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León Trahtemberg
¿Todos los niños de 6 años deben calzar igual?, ¿Todos los pacientes cardiacos deben
tomar la misma medicina?
Imaginen ustedes que se reúnen en un ambiente clínico a 30 pacientes con problemas
cardiacos de la misma edad, y el médico decide no diferenciar entre ellos y les da a todos un mismo
medicamento con la misma dosis para la insuficiencia cardiaca, sin importar antecedentes,
características físicas del paciente, otros medicamentos que también se consumen,
contraindicaciones, etc. El resultado probable es que no les venga bien a varios de los pacientes. A
unos les puede resultar insuficiente, a otros les puede agravar la situación y a algunos cuantos quizá
les caiga bien. ¿Cómo se asegura que cada paciente reciba la medicación y dosis correcta? Solo
con la atención individualizada.
Imaginen ustedes ahora que hay un donante de zapatillas para los alumnos de primer grado
de un colegio que le pregunta al director cuánto calzan los alumnos, y éste les dice que en promedio
calzan 31. Dona 30 pares de zapatillas y resulta que a 6 alumnos les quedan muy grandes, a 6
alumnos les quedan muy apretados y a 18 les viene bien la talla 31. ¿Es correcto que se exija que
todos usen las zapatillas 31 sin diferenciar a unos de otros? ¿Cómo se asegura que cada alumno
reciba las zapatillas a su medida? Solo si cada uno recibe de modo individual el par que corresponde
a su medida del pie.
Eso es exactamente lo que ocurre cuando se dispone que se atienda a 30 alumnos por salón
solamente bajo el criterio de tener la misma edad, y se pretende que todos aprendan lo mismo, de
la misma manera, con el mismo currículo, mismo abordaje pedagógico, distribución del tiempo,
trabajo en clase, enfoque didáctico, etc. sin importar las características personales de cada uno.
Esta forma de agruparlos y definir el currículo, pedagogía y evaluación de resultados
correspondientes a la escolarización tradicional trae intrínsecamente consigo el maltrato a los
alumnos para los cuales ese enfoque homogéneo aburre a unos, mantiene excluidos a otros,
desconoce las fortalezas y debilidades de cada uno, y calza relativamente bien apenas con un
reducido grupo de alumnos, a los que seguramente más adelante denominarán “el tercio superior”.
¿Es correcto que se exija que todos los alumnos aprendan lo mismo del mismo modo sin diferenciar
a unos de otros? ¿Cómo se asegura que cada alumno sea educado a la medida de su propio perfil?
Solamente con una educación personalizada.
Imagínense ustedes a niños como en su momento lo fueron Mario Vargas Llosa, Max
Hernández, Gastón Acurio, Ani Álvarez Calderón, Gian Marco, Alberto Isola, Vania Masías, Claudio
Pizarro, y que se sostenga que solo tendrán éxito en la vida si es que tienen altos puntajes en las
pruebas estandarizadas clásicas de Matemáticas o Ciencias, porque esos son los cursos que
garantizan el éxito. Es evidente que no hay mayor relación entre los puntajes que saquen en esas
pruebas de corto plazo y el significado de estar bien educados; mucho menos, que esos puntajes
evidencien su potencial para tener éxito en su vida futura.
Sin embargo, al medir en la educación aquello que se puede medir para el corto plazo, que
es lo propio del enfoque de aprendizaje en las áreas curriculares convencionales, se deja de lado
todo aquello que forma parte del bagaje personal de cada estudiante que tendrá implicancias para
toda su vida y que no son medibles por los instrumentos del corto plazo. Sería ridículo asumir que
los logros para el largo plazo son solamente resultado de sumar las mediciones específicas de corto
plazo en unas cuantas áreas curriculares.
En suma, si el punto de partida es el currículo y la escolarización en vez de la atención
individual de cada educando con sus características personales particulares, inevitablemente habrá
maltrato y discriminación. En el caso extremo, -descontando para el ejemplo la dimensión social-,
le iría mejor a cada alumno si es que en lugar de ir al colegio para ser parte de un salón tratado
homogéneamente, se quedara en casa y estudiando con un profesor particular a la medida de sus
capacidades e intereses. Como eso es poco viable -aún con los beneficios de la educación virtual-
, lo que más se acerca a esta opción es la educación escolar individualizadora, en la que los
profesores parten de conocer a cada alumno, identificar sus características personales, y por ello
diversifican el trabajo en aula procurando que haya una variedad de abordajes que permitan a cada
alumno descubrir y poner en juego sus fortalezas sin disminuirse por sus dificultades. Es un colegio
que potencia las fortalezas, intereses y curiosidades de cada alumno, en vez de esclavizarlo en sus
debilidades o áreas sin interés.
Nada de esto es posible en un sistema centralista, dogmático y autoritario que desde el
ministerio de educación obliga a todos a cumplir con un mismo y único currículo, protocolos y
sistema de evaluación, que no alienta a los colegios y sus maestros a personalizar la educación de
sus alumnos y mucho menos a innovar buscando las mejores prácticas que permiten que cada uno
de los alumnos tenga éxito. Por eso es que el derecho de los niños a la buena educación requiere
ir de la mano con el respeto a la diversidad, y eso implica dar a los colegios las prerrogativas para
sacudirse de las cadenas de la uniformidad y optar por las estrategias más pertinentes para cada
una de las realidades escolares y dentro de ellas, para cada uno de los estudiantes.