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El necesitado fortalecimiento de la responsabilidad de las personas jurídicas.

Una de las demandas sociales que se han visualizado en los últimos cincuenta días, es la
falta de justicia en la aplicación de penas efectivas a la hora de condenar a altos
ejecutivos por comisión de grotescos delitos económicos. En el orden de ( de las
revindicaciones exigidas por la ciudadanía ) prioridades, al inicio de la crisis social (31 de
octubre), figuraba en la posición número 3 figuraba "Cárcel efectiva para delitos de
colusión", en la número 5 del ranking "cárcel efectiva para delitos de soborno y cohecho",
en la número 13 "cárcel efectiva para delitos tributarios", apareciendo recién en el
número 20 el aumento del sueldo mínimo.

Solo basta con rememorar casos como La Polar, Penta, SQM o más recientemente las
colusiones de "confort" y precios en los pollos frescos, para entender que delitos de
millones de pesos no pueden ser simplemente reparados a los ojos de la ciudadanía con
clases de ética en una Universidad.

Ante esto, el Gobierno anunciará una agenda contra abusos y delitos económicos esta
semana, al igual que otras demandas sociales tardará un tiempo en tomar forma.

En nuestro país, ya existe una normativa penal con altas convincentes penas para gerentes
y directores, que bien podría ser reforzada, considerando que el marco regulatorio ya está
avanzado y en práctica en los tribunales de justicia.

Esta ley data de hace 10 años. Con fecha 02 de diciembre de 2009, se publicó en el Diario
Oficial la ley 20.393, que establece la responsabilidad penal para las personas jurídicas.
Con esta norma, Chile cumplía con uno de los requisitos para su ingreso a la OCDE.
Hoy esta ley cuenta con un catálogo de doce delitos, entre ellos cohecho, administración
desleal, apropiación indebida, corrupción entre privados y negociación incompatible.

Casos recientes como el conflicto de interés de Nelson Pizarro, ex- presidente de Codelco
por la adjudicación de un millonario contrato en la División Salvador a un ex-socio de su
hijo; la formalización de Gerardo Varela, ex-ministro de Educación, en su rol de Presidente
del Directorio de Soprole como imputado por administración desleal; la querella de
Eduardo Frei contra su propio hermano por apropiación indebida y administración desleal,
o la formalización de ejecutivos de ENAP por contaminación de aguas, dan cuenta de la
vigencia de esta ley, por pocos conocida y por escasas empresas correctamente aplicada a
través de modelos de prevención de delitos.

La máxima administración de la empresa (sin distinción de tamaño), que históricamente


estaba protegida de las consecuencias de actuaciones irresponsables de gerentes y
directores, cambia radicalmente con esta legislación que impone un deber de dirección y
supervisión superior y que es totalitaria en cuanto a su aplicación. El establecimiento de
un sistema de prevención de delitos al interior de las empresas debe ser una norma
incorporada a reglamentos internos, contratos de trabajo y contratos comerciales, para
todos los trabajadores de la empresa, máximos ejecutivos, contratistas y proveedores.

La obligatoriedad de esta norma es alarmantemente desconocida y disminuida,


considerando los posibles efectos penales para aquellos socios, directores y gerentes que,
por su posición dentro de la organización, pueden comprometer penalmente a la empresa
-y comprometerse individualmente- a través de sus actos y decisiones.

Tal vez el descontento social no sería tal, si nuestros Tribunales de Justicia empleara de
manera rigurosa esta normativa legal, aplicando penas altas y efectivas ante la presencia
de los denominados delitos de corbata.

El Gobierno ahorraría bastante tiempo si esta ley fuera fortalecida en sus penas,
aumentando el catálogo de delitos (varios en tramitación como accidentes del trabajo,
abuso sexual de menores, actos de discriminación y otros delitos ambientales), con una
apropiada difusión.

Isabel Avilés & Mariangela Pontigo


Abogados

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