Está en la página 1de 7

LA EXISTENCIA HUMANA: Una realidad social

1. Individuo, cultura y sociedad

La cultura es un sistema de significados en virtud de los cuales las personas definen


su mundo, expresan sus sentimientos y formulan sus juicios. Es un conjunto de
conocimientos, actitudes y símbolos, históricamente transmitidos de generación en
generación, por medio de los cuales los hombres se comunican entre sí y organizan
su vida en sociedad.

Los animales no necesitan «aprender» cómo resolver las necesidades de la vida


porque eso es algo que les viene dado con los instintos. En cambio, el ser humano sí
necesita aprender a resolver los problemas de su vida. Necesita aprender cómo se
construye una casa, cómo se preparan los alimentos para que sean comestibles, qué
palabras hay que emplear y en qué orden hay que colocarlas para que los demás le
entiendan, etc.

Todos esos conocimientos están disponibles en lo que llamamos cultura. La cultura


recoge las experiencias de muchas otras personas que nos han precedido en la
existencia y nos facilita enormemente nuestra propia vida. Todos esos conocimientos
se aprenden porque hay otros que los enseñan, directa o indirectamente. Puede
afirmarse que en realidad, solo gracias a los demás, cada uno de nosotros somos
«viables» como seres humanos.

El término cultura no tiene un sólo uso ni significado. Desde el ámbito de la ciencia


natural y algunos filósofos de la biología nos propone una definición más amplia y
laxa. Por ejemplo el profesor de Ecología y Biología evolutiva John Benner nos
propone la siguiente: "la cultura es la transmisión de información de un individuo a
otro por medio del comportamiento o del diálogo”. Sin embargo, desde el ámbito de
la antropología cultural, el término cultura se complejiza y especializa.
El antropólogo cultural Marvin Harris considera la cultura como el conjunto aprendido
de tradiciones y estilos de vida, socialmente adquiridos, de los miembros de una
sociedad, incluyendo sus modos pautados, repetitivos de pensar, sentir y actuar.
Es evidente que desde un sentido débil, entendiendo por cultura la transmisión de
hábitos que dependen del aprendizaje y no sólo de la información genética propia de
la especie, podemos hablar de cultura animal y no considerar la cultura como algo
exclusivo de los seres humanos.
Pero por lo que sabemos actualmente, la cultura animal es mucho más limitada, al
menos, en muchas especies animales, pues la precariedad de sus sistemas
simbólicos- lenguajes- se ven limitados a la situación presente y visible; De ahí que
carezca de un carácter acumulativo para poder ser modificado y trasmitido de la
forma extraordinaria que posibilita la representación simbólica que nos permite un
lenguaje como el humano. La cultura humana crece de forma exponencial gracias a
esta herramienta.
Podemos concluir, en este sentido, que la cultura animal se transmite por imitación y
no es acumulativa, mientras que la cultura humana, al contar con el lenguaje, es
acumulativa.
2. Los componentes de la cultura


Los principales componentes o elementos de la cultura son el lenguaje, los valores,
las normas, los instrumentos y los signos.

1. El lenguaje es un sistema de símbolos que permite a los miembros de una


sociedad comunicarse entre sí. Lenguaje y vida interactúan. Por una parte, el
lenguaje expresa la forma de vida de sus hablantes y sus experiencias cotidianas. Un
ejemplo claro de esta conexión es la aparición de nuevas realidades: un invento, una
realidad propia de otra cultura, necesita una palabra nueva para ser expresada.

Por otra parte, el lenguaje vehicula la manera de pensar, la forma de comprender la


realidad y la forma de orientar la propia vida. Esta relación entre cultura, lenguaje y
vida se manifiesta en muchas ocasiones. Por eso, hablar bien otra lengua supone no
solo aprender nuevas palabras y sus significados, sino también adentrarse en la
«mentalidad» de los miembros de otra comunidad de hablantes.

2. Los valores son las concepciones –comúnmente aceptadas– del tipo deseable de
sociedad que quieren sus miembros; son ciertas maneras de ser y de obrar que una
colectividad juzga ideal y que hacen deseables o estimables a los seres o a las
conductas a las que se atribuye dicho valor. En nuestra sociedad son valores
comunes la libertad, la igualdad, la gratitud, la honradez, la tolerancia y el pluralismo,
entre otros muchos.

Características importantes de los valores son: a) aportan los criterios para juzgar las
acciones de las personas; b) inspiran la conducta y exigen comportarse de acuerdo
con el principio que enuncian; c) pueden variar de una época a otra, y de una
sociedad a otra; d) están jerarquizados: hay algunos prioritarios y otros dependientes;
hay algunos irrenunciables y otros negociables; unos se refieren a un aspecto
concreto de la sociedad y otros son generales.

Las normas sociales son las reglas según las cuales la gente orienta su conducta.
Las normas concretan las exigencias generales de los valores en pautas definidas de
obrar. Por ejemplo, la solidaridad como valor se concreta en leyes tributarias y
fiscales, etc. Las normas sociales exigen su cumplimiento. Esa exigencia se
manifiesta en la existencia de sanciones.

Hay que distinguir las normas sociales, que pueden denominarse usos sociales, de
otros conjuntos normativos también sociales, como son la moral o el derecho. Los
tres regulan la conducta libre del hombre, estableciendo comportamientos debidos
para la vida social, pero lo hacen de distinto modo. Por ejemplo, los usos sociales
(protocolos, reglas de «urbanidad», etc.) se nos presentan como obligatorios, pero, a
diferencia de los jurídicos, carecen de coercibilidad para forzar su cumplimento.

Los instrumentos son los artefactos propios de cada sociedad. Reflejan en cierto
sentido sus valores porque cada pueblo desarrolla técnicas y modos de hacer más
adecuadamente aquello que considera más importante. Cada cultura desarrolla sus
instrumentos típicos en armonía con sus objetivos y valores. Los amish no tendrán
nunca coches deportivos. Para nosotros, el teléfono móvil es ya un instrumento sin el
cual nos sería difícil vivir.

Los signos son aquellas cosas que tienen un significado particular reconocido por
los miembros de una cultura, como las señales de tráfico, y todos aquellos símbolos
que constituyen lenguajes o códigos particulares. Cada signo tiene sentido en el
contexto cultural en que se usa y fuera de él resultaría probablemente ridículo: lucir
un vestido de novia es un momento de gran importancia y honor, pero solo en su
contexto.
3. Los límites de la cultura

Las formas culturales en que se organiza la sociedad a sí misma son tan variables
como la libertad humana. Evidentemente, hay algunas mejores que otras. Cuáles son
aceptables y cuáles no lo son es algo que estudia a fondo la ética. Las sociedades
pueden configurarse de muy diversos modos, pero es claro que algunos de estos
modos ayudan a su desarrollo mientras que otros lo entorpecen, y aun hay otros, que
sencillamente no son posibles. Puede hablarse, por tanto, de unos límites que la
cultura no debe o no puede abandonar.

Los límites psicobiológicos del ser humano. Hay muy distintas gastronomías en
las diferentes sociedades, pero ninguna de ellas puede incluir el azufre líquido como
ingrediente básico, por la sencilla razón de que, si hubiera habido alguna sociedad
que lo hubiera elegido, no sobreviviría ninguno de sus miembros.

Los límites que impone la supervivencia misma del grupo social. Si las
sociedades han de perdurar, no se puede admitir como valores o normas aceptables
conductas tales como el asesinato, el robo o el incendio provocado. Si esas
conductas fueran normales, sería imposible establecer las relaciones de cooperación
que exige la vida social.

Se ha señalado que la cultura es utilizada por las clases dominantes para promover
una visión del mundo que sirve a sus propios intereses. Esto empujaría a las clases
subordinadas a aceptar valores que justifican la desigual distribución del poder y la
riqueza. Para estos autores, los límites a la evolución de la cultura serían los límites
de la capacidad de poder de los grupos dominantes.

Un ejemplo de ello es la promoción del control de la natalidad. En la medida en que


esta mentalidad antinatalista es promovida desde Occidente como condición para las
ayudas económicas, los países ricos imponen formas culturales ajenas a la tradición
de otras culturas. Sin embargo, regiones del tercer mundo están casi deshabitadas y
carecen de mano de obra para explotar sus recursos y para constituir mercados
internos. No es por lo tanto extraño que haya quien se pregunte por los verdaderos
motivos de estas y otras intervenciones de los países económicamente más
desarrollados.

En cualquier caso, por mucho poder que un grupo social tenga sigue habiendo
formas de desarrollo social que no son viables o sostenibles. Las presiones para
alcanzar en la economía moderna un desarrollo sostenible responden a esta
exigencia.

Los límites éticos. Es fácil advertir que no toda cultura o elemento de una cultura
favorece el progreso humano. Así, algunas culturas mesoamericanas precolombinas
favorecían sacrificios rituales de inocentes; o tribus canadienses, descubiertas
todavía en el siglo XX, tenían hábitos culturales antropofágicos. A la cultura que es
compatible con los bienes éticos –y jurídicos– que responden a la naturaleza humana
y que promueve el bien común puede denominársele «civilización».
4. Lo natural y lo artificial en la sociedad

La manera en que cada sociedad se organiza es sumamente variable de acuerdo


con su entorno físico, su historia y sus propias tradiciones, sus valores dominantes,
sus leyes y costumbres, etc. El estado actual de cada sociedad es el resultado de las
acciones libres de sus miembros a lo largo de los siglos. Eso hace que las diversas
sociedades no sean iguales entre sí.

Hemos visto cómo lo natural para el hombre es heredar, inventar o construir


soluciones «artificiales» para solucionar los problemas de la vida. «Artificial» aquí
significa lo que es hecho o construido gracias a la libertad y a la inteligencia humana.
Hemos visto también cómo la capacidad humana de configurar libremente su
existencia y la de sus semejantes no se refiere únicamente a su conducta ocasional,
sino también a su entera biografía. Se puede decir así que la vida humana es una
existencia «artificial» en el sentido de que construir la propia vida es un arte, una
tarea, que hay que llevar a cabo personalmente.

Por otra parte, se puede afirmar que la sociedad es algo natural para el hombre por
cuanto una persona solo puede llevar a cabo la tarea de la propia existencia a través
de la vida social. Desde la perspectiva del principio, se ve que el ser humano desde
que nace y hasta una edad relativamente avanzada es un ser indigente e inadaptado,
incapaz de sobrevivir sin la ayuda de los demás.

En cuanto a su fin, la sociedad es el ámbito en el que se puede realizar la existencia


humana en plenitud: solo en sociedad puede cada ser humano desarrollar sus
capacidades e ideales de vida. Aristóteles unía ambas perspectivas cuando afirmaba
que «la sociedad surgió por causa de las necesidades de la vida pero existe ahora
para vivir bien».
5. Identidad personal y realidad social

Esta indigencia del ser humano implica, por tanto, una especie de distancia consigo
mismo, una no coincidencia. Así, por ejemplo, cuando alguien se siente culpable,
preocupado o fracasado, encuentra una enorme distancia consigo mismo; es como si
su personalidad se le hubiese esfumado. Se afirma con razón que la identidad de la
persona humana es un reto que siempre está pendiente de ser logrado: es, de
hecho, la tarea de la vida humana misma.

Así las cosas, el fracaso o el éxito de la vida humana consistirá en la consecución de


la identidad personal, en llegar a ser quien se es. Y el ámbito donde esto se da de
modo primigenio es la comunidad donde el ser humano, más que individuo, es el
miembro de un grupo y entra en relación comunicativa con los otros. En la
comunidad, en la cercanía, se encuentran los lazos afectivos y el uso de la libertad
que nos hace ser quienes somos y no meramente lo que somos. Nadie se definirá
entonces a sí mismo, nadie encontrará su identidad únicamente en el puesto de
trabajo o el desempeño del rol social que desarrolla, sino en la integración de esos
aspectos con los de la vida familiar y comunitaria, o sea, personal.

También podría gustarte