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el hombre y la mujer son personas definitivamente diferentes por diseño divino.

Por
esta razón, Dios ha establecido en Su Palabra que los hombres deben lucir siempre
como hombres y las mujeres deben lucir siempre como mujeres. Para Eibl-Ebesfeldt, la
idea de que el diferente comportamiento de niñas y varones se debe al
condicionamiento social no es cierta. Tiene validez para el embrión al comienzo del
embarazo, pero luego ya no, agrega: “Ya los niños pequeños eligen juguetes específicos
de su sexo y si se toman dibujos de varones y niñas de sociedad ágrafas, se constata
también que son completamente diferentes entre sí. Los jóvenes dibujan aviones o
representaciones de luchas”.
Los sexos se diferencian fuertemente, ya morfológicamente, en toda la historia del
desarrollo de la humanidad, agrega: “el hombre tiene un 40 por ciento de masa
muscular, mientras que la mujer sólo un 30 por ciento; el hombre es más grande y
tiene hombros más anchos, mientras que su pelvis es más estrecha”.
Por ello puede moverse más rápidamente a campo traviesa. Las mujeres, cuando se
entrenan mucho, experimentan una cierta masculinización y se produce cierto
desequilibrio hormonal. “Pero que los sexos son iguales, como se afirmó en las últimas
décadas, es algo que no tiene sentido”, agrega.
Es posible que las mujeres se masculinicen algo, dice Eibl-Eibesfeldt, pero ¿qué los
hombres se feminicen? “Cuando vemos cómo los hombres desarrollan aún hoy
agresiones colectivas cuando se trata de defender a un grupo, tengo mis dudas acerca
de que esas cualidades pueden desaparecer biológicamente”, contesta. Y cuando en un
grupo ese comportamiento ya no existe, probablemente sea oprimido por otro grupo
más masculino-agresivo.

Las guerras se producen generalmente entre poblaciones con un gran porcentaje de


hombres jóvenes. ¿No sería, en vista de ello, positivo un cambio de ese tipo?
“Hoy vivimos en sociedades mayores”, agrega, “¿debemos por ello disolver la familia,
porque en ella existe mucho nepotismo social, preferencias por los propios familiares”.
Para Eibl-Eibesfeldt, tampoco hay que hacer desaparecer las naciones. “Quien lo exige,
populariza el nacionalismo”, agrega.
Para el científico, es necesario comprender que las culturas se diferencian entre sí y
que no hay que querer hacer desaparecer las diferencias. “Yo puedo ser
simultáneamente vienés, austriaco, europeo y también alemán”, resalta, “sólo así nos
podemos alegrar de las coincidencias y ello vale también para la relación entre los
sexos”.
Para el investigador, tampoco las tareas laborales y educativas de hombres y mujeres
tienen por qué aproximarse, tal como se exige frecuentemente. “Los hombres pierden
rápidamente el interés cuando juegan con niños”, explica. Tareas sociales y familiares
son realizadas por las mujeres mucho mejor que por los hombres. “Sólo habría que
crear en nuestras sociedades más reconocimiento para esas tareas”.

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