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ESCRITOS PARA SANTIAGO Z

Sonaly Tuesta

Nació el 28 de diciembre de 1972 en Lámud, Luya, Amazonas, Perú. Es


comunicadora, escritora, columnista, documentalista, activista y consultora en
temas de género, turismo vivencial, patrimonio inmaterial, artesanía y comida
regional peruana, así como colaboradora de Unicef y embajadora de Aldeas SOS.

En 2015, el Ministerio de Cultura le otorgó el título de Personalidad Meritoria


de la Cultura. En 2020 creó la plataforma web «Saberes que unen», desde donde
promueve el registro de conocimientos de las diferentes comunidades del país
con el objetivo de lograr innovación y desarrollo. Asimismo, creó el programa
de televisión Costumbres y, en 2020, publicó el libro de crónicas vivenciales
Costumbres, el verdadero espíritu de los peruanos.
SONALY TUESTA

ESCRITOS PARA SANTIAGO Z


Escritos para Santiago Z
©Sonaly Tuesta

Juan Pablo de la Guerra de Urioste


Gerente de Educación y Deportes

Christopher Zecevich Arriaga


Subgerente de Educación

Doris Renata Teodori de la Puente


Gestora de proyectos educativos

María Celeste del Rocío Asurza Matos


Jefa del programa Lima Lee

Editor del programa Lima Lee: José Miguel Juarez Zevallos


Ilustración de portada e interiores: Daniel Maguiña Contreras
Corrección: Manuel Alexander Suyo Martínez
Diseño y diagramación: Leonardo Enrique Collas Alegría

Editado por la Municipalidad de Lima


Jirón de la Unión 300, Lima
www.munlima.gob.pe

Publicación de distribución gratuita


Prohibida su comercialización

Tiraje 10,000 ejemplares

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N° 2020-07909


Presentación

La Municipalidad de Lima, a través del programa Lima Lee,


apunta a generar múltiples puentes para que el ciudadano acceda
al libro y establezca, a partir de ello, una fructífera relación con el
conocimiento, con la creatividad, con los valores y con el saber
en general, que lo haga aún más sensible al rol que tiene con su
entorno y con la sociedad.

La democratización del libro y lectura son temas primordiales


de esta gestión municipal; con ello buscamos, en principio,
confrontar las conocidas brechas que separan al potencial lector
de la biblioteca física o virtual. Los tiempos actuales nos plantean
nuevos retos, que estamos enfrentando hoy mismo como país,
pero también oportunidades para lograr ese acercamiento
anhelado con el libro que nos lleve a desterrar los bajísimos
niveles de lectura que tiene nuestro país.

La pandemia del denominado COVID-19 nos plantea


una reformulación de nuestros hábitos, pero, también, una
revaloración de la vida misma como espacio de interacción
social y desarrollo personal; y la cultura de la mano con el libro
y la lectura deben estar en esa agenda que tenemos todos en el
futuro más cercano.
En ese sentido, en la línea editorial del programa, se elaboró
la colección Lima Lee, títulos con contenido amigable y cálido
que permiten el encuentro con el conocimiento. Estos libros
reúnen la literatura de autores peruanos y escritores universales.

El programa Lima Lee de la Municipalidad de Lima tiene el


agrado de entregar estas publicaciones a los vecinos de la ciudad
con la finalidad de fomentar ese maravilloso y gratificante
encuentro con el libro y la buena lectura que nos hemos
propuesto impulsar firmemente en el marco del Bicentenario de
la Independencia del Perú.

Jorge Muñoz Wells


Alcalde de Lima
ESCRITOS PARA SANTIAGO Z
Sumario

• Acompáñanos, el viaje ya empezó.

• Santiago Z

• I. Jugando a las cartas en la oficina

• II. Acampando en la sala

• III. Tras la puerta marrón, vive un globo naranja

• IV. Cadenetas de animales y personitas

• V. La cocina, el nuevo paradero

• VI. En el mundo de Minecraft

• VII. Miraremos por la ventana

• VIII. Saldremos a pasear. Los atajos nos gustan


A Santiago y su poder de cambiar mi mundo
Acompáñanos, el viaje ya empezó

—Estoy listo. Quiero escucharte.

—Estoy lista.

—Quiero estar contigo.

—Quiero aprender.

—Quiero aprender también.

—Quiero viajar.

—Quiero recordar.

—Tututu... Ha llegado el tren.

—Vamos. ¿Hacia el norte o hacia el sur?

—¿Hacia el oeste…?

—¿Verano o invierno?

—¿Otoño o primavera?

—Algo de sol y muchísima lluvia…

En este viaje acompaño a Santiago Z, mi hijo de 10 años,


a recorrer nuestra casa buscando huellas de la costumbre y
tradición peruana. Una mañana estamos en la cocina, en la tarde
perseguimos a un globo naranja y por la noche acampamos en
la sala. Ante sus preguntas le voy contando las historias que he
recogido viajando por el país.

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Son relatos diversos para que él aprenda a congeniar con la
sabiduría del pueblo y sienta que lo abrigan muchos valores de
la costa, sierra y selva. La solidaridad, la vida en comunidad,
la capacidad de crear, el diálogo cotidiano con la naturaleza lo
ayudarán (estoy segura) a ser una buena persona.

En una comunidad todas y todos somos importantes. Nadie


es mejor que el otro por el color de piel, la procedencia geográfica,
la condición social o la orientación sexual. Escritos para Santiago
Z es un libro de una madre para su hijo. Una mamá viajera que
no está junto a él todo el tiempo, pero que cuando llega a casa no
solo trae wawas o máscaras, sino también apapachos, anécdotas
y ganas (muchísimas) de compartir sesiones de vínculo como
esta, al pie de la escalera o en la oficina cubierta de mantas de
colores.

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Santiago Z

De Protector del Planeta, título honorífico que recibió a los


cuatro años, se ha transformado en activista. Los aprendizajes
asimilados se han tornado en actitudes prácticas. Ante la cajera
del súper recibirá la bolsa que necesita o, ante mi sorpresa,
la devolverá porque el producto comprado lo puede cargar
directamente.

Siempre tiene una creación para las botellas de yogur, a las


pequeñas les coloca cabezas de tecnopor y les pone vestidos
brillosos de envolturas de chocolate; a las grandes, con solo
pintarlas, las convierte en portalapiceros o en floreros para las
rosas de papel que ha hecho su tía.

Cómo me enorgullece cuando guarda las empaquetaduras


en su bolsillo y espera encontrar un tacho para desprenderse de
ellas, cuando me recuerda que no debo imprimir el váucher, pues
ya le he dicho que en la pantalla del cajero hay una opción para
mirar el saldo sin necesidad de tenerlo físicamente. Es bastante
vivaz. Ayer, que estuvimos en nuestro momento mágico, le conté
la siguiente historia:

Amaban tanto el agua que para que este llegue a sus campos
avanzaban en zigzag por los cerros e iban delineando el camino
por donde debía bajar. Cantaban muy alegres:

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Florecillas para ti,
Muchos dulces y maní,
Bailaremos, jugaremos,
Agua y tierra
Soy feliz.

Ante el paisaje siempre hacían una reverencia. Decían los


viejos que la repentina neblina era señal de vida, como cuando
las plantas florecen porque la garúa se ha quedado sobre las hojas
y pueden beber contentas para seguir creciendo.

No muy lejos, las mujeres preparaban la comida. Juntaban en


sus quipes las papas cocidas, el queso fresco, las tortillas de trigo,
la shajta, la generosa reunión de alimentos que se acomodarían
luego sobre la mesa cuando el agua haya sido liberado.

Ya está bien limpia mi acequia


correrá el agua turbia
con flores la recibiremos
arrojaremos por la casa
bendiciones ya tendremos.

Era un día muy especial, hasta las flores parecían más


amarillas y rojas que nunca. Los sombreros de las gentes lucían
lindos decorados y los muchachos jóvenes llevaban sus picos y
lampas para dejar limpio el canal. La acequia antigua del pueblo,
esa que está allí como una herencia y que ahora protege el
Mingao, el Brujo, el Parián, el superhéroe de la naturaleza.

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—¿Superhéroe?, ¿cómo el Hombre Araña?
—interrumpe Santiago Z.

—No, Santiago, como tú…

—¿Cómo yo?, pero si yo no tengo poderes…

—Claro que los tienes. Has convertido una botella de yogur


en una muñeca…

—Ah…

El Brujo o Parián, el superhéroe de la naturaleza, trae el agua


con su vara de mando. Los viejos afirman que, escondido en esa
corriente turbia, viene un sapo, un sapo que anuncia la lluvia y
prosperidad de los campos. Todos lo saben, aunque muy pocos
lo hayan visto.

Santiago Z tiene 10 años y hoy se ha llevado un cuento


familiar al colegio. Está hecho de cartón, hilos de lana, tapas de
plástico, tecnopor y periódico.

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I
Jugando a las cartas en la oficina

Tengo esta baraja particular que alguna vez compré en


una feria. En cada carta, de las 54 que existen, está escrita una
pregunta y varias opciones de respuesta para jugar a la conversa
o al relato espontáneo que iremos recordando.

Como andamos en «modo juego» (Santiago Z así lo ha


dispuesto), escogemos un espacio tranquilo de la oficina,
dejamos las cortinas entreabiertas (preferimos la media luz) y
disponemos sobre el piso las mantas de colores.

Hemos traído un par de brebajes: café de Camporredondo,


Amazonas, para la mamá y una infusión de cedrón para el
hijo. Esta tarde somos cazadores de historias, atrapaleyendas,
narradores de cuentos.

Acto 1:
Barajar.

Acto 2:
Escoger una carta. El turno es de Santiago Z.

Acto 3:

Santiago Z lee la siguiente pregunta: ¿qué leyendas o relatos


populares te contaron o contaste alguna vez?

Acto 4:

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Respondo:

—En este pueblo, a más de 2 mil metros de altura, la vida ha


cambiado. Sus habitantes dejaron de ser solidarios y buena gente.
—Ahora son ambiciosos y avarientos— anuncia Alfonso, quien
se ha ofrecido a contar la leyenda.

Santiago Z ha detenido el relato haciendo sonar la caracola


que traje de uno de mis viajes a Tumbes.

—Mamá, ¿qué es ser a-va-rien-to?

—Avariento es ser mezquino, es decir, que no te gusta


compartir ni gastar. Un tacaño, como diría tu abuela.

—Ya, mamá, entonces soy un poco a-va-rien-to también,


porque no me gusta invitar lo que me mandas en la lonchera.

—Es que ser avariento es querer muchas cosas solo para


sentir que tienes un montón y que es tuyo solamente. Los demás
no te interesan.

—Ah, ya. Claro, no me da ganas de compartir mi lonchera,


pero, el otro día que mandaste una bolsa con galletas paciencia
de Ica, las compartí con mis amigos y mi profesora.

—Eso es.

Santiago Z vuelve a usar la caracola y me da indicaciones


para continuar con la leyenda.

En ese lugar del que te estoy hablando, cierto día apareció un


anciano andrajoso. Tenía la chaqueta rota igual que el pantalón y

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la camisa. Se le veían unas heridas en las piernas, en los brazos y
en la cara. Llevaba un bastón y cojeaba al caminar.

Pedía con insistencia un poco de agua y algo para comer.


Nadie quiso ayudarlo y más bien le cerraron las puertas y lo
insultaron repetidas veces. El anciano harapiento, triste y solo,
se encaminó hacia las afueras del pueblo y llegó a una modesta
casita.

Allí encontró a una mujer muy mayor quien al verlo le dio un


vaso con agua y lo invitó a sentarse en la banquita que tenía en
la puerta de entrada. Minutos después, mató su única gallina del
corral y le hizo un caldo. Ambos compartieron el almuerzo en la
mesa de la cocina.

Al atardecer, el anciano harapiento se tuvo que ir, pero antes


le dijo a la amable señora:

—Recoge lo mejor que tengas y camina hasta la cima del


cerro Campana Urco, porque este pueblo desaparecerá.

Obediente, la viejecita subió a Campana Urco y esa misma


noche observó cómo se inundaban calles, viviendas, plazas: la
aldea entera. Desvió la mirada hacia la derecha y vio al anciano
harapiento, rodeado de bombos y platillos, dirigiendo a las
nubes. Estas le hacían caso y traían lluvia y tormenta.

De pronto, esas nubes se juntaron en un solo punto y cayó


una gran tempestad. Debajo se formó lo que hoy se conoce como
el lago Pomacochas. Si lo quieres ubicar, esta es la ruta: vas a
la región Amazonas, al nororiente del Perú, donde encontrarás

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siete provincias. Una de ellas se llama Bongará, una vez que
llegues busca el distrito Florida, allí está Pomacochas, el pueblo,
y obviamente, el lago hermoso del que te hablo.

—¡¡¡Wou!!! ¡Qué tal historia, mamá! Aún escucho los truenos


como cuando estuve en la selva contigo. ¡¡¡Wou!!! Ahora te toca
preguntar a ti.

—A ver… leo la carta que sigue: ¿qué canción te ha hecho


imaginar al personaje e inventar una historia?

—Mmm… —se queda pensando unos segundos y bebe tres


sorbos de su mate de cedrón.

—¿Listo? —insisto.

—Ya sé: la anaconda.

Les cuento: Santiago Z es músico, o al menos lo intenta.


Es entonado para cantar, lee partituras, ensaya una que otra
tonada con la flauta y desde hace poco está aprendiendo a tocar
el teclado. Hace tres años era el más pequeño del elenco al que
pertenece: «Arte para Crecer». Por eso su maestra le encargó
llevar una anaconda de corrospum en el cuello para jugar con el
público en las presentaciones que tuvieron en aquella gira.

—Mamá, ¿te acuerdas que salía ante el público y presentaba


la canción Anaconda? Me había dicho Lili —su profesora— que
aprenda un texto, que lo hicimos juntos y lo que me acuerdo te
lo voy a repetir ahora.

—Tres, dos, uno…. ¡¡¡Va!!!

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—Sucede así. El rey del río Mayo es un hombre que se llama
Reynaldo y navega en su bote desde que era muy niño. Un
día estaba con su abuelita en la canoa y vieron al viborón. Era
muy, muy, muy grande. Daba vueltas, muchas vueltas e hizo un
remolino. Movió tanto el bote que se cayeron al río los plátanos y
todo lo que llevaban, pero ellos, el rey del río Mayo y su abuelita,
se quedaron abrazados a la canoa que se había volteado. Ese
viborón era la anaconda. Grandotota. Como en la película. En
un momento, no saben por qué, se detuvo y se fue. El rey del río
Mayo y su abuelita se quedaron asustados. Dicen que ese viborón
te puede tragar. Mamá, yo creo que, por eso, porque les asusta,
le hicieron la canción: «Óyeme compadre te va a encontrar/ y la
anaconda te va a devorar…».

Tenemos más preguntas pero nos falta energía. Nos bastan


dos barquitos de papel para navegar hasta el comedor. Nos
espera una sopa al estilo patachi, muy parecida a la que comí en
Colcabamba, Tayacaja, Huancavelica. Lectura obligada antes de
sentarnos a la mesa y empezar con el almuerzo:

Patachi: Potaje hecho de trigo, cuero de chancho, habas,


arvejas, frejol, olluco, papas, carne de res y si hay, charqui (carne
seca). Tiene un ingrediente básico que es la ritualidad.

—¿Y eso se come?

—Es un aderezo para apreciar el plato, pero ¿qué quiero


decir con ritualidad? Que se degusta durante los festejos del
vigawantuy, una celebración ancestral que consiste en que
los hombres fuertes, llamados Yuraq Saqus, traen desde muy

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lejos varios maderos (vigas) que sirven para armar los altares
en las cuatro esquinas de la plaza de Colcabamba. Se supone
que alimentados por este patachi resistirán el arduo trajín y
cumplirán como se debe con su responsabilidad.

A ver si con nosotros, atrapahistorias y cuentacuentos, pasa


lo mismo.

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II
Acampando en la sala

Hemos irrumpido en la sala. Santiago ha traído la carpa y


una linterna. Hoy es nuestra noche habitual de campamento. Es
martes y este día, por alguna razón, es su favorito. Cuando ya
estamos dentro, apapachados por la oscuridad y mirando solo
una luz redonda que se mueve, empezamos con el relato.

—¿Sabes cómo se baila la tunantada?

—No, mamá. He aprendido marinera y una danza del


carnaval de Moquegua, pero ¿tunantada? Mmm…. ¿Hoy me
contarás?

Hemos abierto la parte superior de la carpa, estamos


imaginando un intenso frío bajo las estrellas. ¿Tiempo de
helada?, le preguntaré a Santi, y claro, le contaré de las papas que
se cubren de sereno y así, al aire libre, en bajas temperaturas, se
someten a la técnica para convertirlas en chuño.

—A mí me encantan con queso —le diré, y él reirá, pues


prefiere su menú clásico de papas cocidas con una salsa a la
huancaína.

—¿Te has dado cuenta de que siempre nos pasa?


—volveré a preguntar.

—Sí, mamá, siempre terminamos hablando de comida.

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—Uy, ¿qué trajimos para comer…?

—Si hablamos de tunantada, canchita bien tostada con su


carnecita deshilachada. Ah… y unos trozos de queso… para
beber: manzanilla caliente.

—Es momento. Atento. Podrá llegar la lluvia y ellos igual


bailarán por las calles. Se van a la plaza a compartir alegría. No
los pierdas de vista: son los tunanteros. Silencio shiiiiiiiis…,
mira, allí está Henoch, el huatrila.

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Henoch, el Huatrila

—¿Qué quisieras ser de grande?

—Tunantero

Henoch Loayza Espejo tenía siete años cuando su padre, el


Zorro Loayza, se cubrió el rostro con una máscara y calzó los
pies en el shucuy (zapatos hechos de cuero de res) para salir a
bailar. Era la tunantada que lo envolvía con sus sonidos y lo
exponía a la danza por dos o tres días.

—¿Qué sentías al verlo?

—Admiración. Era como un dios, un ser distinto. Quería ser


como él.

En los bordes de Jeru Marka, la antigua plaza de Yauyos,


Jauja, Junín, avanza el cortejo presidido por San Fabián y San
Sebastián, las dos figuras santas de este homenaje y que, según
el santoral católico, hoy 20 de enero, están de fiesta. ¿Y cómo
festejan? Con tunantada.

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—Tunantada deriva de tunante, término que, según el
diccionario, significa pícaro, astuto, bribón. La danza en sí, la
tunantada, es una puesta en escena con varios personajes.

—¿Todos diferentes?

—Sí, todos distintos, pero bailan la misma melodía. Vamos


a imaginarlos. Ponte la máscara y aprieta el botón. ¿Listo para
el viaje?

—¡¡¡Listo!!!

—Mira… allí está el argentino o tucumano. Lleva un poncho


negro que parece de plástico o quizá de cuero, botas con espuelas
para poder cabalgar, un látigo en sus manos, un sombrero y,
claro, la máscara. Representa a un arriero de mulas del norte del
virreinato de La Plata, quien, por el negocio o intercambio, venía
hacia el virreinato del Perú y tenía que pasar por Jauja.

—Mamá, y ese señor que carga esas plantas ¿quién es?

—Es el Boliviano o Jamille, y las hierbas que ves son


medicinales. Es curioso y adivina el futuro, además, es heredero
de los antiguos curanderos Kallahuayas. A su costado, fíjate,
aquel de movimientos juguetones, es el Chuto Decente.

—¿Chuto Decente?

—Sí, así lo llaman. Escucha, acaba de lanzar un grito o wapido.


Es un hombre del pueblo que ha tenido éxito económico, por
eso luce más elegante: careta de badana blanca, sombrero negro

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decorado, camisa de seda, pipa, botas de cuero y pantalón de
cachemir.

—¿Y ese hombre de bastón, un poco sobrado?

—Es el Príncipe o Chapetón. Notarás su acento español


cuando hable. Lleva un bastón y es algo petulante. Le dicen
Tunante y representa al hispano.

—¿Todos se juntaban en esa feria que había en Jauja?

—Era una antigua feria en Jauja. Los viajeros iban hacia el


Cusco, venían de lejos y hacían una parada para vender hierbas
curadoras y aromáticas. Entonces, confundidos compradores y
vendedores, forasteros y lugareños, disipaban el cansancio y la
frustración al bailar. ¿Escuchas? ¡No olvides la música! Danzan
un ritmo suave, delicado, sentimental, nostálgico, alegre. Esa
sigue siendo la tunantada.

Ampliaremos la imagen y veremos a las mujeres. La wankita,


adornada como noble xauxa-wanka comparte espacio junto con
la jaujina y la sicaína. Observa a la izquierda, son las cusqueñas
y chunchos. Esa es María Pichana y su viejo, y el último de la
cuadrilla es el huatrila.

—Ya sé: don Henoch Loayza.

—Exacto. Henoch decidió ser el nativo, el hombre del campo,


el del saber y el sabor a hoja de coca, a tierra propia, el bailante
más auténtico. Se expresa en quechua y su rostro destaca por la
barba, el bigote y las cejas pobladas. Reconocemos el chullo, la

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camisa de bayeta y sus medias de lana de oveja. Salta y se jaranea
moviendo la huaraca con estilo.

La tunantada es un sentimiento, de esos que evocan el


origen y jalan sin remedio al que se fue para traerlo a la primera
capital del Perú y ponerlo a bailar transformado, transformado y
eufórico, apasionado y nostálgico.

¿Pero por qué tanta gente se convierte en chapetón, en


huatrila o chuto, en jaujina o wanka, en boliviano o argentino,
en cusqueña o chuncho? Debe ser la música inspiradora, la
diversidad de seres que se unen en un solo aliento, la posibilidad
de distinguirse, de ser otro y ganarle a la rutina, al olvido. Debe
ser el sentirse aceptado y lograr esa armonía de las diferencias
que tanta falta nos hace. Estar en el corazón de ese país, querido
Santiago, es reconciliarse con la vida y trascender nuestra cultura
aceptando al otro tal y como es.

—Mamá allá a lo lejos está nuestra estrella fugaz. ¿Vamos a


traerla bajo la carpa?

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III
Tras la puerta marrón,
vive un globo naranja

Este jueves se llama Primavera. Santiago ha pintado de


colores varios cuadernos y se ha refugiado en su habitación para
estrenar el texto que hemos creado: «El globo naranja subió las
escaleras y en el número nueve quedó paralizado. Una muñeca
de su mismo color le hizo la conversa y lo asustó muchísimo.
Esperó cinco segundos hasta que Juguetón llegó a rescatarlo.
Era jueves y, a esa hora, Juguetón, el de los cabellos alborotados,
subía lentamente a buscarlo. Nunca había fallado. Ese día no fue
la excepción».

Santiago ya dispuso el escritorio para escuchar un nuevo


relato.

—¿Estás lista, mamá? —pregunta, y yo aparezco detrás de la


puerta, apurada.

Como tiene tantas serpentinas y cadenetas alrededor de


su globo naranja, estoy segura de que hoy debemos hablar del
carnaval.

—Te leeré lo que escribí sobre el carnaval de Andamarca.

—¿Dónde queda Andamarca?

—Ah… es un pueblo hermoso de la sierra, rodeado de


andenes, en la provincia de Lucanas, en la región Ayacucho.

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—Ayacucho, ¡qué bueno!, Traje las dos wawas que nos
mandó doña Adelita.

Santiago sí que se prepara. Cuando habla de wawas se refiere


a unos panes grandes en forma de muñeca. Adelita es una
panadera ayacuchana, qué les puedo decir, tenemos un festín la
tarde de hoy.

Chimaycheros

Durante el carnaval, la protección divina (desde siempre)


está a cargo de la Santísima Trinidad, Santa Rosa, San Isidro
Labrador y el Niño Víctor Poderoso. Sin embargo, la santidad y
la energía vienen con la chimaycha, el espíritu de la madre tierra
o la mujer de los wamanis, dioses tutelares que moran en lo alto
de las montañas.

Los mayordomos, representantes de cada imagen sagrada,


dan la bienvenida a los visitantes con la sabrosa ullada u
ollachinacuy, hecha a base de carne y frutos que empieza a regalar
la chacra justo entre febrero y marzo: choclos de enormes y de
hermosos granos, papas grandes y de suave textura, habas verdes
y brillantes como el campo, coles coposas y frescas, y duraznos
maduros que llegan al plato a darle el toque dulzón y atractivo. El
paladar aprecia y agradece la juntada. Una sola vez al año.

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Los protagonistas de la mesa especial del banquete son
el cantor, el sacerdote, los previsteros o revistes (responsables
de cambiar y cuidar a cada figura religiosa) y las muñidoras o
muñecas. Estas últimas son mujeres encargadas de cambiar las
flores del templo y de sus santos patrones, como el Niño Víctor.

—¿El niño se llama Víctor? Había escuchado que le decían


Jesús o Manuelito, pero no Víctor.

—En Andamarca le dicen Niño Víctor Poderoso. Su fiesta es


en diciembre y es carnavalero nato. Le ponen talco en las mejillas
y muchas serpentinas en su cuello. Tiene poncho y sombrero. Es
pequeñísimo: mide 25 centímetros.

—¿Es travieso?

—Mucho. Me han contado que le gusta hablar por teléfono.

—Jajaja. Eso, ¿en qué año fue?

—En el 2006.

—Uy, ahora no creo que le gusta hablar. Debe wasapear…


Ja, ja, ja.

—Volvamos al carnaval…

Santiago Z, cuando los españoles trajeron los carnavales,


en nuestro territorio se hacían sacrificios para lograr buenas
cosechas. Febrero era el mes de las lluvias y las flores. Se asume
el festejo foráneo, pero no se olvida el pasado, pues se sigue
hablando con la pachamama (madre tierra) y el amor de pasñas

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y maqtas (solteras y solteros) está en cada paso de baile, por lo
que hay que descubrirlo cantando.

—¿Lo que te provoque?

—Sí, es improvisación. Los chimaycheros o danzantes se


inspiran en el amor, en lo que les pasa. Pueden cantarle a la
alegría, pero también al mal servicio de transporte.

Santiago Z, escucha, he traído el libro La fiesta de los Apus,


del periodista Juan Erasmo Bendezú. Él escribe que «La señora
Chimaycha sale en los carnavales para gozar encarnada en los
chimaycheros o danzantes», es decir, se mete en sus cuerpos y
los anima a bailar con intensidad. Están llenos de energía y no
paran. Tres días de danza al compás del arpa y el violín no creo
que sea suficiente.

¡Ven!, mira lo que dice aquí: «Cuando termina la fiesta,


la Chimaycha vuelve a internarse en su morada: montañas,
cataratas y manantiales, donde a ciertas horas del día, o de la
noche, suele cantar…».

Como la emoción no solo atrapa a los solteros, hablemos del


Carnaval Vasallo.

—¿Qué?

—Carnaval Vasallo.

—¿Es un carnaval para viejos?

—No. Es un carnaval más lento, más serio, quizá.

—¿Quiénes lo bailan entonces?

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—Danzan los previstes, esos señores mayores que asisten a
los santos, junto a las muñidoras, mujeres especialistas en rodear
de flores frescas a las mismas imágenes. La melodía es con flauta
y tinya. Guerrera. Desafiante. Marcan el paso con una banderita
cubierta de campanillas y casi al terminar la celebración,
caminan hacia Puquioqta, un acueducto preincaico, donde
deberán realizar el pachatasayc o lavado de ropa.

—¿Lavado de ropa? Ya me confundiste mamá. Como que


bailan y después se van a lavar la ropa. No entiendo.

—Como son los encargados de los santos, una manera de


seguir festejando la costumbre es ir a la poza a lavar las prendas
que se usan en la iglesia.

—Ah, ya…. Lavan, pero siguen celebrando.

—Sí. Los previstes y muñidoras zapatean. La flauta y la tinya


siguen sonando. Sobre una manta colocan los trapos sucios del
templo: manteles, ropas del cura, tapetes, túnicas. Los varones
refriegan, las mujeres enjuagan. Cuando la jornada avance y las
ropas limpias se oreen en las ramas, será el momento de jugar
con el agua y terminar todos dentro del estanque.

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IV
Cadenetas de animales y personitas

Es viernes, lo apodaremos Verano. Este día me toca nombrar


a cada elemento que se vaya integrando a nuestra ruta. Hemos
empezado en el ala izquierda de la sala. Justo al lado del ejército
de danzantes acantonado en la repisa cuatro, cinco y seis.
Santiago Z sugiere realizar una revisión y recordar las hojas de
vida de cada bailarín.

El sonido del látigo de cabuya nos pone en alerta. En la fila


cuatro está ubicado el diablo sanmarquino. Bien trajeado: camisa
blanca, pantalones cortos, faldellín, velo negro, pañuelo blanco y su
máscara de alambre con esos cuernitos moldeados en arcilla. Sus
pies han quedado exactos sobre el piso, y en cualquier momento
(juro que lo imagino todo el tiempo) se pondrá a bailar.

—Mamá, ¿tenemos algo más que decir de este diablo?

—Por supuesto. Este diablo se vino en la maleta desde San


Marcos, Cajamarca. Salió de la fiesta en honor a San Isidro.

—¿Cuántos diablos hay en esa celebración?

—Más de cien. Hay niños, jóvenes, adultos, viejos, hombres y


mujeres. Tras la máscara nadie los reconoce.

—¿Quién elabora estas máscaras?

—El gran mascarero de la zona es don Wilder Cotrina.


Detengamos la inspección un rato y te cuento quién es.

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Wilder, mascarero y danzante

Diablo serás y fue. Wilder Cotrina tenía pocos años cuando


empezó a escabullirse entre la gente para observar cómo los
grandes (de prominentes cuernos y faldellín agrecado), hacían
sonar el rebenque (un látigo que, dicen, ahuyenta a los malos
espíritus).

A cada tocada del bombo, Wilder salía corriendo por las


calles y alineaba cuernos y ojos alambrados para sentir, una vez
más, que San Isidro le hacía el milagro. Estaba allí, eufórico, con
ganas también de bailar.

Así que se hizo danzante. Un diablo con todas las de la ley.


Ágil, disciplinado, entrador, encamisado, decorado y luciendo su
pañuelo blanco en cada marinera. Enmascarado como se exige,
feliz. La poderosa máscara le quitaba la timidez al instante. Era
otro, tan distinto, que quizá, si le daban a escoger, hubiese elegido
quedarse en el infierno.

A sus 14 años ansiaba una máscara linda y nueva cada mayo.


La realidad económica de casa lo obligaba a resignarse y reparar
la que tenía. Entonces, iluminado quizá por San Isidro o de
repente por las vibras del cerro Chiclayito, decidió perfeccionar
su talento en el papel maché y comenzó a confeccionar mascaritas
con cartón. Debe haberse hecho varias hasta que pasó a usar la
malla metálica. El arte creativo fluyó y llegaron los pedidos. Al
principio eran 5 o 6, luego fueron 20, 30, 40.

41
Wilder ya tiene más de 37 años como danzante y un poquito
menos como mascarero. Su oficio le ha dado prestigio y, en la
actualidad, también forma parte de la asociación cultural que
busca rescatar y disciplinar la danza.

—¡¡¡Mamá!!! —interrumpe Santiago Z colocándose más


cerca del muñeco diablo—. ¿Le preguntaste a don Wilder cómo
hacía la máscara?

—Por supuesto. Te leo lo que me respondió:

La parte del rostro es una malla metálica que se amolda con


una prensita. La parte de atrás, que es como la cabeza y a la que
llamamos «coco» se trabaja con costal de yute, tocuyo y goma.
Es decir, se hace una argamasa de harina y cola, y se prensa en
moldes para sacar lo que digo, el «coco». Luego ya tenemos
encima la ornamenta del huacho, es decir, los cuernos de carnero
que consigo en los camales durante todo el año.

—Ah, los cuernos de las máscaras del baile entonces son de


carnero… ¿cómo los llama él?

—Huacho, así le dice al carnero.

—Vale. Mamá ¿Te acuerdas cuando hicimos una tarea y me


contaste que había más diablos en el Perú?

—De hecho, todos tenemos algo de diablos, un poco al


menos. Nos equivocamos y quisiéramos, a veces, tener una
máscara para escapar, para que nadie nos reconozca. Los diablos
en el Perú son saltarines, juguetones, serios, alocados, devotos,
bailarines y amantes de una tradición que heredaron de sus

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padres y abuelos. En ocasiones se cree que solo existe la diablada
de Puno, porque la han visto en la tele y es famosa. Te digo para
que sepas que no es así.

—Claro, tenemos a la danza del señor Wilder: los diablos de


San Marcos.

—Sí, pero hay más. Hay diablos distintos, de otro traje, de


otra careta y que aparecen en diferentes épocas del año. Quizás
el enlace maravilloso que tienen entre ellos es que su presencia
destaca dentro de una celebración religiosa. Muestran cuernos
prominentes y rostros de susto, aunque veneran a la virgen
o al santo de turno: a San Isidro, a la Virgen del Carmen, a la
Purísima…

—Dos sitios más…

—Desde Huancabamba, Piura, llegan los Diablicos y los


colocamos al lado de la Virgen del Carmen, la patrona que camina
despacio y espera un salve para detenerse o a un ángel que baje
de lo alto para cubrirla de flores. Los Diablicos representan la
lucha del bien y del mal. El Caporal (un diablo jefe) pelea con el
Ángel y al final de la fiesta es sometido para alegría de todos y
todas. La danza es Patrimonio Cultural de la Nación desde 2020.

—Desde Túcume, Lambayeque, es preciso rescatar esta


danza, llamada también Diablicos, declarada en 2013 Patrimonio
Cultural de la Nación. Nace a partir de un auto sacramental y cuya
escena máxima, la de los 7 Vicios, fue registrada por el célebre
obispo Martínez de Compañón y Bujanda. Esta escenificación

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aún se repite en el atrio del templo y es un evento que convoca a
numerosos visitantes.

—Muchos diablos, diablillos, diablicos, diabladas… sigamos


con la revisión de tus reliquias, por favor…

En el esquinero, justo donde comienza el televisor, hemos


ubicado al danzante de tijeras, al huacón y al inca que parecen
retarnos. Sobre todo, ese inca, de mascapaycha y de más de
diez polleras. Se nos ha clavado en los ojos y automáticamente
recupero detalles: en la plaza (llena de gente) baila junto a otros
incas; danza rodeado de pallas; viene de las alturas jalado por
la Virgen de la Altagracia, patrona querida de Huamachuco, La
Libertad, a quien le encanta verlo y escucharlo. Pero tampoco es
momento de su danza, porque esta sucede en agosto.

Casi como una versión casera de Toy Story, el reorden y la


limpieza han dejado sueltos a personajes diversos (coloridos
y grises, grandes y pequeños, pintados o moldeados, llenos de
cariño). Si levantamos la alfombra, se notará el tejido juicioso, el
color preciso y el dibujo que habla. Ese que nos detendrá varios
minutos para contarnos: «líneas escurridizas que se abren y
cierran, convertidas en cochas y ríos».

El gruñido de aquel narizón contrasta con la sonrisa de esa


mujer que ha prendido la vela y persigue al bailarín, escena
que ha puesto en apuros a San Cristóbal. No puede más con
su exagerada corpulencia y quiere abrirse paso en la pared
izquierda donde está San Pedro junto a la cocinera moche y su
sopa teóloga.

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—Santiago Z, hay que detenernos. Si quieres seguir jugando,
fíjate en ese niño que carga la virgen del otro lado del armario.
¿La ubicaste?

—¿Aquella que tiene un vestido marrón?, ¿a la que le puse a


sus pies los dos toritos de Pucará que pinté con mi prima?

—Exacto. Ella misma. Sentémonos. Quiero hablarte de su hijo.

45
Travesuras de Niño

A este Niño le disgustan los zapatos, y más si tienen pasadores


o son de color brillante. Prefiere las zapatillas y, a veces, como es
un tanto rebelde, insiste en ponerse las sandalias, aunque llueva
o haga frío.

Ay, este chico. Se ha escapado de los brazos de su madre. ¿Ya


has visto?, sus mantitos todos llenos de amor seco. De esa planta
que se pega a la ropa cuando caminas por el campo.

Doña Onésima, la devota encargada de cambiarlo está


preocupada. Hoy es un día especial. Es la fiesta de víspera de
su madre, la Virgen del Carmen, y no hay forma de que ese
vestido beige, el obsequio de los mayordomos, se le acomode en
el cuerpo a este Niño caprichoso.

—Se les entregó las medidas. Lo he comparado con el que


tenía puesto y no hay mucha diferencia. Pero mira, las mangas
son largas, el pliegue de la cintura está más abajo.

—¿Qué hacemos? —pregunta turbada doña Onésima por


tercera vez.

Nadie responde. Las devotas acuden a su auxilio y más manos


sobre él no resuelven nada.

De pronto deciden calmarse. Lo dejan por un momento.


Rosario, la mujer que trae la cabellera del Niño, ingresa de
pronto y les dice:

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—Seguro no le gusta el traje. Es antojadizo; hay que dejarle
con su misma ropa.

—Pero está manchado —replica una.

—Está arrugado —dice la otra.

Onésima no hace caso y le saca la prenda y le vuelve a colocar


la anterior.

Este pequeño, de cabellos ensortijados y pies casi blancos,


vive en Llata, un poblado hermoso en la provincia de Huamalíes,
en la región de Huánuco. La mayor parte del año se la pasa en
los brazos de su madre, la venerada Virgen del Carmen, en una
capilla que su mamá ubicó en el mapa y orientó a los fieles para
que allí se construya.

En el mes de julio, cuando ella celebra, es el trajín del cambio


de ropa y es el momento en que se notan sus travesuras. Además,
como se trata del único evento grande que le dedican a la señora,
el Niño de Llata tiene que unirse a la gala con atuendo nuevo y
usando cada elemento que ha recogido en el tiempo.

Su cantimplora, por ejemplo, tiene que cargarla para guardar


la chicha que le invitan a la virgen. Lleva cuchara y tenedor,
infaltables, pues durante las invitaciones suelen perderse los
utensilios y él tiene que estar preparado para no quedarse sin
comer el locro de papa.

Este año le han regalado una sonaja de plata «para que se


entretenga», me dicen. «Es que es muy juguetón», comentan,
excusándolo. Y zasss, justo allí, cuando sonríen y lo miran con

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ternura, sucede lo de siempre. El niño esconde las cosas. Dejaron
la medallita en el lado izquierdo de la mesa y, en un chistar
de dedos, ya no está. La buscan y buscan hasta que, cansadas,
deciden sacar otra joya del cofre. Miran de casualidad bajo la
mesa y ¿qué creen?, aparece «milagrosamente» el objeto perdido.

En Ayaví, Huaytará, Huancavelica, es igual. Las mismas


escenas de ajetreo cuando llega setiembre y hay que preparar
al Niño de Ayaví para su día central, el 30. ¡Listo!, calzoncillo,
medias talla cero y zapatos número seis.

Tiene su costurera particular, quien sabe las medidas exactas de la


chaqueta y el pantalón, pero como los fieles le traen algunas prendas
de regalo, en ocasiones le quedan enormes o demasiado pequeñas.
Lleva anillos, una cadenita y un mundo en su mano izquierda.

Para su fecha principal usa terno de marinero o militar, ya


que, durante la guerra con Chile, se salvó del fuego que acabó
con su templo y quedó intacto, por eso le permiten que salga
a juguetear por las chacras y que se balancee relajado en el
columpio cada vez que avanza en procesión alrededor de la plaza.

Frente al Niño Chaperito, patrono de Canta, Lima, doña


Calucha ya no reniega. Entiende el mensaje y actúa. Si le cuesta
colocar el kepí, no se lo pone; si es complicado acomodarlo en los
brazos de su mamá, espera unos minutos y vuelve a intentarlo.

«Se le pasa el capricho y puedo cumplir con mi trabajo»,


afirma. Ha encontrado espinitas en sus ropas, señal de que se
ha escapado hacia las faldas del cerro, tal vez como aquel 26 de
junio de 1881, cuando ayudó a los canteños durante la batalla de

49
Sangrar. Los chilenos cayeron desmayados y fueron presa fácil
para los peruanos. El Chaperito, zagas y atrevido, se les había
cruzado en pleno enfrentamiento.

—¡Qué travieso! Es que a nosotros los niños nos encanta


jugar. Me gusta mucho ir al parque, pero también me encantan
los videojuegos.

—¿Por qué gritas tanto cuando juegas?

—Porque me emociono. A veces estoy en una competencia


de carreras, otras preparando pizzas y debo hacerlo muy rápido,
otras construyo fortalezas, otras veces debo usar lo que tengo
para sobrevivir y por allí otro jugador me quiere quitar de la
partida, así que lo esquivo, luego me encuentra y debo volver
a esquivarlo y me lanza pasteles, le devuelvo hamburguesas y
cuando estoy en el mejor momento... Me llamas a cenar…

—Ja, ja, ja.

—Soy tu madre, y ya sabes cómo somos las mamás.

—Yo diría que eres mandona. También eres cariñosa y, a


pesar de que reniegas mucho, podemos negociar.

—Bueno, ahora negociaremos, pues. Vemos el video del


hatajo de negritos, una danza afroperuana donde le bailan al
Niño, que también es travieso como los que te conté, y luego
jugamos una partida de ludo. ¿Te parece?

—Está bien mamá, hace días que quiero jugar ludo.

—Dale play.

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Hugo Villamarín, el caporal del hatajo

…venid pastorcillos, venid adorar, venid pastorcillos, venid


adorar, al rey de los cielos que ha nacido ya, al rey de los cielos
que ha nacido ya…

—¿Escuchas?, los cantos son para el Niño Jesús que está en el


pesebre. Los danzantes avanzan por las calles, se detienen en las
casas donde han armado un nacimiento y los dueños han pedido
recibir al hatajo de negritos.

—Mamá, ¿qué es un hatajo?

—Es un grupo de personas, un conjunto de bailarines que


pueden ser niños, jóvenes o adultos. Los integrantes no solo son
varones, sino también mujeres. Se le dice hatajo, cuadrilla, banda
o comparsa navideña. El término va de acuerdo con el lugar
donde se baila. La danza es propia de la región Ica.

—¿Negritos?

—Así quedó con el pasar de los años, aunque ahora el hatajo


también es una expresión de migrantes andinos. Mi amiga
Chalena Vásquez, musicóloga, que en paz descanse, me dijo
en una oportunidad que era importante conocer —por eso te
lo comento y ojalá me entiendas— que en la época colonial se
llamaba negro o moro al no bautizado.

—Ah… los que no eran cristianos.

51
—Cuando los españoles y la iglesia católica bautizaban a los
descendientes africanos esclavos y a los indígenas, les enseñaban
a danzar. Se hacía el bautismo días previos a la Navidad y
justamente en Navidad tenían que dar las gracias bailando.

—Ponle una pausa al video. He escuchado el violín y me


llama la atención el zapateo. ¡Qué bravos son!

—Tú sabes zapatear.

—Claro, claro. Me enseñaron en el taller —Santiago Z se


levanta, corre la silla a la derecha e intenta repetir los pasos
aprendidos.

—Sí. El violín marca el ritmo. Tenemos zapateo, lo has visto,


pero, además, desplazamiento y en el momento del arrullo al
Niño Jesús es cuando se escuchan mejor los cantos.

—Mamá, dime algo más del señor Hugo, a quien entrevistaste.

—En el 2013 conocí a Hugo Villamarín, en el distrito de


El Carmen, Chincha, Ica. Él es caporal general del Hatajo de
Negritos Familia Ballumbrosio. Te repito lo que me dijo:

«Mi mamá fue quien me trajo al hatajo cuando yo tenía seis


años, y ella hizo el juramento, habló por mí. Tiempo después,
cuando ya entendía, me dijo: “Hijo, tú perteneces al hatajo y
bailarás hasta cuando tú quieras, yo vine, te entregué al Niño y
le prometí que le bailarías”. Es por lo que yo sigo acá a la edad de
49 años.

52
Ahora soy el caporal general del hatajo. Gracias a mi maestro
Amador Ballumbrosio estoy acá, todo se lo debo a él. Unos
vendrán porque les gusta bailar, otros por devoción, pero al
final, nosotros como caporales tenemos que inculcarles lo que
significa el hatajo, lo que significa la danza, lo que significa lucir
la banda, tocar la campanilla y cantar.

Esto viene de adentro, del corazón. Lo que nosotros


hacemos, lo hacemos con inspiración, con devoción y profundo
agradecimiento al Niño Jesús, al pueblo de El Carmen, a nuestro
maestro Amador, a la patrona, nuestra Virgen del Carmen».

—El hatajo de negritos, lo anotaremos en tu cuaderno de


costumbres del Perú.

—Está inscrito desde el 2019 en la Lista Representativa del


Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Muchas de las
canciones aluden al amo, a la hacienda, al caporal; por ejemplo,
el zancudito, se refiere al chicote que usaban los patrones para
maltratar a los esclavos. Hay un verso que repiten los danzantes:
«Señora por vida suya présteme ese cuarto oscuro, para ver si de
ese modo no me pica ese zancudo».

53
V
La cocina, el nuevo paradero

Mi madre ha enviado dos mandiles. Uno blanco y otro


celeste. Le ha dado un toque delicado al bordar una enredadera
de jazmines y colocar nuestros nombres en alto relieve. Ella
sabe que el gran Santiago Z tiene aficiones culinarias; ha dado
muestras de su talento desde muy pequeño, cuando lavaba las
lechugas o intentaba desgranar el maíz. Creció y se dedicó a
la pastelería. Mezclar ingredientes, usar la batidora o colocar
grageas sobre el baño de chocolate.

A sus cortos diez años es un activo asistente. Pela las papas


cocidas. Condimenta bien la carne (con asesoría previa y
tomando buenas decisiones al usar el vinagre y la pimienta).
Quita con delicadeza las pepas de la papaya y la deja lista para
ponerla en la licuadora. Deshoja la menta y el cedrón para los
mates. Cuando está de buen humor es capaz de preparar un
delicioso café.

Hoy sábado lo llamaremos Otoño, será bastante productivo.


Ya estamos enmandilados (Santi y yo) y nuestros insumos listos
para iniciar la preparación. En el kit cocinero que ha enviado mi
madre hay un paquete especial con nuestra cecina.

—Explícame, por favor, ¿qué es la cecina?

—Es carne seca. Se seca para que se conserve más tiempo


y no se malogre. Santi, cuando yo era niña no teníamos

55
refrigeradora en casa y mi mamá compraba carne fresca de res
y desde temprano se dedicaba a filetearla. Le echaba un poco de
sal, algo de aceite y la ponía a secar.

—¿Y dónde la ponía a secar?

—Colgaba la carne en cordeles, como si fuese ropa, y a cada


filete le ponía palitos y los levantaba como un pequeño toldo
para que el sol pueda hacer mejor su trabajo. Al final de la tarde
recogía la carne y la ponía en una canasta hasta el día siguiente,
así repetía el acto hasta lograr el secado preciso. Si era invierno
y llovía mucho usaba el humo de la leña para secar la carne y
convertirla en la maravillosa cecina.

—¿Nosotros qué vamos a preparar con la cecina?

—Vamos a seguir las indicaciones de tu abuela. Lee.

—Usa los dos filetes que te mando. Dales un hervor y


después machácalos usando la piedrita del mortero que te regalé.
Deshilacha la carne y ponla en la sartén donde has calentado un
poco de aceite. De acuerdo con la cantidad que te he enviado le
pones dos huevos y mezclas. Recuerda que la carne ya tiene sal,
así que cuando pruebes decide si le agregas más o si es suficiente.
Lo pueden comer solo o acompañado con pan. No se olviden del
café de olla.

—Listo, empecemos. Como se trata de compartir, mientras


le damos un hervor a la cecina, te leo lo que le escribí a la Virgen
Asunta, la patrona de Chachapoyas, Amazonas.

—Vale…

56
Oh, Virgen Asunta, joya sin par

Debes haber marcado el camino. «Detenerse es importante»,


habrás dicho. Mirar la calle, dar vuelta en la esquina e imaginar
de qué casa sale ese olor a pan, tan singular, tan provocador.
Sí, creo que has tenido tiempo para fijarte en las tejas, en los
balcones decorados, en la antigua pileta, en el cerro colorado.

Ay, por supuesto, aquella mujer emblanquecida, con su farol


y el pelo largo, es Ángela. Así la hemos retratado algunos, y
puede que a veces le tengamos miedo, pero, con el tiempo, se ha
convertido en nuestra compañera de identidad, aunque todavía
no la hayamos visto.

Exacto, el segundo arzobispo de Lima, don Toribio de


Mogrovejo, estuvo por aquí. Es imposible obviarlo en el relato.
Ahí está la huella, su marca sagrada: «con el báculo hizo
que brotara agua y ahora el pozo es capaz de encandilar a los
extraños». Como tú, que llegaste de pronto y decidiste quedarte.

Es que esta Chachapoyas es una tentación. Ya lo ves, somos


de cartuchos y armas de papel, de pintura fresca sobre el lienzo,
de velas encendidas sobre un candelabro (aquí lo llamamos
centillero por la centella o luminosidad). Nos gusta el baile,
aligeramos equipaje y no hay poder humano que nos detenga
cuando agarramos el ritmo y correteamos a la banda de músicos
antes de que aparezca el sol.

57
Ella se ha colocado nuevamente en este paisaje. En el patio
grande, el que separa la sala de la cocina y el enorme dormitorio
en el cual cabemos todos. Mamá ha conseguido una piedra
del río y soba nuestros cuerpos para arrancarnos la mugre sin
titubeos. Al terminar la faena, nos juntará en la mesa y empezará
a servir el desayuno. Somos seres rituales. Mezclaremos la yuca
con un poco de aceite y sal. Seremos felices. Un buen sorbo de
café de olla hará el resto. Yo leeré para la familia la composición
que he escrito: «Eres bonita, rosada y milagrosa. Caminas
despacio, por eso siempre te alcanzo. En Tushpuna quizá te vea:
cuando arreglan tu corona o anudan tu vestido. Es que debes
verte linda, como la patrona que eres. Escucho los cantos, andas
cerca. Puedo ver a las mujeres que cargan los estandartes, a
otras que sostienen centilleros antiguos y modernos, a las que
van cantando apegadas al megáfono, a las que sahúman. Tienes
un anda pesada, dicen, por eso tus cargadores andan cansados:
Virgen Asunta, gloria sin par, todo tu pueblo viene a cantar, en
este día de exaltación, todos te rinden veneración…».

Te hicimos nuestra, tan nuestra que eres la mamá Asunta.


Con tu carita delicada y esos cabellitos alborotados te la has
ingeniado para hacer tus pedidos a través del sueño. Algunos
devotos han hablado contigo. Don Julián Monteza, el viajero que
de pasadita te traía por aquí, te soñó acercándote entre nubes
y escuchó que le pedías una ermita en las faldas del cerro Luya
Urco. Te regalaron el terreno y ahora vives en un santuario al
que regresas el 15 de agosto, luego de haber paseado por la plaza

58
como insinuaste alguna vez cuando te soñaron pidiendo regar
un ramo de flores en el centro de Chachapoyas.

Como en aquella ocasión, cuando toda la familia apoyaba en


armar cajas para la mudanza y cada uno repetía: «no se olviden
del cuadro», pues allí estabas mirándonos. Finalmente, nadie
te sacó de la pared y nos fuimos lejos sin tu imagen. Entonces
recordé haber soñado que aparecías y desaparecías de la escena.
Todos entendimos que no querías irte. Tal vez para que no
volviéramos a buscarte.

—¡Qué linda historia, mamá! El otro día mi profesora habló


de la Virgen de Guadalupe. ¿Hay un montón de vírgenes?

—A cada una le ponen un nombre distinto, pero se supone


que es la misma virgen.

—¿Tienes otra?

—Creo que ya te hablé de la Virgen de la Candelaria de Puno.

—Sí, me contaste el otro día. Me hablaste de una danza de


esclavos, creo.

—¿La morenada?

—Creo que sí.

—Bueno, no te voy a decir nada más de la Candelaria de


Puno, pero sí de otras candelarias.

59
Las otras Candelarias

He conocido a varias, pero la última es de Acoria,


Huancavelica, con túnica y manto, enflorada igual, apretujando
al bebé de la cintura, ojos grandes y vidriosos, menos enjoyada,
con la vela o el rayo en su mano derecha y, allí mismo, entre esos
dedos, destaca (sin duda) una hermosa huaraca u honda, tejida y
decorada con hilos de colores.

Jorge Caballero, su mayordomo, me ha convencido de que


esta noche, cuando den las doce y comience el 2 de febrero, ella
empezará a «huaraquear al hambre». Saldrá decidida a ahuyentar
granizadas y heladas, y desde mañana, si su rostro amanece
rosado, las chacras botarán ya sus primeros frutos. Esos que
tanto necesita la gente y que orgullosa recoge de los campos para
traerlos a la hora de la misa y esperar (con suma ternura) a que
el cura los bendiga.

La Virgen de la Candelaria de Cabana Sur, Lucanas, Ayacucho,


también custodia las sementeras y en su mano izquierda sostiene
al travieso Niño Blas. Ella, convertida en campesina, sale a pasear
por el campo montada en un caballo y cargando a su hijo. En una
de esas ocasiones, una serpiente asustó al animal y el niño cayó
sobre una piedra plana, donde quedó grabada la huella de su pie
derecho.

Para los cabaninos, su Virgen de la Candelaria, es la mismísima


pachamama. La han sacado en procesión varias veces para que

60
traiga las lluvias y existe la creencia (bastante arraigada) que su
día central de fiesta, 2 de febrero, comienza la fecundidad de la
tierra. La Santísima Virgen de la Candelaria, Patrona del Valle de
Sondondo, es protectora contra los rayos y en la vida diaria del
pueblo muchos la han visto (así cuentan) ordeñando sus vacas.
Como una paisana más, por eso será que los Negritos le bailan y
suelen acompañarla durante sus recorridos procesionales sobre
aquella anda rudimentaria, hecha de palos de rayeta y armada
en forma piramidal, evocando tal vez a los cerros que rodean la
zona.

Esta otra Virgen de la Candelaria, costeña, medio serrana,


vive en el Santuario de Quilca, a unos 37 kilómetros de la ciudad
de Camaná, Arequipa. Fue su propia decisión quedarse allí
cuando la trajeron los collaguas o ese barco español que encalló
en el puerto. Luminosa y decorada, hoy, espera a sus fieles. El
31 de enero deben traerle al hijo, un niño hermoso que preside
la peregrinación desde Camaná, la misma que se inicia por la
mañana y concluye recién por la noche cuando se realiza el
encuentro: el Niño Jesús es colocado en el brazo de su madre,
y suenan las campanas, porque los días más festivos acaban de
comenzar.

61
VI
En el mundo de Minecraft

Es domingo y será para nosotros invierno. Nos hemos


entretenido un rato mientras tendemos las camas, barremos
nuestras habitaciones y recogemos la ropa sucia para el lunes de
lavandería. El desayuno ha sido elegido en democracia: huevos
duros, un par de tostadas y una ensalada de frutas (manzana,
papaya y uvas), y, para beber, optamos por avena.

Hemos diagramado el día como laborable porque


descansamos el sábado por la tarde. Haremos tareas del colegio:
describir a uno de los personajes de la obra El avaro, de Molière,
desarrollar tres operaciones de matemáticas y ejercicios de
inglés, y preparar un mapa mental sobre los superalimentos que
hay en el Perú.

Santiago Z sabe negociar y ha conseguido tres horas para


jugar ese videojuego de construcción denominado Minecraft.

—Googleo qué significa este videojuego y me sale: «explora


mundos infinitos y construye toda clase de cosas, desde la casa
más simple hasta el castillo más grandioso». ¿Así es?

—Es increíble. Nunca paras; siempre tienes formas de armar,


de crear pueblos, fortalezas, represas, lo que quieras.

—Mmm... ¿Represas? Santiago, ¿sabes lo que es una represa?

62
—En el tutorial he visto que es como una pared para que el
agua no pase.

—Exacto. Es una estructura que se construye para desviar o


detener el agua y hacer que llegue a donde la necesitan.

—Mamá, por qué tanto interés en la represa. ¿Quieres verme


construir una?

—En realidad, quisiera que conversemos sobre el agua.

—Vale. Ah… te quiero decir algo. En el videojuego hay


templos marinos.

—¿Templos marinos?

—Con oro escondido y guardias que los protegen. Antes de


llegar al templo me tengo que equipar bien: me coloco un casco
de escama de tortuga, llevo conmigo pociones de respiración y
una espada para defenderme.

—Ya, en esta aventura yo te quiero llevar por el agua que


riega los campos de cultivo.

—En Minecraft hay diferentes tipos de semillas. Por ejemplo,


de betarraga, zanahoria, papa, trigo, calabaza, cacao y sandía. No
crecen si no tienen agua, tampoco crecen si están muy lejos de
ella. Si saltas sobre los cultivos, estos desaparecen.

—Qué interesante. Entonces, dejamos de hablar de bloques


y vamos a escuchar cómo suena el agua cuando cae sobre las
piedras amontonadas bajo la catarata.

63
Del cielo caerán, ya vienen

El agua sigue siendo sagrada. El zorzal o chihuaco, un pájaro


silvestre de plumas negras y pico amarillo anuncia la lluvia y al
pasar la tempestad llenará su buche con los gusanos que arroje la
tierra. Él es un anunciador nato, como tantos otros. La gente del
campo sabe hacia dónde mirar y en qué momento, para divisar el
aguacero. Después de una sequía extrema la emoción será mayor.

En la ciudad de Huaraz si no llueve en años pedirán que salga


en procesión el verdadero Señor de la Soledad y, de seguro, al
concluir su recorrido, caerá el agua, la chirapa si viene con sol; la
loca si llega rápido; la warmi lluvia si viene de a pocos y se queda
todo el día.

En Lámud, Luya, Amazonas, el Señor de Gualamita, patrón


milagroso de la provincia, era sacado en andas para llamar a las
lluvias, como en Puno, cuando empuñan las istallas y las mueven
alentando a la fertilidad para que avance hasta alcanzarnos. Las
mantitas hacen su papel en plena ceremonia de carnaval o de
homenaje al cerro Monte Kururu, en Yanapata, allá en el ombligo
del mundo, en la provincia de Yunguyo.

—Mamá. ¡Detente! —Santiago Z levanta la mano y alza la


voz.

—¿Qué es una istalla?

64
—Es una manta pequeña tejida con hilos de lana y de
diferentes colores. Ponen sobre ella las hojas de coca y las
envuelven. Se anuda la mantita y de uno de los lados se agarra
para moverla como llamando a alguien.

—¿Y a quién llaman?

—A la fertilidad, a los campos, a la tierra, a los cerros, para


que traigan buenas cosechas.

—¿Y cómo saben que les hacen caso?

—Cuando hay buenas cosechas, cuando las plantas crecen


y dan frutos que se necesitan para comer y vender a diferentes
mercados.

—Entendí. Sigue leyendo.

Los campos florecerán, florecerán. Rocío mágico, gotas


de agua detenidas en la hierba, en plantas y árboles, un acto
de profunda ternura que saben disfrutar los cajabambinos, en
Cajabamba, Cajamarca, en la madrugada del primero de mayo,
cuando festejan el Día del Florecer. Sobre una huaylla o grama
esperan que caigan los rayos solares mientras se mojan con el
shullay o rocío. Recogen flores y se llenan de energía, eso dicen.

Energía de la buena. Fíjate ahora en estas fotos de la selva


cuando celebran la fiesta de San Juan. Cuando buscan ríos y
quebradas, cochas o lagunas, cataratas para purificarse con un
baño sagrado y recibir la bendición de San Juan Bautista que,
aunque ha perdido la cabeza suele recuperarla en forma de

65
juane, un juane mestizo e indígena, de arroz, aceituna y huevo,
de gallina aderezada y hoja de bijao, tierna y perfecta.

El acto de comerlo siempre será al borde de la orilla. Solo allí


tendrá sentido en 24 de junio. Así habrá valido la pena el trabajo
intenso de buscar la leña, de soasar las hojas y colocar sobre ellas
generosas porciones de masa llenas de sabor, el único, que trae
de ingrediente básico la enorme alegría de compartir.

—Me gusta compartir. Construiré una represa y detendré el


agua azul para que la podamos dirigir a uno de los pueblos que
conoces. Dime uno por favor…

—Laraos.

—¿Laraos? ¿Dónde queda?

—En la provincia de Huarochirí, en Lima. A unas cinco


horas de la ciudad.

—¿Hay algo especial allí?

—Sí, una fiesta del agua que la llaman Champería.

—¿Champería?

—Ahora busco el texto y te lo leo…

—Está bien.

66
A Taita Moshoque y Mamá Pillao

Mantener el vínculo significa para los larahuinos cantar


la hualina y ofrendar esfuerzos y creencias al venerado Taita
Moshoque. El Taita habitó el antiguo Cullipata y junto a su
mujer, Mamá Pillao, y a sus hijos Allauca, Chaupín y Pauyac,
construyó el gran canal por donde discurre el agua, el líquido
vital para sus campos y andenerías. Ese canal, la acequia mayor
de Laraos, sigue siendo limpiado por los pobladores en un ritual
llamado Champería, costumbre que se repite cada año desde el
último jueves de mayo hasta la primera semana de junio.

—Mamá, hagamos una pausa. Mira —me acerco a la pantalla


de la computadora y observo cómo los bloques han definido una
gran pared y el agua azul, también en bloques, se ha detenido.

—Sucede lo mismo en Laraos. Claro, no es una represa lo


que detiene el agua, son piedras. Cuando terminan de limpiar la
acequia recién sacan esas piedras y el líquido hermoso se va muy
rápido por el canal, como si estuviese feliz.

—A ver, yo pedí una pausa para que me expliques algunas


palabras que no entiendo.

—Sí, hijo, es verdad, pero es cuestión de que deletrees con


paciencia cada palabra y te acostumbres a nombrarla, cuando
el sonido se te hace familiar vas aprendiendo. Y siempre, si no
conoces qué significa una palabra preguntas, investigas… no

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te quedes sin saber exactamente lo que significa porque te da
flojera buscar o preguntar.

—Entonces no buscaré en el diccionario y te preguntaré:


¿Hua-li-na?

—Hua-li-na. Una hualina es un género musical, como lo es


el rock o el huaino, por ejemplo. Se cuentan historias a través de
esta música, se habla del amor, de los campos, de las alegrías, del
agua, de las lagunas. Hay compositores y compositoras en los
pueblos y crean estas canciones para la fiesta.

—A ver, canta una hua-li-na dedicada al agua.

—Ya sabes que canto terrible, pero tarareando le voy a


encontrar el tono:

Como las aguas de Madre Cunya


Que pasan sin detenerse
Así paso esta vida
Cantando hualina y champería
Como las aguas de Madre Cunya
Que pasan sin detenerse
Así paso esta vida
Cantando hualina y champería

Esta es una hualina de San Pedro de Casta, un poblado de


la misma provincia de Huarochirí donde está Laraos. También
celebran una fiesta del agua. Estos versos que voy a leer son del
pueblo de Laraos:

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Cinta de colores, verde moradita,
Cómo va flameando por mi varita
Al cantar hualina qué bonito brilla,
Por los pajonales de Quiulacocha…

La champería viene de champa. Champa es una porción de


tierra con raíces y hierbas crecidas. Recuerdo que alguna vez
estuve en una actividad agrícola donde preparaban el terreno
para la siembra y lo que hacían los agricultores era levantar la
champa, esa grama pegada a la tierra, y le daban la vuelta para
que con el tiempo se pudra la hierba y se convierta en abono.

Entonces, si champería viene de ese término está relacionada


con la chacra, con el agua y con la agricultura. Durante los días
festivos se limpia canales y lagunas para que el agua discurra
sin problemas. Las faenas son diarias y por tramos. La gente del
pueblo se agrupa, en el caso de Laraos en parcialidades, como
si fuesen pequeñas comunidades y cada una lleva el nombre de
uno de los hijos del gran Moshoque, el líder de sus antepasados.

Santi, si te das cuenta esta historia tiene muchos detalles,


como cuando construyes en Minecraft. De a pocos, usando los
bloques uno por uno. Hasta tendrías que equiparte antes de salir
a trabajar. Llevarás un pico y una lampa, por ejemplo. Pero claro,
no solo se trata de herramientas, sino de canciones: el telúrico
mensaje del Yaraví, el hermanamiento a través de la Huayma y la
despedida en una Shullmaya alrededor de las banderas.

Hay varias cosas, infinitas. Qué tal si ahora solo dibujamos


al Brujo o Parián, al Mingao o Pacho, al dueño de la fiesta, al

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sabedor, al elegido, al que sabe qué hacer ante la lluvia que está
por llegar, al que sabe qué hacer si aquel aguacero no quiere venir.

—Son muchos nombres, ¿son la misma persona?

—Sí, Santiago Z. Es un anciano poderoso que conoce la


costumbre, escucha, observa y puede decirte cuándo llegará la
lluvia o como jalar al agua para que avance por la acequia. Sus
diversos nombres me encantan.

—¿Le puedo decir solo Mingao?

—Claro.

—Este Mingao debe avanzar al lado del agua. Llevar en sus


manos una pala pequeña que es su símbolo y, a cada instante,
voltear para mirar la acequia y ver si el agua lo acompaña, si lo
obedece. Y si siente que no, le reclama y exige. Porque, además,
ese líquido marrón trae, según cuenta la leyenda, a un sapo.

—¿A un sapo?

—Yo que he estado allí jamás lo he visto, a pesar de que me he


esforzado por ubicarlo.

—Pero te han dicho que existe.

—Por supuesto, es parte de la leyenda. Es más, no es cualquier


sapo. Se supone que al inicio de la festividad se reunieron las
autoridades y realizaron la corrida (así le dicen) con el cuy negro
que llevaron escondido. En esa corrida, ese cuy negro ingresa y
desaparece en el agujero de una enorme piedra y cuando sale
(días después) se ha convertido en un sapo.

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—A un youtuber que sigo lo escuché decir que los sapos y las
ranas anuncian la lluvia.

—Así dicen. Este sapo avanza con el agua y llega hasta Laraos.
Si todo se ha realizado con fe y buena voluntad (las autoridades
lo dirán) está asegurado el campo fértil y la buena cosecha.

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VII
Miraremos por la ventana

Hemos corrido las persianas y la luz ha ingresado con fuerza.


Debe ser que andamos en pleno cambio de estación. En la familia
escogemos algunos días del mes para juntarnos a media mañana
y disfrutar de una mazamorra, a veces amarilla por la cal, otras
morada por el maíz, otras blanca por el almidón de yuca.

Conversamos de la vida. De las canciones y series que nos


gustan. Santiago Z prefiere quedarse en la mesa un rato más y
demanda otra actividad. No es posible discutir qué haremos, él
ha monopolizado las decisiones. Asegura que es el día del niño y
su derecho al juego debe ser respetado.

Hemos abierto una caja que nos han enviado de Túcume,


Lambayeque. El remitente es Martín Granados, un joven
mascarero y danzante de los Diablicos de Túcume. Baila desde
que tenía cinco años y ahora dirige, comanda a los diablos.

—¿Es el jefe del grupo?

—Sí. Los ensaya, los alienta y cuando llega la fiesta los


conduce por las calles y ordena para cada presentación.

—Es su director. Debe saber mucho de la danza.

—Claro, y como te dije, baila desde chiquito. Era un diablo


de fila, como la mayoría, hasta que fue escalando y se convirtió
en el caporal.

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—¿Y hace las máscaras?

—Hasta tiene un taller de máscaras, donde entrena a los


bailarines para que hagan sus propias creaciones. Para nosotros
(porque somos sus amigos) nos ha elaborado cinco máscaras de
lata, dos pequeñas y tres medianas.

Tenemos dos pinceles y varias pinturas. Martín se ha dado


el trabajo de poner cinco fotos dentro de la encomienda para
guiarnos sobre los colores que debemos utilizar. Vemos que hay
un tono diferente para lograr definir los dientes, el hocico, las
orejas, la frente, el mentón y los cuernos.

—Mamá, aquí hay un papel con instrucciones.

—Déjame ver. Sí, es para que hagamos el cabello de cada


diablillo usando hilo negro.

—¡Entonces la tarea de hoy es pintar!

—Perfecto.

—Cada uno pinta dos máscaras y la más grande la pintamos


juntos.

—Mientras vamos pintando te voy leyendo las cartillas que


preparé.

—¿Cartillas?

—Aquí las tengo. Son unas cartulinas que he cortado en


cuadrados y he escrito sobre ellas. Cada una representa una
costumbre antigua o una creencia de la gente, son de diferentes
regiones del Perú.

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—Empecemos

He escogido el amarillo para empezar, Santiago Z prefiere el


rojo. Seguiremos las líneas marcadas por el latón y le daremos
una mirada a la máscara pintada de la foto para continuar bien la
ruta. Mi hijo decide empezar por el hocico, yo prefiero las orejas.

Cartilla 1:

El arco para San Isidro. Se anotaron para regalarte un altar,


y fíjate, estás en medio de dos parantes cubiertos de frutas. Cada
uno de ellos, ya debes saberlo, tiene amarrados y enlazados: 250
plátanos de seda, ¾ de plátanos de la isla, 200 limas, 6 sandías, 6
melones, 6 papayas, 12 cocos, 12 piñas rojas, 6 piñas blancas, 12
mameyes, 200 naranjas, 1 caja de mandarinas, 1 caja de uva, 1 caja
de granadilla y 30 kilos de manzana. Cuando San Isidro avanza
por la campiña de Moche, La Libertad, el homenaje mayor para
el patrón de los agricultores es un arreglo frutal: dos parantes y
un travesaño cargados de la buena cosecha de sus devotos.

—Creo que le pondré rojo también a la corona —indica Santi


y pasa el pincel por esa coronilla que resalta en el centro de la
cabeza de la máscara.

—La fisonomía de la máscara podría ser la de un chancho, o


al menos algo parecido.

—¿Si tiene corona será que es importante, el rey?

—Tendría que ser la máscara del caporal de seguro, el jefe


diablo, te lo expliqué el otro día.

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—Claro, el que pelea con el ángel después de que los diablicos
pequeños han recitado su frase en los siete vicios.

Cartilla 2:

La yunta de ganados preside la procesión de San Isidro en la


Comunidad de Primavera, Ollantaytambo, Cusco. Simulan una
siembra. La fuerza de los animales abre la tierra, el agricultor
arroja los granos de maíz al surco abierto. Tras él van los devotos
y pugnan entre ellos para hacerse de un grano. Dicen que eso
asegura abundancia y fertilidad en el campo.

—Pinto el segundo cuerno y termino mi primera máscara.

—¡Cómo resaltan los ojos!

—Sí. Son diabólicos, ja, ja, ja.

—El amarillo y el celeste han quedado perfectos.

Cartilla 3:

Las pallas son las escogidas, las esmeradas guardianas del


inca, las que no lo abandonan y lo defienden, las que cantan
y bailan, las que recorren las calles de Chiquián, Áncash, en
homenaje a Santa Rosa, las que juegan con los caramelos y
esconden al monarca, las que no permitirán que sea capturado.
Las pallas son mujeres devotas, tienen fe en la patrona y por ella
se adornan y aprenden una rigurosa coreografía.

—¡¡¡Terminé!!!

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—Han quedado bellísimas. Las dejaremos secar en la repisa
cerca a esa ventana que colinda con esa puerta marrón.

—Yo voy a seguir jugando. Mi aldea se prepara para recibir el


agua y debo escoger mis semillas…

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VIII
Saldremos a pasear. Los atajos nos gustan

Los lunes son pesados. Santiago se envuelve aún más con


las sábanas y no quiere salir de la cama. Yo deambulo como
sonámbula hasta que advierto la portátil esperando a que me
siente frente a ella y empiece a escribir.

Tengo varios archivos abiertos.

Documento 1:

Veo a doña Clotilde rallando la yuca y quiero retratarla así,


perfecta, natural, con su pañuelo en la cabeza, su blusa amarilla
estridente y su pollera.

Documento 2:

Llamada Perla de las Vertientes por el sabio Antonio Raymondi,


Marca, Recuay, Áncash, es un poblado marrón de adobes y
techos de tejas. Protegida por el Sháncur, su apu mayor, y San
Lorenzo, el patrono traído por los españoles, vive orgullosa del
trigo con cuy y de la hermosa estampa del inca y sus pallas

Documento 3:

Las niñas y niños, ordenados en fila ante el perol gigante, reciben


la orden de su profesora: 1,2, 3…

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Empiezan a cantar.

El huarapito está listo para el puchero…


Saca la racacha Zoraida, trae las yucas María…
Que el caranshito de chancho lo trae doña Justina…
Las ollas y los peroles doña Clemencia nos presta…
Toditos los condimentos nos ofrecieron
Echa más leña Jovita, quema pronto esa olla…
Que dura que está la carne del toro de la comuna…
Echa las coles Fiorella, pica el repollo Milita…
Traigan los platos bien limpios que pronto ya serviremos…

Santiago Z ha escudriñado en el refrigerador y sube a la


oficina con un vaso lleno de leche y unas mandarinas peladas
que me las ofrece para «refrescar mi mañana», dice. Descubre
mis escritos y escoge un texto hecho a mano que he pintado de
naranja, verde y violeta.

—Léeme esto mamá, tiene letras lindas y con los colores que
me gustan.

—Santi, es un relato que escribí nombrando varios potajes


típicos del Perú.

—¿Es como una lista?, ah…. ¿Podríamos llamarlo menú?

—Hubo un año en que ganamos un título sobre la mejor


comida del mundo, o algo así, y yo quise rendir homenaje a
la gente que diariamente cocina en el Perú y me senté ante la
computadora y empecé a recordar.

—A ver, leeremos.

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Homenajes varios. A la sopa de chochoca y al locrito de
guineo, a Martina y Reina, a Christian que ha preparado un jugo
de pepino o tomate de árbol; a Doris que apura la servida para
deleitar a sus comensales con la patasca, el caldo de cordero y ese
chupe verde, espectacular, para despertar el día y resistir el frío
de Cerro de Pasco.

A Elena que deshilacha la batea y con maestría la ahoga en


un aderezo que aprendió de la abuela. A Juan que ha puesto un
piso de brasa para asar los camotes y cubrirlos luego con una
exquisita salsa de maracuyá. A las mujeres de Macusani, en
Puno, que aprovechan la sangre de la alpaca para mezclarla con
la harina de moraya y convertirla en quispiño.

A los pobladores de Chifrón que muelen la quinua en el


batán para transformarla en harina. A ellos que lavan el grano
de oro varias veces para que los nutrientes no se vayan y usan la
espuma que forma para sacar la suciedad de la ropa.

A Pablo, su jaca locro o locro de cuy y su caldo de fiesta, cuyo


toque de sabor está en el ají amarillo cashpado o quemado en la
brasa del carbón. A él porque con su buena sazón agasajará, en
nombre de la Capitana, a los devotos de Santa Rosa de Chiquián
que vienen hambrientos de la misa de fiesta.

A los habitantes de Canta, en la región Lima, que participan


de la batida del ponche, turnándose y en competencia, aplacando
la helada y venerando al Niño Mariscal Chaperito que celebra
en setiembre. A doña Inocencia del balneario de Colán, en
Piura, que ha preparado charquisito con yuca para ofrecer a

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los devotos de Santiago, quienes llegan y comparten con ella el
milagro recibido. A Luchy de Marcona, en la región Ica, quien
magistralmente combina el cochayuyo con las lapas y un buen
aderezo para crear un picante.

—Ahora yo continúo —afirma Santi (parece emocionado)

Hace el 3, 2, 1 clásico y con voz grave estilo locutor prosigue:

—Quiero nombrar a mi abuela: Nélida Altamirano.


Porque ella sigue preparando juanes y los rellena con la cecina
deshilachada que nos mandó para el almuerzo.

—Y yo agrego: por sus tortillas de arroz y plátano. Por su


saltado de coliflor con pellejo de pollo. Por la vainita a la
campesina y el arrebozado con mote.

Santiago Z cambia de actitud y da cuatro pasos hacia atrás.


Me invita a dejar la oficina al instante. Quiere ir al parque.

—Busco mi pelota y nos vamos. En el camino haremos rimas.

Bajamos las 14 escaleras que nos separan del patio. Unos diez
pasos derecho y cruzaremos las rejas del condominio. Evitaremos
la avenida y caminaremos por la calle 7, 8 y 9 del jirón de los
faroles y las butifarras de Juanita. Cuando doblemos la esquina
y don Anselmo nos salude con cariño habremos concluido el
primer tramo. Es allí donde Santiago Z, aleteando su capa de
imaginación, lanzará la primera frase de las rimas.

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El señor está cantando
Voy a prisa y escuchando
Es hermoso estar bailando
Y a mi pelota correteando
Ja, ja, ja…

Vamos, vamos muy de prisa


Nada que ver con la brisa
Porque si el balón no aterriza
A mí me va a dar mucha risa…
Ja, ja, ja…

A unos metros de la pileta se ha habilitado un espacio para


pelotear. Hemos definido un primer juego a diez goles. Es obvia
la agilidad de Santi. Me quita el balón en el centro y dispara: 1, 2,
3, 4, 5, 6, 7 veces. ¡Goool!

Me reacomodo y con más seguridad paso la media cancha,


al tercer intento logro frenar a mi contrincante y canto victoria
en dos momentos. Será para la próxima, Santiago Z ha vencido
como los grandes. Viene el descanso y el agua fresca. Retomamos
la competencia y no paramos hasta que la tarde nos expulsa del
parque. Volveremos por la ruta de atajos. Santi los prefiere porque
como es un superhéroe, tiene poderes para armar espacios de
conversa, de risa y de aprendizaje.

En el noveno atajo descubrimos un matorral. Entre las


plantas que desconozco está una que me parece familiar.

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—Esta se llama romero —le comento a Santi, él se estira para
sentir el aroma y me sorprende con su respuesta.

—Ay, mamá, claro que sé que es romero. ¿Recuerdas esas


papas deliciosas a las que le pusimos esa hierba?

—No lo recuerdo Santi, pero eso ya no importa. En estos


metros que nos faltan para llegar al departamento te voy a
presentar a don Emiliano.

La sabiduría de Emiliano

Don Emiliano se ha traído el saber a cuestas, puede


explicarme el uso y creencia de todas las plantas que vamos
encontrando en el camino. No ha reparado en detalles y arroja
orgulloso los beneficios de la chiqchipa blanca y de la negra. La
blanca, ideal para sazonar el caldo de queso y la negra, para un
mate sanador de los males estomacales. La patamuña estrujada
entre las manos y olfateada por segundos, puede servir para
matar la sed y el cansancio en plena ascensión hacia la cima del
cerro, desde donde será posible tener una vista espectacular del
mítico Lago Titicaca.

Hace unas horas, este habitante de las playas de Chifrón, en


la Península de Capachica, Puno, me ha llevado por su chacra y
en tono misterioso ha preguntado ante las habas que han crecido
vigorosas: ¿Dónde está la quinua? He pensado, como si se tratara

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de una pregunta capciosa, y no he podido responder. Nos hemos
quedado mirando los sembríos y, tras adentrarnos en ellos,
han aparecido las panojas de quinua listas para cosechar. Don
Emiliano entonces ha empezado el relato: «para protegerlas de
la helada, del granizo y los vientos fuertes, las he escondido tras
las habas. Como estas son más fuertes, en la batalla natural para
sobrevivir, las ayudarán de todas maneras».

Tanto cariño parece un cuento, pero aquí, en estos lados del


Perú, aún la gente observa las estrellas y la luna, se da cuenta del
nado de los patos silvestres y de los tiempos que vienen. Por eso
no olvida ofrendar a la tierra, recordarle sus poderes sagrados,
llamar a la deidad de las semillas y pedirle fertilidad, como
cuando arrojan granos de quinua sobre las ovejas o conservan
con esmero la diversidad, de colores y sabores, para que haya
más comida, para que los potajes no disminuyan ni se agoten.

—Esta noche, antes de que te duermas, tengo más. Algunas


pinceladas del mes de octubre.

—¿Pinceladas?

—Unos datos, unas escenas. Aún no he terminado el relato,


pero, a ver si cuando te los leo se me ocurren otras cosas.

—De acuerdo mamá.

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Pinceladas de Octubre

Escena uno:

Mira el paisaje. Se lava el rostro varias veces. Acomoda el frasco


de perfume en la cartera y se va. Debe alcanzarlo antes de que
desaparezca tras la puerta.

Escena dos:

Los papeles platina que ha conseguido son amarillos y verdes.


Suficiente, piensa. A esos centilleros viejos les bastará un poco
de color para verse distintos y sostener las velas, las siete velas
que iluminarán a San Miguel. La comadre vendrá después. A esta
hora debe sazonar el chocho y crear el picante para la procesión
de la tarde.

Escena tres:

El estribillo de la canción es el mismo. Ha llegado a tiempo. Debe


ubicarse tras las bancas de la primera fila y esperar. Tal y como
lo hacía su madre.

Escena cuatro:

Titubea. Rearma sus pensamientos y no deja que la masa se


arrugue ni se ponga dura. Cubre sus manos de manteca y ordena
a sus operarios que le pongan más entusiasmo. Ya la gente
empieza a llegar y como es octubre quieren un poco de pan dulce
y unos cuantos panes con camisón.

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Concentrados en lo suyo, repiten los rituales de antaño. Han
sido poseídos por la tradición y una fe que se sostiene en ella.
Será la peregrinación un andar sosegado por trocha y carretera,
cantando, sin perder el rumbo y con la convicción de que el
Señor Cautivo los espera y les dará el milagro que necesitan.
Ayabaca, Piura, siempre ha sido un lugar de peregrinación,
incluso la imagen del Cristo guarda aún elementos ancestrales
del antiguo culto. En octubre es su fiesta mayor, pero en enero
algunos campesinos lo visitan pidiéndole agua.

El papel platina sirve en Choctamal, Luya, Amazonas, para


decorar los centilleros o candelabros. Aquí, a partir de la segunda
semana de octubre, realizan un festivo homenaje a tres imágenes:
San Miguel, la Virgen del Rosario y la Santísima Cruz.

Usan unas mantas colocadas sobre el pasto, convertidas


en una larga mesa comunal. Las cubren de yucas cocidas, de
purtumute (mote y frejol juntos), de picante de chocho en hojas
de achira. Es maravilloso. Y más cuando alentados por la banda
de músicos empezamos a compartir.

—Mamá, compartir es hermoso. Gracias por enseñarme.


Gracias por dejarme ser un niño poderoso. ¡Soy Santiago Z!

—Buenas noches, amor…

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