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Bibliografía
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1. Algunas notas preliminares
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denominada ‘clásica’ y los géneros “populares”: blues, jazz, rock…− puede transformar el
pensamiento, la sociedad y el mundo.
En esta voluntad de comprensión de los procesos que generaron aquellos
movimientos artísticos y literarios, y desde la convicción de que el arte es producto de la
historia y está integrado en el espíritu de su tiempo, dedico parte del estudio a analizar
social, política y filosóficamente el siglo XIX y los primeros años del XX, de una manera muy
panorámica y resaltando las ideas, autores y movimientos que me parecen más
representativos e influyentes. Y es que si no de manera directa, sí como simple estímulo e
influencia, de forma consciente o inconsciente, en lo que muestra, en lo que esconde, el arte
es resultado y barómetro del espíritu de su tiempo.
Es por esta razón que el estudio se ha ampliado a autores y obras que forman
parte de aquella época y que no son directamente partícipes del Expresionismo y/o las
Vanguardias, pero cuya influencia reciben desde el pasado u orbitan de algún modo.
Por último, para no hacer farragosa la lectura con citas constantes, exceptuando
las imprescindibles, remito a la bibliografía para hallar datos concretos de todos los autores
y obras citadas.
Los poemas comentados fueron escritos entre 1911 y finales de la década de los
‘20, aproximadamente, pero en ningún caso van más allá de esa última fecha.
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2. A modo de introducción
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En ese sentido, el Fauvismo, precursor del Expresionismo pictórico, más que un
movimiento con una ideología en común es un grupo unido por una misma intensidad
instintiva, de color; en una estética de la alegría, acogedora, sin rasgo de alienación de la
modernidad ni de su crueldad. El Expresionismo desarrollado en los diferentes epicentros
culturales europeos de la época tiene sus propias características, por más que beban de las
mismas fuentes. Así, Die Brücke y Der Blaue Reiter, los dos grupos fundacionales, parten de
los mismo preceptos y evolucionan a nuevas propuestas, sobre todo evidentes en
Kandinski, Klee, Feininger, miembros del segundo, más que en Kirchner o Mueller,
miembros del primero. Del mismo modo, la mirada del grupo de Viena, con Schiele,
Kokoscha o Kubin, por más que desde la misma atalaya genera más desasosiego que los
anteriores o que la escuela de París, con Modigliani y Chagall en un plano más sensualista o
incluso de utopía casi naïf, aunque inquietante en su trasfondo.
La diversidad de perspectivas dentro de la unidad de visión fue también evidente
en el recién nacido séptimo arte. Quedaba claro que el movimiento expresionista tenía
múltiples formas de concretarse en obra artística, con similitudes estilísticas en todas ellas,
pero sin un Estilo que pudiera etiquetar al movimiento. Así, por ejemplo, la provocación se
busca en algunas películas a través del género de terror, con reminiscencias góticas y
escenografías y juegos de luz que parecen sacados de un cuadro de Feininger. Por más
que El gabinete del doctor Caligari (1919), por citar la más famosa de todas ellas –y a mi
entender la más conseguida y hermosa−, no tiene mucho que ver en tema y contenido con,
por ejemplo, Metrópolis (1926), otra de las más conocidas. Estaría más cerca de Del alba a
la medianoche (1920), de Karl Heinz Martin, o de Nosferatu (1922), de Murnau, por ejemplo.
Ahondando en la misma idea: el director de Metrópolis, Fritz Lang dirigió en años anteriores
y posteriores películas que totalmente diferentes en todos los sentidos: véase Meyer de
Berlín, una comedia “tonta”, o el cine que hizo en Hollywood años después. Por su parte,
Wiene, el director de El gabinete del doctor Caligari dirigió al año siguiente Genuine (1920),
una historia de “terror blando” con tintes exóticos y cuyo estilo, escenografía, tratamiento de
la luz y guión (lamentable) distan mucho de todo el simbolismo y trascendencia de la que le
precedió. Dentro del cine ruso, las películas de Eisenstein, La huelga (1926) y El acorazado
Potemkin (1927) resultan poderosamente “expresionistas” en algunos pasajes; y el propio
Chaplin se hace eco de cierta estética expresionista, mucho más limpia y liviana, en
Tiempos modernos (1936).
Sin duda, se trataba más bien de una corriente de conciencia. Que los
expresionistas no terminaron de saber materializar plenamente en el plano de la lírica,
exceptuando la poesía de Gottfried Benn, que, como se verá en el estudio de varios de sus
poemas, sí se sacudió la herencia neo-romántica que flotaba en el ambiente y actualizó las
renovaciones que en el siglo XIX habían aportado Baudelaire, Rimbaud y Mallarmé.
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En uno de los manifiestos del Dadaísmo de 1918, movimiento que hunde sus
raíces en el Expresionismo como lo hiciera después el Surrealismo, se proclama como
proceso no terminado-cerrado-finiquitado ese objetivo de materializar un nuevo arte,
rechazando la posibilidad de que los expresionistas hubieran alcanzado sus fines: “¿Es que
los expresionistas han colmado las esperanzas que teníamos puestas en un arte que nos
dejase grabado a fuego en la carne lo que es la esencia de la vida? ¡NO! ¡NO! ¡NO!”. Y en
otro de sus manifiestos se insiste: “Libertad: DADÁ, DADÁ, DADÁ, aullido de colores
encrespados, encuentro de todos los contrarios y de todas las contradicciones, de todo
motivo grotesco, de toda incoherencia: LA VIDA”.
Este deseo ni siquiera era patrimonio de artistas de izquierda y/o revolucionarios
en el sentido político socialista: Leni Riefensthal, la directora de cine, en La victoria de la fe,
El triunfo de la voluntad, Olympia, todas ellas películas que glorifican “sutilmente” el nazismo
ascendido al poder, crea auténticas obras de arte con una estética que aunaba tendencias
estilísticas ya emprendidas por el cine ruso de vanguardia y los expresionistas –y dicho esto
con un gran entrecomillado, ya que evitaba lo que pudiera estar cerca de la disonancia y lo
“degenerado”, como sinónimo de feo, grotesco o absurdo; y del mismo modo se acercaba a
otras vanguardias.
Como siempre ha sucedido, y ello muestra su grandeza y el porqué de su
importancia como puntos de inflexión en la historia del arte, las verdaderas grandes ideas,
llenas de espíritu y posibilidad de cambio real de conciencia, han sido y serán aprovechadas
de cualquier forma por todo tipo de tendencias.
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Sobre ‘Crepúsculo de la humanidad. Sinfonía de la más joven poesía’
El subtítulo de “Sinfonía…” responde a la idea de unión de múltiples corrientes
en el Expresionismo −que divergen a menudo considerablemente− en una gran sinfonía que
se eleva como una obra de arte independiente por encima de las realidades históricas y los
azares de aquel movimiento poético.
Por más que se puede extraer mucho nihilismo del Expresionismo, hay que tener
perspectiva: el mundo de entonces y mucho más su evolución hasta conformar el mundo de
hoy ha institucionalizado el confort y el conformismo, llevados a tal extremo que se tolera el
mal en cualquiera de sus formas mientras esté lo suficiente lejos como para no afectarnos.
Cualquier ataque-crítica-agresión al monopolio de ideas dominantes se considera nihilismo,
o, peor, terrorismo, en su acepción más populista y menos “filosófica”. Cabe reivindicar al
Expresionismo, pues, como construcción; si se quiere desde la destrucción, pero no de todo
y para todo.
Al hilo de esta idea, Pinthus ve semejanzas entre el Expresionismo y el
Renacimiento, por lo que tuvo de destrucción de lo medieval y por el impulso al humanismo.
Los expresionistas eran humanistas decepcionados ante la realidad que vivían. Antes que
Marx, el humanismo ya había creado la utopía que exigía el Expresionismo. “El
Expresionismo fue el último esfuerzo común, general y consciente de toda una generación
hacia una nueva creatividad y perfeccionamiento del arte, la música y la poesía; y, por tanto,
de la humanidad”, dice Pinthus en la introducción a su obra. Los paralelismos que se
pueden establecer, que yo establezco, con nuestra época podrían hacer pensar en la
validez de resucitar la literatura expresionista −de todo el arte de las Vanguardias, diría yo−.
Pinthus lo rechaza muy cabalmente; cada tiempo necesita su propio lenguaje y su propia
revolución; reclama, eso sí:
“el valor hacia el amor del ser humano presente y futuro, y el atrevimiento de un
ensayo permanente en la vida y en la poesía […] tan cierto como que la poesía de
nuestro tiempo tenía que transformar este camino de los mártires, es cierto que la poesía
del futuro tendría que ser sencilla, pura y clara”.
Y concluye:
“Se sentía cada vez más clara la incapacidad de realizarse por parte de una
humanidad que se había hecho totalmente dependiente de su propia capacidad de
creación, de su ciencia, técnica, estadística, comercio e industria, de un anquilosado
orden social, de costumbres burguesas y convencionales. El hecho de darse cuenta
suponía igualmente el inicio de la lucha contra el tiempo y en contra de su realidad […]
los jóvenes de esta generación se habían encontrado con un tiempo en el que toda clase
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de ética había desaparecido. Lo que contaba era mantenerse firme en cualquier
situación; la cantidad de aquello que era objeto de placentera recepción tenía que ser lo
máximo de grande y variada; el arte se medía según un patrón plenamente estético, la
vida según un patrón estadísticamente material; y el ser humano y su actividad espiritual
parecían solo existir por ser considerados psicológicamente, analíticamente, y por
definirlos según unas máximas históricas…no se aceptaba otra cosa que la máxima
diferenciación y sublimación de los placeres canalizados, actitud con la cual, por otra
parte, se destruía el placer”.
“Quien, dejando de lado el furor revolucionario, mira con ojos bien abiertos hacia el
pasado, sabe que estos años son más importantes por el hundimiento del viejo tiempo
que no por el despertar del nuevo, y esto tanto si se trata de acontecimientos en política
como en la vida social, en economía o en arte. Lo que está ocurriendo son solo los
procesos de disolución del pasado europeo que poco a poco, pero sin freno, se
derrumba. Lo que nos parece nuevo y desconcertante son siempre tan solo los
elementos concentrados y exagerados, que van apresados hacia la muerte del viejo
tiempo. Los fundamentos de futuro verdadero todavía no son evidentes. Y todo esto es
extensible al mundo del arte”.
Solo discrepo de su idea de “proceso sin freno”: creo que el freno lo echaron los
Dirigentes a fuerza de regateos con el común de la gente hace ya mucho: reconversión de
los mitos más convenientes en emblemas para camisetas; atorar de retórica y entropía los
mensajes para que los nuevos deberes litúrgicos que deben calmar y sanar las ansiedades
sociales sean aceptados desde el conformismo y la pereza; recuperar la superstición y la
demagogia del miedo para que el bienestar sea un estado siempre amenazado, cuyo único
amparo y refugio sea esa misma clase dirigente que lo trastoca de manera perversa a fuerza
de refundar el lenguaje y generar necesidades que incitan a la compra-venta perpetua y la
gula eterna; Dirigentes que han irradiado su mundo tóxico vía TV a las relaciones humanas,
que ya no necesitan de la presencia y mucho menos de la conciencia, ya que somos mera
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estadística; la gente no acude allá donde merece la pena estar más que para hacerse unas
selfies.
Otra de las razones por las que destaco la obra de Pinthus es por la definición
que ofrece del concepto de lírica:
“La lírica fue siempre el barómetro de los estados anímicos, del movimiento y de la
conmoción de la humanidad. Anunciaba los acontecimientos que venían, las vibraciones
de los sentimientos solidarios, el vaivén y el vuelo del pensamiento y de los anhelos. Las
humanidades finiseculares del XIX plantean el arte desde una perspectiva causal según
principios histórico-evolutivos”, pero no se tiene que seguir necesariamente o con
voluntad teleológica “una secuencia mecánica, histórica, sino una consonancia
dinámica, según los motivos”.
Y ahí cobra mucho sentido lo certero del subtítulo: Sinfonía de la más joven
poesía, y lo que entiendo que sucede con el movimiento de las Vanguardias en general y del
Expresionismo en particular: muchos de los pintores −no sucede lo mismo ni en igual
número con los poetas y escritores, entre otras cosas porque muchos de ellos fallecieron
jóvenes a causa de enfermedad o de la Primera Guerra Mundial y no tuvieron tiempo de
desarrollar su obra en el tiempo− atravesaron diferentes etapas en las que visitaron
diferentes vanguardias y, por tanto, estilos, expresando así su anhelo y entrega a una
verdadera búsqueda creativa.
En esta argumentación, justifica Pinthus la concepción de su antología: no
pretende una visión de conjunto de la poesía lírica de su tiempo, ni una antología de los
mejores poemas y/o de los mejores poetas −quedan fuera, por ejemplo: Else Lasker-Schüler
o Theodor Däubler−; también rechaza los epígonos de la anterior poesía o los que creen
que son novedosos por imitar programáticamente unos modelos problemáticos.
Ante la idea de que las Vanguardias eran, todavía hoy hay quien lo piensa, una
degeneración, una violación de la realidad –como metáfora de asalto violento me parece
correcto el empleo de este término; como sinónimo acto malvado, animal, depravado, no lo
acepto−, Pinthus resulta esclarecedor:
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aparecería la guerra y la destrucción−, sino únicamente de las fuerzas internas del ser
humano, es entonces cuando se produjo el gran vuelco hacia una actitud ética […] el arte
de una época no es solo la causa de lo que acontece, sino el síntoma que la anuncia”.
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desde donde se acierta en la renovación, en la fundación de una nueva estética que será la
que permitirá un nuevo arte, tal y como señala Friedrich en Estructura de la lírica moderna.
Por más que según este autor, “la lírica del siglo XX no aporta nada
fundamentalmente nuevo a la línea lírica presentida por Novalis y Poe, elaborada por
Baudelaire y llevada al extremo por Rimbaud y Mallarmé”, los hallazgos y revoluciones que
aquellos ofrecieron “son todavía patrimonio de poetas contemporáneos como por ejemplo
Valéry, Guillén, Ungaretti o Eliot”. Y es cierto: la lírica expresionista, la poesía surrealista, los
manifiestos Dadá, el cubismo lírico de Gertrude Stein no terminan de concretarse en
productos −en el sentido psicoanalítico de la palabra− que puedan compararse con los
autores anteriormente nombrados o sus contemporáneos prosistas Proust, Joyce, Kafka,
Woolf. Sin embargo, creo que la etapa nuevayorkina de Federico García Lorca es un hito,
que, ciertamente, se nutre de la Ciudad descubierta por Baudelaire, así como de la videncia
de Rimbaud a través del Surrealismo, y que Gottfried Benn es el que mejor destila toda su
herencia dentro de la lírica expresionista.
Acierta Ortega al hablar de una sensibilidad de realidad vivida como paso previo
para acercarse a ese arte, sin que ello signifique buscar en lo personal el tema de la
creación, como bien señala. Acierta también en juzgar a Mallarmé como libertador de la
poesía −en la línea del análisis de Friedrich−. Y en ver que las Vanguardias crean a través
de metáforas: no pintan ni escriben las cosas, sino las ideas: rechazan el mundo exterior y
se vuelcan al mundo interior y la subjetividad; aunque aquí quiero matizar que no rechazan
el mundo, sino la perspectiva desde la cual se miraba, y al colocarla en ese mundo interior y
subjetivo crean un arte diferente, una nueva manera de ver y, en fin, un mundo nuevo que
quisieran ver realizado.
Habla de la deformación de la realidad como paradigma del arte nuevo, pero la
equipara con la deshumanización del arte, igualando este concepto con la negación de la
humanidad, con el asco por lo humano. Ciertamente, la pintura de Vanguardia, sobre todo la
expresionista −Kirchner, Schiele, Grosz, Dix…−, puede ofrecer tal apariencia. Pero la
emoción, sentimiento y pensamiento que hay detrás van mucho más allá. Sirvan unas
palabras de Marisa Siguán: “el Expresionismo no fue en absoluto una degeneración
especialmente monstruosa, ni verbalmente indescifrable, y no llevaba las marcas de una
depravación de carácter especialmente seria. El Expresionismo no cantó otra cosa que los
poetas de otros tiempos y métodos estilísticos no hubieran expresado: su relación con la
naturaleza, su amor, su tristeza, su pensamiento sobre Dios”. Y, desde luego, la morgue de
Benn resulta repulsiva. Pero la evolución posterior, desde su siguiente poemario, Carne, que
sin desvincularse de su personal estilo le permite abrir nuevas puertas y ventanas para
ahondar en el paisaje creativo y no quedarse en lo más evidente o aparente del naciente
estilo expresionista. Se niega así la mayor del análisis del filósofo español y señalan el
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proceso de crecimiento creativo de las Vanguardias como verdadera poesía y verdadero
arte.
Por último, me parece soberbio y del todo ignorante −por lo superficial del
análisis; cierto que evita la ira o el menosprecio, pero no se sumerge en el latido de fondo−
el parágrafo con el que acaba su breve ensayo: “Se dirá que el arte nuevo no ha producido
hasta ahora nada que merezca la pena, y yo ando muy cerca de pensar lo mismo”... “La
empresa que acomete es fabulosa −quiere crear de la nada−. Yo espero que más adelante
se contente con menos y acierte más”. Ortega publica este ensayo en 1927. Muchas obras
de las Vanguardias ya habían sido pintadas o esculpidas, interpretadas, fotografiadas o
filmadas, escritas, y se habían hecho públicas −Borges, en 1920, había publicado
traducciones de poemas expresionistas en revistas literarias españolas, por poner un
ejemplo cercano a la geografía del filósofo−. Desde luego, Ortega y la España de aquel
tiempo no “disponían” de los medios como para abarcar todo lo revolucionario del
movimiento… pero muchos de los artistas e intelectuales españoles de su época, viajaban a
centros de cultura europeos y/o americanos. Y la reunión en grupos afines de estudio,
trabajo o en informales tertulias de café sí era una tradición. Se sabía y se conocía, por
tanto, lo que ocurría en el mundo. Otra cosa es la predisposición y la subjetividad de los
juicios estéticos.
La grandeza de las Vanguardias radicó en su valor para afrontar la libertad de
creación sin prejuicio, su osada rebelión sin temor al rechazo; su amor por el arte en
cualquiera de sus formas.
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Marco sociopolítico y cultural de finales del siglo XIX – principios del siglo XX
El siglo XIX es heredero de la esperanza de justicia social y libertad de la
Revolución Francesa (1789-1792), así como de las consecuencias del Congreso de Viena
(1815) tras la derrota de Napoleón y la restauración de los absolutismos en Europa. Esto
genera un ambiente revolucionario en estado latente, no satisfecho, traicionado más bien,
que a lo largo del siglo despierta de forma explosiva en tres fases: 1820, 1830 y 1848. Estas
revoluciones se alzan contra la restauración absolutista y demandan libertades y derechos
democráticos. A esto se une, la precariedad económica de las clases bajas, debida a la
postguerra y la Revolución Industrial, que gesta la aparición del movimiento obrero; y el
sentimiento nacionalista, hijo de la historia y el Romanticismo, que se extiende por toda
Europa, tras siglos de dominación imperial de unos y de otros: España en el siglo XVI-XVII,
Francia en el XVII-XVIII (más el primer decenio del XIX dominado por Napoleón), Gran
Bretaña en el XVIII-XIX.
El siglo XIX es dominio de la plutocracia conformada por una burguesía cada vez
más intolerante y menos liberal, que convierte su racionalismo superficial y su afán de lucro
disfrazado de idealismo, en bases de su ideología. Así, desde la incoherencia con lo que la
aupó al poder, todo idealismo se vuelve para ella sospechoso y persigue y suprime toda
oposición al espíritu del ‘término medio, justo medio’ y al adusto disimulo de los
antagonismos. El Romanticismo pasa de l’art pour l’art a cierto socialismo que termina
apaciguándose, aburguesándose.
El factor humano queda tiranizado por la empresa-máquina. A medida que los
medios y los presupuestos del triunfo económico se desligan de la esfera de influencia del
individuo, se hace más fuerte en el ser humano el sentido de inseguridad, la sensación de
estar a merced de un monstruo despótico. Competencia constante, sensación de
provisionalidad y de que nada parece ser seguro y estable. De ahí el escepticismo y el
pesimismo generales, la angustia vital. Y los disturbios, la revolución permanente.
Con el progreso de la técnica, la ciudad se consolida como centro, también de lo
cultural. Y la prensa es el medio de comunicación masivo. Como relato de su tiempo,
adquiere un nuevo plano de negocio: las suscripciones, donde la literatura comienza a
mercantilizarse con la novela de folletín. Si la novela triunfa en el siglo XVIII es porque
expresa del modo más amplio y profundo el problema cultural de la época: el antagonismo
entre individualismo y sociedad.
La victoria de la reacción estuvo acompañada de una increíble pérdida de nivel
en el pensamiento y un embrutecimiento absoluto del gusto. Se suprimió la libertad de
prensa, aumentó la burocracia como sostén del nuevo régimen, se instauró un estado
policial −el juez más competente en todas las cuestiones de moral y gusto−. Fue el principio
de aquella contradicción entre mojigatería y rebeldía que hoy todavía sigue sin resolver y
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aquella oposición del estado a lo cultural que convirtió a una parte de la intelectualidad en
elemento de desmoralización.
Tras 1848, la Revolución queda derrotada por la reacción del Antiguo Régimen.
Unido a la Revolución Industrial y el consiguiente auge capitalista, la burguesía se afianza
en el poder. Y demanda artículos de lujo y tiene un mayor afán en diversiones que en todos
los siglos anteriores. Vanidad, exigencia, arrogancia, promiscuidad −en general, no
necesariamente sexual: la familia burguesa es el gran estandarte de la ética victoriana,
aunque la doble moral era muy de picos pardos−.
Los hogares burgueses están atiborrados decorativamente en base a alguno de
los estilos históricos de moda, grandiosos y ostentosos pero vacíos. Igualmente con la
literatura, seria y de distracción: si no contenía o producía algún tipo de escándalo no se
leía. El arte como forma de “relajamiento”, es invención de este período. Un arte en el que el
público −burgués o condicionado y aleccionado desde lo burgués−, consciente y
deliberadamente, rebaja su propio nivel −y, de la mano, aparecen muchos artistas y
escritores de nulo valor artístico−. Se sustituye la calidad por la mera apariencia de calidad.
Y se evidencia sobre todo en el teatro.
Tras la Comuna de París, 18 de Marzo – 28 de Mayo de 1871, la derrota
revolucionaria es más implacable que ninguna de las anteriores, y los Dirigentes se
encargan de que quede claro con un escarmiento ejemplarizante. El mundo queda
definitivamente dividido en dos: los que tienen y los que no tienen. Para aquellos se acelera
el cambio de las modas y las variaciones en los criterios del gusto estético, lo que a menudo
trae consigo una manía de innovación estéril y sin sentido, una lucha sin descanso por lo
nuevo, por el simple gusto o capricho de la novedad. Tanta rapidez en el cambio, en la
innovación, lleva a un aprecio cada vez menor de la posesión material y, en seguida
también, de la intelectual. Para los ninguneados, como diría Eduardo Galeano, solo el
deseo, cuya satisfacción requiere de todas sus fuerzas y en la mayoría de casos acaba con
apenas unas migajas de consolación y una desazón constante.
En el pensamiento hay predominio del momento sobre la duración y la
persistencia, el sentimiento de que todo fenómeno es una constelación pasajera y única. La
realidad no es un ser, sino un devenir; no un estado, sino un ocurrir. La casualidad pasa a
erigirse como principio de toda existencia: instante-momento. Cambio.
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Así, Arnold Hauser en su Historia social de la literatura y el arte, traslada esta
nueva concepción de la realidad al plano artístico:
Antes del Impresionismo, el arte reproducía los objetos por medio de signos;
ahora los representa por medio de sus componentes, por medio de partes del material de
que constan. Una gran herencia para las Vanguardias.
Aparece el Decadentismo, que en sus dos facetas, la burguesa diletante o la
bohemia arrabalera, se basa en un esteticismo exquisito, y cuyo espíritu parte del
sentimiento de crisis, de la conciencia de encontrarse al final de un proceso vital y ante la
disolución de una civilización. Liga con el Romanticismo, pero es un sentimiento más
exacerbado, más abismal.
El movimiento simbolista comienza a plantear un cambio de rumbo radical:
rechaza el Impresionismo por su visión materialista, rechaza el Parnasianismo por su
formalismo y su racionalismo, rechaza el Romanticismo por su emocionalismo y por el
convencionalismo de su lenguaje metafórico. El Simbolismo es la “poesía pura”, la poesía
que surge del espíritu irracional y no conceptual del lenguaje, que se opone a toda
interpretación lógica. Es un cúmulo de relaciones y correspondencias entre lo concreto y lo
abstracto, entre lo material y lo ideal, entre las diferentes esferas de los sentidos.
El símbolo ya había estado presente en el arte de épocas anteriores, pero el
Simbolismo lo diferenció de la alegoría. Y Hauser ilumina nuevamente:
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No obstante, el arte alegórico y el simbólico coexisten en casi todas las épocas.
El Simbolismo se convierte así en precursor del Expresionismo y del resto de
Vanguardias en su disonancia como medio de expresión, en la línea argumentativa de Hugo
Friedrich en Estructura de la lírica moderna.
Y al hilo de todo esto, Nietzsche-Marx-Freud: los tres pensadores, desde
diferentes perspectivas en esencia muy vinculadas, son a mi entender fundamentales para
esta época y la que sigue, ya que analizan la cuestión de la vida manifiesta de la mente, lo
que el ser humano conoce y pretende conocer sobre las razones de su conducta, llegando a
una conclusión similar: es disfraz y deformación. También se aprecia su impronta en todas
las Vanguardias. El principio fundamental de la nueva técnica de análisis fue la sospecha de
que detrás de todo el mundo manifiesto hay uno latente, detrás de todo lo consciente, un
inconsciente, detrás de todo lo unitario en apariencia, una contradicción.
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Marco filosófico de finales del siglo XIX – principios del siglo XX
(Dada la condensación de ideas de las páginas que siguen, he resaltado, en
negrita, los conceptos fundamentales que son raíz, motor y anhelo del Expresionismo, y las
Vanguardias en general).
Los antecedentes teóricos de la época que nos ocupa aparecen en el siglo XVIII,
con Rousseau, heredero de una serie de tradiciones, pero cuya intención es emanciparse de
ellas. Por su visión de la vida a partir del puro yo, Rousseau encarna la primera forma
radical de ruptura con la tradición, que es al mismo tiempo ruptura con su sociedad.
Rousseau asume el sufrimiento del yo incomprendido frente a la proscripción de ese
mundo ambiente, por él mismo provocada, y el refugio en la intimidad que solo se ocupa
de sí misma, convirtiéndose ambas en un acto de orgullo.
El descubrimiento del tiempo interior no es nuevo: Séneca, San Agustín,
Montaigne, Locke, Sterne. La fantasía se erige como potencia creadora, algo que también
sucede en Diderot, el otro antecedente. Relaciona, con osadía extraordinaria, inmoralidad y
genialidad, inadaptación social y grandeza espiritual. Desde la Antigüedad clásica, existía la
consideración en un mismo plano u orden de las potencias de sensibilidad, conocimiento y
voluntad, estéticas, intelectuales y éticas. Diderot independiza el genio artístico. Aunque,
posteriormente Lessing o Kant quisieron conciliar de nuevo genio y verdad-bondad.
En su Enciclopedia −aunque derivada de una concepción más antigua que
equipara genio a fuerza visionaria natural, capaz de infringir todas las leyes−, califica Diderot
el concepto de genio así: “el genio tiene derecho a la brutalidad, incluso al extravío; el genio
irradia errores que deslumbran; construye edificios a los que la razón no alcanza; va más
allá del producir o descubrir y por lo mismo, para el genio, los términos de verdad o mentira
han dejado de tener valor preciso. La fantasía es su fuerza motriz. Genio y fantasía son
libres movimientos de las fuerzas espirituales”.
Diderot habla ya −refiriéndose a la pintura− de la atmósfera, y anticipa la nueva
visión sobre el color y la luz. Le sigue Baudelaire. Y luego, las Vanguardias. Anuncia una
decidida magia del lenguaje sobre el contenido del lenguaje, de la dinámica −color,
luz− del cuadro sobre el argumento del cuadro.
Diderot, además, desarrolló una teoría de la comprensión: la comprensión solo
existe, como caso ideal, en forma de comprensión del sí mismo; el contacto entre poesía y
lector, en cambio, dada la imposibilidad del lenguaje para reproducir exactamente los
valores, no es una cuestión de comprensión, sino de sugestión mágica. Introduce, además,
el desorden, el caos en el concepto de belleza.
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naturaleza. Añádase el entusiasmo por la libertad y la oposición a los convencionalismos y a
las leyes impuestas al hombre desde fuera. El resultado fue el Sturm und Drang alemán,
antesala del Romanticismo.
La tendencia fundamental del espíritu romántico es la sed de Infinito, del
Absoluto −como lo denomina Argullol en El héroe y el Único−. El Absoluto como tensión y
anhelo irrealizables, justamente porque lo que se desea es lo infinito. El Absoluto es para los
románticos el sentido y la raíz de lo finito. En ese punto, filosofía y creación artística
coinciden. La filosofía debe mostrar el nexo que vincula lo finito con lo infinito, mientras que
es propio del arte llevarlo a cabo.
Los románticos revalorizan el sentimiento religioso frente a la crítica racionalista,
a la que lo había sometido la Ilustración, pero en un plano ideal sin vínculo a iglesia o
institución religiosa alguna, más relacionado con lo místico o lo espiritual que emana del
concepto de religión –etimológicamente, la palabra se entronca con el religare latino,
literalmente: volver a unir lo que ha sido separado. La religión es la expresión de la relación
del hombre con lo infinito y eterno. Si el ser humano experimenta lo infinito, es porque de
algún modo participa de él. Así, en contraste con la concepción mecanicista de la Ilustración,
los románticos conciben la naturaleza como un organismo, afín al organismo humano,
como una fuerza viva que engendra todos los fenómenos −incluso al hombre−, como una
obra de arte infinitamente más grande que nosotros mismos.
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Aparece la exigencia de una poetización y estetización del saber frente a la
especificación racionalista de la estética. El acto estético es el acto supremo de la razón, y la
belleza la idea omni-abarcadora, que abraza en su seno la verdad y el bien.
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Schelling descubre la fragilidad de la razón, incapaz de fundamentarse últimamente a sí
misma. Y ahí también, Dios.
En el Primitivo programa sistemático del Idealismo alemán, tal vez escrito por
Schelling o Hegel a finales del siglo XVIII, se dice que el acto más elevado de la razón es un
acto estético, ya que la Idea de Belleza (“Idea que abraza todas las Ideas, tomada la palabra
en su más elevado sentido platónico”) superaría el vacío existente entre las leyes de la
naturaleza, instituidas mediante el Entendimiento, y lo que hacemos con esa diversidad sin fin
de leyes particulares mediante nuestra Razón. El acto estético relaciona las verdades
producidas por el Entendimiento y la integración en un todo con propósito de dichas verdades
mediante la razón práctica.
La obra de arte se produce a propósito mediante la libre iniciativa humana. Al
mismo tiempo, sin embargo, tiene que ver con el Entendimiento, porque es un objeto de la
“intuición”: podemos sentirla. Como tal forma parte de los dos reinos que las dos primeras
Críticas de Kant había separado.
El producto estético se convierte en un símbolo utópico de la realización de la
libertad: en él podemos ver u oír una imagen de cómo podría ser el mundo si la libertad
se realizara. Solo podemos verlo de esta forma a causa de ese aspecto de la autoconciencia
cuya base no puede explicarse en la filosofía.
En el “reino de los fines” postulado por Kant, el factor fundamental era aquello que
era un fin en sí mismo, y no un medio para el fin de otro. Para Kant, esto lo éramos nosotros
mismos como seres inteligibles que, por tanto, debíamos supuestamente unir lo finito y lo
infinito. Ahora, el Primitivo programa relaciona esto con el arte.
Lo que el Idealismo y el romanticismo perciben es la necesidad de encontrar
nuevos modos de vincular los modos individuales de dar significado, inherentemente basados
en la intuición, a los productos del Entendimiento y a los propósitos de estos productos.
La complejidad de la relación entre lo teórico y lo sensible radica en que con la
liberación de la subjetividad, el objeto, en su condición de objeto estético, puede
articularse de infinitas maneras, ya sea en las artes superiores o en la publicidad, de
forma que su verdad pierde todo sentido vinculante para una comunidad. La forma en
que el Entendimiento procesa el objeto, por otra parte, lo reduce a ser válido únicamente
en un aspecto. Es significativo que las ciencias naturales, si bien para reclamar validez se
basan en la exclusión de cualquier articulación imaginativa individual del objeto, recurren cada
vez más a la estética cuando llega el momento de intentar comunicar sus reivindicaciones al
resto de la sociedad. Esta tensión entre la relación cognitiva y la relación estética con el objeto
es fundamental en la cultura del capitalismo moderno.
21
El objeto como bien de consumo, como valor de cambio, es abstraído de toda
su particularidad sensible a fin de hacerlo intercambiable por cualquier otro bien de
consumo.
La estetización del bien de consumo crea una situación cada vez más difícil
para los artistas serios, quienes frecuentemente han respondido rebelándose contra la
belleza sensible. Necesitan escapar a la complicidad que se establece al añadir placer
estético a los valores de cambio, y necesitan mantener la noción del arte como algo
independiente del interés de apropiación. Esta necesidad es una de las causas del
surgimiento de la vanguardia, que se niega a comunicar utilizando ninguna de las formas
de comunicación ya existentes y que no intenta buscar ser agradable para los sentidos,
invocando así, una vez más, los límites de la representación que indicaba lo sublime.
Se puede considerar que el desarrollo de la vanguardia está relacionado con
el fracaso del tipo de esperanzas que planteaba el Primitivo programa.
La “nueva mitología” vendría a unir las nociones abstractas y teóricas de la
filosofía y la ciencia con la experiencia sensible en forma de imágenes e historias. Una
mitología de la Razón es la que se busca: politeísmo de la imaginación y el arte + una
mitología de la Razón que sintetice el potencial que ofrecen la ciencia, el arte y la
filosofía crítica. Hacer las Ideas estéticas, es decir, mitológicas, para que el pueblo se interese
por ellas; hacer la mitología racional, para que el filósofo se interese por ella.
Esto también se trasladó al plano político (Gramsci-marxismo). Y lo recogieron las
Vanguardias Artísticas de principios del siglo XX: el arte como la revolución total.
Por el contrario, la “nueva mitología” romántica: en Discurso sobre la mitología,
escrito por Schlegel en 1800, se pasa de la sensación de que la creatividad humana está
vinculada a un propósito más amplio de la naturaleza a una ontología (estudia lo que
existe y sus relaciones) de la creatividad espontánea (como la que se verá en El nacimiento
de la tragedia, de Nietzsche). El argumento de Schlegel afloja los lazos entre los objetivos
estéticos y éticos que había en el Idealismo. Aquí, el arte empieza a implicar una
temporalidad que no necesita apuntar más allá de sí misma, que vive en el presente del
compromiso con la obra de arte y que no puede reducirse a ninguna otra cosa. La otra
cara del arte se transforma en la alegoría, que Schlegel ve como la imposibilidad de
alcanzar lo Absoluto mediante la reflexión. La alegoría apunta más allá de sí misma, y
por consiguiente no es una materialización de lo que realmente significa, lo que una vez
más la equipara a lo sublime de Kant.
Esto nos deja ante una infeliz alternativa entre la evanescente trascendencia
de lo sensorial y la incapacidad de representar una unidad trascendente. Esto llegará a
las Vanguardias Artísticas de principios del siglo XX. La culminación de esta idea será la
aseveración de Nietzsche en El nacimiento de la tragedia de que la única justificación de
22
la existencia en sí misma es como “fenómeno estético”, contemplado de forma
inmediata por sí mismo, porque carece de toda justificación teleológica.
Schlegel, sin embargo, conserva la idea romántica de que el arte puede apuntar
más allá de sí mismo hacia un Absoluto no representable.
La diferencia fundamental entre Schlegel y el Programa primitivo estriba en el
hecho de que el primero considera que la “poesía” se origina en la negación del progreso y las
leyes de la Razón que piensa racionalmente. En lugar de esto: el momento extático, que es
aleatorio, imprevisto y transitorio = “la reducción estética”.
23
originalidad, espontaneidad. El paradigma de la duración es la conciencia del sujeto, el yo
que vive y se siente en continuo fluir. El modo de acceso a la duración es la intuición,
que deriva del instinto y se opone a la inteligencia.
Junto a la interpretación subjetivista de las leyes de la naturaleza de Boutroux,
las ideas de Bergson provocan que el idealismo y el espiritualismo reaparezcan como un
serio elemento de crítica a las concepciones macizas del positivismo.
Dilthey separa a finales del XIX las ciencias del espíritu, que se ocupan de
fenómenos internos a la propia conciencia, de las ciencias de la naturaleza, que se ocupan
de fenómenos externos. Por tanto merecen accesos metodológicos distintos: experiencia
vital −y para acceder a ella, la psicología− frente a observación y experimentación. Espíritu y
materia no son dos realidades ontológicamente diferentes, sino dos modos distintos de
abordarlas. La filosofía no ha de buscar en el mundo, sino en el ser humano “la vida vivida
por los seres humanos: comprender esto es la voluntad del ser humano actual”, dice. Es la
historia, no la filosofía, la que constituye la estructura última de validación, no hay forma de
conocimiento que no sea expresión de una situación histórica determinada, y, por tanto, no
hay conocimiento superior al conocimiento historiográfico.
24
Su filosofía es poética, irracional, pasional = dionisíaca, atrevida por ser vital,
afirmadora de la vida, frente a la filosofía cobarde, cristiana, apolínea que rechaza la vida
con su tragedia –esto es: muerte, pasión, deseo, impulso, caos…− y se inventa un sistema
conceptual ordenado: religión, ciencia, filosofía. Así, a través de Nietzsche se rechaza la
culpa, la resignación y la autocomplacencia. Todo se reduce a asumir unos valores
vitales (lo dionisíaco) o anti-vitales (lo apolíneo), y, por tanto, a una cuestión de voluntad, de
querer, de poder.
Según Nietzsche, la filosofía era la búsqueda absurda del ser, rechazando lo
poético y metafórico. Dios es lo contrario de lo vital, une y sintetiza todos los valores anti-
vitales: la búsqueda del ser, el odio al devenir, la necesidad de trascendencia, la imposición
de una moral de esclavos, la idealización de la belleza, la donación de esencias, la falsa
seguridad del orden. La muerte de Dios es la culminación de esa transvaloración de todos
los valores que Nietzsche propone: del nihilismo −destino de Occidente si se mantiene lo
apolíneo y la creencia en Dios− a la nueva aurora, a la creatividad del niño.
Su crítica a las teorías tradicionales del conocimiento se basa en que las
metáforas originales del lenguaje se han ido universalizando por impotencia,
transformándose en conceptos que han olvidado el verdadero sentido de aquellas
metáforas originales. Pero la vida es devenir, y por tanto metáforas vivas, concretas,
diferentes, que nombran cada instante, cada sensación, cada videncia. Los conceptos no se
construyen, se creen, asegura.
Como solución, reconducir el lenguaje de los conceptos al de la poesía,
problematizando la relación sujeto-objeto. Y, ¿dónde adquiere la conciencia su saber? El
arte constituye la última actividad metafísica dentro de la decadencia de valores occidental.
Solo el fenómeno estético justifica la existencia del mundo, según Nietzsche.
25
Y de ahí, un pensamiento híbrido o contaminado o mezclado: filosofía +
literatura, filosofía + ciencia, filosofía + religión.
Kurt Pinthus, en el prefacio a la re-edición que a finales de los años ’50 del
pasado siglo se hizo de Crepúsculo de la Humanidad, señala “las coincidencias casi literales
entre Feuerbach y algunos pasajes expresionistas”. Y, sin embargo, no era un filósofo que
se hubiera leído en el mundo expresionista. Sobre este punto quisiera incidir: las influencias
inconscientes, en el sentido de no-conscientes y en el sentido de pertenecientes al ámbito
de lo que Jung denomina ‘el inconsciente colectivo’, se hacen presentes en todos nosotros.
Pero en el ámbito del arte y la literatura cobran, a mi entender, una mayor relevancia por la
urdimbre que tejen con la tradición y con la historia; y, de igual modo, las puertas que abren
a mundos creativos que, si no originales, sí pueden ser novedosos por la visión desde la que
se plantean. Todas las intuiciones de aquel tiempo relacionadas con las últimas
investigaciones en las más diversas disciplinas influenciaron, si no de manera directa, sí en
forma de estímulos y sugestiones, como puede seguirse por el subrayado de conceptos que
he hecho.
De la filosofía de Feuerbach quisiera destacar su concepción de toda religión
desde una perspectiva filosófico-antropológica y heredera del humanismo. “Dios es para el
ser humano el contenido de sus sensaciones e ideas más sublimes”. Adopta un
humanismo ateo, rechaza el Idealismo en la voluntad de ese de ir más allá de la realidad
material anteponiendo espíritu y razón. De este modo, la subjetividad acaba cerrándose
autónomamente en sí misma. Y, por otro lado, su crítica materialista de todo pensamiento
especulativo, de gran influencia en Bakunin y el anarquismo, así como en Marx y Engels y el
materialismo dialéctico, por más que vayan más allá de Feuerbach: la enajenación, la
alienación planteada por este tiene que ver con respecto a la idea de Dios, creación del ser
humano a la que luego se somete.
26
en clave expresionista del ser humano enfrentado al absurdo. Y aquí, el término
expresionista debe leerse en clave humanista y existencialista.
En la obra, Heidegger excluye de su campo de interés el sujeto cartesiano
reflexivo, y se dirige al dasein, el ser ahí, el estar aquí. Es la vida en el mundo, histórica y
con autoconciencia histórica; no un yo trascendental, sino un yo en un mundo ya dado.
Desde ese punto de partida, la analítica existencial del dasein a partir de su cotidianeidad
más inmediata.
Heredero de Husserl y la fenomenología, Heidegger la radicaliza llevándola a
preguntarse qué es lo que realmente es el fenómeno, qué debemos dejar aparecer: hasta
Heidegger, ‘lo que se muestra’ es el ser de los entes, su sentido, sus modificaciones y
derivados, y, en este sentido, la fenomenología es la forma de acceder a lo que debe ser
tema de la ontología y la forma demostrativa de determinarlo. La ontología solo es posible
como fenomenología. Heidegger va más allá, incluyendo en ‘lo que se muestra’ aquello que
tiende a ocultarse, encubrirse, desfigurarse u olvidarse. La suma de lo evidente y lo
latente es la plenitud de la realidad −y aquí el eco de ese espíritu de su tiempo.
Así, la fenomenología tiene que empezar a ocuparse de lo que se oculta, de lo
que se ha ocultado en la historia. Por ello, hay que revisar, destruir para refundar la
historia de la ontología, con la premisa fenomenológica de la exención del prejuicio: la
fenomenología, por fidelidad a la historicidad de la existencia, se torna crítica de la historia y
de la tradición. Pero sin nihilismo: esa destrucción no quiere sepultar el pasado, sino
construir desde las ruinas… más bien con ellas, desde el estar en ellas y su
comprensión como devenir.
27
28
3. Características del estilo de la lírica expresionista y vínculos con la pintura de
Vanguardia de principios del siglo XX
Desde finales del XIX, aparece en la lírica europea la disonancia: una suma de
hechizo e ininteligibilidad. Rasgo que produce inquietud y que es común al arte moderno.
Esa tensión disonante se expresa principalmente en la oscuridad del lenguaje y el uso de
formas de expresión muy sencillas que concurren con la complicación de lo expresado.
Junto a estos dos pilares, otras características:
-ciertos rasgos de origen arcaico, místico y ocultista junto a / en contraste con un
agudo intelectualismo.
-precisión junto a absurdidad.
-futilidad de los motivos junto a arrebatado movimiento estilístico.
-se rechaza el modo descriptivo como tratamiento de las realidades y se opta por su
transposición al mundo de lo insólito, deformándolas y convirtiéndolas en algo extraño.
-la lírica, que sería la expresión de sentimientos, emociones o sensaciones respecto o
a partir del objeto de inspiración, en la modernidad que se inicia a mediados del siglo XIX
dice Friedrich “prescinde de la vivencia, del sentimiento, incluso del YO personal, que no
participa de su poema como individuo privado, sino como inteligencia que crea poesía, como
operador de la lengua, como artista que ensaya creaciones. Ello no excluye que semejante
poema pueda nacer del arrobamiento del alma o pueda provocarlo, pero se trata de una
expresión de la pura subjetividad”.
-temas o motivos contrapuestos más que yuxtapuestos.
-estilo que trata de dislocar la correspondencia entre los signos y lo designado, con un
dramatismo que domina la relación entre temas.
-palabras exóticas, a veces procedentes de las especialidades más remotas a la
poesía y al tema tratado se electrizan líricamente; incluso se “inventan” nuevas.
-descomposición o simplificación de la sintaxis en expresiones primitivas, casi
originales.
29
-comparaciones y metáforas “imposibles” lógicamente Y aunque lo “anormal” −que no
degenerado− de una época se convierte en norma de la época siguiente, esto es, acaba
asimilándose, no sucede con Rimbaud, Mallarmé hasta que no llegan las Vanguardias; con
la literatura vanguardista sucedería en menor medida, por ser menor también su aportación
novedosa, por más que se aprecian estelas desde entonces a hoy día.
Así, la herencia del XIX −incluso, cabe retroceder al Romanticismo: Novalis,
Schlegel, Hölderlin− es la “destrucción” de la lengua, la disonancia, la necesidad de
desvelar-videncia, la acumulación de asociaciones violentamente desconcertantes.
“hasta principios del siglo XIX, y parcialmente hasta más tarde aún, la poesía
ocupaba un lugar en el ámbito sonoro de la sociedad, era esperada como una
representación idealizadora de materias y situaciones vulgares, como un consuelo,
incluso cuando tomaba por tema lo demoníaco; con lo cual, la lírica, como género, se
distinguía de los demás géneros literarios, aunque no estuviera en ningún modo por
encima de ellos. Más tarde, sin embargo, la lírica se situó en oposición a una sociedad
preocupada por unas garantías económicas de vida, se convirtió en portavoz de las
querellas contra la interpretación científica del mundo y contra la falta de poesía en la
opinión pública. La tradición quedaba bruscamente interrumpida; la originalidad poética
se justificaba por la anormalidad del poeta; la poesía se presentaba como el lenguaje de
un sufrimiento que gira sobre sí mismo, que no anhela curarse, sino que únicamente
aspira a la palabra matizada La lírica pasó a ser la manifestación más pura y elevada de
la poesía y, por su parte, se situó en oposición con el resto de la literatura, conquistando
una libertad ilimitada que le permitía decir cuanto le dictara la más soberana fantasía, la
introspección ampliada hasta el inconsciente y el juego con una trascendencia sin objeto.
Tal cambio se ve en las categorías que poetas y críticos dan a la lírica. En el pasado, al
juzgar los poemas, se hacía principalmente referencia a sus cualidades de contenido y
se los describía con atributos positivos. Y esto deja de ser así en ambos sentidos: la
forma cobra protagonismo y se tiende a atributos negativos para describir la nueva
lírica (el subrayado es mío).
Esos atributos negativos se empiezan a aplicar ya a la poesía de Novalis −pero no
a modo de censura, sino como descripción o casi como elogio−, después a Lautréamont,
uno de los que contribuyeron a preparar la renovación de la lírica. Y en esa misma línea
descriptiva y de elogio, se habla por toda Europa de las siguientes fórmulas:
desorientación, disolución de lo corriente, sacrificio del orden, incoherencia,
fragmentarismo, reversibilidad, estilo en series, poesía despoetizada, relámpagos
destructores, imágenes cortantes, choque brutal.
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El problema es: ¿por qué la poesía moderna se puede describir mucho mejor a
base de atributos negativos que positivos? Por inasible, por falta de poder asimilarla, por
anormal”.
31
Características del estilo de la lírica expresionista
Los temas y rasgos de la forma que a continuación se enumeran son comunes a todos
los autores en mayor o menor medida, con mayor o menor acierto creativo. No obstante,
destaco en ocasiones a algunos poetas en los que resultan medulares.
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línea de cierto decadentismo francés, hay algunos artistas que buscan el perdón, la
expiación a la culpa de “maldito”, en la religión. Como cuenta De Michelis que sucedía en
pintura con, por ejemplo, Bloy: “su pesimismo cristiano de convertido, erizado de anatemas
e hijo de la crisis de los intelectuales después de la Comuna de París”.
-el ansia mística del Gótico heredada por el Romanticismo se apesadumbra, volviendo
la contorsionada complejidad del barroco.
-el trabajo se convierte en un tormento que destroza el sentimiento. Los poemas de
Zech son los que mejor reflejan este tema.
-grito, ahogo, vacío, caos, sinsentido, desorientación…presentimiento de final trágico.
Horror de la vida humana, visiones apocalípticas. Angustia vital, locura, miedo, soledad,
enfermedad, muerte, putrefacción, deformidad… la realidad estaba tan distante y en cierto
modo era tan inalcanzable, que grandes saltos de emoción podían cruzar el abismo. El
único punto seguro en el mundo hostil es el yo del artista. Que a veces reacciona con ironía
y cinismo. La burla de lo bello canónico deviene apología de la fealdad y permite el éxito del
cabaret. No obstante, casi todos los poetas expresionistas −y artistas en general−, ante el
proyecto fallido de conseguir un cambio social, humano, evolucionan tras la Primera Guerra
Mundial a formas más sencillas y tradicionales –cabe señalar la excepción manifiesta
durante un período de su poesía de Gottfried Benn, por motivos que se explicarán en el
análisis de sus poemas más adelante−. Así, el Expresionismo derivará en el movimiento de
la Nueva Objetividad; y, en otro extremo estético, en Dadá −cuyos cabarets fueron
famosos− y Surrealismo.
Esta individualización conlleva un irracionalismo expresivo, manifiesto en la
distorsión sistemática de la sintaxis tradicional y de la imaginería en boga −el "flujo de
conciencia" que, sin estar especialmente ligado a este movimiento, lo calificó en buena
medida−. Negar el mundo material se traduce en una primacía de la imaginación, cuya
fuerza radica ahora en su capacidad para dinamitar lo real a partir del único punto de enlace
entre ambos espacios: el lenguaje. Más que cualquier otro movimiento anterior, el
Expresionismo utiliza el lenguaje como fin último y específico de su propia actividad. La
escritura sustituye a la literatura: aparece la autonomía crítica de la escritura; no como
autosuficiencia, pero tampoco como reflejo. Alfred Wolfenstein, poeta y editor, habla de esto
en su antología de poesía expresionista Erhebung, Elevación, de1919: “el ser humano
renovado amará aquel arte del que se sienta procreado. Una nueva unidad de vida y arte
puede triunfar. Esta unidad no surgirá, como en épocas pasadas, a partir de que la
naturaleza determine el arte, sino que la creación del arte debe convertirse en creación de la
vida”.
-alejamiento de la realidad sensorial: rechazo del Impresionismo. El ser humano como
objeto, el objeto como sujeto −despersonalización, antropomorfismo; destaca nuevamente
33
Benn−. Es una poesía más humana que figurativa o paisajística. El paisaje se humaniza,
con las características ya comentadas: es horror, melancolía, desorden del caos. Con un
gran componente onírico.
-descarga del sentimiento: se expresa, como sacudida y provocación. Ante esa actitud
el artista espera una reacción. Se acude a la representación de temas tabú para provocar.
Se personifica la violencia, la de la naturaleza y la humana. Las palabras se convierten para
el poeta en lo que los colores para el pintor. Cito a Derain, pintor fauvista: “los colores eran
para nosotros cartuchos de dinamita”. Y las palabras en manos de Benn, otra vez,
-puentes que caen, como una de las tantísimas imágenes simbólicas de desastre, de
imposibilidad, de camino vedado, de desconexión pero también de conexión con otro mundo
onírico y surreal −con ejemplos en los poemas de van Hoddis, Benn… en el cine de
Wegener también se aprecia.
-amor, sexualidad, impregnados ambos de lo dicho hasta aquí. Y un miedo a la mujer,
que se torna femme fatale-castradora-provocadora de celos, de desilusión, de abandono. Se
encuentra poca alegría y felicidad: el amor y el sexo son, mayormente, dolor y culpa. Si el
tratamiento aparece como canto feliz, forma parte de esos poemas que no terminaban de
desvincularse del ambiente neo-romántico presente a principios de siglo. En clara relación
con esto, a finales del XIX, el paraíso de la familia tradicional entra en crisis. Hasta ese
momento, la situación de los miembros de la familia es natural no social. La rebelión
acontece en los miembros más débiles: jóvenes y mujeres, contra el padre, contra la
tradición, lo que provoca una crisis de la masculinidad hasta entonces inconcebible. Las
pulsiones y los miedos masculinos se evidencian también en la pintura −Munch, Klimt…− y
son revelados posteriormente por Freud.
-melancolía, insondable, inconsolable en muchos casos.
-estilo telegráfico: reducción y concentración del lenguaje, condensación, elipsis. Y en
esa línea, eliminación de artículos, de signos de puntuación. Con sucesión de nombres,
acumulación. La maestría de Benn como ejemplo de este y el siguiente punto.
-estilo paratáctico −sin sintaxis, con una o dos palabras, en el estilo imperativo de los
textos que podían encontrarse, aún hoy, en la cotidianeidad: pase, silencio, empuje, deje
salir antes de entrar…
-pocos adjetivos, verbos en infinitivo −predominando los de movimiento.
-formas tradicionales: estructuras estróficas tradicionales en contraposición al
contenido moderno, como hiciera Baudelaire. No obstante, se introduce el verso libre
−Stadler−. El poeta August Stramm reivindica la libertad total frente a las convenciones,
incluidas las gramaticales y semánticas.
Había un sentimiento de cinismo y resignación, después de un período de
exuberantes esperanzas. Este era su lado negativo. El lado positivo traducía el entusiasmo
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por la realidad inmediata como consecuencia de un propósito de tomar las cosas con entera
objetividad, plasmando la realidad inmediata “fotográficamente”.
Aparece un ser humano aniquilado por la ciencia y la máquina, algo superable
desde la ruptura violenta con lo material y la civilización que tal materialidad comporta. Para
ello, se potenciará el YO, entendiendo que es en él donde reside lo que el ser humano
posee de espiritual. Guillermo de Torre habla de alma. ¿Tienen el mismo significado para los
expresionistas? A mi entender hay matices en las acepciones de espíritu que hace que el
concepto sea más acertado por amplio y pleno:
Alma, según la definición de la RAE, es la sustancia espiritual e inmortal, capaz de
entender, querer y sentir, que informa al cuerpo humano y con él constituye la esencia del
ser humano. Etimológicamente, proviene del latín anima: aire, aliento.
Espíritu, según la definición de la RAE, es el ser inmaterial y dotado de razón. Alma
racional. Don sobrenatural y gracia particular que Dios suele dar a algunas criaturas. Vigor
natural y virtud que alienta y fortifica el cuerpo para obrar. Ánimo, valor, aliento, brío,
esfuerzo. Vivacidad, ingenio. Etimológicamente, se relaciona con cualquier soplo que se
desprende de una sustancia y que forma parte de su esencia más íntima; emanación,
exhalación.
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Un ejemplo llevado a la práctica de todo esto fue La Bauhaus (1921-1925) que
recogió el positivismo desde una perspectiva socialista: cree en el poder de redención social
del arte, en eliminar las fronteras clasistas entre artista y artesano, en aunar artes en una
sola unidad.
Uno de los dogmas expresionistas no obstante, y en la línea que matizaba con
Koskoschka, era: no existen soluciones políticas, solo espirituales que deben venir de los
artistas −y que irradiarían a la política y el resto de esferas de la sociedad; se reivindica así
el motor generador del arte por encima del resto de estructuras sociales−. Pero a los artistas
más jóvenes, adscritos a la Nueva Objetividad y a Dadá −en su facción berlinesa, más
comprometida políticamente que la suiza−, no les parecía suficientemente objetivo. De
hecho, Pinthus, ya en 1919, dice que “el arte político de nuestro tiempo no se debe convertir
en un artículo de fondo puesto en verso, sino que quiere ayudar a la humanidad a llevar a la
perfección la idea de sí misma, de convertirla en una realidad”. Sin embargo, hay
excepciones: Benn no tiene un compromiso político marcado, o tal vez lo dejó de lado tras
su adhesión al nazismo en los primeros años ‘30 y posterior reconocimiento del error. Y aún
así, en alguno de los poemas que he seleccionado de Benn, hay mucha “política”, nunca
explícita ni arengada, pero sí escupida con cinismo y performance del lenguaje –como por
ejemplo en Carne, o Interiores−.
Históricamente, el arte imponía creencias y de ahí conductas. El arte público
informaba, describía, contaba el mundo tal como era, pero sobre todo tal y como debía ser.
Johannes R. Becher, poeta expresionista y ministro de Cultura tras el nazismo
en la antigua RDA, decía en los años ‘50: “nos fracasó aquello que nos proponíamos con
tanto entusiasmo y esfuerzo, hacer realidad en poesía la coincidentia oppositorum −en Dios
se da la identidad absoluta de las distinciones; es la armonía de contrarios y el límite del
entendimiento humano es el principio de no contradicción− de Nicolás de Cusa” −filósofo del
siglo XV, considerado el padre de la filosofía alemana−.
Cabe señalar, sin embargo, que en muchas ocasiones esa querencia política no
lograba más que resultados panfletarios en su puesta en papel en forma de poema. En otro
orden de cosas, sucedía algo similar con el llamado ‘cuento anarquista’: la voluntad moral
que los pare es innegable y admirable, pero el resultado literario deja mucho que desear.
(Cito aquí un texto que no figura en la bibliografía porque no he pensado que el tema que
trata tenga relación directa con el tema aquí estudiado más que en la voluntad de cambio
social que también lo impulsaba: El cuento anarquista, 1880-1911, antología de Lily Litvak.
Editado por la Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo, 2003, Madrid).
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individuos, como algo que ha llegado a institucionalizarse y a aceptarse tácitamente a través
de una cita de una reflexión de Robert Hughes en su libro El impacto de lo nuevo:
“los museos son hoy condensadores socioculturales −sucede también con los
medios de comunicación y con las nuevas tecnologías, que si cabe agravan la
deshumanización− y la propia modernidad es la nueva cultura. Ambos crean arte por sí
mismos: fuera del museo hay “obras de arte” que solo serían cosas, sin más, si nadie las
catalogara como arte; cuando las grandes obras de arte de todos los tiempos lo son en
un museo y en mitad de la calle. El arte moderno ha dejado de lado la colectividad: la
historia, la mitología y otros temas siempre presentes en el arte han desaparecido por el
mundo subjetivo del propio artista que a lo más que llega es a denunciar las miserias de
la sociedad de hoy, pero desde el punto de vista subjetivo de la incomunicación,
básicamente. El artista como sujeto-objeto. Nada de lo que se produce hoy día en el
mundo del arte resulta ofensivo”
Y añado: provocador, tal vez, pero en una estética muy fashion y mainstream
porque inmediatamente puede ser parte del mercado. Precio y valor se han convertido en lo
mismo. Es más: el segundo depende del primero.
Si comento esto es para poner en valor la osadía de las Vanguardias y su intento
de revolución desde todas las disciplinas artísticas. La realidad de vasos comunicantes de
las Vanguardias, incluida la literatura, me parece remarcable.
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embargo, no logran impacto ni memoria más que por algún verso muy bien hallado. Siempre
he pensado que falta un poquito de punk en ciertas ideas de las cosas.
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No hay propiamente un manifiesto del movimiento, por lo que se toma la
conferencia En torno al Expresionismo en poesía, de Kasimir Edschmid (1890-1966, escritor
expresionista) en diciembre de 1917, como tal. En ella, el escritor reconoce la importancia
del Naturalismo y del Impresionismo por abrir el arte al mundo real, aunque “todo ello tuvo
como centro el objeto, irrelevante a los fines de la verdadera obra de arte […] no
consiguieron más que efectos descriptivos. No se captó la esencia de las cosas ni su último
significado”. Y ante eso, “el artista expresionista no mira, ve; no cuenta, vive; no reproduce,
recrea; no encuentra, busca. La concatenación de los hechos es sustituida por su
transfiguración […] todo se relaciona con lo eterno. El enfermo ya no es solo el individuo que
sufre, sino que se convierte en la enfermedad misma”. Así, el nuevo hombre, el nuevo artista
“no experimenta en círculo ni reflejando otros ecos: experimenta de modo directo”.
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4. Análisis crítico de algunos poemas
Hugo von Hofmansthal, 1874-1929. En ella la Carta de Lord Chandos (1902) cuenta
que no va a escribir más. Ya no ve la relación entre el objeto y la palabra que lo designa. El
mundo de las cosas le ha vencido, se le escapa, no puede definirlo con la palabra. Esta
crisis del lenguaje es también una crisis de la conciencia, extensible a la época. Deja de lado
la lírica, meditativa y musical, porque no confía en el poder de la palabra −como si fuera algo
que viene de fuera, del más allá de la propia conciencia del poeta; me parece una
justificación muy bañada en romanticismo que resalta la conmoción que supuso la nueva
época y la falta de adaptación de algunos−. Da el salto a la tragedia.
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interpone entre él y la escena una historia para contarla, como en Lavado de cadáver, que
no le deja ver, realmente, la realidad más allá de su idea de la misma. A Benn podemos
verlo salpicado constantemente de sangre y vísceras −actitud que tampoco creo
necesariamente imprescindible para ese ver más allá del mirar; volveré sobre este aspecto
al hablar de este autor y del ciclo de poemas de Morgue−.
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Poetas expresionistas
Creo importante manifestar que la mejor manera de captar la esencia del arte en
cualquiera de sus manifestaciones es sin “intermediarios”, que en el caso de la lírica serían
las traducciones. No es una crítica hacia sus autores, sino hacia mí mismo, ya que gracias a
esas traducciones puedo disfrutar de obras que serían incomprensibles de otro modo. Si
señalo esto es porque el análisis estilístico que por tanto hago de los poemas trata de fijarse
más en las imágenes, el uso del lenguaje y, en fin, las características propias del
Expresionismo, que no tanto en figuras retóricas o estructura de estrofas y versos. Y, sin
duda, pierdo por el camino las sutilezas propias que puedan hallarse en la lengua y la
idiosincrasia alemanas.
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Ernst Maria Richard Stadler, 1883-1914. Inmerso en el estudio y el profesorado
universitario, muere el 3 de Octubre de 1914 por una granada en la Primera Guerra Mundial.
Desde el neo-romanticismo ambiente de su época ya señalado, escribe en verso libre −algo
muy novedoso en alemán−, en un tono de exultación y vitalismo. Sus poemas nacen en esa
atmósfera , aunque tratan temas que luego se repetirán en el expresionismo, como el
poema Crepúsculo, o no terminan de desligarse de ella ya en los últimos años de su vida, El
arranque, poema sumido en la guerra, en el que aparece el horror, pero sin lamento, con
unos versos finales de épica romántica:
“Tal vez en cualquier parte yaceríamos tendidos entre cadáveres
Pero antes del tumulto y antes de hundirnos
nuestros ojos, borrachos de tierra y sol ardiente, se saciarían”.
Viaje nocturno sobre el puente del Rhin en Colonia es otro ejemplo. Aquí, la
sucesión de imágenes a algo oscuro no se concreta, y la salida del túnel es plácido
vitalismo.
Es en esa época, los dos últimos años de su vida, cuando su poesía cambia. Así
puede apreciarse en los poemas que siguen:
Días
“I.
Sonaban pasos de mujer tras de los arcos,
tú seguías por callejas, atraído
por miradas lascivas y mejillas maquilladas,
en el aire escuchabas cantar coros angélicos,
sentías la fortuna de destruirte, de perderte,
oscuramente ardías por ser humillado y ofendido.
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II.
Ah, el voto del pecado. Vosotras, peregrinaciones que se imponen a los lechos
deshonrados.
Estaciones de la concupiscencia y de la humillación en lugares malditos.
Refugio de la suciedad en aposentos, el hornillo en el cuarto donde las sobras se
echan a perder,
y la humeante lámpara de aceite, y trozos del espejo sobre la cómoda desvencijada.
Ah, cuerpos aplastados. Tú, sonrisa tallada con desesperación sobre unos labios
pintarrajeados.
Pobre pelo en desorden. Palabras, hace tiempo ya vacías de vida,
¿me rodeáis de nuevo?, ¿es mi nombre el que escucho pronunciar por vosotras?
La vergüenza y el miedo me hacen sentir de nuevo aquel impulso que me quema:
escupir en la seguridad de los piadosos, en la dignidad del justo,
consagrarme, entregarme a lo turbio, a lo incierto, o ya perdido,
sentir, mientras se canta felizmente, la ignominia de los vencidos y su dejadez,
hundirme hasta la médula en la vida como si de una fosa se tratase.
III.
Balbuceo locas confesiones sobre tu regazo:
Madonna, líbrame de mi dolor.
Tú, cuyo sufrimiento el amor nunca abandonó,
en cuyo cuerpo fueron introducidas siete espadas,
que sonriente fuiste arrastrada al potro de torturas—
Oh, mira, todavía no estoy completamente abierto,
aún siento cómo me sube a la garganta el odio,
y maldispuesto estoy con muchas cosas, y alejado.
Oh, haz que se disuelva la dureza que me oprime,
conviérteme en portal por donde pasan las imágenes,
en espejo tan solo, que soporte las cosas a millares,
siendo así el todo, como tu aliento que sobre los mundos se mueve.
IV.
Ardo entonces durante noches para purificarme,
y siento enarbolados sobre mi cuerpo el látigo y la vara:
deseo liberarme por completo de mi propio ser
hasta haberme vertido en todo el mundo.
Deseo con tanto dolor alimentar mi cuerpo
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que los males del mundo me circunden como las estrellas—
En la sangre y martirio del pesar instigado
se realiza el amor, se libera el espíritu”.
Final de jornada
“Las siete en los relojes. Los comercios se apagan en la ciudad.
Desde oscuros pasillos, por patios diminutos, saliendo de vestíbulos lujosos las
vendedoras se derraman.
Todavía algo ciegas y como entontecidas por el largo encierro.
Entran con leve excitación en la voluptuosa luminosidad y la suave apertura de la tarde
de estío.
Las calles, antes malhumoradas, se iluminan. De pronto empiezan a marcar un ritmo
claro.
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Las aceras se colman de blusas de colores y risas de muchachas.
Como un lago por el que atraviesa un joven río impetuoso
la ciudad toda es inundada por la juventud y el regreso al hogar.
Entre la indiferencia de los rostros que pasan se interpone un destino variado.
La excitación de un vivir joven deslumbrado por el fuego de esta hora crepuscular
en quien toda la oscuridad se transfigura y todo lo que pesa se funde libre y leve
como si no aguardara, pocas horas después, la triste monotonía de la servidumbre
diaria; como si no aguardara su retorno
el laberinto de las sucias chozas en el arrabal, chozas que cuelgan entre desnudos
bloques de casas de vecinos,
la escasez de comida, el sofoco del cuarto familiar y la pequeña alcoba que es preciso
compartir con hermanos menores;
y el breve reposo que la madrugada expulsa del país dorado de los sueños.
Todo está ahora lejos, cubierto por la tarde, y, sin embargo, acecha, como animal
maligno al lado de su presa
E incluso las más afortunadas que, leves y con el paso esbelto,
Bailan del brazo de su amante, arrastran en la soledad de sus ojos una tiniebla ajena.
A veces, cuando su mirada cae hasta el suelo, en la conversación,
un fantasma con espantosas muecas se cruza en su alegría.
Entonces es cuando se estrechan más; con manos temblorosas cogen el brazo del
amigo,
como si la vejez ya estuviera tras ellas, arrastrando sus vidas hacia la extinción en
medio de la sombra”.
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fábricas, descubriendo retratos más o menos kafkianos de trabajadoras. Pero se difumina
cuando continua “…saliendo de vestíbulos lujosos las vendedoras se derraman” (en la
traducción que del mismo poema hace Artur Quintana i Font en Crepuscle de la humanitat,
la antología de Kurt Pinthus, los vestíbulos son “arrogantes”, hallazgo que me parece más
logrado en la imagen que pretende trasladar el verso). A pesar de la fuerza visual del último
verbo, en la línea que argumentaba y en la voluntad que imagino radica el poema, me
pregunto si ¿no hubiera sido mejor algo más cercano a verter, vomitar…? Pero no creo que
encajen estos términos en el estilo del poeta.
Juega con el contraste entre estos primeros versos, de cierta oscuridad, con los
siguientes, donde las muchachas, sus blusas, la iluminación desborda vida como un río de
juventud capaz de transfigurar cualquier oscuridad y convertir en liviano cualquier peso.
La primera vez que leí el poema no me sorprendió la ausencia de hombres: del
trabajo solo salían vendedoras, que una vez liberadas se convertían en muchachas −otra
imagen que podría haber terminado de matizarse para ganar en fuerza−. En sucesivas
lecturas, y pensando en el año en que fue escrito y algunas pistas que el propio poema
ofrece, se cae en la cuenta de la realidad latente que no se dice: no hay hombres porque
están todos en la guerra, recién iniciada. Por eso, en los últimos versos, las que caminan del
brazo del amante-amigo son afortunadas. Y a pesar de ello, “arrastran…una tiniebla ajena…
se cruza un fantasma en su alegría”. Lo que podría interpretarse de otro modo, por ejemplo
−y en la línea de pensamiento que a continuación aparece “como si la vejez ya estuviera
tras ellas”− la juventud que de a poco irá desapareciendo, el transcurrir del tiempo sin
remedio, cobra una luz muy diferente si pensamos en que la tiniebla es ajena porque
pertenece al hombre que la acompaña o al resto de muchachas cuyos hombres ya partieron
al frente, pero no todavía a ella; y digo todavía, porque es un sino del que el poema no
ofrece escapatoria: el breve momento de felicidad pasará en unos días, unas semanas,
unos meses por la guerra; pero cada día sucumbe a la realidad precaria y miserable de su
propia casa, pequeña, atestada, asfixiante; casi insalubre.
Dicho todo esto, si incluyo el poema es porque me gusta y porque me parece
muy representativo de la lírica, a pesar de que lo considero fallido.
Judería en Londres
“Hasta el esplendor mismo de las plazas se acercan callejones
subversivos y devoradores, terriblemente encarnizados entre sí, muy abiertos,
como las cicatrices desgarradas en la carne desnuda de los edificios,
y llenos de basura que los arroyos sucios ya desbordan.
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Las atestadas tiendas se apresuran hacia el aire libre.
Sobre las largas mesas desordenados trastos se almacenan:
vestidos y cotón, pescado, carne, fruta, en asquerosa hilera
están amontonados y con salpicaduras de las doradas llamas de la nafta.
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Películas como El gabinete del doctor Caligari y cuadros de Grosz: Metrópolis,
Homenaje al poeta Oskar Panizza poseen una gran fuerza visual en ese sentido.
Recojo otro poema que aparece en Crepúsculo de la humanidad, de Kurt
Pinthus:
Sentencia
“En un libro antiguo tropecé con unas palabras
que mucho me conmovieron y todavía me queman en algunos días.
Y cuando yo me entrego a turbios placeres, apariencia, juego y mentira
hacia mí acerco en lugar de la esencia,
cuando envanecido me engaño en opinión apresurada,
como si fuera claro lo que es oscuro, como si la vida no tuviese mil portales cerrados
chapuceramente,
y contradigo palabras, cuya anchura nunca he sentido del todo,
y comprendo cosas por las cuales nunca no me he exaltado,
cuando el bienvenido sueño me acaricia con aterciopeladas manos,
y de mí se alejan días y realidad;
forastero entonces, del mundo y del yo más profundo alienado,
evoco entonces de nuevo la sentencia: ‘Humano, busca la esencia’”.
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Georg Heym, 1887-1912. Muere junto a un amigo mientras patinaban en un río
helado. En la introducción de Jenaro Talens, se lee: “horror visionario. Lo demoníaco, el
terror de la muerte. Violencia expresiva. Renuncia a la musicalidad de Trakl o a la exultación
de Stadler, pero sigue un verso clásico, lo que paradójicamente multiplica la tensión interna
del poema, siempre a punto de estallar”.
Después de la batalla
“En los sembrados yacen apretados cadáveres,
en el verde lindero, sobre flores, sus lechos.
Armas perdidas, ruedas sin varillas
y armazones de acero vueltos del revés.
La guerra
“Está levantada quien mucho durmió.
Alzándose de bóvedas profundas.
Grande, ignorada, se yergue en el crepúsculo
y aplasta la luna con su negra mano.
Caen en las ciudades, entre el bullicio de la tarde,
muy hondos, frío y sombra de ajena oscuridad,
y se congela el torbellino de la mercadería.
Hay un silencio. Y miran hacia atrás. Nadie sabe.
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Ya comenzó ella la danza por los montes,
gritando: arriba y adelante, guerreros.
Al moverse su cabeza oscura
suena sonora la cadena de mil cráneos colgados.
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–fotógrafo español que ha cubierto diversas guerras, entre otras la de la antigua Yugoslavia;
sus fotografías son estampas sin buscada poesía, centradas en el sufrimiento humano que
provocan dichas guerras, incluso cuando no aparecen personas en las imágenes−; si no
fuera porque del poema está ausente lo humano: los cadáveres y los llantos de los
moribundos forman parte del coro de imágenes de la catástrofe, pero no destacan
especialmente sobre el resto. Ni siquiera en el primer verso: que aparezcan en el sembrado
es del todo casual, no simbólico de la posibilidad de una nueva vida; ese verso quiere
transmitir que están por todo, “apretados”, describe el poeta…hasta “el lindero”, hasta el
marco del cuadro que se pinta. Todo aparece con una luz mortecina, de una aurora que se
adjetiva como “fugaz”. La sombra volverá a caer. El poema no hurga en la herida ni
chapotea en la sangre, tan solo contempla con profunda melancolía.
En el segundo, la guerra es una bestia que ha despertado de una largo sueño.
Europa no vivía una guerra desde el siglo XIX, en que se zanjan los grandes conflictos tras
la derrota de Napoleón. Se suceden luego los procesos revolucionarios y la Comuna de
París, pero quedan en la retina como simples escaramuzas, entre castas por lo demás, en
comparación con la industria armamentística que se despliega en 1914, nunca vista para
espanto de combatientes y lectores de periódicos de retaguardia. Una bestia infernal, “de
bóvedas profundas”, colosal y oscura, que “aplasta la luna con su negra mano”. Se extiende
la incredulidad por doquier “se congela el torbellino de la mercadería / …Nadie sabe / …No
hay respuesta”. El espanto y el escalofrío llega hasta lo más insignificante “…Un rostro
palidece / …débil toque de campanas. / Y tiembla el pelo en torno de la barbilla en punta” −
¿que la barbilla esté en punta puede significar que apunta al cielo, oteando la aviación y sus
bombas? Supongo que hubiera ahondado más en ese horror, y, en todo caso, creo que la
aviación en los primeros años de la guerra fue tan solo empleada para espiar el campo
enemigo−. La “danza” de la muerte, imagen arquetípica en el imaginario occidental desde la
Edad Media, ha vuelto, con ese collar que hace pensar en Kali, la diosa madre hindú, pero
en su faceta aniquiladora.
La sexta estrofa me genera cierta confusión por la repetición de la palabra
noche, y los motivos –que equiparo− de “fuego” y “volcanes”. Creo que disipan la fuerza de
la imagen de un perro bestial manteniendo a raya el fuego telúrico como antorcha que
ilumina siniestramente el mundo sumido en la negrura, devorados todos los sueños –“llanos
salpicados están / con millares de gorros de dormir”−, guardián infranqueable –“ todo cuanto
cruza…lo arroja para atizar la llama”−. En la estrofa siguiente, se rompe nuevamente la
cadencia rítmica en la sucesión de imágenes con la repetición de la idea de atizar el fuego,
que me parece innecesariamente redundante. Las dos últimas estrofas no dejan lugar a
duda: no hay escapatoria, el desastre es bíblico: se arroja “pez y fuego” sobre los
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escombros, sin más luz que el fulgor de la destrucción reflejado en las nubes que solo
desgarra, también, la violencia de la Naturaleza.
Cómo ha cambiado la visión de la guerra: ahora es un videojuego televisado, sin
evidencia más que en cifras pero en muy pocas imágenes de víctimas humanas; muchas
“víctimas” industriales: máquinas, infraestructuras, símbolos enemigos derribados…
Vietnam, Afganistán, la antigua Yugoslavia fueron las últimas evidencias del desastre
humano que pueden suponer. Hoy día, la humanidad sufriente y asesinada en la guerra tan
solo llega a nosotros si consigue filtrarse a través de las nuevas tecnologías… en todo caso,
mientras siga aconteciendo lejos, no trastocará nuestra sensibilidad occidental; ya nos
hemos encargado de alzar muros de contención y campos de “acogida” con una sola puerta,
giratoria, en los arrabales de nuestra civilización.
Umbra vitae
“Adelante se inclinan los hombres por las calles,
contemplando los signos de los cielos,
en donde los cometas, con narices de fuego,
amenazantes se deslizan en torno de las torres.
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Pero los mares se detienen. Los barcos
suspendidos en olas, con aflicción se pudren,
dispersos, y no hay corriente móvil
y los patios celestes están todos cerrados.
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termina con una coma, con lo que no se cierra en la idea anterior, sino que se abre a la
siguiente, que remata el poema: “Quien despierta agobiado por otras madrugadas / debe
quitar la pesadez del sueño de sus párpados grises”. Ya no hay sueños que soñar, o no
sabemos soñarlos, o se recuerdan sueños que el presente convierte en imposibles y solo
provocan desazón, o ni siquiera son sueños propios, sino de otros. Y se despierta con
agobio, obligándose a ello, por evitar la tristeza de poner esos sueños blancos sobre el
fondo negro de la realidad, en la que se permanece, con el cansancio del insomne de
“párpados grises”.
Los ciegos
“Donde pasan los ciegos
tiemblan los árboles de horror
y los pájaros gritan en sus nidos.
Ellos no se avergüenzan
de sus vestidos rotos
y caminan a tientas con enormes bastones.
No tienen tiempo
ni se hablan entre sí
y sus rostros cerúleos van husmeando siempre
alrededor del viento
el sol y la luz”.
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shakespearianas. También en este poema, aparecen los puentes que encadenan los ríos
−humanidad vs Naturaleza−; y en el que lleva por título Duermevela, esos puentes actúan
como pasajes oníricos de la oscuridad y su misterio.
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De la antología de Kurt Pinthus, Crepúsculo de la humanidad, he seleccionado
los poetas y poemas que siguen a continuación:
Caducidad
(transcribo las tres últimas estrofas)
“… Estaré un día a la vera del camino,
meditabundo, en comparación de una gran urbe.
Rodeado por el ondear de vientos dorados.
Por ristras de nubes cae la claridad apagada.
Figuras extasiadas, en envoltorios de blanco…
Mis manos repujadas de oro
tocan el cielo,
abriéndose como puertas de maravilla.
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El poema se caracteriza como expresionista principalmente por la segunda estrofa
que transcribo, en la que la sucesión de imágenes es muy característica del estilo del
movimiento: el poeta nombra lo que ve en una retahíla que en los casos en que no es
simplemente nominal es una imagen suma de nombre y calificativo, sin apenas el concurso
de verbos que desarrollen la acción, tan solo una estampa, una fotografía o película
constituida de muchas partes simultáneas en un solo plano.
No obstante, y es algo que predomina en el estilo de este Becher según he
comprobado en otros poemas, hay una tendencia a una línea “clásica”, no solo en la
elección de la métrica, sino, sobre todo, por la atmósfera un tanto apolínea o platónica.
La referencia que se hace a los “durmientes” en los últimos versos, y que recupera
uno de los primeros versos en donde ya se les nombra en un círculo musical que se cierra,
tal vez tenga que ver con esa tendencia, pero la identifico más con otro de los temas
expresionistas habituales: el ser humano está dormido, esto es, alienado, olvidado de su
esencia, que el poeta desea despertar o ver despierto, vivo por algún otro en un futuro que
se quisiera presente.
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Gottfried Benn, 1886-1956. Médico de formación, sirvió durante toda la Primera
Guerra Mundial como médico militar, y siguió ejerciendo la medicina hasta 1935. Simpatizó
con el nazismo en los primeros años, pero al cerciorarse de su error y recibir las críticas
furiosas del entorno nacionalsocialista, decidió optar por “una forma aristocrática de
emigración” y volvió a servir en el ejército como médico hasta el final de la Segunda Guerra
Mundial. Escapó de las tropas rusas; no así su segunda esposa, que murió en Berlín. Dejó
de publicar en esta época, 1936-1948, para retomar en ese último año la publicación de
textos en verso y también en prosa que le valieron un tardío reconocimiento.
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Café nocturno
“824: vida y amor de las mujeres.
E1 violoncello se toma un trago. La flauta
eructa profundo en tres compases: la hermosa cena.
E1 tambor termina de leer una novela policial.
Grasa en el cabello
le habla a boca abierta con almendra faríngea
Fe, amor y esperanza alrededor del cuello.
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Dicho todo lo anterior, previa transcripción de Café nocturno, este ha sido uno de
los poemas que más he disfrutado. El grupo de varios poemas con este nombre de los que
más adelante aparecen dos de ellos, son pequeñas estampas convertidas en cabaret-
cabalgata-circo de los horrores; principalmente, el que ahora nos ocupa. Las imágenes
oníricas o surreales, profundamente expresionistas que aparecen, la manera de
componerlas a través de la despersonalización me ha hecho recordar a la canción
Desolation row, de Bob Dylan, cuya letra es un precioso, triste y contundente poema, con
cargas de profundidad constantes como Café nocturno.
Aparece un rasgo muy común en el Expresionismo en cualquiera de sus facetas
artísticas, la despersonalización, pero que Benn eleva a una categoría superior. Se centra
para lograrlo en convertir en cosas a las personas que aparecen, y yendo un poco más allá,
caracterizarlas-identificarlas-simbolizarlas con alguna de las señales físicas desagradables
que puedan tener. O bien son un simple número, con el que empieza el poema, o los
músicos convertidos en los instrumentos que se oyen. Vuelven las imágenes en palabras-
dinamita, en sacudidas en retahíla, en un estilo telegráfico, en aparente desorden y caos;
pero no: Benn no pasa por la calle y ve todo esto desde el ventanal, tampoco cuenta lo que
le han contado. El poeta está allí, en medio –aunque esté tranquilamente sentado en una
esquina tomando un ponche−, viendo, oyendo y escuchando, oliendo, tocando…lo degusta
todo, lo prueba todo, lo mastica todo y va relamiéndose entre eructo-trago-tos atragantada,
sin prisa pero con una sucesión dinámica, ágil, aunque sea un poema espeso-rugoso-
viscoso dejando un reguero de sensaciones verso tras verso; de leve escalofrío, cálido por
el tono jocoso, frío por el desencanto de su mirada y lo que muestra. Las imágenes son
deslumbrantes por esa vívida sensación que desprenden.
La más dulcemente tratada es la joven ingenua, así la veo, Fe-amor-esperanza.
Inocente, no creo. La más fascinante de todas: “Sicosis compra claveles / para ablandar a
papada”. Casi da miedo.
Y todo se cierra con una epifanía: la mujer que entra, llegada de tierras bíblicas,
virgen, y llena de cuevas, de misterios, de puertas, de maneras…pero no llega a éxtasis:
pudiera ser parte de su encanto magnético que la puerta se desborde con su entrada; pero
no: el aroma que con ella llega resulta ser poco, y ya solo es “una dulce protuberancia del
aire / contra su cerebro”, ha desaparecido casi como ser, es algo que empuja el aire, hasta
el cerebro-perro-animal en celo de Benn. Y la aparta, con los dos versos apartados del
resto: “Poco aroma […] Un cuerpo obeso con pasitos cortos salta detrás”. Las curvas que
habían engatusado al poeta, ya no son más que obesidad.
Y todo este desfile, con la Sonata número 35 de Chopin, una marcha fúnebre,
por si quedaban dudas de qué le parece a Benn lo que presencia: se compone de dos
movimientos rítmicos y un tanto “removidos”, como el Café debe ser por la noche; el tercero,
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es la marcha fúnebre propiamente dicha, bastante conocida, por cierto. El último movimiento
se cierra, como el último verso, a pasitos cortos que saltan.
Una joya.
Oh, noche
“¡Oh, noche! Yo ya tomaba cocaína,
y la sangre se va acumulando.
Encanecen los cabellos, huyen los años.
Tengo que florecer, tengo que florecer exuberante
aunque antes no desaparezca.
¡Oh, noche! Yo no quiero apenas gran cosa.
Un poco de sensación repentina,
niebla vespertina, que me permita ahuyentar
de un golpe el espacio, sentirme yo.
Corpúsculos táctiles, ribete de células rojas,
vaivén, y con olores;
dilacerado de palabras-aguacero −:
demasiados pregones en el cerebro, demasiado delgados en el sueño.
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Me hace estrella –no me burlo−:
visión, yo: a mí, dios solitario,
reunirse grande en torno de un trueno”.
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pretendidamente barroca, se yergue como fuerza creadora en torno del trueno, fuerza mítica
de la naturaleza, divina, luz y fuego. Hay algo de Prometeo en la imagen.
El joven Hebbel
“Esculpid y formad: aguantad el ágil cincel
con mano fina y suave.
Con la frente extraigo la forma
del bloque de mármol.
Mis manos trabajan por el pan.
En la línea del anterior poema: todavía alejado de sí, pero queriendo ser él
mismo, lo siente en lo profundo de su sangre, reclamando los paraísos que puede alcanzar,
crear, con la mente, y así piensa la forma en lo informe, el mármol, como un escultor, un
artista. Toda su herencia, el lugar del que viene es poca cosa, y cubrió su juventud como
una costra quedando él debajo, sometido, herido, llaga y carne viva. Pero está enfocado y
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plenamente dedicado a su meta, una lucha sin cuartel: que triunfe su corazón, su espíritu
por encima de −la imagen me parece muy bella− “un mundo helado de puntas de espada”
que quieren acabarlo; ese mundo-sociedad-alienación-deshumanización que cual vampiro
quiere cobrar vida a través de su egoidad –otro invento de Benn que se verá en el siguiente
poema−, la luz que el poeta irradia, florece.
Síntesis
“Callada noche. Casa callada.
Yo soy, no obstante, la estrella más silenciosa.
Empujo también mi propia luz
por la noche alrededor.
He vuelto por el cerebro hasta casa
desde cuevas, cielos, estiércol y ganado.
También lo que todavía se concede a la mujer
es dulce y oscuro onanismo.
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Ante un campo de trigo
“Dijo uno ante un campo de trigo:
el ensueño claro de la flor del trigo
es un bonito motivo para señoras aficionadas a la pintura.
¡Qué decir, sin embargo, del son profundo de la amapola!
Charcos de sangre, menstruación, es lo que evoca…
penurias, estertores, hambre, agonía y muerte.
En fin: el camino oscuro del hombre”.
Café nocturno, IV
“¡Pero si ni vale la pena…! Se introduce
y caes: asomo por los dobladillos de Dios;
¿y me quieres? Estaba tan sola.
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Café nocturno V
“Con voz suave, cuenta de los parientes,
de las ciudades en las que estuvo: eso basta para la rodilla.
El paladar expulsa atravesado el ramo de colillas.
Los poemas anteriores también titulados Café nocturno son parte del grupo al
que me refería cuando comentaba el primero y más logrado de ellos páginas atrás. Continua
en ellos el desfile de personajes. Pero, se nota un mayor cansancio en Benn, ya no tan
jocoso, más melancólico, y cruel.
Del IV, destaco la última estrofa, con ese camarero abriéndose paso entre la
multitud y el lacónico, viejo, marchito calor de las prostitutas “hojarasca de carne y otoño de
putas”, todo carne, sin más que destacar que incluso ha perdido forma para licuarse: si la
vertieras, daría igual donde callera. Todo parece ser el mismo molde, el mismo nido-útero
pariendo pajarillos idénticos con la boca abierta reclamando su sustento.
Del V, me encanta cómo describe a través del lenguaje corporal la escena: si
hasta que empieza el poema, Benn había sido amable con quien habla, se satura o vierte el
vaso la gota de las ciudades visitadas. Sea como fuere, su rodilla-su pierna doblada-su
cuerpo educadamente dispuesto a la escucha paciente dice basta y escupe sin miramiento
ni delicadeza un ramo, no de flores, sino de colillas; en ellas la paciente escucha, aunque
son más un motivo del asco, del mal sabor que siente. Y es que, además del hartazgo, el
nuevo desfile viene de cloaca: matrimonio (=familia), barba (=prestancia, sabiduría) y
medallas (=militares-guerra, pero también reconocimientos, loas) junto a cloaca, chusma y
salmuera. Nuevamente el efecto de contraponer conceptos dignos junto a palabras e
imágenes desagradables que hacen pensar en qué hay detrás de aquellos realmente: la
alienación otra vez; la deshumanización, la animalización con personas convertidas en litros
de sangre e instintos primarios: hambre y sexo. Y, sin embargo, la única dulzura y belleza
(los dos últimos versos) proviene de lo que la sociedad etiqueta como mancha y pecado.
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Carne
“Cadáveres.
Uno pone la mano junto a la oreja:
¿Qué tiemblas tú ahí? ¿Sobre esta mi mesa, calentable, de autopsia, vaya?
¿Qué me vienes con pérdidas de grasa y edad bíbilica?
¡Mira que te meto un cadáver de niño en la cara!
¡¡Que si la gota, que si cuatro dientes,
eso no te sirve aquí de nada!!
Una riña.
Una embarazada berrea. El hombre le grita:
¿Qué pasa? ¿Qué se te salta el ombligo?
¿Qué te cerré en una ocasión la raja con engrudo?
Venga, ¡¡qué leches me importa a mí mi órgano sexual!!
Cada uno a lo suyo.
69
Un hombre entra en escena:
Venga, ¡tranquilícese!
Aquí tiene, póngase las zapatillas
y acompáñeme
a brindar por mi entierro.
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Una voz de niño:
Griterío:
Un hombre:
Otro hombre:
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Un suicida:
Un joven:
Junto a Café nocturno, uno de los poemas más conseguidos de la primera etapa
de Gottfried Benn. Van a desfilar, sin compasión, sin dolor, sin tregua como queda claro en
la primera estrofa, una multitud de cadáveres, de todo signo y condición, en sucesión de
imágenes dialogadas, crueles todas, hilarantes muchas. (1ª estrofa) No valen temblores, ni
mucha edad, ni muchos achaques. Amenaza del doctor: “¡mira que te meto un cadáver de
niño en la cara!”. (2ª estrofa) En la riña entre embarazada y su hombre, el egoísmo:“¡Cada
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uno a los suyo!”. En la siguiente estrofa, el coro de cadáveres critica que son nueve meses
de pasatiempo cuando el hombre solo quería una alegría matutina. Y es que, como se dice
en la siguiente estrofa, el ser humano siempre ha sido lo mismo: anhelos y alegrías
perdidas, trabajo y procreación. En la 5ª estrofa, los cadáveres gritan tratando de advertir al
mundo de los vivos del exterior, para que se liberen, florezcan, vuelvan a soñar. Que
rompan cadenas esclavas (continua la idea en la siguiente estrofa) y dejen de ser lacayos
de unas creencias sin mucho recorrido y equivocadas…los cadáveres saben la verdad,
ahora que “todo apesta a carroña, a podrido”.
Entra un hombre indignadísimo e insiste para que se deje de alimentar este
mundo. La verdadera revolución: “¡excavad vuestros propios surcos! /¡procread en vosotros
mismos!” . Hay que rechazar el cerebro, el paraíso perdido se fue definitivamente, así que
vuelva el sueño a su casa original (la médula espinal). En un momento graciosísimo, entra
otro que intenta calmar al indignado.
Aparece un niño que ruega que le dejen jugar un poquito más… Y la chusma le
acusa de burgués y reclama su sitio de privilegio en la fila de cadáveres para ser enterrados.
Otro hombre, ¿un poeta? ¿un humanista? Benn parece criticar cierta ñoñería en
el ambiente de ese humanismo –ciertamente, he leído algunos poemas en la antología de
Pinthus en torno a ese tema tratados con un tono un poco naïf−: grita que no permitan que
hagan eso (se refiere al trato que reciben) “¡Es inhumano!”. Que como le han metido un
cerebro en los pulmones (y aquí es donde veo la crítica de Benn), no va poder respirar. Y
salta otro: pues anda que yo, con el corazón asomando por su culo como almorrana.
Entra en escena un suicida, uno que fue valiente por quitarse de en medio de
tanta alienación, animalización, cobardía, perfidia… De ganado con “vidas de excrementos”.
Alguien suplica un pedacito de espíritu, encarnado en cuerpo, “en el que se haya
vaciado Dios” ¿Habla de eyaculación? ¡¿Divina!? Nuevamente el Benn más osado, más
salvaje, más provocador. Y es que, es un dios que ya no sufre por los seres humanos, “se le
van cayendo las puntas de la corona”. Y para más inri, las palabras se han ablandado, el
juicio ha desaparecido y todo es podredumbre pestilente, con ese color amarillo de las
nubes de gas en la guerra, de la bilis, de la enfermedad que floreció como magnificencia de
plenitud, de progreso y de nación… y ahora es solo putrefacción y descomposición.
Se habla del no-compromiso político de Benn. Pero yo creo que señalar y criticar
los males de su tiempo es algo que él también hacía. Y no se quedaba solo en la queja, sino
que proponía la única solución posible para renacer. Lo hacía de manera menos evidente
que otros muchos, con un lenguaje más crudo y unas imágenes que dolían-molestaban-
indignaban a quienes no iban más allá. Esa es una forma de compromiso político, no
precisamente desde una torre de marfil, sino desde la lírica como arma agitadora de
conciencias, sin milongas ni ñoñerías. Sin duda, equivocó el camino simpatizando con el
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nazismo. Pero cuando se retractó y descubrió que ya no era querido ni por los de un la do ni
por los del otro, convirtió su poesía en una lírica hermética. Eso también fue un mensaje, un
compromiso último, ya solo con él mismo.
Más oscuridad
“Más oscuridad ya no es posible
que la de esta hora que se va,
que con todas las cargas terrenas
se ahoga en noche extraña,
y si las formas se descorporan
hacia una sola gran figura,
amenazan los lémures
desde los bosques sombríos.
En la hendidura de la conciencia
sobre presentimiento callado
está el fresno del mundo,
Ygdrasil,
está también el bastón de Aarón,
seco injertado,
que con sangre milagrosa
trae entonces la dicha a Israel…
Solo a ti se desveló
apurada hasta el abismo
eternamente incumplida
promesse du bonheur…
solo a ti no puede ser,
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cada hora que se va,
y que con todas las cargas terrenas
se ahoga en noche extraña”.
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Albert Ehrenstein, 1886-1950. Amigo del pintor expresionista Oskar Kokoschka.
Dentro del círculo expresionista berlinés de Der Sturm. Incansable viajero, la enfermedad y
la pobreza convirtieron sus últimos años en una amargura reflejada en sus poemas, “los
más amargos en lengua alemana”, asegura Kurt Pinthus.
El caminante
(transcribo una estrofa)
“Conozco los dientes de los perros,
vivo en la calle del Viento de Cara,
un techo hecho pedazos sobre mi cabeza,
con el verdín decorando las paredes,
y está lleno de buenas grietas para la lluvia”
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La retahíla del poeta pretende mostrar el determinismo del ser humano: si el
cosmos no tiene conciencia de todas sus partes, “sin el latido del sentimiento, / insensibles
los unos a los otros y extáticos”, ¿qué esperar del ser humano?, abocado a la ignorancia y a
la destrucción. Viniendo de Benn, me parece excesivo este cósmico paralelismo, y
desproporcionado. Benn no rehúye culpas ni miserias, y propone verdades como puños. En
un lenguaje cruel, pero más veraz que el de este tipo de poemas muy presentes entre los
expresionistas.
Este poema de Ehrenstein es otro ejemplo de los poemas que considero fallidos,
porque no termina de cerrar los círculos que empieza a dibujar más o menos
magníficamente. Así, crea “coches-abejorro” para a continuación decir “aeroplanos”. Y
abandona el lirismo para entrar en un terreno casi narrativo o se eleva a un tono mesiánico
que, personalmente, me aleja un poco de la verdad que pretende transmitir. No obstante,
por versos como “y en una esquina enseña una contraseña del mundo […] ¿Quién muere
primero que todos le tienen en el recuerdo? […] Los indios sioux no oían a Goethe en sus
danzas guerreras”, ya mereció la pena la lectura.
77
Walter Hasenclever, 1890-1940. Escribió poesía, teatro, ensayo. Con veinte años,
escribió un trabajo sobre el editor del Surrealismo Wilhelm Friedrich, que no tuvo
repercusión. Amigo personal de Kurt Pinthus y Franz Werfel, otro escritor expresionista.
Participó en la Primera Guerra Mundial. En la década de los ’30, fue perseguido por el
nazismo desde su subida al poder, quitándose la vida finalmente en un campo de refugiados
en Francia en que fue internado.
1917
“Mantén el odio despierto. Mantén despierto el sufrimiento.
Sigue quemando el acero de la soledad.
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deja que crezca, que resucite
para el ataque, cuando se derrumben los tiempos.
Para que el sol, que brilla tanto sobre el bien como sobre el mal,
que ha llorado sobre tantos ríos del mundo,
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Kurt Heynicke, 1891-1985. Poema, novelista y dramaturgo. Enferma de tuberculosis a
los veinte años. Mantuvo correspondencia con Borges, que tradujo y publicó en España
alguno de sus poemas en revistas literarias de los años ’20.
Estallido
“El mundo florece.
Sí, corazón, bien elevado, ¡despierta!
El mundo iluminado
la noche troceada,
estalla, corazón, ¡muy alto hacia la luz!
Considero mucho más logrado el poema que sigue que no este, tratando como
tratan ambos la misma temática. Pero desde el primer momento, Estallido me hizo recordar
–las fascinantes asociaciones de nuestra mente− un poema de Rabindranath Tagore, un
famoso poeta hindú, humanista y pacifista, al que se le concedió en 1913 el Nobel de
Literatura y, por tanto, bien podría haber sido conocido en Europa. No digo que fuera el caso
de Heynicke y este poema –mi recuerdo no se basa en un calco−. El poema de Tagore es
un canto de los Beoles, una secta religiosa de Bengala, mendigos, ignorantes y libres, cuyos
cantos ama y canta el pueblo. El sentido literal de bool es loco.
Novena canción de los Beoles
“¡Sal, capullo, sal! Rompe de un estallido
tu corazón
y sal.
El espíritu que lo mueve todo
te ha tocado.
¿Seguirás siendo capullo todavía?”
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Hombre
“Estoy por encima de los bosques,
verdes y relucientes,
bien alzado sobre todos,
yo, el hombre.
Soy círculo en el universo,
movimiento floreciente,
un solemne porte.
Soy astro sol entre los que giran,
yo, el hombre,
profundamente me siento,
cerca del que gira excelso por el universo entero,
yo, el pensamiento.
Mi cabeza es una hojarasca de estrellas,
argentado el rostro,
ilumino
yo,
como él,
el universo;
el universo
¡como yo!
Por más que este es otro ejemplo de poema consagrado a la exaltación del yo,
del espíritu, que clama por el florecimiento, por la unidad con el Absoluto, y que todo él está
empapado de ese aire neo-romántico, Heynicke tiene algo que los demás poetas, a los que
he criticado de alguna manera todo lo anterior, desconocen: un ritmo, una musicalidad
exquisitas.
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pétreas son nuestras manos
y nuestras almas llevan un milagro
Mujeres y hogar se hunden
Crepúsculo”.
El más logrado de los tres poemas seleccionados de este autor. El primer verso
ya te hunde de manera tajante en la melancolía. Y aunque el resto presenta imágenes
convencionales, manidas personificaciones, tiene algo de haiku, en lo visual y en la
cadencia descendente.
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Jakob von Hoddis, 1887-1942. Amigo de G. Heym, su muerte lo afectó
profundamente. Su pequeña estatura y su esquizofrenia, que brotó tras dos amores no
correspondidos, lastraron su vida. Buscó refugio en la religión, y se convirtió al catolicismo.
La limpieza racial nazi acabó con su vida.
Tristitia ante…
“Caen copos de nieve. Mis noches se han hecho
muy ruidosas, y brillan demasiado rígidas.
Todos los peligros, que me parecían famosos,
son ahora tan horribles como el viento del infierno.
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Wilhelm Klemm, 1881-1968. Estudió medicina. Fue perseguido por los nazis.
Mi tiempo
“Canciones y ciudades inmensas, aludes de sueños,
empalidecidas tierras, polvo sin fama,
las hembras meretrices, heroísmo y miseria,
fantasmas que se congregan, tempestad en vías férreas.
Klemm hace buen uso de las sucesiones, en retahíla, motivo característico del
Expresionismo, y uno de los que más aprecio: genera un dinamismo muy visual, en el que si
las imágenes retratadas están bien encuadradas y bien aprovechadas por las disonancias,
por las casualidades sintácticas y el lenguaje bien hallado, crean hermosas composiciones.
Algo de esto tiene este poema de Klemm, en el que retrata su tiempo con contundentes
versos “Los pueblos se difuminan. Los libros se embrujan” o el que cierra el poema.
No obstante, y aún a riesgo de repetirme, creo que podría haberse sacado
mucho más jugo lírico a la composición, evitando los breves interludios narrativos y
buscando una mayor rotura en la sintaxis y en el lenguaje.
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Filosofía
“No sabemos lo que es la luz,
ni el éter y sus vibraciones−
No comprendemos el crecimiento,
ni tampoco las afinidades selectivas de las materias.
Nos es extraño lo que quieren decir las estrellas
y el paso festivo del tiempo.
No comprendemos las honduras del alma
ni las muecas, bajo las cuales los pueblos se destrozan.
El ir y venir ignoramos.
¡No sabemos qué es Dios!
¡Oh, criaturas-planta en el matorral de las incógnitas!
¡La más grande de tus maravillas es tu esperanza!”
(Extracto)
“La noche vierte sus viscosas lágrimas negras,
sobre lechos fabulosos arde nuestra lascivia:
con una vela en el orificio posterior, un mono ilumina
desnudos innumerables y alumbramientos terribles.
Cada perro barbudo sufre su monodrama.
La muerte se presenta como ayudante de barbería,
la luna discute de la inmortalidad con una rata,
ante nosotros pasan copias indescifrablemente chicas.
Progresos ilusorios nos embaucan.
Atravesamos todos los pisos del mundo:
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Cuando arribamos al infierno nos repartieron cigarros.
Los canes ladraron himnos religiosos en coro.
Fundadores de religiones saltaron de los pescantes.
A sus pies yacían enormes palomas.
Sobre una inundación de barro y cadáveres
chisporrotea el poniente amargo de la bancarrota”.
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Alfred Lichtenstein, 1889-1914. Muerto en combate al inicio de la guerra.
El crepúsculo
“Un chico corpulento juega con un estanque.
El viento permanece atrapado en un árbol.
El cielo es pálido y con el gesto cansado de noche de fiesta,
como si se le hubiera acabado el maquillaje.
La batalla de Saarburg
Solo destaco estos versos por la imagen de soledad inmensa en el horror de la guerra.
“…Yo estoy dejado de la mano de dios
en frente de cañones atronadores…”
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al teatro, al espectáculo y a ideas que desembocaron en apoyos al fascismo italiano−, no fue
hasta que llegó la Gran Guerra que todos aquellos que la sufrieron empalidecieron para
siempre ante la sensación de insondable e inabarcable soledad que debieron sentir.
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Franz Werfel, 1890-1945. Junto a Hasenclever y Pinthus organizaron un círculo
literario. Allá donde vivió a lo largo de su vida, siempre mantuvo el ambiente literario a su
alrededor. Sirvió en la guerra como soldado austríaco (nació en Praga). Huyó, junto a Alma
Mahler, su pareja, del nazismo, atravesando Francia, España y Portugal para instalarse
finalmente en Hollywood en 1940, donde cumplió una promesa, curiosa: había prometido a
la virgen de Lourdes, por donde pasaron en su huída, que escribiría y dedicaría un poemario
a santa Bernadette.
Cántico
“Entonces, entonces –
éramos puros.
Nos sentábamos de pequeños sobre una piedra de los campos
con muchas queridas abuelas.
Éramos un vistazo del cielo,
un viento pequeño en el viento
delante de una fosa, donde los muertos son levedad.
Mirábamos hacia un portal medio derrumbado,
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rumor de abejorros por arces blancos,
nos ensordecía un anochecer de grillos.
Una niña trenzaba corona blanca,
entonces sentimos la muerte y un dulce dolor,
nuestros ojos se hicieron del todo azules –
Éramos en la tierra y en el corazón de Dios.
Entonces nuestra voz cantaba sin sexo,
el cuerpo nos era puro y derecho.
El sueño nos conducía por un corredor verde –
Reposábamos en el amor, en trenzado santo,
el tiempo era como el más allá, largo de caminos.”
A pesar del tono clásico, es precioso. Te lleva a un lugar del que todos tenemos
algún recuerdo, y tocas la inocencia, la pureza de todo lo que aún no se ha descubierto, ni
siquiera imaginado, frágiles y eternos a un tiempo. Y ya no por lo que la propia infancia
pueda evocar, sino por la sensación de plenitud que emana de cada verso:
“Éramos un vistazo del cielo…
un viento pequeño en el viento…
nuestros ojos se hicieron del todo azules…
nuestra voz cantaba sin sexo…
el tiempo era como el más allá, largo de caminos”.
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Alfred Wolfenstein, 1888- Huyó del nazismo a París, donde la Gestapo lo detuvo
durante la ocupación, que lo liberó a los tres meses. No obstante, volvió a huir, y vivió en la
clandestinidad de establos y masías campesinas en el sur de Francia, volviendo a París
poco antes del final de la Segunda Guerra Mundial. Una afección grave de corazón y las
depresiones profundas que sufría, le llevaron a quitarse la vida en 1945. Quisiera transcribir
una especie de autobiografía que Pinthus publica en su antología –incluye biografías o
autobiografías de todos los poetas antologados que vivían y con los que pudo contactar en
el momento de la publicación−, y que me parece que sintetiza en una crónica, dulce y
terriblemente lírica, lo que, cuanto menos alguno de estos poetas, debió vivir en aquella
época:
“He nacido muchas veces. Y es que, quien no ha visto la luz del mundo, no será
capaz de describir su propia vida en la oscuridad. Que con seis años fuera encarcelado,
más tarde fuera a parar al bosque muerto de un almacén de maderas y finalmente me
enviases de nuevo a la escuela (solo un ejemplo del condicionamiento previo de nuestro
destino; alegraos de tener el permiso de poder intercambiar cualquier pequeñez con
alguien); que de nuevo me encontrara entre jóvenes, cuya amistad deslumbraba la borrosa
libertad de querer hasta que apareció una bella muchacha; que fuera fácilmente empujado a
París, difícilmente devuelto a la impersonal Europa Central y que se me persiguiera en todas
las diásporas del mundo de la sangre y del dinero; que fuera a la Alemania más meridional
donde encontré la brasa espiritual de trabajadores desconocidos y también la lucha que
siempre es a punto de iniciarse y de estallar en aquella isla extrañamente alta que se hunde
con rapidez, donde de los encuentros de una pretendida revolución se alzaban voces reales,
voces que no sabía de dónde venían, en contra de la estupidez persecutoria –y la
hermandad, esa frase tan manida, antaño estimulante, se hacía realidad y la muerte de dos
hombres cualquiera con alma me conmovió el corazón, como si se me hubieran muerto dos
padres: todo esto resta todavía en la oscuridad.
Y es que no hay otra luz en el mundo que la que hacemos nosotros mismos. No
hay una biografía; toda palabra que no es usada en testimonio, es maltratada en la mudez.
Solo tiene lengua aquello a lo da forma un ser humano; ¡para dar forma al ser humano! La
obra. Nadie no nace, o mejor, nada no nace de nadie; así, no deja de ser un fantasma, el
nacimiento no fue su principio, y la muerte no tiene nada que acabar. Esta es nuestra
libertad estelar y el peligro sempiterno de la vida no vivida. Pero este peligro se mofa de la
poesía y proclama: ¡somos nosotros que nos impulsamos a ir adelante! A nuestra tumba
solo se acercarán los que no vean nuestros cuerpos”.
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Urbanitas
“Las ventanas están cercanas
como agujeros de criba, las casas
se abrazan a empujones tan estrechas que las calles
parecen infladas, grises, como estranguladas.
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Magnífica escena de ciudad con una sintaxis retorcida, pero no burda ni
infranqueable, que genera significados múltiples, adjetivos que valen para palabras que
preceden o que siguen además de servir a la que acompañan, humanizando la urbe y su
progreso con abrazos, empujones; se inflan. Y las personas se llenan de hormigón y se
apiñan y se miran sin encontrarse nunca. La segunda estrofa es de un movimiento rítmico e
imaginativo magníficos.
Las paredes, siempre separadoras, aislantes, aquí pasan a ser una segunda piel
conectada a otras segundas pieles de todos los urbanitas, que aún así permanecen solos,
sin dios.
Si Hasenclever hablaba desde el púlpito con el dedo amenazador y en alto,
Wolfenstein lo hace desde una verdad vivida, desde el abrazo, con su sola alma
inconquistable erguida en la última estrofa, amo de su destino y capitán de su alma,
parafraseando el poema de William Ernest Henley.
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Paul Zech, 1881-1946. Por idealismo socialista, deja los estudios y comienza a
trabajar en una mina. Mantuvo contacto en Francia con el mundo literario de los años ’20.
Tradujo a Villon, Mallarmé, Verlaine y Rimbaud. De vuelta en Alemania, trabaja como
redactor y bibliotecario. Escritor prolífico. Encarcelado por el nazismo en 1933. Tras ser
liberado al cabo de unos meses, huye a Sudamérica, estableciéndose principalmente en
Argentina (donde murió), pero viajando por todo el continente.
El trabajo como destructor de almas. No hay vida allá donde vibra la máquina,
solo paredes, sin ventanas, ni un triste matojo de hierba entre las grietas; llueve siempre. Un
trabajo que, en aquel tiempo, no era algo elegido, ni una vocación buscada, sino una
obligación agotadora, castrante en otros planos de la realidad y frustrante por la máquina
que instalaba en los cuerpos, provocando desazón y alejamiento entre iguales: cada cual
buscaba refugio en algún rincón del alma para que el frío no se lo llevara, “el aliento corto
estrujado vaporizado”, el invierno en los adentros incapacitando afectivamente. Y sin
escapatoria ni penitencia que pueda detener la rueda del reloj constante.
En la misma línea un terceto de otro poema, Muchacha en el vertedero:
“Muchachas pálidas, ya demasiado maduras para sueños y lágrimas,
marcadas por las secas escaras de la resignación,
y con proyectos olvidados creciendo en sus cayos…”
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De la traducción de diversos poemas expresionistas que realizó J.L. Borges y que
publicó en diferentes revistas de los años ’20 en España, como por ejemplo Cervantes o
Grecia, recojo los siguientes de autores hasta ahora no citados:
Ciudad
“Sigue el ramaje de los vientos. Las aristas
de las esquinas van empujando las calles
Curvas de luz ondeante deslumbran
espejadas por el brillo redondo de los lugares
¡Voltea el colorismo! Desata la madeja
de los valles cansados. Hambriento queda
siempre algo eternamente igual en los deseos
que se empujan hasta devenir polvorientos.
Ya cada frente se revuelve en la red
de las frentes pulidas. Ya huye el movimiento
por los canales de follaje, matando aquellas
líneas entrelazadas que se pegan al cielo”.
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Hélène von Stummer, el poema aparece en 1919 en la revista Cervantes, traducido
por J. L. Borges…bueno, hay dudas: tal vez no se trata de un poema escrito por la tal
Stummer, si no un poema escrito por el propio Borges y dedicado a ella, a la que conoció en
Praga por aquellos años y de la que se enamoró aunque no fuera correspondido. La
sospecha recae en el estilo, cercano a la escritura borgiana de la época. Sea como fuere, no
he encontrado referencias biográficas a la supuesta autora, pero doy por buena dicha
autoría tal y como lo publicó la revista citada.
Epitalamio
“Pájaro rojo
El corazón voló sobre las plazas que esponjaba la
noche
Las avenidas sueltas
colgaron sus hamacas de tus hombros
Púrpura fresca se despeñó por la desnuda ventana
Los espejos bebieron las aureolas
Los ojos fueron una vid trepadora sobre tu torso
irradiante
Bajé a tu carne como quien baja a una fuente
Trapecio sensorial estrella honda gimnasia curvilínea
En la culminación los cuerpos fueron dos alas
Yo había olvidado
que en la tierra existían tantos jardines
Sobre tu cuerpo avión de adolescentes
Volé rompiendo los horizontes felices".
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Alfred Vagts, 1892-1986. Poeta, ensayista, historiador del militarismo y profesor.
Sirvió como capitán durante la Primera Guerra Mundial y tuvo un papel activo en las
negociaciones de paz y en el asesoramiento que desde los Estados Unidos se hizo a
personas que querían huir de la Alemania nazi y a los refugiados que llegaban.
Noche en el cráter
“Nube, cráneo sin mandíbula inferior, alisa el campo
carcomido de cráteres.
En el molusco grieta se vuelve lívida la arrugada
perla enfermo rostro
Y resbala del cordón roto. Frente que aún me tiene
por ambas manos atado.
Siempre flanqueado de infinito, bostezan en mi costado
las heridas de lanza.
Ante los ojos los malos presentimientos nerviosos de
fuego a ras de tierra, como llamas de alcohol,
un exorcismo, para no sostenernos mucho tiempo en
este heroico paisaje.
Junto a las ruinas de betún y cemento, bloques erráticos
1916-17,
y escarpadas esferitas de luz, desesperado contra-exorcismo.
Las granadas de gas estallan como un intestino pinchado,
Las proboscis de las caretas limitan su horizonte al
mínimum de existencia.
Alrededor del yelmo de acero el ventilador viento
sopla
tras de buscar inútilmente susurros en las florestas;
aquí el lecho primordial de raíces ya no mece la
tierra,
sino la detonación de las minas, el final de la trayectoria
de terribles cometas,
Encuentros calculados en no sé qué angustiosa astronomía,
bajo las frentes rizadas como zinc rígido.
Las granadas de mano se arrojan por la borda.
Al amanecer surge como en alta mar un cadáver
Color de plata o agua. Para nosotros—cual un amuleto—
íntimo e inmediato”.
97
De los poemas que he seleccionado dedicados a la guerra, es el que
probablemente más me ha gustado. Curiosamente, escrito por alguien que no dedicó su
vida a la poesía, sino al ejército.
Pero logra reunir la estilística expresionista en estos versos mejor que nadie, sin
sentimentalismo alguno y sin más crudeza que la, así lo parece, real.
Todas las imágenes que construye fascinan por igual, con esa sensación onírica
recorriéndolo todo, en una sintaxis tiroteada, bombardeada, amputada y cosida aquí y allá
con una elegancia y un tono comedido en todo momento, sin exaltación ni honda tristeza,
Alfred Vagts no quiere huir, salir del campo de batalla, clamar al mundo para que pare la
barbarie. Alfred Vagts tan solo relata en crónica precisa, sin más emoción que la necesaria,
pero no frío y ausente del factor humano y su sufrimiento…se deja ver entre los versos sin
necesidad de grandes piras.
Tengo curiosidad por saber si fue lo único que escribió.
98
5. Comentario final a modo de conclusión
99
más tarde, Changing of the guards. Que, en todo caso, se acercan más al simbolismo y al
surrealismo, como la etapa nuevayorkina de Lorca, que al feísmo.
O escenas de películas o documentales: me vienen a la memoria Baraka, de
Ron Fricke, muchas escenas de algunas películas de Tarantino…
En pintura: Ensor, el Fauvismo, Van Gogh −que inaugura la nueva sintaxis, con
un yo que lucha por salir−, Munch (con ese yo fuera, como un campo de batalla, siendo el
primer artista en mostrar al yo en esa tesitura).
100
Considero necesario, o cuanto menos conveniente, conocer al poeta a través de
su tiempo. Del mismo modo que el tiempo del poeta se vislumbrará a través de su poesía.
En este estudio, un ejemplo evidente aparece en Jakob van Hoddis: el poema que de él
transcribo podía hablar de su tiempo y de la guerra –ese fue mi primer pensamiento−, y, sin
embargo, la historia personal del poeta enfoca la lectura en otra dirección –su enfermedad
mental−, iluminando de ese modo su obra y su tiempo. Lo mismo entiendo que sucede con
Gottfried Benn. Así, un tema tan común y manido en la lírica de todos los tiempos,
convertido en uno de sus pilares desde la Edad Media con la lírica trovadoresca, el stil
nuovo y el petrarquismo, el canto a la mujer , al amor por esa mujer, en Benn desaparece
como tal, pierde toda su blancura, y se transforma, se mancha de humanidad y sus miserias,
de cotidianeidad, de sexo, de mujer sentando toda su estudiada y calculada y maquillada
belleza en la taza del wáter de buena mañana con un café y un cigarro y un intestino. Y por
más que uno siempre encuentre aquello que va buscando, mi juicio subjetivo de los poemas
analizados tiene claro que había una serie de características en el estilo expresionista, más
o menos evidentes, más o menos elaboradas, más o menos conseguidas. Tras acabar de
leer Morgue y conociendo ya su relación con el nazismo, llegué a considerar la posibilidad
que lo que movía realmente a Benn era un gusto por el sadismo y una salvaje arrogancia.
Pero a fuerza de versos, la realidad se pudo transformar.
101
que sí, al fin, sea placentero habitar. Tal vez se encuentre allí con alguien, pero sabe que es
un camino que se hace con los propios pasos, que no acepta tullidos ni muletas prestadas
humanística, compasivamente. Y que bastante tiene él, Gottfried Benn, para luchar por no
verse arrastrado por la corriente revuelta, turbia y asfixiante. ¿Egoísmo? ¿Falta de
compromiso? La perspectiva condiciona lo que se mira, y se puede llegar a ver blanco sobre
negro o viceversa. La única certeza de mi experiencia personal, vital, es que aquello a lo
que uno se vincula y realmente le conmueve y le mueve, es a lo que debe dedicar plenas
energías, desde el egoísmo, sí, entendido como conocimiento, crecimiento, elaboración,
transformación de uno mismo para desde esa verdad tangible construir, con-por-para el
mundo circundante y lograr así una real plenitud, y no un mero discurso. En el arte, hoy día,
se evidencia esto: lo que no está dominado por el mercado, es puro discurso artístico teórico
que en su plasmación concreta en obra se deshace sin mucha trascendencia. Por supuesto,
que hay creaciones grandes y hermosas y llenas de sentido y verdad. Es por eso porque me
siento feliz ante el hallazgo de la poesía de Benn.
La parte controvertida del poeta que me ocupa, al menos la más conocida, fue
su apoyo al nazismo. Si se analiza lo que supuso el fin de la guerra y la República de
Weimar y la puntilla de la crisis de 1929 para Alemania en lo político, social y económico
podemos entender el auge del nacionalsocialismo, con un discurso superficialmente básico,
que apelaba a las pulsiones más humanas y, a la vez, animales del ser humano. Son estas
las que han permitido que la perfidia y la codicia a fuerza de demagogia, perversión y
psicopatía hayan dirigido siempre el mundo; evidente en las superestructuras y no tan
evidente en las relaciones personales. De una forma sutil y velada, o sin ánimo de
esconderse y bien de cara. La fuerza y el orgullo que preconizan Hitler y los suyos, pudiera
haber encontrado en Benn una mano tendida porque toda su poesía anterior a los años ’30
es un desafío, una rebelión, un pulso constante con el lenguaje, una lucha de poder con la
lírica convencional para refundarla desde su turbador lirismo. Si llega a apoyar en un
principio al nazismo es, tal vez, en esa proyección que realiza de los últimos rescoldos de su
ilusión humanista, cada vez más hundida en la miseria que debió vivirse en la Alemania de
aquel tiempo. Pero descubierto el verdadero rostro del nacionalsocialismo, el desencanto del
poeta se plega, se ensimisma, se torna hermético porque ya no se reconoce en el mundo
que le rodea ni en él se siente reconocido.
Más allá de la inclinación y sensibilidad política que Benn pudiera tener, trato de
ponerme en situación y, desde su poderosa personalidad lírica, puedo entender la atracción
por las ideas de renovación, de refundación, de reafirmación frente a la opresión y a la
humillación que Alemania sufrió tras la Primera Guerra Mundial –en la otra cara de la misma
realidad, la Rusia comunista, pero ya en época estalinista, pienso en el fascinante libro
Asistencia obligada, de Borís Yampolski e Ilyá Konstantínovski−. Y no creo que Benn fuera
102
un ciego de orejas ávidas de populismo neorromántico con banda sonora de Wagner.
Sinceramente, pienso que cuando el dirigismo dictatorial y la histeria colectiva se hicieron
evidentes y peligrosos, y su profunda y poderosamente enraizada libertad creativa se pudo
ver comprometida, Benn se apartó.
Sin duda: pudo desarrollar su poesía desde una posición mucho más “cómoda”
que muchos de los poetas expresionistas. Incluso la guerra que él vivió, y seguramente
también sufrió, fue siempre en los hospitales de campaña: no era zona precisamente
plácida, pero mucho menos incierta que la de las trincheras, tan bien contadas por Alfred
Vagts. Desde esa posición, era posible pensar-sentir poesía, como reflexión triste, cínica o
revolucionaria, como refugio o salvación; en una trinchera, con bombas cayendo,
literalmente, durante días no creo que se encontrara mucho margen para la lírica…dudo que
hubiera energía vital más que para intentar que tu cabeza no estallara en mil pedazos o para
que las bombas no destrozaran el propio pensamiento con su constante y atronadora
llamada a la Muerte –la novela gráfica El folies Bergère, de Zidrou y Porcel es muy ilustrativa
en ese aspecto.
Tampoco tuvo Benn necesidad de huir. Alejado políticamente de la izquierda, no
creo que solamente por su tendencia al espectro político de la derecha, sino porque intuyo
cierto rechazo a un socialismo que fue un fracaso en la República de Weimar que por
aferrarse al poder perdió su identidad, y porque ese socialismo y esa revolución eran
cantados –al menos en lo que muestran los poemas cotejados− con una lírica “utilitarista”,
simple, panfletaria, sin aristas, dual, maniquea, un tanto paternalista, como sucede hoy no
solo con la izquierda sino con la política en general. Y, en ocasiones, esa sensibilidad más
social, humana, de izquierdas, podía convertirse en sensiblería un tanto ilusa, naïf, blanda;
buenista. Y Benn, su personalidad lírica así lo demuestra, era de todo menos eso. Sin llegar
al nihilismo, tenía demasiada bilis contenida, demasiado espíritu para su cuerpo o unos
pocos y simples versos.
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BIBLIOGRAFÍA
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