son malas aquellas
que concitan discordias»13.
13 Eth., IV, 40 Dem: «Nam quae efficiunt, ut homines concorditer vivant, simul efficiunt, ut ex
ductu rationis vivant (...), atque adeó (...) bona sunt, & (per eandem rationem) illa contra mala sunt,
quae discordias concitant».
14 Eth., IV, 37, Sch 2: «... quaeque adeó potestatem habeat communem vivendi rationem praescri-
bendi, legesque ferendi, easque non ratione, quae affectüs coercere nequit (...), sed minis firmandi».
15 Eth., IV, 45, Cor 2: «Quicquid ex eo, quód odio affecti sumus, appetimus, turpe, & in Civitate
injustum est».
16 Eth., IV, 45, Sch 1: «Nota, me híc, & in seqq. per Odium illud tantüm intelligere, quod est erga
homines».
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N a c ió n y p a s i ó n e n S p in o z a . E l c a s o h e b r e o
Un pasaje del TTP puede ayudarnos a comprender de qué tipo de odio puede
tratarse. En el capítulo XVII, en el momento en que se ocupa del patriotismo de los
antiguos hebreos, de su amor a su patria convertido en piedad, de su odio hacia el
extranjero, Spinoza cuenta la desesperación de David en el momento en que parte
hacia el exilio1718. El objeto del odio de David no son, ciertamente, los hombres. Lo
que odia es la situación misma, el hecho de ser alejado y, por tanto, privado de su
patria. El odio hacia el extranjero es sinónimo, pues, de lo que más tarde será lla
mado «patriotismo» —y no sólo en su sentido político, sino también en el sentido
más sentimental de apego al país natal. Y los efectos de tal tipo de odio —odio que
no es sino la contrapartida de cierto tipo de amor— harán efectivamente posible, en
la medida en que los hombres no viven bajo el mandato de la razón, la unión y la
integración que constituyen el objetivo, el fin, de la mayor piedad.
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P e d ro LOMBA
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N a c ió n y p a s i ó n e n S p in o z a . E l c a s o h e b re o
19 TTP, II, &10: «... eodem modo docuit ac parentes pueros omni ratione carentes solent».
387
P e d ro LOMBA
5.2.— Sin embargo, es a partir de esta representación inadecuada que los meca
nismos que van a hacer posible formar un Estado y conservarlo en seguridad serán
activados. A lo largo de su desripción de la teocracia hebrea, Spinoza enumera varias
ventajas de su constitución, todas ellas relativas a la manera como todos, gobernan
tes y gobernados, han sido contenidos. A través de la potencia de la imaginación
del «rudo» pueblo hebreo se ha construido una identidad colectiva que ha generado
una unidad y una cohesión extremas, y ello de tal suerte que su conservación no ha
corrido prácticamente ningún peligro. «El Estado de los hebreos, escribe Spinoza,
(...) habría podido ser eterno»21.
Quizá podamos pensar entonces que los mecanismos constitutivos de la identidad
de este Estado han dado lugar al odio hacia las demás naciones porque la fuerza de
dichos mecanismos ha privado a los hebreos de su derecho natural hasta el punto de
no haber podido sino someterse a la voluntad de quienes detentan el derecho sobera
no. En efecto, todos sus actos estaban determinados por una prescripción de la Ley,
la vida cotidiana de los hebreos ha estado completamente sometida al Derecho del
Estado, pero no a su derecho propio. Incluso si no ha sido «mediante la astucia, sino
por una virtud divina», Moisés, escribe Spinoza, «había subyugado en el más alto
grado el juicio de su pueblo»22: «Para que el pueblo, incapaz de depender de su pro
pio derecho, quedase suspendido de la palabra de la autoridad, no permitió a estos
hombres acostumbrados a la servidumbre obrar nada a su capricho; en efecto, nada
podía hacer el pueblo sin ser obligado al mismo tiempo a recordar la ley y a cumplir
los mandatos que sólo dependían del arbitrio de la autoridad»23. Es decir, que sus
almas han estado «bajo el mandato del soberano» en la mayor medida posible, y,
de esta manera, «... debían obedecer, sin consultar nunca la razón, a todo lo que les
era mandado por la autoridad de la respuesta divina recibida en el templo o de la ley
establecida por Dios»24.
20 TTP, XVII, &8: «... religionis dogmata non documenta, sed jura et mandata erant, pietas justi-
tia, impietas crimen et injustitia aestimabatur. Qui a religione deficiebat, civis esse desinebat et eo solo
hostis habebatur, et qui pro religione moriebatur, pro patria mori reputabatur, et absolute jus civile et
religio nullo prorsus discrimine habebantur».
21 TTP, XVIII, &1: «Quamvis Hebraeorum imperium,..., aeternum esse potuerit».
22 TTP, XX, &2: «Moses, qui non dolo, sed divina virtute judicium sui populi máxime praeoccu-
paverat, utpote qui divinus credebatur et divino afflatu dicere et facere omnia...».
23 TTP, V, & 11: «... ut populus, qui sui juris esse non poterat, ab ore imperantis penderet, nihil
hominibus, scilicet servitud assuetis, ad libitum agere concessit; nihil enim populus agere poterat, quin
simul teneretur legis recordad et mandata exequi, quae a solo imperantis arbitrio pendebant».
24 TTP, XVII, &25: «... ad omnia, quae ipsis imperebantur ex authoritate divini responsi in templo
accepti vgel legis a Deo conditae, sine ulla rationis consultatione obtemperare debebant».
388
Nación y pasión en Spinoza. El caso hebreo
El primer Estado hebreo, tal vez, puede servirnos como ejemplo del hecho de
que «podemos concebir sin contradicción hombres que, en virtud del solo derecho
del Estado, creen, aman, odian, desprecian y, en absoluto, no sienten ningún afec
to»25. Así, el Estado hebreo parece haber sido constituido mediante la instauración
de los medios más eficaces —devoción, admiración, esperanza y miedo teológicos,
etcétera— para gobernar de manera casi absoluta el alma de sus súbditos. Todo
parece conducirnos a reconocer en la estructura del Estado hebreo la estructura del
Estado violento descrita en el último capítulo del TTP: «... se tiene por violento
un Estado que se apropia de las almas; es por ello también que la suprema majestad
parece injuriar a sus súbditos y usurpar sus derechos cuando quiere prescribir a
cada cual qué debe aceptar como verdadero y qué rechazar como falso, y qué opi
niones deben mover al ánimo de cada cual a la devoción a Dios»26.
Dicho de otro modo: la República de los hebreos ha conseguido —al menos
durante el periodo de su primer Estado— la paz y la seguridad, pero no la libertad
de sus súbditos. Ha podido ser la más segura, pero de ninguna manera la más libre:
ha hecho funcionar los mecanismos más eficaces para asegurar su unidad y para
reforzar así su identidad, pero no los mecanismos en virtud de los cuales puede ser
desarrollada la racionalidad de sus súbditos. Y así, puesto que el odio es una pasión
radicalmente opuesta a la racionalidad, no puede extrañarnos que los mecanismos
constituyentes de una República alejada de la libertad hayan desembocado en el odio
y la confrontación con otras naciones. Por tanto, tal vez una República cuyas leyes
estén fundadas en la «sana razón», una República en la que «cada cual, cuando quie
ra, pueda ser libre, esto es, vivir con toda su alma bajo la conducta de la razón»27,
pueda constituirse sin desembocar en el odio hacia las naciones que no compartan
su misma identidad. Tal vez, por tanto, el odio tenga mayor o menor cabida en los
Estados o en las naciones en función del mayor o menor desarrollo de la racionali
dad de sus súbditos.
25 TTP, XVII, &2: «... sine ulla intellectus repugnantia concipere possumus homines, qui ex solo
imperii jure credunt, amant, odio habent, contemnunt et absolute nullo non affectu corripiuntur».
26 TTP, XX, &1: «... illum imperium violentum habeatur, quod in ánimos est, et ut sumraa majes-
tas injuriam subditis facere eorumque jus usurpare videatur, quando unicuique praescribere vult, quid
tanquam verum amplecti et tanquam falsum rejicere, et quibus porro opinionibus uniuscujusque animus
erga Deum devotione moveri debeat».
27 TTP, XVI, &10: «... illa respublica máxime libera est, cujus leges sana ratione fundatae sunt;
ibi enim unuscuisque, ubi velit, liber esse potest, hoc est, integro animo ex ductu rationis vivere».
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P e d ro LOMBA
28 TP, I, &7: «Denique quia omnes homines, sive Barbari, sive culti sint, consuetudines ubique
jungunt, & statum aliquem civilem formant, ideó imperii causas, & fundamenta naturalia non ex ratio-
nis documentis petenda, sed ex hominum communi natura, seu conditione deducenda sunt».
29 TTP, V, &8: «... si homines a natura ita essent constituti, ut nihil nisi id, quod vera ratio indicat,
cuperent, nullius sane legibus indigeret societas».
390
Nación y pasión en Spinoza. El caso hebreo
7 .— Tal vez podamos extraer ahora una primera conclusión general: los hombres
sólo pueden concordar de hecho políticamente; es decir, dentro de una comunidad
precisa y determinada, pero no universalmente. Y tal vez sólo puedan hacerlo de
manera tal que la concordia en el interior de dicha comunidad precisa y determinada
sea el principio de una discordia exterior entre las diferentes comunidades, entre las
diferentes naciones y los diferentes Estados, pues la pregnancia de los elementos que
conforman una comunidad la singularizan y, por tanto, la separan de las demás. En el
caso de los hebreos esto ha sido posible en virtud de un culto que lo ha impregnado
todo y en virtud del cual se ha objetivado su forma política propia; a través de un
culto que no sólo ha sido diferente, sino también contrario a los cultos de las demás
naciones. Así, escribe Spinoza, los hebreos se han revestido como de una «segunda
naturaleza»; «segunda naturaleza» que ha constituido un modo o una manera política
de ser concreta y determinada, siempre al lado o frente a otras maneras o modos polí
ticos concretos y determinados de ser. Lo cual, ciertamente, no constituye una carac
terística exclusiva de los judíos, sino propia a toda nación y a todo Estado realmente
existentes que puedan ser considerados como tales, que posean una identidad propia.
Las comunidades se constituyen, pues, adoptando una forma política determinada
de ser que las singulariza y separa del resto. Singularidad y separación que inevita
blemente se traducirá en una discordancia, e incluso en una oposición; en aquello a
partir de lo cual ha nacido la confrontación y el odio, por ejemplo, y por volver al
final del capítulo III del TTP, de las naciones hacia los judíos sin Estado.
Por tanto, la concordia en el interior exige en cierto modo una conformación
colectiva del ingenio de un pueblo, ingenio que se verá de alguna manera amena
zado desde su exterior, o incluso desde su interior mismo. En efecto, las naciones y
los Estados son individuos cuya conservación exige la conservación de su identidad
propia: un individuo que perdiese su identidad dejaría inmediatamente de ser este
individuo concreto y determinado; perdiendo su identidad perdería inmediatamente
su particularidad. Cada nación, cada Estado, se esforzará por afirmar su propia iden
tidad; lo cual tendrá como consecuencia inevitable un esfuerzo de negación de las
identidades ajenas, extranjeras. Al menos en la medida en que éstas supongan una
amenaza para su conservación o sean percibidas como tales.
Y las identidades extranjeras podrán ser percibidas como una amenaza aunque sólo
sea en la medida en que pueden convertirse en causa exterior, o incluso interior, capaz
de destruir la identidad de la comunidad propia. La afirmación de la propia identidad
implicará, por consiguiente, una resistencia, una negación de todo aquello que supon
ga un peligro de destrucción o de disminución de la propia potencia. Al igual que
cualquier cosa natural, cada Estado, cada identidad colectiva, se opondrá y resistirá
necesariamente a todo aquello que puede impedir u obstaculizar su afirmación pro
pia; su racionalidad será medida también por su capacidad de resistencia frente a toda
amenaza externa o interna de destrucción. Y la asimilación absoluta de otra identidad
391
P e d ro LOMBA
392
Nación y pasión en Spinoza. El caso hebreo
Puesto que han sido integrados, su identidad se construirá de otra manera; pero siem
pre frente a otras identidades. Es decir, los motivos de la separación y de la discordia
no desaparecerán por el hecho de que su antigua identidad haya sido sustituida por
otra, sino que estos motivos hallarán otro objeto. Así, los judíos españoles ya integra
dos afirmarán su identidad como el resto de los españoles no judíos. La afirmarán, por
ejemplo, y esto no lo dice Spinoza, frente a los ingleses, o frente a los franceses, según
la época y los avatares políticos de la nación en que han sido absorbidos. Lo contrario
es lo que ha sucedido en Portugal, siempre según Spinoza. Incluso convertidos al cato
licismo, «siempre vivieron separados de los demás porque fueron declarados indignos
de todos los honores»3031. Los caracteres y la memoria judía permanecieron, los judíos
siguieron existiendo como nación separada de la nación portuguesa pero en el interior
de su Estado, constituyendo una suerte de exterior en su interior mismo; su identidad
colectiva no desapareció, no fue borrada. Y ello porque los motivos de la separación,
de la discordia, de la no asimilación, permanecieron.
393
P e d ro LOMBA
y entre naciones, entonces, por ejemplo, cada Estado estará más o menos atravesado
de un deseo de dominación de otros Estados. Ahora bien, y para plantear una hipó
tesis en la que entre en juego la República más libre —República de la que se puede
suponer que mantiene un comercio exterior rico y variado con otras Repúblicas—, si
ésta firma alguna alianza con otra, se esforzará por impedir que esta otra se haga más
potente, como sucede, según escribe Spinoza, toda vez que diferentes Estados firman
alguna alianza33. Y en este caso, la República de la que hemos partido será causa de
tristeza y, por tanto, será odiada, lo cual no dejará de provocar sus efectos sobre la
consciencia colectiva de la República cuya potencia ha sido impedida. En esta últi
ma se pondrá en funcionamiento de alguna manera un deseo de negación de aquello
que es causa de tristeza. Recíprocamente, el efecto sobre la conciencia colectiva del
Estado que ha conseguido impedir el desarrollo de la potencia ajena, se expresará en
una afirmación de su propia potencia y, por tanto, de su propia identidad. Afirmación
que será integrada también en la conciencia colectiva de este Estado. Y estos efectos
sobre las consciencias colectivas de los Estados o de las naciones se inscribirán, por
ejemplo, en sus relatos históricos, los cuales podrán funcionar como una suerte de
mecanismo en virtud del cual podrá ser progresivamente tejida la memoria colectiva
de las naciones. A través de tales relatos serán progresivamente afirmadas y reforza
das sus identidades en el plano de la representación.
9 .— Para terminar, quisiera tan sólo añadir que esta relación negativa de los
Estados y de las naciones entre sí, este efecto perverso de la construcción de las
identidades colectivas, tal vez sea un residuo de la inteligible irracionalidad que
según Spinoza da un sentido a la política. Pues si la naturaleza no hubiese negado a
los hombres la potencia actual de vivir siempre bajo la conducta de la razón, abso
lutamente todos los hombres concordarían en todo, de manera que las almas y los
cuerpos de todos compondrían «como una sola alma y un solo cuerpo», y, entonces,
se esforzarían todos a la vez, en cuanto pueden, por conservar su ser y por buscar
todos a la vez la utilidad común a todos»34.
Sin embargo Spinoza parece estar convencido de que mientras haya Estados y
naciones, mientras la identidad colectiva se exprese y se construya a través de leyes,
de costumbres, de lenguas, en definitiva, a través de diferentes signos capaces de
condensar, de singularizar, de particularizar y de oponer las identidades de las dife
rentes naciones y Estados, entonces el ideal de una concordia universal, el ideal de
una suerte de paz perpetua, sólo podrá ser un ideal. Y ello, sencillamente, porque tal
concordia y tal paz son efectiva, históricamente imposibles.
394
A DIMENSÁO ANTICLERICAL DA FILOSOFIA
DE SPINOZA
LUÍS MACHADO DE ABREU
Universidade de Aveiro
395
Luís MACHADO DE ABREU
2 Sobre o percurso religioso de Uriel da Costa e a sua relajao com Spinoza, ver Jean-Pierre
Osier, D ’Uriel da Costa á Spinoza. Paris: Berg International Eds., 1983.
396
A Dimensao Anticlerical da Filosofía de Spinoza
com todas as religióes positivas, acabando por levar a decepgáo pessoal até ao
suicidio.
Os Países Baixos que durante o século XVI desenvolveram a luta contra a Igreja
romana e a Inquisigao espanhola, também conheceram no seu seio a presenga de
espíritos radicáis que nao combateram esta ou aquela confissáo religiosa mas a
religiao em geral e a própria existencia de Deus.
Em comegos de Quinhentos, Hermán van Rijswijck proclamava, por exemplo,
que «a nossa fé está cheia de fábulas, como se pode ver pelos seus documentos
pueris, inventados, e pelo absurdo do Evangelho. Que o Evangelho é contrário á
verdade vé-se com clareza pelo facto de aquele que foi capaz de criar o mundo
sem ter incarnado, também o poderia salvar sem ter necessidade de recorrer á
incarnagao».3 No ano de 1512, van Rijswijck, autor de enunciados táo críticos e
radicáis, acabou na fogueira, em Haia, queimado como herege relapso.
Foram aparecendo depois figuras receptivas aos ideáis de tolerancia e que nao
poupavam críticas as organizagoes de crentes demasiado fechadas sobre si mesmas.
Pertence a este grupo o hum anista Dirk Coornhert (1522-1590)4, defensor da
tolerancia entre as diferentes comunidades cristas, aberto á liberdade de pensamento
e crítico das intromissoes da autoridade eclesiástica na governagao da República. A
verdadeira religiao é sobretudo interior. Professam-na os que aderem á Palavra de
Deus e por ela se deixam guiar no mais íntimo de si mesmos.
Chamamos libertinos a homens que reivindicam a liberdade de espirito e que,
libertando-se de amarras doutrinais, se entregam, por vezes, á liberdade de costumes.
De qualquer modo, o que na mentalidade libertina prevalece, isto é, a confianqa na
razáo, a defesa da liberdade e a recusa dos dogmas, encontra eco ñas motivagóes que
presidem á construgáo do sistema espinosano.
A existencia de vários caminhos a seguir em matéria de pensamento e de crenga
que se foi consolidando através da convivencia e da cooperagáo entre cidadaos,
criou o ambiente propicio á liberdade de pensar. A este ambiente se referirá Spinoza
ao evocar a «rara felicidade de viver numa república onde se concede a cada um
inte ira liberdade de julgar e de prestar culto a Deus á sua maneira (.Deum ex suo
ingenio colere)».5
E neste ambiente cultural onde se encontram tao diferentes estilos de vida e de
doutrina religiosa que se vai desenvolver a crítica de Spinoza.
3 Citado por K. O. Meinsma, Spinoza et son Cercle. Etude critique historique sur les hétérodoxes
hollandais. Trad. du néerlandais par M. elle S. Roosenburg. París, Vrin, 1983, p.22.
4 D. Coornhert, Á l'aurore des libertes modernes. Introd. Par J. Lecler et M.-J. Valkoff. París,
Cerf, 1979. Sobre a relagao com Spinoza, ver H. Bonger, Spinoza en Coornhert. Leiden, Brill, 1989.
5 «haec rara faelicitas contigerít, ut in República vivamus, ubi unicuique judicandi libertas
integra, & Deum ex suo ingenio colere conceditur» TTP, Praef., G, III, 7/21-23.
397
Luís M ACHADO DE ABREU
6 Ver, entre outros, o capítulo sobre o sistema ético do imaginario religioso em Henri Laux,
Imagination et religión chez Spinoza La Potentia dans l ’histoire. Paris, Vrin, 1993, pp. 123-172; o
estudo das paixoes e do Estado por P.-F. Moreau, Spinoza — L ’expérience et l’éternité. Paris, PUF,
1994, pp. 405-426; Jacqueline Lagrée, Spinoza et le débat religieux Lectures du Traité théologico-
politique. Rennes, Presses Universitaires de Rennes, 2004, e ainda «Les passions religieuses chez
Spinoza» de Jacqueline Lagré, in: Spinoza et les affects. Paris, Presses de l’Université de Paris-
Sorbonne, 1998, pp. 91-103.
398
A Dimensao Anticlerical da Filosofía de Spinoza
399
Luís MACHADO DE ABREU
10 Spes namque nihil aliud est quam inconstans Laetitia, orta ex imagine reí futurae vel
praeteritae, de cujus eventus dubitamus. Metus contra inconstans Tristitia ex rei dubiae imagine orta».
E3P18S2, G, II, 155/8-11.
11 Spei, & Metus affectüs non possunt esse per se boni». E4P47,G,II,245/31.
12 Quó itaque magis ex ductu Rationis vivere conamur, eó magis Spe minus pendere, & Metu
nosmet liberare. E4P47S, G, II, 246/14-15.
400
A Dimensao Anticlerical da Filosofía de Spinoza
401
Luís MACHADO DE ABREU
in terp retares de doutrina. Mas na violencia e raiva com que se disputam assuntos
de religiáo há jogos de poder e interesses que causam guerras civis e sediqóes. O
poder do odio consegue perverter tudo, de tal modo que chega a atribuir á luz natural
da razao a fonte da impiedade e a transformar invenqóes humanas em ensinamentos
do próprio Deus.
Outra paixao religiosa é o orgulho (superbia) que consiste numa identificaqao
tao estreita com a perfeiqao e a verdade divinas propostas pela religiáo de cada um
que coloca essa verdade acima de todas as outras. A paixao individual do orgulho
definida na Ética assenta num exagero do individuo em relaqao a si mesmo, por ter
de si urna opiniao muito melhor do que seria justo. Enquanto paixao religiosa, o
orgulho leva a desatinar no confronto entre diversas opqóes em matéria de religiáo.
Em vez de cuidar da honra e gloria de Deus, coloca Deus do lado da afirmaqao
da superioridade de urna religiáo em relaqao as outras. Ao orgulho nao escapa
a elaboraqao teológica da própria doutrina crista, ao torná-la complicada e nada
fácil, quando inicialmente a mensagem de Cristo era simples e destinada a gente
simples.
Muito próximas do orgulho estáo ainda as paixóes religiosas da ambigáo e
gosto pelo poder e da teimosia ou obstinagdo. O gosto pelo poder mostra como o
desejo de gloria e de reconhecimento públicos sao capazes de manipular a religiáo
pondo-a ao serviqo da ambiqáo e da vontade de dominio. Quando esta paixao
consegue os seus intentos, nao só se perverte a qualidade da vida religiosa como se
perturba a harmonía da existencia política. Em vez da verdadeira gloria que o maior
conhecimento de Deus traz sob a forma de satisfaqáo interior, verifica-se o efeito da
falsa gloria que procede de urna opiniao errónea. A teimosia ou obstinaqáo consiste
em aderir tao firme e cegamente aos preceitos e normas da religiáo que náo aceita,
em circunstancia nenhuma, que possam ser objecto de análise e discussáo. E a
versáo passional da atitude mental chamada intransigencia.
Desta rápida enumeraqáo de paixóes religiosas para as quais remete o discurso
teológico-político de Spinoza decorre a importancia das duas notas seguintes:
17 «Virtus, quatenus ad hominem refertur, est ipsa hominis essentia seu natura, quatenus potestatem
habet quaedam efficiendi, quae per solas ipsius naturae leges possunt intelligi». E4Def. 8, G, II, 210/20-23.
402
A Dimensáo Anticlerical da Filosofía de Spinoza
18 «Hoc tantum addam, nos neminem, nisi ex operibus cognoscere posse; qui itaque his fructibus
abundaverit, scilicet charitate, gaudio, pace, longanimitate, benignitate, bonitate, fide, mansuetudine, &
continentia, adversus quos (ut Paulus in Epístola ad Galatas cap. 5 vs. 22 ait) lex non est posita, is, sive
ex sola ratione, sive ex sola Scriptura edoctus sit a Deo revera edoctus est, & omnino beatus» TTP5 G
III, 80/24-30.
19 TTP, XVIII, G, III, 222 [passim],
20 TTP, VII, G, III, 116-117 [passim].
403
Luís MACHADO DE ABREU
que semelhante autoridade colide com o carácter privado da religiáo que a cada
um confere a liberdade e o poder soberano para julgar em matéria religiosa. O
antipapismo mais primário costuma exibir os maus exemplos e vicios de algumas
curias pontificias, especialmente o luxo, a ostentaqao, os costumes desregrados, o
dinheiro, e até a heresia e o crime. Essas, porém, nao sao as razoes em que se baseia
o inequívoco antipapismo de Spinoza que chega mesmo a dizer que nao o incomoda
o facto de haver homens impíos entre os Pontífices romanos.
O estudo da literatura anticlerical tem posto a descoberto a penuria de ideias e o
escasso valor teórico e reflexivo da generalidade dos textos produzidos. Tratándo
se de urna literatura predominantemente panfletária, porta aberta para o despejo de
paixoes veementes, e chamada a servir campanhas em que a vontade de demolir
iguala a de impor novos senhores, compreende-se o seu limitado interesse para
quem queira aprofundar o pensamento espinosano.
Nao admira, pois, que a fortuna de Spinoza na historia do anticlericalismo nao
seja, afinal, a de urna referencia filosófica comentada e profundamente discutida
quanto aos elementos de crítica ao poder espiritual das igrejas e á explicado dos
comportamentos religiosos que sem dúvida a sua obra encerra. Essa receppáo
consiste antes no aproveitamento e na instrumentalizapáo de algumas propostas
espinosanas no sentido de denunciar com elas formas de abuso do poder eclesiástico
e de intromissáo na organizapáo e na vida dos Estados. O anticlericalismo nao se
tornou mais reflexivo por causa dele. Spinoza é que se viu mais simplificado e
reduzido a lugar comum da polémica anticlerical.
Referindo-se á gerapao que na primeira metade de Setecentos se vai interessar
em Fran£a por Spinoza, Paul Verniére verifica que o anticlericalismo exacerbado
menospreza e deform a a doutrina, pois «todos os meios seráo bons, nao para
difundir o espinosismo mas para utilizar o espinosismo na luta contra a ortodoxia»21.
Imp5e-se por isso que se distinga entre a indiscutível componente anticlerical que
integra a elabora?áo filosófica de Spinoza e os aproveitamentos que déla foram
feitos posteriorm ente pelos promotores e militantes da causa anticlerical. Essa
distinpáo permitirá registar nao só que o suporte conceptual e crítico presente no
discurso filosófico do autor do Tratado Teológico-Político se perde em grande
parte, mas também que a tipología anticlerical nao é exactamente a mesma nos
dois casos.
Das muitas formas concretas que o anticlericalismo tem revestido ao longo da
historia podemos destacar o anticlericalismo político identificado com a oposiqao
a todas as ingerencias e apropriapoes levadas a cabo pelo poder espiritual sobre
21 Paul Verniére, Spinoza et la pensée frangaise avant la Révolution. Paris, PUF, 1982 [1954],
p. 615.
404
A Dimensao Anticlerical da Filosofía de Spinoza
405
NORMATIVIDAD Y EMPIRIA: EL RECURSO A LOS
EJEMPLOS HISTÓRICOS EN EL T R A T A D O P O L Í T I C O
FRANCISCO JOSÉ MARTÍNEZ
U.N.E.D.
407
F rancisco J o s é MARTÍNEZ
1 Cf. L. Mugnier Pollet, La Philosophie Politique de Spinoza, Vrin, París, 1976, p. 101.
2 CF. Mugnier Pollet, La Philo..., ya citado, p. 102.
408
Normatividad y empina: el recurso a los ejemplos históricos en el T ra ta d o P olítico
toria y sólo al hilo de ese comentario expone sus conclusiones teóricas, Espinosa
es rigurosamente deductivo, galileano y no baconiano, la verdad sólo se puede
establecer a partir de la esencia y no se puede obtener de form a inductiva a partir
de los datos empíricos, ni aunque esta inducción sea ordenada como en Bacon y no
desordenada como en Aristóteles3. Su método es deductivo y no inductivo, aunque
pretende ser compatible con los datos históricos. Ya en el TRE ($ 101), Espinosa
relacionaba las cosas singulares con ‘las cosas fijas y eternas’ de una manera tal
que «sin éstas no pueden existir ni ser concebidas».
Sin embargo, la compatibilidad con la realidad histórica es esencial para una
teoría que pretende poderse aplicar en la práctica y que no se queda en una mera
normatividad abstracta sino que se interpreta como la base teórica de una posible
técnica política concreta. En esta necesidad de aplicación práctica de la ciencia polí
tica coincide Espinosa con el tacitismo; de igual manera ambas reflexiones sobre la
política acuden a la historia con el objeto de independizar a la política de un método
abstracto de base religiosa: tanto el tacitismo como el análisis espinosiano de la
política trataban de elaborar una doctrina laica del Estado. La diferencia fundamen
tal entre Espinosa y el tacitismo, cuya difusión por los Países Bajos se había visto
impulsada por la traducción de Lipsio de la obra de Tácito en 1574, reside en el tipo
de relación teórica que se establece entre la experiencia histórica y los principios
teóricos de la ciencia política. Mientras que para los tacitistas, especialmente para
Botero y Alamo de Barrientes, la experiencia humana en general y la experiencia
histórica en particular, nos proporcionan no sólo una serie de consejos para la vida
sino también un sistema de principios y de reglas universales, para nuestro filóso
fo los principios universales de la naturaleza humana sólo se pueden deducir de
las ideas eternas contenidas en la substancia. Ninguna experiencia puede salir del
marco de lo contingente y los principios de la ciencia sólo pueden ser necesarios y
por ello tiene que derivarse de las leyes generales de la naturaleza. Incluso cuando
Espinosa se acerca más a los enfoques tacitistas, en el capítulo XVIII del TTP, por
ejemplo, cuyo título reza «Se extraen ciertas enseñanzas políticas del Estado y de
la historia de los hebreos», el verbo que se utiliza, extraer, concluir, se encuentra
muy alejado de la rigurosa deducción more geométrico que Espinosa exige para la
ciencia4.
A pesar de que Espinosa, de igual manera que los hermanos de la Court, extrajo
muchas enseñanzas sobre la historia de Roma a partir de Tácito, nunca pensó, al
contrario que los tacitistas y que Maquiavelo, que de la experiencia histórica se
pudieran sacar principios con validez general. Al contrario, Espinosa se propuso
409
F rancisco J o s é MARTÍNEZ
elaborar una filosofía política basada en las leyes de la naturaleza humana, que se
derivan a su vez de la substancia5.
La normatividad condicional y abierta a la empiria propia de nuestro filósofo se
puede ver en esta cita en la que Espinosa dibuja las condiciones del mejor Estado
monárquico posible:
«... aunque ningún Estado, que yo sepa, ha sido constituido según todas las
condiciones por nosotros señaladas, podemos, sin embargo, demostrar por la
misma experiencia que esta es la mejor forma de Estado monárquico, con tal
que queramos examinar las causas de la conservación y destrucción de cual
quier Estado no bárbaro». (TP, 321,160-161).
Por otra parte, comentando que los genoveses nombran sus jueces entre los
extranjeros, nuestro autor nos recuerda: «... como nosotros examinamos el tema en
abstracto, debemos idear los medios que están más acordes con la forma del régi
men» (TP, 241, 191. El ejemplo contrario no impide considerar que de forma norma
tiva, teórica, está más de acuerdo con la forma del régimen estudiado que los jueces
se elijan entre los ciudadanos.
Al conjugar la normatividad teórica y las enseñanzas de la historia, Espinosa se
enmarca en la tradición de los escritores políticos holandeses que ya desde el tiempo
de la revuelta contra los españoles utilizaron la combinación de la teoría política con
la filología clásica y el estudio de la historia como guía de la acción política6.
La experiencia, pues, y especialmente la histórica, le sirve a Espinosa para corro
borar sus deducciones respecto de la noción de poder político y de la esencia del
Estado en general, y además le permite estructurar los posible modelos de Estado
para, a partir de los Estados que realmente se ha dado en la historia, seleccionar los
más perfectos, es decir los más estables y viables.
Espinosa ya en el TTP muestra su preferencia por la deducción frente a la expe
riencia como método de conocimiento. En el capítulo V, y en el contexto del aná
lisis de la importancia de las ceremonias en el antiguo Israel como mecanismo de
estabilidad política, después de establecer como principios universales que el poder
colegiado es el más estable, que vale más apoyarse en la esperanza que en el miedo
de los súbditos y que la mejor sociedad es aquella en la que el poder está en manos
5 Cf. E. O. G Haitsma Mulier, The Myth ofVenice and Dutch republican though in the seventeenth
century, Van Gocum, Assen, 1980, p. 179.
6 Cf. G. O Klashorst, H. W. Blom y E. O. G. Haitsma-Mulier,A Bibliograpliy of Dutch Seventeenth
Century political Thought: An Annotated Inventory, 1581-1713, Holland Univ. Press, Amsterdam,
1986, p.XI, citado por R. Prokhovnik, Spinoza and the Republicanism, Palgrave Macmillan, Nueva
York, 2004, p. 54.
410
Normatividad y empina: el recurso a los ejemplos históricos en el T ra ta d o P olítico
de todos y las leyes se basan en el consenso general, Espinosa nos dice «con estas
ideas generales a la vista bajemos ya a analizar el Estado de los hebreos»(TTP, 74,
159). A continuación plantea el papel de fe en las historias contenidas en los libros
sagrados y en este contexto opone el conocimiento basado en la experiencia y el
conocimiento deductivo basado en la razón. El auténtico conocimiento se produce
«cuando el objeto en cuestión es deducido exclusivamente de axiomas intelectuales,
es decir, de la sola virtud del entendimiento y siguiendo su orden de percepción»
(TTP, 77,162). Pero dado que este procedimiento sólo es asequible en principio a los
doctos, los hombres suelen preferir el conocimiento basado en la experiencia más
que en la deducción a partir de axiomas. Por eso en la enseñanza religiosa que tiene
que ser asequible a todos los hombres la experiencia y en especial las historias tienen
un papel esencial y, a pesar de que la experiencia no puede aportar un conocimiento
claro, puede, no obstante «enseñar e iluminar a los hombres en la medida estricta
mente suficiente para imprimir en sus ánimos la obediencia y la devoción» (TTP,77-
78, 163). Con estas palabras Espinosas nos recuerda de nuevo que la experiencia
no puede proporcionar un conocimiento adecuado de la realidad, sólo adquirióle
mediante el método deductivo, y a la vez que el objetivo fundamental de la religión
no es proporcionar conocimiento sino inducir a la obediencia.
Haitsma M ulier en una nota a su libro7 recapitula diversas posiciones sobre el
papel y la importancia que nuestro autor concedía a la experiencia. Mientras que
para Hubbeling, la experiencia no podía conducir nunca a la verdad, y los datos
sacados de la historia sólo pueden confirmar los resultados alcanzados mediante la
teoría, para Haitsma el papel de la historia en la reflexión política de Espinosa es
grande. El TP comienza de forma teórica recogiendo los resultados more geométrico
de la Etica, pero al llegar al estudio de las instituciones concretas el papel de la his
toria es predominante, lo que no obsta que su papel sea esencialmente confirmativo
de las conclusiones obtenidas teóricamente.
411
F rancisco J o s é MARTÍNEZ
412
Normatividacly empirici: el recurso a los ejemplos históricos en el T ra ta d o P olítico
plebs que es política y clasista por la de vulgus, más antropológica. Si la plebe está
formada por los menos poderosos políticamente, el vulgo somos todos los hombres
en tanto que sometidos a las mismas pasiones. La historia de Roma también ha dado
muchos ejemplos de que la sustitución de un gobernante por otro es mucho más difí
cil en los regímenes aristocráticos que en los monárquicos ya que en estos casos sólo
hay que sustituir a un hombre por otro sin cambiar la forma del Estado, mientras que
la sustitución de un Consejo por un hombre es mucho más traumática y conlleva el
derrumbamiento del Estado y la muerte de sus mejores hombres. (TP, 328,172).
Los Estados según Maquiavelo, citado por Espinosa como ‘el agudísimo floren
tino’ van acumulando defectos que si no se corrigen de vez en cuando pueden dar
al traste con el mismísimo Estado; esta corrección que hace volver al Estado a sus
orígenes prístinos, puede ser llevada a cabo mediante leyes o mediante un hombre
de virtud excepcional. Espinosa prefiere la primera solución y al analizar la figura
del dictador romano sopesa sus ventajas e inconvenientes. Si por un lado, conviene
que todos, tanto los gobernantes como los gobernados, tienen que ser contenidos
por el miedo al suplicio o al perjuicio para evitar que pequen de forma impune o
con ganancia, tampoco conviene al Estado que el miedo sea igual para los ciuda
danos virtuosos que para los malos. Por otra parte, si se nombra un dictador en
una fecha fija se facilita que los ambiciosos y sedientos de gloria pretendan dicho
honor. Por ello los romanos no nombraban a los dictadores en fecha fija sino sólo
cuando las circunstancias lo aconsejaban (TP, 353-354, 211-213) y además siem
pre dicha figura era vista con recelo por las gentes de bien, como destaca Cicerón,
citado por Espinosa, ya que su poder se aproximaba al monárquico, aunque fuera
por breve tiempo.
También recuerda nuestro autor, en su discusión del papel de los síndicos en
el régimen aristocrático, a los tribunos de la plebe romanos, que, a pesar de ser
perpetuos, no fueron capaces de contener el poder de Escipión. Además, a veces
los sorteaban los senadores logrando que la plebe eligiera tribunos acomodaticios
a los intereses del Senado. En contrapartida, cuando los tribunos congregaban a la
plebe dicha reunión se parecía más a una sedición que a la reunión de un Consejo.
(TP, 355,214).
Espinosa hace otra alusión a la historia de Roma al considerar que a pesar de
que un Estado bien ordenado, es decir basado a la vez en la razón y en los afectos
comunes de los hombres, puede a veces ser sacudido por circunstancias adversas
capaces de socavar los cimientos del propio Estado. En los momentos de máxima
ansiedad y peligro se produce un pánico que hace que todos se olviden de las leyes
y busquen de forma desesperada la salvación en un hombre providencial que suele
ser un jefe militar famoso por sus victorias, al que eximen de las leyes, prorrogan su
mando y confían todos los asuntos públicos a su fidelidad. Esta actuación provocó
precisamente la destrucción del Estado romano republicano a partir de César. (TP,
413
F rancisco Jo s é MARTÍNEZ
357, 218). Espinosa tiene en la mente el caso de la Holanda de su época que temien
do los efectos de la Guerra con Francia sustituyeron el gobierno republicano y paci
fista de los hermanos de Witt por un gobierno más personal del Stadhouder o jefe
militar, miembro de la casa Orange. Pero nuestro autor piensa que en su modelo de
estado aristocrático a nadie se le puede ocurrir otorga el supremo poder a uno solo,
ya que en seguida aparecerían otros candidatos para ese puesto y habría que dirimir
la cuestión aplicando las leyes. De esta manera el Estado diseñado por Espinosa sólo
podría ser destruido por contingencias externas y no por funcionamientos perversos
debidos a fallos de su constitución interna.
Espinosa al defender la importancia de la deliberación para obtener la mejor
solución a los problemas políticos, rechaza la conclusión del dicho romano, citado
por Tito Livio, según el cual mientras que el Senado discute, Sagunto perece. A esto
responde nuestro autor que si se sustituye la deliberación en las asambleas por las
decisiones de un puñado de hombres, por muy sabios y virtuosos que sean, perece la
libertad y el bien común, ya que los talentos humanos son limitados y se acrecientan
mediante la discusión y el debate. (TP, 352,218-219).
Dejando aparte el caso de la monarquía aragonesa que analizaremos posterior
mente, Espinosa tiene dos modelos en la cabeza cuando diseña sus modelos polí
ticos: el veneciano y la república holandesa, de la que siempre se declaró súbdito
fiel. Empezando por Venecia, podemos recordar aquí la importancia que el mito de
Yenecia tuvo para todos los republicanos de la época y especialmente para los repu
blicanos holandeses, especialmente los hermanos de la Cour y el propio Espinosa.
Dichos republicanos retoman el mito veneciano destacando en el mismo: la defensa
que supone de la vida activa y la participación política frente a la vida contemplativa;
la habilidad del patriciado veneciano en el manejo de la razón de Estado; la defensa de
un republicanismo prudente que ha permitido la libertad, la tranquilidad y la paz, así
como técnicas de voto secreto mediante bolas en urnas que garantizan la sinceridad en
las votaciones. Espinosa retoma el procedimiento de voto secreto veneciano porque
asegura la igualdad de todos los que votan, la rapidez y la libertad para emitir el voto
sin temor a la envidia (TP, 334-335,182). Se toma a Venecia como modelo ideal de
gobierno equilibrado y mixto al combinar la democracia de la asamblea, la aristocra
cia del Gran Consejo y la monarquía en la persona del Dux. En su análisis del Estado
aristocrático Espinosa retoma la figura de un presidente del Consejo que puede ser
temporal como el Dogo en Genova o vitalicio, como el Dux en Venecia. Esta figura no
es necesaria en un Estado aristocrático eficiente pero puede ser conveniente en Estados
que han sido monárquicos para simbolizar el Estado en una persona, a pesar de que
esta concentración de representación en una sola persona puede hacer degenerar la
aristocracia hacia una monarquía (TP, 331,177). La ventaja del gobierno mixto, según
Polibio y Cicerón, radica en que permite evitar el declive que aqueja a las formas puras
de gobierno sometidas al tiempo y a la decadencia cíclica.
414
Norm atividady empina: el recurso a los ejemplos históricos en el T ra ta d o Político
Gasparo Contarini y Donato Giannotti son los dos autores que dieron forma pre
cisa al mito de Venecia. El primero, veneciano, dota a las instituciones venecianas
de un halo mítico intemporal; muestra a dichas instituciones como mecanismos
tacionales para sujetar las variadas condiciones humanas al dominio de la ley; el
gobierno mixto es una balanza entre los distintos intereses, necesidades y grupos en
conflicto; las leyes proceden de la deliberación colectiva (como en Espinosa) y no de
un sabio legislador; por último, la rotación de los cargos y el carácter colectivo de la
administración son antídotos contra la corrupción y estabilizan el poder al repartirlo.
El segundo, un exiliado florentino en la Serenísima, siempre envidió en Venecia la
estabilidad y la virtud cívica, ausentes en su patria florentina; admira también cómo
el gobierno de los patricios se atempera por la excelencia de las instituciones; por
último, la rotación de cargos, los mecanismos de elección y sobre todo el voto secre
to, tan admirado también por de la Court y Espinosa, le parecían elementos esencia
les del modelo político veneciano y de su libertad, asegurada por lo que Pocock ha
denominado ‘virtú m ecanizada’.
El miedo al poder absoluto está siempre presente en Espinosa que retoma al
secretario de Felipe II, Antonio Pérez para quien dicho poder absoluto es «muy
peligroso para el príncipe, muy odioso para los súbditos y contrario a las leyes, tanto
divinas como humanas» (CT, 314,150). De este autor retoma Espinosa la informa
ción esencial sobre la monarquía aragonesa que para Espinosa es un ejemplo consu
mado de equilibrio entre el rey y los súbditos.
Holanda ha sido el marco político, social y cultural en el que se desplegó el pen
samiento espinosiano. Nuestro filósofo siempre se consideró y se declaró como un
fiel súbdito de la república holandesa y mantuvo buenas relaciones con los hermanos
Witt cuya muerte lamentó profundamente. Precisamente varias de sus reflexiones en
el TP pueden entenderse como intentos de evitar las dificultades y peligros a los que
se enfrentó dicha república. Espinosa era partidario de una república sin Stadhouder,
es decir de un Estado en el que la función militar estuviera claramente subordinada
al poder civil y además de una república en la que el culto externo de las diversas
religiones estuviera también controlado por el Estado. Precisamente la conjunción
del estamento militar ligado a los Orange y del poder religioso de la iglesia calvinis
ta gomarista fue lo que alentó la revuelta de las turbas contra los Regentes que tuvo
como resultado la muerte violenta de los hermanos Witt.
Espinosa alude varias veces a Holanda en relación con el pago de impuestos. En
efecto, nuestro autor contrapone el distinto régimen de tenencias de la tierra en la
monarquía y la aristocracia. En la primera, el suelo tanto rural como urbano pertene
ce al Estado que lo alquila a los ciudadanos que, en cambio no pagan impuestos en
tiempo de paz, ya que el mantenimiento de la casa real se financia con las rentas que
los ciudadanos pagan por el alquiler del suelo. En cambio, en la aristocracia y para
conseguir que los no patricios no abandonen la ciudad en caso de peligro la tierra
415
F rancisco J o sé MARTÍNEZ
no se alquila sino que se vende a los habitantes, los cuales además tiene que pagar
un impuesto proporcional a sus ingresos (TP, 328,173). En el Estado aristocrático
se pagan muchos impuestos en comparación con el monárquico, pero para Espinosa
eso no es problema ya que los impuestos en este caso financian la paz y la libertad,
mientras que los gastos del estado monárquico se deben en gran parte a sus arcanos,
es decir a su carácter secreto y a su vocación guerrera. Mientras que los funcionarios
de la aristocracia, síndicos y senadores, debido a la naturaleza de sus emolumen
tos, tienen más interés en mantener la paz que en emprender acciones guerreras, la
monarquía se ve impelida hacia la guerra, debido también a que la gloria del rey se
ve más impulsada por sus hazañas guerreras que por sus realizaciones pacíficas (TP,
337,186).
Al analizar el papel de los secretarios en los consejos, Espinosa detecta el peligro
de que se sigan sus directrices más de lo conveniente y que de esta manera alcancen
un poder desmedido, como sucedió en el caso de Holanda (TP, 344, 195). Dado
que los secretarios no tienen derecho a voto no pueden ser patricios sino plebeyos
y de esta manera consiguen un poder enorme, especialmente si en los consejos se
impone su parecer sobre el de los patricios. El único medio de evitar esto es la parti
cipación activa de los patricios en los Consejos con el resultado de que la buena mar
cha de los asuntos públicos depende de su juicio y no del de los secretarios plebeyos.
El ejemplo holandés hace que Espinosa arbitre medios para mantener siempre una
proporción estable de patricios en el seno de la población total, para evitar que un
patriciado decreciente a nivel numérico se vea inundado por los plebeyos que acapa
ren la mayor parte del poder.
De igual manera, Espinosa resalta la importancia que la deliberación tiene en la
toma de decisiones y como vimos antes al analizar el papel de la historia de Roma en
la reflexión espinosiana el tiempo dedicado a la deliberación es de lo más fructífero,
ya que si se actúa sin deliberación según el juicio de unos pocos muere la libertad y
el bien común. Dado que los talentos humanos son limitados, la deliberación permite
que dichos ingenios se agudicen al consultar, escuchar, discutir y ensayar diversas
soluciones hasta dar con lo que se buscaba y que a menudo nadie había pensado con
anterioridad (TP, 352, 208-209). Aquí Espinosa aboga por una razón discursiva que
se desarrolla mediante la deliberación y en la que más que negociar entre diversas
posturas previas dadas se busca una solución inédita a través de la discusión y la
puesta en común de las razones diversas.
El último ejemplo histórico que vamos a considerar es el de los monarcas del
antiguo reino de Aragón al que Espinosa, tan parco en sus alusiones explícitas,
dedica bastante espacio como conclusión del capítulo dedicado a la monarquía y en
el contexto del análisis de las causas de la conservación y la destrucción de los Esta
dos. De los aragoneses Espinosa destaca su fidelidad a los reyes y la inviolabilidad
de las instituciones de su reino. Nuestro autor relata que al liberarse de los árabes los
416
Normatividacl y empiria: el recurso a los ejemplos históricos en el T ra ta d o P olítico
aragoneses decidieron darse un rey y pidieron consejo al Papa, el cual tras recrimi
narles que no aprendieran de los hebreos y quisieran ser dominados por un rey, les
recomendó que antes de elegir al rey fijaran unas normas equitativas y compatibles
con la idiosincrasia de su pueblo. La primera fue que crearan un Consejo General
capaz de oponerse a los reyes, como los éforos espartanos, y de arbitrar los conflic
tos entre el rey y los súbditos. Los aragoneses, siguiendo este consejo, establecieron
los derechos que les parecieron más equitativos, entre los que destacaba la institu
ción de un consejo llamado de los diecisiete cuyo presidente sería el Justicia. Este
Consejo sería el intérprete del derecho y de las leyes, sería designado por suerte y
con carácter vitalicio y podría revocar cualquier sentencia dictada contra un súbdito
por cualquier otro tribunal civil o eclesiástico. Cualquier ciudadano podía, incluso,
hacer comparecer al mismo rey ante dicho tribunal. Al principio también detentaron
el privilegio de elegir al rey y de deponerlo, pero posteriormente el rey Don Pedro,
logró a través de intrigas y promesas eliminar estos derechos de lo súbditos sobre el
rey, diciendo que sólo derramando la sangre del rey podría el pueblo elegir a otro.
El pueblo mantuvo en cambio la posibilidad de oponerse con las armas a cualquiera
que pretendiera apropiarse del Estado en perjuicio de los súbditos. Aquí Espinosa se
remite a su propia teoría al recordar que los súbditos no pueden desposeer al rey de
su condición a través del derecho civil sino sólo mediante la fuerza. Estas normas
permanecieron mucho tiempo manteniendo la fidelidad mutua entre el rey y sus
súbditos. Cuando llegó al poder Fernando, el rey católico, los castellanos quisieron
que restringiera los derechos de Aragón y el rey no se atrevió contestando que él
había recibido la corona con la condición de respetar dichos privilegios, y además
de pensar que era indigno para un noble faltar a su palabra creía que la estabilidad
del reino exige que la seguridad del rey no excediera a la de los súbditos, es decir,
que el rey no predomine sobre el pueblo, ni éste sobre aquél, ya que si una parte es
más débil que la otra intentará por todos los medios recuperar la igualdad perdida
devolviendo el daño recibido y provocando la ruina de ambas. Espinosa alaba esta
decisión y recuerda que los aragoneses mantuvieron con Fernando sus privilegios y
que sólo a partir de Felipe II los perdieron. Aquí Espinosa hace un paralelismo con
las Provincias Unidas a las que Felipe II trató de sojuzgar igual que a Aragón con
menos éxito pero no con menos crueldad. Y aunque Felipe III nominalmente les
devolvió sus fueros en realidad, según Espinosa, «no mantuvieron de la libertad más
que especiosas palabras y normas inútiles» (TP, 523,164).
La conclusión del capítulo hace concordar la deducción teórica de las condiciones
de estabilidad del Estado monárquico con este ejemplo histórico de los aragoneses:
«Concluimos, pues, que la multitud puede mantener bajo el rey una libertad sufi
cientemente amplia, con tal que logre que el poder del rey se determine por el solo
poder de la misma multitud y se mantenga con su solo apoyo. Y esta ha sido la única
regla que yo he seguido al establecer las bases del estado monárquico» (TP, 323, 164).
417
F rancisco J o sé MARTÍNEZ
4.— Como conclusión podemos decir, que el punto de partida de nuestro autor
en el TP es sistemático y que parte de las conclusiones ontológicas a las que había
llegado en la Etica y el TTP. Sin embargo, y dado que pretendía que su reflexión
teórica tuviera resultados prácticos y no se quedara en una mera condena de los
vicios y una mera exaltación de la virtud imposible, Espinosa acude a la historia para
corroborar sus deducciones teóricas. Para él la teoría no surge de la empiria, no es
inductiva, sino que surge de supuestos ontológicos que se definen de forma específi
ca o se aceptan como indiscutibles por evidentes. A partir de estos principios asumi
dos se aplica la deducción rigurosa para llegar a las conclusiones, que se corroboran
con ejemplos históricos. Este procedimiento es el que Galileo había utilizado en la
mecánica y que los racionalistas del XVII intentaron extender a todos los ámbitos
de la realidad, tanto natural como humana. Pero nadie como Espinosa desarrolló de
forma tan exhaustiva este naturalismo ontológico y metodológico que está en la base
de la ciencia moderna.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
418
POLÍTICA E HISTORIA EN SPINOZA
JAVIER PEÑA
Universidad de Valladolid
1. INTRODUCCIÓN
419
Ja v ie r PENA
(a las que habremos de acudir más adelante), y que sabemos que en su biblioteca
estaban bien representados los historiadores, más incluso que los filósofos1.
Por otra parte, sin embargo, uno se inclina a sospechar que una filosofía racio
nalista, que pretende construir una ciencia política (tal como se indica en el famoso
paso de TP 1/4, que habremos de examinar más adelante con algún detalle), ha de
relegar a un papel secundario el recurso a las narraciones de hechos pasados, en
la medida en que éstas se refieren a sucesos particulares y azarosos, de los que no
parece que puedan extraerse conclusiones universales y necesarias. Dicho más sim
plemente, y sirviéndonos de una expresión coloquial, parece que si la Política quiere
ser ciencia, debería en buena medida «dejarse de historias».
Habrá que ver, por tanto, cómo pueden conjugarse las referencias históricas men
cionadas y la pretensión «científica» racionalista en la filosofía política de Spinoza.
Es éste un asunto que tiene desde luego cierto interés desde una perspectiva episte
mológica2; pero además afecta indirectamente a otra cuestión que viene siendo últi
mamente objeto de debate entre los estudiosos de Spinoza, y sobre la que fijaré en
este artículo mi atención. A saber, la de la relación entre la teoría política del filósofo
holandés y su contexto histórico.
En efecto, se puede interpretar la teoría política de Spinoza sobre todo en clave
filosófica, o, por el contrario, más bien en clave política. En el primer caso, se
entiende que estamos ante una teoría que, aun si tiene en cuenta su propio contexto
social e histórico, pretende tener alcance universal, y en consecuencia emplea un
léxico y acude a unas doctrinas que son, por así decirlo, «internacionales»3, propias
del acervo común de la cultura europea: en el caso de Spinoza, las de la tradición
republicana clásica y las de los grandes filósofos, de Aristóteles a Descartes y Hob-
bes. En cambio, la segunda interpretación comprende esta misma teoría a la luz de
la singular experiencia de la república neerlandesa. Para ella, Spinoza sería mucho
más el exponente de un conjunto singular de prácticas y disposiciones instituciona
les que históricamente se habían probado eficaces (como la descentralización polí
tica o el hábito de las transacciones y la tolerancia), y que en conjunto conforman
el llamado «republicanismo holandés», un cuerpo doctrinal ligado a una coyuntura
precisa y no sistemático, que el autor de una reflexión abstracta sobre el estado.
(Por más que no se nieguen los defensores de esta interpretación la dimensión
1 Spinoza poseía libros de, entre otros autores, Tácito, Tito Livio, Flavio Josefo, Arriano, Julio
César, Salustio, Quinto Curcio. Véase el «Inventario y biblioteca (1677)» de Spinoza en A. Domínguez
(1995), pp. 200-220.
2 Podríamos incluso traer a colación aquí los debates de los siglos XIX y XX acerca del estatus
de las «ciencias del espíritu».
3 Cf. Haitsma Mulier (1987) y Velema (2002).
420
P o lít ic a e H is t o r ia e n S p in o z a
4 Por otra parte, podría decirse que aquí se juega la enésima batalla de la controversia entre tex-
tualismo y contextualismo. Véase al respecto Blom, Skinner, Zarka (2001).
5 TPI, 4. Cito esta obra por la traducción de A. Domínguez (Madrid, Alianza, 20042 [274] 85).
421
Ja v ie r PENA
Para entender adecuadamente este texto hay que tener en cuenta, en primer
lugar, que está dirigido polémicamente a quienes han precedido al autor en el trata
miento teórico de la política6, y en particular a cuantos pretenden fundar la política
en los principios de una razón separada o dominadora de las pasiones humanas.
Partiendo de una noción de la naturaleza humana definida por la racionalidad,
los pensadores aquí aludidos consideran que los afectos pasionales no pertenecen
propiamente a la misma, y creen por tanto que podrían ser vencidos o anulados
por la voluntad racional. Es el caso de quienes fundan sus propuestas en modelos
utópicos (como el de Platón en la República); el supuesto básico de los «espejos de
príncipes» (como la Educación del príncipe cristiano, de Erasmo de Rotterdam),
manuales de gobierno que proponen construir la acción política sobre la piedad y
las virtudes morales; el punto de vista de los teólogos, que no reconocen la autono
mía de la política y pretenden que ésta se rija por las mismas reglas de la moralidad
privada. Y es también, y a ella se dirige sobre todo la crítica de Spinoza, la posi
ción racionalista propia tanto de la tradición escolástica dominante (de Tomás de
Aquino a Suárez) como del iusnaturalismo renovado del jurista holandés Grocio,
y la del propio Descartes (quien, según, Spinoza, cree erróneamente que «puede
el alma tener una potencia absoluta sobre los afectos», según podemos leer en E 3
Praef.7). Todas estas doctrinas tienen en común el presupuesto de la independencia
de la razón y de su capacidad para imponerse a los afectos, tesis ligada a su vez a la
creencia en el libre albedrío.
Frente a todos ellos subraya Spinoza su propósito de atenerse a la práctica8; y
afirma que los principios sobre la naturaleza y los principios de la sociedad política
«no habrá que extraerlos de las enseñanzas de la razón, sino que deben ser deduci
dos de la naturaleza o condición común de los hombres» (TP 1/7). Es decir, de la
dinámica de los afectos, considerados como expresión necesaria de la naturaleza
humana, que está inserta a su vez en el marco de la Naturaleza global. Es una ilusión
creer que es posible dirigir el conjunto de las acciones sociales conforme a un plan
dictado por la razón desencamada, prescindiendo de las pasiones o anulándolas; por
el contrario, una teoría política que pretenda dar cuenta de la realidad social ha de
contar con los afectos como elementos materiales sobre los que se construye la polí
tica real, y prescindir de calificaciones morales, puesto que a fin de cuentas se trata
de fenómenos tan naturales y necesarios como los atmosféricos.
422
P o lít ic a e H is t o r ia e n S p in o z a
Esta búsqueda de realism o acerca a Spinoza hasta cierto punto a los que él
denomina «políticos», es decir, los teóricos de la razón de Estado (más o menos
maquiavélicos), puesto que éstos, «como tomaron la experiencia por maestra, no
enseñaron nada que se apartara de la práctica» (TP 1/2). Las enseñanzas que procura
la experiencia, bien sea la propia (como, pongamos por caso, la del secretario de
Felipe II, Antonio Pérez, una de las fuentes de Spinoza), bien sea la que procura la
historia de los sucesos pasados (por ejemplo, los escritos de Tácito) acerca de cómo
son realmente los hombres, proporcionan una guía más eficaz para la vida política
que las ensoñaciones teóricas acerca de cómo deberían ser.
Sin embargo —y sobre este punto querría llamar aquí la atención— Spinoza
tampoco se alinea con estos «políticos». No, desde luego, por escrúpulos morales,
ya que está claro que en ese aspecto está más cerca de ellos que de los moralistas,
sino por su pretensión de elaborar una teoría científica de la política que vaya más
allá de lo que podemos llamar «Política empírica». Spinoza habla expresamente
de «demostrar de forma segura e indubitable» y de explicar deductivamente las
acciones sociales a partir de sus causas necesarias; algo que no puede obtenerse
de la acumulación más o menos azarosa de experiencias89. Por tanto, una cosa es
que sea necesario el recurso a la experiencia para el conocimiento de la naturaleza
humana y sus manifestaciones en las relaciones políticas, y otra bien distinta que se
reduzca la teoría política a la acumulación e interpretación, más o menos arbitraria,
de ejemplos. La Política como ciencia pretende organizar y articular la experiencia
racionalmente. Por tanto, se sirve de ella, pero no se funda en ella.
423
Ja v ie r PENA
11 Ética a Nicómaco, II, 1104 a 3-9: «... y los asuntos de la conducta y la conveniencia no tienen
nada firme, como tampoco los de la salud. (...) Pues no caen bajo ciencia alguna, ni tampoco bajo nin
guna tradición oral, sino que los que obran deben, en cada caso, observar lo que conviene a la ocasión,
como pasa también en la Medicina y en la Náutica.
12 Cf. Fernández Santamaría (1986), pp. 158-159.
13 Lipsio, Políticas, I, 8 (1997: 27).
14 En De Oratore, II, c.9, 36 ye. 12, 51.
424
P o lít ic a e H is t o r ia e n S p in o z a
425
Ja v ie r PENA
que toman como base del conocimiento político ejemplos tomados de la historia,
en especial de la de Roma (valgan por todos los Discursos de Maquiavelo). No es
casual que Tácito sea una de las fuentes mayores de esta literatura, y que dé nombre
a una poderosa corriente del pensamiento político de la época, el tacitismo. Pero
también se sirven estos autores para avalar sus tesis de la Historia Sagrada18, de la
historia de la Europa cristiana, y desde luego de la historia próxima de sus propios
países.
Podríamos aducir un sinfín de referencias al valor y la utilidad que atribuyen a
la Historia para la política estos autores19. Me limitaré aquí a recoger dos citas de
autores españoles cuyos libros sabemos que conoció Spinoza. Saavedra Fajardo
escribe: «Con este estudio de la Historia podrá V. A. entrar más seguro en el golfo
del gobierno, teniendo por piloto a la experiencia de lo pasado para la dirección
de lo presente, y disponiéndolo de tal suerte que fije V. A. los ojos en lo futuro, y
lo antevea, para evitar los peligros, o para que sean menores, previniéndolos»20.
Los libros de Historia son la guía más segura, dada la imposibilidad de ciencia
estricta allí donde no hay un orden regular y constante de sucesos, como sucede en
la náutica y en la política. Por su parte, el secretario de Felipe II, Antonio Pérez,
encareciendo el valor de la experiencia para el buen gobierno, afirma que «en aque
llos siglos primeros se gobernaban con nuevo acrecentamiento cada día, verdadera
prueba de la prudencia humana. Antes de sus experiencias iban sacando principios
y reglas de buen gobierno. Al ejemplo, pues, al escarmiento y a la experiencia,
madre de los dos primeros, dejó encomendada esta ciencia la providencia de la
naturaleza»21.
Pero este modelo, que podemos denominar «Política histórica», es reemplazado
en la filosofía moderna por la pretensión de construir una ciencia política rigurosa,
fundada sobre la base universal de la naturaleza humana efectiva. Comparando la
República de Bodin con el De cive de Hobbes, Bobbio enuncia así —de forma un
tanto esquemática, todo sea dicho— lo que va de uno a otro modelo: «Es la diferen
cia que media entre el método tradicional del jurista, que extrae sus soluciones del
análisis de los precedentes dotados de autoridad y de las sugerencias que le ofrece
el estudio de la historia, y el método «geométrico», que, prescindiendo de todo lo
que puedan haber dicho los autores precedentes y sin tomar para nada en cuenta las
18 Especialmente, claro está, los autores más estrictamente antimaquiavélicos, que pretenden fun
dar la «verdadera» o «buena» razón de Estado en la fidelidad a Dios y ejemplaridad moral del príncipe
cristiano, fiado de la providencia divina respecto a sus fieles.
19 Para los autores españoles, véase, entre otros, Santos (2000).
20 Saavedra Fajardo (1999), empresa 28, p. 415.
21 A. Pérez, Las Obras y Relaciones de Antonio Pérez, carta CX. Citado en Santos (2000),
p. 114.
426
P o lít ic a e H is t o r ia e n S p in o z a
427
Ja v ier PEÑA
26 Cf. Borrelli (1993). Véase Leviatán, cap. 3. Madrid, Alianza, 1989, p. 31. El término «pruden
cia» no es muy utilizado por Spinoza, que no lo define. En general, lo emplea para referirse a la actitud
del sabio o, más frecuentemente, a la inteligencia y previsión en la práctica política. Sobre este asunto,
el lector puede encontrar valiosas indicaciones de Atilano Domínguez en su edición del Tratado Polí
tico (nota 30).
27 Leviatán, cap. 5 (1989: 47).
28 Loc.cit. (1989:48).
29 Cap. 20 (1989: 172).
428
P o lít ic a e H is t o r ia e n S p in o z a
dad de cualquier tiempo. No cabe duda de que sería inservible, como lo han sido
históricamente los proyectos políticos que no han tenido suficientemente en cuenta
la sociedad a la que se destinaban30. Y la experiencia, más allá del limitado acervo
que un hombre puede acumular en su propia vida, la proporciona la Historia, como
ya hemos recordado. Aunque sólo fuera por esta razón, habría que decir que no es
posible hacer teoría política sin Historia.
Y Spinoza se muestra bien dispuesto a extraer lecciones de la experiencia his
tórica. Por una parte, sigue la costumbre de los escritores políticos de su tiempo de
acompañar afirmaciones y argumentos con las oportunas citas, más o menos litera
les, de los historiadores clásicos romanos, aquellas que cualquier lector culto de su
época esperaría: no faltan los clásicos romanos —Tácito (en la edición de Lipsio),
Tito Livio, Salustio, Quinto C u rd o —. También abundan las citas y referencias
bíblicas, sobre todo en el Tratado teológico-político, pero así mismo en el Tratado
político ; y recurre Spinoza también a autores contemporáneos, como los ya citados
Saavedra Fajardo y Antonio Pérez, o su compatriota Pieter de la Court.
Por otra parte, a menudo se refiere en sus escritos a episodios de la Historia
sagrada, de la Historia de Roma, que tiene un valor paradigmático en la formación
clásica republicana, a algunos episodios de la historia medieval31, y a la experiencia
política reciente, de Venecia, Inglaterra y, particularmente la de los Países Bajos,
tanto en el Tratado teológico-político como en los capítulos del Tratado Político
dedicados a la monarquía y la aristocracia32.
Pero además de las citas y referencias históricas, merecen especial atención
en relación con el tema aquí considerado los capítulos XVII y XVIII del Tratado
Teológico-Político, quizá los más próximos a una «Política histórica», porque en
ellos podemos comprobar cómo se inserta el recurso a la Historia en el discurso de
Spinoza.
El capítulo XVI, titulado «De los fundamentos del Estado; del derecho natural
y civil del individuo, y del derecho de las supremas potestades» procede deducti
vamente a partir de principios ontológicos y antropológicos básicos, exponiendo
en modo abstracto los fundamentos de su teoría del Estado33. Pero en el capítulo
30 Así ocurrió con la constitución de Bayona que Napoleón quiso dar a priori a los españoles,
observa Hegel en su Filosofía del Derecho (§ 274, agregado).
31 Entre los que cabe destacar la referencia a la monarquía aragonesa (TP 7/30), sobre la que
habremos de volver..
32 Véanse el citado TP7/30, TP 8/44 sobre el Gran Pensionario de Holanda, TP 9/14 sobre la figu
ra del Stadhouder en la historia holandesa reciente, etcétera.
33 Aunque no falta alguna referencia, justamente al final del capítulo, a la Historia sagrada, en
relación con la obligación política derivada del pacto social (Daniel, 6; 2 Macabeos, 6, 18-31) y a la
experiencia contemporánea de los pactos internacionales entre cristianos e infieles o paganos. Signifi
cativamente, escribe Spinoza: «Esto mismo se confirma por la experiencia cotidiana» (Cursivas mías,
JP). Véase TTP, 200 [352],
429
Ja v ier PENA
34 Cf. TTP XVII, [201] 353-354: «la misma experiencia lo enseña del modo más claro». Cito por
la traducción de A. Domínguez (Madrid, Alianza, 20032). Las páginas entre corchetes son las de la
edición Gebhardt.
35 Cursivas mías, JP.
36 Op. cit., [203] 356.
37 TTP, XVIII, [226] 392.
430
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431
Ja v ie r PENA
42 Ej.: «Nadie quiere ser gobernado y todos quieren gobernar». Cf. TP, VII, 5.
43 TTP, V, [73] 157-158. Las comillas son mías, JP.
44 TTP V, [76-77] 163.
432
P o lít ic a e H is t o r ia e n S p in o z a
género humano»45. Las historias son una segunda opción para quienes no pueden
acceder racionalmente al conocimiento racional de Dios y de la providencia divina.
La experiencia contenida en ellas «no puede aportar ningún conocimiento claro de
qué es Dios y de qué modo sostiene y dirige todas las cosas y de cómo cuida a los
hombres»; pero sí «enseñar e iluminar a los hombres en la medida estrictamente
suficiente para imprimir en sus ánimos la obediencia y la devoción»46.
Por tanto, la Historia puede señalar problemas y proporcionar consejos, así como
proporcionar una confirmación de las tesis expuestas demostrativamente. Así, por
ejemplo, Spinoza recurre al ejemplo histórico de la monarquía aragonesa una vez
que ha expuesto el tipo ideal del régimen monárquico viable47, como una muestra
de lo que sería una larga y enojosa comprobación por la experiencia de que ésta es
la mejor forma de monarquía. Pero el ejemplo no tiene la autoridad de la demostra
ción racional. No es capaz de proporcionar por sí mismo prueba de lo verdadero o
lo falso.
Y es que la posición de Spinoza es, como se ha visto en el citado paso de TP 1/4,
que la Política tiene su fundamento en una física de los afectos humanos, inserta
en el orden ontológico universal. Las pasiones humanas se entienden a partir del
despliegue de la potencia de la Naturaleza, y la sociedad política ha de entenderse
a partir del conocimiento de las causas que instituyen sus diferentes formas. Como
advierte Chauí, Spinoza piensa que la creencia en el libre albedrío, con la consi
guiente contingencia de las acciones voluntarias, hace posible sólo un saber político
de cuño pedagógico, prudencial y normativo. Pero «habiendo ciencia teórica de los
afectos, porque están ontológicamente fundados en la causalidad eficiente inmanen
te y necesaria de la sustancia absolutamente infinita, de la cual la esencia singular
de cada ser humano es un efecto necesario, la ética y la política se tornan saberes
apodícticos, matemáticamente demostrables»48.
Quiere esto decir que la teoría política de Spinoza es más «científica» (es
decir, universal) que «política» (es decir, referida a un marco espacio-temporal
particular), más cercana al ideal de ciencia política propuesto por Hobbes que a
los panfletos de los escritores políticos. Aunque esto no obsta para reconocer que
no siempre se mueve la teoría política de Spinoza en el mismo nivel de genera
lidad, porque su objeto no es siempre el mismo. Podemos ver cómo en el mismo
Tratado Político , que en principio parece adoptar un enfoque más abstracto que
el Tratado teológico-político, se pueden distinguir dos partes, con dos estrategias
diferentes de exposición:
433
Ja v ie r PEÑA
La primera parte (los capítulos del 2o al 5o) es una teoría general, aquí opinoza
parte de los principios fundamentales de la Naturaleza, y en particular de la naturale
za humana, tal como han sido establecidos en la Ética, para inferir de ellos las carac
terísticas de la soberanía, y establecer el alcance y los límites del poder público. Así,
el capítulo II es un resumen de la Ética aplicado a la vida social. Y éste y los demás
de esta parte contienen pocas referencias que puedan interpretarse como observacio
nes «ad hoc». Es obvio que las afirmaciones respecto al lugar de los cultos religiosos
o a las relaciones internacionales, por ejemplo, están vistas desde la óptica de un
europeo del siglo XVII, —¿y cómo podría ser de otra m anera?—; pero no tienen por
qué entenderse en clave local (holandesa).
La segunda parte (los capítulos del 6o al 11°) abarca el estudio de los regíme
nes políticos. Aquí el autor atiende mucho más a las circunstancias históricas y
particulares de la vida política holandesa; y su exposición, particularm ente los
capítulos dedicados al régimen aristocrático, ha de entenderse a menudo atendien
do a las circunstancias de la República de las Provincias Unidas. Por ejemplo, son
visibles y reiterados los reparos ante una hipotética extensión de los poderes del
jefe militar o stadhouder49. Pero la intención de Spinoza en esta parte sigue siendo
proponer una teoría abstracta y general, que sólo a título de ejemplo se apoya en
el contexto particular. La descripción no se aparta de la teoría: los rasgos particu
lares de cada régimen son referidos a los principios generales de la política, y la
exposición de los tipos ideales de la monarquía y de la aristocracia (y sólo incoati
vamente de la democracia, por desgracia) tiene en la historia aval y confirmación,
pero no fundam ento50.
En algunos lugares Spinoza incluye advertencias claras en ese sentido. En TP
8/37 puntualiza: «... como nosotros examinamos el tema en abstracto...», refirién
dose al sector de la población del que han de elegirse los jueces, y diferenciando
explícitamente su planteamiento del de los genoveses, que «han mirado más a la
idiosincrasia de su pueblo que a la naturaleza de este Estado [aristocrático, JP]. Y en
TP 9/3 leemos: «todo lo que hemos demostrado en los §§9 y 10 del capítulo prece
dente se deduce de la naturaleza del Estado aristocrático en general». Incluso cuando
se refiere a las causas de la caída del régimen aristocrático de los De Witt (TP 9/14),
pretende explicar este suceso histórico particular a partir de los principios generales
de la política y del régimen aristocrático.
Con esto no se niega que Spinoza sea deudor de su propio contexto histórico,
cumpliendo una vez más el «dictum» hegeliano de que nadie puede saltar más allá
49 TP 8/9: Riesgo de que los patricios sean oprimidos por sus jefes militares; TP 8/18, temor a
que una figura como la del «dux» se aproxime a un régimen monárquico; TP 8/25: pena capital para el
intento de prolongar el mandato del jefe militar.
50 Como hemos visto a propósito de la referencia a la monarquía aragonesa.
434
P o lít ic a e H is t o r ia e n S p in o z a
5. CONCLUSIONES
435
Ja v ier PEÑA
BIBLIOGRAFÍA
54 Cf. Scott (2002), Haitsma Mulier (1987). En contra, Prokhovnik (2004: 33): «La obra de Spi
noza es más una celebración del logro de Holanda que un análisis del estado civil en abstracto».
436
P o lít ic a e H is t o r ia e n S p in o z a
437
PHYSIK UND POLITIK BEI SPINOZA
SPINOZAS PROJEKT EINER „PHYSIQUE SOCIALE“
- EINLEITENDE ÜBERLEGUNGEN
MANFRED WALTHER
Lebniz-Universitát Hannover
1. DIE AUFGABE
Wenn Spinoza lehrt: „Der Mensch [...] handelt lediglich den Gesetzen und
Regeln der Natur gemaB“ (TP 1/5: PhB 16,20-22), dann setzt er sich damit erstens in
expliziten Gegensatz zu jener spátestens bei Suárez greibaren Tradition, der zufolge
Gesetze im strikten Sinne immer solche sind, die Gehorsam fordern, also an den mit
freiem Willen ausgestatteten Menschen ais ens morale adressiert sind, so dass für die
(deterministischen) Regeln des Verlaufs in der nicht-menschlichen Natur (aber auch
in dem Bereich menschlicher Wirklichkeit, die zu seinem Sein ais (ens physicum)
der Gesetzesbegriff (noch) nicht zur Verfiigung steht1. Damit begründet, in bevvusster
Absetzung von dem noch einheitlichen Gesetzesbegriff bei Thomas von Aquin, die
Unterscheidung zwischen einem deterministisch-praskriptiven Gesetzesbegriff, der
sich auf den Menschen ais ens physicum bezieht, und einem normativ-praskriptiven
Gesetzessbegriff, der sich auf den Menschen ais ens morale bezieht, wie er in der
1 Walther, Manfred: »Facultas moralis: Die Destruktion der Leges-Hierarchie und die
Ausarbeitung des Begriffs des subjektiven Rechts durch Suárez; Ein Versuch." In: Die Transformation
des Gesetzesbegriffes in der Scholastik, 2007 (im Erscheinen).
439
M anfred WALTHER
440
P h y s ik u n d P o lit ik b e i S p ir io z a
3 „Verum enimvero quoniam nomen legis per translationem ad res naturales videtur, &
communiter per legem nihil aliud intelligitur, quam mandatum, quod homines & perficere, & negare
possunt" (TTP 4: 58,28-31).
4 Kelsen, Hans: Vergeltung und Kausalitat: Eine soziologische Untersuchung. Den Haag- van
Stockum, (1939 [1941],
441
M anfred WALTHER
_ „(V)om Belieben der Menschen“ (TTP 4: PhB 65,8) hangt ein Gesetz ab
_es íst dasjenige, „das im eigentlichen Sinne genannt wird“ —, das die Menschen
selber „zur groBeren Sicherheit und Bequemlichkeit des Lebens oder aus anderen
Gründen sich und anderen vorsclireiben“ (TTP 5: PhB 65,12-15), das also eine
bestimmte Verhaltensweise normativ auszeichnet. Auch hier ist die Formulierung
so gewáhlt —sich oder anderen —, das sowohl rechtliche ais auch moralische
Gesetze subsumierbar sind. Die traditionelle Unterscheidung zwischen góttlichem
und m enschlichem Gesetz nimmt Spinoza in der Weise auf, dass er beide ais
menschliche Gesetze begreift, die also nicht durch ihren jeweiligen Urheber, sondern
nach dem Regelungsbereich unterschieden sind: Menschliche Gesetze haben ais
Regelungsbereich „die Lebensweise, die bloB der Sicherung des Lebens und des
Staates dient“ (PhB 67,25-26), gottliche Gesetze „aber diejenige [Lebensweise], die
allein auf das hóchste Gut, namlich die wahre Erkenntnis und Liebe Gottes abzielt"
(PhB 67,27-28). Dass es sich nur anscheinsweise (videtur) um auch dem Ursprung
nach verschiedene Arten von Gesetzen handelt, macht Spinoza unmissverstandlich
klar, wenn er ausführt, dass Gott nicht ais Gesetzgeber im Sinne eines Praskriptors
adaquat begriffen werden kann.
Welches sind nun aber die Ursachen dafür, dass die Menschen die Regeln einer
gemeinsamen bzw. einer zum Genuss des hochsten Gutes führenden Lebensweise
ais Vorschriften verstehen, und welches sind die Wahrheitsmomente der Redeweise,
dass sie, jedenfalls die auf Sicherheit des Lebens und des Staates'1 bezogenen,
gewillkiirt sind?
a) Ais gewillkiirt erscheint das menschliche Gesetz insofern, ais „die Menschen
(es) erfüllen oder missachten konnen, weil es namlich die menschliche Macht in
gewisse Grenzen einschrankt, über die sie an sich hinausginge" (TTP4: PhB 66, 23-
25), weil es eine Selektion unter alien dem Menschen moglichen Verhaltensweisen
vornimmt, indem es bestimmte von ihnen negativ auszeichnet, d. h. verbietet.
b) Ontologisch betrachtet, ist diese Redeweise, das die menschlicher Gesetze
„vom Belieben der Menschen abhangig sind" (TTP 4: PhB 65,29-30) insofern
zutreffend, ais ihre Aufstellung aus der Macht des Menschen ais eines Teils der Macht
der Natur folgt, und zwar notwendig, da die menschliche Natur so beschaffen ist,
dass die Menschen ihr Selbsterhaltungsstreben nicht anders ais durch regelgeleitete
Kooperation erfolgreich zu betátigen vermogen —wie der TP spater genauer
ausführen wird. Die Sanktionen der Gesetze hángen insofern vom menschlichen
Belieben ab, ais sich in ihren „hauptsachlich“ die „M acht des menschlichen
Geistes" m anifestiert, dessen W irkungsweise, namlich die Sanktionierung von
GesetzesverstoBen nach menschlichem Belieben, gleichwohl kausalgesetzlich, „sub
ratione veri et falsi", verstanden werden kann (TTP 4: PhB 65,30 — 66,8).
c) Weiterhin ist diese Redeweise auch deshalb angemessen, weil „wir die Dinge
durch ihre nachsten Ursachen definieren und erklaren müssen und jene allgemeinen
442
P h y s ik u n d P o lit ik be i S p in o z a
Betrachtungen über das Schicksal und die Verkettung der Ursachen uns durchaus
nicht helfen, unsere Gedanken über die Einzeldinge zu bilden und zu ordnen“ (TTP
4: PhB 66,10-14).
d) Epistemolo gisch alternativlos ist diese Redeweise von der Kontingenz der
menschlichen Gesetze nun deshalb, weil wir die tatsachliche Kausalverkettung der
Ereignisse nicht kennen und „es deshalb für die Lebenspraxis besser, ja notwendig
ist, die Dinge bloB ais moglich zu betrachten“ (TTP 4: PhB 66,15-19). Die Kategorie
der Moglichkeit und damit diejenige des Beliebens sind pragmatisch notwendige
Korrelate des Wissensmangels
e) Es ist auch eine Folge dieses W issensmangels und der D om inanz der
L eidenschaften im W elt— und Selbstverhaltnis der M enschen, dass die
Funktionalitat der menschlichen Gesetze für „Sicherheit und Bequemlichkeit des
Lebens“ nicht erkannt wird und daher das in ihnen sedim entierte Wissen über
taugliche Zweck-M ittel-Relationen, ais fremd gesetzer Imperativ erscheint oder
von den Gesetzgebern so dargestellt wird —eine Anspielung auf den gottlichen
Ursprung der Gesetze , um bei der Mehrzahl der Menschen Befolgungsbereitschaft
zu erzeugen. Gesetzesbefolgung erscheint ihnen daher ais Gehorsam, ais Dienst am
Gesetz. Jene Koppelung zwischen Antecedenz und Consequenz, deren Verkniipfung
im praskriptiven Verstandnis ais gewillkiirt erscheint, ist aber tatsachlich nicht
willkürlich, sondern bringt nur die der Natur des M enschen entsprechenden
K ooperations— und Beschránkungserfordernisse zum Ausdruck. D aher handelt
derjenige, welcher diese notwendige Verknüpfung erkennt, auch nicht im Modus
des Gehorsams gegenüber einem fremd gesetzten Gebot, sondern im Modus der
Anpassung an notwendige Gegebenheiten, d. h. er lebt regelgemaB und doch
zugleich frei (vgl. TP 2/20).
Mit der Eroffnung der Perspektive einer kognitiven Aneignung lebensnotwendiger,
weil lebens und freiheitsermóglichender Handlungsorientierungen jenseits aller
Normativitat, die sich gleichwohl wegen unseres unvollstándigen Wissens und um
dei Motivation zu ihrer Befolgung durch alie willen, also handlungspragmatisch
bedingt, ais normativ gesetzt darstellen, hat Spinoza die aus seinem Programm
resultierende Aufgabe, Genese, Status und Funktion praskriptiver Gesetze zu
erklaren, erledigt.
Spinoza nimmt in seiner Staatslehre die von Bodin zuerst ausgearbeitete, von
Hobbes aufgegriffene und neu begründete Theorie der Souveranitat zunachst
uneingeschrankt auf:
443
M an fred WALTHER
5 Das meint Spinoza, denke ich, wenn er sagt, „dass im staatlichen Zustand alie dasselbe fürchten
und es für alie ein und dieselbe Ursache von Sicherheit und [damit auch] ein und dieselbe Lebensweise
gibt“ (TP 3/3).
6 Die deutsche Sprache hat die Konstitutionslogik der Soveránitat im Sinne Spinozas semantisch
gespeichert: Was die (moralische) Emporung vieler hervorruft, führt zum Aufstand, d.h. zur (politischen)
Emporung!
444
P h y s ik u n d P o l i t i k b e i S p in o z a
7 Tiaiect.: Rudolf á Zyll; überarbeitete Fassung in dessen Opera omnia, Roterodami: Reiner
Leers, 1780, pars 2: 1364-1570.
445
M anfred WALTHER
4. SCHLUSSBEMERKUNG
Wenn Spinoza von historia spricht, so etwa von einer historia naturae oder,
in der biblischen Hermeneutik, von einer historia scripturae (Nachweis TTP), so
versteht er darunter die Beschreibung der einzelnen Ereignisse in ihrer zeitlichen
Abfolge. Die historia stellt also das Tatsachenmaterial zur Verfiigung, das dann in
einem zweiten Schritt wissenschaftlich-rational zu erklaren ist. Die Erzahlung von
Geschichten, von historiae, liefert diese Tatsachen nicht zuverlássig, da sie immer
zugleich das lebensweltlich-imaginativ geprágte Kontextwissen interpretativ an die
Ereignisse herantragt. Daher muss solches Tatsachenwissen bezüglich der nicht-
menschlichen Natur erst durch methodisch geleitete Erfahrung89 erzeugt und im Falle
der biblischen Schriften durch eine ebenso verfahrende historisch-kritische Analyse
erzeugt werden.
8 Die Lebensgeschichte Spinozas. 2., stark erw. u. vollst. neu komment. Aufi. d. Ausg. v. Jakob
Freudenthal 1899. M. e. Bibliogr. hg. v. Manfred Walther u. Mitarb. v. Michael Czelinski. 2 Bde.
Stuttgart-Bad Cannstatt: frommann-holzboog, 2006. (Specula; 4/1-2.), Dokument 199, 414-415 (lat.
Text u. Übersetzung); Bd. 2: 263 (Kommentar).
9 Experientia quaesita nennt Spnioza das im TIE; vgl. auch den über Oldenburg laufenden
Briefwechsel mit Robert Boyle (Nachweise).
446
I
P h y s ik u n c í P o l i t i k b e i S p in o z a
447
Parte V
Spinoza y otras perspectivas
LA ÉTICA DE LA INMANENCIA SE ABRE AL INFINITO
(SPINOZA V E R S U S HEIDEGGER)
VICENTE HERNÁNDEZ PEDRERO
Universidad de La Laguna
PUNTO CERO
451
V icen te HERNÁNDEZ PEDRERO
452
L a é tic a d e la in m a n e n c ia se a b re a l in f in it o . ( S p in o z a v e rsu s H e ic le g g e r)
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V icente HERNÁNDEZ PEDRERO
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L a é tic a d e la in m a n e n c ia se a b re a l in f in it o . ( S p in o z a v e r s u s H e ic le g g e r)
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V icente HERNÁNDEZ PEDRERO
sentido eterno de la sustancia, pero ello se concibe desde y para la mayor potencia
del modo humano, que culmina así su paso por la duración y la existencia; nunca
para la gloria metafísica del ser eterno e infinito, siempre desde la consideración
de lo mejor para el ser humano y su duración en este mundo. El spinozismo es una
filosofía materialista que surge en la modernidad no-luminosa del barroco y que, una
vez remontada toda una suerte de dificultades de comprensión generadas por su anó
malo y nada complaciente género teórico no-teísta de reflexión, podemos explicar
ahora, ya entrados en el siglo XXI, como un pensamiento que se ocupa del ser del
modo humano en medio de la trama de la inmanencia, en el juego de sombras que
proyecta nuestra existencia, junto a la existencia de los demás modos, en la realidad
del mundo; que persigue una claridad de conocimiento emanada de ese mismo hecho
existencial, o proveniente de la luminosidad artificiosa de un soñado origen. «Medi
tamos sobre la vida» porque es lo real-inmanente de la existencia, mientras que
una «meditación sobre la muerte» nos traslada hacia fuera de la existencia misma
situándonos en la ensoñación del origen. La angustia frente la muerte conduce a la
cuestión del origen puesto que en su representación metafísica (o poética), la exis
tencia encuentra la calma. La existencia inmanente, ligada a la experiencia de la vida
y no de la muerte, no necesita sin embargo del origen porque va al encuentro de la
potencia que le es propia como modo en la duración de la vida. Spinoza inaugura un
saber pragmático-eudaimonista que no sufre sino que se alegra a pesar de sus límites
como conocimiento que corresponde a un ser finito: «Debemos definir y explicar las
cosas por sus causas próximas [pues] ignoramos completamente la misma coordina
ción y concatenación de las cosas, por lo que para el uso de la vida [ad usum vitae]
nos es mejor e incluso indispensable considerar las cosas como posibles» (TTP, IV).
En la trama próxima de la inmanencia, la potencia del modo humano no puede ir
más allá de la existencia en la finitud: «la potencia humana es sumamente limitada
e infinitamente superada por la potencia de las causas exteriores». Pero si esto «lo
entendemos clara y distintamente, aquella parte nuestra que se define por la inteli
gencia, esto es, nuestra mejor parte, descansará plenamente en ello y se esforzará en
permanecer en esa quietud». Ad usum vitae, el modo humano no puede «apetecer
sino lo que es necesario» a su propio ser finito, lo que corresponde a su potencia
dentro de una naturaleza infinita que permanece siempre lejana. Una vez aceptada,
sin angustia, la finitud «en la medida en que entendemos correctamente estas cosas,
el conato de la mejor parte de nuestro ser concuerda con el orden de toda la natura
leza» (E4, Apend., Cap. 32).
456
L a é tic a d e la in m a n e n c ia s e a b re a l in f in it o . ( S p in o z a v e rsu s H e id e g g e r)
con el objetivo ético del spinozismo, resulta más bien extraña y extraviada. Se trata
de la filosofía de la existencia de Heidegger, que dominó buena parte del pensar filo
sófico «continental» del siglo XX, y que a través de un gran número de interpretes
sigue teniendo una presencia renovada en la filosofía actual.
Como es sabido, la meditación filosófica sobre la muerte define la existencia del
Dasein heideggeriano en Ser y tiempo: «La muerte se revela así como la posibilidad
más propia, irrespectiva e insuperable [del Dasein]». Sin embargo, aún queda por
establecer con mayor claridad cómo la obra del Heidegger posterior a la Kehre no
sólo no supone una ruptura por la vía del lenguaje con respecto a aquella definición
analítica existencial, sino que más bien estaríamos ante un desarrollo en otro plano
de un mismo proyecto de relación entre el ser en cuanto ser, que está en el origen de
todo, y del ente humano, que es Dasein arrojado al mundo. Por lo que hace al len
guaje, de una parte, el análisis de la estructura del mismo en la obra heideggeriana
permite comprobar cómo la idea de la muerte determina el planteamiento lingüísti
co. De otra parte, y esto es lo decisivo, el lenguaje, de suyo, cumplirá en el ente la
función de médium poético de relación existencial del ente humano y su ser, como
ser del ente, con el ser en cuanto ser o el ser en general. Sólo una sobrevaloración
espuria del papel del lenguaje en la obra última de Heidegger podría perder de vista
esta continuidad filosófica esencial entre Ser y tiempo y el nuevo punto de partida
que significa la Carta sobre el humanismo, donde Heidegger formula, en 1946, una
ética del origen. He dicho «espuria» porque seguramente tuvo mucha influencia en
ello el pasado político de Heidegger en relación con su obra primera, dándose ahí
las condiciones para un nuevo escenario teórico anunciado como Kehre. Basta no
obstante con prestar atención a la recapitulación del propio Heidegger con respecto a
Ser y tiempo en la Carta sobre el humanismo para llegar a unas conclusiones mucho
más de acuerdo con la unidad última de su proyecto filosófico existencial.
La frase de Heidegger «el hombre es el pastor del ser» quiere decir: el hombre
está en el mundo no para cuidar en último término de sí, sino del ser. Si la esencia
del hombre reside en la ex-sistencia, esta ex-sistencia superior del hombre es la que
importa esencialmente, «la que importa desde el propio ser, por cuanto el ser hace
acontecer al hombre en cuanto ex-sistente en la verdad del ser a fin de que sea la
guarda de dicha verdad». Frente a la filosofía del humanismo, Heidegger establece
que «lo que importa ya no es precisamente el hombre simplemente como tal», sino
que importa el hombre sólo en su condición de guardián de la verdad del ser. Para
eso ha sido arrojado al mundo y para eso tiene la capacidad superior del lenguaje.
Ahora bien, el lenguaje, propiamente, pertenece al ser, sólo que el hombre en cuanto
ente ha sido honrado por el ser con la capacidad de lenguaje: «El hombre no es sólo
un ser vivo que junto a otras facultades posee también la del lenguaje. Por el contra
rio, el lenguaje es la casa del ser: al habitarla el hombre ex-siste, desde el momento
en que, guardando la verdad del ser, pertenece a ella». Como tenemos una marca
457
V icente HERNÁNDEZ PEDRERO
de origen que nos une al ser, cuando llegamos a su casa que es el lenguaje entonces
sabemos que ésa es también nuestra auténtica morada: «Por eso, el lenguaje es a
un tiempo la casa del ser y la morada de la esencia del hombre». Éste, y no otro, es
el sentido de la Kehre referida al lenguaje: la de un médium poético que pone en
comunicación al hombre con la verdad del ser a fin de que ésta sea guardada y con
servada; un médium poético entre el ser en cuanto ser y la finitud propia del ser del
ente. Así pues, en Heidegger no hay una filosofía del lenguaje propiamente dicha, es
decir, una filosofía que tome al lenguaje y a sus características socio-comunitarias
como centro de atención. Lo que hay es un pensamiento sobre el Ser, con mayúscu
la, ante el cual el lenguaje cumple la función que ya no puede seguir desempeñando
el conocimiento y la filosofía, incapaces, según la visión de Heidegger, de superar el
ser de lo ente. Si «el pensar futuro ya no es filosofía», entonces, a partir de la Kehre,
sólo podemos pensar el ser poéticamente con la mediación del lenguaje. Esto impli
ca en la obra última de Heidegger una ética, una ética que por medio del lenguaje
cuida del ser. Esta ética es originaria porque toma bajo su cuidado al ser original.
Pero entonces —nos dice Heidegger— el campo ontológico de la ex-sistencia se
desborda más allá de una ontología referida tan sólo al ser de lo ente, en dirección
a la verdad del ser en general, al ser en cuanto ser. Es el paso de una ontología sin
fundamento último a una «ontología fundamental», de forma que mientras aquélla
«piensa siempre y sólo lo ente en su ser», ésta, en cambio, «trata de remontarse
al fundamento esencial del que procede el pensar de la verdad del ser». De nuevo
encontramos ahora, si bien indirectamente, una existencia pensada fuera de sus pro
pios límites. La esencia del hombre pasa por su existencia, pero no está en la propia
existencia. La esencia como existencia en Heidegger todavía no es suficiente y hay
que preguntarse por «lo esencial de esta esencia» del hombre, trascender su existen
cia según una ex-sistencia pensada hacia fuera de la existencia misma. En definitiva,
todo lo contrario de aquello que nos había mostrado la ética de la inmanencia del
spinozismo, y de lo que parecía sugerir, tomada inadvertidamente, la propia filosofía
existencial de Heidegger.
5 .— En Spinoza, tal como quedó dicho, la esencia del ser humano es su existen
cia llevada a su máxima potencia como modo. A la búsqueda y realización práctica
de esa potencia se dirige el pensamiento spinoziano. No hay pues ninguna inda
gación filosófica acerca de «la esencia de la esencia», ni respecto a una ontología
fundamental a cuyo fundamento último debamos acceder por vías ajenas al cono
cimiento o la filosofía. Se establece la existencia de una sustancia eterna e infinita,
pero la misma se da por descontado como límite asumido desde la inmanencia.
La sustancia no es algo de suyo inmaterial o espiritual, es materia infinita y eterna
concebida como su propia causa en el sentido de un continuum ontológico que va
de una realidad material cognoscible —natura naturata— a otra situada más allá de
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L a é tic a d e la in m a n e n c ia s e a b re a l in f in it o . ( S p in o z a v e rsu s H e id e g g e r)
los límites del conocimiento del modo humano que es finito y que nunca le alcan
za —natura naturans—, Empero, en Spinoza no alcanzar a conocer lo infinito no
demuestra más que la inmanencia del modo, nunca puede ser demostración de una
supuesta espiritualidad de la sustancia. Formamos parte de la sustancia infinita con
nuestro cuerpo y nuestra mente, a través de sus atributos de extensión y pensamiento
expresados en nuestro ser como modo humano que es materia. Así entendida, la sus
tancia opera entonces como la condición ontológica de nuestra finitud como modos.
Pero es a la finitud del modo, en tanto que ser inmanente y material a la que hay que
prestar incondicionalmente atención filosófica. Lo contrario, esto es, la búsqueda
de la tal «esencia de la esencia», conduce desde la perspectiva del spinozismo a la
depotenciación de las posibilidades de lo humano como modo, pues condiciona y
prejuzga nuestra presencia en el mundo desde un orden diferente al existencial, ses
gando, tergiversando, interrumpiendo la secuencia natural de nuestra potencia. Para
el spinozismo, el tiempo en la duración del modo no puede quedar sometido por un
pensamiento acerca de la existencia eterna de la sustancia. Más bien, en un tercer
género de conocimiento, no antes, cuando el modo que es el ser humano haya podido
avanzar en el camino de su potencia, entonces, y sólo entonces, el pensamiento sobre
la existencia asume libremente una condición sub specie aeternitatis, por medio de
un conocer intuitivo apoyado en un conocimiento racional que es anterior. La exis
tencia inmanente del spinozismo significa una duración del tiempo que estamos
con vida en plenitud de potencia, al punto de llegar a la intuición última de nuestra
presencia en la sustancia o naturaleza infinita y eterna de la que, con nuestro cuerpo
y nuestra mente, formamos parte. En cambio, la ex-sistencia heideggeriana da lugar
a la sumisión en el tiempo, sub specie temporis, según los designios ocultos de un
ser superior, al que se accede por la vía de la angustia y como ser-para-la-muerte. La
idea de sustancia en Spinoza es crítica en el sentido de estimular nuestra condición
como modo que tiene una potencia. Por el contrario, la idea de ser en cuanto ser o
ser en general de Heidegger implica el decaimiento de la potencia del ser del ente
que es el hombre en virtud de su dedicación en este mundo al cuidado ético de aquel
ser superior. Bien podría decirse que la diferencia entre ambos pensamientos tiene
una fuente, asimismo, existencial y biográfica: Spinoza, excomulgado y perseguido
por ateo, es un «marrano» defensor de una razón tomada en un sentido radical; Hei
degger, de formación católica, es un antiguo cristiano insatisfecho que busca a Dios
de otra manera. Spinoza trae la sustancia para una reflexión anti-teológica a favor
de la condición humana; Heidegger quiere llegar al ser en cuanto ser como reacción
frente a las respuestas no satisfactorias de una teología atrapada en el ser de lo ente,
incapaz por tanto de pensar auténticamente el ser verdadero. Y así, mientras el spi
nozismo orienta el pensamiento en un sentido crítico hacia la emancipación futura
de lo humano en este mundo, el «ex-sistencialismo» heideggeriano piensa en térmi
nos de muerte y angustia en dirección a un origen desde el mundo al que hemos sido
459
V icente HERNÁNDEZ PEDRERO
ESPACIO INFINITO
Dice Hamlet: «Podría estar encerrado en una cáscara de nuez y sentirme rey de
un espacio infinito»1.
La ética de la inmanencia se abre al infinito para aumentar la potencia de una
vida vivida sin miedo a la muerte. El tercer género de conocimiento consiste en una
suerte de intuición sentida en la mente de que «somos eternos» (E5, 23, esc.). Tal
intuición o sentimiento2 será resultado de la potencia del modo humano mientras el
cuerpo permanece con vida, logrando que lo infinito y eterno acompañe al cuerpo
en su duración temporal y finita. Esa será la mayor potencia de la mente en relación
con el cuerpo: «la suprema virtud de la mente [...] es entender las cosas con el tercer
género de conocimiento» (E5, 25, dem.). Y «de este tercer género de conocimiento
nace la mayor quietud de la mente que pueda darse» (E5, 27), es decir, «la suprema
perfección humana, [el] ser afectado por la suma alegría, acompañada, además, por
la idea de sí mismo y de su virtud» (E5, 27, dem.).
La ética de la inmanencia, el progreso del ser material en las condiciones de su
misma existencia, culmina en este acto de mayor potencia que representa el tercer
género de conocimiento, y cuyo motivo no es la aceptación de una deuda con un
origen que postergue al sujeto y lo subordine, sino, muy al contrario, la apertura a lo
infinito y eterno que fortalezca al sujeto y lo lleve a una perfección mayor. Cuando
el sujeto ético spinozista accede a este tercer género de conocimiento intuye o siente
la eternidad de su mente en la medida en que ella forma parte de la posibilidad de
pensar la eternidad de la sustancia, más allá de nuestra presencia finita en la misma
como modos, pero en virtud de la vida material del cuerpo o de nuestro cuerpo, aún,
en vida.
Cuando el cuerpo humano da de sí «todo lo que puede», la mente, ligada al cuer
po con vida, experimenta ese «amor» por todo aquello que existe en la naturaleza
infinita y eterna, un amor sub specie aeternitatis por todas las cosas del mundo.
1 Cf. S hakespeare, Hamlet, «I could be bounded in a nutshell and count myself a King of infi
nite space», Acto segundo, escena 2. Esta frase aparece citada en El Aleph de Jorge L. Borges, y da
título a uno de los últimos libros de Stephen H awking: El universo en una cáscara de nuez, Crítica,
Barcelona, 2002.
2 La neurociencia actual demuestra la localización de los sentimientos en el cerebro y la mente,
lo que no hace más que confirmar la posibilidad del tercer género de conocimiento spinoziano. Cf.
Antonio D amasio , En busca de Spinoza. Neurobiología de la emoción y los sentimientos, Crítica, Bar
celona, 2005.
460
SPINOZA EN PEIRCE
RAMÓN RODRÍGUEZ AGUILERA
Universidad de Sevilla
En la medida en que es posible identificar una base común en pensadores tan ale
jados en el tiempo, tanto en Spinoza como en Peirce la Realidad es una elaboración
a partir de la Naturaleza: para Spinoza, la adquisición gradual de la actividad de una
mente libre; y para Peirce, la opinión final de una investigación comunitaria indepen
diente de las creencias subjetivas. No hay otro fundamento u origen de la verdad y de
los valores que la Naturaleza: de ella forman parte la naturaleza o la vida humana y la
sociedad política, según Spinoza; y de ella deriva el desarrollo histórico y cultural de
la humanidad, según Peirce.
A pesar de la transformación evolutiva de la Naturaleza efectuada en la segun
da mitad del siglo XIX, un naturalismo ontológico, común en algunos aspectos,
permitió a ambos autores fundir en su pensamiento las emociones y visiones reli
gioso-morales recibidas en su educación (el judaismo y el cristianismo protestante,
respectivamente) con los hábitos intelectuales y algunos de los mejores logros de la
ciencia de su época, conformando dos sistemas filosóficos excepcionalmente cohe
rentes, aunque con una escritura muy pulida en el primer caso y con una redacción
más fragmentaria y escueta en el caso de Peirce.
Ahora bien, también difieren de manera notable la motivación y el alcance de sus
respectivos programas filosóficos.
461
R am ó n RODRÍGUEZ AGUILERA
Spinoza (1632-1677), preocupado ante todo por Dios y por la salvación o felici
dad personal, situó en el primer plano la sabiduría vital (el proceso de la integración
racional de los deseos), junto una orientación política congruente con este ideal. El
reconocimiento de la Verdad, y de la Eternidad de Dios en el mundo, le procuraba
aquiescencia de la voluntad y le servía principalmente como fuente de quietud y de
liberación de las dependencias exteriores, así como de afirmación y de perfección en
el horizonte siempre de una comunidad política ordenada según la Ley.
Peirce (1839-1914) miraba más bien hacia fuera, y comprendía los aspectos psí
quicos (o internos) y los aspectos físicos (o externos) de la Materia (o del Cosmos)
con diferentes formas de conexión productiva; no como dos sistemas separados,
paralelos e inconmensurables. Con una curiosidad, y una competencia intelectual
más extensa, diversa y hasta dispersa, situó la investigación de la Verdad (forma
material), sujeta a normas comunes, con una cierta precedencia respecto de la sabi
duría radicada en el cuerpo, aunque no respecto de la Ley, socialmente respaldada y
símbolo efectivo en el mundo de los hechos a través de la acción humana.
Pudiéramos decir que Spinoza se sentía urgido a conocer para vivir la vida con
sentido, mientras que para Peirce conocer el mundo era ya de por sí una actividad
plena de sentido, una cuestión vital y no meramente científica o teórica.
Un profundo y análogo sentido naturalista, pero no materialista, sino religioso
(místico racionalista en el caso de Spinoza, y escatológico experimental en el caso
de Peirce) de la realidad les guió, pues, a ambos, y les sigue hermanando hoy, situa
dos en las cimas de la Historia del pensamiento: Spinoza, o su modelo humano,
movido por un apetito intelectual, Peirce, por una creencia viva.
El primero miró con serenidad la muerte individual, propia y ajena, dentro del
curso del mundo, (la muerte del «cuerpo» y la muerte del «alma», ambos sin embar
go, «eternos»); mientras que el segundo radicó la «lógica» misma (la verdad expre
sada como Signo) como principio constitutivo de una Comunidad humana, sin
fronteras territoriales y efectiva más allá de su propia era histórica, levantando ya
una mirada comprensiva hacia la posible extinción de la especie humana, finita y
contingente.
Con un excelente equilibrio intelectual, ambos conjugaban, pues, la atención por
las cosas (la realidad concreta e histórica) con una cosmovisión religiosa peculiar:
un cierto «panenteismo deista» en Spinoza y un cierto «pansiquismo naturalista» en
Peirce.
Spinoza, concibió, en efecto, la individualidad de la Naturaleza como un todo
(E, II, lema 7, escolio), estableciendo una activa vinculación intuitiva con las cosas
singulares, pero sin dar una explicación clara de su origen, salvo que necesariamen
te «existen en Dios», pues rechazaba la posibilidad de una espontaneidad azarosa
y pensaba que la contingencia era sólo producto de la ignorancia humana. En su
profunda emoción mística no había lugar ni concepto para la soipresa o el asombro
462
S p in o z a e n P e irc e
(quizás tampoco para el humor); era una fe alegre singularmente contenida y racio
nal, una aquiescente fortaleza en aquella Europa de las disputas y de las pasiones
sociales religiosas.
En cambio, la teología natural de Peirce, en la senda civil abierta con anterioridad
en «Nueva Inglaterra» por R. W. Emerson, era más coloquial y estética: bajo el signo
travieso de la sorpresa (y hasta del juego, en el sentido de F. Schiller), Dios, insepa
rable de la teleología dinámica y abierta del cosmos, era una hipótesis y un ideal de
belleza, identificado como Amor {Ágape), con un eco de la religión de Jesús, como
un «bálsamo» recóndito para el corazón (MS L224); la política del entorno (estable
ya institucionalmente) le preocupó menos que la evolución social y cultural de la
humanidad a largo plazo.
Haciendo un esfuerzo último de abstracción sintética, pudiéramos decir que el
rasgo definitorio del Dios-Naturaleza de Spinoza es su necesidad o determinación
absoluta, mientras que según Peirce el atributo principal de la Naturaleza (en la que
podía tener lugar una cierta experiencia Dios) sería una inagotable actividad creati
va, un crecimiento que incluía las propias exploraciones y logros humanos.
Por eso, la intuición intelectual de lo singular en Spinoza crea un contacto de
afirmación y de «salvación» del propio sujeto en el mundo. Es una actitud vital, una
forma de experiencia que culmina en «el amor intelectual de Dios», situado en la
cima de un ascenso mental plástico y reflexivo («tercer grado» de conocimiento).
La «percepción inmediata» de Peirce, por el contrario, ni es intuitiva ni depende
de la elección del sujeto, sino que es una percepción objetiva y procesual, efecto de
la resistencia con la se nos opone la Realidad. Y no sólo es gradual, sino evolutiva:
comienza por los «sentimientos» ligados a las cualidades de los objetos, sigue por
las relaciones entre los objetos y concluye con la mediación entre ambos, a través
de las representaciones o signos atribuibles por el sujeto al mundo de los objetos, no
siempre directamente observables.
Frente al lenguaje «geométrico» o deductivo, escolástico y realista a un tiempo,
de Spinoza, el lenguaje de Peirce es más claro e informativo, sin dejar por ello de ser
especulativo, conceptualmente, y original. Peirce construía, quizás por vez primera,
una Filosofía contigua, a la vez, a la Historia de la Filosofía y a la Ciencia, y no tenía
por qué establecer, en la América expansiva de su época, ninguna correlación latente
y hermenéutica entre Revelación y Razón, ni temía más incomprensiones sociales
que las puramente intelectuales.
Spinoza, sin embargo, concentró sus esfuerzos en alumbrar, en sintonía crítica con
el racionalismo cartesiano y con la política de la Holanda y la Europa de la época, una
verdad vital y una fe racional individual a contracorriente de un poder social religioso
(judío y cristiano) en pugna todavía con la autoridad emergente del Estado soberano,
en cuyo marco (externo) de la Justicia subsume la ley interna del Amor, deudora a un
tiempo de Platón y de Jesús.
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R a m ó n RODRÍGUEZ AGUILERA
1 E. Husserl habló de la «primera ontología universal» (Die Crisis der europaischen Wissen-
chaften und die transzendentale Phanomenologie, &11). Paul Weis insistió en la función salvífica de
su deísmo religioso, en la identificación de la mente con lo eterno («Some Pivotal Issues in Spinoza»
en R. Kennington ed. «The Philosoohy ofBaruch Spinoza», The Catholic University of America Press,
1980, pp.3-13).
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2 Contribution to the Nation (Part Two, 1894-1900), comp. Ketner and Cook, Texas Tech. Uni-
versity, 1978 (21 July 1904: Spinoza’s Political and Ethical Philosophy, By Robert A. Duff).
Con anterioridad se había mostrado muy crítico con el idealismo escolástico y el hermetismo de
Spinoza: la debilidad de sus matemáticas y su injustificable noción física de que «la idea del espacio
corresponda precisamente al espacio del mundo real» (8 Noviembre 1894, «Spinoza's Ethic»), En
realidad, a partir de 1883 comenzó a «verse obligado a reconocer que la Lógica dependía de la Ética»
(EP, 2, pp.189), pero tardaría tiempo en reconocer el alcance pragmático de Spinoza y quizás en leerlo
directamente.
3 El sujeto al igual que cada cosa se esfuerza (conscientemente) en perseverar en su ser actuando
(E, 3/6-9), pero son los estados de placer/dolor (alegría/tristeza) los que cualifican el valor positivo
de la acción o el valor negativo de la pasiones. Para Peirce, entre el sujeto y lo no-sujeto se configura
«el dualismo enfático» de fondo (acción/reacción; atracción/repulsión) de las tres ciencias normativas
(verdad/falsedad, conducta sabia/conducta necia, ideas atractivas/ repulsivas) que responde a la acción
de A sobre B junto a la acción recíproca de B sobre A. («The Basis of Pragmaticism in the Normative
Sciences»» (1906) en The Essential Peirce, vol. 2, Indiana University Press, 1998, pp. 371-397).
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4 /I Guess at the Riddle (The Essential Peirce, Vol. I, ed. N. Houser and Christian Kloesel Indi
ana University Press, 1992 , pp. 277).
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6 Antonio Damasio: Looking for Spinoza: Joy, Sorrow, and the Feelig Brain, New York: Har-
court, 2003. Studia Spinozana, 14 (1988/1989): en especial: H. M. Ravven (Did Spinoza Get Ethics
Righ ’t?), pp. 57-91. Pero, los sentimientos, «cimiento de nuestra mente», son siempre sentimientos de
algo; la mente se hace en una interna conexión neuronal pero en contacto, a la par, con el exterior.
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haya sido su mejor intérprete y difusor. En una cosmología evolutiva los propósitos
humanos pueden tener efectos físicos y las ideas se integran y forman parte del pro
ceso de transformación continua del cosmos. En el orden socio-cultural, una persona
ya no es un individuo, sino una identidad crítica capaz de realizar experiencias cuyo
significado es comprobable por cualquiera en un tiempo futuro; por ello, la autocrí
tica ética se complementa con la heterocrítica, con la posibilidad final de abrirnos
en la comunidad política democrática a ideales compartidos. Más aún, en el orden
de la racionalidad lógica: «el autocontrol lógico es el espejo perfecto del autocontrol
ético»8, una lenta revisión de nuestros hábitos mentales que realizamos a lo largo de
la vida.
Pues bien, lo que se acaba de sostener, es decir, que la validez de la verdad
objetiva sea de la naturaleza de un signo (cuya realidad es independiente de lo que
cualquiera piense), y que sea, a la vez, la verdad de objetos concretos y singulares,
y para personas determinadas, en un determinado contexto, es algo que ningún
moderno pudo entender. Tampoco Spinoza: su contrapunto antisubjetivista, y no
racionalista ni antropocéntrico, es sólo relativo; el sujeto (epistémico) spinozia-
no usa las palabras como signos para la imaginación, como función expresiva y
reflexiva del poder interior de la mente conectada con la «universalidad concreta
de las cosas», pero no como un hecho mediador y constitutivo de la mente. Pero,
sabemos hoy que las imágenes perceptivas y verbalmente comunicables, cuando
son adecuadas, nos vinculan con el mundo exterior (que incluye, en este sentido, a
nuestro cuerpo y a nuestra mente), transformándonos conjuntamente. En el mundo
pensado por Spinoza existía el concepto de asociación externa e interna al sujeto
(de afectación y de conexión), pero, en rigor, falta el principio activo independien
te de la Reacción, las constricciones que la realidad externa opone a la dirección
conativa del sujeto, a sus apreciaciones. Se muestra así la tendencia subjetivista de
su psicología cognitiva y el carácter no empírico de su inmanentismo holista y
de su racionalismo intuitivo.
La metafísica evolutiva de Charles S. Peirce sistematizó de manera continua
el «universo psíquico» y el «universo físico», que dejaron así de ser considerados
8 «What Pragmatism is» (1905) en The Essential Peirce, vol. 2 (ed. PEP, Indiana University
Press,1998, p. 337). Cuando Miguel de Unamuno en los años treinta leía a Spinoza (y a Kierkegaard)
como un «evangelista» más (hallando consuelo y confortamiento del ánimo), decía que en el seno de la
lengua común se nos hace el alma, porque el lenguaje (popular y cervantino) era la verdadera religión,
anterior a la lógica, la estética y la ética. Este trasfondo de la dirección de la vida en la comunidad cul
tural es el mismo trasfondo abierto e indeterminado que descubre el pragmatismo en el ordenamiento
lógico del saber y de la conducta. Pero no cuajó entonces, por la interrupción golpista que desencadenó
la Guerra civil, la comunidad republicana capaz de incorporar la «común experiencia de todos los hom
bres», por usar ahora la expresión de Peirce acerca de las condiciones de la ciencia de los signos (CP
8.199).
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S p in o z a e n P e irc e
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R am ó n RODRÍGUEZ AGUILERA
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DONALD DAVIDSON, LECTOR DE SPINOZA.
LA RELACIÓN MENTE-CUERPO
PEDRO ROJAS
Universidad Castilla-La Mancha
1. INTRODUCCIÓN
Cualquier persona que esté siquiera mínimamente familiarizada con la obra del
filósofo norteamericano Donald Davidson observará que su teoría sobre las relacio
nes mente-cuerpo presenta afinidades evidentes con la filosofía de Spinoza. Éstas
podrían resumirse diciendo que los dos autores defienden una posición ontológica-
mente monista (sólo hay una sustancia); pero, al mismo tiempo, sostienen que hay
dos vocabularios o dos léxicos diferentes e irreducibles para explicar y describir las
propiedades y el comportamiento de esa única sustancia. Davidson denomina a su
doctrina monismo anómalo. El término monismo alude, obviamente, a la creencia de
que el universo está constituido solamente por entidades de naturaleza material.1Por
1 Para Davidson, la ontología necesaria para describir la realidad sólo comprende dos categorías
básicas, objetos y eventos. Esto implica que, por ejemplo, los hechos o las propiedades no son consti
tuyentes ontológicos últimos e irreducibles de lo real. Llega a esta conclusión basándose en el análisis
lógico del lenguaje. Siguiendo una tradición que se remonta a Frege y Wittgenstein y llega hasta Quine
(y que determina en gran parte la identidad de la filosofía analítica), Davidson estima que el estudio
lógico-semántico de las oraciones de un lenguaje nos proporciona pistas suficientes para determinar
la ontología necesaria para validar dichas oraciones. Una buena exposición de este aspecto del pensa
miento de Davidson se puede encontrar en Stephen Neale, «Meaning, Truth, Ontology», en P. Kotatko,
P. Pagin, G. Segal (eds.) Interpreting Davidson, CSLI Publications, Stanford, 2001. También puede
479
P e d ro ROJAS
ejemplo, y para centrarnos en el problema que nos ocupará, los estados y sucesos
mentales tales como creencias, deseos, intenciones, etcétera, son estados físicos ae
nuestros cuerpos. Por ello, la psicología, como estudio de las características men
tales, no necesita postular otra sustancia que la materia misma que constituye el
universo físico. Todo lo que hay es material; y los rasgos psicológicos son también
elementos materiales. Por su parte, el término anómalo hace referencia al hecho de
que, sin embargo, los eventos y estados mentales no se pueden reducir, ni mediante
definición ni mediante leyes, al vocabulario de la física, entendida ésta como la cien
cia que estudia las estructura material del mundo. La anomalía de lo mental postula
que un estado psicológico, por ejemplo, la creencia de que «Venecia es una ciudad
hermosa», no puede reducirse al vocabulario de las ciencias físicas, incluso aunque
dicha creencia sea idéntica a un estado físico del organismo, posiblemente, del sis
tema nervioso central. No hay ley, no hay nomos, que pueda coordinar o establecer
principios-puente entre el léxico de la física y el de la psicología.
La realidad es una, no hay más que una sola sustancia; pero tenemos a nuestra
disposición dos conjuntos de términos que nos sirven para describir esta única reali
dad. Aunque lo descrito es lo mismo, la manera de describirlo es diferente, y además
tan diferente que no hay modo de traducir de una vez por todas el vocabulario de los
predicados mentales al de la física. El hiato es insalvable. Esto significa que, aunque
pudiéramos poseer una descripción completa, en términos físicos, del organismo de
una persona, aunque conociéramos la posición y estado hasta de la última micropar-
tícula suya, aun así no sabríamos nada todavía respecto del estado mental de dicha
persona. Ni siquiera un conocimiento perfecto de las leyes de la naturaleza física me
permitiría saber qué piensa o desea. Por eso lo mental aparece como anómalo con
relación a esa posible descripción última y final de la realidad que las ciencias físicas
prometen y anhelan; incluso aunque dispusiéramos de una teoría final del cosmos,
los predicados psicológicos no serán por ello eliminados, porque los aspectos que
nos muestran de la realidad no son accesibles al léxico de la física. Y esto es así, no
porque la psicología tenga que ver con una sustancia que no sea material, como esta
blecen los dualismos, sino porque simplemente lo mental es anómalo con relación a
la física. Tenemos una sola realidad; pero dos modos completamente autónomos de
describirla. La sustancia es una; pero se ofrece a la mirada bajo dos aspectos com
pletamente diferentes, tan distintos que no están destinados a ninguna conciliación
ulterior.
Este aspecto de la filosofía de Davidson, sin duda, ofrece una similitud innega
ble con la filosofía de Spinoza. Al propio Davidson no se le pasó por alto; y cuando
consultarse del propio Davidson, «Method and Metaphysic», en Davidson, Truth, Language, and His-
tory, Clarendon Press, Oxford, 2005, y «La forma lógica de las oraciones de acción», en Ensayos sobre
acciones y sucesos, Crítica, Barcelona, 1995.
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D o n a lc l D a v id s o n , le c to r d e S p in o z a . L a re la c ió n m e n te -c u e rp o
tuvo ocasión y las circunstancias le fueron propicias2, rastreó un poco más el asunto
y ofreció su propia interpretación de las semejanzas y diferencias que su plantea
miento guardaba con el del filósofo holandés. No obstante, hay que dejar claro que
Davidson no es un especialista en la obra de Spinoza; tampoco es historiador de
la filosofía. Es un pensador original interesado en desarrollar sus propias líneas
de investigación. Por ello, es preciso tener en cuenta que su interpretación de Spi
noza no pretende ser una lectura filológicamente indiscutible ni establecida sobre
un conocimiento exhaustivo de los textos Se ofrece sólo como una posibilidad de
lectura y como el modo que Davidson encontró de dar solución a un problema her-
menéutico que se le presentó cuando se dispuso a releer con calma y atención la
obra de Spinoza. Con ello, entramos ya directamente en el asunto.
2. EL PROBLEMA
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P e d ro ROJAS
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BíaUGTECA CENTRAL
« H A *
P e d ro ROJAS
sistema forma una red cerrada, pues para explicar un suceso físico no necesitamos
recurrir a nada que no forme parte de dicho sistema. Los procesos naturales de la
sustancia extensa se explican cabalmente recurriendo a leyes que determinan el
comportamiento de esos elementos materiales. Este sistema es además comprehensi
vo, pues, en principio al menos, podría explicar completamente todo acontecimiento
físico. «Todo evento natural puede explicarse completamente por las leyes de la
naturaleza y cualquier estado previo anterior del universo10». Esta premisa, pues,
sienta un monismo ontológico'. sólo hay una sustancia. Por ello, cualquier fenómeno
de la naturaleza, sin excepción alguna, puede ser explicado completamente desde las
leyes físicas de la naturaleza.
En segundo lugar, se sostiene que no sólo los cuerpos, sino también los pen
samientos y demás estados y eventos intencionales y conscientes son reales. Esta
premisa otorga, pues, carta de ciudadanía al reino de lo mental. La psicología trata
fenómenos que reclaman y poseen una realidad específica tan legítima como la que
pertenece al reino material. Pero, por otra parte, nuestra forma de concebir lo psi
cológico y las características que le atribuimos son radicalmente diferentes de las
propiedades físicas. Simplemente, no tiene sentido preguntar, por ejemplo, cuánto
pesa un deseo, qué extensión tiene o cuál es su composición química; cuestiones que
son, sin embargo, completamente legítimas y pertinentes cuando se trata de cuerpos
materiales. Por ello también, el sistema físico de la naturaleza, con su racimo de pro
piedades y exigencias legítimas, no deja lugar alguno, en su interior, a estos exóticos
ciudadanos que son las entidades mentales. Esta dualidad irreducible de caracterís
ticas y propiedades parece hacer imposible concebir de forma inteligible ninguna
conexión, tampoco causal, entre lo mental y lo físico.
Pero, en tercer lugar, la conexión entre lo mental y lo corporal parece un dato
fenomenológico demasiado evidente como para ignorarlo. Como el ejemplo de la
campana mostraba, la naturaleza física tiene todas las trazas de determinar o influir
causalmente el orden, sucesión y contenidos de mis procesos psicológicos; y, vice
versa, es difícil negar que mis pensamientos y deseos actúan en el mundo físico por
medio de mi cuerpo. Constituye un dato primario, y que sólo a duras puedo reprimir,
la creencia de que mi mente puede, de alguna y misteriosa manera, controlar los
movimientos de mi cuerpo y alterar así a voluntad el orden de los acontecimientos
físicos. De manera que, en contra aparentemente de lo que las dos premisas anterio
res afirmaban, me veo obligado a postular algún tipo de estrecha e íntima relación
entre lo psicológico y lo corporal.
Para Davidson, lo que, en esencia, afirman cada una de estas tres premisas es
correcto. A saber, el monismo ontológico, la dualidad de propiedades y la conexión
10 Ibíd. p. 298.
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D o n a lc l D a v ic ls o n , le c t o r d e S p in o z a . L a r e l a c i ó n m e n t e - c u e r p o
psicofísica son tesis que es preciso afirmar y mantener. Lo que se trata es de saber
cómo pueden conservarse las tres al mismo tiempo y sin contradicción. «El proble
ma es cuál puede ser la conexión entre lo mental y lo físico si tiene que satisfacer
estas condiciones11». La estrategia de Davidson es reconocer la legitimidad que
tienen estas tres premisas tomadas separadamente; e intentar buscar una solución al
problema mente-cuerpo dentro del marco así asumido. La alternativa sería repudiar
alguna de ellas; pero él cree que esta táctica sólo plantearía más dificultades de las
que podrían así eventualmente resolverse. Veámoslo.
11 Ibíd. p. 300.
12 Por ejemplo Jerry Fodor escribe lo siguiente: «Supongo que, más tarde o más temprano, los
físicos completarán el catálogo que han estado compilando de las propiedades últimas e irreducibles
de las cosas. Cuando lo hagan, cosas similares a espín, encanto y carga aparecerán, quizá, en su lista.
Pero la intencionalidad, seguramente, no aparecerá. Sencillamente, la intencionalidad no llega a esas
profundidades. Es difícil ver, a la vista de estas consideraciones, cómo se puede ser realista acerca de
la intencionalidad sin ser también, en mayor o menor medida, un reduccionista. Si lo semántico y lo
intencional son propiedades reales de las cosas, deben serlo en virtud de su identidad con propiedades
que no son ellas mismas ni intencionales, ni semánticas». (Psicosemántica, Tecnos Madrid 1994 p
144).
485
P e d ro ROJAS
gos que atribuimos al mundo físico. Esta propiedad es la normatividad; es decir, las
exigencias de holismo, racionalidad y coherencia que debemos respetar en nuestras
atribuciones de estados psicológicos intencionales. Por ejemplo, yo no puedo tener
la creencia de que Londres está más al norte que Madrid sin tener todo un conjunto
de creencias que tienen que resultar coherentes con esta creencia. Así, debo creer,
lógicamente, que Madrid está más al sur que Londres; que Londres está más cerca
del Polo Norte que Madrid; que Madrid está más cerca del Ecuador que Londres,
etcétera. Estas creencias no son estados aislados de mi mente; constituyen un entra
mado holista de proposiciones racionalmente interrelacionadas, de manera que sólo
en el seno de este conjunto indefinido de creencias inteligiblemente vinculadas cabe
atribuirme la creencia inicial de que Londres está más al norte que Madrid. «Para
Davidson, las normas de racionalidad y coherencia son los principios constitutivos
de lo mental; proporcionan a las intenciones mentales su identidad distintiva como
un dominio autónomo13». Por el contrario, las propiedades físicas que atribuimos
a los cuerpos y a sus constituyentes no tienen que guardar entre sí relación alguna
de racionalidad y coherencia; simplemente, los electrones, por ejemplo, no tienen
deseos o creencias entre los que deban establecerse vínculos racionales y normati
vos. Como dice Davidson, «estas condiciones no tienen eco en la teoría física14». Es
por ello que Davidson estima que la dualidad de propiedades es simplemente imbo
rrable; más que soñar con una imposible reducción, él prefiere sostener esa dualidad
y ver el modo de conciliar dicha tesis con el monismo ontológico.
Un primer paso en esta tarea es entender con precisión qué es lo que Davidson
niega propiamente cuando establece que las propiedades mentales son irreducibles
a las físicas. Por supuesto, Davidson defiende que todo estado psicológico es idén
tico a un estado físico; de lo contrario, su monismo se desmoronaría. Esto quiere
decir, por ejemplo, que si yo tengo la creencia de que «el fútbol es un deporte muy
aburrido», esta creencia mía es idéntica, supongamos, a un cierto estado físico de mi
cerebro y del sistema nervioso central. Ciertos estados neuronales, ciertas conexio
nes sinápticas, ciertos estímulos eléctricos, etcétera, son la base neurofisiológica de
dicha creencia. En este sentido, ésta es idéntica a aquéllos. Pero esto no quiere decir
que cualquier otra persona que crea, como yo, que «el fútbol es un deporte muy
aburrido» tenga la misma configuración neurofisiológica en su cerebro. En este sen
tido, esa creencia no corresponde a ningún estado físico que podamos determinar,
porque, en principio, hay un indefinido número de estados cerebrales que podrían
identificarse con esa creencia. Lo mismo sucede con todos los estados mentales,
sean del tipo que sean. Si yo deseo beber una cerveza, mi deseo se identifica con
13 Jaegwon Kim, «Philosophy of Mind and Psychology», en Donald Davidson, Kirk Ludwig
(ed.), Cambridge University Press, p. 119.
14 Davidson, Essays on Actions and Events, Clarendon Press, New York, 1980, p. 231.
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D o n a l d D a v id s o n , le c t o r d e S p in o z a . L a r e l a c i ó n m e n t e - c u e r p o
cierto estado físico de mi organismo; en este sentido, mi deseo es ese estado físico.
Pero, nuevamente, cuando otra persona desea también beber una cerveza, el estado
físico en él correspondiente a este deseo no tiene por qué ser idéntico al mío. Sería,
pues, inútil intentar buscar un estado físico que pudiera identificarse o conectarse
nomológicamente con el deseo de beber cerveza en general. Por eso, aunque todo
estado psicológico particular es un estado físico, los tipos de estados psicológicos
en general no corresponden a tipos de estados físicos. En principio, no cabe esperar
que los predicados psicológicos se realicen sobre la base de estados físicos idénticos.
Hay muchas formas físicas de realizar una creencia; y mi estado corporal relevante
cuando pienso, por ejemplo, que «Venecia es una ciudad hermosa» no tiene que
ser idéntico al estado corporal relevante en el que tú te encuentras cuando piensas
igualmente que «Venecia es una ciudad hermosa». Así, el predicado psicológico tipo
«Pensar que Venecia es una ciudad hermosa» no se puede identificar con ningún tipo
de estado físico. Es por ello que los predicados psicológicos son irreducibles a los
físicos, incluso aunque todo estado o proceso psicológico sea idéntico a estados o
procesos físicos. En términos técnicos, esto significa que Davidson sólo defiende la
identidad de ejemplares (tokens), pero no de tipos (types). Todo ejemplar o caso de
un predicado psicológico es idéntico a un estado físico concreto; pero esto no con
lleva, como hemos visto, que los estados tipos coincidan15. Ni siquiera hay por qué
pensar que cuando a mí me duelen las muelas, algo en mi cerebro es idéntico al tuyo
cuando a ti también te duelen las muelas.
Con estas consideraciones, Davidson estima que puede sostener la dualidad de
propiedades sin tener que renunciar por ello al monismo ontológico. Así la segunda
premisa se sostiene.
Finalmente, la tercera premisa es, en su opinión, demasiado básica para nuestra
concepción del mundo como para renunciar a ella. La idea de que la mente y el cuer
po están en conexión, de que lo físico y lo psicológico interactúan causalmente, está
tan profundamente arraigada en nuestros hábitos de pensamiento y acción, forma un
dato fenomenológico tan básico, que soñar con extirparlo sólo se podría conseguir al
precio de pérdidas mayores que todo beneficio concebible.
La conclusión final de Davidson es que debemos aferrarnos a las tres premisas
y arreglárnoslas como podamos para solventar las dificultades que se nos planteen.
Tanto su propuesta personal como su interpretación de Spinoza se atendrán, pues,
a estas reglas de juego y al marco teórico que ellas definen. Las tres premisas son
insoslayables; la tarea es buscar el modo de reconciliarlas salvando así, a un tiempo,
los fenómenos y nuestros últimos presupuestos científicos.
15 Cfr. Davidson, Subjective, Objective, Intersubjective, Clarendon Press, Oxford, 2001, p. 33.
Cfr., también, Carlos Moya, «Introducción a la filosofía de Davidson», en Donald Davidson, Mente,
mundo y acción, Paidós, Barcelona, 1992, p. 24.
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22 Por ejemplo, que la complejidad del cuerpo es tal que puede estar en correspondencia perfecta
con la complejidad de los pensamientos.
23 Alan Donagan, Spinoza, University of Chicago Press, 1988.
24 Donagan, op. cit. p. 124. (Citado por Davidson, ibid. p. 302).
25 Davidson, ibíd. p. 302.
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P e d ro ROJAS
darse entre dos eventos: las relaciones causales y las explicaciones causales. Las
primeras se dan entre eventos independientemente de cómo éstos sean descritos.
La relación causal es una conexión real, establecida en el mundo mismo y que se
produce entre dos sucesos independientemente de nuestro conocimiento al respecto
o del vocabulario empleado. Las explicaciones causales, por el contrario, para ser
válidas y convincentes, deben recurrir a un vocabulario adecuado y, por consi
guiente, no son independientes del modo en que las expresemos. Técnicamente,
la filosofía analítica denomina a las relaciones que son independientes de nuestro
modo de expresarlas extensionales', por el contrario, las conexiones que dependen
intrínsecamente del vocabulario empleado y de nuestro modo de conceptualizarlas
se denominan intensionales26. Así pues, las relaciones causales son extensionales y
las explicaciones causales son intensionales. Un ejemplo clásico ayudará a enten
der esta distinción27.
Como es sabido, el opio produce sueño y somnolencia. Un célebre doctor, en
una obra de Moliere, explicaba esta circunstancia diciendo que el opio hace dormir
porque tiene la virtud dormitiva. ¿Es esto correcto? Depende. Como constatación
de una relación causal objetiva y real en el mundo, lo es, porque efectivamente el
opio es la causa que produce el adormecimiento. Pero, como explicación causal, es
muy pobre e insuficiente porque el vocabulario escogido es redundante y, al cabo,
vacío. Que algo haga dormir porque tiene la virtud dormitiva es decir dos veces lo
mismo; explicativamente hablando no hemos avanzado nada. Es cierto que el opio
produce sueño, es causa eficiente de somnolencia; y en este sentido, la afirmación
del doctor identifica realmente una conexión causal real. En tanto que tal, es inde
pendiente de qué vocabulario escojamos y de cómo determinemos los términos
de nuestra relación. Igualmente podríamos decir que esta sustancia, señalando al
opio, causa sueño, o que el producto derivado de la desecación del jugo de las
adormideras verdes causa sueño. En todos estos casos, estaríamos señalando una y
la misma conexión causal real. Por ello, las relaciones causales son extensionales,
porque diferentes vocabularios pueden expresarlas correctamente: no son sensibles
al léxico empleado. Del mismo modo podríamos decir que la Luna causa las mareas
de los océanos terrestres, o que Selene causa las mareas de los océanos terrestres; o
que el único satélite natural de la Tierra causa las mareas. El vocabulario cambia;
pero la relación causal permanece inalterada: es la misma en todos los casos. Esta
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P e d ro ROJAS
Ahora tenemos ya el aparato conceptual técnico necesario para dar cuenta del
problema planteado, ofrecerle una solución oportuna y proporcionar una exégesis
aceptable de Spinoza que, al tiempo que conserva las tres premisas ineludibles, no
incurre en ninguna contradicción.
Lo que Davidson entiende que Spinoza quiere decir cuando afirma que la mente
no puede determinar al cuerpo a moverse.es que la relación entre mente y cuerpo no
es causalmente explicativa, pero sí es causal28. La mente causa el movimiento del
cuerpo, pero no lo explica. «Determinar» significa, en esos contextos spinozianos,
«explicar causalmente»; y la tesis de Davidson es que, como vamos a ver, la conexión
causal entre mente y cuerpo no alcanza a ser explicativa.
Cuando describimos la causa usando, por ejemplo, el vocabulario psicológico y
el efecto lo identificamos empleando términos fisicalistas, podemos haber estable
cido correctamente la conexión causal entre ambos; pero como explicación causal
será defectuosa porque la heterogeneidad de vocabularios empleados no permite
comprender adecuadamente la producción del efecto a partir de la causa. Lo impor
tante en esto es comprender que no hemos negado en absoluto que un evento descri
to en términos mentales pueda causar un evento físico; lo que se rechaza es que, así
descritos, hayamos obtenido una buena explicación de lo acontecido. Simplemente,
a través del vocabulario psicológico no podemos ver cómo se producen cambios en
la situación física de los cuerpos (y viceversa). En este sentido, aunque yo conociera
el estado físico de una persona hasta su última micropartícula, no podría conocer a
partir de ahí la situación de su mente ni determinar la sucesión de sus pensamientos
y deseos. No es que no haya determinación causal entre esas dos series; es que no
hay forma de pasar inteligiblemente de un vocabulario al otro. Son, por así decirlo,
recíprocamente opacos. Por ello, nunca se pueden explicar, de forma adecuada, los
sucesos psicológicos a partir de un lenguaje fisicalista (y viceversa). Pero esto no
supone negar ningún tipo de influjo causal entre cuerpo y mente. Independiente
mente de cómo describamos un evento, ya sea en términos físicos o mentales, éste
producirá sus efectos, los cuales, a su vez, los podremos describir, en general, tam
bién usando indistintamente cualquiera de los dos léxicos. Pero sólo una explicación
que emplee el mismo vocabulario para la descripción de la causa y el efecto, será
adecuada y pertinente; sólo ella nos permitirá ver a través de la causa, así descrita,
la producción del efecto.
Podemos emplear, en este punto, la distinción entre razón y causa. Es cierto que,
en muchas ocasiones, utilizamos indistintamente estos dos términos como si fueran
28 Davidson, art. cit. p. 306-7; y también «Intellectual Autobiography», ed. cit. p. 64.
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D o n a lc l D a v id s o n , le c t o r ele S p in o z a . L a r e l a c i ó n m e n t e - c u e r p o
El punto de Ética IIIP2 no es, pues, negar que los eventos mentales puedan
causar eventos físicos, sino negar que puedan explicarlos (e inversamen
te, por supuesto). Nada en esta concepción de las relaciones entre mente y
cuerpo, entre lo mental y lo físico, excluye lo que llamaríamos la interacción
causal de eventos físicos particulares con eventos mentales particulares. Por
consiguiente, no tenemos que endosar a Spinoza con el absurdo lógico que
resultaría de sostener que el evento físico del sonido de una campana no
puede causar la percepción consciente de dicho sonido (...) En mi opinión,
Spinoza no niega que el sonido de la campana puede causar que seamos cons
cientes de dicho sonido; lo que niega es que sea posible dar una explicación
plenamente adecuada de la aparición de la creencia recurriendo a las leyes de
la naturaleza y a la causa descrita en términos físicos (...) Spinoza no llama
ría a esto una explicación porque la descripción de la causa y la descripción
del efecto no pertenecen al mismo sistema de explicación y así el efecto no
podría, en frase de Spinoza, «ser percibido clara y distintamente» a través
de la causa —a través de la causa en tanto que concebida y descrita de cierta
manera, por supuesto.30
29 Como un ejemplo entre otros, Curley señala este texto de Ética IPXID2: «Debe asignársele
a cada cosa una causa, o sea, una razón, tanto de su existencia, como de su no existencia» (cursivas
mías) (Ed. cit. p. 59).
30 Davidson, art. cit. pp. 306-7.
493
P ed ro ROJAS
Todo depende, pues, del sentido del término multívoco causa. Cuando este con
cepto se utiliza en contextos explicativos y, por tanto, intensionales, entonces la
identificación de la causa es muy sensible al vocabulario utilizado y, por consiguien
te, debe efectuarse atendiendo al léxico que viene exigido por dicho contexto. Aquí
causa funciona como la razón que nos torna inteligible el devenir de algún suceso.
Por el contrario, cuando el concepto de causa aparece en los contextos extensiona-
les propios de las relaciones causales, entonces funciona de forma extensional y ya
no importa demasiado cómo sea descrita, en tanto que venga bien identificada. En
el sentido extensional, pues, podemos decir, con absoluta seguridad, que un cierto
evento físico causó cierto evento mental (y viceversa). Por el contrario, en sentido
intensional, un evento mental nunca puede ser causa (es decir, razón inteligible) de
un evento físico. Cuando Spinoza afirma que el cuerpo no determina la mente a pen
sar, lo que está diciendo, según esta interpretación, es que la estructura y disposición
del cuerpo no puede dar cuenta de los contenidos mentales, no los puede explicar
causalmente (racionalmente), aunque siga siendo su causa efectiva desde un punto
de vista extensional.
Tenemos, pues, una única realidad que es susceptible de ser descrita y explicada
desde dos vocabularios diferentes; tan distintos que, al cabo, ambas series de expli
caciones podrían ser completamente autónomas e independientes entre sí. Tanto la
física como la psicología serían disciplinas encargadas de dar cuenta de la única sus
tancia, pero lo harían desde perspectivas separadas. En principio, cabría pensar que
ambos léxicos podrían estar en pie de igualdad en cuanto a su capacidad teorética,
pues cada uno podría determinar el comportamiento de la sustancia desde su propio
punto de vista particular de manera que cada vía de explicación sería suficiente y
cerrada en sí misma. Todo lo relativo al atributo extensión sería dilucidado finalmen
te por una física acabada y completa. Los fenómenos mentales, por su parte, podrían
ser subsumidos sin resto en una ciencia, la psicología, tan poderosa y autosuficiente
como la física. Pero ¿realmente están física y psicología, epistemológicamente, en
pie de igualdad? ¿Es decir, pueden ambas reclamar para sí, de manera legítima, la
pretensión de ser ciencias acabadas y completas de sus respectivos dominios? En
este punto se separan los espíritus, pues Spinoza pensaba que sí y Davidson opina
que no.
Las pretensiones de la psicología las presenta Spinoza, a manera de programa, en
el Prefacio a la tercera parte de la Ética. Allí se afirma, tajantemente, que como «la
naturaleza es siempre la misma, y es siempre la misma, en todas partes, su eficacia
y potencia de obrar (...) los afectos tales como el odio, la ira, la envidia, etcétera,
considerados en sí, se siguen de la misma necesidad y eficacia de la naturaleza que
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las demás cosas singulares, y, por ende, reconocen ciertas causas, en cuya virtud son
entendidos, y tienen ciertas propiedades, tan dignas de que las conozcamos como las
propiedades de cualquier otra cosa. (...) Y consideraré los actos y apetitos humanos
como si fuese cuestión de líneas, superficies o cuerpos31». Aquí parece afirmarse la
exigencia irrenunciable de tratar los fenómenos psicológicos con el mismo rigor,
necesidad, precisión y suficiencia que cualesquiera otros fenómenos de la natura
leza. El atributo del pensamiento tendría una ciencia propia tan potente como la
ciencia que trata de la extensión.
Davidson, por el contrario, no comparte estas grandiosas esperanzas32. Mientras
que tiene sentido postular, al menos como concepto regulativo, la idea de una física
acabada que explique sin resto y de manera completa la integridad de los fenóme
nos materiales, no sucede lo mismo con la psicología. Tres obstáculos impiden
que la psicología se adentre con firmeza por el camino seguro de la ciencia; estas
dificultades no son meramente escollos empíricos que un progresivo desarrollo de
la teoría pueda soñar con superar y vencer. Son dificultades estructurales que tienen
que ver con la peculiar constitución de los fenómenos mentales y de las explicacio
nes psicológicas.
En primer lugar, la propia naturaleza de los conceptos psicológicos impone, en
cierto sentido, un cierto nivel de inadecuación imborrable en las explicaciones que
la psicología puede aspirar a proporcionar. Vimos anteriormente que el progreso
científico se consigue, al menos en parte, cuando conceptos causales tales como
«solubilidad», «elasticidad», «conductibilidad eléctrica», etcétera, que aparecen en
un primer nivel explicativo para identificar extensionalmente las causas, son susti
tuidas por descripciones más exact'as y que no hacen referencia al efecto producido.
Así, estas descripciones de las propiedades físicas de los cuerpos son eliminadas
por ofrecer unas explicaciones muy superficiales y redundantes; y, en su lugar, sur
gen modelos exactos de la estructura atómica de la materia que es lo que realmente
explica, de forma conveniente y cabal, por qué el cobre es un buen conductor de
la corriente eléctrica o por qué el azúcar se disuelve en agua. Esto indica que una
buena explicación científica determina y describe las causas independientemente
del efecto producido, evitando así la hueca redundancia que, de lo contrario, se pro
duce. Pues bien, los conceptos psicológicos básicos, deseos, intenciones, creencias,
etcétera, son irreduciblemente causales; es decir, no admiten ser sustituidos por
descripciones neutrales que no hagan referencia al efecto producido. Por ejemplo,
un deseo es, sin duda, un elemento explicativo de primer orden el marco de toda
31 Ética, p. 182
32 Cfr. Davidson, art. cit. pp. 311-12. Cfr. también Davidson, Filosofía de la psicología, Anthro-
pos, Barcelona, 1994.
495
P e d ro ROJAS
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normales en las que se realizan aquellas experiencias que confirman sus generali
zaciones y leyes. En el límite, una ciencia perfecta y acabada no necesitará recurrir
a la salvaguardia que suponen dichas cláusulas, pues su conocimiento de los fenó
menos será completo y no admitirá excepciones debidas a factores ignorados. Una
ley que no necesita formularse con la adición de la cláusula ceteris paribus es una
ley estricta. La ciencia busca formular tales leyes, que no admiten ya excepciones
ni casos imprevistos. Así, en el caso de la disolución de la sal, la ciencia progresa
determinando qué circunstancias afectan a su grado de solubilidad y sustituyendo
entonces las cláusulas ceteris paribus por la determinación exacta y precisa de las
condiciones normales en las que se produce, y en qué medida, la disolución espe
rada. Estas cláusulas podemos decir que son, utilizando una metáfora conocida, un
asilo de ignorancia; pero un asilo necesario para no tomar decisiones apresuradas
en lo que concierne a la validez y precisión de nuestras generalizaciones. Protegen
las teorías contra las falsaciones apresuradas. No por ello es menos cierto que una
ciencia completa no tendrá que recurrir a ellas y, a medida que progresa, las debe ir
eliminando poco a poco. La física aspira a este ideal y, en cierto modo, lo ejempli
fica: un conjunto transparente y completo de leyes estrictas que dan cuenta de todos
los fenómenos relevantes.
¿Puede la psicología igualmente aspirar a dicha meta? No. No es sólo que las
generalizaciones psicológicas tengan que recurrir siempre, necesariamente, a esas
cláusulas; es que incluso un caso particular y concreto las reclama de manera inevi
table. Sea, por ejemplo, esta «generalización» psicológica, prim er paso hacia la
formulación de leyes: «Si Andrés tiene hambre, intentará comer». ¿Es válida? Tal y
como está, este enunciado está infestado de posibles contraejemplos. Andrés puede
tener hambre; pero cabe imaginar un sinnúmero de circunstancias que determinen
que no intente saciarla: ha hecho una apuesta para estar un día entero sin comer; se
ha puesto a régimen para adelgazar; no tiene comida en casa y le da pereza salir a
comprarla; prefiere esperar y comer más tarde; los alimentos que tiene disponibles
no le gustan; etcétera. Es literalmente imposible enumerar todas las circunstancias
«anómalas» de este tipo. Por ello, la cláusula ceteris paribus es aquí tanto más nece
saria cuanto que, a pesar de todo, la generalización anterior tiene visos de ser acerta
da (a pesar de los abundantes contraejemplos). Por ello, el enunciado anterior sólo es
correcto formulado así: «ceteris paribus, si Andrés tiene hambre, intentará comer».
Pero, a diferencia del caso de la disolución de la sal, aquí no tiene sentido pensar en
determinar las condiciones normales en las que Andrés comerá, porque simplemente
el número de circunstancias en las que Andrés, aun hambriento, no coma, es impo
sible de determinar. Por ello, en estas generalizaciones, las cláusulas ceteris paribus
son imprescindibles e insoslayables. Ello significa que la psicología, a diferencia de
la física, no puede aspirar a formular, ni siquiera tentativamente, leyes estrictas. Las
suyas deben admitir excepciones; y esto de forma inevitable. Por ello, su nivel de
497
P e d ro ROJAS
necesidad no puede equipararse a las leyes físicas33. El enunciado «Si una persona
tiene hambre, intentará comer» será más o menos probable; pero, en cualquier caso,
no puede aspirar a ser una ley inflexible del universo psicológico. Simplemente, no
hay tales leyes.
Finalmente, y relacionado con lo anterior, cabe poner de manifiesto que la psi
cología no puede aspirar al tipo de independencia y autonomía que son propias y
características de la física. Ésta es autónoma en el sentido de que no tiene que recu
rrir a conceptos y leyes ajenos a su ámbito; un evento material debe explicarse única
y exclusivamente a partir de conceptos y leyes físicos. No sucede lo mismo en psi
cología. Como vimos antes, sus generalizaciones son meramente aproximadas, y, en
ocasiones, las causas por las que una acción, esperable bajo una «ley» psicológica,
no se lleva a cabo son de índole física, no psicológica. Ello supone que no podemos
dar cuenta del orden y conexión de las ideas (y de las otras entidades mentales así
como también de las acciones intencionales) sin recurrir a causas físicas que actúan
materialmente sobre nuestros cuerpos. De manera que «no se ve cómo incluso la
más completa comprensión de la psicología humana puede evitar una referencia
esencial a las fuerzas materiales que inciden sobre nosotros34». Mientras que los
fenómenos materiales constituyen un ámbito cerrado y completo en sí mismo, no
sucede lo mismo con el campo de la psicología: los fenómenos mentales y de carác
ter intencional dependen también esencialmente del influjo en bruto que la materia
ejerce sobre nosotros. Por ello, el orden de las ideas siempre está abierto a la influen
cia del orden material externo; ello impide que la psicología pueda clausurarse sobre
sí misma al modo en que sí lo hace la física.
9. CONCLUSIÓN
498
D o n a lc l D a v id s o n , le c t o r d e S p in o z a . L a r e l a c i ó n m e n t e - c u e r p o
al cumplir un papel específico, pueden y deben agruparse bajo una única rúbrica.
Ahora bien, botellas hay de muchos tipos: de plástico, cristal, metal, porcelana,
vidrio, cerámica, etcétera; y provistas de formas y tamaños muy diferentes. Por ello,
aunque una ciencia física acabada podría describir perfectamente toda botella con
una cierta ecuación que determinaría la posición y estructura de sus componentes
químicos y atómicos, no obstante, el concepto «botella» no puede traducirse ni redu
cirse al vocabulario de las ciencias físicas. Es por ello que no hay leyes físicas que
determinen, en concreto, el comportamiento de las botellas; aunque no deja de ser
cierto que todo proceso particular y concreto en el que estén involucradas botellas
puede ser explicado por la física. Por eso también el concepto «botella» no forma
parte del repertorio conceptual de la física; simplemente, ésta no habla de botellas
en tanto que botellas.
Lo mismo sucede con los conceptos psicológicos: constituyen un vocabulario
que, como el de los objetos cotidianos (mesas, sillas, botellas, vasos, bolígrafos,
etcétera), no puede explicarse ni reducirse al léxico de la física. No hay ningún mis
terio en ello, pues igual que nadie negaría que una mesa es un objeto material, nadie
tampoco debería negar que también lo es un pensamiento; y ambos tipos de objetos
(botellas y pensamientos) forman parte de dos vocabularios útiles y efectivos para
nuestra manera humana de habérnoslas con el mundo.
Sin embargo, un problema esencial acucia a este planteamiento: el de salvar
la efectividad causal de los fenómenos mentales. Porque, como todo fenómeno
mental es idéntico a un evento material, y la causalidad física es incuestionable,
parecería que las únicas causas que están vigentes en el mundo deben ser, al cabo,
de índole física. La presunta causalidad de las ideas y deseos no sería nada autén
ticamente real, sería una especie de adorno sin potencia causal alguna. Un ejemplo
ayudará tal vez a entender esto. Un libro es un objeto físico de ciertas caracterís
ticas materiales (peso, densidad, tamaño, etcétera). A su vez, descrito desde otro
vocabulario, se presenta dotado de propiedades semánticas y lingüísticas. Así, una
misma cosa es susceptible de describirse desde dos léxicos diferentes; y se nos pre
senta entonces provisto de dos series bien diferenciadas de rasgos y peculiaridades.
Supongamos ahora que colocamos ese libro en una estantería y ésta se derrumba.
Evidentemente, la causa de la caída ha sido sólo el peso del libro; sus propieda
des semánticas no son relevantes en absoluto para explicar lo acontecido.35 Ahora
bien, este caso parece extrapolable a todo suceso real: según el monismo, todo lo
que sucede en el mundo es algo físico; todo lo que acontece tiene una causa que
es también algo físico. En principio, causa y efecto pueden describirse y explicar
se sin resto desde el vocabulario de la física. ¿Entonces en qué sentido se puede
499
P e d ro ROJAS
36 Cfr. Jaegwon Kim, art. cit. pp. 126-128; y Marc Joseph, op. cit. pp. 138-143.
37 En el artículo, «Thinking Causas», recogido en Davidson, Truth, Language and History, ed.
cit.
SPINOZA Y HEGEL: UN REENCUENTRO
EN EL ABSOLUTO
(U N A L E C T U R A H E G E L 1 A N A D E S P I N O Z A )
1. INTRODUCCIÓN
1 Citaremos las obras de Hegel por la Edición de la Academia de las Ciencias de Renania
Westfalia, Gesammelte Werke (Abreviado, G.W.), 20 Volúmenes. Ed. Félix Meiner, Hamburgo, 1968.
Destacamos el tema del «escepticismo» ya que el único referente explícito se encuentra en el
Skeptizismusaufsatz (G. W. Bd4). En él se señala la vigencia de tres elementos para la delimitación de
un sistema filosófico: la negatividad (p. 201 y 203), la relación (p. 218 y 219) y el absoluto (p. 203 y
501
J o s é M. SÁNCHEZ FERNÁNDEZ
Existe una preocupación por parte de Spinoza —casi desde el primer Axioma de
su Etica— en que se mantenga la continuidad de lo real. Esto es sólo posible si ela
boramos un sistema que parta de la sustancia una y que, como reflejo de su infinita
potencia, tenga la virtud*2 de ser la reunión del todo y de la totalidad. Estos dos ele
mentos —el lado cuantitativo y el cualitativo de lo que existe— no están más allá de
lo que hay sino que, paradójicamente, se encuentran en una relación directa con el Ser,
con lo uno. De modo que podríamos preguntamos: ¿qué podemos hacer con el género
sustancia?3. En definitiva y taxativamente nada, por eso es necesario que el sistema
207). Los tres provienen de Sexto Empírico y constituyen, como en el caso del segundo, el tercer tropo
de la filosofía escéptica. Asimismo, nuestro trabajo se orienta principalmente y es una reflexión sobre
el texto completo del Skeptizismusaufsatz, del cual tratamos de rescatar su valía y vigencia como para
digma de comparación entre los sistemas de Spinoza y Hegel.
2 Citaremos la Etica de Spinoza por la traducción castellana de Vidal Peña, Ed. Alianza, Madrid,
1987. Me refiero a la potencia de ser o, precisamente de permanecer, que se expresa en Eth. III, Prop. 7
y IV, Def. 8. Estas dos definiciones reúnen los conceptos de perseverancia y de esfuerzo. De la capaci
dad que cada realidad tiene de mantenerse estable; de ser una en la multiplicidad. Así como la realidad
del hombre consiste en hacer y padecer. Spinoza comenta además en Eht. IV, Prop 22, Corolario, que
«el esfuerzo de conservarse es el primero y único fundamento de la virtud».
3 Véase Eth. I, Def 3. Esta proposición muestra la completitud de la sustancia por la que, si hay
algo que existe, lo ha de hacer como reflejo lógico (o expresión) de lo que ya está pleno, clausurado.
Por tanto, la inmanencia es también un método lícito (lógicamente) por el que la realidad se funda
menta.
502
S p i n o z a y H e g e l: u n r e e n c u e n t r o e n e l a b s o lu t o
spinoziano encuentre los huecos de su propia causa-sui (proyección del en-sí) en los
que los Atributos (contenido) se equiparen a la esencia y los Modos (para-sí) encuen
tren su más acertada expresión en la existencia, el cuerpo o la necesidad.
Todo este sistema se va desplegando hasta las últimas consecuencias. Y, pre
cisamente, es en las consecuencias —en los efectos— donde se muestra, con más
claridad, la potencia de la causa primera. Ésta se da causa a sí misma y, por tanto, a
todo lo que contiene: la realidad4. De este modo establecemos la dependencia que
busca desde «el conocimiento del efecto, el conocimiento de la causa y lo implica»
(Eth.I, Ax, IV).
4 Véase también Eth. III, Definición general de los afectos, en donde se establece la referencia
con el término perfección y su relación con la sustancia. Por tanto, cuanto más hace un alma —cuanto
más se mueve—, mayor es su contenido y, por tanto, es más perfecta. Así la esencia se acrecenta y sus
partes son más de lo que eran: son más reales.
5 Hacemos referencia al texto de M. Baum Die Entstehung der hegelschen Dialektik. Bouvier
Verlag, 1986. En especial mencionamos el Cap. 5 para el término indiferencia (pp. 227 ss).
6 Distintos autores contemporáneos han descubierto que Hegel, en su período de Jena, poseía un
influjo spinoziano tal que se ve reflejado en cinco artículos o Aufsatzen que preparan el camino hacia
la Fenomenología del Espíritu. Me refiero a las interpretaciones contrapuestas de H. Kimmerle Das
Problem der Abgeschlossenheit des Seins y M. Baum (ed.,cit) sobre el tema del absoluto.
7 Véase, Jeanersystementwiirf III, Naturphilosophie und Pliilosophie des Geistes (G. W. Bd8)
p. 3.
503
J o sé M. SÁNCHEZ FERNÁNDEZ
van a ser Estado, Pueblo, Derecho8... Todas ellas son deudoras de la Relación9
('Verhaltniss) entre el Absoluto y aquello que determina.
De modo que la clave del movimiento fundamentador pasa por un elemento
intermedio (que media), entre el Absoluto y lo determinado: la indiferencia. Hablar
de este elemento sin contextualizar es tan vano como dejarlo pasar por alto sin
mencionarlo. Indiferencia es un término que surge de la relación con la Kausalver-
haltniss (y como solución a ésta) en la que tanto empeño puso Kant para que fuera
«analógica»101bajo la proposición condicional ais ob (como sí) y que establecía
un puente (irreal) entre la Naturaleza y el Espíritu mediante la ejemplificación del
Genio (lo que luego denominará Hegel die schone Seeleu ) como sujeto privilegiado
del conocimiento (creativo, exclusivo, superdotado).
Indiferencia es algo, como en el caso de Spinoza, en el que el mundo se muestra
como éticamente neutro12.
504
S p i n o z a y H e g e l: u n r e e n c u e n t r o e n e l a b s o lu t o
3. INCARDINACIÓN
La cuestión del Ser y su relación con la sustancia hacen que el Absoluto sea, al
mismo tiempo, importante y útil, para la constitución de la realidad. Hegel precisa
que cada Dasein que se encuentra en la realidad está sometido a dos necesidades:
13 Véanse Eth. IV, Def4: «Llamo posibles a esas mismas cosas singulares en cuanto que, atendi
endo a las causas en cuya virtud deben ser producidas, no sabemos si esas causas están determinadas a
producirlas». Una vez más, Spinoza eleva la posibilidad a la perentoriedad de la contingencia, haciendo
de aquella, un reino más amplio, aunque indefinido. Esta indefinición hace que su realidad se encuentre
vinculada a su emergencia en la realidad o determinación.
14 Véase Eth. I, Prop 33, Esc I. La necesidad se define en relación con su esencia y causa. A
mayor causa, dependencia de la sustancia una, mayor realidad definitivamente.
505
Jo s é M. SÁNCHEZ FERNÁNDEZ
506
S p i n o z a y H e g e l: u n r e e n c u e n t r o e n e l a b s o lu t o
propiedad de que está segura y planta en todas las alturas y en todas las simas el signo de su soberanía»
(Ed. Cast., p.149). ”Die Vernunft hat daher jetzt ein allgemeines Interesse an der Welt, weil sie die
Gewissheit ist, Gegenwart in ihr zu haben, oder dass die Gegenwart vernunftig ist. Zuerst sich in der
Wirklichkeit nur anhdend, oder sie nur ais das ihrige überhaupt wissen, schreitet sie in diesem Sinn zur
allgemeinen Besitznehmung des ihr versicherten Eigenthums, und planzt auf alie Hóhen und in alie
Tiefen das Zeichen ihrer Souveranitát" (G. W. Bd9, p. 137).
19 Véase Eth. IV, Def 1. En ella se establece una equivalencia entre lo útil y lo bueno. La bondad
de la realidad consiste en que nos sea favorable y acreciente nuestra esencia.
20 «Cuanta más realidad o ser tiene una cosa, más atributos le competen» (Eth. I,Prop. 9). Es
decir, cuanta más existencia, más contenido. Ese es el peso ontológico de los seres que existen.
21 Véase especialmente «Puedo concebir que mis pensamientos y mis dificultades están suple-
mentados por todos los demás fenómenos del mundo, y que forman —cuando son suplementados
así— un esquema que apruebo y adopto como mío» James, W: Pragmatismo: un nuevo nombre para
viejas formas de pensar. Ed. Alianza, Madrid, 2000, p. 134. Traducción, introducción y notas a cargo
de R. del Castillo.
507
J o sé M. SÁNCHEZ FERNÁNDEZ
Nuestro discurso nos lleva al núcleo común entre las dos propuestas que aquí
analizamos. Cada Figura de la Fenomenología del Espíritu es una expresión de la
potencia de lo real. Asimismo, cada una de ellas contiene un devenir (en y para sí),
un tránsito o dialéctica que lo lleva hasta su completitud. Allí la figura se cierra,
clausurando su funcionalidad, para que aparezca otra. La figura, en su contenido,
es un elemento más de la estructura de lo real. No podría haber, por ejemplo, dos
figuras que se dedicaran a una misma tarea y poseyeran el mismo peso ontológico.
Entrarían en contradicción lógica y, lo que es más grave, real. Una figura se esta
blece y hace de su acción totalidad, a la par que es, constitutivamente, parte de la
acción del infinito que, como sabemos por los matemáticos, los hay más grandes y
menos grandes aunque, indefectiblemente, infinitos.
Esta estructura de lo real supone —como expresión de figuras — , además, que
la realidad se encuentra organizada y posee una lógica, un sentido, un Lógos. Así
pues, cuando tratamos de explicarle algo a alguien, primero hemos de comprenderlo
nosotros. Después hemos de hacer, como Kant, una analogía entre elementos que no
eran ni remotamente parecidos o, como Peirce, orientarnos a través de la mente, que
es nuestro gran y auténtico signo. Finalmente usamos medios para transmitir nuestro
conocimiento, desde el propio lenguaje, un video, un libro, Internet. Cualquier cosa
vale si el otro se entera. En este lugar surge la desazón cuando el otro, ese que no
soy yo y al que, sin embargo, reconozco (sich anerkennen), me dice que no entiende
nada (dialéctica del amo y el esclavo)22. O lo que es peor, entiende algo que yo ni
siquiera deseaba. Pues esto mismo pasa con el Absoluto: al determinarse le hacemos
una fotografía y decimos que el Ser es Tiempo, o Nada, o simplemente, «lo que es,
es y lo que no es, no es» (Parménides), mandando a los barrios bajos de la epistemo
logía (a los márgenes) la tan molesta negatividad.
Una definición delimita una cosa, la hace exclusiva frente a las demás, determi
nando su capacidad de residir en la realidad. De modo que habrá muchos tipos de
realidades, tantas como cosas. De hecho, la delimitación llega a ser tan exclusiva que
22 Véase Cap IV de la Fenomenología del Espíritu en donde se muestra la dialéctica del amo y el
esclavo, (G. W. Bd9, pp. 109-116. Ed. Cast., pp. 113-121). De aquí surgirá también el Ser y la Nada de
Sartre.
508
S p i n o z a y H e g e l: u n r e e n c u e n t r o e n e l a b s o lu t o
elimina aquello que no es ella misma. Por eso, la primera incompatibilidad comienza
con la sustancia misma. No puede haber dos, pues se limitarían. Este movimiento
lógico va desatando cada uno de los nudos y resistencias que la realidad (per-se)
tiene. El primero de ellos nos dice que: «ni el cuerpo puede determinar al alma a
pensar...» (Eth. III, Prop 2) y viceversa. De modo que en la realidad hay cosas
incompatibles. De ahí a la contradicción nos resta un paso: ver cómo el deseo23
establece un contacto mediado, a través de los atributos (muestra de la esencia), para
explorar la posibilidad y hacer al hombre el ser más feliz o desgraciado de la reali
dad; según desarrolle acertadamente o no su contenido24.
Tanto para Spinoza, como para Hegel, la realidad no puede tener un comienzo dua
lista. Sin embargo, ha de tenerlo unitario para que luego en la lógica y, a través de ella,
pueda ser polar y fundamentador. Esto parte directamente de algo uno que a la vez es
múltiple (sintético). De aquí surge el concepto de dialéctica, como aquel desarrollo del
sistema que se inserta en cada figura y es, constitutivamente, parte del devenir.
El comienzo de la comparación (lo que denominábamos relación) se establece a
partir de la sustancia y el Absoluto. Entre ellos dos se genera el resto de la realidad.
Podríamos decir que la sustancia corresponde con el contenido cuantitativamente y
el Absoluto con lo cualitativo. De modo que la generación especulativa, como reflejo
de la «proposición especulativa», puede ser aplicada a cada realidad, a cada figura.
Así su validez es totalizadora25. El sistema comienza por una lógica a) del ser o sus
23 Véase Eth. III, Prop 9, Esc 1. «El deseo es el apetito acompañado de la conciencia del
mismo».
24 Cuando despreciamos algo, negamos su existencia, lo arrojamos al no-ser. Eth. III, Def general
de los afectos, 11, Explic. Cuando, sin embargo, nos sentimos frustrados, lo que deseamos es poseer lo
que el otro tiene y que provoca vacío en nuestra esencia. De modo que para completarla buscamos lo
que el otro tiene. Vano intento que nos lleva directamente al no ser del que pretendíamos escaparnos.
Eth. III, Def general de los afectos, 32.
25 Véase especialmente Differenzschrifr. «La esencia de la filosofía no tiene justamente suelo para
las peculiaridades, y para acceder a ella es preciso, si «cuerpo» expresa la suma de las peculiaridades,
lanzarse a ella á corps perdu\ (...) y construir el absoluto en la conciencia, se eleva a la especulación
y ase su propia fundamentación en sí misma en la falta de fundamento de las limitaciones y peculiari
dades» (Edición castellana de Juan A. Rodríguez Tous, Ed. Alianza, Madrid, 1989, p. 11). „Das Wesen
der Philosophie ist gerade bodenlos für Eigenthümlichkeiten, und um zu ihr zu gelangen, ist es, wenn
der Kórper die Summe der Eigenthümlichkeiten ausdrückt, notwendig, sich á corps perdu hineinzu-
stürmen, (...) und das Absolute im Bewusstsein zu konstruiren, erhebt sie sich zur Spekulation, und hat
in der Grundlosigkeit der Beschrankungen und Eigenthümlichkeiten ihre eigene Begründung in sich
selbst ergriffen." (G. VE Bd4, p. 11).
509
J o sé M. SÁNCHEZ FERNÁNDEZ
26 O. c., (G. W. Bd.4) pp.14, 19 y, sobre todo, pp. 24-27, en donde se delimita precisamente cada
uno de los términos.
27 Véase la lectura escéptica que realiza Hegel del dogmatismo autoreferencial en Skeptizismu-
saufsatz: „so zeigt die Vernunft von diesem Absoluten, dass es eine Beziehung auf das von ihm ausge-
schlossene hat und nur durch und in dieser Beziehung auf ein anderes, also nicht absolut ist, nach dem
dritten Tropus des Verhaltnisses; solí diess andere seinen Grund in dem ersten, so wie das erste seinen
Grund in dem andern haben, so ist diess ein Cirkel, un fállt in den fünften, den diallelischen Tropus;
solí kein Cirkel begangen werden, sondern dieses andere ais Grund des erstens, in sich selbst gegründet
sein, und wird es zur unbegründeten Voraussetzung gemacht..." (G. W. Bd4, p. 219).
28 Nos referimos directamente al Skeptizismusaufsatz, «Spinoza beginnt Seine Ethik mit der
Erklarung: unter Ursache seiner selbst verstehe ich, dessen Wesen Dasein in sich Schliesst; oder dasje-
nige, dessen Natur nur ais existirend begriffen werden kann.“ (G. W. Bd4, p.208). Esta nota se relaciona
directamente con el conatus.
510
S p i n o z a y H e g e l: u n r e e n c u e n t r o e n e l a b s o lu t o
29 Cfr. Ramón del Castillo «índices y referencia en Peirce». In: Anales del Seminario de Metafísi
ca n°. 25 (1991), Apartado IV. Objeto dinámico y realismo, pp. 181-190.
30 Véase Fenomenología del Espíritu, Cap. VI, Espíritu: «Vemos otra vez al lenguaje como al ser-
ahí del espíritu. El lenguaje es la autoconciencia que es para otro» (Ed. Cast., p. 383). “Wir sehen hier-
mit wieder der Sprache ais das Dasein des Geistes. Sie ist das für andere seiende Selbstbewusstsein"
(G. W. Bd9, p. 351). Si damos un paso más nos encontramos con que el Lenguaje es, principalmente
herramienta: «En efecto, lo que se deja emplear como un instrumento externo se muestra como una
cosa que no tiene en sí ningún peso propio» (Ed. Cast., p. 386). „Denn was sich ais ein áusserliches
Werkzeug gebrauchen lásst, zeigt sich ais ein Ding, das keine eigene Schwere in sich hat“ (G. W. Bd9,
p. 356).
31 Véase O. c., determinando así el primer término como: «Sino que se atiende más bien al otro
lado, hace entrar la acción en lo interior y explica por si misma, por la intención de la acción, diferente
de la acción misma, y por su resorte egoísta» (Ed. Cast., p. 387). «Sondern es hált sich an die andere
Seite, spielt die Handlung in das Innre hinein, und erklárt sie aus ihrer von ihr selbst verschiedenen
Absicht und eigennützigen Triebfeder» (G. W. Bd9, p. 358). El segundo como: «Esta es, como deter
minación y contenido, la conciencia natural, es decir, los impulsos y las inclinaciones» (Ed. Cast.,
p. 375). «Diese ist ais Bestimmung und Inhalt das natürliche Bewusstsein, das heisst, die Triebe und
Neinungen« (G. W. Bd9, p. 347). Y, finalmente: «La acción es válida, por tanto, y tiene existencia real
«(Ed. Cast., p. 376). „die Handlung gilt dadurch und hat wirkliches Dasein" (G. W. Bd9, p. 348).
32 O.c., En la delimitación de esta unión es en donde se juega el absoluto y su valor: «De este
modo actúa y se mantiene, pues, la buena conciencia en la unidad del ser en si y del ser para si» (Ed.
Cast., p. 378). «Auf diese Weise handelt und erhált sich also das Gewissen in der Einheit des Ansich
und des Fürsichseins» (G. W. Bd9, p. 349).
511
INDICE ONOMASTICO
A barbanel, J.: 303n. 319, 321, 324, 324n, 343n, 409, 420,
423, 424, 436.
A belardo, Pedro: 75, 75n.
A rriano: 302n, 420.
A bsalón : 412.
A rmogathe, J. R.: 152n, 153n.
A dam , Charles: 144n, 176n, 262n, 270,
332n. A rquímedes: 130n.
A dán : 308, 308n, 309, 312, 313, 315. A rtaud, Antonin: 49.
A dorno, TheodorW.: 378n. A stray, Millán: 108.
A gustín de H ipona : 90, 262, 30ln, 308, A uletta, G.: 58, 58n.
309, 324.
A urélio, Diogo Pires: 423n, 436.
A kkerman, E: 119, 381n.
A verroes: 90.
Á lamo de B arrientos, Baltasar: 409.
A yers, M. R.: 109n.
A lbiac, Gabriel: 52, 52n, 110.
A lejandro M agno: 93, 304. B acon , Francis: 206, 207n.
A lfakar, Abraham ibn: 239, 240. B alibar , Étienne: 33, 33n, 36n, 46,
A lmeida, Manuel: 53n. 302n,314n, 320, 320n, 349, 350n.
B alling, Pierre: 209.
A lves, Esther: 8, 97, 98n, 99n, 102n,
105n. B arbeyrac, J.: 282n.
A pphun, Charles: 100, 130n, 134n. B arbone, Stephen: 104n.
A ristóteles: 55, 72, 72n, 73, 73n, 74, B arnow, J.: 160n, 161n.
74n, 75, 84, 92, 148n, 276, 278n,
B asílides: 308n.
513
ín d ic e O n o m á s t ic o
B elgioioso, G.: 152n, 153n, 166n. B runo , Giordano: 76, 82n, 86, 86n, 87,
88 .
B erkeley, George: 190, 191n, 202,
222 . B uckle, S.: 286n.
B lanco E chauri, Jesús: 9, 273, 273n, B urgh , Albert: 305, 305n, 306n, 314.
276n, 283n, 287n, 290n,338n. B urke , Peter: 375.
B lijenbergh, W illen van: 105, 308, Busi, G.: 176n.
308 n , 310, 310 n , 311.
B lom , Hans W.: 410n, 418, 421,436.
C alvino, Juan: 117, 374, 374n.
B obbio , Norberto: 426, 427n, 436.
C alvo MARTÍNEz/Tomás: 436.
B odin, Jean: 92n, 2 8 ln, 286n, 298, 426,
Cámara, María Luisa de la: 5, 6, 9, 16,
443.
2 7 6 n ,301.
B onaparte, Napoleón: 429n.
C anguilhem, Georges: 20, 20n, 172n.
B onger, H.: 397n.
C ano , Melchor: 411.
B orges, Jorge Luis: 460n.
C anziani, Guido: 91n.
B orrelli, G.: 428n, 436.
C ardano, Girolamo: 73n, 81.
Boss, Gilbert: 31 ln.
C arlos I de Inglaterra: 430, 431.
B otero, Giovanni: 409.
C arlos L uis (Elector palatino): 110.
B oulainviller, Henri de: 30, 30n.
C arrasquer, Francisco: 8, 107.
B ove, Laurent: 7, 19, 30n., 144n, 350,
C arraud, V.: 152n.
350n.
B oxel , Hugo: 208, 302, 303, 303n,
314. C arvajal, Julián: 5, 6, 9, 16, 319.
B oyle, Robert: 76n, 155n, 162n, 446n. C astillo, Ramón del: 507n, 51 ln.
B redenburg, J.: 98n, 169, 170, 170n, C ésar , Cayo Julio: 93, 301n, 303n, 304,
171. 4 1 3 ,420n.
514
I n d ic e O n o m á s t ic o
515
ín d ic e O n o m á s t ic o
76n, 77, 77n, 78, 78n, 79, 79n, 80, D ugas, René: 122.
80n, 81, 82, 90, 102, 109, 110, 112, D ukas, Paul: 117.
126,129, 1 3 0 n ,131, 141, 142, 142n,
143, 143n, 144, 144n, 145, 145n, D unin B orkowski, S.: ^ 14n.
146, 147n, 148n, 149, 149n, 150, D uns S coto, Juan: 277.
151, 151n, 152, 152n, 153, 153n,
D üsing, K.: 61n.
15 4 ,154n,1 5 6 ,1 5 7 ,157n,158,161n,
162n,1 6 4 ,164n,1 6 5 ,1 6 6 ,166n, 167,
168, 169, 1 7 2 ,172n, 173n, 176, 176n, Eco, Umberto: 210, 210n.
177, 183n, 187, 188, 1 9 2 n ,193,196,
202, 216, 216n, 218, 218n, 221, 222, E instein, Albert: 11, 109, 110.
223, 224, 225,226, 227, 229, 232, Elisabeth de B aviera: 263n, 270.
233, 234, 235, 262, 2 6 2 n ,2 6 3 ,263n,
Emerson, R.W.: 463.
264, 270, 304, 304n, 3 3 2 n ,372,373,
376n, 408, 418, 420, 4 2 2 ,4 2 2 n ,427, Epicuro: 73n, 77, 77n, 91, 142n.
436, 469, 485, 489. Erasmo de Rotterdam: 117, 422.
D ewey, John: 471,473. Escipión: 413.
D iermanse, P. J. J.: 28 ln. E spinosa antón, Javier: 7, 33, 34n, 36,
D iógenes Laercio: 91n, 148n. 38n, 41n, 46.
D omínguez, Atilano: 16, 34n, 72n, 74n, Espinosa Rubio, Luciano: 9, 353.
76n, 77n, 79n, 80n, 82n, 110, 119,
Esquilo: 115.
202, 205, 205n, 213n, 214n, 215n,
216n, 223, 264n, 270, 278n, 320n,
338, 338n, 351n, 353n, 372n, 409n, Falgueras, Ignacio: 59, 59n, 60.
418, 420n, 421n, 428n, 430n, 431n,
F ano, V.: 166n.
436.
Feenstra, R.: 279n, 298.
D on Pedro (Rey de Aragón): 417.
Felipe H: 412, 415, 417, 423, 426.
D onagan, Alan: 234, 481,489, 489n.
Felipe III: 417.
D oney, Willis: 231.
Felipe IV: 412.
D ostoyevski, Fiodor: 111.
F ernández G arcía, Eugenio: 8, 16,
D roetto, A.: 286n.
3 8 n ,46,205, 276n.
D uff, Robert A.: 465n.
516
ín d ic e O n o m á s t ic o
517
ín d ic e O n o m á s t ic o
Hegel, Georg W. Freidrich: 27n, 58, 59, Israel, J.: 371, 371n, 410.
60, 60n, 61n, 62, 188,354, 429, 501,
501n, 502, 502n, 503, 503n, 504, Jacquot, J: 160n.
50 4 n ,505,509, 510, 510n, 511.
Jalabert, J.: 61,61n.
Heidegger, Martin: 371,457, 458, 459.
James, William: 471,507.
H enrich, Dieter: 58, 58n, 61n.
Jammer, M.: 166n.
Heráclito: 72n, 88.
Jelles, Jarig: 130.
Hernández Pedrero, Vicente: 9, 451.
Jeremías: 239.
H esíodo: 343n.
Jesús/C risto/Jesucristo: 308,309,313,
Hobbes, Thomas: 20, 29, 53, 65, 78, 316, 377,402,463.
121, 122, 123, 124, 126, 126n, 127,
128, 128n, 129, 130, 130n, 131,132, Joachim, H.H.: 188, 202.
139, 142, 159, 160, 160n, 1 6 1 ,161n, Jacob, M. C.: 371n.
162, 162n, 163, 163n, 273n, 274,
Joñas, Hans: 156n, 172n.
274n, 275, 277, 286n, 294, 294n,
296n, 298, 299, 319, 3 2 1 ,3 2 2 ,322n, Jones, H.W.: 160n.
324, 325, 325n, 326, 326n, 327, Josefo, Flavio: 30ln, 420n.
327n, 334n, 341, 341n, 344, 348n,
368n, 372, 408, 420, 424, 425, 426, Joseph, Marc: 490n, 498n, 499n, 500n.
427, 433, 436 ,4 3 7 ,4 4 4 ,4 4 5 .
Horkheimer, Max: 378n. K ant , Immanuel: lOOn, 278n, 282n,
Hosbawm, E.: 45n, 46. 286, 440, 440n, 466, 472, 473, 501,
502, 504, 506, 508.
Hubbeling, H. G. E. A.: 111.
518
I n d ic e O n o m á s t ic o
519
ín d ic e O n o m á s t ic o
M aquiavelo, Nicolás: 25, 30, 41, 42, M oisés: 35, 36, 42, 43, 235, 241, 301,
42n, 44, 311, 361, 408, 409, 413, 387, 388, 396, 432.
4 2 3 n ,4 2 5 ,4 2 6 ,4 3 5 ,4 3 7 , 464. M olesworth , W illiam: 160n, 294n,
M arción: 308n. 299.
520
I n d ic e O n o m á s t ic o
P arménides: 72n, 76n, 85n, 87, 88, 92n, Prado, Juan de: 215, 215n.
508.
P rélorentzos, Yannis: 33, 33n, 47.
P arrochia , Daniel: 123, 123n, 125n.
Príncipe Condé (Luis II de Borbón):
Pascal, Blas: 159n. 110.
Pautrat, B.: 137n. Proclo: 92.
P eirce, Charles S.: 461, 462, 463, 464, P rokhovnik , R.: 410n, 418, 421, 435n,
465, 465n, 466, 467, 4 6 7 n ,468,470, 4 3 6 n ,437.
472, 473, 474, 474n, 475, 476, 477, P rost, J.: 168, 168n.
478, 5 0 8 ,5 1 1 ,511n.
521
ín d ic e O n o m á s t ic o
Rábade, Sergio: 7, 38n, 47, 63, 265n, R ousseau , Jean-Jacques: 119, 176,
270. 176n, 2 8 2 ,2 9 5 ,2 9 6 n ,2 9 7 n ,299.
Rieuwertz, Jan: 169n, 17 ln, 180n. San P ablo de T arso: 36n, 74n, 79n, 83,
4 0 3 ,403n.
Rijswijck, Hermán van: 397.
Sánchez Fernández, José Manuel: 10,
Rivaud, Albert: 155n.
501.
Robinet, A.: 160n.
S ánchez Stop, J. Domingo: 270
Roboán: 412.
S andius, Ch.: 30ln.
Roces, Wenceslao: 504n.
S antinelli, Cristina: 8, 16, 141.
Rochot, B.: 144n.
S antos, M.: 426, 437.
Rodríguez, Ezequiel: 53n.
Sa VAN, D.: 210n.
Rodríguez A guilera, Ramón: 10, 461.
S chelling, F. W. J.: 58.
Rodríguez D onís, Marcelino: 7, 71.
S chiavone, A.: 176n.
Rodríguez Feo, Joaquín: 341n, 437.
S chiller, Friedrich: 463.
Rodríguez Tous, A.: 509n.
Schnepf, Robert: 440n.
Rojas, Pedro: 10, 479.
S chuller : 164n, 251n.
522
ín d ic e O n o m á s t ic o
S ecrétan, Cathérine: 30n. Tosel, Andró: 33, 33n, 40, 41n, 4 2 ,42n,
44n, 47, 302n.
Segel, G.: 479n.
Totaro, Pina: 8, 152n, 169.
Sender, Ramón J.: 109.
Tricaud, F.: 160n.
S éneca, Lucio A.: 89, 90, 92, 116.
T rilles Calvo, Karina: 8, 261.
Sexto E mpírico: 91n, 502n.
Truyol y Serra, Antonio: 325n.
Shakespeare, William: 111,460n.
Tschirnhaus, Ehrenfried Walther: 26n,
Siebrand, H.J.: 17ln. 102n, 103, 144n, 159, 159n.
Skinner, Quentin: 4 2 ln, 436, 437. Tuck, R.: 286n.
Sócrates: 189, 190, 201.
Spinoza, Baruj (Bento, Benito, Benedic- U lises: 412.
tus): passim.
U namuno, Miguel de: 108.
Stensen, Niels (Stenon): 181n.
Stevin, Simón: 130.
V alentino: 308n.
Stilianou, A.: 302n.
V alkoff, M.-J.: 397n.
Stouppe (teniente coronel): 110.
V an den Enden, Franciscus: 112,408.
Stratón de Lampsaco: 84n, 92.
V an der Tak, W.: 214, 214n..
Strauss, Leo: 286n, 374n.
V anini, Giulio Cesare: 93.
S uárez, Feo.: 66, 74n, 208n, 209n,
213n, 277, 324, 422, 439, 439n. V attimo, Gianni: 38, 38n, 47.
V az D ías, A.: 214n.
Tácito: 301n, 305, 329, 329n, 409,412, V elema, W. R. E.: 420n, 437.
420n, 423, 4 2 4 ,4 2 6 ,4 2 9 ,4 3 0 ,4 3 5 . V elthuysen, Lambert van: 445, 446.
T ales de M ileto: 118, 119. V eneziani, M.: 152n
Tannery, Paul: 176n, 262n, 270, 332n. V erniére, Paul: 404, 404n.
523
í n d ic e O n o m á s t ic o
524
117 colección
estudios
“A u n q u e a d m ito sin reservas -n o s d ic e S pino za en su
T T P - q u e to d a s las co sa s so n d e te rm in a d a s p o r leyes
u niversa le s d e la naturaleza a e x is tir y a o b ra r d e una for
m a fija y d e te rm ina d a, a firm o , n o o b sta n te , q u e [...], para
e l u so de la vida, n os es m e jo r e in c lu s o in d is p e n s a b le
c o n s id e ra r las co sas c o m o p o s ib le s ”.